Siempre había sido el sueño del gran violinista tocar debajo del agua para que se
oyese arriba, creando los nenúfares musicales.
En el jardín abandonado y silente y sobre las aguas verdes, como una sombra en el
agua, se oyeron unos compases de algo muy melancólico que se podía haber
llamado “La alegría de morir”, y después de un último “glu glu” salió flotante el
violín como un barco de los niños que comenzó a bogar desorientado.