DEVOTION KSutcliffe


DEVOTION

CATHERINE SUTCLIFFE

CAPITULO 1

Mary Ashton llamó a la puerta. Con la garganta cerrada, se preparó para afrontar las iras paternas. Con angustia lamentó haber respondido al anuncio, pero la desesperación empujaba a veces a cometer insensateces. La penitencia que su padre le imponía cuando la castigaba no era nada comparada con las represalias que la aguardaban. El pastor Ashton hubiera calificado su iniciativa de “inaceptable e inconveniente”.

Una vez en el salón, tomo de su bolsillo el artículo arrugado que había cortado seis semanas antes del London Times: “ Se busca cuidador de enfermos, preferiblemente hombre. Yorkshire. Se requiere instrucción, fuerza física y buena salud. Honorarios según experiencia. Enviar respuesta a ...”

Mary se acercó a la ventana. Hacia un tiempo sombrío. En la otra punta del pueblo, el tejado de pizarra de su casa, emergía de la bruma. Comparada con las modestas casas cubiertas de paja que la rodeaban, la vivienda del pastor Ashton parecía opulenta. Los donativos exorbitantes que hacían los fieles, contribuían enormemente a que así fuera. El pueblo en si mismo era de los más rústicos. La hierba surgía entre el pavimento. En los árboles desnudos, los cuervos parecían dormidos. Reinaba una calma de muerte, consecuencia directa de los avisos constantes del hombre de iglesia contra el pecado de frivolidad, al cual asociaba el buen humor. Como para intensificar ese aspecto lúgubre, una niebla blanquecina y helada se cernía ese día sobre el pequeño pueblo habitualmente resguardado gracias a su posición en la cima de una colina.

¡ Lo prohíbo!- Ladró de pronto la voz del pastor en la habitación vecina.

Mary se sobresaltó, con un repentino deseo de huir. ¿Pero donde? No había remedio, debería enfrentar la cólera de su padre. Se armó de valor, como llevaba haciendo desde su niñez, cuando comprendió que soportar los castigos era menos penoso que esperarlos angustiada.

Se dio cuenta entonces que oía otras voces en la habitación, la de un hombre, la de una mujer, pero no la de su madre, a quien imaginaba sin ningún esfuerzo encogida en un rincón, volviendo su rostro pálido y triste para esconder su vergüenza y su miedo. Mary temía sobre todo que su insumisión agravara la desdicha de su madre.

Caroline Ashton, no terminaba nunca de oír a su marido reprocharle su belleza insolente, que había transmitido a su hija, encomendándola así a Satán. Ya que era así como el reverendo veía su matrimonio con Caroline, un matrimonio fundado, no sobre el amor ( el no amaba más que a Dios y la posición que ocupaba en el seno de su iglesia) sino sobre la conveniencia, un castigo por haber sucumbido a la sensualidad y los atractivos de la joven.

Por supuesto, su padre atribuía a Mary el mismo carácter rebelde. Como su madre, no cesaba de desafiar su autoridad, obligándole a castigarla, como castigaba a Caroline antes de lograr someterla totalmente.

Mary cerró los ojos. ¡ señor, quien habría pensado que un día una ilustre duquesa se dignaría a ir a casa del pastor para conocer a su hija ¡ Cuando respondió al anuncio, no había medido las posibles consecuencias de sus actos...

Dos razones la habían empujado a correr el riesgo. Un deseo de experimentar las delicias de la vida lejos del pueblo como se las había descrito una de sus amigas recién casada, y sobre todo la necesidad de alejarse de cierto joven antes de que este se enamorar de ella, de ese “fruto del diablo” como la llamaba su padre. Detrás de esta justificación se escondía otra menos desinteresada: no quería una unión que acabaría siendo parecida a la de su madre, una madre a la cual esperaba, al menos en parte, proteger con su partida de las iras paternas.

Mary secó sus manos húmedas en su falda negra. Olvidando por un instante que la vanidad era un pecado, soñó con placer en los vestidos de colores que llevaría, en lugar de estos tan lúgubres que su padre le imponía. Su hermano Paúl había prometido regalarle uno del mismo color azul de sus ojos, semejante a esos que llevaban las mujeres que veían a veces en los lujosos carruajes que atravesaban el pueblo.

“Azul como el cielo de primavera- había dicho- para resaltar tu belleza hasta quitar el aliento”

Mary no se veía particularmente bonita, con su piel pálida y sus cabellos de un rubio casi blanco escondidos por lo general bajo una pequeña cofia de encaje blanco. En cuanto a su inteligencia, eso era un atributo que siempre le habían negado, y si sabía leer y escribir, se lo debía a Paúl para quien la enseñanza era una verdadera vocación. No como para el pastor, quien llenaba a los niños del pueblo de citas e las Sagradas Escrituras para evitarles caer en las herejías de la literatura contemporánea o a las perniciosas enseñanzas de los filósofos, su hermano enseñaba para enriquecer el espíritu, el alma y el corazón abriendo las puertas de un saber por medio del cual serían libres de progresar a voluntad.

Su padre abrió la puerta de repente, verdadera encarnación de la furia, los puños cerrados, la mirada llameante, cu rostro arrugado crispado por la cólera. Mary tuvo de repente dificultad para respirar.

¡Arrastrada! Dijo el pastor con voz sorda, contenida, la misma que reservaba a los pecadores a los que condenaba sin piedad a la condenación eterna.

Después cerró con cuidado la puerta, empujando a su hija contra la pared forrada de caoba.

-Se acabaron vuestras intimidaciones-lanzó ella sin mucha convicción frente a esa autoridad que siempre le había sido impuesta- Ya no soy una niña, sino una mujer, y si deseo irme...

-Eres malvada hasta la médula, ¡pecadora de corazón lleno de hiel! ¡Jamás olvidaré esta humillación a la que me has sometido hoy!

Mary se encogió, sabiendo que no tenia salida. La puerta y la ventana estaban lejos de su alcance. De todos modos, huir ahora sólo serviría para atizar la cólera de su padre, el cual la habría descargado sobre la pobre Caroline.

Forzándose a levantar el mentón, sostuvo la mirada de su padre con tanto desafío que este enrojeció lentamente.

-No os voy a permitir que me sigáis torturando por más tiempo padre. Me voy y en cuanto pueda, volveré para liberar a mamá de vuestras garras.

-¡Insolente! ¡Hija del diablo! ¡Emisaria del demonio!

Su mirada de acero la taladraba, se acercó a ella y silbó entre dientes:

-¡Víbora... criatura infame cuya única misión es inducir al hombre a la lujuria con el fin de alejarle del bien y de las leyes divinas!

-No me quebrareis como lo habéis hecho con mi madre- respondió ella sin mirarle.

-¡Ramera!

-No me robareis ni mi juventud ni mi alma...

-¡Demonio!

-No sois más que un ser perverso e hipócrita. Si pudiera haría que os expulsaran de la Iglesia y revelaría a esos parroquianos que tanto os temen la clase de hombre que sois en realidad.

-¡Silencio!

-Les explicaría que no tenéis derecho a sacarles dinero y que los milagros que creen compraros pagando con tanta generosidad no son más que engaños de un individuo sin escrúpulos, ávido de riquezas, de poder y de honores, que no sueña en otra cosa que convertirse en obispo.

-¡Blasfemias!

-Como ya os he dicho, pronto me llevaré a mamá lejos de vuestra crueldad y de vuestros abusos, para que ella al menos no acabe del mismo modo que Paul...

-¡No te atrevas a pronunciar delante de mi ese nombre indigno!

-¡Está muerto por vuestra culpa! ¡Vos habéis matado a mi hermano!

-¡Mentirosa infame!

-Habéis incitado a ese hombre innoble a levantar la mano sobre vuestro propio hijo. Por vuestra culpa pasó los dos últimos años de su vida con los sufrimientos más atroces...

-“Mía es la justicia” dice el Señor

-...y a pesar de todo, no dejó de amaros todo el tiempo que estuvo ahí tendido, muriendo poco a poco. Su último suspiro fue para vos, para implorar vuestro perdón.

-Sólo Dios juzgará.

-Era vuestro hijo, vuestra carne y vuestra sangre, y le volvisteis la espalda porque se enamoró de una mujer...

-¡Una prostituta! ¡Una adúltera! Marcarla al rojo y expulsarla del pueblo fue un castigo muy suave. ¡Tendría que haberla quemado viva!

-Vuestra crueldad no conoce limites. Pero yo escaparé de vos y salvaré a mi madre, cueste lo que cueste.

El pastor levantó la mano para golpearla cuando James Thackley, el secretario personal de la duquesa, abrió la puerta, Era un hombre alto, de pelo blanco, con gafas de montura de acero y vestido elegantemente. Su expresión se paralizó cuando vio al hombre de Dios en una postura tan belicosa delante de su llorosa hija, acurrucada contra la pared. Después se recobró y volvió a sonreír sin ganas, deseando tranquilizar a Mary.

Con una última mirada elocuente hacia su padre, esta se apresuró a entrar en la habitación donde la esperaban la duquesa viuda de Salterdon y un hombre pequeño y calvo, Ethan Edgecumbe, su médico.

Mary se inclinó ante la anciana con una torpe reverencia. La frágil octogenaria con los dedos cubiertos de anillos, exhibía una severidad capaz de asustar a cualquier mujer de la edad de Mary, que acababa de cumplir 19 años, y le gustaba jugar con ese poder. A pesar de todo, la joven, la miró directamente a los ojos con lo que su padre hubiera calificado de “actitud demoníaca”.

-De modo que ya estáis aquí-dijo la duquesa con una vos sorprendentemente fuerte y con la carta de la solicitud de Mary en la mano-Dígame señorita Ashton, porque ha respondido usted al anuncio en el cual precisaba mi preferencia por un hombre?

-Mary se aclaró la voz esforzándose sin éxito en no mirar a su madre, encogida sobre si misma en un rincón de la estancia sobre un taburete, con los ojos sin vida proclamando su sufrimiento. Tenia dificultad para recordar a la Caroline de otros tiempos, bella, fogosa y llena de vida, a la cual todos los solteros del pueblo cortejaban sin descanso. Al final, el pastor consiguió conquistarla seduciéndola con la grandeza de su misión en la cual ella tendría una parte. Así Caroline malvendió su juventud, su belleza y sus sueños de juventud. Las desilusiones, la emociones erradicadas sin piedad, la desesperación habían acabado rápidamente con su frescura y su alegría, y hoy en día sólo era una sombra de sí misma. En su rostro devastado, no brillaba ninguna luz desde hacía mucho tiempo.

-¿Señorita Ashton?-la apremió la duquesa.

-Cuadrando los hombros, Mary enfrentó la mirada gris que se clavaba en ella.

-No creo que el hecho de ser una mujer sea una molestia, si se reúnen el resto de los requisitos.

-¿Así que usted cree poseerlos señorita Ashton? Por si lo ha olvidado, le recuerdo que necesito una persona sólida y fuerte tanto física como mentalmente. Su trabajo, si decido contratarla, podría convertirse en una prueba.

Esta declaración pareció despertar en la anciana algún dolor secreto; su labio inferior tembló imperceptiblemente, pero rápidamente se dominó y miró a Mary.

-Es usted casi una niña. ¿qué le hace pensar que es usted lo bastante madura para ocuparse de un enfermo?

-Mi hermano lo estaba-confesó la joven con una voz cuya profundidad y desesperación se manifestaron a pesar suyo. Un salvaje inhumano le había dado una paliza rompiéndole por dos o tres sitios. Durante dos años, estuve cerca de el noche y día, alimentándole, vistiéndole y ocupándome de su aseo. También le leía y me esforzaba por levantarle la moral. Estaba totalmente paralizado, pero se mantuvo lúcido e inteligente hasta el final, no murió como consecuencia de su accidente sino de una pena de amor que le rompió el corazón.

Un silencio total reinaba en la estancia, brevemente turbado por un sollozo ahogado de Caroline.

-Y gracias a mi hermano sé leer señora duquesa-dijo Mary.

Una ligera sonrisa se dibujó en sus labios.

-También me enseño a escribir, a contar y sé también ocuparme de los niños.

-Lo que más me importa es su aptitud para hacerse cargo totalmente de un inválido señorita Ashton.

-¡No lo permitiré!-tronó el pastor, con los puños cerrados, su color gris volviéndose violáceo. Mi hija no aparecerá en el mundo del pecado y de la corrupción. Mírela Vuestra Gracia. No es más que un objeto de tentación, un alma perdida, donde el vicio ha hecho ya su nido. No tardareis en daros cuenta y...

-Me dirijo a su hija-cortó la duquesa observando aún a Mary-Ciertamente es usted muy joven y muy bella, y, aparentemente, no ha tenido usted ninguna experiencia en el mundo. Su deseo de obtener el puesto ¿no estará motivado más por las ganas de escapar a esta...situación que por un interés real?

Mary no supo que decir, ya que la pregunta no carecía de fundamento. Su candidatura no era en absoluto filantrópica.

Con un gesto resignado, la anciana entregó la carta a su secretario. Después de levantarse torpemente, ayudada por su médico, se quedo inmóvil un instante, buscando nerviosamente en los pliegues de su falda de terciopelo. Después sus ojos cortantes como el silex volvieron sobre la joven.

-La espero en Thorn Rose al final de la semana. El señor Thackley se encargará de tomar todas las necesidades.

-Os pido perdón, Vuestra Gracia-balbució Mary, sorprendida por esta respuesta.-¿os he entendido bien?¿Me ofrecéis el puesto?

-Parece que sí.

Anticipando el estallido del pastor, la duquesa se volvió hacia él.

-En cuanto a usted, me gustaría hablarle en privado.

Loca de alegría, Mary se precipitó hacia la puerta en cuanto los demás se hubieron retirado, pero la mano de su madre la paró en seco con una firmeza sorprendente. Sus ojos y su cara estaban pálidos reflejando la desesperación y el terror.

-¿Vas a dejarme?-preguntó Caroline-¿Vas a abandonarme aquí, sola con él? ¡Dios mío! ¡Primero Paul y ahora tú! ¿Qué va a ser de mí?

Mary se desprendió bruscamente y se precipitó fuera sin mirar atrás. Corrió hasta perder el aliento hasta la tumba de su hermano y se dejó caer sobre la lápida helada, esforzándose en olvidar el rostro suplicante de su madre, sus quejas, sus lágrimas.

Una voz dulce surgió repentinamente de la niebla

-¿Mary?

Levantando la cabeza, reconoció inmediatamente a quien se acercaba a ella, su cuello blanco de sacerdote sobresaliendo en el día gris.

-¡Vete!-gritó asustada-Mi padre puede venir a buscarme. Sabes bien que no será de ningún modo indulgente con un hombre de Iglesia comprometiéndose con el alma perdida que soy.

-Mary-repitió John Rees posando una rodilla en tierra cerca de la joven.

Aprisionando su cara entre sus largas y finas manos, la contempló intensamente.

-Dime que lo que he oído no es verdad. ¿Tienes intención de partir? ¿De aceptar el ofrecimiento de la duquesa?

-Tengo la firme intención de hacerlo. Me voy John, y nadie me retendrá, ni tú, ni mi madre. Volveré cuando tenga los medios para arrancarla de las garras de mi padre.

-Si es esa la razón de tu marcha, cásate conmigo, Mary. Acogeremos a tu madre con nosotros. ¡Te lo suplico! He enviado ya al arzobispo mi solicitud de traslado...

-No, mi padre se vengaría en ti, y yo no soportaría que te hiciera sufrir.

La cogió en sus brazos y presionó sus labios en su frente, acariciando sus largos cabellos.

-Quiero hablarle de mis proyectos.

-¡No!

-Nos daría su bendición, Mary, estoy seguro.

-Haría todo lo posible para que os echaran de la Iglesia, John, eso es lo único que ganarías.

Se apartó bruscamente de el, haciendo ondular sus bucles que caían en cascada sobre sus hombros.

-¿Me amas realmente John Rees?

-Sí. Te amo desde el primer día que te vi. No eras más que una niña y yo...Mi pasión por Dios se encontró en competencia con la que tú me inspirabas. Sé la manera en tu padre os trata a tu madre y a ti. Le he visto volverle la espalda a su propio hijo, pero...

-No has hecho hasta ahora nada para detenerle, porque, como todo el mundo, le temes. Y no harás nada que pueda poner en peligro tu avance dentro de la Iglesia. Si llega a ser obispo, su parroquia será tuya. ¡Buena promoción! ¿Sabes John? ¡ Los puntos comunes que descubro que tienes con mi padre no dejan de inquietarme!

-¿Qué debo hacer para convencerte de que te amo más que a nada en...

-¡No más que a Dios en todo caso! ¿Has olvidado los sermones de mi padre? ¿No has entendido que todo aquel que ama a sus padres, sus hermanos o su mujer mas que a Nuestro Señor no merece el paraíso?

Por un instante John no supo que decir. Perdiendo la compostura, se puso a toquetear nerviosamente los pliegues de su sotana frunciendo las cejas.

Pero enseguida Mary se acercó a él.

-Bésame-murmuró-Y no en la frente como a una niña John. En los labios por favor. Tengo 19 años y todavía no me ha besado nunca un hombre. Ni siquiera tú. Todos en el pueblo están aterrorizados por las represalias si mi padre lo descubre. Para ti John es algo diferente. Aunque tu cuerpo haga la prueba, tu corazón le pertenece a Dios.

El se volvió bajando los ojos.

-¿Me volverás la espalda del mismo modo en nuestra noche de bodas?-le preguntó ella cogiéndole la mano.

John se sobresaltó y después la miró, mientras ella apretaba su mano sobre la curva de sus senos.

-¿Esto no forma parte del amor John?-preguntó ella sonriendo-¿Dar su cuerpo al otro al tiempo que su alma?

Visiblemente conmocionado, el joven retiró su mano.

-¡Ten piedad de nosotros Señor!-rogó temblando, escondiendo su cara en las manos para no ver a la joven.

Mary le apartó con un suspiro de derrota. El viento de la desolación la congeló poco a poco, apagando el fuego que la mano de John había encendido brevemente en ella.

-No podría nunca casarme contigo-declaró sin poder contener las lágrimas.-Mi padre pude que tenga razón al final. Concebida en la lujuria, estoy destinada a una vida licenciosa. Jamás seré la esposa que te hace falta John... igual que tu no podrás ser nunca el marido con el que sueño.

CAPITULO 2

1805 mansión de Thorn Rose

Haworth, Yorkshire, Inglaterra

Mary se esforzó por olvidar la consternación de la gente de Haworth cuando les anunció que era la nueva enfermera de pequeño hijo de la duquesa de Salterdon. Sin duda la compasión que creyó ver en sus ojos solo era un efecto de su imaginación, particularmente desarrollada, si había que creer a su padre, quien le había reprochado muchas veces el vivir en sus sueños, un mundo quimérico seguramente inspirado por Satán. Le predijo además que acabaría por ser una prisionera de ese infierno.

El único infierno que había conocido era la casa de vicario que resonaba todavía con los ecos de los sermones dominicales tan odiosos como amenazantes.

Pasado Haworth, el camino continuaba hasta un valle, al fondo del cual se levantaba una imponente mansión, sorprendentemente luminosa bajo el cielo invernal que empezaba a oscurecerse por el crepúsculo. Era una visión encantadora, reunía distintos estilos arquitectónicos, con sus techos exageradamente pendiente y sus torres octogonales coronadas de falsos campanarios que llenaban el horizonte con sus puntas afiladas. A pesar del viento helado, Mary se asomó a la ventana de la diligencia para contemplar con estupor e incredulidad esta casa irreal donde sin embargo iba a vivir.

No esperaba realmente ver un palacio tan suntuoso surgir en medio de las colinas grises que la rodeaban. Lagos artificiales brillaban, con puentes y jardines estilo Renacimiento. Las fachadas con filigrana de las torres y los cristales tintados reflejaban la luz del sol que se ocultaba en una sinfonía de azul verde y oro. Enfrentado a tal espectáculo, su padre habría lanado grandes alaridos proclamando que la opulencia los apetitos culpables de aquellos a quienes el infierno aguardaba con avidez.

Mary comprendía ahora porque la mirada de la duquesa se había aclarado cuando recordó la mansión. En revancha, la sombra que había pasado por su rostro en el momento en que mencionó al joven que vivía en ese paraíso seguía siendo un enigma. Solo la había prevenido que podía mostrarse obstinado, colérico y agresivo de vez en cuando. Un ser con falta de comprensión y de ternura, tradujo Mary, preguntándose si estaría a la altura.

Por supuesto que lo estaré-se repitió como para auto convencerse. Vendería su alma al diablo antes que volver a casa de su pare, y su cuerpo también, si eso podía procurarle el dinero que le hacía falta para arrancar a su madre de sus garras antes de que fuera demasiado tarde.

El cochero la depositó junto a su pequeña maleta al pie de las escaleras de la mansión. En el momento de despedirse, murmuró algo que ella entendió solo a medias, algo como “fustigar” “como usted...se fueron casi antes de llegar”.

-Perdón... ¿Qué quiere usted decir?

Pero el hizo restallar su látigo y el coche se alejó cabeceando. Por un instante, Mary estuvo a punto de lanzarse detrás suyo pero se contuvo. ¡No iba a renunciar antes de haber comenzado!

Aunque...

Observando la mansión más de cerca, le pareció de súbito más impresionante, con sus muros tapizados de hiedra y sus ventanas sombrías, que parecían oscurecerse más según la luz declinaba.

Subió los escalones hasta la puerta y contempló por un momento la cabeza de león de cuero antes de decidirse a llamar.

No hubo respuesta.

Llamó de nuevo, más fuerte esta vez, lanzó una ojeada hacia las ventanas negras, acordándose de las historias terribles de castillos encantados que Paúl le contaba antaño. Se volvió, buscando con los ojos el vehículo, pero este había desaparecido desde hacia tiempo.

-¿Quién anda ahí?-lanzó de pronto una voz poco amable, desde el otro lado de la puerta.

-Un suspiro de alivio se le escapó a Mary quién sonrió ante su propia nerviosismo.

-Soy yo-gritó en respuesta-Vengo desde...

-¡Yo!-vociferó la mujer-¿y quién es yo si puede saberse?

-Mary Ashton

-No la conozco. No espero a ninguna Mary Ashton...

-Vengo de parte de Su Gracia, la duquesa de..

-Caramba, ya sé quien es la duquesa...¿Me toma usted por una retrasada?

-No me lo permitiría-respondió Mary-esforzándose por no ceder a la impaciencia a pesar del frió que le entumecía los pies y las manos.

-Si tuviera usted la amabilidad de abrir-añadió

-No tengo costumbre de abrir sin las instrucciones del ama de llaves.

-En ese caso llámela y se lo explicaré.

-No está aquí.

Dejando caer la maleta, Mary se forzó a mantener la calma. ¡La carta!- recordó-buscándola en su ridículo.

-¿Una carta de puño y letra de la duquesa la convencerá a usted?-susurró dirigiendo al león de la entrada una sonrisa temblorosa.

-Introdujo la misiva entre las fauces de cuero y esperó. Tras unos minutos de silencio la puerta se entreabrió, lo justo para permitirle entrever una larga nariz y dos pequeños ojos que la estudiaban con suspicacia.

La sonrisa de Mary se hizo más amplia.

-¿Por quien me toma usted?-gruño la criada.-Este trozo de papel no prueba nada.

Mary se preguntó de repente si la mujer sabría leer. Sintiendo que su coraje empezaba a flaquear, bloqueó la puerta con un pie y avanzó un poco.

-Imagine usted que estoy diciendo la verdad-dijo-¿Cómo reaccionara la duquesa cuando sepa que ha ignorado usted sus indicaciones?

-¡Adiós!-dijo la mujer antes de empujar a Mary y darle con la puerta en las narices, a punto de tirarla al suelo de espaldas.

Pero se volvió a abrir, del todo esta vez, revelando una silueta descarnada con un delantal de rayas y una cofia informe de la cual escapaban algunos mechones rubios.

-¿Y bien?-ladró-¿Qué espera usted?¿Una invitación en toda regla? ¡De se usted prisa caramba, me estoy helando! ¡Eso por no hablar de los ladrones del camino que saltarían a la menor oportunidad para introducirse aquí!

-Ladrones de...

Mary cogió su maleta y se metió en el vestíbulo, guiñando los ojos para tratar de distinguir algo en la oscuridad.

-Del camino. Ya no está uno seguro en su propia casa hoy en día-refunfuñó la mujer cerrando la puerta de un puntapié.

El ruido resonó por los numerosos corredores que partían desde la entrada.

Con los puños en las caderas, la criada evaluó a Mary con la mirada y dijo:

-Hace algunos días el mayordomo de Lord Middleton abrió la puerta a una joven que pretendía haber sido enviada por Lady Middleton. No había dado ni un paso dentro de la casa cuando una banda de delincuentes surgió detrás de ella. Encadenaron a todos los de la casa y robaron todo lo que pudieron. Lady Middleton tiene sofocos cada vez que se acuerda.

-¡Es horrible!-respondió Mary con aire ausente acariciando el revestimiento decorado y los querubines de caoba colocados en pequeñas hornacinas.

-¡Si, eso es lo menos que se puede decir! Desde entonces los sirvientes solo abren la puerta de servicio...

-Oh, yo no soy una criada-precisó Mary examinando un jarrón chino que acercó a la llama vacilante de una lámpara de aceite que estaba fijada a la pared. Soy la enfermera del pequeño Salterdon.

-¿El pequeño Salterdon?

La criada le cogió el jarrón y lo puso en su sitio.

-E nieto de la duquesa. Creo que esta enfermo, inválido me parece. Me gustaría verle inmediatamente.

-Como usted quiera-respondió su interlocutora con una extraña ironía.

Con lo cual precedió a la joven por la escalera, no sin antes empujarla, después subió ondulando exageradamente las caderas.

-¡Dice que le gustaría verle inmediatamente!¡Como si fuera la duquesa en persona!

¡Pronto me pedirá que le deshaga las maletas y le planche la ropa interior! ¡Como si tuviera tiempo con todo lo que tengo que hacer...!

Mary se sorprendió. Había esperado un personal con estilo, un mayordomo cortés que la hubiera acogido con educación.

Vagamente inquieta, siguió a la desagradable criatura, arrastrando penosamente su equipaje. Entrevió solo algunas galerías oscuras, escaleras en arco, paredes forradas hasta el techo. Sin duda la mansión seria más acogedora a la luz del día.

-No creí que el viaje desde Huddersfield llevaría dos días-dijo deseosa de entablar conversación. Solo paramos para comer rápidamente en una taberna al pasar Lancashire.¡Confieso que me muero de hambre! ¿es muy tarde para el té?

Le respondió el silencio.

-Es la primera vez que dejo mi casa y mi familia-recomenzó sin descorazonarse-¿usted trabaja desde hace mucho en Thorn Rose?

Más mutismo.

Mary frunció el ceño

El pasillo era frió y húmedo, la atmósfera siniestra a pesar de la suntuosa decoración. No era el entorno ideal para un enfermo.¡No era de extrañar que fuera difícil!”No hay alegría sin luz y no hay vida sin alegría” le gustaba decir a Paúl con su sonrisa luminosa.

Las dos mujeres llegaron por fin a una habitación minúscula y sombría, en lo alto de los cuatro tramos de la escalera que llevaba a la zona de los sirvientes, compuesta por idénticos y reducidos compartimentos. Apenas había sitio para moverse y la única claridad la proporcionaba un rayo de sol del ocaso filtrándose entre las cortinas echadas. Encendiendo la vela de la cual se había provisto, la criada se volvió hacia Mary con una mirada suspicaz y reprobadora.

-Me pregunto porque la duquesa ha elegido a alguien como usted para ocuparse de el-gruñó-¡Esta perdiendo la cabeza palabra de honor!-dijo tocándose la sien con un dedo antes de mirar nuevamente a Mary sacudiendo la cabeza.

-Ha contratado a hombres mil veces más fuertes que usted, y el que más aguanto lo hizo durante dos semanas. Todos juraron que helaría en el infierno antes de quedarse un solo día más con tal monstruo.

-¿Cómo puede usted decir tales barbaridades? No hay una sola alma perdida que uno no pueda encontrar con un poco de paciencia y gentileza.

Las cejas de la mujer se alzaron lentamente.

-Se ve que aún no le conocéis. No pasa nada, le veris demasiado pronto creedme.

Ganando la puerta añadió:

-Si yo fuera usted me encerraría con llave. Las noches no son seguras aquí. No hace ni un mes la vizcondesa Crenshaw fue despertada en plena noche por una manos que la manoseaban bajo la camisa y no eran las del vizconde por supuesto...sino las de un hombre enmascarado e incluso de varios. La violaron durante dos horas bajo los ojos de su pobre marido. Se fueron con todo su guardarropa. Dos días más tarde encontraron una de sus camisas colgada en la vieja horca, en Nigel Holow.

-Y digo yo-continuó después de una pausa-este pasillo de ahí esta reservado a las mujeres. Enfrente está el de los hombres. Toda escapada nocturna conlleva un despido inmediato, si sabe usted lo que quiero decir, pero viendo su aspecto, creo que si que lo sabe.

Resopló posando sobre Mary una mirada desaprobadora.

-Hay una sala de baño en el extremo de la planta-añadió-De momento es común pero Gertrude, el ama de llaves nos ha prometido que tendríamos pronto palanganas y jarras cada uno.

-¿Cuándo podré ver al duque?-preguntó Mary.

Pero la criada se alejaba ya por el oscuro corredor, dejándola en un silencio inquietante, lleno de bandidos y caballeros sin cabeza. Se apresuró a entrar en su habitación, donde se encerró con llave.

Aunque le costara admitirlo, se sentía un poco sobrepasada por los acontecimientos de los últimos cuatro días. Habiendo dejado por primera vez el pueblo en el que había vivido siempre, se encontraba de repente sumergida en un mundo totalmente extraño. Por primera vez en su vida, estaba totalmente sola. Sola pero libre. Libre del yugo paterno, de las vejaciones infligidas en nombre del señor. Debería estar exultante pero no lo estaba.

De momento estaba lejos de sentir la menor alegría. Sentada en el borde de la cama, contempló la pared de enfrente, demasiado cansada y hambrienta para poder imaginar como convertir ese lugar en algo menos austero. Desde luego el sebal canijo con las ramas desnudas al cual daba la ventana no era lo mejor para levantarle la moral.

A pesar de todo lo que ella había pasado, no pudo evitar evocar el único hogar que había conocido ya que le había dado algunas alegrías. Se preguntaba si había hecho bien en irse dejando detrás de ella un hombre que la amaba.

Querido John... Bueno...esta separación la ayudaría probablemente a saber lo que sentía realmente por el. Con un suspiro se levantó y abrió suavemente la puerta, preguntándose dónde podía estar el “monstruo” que habría hecho para merecer semejante reputación. Sabía solo que sus padres estaban muertos y que un accidente ocurrido hacía un año le había disminuido.¿Hasta que punto? Lo ignoraba. La duquesa había rehusado darle mayores detalles.

Mary se aventuró silenciosamente en el pasillo, después, dejando el piso de los criados, recorrió en sentido inverso el camino que acababa de recorrer, abriendo sus grandes ojos sobre cada puerta que estaba abierta, deslumbrada por el lujo que reinaba en todas partes: paredes cubiertas de mármol y de espejos, candelabros de cristal, parquets de marquetería....

En el vestíbulo, los criados se afanaban encendiendo las lámparas y las incontables velas que habían bajado gracias a un torno. Centenares de llamas iluminaban ahora la gran escalera, los bajorrelieves, las tapicerías, los enormes jarrones chinos de los cuales salían palmeras. Continuando con su exploración, Mary se metió en un pasillo iluminado por bujías escondidas en pequeños nichos. Aquí las paredes no eran ya de mármol, ni forradas sino de piedra o de ladrillo.

Pronto le llegó un olor delicioso, recordándole que tenía hambre. Sin duda se acercaba a las cocinas. Oyó voces y notó un reconfortante calor. Descendió un pequeño tramo de escaleras, esperando obtener, no sólo algo de comida, sino también conversación para poner coto a la angustia que sentía crecer lentamente en ella. Llegó silenciosamente al final de la escalera, y se preparaba para entrar cuando quedó clavada en el sitio.

Sobre una larga mesa situada frente al hogar encendido, distinguió dos cuerpos desnudos, estrechamente entrelazados. Con el rostro transfigurado por una extraña mezcla de dolor y placer, el hombre tenia las manos metidas entre el pelo de una mujer que Mary reconoció enseguida como la criada que la había conducido a su habitación.

-¡Ven, Thaddeus, ven!- gemía ella colgándose de los hombros de su compañero-Date prisa antes de que alguien nos sorprenda.

-No vendrá nadie, Molly, -respondió el acentuando el movimiento de vaivén de sus caderas-¡Que bonita eres! ¡Y tus pechos...son magníficos!

Metiendo la cabeza entre sus senos, acarició con la lengua el objeto de su admiración, recreándose en un pezón que cogió en su boca.

-Mary tragó con dificultad, paralizada, mientras Molly anudaba sus piernas alrededor de la cintura del hombre volviendo la cabeza a un lado y otro con el mismo ritmo que él. A cada impulso de su pareja, con cada contracción de sus nalgas, sus pechos de alabastro temblaban.

-Oh, si...si...-gruño Molly con una especie de estertor mientras aceleraba el movimiento.

-¡Cielo santo!-se oyó murmurar Mary antes de poder impedirlo.

Levantando la cabeza, el hombre la miró fijamente con sus ojos oscuros. Ahora que tenía que desaparecer a toda velocidad, Mary no acertaba a hacer el más mínimo movimiento. Sus labios se entreabrieron mientras el desconocido continuaba su ir y venir entre las piernas de la mujer, sin dejar de mirar a Mary, como si sus gestos le estuvieran destinados a ella. Finalmente echó la cabeza hacia atrás dejando escapar un grito casi animal.

Como si eso hubiera sido una señal, Mary recobró por fin el uso de sus miembros. Dándose media vuelta, corrió sin parar hasta el vestíbulo con sus zapatillas de cabra deslizándose sobre el mármol. Con las mejillas enrojecidas, el corazón latiendo a toda velocidad, intentó recobrar el aliento mientras los sermones de su padre, sus avisos contra “el pecado de la carne que conduce a la condenación eterna” le venían a la memoria. ¿Qué términos habría utilizado para describir el acto al cual acaba de asistir... con una cierta fascinación, todo había que decirlo?

Aún impresionada, Mary subió deprisa por una escalera y corrió al azar por largos pasillos desiertos en los cuales se perdió. Sin aliento se apoyó contra una pared y cerró los ojos intentando sacar de su mente esas visiones lascivas.

Con la boca seca, se esforzó por recomponerse. La piedra helada detrás de su espalda la ayudó enormemente. Tiritó y recordó que ahora debía encontrar el camino. En su desasosiego, no se fijó en el lujo increíble que la rodeaba. Desde el primer momento en que Thorn Rose había aparecido, había experimentado una impresión desagradable que ahora se confirmaba y se sentía como un alma en pena, perdida en un universo extraño y peligroso.

Hubiera dado cualquier cosa por tener la fuerza de Paul, quien hasta el final, en su lecho de muerte, le repetía: “Piensa en tu futuro. No te detengas en el presente. Hoy ya ha pasado y no puede cambiar” ¡Con qué coraje había afrontado sus últimos momentos!

Mary empujaba al azar las puertas entreabiertas, descubriendo habitaciones vacías, con muebles cubiertos con trapos llenos de polvo; era un universo siniestro y sin vida. ¿Porqué guardaría la duquesa a su nieto entre esas lúgubres paredes? Más decidida que nunca a encontrar al enfermo del que debía ocuparse, Mary se adentró en un pasillo bien iluminado. Se imaginó pasado la noche conociendo al niño. A lo mejor podría enseñarle un o dos canciones para alejar la tristeza del ambiente. Se establecería entre ellos una complicidad amistosa y al día siguiente la duquesa estaría asombrada por los talentos de su nueva empleada.

En esta parte de la mansión los muebles ya no estaban cubiertos de fundas y el cobre de los candelabros adosados a las paredes brillaba. Por todas parte había mesas con jarrones de flores. ¡Al fin un lugar acogedor y elegante! De un lado y otro se abrían puertas a salones ricamente amueblados. Jamás, ni en sus sueños más locos, había imaginado nada tan suntuoso. Al fin recobraba un poco del impulso que la había hecho partir hacia Thorn Rose.

Con cuidado, continuó su visita, conteniendo el aliento, pensando en lo que su padre hubiera dicho de su escandalosa curiosidad. Pero todo estaba vacío, y tranquilizándose poco a poco, continuó con su visita, más decidida que nunca a encontrar al chico “difícil” que tenia a su cargo.

Por fin llegó a una puerta cerrada, a la cual llamó suavemente. Al no obtener ninguna respuesta, abrió la puerta y recorrió con los ojos el interior de la gran habitación en penumbra. Espesas cortinas de terciopelo tapaban las ventanas. Hacía tanto frío como en una caverna y el olor...Mary se tapó la nariz con asco, reconociendo con un escalofrío los mismos olores de muerte y putrefacción que flotaban en la habitación de su hermano los últimos días de su vida .

Con todos los sentidos alerta, entró. Los restos de un jarrón chino, tazas y platos sucios cubrían el suelo. Una silla de ruedas ocupaba un rincón de la habitación. Ni el más mínimo rescoldo de fuego en la chimenea. Sólo la llama de una vela vacilaba al lado de la cama peligrosamente cerca de las cortinas de baldaquín.

-Buenas noches-se atrevió a murmurar con nerviosismo-¿Hay alguien?

No obtuvo respuesta.

-¿Señor duque?-intentó de nuevo

Nada de nuevo.

Protegiéndose la nariz y la boca, Mary apartó con el pié la porcelana rota y se aproximó a la cama, con el corazón latiendo con fuerza.

-¿Señor duque?-repitió.

Apartando las cortinas, distinguió una forma tendida en la sombra y, a pesar de la oscuridad, pudo constatar que no se trataba de la silueta de un niño sino de la de un hombre grande y fornido.

-¡Dios mío!-exclamó retrocediendo deprisa-¡Dios mío!

Sin mirar nada más, dio media vuelta y se precipitó fuera de la estancia, tropezando en un pliegue de la alfombra, y corrió por el pasillo hasta la escalera. Una ves allí, cogiéndose a la barandilla con las dos manos gritó:

-¡Socorro!¡Ayuda!¡Vengan rápido!-añadió al ver que una silueta aparecía-Hay un cadáver en esa habitación de ahí.

CAPITULO 3

Debía de estar muerta. No había otra explicación ala extraña situación en la que se encontraba. Yacía sobre una cama, mientras, revestido con su ropa celeste, San Pedro se inclinaba sobre ella, con sus largos cabellos blancos flotando a su espalda. La observaba con una mirada acusadora. Su padre debía tener razón. No era más que una criatura malvada para haber imaginado una escena como la que le venia a la memoria. No tenía derecho de esta en el Paraíso San Pedro y los ángeles que le rodeaban se preparaban sin duda a echarla para enviarla a quemarse en las llamas eternas del infierno.

El rostro benevolente de San Pedro dejó de repente su lugar a una figura de mejillas rojas con una cofia negra.

-Sí. Ya esta bien-prosiguió la mujer con una sonrisa que descubrió una hilera de dientes blancos-¿Está usted mejor? Nos ha dado un bonito susto desvaneciéndose así.

-¿Qué...qué ha pasado?-balbuceó Mary, cerrando los ojos por los efectos del dolor de cabeza.

Parecía que no estaba en el infierno, a menos que el infierno fuera un palacio iluminado por candelabros de cristal, con las paredes revestidas de mármol, que uno durmiera en camas con dosel bordado de encaje... y que Lucifer tuviera cara de ángel.

-¿Dónde estoy?

-¡Vaya! ¡se debió usted golpear la cabeza más fuerte de lo que pensábamos ayer por la noche! Supongo que fue Molly quién la recibió ayer, y que no fue demasiado amable. Es usted demasiado bonita para que ella se alegre de su llegada. Ha conseguido los favores de todos los hombres de la casa. Personalmente, no me gustaría que anduviera por aquí si yo estuviera casada. Se la mandaré para que le ponga una cataplasma. Estará usted en pié en nada de tiempo. ¡Molly!-llamó.

Mary tembló bajo las sábanas acordándose de los dos cuerpos entrelazados sobre la mesa de la cocina.

-Ve a buscar mi bolsa de hierbas y pon agua a hervir-prosiguió la mujer-Aprovecha para ver si la duquesa ha tomado su chocolate-¡Ya has visto en que estado la dejó su viaje a Londres! La pobre anciana duquesa tiene debilidad por el chocolate-añadió dirigiéndose a Mary. Dice que es lo que la mantiene con vida...¡y de mal humor!. Me llamo Gertrude-continuó con una gran sonrisa. Soy el ama de llaves de esta casa. No he llagado hasta esta mañana-explicó agitando un enorme manojo de llaves atado a su cintura-Un enfermo en mi familia, en Devonshire. Si lo hubiera sabido, me las habría arreglado para recibirla yo misma, pero ignoraba que Su Gracia había encontrado una nueva enfermera.

Mary respiró profundamente e intentó despejar su mente. De pronto, aferró el brazo del ama de llaves y exclamó horrorizada:

-¡El cuerpo! En la habitación...ese hombre muerto...¡Oh Señor!¡Ahora me acuerdo!¡Que horrible visión! Parecía un animal, con sus ropas en desorden y los cabellos largos y...

-Vamos, vamos-la interrumpió Gertrude, dándole golpecitos en la mejilla-Si la duquesa la oyera hablar así, no lo creería.

-¡Está muerto!-gimió Mary.

-Pero no...

-¡Le aseguro que sí! Le he visto...tendido en su cama, con los ojos vacíos abiertos completamente sin ver nada...

-Ah, ya veo...No hay que extrañarse, siempre está así.

-¿Qué? Pero...tiene que estar muerto forzosamente. Ningún ser vivo puede tener ese aspecto. De todos modos ¿Quién es?

El ama de llaves se levantó y puso sus dos puños en sus rellenas caderas.

-Es él, desde luego,-respondió frunciendo el entrecejo.

-¿Él?

-Sí, él

-Fueron necesarios algunos segundos para que Mary comprendiera lo que Gertrude le acababa de revelar.

-Pero...es imposible...fui contratada para ocuparme de un niño y no de un...

-¡Demonios!¿Nuestra pobre anciana duquesa habrá perdido la razón? ¿Le dijo que se trataba de un niño?

-La verdad es que no, pero es lo que creí entender.

-Debo reconocer que hay algo de niño en él.¡El pobre! Me parte el corazón ver en lo que se ha convertido: desamparado, indiferente a todo lo que le rodea...

Gertrude sacó un pañuelo de su delantal y se secó los ojos resoplando.

-Llevo ocho años trabajando para el duque, de los cuales siete han sido felices. Siempre fue un buen amo aunque con un carácter...tormentoso, con golpes de furia que no dejaban de asustar a su familia. Incluso...

-¿El duque?-repitió Mary incrédula-¿esa criatura de ahí arriba es... ?

-Pequeña-dijo una vos firme desde la puerta.

-Gertrude pegó un salto, volviéndose, luego se apartó, dejando ver a Mary la frágil figura de la duquesa, apoyada en su bastón. La viva mirada de la anciana recorrió brevemente la opulenta habitación antes de volver a posarse en Mary.

-Esta “criatura”, señorita Ashton, es mi nieto, el duque de Salterdon, heredero del título de mi querido esposo fallecido. Mi único heredero.

-¿Cómo se ha atrevido?-gritó la hija del pastor, tan escandalizada que le dio igual decir lo que fuera.

-Impresionada por esta audacia, Gertrude desapareció mientras Mary se levantaba, vacilando sobre sus piernas, con un dolor recorriéndole la espalda.

-Con todo el respeto, Su Gracia, me ha mentido usted.

-En ningún momento he insinuado que debía usted ocuparse de un niño, señorita Ashton.

-Sin embargo, es lo que se deducía de sus palabras.

-No entiendo porque insiste usted en ese punto en particular. Si no la hubiera creído capaz de asumir esa responsabilidad, no la habría contratado.

-¡Pero...no es humano! Es...es...

-¿Un monstruo?

Por suerte, en ese momento, una criada irrumpió en la habitación cargada con una bandeja de plata en la cual había una jarra de chocolate. Lo dejó cerca del fuego. Cuando se fue, la duquesa se instaló en uno de los sillones situados alrededor del hogar.

-Me gustaría que me escuchara bien antes de que decida dejar Thorn Rose.

-No creo que haya ningún argumento que pueda hacerme cambiar de idea, su Gracia.

Su empleadora, echó chocolate en las dos tazas de porcelana china.

-¿Le gusta esta habitación?-empezó a decir, cogiendo una cucharita de plata finamente tallada-Si la quiere, será la suya. No tenia intención de instalarla con los sirvientes.

-No quiero esta habitación. No conseguirá usted comprarme.

-Era la preferida de mi marido. La representación de San Pedro en el techo fue inspirada por un cuadro del Louvre, en Paris. Era un hombre muy piadoso. Afirmaba que si el Señor no inflinge tantas pruebas aquí abajo, es para enseñarnos a merecer el Paraíso.

Llevándose delicadamente la taza a los labios, continuó:

-De todos modos, yo no veo realmente que lección quería enseñarnos Dios al imponernos este problema. Si mi nieto era insolente y obstinado algunas veces, si transgredía de tanto en tanto algunas reglas morales, en cambio no era un ser perverso o diabólico. En una palabra, no merecía pasar por este calvario, señorita Ashton.

Desviando su mirada transparente hacia la joven, añadió con más amabilidad:

-Sea amable, venga a sentarse cerca de mí.

Mary obedeció, pero cuando la duquesa le ofreció una taza de chocolate caliente, sacudió la cabeza.

-No me convencerá usted, Su Gracia. No me quedaré.

-¿Y que hará usted? ¿Volverá a su casa? ¿prefiere ese infierno?

-Es usted cruel, Su Gracia. ¡Si supiera cuanto siento haber respondido a ese anuncio...!

-Pero lo hizo, y esta usted aquí. No creo que sea de las que huyen de la adversidad. Si ese fuera el caso, habría usted salido de su casa hace ya tiempo.

-Iré a Londres-afirmó Mary.

-¿Para hacer qué? Su educación es de lo más superficial. Fue su hermano quien se encargó, a escondidas de su padre. Cuando la sorprendía, el pastor la pegaba con el cinturón y la dejaba sin comer durante tres días.

-Lo hacía con buena intención-dijo Mary.

-¿De verdad?

La joven se levantó.

-Me niego a dejarme manipular. Ya que se interesado tanto por mi, debe usted saber que no se me intimida con facilidad, que no me someto. Quedarme aquí para ocuparme de este...hombre, sería inmoral, imposible y...Le pido que me lleve de nuevo a Huddersfield inmediatamente.

-¿Y sus sueños, señorita Ashton? ¿Cómo piensa usted reunir el dinero para cubrir las necesidades de su madre?¿Para proveerla de un techo cuando la haya convencido de dejar a su padre? Si, querida, conozco también sus aspiraciones...

Mary se precipitó fuera de la habitación, descendió la escalera y se perdió por varios pasillos antes de encontrar el reducto donde la habían instalado el día anterior. Echándose sobre la cama, hundió la cara en la almohada. Un gran dolor le martilleaba la cabeza, pero sufría sobre todo por su descubrimiento. Aún mayor era la vergüenza por su comportamiento, había cedido a la cólera, sin ninguna dignidad. Dios condenaba tales excesos. Su padre la habría castigado por mucho menos que eso. Cuando se calmara, le explicaría a la duquesa porque debía irse. La anciana dama encontraría a otro (un hombre) para ocuparse de su nieto o de lo que quedaba de él...

¿Qué subsistía en él? No había visto más que un muerto viviente tumbado en una cama, rodeado de un lujo desmesurado.

Gertrude entró en la habitación de Mary.

-Vengo a ver como va ese golpe-dijo con una sonrisa comprensiva-Tendrá usted un bonito cardenal.

-No quiero ninguna cataplasma-decretó la joven volviéndose hacía la pared-Sólo tengo lo que me merezco.

-Todos reciben el mismo impacto cuando le ven por primera vez. Ha sido aún peor para los que le conocían de antes...su familia, sus amigos. Pero hay que decir que ya no viene nadie a verle aparte de su hermano y la duquesa...y esas sanguijuelas de Tackley y Edgecumbe.

Gertrude rodeó la cama y se sentó antes de dejar la cataplasma suavemente sobre la cabeza de Mary, quien la dejó hacer. El ama de llaves recomenzó:

-Supongo que nadie soporta verle reducido a eso. Yo creo que es un error esconderle aquí pero los consejeros de la duquesa dicen que eso es menos humillante tanto para el como para ella.

-¿Corre riesgo de morir?

_No lo sé. Según Edgecumbe, ya está muerto en su mente. Su cuerpo la seguirá, es una cuestión de tiempo. Si fuera por él, estaría internado en Menston desde hace tiempo.

-¿Menston?

-El asilo que depende del Royal Oaks Hospital. Es un lugar espantoso, donde están enfermos peligrosos, encadenados como animales. Dios mío...No puedo imaginar a Su Gracia ahí. ¡Pero Edgecumbe y Thackley no dejan de decírselo a la duquesa! La pobre no es más que la sombra de lo que era desde el accidente.

-¿Cómo ocurrió?

-Una pelea con unos ladrones cuando salía de las carreras de Epsom. ¡Era alguien en esa época! El y su hermano lord Basingstoke eran los dos solteros más codiciados de toda Inglaterra. Llenos de belleza y juventud...Son gemelos, absolutamente idénticos. Lord Basigstoke acabó por casarse con una chica de Wight, pero el duque no se ha dejado todavía poner la soga al cuello, como él decía. Y ahora está la mayor parte del tiempo en coma, arruinando su vida y la de sus familiares. No se levanta casi nunca, y cuando lo hace, es para rugir como una fiera o para lanzarnos platos a la cara.

-¿No puede andar ni hablar?

Gertrude cambió de expresión. Frotándose las manos con nerviosismo se dirigió hacia la puerta.

-¡Gertrude! ¿Está loco?

El ama de llaves se paró y se volvió a desgana.

-No quien para decirlo.

-Con esto se fue y Mary siguió tendida en la cama, con los ojos fijos en el techo, intentando alejar en vano la imagen de ese hombre totalmente inerte en su lecho. Le había parecido inmenso y terrorífico. Si además no estaba en sus cabales...

¡Dios Santo!¿Era ese el castigo que le enviaba Dios por haber dejado a su familia y al bueno de John Rees quien personificaba la virtud y la dulzura?

-No, ella no podía quedarse en la mansión. Tenía que mantenerse firme, su sitio no estaba aquí. Pediría un día o dos de reflexión y luego exigiría que la dejaran irse. Mientras esperaba, desde luego no era cuestión de ocuparse de es peligroso individuo. Para sorpresa suya, encontró sin equivocarse la habitación del duque. Flanqueada por Thackley y Edgecombe, la duquesa, sentada al lado de la cama, lloraba en silencio. El instinto de Mary fue ir a consolarla, pero adivino que la anciana, tan dueña de si habitualmente, no querría ser sorprendida en un momento de debilidad, y ¿cómo podía ella no comprender su desesperación? ¿No había experimentado algo parecido al lado de su hermano moribundo? ¿El desamparo de un ser querido no era siempre un infierno para sus familiares?

-Trey, Trey, cariño mío, -lloraba la duquesa-¿qué va a ser de nosotros? ¿Cómo pudieron hacerte esto? A ti...mi nieto, el duque de Salterdon...

-Vamos, vamos, Isabella-intervino Edgecumbe-No deberías estar aquí viendo esto. Yo también tengo el corazón roto. Lo quería como si fuera hijo mío.

-Lo mismo digo yo-se apresuró a decir Thackley.

Gertrude, que se había lanzado a la búsqueda de Mary, se sobresaltó cuando vio el estado en el que se encontraba la habitación y se precipitó hacía su ama.

-Os pido perdón, Vuestra Gracia. Me he ausentado quince días, acabo de volver y yo... Estad segura que estas desafortunadas negligencias no se volverán a producir.

Sin responder, la duquesa continuó mirando fijamente la forma inmóvil tendida sobre la cama y el ama de llaves dejó la habitación con un suspiro de desdén hacía Edgecombe y Thackley. Un instante después se oyeron gritos. Gertrude y Molly.

-Especie de idiota, mujer sin corazón, ¿cómo has podido dejar al duque en ese estado? ¡Es una vergüenza!

-Me hubiera gustado verla a usted, cuando alguien intentaba acercársele, nos lanzaba la vajilla a la cara...

-Di mejor que estabas demasiado ocupada con el mozo de establo, ese Thaddeus. Merecerías ser despedida, y voy a intentarlo, créeme.

-No hará usted nada. Sabe perfectamente que no encontrara a nadie para reemplazarme. Si no la duquesa verá como todo el país sabrá en que estado se encuentra su nieto. O sea que ya lo ve, no puede hacer nada contra mí.

Mary cerró los ojos y se dejó resbalar contra la pared suspirando.

Escríbame si hay el menor cambio-ordenó la duquesa a Mary, antes de subir en el carruaje donde la esperaban Edgecombe y Thackley.

La joven se lo prometió, mientras el cochero cerraba la puerta. La anciana se asomó a la ventana, esforzándose por sonreír a pesar de su tristeza.

-¿Esta usted segura de querer esa habitación pequeña? En cualquier momento puede usted cambiarla si lo desea, pero yo pensé que sería más cómodo instalarla cerca de él.

-La habitación es encantadora-aseguró Mary.

La duquesa besó con la mirada la fachada de la inmensa mansión y después continuó:

-He informado a los sirvientes que le había confiado a usted la casa y a mi nieto.

-Es una terrible responsabilidad Vuestra Gracia.

-Que usted asumirá perfectamente, estoy segura-replicó la duquesa-Siento cierta fuerza en usted, así como un sentido moral, desde nuestro primer encuentro. Su presencia le beneficiará.

-La de su familia y amigos lo haría aún más. ¿Porqué no se queda un día o dos, Vuestra Gracia, el tiempo para estar segura de que soy competente?

-A mi edad, querida, no se es muy resistente. No puedo soportar verle así, y mi corazón no es demasiado sólido. Pierdo mis fuerzas en cuanto la salud de uno de mis niños esta en juego. Se lo ruego, intente comprenderme.

Con estas palabras y un ligero gesto de la mano, la duquesa se despidió y el coche arrancó.

Mary la siguió con la mirada hasta que desapareció en el horizonte. Por un momento estuvo a punto de llamar otra vez a la duquesa, confesarle que el sólo hecho de ver de nuevo a su nieto la llenaba de un terror que ni siquiera su padre le había inspirado nunca, pero no lo hizo.

Nevaba suavemente. El campo pronto estuvo cubierto de un manto blanco. Reinaba el silencio. Todo parecía tan apacible...Mary no pudo evitar levantar el rostro hacia el cielo cerrando los ojos, sintiendo el placer de sentir los copos posarse en sus párpados, en sus labios cerrados y en su nariz enrojecida por el frió. Paul y ella adoraban la nieve. En cuanto podían se escapaban de la severa vigilancia paterna y se sumergían en la naturaleza para disfrutar de ese maná. ¡Cuantos momentos mágicos habían compartido de esta manera! Este sería su primer invierno sin Paul, pensó con tristeza. Con pasos pesados, reemprendió el camino a la casa. Cuando abrió la puerta, tuvo la sorpresa de encontrar a todos los sirvientes de la mansión reunidos en la entrada con Gertrude.

-Me alegro que hayas elegido quedarte, vas a dar un poco de vida a esta casa y posiblemente también al duque.

-eso espero-respondió simplemente Mary, dudándolo mucho y sintiéndose particularmente nerviosa.

-Si quiere mi opinión-lanzó Molly surgiendo entre ellas-no aguantará ni una semana.

-¡Cállate!-se escandalizó Gertrude-la duquesa la ha juzgado capaz de ocuparse se Su Gracia. Yo también pienso que su presencia cerca del duque será beneficiosa. Un poco de dulzura y de compasión no estarán de más en esta casa.

-La romperá de un golpe-se obstinó Molly- Vale más que esté prevenida Mary. ¿Quiere saber lo que les hacia a sus predecesores?

La joven contuvo el aliento.

-Les lanzaba puñetazos a la menor ocasión. Y cuando conseguía atraparlos, los hacía volar a través de la habitación. El señor Doherty salió de cabeza por la ventana. Es fuerte como un buey y cuando se pone a...

-Suficiente-dijo Gertrude-No es tan monstruoso-añadió dirigiéndose a Mary que estaba impresionada por las palabras de la doncella. Es cierto que tiene cambios de humor- añadió-pero hay que ponerse en su lugar. Antes del accidente, era un hombre con una gran energía, viril y seductor.

-¿Seductor?-repitió Mary incrédula.

-¡O sí!-respondió una camarera con aire soñador-Todas las mujeres le iban detrás.

-Eso es cierto-reconoció Molly-Hubo un tiempo que esto era un desfile. Ahora todas se han desvanecido en el aire. Incluso esa maquinadora de Lady Laura.

-No tienes derecho a airear su vida privada delante de todo el mundo-intervino Gertrude con autoridad-Estás celosa porque nunca se dignó mirarte, eso es todo. Y a propósito de celos, te aconsejo que dejes a la señorita Ashton en paz, sino te las tendrás que ver conmigo. De todos modos no debes inquietarte. Esta joven tiene mejores cosas que hacer que agitar sus faldas por todas partes como tú.

Indignada Molly dejó el vestíbulo dando un portazo. Acordándose de las actividades de la doncella encima de la mesa de la cocina, Mary enrojeció, pero se apresuró a rechazar esos pensamientos licenciosos y se preparó para asumir la responsabilidad que se le había confiado.

-Ha llegado el momento de que conozca al duque-dijo, más para sí misma que para la pequeña asamblea, empezando a subir las escaleras. La servidumbre al completo la escolto como una armada siguiendo a su jefe. Las paredes de los largos pasillos que llevaban a la habitación del duque estaban cubiertas de cuadros que representaban a nobles personajes, sin duda los ancestros de Salterdon, así como de pinturas de niños a caballo o agachados cerca de un perro. No fue sino hasta que llegó a la puerta del duque que a Mary se le ocurrió que uno de ellos era seguramente su retrato.

Se volvió buscando la mirada de Gertrude, que la animó con una pálida sonrisa y abrió la puerta. El aire frió la asaltó al mismo tiempo que el olor. Estaba casi oscuro en la habitación. Después de considerar el parquet sucio, los restos de porcelana y la cama de baldaquín bañada por las sombras donde reposaba un cuerpo apenas visible, se aclaró la garganta y entró. Evitando la vajilla rota y rodeando los muebles tirados y los sillones donde se amontonaba la ropa sucia, Mary llegó a la ventana y abrió las cortinas con las dos manos, descubriendo los cristales sucios.

-Gertrude-llamó

-Sí, señorita Ashton

-A partir de ahora, las cortinas deberán ser corridas todos los días.

-Entendido, señorita Ashton.

-Vamos a empezar por limpiar esta habitación. Traiga agua caliente, jabón, cepillos y trapos. Quite las alfombras y sacúdalas fuera. Me parece haber visto flores por la casa...

-Vienen del invernadero.

-Quiero que cada mesa, cada rincón esté decorado con ellas. Y quiero ver candelabros por todas partes. Límpielos y encienda todas las velas.

-En seguida-respondió el ama de llaves antes de ladrar las ordenes a los sirvientes reunidos alrededor de ella.

Estos se dispersaron enseguida y Gertrude volvió su atención a Mary que se aproximaba lentamente a la cama. Con una breve duda, la joven abrió la cortina del baldaquín.

Descubrió a Su Gracia, el duque de Salterdon, echado en la misma postura que el día anterior. La cara tapada por espesos cabellos negros y una espesa barba, los grandes ojos abiertos, mirando fijamente el techo de la cama, su pecho se levantaba débilmente al ritmo de su respiración. Reteniendo el aliento, Mary se inclinó para intentar ver su cara. Lo que vió le pareció escalofriante. Sus rasgos inexpresivos, fijos, no parecían pertenecer a un ser vivo. Temblorosa, pasó la mano por delante de sus ojos inmóviles, preparada para retirarla, si el hacia la intención de agredirla. Volviéndose hacia Gertrude le preguntó:

-¿Desde cuando está así?

-No lo sé exactamente. Como le he dicho estuve ausente dos semanas, pero ya antes de mi partida, había decidido enterrarse aquí como un oso en su cueva. A pesar de nuestros intentos para levantarle, no quiso saber nada. Resolvimos dejarle las bandejas cerca de la cama. A veces conseguía comer solo pero no siempre. Llegó a no comer durante varios días, como si quisiera dejarse morir, pero el hambre le torturaba de tal modo que...

Una sombra de tristeza pasó por el semblante del ama de llaves y se dio la vuelta. Mary, la alcanzó y pasó su brazo alrededor de sus hombros para reconfortarla.

-Continúe Gertrude. Debo saberlo todo si quiero ayudarle.

-Le sorprendí una vez intentando comer solo. Había comida por todas partes porque no conseguía coordinar los movimientos para encontrar su propia boca. Eso me deshizo el corazón. El, tan orgulloso y tan guapo, aristócrata hasta la punta de los dedos, Dios mío, lo tenia todo, era un orgullo servir a un hombre como él.

La garganta de Mary se cerró al acordarse de su propio hermano volverse también el, una sombra de si mismo. Apretó el hombro de la mujer.

-Pues bien, esa será nuestra primera preocupación, mi querida Gertrude. Poner todo en orden para que nuestro amo vuelva a tener su distinción natural, su dignidad. ¿me ayudará usted?

-Puede contar conmigo, señorita Ashton.

-Antes de concentrar nuestras energías en Su Gracia, tenemos que hacer que esta habitación esté impecable. Necesitaré su ayuda para dar seguridad a los sirvientes y convencerles de que no arriesgan nada trabajando aquí.

-Eso no será fácil. Betty, una de las criadas encargada del mantenimiento de las chimeneas, recibió una vez una jarra sobre la cabeza, desde entonces tiene ruidos en los oídos. Será inútil pedirle que atraviese la puerta de esta habitación. ¿Quién se lo reprocharía de todos modos?

-Pero parece inofensivo en este momento-remarcó Mary, lanzando una mirada circunspecta hacia la cama.

Gertrude bajó la voz y una expresión de horror contrajo su cara.

-nadie puede prever en que momento se va a convertir en el diablo en persona. Usted le ve ahí, tumbado inerte, con la mirada perdida en el techo, pero en el espacio de un segundo es capaz de saltarle a la garganta y estrangularla. Mire tengo la piel de gallina sólo de pensarlo.

Apoyó las manos en los labios antes de añadir:

-Prométame que nunca relajara la vigilancia, señorita Ashton.

Con la boca seca, Mary asintió con la cabeza.

-Bien, voy a ver dónde están-dijo Gertrude alejándose hacia la puerta-¡Buena suerte!

Mary se encontró sola, con la terrible impresión de haber entrado en la boca del lobo.

CAPITULO 4

Desde el quicio de la puerta de su habitación, Mary vigilaba el desarrollo de las operaciones. Trapos, cepillos y escobas se movían frenéticamente. Pronto, un olor a jabón y cera de abeja reemplazó los olores nauseabundos, devolviéndole la esperanza. Intentó una o dos veces participar en el trabajo pero Gertrude no quiso saber nada diciendo que una enfermera no tenía que ocuparse de la limpieza.

-Las ordenes de la duquesa son claras-explicó-Debemos tratarla como a un miembro de su familia. Reserve mejor sus fuerzas para él-añadió señalando al duque, que parecía todavía inconsciente-Le hará falta créame.

Poco a poco, la habitación volvió a estar limpia. Sobreponiéndose a su miedo, al igual que sus compañeros, Betty fue la última en dejar la estancia, iluminando antes todos los candelabros. Una vez sola, Mary podía oír el tic-tac del gran reloj también limpio y encerado. Después de un momento de incertidumbre, se esforzó por superar su temor. El duque de Salterdon no podía ser con ella más cruel y más peligroso de lo que lo había sido su padre. Lentamente se aproximó a la cama, a la cual las doncellas habían dado un aspecto algo más limpio. Las sábanas limpias estaban cuidadosamente bordadas y las fundas de las almohadas habían sido cambiadas. Habían conseguido incluso recoger la espesa cabellera del duque detrás de su cabeza, en una cola de caballo. Sin embargo, ningún esfuerzo externo hubiera sido suficiente para endulzar su expresión de animal feroz. Mirándole, Mary no pudo evitar un escalofrío.

Repentinamente, el reloj dio las siete. Con cada golpe la joven se acercó un poco más a la cama, repitiéndose que estaba aquí para ocuparse del duque, y que debía olvidar, costara lo que costara, las historias terribles que las criadas no habían cesado de contar, si quería llevar a cabo su misión. Cuando arriesgó una mirada entre las cortinas del baldaquín, se acordó de los consejos de Gertrude: “Si pasa algo, tire del cordón”.

Cogiendo una vela, Mary observó al duque con atención. Como de costumbre yacía inerte totalmente, con los ojos abiertos mirando al vació. ¿Qué expresión tendrían cuando estuvieran animados? A pesar de sus temores le hubiera gustado vele salir al fin de su letargo. Al menos, ella podría reaccionar.

-¿Vuestra Gracia?-llamó suavemente-¿Me oís? Me llamo Mary Ashton. He venido para ayudaros. Guiñad los ojos si entendéis lo que digo.

Ningún signo respondió a su llamada. Acercando la vela a su cara, le observó más de cerca, descubriendo una nariz recta, ojos profundamente hundidos, cejas finas y bien dibujadas, bajo el espeso bigote, entrevió unos labios que parecían hechos para la risa, la broma o para la burla. Contrariada por no poder saber más, Mary dejó la vela y volvió a su habitación.

Empezó dos cartas, una para John Rees y otra para su madre. Viendo que los términos con los que describía su entorno (lujoso, suntuoso) y a su paciente (salvaje, feroz) les harían preocuparse, renunció pronto a seguir escribiendo. El joven pastor no tardaría en imaginar su vida cayendo en la inmoralidad. En cuanto a su madre, mientras no entendiera que su hija se había ido para poder liberarla a ella de su marido, no servia para nada mantenerla informada de hechos que reprobaba. Dios sabía sin embargo que los temores de ambos carecían de fundamento. Si, como ellos pensaban, ella corría el riesgo de caer en la corrupción y el pecado, ella se preguntaba como lo conseguiría, constreñida como estaba por largas bandas de tela que la hacían parecer tan carente de formas como un chico.

-No es de extrañar que John Rees haya mostrado tan pocas ganas de besarme-reflexionó en voz alta mirándose en el gran espejo ovalado,

Unos golpes en la puerta la sobresaltaron. Era Gertrude.

-Ah, no esta usted todavía acostada. Mejor. He pensado que le gustaría tomar un baño.

Inmóvil, Mary vio a los criados cargados con grandes cubos de agua caliente que entraban en la habitación, mientras el ama de llaves, apartaba el biombo japonés que había en un rincón descubriendo una enorme bañera con ruedas que hizo rodar hasta delante de la chimenea.

-¡Cielos!-exclamó la joven cuando los hombres salieron habiendo vaciado antes el agua caliente-aquí uno puede ahogarse.

-Hasta el accidente, el duque siempre dio una gran importancia a la limpieza. Fue él quien diseñó esta bañera. El revestimiento está pensado para conservar el calor del agua el mayor tiempo posible. Caprichos de aristócrata. Mi anciana madre decía siempre que demasiados baños podían estropear la salud. ¿Sabe usted con que se bañaba el duque?-añadió bajando la voz-En agua de lluvia exclusivamente. Afirmaba que purificaba la piel y la suavizaba. La usaba también para duchar a sus caballos.

-¿Sus caballos?

Gertrude comenzó a desvestir a Mary.

-Si, caballos árabes la mayor parte. Unos animales magníficos, de una elegancia extraordinaria. Eran su pasión desde que su hermano se casó.

-Caballos-repitió Mary con mirada soñadora-Siempre he soñado con poseer uno.

-Era desgraciado en el juego pero no en las carreras. Volvía siempre con la bolsa llena. Esos ladrones sabían lo que hacían atacándole a el ese día en Epsom.

Si al ama de llaves le extrañaron los vendajes de Mary, no lo demostró. Se dirigió hacia una cómoda y volvió con unas sales de baño.

-Ponga esto en el agua-aconsejó a Mary-Huele a flores, ya lo verá. Bueno la dejo sola. Más tarde le subiré la cena.

Una vez a solas, Mary terminó de desnudarse, vació un pequeño bote de sales de violeta en el agua caliente y se metió dentro, disfrutando del calos del agua con la fragancia salvaje casi sensual. Tales delicias le parecían un pecado. Pronto oyó la puerta abrirse y cerrarse suavemente.

-Deje la bandeja cerca de la cama, por favor-dijo haciendo resbalar el jabón por sus hombros, los ojos cerrados-Me siento terriblemente culpable-continuó-¿No es estúpido?

¿Sabe usted que es mi primer baño de verdad? Los demás fueron en el rió pero el agua no estaba caliente ni perfumada con olor a violetas.

Con una pequeña carcajada se mojó la cara con el líquido perfumado, sumergiéndose luego voluptuosamente antes de levantarse.

-¿Puede pasarme una toalla?-preguntó

-Con placer-respondió una voz masculina-en cuanto haya dejado el carbón en la chimenea.

Olvidando su desnudez, Mary se dio la vuelta y descubrió a Thaddeus, el amante de Molly. Vestido con un pantalón y con una larga camisa, cuidadosamente peinado, la miraba sin perder detalle sin ninguna vergüenza, con una pequeña sonrisa en los labios.

-¡Ay Dios Mío!-gritó Mary tomando conciencia de lo indecente de la escena.

Se dejó caer de nuevo en la bañera salpicando copiosamente el suelo.

-¡Vaya! Eres más apetecible de lo que creía.

-¡Váyase!

-¡Cuándo pienso que le dije a Molly que no tenia nada que temer, que eras plana como una tabla de planchar!

-¡Cállese!

En tres zancadas llegó a su lado.

-Nos hemos visto desnudos mutuamente, eso nos une bastante ¿no? ¿y si pasáramos a cosas mas serias?

-Lo único que usted va a pasar va ser la puerta de mi cuarto y rápido.

-¿De tu cuarto? Estás convenientemente bien instalada ¿no te sientes un poco sola aquí dentro? ¿Me harías un sitio señorita Ashton de Huddersfield?

-Es usted un pervertido, Gertrude ya me lo avisó.

-Gertrude es una vieja cerda celosa, porque ni uno solo de los solteros del condado tiene interés en ella.

Con un suspiro de rabia, Mary atrajo hacia ella la cubierta de la bañera, dejando fuera solo la cabeza. Amenazó al intruso sin ninguna consideración.

-Si no se va inmediatamente, le diré a Gertrude y a la duquesa que le he visto fornicar encima de la mesa de la cocina con Molly.

-¡Bien! ¡he aquí una bonita forma de hablar para la hija de un pastor! No había tropezado nunca con una hija de pastor como tú. Puedes tomarlo como un cumplido.

-Viniendo de usted, lo tomaré como un insulto. Por última vez le ruego que...

-De acuerdo, me voy. Quería desearte la bienvenida a Thorn Rose, y hacerte saber que si necesitas un hombro para apoyarte, yo estoy aquí. Lo necesitaras antes de lo que imaginas, créeme. Tengo curiosidad por saber que te hará. Tendrás suerte si sales intacta. Guapa como eres, el podría devorarte cruda...Bueno te deseo buenas noches

Aprovecha mientras puedas.

Le llegaban voces sordas, surgidas de la nada, las mismas que no cesaba de oír desde que estaba clavado en esa cama, bañándose en las brumas opacas de la inconsciencia, único contacto con el exterior en estas interminables jornadas. Su universo se había vuelto el de los sueños, cantos de pájaros, idas y venidas de criados que dejaban de hablar en cuanto entraban en “el antro de la bestia”

Las noches eran tan insoportables que esperaba con impaciencia la luz del día que le traería alguna presencia humana aunque fuera la de esos idiotas. Sabía que corría el riesgo de volverse loco, lejos de toda compañía. Sólo sus pensamientos hubieran bastado para hacerle perder la razón, en esta vida dirigida solo por el ritmo de su respiración, sus idas y vueltas entre la conciencia y la inconsciencia.

Sin duda había perdido verdaderamente la razón. ¿No había creído percibir un ángel de ojos azules, con apariencia de porcelana, con cabellos claros y vaporosos como nubes? Si, había debido caer en la locura para haber imaginado oler un perfume de violetas, oir cantar a una mujer, percibir ruidos de agua...Su espíritu atormentado le jugaba malas pasadas. Ya había pasado el tiempo en que esas deliciosas criaturas hubieran vendido su alma al diablo para pasar una noche con él. Ya sólo era un monstruo, un loco. Nadie querría nada de él.

CAPITULO 5

Un monstruo, un loco.

Mary soñaba que se despertaba para descubrir al duque de Salterdon de pié cerca de ella, sus rasgos cubiertos por su cabellera de león y su tupida barba, sus ojos brillantes, sus manos sobre sus pechos...Y oía la voz de su padre acusándola de ser una criatura del diablo, indigna de respeto. Eran poco más de las 3 de la madrugada cuando se sentó en la cama escrutando la oscuridad con los ojos llenos de sueño, incapaz de distinguir si la puerta estaba abierta o cerrada y atacada por un súbito temor. Se levantó de un salto y recorrió tanteando hasta chocar contra la puerta. Buscó febrilmente el picaporte con manos temblorosas. Se esforzó por calmarse. Pero mientras el monstruo de las tinieblas que tenía los rasgos de su padre empezaba a alejarse, otro la amenazaba. Un monstruo salvaje. Una fuerza de la naturaleza, tan impresionante que tan solo su proximidad la llenaba de espanto. ¡Santo cielo! ¿en que infierno había caído?

Gertrude chascó la lengua y sacudió la cabeza cogiendo la cara de Mary entre sus manos.

-No ha dormido usted en toda la noche, señorita Ashton. ¡Mire que ojeras! Dígale la verdad a Gerti. ¿Echa usted de menos su casa?

La joven se desprendió sonriendo y enseño una hoja al ama de llaves.

-Estoy apuntando las ideas susceptibles de hacer salir al duque de su estado.

-Llevamos intentándolo un año sin éxito. Si ha decidido dejarse caer, creo que nadie va a poder hacer nada. Pero no ha respondido a mi pregunta. ¿Necesita a su familia?

-Llega una edad en la cual una mujer debe volar con sus propias alas Gerti.

-Una mujer como usted debería estar ya casada y ser madre de familia.

Notando que Mary había hecho su cama, Gertrde prosiguió:

-Seria usted una esposa perfecta. No conozco muchas capaces de remeter las esquinas de la cama tan bien.

-Mi padre es un perfeccionista. Cree que solo los que se exigen a sí mismos, en toda situación, tienen derecho al paraíso.

Gertrude sacudió la cabeza suspirando.

-Eso no deja muchas esperanzas a la mayoría de nosotros.

Mary no respondió nada, afanándose en ponerse los zapatones que se apresuró a esconder debajo de su falda.

-¿La idea que tiene su padre sobre la perfección tiene algo que ver con las vendas que usted lleva?

Mary se volvió

-No hay ninguna razón para que las lleve, pequeña.

-Es más cómodo.

-¿Cómodo o seguro?

Sin abrir la boca, Mary reunió las notas que había elaborado en las horas de insomnio.

-Por lo que he podido ver, tiene usted una bonita figura bajo esas ropas. Es una vergüenza ocultar toda esa belleza. Bueno no hablemos más de eso de momento. Cada

cosa a su tiempo. Llegará el día en que tendrá la necesidad de liberarse. Por ejemplo, cuando encuentre al hombre de su vida, a menos que lo haya encontrado ya.

-¿Qué le hace decir eso?

Gertrude mostró las hojas amontonadas en el pequeño escritorio.

-Parece que a tenido usted problemas para poner en orden sus ideas.

Mary pensó en John Rees con un poco de melancolía. ¿Le echaba de menos? ¿ese sentimiento de soledad que experimentaba se debía a su separación? Era el único amigo que había tenido aparte de Paul.

-No se preocupe pequeña. Lo que tenga que llegar, llegará. Mi madre decía siempre que hay que dejarse guiar por el destino. Es suficiente con escuchar su voz y seguir el camino que nos indique.

-¿Piensa usted que la vida esta trazada de antemano?¿Y que si tomamos por el buen camino encontraremos la paz y la felicidad en este mundo?

-Si. Ninguna de las dificultades por las que pasamos es inútil. Una vez superadas, todas ellas nos ayudan a avanzar. La única condición es no desesperar jamás.

Mary se puso a reír.

-Mi querida Gertrude, creo que a veces es peligroso encomendarse al azar. Pienso en el duque. Ya es hora de que tomemos la situación en nuestras manos.

-Sepa usted que el duque no ha hecho jamás algo que no quisiera hacer. Las cosas son siempre cuando y dónde las quiere. Los aristócratas son así.

-Pero todos estamos forzados a hacer algunas cosas en contra de nuestra voluntad un día u otro. Tenemos que dar de nuevo a Su Gracia el gusto por la vida, mi querida Gerti.

-Hace falta que no perdamos el nuestro en el intento-gruñó Gertrude siguiendo a Mary a la habitación del duque.

Dos sirvientes fornidos pasaron los brazos del duque por sus cuellos y, después de muchos esfuerzos, consiguieron sentarle. Después, con un solo impulso, lo levantaron y lo instalaron en una silla de ruedas. Gertrude lo mantuvo contra el respaldo y le ató con un cordón.

-Estoy segura de que encuentra su situación terriblemente degradante-comentó tristemente.

-Seguro-respondió Mary-No llego a creer que sea el mismo hombre que tomaba baños con delicadas fragancias.

-Reservaba las sales de baño para las visitas, para sus amantes para ser más precisa. No les negaba nada, ni siquiera perfumes franceses. Cuando tengamos un momento le enseñare su guardarropa. Estoy segura que se ruborizará. En cuanto a su padre...moriría de la impresión.

-Es difícil de imaginar-señaló Mary que reprimía muy difícilmente su disgusto cada vez que estaba cerca del duque.

No pudo, sin embargo, impedirse observarle y sus sentimientos se vieron tranquilizados a vista de su cabeza caída hacia delante, y sus cabellos extendidos sobre los hombros. Era difícil imaginarle como un seductor irresistible. De todos modos, caer bajo los efectos de un Don Juan era tomar el camino del infierno.

-Pónganle cerca de la ventana-ordenó-y tráiganle algo de comida. Después le prepararan un baño. Primero agua ardiendo, luego agua helada. Eso purifica y estimula el cuerpo y

el cerebro.

Gertrude dijo con desconfianza:

-No dudo que eso será muy eficaz también para desatar la cólera. ¿No cree que es un poco pronto para ese tratamiento? Todavía no sabe usted de lo que es capaz.

-Seguramente me acostumbraré mejor que a su fetidez. A propósito, al mismo tiempo que el agua tráiganme los frascos de sales. Las de violetas estarán perfectas.

Cuando Gertrude se fue, Mary se sentó cerca del duque, quien no se había movido ni una pulgada. A pesar de su aspecto, le pareció casi esquelético enfundado en su camisón deslucido.

-Me recordáis a Paul en sus últimos días-dijo en voz alta. Mi padre dice que Dios lo castigó. ¿Pero por qué? ¿Por haber amado a una mujer a la cual no tenia derecho de amar? Sin embargo no hizo ningún daño, su Gracia. Ese amor fue puramente platónico. Es el marido quien debería haber sido castigado por los malos tratos que daba a su esposa.

Cruzó las manos antes de continuar

-Lo único que hizo mi hermano fue interponerse entre ella y el bruto de su marido un día en que la estaba golpeando salvajemente, y recibió los golpes en su lugar. Ese hombre rompió la espalda de Paul, Su Gracia. ¿No hubiera sido ese el crimen? Por otra parte mi hermano terminó muriendo sin embargo mi padre le echó siempre la culpa, no fue a verle ni siquiera en su lecho de muerte. ¿No lo encontráis terriblemente injusto al igual que la suerte que os destruye a vos?

El polvo bailaba en un rayo de sol que iluminaba la larga cabellera del duque. Mary se levantó y, sin dejar de mirar a los ojos de su paciente, empezó a rodearlo para un examen más profundo. Las mangas subidas de su camisón revelaban unos antebrazos fuertes en los que aún quedaban reatos de bronceado que los largos meses de confinamiento habían vuelto un poco amarillo. Sus manos, bonitas, fuertes y musculosas, con las venas marcadas, parecían tan carentes de vida como el resto de su persona.

-¿Está decentemente instalado?-preguntó Mary, dando la espalda a la bañera.

-Si-respondió Thaddeus-La verdad es que me extrañaría que se diera cuenta. El duque estaba estirado en el agua, con el torso desnudo, la cabeza apoyada en el reborde de la bañera decorada con dragones de oro. Pensando maquinalmente que esta era suficientemente grande para dos, Mary enrojeció. Su incomodidad se acrecentó cuando sorprendió la mirada lujuriosa de Thaddeus posada en ella. Inclinándose, recogió el camisón del duque que estaba en el suelo y se la tendió. Thaddeus no hizo el menor gesto para cogerlo y se quedó parado contemplándola mientras el criado que le había acompañado dejaba la habitación.

-¿Tiene usted alguna cosa en especial que decirme?-preguntó ella con altanería, sonrojándose aún más al acordarse de la escena de la víspera.

-Si-replicó el insolente, haciendo pasar su peso de una pierna a otra con una pequeña sonrisa ladeada-Me preguntaba porque no le ha dicho nada a Gertrude cuando nos descubrió a Molly y a mí.

-No me mezclo jamás en la vida privada de los demás respondió.

Como no hacía la más mínima intención de irse preguntó

-¿Hay algo más?

-Me decía a mi mismo que nunca había visto un pelo como el suyo. Parecen un rayo de luna, casi blancos de tan rubios, color plata y tan brillantes...

Mary se apartó las mechas que formaban bucles alrededor de su cara y bajó los ojos volviendo a ver a Thaddeus desnudo moviéndose sobre Molly.

-Deben ser magníficos una vez soltados-añadió con voz velada.

Al no recibir ninguna respuesta, cogió por fin el camisón, pero antes de dejar la habitación, lanzó una larga mirada a Mary que luego trasladó al duque, cuyo rostro aunque impasible como siempre, parecía expresar una extraña emoción.

Aún sabiendo que animar tal actitud era un pecado, Mary no pudo impedir sentirse turbada pensando en los cumplido del joven criado.

Volviéndose hacia el duque, sintió su turbación acrecentarse a la vista de ese cuerpo que el calor del baño había hecho enrojecer, con sus cabellos y su barba brillando de humedad. Si no hubiera sido por su mirada fija, se podría decir que se relajaba. Se acercó intentando olvidar su turbación y la desnudez del duque, recordándose lo que le habían dicho sobre sus ocasionales crisis de violencia. Cogiendo dos frascos de sales y volviendo los ojos, los vació en el agua, liberando un olor a violetas. Mary aspiró profundamente, se levantó las mangas y provista de un tapo, metió las manos en la bañera, esforzándose en no dejar de mirar el rostro animal oculto por la barba y los cabellos. A pesar suyo le intrigaba, con sus ojos gris ceniza, su nariz recta y sus pómulos salientes. Los labios perfectamente dibujados parecía que nunca más volverían a sonreír.

-Buenos días-dijo suavemente-¿Estáis aquí Vuestra Gracia?-añadió escrutando la mirada vacía-¿Me oís?

Mientras hablaba pasaba el lienzo húmedo sobre su frente, por sus mejillas, por sus labios agrietados.

-Me llamo Mary, Vuestra Gracia-volvió a hablar-Estoy aquí para ayudaros. ¿Podéis entenderme? ¿Estáis consciente? Hacedme una señal para decírmelo aunque solo sea un movimiento de los párpados.

Una vez más su requerimiento fue en vano. Apartándose ligeramente, escrutó la fisonomía que el agua al enfriarse volvía ahora gris, haciéndola todavía más inquietante.

-¡Pero bueno! ¿Qué hago yo entreteniéndome en lugar de ocuparme de vos?-exclamó de repente, friccionando el brazo extendido sobre el borde de la bañera y después el torso, que le pareció enorme.

Acordándose de la reputación de seductor del duque, Mary no pudo evitar pensar en su hermano Paul, quien también hacía estragos entre las mujeres, y sonrió. Sin embargo, Salterdon era más imponente que cualquier hombre que hubiera visto antes. A la vez asustada y fascinada por este hombre que parecía haber renegado de su condición humana, lamentó por un instante no haberse casado con el tranquilizante John Rees. Sacando sus manos del agua, se sentó en el borde de un sillón situado cerca de la chimenea, cuyas llamas apenas alcanzaban a calentar la helada habitación. Mary tembló de frío. ¿Porqué no conseguía despegar sus ojos de él? Gertrude irrumpió en la habitación, preguntando si debía llamar a los criados para sacarle del agua. Mary dijo:

-Si, o mejor no. Habría que lavarle el pelo.

.¿Quiere que me haga cargo señorita Ashton? La encuentro algo pálida.

Levantándose las mangas, y cogiendo una buena porción de copos de jabón, el ama de llaves se puso a hacerlo mientras la joven se quedaba quieta sin quitarse siquiera su delantal mojado. Equivocándose sobre las causas de tal pasividad, Gertrude creyó oportuno señalar:

-No siempre es fácil de tratar.

-Su Gracia tiene razones suficientes para estar enfadado-señaló Mary siguiendo con los ojos la espuma que se deslizaba por los hombros del duque.

Volviéndose hacía la ventana, se dio cuenta de que el sol había desaparecido detrás de los nubarrones grises que anunciaban una nevada.

-No se equivoca usted-concedió Gertrude-pero no tiene porque pagarlo con nosotros. Fíjese-añadió aclarando el pelo del duque con agua fría-dudo que eso vuelva a ocurrir ahora. Es como si ya nos hubiera dejado.

En ese momento llegó su comida. Un bol de porridge frío para el duque, sconnes con mantequilla y miel y porridge para Mary, quien frunció el ceño e interpeló al joven criado, un joven no mucho mayor que ella:

-¿Porridge frío para Su Gracia? Llévatelo inmediatamente.

-No querrá de todos modos-intervino Gertrude andando una toalla alrededor de la cabeza del duque.

-¡Yo tampoco lo querría! Tráigale huevos pasados por agua y jamón. Con un bol de porridge caliente por favor. Con almendras si las hay y azúcar moreno para fortalecerle. ¿Habéis olvidado que sigue siendo vuestro jefe? ¿Qué le debéis respeto y lealtad a pesar de todo? ¿Qué sigue siendo un hombre?

-No señorita-respondió el chico apresurándose a llevarse la bandeja.

Volviéndose hacia Gertrude, Mary se encontró con su rostro lleno de lágrimas.

-Tiene usted razón, me avergüenzo de mi misma-confesó-Ya le hemos enterrado, aún cuando todavía respira.

-También va a dejar de hablar así delante de él la intimidó fríamente Mary-¿Se imagina usted en su lugar, prisionera de un cuerpo inerte, incapaz de comunicarse pero oyendo todo lo que se dice a su alrededor? ¿sobre usted?¿sobre su muerte inminente?

Gertrude tuvo un gran sobresalto.

-¿Usted cree que ese es el caso?-murmuró

-El que no tenga fuerzas o deseos de hablar no quiere decir que también haya dejado de oír. A parte de los pecadores todos los seres humanos pueden apartar de si mismos el peso de la cólera divina. Ignoro que tipo de hombre era Su Gracia. Lo que si que sé es que en este momento está librando una gran batalla entre el bien y el mal dentro de él y que tiene derecho a nuestro respeto y nuestra compasión.

Sentado cerca de la ventana en su silla de ruedas, el duque, bajo las directrices de Mary, había sido vestido suntuosamente con una camisa de lino blanco, una corbata de seda, un espléndido pantalón y botas de cuero negras, ropa que a pesar de su delgadez dejaba entrever al magnifico hombre que había sido antes de su accidente. Ciertamente su aspecto elegante hacia contraste con su pelo largo y su barba, pero el baño le había quitado su aspecto animal. Sentada cerca de él, Mary se esforzaba por abrir una brecha en su conciencia gracias a los huevos pasados por agua y el jamón cocido.

-Solo un poco milord-dijo dulcemente esperando que entreabriera los labios.

Ella escrutaba atentamente su mirada, pero el único destello en sus ojos grises provenía del reflejo de la ventana.

-¿Preferís el porridge? La crema, el azúcar, y la mantequilla, os devolverán las fuerzas y en todo caso os calentará, vuestras manos están heladas.

Sobreponiéndose a una pequeña duda, puso la mano sobre la del duque para transmitirle calor y la dejó más tiempo del necesario. La mano del duque parecía tan grande comparada con la suya...un poco como la de Paul, a la cual se había podido coger cuando el desaliento amenazaba con engullirla, y hasta el último día...

-Hoy en día todavía me avergüenza que sea él quien me haya reconfortado-pensó en voz alta, apretando la mano del enfermo-Esta vez debo ser lo suficientemente fuerte para procuraros el sostén que no supe dar a Paul.

Un nuevo intento de alimentarle fracasó. Sin la menor reacción, el duque continuaba mirando fijamente el paisaje en sombras. Sentada cerca de él, Mary lo observaba pensativamente. Cuando su mirada azul se perdía en el horizonte, su mente se evadía al pasado. Pronto, Mary cayó en una dulce somnolencia y volvió a ver a Paul tendido en su cama. Soñó que el se levantaba, anunciándole que estaba curado, y se vio, de niña, jugando con el en esa naturaleza que el tanto amaba, volvió a ver esa sonrisa tan peculiar suya, sintió esa presión en la mano con la cual la tranquilizaba. “Ten confianza, toma de mi la esperanza y el valor, hermanita. No te dejaré nunca”-le había prometido cuando eran pequeños. Le había repetido ese juramento justo antes de dejarla para siempre.

Un ruido la despertó de golpe. Su corazón golpeó en su pecho y abrió los ojos. Solo era el ruido de su propio llanto. Se levantó y se acercó a la ventana apoyando la frente en ella un instante. Se volvió bruscamente y tuvo la impresión de que el duque la miraba.

Pero su mirada estaba perdida seguramente más allá de las colinas, en el cielo oscurecido por la nieve. A menos que estuviera reviviendo alguna de sus calaveradas, o viera a través de ella a una de las innumerables mujeres a las que había seducido aquí mismo. Para él, ella no existía. Se sintió de repente llena de pánico. Si se despertaba ¿cual sería su situación en Thorn Rose?

-¡Que egoísta!-se reprochó en voz alta.

Solo pensaba en si misma. Se apresuró a ajustar la manta de lana sobre las piernas de Salterdon antes de alejarse.

-Paul me habría recordado que siempre hay alguien más desgraciado. Que debemos agradecer al Señor el estar con vida, tener un techo, comida, amigos alrededor. Mi padre invocaría la venganza divina.

Tiritó.

-No, Vuestra Gracia. Olvidemos al pastor y sus siniestras invocaciones. Para mí, Dios es bueno, paciente y comprensivo. Hay que tener confianza, no perder el valor, cualesquiera que sean los pecados cometidos.

Situó un sillón enfrente de él y se sentó. Las manos del duque reposaban sobre sus rodillas pero esta vez resistió el deseo de tocarlas.

-¿Me oís?-pregunto suavemente intentando distinguir su expresión.

Dando se cuenta de repente de que era la primera vez que compartía tal intimidad con un hombre, una molestia desconocida, casi opresiva, la invadió. Con un gran esfuerzo la ignoró.

-Hay rostros duros por naturaleza milord-dijo con una ligereza un poco forzada-No es ese vuestro caso. No os conozco pero adivino en vos un ser lleno de espíritu y buen humor. Vuestros labios parecen dispuestos a sonreír a la menor ocasión, a burlarse, a dificultar la vida de las mujeres. ¿Porqué estáis hoy inmóvil, con esa rigidez que no va con vos?¿Estáis ahí? ¿Me oís? Si es así, por Dios despertad y dejadme ayudaros. Debéis renacer, milord, no solo por vuestra abuela sino por vos mismo.

Un ruido en la puerta atrajo la atención de Mary. Gertrude entró de puntillas para recoger las bandejas.

-¿Ningún cambio?

-Ninguno

Considerando con aire reprobador todos los platos intactos, el ama de llaves suspiró dirigiéndose a Mary:

-Pediré al cocinero que le prepare una verdadera cena. Una mujer pequeña como usted debería alimentarse correctamente.

-Haré un esfuerzo mi querida Gertrude-prometió

-Mientras tanto debe usted descansar esta noche. Le subiré un té con ron. Eso la hará dormir, se lo garantizo.

Mary acompañó a Gertrude hasta la puerta. La buena mujer empujó una puerta oculta y descendió por la escalera reservada a los sirvientes.

Gertrude cumplió su promesa. La cena fue un verdadero festín, Mary no comió hasta haber intentado hacer comer al duque cuya silla de ruedas estaba ahora vuelta hacia la chimenea. Miraba las llamas con la misma mirada vacía, con los rasgos iluminados por el fuego.. Instalada ceca de el, Mary miraba su perfil in móvil.

-Si tuviera un libro, os leería, a Paul le gustaba mucho. Las palabras bien dichas dibujan arco iris en la imaginación. Estoy segura de que os gustaba leer, con la frente ancha y noble que tenéis, no podéis carecer de inteligencia. Sois un hombre apasionado, exaltado, capaz de ir hasta el final, curioso y detestáis la mediocridad. Sin embargo os obstináis a esconder esas cualidades en el fondo de vos mismo. ¿Por qué? ¿de que tenéis miedo? ¿teméis que los demás no respeten lo que sois hoy día? Creo que un hombre es lo que quiere ser.

Dejando su sillón, deambuló lentamente alrededor de él, acariciando el respaldo de su asiento con la mano, casi tocando sus hombros, sus largos cabellos oscuros, los bucles de su barba. Se estaba volviendo muy atrevida pero tratarle con respeto y cortesía y animarle, formaba parte de sus funciones. Ella estaba ahí para enseñarle a encontrar su dignidad tanto como sus ganas de vivir.

-Habría que ser idiota para pensar que ya no sois un hombre.

Se detuvo delante de el y contempló sus largas piernas calzadas con unas soberbias botas negras que Gertrude había limpiado con cariño.

-Vuestras botas son magníficas. Os sientan muy bien-dijo sumergiendo sus ojos en los de el que parecían responder a su mirada.

Mary se agachó y le quitó las botas una tras otra. Después le levantó un pie, se lo puso sobre las rodillas y empezó a masajearlo con lentos movimientos circulares, subiendo hasta la rodilla y luego descendiendo, como lo había hecho con Paul en los largos meses en los que estuvo tumbado sobre la espalda sin poder moverse. Su hermano le manifestaba su placer aunque ella sabía que no sentía nada. Era un placer puramente psíquico.

-Es para ayudar a la circulación-explicó al duque intensificando la presión, relajando, acelerando, hasta que sintió que la piel se calentaba bajo sus dedos.

A veces ella levantaba los ojos para ver su cara.

-Los reflejos del fuego os sientan bien milord. Os dan color, vuestros ojos parecen revivir.

Suavemente deslizó las manos sobre sus rodillas, remontó a lo largo de los muslos en los cuales sintió los músculos firmes a través del tejido de los pantalones. Insidiosa, la visión de Mary y Thaddeus, volvió a su memoria. No le habían inspirado espanto, sino una sensación de nerviosismo e incomodidad que solo había experimentado una vez, en presencia de John. Extrañamente, el hombre sentado delante de ella le despertaba la misma emoción. Sus párpados se hicieron pesados y su mirada se recreó en los labios del duque, sus manos se inmovilizaron sobre los duros muslos y se volvió a ver, en la puerta de las cocinas, mirando los dos cuerpos entrelazados y brillantes de sudor que ondulaban uno sobre el otro, con la diferencia de que su mirada ahora solo encontraba la del duque y los pies del mismo, era ella la que jadeaba ligeramente masajeándole con fervor.

-¿Señorita Ashton?

Se enderezó violentamente de un brinco.

Thaddeus surgió de las sombras, cerca de la puerta. Con el corazón golpeando con fuerza, Mary puso la mano en su pecho.

-Me ha dado un susto, surgiendo así, en la oscuridad. Por un instante creí que...

-...que era él quien había hablado?-continuó Thaddeus sin mirar siquiera al duque-¡Qué optimismo!

-Los milagros existen Thaddeus. Jamás hay que perder la confianza-declaró ella con las rodillas temblando, intentando recobrarse.

-He venido a buscar las bandejas-anunció el joven.

-Transmita mis felicitaciones al cocinero. La cena estaba deliciosa.

Rodeó la silla de ruedas y se puso detrás, interponiéndolo entre el mozo de establo que parecía divertirse al verla tan a disgusto-Deje el del duque. Intentaré hacerle comer antes de acostarle.

-Es usted como los demás.

-¿Los demás?

-Los que la han precedido. Al principio creían todos, y eso que entonces era diferente, por lo menos le quedaba la voluntad de defenderse, su cólera, todavía no estaba completamente paralizado.

-¡Thaddeus, tenga cuidado con lo que dice!

-¿Qué hay de malo? ¿cree que el piensa como usted o como yo?¡Vamos! Ya no es el que era, desde que tiene esa especie de agujero en la cabeza, no reconoce ya ni a su hermano ni a su abuela, no puede andar, no puede hablar, dentro de nada se pondrá a rugir como...

-¡Cállese!¡No tiene derecho de decir tales cosas horribles!

-Pero son verdad. Valdría más dejarle morir. Sería más caritativo para el y para todo el mundo.

-Informaré a la duquesa de su incalificable...

-Ella no hará nada, y ¿sabe usted porque?-dijo cogiendo la bandeja de la joven-Porque no quiere que yo vaya contando por toda Inglaterra lo débil que está el duque.

Antes de salir, se paró y se volvió de nuevo hacia Salterdon.

-No debería haberse enzarzado con esos ladrones, debería haberles dado todo el dinero, al menos no estaría ahora en este estado el imbécil. ¡Vaya héroe!

Mary no respondió, cuando Thaddeus se fue, pensó en sus terribles palabras. Los que habían amado al duque vivían un verdadero calvario; impotentes para ayudarle, asistían a su lenta degradación sin poder impedir que se dejara morir.

En su habitación, Mary acababa de terminar su aseo. Vestida con su camisón blanco, se sentó delante de la chimenea para secarse el pelo. A medida que los cepillaba, los bucles se volvían a formar alrededor de su cara, sus hombros y su espalda. Pensaba en Paul, en John a quien intentaría escribir de nuevo esa noche encontrando quizá las palabras para explicar sus confusas emociones. Escribiría también a su padre y a su madre, a quien imaginaba en este mismo momento arrodillada rezando, pidiendo ser perdonada por todos sus malos pensamientos y las malas acciones cometidas durante la jornada. Desde que tuvieron edad de comprender la diferencia entre el bien y el mal, Mary y su hermano habían soportado también las escenas interminables de las cuales se levantaban penosamente con las rodillas entumecidas. Se acordó de Paul rezando con fervor cuando ella misma imploraba que le fueran evitadas esas torturas insoportables que el pastor les imponía en nombre de Dios. Desde que dejo su casa nunca más había rezado de rodillas y, a pesar del sentimiento de culpa que la asaltaba, no volvería a hacerlo pronto.

Con un suspiro, terminó su té con ron que ya se había enfriado. Como Gertrode había prometido, la relajó. Con los párpados pesados, se levantó, cogió una vela y fue a la habitación de Salterdon.

Se acercó lentamente a la cama, el duque, vestido dormir, apoyaba la espalda en unas sábanas limpias, los grandes ojos abiertos como de costumbre y con las manos cruzadas en el pecho. Mary se inclinó sobre él. A la luz de la vela, le apartó un mechón de la frente y subió cuidadosamente las sábanas. Su barba tupida no era tan ruda como ella pensaba sino que al tocarla resultaba suave. Tímidamente puso sus dedos en los párpados y le cerró los ojos.

-Dormid bien Vuestra Gracia-murmuro dulcemente.

Retirando su mano, se aseguró que tenía los ojos cerrados y notó (quizá por efecto de la débil luz de la vela) que sus rasgos parecían más relajados y su piel menos pálida.

Mary sacudió la cabeza diciéndose que sin duda el ron volvía la vida color rosa.

La noche avanzaba.

Acostado en la inmensa cama, miraba el techo. A veces su mirada se volvía hacia la puerta entreabierta por donde se filtraba una luz muy pálida pero suficiente para atenuar las tinieblas de la gran habitación. De ves en cuando le llegaba un ruido, un tintineo de cristal, una salpicadura de agua. Llegaba a ver una silueta por la rendija de la puerta.

Tragó y se esforzó por distinguir la habitación alrededor suyo, tan diferente desde su llegada. Los jacintos dispuestos en jarrones exhalaban su delicado perfume. De vez en cuando le llegaban olores deliciosamente femeninos de agua de rosas y jabón.

Volvió la cabeza hacia el fuego que moría en la chimenea, iluminando el hogar decorado con porcelanas chinas que representaban dos rostros finamente cincelados, e Día y la Noche. Pero los movimientos de aquella que ocupaba la habitación vecina acaparaban toda su atención y se acordaba de las mujeres que habían cruzado su vida, aunque no se acordara de sus nombres.

La puerta se abrió lentamente y una silueta flotando en una ropa de color blanco se materializó con un pequeño candelabro en la mano. La miró acercarse a él, sus cabellos color de luna brillaban a la luz de la llama. No lo había soñado: ese ángel existía.

-¿Dormís Vuestra Gracia?-murmuró la aparición inclinándose sobre el, y mirándole atentamente.

Su olor le invadió, dulce, fresco, delicioso, le aturdió y le desesperó a la vez. Fue entonces cuando le sobrevino un recuerdo de la infancia, sin duda despertado por la mirada puesta en el...Tumbado en plena naturaleza, totalmente inmóvil, se imaginaba en compañía de un fauno que si se movía tan solo un poco desaparecería.

Ella parecía asustada y dubitativa ¿por qué?

A causa de él, claro, el monstruo.

El ángel subió las sabanas sobre su pecho, acarició su pelo.

-Estoy segura que no queréis ser cruel Vuestra Gracia. Es simplemente vuestra legítima cólera lo que hace que los demás lo crean, porque tenéis la impresión de que Dios os ha abandonado. Pero no penséis eso, no perdáis la confianza. Hasta mañana Vuestra Gracia. Buenas noches.

Diciendo esto la mujer cerró sus párpados acariciándolos con sus dedos y el espero a que ella abandonara la habitación para abrirlos de nuevo.

Una vez en la oscuridad pensó:

-No se vaya, se lo ruego, no se vaya.

CAPITULO 6

Mary se despertó y escrutó la oscuridad, la vela estaba apagada al igual que el fuego de la chimenea. Le llegaron unos gritos, voces agudas de mujer. ¿Llanto? Quitándose de encima las sábanas, se levantó. El suelo estaba helado bajo sus pies. Subiéndose el cuello de su camisón, entró en la habitación del duque. Todo estaba en calma. Dormía apaciblemente. Los gritos se oyeron de nuevo. Mary salió al pasillo y se acercó a lo alto de los escalones. Abajo brillaban luces y vio una mujer llana de lágrimas.

-¡Miren quien esta aquí!-gritó súbitamente Molly apareciendo a su lado.

Mary saltó y se agarró a la balustrada.

-¿Qué hace ella aquí a estas horas, me lo pede decir alguien? Yo tengo una pequeña idea...

-Le pido perdón, yo...

-Le pido perdón-se burló Molly-Habla bien ¿verdad? Se diría que es la duquesa en persona. ¿Dónde está?-añadió con voz maligna.

-¿Quién?

-No se haga la idiota ¿quiere? ¿Se cree que no he visto como la miraba? ¿Y que no he oído como le hablaba? Señorita Ashton por aquí, señorita Ashton por allá.

Todavía se oían los mismos llantos de mujer en alguna parte del vestíbulo. Mary descendió algunos escalones pero Molly se precipitó hacia ella bloqueándole el paso. Su aliento tenia un fuerte olor a ginebra.

-Le he visto salir de su habitación hace tres días, totalmente rojo de tanto como le había usted excitado.

-No sé de lo que habla.

-¿No se pavoneó delante de el mientras se bañaba?

Mary enrojeció y, apartándola, acabó de bajar la escalera.

-Juega a ser santa pero yo no me dejo engañar.

-¡Molly!-gritó de repente Gertrude, con gran alivio de Mary.

La criada se dirigió inmediatamente a su encuentro.

-No me extraña que no hayas respondido cuando te he llamado. Le pido perdón señorita-añadió dirigiéndose a Mary.

-¿Qué pasa? Creo haber oído llorar a una mujer-preguntó esta.

-Viajeras. Las han asaltado unos ladrones por el camino.

-¡Ladrones!-chilló Molly.

-¿Cómo están?

-No demasiado mal. Es una mujer y sus dos hijas, señorita Ashton. Les han robado la bolsa y una o dos tonterías. El cochero ha recibido un golpe en la cabeza. Lo peor es que ha sido cerca de la mansión, en el desvío del camino.

-¡Van a venir!-volvió a gritar Molly-Van a romper la puerta, nos van a coger como rehenes, vana abusar de mí...

-Serás mas bien tú la les saltaras encima para violarles-retrucó Gertrude.

Mary añadió suavemente:

-¿Estamos en peligro aquí?

Gertrude asintió sobriamente.

-Todo el mundo sabe que Su Gracia está aquí, y en un triste estado además. La mansión abriga una fortuna inestimable aunque solo sea en platería. Vamos a coger algunas armas de los armarios y a armar a los lacayos por si acaso. Thadeeus está abajo, en los establos. Guarda los caballos preferidos de Su Gracia. Voy a asegurarme que ha cerrado bien el vestíbulo y atrancado las puertas.

-Voy a subir a vestirme-declaró Mary.

Lady Draymond lloriqueaba en su pañuelo.

-Era horrible, horrible. Estaban enmascarados. Al menos una docena, la cabeza cubierta con una capucha negra con agujeros en los ojos. ¡Dios mío! ¡He pasado tanto miedo por mis pequeñas!

Mary miró a las dos jóvenes de más o menos su edad, tenían formas generosas, estaban vestidas de terciopelo y encajes y devoraban las galletas que había traído Gertrude, la cual se esforzaba en calmar a su madre.

-Para mañana esto solo será un mal sueño.

-¡Si sobrevivimos a esta noche!-lanzó Molly con voz lúgubre dejando una bandeja de te sobre la mesa-¡Han tenido suerte, créanme!

La vizcondesa lanzó un grito agudo y se dejó caer contra el respaldo del sillón, con un desvanecimiento teatral.

-¡Imbecil!-dijo Gertrude exasperada-Ve a buscar un frasco de sales y rápido.

Después susurró en el oído de Mary:

-¿Qué vamos a hacer con estas tres?. Sin tener en cuenta que en vista del apetito de las hijas van a vaciar nuestras reservas en poco tiempo.

-No es usted muy caritativa.

-No estoy pensando en echarlas, señorita, sino más bien en amordazarlas.

Molly volvió con las sales.

-Me pregunto si nos están tomando el pelo-murmuró señalando a las tres mujeres.-Pueden haber inventado esa historia para introducirse en casa, cosa que no me extrañaría.

-Pff-hizo Gertrude elevando los ojos al cielo-Bueno, voy a ayudar a la vizcondesa a llegar a su habitación antes de asegurarme de que el cochero está bien instalado.¿Se encarga usted de las hijas Mary?

Esta asintió, mientras Charlotte y Florence interrumpían su parloteo para dirigirle una mirada desdeñosa.

-Creo que deben tener ganas de descansar un poco-dijo Mary-Después de lo que acaban de pasar es comprensible.

Florence masticó un rato una enorme porción que acababa de meterse en la boca antes de volverse hacia Charlotte.

-¿Quién crees que es?

-Nadie importante, en vista del modo en que está vestida-replicó Florence con cara de disgusto-Una criada sin duda.

Empezaron a cloquear y después Florence miró su taza vacía.

-Quiero más té, y con más azúcar esta vez.

Después de un momento de duda, Mary cogió la tetera.

-Hace algunos meses hubiera estado aterrorizada ante la idea de refugiarme en Thotn Rose, sabiendo en lo que se ha convertido el duque-continuó la otra.

Mary puso tres cucharadas de azúcar en la taza intentando impedir que su mano temblara.

-¡Que horror!-dijo Florence engullendo un pequeño pastel- La última vez que Lady Penélope Farnsworth-Shriverston vio al duque después del accidente, este se había convertido en un animal salvaje. Intentó estrangularla barbotando palabras incomprensibles. Parece ser que se parecía a esos perros vagabundos y andan al borde de los caminos.

-A veces-dejó caer Mary con voz suave-son esas almas abandonadas las que dan más cariño. De hecho uno debe haber perdido todo sentido humano para abandonar a un perro en el camino.

-Sea lo que sea-respondió Charlotte con ligereza-la duquesa a tomado una sabia decisión haciendo que le internen en el asilo. No hace ni dos semanas, lady Rothblatt me confió que ella sabia por lady Adeline Gloag, quien lo sabia por Lily Hartcup, que lord Brabble fue a visitar a un amigo a Saint Luke, y que se encontró con Salterdon. Parece ser que estaba atado con tiras de cuero y que daba alaridos como un lechón. Le ahorraré los detalles pero esa imagen quedó grabada en mi mente. ¡Dios mío, cuando pienso que madre quería que me casara con él hace un tiempo! Habría preferido ser secuestrada por esos bandidos antes que ser obligada a pasar una sola noche bajo el mismo techo que ese monstruo.

-Vamos, vamos, querida hermana-la reconfortó Florence-Ya no tienes nada que temer. Está lejos de aquí.

-Creo que está usted mal informada-susurró Mary con una sonrisa-Da la casualidad de que Su Gracia no está tan lejos como piensan.

Las dos jóvenes palidecieron.

-¿De verdad?-exclamaron a coro.

-Está justo al final de las escaleras, señoritas.

-¿Aquí?-dijo Charlotte con la boca abierta.

-¿En Thorn Rose?-añadió Florence dejando caer una avellana en su taza de te.

-Encerrado en su habitación. Pero estoy segura de que le oirán en cuanto haya vuelto la calma. Yo en su lugar-continuó en un murmullo-me apresuraría a acostarme antes de que...

Las dos hermanas se miraron consternadas.

-Bien-prosiguió Mary volviéndose hacia la puerta-Las dejo en las manos de Gertrude.

-¡Espérenos!-gritaron las señoritas Draymond, saltando del sofá, volcando el te y los platos de pasteles.

Poco a poco emergió de la bruma.

Al principio la luz pellizcó las tinieblas que lo envolvían todo, transformándolas progresivamente en formas indistintas como un calidoscopio de colores y sonidos.

No, no, ¡piedad! ¡Estaba real mente mejor en la oscuridad y el silencio! El sueño era un elixir. Le apartaba del dolor, de la vergüenza, los accesos de cólera, la vista de esos rostros apesadumbrados que lloraban por lo que había sido y ya no sería nunca más según decían los médicos que se habían acercado a su cabecera desde hacia un año. ¿Por qué no comprendían que solo quería que le dejaran solo? Al menos así no estaba tan violentamente enfrentado a sus enfermedades. Concéntrate, idiota. Intenta centrar tu atención. ¡Aquí! La luz del sol ilumina tu cara, una ligera brisa acaricia tu piel, te llega la canción del ángel, dulce y modulada. La luz me quema los ojos.

Un movimiento. Localizado. ¡Por fin! La forma se hace más precisa. Concéntrate.

En el banco situado bajo el árbol, ella cerro el libro que le estaba leyendo en voz alta.¿Quién era? Tenia unos rasgos de una pureza insólita, y los cabellos de un color...raro, soberbio, rodeaban su cara con un halo de seda, ondulando sobre sus hombros con vagos movimientos. Sus ojos inmensos, de un azul limpio, le observaban atentamente con una especie de asombro, como si lo que veían no fuera visible más que para ellos. Emanaba de esa mirada, a la vez calmada y decidida, una pasión tan intensa, tan profunda, que percibió sin dificultad el alma que en ella se reflejaba.

Su nariz era perfecta. Su boca terriblemente atrayente sonreía tristemente. Su color de melocotón, transparente, le daba un apariencia etérea. Parecía apenas salida de la infancia, llena de candor.

Salvo en los momentos en los que él podía notar el miedo o la piedad en su mirada. En esos momentos la maldecía.

-Hace un tiempo magnifico, Vuestra Gracia. Un anticipo de la primavera. El sol empieza a calentar. La luz del cielo se hace más clara. Si pudiera os llevaría al lago. Mirad, una barca. Un pescador sin duda.

Mary se levantó graciosamente y rodeó el ancho tronco del olmo. La dulzura del aire le arrancó un suspiro de placer y contempló el paisaje con ojos soñadores.

-Si tan solo pudierais ver el agua del lago, milord, brilla como el cristal, su luz es tan viva que las colinas de alrededor parecen inmersas en la sombra.

Se apoyó contra el árbol y escuchó el susurro de la brisa en sus ramas aún desnudas. Una ardilla apareció de repente sobre una rama y saltó a tierra muy cerca de ella.

Encantada, Mary se acercó al duque que estaba sentado en su silla de ruedas con la mirada perdida, y posó la mano sobre su hombro.

-Tenemos un visitante-murmuró-¿no es insolente? Casi tanto como esas horribles hermanas Draymond que continúan asaltando sin vergüenza vuestra despensa. Me pregunto si vamos a lograr librarnos de ellas, milord. Temo que no se vayan hasta que su cochero no esté decidido a dejar a Gertrude. Una verdadera suerte milord, nuestra querida Gertrude canta de la mañana a la noche desde hace varios días. El amor y los sentimientos ejercen un poder asombroso sobre la razón.

Señaló a la ardilla.

-Mirad como nos mira, como si fuéramos nosotros los intrusos. ¿Queréis ve hasta donde llega su valor?

Mary rompió a reír y dio un paso hacia el intrépido animal que no le quitaba la vista de encima.

-¿Cómo está usted?- le dijo inclinándose en una pequeña reverencia.

Sin moverse, la ardilla inclinó la cabeza. Mary se arrodilló y avanzó lentamente a cuatro patas mientras sus largos cabellos que no había atado ese día, le acariciaban los hombros.

-¿Tiene ganas de bailar señora ardilla? De acuerdo pero tendrá usted que enseñarme.

El animal pegó un brinco y subió por el tronco del olmo hasta la primera rama, donde se apostó para mirar a Mary.

-Lo siento, dudo que pueda seguirle con ese ritmo.

Se levantó y se limpió las manos riendo. En ese momento percibió un movimiento detrás de ella, se volvió, descubriendo primero un par de botas de cuero. Un hombre muy elegante estaba ahí escrutándola con diversión con sus ojos grises.

Se sobresaltó. Esa cara le parecía extrañamente familiar así como la alta frente, la espesa cabellera un poco mas corta, también el dibujo de los labios, sin embargo este no estaba amargado. Se sintió enrojecer hasta la raíz del pelo.

-¿Señorita Ashton?-preguntó el hombre tendiéndole la mano-¿Puedo ayudarla a levantarse o prefiere que me ponga a su altura?

-Yo...-barbotó cogiéndole la mano.

Se levantó trabajosamente, pisando su falda llena de hojas y de tierra, la sacudió antes de retroceder, dirigiendo al hombre una sonrisa de disculpa.

-Si soy la señorita Ashton.

-Es lo que me temía-murmuró el mirándola detenidamente con perplejidad-¡Por Dios, es usted una niña! ¿Qué le ha pasado?

-¿De quien habla?

-De la duquesa, por supuesto.

-¿Qué importa si soy una niña?-replicó con aplomo-Es la duquesa quien decide. Hace lo que quiere, y ha querido contratarme.

El hombre levanto una ceja.

-Un punto para usted señorita Ashton. Dígame ¿cómo esta mi hermano?

Mary entornó los ojos antes de acercarse lentamente al duque.

-¡Lord Basingstoke!-exclamó, volviendo junto al gemelo del duque-Debería haberos reconocido enseguida. Perdóneme-dijo con una pequeña reverencia.

-Nuestro parecido no salta demasiado a la vista hoy en día, señorita Ashton-respondió volviéndose hacia su hermano-Dígame ¿hay algún progreso?

-Ninguno milord, pero solo llevo aquí una semana.

-Le hicieron falta siete días a Dios para crear el mundo señorita Ashton.

-Y yo no soy Dios.

-Sin duda.

Lord Basingstoke puno una rodilla en tierra delante de su hermano.

-¿Dónde diablos estas Trey?-preguntó bruscamente.

Mary se precipitó hacia él.

-No le tratéis con dureza os lo ruego. Sed gentil.

-¿Gentil? Mi querida señorita Ashton sepa usted que no ha habido jamás el mínimo espacio para la gentileza en la vida de Trey Haworth, duque de Salterdon.

Basingstoke bajó los ojos, con su bello rostro muy pálido, y cerró su mano sobre la de su hermano.

-Quiero reencontrarle, señorita Ashton-declaró-Con todo lo malo que pueda ser, quiero que vuelva. Ha dejado un vació en mi, como un agujero negro terriblemente frío. He llegado a pensar que si estuviera muerto, sentiría algo parecido.

-Tened confianza milord.

-¿Confianza?

Lord Basingstoke levantó la cabeza y miró a Mary a los ojos, ella descubrió lo magnífico que debió haber sido Salterdon, refinado, respetable y noble. Quedó subyugada.

-Mi abuela tiene el corazón roto, durante veinticinco años consagró su vida a educarnos de manera que fuéramos dignos del prestigioso lugar que ocupaba nuestro padre en el mundo, dignos de perpetuar nuestro título, nuestro nombre. Pero sobre todo nos quiso, sin guardarnos jamás rencor por nuestras diferencias, nunca dejó de creer en nuestro éxito. Vio morir a su marido y después a su hijo. Creo que no soportaría perder también a su nieto. Se lo ruego, señorita Ashton, es usted nuestra última esperanza. Ayúdenos si puede.

Ayúdenos si puede.

Esa frase no dejaba de preocupar a Mary, al igual que el rostro de Basingstoñe, su desesperación impotente ante el estado de su hermano.

Ejercía sobre ella una fascinación desconcertante. Le había dicho que la habitación preferida de Su Gracia era la extravagante sala de caza, una habitación imponente, revestida de madera del siglo XVIII, ricamente amueblada, decorada con pieles de oso y de cabezas de tigre de colmillos acerados y ojos de cristal en los que se reflejaba el fuego de la chimenea de mármol jaspeado.

Prefirió quedarse, por si Basingstoke tuviera necesidad de ella, y se instaló en la otra punta de la sala para dejar a los dos hermanos tener intimidad. Rodeada de helechos en macetas y de cojines de rayas, se puso a bordar lanzando de vez en cuando una mirada a los gemelos que antes se parecían tanto.

Era difícil imaginar que Trey, tan rudo en apariencia, hubiera sido tan elegante y distinguido como Clayton. Era un misterio. Concentrándose un momento en su bordado, levantó la cabeza al notar que Basingstoke la observaba intensamente.

-Venga con nosotros-le rogó señalando un sillón cerca del fuego-Hace mejor temperatura aquí.

Mary se instaló a su lado, después de haber remetido con cuidad la manta sobre las piernas del duque.

Clayton hablaba suavemente a Trey, pero con un tono perfectamente normal.

-Mi mujer me ha encargado que te transmita su cariño, al igual que el de tus sobrinos. Peter cumple cinco años mañana. Keith empezó a andar la última semana. Como de costumbre la abuela reza para que te restablezcas completamente. Creo que se debilita cada día más. Pierde la memoria a veces, pero conserva el espíritu vivaz que tu conoces.

Se inclinó hacia la joven apoyándose en los codos.

-Dígame señorita Ashton ¿cree usted que nos oye?

Mary dejó su labor y les observó a uno y otro.

-Es difícil imaginar que éramos perfectamente iguales ¿verdad?¿tiene usted miedo de mi hermano?

-A veces.

-Creo que los sirvientes están para algo.

-No solo los sirvientes milord-confesó en voz muy baja.

-¿Se refiere a las señoritas Draymond? Estoy seguro que esos buitres no han renunciado todavía a meter la mano en la fortuna del duque. No dudarían a casarse con él incluso en su estado. La vizcondesa es sin duda la más empeñada en ello. ¿No me cree? Venga-dijo levantándose-Señorita Ashton, aprecio vuestro sentido de la responsabilidad pero podemos dejarle solo algunos minutos. Quiero enseñarle una cosa.

Mary le siguió con desgana hasta la galería de los retratos, repleta de jarrones y muebles más que centenarios de los cuales él le fue contando la historia que ella escuchó con oído distinto seducida por su belleza fuera de lo común.

Pronto llegaron a una habitación pobremente iluminada por la luz del día que se filtraba por una hilera de ventanas. Mary se quedó con la boca abierta al ver las magnificas paredes y la inmensa alfombra en medio del cual se levantaba un suntuoso piano de ébano.

Basingstoke acarició la superficie del instrumento con una mano y una oleada de tristeza ensombreció su cara. Con voz alterada por la emoción dijo:

-Hace tiempo, señorita Ashton, un niño esperaba a que todo el mundo estuviera acostado para venir a tocar en este piano. Dotado de un talento excepcional y de un oído notable, componía canciones que interpretaba con gozo y una destreza increíbles.

Se sentó en la banqueta delante del teclado.

-A veces me quedaba silenciosamente en la barandilla de la escalera y le escuchaba cerrando los ojos. ¡Cómo le envidiaba él haber heredado ese don!

-¿Habláis de vuestro hermano?

-Es difícil creer que el hombre que es hoy en día fuera un niño prodigio ¿verdad señorita Ashton?

Apoyó el dedo en una tecla y el sonido resonó por toda la habitación.

-Debe usted saber que el futuro duque de Salterdon no podía entretenerse con un pasatiempo tan frívolo. Desde la edad de nueve años, mi padre le enseñó el funcionamiento de los negocios, la manera de administrar los dominios transmitidos por nuestros antepasados. Mientras que yo tenía el derecho de hacer lo que me viniera en gana, el aprendía el oficio de duque. Su infancia le fue robada de algún modo.

Se levantó y se dirigió al fondo de la estancia. Mary le siguió de puntillas, como si temiera despertar otros recuerdos olvidados. Levantando la sábana que cubría un caballete el declaró:

-Mi hermano señorita Ashton, tal como era antes.

Mary tragó con esfuerzo.

-Increíble ¡Sois vos!

Como hipnotizada, no conseguía desprender los ojos de la mirada profunda y orgullosa que la miraba fijamente. Si los rostros eran idénticos, esta mirada no podía pertenecer al amable Basingstoke. Al igual que la virilidad casi palpable y amenazante que emanaba del retrato. Tampoco pertenecían a su paciente. El hombre representado sobre la tela no estaba por cierto desprovisto de carácter, pero no parecía en absoluto salvaje. Por el contrario parecía extremamente refinado.

-¿Y la joven?-preguntó dirigiendo su atención a un cuadro sin terminar posado sobre una silla.-¿Quién es?

Por espacio de un instante, Basingstoke tuvo una especie de sonrisa que le hizo parecerse a su terrible gemelo.

-Mi querida señorita Ashton, esta soberbia mujer es la futura duquesa de Salterdon, la futura esposa de Trey, si usted prefiere, lady Laura Dunsworty Ronsaville.

CAPITULO 7

Mary mojó su pluma en el tintero de marfil grabado con las armas del duque, esforzándose en escribir a su madre y a John, aún sabiendo que no enviaría jamás la carta. El joven pastor esperaba sus noticias con impaciencia y ella lo sabía, pero se las tomaría como una invitación y ella no quería que se hiciera falsas ilusiones. Seria capaz de venir a Thorn Rose para convencerla de volver con él, de casarse con el, ¿y para ofrecerle el qué? La misma vida que llevaba su madre, y poco más. Arrugó la hoja y la tiró. No dejaba de pensar en el retrato desde que lo había visto. El duque no tenia nada de monstruo, incluso si personificaba el poder y la nobleza con una cierta arrogancia y una gran confianza en si mismo. Desprendía una virilidad que la turbaba de forma extraña. Estaba perdiendo el aliento y la cabeza.

De la habitación vecina le llegaban los ruidos del aseo del duque. Gertrude quitaba el polvo, golpeaba las almohadas, cambiaba las sábanas mientras que Thaddeus y un lacayo sacaban a Salterdon de su baño para vestirle. Cuando abrió la puerta de comunicación, su paciente estaba instalado en su sitio habitual, cerca de la ventana que daba al campo. La habitación estaba impregnada de olor a violetas.

Gertrude interrumpió su trabajo y le sonrió.

-¿Ha terminado usted su correo señorita?

Mary entró. Arreglando un ramo de flores amarillas y violetas en un jarrón de cristal, se miró en el espejo que tenía enfrente. Con sus cabellos rubios ceniza, casi blancos, sus grandes ojos azules y su pequeña boca rosa ligeramente fruncida, parecía muy joven.

-No es extraño que lord Basingstoke se haya sorprendido al verme. ¿Cómo es posible que Su Gracia, la duquesa haya contratado a alguien tan inexperto como yo?-exclamó.

Gertrude se acercó sacudiendo un trapo.

-Es usted la bondad misma, señorita, y es eso lo que el duque necesita. Alguien capaz de dar al mismo tiempo compasión y comprensión.

Mary contempló un instante el paisaje antes de volverse hacia el hombre al que ahora conocía con otro aspecto.

-Gerti, Basingstoke es un hombre seductor ¿no cree?

-No más que Salterdon-afirmó el ama de llaves- no tenia nada que envidiarle, créame.

-Su Señoría tiene una sonrisa dulce y amable.

Gertrude dejó de quitar el polvo y pareció reflexionar.

-Admito que “dulce” y “amable” no son los términos que yo habría escogido para describir la sonrisa del duque incluso antes de su accidente. Desenvuelta e insolente me parecen palabras más apropiadas. Eran tan parecidos físicamente como diferentes de carácter.

-Me gustaría creerla-replicó Mary observando el rostro comido por la barba-Sin embargo no puedo admitir que haya sido tan manipulador, cínico y juerguista como me lo han pintado.

Se inclinó hacia los ojos grises que parecían escrutarla hasta el fondo del alma, aunque su vacuidad traicionaba como siempre una especie de locura.

-Ha estado usted confinada durante mucho tiempo en casa del santurrón de su padre para comprender estas cosas-respondió Gertrude-No se puede decir que Su Gracia haya consagrado nunca su vida al placer. Cuando su posición social no le permitía obtener lo que deseaba jugaba con su físico, eso es todo.

-Respecto a este último punto, la entiendo-dijo Mary pensando en el efecto que Basingstoke había tenido sobre ella.

“Y he aquí lo que parece hoy en día”-pensó antes de volverse hacia Gertrude bruscamente-Tráigame agua caliente, jabón y una navaja de afeitar.

-¿Perdón?

-Me ha entendido bien. Quiero afeitarle.

-Pero...

-Me gustaría que tuviera su aspecto de antes, de se prisa antes de que cambie de opinión.

Gertrude obedeció y volvió diez minutos más tarde.

-Escuche-no pudo dejar de decir-la última vez que intentamos hacerlo...

-Por favor, ahórreme sus advertencias, ya estoy lo suficientemente nerviosa sin ellas.

Sin esconder su reprobación, el ama de llaves dejó la habitación protestando entre dientes.

Con manos temblorosas Mary puso el jabón en la cara del duque.

-No hay porqué estar tan nerviosa-se tranquilizó en vos alta.

¡Todo esto para ver su cara! Que ella ya conocía a través de su gemelo y de su retrato. Se esforzó por respirar lentamente. Mientras cerraba los ojos para intentar calmarse, sintió una mano cerrarse alrededor de su cuello con una violencia inesperada. Sofocada, incapaz de proferir el más mínimo sonido, se debatió con energía, volcando la palangana y el jabón.

-¡Señor!¿Ya vuelve a empezar! ¡Socorro!¡Ayuda!¡Ha atrapado a la señorita Ashton!-gritó Gertrude a quien el ruido había atraído - ¡dejadla!¡Vais a matarla!

-¡Salvaje!¡Asesino!-gritó Thaddeus precipitándose para liberar a Mary.

-Por favor-consiguió articular por fin, aspirando aire profundamente.

Captó la mirada bien despierta en ese momento, que la miraba fijamente con una aterradora maldad.

-Vuestra Gracia...Por favor...-balbució

Los ojos grises se entrecerraron y una serie de sonidos desarticulados salieron de su garganta mientras la cogía de nuevo y la sacudía con ferocidad.

-¡Tipo asqueroso!-gritó Thaddeus acudiendo en su ayuda y apartando del paso a una Gertrude enloquecida, cayendo los dos al suelo, cerca de la cubeta rota y el agua jabonosa.

Con las manos cerradas sobre las de Salterdon, Mary intentaba perdidamente conservar la calma, intentando hacerle entrar en razón. ¡Dios del cielo! ¿Iba a morir asesinada por aquel por el cual se había desvivido y que en su ingenuidad empezaba incluso a amar? Al borde del desmayo, se dio cuenta de que él intentaba hablar. Intentó seguir el movimiento de los labios. Él la acercó entonces tan cerca de su cara que sintió el aire caliente de su aliento, él volvió a empezar, lenta y dolorosamente

-Pe..perr.. flores...com..al lado...

Después con una especie de rugido animal, Salterdon arrojó a Mary al suelo.

Por un momento, la joven, asustada, creyó que iba a dejar de respirar. Al fin el aire volvió de golpe a sus pulmones momentáneamente asfixiados, quemándole la garganta como si la navaja de afeitar que había caido al suelo la hubiera herido. Un ruido extraño atravesó su semiinconsciencia, gritos de mujer, cristal roto, juramentos. Alguien la llamó.

-Señorita Ashton, señorita Ashton. ¿Qué hacemos con el ahora?

Lentamente Mary consiguió sentarse. Reconoció a Gertrude.

-¿Qué vamos a hacer?-repetía impresionada.

La vista de Mary era aún borrosa pero percibía claramente el gruñido de animal salvaje que llenaba la habitación.

-¿Señorita Ashton?

Se levantó con dificultad, trastabilló y un acceso de tos la sacudió. Varios sirvientes mantenían al duque inmóvil contra el suelo, los brazos y la piernas separados. Cuando consiguieron sentarle en su silla, clavó sus ojos dementes en ella.

-¿Quién...diablos...es usted?-gruñó

Mary, sostenida por Thaddeus, presionaba aún su cuello dolorido, aspirando aire con avidez y haciendo muecas de dolor, poco a poco se recobró y articuló con voz ronca:

-Su Gracia la duquesa me contrató para...

-Fue...ra-silbo el duque, mirando alrededor suyo, preparado para romper el mas mínimo objeto que estuviera a su alcance.

Gertrude se acercó a Mary.

-Vale más dejarle, señorita. Acabará por calmarse.

-¡Ni hablar!-se dejó llevar la joven apartando a Thaddeus.

Avanzó hacia su paciente con aire resulto.

-El duque ha roto la cubeta de agua Gertrude. ¿Podría traerme otra?

-¿Cómo?-barbotó la mujer.

Mary recogió los retos de porcelana y recuperó la navaja. Haciéndola girar entre sus dedos, miró al duque que la observaba con los ojos semicerrados.

-No creo que haya tenido la intención de hacerme daño-declaró, intentando tener la voz firme mientras que le parecía haber comido brasas ardientes cada vez que tragaba.

Reuniendo todo su coraje, se aproximó al duque con precaución

-Creo que se ha despertado de repente y ha tenido miedo.

Salterdon continuaba siguiéndola con su mirada salvaje, contrayendo nerviosamente los labios.

-Cuando el miedo y el instinto de supervivencia se mezclan, cedemos a veces a reacciones incontrolables. Yo, por ejemplo, cuando Su Gracia ha intentado matarme, le habría herido sin dudarlo si hubiera hecho falta.

-¡Señor!-exclamó Thaddeus-esta tan loca como el.

-No completamente, Thaddeus. La paciencia y la dulzura, triunfan al final. No olvide que el duque no es un animal sino un hombre capaz de recobrar su dignidad.

En ese momento Salterdon le lanzó un puñetazo que afortunadamente pudo esquivar, pero, patinando sobre el jabón se volvió a encontrar en el suelo antes de comprender lo que pasaba.

-A fin de cuentas-volvió a decir-tráigame las cuerdas con las que lo ataban antes de mi llegada. Incluso los animales deben entender que deben respetar la mano que los alimenta.

Su piel de marfil llevaba las marcas rojas que habían dejado los dedos del loco, cuatro hematomas a un lado del cuello y uno en el otro. A la habitación del duque había vuelto la calma, a Dios gracias. La tranquila firmeza que había demostrado delante de Gertrude y Thaddeus la había agotado y volvió a su habitación con el pretexto de cambiarse la ropa mojada. Estaba todavía aterrorizada por la escena que acababa de vivir y, sentada en su peinador, reflexionaba enumerando las excusas que podría dar para dejar Thorn Rose, pero esta perspectiva la llenaba también de aprensión. Si se iba, pasaría el resto del año implorando el perdón divino por haber deshonrado a su padre y eso era una dura penitencia. Entre los dos males ¿cuál era el peor quedarse en el infierno de Thorn Rose o volver al de Huddersfield?

Su elección pronto estuvo hecha. Se levantó y volvió a la habitación de Salterdon. Este estaba calmado en ese momento, sentado en su silla, cerca del fuego con las muñecas atadas en los brazos de la silla. Thaddeus vigilaba recorriendo con grandes pasos la estancia, con las manos en los bolsillos del pantalón. Se paró en cuanto vió a Mary.

Esta se dio cuenta de pronto de la presencia de Basingstoke cerca de la ventana, quien con los brazos cruzados en el pecho la observaba con una ceja fruncida y la boca severa.

En cuanto a Salterdon, este miraba las llamas. ¿Había vuelto a su propio mundo? Eso esperaba-se confesó a si misma llevándose la mano al cuello dolorido.

-Señorita Ashton-dijo Basingstoke suavemente y con afecto.

-Os lo ruego-le interrumpió ella aún un poco ronca-corro el riesgo de flaquear y eso no es lo mejor que podría hacer.

Basingstoke se acercó a ella y le levanto dulcemente el mentón.

-¡El asqueroso animal!-juró entre dientes antes de sonreírle ligeramente, esforzándose lo mejor que pudo en disimular su cólera-Sé que es un pobre consuelo, pero este usted segura que si mi hermano hubiera estado en sus cabales, jamás la habría tratado de esta forma, siempre se mostró severo con las mujeres pero nunca les levantó la mano. Puede usted llorar si quiere, lo comprenderé.

Mary sacudió la cabeza, sin poder impedir que las lágrimas le llenaran los ojos. Procuró no cerrar los párpados por miedo a que cayeran. Nadie le había manifestado nunca tal interés y tal amabilidad. Basingstoke rodeó la silla de su hermano, cuya expresión continuaba siendo imperturbable, aunque sus manos se hubieran cerrado en un puño bajo las ataduras, ese era el único signo de la rabia que todavía sentía. Una mano fraternal se posó sobre su hombro y su gemelo dijo:

-He hablado mucho con Trey, en su ausencia señorita Ashton. Creo que me ha oído, pero no sé si me ha entendido. Le he recordado que usted había sido contratada por la duquesa para ocuparse de el, de la misma forma que los que la precedieron. Todos se quejaron de los accesos de violencia de mi hermano, tanto verbales como físicos, y todos se fueron. Si Trey no quiere ser internado para el resto de sus días, haría bien en aprender a controlar su humor. Sepa de todos modos que no soporta la piedad, y yo le comprendo.

El duque se movió, abriendo y cerrando las manos. Basingstoke se agachó y le murmuró en el oído:

-No siempre hemos estado de acuerdo sobre la conducta a adoptar en la vida ¿no es cierto hermano mayor? Por ejemplo, yo he creído siempre que los bienes que la duquesa me legaba debían ser administrados con la mayor prudencia, igual que las rentas donadas al niño prodigio y ¿señorita Ashton?

-¿Si milord?

-¿No querría terminar lo que empezó?

Ella asintió

-Coja la navaja y el jabón.

Basingstoke se levantó las mangas, revelando los antebrazos bronceados. Ella constató con sorpresa que tenía las manos robustas de un campesino.

Le tendió la navaja de afeitar pero él negó con la cabeza.

-Estoy aquí solo para ayudarla. He avisado a mi hermano que si volvía a empezar me encargaría yo mismo de afeitarle.

El duque continuaba ignorándole. Mary le miró. Entonces lentamente, muy lentamente, los ojos grises locos de cólera que la habían atravesado hacia un momento se volvieron hacia ella. No había el más mínimo indicio de furia o desesperación en ellos, solo reflejaban una confusión que la impresionó mucho.

-No tenemos intención de dañaros-afirmó esforzándose en dominar su voz.

Al pasar la brocha llena de jabón por la cara de Salterdon, sintió que su mirada no se alejaba de ella. Minúsculas gotas de sudor perlaban la frente del duque.

-Tiene miedo-murmuró dirigiéndose a Basingstoke.

-Porque sabe que yo no dudaría en estrangularle si vuelve a hacerle daño-replicó el con una sonrisa sarcástica- O mejor aún invitaría a las señoritas Draymond a venir a ver en lo que se ha convertido el ilustre Salterdon. Las he sorprendido más de una vez por los pasillos de la mansión, cotilleando con la esperanza de vislumbrar al “monstruo aullador”. Antes del fin de semana, todo Londres tendrá noticias detalladas de la situación.

En circunstancias menos graves Mary hubiera reído ya que la amenaza de Basingstoke era falsa. Los ojos de Salterdon se habían entrecerrado. Emitió un sonido gutural que la hubiera asustado sin la presencia de Clayton.

Con el corazón golpeando, la joven hizo pasar la hoja sobre las mejillas de duque, bajo su nariz, bajo su mentón.

-En caso de que lo hubierais olvidado, Vuestra Gracia, me llamo Mary Ashton-declaró secamente evitando cruzar su mirada clavada en ella.

¡Si tan solo pudiera dejar de temblar así! No había nada que temer, sus puños estaban atados, Basingstoke estaba cerca de ella, vigilando como un centinela y Thaddeus vigilaba en la sombra.

-Su abuela la duquesa me contrató para ayudaros a restableceros. Debéis sentiros muy solo aquí.

Con una súbita exclamación de cólera, el volvió la cabeza. La navaja le cortó la mejilla y Mary contuvo la respiración.

-¡Mirad lo que habéis hecho!-exclamó mordiéndose los labios. Os lo ruego, Vuestra Gracia, no os mováis hasta que termine.

Esperó un momento antes de continuar, muy prudentemente, lista para detectar el menor movimiento inesperado. Pero el duque se dominó y ella pudo terminar su tarea sin ningún otro incidente. Su barba oscura tapaba el suelo alrededor de el.

Mary retrocedió un paso para admirar su obra.

-¡OH!-murmuró fascinada por esa cara que la obsesionaba desde su llegada y que luego entre Basingstoke y el retrato le habían dado una idea más precisa.

No estaba decepcionada, al contrario, por los rasgos todavía más marcados que los de su hermano. Mas duros también. Olvidando a Thaddeus que había dejado de pasear, olvidando incluso a Basingstoke, acercó un espejo al duque.

-Mirad Vuestra Gracia-le invitó-¿No esta mejor así? ¿No os sentís más digno con la imagen del aristócrata que sois?

A pesar suyo, Salterdon dirigió los ojos al espejo. La sonrisa de Mary se agrandó y se arrodilló cerca de el para contemplar su reflejo, el de los dos uno al lado del otro. El placer sonrojaba sus mejillas e iluminaba su mirada.

-¿No es más seductor el duque de Salterdon así?

El estudiaba su reflejo con una especie de incredulidad, como si estuviera viendo a un extraño. Diversas emociones se sucedieron en su cara: confusión, frustración desesperación... De pronto cerró los ojos y volvió la cabeza. La cólera volvió endureciendo de nuevo sus rasgos. Se tensó, queriendo romper las ligaduras, y Mary alejó el espejo levantándose. Después de una breve duda, le cogió la cara entre las manos para impedirle sacudir la cabeza frenéticamente a izquierda y derecha.

-¡Parad! Os lo pido Vuestra Gracia. ¿De qué tenéis miedo? ¿De que queréis huir?

Él emitió un doloroso sonido y quiso volverse, pero ella le cogió por los pelos para obligarle a afrontar su mirada. Los rasgos del duque estaban devastados por la emoción.

-¿Quiere usted que ponga más cuerdas?-propuso Thaddeus.

-No, necesita cuidados, no crueldad.

-¡Quiere retorcerle el cuello, he aquí lo que quiere!-Se puso nervioso el criado, listo para saltar a la primera ocasión, pero disuadido felizmente por la presencia de Basingstoke.

-Vuestra Gracia-insistió Mary-no tenéis nada que temer. Sois más que guapo.

Sus palabras parecieron aplacarle. A menos que estuviera ya cansado de la batalla que libraba. De cualquier forma, se relajó poco a poco, refugiándose finalmente detrás de su máscara de indiferencia.

CAPITULO 8

Hacia buen tiempo esa mañana de febrero. Una bruma ligera se desvanecía en la luz de sol que parecía llamar ya al verano, así como el canto de los pájaros y los brotes en los árboles. En Thorn Rose todo el mundo se preparaba para decir adiós al invierno. Este tiempo radiante impulsaba, si no a la felicidad si al menos a una mayor ligereza. Incluso Mary, que había pasado una noche penosa y atormentada, se sintió reconfortada cuando abrió la ventana.

Consciente de que se estaba levantando más tarde de lo que hubiera querido, se apresuró a lavarse, cepilló cuidadosamente sus cabellos y los anudó en un moño en la nuca. Debía ofrecer un aspecto irreprochable ahora que el duque estaba consciente.

La víspera por la noche, lord Basingstoke había anunciado que pensaba dejar Thorn Rose por la mañana, insistiendo para que las Draymond le acompañaran a Londres. Clyde y Gartrude lamentarían separarse, pensó Mary.

Aseguró su cofia de encaje y la ató bajo su barbilla, se puso uno de sus dos vestidos negros y sus zapatos de niña, antes de arriesgar una mirada a la habitación de Salterdon, donde la actividad matinal estaba en pleno apogeo, Molly hacia la cama, Gertrude quitaba el polvo y otra criada cepillaba las alfombras.

-¿Dónde está?-preguntó Mary.

Todas las cabezas se volvieron hacia ella al mismo tiempo.

-Lord Basingstoke se lo ha llevado a tomar el aire. A Su Gracia le gusta que se le instale en la solana para ver a sus caballos entrenarse.

-¿Entonces está consciente?

-Si. Tan huraño como siempre, pero al menos ha dejado de gruñir y aullar cerca de nosotros. Vaya verlo señorita.

Mary asintió sonriendo y se alejó de la mansión con cuidado. A un lado y otro de los senderos pavimentados, los cisnes se deslizaban sobre las aguas limpias de numerosos estanques. Pequeños muros tapizados de hiedra o de moreras surgían aquí y allá. En las pendientes aparecían las primeras flores. Una paz casi mística se desprendía del paisaje, propiciando la despreocupación. Si Paul hubiera estado aquí, le habría contado que las hadas se escondían entre las anémonas y que sus pequeños ojos se confundían con el corazón de las flores. Divisó al duque instalado entre enormes helechos, en una galería adosada a una encantadora casita, cerca de los establos.

Mary se detuvo estupefacta por la expresión de su cara. ¿Qué había sido de su severidad habitual? Su frente estaba lisa, sus suaves labios parecían a punto de sonreír. No, debía ser una ilusión de la luz. Parecía casi feliz. Sus rasgos relajados exhibían un aire inocente, casi infantil. La manta que le cubría habitualmente las piernas estaba en el suelo cerca de el, y el echarpe que Gertrude había enrollado en su cuello estaba ahora en el respaldo de la silla. Parecía saborear plenamente la caricia de la brisa en su pelo y en su piel.

-Señorita Ashton.

Mary se sobresaltó y al darse la vuelta vió a Basingstoke apoyado en un gran olmo. La recibió sonriendo.

-Buenos días. Estaba a punto de ir a buscarla para dar una vuelta por los establos con nosotros.

Sin darle tiempo a responder, la tomó del brazo y la llevó a la galería.

-Supongo que le han hablado de la pasión de mi hermano por los caballos árabes.

-Sí, un poco.

-Son animales fascinantes como usted no tardara en descubrir, señorita Ashton. Mi padre tenía esa misma pasión por ellos. Incluso nos llevó a Arabia para comprarlos. Y mi mujer, Milagro, poseía al menos una docena cuando la conocí.

-¿Milagro? ¡Que nombre más bonito y más raro!

-Es deliciosamente rara, señorita Ashton. Como sus caballos. Ofreció varios a mi hermano poco después de nuestro matrimonio. Un semental llamado Nobleza, una yegua, NapPerl, y un potro hijo de su semental NapPitov, que mi hermano rebautizó como Napoleón. Estos caballos cambiaron la vida de Trey, alejándolo poco a poco de las mesas de juego.

-Se dice que un hombre que ama a los caballos no puede ser completamente malvado, milord.

Él sonrió y se dio cuenta de su buena cara. Mary tenía la impresión de no haberse sentido nunca tan libre y ligera.

-Buenos días Vuestra Gracia-dijo con una voz cristalina cuando se reunieron con el duque.

Como el no reaccionó, se acercó a el manteniendo de todas formas una distancia de seguridad. El sol aclaraba no noble perfil, vuelto hacia la caballeriza donde se entrenaba un gran caballo bayo.

-Buenos días-repitió con firmeza-Hace bueno ¿no es así?

Siempre el mismo silencio.

Ella recogió el plaid y la enrolló cuidadosamente alrededor de sus piernas.

-Estáis muy elegante esta mañana, Vuestra Gracia, Vuestro pantalón de cuero es...

Él rechazó la manta y la tiró al suelo, sin mirarla, sin decir una sola palabra.

Con el corazón latiendo rápidamente, Mary se volvió hacia Basingstoke que miraba a su hermano con expresión irritada. Reuniendo su valor, recogió la manta.

-En el fondo el aire es fresco, Vuestra Gracia. Sus labios están azules y vuestras mejillas completamente rojas. No tengo ganas de que cojáis una pulmonía.

Volviendo a poner la manta en su sitio, cogió prudentemente el echarpe. La mano del duque se cerró sobre su puño y levantó por fin los ojos hacia ella con aire amenazante. Entonces ella notó lo cerca que estaban sus caras una de la otra. Molesta, se apercibió que sentía su aliento caliente sobre la mejilla y descubrió en su mirada gris pequeñas lentejuelas doradas que no había notado hasta ahora.

-Señor duque-dijo secamente-me hacéis daño en el brazo.

No la dejó, al contrario, sus dedos la apretaron incluso un poco más fuerte, y por un instante Mary estuvo a punto de solicitar la ayuda de su hermano. Pero la presión se atenuó poco a poco y acabó por soltarla. Mary se sujetó la muñeca, reteniendo las lágrimas. Vió entonces una mesa que tenia encima la bandeja de su desayuno y sorprendida de que aún estuviera ahí la destapó para descubrir una multitud de platos apetitosos pero ya fríos.

-Un verdadero festín, Vuestra Gracia. Voy a prepararos un plato variado. Nada como una bella mañana soleada para abriros el apetito.

Habiendo hecho una selección puso la bandeja sobre sus rodillas, esperó y le animó dulcemente. Como no reaccionaba, cortó un trozo de salchicha y se lo ofreció, sin éxito.

-Esta delicioso, ¿sabéis...

El volvió la cabeza.

-Debéis alimentaros. No se puede vivir del aire.

El volvió la cabeza a un lado y otro.

-Pensad en vuestra abuela, en vuestro hermano...

Él apartó su brazo interrumpiéndola, no sin antes haberle quitado el tenedor con un gesto mecánico. Lo apretó con una energía desmesurada e intentó sin éxito pinchar algunos trozos. Después de muchos ensayos infructuosos, rechazó violentamente la bandeja que aterrizó a los pies de Mary. Basingstoke quiso intervenir pero la joven le hizo una seña para que no se moviera y tranquilamente lo recogió todo.

-Queréis comer solo, Vuestra Gracia, y comprendo que os exaspere no conseguirlo. De todos modos eso no es una razón para correr el riesgo de heriros. Dejadme ayudaros, por favor.

Se enfrentaron durante un tiempo con la mirada y fue el quien capituló y acabó por abrir la boca.

La vista de Nobleza que trotaba alegremente a algunos metros de allí, con los ollares temblando al viento, despertó en Salterdon mil recuerdos y otros tantos pesares. Había pasado muchas mañana como esa cabalgando el bello semental, muchas veces en compañía de alguna mujer. Nunca más seria capaz de hacerlo, pensó con desesperación, tentado de volver a las tinieblas protectoras del sueño y del olvido. Al pensar en su nueva enfermera le disuadió. Era un extraño pequeño trozo de mujer, que siempre estaba ahí para impedirle huir a lo más profundo de sí mismo, arañando con su voz cristalina la bruma que envolvía sus pensamientos.

Debería estar en las cocinas a esta hora, ocupada en preparar la comida que le daría. ¡Caramba! ¡No podía soportarlo mucho tiempo! Pero se empeñaba en desembarazarse de ella, de la misma manera que con sus predecesores.

¿Dónde diablos estaba? Calentado por su furia, estaba impaciente por manifestarla. No le daba miedo esta ...¿Ayneswoth?...¿Afsley?...¡Ashton! Pronto se habría ido. Un temblor detrás de el, indicó al duque su presencia. Rechazando mirarla, se concentró en el semental, mientras ella se afanaba alrededor de el. Al fin se sentó muy cerca, tanto que su pequeño hombro tocaba el suyo, y le habló:

-Vuestra Gracia, me pregunto si vuestros momentos de depresión no son debidos al desaliento, a la frustración de veros incapaz de coordinar algunos movimientos.

Había pronunciado el final de la frase con una voz casi inaudible. Sacando una pelota azul, la posó sobre la mesa.

-Si queréis, Vuestra Gracia, cogedla.

Volviendo lentamente la cabeza hacia ella, puso su mirada en la suya, de un azul más luminoso que el del cielo.

Ella sonrió enseñando unos pequeños dientes blancos, nacarados como perlas.

-La pelota. Cogedla por favor.

¿A que jugaba?¿Y de donde había sacado esa pequeña cofia medieval?

Pacientemente ella cogió la pelota, se la mostró con ostentación y la volvió a dejar.

-Vuestro turno-dijo siempre sonriente.

El entrecerró los ojos. Le trataba como a un tonto, como todos los demás.

-¿Necesitáis ayuda?

Volviendo a coger la pelota, se la ofreció de nuevo como si fuera un tesoro.

-Tomad...la ... pelota...Vuestra...Gracia-articuló lentamente.

Ahora le hablaba como a un sordo. Con un gesto repentino, cogió el objeto haciendo saltar a la joven de lado. Se rehizo pronto y repitió pacientemente sus explicaciones. Eso era demasiado. Esta vez el duque golpeó violentamente con el puño sobre la mesa. La pequeña hada saltó de nuevo de su silla pero tuvo tiempo de retenerla por la falda, que se rompió.

Visiblemente harta, aspiró una gran bocanada de aire, cerró los ojos un instante buscando recomponerse y después, renunciando a su paciencia, se fue corriendo, graciosa como una bailarina. Sin duda iba a lloriquear sobre el hombro de su hermano, el cual no tardaría en venir a sermonearle, indicándole la tristeza de su abuela. ¿Qué importancia tenia después de todo? De todas maneras no dejaría su herencia a un retrasado. Salterdon se dejó caer contra el respaldo cerrando los puños, con una cólera impotente que le hacia sudar. No dejaba de ver una y otra vez la piel de melocotón de la pequeña hada, el rojo intenso de sus mejillas, tan intenso como el que provocaba la pasión.

Encogiéndose, trato de abrir la mano y cerrarla sobre una taza, pero el esfuerzo era colosal. La ansiedad parecía ahogarle. Después de varios intentos su visión se nubló, todo su cuerpo estaba dolorido.

Con un gruñido de frustración, acabó por romper la taza con la palma de la mano y barrió los restos de encima de la mesa con un movimiento del brazo, justo en el momento en que Clayton le miraba.

La señorita Ashton debía estar mirándole también ya que apareció enseguida como surgida de ninguna parte. Sin decir palabra, sin ni siquiera mirarle, se contentó con anudar un pañuelo alrededor de su mano que estaba seriamente cortada. Al fin retrocedió y cogiendo de nuevo la pelota, se la puso suavemente en la otra mano, cerrando los dedos alrededor.

-En mi entusiasmo, creo que os he pedido demasiado y demasiado pronto. De todas formas vamos a trabajar la coordinación de vuestras manos. Por el momento, Vuestra Gracia, contentaos con apretar y soltar la pelota. Apretad, soltad. Apretad, soltad. Nada más.

Él miró sus dedos y apretó.

-Muy bien-le animó ella.

Su respiración olía deliciosamente, como aire puro acariciándole la mejilla. Cuando se apartó una reacción extraña se produjo en el. Tuvo frió de repente y se sintió desesperadamente vulnerable. Se apresuró a volver a hacer el ejercicio pero vió que ella se había ido.

CAPITULO 9

Después de cambiarse, Mary informó a Gertrude que lord Basingstoke contaba con salir hacia Londres con la damas Draymond una hora más tarde y después volvió a los establos. Encontró a Clayton empujando la silla de su hermano, el cual parecía de nuevo parapetado en su silencio hostil a pesar de los calurosos saludos de los palafreneros. De repente las puertas dobles se abrieron y el jinete que Mary había visto antes, entró. El semental echaba espuma. De su cuerpo sudorosa salía vapor. De pronto su cuello poderoso se estiró y trotó hacia el duque sin que el jinete pudiera detenerlo.

Saltando al suelo, este tendió la mano a Salterdon con una sonrisa insolente. El duque le ignoró.

-No le hagas caso-dijo Basingstoke-Se ha vuelto idiota.

-Estoy feliz al ver que algunas cosas no han cambiado-dijo el joven rubio lanzando a Mary una mirada atrevida.-¿Quien es esta maravillosa joven?-preguntó haciéndola enrojecer

-La enfermera de mi hermano. Señorita Ashton tengo el insigne honor de presentarle a lord Lansdowne, el mejor amigo de Salterdon, el mejor jinete de toda Inglaterra. Ha venido para montar los caballos del duque para asegurarse de que están en forma. Entre nosotros-añadió-es un medio más bien astuto de disfrutar de estos animales sin necesidad de comprarlos.

Lansdownw sonrió y cogió la mano de Mary inclinándose educadamente.

-Tu abuela demuestra una gran clarividencia al escoger a esta joven para hacer compañía a Salterdon. El nunca ha podido resistirse a la belleza.

Mary no resistió su nuevo guiño malicioso.

-¿Podría usted?-replicó.

-¿Quiere saberlo mejor, joven imprudente?

Basingstoke dio un golpe en el hombro de Lansdowne sacudiendo la cabeza.

-Es demasiado inocentes para tipos como tú. A propósito ¿no he oído decir que andabas rondando a una señorita? ¿Has decidido renunciar a la soltería y a la ginebra barata?

El interpelado empezó a toser de forma exagerada provocando la hilaridad de Mary.

-¿Renunciar a la ginebra?-dijo con voz ronca-¡Jamás!

Los mozos de establo rieron también, antes de seguir con su trabajo. Lord Lansdowne volvió a ponerse serio, se arrodilló delante del duque, que seguía como siempre.

-Vuestra Gracia-dijo con voz suave y grave-Mirad, Nobleza se acuerda de vos. Esta mañana me ha preguntado cuando vais a decidiros a montarlo de nuevo. Yo no lo dirijo como vos.

Cogió una pequeña manzana de su bolsillo y la puso en la mano de Salterdon.

-Mire señorita Ashton, mi cariño por el duque supera la simple amistad. Le debo la vida. Yo estaría sentado en su lugar, en esa silla, o más probablemente aún en una tumba. Estaba con él esa noche. Habíamos pasado el día en las carreras y volvíamos a casa cuando fuimos atacados. Sobreestimando mis fuerzas me lance sobre los atacantes. Se defendieron y me golpearon con la culata de un fusil. Salterdon se interpuso lanzando puñetazos y como llevaba el abrigo ellos pudieron revolverse contra él y le golpearon salvajemente.

Puso la mano sobre la de su amigo y prosiguió con voz alterada:

-Oirá más de una historia sobre el duque, señorita Ashton. Desde luego siempre ha sido un poco demasiado amigo le las jovencitas bien nacidas y bien dotadas, pero el hacer un buen matrimonio forma parte de las obligaciones de los herederos de alta alcurnia. Dejando eso, nunca dejo a un amigo sin su ayuda, y hoy en día mi única misión es devolverle a la vida.

Volviéndose hacia Salterdon añadió suavemente:

-Trey, si me oyes, debes saber que todos nuestros amigos te envían saludos. Piensan y rezan por ti. No estás solo. ¡Si tan solo nos dejaras ayudarte!

Sobrepasado por la emoción, se levantó bruscamente y salió del establo. Se detuvo en la entrada, respirando profundamente a la luz cegadora del sol. Basingstoke murmuró entre dientes y le siguió. Los dos hombres se alejaron, mientras Mary aflojaba la cinta de su cofia. Mirando la nuca hostil de su paciente, declaró arrodillándose cerca de el:

-A veces tengo la impresión de que os parapetáis voluntariamente en el silencio, como para castigaros. Solo los indeseables que os atacaron son culpables de lo que os pasa, nadie más.

Como el semental extendía su hocico hacia ella buscando caricias, ella empezó a frotar la piel lisa entre los ollares y por el rabillo del ojo sorprendió un ligero movimiento del duque, quien imperceptiblemente volvió la cabeza hacia ella con los dedos crispados sobre la manzana. Muy suavemente Mary llevo esa mano cerca del morro de Nobleza, el cual con delicadeza, cogió la fruta entre los dientes y la masticó. Mary no pudo contener su alegría cuando el noble semental sacudió la cabeza con satisfacción. Mirando al duque, sorprendió en sus ojos un brillo de placer. Como si no pasara nada, se levantó y empujó la silla de ruedas a lo largo del sendero central.

-Gertrude y lord Basingstoke tenían razón, Vuestra Gracia, son animales fuera de lo común. Entiendo que estéis orgulloso. Nunca había visto tanta inteligencia en la mirada de un caballo, y tanto amor por su amo.

Un mozo de cuadra salía en ese momento del box vecino. Viendo al duque sonrió y abrió la puerta de otro box donde estaban una magnifica yegua blanca y su pequeña potrilla aún temblorosa sobre sus patas. No fue solo esa tierna escena lo que hizo que los ojos de Mary se llenaran de lágrimas, sino la felicidad que transfiguró el rostro del duque. Se hubiera dicho que era otro hombre, un peso intolerable parecía haberse quitado de sus hombros. Se inclino y estiró la mano.

-Nap...Perl...

La yegua se movió y frotó con el hocico a su pequeña como diciendo al duque:”mira lo que te he dado amigo mío”

-Si-dijo el mozo de cuadra-Es vuestra NapPerl, Vuestra Gracia. Os ha dado una botita potrilla ¿verdad?. Tan bonita como la arena del desierto de Arabia. Tenéis que encontrarle un nombre.

Sobre sus delicadas patas, la potranca se acercó a la puerta para examinar con extrañeza a los humanos que la observaban. Era alazana, tenia una mancha blanca entre los ojos y otra sobre la pata izquierda.

-Vuestra Gracia-murmuró Mary avanzando para acariciarla-¿no es adorable?

Apoyado en su horquilla, el mozo le explicó:

-Será gris ¿sabe? Su Gracia me enseñó que los caballos grises nacen siempre negros o alazanes.

Mary miró al duque.

-Se merece un nombre digno de su belleza, Vuestra Gracia. Pero estoy segura de que sabréis elegir bien.

Por única respuesta, Salterdon se dejó caer contra el respaldo.

Estaba extrañado por sentirse fascinado hasta ese punto por la imagen de esta jovencita arrodillada delante de la potranca que ponía el hocico en su mano.¡Dios Santo cuanta inocencia había en esos ojos azules! Y esos labios de niña de un rosa tan intenso. Emanaba de ella una candidez tan encantadora, una alegría tan pura que incluso el se emocionaba. Un joven ingenuo hubiera sucumbido y dado rienda suelta a su pasión, llevándola sobre la paja por ejemplo para murmurarle palabras de amor, palabras de locos. Pero él, el duque de Salterdon no había sido nunca ni idiota ni ingenuo. Pero de todos modos se sorprendió a si mismo sonriendo, no con su boca, sinon con sus ojos, si, el le sonrió.

Con el rostro hacía el sol, el viento jugando entre los árboles con brotes por encima de ella, Mary reflexionaba. Apoyada contra el tronco de un olmo, intentaba encontrar el medio de anunciar a la duquesa de Salterdon que su nieto bienamado salía poco a poco de su sueño.¿Pero como expresar la esperanza, las emociones que había sentido cuando por fin había conseguido establecer contacto con el duque? ¿Y si lo había soñado? Suspiró ¿Cómo pudo pensar en volver a casa de su padre dejando a Salterdon prisionero de sus terribles crisis de demencia? Desde que vio su emoción con la potranca, sabía que no era el ser cruel y peligroso que parecía y deseaba ayudarle a encontrar su verdadero yo más que nunca.

-Yo en su lugar no me apresuraría a escribir.

Sobresaltada Mary se levantó de un salto dejando caer la pluma y el papel sobre sus rodillas. Thaddeus, con los pulgares en la cinturilla del pantalón, estaba despreocupadamente apoyado en un árbol detrás de ella.

-No porque haya hecho algunos progresos va a dejar de recaer en el estado anterior-añadió-Ya ha tenido otras breves mejorías. No se fíe, la duquesa ya esta muy vieja para soportar nuevas decepciones.

-Si pudiera convencerle de que quiero ayudarle, conseguiría sacarle de su estado.

Thaddeus se dejó caer cerca de ella sobre la manta.

-Hace cinco años que trabajo para él y no le he visto jamás manifestar demasiado respeto por nadie. Trataba a todo el mundo con desdén, desde lo alto de su dignidad de duque adquirida a la edad de diez años, cuando sus padres murieron ahogados en las costas africanas, devorados por los cocodrilos bajo los ojos de sus dos hijos.

Su mirada se perdió un instante en las colinas recubiertas de niebla.

-Mi opinión es que una tragedia así debe dejar rastros en la mente de un hombre. Y en su corazón también. A propósito de corazón ¿usted no dejó ningún corazón roto cuando salió de Huddersfield?

-¿Corazones rotos?

-Enamorados decepcionados, con lo bonita que es...

Ya empezaba a flirtear de nuevo.

-Su Gracia debería despertarse de un momento a otro-anunció recogiendo su papel y su pluma.

Thaddeus la obligó a mirarle cogiendo su mentón entre los dedos, escrutando su cara con intensidad.

-¿No se cansa usted nunca de hablar solo de el?

-Fui contratada para ocuparme del duque, Thaddeus. Es mi deber atender sus necesidades.

-Lleva usted la devoción al extremo. Mírese, tan bonita como es ya debería estar casada y con hijos.

Mary levantó la barbilla.

-Eso llegara cuando encuentre al hombre que me conviene.

El se inclinó hacía ella con una pequeña sonrisa ladeada.

-¿Y cómo será?

-No lo sé

-Lo veo joven, grande y fuerte. Parecido a ...

-Se toma muchas libertades para mi gusto-interrumpió ella.

-¿Entonces?

-¿Debo recordarle la existencia de Molly?

-¡Molly! No puede usted reprocharle a un hombre el coger lo que le ofrecen. Tenemos viertas necesidades. También usted las tiene, y una mujer tan bella como usted...ningún hombre podría quedarse indiferente. No pienso más que en usted desde que llegó a Thorn Rose. Molly no es más que una chica fácil con la que estoy de vez en cuando, eso es todo.

Se acerco y acarició la mejilla de Mary con sus labios. Mary retuvo la respiración. Cuando sintió su lengua húmeda en su oreja se apartó rápidamente.

-Yo no soy una chica fácil Thaddeus.

-Esta claro que no-replicó él cogiéndole las muñecas-Eso no impide que vuelva loco a cualquier hombre normal.

Con un movimiento brusco, la tumbó sobre la manta y la mantuvo en el suelo con las dos manos, después presiono su boca contra la de ella. Mary se debatía inútilmente mientras el estrechaba su presa. Cuando empezó a acariciarla, liberando su rostro, ella gritó y apartó su mano asqueada.

-¡Pare!-silbó entre dientes.

Consiguiendo soltarse, se puso de rodillas.

Thaddeus le sonreía, visiblemente satisfecho de sí mismo.

-Confiese que le ha gustado.

-No-contestó ella limpiándose con rabia la boca con el dorso de la mano.

-No me lo creo. No me equivoco jamás.

Una campana sonó a lo lejos y Mary saltó sobre sus pies con alivio. El la retuvo.

-Se esta volviendo muy atrevido.

-¿De quién es la culpa?-preguntó con una sonrisa lasciva antes de dejarla correr hacia la casa.

Gertrude la esperaba en la entrada, con las manos en las caderas, dando golpecitos nerviosos con el pie.

-Se ha despertado, señorita, y gruñe como un oso. Haría bien en arreglarse un poco-añadió mirando su pelo enmarañado con aire reprobador-Y cepille la hierba de su falda.

-¿Alguna otra cosa?-preguntó Mary apresurándose con Gertrude siguiéndole los pasos.

-Si. Le aconsejo que se mantenga apartada de ese mozo de los establos. Una joven como usted no puede permitirse el comprometer su reputación por un pícaro de semejante calaña.

-Dudo que mi condición me permita aspirar a algo mejor-contestó Mary secamente.

Una vez en su habitación, la joven puso en orden su pelo, mientras el ama de llaves le preparaba la única ropa de recambio.

-Voy a lavar todo esto-dijo con humor.

-¡Por el amor de Dios Gertrude solo ha sido un beso!

-Vale más que la avise, señorita. Hemos perdido dos criadas muy eficientes por su culpa. Ese sinvergüenza las dejó embarazadas, ni más ni menos, y no quiso casarse con ninguna, por supuesto.

-No debe usted tener ningún temor por ese lado-replicó Mary, con un escalofrió de asco al recordar los labios de Thaddeus sobre los suyos.

-Es usted tan inocente que me preocupa. Le encuentra usted atractivo, reconózcalo.

-No, en absoluto.

-Cada vez que le ve se ruboriza.

No podía explicarle que su reacción se debía solamente a la escena que había sorprendido en la cocina, y al hecho de que el la había visto desnuda en la bañera. Tomó la ropa que Gertrude le tendía y se vistió.

-Voy a decirle una cosa que debió decirle su madre en cuanto tuvo edad para entender. Una mujer digna de ese nombre debe guardarse para el hombre de su vida. Solo él merece que ella le dé lo más precioso y lo más puro que tiene: su virginidad.

-Mi madre nunca me dijo tales cosas.

-Pues debería haberlo hecho-exclamó Gertrude.

Exasperada, Mary ató su cofia, cogió la cesta con las pelotas de lana y desapareció en la habitación del duque, dejado a la buena mujer refunfuñando sola. Fiel a si mismo, Salterdon la ignoró. Sentado delante de la ventana abierta, contemplaba el cielo, con las mejillas enrojecidas por la brisa.

-Siento llegar tarde-comenzó a decir Mary-Estaba escribiendo a vuestra abuela-explicó con un cierto sentimiento de culpabilidad.

El emitió un sonido extraño, como una especie de risa gutural, maliciosa, que la hizo tensarse, después la miró con sus ojos grises y sonrió con tanto cinismo que ella retrocedió. Entonces ella vió a lo lejos la manta en la que había estado sentada un poco antes, bajo el olmo, la misma manta donde Thaddeus se le había unido. Cerró brevemente los ojos, sus mejillas ardieron.

-¿No tengo vida privada?-preguntó de repente.

Poniendo la cesta en las rodillas del duque añadió:

-Lo que haga en mi tiempo libre no es de vuestra incumbencia.

Continuando con su burla, él la miro de arriba a abajo lentamente, con descaro, como lo hubiera hecho con una ramera. Ella levantó la barbilla y gruñó:

-Estáis equivocado.

Empezó a darse la vuelta pero él le cogió la muñeca y la sentó en sus rodillas, donde la mantuvo con mano de hierro a pesar de sus gritos, y con su mano libre le tocó el cuerpo, sin la menor vergüenza. Mary se debatió con tanta fuerza que se encontró en el suelo a sus pies. Salderton se reía.

-No sois más que un bruto. Un ser grosero y despreciable-balbució entre lágrimas-¡Cuando pienso que empezaba a apreciaros, a creeros víctima de la incomprensión general, y cerca de daros mi afecto!

La sonrisa de Salterdon se desvaneció poco a poco.

-Me habían prevenido de que no erais más que un monstruo, un depravado, desprovisto de todo sentido moral, pero no quise creerles-continuó Mary

Con una mano en su boca para tratar de reprimir el llanto, se levantó. Salterdon no la perdía de vista. Desesperada, recogió la cesta y se precipitó fuera de la habitación. ¡Dios del cielo! ¿Qué acababa de hacer?. No le importaba si su estallido le hacia perder el trabajo, se había sentido demasiado humillada. De todos modos, a pesar de si misma, el recuerdo de sus dedos sobre su pecho hacía nacer en ella un calor desconocido, volvió a ver la expresión extasiada en la cara de Molly cuando la sorprendió con Thaddeus. De repente se sintió débil. Le parecía que era incapaz de dominarse ya.

Se acercó a la puerta y arriesgó una ojeada en la habitación. Salterdon continuaba mirando por la ventana, volviéndole la espalda, como un niño fascinado por la caída del sol. De pronto se avergonzó de los insultos que le había lanzado a la cara. Debía controlarse. Furiosa consigo misma, volvió a su habitación, puso agua en una palangana y se lavó la boca con jabón, como su padre le hacia a menudo. Después se apoyó en la cabecera de la cama, sobrepasada por su comportamiento. ¿Qué le pasaba? ¿Estaba perdiendo la cabeza? Como para provocarla, el viento levantó las cortinas de la ventana entreabierta, dejando pasar un rayo de luz que iluminó la pintura de san Pedro del techo. Parecía señalarla con el dedo índice con aire acusador

-Voy a disculparme-se dijo.

Entró en la habitación del duque. No se había movido. Se aproximó a el en silencio y se detuvo a su lado, sin suscitar en el ninguna reacción. Con una súbita inspiración, cogió el respaldo de la silla de ruedas, lo volvió sin advertencia previa hacia la puerta y lo guió con energía a través de una larga serie de pasillos hasta llegar a su destino.

La sala de música.

Dudó un momento, impresionada por la majestad del sitio y bajó los ojos hacia Salterdon. Sus hombros se habían puesto rígidos, sus manos se clavaban en los brazos de la silla.

-A veces es recomendable un cambio de decoración, Vuestra Gracia. Posiblemente los ejercicios con las pelotas empiezan a aburriros y después de todo, es normal. Sois un hombre brillante.

Él intentó maniobrar la silla para dejar la estancia pero Mary no se dejó dominar y prosiguió:

-Lord Basingtoke me ha dicho lo mucho que disfrutabais aquí. Cuando era pequeño se escondía para escucharos.

El duque volvió imperceptiblemente la cabeza hacia ella.

-¿Lo ignorabais? Tengo la impresión de que admiraba vuestro talento. Según él, podríais haber sido un virtuoso. Me contó también que vuestro padre consideraba la música como una distracción frívola y no concebía que uno de sus hijos fuera un apasionado de ella. Para él los hombres de vuestra condición debían consagrarse a las finanzas y a la gestión de sus bienes. Vuestro hermano me contó que después de la muerte de vuestros padres pasabais horas al piano y que vuestra forma de tocar hacía saltar las lágrimas. Es una lástima que un talento tan excepcional se pierda. La música es una fuente de alegría tan grande que...

-¡Bas...ta!-explotó el duque repentinamente golpeando con los puños los brazos de la silla.

Mary saltó y después, dominándose, acercó la silla de ruedas al piano.

-¡No!

-No hay razón para que os privéis...

-Sáqueme...lejos de aquí.

Ella le instaló delante del instrumento y retrocedió

Salterdon miró el teclado un momento y después sin gritar mucho cerró su puño antes de martillear con rabia las teclas, en una ensordecedora cacofonía. Cuando Mary le cogió las manos para detenerle y se las puso sobre el corazón, su temblor se propagó por su cuerpo.

-Os lo ruego, calmaos-le suplicó-Os hacéis daño. No os dejaré hasta que no prometáis calmaros.

-¡No! Gritó él con una ira que la aterrorizó

La empujó tan violentamente que cayó sobre el teclado.

-Déjeme...solo...maldición-la fulminó

-No deseo otra cosa Vuestra Gracia. De todos modos...

Ella le cogió nuevamente las manos.

-Está fuera de toda discusión que os deje continuar destruyéndoos o pegarme. Estoy dispuesta a ataros si hace falta.

-¡Pequeña zorra!

-La duquesa cuenta conmigo.

-¡Buscona!

La empujó de nuevo, tan fuerte que la silla salió propulsada hacia atrás y el duque hacia delante, abalanzándose sobre Mary quien cayó sobre el piano. Aplastada bajo su peso sentía su aliento mezclarse con el de ella. Tragó con esfuerzo, no pudiendo impedir el recuerdo de sus manos sobre su cuerpo, a imagen de los amantes estrechándose sobre la mesa de la cocina. Bruscamente ella reaccionó.

-¡No soy una buscona!-gritó

La cólera terrible que inflamaba la mirada del duque, se apagó poco a poco, dejando lugar a una extraña dulzura. Miraba fijamente sus labios con los ojos estrechándose poco a poco. Una extraña sensación se apoderó de Mary.

-Sois el hombre más exasperante que haya encontrado jamás-murmuró contra su boca.

Sintiéndole deslizarse añadió:

-Debería dejaros caer, eso os serviría de lección.

Él la desarmó con una sonrisa tan desconcertante como su conducta, después se agarró al piano con las dos manos. Mary cerró los brazos alrededor de su cintura y haciendo acopio de todas sus fuerzas consiguió llevarle a la silla donde le dejo caer.

-Quizá comprendáis por fin que deberíais serviros de vuestro carácter batallador en vuestro propio interés-dijo retomando el aliento.

El duque se secó la frente con la manga.

-Puede que yo consiga también controlar el mío-añadió mas suavemente, con una pequeña sonrisa de disculpa-¿Qué diríais de un nuevo comienzo?

Él sacudió la cabeza y retomó su aspecto enfurruñado pero ella le ignoró. Le volvió a poner delante del teclado, se sentó en el banco cerca de el y cogió sus manos crispadas abriéndole los dedos uno a uno, antes de ponerlos sobre las teclas. El aire se cargó de electricidad. Él sacudió la cabeza furiosamente y retiró las manos.

-¿Habéis olvidado como se toca o bien os negáis el placer a causa de vuestro padre?-le preguntó tranquilamente.

Él le cogió el brazo y lo apretó tan fuerte que ella creyó que se lo rompería. La intensidad del dolor le quitó el aliento.

-Eso no...le incumbe...Déjeme tran..quilo.

Para su alivio la soltó. Ella se frotó el brazo viéndole maniobrar la silla hacia la puerta.

-Mi idea era utilizar el piano con fines terapéuticos-dijo con voz decepcionada.

El se paró, con las manos en los radios de las ruedas. Ella se acercó al respaldo y le empujó hacia el instrumento.

-Intentadlo lentamente primero, Vuestra Gracia, una tecla y después otra. Eso os ayudará a recuperar vuestra destreza y vuestra concentración. Considerad esto como un ejercicio, no como un placer por el momento. Si lo preferís os dejaré solo hasta que os familiaricéis de nuevo con el piano.

Mary llegó a la puerta. Antes de salir, comprobó que el no se había movido. Llegó a su habitación como una autómata. Después de encerrarse, se apoyo contra la puerta, se dejó caer al suelo y escondió la cara en la ropa.

Las sombras se alargaban. Poco a poco se hizo la oscuridad. El era un niño temblando de impaciencia, contando los minutos hasta estar seguro de que sus padres se habían ido a dormir.¡Ojalá su padre no le descubriera! Debía aprender sus lecciones de francés, y después docenas de otras cosas que le daban dolor de cabeza cuando intentaba entenderlas, en particular las cifras. Experimentaba la necesidad de tocar, Sus manos estaban entumecidas, sus dedos dolían. Los flexionó y los extendió varias veces antes de posarlos sobre las teclas que brillaban suavemente.

¿Por qué no se movían sus manos? Y la música ¿Por qué le envolvía nuevamente desde sus profundidades hechas de golpes de címbalos, de lamentos de violones, de una cacofonía de sonidos?

¡Señor! Puso las manos sobre las orejas y se encogió. Su mirada se alejó de las tecla. Temblaba. El abismo se abría nuevamente delante de el, llamándole a ese agujero negro infinito donde la realidad no podía molestar sus recuerdos, ni la música que invadía su espíritu, tan suave como el canto de un pájaro. En ese lugar se sentía seguro. La cólera, la frustración, los lamentos no podían alcanzarle.

¿Entonces porque luchaba desesperadamente para dejar ese refugio de paz? ¿Porque cuando cerraba los párpados unos ojos azules y unos cabellos de plata atravesaban las tinieblas? ¿Cómo se atrevía ella a molestarle hasta ese punto, a recordarle la existencia de esa parte secreta de si mismo que el había olvidado voluntariamente, alejándola de su conciencia?

La maldijo por forzarle a salir de su indiferencia, a esperar, a soñar. Esta mujer-niña con el rostro reluciente de belleza y de inocencia le obligaba a salir de su letargo. Si él volvía a caer al fondo del abismo, ella se iría rápidamente. Y entonces ¿qué sería de el? ¿Qué le quedaría? ¿Quién más se atrevería a creer en él?

CAPITULO 10

Con las primeras luces del alba, Salterdon veía su silla de ruedas cerca de la cama. Sus ropas estaban preparadas y le espesaban cuidadosamente colgadas en perchas a la entrada de su vestidor. Desde hacía una semana rehusaba vestirse, así como a dejar pasar a las criadas que invadían su universo cada mañana, armadas con sus navajas de afeitar con las cuales hubieran sido felices de cortarle la garganta. No iban a tardar mucho en llegar. Una vez más intentarían afeitarle, vestirle y hacerle comer. Después vendría la señorita Ashton. Apuntándole con su pequeña barbilla, se esforzaría por hacerle razonar, apelando a su sentido ético, a su carácter, a su dignidad. Y él tendría ganas de estrangularla.

Bajo su aspecto de madona, era una golfilla exasperante. En otro tiempo hubiera podido interesarle aunque su condición le alejara de las hijas del pueblo. Cerrando fuertemente los labios, Salterdon apartó las sábanas y consideró el pantalón arrugado que no se había quitado en varios días con el único fin de contrariar a su enfermera, experimentando un placer perverso en ver su semblante alargarse cuando le descubría así por la mañana, por no hablar de su mueca al ver la barba que nacía de nuevo en su barbilla.

¡Maldición! Esta chica le ponía nervioso, siempre agitándose, hablándole como a un retrasado. Aunque el no la había oído demasiado en estos últimos días. Ella se había refugiado en su habitación donde tomaba sus comidas, contentándose con venir a verle cuando la piedad se lo ordenaba.

Esta mañana parecía tardar más que de costumbre. ¿Desde cuando los sirvientes tenían permiso para levantarse tarde? La silla de ruedas estaba cerca de el. Impaciente se incorporó y, con los dientes cerrados, intento pasar de la cama a la silla, gruñendo, jurando, maldiciendo al cielo y la tierra. La silla se alejaba centímetro a centímetro. Cubierto de sudor a pesar de la temperatura helada, se aferró a los brazos de la silla para evitar caerse.

En ese momento la puerta dela habitación se abrió y con gran desasosiego vio entrar a Thaddeus con los brazos llenos de leña. El criado se dirigía hacia la chimenea de puntillas cuando vio al duque y se paró en seco.

-Bien, bien-exclamó-Su Gracia se esta volviendo temerario.

Dejando la leña en la chimenea, el mozo se frotó los brazos y las manos y se acercó a la silla cerca de la cual se arrodilló.

-No me extrañaría que Su Gracia necesitara ayuda.

-Puedo...hacerlo solo.

-No lo creo. Tal como estáis, volveréis a encontraros en el suelo dentro de nada.

Thaddeus cogió al duque bajo los brazos, le sacó de la cama y le sentó en la silla. Después se inclinó y le murmuró al oído:

-No me gustaría estar en vuestro lugar. Estar así todo el día, sin moverme, mirando a los demás moverse a mí alrededor, eso sería demasiado para mí. Decidme, Vuestra Gracia, ¿Os gustó verme besar a la señorita Ashton, la semana anterior?

-Era encantador-gruñó Salterdon-quitando la mano del sirviente de su brazo.

Thaddeus empujó la silla hasta la ventana.

-Yo sabía que estabais aquí, naturalmente. Por una vez creo que fui yo el que daba el espectáculo y no vos. Pero estáis temblando, voy a poneros la manta. No debéis coger frío.

Sonrió, le tocó el hombre y volvió a decir:

-Entre nosotros, Vuestra Gracia, suspiro por la señorita Ashton. Su boca es una delicia, y sus pequeños senos...Tiene unos bonitos pechos, podéis creerme, lo suficientemente llenos para caber en mi mano y sin embargo...El problema, Vuestra Gracia es que Gertrude me ha dicho que iba a marcharse. Si, parece ser que ha escrito a la duquesa para informarle que estaba fuera de toda discusión el continuar soportando vuestras agresiones. Ha prometido esperar a que vuestra abuela haya encontrado un sustituto, hombre preferentemente.

O sea que el ángel de cabellos plateados y labios de coral iba a irse...Se había cansado de el, como los demás en suma. Solo que ante sus ojos Mary Ashton no era como los otros.

Se dio la vuelta. Thaddeus contemplaba las llamas.

-Os preguntáis si la he poseído ya ¿no es verdad?-continuó Thaddeus con una sonrisa ladeada. Reconoced que os gustaría saber lo que se siente, porque vos ya no podéis hacer nada por ese lado. Solo imaginar la escena me pone caliente. Pero por vuestra culpa pudiera ser que yo nunca lo supiera.

Sonrió a Salterdon y tragó ruidosamente.

-Estoy realmente desolado por lo que os pasó pero la vida continua ¿no? Hay que hacer lo que se puede con lo que se tiene. Deberíais haber entregado vuestra dinero y vuestro caballo en lugar de batiros. No se habrían visto obligados a golpearos en la nuca. Eso no fue inteligente milord.

Con esto Thaddeus dejó la habitación, dejando a Salterdon delante del fuego, con el recuerdo de esa funesta noche que le había convertido en un enfermo. Después, la imagen de Mary Ashton en los brazos de Thaddeus Edwards se formo en su mente, provocándole unas arcadas inexplicables.

-¡Cerdo!-articuló entre dientes-¡Infame perverso!

Poco después de esta visita que tanto le turbó, Salterdon fue llevado a la biblioteca. Su abuelo, el anterior duque, estaba orgulloso de esta sala con las paredes enteramente tapizadas de libros que trataban temas muy variados: filosofía, medicina, poesía, obras de teatro e incluso algunas novelas. Trey había leído la mayor parte de los poetas del siglo XVIII allí representados.

La señorita Ashton tardó en unirse a el. Desde hacía algún tiempo, estaba pálida y tenía ojeras bajo sus grandes ojos azules.

-Buenos días milord-le dijo acercándose al escritorio con su gracia etérea.

Su cofia de encaje colgaba una vez más de lado y como de costumbre, llevaba su ropa negra, cuidadosamente repasada por Gertrude, así como sus zapatos de niña deformándose el dedo gordo. Unas enaguas apolilladas de un blanco irreprochable, aparecían de vez en cuando bajo su falda.

-Espero que hayáis dormido bien, Thaddeus me ha dicho la posición tan peligrosa en la que os ha encontrado hace un momento.

Le observaba con aire reprobador. ¿Por culpa de su ropa arrugada o porque no estaba afeitado? Se preguntó de pronto si las ojeras no serían culpa de su presencia en Thorn Rose cerca de un loco.

-No fue muy prudente intentar salir de la cama solo. Habríais podido caer y haceros daño.

El no respondió, sumergido como estaba en sus pensamientos. Decididamente esa ropa negra y esa cofia de encaje pasada de moda no le quedaban bien, al igual que Thaddeus Edwards con sus botas sucias y sus rústicas maneras.

El color de Mary Ashton sería seguramente el rojo. Haría resaltar la palidez de su cara y el azul ardiente de sus ojos. Aunque...su mirada era menos viva últimamente. Parecía estar siempre al borde de las lágrimas.

-¿Habéis dormido bien?-preguntó ella forzando una sonrisa-¿si? ¿no?. Vuestra Gracia ¿me haríais el favor de hacer un esfuerzo por responderme? Podéis simplemente mover la cabeza.

Él cerró los ojos, recreándose en la estrechez increíble de su cintura. El corsé debía sentarle maravillosamente, pensó imaginándola con un escote de nido de abeja.

Desalentada por el silencio obstinado del duque, Mary suspiró. Detrás del escritorio, con la mano sobre un montón de libros, parecía una niña jugando a ser una profesora de escuela.

-He pasado la mayor parte de la noche pensando en vuestra dificultad para comunicaros. Después he tenido una idea: los libros, deberíais leer en voz alta.

Esta declaración le hizo salir de su ensoñación. ¡Que el diablo se la llevara! Se irritó, volviendo la silla hacía la puerta.

Ella le bloqueó el camino.

-¿Por qué os oponéis a mí constantemente?-le preguntó

-Apártese-intento rodearla pero en su precipitación le golpeó las piernas.

-¡Dios del cielo!-gritó ella sujetando los brazos de la silla para retenerle.

Sólidamente acampada delante de el, ella se inclinó. Sus caras casi se tocaban. Ella estaba rojo de cólera.

-Ya sé que no me queréis aquí, Vuestra Gracia, yo también preferiría estar en otra parte, pero prometí a vuestra abuela ayudaros hasta que encuentre alguien para sustituirme. Aunque no me fíe especialmente de vos, tengo sin embardo una deuda real con la duquesa. Ella os quiere profundamente y sé que vuestro accidente y sus circunstancias le rompen el corazón.

La cólera y el dolor se mezclaban en su cara y la expresión de tristeza que transformó de repente el brillo de esos ojos azules, golpeó al duque con fuerza.

-No hay nada peor que sentirse impotente para ayudar a un ser amado a volver a la vida. Ver a alguien a quien se ha conocido lleno de vitalidad debilitarse sin luchar.

Su voz se había vuelto ronca, él reconoció en sus labios la mueca infantil de la cual no podía apartar la mirada. Ella prosiguió:

-A veces, se desea que Dios ponga fin a ese calvario. Otras se implora Su misericordia y Su ayuda.

Se interrumpió, embargada por la emoción, pareciendo a punto de desfallecer. Como hipnotizado, el duque contemplaba el azul inmenso de sus ojos, pensando que nunca había visto algo más precioso.

-Y después, un día-añadió ella con un suspiro-uno comprende que es imposible ayudar a alguien que no quiere ayuda.

Ella volvió la silla y la situó delante del hogar. El se preguntó fugazmente se le iba a empujar a las llamas para deshacerse de el. Pero no, simplemente cogió un libro del escritorio y lo puso en sus rodillas sin ninguna ceremonia.

-Leed en voz alta durante una hora. Eso no solo os estimulará la mente sino que también os acostumbrará a hablar, al igual que el piano os permitió recobrar el uso de las manos. Se trata de una obra de Oliver Golsmith, “El vicario de Wakefielf”. Empezad por favor, página uno.

Instalándose en un sillón cerca de el se sumergió en la contemplación de la chimenea. Pasaron varios minutos en un silencio solamente roto por el crepitar del fuego.

-No hay ninguna vergüenza en intentarlo y fallar-dijo ella con voz cansada sin mirarle.-La vergüenza está más bien en rehusarse a intentarlo.

Él la observó, exasperado por su actitud. Así que bajaba los brazos prefiriendo volver a su pequeña y mezquina vida antes que ganar la independencia. Sin duda la perspectiva de quedarse por más tiempo cerca de un débil de espíritu le resultaba insoportable. Pensó por un momento en lanzar el libro a las llamas, luego pensó en tirárselo a ella.

En vez de eso lo abrió y miró fijamente una página, las palabras bailaban delante de sus ojos. El esfuerzo por concentrarle despertó su dolor de cabeza. Se dio cuenta de golpe de que no había abierto un solo libro desde el accidente. Cerró los ojos.

-No puedo.

-Sí que podéis. Tomaos el tiempo que haga falta.

Apretando los dientes, hizo un nuevo intento. Las palabras le parecieron tan extrañas e impenetrables como jeroglíficos.

-¡No puedo!-repitió, cerrando el libro con un golpe seco antes de tirarlo a la chimenea.

Mary saltó de su asiento, cogió las pinzas y recuperó el volumen. Dio unos golpes para apagar las llamas, sopló las cenizas y luego lo volvió a poner sobre las rodillas del duque antes de volverse a sentar.

-Os escucho.

-No solo está usted sorda, sino que además es tonta.

El libro voló, fallando por poco la cabeza de Mary.

-¡Ya no sé leer!,¡ Lo he olvidado! ¿Lo entiende?

Sin parecer impresionada por sus gritos, la joven fue a recuperar el objeto y lo puso sobre el escritorio antes de arrodillarse delante de el.

-Aprendisteis a leer cuando erais pequeño, Vuestra Gracia. ¿Os acordáis del alfabeto?

Sus cabellos de luna brillaban con la luz del fuego. Su olor subía hasta él. Inexplicablemente se sintió paralizado por su proximidad.

-¿Vuestra Gracia?

Él sacudió la cabeza

-Os he hecho una pregunta-insistió ella.

Como el se obstinaba en su silencio ella suspiró

-Empiezo a comprender porque los demás se fueron. Sois una roca, milord. No sé porque os oponéis así, porque rechazáis que os ayuden, pero yo no puedo hacer milagros. No tengo fuerzas para tirar el muro del cual os rodeáis sabe Dios porque.

Una triste sonrisa se pinto en su cara, después se levantó y se acercó a la ventana delante de la cual su figura se destacaba a contraluz.

-Hace un tiempo horrible-declaró con voz abatida-En otro tiempo la lluvia y el viento me estimulaban. El frió del invierno agudiza los sentidos, revive la sangre, le vuelve a uno más receptivo. ¿Os acordáis Vuestra Gracia con que entusiasmo espesábamos cada cambio de estación cuando éramos pequeños? Para nosotros la primavera significaba el retorno de los pájaros y de las flores, el verano el sol, los largos días cálidos, las noches impregnadas de olores. El otoño se asociaba a la cosecha, a los colores rojo y oro de las hojas muertas, a la impaciencia de ver llegar la nieve. El invierno, al olor del fuego crepitando en las chimeneas, al aullido del viento ahí fuera, a las ventanas golpeando bajo la tormenta. Y después nos poníamos a soñar en el retorno de la primavera. Me pregunto porque, en cada estación, esperábamos a la siguiente, porque después de tanto haberla deseado no veíamos más que sus inconvenientes...

Añadió en un susurro:

¿Por qué es necesario que nuestras aspiraciones, nuestros sueños y nuestras esperanzas se salden con decepciones?

Se volvió lentamente, Trey no distinguía su cara a contraluz, pero viéndola resoplar y secarse la cara con el dorso de la mano, concluyó que había llorado.

-Sois el hombre más exasperante que he encontrado jamás-volvió a decir con voz alterada.

-Lo siento-respondió el al cabo de un momento, apercibiéndose de pronto que había estado quieto mirándola, sin decir una palabra.

-Permitidme dudarlo, Vuestra Gracia, -dijo ella como si hubiera adivinado el fondo de sus pensamientos-Pero por lo menos, aunque no haya sido francamente habéis dejado claro lo que queréis. Es desesperante. ¿Lo intentamos de nuevo?-soltó de un tirón recogiendo el libro.

Mary no consiguió dormir esa noche. Tenia insomnio desde que había enviado su carta de dimisión a la duquesa. Su sucesor podía llegar en cualquier momento. Entonces ella volvería a Huddersfield y su sueño de liberar a su madre se convertiría en humo, al igual que su aspiración romántica de salvar al duque de Salterdon del asilo. ¿Cómo podría ser posible salvarlo? Era demasiado destructor y autodestructor.

Después de dos semanas, había vuelto a su humor belicoso, su furia para todos los que intentaban acercarse a el no había cesado de crecer. La vida de los habitantes de Thorn Rose se había vuelto insoportable. Parecía deseoso de volver de nuevo a las sombras y a la inercia mental. En varios intentos, Mary tuvo que luchar para sacarle de la apatía y todo para encontrarse de cara con el diablo en persona. Si no hubiera sido por la duquesa, le hubiera dejado de buena gana en el limbo. Por momentos parecía odiarla hasta el punto de querer matarla con sus propias manos. ¿Entonces porque se preocupaba de el todavía? ¿Por qué la emoción de la mañana que pasaron viendo los caballos no dejaba de obsesionarla, impidiéndola dormir y comer? Volver a pensar en ese momento en el que él había dejado ver su vulnerabilidad le hacia más difícil soportar su animosidad.

“Señor haz que la duquesa comprenda porque no puedo quedarme.”

Mary se sentó en la cama a pesar del frió. Una angustia sorda la atenazaba como si el aire alrededor de ella presintiera una amenaza, como si alguien escondido en la sombra espiara el menor de sus movimientos. Como siempre, la puerta que comunicaba con la habitación del duque estaba entreabierta. Mary cogió un candelabro y entró de puntillas.

La habitación parecía vacía. Se acercó a la cama y sus temores se vieron confirmados. No había nadie en ella. Levantando la llama escrutó la oscuridad y vió que la silla de ruedas había desaparecido también.

Mary se precipitó al cordón para llamar a Gertrude, pero se contuvo. Era inútil ceder a la locura y levantar a toda la casa. Reponiéndose se esforzó por dominar los latidos de su corazón y por pensar coherentemente.

¿Qué demonios había pasado? ¡Ojalá no le hubiera pasado nada! Estaba bajo su responsabilidad ¿Y si se hubiera caído desde lo alto de la escalera? ¡Dios santo! Eso es lo que pasaba por alimentar malos pensamientos. Ella no quería realmente vele volver a su letargo. La culpabilidad la abrumaba. ¿Se habría tirado por la ventana para acabar con sus sufrimientos? Paul lo había deseado a veces en sus momentos de desesperación.

Salió corriendo al pasillo y choco de golpe con Thaddeus dejando caer su candelabro. Gritó y retrocedió rápidamente. Thaddeus recogió la vela y la miró estupefacto.

-No me atrevo a esperar que sea a mí a quien busca con tal frenesí

-Su Gracia ha desaparecido-dijo ella temblando.

Él la rodeó para entrar en la habitación de su señor.

-Tiene usted razón-dijo al volver-¿Tendremos la suerte de que un demonio haya venido directamente desde el infierno para llevárselo? ¿Y si abriéramos una botella de champán para celebrarlo?

-No sea estúpido-respondió ella cogiéndole el candelabro de las manos.

Thaddeus la siguió por el pasillo.

-Puede que la duquesa le haya llevado al asilo. Confiese que seria un condenado alivio para todos nosotros.

Desde lo alto de la escalera, Mary se paró para escrutar las tinieblas.

-No está loco.

-En ese sitio están detrás de barrotes. Algunos se lanzan contra los visitantes, otros aúllan como fieras.

Ella se volvió hacia Thaddeus, temblando ante esas evocaciones.

-No esta loco-repitió

Un sonido llamó de pronto su atención. Una broma de su imaginación, seguro. Retrocedió y tomo el pasillo contrario, pasando por delante de la habitación de Salterdon, concentrada en lo que, evidentemente, podía haberse llamado música.

-¡El piano!-exclamó echando a correr hasta la sala de música, a la entrada de la cual se paró sin aliento.

A la luz dorada de un único candelabro, Salterdon estaba inclinado sobre el piano y una de sus largas manos hacía sonar una solo nota incesantemente repetida. Sus cabellos caían sobre sus hombros. Su rostro expresaba a la vez una concentración intensa y una mezcla de éxtasis y de sufrimiento.

Thaddeus quiso acercarse pero ella le paró con un gesto.

-Déjenos solos.

-¿Cree usted que es prudente vestida así?-replicó él con insolencia.

-Eso es todo-insistió ella sosteniendo fríamente su mirada hasta que el se decidió a dar media vuelta.

Salterdon la vio llegar por el rabillo del ojo y se tensó, mirando las sombras alrededor de el. Su mirada, de ordinario enfurruñada, estaba llena de una desesperación que conmovió a la joven. Con la boca seca, consiguió articular:

-Vuestra Gracia...me habéis hecho pasar miedo. Cuando me he dado cuenta de que no estabais en vuestra habitación me he imaginado lo peor. Pero bueno no importa ya que estáis aquí-

El duque se dejó caer contra el respaldo de su silla, con la mano todavía en el teclado.

-Me he preocupado prematuramente, sin duda pero estáis bajo mi responsabilidad, Vuestra Gracia, aunque eso os disguste.

Como siempre, el se contentaba con mirarla con su exasperante mirada enigmática, golpeando algunas notas, pero ella tuvo la sorpresa de ver que había podido vestirse solo, dejando a un lado su camisa mal abotonada y sus pies descalzos, no lo había hecho tan mal.

-Creo que es el momento de confesaros que he decidido dejar Thorn Rose, milord.

Las notas parecieron paralizarse en el aire frió de la estancia.

-Vuestra abuela estará decepcionada, no tengo la menor duda, porque yo era su última esperanza. Estaba convencida de que lograría ayudaros, pero estos últimos días he comprendido que nadie puede hacer nada por vos mientras rechacéis tomar la mano que os ofrecen.

Hizo una sonrisa forzada antes de añadir:

-¿Os llevo a vuestra habitación Vuestra Gracia? A menos que prefiráis que llame a Gertrude.

Ninguna respuesta. Ninguna reacción.

Los hombros de Mary cayeron imperceptiblemente. Se volvió. ¿Qué es lo que había esperado?¿Qué le suplicara que se quedase?¡Cuanta inocencia! Su partida debía alegrarle.

Súbitamente se quedó paralizada. El duque se había puesto a tocar. Lentamente las notas se encadenaron unas con otras de forma cada vez más compleja hasta formar una pequeña frase musical. Se volvió y vio fascinada los dedos que se movían. Todavía estaban un poco rígidos pero habían perdido la dificultad que ella conocía.

-¡OH!-silbó con una mano sobre la boca y dejando caer el candelabro.

Se aproximó al piano del que se elevaba ahora una melodía ligera y perfectamente ejecutada.

Sin ni siquiera darse cuenta, se puso a mariposear alrededor del piano sobre la punta de los pies, como una abeja alrededor de una flor. Después se paró y se apoyó en el instrumento, dejando que las vibraciones del mismo la llenaran, reteniendo el aliento. ¿Estaría soñando?¿Y si se despertaba de golpe para descubrir que no era más que una de sus bromas pesadas? Pero no, incluso en sus sueños más locos no habría podido imaginar una música tan perfecta y emocionante.

Miró hacia los ojos grises, dorados por la luz de la vela. Estos la miraban a su vez atentamente, espiando sus reacciones mientras los dedos continuaban con su milagro.

Él sonrió. ¡Dios del cielo, él sonreía! Y esta sonrisa no tenía nada en común con el rictus sarcástico y odioso que ella conocía. Iluminaba su cara, eliminaba la dureza de sus rasgos. De golpe parecía transfigurado, con una belleza que quitaba el aliento. Las lágrimas brotaron de los ojos de Mary. La música se detuvo por un instante.

-No, continuad milord, por favor. Nunca había oído nada más bello. Podría quedarme aquí escuchándoos sin cansarme jamás.

La sonrisa de Salterdon se ensanchó. Sus manos ganaron agilidad, encogiéndose y alargándose sobre las teclas, mientras su cuerpo participaba del movimiento, oscilando al ritmo de las emociones que la música despertaba en él. Mary cerró los ojos y se dejó llevar por la melodía. Cuando volvió el silencio tuvo dificultad para abrir los ojos que le quemaban de la emoción, y cuando lo hizo fue para descubrir a Salterdon que la observaba sombriamente. Se dio cuenta entonces de que no había sabido retener sus lágrimas y que estas caían por sus mejillas.

-Nunca he oído nada tan bello-repitió con voz alterada por la emoción

-Bach-dijo él con voz ronca.

-Bach-repitió ella como un eco.

Él sonrió y puso delicadamente la punta de sus dedos en la nuca de la joven.

-Es con esto con lo que he tocado señorita Ashton.

Su mano descendió por su garganta, que acarició con la misma delicadeza que lo había hecho con el piano, dejando sobre su piel un rastro abrasador. Había dicho por primera vez una frase completa, y en lo único que ella se concentraba era en ese placer desconocido. Al fin volvió a la realidad.

-Habláis-murmuró con un susurro.

Se dio cuenta entonces de que había un libro metido entre su cadera y la silla. El Vicario de Wakefield.

-Os habéis entrenado leyendo ¿verdad? Es por eso por lo que estáis tan cansado desde hace algunos días ¿verdad milord?

Él abrió la boca para responder pero ella le tomó la delantera haciendo girar la silla hacia ella.

-Os podéis comunicar, lo se-volvió a hablar ella arrodillándose delante de el-Habladme por favor. Decidme cualquier cosa, que solo soy una golfilla, la más insoportable que hayáis encontrado jamás, que soy una cabezota, una don nadie. Lo que queráis. Pero decid una frase por favor.

-Me...duele la...cabeza...cuando leo-consiguió articular cerrando sus manos sobre las de Mary-Pero...mejora.

-Bueno ¿y creéis que algunos ejercicios os ayudarían?

-Si-confesó él.

Y le sonrió apretándole las manos suavemente, casi cariñosamente.

¿Cariñosamente?

Incapaz de contener su alegría, Mary saltó sobre sus pies y pasó los brazos alrededor del cuello de Salterdon, estrechándolo con fuerza, con la cara hundida en su cabello revuelto. Cerrando los ojos intentó absorber sus lágrimas y estrechó más fuerte su presa.

-He rezado por vos noche y día, Vuestra Gracia. Vuestra familia va a estar muy feliz. Como todos en Thorn Rose. Tengo ganas de ver sus caras cuando diga la novedad.

Estuvieron así algunos minutos. El duque tenia su cara escondida en el cuello de la joven, notaba el calor de su aliento en la oreja. Después, lentamente, las manos de Salterdon fueron a posarse en la espalda de Mary. De repente ella se sintió empequeñecida y tuvo la impresión que su cuerpo entero se inflamaba. ¡Su camisón! Por Dios, por un instante soñó que estaba desnuda y que acogía con felicidad las caricias que él le prodigaba. Estaba perdiendo la cabeza. La felicidad de saber a su paciente curado la hacia delirar.

Cuando le miró, no leyó nada inquietante en sus ojos, pero experimentó una turbación extraña que las hacia vacilar sobre sus piernas y aceleraba locamente los latidos de su corazón. Incapaz de poner fin a sus fantasmas y por tanto avergonzada de sus sentimientos y conciente de lo inapropiado de la situación, se quedó ahí plantada delante de el, inmóvil y vulnerable bajo la mirada gris.

Al fin se sintió enrojecer y, no sabiendo como escapar a su vergüenza, se fue corriendo hacia la puerta, sin tener en cuenta la llamada de Salterdon. De todos modos se dio la vuelta y el hombre que vió a la luz dorada del candelabro la asustó tanto que huyó a toda velocidad.

CAPITULO 11

Al día siguiente por la mañana, Mary se despertó en un estado de beatitud casi irreal, todavía mecida por la música encantadora del piano, notando aún las manos del duque calentándola a través del camisón. Se entretuvo cerca de una hora en la cama en ese estado de felicidad, sintiéndose más ligera que el aire.

Cuando el duque de Salterdon, le sonrió la noche anterior, su rostro cambió y ella tuvo la impresión de que un coro de ángeles cantaba en ella con alegría. En el desayuno, el consiguió servirse el té y cortar la carne con relativa facilidad e intercambiaron algunas palabras amables, el todavía un poco gruñón, ella conteniéndose para no cantar como los pájaros en primavera.

-Se anuncia un maravilloso día ¿no creéis milord?

-Si os da placer creerlo, señorita Ashton.

Ella reconoció en su voz una nota sarcástica muy familiar. Su buen humor se apagó un poco. El no le sonrió en todo la comida pero ella no perdió el ánimo. La moral volvería. Era normal que se sintiera sobrepasado por el curso de los acontecimientos incluso si estos eran netamente positivos. En cuanto a ella, el episodio de la noche la había trastornado completamente. Gertrude supo las buenas noticias con una felicidad total. Se puso a dar vueltas por la habitación riendo a carcajadas.

-Fue el momento más emocionante de toda mi vida-confesó la joven-¡Me sonrió Gertrude! ¡Cogió mis manos con las suyas! Y su música...Dios, su música. Jamás había oído nada más bello. Bajo sus manos nacían melodías sublimes. ¿No crees que tiene unas manos preciosas?

El ama de llaves asintió enarcando las cejas.

-Cuando sonrió-continuó Mary revoloteando a través de la habitación-quedé subyugada.

Mary suspiró

-Imagine lo que sentí al oírle hablar. Temblaba tanto que creí que iba a desmayarme.

Gertrude la escuchaba cada vez más estupefacta.

-¡OH, su voz!-suspiró Mary-es como terciopelo de tan profunda y suave. Mas profunda que la de su hermano. Me ha llegado hasta la médula de los huesos.

-¡Dios Mío!-balbuceó Gertrude juntando las manos.

-Perdóneme Gertrude, debo pareceros pueril. Me imagino que una madre asistiendo a los primeros pasos de su hijo, experimenta las mismas emociones, esta impresión de fuegos artificiales.

-¿Y como reaccionó el a todo esto señorita?-la interrumpió Gertrude, empujando la puerta de la habitación del duque.

Mary se apresuró a ir tras ella alegremente y vio a Salterdon instalado en un sillón cerca del fuego. Vestido, con un libro abierto sobre las rodillas, contemplaba las llamas con una expresión lejana, pero sin la hostilidad a la que les tenia acostumbrados.

-¿No es extraordinario?-murmuró Mary-Tan apuesto, tan distinguido. ¡Ay Gerti!,¿No es el hombre más increíble que haya usted visto?

-Mary, ¿esta hablando del duque de Salterdon? ¿Del mismo hombre del que ayer decía usted que era un bruto y un animal?

-Estaba ciega. Ahora yo...

-Yo tengo una pequeña idea de lo que está ahora-la interrumpió Gertrude cuchicheando- Que Dios la perdone, pero, según yo, esta usted enamorada.

El aire glacial de esa mañana nubosa pareció despertar al duque igual que lo había hecho aquella otra vez la presencia de NapPerl y su potranca. Con Mary a su lado observaba a un semental gris y su yegua. El animal caracoleaba con los ollares temblando.

-A los caballos árabes se les llama también “los bebedores de viento”. Son conocidos por su increíble dureza. Se diría que se alimentan del aire del desierto. Son animales excepcionales.

-¿Cómo se llama este?

-Napoleón

-Tiene un aspecto impresionante, Vuestra Gracia. ¿Es peligroso?

-Si pudiera levantarme le enseñaría hasta que punto. No, un niño podría montarle, señorita Ashton. O una jovencita tan frágil y delicada como usted.

Mary enrojeció y volvió los ojos hacia el cielo que se ensombrecía.

-Dígame, señorita Ashton si esta potranca fuera suya, ¿qué nombre le pondría?

-¿La potranca de NapPerl, Vuestra Gracia?

Él asintió con la cabeza.

-La llamaría NapTeesta Rose, Vuestra Gracia

-¿Por qué?

-No lo sé, sin duda porque es un nombre muy femenino que le va muy bien a un animal tan gracioso. Y Rose en honor a la mansión por supuesto.

Él contempló la potranca que galopaba sobre la hierba del cercado.

-Bien se llamará NapTeesta Rose.

Se instalaron bajo un árbol y Mary paso la siguiente hora escuchándole leer, dejándose mecer por la música de su voz, tan bella como la música que había tocado en el piano la noche anterior. ¿Cómo imaginar que apenas unos días antes el daba esos gritos inhumanos?

Pegada al tronco de un viejo roble, Mary cerró su chal alrededor de ella, el aire se hacia cada vez más frío y ella empezó a soñar que se quedaba definitivamente en Thorn Rose para cuidar del duque de Salterdon. Pasar días enteros cerca de el, escucharle tocar el piano por la noche y rezar para encontrarse en sus brazos ¿no sería eso maravilloso?

El silencio la golpeó de repente y abrió los ojos para descubrir fija en ella, la mirada gris en la cual descubrió sombra inquietantes.

-¿Vuestra Gracia?-llamó prudentemente.

-Puedo leer, ya lo sé-gruño el-Pero ¿Voy a pasarme el resto de la vida sentado en esta silla? Sin estas malditas piernas no soy nada.

La duquesa de Salterdon llegó sin avisar justo después de la comida. Mary pasaba revista a los estantes de la biblioteca, buscando una obra que pudiera estimular al duque y devolverle el buen humor, cuando Gertrude entró acompañada de un grupo de sirvientes tan nerviosos como ella.

-La duquesa-gritó simplemente antes de volver a salir con un torbellino de faldas y enaguas.

La garganta de Mary se cerró.

-¡Señor! La carta. La había olvidado-murmuró consternada.

Cuando supo que la duquesa no estaba solo, el temor de que le hubiera encontrado sustituto se convirtió en certeza. La anciana dama la convocó enseguida, lo que no le impidió esperar dos horas en su antecámara, atónita al ver la enorme cantidad de sirvientes que la acompañaban: mayordomo, lacayos, doncellas, lavandera, modista e incluso un chef francés asistido por dos pinches y un pastelero. Menos de una hora después de su llegada toda el ala oeste de la mansión relucía de limpieza y los aromas de los pasteles de canela llegaban desde las cocinas.

Mary se había levantado y recorría nerviosamente la sala, maldiciéndose por haber escrito esa carta de dimisión en un arranque de genio. Esperaba que la duquesa le permitiera ver al duque una última vez antes de enviarla de nuevo a Huddersfield. En ese mismo momento, Gertrude se ocupaba del aseo de Salterdon. Sería ella quien le peinaría y le vestiría con cuidado mientras que esa era su misión habitualmente. Al fin, la puerta se abrió y Sydney, el mayordomo de la duquesa apareció.

-Su Gracia la duquesa de Salterdon la va a recibir-anunció con un aire estirado, antes de conducirla a un salón tan grande que la gran chimenea de mármol no conseguía calentarlo.

Mary se inclinó delante de la duquesa, vestida con un suntuoso kimono de seda roja, y se instaló en uno de los dos sillones que ella le indicó, el otro estaba ocupado por un hombre rechoncho y calvo, el señor Edgcumbe, el médico personal de la duquesa. Se levantó galantemente para saludar a la joven,

-¿Cómo esta usted señorita Ashton? Soy...

-Sé quien es usted-declaró Mary bruscamente, sobrepasada por sus preocupaciones.

El barrigudo doctor tuvo un ligero movimiento de retroceso, mientras la duquesa alzaba sus nobles cejas.

-¿Han venido ustedes para llevarse al duque?-preguntó Mary.

-En efecto.

-Deben saber que cuando escribí esa carta, no me encontraba bien. En realidad no sé que mosca me picó. Supongo que ciertas...pruebas alteran a veces el entendimiento.

El médico y la duquesa intercambiaron una mirada y Mary se apresuró a precisar.

-No pienso que el comportamiento del duque sea “intolerable” como escribí en la carta. La situación ha evolucionado mucho desde entonces, y estoy segura de que sus progresos van a asombrarles.

-¡Yo no comparto sus certezas!-dijo Edgcumbe.

-Ha progresado mucho-se lo aseguro-repitió Mary sonriendo.

La duquesa se dejó caer contra el respaldo e invitó a la joven a sentarse. Mary se sentó rígidamente en el borde del sillón. Pronto apareció una criada con una chocolatera de porcelana china negra bordeada de oro y llenó la taza de la anciana.

-No comprendo nada de lo que me dice, querida. No he recibido ninguna carta. He venido solo para que Edgcumbe examine a mi nieto una última vez antes de decidir su suerte.

-¿Antes de decidir...?-repitió Mary atónita.

Si la duquesa no había recibido su carta, a lo mejor no era demasiado tarde. Ella le explicaría lo que había pasado.

-He tenido conocimiento de algunos rumores acerca de Trey, recientemente, continuó la duquesa.

Mary se quemó con un sorbo de chocolate y cerró brevemente los ojos. Las señoritas Draymond.

-Por supuesto, enseguida llamé a Edgcombe-prosiguió la duquesa con una voz vacilante, lanzando a su médico una mirada abatida.

-Pero...-empezó Mary.

-Usted se ha dado cuenta seguramente de que Salterdon había caído en una melancolía persistente, alternada con bruscos accesos de brutalidad- interrumpió Edgcombe-Es relativamente frecuente después de las heridas en la cabeza. Me temo que nuestros hospitales están llenos de casos similares que somos incapaces de curar.

-Si, pero...

La duquesa la interrumpió.

-Hemos llegado a la lamentable conclusión de que, en interés de mi nieto, debería ser internado en un sitio adaptado a sus necesidades.

-Un lugar donde estaría rodeado de personas que al mismo tiempo dominarían sus crisis y le aportarían los cuidados indispensables a su estado.-añadió Edgcumbe.

-¿Royal Oaks?-preguntó Mary dejando violentamente su taza en la bandeja.

-¡Por supuesto que no!-exclamó la duquesa levantando una ceja.

-Pero de todos modos un hospital me imagino-continuó Mary-Con locos que gritan todo el día.

-¡Señor!-exclamo la anciana dama con un resoplido-No caigamos en el melodrama, niña. Está usted hablando del duque de Salterdon, no lo olvide.

-Pero...

-¿No la ha insultado?-preguntó el médico.

-Si pero...

-¿No ha sido rudo con usted?-inquirió la duquesa.

-Es verdad pero...

-¿No estuvo a punto de estrangularla?-interrogó Edgcumbe

-El...

-Señorita Ashton, le dije claramente que usted era mi última esperanza ¿no es así?

Mary sintió que la cabeza le daba vueltas.

-Si, Vuestra Gracia...De todas formas...-empezó ella reteniendo el aliento, mientras esperaba una nueva interrupción. Como esta no llegó, pudo por fin hablar.

-Vuestra Gracia, tengo la satisfacción de informaros que la capacidad del duque para hablar ha mejorado considerablemente. Come solo, se viste solo, me lee en voz alta y además creo que su mayor victoria es que ha empezado de nuevo a tocar el piano.

-Imposible-exclamó Edgcumbe

-¿Y su humor?-quiso saber la duquesa.

-Ha vuelto a sonreír, Vuestra Gracia. Nuestras últimas entrevistas se ha desarrollado en un clima mucho más sereno y...

-Eso no quiere decir que no se volverá violento a la menor contrariedad-hizo notar Edgcumbe, con las cejas fruncidas.

Se levantó y cogió la mano de la duquesa.

-Mi querida Isabella, no os fiéis demasiado de esta buenas noticias. Podría tratarse de una simple mejoría pasajera, antes de caer otra vez en el infierno de la demencia.

Con los ojos brillantes y la barbilla temblando, la duquesa pidió a Mary que se lo llevara inmediatamente.

-Gertrude le está preparando-respondió la joven-Si lo permitís Vuestra Gracia, voy a asegurarme que está listo.

-Por supuesto, mi niña.

La anciana le cogió el brazo al pasar y la miró con una emoción en la que se mezclaban la esperanza y el miedo. Mary le dirigió una sonrisa confiada y salió.

En medio de un total confusión se dirigió hacia la habitación del duque. ¡Dios Santo, habían decidido encerrarle en un establecimiento donde no seria mejor tratado que un perro!

-Vamos, ha mejorado, no pueden hacerlo-se repetía en voz alta como para conjurar la idea-Es imposible.

Levantando los ojos havia el techo decorado de ángeles, murmuró al Señor:

-Es un milagro que su estado haya mejorado justo cuando ellos calculaban llevárselo. Puede que hayáis oído mis plegarias finalmente.

Subió las escaleras de cuatro en cuatro pero recibió una fuerte impresión cuando vio a Gertrude. El ama de llaves estaba lívida, llena de agua jabonosa desde la cabeza a los pies.

-El duque ha recaído, señorita-articuló con una voz sin entonación.

-No es posible.

-Cuando le he dicho que su abuela había llegado...

-Estaba muy bien hace dos horas, Gertrude. Comía solo, hablaba...

-Se hubiera dicho que el diablo tomaba posesión de el. No ha querido que me acercara. Ni yo, ni Molly. Me temo que ella tenga un ojo negro dentro de poco, la pobre, sin hablar del hematoma de su trasero.

En ese momento llegaron ruidos de golpes y gritos. Una criada huía de la habitación del duque.

Mary entró en la estancia en el momento en que un jarrón chino se estrellaba contra el marco de la puerta. El suelo estaba sembrado de vajilla rota y de muebles tirados, pero fue la visión del duque lo que la impactó.

Sentado en su silla de ruedas, la miraba con furia a través de sus cabellos revueltos. El lobo estaba de regreso. Sus ojos lanzaban rayos. Sus dientes blancos brillaban. Mary creyó desfallecer. Se acercó a el.

-No-dijo ella sacudiendo la cabeza-Ahora no. Sé lo que sois capaz de hacer y ahora no vais a dar marcha atrás.

-Fue...ra-gruñó el.

-No, no me iré. No os dejaré destruiros a vos mismo, no os dejaré hacerme daño, ni dejaré que se lo hagáis a vuestra abuela.

Su cólera le permitió dominar su miedo y continuó avanzando hacia el.

-Recordad quien sois, milord. Lo que sois...

-Sé quien soy-ladró el-y no necesito que usted me lo diga. Soy lo que queda del duque de Salterdon, querida , y usted...una empleada contratada por mi abuela para intentar hacer que me parezca al que era. En caso de que no lo haya notado-añadió abriendo los brazos con una terrible expresión deformando sus rasgos-no soy ya el que era.

-Entonces es eso-dijo ella arrodillándose cerca de el y mirándole de frente-tenéis miedo.

El cogió su cabeza entre las manos y cerró brutalmente sus dedos entre su pelo. Reprimiendo las lagrimas de dolor, ella repitió entre dientes:

-Tenéis miedo de vuestra propia vulnerabilidad, Vuestra Gracia. Teméis que no os consideren un hombre porque estáis en una silla de ruedas.

El tiró todavía más fuerte hasta que ella estuvo a punto de gritar de dolor, pero no lo hizo sino que añadió:

-Las piernas no bastan para ser un hombre Vuestra Gracia.

-En eso estamos de acuerdo-gruño el.

Le cogió la mano y la puso de malos modos sobre su bragueta manteniéndola ahí a la fuerza mientras ella trataba de soltarse.

-También hace falta esto para ser un hombre, corazón mío, y tampoco puedo usarlo. Entonces, señorita Ashton, usted que ama tanto las caricias viriles de los mozos de cuadra ¿Puede decirme que me queda?

-Vuestra dignidad-murmuró ella con las mejillas rojas bajo sus lágrimas-vuestra alma y vuestra mente.

-¿Si?

Su cara rozaba ahora la de Mary. Sus manos se cerraron alrededor de su garganta y comenzó a apretar.

-¿Y si no tuviera conciencia señorita Ashton?

-Hay algo divino en vos, milord. Si tan solo quisierais admitirlo...He visto la llama brillar en vos ayer por la tarde, como ninguna estrella ha brillado nunca.

-¡Cuánta poesía para una golfa!

-¡No soy una golfa!

Una sonrisa cínica jugó en sus labios. Su mirada de carnicero no la abandonaba. Al fin la soltó. Enseguida ella se apartó. Liberada, sintió su cólera crecer en ella al mismo tiempo que la decepción. ¿Cómo pudo imaginar que le ligaba a ella otra cosa que una obligación profesional? Debía haber soñado. Sobreponiéndose a sus temblores, se levantó y, con la cabeza alta, se dirigió hacia la puerta sin mirar atrás.

-Señorita Ashton

Ella continuó su camino imperturbable.

-¡Mary-la llamó el mas duramente.

Ella se dio la vuelta con tal brusquedad que su moño se deshizo.

-No os he autorizado a llamarme por mi nombre, Vuestra Gracia, no tengo suficiente afecto por vos. Os concedí el beneficio de la duda, no hice caso de los rumores que corrían sobre vos, pero viéndoos ahora, creo que estaban fundados. Todos. Merecéis sin ninguna duda el destino cruel que os espera. Me olvidaba de deciros-añadió con voz neutra-que la duquesa está acompañada del doctor Edgcumbe, el cual está persuadido de vuestro caso necesita de un internamiento en un establecimiento “especializado”. Por supuesto, he intentado sacarles de su error afirmando que estabais en vías de recuperación, pero en cuanto hayan constatado que vuestro estado ha vuelto a empeorar, se apresuraran en llevar a cabo su proyecto y espero que os pudráis de asco como una rata en ese sitio maldito porque es lo que os merecéis.

Dicho esto, salió de la habitación y se encontró en medio del grupo de criados, agrupados detrás de la puerta, que evidentemente les habían estado espiando.

Gertrude se destacó de sus compañeros y observó a Mary algunos minutos antes de decidirse a hablar.

-¿Qué va a ser de el ahora señorita?-preguntó con inquietud.

-Me...me da igual.

Las exclamaciones y los murmullos se elevaron.

-¿Van a llevarse a Su Gracia verdad?-dijo Gertrude con los puños en las caderas.

-Sin ninguna duda.

-¡Que injusticia! Después de lo mucho que ha progresado gracias a usted. Esta misma mañana me ha repetido todo lo que le debía.

-Gertrude-dijo Mary severamente-La mentira es un pecado.

-No me permitiría mentir sobre esto. Ha dicho exactamente: “La señorita Ashton ha rasgado mis tinieblas como un rayo de sol”.

La interesada frunció las cejas.

-Y sonreía al confiarme eso-añadió Gertrude-Dios mío...

En ese instante una criada salió del rincón del pasillo visiblemente nerviosa.

-La duquesa esta llegando-anunció precipitadamente.

Todos se volvieron hacia Mary. Gertrude se aproximó a ella.

-Ya que el se va supongo que su apariencia y la de sus aposentos no tiene ya importancia-dijo con aire acusador.

-Tenemos tiempo de..

-¿De mantener a la duquesa a distancia? Voy a intentarlo

-A lo mejor se resiste.

-No lo creo, al menos después de verle palidecer cuando le habéis anunciado la decisión de su abuela. Parecía un espectro..

Mary reflexionó rápidamente y tuvo que admitir que se había dejado cegar por la cólera. El recuerdo del pánico del duque le dio alas.

-De acuerdo, voy a intentar ganar tiempo.

Con una gran sonrisa, Gertrude golpeó sus manos.

-Al trabajo chicas, y no perdáis un solo segundo.

Molly avanzó hacia ella mostrando su ojo negro.

-¿Quiere que yo me quede?

-Las chicas que pasan el sábado por la noche en la taberna vuelven a menudo en ese estado-respondió Gertrude-Ponte en marcha si no quieres que me ocupe del otro ojo. En nada de tiempo, plumeros, trapos y escobas se pusieron en movimiento.

Dominando sus emociones lo mejor que podía, Mary esperó convencida de que de un momento a otro una de las criadas saldría con los ojos llenos de terror.

No pasó nada.

Durante ese tiempo de espera, se llenó de reproches. Después de haber vivido el calvario de su hermano, debería haber comprendido el estado de ánimo del duque frente a su parálisis.

-¿Señorita Ashton?

Mary se volvió sobresaltada.

-Quiero ver a mi nieto-declaró la duquesa.

-Un instante por favor Vuestra Gracia.

-¿Perdón?

-No...no está listo.

-Pero dijo usted.

-Gertrude no ha terminado todavía.

La puerta se abrió por fin y el ama de llaves apareció.

-Su Gracia esta listo para recibiros-anunció

-¿Seguro?-replicó la duquesa alzando una ceja escéptica.

Mary la siguió a una distancia respetuosa. Osaba apenas respirar, sus piernas amenazaban con doblarse. Gertrude vino entonces a su lado para sostenerla y susurró:

-¿No esta presentable aunque haya estado a punto de ponerme la navaja de afeitar en la garganta? Solo nos falta convencerle para que nos deje cortarle el pelo.

-Me gusta su pelo largo-murmuró Mary sin reflexionar con la mirada puesta en el duque instalado cerca del fuego.

La luz danzante de las llamas hacia resaltar la pureza de sus rasgos. Jamás le había visto tan seductor, tan distinguido. Y tan digno.

-Esta elegante ¿verdad?-susurró todavía Gertrude-Antes derrochaba fortunas en sus sastres en Londres. Hacia venir telas de china. Esta impresionante ¿no?

La duquesa de Salterdon se paró delante de su nieto. Se miraron un momento en silencio y después Salterdon declaro secamente:

-Comprenderéis que no me levante, Vuestra Gracia.

-Desde luego, lo que no comprendo tanto es la razón de tu cólera contra mí.

Pasó un ángel. Para un observador no avisado el duque hubiera parecido simplemente aburrido por esa observación y por la conversación que estaba por llegar, pero Mary le notaba extremadamente tenso. Se acordó entonces del maravilloso extracto de la Misa en si menor de Bach que había tocado para ella la noche anterior, de sus esfuerzos por leer El vicario de Wakefield, saltando sobre las palabras, jurando cuando se equivocaba, hasta que llegaban naturalmente.

Despacio Vuestra Gracia, despacio. Es inútil precipitaros. Todo llegará si os relajáis. No os crispéis. No pensaba las cosas horribles que os dije hace un momento. Perdón, perdón, perdón.

Sintió de repente el brazo de Gertrude bajo el suyo. El ama de llaves la llevó silenciosamente al pasillo y cerró la puerta.

-Lo hará muy bien, pequeña-le aseguró-dejémosles solos.

-Tiene todavía dificultades para sujetar un vaso, Gertrude. ¿Y si lo deja caer? Se sentirá humillado y...

La valiente mujer la obligó a sentarse en un sillón.

-¿Por qué se preocupa tanto? ¿No le ha llamado rata de cloaca?

-¡No! Le he dicho que esperaba que se pudriera como una rata.

-De acuerdo, de acuerdo. ¿ Pero eso quería decir que se merecía acabar en un asilo con los locos?

-¡Ay Señor!-suspiró Mary dejándose caer contra el respaldo, pensando en su padre que siempre la había acusado de ser mala-No lo pensaba de verdad. Hubo momentos en los que pensé que no lo iba a conseguir, momentos en los que él me daba miedo, pero muchas veces me conmovió y...

Su voz se rompió

-Es un sentimiento muy femenino señorita. Un poco como el instinto maternal.

-¿Usted cree Gertrude?

-¿Y que piensa usted que pueda ser sino?

-No lo sé. Pero de todos modos no tiene importancia, después de las cosas horribles que le he dicho al duque voy a tener que irme quiera o no quiera. Cuando la duquesa sepa lo irritable que soy, querrá desembarazarse de mi lo más rápido posible.

CAPITULO 12

Salterdon permaneció silencioso mientras su abuela, paseaba lentamente por la habitación con una copa de coñac en la mano. Esperó hasta que se quedó quieta antes de empezar a hablar, no sin antes haber echado una mirada angustiada a la puerta que Mary acababa de franquear.

-Debo ser más ingenuo de lo que pensaba abuela. Me había imaginado que estarías aliviada y feliz de comprobar mis progresos.

-¿Es esa la razón de que me mires con ese aire sombrío? ¿Debo recordarte que yo nunca he sido una estúpida sentimental?

-No-respondió el duque volviendo los ojos-Es inútil

-Debes saber que estoy contenta y al mismo tiempo sorprendida. Parece que la señorita Ashton ha hecho milagros desde su llegada a Thorn Rose.

-Ella es...

Se encontró de pronto sin suficientes palabras para describir a la persona que le había lanzado tales atrocidades a la cara, la misma que la noche anterior bailaba con los pies desnudos, en camisón, con la música del piano.

-...asombrosa-dijo al final.

-Es lo menos que se puede decir.

Ella miró detenidamente a su nieto antes de decidirse y prosiguió:

-Tienes mejor aspecto-admitió-Puede que un poco delgado, y con aspecto salvaje con ese pelo largo. Te pareces mas que nunca a tu hermano, un verdadero campesino.

-Las actividades de Clayton no le han hecho perder tu estima, que yo sepa.

-Lo que es aceptable para Clayton no lo es para ti. Los duques no trabajan la tierra.

Tampoco tocan el piano-añadió él para si mismo.

Al fin la duquesa se sentó, con la espalda derecha, la cabeza alta, y Trey se preguntó por el motivo de su visita.

-¿Por qué has traído a Edgcumbe?-añadió.

-¿Tú que crees?

La mirada del duque fue de nuevo atraída por la puerta, como si esperara el socorro de Mary, la cual se había ido sin miramientos. ¿Se imaginaba el que tenía talla suficiente para protegerle de su abuela? Estuvo a punto de reír ante esa idea, lamentando de todos modos su ausencia. Bueno, el era capaz de controlar a su abuela como lo había hecho siempre, incluso si ahora...¡Dios que cansado estaba de pronto! Su cabeza comenzaba a abandonarle y su mente se nublaba. En pocos minutos seria incapaz de pensar de manera coherente, de encontrar las palabras para hacer renunciar a la duquesa de los proyectos que tenía para él.

-¿Yo que creo?-repitió-Déjame pensar. Ya que has venido con la intención de librarte de mí encerrándome en alguna parte como un secreto vergonzoso que se entierra cuidadosamente.

-Sí.

-¿Sabes? Eso no me sorprende demasiado. Es increíble la cantidad de cosas que se aprenden cuando la gente te cree retrasado. Dicho esto, Vuestra Gracia, debo reconocer que tu siempre has sido franca conmigo, y te perdono...como siempre. No tengo alternativa de todos modos.

-Sabes muy bien, Trey, que es mi fortuna lo que está en juego.

-¡Vaya!-exclamó el con una sonrisa.

-No soy joven, Trey. He esperado quince años a que sentaras la cabeza, que te casaras y me dieras herederos. Verte de pronto en estado vegetativo...

-Mandándome a que me pudra en un asilo, traspasar tu herencia a mi hermano, por supuesto, no supone ningún problema.

-Si, porque no la quiere-replicó ella con tono cansado-Pero la cuestión está descartada, ya que tu estado ha cambiado totalmente gracias a Dios.

-Gracias a la señorita Ashton-rectificó él

La duquesa alzó las cejas y se acomodó mejor en su sillón.

Desde su llegada a la mansión de Thorn Rose, Mary no había tenido demasiado tiempo para disfrutar del lujo que la rodeaba, especialmente del de su habitación. Había consagrado sus días enteramente a Salterdon y por la noche estaba demasiado cansada para apreciar la belleza de las paredes blancas forradas, las cortinas rosa pálido, las alfombras Aubusson de tonos pastel. Doblando las medias y las enaguas remendadas antes de guardarlas en su pequeña maleta contempló la preciosa decoración con un sentimiento de desolación.

Su partida era irrevocable. ¿Cómo iba la duquesa a conservar a su servicio a una persona que había insultado a su nieto? Su arranque de genio era imperdonable. Con la maleta preparada, Mary se sentó en un gran sofá delante de la chimenea y extendió sus manos heladas hacia el calor de las llamas. En ese momento se abrió la puerta y entró Gertrude.

-Su Gracia la quiere ver inmediatamente.

-Estoy preparada-respondió Mary levantándose y recogiendo su capa tan usada que se veía la trama.

Mary siguió al ama de llaves a través de interminables pasillos. Pero, con gran sorpresa suya, en vez de introducirla en un salón, Gertrude se dirigió a la entrada principal y la invitó a salir. Al pie de la escalinata esperaba un coche en el cual del duque y su abuela, cuidadosamente tapados con mantas, habían tomado asiento.

-De se prisa-la urgió la duquesa en cuanto la vio-Voy a coger un reuma esperándola así sin moverme con un frió tan grande.

¡Señor! Estaban tan impacientes de librarse de ella que no se habían tomado siquiera la molestia de anunciarle su decisión en privado.

Mary bajó los escalones tan rápido como pudo, preocupada sobre todo por Salterdon, sentado frente a su abuela, con las mejillas descoloridas y los labios azules de frío.

-¿Creéis que es razonable sacar al duque hoy, Vuestra Gracia?-dijo-El aire es muy frió y...

-Es una idea de Edgcumbe-la cortó la duquesa-Piensa que este brusco cambio de temperatura podría activar la actividad cerebral de Trey y mejorar su resistencia física. Venga, de se prisa antes de que no transformemos en bloques de hielo.

Mary se sentó cerca del duque y dejó su maleta en el suelo antes de volver a colocar la manta que protegía las piernas de su paciente.

-Tembláis-dijo ella apretándole la mano con sus dedos helados al mismo tiempo que el coche tirado por cuatro purasangres blancos arrancaba.

-No debería usted mimarle tanto. No es un niño señorita Ashton.

-Tampoco está lo suficientemente bien para afrontar un frió tan grande, Vuestra Gracia. Va a necesitar tiempo para recuperar sus fuerzas.

Enrollada en varias capas de pieles de visón y zorro, con las manos metidas en un manguito, la duquesa se dirigió a Mary con altanería.

-Jovencita, el duque de Salterdon desciende de una vigorosa raza. Desde hace ochenta años no ha pasado un solo día sin que yo salga a pasear por el campo llueva o nieve, al igual que mi abuelo y mi querido esposo, cuando todavía estaba en este mundo.

-Murió de una neumonía-murmuró Salterdon sin pestañear, con gran sorpresa para las dos mujeres-¿Puedo añadir que estaría muy agradecido si dejarais de hablar de mi como si no estuviera presente? Puede que sea un poco lento para hablar pero soy capaz de expresarme.

Lanzando una mirada a Mary, levantó una ceja, con desafío o con humor, ella no podría decirlo. Era una situación dolorosa, en el momento en que empezaba a ver el resultado de semanas de costoso trabajo, ella tenia que irse.

La joven se apoyo en el respaldo y se envolvió en su capa lo mas estrechamente que pudo. Estaba helada, las orejas le quemaban y no sentía ya ni las manos ni los pies. Pero sus inconvenientes no eran nada comparados con la oleada de desesperación que la poseía. Cerro los ojos. Levantando una esquina de la manta que le protegía, Salterdon la puso sobre las piernas de Mary.

-Acérquese-dijo-antes de que se congele en el sitio.

Ella sacudió la cabeza.

-Os lo agradezco pero estoy bien.

-Es usted terca como una mula. Si esto puede beneficiarme a mí, ese no es su caso. Está bien intentémoslo de otra forma. Estoy helado señorita Ashton. ¿Tendría usted la gentileza de meterse debajo de la manta para darme calor? Corro el riesgo de coger una pulmonía.

-Bueno-abdicó Mary- Puesto de ese modo...

De mala gana se acercó a el, remetió la manta y metió las manos debajo.

-¿Mejor?-preguntó el con una ligera sonrisa.

Ella bajó la cabeza. La nieve empezó a caer haciendo remolinos. El duque observaba a Mary a hurtadillas. Su pequeña nariz y sus mejillas estaban enrojecidas, unas lágrimas temblaban en sus ojos de un azul luminoso. Y sus labios...Volvió los ojos y se entristeció.

El trayecto continuó en silencio.

Cuando Mary miraba a Salterdon con una mirada interrogante, esperando ver a cada instante como el coche se dirigía hacia su pueblo natal, este guiñó los ojos y cerró su mano sobre la de ella, bajo la manta. El leyó sorpresa en su cara, y después sintió que la pequeña mano de Mary se abría y tomaba la suya. Una sonrisa se dibujó en sus rojos labios, y de golpe, el duque dejó de tener frío. Se dio cuenta en ese instante de que era la primera vez que consolaba a una mujer. Durante todo el tiempo que duró el paseo, las manos del duque y de Mary no se separaron.

-Mi examen debería permitirnos saber exactamente cual es el estado del duque-confió Edgcumbe a Mary, quien se esforzaba por seguirle por el pasillo sin volcar los instrumentos médicos puestos en una bandeja que le había dejado en las manos-¿Dice usted que la parte inferior de su cuerpo sigue paralizada?

-Yo por lo menos no le he visto moverse.

El médico sacudió la cabeza.

-Eso me sobrepasa. Igual que el golpe que recibió pudo hacerle perder la memoria, sus consecuencias sobre su movilidad son incomprensibles.

-Si ha recuperado el resto ¿por qué obstinarse en no andar?

-Ese razonamiento es válido pero no olvide que tratamos con el duque de Salterdon, querida, futuro heredero de la mayor fortuna de Inglaterra. Aunque lo tenga todo, salud, juventud y belleza, una pesada responsabilidad pesa sobre sus hombros.

Edgcumbe desapareció en la habitación de Salterdon y Mary se entretuvo en el pasillo, volviendo a pensar en la tarde que acababa de pasar en el coche, al lado del duque, temblando de frío, con el aliento cargado de alcohol. Recordó su emoción cuando sintió su mano cerrarse sobre la de ella y comprendió que no la echaban de Thorn Rose. Por un instante soñó que eran dos enamorados dando un paseo romántico, después recordó la noche en la que sus cuerpos habían estado tan cerca, en la sala de música, despertando en ella deliciosas emociones. Decididamente estaba perdiendo la cabeza.

-¿Viene usted señorita Ashton?-la llamó el doctor.

Mary respiró profundamente, inquieta y como si tuviera fiebre. ¿Estaría enferma?

Un fuerte olor a medicina le dio la bienvenida desde la entrada. La habitación estaba envuelta en un espeso vapor que le picó desagradablemente en los ojos y la nariz.

¿Qué espera señorita Ashton?-Se impacientó Edgcumbe-Venga aquí.

Dejó la bandeja en la pequeña mesa que le indicó y se reunió con el.

-La duquesa me ha dicho que había usted cuidado de su hermano inválido-dijo el médico metiendo las manos en un liquido oleoso-y que podríais ayudarme sin experimentar demasiado embarazo.

Mary asintió débilmente.

-Bien-dijo Edgcumbe bajando la sábana y descubriendo al duque, tumbado sobre el vientre, enteramente desnudo, con grandes gotas de sudor en su ancha espalda, sus caderas estrechas, sus largas y musculosas piernas.

-¿Señorita Ashton?

Con un gran esfuerzo, ella consiguió desviar los ojos y mirar a Edgcumbe que le tendía un frasco.

-Le pido que le dé masaje en la cintura vigorosamente-explicó el médico-El vapor sirve para dilatar los poros de la piel facilitando así la penetración del elixir. El calor favorece la circulación de la sangre y relaja los músculos.

Esforzándose por superar su confusión, Mary se puso aceite en las manos. Algunas gotas cayeron sobre la columna vertebral del duque, que estaba inmóvil. Conteniendo la respiración, extendió el ungüento. Salterdon se estremeció, sus dedos se crisparon sobre las sábanas.

Mary cerró los ojos y dejo que sus manos se deslizaran a lo largo de la cintura del duque, de arriba abajo, a lo largo de las nalgas hasta la parte superior de los muslos. Amasó su piel, descubriendo su textura, su calor, su firmeza. Rápidamente olvidó a los que la rodeaban y se sorprendió a sí misma haciendo comparaciones.

Contrariamente al de su hermano, muerto en la flor de la juventud, el cuerpo del duque no presentaba esa palidez propia de los jóvenes. Tampoco se parecía a la de Thaddeus.

Ella tembló, creyó que iba a ahogarse, después se contuvo e imprimió a su masaje un ritmo imperceptiblemente diferente, atenuándolo con el fin de sentir el contacto de la piel de los dos una contra otra. Descubrió una fina cicatriz a lo largo de su cadera izquierda, y lunares en su nalga derecha.

-¿Señorita Ashton?

-¿Si señor Edgcumbe?

-Decía que es el momento de darle la vuelta.

-¿Darle la vuelta?

Edgcumbe asintió, mientras un asomo de burla se veía en los ojos de Molly que activaba los braseros que producían el vapor. Otra nube se elevó. El calor se hacía insoportable.

Molly se acercó a Mary y le murmuró en la oreja:

-Seguro está pensando en Thaddeus. Quiero decirle que jamás le tocará de esta forma. El adora que le pongan aceite sobre el cuerpo, pero soy yo quien lo hace ¿entendido? Y de todas formas...

-Tú-intervino Edgcumbe dirigiéndose a Molly-ven a ayudarme por favor. La señorita Ashton parece preocupada.

-Muy bien-dijo la criada apartando a Mary sin vergüenza, desequilibrándola ligeramente.

¿Dios mío, que le pasaba? Había visto muchas veces a Salterdon en paños menores. Desde hacía semanas ella le había alimentado, afeitado, peinado, le había ayudado a lavarse los dientes, le había cortado las uñas. ¿Por qué de repente experimentaba esa turbación que le cortaba el aliento? ¿Este nerviosismo con solamente la idea de verle desnudo y tocarle?

Reponiéndose, cogió firmemente el brazo de Molly y la apartó.

-Soy perfectamente capaz de hacerlo, gracias.

Entre Edgcumbe y ella le dieron la vuelta al duque poniéndole de espaldas. Mary se dio enseguida la vuelta, chocando con una caja de carbón y haciendo caer un jarro de agua que consiguió atrapar a tiempo.

-El Aceite, señorita Ashton-reclamó Edgcumbe.

Lentamente ella se volvió y comprobó aliviada que una toalla tapaba al duque desde la cintura. Después se dio cuenta de que este la miraba fijamente a través de sus cabellas húmedos. Sus mejillas estaban enrojecidas por el vapor ardiente. En cuanto a sus labios, estos estaban curvados en una sonrisa indescifrable, que podía recordar su antigua expresión. Mary se puso nuevamente aceite en las manos y empezó a dar masaje al vientre del duque, suavemente al principio y después con más vigor, feliz al sentir la resistencia de sus abdominales bajo sus dedos. Bajó ligeramente la toalla para facilitar la tarea y la emprendió con sus nalgas duras, que masajeó sin descanso. Durante todo ese tiempo Edgcumbe parloteaba, expresando su satisfacción al ver como el cuerpo del duque seguía siendo musculoso a pesar del año de inmovilidad. Mary tocó la cicatriz de la cadera.

-¿Una quemadura?-preguntó

-Si-respondió Salterdon.

-¿Cómo fue?

-Tenia diez años. Volvía de un viaje a Extremo Oriente con mis padres. Se declaró un incendio en el barco que nos traía. Un mástil en llamas me cayó encima. Mi padre me salvó.

-¿Fue allí donde murieron vuestros padres?

-Si, mi madre se ahogó.

El frunció las cejas. Su mirada se endureció. Por un momento pareció atrapado por ese terrible pasado. Sus ojos reflejaban el horror que había vivido, su cuerpo estaba tenso como un arco.

-Los cocodrilos-murmuró al fin con voz neutra-Devoraron a todos los que habían saltado al agua. Con algunos supervivientes, estuvimos a la deriva durante días, subidos a los restos del barco. Mi padre, mi hermano y yo solo disponíamos de una tabla muy pequeña para los tres. Nos turnábamos para estar en el agua. Pero cuando llegó mi turno, se me había declarado una fiebre provocada por las quemaduras. Mi padre fue al agua en mi lugar. Los cocodrilos volvieron durante la noche y...

Su voz se rompió y un pesado silencio siguió a estas revelaciones. Mary comprendía ahora mejor las razones de sus actitud de desafío y de rebelión frente a la vida. Se creía responsable de la muerte de su padre.

-Alrededor nuestro, los supervivientes daban alaridos, las mujeres, los niños-continuó el entonces. La noche estaba clara. Vimos al cocodrilo surgir de repente de las profundidades. Cortó literalmente en dos a mi padre de una dentellada. Yo le estaba mirando a los ojos cuando pasó. No gritó ni una sola vez, señorita Ashton.

Trey cerró los ojos

-Debería haber sido yo. Mi padre era el hombre más inteligente que he conocido nunca. Perpetuó con grandeza el nombre de sus antepasados. A los diez años me convertí bruscamente en el duque de Salterdon. ¿Cómo podía estar a la altura de ese héroe que había dado su vida por su familia cuando la única cosa que me importaba en ese momento era disfrutar de mi infancia?

Cuando Salterdon se calló, notaron repentinamente que estaban solos. ¿Cuánto tiempo hacía que Molly y Edgcumbe se habían ido? Los braseros continuaban produciendo ardiendo pero el vapor empezaba a disiparse, dejando que la frescura del aire atravesara las ropas húmedas de Mary.

Sin darse cuenta, se había sentado en el borde de la cama, con su cuerpo indecentemente cerca del de Salterdon. Ella había cerrado su mano sobre la de el, reconfortándole como lo había hecho antes en el coche. Sus ojos estaban perdidos en los de el, donde planeaban las sombras de los dolorosos recuerdos que acababa de evocar. Su corazón latía enloquecido y tenía dificultad para respirar. ¿Cuándo había dejado de ser su paciente? ¿Desde cuando era el para ella un hombre de carne y hueso capaz de turbarla hasta ese punto? A través de la ropa, la cadera desnuda de Trey la quemaba como una brasa ardiendo. Ella le encontraba tan joven ahora a los treinta y cinco años como si estuviera en la primera juventud. Solo sus ojos llenos de dolor y de cólera, recordaban la madurez del personaje. Y se repente Mary comprendió que las sensaciones que el inspiraba en ella en ese instante no tenían nada que ver con la piedad o la devoción de un empleado por su señor. Asombrada, quiso retirar su mano pero él la apretó con fuerza. Ella luchó para soltarse.

-Dejadme ir.

“Dejadme ir” se repitió a si misma mentalmente cuando lo único que deseaba era quedarse ahí, cerca de el, más cerca incluso. Como si adivinara sus pensamientos, el duque puso la mano de Mary sobre su vientre y la empujó bajo la toalla.

-Debería llamar a Gertrude-dijo ella débilmente, mientras sus manos unidas se paseaban ahora por su pecho y luego descendían hacia el vientre, para por fin desaparecer completamente bajo la toalla.

-Deja a Gertrude donde está.

-Ella es tan capaz como yo de...

-Pero no tan bonita.

Ella enrojeció al descubrir su expresión divertida. Parecía querer decir algo, pero si creía asombrarla era demasiado tarde. Hipnotizada, Mary se dijo que nunca había tenido tal confusión de sentimientos. Todo se mezclaba en ella: miedo, nerviosismo, simpatía...y un deseo desconocido hasta entonces.

Después el duque puso su mano libre sobre la nuca de Mary y la atrajo hacia él. Ella sitió sus pechos presionar contra su torso. Sus caras casi se tocaban, sus labios también. La razón le gritaba que se separara pero ella no lo hizo. Sin embargo, sabía que se estaba comportando como una chica fácil y que le hacia creer que estaba deslumbrada por su rango. La incomodidad de esta actitud le anudaba la garganta. No comprendía nada de lo que estaba pasando. ¿Por qué Salterdon se comportaba así?

Posiblemente el no se daba cuenta de lo que ella sentía por él. ¿Cómo podría si ella acababa de descubrirlo? Brutalmente, el se apoderó de sus labios y la besó fogosamente, ardientemente. Su lengua buscaba la suya mientras volvía a llevar su mano debajo de la toalla. Ella se soltó y se precipitó hacia la puerta.

-¿Soy pues tan monstruoso señorita Ashton?-espetó el con dureza, lleno de amargura, rompiendo a reír con una risa cínica que la petrificó-No se inquiete, el bribón que me atacó a puesto fin para siempre a mi carrera de seductor privándome de mis talentos viriles. Un justo castigo, podríamos decir.

Mary cerró la puerta tras ella.

CAPITULO 13

En otros tiempos, las noches oscuras, como esta, helada, barrida por ráfagas de viento y lluvia, el las pasaba en compañía de sus amigos, dejándose caer delante de la chimenea de un club o en la parte de atrás de una taberna. Se jugaban el contenido de sus bolsas y se emborrachaban antes de pasar la noche en brazos de una prostituta. En lugar de eso, el duque de Salterdon, yacía en el mismo sitio donde Mary Ashton le había dejado varias horas antes, casi desnudo, borracho y temblando de frío.

¡Maldición!¿ donde demonios estaba y con que derecho se permitía ella abandonarle así? Después de todo solo era una criada bien pagada y mal acostumbrada. ¿Por qué le importaba su opinión? ¡Realmente debían quedarle algunas secuelas de su accidente para haber pensado, aunque solo fuera por un instante en seducirla! ¡Como si fuera capaz después de todo! Bebió de nuevo. La duquesa sabia escoger sus licores. Como todo lo demás por otro lado.

Contempló un instante los reflejos ambarinos del oporto a la luz de las llamas y después lanzó rabiosamente se vaso estrellándolo contra el suelo. Cogiendo con las dos manos los bordes del colchón, se sentó haciendo muecas, después quitó las sábanas de sus piernas desesperadamente inertes. La cabeza le daba vueltas, pero no sabía si era culpa del oporto o de los esfuerzos que estaba haciendo. La última vez que anduvo fue la famosa noche en la cual los ladrones le habían atacado. Habían caído sobre el y sus amigos como buitres. Salterdon había rehusado darles su bolsa, intentando incluso enfrentarse a ellos. Pero sus bastonazos habían dad buena cuenta de sus resistencia y ellos se habían ido, dándolo por muerto y dejándolo en el barro.

Al cabo de una hora, había salido de la inconsciencia encontrándose bañado en sangre. Incapaz de moverse, creyó morir. Ese extraño momento en el que sintió su alma separarse de su cuerpo, permanecería grabado para siempre en su memoria. En un segundo, toda su vida pasó ante sus ojos.

-¡Chusma!-gritó ante ese recuerdo.

Por toda respuesta, una brasa crujió en el fuego agonizante. En ese instante la puerta de su habitación se abrió y una silueta femenina se dibujó en ella.

-¿Mary?-llamó, extrañado por el alivio que sintió al saber que estaba ahí a pesar de su odioso comportamiento hacia ella de unas horas antes.

Para su sorpresa, fue la voz de Molly quien le respondió:

-Vaya, vaya. Parece que Edgcumbe tenia razón-dijo ella con deliberada lentitud-Basta con un poco de ternura para que un hombre se restablezca en un momento.

Con un golpe de cadera, Molly cerró la puerta detrás de ella y avanzo hacia él, con una bandeja de dulces entre las manos.

-Me he dicho que debíais empezar a sentiros solo aquí.-susurró poniendo los pasteles en la mesilla de noche.

-¿Dónde está la señorita Ashton?

-¿La señorita Ashton? Os noto muy convencional. La llamabais Mary hace solo un minuto.

-¿Dónde está?-repitió él

-¿Qué importa? Estoy yo.

Levantando los ojos, Trey, se dio cuenta de que ella estaba desnuda bajo su blusa, que dejaba ver sus pechos redondos y firmes.

Cogiendo una porción de la tarta de cerezas, ella metió un dedo en una de las frutas dejando el zumo deslizarse por su mano.

-¿Qué demonios estas haciendo? Esa tarta tiene un aspecto delicioso.

Con una pequeña sonrisa, Molly acercó la cereza a los labios del duque, mientras su otra mano se entretenía en sus muslos desnudos, manchándolos de rojo.

¡Señor, estaba intentando seducirle! La vergüenza le hizo enrojecer hasta la raíz del pelo pero abrió la boca para que ella introdujera el fruto jugoso, firme y azucarado. Mordiéndolo, cerró los ojos, recordando a todas las mujeres a las que había acariciado, besado, amado...Adoraba su piel de marfil, tan dulce, tan perfumada, como la de Mary que olía a violetas.

Ha esto había llegado, a animarse con imágenes eróticas delante de una criada desdentada que olía a sudor. Molly hizo volar su camisa por encima de su cabeza. Con una sonrisa ladeada endulzó uno de sus pechos con jarabe de cerezas y se inclinó sobre el.

-Tenéis que intentarlo, Vuestra Gracia-dijo montándose a caballo sobre el-Tened, bebed. No sabréis a que ateneros mientras no lo hayáis intentado ¿no?

Como ella frotaba la punta de su pecho contra sus labios, el volvió la cabeza. Ofendida, ella hundió los dedos en el pelo del duque y le atrajo violentamente hacia si.

-¡Te olvidas de quien eres!-dijo él, súbitamente despejado de su borrachera, cogiendola por las muñecas.

Molly apretó los dientes.

-¿Qué es lo que no funciona, Vuestra Gracia? ¿Tenéis miedo de no reaccionar? He venido justamente para ayudaros a encontrar vuestra virilidad.

-¿Y que te hace pensar que tus avances podrían interesarme?

-No tenéis elección.

La empujó sin miramientos y ella cayó pesadamente sobre su trasero.

-¡Pobre idiota! Me pregunto porque acepté hacer esto. Es la duquesa quien me envía para...

-¿Para que?

La boca de Molly se torció en una sonrisa maliciosa.

-¿No creéis que haya venido por placer?

El se crispó.

-Me ha dicho que viniera para que volvierais a ser un hombre, pagándome por supuesto.

Él la miró con tal odio que ella se levantó titubeando y desapareció en l oscuridad sin decir nada más.

Con los dientes apretados y el sudor perlando su frente, Trey se colgó de la cabecera de la cama y se enderezó. Después de muchos intentos, lo consiguió mas o menos, balanceándose alternativamente sobre una pierna y la otra para encontrar el equilibrio. Los brazos le temblaban por el esfuerzo.

-¿Vuestra Gracia?-exclamó de pronto la voz suave y dulce de Mary.

Bruscamente ella estuvo a su lado, con su camisón blanco como un ángel salido de las tinieblas. Le pasó los brazos alrededor de la cintura y se pegó a el para sostenerle.

-¿En que pensabais? Dejad que vuelva a acostaros. No, no os resistáis, solo conseguiréis hacer que caigamos lo dos.

-¡Déjeme, maldición!-gruñó él.

Pero Mary apretó su presa, pegándose a el, su pequeño rostro junto a su pecho, sus largos cabellos cayendo como rayos de luna sobre sus hombros. Cerrando sus dedos en un puño, Salterdon la empujó violentamente, arrancándole un grito de dolor.

-Es curioso que vuele en mi ayuda ahora, cuando no hace mucho me alejaba con asco-articuló el entre dientes- ¿La ha comprado a usted también señorita Ashton?

Ella sacudió furiosamente la cabeza, conmocionada.

Cuando el la lanzó por el suelo, ella se desmoronó con un grito de dolor.

La mansión estaba en silencio desde hacia tiempo pero Mary paseaba todavía por su habitación, con la boca dolorida. ¿Cómo podía haber dejado que el se tomara tales libertades? ¿Besarla con tanto atrevimiento? ¿Despertar en ella in deseo tan violento que todavía estaba ardiendo por apretarse contra el y abandonarse enteramente a su boca, a sus manos, a su cuerpo? Y cuando sintió su vientre contra su mano, bajo la toalla...

Jamás podría volver a mirarle a la cara. Y él, ¿Cómo había podido el imaginar que ella se había ido porque le encontraba repugnante cuando simplemente se sentía sobrepasada por la violencia de sus sentimientos?

Mary ya no se reconocía. Cuando pensaba en el duque, un hambre desconocida hasta ahora la consumía, los pechos le dolían, el vientre le quemaba. Estaba perdiendo la cabeza. ¿Volvería a encontrar su tranquilidad de espíritu? ¿Algún día se vería liberada de esta obsesión que la consumía mientras que el duque la despreciaba?

Tenia dificultad para saber en que momento había empezado a sentir simpatía por el, después amistad y por fin amor. ¡No, amor no! Si fuera así solo le quedaba hacer las maletas y huir de Thorn Rose antes de ponerse en ridículo delante del duque y de su abuela. Era eso. Debía irse.

El día amaneció frío y gris. Mary se estaba lavando mientras pensaba “ estoy loca por quedarme aquí. Habría tenido que insistir para que Su Gracia me llevara a Haworth. Desde allí hubiera llegado a Londres o a Liverpool, poco importa. No puedo vivir más tiempo en esta casa después de lo que estuvo a punto de pasar”

Se acercó a la ventana y apartó las cortinas. Los cristales estaban cubiertos de vaho. Despejó un pequeño circulo y miró hacia fuera, hacia el paisaje lúgubre pensando en Paul. ¡Cómo le habría gustado hablar con el! Le habría sabido explicar porque se obstinaba en ayudar a un hombre que no la quería, porque soportaba sus sarcasmos, su violencia, sus insinuaciones degradantes. Porque la necesidad física de estar siempre cerca de el se mezclaba con su sentido del deber. Y porque en lugar de alejarse, su conducta de la víspera solo había aumentado su ardor. Con un suspiro, Mary se volvió y se quedó quieta al ver a Molly.

-Decididamente-empezó esta-siempre me sorprende señorita Ashton.

-¿De que habla? ¿Y quien le ha permitido entrar en mi habitación sin llamar?

-Hablo de su visitante por supuesto.

-¿Mi visitante?

-¿Cómo? ¿No se lo han dicho? Llegó anoche bastante tarde, es verdad, debía estar durmiendo.

-¡No, mi padre no!-se asusto Mary.

Sorprendida, Molly levantó una ceja.

-No va a tardar en saberlo. Está tomado un café en el salón azul de la duquesa.

Con esto la criada, volvió los talones y dejó la habitación con una sonrisa satisfecha dejando a Mary conmocionada. Su padre no podía haber venido hasta aquí sin avisar.

Se vistió rápidamente, cepilló sus cabellos con energía y luego los estiro hacia atrás para anudarlos en un moño apretado con cuidado de no dejar ningún mechón suelto. Después se lavó la cara dos veces antes de recordar que ya no era una niña.

¿Debía avisar a Salterdon? No, aún no. Era mejor guardar las fuerzas para el enfrentamiento que se avecinaba. Enfilando el largo pasillo débilmente iluminado, Mary se preguntaba sobre la visita del pastor. ¿La forzaría a volver? A lo mejor su madre estaba enferma. No, eso no. Desde la entrada del salón azul, distinguió un hombre sentado de espaldas conversando con la duquesa.

-¡Aquí está!-dijo esta.

El visitante se volvió y Mary creyó morir de alivio al reconocer a John Rees. Olvidando las conveniencias, se precipitó en sus brazos abiertos como cuando era una niña. El la estrechó riendo y después la apartó suavemente.

-No has cambiado Mary. Siempre tan impetuosa como cuando dejaste Huddersfielf.

-No hace tanto de eso.

La duquesa dejó su taza en el plato y la apartó a un lado.

-El señor Rees llagó muy tarde ayer por la noche. No quisimos despertarla, querida.

-¿Qué te trae por aquí John?-preguntó la joven-¿Mi madre está bien?

-Tu madre esta muy bien. Y tu padre también-añadió un poco severo-Aprovechando que pasaba por aquí, tu madre quiso que me detuviera para tener noticias tuyas.

Cogiendole la barbilla con la mano, preguntó:

-¿Estas segura de que todo va bien Mary?

-Parece que los rumores de bandidos en la región han llegado a Huddersfiel-intervino la duquesa

-Aquí estamos seguros-afirmó Mary.

Pocas personas la conocían tan bien como John y por la manera como la miraba comprendió que no la creía.

-Creo que desean ustedes estar solos un momento-dijo la duquesa levantándose.

-Gracias, Vuestra Gracia-respondió John inclinándose respetuosamente ante la anciana.

Cuando se fue, Mary se sentó delante de la chimenea y miró un momento a su amigo.

-No apruebas mi presencia en Thorn Rose ¿verdad John?

-El dinero que ha hecho falta para decorar esta habitación hubiera sido suficiente para alimentar y cobijar a los pobres de tres condados.

-Querido John, no cambiarás nunca-dijo Mary con una sonrisa un poco forzada-Ven a sentarte cerca de mí. Se está mejor aquí.

Dudando un momento, John obedeció y extendió sus manos hacia el calor de las llamas.

-Confieso que no apruebo tampoco que te ocupes de un hombre como Salterdon. Al principio pensábamos que se trataba de un niño.

-Yo también.

-Y a pesar de todo te quedaste.

-“Ayudémonos los unos a los otros”-le recordó ella-Además es inofensivo.

Esa mentira la hizo enrojecer.

-No tendría tantas dudas si la reputación del duque con las mujeres no fuera tan...chocante-dijo John.

Ella acarició su brazo.

-Si no te conociera, tomaría tu reacción como celos-replicó la joven.

Él la contempló largo tiempo con intensidad.

-¿Has pensado en volver a Hudersfield?-dijo levantándose.

-Si-dijo ella-más de una vez.

El se volvió haciendo revolotear su sotana alrededor de sus piernas y abrió los brazos entusiasmado.

-¡Dios sea loado! Mi viaje no habrá sido inútil. Voy a hablar inmediatamente con la duquesa. Le explicaremos que después de una madura deliberación nosotros...

-No.

-¿Perdón?

-No me voy.

-Pero decías que...

-Que lo había pensado muchas veces.-Sacudió la cabeza antes de añadir-No me espera nada allí John.

-¿Y aquí? Es evidente, por supuesto, yo no podría ofrecerte una vida tan confortable-dijo considerando su pobre ropa envejecida.

-Las razones de mi rechazo a casarme contigo no tienen nada que ver con el dinero.

Mary se levantó y llegó as u lado. Él la contemplaba con emoción, temblando de deseo contenido y ella comprendió repentinamente que debía cuidarse de darle la menor esperanza. Reprimió el deseo de acariciarle la mejilla, y se acordó de las numerosas noches que había pasado buscando la forma de desviar su devoción obsesiva por Dios. En ese momento, le bastaba con un gesto, con una palabra. Y otra cosa se le hizo evidente, si ese hombre la Babia atraído alguna vez, eso no tenia nada que ver con el amor. El era solo un medio para escapar de su padre.

Pero ahora que ella ya se había escapado de el, sus sentimientos por John no eran lo suficientemente fuertes para dedicarle el resto de su vida. Un ruido le llamó la atención y se dio la vuelta.

-Vuestra Gracia-dijo.

La silla de ruedas de Salterdon salió de las sombras y el aire se cargó enseguida de electricidad. El duque estaba desgreñado y vestido con prisas. Su cara estaba roja por el esfuerzo y estaba afeitado.

-Ignoraba que teníamos una visita-dijo-En principio el dueño de esta casa debe ser informado de cada visita. Además la costumbre dice que una criada pida permiso a su patrón para recibir.

John creyó conveniente intervenir.

-Vuestra Gracia yo soy...

-Sé quien es usted. ¿Su amigo?

-Conozco a Mary desde que era una niña pequeña. He vivido en su casa mientras ejercía mis funciones de vicario adjunto a su padre.

Una lenta sonrisa estiró los labios del duque.

-Ha crecido mucho ¿no cree?

Hizo rodar la silla hasta ellos, con la luz de las llamas sus ojos parecían tan duros como el acero.

-Pero por favor sigan, les he interrumpido. Estaba usted intentando convencer a la señorita Ashton de volver a Huddersfield con usted ¿verdad?

Mary se aproximó a el.

-Nos habéis escuchado. ¿Desde cuando estabais ahí espiándonos?

-Bastante tiempo.

-¿No tengo derecho a un mínimo de intimidad?

-No tiene usted ningún derecho desde el momento en que esta bajo mi techo. Dígame señor Rees ¿ha venido usted a quitarme a Mary?

John bajó los ojos.

-La mentira es un pecado, no será precisamente a usted a quien tenga que enseñárselo.

-Si, quería darle una noticia que la llevaría a reconsiderar la situación. Me han ofrecido una parroquia en Bristol-añadió sonriendo a la joven.

-¡Es maravilloso John!

-Si. Disfrutaríamos de una casa y de ingresos apropiados.

-¿Nosotros?

-He venido a pedirte que te cases conmigo, Mary.

-¿No es enternecedor?-murmuró Salterdon irónicamente-Parece usted olvidar que tiene obligaciones conmigo.

-Pueden ser rotas, Vuestra Gracia. Además yo haré a Mary feliz.

-¿No lo es ahora?

Esforzándose por mantener la calma, la interesada tomó por fin la palabra.

-Si, Vuestra Gracia, Mary es muy desgraciada al ver que hablan de ella como si no estuviera aquí.

-Mary-la cortó John-compórtate.

El duque rompió a reír, echando la cabeza hacia atrás.

-Creo que no conoce a la señorita Ashton tan bien como cree, señor Rees.

-Mary siempre ha sido fogosa, lo sé.

-¿Es así como califica usted en espíritu rebelde y belicoso?

-Puesto que parecéis tener quejas contra ella-replicó tranquilamente John-no tendréis sin duda ningún inconveniente en dejarla marchar.

En ese momento llamaron a la puerta y Thaddeus entró. Quitándose el sombrero anunció:

-La duquesa me envía para advertir a Su Gracia y a la señorita Ashton que estará lista para su paseo en una hora. Les ruega respetuosamente que se unan a ella.

-He visto la casa-es muy agradable-dijo John-Hay incluso habitaciones para nuestros futuros hijos, aunque quizá tendremos que hacerla más grande.

Se aclaró la garganta enrojeciendo ligeramente.

-Hay un inmenso olmo justo delante y esta provista de un jardín precioso. Te lo aseguro Mary, no te decepcionará.

-Háblame de la iglesia.

-Es pequeña. He visto a varios miembros de la congregación, son todos muy fervorosos.

-¿Le has hablado de todo esto a mi padre?

-Si.

-¿Qué ha dicho?

-Bien, me ha recordado que ya no eras su hija y que si decidía sacrificarme para casarme con una mujer moralmente corrupta como tu, rezaría todos los días por la salud de mi alma.

La observó un instante.

-Pensé que mi proposición te gustaría.

-Me has cogido por sorpresa.

-No es como si nunca lo hubiéramos hablado. Me acuerdo de una época en que pasábamos las horas pensando en nuestra futura unión. Me juraste que me amabas más que a nada en el mundo.

-Si, pero si la memoria no me falla, tu no me devolvías el cumplido porque tu único amor era Dios. ¿Eso ha cambiado?

-Sabes lo que sentía por ti.

-Por el Señor-rectificó ella.

-Y por ti.

El coche esperaba a Mary al pie de la escalinata de la mansión. John observó a la joven con atención. Parecía dudar en salir y miraba el vehículo con lo que le pareció que era aprensión.

-¿Tienes miedo de el?-preguntó

-¿Tengo aspecto de tener miedo del duque?

-Parece que te molesta. Cuando estas en su presencia pareces más tensa.

-No tiene un carácter fácil.

-No hablo de esa clase de tensión.

Thaddeus se unió a ellos trayendo una capa forrada y una toquilla haciendo juego.

-Debe ponerse esto-anunció a Mary tendiéndole la ropa de forro negro reluciente.

-No puedo. Dígale a la duquesa que...

-Pertenecen al duque-rectificó Thaddeus-O quizá a una de sus últimas conquistas. Su Gracia cree que estará más caliente con esto que bajo las mantas.

-¿De verdad?-dijo ella enrojeciendo a pesar suyo-Pues bien Thaddeus dígale...No se lo diré yo misma.

Bajó los escalones helados con precaución y se dirigió al coche, donde Salterdon se encontraba solo, con el cuello de su abrigo levantado y su sombrero calado hasta los ojos. El volvió lentamente la cabeza hacia ella.

-No quiero abrigos de vuestras amantes, Vuestra Gracia. Prefiero pasar frió.

Reprimió un grito cuando el le cogió el brazo y la obligó a subir empujándola sin miramientos frente a el. Después se volvió hacia John que se había quedado arriba de la escalera.

-La duquesa no se encuentra bien, señor Rees. Será usted más útil quedándose cerca de ella que malgastando sus fuerzas para convencer a la señorita Ashton de seguirle.

John no se movió cuando Thadeeus le dio a Mary el abrigo y la toquilla, antes de situarse en el asiento del cochero. Salterdon se puso en un rincón de su asiento con una sonrisa maliciosa.

-No tenéis derecho a tratarme así y todavía menos delante de mi amigo, Vuestra Gracia-dijo Mary furiosa.

-Tengo el derecho a hacer lo que quiera, señorita Ashton. Tirar de la oreja a su bienamado pastor, por ejemplo- Con una sonrisa ladeada añadió-Una palabra mía y seria excomulgado.

-¿Por qué haríais tal cosa? No os ha hecho nada.

-¿No? ¿No ha venido a Thorn Rose sin haber sido invitado?

Se acomodó en su asiento y la miró con tal intensidad que ella se sintió más helada que la escarcha que blanqueaba el campo.

El coche daba pequeños botes sobre el camino.

-¿Tiene la intención de irse con el?-preguntó al fin.

-No he tenido tiempo de pensarlo

-¿Le ama?

-Eso no os importa.

-Todo lo que afecta a mi vida me importa.

-¡Sí!-explotó ella-Antes yo...Es un viejo amigo de la infancia, siempre se mostró leal. Pensé en casarme con el.

-Jamás la haría feliz

-No le conocéis.

-Se que ama más a Dios que a usted. Sieso no fuera así, usted no estaría hoy en Thorn Rose.

Mary se hundió en su asiento y miró como pasaba el paisaje con aspecto sombrío.

-Usted necesita un hombre capaz de consagrarle todo su tiempo, sino le engañara usted a la primera ocasión.

Ella le abofeteó.

-Le destruirá usted poco a poco-continuó el imperturbable-Traicionará usted su confianza. Predicará contra el adulterio y el pecado de la carne. Si contra el pecado de la carne pero cuando volverá a casa, usted le abrirá los brazos y le ofrecerá su cuerpo, exigiendo de el más de lo que podrá darle, porque cada vez que le haga el amor, el oirá los reproches del Señor quien le recordará sus prioridades.

-Despreciáis a cualquier hombre capaz de...

Ella se interrumpió mordiéndose los labios.

-¿De que señorita Ashton? ¿De hacer el amor a una mujer? Hay una inmensa diferencia entre copular y hacer el amor, querida-precisó el con una pequeña carcajada-Fíjese en nosotros por ejemplo. Si yo fuera capaz le subiría las faldas, me introduciría en usted y llegara a disfrutar tanto como yo quisiera. Pero también podría, por otra parte, olvidar mi placer y preocuparme por el suyo únicamente, sin ninguna necesidad de penetrarla.

-¡Parad!-gritó ella tapándose las orejas-Quiero volver a Thorn Rose inmediatamente.

El se inclinó y le levanto el bajo de la falda con la punta del dedo. En la penumbra, sus ojos relucían como los de un gato. Cruzando su mirada con ellos, Mary se encontró paralizada y muda. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué no podía moverse? ¿Por qué no abofeteaba esa cara arrogante? ¿Por qué no pedía ayuda a Thaddeus?

El acarició sus pantorrillas. Ella se sobresaltó. Su mano subió a lo largo de su pierna, cada vez más arriba hasta llegar a su muslo. Ella intentó cerrar las rodillas pero el se lo impidió.

-Venga aquí, señorita Ashton-dijo el cogiéndole el brazo con su mano libre.

La atrajo hacia el y ella se dejó hacer, llena nuevamente de las mismas sensaciones que había experimentado la noche anterior.

Enseguida se encontró sentada a su lado, con la cabeza echada hacia atrás y ofreciendo su garganta a sus ávidos labios. Ella sintió primero su aliento quemándole la piel, después su lengua, sus dientes la mordisquearon suavemente mientras que su mano reemprendía su lenta ascensión entre sus piernas, hasta su lugar más secreto, que sus dedos acariciaron tan ligeramente como las teclas del piano.

Mary sintió como su cuerpo escapaba a su voluntad. Como si tuviera vida propia, ese cuerpo le decía que solo el duque tenía el poder de calmar esa ansia devoradora que el había despertado en ella. Al igual que Molly, se encontraba prisionera de sus deseos.

El cerró su boca sobre la de ella, con un ardor que la devastó. De su garganta salieron sonidos guturales, mientras el introducía sus dedos más profundamente entre las piernas de Mary. Entonces ella se sometió a el, presionando sus pechos contra su torso, respondiendo sin restricciones a su beso. Cuando la presión de sus dedos se hizo mayor, ella perdió la cabeza. Se arqueó, buscando su mano, sus piernas se enrollaron alrededor de el mientras unos gemidos se le escapaban. Terminó por abandonarse totalmente, vencida por la magia de sus caricias. Surgían en ella sensaciones desconocidas. Le quemaba todo el cuerpo.

El se interrumpió bruscamente.

-Por favor, por favor-le imploró ella aún sin saber muy bien lo que pedía.

-Shhh-ordenó Salterdon poniendo la mano sobre la boca de Mary.

Repentinamente nervioso, apartó la cortinilla de la ventana, dejando entrar una corriente de aire frío y también el ruido de un disparo y gritos.

-¡Cerdos!-dijo Trey colgándose de la puerta-¿Podemos dar media vuelta?-le gritó a Thaddeus.

-Con los caballos que tienen será imposible despistarlos-respondió el mozo de cuadra.

-¡Inténtelo maldición!

-Sí, Vuestra Gracia.

Salterdon cayó sobre su asiento, se volvió hacia Mary y bajó sus faldas, sin conseguir sacarla de su estado. Con una exclamación exasperada el la cogió del brazo y la sacudió.

-Mary reaccione. ¡ Escúcheme demonios!

Se oyeron más disparos. El coche se tambaleó peligrosamente, obligando a Salterdon a sujetarse con las dos manos.

Después, todo fue confuso. El coche pareció despegarse de repente del suelo. Se elevo en el aire rodando sobre sí mismo. El duque se lanzó sobre Mary y la envolvió en sus brazos, estrechándola contra él mientras rodaban y rodaban, hasta quedar inconscientes.

CAPITULO 14

Salterdon emergió lentamente se su aturdimiento, temblando de frío.

-Pobres cretinos.¿Sabéis lo que arriesgáis atacando a un noble?

-Nos divertíamos un poco. ¿El señor duque se apiadaría de nosotros?

La voz se calló. Salterdon acababa de perder el conocimiento otra vez.

Cuando volvió a abrir los ojos, estaba congelado hasta los huesos. Levantando la cabeza, vio las huellas en la nieve, alrededor suyo. Las bridas y los arneses recubiertos de una película blanca, la forma casi irreconocible de un caballo muerto, el amasijo destrozado de lo que había sido un coche.

-Mary, -dijo en voz alta, antes de repetir gritando-¡Mary!

Se esforzó por librarse de la nieve y de las rocas que le rodeaban. La cabeza le dolía. Los dedos le quemaban. La imagen de un cuerpo frágil en medio del coche destrozado, le arrancó un lamento ronco. Su puño se abatió contra una piedra y el dolor le hizo gemir. Rodó sobre su espalda y cerró los ojos. Por fin oyó un sonido. Un suspiro. Un murmullo.

Enderezándose, escrutó los alrededores. Un poco más allá, entre una mezcla de cardos y matorrales, entrevió una forma. Salterdon intentó nuevamente apoyarse en la roca, se frotó los ojos y se concentró. ¡Era Mary! Se arrastró hacia ella y la encontró tendida sobre la espalda, con sus cabellos de luna formando un halo de plata sobre la nieve. Había perdido los zapatos. Los agujeros de sus medias dejaban ver sus dedos enrojecidos por el frío. Su barbilla estaba despellejada y un hematoma violáceo rodeaba su ojo izquierdo. Cuando la levantó y la atrajo hasta el, ella gimió y movió la cabeza entreabriendo los ojos.

-¿Vuestra Gracia?

-No se mueva. No diga nada. ¡Señor!-exclamó él con una sonrisa de alivio- creí que estaba muerta.

-¿Tengo aspecto de estar muerta?

-Parece un ángel. Un ángel de las nieves con labios de cristal.

-Tengo frío.

-Venga aquí. ¿Puede moverse?

El consiguió abrir su abrigo y la ayudó a pegarse contra el. Ella anudó los brazos y sus piernas alrededor de el y apretó la cara contra su cuello. El la besó en la cabeza. Su pelo olía a violetas.

-No os preocupéis Vuestra Gracia. Estoy aquí si me necesitáis.

“Si me necesitáis” ¡Qué encantadora inocencia! Mientras los minutos pasaban hasta que el día empezó a declinar, el estuvo pendiente de ella, frotándole los brazos, la nuca y la espalda para calentarla lo mejor que podía. La ausencia prolongada de Thaddeus le intrigaba. ¿Se habría caído por el precipicio con el resto del equipaje? Alguien vendría tarde o temprano, se dijo Salterdon para tranquilizarse, mientras la tormenta caía con fuerza. Se obligó a no ceder al cansancio con miedo a morir, con miedo de que ella muriera.

La apretó un poco más y la sacudió para despertarla, para hacerla reaccionar. Ella abrió sus grandes ojos claros pero su falta de brillo le llenó de un pánico intenso.

-Mary, hábleme, por favor.

Sus párpados cayeron. El cubrió su boca con la suya y la besó con rabia, sosteniendo su cara entre las manos. Ella se removió gimiendo.

-¡Béseme!-le exigió el entre sus labios.

Sintió por fin que el cuerpo de ella volvía a la vida, que su respiración se aceleraba. Estaba entrando en calor. Un quejido ronco salió de entre sus labios. La sangre de el también corría más deprisa ahora. Estaba sudando en ese momento. La estrechó contra el hasta casi ahogarla y la frotó hasta que su respiración volvió a ser regular y ella se abandonó en sus brazos. Entonces alzando la cara hacia la nieve que caía, el se puso a reír.

Mary levantó la vista.

-No veo nada de divertido en morir de frío-murmuró entre sus labios azulados.

Él le volvió a coger la cara entre las manos.

-Mary, tengo los pies congelados.

Ella frunció las cejas sin comprender.

-Mary, me duelen las piernas.

-¿Vuestras piernas?

Él bajó la cabeza y la besó ardientemente en la boca antes de romper a reir de nuevo. Entendiendo por fin el sentido de sus palabras, ella se arrodilló con dificultad para tocar las piernas del duque.

-Si-gritó el-Siento Mary, siento su mano.

-¿Y aquí?

-Sí.

-¿Podéis moverlas?

Apretando los dientes, él lo intentó con todas sus fuerzas, pero fue inútil, lo volvió a intentar en vano. Extenuado, se vejó caer hacia atrás en la nieve, inspiró con fuerza y...

-Vuestra Gracia, Vuestro pie. ¿La habéis movido?

Él asintió en silencio y se incorporó sobre los codos. Arrodillada en la nieve, con la capa flotando alrededor de ella en medio de la tormenta, parecía extrañamente un espectro. Con las manos juntas bajo la barbilla, la cara mirando al cielo, lloraba suavemente.

-Venga aquí antes de que se convierta en un trozo de hielo-le dijo el preocupado.

-No sin antes haber dado las gracias al Señor por Su bondad-respondió

-Si no viene enseguida a calentarme, señorita Ashton, le vamos a dar las gracias a Dios en persona en poco tiempo.

-Pero...

-Dios tiene paciencia, yo no.

Atrayéndola contra él, la envolvió en su abrigo forrado de piel, saboreando la embriagadora sensación de haber vuelto a tener sensibilidad en las piernas. Si se concentraba a lo mejor podría llegar a mover los dedos y las rodillas.

-Pensad en vuestra familia cuando sepan la buena noticia-dijo Mary contra su pecho.

La sonrisa de Trey murió en sus labios.

-Vais a poder llevar una vida normal, como si nada hubiera pasado. La duquesa se sentirá aliviada.

-Cayese Mary.

-Ella...

-¡Es suficiente!-gritó él sacudiéndola violentamente-Le prohíbo que diga una sola palabra a nadie de todo esto. Ni a Edgcumbe ni a mi abuela ¿Me comprende?

-No, no os comprendo.

-Prométamelo, júremelo. Ni una palabra hasta que esté preparado.

Mary accedió a regañadientes y él cerró sus brazos alrededor de ella mientras los copos caían con fuerza.

Durante dos días, Mary permaneció en cama, tiritando de frío y de fiebre, Gertrude se afanaba cerca de ella, humedeciéndole la frente y atizando el fuego de la chimenea. De vez en cuando, Mary captaba restos de conversación, sin llegar a comprender el sentido. Distinguía vagamente el rostro inquieto de Gertrude y la expresión indiferente de Edgcumbe.

En cierto momento reconoció claramente a John que le sonreía y las manos que el puso en su frente le parecieron frescas y suaves mientras que la mayor parte del tiempo ella estaba ardiendo. Las manos acariciaban su cara con tanta ternura que ella tenía ganas de llorar. Por la noche, cuando lo hacía, ella pensaba que eran las manos del duque y que eran sus labios los que murmuraban en su oído: “Mary, Mary, no te mueras, te lo suplico”

Sin duda alguna, estas alucinaciones eran culpa de la fiebre y le indicaban hasta que punto había llegado a enamorarse del duque de Salterdon.

El cuarto día, ella salió por fin de su sopor. Incorporándose vio a John que leía la Biblia sentado cerca del fuego.

-¿El duque?-preguntó ella inquieta-¿Dónde está?

John dejó el libro y se levantó, sorprendido, al momento Mary saltó de la cama y se dirigió tambaleante hacia la habitación de Salterdon.

-¡Espera!-exclamó John saliendo detrás de ella.

Cuando llegó a la habitación, Mary se quedó inmóvil un instante dándose cuenta que la cama estaba vacía. Pero pronto vio al duque sentado en su silla de ruedas ceca de la ventana. Con una exclamación de alivio, ella corrió hasta él y le rodeó con los brazos, apretando su cabeza contra su pecho.

-¡Gracias a Dios! ¡Estáis vivo!-dijo ella llorando-Me habéis salvado la vida ¿cómo podré demostraros mi gratitud?

En ese momento John la cogió por la cintura.

-¡Para!-le ordenó

-¿No ves que me necesita?-respondió ella consiguiendo soltarse para lanzarse a los pies de Salterdon.

Le cogió la mano y la puso sobre su pecho. Su rostro parecía aterrado y no estaba afeitado. Sus ojos sin vida parecían estar perdidos en la contemplación del paisaje.

-¡No! ¡No vais a comenzar de nuevo!-exclamó ella horrorizada-¡No conmigo! ¡Preferiría morir antes que veros recaer en la demencia!

Él cerró brevemente los ojos y sus hombros se hundieron ligeramente. Mary puso su cabeza en sus rodillas y enlazó sus dedos con los del duque.

-Lo sabía-murmuró-No estáis ni loco ni enfermo. Y vuestras piernas...

Él la hizo callar poniendo un dedo en sus labios. Cuando Mary levantó la cabeza, el no se movió pero sus ojos la miraban con intensidad, imponiéndole silencio.

-Lo prometió-murmuró él con un susurro.

No puedes imaginarte nuestro horror cuando volvió Thaddeus-decía John-Parecía que se hubiera peleado a muerte. Apenas podía explicarse. Cuando conseguimos entenderle creí haberte perdido de nuevo.

El cogió la taza que ella le tendía.

-No puedo explicarte mi alivio cuando te encontraron viva. Desde tu partida de Huddersfield, no he dejado de esperarte. Pensaba que al confrontar directamente la cruda realidad de la vida, no te sentirías bien y te apresurarías a volver a casa. Pero los días pasaban y tu no volvías. Entonces me enfadé conmigo mismo por haberte dejado ir. Quiero llevarte a Huddersfiel, Mary, y casarme contigo. Después nos iremos a Bristol.

-No-dijo ella suavemente.

Sin mirarla, John se levantó y se puso a pasear delante de la chimenea.

-No es necesario que veas a tu padre, y tomaremos disposiciones en cuanto a tu madre.

-No.

El se detuvo, con el rostro grave y una sonrisa forzada en los labios. Su voz temblaba ligeramente cuando volvió a hablar.

-No debería preguntarlo, lo sé, pero que Dios me perdone ¿Hay algo entre el duque y tu?

-¿Qué quieres decir?

-Estaba ahí cuando os encontraron en la nieve. Fui yo quien te separó de sus brazos. Por supuesto, tu no te acuerdas de nada, dormías como una niña con la cabeza apoyada en su hombro.

Palideció antes de añadir:

-¿Estás enamorada de el Mary? Soy estúpido haciéndote esa pregunta. La escena que acabo de ver es suficientemente elocuente. Mary tienes que comprender que es una situación dramáticamente habitual, una criada que se encapricha de su señor y este se aprovecha de la situación.

-Jamás se ha aprovechado. ¡Jamás!

-¿Te ama? ¿Te lo ha dicho?

-No.

-Pero tu esperas que si ¿no es eso? Tu no te das cuenta, eres poco más que una niña. Se aprovechará de ti y te dejará caer cuando se haya cansado. La vida no es un cuento de hadas, Mary, aunque te gusten. Lo que cuenta en la vida es la estabilidad y no los impulsos del corazón. Hay que escuchar siempre la voz de la razón y desconfiar de las pasiones. Tu abnegación con los enfermos y los desgraciados a nublado tu entendimiento.

John se calló, cogió su Biblia y se dirigió con grandes zancadas a la habitación de Salterdon.

-¿Dónde vas?-dijo Mary alarmada retirando el edredón y levantándose-Déjale John.

Apenas había llegado a la puerta cuando oyó la voz de John.

-Si no fuera un hombre de iglesia, os desafiaría a duelo para salvar el honor de Mary. Decidme milord, ¿Os habéis aprovechado de su inocencia?

Sin dejar de mirar el fuego, el duque respondió con tono monocorde.

-¿Tengo el aspecto de ser un hombre capaz de abusar de una mujer, señor Rees?

-¿Sabéis al menos que ella está enamorada de vos? Por supuesto ese es el menor de vuestros problemas, siempre habéis coleccionado mujeres. Si fuerais un caballero, la obligaríais a hacer la maleta y a volver a Huddersfield conmigo.

-Pero yo no soy un caballero, señor Rees.

Levantando los ojos, John vio a Mary, con su camisón blanco ondulando alrededor de sus pies desnudos, su largo pelo pálido coronándola con un halo celeste. Tragó con dificultad y, demasiado impresionado para reunirse con ella, se dirigió hacia la otra puerta.

-John-le llamó ella-Amigo mío.

El se volvió gritando:

-¿Tu amigo? ¡Preferiría quemarme en el infierno!

Todo su cuerpo temblaba, no pudiendo soportar que aquella a quien amaba prefiriera a otro. La contempló con una mirada perdida y murmuró:

-Que Dios te ayude cuando te des cuenta de quien es realmente. Que Dios te ayude cuando experimentes tu también el terrible dolor de ser rechazada. Sea lo que sea que pase, te esperaré.

Un silenció le siguió cuando se fue. Violentas ráfagas de viento movían las ventanas. La habitación estaba helada. Salterdon levantó al fin los ojos.

-Ven aquí.

Ella se arrodilló cerca de el y puso la cabeza sobre sus rodillas. Él le levantó la barbilla y le obligó a mirarle. Su rostro estaba sombrío, preocupado. Una luz extraña brillaba en sus ojos.

-Deberías haberte ido con él, Mary.

CAPITULO 15

Hay momentos en la vida en los que el tiempo parece detenerse. La mente descansa entonces satisfecha y disfruta del presente sin hacerse preguntas.

Mary vivió los días que siguieron a la marcha de John en una especie de sueño. La gran debilidad que siguió a su accidente había invertido los papeles y ella esperaba con impaciencia las visitas de Salterdon quien la ayudaba a comer, le leía durante horas y, cuando la creía dormida, se instalaba frente al fuego y escribía febrilmente notas de música, totalmente invadido por canciones que solo él oía.

Decididamente, el monstruo se había ido muy lejos.

Mary se mantuvo en ese estado de ensueño permanente. No existía nada más que esta habitación en la que vivía los instantes más maravillosos de su vida.

Por desgracia, después de una semana de convalecencia, la realidad se impuso. Un día la duquesa la convocó al salón azul. Gretrude la ayudó a prepararse y se maravilló con su aspecto floreciente.

-Nunca he sido más feliz-le confió Mary.

-Y yo no he visto nunca al duque de un talante tan amable como el que tiene desde que se ocupa de usted. Se preocupó mucho por usted ¿sabe?

-¿De verdad? ¿Usted cree?

-No dejó la cabecera de su cama salvo para ir a la sala de música. Varias veces le sorprendí tocando el piano en plena noche.

Se inclinó sobre Mary y le murmuró al oído:

-Creó que se ha encariñado con usted, señorita. Y si no me equivoco es recíproco.

El ama de llaves anudó un chal alrededor de los hombros de la joven, por encima de su ropa recientemente lavada y planchada, y la llevó al salón azul, de donde en ese momento salía Molly con una pequeña sonrisa satisfecha.

-Su aspecto no me inspira nada bueno-sopló Gertrude.

Entraron. La duquesa estaba sentada cerca del fuego. Edgcumbe paseaba nervioso por la estancia.

-Vuestra Gracia-dijo Mary inclinándose en una corta reverencia.

-Esta usted mejor, me parece-notó la anciana dama con rigidez.

-Mucho mejor, gracias.

Con una mirada, la duquesa indicó a Gertrude que quitara la bandeja del té, después llevó su atención a los retratos de su difunto marido y de su hijo, los anteriores duques de Salterdon.

-Cuando miro estos cuadros, me invade la desesperación. Durante generaciones, esta familia ha llevado orgullosamente su nombre. Ningún escándalo la ha alcanzado jamás. Hoy en día la vergüenza me obliga a esconderme.

Mary bajo la cabeza suspirando y Edgecumbe se apresuró a reconfortarla.

-Vamos Isabella. Todo irá bien.

La duquesa sonrió a su médico y se volvió hacia Mary.

-Estoy aliviada al saber que ya esta usted restablecida, mi niña. Sin el heroísmo de mi nieto ya no estaría usted en este mundo.

Bajó la voz antes de continuar:

-Imagine mi sorpresa cuando supe que el coche había partido sin mí. Me sorprendí mucho cuando supe que una indisposición pasajera me obligaba a quedarme en la habitación. A Trey no le falta imaginación cuando eso le conviene. Pero no me quejo, ya que no habría sobrevivido a una aventura como esa. De todos modos, no estoy acostumbrada a que me traten así y aún menos a que lo haga mi nieto. El duque se esforzado siempre por hacer mi voluntad, a diferencia de su hermano, que sospecho que me maldice en secreto a pesar del afecto que me tiene. Cuando Clayton era pequeño, le gustaba jugar con sus amigos, campesinos la mayor parte. Volvía a menudo con los ojos morados y las rodillas arañadas. Más tarde, sentó la cabeza y, empeñado conseguir su independencia, se consagró a construirse una fortuna. Trey, en revancha, menguó considerablemente mis bienes. El juego. Las mujeres. Me he preguntado a menudo si su aparente sumisión no escondería una secreta animosidad hacía mi y mis esfuerzos por controlar sus desvíos no produjeron finalmente el efecto contrario al que yo buscaba.

La anciana se interrumpió brevemente y Mary aprovechó para decirle con amabilidad:

-El hombre busca su libertad, Vuestra Gracia. Está en su naturaleza.

-Es usted muy inocente, querida pequeña. Durante todos estos años, Trey solo se ha esforzado para obtener mi perdón con un solo fin: el interés. Nada es más importante para Trey Haworth, duque de Salterdon que el poder y la posición que le transmitieron mi marido y su padre. La fortuna que heredará cuando yo muera sobrepasa su entendimiento. Una vida, incluso la más extravagante, no le seria suficiente para dilapidarla en las salas de juego. E incluso ahora, a pesar de su estado, estoy segura de que no retrocedería ante ningún sacrificio con tal de poder disfrutarla. ¿Cree usted todavía que un hombre antepone su libertad a cualquier otra cosa, señorita Ashton? Yo no lo creo cuando está en juego un título con más de medio siglo de antigüedad. Los principios que rigen la vida de todo aristócrata son conservar su posición social y hacer crecer su herencia. Pero no la he llamado aquí esta mañana para entretenerla con mis asuntos personales, señorita Ashton. Después de mucho reflexionar, creo que ha llegado el momento de prescindir de sus servicios. Voy a dar inmediatamente las ordenes oportunas para asegurar su regreso a Huddersfield.

Cogiéndose con una mano de la parte alta de la cama, Salterdon hacia pasar su peso de una pierna a otra, esforzándose en guardar el equilibrio. Apretaba los dientes y transpiraba de dolor. Un herrero que se hubiera dedicado a pasar por su espalda un hierro al rojo, no le habría hecho sufrir tanto. Luchaba con todas sus fuerzas para no dejarse caer en la cama poniendo fin a ese suplicio infernal. Jurando, se volvió hacia su silla que estaba en la otra punta de la habitación y empezó a andar en sentido inverso la distancia que acababa de recorrer.

La puerta se abrió cuando estaba a mitad del recorrido. Se volvió pensando que sería Mary, esperando oírla expresar al mismo tiempo sus reproches por no haberla esperado y su alegría que el podía imaginar fácilmente.

-¡Vuestra Gracia!-exclamó Gertrude yendo hacia el-Perdonadme esta intrusión, se que esto no me concierne, solo soy una sirviente aquí pero acabo de salir del salón azul, donde la duquesa a convocado a nuestra Mary...

Se interrumpió y el estupor se reflejó en su cara.

-¡Dios del cielo, andáis!

-Olvídelo. ¿Qué está tramando mi abuela?

-Ha despedido a Mary-respondió Gertrude, aún bajo la impresión de ver al duque de pie.

-¡Maldita sea! Páseme la silla de ruedas, deprisa.

La duquesa creyó oportuno suavizar su decisión con algunas compensaciones. De este modo, ella continuaría pagando a Mary hasta que encontrara otro empleo. Por supuesto le daría una carta de recomendación elogiosa que le abriría las puertas de las mejores familias del país. Enviaría igualmente un mensaje a sus padres para informarles del retorno de su hija en el transcurso de la semana, así como una nota a John Rees informándole de que su prometida no tardaría en reconsiderar su proposición de matrimonio.

-Es exactamente lo que necesita, querida. Los dos son de la misma clase social. Dios aprecia las uniones bien hechas. Debe usted comprender que es lo que motiva mi decisión, querida Mary. La contraté para ayudar a mi nieto a salir del estado deplorable en el que se encontraba. Ahora que lo ha conseguido más allá de toda esperanza, Edgcumbe y yo misma estimamos que su presencia aquí no se justifica de ningún modo.

Una puerta se abrió. Los rasgos de la anciana se volvieron rígidos

Cuando Mary reconoció la voz del duque, sintió que las piernas no la sostenían y tuvo que sujetarse en el respaldo de una silla. Evitó darse la vuelta para no mostrarle su rostro descompuesto.

-Parece que alguien olvidó informarme que se desarrollaba una entrevista aquí.-dijo con su grave voz, haciendo rodar la silla dentro del salón.

-Creí preferible no molestaros-respondió Edgcumbe inclinándose ligeramente.

Su pequeña sonrisa se desvaneció bajo la mirada mortal de Salterdon.

-Ignoraba que un simple doctor podía decidir por un duque, a menos que ya me haya inscrito en Royal Oaks.

-Esa no es la cuestión-intervino secamente la duquesa.

Trey se volvió hacia Mary que seguía inmóvil y después miró a su abuela y continuó:

-Parece que has decidido prescindir de los servicios de la señorita Ashton. ¿No te parece que podrías haber pedido mi opinión?

-La decisión no era difícil de tomar. Ya que has recuperado tus sentidos, ya no tienes necesidad de una enfermera. Así pues, la señorita Ashton ya no tiene nada que hacer en Thorn Rose.

Con esto, la duquesa se volvió hacia la joven.

-Eso será todo, querida. Mi secretario le llevará los papeles necesarios esta tarde.

Mary no sabía cuanto tiempo se quedó mirando fijamente a la duquesa quizá esperaba que esta cambiara de opinión o quizá esperaba despertarse y ver que todo esto solo había sido una pesadilla. Gracias a Dios, no cedió a la tentación humillante de ponerse de rodillas delante de la duquesa para explicarle que la perspectiva de no volver a ver a su nieto le resultaba insoportable. Pero ¿no podía el intervenir diciendo algo?

A lo mejor había sido demasiado ingenua al pensar que ella no le era indiferente. Podía ser que la ternura que ella había leído en sus ojos y en su sonrisa significara otra cosa.

Finalmente, encontró las fuerzas necesarias para inclinarse antes de dirigirse hacia la puerta, evitando mirar al duque. Este la cogió del brazo al pasar y dijo simplemente:

-No.

Mary cerró los ojos

-¿Perdón?-dijo la duquesa.

-La señorita Ashton se quedará en Thorn Rose hasta que yo crea que ya no necesito sus servicios. Como jefe de familia, soy yo quien decide la suerte de las personas que contrato.

-¿Cómo jefe de familia?-repitió la anciana dama con un tono de burla.

-El derecha de la sangre, querida abuela. ¿Tengo realmente que recordárselo a la misma persona que no ha cesado de repetírmelo?

Y añadió dirigiéndose a Mary:

-Siéntese, no se mueva y escuche. Ahí-precisó señalándole un sofá.

-Vuestra Gracia, no quisiera se la causa de un altercado entre ustedes.

-Siéntese-repitió el con mayor firmeza sin dejar de mirar a la duquesa.

Mary obedeció, sintiéndose a punto de desmayarse.

La duquesa miraba a su nieto con una intensidad impresionante. El aire parecía cargado de tanta electricidad como una tormenta.

-Estaba habituada a los altercados con Clayton-lanzó entre dientes-Pero no contigo, Vuestra Gracia. Perdóname pero me parece que he subestimado tu dependencia de la señorita Ashton.

-En efecto.

Se hizo el silencio, la duquesa terminó suspirando con los dedos tamborileando en los brazos del sillón.

-Preferiría airear nuestros asuntos de familia en privado-insistió.

-La señorita Ashton a compartido mi intimidad, no veo porque su presencia debería molestarte.

-Muy bien-abdicó la duquesa, mientras una sonrisa satisfecha asomaba lentamente a sus labios- Quizá tengas razón después de todo. Vamos a sacar provecho de todas las habilidades de la señorita Ashton. Ayer por la noche, pensando en tus recientes progresos me dije que ya era hora de que asumieras tus responsabilidades hacia lady Dunsworthy.

¡ Lady Dunsworthy!

Mary tenia posados los ojos en un cuadro al otro extremo de la habitación. Al oír ese nombre la invadió una sensación de terror.

-Por si no lo sabe usted, señorita Ashton-precisó la duquesa-en el momento de su accidente, mi nieto estaba a punto de casarse con lady Laura Dunsworthy, una joven de una excelente familia. Es inútil que le diga que esa elección siempre me gustó. A la celebración de la boda, estaba previsto que yo daría a mi nieto la mitad de su herencia, y otra cuarta parte cuando naciera su primer hijo. Desde luego estos proyectos quedaron en suspenso. Desde hace un año, Laura ha esperado pacientemente a que se restableciera, eso habla de su afecto por él. Es muy bella y marcadamente inteligente. Será una duquesa digna de ese nombre. Si no recuerdo mal, Trey estaba muy encaprichado con ella ¿no es cierto?

Con una nueva mirada a su nieto añadió:

-Estoy segura de que mi nieto aprobara mi iniciativa. Escribí a lord Dunsworthy para informarle de su mejoría.

Cogiendo un papel que estaba encima de la mesa, tiró su último dardo:

-Llegan pasado mañana.

Mary se encerró en su habitación y se acostó, no respondió cuando llamaron suavemente a su puerta varias veces. Pasó el resto del día mirando a san Pedro en el techo, pensando que solo tenia lo que se merecía. Una hija de pastor no contaba a los ojos de un duque, se había dejado engañar por su romanticismo incorregible. La noche había caído hacia tiempo cuando se levantó. Cogió su abrigo y salió.

Hacia un frió que llagaba hasta los huesos. La humedad no tardó en atravesar su ropa, helándola hasta lo más profundo. Llegó a los establos y se sentó sobre una caja, rodeando las rodillas con los brazos. La presencia de los caballos la tranquilizó un poco.

Dejaría Thorn Rose sin tardanza. Vivir en casa de su padre le parecía de lejos preferible a la perspectiva de preparar las nupcias de Salterdon y lady Dunsworthy. Las directrices de la duquesa, después de aparentar ceder a los deseos de su nieto, habían sido muy claras: “Se quedará usted aquí cerca del duque, hasta que hable de forma impecable y sea capaz de beber y comer normalmente, y aprovechará para recordarle cuales son sus obligaciones respecto de su familia y de la futura duquesa de Salterdon. Si Trey tiene tanta importancia para usted como yo creo, su futuro le interesa. Estoy segura de que esta preparada para sacrificarle su propia felicidad. Por supuesto, sabré agradecérselo. Una vez que mi nieto se case, usted recibirá una renta mensual durante diez años, con la cual podrá comprar una casita donde instalarse con su madre. Si no recuerdo mal, eso era la que usted deseaba cuando acepto este trabajo.

“¿Que falta he cometido para que me propongáis algo tan cruel?”estuvo a punto de preguntar. Pero conocía la respuesta: “Ha cometido usted la falta de enamorarse de un hombre por el cual ni tiene ni tendrá nunca derecho de hacerlo”

Era un terrible dilema, si se iba ahora, estaría renunciando a su sueldo, y por tanto a sus proyectos para su madre. Quedarse significaba ver todos los días al hombre que amaba para prepararle a casarse con otra.

Con un suspiro de dolor, Mary dejo el establo y volvió a la mansión sin preocuparse de la lluvia helada que había empezado a caer.

CAPITULO 16

Al acostarse esa noche, Mary recordó las palabras de su madre, diciéndole que cuando un hombre digno de ese nombre amaba realmente a una mujer, era para ella sola, y que ninguna otra consideración exterior contaba. Por la mañana, al levantarse, se volvió a acordar de esas palabras para darse valor al dirigirse a la habitación del duque. Sin embargo, cuando iba a entrar, la realidad se impuso y le recordó la crueldad del trato que le había propuesto la duquesa, y que ella había aceptado finalmente.

Sentado en su escritorio, Try le daba la espalda, inclinado sobre unos trozos de papel. Algunas hojas arrugadas o rotas sembraban el suelo. Mary contempló un momento su nuca antes de señalar su presencia.

-¿Vuestra Gracia?

Él levantó vivamente la cabeza, pero no se dio la vuelta. Mary se acercó a el, notando que la silla de ruedas estaba como siempre en su sitio al lado de la cama.

Salterdon llenaba febrilmente un pentagrama tras otro. Cuando se interrumpió para mirarla, le pareció terriblemente cansado, como envejecido de pronto. La rabia que se manifestaba violentamente antes se había convertido en abatimiento total.

Pero en sus ojos reconoció la misma luz de desconcierto. Fina gotas de sudor llenaban su frente, su boca estaba torcida en un rictus feroz. Miró el libro que ella llevaba y luego la miró a ella.

-¿Qué diablos hace usted aquí?-preguntó con voz ronca.

-Es la hora de vuestra lección Vuestra Gracia.

-¡Váyase al diablo! Es inútil que se crea obligada a recordarme mis responsabilidades, señorita Ashton. Mi abuela me las repitió lo suficiente ayer. Jamás podré quedar por encima de ella.

-¡Porque estáis enfadados? Si amáis a esa joven...

-¿Amarla?-se rió sin alegría.

-Por supuesto que amo a Laura. ¿Quién no la amaría? Es adorable. Además es rica y frágil como una porcelana.

Él cerró los puños.

-En su única visita a Thorn Rose después de mi accidente, se vino abajo al verme, y luego se arrojo a los pies de su padre implorando entre lágrimas que no la obligara a casarse con un monstruo.

Cogió el libro que llevaba Mary y lo tiró con rabia contra la pared.

-“Para lo bueno y para lo malo”, señorita Ashton. Ese juramento vale para la gente común, no para los aristócratas. Se dejó caer contra el respaldo y observó a Mary que recogía el libro. Ella notaba perfectamente su mirada, a decir verdad, esta la quemaba.

-Dígame¿ porque no volvió a Hudeersfield con John Rees?-preguntó él.

Ella hizo tiempo antes de responderle

-No le amo-dijo finalmente.

-Pero no le es indiferente. ¿Eso no es suficiente?

-No.

El se rió amargamente.

-El pueblo y sus sueños de “amor para siempre”. Dígame, señorita Ashton, Mary, ¡Cual es su idea del amor?

-Para mí, el amor implica comprensión, devoción absoluta, sueños compartidos. El deseo de ver al otro lograr sus aspiraciones. Es una llama que no hace más que crecer a lo largo de los años.

La expresión de Trey se dulcificó y la cogió del brazo.

-Es usted una niña ingenua-dijo tiernamente-Cree en los cuentos de hadas.

Ella retrocedió ruborizándose.

-No me toquéis. No me toquéis nunca más. Me pregunto que me pasó para autorizaros a hacerlo. Sin duda fui victima de mi entusiasmo al veros restablecido. Perdí la cabeza, no había venido a Thorn Rose para eso.

-¿No? ¿Y para que vino entonces?

-Me hacia falta trabajar para comprar una casita donde mi madre y yo habríamos por fin escapado de la crueldad de mi padre, que la pobre ha aguantado desde hace tanto tiempo. Y todo porque se dejó seducir por las apariencias y el poder.

-Y, seguramente eso le ha servido a usted de lección para no cometer el mismo error.

-¡Míreme, maldición!

-Me habéis preguntado porque había aceptado este trabajo cerca de vos, Vuestra Gracia, eso es todo. ¿Debo recordaros también que estáis prometido a otra? ¿Qué tenéis obligaciones para con vuestra familia? ¿Qué tenéis que preservar una herencia por medio del matrimonio? ¿Qué debéis estar a la altura de las ambiciones de vuestro padre y del nombre ilustre que lleváis? Una relación entre nosotros no llevaría a nada, no os aportaría nada.

Con un alarido de rabia, se levantó de golpe, enviando el sillón rodando contra el escritorio. Mary intento retroceder pero el la cogió sin miramientos, arrancándole un grito. Entonces un dolor fulgurante le atravesó. Echó la cabeza hacia atrás y se cogió las piernas palideciendo.

Mary se le acercó rápidamente e intentó sostenerle. Los dos vacilaron, después el duque chocó contra la pared, llevándola consigo. Sus piernas temblaban, parecía estar sufriendo un martirio. Inclinando la cabeza hacia Mary, respondió sin embargo a su sermón:

-No necesita recordarme mis obligaciones. Me han hecho la vida imposible desde que nací. Pero imagínese que por el momento no tengo él mas mínimo interés por mis obligaciones. Lo único que cuenta para mí es usted. No pienso en nada que no sean esos increíbles ojos azules y esos labios sensuales. Cuando estoy acostado intento imaginar un medio para seducirla. Sueño con robar su inocencia y su virginidad. Antes yo era excelente en ese arte. Pero con usted...

Cubrió su boca con un beso exigente, forzando la barrera de sus labios. A pesar de su deseo de rechazarle, ella se apretó contra el con un gemido lánguido. Su actitud la aterrorizó. Se había convertido en una esclava de sus deseos, en una criatura sin ningún pudor, incluso sabiendo que una inocente joven se preparaba para casarse con él.

De pronto, él la rechazó. Su respiración estaba acelerada. Su cara había perdido todo el color. Giró antes de chocar contra el escritorio, barriendo de un manotazo todo lo que había encima con un gesto furioso.

-¡Salga!¡Váyase al diablo!-rugió.

El bastón de la duquesa golpeaba el suelo al ritmo de sus pasos mientras avanzaba por el pasillo con Edgcumbe a su lado. Miró a Mary, que estaba entre un grupo de sirvientes reunidos delante de la puerta de la habitación de Salterdon.

-¿Qué esta pasando?-rugió-Respondan ¿Qué es eso de que Trey se ha encerrado y rehúsa responder?

Gertrude salió de entre el pequeño grupo, blandiendo un manojo de llaves con una mano temblorosa.

-La llave de la habitación de Su Gracia ha desaparecido, milady-He enviado a Lily a buscar la copia.

La duquesa se acercó a la puerta.

-Trey, abre inmediatamente.

-¡Vete al diablo!

-Te comportas como un niño malcriado.

Una risa maligna le respondió.

-Si no abres de inmediato hago forzar la puerta.

-Al primero que lo intente, lo mato.

-¿De verdad?-masculló la duquesa entre los dientes.

Llamó a una criada que le llevaba una bandeja vacía a la cocina.

-Tu, ven-ladró

La chica se acerco hasta la anciana la cual cogió un cuchillo y se lo tendió a Edgcumbe.

-Le toca a usted querido.

El médico palideció pero no se atrevió a decepcionar a su “querida Isabella”. Movió el cuchillo en el espacio situado entre la pared y la cerradura y consiguió hacer que el manillar de la puerta se moviera.

Entonces resonó una ensordecedora explosión, diseminando a las criadas. Una taza fue proyectada fuera de la bandeja. Se veía un pequeño agujero en la pared.

-¡Dulce Jesús!¡Ahora nos dispara!-exclamó una criada huyendo a toda velocidad.

Edgcumbe se puso el monóculo y examinó un instante la puerta.

-¡Dios de cielo, tiene razón!

La duquesa se desmayó. Enseguida el se lanzó a sus pies. Levantándole la cabeza, le dio aire y se esforzó por calmarla.

-Todo va bien Isabella. Respirad lentamente, así. Voy a llamar inmediatamente al doctor Sivenwright a Royal Oacks.

-¡Royal Oacks!-gritó Mary como una loca.

-No tenemos elección, querida. No olvide que ha intentado matarnos.

-No ha matado a nadie.

-El fusil-murmuró la duquesa emergiendo de su desmayo.

Sujetándose a Edgcumbe, se levanto con dificultad.

-Señor ¿y si vuelve el fusil contra sí mismo?

Mary, enloquecida, fue a pegar su oreja contra la puerta.

-Vuestra Gracia, os suplico que abráis. No les dejaré que os lleven a Royal Oacks.

-¿Usted no nos dejará?-chilló Edgcumbe.

-¡Cállese!-dijo Gertrude.

La cara del médico se volvió roja y sus ojos parecieron salir de las órbitas.

-¿Vuestra Gracia?-continuó Mary-Reflexionad por favor. Todos debemos aceptar nuestro destino. Aunque me guste soñar con una vida romántica, solo soy la hija de un pastor. Vos, milord, habéis nacido para la grandeza, la riqueza y el poder.

Escuchó de nuevo lo que sucedía en el interior, imaginándole hundido en su sillón, con sus hojas de música desparramadas por todas partes, el fusil sobre las rodillas.

-Pensad en los magníficos niños que tendréis, Vuestra Gracia, en los valores que les trasmitiréis. En la felicidad que tendréis viéndoles realizar sus sueños. En todo el amor que les daréis.

Una criada apareció con el duplicado de la llave, se la dio a Mary y esta la introdujo en la cerradura.

-Sea prudente señorita-le dijo Gertrude.

-No me hará ningún daño.

Abrió. Estaba sentado en su escritorio con las piernas separadas y el fusil sobre las rodillas.

-¿He matado a alguien?-preguntó con una sonrisa desarmante.

-No Vuestra Gracia, solo una taza de porcelana ha sufrido.

-Lo siento.

-Vuestra abuela se ha desvanecido pero ya está bien.

Su sonrisa se acentuó.

-¿Queréis darme el fusil?

-Diga por favor.

-Por favor-murmuró ella.

Él arrojó el arma sobre la cama y estiró las piernas suspirando

-¿Qué es lo que le hace creer que yo seré capaz de tener niños?

La duquesa descansaba en un sillón, rodeada de un regimiento de sirvientes. Edgcumbe la abanicaba.

-Quiero saber como mi nieto se ha procurado ese fusil. Uno de entre vosotros se lo ha tenido necesariamente que dar. No me vais a hacer creer que ha bajado solo dos pisos y llegado hasta la sala de armas. ¿Debo recordaros que es incapaz de andar?

Mary desvió los ojos. También ella dudaba que hubiera realizado tal hazaña. El más mínimo movimiento de sus piernas le causaba un dolor insoportable.

-No comprendo-continuó la duquesa-Parecía estar mejor. ¿Qué es lo que ha podido causarle tal regresión? Su felicidad estaba al alcance de su mano. Al fin iba a poder casarse con Laura. Gracias a su considerable dote, habría llegado a ser el hombre más rico de este país, lo que siempre ha soñado.

Dándose cuenta de que estaba haciendo confidencias delante de la servidumbre, frunció las cejas diciendo a Edgcumbe:

-Es a mí a quien tendrá que encerrar en Royal Oaks. Y no estoy segura de que semejante perspectiva no me atraiga.

CAPITULO 17

“Curiosamente el ser humano puede conocer la paz, la satisfacción, la serenidad si llegar a entrar en la plenitud de la felicidad, que solo el amor aporta” Incapaz de dormir esa noche, Mary se acordó de estas palabras que decía su madre.

Cuando Salterdon se casara con lady Dunsworthy, ella volvería a Huddersfield donde la esperaba John Rees, que le ofrecería un hogar, un futuro, eso con lo que ella soñaba desde siempre.

Antes había creído que deseaba a John. No se trataba mas que del placer de la trasgresión.

Ahora que se había encontrado realmente con él, el deseo le parecía una exigencia incontrolable, una obsesión que llenaba toda su vida. Su razón le indicaba que debía irse inmediatamente. ¿Cómo podría ella soportar el preparar a un hombre para que se casara con otra? ¿Que era lo que la empujaba a aceptar esta increíble situación?

Sin duda la impresión de que el duque la necesitaba. Sin duda también su propia debilidad.

Incapaz de decidirse a entrar en la habitación de Salterdon, se dirigió, a grandes pasos, en dirección contraria, esperando que Gertrude o el cocinero no estuvieran todavía acostados ya que acababa de acordarse de que no había comido nada en todo el día, lo que explicaba su debilidad.

Al pasar por la puerta abierta del salón, vió una vela que se había quedado encendida sobre una mesa. Pensando que se les habría olvidado a los sirvientes, entró para apagarla. Se estaba inclinando sobre la llama, cuando distinguió la silueta de un hombre sentado en la penumbra.

-Vuestra Gracia-balbuceó ella-Ignoraba que habíais dejado vuestra habitación. Deberíais haberme llamado.

No hubo respuesta.

-Siento haberos dejado cenar solo. Creo haber cedido a un momento de nervios. Estoy un poco preocupada por mi misma, en estos últimos tiempos. Un defecto que mi padre siempre ha desaprobado. En verdad yo, ... me he dado cuenta que quiero ante todo vuestra felicidad. Lo que pasó entre nosotros fue maravilloso pero temo haberme...encariñado demasiado a vos, Vuestra Gracia. ¿No es algo típicamente femenino dejarse guiar por el corazón? De todas formas intentaré estar a vuestro lado hasta vuestra boda. Estaré a vuestro servicio tanto tiempo como queráis. Bueno, ya me he confesado. Ahora ya sabéis que lo que siento hacia vos no está enteramente motivado por los deseos de ayudar a mi madre. Estoy segura de que no os burlareis de mí. Conocéis a las mujeres, sabéis pues lo ingenuas que pueden llegar a mostrarse las jóvenes.

El hombre habló por fin.

-¿Esta usted diciendo que esta enamorada de Su Gracia, señorita Ashton?

-Sí.

Su interlocutor se levantó y se unió a ella con paso firme y seguro. Cuando se paró en el espacio iluminado por la luz del pasillo, Mary comprendió su error.

-Basingstoke-dijo con un susurro.

Quiso escapar pero él la retuvo por el brazo y la forzó a sentarse en un sofá. Mortificada ella escondió la cara entre las manos.

-Perdón milord, os tomé por Salterdon.

-Lo había entendido.

-Supongo que es inútil pediros que olvidéis la que acabáis de oír.

-En efecto-dijo él acercando un sillón.

Se sentó enfrente de ella, y quitó suavemente las manos de su cara, antes de poner un dedo bajo su barbilla para obligarla a levantar la cabeza.

-No es usted la primera que me habla de sentimientos destinados a mi hermano. De todas formas quiero saber si la ha comprometido.

-¿Comprometido milord?

-¿Se ha acostado con usted, señorita Ashton?

-No milord.

El se dejó caer contra el respaldo con un suspiro de alivio.

-Me alegro, señorita Ashton, pero eso no es lo que me ha traído hasta aquí. He cabalgado durante dos días, con la certeza de era necesario que viniera porque algo no iba bien. Somos gemelos, no lo olvide y cuando uno está mal, el otro lo siente. Trey está atormentado ¿verdad? ¿Qué es lo que pasa?

-No estoy segura de saberlo. Empezó a dar marcha atrás cuando la duquesa le anunció que lady Laura y su padre llegarían cualquier día. Entonces se encerró en su habitación, amenazando con matar a quien se atreviera a entrar. Incluso disparó a través de la puerta. Vuestra abuela se desmayó.

-¿La duquesa se desmayó? Me hubiera gustado ver eso.

-Felizmente Edgcumbe estaba allí.

-¿Edgcumbe? ¡Maldita sea!-exclamó Basingstoke levantándose-¿Qué es lo que hace aquí?

-Intenta convencer a vuestra abuela de internar a vuestro hermano en Royal Oaks.

-¡Internarle! Me gustaría verlo. Edgcumbe no puede hacer internar a un hombre de la categoría de mi hermano sin tener al menos veinte testigos testificando sin sombra de duda que no tiene todas sus facultades mentales.

-Hay bastantes testigos en esta casa.

-¿Me está diciendo usted que mi hermano está loco?

-Vuestro hermano es el hombre más cuerdo y más inteligente que conozco milord.

-Señorita Ashton, su conducta imprevisible puede deberse a la desesperación. Acaba usted de decirme los proyectos de matrimonio que mi abuela quiere llevar a cabo. Lady Laura...

-Llega mañana, milord. ¿Pero porque debería estar desesperado vuestro hermano? Este matrimonio debería consolidar su fortuna que es según la duquesa, lo que siempre ha querido. De todas formas, estaba encaprichado con ella, creo.

-Si -respondió el pensativamente-Lo estaba.

-Lo que me inquieta, milord es que después de este episodio, vuestra abuela le haga encerrar.

-Se lo impediremos, señorita Ashton.

-¿Qué es lo que proponéis?

El paseó por el salón reflexionando en voz alta.

-¿Por qué mi abuela se empeña de repente en precipitar este matrimonio, sin esperar siquiera al completo restablecimiento de Trey?

Apoyándose en el quicio de la puerta, Basingstoke contempló durante un rato a Mary.

-¡Señor!-dijo de repente pasándose la mano por el pelo.-Creo que empiezo a entenderlo.

Lord Dunsworthy y su hija llegaron al día siguiente, precedidos de un ejercito de sirvientes y de mozos de establo.

-¿Qué voy a hacer?-se lamentaba la duquesa-No puedo ignorar el agravamiento del estado de mi nieto. Voy a verme obligada a desalojar a Dunsworthy y a su hija. Eso es algo impensable.

-Es usted la duquesa de Salterdon, mi querida Isabella-declaró Edgcumbe con su aire pomposo-Es usted libre de hacer lo que os parezca bien.

-Olvida usted que acabo de escribirles diciendo que Trey se había restablecido considerablemente y que he empezado a dar todos los pasos para preparar esta boda.

-Isabella, esta usted completamente roja. Insisto en que se calme y...

-Por el amor de Dios, deje de sermonearme-se irritó la duquesa apartando al médico como lo hubiera hecho con un insecto molesto.

Volviéndose hacia Mary preguntó:

-Señorita Ashton, usted que es la única que puede comunicarse con él ¿qué piensa de su conducta?

-Me ha dejado tan perpleja como a vos, Vuestra Gracia. La única cosa que puedo afirmaros es que tiene miedo de ver a su futura esposa en su estado actual.

-¡Tonterías! Edgcumbe no duda que el podrá usar sus piernas, es solo una cuestión de tiempo.

-Por supuesto, pero las certezas del señor Edgcumbe no nos ayudan. Lo que cuenta es la manera en que Su Gracia siente las cosas.

La duquesa entrecerró los ojos.

-Ignora usted las costumbres de la aristocracia, señorita Ashton. Debe usted saber que no nos dejamos ganar por nuestras emociones. Nacemos con un fin y a el consagramos nuestra vida, antes de pasar el testigo a la generación siguiente. No tengo tiempo para perderlo con niñerías. Si mi nieto se empeña en atravesarse en mi camino, no tendré otra opción que autorizar a Edgcumbe a empezar los trámites para internarlo en Royal Oaks.

-Eso no será necesario abuela.

Se dieron la vuelta todos al mismo tiempo.

Impecablemente vestido, el duque de Salterdon apareció en la puerta, sentado en su silla de ruedas.

No, no era el duque-se dio cuenta Mary después de un examen más atento, era Basingstoke.

La duquesa se enderezó mientras Edgcumbe ajustaba su monóculo.

-Increíble-murmuró.

Basingstoke hizo rodar la silla de ruedas dentro de la habitación y la duquesa se levantó. Rechazando la mano de médico, se acercó al recién llegado.

-Tendría que haberme dado cuenta enseguida. Siempre habéis estado dotados para el engaño los dos. Esta vez encuentro la broma de muy mal gusto, Clayton.

-Es verdad-aprobó Edgcumbe-Querido, olvida lo frágil que es su abuela.

-¿Frágil? Mi abuela no ha sido frágil jamás. Siéntese y cállese.

Añadió dirigiéndose a la anciana:

-Confiesa que te has dejado engañar abuela.

-¡Niño cruel! ¿Qué he hecho para merecer esta conducta deplorable?

-Muchas cosas.

-¿Por qué estas aquí? ¿Cuándo has llegado?

-La noche pasada. Y sabes muy bien porque. Sentí que Trey no estaba bien.

-Intentó matar-deslizó Edgcumbe.

-Es una pena que haya fallado su diana-respondió Clayton.

-¡Que vergüenza!-explotó Edgcumbe.

-Es usted el que debería sentir vergüenza por sus esfuerzos de embaucar a mi abuela. Su presencia me pone enfermo, igual que su forma de inmiscuirse en la vida de la duquesa y...

-¡Basta!-interrumpió su abuela-Sal de esa silla y dime lo que quieres.

-Quiero salvar a mi hermano de la humillación.

-¿Es decir?

-En tu empeño de casar a Trey, te has olvidado de un ligero detalle: su dignidad. Y ya está seriamente dañada a lo largo del último año.

-¡Su dignidad! ¿Y que pasa con la mía?

-Ese es el más pequeño de mis problemas, abuela.

Ella se tensó y le volvió la espalda.

-¿Por qué esta mascarada?-preguntó por fin.

-Para dar tiempo a la señorita Ashton a terminar su trabajo con mi hermano. Tomare su sitio con el fin de que Dunsworthy pueda comprobar por si mismo que todos los rumores que circulan sobre mi hermano están totalmente infundados.

Lord Dunsworthy mezclaba con éxito la distinción inglesa y la rudeza normanda. Su hija, lady Laura, era una criatura fina y delicada, alta, delgada, dotada de un color lechoso y grandes ojos de esmeralda. Cuando apareció en Thorn Rose del brazo de su padre, parecía flotar por encima del suelo. En su mano tenia un pañuelo, o un frasco de sales. Desde lo alto de las escaleras en las cuales se había apostado, el no podía decirlo, pero se inclinaba por las sales. La dulce señorita parecía al borde de las lágrimas.

-Es muy bella, Vuestra Gracia-dijo Mary-pero yo ya me lo esperaba. Un hombre tan seductor como vos no merece menos que la perfección. Comprendo porque os encaprichasteis de ella.

-Es de su dinero de lo que me encapriche. Las mujeres admirables no cuentan, Mary, pero pocas de ellas tienen un padre tan rico. Además la duquesa aprobaba esta unión, y lo que la duquesa quiere, lo obtiene.

Ligeramente impresionada, Mary continuó observando la escena que se desarrollaba abajo.

-¡Están ahogados en un océano de sirvientes!-susurró riendo-Veo a Gertrude, esta hablando con lord Dunsworthy.

-Sin duda se esfuerza por explicarle porque la duquesa no esta ahí para darles la bienvenida “La duquesa esta ligeramente indispuesta, está acostada y vera a milord y a lady Laura a la hora del té. Su Gracia se unirá a ustedes, por supuesto”

-¿Iréis verdad?-preguntó Mary sin mirarle.

-Su Gracia les verá cuando este preparada. Y no estoy preparado.

-Os obstináis en retrasar lo inevitable.

-¡Maldición habla usted como ella! ¿De que lado está?

Mary enarco los ojos.

-Están llegando-murmuró

Apretando los dientes, Trey se volvió y recorrió el pasillo en sentido inverso sostenido por Mary.

-Deprisa-le urgió ella.

Él tropezó

-No debería haberos dejado venir hasta aquí sin la silla.

Detrás de ellos el ruido de los sirvientes cargados de equipaje se acercaba. Cuando llegaron delante de la puerta de la habitación del duque, este sudaba a mares. Se refugiaron en el interior justo a tiempo. Trey no sentía ya las piernas de tanto como le dolían. Se apoyó en la pared y se puso a reír.

-No le veo la gracia-dijo Mary con la respiración entrecortada-Pretendéis no querer este matrimonio hasta que estéis preparado pero os arriesgáis a se sorprendido por vuestra abuela. Si ella descubre que andáis, no tendréis ninguna excusa para no casaros con lady Laura.

-Por supuesto que sí. Le diré que estoy enamorado de usted y que tengo la intención de irme de aquí y llevar la misma vida que mi hermano.

Se volvió hacia el con rayos en los ojos.

-¿Cómo os atrevéis a hacer chistes con cosas así? No sois más que un...

-Ignoraba que la idea de casarse conmigo representar para usted una ofensa tan grande.

-¡Yo ignoraba hasta que punto erais cruel!-respondió ella intentando abrir la puerta.

Él cerró su mano en el brazo de ella, pero aflojó enseguida la presión. Sus dedos temblaban sobre la muñeca. Ella parecía a punto de romperse, como un vidrio muy fino. Una palabra de el y ella rompería a llorar. ¿Pero no estaban ya ahí las lágrimas, temblando en el borde de las pestañas?

-Míreme-dijo el suavemente.

-No.

-Esta usted conmocionada. Dígame porque.

Mary sacudió la cabeza y se soltó antes de abrir la puerta. Entonces suspiró y dijo:

-No conseguiréis hacerme creer que sois estúpido Vuestra Gracia.

Estirada sobre la cama, Laura Dunsworthy parecía un cisne delicado y frágil descansando encima de la seda. Su ropa, desplegada a su alrededor parecía agua cristalina. Una doncella le aplicaba en la frente un guante húmedo.

En la otra punta, Mary esperaba pacientemente que la bella, apenas un poco mayor que ella, despertara. Tenia ganas de terminar con su misión e irse. Encontrarse en la misma habitación que la futura duquesa de Salterdon le parecía un suplicio. Sin duda esta se revelaría presuntuosa y egoísta.

Mary lamentaba repentinamente el no tener una ropa más bonita, ni peinetas para levantar sus cabellos, ni perlas para adornar sus orejas con el fin de poder rivalizar con la belleza de Laura. Quizá con todo eso habría atraído a Salterdon y conseguido su afecto. Pero en cualquier caso, ella también carecía de la sangre noble y de la fortuna de Laura. Esta por fin se despertó y la doncella la ayudó a sentarse diciéndole a Mary:

-Milady va a recibirla.

Con las piernas temblando, Mary se levantó alisando su blusa remendada y se acercó a Laura que la observaba con sus grandes ojos de color esmeralda.

-Milady-empezó

-Tiene usted un pelo magnifico-la interrumpió Laura sonriendo.

Mary perdió la serenidad.

-También sus ojos son maravillosos.

-Es usted muy amable milady

-Soy sincera. Siéntese Mary. Me parece que esta usted terriblemente nerviosa-añadió la joven dando golpecitos en la cama a su lado antes de despedir a su doncella con una seña-Estoy contenta de poder charlar con una persona de mi edad. Llevo una vida de reclusa desde la muerte de mi madre. ¿Qué tiene usted ahí?-añadió señalando la carta que sostenía Mary.

-Un mensaje del duque.

Laura palideció y se dejó caer de nuevo en las almohadas diciendo:

-¿Es capaz de escribir? Mi padre dice que se ha recuperado bastante pero yo esperaba...

¿Habla también? ¿Y reconoce a su familia?

-Y también lee, tanto para sí mismo como en voz alta.

-Ha hecho usted milagros, Mary.

-El ha hecho enormes esfuerzos, milady.

-¿A que se parece?

Mary sonrió.

-Es distinguido y seductor.

Frunciendo sus finas cejas, Laura preguntó bajando la voz:

-¿Y su comportamiento?

Sorprendida por el hecho de no experimentar la menor hostilidad de cara a la joven, Mary se sintió molesta de tener que decirle la serie de mentiras que tenia preparadas.

Pero si decía la verdad, toda esperanza de un matrimonio entre el duque y Laura así como sus sueños de salvar a su madre, se verían destrozados. Además, si ella impedía esta unión, la duquesa se podría furiosa y firmaría sin ninguna duda el proyecto de Edgcumbe de internar a Salterdon en Royal Oaks.

-Nunca le hará el menor daño, puede usted estar segura.

-Muy bien-dijo Laura con un suspiro-Ahora léame esa carta por favor.

Mary desplegó la hoja y leyó:

-“Lady Dunsworthy, desearía que me concediera usted el honor de su compañía en el salón dorado a las 8 h 30. Salterdon.”

-Si, claro-murmuró Laura cerrando los ojos-Por supuesto.

Con un libro en las rodillas, Mary leía delante de la chimenea. La entrevista entre Basingstoke y Laura se había desarrollado sin incidentes. Durante todo el tempo que duró la entrevista, la duquesa pareció estar sentada encima de carbones encendidos. Laura se había quedad dócilmente sentada, con los ojos bajos mirando sus manos cruzadas y con aspecto resignado mientras su padre daba vueltas alrededor suyo como un perro guardián.

En ningún momento había manifestado la menor alegría por encontrar a su prometido tan milagrosamente repuesto. Al igual que por el matrimonio.

¿Cómo podía una mujer ser insensible al encanto irresistible de Basingstoke?

Al cabo de una hora, Laura se había despedido con la excusa de que su viaje de dos días la había cansado y que deseaba descansar. Cuando Mary pasó por delante de su puerta, antes de llegar a su propia habitación, la había oído llorar quedamente.

Mary cerró su libro con un golpe seco y se levantó. Tenia que convencer al duque de que abriera la puerta y de que empeñarse en su rebelión no le conduciría a nada.

Se llevó una gran sorpresa cuando vió que la puerta de comunicación no estaba cerrada con llave y que la habitación de Salterdon estaba vacía. El gran reloj de la pared indicaba que era media noche. Fue rápidamente a la sala de música pero no estaba allí. ¿Dónde podía estar?

Después de haberle buscado en vano por toda la casa, cogió su capa y salió en silencio. El aire frío le cortó la respiración, abrigándose todo lo que pudo, se dirigió a los establos. Ráfagas de voces la asaltaron por el camino. Descendió prudentemente algunos escalones cubiertos de musgo y vió varias siluetas. Reconoció sin esfuerzo a Thaddeus y Molly, pero la tercera persona estaba medio escondida detrás de unos matorrales.

Mary se dirigió a los establos preguntándose que podía llevar a esas personas a encontrarse fuera con un frío tan intenso y a esas horas de la noche. En el edificio se estaba bien. La puerta de una de las jaulas estaba abierta de par en par. Nobleza.

Mary dio media vuelta por el camino corriendo. A través de la neblina helada que le pinchaba en los ojos, vio surgir una forma en la oscuridad acompañada de un ruido de cascos. El animal la empujó al pasar y ella perdió el equilibrio. Se hubiera caído si una mano de hierro no la hubiera sostenido. Se sintió volar por un momento y se encontró sentada en el semental, sostenida por un brazo sólido.

Acurrucada contra el pecho de Salterdon, Mary secó sus ojos mojados y recuperó el aliento con dificultad.

-Vuestra Gracia...

-Es muy amable que se haya unido a mi-le murmuró el en la oreja-Nunca me gustó montar solo.

Emitiendo un pequeño silbido, apretó los flancos del animal que reculó dócilmente antes de salir trotando a través del campo.

Mary se pegó al duque como una lapa mientras que Nobleza se internaba en la brumosa noche con las crines flotando en el viento. Ella experimentaba un extraño sentimiento de seguridad al sentirse volar así, al lado del duque, lejos del resto del mundo.

Cabalgaron cerca de una hora. Por fin Salterdon hizo parar progresivamente a su montura hasta un grupo de árboles donde se paró, sin relajar al mismo tiempo los brazos. Mary notaba su aliento cálido en la mejilla. Se quedaron así un rato, después, el cerró su mano alrededor de su cara y la levantó hacia la suya.

-Antes yo creía que sin el prestigio y la fortuna debidos a mi nacimiento, yo no seria nada. El último año, no era, por así decirlo, más que un muerto viviente, y usted fue la única que verdaderamente se ocupó de mí. Mary ¿cómo puedo dejarte ir?

Acarició su oreja con un beso ardiente que la hizo temblar.

-Eres mi luz-continuó el-mi fuerza. Y si supieras como te deseo-dijo enterrando sus labios en el hueco de su cuello.

Desamparada, Mary se moría de ganas de volver la cara hacia la de el para ofrecerle sus labios y sentir una vez más el sabor de su boca en la de ella y el calor de sus manos en su cuerpo. Pero pertenecía a otra. Una frágil mujer que le esperaba desde hacia un año. Una mujer rica, de su rango, digna de el, escogida por su familia para convertirse en la futura duquesa de Salterdon y perpetuar con el la dinastía.

Mientras ella se hundía en estas tristes consideraciones, el duque bajó al suelo, llevándola en sus brazos poderosos, y ella acabó por abandonarse. Sentía que su voluntad se evaporaba en la niebla gris de la noche. Si él la besaba, si la tocaba, no tendría fuerzas para rechazarle.

Él la apretó contra si mismo, metiendo la mano en sus cabellos de luna.

-¿Comprendes lo que te digo Mary?-preguntó él con una voz cercana a la desesperación-Te deseo. Te deseo violentamente.

Le cogió la mano y la hizo deslizar hasta la evidencia de su deseo, apretándosela allí para ilustrar elocuentemente sus palabras. Sorprendida al principio por ese gesto, Mary comprendió poco a poco su significado. Cuando el se frotó contra su mano, ella le dejó hacer. A la vez molesta y ávida de experimentar el placer del cual el le estaba dando un anticipo, ella se embriagó de su olor a viento, a niebla, a cuero y a caballo. Un olor animal irresistible. Le hubiera gustado poder suplicarle que no la tocara pero las palabras se atascaron en su garganta.

-Te necesito Mary.

¿Por qué no se iba? ¿Por qué su cuerpo vibraba así bajo su mano, respondiendo a su presión, anticipándose incluso a sus gestos? ¿Por qué le dejaba llevarla lentamente sobre el lecho de hojas muertas que cubría el suelo?

Las manos de el redoblaron sus esfuerzos acariciándola con frenesí a través de la capa y de su ropa remendada que el acabó por desabrochar.

Mary se encontró desnuda sobre sus ropas dispersadas por el suelo. Pero cuando vio el rostro del duque transfigurado por el deseo, ella se olvidó del frío. Le abrió los brazos y se le ofreció. El se desvistió febrilmente, dejando escapar un gruñido de impaciencia. Cuando ella descubrió su desnudez creyó perder el sentido. Por un instante, ella se asustó y quiso ponerse a salvo. Pero todo eso quedó olvidado en cuanto él la tocó como lo había hecho en el coche, en su lugar más secreto. Su dedo la presionó ahí ligeramente, con ligeros y suaves toques, que llegaron al mismo centro de su vientre entumecido y ardiente. Pronto Mary se arqueó, temblando anticipando el placer.

Cuando el se tumbó sobre ella y cerro la boca sobre los pechos mordisqueándolos con delicadeza y acariciándolos con la lengua ella se aferró con violencia a el.

-Despacio-murmuró él besándola apasionadamente.

La presión se acentuó entre sus piernas y de pronto el estuvo dentro de ella. El dolor vivo pero breve precedió a los primeros movimientos de vaivén que arrancaban a Trey gemidos de placer y fue rápidamente olvidado en medio de las exquisitas sensaciones que el le hacia experimentar. Aun haciéndole el amor con pasión, Trey no dejo de besarla, sujetando con las manos sus caderas para penetrarla mas profundamente.

Los espasmos llegaron a ella haciéndola alcanzar un paraíso desconocido, luminoso y limpio. Toda noción del tiempo y toda voluntad desaparecieron. Ella solo era un sol extendiendo sus rayos. Se enroscó en él gritando. Él continuó yendo y viniendo en ella cada vez más rápido, jadeando y gimiendo. Después echó la cabeza hacia atrás y gritó a su vez derribado por la intensidad de su placer que se extendía por todo su ser.

Cuando cayo sobre ella sin fuerzas, murmuró en el hueco de su cuello, tan débilmente que ella apenas le oyó:

-Mary, mi dulce Mary ¿puedo decirte que te amo?

CAPITULO 18

Envuelta en la capa de Salterdon, completamente impregnada de su olor, Mary reflexionaba delante del fuego que moría, el forro de seda roja acariciaba su piel. Todo el cuerpo le dolía, la parte inferior de su cuerpo ardía, sus piernas estaban llenas de tierra y de musgo.

Al volver a la casa, ella se había refugiado en su habitación, donde se había encerrado con llave. El duque había intentado varias veces abrir la puerta.

-¡Mary, abre la puerta maldición!

Ella se cuidó mucho de hacerlo. Jamás se atrevería a mirarle nuevamente a la cara después de haberse entregado así a el, sin ninguna moderación. ¿Cómo justificar ante sus propios ojos esa conducta incalificable? ¿El amor bastaba para justificar tal abandono? ¿Podía ella argumentar que había estirado su sentido del deber hasta el extremo de ofrecerse al duque para demostrarle que era un hombre viril y deseable y que no tenia nada que temer por casarse con Laura? Incluso a sus ojos ese argumento era inadmisible.

Se acerco a la puerta como si la poseyera el diablo. Ya estaba impaciente por volver a verle, por volver a encontrar sus brazos mientras que dentro de unas horas, volvería a hacer su papel de empleada abnegada delante de su prometida. Pero sus manos ya no la obedecían. Silenciosamente quitaron la llave y abrieron la puerta como si tuvieran vida propia. Mary salió al pasillo, con el corazón latiendo con fuerza.

Sus dedos corrían sobre el teclado, en un crescendo cristalino que reverberaba por toda la sala, haciendo vibrar el cristal como una ola de agua. Su busto se inclinaba con el ritmo, sus largos cabellos caían sobre su cara cada vez que tocaba un acorde. Sus manos acariciaban el piano con la misma destreza que habían acariciado el cuerpo de Mary algunas horas antes. Respiraba deprisa, tan embargado y prisionero de la música como por el recuerdo de los suspiros exaltados de la joven.

¿Se daba ella cuenta del trabajo que había llevado a cabo con éxito? Su voz le había sacado del sueño confortable en el que el se había refugiado. Sus ojos habían vencido su resistencia. Su inocencia había vuelto a dar vida a su deseo de hombre que él creía muerto para siempre.

Un movimiento en la puerta le hizo volver la cabeza y la vio, envuelta en su capa, con sus cabellos pálidos rodeando su cara sucia de tierra. Con un paso vacilante ella avanzo hacia el con los pies desnudos. Sus grandes ojos azules brillaban más que nunca y sus labios rojos estaban entreabiertos. La capa se deslizó hasta el suelo, descubriendo su desnudez.

Trey fue hacia ella, la cogió en sus brazos, apretándola contra el casi ahogándola. Ella temblaba. El sintió unas briznas de hierba pegadas en su espalda y sus caderas y la volvió a ver bajo el mientras le hacia el amor.

Rápidamente la levantó la sentó sobre el teclado, produciendo un acorde discordante. Cerró las manos sobre sus senos antes de besarlos, deteniéndose en la punta endurecida, degustándola, aspirando su sabor. Mary se arqueó con un suspiro ronco con el cuerpo respondiendo a sus besos. Después sintió su mano, allí, entre sus piernas, en su suavidad cálida y aterciopelada. Echando la cabeza hacia atrás exhalo un suspiro tembloroso.

-Mi pantalón-murmuró el-ábrelo.

Ella obedeció febrilmente. Su sexo estaba estirado hasta el límite y ella tembló al recordar la sensación que había dejado antes en ella, el placer increíble que le había dado. Su placer aumentó cuando acarició la suave y fina piel.

Impaciente, el la llevo hacia el y la penetró. Ella gimió enroscando las piernas alrededor de sus caderas y se dejó caer hacia atrás. Su pelo desplegado alrededor de ella formaban un halo lunar. Las partituras volaron. La madera protestó.

-Dios mío-dijo él con voz ronca-Desde hace semanas té hacia el amor cada vez que tocaba. A través de mi música te cortejaba, te seducía, te comía a besos, te violaba, pensando que jamás seria capaz de hacer ese sueño realidad. La música era suficiente para mí entonces, pero no ahora. Esas notas que casi me han vuelto loco están encarnadas en ti. Tu, Mary, con tus cabellos de ángel y tus ojos celestes. ¡Cuándo pienso que has sido la encargada de ayudarme a afrontar las responsabilidades que nunca he querido! Hubiera podido quedarme encerrado en mi mutismo, haber perdido toda humanidad. Gracias a ti estoy curado. Por tu culpa estoy perdido. Gracias a ti sé que soy capaz de amar sinceramente a una mujer, de amarla totalmente. Desgraciadamente no me estas destinada.

Continuaba yendo y viniendo dentro de ella mientras hablaba. Pronto el deseo se los llevo a los dos. Al fin cayó sobre ella jadeando.

Al cabo de un momento, se retiró besándola, después se cerró el pantalón antes de recoger su capa y envolverla tiernamente. Cuando la estrechó contra el, el sintió su corazón latiendo furiosamente contra su pecho.

-Te amo-murmuró ella.

Él cerró los ojos apretando su abrazo.

-¡Vaya!-dijo una voz desde la puerta.

El duque se dio la vuelta y descubrió a su hermano.

-Mi intuición ya no es la que era. Jamás hubiera pensado que podías andar, y aún menos hacerle el amor a una joven inocente encima de un piano. Verdaderamente Trey, nunca supiste controlarte pero esta vez has traspasado los limites. ¿Has perdido todo sentido moral?

-Desde luego que no ya que tengo la intención de casarme con esta joven inocente.

-¡Tonterías! Sabes al igual que yo que es Laura Dunsworthy quien te esta destinada. ¿Qué te ha impulsado a abusar de la señorita Ashton cuando tu prometida está a dos pasos de aquí? Y ya que estas, explícame porque me has obligado a sustituirte en la entrevista con Laura afirmando que seguías paralizado.

-Es muy simple, no la amo.

Basingstoke se echó a reír con una risa ácida.

-Eso no me dice nada. Tu nunca has amado a nadie Trey, Solo el poder y el prestigio cuentan para ti, casarte con Laura te permitiría consolidar tu posición social. Es así como siempre has considerado este matrimonio. ¿Y ahora hablas de amor?

-Si Clay, ahora hablo de amor.

Basingstoke se calló. Su mirada iba de Trey a Mary quien se escondía detrás de el temblando. Finalmente, cerró los ojos y se pasó la mano por el cabello negro.

-¡Señor que historia!

Laura Dunsworthy parecía más frágil que nunca. Con una palidez extrema, no dejaba de llevarse el pañuelo a la nariz, sin duda respirando sales de las cuales tomaba algo de energía, lanzando miradas furtivas hacia el que ella creía que era su prometido. Basingstoke hacia su papel de mala gana, y Mary hubiera dado cualquier cosa por no participar en esta farsa. ¿Cuánto tiempo más iba a durar la comedia?

Lord Dunsworthy y su hija conversaban con la duquesa, que estaba sentada ligeramente alejada y Mary reprimía con dificultad las ganas de decir alto y claro que la anciana dama manejaba a todo el mundo sin el menor escrúpulo, preocupada solamente de asegurarse una descendencia digna de su rango.

-Los dos deseamos que esta unión tenga lograr lo antes posible-declaró Dunsworthy a la duquesa-De todos modos, dadas las circunstancias espero que Vuestra Gracia aceptara sin discutir mi requerimiento: Desearía que invitáramos a Thorn Rose a algunos de nuestros amigos comunes antes de la ceremonia de forma que todos puedan asegurarse de que...quiero decir que el duque esta totalmente restablecido.

Dunsworthy se dirigió hacia el que el creía que era su futuro yerno.

-Vuestra Gracia debe comprender que mi querida Laura acaba de pasar por una dura prueba y que no soportaría pasar por otra. Además han circulado tantos rumores que me parece necesario ponerles fin.

“Su Gracia” dedicó al conde una pequeña sonrisa antes de responder con sarcasmo:

-Nadie obliga a su hija a casarse con el duque que yo sepa Dunsworthy.

-Estamos de acuerdo-replicó este con el mismo tono-Estará de acuerdo sin embargo en que el contexto...

Miró elocuentemente las piernas de Basingstoke antes de añadir.

-Milord debería sentirse honrado de que una joven tan bella y de tan buena cuna como Laura este todavía dispuesta a casarse con usted.

-El hecho de que este matrimonio haga de ella la mujer más influyente y más rica del país no tiene nada que ver con esa decisión seguramente-dijo Basingstoke sonriendo.

-No olvide que este matrimonio le permitirá heredar de su abuela, Vuestra Gracia. Además, dado el amor que siente por usted, mi hija no descansará hasta satisfacer el menor deseo de su marido.

Como todas las miradas se volvieron hacia ella, Laura se esforzó como pudo por controlarse, buscando con la mirada el apoyo de Mary. Parecía tan desamparada que esta no pudo impedir dirigirle una sonrisa, a pesar de la bola que la ahogaba.

-Ya hemos empezado los preparativos-continuaba Dunsworthy-Toda Inglaterra se acordara de esta boda.

La duquesa levantó la cabeza y frunció las cejas. Por un momento pareció a punto de revelar la verdad, de decir que el duque de Salterdon se encontraba en realidad en su habitación, todavía preso de sus demonios.

Estaba a cien leguas de imaginar que en ese mismo momento Trey Haworth galopaba a toda velocidad por los campos sobre la grupa de su semental árabe, con el viento azotándole la cara, retomando su gusto por la vida y la libertad.

-¿Cuántos invitados cuenta usted con reunir en Thorn Rose, lord Dunworthy, para asistir a la ceremonia?

-Un centenar. Puede que doscientos.

Basingstoke estuvo a punto de atragantarse y lanzó a su abuela una mirada elocuente.

-Las invitaciones están ya preparadas, Vuestra Gracia-continuó el conde-Una semana debería ser suficiente para hacer todos los preparativos. Por supuesto, yo me ocuparé de todo.

El cielo se había aclarado. Esta tarde el sol tardaba en ponerse, iluminando con reflejos rosados el pico de las colinas lavadas por la lluvia. Desde hacia una hora, Mary buscaba al duque en vano. Había prometido a Basingstoke intentar una vez más convencerle para que renunciara a su actitud rebelde. No le había encontrado ni en la casa, ni él los establos, ni en los alrededores y se resignaba a volver atajando a través del bosque cuando una voz que reconoció enseguida, la llamó suavemente. Se detuvo pero no vio a nadie entre la espesa vegetación.

-¿Lady Dunsworthy?-dijo descubriendo de repente a la joven en una vuelta del sendero despeinada y empapada de la cabeza a los pies.

-La estaba buscando-dijo Laura-He esquivado la compañía de mi doncella, le he dicho que tenia sueño. Esta gente me aburre tanto...Perdón, olvidaba que esta usted al servicio de Su Gracia. Me cuesta considerarla como una enfermera.

-¿Y como me considera milady?

-Como una amiga.

Mary enrojeció.

-¿Nos sentamos un momento?-propuso Laura.

Con la cabeza agachada al pensar en sus encuentros con el duque, Mary siguió sin embargo a la joven hasta unos bancos de mármol rodeados de rosales en los cuales se sentaron nerviosas una frente a la otra.

-Si quiere usted, Mary, vamos a intentar olvidar las diferencias que nos separan y a hablar como iguales. ¿De acuerdo?

-Si quiere usted milady.

-Llámeme Laura. Se lo suplico Mary, hábleme sin miedo. Debo conocer absolutamente toda la verdad. ¿Realmente el duque esta bien de salud y preparado para casarse conmigo?

-¿Lo duda?

La mirada de Laura se ensombreció y se mordió los labios.

-Me preguntaba si no habría una esperanza para que cambiara de idea.

Estupefacta, Mary vio a la joven enrojecer para después deshacerse en lágrimas.

-Solo soy una niña irresponsable y egoísta-se lamentó-Debería sentirme honrada de que un hombre de la categoría del duque de Salterdon quiera casarse conmigo, pero eso no significa nada para mí. Nada en absoluto.

Mary fue a sentarse cerca de Laura y después de una breve duda, le paso un brazo por los hombros.

-Le aseguro que no tiene nada que temer de el. Su Gracia...

-El duque solo es un extraño para mí. Fue mi padre quien lo escogió.

Mary intentó apaciguar sus temores.

-Puede parecer impresionante en un primer momento, pero le aseguro que es muy humano, mas que la mayor parte de sus pares. Es goloso, adora leer hasta tarde por la noche, a la llama de una vela, cuyo olor prefiere al de las lámparas. Ama a los caballos, particularmente a los purasangre árabes, y sobre todo toca el piano con una rara sensibilidad y compone sonatas grandiosas. Su único defecto es que no está nada orgulloso de todas esas cosas.

Mary, la creo. El problema es que no le amo. Le respeto mucho y le encuentro muy seductor, pero no le amo. ¿No es ridículo siendo como es el partido más buscado de todo el país?

Laura se levantó retorciéndose las manos.

-Mire usted, Mary, amo a otro hombre.

Se volvió bruscamente hacia su interlocutora, que ya no veía en ella a la criatura tímida y frágil que había llegado a la mansión. Su rostro reflejaba cólera y desesperación.

-No puede usted saber lo terrible que es amar a un hombre que no le esta destinado a una. Tener necesidad de el con todo tu ser, en todo momento. Arder con el recuerdo de sus caricias y saber que no será nunca más que un sueño inalcanzable.

Con los ojos enrojecidos, Laura añadió:

-Y por favor no me diga que aprenderé a amar a Salterdon. Preferiría morir antes que casarme con un hombre que solo se siente atraído por mi dote mientras existe otra que me ama por mi misma. Si solo...

-Si solo ¿qué?

-¡Si solamente fuéramos de la misma clase social!

¡Que ironía! Pensó Mary.

-Mary-exclamó Laura dejándose caer cerca de ella y cogiendole febrilmente las manos-Envidio su libertad-prosiguió-Quisiera poder casarme con el hombre que amo sin temor a decepcionar a mi padre. Si pudiera cambiarme por usted, Mary, seria la mujer más feliz del mundo.

Mary cerró brevemente los ojos

-Querida Laura me gustaría que su deseo se hiciera realidad.

La luna aparecía en la cima de las colinas, cuando el duque irrumpió en la habitación. Olía a cuero y a caballo. Sentada en la cómoda Mary se cepillaba el pelo. Antes de que tuviera tiempo para volverse, él la levantó del taburete y la estrechó en sus brazos. Ella rió de felicidad. Él le besó la garganta, los hombros, el cuello.

-Te he buscado durante horas, Vuestra Gracia-empezó ella -Continuar escondiendo la realidad a tu abuela se esta volviendo cada vez más difícil.

-No estoy aquí para hablar de mi abuela- le respondió en la oreja haciéndola dar vueltas en sus brazos-Quiero decirte donde he estado y lo que he visto.

Mary se apartó y le miró. Sus ojos brillaban maliciosos.

-Parece que Su Gracia mejora día a día.

-Hora a hora mi pequeña hada.

Golpeó con sus puños sus piernas vestidas de cuero y después se acerco nuevamente a ella, obligándola a esquivarle. Si la tocaba no podría resistírsele.

-Los primeros invitados llegan mañana-dijo Mary-¿Basingstoke va a continuar mucho tiempo más con esta farsa?

-Estoy sorprendido de que haya entrado tan rápidamente en el juego de mi abuela.

-Edgcumbe continua presionándola para que te interne en Royal Oaks. Afirma que para estar en la habitación rehusando cualquier visita, tienes que haber perdido forzosamente la cabeza.

-Edgcumbe es un imbecil. Thackley y el se cuelgan de mi abuela como sanguijuelas desde el día que murió mi padre. Haciendo que me internen tendrían las manos libres para controlar sus bienes y sus finanzas después de su muerte. Thackey sabe que si yo heredo, le despediré.

-¿Por qué no has insistido para que tu abuela...?

-¿Se librase de ellos? Lo he hecho, créeme, y mi hermano también. Pero les aprecia. No está completamente ciega, sabe que la roban pero cree que eso no irá nunca más allá de algunas raterías y cierra los ojos. Y ellos se ponen de acuerdo para estafarla.

Riéndose añadió:

-Hasta hace poco yo era bastante bueno también en ese juego.

Diciendo esto, metió la mano en su bolsillo y sacó una hoja de papel que entregó a Mary después de dudar un poco.

Al abrirlo ella descubrió una sucesión de pentagramas llenos de notas con un titulo:

“La canción de Mary”

-Mi obra maestra-dijo él poniéndose a bailar alrededor de ella-Tu me la inspiraste. Todas las mañanas antes del alba, me siento en un prado, al pie de las colinas con la cara al viento y veo como se levanta el sol. Con ese espectáculo de púrpura y oro, veo como aparece tu cara poco a poco. El perfume de tu piel se mezcla con el de los crocus y me imagino haciéndote el amor sobre la hierba y el musgo. Entonces la música se levanta como llevada por las alas de un ángel.

-Trey, te lo ruego...

-¿Me ruegas que? ¿Qué te haga el amor? ¿Aquí? ¿Ahora? Ven a la sala de música. Te tocaré “La canción de Mary” y después te acostaré sobre el piano y te haré mía.

Mary se dio la vuelta pero el se incorporó ante ella, haciendo una barrera con su cuerpo. Ella dio un paso atrás.

-No puedo seguir viviendo en la mentira de engañar así a Laura. No puedo seguir pensando solamente en ti, desde la mañana a la noche. Y sobre todo, me detesto por sentirme tan vulnerable en cuanto te acercas a mí. Odio todo lo que eres y lo que representas. Tu forma de vivir me disgusta. Tu concepción del matrimonio considerado solo como una transacción financiera es repugnante. Pero por encima de todo es tu cobardía lo que me vuelve loca.

Los ojos del duque se estrecharon, su mandíbula se endureció. Su mirada de acero brillaba con crueldad.

-Si-prosiguió ella-eres un cobarde milord. Huyes de tus responsabilidades y de muestras deshonesto con tu actitud. Pretendes no querer esta boda pero no te atreves a decírselo a tu abuela en la cara. Tienes demasiado miedo a que te desherede.

La crema de la aristocracia desfilo por Thorn Rose con sus lujosos equipajes. Pronto la mansión resonó con risas, conversaciones y algunas preguntas. ¿Estaba el duque realmente curado? ¿Había perdido el sentido Dunsworthy para sacrificar su hija a un demente? ¿Realmente la salud de la duquesa declinaba día a día?

Escondido en la sombra, en un recodo del rellano, Salterdon observaba a la muchedumbre reunida en el vestíbulo. Esos hombres habían sido sus amigos, esas mujeres sus acompañantes, algunas sus amantes. De golpe le habían dado la espalda, calificándole de loco, de bestia salvaje, de monstruo...

Impregnado todavía del delicioso olor de Mary, del sabor exquisito de sus besos, miró atentamente a Laura Dunsworthy, la cual, de pie cerca de su padre, acogía a los recién llegados.

No le faltaba inteligencia, aunque solo la alimentara con libros y no con experiencia. Su vida entera estaba guiada por los principios que habían formado su personalidad.

La encontraba de repente muy tierna comparada con la ardiente Mary. Antes de conocerla, habría jurado convencido que no quería tener nada que ver con ese tipo de mujer, pero ahora lo daría todo para poder casarse con ella, incluso su música.

Una puerta se abrió en el pasillo. Se escondió detrás de una cortina y vio a Molly salir de la habitación de Edgcumbe con un par de botas llenas de barro bajo el brazo. En ese momento apareció Thaddeus. Le murmuró algo al oído de la criada y llamo a la puerta de Edgcumbe.

Salterdon se dirigió hacia la habitación de su abuela, nervioso como siempre ante la idea de entrar en su habitación. Al fondo de la lujosa suite, la duquesa estaba acostada en su cama, inerte.

Trey se acercaba lentamente a la cama, cuando Gertrude se levantó y fue hacia el preocupada.

-¿Milord, que hacéis aquí? Si alguien os ve.

-¿Esta muerta?-preguntó lleno de angustia.

-Por supuesto que no. Solo dormida.

-¡Dios mío, como ha envejecido!

-Se preocupó mucho por vos, Vuestra Gracia.

-He venido a decirle que renunciaba a casarme con lady Laura, que estoy enamorado de Mary, y que si no es capaz de aceptarlo, bien, entonces podía irse al diablo. ¿Pero como puedo soñar en llevarle la contraria cuando la veo así?

La duquesa se movió.

-Se despierta, Vuestra Gracia-susurró Gertrude-Os vera de pie, capaz de andar como todo el mundo y corréis el riesgo de que la impresión sea fatal para ella. Pensad además en la humillación que debería soportar si bajarais para anunciar a todo el mundo que no tenéis la intención de casaros con lady Laura..

En ese momento la anciana movió ligeramente los párpados. Salterdon se echó hacia atrás, decepcionado y furioso y dejó la habitación.

CAPITULO 19

Mary apoyo la espalda contra el respaldo del sillón escuchando los últimos acordes de “La canción de Mary”. Las notas flotaban en la sombra, desgarradoras. Las lagrimas cayeron por sus mejillas.

Los invitados se habían ido a acostar desde hacia tiempo, y Mary intentaba dominar su emoción antes de decir adiós al duque. Viéndole inclinado sobre el piano, con el rostro descompuesto, comprendió que ya había tomado una decisión. Se casaría con Laura Dunsworthy. Cumpliría con su deber. Por respeto a sus antepasados. Por amor a su abuela.

¡Dios mío! Se levantó y se acercó a la ventana azotada por ráfagas de viento. Se volvió hacia Salterdon quien estaba absorbido por el final. Al fin levantó la cabeza y la miró.

Entonces la alta figura de Basingstoke se recortó en la puerta.

-Estas aquí-le dijo a su hermano antes de ver a Mary y quedarse inmóvil.

Ella sonrió.

-Llegáis a tiempo, milord. Su Gracia se preparaba para informarme de su decisión respecto a lady Dunsworthy.

-¡No es posible!-dijo secamente mirando a su hermano-Ya iba siendo hora ¿ no Trey? Sobre todo cuando acabo de pasar un largo rato cerca de la abuela. Estaba medio muerta de terror. ¡Imagínate que al despertar te ha visto de pie cerca de ella! ¡De pie Trey y capaz de andar! Me ha costado un enorme esfuerzo convencerla de que había soñado.

-¿Por qué lo has hecho Clayton?

-Es precisamente lo que yo me pregunto. No sé que es lo que me empuja a continuar protegiéndote. Tengo sin lugar a dudas más miedo por tu salud que por tu reputación. Imagínate que se descubra nuestra superchería. La abuela no sobreviviría a tal humillación. Sin hablar de la impresión que recibirá al descubrir que estas sano tanto de cuerpo como de mente. Aunque sobre esto último es posible que este equivocado.

Mary salió al balcón, dejando a los dos hermanos solos. Mañana recogería sus dos viejos vestidos y sus zapatos viejos, y lo metería todo en la maleta, después se iría de vuelta a Huddersfield.

Unas exclamaciones de cólera trajeron su atención. Volvió a entrar deprisa y su corazón se paralizó.

Lord Dunsworthy y su hija acababan de entrar en la sala de música. Con los ojos saliéndose de las órbitas, Laura parecía a punto de desmayarse y se aferraba desesperadamente al brazo de su padre.

-Dios del cielo ¿Qué significa todo esto?-preguntó Dunsworthy furioso-¡Impostores!¿Queréis engañar a mi hija? Hace que se case con este..este...¡Señor, miraos!-escupió con rabia dirigiéndose a Salterdon.

-Te lo había dicho padre-lloriqueaba Laura-es un salvaje, un monstruo.

-¡No Laura!- intervino Mary precipitándose hacia ellos-El no es nada de eso. Solo es un hombre que ha tenido siempre que dejar pasar sus responsabilidades por delante de todo lo demás, incluso de si mismo. Créame, el duque es un hombre bueno y generoso. Se ha metido en este lió solo para prepararos a usted y a su abuela. ¡Oh, Laura, daría cualquier cosa por poder cambiar mi sitio con el vuestro!

Laura la miraba fijamente, con los ojos llenos de lágrimas. Sus labios se entreabrieron de estupor cuando comprendió lo que pasaba.

-Exijo ver a la duquesa inmediatamente-explotó Dunsworthy.

-¿Usted exige?-preguntó Basingstoke.

-La única persona que esta en posición de exigir, en esta casa, soy yo-intervino de pronto la duquesa.

Todos se volvieron al mismo tiempo. Apoyada sobre su bastón, la anciana avanzaba con los ojos fijos sobre Trey.

-¿Por qué pensaste que me habías engañado Trey? Desde tu nacimiento, conozco el sentido de cada uno de tus suspiros. Admito que esta vez, por un momento casi lo consigues. Sospechaba vagamente lo que se tramaba, pero no hasta este punto. No imaginaba que para desafiarme ibas a estar dispuesto a renunciar a tu herencia. Te he obligado a hacer una elección terrible.

-¿Una elección? ¿Pero de que habla maldición?-ladró Dunsworthy.

Acercándose al piano, la duquesa acarició las teclas con la punta de los dedos.

-De la elección entre el amor y el deber, Dunsworthy, entre la libertad y las obligaciones sociales.

Con los puños cerrados, el conde replicó con disgusto:

-Para mi no hay elección posible. Su nieto solo puede hacer una cosa, cortarse ese pelo de salvaje, ponerse ropa decente y honrar las promesas que hizo a mi hija.

La duquesa levantó una ceja.

-¿Si no?

-Si no, todos los invitados aquí presentes sabrán la jugarreta que iban a hacernos con la ayuda de este impostor-dijo señalando a Basingstoke con el dedo-con el único propósito de casar a mi hija con un hombre con la razón debilitada y la inteligencia disminuida.

-Si esta debilitado y disminuido-replicó la duquesa-¿Por qué insiste usted en este matrimonio?

-Él es el duque de Salterdon, señora, mi hija será duquesa.

Cogió el brazo de laura y la arrastró hacia la puerta.

-Pero papá, yo no quiero casarme...

-¡Silencio!

-Pero...

-¡Silencio!

La música de la orquesta instalada en la sala de baile resonaba por toda la casa. Los invitados saboreaban el mejor champán de la duquesa preguntándoos que esperaba el duque para unirse a su prometida. De hecho hasta este instante nadie le había visto aparte de Mary.

Esta última, de pie detrás de el, con la manos sobre sus hombros, contemplaba el reflejo de ellos dos en el espejo, tan impresionada por el golpe de efecto que se iba a producir que no podía ni hablar.

Cogió un mechón de sus magnifico pelo y empezó a cortar.

-Dalila-murmuró el cuándo hubo terminado-me robas mi virilidad antes de abandonarme al enemigo.

-Es por tu bien milord.

-Quiero que bajes conmigo.

-No-dijo ella retrocediendo hasta la cama donde estaba la chaqueta negra con cuello de terciopelo-de todas formas no tengo nada que ponerme para tal ocasión. Mi ropa negra de sirviente no quedaría bien.

Salterdon se levantó. A disgusto con su chaleco ajustado, lo estiró por un lado y luego por el otro.

-Esta ropa es una verdadera tortura.

Mary le presento su chaqueta y él deslizó los brazos en las mangas.

-Entonces, señorita Ashton, dime si parezco un duque digno de ese nombre.

-Si-respondió ella sin mirarle-eres magnifico. Pero siempre lo has sido.

-Mentirosa, no hace tanto tiempo te daba miedo.

-Era tu temperamento el que me asustaba, no tu. Tu no me has dado miedo nunca.

El intentó acercarse a ella otra vez, pero ella le esquivó y llegó a la puerta. Dándose la vuelta ella le contempló, maravilloso en su traje de fiesta, la viva imagen del aristócrata distante y distinguido. Solo sus ojos grises en los que se reflejaban las llamas de un candelabro, desmentían esta frialdad.

Escondida detrás de una cortina, Mary contemplaba al duque de salterdon. Flanqueado por su hermano y su abuela, descendía lentamente la escalera, haciendo callar las conversaciones. Todas las miradas se dirigían a Trey, que se preparaba para recobrar su sitio cerca de sus pares y se su prometida, lady laura Dunsworthy.

La música volvió a empezar y ella llegó a su habitación. Cogió un libro pero su atención rehusaba concentrarse. Tenia ganas de llorar.

¡No! No debía compadecerse de sí misma por su suerte. El amor que sentía por el duque era un don del cielo, fuera cual fuera su final.

Entonces vió el vestido.

Colgado del armario estaba una maravillosa creación de seda roja, inspirada en la Grecia antigua, tenia pegada una nota que decía:

“Bailare contigo a la luz de la luna”

Mary asustó. Jamás se atrevería a ponerse un vestido así, ella solo había llevado vestidos grises o negros. Pero después de todo ¿qué importancia tenia? Se desvistió con una súbita ansiedad, abandonando sus viejas ropas en desorden sobre el suelo, y se puso el vestido de baile. Jamás, ni en sus sueños más locos, había pensado que una tela pudiera ser tan suave.

Sin darse tiempo de reflexionar, se lo puso. La falda se desplegó alrededor de ella en ondas carmesí. Se miró en el espejo.

La blusa se adaptaba a su pecho, dejando al descubierto su garganta y sus hombros. El escote se prolongaba hasta el final de la espalda, donde los pliegues de la seda, se reagrupaban en una cola que evocaba los rayos del sol del ocaso. El vestido estaba bordado y adornado con encaje.

Temblando de placer, Mary cerró los ojos y se dejó inundar por la música que le llegaba de la sala de baile. A la luz vacilante de la vela, se puso a bailar con el ritmo lejano de los violines, olvidándose de todo lo demás. No se dio cuenta de que el tiempo pasaba hasta que vió la llama de la vela bajar y el fuego que moría en la chimenea.

De pronto oyó “su” música, lejana, dulce y ligera. Salió al pasillo y se dejó guiar por “La canción de Mary” hasta la sala de música mientras la misma melodía retumbaba abajo.

Sentado en el piano, solo en la habitación iluminada por los rayos de la luna, Salterdon dejó de tocar y miró a Mary cuando entró, con el rostro iluminado de pasión.

-Continúa-le rogó ella-Me gustaría oírla hasta el final otra vez.

-De acuerdo, pero contigo en mis brazos-respondió él tendiéndole las manos.

Sus dedos se unieron y Mary se acurrucó contra él. Cerrando los brazos alrededor de ella, se apoderó de sus labios. Entonces ella se abandonó contra su pecho y se dejó mecer al ritmo de la música. Sus cuerpos vibraban uno contra otro, su aliento ardiente le acariciaba la oreja, haciendo hervir su sangre en las venas.

-May, yo...

Una explosión debajo de ellos les hizo saltar violentamente. Salterdon se precipitó enseguida hacia la puerta gritando:

-¡Clay!¡ Algo le ha pasado a mi hermano!

Mary corrió detrás suyo por el pasillo. Les llegaban gritos que les helaban la sangre.

-¡Salterdon-gritó ella al ver que el se metía en su habitación.

Salió con su fusil.

-¡Metete en tu habitación y enciérrate!

-No.

-¡Maldición Mary!, este no es el momento de discutir. Haz lo que te digo.

Lejos de obedecer, ella corrió tras él levantando el vestido rojo con las dos manos. Salterdon se paró de pronto en lo alto de las escaleras y estiró loa brazos para detenerla.

Algunos escalones por debajo de el, alguien estaba escondido disimulado en los pliegues de una inmensa capa negra, el capuchón echado sobre la cara y una pistola en la mano. Aparentemente el individuo no se había percatado de la presencia del duque.

Abajo, en el vestíbulo, los invitados horrorizados, no podían despegar los ojos de un hombre que estaba tirado en el suelo, bañado en un mar de sangre.

Basingstoke.

Mary sitió las piernas temblar. Tuvo que amarrarse a la barandilla para no caer.

La multitud se apartó para dejar pasar a la duquesa, vestida de seda y con una diadema de brillantes sobre su pelo blanco. Se dejó caer cerca de cuerpo gimiendo.

-¡Que cretino!-se lamentó de pronto la figura de los escalones con una voz femenina muy familiar-no ha matado al que era si no a Basingstoke. ¡Que imbecil!

Silenciosamente, el duque descendió lentamente, feroz y decidido, aunque sin color en el rostro.

Cuando el bandido se volvió, se encontró cara a cara con Salterdon, que le hizo girar rápidamente para colocarle el cañón del fusil en la sien.

-Te aconsejo que dejes el arma, sino te hago saltar los sesos-ordenó el duque.

El desconocido obedeció a regañadientes.

-¡Es por su culpa!-dijo-¡Me obligo! Dijo que si no arreglaba las cuentas con el duque, todos iríamos a prisión.

Mary noto demasiado tarde un movimiento tras ella. Un brazo la cogió por la cintura. Noto un puñal en la garganta. Salterdon se giró, sin dejar de apuntar al individuo enmascarado y palideció al descubrir a Edgcombe.

-¡Asesino!-rugió

-Es una lástima que no murierais en ese accidente, vuestra Gracia. Hubiera sido más fácil para todo el mundo. ¿Os dais cuenta de lo que he soportado durante años por vuestra culpa. He tenido que obedecer todas las exigencias de esa vieja loca viéndoos dilapidar ese dinero que hubiera estado mejor en mis manos que en las vuestras.

-Suéltala-ordeno Salterdon.

Edgecumbe sujetó más fuerte a su presa. Mary gimió.

-No. En todo caso no todavía-dijo llevando a la joven hacia la escalera. Puede que dentro de uno o dos días, cuando haya encontrado una solución satisfactoria. Ya veremos lo que estáis dispuesto a dar a cambio de su vida, Vuestra Gracia.

Edgcumbe descendió los escalones con su cautiva apretada contra el. La llevaba hacia la puerta cuando una segunda forma encapuchada surgió cerca de Basingstoke y le cerró el paso. Era Thaddeus.

-¡Cabrón!-exclamó este-No nos había dicho nunca que esto podía terminar así. Decía que todo iría sobre ruedas, que no tendríamos ningún problema para desvalijarles y que dispararíamos sobre Salterdon al salir, para impedir que nos siguiera.

-Te equivocaste de diana, cretino-respondió Edgecumbe tratando de sortear a Thaddeus.

Pero este cogió del brazo a Mary.

-No se la llevará-decretó.

-¿A no?

Thaddeus hizo deslizar lentamente su capucha.

-No viejo. Primero tendrá que matarme.

-Como quieras chico-respondió el otro.

Fríamente, Edgcumbe apuntó su arma a la cabeza de Thaddeus y apretó el gatillo. Mary gritó, Thaddeus se tambaleó con los ojos atrozmente abiertos y un agujero sangrante en mitad de la frente. Después, como un castillo de naipes, se desplomó.

Se levantó un concierto de gritos, los invitados huyeron a la vez como si fueran una sola persona, hacia la salida más cercana, dejando a la duquesa arrodillada al lado de Basingstoke.

-¡Ayuda, socorro! ¡Se esta muriendo!-gritó la anciana dama.

-¡Lo ha matado, lo ha matado!-gritó también el bandido que Salterdon tenia todavía cogido-El no creía que le iba a disparar así. ¡Asesino!

Con una sacudida se soltó y bajó las escaleras, retomando el control de su arma, apuntando a Edgcumbe y Mary. Pero el médico fue más rápido, y Molly cayó con todo su peso al suelo con su cabellera rubia liberada de la capucha, alrededor de su cabeza.

-¿Me toman en serio ahora?-ladró Edgcumbe mirando por encima a la multitud aterrorizada-¿A quien le toca ahora? Será un placer para mí...

un sonido seco le interrumpió.

El brazo que mantenía a Mary se cerró como unas tenazas alrededor de sus costillas y luego ella se sintió arrastrada hacia atrás. Cayo de espaldas y todo empezó a dar vueltas.

Con un atizador en la mano, Laura Dunsworthy, después de contemplar con horror los destrozos que acababa de causar en el cráneo del doctor, se volvió hacia los espectadores que estaban paralizados.

-¡Dios mío, creo que le he matado!

-¿Quién hubiera dicho que nuestro Thaddeus era el jefe de los maleantes que atacaron a su hermano hace un año? Y Molly ¡Menuda descerebrada! Yo ya la había prevenido que no ganaría nada con frecuentar a ese sinvergüenza-añadió Gertrude sonriendo a Basingstoke- Descanse milord. Ese hombro os va a doler durante una temporada todavía. Entre nosotros, espero que usted sea un enfermo más dócil que Su Gracia.

Basingstoke hizo una mueca de dolor y miró a Trey.

-Siempre dije que acabarías por tener mi piel.

Salterdon paseaba por la habitación, con las manos en los bolsillos, cuando la duquesa entró, habiendo recobrado su color y su vivacidad.

-Creo que los años han nublado mi juicio-confesó con tono de pena a sus nietos-Edgcumbe acaba de confesar a la policía que Thackley estaba implicado en esto, y yo ni siquiera sospechaba sus maquinaciones durante todos estos años. Todo ha pasado bajo mis propias narices, por así decirlo, y yo no he comprendido nada.

La duquesa se sentó a la cabecera de Basingstoke y le cogió la mano sin dejar de mirar a Salterdon.

-He hablado con Dunsworthy. Me pide que retomemos el curso de la fiesta en cuanto los invitados se hayan repuesto.

-¿Cómo? Acabando de limpiar el suelo del vestíbulo de los retos del cerebro de Thaddeus y el solo piensa en la boda de su hija. Tenemos otras prioridades en este momento.

La ausencia de Mary le preocupaba. Se dirigió hacia la puerta.

-Se ha ido-dijo la duquesa.

Trey se quedó rígido. Sintió un dolor agudo atravesarle el corazón. Miró fijamente a su abuela y se dio cuenta súbitamente de que por primera vez, ella retiraba su mirada.

-¿Perdón?

-Ella se ha ido. Le he dado su sueldo y la he enviado a su casa. Su presencia ya no se justifica, ahora que estas curado.

Salterdon no dijo nada, se había quedado sin respiración. Cuando recobró su sangre fría, se volvió de nuevo hacia la puerta.

-Si intentas traerla de vuelta-le previno vivamente la duquesa-te desheredo. No tendrás nada, ni mi dinero ni mis tierras. ¿Vas a decirme que renuncias a todo eso por esa joven?

El duque salió sin responder. Cerró detrás suyo y se apoyo en la puerta. Mary se había ido, sin una palabra de adiós. El no podía hacer otra cosa mas que seguir con el curso de su vida, o mejor dicho de la vida que le imponía su ascendencia.

-¿Vuestra Gracia?

La pequeña voz femenina y dulce hizo saltar su corazón en su pecho. Se dio la vuelta de golpe, con el nombre de Mary en los labios.

-Solo soy yo-dijo Laura con una sonrisa-Mirándole veo su decepción. Lo siento mucho.

Cuando se acercó a el, la encontró cambiada, más decidida, más segura. Su mirada brillaba.

-Lady Dunsworthy-empezó inclinándose ligeramente-No sé como expresarle mi gratitud. Ha actuado usted con un valor admirable esta noche. Tengo una inmensa deuda con usted. Si Edgcumbe hubiera logrado llevarse a Mary...

-Estoy segura de que habría conseguido usted rescatarla. Mary tiene el poder de revelar a los demás lo mejor de sí mismos, de infundirles el valor y la fuerza que ella misma posee.

El duque tragó con esfuerzo.

-A ella le ha hecho falta valor para dejarle a usted, igual que lo necesitó para quedarse. Su devoción y su sacrificio me han hecho comprender lo que quiere decir amar. Ella se quedó aquí hasta el final, sabiendo que usted iba a casarse conmigo. ¿No es esa la mayor prueba de amor?

-¿Qué intenta decirme Laura?

-Que todo esto no tiene ningún valor comparado con el amor-dijo ella abarcando con la mirada la lujosa decoración. La riqueza no tiene ningún poder sobre el corazón humano, no es ella la que nos puede sostener en las desgracias ni darnos la felicidad.

-Está usted enamorada-afirmó el sonriendo-y no es de mí.

-No lo niego. Ciertamente si los acontecimientos no se hubieran desarrollado como todos sabemos, yo me habría casado con usted. Dicho esto, cuando Edgcumbe mató a esa pobre gente y pensé que me podía matar a mí también, no experimenté ninguna pena al pensar que no seria jamás duquesa. En cambio, lo que me era insoportable era la idea de no conocer jamás...

-...al hijo de Mary y el duque de Salterdon-terminó él por ella.

Laura sonrió.

-Sabia que lo comprendería. Ella no se equivocaba al afirmar que era usted un ser excepcional.

Los primeros acordes de la música que volvía a empezar llegaron hasta ellos. Dos seres humanos acababan de morir y la fiesta volvía a empezar, claro que ¿qué significaba para la aristocracia la vida de dos sirvientes?

Trey volvió a la habitación. La duquesa le acogió con una sonrisa satisfecha.

-Sabía que volverías.

Salterdon atravesó tranquilamente la distancia que le separaba de ella, mirando fijamente a su abuela sin pestañear. Se detuvo delante de ella y se volvió hacia su hermano cuyos ojos brillaban con malicia diciéndole:”Atrévete si eres capaz. Desafíala. Que pueda sentirme orgulloso de ti por una vez”

La duquesa le tendió la mano. Él la cogió inclinando, la acarició con sus labios y declaró:

-Abuela querida, vete al diablo.

Nobleza temblaba, con sus crines al viento. Trotaba con gracia, vivificado por el aire frío de la noche, listo para lanzarse al galope a la menor indicación de su jinete. Cuando llegó a la cima de la colina que quedaba por encima de Thorn Rose, Trey se volvió hacia la mansión. Sus ventanas abiertas brillaban en la noche. Los sonidos armoniosos de la orquesta llegaban hasta el pero el solo oía una música, “La canción de Mary”.

Cogiendo las bridas, lanzó a Nobleza hacia la carretera, en dirección a Huddersfield.

FIN



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