CAPITULO


TERCERA PARTE

Acerca de la intriga y el deseo

El sufrimiento del amor es mucho más dulce

Que todos los restantes placeres.

Tyrannic Love

-John Dryden

18

El tiempo que transcurrió después del anuncio de Melissa en el saloncito fue bastante extraño. Dominic palideció al oír el nombre de Latimer, y con una mezcla de alegría y dolor ella vio, como hipnotizada, que él se le acercaba. Melissa no había tenido idea del efecto que sus palabras producirían en Dominic, y carecía totalmente de preparación para la profundidad de la aversión de su esposo. Ciertamente, no se engañaba creyendo que tal vez él respondía a los sentimientos perfectamente profundos que le pro­fesaba. Algo mucho más intenso que los meros celos había deter­minado las palabras y los actos de Dominic.

En sus rasgos se dibujó una expresión fría y dura, y con voz helada rezongó: -Si algún día te encuentro en los brazos de Lati­mer, lo mataré ahí mismo, ¡y después haré que tú lamentes por el resto de tu vida el mero hecho de haber conocido su nombre!

Sin decir una palabra más salió de la habitación.

No era exactamente la reacción que Melissa había anhela­do, pero intentó consolarse con el pensamiento de que por lo me-nos no se había reído de ella, ni se había mostrado indiferente. De todos modos, no se sentía muy reconfortada, y ella había estado te­miendo el.próximo encuentro, y preguntándose cómo la trataría Dominic -si con frialdad, con indiferencia, o fingiendo que el in­cidente no había existido.

Dominic eligió esta última forma, y Melissa no supo si se sentía decepcionada o agradecida. Cuando se reunió con ella a la mañana siguiente en la pequeña sala del desayuno, Dominic la recibió cordial, y ella vio asombrada que de hecho pasaba parte del día a su lado. No se mencionó la desagradable escena de la víspera, y mientras ella esperaba nerviosamente que Dominic formulase un comentario o abordase de nuevo el tema, él no respondió a tales expectativas. En cambio, se comportó como podría hacerlo un marido reciente, mostró las instalaciones a su esposa, atrajo su atención sobre los cambios que podían realizarse y pidió su opi­nión acerca de las renovaciones que él proyectaba.

Asombrada, Melissa se adaptó a ese estilo, y en ocasiones incluso consiguió olvidar durante varios minutos por vez los obstáculos en apariencia insuperables que se alzaban entre ellos. Al principio, ella se mostró optimista acerca del estado de cosas. Si Dominic pasaba la mayor parte de sus horas con ella, no dis­pondría de tiempo para ver a la diosa Deborah, ¿verdad? Y como ella ahora había conseguido atraer la atención de su marido, podía comenzar a reparar los daños provocados en ese desastroso prin­cipio, y a crear una forma de armonía duradera entre ellos.

Necesitó casi una semana para comprender que no tenía mo­tivos que justificaran su optimismo. Quizás ahora Dominic no conti­nuaba sus encuentros escandalosos con Deborah, ¡pero ciertamen­te no parecía en absoluto dispuesto a perseguir tampoco a su esposa! Se mostraba tan cortés con Melissa que poco a poco ella co­menzó a sentir que era una visita, más que la señora de la casa.

Se había apartado sutilmente de ella; ya no mostraba esas sonrisas burlonas, y la expresión de los elocuentes ojos grises con­tinuaba siendo la misma, fríamente cortés, sin el más mínimo atis­bo del brillo sensual que aceleraban los latidos del corazón de Me­lissa, y sin indicios de que existiera una pasión apenas contenida. Se mostraba sumamente cuidadoso en el modo de tocarla, y su ma­no no se demoraba un segundo más que lo necesario en el brazo de Melissa, cuando la acompañaba en una recorrida por los terre­nos; y Melissa por su parte trataba de convencerse de que esto era exactamente lo que ella deseaba. ¿Acaso no le había dicho que no la tocase? Pero puesto que él estaba haciendo ahora exactamente lo que ella había pedido, ¿por qué se sentía tan desgraciada?

No sólo parecía que él deseaba el mínimo de contacto físico con Melissa, sino que también, observó deprimida la joven, se apresuraba a desviar la conversación de todos los temas que aun­que fuese remotamente tuviesen un carácter personal, y así los po­cos e inseguros intentos de Melissa de comentar las dificultades que los separaban se veían prontamente anulados.

Cuando pasó otra semana, ella estaba profundamente de­primida, y tenía la certeza de que se la había condenado a pasar el resto de su vida atada al individuo frío y austero en que se había convertido Dominic. En realidad, estaba tan deprimida que inclu­so se las arregló para disculpar la aparente relación de Dominic con la bella lady Deborah, y se criticó lo mismo por haberse com­portado de un modo tan apresurado y absurdo la noche de la bo­da. Sus ojos seguían ansiosos los movimientos del cuerpo de an­chas espaldas, y ella ansiaba que se le ofreciera otra vez una oportunidad. Se decía desalentada. Cuán diferente sería ahora su comportamiento. Controlaría mi maldita lengua. Y mi lamentable carácter. Trataría de mostrarme más comprensiva. Tendería me­nos a extraer conclusiones apresuradas...

La situación de ningún modo era más fácil para Dominic, sobre todo porque nada le habría agradado más que alentar los in­seguros avances de Melissa. Pero la cólera asesina que había esta­llado en su cuerpo ante la idea misma de que Latimer siquiera pu­diese tocarla lo había impresionado, y lo había llevado a entender que lo que sentía por Melissa no era un capricho pasajero. En el curso de su vida nunca había estado en actitud posesiva frente a una mujer, y el descubrimiento de que Melissa excitaba en el fue­ro íntimo del propio Dominic esos sentimientos primitivos e in­controlables había sido una experiencia desconcertante.

Esa noche, después de separarse de Melissa en el saloncito, la había pasado insomne. Habla formulado toda suerte de excusas para justificar su comportamiento, pero aunque en definitiva pu­do formular una satisfactoria explicación racional a las cosas, quedó con la incómoda sensación de que sólo estaba engañándo­se él mismo. Melissa lo había irritado y desconcertado desde el primer momento en que la vio, y en definitiva Dominic llegó con mucho desagrado a la conclusión de que la sugerencia de Melissa, la noche de la boda, en el sentido de que llegasen a conocerse me­jor antes de establecer una relación física íntima, no había sido el concepto ridículo que en ese momento le había parecido. Además, se dijo con expresión sombría: Melissa había aclarado muy bien que no deseaba compartir la cama con él. Y por el momento él es­taba dispuesto a respetar las condiciones de su esposa, por irritan­tes que ellas fuesen.

Lo que necesitamos, reconoció de mala gana, es un poco de espacio. Una pausa. Un poco de tiempo para conocernos mejor... tiempo para descubrir si se casó conmigo por mi dinero... tiempo para descubrir si provoco en ella algún sentimiento...

Si él conseguía mantener una aire de serena cortesía, quizá lograra descubrir el modo de que el matrimonio fuese, si no feliz, por lo menos soportable. Pero se preguntaba: ¿Cómo lograría mantener quietas las manos cuando todos los miembros de su cuerpo vibraban a causa del deseo más intenso siempre que ella se le acercaba? Gruñó por lo bajo. Estaba engañándose. No se trata­ba sólo de su proximidad, ¡no era necesario que ella estuviese en la misma habitación con Dominic y ya él reaccionaba nada más que ante el pensamiento de hacerle el amor! Pero reconociendo que un poco de castidad podría venirles muy bien a ambos, se re­signó hoscamente a representar el papel del anfitrión amable.

No era un papel que lo complaciera, pero Dominic había si­do siempre un hombre capaz de controlar totalmente sus senti­mientos, y ahora necesitaba demostrarse que muy bien podía com­portarse con su acostumbrada y conocida sangre fría -por mucho que deseara a Melissa, o por ridícula que fuera la situación. Pensó irritado: ¡Por Dios, es mi esposa, y tengo el derecho de hacerle el amor si así lo deseo! Pero con intenso fastidio, una voz desagrada­ble murmuró en su cerebro: Pero ella no te quiere....

Los días siguientes fueron una curiosa mezcla de placer y sufrimiento para Dominic, y los vacilantes intentos de Melissa de acortar la distancia que él había puesto intencionalmente entre ellos presionó tremendamente sobre las buenas intenciones que él se había formado. Al principio no había sido difícil; se sentía tan encolerizado y ofendido por la amenaza de Melissa de tomar co­mo amante a Latimer que no podía alentar ni desalentar las inicia­tivas de paz de Melissa. Pero a medida que pasaban los días, des­cubrió que era cada vez más difícil mantener su actitud de distanciamiento.

Mientras él representaba el papel de anfitrión cortés, los dos habían dedicado muchas horas a explorar la propiedad adya­cente a la casa, y habían consagrado parte del tiempo a conectar distraídamente los planes de los anexos que construirían para al­bergar a los animales asignados a esa propiedad y no a Mil Robles. Pero el control férreo de Dominic poco a poco se debilitó, y él tu­vo irritada conciencia de que estaba ablandándose. Muy pronto, mientras conversaban una tarde acerca de ciertas reformas en la cabaña, él se sorprendió pensando que Melissa se mostraba abso­lutamente encantadora con su agradable sonrojo al oír que él mencionaba con voz neutra un sector dedicado al cuarto de los niños. Después, y durante muchos minutos, él se sintió muy reani­mado, pues la idea de ser el padre de los hijos de Melissa le pare­ció sumamente atractiva.

Las largas veladas estivales podrían haber sido muy difíci­les si no hubieran podido distraerse comentando los diferentes li­najes de los caballos que Dominic poseía, y el posible efecto que la cruza con Locura tendría en la progenie obtenida de ellos. De­dicaron muchísimo tiempo a hablar de caballos, tanto porque era un tema seguro como porque ambos tenían verdadera afición por ellos. Dominic comprobó con grata sorpresa que Melissa sabía mucho de caballos de pura sangre, y que no vacilaba en absoluto cuando llegaba el momento de formular su opinión.

-¿Cómo puedes desechar sin más a Godolphin Barb? -pre­guntó ella una noche, ambos sentados en la galería, discutiendo amablemente acerca de la historia de los caballos de pura sangre-. Mira el caso de Cade. ¿Y qué me dices de su hijo Matchem? Todos han contribuido enormemente a la estirpe. -Meneando la cabeza dijo con voz firme:- Tu comentario cuando dices que el árabe Darley es el que más influye aún necesita demostración.

Dominic se sintió impresionado por el caudal de informa­ción que ella había reunido a lo largo de los años, sobre todo cuan­do pensó que Melissa nunca había viajado mucho, y había salido de Willowglen sólo para asistir a las carreras. Cuando percibió la expresión de deseos que se dibujó en la hermosa cara de la joven al hablar de la posibilidad de asistir al Derby de Epsom, en Ingla­terra, se dijo que una vez que esa maldita contienda con Inglate­rra hubiese concluido, la llevaría allí, para que asistiera a la más importante de las carreras de caballos.

Pero aunque estaba apasionadamente interesada en los ca­ballos, no parecía, según observó bastante divertido Dominic, muy obsesionada por los adornos y los vestidos que concitaban el in­terés intenso de muchas de las amigas del propio Dominic. Había agradecido muy amablemente a Dominic las cosas hermosas que él le había comprado, y aunque Dominic no dudaba de que las agradecía y de que le complacía usar prendas hermosas, al ver el descuido con que trataba las piezas de su atuendo comprendió claramente que se habría sentido perfectamente feliz vistiendo las raídas prendas que llevaba puestas la primera vez que él la vio. Dominic suponía que debía sentirse agradecido porque no estaba recibiendo las exorbitantes facturas que acompañaban a las co­lecciones de prendas femeninas, que apenas cumplían alguna fun­ción en Mil Robles, con su limitada sociedad, pero la actitud de Melissa lo desconcertaba todavía más. Ella no se comportaba co­mo la bruja mercenaria que él había creído ver inicialmente.

Con respecto al celo en las actividades domésticas, Dominic comprendió de inmediato que su esposa no se interesaba en lo más mínimo por la administración del hogar. Mientras tuviese ali­mentos comestibles a horas razonables y se mantuviese la casa en un nivel tolerable de limpieza, parecía perfectamente satisfecha.

Como siempre había vivido en un hogar impecablemente administrado, Dominic se enorgullecía de haber demostrado ex­celente previsión para emplear un ama de llaves y un personal competentes. Si hubiese quedado a merced de los cuidados de Melissa, ¡Dominic estaba seguro de que con frecuencia hubiese cenado pan rancio y queso con hongos en un comedor adornado con telarañas y salpicado de polvo!

Una cálida y sugestiva mañana Dominic advirtió que el gol­peteo del pie de Melissa sobre el piso trasuntaba su impaciencia por salir de la casa, mientras el ama de llaves, la señora Meeks, enumeraba las tareas diarias que era necesario ejecutar en las instalaciones; y Dominic tuvo que volverse para disimular su regoci­jo. ¡Era evidente que Melissa estaba más interesada en probar la nueva yegua que él le había comprado que en saber que la casa es­taba bien o mal dirigida! Y no lo sorprendió en absoluto que Me­lissa sonriera luminosa a la señora Meeks, y le dijese cordialmen­te: -Señora Meeks, lo dejo todo en sus manos eficaces. Usted decida el menú de hoy. Y con respecto a las restantes cosas, estoy segura de que el señor Slade y yo nos sentiremos sumamente satis­fechos con el modo en que usted cumple sus obligaciones.

Apoyó confiadamente su brazo en el de Dominic, y lo miró.

-¿Salimos ahora? Sé que los caballos están esperándonos. Con un resplandor burlón en los ojos grises, Dominic mur­muró: -¡Qué esposa tan doméstica me ha tocado! ¿Estás segura de que soportarás verte alejada de las tareas fascinantes que sugi­rió la señora Meeks?

Melissa lo miró con una expresión de encantadora culpabi­lidad. Preguntó dubitativa: -¿Crees que debería quedarme aquí? Quizás está mal que yo encargue a la señora Meeks que se ocupe de todo.

Dominic se echó a reír.

-Querida, precisamente para eso le pago un sueldo ridícu­lamente elevado.

La expresión de culpabilidad de Melissa se acentuó.

-¡Oh, querido! -exclamó-. ¡No había pensado en eso! Soy muy descuidada, ¿verdad? ¿Preferirías que me ocupe más activa­mente de todo, porque de ese modo no necesitarías los servicios de la señora Meeks?

Dominic la miró pensativo, y al fin dijo con amabilidad: -si permanecieras aquí en la casa, me vería privado de tu encantado­ra compañía, ¿verdad?

Sonrojándose deliciosamente, Melissa asintió con timidez, y el corazón le latió excitado en el pecho. En momentos como éste, ella se veía en graves dificultades para creer que él era verdadera­mente un mujeriego, pese a que sabía que en efecto ése era el ca­so; y se preguntaba inquieta cuánto tiempo él podría mantener la atención concentrada en su esposa. Cuánto tiempo pasaría antes de que se hastiase y comenzase a buscar alrededor, para identifi­car a la mujer a quien esclavizaría con su encanto hipnótico.

Si Melissa tenía dificultades al recordar las inclinaciones al mariposeo de Dominic, él se veía en una situación igualmente difícil para reconciliar a la cautivante criatura que acentuaba día tras día la atracción mágica que ejercía sobre él, con la mujerzue­la aparentemente cautivadora que con tanta sangre fría lo había atrapado para llevarlo al matrimonio. Era cierto que más allá de esa única noche de éxtasis ella le había negado sus derechos con­yugales, pero fuera de ese hecho especialmente desagradable, Do­minic no podía achacarle faltas. Era una compañera deliciosa. Cálida, divertida y siempre seductora. Aunque Dominic creía que ella se había casado por dinero, no mostraba signos que sugiriesen que era una arpía codiciosa; en todo caso, los muchos regalos que él le había ofrecido parecían conmovería poco. No le formulaba reclamos de dinero; hasta el momento no había mostrado indicios de que se hubiera sentido impresionada o atraída por la riqueza de Dominic. Disimuladamente miraba de tanto en tanto a Melis­sa, y se preguntaba cuáles eran los motivos que la habían llevado a aparecer esa noche en el cuarto de la taberna, y como no podía imaginar otra razón que la premisa original de que ella estaba de­cidida a atrapar a un marido rico, llegaba a la ingrata conclusión de que quizás ella estaba jugando un cierto juego con él, y que in­tencionalmente trataba de obligarlo a bajar la guardia.

Dominic reconocía hoscamente que Melissa estaba alcan­zando un éxito que superaba sus más amplias expectativas. El ca­si podía creer que existía otra motivación, desconocida por el pro­pio Dominic, que había llevado a Melissa a colocarse en esa posición tan negativa. Casi.

Y así pasaron los días, y Melissa abrigaba la esperanza de atraer la atención de su esposo, y quizás inducirlo a repudiar sus costumbres libertinas, y Dominic estaba completamente descon­certado y al mismo tiempo seducido por esa esposa de rubios ca­bellos.

Si hubieran podido permanecer aislados en su propio y pe­queño mundo de la cabaña, los malentendidos que cada uno alen­taba respecto del otro se habrían aclarado en un lapso relativa­mente breve. Melissa había estado juntando valor para enfrentar a Dominic y preguntarle directamente qué sucedía con Deborah; y

Dominic, medio enloquecido por el deseo de abrazar de nuevo a su esposa, durante los últimos días había estado a un paso de in­tentar algunas maniobras de gentil seducción, para comprobar si ella aún estaba decidida a excluirlo de su lecho. Si Melissa mostra­ba signos de debilidad, el paso siguiente de Dominic sería descu­brir, si tal cosa era posible, cuáles eran exactamente los motivos que lo habían impulsado a aceptar ese matrimonio. Pero antes de que uno cualquiera de ellos pudiera dar el primer paso inseguro hacia el otro, el mundo, en la forma de un criado de Morgan, llamó a la puerta de la casita. Después de presentar una nota a Dominic, el hombre esperó pacientemente la respuesta.

Morgan escribía que Jason partiría al día siguiente para Te­rre du Coeur, pero antes de marcharse deseaba mucho conversar con Dominic. Morgan invitaba a Dominic y a Melissa a cenar esa noche en Oak Hollow.

Dominic contempló pensativo la caligrafía de letras gran­des, y se preguntó qué había determinado ese deseo al parecer ur­gente que Jason manifestaba. Fuera de la posibilidad de que Jason y Catherine desearan despedirse, no podía concebir otro motivo. Encogiéndose de hombros, se volvió hacia Melissa y dijo: -Mi hermano desea que cenemos con él esta noche en casa de tu tío. ¿Te opones a aceptar la invitación?

Con sentimientos contradictorios, Melissa pensó en la invi­tación. Al aceptarla, terminaba la situación de intimidad entre ellos, y Melissa no se sentía segura de que estaba preparada para eso; esos días a solas con Dominic habían sido muy valiosos para ella, y no deseaba interrumpir la experiencia. Por otra parte, no podían permanecer separados eternamente del mundo, y dirigien­do una sonrisa a Dominic dijo airosamente: -No, es claro que no. De buena gana volveré a ver a tu hermano y su esposa.

Dominic casi había esperado que ella no deseara inte­rrumpir ese aislamiento bucólico. Apenas se supiera que esa re­clusión autoimpuesta, y presuntamente romántica, había termina­do, sin duda serían los destinatarios de muchas invitaciones; todos desearían agasajar a los nuevos esposos. Y sin embargo, él tam­bién acogió de buen grado el fin de ese enigma -es decir, el en­claustramiento en un ambiente íntimo con una mujer a la que de­seaba apasionadamente, pero cuya posesión no se atrevía a intentar y estaba poniendo a dura prueba todas sus buenas inten­ciones. Casi le pareció un alivio gozar de la compañía de terceros. Se dijo con sequedad que por lo menos de ese modo, cuando el an­sia de hacerle el amor llegaba a ser casi abrumadora, podía buscar cierta distracción entre sus conocidos. Además, ésa podía ser muy bien la oportunidad de observar a su joven esposa en un ambiente menos íntimo. Tal vez observando la conducta de Melissa en la re­lación con su propia familia y los amigos, podría resolver las desa­gradables contradicciones que se manifestaban en su propia men­te -es decir, ¿era una mujerzuela calculadora y codiciosa que se había casado con él por los beneficios materiales que podía obte­ner, o era la criatura realmente seductora cuya imagen recorría sus inquietos sueños?

Sólo el tiempo aportaría la respuesta a su dilema, y resigna­do, Dominic buscó papel y tinta y contestó afirmativamente la no­ta de Morgan. Miró con el entrecejo fruncido cómo se alejaba el criado. No sabía por qué, pero en verdad no creía que el pedido de Jason respondiese simplemente a cortesía. Abrigaba la firme esperanza de que Morgan y Jason no quisieran enredarlo en algún tipo de intriga política, pero cuando él y Melissa abandonaron la cabaña esa noche para dirigirse a Oak Hollow, no pudo evitar la ingrata sensación de que, cualquiera fuese la razón por la cual Jason deseaba verlo, ¡a él eso no le agradaría!

No se equivocaba, pero lo sorprendió la dirección que seguían los pensamientos de Jason. La cena fue muy agradable, Josh, el anfitrión afable y cordial; Sally, serena y un tanto atur­dida, como de costumbre; Royce divertido; Morgan y Leonie afables; Jason y Catherine encantadores; y la inclusión de Za­chary, un invitado bienvenido y de ningún modo imprevisto. Sólo después, cuando Jason, que había concertado arreglos con Josh, pidió la biblioteca de Oak Hollow, Dominic descu­brió la razón que explicaba la cena. En la biblioteca había sólo cuatro caballeros: Royce, Dominic, Jason y Morgan, y mientras bebían complacidos el mejor brandy de Josh, Royce comentó:

¿Qué dijiste a mi padre y a Zachary que los vi tan dispuestos a dejarnos solos?

Jason sonrió, con una expresión sardónica en su rostro moreno.

-Sólo que necesitaba discutir con ustedes algo de mucha importancia oficial.

Dominic esbozó una mueca.

-¿Y realmente tienes algo de "gran importancia oficial" que Royce y yo debamos conocer? ¿No podemos continuar en un esta­do de bienhechora ignorancia?

-Bien, no tengo mucho que decirte, pero abrigo la esperan­za de que ustedes puedan decirme algo. -Ante la expresión de cau­tela que se dibujó en la cara de los dos hombres más jóvenes, los ojos verdes de Jason resplandecieron divertidos.- Cálmense, no es

nada muy personal. Sólo deseo saber algo acerca del inglés, Julius Latimer. Entiendo que ustedes dos lo conocen bastante bien.

-En cierto modo -admitió secamente Dominic, mientras depositaba sobre la mesa de caoba lustrada la copa medio llena de brandy-. Pero que podamos serle de utilidad...

Inclinándose hacia adelante en el cómodo sillón de cuero que ocupaba, con los rasgos enérgicos, Jason preguntó: -¿Qué clase de hombre es?

Sin vacilar, Dominic dijo: -Un canalla, un mentiroso y un estafador.

Apenas había pronunciado estas palabras, Royce se hizo eco, y dijo sin rodeos: -Inescrupuloso, peligroso, indigno de con­fianza.

Jason frunció las cejas morenas.

-¿Un individuo realmente tan canallesco?

Dominic y Royce asintieron al unísono. Pero quien habló fue Dominic.

-Su reputación en Inglaterra no es la mejor, la sociedad lo toleraba sólo a causa de sus relaciones de familia. Y estoy seguro que lo que resta de esa familia respiró aliviada cuando vino a América.

Morgan, que hasta ese momento había guardado silencio, se unió a la conversación y preguntó con voz neutra: -¿La opinión que ustedes tienen de él se basa únicamente en el rumor y la mur­muración?

Royce y Dominic se miraron.

-No -dijo Royce, cuando advirtió que Dominic no parecía dispuesto a explicar las cosas-. Latimer y Dominic se enfrentaron en duelo... yo fui el padrino de Dom. No creo que ustedes necesi­ten conocer todas las razones por las cuales se enfrentaron, pero una de las causas del duelo fue el hecho de que Latimer había ca­lumniado el carácter de Dominic y difundido mentiras lisas y lla­nas acerca de su persona, describiéndolo como un libertino y un cazador de fortunas, y diciendo toda suerte de tonterías, de modo que sabemos que es un mentiroso. Con respecto al resto... Domi­nic le infligió una fea herida, y Latimer fue retirado del campo y en ese momento profirió toda clase de amenazas de venganza. Podríamos olvidar lo que dijo si no fuera por el hecho de que dos días después, en uno de los barrios más residenciales de Londres, no un lugar donde uno esperaría encontrar ladrones y asesinos, Dominic fue emboscado por varios matones cuya única intención pareció ser asesinarlo.

Morgan entrecerró los ojos azules.

-Eso no demuestra que Latimer tuviese nada que ver con ello.

Dominic dijo con expresión de hastío: -No, pero parece que ése es el modo en que Latimer actúa, jamás nadie pudo pro­barle nada y hubo otros incidentes análogos relacionados con él. Felizmente para mi, Royce y unos pocos amigos aparecieron a tiempo para salvarme de la muerte, y pudimos capturar a uno de los atacantes. -Con una expresión reflexiva en la cara, Dominic continuó:- Era un individuo astuto, y aunque no quiso revelar el nombre de la persona que lo contrató, en efecto reconoció que había sido comprometido para matarme, y que la persona en cues­tión era un hombre de "aspecto elegante". Bien, no soy un indivi­duo que tenga muchos enemigos, de modo que todos llegamos a la misma conclusión. Latimer había sido la "persona elegante".

-Pero, ¿ustedes no continuaron interrogando a ese bandi­do? -preguntó ásperamente Jason.

Dominic se encogió de hombros.

-Lo entregamos a la ronda policial, y lo llevaron a Newga­te. Pensábamos... bien, convencerlo de que nos dijera el nombre del individuo que lo había contratado, pero sucedió que el deteni­do se enredó en una riña mientras esperaba comparecer ante el juez, y fue apuñalado de muerte.

-Comprendo -murmuró en voz baja Jason, frotándose dis­traídamente el mentón-. Nuestro encantador inglés no parece ser el tipo de hombre que uno desearía tener a la espalda en una si­tuación difícil... -Miró a Dominic y a Royce.- ¿Tiene mucho dine­ro? Deja esa impresión, y me agradaría mucho saber cómo se las arregla para mantener un estilo tan elegante a tanta distancia de su país.

Royce dijo reflexivamente: -En Inglaterra, ni Julius ni su hermana tenían mucha fortuna; todos sabían que ambos estaban a la pesca de un marido o una esposa acaudalados. -Royce evitó mi­rar a Dominic, y continuó:- Su hermana, lady Deborah, finalmen­te pudo atrapar a un viejo rico, pero eso de poco le sirvió. Cuando él murió, su viuda descubrió que la propiedad era parte de la pri­mogenitura, de modo que la dama quedó sólo con una pequeña suma de dinero. Con respecto a Julius, no creo que le interese de­masiado encontrar fortuna en el lecho conyugal. En Londres con­centraba su atención en las salas de juego más que en las habitaciones de la sociedad. Es muy buen jugador, aunque algunos, yo entre ellos, dirán que también es un tramposo muy astuto. Sé lo que digo porque una noche lo vi despojar de una suma considera­ble a un joven novato recién llegado de la campiña. Con respecto a lo que Latimer pueda haber o no heredado de su tío Weatherby, el rumor afirma que lo único que recibió de esa herencia fue el pa­garé por deudas de juego de Hugh... y un viaje pago a Estados Unidos.

Jason y Morgan miraron sin comprender ante la mención del pagaré, y en pocas palabras Dominic y Royce les explicaron la deuda que Melissa y Zachary habían heredado a la muerte de su padre. Cuando terminaron de hablar, Jason asintió, como silo que había escuchado confirmara su propia conclusión personal.

-De modo que parecería que nuestro Latimer ha descu­bierto el modo de vivir con bastante elegancia sin disponer de di­nero.

Con una expresión sardónica en la cara, Dominic observó secamente: -Bien, eso ha cambiado... finalmente pudo cobrar el pagaré de Hugh.

-Y -agregó Royce con voz pausada -no ha necesitado gas­tar mucho dinero mientras residió en esta región... él y su herma­na están alojándose en casa del coronel Grayson, río abajo.

-Ah, sí, el coronel Grayson -murmuró suavemente Jason-. El apreciado coronel que fue oficial del ejército real, y cuyas ma­nifiestas simpatías tories determinaron que lo expulsaran de Vir­ginia al principio de la Guerra de la Independencia. Una situación muy interesante, ¿no les parece?

Tanto Dominic como Royce se sobresaltaron visiblemente cuando comprendieron lo que sugerían las palabras de Jason.

-¿Estás diciendo que crees que Latimer es espía? -pre­guntó incrédulo Dominic-. Yo diría que no es un hombre muy apropiado para esa misión.

-Piensa un poco, mi joven amigo -replicó ásperamente Jason-. Inescrupuloso, falsario y peligroso; sin duda son las virtudes de un espía. Y su presunta defensa de nuestra causa le daría una excusa perfectamente legítima, incluso admirable para residir en los Estados Unidos mientras dure esta situación ingrata con Ingla­terra. Y como parece disponer de fondos ilimitados, también pue­de moverse a voluntad por todo el país, viajando aquí y allá... visi­tando a éste y aquél...

Con evidente escepticismo, Dominic observó con aspereza:

-Tú dispones de más información que una teoría para fundamen­tar lo que estás diciendo.

Jason sonrió.

-Y yo creía que podría impresionarte con mi omnipotencia. Con sus ojos grises iluminados por el regocijo, Dominic ad­mitió: -Hace diez años sí, pero ahora no. -El buen humor desapa­reció de sus ojos, y Dominic dijo con voz grave:- Ahora, dinos lo que sabes.

-En realidad, muy poco, pero mis sospechas acerca de las actividades del señor Latimer se despertaron a causa de una car­ta que recibí de nuestro ex presidente Thomas Jefferson. Parece que otras fuentes alertaron a Jefferson acerca de las discretas vi­sitas del señor Latimer a muchos antiguos tories que desde el co­mienzo de la guerra han unido ostensiblemente su suerte al desti­no de la República. Pero las visitas que más lo inquietan son las que hizo aquí en Luisiana, donde tantos ex oficiales británicos se han asentado. Como ustedes saben, el señor Jefferson profesa mu­cha simpatía a Luisiana. Su gobierno promovió la compra de este dilatado territorio, y Jefferson no desea que suceda nada que de­termine que aunque fuese una pequeña parte de estas tierras cai­ga en manos británicas...

El hecho de que él fuese el centro de tres pares de ojos no inquietó en lo más mínimo a Jason, y en el silencio súbitamente tenso que siguió, bebió apreciativamente un sorbo de su brandy. Después dijo con voz tranquila: -Si pudiera fomentarse una rebe­lión aquí en el norte, de modo que coincidiera con un ataque británico a la ciudad de Nueva Orleáns, todos podríamos encon­trarnos bajo el dominio británico antes de que tuviésemos tiempo de comprender lo que ha sucedido. Defender a Nueva Orleáns será bastante difícil, pero si debemos temer que nos ataquen por la espalda...

La conclusión era muy obvia, y con voz tensa Dominic gruñó: -Yo podría matarlo. Nuestra mutua antipatía no es muy co­nocida aquí. -Dirigió una mirada cínica a Royce.- Y aunque me han aconsejado que lo salude cortésmente, no me sería muy difícil hallar una excusa para retarlo a duelo.

-No -dijo enérgicamente Jason-. No lo queremos muerto... todavía. Deseamos descubrir cuál es exactamente la gravedad de sus actividades, y quién acoge de buen o mal grado sus palabras traicioneras. Necesitamos que tú y Royce lo vigilen en nuestro nombre, y descubran lo que puedan.

Dominic esbozó una mueca.

-Royce tiene probabilidades mucho mayores de serles útil. Latimer entraría en sospechas apenas yo me comportase amisto­samente con él.

-Pero eres bastante amigo de la hermana, ¿verdad? -pre­guntó astuto Morgan, que ahora se unió a la conversación.

Si era posible que un hombre de la edad y la experiencia de Dominic se sonrojase, en todo caso fue el sonrojo lo que tiñó sus mejillas. Sintiéndose como un jovencito atrapado en una fechoría, permaneció inmóvil, impotente, deseando sólo hundirse en el sue­lo o negar enérgicamente la afirmación de Morgan. Con una man­cha color rojo oscuro ardiéndole en las mejillas, murmuró: -Eso fue hace mucho tiempo. Ahora no es más que una conocida para mí.

-Ah, me parece que ésa no es la imagen que yo tengo de la situación -insistió despreocupado Morgan, cuyos ojos color zafiro brillaban de afectuoso regocijo-. En tu boda, pasé un rato con la joven dama, y ella dejó aclarado que consideraba que tú eras su querido amigo, y que se había sentido muy complacida de volver a ver a un hombre por quien otrora había alimentado cálidos senti­mientos.

Dominic no deseaba discutir con Jason y Morgan su rela­ción con Deborah. Afirmando el mentón en un ángulo que expre­saba obstinación, preguntó: -¿Y qué? ¿Es delito haber conocido antes a una mujer atractiva?

-De ningún modo -dijo Jason-. Pero como no puedes aspi­rar a una amistad con Latimer, yo sugeriría que Royce intente in­troducirse en el círculo del inglés, y que tú concentres tus esfuer­zos en estrechar relaciones con la hermana. Quizá nada sabe de lo que hace su hermano, pero estoy por completo seguro de que será una fuente de interesante información acerca de sus actividades.

Con un gesto de disgusto que se manifestaba claramente en su rostro, Dominic preguntó con voz neutra: -¿Estás proponiendo que cometa adulterio? ¿Que inicie una relación con ella?

Con una mirada comprensiva en los ojos, Jason dijo ama­blemente: -No. Pero sería útil que mantuvieses buenas relaciones con ella y abrieses los ojos y los oídos. Entiendo que te pido mu­cho, sobre todo porque todavía no llevas un mes de casado, y cier­tamente no deseo que hagas nada que amenace tu matrimonio; pe­ro si puedes avivar el interés de lady Deborah por ti, y mantienes cierta atmósfera de intimidad con ella, creo que todo el asunto puede desarrollarse bien. -Con acento compasivo en la voz, Jason continuó:- Sé que el momento es deplorable, pero la situación es urgente. Si eso te sirve de consuelo, te diré que esta ficción no lle­vará más que unas pocas semanas, quizás un mes o dos de tu tiem­po. -Como el rostro de Dominic conservaba su expresión dura y fija, y manifestaba de ese modo una intensa antipatía hacia la idea, Jason agregó sereno: -Pregúntate si preferirías participar de esta desagradable y pequeña mascarada durante poco tiempo, o ver que Luisiana se pierde para la República...

En realidad, la pregunta de Jason admitía una sola respues­ta, y con voz dura Dominic rezongó: -¡Oh, está bien! Lo haré... ¡Sólo pido a Dios que cuando esto haya terminado aún tenga es­posa!



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