capitulo38


CAPITULO 38

Ángela no tardó mucho en empacar. Muy pronto, con un vestido de viaje azul claro y una chaqueta adornada con brocado, esperaba la diligencia. Había otras personas esperando: hombres de trajes oscuros y sombreros en forma de hongos que resultaban cómicos y fuera de lugar en esa tierra apenas civilizada.

Cuando el hombre alto y de cabellos oscuros entró a la estación y se sentó a su lado, Ángela se puso de pie de inmediato. Sin embargo, él se levantó al mismo tiempo, la tomó del brazo y se acercó a ella.

- Si creyera que podría usted acostumbrarse a otro estilo de vida, la llevaría conmigo a México, a la tierra que recuperaré algún día y que fue robada a mi familia.

- ¡ Yo no iría con usted! - respondió, con firmeza.

- No dije que le pediría permiso - replicó el hombre, con la misma firmeza.

Antes de que la muchacha pudiese volver a hablar, le rodeó la cintura con los brazos. La muchacha intentó apartarse, pero él la sostuvo con fuerza. De pronto, ambos se sobresaltaron por la voz que provenía desde detrás de Ángela.

- ¿Acaso ahora regalas tus favores, Ángela?

- ¡Grant! - exclamó la muchacha, al volverse y ver los furiosos ojos verdes -. ¿Qué... haces aquí?

- Acabo de llegar en la diligencia. Pero tal vez tú preferirías que no lo hubiese hecho - dijo, mirando fría­mente al bandido.

- ¡No seas tan insolente! - le reprendió Ángela -. Este es... un amigo mío. Sólo estábamos despidiéndonos.

El bandido rió.

- Sí - dijo, y llevó la mano de Ángela a sus labios -. Espero que algún día volvamos a encontrarnos. Hasta entonces, adiós.

Se alejó con rapidez.

Angela se volvió hacia Grant, lista a escuchar el sermón que seguramente le daría. Se sorprendió al oírlo decir:

- Te he extrañado.

¿Qué podía responder?

- ¿Por eso viniste?

- No - dijo Grant, con voz sombría -. Jim McLaughlin fue a la hacienda en tu busca y me pidió que lo ayudara.

- ¿Para qué me busca?

Grant miró el suelo con expresión solemne.

- Tiene algunas cosas que discutir contigo. Ángela...Jacob Maitland ha muerto.

Ayudó a la apenada joven a salir de la estación. En su aflicción, ninguno de los dos vio al hombre que, en un rincón, se ocultaba tras un periódico. Acababa de llegar, pero Ángela no lo había visto.

Los ojos de Billy Anderson brillaban. ¡Lo había logrado! Había seguido a Jim McLaughlin desde Mobile, pues sabía que el abogado estaba relacionado con Ángela y estaba seguro de que lo llevaría hasta ella. No era el momento apropiado para lo que tenía en mente, pero Billy tenía mucha paciencia. Después de años de espera, no le importaba un poco más.

Una hora más tarde, Ángela y Jim McLaughlin se hallaban en una pequeña oficina del banco. Él le leía un largo documento. La muchacha intentaba escuchar, pero no lograba asimilar las palabras. Estaba muy quieta, sentada en una silla de respaldo duro, con la mirada fija en el papel que Jim tenía en las manos. Sin embargo, veía a Jacob, sentado en su estudio, con los ojos alegres al verla llegar para a ayudarlo con los libros. Ya Jacob en el comedor. Jacob, con su cabello ligeramente cano, inclinándose para susurrarle algo al oído. Jacob.

¿Jacob, muerto? No, aún debía de estar en Golden Oaks, dando órdenes. Jacob era demasiado real para estar muerto. Entonces, ¿por qué estaba allí Jim McLaughlin, leyendo su testamento?

- ¿Comprendiste todo lo que he leído, Ángela? - pre­guntó Jim McLaughlin en tono amable.

- ¿Qué?

La muchacha levantó la vista, sin expresión alguna en los ojos.

- Entiendo que esto ha sido un gran golpe para ti, Ángela - dijo Jim -. Déjame resumirlo. Recibirás doce mil dólares por año que podrás retirar de cualquier banco. Hay dos residencias que te pertenecen con exclusividad: una cómoda casa en Massachusetts y una pequeña propiedad en Inglaterra. Aparte de éstas, puedes utilizar cualquiera de las residencias de la familia cuando gustes. Si alguien se rehusara a darte la bienvenida (supongo que esto se refiere a Bradford, ya que él es ahora el dueño de estas propiedades), será desheredado. Esta es una cláusula muy severa, pero Jacob insistió en ella. Además de todo eso, ahora eres dueña de la mitad de la hacienda JB; la otra mitad pertenece a Bradford. La hacienda es muy grande, tiene miles de hectáreas y, según creo, la están restaurando. Una vez que comience a producir, serás una mujer muy rica, aún más de lo que ya eres.

Ángela lo escuchaba, atónita. Jacob había demostrado una extraordinaria generosidad. Ya no tendría que preocu­parse por el dinero.

- Si aceptas un consejo, Ángela, podría ser una buena idea retirarte por un tiempo a la hacienda. Grant Marlowe regresará allá, de modo que él puede acompañarte. Eso te dará tiempo para recobrarte de la muerte de Jacob y para decidir qué quieres hacer. Las posibilidades son limitadas. Una de ellas es viajar, y ni siquiera tendrás que hospedarte en hoteles puesto que los Maitland tienen propiedades por todo el mundo.

- Sí, bueno, tal vez vaya a la hacienda por un tiempo - respondió Ángela.

Ya no tendría que recorrer esa tierra agreste en busca de su madre. Podía contratar a alguien para que lo hiciera en su lugar.

- ¿Has comprendido todo? - preguntó Jim.

- Sí.

- Bien. Entonces no me queda nada por hacer excepto darte una copia del testamento y esta carta de Jacob -dijo Jim, al tiempo que le entregaba los artículos.

Ángela no se sorprendió al recibir la carta, pues la esperaba; al menos, esperaba algo similar. Sabía lo que diría: Jacob le explicaría que era su padre y cómo había ocurrido todo. Al sostener la carta, sintió de pronto la presencia de Jacob. Intentó quitarse esa sensación, pues sabía que era absurdo. Jim McLaughlin abandonó la habi­tación en silencio mientras la muchacha abría el sobre.

" Mi querida Ángela:

Cuando leas esta carta yo estaré muerto, y espero de corazón que no sufras por mí. Tú fuiste una bendición para mis últimos años, la hija que siempre quise tener, y no podría soportarlo si te provo­cara desdicha.

Esa es una de las razones por las cuales no. pude resignarme a hablarte de tu madre. Lamento tener que decirte ahora que ella está muerta y sepultada en mi hacienda de Texas."

Ángela permaneció inmóvil, con la carta en la mano. No se movió por largo rato.

Su madre estaba muerta, y Jacob lo había sabido todo el tiempo. Echó a llorar. Lloró mucho por su madre y luego, finalmente, lloró por Jacob.

Al fin, continuó leyendo.

"Me culpo a mí mismo por su muerte. Fue tan trágica... y ella era muy joven.

Verás, yo amaba a tu madre con toda mi alma, y ella me amaba a mí. Pero descubrimos nuestro amor demasiado tarde, cuando yo ya estaba casado y tenía hijos a quienes cuidar.

Habría abandonado a mi esposa, pero Charissa no me lo permitió. Habría preferido conver­tirse en mi amante, pero yo la respetaba demasiado para permitir eso. Ahora me arrepiento de mi decisión, porque discutimos al respecto y Charissa juró que se marcharía y se casaría con el primer hombre que se lo pidiese.

Tu madre era una mujer obstinada e hizo exactamente lo que había prometido. Desesperado, intenté hallarla cuando se marchó de Massachusetts, pero no lo logré hasta un año después. Para entonces, estaba casada con tu padre y te esperaba a ti. Enton­ces compré Golden Oaks porque, a pesar de que ambos estábamos casados, no podía soportar estar lejos de ella.

Más tarde, cuando tú cumpliste un año, tuve que ir a mi hacienda de Texas. Bradford estaba allí y yo quería que viniese a casa. Tu madre me rogó que la llevase conmigo. No soportaba estar casada con un hombre a quien apenas conocía y la vida en la granja era muy diferente de lo que ella había conocido. Mi mayor error fue rehusarme a llevar a Charissa conmigo a Texas. Sin embargo, en esos años el oeste no era lugar para una mujer, especialmente para una mujer con la educación de tu madre.

Créeme, Ángela, que jamás imaginé que ella me seguiría. Vino al oeste sin compañía, en un tren que fue atacado por los indios. Fue herida en el ataque y murió al llegar a mi hacienda.

Su último deseo fue que yo te cuidara, aunque lo habría hecho sin que me lo pidiera.

Perdóname, Ángela, por no haberte dicho esto antes. No podía resignarme a contártelo. Temía que me culparas por la muerte de tu madre, como yo me culpo.

Mi sueño más preciado siempre ha sido que tú te cases con mi hijo mayor. He visto que lo amas y que él te ama a ti. Ustedes dos tendrán la vida que nos fue negada a Charissa ya mí.

Te pareces mucho a tu madre, Ángela.

Ella vive en ti. Sé feliz, querida, y no sufras por nosotros. Si existe el paraíso, yo ya estoy allí con tu madre.

Con profundo amor, Jacob."

Ángela leyó la carta una y otra vez. Después de todo, no era la hija de Jacob. ¡ No era la media hermana de Bradford! Pero, ¿y la carta que Crystal había utilizado para provocar a Bradford? ¿Acaso la habría inventado? ¡Claro que sí! Crystal habría hecho cualquier cosa para recuperar a Bradford o para herir a Ángela.

Sin embargo, Bradford sí había estado comprome­tido con Candise mientras le declaraba su amor. ¡ Qué bastardo era en realidad!

En ese momento, Jim McLaughlin llamó a la puerta y asomó la cabeza.

- ¿ Estás lista para partir, Ángela?

Ángela y Jim salieron de la pequeña oficina y se encontraron con Grant en el hotel. Los tres compartieron una cena temprana y partieron a la mañana siguiente. Jim viajó con ellos hasta Dallas y los dejó allí para regresar a Nueva York.

Ángela no había querido preguntarle por Bradford y Candise. No deseaba saber si ya estaban casados. Se sintió aliviada al saber que Bradford había regresado a Nueva York y que se había sumergido en los negocios. Estaba segura de que él no iría a la hacienda de Texas, de modo que ella no tendría prisa en dejarla.

La hacienda JB quedaba a menos de veinte kilómetros de Dallas. Ángela y Grant recorrieron en una pequeña carreta las tierras áridas, la llana pradera salpicada apenas por colinas bajas y escasos árboles. La hacienda era exacta­mente como la había descrito Bradford, aunque estaba bastante deteriorada. Además de la larga casa principal de una sola planta, había un gran establo y, a su izquierda, los corrales. Frente al establo había una barraca. J unto a la casa, había algunos árboles grandes y viejos y, a la derecha, un terreno donde alguna vez había existido un jardín.

Grant se disculpó por el aspecto del lugar y le explicó que sólo había tenido tiempo de contratar algunos hombres. la mayoría de los cuales se hallaban reuniendo el ganado. Dos hombres estaban reparando el corral y el establo. La casa necesitaba mucha dedicación. Había ventanas rotas, la pintura estaba descascarada y un trozo de la baran­da del porche estaba tendido en el polvo. Ángela vio todo eso desde afuera, y se estremeció al pensar cómo estaría el interior. Se necesitaría mucho trabajo. Aunque, por otra parte, ella tendría tiempo de sobra para hacerlo. Además, ahora podría ocuparse en algo útil, tendría trabajo que disfrutaría hacer y que evitaría que pensara tanto.

Billy Anderson, oculto tras una colina cercana, hizo girar a su caballo: Había visto a Ángela entrar a la casa con el hombre robusto. Ahora sabía dónde encontrarla. Regre­só a la ciudad, seguro de que ya no tendría que esperar mucho tiempo más. Ahora, su único obstáculo sería Grant.



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