Autor: Prudencio García Martínez de Murguía.
Miembro del Consejo Consultivo de la Fundación Acción Pro Derechos Humanos
Artículo publicado en La Vanguardia, el día 22 de abril de 2008.
Han causado considerable impacto en la sociedad chilena las declaraciones radiofónicas del que fue comandante en jefe del Ejército de Chile entre 2002 y 2006, el general Emilio Cheyre, al manifestar a través de la emisora Radio Duna nada menos que lo siguiente:
“Los padres fundadores del golpe de Estado de 1973 deben sacarse las máscaras y asumir las responsabilidades que tuvieron al forzar la intervención de las Fuerzas Armadas.” “Los padres fundadores (del golpe) fueron aquéllos que provocaron el odio en Chile, que no estaban únicamente en la izquierda. Fueron aquéllos que generaron la crisis más grave y no fueron capaces de controlarla; el gobierno de la Unidad Popular; una oposición, formada por la Democracia Cristiana y el partido de la derecha de aquella época, que fue implacable y que nos llamó abiertamente (a dar el golpe militar). Los padres fundadores fueron todos ellos, más la Corte Suprema, el Senado, la Cámara de Diputados, la Contraloría General de la República.” “Esos fueron los padres fundadores, los ‘llamadores’ a unas Fuerzas Armadas a las que ellos politizaron para desnaturalizar su función, dando lugar a que se produjeran las secuelas de víctimas que hoy no están. Esos padres fundadores siguen escondidos en el anonimato y la impunidad.”
En otras palabras, según asume este alto jefe militar, los que llama “padres fundadores” del odio que desencadenó la sangrienta crisis de 1973 fueron, fundamentalmente, aquéllos que desde la derecha llamaron a gritos a los militares (de hecho, llegaron a arrojarles maíz para acusarles simbólicamente de ‘gallinas’ por lo mucho que tardaban en dar el golpe salvador). El general les denomina ‘lamadores’ con plena justificación, pues fueron ellos, esa serie de instituciones, las que con contumaz desvergüenza golpearon la puerta de los cuarteles llamando a las Fuerzas Armadas para forzarlas al asalto del poder, empujándolas a su criminal intervención. Es decir, a la masacre, la tortura y la sangrienta represión de sus conciudadanos.
Constituye una realidad sociológica de carácter general, bien conocida por los expertos, el hecho de que todo golpe militar encierra un componente civil, un soporte civil, una incitación golpista procedente de un segmento de la sociedad civil. Pero en aquel Chile de principios de los 70 este fenómeno adquirió caracteres antológicos, a través del más descarado e indigno manejo institucional.
El general Cheyre –doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense de Madrid- omite, sin embargo, en su lista a algunos actores concretos tan decisivos de aquella trágica crisis como Nixon, Kissinger y la CIA. Pero aun así, es importante y positivo que sea precisamente un militar chileno quien reconozca esta flagrante realidad histórica: que existieron poderosas fuerzas fácticas que, desde la derecha chilena, empujaron salvajemente a sus militares al abismo antidemocrático y anticonstitucional. Y no es un militar cualquiera quien lo proclama, sino el sucesor en el mismo cargo de jefe del Ejército de Tierra que ejerció en su día el propio Pinochet, así como los dos generales que precedieron a éste en el mismo cargo, René Schneider y Carlos Prats, ambos demócratas, honestos, constitucionalistas, firmemente antigolpistas, y que, precisamente por serlo, fueron asesinados por aquella derecha desalmada que encarnó Pinochet.
Pero alguien se ocupó de traer a Pinochet. Alguien le catapultó al poder a través del crimen y la traición. Alguien le llamó. Y es bueno que otro militar que mandó a aquel mismo Ejército identifique correctamente a los ‘llamadores’ y les señale con su dedo acusador. Aunque sea 35 años después.