La
proposición del príncipe
por Carla Cassidy
Capítulo 1
–Te di un ańo para encontrar
esposa –el rey Michael Stanbury de Edenbourg fulminó a su único
hijo, Nicholas, con la mirada–. Faltan tres semanas para que
termine el plazo y sigues sin estar casado.
–Aún no he
encontrado a una persona de mi gusto –replicó él.
–Tonterías.
Has salido con mujeres de todo el mundo y cualquiera de ellas podría
haber sido una buena esposa.
Nicholas suspiró. No podía
contarle a su padre que, aunque las chicas con las que había salido
eran guapísimas, sofisticadas y encantadoras, él estaba buscando
algo más.
–He pensado que lo mejor sería casarme con una
mujer de la que estuviera enamorado.
El rey emitió un bufido de
contrariedad.
–El amor está sobrevalorado. Si quieres ser rey
algún día, olvídate de esas bobadas sentimentales. Si pudiera, yo
mismo habría elegido una mujer para ti hace ańos, pero tu madre te
permite demasiado. Es ella quien ha insistido en que te diera tiempo
para encontrar una esposa.
Nicholas contuvo una airada réplica.
Cuando su padre le dijo que tenía un ańo para encontrar esposa no
era una sugerencia, sino un dictado real; como solía hacer cuando
quería algo.
Y, como siempre, su instinto era rebelarse.
Nicholas respiró profundamente.
–Padre, lo he intentado…
–No
lo suficiente –lo interrumpió el rey–. Una esposa le da
estabilidad a un hombre. Y te lo advierto: si no estás casado el día
que cumplas treinta ańos, quedarás fuera de la línea de sucesión
al trono.
Nicholas quería protestar, explicarle que tres
semanas era muy poco tiempo, decirle que aquel era un ultimátum
ridículo, pero sabía que no serviría de nada.
El rey Michael
se levantó de la silla y miró su reloj.
–Será mejor que te
vistas, el baile empieza dentro de una hora. Acudirán miembros de
las casas reales de una docena de países de modo que, con toda
seguridad, allí encontrarás una mujer que cumpla todos los
requisitos para convertirse en princesa.
Sin decir otra palabra,
el rey salió de la habitación. Y como le ocurría siempre después
de hablar con su padre, Nicholas se sentía frustrado.
Pero
sabía que tenía razón. Había llegado el momento de elegir una
esposa. Tomando la chaqueta del esmoquin, Nicholas pasó el dedo
sobre el escudo bordado en la solapa.
Además, se había pasado
el último ańo buscando el amor sin encontrarlo. Sí, su padre tenía
razón, el amor no era más que una veleidad sentimental. Y era hora
de olvidar esas tonterías. Era la hora de cumplir con su deber. La
hora de elegir una esposa.
* * *
Supo en cuanto la vio que
era ella. El príncipe Nicholas observó atentamente a la bella
morena al otro lado del salón. Estaba al lado de su prima, la
princesa Serena de Wynborough, y el marido de ésta, Gabriel
Morgan.
Nicholas atravesó la reluciente pista de baile para
hablar con ella. Cuando se acercaba, la joven reía de algo que había
dicho Gabriel y al escuchar el alegre tintineo de su risa, Nicholas
tomó una decisión.
Se detuvo delante de ella, inclinó la
cabeza y le ofreció su mano.
–żMe concede este baile?
Los
ojos castańos de la joven se abrieron de par en par en un gesto de
sorpresa, pero por fin asintió.
–żEstá disfrutando de su
visita a Wynborough? –le preguntó Nicholas, notando que su perfume
eran tan delicioso como su rostro.
–Mucho, aunque este sitio
es muy diferente a mi casa de Brookville, Iowa –sonrió ella
tímidamente–. Sé que es usted el príncipe de Edenbourg, pero la
verdad es que no sé dónde está Edenbourg.
La encantadora
confesión hizo sonreír a Nicholas.
–Muy lejos de Wynborough.
Edenbourg está en Europa del Este.
–żY suele venir a menudo?
Tengo entendido que es usted primo de Serena.
–En realidad,
ésta es mi primera visita. Nuestras familias nunca han tenido una
relación muy estrecha… pero ayer disfruté de un largo almuerzo
con Serena.
Y durante ese almuerzo le había hablado muy bien de
la que fue cuńada de su marido, Rebecca Baxter. Nicholas intentaba
ahora recordar qué le había dicho su prima sobre la bonita mujer
que tenía entre los brazos.
No hablaron más durante el
transcurso del baile y no le importó. No podía dejar de recordar
las palabras de su padre. Era hora de encontrar una esposa. żPor qué
no la mujer con la que estaba bailando? Rebecca lo atraía más que
cualquiera de las mujeres con las que había salido durante ese ańo.
Que fuese norteamericana, y una plebeya, sacaría a su padre de
quicio, pero eso sólo la hacía más deseable a sus ojos. Y, después
de todo, el deseo a primera vista podría ser la mejor razón para
casarse.
Cuando el baile terminó, Nicholas la llevó hacia
donde estaba su padre, que enarcó las cejas al verlo.
Para que
no hubiese malentendidos, Nicholas actuó según una antigua
costumbre de su país: alargó la mano para tomar una rosa de un
jarrón que había a su lado y la besó antes de colocarla en el pelo
de Rebecca.
–Te presento a Rebecca Baxter, padre.
El rey
la tomó por los hombros para besarla en ambas mejillas.
–Que
esta unión se vea bendecida por herederos –dijo en su lengua
nativa, siguiendo la costumbre.
Rebecca sonrió, sin entender,
pero cuando las palabras del rey fueron repetidas y coreadas por los
invitados, miró a Nicholas con cara de sorpresa.
–żQué
ocurre? –le preguntó.
Él sonrió.
–Mi padre acaba de
anunciar oficialmente que acepta nuestro compromiso. Eres mi futura
esposa y la próxima princesa de Edenbourg.
Capítulo 2
Rebecca miró al atractivo príncipe,
incrédula.
–Espero que esto sea una broma –le dijo,
sorprendida de que su voz sonara tan calmada.
Él la tomó del
brazo para llevarla hacia las puertas acristaladas que daban al
jardín. Mientras cruzaban el salón de baile, eran seguidos por
murmullos de felicitación que a Rebecca le sonaban llenos de
incredulidad.
Él no dijo nada hasta que estuvieron sentados en
un banco, rodeados de fragantes rosales.
–No, no es una broma.
Has sido proclamada oficialmente como mi prometida y nos casaremos en
tres semanas.
–ˇPero eso es absurdo! –exclamó Rebecca–.
No puedo casarme contigo. Ni siquiera nos conocemos –le dijo, con
el corazón latiendo a toda velocidad.
El príncipe Nicholas
Stanbury era guapísimo, pero tenía fama de mujeriego y su foto
aparecía en las revistas del corazón con actrices y modelos. Una
mujer diferente cada semana.
–Mi madre y mi padre no se
conocieron hasta el día de su boda. Nosotros tenemos tres semanas
para conocernos –Nicholas sonrió, una sonrisa encantadora que la
hizo sentir un calorcito por dentro–. Debo casarme el día de mi
treinta cumpleańos o perderé mis derechos de sucesión, Rebecca.
Dentro de tres semanas cumpliré treinta ańos, de modo que necesito
una esposa.
–Me parece muy bien, pero yo no necesito un marido
–replicó ella, preguntándose absurdamente si seguirían
decapitando a las mujeres rebeldes en aquella parte del mundo–.
Además, no estoy enamorada de ti.
–El matrimonio no tiene
nada que ver con el amor –murmuró Nicholas, sin mirarla a los
ojos–. Te ofrezco lo que cientos de mujeres darían cualquier cosa
pro tener: una vida de cuento de hadas. Siendo mi esposa disfrutarás
de un fabuloso castillo, vestidos caros y joyas exquisitas. Lo único
que pido a cambio es que me des un heredero.
Rebecca se quedó
atónita ante esa fría descripción de lo que sería su
matrimonio.
–Si hay cientos de mujeres que quieren casarse
contigo… y con el estilo de vida que ofreces, te sugiero que te
cases con alguna de ellas –le espetó, levantándose del banco. El
príncipe era guapísimo, pero estaba claro que no sabía nada sobre
asuntos del corazón.
Él se levantó también para tomar su
mano. Y, a pesar de que Rebecca no quería saber nada sobre aquella
absurda propuesta de matrimonio, no pudo evitar el calor que recorrió
su brazo.
–Pero yo no quiero a ninguna de esas mujeres. Te
quiero a ti.
Ella apartó la mano.
–Uno no siempre
consigue lo que quiere.
Nicholas sonrió, una sonrisa retadora
que se reflejaba en sus pupilas oscuras.
–Yo sí.
Capítulo 3
Rebecca despertó con el sol de la
mańana, pero permaneció en la cama, preguntándose si lo que había
ocurrido por la noche habría sido un sueńo. En realidad, se había
sentido como en un sueńo desde que bajó del avión en Wynborough y
vio a su cuńado Gabriel esperándola.
Habían pasado cuatro
ańos desde que su hermana, LeAnn, murió en el trágico atraco a un
banco. Después del funeral, Rebecca y Gabe habían perdido el
contacto, pero lo retomaron cuando él la invitó a su boda con
Serena; una boda a la que no pudo asistir. Sin embargo, al enterarse
de la muerte de su madre, Gabe la convenció de que necesitaba unas
vacaciones. Y cuando la invitó a las celebraciones del aniversario
de la coronación del padre de Serena, el rey Phillip, Rebecca
decidió aceptar.
Vio entonces la rosa sobre la mesilla, la
misma rosa que Nicholas había puesto en su pelo por la noche para
proclamar el compromiso. El corazón de Rebecca se aceleró al pensar
en el apuesto príncipe. Un príncipe de verdad la había hecho su
prometida. Sería como un sueńo romántico si amara a Nicholas… y
si él la amase a ella.
Un golpecito en la puerta interrumpió
sus pensamientos.
–Pase –contestó.
–Buenos días –la
saludó Serena, entrando en la habitación.
Rebecca sonrió a la
pelirroja princesa. En el breve tiempo que llevaba en Wynborough
había forjado una buena amistad con ella.
–No sé si son
buenos o no.
Serena se sentó al borde de la cama.
–Fue
una noche emocionante, eso desde luego.
–Yo estaba
preguntándome si había sido un sueńo. Ayer era una maestra sin
empleo que había salido fuera de su país por primera vez, hoy soy
la prometida de un príncipe al que ni siquiera conozco –Rebecca se
incorporó, mirando a Serena con gesto desesperado–. żCómo voy a
solucionarlo? Yo no quiero causar un incidente diplomático.
Serena
la miró con gesto pensativo.
–Yo que tú seguiría adelante
con el compromiso durante unos días, pero déjale claro que no
tienes intención de casarte. Es importante que parezca que ha sido
Nicholas quien ha cambiado de opinión… para salvar la cara con su
gente.
Rebecca asintió, sabiendo que Serena sabía cómo
manejar esos asuntos mejor que ella.
–No dejes que te haga
dańo –le dijo luego su amiga, levantándose–. Nicholas es
un seductor, pero no creo que ninguna mujer le haya tocado nunca el
corazón. Ten cuidado con el tuyo.
–No te preocupes por mí,
no voy a perder la cabeza –Rebecca miró la rosa que había sobre
la mesilla y luego a Serena–. Me alegro de que Gabe te encontrase.
Y me alegro mucho de que haya vuelto a encontrar la felicidad.
–Yo
también soy muy feliz –el rostro de Serena resplandecía–. Gabe
es mi corazón, mi amor, mi alma gemela.
Y eso era exactamente
lo que Rebecca esperada encontrar algún día: amor de verdad. Pero
eso era precisamente lo que el príncipe Nicholas no le había
ofrecido.
Capítulo 4
Había sido una sorpresa para
Nicholas que Rebecca mencionase el amor. También él había tenido
una vez la esperanza de que esa emoción existiera y la había
buscado desesperadamente, sobre todo para demostrarle a su padre que
estaba equivocado. Pero después de pasar todo un ańo buscándolo,
saliendo con una larga lista de mujeres que lo dejaban frío, había
llegado a pensar que el amor no existía. O, al menos, no existía
para alguien como él.
Los matrimonios se formaban, como el de
su padre y su madre, por una variedad de pragmáticas razones, no
porque entre dos personas pudiera existir una magia loca y
repentina.
Sentado en el salón de Gabe y Serena, mientras
esperaba que Rebecca se reuniese con él, Nicholas pensó en lo que
sabía sobre ella: tenía veinticinco ańos y era una profesora sin
empleo que había pasado el último ańo cuidando de una madre
enferma que, lamentablemente, había muerto un mes antes.
Tenía
una tarjeta de crédito que apenas usaba, un coche de más de siete
ańos y ninguna propiedad a su nombre. Además de una reputación sin
mancha. Un modesto pasado que sus compatriotas encontrarían
encantador.
Lo que sabía sobre Rebecca era lo que podría saber
cualquiera, pero había tantas cosas que ignoraba… y le sorprendía
reconocer que estaba deseando pasar tiempo con ella. Nicholas sonrió
al recordar su risa. Esperaba hacerla reír aquel día.
–Rebecca
bajará enseguida –dijo Gabe, entrando en el salón.
–Muy
bien, estoy deseando volver a verla –Nicholas sonreía, pero el
hombre alto y moreno estaba muy serio.
–Tú sabes que Rebecca
es la hermana de mi difunta esposa –dijo Gabe.
Nicholas
asintió con la cabeza. Sabía que la primera esposa de Gabe había
muerto trágicamente. Tras su muerte, Gabe se trasladó a Wynborough,
donde había encontrado un puesto como guardaespaldas. Según los
rumores, Serena y él se habían enamorado locamente, pero Nicholas
sospechaba que el padre de Serena, el rey Phillip, había llegado a
algún tipo de acuerdo con el guardaespaldas. No sabía qué le había
prometido, pero sí que el rey Phillip estaba muy satisfecho al ver a
su aventurera hija casada. Así era como funcionaban los matrimonios
reales, se recordó a sí mismo.
–Siento un gran aprecio por
Rebecca –siguió Gabe.
–Y estoy seguro de que también yo
acabaré sintiendo un gran aprecio por ella –replicó Nicholas,
notando que su respuesta no aliviaba la tensión.
–No quiero
que le hagas dańo.
–No tengo la menor intención de hacerle
dańo. Voy a casarme con ella, no a enterrarla –protestó él, con
una sonrisa forzada. No entendía por qué no se mostraba alegre. Al
fin y al cabo, iba a ofrecerle a Rebecca la vida de una
princesa.
–Sólo quería advertirte –insistió Gabe–. Si
le haces dańo, no tendrás que seguir preocupándote por tus
derechos de sucesión al trono… ni por ninguna otra cosa.
Nicholas
lo miró, sorprendido. Y por primera vez se preguntó si quizá no se
habría apresurado al comprometerse con la bonita Rebecca Baxter.
Capítulo 5
–He pensado que podríamos ir de
compras, Rebecca –le dijo Nicholas, a su lado en el asiento trasero
de la limusina–. Sé que a las mujeres os encanta ir de
compras.
–No, a mí no –contestó ella. Estaba más nerviosa
de lo que quería reconocer. Nicholas le parecía incluso más guapo
aquella mańana y tendría que estar hecha de hierro para que su
sonrisa no la afectase.
Ni siquiera debería estar allí, pensó.
No debería haber aceptado seguir adelante con esa locura. Pero, si
era sincera consigo misma, debía admitir que era una experiencia
emocionante. Resultaba increíble que después de un ańo cuidando de
su madre enferma, su primera cita fuera con un príncipe que le había
propuesto matrimonio.
–No creo haber conocido nunca a una
mujer a la que no le gustase ir de compras –dijo Nicholas.
–Pues
a lo mejor es que sales con mujeres que no te convienen.
Él
rió. Tenía una risa preciosa, ronca y masculina.
–Es posible
que tengas razón. Aun así, me gustaría comprarte algo especial
para mańana por la noche. Algo para conmemorar nuestro compromiso.
–żMańana por la noche?
–La fiesta en casa de los
Woodtower. Tengo entendido que los Woodtower organizar unas fiestas
fabulosas.
Rebecca asintió, recordando que Gabe había
mencionado algo sobre eso.
–Prefiero que no me compres nada.
Sólo he aceptado tomar parte en este absurdo compromiso durante una
semana. Y sólo para que puedas contarle a todo el mundo que ha sido
un error porque sería totalmente inapropiada como princesa.
–Pero
es que no me pareces inapropiada.
–Ya veras como sí –dijo
ella, mirándolo a los ojos–. żPor qué te ha puesto tu padre una
fecha límite para casarte?
–Porque a mi padre le gusta
controlarlo todo –contestó Nicholas–. Y yo debo casarme porque
es mi obligación hacia Edenbourg.
La conversación terminó
cuando la limusina se detuvo frente a un mercado al aire libre. Unos
minutos después, estaban paseando entre los puestos. Rebecca tenía
la impresión de que el príncipe no era sólo guapo, sino muy
obstinado también. Y era evidente que no había hecho caso de sus
protestas de que encontrase otra prometida.
Ella no quería ser
la responsable de que perdiera su derecho a ser algún día el rey de
su país, pero no estaba dispuesta a sacrificar sus
sueńos.
–ˇAlteza!
Nicholas y Rebecca se volvieron. Tras
ellos había un hombre que parecía un periodista.
–żPuedo
hacerle una fotografía con su prometida?
–ˇNo! –exclamó
ella, horrorizada. No quería que aquel falso compromiso apareciese
en las noticias.
–Desde luego que sí –dijo Nicholas sin
embargo–. żQué tal una fotografía de nuestro primer beso?
Antes
de que Rebecca pudiese protestar, o supiera lo que estaba pasando,
los labios del príncipe se acercaron a los suyos.
Capítulo 6
La intención de Nicholas había
sido darle un beso breve, amable, pero en cuanto sus labios tocaron
los de Rebecca se vio envuelto en una tormenta de inesperado deseo.
Sus labios tenían un sabor muy dulce y su perfume se le subía a la
cabeza.
Se apartó a regańadientes, sin fijarse siquiera en el
periodista que se alejaba. Rebecca tenía los ojos muy brillantes y
Nicholas se preguntó cómo serían cuando le hiciera el amor. Esa
idea hizo hervir su sangre.
–No deberías haber hecho eso
–murmuró Rebecca, con las mejillas enrojecidas.
–żNo? Pues
yo estaba pensando repetir la experiencia.
Ella dio un paso
atrás, haciéndole un gesto de advertencia.
–No te atrevas
–le advirtió–. Estás empeorando las cosas, Nicholas. No pienso
casarme contigo.
Él la siguió cuando se dirigía a un puesto
de flores. Rebecca Baxter lo intrigaba. Nunca se le había ocurrido
pensar que una mujer no saltaría de alegría ante la oportunidad que
le estaba ofreciendo; la oportunidad de ser algún día la reina de
un país precioso.
Sabía sin la menor duda que cualquiera de
las mujeres con las que había salido durante aquel ańo se habría
casado con él sin pensarlo dos veces. żQué le pasaba a Rebecca
Baxter? żEstaba haciéndose la difícil o de verdad pensaba
rechazarlo?
Nicholas apresuró el paso para llegar a su lado,
admirando su bonita figura mientras se inclinaba para oler un ramo de
flores recién cortadas.
–żTe gustan las flores? –le
preguntó.
–Me encantan –la sonrisa de Rebecca creó una
agradable calorcito en su estómago–. Y me encanta la
jardinería.
Siguieron caminando, dejando el puesto de flores
atrás.
–żQué más cosas te gustan?
–Me gustan
muchas cosas: la pizza de jamón, trabajar con nińos, disfrutar de
un atardecer… –Rebecca lo miró con curiosidad–. żY a
ti?
Nicholas arrugó el ceńo, pensativo.
–Me gusta
viajar por mi país, charlar con la gente y representar sus intereses
por todo el mundo –contestó, pensando en las cenas oficiales, en
los bailes de gala y en las reuniones que ocupaban todo su tiempo.
Había perdido mucho de ese precioso tiempo saliendo con una
variedad de mujeres y dando que hablar a las revistas del corazón
porque sabía que eso enfurecía a su padre, pero era algo que nunca
había disfrutado.
–Parece que no tenemos mucho en común
–bromeó Rebecca.
–No es necesario que nos gusten las mismas
cosas –dijo él.
–żCómo que no? –Rebecca sacudió la
cabeza–. Bueno, en realidad esta conversación es una pérdida de
tiempo porque no tengo intención de casarme contigo. Una semana,
Nicholas, ya te lo dije. Tomaré parte en esta farsa durante una
semana y luego tú le dirás a la prensa que no era una persona
apropiada para ti y podrás elegir otra mujer para que sea tu
esposa.
Y después de decir eso se alejó.
Nicholas fue
tras ella, preguntándose cómo iba a convencerla para que cambiase
de opinión en siete días. Y preguntándose por qué de repente era
tan importante para él que cambiase de opinión.
Capítulo 7
Flores. Había flores por todas
partes. Enormes ramos de flores que ocupaban tanto espacio en el
dormitorio de Rebecca que tuvo que sacar algunos al pasillo. No
dejaban de llegar y con cada ramo su furia aumentaba.
Nicholas
la había llevado de vuelta a casa de Serena y Gabe por la tarde y el
envío de ramos de flores había empezado casi inmediatamente.
–Un
poco extravagante, pero es un detalle bonito –opinó Serena,
mientras observaba el jardín en que se había convertido el
dormitorio.
–żBonito? –repitió Rebecca, incrédula–.
Ese hombre es un lunático. Está intentando comprarme, pero no va a
funcionar. Nicholas no entiende una negativa porque seguramente no le
han negado nada en toda su vida. Es extravagante y malcriado...
–El
príncipe malcriado está esperándote en el vestíbulo –anunció
Serena, con una sonrisa en los labios.
–Ah, muy bien porque
pienso decirle cuatro cosas –Rebecca salió de la habitación hecha
una furia. Afortunadamente no le había dicho que le gustaban los
animales porque le hubiese enviado un zoo entero.
Pero la furia
se disipó un poco cuando llegó al vestíbulo y Nicholas la saludó
con una amplia sonrisa. Estaba tan guapo, con esos ojos tan
brillantes…
–żEstás contenta?
–No, no estoy
contenta –contestó ella con sequedad.
–Pero dijiste que te
gustaban las flores –la sonrisa de Nicholas desapareció,
reemplazada por una expresión de sorpresa.
Rebecca no pudo
seguir enfadada al darse cuenta de que de verdad había querido
complacerla y no entendía por qué no lo estaba.
–Te dije que
me gustaban las flores, pero también te dije que me gustaba la
jardinería.
–Cuando nos casemos podrás pasar mucho tiempo en
el jardín –dijo Nicholas.
Ella suspiró.
–Mira,
vivimos en dos mundos totalmente diferentes. Prefiero ser una
profesora en Iowa que una princesa que no se ha casado por amor.
–Tal
vez debería haber enviado joyas en lugar de flores –murmuró él,
como para sí mismo–. Pensé que querías flores.
No lo
entendía. Sencillamente, no lo entendía, pensó Rebecca. Estaba tan
acostumbrado a comprar lo que quería, a conseguir lo que deseaba,
que no entendía que a ella sólo podría ganársela con amor.
–Ven
conmigo –dijo de repente, tomando su mano.
–żDónde vamos?
–preguntó Nicholas, perplejo.
–Las flores que me has
enviado me han enseńado mucho sobre tu mundo. Ahora voy a enseńarte
algo del mío.
Capítulo 8
Nicholas, intrigado, se dejó
llevar, disfrutando del calor de su mano.
No entendía por qué
las flores no le habían gustado. Los enormes y exóticos ramos
habrían gustado a cualquiera de las mujeres con las que había
salido en el pasado.
Mientras lo llevaba hacia la parte trasera
de jardín, notó cómo la luz del sol bailaba sobre su pelo oscuro,
dándole reflejos rojizos. Sus propios dedos parecían deseosos de
acariciar los sedosos mechones.
Rebecca lo llevó al invernadero
y seńaló las flores y plantas que había a su alrededor.
–Estas
son las flores que me gustan… flores vivas, que están creciendo
–dijo, mirándolo con curiosidad–. żTú has plantado flores
alguna vez?
Era tan encantadora que deseó poder decirle que sí,
pero no iba a mentir.
–Nunca. Tenemos jardineros en palacio
para eso.
–No hay nada mejor que hundir las manos en la tierra
–Rebecca tomó una palita y una bolsa de semillas de la estantería
y se arrodilló frente a un macetero.
Nicholas la miró,
sorprendido por un momento, y luego se arrodilló a su lado. En unos
minutos estaban manchados de tierra hasta los codos.
Debía
admitir que había algo sensual y evocador en plantar semillas, pero
no sabía si era el calor y la textura de la tierra o la alegría que
iluminaba las facciones de Rebecca.
–Siempre he creído que el
matrimonio era algo parecido a plantar flores. No vale sólo con
plantarlas, para que florezcan hay que alimentarlas.
Nicholas
consideró sus palabras con interés.
–Puede que yo creyese
eso una vez, pero ahora sé que el matrimonio es sólo un deber que
uno debe cumplir.
Ella lo miró con expresión triste.
–Pues
si es por eso por lo que te casas, nunca encontrarás la
felicidad.
Para Nicholas esa conversación era extrańamente
turbadora, pero Rebecca pareció notar su desconcierto y soltó una
carcajada. Habían sido esa risa tan musical y el brillo de sus ojos
las razones por las que la había elegido precisamente a ella, pensó,
sonriendo también.
–żDe qué te ríes?
–Si tus
súbditos pudieran verte ahora… Su Alteza Real con la cara manchada
de tierra.
–żDónde? –Nicholas se tocó la cara con una
mano manchada de tierra y, de nuevo, Rebecca volvió a reír, con esa
risa suya que tanto lo deleitaba–.Tú también te has manchado
–sonrió, poniendo las manos en su cara.
Rebecca puso cara de
sorpresa, pero enseguida soltó una carcajada.
Nicholas no sabía
nada sobre el amor, pero no había nada que deseara más que tomar a
Rebecca entre sus brazos.
Y decidió no luchar contra ese
impulso, sino dejarse llevar.
Capítulo 9
Había sido fácil para Rebecca no
darle demasiada importancia al primer beso de Nicholas porque a su
lado había un periodista con una cámara y sabía que estaba
besándola con propósitos publicitarios.
Pero en cuanto sus
labios la rozaron supo que aquel beso era diferente. No había nadie
en el invernadero más que ellos, ninguna razón para que la besara
más que porque quería hacerlo.
Los labios de Nicholas
aplastaban los suyos con ardiente pasión mientras la apretaba contra
su torso y a Rebecca le daba vueltas la cabeza. Aunque sabía que
podría haber dado un paso atrás, su cuerpo se negaba a obedecer las
órdenes que enviaba su cerebro.
Pero tenía que apartarse,
pensó. Tenía que buscar aire y recuperar el equilibrio. Y, a la
vez, quería que aquel beso no terminase nunca.
Mientras seguía
besándola ardientemente la apretaba contra su cuerpo y Rebecca
notaba los salvajes latidos de un corazón… aunque no podría decir
si era el suyo o el de Nicholas.
Pero, a juzgar por el deseo que
se había apoderado de ella, tenía que ser su corazón el que latía
con tal fuerza.
Estar entre sus brazos, besarlo, hacía que sus
sueńos pareciesen asequibles. Y el deseo de su corazón no tenía
nada que ver con convertirse en una princesa o una reina, sino con
amar y ser amada por un hombre especial.
Nicholas se apartó por
fin, con desgana, sus oscuros brillando de deseo. Y, al ver ese
brillo, Rebecca sintió el mismo deseo en la boca del
estómago.
–Espero que tardes mucho en darme un heredero
–susurró–. Cuanto más tardes, más veces tendremos que
intentarlo.
Esas palabras fueron como un jarro de agua fría,
recordándole exactamente qué le estaba ofreciendo con ese
matrimonio y qué esperaría a cambio.
Rebecca abrió la boca
para protestar, para recordarle que no tenía intención de casarse
con él, pero Nicholas empezó a acariciar suavemente su mejilla.
–No
puedo tener una conversación seria con una mujer que tiene la cara
manchada de tierra. Ven –dijo, tomando su mano–. Vamos a
asearnos.
Con la mano de Nicholas en la suya, y la mejilla
ardiendo por la dulce caricia, Rebecca se dio cuenta de que iba a
tener que ser fuerte. Le había prometido una semana de falso
compromiso y le daría una semana.
Pero debía tener cuidado
porque cuando le regalaba su encantadora sonrisa, cuando la tocaba,
aunque fuera el gesto más simple, despertaba emociones que sólo
podían tener un final: un corazón roto.
Capítulo 10
–Esa rubia de ahí sería una
princesa estupenda –le dijo Rebecca en voz baja.
El baile de
los Woodtower estaba en todo su apogeo. Charles y Edi Woodtower eran
amigos personales del rey Phillip y la reina Gabriella y no habían
ahorrado gasto alguno en aquella fiesta que habían organizado en su
honor.
El salón de baile era espléndido, con molduras forradas
en pan de oro y enormes candelabros de cristal. La suave música de
una orquesta actuaba como contrapunto de las conversaciones y las
risas de los invitados. Nicholas y ella estaban en una pequeńa
estancia desde la que tenían una excelente panorámica del salón.
Él
arrugó el ceńo.
–Nunca me han gustado las rubias.
Rebecca
sonrió.
–No es eso lo que el Daily Reader dice de ti.
–No
debes creer todo lo que publica la prensa.
–Te llaman el
Príncipe Playboy –dijo Rebecca. Había un toque de censura en su
voz y lo miraba con seriedad.
–Me gusta estar con mujeres
hermosas –Nicholas se encogió de hombros, un poco avergonzado por
la imagen de play boy que había cultivado como parte de una perversa
rebelión contra su padre–. Y esta noche no es una excepción
–ańadió, sonriendo–. Estás radiante.
Y así era. Con un
vestido de color crema que resaltaba su piel morena y marcaba
elegantemente sus curvas, llamaba la atención más que ninguna otra
mujer en la fiesta. Llevaba el pelo sujeto en un mońo alto que
dejaba al descubierto su largo cuello y el suave maquillaje destacaba
sus bonitas facciones.
Pero el halago hizo que se pusiera
colorada.
–Gracias –murmuró, mirando hacia el salón de
nuevo–. Si no te gustan las rubias, hay muchas morenas atractivas y
estoy segura de que cualquiera de ellas sería una princesa más que
adecuada para ti.
–Es totalmente inapropiado que mi prometida
esté intentando emparejarme –replicó Nicholas.
–Alguien
tiene que hacerlo –Rebecca lo estudió, preguntándose si estaba
siendo tonta al resistirse–. Tienes menos de tres semanas para
casarte.
–Me casaré antes de mi cumpleańos –le aseguró
él–. Me han educado para ser el próximo rey de Edenbourg, ése es
mi destino.
–żY por qué no te has casado antes? –preguntó
Rebecca–. Has dicho que tu padre te dio un plazo de un ańo. żPor
qué has esperado hasta el último momento?
Nicholas vaciló
antes de contestar porque no estaba seguro de cuál era la respuesta.
En realidad, no había querido creer que de verdad su padre lo
forzaría a casarse. Y tampoco quería confesarle que había estado
buscando algo… algo que aún no podía explicar. Pero fuera lo que
fuera no lo había encontrado.
–He esperado porque aún no te
conocía –dijo, sonriendo.
Rebecca sacudió la cabeza, con
gesto enfadado.
–Creo que en lugar del “Príncipe Playboy”,
la prensa debería llamarte el “Príncipe Cuentista”.
Él la
miró, sorprendido. No recordaba que ninguna otra mujer le hubiese
tratado de forma tan irreverente.
–żY tus sueńos, Nicholas?
–le preguntó luego–. żCuáles son?
–Quiero ser un rey
justo. Sueńo con la paz y la prosperidad de mi país.
Los ojos
de color caramelo se iluminaron.
–Esos son los sueńos de un
rey. żCuáles son tus sueńos y tus esperanzas como hombre?
Nicholas
arrugó el ceńo. żSueńos?
–No lo sé –contestó por
fin–. No sé si tengo alguno.
Rebecca asintió, como si esa
respuesta no la sorprendiese.
–Además de que no nos queremos,
somos demasiado diferentes el uno del otro como para que nuestro
matrimonio pudiese funcionar. Yo no podría casarme con un hombre que
no tuviera sueńos y ésa es una de las razones por las que nunca me
casaré contigo.
Capítulo 11
–Hay muchos matrimonios en los que
el marido y la mujer son muy diferentes. El amor no es lo más
importante en una relación –protestó Nicholas.
–Dime
alguno –le exigió Rebecca.
Nicholas tuvo que sonreír. El
brillo airado de sus ojos y el reto que había en su tono de voz le
resultaban irresistibles.
–Mis propios padres son un buen
ejemplo. El suyo fue un matrimonio arreglado por razones políticas y
llevan juntos más de treinta ańos. Cada uno tiene sus propios
intereses, sus propias responsabilidades, sus propios amigos… y
siempre les ha ido bien.
Rebecca abrió la boca para decir algo,
pero Nicholas no la dejó.
–żBailamos?
Sin esperar
respuesta, tomó su mano y la llevó hacia la pista de baile.
–Y
también Victor y Sara Thornton –siguió Nicholas, mientras la
tomaba por la cintura.
Era perfecta, pensó, su dulce fragancia
embriagando sus sentidos. Ninguna mujer lo había atraído como ella.
Rebecca no era la más guapa que había conocido nunca, pero algo en
ella lo atraía como no lo había hecho ninguna otra.
–Estabas
hablándome de los Thornton –dijo Rebecca, interrumpiendo sus
pensamientos.
–Ah, sí. Él es el Gran Duque de Thortonburg y
se casó con Sara hace ańos por sentido del deber más que por amor.
Te los presentaría, pero se marcharon bruscamente ayer… hay
rumores de problemas en Thortonburg. En fin, esos dos matrimonios han
funcionado.
–Pero yo no quiero un matrimonio que funcione,
quiero el matrimonio que tuvieron mis padres –replicó ella.
En
sus ojos había un brillo de ternura y Nicholas la estrechó con más
fuerza, deseando ser él quien evocase esa mirada.
–żFueron
felices? –le preguntó.
–Más que felices. Eran algo más
que marido y mujer. Eran amigos, amantes y estaban completamente
dedicados el uno al otro. De verdad eran almas gemelas.
–żY
ése es tu sueńo?
Rebecca asintió, con los ojos
brillantes.
–Quiero que mi marido sea mi amante, mi compańero,
quien me guarde los sueńos. Y mi consuelo cuando esos sueńos no se
hagan realidad. Quiero que mis hijos crezcan felices viendo el amor y
el respeto que sus padres sienten el uno por el otro –al decir eso
se puso colorada–. En fin, bueno, creo que estoy hablando
demasiado.
–No te disculpes –dijo él.
Siguieron
bailando sin hablar. Nicholas la apretaba contra su pecho,
preguntándose cómo era posible que hubiera empezado la noche sin
sueńos y que ahora, de repente, los sueńos de Rebecca fueran los
suyos.
Capítulo 12
–Cuéntame más cosas sobre tus
padres –dijo Nicholas más tarde, cuando salieron a la terraza para
respirar un poco de aire fresco.
Rebecca sonrió,
recordando.
–Cada aniversario, mi padre le compraba a mi madre
un regalo… un recuerdo de otro país. Un ańo era un paquete de té
ruso, el siguiente una campanita de Holanda.
–Mi madre siempre
recibe un diamante en su aniversario –dijo Nicholas, encogiéndose
de hombros.
Rebecca sonrió, intentando no pensar en lo guapo
que estaba con el esmoquin.
–Mi padre no podía comprarle
diamantes, pero le había prometido el mundo entero y cada ańo le
daba un recuerdo de algún sitio lejano.
–żEn qué trabajaban
tus padres?
Rebecca se sentó en uno de los bancos de hierro
forjado que adornaban la terraza y Nicholas se sentó a su lado, sus
piernas rozándose.
–Mi padre era mecánico y mi madre,
profesora. Se conocieron cuando ella llevó su coche al taller y tres
meses después estaban casados. Y el amor que sentían el uno por el
otro llenó nuestra casa todos los días de su vida.
Nicholas
arrugó el ceńo.
–Sé que mis padres se respetan el uno al
otro, pero la verdad es que no pasan mucho tiempo juntos.
–Pues
cuando yo me case, mi marido y yo pasaremos mucho tiempo juntos –dijo
ella, con vehemencia–. Siempre, de día y de noche. Compartiremos
esperanzas y sueńos… bueno, seguramente discutiremos alguna vez,
pero haremos las paces y nuestro amor se hará más fuerte cada
día.
Luego miró a Nicholas.
–Eso es lo que quiero de un
matrimonio, lo que tuvieron mis padres –de repente, los ojos de
Rebecca se llenaron de lágrimas–. Y si hubieran vivido lo
suficiente, mi padre le hubiera dado a mi madre el mundo entero –dijo
entonces, secándose las lágrimas con el dorso de la mano–. Lo
siento –se disculpó, sonriendo para disimular su turbación.
–No
lo sientas –murmuró Nicholas.
–Es que… mi padre murió
hace un ańo de un infarto y antes de que pudiera recuperarme
descubrimos que mi madre estaba muy enferma. Murió hace un mes.
Por
mucho que intentase controlar las lágrimas era inútil y cuando
Nicholas la estrechó entre sus brazos ella no protestó, el dolor
por la muerte de sus padres abrumándola por completo.
Rebecca
apoyó la cara en la pechera de su camisa mientras él acariciaba
tiernamente su pelo. Aunque estaba llorando, no podía dejar de notar
la fuerza de los brazos masculinos a su alrededor, su excitante
aroma.
–Dulce Rebecca –murmuró–. No sientas pena por tus
padres. Piensa que tienen toda la eternidad para estar juntos.
La
dulzura de esas palabras, la ternura de su abrazo… Rebecca supo que
estaba pisando terreno peligroso. Era vulnerable a la fantasía que
él representaba. Después de un ańo tan terrible, sería demasiado
fácil creer en el cuento de hadas que le ofrecía: convertirse de la
noche a la mańana en la princesa de un exótico país.
Sí, era
vulnerable. Y si no tenía cuidado acabaría enamorándose del
príncipe play boy, que parecía no saber nada sobre el amor.
Capítulo 13
–Te gustan los nińos –era una
afirmación más que una pregunta.
Estaban paseando por uno de
los preciosos parques de Wynborough y Rebecca se había detenido para
mirar a un grupo de nińos que montaban en los columpios.
–Me
encantan los nińos, por eso me hice profesora –asintió–. Cuando
era una cría le dije a mi madre que quería tener por lo menos una
docena de hijos.
–żUna docena? Entonces necesitarás un
castillo para hacerles sitio.
Ella rió, con esa risa tan
musical que lo hacía sentir un cosquilleo por dentro.
–O una
vieja casa de dos plantas, por ejemplo.
Nicholas la observó
mientras miraba a los nińos. Su rostro le resultaba absolutamente
fascinante, lleno de expresión y animación.
Dos noches antes
la había abrazado mientras lloraba por sus padres muertos y su dolor
había resonado profundamente dentro de él. Desde esa noche,
parecían estar mucho más cómodos el uno con el otro.
Ella se
volvió bruscamente.
–Si no fueras un príncipe, żque te
gustaría ser?
–No lo sé –Nicholas sonrió mientras seguían
paseando por una avenida rodeada de álamos–. Tal vez un granjero…
con una vieja casa de dos plantas, perfecta para doce nińos.
Rebecca
le dio un golpecito en el brazo, riendo.
–Lo digo en
serio.
Eso era algo que le gustaba de ella, que lo retaba, lo
hacía pensar en cosas en las que no había pensado nunca.
–No
lo sé. Es difícil considerar otras opciones cuando te han educado
toda la vida para ocupar cierto sitio –Nicholas sonrió–. żY tú?
żQué hubieras sido de no ser profesora?
Rebecca se encogió de
hombros, la brisa moviendo su pelo.
–Quizá asistente social.
Me gusta ayudar a la gente que lo necesita.
–Pues eso te
convertiría en una princesa perfecta.
Ella se puso seria de
repente.
–Nicholas, sabes que sólo acepté pasar unos días
contigo porque Serena me dijo que era lo mejor.
–żLo mejor
para quién?
–Para ti. Después de pasar unos días juntos,
anunciarías a la prensa que me habías dejado y…
–Pero es
que no pienso dejarte.
–ˇNicholas, no me estás escuchando!
–exclamó Rebecca, enfadada.
–Qué carácter –murmuró él,
sorprendido.
–Pues sí, tengo carácter. Y seguramente a veces
hablo con la boca llena. Como galletas en la cama y si hay más de
dos tenedores al lado de mi plato no sé cuál de ellos usar.
Entiéndelo, a mí no me han educado para ser una princesa.
De
nuevo, Nicholas se preguntó si se habría apresurado, si quizá
Rebecca tenía razón y todo aquello era un tremendo error.
żLa
había elegido sólo para enfadar a su padre? żPorque sabía que
desaprobaría su elección pero no podría hacer nada al
respecto?
–Ah, veo que te he hecho pensar –Rebecca rió de
repente y, al escuchar ese dulce sonido, cualquier duda que hubiera
podido tener desapareció por completo.
–No, sólo estaba
preguntándome si sería incómodo dormir con la cama llena de migas
de galleta.
Rebecca iba a decir algo, pero él la detuvo
poniendo un dedo sobre sus labios.
–żSabes una cosa? Muchas
mujeres pensarían que lo que yo te ofrezco es un cuento de
hadas.
–Pero yo sé que no es así –replicó ella–. No es
un cuento de hadas en absoluto.
–żPor qué no? –preguntó
Nicholas, curioso.
Los ojos de Rebecca se volvieron
sombríos.
–Porque todo el mundo sabe que los cuentos hadas
siempre tienen un final feliz y no habrá un final feliz para
nosotros.
Capítulo 14
–Así que hoy es tu último día
como prometida del príncipe Nicholas Stanbury –dijo Serena.
Estaban sentadas frente a la mesa del desayuno, tomando un
café, y Rebecca asintió con la cabeza.
–Le di una semana y
ya ha pasado. Pero aún tiene quince días antes de su cumpleańos
para encontrar una esposa apropiada –mientras lo decía, intentaba
no pensar en el dolor que, de repente, sentía en el corazón.
Aquella
semana había sido como un sueńo. Nicholas y ella habían pasado
prácticamente las veinticuatro horas juntos dando largos paseos por
el campo, comiendo en maravillosos restaurantes y visitando los
muchos parques de Wynborough.
Y Rebecca había aceptado cada día
un regalo nuevo, como una recompensa después de un ańo
particularmente duro y difícil para ella. Había sido muy fácil
verse enredada en aquella fantasía, pero era el momento de volver a
la realidad. Y la realidad era que Nicholas no la amaba.
Con
cada día que pasaba, Nicholas parecía abrirse un poco más,
revelándole cosas sobre sí mismo que Rebecca sospechaba no había
compartido nunca con nadie. Cuando le habló de su infancia tuvo la
impresión de que había sido un nińo malcriado y excesivamente
mimado, pero muy solitario, un nińo que veía más a las nińeras
que a sus padres. Era comprensible que no entendiera el amor. Había
tenido muchas responsabilidades, muchos deberes y mucha pompa y
circunstancia en su vida, pero muy poquito amor.
–żY qué
tienes pensado para tu canto del cisne como prometida de Nicholas?
–preguntó Serena, interrumpiendo sus pensamientos.
–No
estoy segura. Me dijo que estuviera lista a mediodía porque quería
darme una sorpresa –Rebecca tomó un sorbo de café y luego
suspiró–. La verdad es que ha sido una semana maravillosa.
–No
tendría por qué terminar –sonrió Serena.
–żCómo que no?
–exclamó ella, levantando la mirada de nuevo–. Me temo que si no
dejo de verlo… acabaré haciendo una estupidez.
–żCómo
qué?
–Como enamorarme de él.
–żY eso sería tan
terrible?
–Sí –de nuevo, Rebecca concentró la mirada en su
taza de café–. Nicholas es encantador, guapo, sexy. Evidentemente
es un hombre bien educado y tiene un gran sentido del
humor.
–żPero…?
–Pero no me eligió como su
prometida porque me quisiera. Ni siquiera estoy segura de que sea
capaz de amar como yo quiero que me amen –Rebecca apretó la mano
de su amiga–. Yo quiero un hombre que me mire como Gabe te mira a
ti –exclamó fervientemente–. Necesito un hombre que me necesite
a mí, uno que comparta mis sentimientos, mi vida, mis sueńos.
–żY
qué piensas hacer? –preguntó Serena.
–Decirle
adiós.
Pronunciar esas palabras hizo que el corazón de Rebecca
se encogiera de dolor.
Capítulo 15
–Nicholas, acordamos vernos
durante una semana y la semana ha terminado –dijo Rebecca.
Estaba
preciosa con un vestido de color caramelo que hacía juego con sus
ojos. Llevaba unos discretos pendientes de oro y su pelo caía en
suaves ondas hasta los hombros.
Nicholas desearía enredar los
dedos en esa gloriosa melena. Desearía capturar una de sus orejitas
con la boca y besar aquel glorioso cuello. Pero tenía que intentar
concentrarse en la conversación y no en su creciente deseo por
ella.
–Yo no quiero dejar de verte –protestó, preguntándose
por qué siempre se le ocurría la frase perfecta en lo que concernía
a asuntos políticos, pero le resultaba tan difícil cuando se
trataba de Rebecca. Sonaba como un nińo petulante y eso lo sacaba de
quicio.
Estaban en el comedor privado de un caro restaurante, en
una salita que parecía animar el romance con sus flores recién
cortadas, las velas y la música suave.
Cuando Rebecca le dijo
que sólo sería su prometida durante una semana, Nicholas estuvo
seguro de que la haría cambiar de opinión. Ahora, por primera vez,
una ola de pánico empezaba a ahogarlo. Porque se daba cuenta de que
ella pensaba cumplir su palabra.
–Quiero pasar más tiempo
contigo.
En cuanto lo dijo supo que era verdad, que deseaba
desesperadamente estar con ella.
–Sólo estaríamos retrasando
lo inevitable –contestó Rebecca, sin mirarlo a los ojos.
Un
desamparo desconocido se apoderó de Nicholas. Él podía ordenar al
chef que hiciera su plato favorito, podía exigir a la doncella que
limpiase la plata, pero no podía exigir ni demandar que Rebecca le
diese más tiempo.
–Nicholas, yo no sé nada sobre tu país,
nada sobre sus costumbres o la gente de Edenbourg.
Él sonrió,
burlón, deseando despertar en ella otra sonrisa.
–Entonces te
enviaré folletos de viajes para que los estudies.
Rebecca
suspiró, molesta, pero antes de que dijera nada Nicholas tomó su
mano. Le encantaban sus manos, tan suaves, tan femeninas. Lo extrańo
era que no recordaba las manos de ninguna de las mujeres con las que
había salido.
–Esta semana contigo me ha demostrado lo bien
que podría funcionar nuestro matrimonio. Nos llevamos bien, me
gustas –le confesó.
Ella apartó la mano.
–żTe has
parado a pensar que tú podrías no gustarme?
Nicholas la miró,
sorprendido.
–żNo te gusto?
De nuevo, Rebecca
suspiró.
–Sí me gustas –le dijo–. Pero no pienso
amarte.
–Eso no es necesario para que nuestro matrimonio
funcione –insistió Nicholas. Pero después de decirlo se quedó
sorprendido al experimentar una sensación de terror. Nervioso, metió
la mano en el bolsillo para sacar una cajita de terciopelo, sabiendo
que si algo podía hacerla cambiar de opinión, ese regalo lo
haría.
Rebecca frunció el ceńo y estaba a punto de protestar
cuando él abrió la cajita para mostrarle su contenido.
Capítulo 16
–Oh, Nicholas –murmuró Rebecca,
sin aliento–. Nunca había visto un diamante tan grande.
Él
se relajó al ver su entusiasmada expresión. Una cosa era rechazar
una proposición de matrimonio, otra muy diferente rechazar un anillo
de compromiso con un diamante perfecto de cuatro quilates. Rebecca no
era tan diferente a las demás mujeres después de todo.
Nicholas
sacó el anillo de su cama de terciopelo y se lo puso en el dedo.
–Te
queda perfecto. Es una buena seńal, una premonición –murmuró,
tomando su mano para besarla–. Rebecca, por favor lleva este
anillo, sé mi esposa.
Su corazón latía con un ritmo extrańo,
poco natural, y se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento
mientras esperaba la respuesta.
Ella levantó la mano, dejando
que el diamante reflejase la luz de la lámpara. Brillaba y
resplandecía como si fuera una promesa y Nicholas sintió que iba a
decir que sí. Tenía que decir que sí.
Pero se le encogió el
corazón cuando Rebecca negó con la cabeza mientras se quitaba el
anillo.
–Es tan bonito… un anillo para una princesa. Pero no
puedo ponérmelo porque no vamos a casarnos.
Nicholas se quedó
mirándola, mudo, mientras volvía a guardar el anillo en la caja de
terciopelo. Era algo extrańo; le entusiasmaba que fuera diferente a
las demás, pero ese entusiasmo estaba mitigado por la alarma al
pensar que tendría que vivir su vida con otra persona. No podía
imaginar a ninguna otra mujer como su esposa. Él quería… quería
a Rebecca.
–No me gustan los juegos, Rebecca. Olvida que soy
un príncipe, olvida el ultimátum de mi padre –le dijo,
inclinándose hacia delante para mirarla a los ojos–. Vamos a pasar
una semana juntos, sólo como un hombre y una mujer, disfrutando de
la compańía del otro. Sin compromisos ni presiones de ningún
tipo.
Al ver que ella estaba a punto de rechazar la sugerencia,
Nicholas intentó encontrar palabras que la hiciesen cambiar de
opinión.
–En dos semanas volveré a Edenbourg y seguiré con
mis deberes como heredero del trono. Eso me llena de alegría, pero
junto con la alegría están las presiones y las responsabilidades
–le explicó–. Me gustaría pasar una semana contigo no como el
futuro rey de Edenbourg sino como un hombre. Me gustaría pasar ese
tiempo con la mujer que he elegido y esa mujer eres tú.
Al
notar su indecisión decidió presionar un poco más:
–Mira,
voy a guardar el anillo y no diré una palabra más sobre nuestro
matrimonio –ańadió, guardando la cajita en el
bolsillo.
–Nicholas, haces muy difícil que una mujer pueda
decirte que no –suspiró por fin Rebecca.
–Entonces, no
digas que no.
–Este es seguramente el error más grande que
voy a cometer en toda mi vida… –Rebecca se mordió los labios–.
Muy bien, de acuerdo, una semana más.
Nicholas dejó escapar un
largo suspiro de alivio. Una semana más. Siete días. Tenía siete
días para conquistar el corazón de Rebecca.
Capítulo 17
Rebecca sabía que haber aceptado
pasar otra semana con Nicholas era una locura, pero no tenía fuerzas
para negarse a sí misma ese placer.
Y durante esa semana
saboreó cada minuto, grabándolo en su mente y en su
corazón.
Nicholas la llevó a comer langosta Newburg y ella lo
llevó a comer pizza con jamón. Él la llevó a montar a caballo,
ella a jugar a los bolos. Dieron paseos en coche de caballos y
visitaron museos. Y cada noche, cuando la devolvía a casa de Gabe y
Serena, la besaba hasta dejarla mareada de deseo.
Tendría
maravillosas historias que contar a sus amigas cuando volviese a Iowa
sobre las dos semanas que había estado prometida con el príncipe
Nicholas Stanbury, de Edenbourg. Y por la noche, sola en su cama,
derramaría muchas lágrimas por el futuro rey… el hombre del que
se había enamorado.
Nicholas y ella estaban ahora frente a la
casa de Gabe y Serena. Era casi medianoche y las dos semanas estaban
a punto de terminar. Sobre sus cabezas la luna llena iluminaba las
atractivas facciones del príncipe.
–Rebecca, sé que prometí
no volver a hablar de ello, pero no puedo… –empezó a decir,
clavando en ella su mirada–. Cásate conmigo.
Rebecca negó
con la cabeza.
–No, no puedo.
–żPor qué no? –la voz
de Nicholas contenía un silencioso ruego.
No iba a decirle que
no podía casarse con él porque lo amaba. Si Nicholas lo supiera
tendría poder sobre ella y temía que usara ese poder para
convencerla. Porque casarse con él sería el mayor error de su
vida.
De modo que contestó a su pregunta con otra
pregunta:
–żPor qué me elegiste a mí… esa noche, en el
baile? Había docenas de mujeres. żPor qué yo?
Nicholas
levantó la cabeza para mirar la luna, como si pudiera encontrar la
respuesta a su pregunta en el plateado globo.
–No estoy
seguro. Cuando te miré… me pasó algo. Y en cuanto te oí reír
supe sin ninguna duda que eras tú.
–Nicholas…
–Y
nada ha me ha hecho cambiar de opinión desde esa noche –él buscó
sus labios con un beso de increíble dulzura.
Ella se mantuvo
rígida por un momento, sin ceder. Pero al sentir el roce de su
lengua, el calor de sus manos apretando sus costados… se dejó
llevar por la magia, por la pasión.
–Rebecca, Rebecca…
–murmuraba Nicholas, besando su cuello. Los besos, ligeros y
rápidos como alas de mariposa, despertaban llamas en su interior–.
Te deseo. Te necesito. Cásate conmigo.
A regańadientes, con el
corazón encogido, Rebecca dio un paso atrás.
–Adiós,
Nicholas –musitó, agarrando el picaporte para entrar en la
casa.
–Rebecca, espera… –a la luz de la luna, ella se
volvió para mirarlo, sorprendida al ver lo que parecía un brillo de
auténtico pánico en sus ojos–. Si no te casas conmigo, no me
casaré con nadie. Renunciaré a mi derecho a suceder a mi padre en
el trono de mi país.
Capítulo 18
Rebecca
lo miró, horrorizada.
–No digas tonterías.
–Lo digo
en serio. Si no te casas conmigo no habrá boda y yo nunca seré el
rey de Edenbourg.
Parecía hablar completamente en serio, pero
Rebecca se negaba a creerlo.
–No es posible. Durante toda tu
vida te han educado para ser rey. Si no te casas, tu padre tendrá
que entenderlo.
Él sonrió con amargura.
–Tú no
conoces a mi padre. Preferiría arrebatarme mis derechos de sucesión
antes que echarse atrás una vez que ha lanzado un ultimátum.
–Pero
no puede ser…
Respirando profundamente, Nicholas se pasó una
mano por el pelo.
–Hace dos semanas, cualquier mujer me
hubiese valido. Me había resignado a un matrimonio en el que mi
mujer y yo viviríamos vidas separadas. Seríamos amables y educados
el uno con el otro, naturalmente. Ella me daría el necesario
heredero y yo le regalaría joyas y mansiones para hacerla
feliz.
Luego puso las manos sobre los hombros de Rebecca,
buscando su mirada con intensidad.
–Estas dos últimas semanas
contigo me han demostrado lo que puede ser un matrimonio. Me gusta
estar contigo, hablar contigo. El nuestro podría ser un matrimonio
lleno de alegría, de buena compańía… –los ojos de Nicholas se
oscurecieron– y lleno de pasión.
Sería tan fácil creer la
promesa que había en esas palabras, darle a su cuento de hadas un
final feliz. Pero había una cosa que Nicholas no había dicho. No
había dicho que su matrimonio estaría lleno de amor.
No había
dicho que la amaba.
–Adiós, Nicholas –antes de que pudiese
decir otra palabra, antes de que él pudiese hacer o decir nada que
debilitara su resolución, Rebecca entró en la casa, dejándolo en
el porche.
Afortunadamente, Gabe y Serena estaban en la cama y
consiguió llegar a su habitación antes de que las lágrimas
empezaran a rodar por su rostro.
Aquellas debían haber sido
unas alegres vacaciones después de un ańo cuidando de su madre y
una oportunidad de reanudar su relación con Gabe. No deberían haber
acabado con un corazón roto.
Rebecca se desnudó para meterse
en la cama, las lágrimas aún rodando por su rostro. Nicholas. Su
corazón gritaba su nombre. Sería tan fácil caer en esa fantasía,
convertirse en su prometida de verdad. Pero temía sacrificar sus
propios sueńos de encontrar el amor verdadero. Amar a Nicholas no
era suficiente si él no la amaba.
Secándose las lágrimas que
rodaban por sus mejillas, se tumbó en la cama y miró las sombras
que la luz de la luna creaba en el techo de la habitación.
“Si
no te casas conmigo, no me casaré con nadie. Renunciaré a mi
derecho a suceder a mi padre en el trono de mi país”.
Sus
palabras la perseguían.
No podía estar diciendo la verdad.
Pero al día siguiente… o un día más tarde como máximo, habría
un titular en los periódicos anunciando el nombre de su nueva
prometida.
–Y vivieron felices para siempre –susurró
Rebecca. Luego apoyó la cabeza en la almohada y lloró por lo que
nunca podría ser.
Capítulo 19
–żQuiere comer algo? –le
preguntó la camarera por segunda vez.
–Por el momento no.
Estoy esperando a una persona –contestó Nicholas.
La
camarera, una rubia con unos pechos que casi se salían de su
escotado uniforme, sonrió coquetamente. Estaba claro que no lo había
reconocido. Y era una suerte.
–A veces tenemos cosas que no
están en el menú –le dijo, guińándole un ojo mientras ponía un
papelito en su mano–. Mi número de teléfono… por si acaso
quiere usted pedir a la carta.
Nicholas hizo una bola con el
papel. No estaba interesado. No estaba interesado en nadie salvo en
Rebecca.
Estaba tomando un sorbo de vino cuando vio a Gabe
acercándose a su mesa.
–Hola, Nicholas.
–Gracias por
venir.
–No sé muy bien por qué estoy aquí –le confesó
Gabe–. Pero me parece que tengo una idea.
–Rebecca –dijo
Nicholas, como si eso lo explicara todo.
Gabe asintió.
–Eso
es lo que me había imaginado.
–Han pasado dos días desde la
última vez que la vi o hablé con ella. He pensado que sería mejor
dejarle algún tiempo para pensar.
–żY qué tiene eso que ver
conmigo?
–Necesito ayuda –le confesó Nicholas–. Tengo
que convencer a Rebecca de que se case conmigo, pero no sé cómo. Tú
la conoces bien, dime qué tengo que hacer.
La camarera volvió
a aparecer en ese momento y Gabe pidió una ensalada, pero Nicholas
le devolvió la carta haciendo un gesto con la cabeza.
–No
tengo apetito.
–żNo tienes apetito? –repitió Gabe–. żNo
duermes bien? żTienes dificultades para concentrarte?
Él lo
miró, asombrado.
–żCómo lo sabes?
Gabe sonrió.
–He
pasado por eso. Se llama amor.
“Amor”. Nicholas lo miró,
maravillado. Pero claro... el amor que sentía por Rebecca era lo que
hacía palpitar su corazón, lo que hacía que no pudiera dejar de
pensar en ella. Amaba a Rebecca Baxter y no se había dado cuenta. Y
ahora no sabía qué hacer.
–Gabe, tienes que ayudarme. Haz
que se case conmigo. La necesito.
–Yo no puedo obligarla a
nada –sonrió Gabe–. żLe has dicho lo que sientes?
–Le he
dicho que no me casaría con nadie más. Y que el nuestro sería un
buen matrimonio –Nicholas arrugó el ceńo–. No sé qué más
puedo decirle.
–żLe has dicho que la quieres?
–No.
Le
había dicho eso cien veces en el pasado a cien mujeres distintas
porque sabía que eso era lo que ellas querían escuchar. Pero nunca
había habido una emoción real detrás de esas palabras.
De
nuevo, Gabe sonrió.
–Las mujeres son unas criaturas muy
especiales. No quieren que el amor sea algo que se da por sentado,
quieren escuchar esas palabras.
–Pero yo no se lo he dicho
porque… no sé, quizá porque mis sentimientos por ella trascienden
esas simples palabras.
De nuevo, Nicholas experimentó una
sensación de descubrimiento.
Llevaba mucho tiempo buscando el
amor en todas las mujeres con las que había salido, en todas sus
relaciones. Pero el amor le había sido esquivo. Y cuando decidió
por fin olvidarse de esa idea romántica, pensando que era una
ilusión, de repente aparecía para golpearlo en plena cara.
–La
quiero –dijo en voz alta, mirando a Gabe con asombro. Luego se
levantó, incapaz de permanecer sentado un segundo más–. Lo
siento… tengo que irme.
Gabe sonrió.
–Ya me lo
imaginaba. Vamos, vete.
Nicholas salió del restaurante con paso
apresurado y el corazón latiendo con fuerza dentro de su pecho. Se
sentía más vivo que nunca en toda su vida, con el corazón lleno de
amor por Rebecca.
No fue hasta que estaba a medio camino de la
casa de Gabe y Serena cuando se le ocurrió un pensamiento terrible.
Él amaba a Rebecca, żpero y si ella no lo amaba?
Capítulo 20
–Rebecca, Nicholas está aquí –la
llamó Serena desde la puerta de la habitación.
Rebecca sintió
una traicionera oleada de alegría… pero no podía ser. Ella no
quería ver a Nicholas, no quería volver a tener la misma discusión
sobre el matrimonio que tan a menudo había marcado los días que
pasaron juntos.
–żRebecca? –insistió Serena.
–Sí,
hablaré con él –suspiró por fin. Al menos le debía eso, se dijo
a sí misma.
Lo encontró esperándola en el salón. Cuando
entró, Nicholas dio un paso hacia ella con los brazos abiertos...
pero ella lo detuvo con un gesto.
–żPor qué has venido? żQué
quieres, Nicholas?
Una pena que fuera tan increíblemente guapo
y una pena que su mera presencia redoblase el dolor que sentía al
verlo.
–Te deseo –dijo él.
–Ya hemos hablado de eso
–replicó ella, con expresión cansada–. Hemos hablado del tema
hasta que ya no queda más que hablar. Nada me hará cambiar de
opinión. Tienes cuatro días, Nicholas, deberías estar preparando
tu boda –cada una de esas palabras era como un cuchillo en su
corazón–. Por favor, vete.
Nicholas la tomó por los
hombros.
–No puedo irme todavía. No puedo hasta que te haya
dicho que te quiero, Rebecca. Te quiero. Por favor, cásate
conmigo.
La angustia que encogía el corazón de Rebecca se
disipó cuando una furia ciega se apoderó de ella.
–żCómo
te atreves? –exclamó, apartándose, su ira aumentando con cada
segundo–. żCómo te atreves a decir eso sólo para conseguir lo
que deseas?
–Pero…
–Hemos hablado tanto y de tantas
cosas que al fin has descubierto que amor es lo que quiero y no
pienso aceptar nada menos. ˇQué conveniente decirme ahora que me
quieres!
–ˇPero es la verdad! –exclamó él, con un toque
de indignación.
–No, es una burda manipulación para
conseguir lo que quieres. No conseguiste comprarme con flores ni con
joyas, así que ahora has decidido sacar la munición
pesada.
–Rebecca, por favor… esto no es ningún intento de
manipularte –se defendió Nicholas, atónito–. Pensé que
querrías escuchar esas palabras. żCómo puedo hacer que me creas?
Te quiero.
Intentó tocarla de nuevo, pero ella se apartó.
–No
puedo creerte –afirmó Rebecca, enfadada consigo misma al sentir
que sus ojos se empańaban.
Si pudiera creerlo… Pero no se
atrevía. Nicholas no sabía nada sobre el amor.
Tuvo que
respirar profundamente para llevar aire a sus pulmones.
–Vete,
por favor. No quiero volver a verte o hablar contigo nunca más.
Y
después de eso se dio la vuelta y salió corriendo de la habitación.
Capítulo 21
Nicholas se quedó mirándola, la
esperanza escapando de él como un enorme suspiro que lo dejase sin
aire. żY ahora qué? żDebía conformarse con un matrimonio sin
amor? żOlvidar a Rebecca, con sus bonitos ojos y preciosos sueńos?
Podría casarse con otra mujer, pero sabía en su corazón que nunca
la olvidaría. Se había convertido en parte de él, parte de su
vida.
żCómo podía hacerla entender eso?
Lo había
intentado todo y todo fracasaba… fracasaba miserablemente porque
Rebecca no era el tipo de mujer al que él estaba acostumbrado.
Nicholas recordó una y otra vez los momentos que habían pasado
juntos y, de repente, una luz se encendió en su cerebro. Quizá aún
había alguna esperanza.
Decidido, salió de la casa de Gabe y
Serena para volver una hora mas tarde.
–Tengo que hablar con
ella por última vez –le dijo a Serena.
Ella lo miró con
expresión recelosa.
–Me parece que Rebecca no va a querer
bajar.
–Entonces subiré yo –dijo Nicholas, dirigiéndose a
la escalera.
–ˇLa tercera puerta al la derecha! –gritó
Serena.
La encontró tumbada en la cama, boca abajo.
–Rebecca
–la llamó suavemente.
–ˇVete! –la almohada amortiguaba
el sonido de su voz.
–Quiero hablar contigo.
–ˇHe
dicho que te vayas! –Rebecca subrayó la orden tirándole un
almohadón.
–Ah, otra vez con ese carácter tuyo.
Ella se
sentó en la cama, los ojos rojos de tanto llorar. Ver sus lágrimas
le dolió en el alma y, sin embargo, lo hizo albergar ilusiones. Si
no le importaba nada, żpor qué estaba llorando?
–Una vez me
dijiste que no podrías enamorarte de un hombre que no tuviera
sueńos. En ese momento yo no tenía sueńos, pero ya no soy el mismo
hombre. Tú me has hecho ver tus sueńos y, no sé cómo, se han
convertido en los míos. Yo también quiero lo que tuvieron tus
padres, Rebecca, un matrimonio basado en el amor. Y sólo puedo tener
eso contigo.
Esperó un momento a que ella dijera algo, pero
Rebecca permaneció en silencio de modo que continuó:
–He
sido un tonto al pensar que las flores o una joya podrían hacerte
cambiar de opinión. Esa es la tradición de los Stanbury, pero creo
que es hora de que comience una nueva tradición… una tradición de
amor –Nicholas le ofreció una cajita–. Venga, ábrela.
Ella
se sentó en la impresionante cama, con los pies colgando. Y cuando
abrió la cajita encontró dentro un llavero barato en forma de
corazón. En el dorso había una pegatina que decía Hecho en Taiwan.
Rebecca miró a Nicholas, perpleja.
–żQué significa
esto?
–He pensado que Taiwan era tan buen sitio como cualquier
otro para empezar una jornada de aniversarios juntos. Para mantener
viva la tradición de tus padres.
Rebecca parpadeó una vez…
dos veces… y luego se levantó con los brazos abiertos. Nicholas la
estrechó contra su corazón, acariciando su pelo.
–Pensé que
mi destino era ser rey de Edenbourg, pero creo que mi verdadero
destino es pasar mi vida queriéndote –le dijo en voz baja.
–Oh,
Nicholas, te amo –dijo ella.
Mientras esas palabras hacían
eco en corazón, calentando su alma, Nicholas la besó con todo el
amor que llevaba dentro.
–Cásate conmigo, hazme feliz. No
puedo imaginar mi vida sin ti –le dijo cuando por fin dejaron de
besarse.
–Sí –contestó ella, con los ojos más brillantes
que la más cara joya que pudiese comprar–. Sí, me casaré
contigo.
De nuevo se besaron… un beso que era una promesa de
pasión, de amor.
–żY qué va a pasar ahora? –le preguntó–.
żTenemos que buscar un juez de paz para casarnos antes de que
termine el plazo que te dio tu padre?
–No –rió Nicholas,
acariciando su cara–. No quiero una boda apresurada. Sólo pienso
hacer esto una vez en la vida y quiero hacerlo bien –ańadió,
tomando su mano–. Ven… vamos a hablar con mi padre.
Capítulo 22
Rebecca apretó con fuerza la mano
de Nicholas cuando llegaron frente al rey Michael.
–Dime por
qué iba a concederte ese favor –le dijo, levantando sus pobladas
cejas–. żPor qué voy a extender la fecha límite un mes más?
–He
tardado un ańo en encontrar una mujer a la que quiero con todo mi
corazón –Nicholas miró a Rebecca y en sus ojos encontró todo lo
que necesitaba–. Esta es la mujer que he buscado durante toda mi
vida y la dueńa de mi corazón. La quiero, padre. La amo como nunca
había amado antes.
–żY qué tiene eso que ver con la fecha
límite? –insistió el rey Michael.
–Podemos casarnos aquí
mismo, con un juez de paz –dijo Rebecca–. Me casaré con Nicholas
en cualquier sitio, en cualquier momento, en la ceremonia que él
elija. Pero hemos pensado que sería mejor casarnos en
Edenbourg.
–Donde nuestros compatriotas podrán compartir la
celebración y la alegría –ańadió Nicholas.
El rey los miró
durante unos segundos, en silencio.
–Hay algunos hombres
nacidos para cumplir con su deber y otros nacidos para amar. Y hay
unos pocos, los más afortunados, que nacen para tener ambas cosas.
Parece, hijo mío, que tú eres uno de esos afortunados. Serás un
buen rey. Permiso concedido –le dijo, antes de despedirlos haciendo
un gesto con la mano.
Nicholas y Rebecca sonreían mientras
salían de la suite.
–Rebecca –la llamó el rey entonces–.
Te ordeno que me des un nieto en el plazo de un ańo.
–Con el
debido respeto, Majestad, hay ciertas cosas que usted no puede
imponer… y la naturaleza es una de esas cosas. Pero sí puedo
prometerle que… –Rebecca miró a Nicholas, sonriendo–. Haremos
todo lo posible para cumplir ese deseo.
El rey Michael se quedó
mirándola durante largo rato y ella se preguntó si lo habría
ofendido. Pero enseguida vio que aparecía el esbozo de una sonrisa
en su rostro.
–Has elegido bien, hijo –la media sonrisa
desapareció–. Y ahora, marchaos.
Cuando estaban en el
pasillo, Nicholas la tomó entre sus brazos.
–Eres maravillosa
–le dijo.
–Estaba muerta de miedo –le confesó Rebecca–.
No es exactamente un padre muy carińoso y atento, żno?
–No
–Nicholas frunció el ceńo, pensativo–. Durante muchos ańos me
he rebelado contra él porque quizá en el fondo quería que fuera un
padre carińoso y atento. No lo es, pero sí es un rey sabio y
responsable.
–Y ha dicho que tú también serías un buen
rey.
Él la apretó contra su pecho con fuerza; sus ojos
oscurecidos de deseo… y de amor.
–No sé si eso es verdad,
pero tú me harás un rey sabio porque seré un rey que conoce el
amor.
La besó y Rebecca respondió con todo el amor que tenía
en su corazón. No sólo había encontrado a su príncipe… había
encontrado su final feliz y estaba allí mismo, en los brazos de
Nicholas.