El porcentaje de la gente anciana en el mundo está aumentando y el de la gente más joven disminuyendo, y esta tendencia continuará si el índice de nacimientos disminuye y la medicina continÅ›a ampliando la vida media de las personas. A fin de mantener a la gente de edad en un estado imaginativo y creador, e impedir que se conviertan en un cada vez más creciente lastre para una cada vez más menguante cantidad de jóvenes creadores, he recomendado con frecuencia que nuestro sistema educativo sea remodelado y que la educación se considere una actividad para toda la vida. żpero cómo puede hacerse esto? żDe dónde procederán todos los maestros necesarios? Sin embargo, żquién dice que todos los maestros deban ser seres humanos o incluso animados? Supongamos que, en el siglo próximo, las comunicaciones por satélite se hacen numerosas y más sofisticadas que aquellas que hemos ido mandando al espacio hasta ahora. Supongamos que en lugar de ondas de radio, los más capaces rayos láser de luz visible se convierten en el medio principal de las comunicaciones. En estas circunstancias, habría espacio para muchos millones de canales separados para el sonido y para la imagen, con lo que se hace más fácil imaginar que cada ser humano en la Tierra pueda poseer una longitud de onda particular de Television, asignada a cada uno de ellos. Cada persona (niÅ„o, adulto o anciano) puede poseer su artilugio privado particular al que se le conecte, en unos determinados períodos de tiempo apropiados, una máquina personal de enseÅ„ar. Se trataría en este caso de una máquina de enseÅ„ar más versátil e interactiva que cualquier otra de la que pudiéramos disponer en la actualidad, puesto que la tecnología de los ordenadores ya habrá avanzado mucho en este intervalo. Podemos razonablemente confiar en que la máquina de enseÅ„ar será lo suficientemente intrincada y flexible como para ser capaz de modificar nuestro propio programa (es decir, la «enseÅ„anza), segÅ›n los resultados que presente el estudiante. En otras palabras, el estudiante hará preguntas, responderá a otras cuestiones, realizará declaraciones, ofrecerá opiniones y, a partir de todo esto, la máquina será capaz de calibrar lo suficientemente bien al estudiante como para ajustar la velocidad y la intensidad de su curso de instrucción y, lo que es más, variarlo en la dirección del interés mostrado por el estudiante. Sin embargo, no podemos imaginarnos que una máquina de enseÅ„ar personal sea muy grande. Tendría un tamaÅ„o y un aspecto parecido al de un televisor. żPodría un objeto tan pequeÅ„o contener la suficiente información como para enseÅ„ar a los estudiantes tanto como éstos deseen conocer, en cualquier dirección en que pueda impulsarlos su curiosidad intelectual? No, si la máquina de enseÅ„ar debe ser autosuficiente. żPero, resulta esto necesario? En cualquier civilización con la ciencia de los ordenadores tan avanzada como para que sea posible construir máquinas de enseÅ„ar, seguramente existirán bibliotecas centrales por completo computadorizadas. Esas bibliotecas estarían incluso interconectadas para constituir una sola biblioteca planetaria. Todas las máquinas de enseÅ„ar se encontrarían conectadas con esa biblioteca planetaria, y cada una tendría a su disposición cualquier libro, publicación, documento, grabación o videocasete en código. De estar así provista la máquina, el estudiante poseería también estos adminículos, ya fuese proyectándolos sobre una pantalla, o reproduciéndolos en una impresora sobre papel, para que el estudio fuese más cómodo. Naturalmente, los maestros humanos no quedarían eliminados por completo. En algunos temas, la interacción humana resulta esencial: atletismo, representaciones dramáticas, alocuciones pÅ›blicas, etc. También presentan valor, e interés, los grupos de estudiantes que trabajasen sobre algÅ›n tema en particular, reuniéndose para discutir y especular unos con otros y con expertos humanos, comunicándose entre sí nuevas consideraciones acerca de las cosas. Tras este intercambio humano, podrían regresar, con cierto alivio, a las infinitamente sabias, infinitamente flexibles y sobre todo, a las infinitamente pacientes máquinas de enseÅ„ar. żPero, quién enseÅ„a a las máquinas de enseÅ„ar? Seguramente los estudiantes que aprendiesen podrían también enseÅ„ar. Los estudiantes que aprendiesen libremente en esos campos y actividades que fuesen de su interés, es muy probable que estén propensos a pensar, especular, observar, experimentar y, de vez en cuando, se pusiesen por su propia cuenta en contacto con alguien al que no conociesen hasta aquel momento. Transmitirían sus conocimientos otra vez a las máquinas, las cuales a su vez lo grabarían (presumiblemente con el debido control) en la biblioteca planetaria, con lo cual se haría accesible a las otras máquinas de enseÅ„ar. Todo esto llegaría a la sección central y serviría como un nuevo y mas elevado punto de comienzo para todos aquellos que se presentasen después. Por lo tanto, las máquinas de enseÅ„ar harán posible a toda la especie humana alcanzar unas alturas y unas direcciones que ahora nos resultan por completo imposibles de prever. Lo que estoy describiendo es sólo la mecánica de la enseÅ„anza. żPero, qué cabe decir del contenido? żQué temas estudiará la gente en la era de la máquina de enseÅ„ar? Especularé acerca de ello en un próximo ensayo.