Christie, Agatha Problema en el mar


PROBLEMA EN EL MAR

Agatha Christie

—Coronel Clapperton! —dijo el general Forbes, en un tono que son como un ronquido o un resoplido.

La seorita Ellie Henderson se inclin hacia delante, con un mechn de su suave cabello gris mecindosele por la cara. Sus ojos oscuros y vivos brillaban de satisfaccin maligna.

—Un hombre con un aspecto tan militar! —dijo, con malicia, y se ech hacia atrs el mechn de pelo, esperando el resultado de su frase.

—Militar! —estall el general Forbes. Se tir de su bigote guerrero, con el rostro de un rojo subido.

—Estaba en la guardia, no? —murmur la seorita Henderson, rematando su obra.

—En la guardia? En la guardia? Qu sarta de estupideces! Ese individuo era un artista de variedades! Palabra! Se alist y estuvo en Francia, contando las latas de ciruelas y de manzana. A los teutones se les cay una bomba perdida y le mandaron a Inglaterra con una herida sin importancia en el brazo. No s cmo fue a parar al hospital de lady Carrington.

—Conque fue as como se conocieron!

—Exacto! El tipo interpret el papel de hroe. Lady Carrington no tena cabeza, pero s tena montones de dinero. El viejo Carrington haba negociado con municiones. Llevaba slo seis meses de viuda. Ese tipo se hizo con ella en un momento. Luego ella le enchuf en el Ministerio de la Guerra. Coronel Clapperton! Bah! —termin, con un bufido.

—Y antes de la guerra era artista de variedades —murmur la seorita Henderson, tratando de imaginar al distinguido coronel Clapperton, con sus cabellos grises, como un cmico de nariz colorada, entonando canciones bufas.

—Exacto! —dijo el general Forbes—. Se lo o decir al viejo Bassington Ffrench. Y l se lo oy al viejo Barger Corterill, que lo supo por Snooks Parker.

La seorita Henderson asinti vivamente.

—Bueno, entonces no hay ms que hablar —dijo.

Una sonrisa fugaz asom al rostro de un hombre bajito, sentado cerca de ellos. La seorita Henderson observ la sonrisa. Era muy observadora. La sonrisa mostraba que aquel hombre haba apreciado la irona envuelta en su ltima observacin..., irona que el general ni por un momento sospech.

El general tampoco vea las sonrisas. Ech una ojeada a su reloj, se puso en pie y observ:

—Ejercicio. Hay que mantenerse en forma cuando se est en un barco.

Y se march a cubierta.

La seorita Henderson mir al hombre que se haba sonredo. Era una mirada de persona educada, con la que indicaba que estaba dispuesta a entablar conversacin con su compaero de viaje.

—Es activo, verdad? —dijo el hombre bajito.

—Da la vuelta a cubierta cuarenta y ocho veces exactamente —dijo la seorita Henderson—. Qu cotilla es! Y luego dicen que es a las mujeres a las que nos gusta el escndalo!

—Qu descortesa!

—Los franceses son muy corteses —dijo la seorita Henderson, con un matiz de interrogacin en la voz.

El hombre bajito reaccion prontamente a la insinuacin.

—Belga, mademoiselle —dijo.

—Ah! Belga.

—Hrcules Poirot, a su disposicin.

El nombre despert en ella algn recuerdo. Dnde lo habra odo antes?

—Lo pasa usted bien en el barco, monsieur Poirot?

—Francamente, no. Ha sido una estupidez el haberme dejado convencer para venir. Detesto la mer. Nunca est tranquila, nunca, ni un minuto.

—Bueno, reconocer usted que ahora est tranquila.

Monsieur Poirot lo admiti, a regaadientes.

A ce moment, s. Por eso revivo. Por eso vuelvo a interesarme por lo que sucede a mi alrededor..., por ejemplo, ha despertado mi inters su tacto en manejar al general Forbes.

—Se refiere usted a...?

La seorita Henderson se call.

Hrcules Poirot inclin la cabeza.

—A su manera de sacarle aquel escndalo. Admirable!

La seorita Henderson se ri, sin dar muestras de sentir el menor embarazo.

—Aquel quite sobre la guardia? Yo saba que eso le hara quedarse sin habla —Se ech hacia delante, en actitud confidencial—. Confieso que me gusta el escndalo..., icuanto peor intencionado sea, mejor!

Poirot la mir, pensativo. Era una mujer de cuarenta y cinco aos, satisfecha de representarlos, esbelta, de figura bien conservada, de agudos ojos oscuros y cabello gris.

Ellie dijo, de pronto:

—Ya s! No es usted el famossimo gran detective?

Poirot hizo una inclinacin de cabeza.

—Es usted muy amable, mademoiselle.

Pero no rechaz el cumplido.

—Qu emocionante! —dijo la seorita Henderson—. Est usted tras una pista, como dicen en los libros? Tenemos entre nosotros un criminal de incgnito? Soy indiscreta?

—Nada de eso. Me duele desilusionarla, pero estoy aqu, como los dems, sencillamente para divertirme.

Lo dijo con voz tan lgubre que la seorita Henderson se ri.

—Bueno, maana podr bajar a tierra en Alejandra. Ha estado usted antes en Egipto?

—Nunca, mademoiselle.

La seorita Henderson se levant un tanto bruscamente.

—Voy a reunirme con el general en su paseto —anunci, con sequedad.

Poirot se puso en pie, cortsmente.

Ella le hizo un saludo ligero y sali a cubierta.

A los ojos de Poirot asom por un momento una expresin un poco perpleja, luego se levant, los labios fruncidos por una sonrisita, asom la cabeza por la puerta y mir a cubierta. La seorita Henderson se inclinaba contra la barandilla, hablando con un hombre alto, de aspecto militar.

La sonrisa de Poirot se acentu. Volvi al saln de fumar con las mismas precauciones con que la tortuga se mete en su concha. Por el momento, el saln de fumar era slo suyo, pero supuso certeramente que aquella situacin no poda durar mucho.

Y no dur. La seora Clapperton entr por la puerta del bar con el aire resuelto de la mujer que siempre ha podido pagar el precio ms alto por todo lo que necesitaba. Llevaba el cabello rubio platino cuidadosamente ondulado y protegido por una redecilla, y la figura, sometida a masajes y dietas, cubierta con un elegante conjunto deportivo.

—John! —dijo—. Ah, buenos das, monsieur Poirot! Ha visto usted a John?

—Est en la cubierta de estribor, madame. Voy...?

Ella le detuvo con un gesto.

—Me sentar aqu un minuto.

Se sent con aires de reina en la butaca frente a la suya. Desde lejos podan echrsele veintiocho aos. De cerca, a pesar del maquillaje perfecto, y de las cejas, muy bien depiladas, no representaba los cuarenta y nueve que tena, sino posiblemente cincuenta y cinco. Sus ojos duros, de pupilas diminutas, eran de una tonalidad azul plido.

—Sent no verle anoche en el comedor —dijo—. Desde luego, el mar estaba un poco picado.

Prcisment... —dijo Poirot con calor.

—Afortunadamente, yo no me mareo nunca —dijo la seora Clapperton—. Digo afortunadamente porque, como padezco del corazn, probablemente el marearme significara la muerte para m.

—Padece usted del corazn, madame?

—S, tengo que tener muchsimo cuidado. No debo fatigarme. Todos los mdicos lo dicen!

La seora Clapperton haba cogido el tema, para ella fascinante, de su salud.

—iJohn, pobrecito mo —prosigui—, se desvive por evitarme que haga demasiadas cosas. Vivo tan intensamente, mi querido monsieur Poirot!

—S, s.

—Siempre me dice: Trata de vegetar un poco, Adeline. Pero no puedo. Yo creo que la vida ha sido hecha para vivirla. A decir verdad, me agot siendo muy joven, durante la guerra. Mi hospital..., ha odo usted hablar de mi hospital? Claro que tena enfermeras y todo eso, pero era yo quien lo llevaba realmente.

Suspir.

—Su vitalidad es maravillosa, querida seora —dijo Poirot, con el tono un poco mecnico de la persona que dice lo que esperan que diga.

La seora Clapperton solt una risita juvenil.

—Todo el mundo me dice lo joven que estoy! Es absurdo! Nunca niego que tenga cuarenta y tres aos —continu con franqueza un tanto falsa—, pero a mucha gente le cuesta trabajo creerlo. Tienes tanta vitalidad, Adeline!, me dicen. Pero la verdad, monsieur Poirot, qu sera de uno si no tuviera vitalidad?

—Se morira —dijo Poirot.

La seora Clapperton frunci el ceo. No le gust la respuesta. Aquel hombre, pens, quera hacerse el gracioso. Se levant y dijo framente:

—Voy a buscar a John.

Al cruzar la puerta, se le cay el bolso. ste se abri y su contenido se desparram por el suelo. Poirot corri galantemente a ayudarla. Tard varios minutos en recoger las barras de labios, las polveras, las pitilleras, el encendedor y otras cosas diversas. La seora Clapperton le dio las gracias cortsmente, sali luego a cubierta y dijo:

—John!

El coronel Clapperton continuaba enfrascado en su conversacin con la seorita Henderson. Se volvi y se acerc apresuradamente a su esposa, inclinndose hacia ella en actitud protectora. Estaba su silla en el sitio apropiado? No era mejor...? Su actitud era muy corts y solcita. Evidentemente, una esposa mimada por su amante esposo. La seorita Henderson mir al horizonte, como si la escena le desagradara profundamente.

De pie en la puerta del saln de fumar, Poirot observaba.

Una voz spera y temblona dijo a su espalda: .

—Si yo fuera su marido, le dara con una hacha.

El viejo caballero, a quien la gente joven del barco, sin ningn respeto, conoca por el Patriarca de los Plantadores de T, acababa de entrar, arrastrando los pies.

—Chico! —llam—. Treme un whisky!

Poirot se agach para recoger un trozo de papel cado del bolso de la seora Clapperton y que le haba pasado inadvertido. Observ que era parte de una receta para un preparado de digitalina. Lo guard en el bolsillo, con la intencin de devolvrselo ms tarde a la seora Clapperton.

—S —continu el anciano pasajero—. Es una mujer venenosa. En Poona conoc a una como ella. En el ao 87.

—Y le dio alguien con una hacha? —pregunt Poirot.

El anciano mene tristemente la cabeza.

—Mat a su marido a disgustos antes de un ao. Clapperton deba ponerse en su puesto. Consiente demasiado a su mujer.

—Ella tiene la bolsa —dijo Poirot gravemente.

—Ja, ja! —ri entre dientes el anciano—. Lo ha expresado muy bien, en pocas palabras. Ella tiene la bolsa. Ja, ja!

Dos chicas entraron atropelladamente en el saln de fumar. Una de ellas tena la cara redonda y pecosa, y su cabellera oscura flotaba en desorden; la otra tena pecas y el cabello rizado y castao.

—Al rescate, al rescate! —exclam Kitty Mooney—. Pam y yo vamos a rescatar al coronel, pobre Clapperton.

—A rescatarlo de su mujer —dijo Pamela Cregan, jadeante.

—Es una monada de hombre...

—Y ella es horrorosa, no le deja hacer nada —exclamaron las dos chicas.

—Y cuando no est con ella, lo atrapa la Henderson...

—Que es muy agradable. Pero viejsima...

Salieron corriendo, diciendo entrecortadamente, entre risa y risa:

—Al rescate, al rescate!

Que el rescatar al coronel Clapperton no era un arranque pasajero sino un proyecto arraigado en ellas, qued demostrado aquella misma noche, cuando Cregan se acerc a Hrcules Poirot y murmur:

—Obsrvenos, monsieur Poirot. Vamos a raptarlo delante de las narices de su mujer y a llevarlo a pasear a la luz de la luna en el puente superior.

En aquel preciso instante, el coronel Clapperton estaba diciendo:

—Le concedo que el Rolls Royce es caro. Pero tiene uno coche para toda la vida. Mi coche...

—Mi coche, querrs decir, John —dijo la seora Clapperton con voz chillona.

l no demostr que su grosera le molestaba. O ya estaba acostumbrado o si no...

O si no..., pens Poirot, y se puso a meditar.

—Claro, querida, tu coche.

Clapperton hizo una pequea inclinacin a su esposa y termin lo que estaba diciendo, imperturbable.

Voil ce qu'on appelle de pukka sahib —pens Poirot—. Pero el general Forbes dice que Clapperton no es un caballero. No s qu pensar.

Alguien propuso una partida de bridge. La seora Clapperton, el general Forbes y una pareja de mirada aguda se sentaron a la mesa de juego. La seorita Henderson se haba disculpado, saliendo a cubierta.

—Y su marido no juega? —pregunt el general Forbes, indeciso.

—John no jugar —dijo la seora Clapperton—. Es un fastidio.

Los cuatro jugadores empezaron a barajar las cartas.

Pam y Kitty avanzaron sobre el coronel Clapperton, cogindole cada una por un brazo.

—Se viene usted con nosotras? —dijo Pam—. Arriba, al puente. Hay luna.

—No seas tonto, John —dijo la seora Clapperton—. Vas a enfriarte.

—Con nosotras no, desde luego —dijo Kitty—. Ya nos encargaremos de que no se enfre!

Clapperton se march con ellas, riendo.

Poirot sali a la cubierta de paseo. La seorita Henderson estaba de pie junto a la barandilla y volvi la cabeza, esperanzada. Al ver a Poirot que se acercaba a ella, la desilusin asom a sus ojos.

Charlaron un rato. Luego, como l permaneciera silencioso, pregunt la seorita Henderson:

—En qu piensa?

Poirot respondi:

—Estoy pensando en mis conocimientos del idioma ingls. La seora Clapperton dijo: John no jugar al bridge... No se suele decir, no puede jugar al bridge?

—Me figuro que ella tomar como una ofensa personal el que su marido no juegue al bridge —dijo Ellie secamente—. Ese hombre ha sido un idiota casndose con ella.

Poirot sonri, amparado en la oscuridad.

—No cree usted en la posibilidad de que sean felices? —pregunt Poirot tmidamente.

—Con una mujer como sa?

Poirot se encogi de hombros.

—Muchas mujeres odiosas son adoradas por sus maridos. Un enigma de la Naturaleza. Reconocer usted que no parece afectarle nada de lo que ella diga o haga.

La seorita Henderson estaba pensando su respuesta cuando, a travs de la ventana del saln de fumar, lleg hasta ellos la voz de la seora Clapperton.

—No, creo que no voy a jugar otra partida. Est tan viciado el aire! Voy a subir al puente a tomar un poco el fresco.

—Buenas noches —dijo la seorita Henderson—. Me voy a la cama.

Y desapareci bruscamente.

Poirot se encamin al saln, desierto, salvo por la presencia del coronel Clapperton y las dos chicas. Clapperton estaba haciendo trucos con las cartas y, al observar la destreza con que manejaba la baraja, Poirot record lo que el general haba contado sobre su profesin de artista de espectculos de variedades.

—Ya veo que le gustan las cartas, aunque no juegue al bridge —observ Poirot.

—Tengo mis razones para no jugar al bridge —le dijo Clapperton, mostrando su encantadora sonrisa—. Se lo voy a demostrar. Vamos a jugar una mano —Reparti las cartas con rapidez—. Cojan sus cartas. Bueno, qu hay? —Se ri al ver la expresin de desconcierto de Kitty. Mostr sus cartas y todos hicieron lo mismo. Kitty tena todos los trboles, monsieur Poirot los corazones, Pam los diamantes y el coronel Clapperton los picos.

—Ve usted? —dijo—. El hombre que puede dar a sus compaeros y a sus adversarios las cartas que quiera, vale ms que se mantenga alejado de una partida amistosa. Si la suerte se vuelve de su lado, podran decirle cosas desagradables.

—Oh! —dijo Kitty, sin aliento—. Cmo pudo hacerlo...? Pareca que daba las cartas como todo el mundo.

—La rapidez de la mano engaa la vista —dijo Poirot en tono sentencioso, y observ el repentino cambio de expresin del coronel.

Fue como si se hubiera dado cuenta de que se haba descuidado por un momento.

Poirot sonri. El ilusionista se haba dejado ver, tras la mscara del perfecto caballero.

El barco lleg a Alejandra al amanecer de la maana siguiente.

Cuando Poirot subi a desayunarse, encontr a las dos chicas listas para bajar a tierra. Estaban hablando con el coronel Clapperton.

—Tenemos que bajar en seguida —inst Kitty—. Los de los pasaportes se marcharn de un momento a otro. Viene usted con nosotras, verdad? No nos va a dejar ir solas a tierra! Nos podran ocurrir cosas horribles.

—Desde luego, no creo que debis ir solas —dijo Clapperton sonriendo—. Pero no s si mi mujer se sentir con nimos de ir.

—Qu lstima! —dijo Pam—. Pero puede quedarse descansando.

El coronel Clapperton pareca un poco indeciso. Se vea claramente que la tentacin de hacer novillos era muy fuerte. En eso, advirti la presencia de Poirot.

—Qu hay, monsieur Poirot, baja usted?

—No, creo que no —contesto Poirot.

—Voy... voy a hablar con Adeline —decidi el coronel Clapperton.

—Vamos con usted —dijo Pam. Le hizo un guio a Poirot—. A lo mejor podemos convencerla para que venga tambin —aadi en tono grave.

Al coronel Clapperton pareci agradarle la idea, como si le quitaran un peso de encima.

—Venid entonces las dos —dijo alegremente.

Se marcharon los tres juntos por la cubierta B.

Poirot, cuyo camarote estaba frente por frente del de los Clapperton, los sigui con curiosidad.

El coronel Clapperton, un poco nervioso, golpe con los nudillos en la puerta del camarote.

—Adeline, querida, ests levantada?

La voz adormilada de la seora Clapperton contest desde dentro:

—Jess! Quin es?

—Soy yo, John. Quieres bajar a tierra?

—Desde luego que no —Habl con voz chillona y terminante—. He pasado muy mala noche y me voy a quedar en cama casi todo el da.

Pam intervino, vivamente:

—Oh, seora Clapperton, lo siento, Nos gustara tanto que viniera con nosotros! Seguro que no quiere venir?

—Completamente segura —La voz de la seora Clapperton son an ms aguda.

El coronel intentaba, sin xito, hacer girar el picaporte.

—Qu pasa, John? La puerta est cerrada. No quiero que me molesten los camareros.

—Lo siento, querida, perdona. Slo quera mi gua Baedeker.

—Bueno, pues te quedars sin ella —salt la seora Clapperton—. No voy a salir de la cama. Vete ya, John, y djame un poco tranquila.

—Desde luego, querida, desde luego.

El coronel se retir de la puerta. Pam y Kitty le rodearon.

—Vamos en seguida. Menos mal que tiene el sombrero en la cabeza. Ay, Dios mo! No se habr dejado el pasaporte en el camarote, verdad?

—Lo tengo en el bolsillo... —empez el coronel.

Kitty le apret el brazo.

Inclinado sobre la barandilla, Poirot les estuvo viendo salir del barco. Oy que alguien a su lado respiraba profundamente y, al volver la cabeza, vio a la seorita Henderson, que tena la vista fija en las tres figuras que se alejaban.

—Conque se han ido a tierra —dijo, desanimada.

—S. Va a bajar usted?

Poirot observ que llevaba puesto un sombrero de ala y un bolso y unos zapatos muy elegantes. Tena el aspecto de haberse arreglado para desembarcar. Sin embargo, tras una pausa brevsima, la seorita Henderson pareci que haba desistido de hacerlo y dijo:

—No. Me voy a quedar a bordo. Tengo que escribir muchas cartas.

Se volvi y dej a Poirot.

Jadeando, tras sus cuarenta y ocho vueltas a la cubierta de paseo, el general Forbes ocup el lugar de la seorita Henderson.

—Aja! —exclam al ver al coronel y a las dos chicas que se alejaban—. Conque sas tenemos! Dnde est madame?

Poirot explic que la seora Clapperton se quedaba en cama, descansando.

—Increble! —exclam el general—. Ella estar levantada para la comida, y si resulta que el pobre desgraciado, sin tener permiso, no se presenta, habr jaleo.

Pero los pronsticos del general no se cumplieron, y cuando el coronel y las dos damiselas que le acompaaban regresaron al barco, a las cuatro de la tarde, no haba hecho todava acto de presencia.

Poirot estaba en su camarote y oy al marido llamando a la puerta del suyo, de un modo un poco culpable. Oy que la llamada se repeta, que el coronel trataba de abrir la puerta y que, por ltimo, llamaba a un camarero.

—Oiga, no me contestan. Tiene usted una llave?

Poirot salt de su litera y sali al pasillo.

La noticia corri por todo el barco como reguero de plvora. Horrorizados, los pasajeros se enteraron de que la seora Clapperton haba sido hallada muerta en su litera, con una daga egipcia hundida hasta el corazn. En el suelo de su camarote apareci un collar de mbar.

A un rumor sigui otro, a cul ms contradictorio. Se estaba reuniendo e interrogando a todos los vendedores de collares que haban sido autorizados para subir a bordo aquel da! Una elevada suma de dinero haba desaparecido de un cajn del camarote! Se haba seguido la pista a los billetes y haban sido recuperados! No haban sido recuperados! Haban desaparecido una fortuna en joyas! No haba desaparecido ninguna joya! Un camarero haba sido arrestado, confesndose culpable del asesinato!

—Qu hay de verdad en todo ello? —pregunt la seorita Henderson.

Era ya tarde. La mayora de los pasajeros se haban retirado a sus camarotes. La seorita Henderson condujo a Poirot a un par de sillas, en el lado ms protegido del barco.

—Ahora, dgame —orden.

Poirot la observ, pensativo.

—Es un caso interesante —dijo.

—Es cierto que le han robado joyas de mucho valor?

Poirot neg con la cabeza.

—No. No han robado ninguna joya. Sin embargo, ha desaparecido una pequea cantidad de dinero suelto que haba en un cajn.

—Nunca volver a sentirme segura en un barco —dijo la seorita Henderson, estremecindose—. De cual de esos brutos indgenas se sospecha? Hay alguna pista?

—No —dijo Hrcules Poirot—. Todo es muy... extrao.

—Qu quiere decir con eso? —pregunt Ellie vivamente.

Poirot extendi las manos.

Eh bien, considere usted los hechos. La seora Clapperton llevaba muerta por lo menos cinco horas cuando la encontraron. Haba desaparecido algn dinero. En el suelo, junto a la cama, haba un collar. La puerta estaba cerrada con llave y la llave haba desaparecido. La ventana, ventana, no ojo de buey, da a la cubierta y estaba abierta.

—Siga —dijo la mujer, impaciente.

—No le parece a usted extrao que se cometa un asesinato en esas circunstancias? Tenga en cuenta que todos los nativos autorizados a subir a bordo, los que cambian dinero y los vendedores de postales y collares, son conocidos de la polica.

—De todos modos, los camareros cierran con llave los camarotes —indic Ellie.

—S, para evitar cualquier ratera sin importancia. Pero esto... esto es un asesinato.

—Qu es lo que est usted pensando exactamente, monsieur Poirot? —Habl con voz un poco jadeante.

—Estoy pensando en la puerta cerrada con llave.

La seorita Henderson consider este extremo.

—No veo dificultad en eso. El asesino sali por la puerta, la cerr y se llev la llave, para impedir que el asesinato fuera descubierto demasiado pronto. Fue una idea muy inteligente, porque no fue descubierto hasta las cuatro de la tarde.

—No, no, mademoiselle, no ha comprendido usted lo que quiero decir. No me preocupa cmo sali, sino cmo entr.

—Por la ventana, naturalmente.

C'est possible. Pero le costara trabajo poder pasar por ella y, adems, no olvide que todo el tiempo hay gente pasendose por cubierta.

—Entonces, por la puerta —dijo la seorita Henderson, impaciente.

—Pero olvida usted, mademoiselle, que la seora Clapperton haba cerrado la puerta con llave por dentro. La haba cerrado antes de que el coronel Clapperton bajara a tierra esta maana. El coronel intent incluso abrirla... de modo que sabemos que estaba cerrada.

—Tonteras. Seguramente se atranc y no movera el picaporte como es debido.

—Pero no se trata solamente de que lo diga l. Omos a la seora Clapperton decir que haba cerrado la puerta.

—Quines la oyeron?

—La seorita Mooney, la seorita Cregan, el coronel Clapperton y yo.

Ellie Henderson dio unas pataditas en el suelo con su bien calzado pie, permaneciendo en silencio durante unos segundos. Luego dijo en tono un poco irritado:

—Bueno, y qu deduce usted de eso? Si la seora Clapperton pudo cerrar la puerta, supongo que tambin podra abrirla.

—Precisamente, precisamente. —Poirot volvi hacia ella su cara sonriente—. Y ya ve usted a dnde nos conduce este pensamiento. La seora Clapperton abri la puerta y dej entrar al asesino. Ahora bien, es probable que abriera la puerta a un vendedor de collares cualquiera?

Ellie objet:

—Puede que no supiera quin era. Puede que el asesino llamara a la puerta, ella se levant y abri; l, entonces, entr por la fuerza y la mat.

Poirot neg con un gesto.

Au contraire. Estaba descansando tranquilamente en la cama cuando la apualaron.

La seorita Henderson clav en l su mirada.

—Cul es su teora? —pregunt bruscamente.

Poirot sonri.

—Bueno, parece como si ella conociera a la persona a quien dej entrar, verdad?

—Quiere usted decir —dijo la seorita Henderson, con voz un poco spera— que el asesino es uno de los pasajeros?

Poirot asinti.

—Eso parece.

—Y el collar que apareci en el suelo, era una pista falsa?

—Precisamente.

—Y lo mismo el dinero robado?

—Exacto.

Permanecieron un momento en silencio. Luego, la seorita Henderson dijo lentamente:

—La seora Clapperton me resultaba de lo ms desagradable y no creo que nadie en el barco le tuviera simpata, pero nadie tena un motivo real para matarla.

—Excepto, tal vez, su marido —dijo Poirot.

—No creer usted...? —Se detuvo.

—Todo el mundo en este barco opina que el coronel estara plenamente justificado si le diera con una hacha. Creo que esa expresin emplearon.

Ellie Henderson le mir... expectante.

—Pero tengo que decir —continu Poirot— que yo por mi parte, no he visto ninguna seal de exasperacin en el bueno del coronel. Adems, y esto es ms importante, tiene una coartada. Estuvo durante todo el da con esas dos chicas y no volvi al barco hasta las cuatro. Entonces, la seora Clapperton llevaba muerta ya bastantes horas.

Permanecieron en silencio unos momentos. Ellie Henderson dijo en voz baja:

—Pero sigue usted pensando que... un pasajero del barco...?

Poirot inclin la cabeza afirmativamente.

Ellie Henderson se ri de pronto, con una risa atolondrada y retadora.

—Le va a costar trabajo probar su teora, monsieur Poirot. Hay muchos pasajeros en este barco.

Poirot se inclin ante ella.

—Emplear una frase de uno de sus escritores de novelas policacas: Tengo mis mtodos, Watson.

Al da siguiente, a la hora de la cena, cada pasajero encontr junto a su plato una hojita mecanografiada, en la que se solicitaba su presencia en el saln principal, a las ocho y media. Cuando todos se hallaron reunidos, el capitn subi al estrado donde sola tocar la orquesta y les dirigi la palabra.

—Seoras y caballeros, todos ustedes conocen la tragedia que ocurri ayer en este barco. Estoy seguro de que todos desean colaborar para entregar a la justicia al autor de tan cobarde crimen. —Hizo una pausa y se aclar la garganta—. Tenemos entre nosotros a monsieur Hrcules Poirot, probablemente conocido de todos ustedes como persona con amplia experiencia en... en asuntos de esta ndole. Espero que escuchen con atencin lo que tiene que decirles.

En ese momento, el coronel Clapperton, que no se haba presentado en el comedor, entr en el saln y se sent junto al general Forbes. Pareca aturdido por el dolor y no daba en absoluto la sensacin de sentirse liberado de un peso. O era un gran actor o haba querido sinceramente a su desagradable esposa.

—Monsieur Hrcules Poirot —dijo el capitn, bajando del estrado. Poirot ocup su lugar. Tena un aspecto muy cmico, dndose importancia y sonriendo ampliamente a su auditorio.

—Messieurs, mesdames —empez—. Son ustedes muy amables al tener la benevolencia de escucharme. Monsieur le capitaine les ha dicho que tengo cierta experiencia en estos asuntos. Tengo, es cierto, una pequea idea propia para llegar al fondo de este caso concreto.

Hizo una sea a un camarero y ste empuj, subindolo luego al estrado, un objeto voluminoso, sin forma definida y envuelto en una sbana.

—Lo que voy a hacer puede que les sorprenda un poco —les advirti Poirot—. Puede que piensen que soy un tipo raro, o un loco. Sin embargo, les aseguro que tras mi locura, como dicen ustedes los ingleses, hay mtodo.

Su mirada se cruz por un instante con la de la seorita Henderson. Empez a desenvolver el voluminoso objeto.

—Tengo aqu, messieurs y mesdames, un testigo importante que nos ayudar a saber quin mat a la seora Clapperton.

Con manos hbiles, apart el trozo final de la tela y apareci el objeto envuelto: una mueca de madera, casi del tamao de una persona, vestida con un traje de terciopelo y un cuello de encaje.

—Vamos, Arthur —dijo Poirot con la voz ligeramente cambiada; ya no pareca extranjero, sino que hablaba ingls con seguridad y con ligero acento de los barrios bajos londinenses—. Puedes decirme —repiti—, puedes decirme algo sobre la muerte de la seora Clapperton?

El cuello de la mueca oscil un poquito, su mandbula inferior descendi y empez a moverse, y una voz de mujer, muy aguda y chillona, dijo:

—Qu pasa, John? La puerta est cerrada. No quiero que me molesten los camareros.

Se oy un grito, el ruido de una silla al caerse y un hombre se tambale, con la mano en la garganta, tratando de hablar, tratando... De pronto, su cuerpo pareci encogerse y cay de cabeza.

Era el coronel Clapperton.

Poirot y el mdico del barco se levantaron, tras examinar la postrada figura.

—Me temo que se acab. Corazn —dijo el mdico escuetamente.

Poirot asinti.

—La impresin de haber visto su truco descubierto —dijo.

Se volvi hacia el general Forbes.

—Fue usted, general, quien me dio una pista muy valiosa al mencionar el teatro de variedades. Estoy desorientado, me pongo a pensar y por fin se me ocurre. Supongamos que antes de la guerra Clapperton fuera ventrlocuo. En ese caso, tres personas pudieron or perfectamente la voz de la seora Clapperton hablando desde el camarote cuando ya estaba muerta...

Ellie Henderson estaba a su lado. Tena una mirada sombra y triste.

—Saba usted que padeca del corazn? —pregunt.

—Lo supona... La seora Clapperton hablaba de su padecimiento del corazn, pero me pareca una de esas mujeres a quienes gusta que las crean enfermas. Entonces recog del suelo un trozo de una receta de un preparado con una fuerte dosis de digitalina. La digitalina es una medicina para el corazn, pero no poda ser de la seora Clapperton, porque la digitalina dilata la pupila. Yo no not en ella ese fenmeno..., pero cuando vi los ojos de l, en seguida observ que presentaba esa dilatacin.

Ellie murmur:

—Entonces pens usted que... que su experimento podra... terminar as?

—Fue el mejor medio, no le parece, mademoiselle? —dijo Poirot suavemente.

Vio que a sus ojos asomaban las lgrimas.

—Usted lo saba —dijo Ellie—. Lo ha sabido... todo el tiempo... Que le quera... Pero no lo hizo por mi... Fueron esas chicas, la juventud... hizo que se sintiera atado. Quera ser libre, antes de que fuera demasiado tarde... S, estoy segura de que fue por eso... Cundo sospech usted... que era l?

—Su dominio de s mismo era demasiado perfecto —dijo Poirot sencillamente—. Por irritante que fuera la conducta de su mujer, no pareca afectarle. Eso significaba, o que ya se haba acostumbrado y no le haca mella, o... eh bien, me decid por la segunda posibilidad. Y acert. Tambin me llam la atencin su insistencia, la vspera del crimen, en mostrar su habilidad en los juegos de manos. Finga estar traicionndose a s mismo, involuntariamente. Pero un hombre como Clapperton no se traiciona. Tena que haber una razn. Si la gente le crea ilusionista, no era probable que creyeran que haba sido ventrlocuo.

—Y la voz que omos, la voz de la seora Clapperton?

—Una de las camareras tiene una voz no muy distinta de la suya. La induje a que se escondiera tras el escenario y le ense las palabras que tena que decir.

—Fue una trampa... una trampa muy cruel —exclam Ellie.

—Los asesinatos no merecen mi aprobacin —dijo Hrcules Poirot.

Esta conversacin tiene que parecer un poco oscura al lector desconocedor del idioma ingls. Efectivamente: en ingls suele decirse no puede jugar cuando nosotros decimos no sabe jugar; y al decir no jugar en futuro, puede implicar desagrado por parte del que habla, como en este caso. (N. del T.)

Alusin a Conan Doyle y sus novelas de Sherlock Holmes. (N. del T.)

Digitalizado por kamparina para Biblioteca-irc en Diciembre de 2.003

http://biblioteca.d2g.com



Wyszukiwarka

Podobne podstrony:
Christie, Agatha Donde esta el testamento
Christie, Agatha Asesinato en mesopotamia
Christie, Agatha Donde esta el testamento
Christie, Agatha La Senal en el Cielo
Christie, Agatha El pudding? Navidad
Christie, Agatha El misterio? Market?sing
Christie, Agatha El tercer piso
Christie, Agatha El cuarto hombre
Christie, Agatha El rey de bastos
Christie, Agatha 23 Der Ball spielende Hund
Christie Agatha Niedziela na wsi
Christie Agatha Detektywi w sluzbie milosci
Los peces en el Rio, Teksty i tłumaczenia piosenek RBD
Christie Agatha Panna Marple Morderstwo na plebanii
LU VII IX Christie Agatha Dziesięciu murzynków
Verse en el estado? sue˝o profundo
Las Relaciones Diplomáticas México Cuba en el gobierno? Vi

więcej podobnych podstron