Fuego Secreto 1 a 7 inclusive


Fuego Secreto

T�tulo Original: Secret Fire

Dedicatoria:

Para mi abuela Rosie,

una mujer muy especial a quien amo

1

Londres, 1844

Se avecinaba otro aguacero primaveral, pero Katherine Saint John hizo poco caso del cielo encapotado que pend�a pesadamente sobre ella. Distra�da se desplazaba por el jardincillo, cortando rosas rosadas y rojas que m�s tarde dispondr�a para su propia satisfacci�n, en un jarr�n para su sala de visitas y otro para su hermana Elisabeth. Su hermano Warren estaba ausente, en su t�pico empe�o de divertirse en alguna parte, por lo cual no necesitaba flores para adornar una habitaci�n donde casi nunca dorm�a. Y a su padre, George, le desagradaban las rosas, as� que no cort� ninguna para �l. “Dadme azucenas o lirios, o hasta margaritas silvestres; pero guardaos esas rosas tan empalagosas para vosotras, las ni�as”.

A Katherine no se le ocurrir�a obrar de otro modo. En tal sentido, era adaptable. Por eso cada ma�ana se enviaba un criado en busca de margaritas silvestres para el conde de Strafford, aunque no fuesen f�ciles de encontrar en la ciudad.

-Eres una maravilla, mi querida Kate -sol�a decir su padre, y Katherine aceptaba entonces el cumplido como justo.

No era que ella necesitara elogios; ni mucho menos. Lo hac�a por orgullo propio, para su autoestima. Le encantaba que la necesitaran, y la necesitaban. Tal vez George Saint John fuera el jefe de la familia, pero era Katherine quien dirig�a la casa, y ante ella ced�a �l en todos los aspectos. Tanto la Mansi�n Moldes, aqu� en la Plaza Cavendish, como la Residencia Brockley, la finca rural del conde, eran los dominios de Katherine. Ella era la anfitriona de su padre, su ama de llaves y su administradora. Ten�a a raya las trivialidades dom�sticas y los problemas con los arrendatarios, lo cual dejaba al conde libre de preocupaciones para meterse en pol�tica, su pasi�n.

-Buenos d�as, Kit, �Vienes a desayunar conmigo?

Cuando alz� la vista, Katherine vio a Elisabeth asom�ndose por la ventana de su dormitorio, desde donde se divisaba la plaza.

-Ya he desayunado, cari�o, hace varias horas- contest� Katherine con voz apenas audible. No era propensa a gritar cuando pod�a evitarlo.

-�Caf�, entonces? Por favor -insisti� Elisabeth- Necesito hablar contigo.

Katherine sonri� asistiendo; luego llev� adentro su cesto de rosas. A decir verdad, hab�a estado aguardando pacientemente a que su hermana se despertara, para poder hablar con ella. Sin duda ambas pensaban en el mismo tema, pues las dos por separado hab�an sido llamadas al estudio del conde la noche anterior, pero por la misma raz�n: lord William Seymour.

Lord Seymour era un joven elegante, de apostura diab�lica, que hab�a tomado por asalto a la inocente joven Elisabeth. Se hab�an conocido a comienzos de la temporada de ese a�o, la primera de Beth, y desde entonces la pobre muchacha no hab�a mirado a ning�n otro hombre. Estaban enamorados. Pero �qui�n era Katherine para mofarse tan s�lo porque pensara que esa emoci�n era tonta y un desperdicio de energ�a que era mejor dedicar a alguna actividad �til? Estaba contento por su hermana menor, o al menos, lo hab�a estado hasta la noche anterior.

Mientras se encaminaba hacia la escalera, hizo correr a los criados para cumplir sus �rdenes: enviar arriba una bandeja con el desayuno, llevar la correspondencia a su oficina, enviar al conde un recordatorio de que lord Sheldon ten�a una entrevista esa ma�ana y llegar�a dentro de media hora; despachar dos doncellas al estudio del conde para asegurarse de que estuviera en orden para recibir un hu�sped (su padre no se distingu�a por su pulcritud) y llevar jarrones con agua a la sal de visitas de Beth. Ella arreglar�a las rosas mientras conversaban.

Si Katherine hubiese sido de las que postergan las cosas, habr�a eludido a Elisabeth como la peste. Sin embargo, no era esa su actitud. Aun cuando no estaba segura todav�a de lo que se propon�a decir exactamente a su hermana, estaba segura de que no rechazar�a el ruego de su padre.

-T� eres la �nica a quien ella escuchar�, Kate -le hab�a dicho su padre la noche anterior-. Debes hacer comprender a Beth que yo no me he limitado a formular amenazas ociosas. No permitir� que mi familia se asocie con este farsante. Sabes que no acostumbro a ser autocr�tico. Eso te lo dejo a ti, Kate. -Ambos sonrieron por esto, pues ella pod�a realmente ser desp�tica cuando se justificaba, aunque eso era poco habitual, ya que todos se esmeraban para complacerla. George Saint John continu� su defensa-. Quiero que mis hijas sean felices. No dicto la ley, como ciertos padres.

-Eres muy comprensivo.

-Me agrada pensar que es as�, desde luego.

Era verdad. Saint John no interfer�a en las vidas de sus hijos, lo cual no quer�a decir que se despreocupara. Ni mucho menos. Pero si uno de ellos se met�a en aprietos -m�s exactamente, cuando Warren se met�a en aprietos-, encomendaba a Katherine arreglar el enredo. Todos depend�an de ella para que las cosas anduvieran sin tropiezos.

-Pero te pregunto, Kate, �qu� otra cosa pod�a hacer yo? S� que Beth cree estar enamorada de este mozo. Probablemente lo est�, en efecto. Pero lo mismo da. He sabido por las mejores fuentes que Seymour no es lo que afirma ser. Est� a un paso de ir a la c�rcel por deudas. �Y qu� me dijo a esto esa muchacha? “No me importa”, dijo. “Me fugar� con William si es necesario.” Vaya se�orita impertinente. -Y luego, en un tono m�s sosegado, un tono pleno de incertidumbre-: No se fugar� realmente, �o s�, Kate?.

-No, estaba tan s�lo alterada, padre -lo hab�a tranquilizado Katherine-. Beth dijo simplemente lo que necesitaba decir para aplacar su dolor y su desenga�o.

La noche anterior, Elisabeth se hab�a ido a la cama llorando. Katherine se hab�a acostado entristecida por su hermana, pero era demasiado pr�ctica para permitir que ese giro de los acontecimientos la deprimiera. Se sent�a responsable en parte, porque hab�a sido la acompa�ante habitual de su hermana y, de hecho, hab�a estimulado el creciente cari�o entre los dos j�venes. Pero no pod�a permitir que eso influyera en ella. Todo se reduc�a a un solo simple hecho: Beth ya no pod�a casarse con lord Seymour. Era necesario hac�rselo ver y aceptar.

Llam� a la puerta una sola vez antes de entrar en el dormitorio de Elisabeth. Su hermana menor estaba todav�a desali�ada, con un peinador de seda rosa sobre su camis�n de lienzo blanco. Se la ve�a exquisita en su melancol�a, con los suaves labios vueltos hacia abajo en las comisuras. Pero, claro est�, pocas cosas pod�an disminuir la deslumbrante belleza de Elisabeth Saint John.

Las dos hermanas se parec�an tan s�lo en la altura y en el color de sus ojos, ni verdes ni azules, sino de una sutil mezcla de ambos colores. Todos los Saint John pose�an estos ojos de color turquesa claro, bordeados por un verde azulado m�s oscuro. Los criados sol�an jurar que los ojos de Katherine se iluminaban con una luz imp�a cuando algo la desagradaba. Falso. Era s�lo el color claro y el hecho de que sus ojos, que a su criterio eran su �nico rasgo bueno, tend�an a hacer que el resto de sus facciones se esfumaran en la nada.

Para Elisabeth, el bello color turquesa complementaba su cabello rubio claro, las cejas doradas, m�s oscuras, las armoniosas l�neas de su rostro. Ten�a una belleza cl�sica, heredada de su madre. Warren y Katherine se parec�an a su padre, con cabello casta�o oscuro, una altiva nariz patricia, barbilla en�rgica y tenaz, p�mulos altos y aristocr�ticos, y labios llenos, generosos. En Warren, estos rasgos produc�an un hermoso semblante. En Katherine, eran demasiado severos. Era muy menuda para que se beneficiase con el efecto arrogante de esos rasgos.

Pero lo que a Katherine le faltaba en belleza, lo compensaba con personalidad. Era una mujer c�lida y generosa, de personalidad multifac�tica. A Warren le gustaba burlarse de ella diciendo que era tan vers�til, que deber�a haberse dedicado al teatro. De un modo muy natural, pod�a adaptarse a cualquier situaci�n, ya fuese para hacerse cargo o para colaborar humildemente, si otros dirig�an. Sin embargo, no todas sus cualidades eran innatas. Mucho hab�a aprendido durante el a�o en que hab�a sido una de las doncellas de la reina Victoria. Si la vida de la corte ense�a algo, es versatilidad y diplomacia.

Eso hab�a sido dos a�os atr�s, despu�s de su propia primera temporada, que hab�a sido un fracaso estrepitoso. Ya ten�a veinti�n a�os, pronto cumplir�a veintid�s, y se la consideraba definitivamente dejada a un lado. Ese era un t�rmino antip�tico, tan malo como “solterona”. Eso se murmuraba de ella, pero no era lo que ella misma se consideraba. Katherine estaba plenamente decidida a casarse alg�n d�a, con un hombre reposado, mayor, no guapo y elegante, como los hombres a quienes buscaban todas las j�venes debutantes, pero tampoco desagradable. Ninguna de sus amistades negar�a que ella podr�a ser una esposa excelente. Pero no estaba lista todav�a para ser esa esposa. Su padre la necesitaba todav�a, su hermana la necesitaba, hasta Warren la necesitaba, ya que sin ella tendr�a que admitir sus responsabilidades como heredero del conde, cosa que no ten�a deseo alguno de hacer por el momento.

Con un adem�n, Elisabeth despidi� a su joven doncella; luego busc� la mirada de Katherine en el espejo, sobre su tocador.

-Kit, �te ha contado pap� lo que ha hecho?

Qu� expresi�n tan angustiada... Los ojos de Beth brillaban, muy cerca del llanto. Katherine sinti� compasi�n, pero s�lo porque era su hermana quien sufr�a. Simplemente no pod�a entender tanta emoci�n dedicada a algo tan tonto como el amor.

-S� lo que ha hecho, cari�o, y estoy segura de que has llorado hasta hartarte por eso, de modo que ahora an�mate. No m�s l�grimas, por favor.

Katherine no se propon�a mostrarse tan fr�a. Deseaba realmente poder entender. Supon�a que era demasiado pragm�tica. Estaba firmemente convencida de que si no se pod�a ganar despu�s de agotados todos los recursos, hab�a que rendirse y ver el lado bueno de la situaci�n. Nadie iba a sorprenderla golpe�ndose la cabeza contra un muro.

Beth se volvi� con presteza sobre su peque�o escabel de raso, y dos gruesas l�grimas rodaron por la blanca extensi�n de sus mejillas.

-Para ti es f�cil decirlo, Kit. No es a tu prometido a quien pap� ha rechazado y echado de la casa.

-�Prometido?

-Pues claro. Antes de venir a pedir la bendici�n de pap�, William me lo pregunt� y yo acept�.

-Entiendo.

-�Oh, no me hables en ese tono, por favor! -grit� Beth- �No me trates como a una criada que ha cometido una falta!

-Lo siento, Beth -dijo con sinceridad-. S� que yo misma nunca estuve en esta clase de situaci�n, por eso no me es f�cil concebir...

-�Nunca has estado un poquito enamorada, tan s�lo una vez? -insisti� Beth, esperanzada. Katherine era la �nica que pod�a persuadir a su padre para que cambiara de idea, pero si no se daba cuenta de lo importante que era...

-Sinceramente, Beth, t� sabes que no creo en... Lo que quiero decir es que...

La expresi�n implorante de su hermana menor estaba haciendo muy dif�cil aquello. La criada, al llegar con el desayuno en una bandeja, la salv� de decir la verdad: que se sent�a enormemente afortunada por ser una de las pocas mujeres de su �poca que pod�an ver el amor de manera pr�ctica. Era una emoci�n necia e in�til. Produc�a altibajos en los sentimientos que no ten�an por qu� desordenar la vida de las personas. Pero Beth no quer�a o�r que o que estaba sintiendo en ese momento era rid�culo. Necesitaba comprensi�n, no escarnio.

Tomando la humeante taza de caf� que le ofrec�a la criada, Katherine se acerc� a la ventana. Esper� hasta o�r que la criada sal�a y cerraba la puerta; luego se volvi� hacia su hermana, que no se hab�a movido hacia la bandeja con su desayuno.

-Hubo un joven que, seg�n cre�, me gustaba -dijo titubeante Katherine.

-�Te amaba �l?

-Ni siquiera se daba cuenta de mi existencia -repuso Katherine, pensando en el joven a quien ella hab�a considerado tan guapo-. Nos vimos durante toda la temporada, pero cada vez que convers�bamos, �l no parec�a verme. Era a las damiselas m�s atractivas a las que agasajaba.

-�Entonces has sufrido?

-No... lo siento, cari�o, pero ver�s, yo era realista ya entonces. Ese joven era demasiado guapo para interesarse por m�, aun cuando no estaba en tan buena situaci�n econ�mica y yo soy muy buen partido, es decir, financieramente. Supe que no ten�a la menor probabilidad de echarle mano, por eso no me molest� no lograrlo.

-Entonces no lo amabas en realidad -suspir� Beth.

Katherine vacil�, pero finalmente sacudi� la cabeza.

-El amor, Beth, es la �nica emoci�n predestinada a morir con notable regularidad. F�jate en tu amiga Marie. �Cu�ntas veces ha estado enamorada desde que la conoces? Cinco o seis por lo menos.

-Eso no es amor, sino apasionamiento. Marie no tiene edad suficiente para experimentar verdadero amor.

-�Y t� s�, a los dieciocho a�os?

-�S�! -repuso Beth con �nfasis-. Oh, Kit, �por qu� no puedes comprender? �Yo amo a William!

Era tiempo de llevar a fondo la dura verdad. Evidentemente, Beth no se hab�a tomado a pecho el serm�n de su padre.

-Lord Seymour es un cazafortunas. Perdi� toda su herencia en el juego, hipotec� sus fincas y ahora necesita casarse por dinero, y t�, Elisabeth, eres dinero.

-�No lo creo! �Jam�s lo creer�!

-Pap� no mentir�a respecto de algo as�, y si lord Seymour te dice otra cosa, ser� �l quien miente.

-No me importa. Me casar� con �l de todos modos.

-No puedo permitir que hagas eso, cari�o -dijo Katherine con firmeza-. Nuestro padre hablaba en serio... Te dejar�a sin un chel�n. Tu y William ser�ais mendigos entonces. No permitir� que eches tu vida a perder por ese brib�n.

-Oh, �c�mo se me ocurri� que tal vez t� me ayudar�as? -clam� Beth-. Tu no entiendes. �C�mo podr�as? �Si no ere m�s que una vieja ciruela reseca! -Ambas lanzaron una exclamaci�n simult�nea-. �Dios m�o, Kit, no he querido decir eso!

La acusaci�n doli�, sin embargo.

-Lo s�, Beth -Katherine procur� sonre�r, pero no lo consigui�.

Lleg� otra criada trayendo los dos floreros con agua que ella hab�a pedido. Katherine le indic� su propia sala de visitas; luego se dispuso a salir de la habitaci�n, recogiendo su cesta con rosas. En la puerta se detuvo.

-No creo que debamos seguir hablando de esto durante un tiempo. S�lo quiero lo mejor para ti, pero en este preciso momento no puedes verlo.

Elisabeth se retorci� las manos durante cinco segundos; despu�s se incorpor� de un brinco y fue en pos de Katherine, al otro lado del pasillo. Jam�s hab�a visto una expresi�n tan agobiada en el rostro de su hermana. Por el momento William qued� olvidado. Ten�a que reconciliarse con Kit.

Con una se�a, hizo salir a la criada de la vasta habitaci�n, llena de muebles Chippendale, engalanados con fundas que la propia Kit hab�a bordado. Entonces comenz� a pasearse de un lado a otro, pisando la gruesa alfombra que cubr�a el suelo de una pared a la otra. Sin hacerle caso, Katherine se dedic� a acomodar las rosas.

-�No est�s reseca! -exclam� Beth-. �Y por supuesto que no eres vieja!

Katherine alz� la vista, pero todav�a no logr� sonre�r.

-�Pero a veces soy una ciruela?

-No, una ciruela no, tan s�lo... tan s�lo recatada y decorosa, que es como debes ser.

Entonces Katherine sonri�.

-Me volv� de ese modo al tener que agasajar a tanto ancianos diplom�ticos alemanes y espa�oles en el palacio. Tan pronto como se supo que yo hablaba ambos idiomas con fluidez, nunca me faltaron acompa�antes para cenar.

-Qu� aburrido - se compadeci� Beth.

-No digas eso... Fue fascinante o�r hablar sobre otros pa�ses de primera mano, casi tan bueno como viajar, cosa que padre no me ha permitido hacer.

-�Nunca has tenido que agasajar a ning�n franc�s elegante? Hablas franc�s tan bien como si hubieras nacido all�.

-Pero tambi�n lo hacen todos los dem�s, cari�o.

-Por supuesto -repuso Beth, sin dejar de pasearse de un lado a otro.

No era suficiente. Kit hab�a sonre�do, pero a�n hab�a dolor en su mirada. �Oh, esas horrendas palabras! Ojal� tuviera ella tanto control como Kit. Kit nunca dec�a nada que no quisiera decir.

Al dar la vuelta por la habitaci�n, se acerc� a la ventana que daba a la calle. El carruaje que se estaba deteniendo abaj� le pareci� conocido.

-�Pap� espera a lord Seldon?

-S�. �Ya ha llegado?

Beth se apart� de la ventana asistiendo con la cabeza.

-Nunca me ha gustado ese viejo chivo pomposo. �Recuerdas cuando �ramos ni�as y t� derramaste esa jarra de agua por la ventana sobre la cabeza del viejo? Me re� tanto que... -Se interrumpi� al ver una expresi�n traviesa en los ojos de Kit. Dios, hac�a a�os que no ve�a esa expresi�n-. �No te atrever�s!

Katherine levant� el otro florero con agua y se acerc� lentamente a la ventana. En ese instante, un lacayo de librea ayudaba a lord Seldon a apearse de su carruaje.

-No debes hacerlo, Kit -le advirti� Beth, pero sonre�a de oreja a oreja-. Nuestro padre se enfureci� la �ltima vez. Ambas recibimos azotes, �recuerdas?

Katherine no dijo nada. Aguard� hasta que el confiado lord Seldon lleg� a la puerta, bajo la ventana donde ella estaba, y luego derram� el contenido del florero. Se apart�, transcurri� un segundo, y a continuaci�n la joven prorrumpi� en risas contenidas.

-Dios santo, �has visto su expresi�n? -dijo Katherine entre jadeos-. Parec�a un pescado muerto.

Al principio Beth no pudo contestar, pues hab�a abrazado a Kit y re�a con demasiada fuerza. Finalmente pregunt�:

-�Qu� le dir�s a pap�? Se pondr� furioso.

S�, indudablemente. Y yo le asegurar� que despedir� a la torpe criada responsable de semejante afrenta.

-No te creer� -ri� entre dientes Beth.

-Claro que s�. No se dar� cuenta, no se interesa por los problemas dom�sticos. Y ahora debo ir a ver a lord Seldon. No puedo permitir que me salpique todo el vest�bulo. Reza por m�, cari�o, que pueda recibirlo muy seria.

Y lady Katherine Saint John sali� rauda del aposento para hacer lo que mejor hac�a: apaciguar y componer. Adem�s, hab�a logrado aliviar la tensi�n entre su hermana y ella.


2

-�Grandm�re, ya llega!

La joven irrumpi� en la habitaci�n como un blanco borr�n de encaje y seda. Sin mirar siquiera a su abuela, se dirigi� corriendo a la ventana, desde donde pod�a observar la procesi�n de elegantes carruajes que avanzaban con lentitud por la larga calzada. Se le pusieron blancos los nudillos de aferrar el repecho de la ventana. Ten�a sus ojos de color pardo oscuro dilatados por un miedo muy real.

-Ay Dios, �qu� voy a hacer? -exclam�-. �Me azotar�!

Lenore Cudworth, duquesa de Albemarle, cerr� los ojos con un suspiro. Era demasiado anciana para tanto alarde teatral. Ese dramatismo no hac�a falta a su edad. Y su nieta deber�a haber pensado en las consecuencias antes de deshonrarse.

-Vamos, sosi�gate, Anastasia -dijo con calma Lenore-. Si tu hermano te azota, cosa que dudo seriamente, no ser� m�s de lo que mereces. Hasta t� debes admitirlo.

La princesa Anastasia se volvi� con presteza y luego se qued�, r�gida, retorci�ndose las manos.

-Si, pero... �pero �l me matar�! Tu no sabes, Grandm�re. Jam�s lo has visto encolerizado. No tiene control sobre lo que hace. �No se propondr� matarme, pero antes de que �l termine conmigo, estar� muerta!

Lenore vacil�, recordando a Dimitri Alexandrov tal como lo viera cuatro a�os atr�s. Entonces, ya a los veinticuatro a�os, era un hombre inmenso, muy alto y con una musculatura bien asentada por el ej�rcito ruso. S�, era fuerte. Y s�, era capaz de matar con las manos limpias. Pero �a su hermana? No, a su hermana no, pese a lo que ella hubiese hecho.

La duquesa sacudi� firmemente la cabeza.

-Puede que tu hermano est� furioso contigo, como bien debe estarlo, pero no habr� violencia.

-Oh, Grandm�re, �por qu� no quieres escuchar? -clam� Anastasia-. Dimitri nunca ha vivido contigo como yo. En toda su vida lo has visto cinco o seis veces, y nunca durante mucho tiempo. Yo vivo con �l. Ahora es mi tutor. Lo conozco mejor que nadie.

-Has estado conmigo este �ltimo a�o -le record� Lenore-. En todo este tiempo, ni siquiera le has escrito.

-�Sugieres entonces que no es el mismo hombre, que habr� cambiado en tan s�lo un a�o? No, los hombres como Dimitri nunca cambian. Es ruso...

-Medio ingl�s.

-�Fue criado en Rusia! -insisti� Anastasia.

-Viaja con frecuencia. S�lo pasa la mitad del a�o en Rusia, a veces ni eso siquiera.

-�S�lo desde que sali� del ej�rcito!

Jam�s se pondr�an de acuerdo en cuanto a la personalidad de Dimitri. Seg�n su hermana, era un tirano, tal como el zar Nicol�s. Lenore sab�a que eso no era cierto. Su hija, Anne, hab�a contribuido a la personalidad de Dimitri. Petr Alexandrov no hab�a regido de modo absoluto el desarrollo de su hijo.

-Sugiero que te calmes antes de que �l entre -dijo entonces Lenore-. Estoy segura de que le disgustar� tanto como a m� esta historia.

Al mirar otra vez por la ventana, Anastasia vio que el primer carruaje se deten�a frente a la enorme mansi�n rural. Con una exclamaci�n ahogada, se precipit� a trav�s de la habitaci�n para arrodillarse a los pies de Lenore.

-Por favor, Grandm�re, por favor. Tienes que hablar con �l. Debes interceder por m�. No estar� tan furioso por lo que hice. No es ning�n hip�crita. Ser� porque sus planes quedaron interrumpidos para venir en mi busca. Ver�s, �l se fija metas y planea todo con mucha anterioridad. Puede decirte d�nde estar� el a�o pr�ximo d�a a d�a. Pero si algo se interpone en sus planes, resulta imposible convivir con �l. T� enviaste por �l. Le hiciste dejar de lado sus ocupaciones. Tienes que ayudarme.

Lenore finalmente vio el motivo de esa peque�a representaci�n. Y ella espera hasta el �ltimo instante para que yo no tenga tiempo de pensarlo. Pero claro que Anastasia Petrovna Alexandrov era una joven inteligente. Consentida, mimada, con una personalidad sumamente voluble, pero inteligente.

�As� que entonces ella deb�a calmar a la bestia salvaje? �Acaso ten�a que ignorar el hecho de que esta jovencita hab�a desobedecido en todas las circunstancias, se hab�a mofado de las convenciones, hab�a hecho sus propias reglas? Anastasia hab�a rehusado incluso volver a Rusia despu�s de estallar el m�s reciente esc�ndalo. De no haber sido por eso, Lenore no habr�a tenido que enviar a buscar a Dimitri.

Mir� fijamente aquel rostro exquisito, lleno de ansiedad. Su Anne hab�a sido encantadora, pero los Alexandrov eran personas incre�blemente bellas. La duquesa hab�a ido a Rusia una sola vez, cuando Petr muri� y Anne la necesitaba. Entonces hab�a conocido a los dem�s reto�os de Petr, sus tres hijos del primer matrimonio y tambi�n muchos hijos ileg�timos. Eran todos excepcionalmente hermoso, pero ella amaba a los dos que eran nietos suyos. Eran sus �nicos nietos. Su hijo, el actual duque de Albemarle, hab�a perdido a su primera esposa antes de que le diese hijos. Nunca se hab�a vuelto a casar ni mostraba ninguna se�al de hacerlo. Dimitri ser�a, en efecto, su heredero.

Lenore suspir�. Esta descarada chiquilla pod�a atarla a ella en torno de su dedo me�ique. Era necesario que Anastasia se fuese de Inglaterra hasta que hubiese tiempo para que se olvidaran sus m�s recientes esc�ndalos, pero Lenore sab�a que volver�a a invitar a la muchacha a que viniera. Tal vez la vida fuese turbulenta cuando ella estaba all�, pero siempre era interesante.

-Anda, ve a tu cuarto, hija m�a -dijo entonces Lenore-. Hablar� con ese mozo. Pero, tenlo en cuenta, no prometo nada.

Anastasia se incorpor� de un brinco y le echo los brazos en torno del cuello.

-Gracias. Y lo siento mucho, Grandm�re. S� que he sido una carga para ti...

-Mejor para m� que para tu hermano, supongo, si es tan dif�cil convivir con �l como dices. Ahora vete, antes de que lo traigan aqu�.

La princesa huy� corriendo de la habitaci�n, y justo a tiempo. Un minuto m�s tarde, el mayordomo anunci� al pr�ncipe Dimitri Petrovich Alexandrov. Al menos, el pobre hombre intent� anunciarlo. Sin esperar esas frusler�as, Dimitri entr� en la habitaci�n tan pronto se abri� la puerta y la llen� con su presencia.

Lenore qued� pasmada. �Dios santo! �Era posible que �l fuese m�s guapo todav�a que la �ltima vez que ella lo viera? S�, lo era. El cabello dorado, los penetrantes ojos pardos, las cejas oscuras, muy marcadas: todo esto era igual. Pero a los veinticuatro a�os a�n ten�a algo de muchacho. Ahora era un hombre y no se parec�a a ning�n hombre que ella hubiese visto en sus sesenta y un a�os. Superaba incluso a su padre en el aspecto, y ella hab�a cre�do que ning�n hombre era m�s apuesto que Petr.

Con sus largas piernas recorri� la habitaci�n velozmente; luego se inclin� muy formalmente. Al menos sus modales hab�an mejorado, pero ese porte tan imperioso... �era ese realmente su nieto? Y entonces sus dientes relampaguearon en una cautivadora sonrisa; sus manos estrecharon los hombros de la anciana. Esta hizo una mueca cuando �l la alz� totalmente de su sill�n para darle un resonante beso.

-B�jame, grand�simo pillo -casi grit� la duquesa- Ten en cuenta mi edad, por favor.

Estaba aturdida. �Qu� fuerza! Despu�s de todo, Anastasia ten�a mucha raz�n en estar nerviosa. Si aquel gigante decid�a propinarle la zurra que ella tanto se merec�a...

-J'en suis au regret.

-�Deja ya esa basura francesa! -dijo ella secamente-. Hablas bien el ingl�s. Te agradecer� que lo uses mientras est�s en mi casa.

Dimitri ech� atr�s su leonina cabeza y ri� con un sonido profundo, vivo, tan masculino... y a�n sonre�a cuando deposit� a Lenore de nuevo en su sill�n.

-He dicho que lo lamento, Babushka, pero t� has obviado totalmente mis disculpas. Veo que sigues siendo tan briosa como siempre. Te he echado de menos. Deber�as ir a vivir a Rusia.

-Mis huesos jam�s podr�an soportar uno de esos inviernos, y t� lo sabes bien.

-Entonces, tendr� que venir con m�s frecuencia. Ha pasado demasiado tiempo, Babushka.

-Oh, vamos, si�ntate, Dimitri. Me duele el cuello de tener que mirarte desde abajo. Y llegas tarde.

Le hab�a causado tal asombro, que ella no pod�a resistir el ponerse a la defensiva.

-Tu carta tuvo que esperar el deshielo primaveral del Neva antes de que pudiera llegar a m� -dijo �l mientras echaba mano de la silla m�s cercana y la aproximaba a la duquesa.

-Sab�a eso -replic� la anciana-. Pero s� tambi�n que tu barco lleg� al puerto de Londres hace tres d�as. Te esper�bamos ayer.

-Despu�s de tantas semanas en mi barco, necesitaba un d�a para recuperarme.

-Santo Dios, es el modo m�s amable en el que he o�do expresarlo. �Era bonita ella?

-Inconmensurablemente.

Si Lenore hab�a tenido la esperanza de desconcertarlo con su franqueza, fracas�. Ni rubor, ni excusas; apenas una sonrisa indolente. Ella deber�a haberlo previsto. Seg�n Sonia, la t�a de Dimitri, que escrib�a con frecuencia a Lenore, a �l nunca le faltaba compa��a femenina, y la mitad de esa compa��a la formaban mujeres casadas. Anastasia estaba en lo cierto. �l ser�a un hip�crita si le echaba en cara sus pocas indiscreciones, cuando las de �l se contaban por centenares.

-�Qu� piensas hacer en cuanto a tu hermana? -arriesg� Lenore, ya que �l estaba de buen talante.

-�D�nde est� ella?

-En su habitaci�n. No est� demasiado contenta de que t� est�s aqu�. Parece creer que ser�s un tanto severo con ella por haber sido llamado aqu� para llevarla de vuelta a Rusia.

Dimitri se encogi� de hombros.

-Admito que me irrit� al principio. Este no era un momento conveniente para que yo saliera de Rusia.

-Lo siento, Dimitri. Nada de esto habr�a sido necesario si esa mentecata no hubiera hecho semejante escena cuando encontr� a Anastasia en la cama con su marido. Pero en esa fiesta hab�a m�s de cien invitados, y por lo menos la mitad acudi� al rescate cuando se oyeron los gritos de la mujer. Y Anastasia, ni�a tonta, no tuvo el juicio suficiente para esconder la cabeza bajo las s�banas, para que no la reconocieran. No, se incorpor� all�, en enaguas, y se puso a discutir con la mujer.

-Es lamentable que Anastasia no fuera m�s discreta, pero no me malinterpretes, Babushka. Los Alexandrov nunca han permitido que la opini�n p�blica influyera en sus acciones. No, la culpa de mi hermana es no haber seguido tus dictados.

-Tan s�lo fue testaruda y se neg� a huir de la censura, otro rasgo que vosotros, los Alexandrov, ten�is en com�n, Dimitri.

-La defiendes demasiado, duquesa.

-Pues alivia mi esp�ritu y dime que no piensas azotarla.

Dimitri tard� un momento en cambiar de expresi�n; luego prorrumpi� en risas.

-�Qu� te ha estado diciendo de m� esa ni�a?

Lenore tuvo el donaire de ruborizarse.

-Evidentemente desatinos -opin� en tono desapacible.

-Se rebelar� ante eso, hijo m�o. M�s de una vez me ha dicho que el matrimonio no es para ella, y que sus opiniones al respecto provienen de ti por entero.

-Y bien, tal vez cambie de idea cuando se entere de que yo mismo pienso casarme antes de que termine el a�o.

-�Hablas en serio, Dimitri? -inquiri� Lenore con sorpresa.

-Completamente -replic� �l-. Lo que ha interrumpido este viaje es mi noviazgo.


3

Katherine se aplic� otra compresa fr�a sobre la frente e inclin� la cabeza hacia atr�s, apoy�ndola en el sof�. Despu�s de su reuni�n matinal con los criados, para asignarles tareas, se hab�a retirado a su habitaci�n. Y esa terrible jaqueca que no se mitigaba. Pero tal vez hubiera bebido demasiado champa�a la noche anterior, en su baile. Eso no era nada habitual en ella. Pocas veces beb�a licores en las fiestas, y nunca cuando era ella la anfitriona.

Su doncella, Lucy, recorr�a el dormitorio poni�ndolo en orden. La bandeja que hab�a llevado con el desayuno permanec�a intacta. Todav�a no pod�a digerir siquiera la idea de comer.

Katherine emiti� un largo suspiro. Afortunadamente, el baile de la noche anterior hab�a sido un �xito, pese a su leve embriaguez. Hasta Warren se las hab�a arreglado para aparecer. La velada misma nada ten�a que ver con su jaqueca del momento. Hab�a sido causada por Elisabeth, y por el mensaje que hab�a entregado su doncella cuando empezaban a llegar los primeros invitados: que como William no hab�a sido invitado al baile, ella tampoco asistir�a.

Era incre�ble. Ni una palabra de Beth en toda la semana, desde aquella conversaci�n; ni un suspiro, ni una l�grima. Katherine hab�a cre�do verdaderamente que Beth hab�a aceptado la situaci�n, y se hab�a enorgullecido de ella, de lo bien que manejaba esa cuesti�n. Y entonces, de buenas a primeras, este giro en redondo, este mensaje que probaba sin lugar a dudas que Beth no se hab�a olvidado de William ni mucho menos... lo cual le hac�a preguntarse por qu� no hab�a habido m�s l�grimas si era as� en realidad.

�Qu� demonios deb�a pensar ella? En ese momento preciso no pod�a pensar nada con su dolor de cabeza.

Un fuerte golpe en la puerta le hizo hacer una mueca. Entr� Elisabeth, vestida con una hermosa t�nica verde musgo de seda, un atuendo para salir. Sosten�a una toca de seda en la mano y llevaba bajo el brazo una sombrilla de encaje.

-Me ha dicho Martha que no te sent�as bien, Kit.

Ninguna menci�n de su ausencia la noche anterior, ni siquiera una expresi�n de culpa. Y despu�s de todas las molestias que se hab�a tomado Katherine para el baile, eligiendo solamente a los hombres solteros m�s aceptables con la esperanza de que alguno atrajera el inter�s de Beth. En fin, el baile no hab�a sido ninguna molestia en realidad. Agasajar a doscientas personas era algo trivial cuando se sab�a c�mo hacer para que todo anduviera sin tropiezos.

-Temo haber bebido con cierto exceso anoche, cari�o -respondi� verazmente Katherine-. Ya se arreglar� todo esta tarde.

-Me alegro...

Beth estaba preocupada. �Por qu�?, se pregunt� Katherine. �Y a d�nde iba ella?

Aunque no estaba dispuesta a mencionar todav�a a lord Seymour, ten�a que saber a d�nde se encaminaba Beth. Asomaba una premonici�n inquietante.

-�Sales?

-S�.

-Entonces tendr� que pedir a John que te lleve. Henry est� enfermo.

-No... ser� necesario, Kit. Salgo simplemente a... a pasear.

-�A pasear? -repiti� est�pidamente Katherine.

-S�. Habr�s visto que hace un d�as espl�ndido, perfecto para pasear.

-No me hab�a dado cuenta. Ya sabes que casi nunca reparo en el tiempo - repuso Katherine. �Un paseo? Beth jam�s paseaba. Ten�a los arcos de los pies tan pronunciados, que le dol�an si caminaba. �Y qu� era tanta incertidumbre, tanto balbuceo?

-�Cu�nto tardar�s, cari�o?

-No s� -replic� evasivamente Beth-. Tal vez haga algunas compras antes de que llegue el gent�o de la tarde.

Katherine qued� muda, y antes de que pudiera recobrarse, Beth hizo un adem�n de despedida y cerr� la puerta. Entonces los ojos de Katherine brillaron y su jaqueca qued� moment�neamente olvidada al ocurr�rsele la m�s asombrosa idea. Su comportamiento inusitado, esa rid�cula declaraci�n sobre ir a pasear, la sugerencia m�s absurda todav�a de que quiz� fuese de compras... sin un carruaje para llevar sus paquetes.�Iba a encontrarse con William! �Y si ten�a que hacerlo de modo tan furtivo, sin duda iban a fugarse! Hab�a habido tiempo de sobra para que �l obtuviese una licencia. Y en la ciudad abundaban las iglesias.

-�Lucy!

La pelirroja doncella apareci� casi instant�neamente en la puerta del dormitorio.

-�Lady Katherine?

-�Pronto, llama a mi hermana, que vuelva aqu�!

La doncella sali� de la habitaci�n casi volando, alarmada por el tono de angustia en la voz de su ama. Alcanz� a Lady Elisabeth cuando bajaba las escaleras y ambas regresaron al gabinete de Katherine.

-�S�, Kit?

Esta vez su expresi�n era inequ�vocamente culpable, pens� Katherine desesperada, mientras sus pensamientos se adelantaban ya con rapidez.

-S� buena, Beth, y habla con la cocinera respecto de la cena de esta noche en mi lugar. Realmente no tengo ganas de tomar ninguna decisi�n por ahora.

El alivio de Beth fue obvio.

-Por supuesto, Kit.

Elisabeth sali� y cerr� la puerta, dejando a Lucy confusa, mirando.

-Pens� que usted ya...

Katherine salt� del sof�.

-S�, s�, pero el ir a la cocina la demorar� unos minutos mientras me cambio de ropa. Ahora, con tal de que la cocinera no mencione que ya he hablado con ella, esto me saldr� de perillas.

-No entiendo, lady Katherine.

-Claro que no, ni espero que lo hagas. Yo debo impedir que ocurra una tragedia. �Mi hermana piensa fugarse!

Al o�r esto, Lucy qued� boquiabierta. Hab�a o�do las habladur�as de la servidumbre con respecto a lady Elisabeth y el joven lord Seymour, as� como lo que el conde hab�a amenazado hacer si ella se casaba contra sus deseos.

-�No deber�a detenerla, milady?

-No... No puedo detenerla sin tener prueba alguna de sus intenciones -dijo Katherine, impaciente, mientras se desabrochaba la t�nica-. �R�pido, Lucy, necesito tu vestido! -Luego volvi� a su primer pensamiento-: Ser�a demasiado f�cil para ella escabullirse de nuevo cuando yo no lo esperara. Y no me es posible tenerla permanentemente encerrada con llave en su habitaci�n. Debo seguirlos hasta la iglesia y all� poner fin a esto. �Date prisa, Lucy! Entonces la llevar� a la Mansi�n Brockley, donde podr� vigilarla mejor.

Aunque no entend�a nada, la doncella se quit� su uniforme de algod�n negro y lo entreg� a su ama.

-Pero �por qu� necesita usted...?

-Vamos, ay�dame a pon�rmelo, Lucy. Podr�s ponerte mi vestido despu�s de que me vaya. Para que no me reconozcan, por supuesto -dijo respondiendo a la pregunta de su doncella-. Si me ve sigui�ndola, no se reunir� con lord Seymour, entonces no tendr� pruebas y no podr� hacer nada hasta que ella haga otro intento. �Me entiendes?

-S�, no, �oh, lady Katherine, no pensar� salir con aspecto de criada! -exclam� Lucy mientras le ayudaba a abotonarse la r�gida prenda.

-De eso se trata, Lucy, de estar disfrazada. Aunque Beth me viera, jam�s me reconocer� con esto -dijo Katherine, tratando de estirarse la falda sobre sus muchas enaguas-. Esto no servir�. Tendr� que quitarme algunos de estos volantes, y especialmente esta enagua tan abultada. Listo, ya est� mejor.

Cuatro enaguas cayeron a sus pies, y la falda negra se desliz� f�cilmente sobre sus caderas. Un poquito larga ahora, ya que Lucy med�a algunos cent�metros m�s que ella, pero eso no pod�a remediarse.

-No te pones ese delantal largo cuando sales, �o s�, Lucy?

-No.

-Me parec�a que no, pero no estaba segura. Oh, �por qu� no me habr� fijado nunca en estas cosas? �Qu� me dices de una sombrilla?

-No, milady, s�lo ese pa�o que hay en el bolsillo...

-�Esto? -Katherine sac� un pa�o de pelo de camello con largos cordeles para atar-. Perfecto. No te molesta que lo use, �verdad? Bien, quiero estar en mi papel. Supongo que debo quitarme tambi�n estos anillo -agreg� mientras se quitaba un gran solitario de rub� y otro con varias perlas-. Ahora dame una toca, pronto. Una papalina, creo. Eso ayudar� a ocultar mi rostro.

En enaguas, la doncella se precipit� al ropero, de donde volvi� con la toca m�s vieja de Katherine.

-Esta es demasiado elegante en realidad, se�ora.

Katherine se apoder� del objeto y, velozmente, le arranc� todos los adornos.

-�y bien?

-Como dice usted, milady, perfecto. Ya no parece una...

Katherine sonri� al ver que Lucy se ruborizaba sin poder acabar la frase.

-�Una dama? -sugiri�, luego ri� entre dientes al ver que la muchacha enrojec�a m�s-. No te inquietes, mujer. De eso se trataba.

-Oh, milady, esto... esto me preocupa. Los hombres suelen ser terriblemente osados en la calle. Ir� usted con varios lacayos...

-�Cielos, no! -exclam� Katherine-. Beth los reconocer�a a todos.

-Pero...

-No, Lucy, estar� muy bien.

-Pero...

-�Debo partir!

Despu�s de que su ama se march� y cerr� la puerta, Lucy se qued� retorci�ndose las manos. �De qu� se estaba haciendo part�cipe? Jam�s en su vida lady Katherine hab�a hecho algo semejante. Tampoco ella sab�a, en realidad, qu� estaba haciendo. Vaya, si la semana anterior, sin ir m�s lejos, Lucy hab�a sido abordada por un hombre enorme, a s�lo dos calles de distancia, y ella levaba puesto ese mismo vestido. Si no hubiese acudido a salvarla un caballero que pasaba en un carruaje, no sab�a que podr�a haber ocurrido. Pero ese sujeto no fue el primero que le hizo proposiciones indecentes. Una muchacha trabajadora no ten�a ninguna protecci�n. Y al salir de la casa, lady Katherine parec�a una muchacha trabajadora.

Katherine no parec�a exactamente una muchacha trabajadora. En su apariencia, s�, pero en su porte, no. Pese a lo que llevara puesto, a�n era la hija de un conde. No sabr�a actuar como una criada aunque lo intentara. No lo intent�. Eso no era necesario. S�lo era necesario que Elisabeth no la reconociera si, por casualidad, miraba atr�s. Y, en efecto, miraba atr�s cada pocos minutos, confirmando las sospechas de Katherine de que le preocupaba que la siguieran. En cada ocasi�n, Katherine tuvo que bajar la cabeza con rapidez. Pero hasta el momento iba todo bien.

Sigui� a su hermana hasta la calle Oxford, donde Beth dobl� a la izquierda. Katherine se manten�a muy atr�s, ya que le era f�cil seguir el rastro del vestido verde que la preced�a aun cuando las aceras se volvieron m�s atestadas.

Beth se encaminaba hacia la calle Regent, en la manzana pr�xima, pero eso no mitig� en nada las sospechas de Katherine. Era un sitio tan bueno como cualquiera para reunirse con William, no tan atestado como por la tarde ni mucho menos, pero sin embargo congestionado, con oficinistas que iban de prisa a trabajar, criados que hac�an compras para sus patrones; y como era una v�a p�blica importante, la calle estaba colmada de carruajes.

Katherine perdi� de vista a Beth cuando se intern� en la calle Regent y tuvo que apresurarse hasta la esquina. Pero all� se detuvo. Beth se hab�a detenido a tres tiendas de distancia y estaba examinando lo que se exhib�a en un escaparate. Como no se atrevi� a acercarse m�s, Katherine se qued� donde estaba, impaciente, sin hacer caso de las personas que pasaban junto a ella. Era una esquina muy transitada.

-Hola, primor.

Katherine no lo oy�, pues ni siquiera imaginaba que ese sujeto le hablara.

-Oye, no seas tan despreciativa -insisti� el hombre, sujet�ndole el brazo para lograr su atenci�n.

-�C�mo dice? -inquiri� ella, mir�ndolo con arrogancia, lo cual no era f�cil ya que �l le llevaba media cabeza de estatura.

El individuo no la solt�.

-�As� que eres engre�da? Pero eso me gusta.

Luc�a traje, hasta llevaba un bast�n, pero sus modales dejaban mucho que desear. Era bastante bien parecido, pero Katherine no lo tom� en cuenta. Jam�s en su vida un desconocido le hab�a puesto la mano encima. Siempre la hab�an rodeado mozos de cuadra o lacayos para impedir que eso ocurriera. No sab�a qu� hacer ante esa situaci�n, pero el instinto la hizo sacudir el brazo para zafarse. El hombre no la solt�.

-�V�yase, se�or! No deseo que me molesten.

-Oye, primor, no te des aires. -Le sonre�a, disfrutando del s�bito desaf�o-. Est�s aqu� sin nada mejor que hacer. No te har� da�o pasar el rato.

Katherine qued� espantada. �Acaso deb�a irse con �l? Imposible. Ya hab�a comunicado sus deseos.

Ech� atr�s la mano con la que apretaba por el cordel el pa�o de Lucy y le lanz� un golpe. El sujeto la solt� para apartarse de un salto. Evit� ser golpeado, pero al hacer choc� con otro hombre que aguardaba para cruzar la calzada. Ese individuo le dio un fuerte empell�n, con un brusco juramento que hizo arder las orejas a Katherine y enrojeci� v�vidamente sus mejillas.

Tan pronto como se enderez�, le que la hab�a acosado la mir� con rabia.

-Grand�sima zorra. Un simple “no” habr�a bastado.

Las fosas nasales de Katherine se ensancharon de furia. Estuvo a punto de rebajarse a la altura del sujeto para decirle d�nde podr�a guardarse su indignaci�n tan fuera de lugar. Pero ten�a demasiada educaci�n para eso. Le volvi� la espalda, luego gimi� al ver que Elisabeth se hab�a alejado durante la conmoci�n y estaba ya a casi media calle de distancia.


4

La demora irritaba a Anastasia. Parec�a que el carruaje en que viajaban se hubiese detenido media hora en esa transitada esquina, a la espera de que se abriera un hueco en la densa congesti�n de la calle Regent para poder cruzar al otro lado y continuar su camino. La residencia del t�o de ambos estaba a pocas calles de distancia. De haber ido a pie, Anastasia habr�a podido llegar antes.

-Odio esta ciudad -se quej� la joven-. Las calles son muy estrechas y est�n siempre tan atestadas, comparadas con San Petersburgo. Y aqu� nadie se apresura jam�s.

Dimitri no dijo nada, ni siquiera record�ndole que era all� donde ella dec�a querer quedarse. Permaneci� simplemente mirando absorta por la ventanilla. �Qu� esperaba Anastasia? Su hermano apenas le hab�a dicho dos palabras durante todo el viaje a Londres. Pero, claro est�, hab�a dicho m�s que suficiente antes de que ambos partieran de la finca rural de la duquesa.

Recordando la furia de Dimitri, Anastasia se estremeci�. No la hab�a golpeado. Ella casi prefer�a que lo hubiera hecho. Su c�lera hab�a sido igualmente espeluznante.

Despu�s de que desvari� y la llam�, entre otras cosas, necia sin juicio, �l hab�a dicho mordazmente:

-Lo que hagas en la cama, y en la cama de qui�n, no es de mi incumbencia. Te conced� la misma libertad que yo gozo. Pero no es por eso por lo que estoy aqu�, �verdad Nastia? Estoy aqu� porque tuviste la temeridad de burlarte de los deseos de Grandm�re.

-Pero fue irrazonable de su parte enviarme de vuelta por algo tan secundario.

-�Silencio! Lo que es secundario para ti no lo es para estos ingleses. �Esto no es Rusia!

-No, en Rusia la t�a Sonia vigila todos mis movimientos. All� no tengo ninguna libertad.

-Entonces har� bien si te pongo al cuidado de un marido, que acaso sea m�s indulgente.

-�Dimitri, no!

El asunto no admit�a discusi�n. Dimitri hab�a tomado su decisi�n. Y ni siquiera eso fue el golpe que ella hab�a previsto como represalia por las molestias que ella le hab�a causado. Lleg� poco antes de que �l se volviera para alejarse de ella.

-Ruega a Dios que mis planes no hayan quedado arruinados por este viaje innecesario, Nastia -le dijo brutalmente-. De ser as�, puedes tener la certeza de que el marido que te encontrar� no ser� de tu gusto.

Y luego hab�a sido simp�tico durante los cuatro d�as que se hab�a quedado de visita en casa de la duquesa. Pero Anastasia no pod�a olvidar la amenaza que pend�a sobre su futuro. Era demasiado esperar que �l no lo hubiese dicho en serie, que fuera s�lo efecto de la c�lera. No era tan grave tener un marido si este le conced�a libertad y no hac�a caso de sus indiscreciones. Y al menos quedar�a libre de la rigidez de su t�a Sonia. Pero un hombre que le exigiera fidelidad, que le impusiera cruelmente sus deseos, que utilizara a sus criados para espiarla, que la azotara si ella lo desafiaba, eso era enteramente distinto, y con eso exactamente la estaba amenazando su hermano.

Anastasia nunca hab�a sufrido antes la ira de Dimitri. La hab�a visto caer sobre otros, pero con ella, �l siempre hab�a sido indulgente y cari�oso. Eso indicaba cu�n intensamente le hab�a disgustado ella en este caso. Ella hab�a presentido que �l se pondr�a furioso, porque ella hab�a ido demasiado lejos al desobedecer a la duquesa. Y el fr�o silencio de Dimitri desde que salieron del campo era prueba de que no la hab�a perdonado.

Ambos iban solos en el carruaje, lo cual hac�a tanto m�s insoportable el silencio. Los doce criados con quienes viajaba Dimitri iban en otros coches, detr�s de ellos, juntos con los que Anastasia hab�a tra�do a Inglaterra. Hab�a tambi�n ocho guerreros cosacos que siempre acompa�aban al pr�ncipe cuando sal�a de Rusia, algo imprescindible, supon�a la joven, considerando la riqueza de Dimitri. Para los ingleses eran una curiosidad estos guerreros de feroz aspecto, con sus bigotes colgantes y sus uniformes rusos, sus gorros de piel y sus numerosas armas. Nunca dejaban de atraer la atenci�n hacia el s�quito del pr�ncipe, pero eran �tiles para desalentar a cualquiera que quisiese molestarlo.

-�No puedes ordenar a tus hombres que nos abran paso, Mitia -inquiri� finalmente-. Tanta espera nada m�s que para cruzar una est�pida intersecci�n.

-No hay prisa -repuso �l sin mirarla-. No zarparemos hasta ma�ana y no dejaremos la casa en la ciudad esta noche. No habr� esc�ndalos aqu�, en Londres, para que los encuentre el zar cuando visite a la reina de Inglaterra este verano.

Anastasia se encoleriz� por la advertencia, destinada enteramente a ella. Era la primera noticia que ten�a de que el zar Nicol�s visitar�a Inglaterra. Y a decir verdad, hab�a pensado salir esa noche, que posiblemente fuera su �ltima noche de libertad por mucho tiempo.

-Pero, Mitia, este carruaje es sofocante. Llevamos aqu� sentados...

-Ni siquiera cinco minutos -la interrumpi� �l bruscamente-. Dejad ya de quejarte.

La joven lo mir� ce�uda; luego se asombr� al o�rlo re�r de pronto entre dientes. Pero el pr�ncipe a�n miraba algo por la ventanilla, de modo que ella no se sinti� ofendida, s�lo furiosa.

-Me alegro de ver que disfrutas de este paseo tan aburrido -se mof� ella con sarcasmo. Pero cuando no obtuvo respuesta, insisti� secamente-: Y bien, �qu� te divierte tanto?

-Esta moza que rechaza a un admirador...�`Qu� mujercita tan impetuosa!

Dimitri estaba intrigado, aunque sin saber con certeza por qu�. La mujer ten�a una figura bastante agradable, pero nada llamativa. Sus pechos empujaban un corpi�o demasiado ce�ido, una cintura peque�a, caderas estrechas, todo enfundado en un vestido negro que no le sentaba bien. El pr�ncipe vio su rostro por un momento brev�simo, y adem�s desde cierta distancia, ya que estaba en la esquina opuesta. Al otro lado de la calzada. No era una belleza, pero ten�a cierta personalidad, ojos enormes en un rostro peque�o, una barbilla decidida.

No era el tipo de mujer que habitualmente atra�a su inter�s. Era demasiado menuda, casi como una ni�a, salvo por esos senos pujantes. Pero lo divert�a. Tan altanera indignaci�n en un envoltorio tan peque�o... �Y cu�ndo era la �ltima vez que una mujer lo hab�a divertido en realidad?

Un puro impulso lo hizo llamar a Vladimir a la ventanilla. Vladimir era su brazo derecho, indispensable para �l, ya que se ocupaba de la comodidad de Dimitri en todo. No hac�a preguntas ni emit�a juicios. Obedec�a al pie de la letra todas y cada una de las �rdenes del pr�ncipe.

Unas palabras al fiel sirviente, y Vladimir parti�. Pocos instantes m�s tarde el coche reanudaba su marcha.

-No puedo creerlo -dijo Anastasia desde el lado opuesto del carruaje, sabiendo bien lo que acababa de hacer Dimitri-. �Ahora buscas prostitutas en la misma calle? Esa deb�a ser excepcionalmente bonita.

Dimitri no hizo caso de su tono sard�nico.

-No particularmente. Digamos que ha picado mi vanidad... Me gusta tener �xito donde otros han fracasado.

-Pero �de la calle, Mitia? Podr�a estar enferma o algo peor.

-Eso te agradar�a, �verdad, querida m�a? -replic� �l secamente.

-En este momento, s� -repuso la muchacha.

Su rencor no logr� m�s que una sonrisa inexpresiva.

Al otro lado de la calle, Vladimir tropez� con la dificultad de conseguir un coche y, al mismo tiempo, no perder de vista a la figurita de negro que se alejaba sin detenerse por la calle Regent. No hab�a en las inmediaciones ning�n coche para alquilar, �l no hablaba muy bien ingl�s y su franc�s era deficiente. Pero el dinero resolv�a casi todos los problemas, y este tambi�n. Tras varios intentos, logr� convencer al conductor de un carruaje privado, peque�o y cerrado, para que abandonara su puesto, donde esperaba a su patr�n. El equivalente de casi un a�o de salarios bien val�a el riesgo de perder su trabajo.

Ahora, a buscar a esa mujer... Era obvio que el carruaje no podr�a alcanzarla en una calle tan atestada. El conductor recibi� la orden de seguir en pos de Vladimir con la mayor rapidez posible. El conductor no hizo m�s que sacudir la cabeza ante las excentricidades de los ricos, como presum�a que era ese individuo; alquilar un carruaje y despu�s no utilizarlo... Pero con tanto dinero en el bolsillo, �qui�n era �l para discutir?

Vladimir alcanz� a la mujer casi al final de la calle, pero s�lo porque ella se hab�a detenido sin motivo alguno aparente. Se qued� inm�vil en medio de la acera, mirando adelante en l�nea recta.

-�Mademoiselle?

-�Oui? -dijo ella un tanto preocupada, mir�ndolo apenas.

Excelente. Ella hablaba franc�s. Casi ning�n campesino ingl�s lo hac�a, y �l hab�a temido tener dificultad para comunicarse con esa joven.

-Esc�cheme, por favor, se�orita. Mi amo, el pr�ncipe Alexandrov, quisiera contratar sus servicios por esta noche.

Habitualmente no hac�a falta m�s que mencionar el t�tulo de Dimitri para concluir transacciones como esa. Por consiguiente, Vladimir se sorprendi� cuando s�lo recibi� de la mujer una mirada de fastidio. Y al ver su rostro con claridad, se sorprendi� todav�a m�s. No era del gusto de Dimitri, en absoluto. �En qu� estar�a pensando el pr�ncipe al querer que ese pajarillo estuviese en su cama esa noche?

A Katherine la fastidi�, por cierto, que la molestar�n otra vez �y para qu�? Sin duda una fiesta o reuni�n social que requer�a sirvientes adicionales. Pero �contratarlo en la calle misma? Jam�s hab�a o�do decir tal cosa. Pero ese sujeto era extranjero, de modo que ella deb�a hacer concesiones.

Por eso no lo rechaz� sin m�s ni m�s, como a ese otro individuo. Se hab�a dado cuenta del error cometido. Como estaba disfrazada de criada, era necesario que al menos tratara de representar dicho papel. Al no hacerlo antes, hab�a estado a punto de causar un alboroto con su irreflexivo ataque contra aquel otro hombre, provocar una escena en la cual podr�a ser reconocida por alguno de sus allegados, era impensable; sin embargo, casi lo hab�a hecho poco antes, neciamente.

Una cosa que Katherine jam�s permitir�a era que se relacionara su nombre con un esc�ndalo. Se enorgullec�a de un comportamiento impecable, muy por encima de todo reproche. �Qu� hac�a entonces all�? S�lo pod�a culpar a esa horrible jaqueca por enturbiar su pensamiento. Con la cabeza despejada, se le habr�a ocurrido un plan mejor que disfrazarse de criada.

El desconocido aguardaba su respuesta. Deb�a ser un sirviente sumamente bien pagado, ya que su chaqueta y sus pantalones eran de calidad superior. Era alto, de edad mediana y no mal parecido, con cabello casta�o y ojos celeste. �Qu� le responder�a Lucy? Probablemente la muchacha coquetear�a un poco para hacer m�s digerible su negativa. Katherine no pod�a llegar a eso.

Sin perder de vista a Elisabeth, que despu�s de cruzar la calzada se hab�a detenido, respondi�:

-Lo lamento, se�or, pero no necesito trabajo adicional.

-Si se trata de dinero, el pr�ncipe es extremadamente generoso.

-No necesito dinero.

Vladimir empez� a preocuparse. La mujer no se hab�a impresionado con el t�tulo del pr�ncipe. Tampoco parec�a ni remotamente interesada en este honor que se le conced�a. Si realmente se negaba... no, imposible.

-Diez libras -ofreci�.

Si cre�a que eso pondr�a fin al regateo, se equivocaba. Katherine lo miraba con fijeza, incr�dulamente. �Acaso estaba loco �l al ofrecer semejante salario? �O no se daba cuenta de cu�l era la tarifa habitual para los criados en Londres? La �nica posibilidad era que �l estuviese desesperado. Y Katherine comprendi�, inc�moda, que probablemente no hubiese en toda Inglaterra una criada que no abandonara su puesto para aceptar ese trabajo por una noche a tal precio. Y sin embargo, ello no pod�a aceptar. Sin duda �l pensar�a que ella estaba loca.

-Lo siento...

-Veinte libras.

-�Absurdo! -exclam� Katherine, ya desconfiando de aquel sujeto. S�, estaba loco-. Podr� contratar a toda una legi�n de criadas por menos que eso. Y ahora disc�lpeme.

Le volvi� la espalda, rogando que �l se marchara. Vladimir suspir�. Tanto rid�culo regateo desperdiciado por un error. �Una criada? Ella lo hab�a malinterpretado totalmente.

-Se�orita, perd�neme por no haber hablado claro al principio. Mi amo no requiere los servicios de una criada. La ha visto y desea compartir su compa��a esta noche, por lo cual se le pagar� generosamente. Si tengo que ser m�s expl�cito...

-�No! -Con las mejillas ardiendo, Katherine lo mir� de nuevo-. Yo... ahora entiendo muy bien.

Dios santo, �c�mo se hab�a puesto en tan demente situaci�n? Su instinto le aconsejaba abofetearlo; el insulto era extremo. Pero Lucy no se ofender�a. Lucy se emocionar�a.

-Me halaga, naturalmente, pero no me interesa.

-Treinta libras.

-No -replic� ella secamente-. A ning�n precio. Y ahora m�rchese...-Una voz masculina la interrumpi�.

-Ya he llegado, jefe, si est� listo para partir ahora.

Al mirar atr�s, Vladimir vio el carruaje a poco pasos de distancia.

-Muy bien. Ll�venme a la vuelta de esta calle... Yo le dir� cuando detenerse. -Dicho esto, cubri� con su mano la boca de la mujer y la arrastr� al interior del carruaje-. Es una criada fugitiva -explic� al boquiabierto conductor.

-�Fugitiva? Esc�cheme, jefe, si ella no quiere trabajar para usted, es asunto de ella, �o no? No puede usted obligarla. -Varias libras m�s, puestas en su mano, cambiaron el todo del conductos-. Como usted diga.

El grito de Katherine hab�a muerto bruscamente en su garganta. �Acaso nadie hab�a presenciado aquel rapto, aparte del conductor del carruaje? Pero nadie les grit� que se detuvieran. El desconocido hab�a actuado con tanta rapidez, tardando apenas unos segundos para empujarla dentro del veh�culo, que era dudoso que alguien lo hubiese advertido.

De inmediato le empujaron el rostro y el pecho contra el asiento. Mientras el carruaje empezaba a moverse, le quitaron la toca y le cubrieron la boca con un pa�uelo y lo anudaron atr�s, en su cabeza. Un duro codo en la espalda le imped�a resistirse; luego le doblaron los brazos a la espalda y se los sujetaron con presi�n suficiente para retenerla contra el asiento. En esta posici�n, torcida de costado, apenas pod�a mover las piernas, pero de todos modos alguien le ech� una pierna encima de las suyas para inmovilizarlas.

El hombre era lo bastante fuerte como para sujetarle los brazos con una sola mano, que cambi� al cabo de un momento, y ella comprendi� por qu� cuando la envolvi� en su chaqueta. Las ventanillas, por supuesto. Aunque el coche estuviera cerrado y oscuro por dentro, si se deten�a, cualquiera que pasara a su lado podr�a ver el interior por la ventanilla.

Ella hab�a tenido raz�n al recelar del sujeto. Estaba realmente loco. Cosas como esa simplemente no le ocurr�an a Katherine Saint John. Pero tan pronto como ella le dijese qui�n era en realidad, tendr�a que dejarla libre. Lo har�a... �o no?

Se inclin� sobre ella y su voz le lleg� suavemente a trav�s de la tela de su chaqueta.

-Lo siento, pichoncita, pero no me has dejado otra alternativa. Las �rdenes del pr�ncipe deben obedecerse. No consider� que pudieras negarte a su petici�n. Ninguna mujer lo ha rechazado antes. Las mujeres m�s bellas de Rusia se disputan este honor. Ya ver�s por qu� cuando venga a ti. No hay hombre como el pr�ncipe Dimitri.

A Katherine le habr�a gustado mucho decirle lo que pod�a hacer con ese honor. �Vaya, as� que no hab�a hombre como el pr�ncipe! Aunque fuera el hombre m�s apuesto del mundo, ella no quer�a saber nada de �l. Seg�n ese sujeto, deb�a sentirse agradecida porque la raptaran. �A qui�n se le ocurr�a!

El veh�culo se detuvo. Katherine ten�a que escapar de aquel lun�tico. Pero no le daba ocasi�n de hacerlo. La chaqueta que la envolv�a le sujetaba eficazmente los brazos a los costados. El desconocido la levant�. Luego ech� a andar, llev�ndola en sus brazos, uno apret�ndola bajo las rodillas, manteni�ndolas firmes contra su pecho e inmovilizadas. Katherine no pod�a ver nada a trav�s de la chaqueta, que tambi�n le cubr�a el rostro.

Repentinamente, sin embargo, sinti� olor a comida. �Una cocina? �As� que entonces �l la introduc�a por la puerta de atr�s? En eso hab�a esperanza. No quer�a que su pr�ncipe supiera lo que �l hab�a hecho. Hab�a dicho que ese Dimitri no hab�a considerado la posibilidad de que ella rehusara. Un pr�ncipe nunca recurrir�a a tales medidas para obtener una mujer. Despu�s de todo, ella no tendr�a que humillarse explicando qui�n era. Bastaba con que hablara con el pr�ncipe y le dijese que no estaba interesada. Se la pondr�a en libertad de inmediato.

Las rodillas del desconocido le rozaron las nalgas al subir escalones y m�s escalones. �D�nde estaba ella? El carruaje no hab�a ido muy lejos, no m�s de lo que ella habr�a tardado en llegar a su casa. Dios santo, �acaso esa era alguna casa de la Plaza Cavendish, cercana a su propio hogar? �Qu� iron�a! Pero no sab�a de ning�n pr�ncipe que se hubiese mudado al barrio. �O es que exist�a un pr�ncipe? �Acaso era este, simplemente, alg�n perverso sujeto que raptaba mujeres j�venes para su propia diversi�n, inventando cuentos extravagantes para facilitar su tarea?

Su captor habl� de nuevo, pero en un idioma que Katherine no reconoci�, aunque estaba familiarizada con casi todos los idiomas europeos. Una mujer contestaba en el mismo extra�o lenguaje... �Ruso! El desconocido hab�a mencionado Rusia. �Eran rusos, los b�rbaros del norte! Por supuesto... en ese pa�s abundaban los pr�ncipes. �Acaso toda la antigua aristocracia no llevaba all� esos t�tulos?

Se abri� una puerta. Pocos pasos m�s y la joven fue cuidadosamente puesta de pie. Le quitaron de encima la chaqueta. De inmediato Katherine se arranc� la mordaza. Su primer impulso fue desahogar su furia sobre el desconocido que permanec�a inm�vil, mir�ndola fijamente y de manera extra�a. Le cost� muchos esfuerzos no dejarse llevar por tal impulso.

-Contr�late, Katherine -se dijo ella en voz alta-. No es m�s que un b�rbaro, con mentalidad de b�rbaro. Probablemente ni siquiera sepa que ha cometido un delito.

-No somos b�rbaros -dijo �l en franc�s.

-�Habla usted ingl�s? -inquiri� ella.

-S�lo algunas palabras. Conozco “b�rbaro”. Ya me han llamad as� ustedes, los ingleses. �Qu� m�s ha dicho?

-No importa. Hablaba conmigo misma, no con usted. Es una peculiaridad m�a.

-Eres m�s hermosa con el cabello suelto. El pr�ncipe quedar� complacido.

-Con lisonjas no conseguir� nada, se�or.

-Mil perdones -Vladimir se inclin� levemente, con deferencia; luego, al sorprenderse haci�ndolo, se detuvo. Esa moza era muy arrogante para ser una criada... Pero claro, era inglesa y �l deb�a tenerlo en cuenta-. Me llamo Vladimir Kirov. Debemos hablar...

-No, no tengo nada m�s que decirle, se�or Kirov. Tendr� la bondad de informar a su amo que estoy aqu�. Hablar� con �l.

-No vendr� hasta esta noche.

-�Tr�igalo! -Le pasm� como se elevaba su voz, y sin embargo �l se limit� a sacudir la cabeza-. Estoy lista para gritar hasta quedarme sin voz, se�or Kirov -le advirti� en un tono que consider� muy razonable, dadas las circunstancias-. Usted me ha insultado, me ha maltratado y sin embargo a�n estoy tranquila, como puede usted ver. No soy una mentecata para perder la cabeza ante una peque�a adversidad... Pero estoy llegando al l�mite. No estoy en venta por ning�n precio. El rescate de un rey no alterar�a ese hecho. Ser� mejor, pues, que me deje ya en libertad.

-Eres terca, pero eso no cambia nada. Te quedar�s... -Alz� una mano al ver que ella abr�a la boca-. No te recomiendo gritar. Al otro lado de la puerta hay dos guardias que vendr�n de inmediato a hacerte calla. Eso ser�a muy inc�modo para ti, adem�s de innecesario. Te dar� algunas horas para que vuelvas a pensarlo.

Katherine no le crey� ni por un momento con respecto a los guardias, hasta que abri� la puerta para salir y los vio all�, de pie. Era hombres de aspecto feroz con uniformes id�nticos: largas chaquetas, pantalones abolsados, botas altas, amenazantes espadas colgando de sus caderas. Incre�ble. �Acaso todos los habitantes de la casa ser�an part�cipes de ese delito? Evidentemente, s�. Su �nica esperanza segu�a siendo el pr�ncipe.


5

-�Qu� puedo hacer, Marusia? -preguntaba Vladimir a su esposa-. �l la desea. Ella se niega a compartir su lecho. Hasta ahora, nunca me hab�a encontrado con este dilema.

-Pues b�scale otra mujer -replic� ella con soltura, creyendo que la soluci�n era as� de simple-. Sabes lo que ocurrir� si �l que insatisfecho esta noche. Ser� imposible complacerlo durante todo el viaje de vuelta. No ser�a tan grave si su abuela no lo hubiese rega�ado por su excesiva promiscuidad... Pero le advirti� que no se acercara a sus criadas y �l obedeci� por deferencia. El pr�ncipe debe tener una mujer esta noche, antes de que zarpemos, o todos sufriremos por su frustraci�n. Ser� diez veces peor que al venir ac�, cuando esa est�pida condesa cambi� de idea en el �ltimo momento y no zarp� con �l.

Vladimir ya sab�a todo eso. Su problema no era tan s�lo que nunca antes le hab�a fallado al pr�ncipe; era cuesti�n de garantizar un viaje placentero para todos ellos. No era que el pr�ncipe no pudiera permanecer c�libe por necesidad, como lo har�a en el viaje de vuelta a Rusia. Pero cuando no era imprescindible hacerlo, como esa noche, no quisiera Dios que �l no consiguiera lo que deseaba, ya que cuando Dimitri no era feliz, ninguno de sus allegados lo era. Vladimir se sirvi� otro trago de vodka y lo bebi�. Marusia continu� rellenando una ganso con kasha para la cena de Dimitri. Cre�a resuelta la cuesti�n. Su esposo le hab�a dicho �nicamente que la mujer que �l hab�a conseguido para el pr�ncipe le estaba causando problemas.

-Marusia, �por qu� raz�n una mujer... oye, no es ninguna dama, sino una campesina inglesa, una criada... por qu� no la complacer�a que un pr�ncipe la considerara deseable?

-Debe sentirse halagada. Ninguna mujer en el mundo dejar�a sentirse al menos halagada, aunque no quisiera acostarse con �l. Mu�strale el retrato. Eso la har� cambiar de idea.

-S�, lo har�, pero... pero no creo que eso influya esta vez. No se sinti� halagada, Marusia. Se sinti� insultada. Lo vi en su rostro. No entiendo. Ninguna mujer lo ha rechazado antes, v�rgenes, esposas, princesas, condesas, hasta una reina...

-�Qu� reina? �Nunca me has contado eso!

-No importa -repuso �l con brusquedad-. Eso no es para habladur�as, y a ti, mi querida esposa, te encanta chismorrear.

-Bueno, todo hombre deber�a ser rechazado al menos una vez. Le hace bien.

-�Marusia!

La mujer ri� con regocijo.

-Bromeo, marido m�o. Todo hombre, excepto nuestro pr�ncipe. Ahora deja de preocuparte. Ya te lo he dicho, ve y b�scale otra mujer.

Vladimir contempl� l�gubremente su vaso vac�o y volvi� a llenarlo.

-No puedo. No me dijo “Quiero una mujer esta noche. B�scamela”. Me se�al� esta pichoncita y dijo: “Esa. Arr�glalo”. Y ella ni siquiera es hermosa, Marusia, salvo por sus ojos,. Podr�a encontrarle diez o doce mujeres m�s a su gusto antes de esta noche. El quiere esta. Debe tenerla.

-Debe de estar enamorada -dijo Marusia, pensativa-. Esa es la �nica raz�n por la cual una mujer de clase baja rechazar�a tal honor. No hay campesina en Rusia...

-Esto es Inglaterra -le record� �l-. Tal vez aqu� piensen de otra manera.

-Ya hemos estado aqu� antes, Vladimir. Nunca has tenido este problema. Te digo que ella est� enamorada de alguien. Pero hay drogas que pueden hacerla olvidar, enturbiar su memoria, hacerla m�s complaciente...

-El creer� que est� borracha -replic� severamente Vladimir-. Eso no le agradar� en absoluto.

-Al menos la tendr�.

-�Y si no da resultado? �Si ella recuerda lo suficiente como para pelear contra �l?

Marusia arrug� la frente.

-No, eso no servir�. Se pondr�a furioso. No necesita toma a una mujer por la fuerza. No lo har�a. Ellas se pelean por lanzarse a sus pies. Puede tener cualquier mujer que quiera.

-Pues quiere a esta, que no lo quiere a �l.

Marusia le lanz� una mirada de disgusto.

-Ahora empiezas a preocuparme. �Quieres que hable con ella, a ver si logro averiguar cu�les son sus objeciones?

-Puedes intentarlo -admiti� Vladimir, ya dispuesto a hacer cualquier cosa.

La mujer movi� la cabeza asintiendo.

-Entre tanto, ve y habla con Bulavin. Puede que no sea nada, pero la semana anterior se jactaba de conocer un modo de lograr que una mujer le rogara que le hiciera el amor, cualquier mujer. Quiz� tenga alg�n tipo de poci�n m�gica -agreg� sonriendo.

-�Qu� disparate! -se mof� �l.

-Nunca se sabe -brome� la mujer. Los cosacos siempre han vivido cerca de los turcos, y nunca se ha comentado que estos sultanes tuvieran problemas con sus j�venes esclavas, que en su mayor�a eran cautivas inocentes.

Vladimir desech� la idea con un adem�n y un gesto de enfado, pero hablar�a con Bulavin. Ya estaba desesperado.

Katherine no pod�a permanecer inm�vil. Caminaba en c�rculos por la habitaci�n, mirando cada pocos minutos, ce�uda, el enorme ropero que los dos guardias hab�an empujado frente a la �nica ventana. Con su escasa corpulencia, no pod�a moverlo, aunque estaba vac�o. Lo hab�a intentado en vano durante media hora.

Se hallaba encerrada en un dormitorio bastante grandes, que estaba en desuso. Hasta la c�moda estaba vac�a. Un empapelado rosa y verde (la reina aprobaba esa combinaci�n) cubr�a los muros. El mobiliario era de estilo Hope, bastante inc�modo, que evidenciaba influencia griega y egipcia en la decoraci�n. Un cubrecama de raso verde, muy caro, sobre la cama. Riqueza. La Plaza Cavendish, ella estaba segura.

Si tan s�lo pudiera salir de aquella habitaci�n, podr�a llegar a su casa... pero �para qu�? Elisabeth, a quien viera por �ltima vez sola, esperando en la esquina, ya se habr�a reunido con William. Estar� casada antes de que yo llegue a casa.

Es est�pida mascarada, esa espantosa situaci�n... todo para nada. Elisabeth casada con un brib�n cazafortunas. Eso, y s�lo eso, pon�a a Katherine furiosa contra aquellos rusos. Ese b�rbaro, ese idiota cabeza dura que la hab�a llevado all�... por su culpa la vida de Beth estaba arruinada ya. No, �l no. El no hab�a hecho m�s que cumplir �rdenes. Su pr�ncipe era realmente el responsable. �Qui�n diablos cre�a ser, enviando a un criado en busca de ella por un motivo tan salaz? �Qu� arrogancia!

Le cantar� cuatro frescas, pens� Katherine. Deber�a hacer que lo encarcelen. Conozco su nombre, Dimitri Alexandrov... Pensarlo era agradable, pero ella no lo har�a. Ser�a peor el esc�ndalo que el delito cometido. Pues s�lo le faltaba eso: el nombre de los Saint John arrastrado por el fango.

-Pero si Beth no est� en casa cuando yo vuelva, y si no est� soltera todav�a, jur� por Dios que lo har�.

Hab�a una esperanza, aunque remota, de que ese d�a Elisabeth se reuniera con William tan s�lo para hablar con �l, para hacer planes. Necesitaba aferrarse a esa idea. Entonces no todo estar�a perdido, y esa ser�a tan s�lo una experiencia irritante que ella har�a todo lo posible por olvidar.

-Le traigo algo de comer, se�orita, y otra l�mpara. Este cuarto es muy oscuro con la ventana bloqueada. Usted habla franc�s, �no? Yo lo hablo muy bien porque es el idioma de nuestros arist�cratas. Algunos de ellos ni siquiera hablan ruso.

Ese torrente de palabras brot� cuando una mujer cruz� de prisa la habitaci�n llevando una pesada bandeja que deposit� sobre una mesa redonda y baja, entre dos sillas. Era media cabeza m�s alta que Katherine, de edad mediana, con cabello casta�o recogido y unos bondadosos ojos azules. No hab�a llamado a la puerta. Uno de los guardias, despu�s de abrirla para que ella pasara, la hab�a vuelto a cerrar.

La mujer orden� lo que tra�a en la bandeja. Un delgado florero, que conten�a una sola rosa, se hab�a ca�do. Afortunadamente no conten�a agua. Traslad� la l�mpara a la repisa de m�rmol de la chimenea. Ya estaba encendida, y su luz fue bienvenida. Luego regres� a la bandeja y empez� a levantar tapas.

-Son katushki - explic� revelando un plato con alb�ndigas de pescado en una salsa de vino blanco-. Soy la cocinera, por eso s� que le gustar�n. Me llamo Marusia.

Junto con los katushki hab�a un panecillo de centeno, una ensalada, fruta, un pedazo de pastel como postre y una botella de vino. Una comida muy apetitosa. El aroma de los katushki era delicioso. Y Katherine se hab�a perdido el desayuno. L�stima que fuese demasiado empecinada para comerlo.

-Gracias, Marusia, pero puede llevarse eso. No aceptar� nada en esta casa, ni siquiera comida.

-No es bueno que no coma. Es usted tan menuda... -dijo Marusia con asombro.

-Soy menuda porque... soy menuda -respondi� Katherine con parquedad-. No tiene nada que ver con la comida.

-Pero el pr�ncipe es tan grande.. �Ve usted?

Pr�cticamente plant� un retratito bajo la nariz de Katherine, de modo que ella no pudo evitar mirarlo. El hombre reproducido en la miniatura era... imposible. Nadie pod�as tener realmente esa apariencia.

Katherine apart� la mano de la mujer.

-Muy gracioso. �Acaso con este ardid piensan hacerme cambiar de idea? Aun cuando ese fuera realmente su pr�ncipe Alexandrov, mi respuesta seguir�a siendo no.

-�Est� casada?

-No.

-�Tiene entonces un amante a quien quiere mucho?

-El amor es para los idiotas. Yo no soy ninguna idiota.

Marusia arrug� la frente.

-Entonces d�game, se lo ruego, por qu� se niega. Este es verdaderamente mi pr�ncipe -insisti�, se�alando el retrato-. No le mentir�a, ya que lo conocer� esta noche. En todo caso, este retrato no le hace justicia. Es un hombre lleno de vida, energ�a y hechizo. Y pese a su corpulencia, es dulce con las mujeres...

-�Basta ya! -exclam� Katherine, perdido el control-. Dios m�o, ustedes son incre�bles. �Primero esa bestia que me rapta, ahora usted! �Ese pr�ncipe no puede encontrar �l mismo sus mujeres? �Se da cuenta de lo repugnante que es que usted interceda por �l, como si yo estuviese en venta? Pues no lo estoy, y no hay suma de dinero que pueda comprarme.

-Si le molesta el dinero, piense solamente en un hombre y una mujer disfrutando de mutua compa��a. Y mi amo habitualmente corteja �l mismo a sus mujeres. S�lo que hoy no hay tiempo. Est� en los embarcaderos, comprobando que todo est� en orden con respecto al barco. Ver� usted, ma�ana zarparemos rumbo a Rusia.

-Me alegro mucho de saberlo -declar� secamente Katherine-. La respuesta sigue siendo no.

Vladimir ten�a raz�n. Esa moza era peor que testaruda, era imposible. Ten�a el desd�n de una princesa, pero la estupidez de la sierva m�s vil. Nadie en su sano juicio se negar�a a pasar una noche con Dimitri Alexandrov. Hab�a mujeres que pagar�a por tal privilegio.

-No ha dicho todav�a por qu� se niega -se�al� Marusia.

-Ustedes han cometido un error, nada m�s. No soy del tipo de mujer que pensar�a siquiera remotamente en acostarse con un desconocido. Simplemente no tengo inter�s.

Al salir de la habitaci�n, sacudiendo la cabeza, Marusia solt� una ristra de palabras en ruso. En el pasillo se encontr� con su marido, que la aguardaba expectante. Aunque detestaba desilusionarlo, no ten�a otra alternativa.

-Es in�til, Vladimir. Creo que teme a los hombre, o bien no le gustan. Pero no cambiar� de idea. Estoy segura. Ser� mejor que dejes que se vaya e informes al pr�ncipe Dimitri, de modo que pueda hacer otros planes para esta noche.

-No, tendr� la primera que eligi� -dijo Vladimir, empecinado, entreg�ndole un saco atado con un cordel-. Mezcla un poco de esto en la comida para su cena.

-�Qu� es?

-La poci�n m�gica de Bulavin. Por lo que �l afirma, el pr�ncipe quedar� muy complacido.


6

La ba�era fue entregada al caer la tarde.

Katherine hab�a observado con desconfianza la llegada y la partida de un tr�o de criados. Ellos hab�an tra�do la ba�era de porcelana, que llenaron con agua humeante y aceite de un fresquito, que impregn� la habitaci�n con aroma de rosas. Nadie le hab�a preguntado si quer�a darse un ba�o. No lo deseaba, desde luego. En esa casa no se quitar�a ni la menor prenda.

Pero entonces Vladimir Kirov entr� a la habitaci�n. Prob� la temperatura del agua y luego sonri�. Katherine se esmer� en ignorarlo. Permaneci� sentada en un sill�n, r�gida, tamborileando furiosamente con los dedos.

Kirov fue a detenerse frente a ella en actitud tan imperiosa como su tono.

-Te ba�ar�s -dijo.

Lentamente Katherine alz� la vista hacia �l, y despu�s, de la manera m�s condescendiente, la apart� otra vez.

-Debi� usted preguntar antes de tomarse tantas molestias. Yo no me ba�o en casa extra�as.

Vladimir ya estaba harto de su arrogancia.

-No es un ruego, moza descarada, sino una orden. Har�s uso del ba�o tu misma, o los hombres que custodian este cuarto te ayudar�n. Aunque quiz�s ellos disfruten de eso, no creo que te resulte una experiencia agradable.

Qued� satisfecho al ver con cuanta rapidez hab�a recobrado la atenci�n de la joven. Sus ojos, grandes y ovalados, llamearon enormemente. Era el mejor rasgo de la mujer, con su color brillante. De una belleza excepcional, dominaban su rostro peque�o, d�ndole un aire de rara inocencia. �Era posible que eso hubiera atra�do a Dimitri? Pero no, �l no pod�a haber apreciado los ojos desde tan lejos.

Ese vestido tan poco favorecedor tendr�a que ir a la basura. Su severo color negro eliminaba el colorido de su tez y le dejaba la cara de un blanco enfermizo. El rosado tinte que en ese momento le te��a las mejillas era un mejora, pero no durar�a. Ella ten�a buena piel, lisa y sin mancha, pero un poco de cosm�tico le vendr�a bien. Kirov lo hubiera ordenado, pero habr�a que sujetarla para hac�rselo aplicar. Y no quer�a que el cuerpo de la mujer mostrase magullones que provocar�a las protestas del pr�ncipe.

La suave iluminaci�n y las s�banas verdes tendr�a que ser el �nico realce de la mujer. Vladimir se convenci� de que ten�a todo en orden. Ella estar�a perfumada despu�s del ba�o, narcotizada con la cena que pronto le llevar�an y vulnerable sin sus ropas.

-Aprovecha el agua mientras a�n est� caliente - Vladimir continu� impartiendo �rdenes-. Enviar� una doncella para que te ayude. Pronto llegar� tu cena, y esta vez comer� o se te ayudar� para que lo hagas. No es nuestra intenci�n que pases hambre mientras est�s aqu�.

-�Y cuanto tiempo m�s debo estar aqu�? -dijo Katherine entre dientes.

-Cuando te deje el pr�ncipe, yo har� que te lleven a donde quieras ir. Ser�a inusitado que �l requiriera tu compa��a m�s de una horas.

Katherine pens� furiosamente que s�lo le llevar�a unos minutos vituperar al libertino y luego se podr�a marchar.

-�Cu�ndo vendr� �l?

Vladimir se encogi� de hombro.

-Cuando est� listo para retirarse por esta noche.

Katherine baj� los ojos; un caliente color le ti�� de nuevo las mejillas. Ese d�a hab�a o�do hablar de sexo m�s que en todos sus veinti�n a�os, y todo de una manera tan natural, sin turbaci�n alguna. Esos criados de Alexandrov deb�an de hacer esa clase de cosas a cada rato, ya que no sent�an nada de verg�enza. Era como si no viesen absolutamente ning�n mal en secuestrar en la calle a una mujer inocente para ofrec�rsela a su amo.

-�No se da cuenta de que lo que hace es un delito? -inquiri� con calma.

-Pero una trasgresi�n muy peque�a, por la cual recibir� usted recompensa.

Katherine qued� tan aturdida que no pudo contestar, y Kirov sali� antes de que la c�lera de ella tuviese ocasi�n de estallar. �Ellos cre�an estar por encima de la ley! No, tal vez no. Simplemente cre�an que ella pertenec�a a las clases inferiores, y la ley favorec�a a la gente bien nacida all�, sin duda en Rusia tambi�n. En cuanto a ellos se refer�a, abusar de ella no era nada, pues �qu� pod�a hacer ella contra un poderoso pr�ncipe? Pero Katherine no les hab�a dicho que estaban equivocados. No les hab�a dicho qui�n era ella en realidad, y que raptar a la hija de un conde era un asunto muy diferente.

Supuso que deber�a haber hablado con franqueza al respecto, pero la idea de confesar una charada tan necia era demasiado embarazosa. Y no ser�a necesario hacerlo para obtener su libertad. Ser�a suficiente con mostrar su antipat�a a Alexandrov.

Fue una joven doncella quien entr� para ayudarla a ba�arse. Katherine no quer�a ninguna ayuda, pero era obvio que la muchacha s�lo hablaba ruso, ya que pas� por alto las protestas de Katherine y no ces� de parlotear en su propio idioma mientras doblaba cada prenda que Katherine dejaba caer al suelo en su prisa por terminar de una vez con su calvario. Y luego, tan pronto como ella se meti� en la ba�era, la jovencita sali� de la habitaci�n llev�ndose todas las vestimentas de Katherine, incluidos sus zapatos.

�Rayos y centellas! �Ellos pensaban en todo! Y en la habitaci�n no hab�a nada con que ella pudiera cubrirse, salvo las ropas de cama. �Era el colmo! Ella hab�a procurado guardar calme. Hab�a hecho todo lo posible por disimular cada ofensa y tratar todo el asunto como un simple error. Al final habr�a sido cort�s con el pr�ncipe cuando explicara la arbitrariedad de su criado. Pero ya no. El sufrir�a la c�lera de ella.

Katherine se frot� con violencia hasta que cada cent�metro de su piel tuvo un brillo sonrosado. Antes de que terminara lleg� su cena, entregada otra vez por Marusia.

-�Quiero que me devuelvan mis ropas! -reclam� Katherine tan pronto como se abri� la puerta.

-Todo a su tiempo -replic� con calma la mujer.

-�Las quiero ya!

-Debo advertirle que no alce as� la voz, peque�a. Los guardias tienen �rdenes...

-�Al infierno con ellos, y al infierno con usted!

Katherine sali� furiosa de la ba�era, se envolvi� r�pidamente con una toalla y se fue a la cama antes de que a ellos se les ocurriera sacar de la habitaci�n tambi�n las mantas. Como el pesado cubrecama era demasiado grueso y abultado, y no le serv�a, quit� la s�bana de arriba, que se ech� en torno de los hombros, como una capa corta. El raso verde absorbi� enseguida la humedad de su piel.

M qued� bastante sorprendida. Cu�n peque�o bulto de furia, todo rosado y brillante despu�s del ba�o. La ira hac�a centellear sus ojos, florecer sus mejillas, y su cuerpo... vaya, qu� perfecci�n se hab�a ocultado bajo ese feo vestido negro. All� el pr�ncipe no encontrar�a defecto alguno.

-Ahora coma, s�, y despu�s, acaso tenga tiempo para dormir un poco antes de....

-�Ni una palabra m�s! - la interrumpi� Katherine con brusquedad-. D�jeme. No hablar� con nadie, salvo Alexandrov.

Juiciosamente, Marusia se march�. De todos modos no quedaba nada que hacer, salvo esperar que en los alardes de Bulavin hubiese algo de verdad.

Visiones de esos robustos guardias sujet�ndola y meti�ndole comida en la garganta empujaron a Katherine hasta la mesa. Poco tuvo que ver con ello el hecho de que estaba experimentando punzadas de hambre desde hac�a tres horas. Pero la comida era deliciosa: pollo con una salsa cremosa, patatas y zanahorias hervidas, y pastelillos de miel. El vino blanco tambi�n era excelente, pero ella estaba en realidad demasiado sedienta para apreciarlo, ya que no hab�a bebido nada en todo el d�a. Vaci� dos vasos antes de que volviera la joven criada con otra bandeja. Esta conten�a una jarra de agua helada, demasiado tarde, pues Katherine ya hab�a saciado su sed, adem�s de una garrafa grande de co�ac y dos vasos. La dej� junto a la cama.

�Entonces se acercaba finalmente la hora en que el gran pr�ncipe se presentar�a? Era obvio. Muy bien, que llegara mientras ella se encontraba todav�a en la cima de su c�lera... Pero �l no lleg� pronto, y el tiempo sigui� transcurriendo con lentitud, igual que toda la tarde.

Katherine termin� de comer, luego empez� a pasearse otra vez de un lado a otro. Pero al cabo de diez o doce vueltas por la habitaci�n, cuando a cada instante esperaba que se abriera la puerta para dar paso al esquivo pr�ncipe, sinti� que la piel empezaba a hormiguearle donde el raso la rozaba. Nervios. Ella, que siempre era firme como una roca, experimentando nervios.

Deteni�ndose junto al co�ac, se sirvi� un vaso. El co�ac era un gran fortalecedor. Lo bebi� de un trago, cosa nada juiciosa, pero no hab�a tiempo que perder. El pr�ncipe llegar�a en cualquier instante y ella necesitaba tranquilizarse, tener control. Se sent�, exhort�ndose a la calma. Su m�todo no dio resultado. El cosquilleo continuaba, a decir verdad empeoraba.

Se incorpor� de un salto y se sirvi� otro co�ac. Esta vez lo sorbi�. No era tan tonta como para embriagarse por nerviosidad. Era como si cada nervio de su cuerpo vibrara de energ�a, apremi�ndola a moverse, a actuar. Permanecer inm�vil era imposible. Nunca en su vida hab�a sentido tal inquietud. Y luego hubo algo m�s. Crey� poder sentir realmente la sangre que le corr�a por la venas... imposible y, con todo, se sent�a tan extra�a y... caliente.

Se abri� la puerta, pero era tan s�lo la joven doncella, que ven�a a llevarse la bandeja. No ten�a objeto hablarle, ya que la muchacha no pod�a responder sino en ruso. Tan pronto como sali� la doncella, Katherine fue a servirse otro trago pero se detuvo. No se atrev�a. Se sent�a ya un poco atolondrada, cuando definidamente necesitaba conservar el juicio.

Al sentarse en la cama, se oy� gemir. Sus ojos se dilataron de pronto al o�r tal sonido. �Qu� le ocurr�a? Ten�a que ser la condenada s�bana. Deb�a deshacerse de ella, aunque fuese por unos instantes.

Katherine dej� caer la s�bana, luego se estremeci� al sentir que resbalaba por sus brazos y su espalda para rodearle las caderas. En un movimiento reflejo, cruz� los brazos sobre sus senos desnudos, luego sinti� una sacudida hasta los mismos dedos de sus pies. Nunca hab�a tenido tan sensibles los pechos. Pero la sacudida hab�a sido placentera. Tampoco hab�a sentido eso antes.

Cuando baj� la vista y se mir�, le sorprendi� ver que ten�a la piel enrojecida. Y sus pezones eran duras y peque�as protuberancias que le cosquilleaban; el cosquilleo estaba en todas partes. Se frot� lo brazos, luego volvi� a gemir. Tambi�n su piel estaba sensible en todas partes. Algo andaba mal, indudablemente. El dol�a, no, no era dolor... no sab�a que era. Pero la recorr�a en olas impetuosas y culminaba en su entrepierna.

Inconscientemente, Katherine se recost� en la cama, retorci�ndose inquiera. Estaba enferma. Deb�a de estar enferma. La comida. Y entonces comprendi�, repentinamente, que deb�an haberle puesto algo en la comida.

-Oh, Dios m�o, �qu� me han hecho?

Pero no pod�an haber querido que ella enfermara. Pero �qu� otra cosa pod�a estar caus�ndole tanto calor y tan furiosa inquietud, al punto de que, al parecer, no pod�a controlar los movimientos de su propio cuerpo?

En un momento de terrible desesperaci�n, se arroj� sobre la cama. Sinti� fresca la s�bana contra su ardiente piel. Se estir� boca abajo y, durante algunos benditos instantes, sinti� alg�n alivio. Una placentera languidez la envolvi�, y empez� a sentir esperanzas de que la crisis hubiera terminado... pero eso no dur�. Pudo sentir que esas calientes oleadas de sensaci�n comenzaban de nuevo con creciente fuerza, y en su entrepierna un insistente palpita, un sordo dolor. Oh, Dios!

Retorci�ndose, se volvi� de espaldas en medio de la cama, con los brazos a los costados, agitaba la cabeza de un lado a otro, su respiraci�n brotaba en leves jadeos. Estaba perdiendo totalmente el control; su cuerpo se arqueaba, se retorc�a, embest�a, sin que ella se diera cuenta siquiera de que lo hac�a. No ten�a conciencia del tiempo. Su desnudez, la situaci�n en la que estaba, todo qued� olvidado en la fiebre incendiaria que la consum�a.

Veinte minutos m�s tarde, cuando el pr�ncipe Alexandrov entr� en la habitaci�n, Katherine ya no pod�a pensar en nada, salvo el calor que le quemaba el cuerpo. No lo oy� entrar. No supo que �l se deten�a mir�ndola, con sus aterciopelados ojos oscuros, fascinados por cada movimiento de la mujer.

Dimitri hab�a quedado atra�do por la imagen er�tica que ella presentaba. Su cuerpo, que ondulaba y se arqueaba rodando sobre la cama, parec�a presa de pasi�n sexual. Siempre hab�a percibido esos movimientos en sus compa�eras de lecho m�s apasionadas, hab�a sentido tales movimientos debajo de s�, se hab�a deleitado en ellos, pero nunca los hab�a observado desde cierta distancia. La escena tuvo un efecto inmediato. El pr�ncipe sinti� que su virilidad se ergu�a, cobrando vida bajo la bata suelta que era lo �nico que lo cubr�a.

�Qu� se hab�a estado haciendo esa peque�a rosa inglesa para ocasionar tan febril extremo de excitaci�n? �Qu� sorpresa era ella! Y �l, que durante toda la noche hab�a estado lamentando el impulso que lo hab�a hecho enviar a Vladimir en pos de ella. Al fin y al cabo, no hab�a en ella realmente nada que despertara su pasi�n. Eso hab�a cre�do hasta entonces.

Cuando finalmente Katherine advirti� la presencia de Dimitri, �l se hallaba inm�vil al pie de la cama.

Ese retrato.. Adonis redivivo. Imposible. No pod�a ser real... ella deliraba. Pero no, esto era carne y sangre.

-Ay�deme. Necesito... -La joven ten�a la garganta tan reseca por el calor que apenas logr� pronunciar esas palabras. Se pas� lentamente la lengua por los labios-. Un m�dico.

La semisonrisa de Dimitri se torn� gesto ce�udo. Cuando finalmente la mir� a los ojos, hab�a tenido otra sorpresa. Qu� color, y humeantes de pasi�n. Hab�a estado seguro de que ella iba a decir que lo necesitaba a �l. �Un m�dico!

-�Te sientes... mal?

-S�... con fiebre. Tengo mucho calor.

Su gesto de fastidio se convirti� en sombr�o entrecejo. �Enferma! �Maldici�n! Y despu�s de haber hecho que �l la deseara.

Una c�lera irrazonable lo domin�. Fue hacia la puerta. Esto le costar�a la cabeza a Vladimir. La voz de la joven lo detuvo.

-Por favor... agua.

Por alguna raz�n, la pat�tica s�plica movi� su compasi�n. Habitualmente la habr�a dejado al cuidado de sus sirvientes. Pero �l estaba cerca, y darle agua llevar�a tan s�lo un momento. No era culpa de ella si estaba enferma. Vladimir deber�a haberlo informado antes de que �l se presentara a verla. Se le habr�a debido llevar un m�dico de inmediato.

No consider� la posibilidad del contagio, y de que acercarse a ella postergara su partida del d�a siguiente. Le alz� la cabeza para acercarle el vaso a los labios. Ella bebi� algunos sorbos; volvi� la mejilla hacia la mu�eca de �l y la frot� contra ella. Entonces todo su cuerpo se volvi� hacia �l, como atra�do por el contacto.

Dimitri la solt�, pero al perder la fresca piel del ruso, ella lanz� un gemido.

-No... tanto calor... por favor.

La mujer temblaba. �De fr�o?, se pregunt� �l. No ten�a caliente la mejilla. Le toc� la frente; estaba fresca. Sin embargo, obraba como si ardiera de fiebre. �Qu� clase de enfermedad era esa? �Y, rayos, a�n la deseaba!

Enfurecido otra vez, sali� de la habitaci�n llamando a gritos a Vladimir. El criado apareci� instant�neamente.

-�Mi pr�ncipe?

Dimitri nunca hab�a golpeado a un sirviente con furia. Hacerlo habr�a sido el colmo de la injusticia, porque sus criados le eran fieles, pero en ese momento su frustraci�n estuvo a punto de hacerlo olvidar de todo eso.

-�Maldito seas, Vladimir, esa mujer est� enferma! �C�mo es posible que no lo supieras?

Vladimir hab�a anticipado esto, sab�a que deber�a dar explicaciones. Pero mejor entonces, cuando la dosis hab�a surtido efecto, que antes, cuando �l tendr�a que haber admitido su fracaso.

-No est� enferma -se apresur� a responder-. Se le dio cant�rida en la comida.

Dimitri retrocedi�, asombrado. �C�mo no se hab�a dado cuenta �l mismo de lo que aquejaba a la mujer? Hab�a visto antes una mujer a quien le hab�an suministrado ese potente afrodis�aco, durante el a�o que hab�a pasado en el C�ucaso. Ella hab�a sido insaciable. No hab�an bastado quince soldados para satisfacerla. Segu�a reclamando m�s y el efecto hab�a durado horas.

Dimitri se disgust�, sabiendo que �l solo no podr�a ocuparse de la mujer, que probablemente tuviera que llamar a sus guardias para que ayudaran a aliviar su sufrimiento, ya que era sufrimiento. Ella ard�a por tener un hombre entre sus piernas, dolorida de necesidad. Pero, pese a su disgusto, su virilidad palpitaba de anhelo. Ella no estaba enferma. La poseer�a y ella implorar�a m�s. Era una situaci�n excepcional, que causaba toda clase de pensamientos placenteros.

-�Por qu�, Vladimir? Yo ansiaba una noche de descanso, no una marat�n sexual.

La crisis hab�a pasado. Vladimir advirti� que el pr�ncipe hab�a aceptado la idea, aunque no era lo que �l se hab�a propuesto. Y al final quedar�a muy satisfecho. Eso era lo �nico que importaba.

-Fue dif�cil de persuadir, mi se�or. No se la pudo comprar e insisti� en que no se acostaba con desconocidos.

-�Quieres decir que me rechaz�? -Dimitri se regocij� al pensarlo-. �No le dijiste qui�n era yo?

-Por supuesto. Pero estas campesinas inglesas tienen una alta opini�n de s� mismas. Creo que la descarada moza quer�a ser cortejada antes. Le expliqu� que no hab�a tiempo para eso, aunque usted no necesita esforzarse por alguien como ella -agreg� con cierto desd�n-. Perd�neme, pr�ncipe Dimitri, pero no se me ocurri� hacer otra cosa.

-�Cu�nta droga le has suministrado?

-No sab�amos con certeza cu�nta utilizar.

-�Entonces podr�a durar horas, o toda la noche?

-Todo el tiempo que desee divertirse, mi se�or -fue la simple respuesta.

Dimitri lanz� un gru�ido y despidi� a Vladimir con un adem�n. Luego entr� de nuevo en la habitaci�n, bastante sorprendido por lo ansioso que estaba de volver a ver a la mujer, que segu�a sacudi�ndose sobre la cama, y gem�a de modo bastante audible. Cuando Dimitri se sent� a su lado, ella volvi� los ojos hacia �l. Se calm� un poco, pero no pudo aquietar su cuerpo.

-�Un m�dico?

-No, palomita, temo que un m�dico no pueda ayudarte en lo que te aqueja.

-�Me estoy muriendo entonces?

El pr�ncipe sonri� con dulzura. Ella realmente ignoraba lo que le ocurr�a, o que hubiese s�lo una cura capaz de aliviarla. Pero �l se lo mostrar�a con gusto.

Se inclin� y suavemente roz� los labios de la joven con los suyos. Los ojos de ella se abrieron, dilatados de sorpresa. Dimitri no pudo contener la risa. �Qu� combinaci�n de inocencia y atractivo sexual...! Le resultaba deliciosa.

-�No te ha gustado eso?

-No, yo... oh, �qu� me ocurre?

-Mi criado se tom� la atribuci�n de vencer tu timidez con un afrodis�aco. �Sabes qu� es eso?

-No, pero... estoy enferma.

-Enferma no, peque�a. Est� haciendo exactamente lo que se supone que haga... excitar tu deseo sexual hasta un grado intolerable.

Katherine tard� un momento en aceptar que no se hab�a equivocado en cuanto a lo que �l quer�a decir; luego exclam�:

-�Nooo!

-Sssh... -la tranquiliz� Dimitri, tom�ndole la mejilla con una mano. De inmediato el rostro de ella se apoy� de nuevo en la palma del hombre-. No le desear�a esto a ninguna mujer, pero hecho est�, y puedo ayudarte si lo permites.

-�C�mo?

La joven desconfiaba de �l. Dimitri pod�a verlo en su mirada. Vladimir ten�a raz�n. Realmente ella no quer�a tener nada que ver con �l. De no haber sido por la droga, �l habr�a fracasado con ella, tal como hab�a fracasado aquel pat�n en la calle. Qu� interesante. Aun cuando �l recurriera a todo su considerable hechizo, ten�a la sensaci�n de que ser�a en vano. �Qu� desaf�o! Ojal� hubiese m�s tiempo...

Pero estaba la droga. La cant�rida lograr�a lo que no se podr�a lograr con esfuerzos humanos. El la poseer�a. Y su vanidad estaba lo bastante picada como para sacar toda la ventaja posible de la situaci�n y someter a aquella florecilla inglesa.

Dimitri no respondi� a la pregunta de la muchacha. Sigui� acarici�ndole la mejilla, que estaba delicadamente sonrojada, al igual que el resto de su hermoso cuerpo.

-�C�mo te llamas?

-Kit... no, Kate... quiero decir, Katherine.

-Entonces, Kit y Kate por Katherine -sonri� �l-. Un nombre imperial. �Has o�do hablar de nuestra Catalina, Emperatriz de todas las Rusias?

-S�.

-�Y no tienes apellido?

Ella apart� su rostro.

-No.

-�Un secreto? -ri� �l-. Ah, peque�a Katia, yo sab�a que me divertir�as. Pero los apellidos no importan. De cualquier manera, seremos demasiado �ntimos para utilizarlos. -Mientras hablaba, baj� la mano libre al seno de Katherine. Esta lanz� un grito penetrante y torturado-. �Demasiado sensible? Necesitas alivio inmediato, �verdad?

Y movi� la mano hacia el oscuro tri�ngulo de bucles casta�os que ella ten�a entre la piernas.

-�No! �Oh, no, no debe hacer eso! -pero mientras protestaba, ella alz� las caderas hacia los dedos del hombre.

-Es el �nico modo, Katia -le asegur� �l con voz grave-. S�lo que no te das cuenta todav�a.

Katherine gimi� al acelerarse la palpitaci�n con el contacto del hombre. Su mente se rebelaba contra lo que �l hac�a con los dedos, pero se ve�a impotente para imped�rselo. Tal como lo hab�a estado para cubrirse, cuando �l apareci�. Necesitaba la frescura de sus manos, que la calmaban. Necesitaba...

-�Oh, oh, Dios! -clam� mientras el placer estallaba en olas estremecidas, vibrantes, que no cesaban nunca, inundando sus sentidos, arrastrando consigo ese calor insoportable.

Katherine baj� flotando a un mar de dichosa languidez. Toda la tensi�n se hab�a disipado, dej�ndola saciada e infinitamente relajada.

-�Ves Katia? -la voz del hombre le quit� la tranquilidad-. Era la �nica manera.

Katherine abri� de pronto los ojos. Se hab�a olvidado de �l. �C�mo pudo olvidar? Era �l quien le hab�a aportado el alivio de ese calor que derret�a. Oh, Dios, �qu� le hab�a dejado hacer ella? �Estaba all� sentado, mir�ndola, y ella estaba desnuda!.

Se sent� a medias, buscando fren�ticamente a su alrededor la s�bana que la hab�a cubierto, pero se hab�a deslizado el suelo mucho tiempo atr�s, fuera de su alcance. Quiso tomar el cobertor, que estaba al pie de la cama, pero el hombre vio su intenci�n y tendi� un brazo sobre el est�mago de la joven, sujet�ndola a su lado.

-Derrochas energ�a in�til, cuando s�lo tienes unos minutos de tregua. Todo empezar� de nuevo, peque�a. Conserva tu vigor y rel�jate mientras puedes.

-�Miente! -dijo Katherine con horror-. No... no es posible que vuelva a empezar. �Oh, por favor, d�jeme ir! �No tiene derecho a retenerme aqu�!

-Eres libre para irte -repuso �l con magnanimidad, aunque esta muy seguro de que ella no abandonar�a la cama-. Nadie te lo impide.

-�Ellos lo hicieron! -Katherine record� su ira, que creci� y estall�-. �Ese... ese b�rbaro, Kirov, me rapt� y me ha tenido todo el d�a prisionera en esta habitaci�n!

Ella era adorable en su furia. Dimitri sinti� un deseo avasallante de besarla, mezclado con el deseo de tomarla en sus brazos. Esta sorprendente joyita era potente, y el ard�a por poseerla despu�s de verla llegar a su cl�max. Pero deb�a ser paciente. No hac�a falta que le arrebatara lo que ella pronto dar�a de buen grado.

-Lo siento, Katia. A veces mi gente excede lo que es razonable en sus esfuerzos por complacerme. �Qu� puedo hacer para resarcirte?

-S�lo... s�lo... �oh, no, no!

Empezaba la fiebre, el calor que flu�a por sus venas y que r�pidamente iba en aumento. Ella lo mir� un momento en abyecta aflicci�n antes de apartarse con un gemido. El dolor hab�a vuelto. El no hab�a mentido. Y ahora ella sab�a qu� necesitaba, qu� anhelaba su cuerpo. La moral, la verg�enza, el orgullo, todo desapareci� como lluvia por una alcantarilla.

-�Por favor! -se retorci� ella, buscando de nuevo esos aterciopelados ojos suyos-. �Ay�deme!

-�C�mo Katia?

-T�queme... igual que antes.

-No puedo.

-Oh, por favor...

-Esc�chame -dijo �l tom�ndole el rostro entre las manos para sujetarla-. T� sabes lo que debe ser.

-No entiendo. �Dijo que me ayudar�a! �Por qu� no quiere ayudarme?

�Es posible que ella fuese tan inocente?

-Lo har�, pero t� debes ayudarme. Yo tambi�n necesito alivio, peque�a. M�rame.

Se abri� la bata. Debajo de ella estaba desnudo, y Katherine contuvo el aliento, al ver su virilidad osadamente erguida hacia delante. Katherine comprendi� y entonces un ardiente color inund� de carmes� sus mejillas.

-No... no puede usted -susurr� balbuceante.

-Debo hacerlo. Es lo que realmente necesitas, Katia, que yo penetre en ti. Estoy aqu� para ti. ��same!

Era lo mas cerca que hab�a llegado Dimitri a rogarle a una mujer. El que ahora lo hiciera demostraba la magnitud de su deseo... no pod�a recordar que alguna vez hubiera deseado tanto a una mujer. Y cu�n innecesario era que �l le rogara nada. Ella no podr�a resistir mucho tiempo, la droga no lo permitir�a.

No dijo nada m�s, esperando sin tocarla, vi�ndola revolcarse torturada por el deseo. Observar su innecesario sufrimiento era casi doloroso. Bastaba con que lo pidiera y tendr�a alivi�. Pero resist�a la droga y resist�a la cura. �Era orgullo? �Acaso pod�a ser tan necia?

Dimitri estaba a punto de tomar el asunto en sus manos, enviando al cuerno las protestas de la joven, cuando ella se volvi� hacia �l, con ojos implorantes, los labios tentadoramente separados, el cabello todo enmara�ado y la carne temblorosa. �Dios, que bella era as�, tan incre�blemente sensual!

- No puedo soportarlo m�s, Alexandrov, haga lo que quiera, por favor, cualquier cosa... s�lo h�galo ya.

Dimitri sonri� con asombro. Esa mozuela hab�a logrado convertir una s�plica en una orden. Pero �l estaba muy dispuesto a obedecerla.

Quit�ndose la bata, se tendi� en la cama, junto a la mujer, y la atrajo hacia s�. Al sentir el contacto fresco de la piel del hombre, ella suspir�, pero el suspiro se transform� pronto en un quejido. Hab�a esperado demasiado tiempo. De nuevo ten�a la piel demasiado sensible, en todas partes, pero especialmente en los senos.

El quer�a sentir ese exquisito cuerpo bajo sus manos. Tendr�a que aguardar.

-La pr�xima vez, Katia, no esperes tanto -dijo con brusquedad por la frustraci�n.

-�La pr�xima vez? -repiti� ella; sus ojos se pusieron redondos.

-Esto durar� horas, pero no hace falta que sufras. �Me entiendes? No me rechaces m�s.

-No... no lo har�... pero �por favor, Alexandrov, d�se prisa!

El pr�ncipe sonri�. Ninguna mujer lo hab�a llamado jam�s Alexandrov, no en la cama, al menos.

-Dimitri o Su Alteza -la corrigi� riendo entre dientes. Ella lo golpe� con sus pu�os diminutos-. Est� bien, peque�a... Calma. Tranquil�zate.

Dimitri ya no pod�a esperar m�s. Las caderas de la mujer empujaban violentamente contra �l, encendiendo su pasi�n hasta extremos alarmantes. Rod� sobre ella, apoy�ndose en los codos, mientras sus largos brazos manten�an muy encima de ella la colosal anchura de su pecho. Se inclin� para saborear la dulzura de los labios entreabiertos de la joven, y eran dulces, embriagadores, pero los giros de la parte inferior del cuerpo de ella no le permit�an olvidar el objetivo inmediato.

Se apart� de la boca para situarse en posici�n, sosteni�ndole el rostro entre sus grandes manos. Quer�a observarla de nuevo cuando ella recib�a su placer, ver el �xtasis reflejado en sus ojos. Empuj� hondo... y ella grit�. Pero era demasiado tarde. Estaba desflorada.

-�Dulce Jes�s! -susurr� Dimitri. �Por qu� no me lo has dicho, mujer?

Ella no contest�. Hab�a cerrado los ojos, y de uno de ellos resbalaba una sola l�grima. Dimitri maldijo en silencio. �No era una muchacha ruborosa, sino una mujer! �Qu� demonios hac�a con su virginidad todav�a intacta? No era algo que las criadas valoraran habitualmente. S�lo la nobleza la usaba como mercanc�a cuando negociaba matrimonios importantes.

-�Cu�ntos a�os tienes, Katherine? -pregunt� entonces con suavidad, secando sus ojos h�medos.

-Veintiuno -murmur� ella.

-�Y has logrado mantenerte virgen tanto tiempo? Incre�ble. Debes trabajar en una casa penosamente falta de hombres.

-Mmmmm...

Dimitri ri�. La joven ya no escuchaba, sino que aprovechaba el duro miembro incrustado en lo profundo de ella, ondulando provocativamente, atray�ndolo m�s a�n... exquisita. El ruso gimi�, apretando los dientes, dej�ndola satisfacerse lo m�s posible, pero ella no tardo mucho en elevarse en la c�spide del placer. Y aunque �l habr�a prolongado su propio placer, las vibrantes pulsaciones que sent�a dentro de ella fueron su ruina. Se sumo al cl�max de la mujer, refregando sus caderas contra ella y oy�ndola clamar al explotar una vez m�s.

Con el coraz�n todav�a latiendo con fuerza y err�ticamente, Dimitri se apart� para sentarse en el borde de la cama y se sirvi� co�ac. Ofreci� otro a Katherine, pero ella sacudi� la cabeza sin mirarlo. Tendr�a que lavarle las manchas de su virginidad, pero esperar�a hasta que ella pudiera apreciarlo mejor. Al pensarlo, sonri�. Y estaba planeando llevarla a otro cl�max.

Volvi� a su lugar, sent�ndose de costado, apoyando su brazo en el lado opuesto de la cadera de Katherine. Ella segu�a neg�ndose a mirarlo hasta que �l apoy� la fr�a base redonda de la copa de co�ac en un puntiagudo pez�n. Ri� entre dientes, deleit�ndose en el modo en que llamearon los ojos de la joven.

-Tendr�s que aplacarme, Katia. Me agrada jugar con mis mujeres.

-Yo no soy una de sus mujeres.

Su tono de encono hizo que el insistir fuese un placer.

-Pero lo eres... por esta noche.

Se inclin� y azot� el otro pez�n de la mujer con la punta de su lengua. Como reacci�n, Katherine se sacudi� y luego lanz� un gemido cuando �l le tom� todo el pez�n en la boca. Instintivamente las manos de la joven se posaron en el cabello de �l para apartarlo. Dimitri respondi� a esta resistencia cerrando suavemente los dientes sobre el pez�n de Katherine, hasta que ella se rindi� y lo dej� hacer lo que deseaba. Pero pronto estuvo lista de nuevo para �l.

Dimitri sali� del lecho para traer el pa�o del ba�o de ella, remoj�ndolo antes en el agua fr�a. Cuando volvi� junto a ella, lo aplic� primero a su cuerpo, esperando hasta que el ardor interior de la joven fue casi furioso, luego moj� el pa�o con agua helada de la jarra y se lo apret� entre las piernas.

Katherine enloqueci� con el placer combinado: fr�o helado para calmar el ardor y est�mulo donde m�s lo necesitaba. Conoci� as� una nueva v�a de placer hasta que finalmente �l termin� de limpiarla.

Dimitri la dej� de nuevo para lavarse, y cuando volvi�, se acomod� entre las piernas de la mujer para succionar sus senos. Ella no ten�a fuerza de voluntad para protestar. Lo necesitaba. Eso se hab�a demostrado fuera de toda duda. Si �l insist�a en “jugar” con ella entre cada crisis, esa era la cruz que deb�a llevar. Pero en realidad, tambi�n de eso derivaba placer, as� que �c�mo pod�a quejarse?

Katherine lleg� a otra cumbre de placer frot�ndose contra la pelvis de Dimitri mientras �l segu�a acarici�ndole los senos. Y luego �l volvi� a utilizar los dedos, mientras su lengua exploraba cada cent�metro de su boca. El doble est�mulo en cada ocasi�n aumentaba su placer, magnificando la intensidad hasta un grado casi insoportable. Empero, nada fue tan completamente satisfactorio como cuando �l us� finalmente el cuerpo de la mujer, llenando con su honda penetraci�n una necesidad m�s intensa.

Y as� continu� durante toda la noche. Lo que �l dijo result� cierto. Ella no volvi� a sufrir. Mientras ella obedeciera todas sus �rdenes, �l estaba all� para calmar, para aliviar y para darle hora tras hora el m�s incre�ble �xtasis, con sus manos, su boca, todo su cuerpo. Lo �nico que ped�a a cambio era que Katherine le permitiera jugar con ella, acariciarla como �l quisiera. Ella estaba segura de que �l ya conoc�a �ntimamente cada cent�metro de su cuerpo. Pero no le importaba. Esa noche no era real. No ten�a base alguna en la realidad. Se disolver�a como la droga, para ser olvidada con la ma�ana


7

-Vladimir, despierta. �Vladimir! -Marusia le sacudi� el hombro con fuerza hasta que finalmente �l abri� un ojo-. Ya es hora. Lida lo ha o�do andar por su habitaci�n. Ser� mejor que te ocupes de enviar de vuelta a la pobre muchacha.

-�Pobre muchacha? �Despu�s de las que me ha hecho pasar?

-S�, pero �por cu�les la hemos hecho pasar nosotros? Mira afuera, esposo m�o. Amanece.

En efecto, el cielo estaba te�ido de violeta. Instant�neamente Vladimir despert� del todo y apart� el cubrecama con que lo hab�a cubierto Marusia antes de bajar a la cocina para encender el fuego. Hab�a permanecido en pie la mitad de la noche, aguardando a que el pr�ncipe saliera de la habitaci�n de la mujer. No hab�a pensado quedarse dormido ni mucho menos; s�lo reposar unos instantes en la cama.

-Es probable que se est� levantando temprano, nada m�s -dijo Vladimir-. Sabes que no necesita dormir mucho. No es posible que se haya quedado con ella toda la noche.

-Se haya quedado o no, dice Lida que est� despierto y m�s vale que saques a esa mujer de la casa antes de que �l salga de su habitaci�n. Ya sabes que no le gusta tropezarse con esas mujeres ocasionales una vez que se sacia de ellas.

Vladimir le ech� una mirada que dec�a “No hace falta que me lo digas” antes de recoger un fardo de ropas y subir las escaleras hacia la planta alta. El pasillo estaba desierto. Los guardias hab�an sido licenciados la noche anterior, antes de llegar Dimitri. Hab�a sido imprescindible que �l no sospechara nada hasta que viera a la mujer. Si la moza, sin custodia, hab�a logrado marcharse por su cuenta, a Vladimir no le parecer�a mal, aunque le deb�a algo por sus molestias.

Sin ruido, abri� la puerta. Era posible que Lida estuviese equivocada, y que s�lo hubiese o�do andar por su cuarto al valet de Dimitri. Empero, tan remotas eran las posibilidades de encontrar todav�a all� al pr�ncipe, que Vladimir se reproch� el ser tan cuidadoso. Y la habitaci�n estaba vac�a, salvo por la mujer. Ella estaba all� todav�a, profundamente dormida bajo el cubrecama de raso.

Dejando caer las ropas de la joven sobre una silla, se acerc� a la cama y la sacudi�.

-Basta -gimi� ella.

Vladimir sinti� un moment�neo escozor de piedad. Ella hab�a sido verdaderamente usada. En la habitaci�n cerrada, el olor de las actividades de la noche era abrumador. Por cierto, eso era lo primero: dejar que entrara algo de aire puro.

Empujando, apart� de la ventana el pesado ropero, jadeante por el esfuerzo; luego recibi� con agrado la brisa del amanecer, que entr� flotando.

-Gracias, Vladimir -dijo el pr�ncipe a sus espaldas.

-�Mi se�or! -exclam� Vladimir, volvi�ndose con presteza-. Disc�lpeme. Tan s�lo iba a despertarla y...

-No lo hagas.

-Pero...

-D�jala dormir. Lo necesita. Y tengo ganas de ver c�mo es cuando est� en su sano juicio.

-No... no lo recomiendo -respondi� Vladimir, vacilante-. No es una joven muy tratable.

-�No lo es? Vaya, eso me parece fascinantes, considerando cu�n tratable ha sido durante toda la noche. A decir verdad, no puedo recordar la �ltima vez que disfrut� tanto.

Vladimir se tranquiliz�. El pr�ncipe no estaba jugando con las palabras, como a veces lo hac�a en su estilo sard�nico, sino que estaba verdaderamente complacido. El ardid hab�a dado resultado. Ahora, con tal de que pudieran zarpar sin que ning�n contratiempo alterara ese buen talante. Pero la mujer... no, seguramente Dimitri la hab�a cautivado, y esta ma�ana no resultar�a intratable.

Dimitri se volvi� hacia el lecho, donde s�lo eran visibles sobre la almohada un delgado brazo y una p�lida mejilla, ya que sus abundantes bucles casta�os, en absoluto desorden, ocultaban todo lo dem�s. Se hab�a visto obligado a regresar a esa habitaci�n. Hab�a decidido ba�arse y dormir algunas horas, antes de que se iniciaran los turbulentos preparativos para la partida. Se hab�a ba�ado, s�, pero no hab�a podido desalojar de sus pensamientos a la mujer.

Hab�a dicho la verdad a Vladimir. No cre�a haber pasado jam�s una noche tan ins�lita y, sin embargo, tan deliciosa. Por l�gica, deber�a estar tan exhausto como la mujer. Pero claro que �l se hab�a controlado, hab�a contenido su propio placer, conservando deliberadamente su fuerza al satisfacerla de otras maneras. La idea de tener que llamar a varios de sus hombres para reemplazarlo si �l se cansaba le hab�a repugnado. Y adem�s, simplemente, no hab�a querido compartir ese tesoro.

Era incre�ble, pero realmente se hab�a desilusionado cuando ella sucumbi� finalmente al sue�o. No estaba cansado todav�a; a decir verdad, se sent�a muy vigoroso.

-�Sab�as que era virgen, Vladimir?

-No, mi se�or. �Ha tenido importancia?

-Creo que para ella s�. �Cu�nto ibas a pagarle?

Teniendo en cuenta esa nueva informaci�n, Vladimir duplic� la cifra que ten�a pensada.

Cien libras inglesas.

Dimitri lo mir� de reojo.

-Que sean mil... no, dos mil. Quiero que ella pueda derrochar en algunas ropas elegantes. Ese trapo que llevaba puesto era atroz. Por cierto �no tenemos nada m�s adecuado que pueda ponerse cuando despierte?

Vladimir no deber�a haberse sorprendido, en realidad. La generosidad del pr�ncipe era famosa. Y sin embargo, aquella mujer no era m�s que una simple campesina inglesa.

-Casi todas las pertenencias de las criadas fueron llevadas ayer al barco, mi se�or.

-Y supongo que Anastasia no acceder�a a ceder uno de sus vestidos. No, por supuesto que no lo har�a. Estuvo toda la noche enfurru�ada porque no le permit� salir de parranda en Londres anoche. Creo que en este momento disfrutar�a de cualquier motivo para mortificarme.

Vladimir titube�, pero si Dimitri deseaba vestir a la moza con galas... no, �l no se atrev�a a mencionar que las ropas de la condesa Rothkovna hab�an partido de Rusia con ellos, aunque ella no. Tal vez Dimitri apreciar�a la sutil venganza de regalar todas las ropas de la condesa, ya que indudablemente hab�a terminado con ella despu�s del modo en que lo hab�a decepcionado, pero Vladimir no se atrev�a a obsequiar tan costoso vestuario a aquella campesina intratable. Un vestido m�s favorecedor era una cosa; uno demasiado costo, otra muy distinta.

-Enviar� a una de las mujeres en busca de algo adecuado cuando abran las tiendas -sugiri� Vladimir, pero agreg�-: Si cree usted que ella permanecer� aqu� tanto tiempo.

-No, no te molestes. Fue tan s�lo una idea, y el placer de ordenar que desechen ese trapo -respondi� Dimitri con un adem�n de despedida-. Te llamar� cuando ella est� lista para marcharse.

�Entonces el pr�ncipe se quedar�a con ella en la habitaci�n? �Tan interesado estaba? Vladimir vacil� de nuevo. Nunca hab�a antepuesto sus deseos a los del maestro, como lo acababa de hacer. Empero, no ten�a que apaciguar al pr�ncipe. Dimitri estaba todav�a de excelente humor. Pero a Vladimir le desagradaba demasiado esa mujer, despu�s de toda la frustraci�n y ansiedad que hab�a causado con su tozudez, aunque al final hubiera complacido a Dimitri. En su opini�n, ya se le estaba dando demasiado. Si �l pod�a evitarlo, ella no recibir�a nada m�s.

-Como usted quiera, mi se�or.

Vladimir sali�, cerrando con suavidad la puerta, y baj� para contar a Marusia el m�s reciente capricho del pr�ncipe. Pero lo m�s probable era que ella se riera, record�ndole que tambi�n el padre de Dimitri hab�a sido fascinado por una inglesa, al punto de casarse con ella. Gracias a Dios que esta moza inglesa no era de la nobleza, como lo fuera lady Anne.

Mientras tanto, en la habitaci�n, Dimitri apag� las l�mparas que hab�an estado encendidas toda la noche; luego se estir� en la cama de donde hab�a salido apenas unas horas antes. Katherine yac�a boca abajo, con el rostro vuelto hacia �l. Dimitri le apart� el cabello de la mejilla para verla mejor. Ella no se movi� siquiera.

En el sue�o, las severas l�neas de su rostro se suavizaban, tal como antes, en su pasi�n. Dimitri no pod�a olvidar esa pasi�n. Por supuesto, no la hab�a producido �l, sino la droga... por cuyo motivo �l quer�a poseerla una vez m�s, sin que la droga la dominara. En parte se ve�a ante un desaf�o, un deseo de ver si pod�a estimular en ella esas mismas cimas de pasi�n. Pero, perversamente, sent�a tambi�n una necesidad de probar que, en realidad, no era posible que ella fuese tan incre�blemente atractiva y sensual como lo hab�a sido bajo la influencia de la cant�rida.

Por el momento, sin embargo, ella necesitaba unas horas m�s de sue�o para recuperar fuerzas. Tener que esperar era inconveniente; la paciencia no era una de las mejores cualidades de Dimitri Alexandrov. Pero no ten�a nada m�s que hacer esa ma�ana antes de zarpar.



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