Cervantes El ingeniose hidalgo Don Quijote la Mancha


El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha

Miguel de Cervantes Saavedra




[Preliminares]

Tasa

Yo, Juan Gallo de Andrada, escribano de Cámara del Rey nuestro señor, de los que residen en su Consejo, certifico y doy fe que, habiendo visto por los señores dél un libro intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra, tasaron cada pliego del dicho libro a tres maravedís y medio; el cual tiene ochenta y tres pliegos, que al dicho precio monta el dicho libro docientos y noventa maravedís y medio, en que se ha de vender en papel; y dieron licencia para que a este precio se pueda vender, y mandaron que esta tasa se ponga al principio del dicho libro, y no se pueda vender sin ella. Y para que dello conste, di la presente en Valladolid, a veinte días del mes de deciembre de mil y seiscientos y cuatro años.

Juan Gallo de Andrada.


Testimonio de las erratas

Este libro no tiene cosa digna que no corresponda a su original; en testimonio de lo haber correcto, di esta FEE. En el Colegio de la Madre de Dios de los Teólogos de la Universidad de Alcalá, en primero de diciembre de 1604 años.

El licenciado Francisco Murcia de la Llana.


El rey

Por cuanto por parte de vos, Miguel de Cervantes, nos fue fecha relación que habíades compuesto un libro intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, el cual os había costado mucho trabajo y era muy útil y provechoso, nos pedistes y suplicastes os mandásemos dar licencia y facultad para le poder imprimir, y previlegio por el tiempo que fuésemos servidos, o como la nuestra merced fuese; lo cual visto por los del nuestro Consejo, por cuanto en el dicho libro se hicieron las diligencias que la premática últimamente por nos fecha sobre la impresión de los libros dispone, fue acordado que debíamos mandar dar esta nuestra cédula para vos, en la dicha razón; y nos tuvímoslo por bien. Por la cual, por os hacer bien y merced, os damos licencia y facultad para que vos, o la persona que vuestro poder hubiere, y no otra alguna, podáis imprimir el dicho libro, intitulado El ingenioso hidalgo de la Mancha, que desuso se hace mención, en todos estos nuestros reinos de Castilla, por tiempo y espacio de diez años, que corran y se cuenten desde el dicho día de la data desta nuestra cédula; so pena que la persona o personas que, sin tener vuestro poder, lo imprimiere o vendiere, o hiciere imprimir o vender, por el mesmo caso pierda la impresión que hiciere, con los moldes y aparejos della; y más, incurra en pena de cincuenta mil maravedís cada vez que lo contrario hiciere. La cual dicha pena sea la tercia parte para la persona que lo acusare, y la otra tercia parte para nuestra Cámara, y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare. Con tanto que todas las veces que hubiéredes de hacer imprimir el dicho libro, durante el tiempo de los dichos diez años, le traigáis al nuestro Consejo, juntamente con el original que en él fue visto, que va rubricado cada plana y firmado al fin dél de Juan Gallo de Andrada, nuestro escribano de Cámara, de los que en él residen, para saber si la dicha impresión está conforme el original; o traigáis fe en pública forma de cómo por corretor nombrado por nuestro mandado, se vio y corrigió la dicha impresión por el original, y se imprimió conforme a él, y quedan impresas las erratas por él apuntadas, para cada un libro de los que así fueren impresos, para que se tase el precio que por cada volumen hubiéredes de haber. Y mandamos al impresor que así imprimiere el dicho libro, no imprima el principio ni el primer pliego dél, ni entregue más de un solo libro con el original al autor, o persona a cuya costa lo imprimiere, ni otro alguno, para efeto de la dicha correción y tasa, hasta que antes y primero el dicho libro esté corregido y tasado por los del nuestro Consejo; y, estando hecho, y no de otra manera, pueda imprimir el dicho principio y primer pliego, y sucesivamente ponga esta nuestra cédula y la aprobación, tasa y erratas, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en las leyes y premáticas destos nuestros reinos. Y mandamos a los del nuestro Consejo, y a otras cualesquier justicias dellos, guarden y cumplan esta nuestra cédula y lo en ella contenido. Fecha en Valladolid, a veinte y seis días del mes de setiembre de mil y seiscientos y cuatro años.

YO, EL REY.

Por mandado del rey nuestro señor:

Juan de Amezqueta.


Al duque de Bйjar,

marqués de Gibraleón, conde de Benalcázar y Bañares, vizconde de La Puebla de Alcocer, señor de las villas de Capilla, Curiel y Burguillos

En fe del buen acogimiento y honra que hace Vuestra Excelencia a toda suerte de libros, como príncipe tan inclinado a favorecer las buenas artes, mayormente las que por su nobleza no se abaten al servicio y granjerías del vulgo, he determinado de sacar a luz al Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, al abrigo del clarísimo nombre de Vuestra Excelencia, a quien, con el acatamiento que debo a tanta grandeza, suplico le reciba agradablemente en su protección, para que a su sombra, aunque desnudo de aquel precioso ornamento de elegancia y erudición de que suelen andar vestidas las obras que se componen en las casas de los hombres que saben, ose parecer seguramente en el juicio de algunos que, continiéndose en los límites de su ignorancia, suelen condenar con más rigor y menos justicia los trabajos ajenos; que, poniendo los ojos la prudencia de Vuestra Excelencia en mi buen deseo, fío que no desdeñará la cortedad de tan humilde servicio.

Miguel de Cervantes Saavedra.


Prólogo

Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas y las cuenta a sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de Don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte, casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones o disimules las faltas que en este mi hijo vieres; y ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el más pintado, y estás en tu casa, donde eres señor della, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que comúnmente se dice: que debajo de mi manto, al rey mato. Todo lo cual te esenta y hace libre de todo respecto y obligación; y así, puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calunien por el mal ni te premien por el bien que dijeres della.

Sólo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la inumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé decir que, aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribille y muchas la dejé, por no saber lo que escribiría; y, estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diría, entró a deshora un amigo mío, gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó la causa; y, no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que había de hacer a la historia de don Quijote, y que me tenía de suerte que ni quería hacerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tan noble caballero.

-Porque, ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina; sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platón y de toda la caterva de filósofos, que admiran a los leyentes y tienen a sus autores por hombres leídos, eruditos y elocuentes? Pues ¿qué, cuando citan la Divina Escritura? No dirán sino que son unos santos Tomases y otros doctores de la Iglesia; guardando en esto un decoro tan ingenioso, que en un renglón han pintado un enamorado destraído y en otro hacen un sermoncico cristiano, que es un contento y un regalo oílle o leelle. De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qué acotar en el margen, ni qué anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras del A B C, comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte y en Zoílo o Zeuxis, aunque fue maldiciente el uno y pintor el otro. También ha de carecer mi libro de sonetos al principio, a lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos; aunque, si yo los pidiese a dos o tres oficiales amigos, yo sé que me los darían, y tales, que no les igualasen los de aquellos que tienen más nombre en nuestra España. En fin, señor y amigo mío -proseguí-, yo determino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan; porque yo me hallo incapaz de remediarlas, por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltrón y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. De aquí nace la suspensión y elevamiento, amigo, en que me hallastes; bastante causa para ponerme en ella la que de mí habéis oído.

Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente y disparando en una carga de risa, me dijo:

-Por Dios, hermano, que agora me acabo de desengañar de un engaño en que he estado todo el mucho tiempo que ha que os conozco, en el cual siempre os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras aciones. Pero agora veo que estáis tan lejos de serlo como lo está el cielo de la tierra. ¿Cómo que es posible que cosas de tan poco momento y tan fáciles de remediar puedan tener fuerzas de suspender y absortar un ingenio tan maduro como el vuestro, y tan hecho a romper y atropellar por otras dificultades mayores? A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza y penuria de discurso. ¿Queréis ver si es verdad lo que digo? Pues estadme atento y veréis cómo, en un abrir y cerrar de ojos, confundo todas vuestras dificultades y remedio todas las faltas que decís que os suspenden y acobardan para dejar de sacar a la luz del mundo la historia de vuestro famoso don Quijote, luz y espejo de toda la caballería andante.

-Decid -le repliqué yo, oyendo lo que me decía-: ¿de qué modo pensáis llenar el vacío de mi temor y reducir a claridad el caos de mi confusión?

A lo cual él dijo:

-Lo primero en que reparáis de los sonetos, epigramas o elogios que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de título, se puede remediar en que vos mesmo toméis algún trabajo en hacerlos, y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo hayan sido y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren desta verdad, no se os dé dos maravedís; porque, ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribistes.

«En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacáredes las sentencias y dichos que pusiéredes en vuestra historia, no hay más sino hacer, de manera que venga a pelo, algunas sentencias o latines que vos sepáis de memoria, o, a lo menos, que os cuesten poco trabajo el buscalle; como será poner, tratando de libertad y cautiverio:

Non bene pro toto libertas venditur auro.

Y luego, en el margen, citar a Horacio o a quien lo dijo. Si tratáredes del poder de la muerte, acudir luego con:

Pal[l]ida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas,

regumque turres.

Si de la amistad y amor que Dios manda que se tenga al enemigo, entraros luego al punto por la Escritura Divina, que lo podéis hacer con tantico de curiosidad, y decir las palabras, por lo menos, del mismo Dios: Ego autem dico vobis: diligite inimicos vestros. Si tratáredes de malos pensamientos, acudid con el Evangelio: De corde exeunt cogitationes malae. Si de la instabilidad de los amigos, ahí está Catón, que os dará su dístico:

Donec eris felix, multos numerabis amicos,

tempora si fuerint nubila, solus eris.

Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no es de poca honra y provecho el día de hoy.

»En lo que toca el poner anotaciones al fin del libro, seguramente lo podéis hacer desta manera: si nombráis algún gigante en vuestro libro, hacelde que sea el gigante Golías, y con sólo esto, que os costará casi nada, tenéis una grande anotación, pues podéis poner: «El gigante Golías, o Goliat, fue un filisteo a quien el pastor David mató de una gran pedrada en el valle de Terebinto, según se cuenta en el Libro de los Reyes, en el capítulo que vos halláredes que se escribe». Tras esto, para mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de modo como en vuestra historia se nombre el río Tajo, y veréisos luego con otra famosa anotación, poniendo: «El río Tajo fue así dicho por un rey de las Españas; tiene su nacimiento en tal lugar y muere en el mar océano, besando los muros de la famosa ciudad de Lisboa; y es opinión que tiene las arenas de oro, etc.». Si tratáredes de ladrones, yo os diré la historia de Caco, que la sé de coro; si de mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo, que os prestará a Lamia, Laida y Flora, cuya anotación os dará gran crédito; si de crueles, Ovidio os entregará a Medea; si de encantadores y hechiceras, Homero tiene a Calipso, y Virgilio a Circe; si de capitanes valerosos, el mesmo Julio César os prestará a sí mismo en sus Comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros. Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de la lengua toscana, toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas. Y si no queréis andaros por tierras extrañas, en vuestra casa tenéis a Fonseca, Del amor de Dios, donde se cifra todo lo que vos y el más ingenioso acertare a desear en tal materia. En resolución, no hay más sino que vos procuréis nombrar estos nombres, o tocar estas historias en la vuestra, que aquí he dicho, y dejadme a mí el cargo de poner las anotaciones y acotaciones; que yo os voto a tal de llenaros las márgenes y de gastar cuatro pliegos en el fin del libro.

»Vengamos ahora a la citación de los autores que los otros libros tienen, que en el vuestro os faltan. El remedio que esto tiene es muy fácil, porque no habéis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos, desde la A hasta la Z, como vos decís. Pues ese mismo abecedario pondréis vos en vuestro libro; que, puesto que a la clara se vea la mentira, por la poca necesidad que vos teníades de aprovecharos dellos, no importa nada; y quizá alguno habrá tan simple, que crea que de todos os habéis aprovechado en la simple y sencilla historia vuestra; y, cuando no sirva de otra cosa, por lo menos servirá aquel largo catálogo de autores a dar de improviso autoridad al libro. Y más, que no habrá quien se ponga a averiguar si los seguistes o no los seguistes, no yéndole nada en ello. Cuanto más que, si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquellas que vos decís que le falta, porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada San Basilio, ni alcanzó Cicerón; ni caen debajo de la cuenta de sus fabulosos disparates las puntualidades de la verdad, ni las observaciones de la astrología; ni le son de importancia las medidas geométricas, ni la confutación de los argumentos de quien se sirve la retórica; ni tiene para qué predicar a ninguno, mezclando lo humano con lo divino, que es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento. Sólo tiene que aprovecharse de la imitación en lo que fuere escribiendo; que, cuanto ella fuere más perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere. Y, pues esta vuestra escritura no mira a más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos, sino procurar que a la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y período sonoro y festivo; pintando, en todo lo que alcanzáredes y fuere posible, vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos sin intricarlos y escurecerlos. Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En efecto, llevad la mira puesta a derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos y alabados de muchos más; que si esto alcanzásedes, no habríades alcanzado poco.

Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decía, y de tal manera se imprimieron en mí sus razones que, sin ponerlas en disputa, las aprobé por buenas y de ellas mismas quise hacer este prólogo; en el cual verás, lector suave, la discreción de mi amigo, la buena ventura mía en hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo en hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso don Quijote de la Mancha, de quien hay opinión, por todos los habitadores del distrito del campo de Montiel, que fue el más casto enamorado y el más valiente caballero que de muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos. Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte a conocer tan noble y tan honrado caballero, pero quiero que me agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer, te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidas.

Y con esto, Dios te dé salud y a mí no olvide.

Vale


Al libro de don Quijote de la Mancha, Urganda la desconocida

Si de llegarte a los bue-,

libro, fueres con letu-,

no te dirá el boquirru-

que no pones bien los de-.

Mas si el pan no se te cue-

por ir a manos de idio-,

verбs de manos a bo-,

aun no dar una en el cla-,

si bien se comen las ma-

por mostrar que son curio-.

Y, pues la espiriencia ense-

que el que a buen árbol se arri-

buena sombra le cobi-,

en Béjar tu buena estre-

un árbol real te ofre-

que da príncipes por fru-,

en el cual floreció un du-

que es nuevo Alejandro Ma-:

llega a su sombra, que a osa-

favorece la fortu-.

De un noble hidalgo manche-

contarбs las aventu-,

a quien ociosas letu-,

trastornaron la cabe-:

damas, armas, caballe-,

le provocaron de mo-,

que, cual Orlando furio-,

templado a lo enamora-,

alcanzó a fuerza de bra-

a Dulcinea del Tobo-.

No indiscretos hieroglн-

estampes en el escu-,

que, cuando es todo figu-,

con ruines puntos se envi-.

Si en la dirección te humi-,

no dirб, mofante, algu-:

''¡Qué don Álvaro de Lu-,

qué Aníbal el de Carta-,

qué rey Francisco en Espa-

se queja de la Fortu-!''

Pues al cielo no le plu-

que salieses tan ladi-

como el negro Juan Lati-,

hablar latines rehъ-.

No me despuntes de agu-,

ni me alegues con filó-,

porque, torciendo la bo-,

dirá el que entiende la le-,

no un palmo de las ore-:

''¿Para qué conmigo flo-?''

No te metas en dibu-,

ni en saber vidas aje-,

que, en lo que no va ni vie-,

pasar de largo es cordu-,

que suelen en caperu-

darles a los que grace-;

mas tú quémate las ce-

sólo en cobrar buena fa-;

que el que imprime neceda-

dalas a censo perpe-.

Advierte que es desati-,

siendo de vidrio el teja-,

tomar piedras en las ma-

para tirar al veci-.

Deja que el hombre de jui-,

en las obras que compo-,

se vaya con pies de plo-;

que el que saca a luz pape-

para entretener donce-

escribe a tontas y a lo-.


Amadнs de Gaula a don Quijote de la Mancha

Soneto

Tú, que imitaste la llorosa vida

que tuve, ausente y desdeñado sobre

el gran ribazo de la Peña Pobre,

de alegre a penitencia reducida;

tú, a quien los ojos dieron la bebida

de abundante licor, aunque salobre,

y alzándote la plata, estaño y cobre,

te dio la tierra en tierra la comida,

vive seguro de que eternamente,

en tanto, al menos, que en la cuarta esfera,

sus caballos aguije el rubio Apolo,

tendrás claro renombre de valiente;

tu patria será en todas la primera;

tu sabio autor, al mundo único y solo.

Don Belianís de Grecia a don Quijote de la Mancha

Soneto

Rompí, corté, abollé, y dije y hice

más que en el orbe caballero andante;

fui diestro, fui valiente, fui arrogante;

mil agravios venguй, cien mil deshice.

Hazañas di a la Fama que eternice;

fui comedido y regalado amante;

fue enano para mí todo gigante,

y al duelo en cualquier punto satisfice.

Tuve a mis pies postrada la Fortuna,

y trajo del copete mi cordura

a la calva Ocasión al estricote.

Más, aunque sobre el cuerno de la luna

siempre se vio encumbrada mi ventura,

tus proezas envidio, ¡oh gran Quijote!

La seсora Oriana a Dulcinea del Toboso

Soneto

¡Oh, quién tuviera, hermosa Dulcinea,

por más comodidad y más reposo,

a Miraflores puesto en el Toboso,

y trocara sus Londres con tu aldea!

¡Oh, quién de tus deseos y librea

alma y cuerpo adornara, y del famoso

caballero que hiciste venturoso

mirara alguna desigual pelea!

¡Oh, quién tan castamente se escapara

del señor Amadís como tú hiciste

del comedido hidalgo don Quijote!

Que así envidiada fuera, y no envidiara,

y fuera alegre el tiempo que fue triste,

y gozara los gustos sin escote.

Gandalнn, escudero de Amadнs de Gaula, a Sancho Panza, escudero de don Quijote

Soneto

Salve, varón famoso, a quien Fortuna,

cuando en el trato escuderil te puso,

tan blanda y cuerdamente lo dispuso,

que lo pasaste sin desgracia alguna.

Ya la azada o la hoz poco repugna

al andante ejercicio; ya está en uso

la llaneza escudera, con que acuso

al soberbio que intenta hollar la luna.

Envidio a tu jumento y a tu nombre,

y a tus alforjas igualmente invidio,

que mostraron tu cuerda providencia.

Salve otra vez, ¡oh Sancho!, tan buen hombre,

que a solo tú nuestro español Ovidio

con buzcorona te hace reverencia.


Del Donoso, poeta entreverado, a Sancho Panza y Rocinante

Soy Sancho Panza, escude-

del manchego don Quijo-.

Puse pies en polvoro-,

por vivir a lo discre-;

que el tбcito Villadie-

toda su razón de esta-

cifrу en una retira-,

segъn siente Celesti-,

libro, en mi opinión, divi-

si encubriera más lo huma-.

A Rocinante

Soy Rocinante, el famo-,

bisnieto del gran Babie-.

Por pecados de flaque-,

fui a poder de un don Quijo-.

Parejas corrн a lo flo-;

mas, por uсa de caba-,

no se me escapу ceba-;

que esto saqué a Lazari-

cuando, para hurtar el vi-

al ciego, le di la pa-.


Orlando furioso a don Quijote de la Mancha

Soneto

Si no eres par, tampoco le has tenido:

que par pudieras ser entre mil pares;

ni puede haberle donde tú te hallares,

invito vencedor, jamбs vencido.

Orlando soy, Quijote, que, perdido

por Angйlica, vi remotos mares,

ofreciendo a la Fama en sus altares

aquel valor que respetó el olvido.

No puedo ser tu igual; que este decoro

se debe a tus proezas y a tu fama,

puesto que, como yo, perdiste el seso.

Mas serlo has mío, si al soberbio moro

y cita fiero domas, que hoy nos llama

iguales en amor con mal suceso.

El Caballero del Febo a don Quijote de la Mancha

Soneto

A vuestra espada no igualó la mía,

Febo espaсol, curioso cortesano,

ni a la alta gloria de valor mi mano,

que rayo fue do nace y muere el día.

Imperios despreciй; la monarquнa

que me ofreció el Oriente rojo en vano

dejé, por ver el rostro soberano

de Claridiana, aurora hermosa mнa.

Améla por milagro único y raro,

y, ausente en su desgracia, el propio infierno

temió mi brazo, que domó su rabia.

Mas vos, godo Quijote, ilustre y claro,

por Dulcinea sois al mundo eterno,

y ella, por vos, famosa, honesta y sabia.

De Solisdбn a don Quijote de la Mancha

Soneto

Maguer, señor Quijote, que sandeces

vos tengan el cerbelo derrumbado,

nunca serйis de alguno reprochado

por home de obras viles y soeces.

Serán vuesas fazañas los joeces,

pues tuertos desfaciendo habéis andado,

siendo vegadas mil apaleado

por follones cautivos y raheces.

Y si la vuesa linda Dulcinea

desaguisado contra vos comete,

ni a vuesas cuitas muestra buen talante,

en tal desmán, vueso conorte sea

que Sancho Panza fue mal alcagüete,

necio él, dura ella, y vos no amante.

Diálogo entre Babieca y Rocinante

Soneto

B.

¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?

R.

Porque nunca se come y se trabaja.

B.

Pues ¿qué es de la cebada y de la paja?

R.

No me deja mi amo ni un bocado.

B.

Andá, señor, que estáis muy mal criado,

pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.

R.

Asno se es de la cuna a la mortaja.

їQuerйislo ver? Miraldo enamorado.

B.

¿Es necedad amar? R. No es gran prudencia.

B.

Metafнsico estбis. R. Es que no como.

B.

Quejaos del escudero. R. No es bastante.

¿Cómo me he de quejar en mi dolencia,

si el amo y escudero o mayordomo

son tan rocines como Rocinante?





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Primera parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

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Capítulo primero

Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la Mancha

EN UN LUGAR de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mesmo, y los días de entresemana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque, por conjeturas verosímiles, se deja entender que se llamaba Quejana. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.

Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la administración de su hacienda. Y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer, y así, llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos, ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva, porque la claridad de su prosa y aquellas entricadas razones suyas le parecían de perlas, y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafíos, donde en muchas partes hallaba escrito: La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura. Y también cuando leía: [...] los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza.

Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianís daba y recebía, porque se imaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dalle fin al pie de la letra, como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar -que era hombre docto, graduado en Sigüenza-, sobre cuál había sido mejor caballero: Palmerín de Ingalaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mesmo pueblo, decía que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.

En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamentos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo. Decía él que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero, pero que no tenía que ver con el Caballero de la Ardiente Espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles habнa muerto a Roldбn, el encantado, valiйndose de la industria de Hйrcules, cuando ahogу a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decнa mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser de aquella generaciуn gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, йl solo era afable y bien criado. Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldos de Montalbбn, y mбs cuando le veнa salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en allende robу aquel нdolo de Mahoma que era todo de oro, segъn dice su historia. Diera йl, por dar una mano de coces al traidor de Galalуn, al ama que tenнa y aun a su sobrina de aсadidura.

En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el mбs estraсo pensamiento que jamбs dio loco en el mundo; y fue que le pareciу convenible y necesario, asн para el aumento de su honra como para el servicio de su repъblica, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que йl habнa leнdo que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo gйnero de agravio, y poniйndose en ocasiones y peligros donde, acabбndolos, cobrase eterno nombre y fama. Imaginбbase el pobre ya coronado por el valor de su brazo, por lo menos, del imperio de Trapisonda; y asн, con estos tan agradables pensamientos, llevado del estraсo gusto que en ellos sentнa, se dio priesa a poner en efeto lo que deseaba.

Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habнan sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orнn y llenas de moho, luengos siglos habнa que estaban puestas y olvidadas en un rincуn. Limpiуlas y aderezуlas lo mejor que pudo, pero vio que tenнan una gran falta, y era que no tenнan celada de encaje, sino morriуn simple; mas a esto supliу su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que, encajada con el morriуn, hacнan una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte y podнa estar al riesgo de una cuchillada, sacу su espada y le dio dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que habнa hecho en una semana; y no dejу de parecerle mal la facilidad con que la habнa hecho pedazos, y, por asegurarse deste peligro, la tornу a hacer de nuevo, poniйndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera que йl quedу satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva experiencia della, la diputу y tuvo por celada finнsima de encaje.

Fue luego a ver su rocнn, y, aunque tenнa mбs cuartos que un real y mбs tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis et ossa fuit, le pareciу que ni el Bucйfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con йl se igualaban. Cuatro dнas se le pasaron en imaginar quй nombre le pondrнa; porque, segъn se decнa йl a sн mesmo, no era razуn que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno йl por sн, estuviese sin nombre conocido; y ansн, procuraba acomodбrsele de manera que declarase quiйn habнa sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razуn que, mudando su seсor estado, mudase йl tambiйn el nombre, y [le] cobrase famoso y de estruendo, como convenнa a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba. Y asн, despuйs de muchos nombres que formу, borrу y quitу, aсadiу, deshizo y tornу a hacer en su memoria e imaginaciуn, al fin le vino a llamar Rocinante: nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que habнa sido cuando fue rocнn, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo.

Puesto nombre, y tan a su gusto, a su caballo, quiso ponйrsele a sн mismo, y en este pensamiento durу otros ocho dнas, y al cabo se vino a llamar don Quijote; de donde -como queda dicho- tomaron ocasiуn los autores desta tan verdadera historia que, sin duda, se debнa de llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir. Pero, acordбndose que el valeroso Amadнs no sуlo se habнa contentado con llamarse Amadнs a secas, sino que aсadiу el nombre de su reino y patria, por Hepila famosa, y se llamу Amadнs de Gaula, asн quiso, como buen caballero, aсadir al suyo el nombre de la suya y llamarse don Quijote de la Mancha, con que, a su parecer, declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.

Limpias, pues, sus armas, hecho del morriуn celada, puesto nombre a su rocнn y confirmбndose a sн mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era бrbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decнase йl:

-Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahн con algъn gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo, їno serб bien tener a quien enviarle presentado y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce seсora, y diga con voz humilde y rendido: ''Yo, seсora, soy el gigante Caraculiambro, seсor de la нnsula Malindrania, a quien venciу en singular batalla el jamбs como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandу que me presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mн a su talante?".

ЎOh, cуmo se holgу nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y mбs cuando hallу a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo habнa una moza labradora de muy buen parecer, de quien йl un tiempo anduvo enamorado, aunque, segъn se entiende, ella jamбs lo supo, ni le dio cata dello. Llamбbase Aldonza Lorenzo, y a йsta le pareciу ser bien darle tнtulo de seсora de sus pensamientos; y, buscбndole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran seсora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, mъsico y peregrino y significativo, como todos los demбs que a йl y a sus cosas habнa puesto.



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Capнtulo II

Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote

HECHAS, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar mбs tiempo a poner en efeto su pensamiento, apretбndole a ello la falta que йl pensaba que hacнa en el mundo su tardanza, segъn eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que emendar, y abusos que mejorar y deudas que satisfacer. Y asн, sin dar parte a persona alguna de su intenciуn, y sin que nadie le viese, una maсana, antes del dнa, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armу de todas sus armas, subiу sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazу su adarga, tomу su lanza y, por la puerta falsa de un corral, saliу al campo con grandнsimo contento y alborozo de ver con cuбnta facilidad habнa dado principio a su buen deseo. Mas, apenas se vio en el campo, cuando le asaltу un pensamiento terrible, y tal, que por poco le hiciera dejar la comenzada empresa; y fue que le vino a la memoria que no era armado caballero y que, conforme a ley de caballerнa, ni podнa ni debнa tomar armas con ningъn caballero; y, puesto que lo fuera, habнa de llevar armas blancas, como novel caballero, sin empresa en el escudo, hasta que por su esfuerzo la ganase. Estos pensamientos le hicieron titubear en su propуsito; mas, pudiendo mбs su locura que otra razуn alguna, propuso de hacerse armar caballero del primero que topase, a imitaciуn de otros muchos que asн lo hicieron, segъn йl habнa leнdo en los libros que tal le tenнan. En lo de las armas blancas, pensaba limpiarlas de manera, en teniendo lugar, que lo fuesen mбs que un armiсo; y con esto se quietу y prosiguiу su camino, sin llevar otro que aquel que su caballo querнa, creyendo que en aquello consistнa la fuerza de las aventuras.

Yendo, pues, caminando nuestro flamante aventurero, iba hablando consigo mesmo y diciendo:

-їQuiйn duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de maсana, desta manera?: «Apenas habнa el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeсos y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habнan saludado con dulce y meliflua armonнa la venida de la rosada aurora, que, dejando la blanda cama del celoso marido, por las puertas y balcones del manchego horizonte a los mortales se mostraba, cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subiу sobre su famoso caballo Rocinante y comenzу a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel».

Y era la verdad que por йl caminaba. Y aсadiу diciendo:

-Dichosa edad, y siglo dichoso aquel adonde saldrбn a luz las famosas hazaсas mнas, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mбrmoles y pintarse en tablas para memoria en lo futuro. ЎOh tъ, sabio encantador, quienquiera que seas, a quien ha de tocar el ser coronista desta peregrina historia, ruйgote que no te olvides de mi buen Rocinante, compaсero eterno mнo en todos mis caminos y carreras!

Luego volvнa diciendo, como si verdaderamente fuera enamorado:

-ЎOh princesa Dulcinea, seсora deste cautivo corazуn!, mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plйgaos, seсora, de membraros deste vuestro sujeto corazуn, que tantas cuitas por vuestro amor padece.

Con йstos iba ensartando otros disparates, todos al modo de los que sus libros le habнan enseсado, imitando en cuanto podнa su lenguaje. Con esto, caminaba tan despacio, y el sol entraba tan apriesa y con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si algunos tuviera.

Casi todo aquel dнa caminу sin acontecerle cosa que de contar fuese, de lo cual se desesperaba, porque quisiera topar luego luego con quien hacer experiencia del valor de su fuerte brazo. Autores hay que dicen que la primera aventura que le avino fue la del Puerto Lбpice; otros dicen que la de los molinos de viento; pero, lo que yo he podido averiguar en este caso, y lo que he hallado escrito en los Anales de la Mancha, es que йl anduvo todo aquel dнa y, al anochecer, su rocнn y йl se hallaron cansados y muertos de hambre; y que, mirando a todas partes por ver si descubrirнa algъn castillo o alguna majada de pastores donde recogerse y adonde pudiese remediar su mucha hambre y necesidad, vio, no lejos del camino por donde iba, una venta, que fue como si viera una estrella que, no a los portales, sino a los alcбzares de su redenciуn le encaminaba. Diose priesa a caminar y llegу a ella a tiempo que anochecнa.

Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, destas que llaman del partido, las cuales iban a Sevilla con unos arrieros que en la venta aquella noche acertaron a hacer jornada; y, como a nuestro aventurero todo cuanto pensaba, veнa o imaginaba le parecнa ser hecho y pasar al modo de lo que habнa leнdo, luego que vio la venta, se le representу que era un castillo con sus cuatro torres y chapiteles de luciente plata, sin faltarle su puente levadiza y honda cava, con todos aquellos adherentes que semejantes castillos se pintan. Fuese llegando a la venta, que a йl le parecнa castillo, y a poco trecho della detuvo las riendas a Rocinante, esperando que algъn enano se pusiese entre las almenas a dar seсal con alguna trompeta de que llegaba caballero al castillo. Pero, como vio que se tardaban y que Rocinante se daba priesa por llegar a la caballeriza, se llegу a la puerta de la venta, y vio a las dos destraнdas mozas que allн estaban, que a йl le parecieron dos hermosas doncellas o dos graciosas damas que delante de la puerta del castillo se estaban solazando. En esto, sucediу acaso que un porquero que andaba recogiendo de unos rastrojos una manada de puercos -que, sin perdуn, asн se llaman- tocу un cuerno, a cuya seсal ellos se recogen, y al instante se le representу a don Quijote lo que deseaba, que era que algъn enano hacнa seсal de su venida; y asн, con estraсo contento, llegу a la venta y a las damas, las cuales, como vieron venir un hombre de aquella suerte, armado y con lanza y adarga, llenas de miedo, se iban a entrar en la venta; pero don Quijote, coligiendo por su huida su miedo, alzбndose la visera de papelуn y descubriendo su seco y polvoroso rostro, con gentil talante y voz reposada, les dijo:

-No fuyan las vuestras mercedes ni teman desaguisado alguno; ca a la orden de caballerнa que profeso non toca ni ataсe facerle a ninguno, cuanto mбs a tan altas doncellas como vuestras presencias demuestran.

Mirбbanle las mozas y andaban con los ojos buscбndole el rostro, que la mala visera le encubrнa; mas, como se oyeron llamar doncellas, cosa tan fuera de su profesiуn, no pudieron tener la risa, y fue de manera que don Quijote vino a correrse y a decirles:

-Bien parece la mesura en las fermosas, y es mucha sandez ademбs la risa que de leve causa procede; pero no vos lo digo porque os acuitedes ni mostredes mal talante; que el mнo non es de бl que de serviros.

El lenguaje, no entendido de las seсoras, y el mal talle de nuestro caballero acrecentaba en ellas la risa y en йl el enojo; y pasara muy adelante si a aquel punto no saliera el ventero, hombre que, por ser muy gordo, era muy pacнfico, el cual, viendo aquella figura contrahecha, armada de armas tan desiguales como eran la brida, lanza, adarga y coselete, no estuvo en nada en acompaсar a las doncellas en las muestras de su contento. Mas, en efeto, temiendo la mбquina de tantos pertrechos, determinу de hablarle comedidamente; y asн, le dijo:

-Si vuestra merced, seсor caballero, busca posada, amйn del lecho (porque en esta venta no hay ninguno), todo lo demбs se hallarб en ella en mucha abundancia.

Viendo don Quijote la humildad del alcaide de la fortaleza, que tal le pareciу a йl el ventero y la venta, respondiу:

-Para mн, seсor castellano, cualquiera cosa basta, porque

mis arreos son las armas,

mi descanso el pelear, etc.

Pensу el huйsped que el haberle llamado castellano habнa sido por haberle parecido de los sanos de Castilla, aunque йl era andaluz y de los de la playa de Sanlъcar, no menos ladrуn que Caco, ni menos maleante que estudiantado paje; y asн, le respondiу:

-Segъn eso, las camas de vuestra merced serбn duras peсas, y su dormir, siempre velar; y siendo asн, bien se puede apear, con seguridad de hallar en esta choza ocasiуn y ocasiones para no dormir en todo un aсo, cuanto mбs en una noche.

Y, diciendo esto, fue a tener el estribo a don Quijote, el cual se apeу con mucha dificultad y trabajo, como aquel que en todo aquel dнa no se habнa desayunado.

Dijo luego al huйsped que le tuviese mucho cuidado de su caballo, porque era la mejor pieza que comнa pan en el mundo. Mirуle el ventero, y no le pareciу tan bueno como don Quijote decнa, ni aun la mitad; y, acomodбndole en la caballeriza, volviу a ver lo que su huйsped mandaba, al cual estaban desarmando las doncellas, que ya se habнan reconciliado con йl; las cuales, aunque le habнan quitado el peto y el espaldar, jamбs supieron ni pudieron desencajarle la gola, ni quitalle la contrahecha celada, que traнa atada con unas cintas verdes, y era menester cortarlas, por no poderse quitar los сudos; mas йl no lo quiso consentir en ninguna manera, y asн, se quedу toda aquella noche con la celada puesta, que era la mбs graciosa y estraсa figura que se pudiera pensar; y, al desarmarle, como йl se imaginaba que aquellas traнdas y llevadas que le desarmaban eran algunas principales seсoras y damas de aquel castillo, les dijo con mucho donaire:

-Nunca fuera caballero

de damas tan bien servido

como fuera don Quijote

cuando de su aldea vino:

doncellas curaban dйl;

princesas, del su rocino,

o Rocinante, que йste es el nombre, seсoras mнas, de mi caballo, y don Quijote de la Mancha el mнo; que, puesto que no quisiera descubrirme fasta que las fazaсas fechas en vuestro servicio y pro me descubrieran, la fuerza de acomodar al propуsito presente este romance viejo de Lanzarote ha sido causa que sepбis mi nombre antes de toda sazуn; pero, tiempo vendrб en que las vuestras seсorнas me manden y yo obedezca, y el valor de mi brazo descubra el deseo que tengo de serviros.

Las mozas, que no estaban hechas a oнr semejantes retуricas, no respondнan palabra; sуlo le preguntaron si querнa comer alguna cosa.

-Cualquiera yantarнa yo -respondiу don Quijote-, porque, a lo que entiendo, me harнa mucho al caso.

A dicha, acertу a ser viernes aquel dнa, y no habнa en toda la venta sino unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucнa bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela. Preguntбronle si por ventura comerнa su merced truchuela, que no habнa otro pescado que dalle a comer.

-Como haya muchas truchuelas -respondiу don Quijote-, podrбn servir de una trucha, porque eso se me da que me den ocho reales en sencillos que en una pieza de a ocho. Cuanto mбs, que podrнa ser que fuesen estas truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrуn. Pero, sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas.

Pusiйronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trъjole el huйsped una porciуn del mal remojado y peor cocido bacallao, y un pan tan negro y mugriento como sus armas; pero era materia de grande risa verle comer, porque, como tenнa puesta la celada y alzada la visera, no podнa poner nada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponнa; y ansн, una de aquellas seсoras servнa deste menester. Mas, al darle de beber, no fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caсa, y, puesto el un cabo en la boca, por el otro le iba echando el vino; y todo esto lo recebнa en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada.

Estando en esto, llegу acaso a la venta un castrador de puercos; y, asн como llegу, sonу su silbato de caсas cuatro o cinco veces, con lo cual acabу de confirmar don Quijote que estaba en algъn famoso castillo, y que le servнan con mъsica, y que el abadejo eran truchas; el pan, candeal; y las rameras, damas; y el ventero, castellano del castillo, y con esto daba por bien empleada su determinaciуn y salida. Mas lo que mбs le fatigaba era el no verse armado caballero, por parecerle que no se podrнa poner legнtimamente en aventura alguna sin recebir la orden de caballerнa.



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Capнtulo III

Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo don Quijote en armarse caballero

Y ASН, fatigado deste pensamiento, abreviу su venteril y limitada cena; la cual acabada, llamу al ventero y, encerrбndose con йl en la caballeriza, se hincу de rodillas ante йl, diciйndole:

-No me levantarй jamбs de donde estoy, valeroso caballero, fasta que la vuestra cortesнa me otorgue un don que pedirle quiero, el cual redundarб en alabanza vuestra y en pro del gйnero humano.

El ventero, que vio a su huйsped a sus pies y oyу semejantes razones, estaba confuso mirбndole, sin saber quй hacerse ni decirle, y porfiaba con йl que se levantase, y jamбs quiso, hasta que le hubo de decir que йl le otorgaba el don que le pedнa.

-No esperaba yo menos de la gran magnificencia vuestra, seсor mнo -respondiу don Quijote-; y asн, os digo que el don que os he pedido, y de vuestra liberalidad me ha sido otorgado, es que maсana en aquel dнa me habйis de armar caballero, y esta noche en la capilla deste vuestro castillo velarй las armas; y maсana, como tengo dicho, se cumplirб lo que tanto deseo, para poder, como se debe, ir por todas las cuatro partes del mundo buscando las aventuras, en pro de los menesterosos, como estб a cargo de la caballerнa y de los caballeros andantes, como yo soy, cuyo deseo a semejantes fazaсas es inclinado.

El ventero, que, como estб dicho, era un poco socarrуn y ya tenнa algunos barruntos de la falta de juicio de su huйsped, acabу de creerlo cuando acabу de oнrle semejantes razones, y, por tener quй reнr aquella noche, determinу de seguirle el humor; y asн, le dijo que andaba muy acertado en lo que deseaba y pedнa, y que tal prosupuesto era propio y natural de los caballeros tan principales como йl parecнa y como su gallarda presencia mostraba; y que йl, ansimesmo, en los aсos de su mocedad, se habнa dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo buscando sus aventuras, sin que hubiese dejado los Percheles de Mбlaga, Islas de Riarбn, Compбs de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlъcar, Potro de Cуrdoba y las Ventillas de Toledo y otras diversas partes, donde habнa ejercitado la ligereza de sus pies, sutileza de sus manos, haciendo muchos tuertos, recuestando muchas viudas, deshaciendo algunas doncellas y engaсando a algunos pupilos y, finalmente, dбndose a conocer por cuantas audiencias y tribunales hay casi en toda Espaсa; y que, a lo ъltimo, se habнa venido a recoger a aquel su castillo, donde vivнa con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en йl a todos los caballeros andantes, de cualquiera calidad y condiciуn que fuesen, sуlo por la mucha aficiуn que les tenнa y porque partiesen con йl de sus haberes, en pago de su buen deseo.

Dнjole tambiйn que en aquel su castillo no habнa capilla alguna donde poder velar las armas, porque estaba derribada para hacerla de nuevo; pero que, en caso de necesidad, йl sabнa que se podнan velar dondequiera, y que aquella noche las podrнa velar en un patio del castillo; que a la maсana, siendo Dios servido, se harнan las debidas ceremonias, de manera que йl quedase armado caballero, y tan caballero que no pudiese ser mбs en el mundo.

Preguntуle si traнa dineros; respondiу don Quijote que no traнa blanca, porque йl nunca habнa leнdo en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traнdo. A esto dijo el ventero que se engaсaba; que, puesto caso que en las historias no se escribнa, por haberles parecido a los autores dellas que no era menester escrebir una cosa tan clara y tan necesaria de traerse como eran dineros y camisas limpias, no por eso se habнa de creer que no los trujeron; y asн, tuviese por cierto y averiguado que todos los caballeros andantes, de que tantos libros estбn llenos y atestados, llevaban bien herradas las bolsas, por lo que pudiese sucederles; y que asimismo llevaban camisas y una arqueta pequeсa llena de ungьentos para curar las heridas que recebнan, porque no todas veces en los campos y desiertos donde se combatнan y salнan heridos habнa quien los curase, si ya no era que tenнan algъn sabio encantador por amigo, que luego los socorrнa, trayendo por el aire, en alguna nube, alguna doncella o enano con alguna redoma de agua de tal virtud que, en gustando alguna gota della, luego al punto quedaban sanos de sus llagas y heridas, como si mal alguno hubiesen tenido. Mas que, en tanto que esto no hubiese, tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada que sus escuderos fuesen proveнdos de dineros y de otras cosas necesarias, como eran hilas y ungьentos para curarse; y, cuando sucedнa que los tales caballeros no tenнan escuderos, que eran pocas y raras veces, ellos mesmos lo llevaban todo en unas alforjas muy sutiles, que casi no se parecнan, a las ancas del caballo, como que era otra cosa de mбs importancia; porque, no siendo por ocasiуn semejante, esto de llevar alforjas no fue muy admitido entre los caballeros andantes; y por esto le daba por consejo, pues aъn se lo podнa mandar como a su ahijado, que tan presto lo habнa de ser, que no caminase de allн adelante sin dineros y sin las prevenciones referidas, y que verнa cuбn bien se hallaba con ellas cuando menos se pensase.

Prometiуle don Quijote de hacer lo que se le aconsejaba con toda puntualidad; y asн, se dio luego orden como velase las armas en un corral grande que a un lado de la venta estaba; y, recogiйndolas don Quijote todas, las puso sobre una pila que junto a un pozo estaba y, embrazando su adarga, asiу de su lanza y con gentil continente se comenzу a pasear delante de la pila; y cuando comenzу el paseo comenzaba a cerrar la noche.

Contу el ventero a todos cuantos estaban en la venta la locura de su huйsped, la vela de las armas y la armazуn de caballerнa que esperaba. Admirбronse de tan estraсo gйnero de locura y fuйronselo a mirar desde lejos, y vieron que, con sosegado ademбn, unas veces se paseaba; otras, arrimado a su lanza, ponнa los ojos en las armas, sin quitarlos por un buen espacio dellas. Acabу de cerrar la noche, pero con tanta claridad de la luna, que podнa competir con el que se la prestaba, de manera que cuanto el novel caballero hacнa era bien visto de todos. Antojуsele en esto a uno de los arrieros que estaban en la venta ir a dar agua a su recua, y fue menester quitar las armas de don Quijote, que estaban sobre la pila; el cual, viйndole llegar, en voz alta le dijo:

-ЎOh tъ, quienquiera que seas, atrevido caballero, que llegas a tocar las armas del mбs valeroso andante que jamбs se ciсу espada!, mira lo que haces y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento.

No se curу el arriero destas razones (y fuera mejor que se curara, porque fuera curarse en salud); antes, trabando de las correas, las arrojу gran trecho de sн. Lo cual visto por don Quijote, alzу los ojos al cielo y, puesto el pensamiento -a lo que pareciу- en su seсora Dulcinea, dijo:

-Acorredme, seсora mнa, en esta primera afrenta que a este vuestro avasallado pecho se le ofrece; no me desfallezca en este primero trance vuestro favor y amparo.

Y, diciendo estas y otras semejantes razones, soltando la adarga, alzу la lanza a dos manos y dio con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que le derribу en el suelo, tan maltrecho que, si segundara con otro, no tuviera necesidad de maestro que le curara. Hecho esto, recogiу sus armas y tornу a pasearse con el mismo reposo que primero. Desde allн a poco, sin saberse lo que habнa pasado (porque aъn estaba aturdido el arriero), llegу otro con la mesma intenciуn de dar agua a sus mulos; y, llegando a quitar las armas para desembarazar la pila, sin hablar don Quijote palabra y sin pedir favor a nadie, soltу otra vez la adarga y alzу otra vez la lanza y, sin hacerla pedazos, hizo mбs de tres la cabeza del segundo arriero, porque se la abriу por cuatro. Al ruido acudiу toda la gente de la venta, y entre ellos el ventero. Viendo esto don Quijote, embrazу su adarga y, puesta mano a su espada, dijo:

-ЎOh seсora de la fermosura, esfuerzo y vigor del debilitado corazуn mнo! Ahora es tiempo que vuelvas los ojos de tu grandeza a este tu cautivo caballero, que tamaсa aventura estб atendiendo.

Con esto cobrу, a su parecer, tanto бnimo, que si le acometieran todos los arrieros del mundo, no volviera el pie atrбs. Los compaсeros de los heridos, que tales los vieron, comenzaron desde lejos a llover piedras sobre don Quijote, el cual, lo mejor que podнa, se reparaba con su adarga, y no se osaba apartar de la pila por no desamparar las armas. El ventero daba voces que le dejasen, porque ya les habнa dicho como era loco, y que por loco se librarнa, aunque los matase a todos. Tambiйn don Quijote las daba, mayores, llamбndolos de alevosos y traidores, y que el seсor del castillo era un follуn y mal nacido caballero, pues de tal manera consentнa que se tratasen los andantes caballeros; y que si йl hubiera recebido la orden de caballerнa, que йl le diera a entender su alevosнa:

-Pero de vosotros, soez y baja canalla, no hago caso alguno: tirad, llegad, venid y ofendedme en cuanto pudiйredes, que vosotros verйis el pago que llevбis de vuestra sandez y demasнa.

Decнa esto con tanto brнo y denuedo, que infundiу un terrible temor en los que le acometнan; y, asн por esto como por las persuasiones del ventero, le dejaron de tirar, y йl dejу retirar a los heridos y tornу a la vela de sus armas con la misma quietud y sosiego que primero.

No le parecieron bien al ventero las burlas de su huйsped, y determinу abreviar y darle la negra orden de caballerнa luego, antes que otra desgracia sucediese. Y asн, llegбndose a йl, se desculpу de la insolencia que aquella gente baja con йl habнa usado, sin que йl supiese cosa alguna; pero que bien castigados quedaban de su atrevimiento. Dнjole cуmo ya le habнa dicho que en aquel castillo no habнa capilla, y para lo que restaba de hacer tampoco era necesaria; que todo el toque de quedar armado caballero consistнa en la pescozada y en el espaldarazo, segъn йl tenнa noticia del ceremonial de la orden, y que aquello en mitad de un campo se podнa hacer, y que ya habнa cumplido con lo que tocaba al velar de las armas, que con solas dos horas de vela se cumplнa, cuanto mбs, que йl habнa estado mбs de cuatro. Todo se lo creyу don Quijote, [y dijo] que йl estaba allн pronto para obedecerle, y que concluyese con la mayor brevedad que pudiese; porque si fuese otra vez acometido y se viese armado caballero, no pensaba dejar persona viva en el castillo, eceto aquellas que йl le mandase, a quien por su respeto dejarнa.

Advertido y medroso desto el castellano, trujo luego un libro donde asentaba la paja y cebada que daba a los arrieros, y con un cabo de vela que le traнa un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino adonde don Quijote estaba, al cual mandу hincar de rodillas; y, leyendo en su manual, como que decнa alguna devota oraciуn, en mitad de la leyenda alzу la mano y diole sobre el cuello un buen golpe, y tras йl, con su mesma espada, un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes, como que rezaba. Hecho esto, mandу a una de aquellas damas que le ciсese la espada, la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discreciуn, porque no fue menester poca para no reventar de risa a cada punto de las ceremonias; pero las proezas que ya habнan visto del novel caballero les tenнa la risa a raya. Al ceсirle la espada, dijo la buena seсora:

-Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero y le dй ventura en lides.

Don Quijote le preguntу cуmo se llamaba, porque йl supiese de allн adelante a quiйn quedaba obligado por la merced recebida; porque pensaba darle alguna parte de la honra que alcanzase por el valor de su brazo. Ella respondiу con mucha humildad que se llamaba la Tolosa, y que era hija de un remendуn natural de Toledo que vivнa a las tendillas de Sancho Bienaya, y que dondequiera que ella estuviese le servirнa y le tendrнa por seсor. Don Quijote le replicу que, por su amor, le hiciese merced que de allн adelante se pusiese don y se llamase doсa Tolosa. Ella se lo prometiу, y la otra le calzу la espuela, con la cual le pasу casi el mismo coloquio que con la de la espada: preguntуle su nombre, y dijo que se llamaba la Molinera, y que era hija de un honrado molinero de Antequera; a la cual tambiйn rogу don Quijote que se pusiese don y se llamase doсa Molinera, ofreciйndole nuevos servicios y mercedes.

Hechas, pues, de galope y aprisa las hasta allн nunca vistas ceremonias, no vio la hora don Quijote de verse a caballo y salir buscando las aventuras; y, ensillando luego a Rocinante, subiу en йl y, abrazando a su huйsped, le dijo cosas tan estraсas, agradeciйndole la merced de haberle armado caballero, que no es posible acertar a referirlas. El ventero, por verle ya fuera de la venta, con no menos retуricas, aunque con mбs breves palabras, respondiу a las suyas y, sin pedirle la costa de la posada, le dejу ir a la buen hora.



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Capнtulo IV

De lo que le sucediу a nuestro caballero cuando saliу de la venta

LA DEL ALBA serнa cuando don Quijote saliу de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo. Mas, viniйndole a la memoria los consejos de su huйsped cerca de las prevenciones tan necesarias que habнa de llevar consigo, especial la de los dineros y camisas, determinу volver a su casa y acomodarse de todo, y de un escudero, haciendo cuenta de recebir a un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos, pero muy a propуsito para el oficio escuderil de la caballerнa. Con este pensamiento guiу a Rocinante hacia su aldea, el cual, casi conociendo la querencia, con tanta gana comenzу a caminar, que parecнa que no ponнa los pies en el suelo.

No habнa andado mucho, cuando le pareciу que a su diestra mano, de la espesura de un bosque que allн estaba, salнan unas voces delicadas, como de persona que se quejaba; y apenas las hubo oнdo, cuando dijo:

-Gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesiуn, y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos. Estas voces, sin duda, son de algъn menesteroso o menesterosa que ha menester mi favor y ayuda.

Y, volviendo las riendas, encaminу a Rocinante hacia donde le pareciу que las voces salнan. Y, a pocos pasos que entrу por el bosque, vio atada una yegua a una encina, y atado en otra a un muchacho, desnudo de medio cuerpo arriba, hasta de edad de quince aсos, que era el que las voces daba; y no sin causa, porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le acompaсaba con una reprehensiуn y consejo. Porque decнa:

-La lengua queda y los ojos listos.

Y el muchacho respondнa:

-No lo harй otra vez, seсor mнo; por la pasiуn de Dios, que no lo harй otra vez; y yo prometo de tener de aquн adelante mбs cuidado con el hato.

Y, viendo don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo:

-Descortйs caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede; subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza -que tambiйn tenнa una lanza arrimada a la encina adonde estaba arrendada la yegua-, que yo os harй conocer ser de cobardes lo que estбis haciendo.

El labrador, que vio sobre sн aquella figura llena de armas blandiendo la lanza sobre su rostro, tъvose por muerto, y con buenas palabras respondiу:

-Seсor caballero, este muchacho que estoy castigando es un mi criado, que me sirve de guardar una manada de ovejas que tengo en estos contornos, el cual es tan descuidado, que cada dнa me falta una; y, porque castigo su descuido, o bellaquerнa, dice que lo hago de miserable, por no pagalle la soldada que le debo, y en Dios y en mi бnima que miente.

-ї"Miente", delante de mн, ruin villano? -dijo don Quijote-. Por el sol que nos alumbra, que estoy por pasaros de parte a parte con esta lanza. Pagadle luego sin mбs rйplica; si no, por el Dios que nos rige, que os concluya y aniquile en este punto. Desatadlo luego.

El labrador bajу la cabeza y, sin responder palabra, desatу a su criado, al cual preguntу don Quijote que cuбnto le debнa su amo. Йl dijo que nueve meses, a siete reales cada mes. Hizo la cuenta don Quijote y hallу que montaban setenta y tres reales, y dнjole al labrador que al momento los desembolsase, si no querнa morir por ello. Respondiу el medroso villano que para el paso en que estaba y juramento que habнa hecho -y aъn no habнa jurado nada-, que no eran tantos, porque se le habнan de descontar y recebir en cuenta tres pares de zapatos que le habнa dado y un real de dos sangrнas que le habнan hecho estando enfermo.

-Bien estб todo eso -replicу don Quijote-, pero quйdense los zapatos y las sangrнas por los azotes que sin culpa le habйis dado; que si йl rompiу el cuero de los zapatos que vos pagastes, vos le habйis rompido el de su cuerpo; y si le sacу el barbero sangre estando enfermo, vos en sanidad se la habйis sacado; ansн que, por esta parte, no os debe nada.

-El daсo estб, seсor caballero, en que no tengo aquн dineros: vйngase Andrйs conmigo a mi casa, que yo se los pagarй un real sobre otro.

-їIrme yo con йl? -dijo el muchacho-. Mas Ўmal aсo! No, seсor, ni por pienso; porque, en viйndose solo, me desuelle como a un San Bartolomй.

-No harб tal -replicу don Quijote-: basta que yo se lo mande para que me tenga respeto; y con que йl me lo jure por la ley de caballerнa que ha recebido, le dejarй ir libre y asegurarй la paga.

-Mire vuestra merced, seсor, lo que dice -dijo el muchacho-, que este mi amo no es caballero ni ha recebido orden de caballerнa alguna; que es Juan Haldudo el rico, el vecino del Quintanar.

-Importa poco eso -respondiу don Quijote-, que Haldudos puede haber caballeros; cuanto mбs, que cada uno es hijo de sus obras.

-Asн es verdad -dijo Andrйs-; pero este mi amo, їde quй obras es hijo, pues me niega mi soldada y mi sudor y trabajo?

-No niego, hermano Andrйs -respondiу el labrador-; y hacedme placer de veniros conmigo, que yo juro por todas las уrdenes que de caballerнas hay en el mundo de pagaros, como tengo dicho, un real sobre otro, y aun sahumados.

-Del sahumerio os hago gracia -dijo don Quijote-; dadselos en reales, que con eso me contento; y mirad que lo cumplбis como lo habйis jurado; si no, por el mismo juramento os juro de volver a buscaros y a castigaros, y que os tengo de hallar, aunque os escondбis mбs que una lagartija. Y si querйis saber quiйn os manda esto, para quedar con mбs veras obligado a cumplirlo, sabed que yo soy el valeroso don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones; y a Dios quedad, y no se os parta de las mientes lo prometido y jurado, so pena de la pena pronunciada.

Y, en diciendo esto, picу a su Rocinante, y en breve espacio se apartу dellos. Siguiуle el labrador con los ojos, y cuando vio que habнa traspuesto del bosque y que ya no parecнa, volviуse a su criado Andrйs y dнjole:

-Venid acб, hijo mнo, que os quiero pagar lo que os debo, como aquel deshacedor de agravios me dejу mandado.

-Eso juro yo -dijo Andrйs-; y Ўcуmo que andarб vuestra merced acertado en cumplir el mandamiento de aquel buen caballero, que mil aсos viva; que, segъn es de valeroso y de buen juez, vive Roque, que si no me paga, que vuelva y ejecute lo que dijo!

-Tambiйn lo juro yo -dijo el labrador-; pero, por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deuda por acrecentar la paga.

Y, asiйndole del brazo, le tornу a atar a la encina, donde le dio tantos azotes que le dejу por muerto.

-Llamad, seсor Andrйs, ahora -decнa el labrador- al desfacedor de agravios, verйis cуmo no desface aquйste; aunque creo que no estб acabado de hacer, porque me viene gana de desollaros vivo como vos temнades.

Pero, al fin, le desatу y le dio licencia que fuese a buscar su juez, para que ejecutase la pronunciada sentencia. Andrйs se partiу algo mohнno, jurando de ir a buscar al valeroso don Quijote de la Mancha y contalle punto por punto lo que habнa pasado, y que se lo habнa de pagar con las setenas. Pero, con todo esto, йl se partiу llorando y su amo se quedу riendo.

Y desta manera deshizo el agravio el valeroso don Quijote; el cual, contentнsimo de lo sucedido, pareciйndole que habнa dado felicнsimo y alto principio a sus caballerнas, con gran satisfaciуn de sн mismo iba caminando hacia su aldea, diciendo a media voz:

-Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas hoy viven en la tierra, Ўoh sobre las bellas bella Dulcinea del Toboso!, pues te cupo en suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad e talante a un tan valiente y tan nombrado caballero como lo es y serб don Quijote de la Mancha, el cual, como todo el mundo sabe, ayer rescibiу la orden de caballerнa, y hoy ha desfecho el mayor tuerto y agravio que formу la sinrazуn y cometiу la crueldad: hoy quitу el lбtigo de la mano a aquel despiadado enemigo que tan sin ocasiуn vapulaba a aquel delicado infante.

En esto, llegу a un camino que en cuatro se dividнa, y luego se le vino a la imaginaciуn las encrucejadas donde los caballeros andantes se ponнan a pensar cuбl camino de aquйllos tomarнan y, por imitarlos, estuvo un rato quedo; y, al cabo de haberlo muy bien pensado, soltу la rienda a Rocinante, dejando a la voluntad del rocнn la suya, el cual siguiу su primer intento, que fue el irse camino de su caballeriza.

Y, habiendo andado como dos millas, descubriу don Quijote un grande tropel de gente, que, como despuйs se supo, eran unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia. Eran seis, y venнan con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie. Apenas los divisу don Quijote, cuando se imaginу ser cosa de nueva aventura; y, por imitar en todo cuanto a йl le parecнa posible los pasos que habнa leнdo en sus libros, le pareciу venir allн de molde uno que pensaba hacer. Y asн, con gentil continente y denuedo, se afirmу bien en los estribos, apretу la lanza, llegу la adarga al pecho y, puesto en la mitad del camino, estuvo esperando que aquellos caballeros andantes llegasen, que ya йl por tales los tenнa y juzgaba; y, cuando llegaron a trecho que se pudieron ver y oнr, levantу don Quijote la voz y con ademбn arrogante dijo:

-Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella mбs hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.

Parбronse los mercaderes al son destas razones, y a ver la estraсa figura del que las decнa; y, por la figura y por las razones, luego echaron de ver la locura de su dueсo; mas quisieron ver despacio en quй paraba aquella confesiуn que se les pedнa, y uno dellos, que era un poco burlуn y muy mucho discreto, le dijo:

-Seсor caballero, nosotros no conocemos quiйn sea esa buena seсora que decнs; mostrбdnosla: que si ella fuere de tanta hermosura como significбis, de buena gana y sin apremio alguno confesaremos la verdad que por parte vuestra nos es pedida.

-Si os la mostrara -replicу don Quijote-, їquй hiciйrades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia estб en que sin verla lo habйis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia. Que, ahora vengбis uno a uno, como pide la orden de caballerнa, ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los de vuestra ralea, aquн os aguardo y espero, confiado en la razуn que de mi parte tengo.

-Seсor caballero -replicу el mercader-, suplico a vuestra merced, en nombre de todos estos prнncipes que aquн estamos, que, porque no encarguemos nuestras conciencias confesando una cosa por nosotros jamбs vista ni oнda, y mбs siendo tan en perjuicio de las emperatrices y reinas del Alcarria y Estremadura, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algъn retrato de esa seсora, aunque sea tamaсo como un grano de trigo; que por el hilo se sacarб el ovillo, y quedaremos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merced quedarб contento y pagado; y aun creo que estamos ya tan de su parte que, aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro le mana bermellуn y piedra azufre, con todo eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo lo que quisiere.

-No le mana, canalla infame -respondiу don Quijote, encendido en cуlera-; no le mana, digo, eso que decнs, sino бmbar y algalia entre algodones; y no es tuerta ni corcovada, sino mбs derecha que un huso de Guadarrama. Pero vosotros pagarйis la grande blasfemia que habйis dicho contra tamaсa beldad como es la de mi seсora.

Y, en diciendo esto, arremetiу con la lanza baja contra el que lo habнa dicho, con tanta furia y enojo que, si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara y cayera Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayу Rocinante, y fue rodando su amo una buena pieza por el campo; y, queriйndose levantar, jamбs pudo: tal embarazo le causaban la lanza, adarga, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas. Y, entretanto que pugnaba por levantarse y no podнa, estaba diciendo:

-ЎNon fuyбis, gente cobarde; gente cautiva, atended!; que no por culpa mнa, sino de mi caballo, estoy aquн tendido.

Un mozo de mulas de los que allн venнan, que no debнa de ser muy bien intencionado, oyendo decir al pobre caнdo tantas arrogancias, no lo pudo sufrir sin darle la respuesta en las costillas. Y, llegбndose a йl, tomу la lanza y, despuйs de haberla hecho pedazos, con uno dellos comenzу a dar a nuestro don Quijote tantos palos que, a despecho y pesar de sus armas, le moliу como cibera. Dбbanle voces sus amos que no le diese tanto y que le dejase, pero estaba ya el mozo picado y no quiso dejar el juego hasta envidar todo el resto de su cуlera; y, acudiendo por los demбs trozos de la lanza, los acabу de deshacer sobre el miserable caнdo, que, con toda aquella tempestad de palos que sobre йl vнa, no cerraba la boca, amenazando al cielo y a la tierra, y a los malandrines, que tal le parecнan.

Cansуse el mozo, y los mercaderes siguieron su camino, llevando quй contar en todo йl del pobre apaleado. El cual, despuйs que se vio solo, tornу a probar si podнa levantarse; pero si no lo pudo hacer cuando sano y bueno, їcуmo lo harнa molido y casi deshecho? Y aъn se tenнa por dichoso, pareciйndole que aquйlla era propia desgracia de caballeros andantes, y toda la atribuнa a la falta de su caballo; y no era posible levantarse, segъn tenнa brumado todo el cuerpo.



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Capнtulo V

Donde se prosigue la narraciуn de la desgracia de nuestro caballero

VIENDO, pues, que, en efeto, no podнa menearse, acordу de acogerse a su ordinario remedio, que era pensar en algъn paso de sus libros; y trъjole su locura a la memoria aquel de Valdovinos y del marquйs de Mantua, cuando Carloto le dejу herido en la montiсa, historia sabida de los niсos, no ignorada de los mozos, celebrada y aun creнda de los viejos; y, con todo esto, no mбs verdadera que los milagros de Mahoma. Йsta, pues, le pareciу a йl que le venнa de molde para el paso en que se hallaba; y asн, con muestras de grande sentimiento, se comenzу a volcar por la tierra y a decir con debilitado aliento lo mesmo que dicen decнa el herido caballero del bosque:

-їDonde estбs, seсora mнa,

que no te duele mi mal?

O no lo sabes, seсora,

o eres falsa y desleal.

Y, desta manera, fue prosiguiendo el romance hasta aquellos versos que dicen:

-ЎOh noble marquйs de Mantua,

mi tнo y seсor carnal!

Y quiso la suerte que, cuando llegу a este verso, acertу a pasar por allн un labrador de su mesmo lugar y vecino suyo, que venнa de llevar una carga de trigo al molino; el cual, viendo aquel hombre allн tendido, se llegу a йl y le preguntу que quiйn era y quй mal sentнa que tan tristemente se quejaba. Don Quijote creyу, sin duda, que aquйl era el marquйs de Mantua, su tнo; y asн, no le respondiу otra cosa si no fue proseguir en su romance, donde le daba cuenta de su desgracia y de los amores del hijo del Emperante con su esposa, todo de la mesma manera que el romance lo canta.

El labrador estaba admirado oyendo aquellos disparates; y, quitбndole la visera, que ya estaba hecha pedazos de los palos, le limpiу el rostro, que le tenнa cubierto de polvo; y apenas le hubo limpiado, cuando le conociу y le dijo:

-Seсor Quijana -que asн se debнa de llamar cuando йl tenнa juicio y no habнa pasado de hidalgo sosegado a caballero andante-, їquiйn ha puesto a vuestra merced desta suerte?

Pero йl seguнa con su romance a cuanto le preguntaba. Viendo esto el buen hombre, lo mejor que pudo le quitу el peto y espaldar, para ver si tenнa alguna herida; pero no vio sangre ni seсal alguna. Procurу levantarle del suelo, y no con poco trabajo le subiу sobre su jumento, por parecer caballerнa mбs sosegada. Recogiу las armas, hasta las astillas de la lanza, y liуlas sobre Rocinante, al cual tomу de la rienda, y del cabestro al asno, y se encaminу hacia su pueblo, bien pensativo de oнr los disparates que don Quijote decнa; y no menos iba don Quijote, que, de puro molido y quebrantado, no se podнa tener sobre el borrico, y de cuando en cuando daba unos suspiros que los ponнa en el cielo; de modo que de nuevo obligу a que el labrador le preguntase le dijese quй mal sentнa; y no parece sino que el diablo le traнa a la memoria los cuentos acomodados a sus sucesos, porque, en aquel punto, olvidбndose de Valdovinos, se acordу del moro Abindarrбez, cuando el alcaide de Antequera, Rodrigo de Narvбez, le prendiу y llevу cautivo a su alcaidнa. De suerte que, cuando el labrador le volviу a preguntar que cуmo estaba y quй sentнa, le respondiу las mesmas palabras y razones que el cautivo Abencerraje respondнa a Rodrigo de Narvбez, del mesmo modo que йl habнa leнdo la historia en La Diana, de Jorge de Montemayor, donde se escribe; aprovechбndose della tan a propуsito, que el labrador se iba dando al diablo de oнr tanta mбquina de necedades; por donde conociу que su vecino estaba loco, y dбbale priesa a llegar al pueblo, por escusar el enfado que don Quijote le causaba con su larga arenga. Al cabo de lo cual, dijo:

-Sepa vuestra merced, seсor don Rodrigo de Narvбez, que esta hermosa Jarifa que he dicho es ahora la linda Dulcinea del Toboso, por quien yo he hecho, hago y harй los mбs famosos hechos de caballerнas que se han visto, vean ni verбn en el mundo.

A esto respondiу el labrador:

-Mire vuestra merced, seсor, pecador de mн, que yo no soy don Rodrigo de Narvбez, ni el marquйs de Mantua, sino Pedro Alonso, su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos, ni Abindarrбez, sino el honrado hidalgo del seсor Quijana.

-Yo sй quien soy -respondiу don Quijote-; y sй que puedo ser no sуlo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia, y aun todos los Nueve de la Fama, pues a todas las hazaсas que ellos todos juntos y cada uno por sн hicieron, se aventajarбn las mнas.

En estas plбticas y en otras semejantes, llegaron al lugar a la hora que anochecнa, pero el labrador aguardу a que fuese algo mбs noche, porque no viesen al molido hidalgo tan mal caballero. Llegada, pues, la hora que le pareciу, entrу en el pueblo, y en la casa de don Quijote, la cual hallу toda alborotada; y estaban en ella el cura y el barbero del lugar, que eran grandes amigos de don Quijote, que estaba diciйndoles su ama a voces:

-їQuй le parece a vuestra merced, seсor licenciado Pero Pйrez -que asн se llamaba el cura-, de la desgracia de mi seсor? Tres dнas ha que no parecen йl, ni el rocнn, ni la adarga, ni la lanza ni las armas. ЎDesventurada de mн!, que me doy a entender, y asн es ello la verdad como nacн para morir, que estos malditos libros de caballerнas que йl tiene y suele leer tan de ordinario le han vuelto el juicio; que ahora me acuerdo haberle oнdo decir muchas veces, hablando entre sн, que querнa hacerse caballero andante e irse a buscar las aventuras por esos mundos. Encomendados sean a Satanбs y a Barrabбs tales libros, que asн han echado a perder el mбs delicado entendimiento que habнa en toda la Mancha.

La sobrina decнa lo mesmo, y aun decнa mбs:

-Sepa, seсor maese Nicolбs -que йste era el nombre del barbero-, que muchas veces le aconteciу a mi seсor tнo estarse leyendo en estos desalmados libros de desventuras dos dнas con sus noches, al cabo de los cuales, arrojaba el libro de las manos, y ponнa mano a la espada y andaba a cuchilladas con las paredes; y cuando estaba muy cansado, decнa que habнa muerto a cuatro gigantes como cuatro torres, y el sudor que sudaba del cansancio decнa que era sangre de las feridas que habнa recebido en la batalla; y bebнase luego un gran jarro de agua frнa, y quedaba sano y sosegado, diciendo que aquella agua era una preciosнsima bebida que le habнa traнdo el sabio Esquife, un grande encantador y amigo suyo. Mas yo me tengo la culpa de todo, que no avisй a vuestras mercedes de los disparates de mi seсor tнo, para que lo remediaran antes de llegar a lo que ha llegado, y quemaran todos estos descomulgados libros, que tiene muchos, que bien merecen ser abrasados, como si fuesen de herejes.

-Esto digo yo tambiйn -dijo el cura-, y a fee que no se pase el dнa de maсana sin que dellos no se haga acto pъblico y sean condenados al fuego, porque no den ocasiуn a quien los leyere de hacer lo que mi buen amigo debe de haber hecho.

Todo esto estaban oyendo el labrador y don Quijote, con que acabу de entender el labrador la enfermedad de su vecino; y asн, comenzу a decir a voces:

-Abran vuestras mercedes al seсor Valdovinos y al seсor marquйs de Mantua, que viene malferido, y al seсor moro Abindarrбez, que trae cautivo el valeroso Rodrigo de Narvбez, alcaide de Antequera.

A estas voces salieron todos y, como conocieron los unos a su amigo, las otras a su amo y tнo, que aъn no se habнa apeado del jumento, porque no podнa, corrieron a abrazarle. Йl dijo:

-Tйnganse todos, que vengo malferido por la culpa de mi caballo. Llйvenme a mi lecho y llбmese, si fuere posible, a la sabia Urganda, que cure y cate de mis feridas.

-ЎMirб, en hora maza -dijo a este punto el ama-, si me decнa a mн bien mi corazуn del pie que cojeaba mi seсor! Suba vuestra merced en buen hora, que, sin que venga esa Hurgada, le sabremos aquн curar. ЎMalditos, digo, sean otra vez y otras ciento estos libros de caballerнas, que tal han parado a vuestra merced!

Llevбronle luego a la cama y, catбndole las feridas, no le hallaron ninguna; y йl dijo que todo era molimiento, por haber dado una gran caнda con Rocinante, su caballo, combatiйndose con diez jayanes, los mбs desaforados y atrevidos que se pudieran fallar en gran parte de la tierra.

-ЎTa, ta! -dijo el cura-. їJayanes hay en la danza? Para mi santiguada, que yo los queme maсana antes que llegue la noche.

Hiciйronle a don Quijote mil preguntas, y a ninguna quiso responder otra cosa sino que le diesen de comer y le dejasen dormir, que era lo que mбs le importaba. Hнzose asн, y el cura se informу muy a la larga del labrador del modo que habнa hallado a don Quijote. Йl se lo contу todo, con los disparates que al hallarle y al traerle habнa dicho; que fue poner mбs deseo en el licenciado de hacer lo que otro dнa hizo, que fue llamar a su amigo el barbero maese Nicolбs, con el cual se vino a casa de don Quijote,



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Capнtulo VI

Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librerнa de nuestro ingenioso hidalgo

EL CUAL aъn todavнa dormнa. Pidiу las llaves, a la sobrina, del aposento donde estaban los libros, autores del daсo, y ella se las dio de muy buena gana. Entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron mбs de cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeсos; y, asн como el ama los vio, volviуse a salir del aposento con gran priesa, y tornу luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo:

-Tome vuestra merced, seсor licenciado: rocнe este aposento, no estй aquн algъn encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten, en pena de las que les queremos dar echбndolos del mundo.

Causу risa al licenciado la simplicidad del ama, y mandу al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de quй trataban, pues podнa ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego.

-No -dijo la sobrina-, no hay para quй perdonar a ninguno, porque todos han sido los daсadores; mejor serб arrojarlos por las ventanas al patio, y hacer un rimero dellos y pegarles fuego; y si no, llevarlos al corral, y allн se harб la hoguera, y no ofenderб el humo.

Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenнan de la muerte de aquellos inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero leer siquiera los tнtulos. Y el primero que maese Nicolбs le dio en las manos fue Los cuatro de Amadнs de Gaula, y dijo el cura:

-Parece cosa de misterio йsta; porque, segъn he oнdo decir, este libro fue el primero de caballerнas que se imprimiу en Espaсa, y todos los demбs han tomado principio y origen dйste; y asн, me parece que, como a dogmatizador de una secta tan mala, le debemos, sin escusa alguna, condenar al fuego.

-No, seсor -dijo el barbero-, que tambiйn he oнdo decir que es el mejor de todos los libros que de este gйnero se han compuesto; y asн, como a ъnico en su arte, se debe perdonar.

-Asн es verdad -dijo el cura-, y por esa razуn se le otorga la vida por ahora. Veamos esotro que estб junto a йl.

-Es -dijo el barbero- las Sergas de Esplandiбn, hijo legнtimo de Amadнs de Gaula.

-Pues, en verdad -dijo el cura- que no le ha de valer al hijo la bondad del padre. Tomad, seсora ama: abrid esa ventana y echadle al corral, y dй principio al montуn de la hoguera que se ha de hacer.

Hнzolo asн el ama con mucho contento, y el bueno de Esplandiбn fue volando al corral, esperando con toda paciencia el fuego que le amenazaba.

-Adelante -dijo el cura.

-Este que viene -dijo el barbero- es Amadнs de Grecia; y aun todos los deste lado, a lo que creo, son del mesmo linaje de Amadнs.

-Pues vayan todos al corral -dijo el cura-; que, a trueco de quemar a la reina Pintiquiniestra, y al pastor Darinel, y a sus йglogas, y a las endiabladas y revueltas razones de su autor, quemarй con ellos al padre que me engendrу, si anduviera en figura de caballero andante.

-De ese parecer soy yo -dijo el barbero.

-Y aun yo -aсadiу la sobrina.

-Pues asн es -dijo el ama-, vengan, y al corral con ellos.

Diйronselos, que eran muchos, y ella ahorrу la escalera y dio con ellos por la ventana abajo.

-їQuiйn es ese tonel? -dijo el cura.

-Йste es -respondiу el barbero- Don Olivante de Laura.

-El autor de ese libro -dijo el cura- fue el mesmo que compuso a Jardнn de flores; y en verdad que no sepa determinar cuбl de los dos libros es mбs verdadero o, por decir mejor, menos mentiroso; sуlo sй decir que йste irб al corral por disparatado y arrogante.

-Йste que se sigue es Florimorte de Hircania -dijo el barbero.

-їAhн estб el seсor Florimorte? -replicу el cura-. Pues a fe que ha de parar presto en el corral, a pesar de su estraсo nacimiento y sonadas aventuras; que no da lugar a otra cosa la dureza y sequedad de su estilo. Al corral con йl y con esotro, seсora ama.

-Que me place, seсor mнo -respondнa ella; y con mucha alegrнa ejecutaba lo que le era mandado.

-Йste es El Caballero Platir -dijo el barbero.

-Antiguo libro es йse -dijo el cura-, y no hallo en йl cosa que merezca venia. Acompaсe a los demбs sin rйplica.

Y asн fue hecho. Abriуse otro libro y vieron que tenнa por tнtulo El Caballero de la Cruz.

-Por nombre tan santo como este libro tiene, se podнa perdonar su ignorancia; mas tambiйn se suele decir: "tras la cruz estб el diablo"; vaya al fuego.

Tomando el barbero otro libro, dijo:

-Йste es Espejo de caballerнas.

-Ya conozco a su merced -dijo el cura-. Ahн anda el seсor Reinaldos de Montalbбn con sus amigos y compaсeros, mбs ladrones que Caco, y los doce Pares, con el verdadero historiador Turpнn; y en verdad que estoy por condenarlos no mбs que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invenciуn del famoso Mateo Boyardo, de donde tambiйn tejiу su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto; al cual, si aquн le hallo, y que habla en otra lengua que la suya, no le guardarй respeto alguno; pero si habla en su idioma, le pondrй sobre mi cabeza.

-Pues yo le tengo en italiano -dijo el barbero-, mas no le entiendo.

-Ni aun fuera bien que vos le entendiйrades -respondiу el cura-, y aquн le perdonбramos al seсor capitбn que no le hubiera traнdo a Espaсa y hecho castellano; que le quitу mucho de su natural valor, y lo mesmo harбn todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua: que, por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamбs llegarбn al punto que ellos tienen en su primer nacimiento. Digo, en efeto, que este libro, y todos los que se hallaren que tratan destas cosas de Francia, se echen y depositen en un pozo seco, hasta que con mбs acuerdo se vea lo que se ha de hacer dellos, ecetuando a un Bernardo del Carpio que anda por ahн y a otro llamado Roncesvalles; que йstos, en llegando a mis manos, han de estar en las del ama, y dellas en las del fuego, sin remisiуn alguna.

Todo lo confirmу el barbero, y lo tuvo por bien y por cosa muy acertada, por entender que era el cura tan buen cristiano y tan amigo de la verdad, que no dirнa otra cosa por todas las del mundo. Y, abriendo otro libro, vio que era Palmerнn de Oliva, y junto a йl estaba otro que se llamaba Palmerнn de Ingalaterra; lo cual visto por el licenciado, dijo:

-Esa oliva se haga luego rajas y se queme, que aun no queden della las cenizas; y esa palma de Ingalaterra se guarde y se conserve como a cosa ъnica, y se haga para ello otra caja como la que hallу Alejandro en los despojos de Darнo, que la diputу para guardar en ella las obras del poeta Homero. Este libro, seсor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una, porque йl por sн es muy bueno, y la otra, porque es fama que le compuso un discreto rey de Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda son bonнsimas y de grande artificio; las razones, cortesanas y claras, que guardan y miran el decoro del que habla con mucha propriedad y entendimiento. Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, seсor maese Nicolбs, que йste y Amadнs de Gaula queden libres del fuego, y todos los demбs, sin hacer mбs cala y cata, perezcan.

-No, seсor compadre -replicу el barbero-; que йste que aquн tengo es el afamado Don Belianнs.

-Pues йse -replicу el cura-, con la segunda, tercera y cuarta parte, tienen necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cуlera suya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de la Fama y otras impertinencias de mбs importancia, para lo cual se les da tйrmino ultramarino, y como se enmendaren, asн se usarб con ellos de misericordia o de justicia; y en tanto, tenedlos vos, compadre, en vuestra casa, mas no los dejйis leer a ninguno.

-Que me place -respondiу el barbero.

Y, sin querer cansarse mбs en leer libros de caballerнas, mandу al ama que tomase todos los grandes y diese con ellos en el corral. No se dijo a tonta ni a sorda, sino a quien tenнa mбs gana de quemallos que de echar una tela, por grande y delgada que fuera; y, asiendo casi ocho de una vez, los arrojу por la ventana. Por tomar muchos juntos, se le cayу uno a los pies del barbero, que le tomу gana de ver de quiйn era, y vio que decнa: Historia del famoso caballero Tirante el Blanco.

-ЎVбlame Dios! -dijo el cura, dando una gran voz-. ЎQue aquн estй Tirante el Blanco! Dбdmele acб, compadre; que hago cuenta que he hallado en йl un tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquн estб don Quirieleisуn de Montalbбn, valeroso caballero, y su hermano Tomбs de Montalbбn, y el caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante hizo con el alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los amores y embustes de la viuda Reposada, y la seсora Emperatriz, enamorada de Hipуlito, su escudero. Dнgoos verdad, seсor compadre, que, por su estilo, es йste el mejor libro del mundo: aquн comen los caballeros, y duermen, y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demбs libros deste gйnero carecen. Con todo eso, os digo que merecнa el que le compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los dнas de su vida. Llevadle a casa y leedle, y verйis que es verdad cuanto dйl os he dicho.

-Asн serб -respondiу el barbero-; pero, їquй haremos destos pequeсos libros que quedan?

-Йstos -dijo el cura- no deben de ser de caballerнas, sino de poesнa.

Y abriendo uno, vio que era La Diana, de Jorge de Montemayor, y dijo, creyendo que todos los demбs eran del mesmo gйnero:

-Йstos no merecen ser quemados, como los demбs, porque no hacen ni harбn el daсo que los de caballerнas han hecho; que son libros de entendimiento, sin perjuicio de tercero.

-ЎAy seсor! -dijo la sobrina-, bien los puede vuestra merced mandar quemar, como a los demбs, porque no serнa mucho que, habiendo sanado mi seсor tнo de la enfermedad caballeresca, leyendo йstos, se le antojase de hacerse pastor y andarse por los bosques y prados cantando y taсendo; y, lo que serнa peor, hacerse poeta; que, segъn dicen, es enfermedad incurable y pegadiza.

-Verdad dice esta doncella -dijo el cura-, y serб bien quitarle a nuestro amigo este tropiezo y ocasiуn delante. Y, pues comenzamos por La Diana de Montemayor, soy de parecer que no se queme, sino que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y casi todos los versos mayores, y quйdesele en hora buena la prosa, y la honra de ser primero en semejantes libros.

-Йste que se sigue -dijo el barbero- es La Diana llamada segunda del Salmantino; y йste, otro que tiene el mesmo nombre, cuyo autor es Gil Polo.

-Pues la del Salmantino -respondiу el cura-, acompaсe y acreciente el nъmero de los condenados al corral, y la de Gil Polo se guarde como si fuera del mesmo Apolo; y pase adelante, seсor compadre, y dйmonos prisa, que se va haciendo tarde.

-Este libro es -dijo el barbero, abriendo otro- Los diez libros de Fortuna de Amor, compuestos por Antonio de Lofraso, poeta sardo.

-Por las уrdenes que recebн -dijo el cura-, que, desde que Apolo fue Apolo, y las musas musas, y los poetas poetas, tan gracioso ni tan disparatado libro como йse no se ha compuesto, y que, por su camino, es el mejor y el mбs ъnico de cuantos deste gйnero han salido a la luz del mundo; y el que no le ha leнdo puede hacer cuenta que no ha leнdo jamбs cosa de gusto. Dбdmele acб, compadre, que precio mбs haberle hallado que si me dieran una sotana de raja de Florencia.

Pъsole aparte con grandнsimo gusto, y el barbero prosiguiу diciendo:

-Estos que se siguen son El Pastor de Iberia, Ninfas de Henares y Desengaсos de celos.

-Pues no hay mбs que hacer -dijo el cura-, sino entregarlos al brazo seglar del ama; y no se me pregunte el porquй, que serнa nunca acabar.

-Este que viene es El Pastor de Fнlida.

-No es йse pastor -dijo el cura-, sino muy discreto cortesano; guбrdese como joya preciosa.

-Este grande que aquн viene se intitula -dijo el barbero- Tesoro de varias poesнas.

-Como ellas no fueran tantas -dijo el cura-, fueran mбs estimadas; menester es que este libro se escarde y limpie de algunas bajezas que entre sus grandezas tiene. Guбrdese, porque su autor es amigo mнo, y por respeto de otras mбs heroicas y levantadas obras que ha escrito.

-Йste es -siguiу el barbero- El Cancionero de Lуpez Maldonado.

-Tambiйn el autor de ese libro -replicу el cura- es grande amigo mнo, y sus versos en su boca admiran a quien los oye; y tal es la suavidad de la voz con que los canta, que encanta. Algo largo es en las йglogas, pero nunca lo bueno fue mucho: guбrdese con los escogidos. Pero, їquй libro es ese que estб junto a йl?

-La Galatea, de Miguel de Cervantes -dijo el barbero.

-Muchos aсos ha que es grande amigo mнo ese Cervantes, y sй que es mбs versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invenciуn; propone algo, y no concluye nada: es menester esperar la segunda parte que promete; quizб con la emienda alcanzarб del todo la misericordia que ahora se le niega; y, entre tanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada, seсor compadre.

-Que me place -respondiу el barbero-. Y aquн vienen tres, todos juntos: La Araucana, de don Alonso de Ercilla; La Austrнada, de Juan Rufo, jurado de Cуrdoba, y El Monserrato, de Cristуbal de Viruйs, poeta valenciano.

-Todos esos tres libros -dijo el cura- son los mejores que, en verso heroico, en lengua castellana estбn escritos, y pueden competir con los mбs famosos de Italia: guбrdense como las mбs ricas prendas de poesнa que tiene Espaсa.

Cansуse el cura de ver mбs libros; y asн, a carga cerrada, quiso que todos los demбs se quemasen; pero ya tenнa abierto uno el barbero, que se llamaba Las lбgrimas de Angйlica.

-Llorбralas yo -dijo el cura en oyendo el nombre- si tal libro hubiera mandado quemar; porque su autor fue uno de los famosos poetas del mundo, no sуlo de Espaсa, y fue felicнsimo en la traduciуn de algunas fбbulas de Ovidio.



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Capнtulo VII

De la segunda salida de nuestro buen caballero don Quijote de la Mancha

ESTANDO en esto, comenzу a dar voces don Quijote, diciendo:

-ЎAquн, aquн, valerosos caballeros; aquн es menester mostrar la fuerza de vuestros valerosos brazos, que los cortesanos llevan lo mejor del torneo!

Por acudir a este ruido y estruendo, no se pasу adelante con el escrutinio de los demбs libros que quedaban; y asн, se cree que fueron al fuego, sin ser vistos ni oнdos, La Carolea y Leуn de Espaсa, con Los Hechos del Emperador, compuestos por don Luis de Бvila, que, sin duda, debнan de estar entre los que quedaban; y quizб, si el cura los viera, no pasaran por tan rigurosa sentencia.

Cuando llegaron a don Quijote, ya йl estaba levantado de la cama, y proseguнa en sus voces y en sus desatinos, dando cuchilladas y reveses a todas partes, estando tan despierto como si nunca hubiera dormido. Abrazбronse con йl, y por fuerza le volvieron al lecho; y, despuйs que hubo sosegado un poco, volviйndose a hablar con el cura, le dijo:

-Por cierto, seсor arzobispo Turpнn, que es gran mengua de los que nos llamamos doce Pares dejar, tan sin mбs ni mбs, llevar la vitoria deste torneo a los caballeros cortesanos, habiendo nosotros los aventureros ganado el prez en los tres dнas antecedentes.

-Calle vuestra merced, seсor compadre -dijo el cura-, que Dios serб servido que la suerte se mude, y que lo que hoy se pierde se gane maсana; y atienda vuestra merced a su salud por agora, que me parece que debe de estar demasiadamente cansado, si ya no es que estб malferido.

-Ferido no -dijo don Quijote-, pero molido y quebrantado, no hay duda en ello; porque aquel bastardo de don Roldбn me ha molido a palos con el tronco de una encina, y todo de envidia, porque ve que yo solo soy el opuesto de sus valentнas. Mas no me llamarнa yo Reinaldos de Montalbбn si, en levantбndome deste lecho, no me lo pagare, a pesar de todos sus encantamentos; y, por agora, trбiganme de yantar, que sй que es lo que mбs me harб al caso, y quйdese lo del vengarme a mi cargo.

Hiciйronlo ansн: diйronle de comer, y quedуse otra vez dormido, y ellos, admirados de su locura.

Aquella noche quemу y abrasу el ama cuantos libros habнa en el corral y en toda la casa, y tales debieron de arder que merecнan guardarse en perpetuos archivos; mas no lo permitiу su suerte y la pereza del escrutiсador; y asн, se cumpliу el refrбn en ellos de que pagan a las veces justos por pecadores.

Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron, por entonces, para el mal de su amigo, fue que le murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantase no los hallase -quizб quitando la causa, cesarнa el efeto-, y que dijesen que un encantador se los habнa llevado, y el aposento y todo; y asн fue hecho con mucha presteza.

De allн a dos dнas se levantу don Quijote, y lo primero que hizo fue [ir] a ver sus libros; y, como no hallaba el aposento donde le habнa dejado, andaba de una en otra parte buscбndole. Llegaba adonde solнa tener la puerta, y tentбbala con las manos, y volvнa y revolvнa los ojos por todo, sin decir palabra; pero, al cabo de una buena pieza, preguntу a su ama que hacia quй parte estaba el aposento de sus libros. El ama, que ya estaba bien advertida de lo que habнa de responder, le dijo:

-їQuй aposento, o quй nada, busca vuestra merced? Ya no hay aposento ni libros en esta casa, porque todo se lo llevу el mesmo diablo.

-No era diablo -replicу la sobrina-, sino un encantador que vino sobre una nube una noche, despuйs del dнa que vuestra merced de aquн se partiу, y, apeбndose de una sierpe en que venнa caballero, entrу en el aposento, y no sй lo que se hizo dentro, que a cabo de poca pieza saliу volando por el tejado, y dejу la casa llena de humo; y, cuando acordamos a mirar lo que dejaba hecho, no vimos libro ni aposento alguno; sуlo se nos acuerda muy bien a mн y al ama que, al tiempo del partirse aquel mal viejo, dijo en altas voces que, por enemistad secreta que tenнa al dueсo de aquellos libros y aposento, dejaba hecho el daсo en aquella casa que despuйs se verнa. Dijo tambiйn que se llamaba el sabio Muсatуn.

-Frestуn dirнa -dijo don Quijote.

-No sй -respondiу el ama- si se llamaba Frestуn o Fritуn; sуlo sй que acabу en tуn su nombre.

-Asн es -dijo don Quijote-; que йse es un sabio encantador, grande enemigo mнo, que me tiene ojeriza, porque sabe por sus artes y letras que tengo de venir, andando los tiempos, a pelear en singular batalla con un caballero a quien йl favorece, y le tengo de vencer, sin que йl lo pueda estorbar, y por esto procura hacerme todos los sinsabores que puede; y mбndole yo que mal podrб йl contradecir ni evitar lo que por el cielo estб ordenado.

-їQuiйn duda de eso? -dijo la sobrina-. Pero їquiйn le mete a vuestra merced, seсor tнo, en esas pendencias? їNo serб mejor estarse pacнfico en su casa y no irse por el mundo a buscar pan de trastrigo, sin considerar que muchos van por lana y vuelven tresquilados?

-ЎOh sobrina mнa -respondiу don Quijote-, y cuбn mal que estбs en la cuenta! Primero que a mн me tresquilen, tendrй peladas y quitadas las barbas a cuantos imaginaren tocarme en la punta de un solo cabello.

No quisieron las dos replicarle mбs, porque vieron que se le encendнa la cуlera.

Es, pues, el caso que йl estuvo quince dнas en casa muy sosegado, sin dar muestras de querer segundar sus primeros devaneos, en los cuales dнas pasу graciosнsimos cuentos con sus dos compadres el cura y el barbero, sobre que йl decнa que la cosa de que mбs necesidad tenнa el mundo era de caballeros andantes y de que en йl se resucitase la caballerнa andantesca. El cura algunas veces le contradecнa y otras concedнa, porque si no guardaba este artificio, no habнa poder averiguarse con йl.

En este tiempo, solicitу don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien -si es que este tнtulo se puede dar al que es pobre-, pero de muy poca sal en la mollera. En resoluciуn, tanto le dijo, tanto le persuadiу y prometiу, que el pobre villano se determinу de salirse con йl y servirle de escudero. Decнale, entre otras cosas, don Quijote que se dispusiese a ir con йl de buena gana, porque tal vez le podнa suceder aventura que ganase, en quнtame allб esas pajas, alguna нnsula, y le dejase a йl por gobernador della. Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza, que asн se llamaba el labrador, dejу su mujer y hijos y asentу por escudero de su vecino.

Dio luego don Quijote orden en buscar dineros; y, vendiendo una cosa y empeсando otra, y malbaratбndolas todas, llegу una razonable cantidad. Acomodуse asimesmo de una rodela, que pidiу prestada a un su amigo, y, pertrechando su rota celada lo mejor que pudo, avisу a su escudero Sancho del dнa y la hora que pensaba ponerse en camino, para que йl se acomodase de lo que viese que mбs le era menester. Sobre todo le encargу que llevase alforjas; e dijo que sн llevarнa, y que ansimesmo pensaba llevar un asno que tenнa muy bueno, porque йl no estaba duecho a andar mucho a pie. En lo del asno reparу un poco don Quijote, imaginando si se le acordaba si algъn caballero andante habнa traнdo escudero caballero asnalmente, pero nunca le vino alguno a la memoria; mas, con todo esto, determinу que le llevase, con presupuesto de acomodarle de mбs honrada caballerнa en habiendo ocasiуn para ello, quitбndole el caballo al primer descortйs caballero que topase. Proveyуse de camisas y de las demбs cosas que йl pudo, conforme al consejo que el ventero le habнa dado; todo lo cual hecho y cumplido, sin despedirse Panza de sus hijos y mujer, ni don Quijote de su ama y sobrina, una noche se salieron del lugar sin que persona los viese; en la cual caminaron tanto, que al amanecer se tuvieron por seguros de que no los hallarнan aunque los buscasen.

Iba Sancho Panza sobre su jumento como un patriarca, con sus alforjas y su bota, y con mucho deseo de verse ya gobernador de la нnsula que su amo le habнa prometido. Acertу don Quijote a tomar la misma derrota y camino que el que йl habнa tomado en su primer viaje, que fue por el campo de Montiel, por el cual caminaba con menos pesadumbre que la vez pasada, porque, por ser la hora de la maсana y herirles a soslayo los rayos del sol, no les fatigaban. Dijo en esto Sancho Panza a su amo:

-Mire vuestra merced, seсor caballero andante, que no se le olvide lo que de la нnsula me tiene prometido; que yo la sabrй gobernar, por grande que sea.

A lo cual le respondiу don Quijote:

-Has de saber, amigo Sancho Panza, que fue costumbre muy usada de los caballeros andantes antiguos hacer gobernadores a sus escuderos de las нnsulas o reinos que ganaban, y yo tengo determinado de que por mн no falte tan agradecida usanza; antes, pienso aventajarme en ella: porque ellos algunas veces, y quizб las mбs, esperaban a que sus escuderos fuesen viejos; y, ya despuйs de hartos de servir y de llevar malos dнas y peores noches, les daban algъn tнtulo de conde, o, por lo mucho, de marquйs, de algъn valle o provincia de poco mбs a menos; pero, si tъ vives y yo vivo, bien podrнa ser que antes de seis dнas ganase yo tal reino que tuviese otros a йl adherentes, que viniesen de molde para coronarte por rey de uno dellos. Y no lo tengas a mucho, que cosas y casos acontecen a los tales caballeros, por modos tan nunca vistos ni pensados, que con facilidad te podrнa dar aъn mбs de lo que te prometo.

-De esa manera -respondiу Sancho Panza-, si yo fuese rey por algъn milagro de los que vuestra merced dice, por lo menos, Juana Gutiйrrez, mi oнslo, vendrнa a ser reina, y mis hijos infantes.

-Pues їquiйn lo duda? -respondiу don Quijote.

-Yo lo dudo -replicу Sancho Panza-; porque tengo para mн que, aunque lloviese Dios reinos sobre la tierra, ninguno asentarнa bien sobre la cabeza de Mari Gutiйrrez. Sepa, seсor, que no vale dos maravedнs para reina; condesa le caerб mejor, y aun Dios y ayuda.

-Encomiйndalo tъ a Dios, Sancho -respondiу don Quijote-, que Йl darб lo que mбs le convenga, pero no apoques tu бnimo tanto, que te vengas a contentar con menos que con ser adelantado.

-No lo harй, seсor mнo -respondiу Sancho-; y mбs teniendo tan principal amo en vuestra merced, que me sabrб dar todo aquello que me estй bien y yo pueda llevar.



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Capнtulo VIII

Del buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamбs imaginada aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordaciуn

EN ESTO, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo; y, asн como don Quijote los vio, dijo a su escudero:

-La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertбramos a desear, porque ves allн, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta, o pocos mбs, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que йsta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.

-їQuй gigantes? -dijo Sancho Panza.

-Aquellos que allн ves -respondiу su amo- de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.

-Mire vuestra merced -respondiу Sancho- que aquellos que allн se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.

-Bien parece -respondiу don Quijote- que no estбs cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quнtate de ahн, y ponte en oraciуn en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla.

Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiйndole que, sin duda alguna, eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometer. Pero йl iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oнa las voces de su escudero Sancho ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran; antes, iba diciendo en voces altas:

-Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.

Levantуse en esto un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:

-Pues, aunque movбis mбs brazos que los del gigante Briareo, me lo habйis de pagar.

Y, en diciendo esto y encomendбndose de todo corazуn a su seсora Dulcinea, pidiйndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetiу a todo el galope de Rocinante y embistiу con el primero molino que estaba delante; y, dбndole una lanzada en el aspa, la volviу el viento con tanta furia que hizo la lanza pedazos, llevбndose tras sн al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudiу Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegу hallу que no se podнa menear: tal fue el golpe que dio con йl Rocinante.

-ЎVбlame Dios! -dijo Sancho-. їNo le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacнa, que no eran sino molinos de viento, y no lo podнa ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?

-Calla, amigo Sancho -respondiу don Quijote-, que las cosas de la guerra, mбs que otras, estбn sujetas a continua mudanza; cuanto mбs, que yo pienso, y es asн verdad, que aquel sabio Frestуn que me robу el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas, al cabo al cabo, han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.

-Dios lo haga como puede -respondiу Sancho Panza.

Y, ayudбndole a levantar, tornу a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba. Y, hablando en la pasada aventura, siguieron el camino del Puerto Lбpice, porque allн decнa don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino que iba muy pesaroso por haberle faltado la lanza; y, diciйndoselo a su escudero, le dijo:

-Yo me acuerdo haber leнdo que un caballero espaсol, llamado Diego Pйrez de Vargas, habiйndosele en una batalla roto la espada, desgajу de una encina un pesado ramo o tronco, y con йl hizo tales cosas aquel dнa, y machacу tantos moros, que le quedу por sobrenombre Machuca, y asн йl como sus decendientes se llamaron, desde aquel dнa en adelante, Vargas y Machuca. Hete dicho esto, porque de la primera encina o roble que se me depare pienso desgajar otro tronco tal y tan bueno como aquйl, que me imagino y pienso hacer con йl tales hazaсas, que tъ te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a vellas y a ser testigo de cosas que apenas podrбn ser creнdas.

-A la mano de Dios -dijo Sancho-; yo lo creo todo asн como vuestra merced lo dice; pero enderйcese un poco, que parece que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caнda.

-Asн es la verdad -respondiу don Quijote-; y si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella.

-Si eso es asн, no tengo yo quй replicar -respondiу Sancho-, pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quejara cuando alguna cosa le doliera. De mн sй decir que me he de quejar del mбs pequeсo dolor que tenga, si ya no se entiende tambiйn con los escuderos de los caballeros andantes eso del no quejarse.

No se dejу de reнr don Quijote de la simplicidad de su escudero; y asн, le declarу que podнa muy bien quejarse, como y cuando quisiese, sin gana o con ella; que hasta entonces no habнa leнdo cosa en contrario en la orden de caballerнa. Dнjole Sancho que mirase que era hora de comer. Respondiуle su amo que por entonces no le hacнa menester; que comiese йl cuando se le antojase. Con esta licencia, se acomodу Sancho lo mejor que pudo sobre su jumento y, sacando de las alforjas lo que en ellas habнa puesto, iba caminando y comiendo detrбs de su amo muy de su espacio, y de cuando en cuando empinaba la bota, con tanto gusto, que le pudiera envidiar el mбs regalado bodegonero de Mбlaga. Y, en tanto que йl iba de aquella manera menudeando tragos, no se le acordaba de ninguna promesa que su amo le hubiese hecho, ni tenнa por ningъn trabajo, sino por mucho descanso, andar buscando las aventuras, por peligrosas que fuesen.

En resoluciуn, aquella noche la pasaron entre unos бrboles, y del uno dellos desgajу don Quijote un ramo seco que casi le podнa servir de lanza, y puso en йl el hierro que quitу de la que se le habнa quebrado. Toda aquella noche no durmiу don Quijote, pensando en su seсora Dulcinea, por acomodarse a lo que habнa leнdo en sus libros, cuando los caballeros pasaban sin dormir muchas noches en las florestas y despoblados, entretenidos con las memorias de sus seсoras. No la pasу ansн Sancho Panza, que, como tenнa el estуmago lleno, y no de agua de chicoria, de un sueсo se la llevу toda; y no fueran parte para despertarle, si su amo no lo llamara, los rayos del sol, que le daban en el rostro, ni el canto de las aves, que, muchas y muy regocijadamente, la venida del nuevo dнa saludaban. Al levantarse dio un tiento a la bota, y hallуla algo mбs flaca que la noche antes; y afligiуsele el corazуn, por parecerle que no llevaban camino de remediar tan presto su falta. No quiso desayunarse don Quijote, porque, como estб dicho, dio en sustentarse de sabrosas memorias. Tornaron a su comenzado camino del Puerto Lбpice, y a obra de las tres del dнa le descubrieron.

-Aquн -dijo, en viйndole, don Quijote- podemos, hermano Sancho Panza, meter las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras. Mas advierte que, aunque me veas en los mayores peligros del mundo, no has de poner mano a tu espada para defenderme, si ya no vieres que los que me ofenden es canalla y gente baja, que en tal caso bien puedes ayudarme; pero si fueren caballeros, en ninguna manera te es lнcito ni concedido por las leyes de caballerнa que me ayudes, hasta que seas armado caballero.

-Por cierto, seсor -respondiу Sancho-, que vuestra merced sea muy bien obedicido en esto; y mбs, que yo de mнo me soy pacнfico y enemigo de meterme en ruidos ni pendencias. Bien es verdad que, en lo que tocare a defender mi persona, no tendrй mucha cuenta con esas leyes, pues las divinas y humanas permiten que cada uno se defienda de quien quisiere agraviarle.

-No digo yo menos -respondiу don Quijote-; pero, en esto de ayudarme contra caballeros, has de tener a raya tus naturales нmpetus.

-Digo que asн lo harй -respondiу Sancho-, y que guardarй ese preceto tan bien como el dнa del domingo.

Estando en estas razones, asomaron por el camino dos frailes de la orden de San Benito, caballeros sobre dos dromedarios: que no eran mбs pequeсas dos mulas en que venнan. Traнan sus antojos de camino y sus quitasoles. Detrбs dellos venнa un coche, con cuatro o cinco de a caballo que le acompaсaban y dos mozos de mulas a pie. Venнa en el coche, como despuйs se supo, una seсora vizcaнna, que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias con un muy honroso cargo. No venнan los frailes con ella, aunque iban el mesmo camino; mas, apenas los divisу don Quijote, cuando dijo a su escudero:

-O yo me engaсo, o йsta ha de ser la mбs famosa aventura que se haya visto; porque aquellos bultos negros que allн parecen deben de ser, y son sin duda, algunos encantadores que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto a todo mi poderнo.

-Peor serб esto que los molinos de viento -dijo Sancho-. Mire, seсor, que aquйllos son frailes de San Benito, y el coche debe de ser de alguna gente pasajera. Mire que digo que mire bien lo que hace, no sea el diablo que le engaсe.

-Ya te he dicho, Sancho -respondiу don Quijote-, que sabes poco de achaque de aventuras; lo que yo digo es verdad, y ahora lo verбs.

Y, diciendo esto, se adelantу y se puso en la mitad del camino por donde los frailes venнan y, en llegando tan cerca que a йl le pareciу que le podrнan oнr lo que dijese, en alta voz dijo:

-Gente endiablada y descomunal, dejad luego al punto las altas princesas que en ese coche llevбis forzadas; si no, aparejaos a recebir presta muerte, por justo castigo de vuestras malas obras.

Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados, asн de la figura de don Quijote como de sus razones, a las cuales respondieron:

-Seсor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito que vamos nuestro camino, y no sabemos si en este coche vienen, o no, ningunas forzadas princesas.

-Para conmigo no hay palabras blandas, que ya yo os conozco, fementida canalla -dijo don Quijote.

Y, sin esperar mбs respuesta, picу a Rocinante y, la lanza baja, arremetiу contra el primero fraile, con tanta furia y denuedo que, si el fraile no se dejara caer de la mula, йl le hiciera venir al suelo mal de su grado, y aun malferido, si no cayera muerto. El segundo religioso, que vio del modo que trataban a su compaсero, puso piernas al castillo de su buena mula, y comenzу a correr por aquella campaсa, mбs ligero que el mesmo viento.

Sancho Panza, que vio en el suelo al fraile, apeбndose ligeramente de su asno, arremetiу a йl y le comenzу a quitar los hбbitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes y preguntбronle que por quй le desnudaba. Respondiуles Sancho que aquello le tocaba a йl ligнtimamente, como despojos de la batalla que su seсor don Quijote habнa ganado. Los mozos, que no sabнan de burlas, ni entendнan aquello de despojos ni batallas, viendo que ya don Quijote estaba desviado de allн, hablando con las que en el coche venнan, arremetieron con Sancho y dieron con йl en el suelo; y, sin dejarle pelo en las barbas, le molieron a coces y le dejaron tendido en el suelo sin aliento ni sentido. Y, sin detenerse un punto, tornу a subir el fraile, todo temeroso y acobardado y sin color en el rostro; y, cuando se vio a caballo, picу tras su compaсero, que un buen espacio de allн le estaba aguardando, y esperando en quй paraba aquel sobresalto; y, sin querer aguardar el fin de todo aquel comenzado suceso, siguieron su camino, haciйndose mбs cruces que si llevaran al diablo a las espaldas.

Don Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la seсora del coche, diciйndole:

-La vuestra fermosura, seсora mнa, puede facer de su persona lo que mбs le viniere en talante, porque ya la soberbia de vuestros robadores yace por el suelo, derribada por este mi fuerte brazo; y, porque no penйis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo don Quijote de la Mancha, caballero andante y aventurero, y cautivo de la sin par y hermosa doсa Dulcinea del Toboso; y, en pago del beneficio que de mн habйis recebido, no quiero otra cosa sino que volvбis al Toboso, y que de mi parte os presentйis ante esta seсora y le digбis lo que por vuestra libertad he fecho.

Todo esto que don Quijote decнa escuchaba un escudero de los que el coche acompaсaban, que era vizcaнno; el cual, viendo que no querнa dejar pasar el coche adelante, sino que decнa que luego habнa de dar la vuelta al Toboso, se fue para don Quijote y, asiйndole de la lanza, le dijo, en mala lengua castellana y peor vizcaнna, desta manera:

-Anda, caballero que mal andes; por el Dios que criуme, que, si no dejas coche, asн te matas como estбs ahн vizcaнno.

Entendiуle muy bien don Quijote, y con mucho sosiego le respondiу:

-Si fueras caballero, como no lo eres, ya yo hubiera castigado tu sandez y atrevimiento, cautiva criatura.

A lo cual replicу el vizcaнno:

-їYo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. Si lanza arrojas y espada sacas, Ўel agua cuбn presto verбs que al gato llevas! Vizcaнno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo; y mientes que mira si otra dices cosa.

-ЎAhora lo veredes, dijo Agrajes! -respondiу don Quijote.

Y, arrojando la lanza en el suelo, sacу su espada y embrazу su rodela, y arremetiу al vizcaнno con determinaciуn de quitarle la vida. El vizcaнno, que asн le vio venir, aunque quisiera apearse de la mula, que, por ser de las malas de alquiler, no habнa que fiar en ella, no pudo hacer otra cosa sino sacar su espada; pero avнnole bien que se hallу junto al coche, de donde pudo tomar una almohada que le sirviу de escudo, y luego se fueron el uno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos. La demбs gente quisiera ponerlos en paz, mas no pudo, porque decнa el vizcaнno en sus mal trabadas razones que si no le dejaban acabar su batalla, que йl mismo habнa de matar a su ama y a toda la gente que se lo estorbase. La seсora del coche, admirada y temerosa de lo que veнa, hizo al cochero que se desviase de allн algъn poco, y desde lejos se puso a mirar la rigurosa contienda, en el discurso de la cual dio el vizcaнno una gran cuchillada a don Quijote encima de un hombro, por encima de la rodela, que, a dбrsela sin defensa, le abriera hasta la cintura. Don Quijote, que sintiу la pesadumbre de aquel desaforado golpe, dio una gran voz, diciendo:

-ЎOh seсora de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura, socorred a este vuestro caballero, que, por satisfacer a la vuestra mucha bondad, en este riguroso trance se halla!

El decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela, y el arremeter al vizcaнno, todo fue en un tiempo, llevando determinaciуn de aventurarlo todo a la de un golpe solo.

El vizcaнno, que asн le vio venir contra йl, bien entendiу por su denuedo su coraje, y determinу de hacer lo mesmo que don Quijote; y asн, le aguardу bien cubierto de su almohada, sin poder rodear la mula a una ni a otra parte; que ya, de puro cansada y no hecha a semejantes niсerнas, no podнa dar un paso.

Venнa, pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto vizcaнno, con la espada en alto, con determinaciуn de abrirle por medio, y el vizcaнno le aguardaba ansimesmo levantada la espada y aforrado con su almohada, y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que habнa de suceder de aquellos tamaсos golpes con que se amenazaban; y la seсora del coche y las demбs criadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos a todas las imбgenes y casas de devociуn de Espaсa, porque Dios librase a su escudero y a ellas de aquel tan grande peligro en que se hallaban.

Pero estб el daсo de todo esto que en este punto y tйrmino deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpбndose que no hallу mбs escrito destas hazaсas de don Quijote de las que deja referidas. Bien es verdad que el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que deste famoso caballero tratasen; y asн, con esta imaginaciуn, no se desesperу de hallar el fin desta apacible historia, el cual, siйndole el cielo favorable, le hallу del modo que se contarб en la segunda parte.

Segunda parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

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Capнtulo IX

Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcaнno y el valiente manchego tuvieron

DEJAMOS en la primera parte desta historia al valeroso vizcaнno y al famoso don Quijote con las espadas altas y desnudas, en guisa de descargar dos furibundos fendientes, tales que, si en lleno se acertaban, por lo menos se dividirнan y fenderнan de arriba abajo y abrirнan como una granada; y que en aquel punto tan dudoso parу y quedу destroncada tan sabrosa historia, sin que nos diese noticia su autor dуnde se podrнa hallar lo que della faltaba.

Causуme esto mucha pesadumbre, porque el gusto de haber leнdo tan poco se volvнa en disgusto, de pensar el mal camino que se ofrecнa para hallar lo mucho que, a mi parecer, faltaba de tan sabroso cuento. Pareciуme cosa imposible y fuera de toda buena costumbre que a tan buen caballero le hubiese faltado algъn sabio que tomara a cargo el escrebir sus nunca vistas hazaсas, cosa que no faltу a ninguno de los caballeros andantes,

de los que dicen las gentes

que van a sus aventuras,

porque cada uno dellos tenнa uno o dos sabios, como de molde, que no solamente escribнan sus hechos, sino que pintaban sus mбs mнnimos pensamientos y niсerнas, por mбs escondidas que fuesen; y no habнa de ser tan desdichado tan buen caballero, que le faltase a йl lo que sobrу a Platir y a otros semejantes. Y asн, no podнa inclinarme a creer que tan gallarda historia hubiese quedado manca y estropeada; y echaba la culpa a la malignidad del tiempo, devorador y consumidor de todas las cosas, el cual, o la tenнa oculta o consumida.

Por otra parte, me parecнa que, pues entre sus libros se habнan hallado tan modernos como Desengaсo de celos y Ninfas y pastores de Henares, que tambiйn su historia debнa de ser moderna; y que, ya que no estuviese escrita, estarнa en la memoria de la gente de su aldea y de las a ella circunvecinas. Esta imaginaciуn me traнa confuso y deseoso de saber, real y verdaderamente, toda la vida y milagros de nuestro famoso espaсol don Quijote de la Mancha, luz y espejo de la caballerнa manchega, y el primero que en nuestra edad y en estos tan calamitosos tiempos se puso al trabajo y ejercicio de las andantes armas, y al desfacer agravios, socorrer viudas, amparar doncellas, de aquellas que andaban con sus azotes y palafrenes, y con toda su virginidad a cuestas, de monte en monte y de valle en valle; que, si no era que algъn follуn, o algъn villano de hacha y capellina, o algъn descomunal gigante las forzaba, doncella hubo en los pasados tiempos que, al cabo de ochenta aсos, que en todos ellos no durmiу un dнa debajo de tejado, y se fue tan entera a la sepultura como la madre que la habнa parido. Digo, pues, que, por estos y otros muchos respetos, es digno nuestro gallardo Quijote de continuas y memorables alabanzas; y aun a mн no se me deben negar, por el trabajo y diligencia que puse en buscar el fin desta agradable historia; aunque bien sй que si el cielo, el caso y la fortuna no me ayudan, el mundo quedarб falto y sin el pasatiempo y gusto que bien casi dos horas podrб tener el que con atenciуn la leyere. Pasу, pues, el hallarla en esta manera:

Estando yo un dнa en el Alcanб de Toledo, llegу un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y, como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinaciуn, tomй un cartapacio de los que el muchacho vendнa, y vile con caracteres que conocн ser arбbigos. Y, puesto que, aunque los conocнa, no los sabнa leer, anduve mirando si parecнa por allн algъn morisco aljamiado que los leyese; y no fue muy dificultoso hallar intйrprete semejante, pues, aunque le buscara de otra mejor y mбs antigua lengua, le hallara. En fin, la suerte me deparу uno, que, diciйndole mi deseo y poniйndole el libro en las manos, le abriу por medio y, leyendo un poco en йl, se comenzу a reнr.

Preguntйle yo que de quй se reнa, y respondiуme que de una cosa que tenнa aquel libro escrita en el margen por anotaciуn. Dнjele que me la dijese; y йl, sin dejar la risa, dijo:

-Estб, como he dicho, aquн en el margen escrito esto: "Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha".

Cuando yo oн decir "Dulcinea del Toboso", quedй atуnito y suspenso, porque luego se me representу que aquellos cartapacios contenнan la historia de don Quijote. Con esta imaginaciуn, le di priesa que leyese el principio y, haciйndolo ansн, volviendo de improviso el arбbigo en castellano, dijo que decнa: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arбbigo. Mucha discreciуn fue menester para disimular el contento que recebн cuando llegу a mis oнdos el tнtulo del libro; y, salteбndosele al sedero, comprй al muchacho todos los papeles y cartapacios por medio real; que, si йl tuviera discreciуn y supiera lo que yo los deseaba, bien se pudiera prometer y llevar mбs de seis reales de la compra. Apartйme luego con el morisco por el claustro de la iglesia mayor, y roguйle me volviese aquellos cartapacios, todos los que trataban de don Quijote, en lengua castellana, sin quitarles ni aсadirles nada, ofreciйndole la paga que йl quisiese. Contentуse con dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo, y prometiу de traducirlos bien y fielmente y con mucha brevedad. Pero yo, por facilitar mбs el negocio y por no dejar de la mano tan buen hallazgo, le truje a mi casa, donde en poco mбs de mes y medio la tradujo toda, del mesmo modo que aquн se refiere.

Estaba en el primero cartapacio, pintada muy al natural, la batalla de don Quijote con el vizcaнno, puestos en la mesma postura que la historia cuenta, levantadas las espadas, el uno cubierto de su rodela, el otro de la almohada, y la mula del vizcaнno tan al vivo, que estaba mostrando ser de alquiler a tiro de ballesta. Tenнa a los pies escrito el vizcaнno un tнtulo que decнa: Don Sancho de Azpetia, que, sin duda, debнa de ser su nombre, y a los pies de Rocinante estaba otro que decнa: Don Quijote. Estaba Rocinante maravillosamente pintado, tan largo y tendido, tan atenuado y flaco, con tanto espinazo, tan hйtico confirmado, que mostraba bien al descubierto con cuбnta advertencia y propriedad se le habнa puesto el nombre de Rocinante. Junto a йl estaba Sancho Panza, que tenнa del cabestro a su asno, a los pies del cual estaba otro rйtulo que decнa: Sancho Zancas, y debнa de ser que tenнa, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto y las zancas largas; y por esto se le debiу de poner nombre de Panza y de Zancas, que con estos dos sobrenombres le llama algunas veces la historia. Otras algunas menudencias habнa que advertir, pero todas son de poca importancia y que no hacen al caso a la verdadera relaciуn de la historia; que ninguna es mala como sea verdadera.

Si a йsta se le puede poner alguna objeciуn cerca de su verdad, no podrб ser otra sino haber sido su autor arбbigo, siendo muy propio de los de aquella naciуn ser mentirosos; aunque, por ser tan nuestros enemigos, antes se puede entender haber quedado falto en ella que demasiado. Y ansн me parece a mн, pues, cuando pudiera y debiera estender la pluma en las alabanzas de tan buen caballero, parece que de industria las pasa en silencio: cosa mal hecha y peor pensada, habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interйs ni el miedo, el rancor ni la aficiуn, no les hagan torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, йmula del tiempo, depуsito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. En йsta sй que se hallarб todo lo que se acertare a desear en la mбs apacible; y si algo bueno en ella faltare, para mн tengo que fue por culpa del galgo de su autor, antes que por falta del sujeto. En fin, su segunda parte, siguiendo la traduciуn, comenzaba desta manera:

Puestas y levantadas en alto las cortadoras espadas de los dos valerosos y enojados combatientes, no parecнa sino que estaban amenazando al cielo, a la tierra y al abismo: tal era el denuedo y continente que tenнan. Y el primero que fue a descargar el golpe fue el colйrico vizcaнno, el cual fue dado con tanta fuerza y tanta furia que, a no volvйrsele la espada en el camino, aquel solo golpe fuera bastante para dar fin a su rigurosa contienda y a todas las aventuras de nuestro caballero; mas la buena suerte, que para mayores cosas le tenнa guardado, torciу la espada de su contrario, de modo que, aunque le acertу en el hombro izquierdo, no le hizo otro daсo que desarmarle todo aquel lado, llevбndole de camino gran parte de la celada, con la mitad de la oreja; que todo ello con espantosa ruina vino al suelo, dejбndole muy maltrecho.

ЎVбlame Dios, y quiйn serб aquel que buenamente pueda contar ahora la rabia que entrу en el corazуn de nuestro manchego, viйndose parar de aquella manera! No se diga mбs, sino que fue de manera que se alzу de nuevo en los estribos y, apretando mбs la espada en las dos manos, con tal furia descargу sobre el vizcaнno, acertбndole de lleno sobre la almohada y sobre la cabeza, que, sin ser parte tan buena defensa, como si cayera sobre йl una montaсa, comenzу a echar sangre por las narices, y por la boca y por los oнdos, y a dar muestras de caer de la mula abajo, de donde cayera, sin duda, si no se abrazara con el cuello; pero, con todo eso, sacу los pies de los estribos y luego soltу los brazos; y la mula, espantada del terrible golpe, dio a correr por el campo, y a pocos corcovos dio con su dueсo en tierra.

Estбbaselo con mucho sosiego mirando don Quijote y, como lo vio caer, saltу de su caballo y con mucha ligereza se llegу a йl y, poniйndole la punta de la espada en los ojos, le dijo que se rindiese; si no, que le cortarнa la cabeza. Estaba el vizcaнno tan turbado que no podнa responder palabra, y йl lo pasara mal, segъn estaba ciego don Quijote, si las seсoras del coche, que hasta entonces con gran desmayo habнan mirado la pendencia, no fueran adonde estaba y le pidieran con mucho encarecimiento les hiciese tan gran merced y favor de perdonar la vida a aquel su escudero. A lo cual don Quijote respondiу, con mucho entono y gravedad:

-Por cierto, fermosas seсoras, yo soy muy contento de hacer lo que me pedнs; mas ha de ser con una condiciуn y concierto, y es que este caballero me ha de prometer de ir al lugar del Toboso y presentarse de mi parte ante la sin par doсa Dulcinea, para que ella haga dйl lo que mбs fuere de su voluntad.

La temerosa y desconsolada seсora, sin entrar en cuenta de lo que don Quijote pedнa, y sin preguntar quiйn Dulcinea fuese, le prometiу que el escudero harнa todo aquello que de su parte le fuese mandado.

-Pues en fe de esa palabra, yo no le harй mбs daсo, puesto que me lo tenнa bien merecido.



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Capнtulo X

De lo que mбs le avino a don Quijote con el vizcaнno, y del peligro en que se vio con una turba de yangьeses

YA EN ESTE tiempo se habнa levantado Sancho Panza, algo maltratado de los mozos de los frailes, y habнa estado atento a la batalla de su seсor don Quijote, y rogaba a Dios en su corazуn fuese servido de darle vitoria y que en ella ganase alguna нnsula de donde le hiciese gobernador, como se lo habнa prometido. Viendo, pues, ya acabada la pendencia, y que su amo volvнa a subir sobre Rocinante, llegу a tenerle el estribo; y antes que subiese se hincу de rodillas delante dйl, y, asiйndole de la mano, se la besу y le dijo:

-Sea vuestra merced servido, seсor don Quijote mнo, de darme el gobierno de la нnsula que en esta rigurosa pendencia se ha ganado; que, por grande que sea, yo me siento con fuerzas de saberla gobernar tal y tan bien como otro que haya gobernado нnsulas en el mundo.

A lo cual respondiу don Quijote:

-Advertid, hermano Sancho, que esta aventura y las a йsta semejantes no son aventuras de нnsulas, sino de encrucijadas, en las cuales no se gana otra cosa que sacar rota la cabeza o una oreja menos. Tened paciencia, que aventuras se ofrecerбn donde no solamente os pueda hacer gobernador, sino mбs adelante.

Agradeciуselo mucho Sancho, y, besбndole otra vez la mano y la falda de la loriga, le ayudу a subir sobre Rocinante; y йl subiу sobre su asno y comenzу a seguir a su seсor, que, a paso tirado, sin despedirse ni hablar mбs con las del coche, se entrу por un bosque que allн junto estaba. Seguнale Sancho a todo el trote de su jumento, pero caminaba tanto Rocinante que, viйndose quedar atrбs, le fue forzoso dar voces a su amo que se aguardase. Hнzolo asн don Quijote, teniendo las riendas a Rocinante hasta que llegase su cansado escudero, el cual, en llegando, le dijo:

-Parйceme, seсor, que serнa acertado irnos a retraer a alguna iglesia; que, segъn quedу maltrecho aquel con quien os combatistes, no serб mucho que den noticia del caso a la Santa Hermandad y nos prendan; y a fe que si lo hacen, que primero que salgamos de la cбrcel que nos ha de sudar el hopo.

-Calla -dijo don Quijote-. Y їdуnde has visto tъ, o leнdo jamбs, que caballero andante haya sido puesto ante la justicia, por mбs homicidios que hubiese cometido?

-Yo no sй nada de omecillos -respondiу Sancho-, ni en mi vida le catй a ninguno; sуlo sй que la Santa Hermandad tiene que ver con los que pelean en el campo, y en esotro no me entremeto.

-Pues no tengas pena, amigo -respondiу don Quijote-, que yo te sacarй de las manos de los caldeos, cuanto mбs de las de la Hermandad. Pero dime, por tu vida: їhas visto mбs valeroso caballero que yo en todo lo descubierto de la tierra? їHas leнdo en historias otro que tenga ni haya tenido mбs brнo en acometer, mбs aliento en el perseverar, mбs destreza en el herir, ni mбs maсa en el derribar?

-La verdad sea -respondiу Sancho- que yo no he leнdo ninguna historia jamбs, porque ni sй leer ni escrebir; mas lo que osarй apostar es que mбs atrevido amo que vuestra merced yo no le he servido en todos los dнas de mi vida, y quiera Dios que estos atrevi[mi]entos no se paguen donde tengo dicho. Lo que le ruego a vuestra merced es que se cure, que le va mucha sangre de esa oreja; que aquн traigo hilas y un poco de ungьento blanco en las alforjas.

-Todo eso fuera bien escusado -respondiу don Quijote- si a mн se me acordara de hacer una redoma del bбlsamo de Fierabrбs, que con sola una gota se ahorraran tiempo y medicinas.

-їQuй redoma y quй bбlsamo es йse? -dijo Sancho Panza.

-Es un bбlsamo -respondiу don Quijote- de quien tengo la receta en la memoria, con el cual no hay que tener temor a la muerte, ni hay pensar morir de ferida alguna. Y ansн, cuando yo le haga y te le dй, no tienes mбs que hacer sino que, cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo (como muchas veces suele acontecer), bonitamente la parte del cuerpo que hubiere caнdo en el suelo, y con mucha sotileza, antes que la sangre se yele, la pondrбs sobre la otra mitad que quedare en la silla, advirtiendo de encajallo igualmente y al justo; luego me darбs a beber solos dos tragos del bбlsamo que he dicho, y verбsme quedar mбs sano que una manzana.

-Si eso hay -dijo Panza-, yo renuncio desde aquн el gobierno de la prometida нnsula, y no quiero otra cosa, en pago de mis muchos y buenos servicios, sino que vuestra merced me dй la receta de ese estremado licor; que para mн tengo que valdrб la onza adondequiera mбs de a dos reales, y no he menester yo mбs para pasar esta vida honrada y descansadamente. Pero es de saber agora si tiene mucha costa el hacelle.

-Con menos de tres reales se pueden hacer tres azumbres -respondiу don Quijote.

-ЎPecador de mн! -replicу Sancho-. Pues їa quй aguarda vuestra merced a hacelle y a enseсбrmele?

-Calla, amigo -respondiу don Quijote-, que mayores secretos pienso enseсarte y mayores mercedes hacerte; y, por agora, curйmonos, que la oreja me duele mбs de lo que yo quisiera.

Sacу Sancho de las alforjas hilas y ungьento. Mas, cuando don Quijote llegу a ver rota su celada, pensу perder el juicio, y, puesta la mano en la espada y alzando los ojos al cielo, dijo:

-Yo hago juramento al Criador de todas las cosas y a los santos cuatro Evangelios, donde mбs largamente estбn escritos, de hacer la vida que hizo el grande marquйs de Mantua cuando jurу de vengar la muerte de su sobrino Valdovinos, que fue de no comer pan a manteles, ni con su mujer folgar, y otras cosas que, aunque dellas no me acuerdo, las doy aquн por expresadas, hasta tomar entera venganza del que tal desaguisado me fizo.

Oyendo esto Sancho, le dijo:

-Advierta vuestra merced, seсor don Quijote, que si el caballero cumpliу lo que se le dejу ordenado de irse a presentar ante mi seсora Dulcinea del Toboso, ya habrб cumplido con lo que debнa, y no merece otra pena si no comete nuevo delito.

-Has hablado y apuntado muy bien -respondiу don Quijote-; y asн, anulo el juramento en cuanto lo que toca a tomar dйl nueva venganza; pero hбgole y confнrmole de nuevo de hacer la vida que he dicho, hasta tanto que quite por fuerza otra celada tal y tan buena como йsta a algъn caballero. Y no pienses, Sancho, que asн a humo de pajas hago esto, que bien tengo a quien imitar en ello; que esto mesmo pasу, al pie de la letra, sobre el yelmo de Mambrino, que tan caro le costу a Sacripante.

-Que dй al diablo vuestra merced tales juramentos, seсor mнo -replicу Sancho-; que son muy en daсo de la salud y muy en perjuicio de la conciencia. Si no, dнgame ahora: si acaso en muchos dнas no topamos hombre armado con celada, їquй hemos de hacer? їHase de cumplir el juramento, a despecho de tantos inconvenientes e incomodidades, como serб el dormir vestido, y el no dormir en poblado, y otras mil penitencias que contenнa el juramento de aquel loco viejo del marquйs de Mantua, que vuestra merced quiere revalidar ahora? Mire vuestra merced bien, que por todos estos caminos no andan hombres armados, sino arrieros y carreteros, que no sуlo no traen celadas, pero quizб no las han oнdo nombrar en todos los dнas de su vida.

-Engбсaste en eso -dijo don Quijote-, porque no habremos estado dos horas por estas encrucijadas, cuando veamos mбs armados que los que vinieron sobre Albraca a la conquista de Angйlica la Bella.

-Alto, pues; sea ansн -dijo Sancho-, y a Dios prazga que nos suceda bien, y que se llegue ya el tiempo de ganar esta нnsula que tan cara me cuesta, y muйrame yo luego.

-Ya te he dicho, Sancho, que no te dй eso cuidado alguno; que, cuando faltare нnsula, ahн estб el reino de Dinamarca o el de Soliadisa, que te vendrбn como anillo al dedo; y mбs, que, por ser en tierra firme, te debes mбs alegrar. Pero dejemos esto para su tiempo, y mira si traes algo en esas alforjas que comamos, porque vamos luego en busca de algъn castillo donde alojemos esta noche y hagamos el bбlsamo que te he dicho; porque yo te voto a Dios que me va doliendo mucho la oreja.

-Aquн trayo una cebolla, y un poco de queso y no sй cuбntos mendrugos de pan -dijo Sancho-, pero no son manjares que pertenecen a tan valiente caballero como vuestra merced.

-ЎQuй mal lo entiendes! -respondiу don Quijote-. Hбgote saber, Sancho, que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes; y, ya que coman, sea de aquello que hallaren mбs a mano; y esto se te hiciera cierto si hubieras leнdo tantas historias como yo; que, aunque han sido muchas, en todas ellas no he hallado hecha relaciуn de que los caballeros andantes comiesen, si no era acaso y en algunos suntuosos banquetes que les hacнan, y los demбs dнas se los pasaban en flores. Y, aunque se deja entender que no podнan pasar sin comer y sin hacer todos los otros menesteres naturales, porque, en efeto, eran hombres como nosotros, hase de entender tambiйn que, andando lo mбs del tiempo de su vida por las florestas y despoblados, y sin cocinero, que su mбs ordinaria comida serнa de viandas rъsticas, tales como las que tъ ahora me ofreces. Asн que, Sancho amigo, no te congoje lo que a mн me da gusto. Ni querrбs tъ hacer mundo nuevo, ni sacar la caballerнa andante de sus quicios.

-Perdуneme vuestra merced -dijo Sancho-; que, como yo no sй leer ni escrebir, como otra vez he dicho, no sй ni he caнdo en las reglas de la profesiуn caballeresca; y, de aquн adelante, yo proveerй las alforjas de todo gйnero de fruta seca para vuestra merced, que es caballero, y para mн las proveerй, pues no lo soy, de otras cosas volбtiles y de mбs sustancia.

-No digo yo, Sancho -replicу don Quijote-, que sea forzoso a los caballeros andantes no comer otra cosa sino esas frutas que dices, sino que su mбs ordinario sustento debнa de ser dellas, y de algunas yerbas que hallaban por los campos, que ellos conocнan y yo tambiйn conozco.

-Virtud es -respondiу Sancho- conocer esas yerbas; que, segъn yo me voy imaginando, algъn dнa serб menester usar de ese conocimiento.

Y, sacando, en esto, lo que dijo que traнa, comieron los dos en buena paz y compaсa. Pero, deseosos de buscar donde alojar aquella noche, acabaron con mucha brevedad su pobre y seca comida. Subieron luego a caballo, y diйronse priesa por llegar a poblado antes que anocheciese; pero faltуles el sol, y la esperanza de alcanzar lo que deseaban, junto a unas chozas de unos cabreros, y asн, determinaron de pasarla allн; que cuanto fue de pesadumbre para Sancho no llegar a poblado, fue de contento para su amo dormirla al cielo descubierto, por parecerle que cada vez que esto le sucedнa era hacer un acto posesivo que facilitaba la prueba de su caballerнa.



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Capнtulo XI

De lo que le sucediу a don Quijote con unos cabreros

FUE RECOGIDO de los cabreros con buen бnimo; y, habiendo Sancho, lo mejor que pudo, acomodado a Rocinante y a su jumento, se fue tras el olor que despedнan de sн ciertos tasajos de cabra que hirviendo al fuego en un caldero estaban; y, aunque йl quisiera en aquel mesmo punto ver si estaban en sazуn de trasladarlos del caldero al estуmago, lo dejу de hacer, porque los cabreros los quitaron del fuego, y, tendiendo por el suelo unas pieles de ovejas, aderezaron con mucha priesa su rъstica mesa y convidaron a los dos, con muestras de muy buena voluntad, con lo que tenнan. Sentбronse a la redonda de las pieles seis dellos, que eran los que en la majada habнa, habiendo primero con groseras ceremonias rogado a don Quijote que se sentase sobre un dornajo que vuelto del revйs le pusieron. Sentуse don Quijote, y quedбbase Sancho en pie para servirle la copa, que era hecha de cuerno. Viйndole en pie su amo, le dijo:

-Porque veas, Sancho, el bien que en sн encierra la andante caballerнa, y cuбn a pique estбn los que en cualquiera ministerio della se ejercitan de venir brevemente a ser honrados y estimados del mundo, quiero que aquн a mi lado y en compaснa desta buena gente te sientes, y que seas una mesma cosa conmigo, que soy tu amo y natural seсor; que comas en mi plato y bebas por donde yo bebiere; porque de la caballerнa andante se puede decir lo mesmo que del amor se dice: que todas las cosas iguala.

-ЎGran merced! -dijo Sancho-; pero sй decir a vuestra merced que, como yo tuviese bien de comer, tan bien y mejor me lo comerнa en pie y a mis solas como sentado a par de un emperador. Y aun, si va a decir verdad, mucho mejor me sabe lo que como en mi rincуn, sin melindres ni respetos, aunque sea pan y cebolla, que los gallipavos de otras mesas donde me sea forzoso mascar despacio, beber poco, limpiarme a menudo, no estornudar ni toser si me viene gana, ni hacer otras cosas que la soledad y la libertad traen consigo. Ansн que, seсor mнo, estas honras que vuestra merced quiere darme por ser ministro y adherente de la caballerнa andante, como lo soy siendo escudero de vuestra merced, conviйrtalas en otras cosas que me sean de mбs cуmodo y provecho; que йstas, aunque las doy por bien recebidas, las renuncio para desde aquн al fin del mundo.

-Con todo eso, te has de sentar; porque a quien se humilla, Dios le ensalza.

Y, asiйndole por el brazo, le forzу a que junto dйl se sentase.

No entendнan los cabreros aquella jerigonza de escuderos y de caballeros andantes, y no hacнan otra cosa que comer y callar, y mirar a sus huйspedes, que, con mucho donaire y gana, embaulaban tasajo como el puсo. Acabado el servicio de carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad de bellotas avellanadas, y juntamente pusieron un medio queso, mбs duro que si fuera hecho de argamasa. No estaba, en esto, ocioso el cuerno, porque andaba a la redonda tan a menudo (ya lleno, ya vacнo, como arcaduz de noria), que con facilidad vaciу un zaque de dos que estaban de manifiesto. Despuйs que don Quijote hubo bien satisfecho su estуmago, tomу un puсo de bellotas en la mano y, mirбndolas atentamente, soltу la voz a semejantes razones:

-Dichosa edad y siglos dichosos aquйllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivнan ignoraban estas dos palabras de tuyo y mнo. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes rнos, en magnнfica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecнan. En las quiebras de las peсas y en lo hueco de los бrboles formaban su repъblica las solнcitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interйs alguno, la fйrtil cosecha de su dulcнsimo trabajo. Los valientes alcornoques despedнan de sн, sin otro artificio que el de su cortesнa, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rъsticas estacas sustentadas, no mбs que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia; aъn no se habнa atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entraсas piadosas de nuestra primera madre, que ella, sin ser forzada, ofrecнa, por todas las partes de su fйrtil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseнan. Entonces sн que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin mбs vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra; y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la pъrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizб iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebнa, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No habнa la fraude, el engaсo ni la malicia mezclбdose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios tйrminos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aъn no se habнa sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no habнa quй juzgar, ni quiйn fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y seсora, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdiciуn nacнa de su gusto y propria voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no estб segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta; porque allн, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando mбs los tiempos y creciendo mбs la malicia, se instituyу la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huйrfanos y a los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el gasaje y buen acogimiento que hacйis a mн y a mi escudero; que, aunque por ley natural estбn todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavнa, por saber que sin saber vosotros esta obligaciуn me acogistes y regalastes, es razуn que, con la voluntad a mн posible, os agradezca la vuestra.

Toda esta larga arenga -que se pudiera muy bien escusar- dijo nuestro caballero porque las bellotas que le dieron le trujeron a la memoria la edad dorada y antojуsele hacer aquel inъtil razonamiento a los cabreros, que, sin respondelle palabra, embobados y suspensos, le estuvieron escuchando. Sancho, asimesmo, callaba y comнa bellotas, y visitaba muy a menudo el segundo zaque, que, porque se enfriase el vino, le tenнan colgado de un alcornoque.

Mбs tardу en hablar don Quijote que en acabarse la cena; al fin de la cual, uno de los cabreros dijo:

-Para que con mбs veras pueda vuestra merced decir, seсor caballero andante, que le agasajamos con prompta y buena voluntad, queremos darle solaz y contento con hacer que cante un compaсero nuestro que no tardarб mucho en estar aquн; el cual es un zagal muy entendido y muy enamorado, y que, sobre todo, sabe leer y escrebir y es mъsico de un rabel, que no hay mбs que desear.

Apenas habнa el cabrero acabado de decir esto, cuando llegу a sus oнdos el son del rabel, y de allн a poco llegу el que le taснa, que era un mozo de hasta veinte y dos aсos, de muy buena gracia. Preguntбronle sus compaсeros si habнa cenado, y, respondiendo que sн, el que habнa hecho los ofrecimientos le dijo:

-De esa manera, Antonio, bien podrбs hacernos placer de cantar un poco, porque vea este seсor huйsped que tenemos quien; tambiйn por los montes y selvas hay quien sepa de mъsica. Hйmosle dicho tus buenas habilidades, y deseamos que las muestres y nos saques verdaderos; y asн, te ruego por tu vida que te sientes y cantes el romance de tus amores que te compuso el beneficiado tu tнo, que en el pueblo ha parecido muy bien.

-Que me place -respondiу el mozo.

Y, sin hacerse mбs de rogar, se sentу en el tronco de una desmochada encina, y, templando su rabel, de allн a poco, con muy buena gracia, comenzу a cantar, diciendo desta manera:

ANTONIO

-Yo sй, Olalla, que me adoras,

puesto que no me lo has dicho

ni aun con los ojos siquiera,

mudas lenguas de amorнos.

Porque sй que eres sabida,

en que me quieres me afirmo;

que nunca fue desdichado

amor que fue conocido.

Bien es verdad que tal vez,

Olalla, me has dado indicio

que tienes de bronce el alma

y el blanco pecho de risco.

Mas allб entre tus reproches

y honestнsimos desvнos,

tal vez la esperanza muestra

la orilla de su vestido.

Abalбnzase al seсuelo

mi fe, que nunca ha podido,

ni menguar por no llamado,

ni crecer por escogido.

Si el amor es cortesнa,

de la que tienes colijo

que el fin de mis esperanzas

ha de ser cual imagino.

Y si son servicios parte

de hacer un pecho benigno,

algunos de los que he hecho

fortalecen mi partido.

Porque si has mirado en ello,

mбs de una vez habrбs visto

que me he vestido en los lunes

lo que me honraba el domingo.

Como el amor y la gala

andan un mesmo camino,

en todo tiempo a tus ojos

quise mostrarme polido.

Dejo el bailar por tu causa,

ni las mъsicas te pinto

que has escuchado a deshoras

y al canto del gallo primo.

No cuento las alabanzas

que de tu belleza he dicho;

que, aunque verdaderas, hacen

ser yo de algunas malquisto.

Teresa del Berrocal,

yo alabбndote, me dijo:

''Tal piensa que adora a un бngel,

y viene a adorar a un jimio;

merced a los muchos dijes

y a los cabellos postizos,

y a hipуcritas hermosuras,

que engaсan al Amor mismo''.

Desmentнla y enojуse;

volviу por ella su primo:

desafiуme, y ya sabes

lo que yo hice y йl hizo.

No te quiero yo a montуn,

ni te pretendo y te sirvo

por lo de barraganнa;

que mбs bueno es mi designio.

Coyundas tiene la Iglesia

que son lazadas de sirgo;

pon tъ el cuello en la gamella;

verбs como pongo el mнo.

Donde no, desde aquн juro,

por el santo mбs bendito,

de no salir destas sierras

sino para capuchino.

Con esto dio el cabrero fin a su canto; y, aunque don Quijote le rogу que algo mбs cantase, no lo consintiу Sancho Panza, porque estaba mбs para dormir que para oнr canciones. Y ansн, dijo a su amo:

-Bien puede vuestra merced acomodarse desde luego adonde ha de posar esta noche, que el trabajo que estos buenos hombres tienen todo el dнa no permite que pasen las noches cantando.

-Ya te entiendo, Sancho -le respondiу don Quijote-; que bien se me trasluce que las visitas del zaque piden mбs recompensa de sueсo que de mъsica.

-A todos nos sabe bien, bendito sea Dios -respondiу Sancho.

-No lo niego -replicу don Quijote-, pero acomуdate tъ donde quisieres, que los de mi profesiуn mejor parecen velando que durmiendo. Pero, con todo esto, serнa bien, Sancho, que me vuelvas a curar esta oreja, que me va doliendo mбs de lo que es menester.

Hizo Sancho lo que se le mandaba; y, viendo uno de los cabreros la herida, le dijo que no tuviese pena, que йl pondrнa remedio con que fбcilmente se sanase. Y, tomando algunas hojas de romero, de mucho que por allн habнa, las mascу y las mezclу con un poco de sal, y, aplicбndoselas a la oreja, se la vendу muy bien, asegurбndole que no habнa menester otra medicina; y asн fue la verdad.



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Capнtulo XII

De lo que contу un cabrero a los que estaban con don Quijote

ESTANDO en esto, llegу otro mozo de los que les traнan del aldea el bastimento, y dijo:

-їSabйis lo que pasa en el lugar, compaсeros?

-їCуmo lo podemos saber? -respondiу uno dellos.

-Pues sabed -prosiguiу el mozo- que muriу esta maсana aquel famoso pastor estudiante llamado Grisуstomo, y se murmura que ha muerto de amores de aquella endiablada moza de Marcela, la hija de Guillermo el rico, aquйlla que se anda en hбbito de pastora por esos andurriales.

-Por Marcela dirбs -dijo uno.

-Por йsa digo -respondiу el cabrero-. Y es lo bueno, que mandу en su testamento que le enterrasen en el campo, como si fuera moro, y que sea al pie de la peсa donde estб la fuente del alcornoque; porque, segъn es fama, y йl dicen que lo dijo, aquel lugar es adonde йl la vio la vez primera. Y tambiйn mandу otras cosas, tales, que los abades del pueblo dicen que no se han de cumplir, ni es bien que se cumplan, porque parecen de gentiles. A todo lo cual responde aquel gran su amigo Ambrosio, el estudiante, que tambiйn se vistiу de pastor con йl, que se ha de cumplir todo, sin faltar nada, como lo dejу mandado Grisуstomo, y sobre esto anda el pueblo alborotado; mas, a lo que se dice, en fin se harб lo que Ambrosio y todos los pastores sus amigos quieren; y maсana le vienen a enterrar con gran pompa adonde tengo dicho. Y tengo para mн que ha de ser cosa muy de ver; a lo menos, yo no dejarй de ir a verla, si supiese no volver maсana al lugar.

-Todos haremos lo mesmo -respondieron los cabreros-; y echaremos suertes a quiйn ha de quedar a guardar las cabras de todos.

-Bien dices, Pedro -dijo [uno]-; aunque no serб menester usar de esa diligencia, que yo me quedarй por todos. Y no lo atribuyas a virtud y a poca curiosidad mнa, sino a que no me deja andar el garrancho que el otro dнa me pasу este pie.

-Con todo eso, te lo agradecemos -respondiу Pedro.

Y don Quijote rogу a Pedro le dijese quй muerto era aquйl y quй pastora aquйlla; a lo cual Pedro respondiу que lo que sabнa era que el muerto era un hijodalgo rico, vecino de un lugar que estaba en aquellas sierras, el cual habнa sido estudiante muchos aсos en Salamanca, al cabo de los cuales habнa vuelto a su lugar, con opiniуn de muy sabio y muy leнdo.

-«Principalmente, decнan que sabнa la ciencia de las estrellas, y de lo que pasan, allб en el cielo, el sol y la luna; porque puntualmente nos decнa el cris del sol y de la luna.»

-Eclipse se llama, amigo, que no cris, el escurecerse esos dos luminares mayores -dijo don Quijote.

Mas Pedro, no reparando en niсerнas, prosiguiу su cuento diciendo:

-«Asimesmo adevinaba cuбndo habнa de ser el aсo abundante o estil.»

-Estйril querйis decir, amigo -dijo don Quijote.

-Estйril o estil -respondiу Pedro-, todo se sale allб. «Y digo que con esto que decнa se hicieron su padre y sus amigos, que le daban crйdito, muy ricos, porque hacнan lo que йl les aconsejaba, diciйndoles: ''Sembrad este aсo cebada, no trigo; en йste podйis sembrar garbanzos y no cebada; el que viene serб de guilla de aceite; los tres siguientes no se cogerб gota''.»

-Esa ciencia se llama astrologнa -dijo don Quijote.

-No sй yo cуmo se llama -replicу Pedro-, mas sй que todo esto sabнa y aъn mбs. «Finalmente, no pasaron muchos meses, despuйs que vino de Salamanca, cuando un dнa remaneciу vestido de pastor, con su cayado y pellico, habiйndose quitado los hбbitos largos que como escolar traнa; y juntamente se vistiу con йl de pastor otro su grande amigo, llamado Ambrosio, que habнa sido su compaсero en los estudios. Olvidбbaseme de decir como Grisуstomo, el difunto, fue grande hombre de componer coplas; tanto, que йl hacнa los villancicos para la noche del Nacimiento del Seсor, y los autos para el dнa de Dios, que los representaban los mozos de nuestro pueblo, y todos decнan que eran por el cabo. Cuando los del lugar vieron tan de improviso vestidos de pastores a los dos escolares, quedaron admirados, y no podнan adivinar la causa que les habнa movido a hacer aquella tan estraсa mudanza. Ya en este tiempo era muerto el padre de nuestro Grisуstomo, y йl quedу heredado en mucha cantidad de hacienda, ansн en muebles como en raнces, y en no pequeсa cantidad de ganado, mayor y menor, y en gran cantidad de dineros; de todo lo cual quedу el mozo seсor desoluto, y en verdad que todo lo merecнa, que era muy buen compaсero y caritativo y amigo de los buenos, y tenнa una cara como una bendiciуn. Despuйs se vino a entender que el haberse mudado de traje no habнa sido por otra cosa que por andarse por estos despoblados en pos de aquella pastora Marcela que nuestro zagal nombrу denantes, de la cual se habнa enamorado el pobre difunto de Grisуstomo.» Y quiйroos decir agora, porque es bien que lo sepбis, quiйn es esta rapaza; quizб, y aun sin quizб, no habrйis oнdo semejante cosa en todos los dнas de vuestra vida, aunque vivбis mбs aсos que sarna.

-Decid Sarra -replicу don Quijote, no pudiendo sufrir el trocar de los vocablos del cabrero.

-Harto vive la sarna -respondiу Pedro-; y si es, seсor, que me habйis de andar zaheriendo a cada paso los vocablos, no acabaremos en un aсo.

-Perdonad, amigo -dijo don Quijote-; que por haber tanta diferencia de sarna a Sarra os lo dije; pero vos respondistes muy bien, porque vive mбs sarna que Sarra; y proseguid vuestra historia, que no os replicarй mбs en nada.

-«Digo, pues, seсor mнo de mi alma -dijo el cabrero-, que en nuestra aldea hubo un labrador aъn mбs rico que el padre de Grisуstomo, el cual se llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, amйn de las muchas y grandes riquezas, una hija, de cuyo parto muriу su madre, que fue la mбs honrada mujer que hubo en todos estos contornos. No parece sino que ahora la veo, con aquella cara que del un cabo tenнa el sol y del otro la luna; y, sobre todo, hacendosa y amiga de los pobres, por lo que creo que debe de estar su бnima a la hora de ahora gozando de Dios en el otro mundo. De pesar de la muerte de tan buena mujer muriу su marido Guillermo, dejando a su hija Marcela, muchacha y rica, en poder de un tнo suyo sacerdote y beneficiado en nuestro lugar. Creciу la niсa con tanta belleza, que nos hacнa acordar de la de su madre, que la tuvo muy grande; y, con todo esto, se juzgaba que le habнa de pasar la de la hija. Y asн fue, que, cuando llegу a edad de catorce a quince aсos, nadie la miraba que no bendecнa a Dios, que tan hermosa la habнa criado, y los mбs quedaban enamorados y perdidos por ella. Guardбbala su tнo con mucho recato y con mucho encerramiento; pero, con todo esto, la fama de su mucha hermosura se estendiу de manera que, asн por ella como por sus muchas riquezas, no solamente de los de nuestro pueblo, sino de los de muchas leguas a la redonda, y de los mejores dellos, era rogado, solicitado e importunado su tнo se la diese por mujer. Mas йl, que a las derechas es buen cristiano, aunque quisiera casarla luego, asн como la vнa de edad, no quiso hacerlo sin su consentimiento, sin tener ojo a la ganancia y granjerнa que le ofrecнa el tener la hacienda de la moza, dilatando su casamiento. Y a fe que se dijo esto en mбs de un corrillo en el pueblo, en alabanza del buen sacerdote.» Que quiero que sepa, seсor andante, que en estos lugares cortos de todo se trata y de todo se murmura; y tened para vos, como yo tengo para mн, que debнa de ser demasiadamente bueno el clйrigo que obliga a sus feligreses a que digan bien dйl, especialmente en las aldeas.

-Asн es la verdad -dijo don Quijote-, y proseguid adelante, que el cuento es muy bueno, y vos, buen Pedro, le contбis con muy buena gracia.

-La del Seсor no me falte, que es la que hace al caso. «Y en lo demбs sabrйis que, aunque el tнo proponнa a la sobrina y le decнa las calidades de cada uno en particular, de los muchos que por mujer la pedнan, rogбndole que se casase y escogiese a su gusto, jamбs ella respondiу otra cosa sino que por entonces no querнa casarse, y que, por ser tan muchacha, no se sentнa hбbil para poder llevar la carga del matrimonio. Con estas que daba, al parecer justas escusas, dejaba el tнo de importunarla, y esperaba a que entrase algo mбs en edad y ella supiese escoger compaснa a su gusto. Porque decнa йl, y decнa muy bien, que no habнan de dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad. Pero hйtelo aquн, cuando no me cato, que remanece un dнa la melindrosa Marcela hecha pastora; y, sin ser parte su tнo ni todos los del pueblo, que se lo desaconsejaban, dio en irse al campo con las demбs zagalas del lugar, y dio en guardar su mesmo ganado. Y, asн como ella saliу en pъblico y su hermosura se vio al descubierto, no os sabrй buenamente decir cuбntos ricos mancebos, hidalgos y labradores han tomado el traje de Grisуstomo y la andan requebrando por esos campos. Uno de los cuales, como ya estб dicho, fue nuestro difunto, del cual decнan que la dejaba de querer, y la adoraba. Y no se piense que porque Marcela se puso en aquella libertad y vida tan suelta y de tan poco o de ningъn recogimiento, que por eso ha dado indicio, ni por semejas, que venga en menoscabo de su honestidad y recato; antes es tanta y tal la vigilancia con que mira por su honra, que de cuantos la sirven y solicitan ninguno se ha alabado, ni con verdad se podrб alabar, que le haya dado alguna pequeсa esperanza de alcanzar su deseo. Que, puesto que no huye ni se esquiva de la compaснa y conversaciуn de los pastores, y los trata cortйs y amigablemente, en llegando a descubrirle su intenciуn cualquiera dellos, aunque sea tan justa y santa como la del matrimonio, los arroja de sн como con un trabuco. Y con esta manera de condiciуn hace mбs daсo en esta tierra que si por ella entrara la pestilencia; porque su afabilidad y hermosura atrae los corazones de los que la tratan a servirla y a amarla, pero su desdйn y desengaсo los conduce a tйrminos de desesperarse; y asн, no saben quй decirle, sino llamarla a voces cruel y desagradecida, con otros tнtulos a йste semejantes, que bien la calidad de su condiciуn manifiestan. Y si aquн estuviйsedes, seсor, algъn dнa, verнades resonar estas sierras y estos valles con los lamentos de los desengaсados que la siguen. No estб muy lejos de aquн un sitio donde hay casi dos docenas de altas hayas, y no hay ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado y escrito el nombre de Marcela; y encima de alguna, una corona grabada en el mesmo бrbol, como si mбs claramente dijera su amante que Marcela la lleva y la merece de toda la hermosura humana. Aquн sospira un pastor, allн se queja otro; acullб se oyen amorosas canciones, acб desesperadas endechas. Cuбl hay que pasa todas las horas de la noche sentado al pie de alguna encina o peсasco, y allн, sin plegar los llorosos ojos, embebecido y transportado en sus pensamientos, le hallу el sol a la maсana; y cuбl hay que, sin dar vado ni tregua a sus suspiros, en mitad del ardor de la mбs enfadosa siesta del verano, tendido sobre la ardiente arena, envнa sus quejas al piadoso cielo. Y dйste y de aquйl, y de aquйllos y de йstos, libre y desenfadadamente triunfa la hermosa Marcela; y todos los que la conocemos estamos esperando en quй ha de parar su altivez y quiйn ha de ser el dichoso que ha de venir a domeсar condiciуn tan terrible y gozar de hermosura tan estremada.» Por ser todo lo que he contado tan averiguada verdad, me doy a entender que tambiйn lo es la que nuestro zagal dijo que se decнa de la causa de la muerte de Grisуstomo. Y asн, os aconsejo, seсor, que no dejйis de hallaros maсana a su entierro, que serб muy de ver, porque Grisуstomo tiene muchos amigos, y no estб de este lugar a aquйl donde manda enterrarse media legua.

-En cuidado me lo tengo -dijo don Quijote-, y agradйzcoos el gusto que me habйis dado con la narraciуn de tan sabroso cuento.

-ЎOh! -replicу el cabrero-, aъn no sй yo la mitad de los casos sucedidos a los amantes de Marcela, mas podrнa ser que maсana topбsemos en el camino algъn pastor que nos los dijese. Y, por ahora, bien serб que os vais a dormir debajo de techado, porque el sereno os podrнa daсar la herida, puesto que es tal la medicina que se os ha puesto, que no hay que temer de contrario acidente.

Sancho Panza, que ya daba al diablo el tanto hablar del cabrero, solicitу, por su parte, que su amo se entrase a dormir en la choza de Pedro. Hнzolo asн, y todo lo mбs de la noche se le pasу en memorias de su seсora Dulcinea, a imitaciуn de los amantes de Marcela. Sancho Panza se acomodу entre Rocinante y su jumento, y durmiу, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces.



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Capнtulo XIII

Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros sucesos

MAS, APENAS comenzу a descubrirse el dнa por los balcones del oriente, cuando los cinco de los seis cabreros se levantaron y fueron a despertar a don Quijote, y a decille si estaba todavнa con propуsito de ir a ver el famoso entierro de Grisуstomo, y que ellos le harнan compaснa. Don Quijote, que otra cosa no deseaba, se levantу y mandу a Sancho que ensillase y enalbardase al momento, lo cual йl hizo con mucha diligencia, y con la mesma se pusieron luego todos en camino. Y no hubieron andado un cuarto de legua, cuando, al cruzar de una senda, vieron venir hacia ellos hasta seis pastores, vestidos con pellicos negros y coronadas las cabezas con guirnaldas de ciprйs y de amarga adelfa. Traнa cada uno un grueso bastуn de acebo en la mano. Venнan con ellos, asimesmo, dos gentiles hombres de a caballo, muy bien aderezados de camino, con otros tres mozos de a pie que los acompaсaban. En llegбndose a juntar, se saludaron cortйsmente, y, preguntбndose los unos a los otros dуnde iban, supieron que todos se encaminaban al lugar del entierro; y asн, comenzaron a caminar todos juntos.

Uno de los de a caballo, hablando con su compaсero, le dijo:

-Parйceme, seсor Vivaldo, que habemos de dar por bien empleada la tardanza que hiciйremos en ver este famoso entierro, que no podrб dejar de ser famoso, segъn estos pastores nos han contado estraсezas, ansн del muerto pastor como de la pastora homicida.

-Asн me lo parece a mн -respondiу Vivaldo-; y no digo yo hacer tardanza de un dнa, pero de cuatro la hiciera a trueco de verle.

Preguntуles don Quijote quй era lo que habнan oнdo de Marcela y de Grisуstomo. El caminante dijo que aquella madrugada habнan en[con]trado con aquellos pastores, y que, por haberles visto en aquel tan triste traje, les habнan preguntado la ocasiуn por que iban de aquella manera; que uno dellos se lo contу, contando la estraсeza y hermosura de una pastora llamada Marcela, y los amores de muchos que la recuestaban, con la muerte de aquel Grisуstomo a cuyo entierro iban. Finalmente, йl contу todo lo que Pedro a don Quijote habнa contado.

Cesу esta plбtica y comenzуse otra, preguntando el que se llamaba Vivaldo a don Quijote quй era la ocasiуn que le movнa a andar armado de aquella manera por tierra tan pacнfica. A lo cual respondiу don Quijote:

-La profesiуn de mi ejercicio no consiente ni permite que yo ande de otra manera. El buen paso, el regalo y el reposo, allб se inventу para los blandos cortesanos; mas el trabajo, la inquietud y las armas sуlo se inventaron e hicieron para aquellos que el mundo llama caballeros andantes, de los cuales yo, aunque indigno, soy el menor de todos.

Apenas le oyeron esto, cuando todos le tuvieron por loco; y, por averiguarlo mбs y ver quй gйnero de locura era el suyo, le tornу a preguntar Vivaldo que quй querнa decir «caballeros andantes».

-їNo han vuestras mercedes leнdo -respondiу don Quijote- los anales e historias de Ingalaterra, donde se tratan las famosas fazaсas del rey Arturo, que continuamente en nuestro romance castellano llamamos el rey Artъs, de quien es tradiciуn antigua y comъn en todo aquel reino de la Gran Bretaсa que este rey no muriу, sino que, por arte de encantamento, se convirtiу en cuervo, y que, andando los tiempos, ha de volver a reinar y a cobrar su reino y cetro; a cuya causa no se probarб que desde aquel tiempo a йste haya ningъn inglйs muerto cuervo alguno? Pues en tiempo deste buen rey fue instituida aquella famosa orden de caballerнa de los caballeros de la Tabla Redonda, y pasaron, sin faltar un punto, los amores que allн se cuentan de don Lanzarote del Lago con la reina Ginebra, siendo medianera dellos y sabidora aquella tan honrada dueсa Quintaсona, de donde naciу aquel tan sabido romance, y tan decantado en nuestra Espaсa, de:

Nunca fuera caballero

de damas tan bien servido

como fuera Lanzarote

cuando de Bretaсa vino;

con aquel progreso tan dulce y tan suave de sus amorosos y fuertes fechos. Pues desde entonces, de mano en mano, fue aquella orden de caballerнa estendiйndose y dilatбndose por muchas y diversas partes del mundo; y en ella fueron famosos y conocidos por sus fechos el valiente Amadнs de Gaula, con todos sus hijos y nietos, hasta la quinta generaciуn, y el valeroso Felixmarte de Hircania, y el nunca como se debe alabado Tirante el Blanco, y casi que en nuestros dнas vimos y comunicamos y oнmos al invencible y valeroso caballero don Belianнs de Grecia. Esto, pues, seсores, es ser caballero andante, y la que he dicho es la orden de su caballerнa; en la cual, como otra vez he dicho, yo, aunque pecador, he hecho profesiуn, y lo mesmo que profesaron los caballeros referidos profeso yo. Y asн, me voy por estas soledades y despoblados buscando las aventuras, con бnimo deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a la mбs peligrosa que la suerte me deparare, en ayuda de los flacos y menesterosos.

Por estas razones que dijo, acabaron de enterarse los caminantes que era don Quijote falto de juicio, y del gйnero de locura que lo seсoreaba, de lo cual recibieron la mesma admiraciуn que recibнan todos aquellos que de nuevo venнan en conocimiento della. Y Vivaldo, que era persona muy discreta y de alegre condiciуn, por pasar sin pesadumbre el poco camino que decнan que les faltaba, al llegar a la sierra del entierro, quiso darle ocasiуn a que pasase mбs adelante con sus disparates. Y asн, le dijo:

-Parйceme, seсor caballero andante, que vuestra merced ha profesado una de las mбs estrechas profesiones que hay en la tierra, y tengo para mн que aun la de los frailes cartujos no es tan estrecha.

-Tan estrecha bien podнa ser -respondiу nuestro don Quijote-, pero tan necesaria en el mundo no estoy en dos dedos de ponello en duda. Porque, si va a decir verdad, no hace menos el soldado que pone en ejecuciуn lo que su capitбn le manda que el mesmo capitбn que se lo ordena. Quiero decir que los religiosos, con toda paz y sosiego, piden al cielo el bien de la tierra; pero los soldados y caballeros ponemos en ejecuciуn lo que ellos piden, defendiйndola con el valor de nuestros brazos y filos de nuestras espadas; no debajo de cubierta, sino al cielo abierto, puestos por blanco de los insufribles rayos del sol en el verano y de los erizados yelos del invierno. Asн que, somos ministros de Dios en la tierra, y brazos por quien se ejecuta en ella su justicia. Y, como las cosas de la guerra y las a ellas tocantes y concernientes no se pueden poner en ejecuciуn sino sudando, afanando y trabajando, sнguese que aquellos que la profesan tienen, sin duda, mayor trabajo que aquellos que en sosegada paz y reposo estбn rogando a Dios favorezca a los que poco pueden. No quiero yo decir, ni me pasa por pensamiento, que es tan buen estado el de caballero andante como el del encerrado religioso; sуlo quiero inferir, por lo que yo padezco, que, sin duda, es mбs trabajoso y mбs aporreado, y mбs hambriento y sediento, miserable, roto y piojoso; porque no hay duda sino que los caballeros andantes pasados pasaron mucha malaventura en el discurso de su vida. Y si algunos subieron a ser emperadores por el valor de su brazo, a fe que les costу buen porquй de su sangre y de su sudor; y que si a los que a tal grado subieron les faltaran encantadores y sabios que los ayudaran, que ellos quedaran bien defraudados de sus deseos y bien engaсados de sus esperanzas.

-De ese parecer estoy yo -replicу el caminante-; pero una cosa, entre otras muchas, me parece muy mal de los caballeros andantes, y es que, cuando se ven en ocasiуn de acometer una grande y peligrosa aventura, en que se vee manifiesto peligro de perder la vida, nunca en aquel instante de acometella se acuerdan de encomendarse a Dios, como cada cristiano estб obligado a hacer en peligros semejantes; antes, se encomiendan a sus damas, con tanta gana y devociуn como si ellas fueran su Dios: cosa que me parece que huele algo a gentilidad.

-Seсor -respondiу don Quijote-, eso no puede ser menos en ninguna manera, y caerнa en mal caso el caballero andante que otra cosa hiciese; que ya estб en uso y costumbre en la caballerнa andantesca que el caballero andante que, al acometer algъn gran fecho de armas, tuviese su seсora delante, vuelva a ella los ojos blanda y amorosamente, como que le pide con ellos le favorezca y ampare en el dudoso trance que acomete; y aun si nadie le oye, estб obligado a decir algunas palabras entre dientes, en que de todo corazуn se le encomiende; y desto tenemos innumerables ejemplos en las historias. Y no se ha de entender por esto que han de dejar de encomendarse a Dios; que tiempo y lugar les queda para hacerlo en el discurso de la obra.

-Con todo eso -replicу el caminante-, me queda un escrъpulo, y es que muchas veces he leнdo que se traban palabras entre dos andantes caballeros, y, de una en otra, se les viene a encender la cуlera, y a volver los caballos y tomar una buena pieza del campo, y luego, sin mбs ni mбs, a todo el correr dellos, se vuelven a encontrar; y, en mitad de la corrida, se encomiendan a sus damas; y lo que suele suceder del encuentro es que el uno cae por las ancas del caballo, pasado con la lanza del contrario de parte a parte, y al otro le viene tambiйn que, a no tenerse a las crines del suyo, no pudiera dejar de venir al suelo. Y no sй yo cуmo el muerto tuvo lugar para encomendarse a Dios en el discurso de esta tan acelerada obra. Mejor fuera que las palabras que en la carrera gastу encomendбndose a su dama las gastara en lo que debнa y estaba obligado como cristiano. Cuanto mбs, que yo tengo para mн que no todos los caballeros andantes tienen damas a quien encomendarse, porque no todos son enamorados.

-Eso no puede ser -respondiу don Quijote-: digo que no puede ser que haya caballero andante sin dama, porque tan proprio y tan natural les es a los tales ser enamorados como al cielo tener estrellas, y a buen seguro que no se haya visto historia donde se halle caballero andante sin amores; y por el mesmo caso que estuviese sin ellos, no serнa tenido por legнtimo caballero, sino por bastardo, y que entrу en la fortaleza de la caballerнa dicha, no por la puerta, sino por las bardas, como salteador y ladrуn.

-Con todo eso -dijo el caminante-, me parece, si mal no me acuerdo, haber leнdo que don Galaor, hermano del valeroso Amadнs de Gaula, nunca tuvo dama seсalada a quien pudiese encomendarse; y, con todo esto, no fue tenido en menos, y fue un muy valiente y famoso caballero.

A lo cual respondiу nuestro don Quijote:

-Seсor, una golondrina sola no hace verano. Cuanto mбs, que yo sй que de secreto estaba ese caballero muy bien enamorado; fuera que, aquello de querer a todas bien cuantas bien le parecнan era condiciуn natural, a quien no podнa ir a la mano. Pero, en resoluciуn, averiguado estб muy bien que йl tenнa una sola a quien йl habнa hecho seсora de su voluntad, a la cual se encomendaba muy a menudo y muy secretamente, porque se preciу de secreto caballero.

-Luego, si es de esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado -dijo el caminante-, bien se puede creer que vuestra merced lo es, pues es de la profesiуn. Y si es que vuestra merced no se precia de ser tan secreto como don Galaor, con las veras que puedo le suplico, en nombre de toda esta compaснa y en el mнo, nos diga el nombre, patria, calidad y hermosura de su dama; que ella se tendrнa por dichosa de que todo el mundo sepa que es querida y servida de un tal caballero como vuestra merced parece.

Aquн dio un gran suspiro don Quijote y dijo:

-Yo no podrй afirmar si la dulce mi enemiga gusta, o no, de que el mundo sepa que yo la sirvo; sуlo sй decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa, pues es reina y seсora mнa; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quimйricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elнseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mбrmol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubriу la honestidad son tales, segъn yo pienso y entiendo, que sуlo la discreta consideraciуn puede encarecerlas, y no compararlas.

-El linaje, prosapia y alcurnia querrнamos saber -replicу Vivaldo.

A lo cual respondiу don Quijote:

-No es de los antiguos Curcios, Gayos y Cipiones romanos, ni de los modernos Colonas y Ursinos; ni de los Moncadas y Requesenes de Cataluсa, ni menos de los Rebellas y Villanovas de Valencia; Palafoxes, Nuzas, Rocabertis, Corellas, Lunas, Alagones, Urreas, Foces y Gurreas de Aragуn; Cerdas, Manriques, Mendozas y Guzmanes de Castilla; Alencastros, Pallas y Meneses de Portogal; pero es de los del Toboso de la Mancha, linaje, aunque moderno, tal, que puede dar generoso principio a las mбs ilustres familias de los venideros siglos. Y no se me replique en esto, si no fuere con las condiciones que puso Cervino al pie del trofeo de las armas de Orlando, que decнa:

NADIE LAS MUEVA

QUE ESTAR NO PUEDA CON ROLDБN A PRUEBA.

-Aunque el mнo es de los Cachopines de Laredo -respondiу el caminante-, no le osarй yo poner con el del Toboso de la Mancha, puesto que, para decir verdad, semejante apellido hasta ahora no ha llegado a mis oнdos.

-ЎComo eso no habrб llegado! -replicу don Quijote.

Con gran atenciуn iban escuchando todos los demбs la plбtica de los dos, y aun hasta los mesmos cabreros y pastores conocieron la demasiada falta de juicio de nuestro don Quijote. Sуlo Sancho Panza pensaba que cuanto su amo decнa era verdad, sabiendo йl quiйn era y habiйndole conocido desde su nacimiento; y en lo que dudaba algo era en creer aquello de la linda Dulcinea del Toboso, porque nunca tal nombre ni tal princesa habнa llegado jamбs a su noticia, aunque vivнa tan cerca del Toboso.

En estas plбticas iban, cuando vieron que, por la quiebra que dos altas montaсas hacнan, bajaban hasta veinte pastores, todos con pellicos de negra lana vestidos y coronados con guirnaldas, que, a lo que despuйs pareciу, eran cuбl de tejo y cuбl de ciprйs. Entre seis dellos traнan unas andas, cubiertas de mucha diversidad de flores y de ramos. Lo cual visto por uno de los cabreros, dijo:

-Aquellos que allн vienen son los que traen el cuerpo de Grisуstomo, y el pie de aquella montaсa es el lugar donde йl mandу que le enterrasen.

Por esto se dieron priesa a llegar, y fue a tiempo que ya los que venнan habнan puesto las andas en el suelo; y cuatro dellos con agudos picos estaban cavando la sepultura a un lado de una dura peсa.

Recibiйronse los unos y los otros cortйsmente; y luego don Quijote y los que con йl venнan se pusieron a mirar las andas, y en ellas vieron cubierto de flores un cuerpo muerto, vestido como pastor, de edad, al parecer, de treinta aсos; y, aunque muerto, mostraba que vivo habнa sido de rostro hermoso y de disposiciуn gallarda. Alrededor dйl tenнa en las mesmas andas algunos libros y muchos papeles, abiertos y cerrados. Y asн los que esto miraban, como los que abrнan la sepultura, y todos los demбs que allн habнa, guardaban un maravilloso silencio, hasta que uno de los que al muerto trujeron dijo a otro:

-Mirб bien, Ambrosio, si es йste el lugar que Grisуstomo dijo, ya [que] querйis que tan puntualmente se cumpla lo que dejу mandado en su testamento.

-Йste es -respondiу Ambrosio-; que muchas veces en йl me contу mi desdichado amigo la historia de su desventura. Allн me dijo йl que vio la vez primera a aquella enemiga mortal del linaje humano, y allн fue tambiйn donde la primera vez le declarу su pensamiento, tan honesto como enamorado, y allн fue la ъltima vez donde Marcela le acabу de desengaсar y desdeсar, de suerte que puso fin a la tragedia de su miserable vida. Y aquн, en memoria de tantas desdichas, quiso йl que le depositasen en las entraсas del eterno olvido.

Y, volviйndose a don Quijote y a los caminantes, prosiguiу diciendo:

-Ese cuerpo, seсores, que con piadosos ojos estбis mirando, fue depositario de un alma en quien el cielo puso infinita parte de sus riquezas. Йse es el cuerpo de Grisуstomo, que fue ъnico en el ingenio, solo en la cortesнa, estremo en la gentileza, fйnix en la amistad, magnнfico sin tasa, grave sin presunciуn, alegre sin bajeza, y, finalmente, primero en todo lo que es ser bueno, y sin segundo en todo lo que fue ser desdichado. Quiso bien, fue aborrecido; adorу, fue desdeсado; rogу a una fiera, importunу a un mбrmol, corriу tras el viento, dio voces a la soledad, sirviу a la ingratitud, de quien alcanzу por premio ser despojos de la muerte en la mitad de la carrera de su vida, a la cual dio fin una pastora a quien йl procuraba eternizar para que viviera en la memoria de las gentes, cual lo pudieran mostrar bien esos papeles que estбis mirando, si йl no me hubiera mandado que los entregara al fuego en habiendo entregado su cuerpo a la tierra.

-De mayor rigor y crueldad usarйis vos con ellos -dijo Vivaldo- que su mesmo dueсo, pues no es justo ni acertado que se cumpla la voluntad de quien lo que ordena va fuera de todo razonable discurso. Y no le tuviera bueno Augusto Cйsar si consintiera que se pusiera en ejecuciуn lo que el divino Mantuano dejу en su testamento mandado. Ansн que, seсor Ambrosio, ya que deis el cuerpo de vuestro amigo a la tierra, no querбis dar sus escritos al olvido; que si йl ordenу como agraviado, no es bien que vos cumplбis como indiscreto. Antes haced, dando la vida a estos papeles, que la tenga siempre la crueldad de Marcela, para que sirva de ejemplo, en los tiempos que estбn por venir, a los vivientes, para que se aparten y huyan de caer en semejantes despeсaderos; que ya sй yo, y los que aquн venimos, la historia deste vuestro enamorado y desesperado amigo, y sabemos la amistad vuestra, y la ocasiуn de su muerte, y lo que dejу mandado al acabar de la vida; de la cual lamentable historia se puede sacar cuбnto haya sido la crueldad de Marcela, el amor de Grisуstomo, la fe de la amistad vuestra, con el paradero que tienen los que a rienda suelta corren por la senda que el desvariado amor delante de los ojos les pone. Anoche supimos la muerte de Grisуstomo, y que en este lugar habнa de ser enterrado; y asн, de curiosidad y de lбstima, dejamos nuestro derecho viaje, y acordamos de venir a ver con los ojos lo que tanto nos habнa lastimado en oнllo. Y, en pago desta lбstima y del deseo que en nosotros naciу de remedialla si pudiйramos, te rogamos, Ўoh discreto Ambrosio! (a lo menos, yo te lo suplico de mi parte), que, dejando de abrasar estos papeles, me dejes llevar algunos dellos.

Y, sin aguardar que el pastor respondiese, alargу la mano y tomу algunos de los que mбs cerca estaban; viendo lo cual Ambrosio, dijo:

-Por cortesнa consentirй que os quedйis, seсor, con los que ya habйis tomado; pero pensar que dejarй de abrasar los que quedan es pensamiento vano.

Vivaldo, que deseaba ver lo que los papeles decнan, abriу luego el uno dellos y vio que tenнa por tнtulo: Canciуn desesperada. Oyуlo Ambrosio y dijo:

-Йse es el ъltimo papel que escribiу el desdichado; y, porque veбis, seсor, en el tйrmino que le tenнan sus desventuras, leelde de modo que seбis oнdo; que bien os darб lugar a ello el que se tardare en abrir la sepultura.

-Eso harй yo de muy buena gana -dijo Vivaldo.

Y, como todos los circunstantes tenнan el mesmo deseo, se le pusieron a la redonda; y йl, leyendo en voz clara, vio que asн decнa:



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Capнtulo XIV

Donde se ponen los versos desesperados del difunto pastor, con otros no esperados sucesos

CANCIУN DE GRISУSTOMO

YA QUE quieres, cruel, que se publique,

de lengua en lengua y de una en otra gente,

del бspero rigor tuyo la fuerza,

harй que el mesmo infierno comunique

al triste pecho mнo un son doliente,

con que el uso comъn de mi voz tuerza.

Y al par de mi deseo, que se esfuerza

a decir mi dolor y tus hazaсas,

de la espantable voz irб el acento,

y en йl mezcladas, por mayor tormento,

pedazos de las mнseras entraсas.

Escucha, pues, y presta atento oнdo,

no al concertado son, sino al rьido

que de lo hondo de mi amargo pecho,

llevado de un forzoso desvarнo,

por gusto mнo sale y tu despecho.

El rugir del leуn, del lobo fiero

el temeroso aullido, el silbo horrendo

de escamosa serpiente, el espantable

baladro de algъn monstruo, el agorero

graznar de la corneja, y el estruendo

del viento contrastado en mar instable;

del ya vencido toro el implacable

bramido, y de la viuda tortolilla

el sentible arrullar; el triste canto

del envidiado bъho, con el llanto

de toda la infernal negra cuadrilla,

salgan con la doliente бnima fuera,

mezclados en un son, de tal manera

que se confundan los sentidos todos,

pues la pena cruel que en mн se halla

para contalla pide nuevos modos.

De tanta confusiуn no las arenas

del padre Tajo oirбn los tristes ecos,

ni del famoso Betis las olivas:

que allн se esparcirбn mis duras penas

en altos riscos y en profundos huecos,

con muerta lengua y con palabras vivas;

o ya en escuros valles, o en esquivas

playas, desnudas de contrato humano,

o adonde el sol jamбs mostrу su lumbre,

o entre la venenosa muchedumbre

de fieras que alimenta el libio llano;

que, puesto que en los pбramos desiertos

los ecos roncos de mi mal, inciertos,

suenen con tu rigor tan sin segundo,

por privilegio de mis cortos hados,

serбn llevados por el ancho mundo.

Mata un desdйn, atierra la paciencia,

o verdadera o falsa, una sospecha;

matan los celos con rigor mбs fuerte;

desconcierta la vida larga ausencia;

contra un temor de olvido no aprovecha

firme esperanza de dichosa suerte.

En todo hay cierta, inevitable muerte;

mas yo, Ўmilagro nunca visto!, vivo

celoso, ausente, desdeсado y cierto

de las sospechas que me tienen muerto;

y en el olvido en quien mi fuego avivo,

y, entre tantos tormentos, nunca alcanza

mi vista a ver en sombra a la esperanza,

ni yo, desesperado, la procuro;

antes, por estremarme en mi querella,

estar sin ella eternamente juro.

їPuйdese, por ventura, en un instante

esperar y temer, o es bien hacello,

siendo las causas del temor mбs ciertas?

їTengo, si el duro celo estб delante,

de cerrar estos ojos, si he de vello

por mil heridas en el alma abiertas?

їQuiйn no abrirб de par en par las puertas

a la desconfianza, cuando mira

descubierto el desdйn, y las sospechas,

Ўoh amarga conversiуn!, verdades hechas,

y la limpia verdad vuelta en mentira?

ЎOh, en el reino de amor fieros tiranos

celos, ponedme un hierro en estas manos!

Dame, desdйn, una torcida soga.

Mas, Ўay de mн!, que, con cruel vitoria,

vuestra memoria el sufrimiento ahoga.

Yo muero, en fin; y, porque nunca espere

buen suceso en la muerte ni en la vida,

pertinaz estarй en mi fantasнa.

Dirй que va acertado el que bien quiere,

y que es mбs libre el alma mбs rendida

a la de amor antigua tiranнa.

Dirй que la enemiga siempre mнa

hermosa el alma como el cuerpo tiene,

y que su olvido de mi culpa nace,

y que, en fe de los males que nos hace,

amor su imperio en justa paz mantiene.

Y, con esta opiniуn y un duro lazo,

acelerando el miserable plazo

a que me han conducido sus desdenes,

ofrecerй a los vientos cuerpo y alma,

sin lauro o palma de futuros bienes.

Tъ, que con tantas sinrazones muestras

la razуn que me fuerza a que la haga

a la cansada vida que aborrezco,

pues ya ves que te da notorias muestras

esta del corazуn profunda llaga,

de cуmo, alegre, a tu rigor me ofrezco,

si, por dicha, conoces que merezco

que el cielo claro de tus bellos ojos

en mi muerte se turbe, no lo hagas;

que no quiero que en nada satisfagas,

al darte de mi alma los despojos.

Antes, con risa en la ocasiуn funesta,

descubre que el fin mнo fue tu fiesta;

mas gran simpleza es avisarte desto,

pues sй que estб tu gloria conocida

en que mi vida llegue al fin tan presto.

Venga, que es tiempo ya, del hondo abismo

Tбntalo con su sed; Sнsifo venga

con el peso terrible de su canto;

Ticio traya su buitre, y ansimismo

con su rueda Egпуn no se detenga,

ni las hermanas que trabajan tanto;

y todos juntos su mortal quebranto

trasladen en mi pecho, y en voz baja

-si ya a un desesperado son debidas-

canten obsequias tristes, doloridas,

al cuerpo a quien se niegue aun la mortaja.

Y el portero infernal de los tres rostros,

con otras mil quimeras y mil monstros,

lleven el doloroso contrapunto;

que otra pompa mejor no me parece

que la merece un amador difunto.

Canciуn desesperada, no te quejes

cuando mi triste compaснa dejes;

antes, pues que la causa do naciste

con mi desdicha augmenta su ventura,

aun en la sepultura no estйs triste.


Bien les pareciу, a los que escuchado habнan, la canciуn de Grisуstomo, puesto que el que la leyу dijo que no le parecнa que conformaba con la relaciуn que йl habнa oнdo del recato y bondad de Marcela, porque en ella se quejaba Grisуstomo de celos, sospechas y de ausencia, todo en perjuicio del buen crйdito y buena fama de Marcela. A lo cual respondiу Ambrosio, como aquel que sabнa bien los mбs escondidos pensamientos de su amigo:

-Para que, seсor, os satisfagбis desa duda, es bien que sepбis que cuando este desdichado escribiу esta canciуn estaba ausente de Marcela, de quien йl se habнa ausentado por su voluntad, por ver si usaba con йl la ausencia de sus ordinarios fueros. Y, como al enamorado ausente no hay cosa que no le fatigue ni temor que no le dй alcance, asн le fatigaban a Grisуstomo los celos imaginados y las sospechas temidas como si fueran verdaderas. Y con esto queda en su punto la verdad que la fama pregona de la bondad de Marcela; la cual, fuera de ser cruel, y un poco arrogante y un mucho desdeсosa, la mesma envidia ni debe ni puede ponerle falta alguna.

-Asн es la verdad -respondiу Vivaldo.

Y, queriendo leer otro papel de los que habнa reservado del fuego, lo estorbу una maravillosa visiуn -que tal parecнa ella- que improvisamente se les ofreciу a los ojos; y fue que, por cima de la peсa donde se cavaba la sepultura, pareciу la pastora Marcela, tan hermosa que pasaba a su fama su hermosura. Los que hasta entonces no la habнan visto la miraban con admiraciуn y silencio, y los que ya estaban acostumbrados a verla no quedaron menos suspensos que los que nunca la habнan visto. Mas, apenas la hubo visto Ambrosio, cuando, con muestras de бnimo indignado, le dijo:

-їVienes a ver, por ventura, Ўoh fiero basilisco destas montaсas!, si con tu presencia vierten sangre las heridas deste miserable a quien tu crueldad quitу la vida? їO vienes a ufanarte en las crueles hazaсas de tu condiciуn, o a ver desde esa altura, como otro despiadado Nero, el incendio de su abrasada Roma, o a pisar, arrogante, este desdichado cadбver, como la ingrata hija al de su padre Tarquino? Dinos presto a lo que vienes, o quй es aquello de que mбs gustas; que, por saber yo que los pensamientos de Grisуstomo jamбs dejaron de obedecerte en vida, harй que, aun йl muerto, te obedezcan los de todos aquellos que se llamaron sus amigos.

-No vengo, Ўoh Ambrosio!, a ninguna cosa de las que has dicho -respondiу Marcela-, sino a volver por mн misma, y a dar a entender cuбn fuera de razуn van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisуstomo me culpan; y asн, ruego a todos los que aquн estбis me estйis atentos, que no serб menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos.

«Hнzome el cielo, segъn vosotros decнs, hermosa, y de tal manera que, sin ser poderosos a otra cosa, a que me amйis os mueve mi hermosura; y, por el amor que me mostrбis, decнs, y aun querйis, que estй yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razуn de ser amado, estй obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y mбs, que podrнa acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y, siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir ''Quiйrote por hermosa; hasme de amar aunque sea feo''. Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, serнa un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuбl habнan de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habнan de ser los deseos. Y, segъn yo he oнdo decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto asн, como yo creo que lo es, їpor quй querйis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no mбs de que decнs que me querйis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, їfuera justo que me quejara de vosotros porque no me amбbades? Cuanto mбs, que habйis de considerar que yo no escogн la hermosura que tengo; que, tal cual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y, asн como la vнbora no merece ser culpada por la ponzoсa que tiene, puesto que con ella mata, por habйrsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda, que ni йl quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y al alma mбs adornan y hermosean, їpor quй la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intenciуn de aquel que, por sуlo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda?

»Yo nacн libre, y para poder vivir libre escogн la soledad de los campos. Los бrboles destas montaсas son mi compaснa, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los бrboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengaсado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisуstomo ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos bien se puede decir que antes le matу su porfнa que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que, cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubriу la bondad de su intenciуn, le dije yo que la mнa era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si йl, con todo este desengaсo, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, їquй mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intenciуn y prosupuesto. Porfiу desengaсado, desesperу sin ser aborrecido: Ўmirad ahora si serб razуn que de su pena se me dй a mн la culpa! Quйjese el engaсado, desespйrese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confнese el que yo llamare, ufбnese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaсo, llamo ni admito.

»El cielo aъn hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elecciуn es escusado. Este general desengaсo sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiйndase, de aquн adelante, que si alguno por mн muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los desengaсos no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, dйjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida ni los buscarб, servirб, conocerб ni seguirб en ninguna manera. Que si a Grisуstomo matу su impaciencia y arrojado deseo, їpor quй se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compaснa de los бrboles, їpor quй ha de querer que la pierda el que quiere que la tenga con los hombres? Yo, como sabйis, tengo riquezas propias y no codicio las ajenas; tengo libre condiciуn y no gusto de sujetarme: ni quiero ni aborrezco a nadie. No engaсo a йste ni solicito aquйl, ni burlo con uno ni me entretengo con el otro. La conversaciуn honesta de las zagalas destas aldeas y el cuidado de mis cabras me entretiene. Tienen mis deseos por tйrmino estas montaсas, y si de aquн salen, es a contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera.

Y, en diciendo esto, sin querer oнr respuesta alguna, volviу las espaldas y se entrу por lo mбs cerrado de un monte que allн cerca estaba, dejando admirados, tanto de su discreciуn como de su hermosura, a todos los que allн estaban. Y algunos dieron muestras -de aquellos que de la poderosa flecha de los rayos de sus bellos ojos estaban heridos- de quererla seguir, sin aprovecharse del manifiesto desengaсo que habнan oнdo. Lo cual visto por don Quijote, pareciйndole que allн venнa bien usar de su caballerнa, socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puсo de su espada, en altas e inteligibles voces, dijo:

-Ninguna persona, de cualquier estado y condiciуn que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, so pena de caer en la furiosa indignaciуn mнa. Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisуstomo, y cuбn ajena vive de condescender con los deseos de ninguno de sus amantes, a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo, pues muestra que en йl ella es sola la que con tan honesta intenciуn vive.

O ya que fuese por las amenazas de don Quijote, o porque Ambrosio les dijo que concluyesen con lo que a su buen amigo debнan, ninguno de los pastores se moviу ni apartу de allн hasta que, acabada la sepultura y abrasados los papeles de Grisуstomo, pusieron su cuerpo en ella, no sin muchas lбgrimas de los circunstantes. Cerraron la sepultura con una gruesa peсa, en tanto que se acababa una losa que, segъn Ambrosio dijo, pensaba mandar hacer, con un epitafio que habнa de decir desta manera:

YACE AQUН DE UN AMADOR

EL MНSERO CUERPO HELADO,

QUE FUE PASTOR DE GANADO,

PERDIDO POR DESAMOR.

MURIУ A MANOS DEL RIGOR

DE UNA ESQUIVA HERMOSA INGRATA,

CON QUIEN SU IMPERIO DILATA

LA TIRANНA DE AMOR.

Luego esparcieron por cima de la sepultura muchas flores y ramos, y, dando todos el pйsame a su amigo Ambrosio, se despidieron dйl. Lo mesmo hicieron Vivaldo y su compaсero, y don Quijote se despidiу de sus huйspedes y de los caminantes, los cuales le rogaron se viniese con ellos a Sevilla, por ser lugar tan acomodado a hallar aventuras, que en cada calle y tras cada esquina se ofrecen mбs que en otro alguno. Don Quijote les agradeciу el aviso y el бnimo que mostraban de hacerle merced, y dijo que por entonces no querнa ni debнa ir a Sevilla, hasta que hubiese despojado todas aquellas sierras de ladrones malandrines, de quien era fama que todas estaban llenas. Viendo su buena determinaciуn, no quisieron los caminantes importunarle mбs, sino, tornбndose a despedir de nuevo, le dejaron y prosiguieron su camino, en el cual no les faltу de quй tratar, asн de la historia de Marcela y Grisуstomo como de las locuras de don Quijote. El cual determinу de ir a buscar a la pastora Marcela y ofrecerle todo lo que йl podнa en su servicio. Mas no le avino como йl pensaba, segъn se cuenta en el discurso desta verdadera historia, dando aquн fin la segunda parte.



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1820

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Tercera parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

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1921

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Capнtulo XV

Donde se cuenta la desgraciada aventura que se topу don Quijote en topar con unos desalmados yangьeses

CUENTA el sabio Cide Hamete Benengeli que, asн como don Quijote se despidiу de sus huйspedes y de todos los que se hallaron al entierro del pastor Grisуstomo, йl y su escudero se entraron por el mesmo bosque donde vieron que se habнa entrado la pastora Marcela; y, habiendo andado mбs de dos horas por йl, buscбndola por todas partes sin poder hallarla, vinieron a parar a un prado lleno de fresca yerba, junto del cual corrнa un arroyo apacible y fresco; tanto, que convidу y forzу a pasar allн las horas de la siesta, que rigurosamente comenzaba ya a entrar.

Apeбronse don Quijote y Sancho, y, dejando al jumento y a Rocinante a sus anchuras pacer de la mucha yerba que allн habнa, dieron saco a las alforjas, y, sin cerimonia alguna, en buena paz y compaснa, amo y mozo comieron lo que en ellas hallaron.

No se habнa curado Sancho de echar sueltas a Rocinante, seguro de que le conocнa por tan manso y tan poco rijoso que todas las yeguas de la dehesa de Cуrdoba no le hicieran tomar mal siniestro. Ordenу, pues, la suerte, y el diablo, que no todas veces duerme, que andaban por aquel valle paciendo una manada de hacas galicianas de unos arrieros gallegos, de los cuales es costumbre sestear con su recua en lugares y sitios de yerba y agua; y aquel donde acertу a hallarse don Quijote era muy a propуsito de los gallegos.

Sucediу, pues, que a Rocinante le vino en deseo de refocilarse con las seсoras facas; y saliendo, asн como las oliу, de su natural paso y costumbre, sin pedir licencia [a] su dueсo, tomу un trotico algo picadillo y se fue a comunicar su necesidad con ellas. Mas ellas, que, a lo que pareciу, debнan de tener mбs gana de pacer que de бl, recibiйronle con las herraduras y con los dientes, de tal manera que, a poco espacio, se le rompieron las cinchas y quedу, sin silla, en pelota. Pero lo que йl debiу mбs de sentir fue que, viendo los arrieros la fuerza que a sus yeguas se les hacнa, acudieron con estacas, y tantos palos le dieron que le derribaron malparado en el suelo.

Ya en esto don Quijote y Sancho, que la paliza de Rocinante habнan visto, llegaban ijadeando; y dijo don Quijote a Sancho:

-A lo que yo veo, amigo Sancho, йstos no son caballeros, sino gente soez y de baja ralea. Dнgolo porque bien me puedes ayudar a tomar la debida venganza del agravio que delante de nuestros ojos se le ha hecho a Rocinante.

-їQuй diablos de venganza hemos de tomar -respondiу Sancho-, si йstos son mбs de veinte y nosotros no mбs de dos, y aun, quizб, nosotros sino uno y medio?

-Yo valgo por ciento -replicу don Quijote.

Y, sin hacer mбs discursos, echу mano a su espada y arremetiу a los gallegos, y lo mesmo hizo Sancho Panza, incitado y movido del ejemplo de su amo. Y, a las primeras, dio don Quijote una cuchillada a uno, que le abriу un sayo de cuero de que venнa vestido, con gran parte de la espalda.

Los gallegos, que se vieron maltratar de aquellos dos hombres solos, siendo ellos tantos, acudieron a sus estacas, y, cogiendo a los dos en medio, comenzaron a menudear sobre ellos con grande ahнnco y vehemencia. Verdad es que al segundo toque dieron con Sancho en el suelo, y lo mesmo le avino a don Quijote, sin que le valiese su destreza y buen бnimo; y quiso su ventura que viniese a caer a los pies de Rocinante, que aъn no se habнa levantado; donde se echa de ver la furia con que machacan estacas puestas en manos rъsticas y enojadas.

Viendo, pues, los gallegos el mal recado que habнan hecho, con la mayor presteza que pudieron, cargaron su recua y siguieron su camino, dejando a los dos aventureros de mala traza y de peor talante.

El primero que se resintiу fue Sancho Panza; y, hallбndose junto a su seсor, con voz enferma y lastimada, dijo:

-ЎSeсor don Quijote! ЎAh, seсor don Quijote!

-їQuй quieres, Sancho hermano? -respondiу don Quijote con el mesmo tono afeminado y doliente que Sancho.

-Querrнa, si fuese posible -respondiу Sancho Panza-, que vuestra merced me diese dos tragos de aquella bebida del feo Blas, si es que la tiene vuestra merced ahн a mano. Quizб serб de provecho para los quebrantamientos de huesos como lo es para las feridas.

-Pues, a tenerla yo aquн, desgraciado yo, їquй nos faltaba? -respondiу don Quijote-. Mas yo te juro, Sancho Panza, a fe de caballero andante, que antes que pasen dos dнas, si la fortuna no ordena otra cosa, la tengo de tener en mi poder, o mal me han de andar las manos.

-Pues їen cuбntos le parece a vuestra merced que podremos mover los pies? -replicу Sancho Panza.

-De mн sй decir -dijo el molido caballero don Quijote- que no sabrй poner tйrmino a esos dнas. Mas yo me tengo la culpa de todo, que no habнa de poner mano a la espada contra hombres que no fuesen armados caballeros como yo; y asн, creo que, en pena de haber pasado las leyes de la caballerнa, ha permitido el dios de las batallas que se me diese este castigo. Por lo cual, Sancho Panza, conviene que estйs advertido en esto que ahora te dirй, porque importa mucho a la salud de entrambos; y es que, cuando veas que semejante canalla nos hace algъn agravio, no aguardes a que yo ponga mano al espada para ellos, porque no lo harй en ninguna manera, sino pon tъ mano a tu espada y castнgalos muy a tu sabor; que si en su ayuda y defensa acudieren caballeros, yo te sabrй defender y ofendellos con todo mi poder; que ya habrбs visto por mil seсales y experiencias hasta adуnde se estiende el valor de este mi fuerte brazo.

Tal quedу de arrogante el pobre seсor con el vencimiento del valiente vizcaнno. Mas no le pareciу tan bien a Sancho Panza el aviso de su amo que dejase de responder, diciendo:

-Seсor, yo soy hombre pacнfico, manso, sosegado, y sй disimular cualquiera injuria, porque tengo mujer y hijos que sustentar y criar. Asн que, sйale a vuestra merced tambiйn aviso, pues no puede ser mandato, que en ninguna manera pondrй mano a la espada, ni contra villano ni contra caballero; y que, desde aquн para delante de Dios, perdono cuantos agravios me han hecho y han de hacer: ora me los haya hecho, o haga o haya de hacer, persona alta o baja, rico o pobre, hidalgo o pechero, sin eceptar estado ni condiciуn alguna.

Lo cual oнdo por su amo, le respondiу:

-Quisiera tener aliento para poder hablar un poco descansado, y que el dolor que tengo en esta costilla se aplacara tanto cuanto, para darte a entender, Panza, en el error en que estбs. Ven acб, pecador; si el viento de la fortuna, hasta ahora tan contrario, en nuestro favor se vuelve, llevбndonos las velas del deseo para que seguramente y sin contraste alguno tomemos puerto en alguna de las нnsulas que te tengo prometida, їquй serнa de ti si, ganбndola yo, te hiciese seсor della? Pues їlo vendrбs a imposibilitar por no ser caballero, ni quererlo ser, ni tener valor ni intenciуn de vengar tus injurias y defender tu seсorнo? Porque has de saber que en los reinos y provincias nuevamente conquistados nunca estбn tan quietos los бnimos de sus naturales, ni tan de parte del nuevo seсor que no se tengan temor de que han de hacer alguna novedad para alterar de nuevo las cosas, y volver, como dicen, a probar ventura; y asн, es menester que el nuevo posesor tenga entendimiento para saberse gobernar, y valor para ofender y defenderse en cualquiera acontecimiento.

-En este que ahora nos ha acontecido -respondiу Sancho-, quisiera yo tener ese entendimiento y ese valor que vuestra merced dice; mas yo le juro, a fe de pobre hombre, que mбs estoy para bizmas que para plбticas. Mire vuestra merced si se puede levantar, y ayudaremos a Rocinante, aunque no lo merece, porque йl fue la causa principal de todo este molimiento. Jamбs tal creн de Rocinante, que le tenнa por persona casta y tan pacнfica como yo. En fin, bien dicen que es menester mucho tiempo para venir a conocer las personas, y que no hay cosa segura en esta vida. їQuiйn dijera que tras de aquellas tan grandes cuchilladas como vuestra merced dio a aquel desdichado caballero andante, habнa de venir, por la posta y en seguimiento suyo, esta tan grande tempestad de palos que ha descargado sobre nuestras espaldas?

-Aun las tuyas, Sancho -replicу don Quijote-, deben de estar hechas a semejantes nublados; pero las mнas, criadas entre sinabafas y holandas, claro estб que sentirбn mбs el dolor desta desgracia. Y si no fuese porque imagino..., їquй digo imagino?, sй muy cierto, que todas estas incomodidades son muy anejas al ejercicio de las armas, aquн me dejarнa morir de puro enojo.

A esto replicу el escudero:

-Seсor, ya que estas desgracias son de la cosecha de la caballerнa, dнgame vuestra merced si suceden muy a menudo, o si tienen sus tiempos limitados en que acaecen; porque me parece a mн que a dos cosechas quedaremos inъtiles para la tercera, si Dios, por su infinita misericordia, no nos socorre.

-Sбbete, amigo Sancho -respondiу don Quijote-, que la vida de los caballeros andantes estб sujeta a mil peligros y desventuras; y, ni mбs ni menos, estб en potencia propincua de ser los caballeros andantes reyes y emperadores, como lo ha mostrado la experiencia en muchos y diversos caballeros, de cuyas historias yo tengo entera noticia. Y pudiйrate contar agora, si el dolor me diera lugar, de algunos que, sуlo por el valor de su brazo, han subido a los altos grados que he contado; y estos mesmos se vieron antes y despuйs en diversas calamidades y miserias. Porque el valeroso Amadнs de Gaula se vio en poder de su mortal enemigo Arcalбus el encantador, de quien se tiene por averiguado que le dio, teniйndole preso, mбs de docientos azotes con las riendas de su caballo, atado a una coluna de un patio. Y aun hay un autor secreto, y de no poco crйdito, que dice que, habiendo cogido al Caballero del Febo con una cierta trampa que se le hundiу debajo de los pies, en un cierto castillo, y al caer, se hallу en una honda sima debajo de tierra, atado de pies y manos, y allн le echaron una destas que llaman melecinas, de agua de nieve y arena, de lo que llegу muy al cabo; y si no fuera socorrido en aquella gran cuita de un sabio grande amigo suyo, lo pasara muy mal el pobre caballero. Ansн que, bien puedo yo pasar entre tanta buena gente; que mayores afrentas son las que йstos pasaron, que no las que ahora nosotros pasamos. Porque quiero hacerte sabidor, Sancho, que no afrentan las heridas que se dan con los instrumentos que acaso se hallan en las manos; y esto estб en la ley del duelo, escrito por palabras expresas: que si el zapatero da a otro con la horma que tiene en la mano, puesto que verdaderamente es de palo, no por eso se dirб que queda apaleado aquel a quien dio con ella. Digo esto porque no pienses que, puesto que quedamos desta pendencia molidos, quedamos afrentados; porque las armas que aquellos hombres traнan, con que nos machacaron, no eran otras que sus estacas, y ninguno dellos, a lo que se me acuerda, tenнa estoque, espada ni puсal.

-No me dieron a mн lugar -respondiу Sancho- a que mirase en tanto; porque, apenas puse mano a mi tizona, cuando me santiguaron los hombros con sus pinos, de manera que me quitaron la vista de los ojos y la fuerza de los pies, dando conmigo adonde ahora yago, y adonde no me da pena alguna el pensar si fue afrenta o no lo de los estacazos, como me la da el dolor de los golpes, que me han de quedar tan impresos en la memoria como en las espaldas.

-Con todo eso, te hago saber, hermano Panza -replicу don Quijote-, que no hay memoria a quien el tiempo no acabe, ni dolor que muerte no le consuma.

-Pues їquй mayor desdicha puede ser -replicу Panza- de aquella que aguarda al tiempo que la consuma y a la muerte que la acabe? Si esta nuestra desgracia fuera de aquellas que con un par de bizmas se curan, aun no tan malo; pero voy viendo que no han de bastar todos los emplastos de un hospital para ponerlas en buen tйrmino siquiera.

-Dйjate deso y saca fuerzas de flaqueza, Sancho -respondiу don Quijote-, que asн harй yo, y veamos cуmo estб Rocinante; que, a lo que me parece, no le ha cabido al pobre la menor parte desta desgracia.

-No hay de quй maravillarse deso -respondiу Sancho-, siendo йl tan buen caballero andante; de lo que yo me maravillo es de que mi jumento haya quedado libre y sin costas donde nosotros salimos sin costillas.

-Siempre deja la ventura una puerta abierta en las desdichas, para dar remedio a ellas -dijo don Quijote-. Dнgolo porque esa bestezuela podrб suplir ahora la falta de Rocinante, llevбndome a mн desde aquн a algъn castillo donde sea curado de mis feridas. Y mбs, que no tendrй a deshonra la tal caballerнa, porque me acuerdo haber leнdo que aquel buen viejo Sileno, ayo y pedagogo del alegre dios de la risa, cuando entrу en la ciudad de las cien puertas iba, muy a su placer, caballero sobre un muy hermoso asno.

-Verdad serб que йl debнa de ir caballero, como vuestra merced dice -respondiу Sancho-, pero hay grande diferencia del ir caballero al ir atravesado como costal de basura.

A lo cual respondiу don Quijote:

-Las feridas que se reciben en las batallas, antes dan honra que la quitan. Asн que, Panza amigo, no me repliques mбs, sino, como ya te he dicho, levбntate lo mejor que pudieres y ponme de la manera que mбs te agradare encima de tu jumento, y vamos de aquн antes que la noche venga y nos saltee en este despoblado.

-Pues yo he oнdo decir a vuestra merced -dijo Panza- que es muy de caballeros andantes el dormir en los pбramos y desiertos lo mбs del aсo, y que lo tienen a mucha ventura.

-Eso es -dijo don Quijote- cuando no pueden mбs, o cuando estбn enamorados; y es tan verdad esto, que ha habido caballero que se ha estado sobre una peсa, al sol y a la sombra, y a las inclemencias del cielo, dos aсos, sin que lo supiese su seсora. Y uno dйstos fue Amadнs, cuando, llamбndose Beltenebros, se alojу en la Peсa Pobre, ni sй si ocho aсos o ocho meses, que no estoy muy bien en la cuenta: basta que йl estuvo allн haciendo penitencia, por no sй quй sinsabor que le hizo la seсora Oriana. Pero dejemos ya esto, Sancho, y acaba, antes que suceda otra desgracia al jumento, como a Rocinante.

-Aun ahн serнa el diablo -dijo Sancho.

Y, despidiendo treinta ayes, y sesenta sospiros, y ciento y veinte pйsetes y reniegos de quien allн le habнa traнdo, se levantу, quedбndose agobiado en la mitad del camino, como arco turquesco, sin poder acabar de enderezarse; y con todo este trabajo aparejу su asno, que tambiйn habнa andado algo destraнdo con la demasiada libertad de aquel dнa. Levantу luego a Rocinante, el cual, si tuviera lengua con que quejarse, a buen seguro que Sancho ni su amo no le fueran en zaga.

En resoluciуn, Sancho acomodу a don Quijote sobre el asno y puso de reata a Rocinante; y, llevando al asno de cabestro, se encaminу, poco mбs a menos, hacia donde le pareciу que podнa estar el camino real. Y la suerte, que sus cosas de bien en mejor iba guiando, aъn no hubo andado una pequeсa legua, cuando le deparу el camino, en el cual descubriу una venta que, a pesar suyo y gusto de don Quijote, habнa de ser castillo. Porfiaba Sancho que era venta, y su amo que no, sino castillo; y tanto durу la porfнa, que tuvieron lugar, sin acabarla, de llegar a ella, en la cual Sancho se entrу, sin mбs averiguaciуn, con toda su recua.



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Capнtulo XVI

De lo que le sucediу al ingenioso hidalgo en la venta que йl imaginaba ser castillo

EL VENTERO, que vio a don Quijote atravesado en el asno, preguntу a Sancho quй mal traнa. Sancho le respondiу que no era nada, sino que habнa dado una caнda de una peсa abajo, y que venнa algo brumadas las costillas. Tenнa el ventero por mujer a una, no de la condiciуn que suelen tener las de semejante trato, porque naturalmente era caritativa y se dolнa de las calamidades de sus prуjimos; y asн, acudiу luego a curar a don Quijote y hizo que una hija suya, doncella, muchacha y de muy buen parecer, la ayudase a curar a su huйsped. Servнa en la venta, asimesmo, una moza asturiana, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta y del otro no muy sana. Verdad es que la gallardнa del cuerpo suplнa las demбs faltas: no tenнa siete palmos de los pies a la cabeza, y las espaldas, que algъn tanto le cargaban, la hacнan mirar al suelo mбs de lo que ella quisiera. Esta gentil moza, pues, ayudу a la doncella, y las dos hicieron una muy mala cama a don Quijote en un camaranchуn que, en otros tiempos, daba manifiestos indicios que habнa servido de pajar muchos aсos. En la cual tambiйn alojaba un arriero, que tenнa su cama hecha un poco mбs allб de la de nuestro don Quijote. Y, aunque era de las enjalmas y mantas de sus machos, hacнa mucha ventaja a la de don Quijote, que sуlo contenнa cuatro mal lisas tablas, sobre dos no muy iguales bancos, y un colchуn que en lo sutil parecнa colcha, lleno de bodoques, que, a no mostrar que eran de lana por algunas roturas, al tiento, en la dureza, semejaban de guijarro, y dos sбbanas hechas de cuero de adarga, y una frazada, cuyos hilos, si se quisieran contar, no se perdiera uno solo de la cuenta.

En esta maldita cama se acostу don Quijote, y luego la ventera y su hija le emplastaron de arriba abajo, alumbrбndoles Maritornes, que asн se llamaba la asturiana; y, como al bizmalle viese la ventera tan acardenalado a partes a don Quijote, dijo que aquello mбs parecнan golpes que caнda.

-No fueron golpes -dijo Sancho-, sino que la peсa tenнa muchos picos y tropezones.

Y que cada uno habнa hecho su cardenal. Y tambiйn le dijo:

-Haga vuestra merced, seсora, de manera que queden algunas estopas, que no faltarб quien las haya menester; que tambiйn me duelen a mн un poco los lomos.

-Desa manera -respondiу la ventera-, tambiйn debistes vos de caer.

-No caн -dijo Sancho Panza-, sino que del sobresalto que tomй de ver caer a mi amo, de tal manera me duele a mн el cuerpo que me parece que me han dado mil palos.

-Bien podrб ser eso -dijo la doncella-; que a mн me ha acontecido muchas veces soсar que caнa de una torre abajo y que nunca acababa de llegar al suelo, y, cuando despertaba del sueсo, hallarme tan molida y quebrantada como si verdaderamente hubiera caнdo.

-Ahн estб el toque, seсora -respondiу Sancho Panza-: que yo, sin soсar nada, sino estando mбs despierto que ahora estoy, me hallo con pocos menos cardenales que mi seсor don Quijote.

-їCуmo se llama este caballero? -preguntу la asturiana Maritornes.

-Don Quijote de la Mancha -respondiу Sancho Panza-, y es caballero aventurero, y de los mejores y mбs fuertes que de luengos tiempos acб se han visto en el mundo.

-їQuй es caballero aventurero? -replicу la moza.

-їTan nueva sois en el mundo que no lo sabйis vos? -respondiу Sancho Panza-. Pues sabed, hermana mнa, que caballero aventurero es una cosa que en dos palabras se ve apaleado y emperador. Hoy estб la mбs desdichada criatura del mundo y la mбs menesterosa, y maсana tendrнa dos o tres coronas de reinos que dar a su escudero.

-Pues їcуmo vos, siйndolo deste tan buen seсor -dijo la ventera-, no tenйis, a lo que parece, siquiera algъn condado?

-Aъn es temprano -respondiу Sancho-, porque no ha sino un mes que andamos buscando las aventuras, y hasta ahora no hemos topado con ninguna que lo sea. Y tal vez hay que se busca una cosa y se halla otra. Verdad es que, si mi seсor don Quijote sana desta herida o caнda y yo no quedo contrecho della, no trocarнa mis esperanzas con el mejor tнtulo de Espaсa.

Todas estas plбticas estaba escuchando, muy atento, don Quijote, y, sentбndose en el lecho como pudo, tomando de la mano a la ventera, le dijo:

-Creedme, fermosa seсora, que os podйis llamar venturosa por haber alojado en este vuestro castillo a mi persona, que es tal, que si yo no la alabo, es por lo que suele decirse que la alabanza propria envilece; pero mi escudero os dirб quiйn soy. Sуlo os digo que tendrй eternamente escrito en mi memoria el servicio que me habedes fecho, para agradecйroslo mientras la vida me durare; y pluguiera a los altos cielos que el amor no me tuviera tan rendido y tan sujeto a sus leyes, y los ojos de aquella hermosa ingrata que digo entre mis dientes; que los desta fermosa doncella fueran seсores de mi libertad.

Confusas estaban la ventera y su hija y la buena de Maritornes oyendo las razones del andante caballero, que asн las entendнan como si hablara en griego, aunque bien alcanzaron que todas se encaminaban a ofrecimiento y requiebros; y, como no usadas a semejante lenguaje, mirбbanle y admirбbanse, y parecнales otro hombre de los que se usaban; y, agradeciйndole con venteriles razones sus ofrecimientos, le dejaron; y la asturiana Maritornes curу a Sancho, que no menos lo habнa menester que su amo.

Habнa el arriero concertado con ella que aquella noche se refocilarнan juntos, y ella le habнa dado su palabra de que, en estando sosegados los huйspedes y durmiendo sus amos, le irнa a buscar y satisfacerle el gusto en cuanto le mandase. Y cuйntase desta buena moza que jamбs dio semejantes palabras que no las cumpliese, aunque las diese en un monte y sin testigo alguno; porque presumнa muy de hidalga, y no tenнa por afrenta estar en aquel ejercicio de servir en la venta, porque decнa ella que desgracias y malos sucesos la habнan traнdo a aquel estado.

El duro, estrecho, apocado y fementido lecho de don Quijote estaba primero en mitad de aquel estrellado establo, y luego, junto a йl, hizo el suyo Sancho, que sуlo contenнa una estera de enea y una manta, que antes mostraba ser de anjeo tundido que de lana. Sucedнa a estos dos lechos el del arriero, fabricado, como se ha dicho, de las enjalmas y todo el adorno de los dos mejores mulos que traнa, aunque eran doce, lucios, gordos y famosos, porque era uno de los ricos arrieros de Arйvalo, segъn lo dice el autor desta historia, que deste arriero hace particular menciуn, porque le conocнa muy bien, y aun quieren decir que era algo pariente suyo. Fuera de que Cide Mahamate Benengeli fue historiador muy curioso y muy puntual en todas las cosas; y йchase bien de ver, pues las que quedan referidas, con ser tan mнnimas y tan rateras, no las quiso pasar en silencio; de donde podrбn tomar ejemplo los historiadores graves, que nos cuentan las acciones tan corta y sucintamente que apenas nos llegan a los labios, dejбndose en el tintero, ya por descuido, por malicia o ignorancia, lo mбs sustancial de la obra. ЎBien haya mil veces el autor de Tablante de Ricamonte, y aquel del otro libro donde se cuenta los hechos del conde Tomillas; y con quй puntualidad lo describen todo!

Digo, pues, que despuйs de haber visitado el arriero a su recua y dбdole el segundo pienso, se tendiу en sus enjalmas y se dio a esperar a su puntualнsima Maritornes. Ya estaba Sancho bizmado y acostado, y, aunque procuraba dormir, no lo consentнa el dolor de sus costillas; y don Quijote, con el dolor de las suyas, tenнa los ojos abiertos como liebre. Toda la venta estaba en silencio, y en toda ella no habнa otra luz que la que daba una lбmpara que colgada en medio del portal ardнa.

Esta maravillosa quietud, y los pensamientos que siempre nuestro caballero traнa de los sucesos que a cada paso se cuentan en los libros autores de su desgracia, le trujo a la imaginaciуn una de las estraсas locuras que buenamente imaginarse pueden. Y fue que йl se imaginу haber llegado a un famoso castillo -que, como se ha dicho, castillos eran a su parecer todas las ventas donde alojaba-, y que la hija del ventero lo era del seсor del castillo, la cual, vencida de su gentileza, se habнa enamorado dйl y prometido que aquella noche, a furto de sus padres, vendrнa a yacer con йl una buena pieza; y, teniendo toda esta quimera, que йl se habнa fabricado, por firme y valedera, se comenzу a acuitar y a pensar en el peligroso trance en que su honestidad se habнa de ver, y propuso en su corazуn de no cometer alevosнa a su seсora Dulcinea del Toboso, aunque la mesma reina Ginebra con su dama Quintaсona se le pusiesen delante.

Pensando, pues, en estos disparates, se llegу el tiempo y la hora -que para йl fue menguada- de la venida de la asturiana, la cual, en camisa y descalza, cogidos los cabellos en una albanega de fustбn, con tбcitos y atentados pasos, entrу en el aposento donde los tres alojaban en busca del arriero. Pero, apenas llegу a la puerta, cuando don Quijote la sintiу, y, sentбndose en la cama, a pesar de sus bizmas y con dolor de sus costillas, tendiу los brazos para recebir a su fermosa doncella. La asturiana, que, toda recogida y callando, iba con las manos delante buscando a su querido, topу con los brazos de don Quijote, el cual la asiу fuertemente de una muсeca y, tirбndola hacнa sн, sin que ella osase hablar palabra, la hizo sentar sobre la cama. Tentуle luego la camisa, y, aunque ella era de harpillera, a йl le pareciу ser de finнsimo y delgado cendal. Traнa en las muсecas unas cuentas de vidro, pero a йl le dieron vislumbres de preciosas perlas orientales. Los cabellos, que en alguna manera tiraban a crines, йl los marcу por hebras de lucidнsimo oro de Arabia, cuyo resplandor al del mesmo sol escurecнa. Y el aliento, que, sin duda alguna, olнa a ensalada fiambre y trasnochada, a йl le pareciу que arrojaba de su boca un olor suave y aromбtico; y, finalmente, йl la pintу en su imaginaciуn de la misma traza y modo que lo habнa leнdo en sus libros de la otra princesa que vino a ver el mal ferido caballero, vencida de sus amores, con todos los adornos que aquн van puestos. Y era tanta la ceguedad del pobre hidalgo, que el tacto, ni el aliento, ni otras cosas que traнa en sн la buena doncella, no le desengaсaban, las cuales pudieran hacer vomitar a otro que no fuera arriero; antes, le parecнa que tenнa entre sus brazos a la diosa de la hermosura. Y, teniйndola bien asida, con voz amorosa y baja le comenzу a decir:

-Quisiera hallarme en tйrminos, fermosa y alta seсora, de poder pagar tamaсa merced como la que con la vista de vuestra gran fermosura me habedes fecho, pero ha querido la fortuna, que no se cansa de perseguir a los buenos, ponerme en este lecho, donde yago tan molido y quebrantado que, aunque de mi voluntad quisiera satisfacer a la vuestra, fuera imposible. Y mбs, que se aсade a esta imposibilidad otra mayor, que es la prometida fe que tengo dada a la sin par Dulcinea del Toboso, ъnica seсora de mis mбs escondidos pensamientos; que si esto no hubiera de por medio, no fuera yo tan sandio caballero que dejara pasar en blanco la venturosa ocasiуn en que vuestra gran bondad me ha puesto.

Maritornes estaba congojadнsima y trasudando de verse tan asida de don Quijote, y, sin entender ni estar atenta a las razones que le decнa, procuraba, sin hablar palabra, desasirse. El bueno del arriero, a quien tenнan despierto sus malos deseos, desde el punto que entrу su coima por la puerta, la sintiу; estuvo atentamente escuchando todo lo que don Quijote decнa, y, celoso de que la asturiana le hubiese faltado la palabra por otro, se fue llegando mбs al lecho de don Quijote, y estъvose quedo hasta ver en quй paraban aquellas razones, que йl no podнa entender. Pero, como vio que la moza forcejaba por desasirse y don Quijote trabajaba por tenella, pareciйndole mal la burla, enarbolу el brazo en alto y descargу tan terrible puсada sobre las estrechas quijadas del enamorado caballero, que le baсу toda la boca en sangre; y, no contento con esto, se le subiу encima de las costillas, y con los pies mбs que de trote, se las paseу todas de cabo a cabo.

El lecho, que era un poco endeble y de no firmes fundamentos, no pudiendo sufrir la aсadidura del arriero, dio consigo en el suelo, a cuyo gran ruido despertу el ventero, y luego imaginу que debнan de ser pendencias de Maritornes, porque, habiйndola llamado a voces, no respondнa. Con esta sospecha se levantу, y, encendiendo un candil, se fue hacia donde habнa sentido la pelaza. La moza, viendo que su amo venнa, y que era de condiciуn terrible, toda medrosica y alborotada, se acogiу a la cama de Sancho Panza, que aъn dormнa, y allн se acorrucу y se hizo un ovillo. El ventero entrу diciendo:

-їAdуnde estбs, puta? A buen seguro que son tus cosas йstas.

En esto, despertу Sancho, y, sintiendo aquel bulto casi encima de sн, pensу que tenнa la pesadilla, y comenzу a dar puсadas a una y otra parte, y entre otras alcanzу con no sй cuбntas a Maritornes, la cual, sentida del dolor, echando a rodar la honestidad, dio el retorno a Sancho con tantas que, a su despecho, le quitу el sueсo; el cual, viйndose tratar de aquella manera y sin saber de quiйn, alzбndose como pudo, se abrazу con Maritornes, y comenzaron entre los dos la mбs reсida y graciosa escaramuza del mundo.

Viendo, pues, el arriero, a la lumbre del candil del ventero, cuбl andaba su dama, dejando a don Quijote, acudiу a dalle el socorro necesario. Lo mismo hizo el ventero, pero con intenciуn diferente, porque fue a castigar a la moza, creyendo sin duda que ella sola era la ocasiуn de toda aquella armonнa. Y asн como suele decirse: "el gato al rato, el rato a la cuerda, la cuerda al palo", daba el arriero a Sancho, Sancho a la moza, la moza a йl, el ventero a la moza, y todos menudeaban con tanta priesa que no se daban punto de reposo; y fue lo bueno que al ventero se le apagу el candil, y, como quedaron ascuras, dбbanse tan sin compasiуn todos a bulto que, a doquiera que ponнan la mano, no dejaban cosa sana.

Alojaba acaso aquella noche en la venta un cuadrillero de los que llaman de la Santa Hermandad Vieja de Toledo, el cual, oyendo ansimesmo el estraсo estruendo de la pelea, asiу de su media vara y de la caja de lata de sus tнtulos, y entrу ascuras en el aposento, diciendo:

-ЎTйnganse a la justicia! ЎTйnganse a la Santa Hermandad!

Y el primero con quien topу fue con el apuсeado de don Quijote, que estaba en su derribado lecho, tendido boca arriba, sin sentido alguno, y, echбndole a tiento mano a las barbas, no cesaba de decir:

-ЎFavor a la justicia!

Pero, viendo que el que tenнa asido no se bullнa ni meneaba, se dio a entender que estaba muerto, y que los que allн dentro estaban eran sus matadores; y con esta sospecha reforzу la voz, diciendo:

-ЎCiйrrese la puerta de la venta! ЎMiren no se vaya nadie, que han muerto aquн a un hombre!

Esta voz sobresaltу a todos, y cada cual dejу la pendencia en el grado que le tomу la voz. Retirуse el ventero a su aposento, el arriero a sus enjalmas, la moza a su rancho; solos los desventurados don Quijote y Sancho no se pudieron mover de donde estaban. Soltу en esto el cuadrillero la barba de don Quijote, y saliу a buscar luz para buscar y prender los delincuentes; mas no la hallу, porque el ventero, de industria, habнa muerto la lбmpara cuando se retirу a su estancia, y fuele forzoso acudir a la chimenea, donde, con mucho trabajo y tiempo, encendiу el cuadrillero otro candil.



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Capнtulo XVII

Donde se prosiguen los innumerables trabajos que el bravo don Quijote y su buen escudero Sancho Panza pasaron en la venta que, por su mal, pensу que era castillo

HABНA ya vuelto en este tiempo de su parasismo don Quijote, y, con el mesmo tono de voz con que el dнa antes habнa llamado a su escudero, cuando estaba tendido en el val de las estacas, le comenzу a llamar, diciendo:

-Sancho amigo, їduermes? їDuermes, amigo Sancho?

-ЎQuй tengo de dormir, pesia a mн -respondiу Sancho, lleno de pesadumbre y de despecho-; que no parece sino que todos los diablos han andado comigo esta noche!

-Puйdeslo creer ansн, sin duda -respondiу don Quijote-, porque, o yo sй poco, o este castillo es encantado. Porque has de saber... Mas, esto que ahora quiero decirte hasme de jurar que lo tendrбs secreto hasta despuйs de mi muerte.

-Sн juro -respondiу Sancho.

-Dнgolo -replicу don Quijote-, porque soy enemigo de que se quite la honra a nadie.

-Digo que sн juro -tornу a decir Sancho- que lo callarй hasta despuйs de los dнas de vuestra merced, y plega a Dios que lo pueda descubrir maсana.

-їTan malas obras te hago, Sancho -respondiу don Quijote-, que me querrнas ver muerto con tanta brevedad?

-No es por eso -respondiу Sancho-, sino porque soy enemigo de guardar mucho las cosas, y no querrнa que se me pudriesen de guardadas.

-Sea por lo que fuere -dijo don Quijote-; que mбs fнo de tu amor y de tu cortesнa; y asн, has de saber que esta noche me ha sucedido una de las mбs estraсas aventuras que yo sabrй encarecer; y, por contбrtela en breve, sabrбs que poco ha que a mн vino la hija del seсor deste castillo, que es la mбs apuesta y fermosa doncella que en gran parte de la tierra se puede hallar. їQuй te podrнa decir del adorno de su persona? їQuй de su gallardo entendimiento? їQuй de otras cosas ocultas, que, por guardar la fe que debo a mi seсora Dulcinea del Toboso, dejarй pasar intactas y en silencio? Sуlo te quiero decir que, envidioso el cielo de tanto bien como la ventura me habнa puesto en las manos, o quizб, y esto es lo mбs cierto, que, como tengo dicho, es encantado este castillo, al tiempo que yo estaba con ella en dulcнsimos y amorosнsimos coloquios, sin que yo la viese ni supiese por dуnde venнa, vino una mano pegada a algъn brazo de algъn descomunal gigante y asentуme una puсada en las quijadas, tal, que las tengo todas baсadas en sangre; y despuйs me moliу de tal suerte que estoy peor que ayer cuando los gallegos, que, por demasнas de Rocinante, nos hicieron el agravio que sabes. Por donde conjeturo que el tesoro de la fermosura desta doncella le debe de guardar algъn encantado moro, y no debe de ser para mн.

-Ni para mн tampoco -respondiу Sancho-, porque mбs de cuatrocientos moros me han aporreado a mн, de manera que el molimiento de las estacas fue tortas y pan pintado. Pero dнgame, seсor, їcуmo llama a йsta buena y rara aventura, habiendo quedado della cual quedamos? Aun vuestra merced menos mal, pues tuvo en sus manos aquella incomparable fermosura que ha dicho, pero yo, їquй tuve sino los mayores porrazos que pienso recebir en toda mi vida? ЎDesdichado de mн y de la madre que me pariу, que ni soy caballero andante, ni lo pienso ser jamбs, y de todas las malandanzas me cabe la mayor parte!

-Luego, їtambiйn estбs tъ aporreado? -respondiу don Quijote.

-їNo le he dicho que sн, pesia a mi linaje? -dijo Sancho.

-No tengas pena, amigo -dijo don Quijote-, que yo harй agora el bбlsamo precioso con que sanaremos en un abrir y cerrar de ojos.

Acabу en esto de encender el candil el cuadrillero, y entrу a ver el que pensaba que era muerto; y, asн como le vio entrar Sancho, viйndole venir en camisa y con su paсo de cabeza y candil en la mano, y con una muy mala cara, preguntу a su amo:

-Seсor, їsi serб йste, a dicha, el moro encantado, que nos vuelve a castigar, si se dejу algo en el tintero?

-No puede ser el moro -respondiу don Quijote-, porque los encantados no se dejan ver de nadie.

-Si no se dejan ver, dйjanse sentir -dijo Sancho-; si no, dнganlo mis espaldas.

-Tambiйn lo podrнan decir las mнas -respondiу don Quijote-, pero no es bastante indicio йse para creer que este que se vee sea el encantado moro.

Llegу el cuadrillero, y, como los hallу hablando en tan sosegada conversaciуn, quedу suspenso. Bien es verdad que aъn don Quijote se estaba boca arriba, sin poderse menear, de puro molido y emplastado. Llegуse a йl el cuadrillero y dнjole:

-Pues їcуmo va, buen hombre?

-Hablara yo mбs bien criado -respondiу don Quijote-, si fuera que vos. їЪsase en esta tierra hablar desa suerte a los caballeros andantes, majadero?

El cuadrillero, que se vio tratar tan mal de un hombre de tan mal parecer, no lo pudo sufrir, y, alzando el candil con todo su aceite, dio a don Quijote con йl en la cabeza, de suerte que le dejу muy bien descalabrado; y, como todo quedу ascuras, saliуse luego; y Sancho Panza dijo:

-Sin duda, seсor, que йste es el moro encantado, y debe de guardar el tesoro para otros, y para nosotros sуlo guarda las puсadas y los candilazos.

-Asн es -respondiу don Quijote-, y no hay que hacer caso destas cosas de encantamentos, ni hay para quй tomar cуlera ni enojo con ellas; que, como son invisibles y fantбsticas, no hallaremos de quiйn vengarnos, aunque mбs lo procuremos. Levбntate, Sancho, si puedes, y llama al alcaide desta fortaleza, y procura que se me dй un poco de aceite, vino, sal y romero para hacer el salutнfero bбlsamo; que en verdad que creo que lo he bien menester ahora, porque se me va mucha sangre de la herida que esta fantasma me ha dado.

Levantуse Sancho con harto dolor de sus huesos, y fue ascuras donde estaba el ventero; y, encontrбndose con el cuadrillero, que estaba escuchando en quй paraba su enemigo, le dijo:

-Seсor, quienquiera que seбis, hacednos merced y beneficio de darnos un poco de romero, aceite, sal y vino, que es menester para curar uno de los mejores caballeros andantes que hay en la tierra, el cual yace en aquella cama, malferido por las manos del encantado moro que estб en esta venta.

Cuando el cuadrillero tal oyу, tъvole por hombre falto de seso; y, porque ya comenzaba a amanecer, abriу la puerta de la venta, y, llamando al ventero, le dijo lo que aquel buen hombre querнa. El ventero le proveyу de cuanto quiso, y Sancho se lo llevу a don Quijote, que estaba con las manos en la cabeza, quejбndose del dolor del candilazo, que no le habнa hecho mбs mal que levantarle dos chichones algo crecidos, y lo que йl pensaba que era sangre no era sino sudor que sudaba con la congoja de la pasada tormenta.

En resoluciуn, йl tomу sus simples, de los cuales hizo un compuesto, mezclбndolos todos y cociйndolos un buen espacio, hasta que le pareciу que estaban en su punto. Pidiу luego alguna redoma para echallo, y, como no la hubo en la venta, se resolviу de ponello en una alcuza o aceitera de hoja de lata, de quien el ventero le hizo grata donaciуn. Y luego dijo sobre la alcuza mбs de ochenta paternostres y otras tantas avemarнas, salves y credos, y a cada palabra acompaсaba una cruz, a modo de bendiciуn; a todo lo cual se hallaron presentes Sancho, el ventero y cuadrillero; que ya el arriero sosegadamente andaba entendiendo en el beneficio de sus machos.

Hecho esto, quiso йl mesmo hacer luego la esperiencia de la virtud de aquel precioso bбlsamo que йl se imaginaba; y asн, se bebiу, de lo que no pudo caber en la alcuza y quedaba en la olla donde se habнa cocido, casi media azumbre; y apenas lo acabу de beber, cuando comenzу a vomitar de manera que no le quedу cosa en el estуmago; y con las ansias y agitaciуn del vуmito le dio un sudor copiosнsimo, por lo cual mandу que le arropasen y le dejasen solo. Hiciйronlo ansн, y quedуse dormido mбs de tres horas, al cabo de las cuales despertу y se sintiу aliviadнsimo del cuerpo, y en tal manera mejor de su quebrantamiento que se tuvo por sano; y verdaderamente creyу que habнa acertado con el bбlsamo de Fierabrбs, y que con aquel remedio podнa acometer desde allн adelante, sin temor alguno, cualesquiera ruinas, batallas y pendencias, por peligrosas que fuesen.

Sancho Panza, que tambiйn tuvo a milagro la mejorнa de su amo, le rogу que le diese a йl lo que quedaba en la olla, que no era poca cantidad. Concediуselo don Quijote, y йl, tomбndola a dos manos, con buena fe y mejor talante, se la echу a pechos, y envasу bien poco menos que su amo. Es, pues, el caso que el estуmago del pobre Sancho no debнa de ser tan delicado como el de su amo, y asн, primero que vomitase, le dieron tantas ansias y bascas, con tantos trasudores y desmayos que йl pensу bien y verdaderamente que era llegada su ъltima hora; y, viйndose tan afligido y congojado, maldecнa el bбlsamo y al ladrуn que se lo habнa dado. Viйndole asн don Quijote, le dijo:

-Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene de no ser armado caballero, porque tengo para mн que este licor no debe de aprovechar a los que no lo son.

-Si eso sabнa vuestra merced -replicу Sancho-, Ўmal haya yo y toda mi parentela!, їpara quй consintiу que lo gustase?

En esto, hizo su operaciуn el brebaje, y comenzу el pobre escudero a desaguarse por entrambas canales, con tanta priesa, que la estera de enea, sobre quien se habнa vuelto a echar, ni la manta de anjeo con que se cubrнa, fueron mбs de provecho. Sudaba y trasudaba con tales parasismos y accidentes, que no solamente йl, sino todos pensaron que se le acababa la vida. Durуle esta borrasca y mala andanza casi dos horas, al cabo de las cuales no quedу como su amo, sino tan molido y quebrantado, que no se podнa tener.

Pero don Quijote, que, como se ha dicho, se sintiу aliviado y sano, quiso partirse luego a buscar aventuras, pareciйndole que todo el tiempo que allн se tardaba era quitбrsele al mundo y a los en йl menesterosos de su favor y amparo; y mбs con la seguridad y confianza que llevaba en su bбlsamo. Y asн, forzado deste deseo, йl mismo ensillу a Rocinante y enalbardу al jumento de su escudero, a quien tambiйn ayudу a vestir y a subir en el asno. Pъsose luego a caballo, y, llegбndose a un rincуn de la venta, asiу de un lanzуn que allн estaba, para que le sirviese de lanza.

Estбbanle mirando todos cuantos habнa en la venta, que pasaban de mбs de veinte personas; mirбbale tambiйn la hija del ventero, y йl tambiйn no quitaba los ojos della, y de cuando en cuando arrojaba un sospiro que parecнa que le arrancaba de lo profundo de sus entraсas, y todos pensaban que debнa de ser del dolor que sentнa en las costillas; a lo menos, pensбbanlo aquellos que la noche antes le habнan visto bizmar.

Ya que estuvieron los dos a caballo, puesto a la puerta de la venta, llamу al ventero, y con voz muy reposada y grave le dijo:

-Muchas y muy grandes son las mercedes, seсor alcaide, que en este vuestro castillo he recebido, y quedo obligadнsimo a agradecйroslas todos los dнas de mi vida. Si os las puedo pagar en haceros vengado de algъn soberbio que os haya fecho algъn agravio, sabed que mi oficio no es otro sino valer a los que poco pueden, y vengar a los que reciben tuertos, y castigar alevosнas. Recorred vuestra memoria, y si hallбis alguna cosa deste jaez que encomendarme, no hay sino decilla; que yo os prometo, por la orden de caballero que recebн, de faceros satisfecho y pagado a toda vuestra voluntad.

El ventero le respondiу con el mesmo sosiego:

-Seсor caballero, yo no tengo necesidad de que vuestra merced me vengue ningъn agravio, porque yo sй tomar la venganza que me parece, cuando se me hacen. Sуlo he menester que vuestra merced me pague el gasto que esta noche ha hecho en la venta, asн de la paja y cebada de sus dos bestias, como de la cena y camas.

-Luego, їventa es йsta? -replicу don Quijote.

-Y muy honrada -respondiу el ventero.

-Engaсado he vivido hasta aquн -respondiу don Quijote-, que en verdad que pensй que era castillo, y no malo; pero, pues es ansн que no es castillo sino venta, lo que se podrб hacer por agora es que perdonйis por la paga, que yo no puedo contravenir a la orden de los caballeros andantes, de los cuales sй cierto, sin que hasta ahora haya leнdo cosa en contrario, que jamбs pagaron posada ni otra cosa en venta donde estuviesen, porque se les debe de fuero y de derecho cualquier buen acogimiento que se les hiciere, en pago del insufrible trabajo que padecen buscando las aventuras de noche y de dнa, en invierno y en verano, a pie y a caballo, con sed y con hambre, con calor y con frнo, sujetos a todas las inclemencias del cielo y a todos los incуmodos de la tierra.

-Poco tengo yo que ver en eso -respondiу el ventero-; pбgueseme lo que se me debe, y dejйmonos de cuentos ni de caballerнas, que yo no tengo cuenta con otra cosa que con cobrar mi hacienda.

-Vos sois un sandio y mal hostalero -respondiу don Quijote.

Y, poniendo piernas al Rocinante y terciando su lanzуn, se saliу de la venta sin que nadie le detuviese, y йl, sin mirar si le seguнa su escudero, se alongу un buen trecho.

El ventero, que le vio ir y que no le pagaba, acudiу a cobrar de Sancho Panza, el cual dijo que, pues su seсor no habнa querido pagar, que tampoco йl pagarнa; porque, siendo йl escudero de caballero andante, como era, la mesma regla y razуn corrнa por йl como por su amo en no pagar cosa alguna en los mesones y ventas. Amohinуse mucho desto el ventero, y amenazуle que si no le pagaba, que lo cobrarнa de modo que le pesase. A lo cual Sancho respondiу que, por la ley de caballerнa que su amo habнa recebido, no pagarнa un solo cornado, aunque le costase la vida; porque no habнa de perder por йl la buena y antigua usanza de los caballeros andantes, ni se habнan de quejar dйl los escuderos de los tales que estaban por venir al mundo, reprochбndole el quebrantamiento de tan justo fuero.

Quiso la mala suerte del desdichado Sancho que, entre la gente que estaba en la venta, se hallasen cuatro perailes de Segovia, tres agujeros del Potro de Cуrdoba y dos vecinos de la Heria de Sevilla, gente alegre, bien intencionada, maleante y juguetona, los cuales, casi como instigados y movidos de un mesmo espнritu, se llegaron a Sancho, y, apeбndole del asno, uno dellos entrу por la manta de la cama del huйsped, y, echбndole en ella, alzaron los ojos y vieron que el techo era algo mбs bajo de lo que habнan menester para su obra, y determinaron salirse al corral, que tenнa por lнmite el cielo. Y allн, puesto Sancho en mitad de la manta, comenzaron a levantarle en alto y a holgarse con йl como con perro por carnestolendas.

Las voces que el mнsero manteado daba fueron tantas, que llegaron a los oнdos de su amo; el cual, determinбndose a escuchar atentamente, creyу que alguna nueva aventura le venнa, hasta que claramente conociу que el que gritaba era su escudero; y, volviendo las riendas, con un penado galope llegу a la venta, y, hallбndola cerrada, la rodeу por ver si hallaba por donde entrar; pero no hubo llegado a las paredes del corral, que no eran muy altas, cuando vio el mal juego que se le hacнa a su escudero. Viole bajar y subir por el aire, con tanta gracia y presteza que, si la cуlera le dejara, tengo para mн que se riera. Probу a subir desde el caballo a las bardas, pero estaba tan molido y quebrantado, que aun apearse no pudo; y asн, desde encima del caballo, comenzу a decir tantos denuestos y baldones a los que a Sancho manteaban, que no es posible acertar a escribillos; mas no por esto cesaban ellos de su risa y de su obra, ni el volador Sancho dejaba sus quejas, mezcladas ya con amenazas, ya con ruegos; mas todo aprovechaba poco, ni aprovechу, hasta que de puro cansados le dejaron. Trujйronle allн su asno, y, subiйndole encima, le arroparon con su gabбn. Y la compasiva de Maritornes, viйndole tan fatigado, le pareciу ser bien socorrelle con un jarro de agua, y asн, se le trujo del pozo, por ser mбs frнo. Tomуle Sancho, y llevбndole a la boca, se parу a las voces que su amo le daba, diciendo:

-ЎHijo Sancho, no bebas agua! ЎHijo, no la bebas, que te matarб! їVes? Aquн tengo el santнsimo bбlsamo -y enseсбbale la alcuza del brebaje-, que con dos gotas que dйl bebas sanarбs sin duda.

A estas voces volviу Sancho los ojos, como de travйs, y dijo con otras mayores:

-їPor dicha hбsele olvidado a vuestra merced como yo no soy caballero, o quiere que acabe de vomitar las entraсas que me quedaron de anoche? Guбrdese su licor con todos los diablos y dйjeme a mн.

Y el acabar de decir esto y el comenzar a beber todo fue uno; mas, como al primer trago vio que era agua, no quiso pasar adelante, y rogу a Maritornes que se le trujese de vino, y asн lo hizo ella de muy buena voluntad, y lo pagу de su mesmo dinero; porque, en efecto, se dice della que, aunque estaba en aquel trato, tenнa unas sombras y lejos de cristiana.

Asн como bebiу Sancho, dio de los carcaсos a su asno, y, abriйndole la puerta de la venta de par en par, se saliу della, muy contento de no haber pagado nada y de haber salido con su intenciуn, aunque habнa sido a costa de sus acostumbrados fiadores, que eran sus espaldas. Verdad es que el ventero se quedу con sus alforjas en pago de lo que se le debнa; mas Sancho no las echу menos, segъn saliу turbado. Quiso el ventero atrancar bien la puerta asн como le vio fuera, mas no lo consintieron los manteadores, que eran gente que, aunque don Quijote fuera verdaderamente de los caballeros andantes de la Tabla Redonda, no le estimaran en dos ardites.



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Capнtulo XVIII

Donde se cuentan las razones que pasу Sancho Panza con su seсor Don Quijote, con otras aventuras dignas de ser contadas

LLEGУ Sancho a su amo marchito y desmayado; tanto, que no podнa arrear a su jumento. Cuando asн le vio don Quijote, le dijo:

-Ahora acabo de creer, Sancho bueno, que aquel castillo o venta, de que es encantado sin duda; porque aquellos que tan atrozmente tomaron pasatiempo contigo, їquй podнan ser sino fantasmas y gente del otro mundo? Y confirmo esto por haber visto que, cuando estaba por las bardas del corral mirando los actos de tu triste tragedia, no me fue posible subir por ellas, ni menos pude apearme de Rocinante, porque me debнan de tener encantado; que te juro, por la fe de quien soy, que si pudiera subir o apearme, que yo te hiciera vengado de manera que aquellos follones y malandrines se acordaran de la burla para siempre, aunque en ello supiera contravenir a las leyes de la caballerнa, que, como ya muchas veces te he dicho, no consienten que caballero ponga mano contra quien no lo sea, si no fuere en defensa de su propria vida y persona, en caso de urgente y gran necesidad.

-Tambiйn me vengara yo si pudiera, fuera o no fuera armado caballero, pero no pude; aunque tengo para mн que aquellos que se holgaron conmigo no eran fantasmas ni hombres encantados, como vuestra merced dice, sino hombres de carne y de hueso como nosotros; y todos, segъn los oн nombrar cuando me volteaban, tenнan sus nombres: que el uno se llamaba Pedro Martнnez, y el otro Tenorio Hernбndez, y el ventero oн que se llamaba Juan Palomeque el Zurdo. Asн que, seсor, el no poder saltar las bardas del corral, ni apearse del caballo, en бl estuvo que en encantamentos. Y lo que yo saco en limpio de todo esto es que estas aventuras que andamos buscando, al cabo al cabo, nos han de traer a tantas desventuras que no sepamos cuбl es nuestro pie derecho. Y lo que serнa mejor y mбs acertado, segъn mi poco entendimiento, fuera el volvernos a nuestro lugar, ahora que es tiempo de la siega y de entender en la hacienda, dejбndonos de andar de Ceca en Meca y de zoca en colodra, como dicen.

-ЎQuй poco sabes, Sancho -respondiу don Quijote-, de achaque de caballerнa! Calla y ten paciencia, que dнa vendrб donde veas por vista de ojos cuбn honrosa cosa es andar en este ejercicio. Si no, dime: їquй mayor contento puede haber en el mundo, o quй gusto puede igualarse al de vencer una batalla y al de triunfar de su enemigo? Ninguno, sin duda alguna.

-Asн debe de ser -respondiу Sancho-, puesto que yo no lo sй; sуlo sй que, despuйs que somos caballeros andantes, o vuestra merced lo es (que yo no hay para quй me cuente en tan honroso nъmero), jamбs hemos vencido batalla alguna, si no fue la del vizcaнno, y aun de aquйlla saliу vuestra merced con media oreja y media celada menos; que, despuйs acб, todo ha sido palos y mбs palos, puсadas y mбs puсadas, llevando yo de ventaja el manteamiento y haberme sucedido por personas encantadas, de quien no puedo vengarme, para saber hasta dуnde llega el gusto del vencimiento del enemigo, como vuestra merced dice.

-Йsa es la pena que yo tengo y la que tъ debes tener, Sancho -respondiу don Quijote-; pero, de aquн adelante, yo procurarй haber a las manos alguna espada hecha por tal maestrнa, que al que la trujere consigo no le puedan hacer ningъn gйnero de encantamentos; y aun podrнa ser que me deparase la ventura aquella de Amadнs, cuando se llamaba el Caballero de la Ardiente Espada, que fue una de las mejores espadas que tuvo caballero en el mundo, porque, fuera que tenнa la virtud dicha, cortaba como una navaja, y no habнa armadura, por fuerte y encantada que fuese, que se le parase delante.

-Yo soy tan venturoso -dijo Sancho- que, cuando eso fuese y vuestra merced viniese a hallar espada semejante, sуlo vendrнa a servir y aprovechar a los armados caballeros, como el bбlsamo; y a los escuderos, que se los papen duelos.

-No temas eso, Sancho -dijo don Quijote-, que mejor lo harб el cielo contigo.

En estos coloquios iban don Quijote y su escudero, cuando vio don Quijote que por el camino que iban venнa hacia ellos una grande y espesa polvareda; y, en viйndola, se volviу a Sancho y le dijo:

-Йste es el dнa, Ўoh Sancho!, en el cual se ha de ver el bien que me tiene guardado mi suerte; йste es el dнa, digo, en que se ha de mostrar, tanto como en otro alguno, el valor de mi brazo, y en el que tengo de hacer obras que queden escritas en el libro de la Fama por todos los venideros siglos. їVes aquella polvareda que allн se levanta, Sancho? Pues toda es cuajada de un copiosнsimo ejйrcito que de diversas e innumerables gentes por allн viene marchando.

-A esa cuenta, dos deben de ser -dijo Sancho-, porque desta parte contraria se levanta asimesmo otra semejante polvareda.

Volviу a mirarlo don Quijote, y vio que asн era la verdad; y, alegrбndose sobremanera, pensу, sin duda alguna, que eran dos ejйrcitos que venнan a embestirse y a encontrarse en mitad de aquella espaciosa llanura; porque tenнa a todas horas y momentos llena la fantasнa de aquellas batallas, encantamentos, sucesos, desatinos, amores, desafнos, que en los libros de caballerнas se cuentan, y todo cuanto hablaba, pensaba o hacнa era encaminado a cosas semejantes. Y la polvareda que habнa visto la levantaban dos grandes manadas de ovejas y carneros que, por aquel mesmo camino, de dos diferentes partes venнan, las cuales, con el polvo, no se echaron de ver hasta que llegaron cerca. Y con tanto ahнnco afirmaba don Quijote que eran ejйrcitos, que Sancho lo vino a creer y a decirle:

-Seсor, pues їquй hemos de hacer nosotros?

-їQuй? -dijo don Quijote-: favorecer y ayudar a los menesterosos y desvalidos. Y has de saber, Sancho, que este que viene por nuestra frente le conduce y guнa el grande emperador Alifanfarуn, seсor de la grande isla Trapobana; este otro que a mis espaldas marcha es el de su enemigo, el rey de los garamantas, Pentapolйn del Arremangado Brazo, porque siempre entra en las batallas con el brazo derecho desnudo.

-Pues, їpor quй se quieren tan mal estos dos seсores? -preguntу Sancho.

-Quierйnse mal -respondiу don Quijote- porque este Alefanfarуn es un foribundo pagano y estб enamorado de la hija de Pentapolнn, que es una muy fermosa y ademбs agraciada seсora, y es cristiana, y su padre no se la quiere entregar al rey pagano si no deja primero la ley de su falso profeta Mahoma y se vuelve a la suya.

-ЎPara mis barbas -dijo Sancho-, si no hace muy bien Pentapolнn, y que le tengo de ayudar en cuanto pudiere!

-En eso harбs lo que debes, Sancho -dijo don Quijote-, porque, para entrar en batallas semejantes, no se requiere ser armado caballero.

-Bien se me alcanza eso -respondiу Sancho-, pero їdуnde pondremos a este asno que estemos ciertos de hallarle despuйs de pasada la refriega? Porque el entrar en ella en semejante caballerнa no creo que estб en uso hasta agora.

-Asн es verdad -dijo don Quijote-. Lo que puedes hacer dйl es dejarle a sus aventuras, ora se pierda o no, porque serбn tantos los caballos que tendremos, despuйs que salgamos vencedores, que aun corre peligro Rocinante no le trueque por otro. Pero estбme atento y mira, que te quiero dar cuenta de los caballeros mбs principales que en estos dos ejйrcitos vienen. Y, para que mejor los veas y notes, retirйmonos a aquel altillo que allн se hace, de donde se deben de descubrir los dos ejйrcitos.

Hiciйronlo ansн, y pusiйronse sobre una loma, desde la cual se vieran bien las dos manadas que a don Quijote se le hicieron ejйrcito, si las nubes del polvo que levantaban no les turbara y cegara la vista; pero, con todo esto, viendo en su imaginaciуn lo que no veнa ni habнa, con voz levantada comenzу a decir:

-Aquel caballero que allн ves de las armas jaldes, que trae en el escudo un leуn coronado, rendido a los pies de una doncella, es el valeroso Laurcalco, seсor de la Puente de Plata; el otro de las armas de las flores de oro, que trae en el escudo tres coronas de plata en campo azul, es el temido Micocolembo, gran duque de Quirocia; el otro de los miembros giganteos, que estб a su derecha mano, es el nunca medroso Brandabarbarбn de Boliche, seсor de las tres Arabias, que viene armado de aquel cuero de serpiente, y tiene por escudo una puerta que, segъn es fama, es una de las del templo que derribу Sansуn, cuando con su muerte se vengу de sus enemigos. Pero vuelve los ojos a estotra parte y verбs delante y en la frente destotro ejйrcito al siempre vencedor y jamбs vencido Timonel de Carcajona, prнncipe de la Nueva Vizcaya, que viene armado con las armas partidas a cuarteles, azules, verdes, blancas y amarillas, y trae en el escudo un gato de oro en campo leonado, con una letra que dice: Miau, que es el principio del nombre de su dama, que, segъn se dice, es la sin par Miulina, hija del duque Alfeсiquйn del Algarbe; el otro, que carga y oprime los lomos de aquella poderosa alfana, que trae las armas como nieve blancas y el escudo blanco y sin empresa alguna, es un caballero novel, de naciуn francйs, llamado Pierres Papнn, seсor de las baronнas de Utrique; el otro, que bate las ijadas con los herrados carcaсos a aquella pintada y ligera cebra, y trae las armas de los veros azules, es el poderoso duque de Nerbia, Espartafilardo del Bosque, que trae por empresa en el escudo una esparraguera, con una letra en castellano que dice asн: Rastrea mi suerte.

Y desta manera fue nombrando muchos caballeros del uno y del otro escuadrуn, que йl se imaginaba, y a todos les dio sus armas, colores, empresas y motes de improviso, llevado de la imaginaciуn de su nunca vista locura; y, sin parar, prosiguiу diciendo:

-A este escuadrуn frontero forman y hacen gentes de diversas naciones: aquн estбn los que bebнan las dulces aguas del famoso Janto; los montuosos que pisan los masнlicos campos; los que criban el finнsimo y menudo oro en la felice Arabia; los que gozan las famosas y frescas riberas del claro Termodonte; los que sangran por muchas y diversas vнas al dorado Pactolo; los nъmidas, dudosos en sus promesas; los persas, arcos y flechas famosos; [los] partos, los medos, que pelean huyendo; los бrabes, de mudables casas; los citas, tan crueles como blancos; los etiopes, de horadados labios, y otras infinitas naciones, cuyos rostros conozco y veo, aunque de los nombres no me acuerdo. En estotro escuadrуn vienen los que beben las corrientes cristalinas del olivнfero Betis; los que tersan y pulen sus rostros con el licor del siempre rico y dorado Tajo; los que gozan las provechosas aguas del divino Genil; los que pisan los tartesios campos, de pastos abundantes; los que se alegran en los elнseos jerezanos prados; los manchegos, ricos y coronados de rubias espigas; los de hierro vestidos, reliquias antiguas de la sangre goda; los que en Pisuerga se baсan, famoso por la mansedumbre de su corriente; los que su ganado apacientan en las estendidas dehesas del tortuoso Guadiana, celebrado por su escondido curso; los que tiemblan con el frнo del silvoso Pirineo y con los blancos copos del levantado Apenino; finalmente, cuantos toda la Europa en sн contiene y encierra.

ЎVбlame Dios, y cuбntas provincias dijo, cuбntas naciones nombrу, dбndole a cada una, con maravillosa presteza, los atributos que le pertenecнan, todo absorto y empapado en lo que habнa leнdo en sus libros mentirosos!

Estaba Sancho Panza colgado de sus palabras, sin hablar ninguna, y, de cuando en cuando, volvнa la cabeza a ver si veнa los caballeros y gigantes que su amo nombraba; y, como no descubrнa a ninguno, le dijo:

-Seсor, encomiendo al diablo hombre, ni gigante, ni caballero de cuantos vuestra merced dice parece por todo esto; a lo menos, yo no los veo; quizб todo debe ser encantamento, como las fantasmas de anoche.

-їCуmo dices eso? -respondiу don Quijote-. їNo oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores?

-No oigo otra cosa -respondiу Sancho- sino muchos balidos de ovejas y carneros.

Y asн era la verdad, porque ya llegaban cerca los dos rebaсos.

-El miedo que tienes -dijo don Quijote- te hace, Sancho, que ni veas ni oyas a derechas; porque uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son; y si es que tanto temes, retнrate a una parte y dйjame solo, que solo basto a dar la victoria a la parte a quien yo diere mi ayuda.

Y, diciendo esto, puso las espuelas a Rocinante, y, puesta la lanza en el ristre, bajу de la costezuela como un rayo. Diole voces Sancho, diciйndole:

-ЎVuйlvase vuestra merced, seсor don Quijote, que voto a Dios que son carneros y ovejas las que va a embestir! ЎVuйlvase, desdichado del padre que me engendrу! їQuй locura es йsta? Mire que no hay gigante ni caballero alguno, ni gatos, ni armas, ni escudos partidos ni enteros, ni veros azules ni endiablados. їQuй es lo que hace? ЎPecador soy yo a Dios!

Ni por йsas volviу don Quijote; antes, en altas voces, iba diciendo:

-ЎEa, caballeros, los que seguнs y militбis debajo de las banderas del valeroso emperador Pentapolнn del Arremangado Brazo, seguidme todos: verйis cuбn fбcilmente le doy venganza de su enemigo Alefanfarуn de la Trapobana!

Esto diciendo, se entrу por medio del escuadrуn de las ovejas, y comenzу de alanceallas con tanto coraje y denuedo como si de veras alanceara a sus mortales enemigos. Los pastores y ganaderos que con la manada venнan dбbanle voces que no hiciese aquello; pero, viendo que no aprovechaban, desciсйronse las hondas y comenzaron a saludalle los oнdos con piedras como el puсo. Don Quijote no se curaba de las piedras; antes, discurriendo a todas partes, [decнa]:

-їAdуnde estбs, soberbio Alifanfuуn? Vente a mн; que un caballero solo soy, que desea, de solo a solo, probar tus fuerzas y quitarte la vida, en pena de la que das al valeroso Pentapolнn Garamanta.

Llegу en esto una peladilla de arroyo, y, dбndole en un lado, le sepultу dos costillas en el cuerpo. Viйndose tan maltrecho, creyу sin duda que estaba muerto o malferido, y, acordбndose de su licor, sacу su alcuza y pъsosela a la boca, y comenzу a echar licor en el estуmago; mas, antes que acabase de envasar lo que a йl le parecнa que era bastante, llegу otra almendra y diole en la mano y en el alcuza tan de lleno, que se la hizo pedazos, llevбndole de camino tres o cuatro dientes y muelas de la boca, y machucбndole malamente dos dedos de la mano.

Tal fue el golpe primero, y tal el segundo, que le fue forzoso al pobre caballero dar consigo del caballo abajo. Llegбronse a йl los pastores y creyeron que le habнan muerto; y asн, con mucha priesa, recogieron su ganado, y cargaron de las reses muertas, que pasaban de siete, y, sin averiguar otra cosa, se fueron.

Estбbase todo este tiempo Sancho sobre la cuesta, mirando las locuras que su amo hacнa, y arrancбbase las barbas, maldiciendo la hora y el punto en que la fortuna se le habнa dado a conocer. Viйndole, pues, caнdo en el suelo, y que ya los pastores se habнan ido, bajу de la cuesta y llegуse a йl, y hallуle de muy mal arte, aunque no habнa perdido el sentido, y dнjole:

-їNo le decнa yo, seсor don Quijote, que se volviese, que los que iba a acometer no eran ejйrcitos, sino manadas de carneros?

-Como eso puede desparecer y contrahacer aquel ladrуn del sabio mi enemigo. Sбbete, Sancho, que es muy fбcil cosa a los tales hacernos parecer lo que quieren, y este maligno que me persigue, envidioso de la gloria que vio que yo habнa de alcanzar desta batalla, ha vuelto los escuadrones de enemigos en manadas de ovejas. Si no, haz una cosa, Sancho, por mi vida, porque te desengaсes y veas ser verdad lo que te digo: sube en tu asno y sнguelos bonitamente, y verбs cуmo, en alejбndose de aquн algъn poco, se vuelven en su ser primero, y, dejando de ser carneros, son hombres hechos y derechos, como yo te los pintй primero... Pero no vayas agora, que he menester tu favor y ayuda; llйgate a mн y mira cuбntas muelas y dientes me faltan, que me parece que no me ha quedado ninguno en la boca.

Llegуse Sancho tan cerca, que casi le metнa los ojos en la boca, y fue a tiempo que ya habнa obrado el bбlsamo en el estуmago de don Quijote; y, al tiempo que Sancho llegу a mirarle la boca, arrojу de sн, mбs recio que una escopeta, cuanto dentro tenнa, y dio con todo ello en las barbas del compasivo escudero.

-ЎSanta Marнa! -dijo Sancho-, їy quй es esto que me ha sucedido? Sin duda, este pecador estб herido de muerte, pues vomita sangre por la boca.

Pero, reparando un poco mбs en ello, echу de ver en la color, sabor y olor, que no era sangre, sino el bбlsamo de la alcuza que йl le habнa visto beber; y fue tanto el asco que tomу que, revolviйndosele el estуmago, vomitу las tripas sobre su mismo seсor, y quedaron entrambos como de perlas. Acudiу Sancho a su asno para sacar de las alforjas con quй limpiarse y con quй curar a su amo; y, como no las hallу, estuvo a punto de perder el juicio. Maldнjose de nuevo, y propuso en su corazуn de dejar a su amo y volverse a su tierra, aunque perdiese el salario de lo servido y las esperanzas del gobierno de la prometida нnsula.

Levantуse en esto don Quijote, y, puesta la mano izquierda en la boca, porque no se le acabasen de salir los dientes, asiу con la otra las riendas de Rocinante, que nunca se habнa movido de junto a su amo -tal era de leal y bien acondicionado-, y fuese adonde su escudero estaba, de pechos sobre su asno, con la mano en la mejilla, en guisa de hombre pensativo ademбs. Y, viйndole don Quijote de aquella manera, con muestras de tanta tristeza, le dijo:

-Sбbete, Sancho, que no es un hombre mбs que otro si no hace mбs que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son seсales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquн se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien estб ya cerca. Asн que, no debes congojarte por las desgracias que a mн me suceden, pues a ti no te cabe parte dellas.

-їCуmo no? -respondiу Sancho-. Por ventura, el que ayer mantearon, їera otro que el hijo de mi padre? Y las alforjas que hoy me faltan, con todas mis alhajas, їson de otro que del mismo?

-їQue te faltan las alforjas, Sancho? -dijo don Quijote.

-Sн que me faltan -respondiу Sancho.

-Dese modo, no tenemos quй comer hoy -replicу don Quijote.

-Eso fuera -respondiу Sancho- cuando faltaran por estos prados las yerbas que vuestra merced dice que conoce, con que suelen suplir semejantes faltas los tan malaventurados andantes caballeros como vuestra merced es.

-Con todo eso -respondiу don Quijote-, tomara yo ahora mбs aнna un cuartal de pan, o una hogaza y dos cabezas de sardinas arenques, que cuantas yerbas describe Dioscуrides, aunque fuera el ilustrado por el doctor Laguna. Mas, con todo esto, sube en tu jumento, Sancho el bueno, y vente tras mн; que Dios, que es proveedor de todas las cosas, no nos ha de faltar, y mбs andando tan en su servicio como andamos, pues no falta a los mosquitos del aire, ni a los gusanillos de la tierra, ni a los renacuajos del agua; y es tan piadoso que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y llueve sobre los injustos y justos.

-Mбs bueno era vuestra merced -dijo Sancho- para predicador que para caballero andante.

-De todo sabнan y han de saber los caballeros andantes, Sancho -dijo don Quijote-, porque caballero andante hubo en los pasados siglos que asн se paraba a hacer un sermуn o plбtica, en mitad de un campo real, como si fuera graduado por la Universidad de Parнs; de donde se infiere que nunca la lanza embotу la pluma, ni la pluma la lanza.

-Ahora bien, sea asн como vuestra merced dice -respondiу Sancho-, vamos ahora de aquн, y procuremos donde alojar esta noche, y quiera Dios que sea en parte donde no haya mantas, ni manteadores, ni fantasmas, ni moros encantados; que si los hay, darй al diablo el hato y el garabato.

-Pнdeselo tъ a Dios, hijo -dijo don Quijote-, y guнa tъ por donde quisieres, que esta vez quiero dejar a tu eleciуn el alojarnos. Pero dame acб la mano y atiйntame con el dedo, y mira bien cuбntos dientes y muelas me faltan deste lado derecho de la quijada alta, que allн siento el dolor.

Metiу Sancho los dedos, y, estбndole tentando, le dijo:

-їCuбntas muelas solнa vuestra merced tener en esta parte?

-Cuatro -respondiу don Quijote-, fuera de la cordal, todas enteras y muy sanas.

-Mire vuestra merced bien lo que dice, seсor -respondiу Sancho.

-Digo cuatro, si no eran cinco -respondiу don Quijote-, porque en toda mi vida me han sacado diente ni muela de la boca, ni se me ha caнdo ni comido de neguijуn ni de reuma alguna.

-Pues en esta parte de abajo -dijo Sancho- no tiene vuestra merced mбs de dos muelas y media, y en la de arriba, ni media ni ninguna, que toda estб rasa como la palma de la mano.

-ЎSin ventura yo! -dijo don Quijote, oyendo las tristes nuevas que su escudero le daba-, que mбs quisiera que me hubieran derribado un brazo, como no fuera el de la espada; porque te hago saber, Sancho, que la boca sin muelas es como molino sin piedra, y en mucho mбs se ha de estimar un diente que un diamante. Mas a todo esto estamos sujetos los que profesamos la estrecha orden de la caballerнa. Sube, amigo, y guнa, que yo te seguirй al paso que quisieres.

Hнzolo asн Sancho, y encaminуse hacia donde le pareciу que podнa hallar acogimiento, sin salir del camino real, que por allн iba muy seguido.

Yйndose, pues, poco a poco, porque el dolor de las quijadas de don Quijote no le dejaba sosegar ni atender a darse priesa, quiso Sancho entretenelle y divertille diciйndole alguna cosa; y, entre otras que le dijo, fue lo que se dirб en el siguiente capнtulo.



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Capнtulo XIX

De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo, y de la aventura que le sucediу con un cuerpo muerto, con otros acontecimientos famosos

-PARЙCEME, seсor mнo, que todas estas desventuras que estos dнas nos han sucedido, sin duda alguna han sido pena del pecado cometido por vuestra merced contra la orden de su caballerнa, no habiendo cumplido el juramento que hizo de no comer pan a manteles ni con la reina folgar, con todo aquello que a esto se sigue y vuestra merced jurу de cumplir, hasta quitar aquel almete de Malandrino, o como se llama el moro, que no me acuerdo bien.

-Tienes mucha razуn, Sancho -dijo don Quijote-; mas, para decirte verdad, ello se me habнa pasado de la memoria; y tambiйn puedes tener por cierto que por la culpa de no habйrmelo tъ acordado en tiempo te sucediу aquello de la manta; pero yo harй la enmienda, que modos hay de composiciуn en la orden de la caballerнa para todo.

-Pues їjurй yo algo, por dicha? -respondiу Sancho.

-No importa que no hayas jurado -dijo don Quijote-: basta que yo entiendo que de participantes no estбs muy seguro, y, por sн o por no, no serб malo proveernos de remedio.

-Pues si ello es asн -dijo Sancho-, mire vuestra merced no se le torne a olvidar esto, como lo del juramento; quizб les volverб la gana a las fantasmas de solazarse otra vez conmigo, y aun con vuestra merced si le ven tan pertinaz.

En estas y otras plбticas les tomу la noche en mitad del camino, sin tener ni descubrir donde aquella noche se recogiesen; y lo que no habнa de bueno en ello era que perecнan de hambre; que, con la falta de las alforjas, les faltу toda la despensa y matalotaje. Y, para acabar de confirmar esta desgracia, les sucediу una aventura que, sin artificio alguno, verdaderamente lo parecнa. Y fue que la noche cerrу con alguna escuridad; pero, con todo esto, caminaban, creyendo Sancho que, pues aquel camino era real, a una o dos leguas, de buena razуn, hallarнa en йl alguna venta.

Yendo, pues, desta manera, la noche escura, el escudero hambriento y el amo con gana de comer, vieron que por el mesmo camino que iban venнan hacia ellos gran multitud de lumbres, que no parecнan sino estrellas que se movнan. Pasmуse Sancho en viйndolas, y don Quijote no las tuvo todas consigo; tirу el uno del cabestro a su asno, y el otro de las riendas a su rocino, y estuvieron quedos, mirando atentamente lo que podнa ser aquello, y vieron que las lumbres se iban acercando a ellos, y mientras mбs se llegaban, mayores parecнan; a cuya vista Sancho comenzу a temblar como un azogado, y los cabellos de la cabeza se le erizaron a don Quijote; el cual, animбndose un poco, dijo:

-Йsta, sin duda, Sancho, debe de ser grandнsima y peligrosнsima aventura, donde serб necesario que yo muestre todo mi valor y esfuerzo.

-ЎDesdichado de mн! -respondiу Sancho-; si acaso esta aventura fuese de fantasmas, como me lo va pareciendo, їadуnde habrб costillas que la sufran?

-Por mбs fantasmas que sean -dijo don Quijote-, no consentirй yo que te toque en el pelo de la ropa; que si la otra vez se burlaron contigo, fue porque no pude yo saltar las paredes del corral, pero ahora estamos en campo raso, donde podrй yo como quisiere esgremir mi espada.

-Y si le encantan y entomecen, como la otra vez lo hicieron -dijo Sancho-, їquй aprovecharб estar en campo abierto o no?

-Con todo eso -replicу don Quijote-, te ruego, Sancho, que tengas buen бnimo, que la experiencia te darб a entender el que yo tengo.

-Sн tendrй, si a Dios place -respondiу Sancho.

Y, apartбndose los dos a un lado del camino, tornaron a mirar atentamente lo que aquello de aquellas lumbres que caminaban podнa ser; y de allн a muy poco descubrieron muchos encamisados, cuya temerosa visiуn de todo punto rematу el бnimo de Sancho Panza, el cual comenzу a dar diente con diente, como quien tiene frнo de cuartana; y creciу mбs el batir y dentellear cuando distintamente vieron lo que era, porque descubrieron hasta veinte encamisados, todos a caballo, con sus hachas encendidas en las manos; detrбs de los cuales venнa una litera cubierta de luto, a la cual seguнan otros seis de a caballo, enlutados hasta los pies de las mulas; que bien vieron que no eran caballos en el sosiego con que caminaban. Iban los encamisados murmurando entre sн, con una voz baja y compasiva. Esta estraсa visiуn, a tales horas y en tal despoblado, bien bastaba para poner miedo en el corazуn de Sancho, y aun en el de su amo; y asн fuera en cuanto a don Quijote, que ya Sancho habнa dado al travйs con todo su esfuerzo. Lo contrario le avino a su amo, al cual en aquel punto se le representу en su imaginaciуn al vivo que aquйlla era una de las aventuras de sus libros.

Figurуsele que la litera eran andas donde debнa de ir algъn malferido o muerto caballero, cuya venganza a йl solo estaba reservada; y, sin hacer otro discurso, enristrу su lanzуn, pъsose bien en la silla, y con gentil brнo y continente se puso en la mitad del camino por donde los encamisados forzosamente habнan de pasar, y cuando los vio cerca alzу la voz y dijo:

-Deteneos, caballeros, o quienquiera que seбis, y dadme cuenta de quiйn sois, de dуnde venнs, adуnde vais, quй es lo que en aquellas andas llevбis; que, segъn las muestras, o vosotros habйis fecho, o vos han fecho, algъn desaguisado, y conviene y es menester que yo lo sepa, o bien para castigaros del mal que fecistes, o bien para vengaros del tuerto que vos ficieron.

-Vamos de priesa -respondiу uno de los encamisados- y estб la venta lejos, y no nos podemos detener a dar tanta cuenta como pedнs.

Y, picando la mula, pasу adelante. Sintiуse desta respuesta grandemente don Quijote, y, trabando del freno, dijo:

-Deteneos y sed mбs bien criado, y dadme cuenta de lo que os he preguntado; si no, conmigo sois todos en batalla.

Era la mula asombradiza, y al tomarla del freno se espantу de manera que, alzбndose en los pies, dio con su dueсo por las ancas en el suelo. Un mozo que iba a pie, viendo caer al encamisado, comenzу a denostar a don Quijote, el cual, ya encolerizado, sin esperar mбs, enristrando su lanzуn, arremetiу a uno de los enlutados, y, malferido, dio con йl en tierra; y, revolviйndose por los demбs, era cosa de ver con la presteza que los acometнa y desbarataba; que no parecнa sino que en aquel instante le habнan nacido alas a Rocinante, segъn andaba de ligero y orgulloso.

Todos los encamisados era gente medrosa y sin armas, y asн, con facilidad, en un momento dejaron la refriega y comenzaron a correr por aquel campo con las hachas encendidas, que no parecнan sino a los de las mбscaras que en noche de regocijo y fiesta corren. Los enlutados, asimesmo, revueltos y envueltos en sus faldamentos y lobas, no se podнan mover; asн que, muy a su salvo, don Quijote los apaleу a todos y les hizo dejar el sitio mal de su grado, porque todos pensaron que aquйl no era hombre, sino diablo del infierno que les salнa a quitar el cuerpo muerto que en la litera llevaban.

Todo lo miraba Sancho, admirado del ardimiento de su seсor, y decнa entre sн:

-Sin duda este mi amo es tan valiente y esforzado como йl dice.

Estaba una hacha ardiendo en el suelo, junto al primero que derribу la mula, a cuya luz le pudo ver don Quijote; y, llegбndose a йl, le puso la punta del lanzуn en el rostro, diciйndole que se rindiese; si no, que le matarнa. A lo cual respondiу el caнdo:

-Harto rendido estoy, pues no me puedo mover, que tengo una pierna quebrada; suplico a vuestra merced, si es caballero cristiano, que no me mate; que cometerб un gran sacrilegio, que soy licenciado y tengo las primeras уrdenes.

-Pues, їquiйn diablos os ha traнdo aquн -dijo don Quijote-, siendo hombre de Iglesia?

-їQuiйn, seсor? -replicу el caнdo-: mi desventura.

-Pues otra mayor os amenaza -dijo don Quijote-, si no me satisfacйis a todo cuanto primero os preguntй.

-Con facilidad serб vuestra merced satisfecho -respondiу el licenciado-; y asн, sabrб vuestra merced que, aunque denantes dije que yo era licenciado, no soy sino bachiller, y llбmome Alonso Lуpez; soy natural de Alcobendas; vengo de la ciudad de Baeza con otros once sacerdotes, que son los que huyeron con las hachas; vamos a la ciudad de Segovia acompaсando un cuerpo muerto, que va en aquella litera, que es de un caballero que muriу en Baeza, donde fue depositado; y ahora, como digo, llevбbamos sus huesos a su sepultura, que estб en Segovia, de donde es natural.

-їY quiйn le matу? -preguntу don Quijote.

-Dios, por medio de unas calenturas pestilentes que le dieron -respondiу el bachiller.

-Desa suerte -dijo don Quijote-, quitado me ha Nuestro Seсor del trabajo que habнa de tomar en vengar su muerte si otro alguno le hubiera muerto; pero, habiйndole muerto quien le matу, no hay sino callar y encoger los hombros, porque lo mesmo hiciera si a mн mismo me matara. Y quiero que sepa vuestra reverencia que yo soy un caballero de la Mancha, llamado don Quijote, y es mi oficio y ejercicio andar por el mundo enderezando tuertos y desfaciendo agravios.

-No sй cуmo pueda ser eso de enderezar tuertos -dijo el bachiller-, pues a mн de derecho me habйis vuelto tuerto, dejбndome una pierna quebrada, la cual no se verб derecha en todos los dнas de su vida; y el agravio que en mн habйis deshecho ha sido dejarme agraviado de manera que me quedarй agraviado para siempre; y harta desventura ha sido topar con vos, que vais buscando aventuras.

-No todas las cosas -respondiу don Quijote- suceden de un mismo modo. El daсo estuvo, seсor bachiller Alonso Lуpez, en venir, como venнades, de noche, vestidos con aquellas sobrepellices, con las hachas encendidas, rezando, cubiertos de luto, que propiamente semejбbades cosa mala y del otro mundo; y asн, yo no pude dejar de cumplir con mi obligaciуn acometiйndoos, y os acometiera aunque verdaderamente supiera que йrades los memos satanases del infierno, que por tales os juzguй y tuve siempre.

-Ya que asн lo ha querido mi suerte -dijo el bachiller-, suplico a vuestra merced, seсor caballero andante (que tan mala andanza me ha dado), me ayude a salir de debajo desta mula, que me tiene tomada una pierna entre el estribo y la silla.

-ЎHablara yo para maсana! -dijo don Quijote-. Y їhasta cuбndo aguardбbades a decirme vuestro afбn?

Dio luego voces a Sancho Panza que viniese; pero йl no se curу de venir, porque andaba ocupado desvalijando una acйmila de repuesto que traнan aquellos buenos seсores, bien bastecida de cosas de comer. Hizo Sancho costal de su gabбn, y, recogiendo todo lo que pudo y cupo en el talego, cargу su jumento, y luego acudiу a las voces de su amo y ayudу a sacar al seсor bachiller de la opresiуn de la mula; y, poniйndole encima della, le dio la hacha, y don Quijote le dijo que siguiese la derrota de sus compaсeros, a quien de su parte pidiese perdуn del agravio, que no habнa sido en su mano dejar de haberle hecho. Dнjole tambiйn Sancho:

-Si acaso quisieren saber esos seсores quiйn ha sido el valeroso que tales los puso, dirбles vuestra merced que es el famoso don Quijote de la Mancha, que por otro nombre se llama el Caballero de la Triste Figura.

Con esto, se fue el bachiller; y don Quijote preguntу a Sancho que quй le habнa movido a llamarle el Caballero de la Triste Figura, mбs entonces que nunca.

-Yo se lo dirй -respondiу Sancho-: porque le he estado mirando un rato a la luz de aquella hacha que lleva aquel malandante, y verdaderamente tiene vuestra merced la mбs mala figura, de poco acб, que jamбs he visto; y dйbelo de haber causado, o ya el cansancio deste combate, o ya la falta de las muelas y dientes.

-No es eso -respondiу don Quijote-, sino que el sabio, a cuyo cargo debe de estar el escribir la historia de mis hazaсas, le habrб parecido que serб bien que yo tome algъn nombre apelativo, como lo tomaban todos los caballeros pasados: cuбl se llamaba el de la Ardiente Espada; cuбl, el del Unicornio; aquel, de las Doncellas; aquйste, el del Ave Fйnix; el otro, el Caballero del Grifo; estotro, el de la Muerte; y por estos nombres e insignias eran conocidos por toda la redondez de la tierra. Y asн, digo que el sabio ya dicho te habrб puesto en la lengua y en el pensamiento ahora que me llamases el Caballero de la Triste Figura, como pienso llamarme desde hoy en adelante; y, para que mejor me cuadre tal nombre, determino de hacer pintar, cuando haya lugar, en mi escudo una muy triste figura.

-No hay para quй gastar tiempo y dineros en hacer esa figura -dijo Sancho-, sino lo que se ha de hacer es que vuestra merced descubra la suya y dй rostro a los que le miraren; que, sin mбs ni mбs, y sin otra imagen ni escudo, le llamarбn el de la Triste Figura; y crйame que le digo verdad, porque le prometo a vuestra merced, seсor, y esto sea dicho en burlas, que le hace tan mala cara la hambre y la falta de las muelas, que, como ya tengo dicho, se podrб muy bien escusar la triste pintura.

Riуse don Quijote del donaire de Sancho, pero, con todo, propuso de llamarse de aquel nombre en pudiendo pintar su escudo, o rodela, como habнa imaginado.

[En esto, volviу el bachiller y le dijo a don Quijote:]

-Olvidбbaseme de decir que advierta vuestra merced que queda descomulgado por haber puesto las manos violentamente en cosa sagrada: juxta illud: Si quis suadente diabolo, etc.

-No entiendo ese latнn -respondiу don Quijote-, mas yo sй bien que no puse las manos, sino este lanzуn; cuanto mбs, que yo no pensй que ofendнa a sacerdotes ni a cosas de la Iglesia, a quien respeto y adoro como catуlico y fiel cristiano que soy, sino a fantasmas y a vestiglos del otro mundo; y, cuando eso asн fuese, en la memoria tengo lo que le pasу al Cid Ruy Dнaz, cuando quebrу la silla del embajador de aquel rey delante de Su Santidad del Papa, por lo cual lo descomulgу, y anduvo aquel dнa el buen Rodrigo de Vivar como muy honrado y valiente caballero.

En oyendo esto el bachiller, se fue, como queda dicho, sin replicarle palabra. Quisiera don Quijote mirar si el cuerpo que venнa en la litera eran huesos o no, pero no lo consintiу Sancho, diciйndole:

-Seсor, vuestra merced ha acabado esta peligrosa aventura lo mбs a su salvo de todas las que yo he visto; esta gente, aunque vencida y desbaratada, podrнa ser que cayese en la cuenta de que los venciу sola una persona, y, corridos y avergonzados desto, volviesen a rehacerse y a buscarnos, y nos diesen en quй entender. El jumento estб como conviene, la montaсa cerca, la hambre carga, no hay quй hacer sino retirarnos con gentil compбs de pies, y, como dicen, vбyase el muerto a la sepultura y el vivo a la hogaza.

Y, antecogiendo su asno, rogу a su seсor que le siguiese; el cual, pareciйndole que Sancho tenнa razуn, sin volverle a replicar, le siguiу. Y, a poco trecho que caminaban por entre dos montaсuelas, se hallaron en un espacioso y escondido valle, donde se apearon; y Sancho aliviу el jumento, y, tendidos sobre la verde yerba, con la salsa de su hambre, almorzaron, comieron, merendaron y cenaron a un mesmo punto, satisfaciendo sus estуmagos con mбs de una fiambrera que los seсores clйrigos del difunto -que pocas veces se dejan mal pasar- en la acйmila de su repuesto traнan.

Mas sucediуles otra desgracia, que Sancho la tuvo por la peor de todas, y fue que no tenнan vino que beber, ni aun agua que llegar a la boca; y, acosados de la sed, dijo Sancho, viendo que el prado donde estaban estaba colmado de verde y menuda yerba, lo que se dirб en el siguiente capнtulo.

Capнtulo XX

De la jamбs vista ni oнda aventura que con mбs poco peligro fue acabada de famoso caballero en el mundo, como la que acabу el valeroso don Quijote de la Mancha

NO ES POSIBLE, seсor mнo, sino que estas yerbas dan testimonio de que por aquн cerca debe de estar alguna fuente o arroyo que estas yerbas humedece; y asн, serб bien que vamos un poco mбs adelante, que ya toparemos donde podamos mitigar esta terrible sed que nos fatiga, que, sin duda, causa mayor pena que la hambre.

Pareciуle bien el consejo a don Quijote, y, tomando de la rienda a Rocinante, y Sancho del cabestro a su asno, despuйs de haber puesto sobre йl los relieves que de la cena quedaron, comenzaron a caminar por el prado arriba a tiento, porque la escuridad de la noche no les dejaba ver cosa alguna; mas, no hubieron andado docientos pasos, cuando llegу a sus oнdos un grande ruido de agua, como que de algunos grandes y levantados riscos se despeсaba. Alegrуles el ruido en gran manera, y, parбndose a escuchar hacia quй parte sonaba, oyeron a deshora otro estruendo que les aguу el contento del agua, especialmente a Sancho, que naturalmente era medroso y de poco бnimo. Digo que oyeron que daban unos golpes a compбs, con un cierto crujir de hierros y cadenas, que, acompaсados del furioso estruendo del agua, que pusieran pavor a cualquier otro corazуn que no fuera el de don Quijote.

Era la noche, como se ha dicho, escura, y ellos acertaron a entrar entre unos бrboles altos, cuyas hojas, movidas del blando viento, hacнan un temeroso y manso ruido; de manera que la soledad, el sitio, la escuridad, el ruido del agua con el susurro de las hojas, todo causaba horror y espanto, y mбs cuando vieron que ni los golpes cesaban, ni el viento dormнa, ni la maсana llegaba; aсadiйndose a todo esto el ignorar el lugar donde se hallaban. Pero don Quijote, acompaсado de su intrйpido corazуn, saltу sobre Rocinante, y, embrazando su rodela, terciу su lanzуn y dijo:

-Sancho amigo, has de saber que yo nacн, por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la de oro, o la dorada, como suele llamarse. Yo soy aquйl para quien estбn guardados los peligros, las grandes hazaсas, los valerosos hechos. Yo soy, digo otra vez, quien ha de resucitar los de la Tabla Redonda, los Doce de Francia y los Nueve de la Fama, y el que ha de poner en olvido los Platires, los Tablantes, Olivantes y Tirantes, los Febos y Belianises, con toda la caterva de los famosos caballeros andantes del pasado tiempo, haciendo en este en que me hallo tales grandezas, estraсezas y fechos de armas, que escurezcan las mбs claras que ellos ficieron. Bien notas, escudero fiel y legal, las tinieblas desta noche, su estraсo silencio, el sordo y confuso estruendo destos бrboles, el temeroso ruido de aquella agua en cuya busca venimos, que parece que se despeсa y derrumba desde los altos montes de la luna, y aquel incesable golpear que nos hiere y lastima los oнdos; las cuales cosas, todas juntas y cada una por sн, son bastantes a infundir miedo, temor y espanto en el pecho del mesmo Marte, cuanto mбs en aquel que no estб acostumbrado a semejantes acontecimientos y aventuras. Pues todo esto que yo te pinto son incentivos y despertadores de mi бnimo, que ya hace que el corazуn me reviente en el pecho, con el deseo que tiene de acometer esta aventura, por mбs dificultosa que se muestra. Asн que, aprieta un poco las cinchas a Rocinante y quйdate a Dios, y espйrame aquн hasta tres dнas no mбs, en los cuales, si no volviere, puedes tъ volverte a nuestra aldea, y desde allн, por hacerme merced y buena obra, irбs al Toboso, donde dirбs a la incomparable seсora mнa Dulcinea que su cautivo caballero muriу por acometer cosas que le hiciesen digno de poder llamarse suyo.

Cuando Sancho oyу las palabras de su amo, comenzу a llorar con la mayor ternura del mundo y a decille:

-Seсor, yo no sй por quй quiere vuestra merced acometer esta tan temerosa aventura: ahora es de noche, aquн no nos vee nadie, bien podemos torcer el camino y desviarnos del peligro, aunque no bebamos en tres dнas; y, pues no hay quien nos vea, menos habrб quien nos note de cobardes; cuanto mбs, que yo he oнdo predicar al cura de nuestro lugar, que vuestra merced bien conoce, que quien busca el peligro perece en йl; asн que, no es bien tentar a Dios acometiendo tan desaforado hecho, donde no se puede escapar sino por milagro; y basta los que ha hecho el cielo con vuestra merced en librarle de ser manteado, como yo lo fui, y en sacarle vencedor, libre y salvo de entre tantos enemigos como acompaсaban al difunto. Y, cuando todo esto no mueva ni ablande ese duro corazуn, muйvale el pensar y creer que apenas se habrб vuestra merced apartado de aquн, cuando yo, de miedo, dй mi бnima a quien quisiere llevarla. Yo salн de mi tierra y dejй hijos y mujer por venir a servir a vuestra merced, creyendo valer mбs y no menos; pero, como la cudicia rompe el saco, a mн me ha rasgado mis esperanzas, pues cuando mбs vivas las tenнa de alcanzar aquella negra y malhadada нnsula que tantas veces vuestra merced me ha prometido, veo que, en pago y trueco della, me quiere ahora dejar en un lugar tan apartado del trato humano. Por un solo Dios, seсor mнo, que non se me faga tal desaguisado; y ya que del todo no quiera vuestra merced desistir de acometer este fecho, dilбtelo, a lo menos, hasta la maсana; que, a lo que a mн me muestra la ciencia que aprendн cuando era pastor, no debe de haber desde aquн al alba tres horas, porque la boca de la Bocina estб encima de la cabeza, y hace la media noche en la lнnea del brazo izquierdo.

-їCуmo puedes tъ, Sancho -dijo don Quijote-, ver dуnde hace esa lнnea, ni dуnde estб esa boca o ese colodrillo que dices, si hace la noche tan escura que no parece en todo el cielo estrella alguna?

-Asн es -dijo Sancho-, pero tiene el miedo muchos ojos y vee las cosas debajo de tierra, cuanto mбs encima en el cielo; puesto que, por buen discurso, bien se puede entender que hay poco de aquн al dнa.

-Falte lo que faltare -respondiу don Quijote-; que no se ha de decir por mн, ahora ni en ningъn tiempo, que lбgrimas y ruegos me apartaron de hacer lo que debнa a estilo de caballero; y asн, te ruego, Sancho, que calles; que Dios, que me ha puesto en corazуn de acometer ahora esta tan no vista y tan temerosa aventura, tendrб cuidado de mirar por mi salud y de consolar tu tristeza. Lo que has de hacer es apretar bien las cinchas a Rocinante y quedarte aquн, que yo darй la vuelta presto, o vivo o muerto.

Viendo, pues, Sancho la ъltima resoluciуn de su amo y cuбn poco valнan con йl sus lбgrimas, consejos y ruegos, determinу de aprovecharse de su industria y hacerle esperar hasta el dнa, si pudiese; y asн, cuando apretaba las cinchas al caballo, bonitamente y sin ser sentido, atу con el cabestro de su asno ambos pies a Rocinante, de manera que cuando don Quijote se quiso partir, no pudo, porque el caballo no se podнa mover sino a saltos. Viendo Sancho Panza el buen suceso de su embuste, dijo:

-Ea, seсor, que el cielo, conmovido de mis lбgrimas y plegarias, ha ordenado que no se pueda mover Rocinante; y si vos querйis porfiar, y espolear, y dalle, serб enojar a la fortuna y dar coces, como dicen, contra el aguijуn.

Desesperбbase con esto don Quijote, y, por mбs que ponнa las piernas al caballo, menos le podнa mover; y, sin caer en la cuenta de la ligadura, tuvo por bien de sosegarse y esperar, o a que amaneciese, o a que Rocinante se menease, creyendo, sin duda, que aquello venнa de otra parte que de la industria de Sancho; y asн, le dijo:

-Pues asн es, Sancho, que Rocinante no puede moverse, yo soy contento de esperar a que rнa el alba, aunque yo llore lo que ella tardare en venir.

-No hay que llorar -respondiу Sancho-, que yo entretendrй a vuestra merced contando cuentos desde aquн al dнa, si ya no es que se quiere apear y echarse a dormir un poco sobre la verde yerba, a uso de caballeros andantes, para hallarse mбs descansado cuando llegue el dнa y punto de acometer esta tan desemejable aventura que le espera.

-їA quй llamas apear o a quй dormir? -dijo don Quijote-. їSoy yo, por ventura, de aquellos caballeros que toman reposo en los peligros? Duerme tъ, que naciste para dormir, o haz lo que quisieres, que yo harй lo que viere que mбs viene con mi pretensiуn.

No se enoje vuestra merced, seсor mнo -respondiу Sancho-, que no lo dije por tanto.

Y, llegбndose a йl, puso la una mano en el arzуn delantero y la otra en el otro, de modo que quedу abrazado con el muslo izquierdo de su amo, sin osarse apartar dйl un dedo: tal era el miedo que tenнa a los golpes, que todavнa alternativamente sonaban. Dнjole don Quijote que contase algъn cuento para entretenerle, como se lo habнa prometido, a lo que Sancho dijo que sн hiciera si le dejara el temor de lo que oнa.

-Pero, con todo eso, yo me esforzarй a decir una historia que, si la acierto a contar y no me van a la mano, es la mejor de las historias; y estйme vuestra merced atento, que ya comienzo. «Йrase que se era, el bien que viniere para todos sea, y el mal, para quien lo fuere a buscar...» Y advierta vuestra merced, seсor mнo, que el principio que los antiguos dieron a sus consejas no fue asн comoquiera, que fue una sentencia de Catуn Zonzorino, romano, que dice: «Y el mal, para quien le fuere a buscar», que viene aquн como anillo al dedo, para que vuestra merced se estй quedo y no vaya a buscar el mal a ninguna parte, sino que nos volvamos por otro camino, pues nadie nos fuerza a que sigamos йste, donde tantos miedos nos sobresaltan.

-Sigue tu cuento, Sancho -dijo don Quijote-, y del camino que hemos de seguir dйjame a mн el cuidado.

-«Digo, pues -prosiguiу Sancho-, que en un lugar de Estremadura habнa un pastor cabrerizo (quiero decir que guardaba cabras), el cual pastor o cabrerizo, como digo, de mi cuento, se llamaba Lope Ruiz; y este Lope Ruiz andaba enamorado de una pastora que se llamaba Torralba, la cual pastora llamada Torralba era hija de un ganadero rico, y este ganadero rico...»

-Si desa manera cuentas tu cuento, Sancho -dijo don Quijote-, repitiendo dos veces lo que vas diciendo, no acabarбs en dos dнas; dilo seguidamente y cuйntalo como hombre de entendimiento, y si no, no digas nada.

-De la misma manera que yo lo cuento -respondiу Sancho-, se cuentan en mi tierra todas las consejas, y yo no sй contarlo de otra, ni es bien que vuestra merced me pida que haga usos nuevos.

-Di como quisieres -respondiу don Quijote-; que, pues la suerte quiere que no pueda dejar de escucharte, prosigue.

-«Asн que, seсor mнo de mi бnima -prosiguiу Sancho-, que, como ya tengo dicho, este pastor andaba enamorado de Torralba, la pastora, que era una moza rolliza, zahareсa y tiraba algo a hombruna, porque tenнa unos pocos de bigotes, que parece que ahora la veo.»

-Luego, їconocнstela tъ? -dijo don Quijote.

-No la conocн yo -respondiу Sancho-, pero quien me contу este cuento me dijo que era tan cierto y verdadero, que podнa bien, cuando lo contase a otro, afirmar y jurar que lo habнa visto todo. «Asн que, yendo dнas y viniendo dнas, el diablo, que no duerme y que todo lo aсasca, hizo de manera que el amor que el pastor tenнa a la pastora se volviese en omecillo y mala voluntad; y la causa fue, segъn malas lenguas, una cierta cantidad de celillos que ella le dio, tales, que pasaban de la raya y llegaban a lo vedado; y fue tanto lo que el pastor la aborreciу de allн adelante que, por no verla, se quiso ausentar de aquella tierra e irse donde sus ojos no la viesen jamбs. La Torralba, que se vio desdeсada del Lope, luego le quiso bien, mas que nunca le habнa querido.»

-Йsa es natural condiciуn de mujeres -dijo don Quijote-: desdeсar a quien las quiere y amar a quien las aborrece. Pasa adelante, Sancho.

-«Sucediу -dijo Sancho- que el pastor puso por obra su determinaciуn, y, antecogiendo sus cabras, se encaminу por los campos de Estremadura, para pasarse a los reinos de Portugal. La Torralba, que lo supo, se fue tras йl, y seguнale a pie y descalza desde lejos, con un bordуn en la mano y con unas alforjas al cuello, donde llevaba, segъn es fama, un pedazo de espejo y otro de un peine, y no sй quй botecillo de mudas para la cara; mas, llevase lo que llevase, que yo no me quiero meter ahora en averiguallo, sуlo dirй que dicen que el pastor llegу con su ganado a pasar el rнo Guadiana, y en aquella sazуn iba crecido y casi fuera de madre, y por la parte que llegу no habнa barca ni barco, ni quien le pasase a йl ni a su ganado de la otra parte, de lo que se congojу mucho, porque veнa que la Torralba venнa ya muy cerca y le habнa de dar mucha pesadumbre con sus ruegos y lбgrimas; mas, tanto anduvo mirando, que vio un pescador que tenнa junto a sн un barco, tan pequeсo que solamente podнan caber en йl una persona y una cabra; y, con todo esto, le hablу y concertу con йl que le pasase a йl y a trecientas cabras que llevaba. Entrу el pescador en el barco, y pasу una cabra; volviу, y pasу otra; tornу a volver, y tornу a pasar otra.» Tenga vuestra merced cuenta en las cabras que el pescador va pasando, porque si se pierde una de la memoria, se acabarб el cuento y no serб posible contar mбs palabra dйl. «Sigo, pues, y digo que el desembarcadero de la otra parte estaba lleno de cieno y resbaloso, y tardaba el pescador mucho tiempo en ir y volver. Con todo esto, volviу por otra cabra, y otra, y otra...»

-Haz cuenta que las pasу todas -dijo don Quijote-: no andes yendo y viniendo desa manera, que no acabarбs de pasarlas en un aсo.

-їCuбntas han pasado hasta agora? -dijo Sancho.

-ЎYo quй diablos sй! -respondiу don Quijote-.

-He ahн lo que yo dije: que tuviese buena cuenta. Pues, por Dios, que se ha acabado el cuento, que no hay pasar adelante.

-їCуmo puede ser eso? -respondiу don Quijote-. їTan de esencia de la historia es saber las cabras que han pasado, por estenso, que si se yerra una del nъmero no puedes seguir adelante con la historia?

-No seсor, en ninguna manera -respondiу Sancho-; porque, asн como yo preguntй a vuestra merced que me dijese cuбntas cabras habнan pasado y me respondiу que no sabнa, en aquel mesmo instante se me fue a mн de la memoria cuanto me quedaba por decir, y a fe que era de mucha virtud y contento.

-їDe modo -dijo don Quijote- que ya la historia es acabada?

-Tan acabada es como mi madre -dijo Sancho.

-Dнgote de verdad -respondiу don Quijote- que tъ has contado una de las mбs nuevas consejas, cuento o historia, que nadie pudo pensar en el mundo; y que tal modo de contarla ni dejarla, jamбs se podrб ver ni habrб visto en toda la vida, aunque no esperaba yo otra cosa de tu buen discurso; mas no me maravillo, pues quizб estos golpes, que no cesan, te deben de tener turbado el entendimiento.

-Todo puede ser -respondiу Sancho-, mas yo sй que en lo de mi cuento no hay mбs que decir: que allн se acaba do comienza el yerro de la cuenta del pasaje de las cabras.

-Acabe norabuena donde quisiere -dijo don Quijote-, y veamos si se puede mover Rocinante.

Tornуle a poner las piernas, y йl tornу a dar saltos y a estarse quedo: tanto estaba de bien atado.

En esto, parece ser, o que el frнo de la maсana, que ya venнa, o que Sancho hubiese cenado algunas cosas lenitivas, o que fuese cosa natural -que es lo que mбs se debe creer-, a йl le vino en voluntad y deseo de hacer lo que otro no pudiera hacer por йl; mas era tanto el miedo que habнa entrado en su corazуn, que no osaba apartarse un negro de uсa de su amo. Pues pensar de no hacer lo que tenнa gana, tampoco era posible; y asн, lo que hizo, por bien de paz, fue soltar la mano derecha, que tenнa asida al arzуn trasero, con la cual, bonitamente y sin rumor alguno, se soltу la lazada corrediza con que los calzones se sostenнan, sin ayuda de otra alguna, y, en quitбndosela, dieron luego abajo y se le quedaron como grillos. Tras esto, alzу la camisa lo mejor que pudo y echу al aire entrambas posaderas, que no eran muy pequeсas. Hecho esto -que йl pensу que era lo mбs que tenнa que hacer para salir de aquel terrible aprieto y angustia-, le sobrevino otra mayor, que fue que le pareciу que no podнa mudarse sin hacer estrйpito y ruido, y comenzу a apretar los dientes y a encoger los hombros, recogiendo en sн el aliento todo cuanto podнa; pero, con todas estas diligencias, fue tan desdichado que, al cabo al cabo, vino a hacer un poco de ruido, bien diferente de aquel que a йl le ponнa tanto miedo. Oyуlo don Quijote y dijo:

-їQuй rumor es йse, Sancho?

-No sй, seсor -respondiу йl-. Alguna cosa nueva debe de ser, que las aventuras y desventuras nunca comienzan por poco.

Tornу otra vez a probar ventura, y sucediуle tan bien que, sin mбs ruido ni alboroto que el pasado, se hallу libre de la carga que tanta pesadumbre le habнa dado. Mas, como don Quijote tenнa el sentido del olfato tan vivo como el de los oнdos, y Sancho estaba tan junto y cosido con йl, que casi por lнnea recta subнan los vapores hacia arriba, no se pudo escusar de que algunos no llegasen a sus narices; y, apenas hubieron llegado, cuando йl fue al socorro, apretбndolas entre los dos dedos; y, con tono algo gangoso, dijo:

-Parйceme, Sancho, que tienes mucho miedo.

-Sн tengo -respondiу Sancho-; mas їen quй lo echa de ver vuestra merced ahora mбs que nunca?

-En que ahora mбs que nunca hueles, y no a бmbar -respondiу don Quijote.

-Bien podrб ser -dijo Sancho-, mas yo no tengo la culpa, sino vuestra merced, que me trae a deshoras y por estos no acostumbrados pasos.

-Retнrate tres o cuatro allб, amigo -dijo don Quijote (todo esto sin quitarse los dedos de las narices)-, y desde aquн adelante ten mбs cuenta con tu persona y con lo que debes a la mнa; que la mucha conversaciуn que tengo contigo ha engendrado este menosprecio.

-Apostarй -replicу Sancho- que piensa vuestra merced que yo he hecho de mi persona alguna cosa que no deba.

-Peor es meneallo, amigo Sancho -respondiу don Quijote.

En estos coloquios y otros semejantes pasaron la noche amo y mozo. Mas, viendo Sancho que a mбs andar se venнa la maсana, con mucho tiento desligу a Rocinante y se atу los calzones. Como Rocinante se vio libre, aunque йl de suyo no era nada brioso, parece que se resintiу, y comenzу a dar manotadas; porque corvetas -con perdуn suyo- no las sabнa hacer. Viendo, pues, don Quijote que ya Rocinante se movнa, lo tuvo a buena seсal, y creyу que lo era de que acometiese aquella temerosa aventura.

Acabу en esto de descubrirse el alba y de parecer distintamente las cosas, y vio don Quijote que estaba entre unos бrboles altos, que ellos eran castaсos, que hacen la sombra muy escura. Sintiу tambiйn que el golpear no cesaba, pero no vio quiйn lo podнa causar; y asн, sin mбs detenerse, hizo sentir las espuelas a Rocinante, y, tornando a despedirse de Sancho, le mandу que allн le aguardase tres dнas, a lo mбs largo, como ya otra vez se lo habнa dicho; y que, si al cabo dellos no hubiese vuelto, tuviese por cierto que Dios habнa sido servido de que en aquella peligrosa aventura se le acabasen sus dнas. Tornуle a referir el recado y embajada que habнa de llevar de su parte a su seсora Dulcinea, y que, en lo que tocaba a la paga de sus servicios, no tuviese pena, porque йl habнa dejado hecho su testamento antes que saliera de su lugar, donde se hallarнa gratificado de todo lo tocante a su salario, rata por cantidad, del tiempo que hubiese servido; pero que si Dios le sacaba de aquel peligro sano y salvo y sin cautela, se podнa tener por muy mбs que cierta la prometida нnsula.

De nuevo tornу a llorar Sancho, oyendo de nuevo las lastimeras razones de su buen seсor, y determinу de no dejarle hasta el ъltimo trбnsito y fin de aquel negocio.

Destas lбgrimas y determinaciуn tan honrada de Sancho Panza saca el autor desta historia que debнa de ser bien nacido, y, por lo menos, cristiano viejo. Cuyo sentimiento enterneciу algo a su amo, pero no tanto que mostrase flaqueza alguna; antes, disimulando lo mejor que pudo, comenzу a caminar hacia la parte por donde le pareciу que el ruido del agua y del golpear venнa.

Seguнale Sancho a pie, llevando, como tenнa de costumbre, del cabestro a su jumento, perpetuo compaсero de sus prуsperas y adversas fortunas; y, habiendo andado una buena pieza por entre aquellos castaсos y бrboles sombrнos, dieron en un pradecillo que al pie de unas altas peсas se hacнa, de las cuales se precipitaba un grandнsimo golpe de agua. Al pie de las peсas, estaban unas casas mal hechas, que mбs parecнan ruinas de edificios que casas, de entre las cuales advirtieron que salнa el ruido y estruendo de aquel golpear, que aъn no cesaba.

Alborotуse Rocinante con el estruendo del agua y de los golpes, y, sosegбndole don Quijote, se fue llegando poco a poco a las casas, encomendбndose de todo corazуn a su seсora, suplicбndole que en aquella temerosa jornada y empresa le favoreciese, y de camino se encomendaba tambiйn a Dios, que no le olvidase. No se le quitaba Sancho del lado, el cual alargaba cuanto podнa el cuello y la vista por entre las piernas de Rocinante, por ver si verнa ya lo que tan suspenso y medroso le tenнa.

Otros cien pasos serнan los que anduvieron, cuando, al doblar de una punta, pareciу descubierta y patente la misma causa, sin que pudiese ser otra, de aquel horrнsono y para ellos espantable ruido, que tan suspensos y medrosos toda la noche los habнa tenido. Y eran -si no lo has, Ўoh lector!, por pesadumbre y enojo- seis mazos de batбn, que con sus alternativos golpes aquel estruendo formaban.

Cuando don Quijote vio lo que era, enmudeciу y pasmуse de arriba abajo. Mirуle Sancho, y vio que tenнa la cabeza inclinada sobre el pecho, con muestras de estar corrido. Mirу tambiйn don Quijote a Sancho, y viole que tenнa los carrillos hinchados y la boca llena de risa, con evidentes seсales de querer reventar con ella, y no pudo su melanconнa tanto con йl que, a la vista de Sancho, pudiese dejar de reнrse; y, como vio Sancho que su amo habнa comenzado, soltу la presa de manera que tuvo necesidad de apretarse las ijadas con los puсos, por no reventar riendo. Cuatro veces sosegу, y otras tantas volviу a su risa con el mismo нmpetu que primero; de lo cual ya se daba al diablo don Quijote, y mбs cuando le oyу decir, como por modo de fisga:

-«Has de saber, Ўoh Sancho amigo!, que yo nacн, por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la dorada, o de oro. Yo soy aquйl para quien estбn guardados los peligros, las hazaсas grandes, los valerosos fechos...»

Y por aquн fue repitiendo todas o las mбs razones que don Quijote dijo la vez primera que oyeron los temerosos golpes.

Viendo, pues, don Quijote que Sancho hacнa burla dйl, se corriу y enojу en tanta manera, que alzу el lanzуn y le asentу dos palos, tales que, si, como los recibiу en las espaldas, los recibiera en la cabeza, quedara libre de pagarle el salario, si no fuera a sus herederos. Viendo Sancho que sacaba tan malas veras de sus burlas, con temor de que su amo no pasase adelante en ellas, con mucha humildad le dijo:

-Sosiйguese vuestra merced; que, por Dios, que me burlo.

-Pues, porque os burlбis, no me burlo yo -respondiу don Quijote-. Venid acб, seсor alegre: їparйceos a vos que, si como йstos fueron mazos de batбn, fueran otra peligrosa aventura, no habнa yo mostrado el бnimo que convenнa para emprendella y acaballa? їEstoy yo obligado, a dicha, siendo, como soy, caballero, a conocer y destinguir los sones y saber cuбles son de batбn o no? Y mбs, que podrнa ser, como es verdad, que no los he visto en mi vida, como vos los habrйis visto, como villano ruin que sois, criado y nacido entre ellos. Si no, haced vos que estos seis mazos se vuelvan en seis jayanes, y echбdmelos a las barbas uno a uno, o todos juntos, y, cuando yo no diere con todos patas arriba, haced de mн la burla que quisiйredes.

-No haya mбs, seсor mнo -replicу Sancho-, que yo confieso que he andado algo risueсo en demasнa. Pero dнgame vuestra merced, ahora que estamos en paz (asн Dios le saque de todas las aventuras que le sucedieren tan sano y salvo como le ha sacado dйsta), їno ha sido cosa de reнr, y lo es de contar, el gran miedo que hemos tenido? A lo menos, el que yo tuve; que de vuestra merced ya yo sй que no le conoce, ni sabe quй es temor ni espanto.

-No niego yo -respondiу don Quijote- que lo que nos ha sucedido no sea cosa digna de risa, pero no es digna de contarse; que no son todas las personas tan discretas que sepan poner en su punto las cosas.

-A lo menos -respondiу Sancho-, supo vuestra merced poner en su punto el lanzуn, apuntбndome a la cabeza, y dбndome en las espaldas, gracias a Dios y a la diligencia que puse en ladearme. Pero vaya, que todo saldrб en la colada; que yo he oнdo decir: «Йse te quiere bien, que te hace llorar»; y mбs, que suelen los principales seсores, tras una mala palabra que dicen a un criado, darle luego unas calzas; aunque no sй lo que le suelen dar tras haberle dado de palos, si ya no es que los caballeros andantes dan tras palos нnsulas o reinos en tierra firme.

-Tal podrнa correr el dado -dijo don Quijote- que todo lo que dices viniese a ser verdad; y perdona lo pasado, pues eres discreto y sabes que los primeros movimientos no son en mano del hombre, y estб advertido de aquн adelante en una cosa, para que te abstengas y reportes en el hablar demasiado conmigo; que en cuantos libros de caballerнas he leнdo, que son infinitos, jamбs he hallado que ningъn escudero hablase tanto con su seсor como tъ con el tuyo. Y en verdad que lo tengo a gran falta, tuya y mнa: tuya, en que me estimas en poco; mнa, en que no me dejo estimar en mбs. Sн, que Gandalнn, escudero de Amadнs de Gaula, conde fue de la нnsula Firme; y se lee dйl que siempre hablaba a su seсor con la gorra en la mano, inclinada la cabeza y doblado el cuerpo more turquesco. Pues, їquй diremos de Gasabal, escudero de don Galaor, que fue tan callado que, para declararnos la excelencia de su maravilloso silencio, sola una vez se nombra su nombre en toda aquella tan grande como verdadera historia? De todo lo que he dicho has de inferir, Sancho, que es menester hacer diferencia de amo a mozo, de seсor a criado y de caballero a escudero. Asн que, desde hoy en adelante, nos hemos de tratar con mбs respeto, sin darnos cordelejo, porque, de cualquiera manera que yo me enoje con vos, ha de ser mal para el cбntaro. Las mercedes y beneficios que yo os he prometido llegarбn a su tiempo; y si no llegaren, el salario, a lo menos, no se ha de perder, como ya os he dicho.

-Estб bien cuanto vuestra merced dice -dijo Sancho-, pero querrнa yo saber, por si acaso no llegase el tiempo de las mercedes y fuese necesario acudir al de los salarios, cuбnto ganaba un escudero de un caballero andante en aquellos tiempos, y si se concertaban por meses, o por dнas, como peones de albaсir.

-No creo yo -respondiу don Quijote- que jamбs los tales escuderos estuvieron a salario, sino a merced. Y si yo ahora te le he seсalado a ti en el testamento cerrado que dejй en mi casa, fue por lo que podнa suceder; que aъn no sй cуmo prueba en estos tan calamitosos tiempos nuestros la caballerнa, y no querrнa que por pocas cosas penase mi бnima en el otro mundo. Porque quiero que sepas, Sancho, que en йl no hay estado mбs peligroso que el de los aventureros.

-Asн es verdad -dijo Sancho-, pues sуlo el ruido de los mazos de un batбn pudo alborotar y desasosegar el corazуn de un tan valeroso andante aventurero como es vuestra merced. Mas, bien puede estar seguro que, de aquн adelante, no despliegue mis labios para hacer donaire de las cosas de vuestra merced, si no fuere para honrarle, como a mi amo y seсor natural.

-Desa manera -replicу don Quijote-, vivirбs sobre la haz de la tierra; porque, despuйs de a los padres, a los amos se ha de respetar como si lo fuesen.



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Capнtulo XXI

Que trata de la alta aventura y rica ganancia del yelmo de Mambrino, con otras cosas sucedidas a nuestro invencible caballero

EN ESTO, comenzу a llover un poco, y quisiera Sancho que se entraran en el molino de los batanes; mas habнales cobrado tal aborrecimiento don Quijote, por la pesada burla, que en ninguna manera quiso entrar dentro; y asн, torciendo el camino a la derecha mano, dieron en otro como el que habнan llevado el dнa de antes.

De allн a poco, descubriу don Quijote un hombre a caballo, que traнa en la cabeza una cosa que relumbraba como si fuera de oro, y aъn йl apenas le hubo visto, cuando se volviу a Sancho y le dijo:

-Parйceme, Sancho, que no hay refrбn que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas, especialmente aquel que dice: «Donde una puerta se cierra, otra se abre». Dнgolo porque si anoche nos cerrу la ventura la puerta de la que buscбbamos, engaсбndonos con los batanes, ahora nos abre de par en par otra, para otra mejor y mбs cierta aventura; que si yo no acertare a entrar por ella, mнa serб la culpa, sin que la pueda dar a la poca noticia de batanes ni a la escuridad de la noche. Digo esto porque, si no me engaсo, hacia nosotros viene uno que trae en su cabeza puesto el yelmo de Mambrino, sobre que yo hice el juramento que sabes.

-Mire vuestra merced bien lo que dice, y mejor lo que hace -dijo Sancho-, que no querrнa que fuesen otros batanes que nos acabasen de abatanar y aporrear el sentido.

-ЎVбlate el diablo por hombre! -replicу don Quijote-. їQuй va de yelmo a batanes?

-No sй nada -respondiу Sancho-; mas, a fe que si yo pudiera hablar tanto como solнa, que quizб diera tales razones que vuestra merced viera que se engaсaba en lo que dice.

-їCуmo me puedo engaсar en lo que digo, traidor escrupuloso? -dijo don Quijote-. Dime, їno ves aquel caballero que hacia nosotros viene, sobre un caballo rucio rodado, que trae puesto en la cabeza un yelmo de oro?

-Lo que yo veo y columbro -respondiу Sancho- no es sino un hombre sobre un asno pardo, como el mнo, que trae sobre la cabeza una cosa que relumbra.

-Pues йse es el yelmo de Mambrino -dijo don Quijote-. Apбrtate a una parte y dйjame con йl a solas: verбs cuбn sin hablar palabra, por ahorrar del tiempo, concluyo esta aventura y queda por mнo el yelmo que tanto he deseado.

-Yo me tengo en cuidado el apartarme -replicу Sancho-, mas quiera Dios, torno a decir, que orйgano sea, y no batanes.

-Ya os he dicho, hermano, que no me mentйis, ni por pienso, mбs eso de los batanes -dijo don Quijote-; que voto..., y no digo mбs, que os batanee el alma.

Callу Sancho, con temor que su amo no cumpliese el voto que le habнa echado, redondo como una bola.

Es, pues, el caso que el yelmo, y el caballo y caballero que don Quijote veнa, era esto: que en aquel contorno habнa dos lugares, el uno tan pequeсo, que ni tenнa botica ni barbero, y el otro, que estaba junto a [йl], sн; y asн, el barbero del mayor servнa al menor, en el cual tuvo necesidad un enfermo de sangrarse y otro de hacerse la barba, para lo cual venнa el barbero, y traнa una bacнa de azуfar; y quiso la suerte que, al tiempo que venнa, comenzу a llover, y, porque no se le manchase el sombrero, que debнa de ser nuevo, se puso la bacнa sobre la cabeza; y, como estaba limpia, desde media legua relumbraba. Venнa sobre un asno pardo, como Sancho dijo, y йsta fue la ocasiуn que a don Quijote le pareciу caballo rucio rodado, y caballero, y yelmo de oro; que todas las cosas que veнa, con mucha facilidad las acomodaba a sus desvariadas caballerнas y malandantes pensamientos. Y cuando йl vio que el pobre caballero llegaba cerca, sin ponerse con йl en razones, a todo correr de Rocinante le enristrу con el lanzуn bajo, llevando intenciуn de pasarle de parte a parte; mas cuando a йl llegaba, sin detener la furia de su carrera, le dijo:

-ЎDefiйndete, cautiva criatura, o entriйgame de tu voluntad lo que con tanta razуn se me debe!

El barbero, que, tan sin pensarlo ni temerlo, vio venir aquella fantasma sobre sн, no tuvo otro remedio, para poder guardarse del golpe de la lanza, si no fue el dejarse caer del asno abajo; y no hubo tocado al suelo, cuando se levantу mбs ligero que un gamo y comenzу a correr por aquel llano, que no le alcanzara el viento. Dejуse la bacнa en el suelo, con la cual se contentу don Quijote, y dijo que el pagano habнa andado discreto y que habнa imitado al castor, el cual, viйndose acosado de los cazadores, se taraza y arpa con los dientes aquello por lo que йl, por distinto natural, sabe que es perseguido. Mandу a Sancho que alzase el yelmo, el cual, tomбndola en las manos, dijo:

-Por Dios, que la bacнa es buena y que vale un real de a ocho como un maravedн.

Y, dбndosela a su amo, se la puso luego en la cabeza, rodeбndola a una parte y a otra, buscбndole el encaje; y, como no se le hallaba, dijo:

-Sin duda que el pagano, a cuya medida se forjу primero esta famosa celada, debнa de tener grandнsima cabeza, y lo peor dello es que le falta la mitad.

Cuando Sancho oyу llamar a la bacнa celada, no pudo tener la risa; mas vнnosele a las mientes la cуlera de su amo, y callу en la mitad della.

-їDe quй te rнes, Sancho? -dijo don Quijote.

-Rнome -respondiу йl- de considerar la gran cabeza que tenнa el pagano dueсo deste almete, que no semeja si[no] una bacнa de barbero pintiparada.

-їSabes quй imagino, Sancho? Que esta famosa pieza deste encantado yelmo, por algъn estraсo acidente, debiу de venir a manos de quien no supo conocer ni estimar su valor, y, sin saber lo que hacнa, viйndola de oro purнsimo, debiу de fundir la otra mitad para aprovecharse del precio, y de la otra mitad hizo йsta, que parece bacнa de barbero, como tъ dices. Pero, sea lo que fuere; que para mн que la conozco no hace al caso su trasmutaciуn; que yo la aderezarй en el primer lugar donde haya herrero, y de suerte que no le haga ventaja, ni aun le llegue, la que hizo y forjу el dios de las herrerнas para el dios de las batallas; y, en este entretanto, la traerй como pudiere, que mбs vale algo que no nada; cuanto mбs, que bien serб bastante para defenderme de alguna pedrada.

-Eso serб -dijo Sancho- si no se tira con honda, como se tiraron en la pelea de los dos ejйrcitos, cuando le santiguaron a vuestra merced las muelas y le rompieron el alcuza donde venнa aquel benditнsimo brebaje que me hizo vomitar las asaduras.

-No me da mucha pena el haberle perdido, que ya sabes tъ, Sancho -dijo don Quijote-, que yo tengo la receta en la memoria.

-Tambiйn la tengo yo -respondiу Sancho-, pero si yo le hiciere ni le probare mбs en mi vida, aquн sea mi hora. Cuanto mбs, que no pienso ponerme en ocasiуn de haberle menester, porque pienso guardarme con todos mis cinco sentidos de ser ferido ni de ferir a nadie. De lo del ser otra vez manteado, no digo nada, que semejantes desgracias mal se pueden prevenir, y si vienen, no hay que hacer otra cosa sino encoger los hombros, detener el aliento, cerrar los ojos y dejarse ir por donde la suerte y la manta nos llevare.

-Mal cristiano eres, Sancho -dijo, oyendo esto, don Quijote-, porque nunca olvidas la injuria que una vez te han hecho; pues sбbete que es de pechos nobles y generosos no hacer caso de niсerнas. їQuй pie sacaste cojo, quй costilla quebrada, quй cabeza rota, para que no se te olvide aquella burla? Que, bien apurada la cosa, burla fue y pasatiempo; que, a no entenderlo yo ansн, ya yo hubiera vuelto allб y hubiera hecho en tu venganza mбs daсo que el que hicieron los griegos por la robada Elena. La cual, si fuera en este tiempo, o mi Dulcinea fuera en aquйl, pudiera estar segura que no tuviera tanta fama de hermosa como tiene.

Y aquн dio un sospiro, y le puso en las nubes. Y dijo Sancho:

-[Pase] por burlas, pues la venganza no puede pasar en veras; pero yo sй de quй calidad fueron las veras y las burlas, y sй tambiйn que no se me caerбn de la memoria, como nunca se quitarбn de las espaldas. Pero, dejando esto aparte, dнgame vuestra merced quй haremos deste caballo rucio rodado, que parece asno pardo, que dejу aquн desamparado aquel Martino que vuestra merced derribу; que, segъn йl puso los pies en polvorosa y cogiу las de Villadiego, no lleva pergenio de volver por йl jamбs; y Ўpara mis barbas, si no es bueno el rucio!

-Nunca yo acostumbro -dijo don Quijote- despojar a los que venzo, ni es uso de caballerнa quitarles los caballos y dejarlos a pie, si ya no fuese que el vencedor hubiese perdido en la pendencia el suyo; que, en tal caso, lнcito es tomar el del vencido, como ganado en guerra lнcita. Asн que, Sancho, deja ese caballo, o asno, o lo que tъ quisieres que sea, que, como su dueсo nos vea alongados de aquн, volverб por йl.

-Dios sabe si quisiera llevarle -replicу Sancho-, o, por lo menos, trocalle con este mнo, que no me parece tan bueno. Verdaderamente que son estrechas las leyes de caballerнa, pues no se estienden a dejar trocar un asno por otro; y querrнa saber si podrнa trocar los aparejos siquiera.

-En eso no estoy muy cierto -respondiу don Quijote-; y, en caso de duda, hasta estar mejor informado, digo que los trueques, si es que tienes dellos necesidad estrema.

-Tan estrema es -respondiу Sancho- que si fueran para mi misma persona, no los hubiera menester mбs.

Y luego, habilitado con aquella licencia, hizo mutatio caparum y puso su jumento a las mil lindezas, dejбndole mejorado en tercio y quinto.

Hecho esto, almorzaron de las sobras del real que del acйmila despojaron, bebieron del agua del arroyo de los batanes, sin volver la cara a mirallos: tal era el aborrecimiento que les tenнan por el miedo en que les habнan puesto.

Cortada, pues, la cуlera, y aun la malenconнa, subieron a caballo, y, sin tomar determinado camino, por ser muy de caballeros andantes el no tomar ninguno cierto, se pusieron a caminar por donde la voluntad de Rocinante quiso, que se llevaba tras sн la de su amo, y aun la del asno, que siempre le seguнa por dondequiera que guiaba, en buen amor y compaснa. Con todo esto, volvieron al camino real y siguieron por йl a la ventura, sin otro disignio alguno.

Yendo, pues, asн caminando, dijo Sancho a su amo:

-Seсor, їquiere vuestra merced darme licencia que departa un poco con йl? Que, despuйs que me puso aquel бspero mandamiento del silencio, se me han podrido mбs de cuatro cosas en el estуmago, y una sola que ahora tengo en el pico de la lengua no querrнa que se mal lograse.

-Dila -dijo don Quijote-, y sй breve en tus razonamientos, que ninguno hay gustoso si es largo.

-Digo, pues, seсor -respondiу Sancho-, que, de algunos dнas a esta parte, he considerado cuбn poco se gana y granjea de andar buscando estas aventuras que vuestra merced busca por estos desiertos y encrucijadas de caminos, donde, ya que se venzan y acaben las mбs peligrosas, no hay quien las vea ni sepa; y asн, se han de quedar en perpetuo silencio, y en perjuicio de la intenciуn de vuestra merced y de lo que ellas merecen. Y asн, me parece que serнa mejor, salvo el mejor parecer de vuestra merced, que nos fuйsemos a servir a algъn emperador, o a otro prнncipe grande que tenga alguna guerra, en cuyo servicio vuestra merced muestre el valor de su persona, sus grandes fuerzas y mayor entendimiento; que, visto esto del seсor a quien sirviйremos, por fuerza nos ha de remunerar, a cada cual segъn sus mйritos, y allн no faltarб quien ponga en escrito las hazaсas de vuestra merced, para perpetua memoria. De las mнas no digo nada, pues no han de salir de los lнmites escuderiles; aunque sй decir que, si se usa en la caballerнa escribir hazaсas de escuderos, que no pienso que se han de quedar las mнas entre renglones.

-No dices mal, Sancho -respondiу don Quijote-; mas, antes que se llegue a ese tйrmino, es menester andar por el mundo, como en aprobaciуn, buscando las aventuras, para que, acabando algunas, se cobre nombre y fama tal que, cuando se fuere a la corte de algъn gran monarca, ya sea el caballero conocido por sus obras; y que, apenas le hayan visto entrar los muchachos por la puerta de la ciudad, cuando todos le sigan y rodeen, dando voces, diciendo: ''Йste es el Caballero del Sol'', o de la Sierpe, o de otra insignia alguna, debajo de la cual hubiere acabado grandes hazaсas. ''Йste es -dirбn- el que venciу en singular batalla al gigantazo Brocabruno de la Gran Fuerza; el que desencantу al Gran Mameluco de Persia del largo encantamento en que habнa estado casi novecientos aсos''. Asн que, de mano en mano, irбn pregonando tus hechos, y luego, al alboroto de los muchachos y de la demбs gente, se pararб a las fenestras de su real palacio el rey de aquel reino, y asн como vea al caballero, conociйndole por las armas o por la empresa del escudo, forzosamente ha de decir: ''ЎEa, sus! ЎSalgan mis caballeros, cuantos en mi corte estбn, a recebir a la flor de la caballerнa, que allн viene!'' A cuyo mandamiento saldrбn todos, y йl llegarб hasta la mitad de la escalera, y le abrazarб estrechнsimamente, y le darб paz besбndole en el rostro; y luego le llevarб por la mano al aposento de la seсora reina, adonde el caballero la hallarб con la infanta, su hija, que ha de ser una de las mбs fermosas y acabadas doncellas que, en gran parte de lo descubierto de la tierra, a duras penas se pueda hallar. Sucederб tras esto, luego en continente, que ella ponga los ojos en el caballero y йl en los della, y cada uno parezca a otro cosa mбs divina que humana; y, sin saber cуmo ni cуmo [no], han de quedar presos y enlazados en la intricable red amorosa, y con gran cuita en sus corazones por no saber cуmo se han de fablar para descubrir sus ansias y sentimientos. Desde allн le llevarбn, sin duda, a algъn cuarto del palacio, ricamente aderezado, donde, habiйndole quitado las armas, le traerбn un rico manto de escarlata con que se cubra; y si bien pareciу armado, tan bien y mejor ha de parecer en farseto. Venida la noche, cenarб con el rey, reina e infanta, donde nunca quitarб los ojos della, mirбndola a furto de los circustantes, y ella harб lo mesmo con la mesma sagacidad, porque, como tengo dicho, es muy discreta doncella. Levantarse han las tablas, y entrarб a deshora por la puerta de la sala un feo y pequeсo enano con una fermosa dueсa, que, entre dos gigantes, detrбs del enano viene, con cierta aventura, hecha por un antiquнsimo sabio, que el que la acabare serб tenido por el mejor caballero del mundo. Mandarб luego el rey que todos los que estбn presentes la prueben, y ninguno le darб fin y cima sino el caballero huйsped, en mucho pro de su fama, de lo cual quedarб contentнsima la infanta, y se tendrб por contenta y pagada ademбs, por haber puesto y colocado sus pensamientos en tan alta parte. Y lo bueno es que este rey, o prнncipe, o lo que es, tiene una muy reсida guerra con otro tan poderoso como йl, y el caballero huйsped le pide (al cabo de algunos dнas que ha estado en su corte) licencia para ir a servirle en aquella guerra dicha. Darбsela el rey de muy buen talante, y el caballero le besarб cortйsmente las manos por la merced que le face. Y aquella noche se despedirб de su seсora la infanta por las rejas de un jardнn, que cae en el aposento donde ella duerme, por las cuales ya otras muchas veces la habнa fablado, siendo medianera y sabidora de todo una doncella de quien la infanta mucho se fiaba. Sospirarб йl, desmayarбse ella, traerб agua la doncella, acuitarбse mucho porque viene la maсana, y no querrнa que fuesen descubiertos, por la honra de su seсora. Finalmente, la infanta volverб en sн y darб sus blancas manos por la reja al caballero, el cual se las besarб mil y mil veces y se las baсarб en lбgrimas. Quedarб concertado entre los dos del modo que se han de hacer saber sus buenos o malos sucesos, y rogarбle la princesa que se detenga lo menos que pudiere; prometйrselo ha йl con muchos juramentos; tуrnale a besar las manos, y despнdese con tanto sentimiento que estarб poco por acabar la vida. Vase desde allн a su aposento, йchase sobre su lecho, no puede dormir del dolor de la partida, madruga muy de maсana, vase a despedir del rey y de la reina y de la infanta; dнcenle, habiйndose despedido de los dos, que la seсora infanta estб mal dispuesta y que no puede recebir visita; piensa el caballero que es de pena de su partida, traspбsasele el corazуn, y falta poco de no dar indicio manifiesto de su pena. Estб la doncella medianera delante, halo de notar todo, vбselo a decir a su seсora, la cual la recibe con lбgrimas y le dice que una de las mayores penas que tiene es no saber quiйn sea su caballero, y si es de linaje de reyes o no; asegъrala la doncella que no puede caber tanta cortesнa, gentileza y valentнa como la de su caballero sino en subjeto real y grave; consuйlase con esto la cuitada; procura consolarse, por no dar mal indicio de sн a sus padres, y, a cabo de dos dнas, sale en pъblico. Ya se es ido el caballero: pelea en la guerra, vence al enemigo del rey, gana muchas ciudades, triunfa de muchas batallas, vuelve a la corte, ve a su seсora por donde suele, conciйrtase que la pida a su padre por mujer en pago de sus servicios. No se la quiere dar el rey, porque no sabe quiйn es; pero, con todo esto, o robada o de otra cualquier suerte que sea, la infanta viene a ser su esposa y su padre lo viene a tener a gran ventura, porque se vino a averiguar que el tal caballero es hijo de un valeroso rey de no sй quй reino, porque creo que no debe de estar en el mapa. Muйrese el padre, hereda la infanta, queda rey el caballero en dos palabras. Aquн entra luego el hacer mercedes a su escudero y a todos aquellos que le ayudaron a subir a tan alto estado: casa a su escudero con una doncella de la infanta, que serб, sin duda, la que fue tercera en sus amores, que es hija de un duque muy principal.

-Eso pido, y barras derechas -dijo Sancho-; a eso me atengo, porque todo, al pie de la letra, ha de suceder por vuestra merced, llamбndose el Caballero de la Triste Figura.

-No lo dudes, Sancho -replicу don Quijote-, porque del mesmo y por los mesmos pasos que esto he contado suben y han subido los caballeros andantes a ser reyes y emperadores. Sуlo falta agora mirar quй rey de los cristianos o de los paganos tenga guerra y tenga hija hermosa; pero tiempo habrб para pensar esto, pues, como te tengo dicho, primero se ha de cobrar fama por otras partes que se acuda a la corte. Tambiйn me falta otra cosa; que, puesto caso que se halle rey con guerra y con hija hermosa, y que yo haya cobrado fama increнble por todo el universo, no sй yo cуmo se podнa hallar que yo sea de linaje de reyes, o, por lo menos, primo segundo de emperador; porque no me querrб el rey dar a su hija por mujer si no estб primero muy enterado en esto, aunque mбs lo merezcan mis famosos hechos. Asн que, por esta falta, temo perder lo que mi brazo tiene bien merecido. Bien es verdad que yo soy hijodalgo de solar conocido, de posesiуn y propriedad y de devengar quinientos sueldos; y podrнa ser que el sabio que escribiese mi historia deslindase de tal manera mi parentela y decendencia, que me hallase quinto o sesto nieto de rey. Porque te hago saber, Sancho, que hay dos maneras de linajes en el mundo: unos que traen y derriban su decendencia de prнncipes y monarcas, a quien poco a poco el tiempo ha deshecho, y han acabado en punta, como pirбmide puesta al revйs; otros tuvieron principio de gente baja, y van subiendo de grado en grado, hasta llegar a ser grandes seсores. De manera que estб la diferencia en que unos fueron, que ya no son, y otros son, que ya no fueron; y podrнa ser yo dйstos que, despuйs de averiguado, hubiese sido mi principio grande y famoso, con lo cual se debнa de contentar el rey, mi suegro, que hubiere de ser. Y cuando no, la infanta me ha de querer de manera que, a pesar de su padre, aunque claramente sepa que soy hijo de un azacбn, me ha de admitir por seсor y por esposo; y si no, aquн entra el roballa y llevalla donde mбs gusto me diere; que el tiempo o la muerte ha de acabar el enojo de sus padres.

-Ahн entra bien tambiйn -dijo Sancho- lo que algunos desalmados dicen: «No pidas de grado lo que puedes tomar por fuerza»; aunque mejor cuadra decir: «Mбs vale salto de mata que ruego de hombres buenos». Dнgolo porque si el seсor rey, suegro de vuestra merced, no se quisiere domeсar a entregalle a mi seсora la infanta, no hay sino, como vuestra merced dice, roballa y trasponella. Pero estб el daсo que, en tanto que se hagan las paces y se goce pacнficamente del reino, el pobre escudero se podrб estar a diente en esto de las mercedes. Si ya no es que la doncella tercera, que ha de ser su mujer, se sale con la infanta, y йl pasa con ella su mala ventura, hasta que el cielo ordene otra cosa; porque bien podrб, creo yo, desde luego dбrsela su seсor por ligнtima esposa.

-Eso no hay quien la quite -dijo don Quijote.

-Pues, como eso sea -respondiу Sancho-, no hay sino encomendarnos a Dios, y dejar correr la suerte por donde mejor lo encaminare.

-Hбgalo Dios -respondiу don Quijote- como yo deseo y tъ, Sancho, has menester; y ruin sea quien por ruin se tiene.

-Sea par Dios -dijo Sancho-, que yo cristiano viejo soy, y para ser conde esto me basta.

-Y aun te sobra -dijo don Quijote-; y cuando no lo fueras, no hacнa nada al caso, porque, siendo yo el rey, bien te puedo dar nobleza, sin que la compres ni me sirvas con nada. Porque, en haciйndote conde, cбtate ahн caballero, y digan lo que dijeren; que a buena fe que te han de llamar seсorнa, mal que les pese.

-Y Ўmontas, que no sabrнa yo autorizar el litado! -dijo Sancho.

-Dictado has de decir, que no litado -dijo su amo.

-Sea ansн -respondiу Sancho Panza-. Digo que le sabrнa bien acomodar, porque, por vida mнa, que un tiempo fui muсidor de una cofradнa, y que me asentaba tan bien la ropa de muсidor, que decнan todos que tenнa presencia para poder ser prioste de la mesma cofradнa. Pues, їquй serб cuando me ponga un ropуn ducal a cuestas, o me vista de oro y de perlas, a uso de conde estranjero? Para mн tengo que me han de venir a ver de cien leguas.

-Bien parecerбs -dijo don Quijote-, pero serб menester que te rapes las barbas a menudo; que, segъn las tienes de espesas, aborrascadas y mal puestas, si no te las rapas a navaja, cada dos dнas por lo menos, a tiro de escopeta se echarб de ver lo que eres.

-їQuй hay mбs -dijo Sancho-, sino tomar un barbero y tenelle asalariado en casa? Y aun, si fuere menester, le harй que ande tras mн, como caballerizo de grande.

-Pues, їcуmo sabes tъ -preguntу don Quijote- que los grandes llevan detrбs de sн a sus caballerizos?

-Yo se lo dirй -respondiу Sancho-: los aсos pasados estuve un mes en la corte, y allн vi que, paseбndose un seсor muy pequeсo, que decнan que era muy grande, un hombre le seguнa a caballo a todas las vueltas que daba, que no parecнa sino que era su rabo. Preguntй que cуmo aquel hombre no se juntaba con el otro, sino que siempre andaba tras dйl. Respondiйronme que era su caballerizo y que era uso de grandes llevar tras sн a los tales. Desde entonces lo sй tan bien que nunca se me ha olvidado.

-Digo que tienes razуn -dijo don Quijote-, y que asн puedes tъ llevar a tu barbero; que los usos no vinieron todos juntos, ni se inventaron a una, y puedes ser tъ el primero conde que lleve tras sн su barbero; y aun es de mбs confianza el hacer la barba que ensillar un caballo.

-Quйdese eso del barbero a mi cargo -dijo Sancho-, y al de vuestra merced se quede el procurar venir a ser rey y el hacerme conde.

-Asн serб -respondiу don Quijote.

Y, alzando los ojos, vio lo que se dirб en el siguiente capнtulo.



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Capнtulo XXII

De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que, mal de su grado, los llevaban donde no quisieran ir

CUENTA Cide Hamete Benengeli, autor arбbigo y manchego, en esta gravнsima, altisonante, mнnima, dulce e imaginada historia que, despuйs que entre el famoso don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, su escudero, pasaron aquellas razones que en el fin del capнtulo veinte y uno quedan referidas, que don Quijote alzу los ojos y vio que por el camino que llevaba venнan hasta doce hombres a pie, ensartados, como cuentas, en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos. Venнan ansimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie; los de a caballo, con escopetas de rueda, y los de a pie, con dardos y espadas; y que asн como Sancho Panza los vido, dijo:

-Йsta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras.

-їCуmo gente forzada? -preguntу don Quijote-. їEs posible que el rey haga fuerza a ninguna gente?

-No digo eso -respondiу Sancho-, sino que es gente que, por sus delitos, va condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza.

-En resoluciуn -replicу don Quijote-, comoquiera que ello sea, esta gente, aunque los llevan, van de por fuerza, y no de su voluntad.

-Asн es -dijo Sancho.

-Pues desa manera -dijo su amo-, aquн encaja la ejecuciуn de mi oficio: desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables.

-Advierta vuestra merced -dijo Sancho- que la justicia, que es el mesmo rey, no hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus delitos.

Llegу, en esto, la cadena de los galeotes, y don Quijote, con muy corteses razones, pidiу a los que iban en su guarda fuesen servidos de informalle y decille la causa, o causas, por que llevan aquella gente de aquella manera.

Una de las guardas de a caballo respondiу que eran galeotes, gente de Su Majestad que iba a galeras, y que no habнa mбs que decir, ni йl tenнa mбs que saber.

-Con todo eso -replicу don Quijote-, querrнa saber de cada uno dellos en particular la causa de su desgracia.

Aсadiу a йstas otras tales y tan comedidas razones, para moverlos a que le dijesen lo que deseaba, que la otra guarda de a caballo le dijo:

-Aunque llevamos aquн el registro y la fe de las sentencias de cada uno destos malaventurados, no es tiempo йste de detenerles a sacarlas ni a leellas; vuestra merced llegue y se lo pregunte a ellos mesmos, que ellos lo dirбn si quisieren, que sн querrбn, porque es gente que recibe gusto de hacer y decir bellaquerнas.

Con esta licencia, que don Quijote se tomara aunque no se la dieran, se llegу a la cadena, y al primero le preguntу que por quй pecados iba de tan mala guisa. Йl le respondiу que por enamorado iba de aquella manera.

-їPor eso no mбs? -replicу don Quijote-. Pues, si por enamorados echan a galeras, dнas ha que pudiera yo estar bogando en ellas.

-No son los amores como los que vuestra merced piensa -dijo el galeote-; que los mнos fueron que quise tanto a una canasta de colar, atestada de ropa blanca, que la abracй conmigo tan fuertemente que, a no quitбrmela la justicia por fuerza, aъn hasta agora no la hubiera dejado de mi voluntad. Fue en fragante, no hubo lugar de tormento; concluyуse la causa, acomodбronme las espaldas con ciento, y por aсadidura tres precisos de gurapas, y acabуse la obra.

-їQuй son gurapas? -preguntу don Quijote.

-Gurapas son galeras -respondiу el galeote.

El cual era un mozo de hasta edad de veinte y cuatro aсos, y dijo que era natural de Piedrahнta. Lo mesmo preguntу don Quijote al segundo, el cual no respondiу palabra, segъn iba de triste y malencуnico; mas respondiу por йl el primero, y dijo:

-Йste, seсor, va por canario; digo, por mъsico y cantor.

-Pues, їcуmo -repitiу don Quijote-, por mъsicos y cantores van tambiйn a galeras?

-Sн, seсor -respondiу el galeote-, que no hay peor cosa que cantar en el ansia.

-Antes, he yo oнdo decir -dijo don Quijote- que quien canta sus males espanta.

-Acб es al revйs -dijo el galeote-, que quien canta una vez llora toda la vida.

-No lo entiendo -dijo don Quijote.

Mas una de las guardas le dijo:

-Seсor caballero, cantar en el ansia se dice, entre esta gente non santa, confesar en el tormento. A este pecador le dieron tormento y confesу su delito, que era ser cuatrero, que es ser ladrуn de bestias, y, por haber confesado, le condenaron por seis aсos a galeras, amйn de docientos azotes que ya lleva en las espaldas. Y va siempre pensativo y triste, porque los demбs ladrones que allб quedan y aquн van le maltratan y aniquilan, y escarnecen y tienen en poco, porque confesу y no tuvo бnimo de decir nones. Porque dicen ellos que tantas letras tiene un no como un , y que harta ventura tiene un delincuente, que estб en su lengua su vida o su muerte, y no en la de los testigos y probanzas; y para mн tengo que no van muy fuera de camino.

-Y yo lo entiendo asн -respondiу don Quijote.

El cual, pasando al tercero, preguntу lo que a los otros; el cual, de presto y con mucho desenfado, respondiу y dijo:

-Yo voy por cinco aсos a las seсoras gurapas por faltarme diez ducados.

-Yo darй veinte de muy buena gana -dijo don Quijote- por libraros desa pesadumbre.

-Eso me parece -respondiу el galeote- como quien tiene dineros en mitad del golfo y se estб muriendo de hambre, sin tener adonde comprar lo que ha menester. Dнgolo porque si a su tiempo tuviera yo esos veinte ducados que vuestra merced ahora me ofrece, hubiera untado con ellos la pйndola del escribano y avivado el ingenio del procurador, de manera que hoy me viera en mitad de la plaza de Zocodover, de Toledo, y no en este camino, atraillado como galgo; pero Dios es grande: paciencia y basta.

Pasу don Quijote al cuarto, que era un hombre de venerable rostro con una barba blanca que le pasaba del pecho; el cual, oyйndose preguntar la causa por que allн venнa, comenzу a llorar y no respondiу palabra; mas el quinto condenado le sirviу de lengua, y dijo:

-Este hombre honrado va por cuatro aсos a galeras, habiendo paseado las acostumbradas vestido en pompa y a caballo.

-Eso es -dijo Sancho Panza-, a lo que a mн me parece, haber salido a la vergьenza.

-Asн es -replicу el galeote-; y la culpa por que le dieron esta pena es por haber sido corredor de oreja, y aun de todo el cuerpo. En efecto, quiero decir que este caballero va por alcahuete, y por tener asimesmo sus puntas y collar de hechicero.

-A no haberle aсadido esas puntas y collar -dijo don Quijote-, por solamente el alcahuete limpio, no merecнa йl ir a bogar en las galeras, sino a mandallas y a ser general dellas; porque no es asн comoquiera el oficio de alcahuete, que es oficio de discretos y necesarнsimo en la repъblica bien ordenada, y que no le debнa ejercer sino gente muy bien nacida; y aun habнa de haber veedor y examinador de los tales, como le hay de los demбs oficios, con nъmero deputado y conocido, como corredores de lonja; y desta manera se escusarнan muchos males que se causan por andar este oficio y ejercicio entre gente idiota y de poco entendimiento, como son mujercillas de poco mбs a menos, pajecillos y truhanes de pocos aсos y de poca experiencia, que, a la mбs necesaria ocasiуn y cuando es menester dar una traza que importe, se les yelan las migas entre la boca y la mano y no saben cuбl es su mano derecha. Quisiera pasar adelante y dar las razones por que convenнa hacer elecciуn de los que en la repъblica habнan de tener tan necesario oficio, pero no es el lugar acomodado para ello: algъn dнa lo dirй a quien lo pueda proveer y remediar. Sуlo digo ahora que la pena que me ha causado ver estas blancas canas y este rostro venerable en tanta fatiga, por alcahuete, me la ha quitado el adjunto de ser hechicero; aunque bien sй que no hay hechizos en el mundo que puedan mover y forzar la voluntad, como algunos simples piensan; que es libre nuestro albedrнo, y no hay yerba ni encanto que le fuerce. Lo que suelen hacer algunas mujercillas simples y algunos embusteros bellacos es algunas misturas y venenos con que vuelven locos a los hombres, dando a entender que tienen fuerza para hacer querer bien, siendo, como digo, cosa imposible forzar la voluntad.

-Asн es -dijo el buen viejo-, y, en verdad, seсor, que en lo de hechicero que no tuve culpa; en lo de alcahuete, no lo pude negar. Pero nunca pensй que hacнa mal en ello: que toda mi intenciуn era que todo el mundo se holgase y viviese en paz y quietud, sin pendencias ni penas; pero no me aprovechу nada este buen deseo para dejar de ir adonde no espero volver, segъn me cargan los aсos y un mal de orina que llevo, que no me deja reposar un rato.

Y aquн tornу a su llanto, como de primero; y tъvole Sancho tanta compasiуn, que sacу un real de a cuatro del seno y se le dio de limosna.

Pasу adelante don Quijote, y preguntу a otro su delito, el cual respondiу con no menos, sino con mucha mбs gallardнa que el pasado:

-Yo voy aquн porque me burlй demasiadamente con dos primas hermanas mнas, y con otras dos hermanas que no lo eran mнas; finalmente, tanto me burlй con todas, que resultу de la burla crecer la parentela, tan intricadamente que no hay diablo que la declare. Probуseme todo, faltу favor, no tuve dineros, vнame a pique de perder los tragaderos, sentenciбronme a galeras por seis aсos, consentн: castigo es de mi culpa; mozo soy: dure la vida, que con ella todo se alcanza. Si vuestra merced, seсor caballero, lleva alguna cosa con que socorrer a estos pobretes, Dios se lo pagarб en el cielo, y nosotros tendremos en la tierra cuidado de rogar a Dios en nuestras oraciones por la vida y salud de vuestra merced, que sea tan larga y tan buena como su buena presencia merece.

Йste iba en hбbito de estudiante, y dijo una de las guardas que era muy grande hablador y muy gentil latino.

Tras todos йstos, venнa un hombre de muy buen parecer, de edad de treinta aсos, sino que al mirar metнa el un ojo en el otro un poco. Venнa diferentemente atado que los demбs, porque traнa una cadena al pie, tan grande que se la liaba por todo el cuerpo, y dos argollas a la garganta, la una en la cadena, y la otra de las que llaman guardaamigo o piedeamigo, de la cual decendнan dos hierros que llegaban a la cintura, en los cuales se asнan dos esposas, donde llevaba las manos, cerradas con un grueso candado, de manera que ni con las manos podнa llegar a la boca, ni podнa bajar la cabeza a llegar a las manos. Preguntу don Quijote que cуmo iba aquel hombre con tantas prisiones mбs que los otros. Respondiуle la guarda porque tenнa aquel solo mбs delitos que todos los otros juntos, y que era tan atrevido y tan grande bellaco que, aunque le llevaban de aquella manera, no iban seguros dйl, sino que temнan que se les habнa de huir.

-їQuй delitos puede tener -dijo don Quijote-, si no han merecido mбs pena que echalle a las galeras?

-Va por diez aсos -replicу la guarda-, que es como muerte cevil. No se quiera saber mбs, sino que este buen hombre es el famoso Ginйs de Pasamonte, que por otro nombre llaman Ginesillo de Parapilla.

-Seсor comisario -dijo entonces el galeote-, vбyase poco a poco, y no andemos ahora a deslindar nombres y sobrenombres. Ginйs me llamo y no Ginesillo, y Pasamonte es mi alcurnia, y no Parapilla, como voacй dice; y cada uno se dй una vuelta a la redonda, y no harб poco.

-Hable con menos tono -replicу el comisario-, seсor ladrуn de mбs de la marca, si no quiere que le haga callar, mal que le pese.

-Bien parece -respondiу el galeote- que va el hombre como Dios es servido, pero algъn dнa sabrб alguno si me llamo Ginesillo de Parapilla o no.

-Pues, їno te llaman ansн, embustero? -dijo la guarda.

-Sн llaman -respondiу Ginйs-, mas yo harй que no me lo llamen, o me las pelarнa donde yo digo entre mis dientes. Seсor caballero, si tiene algo que darnos, dйnoslo ya, y vaya con Dios, que ya enfada con tanto querer saber vidas ajenas; y si la mнa quiere saber, sepa que yo soy Ginйs de Pasamonte, cuya vida estб escrita por estos pulgares.

-Dice verdad -dijo el comisario-: que йl mesmo ha escrito su historia, que no hay mбs, y deja empeсado el libro en la cбrcel en docientos reales.

-Y le pienso quitar -dijo Ginйs-, si quedara en docientos ducados.

-їTan bueno es? -dijo don Quijote.

-Es tan bueno -respondiу Ginйs- que mal aсo para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquel gйnero se han escrito o escribieren. Lo que le sй decir a voacй es que trata verdades, y que son verdades tan lindas y tan donosas que no pueden haber mentiras que se le igualen.

-їY cуmo se intitula el libro? -preguntу don Quijote.

-La vida de Ginйs de Pasamonte -respondiу el mismo.

-їY estб acabado? -preguntу don Quijote.

-їCуmo puede estar acabado -respondiу йl-, si aъn no estб acabada mi vida? Lo que estб escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta ъltima vez me han echado en galeras.

-Luego, їotra vez habйis estado en ellas? -dijo don Quijote.

-Para servir a Dios y al rey, otra vez he estado cuatro aсos, y ya sй a quй sabe el bizcocho y el corbacho -respondiу Ginйs-; y no me pesa mucho de ir a ellas, porque allн tendrй lugar de acabar mi libro, que me quedan muchas cosas que decir, y en las galeras de Espaсa hay mas sosiego de aquel que serнa menester, aunque no es menester mucho mбs para lo que yo tengo de escribir, porque me lo sй de coro.

-Hбbil pareces -dijo don Quijote.

-Y desdichado -respondiу Ginйs-; porque siempre las desdichas persiguen al buen ingenio.

-Persiguen a los bellacos -dijo el comisario.

-Ya le he dicho, seсor comisario -respondiу Pasamonte-, que se vaya poco a poco, que aquellos seсores no le dieron esa vara para que maltratase a los pobretes que aquн vamos, sino para que nos guiase y llevase adonde Su Majestad manda. Si no, Ўpor vida de...! ЎBasta!, que podrнa ser que saliesen algъn dнa en la colada las manchas que se hicieron en la venta; y todo el mundo calle, y viva bien, y hable mejor y caminemos, que ya es mucho regodeo йste.

Alzу la vara en alto el comisario para dar a Pasamonte en respuesta de sus amenazas, mas don Quijote se puso en medio y le rogу que no le maltratase, pues no era mucho que quien llevaba tan atadas las manos tuviese algъn tanto suelta la lengua. Y, volviйndose a todos los de la cadena, dijo:

-De todo cuanto me habйis dicho, hermanos carнsimos, he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad; y que podrнa ser que el poco бnimo que aquйl tuvo en el tormento, la falta de dineros dйste, el poco favor del otro y, finalmente, el torcido juicio del juez, hubiese sido causa de vuestra perdiciуn y de no haber salido con la justicia que de vuestra parte tenнades. Todo lo cual se me representa a mн ahora en la memoria de manera que me estб diciendo, persuadiendo y aun forzando que muestre con vosotros el efeto para que el cielo me arrojу al mundo, y me hizo profesar en йl la orden de caballerнa que profeso, y el voto que en ella hice de favorecer a los menesterosos y opresos de los mayores. Pero, porque sй que una de las partes de la prudencia es que lo que se puede hacer por bien no se haga por mal, quiero rogar a estos seсores guardianes y comisario sean servidos de desataros y dejaros ir en paz, que no faltarбn otros que sirvan al rey en mejores ocasiones; porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres. Cuanto mбs, seсores guardas -aсadiу don Quijote-, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allб se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yйndoles nada en ello. Pido esto con esta mansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplнs, algo que agradeceros; y, cuando de grado no lo hagбis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo, harбn que lo hagбis por fuerza.

-ЎDonosa majaderнa! -respondiу el comisario-. ЎBueno estб el donaire con que ha salido a cabo de rato! ЎLos forzados del rey quiere que le dejemos, como si tuviйramos autoridad para soltarlos o йl la tuviera para mandбrnoslo! Vбyase vuestra merced, seсor, norabuena, su camino adelante, y enderйcese ese bacнn que trae en la cabeza, y no ande buscando tres pies al gato.

-ЎVos sois el gato, y el rato, y el bellaco! -respondiу don Quijote.

Y, diciendo y haciendo, arremetiу con йl tan presto que, sin que tuviese lugar de ponerse en defensa, dio con йl en el suelo, malherido de una lanzada; y avнnole bien, que йste era el de la escopeta. Las demбs guardas quedaron atуnitas y suspensas del no esperado acontecimiento; pero, volviendo sobre sн, pusieron mano a sus espadas los de a caballo, y los de a pie a sus dardos, y arremetieron a don Quijote, que con mucho sosiego los aguardaba; y, sin duda, lo pasara mal si los galeotes, viendo la ocasiуn que se les ofrecнa de alcanzar libertad, no la procu[ra]ran, procurando romper la cadena donde venнan ensartados. Fue la revuelta de manera que las guardas, ya por acudir a los galeotes, que se desataban, ya por acometer a don Quijote, que los acometнa, no hicieron cosa que fuese de provecho.

Ayudу Sancho, por su parte, a la soltura de Ginйs de Pasamonte, que fue el primero que saltу en la campaсa libre y desembarazado, y, arremetiendo al comisario caнdo, le quitу la espada y la escopeta, con la cual, apuntando al uno y seсalando al otro, sin disparalla jamбs, no quedу guarda en todo el campo, porque se fueron huyendo, asн de la escopeta de Pasamonte como de las muchas pedradas que los ya sueltos galeotes les tiraban.

Entristeciуse mucho Sancho deste suceso, porque se le representу que los que iban huyendo habнan de dar noticia del caso a la Santa Hermandad, la cual, a campana herida, saldrнa a buscar los delincuentes, y asн se lo dijo a su amo, y le rogу que luego de allн se partiesen y se emboscasen en la sierra, que estaba cerca.

-Bien estб eso -dijo don Quijote-, pero yo sй lo que ahora conviene que se haga.

Y, llamando a todos los galeotes, que andaban alborotados y habнan despojado al comisario hasta dejarle en cueros, se le pusieron todos a la redonda para ver lo que les mandaba, y asн les dijo:

-De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que mбs a Dios ofende es la ingratitud. Dнgolo porque ya habйis visto, seсores, con manifiesta experiencia, el que de mн habйis recebido; en pago del cual querrнa, y es mi voluntad, que, cargados de esa cadena que quitй de vuestros cuellos, luego os pongбis en camino y vais a la ciudad del Toboso, y allн os presentйis ante la seсora Dulcinea del Toboso y le digбis que su caballero, el de la Triste Figura, se le envнa a encomendar, y le contйis, punto por punto, todos los que ha tenido esta famosa aventura hasta poneros en la deseada libertad; y, hecho esto, os podrйis ir donde quisiйredes a la buena ventura.

Respondiу por todos Ginйs de Pasamonte, y dijo:

-Lo que vuestra merced nos manda, seсor y libertador nuestro, es imposible de toda imposibilidad cumplirlo, porque no podemos ir juntos por los caminos, sino solos y divididos, y cada uno por su parte, procurando meterse en las entraсas de la tierra, por no ser hallado de la Santa Hermandad, que, sin duda alguna, ha de salir en nuestra busca. Lo que vuestra merced puede hacer, y es justo que haga, es mudar ese servicio y montazgo de la seсora Dulcinea del Toboso en alguna cantidad de avemarнas y credos, que nosotros diremos por la intenciуn de vuestra merced; y йsta es cosa que se podrб cumplir de noche y de dнa, huyendo o reposando, en paz o en guerra; pero pensar que hemos de volver ahora a las ollas de Egipto, digo, a tomar nuestra cadena y a ponernos en camino del Toboso, es pensar que es ahora de noche, que aъn no son las diez del dнa, y es pedir a nosotros eso como pedir peras al olmo.

-Pues Ўvoto a tal! -dijo don Quijote, ya puesto en cуlera-, don hijo de la puta, don Ginesillo de Paropillo, o como os llamбis, que habйis de ir vos solo, rabo entre piernas, con toda la cadena a cuestas.

Pasamonte, que no era nada bien sufrido, estando ya enterado que don Quijote no era muy cuerdo, pues tal disparate habнa acometido como el de querer darles libertad, viйndose tratar de aquella manera, hizo del ojo a los compaсeros, y, apartбndose aparte, comenzaron a llover tantas piedras sobre don Quijote, que no se daba manos a cubrirse con la rodela; y el pobre de Rocinante no hacнa mбs caso de la espuela que si fuera hecho de bronce. Sancho se puso tras su asno, y con йl se defendнa de la nube y pedrisco que sobre entrambos llovнa. No se pudo escudar tan bien don Quijote que no le acertasen no sй cuбntos guijarros en el cuerpo, con tanta fuerza que dieron con йl en el suelo; y apenas hubo caнdo, cuando fue sobre йl el estudiante y le quitу la bacнa de la cabeza, y diole con ella tres o cuatro golpes en las espaldas y otros tantos en la tierra, con que la hizo pedazos. Quitбronle una ropilla que traнa sobre las armas, y las medias calzas le querнan quitar si las grebas no lo estorbaran. A Sancho le quitaron el gabбn, y, dejбndole en pelota, repartiendo entre sн los demбs despojos de la batalla, se fueron cada uno por su parte, con mбs cuidado de escaparse de la Hermandad, que temнan, que de cargarse de la cadena e ir a presentarse ante la seсora Dulcinea del Toboso.

Solos quedaron jumento y Rocinante, Sancho y Don Quijote; el jumento, cabizbajo y pensativo, sacudiendo de cuando en cuando las orejas, pensando que aъn no habнa cesado la borrasca de las piedras, que le perseguнan los oнdos; Rocinante, tendido junto a su amo, que tambiйn vino al suelo de otra pedrada; Sancho, en pelota y temeroso de la Santa Hermandad; don Quijote, mohinнsimo de verse tan malparado por los mismos a quien tanto bien habнa hecho.



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Capнtulo XXIII

De lo que le aconteciу al famoso don Quijote en Sierra Morena, que fue una de las mбs raras aventuras que en esta verdadera historia se cuentan

VIЙNDOSE tan malparado don Quijote, dijo a su escudero:

-Siempre, Sancho, lo he oнdo decir, que el hacer bien a villanos es echar agua en la mar. Si yo hubiera creнdo lo que me dijiste, yo hubiera escusado esta pesadumbre; pero ya estб hecho: paciencia, y escarmentar para desde aquн adelante.

-Asн escarmentarб vuestra merced -respondiу Sancho- como yo soy turco; pero, pues dice que si me hubiera creнdo se hubiera escusado este daсo, crйame ahora y escusarб otro mayor; porque le hago saber que con la Santa Hermandad no hay usar de caballerнas, que no se le da a ella por cuantos caballeros andantes hay dos maravedнs; y sepa que ya me parece que sus saetas me zumban por los oнdos.

-Naturalmente eres cobarde, Sancho -dijo don Quijote-, pero, porque no digas que soy contumaz y que jamбs hago lo que me aconsejas, por esta vez quiero tomar tu consejo y apartarme de la furia que tanto temes; mas ha de ser con una condiciуn: que jamбs, en vida ni en muerte, has de decir a nadie que yo me retirй y apartй deste peligro de miedo, sino por complacer a tus ruegos; que si otra cosa dijeres, mentirбs en ello, y desde ahora para entonces, y desde entonces para ahora, te desmiento, y digo que mientes y mentirбs todas las veces que lo pensares o lo dijeres. Y no me repliques mбs, que en sуlo pensar que me aparto y retiro de algъn peligro, especialmente dйste, que parece que lleva algъn es no es de sombra de miedo, estoy ya para quedarme, y para aguardar aquн solo, no solamente a la Santa Hermandad que dices y temes, sino a los hermanos de los doce tribus de Israel, y a los siete Macabeos, y a Cбstor y a Pуlux, y aun a todos los hermanos y hermandades que hay en el mundo.

-Seсor -respondiу Sancho-, que el retirar no es huir, ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza, y de sabios es guardarse hoy para maсana y no aventurarse todo en un dнa. Y sepa que, aunque zafio y villano, todavнa se me alcanza algo desto que llaman buen gobierno; asн que, no se arrepienta de haber tomado mi consejo, sino suba en Rocinante, si puede, o si no yo le ayudarй, y sнgame, que el caletre me dice que hemos menester ahora mбs los pies que las manos.

Subiу don Quijote, sin replicarle mбs palabra, y, guiando Sancho sobre su asno, se entraron por una parte de Sierra Morena, que allн junto estaba, llevando Sancho intenciуn de atravesarla toda e ir a salir al Viso, o a Almodуvar del Campo, y esconderse algunos dнas por aquellas asperezas, por no ser hallados si la Hermandad los buscase. Animуle a esto haber visto que de la refriega de los galeotes se habнa escapado libre la despensa que sobre su asno venнa, cosa que la juzgу a milagro, segъn fue lo que llevaron y buscaron los galeotes.(1)

Asн como don Quijote entrу por aquellas montaсas, se le alegrу el corazуn, pareciйndole aquellos lugares acomodados para las aventuras que buscaba. Reducнansele a la memoria los maravillosos acaecimientos que en semejantes soledades y asperezas habнan sucedido a caballeros andantes. Iba pensando en estas cosas, tan embebecido y trasportado en ellas que de ninguna otra se acordaba. Ni Sancho llevaba otro cuidado -despuйs que le pareciу que caminaba por parte segura- sino de satisfacer su estуmago con los relieves que del despojo clerical habнan quedado; y asн, iba tras su amo sentado a la mujeriega sobre su jumento, sacando de un costal y embaulando en su panza; y no se le diera por hallar otra ventura, entretanto que iba de aquella manera, un ardite.

En esto, alzу los ojos y vio que su amo estaba parado, procurando con la punta del lanzуn alzar no sй quй bulto que estaba caнdo en el suelo, por lo cual se dio priesa a llegar a ayudarle si fuese menester; y cuando llegу fue a tiempo que alzaba con la punta del lanzуn un cojнn y una maleta asida a йl, medio podridos, o podridos del todo, y deshechos; mas, pesaba tanto, que fue necesario que Sancho se apease a tomarlos, y mandуle su amo que viese lo que en la maleta venнa.

Hнzolo con mucha presteza Sancho, y, aunque la maleta venнa cerrada con una cadena y su candado, por lo roto y podrido della vio lo que en ella habнa, que eran cuatro camisas de delgada holanda y otras cosas de lienzo, no menos curiosas que limpias, y en un paсizuelo hallу un buen montoncillo de escudos de oro; y, asн como los vio, dijo:

-ЎBendito sea todo el cielo, que nos ha deparado una aventura que sea de provecho!

Y buscando mбs, hallу un librillo de memoria, ricamente guarnecido. Йste le pidiу don Quijote, y mandуle que guardase el dinero y lo tomase para йl. Besуle las manos Sancho por la merced, y, desvalijando a la valija de su lencerнa, la puso en el costal de la despensa. Todo lo cual visto por don Quijote, dijo:

-Parйceme, Sancho, y no es posible que sea otra cosa, que algъn caminante descaminado debiу de pasar por esta sierra, y, salteбndole malandrines, le debieron de matar, y le trujeron a enterrar en esta tan escondida parte.

-No puede ser eso -respondiу Sancho-, porque si fueran ladrones, no se dejaran aquн este dinero.

-Verdad dices -dijo don Quijote-, y asн, no adivino ni doy en lo que esto pueda ser; mas, espйrate: veremos si en este librillo de memoria hay alguna cosa escrita por donde podamos rastrear y venir en conocimiento de lo que deseamos.

Abriуle, y lo primero que hallу en йl escrito, como en borrador, aunque de muy buena letra, fue un soneto, que, leyйndole alto porque Sancho tambiйn lo oyese, vio que decнa desta manera:

O le falta al Amor conocimiento,

o le sobra crueldad, o no es mi pena

igual a la ocasiуn que me condena

al gйnero mбs duro de tormento.

Pero si Amor es dios, es argumento

que nada ignora, y es razуn muy buena

que un dios no sea cruel. Pues, їquiйn ordena

el terrible dolor que adoro y siento?

Si digo que sois vos, Fili, no acierto;

que tanto mal en tanto bien no cabe,

ni me viene del cielo esta rьina.

Presto habrй de morir, que es lo mбs cierto;

que al mal de quien la causa no se sabe

milagro es acertar la medicina.

-Por esa trova -dijo Sancho- no se puede saber nada, si ya no es que por ese hilo que estб ahн se saque el ovillo de todo.

-їQuй hilo estб aquн? -dijo don Quijote.

-Parйceme -dijo Sancho- que vuestra merced nombrу ahн hilo.

-No dije sino Fili -respondiу don Quijote-, y йste, sin duda, es el nombre de la dama de quien se queja el autor deste soneto; y a fe que debe de ser razonable poeta, o yo sй poco del arte.

-Luego, їtambiйn -dijo Sancho- se le entiende a vuestra merced de trovas?

-Y mбs de lo que tъ piensas -respondiу don Quijote-, y verбslo cuando lleves una carta, escrita en verso de arriba abajo, a mi seсora Dulcinea del Toboso. Porque quiero que sepas, Sancho, que todos o los mбs caballeros andantes de la edad pasada eran grandes trovadores y grandes mъsicos; que estas dos habilidades, o gracias, por mejor decir, son anexas a los enamorados andantes. Verdad es que las coplas de los pasados caballeros tienen mбs de espнritu que de primor.

-Lea mбs vuestra merced -dijo Sancho-, que ya hallarб algo que nos satisfaga.

Volviу la hoja don Quijote y dijo:

-Esto es prosa, y parece carta.

-їCarta misiva, seсor? -preguntу Sancho.

-En el principio no parece sino de amores -respondiу don Quijote.

-Pues lea vuestra merced alto -dijo Sancho-, que gusto mucho destas cosas de amores.

-Que me place -dijo don Quijote.

Y, leyйndola alto, como Sancho se lo habнa rogado, vio que decнa desta manera:

Tu falsa promesa y mi cierta desventura me llevan a parte donde antes volverбn a tus oнdos las nuevas de mi muerte que las razones de mis quejas. Desechбsteme, Ўoh ingrata!, por quien tiene mбs, no por quien vale mбs que yo; mas si la virtud fuera riqueza que se estimara, no envidiara yo dichas ajenas ni llorara desdichas propias. Lo que levantу tu hermosura han derribado tus obras: por ella entendн que eras бngel, y por ellas conozco que eres mujer. Quйdate en paz, causadora de mi guerra, y haga el cielo que los engaсos de tu esposo estйn siempre encubiertos, porque tъ no quedes arrepentida de lo que heciste y yo no tome venganza de lo que no deseo.

Acabando de leer la carta, dijo don Quijote:

-Menos por йsta que por los versos se puede sacar mбs de que quien la escribiу es algъn desdeсado amante.

Y, hojeando casi todo el librillo, hallу otros versos y cartas, que algunos pudo leer y otros no; pero lo que todos contenнan eran quejas, lamentos, desconfianzas, sabores y sinsabores, favores y desdenes, solenizados los unos y llorados los otros.

En tanto que don Quijote pasaba el libro, pasaba Sancho la maleta, sin dejar rincуn en toda ella, ni en el cojнn, que no buscase, escudriсase e inquiriese, ni costura que no deshiciese, ni vedija de lana que no escarmenase, porque no se quedase nada por diligencia ni mal recado: tal golosina habнan despertado en йl los hallados escudos, que pasaban de ciento. Y, aunque no hallу mas de lo hallado, dio por bien empleados los vuelos de la manta, el vomitar del brebaje, las bendiciones de las estacas, las puсadas del arriero, la falta de las alforjas, el robo del gabбn y toda la hambre, sed y cansancio que habнa pasado en servicio de su buen seсor, pareciйndole que estaba mбs que rebiйn pagado con la merced recebida de la entrega del hallazgo.

Con gran deseo quedу el Caballero de la Triste Figura de saber quiйn fuese el dueсo de la maleta, conjeturando, por el soneto y carta, por el dinero en oro y por las tan buenas camisas, que debнa de ser de algъn principal enamorado, a quien desdenes y malos tratamientos de su dama debнan de haber conducido a algъn desesperado tйrmino. Pero, como por aquel lugar inhabitable y escabroso no parecнa persona alguna de quien poder informarse, no se curу de mбs que de pasar adelante, sin llevar otro camino que aquel que Rocinante querнa, que era por donde йl podнa caminar, siempre con imaginaciуn que no podнa faltar por aquellas malezas alguna estraсa aventura.

Yendo, pues, con este pensamiento, vio que, por cima de una montaсuela que delante de los ojos se le ofrecнa, iba saltando un hombre, de risco en risco y de mata en mata, con estraсa ligereza. Figurуsele que iba desnudo, la barba negra y espesa, los cabellos muchos y rabultados, los pies descalzos y las piernas sin cosa alguna; los muslos cubrнan unos calzones, al parecer de terciopelo leonado, mas tan hechos pedazos que por muchas partes se le descubrнan las carnes. Traнa la cabeza descubierta, y, aunque pasу con la ligereza que se ha dicho, todas estas menudencias mirу y notу el Caballero de la Triste Figura; y, aunque lo procurу, no pudo seguille, porque no era dado a la debilidad de Rocinante andar por aquellas asperezas, y mбs siendo йl de suyo pisacorto y flemбtico. Luego imaginу don Quijote que aquйl era el dueсo del cojнn y de la maleta, y propuso en sн de buscalle, aunque supiese andar un aсo por aquellas montaсas hasta hallarle; y asн, mandу a Sancho que se apease del asno y atajase por la una parte de la montaсa, que йl irнa por la otra y podrнa ser que topasen, con esta diligencia, con aquel hombre que con tanta priesa se les habнa quitado de delante.

-No podrй hacer eso -respondiу Sancho-, porque, en apartбndome de vuestra merced, luego es conmigo el miedo, que me asalta con mil gйneros de sobresaltos y visiones. Y sнrvale esto que digo de aviso, para que de aquн adelante no me aparte un dedo de su presencia.

-Asн serб -dijo el de la Triste Figura-, y yo estoy muy contento de que te quieras valer de mi бnimo, el cual no te ha de faltar, aunque te falte el бnima del cuerpo. Y vente ahora tras mн poco a poco, o como pudieres, y haz de los ojos lanternas; rodearemos esta serrezuela: quizб toparemos con aquel hombre que vimos, el cual, sin duda alguna, no es otro que el dueсo de nuestro hallazgo.

A lo que Sancho respondiу:

-Harto mejor serнa no buscalle, porque si le hallamos y acaso fuese el dueсo del dinero, claro estб que lo tengo de restituir; y asн, fuera mejor, sin hacer esta inъtil diligencia, poseerlo yo con buena fe hasta que, por otra vнa menos curiosa y diligente, pareciera su verdadero seсor; y quizб fuera a tiempo que lo hubiera gastado, y entonces el rey me hacнa franco.

-Engбсaste en eso, Sancho -respondiу don Quijote-; que, ya que hemos caнdo en sospecha de quiйn es el dueсo, cuasi delante, estamos obligados a buscarle y volvйrselos; y, cuando no le buscбsemos, la vehemente sospecha que tenemos de que йl lo sea nos pone ya en tanta culpa como si lo fuese. Asн que, Sancho amigo, no te dй pena el buscalle, por la que a mн se me quitarб si le hallo.

Y asн, picу a Rocinante, y siguiуle Sancho con su acostumbrado jumento; y, habiendo rodeado parte de la montaсa, hallaron en un arroyo, caнda, muerta y medio comida de perros y picada de grajos, una mula ensillada y enfrenada; todo lo cual confirmу en ellos mбs la sospecha de que aquel que huнa era el dueсo de la mula y del cojнn.

Estбndola mirando, oyeron un silbo como de pastor que guardaba ganado, y a deshora, a su siniestra mano, parecieron una buena cantidad de cabras, y tras ellas, por cima de la montaсa, pareciу el cabrero que las guardaba, que era un hombre anciano. Diole voces don Quijote, y rogуle que bajase donde estaban. Йl respondiу a gritos que quiйn les habнa traнdo por aquel lugar, pocas o ningunas veces pisado sino de pies de cabras o de lobos y otras fieras que por allн andaban. Respondiуle Sancho que bajase, que de todo le darнan buena cuenta. Bajу el cabrero, y, en llegando adonde don Quijote estaba, dijo:

-Apostarй que estб mirando la mula de alquiler que estб muerta en esa hondonada. Pues a buena fe que ha ya seis meses que estб en ese lugar. Dнganme: їhan topado por ahн a su dueсo?

-No hemos topado a nadie -respondiу don Quijote-, sino a un cojнn y a una maletilla que no lejos deste lugar hallamos.

-Tambiйn la hallй yo -respondiу el cabrero-, mas nunca la quise alzar ni llegar a ella, temeroso de algъn desmбn y de que no me la pidiesen por de hurto; que es el diablo sotil, y debajo de los pies se levanta allombre cosa donde tropiece y caya, sin saber cуmo ni cуmo no.

-Eso mesmo es lo que yo digo -respondiу Sancho-: que tambiйn la hallй yo, y no quise llegar a ella con un tiro de piedra; allн la dejй y allн se queda como se estaba, que no quiero perro con cencerro.

-Decidme, buen hombre -dijo don Quijote-, їsabйis vos quiйn sea el dueсo destas prendas?

-Lo que sabrй yo decir -dijo el cabrero- es que «habrб al pie de seis meses, poco mбs a menos, que llegу a una majada de pastores, que estarб como tres leguas deste lugar, un mancebo de gentil talle y apostura, caballero sobre esa mesma mula que ahн estб muerta, y con el mesmo cojнn y maleta que decнs que hallastes y no tocastes. Preguntуnos que cuбl parte desta sierra era la mбs бspera y escondida; dijнmosle que era esta donde ahora estamos; y es ansн la verdad, porque si entrбis media legua mбs adentro, quizб no acertarйis a salir; y estoy maravillado de cуmo habйis podido llegar aquн, porque no hay camino ni senda que a este lugar encamine. Digo, pues, que, en oyendo nuestra respuesta el mancebo, volviу las riendas y encaminу hacia el lugar donde le seсalamos, dejбndonos a todos contentos de su buen talle, y admirados de su demanda y de la priesa con que le vнamos caminar y volverse hacia la sierra; y desde entonces nunca mбs le vimos, hasta que desde allн a algunos dнas saliу al camino a uno de nuestros pastores, y, sin decille nada, se llegу a йl y le dio muchas puсadas y coces, y luego se fue a la borrica del hato y le quitу cuanto pan y queso en ella traнa; y, con estraсa ligereza, hecho esto, se volviу a emboscar en la sierra. Como esto supimos algunos cabreros, le anduvimos a buscar casi dos dнas por lo mбs cerrado desta sierra, al cabo de los cuales le hallamos metido en el hueco de un grueso y valiente alcornoque. Saliу a nosotros con mucha mansedumbre, ya roto el vestido, y el rostro disfigurado y tostado del sol, de tal suerte que apenas le conocнamos, sino que los vestidos, aunque rotos, con la noticia que dellos tenнamos, nos dieron a entender que era el que buscбbamos. Saludуnos cortйsmente, y en pocas y muy buenas razones nos dijo que no nos maravillбsemos de verle andar de aquella suerte, porque asн le convenнa para cumplir cierta penitencia que por sus muchos pecados le habнa sido impuesta. Rogбmosle que nos dijese quiйn era, mas nunca lo pudimos acabar con йl. Pedнmosle tambiйn que, cuando hubiese menester el sustento, sin el cual no podнa pasar, nos dijese dуnde le hallarнamos, porque con mucho amor y cuidado se lo llevarнamos; y que si esto tampoco fuese de su gusto, que, a lo menos, saliese a pedirlo, y no a quitarlo a los pastores. Agradeciу nuestro ofrecimiento, pidiу perdуn de los asaltos pasados, y ofreciу de pedillo de allн adelante por amor de Dios, sin dar molestia alguna a nadie. En cuanto lo que tocaba a la estancia de su habitaciуn, dijo que no tenнa otra que aquella que le ofrecнa la ocasiуn donde le tomaba la noche; y acabу su plбtica con un tan tierno llanto, que bien fuйramos de piedra los que escuchado le habнamos, si en йl no le acompaсбramos, considerбndole cуmo le habнamos visto la vez primera, y cuбl le veнamos entonces. Porque, como tengo dicho, era un muy gentil y agraciado mancebo, y en sus corteses y concertadas razones mostraba ser bien nacido y muy cortesana persona; que, puesto que йramos rъsticos los que le escuchбbamos, su gentileza era tanta, que bastaba a darse a conocer a la mesma rusticidad. Y, estando en lo mejor de su plбtica, parу y enmudeciуse; clavу los ojos en el suelo por un buen espacio, en el cual todos estuvimos quedos y suspensos, esperando en quй habнa de parar aquel embelesamiento, con no poca lбstima de verlo; porque, por lo que hacнa de abrir los ojos, estar fijo mirando al suelo sin mover pestaсa gran rato, y otras veces cerrarlos, apretando los labios y enarcando las cejas, fбcilmente conocimos que algъn accidente de locura le habнa sobrevenido. Mas йl nos dio a entender presto ser verdad lo que pensбbamos, porque se levantу con gran furia del suelo, donde se habнa echado, y arremetiу con el primero que hallу junto a sн, con tal denuedo y rabia que, si no se le quitбramos, le matara a puсadas y a bocados; y todo esto hacнa diciendo: ''ЎAh, fementido Fernando! ЎAquн, aquн me pagarбs la sinrazуn que me heciste: estas manos te sacarбn el corazуn, donde albergan y tienen manida todas las maldades juntas, principalmente la fraude y el engaсo!'' Y a йstas aсadнa otras razones, que todas se encaminaban a decir mal de aquel Fernando y a tacharle de traidor y fementido. Quitбmossele, pues, con no poca pesadumbre, y йl, sin decir mбs palabra, se apartу de nosotros y se emboscу corriendo por entre estos jarales y malezas, de modo que nos imposibilitу el seguille. Por esto conjeturamos que la locura le venнa a tiempos, y que alguno que se llamaba Fernando le debнa de haber hecho alguna mala obra, tan pesada cuanto lo mostraba el tйrmino a que le habнa conducido. Todo lo cual se ha confirmado despuйs acб con las veces, que han sido muchas, que йl ha salido al camino, unas a pedir a los pastores le den de lo que llevan para comer y otras a quitбrselo por fuerza; porque cuando estб con el accidente de la locura, aunque los pastores se lo ofrezcan de buen grado, no lo admite, sino que lo toma a puсadas; y cuando estб en su seso, lo pide por amor de Dios, cortйs y comedidamente, y rinde por ello muchas gracias, y no con falta de lбgrimas. Y en verdad os digo, seсores -prosiguiу el cabrero-, que ayer determinamos yo y cuatro zagales, los dos criados y los dos amigos mнos, de buscarle hasta tanto que le hallemos, y, despuйs de hallado, ya por fuerza ya por grado, le hemos de llevar a la villa de Almodуvar, que estб de aquн ocho leguas, y allн le curaremos, si es que su mal tiene cura, o sabremos quiйn es cuando estй en sus seso, y si tiene parientes a quien dar noticia de su desgracia». Esto es, seсores, lo que sabrй deciros de lo que me habйis preguntado; y entended que el dueсo de las prendas que hallastes es el mesmo que vistes pasar con tanta ligereza como desnudez -que ya le habнa dicho don Quijote cуmo habнa visto pasar aquel hombre saltando por la sierra.

El cual quedу admirado de lo que al cabrero habнa oнdo, y quedу con mбs deseo de saber quiйn era el desdichado loco; y propuso en sн lo mesmo que ya tenнa pensado: de buscalle por toda la montaсa, sin dejar rincуn ni cueva en ella que no mirase, hasta hallarle. Pero hнzolo mejor la suerte de lo que йl pensaba ni esperaba, porque en aquel mesmo instante pareciу, por entre una quebrada de una sierra que salнa donde ellos estaban, el mancebo que buscaba, el cual venнa hablando entre sн cosas que no podнan ser entendidas de cerca, cuanto mбs de lejos. Su traje era cual se ha pintado, sуlo que, llegando cerca, vio don Quijote que un coleto hecho pedazos que sobre sн traнa era de бmbar; por donde acabу de entender que persona que tales hбbitos traнa no debнa de ser de нnfima calidad.

En llegando el mancebo a ellos, les saludу con una voz desentonada y bronca, pero con mucha cortesнa. Don Quijote le volviу las saludes con no menos comedimiento, y, apeбndose de Rocinante, con gentil continente y donaire, le fue a abrazar y le tuvo un buen espacio estrechamente entre sus brazos, como si de luengos tiempos le hubiera conocido. El otro, a quien podemos llamar el Roto de la Mala Figura -como a don Quijote el de la Triste-, despuйs de haberse dejado abrazar, le apartу un poco de sн, y, puestas sus manos en los hombros de don Quijote, le estuvo mirando, como que querнa ver si le conocнa; no menos admirado quizб de ver la figura, talle y armas de don Quijote, que don Quijote lo estaba de verle a йl. En resoluciуn, el primero que hablу despuйs del abrazamiento fue el Roto, y dijo lo que se dirб adelante.



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Capнtulo XXIV

Donde se prosigue la aventura de la Sierra Morena

DICE la historia que era grandнsima la atenciуn con que don Quijote escuchaba al astroso Caballero de la Sierra, el cual, prosiguiendo su plбtica, dijo:

-Por cierto, seсor, quienquiera que seбis, que yo no os conozco, yo os agradezco las muestras y la cortesнa que conmigo habйis usado; y quisiera yo hallarme en tйrminos que con mбs que la voluntad pudiera servir la que habйis mostrado tenerme en el buen acogimiento que me habйis hecho, mas no quiere mi suerte darme otra cosa con que corresponda a las buenas obras que me hacen, que buenos deseos de satisfacerlas.

-Los que yo tengo -respondiу don Quijote- son de serviros; tanto, que tenнa determinado de no salir destas sierras hasta hallaros y saber de vos si el dolor que en la estraсeza de vuestra vida mostrбis tener se podнa hallar algъn gйnero de remedio; y si fuera menester buscarle, buscarle con la diligencia posible. Y, cuando vuestra desventura fuera de aquellas que tienen cerradas las puertas a todo gйnero de consuelo, pensaba ayudaros a llorarla y plaсirla como mejor pudiera, que todavнa es consuelo en las desgracias hallar quien se duela dellas. Y, si es que mi buen intento merece ser agradecido con algъn gйnero de cortesнa, yo os suplico, seсor, por la mucha que veo que en vos se encierra, y juntamente os conjuro por la cosa que en esta vida mбs habйis amado o amбis, que me digбis quiйn sois y la causa que os ha traнdo a vivir y a morir entre estas soledades como bruto animal, pues morбis entre ellos tan ajeno de vos mismo cual lo muestra vuestro traje y persona. Y juro -aсadiу don Quijote-, por la orden de caballerнa que recebн, aunque indigno y pecador, y por la profesiуn de caballero andante, que si en esto, seсor, me complacйis, de serviros con las veras a que me obliga el ser quien soy: ora remediando vuestra desgracia, si tiene remedio, ora ayudбndoos a llorarla, como os lo he prometido.

El Caballero del Bosque, que de tal manera oyу hablar al de la Triste Figura, no hacнa sino mirarle, y remirarle y tornarle a mirar de arriba abajo; y, despuйs que le hubo bien mirado, le dijo:

-Si tienen algo que darme a comer, por amor de Dios que me lo den; que, despuйs de haber comido, yo harй todo lo que se me manda, en agradecimiento de tan buenos deseos como aquн se me han mostrado.

Luego sacaron, Sancho de su costal y el cabrero de su zurrуn, con que satisfizo el Roto su hambre, comiendo lo que le dieron como persona atontada, tan apriesa que no daba espacio de un bocado al otro, pues antes los engullнa que tragaba; y, en tanto que comнa, ni йl ni los que le miraban hablaban palabra. Como acabу de comer, les hizo de seсas que le siguiesen, como lo hicieron, y йl los llevу a un verde pradecillo que a la vuelta de una peсa poco desviada de allн estaba. En llegando a йl, se tendiу en el suelo, encima de la yerba, y los demбs hicieron lo mismo; y todo esto sin que ninguno hablase, hasta que el Roto, despuйs de haberse acomodado en su asiento, dijo:

-Si gustбis, seсores, que os diga en breves razones la inmensidad de mis desventuras, habйisme de prometer de que con ninguna pregunta, ni otra cosa, no interromperйis el hilo de mi triste historia; porque en el punto que lo hagбis, en йse se quedarб lo que fuere contando.

Estas razones del Roto trujeron a la memoria a don Quijote el cuento que le habнa contado su escudero, cuando no acertу el nъmero de las cabras que habнan pasado el rнo y se quedу la historia pendiente. Pero, volviendo al Roto, prosiguiу diciendo:

-Esta prevenciуn que hago es porque querrнa pasar brevemente por el cuento de mis desgracias; que el traerlas a la memoria no me sirve de otra cosa que aсadir otras de nuevo, y, mientras menos me preguntбredes, mбs presto acabarй yo de decillas, puesto que no dejarй por contar cosa alguna que sea de importancia para no satisfacer del todo a vuestro deseo.

Don Quijote se lo prometiу, en nombre de los demбs, y йl, con este seguro, comenzу desta manera:

-«Mi nombre es Cardenio; mi patria, una ciudad de las mejores desta Andalucнa; mi linaje, noble; mis padres, ricos; mi desventura, tanta que la deben de haber llorado mis padres y sentido mi linaje, sin poderla aliviar con su riqueza; que para remediar desdichas del cielo poco suelen valer los bienes de fortuna. Vivнa en esta mesma tierra un cielo, donde puso el amor toda la gloria que yo acertara a desearme: tal es la hermosura de Luscinda, doncella tan noble y tan rica como yo, pero de mбs ventura y de menos firmeza de la que a mis honrados pensamientos se debнa. A esta Luscinda amй, quise y adorй desde mis tiernos y primeros aсos, y ella me quiso a mн con aquella sencillez y buen бnimo que su poca edad permitнa. Sabнan nuestros padres nuestros intentos, y no les pesaba dello, porque bien veнan que, cuando pasaran adelante, no podнan tener otro fin que el de casarnos, cosa que casi la concertaba la igualdad de nuestro linaje y riquezas. Creciу la edad, y con ella el amor de entrambos, que al padre de Luscinda le pareciу que por buenos respetos estaba obligado a negarme la entrada de su casa, casi imitando en esto a los padres de aquella Tisbe tan decantada de los poetas. Y fue esta negaciуn aсadir llama a llama y deseo a deseo, porque, aunque pusieron silencio a las lenguas, no le pudieron poner a las plumas, las cuales, con mбs libertad que las lenguas, suelen dar a entender a quien quieren lo que en el alma estб encerrado; que muchas veces la presencia de la cosa amada turba y enmudece la intenciуn mбs determinada y la lengua mбs atrevida. ЎAy cielos, y cuбntos billetes le escribн! ЎCuбn regaladas y honestas respuestas tuve! ЎCuбntas canciones compuse y cuбntos enamorados versos, donde el alma declaraba y trasladaba sus sentimientos, pintaba sus encendidos deseos, entretenнa sus memorias y recreaba su voluntad!

»En efeto, viйndome apurado, y que mi alma se consumнa con el deseo de verla, determinй poner por obra y acabar en un punto lo que me pareciу que mбs convenнa para salir con mi deseado y merecido premio; y fue el pedнrsela a su padre por legнtima esposa, como lo hice; a lo que йl me respondiу que me agradecнa la voluntad que mostraba de honralle, y de querer honrarme con prendas suyas, pero que, siendo mi padre vivo, a йl tocaba de justo derecho hacer aquella demanda; porque, si no fuese con mucha voluntad y gusto suyo, no era Luscinda mujer para tomarse ni darse a hurto.

»Yo le agradecн su buen intento, pareciйndome que llevaba razуn en lo que decнa, y que mi padre vendrнa en ello como yo se lo dijese; y con este intento, luego en aquel mismo instante, fui a decirle a mi padre lo que deseaba. Y, al tiempo que entrй en un aposento donde estaba, le hallй con una carta abierta en la mano, la cual, antes que yo le dijese palabra, me la dio y me dijo: ''Por esa carta verбs, Cardenio, la voluntad que el duque Ricardo tiene de hacerte merced''.» Este duque Ricardo, como ya vosotros, seсores, debйis de saber, es un grande de Espaсa que tiene su estado en lo mejor desta Andalucнa. «Tomй y leн la carta, la cual venнa tan encarecida que a mн mesmo me pareciу mal si mi padre dejaba de cumplir lo que en ella se le pedнa, que era que me enviase luego donde йl estaba; que querнa que fuese compaсero, no criado, de su hijo el mayor, y que йl tomaba a cargo el ponerme en estado que correspondiese a la estimaciуn en que me tenнa. Leн la carta y enmudecн leyйndola, y mбs cuando oн que mi padre me decнa: ''De aquн a dos dнas te partirбs, Cardenio, a hacer la voluntad del duque; y da gracias a Dios que te va abriendo camino por donde alcances lo que yo sй que mereces''. Aсadiу a йstas otras razones de padre consejero.

»Llegуse el tйrmino de mi partida, hablй una noche a Luscinda, dнjele todo lo que pasaba, y lo mesmo hice a su padre, suplicбndole se entretuviese algunos dнas y dilatase el darle estado hasta que yo viese lo que Ricardo me querнa. Йl me lo prometiу y ella me lo confirmу con mil juramentos y mil desmayos. Vine, en fin, donde el duque Ricardo estaba. Fui dйl tan bien recebido y tratado, que desde luego comenzу la envidia a hacer su oficio, teniйndomela los criados antiguos, pareciйndoles que las muestras que el duque daba de hacerme merced habнan de ser en perjuicio suyo. Pero el que mбs se holgу con mi ida fue un hijo segundo del duque, llamado Fernando, mozo gallardo, gentilhombre, liberal y enamorado, el cual, en poco tiempo, quiso que fuese tan su amigo, que daba que decir a todos; y, aunque el mayor me querнa bien y me hacнa merced, no llegу al estremo con que don Fernando me querнa y trataba.

»Es, pues, el caso que, como entre los amigos no hay cosa secreta que no se comunique, y la privanza que yo tenнa con don Fernando dejada de serlo por ser amistad, todos sus pensamientos me declaraba, especialmente uno enamorado, que le traнa con un poco de desasosiego. Querнa bien a una labradora, vasalla de su padre (y ella los tenнa muy ricos), y era tan hermosa, recatada, discreta y honesta que nadie que la conocнa se determinaba en cuбl destas cosas tuviese mбs excelencia ni mбs se aventajase. Estas tan buenas partes de la hermosa labradora redujeron a tal tйrmino los deseos de don Fernando, que se determinу, para poder alcanzarlo y conquistar la entereza de la labradora, darle palabra de ser su esposo, porque de otra manera era procurar lo imposible. Yo, obligado de su amistad, con las mejores razones que supe y con los mбs vivos ejemplos que pude, procurй estorbarle y apartarle de tal propуsito. Pero, viendo que no aprovechaba, determinй de decirle el caso al duque Ricardo, su padre. Mas don Fernando, como astuto y discreto, se recelу y temiу desto, por parecerle que estaba yo obligado, en vez de buen criado, no tener encubierta cosa que tan en perjuicio de la honra de mi seсor el duque venнa; y asн, por divertirme y engaсarme, me dijo que no hallaba otro mejor remedio para poder apartar de la memoria la hermosura que tan sujeto le tenнa, que el ausentarse por algunos meses; y que querнa que el ausencia fuese que los dos nos viniйsemos en casa de mi padre, con ocasiуn que darнan al duque que venнa a ver y a feriar unos muy buenos caballos que en mi ciudad habнa, que es madre de los mejores del mundo.

»Apenas le oн yo decir esto, cuando, movido de mi aficiуn, aunque su determinaciуn no fuera tan buena, la aprobara yo por una de las mбs acertadas que se podнan imaginar, por ver cuбn buena ocasiуn y coyuntura se me ofrecнa de volver a ver a mi Luscinda. Con este pensamiento y deseo, aprobй su parecer y esforcй su propуsito, diciйndole que lo pusiese por obra con la brevedad posible, porque, en efeto, la ausencia hacнa su oficio, a pesar de los mбs firmes pensamientos. Ya cuando йl me vino a decir esto, segъn despuйs se supo, habнa gozado a la labradora con tнtulo de esposo, y esperaba ocasiуn de descubrirse a su salvo, temeroso de lo que el duque su padre harнa cuando supiese su disparate.

»Sucediу, pues, que, como el amor en los mozos, por la mayor parte, no lo es, sino apetito, el cual, como tiene por ъltimo fin el deleite, en llegando a alcanzarle se acaba y ha de volver atrбs aquello que parecнa amor, porque no puede pasar adelante del tйrmino que le puso naturaleza, el cual tйrmino no le puso a lo que es verdadero amor...; quiero decir que, asн como don Fernando gozу a la labradora, se le aplacaron sus deseos y se resfriaron sus ahнncos; y si primero fingнa quererse ausentar, por remediarlos, ahora de veras procuraba irse, por no ponerlos en ejecuciуn. Diole el duque licencia, y mandуme que le acompaсase. Venimos a mi ciudad, recibiуle mi padre como quien era; vi yo luego a Luscinda, tornaron a vivir, aunque no habнan estado muertos ni amortiguados, mis deseos, de los cuales di cuenta, por mi mal, a don Fernando, por parecerme que, en la ley de la mucha amistad que mostraba, no le debнa encubrir nada. Alabйle la hermosura, donaire y discreciуn de Luscinda de tal manera, que mis alabanzas movieron en йl los deseos de querer ver doncella de tantas buenas partes adornada. Cumplнselos yo, por mi corta suerte, enseсбndosela una noche, a la luz de una vela, por una ventana por donde los dos solнamos hablarnos. Viola en sayo, tal, que todas las bellezas hasta entonces por йl vistas las puso en olvido. Enmudeciу, perdiу el sentido, quedу absorto y, finalmente, tan enamorado cual lo verйis en el discurso del cuento de mi desventura. Y, para encenderle mбs el deseo, que a mн me celaba y al cielo a solas descubrнa, quiso la fortuna que hallase un dнa un billete suyo pidiйndome que la pidiese a su padre por esposa, tan discreto, tan honesto y tan enamorado que, en leyйndolo, me dijo que en sola Luscinda se encerraban todas las gracias de hermosura y de entendimiento que en las demбs mujeres del mundo estaban repartidas.

»Bien es verdad que quiero confesar ahora que, puesto que yo veнa con cuбn justas causas don Fernando a Luscinda alababa, me pesaba de oнr aquellas alabanzas de su boca, y comencй a temer y a recelarme dйl, porque no se pasaba momento donde no quisiese que tratбsemos de Luscinda, y йl movнa la plбtica, aunque la trujese por los cabellos; cosa que despertaba en mн un no sй quй de celos, no porque yo temiese revйs alguno de la bondad y de la fe de Luscinda, pero, con todo eso, me hacнa temer mi suerte lo mesmo que ella me aseguraba. Procuraba siempre don Fernando leer los papeles que yo a Luscinda enviaba y los que ella me respondнa, a tнtulo que de la discreciуn de los dos gustaba mucho. Acaeciу, pues, que, habiйndome pedido Luscinda un libro de caballerнas en que leer, de quien era ella muy aficionada, que era el de Amadнs de Gaula...»

No hubo bien oнdo don Quijote nombrar libro de caballerнas, cuando dijo:

-Con que me dijera vuestra merced, al principio de su historia, que su merced de la seсora Luscinda era aficionada a libros de caballerнas, no fuera menester otra exageraciуn para darme a entender la alteza de su entendimiento, porque no le tuviera tan bueno como vos, seсor, le habйis pintado, si careciera del gusto de tan sabrosa leyenda: asн que, para conmigo, no es menester gastar mбs palabras en declararme su hermosura, valor y entendimiento; que, con sуlo haber entendido su aficiуn, la confirmo por la mбs hermosa y mбs discreta mujer del mundo. Y quisiera yo, seсor, que vuestra merced le hubiera enviado junto con Amadнs de Gaula al bueno de Don Rugel de Grecia, que yo sй que gustara la seсora Luscinda mucho de Daraida y Geraya, y de las discreciones del pastor Darinel y de aquellos admirables versos de sus bucуlicas, cantadas y representadas por йl con todo donaire, discreciуn y desenvoltura. Pero tiempo podrб venir en que se enmiende esa falta, y no dura mбs en hacerse la enmienda de cuanto quiera vuestra merced ser servido de venirse conmigo a mi aldea, que allн le podrй dar mбs de trecientos libros, que son el regalo de mi alma y el entretenimiento de mi vida; aunque tengo para mн que ya no tengo ninguno, merced a la malicia de malos y envidiosos encantadores. Y perdуneme vuestra merced el haber contravenido a lo que prometimos de no interromper su plбtica, pues, en oyendo cosas de caballerнas y de caballeros andantes, asн es en mi mano dejar de hablar en ellos, como lo es en la de los rayos del sol dejar de calentar, ni humedecer en los de la luna. Asн que, perdуn y proseguir, que es lo que ahora hace mбs al caso.

En tanto que don Quijote estaba diciendo lo que queda dicho, se le habнa caнdo a Cardenio la cabeza sobre el pecho, dando muestras de estar profundamente pensativo. Y, puesto que dos veces le dijo don Quijote que prosiguiese su historia, ni alzaba la cabeza ni respondнa palabra; pero, al cabo de un buen espacio, la levantу y dijo:

-No se me puede quitar del pensamiento, ni habrб quien me lo quite en el mundo, ni quien me dй a entender otra cosa (y serнa un majadero el que lo contrario entendiese o creyese), sino que aquel bellaconazo del maestro Elisabat estaba amancebado con la reina Madйsima.

-Eso no, Ўvoto a tal! -respondiу con mucha cуlera don Quijote (y arrojуle, como tenнa de costumbre)-; y йsa es una muy gran malicia, o bellaquerнa, por mejor decir: la reina Madбsima fue muy principal seсora, y no se ha de presumir que tan alta princesa se habнa de amancebar con un sacapotras; y quien lo contrario entendiere, miente como muy gran bellaco. Y yo se lo darй a entender, a pie o a caballo, armado o desarmado, de noche o de dнa, o como mбs gusto le diere.

Estбbale mirando Cardenio muy atentamente, al cual ya habнa venido el accidente de su locura y no estaba para proseguir su historia; ni tampoco don Quijote se la oyera, segъn le habнa disgustado lo que de Madбsima le habнa oнdo. ЎEstraсo caso; que asн volviу por ella como si verdaderamente fuera su verdadera y natural seсora: tal le tenнan sus descomulgados libros! Digo, pues, que, como ya Cardenio estaba loco y se oyу tratar de mentнs y de bellaco, con otros denuestos semejantes, pareciуle mal la burla, y alzу un guijarro que hallу junto a sн, y dio con йl en los pechos tal golpe a don Quijote que le hizo caer de espaldas. Sancho Panza, que de tal modo vio parar a su seсor, arremetiу al loco con el puсo cerrado; y el Roto le recibiу de tal suerte que con una puсada dio con йl a sus pies, y luego se subiу sobre йl y le brumу las costillas muy a su sabor. El cabrero, que le quiso defender, corriу el mesmo peligro. Y, despuйs que los tuvo a todos rendidos y molidos, los dejу y se fue, con gentil sosiego, a emboscarse en la montaсa.

Levantуse Sancho, y, con la rabia que tenнa de verse aporreado tan sin merecerlo, acudiу a tomar la venganza del cabrero, diciйndole que йl tenнa la culpa de no haberles avisado que a aquel hombre le tomaba a tiempos la locura; que, si esto supieran, hubieran estado sobre aviso para poderse guardar. Respondiу el cabrero que ya lo habнa dicho, y que si йl no lo habнa oнdo, que no era suya la culpa. Replicу Sancho Panza, y tornу a replicar el cabrero, y fue el fin de las rйplicas asirse de las barbas y darse tales puсadas que, si don Quijote no los pusiera en paz, se hicieran pedazos. Decнa Sancho, asido con el cabrero:

-Dйjeme vuestra merced, seсor Caballero de la Triste Figura, que en йste, que es villano como yo y no estб armado caballero, bien puedo a mi salvo satisfacerme del agravio que me ha hecho, peleando con йl mano a mano, como hombre honrado.

-Asн es -dijo don Quijote-, pero yo sй que йl no tiene ninguna culpa de lo sucedido.

Con esto los apaciguу, y don Quijote volviу a preguntar al cabrero si serнa posible hallar a Cardenio, porque quedaba con grandнsimo deseo de saber el fin de su historia. Dнjole el cabrero lo que primero le habнa dicho, que era no saber de cierto su manida; pero que, si anduviese mucho por aquellos contornos, no dejarнa de hallarle, o cuerdo o loco.



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Capнtulo XXV

Que trata de las estraсas cosas que en Sierra Morena sucedieron al valiente caballero de la Mancha, y de la imitaciуn que hizo a la penitencia de Beltenebros

DESPIDIУSE del cabrero don Quijote, y, subiendo otra vez sobre Rocinante, mandу a Sancho que le siguiese, el cual lo hizo, con su jumento, de muy mala gana. Нbanse poco a poco entrando en lo mбs бspero de la montaсa, y Sancho iba muerto por razonar con su amo, y deseaba que йl comenzase la plбtica, por no contravenir a lo que le tenнa mandado; mas, no pudiendo sufrir tanto silencio, le dijo:

-Seсor don Quijote, vuestra merced me eche su bendiciуn y me dй licencia; que desde aquн me quiero volver a mi casa, y a mi mujer y a mis hijos, con los cuales, por lo menos, hablarй y departirй todo lo que quisiere; porque querer vuestra merced que vaya con йl por estas soledades, de dнa y de noche, y que no le hable cuando me diere gusto es enterrarme en vida. Si ya quisiera la suerte que los animales hablaran, como hablaban en tiempos de Guisopete, fuera menos mal, porque departiera yo con mi jumento lo que me viniera en gana, y con esto pasara mi mala ventura; que es recia cosa, y que no se puede llevar en paciencia, andar buscando aventuras toda la vida y no hallar sino coces y manteamientos, ladrillazos y puсadas, y, con todo esto, nos hemos de coser la boca, sin osar decir lo que el hombre tiene en su corazуn, como si fuera mudo.

-Ya te entiendo, Sancho -respondiу don Quijote-: tъ mueres porque te alce el entredicho que te tengo puesto en la lengua. Dale por alzado y di lo que quisieres, con condiciуn que no ha de durar este alzamiento mбs de en cuanto anduviйremos por estas sierras.

-Sea ansн -dijo Sancho-: hable yo ahora, que despuйs Dios sabe lo que serб; y, comenzando a gozar de ese salvoconduto, digo que їquй le iba a vuestra merced en volver tanto por aquella reina Magimasa, o como se llama? O, їquй hacнa al caso que aquel abad fuese su amigo o no? Que, si vuestra merced pasara con ello, pues no era su juez, bien creo yo que el loco pasara adelante con su historia, y se hubieran ahorrado el golpe del guijarro, y las coces, y aun mбs de seis torniscones.

-A fe, Sancho -respondiу don Quijote-, que si tъ supieras, como yo lo sй, cuбn honrada y cuбn principal seсora era la reina Madбsima, yo sй que dijeras que tuve mucha paciencia, pues no quebrй la boca por donde tales blasfemias salieron; porque es muy gran blasfemia decir ni pensar que una reina estй amancebada con un cirujano. La verdad del cuento es que aquel maestro Elisabat, que el loco dijo, fue un hombre muy prudente y de muy sanos consejos, y sirviу de ayo y de mйdico a la reina; pero pensar que ella era su amiga es disparate digno de muy gran castigo. Y, porque veas que Cardenio no supo lo que dijo, has de advertir que cuando lo dijo ya estaba sin juicio.

-Eso digo yo -dijo Sancho-: que no habнa para quй hacer cuenta de las palabras de un loco, porque si la buena suerte no ayudara a vuestra merced y encaminara el guijarro a la cabeza, como le encaminу al pecho, buenos quedбramos por haber vuelto por aquella mi seсora, que Dios cohonda. Pues Ўmontas, que no se librara Cardenio por loco!

-Contra cuerdos y contra locos estб obligado cualquier caballero andante a volver por la honra de las mujeres, cualesquiera que sean, cuanto mбs por las reinas de tan alta guisa y pro como fue la reina Madбsima, a quien yo tengo particular aficiуn por sus buenas partes; porque, fuera de haber sido fermosa, ademбs fue muy prudente y muy sufrida en sus calamidades, que las tuvo muchas; y los consejos y compaснa del maestro Elisabat le fue y le fueron de mucho provecho y alivio para poder llevar sus trabajos con prudencia y paciencia. Y de aquн tomу ocasiуn el vulgo ignorante y mal intencionado de decir y pensar que ella era su manceba; y mienten, digo otra vez, y mentirбn otras docientas, todos los que tal pensaren y dijeren.

-Ni yo lo digo ni lo pienso -respondiу Sancho-: allб se lo hayan; con su pan se lo coman. Si fueron amancebados, o no, a Dios habrбn dado la cuenta. De mis viсas vengo, no sй nada; no soy amigo de saber vidas ajenas; que el que compra y miente, en su bolsa lo siente. Cuanto mбs, que desnudo nacн, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano; mas que lo fuesen, їquй me va a mн? Y muchos piensan que hay tocinos y no hay estacas. Mas, їquiйn puede poner puertas al campo? Cuanto mбs, que de Dios dijeron.

-ЎVбlame Dios -dijo don Quijote-, y quй de necedades vas, Sancho, ensartando! їQuй va de lo que tratamos a los refranes que enhilas? Por tu vida, Sancho, que calles; y de aquн adelante, entremйtete en espolear a tu asno, y deja de hacello en lo que no te importa. Y entiende con todos tus cinco sentidos que todo cuanto yo he hecho, hago e hiciere, va muy puesto en razуn y muy conforme a las reglas de caballerнa, que las sй mejor que cuantos caballeros las profesaron en el mundo.

-Seсor -respondiу Sancho-, y їes buena regla de caballerнa que andemos perdidos por estas montaсas, sin senda ni camino, buscando a un loco, el cual, despuйs de hallado, quizб le vendrб en voluntad de acabar lo que dejу comenzado, no de su cuento, sino de la cabeza de vuestra merced y de mis costillas, acabбndonoslas de romper de todo punto?

-Calla, te digo otra vez, Sancho -dijo don Quijote-; porque te hago saber que no sуlo me trae por estas partes el deseo de hallar al loco, cuanto el que tengo de hacer en ellas una hazaсa con que he de ganar perpetuo nombre y fama en todo lo descubierto de la tierra; y serб tal, que he de echar con ella el sello a todo aquello que puede hacer perfecto y famoso a un andante caballero.

-Y їes de muy gran peligro esa hazaсa? -preguntу Sancho Panza.

-No -respondiу el de la Triste Figura-, puesto que de tal manera podнa correr el dado, que echбsemos azar en lugar de encuentro; pero todo ha de estar en tu diligencia.

-їEn mi diligencia? -dijo Sancho.

-Sн -dijo don Quijote-, porque si vuelves presto de adonde pienso enviarte, presto se acabarб mi pena y presto comenzarб mi gloria. Y, porque no es bien que te tenga mбs suspenso, esperando en lo que han de parar mis razones, quiero, Sancho, que sepas que el famoso Amadнs de Gaula fue uno de los mбs perfectos caballeros andantes. No he dicho bien fue uno: fue el solo, el primero, el ъnico, el seсor de todos cuantos hubo en su tiempo en el mundo. Mal aсo y mal mes para don Belianнs y para todos aquellos que dijeren que se le igualу en algo, porque se engaсan, juro cierto. Digo asimismo que, cuando algъn pintor quiere salir famoso en su arte, procura imitar los originales de los mбs ъnicos pintores que sabe; y esta mesma regla corre por todos los mбs oficios o ejercicios de cuenta que sirven para adorno de las repъblicas. Y asн lo ha de hacer y hace el que quiere alcanzar nombre de prudente y sufrido, imitando a Ulises, en cuya persona y trabajos nos pinta Homero un retrato vivo de prudencia y de sufrimiento; como tambiйn nos mostrу Virgilio, en persona de Eneas, el valor de un hijo piadoso y la sagacidad de un valiente y entendido capitбn, no pintбndolo ni descubriйndolo como ellos fueron, sino como habнan de ser, para quedar ejemplo a los venideros hombres de sus virtudes. Desta mesma suerte, Amadнs fue el norte, el lucero, el sol de los valientes y enamorados caballeros, a quien debemos de imitar todos aquellos que debajo de la bandera de amor y de la caballerнa militamos. Siendo, pues, esto ansн, como lo es, hallo yo, Sancho amigo, que el caballero andante que mбs le imitare estarб mбs cerca de alcanzar la perfeciуn de la caballerнa. Y una de las cosas en que mбs este caballero mostrу su prudencia, valor, valentнa, sufrimiento, firmeza y amor, fue cuando se retirу, desdeсado de la seсora Oriana, a hacer penitencia en la Peсa Pobre, mudado su nombre en el de Beltenebros, nombre, por cierto, significativo y proprio para la vida que йl de su voluntad habнa escogido. Ansн que, me es a mн mбs fбcil imitarle en esto que no en hender gigantes, descabezar serpientes, matar endriagos, desbaratar ejйrcitos, fracasar armadas y deshacer encantamentos. Y, pues estos lugares son tan acomodados para semejantes efectos, no hay para quй se deje pasar la ocasiуn, que ahora con tanta comodidad me ofrece sus guedejas.

-En efecto -dijo Sancho-, їquй es lo que vuestra merced quiere hacer en este tan remoto lugar?

-їYa no te he dicho -respondiу don Quijote- que quiero imitar a Amadнs, haciendo aquн del desesperado, del sandio y del furioso, por imitar juntamente al valiente don Roldбn, cuando hallу en una fuente las seсales de que Angйlica la Bella habнa cometido vileza con Medoro, de cuya pesadumbre se volviу loco y arrancу los бrboles, enturbiу las aguas de las claras fuentes, matу pastores, destruyу ganados, abrasу chozas, derribу casas, arrastrу yeguas y hizo otras cien mil insolencias, dignas de eterno nombre y escritura? Y, puesto que yo no pienso imitar a Roldбn, o Orlando, o Rotolando (que todos estos tres nombres tenнa), parte por parte en todas las locuras que hizo, dijo y pensу, harй el bosquejo, como mejor pudiere, en las que me pareciere ser mбs esenciales. Y podrб ser que viniese a contentarme con sola la imitaciуn de Amadнs, que sin hacer locuras de daсo, sino de lloros y sentimientos, alcanzу tanta fama como el que mбs.

-Parйceme a mн -dijo Sancho- que los caballeros que lo tal ficieron fueron provocados y tuvieron causa para hacer esas necedades y penitencias, pero vuestra merced, їquй causa tiene para volverse loco? їQuй dama le ha desdeсado, o quй seсales ha hallado que le den a entender que la seсora Dulcinea del Toboso ha hecho alguna niсerнa con moro o cristiano?

-Ahн estб el punto -respondiу don Quijote- y йsa es la fineza de mi negocio; que volverse loco un caballero andante con causa, ni grado ni gracias: el toque estб desatinar sin ocasiуn y dar a entender a mi dama que si en seco hago esto, їquй hiciera en mojado? Cuanto mбs, que harta ocasiуn tengo en la larga ausencia que he hecho de la siempre seсora mнa Dulcinea del Toboso; que, como ya oнste decir a aquel pastor de marras, Ambrosio: quien estб ausente todos los males tiene y teme. Asн que, Sancho amigo, no gastes tiempo en aconsejarme que deje tan rara, tan felice y tan no vista imitaciуn. Loco soy, loco he de ser hasta tanto que tъ vuelvas con la respuesta de una carta que contigo pienso enviar a mi seсora Dulcinea; y si fuere tal cual a mi fe se le debe, acabarse ha mi sandez y mi penitencia; y si fuere al contrario, serй loco de veras, y, siйndolo, no sentirй nada. Ansн que, de cualquiera manera que responda, saldrй del conflito y trabajo en que me dejares, gozando el bien que me trujeres, por cuerdo, o no sintiendo el mal que me aportares, por loco. Pero dime, Sancho, їtraes bien guardado el yelmo de Mambrino?; que ya vi que le alzaste del suelo cuando aquel desagradecido le quiso hacer pedazos; pero no pudo, donde se puede echar de ver la fineza de su temple.

A lo cual respondiу Sancho:

-Vive Dios, seсor Caballero de la Triste Figura, que no puedo sufrir ni llevar en paciencia algunas cosas que vuestra merced dice, y que por ellas vengo a imaginar que todo cuanto me dice de caballerнas y de alcanzar reinos e imperios, de dar нnsulas y de hacer otras mercedes y grandezas, como es uso de caballeros andantes, que todo debe de ser cosa de viento y mentira, y todo pastraсa, o patraсa, o como lo llamбremos. Porque quien oyere decir a vuestra merced que una bacнa de barbero es el yelmo de Mambrino, y que no salga de este error en mбs de cuatro dнas, їquй ha de pensar, sino que quien tal dice y afirma debe de tener gьero el juicio? La bacнa yo la llevo en el costal, toda abollada, y llйvola para aderezarla en mi casa y hacerme la barba en ella, si Dios me diere tanta gracia que algъn dнa me vea con mi mujer y hijos.

-Mira, Sancho, por el mismo que denantes juraste, te juro -dijo don Quijote- que tienes el mбs corto entendimiento que tiene ni tuvo escudero en el mundo. їQue es posible que en cuanto ha que andas conmigo no has echado de ver que todas las cosas de los caballeros andantes parecen quimeras, necedades y desatinos, y que son todas hechas al revйs? Y no porque sea ello ansн, sino porque andan entre nosotros siempre una caterva de encantadores que todas nuestras cosas mudan y truecan y les vuelven segъn su gusto, y segъn tienen la gana de favorecernos o destruirnos; y asн, eso que a ti te parece bacнa de barbero, me parece a mн el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerб otra cosa. Y fue rara providencia del sabio que es de mi parte hacer que parezca bacнa a todos lo que real y verdaderamente es yelmo de Mambrino, a causa que, siendo йl de tanta estima, todo el mundo me perseguirб por quitбrmele; pero, como ven que no es mбs de un bacнn de barbero, no se curan de procuralle, como se mostrу bien en el que quiso rompelle y le dejу en el suelo sin llevarle; que a fe que si le conociera, que nunca йl le dejara. Guбrdale, amigo, que por ahora no le he menester; que antes me tengo de quitar todas estas armas y quedar desnudo como cuando nacн, si es que me da en voluntad de seguir en mi penitencia mбs a Roldбn que a Amadнs.

Llegaron, en estas plбticas, al pie de una alta montaсa que, casi como peсуn tajado, estaba sola entre otras muchas que la rodeaban. Corrнa por su falda un manso arroyuelo, y hacнase por toda su redondez un prado tan verde y vicioso, que daba contento a los ojos que le miraban. Habнa por allн muchos бrboles silvestres y algunas plantas y flores, que hacнan el lugar apacible. Este sitio escogiу el Caballero de la Triste Figura para hacer su penitencia; y asн, en viйndole, comenzу a decir en voz alta, como si estuviera sin juicio:

-Йste es el lugar, Ўoh cielos!, que diputo y escojo para llorar la desventura en que vosotros mesmos me habйis puesto. Йste es el sitio donde el humor de mis ojos acrecentarб las aguas deste pequeсo arroyo, y mis continos y profundos sospiros moverбn a la contina las hojas destos montaraces бrboles, en testimonio y seсal de la pena que mi asendereado corazуn padece. ЎOh vosotros, quienquiera que seбis, rъsticos dioses que en este inhabitable lugar tenйis vuestra morada, oнd las quejas deste desdichado amante, a quien una luenga ausencia y unos imaginados celos han traнdo a lamentarse entre estas asperezas, y a quejarse de la dura condiciуn de aquella ingrata y bella, tйrmino y fin de toda humana hermosura! ЎOh vosotras, napeas y drнadas, que tenйis por costumbre de habitar en las espesuras de los montes, asн los ligeros y lascivos sбtiros, de quien sois, aunque en vano, amadas, no perturben jamбs vuestro dulce sosiego, que me ayudйis a lamentar mi desventura, o, a lo menos, no os cansйis de oнlla! ЎOh Dulcinea del Toboso, dнa de mi noche, gloria de mi pena, norte de mis caminos, estrella de mi ventura, asн el cielo te la dй buena en cuanto acertares a pedirle, que consideres el lugar y el estado a que tu ausencia me ha conducido, y que con buen tйrmino correspondas al que a mi fe se le debe! ЎOh solitarios бrboles, que desde hoy en adelante habйis de hacer compaснa a mi soledad, dad indicio, con el blando movimiento de vuestras ramas, que no os desagrade mi presencia! ЎOh tъ, escudero mнo, agradable compaсero en mбs prуsperos y adversos sucesos, toma bien en la memoria lo que aquн me verбs hacer, para que lo cuentes y recetes a la causa total de todo ello!

Y, diciendo esto, se apeу de Rocinante, y en un momento le quitу el freno y la silla; y, dбndole una palmada en las ancas, le dijo:

-Libertad te da el que sin ella queda, Ўoh caballo tan estremado por tus obras cuan desdichado por tu suerte! Vete por do quisieres, que en la frente llevas escrito que no te igualу en ligereza el Hipogrifo de Astolfo, ni el nombrado Frontino, que tan caro le costу a Bradamante.

Viendo esto Sancho, dijo:

-Bien haya quien nos quitу ahora del trabajo de desenalbardar al rucio; que a fe que no faltaran palmadicas que dalle, ni cosas que decille en su alabanza; pero si йl aquн estuviera, no consintiera yo que nadie le desalbardara, pues no habнa para quй, que a йl no le tocaban las generales de enamorado ni de desesperado, pues no lo estaba su amo, que era yo, cuando Dios querнa. Y en verdad, seсor Caballero de la Triste Figura, que si es que mi partida y su locura de vuestra merced va de veras, que serб bien tornar a ensillar a Rocinante, para que supla la falta del rucio, porque serб ahorrar tiempo a mi ida y vuelta; que si la hago a pie, no sй cuбndo llegarй ni cuбndo volverй, porque, en resoluciуn, soy mal caminante.

-Digo, Sancho -respondiу don Quijote-, que sea como tъ quisieres, que no me parece mal tu designio; y digo que de aquн a tres dнas te partirбs, porque quiero que en este tiempo veas lo que por ella hago y digo, para que se lo digas.

-Pues, їquй mбs tengo de ver -dijo Sancho- que lo que he visto?

-ЎBien estбs en el cuento! -respondiу don Quijote-. Ahora me falta rasgar las vestiduras, esparcir las armas y darme de calabazadas por estas peсas, con otras cosas deste jaez que te han de admirar.

-Por amor de Dios -dijo Sancho-, que mire vuestra merced cуmo se da esas calabazadas; que a tal peсa podrб llegar, y en tal punto, que con la primera se acabase la mбquina desta penitencia; y serнa yo de parecer que, ya que a vuestra merced le parece que son aquн necesarias calabazadas y que no se puede hacer esta obra sin ellas, se contentase, pues todo esto es fingido y cosa contrahecha y de burla, se contentase, digo, con dбrselas en el agua, o en alguna cosa blanda, como algodуn; y dйjeme a mн el cargo, que yo dirй a mi seсora que vuestra merced se las daba en una punta de peсa mбs dura que la de un diamante.

-Yo agradezco tu buena intenciуn, amigo Sancho -respondiу don Quijote-, mas quiйrote hacer sabidor de que todas estas cosas que hago no son de burlas, sino muy de veras; porque de otra manera, serнa contravenir a las уrdenes de caballerнa, que nos mandan que no digamos mentira alguna, pena de relasos, y el hacer una cosa por otra lo mesmo es que mentir. Ansн que, mis calabazadas han de ser verdaderas, firmes y valederas, sin que lleven nada del sofнstico ni del fantбstico. Y serб necesario que me dejes algunas hilas para curarme, pues que la ventura quiso que nos faltase el bбlsamo que perdimos.

-Mбs fue perder el asno -respondiу Sancho-, pues se perdieron en йl las hilas y todo. Y ruйgole a vuestra merced que no se acuerde mбs de aquel maldito brebaje; que en sуlo oнrle mentar se me revuelve el alma, no que el estуmago. Y mбs le ruego: que haga cuenta que son ya pasados los tres dнas que me ha dado de tйrmino para ver las locuras que hace, que ya las doy por vistas y por pasadas en cosa juzgada, y dirй maravillas a mi seсora; y escriba la carta y despбcheme luego, porque tengo gran deseo de volver a sacar a vuestra merced deste purgatorio donde le dejo.

-їPurgatorio le llamas, Sancho? -dijo don Quijote-. Mejor hicieras de llamarle infierno, y aun peor, si hay otra cosa que lo sea.

-Quien ha infierno -respondiу Sancho-, nula es retencio, segъn he oнdo decir.

-No entiendo quй quiere decir retencio -dijo don Quijote.

-Retencio es -respondiу Sancho- que quien estб en el infierno nunca sale dйl, ni puede. Lo cual serб al revйs en vuestra merced, o a mн me andarбn mal los pies, si es que llevo espuelas para avivar a Rocinante; y pуngame yo una por una en el Toboso, y delante de mi seсora Dulcinea, que yo le dirй tales cosas de las necedades y locuras, que todo es uno, que vuestra merced ha hecho y queda haciendo, que la venga a poner mбs blanda que un guante, aunque la halle mбs dura que un alcornoque; con cuya respuesta dulce y melificada volverй por los aires, como brujo, y sacarй a vuestra merced deste purgatorio, que parece infierno y no lo es, pues hay esperanza de salir dйl, la cual, como tengo dicho, no la tienen de salir los que estбn en el infierno, ni creo que vuestra merced dirб otra cosa.

-Asн es la verdad -dijo el de la Triste Figura-; pero, їquй haremos para escribir la carta?

-Y la libranza pollinesca tambiйn -aсadiу Sancho.

-Todo irб inserto -dijo don Quijote-; y serнa bueno, ya que no hay papel, que la escribiйsemos, como hacнan los antiguos, en hojas de бrboles, o en unas tablitas de cera; aunque tan dificultoso serб hallarse eso ahora como el papel. Mas ya me ha venido a la memoria dуnde serб bien, y aun mбs que bien, escribilla: que es en el librillo de memoria que fue de Cardenio; y tъ tendrбs cuidado de hacerla trasladar en papel, de buena letra, en el primer lugar que hallares, donde haya maestro de escuela de muchachos, o si no, cualquiera sacristбn te la trasladarб; y no se la des a trasladar a ningъn escribano, que hacen letra procesada, que no la entenderб Satanбs.

-Pues, їquй se ha de hacer de la firma? -dijo Sancho.

-Nunca las cartas de Amadнs se firman -respondiу don Quijote.

-Estб bien -respondiу Sancho-, pero la libranza forzosamente se ha de firmar, y йsa, si se traslada, dirбn que la firma es falsa y quedarйme sin pollinos.

-La libranza irб en el mesmo librillo firmada; que, en viйndola, mi sobrina no pondrб dificultad en cumplilla. Y, en lo que toca a la carta de amores, pondrбs por firma: «Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura». Y harб poco al caso que vaya de mano ajena, porque, a lo que yo me sй acordar, Dulcinea no sabe escribir ni leer, y en toda su vida ha visto letra mнa ni carta mнa, porque mis amores y los suyos han sido siempre platуnicos, sin estenderse a mбs que a un honesto mirar. Y aun esto tan de cuando en cuando, que osarй jurar con verdad que en doce aсos que ha que la quiero mбs que a la lumbre destos ojos que han de comer la tierra, no la he visto cuatro veces; y aun podrб ser que destas cuatro veces no hubiese ella echado de ver la una que la miraba: tal es el recato y encerramiento con que sus padres, Lorenzo Corchuelo, y su madre, Aldonza Nogales, la han criado.

-ЎTa, ta! -dijo Sancho-. їQue la hija de Lorenzo Corchuelo es la seсora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo?

-Йsa es -dijo don Quijote-, y es la que merece ser seсora de todo el universo.

-Bien la conozco -dijo Sancho-, y sй decir que tira tan bien una barra como el mбs forzudo zagal de todo el pueblo. ЎVive el Dador, que es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante, o por andar, que la tuviere por seсora! ЎOh hideputa, quй rejo que tiene, y quй voz! Sй decir que se puso un dнa encima del campanario del aldea a llamar unos zagales suyos que andaban en un barbecho de su padre, y, aunque estaban de allн mбs de media legua, asн la oyeron como si estuvieran al pie de la torre. Y lo mejor que tiene es que no es nada melindrosa, porque tiene mucho de cortesana: con todos se burla y de todo hace mueca y donaire. Ahora digo, seсor Caballero de la Triste Figura, que no solamente puede y debe vuestra merced hacer locuras por ella, sino que, con justo tнtulo, puede desesperarse y ahorcarse; que nadie habrб que lo sepa que no diga que hizo demasiado de bien, puesto que le lleve el diablo. Y querrнa ya verme en camino, sуlo por vella; que ha muchos dнas que no la veo, y debe de estar ya trocada, porque gasta mucho la faz de las mujeres andar siempre al campo, al sol y al aire. Y confieso a vuestra merced una verdad, seсor don Quijote: que hasta aquн he estado en una grande ignorancia; que pensaba bien y fielmente que la seсora Dulcinea debнa de ser alguna princesa de quien vuestra merced estaba enamorado, o alguna persona tal, que mereciese los ricos presentes que vuestra merced le ha enviado: asн el del vizcaнno como el de los galeotes, y otros muchos que deben ser, segъn deben de ser muchas las vitorias que vuestra merced ha ganado y ganу en el tiempo que yo aъn no era su escudero. Pero, bien considerado, їquй se le ha de dar a la seсora Aldonza Lorenzo, digo, a la seсora Dulcinea del Toboso, de que se le vayan a hincar de rodillas delante della los vencidos que vuestra merced le envнa y ha de enviar? Porque podrнa ser que, al tiempo que ellos llegasen, estuviese ella rastrillando lino, o trillando en las eras, y ellos se corriesen de verla, y ella se riese y enfadase del presente.

-Ya te tengo dicho antes de agora muchas veces, Sancho -dijo don Quijote-, que eres muy grande hablador, y que, aunque de ingenio boto, muchas veces despuntas de agudo. Mas, para que veas cuбn necio eres tъ y cuбn discreto soy yo, quiero que me oyas un breve cuento. «Has de saber que una viuda hermosa, moza, libre y rica, y, sobre todo, desenfadada, se enamorу de un mozo motilуn, rollizo y de buen tomo. Alcanzуlo a saber su mayor, y un dнa dijo a la buena viuda, por vнa de fraternal reprehensiуn: ''Maravillado estoy, seсora, y no sin mucha causa, de que una mujer tan principal, tan hermosa y tan rica como vuestra merced, se haya enamorado de un hombre tan soez, tan bajo y tan idiota como fulano, habiendo en esta casa tantos maestros, tantos presentados y tantos teуlogos, en quien vuestra merced pudiera escoger como entre peras, y decir: «Йste quiero, aquйste no quiero». Mas ella le respondiу, con mucho donaire y desenvoltura: ''Vuestra merced, seсor mнo, estб muy engaсado, y piensa muy a lo antiguo si piensa que yo he escogido mal en fulano, por idiota que le parece, pues, para lo que yo le quiero, tanta filosofнa sabe, y mбs, que Aristуteles''.» Asн que, Sancho, por lo que yo quiero a Dulcinea del Toboso, tanto vale como la mбs alta princesa de la tierra. Sн, que no todos los poetas que alaban damas, debajo de un nombre que ellos a su albedrнo les ponen, es verdad que las tienen. їPiensas tъ que las Amariles, las Filis, las Silvias, las Dianas, las Galateas, las Alidas y otras tales de que los libros, los romances, las tiendas de los barberos, los teatros de las comedias, estбn llenos, fueron verdaderamente damas de carne y hueso, y de aquйllos que las celebran y celebraron? No, por cierto, sino que las mбs se las fingen, por dar subjeto a sus versos y porque los tengan por enamorados y por hombres que tienen valor para serlo. Y asн, bбstame a mн pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta; y en lo del linaje importa poco, que no han de ir a hacer la informaciуn dйl para darle algъn hбbito, y yo me hago cuenta que es la mбs alta princesa del mundo. Porque has de saber, Sancho, si no lo sabes, que dos cosas solas incitan a amar mбs que otras, que son la mucha hermosura y la buena fama; y estas dos cosas se hallan consumadamente en Dulcinea, porque en ser hermosa ninguna le iguala, y en la buena fama, pocas le llegan. Y para concluir con todo, yo imagino que todo lo que digo es asн, sin que sobre ni falte nada; y pнntola en mi imaginaciуn como la deseo, asн en la belleza como en la principalidad, y ni la llega Elena, ni la alcanza Lucrecia, ni otra alguna de las famosas mujeres de las edades pretйritas, griega, bбrbara o latina. Y diga cada uno lo que quisiere; que si por esto fuere reprehendido de los ignorantes, no serй castigado de los rigurosos.

-Digo que en todo tiene vuestra merced razуn -respondiу Sancho-, y que yo soy un asno. Mas no sй yo para quй nombro asno en mi boca, pues no se ha de mentar la soga en casa del ahorcado. Pero venga la carta, y a Dios, que me mudo.

Sacу el libro de memoria don Quijote, y, apartбndose a una parte, con mucho sosiego comenzу a escribir la carta; y, en acabбndola, llamу a Sancho y le dijo que se la querнa leer, porque la tomase de memoria, si acaso se le perdiese por el camino, porque de su desdicha todo se podнa temer. A lo cual respondiу Sancho:

-Escrнbala vuestra merced dos o tres veces ahн en el libro y dйmele, que yo le llevarй bien guardado, porque pensar que yo la he de tomar en la memoria es disparate: que la tengo tan mala que muchas veces se me olvida cуmo me llamo. Pero, con todo eso, dнgamela vuestra merced, que me holgarй mucho de oнlla, que debe de ir como de molde.

-Escucha, que asн dice -dijo don Quijote:

CARTA DE DON QUIJOTE A DULCINEA DEL TOBOSO

Soberana y alta seсora:

El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazуn, dulcнsima Dulcinea del Toboso, te envнa la salud que йl no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podrй sostenerme en esta cuita, que, ademбs de ser fuerte, es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te darб entera relaciуn, Ўoh bella ingrata, amada enemiga mнa!, del modo que por tu causa quedo. Si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto; que, con acabar mi vida, habrй satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.

Tuyo hasta la muerte,

El Caballero de la Triste Figura.

-Por vida de mi padre -dijo Sancho en oyendo la carta-, que es la mбs alta cosa que jamбs he oнdo. ЎPesia a mн, y cуmo que le dice vuestra merced ahн todo cuanto quiere, y quй bien que encaja en la firma El Caballero de la Triste Figura! Digo de verdad que es vuestra merced el mesmo diablo, y que no haya cosa que no sepa.

-Todo es menester -respondiу don Quijote- para el oficio que trayo.

-Ea, pues -dijo Sancho-, ponga vuestra merced en esotra vuelta la cйdula de los tres pollinos y fнrmela con mucha claridad, porque la conozcan en viйndola.

-Que me place -dijo don Quijote.

Y, habiйndola escrito, se la leyу; que decнa ansн:

Mandarб vuestra merced, por esta primera de pollinos, seсora sobrina, dar a Sancho Panza, mi escudero, tres de los cinco que dejй en casa y estбn a cargo de vuestra merced. Los cuales tres pollinos se los mando librar y pagar por otros tantos aquн recebidos de contado, que consta, y con su carta de pago serбn bien dados. Fecha en las entraсas de Sierra Morena, a veinte y dos de agosto deste presente aсo.

-Buena estб -dijo Sancho-; fнrmela vuestra merced.

-No es menester firmarla -dijo don Quijote-, sino solamente poner mi rъbrica, que es lo mesmo que firma, y para tres asnos, y aun para trecientos, fuera bastante.

-Yo me confнo de vuestra merced -respondiу Sancho-. Dйjeme, irй a ensillar a Rocinante, y aparйjese vuestra merced a echarme su bendiciуn, que luego pienso partirme, sin ver las sandeces que vuestra merced ha de hacer, que yo dirй que le vi hacer tantas que no quiera mбs.

-Por lo menos quiero, Sancho, y porque es menester ansн, quiero, digo, que me veas en cueros, y hacer una o dos docenas de locuras, que las harй en menos de media hora, porque, habiйndolas tъ visto por tus ojos, puedas jurar a tu salvo en las demбs que quisieres aсadir; y asegъrote que no dirбs tъ tantas cuantas yo pienso hacer.

-Por amor de Dios, seсor mнo, que no vea yo en cueros a vuestra merced, que me darб mucha lбstima y no podrй dejar de llorar; y tengo tal la cabeza, del llanto que anoche hice por el rucio, que no estoy para meterme en nuevos lloros; y si es que vuestra merced gusta de que yo vea algunas locuras, hбgalas vestido, breves y las que le vinieren mбs a cuento. Cuanto mбs, que para mн no era menester nada deso, y, como ya tengo dicho, fuera ahorrar el camino de mi vuelta, que ha de ser con las nuevas que vuestra merced desea y merece. Y si no, aparйjese la seсora Dulcinea; que si no responde como es razуn, voto hago solene a quien puedo que le tengo de sacar la buena respuesta del estуmago a coces y a bofetones. Porque, їdуnde se ha de sufrir que un caballero andante, tan famoso como vuestra merced, se vuelva loco, sin quй ni para quй, por una...? No me lo haga decir la seсora, porque por Dios que despotrique y lo eche todo a doce, aunque nunca se venda. ЎBonico soy yo para eso! ЎMal me conoce! ЎPues, a fe que si me conociese, que me ayunase!

-A fe, Sancho -dijo don Quijote-, que, a lo que parece, que no estбs tъ mбs cuerdo que yo.

-No estoy tan loco -respondiу Sancho-, mas estoy mбs colйrico. Pero, dejando esto aparte, їquй es lo que ha de comer vuestra merced en tanto que yo vuelvo? їHa de salir al camino, como Cardenio, a quitбrselo a los pastores?

-No te dй pena ese cuidado -respondiу don Quijote-, porque, aunque tuviera, no comiera otra cosa que las yerbas y frutos que este prado y estos бrboles me dieren, que la fineza de mi negocio estб en no comer y en hacer otras asperezas equivalentes.

-A Dios, pues. Pero, їsabe vuestra merced quй temo? Que no tengo de acertar a volver a este lugar donde agora le dejo, segъn estб de escondido.

-Toma bien las seсas, que yo procurarй no apartarme destos contornos -dijo don Quijote-, y aun tendrй cuidado de subirme por estos mбs altos riscos, por ver si te descubro cuando vuelvas. Cuanto mбs, que lo mбs acertado serб, para que no me yerres y te pierdas, que cortes algunas retamas de las muchas que por aquн hay y las vayas poniendo de trecho a trecho, hasta salir a lo raso, las cuales te servirбn de mojones y seсales para que me halles cuando vuelvas, a imitaciуn del hilo del laberinto de Teseo.

-Asн lo harй -respondiу Sancho Panza.

Y, cortando algunos, pidiу la bendiciуn a su seсor, y, no sin muchas lбgrimas de entrambos, se despidiу dйl. Y, subiendo sobre Rocinante, a quien don Quijote encomendу mucho, y que mirase por йl como por su propria persona, se puso en camino del llano, esparciendo de trecho a trecho los ramos de la retama, como su amo se lo habнa aconsejado. Y asн, se fue, aunque todavнa le importunaba don Quijote que le viese siquiera hacer dos locuras. Mas no hubo andado cien pasos, cuando volviу y dijo:

-Digo, seсor, que vuestra merced ha dicho muy bien: que, para que pueda jurar sin cargo de conciencia que le he visto hacer locuras, serб bien que vea siquiera una, aunque bien grande la he visto en la quedada de vuestra merced.

-їNo te lo decнa yo? -dijo don Quijote-. Espйrate, Sancho, que en un credo las harй.

Y, desnudбndose con toda priesa los calzones, quedу en carnes y en paсales, y luego, sin mбs ni mбs, dio dos zapatetas en el aire y dos tumbas, la cabeza abajo y los pies en alto, descubriendo cosas que, por no verlas otra vez, volviу Sancho la rienda a Rocinante y se dio por contento y satisfecho de que podнa jurar que su amo quedaba loco. Y asн, le dejaremos ir su camino, hasta la vuelta, que fue breve.



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Capнtulo XXVI

Donde se prosiguen las finezas que de enamorado hizo don Quijote en Sierra Morena

VOLVIENDO a contar lo que hizo el de la Triste Figura despuйs que se vio solo, dice la historia que, asн como don Quijote acabу de dar las tumbas o vueltas, de medio abajo desnudo y de medio arriba vestido, y que vio que Sancho se habнa ido sin querer aguardar a ver mбs sandeces, se subiу sobre una punta de una alta peсa y allн tornу a pensar lo que otras muchas veces habнa pensado, sin haberse jamбs resuelto en ello. Y era que cuбl serнa mejor y le estarнa mбs a cuento: imitar a Roldбn en las locuras desaforadas que hizo, o Amadнs en las malencуnicas. Y, hablando entre sн mesmo, decнa:

-Si Roldбn fue tan buen caballero y tan valiente como todos dicen, їquй maravilla?, pues, al fin, era encantado y no le podнa matar nadie si no era metiйndole un alfiler de a blanca por la planta del pie, y йl traнa siempre los zapatos con siete suelas de hierro. Aunque no le valieron tretas contra Bernardo del Carpio, que se las entendiу y le ahogу entre los brazos en Roncesvalles. Pero, dejando en йl lo de la valentнa a una parte, vengamos a lo de perder el juicio, que es cierto que le perdiу, por las seсales que hallу en la fontana y por las nuevas que le dio el pastor de que Angйlica habнa dormido mбs de dos siestas con Medoro, un morillo de cabellos enrizados y paje de Agramante; y si йl entendiу que esto era verdad y que su dama le habнa cometido desaguisado, no hizo mucho en volverse loco. Pero yo, їcуmo puedo imitalle en las locuras, si no le imito en la ocasiуn dellas? Porque mi Dulcinea del Toboso osarй yo jurar que no ha visto en todos los dнas de su vida moro alguno, ansн como йl es, en su mismo traje, y que se estб hoy como la madre que la pariу; y harнale agravio manifiesto si, imaginando otra cosa della, me volviese loco de aquel gйnero de locura de Roldбn el furioso. Por otra parte, veo que Amadнs de Gaula, sin perder el juicio y sin hacer locuras, alcanzу tanta fama de enamorado como el que mбs; porque lo que hizo, segъn su historia, no fue mбs de que, por verse desdeсado de su seсora Oriana, que le habнa mandado que no pareciese ante su presencia hasta que fuese su voluntad, de que se retirу a la Peсa Pobre en compaснa de un ermitaсo, y allн se hartу de llorar y de encomendarse a Dios, hasta que el cielo le acorriу, en medio de su mayor cuita y necesidad. Y si esto es verdad, como lo es, їpara quй quiero yo tomar trabajo agora de desnudarme del todo, ni dar pesadumbre a estos бrboles, que no me han hecho mal alguno? Ni tengo para quй enturbiar el agua clara destos arroyos, los cuales me han de dar de beber cuando tenga gana. Viva la memoria de Amadнs, y sea imitado de don Quijote de la Mancha en todo lo que pudiere; del cual se dirб lo que del otro se dijo: que si no acabу grandes cosas, muriу por acometellas; y si yo no soy desechado ni desdeсado de Dulcinea del Toboso, bбstame, como ya he dicho, estar ausente della. Ea, pues, manos a la obra: venid a mi memoria, cosas de Amadнs, y enseсadme por dуnde tengo de comenzar a imitaros. Mas ya sй que lo mбs que йl hizo fue rezar y encomendarse a Dios; pero, їquй harй de rosario, que no le tengo?

En esto le vino al pensamiento cуmo le harнa, y fue que rasgу una gran tira de las faldas de la camisa, que andaban colgando, y diole once сudos, el uno mбs gordo que los demбs, y esto le sirviу de rosario el tiempo que allн estuvo, donde rezу un millуn de avemarнas. Y lo que le fatigaba mucho era no hallar por allн otro ermitaсo que le confesase y con quien consolarse. Y asн, se entretenнa paseбndose por el pradecillo, escribiendo y grabando por las cortezas de los бrboles y por la menuda arena muchos versos, todos acomodados a su tristeza, y algunos en alabanza de Dulcinea. Mas los que se pudieron hallar enteros y que se pudiesen leer, despuйs que a йl allн le hallaron, no fueron mбs que estos que aquн se siguen:

Бrboles, yerbas y plantas

que en aqueste sitio estбis,

tan altos, verdes y tantas,

si de mi mal no os holgбis,

escuchad mis quejas santas.

Mi dolor no os alborote,

aunque mбs terrible sea,

pues, por pagaros escote,

aquн llorу don Quijote

ausencias de Dulcinea

del Toboso.

Es aquн el lugar adonde

el amador mбs leal

de su seсora se esconde,

y ha venido a tanto mal

sin saber cуmo o por dуnde.

Trбele amor al estricote,

que es de muy mala ralea;

y asн, hasta henchir un pipote,

aquн llorу don Quijote

ausencias de Dulcinea

del Toboso.

Buscando las aventuras

por entre las duras peсas,

maldiciendo entraсas duras,

que entre riscos y entre breсas

halla el triste desventuras,

hiriуle amor con su azote,

no con su blanda correa;

y, en tocбndole el cogote,

aquн llorу don Quijote

ausencias de Dulcinea

del Toboso.

No causу poca risa en los que hallaron los versos referidos el aсadidura del Toboso al nombre de Dulcinea, porque imaginaron que debiу de imaginar don Quijote que si, en nombrando a Dulcinea, no decнa tambiйn del Toboso, no se podrнa entender la copla; y asн fue la verdad, como йl despuйs confesу. Otros muchos escribiу, pero, como se ha dicho, no se pudieron sacar en limpio, ni enteros, mбs destas tres coplas. En esto, y en suspirar y en llamar a los faunos y silvanos de aquellos bosques, a las ninfas de los rнos, a la dolorosa y hъmida Eco, que le respondiese, consolasen y escuchasen, se entretenнa, y en buscar algunas yerbas con que sustentarse en tanto que Sancho volvнa; que, si como tardу tres dнas, tardara tres semanas, el Caballero de la Triste Figura quedara tan desfigurado que no le conociera la madre que lo pariу.

Y serб bien dejalle, envuelto entre sus suspiros y versos, por contar lo que le avino a Sancho Panza en su mandaderнa. Y fue que, en saliendo al camino real, se puso en busca del Toboso, y otro dнa llegу a la venta donde le habнa sucedido la desgracia de la manta; y no la hubo bien visto, cuando le pareciу que otra vez andaba en los aires, y no quiso entrar dentro, aunque llegу a hora que lo pudiera y debiera hacer, por ser la del comer y llevar en deseo de gustar algo caliente; que habнa grandes dнas que todo era fiambre.

Esta necesidad le forzу a que llegase junto a la venta, todavнa dudoso si entrarнa o no. Y, estando en esto, salieron de la venta dos personas que luego le conocieron; y dijo el uno al otro:

-Dнgame, seсor licenciado, aquel del caballo, їno es Sancho Panza, el que dijo el ama de nuestro aventurero que habнa salido con su seсor por escudero?

-Sн es -dijo el licenciado-; y aquйl es el caballo de nuestro don Quijote.

Y conociйronle tan bien como aquellos que eran el cura y el barbero de su mismo lugar, y los que hicieron el escrutinio y acto general de los libros. Los cuales, asн como acabaron de conocer a Sancho Panza y a Rocinante, deseosos de saber de don Quijote, se fueron a йl; y el cura le llamу por su nombre, diciйndole:

-Amigo Sancho Panza, їadуnde queda vuestro amo?

Conociуlos luego Sancho Panza, y determinу de encubrir el lugar y la suerte donde y como su amo quedaba; y asн, les respondiу que su amo quedaba ocupado en cierta parte y en cierta cosa que le era de mucha importancia, la cual йl no podнa descubrir, por los ojos que en la cara tenнa.

-No, no -dijo el barbero-, Sancho Panza; si vos no nos decнs dуnde queda, imaginaremos, como ya imaginamos, que vos le habйis muerto y robado, pues venнs encima de su caballo. En verdad que nos habйis de dar el dueсo del rocнn, o sobre eso, morena.

-No hay para quй conmigo amenazas, que yo no soy hombre que robo ni mato a nadie: a cada uno mate su ventura, o Dios, que le hizo. Mi amo queda haciendo penitencia en la mitad desta montaсa, muy a su sabor.

Y luego, de corrida y sin parar, les contу de la suerte que quedaba, las aventuras que le habнan sucedido y cуmo llevaba la carta a la seсora Dulcinea del Toboso, que era la hija de Lorenzo Corchuelo, de quien estaba enamorado hasta los hнgados.

Quedaron admirados los dos de lo que Sancho Panza les contaba; y, aunque ya sabнan la locura de don Quijote y el gйnero della, siempre que la oнan se admiraban de nuevo. Pidiйronle a Sancho Panza que les enseсase la carta que llevaba a la seсora Dulcinea del Toboso. Йl dijo que iba escrita en un libro de memoria y que era orden de su seсor que la hiciese trasladar en papel en el primer lugar que llegase; a lo cual dijo el cura que se la mostrase, que йl la trasladarнa de muy buena letra. Metiу la mano en el seno Sancho Panza, buscando el librillo, pero no le hallу, ni le podнa hallar si le buscara hasta agora, porque se habнa quedado don Quijote con йl y no se le habнa dado, ni a йl se le acordу de pedнrsele.

Cuando Sancho vio que no hallaba el libro, fuйsele parando mortal el rostro; y, tornбndose a tentar todo el cuerpo muy apriesa, tornу a echar de ver que no le hallaba; y, sin mбs ni mбs, se echу entrambos puсos a las barbas y se arrancу la mitad de ellas, y luego, apriesa y sin cesar, se dio media docena de puсadas en el rostro y en las narices, que se las baсу todas en sangre. Visto lo cual por el cura y el barbero, le dijeron que quй le habнa sucedido, que tan mal se paraba.

-їQuй me ha de suceder -respondiу Sancho-, sino el haber perdido de una mano a otra, en un estante, tres pollinos, que cada uno era como un castillo?

-їCуmo es eso? -replicу el barbero.

-He perdido el libro de memoria -respondiу Sancho-, donde venнa carta para Dulcinea y una cйdula firmada de su seсor, por la cual mandaba que su sobrina me diese tres pollinos, de cuatro o cinco que estaban en casa.

Y, con esto, les contу la pйrdida del rucio. Consolуle el cura, y dнjole que, en hallando a su seсor, йl le harнa revalidar la manda y que tornase a hacer la libranza en papel, como era uso y costumbre, porque las que se hacнan en libros de memoria jamбs se acetaban ni cumplнan.

Con esto se consolу Sancho, y dijo que, como aquello fuese ansн, que no le daba mucha pena la pйrdida de la carta de Dulcinea, porque йl la sabнa casi de memoria, de la cual se podrнa trasladar donde y cuando quisiesen.

-Decildo, Sancho, pues -dijo el barbero-, que despuйs la trasladaremos.

Parуse Sancho Panza a rascar la cabeza para traer a la memoria la carta, y ya se ponнa sobre un pie, y ya sobre otro; unas veces miraba al suelo, otras al cielo; y, al cabo de haberse roнdo la mitad de la yema de un dedo, teniendo suspensos a los que esperaban que ya la dijese, dijo al cabo de grandнsimo rato:

-Por Dios, seсor licenciado, que los diablos lleven la cosa que de la carta se me acuerda; aunque en el principio decнa: «Alta y sobajada seсora».

-No dirнa -dijo el barbero- sobajada, sino sobrehumana o soberana seсora.

-Asн es -dijo Sancho-. Luego, si mal no me acuerdo, proseguнa..., si mal no me acuerdo: «el llego y falto de sueсo, y el ferido besa a vuestra merced las manos, ingrata y muy desconocida hermosa», y no sй quй decнa de salud y de enfermedad que le enviaba, y por aquн iba escurriendo, hasta que acababa en «Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura».

No poco gustaron los dos de ver la buena memoria de Sancho Panza, y alabбronsela mucho, y le pidieron que dijese la carta otras dos veces, para que ellos, ansimesmo, la tomasen de memoria para trasladalla a su tiempo. Tornуla a decir Sancho otras tres veces, y otras tantas volviу a decir otros tres mil disparates. Tras esto, contу asimesmo las cosas de su amo, pero no hablу palabra acerca del manteamiento que le habнa sucedido en aquella venta, en la cual rehusaba entrar. Dijo tambiйn como su seсor, en trayendo que le trujese buen despacho de la seсora Dulcinea del Toboso, se habнa de poner en camino a procurar cуmo ser emperador, o, por lo menos, monarca; que asн lo tenнan concertado entre los dos, y era cosa muy fбcil venir a serlo, segъn era el valor de su persona y la fuerza de su brazo; y que, en siйndolo, le habнa de casar a йl, porque ya serнa viudo, que no podнa ser menos, y le habнa de dar por mujer a una doncella de la emperatriz, heredera de un rico y grande estado de tierra firme, sin нnsulos ni нnsulas, que ya no las querнa.

Decнa esto Sancho con tanto reposo, limpiбndose de cuando en cuando las narices, y con tan poco juicio, que los dos se admiraron de nuevo, considerando cuбn vehemente habнa sido la locura de don Quijote, pues habнa llevado tras sн el juicio de aquel pobre hombre. No quisieron cansarse en sacarle del error en que estaba, pareciйndoles que, pues no le daсaba nada la conciencia, mejor era dejarle en йl, y a ellos les serнa de mбs gusto oнr sus necedades. Y asн, le dijeron que rogase a Dios por la salud de su seсor, que cosa contingente y muy agible era venir, con el discurso del tiempo, a ser emperador, como йl decнa, o, por lo menos, arzobispo, o otra dignidad equivalente. A lo cual respondiу Sancho:

-Seсores, si la fortuna rodease las cosas de manera que a mi amo le viniese en voluntad de no ser emperador, sino de ser arzobispo, querrнa yo saber agora quй suelen dar los arzobispos andantes a sus escuderos.

-Suйlenles dar -respondiу el cura- algъn beneficio, simple o curado, o alguna sacristanнa, que les vale mucho de renta rentada, amйn del pie de altar, que se suele estimar en otro tanto.

-Para eso serб menester -replicу Sancho- que el escudero no sea casado y que sepa ayudar a misa, por lo menos; y si esto es asн, Ўdesdichado de yo, que soy casado y no sй la primera letra del ABC! їQuй serб de mн si a mi amo le da antojo de ser arzobispo, y no emperador, como es uso y costumbre de los caballeros andantes?

-No tengбis pena, Sancho amigo -dijo el barbero-, que aquн rogaremos a vuestro amo y se lo aconsejaremos, y aun se lo pondremos en caso de conciencia, que sea emperador y no arzobispo, porque le serб mбs fбcil, a causa de que йl es mбs valiente que estudiante.

-Asн me ha parecido a mн -respondiу Sancho-, aunque sй decir que para todo tiene habilidad. Lo que yo pienso hacer de mi parte es rogarle a Nuestro Seсor que le eche a aquellas partes donde йl mбs se sirva y adonde a mн mбs mercedes me haga.

-Vos lo decнs como discreto -dijo el cura- y lo harйis como buen cristiano. Mas lo que ahora se ha de hacer es dar orden como sacar a vuestro amo de aquella inъtil penitencia que decнs que queda haciendo; y, para pensar el modo que hemos de tener, y para comer, que ya es hora, serб bien nos entremos en esta venta.

Sancho dijo que entrasen ellos, que йl esperarнa allн fuera y que despuйs les dirнa la causa por que no entraba ni le convenнa entrar en ella; mas que les rogaba que le sacasen allн algo de comer que fuese cosa caliente, y, ansimismo, cebada para Rocinante. Ellos se entraron y le dejaron, y, de allн a poco, el barbero le sacу de comer. Despuйs, habiendo bien pensado entre los dos el modo que tendrнan para conseguir lo que deseaban, vino el cura en un pensamiento muy acomodado al gusto de don Quijote y para lo que ellos querнan. Y fue que dijo al barbero que lo que habнa pensado era que йl se vestirнa en hбbito de doncella andante, y que йl procurase ponerse lo mejor que pudiese como escudero, y que asн irнan adonde don Quijote estaba, fingiendo ser ella una doncella afligida y menesterosa, y le pedirнa un don, el cual йl no podrнa dejбrsele de otorgar, como valeroso caballero andante. Y que el don que le pensaba pedir era que se viniese con ella donde ella le llevase, a desfacelle un agravio que un mal caballero le tenнa fecho; y que le suplicaba, ansimesmo, que no la mandase quitar su antifaz, ni la demandase cosa de su facienda, fasta que la hubiese fecho derecho de aquel mal caballero; y que creyese, sin duda, que don Quijote vendrнa en todo cuanto le pidiese por este tйrmino; y que desta manera le sacarнan de allн y le llevarнan a su lugar, donde procurarнan ver si tenнa algъn remedio su estraсa locura.



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Capнtulo XXVII

De cуmo salieron con su intenciуn el cura y el barbero, con otras cosas dignas de que se cuenten en esta grande historia

NO LE PARECIУ mal al barbero la invenciуn del cura, sino tan bien, que luego la pusieron por obra. Pidiйronle a la ventera una saya y unas tocas, dejбndole en prendas una sotana nueva del cura. El barbero hizo una gran barba de una cola rucia o roja de buey, donde el ventero tenнa colgado el peine. Preguntуles la ventera que para quй le pedнan aquellas cosas. El cura le contу en breves razones la locura de don Quijote, y cуmo convenнa aquel disfraz para sacarle de la montaсa, donde a la sazуn estaba. Cayeron luego el ventero y la ventera en que el loco era su huйsped, el del bбlsamo, y el amo del manteado escudero, y contaron al cura todo lo que con йl les habнa pasado, sin callar lo que tanto callaba Sancho. En resoluciуn, la ventera vistiу al cura de modo que no habнa mбs que ver: pъsole una saya de paсo, llena de fajas de terciopelo negro de un palmo en ancho, todas acuchilladas, y unos corpiсos de terciopelo verde, guarnecidos con unos ribetes de raso blanco, que se debieron de hacer, ellos y la saya, en tiempo del rey Wamba. No consintiу el cura que le tocasen, sino pъsose en la cabeza un birretillo de lienzo colchado que llevaba para dormir de noche, y ciсуse por la frente una liga de tafetбn negro, y con otra liga hizo un antifaz, con que se cubriу muy bien las barbas y el rostro; encasquetуse su sombrero, que era tan grande que le podнa servir de quitasol, y, cubriйndose su herreruelo, subiу en su mula a mujeriegas, y el barbero en la suya, con su barba que le llegaba a la cintura, entre roja y blanca, como aquella que, como se ha dicho, era hecha de la cola de un buey barroso.

Despidiйronse de todos, y de la buena de Maritornes, que prometiу de rezar un rosario, aunque pecadora, porque Dios les diese buen suceso en tan arduo y tan cristiano negocio como era el que habнan emprendido.

Mas, apenas hubo salido de la venta, cuando le vino al cura un pensamiento: que hacнa mal en haberse puesto de aquella manera, por ser cosa indecente que un sacerdote se pusiese asн, aunque le fuese mucho en ello; y, diciйndoselo al barbero, le rogу que trocasen trajes, pues era mбs justo que йl fuese la doncella menesterosa, y que йl harнa el escudero, y que asн se profanaba menos su dignidad; y que si no lo querнa hacer, determinaba de no pasar adelante, aunque a don Quijote se le llevase el diablo.

En esto, llegу Sancho, y de ver a los dos en aquel traje no pudo tener la risa. En efeto, el barbero vino en todo aquello que el cura quiso, y, trocando la invenciуn, el cura le fue informando el modo que habнa de tener y las palabras que habнa de decir a don Quijote para moverle y forzarle a que con йl se viniese, y dejase la querencia del lugar que habнa escogido para su vana penitencia. El barbero respondiу que, sin que se le diese liciуn, йl lo pondrнa bien en su punto. No quiso vestirse por entonces, hasta que estuviesen junto de donde don Quijote estaba; y asн, doblу sus vestidos, y el cura acomodу su barba, y siguieron su camino, guiбndolos Sancho Panza; el cual les fue contando lo que les aconteciу con el loco que hallaron en la sierra, encubriendo, empero, el hallazgo de la maleta y de cuanto en ella venнa; que, maguer que tonto, era un poco codicioso el mancebo.

Otro dнa llegaron al lugar donde Sancho habнa dejado puestas las seсales de las ramas para acertar el lugar donde habнa dejado a su seсor; y, en reconociйndole, les dijo como aquйlla era la entrada, y que bien se podнan vestir, si era que aquello hacнa al caso para la libertad de su seсor; porque ellos le habнan dicho antes que el ir de aquella suerte y vestirse de aquel modo era toda la importancia para sacar a su amo de aquella mala vida que habнa escogido, y que le encargaban mucho que no dijese a su amo quien ellos eran, ni que los conocнa; y que si le preguntase, como se lo habнa de preguntar, si dio la carta a Dulcinea, dijese que sн, y que, por no saber leer, le habнa respondido de palabra, diciйndole que le mandaba, so pena de la su desgracia, que luego al momento se viniese a ver con ella, que era cosa que le importaba mucho; porque con esto y con lo que ellos pensaban decirle tenнan por cosa cierta reducirle a mejor vida, y hacer con йl que luego se pusiese en camino para ir a ser emperador o monarca; que en lo de ser arzobispo no habнa de quй temer.

Todo lo escuchу Sancho, y lo tomу muy bien en la memoria, y les agradeciу mucho la intenciуn que tenнan de aconsejar a su seсor fuese emperador y no arzobispo, porque йl tenнa para sн que, para hacer mercedes a sus escuderos, mбs podнan los emperadores que los arzobispos andantes. Tambiйn les dijo que serнa bien que йl fuese delante a buscarle y darle la respuesta de su seсora, que ya serнa ella bastante a sacarle de aquel lugar, sin que ellos se pusiesen en tanto trabajo. Pareciуles bien lo que Sancho Panza decнa, y asн, determinaron de aguardarle hasta que volviese con las nuevas del hallazgo de su amo.

Entrуse Sancho por aquellas quebradas de la sierra, dejando a los dos en una por donde corrнa un pequeсo y manso arroyo, a quien hacнan sombra agradable y fresca otras peсas y algunos бrboles que por allн estaban. El calor, y el dнa que allн llegaron, era de los del mes de agosto, que por aquellas partes suele ser el ardor muy grande; la hora, las tres de la tarde: todo lo cual hacнa al sitio mбs agradable, y que convidase a que en йl esperasen la vuelta de Sancho, como lo hicieron.

Estando, pues, los dos allн, sosegados y a la sombra, llegу a sus oнdos una voz que, sin acompaсarla son de algъn otro instrumento, dulce y regaladamente sonaba, de que no poco se admiraron, por parecerles que aquйl no era lugar donde pudiese haber quien tan bien cantase. Porque, aunque suele decirse que por las selvas y campos se hallan pastores de voces estremadas, mбs son encarecimientos de poetas que verdades; y mбs, cuando advirtieron que lo que oнan cantar eran versos, no de rъsticos ganaderos, sino de discretos cortesanos. Y confirmу esta verdad haber sido los versos que oyeron йstos:

їQuiйn menoscaba mis bienes?

Desdenes.

Y їquiйn aumenta mis duelos?

Los celos.

Y їquiйn prueba mi paciencia?

Ausencia.

De ese modo, en mi dolencia

ningъn remedio se alcanza,

pues me matan la esperanza

desdenes, celos y ausencia.

їQuiйn me causa este dolor?

Amor.

Y їquiйn mi gloria repugna?

Fortuna.

Y їquiйn consiente en mi duelo?

El cielo

De ese modo, yo recelo

morir deste mal estraсo,

pues se aumentan en mi daсo,

amor, fortuna y el cielo.

їQuiйn mejorarб mi suerte?

La muerte.

Y el bien de amor, їquiйn le alcanza?

Mudanza.

Y sus males, їquiйn los cura?

Locura.

De ese modo, no es cordura

querer curar la pasiуn

cuando los remedios son

muerte, mudanza y locura.


La hora, el tiempo, la soledad, la voz y la destreza del que cantaba causу admiraciуn y contento en los dos oyentes, los cuales se estuvieron quedos, esperando si otra alguna cosa oнan; pero, viendo que duraba algъn tanto el silencio, determinaron de salir a buscar el mъsico que con tan buena voz cantaba. Y, queriйndolo poner en efeto, hizo la mesma voz que no se moviesen, la cual llegу de nuevo a sus oнdos, cantando este soneto:

SONETO

Santa amistad, que con ligeras alas,

tu apariencia quedбndose en el suelo,

entre benditas almas, en el cielo,

subiste alegre a las impнreas salas,

desde allб, cuando quieres, nos seсalas

la justa paz cubierta con un velo,

por quien a veces se trasluce el celo

de buenas obras que, a la fin, son malas.

Deja el cielo, Ўoh amistad!, o no permitas

que el engaсo se vista tu librea,

con que destruye a la intenciуn sincera;

que si tus apariencias no le quitas,

presto ha de verse el mundo en la pelea

de la discorde confusiуn primera.

El canto se acabу con un profundo suspiro, y los dos, con atenciуn, volvieron a esperar si mбs se cantaba; pero, viendo que la mъsica se habнa vuelto en sollozos y en lastimeros ayes, acordaron de saber quiйn era el triste, tan estremado en la voz como doloroso en los gemidos; y no anduvieron mucho, cuando, al volver de una punta de una peсa, vieron a un hombre del mismo talle y figura que Sancho Panza les habнa pintado cuando les contу el cuento de Cardenio; el cual hombre, cuando los vio, sin sobresaltarse, estuvo quedo, con la cabeza inclinada sobre el pecho a guisa de hombre pensativo, sin alzar los ojos a mirarlos mбs de la vez primera, cuando de improviso llegaron.

El cura, que era hombre bien hablado (como el que ya tenнa noticia de su desgracia, pues por las seсas le habнa conocido), se llegу a йl, y con breves aunque muy discretas razones le rogу y persuadiу que aquella tan miserable vida dejase, porque allн no la perdiese, que era la desdicha mayor de las desdichas. Estaba Cardenio entonces en su entero juicio, libre de aquel furioso accidente que tan a menudo le sacaba de sн mismo; y asн, viendo a los dos en traje tan no usado de los que por aquellas soledades andaban, no dejу de admirarse algъn tanto, y mбs cuando oyу que le habнan hablado en su negocio como en cosa sabida -porque las razones que el cura le dijo asн lo dieron a entender-; y asн, respondiу desta manera:

-Bien veo yo, seсores, quienquiera que seбis, que el cielo, que tiene cuidado de socorrer a los buenos, y aun a los malos muchas veces, sin yo merecerlo, me envнa, en estos tan remotos y apartados lugares del trato comъn de las gentes, algunas personas que, poniйndome delante de los ojos con vivas y varias razones cuбn sin ella ando en hacer la vida que hago, han procurado sacarme dйsta a mejor parte; pero, como no saben que sй yo que en saliendo deste daсo he de caer en otro mayor, quizб me deben de tener por hombre de flacos discursos, y aun, lo que peor serнa, por de ningъn juicio. Y no serнa maravilla que asн fuese, porque a mн se me trasluce que la fuerza de la imaginaciуn de mis desgracias es tan intensa y puede tanto en mi perdiciуn que, sin que yo pueda ser parte a estorbarlo, vengo a quedar como piedra, falto de todo buen sentido y conocimiento; y vengo a caer en la cuenta desta verdad, cuando algunos me dicen y muestran seсales de las cosas que he hecho en tanto que aquel terrible accidente me seсorea, y no sй mбs que dolerme en vano y maldecir sin provecho mi ventura, y dar por disculpa de mis locuras el decir la causa dellas a cuantos oнrla quieren; porque, viendo los cuerdos cuбl es la causa, no se maravillarбn de los efetos, y si no me dieren remedio, a lo menos no me darбn culpa, convirtiйndoseles el enojo de mi desenvoltura en lбstima de mis desgracias. Y si es que vosotros, seсores, venнs con la mesma intenciуn que otros han venido, antes que pasйis adelante en vuestras discretas persuasiones, os ruego que escuchйis el cuento, que no le tiene, de mis desventuras; porque quizб, despuйs de entendido, ahorrarйis del trabajo que tomarйis en consolar un mal que de todo consuelo es incapaz.

Los dos, que no deseaban otra cosa que saber de su mesma boca la causa de su daсo, le rogaron se la contase, ofreciйndole de no hacer otra cosa de la que йl quisiese, en su remedio o consuelo; y con esto, el triste caballero comenzу su lastimera historia, casi por las mesmas palabras y pasos que la habнa contado a don Quijote y al cabrero pocos dнas atrбs, cuando, por ocasiуn del maestro Elisabat y puntualidad de don Quijote en guardar el decoro a la caballerнa, se quedу el cuento imperfeto, como la historia lo deja contado. Pero ahora quiso la buena suerte que se detuvo el accidente de la locura y le dio lugar de contarlo hasta el fin; y asн, llegando al paso del billete que habнa hallado don Fernando entre el libro de Amadнs de Gaula, dijo Cardenio que le tenнa bien en la memoria, y que decнa desta manera:

«LUSCINDA A CARDENIO

Cada dнa descubro en vos valores que me obligan y fuerzan a que en mбs os estime; y asн, si quisiйredes sacarme desta deuda sin ejecutarme en la honra, lo podrйis muy bien hacer. Padre tengo, que os conoce y que me quiere bien, el cual, sin forzar mi voluntad, cumplirб la que serб justo que vos tengбis, si es que me estimбis como decнs y como yo creo.

»-Por este billete me movн a pedir a Luscinda por esposa, como ya os he contado, y йste fue por quien quedу Luscinda en la opiniуn de don Fernando por una de las mбs discretas y avisadas mujeres de su tiempo; y este billete fue el que le puso en deseo de destruirme, antes que el mнo se efetuase. Dнjele yo a don Fernando en lo que reparaba el padre de Luscinda, que era en que mi padre se la pidiese, lo cual yo no le osaba decir, temeroso que no vendrнa en ello, no porque no tuviese bien conocida la calidad, bondad, virtud y hermosura de Luscinda, y que tenнa partes bastantes para enoblecer cualquier otro linaje de Espaсa, sino porque yo entendнa dйl que deseaba que no me casase tan presto, hasta ver lo que el duque Ricardo hacнa conmigo. En resoluciуn, le dije que no me aventuraba a decнrselo a mi padre, asн por aquel inconveniente como por otros muchos que me acobardaban, sin saber cuбles eran, sino que me parecнa que lo que yo desease jamбs habнa de tener efeto.

»A todo esto me respondiу don Fernando que йl se encargaba de hablar a mi padre y hacer con йl que hablase al de Luscinda. ЎOh Mario ambicioso, oh Catilina cruel, oh Sila facinoroso, oh Galalуn embustero, oh Vellido traidor, oh Juliбn vengativo, oh Judas codicioso! Traidor, cruel, vengativo y embustero, їquй deservicios te habнa hecho este triste, que con tanta llaneza te descubriу los secretos y contentos de su corazуn? їQuй ofensa te hice? їQuй palabras te dije, o quй consejos te di, que no fuesen todos encaminados a acrecentar tu honra y tu provecho? Mas, їde quй me quejo?, Ўdesventurado de mн!, pues es cosa cierta que cuando traen las desgracias la corriente de las estrellas, como vienen de alto abajo, despeсбndose con furor y con violencia, no hay fuerza en la tierra que las detenga, ni industria humana que prevenirlas pueda. їQuiйn pudiera imaginar que don Fernando, caballero ilustre, discreto, obligado de mis servicios, poderoso para alcanzar lo que el deseo amoroso le pidiese dondequiera que le ocupase, se habнa de enconar, como suele decirse, en tomarme a mн una sola oveja, que aъn no poseнa? Pero quйdense estas consideraciones aparte, como inъtiles y sin provecho, y aсudemos el roto hilo de mi desdichada historia.

»Digo, pues, que, pareciйndole a don Fernando que mi presencia le era inconveniente para poner en ejecuciуn su falso y mal pensamiento, determinу de enviarme a su hermano mayor, con ocasiуn de pedirle unos dineros para pagar seis caballos, que de industria, y sуlo para este efeto de que me ausentase (para poder mejor salir con su daсado intento), el mesmo dнa que se ofreciу hablar a mi padre los comprу, y quiso que yo viniese por el dinero. їPude yo prevenir esta traiciуn? їPude, por ventura, caer en imaginarla? No, por cierto; antes, con grandнsimo gusto, me ofrecн a partir luego, contento de la buena compra hecha. Aquella noche hablй con Luscinda, y le dije lo que con don Fernando quedaba concertado, y que tuviese firme esperanza de que tendrнan efeto nuestros buenos y justos deseos. Ella me dijo, tan segura como yo de la traiciуn de don Fernando, que procurase volver presto, porque creнa que no tardarнa mбs la conclusiуn de nuestras voluntades que tardase mi padre de hablar al suyo. No sй quй se fue, que, en acabando de decirme esto, se le llenaron los ojos de lбgrimas y un nudo se le atravesу en la garganta, que no le dejaba hablar palabra de otras muchas que me pareciу que procuraba decirme.

»Quedй admirado deste nuevo accidente, hasta allн jamбs en ella visto, porque siempre nos hablбbamos, las veces que la buena fortuna y mi diligencia lo concedнa, con todo regocijo y contento, sin mezclar en nuestras plбticas lбgrimas, suspiros, celos, sospechas o temores. Todo era engrandecer yo mi ventura, por habйrmela dado el cielo por seсora: exageraba su belleza, admirбbame de su valor y entendimiento. Volvнame ella el recambio, alabando en mн lo que, como enamorada, le parecнa digno de alabanza. Con esto, nos contбbamos cien mil niсerнas y acaecimientos de nuestros vecinos y conocidos, y a lo que mбs se estendнa mi desenvoltura era a tomarle, casi por fuerza, una de sus bellas y blancas manos, y llegarla a mi boca, segъn daba lugar la estrecheza de una baja reja que nos dividнa. Pero la noche que precediу al triste dнa de mi partida, ella llorу, gimiу y suspirу, y se fue, y me dejу lleno de confusiуn y sobresalto, espantado de haber visto tan nuevas y tan tristes muestras de dolor y sentimiento en Luscinda. Pero, por no destruir mis esperanzas, todo lo atribuн a la fuerza del amor que me tenнa y al dolor que suele causar la ausencia en los que bien se quieren.

»En fin, yo me partн triste y pensativo, llena el alma de imaginaciones y sospechas, sin saber lo que sospechaba ni imaginaba: claros indicios que me mostraban el triste suceso y desventura que me estaba guardada. Lleguй al lugar donde era enviado. Di las cartas al hermano de don Fernando. Fui bien recebido, pero no bien despachado, porque me mandу aguardar, bien a mi disgusto, ocho dнas, y en parte donde el duque, su padre, no me viese, porque su hermano le escribнa que le enviase cierto dinero sin su sabidurнa. Y todo fue invenciуn del falso don Fernando, pues no le faltaban a su hermano dineros para despacharme luego. Orden y mandato fue йste que me puso en condiciуn de no obedecerle, por parecerme imposible sustentar tantos dнas la vida en el ausencia de Luscinda, y mбs, habiйndola dejado con la tristeza que os he contado; pero, con todo esto, obedecн, como buen criado, aunque veнa que habнa de ser a costa de mi salud.

»Pero, a los cuatro dнas que allн lleguй, llegу un hombre en mi busca con una carta, que me dio, que en el sobrescrito conocн ser de Luscinda, porque la letra dйl era suya. Abrнla, temeroso y con sobresalto, creyendo que cosa grande debнa de ser la que la habнa movido a escribirme estando ausente, pues presente pocas veces lo hacнa. Preguntйle al hombre, antes de leerla, quiйn se la habнa dado y el tiempo que habнa tardado en el camino. Dнjome que acaso, pasando por una calle de la ciudad a la hora de medio dнa, una seсora muy hermosa le llamу desde una ventana, los ojos llenos de lбgrimas, y que con mucha priesa le dijo: ''Hermano: si sois cristiano, como parecйis, por amor de Dios os ruego que encaminйis luego luego esta carta al lugar y a la persona que dice el sobrescrito, que todo es bien conocido, y en ello harйis un gran servicio a nuestro Seсor; y, para que no os falte comodidad de poderlo hacer, tomad lo que va en este paсuelo''. ''Y, diciendo esto, me arrojу por la ventana un paсuelo, donde venнan atados cien reales y esta sortija de oro que aquн traigo, con esa carta que os he dado. Y luego, sin aguardar respuesta mнa, se quitу de la ventana; aunque primero vio cуmo yo tomй la carta y el paсuelo, y, por seсas, le dije que harнa lo que me mandaba. Y asн, viйndome tan bien pagado del trabajo que podнa tomar en traйrosla y conociendo por el sobrescrito que йrades vos a quien se enviaba, porque yo, seсor, os conozco muy bien, y obligado asimesmo de las lбgrimas de aquella hermosa seсora, determinй de no fiarme de otra persona, sino venir yo mesmo a dбrosla; y en diez y seis horas que ha que se me dio, he hecho el camino, que sabйis que es de diez y ocho leguas''.

»En tanto que el agradecido y nuevo correo esto me decнa, estaba yo colgado de sus palabras, temblбndome las piernas de manera que apenas podнa sostenerme. En efeto, abrн la carta y vi que contenнa estas razones:

La palabra que don Fernando os dio de hablar a vuestro padre para que hablase al mнo, la ha cumplido mбs en su gusto que en vuestro provecho. Sabed, seсor, que йl me ha pedido por esposa, y mi padre, llevado de la ventaja que йl piensa que don Fernando os hace, ha venido en lo que quiere, con tantas veras que de aquн a dos dнas se ha de hacer el desposorio, tan secreto y tan a solas, que sуlo han de ser testigos los cielos y alguna gente de casa. Cual yo quedo, imaginaldo; si os cumple venir, veldo; y si os quiero bien o no, el suceso deste negocio os lo darб a entender. A Dios plega que йsta llegue a vuestras manos antes que la mнa se vea en condiciуn de juntarse con la de quien tan mal sabe guardar la fe que promete.

»Йstas, en suma, fueron las razones que la carta contenнa y las que me hicieron poner luego en camino, sin esperar otra respuesta ni otros dineros; que bien claro conocн entonces que no la compra de los caballos, sino la de su gusto, habнa movido a don Fernando a enviarme a su hermano. El enojo que contra don Fernando concebн, junto con el temor de perder la prenda que con tantos aсos de servicios y deseos tenнa granjeada, me pusieron alas, pues, casi como en vuelo, otro dнa me puse en mi lugar, al punto y hora que convenнa para ir a hablar a Luscinda. Entrй secreto, y dejй una mula en que venнa en casa del buen hombre que me habнa llevado la carta; y quiso la suerte que entonces la tuviese tan buena que hallй a Luscinda puesta a la reja, testigo de nuestros amores. Conociуme Luscinda luego, y conocнla yo; mas no como debнa ella conocerme y yo conocerla. Pero, їquiйn hay en el mundo que se pueda alabar que ha penetrado y sabido el confuso pensamiento y condiciуn mudable de una mujer? Ninguno, por cierto.

»Digo, pues, que, asн como Luscinda me vio, me dijo: ''Cardenio, de boda estoy vestida; ya me estбn aguardando en la sala don Fernando el traidor y mi padre el codicioso, con otros testigos, que antes lo serбn de mi muerte que de mi desposorio. No te turbes, amigo, sino procura hallarte presente a este sacrificio, el cual si no pudiere ser estorbado de mis razones, una daga llevo escondida que podrб estorbar mбs determinadas fuerzas, dando fin a mi vida y principio a que conozcas la voluntad que te he tenido y tengo''. Yo le respondн turbado y apriesa, temeroso no me faltase lugar para responderla: ''Hagan, seсora, tus obras verdaderas tus palabras; que si tъ llevas daga para acreditarte, aquн llevo yo espada para defenderte con ella o para matarme si la suerte nos fuere contraria''. No creo que pudo oнr todas estas razones, porque sentн que la llamaban apriesa, porque el desposado aguardaba. Cerrуse con esto la noche de mi tristeza, pъsoseme el sol de mi alegrнa: quedй sin luz en los ojos y sin discurso en el entendimiento. No acertaba a entrar en su casa, ni podнa moverme a parte alguna; pero, considerando cuбnto importaba mi presencia para lo que suceder pudiese en aquel caso, me animй lo mбs que pude y entrй en su casa. Y, como ya sabнa muy bien todas sus entradas y salidas, y mбs con el alboroto que de secreto en ella andaba, nadie me echу de ver. Asн que, sin ser visto, tuve lugar de ponerme en el hueco que hacнa una ventana de la mesma sala, que con las puntas y remates de dos tapices se cubrнa, por entre las cuales podнa yo ver, sin ser visto, todo cuanto en la sala se hacнa.

»їQuiйn pudiera decir ahora los sobresaltos que me dio el corazуn mientras allн estuve, los pensamientos que me ocurrieron, las consideraciones que hice?, que fueron tantas y tales, que ni se pueden decir ni aun es bien que se digan. Basta que sepбis que el desposado entrу en la sala sin otro adorno que los mesmos vestidos ordinarios que solнa. Traнa por padrino a un primo hermano de Luscinda, y en toda la sala no habнa persona de fuera, sino los criados de casa. De allн a un poco, saliу de una recбmara Luscinda, acompaсada de su madre y de dos doncellas suyas, tan bien aderezada y compuesta como su calidad y hermosura merecнan, y como quien era la perfeciуn de la gala y bizarrнa cortesana. No me dio lugar mi suspensiуn y arrobamiento para que mirase y notase en particular lo que traнa vestido; sуlo pude advertir a las colores, que eran encarnado y blanco, y en las vislumbres que las piedras y joyas del tocado y de todo el vestido hacнan, a todo lo cual se aventajaba la belleza singular de sus hermosos y rubios cabellos; tales que, en competencia de las preciosas piedras y de las luces de cuatro hachas que en la sala estaban, la suya con mбs resplandor a los ojos ofrecнan. ЎOh memoria, enemiga mortal de mi descanso! їDe quй sirve representarme ahora la incomparable belleza de aquella adorada enemiga mнa? їNo serб mejor, cruel memoria, que me acuerdes y representes lo que entonces hizo, para que, movido de tan manifiesto agravio, procure, ya que no la venganza, a lo menos perder la vida?» No os cansйis, seсores, de oнr estas digresiones que hago; que no es mi pena de aquellas que puedan ni deban contarse sucintamente y de paso, pues cada circunstancia suya me parece a mн que es digna de un largo discurso.

A esto le respondiу el cura que no sуlo no se cansaban en oнrle, sino que les daba mucho gusto las menudencias que contaba, por ser tales, que merecнan no pasarse en silencio, y la mesma atenciуn que lo principal del cuento.

-«Digo, pues -prosiguiу Cardenio-, que, estando todos en la sala, entrу el cura de la perroquia, y, tomando a los dos por la mano para hacer lo que en tal acto se requiere, al decir: ''їQuerйis, seсora Luscinda, al seсor don Fernando, que estб presente, por vuestro legнtimo esposo, como lo manda la Santa Madre Iglesia?'', yo saquй toda la cabeza y cuello de entre los tapices, y con atentнsimos oнdos y alma turbada me puse a escuchar lo que Luscinda respondнa, esperando de su respuesta la sentencia de mi muerte o la confirmaciуn de mi vida. ЎOh, quiйn se atreviera a salir entonces, diciendo a voces!: ''ЎAh Luscinda, Luscinda, mira lo que haces, considera lo que me debes, mira que eres mнa y que no puedes ser de otro! Advierte que el decir tъ y el acabбrseme la vida ha de ser todo a un punto. ЎAh traidor don Fernando, robador de mi gloria, muerte de mi vida! їQuй quieres? їQuй pretendes? Considera que no puedes cristianamente llegar al fin de tus deseos, porque Luscinda es mi esposa y yo soy su marido''. ЎAh, loco de mн, ahora que estoy ausente y lejos del peligro, digo que habнa de hacer lo que no hice! ЎAhora que dejй robar mi cara prenda, maldigo al robador, de quien pudiera vengarme si tuviera corazуn para ello como le tengo para quejarme! En fin, pues fui entonces cobarde y necio, no es mucho que muera ahora corrido, arrepentido y loco.

»Estaba esperando el cura la respuesta de Luscinda, que se detuvo un buen espacio en darla, y, cuando yo pensй que sacaba la daga para acreditarse, o desataba la lengua para decir alguna verdad o desengaсo que en mi provecho redundase, oigo que dijo con voz desmayada y flaca: ''Sн quiero''; y lo mesmo dijo don Fernando; y, dбndole el anillo, quedaron en disoluble nudo ligados. Llegу el desposado a abrazar a su esposa, y ella, poniйndose la mano sobre el corazуn, cayу desmayada en los brazos de su madre. Resta ahora decir cuбl quedй yo viendo, en el que habнa oнdo, burladas mis esperanzas, falsas las palabras y promesas de Luscinda: imposibilitado de cobrar en algъn tiempo el bien que en aquel instante habнa perdido. Quedй falto de consejo, desamparado, a mi parecer, de todo el cielo, hecho enemigo de la tierra que me sustentaba, negбndome el aire aliento para mis suspiros y el agua humor para mis ojos; sуlo el fuego se acrecentу de manera que todo ardнa de rabia y de celos.

»Alborotбronse todos con el desmayo de Luscinda, y, desabrochбndole su madre el pecho para que le diese el aire, se descubriу en йl un papel cerrado, que don Fernando tomу luego y se le puso a leer a la luz de una de las hachas; y, en acabando de leerle, se sentу en una silla y se puso la mano en la mejilla, con muestras de hombre muy pensativo, sin acudir a los remedios que a su esposa se hacнan para que del desmayo volviese. Yo, viendo alborotada toda la gente de casa, me aventurй a salir, ora fuese visto o no, con determinaciуn que si me viesen, de hacer un desatino tal, que todo el mundo viniera a entender la justa indignaciуn de mi pecho en el castigo del falso don Fernando, y aun en el mudable de la desmayada traidora. Pero mi suerte, que para mayores males, si es posible que los haya, me debe tener guardado, ordenу que en aquel punto me sobrase el entendimiento que despuйs acб me ha faltado; y asн, sin querer tomar venganza de mis mayores enemigos (que, por estar tan sin pensamiento mнo, fuera fбcil tomarla), quise tomarla de mi mano y ejecutar en mн la pena que ellos merecнan; y aun quizб con mбs rigor del que con ellos se usara si entonces les diera muerte, pues la que se recibe repentina presto acaba la pena; mas la que se dilata con tormentos siempre mata, sin acabar la vida.

»En fin, yo salн de aquella casa y vine a la de aquйl donde habнa dejado la mula; hice que me la ensillase, sin despedirme dйl subн en ella, y salн de la ciudad, sin osar, como otro Lot, volver el rostro a miralla; y cuando me vi en el campo solo, y que la escuridad de la noche me encubrнa y su silencio convidaba a quejarme, sin respeto o miedo de ser escuchado ni conocido, soltй la voz y desatй la lengua en tantas maldiciones de Luscinda y de don Fernando, como si con ellas satisficiera el agravio que me habнan hecho. Dile tнtulos de cruel, de ingrata, de falsa y desagradecida; pero, sobre todos, de codiciosa, pues la riqueza de mi enemigo la habнa cerrado los ojos de la voluntad, para quitбrmela a mн y entregarla a aquйl con quien mбs liberal y franca la fortuna se habнa mostrado; y, en mitad de la fuga destas maldiciones y vituperios, la desculpaba, diciendo que no era mucho que una doncella recogida en casa de sus padres, hecha y acostumbrada siempre a obedecerlos, hubiese querido condecender con su gusto, pues le daban por esposo a un caballero tan principal, tan rico y tan gentil hombre que, a no querer recebirle, se podнa pensar, o que no tenнa juicio, o que en otra parte tenнa la voluntad: cosa que redundaba tan en perjuicio de su buena opiniуn y fama. Luego volvнa diciendo que, puesto que ella dijera que yo era su esposo, vieran ellos que no habнa hecho en escogerme tan mala elecciуn, que no la disculparan, pues antes de ofrecйrseles don Fernando no pudieran ellos mesmos acertar a desear, si con razуn midiesen su deseo, otro mejor que yo para esposo de su hija; y que bien pudiera ella, antes de ponerse en el trance forzoso y ъltimo de dar la mano, decir que ya yo le habнa dado la mнa; que yo viniera y concediera con todo cuanto ella acertara a fingir en este caso.

»En fin, me resolvн en que poco amor, poco juicio, mucha ambiciуn y deseos de grandezas hicieron que se olvidase de las palabras con que me habнa engaсado, entretenido y sustentado en mis firmes esperanzas y honestos deseos. Con estas voces y con esta inquietud caminй lo que quedaba de aquella noche, y di al amanecer en una entrada destas sierras, por las cuales caminй otros tres dнas, sin senda ni camino alguno, hasta que vine a parar a unos prados, que no sй a quй mano destas montaсas caen, y allн preguntй a unos ganaderos que hacia dуnde era lo mбs бspero destas sierras. Dijйronme que hacia esta parte. Luego me encaminй a ella, con intenciуn de acabar aquн la vida, y, en entrando por estas asperezas, del cansancio y de la hambre se cayу mi mula muerta, o, lo que yo mбs creo, por desechar de sн tan inъtil carga como en mн llevaba. Yo quedй a pie, rendido de la naturaleza, traspasado de hambre, sin tener, ni pensar buscar, quien me socorriese.

»De aquella manera estuve no sй quй tiempo, tendido en el suelo, al cabo del cual me levantй sin hambre, y hallй junto a mн a unos cabreros, que, sin duda, debieron ser los que mi necesidad remediaron, porque ellos me dijeron de la manera que me habнan hallado, y cуmo estaba diciendo tantos disparates y desatinos, que daba indicios claros de haber perdido el juicio; y yo he sentido en mн, despuйs acб, que no todas veces le tengo cabal, sino tan desmedrado y flaco que hago mil locuras, rasgбndome los vestidos, dando voces por estas soledades, maldiciendo mi ventura y repitiendo en vano el nombre amado de mi enemiga, sin tener otro discurso ni intento entonces que procurar acabar la vida voceando; y cuando en mн vuelvo, me hallo tan cansado y molido, que apenas puedo moverme. Mi mбs comъn habitaciуn es en el hueco de un alcornoque, capaz de cubrir este miserable cuerpo. Los vaqueros y cabreros que andan por estas montaсas, movidos de caridad, me sustentan, poniйndome el manjar por los caminos y por las peсas por donde entienden que acaso podrй pasar y hallarlo; y asн, aunque entonces me falte el juicio, la necesidad natural me da a conocer el mantenimiento, y despierta en mн el deseo de apetecerlo y la voluntad de tomarlo. Otras veces me dicen ellos, cuando me encuentran con juicio, que yo salgo a los caminos y que se lo quito por fuerza, aunque me lo den de grado, a los pastores que vienen con ello del lugar a las majadas.

»Desta manera paso mi miserable y estrema vida, hasta que el cielo sea servido de conducirle a su ъltimo fin, o de ponerle en mi memoria, para que no me acuerde de la hermosura y de la traiciуn de Luscinda y del agravio de don Fernando; que si esto йl hace sin quitarme la vida, yo volverй a mejor discurso mis pensamientos; donde no, no hay sino rogarle que absolutamente tenga misericordia de mi alma, que yo no siento en mн valor ni fuerzas para sacar el cuerpo desta estrecheza en que por mi gusto he querido ponerle». Йsta es, Ўoh seсores!, la amarga historia de mi desgracia: decidme si es tal, que pueda celebrarse con menos sentimientos que los que en mн habйis visto; y no os cansйis en persuadirme ni aconsejarme lo que la razуn os dijere que puede ser bueno para mi remedio, porque ha de aprovechar conmigo lo que aprovecha la medicina recetada de famoso mйdico al enfermo que recebir no la quiere. Yo no quiero salud sin Luscinda; y, pues ella gustу de ser ajena, siendo, o debiendo ser, mнa, guste yo de ser de la desventura, pudiendo haber sido de la buena dicha. Ella quiso, con su mudanza, hacer estable mi perdiciуn; yo querrй, con procurar perderme, hacer contenta su voluntad, y serб ejemplo a los por venir de que a mн solo faltу lo que a todos los desdichados sobra, a los cuales suele ser consuelo la imposibilidad de tenerle, y en mн es causa de mayores sentimientos y males, porque aun pienso que no se han de acabar con la muerte.

Aquн dio fin Cardenio a su larga plбtica y tan desdichada como amorosa historia. Y, al tiempo que el cura se prevenнa para decirle algunas razones de consuelo, le suspendiу una voz que llegу a sus oнdos, que en lastimados acentos oyeron que decнa lo que se dirб en la cuarta parte desta narraciуn, que en este punto dio fin a la tercera el sabio y atentado historiador Cide Hamete Benengeli.

Cuarta parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha

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Capнtulo XXVIII

Que trata de la nueva y agradable aventura que al cura y barbero sucediу en la mesma sierra

FELICНSIMOS y venturosos fueron los tiempos donde se echу al mundo el audacнsimo caballero don Quijote de la Mancha, pues por haber tenido tan honrosa determinaciуn como fue el querer resucitar y volver al mundo la ya perdida y casi muerta orden de la andante caballerнa, gozamos ahora, en esta nuestra edad, necesitada de alegres entretenimientos, no sуlo de la dulzura de su verdadera historia, sino de los cuentos y episodios della, que, en parte, no son menos agradables y artificiosos y verdaderos que la misma historia; la cual, prosiguiendo su rastrillado, torcido y aspado hilo, cuenta que, asн como el cura comenzу a prevenirse para consolar a Cardenio, lo impidiу una voz que llegу a sus oнdos, que, con tristes acentos, decнa desta manera:

-ЎAy Dios! їSi serб posible que he ya hallado lugar que pueda servir de escondida sepultura a la carga pesada deste cuerpo, que tan contra mi voluntad sostengo? Sн serб, si la soledad que prometen estas sierras no me miente. ЎAy, desdichada, y cuбn mбs agradable compaснa harбn estos riscos y malezas a mi intenciуn, pues me darбn lugar para que con quejas comunique mi desgracia al cielo, que no la de ningъn hombre humano, pues no hay ninguno en la tierra de quien se pueda esperar consejo en las dudas, alivio en las quejas, ni remedio en los males!

Todas estas razones oyeron y percibieron el cura y los que con йl estaban, y por parecerles, como ello era, que allн junto las decнan, se levantaron a buscar el dueсo, y no hubieron andado veinte pasos, cuando detrбs de un peсasco vieron, sentado al pie de un fresno, a un mozo vestido como labrador, al cual, por tener inclinado el rostro, a causa de que se lavaba los pies en el arroyo que por allн corrнa, no se le pudieron ver por entonces. Y ellos llegaron con tanto silencio que dйl no fueron sentidos, ni йl estaba a otra cosa atento que a lavarse los pies, que eran tales, que no parecнan sino dos pedazos de blanco cristal que entre las otras piedras del arroyo se habнan nacido. Suspendiуles la blancura y belleza de los pies, pareciйndoles que no estaban hechos a pisar terrones, ni a andar tras el arado y los bueyes, como mostraba el hбbito de su dueсo; y asн, viendo que no habнan sido sentidos, el cura, que iba delante, hizo seсas a los otros dos que se agazapasen o escondiesen detrбs de unos pedazos de peсa que allн habнa, y asн lo hicieron todos, mirando con atenciуn lo que el mozo hacнa; el cual traнa puesto un capotillo pardo de dos haldas, muy ceсido al cuerpo con una toalla blanca. Traнa, ansimesmo, unos calzones y polainas de paсo pardo, y en la cabeza una montera parda. Tenнa las polainas levantadas hasta la mitad de la pierna, que, sin duda alguna, de blanco alabastro parecнa. Acabуse de lavar los hermosos pies, y luego, con un paсo de tocar, que sacу debajo de la montera, se los limpiу; y, al querer quitбrsele, alzу el rostro, y tuvieron lugar los que mirбndole estaban de ver una hermosura incomparable; tal, que Cardenio dijo al cura, con voz baja:

-Йsta, ya que no es Luscinda, no es persona humana, sino divina.

El mozo se quitу la montera, y, sacudiendo la cabeza a una y a otra parte, se comenzaron a descoger y desparcir unos cabellos, que pudieran los del sol tenerles envidia. Con esto conocieron que el que parecнa labrador era mujer, y delicada, y aun la mбs hermosa que hasta entonces los ojos de los dos habнan visto, y aun los de Cardenio, si no hubieran mirado y conocido a Luscinda; que despuйs afirmу que sola la belleza de Luscinda podнa contender con aquйlla. Los luengos y rubios cabellos no sуlo le cubrieron las espaldas, mas toda en torno la escondieron debajo de ellos; que si no eran los pies, ninguna otra cosa de su cuerpo se parecнa: tales y tantos eran. En esto, les sirviу de peine unas manos, que si los pies en el agua habнan parecido pedazos de cristal, las manos en los cabellos semejaban pedazos de apretada nieve; todo lo cual, en mбs admiraciуn y en mбs deseo de saber quiйn era ponнa a los tres que la miraban.

Por esto determinaron de mostrarse, y, al movimiento que hicieron de ponerse en pie, la hermosa moza alzу la cabeza, y, apartбndose los cabellos de delante de los ojos con entrambas manos, mirу los que el ruido hacнan; y apenas los hubo visto, cuando se levantу en pie, y, sin aguardar a calzarse ni a recoger los cabellos, asiу con mucha presteza un bulto, como de ropa, que junto a sн tenнa, y quiso ponerse en huida, llena de turbaciуn y sobresalto; mas no hubo dado seis pasos cuando, no pudiendo sufrir los delicados pies la aspereza de las piedras, dio consigo en el suelo. Lo cual visto por los tres, salieron a ella, y el cura fue el primero que le dijo:

-Deteneos, seсora, quienquiera que seбis, que los que aquн veis sуlo tienen intenciуn de serviros. No hay para quй os pongбis en tan impertinente huida, porque ni vuestros pies lo podrбn sufrir ni nosotros consentir.

A todo esto, ella no respondнa palabra, atуnita y confusa. Llegaron, pues, a ella, y, asiйndola por la mano el cura, prosiguiу diciendo:

-Lo que vuestro traje, seсora, nos niega, vuestros cabellos nos descubren: seсales claras que no deben de ser de poco momento las causas que han disfrazado vuestra belleza en hбbito tan indigno, y traнdola a tanta soledad como es йsta, en la cual ha sido ventura el hallaros, si no para dar remedio a vuestros males, a lo menos para darles consejo, pues ningъn mal puede fatigar tanto, ni llegar tan al estremo de serlo, mientras no acaba la vida, que rehъya de no escuchar siquiera el consejo que con buena intenciуn se le da al que lo padece. Asн que, seсora mнa, o seсor mнo, o lo que vos quisierdes ser, perded el sobresalto que nuestra vista os ha causado y contadnos vuestra buena o mala suerte; que en nosotros juntos, o en cada uno, hallarйis quien os ayude a sentir vuestras desgracias.

En tanto que el cura decнa estas razones, estaba la disfrazada moza como embelesada, mirбndolos a todos, sin mover labio ni decir palabra alguna: bien asн como rъstico aldeano que de improviso se le muestran cosas raras y dйl jamбs vistas. Mas, volviendo el cura a decirle otras razones al mesmo efeto encaminadas, dando ella un profundo suspiro, rompiу el silencio y dijo:

-Pues que la soledad destas sierras no ha sido parte para encubrirme, ni la soltura de mis descompuestos cabellos no ha permitido que sea mentirosa mi lengua, en balde serнa fingir yo de nuevo ahora lo que, si se me creyese, serнa mбs por cortesнa que por otra razуn alguna. Presupuesto esto, digo, seсores, que os agradezco el ofrecimiento que me habйis hecho, el cual me ha puesto en obligaciуn de satisfaceros en todo lo que me habйis pedido, puesto que temo que la relaciуn que os hiciere de mis desdichas os ha de causar, al par de la compasiуn, la pesadumbre, porque no habйis de hallar remedio para remediarlas ni consuelo para entretenerlas. Pero, con todo esto, porque no ande vacilando mi honra en vuestras intenciones, habiйndome ya conocido por mujer y viйndome moza, sola y en este traje, cosas todas juntas, y cada una por sн, que pueden echar por tierra cualquier honesto crйdito, os habrй de decir lo que quisiera callar si pudiera.

Todo esto dijo sin parar la que tan hermosa mujer parecнa, con tan suelta lengua, con voz tan suave, que no menos les admirу su discreciуn que su hermosura. Y, tornбndole a hacer nuevos ofrecimientos y nuevos ruegos para que lo prometido cumpliese, ella, sin hacerse mбs de rogar, calzбndose con toda honestidad y recogiendo sus cabellos, se acomodу en el asiento de una piedra, y, puestos los tres alrededor della, haciйndose fuerza por detener algunas lбgrimas que a los ojos se le venнan, con voz reposada y clara, comenzу la historia de su vida desta manera:

-«En esta Andalucнa hay un lugar de quien toma tнtulo un duque, que le hace uno de los que llaman grandes en Espaсa. Йste tiene dos hijos: el mayor, heredero de su estado, y, al parecer, de sus buenas costumbres; y el menor, no sй yo de quй sea heredero, sino de las traiciones de Vellido y de los embustes de Galalуn. Deste seсor son vasallos mis padres, humildes en linaje, pero tan ricos que si los bienes de su naturaleza igualaran a los de su fortuna, ni ellos tuvieran mбs que desear ni yo temiera verme en la desdicha en que me veo; porque quizб nace mi poca ventura de la que no tuvieron ellos en no haber nacido ilustres. Bien es verdad que no son tan bajos que puedan afrentarse de su estado, ni tan altos que a mн me quiten la imaginaciуn que tengo de que de su humildad viene mi desgracia. Ellos, en fin, son labradores, gente llana, sin mezcla de alguna raza mal sonante, y, como suele decirse, cristianos viejos ranciosos; pero tan ricos que su riqueza y magnнfico trato les va poco a poco adquiriendo nombre de hidalgos, y aun de caballeros. Puesto que de la mayor riqueza y nobleza que ellos se preciaban era de tenerme a mн por hija; y, asн por no tener otra ni otro que los heredase como por ser padres, y aficionados, yo era una de las mбs regaladas hijas que padres jamбs regalaron. Era el espejo en que se miraban, el bбculo de su vejez, y el sujeto a quien encaminaban, midiйndolos con el cielo, todos sus deseos; de los cuales, por ser ellos tan buenos, los mнos no salнan un punto. Y del mismo modo que yo era seсora de sus бnimos, ansн lo era de su hacienda: por mн se recebнan y despedнan los criados; la razуn y cuenta de lo que se sembraba y cogнa pasaba por mi mano; los molinos de aceite, los lagares del vino, el nъmero del ganado mayor y menor, el de las colmenas. Finalmente, de todo aquello que un tan rico labrador como mi padre puede tener y tiene, tenнa yo la cuenta, y era la mayordoma y seсora, con tanta solicitud mнa y con tanto gusto suyo, que buenamente no acertarй a encarecerlo. Los ratos que del dнa me quedaban, despuйs de haber dado lo que convenнa a los mayorales, a capataces y a otros jornaleros, los entretenнa en ejercicios que son a las doncellas tan lнcitos como necesarios, como son los que ofrece la aguja y la almohadilla, y la rueca muchas veces; y si alguna, por recrear el бnimo, estos ejercicios dejaba, me acogнa al entretenimiento de leer algъn libro devoto, o a tocar una arpa, porque la experiencia me mostraba que la mъsica compone los бnimos descompuestos y alivia los trabajos que nacen del espнritu.

»Йsta, pues, era la vida que yo tenнa en casa de mis padres, la cual, si tan particularmente he contado, no ha sido por ostentaciуn ni por dar a entender que soy rica, sino porque se advierta cuбn sin culpa me he venido de aquel buen estado que he dicho al infelice en que ahora me hallo. Es, pues, el caso que, pasando mi vida en tantas ocupaciones y en un encerramiento tal, que al de un monesterio pudiera compararse, sin ser vista, a mi parecer, de otra persona alguna que de los criados de casa, porque los dнas que iba a misa era tan de maсana, y tan acompaсada de mi madre y de otras criadas, y yo tan cubierta y recatada, que apenas vнan mis ojos mбs tierra de aquella donde ponнa los pies; y, con todo esto, los del amor, o los de la ociosidad, por mejor decir, a quien los de lince no pueden igualarse, me vieron, puestos en la solicitud de don Fernando, que йste es el nombre del hijo menor del duque que os he contado.»

No hubo bien nombrado a don Fernando la que el cuento contaba, cuando a Cardenio se le mudу la color del rostro, y comenzу a trasudar, con tan grande alteraciуn que el cura y el barbero, que miraron en ello, temieron que le venнa aquel accidente de locura que habнan oнdo decir que de cuando en cuando le venнa. Mas Cardenio no hizo otra cosa que trasudar y estarse quedo, mirando de hito en hito a la labradora, imaginando quiйn ella era; la cual, sin advertir en los movimientos de Cardenio, prosiguiу su historia diciendo:

-«Y no me hubieron bien visto cuando, segъn йl dijo despuйs, quedу tan preso de mis amores cuanto lo dieron bien a entender sus demostraciones. Mas, por acabar presto con el cuento, que no le tiene, de mis desdichas, quiero pasar en silencio las diligencias que don Fernando hizo para declararme su voluntad. Sobornу toda la gente de mi casa, dio y ofreciу dбdivas y mercedes a mis parientes. Los dнas eran todos de fiesta y de regocijo en mi calle; las noches no dejaban dormir a nadie las mъsicas. Los billetes que, sin saber cуmo, a mis manos venнan, eran infinitos, llenos de enamoradas razones y ofrecimientos, con menos letras que promesas y juramentos. Todo lo cual no sуlo no me ablandaba, pero me endurecнa de manera como si fuera mi mortal enemigo, y que todas las obras que para reducirme a su voluntad hacнa, las hiciera para el efeto contrario; no porque a mн me pareciese mal la gentileza de don Fernando, ni que tuviese a demasнa sus solicitudes; porque me daba un no sй quй de contento verme tan querida y estimada de un tan principal caballero, y no me pesaba ver en sus papeles mis alabanzas: que en esto, por feas que seamos las mujeres, me parece a mн que siempre nos da gusto el oнr que nos llaman hermosas.

»Pero a todo esto se opone mi honestidad y los consejos continuos que mis padres me daban, que ya muy al descubierto sabнan la voluntad de don Fernando, porque ya a йl no se le daba nada de que todo el mundo la supiese. Decнanme mis padres que en sola mi virtud y bondad dejaban y depositaban su honra y fama, y que considerase la desigualdad que habнa entre mн y don Fernando, y que por aquн echarнa de ver que sus pensamientos, aunque йl dijese otra cosa, mas se encaminaban a su gusto que a mi provecho; y que si yo quisiese poner en alguna manera algъn inconveniente para que йl se dejase de su injusta pretensiуn, que ellos me casarнan luego con quien yo mбs gustase: asн de los mбs principales de nuestro lugar como de todos los circunvecinos, pues todo se podнa esperar de su mucha hacienda y de mi buena fama. Con estos ciertos prometimientos, y con la verdad que ellos me decнan, fortificaba yo mi entereza, y jamбs quise responder a don Fernando palabra que le pudiese mostrar, aunque de muy lejos, esperanza de alcanzar su deseo.

»Todos estos recatos mнos, que йl debнa de tener por desdenes, debieron de ser causa de avivar mбs su lascivo apetito, que este nombre quiero dar a la voluntad que me mostraba; la cual, si ella fuera como debнa, no la supiйrades vosotros ahora, porque hubiera faltado la ocasiуn de decнrosla. Finalmente, don Fernando supo que mis padres andaban por darme estado, por quitalle a йl la esperanza de poseerme, o, a lo menos, porque yo tuviese mбs guardas para guardarme; y esta nueva o sospecha fue causa para que hiciese lo que ahora oirйis. Y fue que una noche, estando yo en mi aposento con sola la compaснa de una doncella que me servнa, teniendo bien cerradas las puertas, por temor que, por descuido, mi honestidad no se viese en peligro, sin saber ni imaginar cуmo, en medio destos recatos y prevenciones, y en la soledad deste silencio y encierro, me le hallй delante, cuya vista me turbу de manera que me quitу la de mis ojos y me enmudeciу la lengua; y asн, no fui poderosa de dar voces, ni aun йl creo que me las dejara dar, porque luego se llegу a mн, y, tomбndome entre sus brazos (porque yo, como digo, no tuve fuerzas para defenderme, segъn estaba turbada), comenzу a decirme tales razones, que no sй cуmo es posible que tenga tanta habilidad la mentira que las sepa componer de modo que parezcan tan verdaderas. Hacнa el traidor que sus lбgrimas acreditasen sus palabras y los suspiros su intenciуn. Yo, pobrecilla, sola entre los mнos, mal ejercitada en casos semejantes, comencй, no sй en quй modo, a tener por verdaderas tantas falsedades, pero no de suerte que me moviesen a compasiуn menos que buena sus lбgrimas y suspiros.

»Y asн, pasбndoseme aquel sobresalto primero, tornй algъn tanto a cobrar mis perdidos espнritus, y con mбs бnimo del que pensй que pudiera tener, le dije: ''Si como estoy, seсor, en tus brazos, estuviera entre los de un leуn fiero y el librarme dellos se me asegurara con que hiciera, o dijera, cosa que fuera en perjuicio de mi honestidad, asн fuera posible hacella o decilla como es posible dejar de haber sido lo que fue. Asн que, si tъ tienes ceсido mi cuerpo con tus brazos, yo tengo atada mi alma con mis buenos deseos, que son tan diferentes de los tuyos como lo verбs si con hacerme fuerza quisieres pasar adelante en ellos. Tu vasalla soy, pero no tu esclava; ni tiene ni debe tener imperio la nobleza de tu sangre para deshonrar y tener en poco la humildad de la mнa; y en tanto me estimo yo, villana y labradora, como tъ, seсor y caballero. Conmigo no han de ser de ningъn efecto tus fuerzas, ni han de tener valor tus riquezas, ni tus palabras han de poder engaсarme, ni tus suspiros y lбgrimas enternecerme. Si alguna de todas estas cosas que he dicho viera yo en el que mis padres me dieran por esposo, a su voluntad se ajustara la mнa, y mi voluntad de la suya no saliera; de modo que, como quedara con honra, aunque quedara sin gusto, de grado te entregara lo que tъ, seсor, ahora con tanta fuerza procuras. Todo esto he dicho porque no es pensar que de mн alcance cosa alguna el que no fuere mi ligнtimo esposo''. ''Si no reparas mбs que en eso, bellнsima Dorotea -(que йste es el nombre desta desdichada), dijo el desleal caballero-, ves: aquн te doy la mano de serlo tuyo, y sean testigos desta verdad los cielos, a quien ninguna cosa se asconde, y esta imagen de Nuestra Seсora que aquн tienes''.»

Cuando Cardenio le oyу decir que se llamaba Dorotea, tornу de nuevo a sus sobresaltos y acabу de confirmar por verdadera su primera opiniуn; pero no quiso interromper el cuento, por ver en quй venнa a parar lo que йl ya casi sabнa; sуlo dijo:

-їQue Dorotea es tu nombre, seсora? Otra he oнdo yo decir del mesmo, que quizб corre parejas con tus desdichas. Pasa adelante, que tiempo vendrб en que te diga cosas que te espanten en el mesmo grado que te lastimen.

Reparу Dorotea en las razones de Cardenio y en su estraсo y desastrado traje, y rogуle que si alguna cosa de su hacienda sabнa, se la dijese luego; porque si algo le habнa dejado bueno la fortuna, era el бnimo que tenнa para sufrir cualquier desastre que le sobreviniese, segura de que, a su parecer, ninguno podнa llegar que el que tenнa acrecentase un punto.

-No le perdiera yo, seсora -respondiу Cardenio-, en decirte lo que pienso, si fuera verdad lo que imagino; y hasta ahora no se pierde coyuntura, ni a ti te importa nada el saberlo.

-Sea lo que fuere -respondiу Dorotea-, «lo que en mi cuento pasa fue que, tomando don Fernando una imagen que en aquel aposento estaba, la puso por testigo de nuestro desposorio. Con palabras eficacнsimas y juramentos estraordinarios, me dio la palabra de ser mi marido, puesto que, antes que acabase de decirlas, le dije que mirase bien lo que hacнa y que considerase el enojo que su padre habнa de recebir de verle casado con una villana vasalla suya; que no le cegase mi hermosura, tal cual era, pues no era bastante para hallar en ella disculpa de su yerro, y que si algъn bien me querнa hacer, por el amor que me tenнa, fuese dejar correr mi suerte a lo igual de lo que mi calidad podнa, porque nunca los tan desiguales casamientos se gozan ni duran mucho en aquel gusto con que se comienzan.

»Todas estas razones que aquн he dicho le dije, y otras muchas de que no me acuerdo, pero no fueron parte para que йl dejase de seguir su intento, bien ansн como el que no piensa pagar, que, al concertar de la barata, no repara en inconvenientes. Yo, a esta sazуn, hice un breve discurso conmigo, y me dije a mн mesma: ''Sн, que no serй yo la primera que por vнa de matrimonio haya subido de humilde a grande estado, ni serб don Fernando el primero a quien hermosura, o ciega aficiуn, que es lo mбs cierto, haya hecho tomar compaснa desigual a su grandeza. Pues si no hago ni mundo ni uso nuevo, bien es acudir a esta honra que la suerte me ofrece, puesto que en йste no dure mбs la voluntad que me muestra de cuanto dure el cumplimiento de su deseo; que, en fin, para con Dios serй su esposa. Y si quiero con desdenes despedille, en tйrmino le veo que, no usando el que debe, usarб el de la fuerza y vendrй a quedar deshonrada y sin disculpa de la culpa que me podнa dar el que no supiere cuбn sin ella he venido a este punto. Porque, їquй razones serбn bastantes para persuadir a mis padres, y a otros, que este caballero entrу en mi aposento sin consentimiento mнo?''

»Todas estas demandas y respuestas revolvн yo en un instante en la imaginaciуn; y, sobre todo, me comenzaron a hacer fuerza y a inclinarme a lo que fue, sin yo pensarlo, mi perdiciуn: los juramentos de don Fernando, los testigos que ponнa, las lбgrimas que derramaba, y, finalmente, su dispusiciуn y gentileza, que, acompaсada con tantas muestras de verdadero amor, pudieran rendir a otro tan libre y recatado corazуn como el mнo. Llamй a mi criada, para que en la tierra acompaсase a los testigos del cielo; tornу don Fernando a reiterar y confirmar sus juramentos; aсadiу a los primeros nuevos santos por testigos; echуse mil futuras maldiciones, si no cumpliese lo que me prometнa; volviу a humedecer sus ojos y a acrecentar sus suspiros; apretуme mбs entre sus brazos, de los cuales jamбs me habнa dejado; y con esto, y con volverse a salir del aposento mi doncella, yo dejй de serlo y йl acabу de ser traidor y fementido.

»El dнa que sucediу a la noche de mi desgracia se venнa aun no tan apriesa como yo pienso que don Fernando deseaba, porque, despuйs de cumplido aquello que el apetito pide, el mayor gusto que puede venir es apartarse de donde le alcanzaron. Digo esto porque don Fernando dio priesa por partirse de mн, y, por industria de mi doncella, que era la misma que allн le habнa traнdo, antes que amaneciese se vio en la calle. Y, al despedirse de mн, aunque no con tanto ahнnco y vehemencia como cuando vino, me dijo que estuviese segura de su fe y de ser firmes y verdaderos sus juramentos; y, para mбs confirmaciуn de su palabra, sacу un rico anillo del dedo y lo puso en el mнo. En efecto, йl se fue y yo quedй ni sй si triste o alegre; esto sй bien decir: que quedй confusa y pensativa, y casi fuera de mн con el nuevo acaecimiento, y no tuve бnimo, o no se me acordу, de reсir a mi doncella por la traiciуn cometida de encerrar a don Fernando en mi mismo aposento, porque aъn no me determinaba si era bien o mal el que me habнa sucedido. Dнjele, al partir, a don Fernando que por el mesmo camino de aquйlla podнa verme otras noches, pues ya era suya, hasta que, cuando йl quisiese, aquel hecho se publicase. Pero no vino otra alguna, si no fue la siguiente, ni yo pude verle en la calle ni en la iglesia en mбs de un mes; que en vano me cansй en solicitallo, puesto que supe que estaba en la villa y que los mбs dнas iba a caza, ejercicio de que йl era muy aficionado.

»Estos dнas y estas horas bien sй yo que para mн fueron aciagos y menguadas, y bien sй que comencй a dudar en ellos, y aun a descreer de la fe de don Fernando; y sй tambiйn que mi doncella oyу entonces las palabras que en reprehensiуn de su atrevimiento antes no habнa oнdo; y sй que me fue forzoso tener cuenta con mis lбgrimas y con la compostura de mi rostro, por no dar ocasiуn a que mis padres me preguntasen que de quй andaba descontenta y me obligasen a buscar mentiras que decilles. Pero todo esto se acabу en un punto, llegбndose uno donde se atropellaron respectos y se acabaron los honrados discursos, y adonde se perdiу la paciencia y salieron a plaza mis secretos pensamientos. Y esto fue porque, de allн a pocos dнas, se dijo en el lugar como en una ciudad allн cerca se habнa casado don Fernando con una doncella hermosнsima en todo estremo, y de muy principales padres, aunque no tan rica que, por la dote, pudiera aspirar a tan noble casamiento. Dнjose que se llamaba Luscinda, con otras cosas que en sus desposorios sucedieron dignas de admiraciуn.»

Oyу Cardenio el nombre de Luscinda, y no hizo otra cosa que encoger los hombros, morderse los labios, enarcar las cejas y dejar de allн a poco caer por sus ojos dos fuentes de lбgrimas. Mas no por esto dejу Dorotea de seguir su cuento, diciendo:

-«Llegу esta triste nueva a mis oнdos, y, en lugar de helбrseme el corazуn en oнlla, fue tanta la cуlera y rabia que se encendiу en йl, que faltу poco para no salirme por las calles dando voces, publicando la alevosнa y traiciуn que se me habнa hecho. Mas templуse esta furia por entonces con pensar de poner aquella mesma noche por obra lo que puse: que fue ponerme en este hбbito, que me dio uno de los que llaman zagales en casa de los labradores, que era criado de mi padre, al cual descubrн toda mi desventura, y le roguй me acompaсase hasta la ciudad donde entendн que mi enemigo estaba. Йl, despuйs que hubo reprehendido mi atrevimiento y afeado mi determinaciуn, viйndome resuelta en mi parecer, se ofreciу a tenerme compaснa, como йl dijo, hasta el cabo del mundo. Luego, al momento, encerrй en una almohada de lienzo un vestido de mujer, y algunas joyas y dineros, por lo que podнa suceder. Y en el silencio de aquella noche, sin dar cuenta a mi traidora doncella, salн de mi casa, acompaсada de mi criado y de muchas imaginaciones, y me puse en camino de la ciudad a pie, llevada en vuelo del deseo de llegar, ya que no a estorbar lo que tenнa por hecho, a lo menos a decir a don Fernando me dijese con quй alma lo habнa hecho.

»Lleguй en dos dнas y medio donde querнa, y, en entrando por la ciudad, preguntй por la casa de los padres de Luscinda, y al primero a quien hice la pregunta me respondiу mбs de lo que yo quisiera oнr. Dнjome la casa y todo lo que habнa sucedido en el desposorio de su hija, cosa tan pъblica en la ciudad, que se hace en corrillos para contarla por toda ella. Dнjome que la noche que don Fernando se desposу con Luscinda, despuйs de haber ella dado el sн de ser su esposa, le habнa tomado un recio desmayo, y que, llegando su esposo a desabrocharle el pecho para que le diese el aire, le hallу un papel escrito de la misma letra de Luscinda, en que decнa y declaraba que ella no podнa ser esposa de don Fernando, porque lo era de Cardenio, que, a lo que el hombre me dijo, era un caballero muy principal de la mesma ciudad; y que si habнa dado el sн a don Fernando, fue por no salir de la obediencia de sus padres. En resoluciуn, tales razones dijo que contenнa el papel, que daba a entender que ella habнa tenido intenciуn de matarse en acabбndose de desposar, y daba allн las razones por que se habнa quitado la vida. Todo lo cual dicen que confirmу una daga que le hallaron no sй en quй parte de sus vestidos. Todo lo cual visto por don Fernando, pareciйndole que Luscinda le habнa burlado y escarnecido y tenido en poco, arremetiу a ella, antes que de su desmayo volviese, y con la misma daga que le hallaron la quiso dar de puсaladas; y lo hiciera si sus padres y los que se hallaron presentes no se lo estorbaran. Dijeron mбs: que luego se ausentу don Fernando, y que Luscinda no habнa vuelto de su parasismo hasta otro dнa, que contу a sus padres cуmo ella era verdadera esposa de aquel Cardenio que he dicho. Supe mбs: que el Cardenio, segъn decнan, se hallу presente en los desposorios, y que, en viйndola desposada, lo cual йl jamбs pensу, se saliу de la ciudad desesperado, dejбndole primero escrita una carta, donde daba a entender el agravio que Luscinda le habнa hecho, y de cуmo йl se iba adonde gentes no le viesen.

»Esto todo era pъblico y notorio en toda la ciudad, y todos hablaban dello; y mбs hablaron cuando supieron que Luscinda habнa faltado de casa de sus padres y de la ciudad, pues no la hallaron en toda ella, de que perdнan el juicio sus padres y no sabнan quй medio se tomar para hallarla. Esto que supe puso en bando mis esperanzas, y tuve por mejor no haber hallado a don Fernando, que no hallarle casado, pareciйndome que aъn no estaba del todo cerrada la puerta a mi remedio, dбndome yo a entender que podrнa ser que el cielo hubiese puesto aquel impedimento en el segundo matrimonio, por atraerle a conocer lo que al primero debнa, y a caer en la cuenta de que era cristiano y que estaba mбs obligado a su alma que a los respetos humanos. Todas estas cosas revolvнa en mi fantasнa, y me consolaba sin tener consuelo, fingiendo unas esperanzas largas y desmayadas, para entretener la vida, que ya aborrezco.

»Estando, pues, en la ciudad, sin saber quй hacerme, pues a don Fernando no hallaba, llegу a mis oнdos un pъblico pregуn, donde se prometнa grande hallazgo a quien me hallase, dando las seсas de la edad y del mesmo traje que traнa; y oн decir que se decнa que me habнa sacado de casa de mis padres el mozo que conmigo vino, cosa que me llegу al alma, por ver cuбn de caнda andaba mi crйdito, pues no bastaba perderle con mi venida, sino aсadir el con quiйn, siendo subjeto tan bajo y tan indigno de mis buenos pensamientos. Al punto que oн el pregуn, me salн de la ciudad con mi criado, que ya comenzaba a dar muestras de titubear en la fe que de fidelidad me tenнa prometida, y aquella noche nos entramos por lo espeso desta montaсa, con el miedo de no ser hallados. Pero, como suele decirse que un mal llama a otro, y que el fin de una desgracia suele ser principio de otra mayor, asн me sucediу a mн, porque mi buen criado, hasta entonces fiel y seguro, asн como me vio en esta soledad, incitado de su mesma bellaquerнa antes que de mi hermosura, quiso aprovecharse de la ocasiуn que, a su parecer, estos yermos le ofrecнan; y, con poca vergьenza y menos temor de Dios ni respeto mнo, me requiriу de amores; y, viendo que yo con feas y justas palabras respondнa a las desvergьenzas de sus propуsitos, dejу aparte los ruegos, de quien primero pensу aprovecharse, y comenzу a usar de la fuerza. Pero el justo cielo, que pocas o ningunas veces deja de mirar y favorecer a las justas intenciones, favoreciу las mнas, de manera que con mis pocas fuerzas, y con poco trabajo, di con йl por un derrumbadero, donde le dejй, ni sй si muerto o si vivo; y luego, con mбs ligereza que mi sobresalto y cansancio pedнan, me entrй por estas montaсas, sin llevar otro pensamiento ni otro disignio que esconderme en ellas y huir de mi padre y de aquellos que de su parte me andaban buscando.

»Con este deseo, ha no sй cuбntos meses que entrй en ellas, donde hallй un ganadero que me llevу por su criado a un lugar que estб en las entraсas desta sierra, al cual he servido de zagal todo este tiempo, procurando estar siempre en el campo por encubrir estos cabellos que ahora, tan sin pensarlo, me han descubierto. Pero toda mi industria y toda mi solicitud fue y ha sido de ningъn provecho, pues mi amo vino en conocimiento de que yo no era varуn, y naciу en йl el mesmo mal pensamiento que en mi criado; y, como no siempre la fortuna con los trabajos da los remedios, no hallй derrumbadero ni barranco de donde despeсar y despenar al amo, como le hallй para el criado; y asн, tuve por menor inconveniente dejalle y asconderme de nuevo entre estas asperezas que probar con йl mis fuerzas o mis disculpas. Digo, pues, que me tornй a emboscar, y a buscar donde sin impedimento alguno pudiese con suspiros y lбgrimas rogar al cielo se duela de mi desventura y me dй industria y favor para salir della, o para dejar la vida entre estas soledades, sin que quede memoria desta triste, que tan sin culpa suya habrб dado materia para que de ella se hable y murmure en la suya y en las ajenas tierras.»



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Capнtulo XXIX

Que trata de la discreciуn de la hermosa Dorotea, con otras cosas de mucho gusto y pasatiempo

ESTA es, seсores, la verdadera historia de mi tragedia: mirad y juzgad ahora si los suspiros que escuchastes, las palabras que oнstes y las lбgrimas que de mis ojos salнan, tenнan ocasiуn bastante para mostrarse en mayor abundancia; y, considerada la calidad de mi desgracia, verйis que serб en vano el consuelo, pues es imposible el remedio della. Sуlo os ruego (lo que con facilidad podrйis y debйis hacer) que me aconsejйis dуnde podrй pasar la vida sin que me acabe el temor y sobresalto que tengo de ser hallada de los que me buscan; que, aunque sй que el mucho amor que mis padres me tienen me asegura que serй dellos bien recebida, es tanta la vergьenza que me ocupa sуlo el pensar que, no como ellos pensaban, tengo de parecer a su presencia, que tengo por mejor desterrarme para siempre de ser vista que no verles el rostro, con pensamiento que ellos miran el mнo ajeno de la honestidad que de mн se debнan de tener prometida.

Callу en diciendo esto, y el rostro se le cubriу de un color que mostrу bien claro el sentimiento y vergьenza del alma. En las suyas sintieron los que escuchado la habнan tanta lбstima como admiraciуn de su desgracia; y, aunque luego quisiera el cura consolarla y aconsejarla, tomу primero la mano Cardenio, diciendo:

-En fin, seсora, que tъ eres la hermosa Dorotea, la hija ъnica del rico Clenardo.

Admirada quedу Dorotea cuando oyу el nombre de su padre, y de ver cuбn de poco era el que le nombraba, porque ya se ha dicho de la mala manera que Cardenio estaba vestido; y asн, le dijo:

-Y їquiйn sois vos, hermano, que asн sabйis el nombre de mi padre? Porque yo, hasta ahora, si mal no me acuerdo, en todo el discurso del cuento de mi desdicha no le he nombrado.

-Soy -respondiу Cardenio- aquel sin ventura que, segъn vos, seсora, habйis dicho, Luscinda dijo que era su esposa. Soy el desdichado Cardenio, a quien el mal tйrmino de aquel que a vos os ha puesto en el que estбis me ha traнdo a que me veбis cual me veis: roto, desnudo, falto de todo humano consuelo y, lo que es peor de todo, falto de juicio, pues no le tengo sino cuando al cielo se le antoja dбrmele por algъn breve espacio. Yo, Teodora, soy el que me hallй presente a las sinrazones de don Fernando, y el que aguardу oнr el sн que de ser su esposa pronunciу Luscinda. Yo soy el que no tuvo бnimo para ver en quй paraba su desmayo, ni lo que resultaba del papel que le fue hallado en el pecho, porque no tuvo el alma sufrimiento para ver tantas desventuras juntas; y asн, dejй la casa y la paciencia, y una carta que dejй a un huйsped mнo, a quien roguй que en manos de Luscinda la pusiese, y vнneme a estas soledades, con intenciуn de acabar en ellas la vida, que desde aquel punto aborrecн como mortal enemiga mнa. Mas no ha querido la suerte quitбrmela, contentбndose con quitarme el juicio, quizб por guardarme para la buena ventura que he tenido en hallaros; pues, siendo verdad, como creo que lo es, lo que aquн habйis contado, aъn podrнa ser que a entrambos nos tuviese el cielo guardado mejor suceso en nuestros desastres que nosotros pensamos. Porque, presupuesto que Luscinda no puede casarse con don Fernando, por ser mнa, ni don Fernando con ella, por ser vuestro, y haberlo ella tan manifiestamente declarado, bien podemos esperar que el cielo nos restituya lo que es nuestro, pues estб todavнa en ser, y no se ha enajenado ni deshecho. Y, pues este consuelo tenemos, nacido no de muy remota esperanza, ni fundado en desvariadas imaginaciones, suplнcoos, seсora, que tomйis otra resoluciуn en vuestros honrados pensamientos, pues yo la pienso tomar en los mнos, acomodбndoos a esperar mejor fortuna; que yo os juro, por la fe de caballero y de cristiano, de no desampararos hasta veros en poder de don Fernando, y que, cuando con razones no le pudiere atraer a que conozca lo que os debe, de usar entonces la libertad que me concede el ser caballero, y poder con justo tнtulo desafialle, en razуn de la sinrazуn que os hace, sin acordarme de mis agravios, cuya venganza dejarй al cielo por acudir en la tierra a los vuestros.

Con lo que Cardenio dijo se acabу de admirar Dorotea, y, por no saber quй gracias volver a tan grandes ofrecimientos, quiso tomarle los pies para besбrselos; mas no lo consintiу Cardenio, y el licenciado respondiу por entrambos, y aprobу el buen discurso de Cardenio, y, sobre todo, les rogу, aconsejу y persuadiу que se fuesen con йl a su aldea, donde se podrнan reparar de las cosas que les faltaban, y que allн se darнa orden cуmo buscar a don Fernando, o cуmo llevar a Dorotea a sus padres, o hacer lo que mбs les pareciese conveniente. Cardenio y Dorotea se lo agradecieron, y acetaron la merced que se les ofrecнa. El barbero, que a todo habнa estado suspenso y callado, hizo tambiйn su buena plбtica y se ofreciу con no menos voluntad que el cura a todo aquello que fuese bueno para servirles.

Contу asimesmo con brevedad la causa que allн los habнa traнdo, con la estraсeza de la locura de don Quijote, y cуmo aguardaban a su escudero, que habнa ido a buscalle. Vнnosele a la memoria a Cardenio, como por sueсos, la pendencia que con don Quijote habнa tenido y contуla a los demбs, mas no supo decir por quй causa fue su quistiуn.

En esto, oyeron voces, y conocieron que el que las daba era Sancho Panza, que, por no haberlos hallado en el lugar donde los dejу, los llamaba a voces. Saliйronle al encuentro, y, preguntбndole por don Quijote, les dijo cуmo le habнa hallado desnudo en camisa, flaco, amarillo y muerto de hambre, y suspirando por su seсora Dulcinea; y que, puesto que le habнa dicho que ella le mandaba que saliese de aquel lugar y se fuese al del Toboso, donde le quedaba esperando, habнa respondido que estaba determinado de no parecer ante su fermosura fasta que hobiese fecho fazaсas que le ficiesen digno de su gracia. Y que si aquello pasaba adelante, corrнa peligro de no venir a ser emperador, como estaba obligado, ni aun arzobispo, que era lo menos que podнa ser. Por eso, que mirasen lo que se habнa de hacer para sacarle de allн.

El licenciado le respondiу que no tuviese pena, que ellos le sacarнan de allн, mal que le pesase. Contу luego a Cardenio y a Dorotea lo que tenнan pensado para remedio de don Quijote, a lo menos para llevarle a su casa. A lo cual dijo Dorotea que ella harнa la doncella menesterosa mejor que el barbero, y mбs, que tenнa allн vestidos con que hacerlo al natural, y que la dejasen el cargo de saber representar todo aquello que fuese menester para llevar adelante su intento, porque ella habнa leнdo muchos libros de caballerнas y sabнa bien el estilo que tenнan las doncellas cuitadas cuando pedнan sus dones a los andantes caballeros.

-Pues no es menester mбs -dijo el cura- sino que luego se ponga por obra; que, sin duda, la buena suerte se muestra en favor nuestro, pues, tan sin pensarlo, a vosotros, seсores, se os ha comenzado a abrir puerta para vuestro remedio y a nosotros se nos ha facilitado la que habнamos menester.

Sacу luego Dorotea de su almohada una saya entera de cierta telilla rica y una mantellina de otra vistosa tela verde, y de una cajita un collar y otras joyas, con que en un instante se adornу de manera que una rica y gran seсora parecнa. Todo aquello, y mбs, dijo que habнa sacado de su casa para lo que se ofreciese, y que hasta entonces no se le habнa ofrecido ocasiуn de habello menester. A todos contentу en estremo su mucha gracia, donaire y hermosura, y confirmaron a don Fernando por de poco conocimiento, pues tanta belleza desechaba.

Pero el que mбs se admirу fue Sancho Panza, por parecerle -como era asн verdad- que en todos los dнas de su vida habнa visto tan hermosa criatura; y asн, preguntу al cura con grande ahнnco le dijese quiйn era aquella tan fermosa seсora, y quй era lo que buscaba por aquellos andurriales.

-Esta hermosa seсora -respondiу el cura-, Sancho hermano, es, como quien no dice nada, es la heredera por lнnea recta de varуn del gran reino de Micomicуn, la cual viene en busca de vuestro amo a pedirle un don, el cual es que le desfaga un tuerto o agravio que un mal gigante le tiene fecho; y, a la fama que de buen caballero vuestro amo tiene por todo lo descubierto, de Guinea ha venido a buscarle esta princesa.

-Dichosa buscada y dichoso hallazgo -dijo a esta sazуn Sancho Panza-, y mбs si mi amo es tan venturoso que desfaga ese agravio y enderece ese tuerto, matando a ese hideputa dese gigante que vuestra merced dice; que sн matarб si йl le encuentra, si ya no fuese fantasma, que contra las fantasmas no tiene mi seсor poder alguno. Pero una cosa quiero suplicar a vuestra merced, entre otras, seсor licenciado, y es que, porque a mi amo no le tome gana de ser arzobispo, que es lo que yo temo, que vuestra merced le aconseje que se case luego con esta princesa, y asн quedarб imposibilitado de recebir уrdenes arzobispales y vendrб con facilidad a su imperio y yo al fin de mis deseos; que yo he mirado bien en ello y hallo por mi cuenta que no me estб bien que mi amo sea arzobispo, porque yo soy inъtil para la Iglesia, pues soy casado, y andarme ahora a traer dispensaciones para poder tener renta por la Iglesia, teniendo, como tengo, mujer y hijos, serнa nunca acabar. Asн que, seсor, todo el toque estб en que mi amo se case luego con esta seсora, que hasta ahora no sй su gracia, y asн, no la llamo por su nombre.

-Llбmase -respondiу el cura- la princesa Micomicona, porque, llamбndose su reino Micomicуn, claro estб que ella se ha de llamar asн.

-No hay duda en eso -respondiу Sancho-, que yo he visto a muchos tomar el apellido y alcurnia del lugar donde nacieron, llamбndose Pedro de Alcalб, Juan de Ъbeda y Diego de Valladolid; y esto mesmo se debe de usar allб en Guinea: tomar las reinas los nombres de sus reinos.

-Asн debe de ser -dijo el cura-; y en lo del casarse vuestro amo, yo harй en ello todos mis poderнos.

Con lo que quedу tan contento Sancho cuanto el cura admirado de su simplicidad, y de ver cuбn encajados tenнa en la fantasнa los mesmos disparates que su amo, pues sin alguna duda se daba a entender que habнa de venir a ser emperador.

Ya, en esto, se habнa puesto Dorotea sobre la mula del cura y el barbero se habнa acomodado al rostro la barba de la cola de buey, y dijeron a Sancho que los guiase adonde don Quijote estaba; al cual advirtieron que no dijese que conocнa al licenciado ni al barbero, porque en no conocerlos consistнa todo el toque de venir a ser emperador su amo; puesto que ni el cura ni Cardenio quisieron ir con ellos, porque no se le acordase a don Quijote la pendencia que con Cardenio habнa tenido, y el cura porque no era menester por entonces su presencia. Y asн, los dejaron ir delante, y ellos los fueron siguiendo a pie, poco a poco. No dejу de avisar el cura lo que habнa de hacer Dorotea; a lo que ella dijo que descuidasen, que todo se harнa, sin faltar punto, como lo pedнan y pintaban los libros de caballerнas.

Tres cuartos de legua habrнan andado, cuando descubrieron a don Quijote entre unas intricadas peсas, ya vestido, aunque no armado; y, asн como Dorotea le vio y fue informada de Sancho que aquйl era don Quijote, dio del azote a su palafrйn, siguiйndole el bien barbado barbero. Y, en llegando junto a йl, el escudero se arrojу de la mula y fue a tomar en los brazos a Dorotea, la cual, apeбndose con grande desenvoltura, se fue a hincar de rodillas ante las de don Quijote; y, aunque йl pugnaba por levantarla, ella, sin levantarse, le fablу en esta guisa:

-De aquн no me levantarй, Ўoh valeroso y esforzado caballero!, fasta que la vuestra bondad y cortesнa me otorgue un don, el cual redundarб en honra y prez de vuestra persona, y en pro de la mбs desconsolada y agraviada doncella que el sol ha visto. Y si es que el valor de vuestro fuerte brazo corresponde a la voz de vuestra inmortal fama, obligado estбis a favorecer a la sin ventura que de tan lueсes tierras viene, al olor de vuestro famoso nombre, buscбndoos para remedio de sus desdichas.

-No os responderй palabra, fermosa seсora -respondiу don Quijote-, ni oirй mбs cosa de vuestra facienda, fasta que os levantйis de tierra.

-No me levantarй, seсor -respondiу la afligida doncella-, si primero, por la vuestra cortesнa, no me es otorgado el don que pido.

-Yo vos le otorgo y concedo -respondiу don Quijote-, como no se haya de cumplir en daсo o mengua de mi rey, de mi patria y de aquella que de mi corazуn y libertad tiene la llave.

-No serб en daсo ni en mengua de los que decнs, mi buen seсor -replicу la dolorosa doncella.

Y, estando en esto, se llegу Sancho Panza al oнdo de su seсor y muy pasito le dijo:

-Bien puede vuestra merced, seсor, concederle el don que pide, que no es cosa de nada: sуlo es matar a un gigantazo, y esta que lo pide es la alta princesa Micomicona, reina del gran reino Micomicуn de Etiopнa.

-Sea quien fuere -respondiу don Quijote-, que yo harй lo que soy obligado y lo que me dicta mi conciencia, conforme a lo que profesado tengo.

Y, volviйndose a la doncella, dijo:

-La vuestra gran fermosura se levante, que yo le otorgo el don que pedirme quisiere.

-Pues el que pido es -dijo la doncella- que la vuestra magnбnima persona se venga luego conmigo donde yo le llevare, y me prometa que no se ha de entremeter en otra aventura ni demanda alguna hasta darme venganza de un traidor que, contra todo derecho divino y humano, me tiene usurpado mi reino.

-Digo que asн lo otorgo -respondiу don Quijote-, y asн podйis, seсora, desde hoy mбs, desechar la malenconнa que os fatiga y hacer que cobre nuevos brнos y fuerzas vuestra desmayada esperanza; que, con el ayuda de Dios y la de mi brazo, vos os verйis presto restituida en vuestro reino y sentada en la silla de vuestro antiguo y grande estado, a pesar y a despecho de los follones que contradecirlo quisieren. Y manos a labor, que en la tardanza dicen que suele estar el peligro.

La menesterosa doncella pugnу, con mucha porfнa, por besarle las manos, mas don Quijote, que en todo era comedido y cortйs caballero, jamбs lo consintiу; antes, la hizo levantar y la abrazу con mucha cortesнa y comedimiento, y mandу a Sancho que requiriese las cinchas a Rocinante y le armase luego al punto. Sancho descolgу las armas, que, como trofeo, de un бrbol estaban pendientes, y, requiriendo las cinchas, en un punto armу a su seсor; el cual, viйndose armado, dijo:

-Vamos de aquн, en el nombre de Dios, a favorecer esta gran seсora.

Estбbase el barbero aъn de rodillas, teniendo gran cuenta de disimular la risa y de que no se le cayese la barba, con cuya caнda quizб quedaran todos sin conseguir su buena intenciуn; y, viendo que ya el don estaba concedido y con la diligencia que don Quijote se alistaba para ir a cumplirle, se levantу y tomу de la otra mano a su seсora, y entre los dos la subieron en la mula. Luego subiу don Quijote sobre Rocinante, y el barbero se acomodу en su cabalgadura, quedбndose Sancho a pie, donde de nuevo se le renovу la pйrdida del rucio, con la falta que entonces le hacнa; mas todo lo llevaba con gusto, por parecerle que ya su seсor estaba puesto en camino, y muy a pique de ser emperador; porque sin duda alguna pensaba que se habнa de casar con aquella princesa, y ser, por lo menos, rey de Micomicуn. Sуlo le daba pesadumbre el pensar que aquel reino era en tierra de negros, y que la gente que por sus vasallos le diesen habнan de ser todos negros; a lo cual hizo luego en su imaginaciуn un buen remedio, y dнjose a sн mismo:

-їQuй se me da a mн que mis vasallos sean negros? їHabrб mбs que cargar con ellos y traerlos a Espaсa, donde los podrй vender, y adonde me los pagarбn de contado, de cuyo dinero podrй comprar algъn tнtulo o algъn oficio con que vivir descansado todos los dнas de mi vida? ЎNo, sino dormнos, y no tengбis ingenio ni habilidad para disponer de las cosas y para vender treinta o diez mil vasallos en dбcame esas pajas! Par Dios que los he de volar, chico con grande, o como pudiere, y que, por negros que sean, los he de volver blancos o amarillos. ЎLlegaos, que me mamo el dedo!

Con esto, andaba tan solнcito y tan contento que se le olvidaba la pesadumbre de caminar a pie.

Todo esto miraban de entre unas breсas Cardenio y el cura, y no sabнan quй hacerse para juntarse con ellos; pero el cura, que era gran tracista, imaginу luego lo que harнan para conseguir lo que deseaban; y fue que con unas tijeras que traнa en un estuche quitу con mucha presteza la barba a Cardenio, y vistiуle un capotillo pardo que йl traнa y diole un herreruelo negro, y йl se quedу en calzas y en jubуn; y quedу tan otro de lo que antes parecнa Cardenio, que йl mesmo no se conociera, aunque a un espejo se mirara. Hecho esto, puesto ya que los otros habнan pasado adelante en tanto que ellos se disfrazaron, con facilidad salieron al camino real antes que ellos, porque las malezas y malos pasos de aquellos lugares no concedнan que anduviesen tanto los de a caballo como los de a pie. En efeto, ellos se pusieron en el llano, a la salida de la sierra, y, asн como saliу della don Quijote y sus camaradas, el cura se le puso a mirar muy de espacio, dando seсales de que le iba reconociendo; y, al cabo de haberle una buena pieza estado mirando, se fue a йl abiertos los brazos y diciendo a voces:

-Para bien sea hallado el espejo de la caballerнa, el mi buen compatriote don Quijote de la Mancha, la flor y la nata de la gentileza, el amparo y remedio de los menesterosos, la quintaesencia de los caballeros andantes.

Y, diciendo esto, tenнa abrazado por la rodilla de la pierna izquierda a don Quijote; el cual, espantado de lo que veнa y oнa decir y hacer aquel hombre, se le puso a mirar con atenciуn, y, al fin, le conociу y quedу como espantado de verle, y hizo grande fuerza por apearse; mas el cura no lo consintiу, por lo cual don Quijote decнa:

-Dйjeme vuestra merced, seсor licenciado, que no es razуn que yo estй a caballo, y una tan reverenda persona como vuestra merced estй a pie.

-Eso no consentirй yo en ningъn modo -dijo el cura-: estйse la vuestra grandeza a caballo, pues estando a caballo acaba las mayores fazaсas y aventuras que en nuestra edad se han visto; que a mн, aunque indigno sacerdote, bastarбme subir en las ancas de una destas mulas destos seсores que con vuestra merced caminan, si no lo han por enojo. Y aun harй cuenta que voy caballero sobre el caballo Pegaso, o sobre la cebra o alfana en que cabalgaba aquel famoso moro Muzaraque, que aъn hasta ahora yace encantado en la gran cuesta Zulema, que dista poco de la gran Compluto.

-Aъn no caнa yo en tanto, mi seсor licenciado -respondiу don Quijote-; y yo sй que mi seсora la princesa serб servida, por mi amor, de mandar a su escudero dй a vuestra merced la silla de su mula, que йl podrб acomodarse en las ancas, si es que ella las sufre.

-Sн sufre, a lo que yo creo -respondiу la princesa-; y tambiйn sй que no serб menester mandбrselo al seсor mi escudero, que йl es tan cortйs y tan cortesano que no consentirб que una persona eclesiбstica vaya a pie, pudiendo ir a caballo.

-Asн es -respondiу el barbero.

Y, apeбndose en un punto, convidу al cura con la silla, y йl la tomу sin hacerse mucho de rogar. Y fue el mal que al subir a las ancas el barbero, la mula, que, en efeto, era de alquiler, que para decir que era mala esto basta, alzу un poco los cuartos traseros y dio dos coces en el aire, que, a darlas en el pecho de maese Nicolбs, o en la cabeza, йl diera al diablo la venida por don Quijote. Con todo eso, le sobresaltaron de manera que cayу en el suelo, con tan poco cuidado de las barbas, que se le cayeron en el suelo; y, como se vio sin ellas, no tuvo otro remedio sino acudir a cubrirse el rostro con ambas manos y a quejarse que le habнan derribado las muelas. Don Quijote, como vio todo aquel mazo de barbas, sin quijadas y sin sangre, lejos del rostro del escudero caнdo, dijo:

-ЎVive Dios, que es gran milagro йste! ЎLas barbas le ha derribado y arrancado del rostro, como si las quitaran aposta!

El cura, que vio el peligro que corrнa su invenciуn de ser descubierta, acudiу luego a las barbas y fuese con ellas adonde yacнa maese Nicolбs, dando aъn voces todavнa, y de un golpe, llegбndole la cabeza a su pecho, se las puso, murmurando sobre йl unas palabras, que dijo que era cierto ensalmo apropiado para pegar barbas, como lo verнan; y, cuando se las tuvo puestas, se apartу, y quedу el escudero tan bien barbado y tan sano como de antes, de que se admirу don Quijote sobremanera, y rogу al cura que cuando tuviese lugar le enseсase aquel ensalmo; que йl entendнa que su virtud a mбs que pegar barbas se debнa de estender, pues estaba claro que de donde las barbas se quitasen habнa de quedar la carne llagada y maltrecha, y que, pues todo lo sanaba, a mбs que barbas aprovechaba.

-Asн es -dijo el cura, y prometiу de enseсбrsele en la primera ocasiуn.

Concertбronse que por entonces subiese el cura, y a trechos se fuesen los tres mudando, hasta que llegasen a la venta, que estarнa hasta dos leguas de allн. Puestos los tres a caballo, es a saber, don Quijote, la princesa y el cura, y los tres a pie, Cardenio, el barbero y Sancho Panza, don Quijote dijo a la doncella:

-Vuestra grandeza, seсora mнa, guнe por donde mбs gusto le diere.

Y, antes que ella respondiese, dijo el licenciado:

-їHacia quй reino quiere guiar la vuestra seсorнa? їEs, por ventura, hacia el de Micomicуn?; que sн debe de ser, o yo sй poco de reinos.

Ella, que estaba bien en todo, entendiу que habнa de responder que sн; y asн, dijo:

-Sн, seсor, hacia ese reino es mi camino.

-Si asн es -dijo el cura-, por la mitad de mi pueblo hemos de pasar, y de allн tomarб vuestra merced la derrota de Cartagena, donde se podrб embarcar con la buena ventura; y si hay viento prуspero, mar tranquilo y sin borrasca, en poco menos de nueve aсos se podrб estar a vista de la gran laguna Meona, digo, Meуtides, que estб poco mбs de cien jornadas mбs acб del reino de vuestra grandeza.

-Vuestra merced estб engaсado, seсor mнo -dijo ella-, porque no ha dos aсos que yo partн dйl, y en verdad que nunca tuve buen tiempo, y, con todo eso, he llegado a ver lo que tanto deseaba, que es al seсor don Quijote de la Mancha, cuyas nuevas llegaron a mis oнdos asн como puse los pies en Espaсa, y ellas me movieron a buscarle, para encomendarme en su cortesнa y fiar mi justicia del valor de su invencible brazo.

-No mбs: cesen mis alabanzas -dijo a esta sazуn don Quijote-, porque soy enemigo de todo gйnero de adulaciуn; y, aunque йsta no lo sea, todavнa ofenden mis castas orejas semejantes plбticas. Lo que yo sй decir, seсora mнa, que ora tenga valor o no, el que tuviere o no tuviere se ha de emplear en vuestro servicio hasta perder la vida; y asн, dejando esto para su tiempo, ruego al seсor licenciado me diga quй es la causa que le ha traнdo por estas partes, tan solo, y tan sin criados, y tan a la ligera, que me pone espanto.

-A eso yo responderй con brevedad -respondiу el cura-, porque sabrб vuestra merced, seсor don Quijote, que yo y maese Nicolбs, nuestro amigo y nuestro barbero, нbamos a Sevilla a cobrar cierto dinero que un pariente mнo que ha muchos aсos que pasу a Indias me habнa enviado, y no tan pocos que no pasan de sesenta mil pesos ensayados, que es otro que tal; y, pasando ayer por estos lugares, nos salieron al encuentro cuatro salteadores y nos quitaron hasta las barbas; y de modo nos las quitaron, que le convino al barbero ponйrselas postizas; y aun a este mancebo que aquн va -seсalando a Cardenio- le pusieron como de nuevo. Y es lo bueno que es pъblica fama por todos estos contornos que los que nos saltearon son de unos galeotes que dicen que libertу, casi en este mesmo sitio, un hombre tan valiente que, a pesar del comisario y de las guardas, los soltу a todos; y, sin duda alguna, йl debнa de estar fuera de juicio, o debe de ser tan grande bellaco como ellos, o algъn hombre sin alma y sin conciencia, pues quiso soltar al lobo entre las ovejas, a la raposa entre las gallinas, a la mosca entre la miel; quiso defraudar la justicia, ir contra su rey y seсor natural, pues fue contra sus justos mandamientos. Quiso, digo, quitar a las galeras sus pies, poner en alboroto a la Santa Hermandad, que habнa muchos aсos que reposaba; quiso, finalmente, hacer un hecho por donde se pierda su alma y no se gane su cuerpo.

Habнales contado Sancho al cura y al barbero la aventura de los galeotes, que acabу su amo con tanta gloria suya, y por esto cargaba la mano el cura refiriйndola, por ver lo que hacнa o decнa don Quijote; al cual se le mudaba la color a cada palabra, y no osaba decir que йl habнa sido el libertador de aquella buena gente.

-Йstos, pues -dijo el cura-, fueron los que nos robaron; que Dios, por su misericordia, se lo perdone al que no los dejу llevar al debido suplicio.



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Capнtulo XXX

Que trata del gracioso artificio y orden que se tuvo en sacar a nuestro enamorado caballero de la asperнsima penitencia en que se habнa puesto

NO HUBO bien acabado el cura, cuando Sancho dijo:

-Pues, mнa fe, seсor licenciado, el que hizo esa fazaсa fue mi amo, y no porque yo no le dije antes y le avisй que mirase lo que hacнa, y que era pecado darles libertad, porque todos iban allн por grandнsimos bellacos.

-ЎMajadero! -dijo a esta sazуn don Quijote-, a los caballeros andantes no les toca ni ataсe averiguar si los afligidos, encadenados y opresos que encuentran por los caminos van de aquella manera, o estбn en aquella angustia, por sus culpas o por sus gracias; sуlo le toca ayudarles como a menesterosos, poniendo los ojos en sus penas y no en sus bellaquerнas. Yo topй un rosario y sarta de gente mohнna y desdichada, y hice con ellos lo que mi religiуn me pide, y lo demбs allб se avenga; y a quien mal le ha parecido, salvo la santa dignidad del seсor licenciado y su honrada persona, digo que sabe poco de achaque de caballerнa, y que miente como un hideputa y mal nacido; y esto le harй conocer con mi espada, donde mбs largamente se contiene.

Y esto dijo afirmбndose en los estribos y calбndose el morriуn; porque la bacнa de barbero, que a su cuenta era el yelmo de Mambrino, llevaba colgado del arzуn delantero, hasta adobarla del mal tratamiento que la hicieron los galeotes.

Dorotea, que era discreta y de gran donaire, como quien ya sabнa el menguado humor de don Quijote y que todos hacнan burla dйl, sino Sancho Panza, no quiso ser para menos, y, viйndole tan enojado, le dijo:

-Seсor caballero, miйmbresele a la vuestra merced el don que me tiene prometido, y que, conforme a йl, no puede entremeterse en otra aventura, por urgente que sea; sosiegue vuestra merced el pecho, que si el seсor licenciado supiera que por ese invicto brazo habнan sido librados los galeotes, йl se diera tres puntos en la boca, y aun se mordiera tres veces la lengua, antes que haber dicho palabra que en despecho de vuestra merced redundara.

-Eso juro yo bien -dijo el cura-, y aun me hubiera quitado un bigote.

-Yo callarй, seсora mнa -dijo don Quijote-, y reprimirй la justa cуlera que ya en mi pecho se habнa levantado, y irй quieto y pacнfico hasta tanto que os cumpla el don prometido; pero, en pago deste buen deseo, os suplico me digбis, si no se os hace de mal, cuбl es la vuestra cuita y cuбntas, quiйnes y cuбles son las personas de quien os tengo de dar debida, satisfecha y entera venganza.

-Eso harй yo de gana -respondiу Dorotea-, si es que no os enfadan oнr lбstimas y desgracias.

-No enfadarб, seсora mнa -respondiу don Quijote.

A lo que respondiу Dorotea:

-Pues asн es, estйnme vuestras mercedes atentos.

No hubo ella dicho esto, cuando Cardenio y el barbero se le pusieron al lado, deseosos de ver cуmo fingнa su historia la discreta Dorotea; y lo mismo hizo Sancho, que tan engaсado iba con ella como su amo. Y ella, despuйs de haberse puesto bien en la silla y prevenнdose con toser y hacer otros ademanes, con mucho donaire, comenzу a decir desta manera:

-«Primeramente, quiero que vuestras mercedes sepan, seсores mнos, que a mн me llaman...»

Y detъvose aquн un poco, porque se le olvidу el nombre que el cura le habнa puesto; pero йl acudiу al remedio, porque entendiу en lo que reparaba, y dijo:

-No es maravilla, seсora mнa, que la vuestra grandeza se turbe y empache contando sus desventuras, que ellas suelen ser tales, que muchas veces quitan la memoria a los que maltratan, de tal manera que aun de sus mesmos nombres no se les acuerda, como han hecho con vuestra gran seсorнa, que se ha olvidado que se llama la princesa Micomicona, legнtima heredera del gran reino Micomicуn; y con este apuntamiento puede la vuestra grandeza reducir ahora fбcilmente a su lastimada memoria todo aquello que contar quisiere.

-Asн es la verdad -respondiу la doncella-, y desde aquн adelante creo que no serб menester apuntarme nada, que yo saldrй a buen puerto con mi verdadera historia. «La cual es que el rey mi padre, que se llamaba Tinacrio el Sabidor, fue muy docto en esto que llaman el arte mбgica, y alcanzу por su ciencia que mi madre, que se llamaba la reina Jaramilla, habнa de morir primero que йl, y que de allн a poco tiempo йl tambiйn habнa de pasar desta vida y yo habнa de quedar huйrfana de padre y madre. Pero decнa йl que no le fatigaba tanto esto cuanto le ponнa en confusiуn saber, por cosa muy cierta, que un descomunal gigante, seсor de una grande нnsula, que casi alinda con nuestro reino, llamado Pandafilando de la Fosca Vista (porque es cosa averiguada que, aunque tiene los ojos en su lugar y derechos, siempre mira al revйs, como si fuese bizco, y esto lo hace йl de maligno y por poner miedo y espanto a los que mira); digo que supo que este gigante, en sabiendo mi orfandad, habнa de pasar con gran poderнo sobre mi reino y me lo habнa de quitar todo, sin dejarme una pequeсa aldea donde me recogiese; pero que podнa escusar toda esta ruina y desgracia si yo me quisiese casar con йl; mas, a lo que йl entendнa, jamбs pensaba que me vendrнa a mн en voluntad de hacer tan desigual casamiento; y dijo en esto la pura verdad, porque jamбs me ha pasado por el pensamiento casarme con aquel gigante, pero ni con otro alguno, por grande y desaforado que fuese. Dijo tambiйn mi padre que, despuйs que йl fuese muerto y viese yo que Pandafilando comenzaba a pasar sobre mi reino, que no aguardase a ponerme en defensa, porque serнa destruirme, sino que libremente le dejase desembarazado el reino, si querнa escusar la muerte y total destruiciуn de mis buenos y leales vasallos, porque no habнa de ser posible defenderme de la endiablada fuerza del gigante; sino que luego, con algunos de los mнos, me pusiese en camino de las Espaсas, donde hallarнa el remedio de mis males hallando a un caballero andante, cuya fama en este tiempo se estenderнa por todo este reino, el cual se habнa de llamar, si mal no me acuerdo, don Azote o don Gigote.»

-Don Quijote dirнa, seсora -dijo a esta sazуn Sancho Panza-, o, por otro nombre, el Caballero de la Triste Figura.

-Asн es la verdad -dijo Dorotea-. «Dijo mбs: que habнa de ser alto de cuerpo, seco de rostro, y que en el lado derecho, debajo del hombro izquierdo, o por allн junto, habнa de tener un lunar pardo con ciertos cabellos a manera de cerdas.»

En oyendo esto don Quijote, dijo a su escudero:

-Ten aquн, Sancho, hijo, ayъdame a desnudar, que quiero ver si soy el caballero que aquel sabio rey dejу profetizado.

-Pues, їpara quй quiere vuestra merced desnudarse? -dijo Dorotea.

-Para ver si tengo ese lunar que vuestro padre dijo -respondiу don Quijote.

-No hay para quй desnudarse -dijo Sancho-, que yo sй que tiene vuestra merced un lunar desas seсas en la mitad del espinazo, que es seсal de ser hombre fuerte.

-Eso basta -dijo Dorotea-, porque con los amigos no se ha de mirar en pocas cosas, y que estй en el hombro o que estй en el espinazo, importa poco; basta que haya lunar, y estй donde estuviere, pues todo es una mesma carne; y, sin duda, acertу mi buen padre en todo, y yo he acertado en encomendarme al seсor don Quijote, que йl es por quien mi padre dijo, pues las seсales del rostro vienen con las de la buena fama que este caballero tiene, no sуlo en Espaсa, pero en toda la Mancha, pues apenas me hube desembarcado en Osuna, cuando oн decir tantas hazaсas suyas, que luego me dio el alma que era el mesmo que venнa a buscar.

-Pues, їcуmo se desembarcу vuestra merced en Osuna, seсora mнa -preguntу don Quijote-, si no es puerto de mar?

Mas, antes que Dorotea respondiese, tomу el cura la mano y dijo:

-Debe de querer decir la seсora princesa que, despuйs que desembarcу en Mбlaga, la primera parte donde oyу nuevas de vuestra merced fue en Osuna.

-Eso quise decir -dijo Dorotea.

-Y esto lleva camino -dijo el cura-, y prosiga vuestra majestad adelante.

-No hay que proseguir -respondiу Dorotea-, sino que, finalmente, mi suerte ha sido tan buena en hallar al seсor don Quijote, que ya me cuento y tengo por reina y seсora de todo mi reino, pues йl, por su cortesнa y magnificencia, me ha prometido el don de irse conmigo dondequiera que yo le llevare, que no serб a otra parte que a ponerle delante de Pandafilando de la Fosca Vista, para que le mate y me restituya lo que tan contra razуn me tiene usurpado: que todo esto ha de suceder a pedir de boca, pues asн lo dejу profetizado Tinacrio el Sabidor, mi buen padre; el cual tambiйn dejу dicho y escrito en letras caldeas, o griegas, que yo no las sй leer, que si este caballero de la profecнa, despuйs de haber degollado al gigante, quisiese casarse conmigo, que yo me otorgase luego sin rйplica alguna por su legнtima esposa, y le diese la posesiуn de mi reino, junto con la de mi persona.

-їQuй te parece, Sancho amigo? -dijo a este punto don Quijote-. їNo oyes lo que pasa? їNo te lo dije yo? Mira si tenemos ya reino que mandar y reina con quien casar.

-ЎEso juro yo -dijo Sancho- para el puto que no se casare en abriendo el gaznatico al seсor Pandahilado! Pues, Ўmonta que es mala la reina! ЎAsн se me vuelvan las pulgas de la cama!

Y, diciendo esto, dio dos zapatetas en el aire, con muestras de grandнsimo contento, y luego fue a tomar las riendas de la mula de Dorotea, y, haciйndola detener, se hincу de rodillas ante ella, suplicбndole le diese las manos para besбrselas, en seсal que la recibнa por su reina y seсora. їQuiйn no habнa de reнr de los circustantes, viendo la locura del amo y la simplicidad del criado? En efecto, Dorotea se las dio, y le prometiу de hacerle gran seсor en su reino, cuando el cielo le hiciese tanto bien que se lo dejase cobrar y gozar. Agradeciуselo Sancho con tales palabras que renovу la risa en todos.

-Йsta, seсores -prosiguiу Dorotea-, es mi historia: sуlo resta por deciros que de cuanta gente de acompaсamiento saquй de mi reino no me ha quedado sino sуlo este buen barbado escudero, porque todos se anegaron en una gran borrasca que tuvimos a vista del puerto, y йl y yo salimos en dos tablas a tierra, como por milagro; y asн, es todo milagro y misterio el discurso de mi vida, como lo habrйis notado. Y si en alguna cosa he andado demasiada, o no tan acertada como debiera, echad la culpa a lo que el seсor licenciado dijo al principio de mi cuento: que los trabajos continuos y extraordinarios quitan la memoria al que los padece.

-Йsa no me quitarбn a mн, Ўoh alta y valerosa seсora! -dijo don Quijote-, cuantos yo pasare en serviros, por grandes y no vistos que sean; y asн, de nuevo confirmo el don que os he prometido, y juro de ir con vos al cabo del mundo, hasta verme con el fiero enemigo vuestro, a quien pienso, con el ayuda de Dios y de mi brazo, tajar la cabeza soberbia con los filos desta... no quiero decir buena espada, merced a Ginйs de Pasamonte, que me llevу la mнa.

Esto dijo entre dientes, y prosiguiу diciendo:

-Y despuйs de habйrsela tajado y puйstoos en pacнfica posesiуn de vuestro estado, quedarб a vuestra voluntad hacer de vuestra persona lo que mбs en talante os viniere; porque, mientras que yo tuviere ocupada la memoria y cautiva la voluntad, perdido el entendimiento, a aquella..., y no digo mбs, no es posible que yo arrostre, ni por pienso, el casarme, aunque fuese con el ave fйnix.

Pareciуle tan mal a Sancho lo que ъltimamente su amo dijo acerca de no querer casarse, que, con grande enojo, alzando la voz, dijo:

-Voto a mн, y juro a mн, que no tiene vuestra merced, seсor don Quijote, cabal juicio. Pues, їcуmo es posible que pone vuestra merced en duda el casarse con tan alta princesa como aquйsta? їPiensa que le ha de ofrecer la fortuna, tras cada cantillo, semejante ventura como la que ahora se le ofrece? їEs, por dicha, mбs hermosa mi seсora Dulcinea? No, por cierto, ni aun con la mitad, y aun estoy por decir que no llega a su zapato de la que estб delante. Asн, noramala alcanzarй yo el condado que espero, si vuestra merced se anda a pedir cotufas en el golfo. Cбsese, cбsese luego, encomiйndole yo a Satanбs, y tome ese reino que se le viene a las manos de vobis, vobis, y, en siendo rey, hбgame marquйs o adelantado, y luego, siquiera se lo lleve el diablo todo.

Don Quijote, que tales blasfemias oyу decir contra su seсora Dulcinea, no lo pudo sufrir, y, alzando el lanzуn, sin hablalle palabra a Sancho y sin decirle esta boca es mнa, le dio tales dos palos que dio con йl en tierra; y si no fuera porque Dorotea le dio voces que no le diera mбs, sin duda le quitara allн la vida.

-їPensбis -le dijo a cabo de rato-, villano ruin, que ha de haber lugar siempre para ponerme la mano en la horcajadura, y que todo ha de ser errar vos y perdonaros yo? Pues no lo pensйis, bellaco descomulgado, que sin duda lo estбs, pues has puesto lengua en la sin par Dulcinea. їY no sabйis vos, gaсбn, faquнn, belitre, que si no fuese por el valor que ella infunde en mi brazo, que no le tendrнa yo para matar una pulga? Decid, socarrуn de lengua viperina, їy quiйn pensбis que ha ganado este reino y cortado la cabeza a este gigante, y hйchoos a vos marquйs, que todo esto doy ya por hecho y por cosa pasada en cosa juzgada, si no es el valor de Dulcinea, tomando a mi brazo por instrumento de sus hazaсas? Ella pelea en mн, y vence en mн, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser. ЎOh hideputa bellaco, y cуmo sois desagradecido: que os veis levantado del polvo de la tierra a ser seсor de tнtulo, y correspondйis a tan buena obra con decir mal de quien os la hizo!

No estaba tan maltrecho Sancho que no oyese todo cuanto su amo le decнa, y, levantбndose con un poco de presteza, se fue a poner detrбs del palafrйn de Dorotea, y desde allн dijo a su amo:

-Dнgame, seсor: si vuestra merced tiene determinado de no casarse con esta gran princesa, claro estб que no serб el reino suyo; y, no siйndolo, їquй mercedes me puede hacer? Esto es de lo que yo me quejo; cбsese vuestra merced una por una con esta reina, ahora que la tenemos aquн como llovida del cielo, y despuйs puede volverse con mi seсora Dulcinea; que reyes debe de haber habido en el mundo que hayan sido amancebados. En lo de la hermosura no me entremeto; que, en verdad, si va a decirla, que entrambas me parecen bien, puesto que yo nunca he visto a la seсora Dulcinea.

-їCуmo que no la has visto, traidor blasfemo? -dijo don Quijote-. Pues, їno acabas de traerme ahora un recado de su parte?

-Digo que no la he visto tan despacio -dijo Sancho- que pueda haber notado particularmente su hermosura y sus buenas partes punto por punto; pero asн, a bulto, me parece bien.

-Ahora te disculpo -dijo don Quijote-, y perdуname el enojo que te he dado, que los primeros movimientos no son en manos de los hombres.

-Ya yo lo veo -respondiу Sancho-; y asн, en mн la gana de hablar siempre es primero movimiento, y no puedo dejar de decir, por una vez siquiera, lo que me viene a la lengua.

-Con todo eso -dijo don Quijote-, mira, Sancho, lo que hablas, porque tantas veces va el cantarillo a la fuente…, y no te digo mбs.

-Ahora bien -respondiу Sancho-, Dios estб en el cielo, que ve las trampas, y serб juez de quiйn hace mбs mal: yo en no hablar bien, o vuestra merced en obrallo.

-No haya mбs -dijo Dorotea-: corred, Sancho, y besad la mano a vuestro seсor, y pedilde perdуn, y de aquн adelante andad mбs atentado en vuestras alabanzas y vituperios, y no digбis mal de aquesa seсora Tobosa, a quien yo no conozco si no es para servilla, y tened confianza en Dios, que no os ha de faltar un estado donde vivбis como un prнncipe.

Fue Sancho cabizbajo y pidiу la mano a su seсor, y йl se la dio con reposado continente; y, despuйs que se la hubo besado, le echу la bendiciуn, y dijo a Sancho que se adelantasen un poco, que tenнa que preguntalle y que departir con йl cosas de mucha importancia. Hнzolo asн Sancho y apartбronse los dos algo adelante, y dнjole don Quijote:

-Despuйs que veniste, no he tenido lugar ni espacio para preguntarte muchas cosas de particularidad acerca de la embajada que llevaste y de la respuesta que trujiste; y ahora, pues la fortuna nos ha concedido tiempo y lugar, no me niegues tъ la ventura que puedes darme con tan buenas nuevas.

-Pregunte vuestra merced lo que quisiere -respondiу Sancho-, que a todo darй tan buena salida como tuve la entrada. Pero suplico a vuestra merced, seсor mнo, que no sea de aquн adelante tan vengativo.

-їPor quй lo dices, Sancho? -dijo don Quijote.

-Dнgolo -respondiу- porque estos palos de agora mбs fueron por la pendencia que entre los dos trabу el diablo la otra noche, que por lo que dije contra mi seсora Dulcinea, a quien amo y reverencio como a una reliquia, aunque en ella no lo haya, sуlo por ser cosa de vuestra merced.

-No tornes a esas plбticas, Sancho, por tu vida -dijo don Quijote-, que me dan pesadumbre; ya te perdonй entonces, y bien sabes tъ que suele decirse: a pecado nuevo, penitencia nueva.(2)

En tanto que los dos iban en estas plбticas, dijo el cura a Dorotea que habнa andado muy discreta, asн en el cuento como en la brevedad dйl, y en la similitud que tuvo con los de los libros de caballerнas. Ella dijo que muchos ratos se habнa entretenido en leellos, pero que no sabнa ella dуnde eran las provincias ni puertos de mar, y que asн, habнa dicho a tiento que se habнa desembarcado en Osuna.

-Yo lo entendн asн -dijo el cura-, y por eso acudн luego a decir lo que dije, con que se acomodу todo. Pero, їno es cosa estraсa ver con cuбnta facilidad cree este desventurado hidalgo todas estas invenciones y mentiras, sуlo porque llevan el estilo y modo de las necedades de sus libros?

-Sн es -dijo Cardenio-, y tan rara y nunca vista, que yo no sй si queriendo inventarla y fabricarla mentirosamente, hubiera tan agudo ingenio que pudiera dar en ella.

-Pues otra cosa hay en ello -dijo el cura-: que fuera de las simplicidades que este buen hidalgo dice tocantes a su locura, si le tratan de otras cosas, discurre con bonнsimas razones y muestra tener un entendimiento claro y apacible en todo. De manera que, como no le toquen en sus caballerнas, no habrб nadie que le juzgue sino por de muy buen entendimiento.

En tanto que ellos iban en esta conversaciуn, prosiguiу don Quijote con la suya y dijo a Sancho:

-Echemos, Panza amigo, pelillos a la mar en esto de nuestras pendencias, y dime ahora, sin tener cuenta con enojo ni rencor alguno: їDуnde, cуmo y cuбndo hallaste a Dulcinea? їQuй hacнa? їQuй le dijiste? їQuй te respondiу? їQuй rostro hizo cuando leнa mi carta? їQuiйn te la trasladу? Y todo aquello que vieres que en este caso es digno de saberse, de preguntarse y satisfacerse, sin que aсadas o mientas por darme gusto, ni menos te acortes por no quitбrmele.

-Seсor -respondiу Sancho-, si va a decir la verdad, la carta no me la trasladу nadie, porque yo no llevй carta alguna.

-Asн es como tъ dices -dijo don Quijote-, porque el librillo de memoria donde yo la escribн le hallй en mi poder a cabo de dos dнas de tu partida, lo cual me causу grandнsima pena, por no saber lo que habнas tъ de hacer cuando te vieses sin carta, y creн siempre que te volvieras desde el lugar donde la echaras menos.

-Asн fuera -respondiу Sancho-, si no la hubiera yo tomado en la memoria cuando vuestra merced me la leyу, de manera que se la dije a un sacristбn, que me la trasladу del entendimiento, tan punto por punto, que dijo que en todos los dнas de su vida, aunque habнa leнdo muchas cartas de descomuniуn, no habнa visto ni leнdo tan linda carta como aquйlla.

-Y їtiйnesla todavнa en la memoria, Sancho? -dijo don Quijote.

-No, seсor -respondiу Sancho-, porque despuйs que la di, como vi que no habнa de ser de mбs provecho, di en olvidalla. Y si algo se me acuerda, es aquello del sobajada, digo, del soberana seсora, y lo ъltimo: Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura. Y, en medio destas dos cosas, le puse mбs de trecientas almas, y vidas, y ojos mнos.



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Capнtulo XXXI

De los sabrosos razonamientos que pasaron entre don Quijote y Sancho Panza, su escudero, con otros sucesos

-TODO eso no me descontenta; prosigue adelante -dijo don Quijote-. Llegaste, їy quй hacнa aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas, o bordando alguna empresa con oro de caсutillo para este su cautivo caballero.

-No la hallй -respondiу Sancho- sino ahechando dos hanegas de trigo en un corral de su casa.

-Pues haz cuenta -dijo don Quijote- que los granos de aquel trigo eran granos de perlas, tocados de sus manos. Y si miraste, amigo, el trigo їera candeal, o trechel?

-No era sino rubiуn -respondiу Sancho.

-Pues yo te aseguro -dijo don Quijote- que, ahechado por sus manos, hizo pan candeal, sin duda alguna. Pero pasa adelante: cuando le diste mi carta, їbesуla? їPъsosela sobre la cabeza? їHizo alguna ceremonia digna de tal carta, o quй hizo?

-Cuando yo se la iba a dar -respondiу Sancho-, ella estaba en la fuga del meneo de una buena parte de trigo que tenнa en la criba, y dнjome: ''Poned, amigo, esa carta sobre aquel costal, que no la puedo leer hasta que acabe de acribar todo lo que aquн estб''.

-ЎDiscreta seсora! -dijo don Quijote-. Eso debiу de ser por leerla despacio y recrearse con ella. Adelante, Sancho: y, en tanto que estaba en su menester, їquй coloquios pasу contigo? їQuй te preguntу de mн? Y tъ, їquй le respondiste? Acaba, cuйntamelo todo; no se te quede en el tintero una mнnima.

-Ella no me preguntу nada -dijo Sancho-, mas yo le dije de la manera que vuestra merced, por su servicio, quedaba haciendo penitencia, desnudo de la cintura arriba, metido entre estas sierras como si fuera salvaje, durmiendo en el suelo, sin comer pan a manteles ni sin peinarse la barba, llorando y maldiciendo su fortuna.

-En decir que maldecнa mi fortuna dijiste mal -dijo don Quijote-, porque antes la bendigo y bendecirй todos los dнas de mi vida, por haberme hecho digno de merecer amar tan alta seсora como Dulcinea del Toboso.

-Tan alta es -respondiу Sancho-, que a buena fe que me lleva a mн mбs de un coto.

-Pues, їcуmo, Sancho? -dijo don Quijote-. їHaste medido tъ con ella?

-Medнme en esta manera -respondiу Sancho-: que, llegбndole a ayudar a poner un costal de trigo sobre un jumento, llegamos tan juntos que echй de ver que me llevaba mбs de un gran palmo.

-Pues Ўes verdad -replicу don Quijote- que no acompaсa esa grandeza y la adorna con mil millones y gracias del alma! Pero no me negarбs, Sancho, una cosa: cuando llegaste junto a ella, їno sentiste un olor sabeo, una fragancia aromбtica, y un no sй quй de bueno, que yo no acierto a dalle nombre? Digo, їun tuho o tufo como si estuvieras en la tienda de algъn curioso guantero?

-Lo que sй decir -dijo Sancho- es que sentн un olorcillo algo hombruno; y debнa de ser que ella, con el mucho ejercicio, estaba sudada y algo correosa.

-No serнa eso -respondiу don Quijote-, sino que tъ debнas de estar romadizado, o te debiste de oler a ti mismo; porque yo sй bien a lo que huele aquella rosa entre espinas, aquel lirio del campo, aquel бmbar desleнdo.

-Todo puede ser -respondiу Sancho-, que muchas veces sale de mн aquel olor que entonces me pareciу que salнa de su merced de la seсora Dulcinea; pero no hay de quй maravillarse, que un diablo parece a otro.

-Y bien -prosiguiу don Quijote-, he aquн que acabу de limpiar su trigo y de enviallo al molino. їQuй hizo cuando leyу la carta?

-La carta -dijo Sancho- no la leyу, porque dijo que no sabнa leer ni escribir; antes, la rasgу y la hizo menudas piezas, diciendo que no la querнa dar a leer a nadie, porque no se supiesen en el lugar sus secretos, y que bastaba lo que yo le habнa dicho de palabra acerca del amor que vuestra merced le tenнa y de la penitencia extraordinaria que por su causa quedaba haciendo. Y, finalmente, me dijo que dijese a vuestra merced que le besaba las manos, y que allн quedaba con mбs deseo de verle que de escribirle; y que, asн, le suplicaba y mandaba que, vista la presente, saliese de aquellos matorrales y se dejase de hacer disparates, y se pusiese luego luego en camino del Toboso, si otra cosa de mбs importancia no le sucediese, porque tenнa gran deseo de ver a vuestra merced. Riуse mucho cuando le dije como se llamaba vuestra merced el Caballero de la Triste Figura. Preguntйle si habнa ido allб el vizcaнno de marras; dнjome que sн, y que era un hombre muy de bien. Tambiйn le preguntй por los galeotes, mas dнjome que no habнa visto hasta entonces alguno.

-Todo va bien hasta agora -dijo don Quijote-. Pero dime: їquй joya fue la que te dio, al despedirte, por las nuevas que de mн le llevaste? Porque es usada y antigua costumbre entre los caballeros y damas andantes dar a los escuderos, doncellas o enanos que les llevan nuevas, de sus damas a ellos, a ellas de sus andantes, alguna rica joya en albricias, en agradecimiento de su recado.

-Bien puede eso ser asн, y yo la tengo por buena usanza; pero eso debiу de ser en los tiempos pasados, que ahora sуlo se debe de acostumbrar a dar un pedazo de pan y queso, que esto fue lo que me dio mi seсora Dulcinea, por las bardas de un corral, cuando della me despedн; y aun, por mбs seсas, era el queso ovejuno.

-Es liberal en estremo -dijo don Quijote-, y si no te dio joya de oro, sin duda debiу de ser porque no la tendrнa allн a la mano para dбrtela; pero buenas son mangas despuйs de Pascua: yo la verй, y se satisfarб todo. їSabes de quй estoy maravillado, Sancho? De que me parece que fuiste y veniste por los aires, pues poco mбs de tres dнas has tardado en ir y venir desde aquн al Toboso, habiendo de aquн allб mбs de treinta leguas; por lo cual me doy a entender que aquel sabio nigromante que tiene cuenta con mis cosas y es mi amigo (porque por fuerza le hay, y le ha de haber, so pena que yo no serнa buen caballero andante); digo que este tal te debiу de ayudar a caminar, sin que tъ lo sintieses; que hay sabio dйstos que coge a un caballero andante durmiendo en su cama, y, sin saber cуmo o en quй manera, amanece otro dнa mбs de mil leguas de donde anocheciу. Y si no fuese por esto, no se podrнan socorrer en sus peligros los caballeros andantes unos a otros, como se socorren a cada paso. Que acaece estar uno peleando en las sierras de Armenia con algъn endriago, o con algъn fiero vestiglo, o con otro caballero, donde lleva lo peor de la batalla y estб ya a punto de muerte, y cuando no os me cato, asoma por acullб, encima de una nube, o sobre un carro de fuego, otro caballero amigo suyo, que poco antes se hallaba en Ingalaterra, que le favorece y libra de la muerte, y a la noche se halla en su posada, cenando muy a su sabor; y suele haber de la una a la otra parte dos o tres mil leguas. Y todo esto se hace por industria y sabidurнa destos sabios encantadores que tienen cuidado destos valerosos caballeros. Asн que, amigo Sancho, no se me hace dificultoso creer que en tan breve tiempo hayas ido y venido desde este lugar al del Toboso, pues, como tengo dicho, algъn sabio amigo te debiу de llevar en volandillas, sin que tъ lo sintieses.

-Asн serнa -dijo Sancho-; porque a buena fe que andaba Rocinante como si fuera asno de gitano con azogue en los oнdos.

-Y Ўcуmo si llevaba azogue! -dijo don Quijote-, y aun una legiуn de demonios, que es gente que camina y hace caminar, sin cansarse, todo aquello que se les antoja. Pero, dejando esto aparte, їquй te parece a ti que debo yo de hacer ahora cerca de lo que mi seсora me manda que la vaya a ver?; que, aunque yo veo que estoy obligado a cumplir su mandamiento, vйome tambiйn imposibilitado del don que he prometido a la princesa que con nosotros viene, y fuйrzame la ley de caballerнa a cumplir mi palabra antes que mi gusto. Por una parte, me acosa y fatiga el deseo de ver a mi seсora; por otra, me incita y llama la prometida fe y la gloria que he de alcanzar en esta empresa. Pero lo que pienso hacer serб caminar apriesa y llegar presto donde estб este gigante, y, en llegando, le cortarй la cabeza, y pondrй a la princesa pacнficamente en su estado, y al punto darй la vuelta a ver a la luz que mis sentidos alumbra, a la cual darй tales disculpas que ella venga a tener por buena mi tardanza, pues verб que todo redunda en aumento de su gloria y fama, pues cuanta yo he alcanzado, alcanzo y alcanzarй por las armas en esta vida, toda me viene del favor que ella me da y de ser yo suyo.

-ЎAy -dijo Sancho-, y cуmo estб vuestra merced lastimado de esos cascos! Pues dнgame, seсor: їpiensa vuestra merced caminar este camino en balde, y dejar pasar y perder un tan rico y tan principal casamiento como йste, donde le dan en dote un reino, que a buena verdad que he oнdo decir que tiene mбs de veinte mil leguas de contorno, y que es abundantнsimo de todas las cosas que son necesarias para el sustento de la vida humana, y que es mayor que Portugal y que Castilla juntos? Calle, por amor de Dios, y tenga vergьenza de lo que ha dicho, y tome mi consejo, y perdуneme, y cбsese luego en el primer lugar que haya cura; y si no, ahн estб nuestro licenciado, que lo harб de perlas. Y advierta que ya tengo edad para dar consejos, y que este que le doy le viene de molde, y que mбs vale pбjaro en mano que buitre volando, porque quien bien tiene y mal escoge, por bien que se enoja no se venga.

-Mira, Sancho -respondiу don Quijote-: si el consejo que me das de que me case es porque sea luego rey, en matando al gigante, y tenga cуmodo para hacerte mercedes y darte lo prometido, hбgote saber que sin casarme podrй cumplir tu deseo muy fбcilmente, porque yo sacarй de adahala, antes de entrar en la batalla, que, saliendo vencedor della, ya que no me case, me han de dar una parte del reino, para que la pueda dar a quien yo quisiere; y, en dбndomela, їa quiйn quieres tъ que la dй sino a ti?

-Eso estб claro -respondiу Sancho-, pero mire vuestra merced que la escoja hacia la marina, porque, si no me contentare la vivienda, pueda embarcar mis negros vasallos y hacer dellos lo que ya he dicho. Y vuestra merced no se cure de ir por agora a ver a mi seсora Dulcinea, sino vбyase a matar al gigante, y concluyamos este negocio; que por Dios que se me asienta que ha de ser de mucha honra y de mucho provecho.

-Dнgote, Sancho -dijo don Quijote-, que estбs en lo cierto, y que habrй de tomar tu consejo en cuanto el ir antes con la princesa que a ver a Dulcinea. Y avнsote que no digas nada a nadie, ni a los que con nosotros vienen, de lo que aquн hemos departido y tratado; que, pues Dulcinea es tan recatada que no quiere que se sepan sus pensamientos, no serб bien que yo, ni otro por mн, los descubra.

-Pues si eso es asн -dijo Sancho-, їcуmo hace vuestra merced que todos los que vence por su brazo se vayan a presentar ante mi seсora Dulcinea, siendo esto firma de su nombre que la quiere bien y que es su enamorado? Y, siendo forzoso que los que fueren se han de ir a hincar de finojos ante su presencia, y decir que van de parte de vuestra merced a dalle la obediencia, їcуmo se pueden encubrir los pensamientos de entrambos?

-ЎOh, quй necio y quй simple que eres! -dijo don Quijote-. їTъ no ves, Sancho, que eso todo redunda en su mayor ensalzamiento? Porque has de saber que en este nuestro estilo de caballerнa es gran honra tener una dama muchos caballeros andantes que la sirvan, sin que se estiendan mбs sus pensamientos que a servilla, por sуlo ser ella quien es, sin esperar otro premio de sus muchos y buenos deseos, sino que ella se contente de acetarlos por sus caballeros.

-Con esa manera de amor -dijo Sancho- he oнdo yo predicar que se ha de amar a Nuestro Seсor, por sн solo, sin que nos mueva esperanza de gloria o temor de pena, aunque yo le querrнa amar y servir por lo que pudiese.

-ЎVбlate el diablo por villano -dijo don Quijote-, y quй de discreciones dices a las veces! No parece sino que has estudiado.

-Pues a fe mнa que no sй leer -respondiу Sancho.

En esto, les dio voces maese Nicolбs que esperasen un poco, que querнan detenerse a beber en una fontecilla que allн estaba. Detъvose don Quijote, con no poco gusto de Sancho, que ya estaba cansado de mentir tanto y temнa no le cogiese su amo a palabras; porque, puesto que йl sabнa que Dulcinea era una labradora del Toboso, no la habнa visto en toda su vida.

Habнase en este tiempo vestido Cardenio los vestidos que Dorotea traнa cuando la hallaron, que, aunque no eran muy buenos, hacнan mucha ventaja a los que dejaba. Apeбronse junto a la fuente, y con lo que el cura se acomodу en la venta satisficieron, aunque poco, la mucha hambre que todos traнan.

Estando en esto, acertу a pasar por allн un muchacho que iba de camino, el cual, poniйndose a mirar con mucha atenciуn a los que en la fuente estaban, de allн a poco arremetiу a don Quijote, y, abrazбndole por las piernas, comenzу a llorar muy de propуsito, diciendo:

-ЎAy, seсor mнo! їNo me conoce vuestra merced? Pues mнreme bien, que yo soy aquel mozo Andrйs que quitу vuestra merced de la encina donde estaba atado.

Reconociуle don Quijote, y, asiйndole por la mano, se volviу a los que allн estaban y dijo:

-Porque vean vuestras mercedes cuбn de importancia es haber caballeros andantes en el mundo, que desfagan los tuertos y agravios que en йl se hacen por los insolentes y malos hombres que en йl viven, sepan vuestras mercedes que los dнas pasados, pasando yo por un bosque, oн unos gritos y unas voces muy lastimosas, como de persona afligida y menesterosa; acudн luego, llevado de mi obligaciуn, hacia la parte donde me pareciу que las lamentables voces sonaban, y hallй atado a una encina a este muchacho que ahora estб delante (de lo que me huelgo en el alma, porque serб testigo que no me dejarб mentir en nada); digo que estaba atado a la encina, desnudo del medio cuerpo arriba, y estбbale abriendo a azotes con las riendas de una yegua un villano, que despuйs supe que era amo suyo; y, asн como yo le vi, le preguntй la causa de tan atroz vapulamiento; respondiу el zafio que le azotaba porque era su criado, y que ciertos descuidos que tenнa nacнan mбs de ladrуn que de simple; a lo cual este niсo dijo: ''Seсor, no me azota sino porque le pido mi salario''. El amo replicу no sй quй arengas y disculpas, las cuales, aunque de mн fueron oнdas, no fueron admitidas. En resoluciуn, yo le hice desatar, y tomй juramento al villano de que le llevarнa consigo y le pagarнa un real sobre otro, y aun sahumados. їNo es verdad todo esto, hijo Andrйs? їNo notaste con cuбnto imperio se lo mandй, y con cuбnta humildad prometiу de hacer todo cuanto yo le impuse, y notifiquй y quise? Responde; no te turbes ni dudes en nada: di lo que pasу a estos seсores, porque se vea y considere ser del provecho que digo haber caballeros andantes por los caminos.

-Todo lo que vuestra merced ha dicho es mucha verdad -respondiу el muchacho-, pero el fin del negocio sucediу muy al revйs de lo que vuestra merced se imagina.

-їCуmo al revйs? -replicу don Quijote-; luego, їno te pagу el villano?

-No sуlo no me pagу -respondiу el muchacho-, pero, asн como vuestra merced traspuso del bosque y quedamos solos, me volviу a atar a la mesma encina, y me dio de nuevo tantos azotes que quedй hecho un San Bartolomй desollado; y, a cada azote que me daba, me decнa un donaire y chufeta acerca de hacer burla de vuestra merced, que, a no sentir yo tanto dolor, me riera de lo que decнa. En efeto: йl me parу tal, que hasta ahora he estado curбndome en un hospital del mal que el mal villano entonces me hizo. De todo lo cual tiene vuestra merced la culpa, porque si se fuera su camino adelante y no viniera donde no le llamaban, ni se entremetiera en negocios ajenos, mi amo se contentara con darme una o dos docenas de azotes, y luego me soltara y pagara cuanto me debнa. Mas, como vuestra merced le deshonrу tan sin propуsito y le dijo tantas villanнas, encendiуsele la cуlera, y, como no la pudo vengar en vuestra merced, cuando se vio solo descargу sobre mн el nublado, de modo que me parece que no serй mбs hombre en toda mi vida.

-El daсo estuvo -dijo don Quijote- en irme yo de allн; que no me habнa de ir hasta dejarte pagado, porque bien debнa yo de saber, por luengas experiencias, que no hay villano que guarde palabra que tiene, si йl vee que no le estб bien guardalla. Pero ya te acuerdas, Andrйs, que yo jurй que si no te pagaba, que habнa de ir a buscarle, y que le habнa de hallar, aunque se escondiese en el vientre de la ballena.

-Asн es la verdad -dijo Andrйs-, pero no aprovechу nada.

-Ahora verбs si aprovecha -dijo don Quijote.

Y, diciendo esto, se levantу muy apriesa y mandу a Sancho que enfrenase a Rocinante, que estaba paciendo en tanto que ellos comнan.

Preguntуle Dorotea quй era lo que hacer querнa. Йl le respondiу que querнa ir a buscar al villano y castigalle de tan mal tйrmino, y hacer pagado a Andrйs hasta el ъltimo maravedн, a despecho y pesar de cuantos villanos hubiese en el mundo. A lo que ella respondiу que advirtiese que no podнa, conforme al don prometido, entremeterse en ninguna empresa hasta acabar la suya; y que, pues esto sabнa йl mejor que otro alguno, que sosegase el pecho hasta la vuelta de su reino.

-Asн es verdad -respondiу don Quijote-, y es forzoso que Andrйs tenga paciencia hasta la vuelta, como vos, seсora, decнs; que yo le torno a jurar y a prometer de nuevo de no parar hasta hacerle vengado y pagado.

-No me creo desos juramentos -dijo Andrйs-; mбs quisiera tener agora con quй llegar a Sevilla que todas las venganzas del mundo: dйme, si tiene ahн, algo que coma y lleve, y quйdese con Dios su merced y todos los caballeros andantes; que tan bien andantes sean ellos para consigo como lo han sido para conmigo.

Sacу de su repuesto Sancho un pedazo de pan y otro de queso, y, dбndoselo al mozo, le dijo:

-Tomб, hermano Andrйs, que a todos nos alcanza parte de vuestra desgracia.

-Pues, їquй parte os alcanza a vos? -preguntу Andrйs.

-Esta parte de queso y pan que os doy -respondiу Sancho-, que Dios sabe si me ha de hacer falta o no; porque os hago saber, amigo, que los escuderos de los caballeros andantes estamos sujetos a mucha hambre y a mala ventura, y aun a otras cosas que se sienten mejor que se dicen.

Andrйs asiу de su pan y queso, y, viendo que nadie le daba otra cosa, abajу su cabeza y tomу el camino en las manos, como suele decirse. Bien es verdad que, al partirse, dijo a don Quijote:

-Por amor de Dios, seсor caballero andante, que si otra vez me encontrare, aunque vea que me hacen pedazos, no me socorra ni ayude, sino dйjeme con mi desgracia; que no serб tanta, que no sea mayor la que me vendrб de su ayuda de vuestra merced, a quien Dios maldiga, y a todos cuantos caballeros andantes han nacido en el mundo.

Нbase a levantar don Quijote para castigalle, mas йl se puso a correr de modo que ninguno se atreviу a seguille. Quedу corridнsimo don Quijote del cuento de Andrйs, y fue menester que los demбs tuviesen mucha cuenta con no reнrse, por no acaballe de correr del todo.



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Capнtulo XXXII

Que trata de lo que sucediу en la venta a toda la cuadrilla de don Quijote

ACABУSE la buena comida, ensillaron luego, y, sin que les sucediese cosa digna de contar, llegaron otro dнa a la venta, espanto y asombro de Sancho Panza; y, aunque йl quisiera no entrar en ella, no lo pudo huir. La ventera, ventero, su hija y Maritornes, que vieron venir a don Quijote y a Sancho, les salieron a recebir con muestras de mucha alegrнa, y йl las recibiу con grave continente y aplauso, y dнjoles que le aderezasen otro mejor lecho que la vez pasada; a lo cual le respondiу la huйspeda que como la pagase mejor que la otra vez, que ella se la darнa de prнncipes. Don Quijote dijo que sн harнa, y asн, le aderezaron uno razonable en el mismo caramanchуn de marras, y йl se acostу luego, porque venнa muy quebrantado y falto de juicio.

No se hubo bien encerrado, cuando la huйspeda arremetiу al barbero, y, asiйndole de la barba, dijo:

-Para mi santiguada, que no se ha aъn de aprovechar mбs de mi rabo para su barba, y que me ha de volver mi cola; que anda lo de mi marido por esos suelos, que es vergьenza; digo, el peine, que solнa yo colgar de mi buena cola.

No se la querнa dar el barbero, aunque ella mбs tiraba, hasta que el licenciado le dijo que se la diese, que ya no era menester mбs usar de aquella industria, sino que se descubriese y mostrase en su misma forma, y dijese a don Quijote que cuando le despojaron los ladrones galeotes se habнan venido a aquella venta huyendo; y que si preguntase por el escudero de la princesa, le dirнan que ella le habнa enviado adelante a dar aviso a los de su reino como ella iba y llevaba consigo el libertador de todos. Con esto, dio de buena gana la cola a la ventera el barbero, y asimismo le volvieron todos los adherentes que habнa prestado para la libertad de don Quijote. Espantбronse todos los de la venta de la hermosura de Dorotea, y aun del buen talle del zagal Cardenio. Hizo el cura que les aderezasen de comer de lo que en la venta hubiese, y el huйsped, con esperanza de mejor paga, con diligencia les aderezу una razonable comida; y a todo esto dormнa don Quijote, y fueron de parecer de no despertalle, porque mбs provecho le harнa por entonces el dormir que el comer.

Trataron sobre comida, estando delante el ventero, su mujer, su hija, Maritornes, todos los pasajeros, de la estraсa locura de don Quijote y del modo que le habнan hallado. La huйspeda les contу lo que con йl y con el arriero les habнa acontecido, y, mirando si acaso estaba allн Sancho, como no le viese, contу todo lo de su manteamiento, de que no poco gusto recibieron. Y, como el cura dijese que los libros de caballerнas que don Quijote habнa leнdo le habнan vuelto el juicio, dijo el ventero:

-No sй yo cуmo puede ser eso; que en verdad que, a lo que yo entiendo, no hay mejor letrado en el mundo, y que tengo ahн dos o tres dellos, con otros papeles, que verdaderamente me han dado la vida, no sуlo a mн, sino a otros muchos. Porque, cuando es tiempo de la siega, se recogen aquн, las fiestas, muchos segadores, y siempre hay algunos que saben leer, el cual coge uno destos libros en las manos, y rodeбmonos dйl mбs de treinta, y estбmosle escuchando con tanto gusto que nos quita mil canas; a lo menos, de mн sй decir que cuando oyo decir aquellos furibundos y terribles golpes que los caballeros pegan, que me toma gana de hacer otro tanto, y que querrнa estar oyйndolos noches y dнas.

-Y yo ni mбs ni menos -dijo la ventera-, porque nunca tengo buen rato en mi casa sino aquel que vos estбis escuchando leer: que estбis tan embobado, que no os acordбis de reсir por entonces.

-Asн es la verdad -dijo Maritornes-, y a buena fe que yo tambiйn gusto mucho de oнr aquellas cosas, que son muy lindas; y mбs, cuando cuentan que se estб la otra seсora debajo de unos naranjos abrazada con su caballero, y que les estб una dueсa haciйndoles la guarda, muerta de envidia y con mucho sobresalto. Digo que todo esto es cosa de mieles.

-Y a vos їquй os parece, seсora doncella? -dijo el cura, hablando con la hija del ventero.

-No sй, seсor, en mi бnima -respondiу ella-; tambiйn yo lo escucho, y en verdad que, aunque no lo entiendo, que recibo gusto en oнllo; pero no gusto yo de los golpes de que mi padre gusta, sino de las lamentaciones que los caballeros hacen cuando estбn ausentes de sus seсoras: que en verdad que algunas veces me hacen llorar de compasiуn que les tengo.

-Luego, їbien las remediбrades vos, seсora doncella -dijo Dorotea-, si por vos lloraran?

-No sй lo que me hiciera -respondiу la moza-; sуlo sй que hay algunas seсoras de aquйllas tan crueles, que las llaman sus caballeros tigres y leones y otras mil inmundicias. Y, ЎJesъs!, yo no sй quй gente es aquйlla tan desalmada y tan sin conciencia, que por no mirar a un hombre honrado, le dejan que se muera, o que se vuelva loco. Yo no sй para quй es tanto melindre: si lo hacen de honradas, cбsense con ellos, que ellos no desean otra cosa.

-Calla, niсa -dijo la ventera-, que parece que sabes mucho destas cosas, y no estб bien a las doncellas saber ni hablar tanto.

-Como me lo pregunta este seсor -respondiу ella-, no pude dejar de respondelle.

-Ahora bien -dijo el cura-, traedme, seсor huйsped, aquesos libros, que los quiero ver.

-Que me place -respondiу йl.

Y, entrando en su aposento, sacу dйl una maletilla vieja, cerrada con una cadenilla, y, abriйndola, hallу en ella tres libros grandes y unos papeles de muy buena letra, escritos de mano. El primer libro que abriу vio que era Don Cirongilio de Tracia; y el otro, de Felixmarte de Hircania; y el otro, la Historia del Gran Capitбn Gonzalo Hernбndez de Cуrdoba, con la vida de Diego Garcнa de Paredes. Asн como el cura leyу los dos tнtulos primeros, volviу el rostro al barbero y dijo:

-Falta nos hacen aquн ahora el ama de mi amigo y su sobrina.

-No hacen -respondiу el barbero-, que tambiйn sй yo llevallos al corral o a la chimenea; que en verdad que hay muy buen fuego en ella.

-Luego, їquiere vuestra merced quemar mбs libros? -dijo el ventero.

-No mбs -dijo el cura- que estos dos: el de Don Cirongilio y el de Felixmarte.

-Pues, їpor ventura -dijo el ventero- mis libros son herejes o flemбticos, que los quiere quemar?

-Cismбticos querйis decir, amigo -dijo el barbero-, que no flemбticos.

-Asн es -replicу el ventero-; mas si alguno quiere quemar, sea ese del Gran Capitбn y dese Diego Garcнa, que antes dejarй quemar un hijo que dejar quemar ninguno desotros.

-Hermano mнo -dijo el cura-, estos dos libros son mentirosos y estбn llenos de disparates y devaneos; y este del Gran Capitбn es historia verdadera, y tiene los hechos de Gonzalo Hernбndez de Cуrdoba, el cual, por sus muchas y grandes hazaсas, mereciу ser llamado de todo el mundo Gran Capitбn, renombre famoso y claro, y dйl sуlo merecido. Y este Diego Garcнa de Paredes fue un principal caballero, natural de la ciudad de Trujillo, en Estremadura, valentнsimo soldado, y de tantas fuerzas naturales que detenнa con un dedo una rueda de molino en la mitad de su furia; y, puesto con un montante en la entrada de una puente, detuvo a todo un innumerable ejйrcito, que no pasase por ella; y hizo otras tales cosas que, como si йl las cuenta y las escribe йl asimismo, con la modestia de caballero y de coronista propio, las escribiera otro, libre y desapasionado, pusieran en su olvido las de los Hйtores, Aquiles y Roldanes.

-ЎTomaos con mi padre! -dijo el dicho ventero-. ЎMirad de quй se espanta: de detener una rueda de molino! Por Dios, ahora habнa vuestra merced de leer lo que hizo Felixmarte de Hircania, que de un revйs solo partiу cinco gigantes por la cintura, como si fueran hechos de habas, como los frailecicos que hacen los niсos. Y otra vez arremetiу con un grandнsimo y poderosнsimo ejйrcito, donde llevу mбs de un millуn y seiscientos mil soldados, todos armados desde el pie hasta la cabeza, y los desbaratу a todos, como si fueran manadas de ovejas. Pues, їquй me dirбn del bueno de don Cirongilio de Tracia, que fue tan valiente y animoso como se verб en el libro, donde cuenta que, navegando por un rнo, le saliу de la mitad del agua una serpiente de fuego, y йl, asн como la vio, se arrojу sobre ella, y se puso a horcajadas encima de sus escamosas espaldas, y la apretу con ambas manos la garganta, con tanta fuerza que, viendo la serpiente que la iba ahogando, no tuvo otro remedio sino dejarse ir a lo hondo del rнo, llevбndose tras sн al caballero, que nunca la quiso soltar? Y, cuando llegaron allб bajo, se hallу en unos palacios y en unos jardines tan lindos que era maravilla; y luego la sierpe se volviу en un viejo anciano, que le dijo tantas de cosas que no hay mбs que oнr. Calle, seсor, que si oyese esto, se volverнa loco de placer. ЎDos higas para el Gran Capitбn y para ese Diego Garcнa que dice!

Oyendo esto Dorotea, dijo callando a Cardenio:

-Poco le falta a nuestro huйsped para hacer la segunda parte de don Quijote.

-Asн me parece a mн -respondiу Cardenio-, porque, segъn da indicio, йl tiene por cierto que todo lo que estos libros cuentan pasу ni mбs ni menos que lo escriben, y no le harбn creer otra cosa frailes descalzos.

-Mirad, hermano -tornу a decir el cura-, que no hubo en el mundo Felixmarte de Hircania, ni don Cirongilio de Tracia, ni otros caballeros semejantes que los libros de caballerнas cuentan, porque todo es compostura y ficciуn de ingenios ociosos, que los compusieron para el efeto que vos decнs de entretener el tiempo, como lo entretienen leyйndolos vuestros segadores; porque realmente os juro que nunca tales caballeros fueron en el mundo, ni tales hazaсas ni disparates acontecieron en йl.

-ЎA otro perro con ese hueso! -respondiу el ventero-. ЎComo si yo no supiese cuбntas son cinco y adуnde me aprieta el zapato! No piense vuestra merced darme papilla, porque por Dios que no soy nada blanco. ЎBueno es que quiera darme vuestra merced a entender que todo aquello que estos buenos libros dicen sea disparates y mentiras, estando impreso con licencia de los seсores del Consejo Real, como si ellos fueran gente que habнan de dejar imprimir tanta mentira junta, y tantas batallas y tantos encantamentos que quitan el juicio!

-Ya os he dicho, amigo -replicу el cura-, que esto se hace para entretener nuestros ociosos pensamientos; y, asн como se consiente en las repъblicas bien concertadas que haya juegos de ajedrez, de pelota y de trucos, para entretener a algunos que ni tienen, ni deben, ni pueden trabajar, asн se consiente imprimir y que haya tales libros, creyendo, como es verdad, que no ha de haber alguno tan ignorante, que tenga por historia verdadera ninguna destos libros. Y si me fuera lнcito agora, y el auditorio lo requiriera, yo dijera cosas acerca de lo que han de tener los libros de caballerнas para ser buenos, que quizб fueran de provecho y aun de gusto para algunos; pero yo espero que vendrб tiempo en que lo pueda comunicar con quien pueda remediallo, y en este entretanto creed, seсor ventero, lo que os he dicho, y tomad vuestros libros, y allб os avenid con sus verdades o mentiras, y buen provecho os hagan, y quiera Dios que no cojeйis del pie que cojea vuestro huйsped don Quijote.

-Eso no -respondiу el ventero-, que no serй yo tan loco que me haga caballero andante: que bien veo que ahora no se usa lo que se usaba en aquel tiempo, cuando se dice que andaban por el mundo estos famosos caballeros.

A la mitad desta plбtica se hallу Sancho presente, y quedу muy confuso y pensativo de lo que habнa oнdo decir que ahora no se usaban caballeros andantes, y que todos los libros de caballerнas eran necedades y mentiras, y propuso en su corazуn de esperar en lo que paraba aquel viaje de su amo, y que si no salнa con la felicidad que йl pensaba, determinaba de dejalle y volverse con su mujer y sus hijos a su acostumbrado trabajo.

Llevбbase la maleta y los libros el ventero, mas el cura le dijo:

-Esperad, que quiero ver quй papeles son esos que de tan buena letra estбn escritos.

Sacуlos el huйsped, y, dбndoselos a leer, vio hasta obra de ocho pliegos escritos de mano, y al principio tenнan un tнtulo grande que decнa: Novela del curioso impertinente. Leyу el cura para sн tres o cuatro renglones y dijo:

-Cierto que no me parece mal el tнtulo desta novela, y que me viene voluntad de leella toda.

A lo que respondiу el ventero:

-Pues bien puede leella su reverencia, porque le hago saber que algunos huйspedes que aquн la han leнdo les ha contentado mucho, y me la han pedido con muchas veras; mas yo no se la he querido dar, pensando volvйrsela a quien aquн dejу esta maleta olvidada con estos libros y esos papeles; que bien puede ser que vuelva su dueсo por aquн algъn tiempo, y, aunque sй que me han de hacer falta los libros, a fe que se los he de volver: que, aunque ventero, todavнa soy cristiano.

-Vos tenйis mucha razуn, amigo -dijo el cura-, mas, con todo eso, si la novela me contenta, me la habйis de dejar trasladar.

-De muy buena gana -respondiу el ventero.

Mientras los dos esto decнan, habнa tomado Cardenio la novela y comenzado a leer en ella; y, pareciйndole lo mismo que al cura, le rogу que la leyese de modo que todos la oyesen.

-Sн leyera -dijo el cura-, si no fuera mejor gastar este tiempo en dormir que en leer.

-Harto reposo serб para mн -dijo Dorotea- entretener el tiempo oyendo algъn cuento, pues aъn no tengo el espнritu tan sosegado que me conceda dormir cuando fuera razуn.

-Pues, desa manera -dijo el cura-, quiero leerla, por curiosidad siquiera; quizб tendrб alguna de gusto.

Acudiу maese Nicolбs a rogarle lo mesmo, y Sancho tambiйn; lo cual visto del cura, y entendiendo que a todos darнa gusto y йl le recibirнa, dijo:

-Pues asн es, estйnme todos atentos, que la novela comienza desta manera:



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Capнtulo XXXIII

Donde se cuenta la novela del Curioso impertinente

«EN FLORENCIA, ciudad rica y famosa de Italia, en la provincia que llaman Toscana, vivнan Anselmo y Lotario, dos caballeros ricos y principales, y tan amigos que, por excelencia y antonomasia, de todos los que los conocнan los dos amigos eran llamados. Eran solteros, mozos de una misma edad y de unas mismas costumbres; todo lo cual era bastante causa a que los dos con recнproca amistad se correspondiesen. Bien es verdad que el Anselmo era algo mбs inclinado a los pasatiempos amorosos que el Lotario, al cual llevaban tras sн los de la caza; pero, cuando se ofrecнa, dejaba Anselmo de acudir a sus gustos por seguir los de Lotario, y Lotario dejaba los suyos por acudir a los de Anselmo; y, desta manera, andaban tan a una sus voluntades, que no habнa concertado reloj que asн lo anduviese.

»Andaba Anselmo perdido de amores de una doncella principal y hermosa de la misma ciudad, hija de tan buenos padres y tan buena ella por sн, que se determinу, con el parecer de su amigo Lotario, sin el cual ninguna cosa hacнa, de pedilla por esposa a sus padres, y asн lo puso en ejecuciуn; y el que llevу la embajada fue Lotario, y el que concluyу el negocio tan a gusto de su amigo, que en breve tiempo se vio puesto en la posesiуn que deseaba, y Camila tan contenta de haber alcanzado a Anselmo por esposo, que no cesaba de dar gracias al cielo, y a Lotario, por cuyo medio tanto bien le habнa venido.

»Los primeros dнas, como todos los de boda suelen ser alegres, continuу Lotario, como solнa, la casa de su amigo Anselmo, procurando honralle, festejalle y regocijalle con todo aquello que a йl le fue posible; pero, acabadas las bodas y sosegada ya la frecuencia de las visitas y parabienes, comenzу Lotario a descuidarse con cuidado de las idas en casa de Anselmo, por parecerle a йl -como es razуn que parezca a todos los que fueren discretos- que no se han de visitar ni continuar las casas de los amigos casados de la misma manera que cuando eran solteros; porque, aunque la buena y verdadera amistad no puede ni debe de ser sospechosa en nada, con todo esto, es tan delicada la honra del casado, que parece que se puede ofender aun de los mesmos hermanos, cuanto mбs de los amigos.

»Notу Anselmo la remisiуn de Lotario, y formу dйl quejas grandes, diciйndole que si йl supiera que el casarse habнa de ser parte para no comunicalle como solнa, que jamбs lo hubiera hecho, y que si, por la buena correspondencia que los dos tenнan mientras йl fue soltero, habнan alcanzado tan dulce nombre como el de ser llamados los dos amigos, que no permitiese, por querer hacer del circunspecto, sin otra ocasiуn alguna, que tan famoso y tan agradable nombre se perdiese; y que asн, le suplicaba, si era lнcito que tal tйrmino de hablar se usase entre ellos, que volviese a ser seсor de su casa, y a entrar y salir en ella como de antes, asegurбndole que su esposa Camila no tenнa otro gusto ni otra voluntad que la que йl querнa que tuviese, y que, por haber sabido ella con cuбntas veras los dos se amaban, estaba confusa de ver en йl tanta esquiveza.

»A todas estas y otras muchas razones que Anselmo dijo a Lotario para persuadille volviese como solнa a su casa, respondiу Lotario con tanta prudencia, discreciуn y aviso, que Anselmo quedу satisfecho de la buena intenciуn de su amigo, y quedaron de concierto que dos dнas en la semana y las fiestas fuese Lotario a comer con йl; y, aunque esto quedу asн concertado entre los dos, propuso Lotario de no hacer mбs de aquello que viese que mбs convenнa a la honra de su amigo, cuyo crйdito est[im]aba en mбs que el suyo proprio. Decнa йl, y decнa bien, que el casado a quien el cielo habнa concedido mujer hermosa, tanto cuidado habнa de tener quй amigos llevaba a su casa como en mirar con quй amigas su mujer conversaba, porque lo que no se hace ni concierta en las plazas, ni en los templos, ni en las fiestas pъblicas, ni estaciones -cosas que no todas veces las han de negar los maridos a sus mujeres-, se concierta y facilita en casa de la amiga o la parienta de quien mбs satisfaciуn se tiene.

»Tambiйn decнa Lotario que tenнan necesidad los casados de tener cada uno algъn amigo que le advirtiese de los descuidos que en su proceder hiciese, porque suele acontecer que con el mucho amor que el marido a la mujer tiene, o no le advierte o no le dice, por no enojalla, que haga o deje de hacer algunas cosas, que el hacellas o no, le serнa de honra o de vituperio; de lo cual, siendo del amigo advertido, fбcilmente pondrнa remedio en todo. Pero, їdуnde se hallarб amigo tan discreto y tan leal y verdadero como aquн Lotario le pide? No lo sй yo, por cierto; sуlo Lotario era йste, que con toda solicitud y advertimiento miraba por la honra de su amigo y procuraba dezmar, frisar y acortar los dнas del concierto del ir a su casa, porque no pareciese mal al vulgo ocioso y a los ojos vagabundos y maliciosos la entrada de un mozo rico, gentilhombre y bien nacido, y de las buenas partes que йl pensaba que tenнa, en la casa de una mujer tan hermosa como Camila; que, puesto que su bondad y valor podнa poner freno a toda maldiciente lengua, todavнa no querнa poner en duda su crйdito ni el de su amigo, y por esto los mбs de los dнas del concierto los ocupaba y entretenнa en otras cosas, que йl daba a entender ser inexcusables. Asн que, en quejas del uno y disculpas del otro se pasaban muchos ratos y partes del dнa.

»Sucediу, pues, que uno que los dos se andaban paseando por un prado fuera de la ciudad, Anselmo dijo a Lotario las semejantes razones:

»-Pensabas, amigo Lotario, que a las mercedes que Dios me ha hecho en hacerme hijo de tales padres como fueron los mнos y al darme, no con mano escasa, los bienes, asн los que llaman de naturaleza como los de fortuna, no puedo yo corresponder con agradecimiento que llegue al bien recebido, y sobre al que me hizo en darme a ti por amigo y a Camila por mujer propria: dos prendas que las estimo, si no en el grado que debo, en el que puedo. Pues con todas estas partes, que suelen ser el todo con que los hombres suelen y pueden vivir contentos, vivo yo el mбs despechado y el mбs desabrido hombre de todo el universo mundo; porque no sй quй dнas a esta parte me fatiga y aprieta un deseo tan estraсo, y tan fuera del uso comъn de otros, que yo me maravillo de mн mismo, y me culpo y me riсo a solas, y procuro callarlo y encubrirlo de mis proprios pensamientos; y asн me ha sido posible salir con este secreto como si de industria procurara decillo a todo el mundo. Y, pues que, en efeto, йl ha de salir a plaza, quiero que sea en la del archivo de tu secreto, confiado que, con йl y con la diligencia que pondrбs, como mi amigo verdadero, en remediarme, yo me verй presto libre de la angustia que me causa, y llegarб mi alegrнa por tu solicitud al grado que ha llegado mi descontento por mi locura.

»Suspenso tenнan a Lotario las razones de Anselmo, y no sabнa en quй habнa de parar tan larga prevenciуn o preбmbulo; y, aunque iba revolviendo en su imaginaciуn quй deseo podrнa ser aquel que a su amigo tanto fatigaba, dio siempre muy lejos del blanco de la verdad; y, por salir presto de la agonнa que le causaba aquella suspensiуn, le dijo que hacнa notorio agravio a su mucha amistad en andar buscando rodeos para decirle sus mбs encubiertos pensamientos, pues tenнa cierto que se podнa prometer dйl, o ya consejos para entretenellos, o ya remedio para cumplillos.

»-Asн es la verdad -respondiу Anselmo-, y con esa confianza te hago saber, amigo Lotario, que el deseo que me fatiga es pensar si Camila, mi esposa, es tan buena y tan perfeta como yo pienso; y no puedo enterarme en esta verdad, si no es probбndola de manera que la prueba manifieste los quilates de su bondad, como el fuego muestra los del oro. Porque yo tengo para mн, Ўoh amigo!, que no es una mujer mбs buena de cuanto es o no es solicitada, y que aquella sola es fuerte que no se dobla a las promesas, a las dбdivas, a las lбgrimas y a las continuas importunidades de los solнcitos amantes. Porque, їquй hay que agradecer -decнa йl- que una mujer sea buena, si nadie le dice que sea mala? їQuй mucho que estй recogida y temerosa la que no le dan ocasiуn para que se suelte, y la que sabe que tiene marido que, en cogiйndola en la primera desenvoltura, la ha de quitar la vida? Ansн que, la que es buena por temor, o por falta de lugar, yo no la quiero tener en aquella estima en que tendrй a la solicitada y perseguida que saliу con la corona del vencimiento. De modo que, por estas razones y por otras muchas que te pudiera decir para acreditar y fortalecer la opiniуn que tengo, deseo que Camila, mi esposa, pase por estas dificultades y se acrisole y quilate en el fuego de verse requerida y solicitada, y de quien tenga valor para poner en ella sus deseos; y si ella sale, como creo que saldrб, con la palma desta batalla, tendrй yo por sin igual mi ventura; podrй yo decir que estб colmo el vacнo de mis deseos; dirй que me cupo en suerte la mujer fuerte, de quien el Sabio dice que їquiйn la hallarб? Y, cuando esto suceda al revйs de lo que pienso, con el gusto de ver que acertй en mi opiniуn, llevarй sin pena la que de razуn podrб causarme mi tan costosa experiencia. Y, prosupuesto que ninguna cosa de cuantas me dijeres en contra de mi deseo ha de ser de algъn provecho para dejar de ponerle por la obra, quiero, Ўoh amigo Lotario!, que te dispongas a ser el instrumento que labre aquesta obra de mi gusto; que yo te darй lugar para que lo hagas, sin faltarte todo aquello que yo viere ser necesario para solicitar a una mujer honesta, honrada, recogida y desinteresada. Y muйveme, entre otras cosas, a fiar de ti esta tan ardua empresa, el ver que si de ti es vencida Camila, no ha de llegar el vencimiento a todo trance y rigor, sino a sуlo a tener por hecho lo que se ha de hacer, por buen respeto; y asн, no quedarй yo ofendido mбs de con el deseo, y mi injuria quedarб escondida en la virtud de tu silencio, que bien sй que en lo que me tocare ha de ser eterno como el de la muerte. Asн que, si quieres que yo tenga vida que pueda decir que lo es, desde luego has de entrar en esta amorosa batalla, no tibia ni perezosamente, sino con el ahнnco y diligencia que mi deseo pide, y con la confianza que nuestra amistad me asegura.

»Йstas fueron las razones que Anselmo dijo a Lotario, a todas las cuales estuvo tan atento, que si no fueron las que quedan escritas que le dijo, no desplegу sus labios hasta que hubo acabado; y, viendo que no decнa mбs, despuйs que le estuvo mirando un buen espacio, como si mirara otra cosa que jamбs hubiera visto, que le causara admiraciуn y espanto, le dijo:

»-No me puedo persuadir, Ўoh amigo Anselmo!, a que no sean burlas las cosas que me has dicho; que, a pensar que de veras las decнas, no consintiera que tan adelante pasaras, porque con no escucharte previniera tu larga arenga. Sin duda imagino, o que no me conoces, o que yo no te conozco. Pero no; que bien sй que eres Anselmo, y tъ sabes que yo soy Lotario; el daсo estб en que yo pienso que no eres el Anselmo que solнas, y tъ debes de haber pensado que tampoco yo soy el Lotario que debнa ser, porque las cosas que me has dicho, ni son de aquel Anselmo mi amigo, ni las que me pides se han de pedir a aquel Lotario que tъ conoces; porque los buenos amigos han de probar a sus amigos y valerse dellos, como dijo un poeta, usque ad aras; que quiso decir que no se habнan de valer de su amistad en cosas que fuesen contra Dios. Pues, si esto sintiу un gentil de la amistad, їcuбnto mejor es que lo sienta el cristiano, que sabe que por ninguna humana ha de perder la amistad divina? Y cuando el amigo tirase tanto la barra que pusiese aparte los respetos del cielo por acudir a los de su amigo, no ha de ser por cosas ligeras y de poco momento, sino por aquellas en que vaya la honra y la vida de su amigo. Pues dime tъ ahora, Anselmo: їcuбl destas dos cosas tienes en peligro para que yo me aventure a complacerte y a hacer una cosa tan detestable como me pides? Ninguna, por cierto; antes, me pides, segъn yo entiendo, que procure y solicite quitarte la honra y la vida, y quitбrmela a mн juntamente. Porque si yo he de procurar quitarte la honra, claro estб que te quito la vida, pues el hombre sin honra peor es que un muerto; y, siendo yo el instrumento, como tъ quieres que lo sea, de tanto mal tuyo, їno vengo a quedar deshonrado, y, por el mesmo consiguiente, sin vida? Escucha, amigo Anselmo, y ten paciencia de no responderme hasta que acabe de decirte lo que se me ofreciere acerca de lo que te ha pedido tu deseo; que tiempo quedarб para que tъ me repliques y yo te escuche.

»-Que me place -dijo Anselmo-: di lo que quisieres.

»Y Lotario prosiguiу diciendo:

»-Parйceme, Ўoh Anselmo!, que tienes tъ ahora el ingenio como el que siempre tienen los moros, a los cuales no se les puede dar a entender el error de su secta con las acotaciones de la Santa Escritura, ni con razones que consistan en especulaciуn del entendimiento, ni que vayan fundadas en artнculos de fe, sino que les han de traer ejemplos palpables, fбciles, intelegibles, demonstrativos, indubitables, con demostraciones matemбticas que no se pueden negar, como cuando dicen: «Si de dos partes iguales quitamos partes iguales, las que quedan tambiйn son iguales»; y, cuando esto no entiendan de palabra, como, en efeto, no lo entienden, hбseles de mostrar con las manos y ponйrselo delante de los ojos, y, aun con todo esto, no basta nadie con ellos a persuadirles las verdades de mi sacra religiуn. Y este mesmo tйrmino y modo me convendrб usar contigo, porque el deseo que en ti ha nacido va tan descaminado y tan fuera de todo aquello que tenga sombra de razonable, que me parece que ha de ser tiempo gastado el que ocupare en darte a entender tu simplicidad, que por ahora no le quiero dar otro nombre, y aun estoy por dejarte en tu desatino, en pena de tu mal deseo; mas no me deja usar deste rigor la amistad que te tengo, la cual no consiente que te deje puesto en tan manifiesto peligro de perderte. Y, porque claro lo veas, dime, Anselmo: їtъ no me has dicho que tengo de solicitar a una retirada, persuadir a una honesta, ofrecer a una desinteresada, servir a una prudente? Sн que me lo has dicho. Pues si tъ sabes que tienes mujer retirada, honesta, desinteresada y prudente, їquй buscas? Y si piensas que de todos mis asaltos ha de salir vencedora, como saldrб sin duda, їquй mejores tнtulos piensas darle despuйs que los que ahora tiene, o quй serб mбs despuйs de lo que es ahora? O es que tъ no la tienes por la que dices, o tъ no sabes lo que pides. Si no la tienes por lo que dices, їpara quй quieres probarla, sino, como a mala, hacer della lo que mбs te viniere en gusto? Mas si es tan buena como crees, impertinente cosa serб hacer experiencia de la mesma verdad, pues, despuйs de hecha, se ha de quedar con la estimaciуn que primero tenнa. Asн que, es razуn concluyente que el intentar las cosas de las cuales antes nos puede suceder daсo que provecho es de juicios sin discurso y temerarios, y mбs cuando quieren intentar aquellas a que no son forzados ni compelidos, y que de muy lejos traen descubierto que el intentarlas es manifiesta locura. Las cosas dificultosas se intentan por Dios, o por el mundo, o por entrambos a dos: las que se acometen por Dios son las que acometieron los santos, acometiendo a vivir vida de бngeles en cuerpos humanos; las que se acometen por respeto del mundo son las de aquellos que pasan tanta infinidad de agua, tanta diversidad de climas, tanta estraсeza de gentes, por adquirir estos que llaman bienes de fortuna. Y las que se intentan por Dios y por el mundo juntamente son aquellas de los valerosos soldados, que apenas veen en el contrario muro abierto tanto espacio cuanto es el que pudo hacer una redonda bala de artillerнa, cuando, puesto aparte todo temor, sin hacer discurso ni advertir al manifiesto peligro que les amenaza, llevados en vuelo de las alas del deseo de volver por su fe, por su naciуn y por su rey, se arrojan intrйpidamente por la mitad de mil contrapuestas muertes que los esperan. Estas cosas son las que suelen intentarse, y es honra, gloria y provecho intentarlas, aunque tan llenas de inconvenientes y peligros. Pero la que tъ dices que quieres intentar y poner por obra, ni te ha de alcanzar gloria de Dios, bienes de la fortuna, ni fama con los hombres; porque, puesto que salgas con ella como deseas, no has de quedar ni mбs ufano, ni mбs rico, ni mбs honrado que estбs ahora; y si no sales, te has de ver en la mayor miseria que imaginarse pueda, porque no te ha de aprovechar pensar entonces que no sabe nadie la desgracia que te ha sucedido, porque bastarб para afligirte y deshacerte que la sepas tъ mesmo. Y, para confirmaciуn desta verdad, te quiero decir una estancia que hizo el famoso poeta Luis Tansilo, en el fin de su primera parte de Las lбgrimas de San Pedro, que dice asн:

Crece el dolor y crece la vergьenza

en Pedro, cuando el dнa se ha mostrado;

y, aunque allн no ve a nadie, se avergьenza

de sн mesmo, por ver que habнa pecado:

que a un magnбnimo pecho a haber vergьenza

no sуlo ha de moverle el ser mirado;

que de sн se avergьenza cuando yerra,

si bien otro no vee que cielo y tierra.

»Asн que, no escusarбs con el secreto tu dolor; antes, tendrбs que llorar contino, si no lбgrimas de los ojos, lбgrimas de sangre del corazуn, como las lloraba aquel simple doctor que nuestro poeta nos cuenta que hizo la prueba del vaso, que, con mejor discurso, se escusу de hacerla el prudente Reinaldos; que, puesto que aquello sea ficciуn poйtica, tiene en sн encerrados secretos morales dignos de ser advertidos y entendidos e imitados. Cuanto mбs que, con lo que ahora pienso decirte, acabarбs de venir en conocimiento del grande error que quieres cometer. Dime, Anselmo, si el cielo, o la suerte buena, te hubiera hecho seсor y legнtimo posesor de un finнsimo diamante, de cuya bondad y quilates estuviesen satisfechos cuantos lapidarios le viesen, y que todos a una voz y de comъn parecer dijesen que llegaba en quilates, bondad y fineza a cuanto se podнa estender la naturaleza de tal piedra, y tъ mesmo lo creyeses asн, sin saber otra cosa en contrario, їserнa justo que te viniese en deseo de tomar aquel diamante, y ponerle entre un ayunque y un martillo, y allн, a pura fuerza de golpes y brazos, probar si es tan duro y tan fino como dicen? Y mбs, si lo pusieses por obra; que, puesto caso que la piedra hiciese resistencia a tan necia prueba, no por eso se le aсadirнa mбs valor ni mбs fama; y si se rompiese, cosa que podrнa ser, їno se perderнa todo? Sн, por cierto, dejando a su dueсo en estimaciуn de que todos le tengan por simple. Pues haz cuenta, Anselmo amigo, que Camila es finнsimo diamante, asн en tu estimaciуn como en la ajena, y que no es razуn ponerla en contingencia de que se quiebre, pues, aunque se quede con su entereza, no puede subir a mбs valor del que ahora tiene; y si faltase y no resistiese, considera desde ahora cuбl quedarнas sin ella, y con cuбnta razуn te podrнas quejar de ti mesmo, por haber sido causa de su perdiciуn y la tuya. Mira que no hay joya en el mundo que tanto valga como la mujer casta y honrada, y que todo el honor de las mujeres consiste en la opiniуn buena que dellas se tiene; y, pues la de tu esposa es tal que llega al estremo de bondad que sabes, їpara quй quieres poner esta verdad en duda? Mira, amigo, que la mujer es animal imperfecto, y que no se le han de poner embarazos donde tropiece y caiga, sino quitбrselos y despejalle el camino de cualquier inconveniente, para que sin pesadumbre corra ligera a alcanzar la perfeciуn que le falta, que consiste en el ser virtuosa. Cuentan los naturales que el arminio es un animalejo que tiene una piel blanquнsima, y que cuando quieren cazarle, los cazadores usan deste artificio: que, sabiendo las partes por donde suele pasar y acudir, las atajan con lodo, y despuйs, ojeбndole, le encaminan hacia aquel lugar, y asн como el arminio llega al lodo, se estб quedo y se deja prender y cautivar, a trueco de no pasar por el cieno y perder y ensuciar su blancura, que la estima en mбs que la libertad y la vida. La honesta y casta mujer es arminio, y es mбs que nieve blanca y limpia la virtud de la honestidad; y el que quisiere que no la pierda, antes la guarde y conserve, ha de usar de otro estilo diferente que con el arminio se tiene, porque no le han de poner delante el cieno de los regalos y servicios de los importunos amantes, porque quizб, y aun sin quizб, no tiene tanta virtud y fuerza natural que pueda por sн mesma atropellar y pasar por aquellos embarazos, y es necesario quitбrselos y ponerle delante la limpieza de la virtud y la belleza que encierra en sн la buena fama. Es asimesmo la buena mujer como espejo de cristal luciente y claro; pero estб sujeto a empaсarse y escurecerse con cualquiera aliento que le toque. Hase de usar con la honesta mujer el estilo que con las reliquias: adorarlas y no tocarlas. Hase de guardar y estimar la mujer buena como se guarda y estima un hermoso jardнn que estб lleno de flores y rosas, cuyo dueсo no consiente que nadie le pasee ni manosee; basta que desde lejos, y por entre las verjas de hierro, gocen de su fragrancia y hermosura. Finalmente, quiero decirte unos versos que se me han venido a la memoria, que los oн en una comedia moderna, que me parece que hacen al propуsito de lo que vamos tratando. Aconsejaba un prudente viejo a otro, padre de una doncella, que la recogiese, guardase y encerrase, y entre otras razones, le dijo йstas:

Es de vidrio la mujer;

pero no se ha de probar

si se puede o no quebrar,

porque todo podrнa ser.

Y es mбs fбcil el quebrarse,

y no es cordura ponerse

a peligro de romperse

lo que no puede soldarse.

Y en esta opiniуn estйn

todos, y en razуn la fundo:

que si hay Dбnaes en el mundo,

hay pluvias de oro tambiйn.

»Cuanto hasta aquн te he dicho, Ўoh Anselmo!, ha sido por lo que a ti te toca; y ahora es bien que se oiga algo de lo que a mн me conviene; y si fuere largo, perdуname, que todo lo requiere el laberinto donde te has entrado y de donde quieres que yo te saque. Tъ me tienes por amigo y quieres quitarme la honra, cosa que es contra toda amistad; y aun no sуlo pretendes esto, sino que procuras que yo te la quite a ti. Que me la quieres quitar a mн estб claro, pues, cuando Camila vea que yo la solicito, como me pides, cierto estб que me ha de tener por hombre sin honra y mal mirado, pues intento y hago una cosa tan fuera de aquello que el ser quien soy y tu amistad me obliga. De que quieres que te la quite a ti no hay duda, porque, viendo Camila que yo la solicito, ha de pensar que yo he visto en ella alguna liviandad que me dio atrevimiento a descubrirle mi mal deseo; y, teniйndose por deshonrada, te toca a ti, como a cosa suya, su mesma deshonra. Y de aquн nace lo que comъnmente se platica: que el marido de la mujer adъltera, puesto que йl no lo sepa ni haya dado ocasiуn para que su mujer no sea la que debe, ni haya sido en su mano, ni en su descuido y poco recato estorbar su desgracia, con todo, le llaman y le nombran con nombre de vituperio y bajo; y en cierta manera le miran, los que la maldad de su mujer saben, con ojos de menosprecio, en cambio de mirarle con los de lбstima, viendo que no por su culpa, sino por el gusto de su mala compaсera, estб en aquella desventura. Pero quiйrote decir la causa por que con justa razуn es deshonrado el marido de la mujer mala, aunque йl no sepa que lo es, ni tenga culpa, ni haya sido parte, ni dado ocasiуn, para que ella lo sea. Y no te canses de oнrme, que todo ha de redundar en tu provecho. Cuando Dios criу a nuestro primero padre en el Paraнso terrenal, dice la Divina Escritura que infundiу Dios sueсo en Adбn, y que, estando durmiendo, le sacу una costilla del lado siniestro, de la cual formу a nuestra madre Eva; y, asн como Adбn despertу y la mirу, dijo: ''Йsta es carne de mi carne y hueso de mis huesos''. Y Dios dijo: ''Por йsta dejarб el hombre a su padre y madre, y serбn dos en una carne misma''. Y entonces fue instituido el divino sacramento del matrimonio, con tales lazos, que sola la muerte puede desatarlos. Y tiene tanta fuerza y virtud este milagroso sacramento, que hace que dos diferentes personas sean una mesma carne; y aъn hace mбs en los buenos casados, que, aunque tienen dos almas, no tienen mбs de una voluntad. Y de aquн viene que, como la carne de la esposa sea una mesma con la del esposo, las manchas que en ella caen, o los defectos que se procura, redundan en la carne del marido, aunque йl no haya dado, como queda dicho, ocasiуn para aquel daсo. Porque, asн como el dolor del pie o de cualquier miembro del cuerpo humano le siente todo el cuerpo, por ser todo de una carne mesma, y la cabeza siente el daсo del tobillo, sin que ella se le haya causado, asн el marido es participante de la deshonra de la mujer, por ser una mesma cosa con ella. Y como las honras y deshonras del mundo sean todas y nazcan de carne y sangre, y las de la mujer mala sean deste gйnero, es forzoso que al marido le quepa parte dellas, y sea tenido por deshonrado sin que йl lo sepa. Mira, pues, Ўoh Anselmo!, al peligro que te pones en querer turbar el sosiego en que tu buena esposa vive. Mira por cuбn vana e impertinente curiosidad quieres revolver los humores que ahora estбn sosegados en el pecho de tu casta esposa. Advierte que lo que aventuras a ganar es poco, y que lo que perderбs serб tanto que lo dejarй en su punto, porque me faltan palabras para encarecerlo. Pero si todo cuanto he dicho no basta a moverte de tu mal propуsito, bien puedes buscar otro instrumento de tu deshonra y desventura, que yo no pienso serlo, aunque por ello pierda tu amistad, que es la mayor pйrdida que imaginar puedo.

»Callу, en diciendo esto, el virtuoso y prudente Lotario, y Anselmo quedу tan confuso y pensativo que por un buen espacio no le pudo responder palabra; pero, en fin, le dijo:

»-Con la atenciуn que has visto he escuchado, Lotario amigo, cuanto has querido decirme, y en tus razones, ejemplos y comparaciones he visto la mucha discreciуn que tienes y el estremo de la verdadera amistad que alcanzas; y ansimesmo veo y confieso que si no sigo tu parecer y me voy tras el mнo, voy huyendo del bien y corriendo tras el mal. Prosupuesto esto, has de considerar que yo padezco ahora la enfermedad que suelen tener algunas mujeres, que se les antoja comer tierra, yeso, carbуn y otras cosas peores, aun asquerosas para mirarse, cuanto mбs para comerse; asн que, es menester usar de algъn artificio para que yo sane, y esto se podнa hacer con facilidad, sуlo con que comiences, aunque tibia y fingidamente, a solicitar a Camila, la cual no ha de ser tan tierna que a los primeros encuentros dй con su honestidad por tierra; y con solo este principio quedarй contento y tъ habrбs cumplido con lo que debes a nuestra amistad, no solamente dбndome la vida, sino persuadiйndome de no verme sin honra. Y estбs obligado a hacer esto por una razуn sola; y es que, estando yo, como estoy, determinado de poner en plбtica esta prueba, no has tъ de consentir que yo dй cuenta de mi desatino a otra persona, con que pondrнa en aventura el honor que tъ procuras que no pierda; y, cuando el tuyo no estй en el punto que debe en la intenciуn de Camila en tanto que la solicitares, importa poco o nada, pues con brevedad, viendo [en] ella la entereza que esperamos, le podrбs decir la pura verdad de nuestro artificio, con que volverб tu crйdito al ser primero. Y, pues tan poco aventuras y tanto contento me puedes dar aventurбndote, no lo dejes de hacer, aunque mбs inconvenientes se te pongan delante, pues, como ya he dicho, con sуlo que comiences darй por concluida la causa.

»Viendo Lotario la resoluta voluntad de Anselmo, y no sabiendo quй mбs ejemplos traerle ni quй mбs razones mostrarle para que no la siguiese, y viendo que le amenazaba que darнa a otro cuenta de su mal deseo, por evitar mayor mal, determinу de contentarle y hacer lo que le pedнa, con propуsito e intenciуn de guiar aquel negocio de modo que, sin alterar los pensamientos de Camila, quedase Anselmo satisfecho; y asн, le respondiу que no comunicase su pensamiento con otro alguno, que йl tomaba a su cargo aquella empresa, la cual comenzarнa cuando a йl le diese mбs gusto. Abrazуle Anselmo tierna y amorosamente, y agradeciуle su ofrecimiento, como si alguna grande merced le hubiera hecho; y quedaron de acuerdo entre los dos que desde otro dнa siguiente se comenzase la obra; que йl le darнa lugar y tiempo como a sus solas pudiese hablar a Camila, y asimesmo le darнa dineros y joyas que darla y que ofrecerla. Aconsejуle que le diese mъsicas, que escribiese versos en su alabanza, y que, cuando йl no quisiese tomar trabajo de hacerlos, йl mesmo los harнa. A todo se ofreciу Lotario, bien con diferente intenciуn que Anselmo pensaba.

»Y con este acuerdo se volvieron a casa de Anselmo, donde hallaron a Camila con ansia y cuidado, esperando a su esposo, porque aquel dнa tardaba en venir mбs de lo acostumbrado.

»Fuese Lotario a su casa, y Anselmo quedу en la suya, tan contento como Lotario fue pensativo, no sabiendo quй traza dar para salir bien de aquel impertinente negocio. Pero aquella noche pensу el modo que tendrнa para engaсar a Anselmo, sin ofender a Camila; y otro dнa vino a comer con su amigo, y fue bien recebido de Camila, la cual le recebнa y regalaba con mucha voluntad, por entender la buena que su esposo le tenнa.

»Acabaron de comer, levantaron los manteles y Anselmo dijo a Lotario que se quedase allн con Camila, en tanto que йl iba a un negocio forzoso, que dentro de hora y media volverнa. Rogуle Camila que no se fuese y Lotario se ofreciу a hacerle compaснa, mбs nada aprovechу con Anselmo; antes, importunу a Lotario que se quedase y le aguardase, porque tenнa que tratar con йl una cosa de mucha importancia. Dijo tambiйn a Camila que no dejase solo a Lotario en tanto que йl volviese. En efeto, йl supo tan bien fingir la necesidad, o necedad, de su ausencia, que nadie pudiera entender que era fingida. Fuese Anselmo, y quedaron solos a la mesa Camila y Lotario, porque la demбs gente de casa toda se habнa ido a comer. Viose Lotario puesto en la estacada que su amigo deseaba y con el enemigo delante, que pudiera vencer con sola su hermosura a un escuadrуn de caballeros armados: mirad si era razуn que le temiera Lotario.

»Pero lo que hizo fue poner el codo sobre el brazo de la silla y la mano abierta en la mejilla, y, pidiendo perdуn a Camila del mal comedimiento, dijo que querнa reposar un poco en tanto que Anselmo volvнa. Camila le respondiу que mejor reposarнa en el estrado que en la silla, y asн, le rogу se entrase a dormir en йl. No quiso Lotario, y allн se quedу dormido hasta que volviу Anselmo, el cual, como hallу a Camila en su aposento y a Lotario durmiendo, creyу que, como se habнa tardado tanto, ya habrнan tenido los dos lugar para hablar, y aun para dormir, y no vio la hora en que Lotario despertase, para volverse con йl fuera y preguntarle de su ventura.

»Todo le sucediу como йl quiso: Lotario despertу, y luego salieron los dos de casa, y [a]sн, le preguntу lo que deseaba, y le respondiу Lotario que no le habнa parecido ser bien que la primera vez se descubriese del todo; y asн, no habнa hecho otra cosa que alabar a Camila de hermosa, diciйndole que en toda la ciudad no se trataba de otra cosa que de su hermosura y discreciуn, y que йste le habнa parecido buen principio para entrar ganando la voluntad, y disponiйndola a que otra vez le escuchase con gusto, usando en esto del artificio que el demonio usa cuando quiere engaсar a alguno que estб puesto en atalaya de mirar por sн: que se transforma en бngel de luz, siйndolo йl de tinieblas, y, poniйndole delante apariencias buenas, al cabo descubre quiйn es y sale con su intenciуn, si a los principios no es descubierto su engaсo. Todo esto le contentу mucho a Anselmo, y dijo que cada dнa darнa el mesmo lugar, aunque no saliese de casa, porque en ella se ocuparнa en cosas que Camila no pudiese venir en conocimiento de su artificio.

»Sucediу, pues, que se pasaron muchos dнas que, sin decir Lotario palabra a Camila, respondнa a Anselmo que la hablaba y jamбs podнa sacar della una pequeсa muestra de venir en ninguna cosa que mala fuese, ni aun dar una seсal de sombra de esperanza; antes, decнa que le amenazaba que si de aquel mal pensamiento no se quitaba, que lo habнa de decir a su esposo.

»-Bien estб -dijo Anselmo-. Hasta aquн ha resistido Camila a las palabras; es menester ver cуmo resiste a las obras: yo os darй maсana dos mil escudos de oro para que se los ofrezcбis, y aun se los deis, y otros tantos para que comprйis joyas con que cebarla; que las mujeres suelen ser aficionadas, y mбs si son hermosas, por mбs castas que sean, a esto de traerse bien y andar galanas; y si ella resiste a esta tentaciуn, yo quedarй satisfecho y no os darй mбs pesadumbre.

»Lotario respondiу que ya que habнa comenzado, que йl llevarнa hasta el fin aquella empresa, puesto que entendнa salir della cansado y vencido. Otro dнa recibiу los cuatro mil escudos, y con ellos cuatro mil confusiones, porque no sabнa quй decirse para mentir de nuevo; pero, en efeto, determinу de decirle que Camila estaba tan entera a las dбdivas y promesas como a las palabras, y que no habнa para quй cansarse mбs, porque todo el tiempo se gastaba en balde.

»Pero la suerte, que las cosas guiaba de otra manera, ordenу que, habiendo dejado Anselmo solos a Lotario y a Camila, como otras veces solнa, йl se encerrу en un aposento y por los agujeros de la cerradura estuvo mirando y escuchando lo que los dos trataban, y vio que en mбs de media hora Lotario no hablу palabra a Camila, ni se la hablara si allн estuviera un siglo, y cayу en la cuenta de que cuanto su amigo le habнa dicho de las respuestas de Camila todo era ficciуn y mentira. Y, para ver si esto era ansн, saliу del aposento, y, llamando a Lotario aparte, le preguntу quй nuevas habнa y de quй temple estaba Camila. Lotario le respondiу que no pensaba mбs darle puntada en aquel negocio, porque respondнa tan бspera y desabridamente, que no tendrнa бnimo para volver a decirle cosa alguna.

»-ЎAh! -dijo Anselmo-, Lotario, Lotario, y cuбn mal correspondes a lo que me debes y a lo mucho que de ti confнo! Ahora te he estado mirando por el lugar que concede la entrada desta llave, y he visto que no has dicho palabra a Camila, por donde me doy a entender que aun las primeras le tienes por decir; y si esto es asн, como sin duda lo es, їpara quй me engaсas, o por quй quieres quitarme con tu industria los medios que yo podrнa hallar para conseguir mi deseo?

»No dijo mбs Anselmo, pero bastу lo que habнa dicho para dejar corrido y confuso a Lotario; el cual, casi como tomando por punto de honra el haber sido hallado en mentira, jurу a Anselmo que desde aquel momento tomaba tan a su cargo el contentalle y no mentille, cual lo verнa si con curiosidad lo espiaba; cuanto mбs, que no serнa menester usar de ninguna diligencia, porque la que йl pensaba poner en satisfacelle le quitarнa de toda sospecha. Creyуle Anselmo, y para dalle comodidad mбs segura y menos sobresaltada, determinу de hacer ausencia de su casa por ocho dнas, yйndose a la de un amigo suyo, que estaba en una aldea, no lejos de la ciudad, con el cual amigo concertу que le enviase a llamar con muchas veras, para tener ocasiуn con Camila de su partida.

»ЎDesdichado y mal advertido de ti, Anselmo! їQuй es lo que haces? їQuй es lo que trazas? їQuй es lo que ordenas? Mira que haces contra ti mismo, trazando tu deshonra y ordenando tu perdiciуn. Buena es tu esposa Camila, quieta y sosegadamente la posees, nadie sobresalta tu gusto, sus pensamientos no salen de las paredes de su casa, tъ eres su cielo en la tierra, el blanco de sus deseos, el cumplimiento de sus gustos y la medida por donde mide su voluntad, ajustбndola en todo con la tuya y con la del cielo. Pues si la mina de su honor, hermosura, honestidad y recogimiento te da sin ningъn trabajo toda la riqueza que tiene y tъ puedes desear, їpara quй quieres ahondar la tierra y buscar nuevas vetas de nuevo y nunca visto tesoro, poniйndote a peligro que toda venga abajo, pues, en fin, se sustenta sobre los dйbiles arrimos de su flaca naturaleza? Mira que el que busca lo imposible es justo que lo posible se le niegue, como lo dijo mejor un poeta, diciendo:

Busco en la muerte la vida,

salud en la enfermedad,

en la prisiуn libertad,

en lo cerrado salida

y en el traidor lealtad.

Pero mi suerte, de quien

jamбs espero algъn bien,

con el cielo ha estatuido

que, pues lo imposible pido,

lo posible aun no me den.

»Fuese otro dнa Anselmo a la aldea, dejando dicho a Camila que el tiempo que йl estuviese ausente vendrнa Lotario a mirar por su casa y a comer con ella; que tuviese cuidado de tratalle como a su mesma persona. Afligiуse Camila, como mujer discreta y honrada, de la orden que su marido le dejaba, y dнjole que advirtiese que no estaba bien que nadie, йl ausente, ocupase la silla de su mesa, y que si lo hacнa por no tener confianza que ella sabrнa gobernar su casa, que probase por aquella vez, y verнa por experiencia como para mayores cuidados era bastante. Anselmo le replicу que aquйl era su gusto, y que no tenнa mбs que hacer que bajar la cabeza y obedecelle. Camila dijo que ansн lo harнa, aunque contra su voluntad.

»Partiуse Anselmo, y otro dнa vino a su casa Lotario, donde fue rescebido de Camila con amoroso y honesto acogimiento; la cual jamбs se puso en parte donde Lotario la viese a solas, porque siempre andaba rodeada de sus criados y criadas, especialmente de una doncella suya, llamada Leonela, a quien ella mucho querнa, por haberse criado desde niсas las dos juntas en casa de los padres de Camila, y cuando se casу con Anselmo la trujo consigo.

»En los tres dнas primeros nunca Lotario le dijo nada, aunque pudiera, cuando se levantaban los manteles y la gente se iba a comer con mucha priesa, porque asн se lo tenнa mandado Camila. Y aun tenнa orden Leonela que comiese primero que Camila, y que de su lado jamбs se quitase; mas ella, que en otras cosas de su gusto tenнa puesto el pensamiento y habнa menester aquellas horas y aquel lugar para ocuparle en sus contentos, no cumplнa todas veces el mandamiento de su seсora; antes, los dejaba solos, como si aquello le hubieran mandado. Mas la honesta presencia de Camila, la gravedad de su rostro, la compostura de su persona era tanta, que ponнa freno a la lengua de Lotario.

»Pero el provecho que las muchas virtudes de Camila hicieron, poniendo silencio en la lengua de Lotario, redundу mбs en daсo de los dos, porque si la lengua callaba, el pensamiento discurrнa y tenнa lugar de contemplar, parte por parte, todos los estremos de bondad y de hermosura que Camila tenнa, bastantes a enamorar una estatua de mбrmol, no que un corazуn de carne.

»Mirбbala Lotario en el lugar y espacio que habнa de hablarla, y consideraba cuбn digna era de ser amada; y esta consideraciуn comenzу poco a poco a dar asaltos a los respectos que a Anselmo tenнa, y mil veces quiso ausentarse de la ciudad y irse donde jamбs Anselmo le viese a йl, ni йl viese a Camila; mas ya le hacнa impedimento y detenнa el gusto que hallaba en mirarla. Hacнase fuerza y peleaba consigo mismo por desechar y no sentir el contento que le llevaba a mirar a Camila. Culpбbase a solas de su desatino, llamбbase mal amigo y aun mal cristiano; hacнa discursos y comparaciones entre йl y Anselmo, y todos paraban en decir que mбs habнa sido la locura y confianza de Anselmo que su poca fidelidad, y que si asн tuviera disculpa para con Dios como para con los hombres de lo que pensaba hacer, que no temiera pena por su culpa.

»En efecto, la hermosura y la bondad de Camila, juntamente con la ocasiуn que el ignorante marido le habнa puesto en las manos, dieron con la lealtad de Lotario en tierra. Y, sin mirar a otra cosa que aquella a que su gusto le inclinaba, al cabo de tres dнas de la ausencia de Anselmo, en los cuales estuvo en continua batalla por resistir a sus deseos, comenzу a requebrar a Camila, con tanta turbaciуn y con tan amorosas razones que Camila quedу suspensa, y no hizo otra cosa que levantarse de donde estaba y entrarse a su aposento, sin respondelle palabra alguna. Mas no por esta sequedad se desmayу en Lotario la esperanza, que siempre nace juntamente con el amor; antes, tuvo en mбs a Camila. La cual, habiendo visto en Lotario lo que jamбs pensara, no sabнa quй hacerse. Y, pareciйndole no ser cosa segura ni bien hecha darle ocasiуn ni lugar a que otra vez la hablase, determinу de enviar aquella mesma noche, como lo hizo, a un criado suyo con un billete a Anselmo, donde le escribiу estas razones:



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Capнtulo XXXIV

Donde se prosigue la novela del Curioso impertinente

»ASН como suele decirse que parece mal el ejйrcito sin su general y el castillo sin su castellano, digo yo que parece muy peor la mujer casada y moza sin su marido, cuando justнsimas ocasiones no lo impiden. Yo me hallo tan mal sin vos, y tan imposibilitada de no poder sufrir esta ausencia, que si presto no venнs, me habrй de ir a entretener en casa de mis padres, aunque deje sin guarda la vuestra; porque la que me dejastes, si es que quedу con tal tнtulo, creo que mira mбs por su gusto que por lo que a vos os toca; y, pues sois discreto, no tengo mбs que deciros, ni aun es bien que mбs os diga.

»Esta carta recibiу Anselmo, y entendiу por ella que Lotario habнa ya comenzado la empresa, y que Camila debнa de haber respondido como йl deseaba; y, alegre sobremanera de tales nuevas, respondiу a Camila, de palabra, que no hiciese mudamiento de su casa en modo ninguno, porque йl volverнa con mucha brevedad. Admirada quedу Camila de la respuesta de Anselmo, que la puso en mбs confusiуn que primero, porque ni se atrevнa a estar en su casa, ni menos irse a la de sus padres; porque en la quedada corrнa peligro su honestidad, y en la ida iba contra el mandamiento de su esposo.

»En fin, se resolviу en lo que le estuvo peor, que fue en el quedarse, con determinaciуn de no huir la presencia de Lotario, por no dar que decir a sus criados; y ya le pesaba de haber escrito lo que escribiу a su esposo, temerosa de que no pensase que Lotario habнa visto en ella alguna desenvoltura que le hubiese movido a no guardalle el decoro que debнa. Pero, fiada en su bondad, se fiу en Dios y en su buen pensamiento, con que pensaba resistir callando a todo aquello que Lotario decirle quisiese, sin dar mбs cuenta a su marido, por no ponerle en alguna pendencia y trabajo. Y aun andaba buscando manera como disculpar a Lotario con Anselmo, cuando le preguntase la ocasiуn que le habнa movido a escribirle aquel papel. Con estos pensamientos, mбs honrados que acertados ni provechosos, estuvo otro dнa escuchando a Lotario, el cual cargу la mano de manera que comenzу a titubear la firmeza de Camila, y su honestidad tuvo harto que hacer en acudir a los ojos, para que no diesen muestra de alguna amorosa compasiуn que las lбgrimas y las razones de Lotario en su pecho habнan despertado. Todo esto notaba Lotario, y todo le encendнa.

»Finalmente, a йl le pareciу que era menester, en el espacio y lugar que daba la ausencia de Anselmo, apretar el cerco a aquella fortaleza. Y asн, acometiу a su presunciуn con las alabanzas de su hermosura, porque no hay cosa que mбs presto rinda y allane las encastilladas torres de la vanidad de las hermosas que la mesma vanidad, puesta en las lenguas de la adulaciуn. En efecto, йl, con toda diligencia, minу la roca de su entereza, con tales pertrechos que, aunque Camila fuera toda de bronce, viniera al suelo. Llorу, rogу, ofreciу, adulу, porfiу, y fingiу Lotario con tantos sentimientos, con muestras de tantas veras, que dio al travйs con el recato de Camila y vino a triunfar de lo que menos se pensaba y mбs deseaba.

»Rindiуse Camila, Camila se rindiу; pero їquй mucho, si la amistad de Lotario no quedу en pie? Ejemplo claro que nos muestra que sуlo se vence la pasiуn amorosa con huilla, y que nadie se ha de poner a brazos con tan poderoso enemigo, porque es menester fuerzas divinas para vencer las suyas humanas. Sуlo supo Leonela la flaqueza de su seсora, porque no se la pudieron encubrir los dos malos amigos y nuevos amantes. No quiso Lotario decir a Camila la pretensiуn de Anselmo, ni que йl le habнa dado lugar para llegar a aquel punto, porque no tuviese en menos su amor y pensase que asн, acaso y sin pensar, y no de propуsito, la habнa solicitado.

»Volviу de allн a pocos dнas Anselmo a su casa, y no echу de ver lo que faltaba en ella, que era lo que en menos tenнa y mбs estimaba. Fuese luego a ver a Lotario, y hallуle en su casa; abrazбronse los dos, y el uno preguntу por las nuevas de su vida o de su muerte.

»-Las nuevas que te podrй dar, Ўoh amigo Anselmo! -dijo Lotario-, son de que tienes una mujer que dignamente puede ser ejemplo y corona de todas las mujeres buenas. Las palabras que le he dicho se las ha llevado el aire, los ofrecimientos se han tenido en poco, las dбdivas no se han admitido, de algunas lбgrimas fingidas mнas se ha hecho burla notable. En resoluciуn, asн como Camila es cifra de toda belleza, es archivo donde asiste la honestidad y vive el comedimiento y el recato, y todas las virtudes que pueden hacer loable y bien afortunada a una honrada mujer. Vuelve a tomar tus dineros, amigo, que aquн los tengo, sin haber tenido necesidad de tocar a ellos; que la entereza de Camila no se rinde a cosas tan bajas como son dбdivas ni promesas. Contйntate, Anselmo, y no quieras hacer mбs pruebas de las hechas; y, pues a pie enjuto has pasado el mar de las dificultades y sospechas que de las mujeres suelen y pueden tenerse, no quieras entrar de nuevo en el profundo piйlago de nuevos inconvenientes, ni quieras hacer experiencia con otro piloto de la bondad y fortaleza del navнo que el cielo te dio en suerte para que en йl pasases la mar deste mundo, sino haz cuenta que estбs ya en seguro puerto, y afйrrate con las бncoras de la buena consideraciуn, y dйjate estar hasta que te vengan a pedir la deuda que no hay hidalguнa humana que de pagarla se escuse.

»Contentнsimo quedу Anselmo de las razones de Lotario, y asн se las creyу como si fueran dichas por algъn orбculo. Pero, con todo eso, le rogу que no dejase la empresa, aunque no fuese mбs de por curiosidad y entretenimiento, aunque no se aprovechase de allн adelante de tan ahincadas diligencias como hasta entonces; y que sуlo querнa que le escribiese algunos versos en su alabanza, debajo del nombre de Clori, porque йl le darнa a entender a Camila que andaba enamorado de una dama, a quien le habнa puesto aquel nombre por poder celebrarla con el decoro que a su honestidad se le debнa; y que, cuando Lotario no quisiera tomar trabajo de escribir los versos, que йl los harнa.

»-No serб menester eso -dijo Lotario-, pues no me son tan enemigas las musas que algunos ratos del aсo no me visiten. Dile tъ a Camila lo que has dicho del fingimiento de mis amores, que los versos yo los harй; si no tan buenos como el subjeto merece, serбn, por lo menos, los mejores que yo pudiere.

»Quedaron deste acuerdo el impertinente y el traidor amigo; y, vuelto Anselmo a su casa, preguntу a Camila lo que ella ya se maravillaba que no se lo hubiese preguntado: que fue que le dijese la ocasiуn por que le habнa escrito el papel que le enviу. Camila le respondiу que le habнa parecido que Lotario la miraba un poco mбs desenvueltamente que cuando йl estaba en casa; pero que ya estaba desengaсada y creнa que habнa sido imaginaciуn suya, porque ya Lotario huнa de vella y de estar con ella a solas. Dнjole Anselmo que bien podнa estar segura de aquella sospecha, porque йl sabнa que Lotario andaba enamorado de una doncella principal de la ciudad, a quien йl celebraba debajo del nombre de Clori, y que, aunque no lo estuviera, no habнa que temer de la verdad de Lotario y de la mucha amistad de entrambos. Y, a no estar avisada Camila de Lotario de que eran fingidos aquellos amores de Clori, y que йl se lo habнa dicho a Anselmo por poder ocuparse algunos ratos en las mismas alabanzas de Camila, ella, sin duda, cayera en la desesperada red de los celos; mas, por estar ya advertida, pasу aquel sobresalto sin pesadumbre.

»Otro dнa, estando los tres sobre mesa, rogу Anselmo a Lotario dijese alguna cosa de las que habнa compuesto a su amada Clori; que, pues Camila no la conocнa, seguramente podнa decir lo que quisiese.

»-Aunque la conociera -respondiу Lotario-, no encubriera yo nada, porque cuando algъn amante loa a su dama de hermosa y la nota de cruel, ningъn oprobrio hace a su buen crйdito. Pero, sea lo que fuere, lo que sй decir, que ayer hice un soneto a la ingratitud desta Clori, que dice ansн:

SONETO

En el silencio de la noche, cuando

ocupa el dulce sueсo a los mortales,

la pobre cuenta de mis ricos males

estoy al cielo y a mi Clori dando.

Y, al tiempo cuando el sol se va mostrando

por las rosadas puertas orientales,

con suspiros y acentos desiguales,

voy la antigua querella renovando.

Y cuando el sol, de su estrellado asiento,

derechos rayos a la tierra envнa,

el llanto crece y doblo los gemidos.

Vuelve la noche, y vuelvo al triste cuento,

y siempre hallo, en mi mortal porfнa,

al cielo, sordo; a Clori, sin oнdos.

»Bien le pareciу el soneto a Camila, pero mejor a Anselmo, pues le alabу, y dijo que era demasiadamente cruel la dama que a tan claras verdades no correspondнa. A lo que dijo Camila:

»-Luego, їtodo aquello que los poetas enamorados dicen es verdad?

»-En cuanto poetas, no la dicen -respondiу Lotario-; mas, en cuanto enamorados, siempre quedan tan cortos como verdaderos.

»-No hay duda deso -replicу Anselmo, todo por apoyar y acreditar los pensamientos de Lotario con Camila, tan descuidada del artificio de Anselmo como ya enamorada de Lotario.

»Y asн, con el gusto que de sus cosas tenнa, y mбs, teniendo por entendido que sus deseos y escritos a ella se encaminaban, y que ella era la verdadera Clori, le rogу que si otro soneto o otros versos sabнa, los dijese:

»-Sн sй -respondiу Lotario-, pero no creo que es tan bueno como el primero, o, por mejor decir, menos malo. Y podrйislo bien juzgar, pues es йste:

SONETO

Yo sй que muero; y si no soy creнdo,

es mбs cierto el morir, como es mбs cierto

verme a tus pies, Ўoh bella ingrata!, muerto,

antes que de adorarte arrepentido.

Podrй yo verme en la regiуn de olvido,

de vida y gloria y de favor desierto,

y allн verse podrб en mi pecho abierto

cуmo tu hermoso rostro estб esculpido.

Que esta reliquia guardo para el duro

trance que me amenaza mi porfнa,

que en tu mismo rigor se fortalece.

ЎAy de aquel que navega, el cielo escuro,

por mar no usado y peligrosa vнa,

adonde norte o puerto no se ofrece!

»Tambiйn alabу este segundo soneto Anselmo, como habнa hecho el primero, y desta manera iba aсadiendo eslabуn a eslabуn a la cadena con que se enlazaba y trababa su deshonra, pues cuando mбs Lotario le deshonraba, entonces le decнa que estaba mбs honrado; y, con esto, todos los escalones que Camila baja[ba] hacia el centro de su menosprecio, los subнa, en la opiniуn de su marido, hacia la cumbre de la virtud y de su buena fama.

»Sucediу en esto que, hallбndose una vez, entre otras, sola Camila con su doncella, le dijo:

»-Corrida estoy, amiga Leonela, de ver en cuбn poco he sabido estimarme, pues siquiera no hice que con el tiempo comprara Lotario la entera posesiуn que le di tan presto de mi voluntad. Temo que ha de estimar mi presteza o ligereza, sin que eche de ver la fuerza que йl me hizo para no poder resistirle.

»-No te dй pena eso, seсora mнa -respondiу Leonela-, que no estб la monta, ni es causa para menguar la estimaciуn, darse lo que se da presto, si, en efecto, lo que se da es bueno, y ello por sн digno de estimarse. Y aun suele decirse que el que luego da, da dos veces.

»-Tambiйn se suele decir -dijo Camila- que lo que cuesta poco se estima en menos.

»-No corre por ti esa razуn -respondiу Leonela-, porque el amor, segъn he oнdo decir, unas veces vuela y otras anda, con йste corre y con aquйl va despacio, a unos entibia y a otros abrasa, a unos hiere y a otros mata, en un mesmo punto comienza la carrera de sus deseos y en aquel mesmo punto la acaba y concluye, por la maсana suele poner el cerco a una fortaleza y a la noche la tiene rendida, porque no hay fuerza que le resista. Y, siendo asн, їde quй te espantas, o de quй temes, si lo mismo debe de haber acontecido a Lotario, habiendo tomado el amor por instrumento de rendirnos la ausencia de mi seсor? Y era forzoso que en ella se concluyese lo que el amor tenнa determinado, sin dar tiempo al tiempo para que Anselmo le tuviese de volver, y con su presencia quedase imperfecta la obra. Porque el amor no tiene otro mejor ministro para ejecutar lo que desea que es la ocasiуn: de la ocasiуn se sirve en todos sus hechos, principalmente en los principios. Todo esto sй yo muy bien, mбs de experiencia que de oнdas, y algъn dнa te lo dirй, seсora, que yo tambiйn soy de carne y de sangre moza. Cuanto mбs, seсora Camila, que no te entregaste ni diste tan luego, que primero no hubieses visto en los ojos, en los suspiros, en las razones y en las promesas y dбdivas de Lotario toda su alma, viendo en ella y en sus virtudes cuбn digno era Lotario de ser amado. Pues si esto es ansн, no te asalten la imaginaciуn esos escrupulosos y melindrosos pensamientos, sino asegъrate que Lotario te estima como tъ le estimas a йl, y vive con contento y satisfaciуn de que, ya que caнste en el lazo amoroso, es el que te aprieta de valor y de estima. Y que no sуlo tiene las cuatro eses que dicen que han de tener los buenos enamorados, sino todo un ABC entero: si no, escъchame y verбs como te le digo de coro. Йl es, segъn yo veo y a mн me parece, agradecido, bueno, caballero, dadivoso, enamorado, firme, gallardo, honrado, ilustre, leal, mozo, noble, onesto, principal, quantioso, rico, y las eses que dicen; y luego, tбcito, verdadero. La X no le cuadra, porque es letra бspera; la Y ya estб dicha; la Z, zelador de tu honra.

»Riуse Camila del ABC de su doncella, y tъvola por mбs plбtica en las cosas de amor que ella decнa; y asн lo confesу ella, descubriendo a Camila como trataba amores con un mancebo bien nacido, de la mesma ciudad; de lo cual se turbу Camila, temiendo que era aquйl camino por donde su honra podнa correr riesgo. Apurуla si pasaban sus plбticas a mбs que serlo. Ella, con poca vergьenza y mucha desenvoltura, le respondiу que sн pasaban; porque es cosa ya cierta que los descuidos de las seсoras quitan la vergьenza a las criadas, las cuales, cuando ven a las amas echar traspiйs, no se les da nada a ellas de cojear, ni de que lo sepan.

»No pudo hacer otra cosa Camila sino rogar a Leonela no dijese nada de su hecho al que decнa ser su amante, y que tratase sus cosas con secreto, porque no viniesen a noticia de Anselmo ni de Lotario. Leonela respondiу que asн lo harнa, mas cumpliуlo de manera que hizo cierto el temor de Camila de que por ella habнa de perder su crйdito. Porque la deshonesta y atrevida Leonela, despuйs que vio que el proceder de su ama no era el que solнa, atreviуse a entrar y poner dentro de casa a su amante, confiada que, aunque su seсora le viese, no habнa de osar descubrille; que este daсo acarrean, entre otros, los pecados de las seсoras: que se hacen esclavas de sus mesmas criadas y se obligan a encubrirles sus deshonestidades y vilezas, como aconteciу con Camila; que, aunque vio una y muchas veces que su Leonela estaba con su galбn en un aposento de su casa, no sуlo no la osaba reсir, mas dбbale lugar a que lo encerrase, y quitбbale todos los estorbos, para que no fuese visto de su marido.

»Pero no los pudo quitar que Lotario no le viese una vez salir, al romper del alba; el cual, sin conocer quiйn era, pensу primero que debнa de ser alguna fantasma; mas, cuando le vio caminar, embozarse y encubrirse con cuidado y recato, cayу de su simple pensamiento y dio en otro, que fuera la perdiciуn de todos si Camila no lo remediara. Pensу Lotario que aquel hombre que habнa visto salir tan a deshora de casa de Anselmo no habнa entrado en ella por Leonela, ni aun se acordу si Leonela era en el mundo; sуlo creyу que Camila, de la misma manera que habнa sido fбcil y ligera con йl, lo era para otro; que estas aсadiduras trae consigo la maldad de la mujer mala: que pierde el crйdito de su honra con el mesmo a quien se entregу rogada y persuadida, y cree que con mayor facilidad se entrega a otros, y da infalible crйdito a cualquiera sospecha que desto le venga. Y no parece sino que le faltу a Lotario en este punto todo su buen entendimiento, y se le fueron de la memoria todos sus advertidos discursos, pues, sin hacer alguno que bueno fuese, ni aun razonable, sin mбs ni mбs, antes que Anselmo se levantase, impaciente y ciego de la celosa rabia que las entraсas le roнa, muriendo por vengarse de Camila, que en ninguna cosa le habнa ofendido, se fue a Anselmo y le dijo:

»-Sбbete, Anselmo, que ha muchos dнas que he andado peleando conmigo mesmo, haciйndome fuerza a no decirte lo que ya no es posible ni justo que mбs te encubra. Sбbete que la fortaleza de Camila estб ya rendida y sujeta a todo aquello que yo quisiere hacer della; y si he tardado en descubrirte esta verdad, ha sido por ver si era algъn liviano antojo suyo, o si lo hacнa por probarme y ver si eran con propуsito firme tratados los amores que, con tu licencia, con ella he comenzado. Creн, ansimismo, que ella, si fuera la que debнa y la que entrambos pensбbamos, ya te hubiera dado cuenta de mi solicitud, pero, habiendo visto que se tarda, conozco que son verdaderas las promesas que me ha dado de que, cuando otra vez hagas ausencia de tu casa, me hablarб en la recбmara, donde estб el repuesto de tus alhajas -y era la verdad, que allн le solнa hablar Camila-; y no quiero que precipitosamente corras a hacer alguna venganza, pues no estб aъn cometido el pecado sino con pensamiento, y podrнa ser que, desde йste hasta el tiempo de ponerle por obra, se mudase el de Camila y naciese en su lugar el arrepentimiento. Y asн, ya que, en todo o en parte, has seguido siempre mis consejos, sigue y guarda uno que ahora te dirй, para que sin engaсo y con medroso advertimento te satisfagas de aquello que mбs vieres que te convenga. Finge que te ausentas por dos o tres dнas, como otras veces sueles, y haz de manera que te quedes escondido en tu recбmara, pues los tapices que allн hay y otras cosas con que te puedas encubrir te ofrecen mucha comodidad, y entonces verбs por tus mismos ojos, y yo por los mнos, lo que Camila quiere; y si fuere la maldad que se puede temer antes que esperar, con silencio, sagacidad y discreciуn podrбs ser el verdugo de tu agravio.

»Absorto, suspenso y admirado quedу Anselmo con las razones de Lotario, porque le cogieron en tiempo donde menos las esperaba oнr, porque ya tenнa a Camila por vencedora de los fingidos asaltos de Lotario y comenzaba a gozar la gloria del vencimiento. Callando estuvo por un buen espacio, mirando al suelo sin mover pestaсa, y al cabo dijo:

»-Tъ lo has hecho, Lotario, como yo esperaba de tu amistad; en todo he de seguir tu consejo: haz lo que quisieres y guarda aquel secreto que ves que conviene en caso tan no pensado.

»Prometiуselo Lotario, y, en apartбndose dйl, se arrepintiу totalmente de cuanto le habнa dicho, viendo cuбn neciamente habнa andado, pues pudiera йl vengarse de Camila, y no por camino tan cruel y tan deshonrado. Maldecнa su entendimiento, afeaba su ligera determinaciуn, y no sabнa quй medio tomarse para deshacer lo hecho, o para dalle alguna razonable salida. Al fin, acordу de dar cuenta de todo a Camila; y, como no faltaba lugar para poderlo hacer, aquel mismo dнa la hallу sola, y ella, asн como vio que le podнa hablar, le dijo.

»-Sabed, amigo Lotario, que tengo una pena en el corazуn que me le aprieta de suerte que parece que quiere reventar en el pecho, y ha de ser maravilla si no lo hace, pues ha llegado la desvergьenza de Leonela a tanto, que cada noche encierra a un galбn suyo en esta casa y se estб con йl hasta el dнa, tan a costa de mi crйdito cuanto le quedarб campo abierto de juzgarlo al que le viere salir a horas tan inusitadas de mi casa. Y lo que me fatiga es que no la puedo castigar ni reсir: que el ser ella secretario de nuestros tratos me ha puesto un freno en la boca para callar los suyos, y temo que de aquн ha de nacer algъn mal suceso.

»Al principio que Camila esto decнa creyу Lotario que era artificio para desmentille que el hombre que habнa visto salir era de Leonela, y no suyo; pero, viйndola llorar y afligirse, y pedirle remedio, vino a creer la verdad, y, en creyйndola, acabу de estar confuso y arrepentido del todo. Pero, con todo esto, respondiу a Camila que no tuviese pena, que йl ordenarнa remedio para atajar la insolencia de Leonela. Dнjole asimismo lo que, instigado de la furiosa rabia de los celos, habнa dicho a Anselmo, y cуmo estaba concertado de esconderse en la recбmara, para ver desde allн a la clara la poca lealtad que ella le guardaba. Pidiуle perdуn desta locura, y consejo para poder remedialla y salir bien de tan revuelto laberinto como su mal discurso le habнa puesto.

»Espantada quedу Camila de oнr lo que Lotario le decнa, y con mucho enojo y muchas y discretas razones le riсу y afeу su mal pensamiento y la simple y mala determinaciуn que habнa tenido. Pero, como naturalmente tiene la mujer ingenio presto para el bien y para el mal mбs que el varуn, puesto que le va faltando cuando de propуsito se pone a hacer discursos, luego al instante hallу Camila el modo de remediar tan al parecer inremediable negocio, y dijo a Lotario que procurase que otro dнa se escondiese Anselmo donde decнa, porque ella pensaba sacar de su escondimiento comodidad para que desde allн en adelante los dos se gozasen sin sobresalto alguno; y, sin declararle del todo su pensamiento, le advirtiу que tuviese cuidado que, en estando Anselmo escondido, йl viniese cuando Leonela le llamase, y que a cuanto ella le dijese le respondiese como respondiera aunque no supiera que Anselmo le escuchaba. Porfiу Lotario que le acabase de declarar su intenciуn, porque con mбs seguridad y aviso guardase todo lo que viese ser necesario.

»-Digo -dijo Camila- que no hay mбs que guardar, si no fuere responderme como yo os preguntare (no queriendo Camila darle antes cuenta de lo que pensaba hacer, temerosa que no quisiese seguir el parecer que a ella tan bueno le parecнa, y siguiese o buscase otros que no podrнan ser tan buenos).

»Con esto, se fue Lotario; y Anselmo, otro dнa, con la escusa de ir aquella aldea de su amigo, se partiу y volviу a esconderse: que lo pudo hacer con comodidad, porque de industria se la dieron Camila y Leonela.

»Escondido, pues, Anselmo, con aquel sobresalto que se puede imaginar que tendrнa el que esperaba ver por sus ojos hacer notomнa de las entraсas de su honra, нbase a pique de perder el sumo bien que йl pensaba que tenнa en su querida Camila. Seguras ya y ciertas Camila y Leonela que Anselmo estaba escondido, entraron en la recбmara; y apenas hubo puesto los pies en ella Camilia, cuando, dando un grande suspiro, dijo:

»-ЎAy, Leonela amiga! їNo serнa mejor que, antes que llegase a poner en ejecuciуn lo que no quiero que sepas, porque no procures estorbarlo, que tomases la daga de Anselmo, que te he pedido, y pasases con ella este infame pecho mнo? Pero no hagas tal, que no serб razуn que yo lleve la pena de la ajena culpa. Primero quiero saber quй es lo que vieron en mн los atrevidos y deshonestos ojos de Lotario que fuese causa de darle atrevimiento a descubrirme un tan mal deseo como es el que me ha descubierto, en desprecio de su amigo y en deshonra mнa. Ponte, Leonela, a esa ventana y llбmale, que, sin duda alguna, йl debe de estar en la calle, esperando poner en efeto su mala intenciуn. Pero primero se pondrб la cruel cuanto honrada mнa.

»-ЎAy, seсora mнa! -respondiу la sagaz y advertida Leonela-, y їquй es lo que quieres hacer con esta daga? їQuieres por ventura quitarte la vida o quitбrsela a Lotario? Que cualquiera destas cosas que quieras ha de redundar en pйrdida de tu crйdito y fama. Mejor es que disimules tu agravio, y no des lugar a que este mal hombre entre ahora en esta casa y nos halle solas. Mira, seсora, que somos flacas mujeres, y йl es hombre y determinado; y, como viene con aquel mal propуsito, ciego y apasionado, quizб antes que tъ pongas en ejecuciуn el tuyo, harб йl lo que te estarнa mбs mal que quitarte la vida. ЎMal haya mi seсor Anselmo, que tanto mal ha querido dar a este desuellacaras en su casa! Y ya, seсora, que le mates, como yo pienso que quieres hacer, їquй hemos de hacer dйl despuйs de muerto?

»-їQuй, amiga? -respondiу Camila-: dejarйmosle para que Anselmo le entierre, pues serб justo que tenga por descanso el trabajo que tomare en poner debajo de la tierra su misma infamia. Llбmale, acaba, que todo el tiempo que tardo en tomar la debida venganza de mi agravio parece que ofendo a la lealtad que a mi esposo debo.

»Todo esto escuchaba Anselmo, y, a cada palabra que Camila decнa, se le mudaban los pensamientos; mas, cuando entendiу que estaba resuelta en matar a Lotario, quiso salir y descubrirse, porque tal cosa no se hiciese; pero detъvole el deseo de ver en quй paraba tanta gallardнa y honesta resoluciуn, con propуsito de salir a tiempo que la estorbase.

»Tomуle en esto a Camila un fuerte desmayo, y, arrojбndose encima de una cama que allн estaba, comenzу Leonela a llorar muy amargamente y a decir:

»-ЎAy, desdichada de mн si fuese tan sin ventura que se me muriese aquн entre mis brazos la flor de la honestidad del mundo, la corona de las buenas mujeres, el ejemplo de la castidad...!

»Con otras cosas a йstas semejantes, que ninguno la escuchara que no la tuviera por la mбs lastimada y leal doncella del mundo, y a su seсora por otra nueva y perseguida Penйlope. Poco tardу en volver de su desmayo Camila; y, al volver en sн, dijo:

»-їPor quй no vas, Leonela, a llamar al mбs leal amigo de amigo que vio el sol o cubriу la noche? Acaba, corre, aguija, camina, no se esfogue con la tardanza el fuego de la cуlera que tengo, y se pase en amenazas y maldiciones la justa venganza que espero.

»-Ya voy a llamarle, seсora mнa -dijo Leonela-, mas hasme de dar primero esa daga, porque no hagas cosa, en tanto que falto, que dejes con ella que llorar toda la vida a todos los que bien te quieren.

»-Ve segura, Leonela amiga, que no harй -respondiу Camila-; porque, ya que sea atrevida y simple a tu parecer en volver por mi honra, no lo he de ser tanto como aquella Lucrecia de quien dicen que se matу sin haber cometido error alguno, y sin haber muerto primero a quien tuvo la causa de su desgracia. Yo morirй, si muero, pero ha de ser vengada y satisfecha del que me ha dado ocasiуn de venir a este lugar a llorar sus atrevimientos, nacidos tan sin culpa mнa.

»Mucho se hizo de rogar Leonela antes que saliese a llamar a Lotario, pero, en fin, saliу; y, entre tanto que volvнa, quedу Camilia diciendo, como que hablaba consigo misma:

»-ЎVбlame Dios! їNo fuera mбs acertado haber despedido a Lotario, como otras muchas veces lo he hecho, que no ponerle en condiciуn, como ya le he puesto, que me tenga por deshonesta y mala, siquiera este tiempo que he de tardar en desengaсarle? Mejor fuera, sin duda; pero no quedara yo vengada, ni la honra de mi marido satisfecha, si tan a manos lavadas y tan a paso llano se volviera a salir de donde sus malos pensamientos le entraron. Pague el traidor con la vida lo que intentу con tan lascivo deseo: sepa el mundo, si acaso llegare a saberlo, de que Camila no sуlo guardу la lealtad a su esposo, sino que le dio venganza del que se atreviу a ofendelle. Mas, con todo, creo que fuera mejor dar cuenta desto a Anselmo, pero ya se la apuntй a dar en la carta que le escribн al aldea, y creo que el no acudir йl al remedio del daсo que allн le seсalй, debiу de ser que, de puro bueno y confiado, no quiso ni pudo creer que en el pecho de su tan firme amigo pudiese caber gйnero de pensamiento que contra su honra fuese; ni aun yo lo creн despuйs, por muchos dнas, ni lo creyera jamбs, si su insolencia no llegara a tanto, que las manifiestas dбdivas y las largas promesas y las continuas lбgrimas no me lo manifestaran. Mas, їpara quй hago yo ahora estos discursos? їTiene, por ventura, una resuluciуn gallarda necesidad de consejo alguno? No, por cierto. ЎAfuera, pues, traidores; aquн, venganzas! ЎEntre el falso, venga, llegue, muera y acabe, y suceda lo que sucediere! Limpia entrй en poder del que el cielo me dio por mнo, limpia he de salir dйl; y, cuando mucho, saldrй baсada en mi casta sangre, y en la impura del mбs falso amigo que vio la amistad en el mundo.

»Y, diciendo esto, se paseaba por la sala con la daga desenvainada, dando tan desconcertados y desaforados pasos, y haciendo tales ademanes, que no parecнa sino que le faltaba el juicio, y que no era mujer delicada, sino un rufiбn desesperado.

»Todo lo miraba Anselmo, cubierto detrбs de unos tapices donde se habнa escondido, y de todo se admiraba, y ya le parecнa que lo que habнa visto y oнdo era bastante satisfaciуn para mayores sospechas; y ya quisiera que la prueba de venir Lotario faltara, temeroso de algъn mal repentino suceso. Y, estando ya para manifestarse y salir, para abrazar y desengaсar a su esposa, se detuvo porque vio que Leonela volvнa con Lotario de la mano; y, asн como Camila le vio, haciendo con la daga en el suelo una gran raya delante della, le dijo:

»-Lotario, advierte lo que te digo: si a dicha te atrevieres a pasar desta raya que ves, ni aun llegar a ella, en el punto que viere que lo intentas, en ese mismo me pasarй el pecho con esta daga que en las manos tengo. Y, antes que a esto me respondas palabra, quiero que otras algunas me escuches; que despuйs responderбs lo que mбs te agradare. Lo primero, quiero, Lotario, que me digas si conoces a Anselmo, mi marido, y en quй opiniуn le tienes; y lo segundo, quiero saber tambiйn si me conoces a mн. Respуndeme a esto, y no te turbes, ni pienses mucho lo que has de responder, pues no son dificultades las que te pregunto.

»No era tan ignorante Lotario que, desde el primer punto que Camila le dijo que hiciese esconder a Anselmo, no hubiese dado en la cuenta de lo que ella pensaba hacer; y asн, correspondiу con su intenciуn tan discretamente, y tan a tiempo, que hicieran los dos pasar aquella mentira por mбs que cierta verdad; y asн, respondiу a Camila desta manera:

»-No pensй yo, hermosa Camila, que me llamabas para preguntarme cosas tan fuera de la intenciуn con que yo aquн vengo. Si lo haces por dilatarme la prometida merced, desde mбs lejos pudieras entretenerla, porque tanto mбs fatiga el bien deseado cuanto la esperanza estб mбs cerca de poseello; pero, porque no digas que no respondo a tus preguntas, digo que conozco a tu esposo Anselmo, y nos conocemos los dos desde nuestros mбs tiernos aсos; y no quiero decir lo que tъ tan bien sabes de nuestra amistad, por [no] me hacer testigo del agravio que el amor hace que le haga, poderosa disculpa de mayores yerros. A ti te conozco y tengo en la misma posesiуn que йl te tiene; que, a no ser asн, por menos prendas que las tuyas no habнa yo de ir contra lo que debo a ser quien soy y contra las santas leyes de la verdadera amistad, ahora por tan poderoso enemigo como el amor por mн rompidas y violadas.

»-Si eso confiesas -respondiу Camila-, enemigo mortal de todo aquello que justamente merece ser amado, їcon quй rostro osas parecer ante quien sabes que es el espejo donde se mira aquel en quien tъ te debieras mirar, para que vieras con cuбn poca ocasiуn le agravias? Pero ya cayo, Ўay, desdichada de mн!, en la cuenta de quiйn te ha hecho tener tan poca con lo que a ti mismo debes, que debe de haber sido alguna desenvoltura mнa, que no quiero llamarla deshonestidad, pues no habrб procedido de deliberada determinaciуn, sino de algъn descuido de los que las mujeres que piensan que no tienen de quiйn recatarse suelen hacer inadvertidamente. Si no, dime: їcuбndo, Ўoh traidor!, respondн a tus ruegos con alguna palabra o seсal que pudiese despertar en ti alguna sombra de esperanza de cumplir tus infames deseos? їCuбndo tus amorosas palabras no fueron deshechas y reprehendidas de las mнas con rigor y con aspereza? їCuбndo tus muchas promesas y mayores dбdivas fueron de mн creнdas, ni admitidas? Pero, por parecerme que alguno no puede perseverar en el intento amoroso luengo tiempo, si no es sustentado de alguna esperanza, quiero atribuirme a mн la culpa de tu impertinencia, pues, sin duda, algъn descuido mнo ha sustentado tanto tiempo tu cuidado; y asн, quiero castigarme y darme la pena que tu culpa merece. Y, porque vieses que, siendo conmigo tan inhumana, no era posible dejar de serlo contigo, quise traerte a ser testigo del sacrificio que pienso hacer a la ofendida honra de mi tan honrado marido, agraviado de ti con el mayor cuidado que te ha sido posible, y de mн tambiйn con el poco recato que he tenido del huir la ocasiуn, si alguna te di, para favorecer y canonizar tus malas intenciones. Torno a decir que la sospecha que tengo que algъn descuido mнo engendrу en ti tan desvariados pensamientos es la que mбs me fatiga, y la que yo mбs deseo castigar con mis propias manos, porque, castigбndome otro verdugo, quizб serнa mбs pъblica mi culpa; pero, antes que esto haga, quiero matar muriendo, y llevar conmigo quien me acabe de satisfacer el deseo de la venganza que espero y tengo, viendo allб, dondequiera que fuere, la pena que da la justicia desinteresada y que no se dobla al que en tйrminos tan desesperados me ha puesto.

»Y, diciendo estas razones, con una increнble fuerza y ligereza arremetiу a Lotario con la daga desenvainada, con tales muestras de querer enclavбrsela en el pecho, que casi йl estuvo en duda si aquellas demostraciones eran falsas o verdaderas, porque le fue forzoso valerse de su industria y de su fuerza para estorbar que Camila no le diese. La cual tan vivamente fingнa aquel estraсo embuste y fealdad que, por dalle color de verdad, la quiso matizar con su misma sangre; porque, viendo que no podнa haber a Lotario, o fingiendo que no podнa, dijo:

»-Pues la suerte no quiere satisfacer del todo mi tan justo deseo, a lo menos, no serб tan poderosa que, en parte, me quite que no le satisfaga.

Y, haciendo fuerza para soltar la mano de la daga, que Lotario la tenнa asida, la sacу, y, guiando su punta por parte que pudiese herir no profundamente, se la entrу y escondiу por mбs arriba de la islilla del lado izquierdo, junto al hombro, y luego se dejу caer en el suelo, como desmayada.

»Estaban Leonela y Lotario suspensos y atуnitos de tal suceso, y todavнa dudaban de la verdad de aquel hecho, viendo a Camila tendida en tierra y baсada en su sangre. Acudiу Lotario con mucha presteza, despavorido y sin aliento, a sacar la daga, y, en ver la pequeсa herida, saliу del temor que hasta entonces tenнa, y de nuevo se admirу de la sagacidad, prudencia y mucha discreciуn de la hermosa Camila; y, por acudir con lo que a йl le tocaba, comenzу a hacer una larga y triste lamentaciуn sobre el cuerpo de Camila, como si estuviera difunta, echбndose muchas maldiciones, no sуlo a йl, sino al que habнa sido causa de habelle puesto en aquel tйrmino. Y, como sabнa que le escuchaba su amigo Anselmo, decнa cosas que el que le oyera le tuviera mucha mбs lбstima que a Camila, aunque por muerta la juzgara.

»Leonela la tomу en brazos y la puso en el lecho, suplicando a Lotario fuese a buscar quien secretamente a Camila curase; pedнale asimismo consejo y parecer de lo que dirнan a Anselmo de aquella herida de su seсora, si acaso viniese antes que estuviese sana. Йl respondiу que dijesen lo que quisiesen, que йl no estaba para dar consejo que de provecho fuese; sуlo le dijo que procurase tomarle la sangre, porque йl se iba adonde gentes no le viesen. Y, con muestras de mucho dolor y sentimiento, se saliу de casa; y, cuando se vio solo y en parte donde nadie le veнa, no cesaba de hacerse cruces, maravillбndose de la industria de Camila y de los ademanes tan proprios de Leonela. Consideraba cuбn enterado habнa de quedar Anselmo de que tenнa por mujer a una segunda Porcia, y deseaba verse con йl para celebrar los dos la mentira y la verdad mбs disimulada que jamбs pudiera imaginarse.

»Leonela tomу, como se ha dicho, la sangre a su seсora, que no era mбs de aquello que bastу para acreditar su embuste; y, lavando con un poco de vino la herida, se la atу lo mejor que supo, diciendo tales razones, en tanto que la curaba, que, aunque no hubieran precedido otras, bastaran a hacer creer a Anselmo que tenнa en Camila un simulacro de la honestidad.

»Juntбronse a las palabras de Leonela otras de Camila, llamбndose cobarde y de poco бnimo, pues le habнa faltado al tiempo que fuera mбs necesario tenerle, para quitarse la vida, que tan aborrecida tenнa. Pedнa consejo a su doncella si darнa, o no, todo aquel suceso a su querido esposo; la cual le dijo que no se lo dijese, porque le pondrнa en obligaciуn de vengarse de Lotario, lo cual no podrнa ser sin mucho riesgo suyo, y que la buena mujer estaba obligada a no dar ocasiуn a su marido a que riсese, sino a quitalle todas aquellas que le fuese posible.

»Respondiу Camila que le parecнa muy bien su parecer y que ella le seguirнa; pero que en todo caso convenнa buscar quй decir a Anselmo de la causa de aquella herida, que йl no podrнa dejar de ver; a lo que Leonela respondнa que ella, ni aun burlando, no sabнa mentir.

»-Pues yo, hermana -replicу Camila-, їquй tengo de saber, que no me atreverй a forjar ni sustentar una mentira, si me fuese en ello la vida? Y si es que no hemos de saber dar salida a esto, mejor serб decirle la verdad desnuda, que no que nos alcance en mentirosa cuenta.

»-No tengas pena, seсora: de aquн a maсana -respondiу Leonela- yo pensarй quй le digamos, y quizб que, por ser la herida donde es, la podrбs encubrir sin que йl la vea, y el cielo serб servido de favorecer a nuestros tan justos y tan honrados pensamientos. Sosiйgate, seсora mнa, y procura sosegar tu alteraciуn, porque mi seсor no te halle sobresaltada, y lo demбs dйjalo a mi cargo, y al de Dios, que siempre acude a los buenos deseos.

»Atentнsimo habнa estado Anselmo a escuchar y a ver representar la tragedia de la muerte de su honra; la cual con tan estraсos y eficaces afectos la representaron los personajes della, que pareciу que se habнan transformado en la misma verdad de lo que fingнan. Deseaba mucho la noche, y el tener lugar para salir de su casa, y ir a verse con su buen amigo Lotario, congratulбndose con йl de la margarita preciosa que habнa hallado en el desengaсo de la bondad de su esposa. Tuvieron cuidado las dos de darle lugar y comodidad a que saliese, y йl, sin perdella, saliу y luego fue a buscar a Lotario, el cual hallado, no se puede buenamente contar los abrazos que le dio, las cosas que de su contento le dijo, las alabanzas que dio a Camila. Todo lo cual escuchу Lotario sin poder dar muestras de alguna alegrнa, porque se le representaba a la memoria cuбn engaсado estaba su amigo y cuбn injustamente йl le agraviaba. Y, aunque Anselmo veнa que Lotario no se alegraba, creнa ser la causa por haber dejado a Camila herida y haber йl sido la causa; y asн, entre otras razones, le dijo que no tuviese pena del suceso de Camila, porque, sin duda, la herida era ligera, pues quedaban de concierto de encubrнrsela a йl; y que, segъn esto, no habнa de quй temer, sino que de allн adelante se gozase y alegrase con йl, pues por su industria y medio йl se veнa levantado a la mбs alta felicidad que acertara desearse, y querнa que no fuesen otros sus entretenimientos que en hacer versos en alabanza de Camila, que la hiciesen eterna en la memoria de los siglos venideros. Lotario alabу su buena determinaciуn y dijo que йl, por su parte, ayudarнa a levantar tan ilustre edificio.

»Con esto quedу Anselmo el hombre mбs sabrosamente engaсado que pudo haber en el mundo: йl mismo llevу por la mano a su casa, creyendo que llevaba el instrumento de su gloria, toda la perdiciуn de su fama. Recebнale Camila con rostro, al parecer, torcido, aunque con alma risueсa. Durу este engaсo algunos dнas, hasta que, al cabo de pocos meses, volviу Fortuna su rueda y saliу a plaza la maldad con tanto artificio hasta allн cubierta, y a Anselmo le costу la vida su impertinente curiosidad.»



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Capнtulo XXXV

Donde se da fin a la novela del Curioso impertinente

POCO mбs quedaba por leer de la novela, cuando del caramanchуn donde reposaba don Quijote saliу Sancho Panza todo alborotado, diciendo a voces:

-Acudid, seсores, presto y socorred a mi seсor, que anda envuelto en la mбs reсida y trabada batalla que mis ojos han visto. ЎVive Dios, que ha dado una cuchillada al gigante enemigo de la seсora princesa Micomicona, que le ha tajado la cabeza, cercen a cercen, como si fuera un nabo!

-їQuй dices, hermano? -dijo el cura, dejando de leer lo que de la novela quedaba-. їEstбis en vos, Sancho? їCуmo diablos puede ser eso que decнs, estando el gigante dos mil leguas de aquн?

En esto, oyeron un gran ruido en el aposento, y que don Quijote decнa a voces:

-ЎTente, ladrуn, malandrнn, follуn, que aquн te tengo, y no te ha de valer tu cimitarra!

Y parecнa que daba grandes cuchilladas por las paredes. Y dijo Sancho:

-No tienen que pararse a escuchar, sino entren a despartir la pelea, o a ayudar a mi amo; aunque ya no serб menester, porque, sin duda alguna, el gigante estб ya muerto, y dando cuenta a Dios de su pasada y mala vida, que yo vi correr la sangre por el suelo, y la cabeza cortada y caнda a un lado, que es tamaсa como un gran cuero de vino.

-Que me maten -dijo a esta sazуn el ventero- si don Quijote, o don diablo, no ha dado alguna cuchillada en alguno de los cueros de vino tinto que a su cabecera estaban llenos, y el vino derramado debe de ser lo que le parece sangre a este buen hombre.

Y, con esto, entrу en el aposento, y todos tras йl, y hallaron a don Quijote en el mбs estraсo traje del mundo: estaba en camisa, la cual no era tan cumplida que por delante le acabase de cubrir los muslos, y por detrбs tenнa seis dedos menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y no nada limpias; tenнa en la cabeza un bonetillo colorado, grasiento, que era del ventero; en el brazo izquierdo tenнa revuelta la manta de la cama, con quien tenнa ojeriza Sancho, y йl se sabнa bien el porquй; y en la derecha, desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas a todas partes, diciendo palabras como si verdaderamente estuviera peleando con algъn gigante. Y es lo bueno que no tenнa los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soсando que estaba en batalla con el gigante; que fue tan intensa la imaginaciуn de la aventura que iba a fenecer, que le hizo soсar que ya habнa llegado al reino de Micomicуn, y que ya estaba en la pelea con su enemigo. Y habнa dado tantas cuchilladas en los cueros, creyendo que las daba en el gigante, que todo el aposento estaba lleno de vino; lo cual visto por el ventero, tomу tanto enojo que arremetiу con don Quijote, y a puсo cerrado le comenzу a dar tantos golpes que si Cardenio y el cura no se le quitaran, йl acabara la guerra del gigante; y, con todo aquello, no despertaba el pobre caballero, hasta que el barbero trujo un gran caldero de agua frнa del pozo y se le echу por todo el cuerpo de golpe, con lo cual despertу don Quijote; mas no con tanto acuerdo que echase de ver de la manera que estaba.

Dorotea, que vio cuбn corta y sotilmente estaba vestido, no quiso entrar a ver la batalla de su ayudador y de su contrario.

Andaba Sancho buscando la cabeza del gigante por todo el suelo, y, como no la hallaba, dijo:

-Ya yo sй que todo lo desta casa es encantamento; que la otra vez, en este mesmo lugar donde ahora me hallo, me dieron muchos mojicones y porrazos, sin saber quiйn me los daba, y nunca pude ver a nadie; y ahora no parece por aquн esta cabeza que vi cortar por mis mismнsimos ojos, y la sangre corrнa del cuerpo como de una fuente.

-їQuй sangre ni quй fuente dices, enemigo de Dios y de sus santos? -dijo el ventero-. їNo vees, ladrуn, que la sangre y la fuente no es otra cosa que estos cueros que aquн estбn horadados y el vino tinto que nada en este aposento, que nadando vea yo el alma en los infiernos de quien los horadу?

-No sй nada -respondiу Sancho-; sуlo sй que vendrй a ser tan desdichado que, por no hallar esta cabeza, se me ha de deshacer mi condado como la sal en el agua.

Y estaba peor Sancho despierto que su amo durmiendo: tal le tenнan las promesas que su amo le habнa hecho. El ventero se desesperaba de ver la flema del escudero y el maleficio del seсor, y juraba que no habнa de ser como la vez pasada, que se le fueron sin pagar; y que ahora no le habнan de valer los previlegios de su caballerнa para dejar de pagar lo uno y lo otro, aun hasta lo que pudiesen costar las botanas que se habнan de echar a los rotos cueros.

Tenнa el cura de las manos a don Quijote, el cual, creyendo que ya habнa acabado la aventura, y que se hallaba delante de la princesa Micomicona, se hincу de rodillas delante del cura, diciendo:

-Bien puede la vuestra grandeza, alta y famosa seсora, vivir, de hoy mбs, segura que le pueda hacer mal esta mal nacida criatura; y yo tambiйn, de hoy mбs, soy quito de la palabra que os di, pues, con el ayuda del alto Dios y con el favor de aquella por quien yo vivo y respiro, tan bien la he cumplido.

-їNo lo dije yo? -dijo oyendo esto Sancho-. Sн que no estaba yo borracho: Ўmirad si tiene puesto ya en sal mi amo al gigante! ЎCiertos son los toros: mi condado estб de molde!

їQuiйn no habнa de reнr con los disparates de los dos, amo y mozo? Todos reнan sino el ventero, que se daba a Satanбs. Pero, en fin, tanto hicieron el barbero, Cardenio y el cura que, con no poco trabajo, dieron con don Quijote en la cama, el cual se quedу dormido, con muestras de grandнsimo cansancio. Dejбronle dormir, y saliйronse al portal de la venta a consolar a Sancho Panza de no haber hallado la cabeza del gigante; aunque mбs tuvieron que hacer en aplacar al ventero, que estaba desesperado por la repentina muerte de sus cueros. Y la ventera decнa en voz y en grito:

-En mal punto y en hora menguada entrу en mi casa este caballero andante, que nunca mis ojos le hubieran visto, que tan caro me cuesta. La vez pasada se fue con el costo de una noche, de cena, cama, paja y cebada, para йl y para su escudero, y un rocнn y un jumento, diciendo que era caballero aventurero (que mala ventura le dй Dios a йl y a cuantos aventureros hay en el mundo) y que por esto no estaba obligado a pagar nada, que asн estaba escrito en los aranceles de la caballerнa andantesca. Y ahora, por su respeto, vino estotro seсor y me llevу mi cola, y hбmela vuelto con mбs de dos cuartillos de daсo, toda pelada, que no puede servir para lo que la quiere mi marido. Y, por fin y remate de todo, romperme mis cueros y derramarme mi vino; que derramada le vea yo su sangre. ЎPues no se piense; que, por los huesos de mi padre y por el siglo de mi madre, si no me lo han de pagar un cuarto sobre otro, o no me llamarнa yo como me llamo ni serнa hija de quien soy!

Estas y otras razones tales decнa la ventera con grande enojo, y ayudбbala su buena criada Maritornes. La hija callaba, y de cuando en cuando se sonreнa. El cura lo sosegу todo, prometiendo de satisfacerles su pйrdida lo mejor que pudiese, asн de los cueros como del vino, y principalmente del menoscabo de la cola, de quien tanta cuenta hacнan. Dorotea consolу a Sancho Panza diciйndole que cada y cuando que pareciese haber sido verdad que su amo hubiese descabezado al gigante, le prometнa, en viйndose pacнfica en su reino, de darle el mejor condado que en йl hubiese. Consolуse con esto Sancho, y asegurу a la princesa que tuviese por cierto que йl habнa visto la cabeza del gigante, y que, por mбs seсas, tenнa una barba que le llegaba a la cintura; y que si no parecнa, era porque todo cuanto en aquella casa pasaba era por vнa de encantamento, como йl lo habнa probado otra vez que habнa posado en ella. Dorotea dijo que asн lo creнa, y que no tuviese pena, que todo se harнa bien y sucederнa a pedir de boca.

Sosegados todos, el cura quiso acabar de leer la novela, porque vio que faltaba poco. Cardenio, Dorotea y todos los demбs le rogaron la acabase. Йl, que a todos quiso dar gusto, y por el que йl tenнa de leerla, prosiguiу el cuento, que asн decнa:

»Sucediу, pues, que, por la satisfaciуn que Anselmo tenнa de la bondad de Camila, vivнa una vida contenta y descuidada, y Camila, de industria, hacнa mal rostro a Lotario, porque Anselmo entendiese al revйs de la voluntad que le tenнa; y, para mбs confirmaciуn de su hecho, pidiу licencia Lotario para no venir a su casa, pues claramente se mostraba la pesadumbre que con su vista Camila recebнa; mas el engaсado Anselmo le dijo que en ninguna manera tal hiciese. Y, desta manera, por mil maneras era Anselmo el fabricador de su deshonra, creyendo que lo era de su gusto.

»En esto, el que tenнa Leonela de verse cualificada, no de con sus amores, llegу a tanto que, sin mirar a otra cosa, se iba tras йl a suelta rienda, fiada en que su seсora la encubrнa, y aun la advertнa del modo que con poco recelo pudiese ponerle en ejecuciуn. En fin, una noche sintiу Anselmo pasos en el aposento de Leonela, y, queriendo entrar a ver quiйn los daba, sintiу que le detenнan la puerta, cosa que le puso mбs voluntad de abrirla; y tanta fuerza hizo, que la abriу, y entrу dentro a tiempo que vio que un hombre saltaba por la ventana a la calle; y, acudiendo con presteza a alcanzarle o conocerle, no pudo conseguir lo uno ni lo otro, porque Leonela se abrazу con йl, diciйndole:

»-Sosiйgate, seсor mнo, y no te alborotes, ni sigas al que de aquн saltу; es cosa mнa, y tanto, que es mi esposo.

»No lo quiso creer Anselmo; antes, ciego de enojo, sacу la daga y quiso herir a Leonela, diciйndole que le dijese la verdad, si no, que la matarнa. Ella, con el miedo, sin saber lo que se decнa, le dijo:

»-No me mates, seсor, que yo te dirй cosas de mбs importancia de las que puedes imaginar.

»-Dilas luego -dijo Anselmo-; si no, muerta eres.

»-Por ahora serб imposible -dijo Leonela-, segъn estoy de turbada; dйjame hasta maсana, que entonces sabrбs de mн lo que te ha de admirar; y estб seguro que el que saltу por esta ventana es un mancebo desta ciudad, que me ha dado la mano de ser mi esposo.

»Sosegуse con esto Anselmo y quiso aguardar el tйrmino que se le pedнa, porque no pensaba oнr cosa que contra Camila fuese, por estar de su bondad tan satisfecho y seguro; y asн, se saliу del aposento y dejу encerrada en йl a Leonela, diciйndole que de allн no saldrнa hasta que le dijese lo que tenнa que decirle.

»Fue luego a ver a Camila y a decirle, como le dijo, todo aquello que con su doncella le habнa pasado, y la palabra que le habнa dado de decirle grandes cosas y de importancia. Si se turbу Camila o no, no hay para quй decirlo, porque fue tanto el temor que cobrу, creyendo verdaderamente -y era de creer- que Leonela habнa de decir a Anselmo todo lo que sabнa de su poca fe, que no tuvo бnimo para esperar si su sospecha salнa falsa o no. Y aquella mesma noche, cuando le pareciу que Anselmo dormнa, juntу las mejores joyas que tenнa y algunos dineros, y, sin ser de nadie sentida, saliу de casa y se fue a la de Lotario, a quien contу lo que pasaba, y le pidiу que la pusiese en cobro, o que se ausentasen los dos donde de Anselmo pudiesen estar seguros. La confusiуn en que Camila puso a Lotario fue tal, que no le sabнa responder palabra, ni menos sabнa resolverse en lo que harнa.

»En fin, acordу de llevar a Camila a un monesterio, en quien era priora una su hermana. Consintiу Camila en ello, y, con la presteza que el caso pedнa, la llevу Lotario y la dejу en el monesterio, y йl, ansimesmo, se ausentу luego de la ciudad, sin dar parte a nadie de su ausencia.

»Cuando amaneciу, sin echar de ver Anselmo que Camila faltaba de su lado, con el deseo que tenнa de saber lo que Leonela querнa decirle, se levantу y fue adonde la habнa dejado encerrada. Abriу y entrу en el aposento, pero no hallу en йl a Leonela: sуlo hallу puestas unas sбbanas aсudadas a la ventana, indicio y seсal que por allн se habнa descolgado e ido. Volviу luego muy triste a decнrselo a Camila, y, no hallбndola en la cama ni en toda la casa, quedу asombrado. Preguntу a los criados de casa por ella, pero nadie le supo dar razуn de lo que pedнa.

»Acertу acaso, andando a buscar a Camila, que vio sus cofres abiertos y que dellos faltaban las mбs de sus joyas, y con esto acabу de caer en la cuenta de su desgracia, y en que no era Leonela la causa de su desventura. Y, ansн como estaba, sin acabarse de vestir, triste y pensativo, fue a dar cuenta de su desdicha a su amigo Lotario. Mas, cuando no le hallу, y sus criados le dijeron que aquella noche habнa faltado de casa y habнa llevado consigo todos los dineros que tenнa, pensу perder el juicio. Y, para acabar de concluir con todo, volviйndose a su casa, no hallу en ella ninguno de cuantos criados ni criadas tenнa, sino la casa desierta y sola.

»No sabнa quй pensar, quй decir, ni quй hacer, y poco a poco se le iba volviendo el juicio. Contemplбbase y mirбbase en un instante sin mujer, sin amigo y sin criados; desamparado, a su parecer, del cielo que le cubrнa, y sobre todo sin honra, porque en la falta de Camila vio su perdiciуn.

»Resolviуse, en fin, a cabo de una gran pieza, de irse a la aldea de su amigo, donde habнa estado cuando dio lugar a que se maquinase toda aquella desventura. Cerrу las puertas de su casa, subiу a caballo, y con desmayado aliento se puso en camino; y, apenas hubo andado la mitad, cuando, acosado de sus pensamientos, le fue forzoso apearse y arrendar su caballo a un бrbol, a cuyo tronco se dejу caer, dando tiernos y dolorosos suspiros, y allн se estuvo hasta casi que anochecнa; y aquella hora vio que venнa un hombre a caballo de la ciudad, y, despuйs de haberle saludado, le preguntу quй nuevas habнa en Florencia. El ciudadano respondiу:

»-Las mбs estraсas que muchos dнas ha se han oнdo en ella; porque se dice pъblicamente que Lotario, aquel grande amigo de Anselmo el rico, que vivнa a San Juan, se llevу esta noche a Camila, mujer de Anselmo, el cual tampoco parece. Todo esto ha dicho una criada de Camila, que anoche la hallу el gobernador descolgбndose con una sбbana por las ventanas de la casa de Anselmo. En efeto, no sй puntualmente cуmo pasу el negocio; sуlo sй que toda la ciudad estб admirada deste suceso, porque no se podнa esperar tal hecho de la mucha y familiar amistad de los dos, que dicen que era tanta, que los llamaban los dos amigos.

»-їSбbese, por ventura -dijo Anselmo-, el camino que llevan Lotario y Camila?

»-Ni por pienso -dijo el ciudadano-, puesto que el gobernador ha usado de mucha diligencia en buscarlos.

»-A Dios vais, seсor -dijo Anselmo.

»-Con Йl quedйis -respondiу el ciudadano, y fuese.

»Con tan desdichadas nuevas, casi casi llegу a tйrminos Anselmo, no sуlo de perder el juicio, sino de acabar la vida. Levantуse como pudo y llegу a casa de su amigo, que aъn no sabнa su desgracia; mas, como le vio llegar amarillo, consumido y seco, entendiу que de algъn grave mal venнa fatigado. Pidiу luego Anselmo que le acostasen, y que le diesen aderezo de escribir. Hнzose asн, y dejбronle acostado y solo, porque йl asн lo quiso, y aun que le cerrasen la puerta. Viйndose, pues, solo, comenzу a cargar tanto la imaginaciуn de su desventura, que claramente conociу que se le iba acabando la vida; y asн, ordenу de dejar noticia de la causa de su estraсa muerte; y, comenzando a escribir, antes que acabase de poner todo lo que querнa, le faltу el aliento y dejу la vida en las manos del dolor que le causу su curiosidad impertinente.

»Viendo el seсor de casa que era ya tarde y que Anselmo no llamaba, acordу de entrar a saber si pasaba adelante su indisposiciуn, y hallуle tendido boca abajo, la mitad del cuerpo en la cama y la otra mitad sobre el bufete, sobre el cual estaba con el papel escrito y abierto, y йl tenнa aъn la pluma en la mano. Llegуse el huйsped a йl, habiйndole llamado primero; y, trabбndole por la mano, viendo que no le respondнa y hallбndole frнo, vio que estaba muerto. Admirуse y congojуse en gran manera, y llamу a la gente de casa para que viesen la desgracia a Anselmo sucedida; y, finalmente, leyу el papel, que conociу que de su mesma mano estaba escrito, el cual contenнa estas razones:

Un necio e impertinente deseo me quitу la vida. Si las nuevas de mi muerte llegaren a los oнdos de Camila, sepa que yo la perdono, porque no estaba ella obligada a hacer milagros, ni yo tenнa necesidad de querer que ella los hiciese; y, pues yo fui el fabricador de mi deshonra, no hay para quй...

»Hasta aquн escribiу Anselmo, por donde se echу de ver que en aquel punto, sin poder acabar la razуn, se le acabу la vida. Otro dнa dio aviso su amigo a los parientes de Anselmo de su muerte, los cuales ya sabнan su desgracia, y el monesterio donde Camila estaba, casi en el tйrmino de acompaсar a su esposo en aquel forzoso viaje, no por las nuevas del muerto esposo, mas por las que supo del ausente amigo. Dнcese que, aunque se vio viuda, no quiso salir del monesterio, ni, menos, hacer profesiуn de monja, hasta que, no de allн a muchos dнas, le vinieron nuevas que Lotario habнa muerto en una batalla que en aquel tiempo dio monsiur de Lautrec al Gran Capitбn Gonzalo Fernбndez de Cуrdoba en el reino de Nбpoles, donde habнa ido a parar el tarde arrepentido amigo; lo cual sabido por Camila, hizo profesiуn, y acabу en breves dнas la vida a las rigurosas manos de tristezas y melancolнas. Йste fue el fin que tuvieron todos, nacido de un tan desatinado principio.»

-Bien -dijo el cura- me parece esta novela, pero no me puedo persuadir que esto sea verdad; y si es fingido, fingiу mal el autor, porque no se puede imaginar que haya marido tan necio que quiera hacer tan costosa experiencia como Anselmo. Si este caso se pusiera entre un galбn y una dama, pudiйrase llevar, pero entre marido y mujer, algo tiene del imposible; y, en lo que toca al modo de contarle, no me descontenta.



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Capнtulo XXXVI

Que trata de la brava y descomunal batalla que don Quijote tuvo con unos cueros de vino tinto, con otros raros sucesos que en la venta le sucedieron

ESTANDO en esto, el ventero, que estaba a la puerta de la venta, dijo:

-Esta que viene es una hermosa tropa de huйspedes: si ellos paran aquн, gaudeamus tenemos.

-їQuй gente es? -dijo Cardenio.

-Cuatro hombres -respondiу el ventero- vienen a caballo, a la jineta, con lanzas y adargas, y todos con antifaces negros; y junto con ellos viene una mujer vestida de blanco, en un sillуn, ansimesmo cubierto el rostro, y otros dos mozos de a pie.

-їVienen muy cerca? -preguntу el cura.

-Tan cerca -respondiу el ventero-, que ya llegan.

Oyendo esto Dorotea, se cubriу el rostro, y Cardenio se entrу en el aposento de don Quijote; y casi no habнan tenido lugar para esto, cuando entraron en la venta todos los que el ventero habнa dicho; y, apeбndose los cuatro de a caballo, que de muy gentil talle y disposiciуn eran, fueron a apear a la mujer que en el sillуn venнa; y, tomбndola uno dellos en sus brazos, la sentу en una silla que estaba a la entrada del aposento donde Cardenio se habнa escondido. En todo este tiempo, ni ella ni ellos se habнan quitado los antifaces, ni hablado palabra alguna; sуlo que, al sentarse la mujer en la silla, dio un profundo suspiro y dejу caer los brazos, como persona enferma y desmayada. Los mozos de a pie llevaron los caballos a la caballeriza.

Viendo esto el cura, deseoso de saber quй gente era aquella que con tal traje y tal silencio estaba, se fue donde estaban los mozos, y a uno dellos le preguntу lo que ya deseaba; el cual le respondiу:

-Pardiez, seсor, yo no sabrй deciros quй gente sea йsta; sуlo sй que muestra ser muy principal, especialmente aquel que llegу a tomar en sus brazos a aquella seсora que habйis visto; y esto dнgolo porque todos los demбs le tienen respeto, y no se hace otra cosa mбs de la que йl ordena y manda.

-Y la seсora, їquiйn es? -preguntу el cura.

-Tampoco sabrй decir eso -respondiу el mozo-, porque en todo el camino no la he visto el rostro; suspirar sн la he oнdo muchas veces, y dar unos gemidos que parece que con cada uno dellos quiere dar el alma. Y no es de maravillar que no sepamos mбs de lo que habemos dicho, porque mi compaсero y yo no ha mбs de dos dнas que los acompaсamos; porque, habiйndolos encontrado en el camino, nos rogaron y persuadieron que viniйsemos con ellos hasta el Andalucнa, ofreciйndose a pagбrnoslo muy bien.

-їY habйis oнdo nombrar a alguno dellos? -preguntу el cura.

-No, por cierto -respondiу el mozo-, porque todos caminan con tanto silencio que es maravilla, porque no se oye entre ellos otra cosa que los suspiros y sollozos de la pobre seсora, que nos mueven a lбstima; y sin duda tenemos creнdo que ella va forzada dondequiera que va, y, segъn se puede colegir por su hбbito, ella es monja, o va a serlo, que es lo mбs cierto, y quizб porque no le debe de nacer de voluntad el monjнo, va triste, como parece.

-Todo podrнa ser -dijo el cura.

Y, dejбndolos, se volviу adonde estaba Dorotea, la cual, como habнa oнdo suspirar a la embozada, movida de natural compasiуn, se llegу a ella y le dijo:

-їQuй mal sentнs, seсora mнa? Mirad si es alguno de quien las mujeres suelen tener uso y experiencia de curarle, que de mi parte os ofrezco una buena voluntad de serviros.

A todo esto callaba la lastimada seсora; y, aunque Dorotea tornу con mayores ofrecimientos, todavнa se estaba en su silencio, hasta que llegу el caballero embozado que dijo el mozo que los demбs obedecнan, y dijo a Dorotea:

-No os cansйis, seсora, en ofrecer nada a esa mujer, porque tiene por costumbre de no agradecer cosa que por ella se hace, ni procurйis que os responda, si no querйis oнr alguna mentira de su boca.

-Jamбs la dije -dijo a esta sazуn la que hasta allн habнa estado callando-; antes, por ser tan verdadera y tan sin trazas mentirosas, me veo ahora en tanta desventura; y desto vos mesmo quiero que seбis el testigo, pues mi pura verdad os hace a vos ser falso y mentiroso.

Oyу estas razones Cardenio bien clara y distintamente, como quien estaba tan junto de quien las decнa que sola la puerta del aposento de don Quijote estaba en medio; y, asн como las oyу, dando una gran voz dijo:

-ЎVбlgame Dios! їQuй es esto que oigo? їQuй voz es esta que ha llegado a mis oнdos?

Volviу la cabeza a estos gritos aquella seсora, toda sobresaltada, y, no viendo quiйn las daba, se levantу en pie y fuese a entrar en el aposento; lo cual visto por el caballero, la detuvo, sin dejarla mover un paso. A ella, con la turbaciуn y desasosiego, se le cayу el tafetбn con que traнa cubierto el rostro, y descubriу una hermosura incomparable y un rostro milagroso, aunque descolorido y asombrado, porque con los ojos andaba rodeando todos los lugares donde alcanzaba con la vista, con tanto ahнnco, que parecнa persona fuera de juicio; cuyas seсales, sin saber por quй las hacнa, pusieron gran lбstima en Dorotea y en cuantos la miraban. Tenнala el caballero fuertemente asida por las espaldas, y, por estar tan ocupado en tenerla, no pudo acudir a alzarse el embozo, que se le caнa, como, en efeto, se le cayу del todo; y, alzando los ojos Dorotea, que abrazada con la seсora estaba, vio que el que abrazada ansimesmo la tenнa era su esposo don Fernando; y, apenas le hubo conocido, cuando, arrojando de lo нntimo de sus entraсas un luengo y tristнsimo ''Ўay!'', se dejу caer de espaldas desmayada; y, a no hallarse allн junto el barbero, que la recogiу en los brazos, ella diera consigo en el suelo.

Acudiу luego el cura a quitarle el embozo, para echarle agua en el rostro, y asн como la descubriу, la conociу don Fernando, que era el que estaba abrazado con la otra, y quedу como muerto en verla; pero no porque dejase, con todo esto, de tener a Luscinda, que era la que procuraba soltarse de sus brazos; la cual habнa conocido en el suspiro a Cardenio, y йl la habнa conocido a ella. Oyу asimesmo Cardenio el Ўay! que dio Dorotea cuando se cayу desmayada, y, creyendo que era su Luscinda, saliу del aposento despavorido, y lo primero que vio fue a don Fernando, que tenнa abrazada a Luscinda. Tambiйn don Fernando conociу luego a Cardenio; y todos tres, Luscinda, Cardenio y Dorotea, quedaron mudos y suspensos, casi sin saber lo que les habнa acontecido.

Callaban todos y mirбbanse todos: Dorotea a don Fernando, don Fernando a Cardenio, Cardenio a Luscinda y Luscinda a Cardenio. Mas quien primero rompiу el silencio fue Luscinda, hablando a don Fernando desta manera:

-Dejadme, seсor don Fernando, por lo que debйis a ser quien sois, ya que por otro respeto no lo hagбis; dejadme llegar al muro de quien yo soy yedra, al arrimo de quien no me han podido apartar vuestras importunaciones, vuestras amenazas, vuestras promesas ni vuestras dбdivas. Notad cуmo el cielo, por desusados y a nosotros encubiertos caminos, me ha puesto a mi verdadero esposo delante. Y bien sabйis por mil costosas experiencias que sola la muerte fuera bastante para borrarle de mi memoria. Sean, pues, parte tan claros desengaсos para que volvбis, ya que no podбis hacer otra cosa, el amor en rabia, la voluntad en despecho, y acabadme con йl la vida; que, como yo la rinda delante de mi buen esposo, la darй por bien empleada: quizб con mi muerte quedarб satisfecho de la fe que le mantuve hasta el ъltimo trance de la vida.

Habнa en este entretanto vuelto Dorotea en sн, y habнa estado escuchando todas las razones que Luscinda dijo, por las cuales vino en conocimiento de quiйn ella era; que, viendo que don Fernando aъn no la dejaba de los brazos, ni respondнa a sus razones, esforzбndose lo mбs que pudo, se levantу y se fue a hincar de rodillas a sus pies; y, derramando mucha cantidad de hermosas y lastimeras lбgrimas, asн le comenzу a decir:

-Si ya no es, seсor mнo, que los rayos deste sol que en tus brazos eclipsado tienes te quitan y ofuscan los de tus ojos, ya habrбs echado de ver que la que a tus pies estб arrodillada es la sin ventura, hasta que tъ quieras, y la desdichada Dorotea. Yo soy aquella labradora humilde a quien tъ, por tu bondad o por tu gusto, quisiste levantar a la alteza de poder llamarse tuya. Soy la que, encerrada en los lнmites de la honestidad, viviу vida contenta hasta que, a las voces de tus importunidades, y, al parecer, justos y amorosos sentimientos, abriу las puertas de su recato y te entregу las llaves de su libertad: dбdiva de ti tan mal agradecida, cual lo muestra bien claro haber sido forzoso hallarme en el lugar donde me hallas, y verte yo a ti de la manera que te veo. Pero, con todo esto, no querrнa que cayese en tu imaginaciуn pensar que he venido aquн con pasos de mi deshonra, habiйndome traнdo sуlo los del dolor y sentimiento de verme de ti olvidada. Tъ quisiste que yo fuese tuya, y quisнstelo de manera que, aunque ahora quieras que no lo sea, no serб posible que tъ dejes de ser mнo. Mira, seсor mнo, que puede ser recompensa a la hermosura y nobleza por quien me dejas la incomparable voluntad que te tengo. Tъ no puedes ser de la hermosa Luscinda, porque eres mнo, ni ella puede ser tuya, porque es de Cardenio; y mбs fбcil te serб, si en ello miras, reducir tu voluntad a querer a quien te adora, que no encaminar la que te aborrece a que bien te quiera. Tъ solicitaste mi descuido, tъ rogaste a mi entereza, tъ no ignoraste mi calidad, tъ sabes bien de la manera que me entreguй a toda tu voluntad: no te queda lugar ni acogida de llamarte a engaсo. Y si esto es asн, como lo es, y tъ eres tan cristiano como caballero, їpor quй por tantos rodeos dilatas de hacerme venturosa en los fines, como me heciste en los principios? Y si no me quieres por la que soy, que soy tu verdadera y legнtima esposa, quiйreme, a lo menos, y admнteme por tu esclava; que, como yo estй en tu poder, me tendrй por dichosa y bien afortunada. No permitas, con dejarme y desampararme, que se hagan y junten corrillos en mi deshonra; no des tan mala vejez a mis padres, pues no lo merecen los leales servicios que, como buenos vasallos, a los tuyos siempre han hecho. Y si te parece que has de aniquilar tu sangre por mezclarla con la mнa, considera que pocas o ninguna nobleza hay en el mundo que no haya corrido por este camino, y que la que se toma de las mujeres no es la que hace al caso en las ilustres decendencias; cuanto mбs, que la verdadera nobleza consiste en la virtud, y si йsta a ti te falta, negбndome lo que tan justamente me debes, yo quedarй con mбs ventajas de noble que las que tъ tienes. En fin, seсor, lo que ъltimamente te digo es que, quieras o no quieras, yo soy tu esposa: testigos son tus palabras, que no han ni deben ser mentirosas, si ya es que te precias de aquello por que me desprecias; testigo serб la firma que hiciste, y testigo el cielo, a quien tъ llamaste por testigo de lo que me prometнas. Y, cuando todo esto falte, tu misma conciencia no ha de faltar de dar voces callando en mitad de tus alegrнas, volviendo por esta verdad que te he dicho y turbando tus mejores gustos y contentos.

Estas y otras razones dijo la lastimada Dorotea, con tanto sentimiento y lбgrimas, que los mismos que acompaсaban a don Fernando, y cuantos presentes estaban, la acompaсaron en ellas. Escuchуla don Fernando sin replicalle palabra, hasta que ella dio fin a las suyas y principio a tantos sollozos y suspiros, que bien habнa de ser corazуn de bronce el que con muestras de tanto dolor no se enterneciera. Mirбndola estaba Luscinda, no menos lastimada de su sentimiento que admirada de su mucha discreciуn y hermosura; y, aunque quisiera llegarse a ella y decirle algunas palabras de consuelo, no la dejaban los brazos de don Fernando, que apretada la tenнan. El cual, lleno de confusiуn y espanto, al cabo de un buen espacio que atentamente estuvo mirando a Dorotea, abriу los brazos y, dejando libre a Luscinda, dijo:

-Venciste, hermosa Dorotea, venciste; porque no es posible tener бnimo para negar tantas verdades juntas.

Con el desmayo que Luscinda habнa tenido, asн como la dejу don Fernando, iba a caer en el suelo; mas, hallбndose Cardenio allн junto, que a las espaldas de don Fernando se habнa puesto porque no le conociese, prosupuesto todo temor y aventurando a todo riesgo, acudiу a sostener a Luscinda, y, cogiйndola entre sus brazos, le dijo:

-Si el piadoso cielo gusta y quiere que ya tengas algъn descanso, leal, firme y hermosa seсora mнa, en ninguna parte creo yo que le tendrбs mбs seguro que en estos brazos que ahora te reciben, y otro tiempo te recibieron, cuando la fortuna quiso que pudiese llamarte mнa.

A estas razones, puso Luscinda en Cardenio los ojos, y, habiendo comenzado a conocerle, primero por la voz, y asegurбndose que йl era con la vista, casi fuera de sentido y sin tener cuenta a ningъn honesto respeto, le echу los brazos al cuello, y, juntando su rostro con el de Cardenio, le dijo:

-Vos sн, seсor mнo, sois el verdadero dueсo desta vuestra captiva, aunque mбs lo impida la contraria suerte, y aunque mбs amenazas le hagan [a] esta vida que en la vuestra se sustenta.

Estraсo espectбculo fue йste para don Fernando y para todos los circunstantes, admirбndose de tan no visto suceso. Pareciуle a Dorotea que don Fernando habнa perdido la color del rostro y que hacнa ademбn de querer vengarse de Cardenio, porque le vio encaminar la mano a ponella en la espada; y, asн como lo pensу, con no vista presteza se abrazу con йl por las rodillas, besбndoselas y teniйndole apretado, que no le dejaba mover, y, sin cesar un punto de sus lбgrimas, le decнa:

-їQuй es lo que piensas hacer, ъnico refugio mнo, en este tan impensado trance? Tъ tienes a tus pies a tu esposa, y la que quieres que lo sea estб en los brazos de su marido. Mira si te estarб bien o te serб posible deshacer lo que el cielo ha hecho, o si te convendrб querer levantar a igualar a ti mismo a la que, pospuesto todo inconveniente, confirmada en su verdad y firmeza, delante de tus ojos tiene los suyos, baсados de licor amoroso el rostro y pecho de su verdadero esposo. Por quien Dios es te ruego, y por quien tъ eres te suplico, que este tan notorio desengaсo no sуlo no acreciente tu ira, sino que la mengьe en tal manera, que con quietud y sosiego permitas que estos dos amantes le tengan, sin impedimiento tuyo, todo el tiempo que el cielo quisiere concedйrsele; y en esto mostrarбs la generosidad de tu ilustre y noble pecho, y verб el mundo que tiene contigo mбs fuerza la razуn que el apetito.

En tanto que esto decнa Dorotea, aunque Cardenio tenнa abrazada a Luscinda, no quitaba los ojos de don Fernando, con determinaciуn de que, si le viese hacer algъn movimiento en su perjuicio, procurar defenderse y ofender como mejor pudiese a todos aquellos que en su daсo se mostrasen, aunque le costase la vida. Pero a esta sazуn acudieron los amigos de don Fernando, y el cura y el barbero, que a todo habнan estado presentes, sin que faltase el bueno de Sancho Panza, y todos rodeaban a don Fernando, suplicбndole tuviese por bien de mirar las lбgrimas de Dorotea; y que, siendo verdad, como sin duda ellos creнan que lo era, lo que en sus razones habнa dicho, que no permitiese quedase defraudada de sus tan justas esperanzas. Que considerase que, no acaso, como parecнa, sino con particular providencia del cielo, se habнan todos juntado en lugar donde menos ninguno pensaba; y que advirtiese -dijo el cura- que sola la muerte podнa apartar a Luscinda de Cardenio; y, aunque los dividiesen filos de alguna espada, ellos tendrнan por felicнsima su muerte; y que en los lazos inremediables era suma cordura, forzбndose y venciйndose a sн mismo, mostrar un generoso pecho, permitiendo que por sola su voluntad los dos gozasen el bien que el cielo ya les habнa concedido; que pusiese los ojos ansimesmo en la beldad de Dorotea, y verнa que pocas o ninguna se le podнan igualar, cuanto mбs hacerle ventaja, y que juntase a su hermosura su humildad y el estremo del amor que le tenнa; y, sobre todo, advirtiese que si se preciaba de caballero y de cristiano, que no podнa hacer otra cosa que cumplille la palabra dada, y que, cumpliйndosela, cumplirнa con Dios y satisfarнa a las gentes discretas, las cuales saben y conocen que es prerrogativa de la hermosura, aunque estй en sujeto humilde, como se acompaсe con la honestidad, poder levantarse e igualarse a cualquiera alteza, sin nota de menoscabo del que la levanta e iguala a sн mismo; y, cuando se cumplen las fuertes leyes del gusto, como en ello no intervenga pecado, no debe de ser culpado el que las sigue.

En efeto, a estas razones aсadieron todos otras, tales y tantas, que el valeroso pecho de don Fernando (en fin, como alimentado con ilustre sangre) se ablandу y se dejу vencer de la verdad, que йl no pudiera negar aunque quisiera; y la seсal que dio de haberse rendido y entregado al buen parecer que se le habнa propuesto fue abajarse y abrazar a Dorotea, diciйndole:

-Levantaos, seсora mнa, que no es justo que estй arrodillada a mis pies la que yo tengo en mi alma; y si hasta aquн no he dado muestras de lo que digo, quizб ha sido por orden del cielo, para que, viendo yo en vos la fe con que me amбis, os sepa estimar en lo que merecйis. Lo que os ruego es que no me reprehendбis mi mal tйrmino y mi mucho descuido, pues la misma ocasiуn y fuerza que me moviу para acetaros por mнa, esa misma me impeliу para procurar no ser vuestro. Y que esto sea verdad, volved y mirad los ojos de la ya contenta Luscinda, y en ellos hallarйis disculpa de todos mis yerros; y, pues ella hallу y alcanzу lo que deseaba, y yo he hallado en vos lo que me cumple, viva ella segura y contenta luengos y felices aсos con su Cardenio, que yo rogarй al cielo que me los deje vivir con mi Dorotea.

Y, diciendo esto, la tornу a abrazar y a juntar su rostro con el suyo, con tan tierno sentimiento, que le fue necesario tener gran cuenta con que las lбgrimas no acabasen de dar indubitables seсas de su amor y arrepentimiento. No lo hicieron asн las de Luscinda y Cardenio, y aun las de casi todos los que allн presentes estaban, porque comenzaron a derramar tantas, los unos de contento proprio y los otros del ajeno, que no parecнa sino que algъn grave y mal caso a todos habнa sucedido. Hasta Sancho Panza lloraba, aunque despuйs dijo que no lloraba йl sino por ver que Dorotea no era, como йl pensaba, la reina Micomicona, de quien йl tantas mercedes esperaba. Durу algъn espacio, junto con el llanto, la admiraciуn en todos, y luego Cardenio y Luscinda se fueron a poner de rodillas ante don Fernando, dбndole gracias de la merced que les habнa hecho con tan corteses razones, que don Fernando no sabнa quй responderles; y asн, los levantу y abrazу con muestras de mucho amor y de mucha cortesнa.

Preguntу luego a Dorotea le dijese cуmo habнa venido a aquel lugar tan lejos del suyo. Ella, con breves y discretas razones, contу todo lo que antes habнa contado a Cardenio, de lo cual gustу tanto don Fernando y los que con йl venнan, que quisieran que durara el cuento mбs tiempo: tanta era la gracia con que Dorotea contaba sus desventuras. Y, asн como hubo acabado, dijo don Fernando lo que en la ciudad le habнa acontecido despuйs que hallу el papel en el seno de Luscinda, donde declaraba ser esposa de Cardenio y no poderlo ser suya. Dijo que la quiso matar, y lo hiciera si de sus padres no fuera impedido; y que asн, se saliу de su casa, despechado y corrido, con determinaciуn de vengarse con mбs comodidad; y que otro dнa supo como Luscinda habнa faltado de casa de sus padres, sin que nadie supiese decir dуnde se habнa ido, y que, en resoluciуn, al cabo de algunos meses vino a saber como estaba en un monesterio, con voluntad de quedarse en йl toda la vida, si no la pudiese pasar con Cardenio; y que, asн como lo supo, escogiendo para su compaснa aquellos tres caballeros, vino al lugar donde estaba, a la cual no habнa querido hablar, temeroso que, en sabiendo que йl estaba allн, habнa de haber mбs guarda en el monesterio; y asн, aguardando un dнa a que la porterнa estuviese abierta, dejу a los dos a la guarda de la puerta, y йl, con otro, habнan entrado en el monesterio buscando a Luscinda, la cual hallaron en el claustro hablando con una monja; y, arrebatбndola, sin darle lugar a otra cosa, se habнan venido con ella a un lugar donde se acomodaron de aquello que hubieron menester para traella. Todo lo cual habнan podido hacer bien a su salvo, por estar el monesterio en el campo, buen trecho fuera del pueblo. Dijo que, asн como Luscinda se vio en su poder, perdiу todos los sentidos; y que, despuйs de vuelta en sн, no habнa hecho otra cosa sino llorar y suspirar, sin hablar palabra alguna; y que asн, acompaсados de silencio y de lбgrimas, habнan llegado a aquella venta, que para йl era haber llegado al cielo, donde se rematan y tienen fin todas las desventuras de la tierra.



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Capнtulo XXXVII

Que prosigue la historia de la famosa infanta Micomicona, con otras graciosas aventuras

TODO esto escuchaba Sancho, no con poco dolor de su бnima, viendo que se le desparecнan e iban en humo las esperanzas de su ditado, y que la linda princesa Micomicona se le habнa vuelto en Dorotea, y el gigante en don Fernando, y su amo se estaba durmiendo a sueсo suelto, bien descuidado de todo lo sucedido. No se podнa asegurar Dorotea si era soсado el bien que poseнa. Cardenio estaba en el mismo pensamiento, y el de Luscinda corrнa por la misma cuenta. Don Fernando daba gracias al cielo por la merced recebida y haberle sacado de aquel intricado laberinto, donde se hallaba tan a pique de perder el crйdito y el alma; y, finalmente, cuantos en la venta estaban, estaban contentos y gozosos del buen suceso que habнan tenido tan trabados y desesperados negocios.

Todo lo ponнa en su punto el cura, como discreto, y a cada uno daba el parabiйn del bien alcanzado; pero quien mбs jubilaba y se contentaba era la ventera, por la promesa que Cardenio y el cura le habнan hecho de pagalle todos los daсos e intereses que por cuenta de don Quijote le hubiesen venido. Sуlo Sancho, como ya se ha dicho, era el afligido, el desventurado y el triste; y asн, con malencуnico semblante, entrу a su amo, el cual acababa de despertar, a quien dijo:

-Bien puede vuestra merced, seсor Triste Figura, dormir todo lo que quisiere, sin cuidado de matar a ningъn gigante, ni de volver a la princesa su reino: que ya todo estб hecho y concluido.

-Eso creo yo bien -respondiу don Quijote-, porque he tenido con el gigante la mбs descomunal y desaforada batalla que pienso tener en todos los dнas de mi vida; y de un revйs, Ўzas!, le derribй la cabeza en el suelo, y fue tanta la sangre que le saliу, que los arroyos corrнan por la tierra como si fueran de agua.

-Como si fueran de vino tinto, pudiera vuestra merced decir mejor -respondiу Sancho-, porque quiero que sepa vuestra merced, si es que no lo sabe, que el gigante muerto es un cuero horadado, y la sangre, seis arrobas de vino tinto que encerraba en su vientre; y la cabeza cortada es la puta que me pariу, y llйvelo todo Satanбs.

-Y їquй es lo que dices, loco? -replicу don Quijote-. їEstбs en tu seso?

-Levбntese vuestra merced -dijo Sancho-, y verб el buen recado que ha hecho, y lo que tenemos que pagar; y verб a la reina convertida en una dama particular, llamada Dorotea, con otros sucesos que, si cae en ellos, le han de admirar.

-No me maravillarнa de nada deso -replicу don Quijote-, porque, si bien te acuerdas, la otra vez que aquн estuvimos te dije yo que todo cuanto aquн sucedнa eran cosas de encantamento, y no serнa mucho que ahora fuese lo mesmo.

-Todo lo creyera yo -respondiу Sancho-, si tambiйn mi manteamiento fuera cosa dese jaez, mas no lo fue, sino real y verdaderamente; y vi yo que el ventero que aquн estб hoy dнa tenнa del un cabo de la manta, y me empujaba hacia el cielo con mucho donaire y brнo, y con tanta risa como fuerza; y donde interviene conocerse las personas, tengo para mн, aunque simple y pecador, que no hay encantamento alguno, sino mucho molimiento y mucha mala ventura.

-Ahora bien, Dios lo remediarб -dijo don Quijote-. Dame de vestir y dйjame salir allб fuera, que quiero ver los sucesos y transformaciones que dices.

Diole de vestir Sancho, y, en el entretanto que se vestнa, contу el cura a don Fernando y a los demбs las locuras de don Quijote, y del artificio que habнan usado para sacarle de la Peсa Pobre, donde йl se imaginaba estar por desdenes de su seсora. Contуles asimismo casi todas las aventuras que Sancho habнa contado, de que no poco se admiraron y rieron, por parecerles lo que a todos parecнa: ser el mбs estraсo gйnero de locura que podнa caber en pensamiento desparatado. Dijo mбs el cura: que, pues ya el buen suceso de la seсora Dorotea impidнa pasar con su disignio adelante, que era menester inventar y hallar otro para poderle llevar a su tierra. Ofreciуse Cardenio de proseguir lo comenzado, y que Luscinda harнa y representarнa la persona de Dorotea.

-No -dijo don Fernando-, no ha de ser asн: que yo quiero que Dorotea prosiga su invenciуn; que, como no sea muy lejos de aquн el lugar deste buen caballero, yo holgarй de que se procure su remedio.

-No estб mбs de dos jornadas de aquн.

-Pues, aunque estuviera mбs, gustara yo de caminallas, a trueco de hacer tan buena obra.

Saliу, en esto, don Quijote, armado de todos sus pertrechos, con el yelmo, aunque abollado, de Mambrino en la cabeza, embrazado de su rodela y arrimado a su tronco o lanzуn. Suspendiу a don Fernando y a los demбs la estraсa presencia de don Quijote, viendo su rostro de media legua de andadura, seco y amarillo, la desigualdad de sus armas y su mesurado continente, y estuvieron callando hasta ver lo que йl decнa, el cual, con mucha gravedad y reposo, puestos los ojos en la hermosa Dorotea, dijo:

-Estoy informado, hermosa seсora, deste mi escudero que la vuestra grandeza se ha aniquilado, y vuestro ser se ha deshecho, porque de reina y gran seсora que solнades ser os habйis vuelto en una particular doncella. Si esto ha sido por orden del rey nigromante de vuestro padre, temeroso que yo no os diese la necesaria y debida ayuda, digo que no supo ni sabe de la misa la media, y que fue poco versado en las historias caballerescas, porque si йl las hubiera leнdo y pasado tan atentamente y con tanto espacio como yo las pasй y leн, hallara a cada paso cуmo otros caballeros de menor fama que la mнa habнan acabado cosas mбs dificultosas, no siйndolo mucho matar a un gigantillo, por arrogante que sea; porque no ha muchas horas que yo me vi con йl, y... quiero callar, porque no me digan que miento; pero el tiempo, descubridor de todas las cosas, lo dirб cuando menos lo pensemos.

-Vнstesos vos con dos cueros, que no con un gigante -dijo a esta sazуn el ventero.

Al cual mandу don Fernando que callase y no interrumpiese la plбtica de don Quijote en ninguna manera; y don Quijote prosiguiу diciendo:

-Digo, en fin, alta y desheredada seсora, que si por la causa que he dicho vuestro padre ha hecho este metamorfуseos en vuestra persona, que no le deis crйdito alguno, porque no hay ningъn peligro en la tierra por quien no se abra camino mi espada, con la cual, poniendo la cabeza de vuestro enemigo en tierra, os pondrй a vos la corona de la vuestra en la cabeza en breves dнas.

No dijo mбs don Quijote, y esperу a que la princesa le respondiese, la cual, como ya sabнa la determinaciуn de don Fernando de que se prosiguiese adelante en el engaсo hasta llevar a su tierra a don Quijote, con mucho donaire y gravedad, le respondiу:

-Quienquiera que os dijo, valeroso caballero de la Triste Figura, que yo me habнa mudado y trocado de mi ser, no os dijo lo cierto, porque la misma que ayer fui me soy hoy. Verdad es que alguna mudanza han hecho en mн ciertos acaecimientos de buena ventura, que me la han dado la mejor que yo pudiera desearme, pero no por eso he dejado de ser la que antes y de tener los mesmos pensamientos de valerme del valor de vuestro valeroso e invenerable brazo que siempre he tenido. Asн que, seсor mнo, vuestra bondad vuelva la honra al padre que me engendrу, y tйngale por hombre advertido y prudente, pues con su ciencia hallу camino tan fбcil y tan verdadero para remediar mi desgracia; que yo creo que si por vos, seсor, no fuera, jamбs acertara a tener la ventura que tengo; y en esto digo tanta verdad como son buenos testigos della los mбs destos seсores que estбn presentes. Lo que resta es que maсana nos pongamos en camino, porque ya hoy se podrб hacer poca jornada, y en lo demбs del buen suceso que espero, lo dejarй a Dios y al valor de vuestro pecho.

Esto dijo la discreta Dorotea, y, en oyйndolo don Quijote, se volviу a Sancho, y, con muestras de mucho enojo, le dijo:

-Ahora te digo, Sanchuelo, que eres el mayor bellacuelo que hay en Espaсa. Dime, ladrуn vagamundo, їno me acabaste de decir ahora que esta princesa se habнa vuelto en una doncella que se llamaba Dorotea, y que la cabeza que entiendo que cortй a un gigante era la puta que te pariу, con otros disparates que me pusieron en la mayor confusiуn que jamбs he estado en todos los dнas de mi vida? ЎVoto... -y mirу al cielo y apretу los dientes- que estoy por hacer un estrago en ti, que ponga sal en la mollera a todos cuantos mentirosos escuderos hubiere de caballeros andantes, de aquн adelante, en el mundo!

-Vuestra merced se sosiegue, seсor mнo -respondiу Sancho-, que bien podrнa ser que yo me hubiese engaсado en lo que toca a la mutaciуn de la seсora princesa Micomicona; pero, en lo que toca a la cabeza del gigante, o, a lo menos, a la horadaciуn de los cueros y a lo de ser vino tinto la sangre, no me engaсo, Ўvive Dios!, porque los cueros allн estбn heridos, a la cabecera del lecho de vuestra merced, y el vino tinto tiene hecho un lago el aposento; y si no, al freнr de los huevos lo verб; quiero decir que lo verб cuando aquн su merced del seсor ventero le pida el menoscabo de todo. De lo demбs, de que la seсora reina se estй como se estaba, me regocijo en el alma, porque me va mi parte, como a cada hijo de vecino.

-Ahora yo te digo, Sancho -dijo don Quijote-, que eres un mentecato; y perdуname, y basta.

-Basta -dijo don Fernando-, y no se hable mбs en esto; y, pues la seсora princesa dice que se camine maсana, porque ya hoy es tarde, hбgase asн, y esta noche la podremos pasar en buena conversaciуn hasta el venidero dнa, donde todos acompaсaremos al seсor don Quijote, porque queremos ser testigos de las valerosas e inauditas hazaсas que ha de hacer en el discurso desta grande empresa que a su cargo lleva.

-Yo soy el que tengo de serviros y acompaсaros -respondiу don Quijote-, y agradezco mucho la merced que se me hace y la buena opiniуn que de mн se tiene, la cual procurarй que salga verdadera, o me costarб la vida, y aun mбs, si mбs costarme puede.

Muchas palabras de comedimiento y muchos ofrecimientos pasaron entre don Quijote y don Fernando; pero a todo puso silencio un pasajero que en aquella sazуn entrу en la venta, el cual en su traje mostraba ser cristiano reciйn venido de tierra de moros, porque venнa vestido con una casaca de paсo azul, corta de faldas, con medias mangas y sin cuello; los calzones eran asimismo de lienzo azul, con bonete de la misma color; traнa unos borceguнes datilados y un alfanje morisco, puesto en un tahelн que le atravesaba el pecho. Entrу luego tras йl, encima de un jumento, una mujer a la morisca vestida, cubierto el rostro con una toca en la cabeza; traнa un bonetillo de brocado, y vestida una almalafa, que desde los hombros a los pies la cubrнa. Era el hombre de robusto y agraciado talle, de edad de poco mбs de cuarenta aсos, algo moreno de rostro, largo de bigotes y la barba muy bien puesta. En resoluciуn, йl mostraba en su apostura que si estuviera bien vestido, le juzgaran por persona de calidad y bien nacida.

Pidiу, en entrando, un aposento, y, como le dijeron que en la venta no le habнa, mostrу recebir pesadumbre; y, llegбndose a la que en el traje parecнa mora, la apeу en sus brazos. Luscinda, Dorotea, la ventera, su hija y Maritornes, llevadas del nuevo y para ellas nunca visto traje, rodearon a la mora, y Dorotea, que siempre fue agraciada, comedida y discreta, pareciйndole que asн ella como el que la traнa se congojaban por la falta del aposento, le dijo:

-No os dй mucha pena, seсora mнa, la incomodidad de regalo que aquн falta, pues es proprio de ventas no hallarse en ellas; pero, con todo esto, si gustбredes de pasar con nosotras -seсalando a Luscinda-, quizб en el discurso de este camino habrйis hallado otros no tan buenos acogimientos.

No respondiу nada a esto la embozada, ni hizo otra cosa que levantarse de donde sentado se habнa, y, puestas entrambas manos cruzadas sobre el pecho, inclinada la cabeza, doblу el cuerpo en seсal de que lo agradecнa. Por su silencio imaginaron que, sin duda alguna, debнa de ser mora, y que no sabнa hablar cristiano. Llegу, en esto, el cautivo, que entendiendo en otra cosa hasta entonces habнa estado, y, viendo que todas tenнan cercada a la que con йl venнa, y que ella a cuanto le decнan callaba, dijo:

-Seсoras mнas, esta doncella apenas entiende mi lengua, ni sabe hablar otra ninguna sino conforme a su tierra, y por esto no debe de haber respondido, ni responde, a lo que se le ha preguntado.

-No se le pregunta otra cosa ninguna -respondiу Luscinda- sino ofrecelle por esta noche nuestra compaснa y parte del lugar donde nos acomodбremos, donde se le harб el regalo que la comodidad ofreciere, con la voluntad que obliga a servir a todos los estranjeros que dello tuvieren necesidad, especialmente siendo mujer a quien se sirve.

-Por ella y por mн -respondiу el captivo- os beso, seсora mнa, las manos, y estimo mucho y en lo que es razуn la merced ofrecida; que en tal ocasiуn, y de tales personas como vuestro parecer muestra, bien se echa de ver que ha de ser muy grande.

-Decidme, seсor -dijo Dorotea-: їesta seсora es cristiana o mora? Porque el traje y el silencio nos hace pensar que es lo que no querrнamos que fuese.

-Mora es en el traje y en el cuerpo, pero en el alma es muy grande cristiana, porque tiene grandнsimos deseos de serlo.

-Luego, їno es baptizada? -replicу Luscinda.

-No ha habido lugar para ello -respondiу el captivo- despuйs que saliу de Argel, su patria y tierra, y hasta agora no se ha visto en peligro de muerte tan cercana que obligase a baptizalla sin que supiese primero todas las ceremonias que nuestra Madre la Santa Iglesia manda; pero Dios serб servido que presto se bautice con la decencia que la calidad de su persona merece, que es mбs de lo que muestra su hбbito y el mнo.

[Con] estas razones puso gana en todos los que escuchбndole estaban de saber quiйn fuese la mora y el captivo, pero nadie se lo quiso preguntar por entonces, por ver que aquella sazуn era mбs para procurarles descanso que para preguntarles sus vidas. Dorotea la tomу por la mano y la llevу a sentar junto a sн, y le rogу que se quitase el embozo. Ella mirу al cautivo, como si le preguntara le dijese lo que decнan y lo que ella harнa. Йl, en lengua arбbiga, le dijo que le pedнan se quitase el embozo, y que lo hiciese; y asн, se lo quitу, y descubriу un rostro tan hermoso, que Dorotea la tuvo por mбs hermosa que a Luscinda, y Luscinda por mбs hermosa que a Dorotea, y todos los circustantes conocieron que si alguno se podrнa igualar al de las dos, era el de la mora, y aun hubo algunos que le aventajaron en alguna cosa. Y, como la hermosura tenga prerrogativa y gracia de reconciliar los бnimos y atraer las voluntades, luego se rindieron todos al deseo de servir y acariciar a la hermosa mora.

Preguntу don Fernando al captivo cуmo se llamaba la mora, el cual respondiу que lela Zoraida; y, asн como esto oyу, ella entendiу lo que le habнan preguntado al cristiano, y dijo con mucha priesa, llena de congoja y donaire:

-ЎNo, no Zoraida: Marнa, Marнa! -dando a entender que se llamaba Marнa y no Zoraida.

Estas palabras, el grande afecto con que la mora las dijo, hicieron derramar mбs de una lбgrima a algunos de los que la escucharon, especialmente a las mujeres, que de su naturaleza son tiernas y compasivas. Abrazуla Luscinda con mucho amor, diciйndole:

-Sн, sн: Marнa, Marнa.

A lo cual respondiу la mora:

-ЎSн, sн: Marнa; Zoraida macange! -que quiere decir no.

Ya en esto llegaba la noche, y, por orden de los que venнan con don Fernando, habнa el ventero puesto diligencia y cuidado en aderezarles de cenar lo mejor que a йl le fue posible. Llegada, pues, la hora, sentбronse todos a una larga mesa, como de tinelo, porque no la habнa redonda ni cuadrada en la venta, y dieron la cabecera y principal asiento, puesto que йl lo rehusaba, a don Quijote, el cual quiso que estuviese a su lado la seсora Micomicona, pues йl era su aguardador. Luego se sentaron Luscinda y Zoraida, y frontero dellas don Fernando y Cardenio, y luego el cautivo y los demбs caballeros, y, al lado de las seсoras, el cura y el barbero. Y asн, cenaron con mucho contento, y acrecentуseles mбs viendo que, dejando de comer don Quijote, movido de otro semejante espнritu que el que le moviу a hablar tanto como hablу cuando cenу con los cabreros, comenzу a decir:

-Verdaderamente, si bien se considera, seсores mнos, grandes e inauditas cosas ven los que profesan la orden de la andante caballerнa. Si no, їcuбl de los vivientes habrб en el mundo que ahora por la puerta deste castillo entrara, y de la suerte que estamos nos viere, que juzgue y crea que nosotros somos quien somos? їQuiйn podrб decir que esta seсora que estб a mi lado es la gran reina que todos sabemos, y que yo soy aquel Caballero de la Triste Figura que anda por ahн en boca de la fama? Ahora no hay que dudar, sino que esta arte y ejercicio excede a todas aquellas y aquellos que los hombres inventaron, y tanto mбs se ha de tener en estima cuanto a mбs peligros estб sujeto. Quнtenseme delante los que dijeren que las letras hacen ventaja a las armas, que les dirй, y sean quien se fueren, que no saben lo que dicen. Porque la razуn que los tales suelen decir, y a lo que ellos mбs se atienen, es que los trabajos del espнritu exceden a los del cuerpo, y que las armas sуlo con el cuerpo se ejercitan, como si fuese su ejercicio oficio de ganapanes, para el cual no es menester mбs de buenas fuerzas; o como si en esto que llamamos armas los que las profesamos no se encerrasen los actos de la fortaleza, los cuales piden para ejecutallos mucho entendimiento; o como si no trabajase el бnimo del guerrero que tiene a su cargo un ejйrcito, o la defensa de una ciudad sitiada, asн con el espнritu como con el cuerpo. Si no, vйase si se alcanza con las fuerzas corporales a saber y conjeturar el intento del enemigo, los disignios, las estratagemas, las dificultades, el prevenir los daсos que se temen; que todas estas cosas son acciones del entendimiento, en quien no tiene parte alguna el cuerpo. Siendo pues ansн, que las armas requieren espнritu, como las letras, veamos ahora cuбl de los dos espнritus, el del letrado o el del guerrero, trabaja mбs. Y esto se vendrб a conocer por el fin y paradero a que cada uno se encamina, porque aquella intenciуn se ha de estimar en mбs que tiene por objeto mбs noble fin. Es el fin y paradero de las letras..., y no hablo ahora de las divinas, que tienen por blanco llevar y encaminar las almas al cielo, que a un fin tan sin fin como йste ninguno otro se le puede igualar; hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo, entender y hacer que las buenas leyes se guarden. Fin, por cierto, generoso y alto y digno de grande alabanza, pero no de tanta como merece aquel a que las armas atienden, las cuales tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida. Y asн, las primeras buenas nuevas que tuvo el mundo y tuvieron los hombres fueron las que dieron los бngeles la noche que fue nuestro dнa, cuando cantaron en los aires: ''Gloria sea en las alturas, y paz en la tierra, a los hombres de buena voluntad''; y a la salutaciуn que el mejor maestro de la tierra y del cielo enseсу a sus allegados y favoridos, fue decirles que cuando entrasen en alguna casa, dijesen: ''Paz sea en esta casa''; y otras muchas veces les dijo: ''Mi paz os doy, mi paz os dejo: paz sea con vosotros'', bien como joya y prenda dada y dejada de tal mano; joya que sin ella, en la tierra ni en el cielo puede haber bien alguno. Esta paz es el verdadero fin de la guerra, que lo mesmo es decir armas que guerra. Prosupuesta, pues, esta verdad, que el fin de la guerra es la paz, y que en esto hace ventaja al fin de las letras, vengamos ahora a los trabajos del cuerpo del letrado y a los del profesor de las armas, y vйase cuбles son mayores.

De tal manera, y por tan buenos tйrminos, iba prosiguiendo en su plбtica don Quijote que obligу a que, por entonces, ninguno de los que escuchбndole estaban le tuviese por loco; antes, como todos los mбs eran caballeros, a quien son anejas las armas, le escuchaban de muy buena gana; y йl prosiguiу diciendo:

-Digo, pues, que los trabajos del estudiante son йstos: principalmente pobreza (no porque todos sean pobres, sino por poner este caso en todo el estremo que pueda ser); y, en haber dicho que padece pobreza, me parece que no habнa que decir mбs de su mala ventura, porque quien es pobre no tiene cosa buena. Esta pobreza la padece por sus partes, ya en hambre, ya en frнo, ya en desnudez, ya en todo junto; pero, con todo eso, no es tanta que no coma, aunque sea un poco mбs tarde de lo que se usa, aunque sea de las sobras de los ricos; que es la mayor miseria del estudiante йste que entre ellos llaman andar a la sopa; y no les falta algъn ajeno brasero o chimenea, que, si no callenta, a lo menos entibie su frнo, y, en fin, la noche duermen debajo de cubierta. No quiero llegar a otras menudencias, conviene a saber, de la falta de camisas y no sobra de zapatos, la raridad y poco pelo del vestido, ni aquel ahitarse con tanto gusto, cuando la buena suerte les depara algъn banquete. Por este camino que he pintado, бspero y dificultoso, tropezando aquн, cayendo allн, levantбndose acullб, tornando a caer acб, llegan al grado que desean; el cual alcanzado, a muchos hemos visto que, habiendo pasado por estas Sirtes y por estas Scilas y Caribdis, como llevados en vuelo de la favorable fortuna, digo que los hemos visto mandar y gobernar el mundo desde una silla, trocada su hambre en hartura, su frнo en refrigerio, su desnudez en galas, y su dormir en una estera en reposar en holandas y damascos: premio justamente merecido de su virtud. Pero, contrapuestos y comparados sus trabajos con los del mнlite guerrero, se quedan muy atrбs en todo, como ahora dirй.



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Capнtulo XXXVIII

Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras

PROSIGUIENDO don Quijote, dijo:

-Pues comenzamos en el estudiante por la pobreza y sus partes, veamos si es mбs rico el soldado. Y veremos que no hay ninguno mбs pobre en la misma pobreza, porque estб atenido a la miseria de su paga, que viene o tarde o nunca, o a lo que garbeare por sus manos, con notable peligro de su vida y de su conciencia. Y a veces suele ser su desnudez tanta, que un coleto acuchillado le sirve de gala y de camisa, y en la mitad del invierno se suele reparar de las inclemencias del cielo, estando en la campaсa rasa, con sуlo el aliento de su boca, que, como sale de lugar vacнo, tengo por averiguado que debe de salir frнo, contra toda naturaleza. Pues esperad que espere que llegue la noche, para restaurarse de todas estas incomodidades, en la cama que le aguarda, la cual, si no es por su culpa, jamбs pecarб de estrecha; que bien puede medir en la tierra los pies que quisiere, y revolverse en ella a su sabor, sin temor que se le encojan las sбbanas. Llйguese, pues, a todo esto, el dнa y la hora de recebir el grado de su ejercicio; llйguese un dнa de batalla, que allн le pondrбn la borla en la cabeza, hecha de hilas, para curarle algъn balazo, que quizб le habrб pasado las sienes, o le dejarб estropeado de brazo o pierna. Y, cuando esto no suceda, sino que el cielo piadoso le guarde y conserve sano y vivo, podrб ser que se quede en la mesma pobreza que antes estaba, y que sea menester que suceda uno y otro rencuentro, una y otra batalla, y que de todas salga vencedor, para medrar en algo; pero estos milagros vense raras veces. Pero, decidme, seсores, si habйis mirado en ello: їcuбn menos son los premiados por la guerra que los que han perecido en ella? Sin duda, habйis de responder que no tienen comparaciуn, ni se pueden reducir a cuenta los muertos, y que se podrбn contar los premiados vivos con tres letras de guarismo. Todo esto es al revйs en los letrados; porque, de faldas, que no quiero decir de mangas, todos tienen en quй entretenerse. Asн que, aunque es mayor el trabajo del soldado, es mucho menor el premio. Pero a esto se puede responder que es mбs fбcil premiar a dos mil letrados que a treinta mil soldados, porque a aquйllos se premian con darles oficios, que por fuerza se han de dar a los de su profesiуn, y a йstos no se pueden premiar sino con la mesma hacienda del seсor a quien sirven; y esta imposibilidad fortifica mбs la razуn que tengo. Pero dejemos esto aparte, que es laberinto de muy dificultosa salida, sino volvamos a la preeminencia de las armas contra las letras, materia que hasta ahora estб por averiguar, segъn son las razones que cada una de su parte alega. Y, entre las que he dicho, dicen las letras que sin ellas no se podrнan sustentar las armas, porque la guerra tambiйn tiene sus leyes y estб sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se podrбn sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repъblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de cosarios; y, finalmente, si por ellas no fuese, las repъblicas, los reinos, las monarquнas, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarнan sujetos al rigor y a la confusiуn que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus previlegios y de sus fuerzas. Y es razуn averiguada que aquello que mбs cuesta se estima y debe de estimar en mбs. Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, vбguidos de cabeza, indigestiones de estуmago, y otras cosas a йstas adherentes, que, en parte, ya las tengo referidas; mas llegar uno por sus tйrminos a ser buen soldado le cuesta todo lo que a el estudiante, en tanto mayor grado que no tiene comparaciуn, porque a cada paso estб a pique de perder la vida. Y їquй temor de necesidad y pobreza puede llegar ni fatigar al estudiante, que llegue al que tiene un soldado, que, hallбndose cercado en alguna fuerza, y estando de posta, o guarda, en algъn revellнn o caballero, siente que los enemigos estбn minando hacia la parte donde йl estб, y no puede apartarse de allн por ningъn caso, ni huir el peligro que de tan cerca le amenaza? Sуlo lo que puede hacer es dar noticia a su capitбn de lo que pasa, para que lo remedie con alguna contramina, y йl estarse quedo, temiendo y esperando cuбndo improvisamente ha de subir a las nubes sin alas y bajar al profundo sin su voluntad. Y si йste parece pequeсo peligro, veamos si le iguala o hace ventaja el de embestirse dos galeras por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales enclavijadas y trabadas, no le queda al soldado mбs espacio del que concede dos pies de tabla del espolуn; y, con todo esto, viendo que tiene delante de sн tantos ministros de la muerte que le amenazan cuantos caсones de artillerнa se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo que al primer descuido de los pies irнa a visitar los profundos senos de Neptuno; y, con todo esto, con intrйpido corazуn, llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucerнa, y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario. Y lo que mбs es de admirar: que apenas uno ha caнdo donde no se podrб levantar hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar; y si йste tambiйn cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar tiempo al tiempo de sus muertes: valentнa y atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra. Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillerнa, a cuyo inventor tengo para mн que en el infierno se le estб dando el premio de su diabуlica invenciуn, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que, sin saber cуmo o por dуnde, en la mitad del coraje y brнo que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala, disparada de quien quizб huyу y se espantу del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita mбquina, y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecнa gozar luengos siglos. Y asн, considerando esto, estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable como es esta en que ahora vivimos; porque, aunque a mн ningъn peligro me pone miedo, todavнa me pone recelo pensar si la pуlvora y el estaсo me han de quitar la ocasiуn de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto de la tierra. Pero haga el cielo lo que fuere servido, que tanto serй mбs estimado, si salgo con lo que pretendo, cuanto a mayores peligros me he puesto que se pusieron los caballeros andantes de los pasados siglos.

Todo este largo preбmbulo dijo don Quijote, en tanto que los demбs cenaban, olvidбndose de llevar bocado a la boca, puesto que algunas veces le habнa dicho Sancho Panza que cenase, que despuйs habrнa lugar para decir todo lo que quisiese. En los que escuchado le habнan sobrevino nueva lбstima de ver que hombre que, al parecer, tenнa buen entendimiento y buen discurso en todas las cosas que trataba, le hubiese perdido tan rematadamente, en tratбndole de su negra y pizmienta caballerнa. El cura le dijo que tenнa mucha razуn en todo cuanto habнa dicho en favor de las armas, y que йl, aunque letrado y graduado, estaba de su mesmo parecer.

Acabaron de cenar, levantaron los manteles, y, en tanto que la ventera, su hija y Maritornes aderezaban el camaranchуn de don Quijote de la Mancha, donde habнan determinado que aquella noche las mujeres solas en йl se recogiesen, don Fernando rogу al cautivo les contase el discurso de su vida, porque no podrнa ser sino que fuese peregrino y gustoso, segъn las muestras que habнa comenzado a dar, viniendo en compaснa de Zoraida. A lo cual respondiу el cautivo que de muy buena gana harнa lo que se le mandaba, y que sуlo temнa que el cuento no habнa de ser tal, que les diese el gusto que йl deseaba; pero que, con todo eso, por no faltar en obedecelle, le contarнa. El cura y todos los demбs se lo agradecieron, y de nuevo se lo rogaron; y йl, viйndose rogar de tantos, dijo que no eran menester ruegos adonde el mandar tenнa tanta fuerza.

-Y asн, estйn vuestras mercedes atentos, y oirбn un discurso verdadero, a quien podrнa ser que no llegasen los mentirosos que con curioso y pensado artificio suelen componerse.

Con esto que dijo, hizo que todos se acomodasen y le prestasen un grande silencio; y йl, viendo que ya callaban y esperaban lo que decir quisiese, con voz agradable y reposada, comenzу a decir desta manera:



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Capнtulo XXXIX

Donde el cautivo cuenta su vida y sucesos

-«EN un lugar de las Montaсas de Leуn tuvo principio mi linaje, con quien fue mбs agradecida y liberal la naturaleza que la fortuna, aunque, en la estrecheza de aquellos pueblos, todavнa alcanzaba mi padre fama de rico, y verdaderamente lo fuera si asн se diera maсa a conservar su hacienda como se la daba en gastalla. Y la condiciуn que tenнa de ser liberal y gastador le procediу de haber sido soldado los aсos de su joventud, que es escuela la soldadesca donde el mezquino se hace franco, y el franco, prуdigo; y si algunos soldados se hallan miserables, son como monstruos, que se ven raras veces. Pasaba mi padre los tйrminos de la liberalidad, y rayaba en los de ser prуdigo: cosa que no le es de ningъn provecho al hombre casado, y que tiene hijos que le han de suceder en el nombre y en el ser. Los que mi padre tenнa eran tres, todos varones y todos de edad de poder elegir estado. Viendo, pues, mi padre que, segъn йl decнa, no podнa irse a la mano contra su condiciуn, quiso privarse del instrumento y causa que le hacнa gastador y dadivoso, que fue privarse de la hacienda, sin la cual el mismo Alejandro pareciera estrecho.

»Y asн, llamбndonos un dнa a todos tres a solas en un aposento, nos dijo unas razones semejantes a las que ahora dirй: ''Hijos, para deciros que os quiero bien, basta saber y decir que sois mis hijos; y, para entender que os quiero mal, basta saber que no me voy a la mano en lo que toca a conservar vuestra hacienda. Pues, para que entendбis desde aquн adelante que os quiero como padre, y que no os quiero destruir como padrastro, quiero hacer una cosa con vosotros que ha muchos dнas que la tengo pensada y con madura consideraciуn dispuesta. Vosotros estбis ya en edad de tomar estado, o, a lo menos, de elegir ejercicio, tal que, cuando mayores, os honre y aproveche. Y lo que he pensado es hacer de mi hacienda cuatro partes: las tres os darй a vosotros, a cada uno lo que le tocare, sin exceder en cosa alguna, y con la otra me quedarй yo para vivir y sustentarme los dнas que el cielo fuere servido de darme de vida. Pero querrнa que, despuйs que cada uno tuviese en su poder la parte que le toca de su hacienda, siguiese uno de los caminos que le dirй. Hay un refrбn en nuestra Espaсa, a mi parecer muy verdadero, como todos lo son, por ser sentencias breves sacadas de la luenga y discreta experiencia; y el que yo digo dice: 'Iglesia, o mar, o casa real', como si mбs claramente dijera: 'Quien quisiere valer y ser rico siga o la Iglesia, o navegue, ejercitando el arte de la mercancнa, o entre a servir a los reyes en sus casas'; porque dicen: 'Mбs vale migaja de rey que merced de seсor'. Digo esto porque querrнa, y es mi voluntad, que uno de vosotros siguiese las letras, el otro la mercancнa, y el otro sirviese al rey en la guerra, pues es dificultoso entrar a servirle en su casa; que, ya que la guerra no dй muchas riquezas, suele dar mucho valor y mucha fama. Dentro de ocho dнas, os darй toda vuestra parte en dineros, sin defraudaros en un ardite, como lo verйis por la obra. Decidme ahora si querйis seguir mi parecer y consejo en lo que os he propuesto''. Y, mandбndome a mн, por ser el mayor, que respondiese, despuйs de haberle dicho que no se deshiciese de la hacienda, sino que gastase todo lo que fuese su voluntad, que nosotros йramos mozos para saber ganarla, vine a concluir en que cumplirнa su gusto, y que el mнo era seguir el ejercicio de las armas, sirviendo en йl a Dios y a mi rey. El segundo hermano hizo los mesmos ofrecimientos, y escogiу el irse a las Indias, llevando empleada la hacienda que le cupiese. El menor, y, a lo que yo creo, el mбs discreto, dijo que querнa seguir la Iglesia, o irse a acabar sus comenzados estudios a Salamanca. Asн como acabamos de concordarnos y escoger nuestros ejercicios, mi padre nos abrazу a todos, y, con la brevedad que dijo, puso por obra cuanto nos habнa prometido; y, dando a cada uno su parte, que, a lo que se me acuerda, fueron cada tres mil ducados, en dineros (porque un nuestro tнo comprу toda la hacienda y la pagу de contado, porque no saliese del tronco de la casa), en un mesmo dнa nos despedimos todos tres de nuestro buen padre; y, en aquel mesmo, pareciйndome a mн ser inhumanidad que mi padre quedase viejo y con tan poca hacienda, hice con йl que de mis tres mil tomase los dos mil ducados, porque a mн me bastaba el resto para acomodarme de lo que habнa menester un soldado. Mis dos hermanos, movidos de mi ejemplo, cada uno le dio mil ducados: de modo que a mi padre le quedaron cuatro mil en dineros, y mбs tres mil, que, a lo que parece, valнa la hacienda que le cupo, que no quiso vender, sino quedarse con ella en raнces. Digo, en fin, que nos despedimos dйl y de aquel nuestro tнo que he dicho, no sin mucho sentimiento y lбgrimas de todos, encargбndonos que les hiciйsemos saber, todas las veces que hubiese comodidad para ello, de nuestros sucesos, prуsperos o adversos. Prometнmosselo, y, abrazбndonos y echбndonos su bendiciуn, el uno tomу el viaje de Salamanca, el otro de Sevilla y yo el de Alicante, adonde tuve nuevas que habнa una nave ginovesa que cargaba allн lana para Gйnova.

»Йste harб veinte y dos aсos que salн de casa de mi padre, y en todos ellos, puesto que he escrito algunas cartas, no he sabido dйl ni de mis hermanos nueva alguna. Y lo que en este discurso de tiempo he pasado lo dirй brevemente. Embarquйme en Alicante, lleguй con prуspero viaje a Gйnova, fui desde allн a Milбn, donde me acomodй de armas y de algunas galas de soldado, de donde quise ir a asentar mi plaza al Piamonte; y, estando ya de camino para Alejandrнa de la Palla, tuve nuevas que el gran duque de Alba pasaba a Flandes. Mudй propуsito, fuime con йl, servнle en las jornadas que hizo, hallйme en la muerte de los condes de Eguemуn y de Hornos, alcancй a ser alfйrez de un famoso capitбn de Guadalajara, llamado Diego de Urbina; y, a cabo de algъn tiempo que lleguй a Flandes, se tuvo nuevas de la liga que la Santidad del Papa Pнo Quinto, de felice recordaciуn, habнa hecho con Venecia y con Espaсa, contra el enemigo comъn, que es el Turco; el cual, en aquel mesmo tiempo, habнa ganado con su armada la famosa isla de Chipre, que estaba debajo del dominio de[l] veneciano: y pйrdida lamentable y desdichada. Sъpose cierto que venнa por general desta liga el serenнsimo don Juan de Austria, hermano natural de nuestro buen rey don Felipe. Divulgуse el grandнsimo aparato de guerra que se hacнa. Todo lo cual me incitу y conmoviу el бnimo y el deseo de verme en la jornada que se esperaba; y, aunque tenнa barruntos, y casi promesas ciertas, de que en la primera ocasiуn que se ofreciese serнa promovido a capitбn, lo quise dejar todo y venirme, como me vine, a Italia. Y quiso mi buena suerte que el seсor don Juan de Austria acababa de llegar a Gйnova, que pasaba a Nбpoles a juntarse con la armada de Venecia, como despuйs lo hizo en Mecina.

»Digo, en fin, que yo me hallй en aquella felicнsima jornada, ya hecho capitбn de infanterнa, a cuyo honroso cargo me subiу mi buena suerte, mбs que mis merecimientos. Y aquel dнa, que fue para la cristiandad tan dichoso, porque en йl se desengaсу el mundo y todas las naciones del error en que estaban, creyendo que los turcos eran invencibles por la mar: en aquel dнa, digo, donde quedу el orgullo y soberbia otomana quebrantada, entre tantos venturosos como allн hubo (porque mбs ventura tuvieron los cristianos que allн murieron que los que vivos y vencedores quedaron), yo solo fui el desdichado, pues, en cambio de que pudiera esperar, si fuera en los romanos siglos, alguna naval corona, me vi aquella noche que siguiу a tan famoso dнa con cadenas a los pies y esposas a las manos.

»Y fue desta suerte: que, habiendo el Uchalн, rey de Argel, atrevido y venturoso cosario, embestido y rendido la capitana de Malta, que solos tres caballeros quedaron vivos en ella, y йstos malheridos, acudiу la capitana de Juan Andrea a socorrella, en la cual yo iba con mi compaснa; y, haciendo lo que debнa en ocasiуn semejante, saltй en la galera contraria, la cual, desviбndose de la que la habнa embestido, estorbу que mis soldados me siguiesen, y asн, me hallй solo entre mis enemigos, a quien no pude resistir, por ser tantos; en fin, me rindieron lleno de heridas. Y, como ya habrйis, seсores, oнdo decir que el Uchalн se salvу con toda su escuadra, vine yo a quedar cautivo en su poder, y solo fui el triste entre tantos alegres y el cautivo entre tantos libres; porque fueron quince mil cristianos los que aquel dнa alcanzaron la deseada libertad, que todos venнan al remo en la turquesca armada.

»Llevбronme a Costantinopla, donde el Gran Turco Selim hizo general de la mar a mi amo, porque habнa hecho su deber en la batalla, habiendo llevado por muestra de su valor el estandarte de la religiуn de Malta. Hallйme el segundo aсo, que fue el de setenta y dos, en Navarino, bogando en la capitana de los tres fanales. Vi y notй la ocasiуn que allн se perdiу de no coger en el puerto toda el armada turquesca, porque todos los leventes y jenнzaros que en ella venнan tuvieron por cierto que les habнan de embestir dentro del mesmo puerto, y tenнan a punto su ropa y pasamaques, que son sus zapatos, para huirse luego por tierra, sin esperar ser combatidos: tanto era el miedo que habнan cobrado a nuestra armada. Pero el cielo lo ordenу de otra manera, no por culpa ni descuido del general que a los nuestros regнa, sino por los pecados de la cristiandad, y porque quiere y permite Dios que tengamos siempre verdugos que nos castiguen.

»En efeto, el Uchalн se recogiу a Modуn, que es una isla que estб junto a Navarino, y, echando la gente en tierra, fortificу la boca del puerto, y estъvose quedo hasta que el seсor don Juan se volviу. En este viaje se tomу la galera que se llamaba La Presa, de quien era capitбn un hijo de aquel famoso cosario Barbarroja. Tomуla la capitana de Nбpoles, llamada La Loba, regida por aquel rayo de la guerra, por el padre de los soldados, por aquel venturoso y jamбs vencido capitбn don Бlvaro de Bazбn, marquйs de Santa Cruz. Y no quiero dejar de decir lo que sucediу en la presa de La Presa. Era tan cruel el hijo de Barbarroja, y trataba tan mal a sus cautivos, que, asн como los que venнan al remo vieron que la galera Loba les iba entrando y que los alcanzaba, soltaron todos a un tiempo los remos, y asieron de su capitбn, que estaba sobre el estanterol gritando que bogasen apriesa, y pasбndole de banco en banco, de popa a proa, le dieron bocados, que a poco mбs que pasу del бrbol ya habнa pasado su бnima al infierno: tal era, como he dicho, la crueldad con que los trataba y el odio que ellos le tenнan.

»Volvimos a Constantinopla, y el aсo siguiente, que fue el de setenta y tres, se supo en ella cуmo el seсor don Juan habнa ganado a Tъnez, y quitado aquel reino a los turcos y puesto en posesiуn dйl a Muley Hamet, cortando las esperanzas que de volver a reinar en йl tenнa Muley Hamida, el moro mбs cruel y mбs valiente que tuvo el mundo. Sintiу mucho esta pйrdida el Gran Turco, y, usando de la sagacidad que todos los de su casa tienen, hizo paz con venecianos, que mucho mбs que йl la deseaban; y el aсo siguiente de setenta y cuatro acometiу a la Goleta y al fuerte que junto a Tъnez habнa dejado medio levantado el seсor don Juan. En todos estos trances andaba yo al remo, sin esperanza de libertad alguna; a lo menos, no esperaba tenerla por rescate, porque tenнa determinado de no escribir las nuevas de mi desgracia a mi padre.

»Perdiуse, en fin, la Goleta; perdiуse el fuerte, sobre las cuales plazas hubo de soldados turcos, pagados, setenta y cinco mil, y de moros, y alбrabes de toda la Бfrica, mбs de cuatrocientos mil, acompaсado este tan gran nъmero de gente con tantas municiones y pertrechos de guerra, y con tantos gastadores, que con las manos y a puсados de tierra pudieran cubrir la Goleta y el fuerte. Perdiуse primero la Goleta, tenida hasta entonces por inexpugnable; y no se perdiу por culpa de sus defensores, los cuales hicieron en su defensa todo aquello que debнan y podнan, sino porque la experiencia mostrу la facilidad con que se podнan levantar trincheas en aquella desierta arena, porque a dos palmos se hallaba agua, y los turcos no la hallaron a dos varas; y asн, con muchos sacos de arena levantaron las trincheas tan altas que sobrepujaban las murallas de la fuerza; y, tirбndoles a caballero, ninguno podнa parar, ni asistir a la defensa. Fue comъn opiniуn que no se habнan de encerrar los nuestros en la Goleta, sino esperar en campaсa al desembarcadero; y los que esto dicen hablan de lejos y con poca experiencia de casos semejantes, porque si en la Goleta y en el fuerte apenas habнa siete mil soldados, їcуmo podнa tan poco nъmero, aunque mбs esforzados fuesen, salir a la campaсa y quedar en las fuerzas, contra tanto como era el de los enemigos?; y їcуmo es posible dejar de perderse fuerza que no es socorrida, y mбs cuando la cercan enemigos muchos y porfiados, y en su mesma tierra? Pero a muchos les pareciу, y asн me pareciу a mн, que fue particular gracia y merced que el cielo hizo a Espaсa en permitir que se asolase aquella oficina y capa de maldades, y aquella gomia o esponja y polilla de la infinidad de dineros que allн sin provecho se gastaban, sin servir de otra cosa que de conservar la memoria de haberla ganado la felicнsima del invictнsimo Carlos Quinto; como si fuera menester para hacerla eterna, como lo es y serб, que aquellas piedras la sustentaran.

»Perdiуse tambiйn el fuerte; pero fuйronle ganando los turcos palmo a palmo, porque los soldados que lo defendнan pelearon tan valerosa y fuertemente, que pasaron de veinte y cinco mil enemigos los que mataron en veinte y dos asaltos generales que les dieron. Ninguno cautivaron sano de trecientos que quedaron vivos, seсal cierta y clara de su esfuerzo y valor, y de lo bien que se habнan defendido y guardado sus plazas. Rindiуse a partido un pequeсo fuerte o torre que estaba en mitad del estaсo, a cargo de don Juan Zanoguera, caballero valenciano y famoso soldado. Cautivaron a don Pedro Puertocarrero, general de la Goleta, el cual hizo cuanto fue posible por defender su fuerza; y sintiу tanto el haberla perdido que de pesar muriу en el camino de Constantinopla, donde le llevaban cautivo. Cautivaron ansimesmo al general del fuerte, que se llamaba Gabrio Cervellуn, caballero milanйs, grande ingeniero y valentнsimo soldado. Murieron en estas dos fuerzas muchas personas de cuenta, de las cuales fue una Pagбn de Oria, caballero del hбbito de San Juan, de condiciуn generoso, como lo mostrу la summa liberalidad que usу con su hermano, el famoso Juan de Andrea de Oria; y lo que mбs hizo lastimosa su muerte fue haber muerto a manos de unos alбrabes de quien se fiу, viendo ya perdido el fuerte, que se ofrecieron de llevarle en hбbito de moro a Tabarca, que es un portezuelo o casa que en aquellas riberas tienen los ginoveses que se ejercitan en la pesquerнa del coral; los cuales alбrabes le cortaron la cabeza y se la trujeron al general de la armada turquesca, el cual cumpliу con ellos nuestro refrбn castellano: "Que aunque la traiciуn aplace, el traidor se aborrece"; y asн, se dice que mandу el general ahorcar a los que le trujeron el presente, porque no se le habнan traнdo vivo.

»Entre los cristianos que en el fuerte se perdieron, fue uno llamado don Pedro de Aguilar, natural no sй de quй lugar del Andalucнa, el cual habнa sido alfйrez en el fuerte, soldado de mucha cuenta y de raro entendimiento: especialmente tenнa particular gracia en lo que llaman poesнa. Dнgolo porque su suerte le trujo a mi galera y a mi banco, y a ser esclavo de mi mesmo patrуn; y, antes que nos partiйsemos de aquel puerto, hizo este caballero dos sonetos, a manera de epitafios, el uno a la Goleta y el otro al fuerte. Y en verdad que los tengo de decir, porque los sй de memoria y creo que antes causarбn gusto que pesadumbre.»

En el punto que el cautivo nombrу a don Pedro de Aguilar, don Fernando mirу a sus camaradas, y todos tres se sonrieron; y, cuando llegу a decir de los sonetos, dijo el uno:

-Antes que vuestra merced pase adelante, le suplico me diga quй se hizo ese don Pedro de Aguilar que ha dicho.

-Lo que sй es -respondiу el cautivo- que, al cabo de dos aсos que estuvo en Constantinopla, se huyу en traje de arnaъte con un griego espнa, y no sй si vino en libertad, puesto que creo que sн, porque de allн a un aсo vi yo al griego en Constantinopla, y no le pude preguntar el suceso de aquel viaje.

-Pues lo fue -respondiу el caballero-, porque ese don Pedro es mi hermano, y estб ahora en nuestro lugar, bueno y rico, casado y con tres hijos.

-Gracias sean dadas a Dios -dijo el cautivo- por tantas mercedes como le hizo; porque no hay en la tierra, conforme mi parecer, contento que se iguale a alcanzar la libertad perdida.

-Y mбs -replicу el caballero-, que yo sй los sonetos que mi hermano hizo.

-Dнgalos, pues, vuestra merced -dijo el cautivo-, que los sabrб decir mejor que yo.

-Que me place -respondiу el caballero-; y el de la Goleta decнa asн:

Capнtulo XL

Donde se prosigue la historia del cautivo

SONETO

ALMAS dichosas que del mortal velo

libres y esentas, por el bien que obrastes,

desde la baja tierra os levantastes

a lo mбs alto y lo mejor del cielo,

y, ardiendo en ira y en honroso celo,

de los cuerpos la fuerza ejercitastes,

que en propia y sangre ajena colorastes

el mar vecino y arenoso suelo;

primero que el valor faltу la vida

en los cansados brazos, que, muriendo,

con ser vencidos, llevan la vitoria.

Y esta vuestra mortal, triste caнda

entre el muro y el hierro, os va adquiriendo

fama que el mundo os da, y el cielo gloria.

-Desa mesma manera le sй yo -dijo el cautivo.

-Pues el del fuerte, si mal no me acuerdo -dijo el caballero-, dice asн:

SONETO

De entre esta tierra estйril, derribada,

destos terrones por el suelo echados,

las almas santas de tres mil soldados

subieron vivas a mejor morada,

siendo primero, en vano, ejercitada

la fuerza de sus brazos esforzados,

hasta que, al fin, de pocos y cansados,

dieron la vida al filo de la espada.

Y йste es el suelo que continuo ha sido

de mil memorias lamentables lleno

en los pasados siglos y presentes.

Mas no mбs justas de su duro seno

habrбn al claro cielo almas subido,

ni aun йl sostuvo cuerpos tan valientes.

No parecieron mal los sonetos, y el cautivo se alegrу con las nuevas que de su camarada le dieron; y, prosiguiendo su cuento, dijo:

-«Rendidos, pues, la Goleta y el fuerte, los turcos dieron orden en desmantelar la Goleta, porque el fuerte quedу tal, que no hubo quй poner por tierra, y para hacerlo con mбs brevedad y menos trabajo, la minaron por tres partes; pero con ninguna se pudo volar lo que parecнa menos fuerte, que eran las murallas viejas; y todo aquello que habнa quedado en pie de la fortificaciуn nueva que habнa hecho el Fratнn, con mucha facilidad vino a tierra. En resoluciуn, la armada volviу a Constantinopla, triunfante y vencedora: y de allн a pocos meses muriу mi amo el Uchalн, al cual llamaban Uchalн Fartax, que quiere decir, en lengua turquesca, el renegado tiсoso, porque lo era; y es costumbre entre los turcos ponerse nombres de alguna falta que tengan, o de alguna virtud que en ellos haya. Y esto es porque no hay entre ellos sino cuatro apellidos de linajes, que decienden de la casa Otomana, y los demбs, como tengo dicho, toman nombre y apellido ya de las tachas del cuerpo y ya de las virtudes del бnimo. Y este Tiсoso bogу el remo, siendo esclavo del Gran Seсor, catorce aсos, y a mбs de los treinta y cuatro de sus edad renegу, de despecho de que un turco, estando al remo, le dio un bofetуn, y por poderse vengar dejу su fe; y fue tanto su valor que, sin subir por los torpes medios y caminos que los mбs privados del Gran Turco suben, vino a ser rey de Argel, y despuйs, a ser general de la mar, que es el tercero cargo que hay en aquel seсorнo. Era calabrйs de naciуn, y moralmente fue hombre de bien, y trataba con mucha humanidad a sus cautivos, que llegу a tener tres mil, los cuales, despuйs de su muerte, se repartieron, como йl lo dejу en su testamento, entre el Gran Seсor (que tambiйn es hijo heredero de cuantos mueren, y entra a la parte con los mбs hijos que deja el difunto) y entre sus renegados; y yo cupe a un renegado veneciano que, siendo grumete de una nave, le cautivу el Uchalн, y le quiso tanto, que fue uno de los mбs regalados garzones suyos, y йl vino a ser el mбs cruel renegado que jamбs se ha visto. Llamбbase Azбn Agб, y llegу a ser muy rico, y a ser rey de Argel; con el cual yo vine de Constantinopla, algo contento, por estar tan cerca de Espaсa, no porque pensase escribir a nadie el desdichado suceso mнo, sino por ver si me era mбs favorable la suerte en Argel que en Constantinopla, donde ya habнa probado mil maneras de huirme, y ninguna tuvo sazуn ni ventura; y pensaba en Argel buscar otros medios de alcanzar lo que tanto deseaba, porque jamбs me desamparу la esperanza de tener libertad; y cuando en lo que fabricaba, pensaba y ponнa por obra no correspondнa el suceso a la intenciуn, luego, sin abandonarme, fingнa y buscaba otra esperanza que me sustentase, aunque fuese dйbil y flaca.

»Con esto entretenнa la vida, encerrado en una prisiуn o casa que los turcos llaman baсo, donde encierran los cautivos cristianos, asн los que son del rey como de algunos particulares; y los que llaman del almacйn, que es como decir cautivos del concejo, que sirven a la ciudad en las obras pъblicas que hace y en otros oficios, y estos tales cautivos tienen muy dificultosa su libertad, que, como son del comъn y no tienen amo particular, no hay con quien tratar su rescate, aunque le tengan. En estos baсos, como tengo dicho, suelen llevar a sus cautivos algunos particulares del pueblo, principalmente cuando son de rescate, porque allн los tienen holgados y seguros hasta que venga su rescate. Tambiйn los cautivos del rey que son de rescate no salen al trabajo con la demбs chusma, si no es cuando se tarda su rescate; que entonces, por hacerles que escriban por йl con mбs ahнnco, les hacen trabajar y ir por leсa con los demбs, que es un no pequeсo trabajo.

»Yo, pues, era uno de los de rescate; que, como se supo que era capitбn, puesto que dije mi poca posibilidad y falta de hacienda, no aprovechу nada para que no me pusiesen en el nъmero de los caballeros y gente de rescate. Pusiйronme una cadena, mбs por seсal de rescate que por guardarme con ella; y asн, pasaba la vida en aquel baсo, con otros muchos caballeros y gente principal, seсalados y tenidos por de rescate. Y, aunque la hambre y desnudez pudiera fatigarnos a veces, y aun casi siempre, ninguna cosa nos fatigaba tanto como oнr y ver, a cada paso, las jamбs vistas ni oнdas crueldades que mi amo usaba con los cristianos. Cada dнa ahorcaba el suyo, empalaba a йste, desorejaba aquйl; y esto, por tan poca ocasiуn, y tan sin ella, que los turcos conocнan que lo hacнa no mбs de por hacerlo, y por ser natural condiciуn suya ser homicida de todo el gйnero humano. Sуlo librу bien con йl un soldado espaсol, llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que quedarбn en la memoria de aquellas gentes por muchos aсos, y todas por alcanzar libertad, jamбs le dio palo, ni se lo mandу dar, ni le dijo mala palabra; y, por la menor cosa de muchas que hizo, temнamos todos que habнa de ser empalado, y asн lo temiу йl mбs de una vez; y si no fuera porque el tiempo no da lugar, yo dijera ahora algo de lo que este soldado hizo, que fuera parte para entreteneros y admiraros harto mejor que con el cuento de mi historia.

»Digo, pues, que encima del patio de nuestra prisiуn caнan las ventanas de la casa de un moro rico y principal, las cuales, como de ordinario son las de los moros, mбs eran agujeros que ventanas, y aun йstas se cubrнan con celosнas muy espesas y apretadas. Acaeciу, pues, que un dнa, estando en un terrado de nuestra prisiуn con otros tres compaсeros, haciendo pruebas de saltar con las cadenas, por entretener el tiempo, estando solos, porque todos los demбs cristianos habнan salido a trabajar, alcй acaso los ojos y vi que por aquellas cerradas ventanillas que he dicho parecнa una caсa, y al remate della puesto un lienzo atado, y la caсa se estaba blandeando y moviйndose, casi como si hiciera seсas que llegбsemos a tomarla. Miramos en ello, y uno de los que conmigo estaban fue a ponerse debajo de la caсa, por ver si la soltaban, o lo que hacнan; pero, asн como llegу, alzaron la caсa y la movieron a los dos lados, como si dijeran no con la cabeza. Volviуse el cristiano, y tornбronla a bajar y hacer los mesmos movimientos que primero. Fue otro de mis compaсeros, y sucediуle lo mesmo que al primero. Finalmente, fue el tercero y avнnole lo que al primero y al segundo. Viendo yo esto, no quise dejar de probar la suerte, y, asн como lleguй a ponerme debajo de la caсa, la dejaron caer, y dio a mis pies dentro del baсo. Acudн luego a desatar el lienzo, en el cual vi un nudo, y dentro dйl venнan diez cianнis, que son unas monedas de oro bajo que usan los moros, que cada una vale diez reales de los nuestros. Si me holguй con el hallazgo, no hay para quй decirlo, pues fue tanto el contento como la admiraciуn de pensar de dуnde podнa venirnos aquel bien, especialmente a mн, pues las muestras de no haber querido soltar la caсa sino a mн claro decнan que a mн se hacнa la merced. Tomй mi buen dinero, quebrй la caсa, volvнme al terradillo, mirй la ventana, y vi que por ella salнa una muy blanca mano, que la abrнan y cerraban muy apriesa. Con esto entendimos, o imaginamos, que alguna mujer que en aquella casa vivнa nos debнa de haber hecho aquel beneficio; y, en seсal de que lo agradecнamos, hecimos zalemas a uso de moros, inclinando la cabeza, doblando el cuerpo y poniendo los brazos sobre el pecho. De allн a poco sacaron por la mesma ventana una pequeсa cruz hecha de caсas, y luego la volvieron a entrar. Esta seсal nos confirmу en que alguna cristiana debнa de estar cautiva en aquella casa, y era la que el bien nos hacнa; pero la blancura de la mano, y las ajorcas que en ella vimos, nos deshizo este pensamiento, puesto que imaginamos que debнa de ser cristiana renegada, a quien de ordinario suelen tomar por legнtimas mujeres sus mesmos amos, y aun lo tienen a ventura, porque las estiman en mбs que las de su naciуn.

»En todos nuestros discursos dimos muy lejos de la verdad del caso; y asн, todo nuestro entretenimiento desde allн adelante era mirar y tener por norte a la ventana donde nos habнa aparecido la estrella de la caсa; pero bien se pasaron quince dнas en que no la vimos, ni la mano tampoco, ni otra seсal alguna. Y, aunque en este tiempo procuramos con toda solicitud saber quiйn en aquella casa vivнa, y si habнa en ella alguna cristiana renegada, jamбs hubo quien nos dijese otra cosa, sino que allн vivнa un moro principal y rico, llamado Agi Morato, alcaide que habнa sido de La Pata, que es oficio entre ellos de mucha calidad. Mas, cuando mбs descuidados estбbamos de que por allн habнan de llover mбs cianнis, vimos a deshora parecer la caсa, y otro lienzo en ella, con otro nudo mбs crecido; y esto fue a tiempo que estaba el baсo, como la vez pasada, solo y sin gente. Hecimos la acostumbrada prueba, yendo cada uno primero que yo, de los mismos tres que estбbamos, pero a ninguno se rindiу la caсa sino a mн, porque, en llegando yo, la dejaron caer. Desatй el nudo, y hallй cuarenta escudos de oro espaсoles y un papel escrito en arбbigo, y al cabo de lo escrito hecha una grande cruz. Besй la cruz, tomй los escudos, volvнme al terrado, hecimos todos nuestras zalemas, tornу a parecer la mano, hice seсas que leerнa el papel, cerraron la ventana. Quedamos todos confusos y alegres con lo sucedido; y, como ninguno de nosotros no entendнa el arбbigo, era grande el deseo que tenнamos de entender lo que el papel contenнa, y mayor la dificultad de buscar quien lo leyese.

»En fin, yo me determinй de fiarme de un renegado, natural de Murcia, que se habнa dado por grande amigo mнo, y puesto prendas entre los dos, que le obligaban a guardar el secreto que le encargase; porque suelen algunos renegados, cuando tienen intenciуn de volverse a tierra de cristianos, traer consigo algunas firmas de cautivos principales, en que dan fe, en la forma que pueden, como el tal renegado es hombre de bien, y que siempre ha hecho bien a cristianos, y que lleva deseo de huirse en la primera ocasiуn que se le ofrezca. Algunos hay que procuran estas fees con buena intenciуn, otros se sirven dellas acaso y de industria: que, viniendo a robar a tierra de cristianos, si a dicha se pierden o los cautivan, sacan sus firmas y dicen que por aquellos papeles se verб el propуsito con que venнan, el cual era de quedarse en tierra de cristianos, y que por eso venнan en corso con los demбs turcos. Con esto se escapan de aquel primer нmpetu, y se reconcilian con la Iglesia, sin que se les haga daсo; y, cuando veen la suya, se vuelven a Berberнa a ser lo que antes eran. Otros hay que usan destos papeles, y los procuran, con buen intento, y se quedan en tierra de cristianos.

»Pues uno de los renegados que he dicho era este mi amigo, el cual tenнa firmas de todas nuestras camaradas, donde le acreditбbamos cuanto era posible; y si los moros le hallaran estos papeles, le quemaran vivo. Supe que sabнa muy bien arбbigo, y no solamente hablarlo, sino escribirlo; pero, antes que del todo me declarase con йl, le dije que me leyese aquel papel, que acaso me habнa hallado en un agujero de mi rancho. Abriуle, y estuvo un buen espacio mirбndole y construyйndole, murmurando entre los dientes. Preguntйle si lo entendнa; dнjome que muy bien, y, que si querнa que me lo declarase palabra por palabra, que le diese tinta y pluma, porque mejor lo hiciese. Dнmosle luego lo que pedнa, y йl poco a poco lo fue traduciendo; y, en acabando, dijo: ''Todo lo que va aquн en romance, sin faltar letra, es lo que contiene este papel morisco; y hase de advertir que adonde dice Lela Mariйn quiere decir Nuestra Seсora la Virgen Marнa''.

»Leнmos el papel, y decнa asн:

Cuando yo era niсa, tenнa mi padre una esclava, la cual en mi lengua me mostrу la zalб cristianesca, y me dijo muchas cosas de Lela Mariйn. La cristiana muriу, y yo sй que no fue al fuego, sino con Alб, porque despuйs la vi dos veces, y me dijo que me fuese a tierra de cristianos a ver a Lela Mariйn, que me querнa mucho. No sй yo cуmo vaya: muchos cristianos he visto por esta ventana, y ninguno me ha parecido caballero sino tъ. Yo soy muy hermosa y muchacha, y tengo muchos dineros que llevar conmigo: mira tъ si puedes hacer cуmo nos vamos, y serбs allб mi marido, si quisieres, y si no quisieres, no se me darб nada, que Lela Mariйn me darб con quien me case. Yo escribн esto; mira a quiйn lo das a leer: no te fнes de ningъn moro, porque son todos marfuces. Desto tengo mucha pena: que quisiera que no te descubrieras a nadie, porque si mi padre lo sabe, me echarб luego en un pozo, y me cubrirб de piedras. En la caсa pondrй un hilo: ata allн la respuesta; y si no tienes quien te escriba arбbigo, dнmelo por seсas, que Lela Mariйn harб que te entienda. Ella y Alб te guarden, y esa cruz que yo beso muchas veces; que asн me lo mandу la cautiva.

»Mirad, seсores, si era razуn que las razones deste papel nos admirasen y alegrasen. Y asн, lo uno y lo otro fue de manera que el renegado entendiу que no acaso se habнa hallado aquel papel, sino que realmente a alguno de nosotros se habнa escrito; y asн, nos rogу que si era verdad lo que sospechaba, que nos fiбsemos dйl y se lo dijйsemos, que йl aventurarнa su vida por nuestra libertad. Y, diciendo esto, sacу del pecho un crucifijo de metal, y con muchas lбgrimas jurу por el Dios que aquella imagen representaba, en quien йl, aunque pecador y malo, bien y fielmente creнa, de guardarnos lealtad y secreto en todo cuanto quisiйsemos descubrirle, porque le parecнa, y casi adevinaba que, por medio de aquella que aquel papel habнa escrito, habнa йl y todos nosotros de tener libertad, y verse йl en lo que tanto deseaba, que era reducirse al gremio de la Santa Iglesia, su madre, de quien como miembro podrido estaba dividido y apartado por su ignorancia y pecado.

»Con tantas lбgrimas y con muestras de tanto arrepentimiento dijo esto el renegado, que todos de un mesmo parecer consentimos, y venimos en declararle la verdad del caso; y asн, le dimos cuenta de todo, sin encubrirle nada. Mostrбmosle la ventanilla por donde parecнa la caсa, y йl marcу desde allн la casa, y quedу de tener especial y gran cuidado de informarse quiйn en ella vivнa. Acordamos, ansimesmo, que serнa bien responder al billete de la mora; y, como tenнamos quien lo supiese hacer, luego al momento el renegado escribiу las razones que yo le fui notando, que puntualmente fueron las que dirй, porque de todos los puntos sustanciales que en este suceso me acontecieron, ninguno se me ha ido de la memoria, ni aun se me irб en tanto que tuviere vida.

»En efeto, lo que a la mora se le respondiу fue esto:

El verdadero Alб te guarde, seсora mнa, y aquella bendita Mariйn, que es la verdadera madre de Dios y es la que te ha puesto en corazуn que te vayas a tierra de cristianos, porque te quiere bien. Ruйgale tъ que se sirva de darte a entender cуmo podrбs poner por obra lo que te manda, que ella es tan buena que sн harб. De mi parte y de la de todos estos cristianos que estбn conmigo, te ofrezco de hacer por ti todo lo que pudiйremos, hasta morir. No dejes de escribirme y avisarme lo que pensares hacer, que yo te responderй siempre; que el grande Alб nos ha dado un cristiano cautivo que sabe hablar y escribir tu lengua tan bien como lo verбs por este papel. Asн que, sin tener miedo, nos puedes avisar de todo lo que quisieres. A lo que dices que si fueres a tierra de cristianos, que has de ser mi mujer, yo te lo prometo como buen cristiano; y sabe que los cristianos cumplen lo que prometen mejor que los moros. Alб y Mariйn, su madre, sean en tu guarda, seсora mнa.

»Escrito y cerrado este papel, aguardй dos dнas a que estuviese el baсo solo, como solнa, y luego salн al paso acostumbrado del terradillo, por ver si la caсa parecнa, que no tardу mucho en asomar. Asн como la vi, aunque no podнa ver quiйn la ponнa, mostrй el papel, como dando a entender que pusiesen el hilo, pero ya venнa puesto en la caсa, al cual atй el papel, y de allн a poco tornу a parecer nuestra estrella, con la blanca bandera de paz del atadillo. Dejбronla caer, y alcй yo, y hallй en el paсo, en toda suerte de moneda de plata y de oro, mбs de cincuenta escudos, los cuales cincuenta veces mбs doblaron nuestro contento y confirmaron la esperanza de tener libertad.

»Aquella misma noche volviу nuestro renegado, y nos dijo que habнa sabido que en aquella casa vivнa el mesmo moro que a nosotros nos habнan dicho que se llamaba Agi Morato, riquнsimo por todo estremo, el cual tenнa una sola hija, heredera de toda su hacienda, y que era comъn opiniуn en toda la ciudad ser la mбs hermosa mujer de la Berberнa; y que muchos de los virreyes que allн venнan la habнan pedido por mujer, y que ella nunca se habнa querido casar; y que tambiйn supo que tuvo una cristiana cautiva, que ya se habнa muerto; todo lo cual concertaba con lo que venнa en el papel. Entramos luego en consejo con el renegado, en quй orden se tendrнa para sacar a la mora y venirnos todos a tierra de cristianos, y, en fin, se acordу por entonces que esperбsemos al aviso segundo de Zoraida, que asн se llamaba la que ahora quiere llamarse Marнa; porque bien vimos que ella, y no otra alguna era la que habнa de dar medio a todas aquellas dificultades. Despuйs que quedamos en esto, dijo el renegado que no tuviйsemos pena, que йl perderнa la vida o nos pondrнa en libertad.

»Cuatro dнas estuvo el baсo con gente, que fue ocasiуn que cuatro dнas tardase en parecer la caсa; al cabo de los cuales, en la acostumbrada soledad del baсo, pareciу con el lienzo tan preсado, que un felicнsimo parto prometнa. Inclinуse a mн la caсa y el lienzo, hallй en йl otro papel y cien escudos de oro, sin otra moneda alguna. Estaba allн el renegado, dнmosle a leer el papel dentro de nuestro rancho, el cual dijo que asн decнa:

Yo no sй, mi seсor, cуmo dar orden que nos vamos a Espaсa, ni Lela Mariйn me lo ha dicho, aunque yo se lo he preguntado. Lo que se podrб hacer es que yo os darй por esta ventana muchнsimos dineros de oro: rescataos vos con ellos y vuestros amigos, y vaya uno en tierra de cristianos, y compre allб una barca y vuelva por los demбs; y a mн me hallarбn en el jardнn de mi padre, que estб a la puerta de Babazуn, junto a la marina, donde tengo de estar todo este verano con mi padre y con mis criados. De allн, de noche, me podrйis sacar sin miedo y llevarme a la barca; y mira que has de ser mi marido, porque si no, yo pedirй a Mariйn que te castigue. Si no te fнas de nadie que vaya por la barca, rescбtate tъ y ve, que yo sй que volverбs mejor que otro, pues eres caballero y cristiano. Procura saber el jardнn, y cuando te pasees por ahн sabrй que estб solo el baсo, y te darй mucho dinero. Alб te guarde, seсor mнo.

»Esto decнa y contenнa el segundo papel. Lo cual visto por todos, cada uno se ofreciу a querer ser el rescatado, y prometiу de ir y volver con toda puntualidad, y tambiйn yo me ofrecн a lo mismo; a todo lo cual se opuso el renegado, diciendo que en ninguna manera consentirнa que ninguno saliese de libertad hasta que fuesen todos juntos, porque la experiencia le habнa mostrado cuбn mal cumplнan los libres las palabras que daban en el cautiverio; porque muchas veces habнan usado de aquel remedio algunos principales cautivos, rescatando a uno que fuese a Valencia, o Mallorca, con dineros para poder armar una barca y volver por los que le habнan rescatado, y nunca habнan vuelto; porque la libertad alcanzada y el temor de no volver a perderla les borraba de la memoria todas las obligaciones del mundo. Y, en confirmaciуn de la verdad que nos decнa, nos contу brevemente un caso que casi en aquella mesma sazуn habнa acaecido a unos caballeros cristianos, el mбs estraсo que jamбs sucediу en aquellas partes, donde a cada paso suceden cosas de grande espanto y de admiraciуn.

»En efecto, йl vino a decir que lo que se podнa y debнa hacer era que el dinero que se habнa de dar para rescatar al cristiano, que se le diese a йl para comprar allн en Argel una barca, con achaque de hacerse mercader y tratante en Tetuбn y en aquella costa; y que, siendo йl seсor de la barca, fбcilmente se darнa traza para sacarlos del baсo y embarcarlos a todos. Cuanto mбs, que si la mora, como ella decнa, daba dineros para rescatarlos a todos, que, estando libres, era facilнsima cosa aun embarcarse en la mitad del dнa; y que la dificultad que se ofrecнa mayor era que los moros no consienten que renegado alguno compre ni tenga barca, si no es bajel grande para ir en corso, porque se temen que el que compra barca, principalmente si es espaсol, no la quiere sino para irse a tierra de cristianos; pero que йl facilitarнa este inconveniente con hacer que un moro tagarino fuese a la parte con йl en la compaснa de la barca y en la ganancia de las mercancнas, y con esta sombra йl vendrнa a ser seсor de la barca, con que daba por acabado todo lo demбs.

»Y, puesto que a mн y a mis camaradas nos habнa parecido mejor lo de enviar por la barca a Mallorca, como la mora decнa, no osamos contradecirle, temerosos que, si no hacнamos lo que йl decнa, nos habнa de descubrir y poner a peligro de perder las vidas, si descubriese el trato de Zoraida, por cuya vida diйramos todos las nuestras. Y asн, determinamos de ponernos en las manos de Dios y en las del renegado, y en aquel mismo punto se le respondiу a Zoraida, diciйndole que harнamos todo cuanto nos aconsejaba, porque lo habнa advertido tan bien como si Lela Mariйn se lo hubiera dicho, y que en ella sola estaba dilatar aquel negocio, o ponello luego por obra. Ofrecнmele de nuevo de ser su esposo, y, con esto, otro dнa que acaeciу a estar solo el baсo, en diversas veces, con la caсa y el paсo, nos dio dos mil escudos de oro, y un papel donde decнa que el primer jumб, que es el viernes, se iba al jardнn de su padre, y que antes que se fuese nos darнa mбs dinero, y que si aquello no bastase, que se lo avisбsemos, que nos darнa cuanto le pidiйsemos: que su padre tenнa tantos, que no lo echarнa menos, cuanto mбs, que ella tenнa la llaves de todo.

»Dimos luego quinientos escudos al renegado para comprar la barca; con ochocientos me rescatй yo, dando el dinero a un mercader valenciano que a la sazуn se hallaba en Argel, el cual me rescatу del rey, tomбndome sobre su palabra, dбndola de que con el primer bajel que viniese de Valencia pagarнa mi rescate; porque si luego diera el dinero, fuera dar sospechas al rey que habнa muchos dнas que mi rescate estaba en Argel, y que el mercader, por sus granjerнas, lo habнa callado. Finalmente, mi amo era tan caviloso que en ninguna manera me atrevн a que luego se desembolsase el dinero. El jueves antes del viernes que la hermosa Zoraida se habнa de ir al jardнn, nos dio otros mil escudos y nos avisу de su partida, rogбndome que, si me rescatase, supiese luego el jardнn de su padre, y que en todo caso buscase ocasiуn de ir allб y verla. Respondнle en breves palabras que asн lo harнa, y que tuviese cuidado de encomendarnos a Lela Mariйn, con todas aquellas oraciones que la cautiva le habнa enseсado.

»Hecho esto, dieron orden en que los tres compaсeros nuestros se rescatasen, por facilitar la salida del baсo, y porque, viйndome a mн rescatado, y a ellos no, pues habнa dinero, no se alborotasen y les persuadiese el diablo que hiciesen alguna cosa en perjuicio de Zoraida; que, puesto que el ser ellos quien eran me podнa asegurar deste temor, con todo eso, no quise poner el negocio en aventura, y asн, los hice rescatar por la misma orden que yo me rescatй, entregando todo el dinero al mercader, para que, con certeza y seguridad, pudiese hacer la fianza; al cual nunca descubrimos nuestro trato y secreto, por el peligro que habнa.



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Capнtulo XLI

Donde todavнa prosigue el cautivo su suceso

»NO SE PASARON quince dнas, cuando ya nuestro renegado tenнa comprada una muy buena barca, capaz de mбs de treinta personas: y, para asegurar su hecho y dalle color, quiso hacer, como hizo, un viaje a un lugar que se llamaba Sargel, que estб treinta leguas de Argel hacia la parte de Orбn, en el cual hay mucha contrataciуn de higos pasos. Dos o tres veces hizo este viaje, en compaснa del tagarino que habнa dicho. Tagarinos llaman en Berberнa a los moros de Aragуn, y a los de Granada, mudйjares; y en el reino de Fez llaman a los mudйjares elches, los cuales son la gente de quien aquel rey mбs se sirve en la guerra.

»Digo, pues, que cada vez que pasaba con su barca daba fondo en una caleta que estaba no dos tiros de ballesta del jardнn donde Zoraida esperaba; y allн, muy de propуsito, se ponнa el renegado con los morillos que bogaban el remo, o ya a hacer la zalб, o a como por ensayarse de burlas a lo que pensaba hacer de veras; y asн, se iba al jardнn de Zoraida y le pedнa fruta, y su padre se la daba sin conocelle; y, aunque йl quisiera hablar a Zoraida, como йl despuйs me dijo, y decille que йl era el que por orden mнa le habнa de llevar a tierra de cristianos, que estuviese contenta y segura, nunca le fue posible, porque las moras no se dejan ver de ningъn moro ni turco, si no es que su marido o su padre se lo manden. De cristianos cautivos se dejan tratar y comunicar, aun mбs de aquello que serнa razonable; y a mн me hubiera pesado que йl la hubiera hablado, que quizб la alborotara, viendo que su negocio andaba en boca de renegados. Pero Dios, que lo ordenaba de otra manera, no dio lugar al buen deseo que nuestro renegado tenнa; el cual, viendo cuбn seguramente iba y venнa a Sargel, y que daba fondo cuando y como y adonde querнa, y que el tagarino, su compaсero, no tenнa mбs voluntad de lo que la suya ordenaba, y que yo estaba ya rescatado, y que sуlo faltaba buscar algunos cristianos que bogasen el remo, me dijo que mirase yo cuбles querнa traer conmigo, fuera de los rescatados, y que los tuviese hablados para el primer viernes, donde tenнa determinado que fuese nuestra partida. Viendo esto, hablй a doce espaсoles, todos valientes hombres del remo, y de aquellos que mбs libremente podнan salir de la ciudad; y no fue poco hallar tantos en aquella coyuntura, porque estaban veinte bajeles en corso, y se habнan llevado toda la gente de remo, y йstos no se hallaran, si no fuera que su amo se quedу aquel verano sin ir en corso, a acabar una galeota que tenнa en astillero. A los cuales no les dije otra cosa, sino que el primer viernes en la tarde se saliesen uno a uno, disimuladamente, y se fuesen la vuelta del jardнn de Agi Morato, y que allн me aguardasen hasta que yo fuese. A cada uno di este aviso de por sн, con orden que, aunque allн viesen a otros cristianos, no les dijesen sino que yo les habнa mandado esperar en aquel lugar.

»Hecha esta diligencia, me faltaba hacer otra, que era la que mбs me convenнa: y era la de avisar a Zoraida en el punto que estaban los negocios, para que estuviese apercebida y sobre aviso, que no se sobresaltase si de improviso la asaltбsemos antes del tiempo que ella podнa imaginar que la barca de cristianos podнa volver. Y asн, determinй de ir al jardнn y ver si podrнa hablarla; y, con ocasiуn de coger algunas yerbas, un dнa, antes de mi partida, fui allб, y la primera persona con quiйn encontrй fue con su padre, el cual me dijo, en lengua que en toda la Berberнa, y aun en Costantinopla, se halla entre cautivos y moros, que ni es morisca, ni castellana, ni de otra naciуn alguna, sino una mezcla de todas las lenguas con la cual todos nos entendemos; digo, pues, que en esta manera de lenguaje me preguntу que quй buscaba en aquel su jardнn, y de quiйn era. Respondнle que era esclavo de Arnaъte Mamн (y esto, porque sabнa yo por muy cierto que era un grandнsimo amigo suyo), y que buscaba de todas yerbas, para hacer ensalada. Preguntуme, por el consiguiente, si era hombre de rescate o no, y que cuбnto pedнa mi amo por mн. Estando en todas estas preguntas y respuestas, saliу de la casa del jardнn la bella Zoraida, la cual ya habнa mucho que me habнa visto; y, como las moras en ninguna manera hacen melindre de mostrarse a los cristianos, ni tampoco se esquivan, como ya he dicho, no se le dio nada de venir adonde su padre conmigo estaba; antes, luego cuando su padre vio que venнa, y de espacio, la llamу y mandу que llegase.

»Demasiada cosa serнa decir yo agora la mucha hermosura, la gentileza, el gallardo y rico adorno con que mi querida Zoraida se mostrу a mis ojos: sуlo dirй que mбs perlas pendнan de su hermosнsimo cuello, orejas y cabellos, que cabellos tenнa en la cabeza. En las gargantas de los sus pies, que descubiertas, a su usanza, traнa, traнa dos carcajes (que asн se llamaban las manillas o ajorcas de los pies en morisco) de purнsimo oro, con tantos diamantes engastados, que ella me dijo despuйs que su padre los estimaba en diez mil doblas, y las que traнa en las muсecas de las manos valнan otro tanto. Las perlas eran en gran cantidad y muy buenas, porque la mayor gala y bizarrнa de las moras es adornarse de ricas perlas y aljуfar, y asн, hay mбs perlas y aljуfar entre moros que entre todas las demбs naciones; y el padre de Zoraida tenнa fama de tener muchas y de las mejores que en Argel habнa, y de tener asimismo mбs de docientos mil escudos espaсoles, de todo lo cual era seсora йsta que ahora lo es mнa. Si con todo este adorno podнa venir entonces hermosa, o no, por las reliquias que le han quedado en tantos trabajos se podrб conjeturar cuбl debнa de ser en las prosperidades. Porque ya se sabe que la hermosura de algunas mujeres tiene dнas y sazones, y requiere accidentes para diminuirse o acrecentarse; y es natural cosa que las pasiones del бnimo la levanten o abajen, puesto que las mбs veces la destruyen.

»Digo, en fin, que entonces llegу en todo estremo aderezada y en todo estremo hermosa, o, a lo menos, a mн me pareciу serlo la mбs que hasta entonces habнa visto; y con esto, viendo las obligaciones en que me habнa puesto, me parecнa que tenнa delante de mн una deidad del cielo, venida a la tierra para mi gusto y para mi remedio. Asн como ella llegу, le dijo su padre en su lengua como yo era cautivo de su amigo Arnaъte Mamн, y que venнa a buscar ensalada. Ella tomу la mano, y en aquella mezcla de lenguas que tengo dicho, me preguntу si era caballero y quй era la causa que no me rescataba. Yo le respondн que ya estaba rescatado, y que en el precio podнa echar de ver en lo que mi amo me estimaba, pues habнa dado por mн mil y quinientos zoltanнs. A lo cual ella respondiу: ''En verdad que si tъ fueras de mi padre, que yo hiciera que no te diera йl por otros dos tantos, porque vosotros, cristianos, siempre mentнs en cuanto decнs, y os hacйis pobres por engaсar a los moros''. ''Bien podrнa ser eso, seсora -le respondн-, mas en verdad que yo la he tratado con mi amo, y la trato y la tratarй con cuantas personas hay en el mundo''. ''Y їcuбndo te vas?'', dijo Zoraida. ''Maсana, creo yo -dije-, porque estб aquн un bajel de Francia que se hace maсana a la vela, y pienso irme en йl''. ''їNo es mejor -replicу Zoraida-, esperar a que vengan bajeles de Espaсa, y irte con ellos, que no con los de Francia, que no son vuestros amigos?'' ''No -respondн yo-, aunque si como hay nuevas que viene ya un bajel de Espaсa, es verdad, todavнa yo le aguardarй, puesto que es mбs cierto el partirme maсana; porque el deseo que tengo de verme en mi tierra, y con las personas que bien quiero, es tanto que no me dejarб esperar otra comodidad, si se tarda, por mejor que sea''. ''Debes de ser, sin duda, casado en tu tierra -dijo Zoraida-, y por eso deseas ir a verte con tu mujer''. ''No soy -respondн yo- casado, mas tengo dada la palabra de casarme en llegando allб''. ''Y їes hermosa la dama a quien se la diste?'', dijo Zoraida. ''Tan hermosa es -respondн yo- que para encarecella y decirte la verdad, te parece a ti mucho''. Desto se riyу muy de veras su padre, y dijo: ''Gualб, cristiano, que debe de ser muy hermosa si se parece a mi hija, que es la mбs hermosa de todo este reino. Si no, mнrala bien, y verбs cуmo te digo verdad''. Servнanos de intйrprete a las mбs de estas palabras y razones el padre de Zoraida, como mбs ladino; que, aunque ella hablaba la bastarda lengua que, como he dicho, allн se usa, mбs declaraba su intenciуn por seсas que por palabras.

»Estando en estas y otras muchas razones, llegу un moro corriendo, y dijo, a grandes voces, que por las bardas o paredes del jardнn habнan saltado cuatro turcos, y andaban cogiendo la fruta, aunque no estaba madura. Sobresaltуse el viejo, y lo mesmo hizo Zoraida, porque es comъn y casi natural el miedo que los moros a los turcos tienen, especialmente a los soldados, los cuales son tan insolentes y tienen tanto imperio sobre los moros que a ellos estбn sujetos, que los tratan peor que si fuesen esclavos suyos. Digo, pues, que dijo su padre a Zoraida: ''Hija, retнrate a la casa y enciйrrate, en tanto que yo voy a hablar a estos canes; y tъ, cristiano, busca tus yerbas, y vete en buen hora, y llйvete Alб con bien a tu tierra''. Yo me inclinй, y йl se fue a buscar los turcos, dejбndome solo con Zoraida, que comenzу a dar muestras de irse donde su padre la habнa mandado. Pero, apenas йl se encubriу con los бrboles del jardнn, cuando ella, volviйndose a mн, llenos los ojos de lбgrimas, me dijo: ''Бmexi, cristiano, бmexi''; que quiere decir: «їVaste, cristiano, vaste?» Yo la respondн: ''Seсora, sн, pero no en ninguna manera sin ti: el primero jumб me aguarda, y no te sobresaltes cuando nos veas; que sin duda alguna iremos a tierra de cristianos''.

»Yo le dije esto de manera que ella me entendiу muy bien a todas las razones que entrambos pasamos; y, echбndome un brazo al cuello, con desmayados pasos comenzу a caminar hacia la casa; y quiso la suerte, que pudiera ser muy mala si el cielo no lo ordenara de otra manera, que, yendo los dos de la manera y postura que os he contado, con un brazo al cuello, su padre, que ya volvнa de hacer ir a los turcos, nos vio de la suerte y manera que нbamos, y nosotros vimos que йl nos habнa visto; pero Zoraida, advertida y discreta, no quiso quitar el brazo de mi cuello, antes se llegу mбs a mн y puso su cabeza sobre mi pecho, doblando un poco las rodillas, dando claras seсales y muestras que se desmayaba, y yo, ansimismo, di a entender que la sostenнa contra mi voluntad. Su padre llegу corriendo adonde estбbamos, y, viendo a su hija de aquella manera, le preguntу que quй tenнa; pero, como ella no le respondiese, dijo su padre: ''Sin duda alguna que con el sobresalto de la entrada de estos canes se ha desmayado''. Y, quitбndola del mнo, la arrimу a su pecho; y ella, dando un suspiro y aъn no enjutos los ojos de lбgrimas, volviу a decir: ''Бmexi, cristiano, бmexi'': «Vete, cristiano, vete». A lo que su padre respondiу: ''No importa, hija, que el cristiano se vaya, que ningъn mal te ha hecho, y los turcos ya son idos. No te sobresalte cosa alguna, pues ninguna hay que pueda darte pesadumbre, pues, como ya te he dicho, los turcos, a mi ruego, se volvieron por donde entraron''. ''Ellos, seсor, la sobresaltaron, como has dicho -dije yo a su padre-; mas, pues ella dice que yo me vaya, no la quiero dar pesadumbre: quйdate en paz, y, con tu licencia, volverй, si fuere menester, por yerbas a este jardнn; que, segъn dice mi amo, en ninguno las hay mejores para ensalada que en йl''. ''Todas las que quisieres podrбs volver -respondiу Agi Morato-, que mi hija no dice esto porque tъ ni ninguno de los cristianos la enojaban, sino que, por decir que los turcos se fuesen, dijo que tъ te fueses, o porque ya era hora que buscases tus yerbas''.

»Con esto, me despedн al punto de entrambos; y ella, arrancбndosele el alma, al parecer, se fue con su padre; y yo, con achaque de buscar las yerbas, rodeй muy bien y a mi placer todo el jardнn: mirй bien las entradas y salidas, y la fortaleza de la casa, y la comodidad que se podнa ofrecer para facilitar todo nuestro negocio. Hecho esto, me vine y di cuenta de cuanto habнa pasado al renegado y a mis compaсeros; y ya no veнa la hora de verme gozar sin sobresalto del bien que en la hermosa y bella Zoraida la suerte me ofrecнa.

»En fin, el tiempo se pasу, y se llegу el dнa y plazo de nosotros tan deseado; y, siguiendo todos el orden y parecer que, con discreta consideraciуn y largo discurso, muchas veces habнamos dado, tuvimos el buen suceso que deseбbamos; porque el viernes que se siguiу al dнa que yo con Zoraida hablй en el jardнn, nuestro renegado, al anochecer, dio fondo con la barca casi frontero de donde la hermosнsima Zoraida estaba. Ya los cristianos que habнan de bogar el remo estaban prevenidos y escondidos por diversas partes de todos aquellos alrededores. Todos estaban suspensos y alborozados, aguardбndome, deseosos ya de embestir con el bajel que a los ojos tenнan; porque ellos no sabнan el concierto del renegado, sino que pensaban que a fuerza de brazos habнan de haber y ganar la libertad, quitando la vida a los moros que dentro de la barca estaban.

»Sucediу, pues, que, asн como yo me mostrй y mis compaсeros, todos los demбs escondidos que nos vieron se vinieron llegando a nosotros. Esto era ya a tiempo que la ciudad estaba ya cerrada, y por toda aquella campaсa ninguna persona parecнa. Como estuvimos juntos, dudamos si serнa mejor ir primero por Zoraida, o rendir primero a los moros bagarinos que bogaban el remo en la barca. Y, estando en esta duda, llegу a nosotros nuestro renegado diciйndonos que en quй nos detenнamos, que ya era hora, y que todos sus moros estaban descuidados, y los mбs de ellos durmiendo. Dijнmosle en lo que reparбbamos, y йl dijo que lo que mбs importaba era rendir primero el bajel, que se podнa hacer con grandнsima facilidad y sin peligro alguno, y que luego podнamos ir por Zoraida. Pareciуnos bien a todos lo que decнa, y asн, sin detenernos mбs, haciendo йl la guнa, llegamos al bajel, y, saltando йl dentro primero, metiу mano a un alfanje, y dijo en morisco: ''Ninguno de vosotros se mueva de aquн, si no quiere que le cueste la vida''. Ya, a este tiempo, habнan entrado dentro casi todos los cristianos. Los moros, que eran de poco бnimo, viendo hablar de aquella manera a su arrбez, quedбronse espantados, y sin ninguno de todos ellos echar mano a las armas, que pocas o casi ningunas tenнan, se dejaron, sin hablar alguna palabra, maniatar de los cristianos, los cuales con mucha presteza lo hicieron, amenazando a los moros que si alzaban por alguna vнa o manera la voz, que luego al punto los pasarнan todos a cuchillo.

»Hecho ya esto, quedбndose en guardia dellos la mitad de los nuestros, los que quedбbamos, haciйndonos asimismo el renegado la guнa, fuimos al jardнn de Agi Morato, y quiso la buena suerte que, llegando a abrir la puerta, se abriу con tanta facilidad como si cerrada no estuviera; y asн, con gran quietud y silencio, llegamos a la casa sin ser sentidos de nadie. Estaba la bellнsima Zoraida aguardбndonos a una ventana, y, asн como sintiу gente, preguntу con voz baja si йramos nizarani, como si dijera o preguntara si йramos cristianos. Yo le respondн que sн, y que bajase. Cuando ella me conociу, no se detuvo un punto, porque, sin responderme palabra, bajу en un instante, abriу la puerta y mostrуse a todos tan hermosa y ricamente vestida que no lo acier[t]o a encarecer. Luego que yo la vi, le tomй una mano y la comencй a besar, y el renegado hizo lo mismo, y mis dos camaradas; y los demбs, que el caso no sabнan, hicieron lo que vieron que nosotros hacнamos, que no parecнa sino que le dбbamos las gracias y la reconocнamos por seсora de nuestra libertad. El renegado le dijo en lengua morisca si estaba su padre en el jardнn. Ella respondiу que sн y que dormнa. ''Pues serб menester despertalle -replicу el renegado-, y llevбrnosle con nosotros, y todo aquello que tiene de valor este hermoso jardнn''. ''No -dijo ella-, a mi padre no se ha de tocar en ningъn modo, y en esta casa no hay otra cosa que lo que yo llevo, que es tanto, que bien habrб para que todos quedйis ricos y contentos; y esperaros un poco y lo verйis''. Y, diciendo esto, se volviу a entrar, diciendo que muy presto volverнa; que nos estuviйsemos quedos, sin hacer ningъn ruido. Preguntйle al renegado lo que con ella habнa pasado, el cual me lo contу, a quien yo dije que en ninguna cosa se habнa de hacer mбs de lo que Zoraida quisiese; la cual ya que volvнa cargada con un cofrecillo lleno de escudos de oro, tantos, que apenas lo podнa sustentar, quiso la mala suerte que su padre despertase en el нnterin y sintiese el ruido que andaba en el jardнn; y, asomбndose a la ventana, luego conociу que todos los que en йl estaban eran cristianos; y, dando muchas, grandes y desaforadas voces, comenzу a decir en arбbigo: ''ЎCristianos, cristianos! ЎLadrones, ladrones!''; por los cuales gritos nos vimos todos puestos en grandнsima y temerosa confusiуn. Pero el renegado, viendo el peligro en que estбbamos, y lo mucho que le importaba salir con aquella empresa antes de ser sentido, con grandнsima presteza, subiу donde Agi Morato estaba, y juntamente con йl fueron algunos de nosotros; que yo no osй desamparar a la Zoraida, que como desmayada se habнa dejado caer en mis brazos. En resoluciуn, los que subieron se dieron tan buena maсa que en un momento bajaron con Agi Morato, trayйndole atadas las manos y puesto un paсizuelo en la boca, que no le dejaba hablar palabra, amenazбndole que el hablarla le habнa de costar la vida. Cuando su hija le vio, se cubriу los ojos por no verle, y su padre quedу espantado, ignorando cuбn de su voluntad se habнa puesto en nuestras manos. Mas, entonces siendo mбs necesarios los pies, con diligencia y presteza nos pusimos en la barca; que ya los que en ella habнan quedado nos esperaban, temerosos de algъn mal suceso nuestro.

»Apenas serнan dos horas pasadas de la noche, cuando ya estбbamos todos en la barca, en la cual se le quitу al padre de Zoraida la atadura de las manos y el paсo de la boca; pero tornуle a decir el renegado que no hablase palabra, que le quitarнan la vida. Йl, como vio allн a su hija, comenzу a suspirar ternнsimamente, y mбs cuando vio que yo estrechamente la tenнa abrazada, y que ella sin defender, quejarse ni esquivarse, se estaba queda; pero, con todo esto, callaba, porque no pusiesen en efeto las muchas amenazas que el renegado le hacнa. Viйndose, pues, Zoraida ya en la barca, y que querнamos dar los remos al agua, y viendo allн a su padre y a los demбs moros que atados estaban, le dijo al renegado que me dijese le hiciese merced de soltar a aquellos moros y de dar libertad a su padre, porque antes se arrojarнa en la mar que ver delante de sus ojos y por causa suya llevar cautivo a un padre que tanto la habнa querido. El renegado me lo dijo; y yo respondн que era muy contento; pero йl respondiу que no convenнa, a causa que, si allн los dejaban apellidarнan luego la tierra y alborotarнan la ciudad, y serнan causa que saliesen a buscallos con algunas fragatas ligeras, y les tomasen la tierra y la mar, de manera que no pudiйsemos escaparnos; que lo que se podrнa hacer era darles libertad en llegando a la primera tierra de cristianos. En este parecer venimos todos, y Zoraida, a quien se le dio cuenta, con las causas que nos movнan a no hacer luego lo que querнa, tambiйn se satisfizo; y luego, con regocijado silencio y alegre diligencia, cada uno de nuestros valientes remeros tomу su remo, y comenzamos, encomendбndonos a Dios de todo corazуn, a navegar la vuelta de las islas de Mallorca, que es la tierra de cristianos mбs cerca.

»Pero, a causa de soplar un poco el viento tramontana y estar la mar algo picada, no fue posible seguir la derrota de Mallorca, y fuenos forzoso dejarnos ir tierra a tierra la vuelta de Orбn, no sin mucha pesadumbre nuestra, por no ser descubiertos del lugar de Sargel, que en aquella costa cae sesenta millas de Argel. Y, asimismo, temнamos encontrar por aquel paraje alguna galeota de las que de ordinario vienen con mercancнa de Tetuбn, aunque cada uno por sн, y por todos juntos, presumнamos de que, si se encontraba galeota de mercancнa, como no fuese de las que andan en corso, que no sуlo no nos perderнamos, mas que tomarнamos bajel donde con mбs seguridad pudiйsemos acabar nuestro viaje. Iba Zoraida, en tanto que se navegaba, puesta la cabeza entre mis manos, por no ver a su padre, y sentнa yo que iba llamando a Lela Mariйn que nos ayudase.

»Bien habrнamos navegado treinta millas, cuando nos amaneciу, como tres tiros de arcabuz desviados de tierra, toda la cual vimos desierta y sin nadie que nos descubriese; pero, con todo eso, nos fuimos a fuerza de brazos entrando un poco en la mar, que ya estaba algo mбs sosegada; y, habiendo entrado casi dos leguas, diose orden que se bogase a cuarteles en tanto que comнamos algo, que iba bien proveнda la barca, puesto que los que bogaban dijeron que no era aquйl tiempo de tomar reposo alguno, que les diesen de comer los que no bogaban, que ellos no querнan soltar los remos de las manos en manera alguna. Hнzose ansн, y en esto comenzу a soplar un viento largo, que nos obligу a hacer luego vela y a dejar el remo, y enderezar a Orбn, por no ser posible poder hacer otro viaje. Todo se hizo con mucha presteza; y asн, a la vela, navegamos por mбs de ocho millas por hora, sin llevar otro temor alguno sino el de encontrar con bajel que de corso fuese.

»Dimos de comer a los moros bagarinos, y el renegado les consolу diciйndoles como no iban cautivos, que en la primera ocasiуn les darнan libertad. Lo mismo se le dijo al padre de Zoraida, el cual respondiу: ''Cualquiera otra cosa pudiera yo esperar y creer de vuestra liberalidad y buen tйrmino, Ўoh cristianos!, mas el darme libertad, no me tengбis por tan simple que lo imagine; que nunca os pusistes vosotros al peligro de quitбrmela para volverla tan liberalmente, especialmente sabiendo quiйn soy yo, y el interese que se os puede seguir de dбrmela; el cual interese, si le querйis poner nombre, desde aquн os ofrezco todo aquello que quisiйredes por mн y por esa desdichada hija mнa, o si no, por ella sola, que es la mayor y la mejor parte de mi alma''. En diciendo esto, comenzу a llorar tan amargamente que a todos nos moviу a compasiуn, y forzу a Zoraida que le mirase; la cual, viйndole llorar, asн se enterneciу que se levantу de mis pies y fue a abrazar a su padre, y, juntando su rostro con el suyo, comenzaron los dos tan tierno llanto que muchos de los que allн нbamos le acompaсamos en йl. Pero, cuando su padre la vio adornada de fiesta y con tantas joyas sobre sн, le dijo en su lengua: ''їQuй es esto, hija, que ayer al anochecer, antes que nos sucediese esta terrible desgracia en que nos vemos, te vi con tus ordinarios y caseros vestidos, y agora, sin que hayas tenido tiempo de vestirte y sin haberte dado alguna nueva alegre de solenizalle con adornarte y pulirte, te veo compuesta con los mejores vestidos que yo supe y pude darte cuando nos fue la ventura mбs favorable? Respуndeme a esto, que me tiene mбs suspenso y admirado que la misma desgracia en que me hallo''.

»Todo lo que el moro decнa a su hija nos lo declaraba el renegado, y ella no le respondнa palabra. Pero, cuando йl vio a un lado de la barca el cofrecillo donde ella solнa tener sus joyas, el cual sabнa йl bien que le habнa dejado en Argel, y no traнdole al jardнn, quedу mбs confuso, y preguntуle que cуmo aquel cofre habнa venido a nuestras manos, y quй era lo que venнa dentro. A lo cual el renegado, sin aguardar que Zoraida le respondiese, le respondiу: ''No te canses, seсor, en preguntar a Zoraida, tu hija, tantas cosas, porque con una que yo te responda te satisfarй a todas; y asн, quiero que sepas que ella es cristiana, y es la que ha sido la lima de nuestras cadenas y la libertad de nuestro cautiverio; ella va aquн de su voluntad, tan contenta, a lo que yo imagino, de verse en este estado, como el que sale de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida y de la pena a la gloria''. ''їEs verdad lo que йste dice, hija?'', dijo el moro. ''Asн es'', respondiу Zoraida. ''їQue, en efeto -replicу el viejo-, tъ eres cristiana, y la que ha puesto a su padre en poder de sus enemigos?'' A lo cual respondiу Zoraida: ''La que es cristiana yo soy, pero no la que te ha puesto en este punto, porque nunca mi deseo se estendiу a dejarte ni a hacerte mal, sino a hacerme a mн bien''. ''Y їquй bien es el que te has hecho, hija?'' ''Eso -respondiу ella- pregъntaselo tъ a Lela Mariйn, que ella te lo sabrб decir mejor que no yo''.

»Apenas hubo oнdo esto el moro, cuando, con una increнble presteza, se arrojу de cabeza en la mar, donde sin ninguna duda se ahogara, si el vestido largo y embarazoso que traнa no le entretuviera un poco sobre el agua. Dio voces Zoraida que le sacasen, y asн, acudimos luego todos, y, asiйndole de la almalafa, le sacamos medio ahogado y sin sentido, de que recibiу tanta pena Zoraida que, como si fuera ya muerto, hacнa sobre йl un tierno y doloroso llanto. Volvнmosle boca abajo, volviу mucha agua, tornу en sн al cabo de dos horas, en las cuales, habiйndose trocado el viento, nos convino volver hacia tierra, y hacer fuerza de remos, por no embestir en ella; mas quiso nuestra buena suerte que llegamos a una cala que se hace al lado de un pequeсo promontorio o cabo que de los moros es llamado el de La Cava Rumнa, que en nuestra lengua quiere decir La mala mujer cristiana; y es tradiciуn entre los moros que en aquel lugar estб enterrada la Cava, por quien se perdiу Espaсa, porque cava en su lengua quiere decir mujer mala, y rumнa, cristiana; y aun tienen por mal agьero llegar allн a dar fondo cuando la necesidad les fuerza a ello, porque nunca le dan sin ella; puesto que para nosotros no fue abrigo de mala mujer, sino puerto seguro de nuestro remedio, segъn andaba alterada la mar.

»Pusimos nuestras centinelas en tierra, y no dejamos jamбs los remos de la mano; comimos de lo que el renegado habнa proveнdo, y rogamos a Dios y a Nuestra Seсora, de todo nuestro corazуn, que nos ayudase y favoreciese para que felicemente diйsemos fin a tan dichoso principio. Diose orden, a suplicaciуn de Zoraida, como echбsemos en tierra a su padre y a todos los demбs moros que allн atados venнan, porque no le bastaba el бnimo, ni lo podнan sufrir sus blandas entraсas, ver delante de sus ojos atado a su padre y aquellos de su tierra presos. Prometнmosle de hacerlo asн al tiempo de la partida, pues no corrнa peligro el dejallos en aquel lugar, que era despoblado. No fueron tan vanas nuestras oraciones que no fuesen oнdas del cielo; que, en nuestro favor, luego volviу el viento, tranquilo el mar, convidбndonos a que tornбsemos alegres a proseguir nuestro comenzado viaje.

»Viendo esto, desatamos a los moros, y uno a uno los pusimos en tierra, de lo que ellos se quedaron admirados; pero, llegando a desembarcar al padre de Zoraida, que ya estaba en todo su acuerdo, dijo: ''їPor quй pensбis, cristianos, que esta mala hembra huelga de que me deis libertad? їPensбis que es por piedad que de mн tiene? No, por cierto, sino que lo hace por el estorbo que le darб mi presencia cuando quiera poner en ejecuciуn sus malos deseos; ni pensйis que la ha movido a mudar religiуn entender ella que la vuestra a la nuestra se aventaja, sino el saber que en vuestra tierra se usa la deshonestidad mбs libremente que en la nuestra''. Y, volviйndose a Zoraida, teniйndole yo y otro cristiano de entrambos brazos asido, porque algъn desatino no hiciese, le dijo: ''ЎOh infame moza y mal aconsejada muchacha! їAdуnde vas, ciega y desatinada, en poder destos perros, naturales enemigos nuestros? ЎMaldita sea la hora en que yo te engendrй, y malditos sean los regalos y deleites en que te he criado!'' Pero, viendo yo que llevaba tйrmino de no acabar tan presto, di priesa a ponelle en tierra, y desde allн, a voces, prosiguiу en sus maldiciones y lamentos, rogando a Mahoma rogase a Alб que nos destruyese, confundiese y acabase; y cuando, por habernos hecho a la vela, no podimos oнr sus palabras, vimos sus obras, que eran arrancarse las barbas, mesarse los cabellos y arrastrarse por el suelo; mas una vez esforzу la voz de tal manera que podimos entender que decнa: ''ЎVuelve, amada hija, vuelve a tierra, que todo te lo perdono; entrega a esos hombres ese dinero, que ya es suyo, y vuelve a consolar a este triste padre tuyo, que en esta desierta arena dejarб la vida, si tъ le dejas!'' Todo lo cual escuchaba Zoraida, y todo lo sentнa y lloraba, y no supo decirle ni respondelle palabra, sino: ''Plega a Alб, padre mнo, que Lela Mariйn, que ha sido la causa de que yo sea cristiana, ella te consuele en tu tristeza. Alб sabe bien que no pude hacer otra cosa de la que he hecho, y que estos cristianos no deben nada a mi voluntad, pues, aunque quisiera no venir con ellos y quedarme en mi casa, me fuera imposible, segъn la priesa que me daba mi alma a poner por obra йsta que a mн me parece tan buena como tъ, padre amado, la juzgas por mala''. Esto dijo, a tiempo que ni su padre la oнa, ni nosotros ya le veнamos; y asн, consolando yo a Zoraida, atendimos todos a nuestro viaje, el cual nos le facilitaba el proprio viento, de tal manera que bien tuvimos por cierto de vernos otro dнa al amanecer en las riberas de Espaсa.

»Mas, como pocas veces, o nunca, viene el bien puro y sencillo, sin ser acompaсado o seguido de algъn mal que le turbe o sobresalte, quiso nuestra ventura, o quizб las maldiciones que el moro a su hija habнa echado, que siempre se han de temer de cualquier padre que sean; quiso, digo, que estando ya engolfados y siendo ya casi pasadas tres horas de la noche, yendo con la vela tendida de alto baja, frenillados los remos, porque el prуspero viento nos quitaba del trabajo de haberlos menester, con la luz de la luna, que claramente resplandecнa, vimos cerca de nosotros un bajel redondo, que, con todas las velas tendidas, llevando un poco a orza el timуn, delante de nosotros atravesaba; y esto tan cerca, que nos fue forzoso amainar por no embestirle, y ellos, asimesmo, hicieron fuerza de timуn para darnos lugar que pasбsemos.

»Habнanse puesto a bordo del bajel a preguntarnos quiйn йramos, y adуnde navegбbamos, y de dуnde venнamos; pero, por preguntarnos esto en lengua francesa, dijo nuestro renegado: ''Ninguno responda; porque йstos, sin duda, son cosarios franceses, que hacen a toda ropa''. Por este advertimiento, ninguno respondiу palabra; y, habiendo pasado un poco delante, que ya el bajel quedaba sotavento, de improviso soltaron dos piezas de artillerнa, y, a lo que parecнa, ambas venнan con cadenas, porque con una cortaron nuestro бrbol por medio, y dieron con йl y con la vela en la mar; y al momento, disparando otra pieza, vino a dar la bala en mitad de nuestra barca, de modo que la abriу toda, sin hacer otro mal alguno; pero, como nosotros nos vimos ir a fondo, comenzamos todos a grandes voces a pedir socorro y a rogar a los del bajel que nos acogiesen, porque nos anegбbamos. Amainaron entonces, y, echando el esquife o barca a la mar, entraron en йl hasta doce franceses bien armados, con sus arcabuces y cuerdas encendidas, y asн llegaron junto al nuestro; y, viendo cuбn pocos йramos y cуmo el bajel se hundнa, nos recogieron, diciendo que, por haber usado de la descortesнa de no respondelles, nos habнa sucedido aquello. Nuestro renegado tomу el cofre de las riquezas de Zoraida, y dio con йl en la mar, sin que ninguno echase de ver en lo que hacнa. En resoluciуn, todos pasamos con los franceses, los cuales, despuйs de haberse informado de todo aquello que de nosotros saber quisieron, como si fueran nuestros capitales enemigos, nos despojaron de todo cuanto tenнamos, y a Zoraida le quitaron hasta los carcajes que traнa en los pies. Pero no me daba a mн tanta pesadumbre la que a Zoraida daban, como me la daba el temor que tenнa de que habнan de pasar del quitar de las riquнsimas y preciosнsimas joyas al quitar de la joya que mбs valнa y ella mбs estimaba. Pero los deseos de aquella gente no se estienden a mбs que al dinero, y desto jamбs se vee harta su codicia; lo cual entonces llegу a tanto, que aun hasta los vestidos de cautivos nos quitaran si de algъn provecho les fueran. Y hubo parecer entre ellos de que a todos nos arrojasen a la mar envueltos en una vela, porque tenнan intenciуn de tratar en algunos puertos de Espaсa con nombre de que eran bretones, y si nos llevaban vivos, serнan castigados, siendo descubierto su hurto. Mas el capitбn, que era el que habнa despojado a mi querida Zoraida, dijo que йl se contentaba con la presa que tenнa, y que no querнa tocar en ningъn puerto de Espaсa, sino pasar el estrecho de Gibraltar de noche, o como pudiese, y irse a la Rochela, de donde habнa salido; y asн, tomaron por acuerdo de darnos el esquife de su navнo, y todo lo necesario para la corta navegaciуn que nos quedaba, como lo hicieron otro dнa, ya a vista de tierra de Espaсa, con la cual vista, todas nuestras pesadumbres y pobrezas se nos olvidaron de todo punto, como si no hubieran pasado por nosotros: tanto es el gusto de alcanzar la libertad perdida.

»Cerca de mediodнa podrнa ser cuando nos echaron en la barca, dбndonos dos barriles de agua y algъn bizcocho; y el capitбn, movido no sй de quй misericordia, al embarcarse la hermosнsima Zoraida, le dio hasta cuarenta escudos de oro, y no consintiу que le quitasen sus soldados estos mesmos vestidos que ahora tiene puestos. Entramos en el bajel; dнmosles las gracias por el bien que nos hacнan, mostrбndonos mбs agradecidos que quejosos; ellos se hicieron a lo largo, siguiendo la derrota del estrecho; nosotros, sin mirar a otro norte que a la tierra que se nos mostraba delante, nos dimos tanta priesa a bogar que al poner del sol estбbamos tan cerca que bien pudiйramos, a nuestro parecer, llegar antes que fuera muy noche; pero, por no parecer en aquella noche la luna y el cielo mostrarse escuro, y por ignorar el paraje en que estбbamos, no nos pareciу cosa segura embestir en tierra, como a muchos de nosotros les parecнa, diciendo que diйsemos en ella, aunque fuese en unas peсas y lejos de poblado, porque asн asegurarнamos el temor que de razуn se debнa tener que por allн anduviesen bajeles de cosarios de Tetuбn, los cuales anochecen en Berberнa y amanecen en las costas de Espaсa, y hacen de ordinario presa, y se vuelven a dormir a sus casas. Pero, de los contrarios pareceres, el que se tomу fue que nos llegбsemos poco a poco, y que si el sosiego del mar lo concediese, desembarcбsemos donde pudiйsemos.

»Hнzose asн, y poco antes de la media noche serнa cuando llegamos al pie de una disformнsima y alta montaсa, no tan junto al mar que no concediese un poco de espacio para poder desembarcar cуmodamente. Embestimos en la arena, salimos a tierra, besamos el suelo, y, con lбgrimas de muy alegrнsimo contento, dimos todos gracias a Dios, Seсor Nuestro, por el bien tan incomparable que nos habнa hecho. Sacamos de la barca los bastimentos que tenнa, tirбmosla en tierra, y subнmonos un grandнsimo trecho en la montaсa, porque aъn allн estбbamos, y aъn no podнamos asegurar el pecho, ni acabбbamos de creer que era tierra de cristianos la que ya nos sostenнa. Amaneciу mбs tarde, a mi parecer, de lo [que] quisiйramos. Acabamos de subir toda la montaсa, por ver si desde allн algъn poblado se descubrнa, o algunas cabaсas de pastores; pero, aunque mбs tendimos la vista, ni poblado, ni persona, ni senda, ni camino descubrimos. Con todo esto, determinamos de entrarnos la tierra adentro, pues no podrнa ser menos sino que presto descubriйsemos quien nos diese noticia della. Pero lo que a mн mбs me fatigaba era el ver ir a pie a Zoraida por aquellas asperezas, que, puesto que alguna vez la puse sobre mis hombros, mбs le cansaba a ella mi cansancio que la reposaba su reposo; y asн, nunca mбs quiso que yo aquel trabajo tomase; y, con mucha paciencia y muestras de alegrнa, llevбndola yo siempre de la mano, poco menos de un cuarto de legua debнamos de haber andado, cuando llegу a nuestros oнdos el son de una pequeсa esquila, seсal clara que por allн cerca habнa ganado; y, mirando todos con atenciуn si alguno se parecнa, vimos al pie de un alcornoque un pastor mozo, que con grande reposo y descuido estaba labrando un palo con un cuchillo. Dimos voces, y йl, alzando la cabeza, se puso ligeramente en pie, y, a lo que despuйs supimos, los primeros que a la vista se le ofrecieron fueron el renegado y Zoraida, y, como йl los vio en hбbito de moros, pensу que todos los de la Berberнa estaban sobre йl; y, metiйndose con estraсa ligereza por el bosque adelante, comenzу a dar los mayores gritos del mundo diciendo: ''ЎMoros, moros hay en la tierra! ЎMoros, moros! ЎArma, arma!''

»Con estas voces quedamos todos confusos, y no sabнamos quй hacernos; pero, considerando que las voces del pastor habнan de alborotar la tierra, y que la caballerнa de la costa habнa de venir luego a ver lo que era, acordamos que el renegado se desnudase las ropas del turco y se vistiese un gilecuelco o casaca de cautivo que uno de nosotros le dio luego, aunque se quedу en camisa; y asн, encomendбndonos a Dios, fuimos por el mismo camino que vimos que el pastor llevaba, esperando siempre cuбndo habнa de dar sobre nosotros la caballerнa de la costa. Y no nos engaсу nuestro pensamiento, porque, aъn no habrнan pasado dos horas cuando, habiendo ya salido de aquellas malezas a un llano, descubrimos hasta cincuenta caballeros, que con gran ligereza, corriendo a media rienda, a nosotros se venнan, y asн como los vimos, nos estuvimos quedos aguardбndolos; pero, como ellos llegaron y vieron, en lugar de los moros que buscaban, tanto pobre cristiano, quedaron confusos, y uno dellos nos preguntу si йramos nosotros acaso la ocasiуn por que un pastor habнa apellidado al arma. ''Sн'', dije yo; y, queriendo comenzar a decirle mi suceso, y de dуnde venнamos y quiйn йramos, uno de los cristianos que con nosotros venнan conociу al jinete que nos habнa hecho la pregunta, y dijo, sin dejarme a mн decir mбs palabra: ''ЎGracias sean dadas a Dios, seсores, que a tan buena parte nos ha conducido!, porque, si yo no me engaсo, la tierra que pisamos es la de Vйlez Mбlaga, si ya los aсos de mi cautiverio no me han quitado de la memoria el acordarme que vos, seсor, que nos preguntбis quiйn somos, sois Pedro de Bustamante, tнo mнo''. Apenas hubo dicho esto el cristiano cautivo, cuando el jinete se arrojу del caballo y vino a abrazar al mozo, diciйndole: ''Sobrino de mi alma y de mi vida, ya te conozco, y ya te he llorado por muerto yo, y mi hermana, tu madre, y todos los tuyos, que aъn viven; y Dios ha sido servido de darles vida para que gocen el placer de verte: ya sabнamos que estabas en Argel, y por las seсales y muestras de tus vestidos, y la de todos los desta compaснa, comprehendo que habйis tenido milagrosa libertad''. ''Asн es -respondiу el mozo-, y tiempo nos quedarб para contбroslo todo''.

»Luego que los jinetes entendieron que йramos cristianos cautivos, se apearon de sus caballos, y cada uno nos convidaba con el suyo para llevarnos a la ciudad de Vйlez Mбlaga, que legua y media de allн estaba. Algunos dellos volvieron a llevar la barca a la ciudad, diciйndoles dуnde la habнamos dejado; otros nos subieron a las ancas, y Zoraida fue en las del caballo del tнo del cristiano. Saliуnos a recebir todo el pueblo, que ya de alguno que se habнa adelantado sabнan la nueva de nuestra venida. No se admiraban de ver cautivos libres, ni moros cautivos, porque toda la gente de aquella costa estб hecha a ver a los unos y a los otros; pero admirбbanse de la hermosura de Zoraida, la cual en aquel instante y sazуn estaba en su punto, ansн con el cansancio del camino como con la alegrнa de verse ya en tierra de cristianos, sin sobresalto de perderse; y esto le habнa sacado al rostro tales colores que, si no es que la aficiуn entonces me engaсaba, osarй decir que mбs hermosa criatura no habнa en el mundo; a lo menos, que yo la hubiese visto.

»Fuimos derechos a la iglesia, a dar gracias a Dios por la merced recebida; y, asн como en ella entrу Zoraida, dijo que allн habнa rostros que se parecнan a los de Lela Mariйn. Dijнmosle que eran imбgines suyas, y como mejor se pudo le dio el renegado a entender lo que significaban, para que ella las adorase como si verdaderamente fueran cada una dellas la misma Lela Mariйn que la habнa hablado. Ella, que tiene buen entendimiento y un natural fбcil y claro, entendiу luego cuanto acerca de las imбgenes se le dijo. Desde allн nos llevaron y repartieron a todos en diferentes casas del pueblo; pero al renegado, Zoraida y a mн nos llevу el cristiano que vino con nosotros, y en casa de sus padres, que medianamente eran acomodados de los bienes de fortuna, y nos regalaron con tanto amor como a su mismo hijo.

»Seis dнas estuvimos en Vйlez, al cabo de los cuales el renegado, hecha su informaciуn de canto le convenнa, se fue a la ciudad de Granada, a reducirse por medio de la Santa Inquisiciуn al gremio santнsimo de la Iglesia; los demбs cristianos libertados se fueron cada uno donde mejor le pareciу; solos quedamos Zoraida y yo, con solos los escudos que la cortesнa del francйs le dio a Zoraida, de los cuales comprй este animal en que ella viene; y, sirviйndola yo hasta agora de padre y escudero, y no de esposo, vamos con intenciуn de ver si mi padre es vivo, o si alguno de mis hermanos ha tenido mбs prуspera ventura que la mнa, puesto que, por haberme hecho el cielo compaсero de Zoraida, me parece que ninguna otra suerte me pudiera venir, por buena que fuera, que mбs la estimara. La paciencia con que Zoraida lleva las incomodidades que la pobreza trae consigo, y el deseo que muestra tener de verse ya cristiana es tanto y tal, que me admira y me mueve a servirla todo el tiempo de mi vida, puesto que el gusto que tengo de verme suyo y de que ella sea mнa me le turba y deshace no saber si hallarй en mi tierra algъn rincуn donde recogella, y si habrбn hecho el tiempo y la muerte tal mudanza en la hacienda y vida de mi padre y hermanos que apenas halle quien me conozca, si ellos faltan.» No tengo mбs, seсores, que deciros de mi historia; la cual, si es agradable y peregrina, jъzguenlo vuestros buenos entendimientos; que de mн sй decir que quisiera habйrosla contado mбs brevemente, puesto que el temor de enfadaros mбs de cuatro circustancias me ha quitado de la lengua.



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Capнtulo XLII

Que trata de lo que mбs sucediу en la venta y de otras muchas cosas dignas de saberse

CALLУ, en diciendo esto, el cautivo, a quien don Fernando dijo:

-Por cierto, seсor capitбn, el modo con que habйis contado este estraсo suceso ha sido tal, que iguala a la novedad y estraсeza del mesmo caso. Todo es peregrino y raro, y lleno de accidentes que maravillan y suspenden a quien los oye; y es de tal manera el gusto que hemos recebido en escuchalle, que, aunque nos hallara el dнa de maсana entretenidos en el mesmo cuento, holgбramos que de nuevo se comenzara.

Y, en diciendo esto, don Fernando y todos los demбs se le ofrecieron, con todo lo a ellos posible para servirle, con palabras y razones tan amorosas y tan verdaderas que el capitбn se tuvo por bien satisfecho de sus voluntades. Especialmente, le ofreciу don Fernando que si querнa volverse con йl, que йl harнa que el marquйs, su hermano, fuese padrino del bautismo de Zoraida, y que йl, por su parte, le acomodarнa de manera que pudiese entrar en su tierra con el autoridad y cуmodo que a su persona se debнa. Todo lo agradeciу cortesнsimamente el cautivo, pero no quiso acetar ninguno de sus liberales ofrecimientos.

En esto, llegaba ya la noche, y, al cerrar della, llegу a la venta un coche, con algunos hombres de a caballo. Pidieron posada; a quien la ventera respondiу que no habнa en toda la venta un palmo desocupado.

-Pues, aunque eso sea -dijo uno de los de a caballo que habнan entrado-, no ha de faltar para el seсor oidor que aquн viene.

A este nombre se turbу la gьйspeda, y dijo:

-Seсor, lo que en ello hay es que no tengo camas: si es que su merced del seсor oidor la trae, que sн debe de traer, entre en buen hora, que yo y mi marido nos saldremos de nuestro aposento por acomodar a su merced.

-Sea en buen hora -dijo el escudero.

Pero, a este tiempo, ya habнa salido del coche un hombre, que en el traje mostrу luego el oficio y cargo que tenнa, porque la ropa luenga, con las mangas arrocadas, que vestнa, mostraron ser oidor, como su criado habнa dicho. Traнa de la mano a una doncella, al parecer de hasta diez y seis aсos, vestida de camino, tan bizarra, tan hermosa y tan gallarda que a todos puso en admiraciуn su vista; de suerte que, a no haber visto a Dorotea y a Luscinda y Zoraida, que en la venta estaban, creyeran que otra tal hermosura como la desta doncella difнcilmente pudiera hallarse. Hallуse don Quijote al entrar del oidor y de la doncella, y, asн como le vio, dijo:

-Seguramente puede vuestra merced entrar y espaciarse en este castillo, que, aunque es estrecho y mal acomodado, no hay estrecheza ni incomodidad en el mundo que no dй lugar a las armas y a las letras, y mбs si las armas y letras traen por guнa y adalid a la fermosura, como la traen las letras de vuestra merced en esta fermosa doncella, a quien deben no sуlo abrirse y manifestarse los castillos, sino apartarse los riscos, y devidirse y abajarse las montaсas, para dalle acogida. Entre vuestra merced, digo, en este paraнso, que aquн hallarб estrellas y soles que acompaсen el cielo que vuestra merced trae consigo; aquн hallarб las armas en su punto y la hermosura en su estremo.

Admirado quedу el oidor del razonamiento de don Quijote, a quien se puso a mirar muy de propуsito, y no menos le admiraba su talle que sus palabras; y, sin hallar ningunas con que respondelle, se tornу a admirar de nuevo cuando vio delante de sн a Luscinda, Dorotea y a Zoraida, que, a las nuevas de los nuevos gьйspedes y a las que la ventera les habнa dado de la hermosura de la doncella, habнan venido a verla y a recebirla. Pero don Fernando, Cardenio y el cura le hicieron mбs llanos y mбs cortesanos ofrecimientos. En efecto, el seсor oidor entrу confuso, asн de lo que veнa como de lo que escuchaba, y las hermosas de la venta dieron la bienllegada a la hermosa doncella.

En resoluciуn, bien echу de ver el oidor que era gente principal toda la que allн estaba; pero el talle, visaje y la apostura de don Quijote le desatinaba; y, habiendo pasado entre todos corteses ofrecimientos y tanteado la comodidad de la venta, se ordenу lo que antes estaba ordenado: que todas las mujeres se entrasen en el camaranchуn ya referido, y que los hombres se quedasen fuera, como en su guarda. Y asн, fue contento el oidor que su hija, que era la doncella, se fuese con aquellas seсoras, lo que ella hizo de muy buena gana. Y con parte de la estrecha cama del ventero, y con la mitad de la que el oidor traнa, se acomodaron aquella noche mejor de lo que pensaban.

El cautivo, que, desde el punto que vio al oidor, le dio saltos el corazуn y barruntos de que aquйl era su hermano, preguntу a uno de los criados que con йl venнan que cуmo se llamaba y si sabнa de quй tierra era. El criado le respondiу que se llamaba el licenciado Juan Pйrez de Viedma, y que habнa oнdo decir que era de un lugar de las montaсas de Leуn. Con esta relaciуn y con lo que йl habнa visto se acabу de confirmar de que aquйl era su hermano, que habнa seguido las letras por consejo de su padre; y, alborotado y contento, llamando aparte a don Fernando, a Cardenio y al cura, les contу lo que pasaba, certificбndoles que aquel oidor era su hermano. Habнale dicho tambiйn el criado como iba proveнdo por oidor a las Indias, en la Audiencia de Mйjico. Supo tambiйn como aquella doncella era su hija, de cuyo parto habнa muerto su madre, y que йl habнa quedado muy rico con el dote que con la hija se le quedу en casa. Pidiуles consejo quй modo tendrнa para descubrirse, o para conocer primero si, despuйs de descubierto, su hermano, por verle pobre, se afrentaba o le recebнa con buenas entraсas.

-Dйjeseme a mн el hacer esa experiencia -dijo el cura-; cuanto mбs, que no hay pensar sino que vos, seсor capitбn, serйis muy bien recebido; porque el valor y prudencia que en su buen parecer descubre vuestro hermano no da indicios de ser arrogante ni desconocido, ni que no ha de saber poner los casos de la fortuna en su punto.

-Con todo eso -dijo el capitбn- yo querrнa, no de improviso, sino por rodeos, dбrmele a conocer.

-Ya os digo -respondiу el cura- que yo lo trazarй de modo que todos quedemos satisfechos.

Ya, en esto, estaba aderezada la cena, y todos se sentaron a la mesa, eceto el cautivo y las seсoras, que cenaron de por sн en su aposento. En la mitad de la cena dijo el cura:

-Del mesmo nombre de vuestra merced, seсor oidor, tuve yo una camarada en Costantinopla, donde estuve cautivo algunos aсos; la cual camarada era uno de los valientes soldados y capitanes que habнa en toda la infanterнa espaсola, pero tanto cuanto tenнa de esforzado y valeroso tenнa de desdichado.

-Y їcуmo se llamaba ese capitбn, seсor mнo? -preguntу el oidor.

-Llamбbase -respondiу el cura- Ruy Pйrez de Viedma, y era natural de un lugar de las montaсas de Leуn, el cual me contу un caso que [a] su padre con sus hermanos le habнa sucedido, que, a no contбrmelo un hombre tan verdadero como йl, lo tuviera por conseja de aquellas que las viejas cuentan el invierno al fuego. Porque me dijo que su padre habнa dividido su hacienda entre tres hijos que tenнa, y les habнa dado ciertos consejos, mejores que los de Catуn. Y sй yo decir que el que йl escogiу de venir a la guerra le habнa sucedido tan bien que en pocos aсos, por su valor y esfuerzo, sin otro brazo que el de su mucha virtud, subiу a ser capitбn de infanterнa, y a verse en camino y predicamento de ser presto maestre de campo. Pero fuele la fortuna contraria, pues donde la pudiera esperar y tener buena, allн la perdiу, con perder la libertad en la felicнsima jornada donde tantos la cobraron, que fue en la batalla de Lepanto. Yo la perdн en la Goleta, y despuйs, por diferentes sucesos, nos hallamos camaradas en Costantinopla. Desde allн vino a Argel, donde sй que le sucediу uno de los mбs estraсos casos que en el mundo han sucedido.

De aquн fue prosiguiendo el cura, y, con brevedad sucinta, contу lo que con Zoraida a su hermano habнa sucedido; a todo lo cual estaba tan atento el oidor, que ninguna vez habнa sido tan oidor como entonces. Sуlo llegу el cura al punto de cuando los franceses despojaron a los cristianos que en la barca venнan, y la pobreza y necesidad en que su camarada y la hermosa mora habнan quedado; de los cuales no habнa sabido en quй habнan parado, ni si habнan llegado a Espaсa, o llevбdolos los franceses a Francia.

Todo lo que el cura decнa estaba escuchando, algo de allн desviado, el capitбn, y notaba todos los movimientos que su hermano hacнa; el cual, viendo que ya el cura habнa llegado al fin de su cuento, dando un grande suspiro y llenбndosele los ojos de agua, dijo:

-ЎOh, seсor, si supiйsedes las nuevas que me habйis contado, y cуmo me tocan tan en parte que me es forzoso dar muestras dello con estas lбgrimas que, contra toda mi discreciуn y recato, me salen por los ojos! Ese capitбn tan valeroso que decнs es mi mayor hermano, el cual, como mбs fuerte y de mбs altos pensamientos que yo ni otro hermano menor mнo, escogiу el honroso y digno ejercicio de la guerra, que fue uno de los tres caminos que nuestro padre nos propuso, segъn os dijo vuestra camarada en la conseja que, a vuestro parecer, le oнstes. Yo seguн el de las letras, en las cuales Dios y mi diligencia me han puesto en el grado que me veis. Mi menor hermano estб en el Pirъ, tan rico que con lo que ha enviado a mi padre y a mн ha satisfecho bien la parte que йl se llevу, y aun dado a las manos de mi padre con que poder hartar su liberalidad natural; y yo, ansimesmo, he podido con mбs decencia y autoridad tratarme en mis estudios y llegar al puesto en que me veo. Vive aъn mi padre, muriendo con el deseo de saber de su hijo mayor, y pide a Dios con continuas oraciones no cierre la muerte sus ojos hasta que йl vea con vida a los de su hijo; del cual me maravillo, siendo tan discreto, cуmo en tantos trabajos y afliciones, o prуsperos sucesos, se haya descuidado de dar noticia de sн a su padre; que si йl lo supiera, o alguno de nosotros, no tuviera necesidad de aguardar al milagro de la caсa para alcanzar su rescate. Pero de lo que yo agora me temo es de pensar si aquellos franceses le habrбn dado libertad, o le habrбn muerto por encubrir su hurto. Esto todo serб que yo prosiga mi viaje, no con aquel contento con que le comencй, sino con toda melancolнa y tristeza. ЎOh buen hermano mнo, y quiйn supiera agora dуnde estabas; que yo te fuera a buscar y a librar de tus trabajos, aunque fuera a costa de los mнos! ЎOh, quiйn llevara nuevas a nuestro viejo padre de que tenнas vida, aunque estuvieras en las mazmorras mбs escondidas de Berberнa; que de allн te sacaran sus riquezas, las de mi hermano y las mнas! ЎOh Zoraida hermosa y liberal, quiйn pudiera pagar el bien que a un hermano hiciste!; Ўquiйn pudiera hallarse al renacer de tu alma, y a las bodas, que tanto gusto a todos nos dieran!

Estas y otras semejantes palabras decнa el oidor, lleno de tanta compasiуn con las nuevas que de su hermano le habнan dado, que todos los que le oнan le acompaсaban en dar muestras del sentimiento que tenнan de su lбstima.

Viendo, pues, el cura que tan bien habнa salido con su intenciуn y con lo que deseaba el capitбn, no quiso tenerlos a todos mбs tiempo tristes, y asн, se levantу de la mesa, y, entrando donde estaba Zoraida, la tomу por la mano, y tras ella se vinieron Luscinda, Dorotea y la hija del oidor. Estaba esperando el capitбn a ver lo que el cura querнa hacer, que fue que, tomбndole a йl asimesmo de la otra mano, con entrambos a dos se fue donde el oidor y los demбs caballeros estaban, y dijo:

-Cesen, seсor oidor, vuestras lбgrimas, y cуlmese vuestro deseo de todo el bien que acertare a desearse, pues tenйis delante a vuestro buen hermano y a vuestra buena cuсada. Йste que aquн veis es el capitбn Viedma, y йsta, la hermosa mora que tanto bien le hizo. Los franceses que os dije los pusieron en la estrecheza que veis, para que vos mostrйis la liberalidad de vuestro buen pecho.

Acudiу el capitбn a abrazar a su hermano, y йl le puso ambas manos en los pechos por mirarle algo mбs apartado; mas, cuando le acabу de conocer, le abrazу tan estrechamente, derramando tan tiernas lбgrimas de contento, que los mбs de los que presentes estaban le hubieron de acompaсar en ellas. Las palabras que entrambos hermanos se dijeron, los sentimientos que mostraron, apenas creo que pueden pensarse, cuanto mбs escribirse. Allн, en breves razones, se dieron cuenta de sus sucesos; allн mostraron puesta en su punto la buena amistad de dos hermanos; allн abrazу el oidor a Zoraida; allн la ofreciу su hacienda; allн hizo que la abrazase su hija; allн la cristiana hermosa y la mora hermosнsima renovaron las lбgrimas de todos.

Allн don Quijote estaba atento, sin hablar palabra, considerando estos tan estraсos sucesos, atribuyйndolos todos a quimeras de la andante caballerнa. Allн concertaron que el capitбn y Zoraida se volviesen con su hermano a Sevilla y avisasen a su padre de su hallazgo y libertad, para que, como pudiese, viniese a hallarse en las bodas y bautismo de Zoraida, por no le ser al oidor posible dejar el camino que llevaba, a causa de tener nuevas que de allн a un mes partнa flota de Sevilla a la Nueva Espaсa, y fuйrale de grande incomodidad perder el viaje.

En resoluciуn, todos quedaron contentos y alegres del buen suceso del cautivo; y, como ya la noche iba casi en las dos partes de su jornada, acordaron de recogerse y reposar lo que de ella les quedaba. Don Quijote se ofreciу a hacer la guardia del castillo, porque de algъn gigante o otro mal andante follуn no fuesen acometidos, codiciosos del gran tesoro de hermosura que en aquel castillo se encerraba. Agradeciйronselo los que le conocнan, y dieron al oidor cuenta del humor estraсo de don Quijote, de que no poco gusto recibiу.

Sуlo Sancho Panza se desesperaba con la tardanza del recogimiento, y sуlo йl se acomodу mejor que todos, echбndose sobre los aparejos de su jumento, que le costaron tan caros como adelante se dirб.

Recogidas, pues, las damas en su estancia, y los demбs acomodбdose como menos mal pudieron, don Quijote se saliу fuera de la venta a hacer la centinela del castillo, como lo habнa prometido.

Sucediу, pues, que faltando poco por venir el alba, llegу a los oнdos de las damas una voz tan entonada y tan buena, que les obligу a que todas le prestasen atento oнdo, especialmente Dorotea, que despierta estaba, a cuyo lado dormнa doсa Clara de Viedma, que ansн se llamaba la hija del oidor. Nadie podнa imaginar quiйn era la persona que tan bien cantaba, y era una voz sola, sin que la acompaсase instrumento alguno. Unas veces les parecнa que cantaban en el patio; otras, que en la caballeriza; y, estando en esta confusiуn muy atentas, llegу a la puerta del aposento Cardenio y dijo:

-Quien no duerme, escuche; que oirбn una voz de un mozo de mulas, que de tal manera canta que encanta.

-Ya lo oнmos, seсor -respondiу Dorotea.

Y, con esto, se fue Cardenio; y Dorotea, poniendo toda la atenciуn posible, entendiу que lo que se cantaba era esto:



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[Capнtulo XLIII]

[Donde se cuenta la agradable historia del mozo de mulas, con otros estraсos acaecimientos en la venta sucedidos]

-MARINERO soy de amor,

y en su piйlago profundo

navego sin esperanza

de llegar a puerto alguno.

Siguiendo voy a una estrella

que desde lejos descubro,

mбs bella y resplandeciente

que cuantas vio Palinuro.

Yo no sй adуnde me guнa,

y asн, navego confuso,

el alma a mirarla atenta,

cuidadosa y con descuido.

Recatos impertinentes,

honestidad contra el uso,

son nubes que me la encubren

cuando mбs verla procuro.

ЎOh clara y luciente estrella,

en cuya lumbre me apuro!;

al punto que te me encubras,

serб de mi muerte el punto.

Llegando el que cantaba a este punto, le pareciу a Dorotea que no serнa bien que dejase Clara de oнr una tan buena voz; y asн, moviйndola a una y a otra parte, la despertу diciйndole:

-Perdуname, niсa, que te despierto, pues lo hago porque gustes de oнr la mejor voz que quizб habrбs oнdo en toda tu vida.

Clara despertу toda soсolienta, y de la primera vez no entendiу lo que Dorotea le decнa; y, volviйndoselo a preguntar, ella se lo volviу a decir, por lo cual estuvo atenta Clara. Pero, apenas hubo oнdo dos versos que el que cantaba iba prosiguiendo, cuando le tomу un temblor tan estraсo como si de algъn grave accidente de cuartana estuviera enferma, y, abrazбndose estrechamente con Dorotea, le dijo:

-ЎAy seсora de mi alma y de mi vida!, їpara quй me despertastes?; que el mayor bien que la fortuna me podнa hacer por ahora era tenerme cerrados los ojos y los oнdos, para no ver ni oнr a ese desdichado mъsico.

-їQuй es lo que dices, niсa?; mira que dicen que el que canta es un mozo de mulas.

-No es sino seсor de lugares -respondiу Clara-, y el que le tiene en mi alma con tanta seguridad que si йl no quiere dejalle, no le serб quitado eternamente.

Admirada quedу Dorotea de las sentidas razones de la muchacha, pareciйndole que se aventajaban en mucho a la discreciуn que sus pocos aсos prometнan; y asн, le dijo:

-Hablбis de modo, seсora Clara, que no puedo entenderos: declaraos mбs y decidme quй es lo que decнs de alma y de lugares, y deste mъsico, cuya voz tan inquieta os tiene. Pero no me digбis nada por ahora, que no quiero perder, por acudir a vuestro sobresalto, el gusto que recibo de oнr al que canta; que me parece que con nuevos versos y nuevo tono torna a su canto.

-Sea en buen hora -respondiу Clara.

Y, por no oнlle, se tapу con las manos entrambos oнdos, de lo que tambiйn se admirу Dorotea; la cual, estando atenta a lo que se cantaba, vio que proseguнan en esta manera:

-Dulce esperanza mнa,

que, rompiendo imposibles y malezas,

sigues firme la vнa

que tъ mesma te finges y aderezas:

no te desmaye el verte

a cada paso junto al de tu muerte.

No alcanzan perezosos

honrados triunfos ni vitoria alguna,

ni pueden ser dichosos

los que, no contrastando a la fortuna,

entregan, desvalidos,

al ocio blando todos los sentidos.

Que amor sus glorias venda

caras, es gran razуn, y es trato justo,

pues no hay mбs rica prenda

que la que se quilata por su gusto;

y es cosa manifiesta

que no es de estima lo que poco cuesta.

Amorosas porfнas

tal vez alcanzan imposibles cosas;

y ansн, aunque con las mнas

sigo de amor las mбs dificultosas,

no por eso recelo

de no alcanzar desde la tierra el cielo.

Aquн dio fin la voz, y principio a nuevos sollozos Clara. Todo lo cual encendнa el deseo de Dorotea, que deseaba saber la causa de tan suave canto y de tan triste lloro. Y asн, le volviу a preguntar quй era lo que le querнa decir denantes. Entonces Clara, temerosa de que Luscinda no la oyese, abrazando estrechamente a Dorotea, puso su boca tan junto del oнdo de Dorotea, que seguramente podнa hablar sin ser de otro sentida, y asн le dijo:

-Este que canta, seсora mнa, es un hijo de un caballero natural del reino de Aragуn, seсor de dos lugares, el cual vivнa frontero de la casa de mi padre en la Corte; y, aunque mi padre tenнa las ventanas de su casa con lienzos en el invierno y celosнas en el verano, yo no sй lo que fue, ni lo que no, que este caballero, que andaba al estudio, me vio, ni sй si en la iglesia o en otra parte. Finalmente, йl se enamorу de mн, y me lo dio a entender desde las ventanas de su casa con tantas seсas y con tantas lбgrimas, que yo le hube de creer, y aun querer, sin saber lo que me querнa. Entre las seсas que me hacнa, era una de juntarse la una mano con la otra, dбndome a entender que se casarнa conmigo; y, aunque yo me holgarнa mucho de que ansн fuera, como sola y sin madre, no sabнa con quiйn comunicallo, y asн, lo dejй estar sin dalle otro favor si no era, cuando estaba mi padre fuera de casa y el suyo tambiйn, alzar un poco el lienzo o la celosнa y dejarme ver toda, de lo que йl hacнa tanta fiesta, que daba seсales de volverse loco. Llegуse en esto el tiempo de la partida de mi padre, la cual йl supo, y no de mн, pues nunca pude decнrselo. Cayу malo, a lo que yo entiendo, de pesadumbre; y asн, el dнa que nos partimos nunca pude verle para despedirme dйl, siquiera con los ojos. Pero, a cabo de dos dнas que caminбbamos, al entrar de una posada, en un lugar una jornada de aquн, le vi a la puerta del mesуn, puesto en hбbito de mozo de mulas, tan al natural que si yo no le trujera tan retratado en mi alma fuera imposible conocelle. Conocнle, admirйme y alegrйme; йl me mirу a hurto de mi padre, de quien йl siempre se esconde cuando atraviesa por delante de mн en los caminos y en las posadas do llegamos; y, como yo sй quiйn es, y considero que por amor de mн viene a pie y con tanto trabajo, muйrome de pesadumbre, y adonde йl pone los pies pongo yo los ojos. No sй con quй intenciуn viene, ni cуmo ha podido escaparse de su padre, que le quiere estraordinariamente, porque no tiene otro heredero, y porque йl lo merece, como lo verб vuestra merced cuando le vea. Y mбs le sй decir: que todo aquello que canta lo saca de su cabeza; que he oнdo decir que es muy gran estudiante y poeta. Y hay mбs: que cada vez que le veo o le oigo cantar, tiemblo toda y me sobresalto, temerosa de que mi padre le conozca y venga en conocimiento de nuestros deseos. En mi vida le he hablado palabra, y, con todo eso, le quiero de manera que no he de poder vivir sin йl. Esto es, seсora mнa, todo lo que os puedo decir deste mъsico, cuya voz tanto os ha contentado; que en sola ella echarйis bien de ver que no es mozo de mulas, como decнs, sino seсor de almas y lugares, como yo os he dicho.

-No digбis mбs, seсora doсa Clara -dijo a esta sazуn Dorotea, y esto, besбndola mil veces-; no digбis mбs, digo, y esperad que venga el nuevo dнa, que yo espero en Dios de encaminar de manera vuestros negocios, que tengan el felice fin que tan honestos principios merecen.

-ЎAy seсora! -dijo doсa Clara-, їquй fin se puede esperar, si su padre es tan principal y tan rico que le parecerб que aun yo no puedo ser criada de su hijo, cuanto mбs esposa? Pues casarme yo a hurto de mi padre, no lo harй por cuanto hay en el mundo. No querrнa sino que este mozo se volviese y me dejase; quizб con no velle y con la gran distancia del camino que llevamos se me aliviarнa la pena que ahora llevo, aunque sй decir que este remedio que me imagino me ha de aprovechar bien poco. No sй quй diablos ha sido esto, ni por dуnde se ha entrado este amor que le tengo, siendo yo tan muchacha y йl tan muchacho, que en verdad que creo que somos de una edad mesma, y que yo no tengo cumplidos diez y seis aсos; que para el dнa de San Miguel que vendrб dice mi padre que los cumplo.

No pudo dejar de reнrse Dorotea, oyendo cuбn como niсa hablaba doсa Clara, a quien dijo:

-Reposemos, seсora, lo poco que creo queda de la noche, y amanecerб Dios y medraremos, o mal me andarбn las manos.

Sosegбronse con esto, y en toda la venta se guardaba un grande silencio; solamente no dormнan la hija de la ventera y Maritornes, su criada, las cuales, como ya sabнan el humor de que pecaba don Quijote, y que estaba fuera de la venta armado y a caballo haciendo la guarda, determinaron las dos de hacelle alguna burla, o, a lo menos, de pasar un poco el tiempo oyйndole sus disparates.

Es, pues, el caso que en toda la venta no habнa ventana que saliese al campo, sino un agujero de un pajar, por donde echaban la paja por defuera. A este agujero se pusieron las dos semidoncellas, y vieron que don Quijote estaba a caballo, recostado sobre su lanzуn, dando de cuando en cuando tan dolientes y profundos suspiros, que parecнa que con cada uno se le arrancaba el alma. Y asimesmo oyeron que decнa con voz blanda, regalada y amorosa:

-ЎOh mi seсora Dulcinea del Toboso, estremo de toda hermosura, fin y remate de la discreciуn, archivo del mejor donaire, depуsito de la honestidad, y, ultimadamente, idea de todo lo provechoso, honesto y deleitable que hay en el mundo! Y їquй farб agora la tu merced? їSi tendrбs por ventura las mientes en tu cautivo caballero, que a tantos peligros, por sуlo servirte, de su voluntad ha querido ponerse? Dame tъ nuevas della, Ўoh luminaria de las tres caras! Quizб con envidia de la suya la estбs ahora mirando; que, o paseбndose por alguna galerнa de sus suntuosos palacios, o ya puesta de pechos sobre algъn balcуn, estб considerando cуmo, salva su honestidad y grandeza, ha de amansar la tormenta que por ella este mi cuitado corazуn padece, quй gloria ha de dar a mis penas, quй sosiego a mi cuidado y, finalmente, quй vida a mi muerte y quй premio a mis servicios. Y tъ, sol, que ya debes de estar apriesa ensillando tus caballos, por madrugar y salir a ver a mi seсora, asн como la veas, suplнcote que de mi parte la saludes; pero guбrdate que al verla y saludarla no le des paz en el rostro, que tendrй mбs celos de ti que tъ los tuviste de aquella ligera ingrata que tanto te hizo sudar y correr por los llanos de Tesalia, o por las riberas de Peneo, que no me acuerdo bien por dуnde corriste entonces celoso y enamorado.

A este punto llegaba entonces don Quijote en su tan lastimero razonamiento, cuando la hija de la ventera le comenzу a cecear y a decirle:

-Seсor mнo, llйguese acб la vuestra merced si es servido.

A cuyas seсas y voz volviу don Quijote la cabeza, y vio, a la luz de la luna, que entonces estaba en toda su claridad, cуmo le llamaban del agujero que a йl le pareciу ventana, y aun con rejas doradas, como conviene que las tengan tan ricos castillos como йl se imaginaba que era aquella venta; y luego en el instante se le representу en su loca imaginaciуn que otra vez, como la pasada, la doncella fermosa, hija de la seсora de aquel castillo, vencida de su amor, tornaba a solicitarle; y con este pensamiento, por no mostrarse descortйs y desagradecido, volviу las riendas a Rocinante y se llegу al agujero, y, asн como vio a las dos mozas, dijo:

-Lбstima os tengo, fermosa seсora, de que hayades puesto vuestras amorosas mientes en parte donde no es posible corresponderos conforme merece vuestro gran valor y gentileza; de lo que no debйis dar culpa a este miserable andante caballero, a quien tiene amor imposibilitado de poder entregar su voluntad a otra que aquella que, en el punto que sus ojos la vieron, la hizo seсora absoluta de su alma. Perdonadme, buena seсora, y recogeos en vuestro aposento, y no querбis, con significarme mбs vuestros deseos, que yo me muestre mбs desagradecido; y si del amor que me tenйis hallбis en mн otra cosa con que satisfaceros, que el mismo amor no sea, pedнdmela; que yo os juro, por aquella ausente enemiga dulce mнa, de dбrosla en continente, si bien me pidiйsedes una guedeja de los cabellos de Medusa, que eran todos culebras, o ya los mesmos rayos del sol encerrados en una redoma.

-No ha menester nada deso mi seсora, seсor caballero -dijo a este punto Maritornes.

-Pues, їquй ha menester, discreta dueсa, vuestra seсora? -respondiу don Quijote.

-Sola una de vuestras hermosas manos -dijo Maritornes-, por poder deshogar con ella el gran deseo que a este agujero la ha traнdo, tan a peligro de su honor que si su seсor padre la hubiera sentido, la menor tajada della fuera la oreja.

-ЎYa quisiera yo ver eso! -respondiу don Quijote-; pero йl se guardarб bien deso, si ya no quiere hacer el mбs desastrado fin que padre hizo en el mundo, por haber puesto las manos en los delicados miembros de su enamorada hija.

Pareciуle a Maritornes que sin duda don Quijote darнa la mano que le habнan pedido, y, proponiendo en su pensamiento lo que habнa de hacer, se bajу del agujero y se fue a la caballeriza, donde tomу el cabestro del jumento de Sancho Panza, y con mucha presteza se volviу a su agujero, a tiempo que don Quijote se habнa puesto de pies sobre la silla de Rocinante, por alcanzar a la ventana enrejada, donde se imaginaba estar la ferida doncella; y, al darle la mano, dijo:

-Tomad, seсora, esa mano, o, por mejor decir, ese verdugo de los malhechores del mundo; tomad esa mano, digo, a quien no ha tocado otra de mujer alguna, ni aun la de aquella que tiene entera posesiуn de todo mi cuerpo. No os la doy para que la besйis, sino para que mirйis la contestura de sus nervios, la trabazуn de sus mъsculos, la anchura y espaciosidad de sus venas; de donde sacarйis quй tal debe de ser la fuerza del brazo que tal mano tiene.

-Ahora lo veremos -dijo Maritornes.

Y, haciendo una lazada corrediza al cabestro, se la echу a la muсeca, y, bajбndose del agujero, atу lo que quedaba al cerrojo de la puerta del pajar muy fuertemente. Don Quijote, que sintiу la aspereza del cordel en su muсeca, dijo:

-Mбs parece que vuestra merced me ralla que no que me regala la mano; no la tratйis tan mal, pues ella no tiene la culpa del mal que mi voluntad os hace, ni es bien que en tan poca parte venguйis el todo de vuestro enojo. Mirad que quien quiere bien no se venga tan mal.

Pero todas estas razones de don Quijote ya no las escuchaba nadie, porque, asн como Maritornes le atу, ella y la otra se fueron, muertas de risa, y le dejaron asido de manera que fue imposible soltarse.

Estaba, pues, como se ha dicho, de pies sobre Rocinante, metido todo el brazo por el agujero y atado de la muсeca, y al cerrojo de la puerta, con grandнsimo temor y cuidado, que si Rocinante se desviaba a un cabo o a otro, habнa de quedar colgado del brazo; y asн, no osaba hacer movimiento alguno, puesto que de la paciencia y quietud de Rocinante bien se podнa esperar que estarнa sin moverse un siglo entero.

En resoluciуn, viйndose don Quijote atado, y que ya las damas se habнan ido, se dio a imaginar que todo aquello se hacнa por vнa de encantamento, como la vez pasada, cuando en aquel mesmo castillo le moliу aquel moro encantado del arriero; y maldecнa entre sн su poca discreciуn y discurso, pues, habiendo salido tan mal la vez primera de aquel castillo, se habнa aventurado a entrar en йl la segunda, siendo advertimiento de caballeros andantes que, cuando han probado una aventura y no salido bien con ella, es seсal que no estб para ellos guardada, sino para otros; y asн, no tienen necesidad de probarla segunda vez. Con todo esto, tiraba de su brazo, por ver si podнa soltarse; mas йl estaba tan bien asido, que todas sus pruebas fueron en vano. Bien es verdad que tiraba con tiento, porque Rocinante no se moviese; y, aunque йl quisiera sentarse y ponerse en la silla, no podнa sino estar en pie, o arrancarse la mano.

Allн fue el desear de la espada de Amadнs, contra quien no tenнa fuerza de encantamento alguno; allн fue el maldecir de su fortuna; allн fue el exagerar la falta que harнa en el mundo su presencia el tiempo que allн estuviese encantado, que sin duda alguna se habнa creнdo que lo estaba; allн el acordarse de nuevo de su querida Dulcinea del Toboso; allн fue el llamar a su buen escudero Sancho Panza, que, sepultado en sueсo y tendido sobre el albarda de su jumento, no se acordaba en aquel instante de la madre que lo habнa parido; allн llamу a los sabios Lirgandeo y Alquife, que le ayudasen; allн invocу a su buena amiga Urganda, que le socorriese, y, finalmente, allн le tomу la maсana, tan desesperado y confuso que bramaba como un toro; porque no esperaba йl que con el dнa se remediarнa su cuita, porque la tenнa por eterna, teniйndose por encantado. Y hacнale creer esto ver que Rocinante poco ni mucho se movнa, y creнa que de aquella suerte, sin comer ni beber ni dormir, habнan de estar йl y su caballo hasta que aquel mal influjo de las estrellas se pasase, o hasta que otro mбs sabio encantador le desencantase.

Pero engaсуse mucho en su creencia, porque, apenas comenzу a amanecer, cuando llegaron a la venta cuatro hombres de a caballo, muy bien puestos y aderezados, con sus escopetas sobre los arzones. Llamaron a la puerta de la venta, que aъn estaba cerrada, con grandes golpes; lo cual, visto por don Quijote desde donde aъn no dejaba de hacer la centinela, con voz arrogante y alta dijo:

-Caballeros, o escuderos, o quienquiera que seбis: no tenйis para quй llamar a las puertas deste castillo; que asaz de claro estб que a tales horas, o los que estбn dentro duermen, o no tienen por costumbre de abrirse las fortalezas hasta que el sol estй tendido por todo el suelo. Desviaos afuera, y esperad que aclare el dнa, y entonces veremos si serб justo o no que os abran.

-їQuй diablos de fortaleza o castillo es йste -dijo uno-, para obligarnos a guardar esas ceremonias? Si sois el ventero, mandad que nos abran, que somos caminantes que no queremos mбs de dar cebada a nuestras cabalgaduras y pasar adelante, porque vamos de priesa.

-їParйceos, caballeros, que tengo yo talle de ventero? -respondiу don Quijote.

-No sй de quй tenйis talle -respondiу el otro-, pero sй que decнs disparates en llamar castillo a esta venta.

-Castillo es -replicу don Quijote-, y aun de los mejores de toda esta provincia; y gente tiene dentro que ha tenido cetro en la mano y corona en la cabeza.

-Mejor fuera al revйs -dijo el caminante-: el cetro en la cabeza y la corona en la mano. Y serб, si a mano viene, que debe de estar dentro alguna compaснa de representantes, de los cuales es tener a menudo esas coronas y cetros que decнs, porque en una venta tan pequeсa, y adonde se guarda tanto silencio como йsta, no creo yo que se alojan personas dignas de corona y cetro.

-Sabйis poco del mundo -replicу don Quijote-, pues ignorбis los casos que suelen acontecer en la caballerнa andante.

Cansбbanse los compaсeros que con el preguntante venнan del coloquio que con don Quijote pasaba, y asн, tornaron a llamar con grande furia; y fue de modo que el ventero despertу, y aun todos cuantos en la venta estaban; y asн, se levantу a preguntar quiйn llamaba. Sucediу en este tiempo que una de las cabalgaduras en que venнan los cuatro que llamaban se llegу a oler a Rocinante, que, melancуlico y triste, con las orejas caнdas, sostenнa sin moverse a su estirado seсor; y como, en fin, era de carne, aunque parecнa de leсo, no pudo dejar de resentirse y tornar a oler a quien le llegaba a hacer caricias; y asн, no se hubo movido tanto cuanto, cuando se desviaron los juntos pies de don Quijote, y, resbalando de la silla, dieran con йl en el suelo, a no quedar colgado del brazo: cosa que le causу tanto dolor que creyу o que la muсeca le cortaban, o que el brazo se le arrancaba; porque йl quedу tan cerca del suelo que con los estremos de las puntas de los pies besaba la tierra, que era en su perjuicio, porque, como sentнa lo poco que le faltaba para poner las plantas en la tierra, fatigбbase y estirбbase cuanto podнa por alcanzar al suelo: bien asн como los que estбn en el tormento de la garrucha, puestos a toca, no toca, que ellos mesmos son causa de acrecentar su dolor, con el ahнnco que ponen en estirarse, engaсados de la esperanza que se les representa, que con poco mбs que se estiren llegarбn al suelo.



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Capнtulo XLIV

Donde se prosiguen los inauditos sucesos de la venta

EN EFETO, fueron tantas las voces que don Quijote dio, que, abriendo de presto las puertas de la venta, saliу el ventero, despavorido, a ver quiйn tales gritos daba, y los que estaban fuera hicieron lo mesmo. Maritornes, que ya habнa despertado a las mismas voces, imaginando lo que podнa ser, se fue al pajar y desatу, sin que nadie lo viese, el cabestro que a don Quijote sostenнa, y йl dio luego en el suelo, a vista del ventero y de los caminantes, que, llegбndose a йl, le preguntaron quй tenнa, que tales voces daba. Йl, sin responder palabra, se quitу el cordel de la muсeca, y, levantбndose en pie, subiу sobre Rocinante, embrazу su adarga, enristrу su lanzуn, y, tomando buena parte del campo, volviу a medio galope, diciendo:

-Cualquiera que dijere que yo he sido con justo tнtulo encantado, como mi seсora la princesa Micomicona me dй licencia para ello, yo le desmiento, le rieto y desafнo a singular batalla.

Admirados se quedaron los nuevos caminantes de las palabras de don Quijote, pero el ventero les quitу de aquella admiraciуn, diciйndoles que era don Quijote, y que no habнa que hacer caso dйl, porque estaba fuera de juicio.

Preguntбronle al ventero si acaso habнa llegado a aquella venta un muchacho de hasta edad de quince aсos, que venнa vestido como mozo de mulas, de tales y tales seсas, dando las mesmas que traнa el amante de doсa Clara. El ventero respondiу que habнa tanta gente en la venta, que no habнa echado de ver en el que preguntaban. Pero, habiendo visto uno dellos el coche donde habнa venido el oidor, dijo:

-Aquн debe de estar sin duda, porque йste es el coche que йl dicen que sigue; quйdese uno de nosotros a la puerta y entren los demбs a buscarle; y aun serнa bien que uno de nosotros rodease toda la venta, porque no se fuese por las bardas de los corrales.

-Asн se harб -respondiу uno dellos.

Y, entrбndose los dos dentro, uno se quedу a la puerta y el otro se fue a rodear la venta; todo lo cual veнa el ventero, y no sabнa atinar para quй se hacнan aquellas diligencias, puesto que bien creyу que buscaban aquel mozo cuyas seсas le habнan dado.

Ya a esta sazуn aclaraba el dнa; y, asн por esto como por el ruido que don Quijote habнa hecho, estaban todos despiertos y se levantaban, especialmente doсa Clara y Dorotea, que la una con sobresalto de tener tan cerca a su amante, y la otra con el deseo de verle, habнan podido dormir bien mal aquella noche. Don Quijote, que vio que ninguno de los cuatro caminantes hacнa caso dйl, ni le respondнan a su demanda, morнa y rabiaba de despecho y saсa; y si йl hallara en las ordenanzas de su caballerнa que lнcitamente podнa el caballero andante tomar y emprender otra empresa, habiendo dado su palabra y fe de no ponerse en ninguna hasta acabar la que habнa prometido, йl embistiera con todos, y les hiciera responder mal de su grado. Pero, por parecerle no convenirle ni estarle bien comenzar nueva empresa hasta poner a Micomicona en su reino, hubo de callar y estarse quedo, esperando a ver en quй paraban las diligencias de aquellos caminantes; uno de los cuales hallу al mancebo que buscaba, durmiendo al lado de un mozo de mulas, bien descuidado de que nadie ni le buscase, ni menos de que le hallase. El hombre le trabу del brazo y le dijo:

-Por cierto, seсor don Luis, que responde bien a quien vos sois el hбbito que tenйis, y que dice bien la cama en que os hallo al regalo con que vuestra madre os criу.

Limpiуse el mozo los soсolientos ojos y mirу de espacio al que le tenнa asido, y luego conociу que era criado de su padre, de que recibiу tal sobresalto, que no acertу o no pudo hablarle palabra por un buen espacio. Y el criado prosiguiу diciendo:

-Aquн no hay que hacer otra cosa, seсor don Luis, sino prestar paciencia y dar la vuelta a casa, si ya vuestra merced no gusta que su padre y mi seсor la dй al otro mundo, porque no se puede esperar otra cosa de la pena con que queda por vuestra ausencia.

-Pues, їcуmo supo mi padre -dijo don Luis- que yo venнa este camino y en este traje?

-Un estudiante -respondiу el criado- a quien distes cuenta de vuestros pensamientos fue el que lo descubriу, movido a lбstima de las que vio que hacнa vuestro padre al punto que os echу menos; y asн, despachу a cuatro de sus criados en vuestra busca, y todos estamos aquн a vuestro servicio, mбs contentos de lo que imaginar se puede, por el buen despacho con que tornaremos, llevбndoos a los ojos que tanto os quieren.

-Eso serб como yo quisiere, o como el cielo lo ordenare -respondiу don Luis.

-їQuй habйis de querer, o quй ha de ordenar el cielo, fuera de consentir en volveros?; porque no ha de ser posible otra cosa.

Todas estas razones que entre los dos pasaban oyу el mozo de mulas junto a quien don Luis estaba; y, levantбndose de allн, fue a decir lo que pasaba a don Fernando y a Cardenio, y a los demбs, que ya vestido se habнan; a los cuales dijo cуmo aquel hombre llamaba de don a aquel muchacho, y las razones que pasaban, y cуmo le querнa volver a casa de su padre, y el mozo no querнa. Y con esto, y con lo que dйl sabнan de la buena voz que el cielo le habнa dado, vinieron todos en gran deseo de saber mбs particularmente quiйn era, y aun de ayudarle si alguna fuerza le quisiesen hacer; y asн, se fueron hacia la parte donde aъn estaba hablando y porfiando con su criado.

Salнa en esto Dorotea de su aposento, y tras ella doсa Clara, toda turbada; y, llamando Dorotea a Cardenio aparte, le contу en breves razones la historia del mъsico y de doсa Clara, a quien йl tambiйn dijo lo que pasaba de la venida a buscarle los criados de su padre, y no se lo dijo tan callando que lo dejase de oнr Clara; de lo que quedу tan fuera de sн que, si Dorotea no llegara a tenerla, diera consigo en el suelo. Cardenio dijo a Dorotea que se volviesen al aposento, que йl procurarнa poner remedio en todo, y ellas lo hicieron.

Ya estaban todos los cuatro que venнan a buscar a don Luis dentro de la venta y rodeados dйl, persuadiйndole que luego, sin detenerse un punto, volviese a consolar a su padre. Йl respondiу que en ninguna manera lo podнa hacer hasta dar fin a un negocio en que le iba la vida, la honra y el alma. Apretбronle entonces los criados, diciйndole que en ningъn modo volverнan sin йl, y que le llevarнan, quisiese o no quisiese.

-Eso no harйis vosotros -replicу don Luis-, si no es llevбndome muerto; aunque, de cualquiera manera que me llevйis, serб llevarme sin vida.

Ya a esta sazуn habнan acudido a la porfнa todos los mбs que en la venta estaban, especialmente Cardenio, don Fernando, sus camaradas, el oidor, el cura, el barbero y don Quijote, que ya le pareciу que no habнa necesidad de guardar mбs el castillo. Cardenio, como ya sabнa la historia del mozo, preguntу a los que llevarle querнan que quй les movнa a querer llevar contra su voluntad aquel muchacho.

-Muйvenos -respondiу uno de los cuatro- dar la vida a su padre, que por la ausencia deste caballero queda a peligro de perderla.

A esto dijo don Luis:

-No hay para quй se dй cuenta aquн de mis cosas: yo soy libre, y volverй si me diere gusto, y si no, ninguno de vosotros me ha de hacer fuerza.

-Harбsela a vuestra merced la razуn -respondiу el hombre-; y, cuando ella no bastare con vuestra merced, bastarб con nosotros para hacer a lo que venimos y lo que somos obligados.

-Sepamos quй es esto de raнz -dijo a este tiempo el oidor.

Pero el hombre, que lo conociу, como vecino de su casa, respondiу:

-їNo conoce vuestra merced, seсor oidor, a este caballero, que es el hijo de su vecino, el cual se ha ausentado de casa de su padre en el hбbito tan indecente a su calidad como vuestra merced puede ver?

Mirуle entonces el oidor mбs atentamente y conociуle; y, abrazбndole, dijo:

-їQuй niсerнas son йstas, seсor don Luis, o quй causas tan poderosas, que os hayan movido a venir desta manera, y en este traje, que dice tan mal con la calidad vuestra?

Al mozo se le vinieron las lбgrimas a los ojos, y no pudo responder palabra. El oidor dijo a los cuatro que se sosegasen, que todo se harнa bien; y, tomando por la mano a don Luis, le apartу a una parte y le preguntу quй venida habнa sido aquйlla.

Y, en tanto que le hacнa esta y otras preguntas, oyeron grandes voces a la puerta de la venta, y era la causa dellas que dos huйspedes que aquella noche habнan alojado en ella, viendo a toda la gente ocupada en saber lo que los cuatro buscaban, habнan intentado a irse sin pagar lo que debнan; mas el ventero, que atendнa mбs a su negocio que a los ajenos, les asiу al salir de la puerta y pidiу su paga, y les afeу su mala intenciуn con tales palabras, que les moviу a que le respondiesen con los puсos; y asн, le comenzaron a dar tal mano, que el pobre ventero tuvo necesidad de dar voces y pedir socorro. La ventera y su hija no vieron a otro mбs desocupado para poder socorrerle que a don Quijote, a quien la hija de la ventera dijo:

-Socorra vuestra merced, seсor caballero, por la virtud que Dios le dio, a mi pobre padre, que dos malos hombres le estбn moliendo como a cibera.

A lo cual respondiу don Quijote, muy de espacio y con mucha flema:

-Fermosa doncella, no ha lugar por ahora vuestra peticiуn, porque estoy impedido de entremeterme en otra aventura en tanto que no diere cima a una en que mi palabra me ha puesto. Mas lo que yo podrй hacer por serviros es lo que ahora dirй: corred y decid a vuestro padre que se entretenga en esa batalla lo mejor que pudiere, y que no se deje vencer en ningъn modo, en tanto que yo pido licencia a la princesa Micomicona para poder socorrerle en su cuita; que si ella me la da, tened por cierto que yo le sacarй della.

-ЎPecadora de mн! -dijo a esto Maritornes, que estaba delante-: primero que vuestra merced alcance esa licencia que dice, estarб ya mi seсor en el otro mundo.

-Dadme vos, seсora, que yo alcance la licencia que digo -respondiу don Quijote-; que, como yo la tenga, poco harб al caso que йl estй en el otro mundo; que de allн le sacarй a pesar del mismo mundo que lo contradiga; o, por lo menos, os darй tal venganza de los que allб le hubieren enviado, que quedйis mбs que medianamente satisfechas.

Y sin decir mбs se fue a poner de hinojos ante Dorotea, pidiйndole con palabras caballerescas y andantescas que la su grandeza fuese servida de darle licencia de acorrer y socorrer al castellano de aquel castillo, que estaba puesto en una grave mengua. La princesa se la dio de buen talante, y йl luego, embrazando su adarga y poniendo mano a su espada, acudiу a la puerta de la venta, adonde aъn todavнa traнan los dos huйspedes a mal traer al ventero; pero, asн como llegу, embazу y se estuvo quedo, aunque Maritornes y la ventera le decнan que en quй se detenнa, que socorriese a su seсor y marido.

-Detйngome -dijo don Quijote- porque no me es lнcito poner mano a la espada contra gente escuderil; pero llamadme aquн a mi escudero Sancho, que a йl toca y ataсe esta defensa y venganza.

Esto pasaba en la puerta de la venta, y en ella andaban las puсadas y mojicones muy en su punto, todo en daсo del ventero y en rabia de Maritornes, la ventera y su hija, que se desesperaban de ver la cobardнa de don Quijote, y de lo mal que lo pasaba su marido, seсor y padre.

Pero dejйmosle aquн, que no faltarб quien le socorra, o si no, sufra y calle el que se atreve a mбs de a lo que sus fuerzas le prometen, y volvбmonos atrбs cincuenta pasos, a ver quй fue lo que don Luis respondiу al oidor, que le dejamos aparte, preguntбndole la causa de su venida a pie y de tan vil traje vestido. A lo cual el mozo, asiйndole fuertemente de las manos, como en seсal de que algъn gran dolor le apretaba el corazуn, y derramando lбgrimas en grande abundancia, le dijo:

-Seсor mнo, yo no sй deciros otra cosa sino que desde el punto que quiso el cielo y facilitу nuestra vecindad que yo viese a mi seсora doсa Clara, hija vuestra y seсora mнa, desde aquel instante la hice dueсo de mi voluntad; y si la vuestra, verdadero seсor y padre mнo, no lo impide, en este mesmo dнa ha de ser mi esposa. Por ella dejй la casa de mi padre, y por ella me puse en este traje, para seguirla dondequiera que fuese, como la saeta al blanco, o como el marinero al norte. Ella no sabe de mis deseos mбs de lo que ha podido entender de algunas veces que desde lejos ha visto llorar mis ojos. Ya, seсor, sabйis la riqueza y la nobleza de mis padres, y como yo soy su ъnico heredero: si os parece que йstas son partes para que os aventurйis a hacerme en todo venturoso, recebidme luego por vuestro hijo; que si mi padre, llevado de otros disignios suyos, no gustare deste bien que yo supe buscarme, mбs fuerza tiene el tiempo para deshacer y mudar las cosas que las humanas voluntades.

Callу, en diciendo esto, el enamorado mancebo, y el oidor quedу en oнrle suspenso, confuso y admirado, asн de haber oнdo el modo y la discreciуn con que don Luis le habнa descubierto su pensamiento, como de verse en punto que no sabнa el que poder tomar en tan repentino y no esperado negocio; y asн, no respondiу otra cosa sino que se sosegase por entonces, y entretuviese a sus criados, que por aquel dнa no le volviesen, porque se tuviese tiempo para considerar lo que mejor a todos estuviese. Besуle las manos por fuerza don Luis, y aun se las baсу con lбgrimas, cosa que pudiera enternecer un corazуn de mбrmol, no sуlo el del oidor, que, como discreto, ya habнa conocido cuбn bien le estaba a su hija aquel matrimonio; puesto que, si fuera posible, lo quisiera efetuar con voluntad del padre de don Luis, del cual sabнa que pretendнa hacer de tнtulo a su hijo.

Ya a esta sazуn estaban en paz los huйspedes con el ventero, pues, por persuasiуn y buenas razones de don Quijote, mбs que por amenazas, le habнan pagado todo lo que йl quiso, y los criados de don Luis aguardaban el fin de la plбtica del oidor y la resoluciуn de su amo, cuando el demonio, que no duerme, ordenу que en aquel mesmo punto entrу en la venta el barbero a quien don Quijote quitу el yelmo de Mambrino y Sancho Panza los aparejos del asno, que trocу con los del suyo; el cual barbero, llevando su jumento a la caballeriza, vio a Sancho Panza que estaba aderezando no sй quй de la albarda, y asн como la vio la conociу, y se atreviу a arremeter a Sancho, diciendo:

-ЎAh don ladrуn, que aquн os tengo! ЎVenga mi bacнa y mi albarda, con todos mis aparejos que me robastes!

Sancho, que se vio acometer tan de improviso y oyу los vituperios que le decнan, con la una mano asiу de la albarda, y con la otra dio un mojicуn al barbero que le baсу los dientes en sangre; pero no por esto dejу el barbero la presa que tenнa hecha en el albarda; antes, alzу la voz de tal manera que todos los de la venta acudieron al ruido y pendencia, y decнa:

-ЎAquн del rey y de la justicia, que, sobre cobrar mi hacienda, me quiere matar este ladrуn salteador de caminos!

-Mentнs -respondiу Sancho-, que yo no soy salteador de caminos; que en buena guerra ganу mi seсor don Quijote estos despojos.

Ya estaba don Quijote delante, con mucho contento de ver cuбn bien se defendнa y ofendнa su escudero, y tъvole desde allн adelante por hombre de pro, y propuso en su corazуn de armalle caballero en la primera ocasiуn que se le ofreciese, por parecerle que serнa en йl bien empleada la orden de la caballerнa. Entre otras cosas que el barbero decнa en el discurso de la pendencia, vino a decir:

-Seсores, asн esta albarda es mнa como la muerte que debo a Dios, y asн la conozco como si la hubiera parido; y ahн estб mi asno en el establo, que no me dejarб mentir; si no, pruйbensela, y si no le viniere pintiparada, yo quedarй por infame. Y hay mбs: que el mismo dнa que ella se me quitу, me quitaron tambiйn una bacнa de azуfar nueva, que no se habнa estrenado, que era seсora de un escudo.

Aquн no se pudo contener don Quijote sin responder: y, poniйndose entre los dos y apartбndoles, depositando la albarda en el suelo, que la tuviese de manifiesto hasta que la verdad se aclarase, dijo:

-ЎPorque vean vuestras mercedes clara y manifiestamente el error en que estб este buen escudero, pues llama bacнa a lo que fue, es y serб yelmo de Mambrino, el cual se le quitй yo en buena guerra, y me hice seсor dйl con ligнtima y lнcita posesiуn! En lo del albarda no me entremeto, que lo que en ello sabrй decir es que mi escudero Sancho me pidiу licencia para quitar los jaeces del caballo deste vencido cobarde, y con ellos adornar el suyo; yo se la di, y йl los tomу, y, de haberse convertido de jaez en albarda, no sabrй dar otra razуn si no es la ordinaria: que como esas transformaciones se ven en los sucesos de la caballerнa; para confirmaciуn de lo cual, corre, Sancho hijo, y saca aquн el yelmo que este buen hombre dice ser bacнa.

-ЎPardiez, seсor -dijo Sancho-, si no tenemos otra prueba de nuestra intenciуn que la que vuestra merced dice, tan bacнa es el yelmo de Malino como el jaez deste buen hombre albarda!

-Haz lo que te mando -replicу don Quijote-, que no todas las cosas deste castillo han de ser guiadas por encantamento.

Sancho fue a do estaba la bacнa y la trujo; y, asн como don Quijote la vio, la tomу en las manos y dijo:

-Miren vuestras mercedes con quй cara podнa decir este escudero que йsta es bacнa, y no el yelmo que yo he dicho; y juro por la orden de caballerнa que profeso que este yelmo fue el mismo que yo le quitй, sin haber aсadido en йl ni quitado cosa alguna.

-En eso no hay duda -dijo a esta sazуn Sancho-, porque desde que mi seсor le ganу hasta agora no ha hecho con йl mбs de una batalla, cuando librу a los sin ventura encadenados; y si no fuera por este baciyelmo, no lo pasara entonces muy bien, porque hubo asaz de pedradas en aquel trance.



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Capнtulo XLV

Donde se acaba de averiguar la duda del yelmo de Mambrino y de la albarda, y otras aventuras sucedidas, con toda verdad

-їQUЙ LES PARECE a vuestras mercedes, seсores -dijo el barbero-, de lo que afirman estos gentiles hombres, pues aъn porfнan que йsta no es bacнa, sino yelmo?

-Y quien lo contrario dijere -dijo don Quijote-, le harй yo conocer que miente, si fuere caballero, y si escudero, que remiente mil veces.

Nuestro barbero, que a todo estaba presente, como tenнa tan bien conocido el humor de don Quijote, quiso esforzar su desatino y llevar adelante la burla para que todos riesen, y dijo, hablando con el otro barbero:

-Seсor barbero, o quien sois, sabed que yo tambiйn soy de vuestro oficio, y tengo mбs ha de veinte aсos carta de examen, y conozco muy bien de todos los instrumentos de la barberнa, sin que le falte uno; y ni mбs ni menos fui un tiempo en mi mocedad soldado, y sй tambiйn quй es yelmo, y quй es morriуn, y celada de encaje, y otras cosas tocantes a la milicia, digo, a los gйneros de armas de los soldados; y digo, salvo mejor parecer, remitiйndome siempre al mejor entendimiento, que esta pieza que estб aquн delante y que este buen seсor tiene en las manos, no sуlo no es bacнa de barbero, pero estб tan lejos de serlo como estб lejos lo blanco de lo negro y la verdad de la mentira; tambiйn digo que йste, aunque es yelmo, no es yelmo entero.

-No, por cierto -dijo don Quijote-, porque le falta la mitad, que es la babera.

-Asн es -dijo el cura, que ya habнa entendido la intenciуn de su amigo el barbero.

Y lo mismo confirmу Cardenio, don Fernando y sus camaradas; y aun el oidor, si no estuviera tan pensativo con el negocio de don Luis, ayudara, por su parte, a la burla; pero las veras de lo que pensaba le tenнan tan suspenso, que poco o nada atendнa a aquellos donaires.

-ЎVбlame Dios! -dijo a esta sazуn el barbero burlado-; їque es posible que tanta gente honrada diga que йsta no es bacнa, sino yelmo? Cosa parece йsta que puede poner en admiraciуn a toda una universidad, por discreta que sea. Basta: si es que esta bacнa es yelmo, tambiйn debe de ser esta albarda jaez de caballo, como este seсor ha dicho.

-A mн albarda me parece -dijo don Quijote-, pero ya he dicho que en eso no me entremeto.

-De que sea albarda o jaez -dijo el cura- no estб en mбs de decirlo el seсor don Quijote; que en estas cosas de la caballerнa todos estos seсores y yo le damos la ventaja.

-Por Dios, seсores mнos -dijo don Quijote-, que son tantas y tan estraсas las cosas que en este castillo, en dos veces que en йl he alojado, me han sucedido, que no me atreva a decir afirmativamente ninguna cosa de lo que acerca de lo que en йl se contiene se preguntare, porque imagino que cuanto en йl se trata va por vнa de encantamento. La primera vez me fatigу mucho un moro encantado que en йl hay, y a Sancho no le fue muy bien con otros sus secuaces; y anoche estuve colgado deste brazo casi dos horas, sin saber cуmo ni cуmo no vine a caer en aquella desgracia. Asн que, ponerme yo agora en cosa de tanta confusiуn a dar mi parecer, serб caer en juicio temerario. En lo que toca a lo que dicen que йsta es bacнa, y no yelmo, ya yo tengo respondido; pero, en lo de declarar si йsa es albarda o jaez, no me atrevo a dar sentencia difinitiva: sуlo lo dejo al buen parecer de vuestras mercedes. Quizб por no ser armados caballeros, como yo lo soy, no tendrбn que ver con vuestras mercedes los encantamentos deste lugar, y tendrбn los entendimientos libres, y podrбn juzgar de las cosas deste castillo como ellas son real y verdaderamente, y no como a mн me parecнan.

-No hay duda -respondiу a esto don Fernando-, sino que el seсor don Quijote ha dicho muy bien hoy que a nosotros toca la difiniciуn deste caso; y, porque vaya con mбs fundamento, yo tomarй en secreto los votos destos seсores, y de lo que resultare darй entera y clara noticia.

Para aquellos que la tenнan del humor de don Quijote, era todo esto materia de grandнsima risa; pero, para los que le ignoraban, les parecнa el mayor disparate del mundo, especialmente a los cuatro criados de don Luis, y a don Luis ni mбs ni menos, y a otros tres pasajeros que acaso habнan llegado a la venta, que tenнan parecer de ser cuadrilleros, como, en efeto, lo eran. Pero el que mбs se desesperaba era el barbero, cuya bacнa, allн delante de sus ojos, se le habнa vuelto en yelmo de Mambrino, y cuya albarda pensaba sin duda alguna que se le habнa de volver en jaez rico de caballo; y los unos y los otros se reнan de ver cуmo andaba don Fernando tomando los votos de unos en otros, hablбndolos al oнdo para que en secreto declarasen si era albarda o jaez aquella joya sobre quien tanto se habнa peleado. Y, despuйs que hubo tomado los votos de aquellos que a don Quijote conocнan, dijo en alta voz:

-El caso es, buen hombre, que ya yo estoy cansado de tomar tantos pareceres, porque veo que a ninguno pregunto lo que deseo saber que no me diga que es disparate el decir que йsta sea albarda de jumento, sino jaez de caballo, y aun de caballo castizo; y asн, habrйis de tener paciencia, porque, a vuestro pesar y al de vuestro asno, йste es jaez y no albarda, y vos habйis alegado y probado muy mal de vuestra parte.

-No la tenga yo en el cielo -dijo el sobrebarbero- si todos vuestras mercedes no se engaсan, y que asн parezca mi бnima ante Dios como ella me parece a mн albarda, y no jaez; pero allб van leyes..., etcйtera; y no digo mбs; y en verdad que no estoy borracho: que no me he desayunado, si de pecar no.

No menos causaban risa las necedades que decнa el barbero que los disparates de don Quijote, el cual a esta sazуn dijo:

-Aquн no hay mбs que hacer, sino que cada uno tome lo que es suyo, y a quien Dios se la dio, San Pedro se la bendiga.

Uno de los cuatro dijo:

-Si ya no es que esto sea burla pesada, no me puedo persuadir que hombres de tan buen entendimiento como son, o parecen, todos los que aquн estбn, se atrevan a decir y afirmar que йsta no es bacнa, ni aquйlla albarda; mas, como veo que lo afirman y lo dicen, me doy a entender que no carece de misterio el porfiar una cosa tan contraria de lo que nos muestra la misma verdad y la misma experiencia; porque, Ўvoto a tal! -y arrojуle redondo-, que no me den a mн a entender cuantos hoy viven en el mundo al revйs de que йsta no sea bacнa de barbero y йsta albarda de asno.

-Bien podrнa ser de borrica -dijo el cura.

-Tanto monta -dijo el criado-, que el caso no consiste en eso, sino en si es o no es albarda, como vuestras mercedes dicen.

Oyendo esto uno de los cuadrilleros que habнan entrado, que habнa oнdo la pendencia y quistiуn, lleno de cуlera y de enfado, dijo:

-Tan albarda es como mi padre; y el que otra cosa ha dicho o dijere debe de estar hecho uva.

-Mentнs como bellaco villano -respondiу don Quijote.

Y, alzando el lanzуn, que nunca le dejaba de las manos, le iba a descargar tal golpe sobre la cabeza, que, a no desviarse el cuadrillero, se le dejara allн tendido. El lanzуn se hizo pedazos en el suelo, y los demбs cuadrilleros, que vieron tratar mal a su compaсero, alzaron la voz pidiendo favor a la Santa Hermandad.

El ventero, que era de la cuadrilla, entrу al punto por su varilla y por su espada, y se puso al lado de sus compaсeros; los criados de don Luis rodearon a don Luis, porque con el alboroto no se les fuese; el barbero, viendo la casa revuelta, tornу a asir de su albarda, y lo mismo hizo Sancho; don Quijote puso mano a su espada y arremetiу a los cuadrilleros. Don Luis daba voces a sus criados que le dejasen a йl y acorriesen a don Quijote, y a Cardenio, y a don Fernando, que todos favorecнan a don Quijote. El cura daba voces, la ventera gritaba, su hija se afligнa, Maritornes lloraba, Dorotea estaba confusa, Luscinda suspensa y doсa Clara desmayada. El barbero aporreaba a Sancho, Sancho molнa al barbero; don Luis, a quien un criado suyo se atreviу a asirle del brazo porque no se fuese, le dio una puсada que le baсу los dientes en sangre; el oidor le defendнa, don Fernando tenнa debajo de sus pies a un cuadrillero, midiйndole el cuerpo con ellos muy a su sabor. El ventero tornу a reforzar la voz, pidiendo favor a la Santa Hermandad: de modo que toda la venta era llantos, voces, gritos, confusiones, temores, sobresaltos, desgracias, cuchilladas, mojicones, palos, coces y efusiуn de sangre. Y, en la mitad deste caos, mбquina y laberinto de cosas, se le representу en la memoria de don Quijote que se veнa metido de hoz y de coz en la discordia del campo de Agramante; y asн dijo, con voz que atronaba la venta:

-ЎTйnganse todos; todos envainen; todos se sosieguen; уiganme todos, si todos quieren quedar con vida!

A cuya gran voz, todos se pararon, y йl prosiguiу diciendo:

-їNo os dije yo, seсores, que este castillo era encantado, y que alguna regiуn de demonios debe de habitar en йl? En confirmaciуn de lo cual, quiero que veбis por vuestros ojos cуmo se ha pasado aquн y trasladado entre nosotros la discordia del campo de Agramante. Mirad cуmo allн se pelea por la espada, aquн por el caballo, acullб por el бguila, acб por el yelmo, y todos peleamos, y todos no nos entendemos. Venga, pues, vuestra merced, seсor oidor, y vuestra merced, seсor cura, y el uno sirva de rey Agramante, y el otro de rey Sobrino, y pуnganos en paz; porque por Dios Todopoderoso que es gran bellaquerнa que tanta gente principal como aquн estamos se mate por causas tan livianas.

Los cuadrilleros, que no entendнan el frasis de don Quijote, y se veнan malparados de don Fernando, Cardenio y sus camaradas, no querнan sosegarse; el barbero sн, porque en la pendencia tenнa deshechas las barbas y el albarda; Sancho, a la mбs mнnima voz de su amo, obedeciу como buen criado; los cuatro criados de don Luis tambiйn se estuvieron quedos, viendo cuбn poco les iba en no estarlo. Sуlo el ventero porfiaba que se habнan de castigar las insolencias de aquel loco, que a cada paso le alborotaba la venta. Finalmente, el rumor se apaciguу por entonces, la albarda se quedу por jaez hasta el dнa del juicio, y la bacнa por yelmo y la venta por castillo en la imaginaciуn de don Quijote.

Puestos, pues, ya en sosiego, y hechos amigos todos a persuasiуn del oidor y del cura, volvieron los criados de don Luis a porfiarle que al momento se viniese con ellos; y, en tanto que йl con ellos se avenнa, el oidor comunicу con don Fernando, Cardenio y el cura quй debнa hacer en aquel caso, contбndoseles con las razones que don Luis le habнa dicho. En fin, fue acordado que don Fernando dijese a los criados de don Luis quiйn йl era y cуmo era su gusto que don Luis se fuese con йl al Andalucнa, donde de su hermano el marquйs serнa estimado como el valor de don Luis merecнa; porque desta manera se sabнa de la intenciуn de don Luis que no volverнa por aquella vez a los ojos de su padre, si le hiciesen pedazos. Entendida, pues, de los cuatro la calidad de don Fernando y la intenciуn de don Luis, determinaron entre ellos que los tres se volviesen a contar lo que pasaba a su padre, y el otro se quedase a servir a don Luis, y a no dejalle hasta que ellos volviesen por йl, o viese lo que su padre les ordenaba.

Desta manera se apaciguу aquella mбquina de pendencias, por la autoridad de Agramante y prudencia del rey Sobrino; pero, viйndose el enemigo de la concordia y el йmulo de la paz menospreciado y burlado, y el poco fruto que habнa granjeado de haberlos puesto a todos en tan confuso laberinto, acordу de probar otra vez la mano, resucitando nuevas pendencias y desasosiegos.

Es, pues, el caso que los cuadrilleros se sosegaron, por haber entreoнdo la calidad de los que con ellos se habнan combatido, y se retiraron de la pendencia, por parecerles que, de cualquiera manera que sucediese, habнan de llevar lo peor de la batalla; pero uno dellos, que fue el que fue molido y pateado por don Fernando, le vino a la memoria que, entre algunos mandamientos que traнa para prender a algunos delincuentes, traнa uno contra don Quijote, a quien la Santa Hermandad habнa mandado prender, por la libertad que dio a los galeotes, y como Sancho, con mucha razуn, habнa temido.

Imaginando, pues, esto, quiso certificarse si las seсas que de don Quijote traнa venнan bien, y, sacando del seno un pergamino, topу con el que buscaba; y, poniйndosele a leer de espacio, porque no era buen lector, a cada palabra que leнa ponнa los ojos en don Quijote, y iba cotejando las seсas del mandamiento con el rostro de don Quijote, y hallу que, sin duda alguna, era el que el mandamiento rezaba. Y, apenas se hubo certificado, cuando, recogiendo su pergamino, en la izquierda tomу el mandamiento, y con la derecha asiу a don Quijote del cuello fuertemente, que no le dejaba alentar, y a grandes voces decнa:

-ЎFavor a la Santa Hermandad! Y, para que se vea que lo pido de veras, lйase este mandamiento, donde se contiene que se prenda a este salteador de caminos.

Tomу el mandamiento el cura, y vio como era verdad cuanto el cuadrillero decнa, y cуmo convenнa con las seсas con don Quijote; el cual, viйndose tratar mal de aquel villano malandrнn, puesta la cуlera en su punto y crujiйndole los huesos de su cuerpo, como mejor pudo йl, asiу al cuadrillero con entrambas manos de la garganta, que, a no ser socorrido de sus compaсeros, allн dejara la vida antes que don Quijote la presa. El ventero, que por fuerza habнa de favorecer a los de su oficio, acudiу luego a dalle favor. La ventera, que vio de nuevo a su marido en pendencias, de nuevo alzу la voz, cuyo tenor le llevaron luego Maritornes y su hija, pidiendo favor al cielo y a los que allн estaban. Sancho dijo, viendo lo que pasaba:

-ЎVive el Seсor, que es verdad cuanto mi amo dice de los encantos deste castillo, pues no es posible vivir una hora con quietud en йl!

Don Fernando despartiу al cuadrillero y a don Quijote, y, con gusto de entrambos, les desenclavijу las manos, que el uno en el collar del sayo del uno, y el otro en la garganta del otro, bien asidas tenнan; pero no por esto cesaban los cuadrilleros de pedir su preso, y que les ayudasen a dбrsele atado y entregado a toda su voluntad, porque asн convenнa al servicio del rey y de la Santa Hermandad, de cuya parte de nuevo les pedнan socorro y favor para hacer aquella prisiуn de aquel robador y salteador de sendas y de carreras. Reнase de oнr decir estas razones don Quijote; y, con mucho sosiego, dijo:

-Venid acб, gente soez y malnacida: їsaltear de caminos llamбis al dar libertad a los encadenados, soltar los presos, acorrer a los miserables, alzar los caнdos, remediar los menesterosos? ЎAh, gente infame, digna por vuestro bajo y vil entendimiento que el cielo no os comunique el valor que se encierra en la caballerнa andante, ni os dй a entender el pecado e ignorancia en que estбis en no reverenciar la sombra, cuanto mбs la asistencia, de cualquier caballero andante! Venid acб, ladrones en cuadrilla, que no cuadrilleros, salteadores de caminos con licencia de la Santa Hermandad; decidme: їquiйn fue el ignorante que firmу mandamiento de prisiуn contra un tal caballero como yo soy? їQuiйn el que ignorу que son esentos de todo judicial fuero los caballeros andantes, y que su ley es su espada; sus fueros, sus brнos; sus premбticas, su voluntad? їQuiйn fue el mentecato, vuelvo a decir, que no sabe que no hay secutoria de hidalgo con tantas preeminencias, ni esenciones, como la que adquiere un caballero andante el dнa que se arma caballero y se entrega al duro ejercicio de la caballerнa? їQuй caballero andante pagу pecho, alcabala, chapнn de la reina, moneda forera, portazgo ni barca? їQuй sastre le llevу hechura de vestido que le hiciese? їQuй castellano le acogiу en su castillo que le hiciese pagar el escote? їQuй rey no le asentу a su mesa? їQuй doncella no se le aficionу y se le entregу rendida, a todo su talante y voluntad? Y, finalmente, їquй caballero andante ha habido, hay ni habrб en el mundo, que no tenga brнos para dar йl solo cuatrocientos palos a cuatrocientos cuadrilleros que se le pongan delante?



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Capнtulo XLVI

De la notable aventura de los cuadrilleros, y la gran ferocidad de nuestro buen caballero don Quijote

EN TANTO que don Quijote esto decнa, estaba persuadiendo el cura a los cuadrilleros como don Quijote era falto de juicio, como lo veнan por sus obras y por sus palabras, y que no tenнan para quй llevar aquel negocio adelante, pues, aunque le prendiesen y llevasen, luego le habнan de dejar por loco; a lo que respondiу el del mandamiento que a йl no tocaba juzgar de la locura de don Quijote, sino hacer lo que por su mayor le era mandado, y que una vez preso, siquiera le soltasen trecientas.

-Con todo eso -dijo el cura-, por esta vez no le habйis de llevar, ni aun йl dejarб llevarse, a lo que yo entiendo.

En efeto, tanto les supo el cura decir, y tantas locuras supo don Quijote hacer, que mбs locos fueran que no йl los cuadrilleros si no conocieran la falta de don Quijote; y asн, tuvieron por bien de apaciguarse, y aun de ser medianeros de hacer las paces entre el barbero y Sancho Panza, que todavнa asistнan con gran rancor a su pendencia. Finalmente, ellos, como miembros de justicia, mediaron la causa y fueron бrbitros della, de tal modo que ambas partes quedaron, si no del todo contentas, a lo menos en algo satisfechas, porque se trocaron las albardas, y no las cinchas y jбquimas; y en lo que tocaba a lo del yelmo de Mambrino, el cura, a socapa y sin que don Quijote lo entendiese, le dio por la bacнa ocho reales, y el barbero le hizo una cйdula del recibo y de no llamarse a engaсo por entonces, ni por siempre jamбs, amйn.

Sosegadas, pues, estas dos pendencias, que eran las mбs principales y de mбs tomo, restaba que los criados de don Luis se contentasen de volver los tres, y que el uno quedase para acompaсarle donde don Fernando le querнa llevar; y, como ya la buena suerte y mejor fortuna habнa comenzado a romper lanzas y a facilitar dificultades en favor de los amantes de la venta y de los valientes della, quiso llevarlo al cabo y dar a todo felice suceso, porque los criados se contentaron de cuanto don Luis querнa; de que recibiу tanto contento doсa Clara, que ninguno en aquella sazуn la mirara al rostro que no conociera el regocijo de su alma.

Zoraida, aunque no entendнa bien todos los sucesos que habнa visto, se entristecнa y alegraba a bulto, conforme veнa y notaba los semblantes a cada uno, especialmente de su espaсol, en quien tenнa siempre puestos los ojos y traнa colgada el alma. El ventero, a quien [no] se le pasу por alto la dбdiva y recompensa que el cura habнa hecho al barbero, pidiу el escote de don Quijote, con el menoscabo de sus cueros y falta de vino, jurando que no saldrнa de la venta Rocinante, ni el jumento de Sancho, sin que se le pagase primero hasta el ъltimo ardite. Todo lo apaciguу el cura, y lo pagу don Fernando, puesto que el oidor, de muy buena voluntad, habнa tambiйn ofrecido la paga; y de tal manera quedaron todos en paz y sosiego, que ya no parecнa la venta la discordia del campo de Agramante, como don Quijote habнa dicho, sino la misma paz y quietud del tiempo de Otaviano; de todo lo cual fue comъn opiniуn que se debнan dar las gracias a la buena intenciуn y mucha elocuencia del seсor cura y a la incomparable liberalidad de don Fernando.

Viйndose, pues, don Quijote libre y desembarazado de tantas pendencias, asн de su escudero como suyas, le pareciу que serнa bien seguir su comenzado viaje y dar fin a aquella grande aventura para que habнa sido llamado y escogido; y asн, con resoluta determinaciуn se fue a poner de hinojos ante Dorotea, la cual no le consintiу que hablase palabra hasta que se levantase; y йl, por obedecella, se puso en pie y le dijo:

-Es comъn proverbio, fermosa seсora, que la diligencia es madre de la buena ventura, y en muchas y graves cosas ha mostrado la experiencia que la solicitud del negociante trae a buen fin el pleito dudoso; pero en ningunas cosas se muestra [mбs] esta verdad que en las de la guerra, adonde la celeridad y presteza previene los discursos del enemigo, y alcanza la vitoria antes que el contrario se ponga en defensa. Todo esto digo, alta y preciosa seсora, porque me parece que la estada nuestra en este castillo ya es sin provecho, y podrнa sernos de tanto daсo que lo echбsemos de ver algъn dнa; porque, їquiйn sabe si por ocultas espнas y diligentes habrб sabido ya vuestro enemigo el gigante de que yo voy a destruille?; y, dбndole lugar el tiempo, se fortificase en algъn inexpugnable castillo o fortaleza contra quien valiesen poco mis diligencias y la fuerza de mi incansable brazo. Asн que, seсora mнa, prevengamos, como tengo dicho, con nuestra diligencia sus designios, y partбmonos luego a la buena ventura; que no estб mбs de tenerla vuestra grandeza como desea, de cuanto yo tarde de verme con vuestro contrario.

Callу y no dijo mбs don Quijote, y esperу con mucho sosiego la respuesta de la fermosa infanta; la cual, con ademбn seсoril y acomodado al estilo de don Quijote, le respondiу desta manera:

-Yo os agradezco, seсor caballero, el deseo que mostrбis tener de favorecerme en mi gran cuita, bien asн como caballero, a quien es anejo y concerniente favorecer los huйrfanos y menesterosos; y quiera el cielo que el vuestro y mi deseo se cumplan, para que veбis que hay agradecidas mujeres en el mundo. Y en lo de mi partida, sea luego; que yo no tengo mбs voluntad que la vuestra: disponed vos de mн a toda vuestra guisa y talante; que la que una vez os entregу la defensa de su persona y puso en vuestras manos la restauraciуn de sus seсorнos no ha de querer ir contra lo que la vuestra prudencia ordenare.

-A la mano de Dios -dijo don Quijote-; pues asн es que una seсora se me humilla, no quiero yo perder la ocasiуn de levantalla y ponella en su heredado trono. La partida sea luego, porque me va poniendo espuelas al deseo y al camino lo que suele decirse que en la tardanza estб el peligro. Y, pues no ha criado el cielo, ni visto el infierno, ninguno que me espante ni acobarde, ensilla, Sancho, a Rocinante, y apareja tu jumento y el palafrйn de la reina, y despidбmonos del castellano y destos seсores, y vamos de aquн luego al punto.

Sancho, que a todo estaba presente, dijo, meneando la cabeza a una parte y a otra:

-ЎAy seсor, seсor, y cуmo hay mбs mal en el aldegьela que se suena, con perdуn sea dicho de las tocadas honradas!

-їQuй mal puede haber en ninguna aldea, ni en todas las ciudades del mundo, que pueda sonarse en menoscabo mнo, villano?

-Si vuestra merced se enoja -respondiу Sancho-, yo callarй, y dejarй [de] decir lo que soy obligado como buen escudero, y como debe un buen criado decir a su seсor.

-Di lo que quisieres -replicу don Quijote-, como tus palabras no se encaminen a ponerme miedo; que si tъ le tienes, haces como quien eres, y si yo no le tengo, hago como quien soy.

-No es eso, Ўpecador fui yo a Dios! -respondiу Sancho-, sino que yo tengo por cierto y por averiguado que esta seсora que se dice ser reina del gran reino Micomicуn no lo es mбs que mi madre; porque, a ser lo que ella dice, no se anduviera hocicando con alguno de los que estбn en la rueda, a vuelta de cabeza y a cada traspuesta.

Parуse colorada con las razones de Sancho Dorotea, porque era verdad que su esposo don Fernando, alguna vez, a hurto de otros ojos, habнa cogido con los labios parte del premio que merecнan sus deseos (lo cual habнa visto Sancho, y pareciйndole que aquella desenvoltura mбs era de dama cortesana que de reina de tan gran reino), y no pudo ni quiso responder palabra a Sancho, sino dejуle proseguir en su plбtica, y йl fue diciendo:

-Esto digo, seсor, porque, si al cabo de haber andado caminos y carreras, y pasado malas noches y peores dнas, ha de venir a coger el fruto de nuestros trabajos el que se estб holgando en esta venta, no hay para quй darme priesa a que ensille a Rocinante, albarde el jumento y aderece al palafrйn, pues serб mejor que nos estemos quedos, y cada puta hile, y comamos.

ЎOh, vбlame Dios, y cuбn grande que fue el enojo que recibiу don Quijote, oyendo las descompuestas palabras de su escudero! Digo que fue tanto, que, con voz atropellada y tartamuda lengua, lanzando vivo fuego por los ojos, dijo:

-ЎOh bellaco villano, mal mirado, descompuesto, ignorante, infacundo, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente! їTales palabras has osado decir en mi presencia y en la destas нnclitas seсoras, y tales deshonestidades y atrevimientos osaste poner en tu confusa imaginaciуn? ЎVete de mi presencia, monstruo de naturaleza, depositario de mentiras, almario de embustes, silo de bellaquerнas, inventor de maldades, publicador de sandeces, enemigo del decoro que se debe a las reales personas! ЎVete; no parezcas delante de mн, so pena de mi ira!

Y, diciendo esto, enarcу las cejas, hinchу los carrillos, mirу a todas partes, y dio con el pie derecho una gran patada en el suelo, seсales todas de la ira que encerraba en sus entraсas. A cuyas palabras y furibundos ademanes quedу Sancho tan encogido y medroso, que se holgara que en aquel instante se abriera debajo de sus pies la tierra y le tragara. Y no supo quй hacerse, sino volver las espaldas y quitarse de la enojada presencia de su seсor. Pero la discreta Dorotea, que tan entendido tenнa ya el humor de don Quijote, dijo, para templarle la ira:

-No os despechйis, seсor Caballero de la Triste Figura, de las sandeces que vuestro buen escudero ha dicho, porque quizб no las debe de decir sin ocasiуn, ni de su buen entendimiento y cristiana conciencia se puede sospechar que levante testimonio a nadie; y asн, se ha de creer, sin poner duda en ello, que, como en este castillo, segъn vos, seсor caballero, decнs, todas las cosas van y suceden por modo de encantamento, podrнa ser, digo, que Sancho hubiese visto por esta diabуlica vнa lo que йl dice que vio, tan en ofensa de mi honestidad.

-Por el omnipotente Dios juro -dijo a esta sazуn don Quijote-, que la vuestra grandeza ha dado en el punto, y que alguna mala visiуn se le puso delante a este pecador de Sancho, que le hizo ver lo que fuera imposible verse de otro modo que por el de encantos no fuera; que sй yo bien de la bondad e inocencia deste desdichado, que no sabe levantar testimonios a nadie.

-Ansн es y ansн serб -dijo don Fernando-; por lo cual debe vuestra merced, seсor don Quijote, perdonalle y reducille al gremio de su gracia, sicut erat in principio, antes que las tales visiones le sacasen de juicio.

Don Quijote respondiу que йl le perdonaba, y el cura fue por Sancho, el cual vino muy humilde, y, hincбndose de rodillas, pidiу la mano a su amo; y йl se la dio, y, despuйs de habйrsela dejado besar, le echу la bendiciуn, diciendo:

-Agora acabarбs de conocer, Sancho hijo, ser verdad lo que yo otras muchas veces te he dicho de que todas las cosas deste castillo son hechas por vнa de encantamento.

-Asн lo creo yo -dijo Sancho-, excepto aquello de la manta, que realmente sucediу por vнa ordinaria.

-No lo creas -respondiу don Quijote-; que si asн fuera, yo te vengara entonces, y aun agora; pero ni entonces ni agora pude ni vi en quiйn tomar venganza de tu agravio.

Desearon saber todos quй era aquello de la manta, y el ventero lo contу, punto por punto: la volaterнa de Sancho Panza, de que no poco se rieron todos; y de que no menos se corriera Sancho, si de nuevo no le asegurara su amo que era encantamento; puesto que jamбs llegу la sandez de Sancho a tanto, que creyese no ser verdad pura y averiguada, sin mezcla de engaсo alguno, lo de haber sido manteado por personas de carne y hueso, y no por fantasmas soсadas ni imaginadas, como su seсor lo creнa y lo afirmaba.

Dos dнas eran ya pasados los que habнa que toda aquella ilustre compaснa estaba en la venta; y, pareciйndoles que ya era tiempo de partirse, dieron orden para que, sin ponerse al trabajo de volver Dorotea y don Fernando con don Quijote a su aldea, con la invenciуn de la libertad de la reina Micomicona, pudiesen el cura y el barbero llevбrsele, como deseaban, y procurar la cura de su locura en su tierra. Y lo que ordenaron fue que se concertaron con un carretero de bueyes que acaso acertу a pasar por allн, para que lo llevase en esta forma: hicieron una como jaula de palos enrejados, capaz que pudiese en ella caber holgadamente don Quijote; y luego don Fernando y sus camaradas, con los criados de don Luis y los cuadrilleros, juntamente con el ventero, todos por orden y parecer del cura, se cubrieron los rostros y se disfrazaron, quiйn de una manera y quiйn de otra, de modo que a don Quijote le pareciese ser otra gente de la que en aquel castillo habнa visto.

Hecho esto, con grandнsimo silencio se entraron adonde йl estaba durmiendo y descansando de las pasadas refriegas. Llegбronse a йl, que libre y seguro de tal acontecimiento dormнa, y, asiйndole fuertemente, le ataron muy bien las manos y los pies, de modo que, cuando йl despertу con sobresalto, no pudo menearse, ni hacer otra cosa mбs que admirarse y suspenderse de ver delante de sн tan estraсos visajes; y luego dio en la cuenta de lo que su continua y desvariada imaginaciуn le representaba, y se creyу que todas aquellas figuras eran fantasmas de aquel encantado castillo, y que, sin duda alguna, ya estaba encantado, pues no se podнa menear ni defender: todo a punto como habнa pensado que sucederнa el cura, trazador desta mбquina. Sуlo Sancho, de todos los presentes, estaba en su mesmo juicio y en su mesma figura; el cual, aunque le faltaba bien poco para tener la mesma enfermedad de su amo, no dejу de conocer quiйn eran todas aquellas contrahechas figuras; mas no osу descoser su boca, hasta ver en quй paraba aquel asalto y prisiуn de su amo, el cual tampoco hablaba palabra, atendiendo a ver el paradero de su desgracia; que fue que, trayendo allн la jaula, le encerraron dentro, y le clavaron los maderos tan fuertemente que no se pudieran romper a dos tirones.

Tomбronle luego en hombros, y, al salir del aposento, se oyу una voz temerosa, todo cuanto la supo formar el barbero, no el del albarda, sino el otro, que decнa:

-ЎOh Caballero de la Triste Figura!, no te dй afincamiento la prisiуn en que vas, porque asн conviene para acabar mбs presto la aventura en que tu gran esfuerzo te puso; la cual se acabarб cuando el furibundo leуn manchado con la blanca paloma tobosina yog[u]i[e]ren en uno, ya despuйs de humilladas las altas cervices al blando yugo matrimoсesco; de cuyo inaudito consorcio saldrбn a la luz del orbe los bravos cachorros, que imitarбn las rumpantes garras del valeroso padre. Y esto serб antes que el seguidor de la fugitiva ninfa faga dos vegadas la visita de las lucientes imбgines con su rбpido y natural curso. Y tъ, Ўoh, el mбs noble y obediente escudero que tuvo espada en cinta, barbas en rostro y olfato en las narices!, no te desmaye ni descontente ver llevar ansн delante de tus ojos mesmos a la flor de la caballerнa andante; que presto, si al plasmador del mundo le place, te verбs tan alto y tan sublimado que no te conozcas, y no saldrбn defraudadas las promesas que te ha fecho tu buen seсor. Y asegъrote, de parte de la sabia Mentironiana, que tu salario te sea pagado, como lo verбs por la obra; y sigue las pisadas del valeroso y encantado caballero, que conviene que vayas donde parйis entrambos. Y, porque no me es lнcito decir otra cosa, a Dios quedad, que yo me vuelvo adonde yo me sй.

Y, al acabar de la profecнa, alzу la voz de punto, y diminuyуla despuйs, con tan tierno acento, que aun los sabidores de la burla estuvieron por creer que era verdad lo que oнan.

Quedу don Quijote consolado con la escuchada profecнa, porque luego coligiу de todo en todo la significaciуn de ella; y vio que le prometнan el verse ayuntados en santo y debido matrimonio con su querida Dulcinea del Toboso, de cuyo felice vientre saldrнan los cachorros, que eran sus hijos, para gloria perpetua de la Mancha. Y, creyendo esto bien y firmemente, alzу la voz, y, dando un gran suspiro, dijo:

-ЎOh tъ, quienquiera que seas, que tanto bien me has pronosticado!, ruйgote que pidas de mi parte al sabio encantador que mis cosas tiene a cargo, que no me deje perecer en esta prisiуn donde agora me llevan, hasta ver cumplidas tan alegres e incomparables promesas como son las que aquн se me han hecho; que, como esto sea, tendrй por gloria las penas de mi cбrcel, y por alivio estas cadenas que me ciсen, y no por duro campo de batalla este lecho en que me acuestan, sino por cama blanda y tбlamo dichoso. Y, en lo que toca a la consolaciуn de Sancho Panza, mi escudero, yo confнo de su bondad y buen proceder que no me dejarб en buena ni en mala suerte; porque, cuando no suceda, por la suya o por mi corta ventura, el poderle yo dar la нnsula, o otra cosa equivalente que le tengo prometida, por lo menos su salario no podrб perderse; que en mi testamento, que ya estб hecho, dejo declarado lo que se le ha de dar, no conforme a sus muchos y buenos servicios, sino a la posibilidad mнa.

Sancho Panza se le inclinу con mucho comedimiento, y le besу entrambas las manos, porque la una no pudiera, por estar atadas entrambas.

Luego tomaron la jaula en hombros aquellas visiones, y la acomodaron en el carro de los bueyes.



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Capнtulo XLVII

Del estraсo modo con que fue encantado don Quijote de la Mancha, con otros famosos sucesos

CUANDO don Quijote se vio de aquella manera enjaulado y encima del carro, dijo:

-Muchas y muy graves historias he yo leнdo de caballeros andantes, pero jamбs he leнdo, ni visto, ni oнdo, que a los caballeros encantados los lleven desta manera y con el espacio que prometen estos perezosos y tardнos animales; porque siempre los suelen llevar por los aires, con estraсa ligereza, encerrados en alguna parda y escura nube, o en algъn carro de fuego, o ya sobre algъn hipogrifo o otra bestia semejante; pero que me lleven a mн agora sobre un carro de bueyes, Ўvive Dios que me pone en confusiуn! Pero quizб la caballerнa y los encantos destos nuestros tiempos deben de seguir otro camino que siguieron los antiguos. Y tambiйn podrнa ser que, como yo soy nuevo caballero en el mundo, y el primero que ha resucitado el ya olvidado ejercicio de la caballerнa aventurera, tambiйn nuevamente se hayan inventado otros gйneros de encantamentos y otros modos de llevar a los encantados. їQuй te parece desto, Sancho hijo?

-No sй yo lo que me parece -respondiу Sancho-, por no ser tan leнdo como vuestra merced en las escrituras andantes; pero, con todo eso, osarнa afirmar y jurar que estas visiones que por aquн andan, que no son del todo catуlicas.

-їCatуlicas? ЎMi padre! -respondiу don Quijote-. їCуmo han de ser catуlicas si son todos demonios que han tomado cuerpos fantбsticos para venir a hacer esto y a ponerme en este estado? Y si quieres ver esta verdad, tуcalos y pбlpalos, y verбs como no tienen cuerpo sino de aire, y como no consiste mбs de en la apariencia.

-Par Dios, seсor -replicу Sancho-, ya yo los he tocado; y este diablo que aquн anda tan solнcito es rollizo de carnes, y tiene otra propiedad muy diferente de la que yo he oнdo decir que tienen los demonios; porque, segъn se dice, todos huelen a piedra azufre y a otros malos olores; pero йste huele a бmbar de media legua.

Decнa esto Sancho por don Fernando, que, como tan seсor, debнa de oler a lo que Sancho decнa.

-No te maravilles deso, Sancho amigo -respondiу don Quijote-, porque te hago saber que los diablos saben mucho, y, puesto que traigan olores consigo, ellos no huelen nada, porque son espнritus, y si huelen, no pueden oler cosas buenas, sino malas y hidiondas. Y la razуn es que como ellos, dondequiera que estбn, traen el infierno consigo, y no pueden recebir gйnero de alivio alguno en sus tormentos, y el buen olor sea cosa que deleita y contenta, no es posible que ellos huelan cosa buena. Y si a ti te parece que ese demonio que dices huele a бmbar, o tъ te engaсas, o йl quiere engaсarte con hacer que no le tengas por demonio.

Todos estos coloquios pasaron entre amo y criado; y, temiendo don Fernando y Cardenio que Sancho no viniese a caer del todo en la cuenta de su invenciуn, a quien andaba ya muy en los alcances, determinaron de abreviar con la partida; y, llamando aparte al ventero, le ordenaron que ensillase a Rocinante y enalbardase el jumento de Sancho; el cual lo hizo con mucha presteza.

Ya en esto, el cura se habнa concertado con los cuadrilleros que le acompaсasen hasta su lugar, dбndoles un tanto cada dнa. Colgу Cardenio del arzуn de la silla de Rocinante, del un cabo la adarga y del otro la bacнa, y por seсas mandу a Sancho que subiese en su asno y tomase de las riendas a Rocinante, y puso a los dos lados del carro a los dos cuadrilleros con sus escopetas. Pero, antes que se moviese el carro, saliу la ventera, su hija y Maritornes a despedirse de don Quijote, fingiendo que lloraban de dolor de su desgracia; a quien don Quijote dijo:

-No llorйis, mis buenas seсoras, que todas estas desdichas son anexas a los que profesan lo que yo profeso; y si estas calamidades no me acontecieran, no me tuviera yo por famoso caballero andante; porque a los caballeros de poco nombre y fama nunca les suceden semejantes casos, porque no hay en el mundo quien se acuerde dellos. A los valerosos sн, que tienen envidiosos de su virtud y valentнa a muchos prнncipes y a muchos otros caballeros, que procuran por malas vнas destruir a los buenos. Pero, con todo eso, la virtud es tan poderosa que, por sн sola, a pesar de toda la nigromancia que supo su primer inventor, Zoroastes, saldrб vencedora de todo trance, y darб de sн luz en el mundo, como la da el sol en el cielo. Perdonadme, fermosas damas, si algъn desaguisado, por descuido mнo, os he fecho, que, de voluntad y a sabiendas, jamбs le di a nadie; y rogad a Dios me saque destas prisiones, donde algъn mal intencionado encantador me ha puesto; que si de ellas me veo libre, no se me caerб de la memoria las mercedes que en este castillo me habedes fecho, para gratificallas, servillas y recompensallas como ellas merecen.

En tanto que las damas del castillo esto pasaban con don Quijote, el cura y el barbero se despidieron de don Fernando y sus camaradas, y del capitбn y de su hermano y todas aquellas contentas seсoras, especialmente de Dorotea y Luscinda. Todos se abrazaron y quedaron de darse noticia de sus sucesos, diciendo don Fernando al cura dуnde habнa de escribirle para avisarle en lo que paraba don Quijote, asegurбndole que no habrнa cosa que mбs gusto le diese que saberlo; y que йl, asimesmo, le avisarнa de todo aquello que йl viese que podrнa darle gusto, asн de su casamiento como del bautismo de Zoraida, y suceso de don Luis, y vuelta de Luscinda a su casa. El cura ofreciу de hacer cuanto se le mandaba, con toda puntualidad. Tornaron a abrazarse otra vez, y otra vez tornaron a nuevos ofrecimientos.

El ventero se llegу al cura y le dio unos papeles, diciйndole que los habнa hallado en un aforro de la maleta donde se hallу la Novela del curioso impertinente, y que, pues su dueсo no habнa vuelto mбs por allн, que se los llevase todos; que, pues йl no sabнa leer, no los querнa. El cura se lo agradeciу, y, abriйndolos luego, vio que al principio de lo escrito decнa: Novela de Rinconete y Cortadillo, por donde entendiу ser alguna novela y coligiу que, pues la del Curioso impertinente habнa sido buena, que tambiйn lo serнa aquйlla, pues podrнa ser fuesen todas de un mesmo autor; y asн, la guardу, con prosupuesto de leerla cuando tuviese comodidad.

Subiу a caballo, y tambiйn su amigo el barbero, con sus antifaces, porque no fuesen luego conocidos de don Quijote, y pusiйronse a caminar tras el carro. Y la orden que llevaban era йsta: iba primero el carro, guiбndole su dueсo; a los dos lados iban los cuadrilleros, como se ha dicho, con sus escopetas; seguнa luego Sancho Panza sobre su asno, llevando de rienda a Rocinante. Detrбs de todo esto iban el cura y el barbero sobre sus poderosas mulas, cubiertos los rostros, como se ha dicho, con grave y reposado continente, no caminando mбs de lo que permitнa el paso tardo de los bueyes. Don Quijote iba sentado en la jaula, las manos atadas, tendidos los pies, y arrimado a las verjas, con tanto silencio y tanta paciencia como si no fuera hombre de carne, sino estatua de piedra.

Y asн, con aquel espacio y silencio caminaron hasta dos leguas, que llegaron a un valle, donde le pareciу al boyero ser lugar acomodado para reposar y dar pasto a los bueyes; y, comunicбndolo con el cura, fue de parecer el barbero que caminasen un poco mбs, porque йl sabнa, detrбs de un recuesto que cerca de allн se mostraba, habнa un valle de mбs yerba y mucho mejor que aquel donde parar querнan. Tomуse el parecer del barbero, y asн, tornaron a proseguir su camino.

En esto, volviу el cura el rostro, y vio que a sus espaldas venнan hasta seis o siete hombres de a caballo, bien puestos y aderezados, de los cuales fueron presto alcanzados, porque caminaban no con la flema y reposo de los bueyes, sino como quien iba sobre mulas de canуnigos y con deseo de llegar presto a sestear a la venta, que menos de una legua de allн se parecнa. Llegaron los diligentes a los perezosos y saludбronse cortйsmente; y uno de los que venнan, que, en resoluciуn, era canуnigo de Toledo y seсor de los demбs que le acompaсaban, viendo la concertada procesiуn del carro, cuadrilleros, Sancho, Rocinante, cura y barbero, y mбs a don Quijote, enjaulado y aprisionado, no pudo dejar de preguntar quй significaba llevar aquel hombre de aquella manera; aunque ya se habнa dado a entender, viendo las insignias de los cuadrilleros, que debнa de ser algъn facinoroso salteador, o otro delincuente cuyo castigo tocase a la Santa Hermandad. Uno de los cuadrilleros, a quien fue hecha la pregunta, respondiу ansн:

-Seсor, lo que significa ir este caballero desta manera, dнgalo йl, porque nosotros no lo sabemos.

Oyу don Quijote la plбtica, y dijo:

-їPor dicha vuestras mercedes, seсores caballeros, son versados y perictos en esto de la caballerнa andante? Porque si lo son, comunicarй con ellos mis desgracias, y si no, no hay para quй me canse en decillas.

Y, a este tiempo, habнan ya llegado el cura y el barbero, viendo que los caminantes estaban en plбticas con don Quijote de la Mancha, para responder de modo que no fuese descubierto su artificio.

El canуnigo, a lo que don Quijote dijo, respondiу:

-En verdad, hermano, que sй mбs de libros de caballerнas que de las Sъmulas de Villalpando. Ansн que, si no estб mбs que en esto, seguramente podйis comunicar conmigo lo que quisiйredes.

-A la mano de Dios -replicу don Quijote-. Pues asн es, quiero, seсor caballero, que sepades que yo voy encantado en esta jaula, por envidia y fraude de malos encantadores; que la virtud mбs es perseguida de los malos que amada de los buenos. Caballero andante soy, y no de aquellos de cuyos nombres jamбs la Fama se acordу para eternizarlos en su memoria, sino de aquellos que, a despecho y pesar de la mesma envidia, y de cuantos magos criу Persia, bracmanes la India, ginosofistas la Etiopнa, ha de poner su nombre en el templo de la inmortalidad para que sirva de ejemplo y dechado en los venideros siglos, donde los caballeros andantes vean los pasos que han de seguir, si quisieren llegar a la cumbre y alteza honrosa de las armas.

-Dice verdad el seсor don Quijote de la Mancha -dijo a esta sazуn el cura-; que йl va encantado en esta carreta, no por sus culpas y pecados, sino por la mala intenciуn de aquellos a quien la virtud enfada y la valentнa enoja. Йste es, seсor, el Caballero de la Triste Figura, si ya le oнstes nombrar en algъn tiempo, cuyas valerosas hazaсas y grandes hechos se[r]бn escritas en bronces duros y en eternos mбrmoles, por mбs que se canse la envidia en escurecerlos y la malicia en ocultarlos.

Cuando el canуnigo oyу hablar al preso y al libre en semejante estilo, estuvo por hacerse la cruz, de admirado, y no podнa saber lo que le habнa acontecido; y en la mesma admiraciуn cayeron todos los que con йl venнan. En esto, Sancho Panza, que se habнa acercado a oнr la plбtica, para adobarlo todo, dijo:

-Ahora, seсores, quiйranme bien o quiйranme mal por lo que dijere, el caso de ello es que asн va encantado mi seсor don Quijote como mi madre; йl tiene su entero juicio, йl come y bebe y hace sus necesidades como los demбs hombres, y como las hacнa ayer, antes que le enjaulasen. Siendo esto ansн, їcуmo quieren hacerme a mн entender que va encantado? Pues yo he oнdo decir a muchas personas que los encantados ni comen, ni duermen, ni hablan, y mi amo, si no le van a la mano, hablarб mбs que treinta procuradores.

Y, volviйndose a mirar al cura, prosiguiу diciendo:

-ЎAh seсor cura, seсor cura! їPensaba vuestra merced que no le conozco, y pensarб que yo no calo y adivino adуnde se encaminan estos nuevos encantamentos? Pues sepa que le conozco, por mбs que se encubra el rostro, y sepa que le entiendo, por mбs que disimule sus embustes. En fin, donde reina la envidia no puede vivir la virtud, ni adonde hay escaseza la liberalidad. ЎMal haya el diablo!; que, si por su reverencia no fuera, йsta fuera ya la hora que mi seсor estuviera casado con la infanta Micomicona, y yo fuera conde, por lo menos, pues no se podнa esperar otra cosa, asн de la bondad de mi seсor el de la Triste Figura como de la grandeza de mis servicios. Pero ya veo que es verdad lo que se dice por ahн: que la rueda de la Fortuna anda mбs lista que una rueda de molino, y que los que ayer estaban en pinganitos hoy estбn por el suelo. De mis hijos y de mi mujer me pesa, pues cuando podнan y debнan esperar ver entrar a su padre por sus puertas hecho gobernador o visor[r]ey de alguna нnsula o reino, le verбn entrar hecho mozo de caballos. Todo esto que he dicho, seсor cura, no es mбs de por encarecer a su paternidad haga conciencia del mal tratamiento que a mi seсor se le hace, y mire bien no le pida Dios en la otra vida esta prisiуn de mi amo, y se le haga cargo de todos aquellos socorros y bienes que mi seсor don Quijote deja de hacer en este tiempo que estб preso.

-ЎAdуbame esos candiles! -dijo a este punto el barbero-. їTambiйn vos, Sancho, sois de la cofradнa de vuestro amo? ЎVive el Seсor, que voy viendo que le habйis de tener compaснa en la jaula, y que habйis de quedar tan encantado como йl, por lo que os toca de su humor y de su caballerнa! En mal punto os empreсastes de sus promesas, y en mal hora se os entrу en los cascos la нnsula que tanto deseбis.

-Yo no estoy preсado de nadie -respondiу Sancho-, ni soy hombre que me dejarнa empreсar, del rey que fuese; y, aunque pobre, soy cristiano viejo, y no debo nada a nadie; y si нnsulas deseo, otros desean otras cosas peores; y cada uno es hijo de sus obras; y, debajo de ser hombre, puedo venir a ser papa, cuanto mбs gobernador de una нnsula, y mбs pudiendo ganar tantas mi seсor que le falte a quien dallas. Vuestra merced mire cуmo habla, seсor barbero; que no es todo hacer barbas, y algo va de Pedro a Pedro. Dнgolo porque todos nos conocemos, y a mн no se me ha de echar dado falso. Y en esto del encanto de mi amo, Dios sabe la verdad; y quйdese aquн, porque es peor meneallo.

No quiso responder el barbero a Sancho, porque no descubriese con sus simplicidades lo que йl y el cura tanto procuraban encubrir; y, por este mesmo temor, habнa el cura dicho al canуnigo que caminasen un poco delante: que йl le dirнa el misterio del enjaulado, con otras cosas que le diesen gusto. Hнzolo asн el canуnigo, y adelantуse con sus criados y con йl: estuvo atento a todo aquello que decirle quiso de la condiciуn, vida, locura y costumbres de don Quijote, contбndole brevemente el principio y causa de su desvarнo, y todo el progreso de sus sucesos, hasta haberlo puesto en aquella jaula, y el disignio que llevaban de llevarle a su tierra, para ver si por algъn medio hallaban remedio a su locura. Admirбronse de nuevo los criados y el canуnigo de oнr la peregrina historia de don Quijote, y, en acabбndola de oнr, dijo:

-Verdaderamente, seсor cura, yo hallo por mi cuenta que son perjudiciales en la repъblica estos que llaman libros de caballerнas; y, aunque he leнdo, llevado de un ocioso y falso gusto, casi el principio de todos los mбs que hay impresos, jamбs me he podido acomodar a leer ninguno del principio al cabo, porque me parece que, cuбl mбs, cuбl menos, todos ellos son una mesma cosa, y no tiene mбs йste que aquйl, ni estotro que el otro. Y, segъn a mн me parece, este gйnero de escritura y composiciуn cae debajo de aquel de las fбbulas que llaman milesias, que son cuentos disparatados, que atienden solamente a deleitar, y no a enseсar: al contrario de lo que hacen las fбbulas apуlogas, que deleitan y enseсan juntamente. Y, puesto que el principal intento de semejantes libros sea el deleitar, no sй yo cуmo puedan conseguirle, yendo llenos de tantos y tan desaforados disparates; que el deleite que en el alma se concibe ha de ser de la hermosura y concordancia que vee o contempla en las cosas que la vista o la imaginaciуn le ponen delante; y toda cosa que tiene en sн fealdad y descompostura no nos puede causar contento alguno. Pues, їquй hermosura puede haber, o quй proporciуn de partes con el todo y del todo con las partes, en un libro o fбbula donde un mozo de diez y seis aсos da una cuchillada a un gigante como una torre, y le divide en dos mitades, como si fuera de alfeсique; y que, cuando nos quieren pintar una batalla, despuйs de haber dicho que hay de la parte de los enemigos un millуn de competientes, como sea contra ellos el seсor del libro, forzosamente, mal que nos pese, habemos de entender que el tal caballero alcanzу la vitoria por solo el valor de su fuerte brazo? Pues, їquй diremos de la facilidad con que una reina o emperatriz heredera se conduce en los brazos de un andante y no conocido caballero? їQuй ingenio, si no es del todo bбrbaro e inculto, podrб contentarse leyendo que una gran torre llena de caballeros va por la mar adelante, como nave con prуspero viento, y hoy anochece en Lombardнa, y maсana amanezca en tierras del Preste Juan de las Indias, o en otras que ni las descubriу Tolomeo ni las vio Marco Polo? Y, si a esto se me respondiese que los que tales libros componen los escriben como cosas de mentira, y que asн, no estбn obligados a mirar en delicadezas ni verdades, responderles hнa yo que tanto la mentira es mejor cuanto mбs parece verdadera, y tanto mбs agrada cuanto tiene mбs de lo dudoso y posible. Hanse de casar las fбbulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren, escribiйndose de suerte que, facilitando los imposibles, allanando las grandezas, suspendiendo los бnimos, admiren, suspendan, alborocen y entretengan, de modo que anden a un mismo paso la admiraciуn y la alegrнa juntas; y todas estas cosas no podrб hacer el que huyere de la verisimilitud y de la imitaciуn, en quien consiste la perfeciуn de lo que se escribe. No he visto ningъn libro de caballerнas que haga un cuerpo de fбbula entero con todos sus miembros, de manera que el medio corresponda al principio, y el fin al principio y al medio; sino que los componen con tantos miembros, que mбs parece que llevan intenciуn a formar una quimera o un monstruo que a hacer una figura proporcionada. Fuera desto, son en el estilo duros; en las hazaсas, increнbles; en los amores, lascivos; en las cortesнas, mal mirados; largos en las batallas, necios en las razones, disparatados en los viajes, y, finalmente, ajenos de todo discreto artificio, y por esto dignos de ser desterrados de la repъblica cristiana, como a gente inъtil.

El cura le estuvo escuchando con grande atenciуn, y pareciуle hombre de buen entendimiento, y que tenнa razуn en cuanto decнa; y asн, le dijo que, por ser йl de su mesma opiniуn y tener ojeriza a los libros de caballerнas, habнa quemado todos los de don Quijote, que eran muchos. Y contуle el escrutinio que dellos habнa hecho, y los que habнa condenado al fuego y dejado con vida, de que no poco se riу el canуnigo, y dijo que, con todo cuanto mal habнa dicho de tales libros, hallaba en ellos una cosa buena: que era el sujeto que ofrecнan para que un buen entendimiento pudiese mostrarse en ellos, porque daban largo y espacioso campo por donde sin empacho alguno pudiese correr la pluma, descubriendo naufragios, tormentas, rencuentros y batallas; pintando un capitбn valeroso con todas las partes que para ser tal se requieren, mostrбndose prudente previniendo las astucias de sus enemigos, y elocuente orador persuadiendo o disuadiendo a sus soldados, maduro en el consejo, presto en lo determinado, tan valiente en el esperar como en el acometer; pintando ora un lamentable y trбgico suceso, ahora un alegre y no pensado acontecimiento; allн una hermosнsima dama, honesta, discreta y recatada; aquн un caballero cristiano, valiente y comedido; acullб un desaforado bбrbaro fanfarrуn; acб un prнncipe cortйs, valeroso y bien mirado; representando bondad y lealtad de vasallos, grandezas y mercedes de seсores. Ya puede mostrarse astrуlogo, ya cosmуgrafo excelente, ya mъsico, ya inteligente en las materias de estado, y tal vez le vendrб ocasiуn de mostrarse nigromante, si quisiere. Puede mostrar las astucias de Ulixes, la piedad de Eneas, la valentнa de Aquiles, las desgracias de Hйctor, las traiciones de Sinуn, la amistad de Eurialio, la liberalidad de Alejandro, el valor de Cйsar, la clemencia y verdad de Trajano, la fidelidad de Zopiro, la prudencia de Catуn; y, finalmente, todas aquellas acciones que pueden hacer perfecto a un varуn ilustre, ahora poniйndolas en uno solo, ahora dividiйndolas en muchos.

-Y, siendo esto hecho con apacibilidad de estilo y con ingeniosa invenciуn, que tire lo mбs que fuere posible a la verdad, sin duda compondrб una tela de varios y hermosos lazos tejida, que, despuйs de acabada, tal perfeciуn y hermosura muestre, que consiga el fin mejor que se pretende en los escritos, que es enseсar y deleitar juntamente, como ya tengo dicho. Porque la escritura desatada destos libros da lugar a que el autor pueda mostrarse йpico, lнrico, trбgico, cуmico, con todas aquellas partes que encierran en sн las dulcнsimas y agradables ciencias de la poesнa y de la oratoria; que la йpica tambiйn puede escrebirse en prosa como en verso.



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Capнtulo XLVIII

Donde prosigue el canуnigo la materia de los libros de caballerнas, con otras cosas dignas de su ingenio

-ASН ES COMO vuestra merced dice, seсor canуnigo -dijo el cura-, y por esta causa son mбs dignos de reprehensiуn los que hasta aquн han compuesto semejantes libros sin tener advertencia a ningъn buen discurso, ni al arte y reglas por donde pudieran guiarse y hacerse famosos en prosa, como lo son en verso los dos prнncipes de la poesнa griega y latina.

-Yo, a lo menos -replicу el canуnigo-, he tenido cierta tentaciуn de hacer un libro de caballerнas, guardando en йl todos los puntos que he significado; y si he de confesar la verdad, tengo escritas mбs de cien hojas. Y para hacer la experiencia de si correspondнan a mi estimaciуn, las he comunicado con hombres apasionados desta leyenda, dotos y discretos, y con otros ignorantes, que sуlo atienden al gusto de oнr disparates, y de todos he hallado una agradable aprobaciуn; pero, con todo esto, no he proseguido adelante, asн por parecerme que hago cosa ajena de mi profesiуn, como por ver que es mбs el nъmero de los simples que de los prudentes; y que, puesto que es mejor ser loado de los pocos sabios que burlado de los muchos necios, no quiero sujetarme al confuso juicio del desvanecido vulgo, a quien por la mayor parte toca leer semejantes libros. Pero lo que mбs me le quitу de las manos, y aun del pensamiento, de acabarle, fue un argumento que hice conmigo mesmo, sacado de las comedias que ahora se representan, diciendo: ''Si estas que ahora se usan, asн las imaginadas como las de historia, todas o las mбs son conocidos disparates y cosas que no llevan pies ni cabeza, y, con todo eso, el vulgo las oye con gusto, y las tiene y las aprueba por buenas, estando tan lejos de serlo, y los autores que las componen y los actores que las representan dicen que asн han de ser, porque asн las quiere el vulgo, y no de otra manera; y que las que llevan traza y siguen la fбbula como el arte pide, no sirven sino para cuatro discretos que las entienden, y todos los demбs se quedan ayunos de entender su artificio, y que a ellos les estб mejor ganar de comer con los muchos, que no opiniуn con los pocos, deste modo vendrб a ser un libro, al cabo de haberme quemado las cejas por guardar los preceptos referidos, y vendrй a ser el sastre del cantillo''. Y, aunque algunas veces he procurado persuadir a los actores que se engaсan en tener la opiniуn que tienen, y que mбs gente atraerбn y mбs fama cobrarбn representando comedias que hagan el arte que no con las disparatadas, y estбn tan asidos y encorporados en su parecer, que no hay razуn ni evidencia que dйl los saque. Acuйrdome que un dнa dije a uno destos pertinaces: ''Decidme, їno os acordбis que ha pocos aсos que se representaron en Espaсa tres tragedias que compuso un famoso poeta destos reinos, las cuales fueron tales, que admiraron, alegraron y suspendieron a todos cuantos las oyeron, asн simples como prudentes, asн del vulgo como de los escogidos, y dieron mбs dineros a los representantes ellas tres solas que treinta de las mejores que despuйs acб se han hecho?'' ''Sin duda -respondiу el autor que digo-, que debe de decir vuestra merced por La Isabela, La Filis y La Alejandra''. ''Por йsas digo -le repliquй yo-; y mirad si guardaban bien los preceptos del arte, y si por guardarlos dejaron de parecer lo que eran y de agradar a todo el mundo. Asн que no estб la falta en el vulgo, que pide disparates, sino en aquellos que no saben representar otra cosa. Sн, que no fue disparate La ingratitud vengada, ni le tuvo La Numancia, ni se le hallу en la del Mercader amante, ni menos en La enemiga favorable, ni en otras algunas que de algunos entendidos poetas han sido compuestas, para fama y renombre suyo, y para ganancia de los que las han representado''. Y otras cosas aсadн a йstas, con que, a mi parecer, le dejй algo confuso, pero no satisfecho ni convencido para sacarle de su errado pensamiento.

-En materia ha tocado vuestra merced, seсor canуnigo -dijo a esta sazуn el cura-, que ha despertado en mн un antiguo rancor que tengo con las comedias que agora se usan, tal, que iguala al que tengo con los libros de caballerнas; porque, habiendo de ser la comedia, segъn le parece a Tulio, espejo de la vida humana, ejemplo de las costumbres y imagen de la verdad, las que ahora se representan son espejos de disparates, ejemplos de necedades e imбgenes de lascivia. Porque, їquй mayor disparate puede ser en el sujeto que tratamos que salir un niсo en mantillas en la primera cena del primer acto, y en la segunda salir ya hecho hombre barbado? Y їquй mayor que pintarnos un viejo valiente y un mozo cobarde, un lacayo rectуrico, un paje consejero, un rey ganapбn y una princesa fregona? їQuй dirй, pues, de la observancia que guardan en los tiempos en que pueden o podнan suceder las acciones que representan, sino que he visto comedia que la primera jornada comenzу en Europa, la segunda en Asia, la tercera se acabу en Бfrica, y ansн fuera de cuatro jornadas, la cuarta acababa en Amйrica, y asн se hubiera hecho en todas las cuatro partes del mundo? Y si es que la imitaciуn es lo principal que ha de tener la comedia, їcуmo es posible que satisfaga a ningъn mediano entendimiento que, fingiendo una acciуn que pasa en tiempo del rey Pepino y Carlomagno, el mismo que en ella hace la persona principal le atribuyan que fue el emperador Heraclio, que entrу con la Cruz en Jerusalйn, y el que ganу la Casa Santa, como Godofre de Bullуn, habiendo infinitos aсos de lo uno a lo otro; y fundб[n]dose la comedia sobre cosa fingida, atribuirle verdades de historia, y mezclarle pedazos de otras sucedidas a diferentes personas y tiempos, y esto, no con trazas verisнmiles, sino con patentes errores de todo punto inexcusables? Y es lo malo que hay ignorantes que digan que esto es lo perfecto, y que lo demбs es buscar gullurнas. Pues, їquй si venimos a las comedias divinas?: Ўquй de milagros falsos fingen en ellas, quй de cosas apуcrifas y mal entendidas, atribuyendo a un santo los milagros de otro! Y aun en las humanas se atreven a hacer milagros, sin mбs respeto ni consideraciуn que parecerles que allн estarб bien el tal milagro y apariencia, como ellos llaman, para que gente ignorante se admire y venga a la comedia; que todo esto es en perjuicio de la verdad y en menoscabo de las historias, y aun en oprobrio de los ingenios espaсoles; porque los estranjeros, que con mucha puntualidad guardan las leyes de la comedia, nos tienen por bбrbaros e ignorantes, viendo los absurdos y disparates de las que hacemos. Y no serнa bastante disculpa desto decir que el principal intento que las repъblicas bien ordenadas tienen, permitiendo que se hagan pъblicas comedias, es para entretener la comunidad con alguna honesta recreaciуn, y divertirla a veces de los malos humores que suele engendrar la ociosidad; y que, pues йste se consigue con cualquier comedia, buena o mala, no hay para quй poner leyes, ni estrechar a los que las componen y representan a que las hagan como debнan hacerse, pues, como he dicho, con cualquiera se consigue lo que con ellas se pretende. A lo cual responderнa yo que este fin se conseguirнa mucho mejor, sin comparaciуn alguna, con las comedias buenas que con las no tales; porque, de haber oнdo la comedia artificiosa y bien ordenada, saldrнa el oyente alegre con las burlas, enseсado con las veras, admirado de los sucesos, discreto con las razones, advertido con los embustes, sagaz con los ejemplos, airado contra el vicio y enamorado de la virtud; que todos estos afectos ha de despertar la buena comedia en el бnimo del que la escuchare, por rъstico y torpe que sea; y de toda imposibilidad es imposible dejar de alegrar y entretener, satisfacer y contentar, la comedia que todas estas partes tuviere mucho mбs que aquella que careciere dellas, como por la mayor parte carecen estas que de ordinario agora se representan. Y no tienen la culpa desto los poetas que las componen, porque algunos hay dellos que conocen muy bien en lo que yerran, y saben estremadamente lo que deben hacer; pero, como las comedias se han hecho mercaderнa vendible, dicen, y dicen verdad, que los representantes no se las comprarнan si no fuesen de aquel jaez; y asн, el poeta procura acomodarse con lo que el representante que le ha de pagar su obra le pide. Y que esto sea verdad vйase por muchas e infinitas comedias que ha compuesto un felicнsimo ingenio destos reinos, con tanta gala, con tanto donaire, con tan elegante verso, con tan buenas razones, con tan graves sentencias y, finalmente, tan llenas de elocuciуn y alteza de estilo, que tiene lleno el mundo de su fama. Y, por querer acomodarse al gusto de los representantes, no han llegado todas, como han llegado algunas, al punto de la perfecciуn que requieren. Otros las componen tan sin mirar lo que hacen, que despuйs de representadas tienen necesidad los recitantes de huirse y ausentarse, temerosos de ser castigados, como lo han sido muchas veces, por haber representado cosas en perjuicio de algunos reyes y en deshonra de algunos linajes. Y todos estos inconvinientes cesarнan, y aun otros muchos mбs que no digo, con que hubiese en la Corte una persona inteligente y discreta que examinase todas las comedias antes que se representasen (no sуlo aquellas que se hiciesen en la Corte, sino todas las que se quisiesen representar en Espaсa), sin la cual aprobaciуn, sello y firma, ninguna justicia en su lugar dejase representar comedia alguna; y, desta manera, los comediantes tendrнan cuidado de enviar las comedias a la Corte, y con seguridad podrнan representallas, y aquellos que las componen mirarнan con mбs cuidado y estudio lo que hacнan, temorosos de haber de pasar sus obras por el riguroso examen de quien lo entiende; y desta manera se harнan buenas comedias y se conseguirнa felicнsimamente lo que en ellas se pretende: asн el entretenimiento del pueblo, como la opiniуn de los ingenios de Espaсa, el interйs y seguridad de los recitantes y el ahorro del cuidado de castigallos. Y si diese cargo a otro, o a este mismo, que examinase los libros de caballerнas que de nuevo se compusiesen, sin duda podrнan salir algunos con la perfecciуn que vuestra merced ha dicho, enriqueciendo nuestra lengua del agradable y precioso tesoro de la elocuencia, dando ocasiуn que los libros viejos se escureciesen a la luz de los nuevos que saliesen, para honesto pasatiempo, no solamen[te] de los ociosos, sino de los mбs ocupados; pues no es posible que estй continuo el arco armado, ni la condiciуn y flaqueza humana se pueda sustentar sin alguna lнcita recreaciуn.

A este punto de su coloquio llegaban el canуnigo y el cura, cuando, adelantбndose el barbero, llegу a ellos, y dijo al cura:

-Aquн, seсor licenciado, es el lugar que yo dije que era bueno para que, sesteando nosotros, tuviesen los bueyes fresco y abundoso pasto.

-Asн me lo parece a mн -respondiу el cura.

Y, diciйndole al canуnigo lo que pensaba hacer, йl tambiйn quiso quedarse con ellos, convidado del sitio de un hermoso valle que a la vista se les ofrecнa. Y, asн por gozar dйl como de la conversaciуn del cura, de quien ya iba aficionado, y por saber mбs por menudo las hazaсas de don Quijote, mandу a algunos de sus criados que se fuesen a la venta, que no lejos de allн estaba, y trujesen della lo que hubiese de comer, para todos, porque йl determinaba de sestear en aquel lugar aquella tarde; a lo cual uno de sus criados respondiу que el acйmila del repuesto, que ya debнa de estar en la venta, traнa recado bastante para no obligar a no tomar de la venta mбs que cebada.

-Pues asн es -dijo el canуnigo-, llйvense allб todas las cabalgaduras, y haced volver la acйmila.

En tanto que esto pasaba, viendo Sancho que podнa hablar a su amo sin la continua asistencia del cura y el barbero, que tenнa por sospechosos, se llegу a la jaula donde iba su amo, y le dijo:

-Seсor, para descargo de mi conciencia, le quiero decir lo que pasa cerca de su encantamento; y es que aquestos dos que vienen aquн cubiertos los rostros son el cura de nuestro lugar y el barbero; y imagino han dado esta traza de llevalle desta manera, de pura envidia que tienen como vuestra merced se les adelanta en hacer famosos hechos. Presupuesta, pues, esta verdad, sнguese que no va encantado, sino embaнdo y tonto. Para prueba de lo cual le quiero preguntar una cosa; y si me responde como creo que me ha de responder, tocarб con la mano este engaсo y verб como no va encantado, sino trastornado el juicio.

-Pregunta lo que quisieres, hijo Sancho -respondiу don Quijote-, que yo te satisfarй y responderй a toda tu voluntad. Y en lo que dices que aquellos que allн van y vienen con nosotros son el cura y el barbero, nuestros compatriotos y conocidos, bien podrб ser que parezca que son ellos mesmos; pero que lo sean realmente y en efeto, eso no lo creas en ninguna manera. Lo que has de creer y entender es que si ellos se les parecen, como dices, debe de ser que los que me han encantado habrбn tomado esa apariencia y semejanza; porque es fбcil a los encantadores tomar la figura que se les antoja, y habrбn tomado las destos nuestros amigos, para darte a ti ocasiуn de que pienses lo que piensas, y ponerte en un laberinto de imaginaciones, que no aciertes a salir dйl, aunque tuvieses la soga de Teseo. Y tambiйn lo habrбn hecho para que yo vacile en mi entendimiento, y no sepa atinar de dуnde me viene este daсo; porque si, por una parte, tъ me dices que me acompaсan el barbero y el cura de nuestro pueblo, y, por otra, yo me veo enjaulado, y sй de mн que fuerzas humanas, como no fueran sobrenaturales, no fueran bastantes para enjaularme, їquй quieres que diga o piense sino que la manera de mi encantamento excede a cuantas yo he leнdo en todas las historias que tratan de caballeros andantes que han sido encantados? Ansн que, bien puedes darte paz y sosiego en esto de creer que son los que dices, porque asн son ellos como yo soy turco. Y, en lo que toca a querer preguntarme algo, di, que yo te responderй, aunque me preguntes de aquн a maсana.

-ЎVбlame Nuestra Seсora! -respondiу Sancho, dando una gran voz-. Y їes posible que sea vuestra merced tan duro de celebro, y tan falto de meollo, que no eche de ver que es pura verdad la que le digo, y que en esta su prisiуn y desgracia tiene mбs parte la malicia que el encanto? Pero, pues asн es, yo le quiero probar evidentemente como no va encantado. Si no, dнgame, asн Dios le saque desta tormenta, y asн se vea en los brazos de mi seсora Dulcinea cuando menos se piense...

-Acaba de conjurarme -dijo don Quijote-, y pregunta lo que quisieres; que ya te he dicho que te responderй con toda puntualidad.

-Eso pido -replicу Sancho-; y lo que quiero saber es que me diga, sin aсadir ni quitar cosa ninguna, sino con toda verdad, como se espera que la han de decir y la dicen todos aquellos que profesan las armas, como vuestra merced las profesa, debajo de tнtulo de caballeros andantes...

-Digo que no mentirй en cosa alguna -respondiу don Quijote-. Acaba ya de preguntar, que en verdad que me cansas con tantas salvas, plegarias y prevenciones, Sancho.

-Digo que yo estoy seguro de la bondad y verdad de mi amo; y asн, porque hace al caso a nuestro cuento, pregunto, hablando con acatamiento, si acaso despuйs que vuestra merced va enjaulado y, a su parecer, encantado en esta jaula, le ha venido gana y voluntad de hacer aguas mayores o menores, como suele decirse.

-No entiendo eso de hacer aguas, Sancho; aclбrate mбs, si quieres que te responda derechamente.

-їEs posible que no entiende vuestra merced de hacer aguas menores o mayores? Pues en la escuela destetan a los muchachos con ello. Pues sepa que quiero decir si le ha venido gana de hacer lo que no se escusa.

-ЎYa, ya te entiendo, Sancho! Y muchas veces; y aun agora la tengo. ЎSбcame deste peligro, que no anda todo limpio!



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Capнtulo XLIX

Donde se trata del discreto coloquio que Sancho Panza tuvo con su seсor don Quijote

-ЎAH -DIJO Sancho-; cogido le tengo! Esto es lo que yo deseaba saber, como al alma y como a la vida. Venga acб, seсor: їpodrнa negar lo que comъnmente suele decirse por ahн cuando una persona estб de mala voluntad: «No sй quй tiene fulano, que ni come, ni bebe, ni duerme, ni responde a propуsito a lo que le preguntan, que no parece sino que estб encantado»? De donde se viene a sacar que los que no comen, ni beben, ni duermen, ni hacen las obras naturales que yo digo, estos tales estбn encantados; pero no aquellos que tienen la gana que vuestra merced tiene y que bebe cuando se lo dan, y come cuando lo tiene, y responde a todo aquello que le preguntan.

-Verdad dices, Sancho -respondiу don Quijote-, pero ya te he dicho que hay muchas maneras de encantamentos, y podrнa ser que con el tiempo se hubiesen mudado de unos en otros, y que agora se use que los encantados hagan todo lo que yo hago, aunque antes no lo hacнan. De manera que contra el uso de los tiempos no hay que argьir ni de quй hacer consecuencias. Yo sй y tengo para mн que voy encantado, y esto me basta para la seguridad de mi conciencia; que la formarнa muy grande si yo pensase que no estaba encantado y me dejase estar en esta jaula, perezoso y cobarde, defraudando el socorro que podrнa dar a muchos menesterosos y necesitados que de mi ayuda y amparo deben tener a la hora de ahora precisa y estrema necesidad.

-Pues, con todo eso -replicу Sancho-, digo que, para mayor abundancia y satisfaciуn, serнa bien que vuestra merced probase a salir desta cбrcel, que yo me obligo con todo mi poder a facilitarlo, y aun a sacarle della, y probase de nuevo a subir sobre su buen Rocinante, que tambiйn parece que va encantado, segъn va de malencуlico y triste; y, hecho esto, probбsemos otra vez la suerte de buscar mбs aventuras; y si no nos sucediese bien, tiempo nos queda para volvernos a la jaula, en la cual prometo, a ley de buen y leal escudero, de encerrarme juntamente con vuestra merced, si acaso fuere vuestra merced tan desdichado, o yo tan simple, que no acierte a salir con lo que digo.

-Yo soy contento de hacer lo que dices, Sancho hermano -replicу don Quijote-; y cuando tъ veas coyuntura de poner en obra mi libertad, yo te obedecerй en todo y por todo; pero tъ, Sancho, verбs como te engaсas en el conocimiento de mi desgracia.

En estas plбticas se entretuvieron el caballero andante y el mal andante escudero, hasta que llegaron donde, ya apeados, los aguardaban el cura, el canуnigo y el barbero. Desunciу luego los bueyes de la carreta el boyero, y dejуlos andar a sus anchuras por aquel verde y apacible sitio, cuya frescura convidaba a quererla gozar, no a las personas tan encantadas como don Quijote, sino a los tan advertidos y discretos como su escudero; el cual rogу al cura que permitiese que su seсor saliese por un rato de la jaula, porque si no le dejaban salir, no irнa tan limpia aquella prisiуn como requirнa la decencia de un tal caballero como su amo. Entendiуle el cura, y dijo que de muy buena gana harнa lo que le pedнa si no temiera que, en viйndose su seсor en libertad, habнa de hacer de las suyas, y irse donde jamбs gentes le viesen.

-Yo le fнo de la fuga -respondiу Sancho.

-Y yo y todo -dijo el canуnigo-; y mбs si йl me da la palabra, como caballero, de no apartarse de nosotros hasta que sea nuestra voluntad.

-Sн doy -respondiу don Quijote, que todo lo estaba escuchando-; cuanto mбs, que el que estб encantado, como yo, no tiene libertad para hacer de su persona lo que quisiere, porque el que le encantу le puede hacer que no se mueva de un lugar en tres siglos; y si hubiere huido, le harб volver en volandas. -Y que, pues esto era asн, bien podнan soltalle, y mбs, siendo tan en provecho de todos; y del no soltalle les protestaba que no podнa dejar de fatigalles el olfato, si de allн no se desviaban.

Tomуle la mano el canуnigo, aunque las tenнa atadas, y, debajo de su buena fe y palabra, le desenjaularon, de que йl se alegrу infinito y en grande manera de verse fuera de la jaula. Y lo primero que hizo fue estirarse todo el cuerpo, y luego se fue donde estaba Rocinante, y, dбndole dos palmadas en las ancas, dijo:

-Aъn espero en Dios y en su bendita Madre, flor y espejo de los caballos, que presto nos hemos de ver los dos cual deseamos; tъ, con tu seсor a cuestas; y yo, encima de ti, ejercitando el oficio para que Dios me echу al mundo.

Y, diciendo esto, don Quijote se apartу con Sancho en remota parte, de donde vino mбs aliviado y con mбs deseos de poner en obra lo que su escudero ordenase.

Mirбbalo el canуnigo, y admirбbase de ver la estraсeza de su grande locura, y de que, en cuanto hablaba y respondнa, mostraba tener bonнsimo entendimiento: solamente venнa a perder los estribos, como otras veces se ha dicho, en tratбndole de caballerнa. Y asн, movido de compasiуn, despuйs de haberse sentado todos en la verde yerba, para esperar el repuesto del canуnigo, le dijo:

-їEs posible, seсor hidalgo, que haya podido tanto con vuestra merced la amarga y ociosa letura de los libros de caballerнas, que le hayan vuelto el juicio de modo que venga a creer que va encantado, con otras cosas deste jaez, tan lejos de ser verdaderas como lo estб la mesma mentira de la verdad? Y їcуmo es posible que haya entendimiento humano que se dй a entender que ha habido en el mundo aquella infinidad de Amadises, y aquella turbamulta de tanto famoso caballero, tanto emperador de Trapisonda, tanto Felixmarte de Hircania, tanto palafrйn, tanta doncella andante, tantas sierpes, tantos endriagos, tantos gigantes, tantas inauditas aventuras, tanto gйnero de encantamentos, tantas batallas, tantos desaforados encuentros, tanta bizarrнa de trajes, tantas princesas enamoradas, tantos escuderos condes, tantos enanos graciosos, tanto billete, tanto requiebro, tantas mujeres valientes; y, finalmente, tantos y tan disparatados casos como los libros de caballerнas contienen? De mн sй decir que, cuando los leo, en tanto que no pongo la imaginaciуn en pensar que son todos mentira y liviandad, me dan algъn contento; pero, cuando caigo en la cuenta de lo que son, doy con el mejor dellos en la pared, y aun diera con йl en el fuego si cerca o presente le tuviera, bien como a merecedores de tal pena, por ser falsos y embusteros, y fuera del trato que pide la comъn naturaleza, y como a inventores de nuevas sectas y de nuevo modo de vida, y como a quien da ocasiуn que el vulgo ignorante venga a creer y a tener por verdaderas tantas necedades como contienen. Y aun tienen tanto atrevimiento, que se atreven a turbar los ingenios de los discretos y bien nacidos hidalgos, como se echa bien de ver por lo que con vuestra merced han hecho, pues le han traнdo a tйrminos que sea forzoso encerrarle en una jaula, y traerle sobre un carro de bueyes, como quien trae o lleva algъn leуn o algъn tigre, de lugar en lugar, para ganar con йl dejando que le vean. ЎEa, seсor don Quijote, duйlase de sн mismo, y redъzgase al gremio de la discreciуn, y sepa usar de la mucha que el cielo fue servido de darle, empleando el felicнsimo talento de su ingenio en otra letura que redunde en aprovechamiento de su conciencia y en aumento de su honra! Y si todavнa, llevado de su natural inclinaciуn, quisiere leer libros de hazaсas y de caballerнas, lea en la Sacra Escritura el de los Jueces; que allн hallarб verdades grandiosas y hechos tan verdaderos como valientes. Un Viriato tuvo Lusitania; un Cйsar, Roma; un Anнbal, Cartago; un Alejandro, Grecia; un conde Fernбn Gonzбlez, Castilla; un Cid, Valencia; un Gonzalo Fernбndez, Andalucнa; un Diego Garcнa de Paredes, Estremadura; un Garci Pйrez de Vargas, Jerez; un Garcilaso, Toledo; un don Manuel de Leуn, Sevilla, cuya leciуn de sus valerosos hechos puede entretener, enseсar, deleitar y admirar a los mбs altos ingenios que los leyeren. Йsta sн serб letura digna del buen entendimiento de vuestra merced, seсor don Quijote mнo, de la cual saldrб erudito en la historia, enamorado de la virtud, enseсado en la bondad, mejorado en las costumbres, valiente sin temeridad, osado sin cobardнa, y todo esto, para honra de Dios, provecho suyo y fama de la Mancha; do, segъn he sabido, trae vuestra merced su principio y origen.

Atentнsimamente estuvo don Quijote escuchando las razones del canуnigo; y, cuando vio que ya habнa puesto fin a ellas, despuйs de haberle estado un buen espacio mirando, le dijo:

-Parйceme, seсor hidalgo, que la plбtica de vuestra merced se ha encaminado a querer darme a entender que no ha habido caballeros andantes en el mundo, y que todos los libros de caballerнas son falsos, mentirosos, daсadores e inъtiles para la repъblica; y que yo he hecho mal en leerlos, y peor en creerlos, y mбs mal en imitarlos, habiйndome puesto a seguir la durнsima profesiуn de la caballerнa andante, que ellos enseсan, negбndome que no ha habido en el mundo Amadises, ni de Gaula ni de Grecia, ni todos los otros caballeros de que las escrituras estбn llenas.

-Todo es al pie de la letra como vuestra merced lo va relatando -dijo a estб sazуn el canуnigo.

A lo cual respondiу don Quijote:

-Aсadiу tambiйn vuestra merced, diciendo que me habнan hecho mucho daсo tales libros, pues me habнan vuelto el juicio y puйstome en una jaula, y que me serнa mejor hacer la enmienda y mudar de letura, leyendo otros mбs verdaderos y que mejor deleitan y enseсan.

-Asн es -dijo el canуnigo.

-Pues yo -replicу don Quijote- hallo por mi cuenta que el sin juicio y el encantado es vuestra merced, pues se ha puesto a decir tantas blasfemias contra una cosa tan recebida en el mundo, y tenida por tan verdadera, que el que la negase, como vuestra merced la niega, merecнa la mesma pena que vuestra merced dice que da a los libros cuando los lee y le enfadan. Porque querer dar a entender a nadie que Amadнs no fue en el mundo, ni todos los otros caballeros aventureros de que estбn colmadas las historias, serб querer persuadir que el sol no alumbra, ni el yelo enfrнa, ni la tierra sustenta; porque, їquй ingenio puede haber en el mundo que pueda persuadir a otro que no fue verdad lo de la infanta Floripes y Guy de Borgoсa, y lo de Fierabrбs con la puente de Mantible, que sucediу en el tiempo de Carlomagno; que voto a tal que es tanta verdad como es ahora de dнa? Y si es mentira, tambiйn lo debe de ser que no hubo Hйctor, ni Aquiles, ni la guerra de Troya, ni los Doce Pares de Francia, ni el rey Artъs de Ingalaterra, que anda hasta ahora convertido en cuervo y le esperan en su reino por momentos. Y tambiйn se atreverбn a decir que es mentirosa la historia de Guarino Mezquino, y la de la demanda del Santo Grial, y que son apуcrifos los amores de don Tristбn y la reina Iseo, como los de Ginebra y Lanzarote, habiendo personas que casi se acuerdan de haber visto a la dueсa Quintaсona, que fue la mejor escanciadora de vino que tuvo la Gran Bretaсa. Y es esto tan ansн, que me acuerdo yo que me decнa una mi agьela de partes de mi padre, cuando veнa alguna dueсa con tocas reverendas: ''Aquйlla, nieto, se parece a la dueсa Quintaсona''; de donde arguyo yo que la debiу de conocer ella o, por lo menos, debiу de alcanzar a ver algъn retrato suyo. Pues, їquiйn podrб negar no ser verdadera la historia de Pierres y la linda Magalona, pues aun hasta hoy dнa se vee en la armerнa de los reyes la clavija con que volvнa al caballo de madera, sobre quien iba el valiente Pierres por los aires, que es un poco mayor que un timуn de carreta? Y junto a la clavija estб la silla de Babieca, y en Roncesvalles estб el cuerno de Roldбn, tamaсo como una grande viga: de donde se infiere que hubo Doce Pares, que hubo Pierres, que hubo Cides, y otros caballeros semejantes,

dйstos que dicen las gentes

que a sus aventuras van.

Si no, dнganme tambiйn que no es verdad que fue caballero andante el valiente lusitano Juan de Merlo, que fue a Borgoсa y se combatiу en la ciudad de Ras con el famoso seсor de Charnн, llamado mosйn Pierres, y despuйs, en la ciudad de Basilea, con mosйn Enrique de Remestбn, saliendo de entrambas empresas vencedor y lleno de honrosa fama; y las aventuras y desafнos que tambiйn acabaron en Borgoсa los valientes espaсoles Pedro Barba y Gutierre Quijada (de cuya alcurnia yo deciendo por lнnea recta de varуn), venciendo a los hijos del conde de San Polo. Niйguenme, asimesmo, que no fue a buscar las aventuras a Alemania don Fernando de Guevara, donde se combatiу con micer Jorge, caballero de la casa del duque de Austria; digan que fueron burla las justas de Suero de Quiсones, del Paso; las empresas de mosйn Luis de Falces contra don Gonzalo de Guzmбn, caballero castellano, con otras muchas hazaсas hechas por caballeros cristianos, dйstos y de los reinos estranjeros, tan autйnticas y verdaderas, que torno a decir que el que las negase carecerнa de toda razуn y buen discurso.

Admirado quedу el canуnigo de oнr la mezcla que don Quijote hacнa de verdades y mentiras, y de ver la noticia que tenнa de todas aquellas cosas tocantes y concernientes a los hechos de su andante caballerнa; y asн, le respondiу:

-No puedo yo negar, seсor don Quijote, que no sea verdad algo de lo que vuestra merced ha dicho, especialmente en lo que toca a los caballeros andantes espaсoles; y, asimesmo, quiero conceder que hubo Doce Pares de Francia, pero no quiero creer que hicieron todas aquellas cosas que el arzobispo Turpнn dellos escribe; porque la verdad dello es que fueron caballeros escogidos por los reyes de Francia, a quien llamaron pares por ser todos iguales en valor, en calidad y en valentнa; a lo menos, si no lo eran, era razуn que lo fuesen y era como una religiуn de las que ahora se usan de Santiago o de Calatrava, que se presupone que los que la profesan han de ser, o deben ser, caballeros valerosos, valientes y bien nacidos; y, como ahora dicen caballero de San Juan, o de Alcбntara, decнan en aquel tiempo caballero de los Doce Pares, porque no fueron doce iguales los que para esta religiуn militar se escogieron. En lo de que hubo Cid no hay duda, ni menos Bernardo del Carpio, pero de que hicieron las hazaсas que dicen, creo que la hay muy grande. En lo otro de la clavija que vuestra merced dice del conde Pierres, y que estб junto a la silla de Babieca en la armerнa de los reyes, confieso mi pecado; que soy tan ignorante, o tan corto de vista, que, aunque he visto la silla, no he echado de ver la clavija, y mбs siendo tan grande como vuestra merced ha dicho.

-Pues allн estб, sin duda alguna -replicу don Quijote-; y, por mбs seсas, dicen que estб metida en una funda de vaqueta, porque no se tome de moho.

-Todo puede ser -respondiу el canуnigo-; pero, por las уrdenes que recebн, que no me acuerdo haberla visto. Mas, puesto que conceda que estб allн, no por eso me obligo a creer las historias de tantos Amadises, ni las de tanta turbamulta de caballeros como por ahн nos cuentan; ni es razуn que un hombre como vuestra merced, tan honrado y de tan buenas partes, y dotado de tan buen entendimiento, se dй a entender que son verdaderas tantas y tan estraсas locuras como las que estбn escritas en los disparatados libros de caballerнas.



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Capнtulo L

De las discretas altercaciones que don Quijote y el canуnigo tuvieron, con otros sucesos

-ЎBUENO estб eso! -respondiу don Quijote-. Los libros que estбn impresos con licencia de los reyes y con aprobaciуn de aquellos a quien se remitieron, y que con gusto general son leнdos y celebrados de los grandes y de los chicos, de los pobres y de los ricos, de los letrados e ignorantes, de los plebeyos y caballeros, finalmente, de todo gйnero de personas, de cualquier estado y condiciуn que sean, їhabнan de ser mentira?; y mбs llevando tanta apariencia de verdad, pues nos cuentan el padre, la madre, la patria, los parientes, la edad, el lugar y las hazaсas, punto por punto y dнa por dнa, que el tal caballero hizo, o caballeros hicieron. Calle vuestra merced, no diga tal blasfemia (y crйame que le aconsejo en esto lo que debe de hacer como discreto), si no lйalos, y verб el gusto que recibe de su leyenda. Si no, dнgame: їhay mayor contento que ver, como si dijйsemos: aquн ahora se muestra delante de nosotros un gran lago de pez hirviendo a borbollones, y que andan nadando y cruzando por йl muchas serpientes, culebras y lagartos, y otros muchos gйneros de animales feroces y espantables, y que del medio del lago sale una voz tristнsima que dice: ''Tъ, caballero, quienquiera que seas, que el temeroso lago estбs mirando, si quieres alcanzar el bien que debajo destas negras aguas se encubre, muestra el valor de tu fuerte pecho y arrуjate en mitad de su negro y encendido licor; porque si asн no lo haces, no serбs digno de ver las altas maravillas que en sн encierran y contienen los siete castillos de las siete fadas que debajo desta negregura yacen?'' їY que, apenas el caballero no ha acabado de oнr la voz temerosa, cuando, sin entrar mбs en cuentas consigo, sin ponerse a considerar el peligro a que se pone, y aun sin despojarse de la pesadumbre de sus fuertes armas, encomendбndose a Dios y a su seсora, se arroja en mitad del bullente lago, y, cuando no se cata ni sabe dуnde ha de parar, se halla entre unos floridos campos, con quien los Elнseos no tienen que ver en ninguna cosa? Allн le parece que el cielo es mбs transparente, y que el sol luce con claridad mбs nueva; ofrйcesele a los ojos una apacible floresta de tan verdes y frondosos бrboles compuesta, que alegra a la vista su verdura, y entretiene los oнdos el dulce y no aprendido canto de los pequeсos, infinitos y pintados pajarillos que por los intricados ramos van cruzando. Aquн descubre un arroyuelo, cuyas frescas aguas, que lнquidos cristales parecen, corren sobre menudas arenas y blancas pedrezuelas, que oro cernido y puras perlas semejan; acullб vee una artificiosa fuente de jaspe variado y de liso mбrmol compuesta; acб vee otra a lo brutesco adornada, adonde las menudas conchas de las almejas, con las torcidas casas blancas y amarillas del caracol, puestas con orden desordenada, mezclados entre ellas pedazos de cristal luciente y de contrahechas esmeraldas, hacen una variada labor, de manera que el arte, imitando a la naturaleza, parece que allн la vence. Acullб de improviso se le descubre un fuerte castillo o vistoso alcбzar, cuyas murallas son de macizo oro, las almenas de diamantes, las puertas de jacintos; finalmente, йl es de tan admirable compostura que, con ser la materia de que estб formado no menos que de diamantes, de carbuncos, de rubнes, de perlas, de oro y de esmeraldas, es de mбs estimaciуn su hechura. Y їhay mбs que ver, despuйs de haber visto esto, que ver salir por la puerta del castillo un buen nъmero de doncellas, cuyos galanos y vistosos trajes, si yo me pusiese ahora a decirlos como las historias nos los cuentan, serнa nunca acabar; y tomar luego la que parecнa principal de todas por la mano al atrevido caballero que se arrojу en el ferviente lago, y llevarle, sin hablarle palabra, dentro del rico alcбzar o castillo, y hacerle desnudar como su madre le pariу, y baсarle con templadas aguas, y luego untarle todo con olorosos ungьentos, y vestirle una camisa de cendal delgadнsimo, toda olorosa y perfumada, y acudir otra doncella y echarle un mantуn sobre los hombros, que, por lo menos menos, dicen que suele valer una ciudad, y aun mбs? їQuй es ver, pues, cuando nos cuentan que, tras todo esto, le llevan a otra sala, donde halla puestas las mesas, con tanto concierto, que queda suspenso y admirado?; їquй, el verle echar agua a manos, toda de бmbar y de olorosas flores distilada?; їquй, el hacerle sentar sobre una silla de marfil?; їquй, verle servir todas las doncellas, guardando un maravilloso silencio?; їquй, el traerle tanta diferencia de manjares, tan sabrosamente guisados, que no sabe el apetito a cuбl deba de alargar la mano? їCuбl serб oнr la mъsica que en tanto que come suena, sin saberse quiйn la canta ni adуnde suena? їY, despuйs de la comida acabada y las mesas alzadas, quedarse el caballero recostado sobre la silla, y quizб mondбndose los dientes, como es costumbre, entrar a deshora por la puerta de la sala otra mucho mбs hermosa doncella que ninguna de las primeras, y sentarse al lado del caballero, y comenzar a darle cuenta de quй castillo es aquйl, y de cуmo ella estб encantada en йl, con otras cosas que suspenden al caballero y admiran a los leyentes que van leyendo su historia? No quiero alargarme mбs en esto, pues dello se puede colegir que cualquiera parte que se lea, de cualquiera historia de caballero andante, ha de causar gusto y maravilla a cualquiera que la leyere. Y vuestra merced crйame, y, como otra vez le he dicho, lea estos libros, y verб cуmo le destierran la melancolнa que tuviere, y le mejoran la condiciуn, si acaso la tiene mala. De mн sй decir que, despuйs que soy caballero andante, soy valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cortйs, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos, de prisiones, de encantos; y, aunque ha tan poco que me vi encerrado en una jaula, como loco, pienso, por el valor de mi brazo, favoreciйndome el cielo y no me siendo contraria la fortuna, en pocos dнas verme rey de algъn reino, adonde pueda mostrar el agradecimiento y liberalidad que mi pecho encierra. Que, mнa fe, seсor, el pobre estб inhabilitado de poder mostrar la virtud de liberalidad con ninguno, aunque en sumo grado la posea; y el agradecimiento que sуlo consiste en el deseo es cosa muerta, como es muerta la fe sin obras. Por esto querrнa que la fortuna me ofreciese presto alguna ocasiуn donde me hiciese emperador, por mostrar mi pecho haciendo bien a mis amigos, especialmente a este pobre de Sancho Panza, mi escudero, que es el mejor hombre del mundo, y querrнa darle un condado que le tengo muchos dнas ha prometido, sino que temo que no ha de tener habilidad para gobernar su estado.

Casi estas ъltimas palabras oyу Sancho a su amo, a quien dijo:

-Trabaje vuestra merced, seсor don Quijote, en darme ese condado, tan prometido de vuestra merced como de mн esperado, que yo le prometo que no me falte a mн habilidad para gobernarle; y, cuando me faltare, yo he oнdo decir que hay hombres en el mundo que toman en arrendamiento los estados de los seсores, y les dan un tanto cada aсo, y ellos se tienen cuidado del gobierno, y el seсor se estб a pierna tendida, gozando de la renta que le dan, sin curarse de otra cosa; y asн harй yo, y no repararй en tanto mбs cuanto, sino que luego me desistirй de todo, y me gozarй mi renta como un duque, y allб se lo hayan.

-Eso, hermano Sancho -dijo el canуnigo-, entiйndese en cuanto al gozar la renta; empero, al administrar justicia, ha de atender el seсor del estado, y aquн entra la habilidad y buen juicio, y principalmente la buena intenciуn de acertar; que si йsta falta en los principios, siempre irбn errados los medios y los fines; y asн suele Dios ayudar al buen deseo del simple como desfavorecer al malo del discreto.

-No sй esas filosofнas -respondiу Sancho Panza-; mas sуlo sй que tan presto tuviese yo el condado como sabrнa regirle; que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que mбs, y tan rey serнa yo de mi estado como cada uno del suyo; y, siйndolo, harнa lo que quisiese; y, haciendo lo que quisiese, harнa mi gusto; y, haciendo mi gusto, estarнa contento; y, en estando uno contento, no tiene mбs que desear; y, no teniendo mбs que desear, acabуse; y el estado venga, y a Dios y veбmonos, como dijo un ciego a otro.

-No son malas filosofнas йsas, como tъ dices, Sancho; pero, con todo eso, hay mucho que decir sobre esta materia de condados.

A lo cual replicу don Quijote:

-Yo no sй que haya mбs que decir; sуlo me guнo por el ejemplo que me da el grande Amadнs de Gaula, que hizo a su escudero conde de la Нnsula Firme; y asн, puedo yo, sin escrъpulo de conciencia, hacer conde a Sancho Panza, que es uno de los mejores escuderos que caballero andante ha tenido.

Admirado quedу el canуnigo de los concertados disparates que don Quijote habнa dicho, del modo con que habнa pintado la aventura del Caballero del Lago, de la impresiуn que en йl habнan hecho las pensadas mentiras de los libros que habнa leнdo; y, finalmente, le admiraba la necedad de Sancho, que con tanto ahнnco deseaba alcanzar el condado que su amo le habнa prometido.

Ya en esto, volvнan los criados del canуnigo, que a la venta habнan ido por la acйmila del repuesto, y, haciendo mesa de una alhombra y de la verde yerba del prado, a la sombra de unos бrboles se sentaron, y comieron allн, porque el boyero no perdiese la comodidad de aquel sitio, como queda dicho. Y, estando comiendo, a deshora oyeron un recio estruendo y un son de esquila, que por entre unas zarzas y espesas matas que allн junto estaban sonaba, y al mesmo instante vieron salir de entre aquellas malezas una hermosa cabra, toda la piel manchada de negro, blanco y pardo. Tras ella venнa un cabrero dбndole voces, y diciйndole palabras a su uso, para que se detuviese, o al rebaсo volviese. La fugitiva cabra, temerosa y despavorida, se vino a la gente, como a favorecerse della, y allн se detuvo. Llegу el cabrero, y, asiйndola de los cuernos, como si fuera capaz de discurso y entendimiento, le dijo:

-ЎAh cerrera, cerrera, Manchada, Manchada, y cуmo andбis vos estos dнas de pie cojo! їQuй lobos os espantan, hija? їNo me dirйis quй es esto, hermosa? Mas Ўquй puede ser sino que sois hembra, y no podйis estar sosegada; que mal haya vuestra condiciуn, y la de todas aquellas a quien imitбis! Volved, volved, amiga; que si no tan contenta, a lo menos, estarйis mбs segura en vuestro aprisco, o con vuestras compaсeras; que si vos que las habйis de guardar y encaminar andбis tan sin guнa y tan descaminada, їen quй podrбn parar ellas?

Contento dieron las palabras del cabrero a los que las oyeron, especialmente al canуnigo, que le dijo:

-Por vida vuestra, hermano, que os soseguйis un poco y no os acuciйis en volver tan presto esa cabra a su rebaсo; que, pues ella es hembra, como vos decнs, ha de seguir su natural distinto, por mбs que vos os pongбis a estorbarlo. Tomad este bocado y bebed una vez, con que templarйis la cуlera, y en tanto, descansarб la cabra.

Y el decir esto y el darle con la punta del cuchillo los lomos de un conejo fiambre, todo fue uno. Tomуlo y agradeciуlo el cabrero; bebiу y sosegуse, y luego dijo:

-No querrнa que por haber yo hablado con esta alimaсa tan en seso, me tuviesen vuestras mercedes por hombre simple; que en verdad que no carecen de misterio las palabras que le dije. Rъstico soy, pero no tanto que no entienda cуmo se ha de tratar con los hombres y con las bestias.

-Eso creo yo muy bien -dijo el cura-, que ya yo sй de esperiencia que los montes crнan letrados y las cabaсas de los pastores encierran filуsofos.

-A lo menos, seсor -replicу el cabrero-, acogen hombres escarmentados; y para que creбis esta verdad y la toquйis con la mano, aunque parezca que sin ser rogado me convido, si no os enfadбis dello y querйis, seсores, un breve espacio prestarme oнdo atento, os contarй una verdad que acredite lo que ese seсor (seсalando al cura) ha dicho, y la mнa.

A esto respondiу don Quijote:

-Por ver que tiene este caso un no sй quй de sombra de aventura de caballerнa, yo, por mi parte, os oirй, hermano, de muy buena gana, y asн lo harбn todos estos seсores, por lo mucho que tienen de discretos y de ser amigos de curiosas novedades que suspendan, alegren y entretengan los sentidos, como, sin duda, pienso que lo ha de hacer vuestro cuento. Comenzad, pues, amigo, que todos escucharemos.

-Saco la mнa -dijo Sancho-; que yo a aquel arroyo me voy con esta empanada, donde pienso hartarme por tres dнas; porque he oнdo decir a mi seсor don Quijote que el escudero de caballero andante ha de comer, cuando se le ofreciere, hasta no poder mбs, a causa que se les suele ofrecer entrar acaso por una selva tan intricada que no aciertan a salir della en seis dнas; y si el hombre no va harto, o bien proveнdas las alforjas, allн se podrб quedar, como muchas veces se queda, hecho carne momia.

-Tъ estбs en lo cierto, Sancho -dijo don Quijote-: vete adonde quisieres, y come lo que pudieres; que yo ya estoy satisfecho, y sуlo me falta dar al alma su refacciуn, como se la darй escuchando el cuento deste buen hombre.

-Asн las daremos todos a las nuestras -dijo el canуnigo.

Y luego, rogу al cabrero que diese principio a lo que prometido habнa. El cabrero dio dos palmadas sobre el lomo a la cabra, que por los cuernos tenнa, diciйndole:

-Recuйstate junto a mн, Manchada, que tiempo nos queda para volver a nuestro apero.

Parece que lo entendiу la cabra, porque, en sentбndose su dueсo, se tendiу ella junto a йl con mucho sosiego, y, mirбndole al rostro, daba a entender que estaba atenta a lo que el cabrero iba diciendo, el cual comenzу su historia desta manera:



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Capнtulo LI

Que trata de lo que contу el cabrero a todos los que llevaban a don Quijote

-«TRES leguas deste valle estб una aldea que, aunque pequeсa, es de las mбs ricas que hay en todos estos contornos; en la cual habнa un labrador muy honrado, y tanto, que, aunque es anexo al ser rico el ser honrado, mбs lo era йl por la virtud que tenнa que por la riqueza que alcanzaba. Mas lo que le hacнa mбs dichoso, segъn йl decнa, era tener una hija de tan estremada hermosura, rara discreciуn, donaire y virtud, que el que la conocнa y la miraba se admiraba de ver las estremadas partes con que el cielo y la naturaleza la habнan enriquecido. Siendo niсa fue hermosa, y siempre fue creciendo en belleza, y en la edad de diez y seis aсos fue hermosнsima. La fama de su belleza se comenzу a estender por todas las circunvecinas aldeas, їquй digo yo por las circunvecinas no mбs, si se estendiу a las apartadas ciudades, y aun se entrу por las salas de los reyes, y por los oнdos de todo gйnero de gente; que, como a cosa rara, o como a imagen de milagros, de todas partes a verla venнan? Guardбbala su padre, y guardбbase ella; que no hay candados, guardas ni cerraduras que mejor guarden a una doncella que las del recato proprio.

»La riqueza del padre y la belleza de la hija movieron a muchos, asн del pueblo como forasteros, a que por mujer se la pidiesen; mas йl, como a quien tocaba disponer de tan rica joya, andaba confuso, sin saber determinarse a quiйn la entregarнa de los infinitos que le importunaban. Y, entre los muchos que tan buen deseo tenнan, fui yo uno, a quien dieron muchas y grandes esperanzas de buen suceso conocer que el padre conocнa quien yo era, el ser natural del mismo pueblo, limpio en sangre, en la edad floreciente, en la hacienda muy rico y en el ingenio no menos acabado. Con todas estas mismas partes la pidiу tambiйn otro del mismo pueblo, que fue causa de suspender y poner en balanza la voluntad del padre, a quien parecнa que con cualquiera de nosotros estaba su hija bien empleada; y, por salir desta confusiуn, determinу decнrselo a Leandra, que asн se llama la rica que en miseria me tiene puesto, advirtiendo que, pues los dos йramos iguales, era bien dejar a la voluntad de su querida hija el escoger a su gusto: cosa digna de imitar de todos los padres que a sus hijos quieren poner en estado: no digo yo que los dejen escoger en cosas ruines y malas, sino que se las propongan buenas, y de las buenas, que escojan a su gusto. No sй yo el que tuvo Leandra; sуlo sй que el padre nos entretuvo a entrambos con la poca edad de su hija y con palabras generales, que ni le obligaban, ni nos desobligaba tampoco. Llбmase mi competidor Anselmo, y yo Eugenio, porque vais con noticia de los nombres de las personas que en esta tragedia se contienen, cuyo fin aъn estб pendiente; pero bien se deja entender que serб desastrado.

»En esta sazуn, vino a nuestro pueblo un Vicente de la Rosa, hijo de un pobre labrador del mismo lugar; el cual Vicente venнa de las Italias, y de otras diversas partes, de ser soldado. Llevуle de nuestro lugar, siendo muchacho de hasta doce aсos, un capitбn que con su compaснa por allн acertу a pasar, y volviу el mozo de allн a otros doce, vestido a la soldadesca, pintado con mil colores, lleno de mil dijes de cristal y sutiles cadenas de acero. Hoy se ponнa una gala y maсana otra; pero todas sutiles, pintadas, de poco peso y menos tomo. La gente labradora, que de suyo es maliciosa, y dбndole el ocio lugar es la misma malicia, lo notу, y contу punto por punto sus galas y preseas, y hallу que los vestidos eran tres, de diferentes colores, con sus ligas y medias; pero йl hacнa tantos guisados e invenciones dellas, que si no se los contaran, hubiera quien jurara que habнa hecho muestra de mбs de diez pares de vestidos y de mбs de veinte plumajes. Y no parezca impertinencia y demasнa esto que de los vestidos voy contando, porque ellos hacen una buena parte en esta historia.

»Sentбbase en un poyo que debajo de un gran бlamo estб en nuestra plaza, y allн nos tenнa a todos la boca abierta, pendientes de las hazaсas que nos iba contando. No habнa tierra en todo el orbe que no hubiese visto, ni batalla donde no se hubiese hallado; habнa muerto mбs moros que tiene Marruecos y Tъnez, y entrado en mбs singulares desafнos, segъn йl decнa, que Gante y Luna, Diego Garcнa de Paredes y otros mil que nombraba; y de todos habнa salido con vitoria, sin que le hubiesen derramado una sola gota de sangre. Por otra parte, mostraba seсales de heridas que, aunque no se divisaban, nos hacнa entender que eran arcabuzazos dados en diferentes rencuentros y faciones. Finalmente, con una no vista arrogancia, llamaba de vos a sus iguales y a los mismos que le conocнan, y decнa que su padre era su brazo, su linaje, sus obras, y que debajo de ser soldado, al mismo rey no debнa nada. Aсadiуsele a estas arrogancias ser un poco mъsico y tocar una guitarra a lo rasgado, de manera que decнan algunos que la hacнa hablar; pero no pararon aquн sus gracias, que tambiйn la tenнa de poeta, y asн, de cada niсerнa que pasaba en el pueblo, componнa un romance de legua y media de escritura.

»Este soldado, pues, que aquн he pintado, este Vicente de la Rosa, este bravo, este galбn, este mъsico, este poeta fue visto y mirado muchas veces de Leandra, desde una ventana de su casa que tenнa la vista a la plaza. Enamorуla el oropel de sus vistosos trajes, encantбronla sus romances, que de cada uno que componнa daba veinte traslados, llegaron a sus oнdos las hazaсas que йl de sн mismo habнa referido, y, finalmente, que asн el diablo lo debнa de tener ordenado, ella se vino a enamorar dйl, antes que en йl naciese presunciуn de solicitalla. Y, como en los casos de amor no hay ninguno que con mбs facilidad se cumpla que aquel que tiene de su parte el deseo de la dama, con facilidad se concertaron Leandra y Vicente; y, primero que alguno de sus muchos pretendientes cayesen en la cuenta de su deseo, ya ella le tenнa cumplido, habiendo dejado la casa de su querido y amado padre, que madre no la tiene, y ausentбdose de la aldea con el soldado, que saliу con mбs triunfo desta empresa que de todas las muchas que йl se aplicaba.

»Admirу el suceso a toda el aldea, y aun a todos los que dйl noticia tuvieron; yo quedй suspenso, Anselmo, atуnito, el padre triste, sus parientes afrentados, solнcita la justicia, los cuadrilleros listos; tomбronse los caminos, escudriсбronse los bosques y cuanto habнa, y, al cabo de tres dнas, hallaron a la antojadiza Leandra en una cueva de un monte, desnuda en camisa, sin muchos dineros y preciosнsimas joyas que de su casa habнa sacado. Volviйronla a la presencia del lastimado padre; preguntбronle su desgracia; confesу sin apremio que Vicente de la Roca la habнa engaсado, y debajo de su palabra de ser su esposo la persuadiу que dejase la casa de su padre; que йl la llevarнa a la mбs rica y mбs viciosa ciudad que habнa en todo el universo mundo, que era Nбpoles; y que ella, mal advertida y peor engaсada, le habнa creнdo; y, robando a su padre, se le entregу la misma noche que habнa faltado; y que йl la llevу a un бspero monte, y la encerrу en aquella cueva donde la habнan hallado. Contу tambiйn como el soldado, sin quitalle su honor, le robу cuanto tenнa, y la dejу en aquella cueva y se fue: suceso que de nuevo puso en admiraciуn a todos.

»Duro se nos hizo de creer la continencia del mozo, pero ella lo afirmу con tantas veras, que fueron parte para que el desconsolado padre se consolase, no haciendo cuenta de las riquezas que le llevaban, pues le habнan dejado a su hija con la joya que, si una vez se pierde, no deja esperanza de que jamбs se cobre. El mismo dнa que pareciу Leandra la despareciу su padre de nuestros ojos, y la llevу a encerrar en un monesterio de una villa que estб aquн cerca, esperando que el tiempo gaste alguna parte de la mala opiniуn en que su hija se puso. Los pocos aсos de Leandra sirvieron de disculpa de su culpa, a lo menos con aquellos que no les iba algъn interйs en que ella fuese mala o buena; pero los que conocнan su discreciуn y mucho entendimiento no atribuyeron a ignorancia su pecado, sino a su desenvoltura y a la natural inclinaciуn de las mujeres, que, por la mayor parte, suele ser desatinada y mal compuesta.

»Encerrada Leandra, quedaron los ojos de Anselmo ciegos, a lo menos sin tener cosa que mirar que contento le diese; los mнos en tinieblas, sin luz que a ninguna cosa de gusto les encaminase; con la ausencia de Leandra, crecнa nuestra tristeza, apocбbase nuestra paciencia, maldecнamos las galas del soldado y abominбbamos del poco recato del padre de Leandra. Finalmente, Anselmo y yo nos concertamos de dejar el aldea y venirnos a este valle, donde йl, apacentando una gran cantidad de ovejas suyas proprias, y yo un numeroso rebaсo de cabras, tambiйn mнas, pasamos la vida entre los бrboles, dando vado a nuestras pasiones, o cantando juntos alabanzas o vituperios de la hermosa Leandra, o suspirando solos y a solas comunicando con el cielo nuestras querellas.

»A imitaciуn nuestra, otros muchos de los pretendientes de Leandra se han venido a estos бsperos montes, usando el mismo ejercicio nuestro; y son tantos, que parece que este sitio se ha convertido en la pastoral Arcadia, segъn estб colmo de pastores y de apriscos, y no hay parte en йl donde no se oiga el nombre de la hermosa Leandra. Йste la maldice y la llama antojadiza, varia y deshonesta; aquйl la condena por fбcil y ligera; tal la absuelve y perdona, y tal la justicia y vitupera; uno celebra su hermosura, otro reniega de su condiciуn, y, en fin, todos la deshonran, y todos la adoran, y de todos se estiende a tanto la locura, que hay quien se queje de desdйn sin haberla jamбs hablado, y aun quien se lamente y sienta la rabiosa enfermedad de los celos, que ella jamбs dio a nadie; porque, como ya tengo dicho, antes se supo su pecado que su deseo. No hay hueco de peсa, ni margen de arroyo, ni sombra de бrbol que no estй ocupada de algъn pastor que sus desventuras a los aires cuente; el eco repite el nombre de Leandra dondequiera que pueda formarse: Leandra resuenan los montes, Leandra murmuran los arroyos, y Leandra nos tiene a todos suspensos y encantados, esperando sin esperanza y temiendo sin saber de quй tememos. Entre estos disparatados, el que muestra que menos y mбs juicio tiene es mi competidor Anselmo, el cual, teniendo tantas otras cosas de que quejarse, sуlo se queja de ausencia; y al son de un rabel, que admirablemente toca, con versos donde muestra su buen entendimiento, cantando se queja. Yo sigo otro camino mбs fбcil, y a mi parecer el mбs acertado, que es decir mal de la ligereza de las mujeres, de su inconstancia, de su doble trato, de sus promesas muertas, de su fe rompida, y, finalmente, del poco discurso que tienen en saber colocar sus pensamientos e intenciones que tienen.» Y йsta fue la ocasiуn, seсores, de las palabras y razones que dije a esta cabra cuando aquн lleguй; que por ser hembra la tengo en poco, aunque es la mejor de todo mi apero. Йsta es la historia que prometн contaros; si he sido en el contarla prolijo, no serй en serviros corto: cerca de aquн tengo mi majada, y en ella tengo fresca leche y muy sabrosнsimo queso, con otras varias y sazonadas frutas, no menos a la vista que al gusto agradables.



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Capнtulo LII

De la pendencia que don Quijote tuvo con el cabrero, con la rara aventura de los deceplinantes, a quien dio felice fin a costa de su sudor

GENERAL gusto causу el cuento del cabrero a todos los que escuchado le habнan; especialmente le recibiу el canуnigo, que con estraсa curiosidad notу la manera con que le habнa contado, tan lejos de parecer rъstico cabrero cuan cerca de mostrarse discreto cortesano; y asн, dijo que habнa dicho muy bien el cura en decir que los montes criaban letrados. Todos se ofrecieron a Eugenio; pero el que mбs se mostrу liberal en esto fue don Quijote, que le dijo:

-Por cierto, hermano cabrero, que si yo me hallara posibilitado de poder comenzar alguna aventura, que luego luego me pusiera en camino porque vos la tuviйrades buena; que yo sacara del monesterio, donde, sin duda alguna, debe de estar contra su voluntad, a Leandra, a pesar de la abadesa y de cuantos quisieran estorbarlo, y os la pusiera en vuestras manos, para que hiciйrades della a toda vuestra voluntad y talante, guardando, pero, las leyes de la caballerнa, que mandan que a ninguna doncella se le sea fecho desaguisado alguno; aunque yo espero en Dios Nuestro Seсor que no ha de poder tanto la fuerza de un encantador malicioso, que no pueda mбs la de otro encantador mejor intencionado, y para entonces os prometo mi favor y ayuda, como me obliga mi profesiуn, que no es otra si no es favorecer a los desvalidos y menesterosos.

Mirуle el cabrero, y, como vio a don Quijote de tan mal pelaje y catadura, admirуse y preguntу al barbero, que cerca de sн tenнa:

-Seсor, їquiйn es este hombre, que tal talle tiene y de tal manera habla?

-їQuiйn ha de ser -respondiу el barbero- sino el famoso don Quijote de la Mancha, desfacedor de agravios, enderezador de tuertos, el amparo de las doncellas, el asombro de los gigantes y el vencedor de las batallas?

-Eso me semeja -respondiу el cabrero- a lo que se lee en los libros de caballeros andantes, que hacнan todo eso que de este hombre vuestra merced dice; puesto que para mн tengo, o que vuestra merced se burla, o que este gentil hombre debe de tener vacнos los aposentos de la cabeza.

-Sois un grandнsimo bellaco -dijo a esta sazуn don Quijote-; y vos sois el vacнo y el menguado, que yo estoy mбs lleno que jamбs lo estuvo la muy hideputa puta que os pariу.

Y, diciendo y haciendo, arrebatу de un pan que junto a sн tenнa, y dio con йl al cabrero en todo el rostro, con tanta furia, que le remachу las narices; mas el cabrero, que no sabнa de burlas, viendo con cuбntas veras le maltrataban, sin tener respeto a la alhombra, ni a los manteles, ni a todos aquellos que comiendo estaban, saltу sobre don Quijote, y, asiйndole del cuello con entrambas manos, no dudara de ahogalle, si Sancho Panza no llegara en aquel punto, y le asiera por las espaldas y diera con йl encima de la mesa, quebrando platos, rompiendo tazas y derramando y esparciendo cuanto en ella estaba. Don Quijote, que se vio libre, acudiу a subirse sobre el cabrero; el cual, lleno de sangre el rostro, molido a coces de Sancho, andaba buscando a gatas algъn cuchillo de la mesa para hacer alguna sanguinolenta venganza, pero estorbбbanselo el canуnigo y el cura; mas el barbero hizo de suerte que el cabrero cogiу debajo de sн a don Quijote, sobre el cual lloviу tanto nъmero de mojicones, que del rostro del pobre caballero llovнa tanta sangre como del suyo.

Reventaban de risa el canуnigo y el cura, saltaban los cuadrilleros de gozo, zuzaban los unos y los otros, como hacen a los perros cuando en pendencia estбn trabados; sуlo Sancho Panza se desesperaba, porque no se podнa desasir de un criado del canуnigo, que le estorbaba que a su amo no ayudase.

En resoluciуn, estando todos en regocijo y fiesta, sino los dos aporreantes que se carpнan, oyeron el son de una trompeta, tan triste que les hizo volver los rostros hacia donde les pareciу que sonaba; pero el que mбs se alborotу de oнrle fue don Quijote, el cual, aunque estaba debajo del cabrero, harto contra su voluntad y mбs que medianamente molido, le dijo:

-Hermano demonio, que no es posible que dejes de serlo, pues has tenido valor y fuerzas para sujetar las mнas, ruйgote que hagamos treguas, no mбs de por una hora; porque el doloroso son de aquella trompeta que a nuestros oнdos llega me parece que a alguna nueva aventura me llama.

El cabrero, que ya estaba cansado de moler y ser molido, le dejу luego, y don Quijote se puso en pie, volviendo asimismo el rostro adonde el son se oнa, y vio a deshora que por un recuesto bajaban muchos hombres vestidos de blanco, a modo de diciplinantes.

Era el caso que aquel aсo habнan las nubes negado su rocнo a la tierra, y por todos los lugares de aquella comarca se hacнan procesiones, rogativas y diciplinas, pidiendo a Dios abriese las manos de su misericordia y les lloviese; y para este efecto la gente de una aldea que allн junto estaba venнa en procesiуn a una devota ermita que en un recuesto de aquel valle habнa.

Don Quijote, que vio los estraсos trajes de los diciplinantes, sin pasarle por la memoria las muchas veces que los habнa de haber visto, se imaginу que era cosa de aventura, y que a йl solo tocaba, como a caballero andante, el acometerla; y confirmуle mбs esta imaginaciуn pensar que una imagen que traнan cubierta de luto fuese alguna principal seсora que llevaban por fuerza aquellos follones y descomedidos malandrines; y, como esto le cayу en las mientes, con gran ligereza arremetiу a Rocinante, que paciendo andaba, quitбndole del arzуn el freno y el adarga, y en un punto le enfrenу, y, pidiendo a Sancho su espada, subiу sobre Rocinante y embrazу su adarga, y dijo en alta voz a todos los que presentes estaban:

-Agora, valerosa compaснa, veredes cuбnto importa que haya en el mundo caballeros que profesen la orden de la andante caballerнa; agora digo que veredes, en la libertad de aquella buena seсora que allн va cautiva, si se han de estimar los caballeros andantes.

Y, en diciendo esto, apretу los muslos a Rocinante, porque espuelas no las tenнa, y, a todo galope, porque carrera tirada no se lee en toda esta verdadera historia que jamбs la diese Rocinante, se fue a encontrar con los diciplinantes, bien que fueran el cura y el canуnigo y barbero a detenelle; mas no les fue posible, ni menos le detuvieron las voces que Sancho le daba, diciendo:

-їAdуnde va, seсor don Quijote? їQuй demonios lleva en el pecho, que le incitan a ir contra nuestra fe catуlica? Advierta, mal haya yo, que aquйlla es procesiуn de diciplinantes, y que aquella seсora que llevan sobre la peana es la imagen benditнsima de la Virgen sin mancilla; mire, seсor, lo que hace, que por esta vez se puede decir que no es lo que sabe.

Fatigуse en vano Sancho, porque su amo iba tan puesto en llegar a los ensabanados y en librar a la seсora enlutada, que no oyу palabra; y, aunque la oyera, no volviera, si el rey se lo mandara. Llegу, pues, a la procesiуn, y parу a Rocinante, que ya llevaba deseo de quietarse un poco, y, con turbada y ronca voz, dijo:

-Vosotros, que, quizб por no ser buenos, os encubrнs los rostros, atended y escuchad lo que deciros quiero.

Los primeros que se detuvieron fueron los que la imagen llevaban; y uno de los cuatro clйrigos que cantaban las ledanнas, viendo la estraсa catadura de don Quijote, la flaqueza de Rocinante y otras circunstancias de risa que notу y descubriу en don Quijote, le respondiу diciendo:

-Seсor hermano, si nos quiere decir algo, dнgalo presto, porque se van estos hermanos abriendo las carnes, y no podemos, ni es razуn que nos detengamos a oнr cosa alguna, si ya no es tan breve que en dos palabras se diga.

-En una lo dirй -replicу don Quijote-, y es йsta: que luego al punto dejйis libre a esa hermosa seсora, cuyas lбgrimas y triste semblante dan claras muestras que la llevбis contra su voluntad y que algъn notorio desaguisado le habedes fecho; y yo, que nacн en el mundo para desfacer semejantes agravios, no consentirй que un solo paso adelante pase sin darle la deseada libertad que merece.

En estas razones, cayeron todos los que las oyeron que don Quijote debнa de ser algъn hombre loco, y tomбronse a reнr muy de gana; cuya risa fue poner pуlvora a la cуlera de don Quijote, porque, sin decir mбs palabra, sacando la espada, arremetiу a las andas. Uno de aquellos que las llevaban, dejando la carga a sus compaсeros, saliу al encuentro de don Quijote, enarbolando una horquilla o bastуn con que sustentaba las andas en tanto que descansaba; y, recibiendo en ella una gran cuchillada que le tirу don Quijote, con que se la hizo dos partes, con el ъltimo tercio, que le quedу en la mano, dio tal golpe a don Quijote encima de un hombro, por el mismo lado de la espada, que no pudo cubrir el adarga contra villana fuerza, que el pobre don Quijote vino al suelo muy malparado.

Sancho Panza, que jadeando le iba a los alcances, viйndole caнdo, dio voces a su moledor que no le diese otro palo, porque era un pobre caballero encantado, que no habнa hecho mal a nadie en todos los dнas de su vida. Mas, lo que detuvo al villano no fueron las voces de Sancho, sino el ver que don Quijote no bullнa pie ni mano; y asн, creyendo que le habнa muerto, con priesa se alzу la tъnica a la cinta, y dio a huir por la campaсa como un gamo.

Ya en esto llegaron todos los de la compaснa de don Quijote adonde йl estaba; y mбs los de la procesiуn, que los vieron venir corriendo, y con ellos los cuadrilleros con sus ballestas, temieron algъn mal suceso, y hiciйronse todos un remolino alrededor de la imagen; y, alzados los capirotes, empuсando las diciplinas, y los clйrigos los ciriales, esperaban el asalto con determinaciуn de defenderse, y aun ofender, si pudiesen, a sus acometedores; pero la fortuna lo hizo mejor que se pensaba, porque Sancho no hizo otra cosa que arrojarse sobre el cuerpo de su seсor, haciendo sobre йl el mбs doloroso y risueсo llanto del mundo, creyendo que estaba muerto.

El cura fue conocido de otro cura que en la procesiуn venнa, cuyo conocimiento puso en sosiego el concebido temor de los dos escuadrones. El primer cura dio al segundo, en dos razones, cuenta de quiйn era don Quijote, y asн йl como toda la turba de los diciplinantes fueron a ver si estaba muerto el pobre caballero, y oyeron que Sancho Panza, con lбgrimas en los ojos, decнa:

-ЎOh flor de la caballerнa, que con solo un garrotazo acabaste la carrera de tus tan bien gastados aсos! ЎOh honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha, y aun de todo el mundo, el cual, faltando tъ en йl, quedarб lleno de malhe[c]hores, sin temor de ser castigados de sus malas fechorнas! ЎOh liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos ocho meses de servicio me tenнas dada la mejor нnsula que el mar ciсe y rodea! ЎOh humilde con los soberbios y arrogante con los humildes, acometedor de peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin causa, imitador de los buenos, azote de los malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede!

Con las voces y gemidos de Sancho reviviу don Quijote, y la primer palabra que dijo fue:

-El que de vos vive ausente, dulcнsima Dulcinea, a mayores miserias que йstas estб sujeto. Ayъdame, Sancho amigo, a ponerme sobre el carro encantado, que ya no estoy para oprimir la silla de Rocinante, porque tengo todo este hombro hecho pedazos.

-Eso harй yo de muy buena gana, seсor mнo -respondiу Sancho-, y volvamos a mi aldea en compaснa destos seсores, que su bien desean, y allн daremos orden de hacer otra salida que nos sea de mбs provecho y fama.

-Bien dices, Sancho -respondiу don Quijote-, y serб gran prudencia dejar pasar el mal influjo de las estrellas que agora corre.

El canуnigo y el cura y barbero le dijeron que harнa muy bien en hacer lo que decнa; y asн, habiendo recebido grande gusto de las simplicidades de Sancho Panza, pusieron a don Quijote en el carro, como antes venнa. La procesiуn volviу a ordenarse y a proseguir su camino; el cabrero se despidiу de todos; los cuadrilleros no quisieron pasar adelante, y el cura les pagу lo que se les debнa. El canуnigo pidiу al cura le avisase el suceso de don Quijote, si sanaba de su locura o si proseguнa en ella, y con esto tomу licencia para seguir su viaje. En fin, todos se dividieron y apartaron, quedando solos el cura y barbero, don Quijote y Panza, y el bueno de Rocinante, que a todo lo que habнa visto estaba con tanta paciencia como su amo.

El boyero unciу sus bueyes y acomodу a don Quijote sobre un haz de heno, y con su acostumbrada flema siguiу el camino que el cura quiso, y a cabo de seis dнas llegaron a la aldea de don Quijote, adonde entraron en la mitad del dнa, que acertу a ser domingo, y la gente estaba toda en la plaza, por mitad de la cual atravesу el carro de don Quijote. Acudieron todos a ver lo que en el carro venнa, y, cuando conocieron a su compatrioto, quedaron maravillados, y un muchacho acudiу corriendo a dar las nuevas a su ama y a su sobrina de que su tнo y su seсor venнa flaco y amarillo, y tendido sobre un montуn de heno y sobre un carro de bueyes. Cosa de lбstima fue oнr los gritos que las dos buenas seсoras alzaron, las bofetadas que se dieron, las maldiciones que de nuevo echaron a los malditos libros de caballerнas; todo lo cual se renovу cuando vieron entrar a don Quijote por sus puertas.

A las nuevas desta venida de don Quijote, acudiу la mujer de Sancho Panza, que ya habнa sabido que habнa ido con йl sirviйndole de escudero, y, asн como vio a Sancho, lo primero que le preguntу fue que si venнa bueno el asno. Sancho respondiу que venнa mejor que su amo.

-Gracias sean dadas a Dios -replicу ella-, que tanto bien me ha hecho; pero contadme agora, amigo: їquй bien habйis sacado de vuestras escuderнas?, їquй saboyana me traйis a mн?, їquй zapaticos a vuestros hijos?

-No traigo nada deso -dijo Sancho-, mujer mнa, aunque traigo otras cosas de mбs momento y consideraciуn.

-Deso recibo yo mucho gusto -respondiу la mujer-; mostradme esas cosas de mбs consideraciуn y mбs momento, amigo mнo, que las quiero ver, para que se me alegre este corazуn, que tan triste y descontento ha estado en todos los siglos de vuestra ausencia.

-En casa os las mostrarй, mujer -dijo Panza-, y por agora estad contenta, que, siendo Dios servido de que otra vez salgamos en viaje a buscar aventuras, vos me verйis presto conde o gobernador de una нnsula, y no de las de por ahн, sino la mejor que pueda hallarse.

-Quiйralo asн el cielo, marido mнo; que bien lo habemos menester. Mas, decidme: їquй es eso de нnsulas, que no lo entiendo?

-No es la miel para la boca del asno -respondiу Sancho-; a su tiempo lo verбs, mujer, y aun te admirarбs de oнrte llamar Seсorнa de todos tus vasallos.

-їQuй es lo que decнs, Sancho, de seсorнas, нnsulas y vasallos? -respondiу Juana Panza, que asн se llamaba la mujer de Sancho, aunque no eran parientes, sino porque se usa en la Mancha tomar las mujeres el apellido de sus maridos.

-No te acucies, Juana, por saber todo esto tan apriesa; basta que te digo verdad, y cose la boca. Sуlo te sabrй decir, asн de paso, que no hay cosa mбs gustosa en el mundo que ser un hombre honrado escudero de un caballero andante buscador de aventuras. Bien es verdad que las mбs que se hallan no salen tan a gusto como el hombre querrнa, porque de ciento que se encuentran, las noventa y nueve suelen salir aviesas y torcidas. Sйlo yo de expiriencia, porque de algunas he salido manteado, y de otras molido; pero, con todo eso, es linda cosa esperar los sucesos atravesando montes, escudriсando selvas, pisando peсas, visitando castillos, alojando en ventas a toda discreciуn, sin pagar, ofrecido sea al diablo, el maravedн.

Todas estas plбticas pasaron entre Sancho Panza y Juana Panza, su mujer, en tanto que el ama y sobrina de don Quijote le recibieron, y le desnudaron, y le tendieron en su antiguo lecho. Mirбbalas йl con ojos atravesados, y no acababa de entender en quй parte estaba. El cura encargу a la sobrina tuviese gran cuenta con regalar a su tнo, y que estuviesen alerta de que otra vez no se les escapase, contando lo que habнa sido menester para traelle a su casa. Aquн alzaron las dos de nuevo los gritos al cielo; allн se renovaron las maldiciones de los libros de caballerнas, allн pidieron al cielo que confundiese en el centro del abismo a los autores de tantas mentiras y disparates. Finalmente, ellas quedaron confusas y temerosas de que se habнan de ver sin su amo y tнo en el mesmo punto que tuviese alguna mejorнa; y sн fue como ellas se lo imaginaron.

Pero el autor desta historia, puesto que con curiosidad y diligencia ha buscado los hechos que don Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticia de ellas, a lo menos por escrituras autйnticas; sуlo la fama ha guardado, en las memorias de la Mancha, que don Quijote, la tercera vez que saliу de su casa, fue a Zaragoza, donde se hallу en unas famosas justas que en aquella ciudad hicieron, y allн le pasaron cosas dignas de su valor y buen entendimiento. Ni de su fin y acabamiento pudo alcanzar cosa alguna, ni la alcanzara ni supiera si la buena suerte no le deparara un antiguo mйdico que tenнa en su poder una caja de plomo, que, segъn йl dijo, se habнa hallado en los cimientos derribados de una antigua ermita que se renovaba; en la cual caja se habнan hallado unos pergaminos escritos con letras gуticas, pero en versos castellanos, que contenнan muchas de sus hazaсas y daban noticia de la hermosura de Dulcinea del Toboso, de la figura de Rocinante, de la fidelidad de Sancho Panza y de la sepultura del mesmo don Quijote, con diferentes epitafios y elogios de su vida y costumbres.

Y los que se pudieron leer y sacar en limpio fueron los que aquн pone el fidedigno autor desta nueva y jamбs vista historia. El cual autor no pide a los que la leyeren, en premio del inmenso trabajo que le costу inquerir y buscar todos los archivos manchegos, por sacarla a luz, sino que le den el mesmo crйdito que suelen dar los discretos a los libros de caballerнas, que tan validos andan en el mundo; que con esto se tendrб por bien pagado y satisfecho, y se animarб a sacar y buscar otras, si no tan verdaderas, a lo menos de tanta invenciуn y pasatiempo.

Las palabras primeras que estaban escritas en el pergamino que se hallу en la caja de plomo eran йstas:



58

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5860

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60

Los acadйmicos de la Argamasilla, lugar de la Mancha, en vida y muerte del valeroso don Quijote de la Mancha, hoc scripserunt:

El Monicongo, acadйmico de la Argamasilla, a la sepultura de don Quijote

Epitafio

El calvatrueno que adornу a la Mancha

de mбs despojos que Jasуn decreta;

el jьicio que tuvo la veleta

aguda donde fuera mejor ancha,

el brazo que su fuerza tanto ensancha,

que llegу del Catay hasta Gaeta,

la musa mбs horrenda y mбs discreta

que grabу versos en la broncнnea plancha,

el que a cola dejу los Amadises,

y en muy poquito a Galaores tuvo,

estribando en su amor y bizarrнa,

el que hizo callar los Belianises,

aquel que en Rocinante errando anduvo,

yace debajo desta losa frнa.

Del Paniaguado, acadйmico de la Argamasilla, In laudem Dulcineae del Toboso

Soneto

Esta que veis de rostro amondongado,

alta de pechos y ademбn brioso,

es Dulcinea, reina del Toboso,

de quien fue el gran Quijote aficionado.

Pisу por ella el uno y otro lado

de la gran Sierra Negra, y el famoso

campo de Montпel, hasta el herboso

llano de Aranjьez, a pie y cansado.

Culpa de Rocinante, Ўoh dura estrella!,

que esta manchega dama, y este invito

andante caballero, en tiernos aсos,

ella dejу, muriendo, de ser bella;

y йl, aunque queda en mбrmores escrito,

no pudo huir de amor, iras y engaсos.

Del Caprichoso, discretнsimo acadйmico de la Argamasilla, en loor de Rocinante, caballo de don Quijote de la Mancha

Soneto

En el soberbio trono diamantino

que con sangrientas plantas huella Marte,

frenйtico, el Manchego su estandarte

tremola con esfuerzo peregrino.

Cuelga las armas y el acero fino

con que destroza, asuela, raja y parte:

Ўnuevas proezas!, pero inventa el arte

un nuevo estilo al nuevo paladino.

Y si de su Amadнs se precia Gaula,

por cuyos bravos descendientes Grecia

triunfу mil veces y su fama ensancha,

hoy a Quijote le corona el aula

do Belona preside, y dйl se precia,

mбs que Grecia ni Gaula, la alta Mancha.

Nunca sus glorias el olvido mancha,

pues hasta Rocinante, en ser gallardo,

excede a Brilladoro y a Bayardo.

Del Burlador, acadйmico argamasillesco, a Sancho Panza

Soneto

Sancho Panza es aquйste, en cuerpo chico,

pero grande en valor, Ўmilagro estraсo!

Escudero el mбs simple y sin engaсo

que tuvo el mundo, os juro y certifico.

De ser conde no estuvo en un tantico,

si no se conjuraran en su daсo

insolencias y agravios del tacaсo

siglo, que aun no perdonan a un borrico.

Sobre йl anduvo -con perdуn se miente-

este manso escudero, tras el manso

caballo Rocinante y tras su dueсo.

ЎOh vanas esperanzas de la gente;

cуmo pasбis con prometer descanso,

y al fin parбis en sombra, en humo, en sueсo!

Del Cachidiablo, acadйmico de la Argamasilla, en la sepultura de don Quijote

Epitafio

Aquн yace el caballero,

bien molido y mal andante,

a quien llevу Rocinante

por uno y otro sendero.

Sancho Panza el majadero

yace tambiйn junto a йl,

escudero el mбs fпel

que vio el trato de escudero.

Del Tiquitoc, acadйmico de la Argamasilla, en la sepultura de Dulcinea del Toboso

Epitafio

Reposa aquн Dulcinea;

y, aunque de carnes rolliza,

la volviу en polvo y ceniza

la muerte espantable y fea.

Fue de castiza ralea,

y tuvo asomos de dama;

del gran Quijote fue llama,

y fue gloria de su aldea.


Éstos fueron los versos que se pudieron leer; los demás, por estar carcomida la letra, se entregaron a un académico para que por conjeturas los declarase. Tiénese noticia que lo ha hecho, a costa de muchas vigilias y mucho trabajo, y que tiene intención de sacallos a luz, con esperanza de la tercera salida de don Quijote.

Forsi altro canterà con miglior plectio.


FINIS

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