José Manuel López García
EL MUNDO DE AGUSTÍN
PREFACIO
En este relato corto que, si lo amplío con más páginas, puede ser novela filosófica trato de dar a conocer aspectos de la vida y de las reflexiones y sentimientos de Agustín de Hipona que, aunque pueden ser conocidos en las obras académicas dedicadas a su pensamiento teológico y filosófico así como en sus propios libros, considero que a través de una trama expositiva que no sea compleja pueden ser objeto de comprensión e interpretación.
El desarrollo más conveniente, a mi juicio, es la estructuración de la trama o desarrollo expositivo a través de interpretaciones y comentarios personales respecto a las cuestiones que, a mi juicio, son más interesantes en la vida y obra de San Agustín. De este modo, puedo elaborar no únicamente descripciones del mundo y la realidad en la que vivió Agustín de Hipona, sino también comentarios e interpretaciones al hilo de los motivos, sentimientos y pensamientos que guiaron la vida del santo.
Existen numerosas facetas de su personalidad y de su pensamiento que pueden ser objeto de interpretación. Además indagar en sus motivos o incluso especular sobre ellos desde una base firme es también algo muy positivo para el mundo contemporáneo. Porque en el fondo la naturaleza humana en lo fundamental no ha cambiado a pesar de la gran distancia temporal respecto a los siglos IV y V en los que vivió Agustín. El estudio y conocimiento de su época nos abre a mundo apasionante en el que están presentes ideas, sentimientos y emociones que demuestran que el ser humano posee tantos aspectos que su análisis es interminable. Como lo es también el de la época de Agustín marcada por la desaparición progresiva del Imperio Romano de Occidente. En la Ciudad de Dios Agustín que era profesor de Retórica argumenta contra las afirmaciones que pretenden culpar a los cristianos y al cristianismo de la decadencia de Roma.
En las Confesiones su libro más conocido Agustín expone en un relato autobiográfico sus errores y sus circunstancias vitales en un texto que conmueve por su profundidad y claridad.Muchos de los problemas que afectan actualmente en la denominada sociedad del consumo ya los conoció el mismo Agustín. En una inscripción de la época se lee algo que Agustín compartiría en su juventud : «La caza, los baños, juegos y risas, ¡eso es la vida para mí!».
I
NORTE DE ÁFRICA
El nacimiento de Agustín en la ciudad de Tagaste que actualmente es Souk Aharas en Argelia es un hecho confirmado. Ciertamente, es una ciudad que era la expresión del esplendor económico que los romanos habían extendido ya desde el siglo I a. C. en las territorios del norte de África y que se prolongó en el tiempo hasta el siglo IV. En este siglo comenzó de manera evidente el declive arquitectónico y civilizatorio de estas extensas zonas romanizadas. La geometrización de los espacios impuestos por los romanos fueron cediendo, y bosques de olivos fueron surgiendo en las laderas de estos espacios norteafricanos. El aceite del que se iluminaba la lámpara con la que Agustín trabajaba por la noche provenía de ellos. La existencia en esta región de Numidia meridional estaba habitada por campesinos con unas costumbres que prácticamente no estaban influidas por la romanización, ya que seguían viviendo y trabajando con unos hábitos ancestrales. Uno de las señales de prosperidad para estos era precisamente la cantidad de árboles plantados en su vida, por ejemplo, 4000.
Agustín ya desde niño sentía la luminosidad especial de África. En cambio, creció a más de 300 kilómetros del mar y a una altura de 600 metros sobre el nivel del Mediterráneo. De todas formas, este gran teólogo y filósofo disponía de medios económicos suficientes en la ciudad en la que vivía, y no conoció en su propia existencia la miseria y la pobreza del campesinado. El padre de Agustín era pobre, pero eso no impedirá que ofrezca a su hijo una educación clásica que le permita una vida de éxito, libre y civilizada en el ámbito de cultura romana en la que se formaba. Incluso, como se sabe, Patricio el padre de Agustín realizo tan notables sacrificios económicos que él y su familia tuvieron que ir pobremente vestidos durante un cierto tiempo para pagar los estudios del filósofo. Además, los cambios de fortuna y la mala suerte también hicieron acto de presencia en el curso del periodo de aprendizaje de Agustín, puesto que tuvo que dejar de estudiar en Madaura durante un año por problemas económicos.
El mundo en el que vivió Agustín era muy duro y competitivo con lo que la tenacidad, perseverancia, fortaleza e ingenio eran valores muy apreciados y útiles para alcanzar las metas pensadas y deseadas. De todos modos, conviene poner de manifiesto que nuestro filósofo y teólogo contaba también con el mecenazgo de un personaje, quizás pariente, que se llamaba Romaniano. Se encargó de defender la propiedad de la familia de Agustín ante el tribunal imperial. La verdad es que el cultivo de la literatura y la filosofía le proporcionó a Agustín un crecimiento personal, que se plasmó también en un progreso indudable, en relación con su carrera profesional como profesor e investigador de primer nivel. En el año 385 llegó a ser profesor de Retórica en Milán.
Parece ser según lo que se sabe a través de las más profundas investigaciones que Agustín hablaba en latín. Esto se explica por varias razones, ya que la formación de este sabio norteafricano se desarrolla dentro de la cultura latina que era la preponderante en el África romanizada en la que vivió. Aunque conviene tener presente que desde la capital del imperio se pensaba de forma general que Numidia y todo el norte de África era un territorio extranjero, si bien estaba bajo el dominio romano.
De todos modos, es evidente que Agustín al igual que otros coetáneos de talento se deleitaba con su habilidad en el uso del lenguaje, con complicados juegos de palabras, con excéntricos giros verbales, etc. Ya siendo obispo era muy admirado por su excepcional habilidad argumentativa y por su capacidad retórica. Se sabe una anécdota que revela un aspecto de la fuerza especulativa de Agustín: a la edad de setenta años ante la duda de un antagonista con el que se está enfrentando dialécticamente ante una duda del opositor dice: «Vaya parece que su tinta se ha vuelto roja».La emoción ante determinados escritos literarios también aflora en Agustín porque reconoce haber derramado lágrimas con la magnífica y gloriosa historia de Dido y Eneas.
Agustín ya desde joven quiso dedicarse a la enseñanza y ser profesor. Porque en el ambiente en el que vivía se veneraba la educación, y esto también influyo de alguna manera en la conformación de su interés por el estudio y el aprendizaje. Una cuestión que quizás no es suficientemente destacada es que Agustín tenía un grupo de amigos que, pasado el tiempo, también se convertirían en obispos que como él dirigirían la iglesia católica en África.
En relación con la situación social y política en el siglo IV cabe decir, que era la de un estado continuo de guerra en muchas partes del imperio. Los impuestos se duplicaron y hasta triplicaron en una sola generación. El poder de los emperadores se convirtió en algo temible. Los pobres cada vez lo eran más por la loca inflación que sufrían, mientras los ricos aumentaban sus posesiones de forma desmesurada. Además las leyes penales impuestas por el poder romano eran desproporcionadas. La sociedad se encontraba sometida al poder y la fuerza de los oficiales imperiales, y por el propio emperador.
A pesar de esta situación que era la expresión del acelerado declive del Imperio Romano de Occidente, la población y los sabios pensaban que Roma y su poder durarían eternamente. De hecho, existía en los tiempos de la juventud de Agustín un cierto optimismo general de la gente e incluso un obispo cristiano consideraba la equivalencia de la civilización romana y el cristianismo. Los senadores y las personas cultas formaban una clase que sostenía el dominio de Roma. El mismo Agustín quería ser un culto profesor al servicio de la grandeza de la cultura latina y griega que conocía, y a la que unió el cristianismo. Fue un pensador ecléctico en buena medida, ya que escuchó y leyó las enseñanzas de Manes un visionario persa, y también analiza las obras de Plotino y de otras muchas doctrinas y conocimientos.
Agustín siempre quiso afrontar las cosas como retos a superar con su fortaleza y potente inteligencia. La autobiografía de su juventud que es las Confesiones muestra a través de sus páginas una capacidad extraordinaria para la percepción de las vicisitudes de su vida, desde un análisis asombroso del corazón y de sus emociones, pasiones y sentimientos de un modo detallado y muy preciso. Mónica la madre de Agustín presintió la enorme tarea de su hijo y siempre pensó que una excelente educación clásica sería muy buena para su conversión en un buen cristiano. Algo que se cumplió sobradamente, como prueban sus tratados teológicos, que son una de las bases de la doctrina cristiana. Además su actividad como obispo durante muchos años de su vida. En la vida interior de su juventud la influencia de Mónica es decisiva, como él mismo reconoce en las Confesiones. De ser una figura absorbente pasa, en otros momentos, a ser más bien una forma de conciencia que controla la impulsividad e irracionalidad del joven Agustín. Incluso llega a describirla u definirla como la voz de Dios en la primera parte de su existencia. La firmeza y resolución en sus actos, discursos y escritos es algo que, en buena parte, quizás se derive de la fortaleza y decisión de sus padres que, en todo momento, confiaron plenamente en la capacidad, tenacidad y determinación de Agustín. La existencia en el norte de África se desarrollaba sobre todo de forma pública, ya que era una sociedad en la que la convivencia en el foro o en el ágora o plaza pública es el eje de las relaciones humanas, y de la amistad.
Agustín conocía profundamente la totalidad de las emociones humanas. De hecho, se preocupó por la naturaleza de la convivencia humana de un modo sorprendente, por su grado de comprensión de la misma. La sociedad africana en la convivía era muy supersticiosa en general, como se prueba con la existencia de numerosos amuletos contra el mal de ojo. Además se muestra como un profundo conocedor del poder de la envidia en la mente, y en los comportamientos más habituales de sus coetáneos.
Los fuertes sentimientos que se podrían atribuir a una especie de temperamento africano parece que se manifiestan en una cierta exageración en las conductas de los habitantes de esta tierra. Incluso la trascendencia e importancia concedida a los sueños como predicciones, premoniciones y prefiguraciones del futuro son algo presente también en Mónica la madre de Agustín.
II
EDUCACIÓN
Ciertamente, la sensibilidad de Agustín ya se dejó sentir desde su primera infancia de un modo agudo. Su sentido de la vergüenza y su deseo de tener éxito en la escuela eran una buena manera de evitar castigos físicos, y de poner en acción su gran curiosidad por lo que lo rodeaba, y también por saber cosas nuevas. La naturaleza que observaba le gustaba, pero se fijaba especialmente en las montañas y no tanto quizás en otros aspectos de tipo botánico. De todos modos, lo esencial y lo que se repite en sus descripciones es la luz africana que define como la «reina de todos los colores derramándose sobre todas las cosas». En efecto, la luz estimulaba su mente y sus sentimientos de una forma muy viva. No es casual que su único poema sea una alabanza al brillo cálido del cirio pascual.
Agustín que goza de una prodigiosa memoria la aplica a sus estudios de una forma perseverante y tenaz. Da mucha significación al poder de la palabra, porque afirma la necesidad de: «un discurso que comunique su mensaje con encanto, con una voz bien timbrada para mover los sentimientos de los oyentes y los ritmos melodiosos y el alto sentimiento de una buena poesía». El método pedagógico que era el usual en el siglo IV en el que aprendió Agustín no era el más adecuado. Amigos de nuestro pensador tenía que saber de memoria todo Virgilio y parte de Cicerón. Además el maestro explicaba cada palabra de los textos que enseñaba de un modo excesivamente minucioso. Para aprender griego que era la lengua más culta y superior en prestigio al latín, estos métodos no eran los apropiados. Por lo que el dominio de la lengua griega era extremadamente difícil. Evidentemente, los grandes sistemas filosóficos de Platón y Aristóteles, y de otros filósofos están escritos en griego, y de ahí la relevancia de este lenguaje.
Agustín sabía latín, y conocía las opiniones y pensamientos de los filósofos helenos. El objetivo esencial de la educación fue para Agustín el desarrollo a través del conocimiento y la erudición de la capacidad retórica y persuasiva, para lograr convencer en sus discursos, disputas dialécticas y conversaciones. La facilidad de palabra que era innata en Agustín fue mejorada, aumentada y perfeccionada gracias al estudio y la práctica constante imitando los mejores modelos latinos como podían ser Virgilio, Cicerón, etc.
Ciertamente, la perfección en la forma y el estilo del discurso es algo presente en la producción escrita de Agustín. Lo que además le posibilitaba hacerse comprender en todo el mundo latino al utilizar menciones referidas a un ámbito cultural compartido. La educación que recibió también le enseñó a expresarse a sí mismo y sus sentimientos y emociones de una forma convincente y realista. De todos modos, Agustín sufrió el castigo físico en pleno siglo IV, ya que en su escuela de Tagaste se utilizaba la violencia, y sintió como algo absolutamente injustificable los terribles azotes que le fueron propinados antes de los quince años. En relación con sus progresos en su aprendizaje cabe resaltar que desarrolló una memoria prodigiosa, y una inteligencia muy aguda y minuciosa, atenta a los detalles. Además supo describir sus sentimientos de un modo eficaz y profundo, como demuestra en sus Confesiones. Le gustaban y conmovían las artes escénicas, y se sentía atraído por los incentivos de las representaciones teatrales en Cartago en el año 371, cuando el contaba con dicecisiete años, ya que como él mismo escribe eran:«capaces de avivar el fuego que en mí ardía». Se abre al amor, y goza de su primera gran experiencia de libertad en una gran ciudad de la época como es Cartago. Tuvo un hijo Adeodato que le sosegó y calmó su ánimo.
III
CONOCIMIENTO
La aspiración a la sabiduría está presente en Agustín desde su adolescencia. Pero esto se acrecentó con la lectura de El Hortensio una obra de Cicerón que es una exhortación al estudio de la filosofía. El eclecticismo ciceroniano convenció a Agustín, porque la sabiduría no es posesión exclusiva de nadie, y está presente en numerosos pensadores, científicos, artistas, etc. Además de las diversas escuelas filosóficas poseen la sabiduría, pero se puede estar más o menos de acuerdo con sus ideas y conceptos, en función de su mayor o menor acercamiento a la verdad y de los propios pensamientos.
El cristianismo era para este gran pensador algo consustancial a su vida. No se puede olvidar que Agustín participaba de la mentalidad de su época y notaba que las prácticas religiosas le resultaban positivas. Ya en su niñez Agustín en un rito cristiano establecido en su tiempo había recibido la sal como forma de protección contra los demonios. Estos eran muy temidos en este periodo de la historia. Incluso el bautizo de Agustín, además de su significación puramente espiritual, también poseía una fuerza especial capaz de alejar de él la enfermedad que en ese momento de su infancia padecía.
Resulta curioso pensar que en el siglo IV el cristianismo Jesús se muestra como un filósofo que enseña su sabiduría a un círculo de amigos del saber, o de pensadores que se están formando. En esta época no existían crucifijos, porque en el pensamiento de la población Cristo no era considerado como una especie de salvador que sufría por los hombres. Se puede decir que Jesús era la expresión de la sabiduría divina en el siglo IV, también para Agustín en su juventud.
Ante las supuestas contradictorias opiniones de los filósofos paganos el cristianismo le parecía a nuestro pensador como la quintaesencia de la sabiduría, ya que la voz divina manifiesta la más completa cordura y amor. Agustín se dispuso a descubrir las grandes verdades de la Biblia disponiendo de una sólida cultura latina, que también incide en el cultivo de la religión. En un primer momento le disgustó el lenguaje y la jerga así como el vulgarismo de los textos bíblicos latinos de África. Ya que esperaba encontrarse con un estilo culto y pulido como el de los autores latino leídos por él. Además, existían contradicciones en los relatos bíblicos algo que no le gustaba, producto quizás de numerosas interpolaciones a lo largo de los siglos. En cualquier caso, en África el libro sagrado del cristianismo era muy respetado y valorado como el auténtico canon de la fe, y del contenido doctrinal esencial.
En este ambiente en el que cualquier cambio en la literalidad del texto bíblico no era admitido se movía el joven Agustín. Además se pensaba por parte de las personas instruidas en la cultura clásica que Cristo era como el gran principio de sabiduría que había inspirado a pensadores como Cicerón, y a los paganos. En Cartago fue tomando fuerza un movimiento religioso y espiritual que recibe el nombre de maniqueísmo, y que deriva de su fundador Manes que se consideraba apóstol de Jesús y que fue ejecutado en el año 276 d. C. por orden del gobierno persa. Las enseñanzas maniqueas se posicionaban claramente en contra del cristianismo vigente en el siglo IV. Se apoyaban en un uso muy exigente y riguroso de la razón respecto a las creencias y costumbres cristianas. Los maniqueos practicaban misteriosas oraciones secretas, y extendieron su doctrina, y el estudio y análisis de lo escrito por Manes en tomos de excelente pergamino por el norte de África, y por otras partes del mundo. La enseñanza maniquea acerca del bien o de la Luz y del mal o de las Tinieblas influyeron profundamente en numerosos oyentes, y entre los mismos se encontraba Agustín que siguió la doctrina maniquea durante nueve años.
IV
LA SECTA MANIQUEA
El extremismo y la excesiva radicalidad estaban presentes en el maniqueísmo. El hecho de que siguiese durante un tiempo considerable las ideas maniqueas responde a los interrogantes planteados por el problema del mal, que tanto ocuparon a Agustín. El dualismo afirmado por el maniqueísmo establecía que la fuerza del mal o el reino de las tinieblas que no podía proceder de la buena naturaleza divina que era la luz del bien. El racionalismo de los maniqueos era excesivo, porque se sustentaba en la supuesta lucha eterna de la racionalidad de lo divinidad contra la fuerza eterna del mal. Indudablemente, con la sola razón no es explicable toda la doctrina cristiana, aunque sus directrices éticas básicas si sean sumamente razonables.
En cualquier caso, a Agustín le sirvió de estímulo el ponerse en relación con el maniqueísmo, porque profundizó su capacidad como brillante polemista en cuestiones teológicas y filosóficas ante sus coetáneos. Su gusto por las controversias religiosas aumentó, y esto le benefició en el presente y en su actividad futura.
Como joven maniqueo Agustín logra con su dedicación a la filosofía una ampliación y ensanchamiento extraordinario de sus intereses intelectuales. Se emancipó de sus profesores en la Universidad de Cartago y se dedicó a analizar, entre otras cosas, una obra lógica de Aristóteles titulada Las diez categorías.
Ciertamente, la imagen de un Dios severo como el que se traslucía en determinados pasajes del Antiguo Testamento no agradaba a Agustín. En este sentido, los maniqueos insistían en promover una imagen de la divinidad, como la que está presente en las enseñanzas de Jesús. La actitud austera de los seguidores del maniqueísmo le parecía muy apropiada a Agustín. Porque él mismo daba ejemplo con su conducta espiritual y moderada. Aún sabiendo que su ambición, su relativa desconsideración hacia su madre, en algunas cuestiones, y la sensación de culpabilidad en relación con su amor a una concubina eran sentidos como algo negativo o pecaminoso, consideraba que no perjudicaban nada la parte buena de su alma.
Agustín quería mantener dentro de sí o de su alma un ámbito de perfección, y en esta tarea parece ser que le ayudó desde los 20 a los 29 años el maniqueísmo. Más tarde cuando ya es obispo critica fuertemente la dualidad del yo que encarna o representa la doctrina maniquea, y que es contradictoria con el verdadero cristianismo. Indudablemente, si bien la actitud moral maniquea era lo que más le convencía de las creencias de esta secta, no está de acuerdo con la consideración del bien como algo pasivo e ineficaz frente al mal.
El maniqueísmo tuvo su auge en la década de los años 370 impulsado por gente educada y también por Agustín en el norte de África. Era una secta ilegal, aunque atraía a los paganos que no veían con buenos ojos la expansión del cristianismo, con su oposición a los frecuentes métodos autoritarios de la Iglesia existente en el siglo IV.
Dentro del maniqueísmo había varias corrientes de pensamiento religioso. Un sector se consideraba a sí mismo, como una especie de reformadores del cristianismo, y otros pensaban que eran criptocatólicos.
De todos modos, es evidente que la explicación del universo físico por parte de Manes el inspirador del maniqueísmo, ya no encajaba con lo que Agustín estaba aprendiendo con sus estudios de filosofía. De hecho, en Cartago escribió probablemente su primer libro titulado Sobre lo bello y lo apto. Incluso un político, orador y pensador como Cicerón en el Hortensio contradecía lo que decían sobre los eclipses los maniqueos. Una de las cosas que criticó Agustín de la doctrina maniquea, ya en su vejez, fue que «no podía progresar en ella».
Pensar que simplemente con la práctica de unas rutinas rituales se puede liberar la parte luminosa del espíritu humano es desconocer profundamente la naturaleza de la mente humana, y de los sentimientos de las personas. El retorno a la pureza plena en esta vida que pretenden los maniqueos es ilusorio, porque la perfección absoluta no está al alcance de la conducta humana, y tampoco de su alma o inteligencia. La voluntad no era suficientemente valorada por el planteamiento maniqueo, y de esto era plenamente consciente Agustín. Además, las dudas, el desconocimiento y la incertidumbre presentes en la existencia humana en distintos grados y niveles, forman parte indiscutible de la forma de ser de los individuos. Y este hecho no debe ser ignorado por el cristianismo, y por una fe que tiene en cuenta la razón de ser de la realidad en toda su amplitud y complejidad.
La gran inteligencia de Agustín siguió avanzando desvinculándose de los maniqueos. Se dedicó a analizar el pensamiento de Plotino como un gran expositor del pensamiento de Platón. Como escribe Agustín: «Deja que te traten con dureza aquellos que no saben con qué fatigas se encuentra la verdad […], los que no saben con cuánto dolor se cura el ojo interior de un hombre para que pueda vislumbrar su sol». Fragmento que expresa de un modo muy claro la influencia de la filosofía platónica y de las tres grandes ideas: bien, verdad y belleza. Además, Sócrates con su enseñanza hablada a través de sus diálogos también era un reformador moral y espiritual con rasgos similares a los de Jesús.
V
AMIGOS DE AGUSTÍN
La actitud de este gran pensador es muy favorable al cultivo de la amistad. De hecho en su vida las conversaciones y las discusiones amistosas son esenciales en el discurrir de su formación, y en el ambiente cultural que le era agradable y beneficioso. Porque la soledad no era deseada por Agustín, ya que prefería estar en compañía de buenos conversadores para perfeccionar la capacidad retórica y aumentar los recursos dialécticos y argumentativos. Además la función lúdica de la amistad también se revelaba en los diálogos con sus amigos. La relación con una concubina en su juventud no era algo extraño o raro en su época y en lo relacionado con su hijo Adeodato si bien es de suponer que su prematura muerte llenó de dolor a Agustín, aunque escribe respecto al mismo: «No tuve más parte en ese muchacho que el pecado». En este periodo los deseos de mejorar su situación en el Norte de África le llevaron a abandonar a la concubina, y lograr una relación que impulsase su carrera como profesor y erudito. Aunque quizás las consideraciones morales quedaran en un segundo plano. La idea que tenía de la amistad era muy absorbente y quizás demasiado egocéntrica, ya que su actitud era excesivamente posesiva. Y, probablemente, tal como se desprende o deduce de sus propios escritos no mantenía la necesaria autonomía de las dos personalidades implicadas en la relación amistosa.
La alabanza de la amistad por parte de Aristóteles y, en general, de los filósofos antiguos como Sócrates y Platón era conocida por él. También pensadores y políticos como Cicerón y Séneca reafirmaron el valor de los amigos en la existencia humana feliz. Epicuro y los seguidores de su escuela filosófica a lo largo de los siglos insistieron continuamente en este planteamiento del cultivo de los placeres de la amistad como el fundamental para el logro de una vida auténticamente armoniosa y satisfactoria. Ya que, en efecto, al no ser dioses los seres humanos son sociales por naturaleza como escribió Aristóteles que era un sabio y profundo conocedor del carácter humano, en toda la amplitud de características y disposiciones.
Como es sabido en la época romana las relaciones sociales eran sumamente importantes porque muchos cargos de todo tipo y condición se obtenían por influencia de amistades o familiares. El clientelismo de la sociedad romana tradicional aunque con formas nuevas por el desarrollo histórico seguía existiendo y Agustín lo sabía. La promoción personal era indispensable además de los méritos acumulados para el acceso a posiciones de éxito y privilegio.
VI
TIEMPO, MEMORIA Y ÉXITO
El paso del tiempo fue objeto de reflexión para Agustín que siempre tuvo presente que, con el transcurrir de los días, se depositan en la mente nuevas experiencias, recuerdos y memorias. En Cartago enseña retórica a alumnos hijos de ricas familias que querían adquirir más formación. Curiosamente, su aula estaba separada del ruido y bullicio del foro, únicamente, por una cortina. Algo que no agradaba a nuestro profesor, ya que no se preservaba la condición no pública de sus clases. Ciertamente, el patrocinio en Cartago de senadores romanos, y el relacionarse con procónsules, como es el caso de Símaco, era estar en un ambiente que, entonces, era la élite de la raza humana. En el año 382 Agustín decidió marcharse de Cartago para ir a Roma. En su decisión influyeron varios motivos, y uno de ellos era que no le satisfacía enseñar a estudiantes alborotadores. Además, ya no compartía las ideas de los maniqueos. Muchos africanos acudían a Roma deseosos de adquirir preparación de un modo serio y riguroso. Y aunque parezca inimaginable el propio emperador estaba informado de las estrictas medidas de vigilancia respecto a las conductas y la disciplina estudiantil. Algo perfectamente entendible, si se considera que la burocracia imperial necesitaba personas profundamente formadas para las labores administrativas de Roma como centro tradicional del imperio, y del mundo conocido. Al llegar a la Ciudad Eterna además de caer enfermo, supo que los estudiantes estaban acostumbrados en muchos casos a estafar a sus profesores no pagando sus honorarios al abandonarlos. Pero la corte imperial residía en Milán ciudad a la que se trasladó apoyado y protegido por Símaco. Ante los peligros de invasión de las hordas bárbaras, Milán era un espacio estratégico ante los Alpes, y las posibles vías de entrada de los ejércitos enemigos que desafiaban el poder del imperio. En esta ciudad existía un brillante ambiente cultural en el que se leían las obras de los filósofos griegos, y el clero de la iglesia milanesa así como los grandes terratenientes también estudiaban a Platón, y a otros pensadores. Agustín encontró en Milán un nuevo mundo de conocimientos y posibilidades de cara a su presente, y también en relación con su futuro. El encuentro con Ambrosio, obispo de Milán, marcó un nuevo comienzo para Agustín. Le llevaba catorce años, pero su pasado político como gobernador y su gran valentía y erudición le impresionaron. Ambrosio leía el griego perfectamente, a diferencia de Agustín, y podía construir sermones que eran piezas oratorias del más alto nivel en su época. Lo esencial del pensamiento religioso de Ambrosio es el espíritu o alma humana que debe ir a otro mundo inmaterial, y que es el divino. Escribe Agustín al respecto: «Advertí repetidamente, en los sermones de nuestro obispo […], que cuando se piensa acerca de Dios, nuestros pensamientos no deberían hacer hincapié en la realidad material cualquiera que esta sea, ni siquiera en el caso del alma, que es la cosa del universo más próxima a Dios». En este periodo Agustín leyó los libros de los neoplatónicos, y esto le influyó decisivamente en su conversión al cristianismo. Además, el platonismo cristiano a diferencia del maniqueísmo le ofrecía a Agustín la posibilidad real de realizar nuevos progresos en su vida filosófica, y en sus elaboraciones teológicas. Se retiró temporalmente a Casiciaco, y elaboró un programa filosófico innovador basado en el estudio de las diversas y múltiples ciencias. Ya que escribe: «Existe una condición de hombres que están bien preparados en las artes liberales, pero esto no les satisface y no se rinden hasta que poseen la llamarada plena de la verdad en su mayor perfección y extensión, llamarada cuyo esplendor incluso ahora, brilla débilmente bajo la superficie de dichas ciencias». En el libro de Agustín titulado De inmortalitate animae elabora un esbozo de series de pruebas acerca de la pervivencia del alma aunque no las trabajó de un modo sistemático hasta su conclusión. De todos modos, es algo entendible considerando la gran cantidad de páginas que escribió a lo largo de su vida. Lo que no pone en cuestión el enorme valor de sus obras teológicas y filosóficas.
La vuelta a África de Agustín se vió gravemente ensombrecida y alterada con la muerte de su madre Mónica en Ostia. Si bien, al fallecer después de nueve días de enfermedad murió con la tranquilidad y la satisfacción de que su hijo se había convertido al cristianismo. De todos modos, las consecuencias para su existencia están reflejadas con una gran expresividad y belleza en sus Confesiones: «Y así, viendo yo que quedaba desamparado de tan grande consuelo como de ella recibía, mi alma estaba traspasada de dolor y pena, y parece que mi vida se despedazaba, pues la mía y la suya no hacían más que una sola…». Después del entierro de la que fue declarada santa, posteriormente, por la Iglesia, Agustín a fines del año 388 llegó a Cartago en el norte de África.
VII
AGUSTÍN EN HIPONA
En Hipona en su etapa de sacerdote y luego como obispo se ocupa de numerosas cuestiones, conversa con amigos de su pasado que siguen con el, entre ellos Evodio y Alipio en el monasterio que dirige Agustín. Las dudas acerca del poder de la voluntad humana le invaden. Porque los instintos y los hábitos son más fuertes en muchas ocasiones que las buenas intenciones según este pensador. Ciertamente, estaba convencido de la influencia del azar en los asuntos de la vida y de los comportamientos. De todas formas, Agustín sabe que los esfuerzos de los hombres dan resultados, y esto le aleja del pesimismo y de una visión desesperanzada de la humanidad. Además, el disfrute o el deleite va a ser uno de los mejores resortes para que las acciones humanas tomen fuerza e impulso. La alegría, por tanto, es una de las vías hacia la perfección algo de lo que no está convencido. Porque recuerda sus ideas de perfección cristiana, y revive su pasado sabiendo que está lleno de errores y aciertos. En esta nueva etapa de su vida su madurez le hace entender que su existencia presente no es completa y perfecta y que el deseo de plenitud, únicamente, puede cumplirse en la vida eterna después de la muerte. Si bien el deseo de lo profundo es uno de los signos más claros de la inteligencia, y de la curiosidad infinita del ser humano. Las tensiones que conforman la vida de Agustín son inevitables, porque son la expresión de su búsqueda intelectual y su afán de conocimiento. Y están integradas en el problematismo de un gradual cambio de época que cada vez se observa más en el ambiente del norte de África. Evidentemente, Agustín quiere convertir su propia vida en una experiencia celestial o supramundana, y esto es imposible. Porque el inexorable fluir del tiempo es lo que imposibilita la perfección plena a la que aspira este sabio universal.
Agustín escribió sus famosas Confesiones hacia el año 397 pocos años después de ser designado obispo en África. Es su obra más popular y conocida por su ágil estilo autobiográfico. En este relato reconoce sus errores y es una forma de encontrarse a sí mismo, porque parte de unos sentimientos que, ya no son los mismos de su juventud. En este sentido, es una especie de reconocimiento de su patético pasado, y posee una función terapéutica o restauradora de su personalidad. Las idealizaciones tan presentes en su primera etapa vital son transformadas con la madurez en una interpretación realista de las limitaciones comunes a todas las personas. De todas maneras, la fuerza de las páginas de las Confesiones es tal que le emocionan al leerlas: «En cuanto a mí, todavía me emocionan cuando las leo ahora, igual que me emocionaban cuando las escribí». Algo que dice mucho del enorme talento como escritor de Agustín, y de su enorme expresividad escrita. Indudablemente, las Confesiones un manifiesto, y a la vez una gran descripción de su rico mundo interior. La historia de los sentimientos o de su corazón es el resultado de su experiencia, en una realidad que ante su pasión se le presentaba compleja y contradictoria.
Aunque es conveniente poner de manifiesto que ya desde joven analizaba sus motivos con una gran intensidad. Lo que proporcionaba, al mismo tiempo, datos valiosos sobre la evolución de su voluntad. Agustín considera que cada ser posee una voluntad diferente que es causada en gran medida por el depósito de experiencias acumuladas. Por tanto, la repercusión de lo sucedido en el pasado en la conducta es para Agustín algo decisivo. Si bien estimo que la fuerza para cambiar es mayor que el peso de lo pasado en los actos y decisiones de los hombres. Frente a los maniqueos y los platónicos Agustín otorga una significación muy profunda a la confesión o reconocimiento de los errores y escribe lo que es más esencial, a su juicio: «El semblante de la verdadera piedad, las lágrimas de la confesión». Aunque es verdad que en el Libro X de las Confesiones más que un hombre renovado parece manifestarse la expresión de un individuo convaleciente. Algo que está implícitamente presente en la negativa y desaprobadora actitud que su lectura causó en Pelagio. Por otra parte, Agustín pensaba que la vida personal debía ser objeto de un escrupuloso juicio lo que causaba que la fuerza interior se opusiera a la ansiedad en su mundo interior. Los modelos de un intelecto consciente que siga las pautas del neoplatonismo no comprenden la extensión sin límites de los sentimientos del corazón humano. La personalidad de cada individuo según Agustín nunca es completamente conocida. Todo este conocimiento de las profundidades del alma pone de relieve que era un hombre muy sensible. El valor de la amistad que había llenado de momentos gozosos su juventud siguió llenando de alegría su madurez y vejez. Continuó los pasos de Aristóteles, Epicuro y Cicerón con sus alabanzas de los beneficios del cultivo de la amistad y la conversación. Es natural que diga estar sometido a: «las más insondable de todas la relaciones del alma: la amistad». Porque el desinterés de la relación amistosa es uno de los aparentes misterios que da todo su insondable valor a la amistad.
La ciudad de Hipona en el norte de África era en tiempos de Agustín a finales del siglo IV el segundo puerto de la costa africana bajo dominio romano. En esta urbe existía un teatro con una capacidad para unos cinco o seis mil espectadores lo que daba una idea aproximada de su importancia. Además contaba con unos amplios baños públicos, y un foro lleno de estatuas. También contaba entre sus personajes ilustres del pasado a Suetonio.
1