D2 08



- CAPITULO VIII -
La verdad sufre cuando es sometida a un análisis excesivo.
-Antiguo dicho Fremen.


Reverenda Madre, me estremezco al veros en tales circunstancias -dijo Irulan.
Permanecía de pie junto a la puerta de la celda, midiendo las características de la estancia a la manera Bene Gesserit. Era un cubo de tres metros de lado excavado con cortadores a rayos en la veteada roca amarronada bajo la Ciudadela de Paul. Como Å›nico mobiliario contenía un endeble sillón de mimbre ocupado ahora por la Reverenda Madre Gaius Helen Mohiam, un camastro con una manta marrón sobre la que se hallaba dispersa una baraja de cartas del nuevo Tarot de Dune, un grifo para agua sobre un cuenco de reciclado, y un retrete Fremen con sellos para la humedad. Todo ello era primitivo, colocado de cualquier manera. Una luz amarillenta surgía de cuatro globos anclados y protegidos por rejas, situados en las cuatro esquinas de la celda.
żHas avisado a Dama Jessica? -preguntó la Reverenda Madre.
Sí, pero no confío en que levante un dedo contra su primogénito -dijo Irulan. Miró a las cartas. Hablaban de los poderosos dándoles la espalda a los suplicantes. La carta del Gran Gusano yacía junto a la de las Arenas Desoladas. Aconsejaban paciencia. żTenía una que recurrir al tarot para ver esto?, se dijo a si misma.
Un guardia permanecía de pie en el exterior, observándolas a través de una ventanilla de metaglass en la puerta. Irulan sabía que había otros monitores registrando su encuentro. Había pensado y reflexionado largamente antes de decidirse a acudir allí. No haberlo hecho hubiera acarreado otros peligros.
La Reverenda Madre se había sumido en una meditación prajna, interrumpida tan sólo para examinar el tarot. Pese a que sabía que nunca abandonaría viva Arrakis, había conseguido mantener una cierta calma. Los poderes oraculares podían ser pequeÅ„os, pero el agua turbia no era más que agua turbia. Y siempre quedaba de todos modos la Letanía Contra el Miedo.
Tenía que asimilar aÅ›n la importancia de las acciones que la habían precipitado hasta aquella celda. Negras sospechas habían aflorado en su mente (y el tarot le había dado indicios que las confirmaban). żEra posible que la Cofradía hubiera planeado aquello?
Un Qizara vestido de amarillo, con un turbante en su afeitada cabeza, ojos como cuentas, totalmente azules, en un blando y redondeado rostro, piel curtida por el viento y el sol de Arrakis, la esperaba en el puente de recepción del crucero. La había mirado por encima de una cubeta de café de especia servida por un obsequioso camarero, estudiándola por un instante, y luego había dejado la cubeta de café.
żSois la Reverenda Madre Gaius Helen Mohiam?
Repitendo las palabras en su mente, vivió de nuevo aquella escena en sus recuerdos. Su garganta se constrińó en un incontrolado espasmo de miedo. żCómo había sabido aquel esbirro del Emperador de su presencia en el crucero?
Ha llegado hasta nosotros el hecho de que estábais a bordo -dijo el Qizara-. żHabéis olvidado que tenéis prohibido el poner el pie en el santo planeta?
No estoy en Arrakis -dijo ella-. Soy un pasajero de un crucero de la Cofradía que se halla en espacio libre.
No existe el espacio libre, Madame. -Podía leer en su tono el odio mezclado con una profunda sospecha-. Muad'dib reina en todas partes.
Arrakis no es mi destino -insistió ella.
Arrakis es el destino de todos -dijo él. Y ella temió por un momento que se lanzara a recitar el itinerario místico que seguían los peregrinos. (Aquella misma nave había transportado a cientos de ellos).
Pero el Qizara exhibió un amuleto dorado que llevaba bajo sus ropas, lo besó, tocó con él su frente y luego su oreja derecha, escuchó, y luego volvió a guardarlo en su lugar.
Se os ordena que recojáis vuestro equipaje y me acompaÅ„éis a Arrakis.
Ä„Pero tengo asuntos en otro lugar!
En aquel momento sospechó de la perfidia dé la Cofradía... o alguna otra maniobra resultado del extraordinario poder del Emperador o de su hermana. Quizá el Navegante no había consegÅ›ido ocultar la conspiración, después de todo. La abominación, Alia, poseía seguiamente las habilidades de una Reverenda Madre Bene Gesserit. żQué ocurría cuando esos poderes eran acoplados a las fuerzas que trabajaban en su hermano?
ĄInmediatamente! -restalló el Qizara.
Todo en ella gritaba en contra de poner de nuevo el pie en aquel maldito planeta desierto. Allí era donde Dama Jessica se había vuelto contra su Hermandad. Allí era donde habían perdido a Paul Atreides, el kwisatz haderach que era el producto final de largas generaciones de cuidadosa selección genética.
Inmediatamente -aceptó.
Hay poco tiempo -dijo el Qizara-. Cuando el Emperador ordena, todo el mundo obedece.
Ä„Así pues, la orden había salido del propio Paul!
Pensó en protestar ante el Navegante Capitán del crucero, pero la futilidad de tal acción la contuvo. żQué podía hacer la Cofradía?
El Emperador dijo que moriría si ponía de nuevo mi pie en Dune -observó, haciendo un Å›ltimo esfuerzo desesperado-. Vos mismo habéis hablado de ello. Estáis condenándome si me hacéis bajar allí.
No habléis más -ordenó el Qizara-. Todo está previsto.
Era así como se hablaba siempre de las órdenes imperiales, se dijo. Ä„Previsto! El jefe sagrado cuyos ojos podían penetrar el futuro había hablado. Lo que debía ser sería. żLo había visto o no?
Con la mórbida sensación de haber sido atrapada en la tela que ella misma había tejido, se volvió para obedecer.
Y la tela se había convertido en esta celda donde Irulan había acudido a visitarla. Observó que Irulan había envejecido un poco desde su reunión en Wallach IX. Nuevas líneas de finas arrugas habían aparecido en los ángulos de sus ojos. Bien... era el momento de ver si aquella Hermana de la Bene Gesserit podía obedecer sus votos.
He estado en apartamentos menos atrayentes -dijo-. żVienes de parte del Emperador? -y movió sus dedos en una aparentemente desordenada agitación.
Irulan leyó el mensaje contenido en los agitados dedos y respondió del mismo modo al tiempo que decía:
No... he venido tan pronto como he sabido que estábais aquí.
żNo se irritará contigo el Emperador? -preguntó la Reverenda Madre. Sus dedos se agitaron de nuevo: imperativamente, con urgencia, exigiendo.
Dejémosle que se irrite. Vos fuisteis mi preceptora en la Hermandad, al igual que fuisteis la preceptora de mi madre. żCree que puedo volveros la espalda como lo ha hecho él? -y los dedos de Irulan pidieron excusas, suplicaron.
La Reverenda Madre suspiró. Aparentemente, no era más que el suspiro de un prisionero lamentándose de su suerte, pero en realidad era una respuesta al comentario de Irulan. Era fÅ›til esperar que el precioso esquema genético del Emperador Atreides fuera preservado a través de aquel instrumento. Pese a su belleza, aquella Princesa era imperfecta. Tras aquella envoltura de atracción sexual vivía un ser retorcido que estaba más interesado en las palabras que en las acciones. Sin embargo, Irulan seguía siendo una Bene Gesserit, y la Hermandad se reservaba algunas técnicas para garantizarse el que los objetivos vitales fueran cumplidos incluso en los casos en que tuvieran que trabajar con los vectores más débiles.
Bajo la apariencia de una conversación banal acerca del burdo camastro, de la comida, la Reverenda Madre levantó su arsenal de persuasión y dió sus órdenes: debían ser exploradas las posibilidades de cruce hermano-hermana. (Irulan estuvo a punto de desfallecer al recibir el encargo).
Ä„Debo tener mi oportunidad! -suplicaron los dedos de Irulan.
Has tenido tu oportunidad -hizo notar la Reverenda Madre. Y fue explícita en sus instrucciones: żHabía manifestado alguna vez el Emperador irritación hacia su concubina? Sus poderes Å›nicos lo convertían en un hombre solitario. żCon quién podía hablar con la esperanza de ser comprendido? Obviamente con su hermana. Ella era tan solitaria como él mismo. Había que explorar la profundidad de su comunión. Había que crear oportunidades para que pudieran encontrarse en privado. Podían arreglarse encuentros íntimos. Había que explorar la posibilidad de eliminación de la concubina. El dolor disolvía las barreras tradicionales.
Irulan protestó. Si Chani moría, las sospechas recaerían inmediatamente en la Princesa Consorte. Además, había otros problemas. Chani estaba siguiendo una antigua dieta Fremen que se suponía favorecía la fertilidad, y la dieta eliminaba cualquier oportunidad de administrarle drogas contraceptivas. La eliminación de supresivos haría a Chani aÅ›n más fértil.
La Reverenda Madre se enfureció y luchó dificultosamente por controlarse mientras sus dedos seguían lanzando sus preguntas. żPor qué esa información no le había sido facilitada al inicio de su conversación? żCómo podía ser Irulan tan estÅ›pida? Ä„Si Chani concebía y daba a luz un hijo, el Emperador lo declararía inmediatamente su heredero!
Irulan protestó que conocía bien los peligros, pero que los genes no debían perderse totalmente.
Ä„Maldita estÅ›pida!, se encolerizó la Reverenda Madre. żQuién sabía qué supresiones y variaciones genéticas introduciría Chani a causa de su salvaje origen Fremen? Ä„La Hermandad debía poseer tan sólo la línea genética pura! Y un heredero renovaría las ambiciones de Paul, lanzándolo a nuevos esfuerzos en vista a consolidar su Imperio. La conspiración no podía permitir algo así.
Defensivamente, Irulan preguntó cómo podía ella impedir que Chani siguiera aquella dieta.
Pero la Reverenda Madre no estaba de humor para excusas. Irulan recibió instrucciones explícitas acerca de cómo afrontar aquella nueva amenaza. Si Chani concebía, habría que introducir un abortivo en su alimentación o en su bebida. De otro modo, habría que eliminarla. Un heredero al trono nacido de tal fuente debía ser evitado a toda costa.
Un abortivo podría ser tan peligroso como un ataque abierto a la concubina, objetó Irulan. Tembló ante el pensamiento de intentar matar a Chani.
żEl peligro iba a ser un freno para Irulan?, quiso saber la Reverenda Madre, con sus dedos moviéndose con profundo desprecio.
Furiosa, Irulan hizo notar que conocía cuál era su valía como agente en la casa real. żEstaba la conspiración dispuesta a prescindir de un agente tan valioso?
żIban a retirarla de su puesto? żDe qué otro modo pensaban proseguir su vigilancia sobre los actos del Emperador? żAcaso habían conseguido introducir otro agente en la casa? żEra esto? żIban a usarla de nuevo, desesperadamente y por Å›ltima vez?
En una guerra, todos los valores adquieren nuevos vínculos, respondió la Reverenda Madre. Su mayor peligro era que la Casa de los Atreides se afianzara con una prolongación de la dinastía Imperial. La Hermandad no podía correr tal riesgo. Aquello iría mucho más allá que el peligro de perder el esquema genético de los Atreides. Dejar a Paul afianzar su familia en el trono era dejar que la Hermandad sufriera una disrupción en sus programas a lo largo de innumerables siglos.
Irulan comprendía la argumentación, pero no podía evitar el pensar que había sido decidido sacrificar a la Princesa Consorte por algo de un valor superior. żHabía algo que debiera saber acerca del ghola?, aventuró.
La Reverenda Madre le preguntó si Irulan pensaba que la Hermandad estaba compuesta por estÅ›pidos. żCuándo se habían negado a revelarle a Irulan todo aquello que debía saber?
No era una respuesta, pero si la administración de una ocultación, comprendió Irulan. Decía claramente que no iba a saber más de lo que necesitaba conocer.
żPero cómo podían estar seguros de que el ghola era capaz de destruir al Emperador?, preguntó Irulan.
La Reverenda Madre respondió que del mismo modo podía preguntar si la melange era capaz de destruir.
Era un reproche con un sutil mensaje, se dio cuenta Irulan. El «latigazo que instruye Bene Gesserit le informaba que hacía tiempo que debería haber comprendido la similitud entre la especia y el ghola. La melange era valiosa, pero tenía también un precio... la adicción. AÅ„adía aÅ„os a la vida, décadas para algunos, pero no dejaba de ser por ello otra forma de morir.
El ghola era algo de un valor mortal.
El modo más obvio de impedir un nacimiento no deseado era matar a la presunta madre antes de la concepción, hizo notar la Reverenda Madre, volviendo al ataque.
Por supuesto, pensó Irulan. Si habéis decidido gastar una cierta suma, deseáis obtener el máximo provecho por ella.
Los ojos de la Reverenda Madre, oscuros con el brillo azul de su adicción a la melange, se clavaron en Irulan, midiendo, aguardando, observando.
Lee claramente en mí, se dijo Irulan con desaliento. Ella me entrenó y me observó mientras me entrenaba. Sabe que comprendo cuál es la decisión que ha sido tomada ahora. Tan sólo me observa para ver cómo acepto este conocimiento. Bien, lo aceptaré como una Bene Gesserit y como una princesa.
Consiguió sonreír, se irguió, pensando en el evocador pasaje de entrada de la Letanía contra el Miedo:
No conoceré el miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeÅ„a muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo...
Cuando la calma regresó a ella, pensó: Dejemos que me sacrifiquen. Les mostraré cuál es el valor de una princesa. Quizá les ofrezca más de lo que esperan.
Tras un poco más de vacía conversación oral para poner fin a la entrevista. Irulan se marchó.
Cuando hubo silencio, la Reverenda Madre volvió a las cartas del tarot, disponiéndolas segÅ›n el esquema del remolino del fuego. Inmediatamente, obtuvo el Kwisatz Haderach del Arcano Mayor, que se emparejó con el Ocho de Naves: la sibila cegada y traicionada. No eran cartas favorables: hablaban de recursos inesperados del enemigo.
Abandonó las cartas y se sentó, agitada, preguntándose si era posible que Irulan pudiera destruirlos aÅ›n.


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