Un guijarro en el cielo
Isaac Asimov
Ttulo original: Pebble in the Sky.
Traduccin de Eduardo Goligorsky.
1950, Isaac Asimov
1992, Ediciones Martnez Roca, S. A. Biblioteca Asimov n 8.
ISBN 84—270—1646—8
Edicin digital de Umbriel. Mayo de 2002.
1
ENTRE UN PASO Y EL SIGUIENTE
Dos minutos antes de desaparecer para siempre de la faz de la Tierra que conoca, Joseph Schwartz estaba paseando por las tranquilas calles de las afueras de Chicago, recitando a Browning para sus adentros.
En cierto sentido esto resultaba extrao, porque ningn transente que se hubiera cruzado con Schwartz habra tenido la impresin de que ste era un conocedor de Browning. Joseph Schwartz pareca exactamente lo que era —un sastre jubilado totalmente desprovisto de lo que las personas sofisticadas de nuestros das llaman una educacin formal—, pero haba desahogado una buena parte de su curiosidad en lecturas desordenadas. Una voracidad indiscriminada le haba hecho asimilar conocimientos superficiales sobre prcticamente todas las materias, y haba conseguido mantenerlo todo ordenado gracias a que posea una excelente memoria.
Por ejemplo, cuando era ms joven haba ledo dos veces el Rabino Ben Ezra, por lo que naturalmente se lo saba de memoria. La mayor parte del poema le resultaba indescifrable, pero durante los ltimos aos el ritmo de los tres primeros versos haba latido al unsono con su corazn; y en aquel da muy soleado y luminoso de comienzos del verano de 1949 Schwartz los declam para s en las profundidades de la silenciosa fortaleza de su mente.
Envejece a mi lado!
Lo mejor an no ha llegado.
El final de la vida, para el cual fue creado el principio...
Schwartz senta en toda su plenitud el mensaje del poema. La serenidad de una vejez acomodada resultaba muy agradable despus de los sacrificios de su juventud pasada en Europa y de los primeros aos de su madurez en los Estados Unidos. Tener dinero y una casa propia haban permitido que Schwartz pensara en la posibilidad de jubilarse, y eso era justamente lo que haba acabado haciendo. Con una esposa sana, dos hijas felizmente casadas y un nieto que alegrara los ltimos y mejores aos de su vida, de qu tena que preocuparse?
S, claro, estaba la bomba atmica, pero Schwartz crea en la bondad bsica de la naturaleza humana. No crea que fuese a haber otra guerra. Crea que la Tierra no volvera a ver el infierno solar de un tomo detonado por la ira, de modo que sonrea con tolerancia a los nios con los que se cruzaba desendoles en silencio un paso veloz y no demasiado difcil a travs de la juventud hasta la paz de lo mejor que todava estaba por llegar.
Levant el pie para pasar por encima de una mueca de trapo que sonrea abandonada en la cuneta, y cuya desaparicin todava no haba sido notada. An no haba terminado de bajar el pie...
En otra zona de Chicago se alzaba el Instituto de Investigaciones Nucleares, un lugar en el que los hombres quiz tambin tenan sus teoras sobre el valor esencial de la naturaleza humana, pero donde se avergonzaban un poco de ellas porque an no se haba inventado ningn instrumento capaz de medirlo cuantitativamente. Cuando pensaban en esas cosas, muchas veces era para desear que alguna intervencin divina impidiese que la naturaleza humana y el maldito ingenio humano acabaran convirtiendo todo descubrimiento inocente e interesante en un arma mortfera.
Sin embargo, y si llegaba a ser necesario, el mismo hombre que no poda lograr que su conciencia controlara la curiosidad que le inspiraban esas investigaciones nucleares, que algn da quiz pudieran aniquilar a la mitad de la poblacin de la Tierra, era capaz de arriesgar su vida para salvar la de un semejante sin importancia.
Lo que primero atrajo la atencin del doctor Smith fue el resplandor azul que brillaba detrs del qumico.
Lo observ al pasar frente a la puerta entreabierta. El qumico era un joven siempre alegre y animado, y estaba silbando mientras enderezaba una cubeta volumtrica en cuyo interior ya se haba alcanzado el volumen deseado de solucin. Un polvo blanco caa lentamente sobre el lquido y se iba disolviendo a su debido tiempo. Por un momento eso fue todo, pero un segundo despus el instinto del doctor Smith —que, para empezar, era el causante de que se hubiera detenido delante de la puerta— hizo que se pusiera en accin.
Entr corriendo en la habitacin, cogi una varilla graduada y barri la superficie de la mesa con ella lanzando al suelo todo lo que contena. Se oy un siniestro chasquido de metal fundido. El doctor Smith sinti que una gotita de transpiracin se deslizaba hacia la punta de su nariz.
El joven contempl con expresin desconcertada el suelo de hormign sobre el que el metal plateado ya se haba endurecido formando manchitas que todava irradiaban un calor muy intenso.
—Qu ha pasado? —pregunt con un hilo de voz.
El doctor Smith se encogi de hombros. l tampoco lo saba con certeza.
—No lo s. Explquemelo usted... Qu proceso se estaba elaborando aqu?
—Ninguno! —exclam el joven qumico—. No era ms que una muestra de uranio en bruto. Estaba haciendo una determinacin electroltica de cobre, y no entiendo qu puede haber ocurrido.
—Bien, joven, fuera lo que fuese por lo menos puedo informarle de lo que vi. Ese crisol de platino tena una corona, entiende? Se estaba emitiendo una radiacin muy poderosa. Ha dicho que se trataba de uranio?
—S, pero era uranio en bruto y no es peligroso. Quiero decir que... Bueno, la pureza total es una de las condiciones ms importantes requeridas para la fisin, verdad? —Se humedeci rpidamente los labios con la lengua—. Cree que se trataba de una fisin? No es plutonio, y no estaba siendo bombardeado.
—Y adems estaba por debajo de la masa crtica —aadi el doctor Smith con voz pensativa— o, por lo menos, estaba por debajo de las masas crticas que creemos conocer. —Contempl la mesa de esteatita, la pintura quemada y ampollada de los armarios y las vetas plateadas que se haban extendido a lo largo del suelo de hormign—. Pero el uranio se funde aproximadamente a 1.8oo grados centgrados, y los fenmenos nucleares no son tan bien conocidos como para que podamos hablar de ellos con demasiada seguridad. Despus de todo, esta sala debe de haber quedado saturada de radiaciones perdidas... Ser mejor que despeguen el metal del suelo en cuanto se haya enfriado, y que lo recojan y lo analicen detenidamente. —Su mirada pensativa recorri lo que le rodeaba, y de repente fue hacia la pared que tena delante y roz con las yemas de los dedos un punto situado casi a la altura de su hombro mientras lo contemplaba con cara de sorpresa—. Qu es esto? —le pregunt al qumico—. Siempre ha estado aqu?
—El qu, seor? —pregunt el joven.
Fue hacia el doctor Smith con paso rpido y nervioso, y clav la mirada en el punto que estaba sealando. Haba un agujerito minsculo que podra haber sido causado por un clavo incrustado en la pared y retirado despus..., pero que hubiese atravesado el yeso y el ladrillo en todo el grosor de la pared del edificio, ya que se poda ver la luz del da por l.
El joven qumico mene la cabeza.
—Nunca haba visto esto antes —dijo—. Pero la verdad es que tampoco haba examinado esa pared, seor.
El doctor Smith no hizo ningn comentario. Retrocedi lentamente y pas al lado del termostato, una caja en forma de paraleleppedo hecha con delgadas lminas de hierro. El agua que haba en su interior se arremolinaba mientras el agitador giraba a merced de la monomana del impulso electromotriz, y las lamparitas elctricas que estaban debajo del agua y que servan como calefactores seguan el comps de las palpitaciones del regulador de mercurio con un enloquecido parpadear.
—Bueno, y esto estaba aqu antes? —pregunt el doctor Smith.
Rasc suavemente con la ua un punto situado cerca del borde superior de la cara ancha del termostato. Era un pequeo crculo de bordes muy lisos que atravesaba el metal. El nivel del agua no era lo bastante alto para llegar hasta l.
El joven qumico abri mucho los ojos.
—No, seor —dijo—. Eso no estaba ah... Puedo garantizrselo.
—Hum... Hay otro en el lado opuesto?
—Bueno, que me lleve el diablo! Quiero decir... S, seor!
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—Muy bien. Ahora venga aqu y mire a travs de los orificios. Pare el termostato, por favor. Ahora qudese ah... —El doctor Smith coloc un dedo sobre el agujero de la pared—. Qu ve? —pregunt.
—Veo su dedo, seor. Es ah dnde est el agujero?
El doctor Smith no contest.
—Mire desde el otro lado —dijo con una calma que estaba muy lejos de sentir—. Qu ve ahora?
—Nada, seor.
—Pero el crisol que contena el uranio estaba ah... Est viendo exactamente el sitio en el que estaba, verdad?
—Creo que s —acab diciendo el qumico sin mucho entusiasmo.
—Esto es ultrasecreto, seor Jennings —dijo el doctor Smith con voz glida despus de dirigir una rpida mirada al apellido escrito en la puerta que segua abierta—. No quiero que hable de esto absolutamente con nadie. Me ha entendido?
—Desde luego, seor!
—Bien, entonces salgamos de aqu. Enviaremos a los tcnicos en radiaciones para que revisen el laboratorio, y usted y yo iremos a ponernos bajo observacin en la enfermera.
—Cree que puede haber quemaduras por radiaciones? —pregunt el qumico palideciendo.
—Pronto lo sabremos.
Pero tampoco haba ninguna seal seria de quemaduras por radiaciones. Los recuentos de glbulos sanguneos dieron un resultado normal, y un anlisis de las races capilares no revel nada anormal. Las nuseas sufridas fueron diagnosticadas como psicosomticas, y no hubo ningn otro sntoma.
Y ni entonces ni en el futuro apareci nadie que fuese capaz de explicar por qu un crisol que contena una cantidad de uranio en bruto muy por debajo de la masa crtica, y que no estaba sometido a ningn bombardeo directo con neutrones, se haba derretido repentinamente irradiando aquella corona tan mortal como significativa.
La nica conclusin a la que se lleg fue la de que la fsica nuclear an estaba llena de enigmas extraos y peligrosos.
Pero el doctor Smith nunca se decidi a contar toda la verdad en el informe que redact posteriormente. No mencion los orificios descubiertos en el laboratorio, ni la circunstancia de que el ms prximo al lugar donde haba estado el crisol apenas era visible y que el del otro lado del termostato era un poco mayor, n tanto que el de la pared, que estaba situado al triple de distancia del lugar del accidente, era tan grande que podra haber permitido el paso de un clavo.
Un haz que se expandiese en lnea recta podra recorrer varios kilmetros antes de apartarse de la curvatura de la Tierra lo suficiente como para que no se produjeran nuevos daos, y cuando eso ocurriese su seccin habra alcanzado un dimetro de unos tres metros.
Despus se proyectara en el vaco, expandindose y debilitndose, y constituyendo un hilo extrao en la trama del cosmos.
El doctor Smith nunca le habl a nadie de aquella fantasa.
Nunca le dijo a nadie que al da siguiente haba solicitado que le trajeran los diarios de la maana —an estaba en la enfermera—, y que revis las columnas de texto impreso con un propsito muy definido en su mente.
Pero en una metrpoli gigantesca desaparecen muchas personas al da, y nadie haba corrido a una comisara para gritar a los policas que un hombre (o acaso sera medio hombre?) haba desaparecido delante de sus ojos..., o por lo menos ningn peridico hablaba de algo semejante.
Y el doctor Smith acab consiguiendo olvidar lo ocurrido.
Para Joseph Schwartz todo ocurri entre un paso y el siguiente. Haba levantado el pie derecho para pasar por encima de la mueca de trapo y se haba sentido mareado durante un instante, como si hubiera quedado atrapado fugazmente en el interior de un cicln que hubiese vuelto su cuerpo del revs. Cuando volvi a bajar el pie derecho dej escapar todo su aliento en una exhalacin Jadeante, y se sinti caer y resbalar lentamente sobre el csped.
Esper con los ojos cerrados durante bastante rato..., hasta que acab abrindolos.
Era cierto! Estaba sentado sobre el csped, en el mismo sitio donde antes haba estado caminando sobre el pavimento.
Y las casas haban desaparecido! Todas las casas blancas, cada una con su jardn, que se alineaban a ambos lados de la calle..., todas haban desaparecido!
Y Schwartz no estaba sentado en un jardn, porque el csped creca en abundancia y estaba descuidado, y haba muchos rboles a su alrededor, y se vean ms rboles recortndose contra el horizonte.
Fue entonces cuando se llev la mayor de todas sus sorpresas, porque algunas hojas de los rboles tenan un color rojizo; y un instante despus Schwartz sinti la seca aspereza de una hoja muerta en la curva de su mano. Schwartz era un hombre de ciudad, pero saba reconocer el otoo cuando lo vea.
El otoo...! Y, sin embargo, l haba levantado el pie derecho en un da de junio, cuando toda la vegetacin estaba teida de un verde fresco y resplandeciente.
Cuando pens en eso baj la mirada automticamente hacia sus pies. Schwartz lanz una exclamacin estridente y extendi los brazos hacia abajo. La muequita de trapo sobre la que haba pasado, un pequeo hlito de realidad, un...
Oh, no! Schwartz la hizo girar entre sus manos temblorosas. La mueca no estaba entera, pero tampoco estaba destrozada: estaba cortada. Y eso s que era realmente extrao! La mueca haba sido rebanada en sentido longitudinal de manera tan concienzuda que no se haba movido ni una sola hilacha del relleno de estopa. Todos los hilos terminaban en extremos limpiamente cortados.
Y un instante despus el dbil brillo de su zapato izquierdo atrajo la atencin de Schwartz. Pas el pie sobre su rodilla levantada sin soltar la mueca de trapo. El extremo delantero de la suela, esa parte que se extiende sobresaliendo un poquito de la puntera del zapato, estaba perfectamente cortado. Haba sido cercenado de una forma que no podra haber sido duplicada por el cuchillo de ningn zapatero del mundo. La nueva superficie revelada por el corte era increblemente suave, y desprenda un brillo casi lquido.
La confusin haba ido subiendo poco a poco por la mdula espinal de Schwartz movindose en direccin al cerebro, y cuando lleg hasta l su mente qued paralizada por el horror.
Y al fin, y porque incluso el sonido de su voz poda ser un elemento tranquilizador en un mundo donde todo lo dems era totalmente absurdo, Schwartz habl. La voz que lleg a sus odos sonaba apagada, tensa y jadeante.
—En primer lugar, no estoy loco —dijo—. Me siento igual que me he sentido siempre por dentro... Claro que si estuviese loco no lo sabra, o me equivoco? No... —Schwartz sinti que la histeria creca en su interior, y luch por reprimirla—. Tiene que haber alguna otra posibilidad... Un sueo, quiz? —se pregunt—. Cmo puedo averiguar si esto es un sueo o si no lo es? —Se pellizc y sinti el dolor, pero mene la cabeza—. Supongo que se puede soar que sientes un pellizco, as que esto no es una prueba de que est soando.
Mir desesperadamente a su alrededor, y se pregunt si los sueos podan llegar a ser tan ntidos y detallados y durar tanto tiempo. En una ocasin haba ledo que la inmensa mayora de los sueos no duraba ms de cinco segundos, que eran provocados por las perturbaciones insignificantes que sufra el durmiente y que su duracin aparente era totalmente ilusoria.
No era un gran consuelo, desde luego! Schwartz estir hacia arriba el puo de su camisa y ech un vistazo a su reloj de pulsera. El segundero giraba, giraba, giraba... Si se trataba de un sueo, los cinco segundos se estaban prolongado de una manera increble.
Mir en otra direccin, y se pas la mano por la frente en un intil intento de enjugar la transpiracin helada que la cubra.
—Y si fuese amnesia?
En vez de responder a su propia pregunta, Schwartz fue inclinando lentamente la cabeza hasta sepultarla en sus manos.
Si haba levantado un pie, y al hacerlo su mente haba abandonado los rieles gastados y bien engrasados por los que se habla estado encarrilando con tanta fidelidad durante tanto tiempo; si tres meses ms tarde, en otoo, o un ao y tres meses despus o diez aos y tres meses despus haba bajado el pie en aquel lugar desconocido en el preciso instante en el que su mente volva a... S, claro, le habra parecido que se trataba del mismo paso, y entonces todo aquello... Dnde haba estado y qu haba hecho durante aquel intervalo de tiempo?
—No! —exclam.
El monoslabo brot en forma de grito estridente. Era imposible! Schwartz se mir la camisa. Era la misma que se haba puesto aquella maana —o lo que deba de haber sido esa maana—, y estaba recin lavada. Recapacit, meti la mano en el bolsillo de su chaqueta y sac una manzana.
Le dio un mordisco casi desesperado. La manzana estaba madura, y an conservaba un poco del frescor de la nevera en cuyo interior haba estado guardada hasta dos horas antes..., o lo que deberan haber sido dos horas.
Y qu pensar de la muequita de trapo?
Schwartz empez a sentirse vagamente furioso. O se trataba de un sueo o se haba vuelto realmente loco.
Not que la hora del da haba cambiado. La tarde ya estaba avanzada o, por lo menos, las sombras se estaban empezando a alargar. La silenciosa desolacin de aquel lugar inund de repente a Schwartz producindole un extrao efecto paralizante.
Se puso en pie. Estaba claro que tendra que buscar a alguien —a cualquier persona—, y resultaba no menos obvio que tendra que buscar una casa, y la mejor forma de encontrarla sera buscar un camino.
Se volvi automticamente en direccin al lugar donde los rboles raleaban un poco y empez a caminar.
Cuando lleg a la recta e impersonal cinta de asfalto el frescor del crepsculo ya se estaba infiltrando por debajo de su chaqueta, y las copas de los rboles se haban vuelto indefinidas y un poco amenazadoras. Schwartz corri hacia la carretera lanzando sollozos de alegra, y le complaci sentir la dureza del pavimento bajo los pies.
Pero cuando mir en ambas direcciones vio que slo haba una desolacin total, y por un momento volvi a experimentar un escalofro. Haba esperado encontrar automviles. Lo ms sencillo habra sido hacerles seas para que se detuviesen y preguntar Oiga, va por casualidad a Chicago? (Schwartz estaba tan nervioso que pronunci las palabras en voz alta).
Y si no estaba cerca de Chicago? Bueno, ira a cualquier ciudad Importante, a cualquier lugar donde pudiese encontrar un telfono. Slo tena cuatro dlares con veintisiete centavos en el bolsillo, pero siempre se poda recurrir a la polica.
Schwartz empez a caminar por el centro de la carretera escrutndola continuamente en ambas direcciones. No prest ninguna atencin a la puesta del sol, y cuando salieron las primeras estrellas tampoco se fij en ellas.
Ningn coche. Nada! Y estaba empezando a ponerse verdaderamente oscuro...
De repente vio un resplandor en el horizonte, hacia su izquierda, y lo primero que pens fue que quiz estuviera sufriendo una repeticin del mareo anterior; pero el glido fulgor azulado visible entre los claros de la arboleda era real. No se trataba del rojo llameante que Schwartz imaginaba poda corresponder a un incendio forestal, sino de una dbil fosforescencia que pareca deslizarse entre las tinieblas; y el pavimento que tena debajo de los pies tambin pareca emitir una dbil claridad. Schwartz se agach para tocarlo, pero le pareci normal al tacto. Aun as, segua viendo aquel tenue resplandor con el rabillo del ojo.
Ech a correr desesperadamente por la carretera. Las suelas de sus zapatos chocaban con el asfalto en un ritmo veloz e irregular haciendo mucho ruido. De repente, Schwartz se dio cuenta de que su mano segua sosteniendo la mueca de trapo que haba sufrido aquel extrao rebanamiento, y la arroj por encima de su cabeza impulsndola con todas sus fuerzas.
Aquella parodia de vida con su sonrisa burlona...
Y entonces el terror surgi de la nada e hizo que Schwartz se detuviera de repente. Fuera lo que fuese, la mueca de trapo era una prueba de su cordura. La necesitaba! Se puso de rodillas y empez a arrastrarse moviendo las manos a tientas en la oscuridad hasta que encontr la mueca, una mancha oscura recortada contra aquella fosforescencia casi imperceptible. El relleno haba empezado a salirse, y Schwartz volvi a meterlo distradamente.
Un instante despus volva a caminar. Estoy demasiado aturdido para correr, se dijo.
Empezaba a sentir hambre y a estar realmente asustado cuando vio aquel resplandor hacia la derecha.
Era una casa, naturalmente!
Grit y no obtuvo respuesta, pero era una casa, una chispa de realidad que le haca guios a travs de la horrible desolacin sin nombre de las ltimas horas. Schwartz sali de la carretera y empez a correr campo a travs. Salt zanjas, esquiv rboles, cruz matorrales y vade un arroyo.
Qu extrao! Las aguas del arroyo tambin emitan un tenue resplandor fosforescente, pero aquel hecho inexplicable slo fue captado por una parte minscula del cerebro de Schwartz.
Y de repente estuvo junto a la casa, y estir las manos para tocar la dureza de la estructura blanca. No era ladrillo ni piedra ni madera, pero no se preocup por eso. La casa pareca estar hecha de una porcelana mate y muy resistente, pero a Schwartz le daba absolutamente igual con qu estuviese construida. Estaba buscando una puerta, y cuando lleg a ella y no vio ningn timbre la atac a puntapis y empez a gritar como si se hubiera vuelto loco.
Oy un movimiento en el interior, y despus oy el maravilloso sonido de una voz humana que no era la suya.
—Eh, los de dentro! —volvi a gritar.
Hubo un dbil zumbido de engranajes bien engrasados, y la puerta se abri. Una mujer apareci en el umbral y contempl a Schwartz con un brillo de alarma en los ojos. Era alta y nervuda, y detrs de ella haba un hombre alto y de rasgos bastante marcados y toscos vestido con ropa de trabajo... No, no era ropa de trabajo. En realidad Schwartz nunca haba visto unas prendas parecidas, pero por algn motivo indefinible le recordaron a la clase de ropa que un hombre se pone para trabajar.
Pero en aquellos momentos no se senta demasiado inclinado al anlisis. Las dos personas y sus ropas le parecieron increblemente hermosas, tanto como slo puede serlo la presencia de rostros amigos para un hombre que est totalmente solo.
La mujer habl con voz lquida y suave, pero en un tono perentorio, y Schwartz tuvo que agarrarse a la puerta para mantenerse erguido. Sus labios se movieron sin lograr emitir ningn sonido, y todos sus temores ms descabellados volvieron de repente para agarrotarle la garganta y oprimirle el corazn.
Porque la mujer acababa de hablar en un idioma que Schwartz no haba odo jams.
2
ALOJAMIENTO PARA UN DESCONOCIDO
Loa Maren y Arbin, su estlido esposo, estaban jugando a las cartas y disfrutando del frescor de la noche cuando el anciano sentado en la silla de ruedas a motor arrug colricamente el peridico entre sus manos hacindolo crujir.
—Arbin! —grit.
Arbin Maren no respondi enseguida. Acarici delicadamente los suaves rectngulos de finos bordes que sostena en las manos, y pens en cul sera su prxima jugada.
—Qu quiere, Grew? —pregunt por fin mientras tomaba una decisin sin apresurarse.
El anciano de cabellos canosos llamado Grew lanz una mirada airada a su yerno por encima del peridico y volvi a hacerlo crujir. Producir aquella clase de ruidos era uno de sus desahogos preferidos. Cuando un hombre desborda energa y se encuentra confinado en una silla de ruedas con dos estacas muertas por piernas, tiene que encontrar alguna forma de expresarse, y Grew utilizaba su peridico. Lo haca crujir y gesticulaba con l, y cuando era necesario lo utilizaba para golpear las cosas.
Grew saba que fuera de la Tierra haba mquinas teleinformadoras que emitan rollos de microfilme con las ltimas noticias, y que bastaba con tener un modelo normal de visor de libros—pelcula para leerlos; pero Grew se burlaba en silencio de aquel tipo de cosas. Otra costumbre estril y degenerada!
—Te has enterado de que van a enviar una expedicin arqueolgica a la Tierra? —pregunt Grew.
—No —respondi Arbin sin inmutarse.
Grew se haba enterado de ello porque era el primero en leer el peridico, y la familia haba tenido que vender su holovisor el ao pasado; pero en realidad su pregunta slo haba sido un gambito de apertura.
—Bien, as que va a venir una expedicin arqueolgica —dijo—. y por concesin imperial, nada menos... Qu opinas de eso? —Grew baj la mirada hacia el peridico, y empez a recitar el texto del artculo con ese tono inexplicablemente vacilante y entrecortado que adoptan la mayora de las personas cuando leen en voz alta—. Durante una entrevista concedida a Prensa Galctica, Bel Arvardan, Director de Investigaciones del Instituto Arqueolgico Imperial, manifest que confiaba en obtener valiosos resultados de los estudios arqueolgicos que proyecta llevar a cabo en el planeta Tierra, situado en las inmediaciones del Sector de Sirio (ver mapa). "La civilizacin arcaica y el entorno excepcional de la Tierra —manifest el doctor Arvardan— nos ofrecen una cultura atrasada que ha sido dejada de lado durante mucho tiempo por nuestros socilogos excepto como ejemplo de dificultades en el gobierno local. Albergo grandes esperanzas de que los aos venideros producirn cambios revolucionarios en algunos de los conceptos sobre la evolucin social y la historia humana que hemos tenido por fundamentales hasta el momento." Etctera, etctera —concluy Grew con una sonrisa.
Arbin Maren no le haba prestado mucha atencin.
—Qu quiere decir eso de cultura atrasada? —murmur.
Loa Maren no haba escuchado nada de cuanto haba dicho el anciano.
—Arbin, te toca jugar —se limit a decir.
—Bien, no vas a preguntarme qu razn ha podido tener el Tribune para publicar esto? —sigui diciendo Grew—. Ya sabes que no publicaran una noticia remitida por Prensa Galctica ni a cambio de un milln de crditos a menos que hubiera un buen motivo para ello, no? —Grew guard silencio durante unos momentos esperando una respuesta que no lleg—. Pues porque tambin publican un editorial sobre el tema —continu—, un editorial de una pgina entera dedicado ntegramente a meterse con el tal Arvardan... Un tipo quiere venir a la Tierra con fines cientficos, y enseguida lo ven todo negro y hacen cuanto pueden para impedrselo... Lee esta difamacin! Vamos, lela!
—Grew agit el peridico en direccin a su yerno—. Por qu no la lees?
Loa Maren baj sus cartas y tens sus delgados labios.
—Pap, hemos tenido un da muy pesado —dijo—, as que no lo compliquemos ahora con la poltica. Quiz ms tarde, eh? Por favor, pap...
—Por favor, pap..., por favor, pap —la imit Grew frunciendo el ceo—. Me parece que debes de estar muy harta de tu anciano padre si le prohbes incluso el decir unas cuantas palabras sobre la actualidad, no? Supongo que te estorbo, verdad? Sentado en este rincn dejando que vosotros dos trabajis por tres... Quin tiene la culpa de eso? Soy fuerte. Quiero trabajar, y los dos sabis que con un tratamiento adecuado mis piernas volveran a estar tan bien como antes. —Grew se las palme mientras hablaba. Las palmadas fueron asestadas con una fuerza salvaje, y Grew oy el considerable ruido que hicieron, pero no sinti los impactos—. El nico motivo de que no pueda trabajar es que ellos consideran que soy tan viejo que no vale la pena curarme. No os parece que eso es un buen ejemplo de cultura atrasada? De qu otra manera se puede calificar a un planeta en el que un hombre puede trabajar, pero no se lo permiten? Por todas las estrellas...! Creo que ya va siendo hora de que acabemos con todas esas tonteras sobre lo que ellos llaman nuestras instituciones peculiares. Peculiares? Absurdas, as las llamo yo! Creo que...
Grew haba empezado a agitar los brazos y la clera le congestionaba el rostro.
Arbin se levant, fue hacia el anciano y puso una mano sobre su hombro apretando con fuerza.
—Vamos, Grew, por qu se pone tan nervioso? —pregunt—. Cuando usted haya terminado con el peridico leer el editorial, le parece bien?
—S, pero de qu servir eso si ests de acuerdo con ellos? Ah, los jvenes sois todos unos peleles..., un montn de barro en las manos de los Ancianos.
—Clmese, padre —se apresur a decir Loa—. No empiece con eso, quiere?
Se qued escuchando en silencio durante un momento. No podra haber explicado por qu lo haca, pero...
Arbin experiment aquel cosquilleo helado que senta siempre que se mencionaba a la Sociedad de Ancianos. Hablar como lo haca Grew, burlarse de la cultura de la Tierra..., era una imprudencia, no caba duda.
Vaya, pero si era asimilacionismo puro. Arbin trag saliva. Asimilacionismo..., una palabra obscena incluso cuando estaba confinada en el pensamiento.
Durante la juventud de Grew se haban dicho muchas estupideces sobre la ruptura con las viejas costumbres, cierto, pero entonces eran otros tiempos. Grew tendra que saberlo..., y probablemente lo saba, pero no resulta fcil ser razonable y comprensivo cuando ests atrapado en una silla de ruedas esperando que pasen los das hasta el prximo Censo.
Grew quiz era el que se haba alterado menos de los tres, pero no dijo nada ms. Se fue tranquilizando poco a poco, y a medida que pasaba el tiempo le fue resultando cada vez ms difcil ver con claridad las letras. An no haba tenido tiempo de llevar a cabo un detallado anlisis crtico de las pginas deportivas cuando su cabeza cay lentamente sobre su pecho despus de haber estado oscilando hacia delante y hacia atrs durante un buen rato. El anciano dej escapar un suave ronquido, y el peridico cay de sus dedos con un ltimo crujido involuntario.
—Quiz no estamos siendo justos con l, Arbin —susurr Loa con voz preocupada—. Es una vida muy dura para un hombre como pap... Si la comparas con la vida que llevaba antes es como si estuviese muerto.
—Por mala que sea una vida no se parece en nada a estar muerto>, Loa. Tiene sus peridicos y sus libros, verdad? No te preocupes tanto por l! Esas rabietas le sientan bien. Ahora estar tranquilo y satisfecho durante unos das...
Arbin haba empezado a estudiar nuevamente sus cartas, y se dispona a colocar una sobre la mesa cuando oyeron los golpes el' la puerta y los gritos enronquecidos que no llegaban a formar palabras.
La mano de Arbin tembl y se qued inmvil. El temor invadi los ojos de Loa, y mir a su marido. Su labio inferior haba empezado a estremecerse incontrolablemente.
—Deprisa, saca de aqu a Grew! —exclam Arbin.
An no haba acabado de hablar cuando Loa ya estaba junto a la silla de ruedas haciendo ruiditos tranquilizadores con la lengua.
Pero el anciano dormido lanz una exclamacin, y se despert sobresaltado al primer movimiento de la silla de ruedas. Grew se irgui y busc automticamente su peridico.
—Qu ocurre? —pregunt con irritacin, y en un tono que no tena nada de murmullo.
—Shhhh! No pasa nada —respondi Loa sin prestarle mucha atencin.
Empuj la silla de ruedas hasta la habitacin contigua, cerr la puerta y apoy la espalda en ella. Su delgado pecho suba y bajaba a toda velocidad, y sus ojos buscaron los de su esposo..., y entonces se repitieron los golpes.
Permanecieron el uno junto al otro en una actitud casi defensiva mientras la puerta se abra, y se enfrentaron irradiando hostilidad con el hombre bajito y regordete que intentaba sonrer.
—En qu podemos servirle? —pregunt Loa con ceremoniosa cortesa.
Un instante despus retroceda dando un salto mientras el hombre lanzaba una exclamacin ahogada y se agarraba a la puerta para no caer.
—Est enfermo? —pregunt Arbin mirndole con perplejidad—. Ven, Loa, chame una mano con l...
Las horas siguientes fueron transcurriendo poco a poco hasta que Arbin y Loa se prepararon para acostarse en el silencio de su dormitorio.
—Arbin... —murmur Loa.
—Qu pasa?
—No es peligroso?
—Peligroso? —repiti l, fingiendo no haber entendido a qu se refera su esposa.
—El tener a ese hombre en casa... Quin es?
—Cmo quieres que lo sepa? —respondi Arbin con irritacin—. Pero de todas formas no podemos dejar en la calle a un hombre enfermo, verdad? Si no tiene documentos de identidad, maana notificaremos lo ocurrido al Consejo Regional de Seguridad y ah terminar todo.
Arbin se dio la vuelta para poner fin a la conversacin.
—No supondrs que puede ser un agente de la Sociedad de Ancianos, verdad? No olvides que tenemos en casa a Grew... —insisti Loa.
—Te refieres a lo que dijo esta noche? Oh, eso est ms all del lmite de lo razonable. No quiero hablar de eso, Loa.
—No me refiero a eso, y t lo sabes. Quiero decir que... Bueno, hace dos aos que tenemos aqu a Grew aun sabiendo que es ilegal, y ya sabes que con eso estamos violando la Costumbre ms importante.
—No hacemos dao a nadie —mascull Arbin—. Cubrimos nuestra cuota a pesar de que est fijada para tres personas..., para tres trabajadores. La cubrimos, verdad? De acuerdo en que violamos la Costumbre, pero por qu van a sospechar que lo estamos haciendo? Venga, si ni tan siquiera permitimos que salga de casa...
—Podran seguir la pista de la silla de ruedas. Tuviste que comprar las piezas y el motor, no?
—No vuelvas a empezar con eso, Loa. Te he explicado un montn de veces que cuando constru la silla de ruedas slo compr equipo de cocina de lo ms comn... Adems, no hay ninguna razn lgica para suponer que ese hombre pueda ser un agente de la Hermandad. Acaso crees que recurriran a un truco tan complicado para descubrir a un pobre anciano invlido? Note parece que podran venir de da con una orden de registro totalmente legal? Intenta analizar las cosas, por favor.
—Entonces... Arbin, si realmente piensas eso... —Los ojos de Loa haban empezado a brillar, y su voz adquiri un tono de excitacin—. Yo deseaba que lo pensaras, sabes? Entonces tiene que ser un espacial... No puede ser un terrestre.
—Por qu dices que no puede ser un terrestre? Esto es todava ms ridculo que lo que decas antes. Loa, por favor, s razonable. Qu motivos podra tener un habitante del Imperio para venir a la Tierra?
—No tengo ni idea de cules pueden ser sus motivos! Quiz cometi un crimen en su mundo... —Loa se dej arrastrar por aquella fantasa apenas la hubo concebido—. Por qu no? Es lgico, verdad? La Tierra sera el mejor lugar para esconderse... A quin se le podra pasar por la cabeza la idea de buscarle aqu?
—Siempre que realmente sea un espacial, claro. Qu pruebas tienes de eso?
—No habla nuestro idioma, verdad? Tienes que admitirlo, eh? Venga, acaso entendiste una sola palabra de todo lo que dijo? Tiene que venir de algn rincn lejano de la Galaxia donde se habla un dialecto extrao... Dicen que los habitantes de Fomalhaut tienen que aprender un idioma prcticamente nuevo para hacerse entender en la corte del Emperador en Trntor. Pero es que no comprendes lo que puede significar todo esto? Si es un espacial que ha venido a la Tierra de manera ilegal no estar registrado en el Consejo del Censo, y lo que ms debe desear es que nadie se entere de su presencia aqu. Podramos utilizar a ese hombre en la granja como sustituto de pap, y entonces volveran a ser tres personas y no dos las que tendran que cubrir la cuota fijada para tres trabajadores durante la prxima temporada... Incluso podra ayudarnos ahora con la cosecha.
Loa contempl con expresin anhelante el rostro apesadumbrado de su esposo, quien analiz el problema en silencio durante un buen rato.
—Bueno, acustate —dijo por fin—. Lo veremos todo ms claro con la luz del da, as que ya volveremos a hablar de eso maana...
Los murmullos cesaron, la luz fue apagada y el sueo acab aduendose del dormitorio.
A la maana siguiente le lleg el turno a Grew de estudiar el problema. Arbin se lo plante con expresin esperanzada. Cuando se trataba de pensar, Arbin siempre haba tenido ms confianza en su suegro que en l mismo.
—Bien, Arbin —dijo Grew—, es evidente que todas tus dificultades derivan del hecho de que yo estoy registrado como trabajador, por lo que en consecuencia la cuota de produccin est fijada para tres personas. Estoy harto de crear problemas, sabes? ste es el segundo ao que vivo de ms... Ya es suficiente.
—No se trata de eso —replic Arbin empezando a ponerse nervioso—. No estoy intentando sugerir que su presencia aqu suponga un problema para nosotros, Grew.
—Bueno, y cul es la diferencia despus de todo? El Censo se realizar dentro de dos aos, y entonces tendr que marcharme de todas maneras.
—Por lo menos habr podido disfrutar de dos aos ms de descanso y lectura. Por qu habramos de privarle de eso?
—Porque les ocurre lo mismo a muchos otros. Y qu ser de ti y de Loa? Cuando vengan a por m tambin se os llevarn a vosotros. Qu clase de hombre tendra que ser yo para consentir e„ vivir unos cuantos aos ms a cambio de que...?
—Basta, Grew. No quiero tragedias, entendido? Ya le hemos dicho muchas veces lo que pensamos hacer. Notificaremos su situacin una semana antes del Censo.
—Y supongo que pensis engaar al mdico, no?
—Sobornaremos al mdico.
—Hum. Y ese hombre..., agravar la situacin, claro. Tambin vais a esconderle, eh?
—Dejaremos que se vaya. En nombre del espacio, por qu hemos de preocuparnos ahora pensando en todo eso? Disponemos de dos aos... Qu vamos a hacer con l?
—Un espacial que surge de la nada para llamar a nuestra puerta —murmur Grew—. No se sabe de dnde viene, habla un idioma que no entendemos... Francamente, no s qu consejo daros.
—Se comporta de una manera muy humilde y educada, y parece estar terriblemente asustado —explic el granjero—. No puede hacernos ningn dao.
—Est asustado, eh? Y si se tratara de un retrasado mental? Y si sus balbuceos resultan ininteligibles no porque hable en un idioma extranjero, sino porque son las divagaciones de un loco?
—No me parece que eso sea posible —replic Arbin, pero se estremeci.
—Quieres convencerte de eso porque deseas utilizar al desconocido. Est bien, te dir qu tienes que hacer... Lleva a ese hombre a la ciudad.
—A Chica? —pregunt Arbin poniendo cara de horror—. Pero eso sera nuestra perdicin!
—Nada de eso —replic Grew sin inmutarse—. Tu gran problema es que no lees los peridicos, Arbin; pero por suerte para esta familia yo s lo hago. Bien, pues resulta que en el Instituto de Investigaciones Nucleares han inventado una mquina que se supone ayuda a aprender ms deprisa. El suplemento semanal traa una hoja entera dedicada a eso, y parece ser que necesitan voluntarios para probarla. Lleva all a ese hombre, y deja que sea utilizado como voluntario.
—Est loco! —exclam Arbin meneando enrgicamente la cabeza—. Nunca sera capaz de hacer eso, Grew... Empezarn por pedir su nmero de registro, y el no tener las cosas en orden equivale a provocar una investigacin..., y entonces descubrirn que vive con nosotros.
—No, Arbin, te equivocas. El Instituto de Investigaciones Nucleares solicita voluntarios porque la mquina an se encuentra en la fase experimental. Probablemente ya ha matado a algunas personas, de modo que estoy seguro de que no harn ninguna clase de averiguaciones... Y si muere, el espacial no estar mucho peor que ahora, verdad? Ahora coge el lector de libros y pon la palanca de seleccin en la sexta bobina. Ah, y treme el peridico apenas llegue, de acuerdo?
Cuando Schwartz abri los ojos ya era ms de medioda. Enseguida sinti ese dolor sordo que oprime el corazn y se alimenta de s mismo, el dolor provocado por la ausencia de una esposa que no estaba a su lado al despertar, de un mundo familiar irremisiblemente perdido...
Ya haba experimentado aquel mismo dolor en una ocasin anterior, y de repente su memoria le trajo un recuerdo fugaz que ilumin con ntido brillo una escena olvidada. Schwartz era ms joven y estaba en una aldea nevada azotada por el viento..., con el trineo esperando..., y al final de aquel viaje estara el tren..., y despus del tren el barco inmenso...
Aquel miedo melanclico y abrumador provocado por la prdida del mundo conocido hizo que durante un momento Schwartz volviera a ser el muchacho de veinte aos que haba emigrado a los Estados Unidos.
La frustracin era demasiado real. Aquello no poda ser un sueo.
Schwartz se incorpor sobresaltado cuando la luz que estaba sobre la puerta parpade, y un instante ms tarde oy la incomprensible voz de bartono de su anfitrin. Despus se abri la puerta y le sirvieron el desayuno: una abundante racin de lo que pareca una especie de gachas que no reconoci, pero que tenan un ligero sabor a trigo (con una agradable diferencia a favor de las gachas) y leche.
—Gracias —dijo Schwartz, y sacudi la cabeza vigorosamente.
El hombre contest algo que Schwartz no entendi, y levant su camisa del respaldo de la silla en la que estaba colgada. La inspeccion cuidadosamente contemplndola desde todas las direcciones, y prest una atencin especial a los botones. Despus volvi a colgarla y abri la puerta corredera del armario. Schwartz, vio por primera vez la clida blancura lechosa de las paredes.
Plstico, pens para s, utilizando esa palabra que lo inclua todo con la seguridad con que siempre lo hacen los profanos. Tambin se dio cuenta de que la habitacin careca de ngulos o rincones, y que todos los planos se fundan unos con otros en delicadas curvas.
Pero el hombre le estaba alargando objetos, y le haca seas que no haba forma alguna de malinterpretar. Estaba claro que Schwartz deba lavarse y vestirse.
Schwartz obedeci, y fue recibiendo ayuda e instrucciones a medida que lo haca. No encontr nada con que afeitarse, y los gestos con que se seal repetidamente la barbilla no obtuvieron ms respuesta que un sonido incomprensible acompaado por una mueca de evidente disgusto. Schwartz acab rascndose su incipiente barba gris y dej escapar un ruidoso suspiro.
Despus fue conducido hasta un pequeo vehculo de forma ahusada con dos ruedas al que se le orden que subiera mediante gestos. El pavimento corri velozmente por debajo de ellos, y la carretera vaca se fue deslizando hacia atrs a ambos lados hasta que vieron una ciudad de edificios no muy altos de fulgurante blancura. Ms adelante se poda distinguir el azul del agua.
—Chicago? —pregunt Schwartz sealando excitadamente con la mano.
La reaccin supuso el ltimo agitarse de la esperanza en su interior, porque no caba duda de que Schwartz nunca haba visto nada menos parecido a Chicago que aquella ciudad.
El hombre no dijo nada.
Y la ltima esperanza muri.
3
UN MUNDO... O MUCHOS?
Bel Arvardan, que acababa de ser entrevistado por la prensa con motivo de su inminente expedicin a la Tierra, tena la sensacin de que por fin estaba en paz con todos y cada uno de los cien millones de sistemas estelares que componan el omnmodo Imperio Galctico. Ya no se trataba de ser conocido en este Sector o en aquel otro. Si sus teoras respecto a la Tierra resultaban ser ciertas, su reputacin quedara asegurada en todos los planetas habitados de la Va Lctea, y Arvardan sera conocido en todos los mundos sobre los que se haba posado el pie del ser humano a lo largo de las decenas de miles de aos que haba durado su expansin por el espacio.
Esas cumbres potenciales de fama y esas pursimas y refinadas cimas intelectuales de la ciencia a las que aspiraba llegaban a l a una edad temprana, pero el camino no haba resultado nada fcil. Arvardan an no haba cumplido los treinta y cinco aos, pero su carrera ya estaba jalonada por las controversias. Todo haba empezado con un estallido que hizo temblar los claustros de la Universidad de Arturo cuando Arvardan se gradu como Arquelogo Mayor en aquella institucin acadmica a la edad sin precedentes de veintitrs aos. El estallido —no menos efectivo por el hecho de no ser material— consisti en que la revista Anales de la Sociedad Galctica de Arqueologa rechazara su tesis doctoral negndose a publicarla. Era la primera vez en toda la historia de la Universidad de Arturo que se rechazaba una tesis doctoral, y tambin fue la primera vez en toda la historia de aquella publicacin tan seria y respetable en que se usaban trminos tan severos para argumentar el rechazo.
Para un profano, naturalmente, el motivo de tanta clera contra una monografa tan oscura y rida, titulada Sobre la antigedad de los artefactos encontrados en el Sector de Sirio, con algunas consideraciones acerca de la aplicacin de los mismos a la hiptesis del origen humano por irradiacin, tena que resultar inevitablemente misterioso; pero lo que realmente estaba en juego era la actitud de Arvardan, quien haba adoptado como propia desde un primer momento la teora propuesta inicialmente por cierto, grupos de msticos que estaban mucho ms interesados en la metafsica que en la arqueologa..., es decir, la teora de que la humanidad se haba originado en un solo planeta y haba ido irradiando gradualmente a travs de la Galaxia. Era la teora favorita de los escritores de fantasas romnticas de la poca, y la bte noire de todo arquelogo respetable del Imperio.
Pero Arvardan se convirti en una figura que deba ser tomada en consideracin incluso por los arquelogos ms respetables, porque en apenas una dcada lleg a ser el mximo especialista en las reliquias de las culturas preimperiales que an quedaban en los remolinos y remansos de la Galaxia.
Por ejemplo, haba escrito una monografa sobre la civilizacin mecanstica del Sector de Rigel, donde el desarrollo de los robots haba creado una cultura independiente que perdur durante siglos. La misma perfeccin de aquellos esclavos mecnicos fue reduciendo la capacidad de iniciativa humana hasta tal punto que las poderosas flotas de Moray, Seor de la Guerra, apenas tuvieron dificultad para asumir el control de todo el Sector de Riges. La arqueologa ortodoxa insista en la evolucin independiente de los tipos humanos en distintos planetas, y utilizaba los casos de culturas atpicas como la de Rigel en calidad de ejemplos de diferencias raciales que todava no haban sido eliminadas por los continuos cruces. Arvardan destruy de una vez para siempre aquellas conceptos demostrando que la cultura de los robots rigelianos no era ms que una consecuencia natural de las fuerzas econmicas sociales presentes en aquel Sector durante esa poca.
Tambin estaban los planetas brbaros de Ofiuco, que los ortodoxos haban presentado durante mucho tiempo como ejemplos de una humanidad primitiva que todava no haba progresado lo suficiente para llegar a la fase del viaje interestelar. Todos los textos acadmicos utilizaban esos planetas como la mejor prueba disponible de la Teora de la Fisin, la cual argumentaba que la humanidad era la culminacin natural de la evolucin en cualquier hundo; que su evolucin se basaba en la qumica del agua y el oxigeno combinada con las intensidades adecuadas de temperatura y gravitacin; que cada rama independiente de la humanidad poda legar a cruzarse con las dems; y que esos cruces tenan lugar en cuanto se descubra el viaje interestelar.
Pero Arvardan descubri rastros de la civilizacin primitiva que saba precedido a la por aquel entonces ya milenaria barbarie de Ofiuco, y demostr sin lugar a dudas que las crnicas planetarias ms antiguas contenan referencias al comercio interestelar; y despus asest el golpe de gracia al demostrar de manera incontrovertible que cuando emigr a aquella zona de la Galaxia el ser humano ya haba alcanzado un estadio de civilizacin considerable.
Ya haban pasado ms de diez aos desde que Arvardan present su tesis doctoral, pero los A. Soc. Gal. Arqueol. (para citar a los Anales con la abreviatura por la que eran conocidos en el mundillo de la arqueologa profesional) slo se decidieron a publicarla despus de que hiciera aquel gran descubrimiento.
Y ahora la investigacin de su teora favorita conducira a Arvardan al planeta probablemente menos importante de todo el Imperio..., el planeta llamado Tierra.
Arvardan se pos en la nica delegacin imperial que exista en toda la Tierra, un rea situada entre las desoladas alturas de las mesetas del norte del Himalaya. Un palacio que no era obra de la arquitectura terrestre refulga all donde no haba radiactividad ni la haba habido nunca. En esencia, era una copia de los palacios que ocupaban los Virreyes del Emperador destinados a planetas ms afortunados. La delicada exuberancia del terreno resultaba ideal para conseguir el mximo de comodidad. Las rocas de dimensiones imponentes haban sido recubiertas con humus, regadas ~— sumergidas en un clima y una atmsfera artificiales..., y haban acabado convirtindose en quince kilmetros cuadrados de canteros y jardines artificiales.
El coste energtico invertido en todos aquellos trabajos haba sido impresionante para las pautas de la Tierra, pero estaba respaldado por los increbles recursos de un Imperio compuesto por decenas de millones de planetas a los que se aadan continuamente nuevos mundos. (Se ha calculado que en el ao 827 de la Era Galctica un promedio de cincuenta planetas al da obtena la categora de provincias, para lo que deban cumplir con la condicin de tener una poblacin superior a los quinientos millones de seres humanos.)
El Procurador de la Tierra viva en aquel entorno tan poco terrestre y, a veces, el lujo artificial del que se hallaba rodeado incluso le permita olvidar que era Procurador del Imperio en un mundo insignificante y acordarse de que era un aristcrata de linaje muy antiguo y respetado.
Su esposa se dejaba engaar con menos frecuencia, especialmente cuando al llegar a la parte ms elevada de una loma cubierta de csped poda ver a lo lejos la implacable y repentina aparicin del lmite que separaba esos terrenos de la espantosa desolacin de la Tierra. Era entonces cuando ni las fuentes multicolores (que por la noche brillaban produciendo el efecto de un lquido fuego fro) ni los senderos floridos y los matorrales idlicos podan compensar la melancola del exilio.
Y quiz por eso Arvardan disfrut de un recibimiento an ms clido de lo que exiga el protocolo. Despus de todo, para el Procurador la visita de Arvardan traa consigo un reflejo del Imperio, la inmensidad y el infinito.
Y, por su parte, Arvardan encontr muchas cosas que admirar.
—Todo se ha hecho magnficamente..., y con muy buen gusto —dijo—. Es asombroso observar cmo incluso los distritos ms remotos de nuestro Imperio pueden llegar a asimilar un pequeo fragmento de nuestra cultura central, Procurador Ennius.
—Me temo que la corte del Procurador de la Tierra resulta ms agradable como lugar de turismo que como residencia —coment Ennius, y sonri—. Lo que ve no es ms que un cascarn que suena a hueco cuando se lo golpea... Si nos descarta a m y a mi familia, al personal de servicio, a la guarnicin imperial tanto de aqu como de los centros ms importantes del planeta y a un visitante ocasional como usted mismo, ya ha agotado toda la influencia de la cultura central existente en la Tierra. Francamente, me parece bastante poco...
Estaban sentados en el peristilo, y la tarde mora poco a poco. El sol proyectaba sus rayos en una trayectoria casi rasante hacia las cumbres brumosas y enrojecidas que se alzaban en el horizonte, y la atmsfera estaba tan saturada por los perfumes de la vida en continuo crecimiento que incluso las brisas parecan lnguidos suspiros de cansancio.
Manifestar una curiosidad excesiva hacia las actividades de un invitado no resultaba muy correcto ni tan siquiera cuando quien lo haca era todo un Procurador del Imperio, naturalmente, pero no haba que olvidar el tormento que supona vivir permanentemente aislado del resto del Imperio.
—Piensa quedarse aqu mucho tiempo, doctor Arvardan? —pregunt Ennius.
—No tengo ningn plan definido al respecto. Me he adelantado al resto de mi expedicin para familiarizarme un poco con la cultura de la Tierra y ocuparme de todos los requisitos legales. Por ejemplo, tengo que obtener de usted el acostumbrado permiso oficial para establecer campamentos en los lugares necesarios...
—Oh, ya puede darlo por concedido! Pero cundo empezar a excavar, y qu cree que puede llegar a encontrar en este msero montn de escombros?
—Si todo va bien espero haber terminado de instalar el campamento base dentro de unos meses. En cuanto a este mundo..., bueno, para m es cualquier cosa menos un msero montn de escombros. La Tierra es algo nico en toda la Galaxia.
—nico? —repiti secamente el Procurador—. De ningn modo! Es un planeta de lo ms vulgar... De hecho, es una pocilga, una fosa sptica, una cloaca o prcticamente cualquier otro trmino despectivo que le apetezca emplear; pero a pesar del refinamiento que ha llegado a alcanzar en su infamia, ni tan siquiera puede distinguirse por su bajeza, y sigue siendo un mundo de campesinos toscos y brutales sin nada de particular.
—Pero la Tierra es un mundo radiactivo —respondi Arvardan, un poco desconcertado ante la apasionada energa con que haban sido enunciados los argumentos totalmente carentes de base que acababa de or.
—Y qu importancia tiene eso? Varios miles de planetas de la Galaxia son radiactivos, y algunos en un grado mucho mayor que la Tierra.
En ese instante la atencin de ambos fue atrada por el casi inaudible deslizarse de un armario mvil que se detuvo al alcance de sus manos.
—Qu prefiere? —pregunt Ennius sealando el armario.
—No soy muy exigente. Quiz un zumo de lima...
—No habr problema. El armario de las bebidas cuenta con todos los ingredientes necesarios... Con o sin Chensey?
—Con un chorrito —contest Arvardan, y alz el ndice y el pulgar dejando muy poco espacio entre ellos.
Y un camarero entr en accin en el interior del armario (que quiz fuese el producto mecnico resultado del ingenio humano ms difundido en toda la Galaxia), pero se trataba de un camarero no humano cuya alma electrnica no mezclaba las bebidas por copas sino por medidas atmicas, cuyas raciones siempre resultaban perfectas y que no poda ser igualado ni por toda la inspiracin de un simple ser humano.
Los vasos altos parecieron surgir de la nada y quedaron colocados en sus nichos correspondientes esperando el momento de ser cogidos.
Arvardan cogi el verde, y por un momento sinti su frescura contra la mejilla. Despus se llev el vaso a los labios y sabore su bebida.
—Perfecto —coment, y dej el vaso sobre el ancho brazo de su cmodo silln—. Tal y como usted ha dicho, Procurador Ennius, hay miles de planetas radiactivos, pero slo uno de ellos est habitado..., ste, Procurador.
—Bien... —Ennius hizo chasquear los labios sobre su vaso, y pareci perder parte de su sequedad despus de tomar un trago del lquido que contena—. Puede que la Tierra resulte excepcional en ese sentido, pero considero que es una distincin muy poco envidiable.
—Ah, pero no se trata tan slo de una cuestin de particularidad estadstica —dijo Arvardan con voz decidida hablando entre sorbo y sorbo—. Es algo que va mucho ms lejos, y encierra potencialidades inmensas. Los bilogos han demostrado, o afirman haber demostrado, que en los planetas donde la intensidad de la radiactividad existente en la atmsfera y los mares supera cierto punto de la escala de medicin nunca llega a desarrollarse la vida..., y la radiactividad de la Tierra supera ese punto por un margen considerable.
—Es interesante. No lo saba, doctor Arvardan, y supongo que esto constituira una prueba definitiva de que la vida de la Tierra es fundamentalmente distinta de la del resto de la Galaxia, no? Eso debera satisfacerle, puesto que usted es de Sirio. —El comentario pareci hacerle sentir una alegra sarcstica—. Sabe que el mayor problema con el que se tropieza uno al gobernar este planeta es el de controlar el intenso sentimiento antiterrestre que existe en todo el Sector de Sirio? —aadi a continuacin el Procurador Ennius en tono confidencial—. Y los terrestres devuelven ese odio con creces, desde luego... No estoy afirmando que el sentimiento antiterrestre no exista de forma ms o menos difusa en muchos lugares de la Galaxia, naturalmente, pero nunca con tanta intensidad como en el Sector de Sirio.
Arvardan respondi en un tono apasionado e impregnado de vehemencia.
—Procurador Ennius, rechazo lo que usted quiere dar a entender —dijo—. Le aseguro que soy el ms tolerante de los hombres. Creo con toda mi conviccin en la unidad de la raza humana, y eso incluye tambin a la Tierra. Toda la vida es fundamentalmente una, porque toda ella se basa en complejos protenicos que se hallan en un estado de dispersin coloidal..., lo que llamamos protoplasma. El efecto de la radiactividad al cual acabo de hacer referencia no es aplicable nicamente a algunas formas de vida humana o a algunas formas de cualquier tipo de vida. Se aplica a toda la vida, porque es algo basado en la mecnica cuntica de esas macromolculas; lo cual quiere decir que se aplica a usted, a m, a los terrestres, a las araas y a los microbios.
Como probablemente ya sabe, tanto las protenas como los cidos nucleicos son agrupamientos inmensamente complicados de nucletidos de aminocidos y otros compuestos especializados dispuestos formando intrincadas arquitecturas tridimensionales que resultan tan poco estables como los rayos del sol en un da nublado. Esta misma inestabilidad es la vida, puesto que la vida cambia constantemente de posicin en un esfuerzo por mantener su identidad..., igual que si fuese una vara muy larga colocada en equilibrio sobre la nariz de un acrbata.
Pero esos productos qumicos maravillosos tienen que ser formados a partir de la materia inorgnica antes de que pueda existir la vida. As pues, en el principio mismo y por influencia de la energa irradiada por el sol que caa sobre esas inmensas soluciones que llamamos ocanos, las molculas orgnicas fueron aumentando gradualmente su complejidad pasando del metano al formaldehdo y, finalmente, a los azcares y almidones en una direccin y de la urea a los aminocidos y las protenas en otra. Estas combinaciones y desintegraciones de tomos son fruto de la casualidad, naturalmente, y en un mundo el proceso puede requerir millones de aos mientras que en otro puede realizarse en slo unos centenares de aos; pero lgicamente lo ms probable es que dure millones de aos, y lo ms probable es que no llegue a ocurrir nunca.
Bien, los fisicoqumicos orgnicos han elaborado con gran exactitud toda la cadena de reacciones, especialmente en la parte energtica..., es decir, las relaciones de energa generadas con cada cambio atmico. Ahora se sabe sin lugar a dudas que varias de las etapas cruciales del proceso de creacin de la vida requieren la ausencia de energa radiada. Si esto le parece extrao, Procurador Ennius, me limitar a decirle que la fotoqumica —es decir, la qumica de las reacciones inducidas por la energa radiada— es una rama muy bien desarrollada de la qumica general; y que existen innumerables casos de reacciones muy sencillas que se desarrollarn de manera distinta segn se lleven a cabo en presencia o en ausencia de los cuantos de energa luminosa.
En los planetas normales el sol es la nica fuente de energa radiante o, por lo menos, la mayor. Los compuestos de carbono y nitrgeno se combinan una y otra vez al amparo de las nubes o durante la noche en las formas posibilitadas por la ausencia de esas diminutas fracciones de energa con que son bombardeados por el sol, como si se tratase de bolas que hacen impacto en un nmero infinito de palos de bolera de dimensiones infinitesimales.
Pero en los planetas radiactivos la situacin es muy distinta, ya que con sol o sin l cada gota de agua est iluminada por el veloz trnsito de los rayos gamma que embisten los tomos de carbono —o los activan, como dicen los qumicos—, incluso en lo ms tenebroso de la noche e incluso a diez kilmetros de profundidad; obligando a que ciertas reacciones clave sigan una determinada orientacin..., una orientacin que nunca acaba dando como consecuencia la vida.
Arvardan haba vaciado su vaso. Lo dej encima del armario, y el vaso qued introducido instantneamente en un compartimento especial donde fue lavado, esterilizado y puesto en condiciones de volver a ser llenado.
—Otra copa? —pregunt Ennius.
—Pregntemelo despus de cenar —replic Arvardan—. Por ahora ya he bebido bastante.
Ennius alz un dedo, y una ua que haba sido sometida a un concienzudo proceso de manicura repiquete sobre el brazo del silln haciendo un ruidito casi imperceptible.
—Cuando habla consigue que los procesos de la vida parezcan fascinantes, doctor Arvardan —dijo—. Pero cmo se explica entonces que haya vida en la Tierra? Cmo lleg a desarrollarse?
—Ve? Usted tambin empieza a tener dudas, no? Pero yo creo que en realidad la respuesta es muy sencilla: cuando el grado de radiactividad supera el mnimo requerido para detener la creacin de la vida, an no basta para destruir la vida que ya se ha formado. ruede modificarla, desde luego, pero no la destruye salvo cuando llega a alcanzar intensidades realmente excesivas; y en ese caso los !procesos qumicos son distintos. En el primer supuesto se trata de impedir que las molculas crezcan, y en el segundo las molculas complejas que ya se han formado deben ser destruidas. No es lo mismo, comprende?
—No entiendo cul es la aplicacin de todo eso que me est diciendo —replic Ennius.
—Acaso no le parece evidente? En la Tierra la vida se origin antes de que el planeta se volviese radiactivo. Mi querido Procurador, es la nica explicacin posible que no nos exige negar el hecho de que hay vida en la Tierra, y que no destruye un nmero tan elevado de teoras qumicas como para poner patas arriba la mitad de esa ciencia.
—Oh, vamos, no puede estar hablando en serio! —exclam Ennius mientras contemplaba a Arvardan con una expresin entre incrdula y desconcertada.
—Por qu no?
—Que por qu no? Bueno, cmo es posible que un planeta llegue a volverse radiactivo? La vida de los elementos radiactivos de la superficie de un planeta se mide por magnitudes de millones y miles de millones de aos..., al menos eso es lo que me ensearon en la universidad, a pesar de que slo tuve contacto con esas materias durante el curso previo a mis estudios de derecho. Su existencia pasada es tan larga que a efectos prcticos puede considerarse como indefinida, no?
—Pero existe algo llamado radiactividad artificial, Procurador Ennius..., y puede llegar a existir a gran escala. Hay millares de reacciones nucleares con la energa suficiente para crear toda clase de istopos radiactivos. Si los seres humanos utilizasen una reaccin nuclear aplicada a fines industriales sin ejercer el control debido sobre ella, o incluso para librar una guerra..., suponiendo que pueda imaginarse una guerra librada en un solo planeta, naturalmente..., bien, entonces es muy razonable suponer que la mayor parte de la superficie podra acabar siendo radiactiva. Qu opina de mi explicacin?
El sol haba muerto desangrado en las montaas, y el reflejo del ocaso haba enrojecido el rostro de Ennius. Se levant una suave brisa nocturna, y el adormecedor murmullo de las variedades de insectos cuidadosamente seleccionadas que vivan en los terrenos del recinto palaciego result ms sedante que nunca.
—Me parece muy rebuscada y poco slida —coment el Procurador—. En primer lugar, no concibo que sea posible llegar a utilizar reacciones nucleares en la guerra, ni tampoco la posibilidad de que escapen al control de quienes las emplean hasta tal punto...
—Naturalmente, Procurador Ennius —replic Arvardan—. Usted tiende a subestimar las reacciones nucleares porque vive en el presente y porque ahora resulta muy fcil controlarlas. Pero qu habra ocurrido si un ejrcito hubiese usado esas armas antes de que se inventaran las defensas contra ellas? Habra sido el equivalente a utilizar bombas incendiarias antes de que los seres humanos supiesen que el agua o la arena pueden apagar el fuego.
—Hum —murmur Ennius—. Habla usted igual que Shekt, doctor Arvardan.
—Quin? —pregunt Arvardan alzando rpidamente la mirada.
—Un terrestre. Uno de los pocos terrestres decentes..., quiero decir que es alguien con quien un caballero puede conversar. Es fsico, y en una ocasin me dijo que la Tierra quiz no siempre hubiese sido radiactiva.
—Ah... Bien, la teora que acabo de exponerle no es una creacin ma, por lo que eso no tiene nada de extrao. Forma parte del Libro de los Ancianos, que contiene la historia tradicional o mtica de la Tierra prehistrica. En cierta forma, me he limitado a repetirle lo que dice ese libro, aunque he transformado su fraseologa tpicamente perifrstica en definiciones cientficas equivalentes.
—El Libro de los Ancianos? —Ennius pareci sorprendido y un poco preocupado—. Dnde averigu todo eso?
—En distintos lugares. No fue fcil, y slo obtuve algunos fragmentos. Aunque no sea de naturaleza realmente cientfica, toda esa informacin tradicional sobre la ausencia de radiactividad resulta muy importante para mi proyecto, naturalmente. Por qu me lo pregunta?
—Porque ese libro es el texto sagrado que venera una secta fantica de terrestres, y a los no nacidos en la Tierra les est totalmente prohibido leerlo. Si fuese usted yo no ira comentando que lo ha ledo mientras est en la Tierra. Algunos no terrestres..., espaciales, como les llaman ellos, han sido linchados por motivos de menor importancia.
—Habla como si el poder de la Polica Imperial no fuese muy efectivo en la Tierra, Procurador.
—No lo es en caso de sacrilegio. Le ruego que haga caso de mi consejo, doctor Arvardan!
Una campanilla emiti una melodiosa nota vibrante que pareci armonizarse con el susurro de las hojas de los rboles. El sonido se extingui lentamente, y se fue perdiendo poco a poco y casi de mala gana, como si estuviese enamorado de su entorno.
—Es hora de cenar —dijo Ennius, y se puso en pie—. Quiere acompaarme y gozar de la pobre hospitalidad que puede brindar esta isla del Imperio en la Tierra, doctor Arvardan?
Las excusas para celebrar una cena de gran gala eran demasiado escasas, y no se poda dejar pasar por alto ningn pretexto por frgil que resultase. Hubo muchos platos, y el ambiente fue delicioso en todo momento. Los hombres eran cultos, y las mujeres encantadoras; y hay que aadir que el doctor Bel Arvardan de Baronn, Sirio, fue agasajado y atendido hasta un extremo casi embriagador.
Durante la ltima parte del banquete Arvardan aprovech el tener pblico para repetir una buena parte de lo que haba dicho a Ennius, pero esta vez su exposicin tuvo menos xito.
Un caballero de rostro rubicundo que vesta uniforme de coronel se inclin hacia Arvardan.
—Si no he interpretado mal sus exposiciones, doctor Arvardan —dijo en el marcado tono de condescendencia tpico del militar que se encuentra ante un intelectual—, usted pretende hacernos creer que esos perros terrestres son los ltimos representantes de una raza antigua que en tiempos quiz fuese la antecesora de la humanidad.
—No me atrevo a afirmarlo de una manera tan terminante, coronel, pero creo que existen bastantes probabilidades de que as fuese. Espero que dentro de un ao podr emitir un juicio definitivo al respecto.
—Bien, doctor, si demuestra la veracidad de su teora, de lo que dudo mucho, quedar extraordinariamente sorprendido —observ el coronel—. Ya llevo cuatro aos destinado a la Tierra, y he ido acumulando cierta experiencia. Todos los terrestres son unos bribones despreciables en los que no se puede confiar para nada, y no hay ninguna excepcin. En el aspecto intelectual son claramente inferiores a nosotros. Les falta ese impulso que ha diseminado a la humanidad por toda la Galaxia... Son vagos, supersticiosos y avaros, y tienen el alma ruin y mezquina. Le desafo y desafo a quien sea a que me muestre un terrestre que pueda estar al nivel de un autntico ser humano en cualquier terreno..., de usted y de m, por ejemplo. Slo entonces aceptar que esos terrestres pueden ser los ltimos representantes de una raza que quiz haya sido nuestra antecesora; pero hasta ese momento le ruego que me disculpe si le digo que su teora me resulta totalmente inconcebible.
—Se suele decir que el nico terrestre bueno es el terrestre muerto —dijo de repente un hombre bastante corpulento sentado en un extremo de la mesa—, y an as apesta! —aadi, y celebr su chiste con estruendosas carcajadas.
Arvardan clav la vista en el plato que tena delante y lo contempl frunciendo el ceo.
—No deseo discutir las posibles diferencias raciales —dijo sin levantar la mirada—, especialmente porque no tienen ninguna relacin con el problema real. Yo estoy hablando de los terrestres de la prehistoria. Los terrestres actuales han vivido aislados durante mucho tiempo, y han estado sometidos a la influencia de un entorno altamente inusual..., y aun as debo decir que creo un error apresurarse a hablar de ellos de una forma tan despectiva. —Se volvi hacia Ennius—. Procurador Ennius, creo recordar que me habl de un terrestre antes de la cena...
—De veras? No me acuerdo.
—Un fsico. Shekt.
—Oh, s... S, cierto.
—Se refera por casualidad a Affret Shekt?
—S. Haba odo hablar de l con anterioridad?
—Creo que s. Desde que usted me habl de l me he pasado coda la cena pensando, y creo que por fin he conseguido recordar de quin se trata exactamente. No trabaja en el Instituto de Investigaciones Nucleares de...? Oh cmo demonios se llama ese lugar? —Arvardan se dio un par de palmadas en la frente—. De Chica, quiz?
—Exacto. Bien, qu ocurre con Shekt?
—Oh, nada. Ver, en agosto la revista Estudios de fsica public un artculo suyo... Me fij en l porque estaba recogiendo toda clase de material que tuviera relacin con la Tierra, y en las revistas de circulacin galctica aparecen muy pocos artculos escritos por terrestres... Bien, quera llegar a lo siguiente: ese hombre afirma haber creado un aparato, al que llama sinapsificador, que se supone mejora la capacidad de aprendizaje del sistema nervioso de los mamferos.
—De veras? —pregunt Ennius en un tono de voz excesivamente tro—. Nunca he odo hablar de ese aparato.
—Si lo desea le dar la referencia exacta... Es un artculo muy interesante, aunque naturalmente no pretendo haber entendido todos sus clculos matemticos. Lo que ha hecho Shekt es tratar con el sinapsificador a un animal nativo de la Tierra que creo se llama rata, y despus hizo que la rata resolviera un laberinto. Supongo que ya saben a qu me refiero, no? Resolver un laberinto significa averiguar el trayecto correcto que lleva hasta una provisin de alimentos. Utiliz ratas no tratadas como controles del experimento, y descubri que las ratas sinapsificadas siempre resolvan el problema en menos de un tercio del tiempo que necesitaban las otras ratas. Comprende el significado de todo esto, coronel?
—No, doctor Arvardan, me temo que no —respondi con voz indiferente el militar que haba iniciado la discusin.
—Pues entonces se lo explicar: estoy convencido de que por muy terrestre que sea, un hombre de ciencia capaz de inventar semejante aparato es innegablemente mi igual intelectual, por lo menos..., y si me perdona la suposicin, tambin el suyo. Adems...
—Disclpeme, doctor Arvardan, pero me gustara volver al sinapsificador —le interrumpi Ennius—. Sabe si Shekt lleg a probar su aparato con seres humanos?
—Dudo mucho que lo hiciera, Procurador Ennius —dijo Arvardan, y se ri—. Nueve de cada diez ratas sinapsificadas murieron durante el tratamiento. Shekt no se atrever a emplear cobayas humanos hasta que no haya hecho ms progresos.
El Procurador Ennius se recost contra el respaldo de la silla con el ceo ligeramente fruncido, y a partir de aquel momento no habl ni comi durante el resto del banquete.
Y antes de que llegara la medianoche se separ en silencio de los comensales, y parti en su nave particular para hacer el trayecto de dos horas a Chica despus de haberse despedido lacnicamente de su esposa. Segua teniendo el ceo fruncido, y la preocupacin haca que su corazn latiera ms deprisa de lo normal.
sa fue la cadena de circunstancias que dio como resultado el que la misma tarde en la que Arbin Maren lleg a Chica con Joseph Schwartz para que ste fuese tratado con el sinapsificador, Shekt hubiera pasado ms de una hora encerrado en una habitacin nada menos que con el Procurador Imperial de la Tierra.
4
EL CAMINO REAL
Estar en Chica haca que Arbin se sintiera muy nervioso. Tena la impresin de hallarse rodeado. En algn lugar de Chica —una de las mayores ciudades de la Tierra, de la que se deca que contaba con una poblacin de cincuenta mil seres humanos— haba funcionarios del gran Imperio Galctico.
Arbin nunca haba visto a un habitante de la Galaxia, naturalmente, pero desde que estaba en Chica no paraba de volver el cuello de un lado a otro temiendo ver uno. Si le hubieran interrogado al respecto no habra podido explicar cmo pensaba diferenciar a un espacial de un terrestre, aun suponiendo que viera uno, pero Arbin tena el vago presentimiento de que deba existir alguna diferencia fcilmente reconocible.
Antes de entrar en el Instituto mir por encima de su hombro. Su vehculo estaba aparcado en un rea abierta, con un cupn dndole derecho a ocupar la plaza de estacionamiento durante seis horas. Y si esa extravagancia resultaba sospechosa? Todo le asustaba. El aire pareca estar lleno de ojos y odos.
Esperaba que aquel hombre tan extrao se acordara de que deba mantenerse escondido en el fondo del compartimento trasero. Haba asentido enfticamente, pero le haba entendido? Arbin se sinti sbitamente encolerizado consigo mismo. Por qu haba permitido que Grew le convenciera de hacer algo tan absurdo?
Y entonces la puerta se abri delante de l, y una voz interrumpi el hilo de sus pensamientos.
—Qu desea? —pregunt la voz.
Pareca un poco impaciente. Quiz ya le haba hecho esa misma pregunta varias veces y Arbin no la haba odo.
—Es aqu donde hay que ofrecerse para el sinapsificador? —pregunt con voz enronquecida, sintiendo que las palabras se le atascaban en la garganta como si fuesen partculas de polvo.
—Firme aqu —dijo la recepcionista mirndole fijamente.
Arbin cruz las manos detrs de la espalda.
—A quin he de ver para lo del sinapsificador? —pregunt.
Grew le haba dicho cmo se llamaba el aparato, pero al salir de sus labios la palabra le son extraa y ridcula, como si fuese un balbuceo carente de significado.
—Oiga, si no firma en el registro de visitantes no podr atenderle —dijo la recepcionista con voz firme y seca—. Lo exige el reglamento, entiende?
Arbin gir sobre s mismo sin abrir la boca y se dispuso a marcharse. La muchacha sentada detrs del escritorio tens los labios, y su pie hizo bajar el pedal de seales que haba al lado de la silla.
Arbin luchaba desesperadamente por pasar inadvertido, y saba que estaba fracasando. La muchacha le miraba fijamente, y Arbin pens que mil aos despus an se acordara de l. Sinti un deseo casi incontenible de echar a correr hacia su vehculo y volver a la granja.
Una persona vestida con una bata blanca de laboratorio sali con paso apresurado de la otra habitacin, y la recepcionista alz una mano.
—Un voluntario para el sinapsificador, seorita Shekt —dijo—. No ha querido decir cmo se llama.
Arbin levant la mirada. La persona de la bata blanca era una mujer, y el que fuese bastante joven aument la ya considerable confusin de Arbin.
—Es usted la encargada de la mquina, seorita?
—No —respondi ella sonriendo con cordialidad, y Arbin sinti que se relajaba un poco—. Pero puedo llevarle hasta el encargado —aadi—. Es verdad que ha venido para ofrecerse como voluntario a ser tratado con el sinapsificador?
—Quiero ver al encargado —insisti tercamente Arbin.
—De acuerdo —dijo la joven.
La brusquedad de Arbin no pareci molestarla en lo ms mnimo, y volvi a entrar en la habitacin de la que haba salido. Hubo una breve espera, y por fin un dedo le hizo seas de que
Arbin sigui a la joven hasta una pequea antesala. El corazn le palpitaba con gran violencia.
—Si puede esperar, el doctor Shekt le atender dentro de media hora —dijo la joven con afabilidad—. Ahora est muy ocupado. Si desea algunos libros—pelcula y un visor para distraerse, me encargar de trarselos.
Pero Arbin mene la cabeza. Las cuatro paredes de la pequea habitacin parecan estarse acercando para encerrarle en una trampa. Estara atrapado? Y si los Ancianos estaban viniendo a por l en aquel mismo instante?
Fue la espera ms larga de toda la existencia de Arbin.
El Procurador Ennius no haba tenido ninguna de las dificultades experimentadas por Arbin a la hora de hablar con Shekt, aunque estaba casi tan nervioso como l. Era su cuarto ao en el cargo de Procurador Imperial, pero una visita a Chica segua siendo un gran acontecimiento. Tericamente ser el representante legal del lejano Emperador de la Galaxia colocaba a Ennius al mismo nivel que los Virreyes Imperiales que gobernaban inmensos sectores galcticos que extendan sus volmenes iridiscentes a travs de centenares de parsecs cbicos de espacio, pero su posicin real apenas estaba un poco por encima del exilio.
Estar atrapado en el vaco estril del Himalaya y verse involucrado en las disputas igualmente estriles de un pueblo que odiaba a Ennius y al Imperio que representaba haca que incluso un viaje a Chica fuese un gran acontecimiento.
Adems, sus escapadas eran breves. Tenan que serlo, pues en Chica era necesario usar continuamente ropas impregnadas de plomo incluso para dormir y, lo que resultaba todava peor, era preciso tomar constantemente metabolina.
Ennius habl con bastante amargura de todo aquello a Shekt.
—La metabolina quiz sea el smbolo ms exacto de todo lo que su planeta significa para m, amigo mo —dijo el Procurador alzando la pldora rojiza delante de sus ojos—. Su funcin consiste en aumentar la velocidad de todos los procesos metablicos mientras estoy sumergido en la nube radiactiva que me rodea, esa nube que usted ni tan siquiera percibe. —Ennius trag la pldora—.Listo! Ahora mi corazn latir ms deprisa, mi respiracin ir ciar una carrera por voluntad propia y mi hgado hervir en e, sntesis qumicas que, segn afirman los mdicos, lo convierten el laboratorio ms importante de mi cuerpo; y a cambio de todo esto despus tendr que pagar un tributo en forma de jaqueca y cansancio.
El doctor Shekt le estaba escuchando con visible diversin. Shekt daba la impresin de ser miope, no porque usara gafa sufriera de alguna afeccin visual, sino simplemente porque su ti bajo le haba hecho adquirir la costumbre inconsciente de observar las cosas con fijeza y de sopesar meticulosamente todas las circunstancias antes de emitir una opinin. Era alto y bastante mayor y su delgada silueta siempre estaba un poco encorvada.
Pero posea amplios conocimientos sobre la cultura galctica estaba relativamente libre de la expresin de hostilidad y desconfianza universal que hacan tan repulsivo al terrestre medio incluso a los ojos de un habitante del Imperio tan cosmopolita como Ennius.
—Estoy seguro de que en realidad no necesita la pldora para nada —coment Shekt—. La metabolina no es ms que otra de las supersticiones, Procurador, y usted lo sabe. Si yo sustituyese sus pldoras de metabolina por comprimidos de glucosa sin que enterase no se sentira peor, y adems esas jaquecas que le afligen despus de haber ingerido la metabolina son provocadas por usted mismo y tienen un origen totalmente psicosomtico.
—Dice eso porque vive en su propio ambiente, Shekt. Acaso niega que su metabolismo basal tiene un ritmo de actividad superior al mo?
—Pues claro que no lo niego, pero qu importancia tiene es Ennius, s que en el Imperio hay una supersticin muy extend, que afirma que los habitantes de la Tierra somos distintos de los otros seres humanos, pero no existe ninguna diferencia esencial O ha venido aqu en calidad de embajador de los antiterrestres?
—Oh, por la vida del Emperador! —gru Ennius—. Sus camaradas de la Tierra son los mejores misioneros de esa causa... Mientras sigan viviendo como lo han hecho hasta ahora y continen encerrados en su planeta letal alimentndose con su odio, los terrestres slo sern una lcera en el costado de la Galaxia. S, Shekt, hablo en serio... Qu otro planeta tiene tal cantidad de rituales presente en su vida diaria y los cumple con la furia masoquista con que lo hacen ustedes? No pasa un solo da sin que reciba la visita de delegaciones de alguno de sus Consejos de Gobierno que vienen a pedir la pena de muerte para algn pobre desgraciado cuyo nico delito ha sido entrar en una Zona Vedada, tratar de escapar a la Costumbre de los Sesenta, o quiz simplemente comer una racin mayor que la asignada.
—Ah, pero usted siempre concede la pena de muerte, Procurador... Me parece que su disgusto idealista no es lo bastante fuerte como para impulsarle a rechazar la peticin.
—Las estrellas son testigos de que hago cuanto puedo para negar la condena que me piden. Pero qu puedo hacer yo? El Emperador exige que todas las subdivisiones del Imperio conserven sus costumbres locales..., y es una medida muy acertada, porque quita toda posibilidad de obtener apoyo popular a los imbciles que de o contrario provocaran una rebelin cada da. Adems, si me mantuviese inflexible cuando sus Consejos, Senados y Cmaras exigen la pena de muerte, estallara tal tempestad de protestas, gritos y denuncias contra el Imperio y todas sus dependencias administrativas que preferira dormir veinte aos rodeado por una legin de demonios antes que enfrentarme a la Tierra en ese estado aunque slo fuera durante diez minutos.
Shekt suspir y se alis los escasos cabellos que le quedaban en el crneo.
—Suponiendo que se nos tenga en cuenta, para el resto de la Galaxia la Tierra no es ms que un guijarro en el cielo; pero para nosotros es la patria..., la nica patria que conocemos. Sin embargo, no somos distintos de ustedes, sino nicamente ms desgraciados. Estamos hacinados en un mundo casi muerto, envueltos por un muro de radiaciones que nos aprisiona, rodeados por una Galaxia inmensa que nos rechaza. Qu podemos hacer para luchar contra el sentimiento de frustracin que nos consume? Estara dispuesto a enviar al espacio nuestro exceso de poblacin, procurador Ennius?
—Cree que me importara hacerlo? —replic Ennius encogindose de hombros—. Pero los habitantes de los otros mundos jams lo aceptaran. No quieren ser vctimas de las enfermedades terrestres.
—Las enfermedades terrestres! —repiti Shekt con voz malhumorada—. Eso no es ms que una idea absurda que debe ser eliminada... Los terrestres no somos portadores de la muerte. Usted Vive entre nosotros, Procurador. Acaso ha muerto?
—Bueno, si quiere que le sea sincero debo decir que hago todo lo posible por evitar el contacto con los terrestres —respondi Ennius, y sonri.
—Eso se debe a que incluso usted siente el temor fomentado por la propaganda, que despus de todo ha sido creada por la estupidez de sus fanticos.
—Vamos, Shekt... Pretende decirme que la teora de que los terrestres son radiactivos carece de todo fundamento terico?
—Oh, pues claro que los terrestres son radiactivos. Cmo iban a poder evitarlo? Usted tambin lo es, Procurador. Todos y cada uno de los habitantes de los cien millones de planetas del Imperio son radiactivos. Confieso que nosotros lo somos en mayor grado, pero no tanto como para daar a ningn ser humano.
—Pero me temo que el ciudadano medio de la Galaxia cree lo contrario, y yo no quiero descubrir la verdad por experiencia propia. Adems...
—Va a decir que adems somos distintos, eh? No somos seres humanos porque entre nosotros las mutaciones se producen ms deprisa debido a las radiaciones atmicas, y por eso hemos cambiado en muchos aspectos, verdad? Eso tampoco est probado.
—Pero es lo que se cree.
—Y mientras se crea, Procurador, y mientras los terrestres seamos tratados como parias, usted encontrar en nosotros todas las caractersticas que desaprueba. Si se nos oprime de una forma intolerable, acaso es tan extrao que nos resistamos? No, no... Somos ofendidos en un grado mucho mayor que ofensores.
Ennius se sinti un poco disgustado por la clera que haba provocado, y pens que incluso los mejores terrestres tenan el mismo punto dbil, el mismo sentimiento de antagonismo que enfrentaba a la Tierra contra todo el resto del universo.
—Le pido que disculpe mi torpeza, Shekt —dijo con todo el tacto de que era capaz—. Que mi juventud y mi aburrimiento le sirvan de excusa, de acuerdo? Tiene ante usted a un pobre muchacho de slo cuarenta aos de edad —y le recuerdo que en el funcionariado profesional cuarenta aos es casi la edad de un nio que est haciendo su aprendizaje en la Tierra. Quiz pasarn bastantes aos antes de que mi nombre quede suficientemente grabado en la memoria de los idiotas del Departamento de Provincias Exteriores como para ascenderme a un cargo menos peligroso. Bien, los dos somos prisioneros de la Tierra y, al mismo tiempo, tambin somos ciudadanos de ese gran mundo del cerebro en el que no existe distincin alguna por los planetas ni por las caractersticas fsicas. Venga, deme su mano y seamos amigos.
Las arrugas se borraron del rostro de Shekt o, mejor dicho, las arrugas anteriores fueron sustituidas por otras que expresaban buen humor; y el fsico acab soltando una carcajada.
—Las palabras son las de un suplicante, pero el tono sigue siendo el de un diplomtico imperial de carrera —dijo—. Es usted un psimo actor, Procurador Ennius.
—Entonces contraataque siendo un buen maestro, y hbleme de ese aparato llamado sinapsificador que ha inventado.
El sobresalto de Shekt fue evidente, y frunci el ceo.
—Ha odo hablar del sinapsificador? Acaso es fsico adems de administrador imperial?
—Mi especialidad son los conocimientos generales, Shekt. Pero ahora hablemos en serio, estoy sinceramente interesado en su descubrimiento.
El fsico mir fijamente a su interlocutor con lo que pareca desconfianza en los ojos. Despus se puso en pie, se llev una mano sarmentosa a la boca y empez a pellizcarse el labio con expresin pensativa.
—No s por dnde empezar...
—Vlganme las estrellas! Si lo que quiere es saber por qu punto de la teora matemtica debe comenzar, me encargar de simplificarle el problema dicindole que se olvide de todos. No entiendo nada de funciones, tensores y dems asuntos similares.
—En tal caso —respondi Shekt con los ojos brillantes—, me limitar a la parte descriptiva, y le dir que el sinapsificador es un aparato destinado a aumentar la capacidad de estudio y aprendizaje del ser humano.
—Del ser humano? Vaya! Y funciona?
—Ojal lo supiramos. Tengo que trabajar mucho ms en l antes de poder contestar a esa pregunta... Le explicar los puntos esenciales y despus usted mismo juzgar, Procurador. El sistema nervioso del ser humano y de los animales irracionales est compuesto de materia neuroprotenica. Esa materia est formada por molculas muy grandes que se hallan en un estado de equilibrio elctrico bastante precario. El ms mnimo estmulo excitar a una, la cual slo puede volver a su estado anterior excitando a la vecina, y a su vez sta repetir el proceso hasta llegar al cerebro. El cerebro mismo es una inmensa agrupacin de molculas similares que estn conectadas unas con otras de todas las maneras posibles. Teniendo en cuenta que el nmero de neuroprotenas que hay en el cerebro se aproxima a diez elevado a la vigsima potencia, o sea, un uno seguido de veinte ceros, la cantidad de combinaciones posibles es del orden del factorial de diez elevado a la vigsima potencia. Ese nmero pertenece a un orden de magnitud tan inmenso que si todos los electrones y protones del universo se convirtiesen en universos, y si luego todos los electrones y protones de esos nuevos universos se transformasen a su vez en ms universos, todos los electrones y protones de todos los universos as creados seguiran siendo nada en comparacin con l... Me va entendiendo, Procurador?
—No he entendido ni una palabra, y doy gracias a las estrellas por eso. Aunque lo intentase me temo que acabara lanzando gemidos de puro dolor intelectual.
—Hum. Bien, de todos modos, lo que llamaremos impulsos nerviosos no son ms que el desequilibrio electrnico progresivo que circula por los nervios hasta llegar al cerebro y, una vez en l, surge de nuevo y vuelve a circular por los nervios. Entiende esto?
—S.
—Bien, pues entonces ya le falta menos para llegar a ser un genio y le felicito por ello... Mientras ese impulso se desplaza por las clulas nerviosas avanza a una gran velocidad porque las neuroprotenas se encuentran casi pegadas las unas a las otras; pero la cantidad de clulas nerviosas es limitada, y entre cada clula nerviosa y la siguiente existe una especie de tabique delgadsimo formado por tejido no nervioso. En otras palabras, que dos clulas vecinas no estn verdaderamente conectadas entre s.
—Ah —dijo Ennius—. As que el impulso nervioso tiene que saltar esa barrera, no?
—Exactamente! El tabique disminuye la intensidad del impulso
la velocidad de su transmisin en relacin directa con su espesor, y eso tambin es aplicable al cerebro. Pero ahora imagine lo que ocurrira si se pudiese encontrar una forma de reducir la constante dielctrica del tabique intercelular.
—La constante qu?
—La fuerza aislante del tabique, dicho en otras palabras. Si la disminuyramos, el impulso atravesara el tabique ms fcilmente. Se podra pensar con mayor rapidez, y tambin sera posible aprender en menos tiempo que antes.
—Entonces volvamos a la primera pregunta que le hice. Ha tenido xito?
—He probado el sinapsificador con animales.
—Y con qu resultado?
—Bueno, la mayora muere debido a la desnaturalizacin de la protena cerebral..., coagulacin, en otras palabras. Como cuando se hierve un huevo, entiende?
—Hay algo inmensamente cruel en la sangre fra con que acta la ciencia —coment Ennius reprimiendo un estremecimiento—. Y los animales que no murieron?
—El resultado no es concluyente porque no se trata de seres humanos. Las pruebas parecen indicar que los efectos han sido favorables..., pero necesito seres humanos. El problema estriba en las propiedades electrnicas naturales del cerebro individual, comprende? Cada cerebro produce microcorrientes de un tipo determinado, y no hay dos casos exactamente iguales. Es algo parecido a lo que ocurre con las huellas dactilares o con la red de vasos sanguneos de la retina y, de hecho, las particularidades de cada cerebro son todava ms acentuadas. Creo que el tratamiento debera tener en cuenta esto, y si estoy en lo cierto no se producirn ms procesos de desnaturalizacin; pero no dispongo de seres humanos con los que experimentar. Solicit voluntarios, pero...
Shekt alz las manos en un gesto de impotencia.
—Le aseguro que no los culpo, amigo mo —dijo Ennius—. Pero hablando seriamente, qu piensa hacer con su instrumento suponiendo que llegue a perfeccionarlo?
—Eso no es algo que me corresponda decidir a m —respondi el fsico, y se encogi de hombros—. El sinapsificador quedara en manos del Gran Consejo, naturalmente.
—No pondra su invento a disposicin del Imperio?
—Bueno, yo no tendra ningn inconveniente en hacerlo; pero el Gran Consejo se reserva la jurisdiccin sobre...
—Al diablo con su Gran Consejo! —exclam Ennius con impaciencia—. Ya he discutido con quienes lo forman en otras ocasiones. Estara dispuesto a hablarles cuando llegue el momento oportuno?
—Y qu influencia podra tener yo?
—Podra decirles que si la Tierra consiguiese producir un sinapsificador aplicable a todos los seres humanos sin ningn peligro y si el sinapsificador fuese puesto al servicio de la Galaxia..., bueno, entonces quiz resultara posible derogar algunas de las restricciones actuales que pesan sobre la emigracin de terrestres a otros planetas.
—Cmo? —exclam Shekt con irona—. A pesar del riesgo que suponen las epidemias, de nuestras diferencias y de nuestra inhumanidad bsica?
—Quiz incluso sera posible efectuar un traslado masivo de la poblacin terrestre a otro planeta —agreg Ennius sin inmutarse—. Piense en eso.
En ese momento se abri la puerta y una joven pas por delante del gabinete repleto de microfilmes. Su presencia disip la atmsfera enrarecida de aquel laboratorio que casi siempre estaba cerrado trayendo consigo automticamente un impalpable soplo de la primavera. Cuando vio que Shekt estaba hablando con un desconocido, la joven se ruboriz y gir sobre s misma para marcharse.
—Entra, Pola —se apresur a decir Shekt—. Creo que no conoce a mi hija Pola, Procurador. Pola, te presento al Seor Ennius, Procurador Imperial de la Tierra.
El Procurador se puso en pie movindose con una desenvuelta galantera que cort el atropellado intento de hacer una reverencia que haba iniciado la joven.
—Querida seorita Shekt, nunca cre que la Tierra fuese capaz de producir algo tan maravilloso como usted —dijo Ennius—. Cualquiera de los mundos que recuerdo haber visitado estara orgulloso de contar con su presencia, y le aseguro que soy sincero.
Tom la mano de Pola, que la joven se haba apresurado a extender con una cierta timidez en cuanto haba visto que el Procurador vena hacia ella. Por un momento Ennius pareci a punto de besarla con ese gesto corts ms propio de la generacin pasada que de la actual, pero si sa fue su intencin no logr materializarla. La mano a medio levantar se escurri de entre sus dedos..., quiz demasiado rpidamente.
—La amabilidad con que trata a una simple muchacha de la Tierra me abruma, Procurador Ennius —dijo Pola—. Es muy valeroso y galante por su parte arriesgarse de esta manera a un posible contagio, y...
Shekt carraspe para aclararse la garganta y la interrumpi.
—Mi hija est completando sus estudios en la Universidad de Chica, Procurador —dijo—. Ha venido a pasar dos semanas en mi laboratorio en calidad de tcnica para llevar a cabo unos cuantos trabajos prcticos que se le exigen. Es una joven muy competente, y aunque hablo con el lgico orgullo de padre, quiz algn da ocupe mi lugar.
—Padre, tengo una informacin muy importante que darte—intervino Pola—. Es... —titube antes de seguir hablando.
—Desea que me vaya? —pregunt amablemente Ennius.
—No, no —dijo Shekt—. De qu se trata, Pola?
—Tenemos un voluntario, pap —dijo la muchacha.
—Para el sinapsificador? —pregunt Shekt, mirndola con una fijeza casi estpida.
—Eso dice l.
—Bien, veo que le he trado buena suerte —coment Ennius.
—As parece —asinti Shekt volvindose hacia su hija—. Dile que espere. Llvale a la sala C, y me reunir con l lo ms deprisa posible. —Shekt se volvi hacia Ennius en cuanto Pola hubo salido de la habitacin—. Me disculpa, Procurador?
—Naturalmente. Cunto dura el proceso?
—Me temo que algunas horas. Desea presenciar cmo se lleva a cabo?
—No se me ocurre ningn espectculo ms macabro y al que est menos deseoso de asistir, mi estimado Shekt. Estar en la Casa del listado hasta maana. Me informar de los resultados?
—S, desde luego —asinti Shekt, quien pareci un poco aliviado.
—Bien... Y piense en lo que le he dicho sobre el sinapsificadon. Es un nuevo camino real hacia el conocimiento.
Ennius se march sintindose ms intranquilo que cuando haba llegado. No saba mucho ms que antes, y sus temores haban aumentado.
5
EL VOLUNTARIO INVOLUNTARIO
En cuanto se hubo quedado a solas el doctor Shekt puls un botn y un joven tcnico entr inmediatamente en la habitacin. Llevaba una bata blanca inmaculada, y su larga cabellera castaa estaba meticulosamente peinada hacia atrs.
—Le ha informado Pola de...? —pregunt el doctor Shekt.
—S, doctor Shekt. He estado observando a ese hombre por la pantalla, y no cabe duda de que es un voluntario. Estoy seguro de que no es un candidato enviado de la forma acostumbrada.
—Cree que debo dirigirme al Consejo?
—No s qu decirle... El Consejo no aprobara ninguna comunicacin corriente. Ya sabe que cualquier haz energtico de comunicaciones puede ser interferido. Qu le parece si nos libramos de l? —pregunt nerviosamente—. Puedo decirle que necesitamos hombres de menos de treinta aos... A juzgar por su aspecto, tiene al menos treinta y cinco aos de edad.
—No, no —respondi Shekt—. Ser mejor que le eche un vistazo.
Su mente se haba convertido en un torbellino. Hasta aquel momento todo haba sido manejado de la forma ms cautelosa e inteligente posible. Se haban dado las informaciones suficientes para demostrar una sinceridad totalmente falsa, y ni una brizna ms. Y de repente tenan un voluntario de carne y hueso..., e inmediatamente despus de la visita de Ennius. Habra alguna relacin? El mismo Shekt apenas tena una vaga idea de las tremendas fuerzas nebulosas que estaban empezando a luchar sobre la maltrecha faz de la Tierra, pero a pesar de ello crea saber lo suficiente al respecto..., lo suficiente como para sentirse a merced de ellas e, indudablemente, mucho ms de lo que cualquier Anciano sospechaba que saba.
Pero su vida corra un doble peligro. Qu poda hacer?
Diez minutos ms tarde el doctor Shekt estaba contemplando con cara de preocupacin al curtido granjero que se hallaba delante de l con la gorra en la mano y la cabeza un poco ladeada, como si quisiera evitar que le observaran con excesivo detenimiento. Shekt calcul que tena menos de cuarenta aos, pero la dura vida del campo no trataba con demasiados miramientos a los hombres. Las mejillas del granjero estaban un poco sonrojadas debajo de la correosa piel bronceada, y haba rastros evidentes de transpiracin sobre su frente y en sus sienes, a pesar de que la atmsfera de la habitacin era ms bien fresca. Sus manos estaban entrelazadas, y los dedos no paraban de retorcerse nerviosamente.
—Bien, mi querido seor, tengo entendido que se ha negado a decirnos cmo se llama —empez Shekt con amabilidad.
Arbin sigui dando muestras de su testarudez.
—Me dijeron que si se presentaba un voluntario ustedes no haran preguntas.
—Ya... Bueno, hay algo que quiera decirme o prefiere ser sometido al tratamiento de inmediato?
—Yo? Quiere decir ahora..., aqu? —pregunt Arbin, sbitamente aterrorizado—. Pero el voluntario no soy yo. No he dicho nada que pudiese hacerles pensar que...
—No? Entonces eso significa que el voluntario es otra persona, verdad?
—Claro. Para qu iba a querer yo...?
—Comprendo, comprendo. Esa otra persona est con usted? —pregunt el doctor Shekt.
—Bueno... En cierta forma s —respondi cautelosamente Arbin.
—Muy bien. Ahora dgame lo que desee. Todo ser mantenido en el ms estricto secreto, y le ayudaremos en todo lo posible. Est de acuerdo?
—Gracias —murmur el granjero, e inclin la cabeza en una tosca seal de respeto—. Ver, seor, se trata de lo siguiente... Tenemos a un hombre en nuestra granja, sabe? Es un..., un pariente lejano. Nos ayuda a...
Arbin trag saliva con visible dificultad, y Shekt hizo un gesto de asentimiento.
—Tiene muy buena voluntad, y es un excelente trabajador —sigui diciendo Arbin—. Tuvimos un hijo, pero se nos muri; y mi mujer y yo..., bueno, ver, necesitamos esa ayuda y... Ella no se encuentra demasiado bien, y no hubisemos podido arreglrnoslas sin l...
Arbin tuvo la impresin de que la historia que estaba contando resultaba absurda, sin embargo, el cientfico volvi a asentir con la cabeza.
—Y usted desea someter al tratamiento a ese pariente suyo?
—Oh, s. Me pareca que ya se lo haba dicho, pero... En fin, disclpeme si estoy tardando mucho en explicrselo... Ver, el pobre hombre no est..., no est del todo bien de la cabeza. —Arbin hablaba de manera cada vez ms atropellada—. No es que est enfermo, entindame..., no se encuentra tan mal como para que sea necesario internarle. Es un poco retrasado, eso es todo... No habla, entiende?
—No puede hablar? Por qu? —pregunt Shekt poniendo cara de asombro.
—Oh, s que puede. Es sencillamente que no le gusta hablar... Bueno, no habla demasiado bien.
El fsico pareci dudar unos momentos.
—Y usted quiere que el sinapsificador mejore su coeficiente intelectual, no?
—Si fuese un poquito ms listo podra realizar una parte del trabajo que mi mujer no puede hacer, lo comprende, doctor? —dijo Arbin.
—Podra morir. Es consciente de ese riesgo?
Arbin contempl a Shekt con expresin de desamparo y se tir furiosamente de los dedos.
—Necesitar su consentimiento —aadi Shekt.
—No lo entender —insisti el granjero meneando la cabeza en un lento y tozudo vaivn —. Oiga, seor, estoy seguro de que usted me entiende... —se apresur a aadir, en un tono de voz tan bajo que resultaba casi inaudible—. Usted tiene aspecto de saber lo dura que puede llegar a ser la vida. Ese hombre est envejeciendo... No es un problema de los Sesenta, pero qu ocurrir si cuando hagan el prximo Censo piensan que es idiota y..., y se lo llevan? No nos gustara perderle, y por eso le he trado aqu. El motivo por el que quiero mantener en secreto todo esto es que quiz..., quiz... —Arbin volvi involuntariamente la mirada hacia las paredes, como si quisiese atravesarlas con un esfuerzo de pura voluntad y descubrir los ojos y odos indiscretos que podan estar al acecho detrs de ellas—. Bueno, puede que a los Ancianos no les gustara mucho lo que estoy haciendo. Puede que tratar de salvar a un hombre enfermo sea considerado contrario a las Costumbres, pero la vida es muy dura, seor... Y a usted le sera til. Ha solicitado voluntarios, no?
—S, ya s que lo he hecho. Bien, dnde est ese pariente suyo
Arbin decidi arriesgarse.
—Fuera, esperando en mi vehculo..., si es que nadie le ha encontrado, claro. No puede bastarse a s mismo, entiende? Si alguien le hubiese...
—Bueno, espero que se encuentre bien. Usted y yo saldremos ahora mismo y llevaremos el vehculo hasta nuestro garaje subterrneo. Me asegurar de que excepto nosotros y mis ayudantes nadie llegue a enterarse de su presencia aqu, y le garantizo que no tendr ninguna clase de problemas con la Hermandad.
Puso afablemente una mano sobre el hombro de Arbin, y los labios del granjero se curvaron en una temblorosa sonrisa. Arbin se sinti tan aliviado como si hubiese estado llevando una soga al cuello y se la hubieran quitado de repente.
Shekt contempl al hombre regordete y casi calvo que estaba acostado en la camilla. El paciente se encontraba sin conocimiento, pero su respiracin era profunda y muy regular. Haba emitido sonidos ininteligibles, y Shekt no haba entendido nada de lo que dijo; pero no haba detectado ninguna manifestacin fsica de retraso mental durante el examen al que le haba sometido. Los reflejos estaban muy bien para tratarse de un viejo.
Un viejo! Hmmm...
Se volvi hacia Arbin, quien lo estaba observando todo con gran atencin.
—Quiere que le hagamos un anlisis seo?
—No! —exclam Arbin—. No quiero que le hagan nada que pueda servir para que sea identificado —aadi en un tono de voz menos estridente.
—Eso nos ayudara bastante. Si supiramos qu edad tiene sera menos arriesgado, entiende? —dijo Shekt.
—Tiene cincuenta aos —replic secamente Arbin.
El fsico se encogi de hombros. Bueno, daba igual. Volvi a mirar al hombre dormido. Cuando fueron al vehculo el sujeto estaba aptico y casi distante, o al menos eso le haba parecido. Ni tan siquiera las hipnotabletas le haban inspirado desconfianza. Se las haban ofrecido, y el hombre las haba engullido con una sonrisa temblorosa.
El tcnico ya estaba entrando en la habitacin las ltimas unidades de aspecto bastante antiesttico cuyo conjunto formaba el sinapsificador. Una presin sobre un botn hizo que el vidrio polarizado de las ventanas de la sala de operaciones sufriera un reordenamiento molecular que lo opac. Ahora la nica luz era la que emita su resplandor blanco y fro sobre el paciente suspendido en el campo diamagntico de varios cientos de kilovatios, que le mantena flotando a cinco centmetros de la mesa de operaciones a la cual haba sido trasladado.
Arbin segua sentado en la oscuridad. No entenda nada, pero estaba tozudamente decidido a que su presencia impidiera de alguna manera cualquier clase de posibles manipulaciones hechas con fines malignos, aun sabiendo que era demasiado ignorante para detectarlas y detenerlas.
Los fsicos no le prestaban ninguna atencin. Los electrodos fueron ajustados al crneo del paciente. Era una tarea muy lenta, y primero hubo que llevar a cabo un meticuloso estudio de la estructura craneana a travs de la tcnica Ulster, que revelaba el trazado serpenteante de las fisuras. Shekt sonri para sus adentros. Las fisuras craneanas no eran una medida cuantitativa de la edad en la que se pudiera confiar ciegamente sin necesidad de hacer ms comprobaciones, pero en aquel caso resultaban suficientes. Aquel hombre tena ms de los cincuenta aos que le haba atribuido el granjero.
La sonrisa del fsico se esfum enseguida, y frunci el ceo. Haba algo extrao en aquellas fisuras craneanas. Tenan un aspecto raro, como si...
Por un momento estuvo a punto de jurar que la estructura craneana era tan primitiva que aquel hombre casi poda calificarse como un caso de atavismo, pero pensndolo bien... Estaba ante un subnormal, verdad? Quiz sa fuera la explicacin.
—Oh, no me haba fijado! —exclam de repente poniendo cara de asombro—. Este hombre tiene pelo en la cara! —Se volvi hacia Arbin—. Siempre ha tenido barba?
—Barba?
—Pelo en la cara! Venga aqu! No lo ve?
—S, seor —respondi Arbin mientras su cerebro empezaba a funcionar a toda velocidad. Lo haba notado aquella maana, pero luego se le haba olvidado—. Naci as —dijo—. Eso creo... —aadi un instante despus, a pesar de que con ello debilitaba bastante la credibilidad de su afirmacin anterior.
—Bien, vamos a eliminarlo. No querr que tenga ese aspecto bestial, verdad?
—No, seor.
El pelo desapareci rpidamente despus de que el tcnico aplicara una crema depilatoria con sus manos enguantadas.
—Tambin tiene pelos en el pecho, doctor Shekt —anunci un instante despus.
—Gran Galaxia! —exclam Shekt—. Djeme ver! Pero si este hombre parece una alfombra! Bien, da igual... Una camisa los tapar, y quiero empezar a trabajar con los electrodos. Vamos a poner cables aqu, aqu y aqu. —Unos pinchazos casi imperceptibles, y los cables capilares de platino quedaron insertados—. Ahora aqu y aqu...
Una docena de conexiones a travs de las que se podran percibir los delicados ecos—sombra de las microcorrientes que circulaban por el cerebro yendo de una clula a otra atravesaron la piel y llegaron a las suturas craneanas.
Los cientficos observaron con gran atencin cmo las agujas de los ampermetros de alta precisin se agitaban y saltaban a medida que las conexiones eran establecidas e interrumpidas. Los diminutos estiletes de los registros trazaban sus delicadas telaraas sobre el papel milimetrado en forma de picos y depresiones irregulares.
Los grficos fueron retirados y colocados encima de un panel de vidrio iluminado desde abajo. Shekt y su ayudante se inclinaron sobre l y empezaron a intercambiar susurros.
Arbin oy algunas palabras inconexas.
—....excepcionalmente regular... Observe la altura del quinto pico... Creo que debera ser analizado... Resulta evidente que...
Y despus sigui un tedioso ajuste del sinapsificador que pareci durar mucho rato. Los cientficos hicieron girar los diales sin apartar la mirada de los ajustes micromtricos que iban llevando a cabo, y despus llegaron las lecturas. Los diversos electrmetros fueron revisados una y otra vez, y en cada caso se hicieron los nuevos ajustes necesarios.
Shekt se volvi hacia Arbin y le sonri.
—No tardaremos mucho en terminar —dijo.
Los aparatos fueron acercados al hombre dormido, moles enormes que hacan pensar en torpes monstruos hambrientos. Cuatro largos cables fueron conectados a los extremos de los miembros del sujeto, y una almohadilla mate de color negro hecha de lo que pareca ser una goma dura fue cuidadosamente ajustada debajo de su nuca, donde qued asegurada por pinzas que se cerraban sobre los hombros. Finalmente, los gigantescos electrodos se separaron como dos mandbulas gigantescas y fueron bajando sobre la cabeza de piel plida y rasgos regordetes hasta que cada uno qued apuntado a una sien.
Shekt mantena la mirada. clavada en el cronmetro y sostena un interruptor en una mano. Movi el pulgar y no ocurri nada visible, ni tan siquiera para los sentidos aguzados por el miedo del siempre vigilante Arbin. El pulgar de Shekt volvi a moverse despus de lo que podran haber sido horas, pero que en realidad fueron menos de tres minutos. Su ayudante se apresur a inclinarse sobre el dormido Schwartz y alz la vista con expresin triunfal.
—Est vivo.
Despus transcurrieron varias horas durante las que se tom toda una biblioteca de anotaciones en medio de murmullos de excitacin casi salvaje. Por ltimo una aguja hipodrmica fue introducida en la piel y el durmiente parpade. Shekt retrocedi. Estaba plido, pero pareca inmensamente feliz.
—Todo ha salido bien —dijo. Se frot la frente con el dorso de la mano y se volvi hacia Arbin—. Tendr que permanecer algunos das con nosotros, seor.
—Pero... Pero...
Una expresin de alarma nubl los ojos del granjero.
—No, no, tiene que confiar en m... Le aseguro que estar a salvo. Estoy dispuesto a garantizrselo con mi vida si hace falta, entiende? Deje que se quede aqu, y nadie ver a este hombre aparte de nosotros. Si se lo lleva quiz no sobreviva. Qu ganara usted con eso? Y si muriese quiz tendra que explicar a los Ancianos de donde haba salido ese cadver, no?
Esas ltimas palabras fueron decisivas. Arbin trag saliva.
—Pero cmo sabr cundo he de volver a buscarle? —pregunt—. No pienso decirle cmo me llamo!
Pero el granjero haba hablado en el tono vacilante de quien ya est dispuesto a someterse.
—No le estoy pidiendo que lo haga —replic Shekt—. Venga aqu dentro de una semana a las diez de la noche. Yo le estar esperando junto a la puerta del garaje..., el mismo en el que guardamos su vehculo. Vamos, hombre, tiene que creerme... Le aseguro que no hay nada que temer.
Arbin sali de Chica cuando ya haba anochecido. Haban pasado veinticuatro horas desde que aquel desconocido llam a su puerta, y durante aquel perodo de tiempo Arbin haba conseguido duplicar sus delitos contra las Costumbres. Volvera a estar a salvo algn da?
No consigui reprimir el impulso de mirar por encima del hombro mientras las dos ruedas de su vehculo se movan velozmente sobre la carretera desierta. Le estaran siguiendo? Habran averiguado dnde viva? Y si tenan fotos o filmaciones de su rostro? Y si ya estaban llevando a cabo meticulosas comparaciones en los lejanos archivos que la Hermandad tena en Washenn, donde estaban inscritos todos los terrestres vivos en la actualidad y donde constaban todos sus datos vitales para asegurar el cumplimiento de la Costumbre de los Sesenta?
Los Sesenta..., el nmero de aos que acababa llegando a todos los terrestres. Arbin an dispona de un cuarto de siglo antes de alcanzar esa edad, pero viva cotidianamente bajo esa amenaza a causa de Grew, y ahora tambin por el desconocido.
Y si no regresaba nunca a Chica?
No! l y Loa no podran seguir cumpliendo con la cuota de tres trabajadores durante mucho tiempo y en cuanto fallaran, su primer delito —el de ocultar a Grew—, sera descubierto enseguida. As era como las violaciones de las Costumbres se iban complicando poco a poco despus de haberse iniciado.
Arbin saba que volvera, a pesar de los riesgos.
Ya haba pasado la medianoche cuando Shekt pens por primera vez en acostarse, y lo hizo nicamente porque Pola estaba muy preocupada e insista en que descansara un rato; pero no consigui conciliar el sueo. Su almohada pareca haberse convertido en un artilugio sutilmente diseado para producir la asfixia, y las sbanas eran una trampa en la que no paraba de retorcerse. Shekt acab levantndose y se sent al lado de la ventana. La ciudad estaba a oscuras, pero sobre el horizonte y al otro lado del lago se vea el tenue rastro del resplandor azul de la muerte que haba asolado toda la Tierra exceptuando unas pocas zonas.
Todas las actividades de aquel da agobiante que acababa de terminar desfilaron en un cortejo enloquecido por su mente. Despus de haber convencido al asustado granjero de que se marchara, el primer paso haba consistido en establecer contacto con la Casa del Estado. Ennius deba de haber estado esperando que Shekt le informase, porque le atendi personalmente. El Procurador segua atrapado dentro de la pesada vestimenta impregnada de plomo.
—Ah, Shekt, buenas noches... Termin su experimento?
—S, y falt muy poco para que tambin terminara con mi voluntario. Pobre hombre...
Ennius pareci luchar con las nuseas.
—Veo que acert al decidir no quedarme —coment—. Siempre he opinado que en el fondo los cientficos no se diferencian mucho de los asesinos.
—An no est muerto, Procurador, y quiz consigamos salvar su vida, pero...
Shekt se encogi de hombros.
—Si fuese usted, en el futuro me conformara con las ratas, Shekt... Pero le noto cambiado, amigo mo. Al menos usted debera de estar acostumbrado a esto aunque yo no lo est.
—Me hago viejo, Procurador —se limit a responder Shekt.
—Lo que en la Tierra resulta muy peligroso —fue la seca contestacin que obtuvo—. Vaya a acostarse, Shekt.
Pero Shekt segua sentado junto a la ventana, contemplando la ciudad a oscuras de un mundo agonizante.
Las pruebas del sinapsificador se haban iniciado haca dos aos, y Shekt llevaba dos aos siendo el esclavo de la Sociedad de Ancianos..., la Hermandad, como se llamaban ellos.
Tena siete u ocho artculos que hubiesen podido ser publicados en la Revista de neurofisiologa siriana, y que quiz le habran proporcionado la fama a escala galctica que tanto anhelaba; pero las hojas se iban poniendo amarillas poco a poco dentro de un cajn de su escritorio, y en cambio se haba visto obligado a publicar un artculo oscuro y deliberadamente engaoso en la revista Estudios fsicos. Era uno de los mtodos tpicos de la Hermandad: para los Ancianos una verdad a medias siempre resultaba preferible a una mentira.
Y sin embargo, no caba duda de que Ennius estaba haciendo investigaciones. Por qu?
Tendra relacin con otras cosas que haba averiguado? Sera que el Imperio sospechaba lo mismo que Shekt?
La Tierra se haba sublevado tres veces en dos siglos. El planeta se haba rebelado en tres ocasiones contra las guarniciones imperiales, alzndose en armas bajo el estandarte de la grandeza que afirmaba haba sido suya en el pasado. Las tres rebeliones haban fracasado, naturalmente, y de no ser por la naturaleza bsicamente tolerante del Imperio y por el hecho de que los Consejos Galcticos contaban con una mayora de estadistas sagaces, la Tierra ya hubiese sido cruentamente borrada de la lista de mundos habitados.
Pero ahora la situacin podra cambiar... O no? Hasta qu punto poda confiar en las palabras incoherentes de un loco que agonizaba?
De qu serva todo aquello? Bien, el caso es que no se atreva a hacer nada. Lo nico que poda hacer era esperar. Estaba envejeciendo, y como acababa de decir Ennius, en la Tierra eso era algo muy peligroso. Ya le faltaba muy poco para llegar a los sesenta, y haba muy pocas excepciones a la aplicacin implacable de las Costumbres.
Y Shekt quera vivir, aunque fuese en aquella miserable bola de barro calcinado que era la Tierra.
Volvi a acostarse, y antes de que acabara logrando conciliar el sueo se pregunt distradamente si los Ancianos podan haber interferido su llamada a Ennius. En aquel momento no saba que los Ancianos contaban con otras fuentes de informacin.
El joven tcnico que haba colaborado con Shekt tom la decisin cuando ya era de madrugada.
Admiraba al doctor Shekt, pero era consciente de que tratar en secreto con el sinapsificador a un voluntario no autorizado supona violar la orden de la Hermandad; y la orden haba sido elevada al rango de Costumbre, por lo que la desobediencia equivala a cometer un delito castigado con la pena de muerte.
Intent razonar el problema al que se enfrentaba. Despus de todo, quin era el hombre que haba sido tratado con el sinapsificador? La campaa para solicitar voluntarios haba sido meticulosamente estudiada. Tena por objeto dar la suficiente informacin sobre el sinapsificador para disipar las sospechas de los posibles espas imperiales, y el de hacerlo sin estimular ninguna afluencia real de voluntarios. La Sociedad de Ancianos enviaba a sus hombres para que fuesen sometidos al tratamiento, y bastaba con ellos.
Y entonces quin haba enviado a aquel hombre? Habra sido la Sociedad de Ancianos para poner a prueba la lealtad de Shekt?
O sera que Shekt era un traidor? Antes haba estado mucho rato encerrado en una habitacin hablando con alguien, una persona vestida con prendas muy voluminosas..., como las que usaban los espaciales por temor al envenenamiento radiactivo.
En cualquiera de los dos casos caba la posibilidad de que Shekt cayese en desgracia, y por qu tena que sufrir l la misma suerte? El tcnico era joven, y an le quedaban casi cuatro dcadas de vida. Por qu tena que adelantar la llegada de los sesenta?
Adems, aquello significara un ascenso para l, y Shekt ya era bastante viejo. Era muy probable que fuese eliminado en el prximo Censo, as que lo que hiciera el tcnico no le afectara demasiado..., prcticamente nada, de hecho.
El tcnico ya haba tomado una decisin. Cogi el comunicador tecle la combinacin que le pondra en contacto directo con los aposentos privados del Primer Ministro de toda la Tierra, el hombre situado por debajo del Emperador y el Procurador que tena poder de vida y muerte sobre todos los terrestres.
La noche volvi a llegar antes de que las confusas impresiones encerradas en el cerebro de Schwartz empezaran a adquirir nitidez definindose por entre la bruma rojiza del dolor. Record el viaje hasta aquellos edificios no muy altos situados en la orilla del lago, y la larga espera agazapado en la parte trasera del vehculo.
Y despus... Qu? Su mente forceje torpemente con los pensamientos. S, haban ido a buscarle. Una habitacin llena de diales e instrumentos, y dos pldoras... S, eso. Le haban dado las pldoras, y Schwartz las haba aceptado sin sentir ninguna inquietud. Qu poda perder? De haberle envenenado le hubiesen estado haciendo un favor, no?
Y despus..., despus nada.
No, un momento! Haba experimentado fugaces chispazos de consciencia... Personas inclinadas sobre l... De repente record el ir y venir de un estetoscopio que estaba muy fro desplazndose sobre su pecho. Una muchacha le haba dado de comer.
Se le pas por la cabeza la idea de que quiz hubiera sido sometido a una operacin. El terror hizo que echara las sbanas a un lado de un manotazo y se sentara en la cama.
La muchacha se coloc a su lado y le puso las manos sobre los hombros para empujarle nuevamente sobre las almohadas. Le habl con dulzura, pero Schwartz no entendi ni una palabra. Forceje intentando resistirse a la presin de aquellos esbeltos brazos, pero fue intil. Estaba muy dbil.
Alz las manos delante de su rostro. Parecan estar normales. Volvi las piernas, y oy el ruido que hacan al rozar las sbanas. No podan estar amputadas.
Se volvi hacia la muchacha.
—Me entiende? —pregunt sin hacerse muchas ilusiones sobre sus probabilidades de obtener una respuesta—. Sabe dnde estoy?
Schwartz apenas pudo reconocer su propia voz.
La muchacha sonri, y sus labios se movieron dejando escapar una rpida sucesin de sonidos altamente fluidos. Despus entr un hombre ya bastante mayor, el mismo que le haba dado las pldoras. El hombre y la muchacha conversaron entre ellos. Despus la muchacha se volvi hacia l, y se seal los labios e hizo gestos que parecan una invitacin a hablar.
—Cmo? —pregunt Schwartz.
La muchacha asinti ansiosamente con el rostro encendido por la satisfaccin. Su alegra era tan visible que Schwartz acab sonriendo casi sin querer.
—Quiere que hable? —pregunt.
El hombre se sent en el borde de la cama e indic por seas a Schwartz que abriese la boca.
—A-h-h-h-h —dijo.
Schwartz repiti el sonido mientras los dedos del hombre se movan dndole masaje en la nuez de Adn.
—Qu ocurre? —pregunt Schwartz con voz encolerizada cuando ces la suave presin—. Le sorprende que sepa hablar? Qu se cree que soy?
Los das fueron pasando, y Schwartz aprendi algunas cosas. Aquel hombre era el doctor Shekt, el primer ser humano que haba conocido por su nombre desde que pas por encima de la mueca de trapo. La muchacha era su hija Pola. Schwartz descubri que ya no necesitaba afeitarse. El vello de su cara nunca creca, y eso le asust. Habra crecido alguna vez?
Recuper las fuerzas bastante deprisa. Ya le dejaban vestirse y caminar por su cuenta, y haban empezado a alimentarle con algo ms consistente que aquella especie de gachas.
Estara afectado de amnesia? Le estaban sometiendo a tratamiento por eso? Sera posible que todo aquel mundo fuese normal y natural, en tanto que el mundo que Schwartz crea recordar slo era la fantasa creada por un cerebro amnsico?
Y nunca dejaban que saliera de la habitacin, ni tan siquiera para asomarse al pasillo. Estara prisionero? Haba cometido algn delito?
No existe ningn hombre tan terriblemente perdido como el que se extrava en los inmensos y complejos laberintos de su propia mente, ese lugar al que nadie puede llegar y donde nadie puede salvarle. Nunca ha habido un hombre tan impotente como aquel que es incapaz de recordar.
Pola se diverta ensendole palabras. Schwartz no se sorprenda lo ms mnimo de la facilidad con que las aprenda y poda recordarlas. Saba que en el pasado siempre haba tenido una memoria excelente, y por lo menos esa capacidad permaneca intacta. En slo dos das Schwartz fue capaz de comprender frases sencillas, y en tres consigui hacerse entender.
Pero al tercer da se llev una sorpresa. Shekt le ense los nmeros y le plante unos cuantos problemas. Schwartz daba las respuestas, y Shekt consultaba un cronmetro e iba tomando anotaciones con rpidos trazos de su pluma. De repente Shekt le explic el significado de la palabra logaritmo, y despus le pregunt cul era el logaritmo de dos.
Schwartz escogi cuidadosamente sus palabras. Su vocabulario an era bastante reducido, y tena que ayudarse con gestos.
—No... poder... decir. Respuesta... no... nmero.
Shekt asinti nerviosamente con la cabeza.
—No es un nmero —dijo—. No es esto ni aquello..., es en parte esto, y en parte aquello.
Schwartz enseguida comprendi que Shekt haba confirmado su explicacin de que la respuesta no era un nmero redondo, sino una fraccin.
—Cero coma tres cero uno cero tres..., y ms nmeros —dijo por lo tanto.
—Es suficiente!
Despus lleg el asombro. Cmo haba podido saber la respuesta a aquella pregunta? Schwartz estaba seguro de que nunca haba odo hablar de los logaritmos con anterioridad, y sin embargo la respuesta haba surgido en su mente apenas le haba sido formulada la pregunta. Schwartz no tena ni idea del proceso mediante el que haba sido calculada. Era como si su mente fuera una entidad independiente que se limitaba a usarle en calidad de portavoz.
O quiz haba sido matemtico antes de su amnesia?
Cada vez le resultaba ms difcil esperar a que fuesen transcurriendo los das. Senta una necesidad creciente de enfrentarse con el mundo y arrancarle una respuesta. Mientras siguiera metido en aquella habitacin que le serva de crcel, donde no era ms que un espcimen biolgico altamente curioso (la idea se present repentinamente en su cerebro), nunca podra averiguar nada.
La oportunidad se present al sexto da. Estaban empezando a confiar demasiado en l, y en una ocasin Shekt no cerr la puerta con llave al salir. All donde la puerta siempre se cerraba con tanta precisin que incluso el punto en el que se encontraba con la pared resultaba invisible, en esta ocasin qued una ranura de medio centmetro.
Schwartz esper para asegurarse de que Shekt no volvera al instante, y despus extendi lentamente el brazo hasta poner la mano sobre la lucecita brillante tal y como haba visto que hacan frecuentemente quienes salan de la habitacin. La puerta se abri despacio y sin hacer ningn ruido. El pasillo estaba desierto.
Y as fue como Schwartz huy.
Cmo hubiese podido llegar a imaginarse que la Sociedad de Ancianos haba hecho que sus agentes vigilaran el hospital, la habitacin y a l mismo durante los seis das que haba durado su estancia all?
6
TEMORES NOCTURNOS
El palacio del Procurador slo perda una parte muy pequea de su encanto durante la noche. Las flores nocturnas —ninguna variedad era nativa de la Tierra— abran sus carnosas corolas blancas en festones que extendan su delicada fragancia hasta las paredes mismas del palacio. Las hebras artificiales de silicatos hbilmente entrelazadas en la aleacin de aluminio inoxidable que formaba la estructura del palacio emitan un tenue centelleo violeta al sentir el impacto de la luz polarizada de la luna, y ste destacaba contra el brillo metlico que las rodeaba.
Ennius contemplaba las estrellas. Para l eran la belleza ms autntica que se poda llegar a imaginar, porque las estrellas constituan el Imperio.
El cielo de la Tierra era de un tipo intermedio. No posea el encanto subyugador de los cielos de los mundos centrales, donde las estrellas rivalizaban las unas con las otras en una competencia cegadora que casi haca desaparecer el negro de la noche convirtindolo en un fulgurante estallido de luz. Tampoco posea la grandeza solitaria de los cielos de la periferia, donde la oscuridad casi absoluta slo era interrumpida de vez en cuando por el titilar de una estrella solitaria, con la lente lechosa de la Galaxia que se extenda por el cielo haciendo desaparecer el brillo individual de las estrellas entre su polvareda diamantina.
Desde la Tierra era posible ver unas dos mil estrellas al mismo tiempo.
Ennius poda ver Sirio, a cuyo alrededor giraba uno de los diez planetas ms poblados del Imperio. All estaba Arturo, capital del Sector en el que haba nacido. El sol de Trntor, el planeta capital del Imperio, se hallaba perdido en algn lugar de la Galaxia; y ni tan siquiera un telescopio hubiese permitido distinguirlo del brillo general.
Ennius sinti que una mano se posaba suavemente sobre su hombro, y sus dedos subieron a su encuentro.
—Flora?
—S, por suerte —respondi su esposa en un tono de ligera diversin—. Sabes que no has dormido desde que regresaste de Chica, y sabes tambin que no falta mucho para que amanezca? Quieres que te haga traer el desayuno aqu?
—Por qu no? —respondi Ennius. Sonri cariosamente a su esposa, movi la mano a tientas en la oscuridad buscando el rizo castao que flotaba junto a su mejilla y tir de l—. Bien, y es necesario que t me acompaes en mi vigilia, enturbiando as los ojos ms hermosos de toda la Galaxia?
—Eres t quien intenta enturbiarlos con palabras melosas —contest ella en voz baja y suave, y liber el mechn de cabello de entre los dedos de Ennius—. Pero ya te he visto as antes, y no me dejar engaar. Qu te tiene tan preocupado esta noche, querido?
—Lo que me preocupa siempre. Que te he sepultado aqu intilmente, cuando no existe ni una sola corte virreinal en toda la Galaxia que no pudieras realzar con tu presencia.
—Y qu ms te preocupa aparte de eso? Vamos, Ennius... No me dejar engaar tan fcilmente.
Ennius mene la cabeza entre las sombras.
—No lo s —dijo—. Creo que una acumulacin de pequeos disgustos ha acabado por deprimirme. Tengo el problema de Shekt y su sinapsificador, y tambin tengo al arquelogo Arvardan con sus teoras..., y otras cosas, otras cosas. Oh, de qu sirve todo, Flora? No estoy haciendo ningn progreso.
—Ya veo que esta hora de la madrugada no es la ms oportuna para hacerte preguntas sobre tu estado de nimo.
Pero Ennius continu hablando entre dientes como si no la hubiese odo.
—Estos malditos terrestres! Cmo es posible que tan pocos seres humanos supongan una carga tan grande para el Imperio? Te acuerdas de lo que me dijo mi antecesor, Flora? Cuando me nombraron Procurador, el viejo Faroul me advirti de las dificultades del cargo... Tena toda la razn, y si de algo se le puede acusar es de que no lleg lo suficientemente lejos en sus advertencias. Pero por aquel entonces me burl de l, y en mi fuero interno me dije que Faroul era una vctima de su incapacidad senil. Yo era joven, activo y audaz. Tendra ms xito que l... —Ennius guard silencio durante unos instantes, aparentemente absorto en sus pensamientos, y cuando volvi a hablar lo que dijo no pareca tener ninguna relacin con sus palabras anteriores—. Pero existen tantas pruebas independientes las unas de las otras que parecen demostrar que los terrestres vuelven a dejarse cegar por sus sueos de rebelin... —Mir a su esposa—. Sabes que la doctrina de la Sociedad de Ancianos afirma que hubo un tiempo en el que la Tierra era la nica patria de la humanidad, que es el centro sagrado de la raza, la nica y verdadera representacin del ser humano?
—Eso es lo mismo que nos dijo Arvardan hace dos noches, verdad, querido?
La esposa del Procurador saba que en aquellas ocasiones siempre era mejor permitir que se desahogara hablando.
—S —asinti Ennius con voz lgubre—, pero por lo menos l se refiri solamente al pasado. La Sociedad de Ancianos tambin habla del futuro... Afirman que la Tierra volver a ser el centro de la raza, e incluso dicen que ese mtico Segundo Reinado de la Tierra se halla muy prximo. Anuncian que el Imperio ser destruido por una catstrofe general que dejar a la Tierra triunfante en toda su inimitable gloria... —La voz de Ennius se estremeci—. Toda su gloria de pueblo atrasado, brbaro y hambriento de espacio vital, supongo. Esos mismos disparates encendieron la llama de la rebelin en tres ocasiones anteriores, y parece que los desastres sufridos por la Tierra no han conseguido quebrantar ni un pice de su estpida fe.
—Los terrestres son unos pobres desgraciados —dijo Flora—. Qu les quedara si no tuvieran la fe? Les falta todo lo dems: un planeta en el que se pueda vivir, una existencia decente... Incluso les falta el orgullo de ser aceptados en pie de igualdad por el resto de la Galaxia, y por eso se refugian en sus sueos. Puedes culparles por ello?
—S, puedo hacerlo! —exclam enrgicamente Ennius—. Que abandonen sus sueos y que luchen por conseguir la asimilacin... Los terrestres no niegan que son diferentes, y lo nico que quieren es sustituir lo peor por lo mejor; y no puedes pretender que el resto de la Galaxia se lo permita, Flora. Que abandonen su aislamiento, sus Costumbres anticuadas y ofensivas; que sean seres humanos y sern tratados como tales. Si se limitan a ser terrestres, slo conseguirn seguir siendo tratados tal y como se ha tratado hasta ahora a los terrestres... Bah, todo esto no tiene ninguna importancia. Qu est ocurriendo ahora con el sinapsificador? Ese pequeo detalle me quita el sueo...
Ennius frunci el ceo y contempl con expresin pensativa la nubosidad que empaaba la negrura casi metlica del confn oriental del cielo.
—El sinapsificador? Es el instrumento al que se refiri el doctor Arvardan durante la cena, verdad? Fuiste a Chica para averiguar de qu se trata?
Ennius asinti con la cabeza.
—Bien, y qu has averiguado?
—Absolutamente nada —respondi Ennius—. Conozco a Shekt, sabes? Le conozco muy bien... S ver cundo est tranquilo y cundo no lo est, Flora, y te aseguro que durante todo el tiempo que pas conmigo ese hombre no dej de temblar de miedo ni un instante; y cuando me march su alivio result tan evidente que slo le falt dar saltos de alegra. Este misterio me preocupa cada vez ms, Flora...
—Pero y el aparato? Funcionar?
—Acaso soy neurlogo? Shekt dice que no. Me llam para comunicarme que falt muy poco para que el sinapsificador matara a un voluntario, pero no le cre. Estaba terriblemente excitado! No, algo ms que eso... Exultaba de triunfo! Su voluntario haba sobrevivido y el experimento haba tenido xito, o ya no s reconocer cundo un hombre se siente feliz. Bien, qu motivos puede haber tenido para mentirme? Crees que el sinapsificador funciona? Crees que Shekt est creando una raza de genios?
—Pero entonces a qu viene tanto secreto?
—Ah! S, por qu tanto secreto? Bueno, acaso no te resulta evidente? Por qu crees que fracasaron todas las rebeliones de los terrestres? Porque la Tierra lo tiene en contra casi todo, verdad? Hay que aumentar el nivel medio de inteligencia del terrestre..., duplicarlo, triplicarlo. Cules sern las probabilidades de que una rebelin tenga xito entonces?
—Oh, Ennius...
—Podramos acabar encontrndonos en la situacin de simios enfrentados a seres humanos. Cules seran las probabilidades expresadas en cifras?
—Te ests dejando asustar por fantasmas, querido. Nunca podran ocultar algo semejante... Adems, siempre te queda el recurso de solicitar que el Departamento de Provincias Exteriores enve a un equipo de psiclogos para que sometan a exmenes constantes a grupos de terrestres elegidos al azar. Cualquier aumento anormal del nivel de inteligencia de los terrestres sera descubierto al instante, no?
—Supongo que s, pero quiz no sea la solucin ms adecuada. No estoy seguro de nada, Flora, salvo de que se est incubando una rebelin..., algo parecido a la sublevacin del ao 750, slo que sta probablemente ser mucho peor.
—Estamos preparados para eso? Quiero decir que si ests tan seguro de que...
—Preparados? —La risa de Ennius son como un ladrido—. S, estoy preparado. La guarnicin se halla en estado de alerta, y est armada hasta los dientes. He hecho todo lo posible con los recursos y materiales de los que dispongo..., pero no quiero enfrentarme a una rebelin, Flora. No quiero ser recordado como el Procurador del amotinamiento, no quiero que mi nombre quede unido a la muerte y las matanzas... Me condecorarn por ello, pero dentro de un siglo los libros de historia dirn que he sido un tirano sanguinario. Qu ocurri con el Virrey de Santanni en el siglo sexto? Acaso poda haber hecho algo distinto de lo que hizo, a pesar de que murieron millones de personas? Entonces le rindieron honores, pero quin le elogia ahora? Preferira ser recordado como el hombre que evit una rebelin y salv las vidas intiles de veinte millones de idiotas —aadi Ennius con voz abatida.
—Ests seguro de que no puedes lograrlo..., ni tan siquiera ahora?
Flora se sent a su lado y desliz las yemas de los dedos a lo largo de su mandbula. Ennius le cogi la mano y se la apret.
—Cmo? Todo se vuelve en mi contra... Incluso el Departamento interviene en el conflicto ayudando a los fanticos de la Tierra al enviar aqu a ese doctor Arvardan.
—Pero querido... No creo que ese arquelogo pueda hacer nada tan terrible. Confieso que dice muchas locuras, desde luego, pero qu dao puede causar?
—Es que no est claro? Arvardan quiere que le permitan demostrar que la Tierra es la patria original de la humanidad. Quiere proporcionar apoyo cientfico a la subversin.
—Entonces impide que lo haga.
—No puedo. S, Flora, es la verdad... Existe la teora de que los Virreyes del Emperador pueden hacer cualquier cosa, pero no es as. Arvardan cuenta con una autorizacin escrita del Departamento de Provincias Exteriores. Su viaje ha sido aprobado por el Emperador, y eso me deja totalmente impotente. No podra hacer nada sin apelar previamente al Consejo Central, y para eso se necesitaran meses... Y qu motivos podra dar? Por otra parte, si intentase detener a Arvardan utilizando la fuerza cometera un acto de rebelin, y t sabes muy bien que despus de la Guerra Civil del ao 78o el Consejo Central est ms que dispuesto a destituir a cualquier funcionario imperial que se exceda en el ejercicio de sus poderes. Y qu ocurrira despus? Sera sustituido por alguien que no estara al corriente de la situacin terrestre, y Arvardan seguira adelante con sus trabajos.
Y esto no es lo peor de todo, Flora. Sabes cmo pretende demostrar la antigedad de la Tierra? Adelante, a ver si lo adivinas...
—Te ests burlando de m, Ennius —replic ella con una risa suave y musical—. Cmo quieres que lo adivine? No soy arqueloga... Supongo que mediante excavaciones en las que tratar de encontrar estatuas o huesos antiguos para calcular su antigedad mediante la radiactividad o algo parecido.
—Ojal se tratara de eso... No, segn me explic ayer, lo que se propone hacer es entrar en las zonas radiactivas de la Tierra. Arvardan piensa que all encontrar artefactos humanos, y que una vez los haya encontrado podr demostrar que provienen de una poca anterior a aquella en la que el suelo de la Tierra se hizo radiactivo. l insiste en que la radiactividad es de origen artificial, sabes? As es como fijar las fechas.
—Pero eso es ms o menos lo que he dicho yo, no?
—Sabes lo que significa entrar en las zonas radiactivas? Las llaman Zonas Vedadas, Flora, y es una de las Costumbres ms rgidas de los terrestres. Nadie puede entrar en las Zonas Vedadas, y las zonas radiactivas estn vedadas.
—Pero eso es una suerte para ti, Ennius! Los mismos terrestres detendrn a Arvardan.
—Oh, s, excelente... El Primer Ministro se encargar de detener a Arvardan! Y cmo vamos a convencerle despus de que no se trata de un proyecto oficial, y de que el Imperio no est protegiendo un sacrilegio deliberado?
—El Primer Ministro no puede ser tan quisquilloso, Ennius.
—Eso piensas? —pregunt Ennius, y retrocedi para ver mejor a su esposa. La oscuridad haba sido sustituida por una penumbra en la que la silueta de Flora apenas resultaba visible—. Tu ingenuidad es realmente enternecedora, querida... Pues claro que puede ser tan quisquilloso. Sabes qu ocurri hace aproximadamente cincuenta aos? Te lo contar, y despus podrs juzgar por ti misma. Bien, la Tierra no permite que haya smbolos exteriores del dominio imperial sobre su mundo, porque sus habitantes insisten en que la Tierra tiene todo el derecho legal a gobernar la Galaxia. Supongo que recordars que el joven Stannell II —el Emperador nio que estaba ligeramente chiflado, y que fue eliminado mediante un asesinato despus de haber reinado durante dos aos orden que se izara la ensea imperial en la Cmara del Consejo de Washenn. La orden en s era razonable, puesto que la ensea del Imperio est presente en todas las Cmaras planetarias de la Galaxia como smbolo de la unidad imperial. Pero qu ocurri en este caso? Pues que el da en que se iz la ensea, la ciudad se convirti en un hervidero de disturbios. Los lunticos de Washenn arriaron la ensea imperial y se sublevaron contra la guarnicin. Stannell II estaba lo bastante loco como para exigir que su orden fuera cumplida aunque tuviera que llegarse al extremo de matar a todos los terrestres para conseguirlo, pero por suerte fue asesinado antes de que eso pudiera ocurrir. Edard, su sucesor, cancel la orden de izar la ensea, y volvi a reinar la paz.
—Entonces eso significa que la ensea imperial no volvi a ser izada? —pregunt Flora en un tono de voz impregnado de incredulidad.
—Significa exactamente eso. Por las estrellas, pero si la Tierra es el nico entre los millones y millones de planetas del Imperio que no tiene la ensea imperial izada en su Cmara del Consejo! S, la Tierra, el planeta miserable en el que nos hallamos ahora... Te aseguro que si volviramos a intentarlo los terrestres lucharan hasta la muerte para impedirlo. Y t me preguntas si son quisquillosos? Te digo que estn locos, Flora...
Se hizo el silencio, y la aurora empez a iluminar lentamente el cielo. El silencio acab siendo roto por la voz de Flora.
—Ennius... —murmur la esposa del Procurador.
—S?
—En realidad t no ests preocupado por el dao que esa rebelin que esperas se produzca de un momento a otro pueda causar a tu reputacin, verdad? No sera tu esposa si no fuese capaz de adivinar una parte de los pensamientos que pasan por tu cabeza, y me parece que ests esperando que ocurra algo muy peligroso para el Imperio. No deberas ocultarme nada, Ennius. Temes que los terrestres acaben triunfando, no?
—No puedo hablar de eso, Flora. —Un brillo atormentado ilumin los ojos del Procurador—. Es algo tan dbil que no llega a ser ni una intuicin, comprendes? Puede que cuatro aos de residencia en este planeta sean demasiados aos para un hombre cuerdo. Pero por qu estn tan confiados esos terrestres?
—Cmo sabes que lo estn?
—Oh, te aseguro que as es. Yo tambin tengo mis fuentes de informacin, sabes? Despus de todo ya han sido diezmados tres veces, no? No pueden quedarles ilusiones de ninguna clase... Y sin embargo estn dispuestos a enfrentarse con doscientos millones de mundos, cada uno de los cuales es ms poderoso que el suyo, y confan ciegamente en s mismos. Acaso su fe en algn destino o fuerza sobrenatural que slo tiene significado para ellos puede llegar a ser tan obstinada? Quiz..., quiz...
—Quiz qu, Ennius?
—Quiz cuentan con armas secretas.
—Armas secretas tan potentes que permitirn que un solo mundo derrote a doscientos millones de planetas? Vamos, Ennius... Ests delirando. Ningn arma es capaz de hacer algo semejante.
—Ya te he hablado del sinapsificador.
—Y yo te he explicado cmo puedes controlar los posibles efectos de ese aparato. Sabes de alguna otra arma que puedan utilizar?
—No —replic el Procurador de mala gana.
—Claro, porque no es posible que existan armas semejantes. Y ahora te dir lo que debes hacer, querido. Por qu no hablas con el Primer Ministro y le informas de cules son los planes de Arvardan? Invtale oficiosamente a no concederle el permiso. Eso eliminar toda sospecha de que el gobierno imperial tiene alguna participacin en esta estpida violacin de las Costumbres terrestres..., o por lo menos debera eliminarla. AL mismo tiempo, habrs conseguido detener a Arvardan sin verte involucrado. Despus solicitars al Departamento que te enve dos buenos psiclogos..., o quiz sera mejor que solicitaras a cuatro para que por lo menos te enven dos, y cuando lleguen hars que investiguen las posibilidades de uso del sinapsificador. Nuestros soldados podrn ocuparse del resto, y mientras lo hacen dejaremos que la posteridad se cuide sola. Y ahora por qu no duermes un rato aqu? Podemos desplegar el silln, usars mi manto de pieles para abrigarte, y har que te enven la bandeja con el desayuno apenas te hayas despertado. La luz del sol har que todo resulte distinto.
Y as fue cmo el Procurador Ennius se durmi cinco minutos antes del amanecer, despus de haber permanecido en vela durante toda la noche.
Y ocho horas ms tarde, el Primer Ministro de la Tierra se enter por boca del Procurador en persona de la presencia de Bel Arvardan en el planeta y de la naturaleza de la misin que le haba llevado hasta all.
7
UNA CONVERSACIN CON LOCOS?
En cuanto a Arvardan, lo nico que le interesaba en aquellos momentos era hacer turismo. Su nave Ofiuco, no llegara a la Tierra hasta dentro de un mes, y en consecuencia dispona de todo aquel tiempo para invertirlo de la manera que ms le gustase.
Y se fue el motivo por el que Bel Arvardan se despidi de su anfitrin seis das despus de haber llegado al Everest, y subi a bordo del mayor estratosfrico a retropropulsin de que dispona la Compaa Terrestre de Transportes Areos para hacer el viaje entre el Everest y Washenn, la capital de la Tierra.
Desplazarse a bordo de un aparato comercial en vez de hacerlo en el veloz crucero puesto a su disposicin por Ennius haba sido una eleccin deliberada por su parte. En su calidad de extranjero y de arquelogo, Arvardan senta una considerable curiosidad hacia la existencia cotidiana de los seres humanos que vivan en un planeta tan extrao como era la Tierra.
Y tambin tena otro motivo aparte de la curiosidad.
Arvardan provena del Sector de Sirio, el cual se distingua por la gran intensidad de sus prejuicios antiterrestres; pero siempre le haba complacido pensar que no haba sucumbido a aquellos prejuicios. Como hombre de ciencia y como arquelogo no poda permitrselo, aunque naturalmente se haba acostumbrado a pensar en los terrestres guindose por ciertos moldes caricaturescos, hasta el extremo de que la misma palabra terrestre le resultaba vagamente desagradable; pero no tena verdaderos prejuicios contra ellos.
AL menos eso era lo que crea Arvardan. Por ejemplo, siempre que un terrestre haba querido tomar parte en una de sus expediciones o trabajar a su lado en cualquier tipo de actividad haba sido aceptado..., si posea la cultura y la capacidad necesarias, por supuesto; si haba una vacante, naturalmente..., y si los otros miembros de la expedicin no protestaban demasiado. se era el gran problema. Lo habitual era que los dems se opusieran enrgicamente, y qu poda hacer Arvardan entonces salvo claudicar?
Empez a pensar en el problema. Nunca se le habra pasado por la cabeza la idea de negarse a comer con un terrestre, eso estaba claro, e incluso estaba dispuesto a compartir su alojamiento con un terrestre..., siempre que ste fuera razonablemente limpio y estuviera sano. Arvardan incluso pensaba que ese hipottico terrestre sera tratado en todos los aspectos igual que hubiese tratado a un nativo de cualquier otro planeta, pero no pudo negar ante s mismo que siempre sera consciente de que un terrestre era un terrestre. No poda evitarlo. Era el resultado de una niez transcurrida en un entorno impregnado de fanatismo hasta tales extremos que ste resultaba casi imperceptible, y donde no te quedaba ms remedio que aceptar sus axiomas igual que si fueran una segunda naturaleza. Aun as, cuando salas de l eras capaz de verlo tal y como era realmente al contemplarlo desde el exterior.
Ahora tena una ocasin para ponerse a prueba. Viajaba a bordo de un estratosfrico en el que aparte de l slo haba terrestres y, a pesar de ello, Arvardan se estaba comportando con bastante naturalidad..., aunque sta no llegara a ser total.
Estudi los rostros vulgares y normales de sus compaeros de viaje. Se supona que los terrestres eran distintos, pero Arvardan no estaba muy seguro de si habra podido distinguir a aquellos seres humanos de otros si se hubiese encontrado con ellos por casualidad en medio de una multitud. Acab pensando que no. Las mujeres no eran feas, desde luego... Arvardan enarc las cejas. La tolerancia tambin tena un lmite, naturalmente, y estaba claro que ni tan siquiera se poda llegar a pensar en la posibilidad de un matrimonio mixto.
En cuanto al estratosfrico, le pareca un aparato pequeo y de construccin bastante imperfecta. Se desplazaba gracias a la propulsin atmica, pero la aplicacin del principio estaba muy lejos de ser realmente eficiente. En primer lugar la turbina no se encontraba muy bien aislada; pero Arvardan pens que la presencia de rayos gamma errantes y la elevada densidad de neutrones de la atmsfera quiz pudiera resultar menos importante para los terrestres que para los seres humanos de otros planetas.
De repente el paisaje atrajo su mirada. Vista desde la capa prpura oscuro de los confines de la estratosfera, la Tierra ofreca un aspecto realmente fabuloso. Las inmensas reas brumosas que estaban a la vista debajo de Arvardan (oscurecidas a intervalos por manchones de nubes iluminadas por el sol) tenan el color anaranjado tpico de los desiertos. Detrs de ellas se vea el tenue y confuso lmite de la noche que se iba alejando lentamente de la estratonave, y en el interior de aquellas sombras oscuras se poda distinguir el chisporroteo de las zonas radiactivas.
Las risas de algunos de sus acompaantes hicieron que Arvardan apartara su atencin de la ventanilla. Mir a su alrededor, y vio que las risas parecan centrarse alrededor de una pareja de edad madura, regordeta y muy sonriente.
—Qu ocurre? —pregunt Arvardan a su vecino tocndole con el codo.
—Se casaron hace cuarenta aos y estn haciendo la Gran Gira —le inform el hombre.
—La Gran Gira?
—Ya sabe..., un viaje alrededor de la Tierra.
El hombre maduro estaba relatando de un modo global sus experiencias e impresiones con el rostro sonrojado por la satisfaccin. Su esposa intervena peridicamente en la conversacin corrigiendo escrupulosamente hasta los detalles ms insignificantes, lo cual era recibido y aceptado con el mximo buen humor imaginable. Los pasajeros del estratosfrico escuchaban todo aquello con la mayor atencin, y Arvardan tuvo la impresin de que los terrestres podan llegar a ser tan cordiales y humanos como cualquier otro pueblo de la Galaxia.
—Y para cundo tienen fijados los sesenta? —pregunt alguien de repente.
—Para dentro de un mes, ms o menos —fue la inmediata y satisfecha respuesta que obtuvo—. El diecisis de noviembre, para ser exactos.
—Bueno, espero que tengan la suerte de que haga un da bonito —dijo el hombre que haba hecho la pregunta—. Mi padre lleg a sus sesenta en un da de lluvias torrenciales..., nunca he vuelto a ver otro igual desde entonces. Yo iba con l, porque como ustedes saben a una persona siempre le gusta ms estar acompaad en esas circunstancias, y no par de quejarse de la lluvia ni un momento. Adems, bamos en un vehculo birrueda abierto, y quedamos calados hasta los huesos. Eh, pap, por qu te quejas tanto: —acab dicindole—. Despus de todo, el que tendr que volver soy yo, no?
Hubo una carcajada general a la que se sum la pareja que estaba celebrando el aniversario de boda, pero una desagradable y molesta sospecha empez a cobrar forma en la mente de Arvardan, y el horror le eriz el vello.
—Esos sesenta de los que estn hablando —dijo volvindose hacia su compaero de asiento—. Bueno, ver... He tenido la impresin de que se referan a la eutanasia, no? Quiero decir que..., que ustedes son eliminados cuando cumplen los sesenta aos, verdad?
La voz de Arvardan se debilit un poco cuando su compaero de asiento ahog repentinamente sus ltimas risas para volverse hacia l y escrutarle con una prolongada mirada impregnada de desconfianza.
—Y de qu pens que estaban hablando? —pregunt por fin.
Arvardan hizo un vago gesto con la mano y sonri estpidamente. Conoca la Costumbre de los Sesenta, pero slo de una manera terica..., como algo acerca de lo que haba ledo varios pasajes en un libro o que se comentaba en una publicacin cientfica. Pero ahora se acababa de convencer de que la Costumbre se aplicaba a seres vivos, de que los hombres y mujeres que haba a su alrededor slo podan vivir hasta los sesenta aos porque as lo exiga la Costumbre de los Sesenta.
Su compaero de asiento segua mirndole fijamente.
—Oiga, de dnde viene usted? —pregunt de repente—. Es que no conocen los Sesenta en su ciudad?
—All los llamamos La Hora —respondi Arvardan con un hilo de voz—. Soy de all...
Movi un pulgar sealando por encima del hombro, y pasados unos segundos el rostro de su compaero de asiento fue perdiendo poco a poco su expresin dura e inquisitiva.
Arvardan frunci los labios. Los terrestres eran muy desconfiados, desde luego. Por lo menos aquella faceta de la caricatura corresponda a la realidad.
El hombre maduro estaba volviendo a hablar.
—Ella me acompaar —explic sealando a su risuea esposa—. No le corresponde hasta tres meses ms tarde, pero cree que no hay por qu esperar y que ser mejor que nos vayamos juntos. Verdad que s, gordita?
—Oh, s —respondi ella con una risita jovial—. Todos nuestros hijos estn casados y ya tienen sus hogares, as que sera una carga para ellos. De todas maneras, no podra vivir sin mi viejo..., as que nos iremos juntos.
Despus todos los pasajeros parecieron enfrascarse en un clculo aritmtico para averiguar cunto tiempo le quedaba a cada uno, para lo que tuvieron que transformar los meses en das. El proceso ocasion varias discusiones entre los matrimonios.
—Me quedan exactamente doce aos, tres meses y cuatro das —manifest rotundamente un hombrecillo de expresin decidida al que la ropa le quedaba bastante apretada—. Doce aos, tres meses y cuatro das, ni uno ms ni uno menos...
—Siempre que no se muera antes, naturalmente —fue la muy razonable respuesta de alguien.
—Tonteras —contest inmediatamente el hombrecillo—. No tengo la ms mnima intencin de morirme antes! Acaso tengo el aspecto de ser uno de esos hombres que se mueren antes? Vivir doce aos, tres meses y cuatro das, y no hay aqu un solo hombre con las agallas suficientes para negarlo.
Su expresin al decir aquello era verdaderamente amenazadora.
Un joven esbelto y elegante se quit de los labios un cigarrillo muy largo.
—Tienen mucha suerte al poder calcularlo con tanta exactitud —coment en tono sombro—. Hay muchos hombres que viven ms tiempo del que les corresponde.
—Ya lo creo que s —respondi el otro.
Hubo un coro general de asentimientos que fue acompaado por un murmullo de indignacin.
—No es que tenga ninguna objecin al hecho de que un hombre o una mujer deseen seguir viviendo despus de haber cumplido los sesenta hasta el prximo da de reunin del Consejo, sobre todo si tienen que terminar de resolver algn asunto pendiente —sigui diciendo el joven mientras alternaba las caladas al cigarrillo con una complicada maniobra destinada a desprender la ceniza—. Pero esos granujas y parsitos que intentan llegar al prximo Censo consumiendo los alimentos que deberan destinarse a la nueva generacin...
Hablaba como si sintiese un resentimiento personal hacia aquellos casos.
—Pero las edades de todo el mundo estn registradas en los archivos, no? —intervino Arvardan en voz baja y suave—. Nadie puede seguir viviendo despus de haber cumplido los sesenta, verdad?
Se produjo un silencio general en el que haba una buena dosis de desprecio hacia aquella estpida manifestacin de idealismo. El silencio se prolong hasta que un pasajero empez a hablar en tono mesurado y diplomtico, como si quisiera poner punto final al tema.
—Bueno, supongo que vivir ms all de los sesenta no sirve de mucho —dijo.
—No si uno es granjero —replic vigorosamente otro pasajero—. Despus de haber pasado medio siglo trabajando en los campos hace falta estar loco para no aceptar el fin de ese tipo de vida, desde luego... Pero qu me dice de los burcratas y de los hombres de negocios?
El hombre maduro cuyo cuadragsimo aniversario de bodas haba iniciado la conversacin acab emitiendo su parecer, quiz envalentonado porque al ser una vctima inminente de los sesenta ya no tena nada que perder.
—En cuanto a eso, depende de las relaciones que uno tenga —manifest, y gui un ojo maliciosamente—. En una ocasin conoc a un hombre que cumpli sesenta aos un da despus del Censo 8io, y que sigui viviendo hasta ser descubierto en el Censo 820. Cumpli sesenta y nueve aos antes de irse... Sesenta y nueve aos! Imagnenselo!
—Y cmo lo consigui?
—Tena un poco de dinero y su hermano era miembro de la Sociedad de Ancianos. Con esa combinacin no hay prcticamente nada que resulte imposible.
Sus palabras merecieron la aprobacin general.
—Oigan, un to mo vivi un ao de ms —dijo enfticamente el joven del cigarrillo—. Apenas un ao... Ya saben, era uno de esos tipos egostas que no tienen muchas ganas de irse, aunque para lo que le importbamos no entiendo por qu quera seguir viviendo. Yo no estaba enterado, porque de haberlo estado le hubiese denunciado. S, pueden creerme... Cuando te llega la hora tienes que irte, no? Es la nica forma de ser justo con la siguiente generacin. Bueno, acabaron descubrindolo y cuando menos nos lo esperbamos mi hermano y yo tuvimos que comparecer ante la Hermandad. Nos preguntaron por qu no habamos denunciado a mi to. Yo dije que no saba nada al respecto, y que en mi familia nadie saba nada. Les expliqu que haca diez aos que no habamos visto a mi to, y mi padre lo confirm; pero a pesar de eso nos impusieron una multa de quinientos crditos. Eso es lo que ocurre cuando no tienes ninguna clase de influencias...
Una expresin de repugnancia se fue extendiendo poco a poco por las facciones de Arvardan. Sera posible que aquellas personas estuvieran lo suficientemente locas como para aceptar la muerte con tanta tranquilidad y para odiar a los parientes y amistades que intentaban salvar su vida? Arvardan se pregunt si no habra subido por error a un estratosfrico que transportaba un contingente de lunticos destinados al manicomio..., o a la eutanasia. Sera posible que aquellos hombres y mujeres capaces de decir cosas semejantes fuesen terrestres normales y corrientes?
Su vecino estaba volviendo a mirarle, y de repente su voz interrumpi el curso de los pensamientos de Arvardan.
—Eh, amigo, dnde queda all?
—Perdone, qu ha dicho?
—Hace un rato le pregunt de dnde vena, y usted me respondi que de all. Dnde est all? Eh?
Arvardan fue repentinamente consciente de que todos los ojos estaban clavados en l, y de que en cada par de pupilas arda el brillo de la desconfianza. Pensaran que era miembro de la Sociedad de Ancianos? Y si sus preguntas les haban parecido los seuelos de un provocador?
Decidi enfrentarse a la situacin siendo lo ms sincero posible.
—No vengo de ningn lugar de la Tierra —dijo—. Me llamo Bel Arvardan, y procedo de Baronn, Sector de Sirio. Cmo se llama usted? —aadi extendiendo al mismo tiempo la mano hacia su compaero de asiento.
Fue como si hubiera dejado caer una cpsula explosiva atmica en el suelo del estratosfrico.
La expresin de horror silencioso que se extendi por todos los rostros en cuanto hubo acabado de hablar no tard en ser sustituida por una hostilidad colrica y amargada que pareci fulminar a Arvardan. El hombre que haba estado sentado a su lado se apresur a levantarse y se cambi a otro asiento, cuyos ocupantes se apretujaron para hacerle sitio.
Las cabezas giraron en otra direccin. Arvardan se vio rodeado de hombros que le aislaban, y sinti una fugaz indignacin. Que unos terrestres fueran capaces de tratarle as..., unos terrestres! Les haba ofrecido cordialmente su mano..., l, un nativo de Sirio, haba condescendido a tratar con ellos, y haba sido rechazado!
Hizo un gran esfuerzo para serenarse. Resultaba evidente que el fanatismo nunca obraba en un solo sentido. El odio engendraba ms odio!
De repente not que haba alguien a su lado y volvi la cabeza en esa direccin.
—S? —pregunt con voz ofendida.
Era el joven del cigarrillo.
—Hola. Me llamo Creen—dijo encendiendo otro cigarrillo mientras hablaba—. Vamos, no se deje afectar por lo que hagan esos imbciles...
—No me ha afectado —respondi secamente Arvardan.
Su nueva compaa no le gustaba demasiado, y no estaba de humor para recibir los consejos condescendientes de un terrestre.
Pero Creen pareca incapaz de captar los matices ms delicados de una reaccin. Dio una vigorosa calada a su cigarrillo y golpe delicadamente el brazo del asiento con l, dejando caer la ceniza en el pasillo central.
—Patanes! —murmur despectivamente—. Son una pandilla de granjeros... Les falta visin galctica, entiende? No les haga caso... En cambio yo... Bueno, yo tengo una filosofa muy distinta. Mi lema es Vive y deja vivir, entiende? No tengo nada contra los espaciales. Si quieren ser cordiales conmigo, yo lo ser con ellos.
Qu demonios... Ellos no pueden evitar el ser espaciales, igual que yo no niego ser un terrestre. No cree que tengo razn?
El joven dio un par de palmaditas sobre la mueca de Arvardan como si se hubieran conocido de toda la vida.
Arvardan hizo un gesto de asentimiento y sinti que sus msculos se tensaban bajo el roce de aquella mano. Mantener contacto social con un hombre que lamentaba haber perdido una oportunidad de provocar la muerte de su to no le resultaba nada agradable fuera cual fuese su planeta de origen.
—Va a Chica? —pregunt Creen echndose hacia atrs—. Cmo dijo que se llamaba? Albadan?
—Me llamo Arvardan... S, voy a Chica.
—Yo nac all, sabe? Ah, Chica..., la ciudad ms condenadamente maravillosa de toda la Tierra. Se quedar mucho tiempo all?
—Quiz. Todava no he hecho planes al respecto.
—Hmmmm... Oiga, espero que no le moleste que le diga que me he estado fijando en su camisa. Me permite verla un poco ms de cerca? Confeccionada en Sirio, eh?
—S.
—Una tela excelente. En la Tierra no hay forma de conseguir nada remotamente parecido... Oiga, amigo, no tendr por casualidad una camisa igual en la maleta? Si quisiese venderla yo se la comprara al instante. Es una camisa elegantsima.
Arvardan mene la cabeza enfticamente.
—Lo lamento, pero mi guardarropa no es demasiado abundante. Pienso ir comprando ropa en la Tierra a medida que la vaya necesitando.
—Le pagar cincuenta crditos por ella —dijo Creen. No obtuvo respuesta—. Es un buen precio —aadi en un tono algo resentido.
—S, es un precio magnfico —asinti Arvardan—, pero ya le he explicado que no dispongo de camisas para vender.
—Bueno —murmur Creen, y se encogi de hombros—. Supongo que se quedar una temporada en la Tierra, no?
—Quiz.
—A qu se dedica?
El arquelogo permiti que la irritacin que senta se hiciera visible por fin.
—Oiga, seor Creen, si no tiene inconveniente... En fin, estoy un poco cansado y me gustara dormir un rato. Espero que no le moleste, pero...
—Eh, qu mosca le ha picado? —pregunt Creen frunciendo el ceo—. Qu pasa, es que los sirianos no creen en la amabilidad o qu? Le he hecho una pregunta, nada ms... Slo intentaba ser afable. No hace falta que me muerda por ello.
Hasta aquellos momentos la conversacin se haba estado desarrollando en voz baja, pero Creen fue subiendo el tono hasta acabar casi gritando. Los rostros hostiles se volvieron hacia Arvardan, y el arquelogo tens los labios.
Pens que l mismo se lo haba buscado, y sinti una punzada de amargura. Si se hubiese mantenido alejado desde el primer momento y no hubiera sentido la necesidad de exhibir su maldita tolerancia imponindosela a personas que no la necesitaban para nada, ahora no estara metido en aquel lo.
—Seor Creen, yo no le he pedido que me hiciese compaa y no le he faltado al respeto en ningn momento —dijo en el tono ms tranquilo y razonable de que fue capaz—. Le repito que estoy cansado y que deseo dormir... Creo que no hay nada malo en eso, verdad?
—Oiga, no tiene por qu tratarme como si fuese un perro callejero —exclam el joven. Se puso en pie, arroj violentamente su cigarrillo al suelo y seal a Arvardan con un dedo—. Espaciales asquerosos... Vienen aqu con su altivez y sus discursitos y creen que eso les da derecho a pisotearnos, no? Bueno, pues no tenemos por qu aguantar su presencia, entiende? Si esto no le gusta, vuelva al sitio del que ha venido; y si contina provocndome mucho rato ver cmo le doy una leccin. Cree que le tengo miedo?
Arvardan volvi la cabeza y clav la mirada en la ventanilla.
Creen no dijo nada ms, y volvi al asiento en el que haba estado sentado antes. Un murmullo nervioso empez a recorrer la cabina del estratosfrico, pero Arvardan no le prest atencin. Sinti ms que vio las miradas cargadas de veneno que se clavaban en l, y las soport hasta que la atencin de que era objeto se fue disipando poco a poco como ocurre con todas las cosas.
El asiento que haba a su lado permaneci vaco hasta el final del viaje, y Arvardan no volvi a abrir la boca.
El aterrizaje en el aerdromo de Chica fue todo un alivio. Arvardan sonri para sus adentros al ver por primera vez desde el aire la ciudad ms condenadamente maravillosa de toda la Tierra; pero no tard en descubrir que Chica significaba una notable mejora en comparacin con la atmsfera cargada de hostilidad del estratosfrico.
Vigil la operacin de descarga de su equipaje e hizo que fuese llevado a un taxi de dos ruedas. AL menos all sera el nico pasajero, por lo que si no hablaba ms de lo necesario con el conductor no habra muchas probabilidades de que se metiera en los.
—A la Casa del Estado —dijo, y el conductor puso en marcha el vehculo.
As fue como Arvardan lleg por primera vez a Chica, y lo hizo el mismo da en el que Joseph Schwartz huy de su habitacin en el Instituto de Investigaciones Nucleares.
Creen sigui con la mirada la marcha de Arvardan. Sus labios estaban curvados en una sonrisa siniestra. Sac su libretita y la estudi detenidamente entre calada y calada al cigarrillo. A pesar de la historia de su to (un truco que ya haba utilizado frecuentemente con buenos resultados), no haba conseguido gran cosa de los pasajeros. El viejo haba protestado porque un hombre haba vivido ms tiempo del que le tocaba, y haba atribuido el que lo hubiese conseguido a su relacin con la Sociedad de Ancianos. Eso poda ser considerado como una calumnia contra la Hermandad; pero el viejo cumplira los sesenta dentro de un mes, as que no vala la pena que anotara su nombre en la libretita.
Pero el espacial..., bueno, eso era muy distinto. Repas las anotaciones con una sensacin de jbilo. Bel Arvardan, Baronn, Sector de Sirio. Parece interesado en los Sesenta. Muy discreto respecto a sus actividades. Lleg a Chica el 12 de octubre en un vuelo estratosfrico comercial a las 11 de la maana, hora de Chica. Claros sentimientos antiterrestres.
Quiz por fin haba pescado un pez gordo. Pillar a los gruones que hacan comentarios indiscretos resultaba cada vez ms aburrido, pero sorpresas ocasionales como aqulla lo compensaban sobradamente.
La Hermandad dispondra de su informe antes de que hubiera transcurrido media hora. Creen sali del aeropuerto sin apresurarse.
8
ENCUENTRO EN CHICA
El doctor Shekt estaba hojeando por vigsima vez su ltimo volumen de anotaciones cuando Pola entr en su despacho. Shekt alz la mirada, y vio que Pola frunca el ceo mientras se pona la bata blanca.
—An no has comido, pap?
—Eh? Pues claro que s... Oh, qu es esto?
—Esto es el almuerzo o al menos lo era. Lo que comiste debe de haber sido el desayuno. No s de qu sirve que compre comida y la traiga aqu si no te la comes. Acabar teniendo que obligarte a ir a comer a casa.
—Vamos, Pola no te enfades... Te aseguro que me lo comer. No puedo interrumpir un experimento vital cada vez que a ti te parece que debo alimentarme! —protest Shekt. Pero cuando lleg al postre ya volva a estar de buen humor.
—No puedes ni imaginarte qu clase de hombre es Schwartz... —dijo—. Te he hablado alguna vez de sus suturas craneanas?
—Me dijiste que tienen un aspecto muy primitivo.
—Pero eso no es todo, Pola... Tiene treinta y dos dientes, sabes? Tres muelas arriba y tres abajo a cada lado, contando una muela artificial que debe de ser de fabricacin casera a juzgar por su aspecto. Puedo asegurarte que nunca haba visto un puente dental que estuviera sujeto mediante ganchos de metal a los dientes de al lado, en lugar de estar adherido a la mandbula... Pero has visto alguna vez a una persona con treinta y dos dientes?
—No me dedico a ir por ah contando los dientes de la gente, pap. Cul es el nmero correcto? Veintiocho?
—Tan cierto como que el espacio es grande, hija, pero an no he terminado. Ayer le hicimos un examen interno. Qu crees que encontramos? Venga, adivnalo!
—Intestinos?
—Pola, me ests tomando el pelo deliberadamente, pero me da igual. No hace falta que intentes adivinarlo, yo te lo dir... Schwartz tiene un apndice vermicular de siete centmetros de longitud, y est abierto! Es algo que no tiene precedentes! Hice algunas averiguaciones en la facultad de medicina..., con mucha discrecin, naturalmente..., y me enter de que los apndices jams superan el centmetro y de que nunca estn abiertos.
—Y qu significa todo eso?
—Pues que estamos ante un caso de regresin..., que Schwartz es un fsil viviente, dicho en otras palabras. —Shekt se haba levantado de la silla y haba empezado a ir y venir rpidamente por la habitacin—. Voy a decirte una cosa, Pola: creo que no debemos devolver a Schwartz. Es un ejemplar demasiado valioso.
—No. No, pap —se apresur a decir Pola—. No puedes retenerle. Prometiste al granjero que le devolveras a Schwartz al cabo de una semana, y debes hacerlo por el bien del mismo Schwartz. No es feliz aqu.
—Que no es feliz aqu! Pero si le estamos tratando mejor que si fuese un millonario espacial!
—Y qu importa eso? El pobre hombre est acostumbrado a su granja y a la compaa de su familia. Pas all toda su vida, entiendes? Ahora acaba de sufrir una experiencia espantosa y quiz tambin bastante dolorosa, y su mente ha empezado a funcionar de otra manera. No puedes pretender que lo comprenda, pap. Debemos tener en cuenta sus derechos como ser humano y permitir que vuelva con su familia.
—Pero Pola... La causa de la ciencia...
—Oh, paparruchas! Qu me importa a m la causa de la ciencia? Qu crees que opinar la Hermandad cuando se entere de que has estado haciendo experimentos sin su autorizacin? ;Crees que a ellos les interesa lo ms mnimo la causa de la ciencia? Si no quieres pensar en Schwartz, piensa al menos en ti mismo. Cuanto ms tiempo est retenido aqu, ms aumentan las probabilidades de que te descubran. Enva a Schwartz a su casa maana por la noche tal y como pensabas hacer en un principio. Me has odo, pap? Ahora bajar para ver si Schwartz necesita algo antes de almorzar.
Pero Pola regres antes de que hubieran transcurrido cinco minutos. Tena el semblante cubierto de sudor y tan blanco como la tiza.
—Pap, se ha ido!
—Quin se ha ido? —pregunt Shekt dando un respingo.
—Schwartz! —grit Pola al borde de las lgrimas—. Oh pap... Se te debi de olvidar cerrar la puerta con llave cuando saliste de su habitacin.
—Cunto hace que se ha ido? —pregunt Shekt.
Se puso en pie y tuvo que apoyar una mano sobre la mesa para no tambalearse.
—No lo s, pero no puede haber pasado mucho tiempo... Cundo estuviste all por ltima vez?
—No hace ni un cuarto de hora... Cuando entraste llevaba como mucho un par de minutos aqu.
—Bien —exclam Pola con sbita decisin—. Quiz est vagando por los alrededores, as que ir a echar un vistazo. T te quedars aqu. Si alguien le detiene no deben relacionarle contigo. Me has entendido?
Shekt estaba tan aturdido que slo consigui asentir en silencio.
Cambiar el encierro de su habitacin en el hospital por los grandes espacios de la ciudad no haba hecho que Joseph Schwartz se sintiera ms animado. No se haba engaado a s mismo dicindose que contaba con un plan de accin, pues Schwartz saba muy bien que se estaba limitando a improvisar a cada momento.
Si haba algn impulso irracional que guiara sus pasos (y que se diferenciase del simple deseo ciego de cambiar la inactividad por una actividad de cualquier tipo), ste era la esperanza de que el tropiezo casual con alguna faceta de la existencia pudiera devolverle la memoria perdida. Schwartz haba llegado a estar totalmente convencido de que padeca amnesia.
Pero el primer vistazo a la ciudad result bastante descorazonador. La tarde ya estaba avanzada, y Chica tena un aspecto blanco lechoso bajo la luz del sol. Los edificios parecan construidos de porcelana, como aquella casita en el campo que haba encontrado antes.
Un instinto profundamente arraigado en su interior le deca que las ciudades deban ser marrones y rojas, y que deban estar mucho ms sucias. Schwartz estaba seguro de ello.
Empez a caminar sin apresurarse. Algo le haca sospechar que no sera objeto de una bsqueda organizada. Lo saba sin comprender cmo haba llegado a saberlo, y lo cierto era que durante los ltimos das Schwartz se haba ido volviendo cada vez ms sensible a la atmsfera, a la sensacin de las cosas que le rodeaban. Eso formaba parte del enigma en que se haba convertido su mente desde que..., desde que...
El pensamiento se disip antes de que hubiera podido llegar a formarse.
Y estaba claro que en el hospital reinaba una atmsfera de clandestinidad que le haba parecido estaba impregnada de temor, as que no armaran ningn escndalo para perseguirle. Schwartz lo saba, s, pero por qu tena que saberlo? Sera posible que aquella extraa y nueva actividad de su mente tuviera alguna relacin con lo que ocurra en los casos de amnesia?
Cruz otra calle. Los vehculos con ruedas eran relativamente escasos. Los peatones eran..., bueno, eran peatones. Sus prendas resultaban un poco cmicas: no tenan costuras ni botones y tendan a lo multicolor. Pero a las suyas les ocurra lo mismo, claro. Schwartz se pregunt dnde estara la ropa que llevaba puesta antes, y enseguida se pregunt si alguna vez habra llegado a tener ropas como las que recordaba. Cuando empiezas a dudar de tu memoria resulta muy difcil sentirse seguro de algo.
Pero Schwartz se acordaba con gran claridad de su esposa y de sus hijos. No podan ser creaciones de su imaginacin. Se qued inmvil al borde de la acera e intent recuperar la calma que haba perdido tan de repente. Quiz su esposa y sus hijos no eran ms que versiones deformadas de personas reales a las que deba encontrar en aquella vida de apariencia tan absurda.
La gente tropezaba con l al ir y venir por la calle, y algunas personas murmuraban frases hostiles. Schwartz reanud la marcha, y de repente se le ocurri que tena apetito o que lo tendra muy pronto, y que careca de dinero.
Mir a su alrededor. No haba nada parecido a un restaurante a la vista. Bueno, y cmo lo saba? No era capaz de leer los carteles, verdad?
Empez a estudiar el interior de todos los establecimientos ante los que pasaba, y acab encontrando uno que consista en un saln con mesitas aisladas. En una de ellas haba sentados dos hombres, y en otra haba un hombre solo; y los tres estaban comiendo.
Por lo menos aquello no haba cambiado. Cuando coman los seres humanos an masticaban y tragaban.
Entr y se qued inmvil unos momentos contemplando el local con expresin sorprendida. No haba barra, nadie cocinaba y no se vean rastros de que hubiese una cocina. Schwartz haba pensado en ofrecerse a lavar los platos sucios a cambio de que le dieran de comer, pero a quin poda dirigirse para ofrecer sus servicios como lavaplatos?
Se acerc recelosamente a los dos comensales.
—Comida! —articul con dificultad mientras sealaba con el dedo—. Dnde? Por favor...
Los dos hombres le miraron con cierta perplejidad. Uno de ellos habl muy deprisa diciendo algo incomprensible, y golpe con la .palma de la mano una estructura de pequeas dimensiones instalada en el extremo de la mesa que se una a la pared. El otro le imit con ms impaciencia.
Schwartz baj la mirada. Se dio la vuelta disponindose a marcharse, y de repente sinti una mano sobre su manga...
Granz se haba fijado en Schwartz cundo ste slo era un rostro regordete y preocupado pegado al escaparate que espiaba el interior.
—Qu querr ese tipo? —haba preguntado.
Messter, que estaba sentado al otro lado de la mesita dando la espalda a la calle, gir la cabeza, le mir, se encogi de hombros y no dijo nada.
—Est entrando —coment Granz.
—Y qu? —replic Messter.
—Nada. Era hablar por hablar...
Pero un momento despus el recin llegado se acerc a ellos despus de haber contemplado con expresin aturdida cuanto les rodeaba, y seal el guiso de carne.
—Comida! Dnde? Por favor... —dijo con acento extrao.
—La comida est aqu, compaero —replic Granz levantando la vista—. Acerque una silla a la mesa que prefiera y utilice el afimentmata..., el alimentmata! No sabe lo que es? Fjate en ese pobre idiota, Messter. Me mira como si no entendiera ni una sola palabra de lo que le estoy diciendo... Eh, compaero... S, esta cosa de aqu. Mire, eche una moneda dentro y djeme comer en paz, de acuerdo?
—No le hagas caso —gru Messter—. No es ms que un mendigo que pide limosna.
—Eh, espere! —exclam Granz, y cogi a Schwartz por la manga cuando ste se volva para irse—. Dejemos que coma —le dijo a Messter en voz baja—. Probablemente no le falta mucho para llegar a los sesenta, as que lo menos que puedo hacer es echarle una mano—. Eh, amigo, tiene dinero? Gran Galaxia, parece que sigue sin entenderme... Dinero, amigo, dinero! Esto... —Sac de su bolsillo una reluciente moneda de medio crdito y la hizo girar entre sus dedos para que reflejase la luz—. Tiene algo? —insisti.
Schwartz mene lentamente la cabeza.
—Bueno, pues entonces le invito! —dijo Granz.
Volvi a guardar el medio crdito en su bolsillo y le ofreci una moneda bastante ms pequea.
Schwartz la cogi despus de un leve titubeo.
—Muy bien... Y ahora no se quede ah parado. Mtala en el alimentmata..., en este aparato de aqu.
Y de repente Schwartz lo comprendi todo. El alimentmata tena un serie de ranuras para las monedas de distintos tamaos, y otra serie de protuberancias circulares colocadas frente a rectangulitos blancos cuyas inscripciones no poda leer. Schwartz seal la comida que haba encima de la mesa, y desliz el ndice sobre la hilera de protuberancias mientras arqueaba las cejas y pona cara de interrogacin.
—No se conforma con un bocadillo, eh? —coment Messter, cada vez ms asombrado—. Parece que los mendigos de esta ciudad se han vuelto muy aristocrticos ltimamente... No se gana nada ayudndoles, Granz.
—Bah, slo me costar ochenta y cinco cntimos de crdito, y de todas formas maana es da de paga... Adelante, srvase —aadi dirigindose a Schwartz. Meti las monedas en el alimentmata y sac un recipiente metlico de un pequeo nicho que se abri en la pared—. Ahora llveselo a otra mesa... No, gurdese el cambio. Le servir para tomar una taza de t.
Schwartz se apresur a llevar el recipiente a una mesa cercana. En un lado del recipiente haba una cuchara adherida mediante una cinta transparente que se rompi bajo la presin de su ua; y simultneamente la tapa del recipiente se abri en una juntura casi invisible y se dobl sobre s misma.
A diferencia de lo que estaban comiendo los dos hombres, su guiso estaba fro, pero era un detalle sin importancia. Un minuto ms tarde Schwartz not que la comida se iba calentando poco a poco, y que el recipiente estaba perceptiblemente ms caliente al tacto. Se alarm un poco, dej de comer y esper.
El guiso despidi unas nubecillas de vapor y despus burbuje durante un rato. Schwartz esper a que se hubiese enfriado un poco y acab de comer.
Granz y Messter seguan all cuando se march, igual que el tercer hombre al que Schwartz no haba prestado ni la ms mnima atencin durante todo el tiempo que estuvo dentro del local.
Y despus de haber salido del Instituto tampoco se haba fijado en el hombrecillo delgado que, sin dar en ningn momento la impresin de que le segua, haba conseguido no perder de vista a Schwartz hasta entonces.
Despus de darse una ducha y cambiarse de ropa, Bel Arvardan satisfizo su intencin original de observar la subespecie terrestre del animal humano en su medio ambiente nativo. El clima era agradable, la brisa suave y refrescante y la aldea —perdn, la ciudad— misma ofreca un aspecto resplandeciente, limpio y apacible.
No estaba nada mal.
Chica, primera etapa —pens Arvardan—. La mayor concentracin de terrestres que existe en todo el planeta. Despus Washenn, capital de la Tierra... Y luego Senloo, Senfran, Bonair! Haba trazado un itinerario por todos los continentes occidentales (donde viva la mayor parte de la escasa y altamente dispersa poblacin de la Tierra), y si pasaba dos o tres das en cada ciudad se encontrara de regreso en Chica a tiempo para estar presente cuando llegara la nave en que emprendera su expedicin.
Sera un viaje muy instructivo.
Entr en un local de alimentmatas cuando empezaba a declinar la tarde, y mientras coma observ el pequeo drama que se desarroll entre los dos terrestres que haban entrado poco despus que l y el hombre regordete de mediana edad que apareci ms tarde; pero su contemplacin fue indiferente y casual, y Arvardan se limit a archivarla en su mente como un detalle pintoresco que compensaba la desagradable experiencia que haba tenido en el estratosfrico. Resultaba obvio que los dos hombres se ganaban la vida conduciendo aerotaxis y que no eran ricos, pero sin embargo se mostraron caritativos.
El mendigo abandon el local, y Arvardan hizo lo mismo dos minutos despus.
La jornada laboral tocaba a su fin, y las calles estaban visiblemente ms transitadas.
Arvardan se apresur a hacerse a un lado para no chocar con una muchacha.
—Disculpe —dijo.
La muchacha vesta una prenda blanca que tena las lneas estereotipadas tpicas de un uniforme, y pareca no haberse dado cuenta de que haban estado a punto de chocar. La expresin de ansiedad de su rostro, la forma en que giraba la cabeza hacia uno y otro lado y su aire de preocupacin general hacan que la situacin resultara obvia.
Arvardan roz su hombro con un dedo.
—Puedo serle de utilidad en algo, seorita?
La muchacha le lanz una mirada asombrada. Arvardan calcul su edad entre los diecinueve y los veintin aos, y observ con atencin su cabellera castaa y sus ojos oscuros, sus pmulos altos y su mentn pequeo, la cintura fina y la esbeltez general del cuerpo. De repente descubri que el saber que aquella personita del sexo femenino era terrestre daba una especie de picarda perversa a su atractivo.
Pero la muchacha segua observndole con expresin desconcertada, y cuando habl lo hizo en un tono de voz tembloroso y entrecortado que pareca indicar que estaba a punto de perder el control de sus nervios.
—Oh, es intil —dijo—. No se preocupe por m... Es ridculo pensar que se puede encontrar a una persona cuando no se tiene ni la menor idea del sitio al que ha ido. —Estaba agobiada por la desilusin, y tena los ojos hmedos. La muchacha se irgui e hizo una profunda inspiracin de aire—. Ha visto a un hombre regordete que mide aproximadamente metro sesenta, viste de verde y blanco, va sin sombrero y es bastante calvo?
—Cmo? —exclam Arvardan mirndola asombrado—. Que viste de verde y blanco? Oh, no creo que ese... Oiga, el hombre al que se refiere tiene..., tiene dificultades para hablar?
—S, s! Oh, s! Entonces ha visto a ese hombre?
—Hace menos de cinco minutos estaba ah dentro comiendo con dos hombres. Son esos de ah. Eh, ustedes dos...
Arvardan les hizo seas.
—Taxi, seor? —pregunt Granz, que fue el primero en llegar.
—No, pero si le dice a la seorita qu ha sido del hombre que comi con ustedes se ganar el equivalente de un viaje sin necesidad de hacerlo.
Granz pareci desolado.
—Bueno, me gustara poder ayudarles, pero no le haba visto en toda mi vida hasta ahora.
—Oiga, seorita, si se hubiese ido en la direccin de la que ha venido usted yo le habra visto —dijo Arvardan volvindose hacia la muchacha—. No puede estar muy lejos... Qu le parece si seguimos un rato por esta calle en direccin norte? Reconocer a ese hombre si le veo.
Su ofrecimiento de ayuda fue un impulso, a pesar de que generalmente Arvardan no era un hombre impulsivo. Mir a la muchacha aguardando su respuesta y sonri.
—Qu ha hecho, seorita? —pregunt Granz de repente—. Supongo que no habr violado ninguna Costumbre, verdad?
—No, no —se apresur a responder ella—. Est..., est un poco enfermo, nada ms.
—Un poco enfermo? —repiti Messter siguindoles con la mirada cuando se fueron. Ech su gorra hacia atrs y se pellizc el mentn con expresin pensativa—. Has odo eso, Granz? Un poco enfermo...
Sus ojos se clavaron en el rostro de su compaero durante unos momentos.
—Qu te ocurre? —le pregunt Granz, un poco intranquilo.
—Se me acaba de ocurrir una idea que a lo mejor tambin acaba ponindome enfermo... Ese tipo debe de haberse fugado del hospital. La muchacha que le buscaba era enfermera, y pareca estar muy preocupada. Por qu tena que estar tan preocupada si ese tipo slo estaba un poco enfermo? Apenas poda hablar y no entenda nada. Lo notaste, verdad?
Un brillo de pnico apareci de repente en los inmensos ojos de Granz.
—No estars pensando que tena la fiebre, eh?
—Pues claro que pienso que tena la fiebre de radiacin..., y pareca un caso bastante grave. Adems recuerda que estuvo a pocos centmetros de nosotros. Nunca conviene...
Un hombrecillo delgado pareci surgir de la nada junto a ellos. Tena los ojos brillantes y la mirada muy penetrante.
—Qu estn diciendo, seores? —pregunt con voz estridente—. Quin tiene la fiebre de radiacin?
—Quin es usted? —preguntaron los dos conductores de aerotaxi lanzndole miradas desconfiadas.
—Vaya, as que quieren saber quin soy, eh? —exclam el hombrecillo—. Pues da la casualidad de que soy un mensajero de la Hermandad. —Mostr la pequea insignia reluciente que llevaba debajo de la solapa del abrigo—. Ahora les exijo en nombre de la Sociedad de Ancianos que me expliquen qu significa esta historia sobre la fiebre de radiacin.
—Oiga, yo no s nada —respondi Messter con voz asustada—. Una enfermera andaba buscando a un tipo enfermo, y yo me pregunt si no padecera la fiebre de radiacin. Eso no es ninguna violacin de las Costumbres, verdad?
—As que usted me habla de las Costumbres, eh? Ser mejor que se ocupe de sus cosas, y deje que yo me ocupe de las Costumbres, entendido?
El hombrecillo se frot las manos, mir rpidamente a su alrededor y se alej con paso presuroso en direccin norte.
—All est! —exclam Pola, y apret nerviosamente el codo de su acompaante.
Todo haba ocurrido muy deprisa y con la extraa facilidad de las casualidades. El hombre regordete haba aparecido de repente cuando ms desesperados estaban al no encontrarle. Estaba junto a la entrada principal de unos grandes almacenes de autoservicio, a menos de tres manzanas del local de alimentmatas.
—Ya le veo —susurr Arvardan—. Ahora qudese atrs y deje que yo le siga. Si la ve y se confunde con la muchedumbre nunca conseguiremos volver a dar con l.
Le siguieron disimuladamente en una especie de cacera de pesadilla. La multitud que llenaba el local era una cinaga que poda absorber a su presa lenta o rpidamente, y ocultarla indefinidamente para vomitarla en el momento ms inesperado, levantando barreras inexpugnables que les impediran llegar hasta l. La muchedumbre casi pareca tener una malvola y consciente mente propia.
Arvardan dio un rodeo a un mostrador movindose tan cautelosamente como si Schwartz fuera un pez atrapado en el extremo de su sedal. Estir la mano y sus dedos se cerraron sobre el hombro de Schwartz.
Schwartz solt un chorro de palabras ininteligibles, puso cara de susto e intent librarse a tirones; pero la mano de Arvardan era capaz de retener a hombres mucho ms fuertes que l, y el arquelogo se limit a sonrer y mantuvo la presin.
—Hola, viejo amigo —dijo en el tono ms normal posible en beneficio de posibles espectadores curiosos—. Haca meses que no te vea... Qu tal te encuentras?
Arvardan pens que bastaba con fijarse en las frenticas protestas de su prisionero para darse cuenta de lo evidente del engao, pero un instante despus Pola ya se haba reunido con ellos.
—Vuelva con nosotros, Schwartz —susurr.
El cuerpo de Schwartz se envar en un instante de rebelda, pero se rindi casi enseguida.
—Ir... con... ustedes —dijo cansadamente.
Pero sus palabras casi fueron ahogadas por el rugido repentino que brot del sistema de megafona del local.
—Atencin, atencin, atencin! La direccin solicita que todos los clientes salgan ordenadamente por la puerta de la calle Quinta, donde presentarn sus tarjetas de identificacin a los guardias apostados en ella. La salida del establecimiento debe llevarse a cabo con la mxima rapidez posible. Atencin, atencin, atencin...!
La orden fue repetida tres veces. La ltima vez ya se oy el ruido de pies de una multitud que empezaba a alinearse delante de la salida. Un rumor emitido por muchas lenguas se hizo audible casi al mismo tiempo, y empez a formular de diversas maneras la pregunta siempre imposible de contestar: Qu ha sucedido? Qu ocurre?.
—Pongmonos en la fila, seorita —dijo Arvardan encogindose de hombros—. Tenemos que salir de todos modos, no?
—No podemos. No podemos... —murmur Pola.
—Por qu no? —pregunt el arquelogo frunciendo el ceo.
La muchacha se limit a apartarse de l. Cmo poda explicarle que Schwartz no tena tarjeta de identificacin? Quin era aquel hombre? Por qu la haba ayudado? Pola se sinti envuelta en un torbellino de sospechas y desesperacin.
—Ser mejor que se vaya si no quiere verse metido en un lo —dijo con voz enronquecida.
Los ascensores dejaban en libertad su carga humana a medida que se iban vaciando los pisos superiores. Arvardan, Pola y Schwartz formaban un islote de inmovilidad en medio de aquel ro humano.
Cuando repas los acontecimientos ms tarde, Arvardan comprendi que podra haber abandonado a la muchacha en aquel momento. S, podra haberla abandonado, no haber vuelto a verla nunca! No habra tenido nada que reprocharse, y entonces todo hubiese sido muy distinto y el inmenso Imperio Galctico habra acabado desintegrndose en el caos y la destruccin.
Pero no la abandon. El miedo y la desesperacin no la embellecan —nunca producen ese efecto—, pero Arvardan se sinti conmovido por su expresin abatida.
Ya se haba alejado un paso, pero se volvi hacia ella.
—Va a quedarse aqu?
La muchacha asinti con la cabeza.
—Pero por qu? —pregunt Arvardan.
—Porque... —Las lgrimas brotaron de sus ojos—. Porque no se me ocurre otra cosa.
Se trataba de una terrestre, s, pero no era ms que una muchacha asustada.
—Si me explica cul es su problema intentar ayudarla —dijo Arvardan suavizando la voz.
No obtuvo respuesta.
Los tres formaban un cuadro extrao. Schwartz se haba ido encogiendo poco a poco sobre s mismo hasta quedar en cuclillas. Se encontraba demasiado aturdido para tratar de seguir la conversacin, para sentir curiosidad por la repentina evacuacin del local o para hacer otra cosa que no fuese ocultar el rostro entre las manos en un ltimo y mudo sollozo interior de pura desesperacin. Pola lloraba, y slo saba que estaba ms asustada de lo que haba credo posible que llegara a asustarse jams una persona. Arvardan, intrigado y a la expectativa, intentaba consolarla intilmente con palmaditas en el hombro, y slo atinaba a pensar que era la primera vez que tocaba a una terrestre.
Y entonces el hombrecillo fue hacia ellos.
9
CONFLICTO EN CHICA
El teniente Mare Claudy de la guarnicin imperial de Chica bostez lentamente y clav los ojos en la nada sintiendo un aburrimiento tan intenso que rozaba lo inefable. Era el segundo ao que pasaba destacado en la Tierra, y esperaba ansiosamente el momento del traslado.
No haba ningn lugar en toda la Galaxia donde el problema de mantener una guarnicin imperial resultara tan complicado como
en aquel planeta horrible. En otros mundos exista cierta camaradera entre el militar y el civil..., especialmente el civil del sexo femenino. Haba una sensacin de libertad y amplitud de horizontes.
Pero en la Tierra el cuartel era una prisin. Haba barracones a prueba de radiactividad, y la atmsfera tena que ser filtrada para librarla del polvo radiactivo. Las ropas pesadas y fras estaban impregnadas de plomo, y no se poda prescindir de ellas a menos que se estuviese dispuesto a correr un grave riesgo; y como corolario de todo aquello, la confraternizacin con los habitantes femeninos del planeta (suponiendo que la desesperacin producto de la soledad pudiera hacerse lo bastante intensa como para impulsar a un soldado imperial a buscar la compaa de una terraqueja) quedaba totalmente fuera de cuestin.
Qu quedaba entonces, adems de los bufidos de aburrimiento, las siestas largusimas y el ir cayendo gradualmente en un estado de demencia?
El teniente Claudy mene la cabeza en un esfuerzo por despejarla que no le sirvi de nada, volvi a bostezar, se sent y empez a ponerse los zapatos. Consult el reloj, y decidi que todava no era la hora de cenar.
Y de repente se levant de un salto con un solo zapato puesto y sabiendo que estaba despeinado, y salud marcialmente.
El coronel le lanz una mirada despectiva, pero no hizo ningn comentario directo.
—Teniente, hemos recibido la informacin de que se ha producido un disturbio en el distrito comercial —dijo con voz seca y cortante—. Llevar un destacamento de desinfeccin a los grandes almacenes Dunham, y se encargar de restablecer el orden. Asegrese de que todos sus hombres estn protegidos contra un posible contagio de fiebre de radiacin.
—La fiebre de radiacin! —exclam el teniente—. Disculpe, seor, pero...
—Partir dentro de un cuarto de hora —dijo el coronel con voz glida.
Arvardan fue el primero en ver al hombrecillo, y se puso rgido en cuanto ste movi la mano saludndoles.
—Hola, viejo. Hola, gigantn. Diga a la seorita que cierre el pico.
Pola levant la cabeza y trag una honda bocanada de aire. Se inclin hacia el cuerpo de Arvardan en una reaccin automtica de bsqueda de proteccin, y el arquelogo reaccion de manera igualmente automtica rodendola con el brazo. No pens que estaba tocando a una terrestre por segunda vez.
—Qu desea? —pregunt secamente.
El hombrecillo de ojos penetrantes sali de detrs del mostrador atestado de paquetes movindose tan confiadamente como si todo lo que haba a su alrededor le perteneciera.
—No tiene ms remedio que salir, seorita, pero no debe preocuparse por eso —dijo en un tono que consegua ser amable e insolente al mismo tiempo—. Yo me encargar de llevar a su hombre al Instituto.
—Qu Instituto? —pregunt Pola, muy asustada.
—Oh, djese de farsas! —replic el hombrecillo—. Soy Natter, el dueo de la frutera que est delante del Instituto de Investigaciones Nucleares. La he visto entrar y salir del Instituto muchas veces.
—Oiga, qu significa todo esto? —intervino Arvardan con bastante brusquedad.
El cuerpecillo de Natter tembl de hilaridad.
—Creen que este tipo tiene la fiebre de radiacin...
—La fiebre de radiacin? —preguntaron al unsono Arvardan y Pola.
—Exacto —asinti Natter—. Dos conductores de aerotaxi comieron con l, y eso es lo que han dicho... Ya saben que los rumores tienen alas, no?
—Y los guardias apostados en la puerta slo buscan a alguien afectado por la fiebre de radiacin? —pregunt Pola.
—Eso es.
—Y usted por qu no tiene miedo a la fiebre de radiacin? —pregunt Arvardan de repente—. Supongo que las autoridades han ordenado evacuar el local por temor al contagio, no?
—S, y las autoridades estn esperando fuera porque les da miedo entrar. Esperan a que llegue el destacamento de desinfeccin que enviarn los espaciales.
—Y usted no teme a la fiebre de radiacin?
—Por qu habra de temerla? Ese tipo no est enfermo... Mrenle. Dnde estn las llagas de su boca? No tiene el rostro congestionado, y sus ojos estn perfectamente. Conozco los sntomas de la fiebre de radiacin... Vamos, seorita, salgamos de aqu.
Pola volva a estar muy asustada.
—No, no. No podemos. l..., l...
No consigui articular otra palabra.
—Puedo hacer que salga de aqu —dijo Natter con voz insinuante—. Sin hacer preguntas, sin necesidad de ensear una tarjeta de identificacin...
Pola dej escapar una exclamacin de sorpresa.
—Qu le hace tan importante? —pregunt Arvardan con evidente disgusto.
Natter dej escapar una risita enronquecida y se levant la solapa para ensearles el reverso.
—Soy mensajero de la Sociedad de Ancianos —dijo—. Nadie me har ninguna pregunta.
—Y qu piensa ganar con esto?
—Dinero! Usted tiene problemas, y yo puedo ayudarla. Muy justo, no le parece? Digamos que esto vale cien crditos... Cincuenta ahora y cincuenta ms en el momento de la entrega.
—Le entregar a los Ancianos —susurr Pola contemplndole con expresin horrorizada.
—Para qu iba a hacer eso? A ellos no les sirve de nada, y para m vale cien crditos. Yo no esperara a que lleguen los espaciales: son capaces de matar a este tipo antes de tomarse la molestia de averiguar si est enfermo... Ya conocen a los espaciales, no? Les importa un bledo tener que matar a un terrestre..., incluso les gusta hacerlo.
—Llvese tambin a la seorita —dijo Arvardan.
Un brillo de astucia maliciosa ilumin los ojillos de Natter.
—Oh, no! De eso nada, amigo. Siempre corro riesgos calculados, entiende? Puedo sacar a una persona de aqu, pero quiz no conseguira sacar a dos..., y si saco a una ser a la de ms valor. No le parece muy razonable?
—Qu le parecera que le alzase en vilo y le arrancase las piernas? —pregunt Arvardan—. Qu ocurrira en ese caso?
Natter se encogi sobre s mismo, pero enseguida se recuper lo suficiente para soltar una risita ahogada.
—Que se estara comportando como un idiota —dijo—. Acabara arrestado, y adems sera acusado de asesinato. Vamos, compaero... Las manos quietas, eh?
—Por favor... —suplic Pola tirando del brazo de Arvardan—. Tenemos que correr ese riesgo. Deje que haga lo que ha prometido. Cum-cumplir su pa-palabra, verdad, seor Natter?
Natter apret los labios.
—Su amigo me ha retorcido el brazo. No tena ningn motivo para hacer eso, y no me gusta que intenten ponerse duros conmigo... Eso le costar otros cien crditos. Ahora el total asciende a doscientos.
—Mi padre le pagar...
—Cien por adelantado —dijo tozudamente el hombrecillo.
—Pero yo no llevo encima cien crditos! —gimote Pola.
—No se preocupe, seorita —intervino secamente Arvardan—. Yo lo solucionar. —Abri su cartera, extrajo varios billetes y se los arroj a Natter—. Vamos, muvase!
—Vaya con l, Schwartz —susurr Pola.
Schwartz obedeci sin decir nada. Todo le daba igual, y en aquellos momentos hubiese sido capaz de ir al infierno con la misma impasibilidad.
Se quedaron solos y se contemplaron el uno al otro con expresiones algo aturdidas. Era la primera vez que Pola observaba realmente a Arvardan, y se asombr al descubrir que era un hombre alto, sereno y seguro de s mismo cuyos rasgos viriles y muy marcados le parecieron bastante atractivos. Hasta aquel momento Pola le haba aceptado como a un colaborador inesperado ofrecido por la casualidad, pero ahora... Sinti una repentina timidez, y todos los acontecimientos de las ltimas horas se confundieron en su mente y acabaron siendo borrados por el repentino acelerarse de su pulso.
Ni tan siquiera saban sus nombres respectivos.
—Me llamo Pola Shekt —dijo ella, y sonri.
Arvardan no haba visto su sonrisa antes, y el fenmeno le result muy interesante. Era como un resplandor que emanara de su cara, como un halo que le haca sentirse... Pero Arvardan expuls rpidamente aquella idea de su mente. Era una terrestre!
—Yo me llamo Bel Arvardan —respondi, quiz con menos cordialidad de lo que haba pretendido en un principio.
Arvardan extendi una mano bronceada, y la diminuta mano de la muchacha desapareci dentro de ella durante unos momentos.
—Le agradezco mucho su ayuda —dijo la muchacha.
—Quiere que nos vayamos? —pregunt Arvardan decidiendo cambiar de tema—. Quiero decir que... Bueno, espero que su amigo ya estar a salvo.
—Supongo que si hubiese sido capturado habramos odo el tumulto —coment ella.
Le implor con los ojos que confirmara su esperanzas, pero Arvardan rechaz la tentacin de mostrarse blando.
—Nos vamos?
—S, por qu no? —respondi ella en un tono seco y un poco ofendido.
Pero de repente se oy un zumbido que flot en el aire volvindose ms intenso hasta convertirse en un aullido estridente que llegaba del horizonte, y los ojos de la muchacha se desorbitaron y retir de repente la mano que haba extendido.
—Qu pasa ahora? —pregunt Arvardan.
—Son los imperiales.
—Usted tambin tiene miedo de ellos?
Las palabras procedan del espacial engredo, el arquelogo de Sirio. Con o sin prejuicios y por muy forzada que llegara a estar la lgica, la presencia de los soldados imperiales traa consigo un soplo repentino de cordura y humanidad. Ahora poda mostrarse condescendiente, y cuando Arvardan volvi a hablar lo hizo en el tono amable de antes.
—No se preocupe por los espaciales —dijo, humillndose hasta el extremo de utilizar el trmino con el que los terrestres designaban a quienes no haban nacido en la Tierra—. Yo me encargar de ellos, seorita Shekt.
—Oh, ni se le ocurra intentarlo! —exclam ella, sbitamente preocupada de nuevo—. No les hable. Obedezca todas sus rdenes, y procure ni mirarles siquiera.
La sonrisa de Arvardan se hizo un poco ms ancha.
Los guardias les divisaron cuando an se encontraban a alguna distancia de la entrada principal. Salieron a un recinto vaco de pequeas dimensiones donde reinaba un extrao silencio. El aullido de las sirenas de los vehculos militares estaba casi sobre ellos.
Y un instante despus los vehculos blindados aparecieron en la plaza, y los soldados con las cabezas cubiertas por globos de vidrio saltaron de su interior. La multitud se dispers aterrorizada delante de ellos, y las carreras fueron ayudadas por los gritos cortantes y los empujones dados con los extremos de los ltigos neurnicos.
El teniente Claudy, que se haba puesto al frente de sus soldados, fue hacia un guardia terrestre que custodiaba la entrada principal.
—Bien, quin tiene la fiebre?
Su rostro estaba ligeramente crispado bajo la campana de vidrio que contena aire purificado. La amplificacin radiofnica del traje haca que su voz sonara ligeramente metlica.
El guardia inclin respetuosamente la cabeza.
—Hemos aislado al enfermo en el interior del local, Excelencia. Sus dos acompaantes estn en la puerta..., delante de usted.
—Ah, magnfico! Que se queden ah. Ahora... Bien, en primer lugar quiero que esta muchedumbre se disperse. Sargento, despeje la plaza!
A partir de aquel momento las rdenes fueron cumplidas con rgida eficacia. La tenue luz del crepsculo empez a caer sobre Chica mientras la multitud se iba dispersando en la penumbra. La suave claridad de la iluminacin artificial ba las calles.
El teniente Claudy se golpe una de sus pesadas botas con la empuadura del ltigo neurnico.
—Est seguro de que el terrestre enfermo se encuentra dentro?
—No ha salido, Excelencia. Tiene que estar dentro.
—Bien, en tal caso supondremos que es as y no perderemos ms tiempo. Sargento, desinfecte el edificio!
Un contingente de soldados imperiales hermticamente aislados del ambiente exterior entr en el edificio. El cuarto de hora siguiente pareci transcurrir muy despacio. Arvardan contemplaba la escena con expresin fascinada: aquello era todo un experimento prctico de relaciones interculturales, y Arvardan tena sus razones profesionales para no querer interrumpirlo.
Los ltimos soldados imperiales volvieron a salir y el edificio qued envuelto en las sombras cada vez ms espesas de la noche.
—Cierren las puertas!
Pocos minutos despus las latas de desinfectante que haban sido distribuidas por los pisos del edificio fueron activadas mediante el control remoto. Las latas se abrieron en el interior del edificio y espesos vapores salieron de ellas, treparon por las paredes, se adhirieron a cada centmetro cuadrado de las superficies y se deslizaron por el aire infiltrndose hasta los intersticios ms remotos. Ninguna variedad de protoplasma poda sobrevivir a su presencia, ya fuese el de un germen o el de ser humano. Despus habra que llevar a cabo un lavado qumico especialmente drstico para eliminar definitivamente la contaminacin.
El teniente fue hacia Arvardan y Pola.
—Cmo se llamaba? —pregunt.
En su voz no haba ni tan siquiera crueldad, slo la indiferencia ms absoluta imaginable. El teniente pensaba que un terrestre haba muerto. Y qu? Aquel da tambin haba matado una mosca, no? Eso elevaba el total a dos insectos muertos.
No obtuvo respuesta porque Pola inclin la cabeza humildemente y Arvardan se limit a lanzarle una mirada llena de curiosidad. El oficial imperial no apart los ojos de ellos.
—Examine a esos dos para averiguar si estn infectados —orden secamente.
Un oficial con la insignia del Cuerpo Mdico Imperial fue hacia ellos y les examin con muy poca cortesa. Sus manos enguantadas se metieron casi a la fuerza debajo de sus axilas y tiraron de las comisuras de sus labios para permitirle observar la mucosa de sus mejillas.
—No hay infeccin, teniente —dijo por fin—. Si hubiesen estado en contacto con un caso de fiebre de radiacin esta tarde, el contagio ya se habra producido y las llagas resultaran visibles.
—Hum —murmur el teniente Claudy.
Se quit cautelosamente el globo de vidrio, aspir con expresin satisfecha el aire puro (aunque fuese de la Tierra), y apoy la incmoda esfera de vidrio sobre el hueco de su codo izquierdo.
—Cmo te llamas, terraqueja?
El trmino en s era insultante, y el tono con que haba sido pronunciado lo volva todava ms ofensivo, pero Pola no dio ninguna muestra de resentimiento.
—Pola Shekt, seor —susurr.
—Tus documentos!
Pola hurg en el bolsillito de su bata blanca y sac la libretita roja de la documentacin.
El teniente la cogi, la abri bajo el rayo luminoso de su linterna de bolsillo y la estudi. Despus se la arroj de vuelta. La libretita cay al suelo, y Pola se apresur a inclinarse para recogerla.
—Levanta —orden el teniente con impaciencia.
Dio un puntapi a la libretita propulsndola fuera del alcance de Pola. La joven apart los dedos. Estaba muy plida.
Arvardan frunci el ceo y decidi que ya iba siendo hora de que interviniese.
—Eh, un momento! —exclam.
El teniente se volvi rpidamente hacia l. Sus labios tensos dejaban al descubierto los dientes.
—Qu has dicho, terraquejo?
Pola se interpuso inmediatamente entre ellos.
—Por favor, seor... Este hombre no tiene ninguna relacin con nada de lo que ha ocurrido antes. Es la primera vez que le veo.
—Te he preguntado qu habas dicho, terraquejo —insisti el teniente apartando a la muchacha de un empujn.
—He dicho Eh, un momento —murmur Arvardan, devolvindole la mirada sin inmutarse—, y me dispona a aadir que no me gusta la forma en que trata a las mujeres y que le aconsejo que intente mejorar sus modales.
Estaba demasiado irritado para corregir la falsa impresin sobre su origen que se haba formado el teniente.
Los labios del teniente Claudy se curvaron en una sonrisa totalmente desprovista de humor.
—Y dnde te han educado a ti, terraquejo? Qu pasa, crees que llamar seor a un hombre es un esfuerzo excesivo para ti? No sabes mantenerte en tu lugar, eh? Bien, hace mucho que no he tenido el placer de dar una leccin a un animal de tu especie, as que...
Su mano castig el rostro de Arvardan movindose con la velocidad de una serpiente que ataca, y la palma y el dorso la golpearon dos veces. Arvardan retrocedi sorprendido, y empez a sentir un creciente zumbido en los odos. Extendi la mano para sujetar el brazo que le golpeaba, y vio cmo el asombro contorsionaba las facciones del teniente.
Los msculos de sus hombros obedecieron al instante la orden enviada por el cerebro.
El teniente cay sobre el pavimento con un impacto tan violento que la esfera de vidrio sali despedida y se hizo aicos. Claudy se qued totalmente inmvil, y Arvardan le observ con una sonrisa feroz mientras se sacuda las manos.
—Hay por aqu algn otro bastardo que crea que puede jugar a las palmadas con mi cara? —pregunt.
Pero el sargento ya haba levantado su ltigo neurnico. El contacto se cerr, y un tenue resplandor violeta sali disparado hacia la alta silueta del arquelogo y la envolvi.
Todos los msculos del cuerpo de Arvardan se envararon en las garras de un dolor insoportable, y fue cayendo lentamente de rodillas. Estaba totalmente paralizado, y perdi el conocimiento casi al instante.
Cuando sali de su estupor lo primero que not fue un agradable frescor sobre la frente. Arvardan intent abrir los ojos, y descubri que sus prpados parecan estar instalados sobre bisagras enmohecidas. Dej que siguieran cerrados, y fue levantando el brazo hasta su cara movindolo temblorosamente por etapas lo ms cortas posible (por pequeo que fuese, cada movimiento muscular haca que sintiera como si le estuviesen clavando alfileres en todo el cuerpo).
Era una toalla hmeda sostenida por una mano pequea y delicada...
Abri dificultosamente un ojo y luch con la bruma que nublaba su mirada.
—Pola... —dijo.
La joven lanz un gritito de alegra.
—S, soy yo! —exclam—. Cmo se siente?
—Como si estuviera muerto, con la desventaja de que noto el dolor —gru Arvardan—. Qu ha ocurrido?
—Nos enviaron a la base militar. El coronel ha estado aqu. Le registraron y no s qu pensarn hacerle, pero... Oh, seor Arvardan, no tendra que haber golpeado al teniente! Creo que le fractur un brazo...
—Estupendo. Lamento no haberle roto la columna vertebral.
—Pero la resistencia a un oficial del Imperio est..., est penada con la muerte —susurr Pola contemplndole con expresin horrorizada.
—De veras? Bueno, ya veremos.
—Silencio. Creo que vuelven.
Arvardan cerr los ojos e intent serenarse. Oy que Pola lanzaba una exclamacin ahogada, y cuando sinti el pinchazo de la hipodrmica no consigui que sus msculos le obedecieran. Y una maravillosa oleada de puro alivio empez a circular por sus venas y sus nervios. Sus brazos se flexionaron, y su espalda se relaj lentamente hasta dejar de formar un arco rgido. Arvardan parpade rpidamente y se irgui sobre un codo.
El coronel le estaba observando con expresin pensativa. Pola le contemplaba con cierto temor, pero en sus ojos tambin haba alegra.
—Bien, doctor Arvardan, segn parece esta tarde hemos sufrido un desagradable contratiempo en la ciudad, no? —dijo el coronel.
Doctor Arvardan... Pola comprendi que saba muy poco acerca de l. Ni tan siquiera tena idea de a qu se dedicaba... Nunca haba experimentado una sensacin semejante.
—Desagradable? —coment Arvardan, y dej escapar una risita enronquecida—. Creo que no es el adjetivo ms apropiado.
—Le fractur un brazo a un oficial del Imperio que se dispona a cumplir con su deber.
—Ese oficial me haba golpeado, y el cumplimiento de su deber no inclua la necesidad de insultarme groseramente tanto con palabras como con actos. AL proceder de esa forma perdi todo el derecho que pudiera tener a ser tratado como un oficial y un caballero, y en mi calidad de ciudadano del Imperio me est permitido rechazar enrgicamente ese tratamiento torpe..., por no decir ilegal.
El coronel carraspe. La respuesta de Arvardan pareca haberle dejado sin argumentos. Pola tena los ojos abiertos como platos y les estaba contemplando con cara de incredulidad.
—Bien, no hace falta que le diga hasta qu punto lamento que se haya producido este desgraciado incidente —murmur por fin el coronel—. AL parecer el dolor y la ofensa han quedado repartidos en partes iguales... Quiz sea mejor olvidar el incidente, no le parece?
—Olvidarlo? No creo que sea buena idea, coronel. He sido husped del palacio del Procurador Ennius, y creo que al Procurador le interesar conocer con toda exactitud qu clase de mtodos emplea su guarnicin para mantener el orden en la Tierra.
—Doctor Arvardan, le aseguro que recibir excusas pblicas por lo ocurrido y...
—Al diablo con las excusas pblicas. Qu piensa hacer con la seorita Shekt?
—Qu me sugiere usted?
—Que la deje en libertad inmediatamente, que le devuelva sus documentos y que le ofrezca sus excusas..., ahora mismo.
El coronel se sonroj.
—Naturalmente —dijo haciendo un visible esfuerzo para controlarse, y se volvi hacia Pola—. Si la seorita quiere aceptar mis ms sinceras disculpas...
Dejaron atrs las oscuras murallas del cuartel imperial. El viaje en aerotaxi hasta la ciudad propiamente dicha apenas dur diez minutos, y transcurri en el silencio ms absoluto. Cuando llegaron a la desierta oscuridad del Instituto ya era pasada la medianoche.
—Me temo que no he entendido muy bien lo que ha ocurrido —dijo Pola—. Usted debe ser una persona muy importante. Oh, me siento tan ridcula al no saber ni cmo se llama... Nunca imagin que los espaciales pudieran tratar as a un terrestre.
Arvardan se sinti obligado a poner fin a la ficcin, aunque no tena muchos deseos de hacerlo.
—No soy terrestre, Pola —dijo—. Soy un arquelogo del Sector de Sirio.
La muchacha se volvi rpidamente hacia l, y Arvardan vio su rostro plido bajo la luz de la luna. Pola le contempl en silencio durante unos momentos.
—Entonces desafi a los soldados imperiales porque despus de todo no corra ningn riesgo al hacerlo..., y usted lo saba. Y yo cre..., tendra que habrmelo imaginado, claro. —Sus ojos estaban llenos de amargura y se senta ofendida—. Seor, le ruego humildemente que me disculpe si en algn momento he incurrido en una lamentable familiaridad con usted debido a mi ignorancia, y...
—Pola, qu te ocurre? —exclam Arvardan con irritacin—. Qu importancia tiene que yo no sea terrestre? Por qu tiene que cambiar eso la opinin que te habas formado de m hace slo cinco minutos?
—Podra habrmelo dicho, seor.
—No te he pedido que me llamaras seor, y te ruego que no te comportes como los otros.
—A qu otros se refiere, seor? A los asquerosos animales que viven en la Tierra, quiz? Le debo cien crditos.
—Olvdalos —respondi Arvardan poniendo cara de disgusto.
—No puedo obedecer esa orden, seor. Si me da sus seas maana mismo le enviar un giro por esa cantidad.
Arvardan decidi mostrarse sbitamente brutal.
—Me debes mucho ms que cien crditos.
Pola se mordi el labio inferior.
—Es la nica parte de mi enorme deuda que puedo saldar, seor —murmur—. Sus seas...?
—Casa del Estado —mascull Arvardan por encima del hombro, y se perdi en la noche.
Y de repente Pola descubri que estaba llorando!
Shekt la recibi a la puerta de su despacho.
—Ha vuelto —dijo—. Un hombrecillo muy flaco le trajo al Instituto.
—Estupendo! —exclam Pola.
Le resultaba muy difcil hablar.
—Me pidi doscientos crditos y se los di.
—Slo tena que pedirte cien, pero no tiene importancia.
Pola pas junto a su padre.
—Estaba muy preocupado —dijo Shekt—. El disturbio en esos grandes almacenes... No me atrev a preguntar nada. Podra haberte puesto en peligro.
—No te preocupes. No ocurri nada... Djame dormir aqu esta noche, pap.
Pero ni tan siquiera su terrible agotamiento la ayud a conciliar el sueo. Pola se pregunt por qu no poda dormir, y se dijo que porque haba ocurrido algo. Haba conocido a un hombre, y daba la casualidad de que aquel hombre era un espacial.
Pero saba donde se alojaba... S, lo saba.
10
UNA INTERPRETACIN DE LOS ACONTECIMIENTOS
Los dos terrestres presentaban el contraste ms absoluto imaginable: uno era el mayor poder aparente en la Tierra, y el otro era el mayor poder real de la Tierra.
El Primer Ministro era el terrestre ms importante de todo el planeta, el gobernante de la Tierra reconocido por decreto formal y directo del Emperador de toda la Galaxia..., sujeto, naturalmente, a las rdenes del Procurador del Emperador. Su secretario no pareca ser nadie, apenas un miembro de la Sociedad de Ancianos que, tericamente, era designado por el Primer Ministro para ocuparse de ciertos detalles no especificados y que, tericamente, poda ser destituido a voluntad por el Primer Ministro.
El Primer Ministro era conocido en toda la Tierra, y estaba considerado como el rbitro supremo en todo lo referente a las Costumbres. Era quien anunciaba las excepciones a la Costumbre de los Sesenta y quien juzgaba a los profanadores del ritual, a los que no cumplan con el racionamiento o las normas de produccin, a los que entraban en las Zonas Vedadas y a otros culpables de delitos parecidos. Por su parte, el secretario no era conocido por nadie —ni tan siquiera de nombre—, como no fuese por la Sociedad de Ancianos y el Primer Ministro en persona.
El Primer Ministro tena una gran facilidad de palabra y arengaba frecuentemente al pueblo terrestre con discursos de elevado contenido emocional que desbordaban pasin y sentimientos. Era rubio, llevaba el cabello bastante largo y posea un semblante patricio de rasgos firmes y delicados. El secretario, un hombre de nariz rechoncha y facciones avinagradas, prefera una palabra corta a una larga, un gruido a una palabra y el silencio a un gruido..., por lo menos en pblico.
El Primer Ministro pareca tener todo el poder en sus manos, naturalmente, pero en realidad era el secretario quien lo ejerca; y la intimidad del despacho del Primer Ministro era el nico sitio en el que aquello resultaba evidente.
Porque el Primer Ministro se mostraba infantilmente intrigado, en tanto que el secretario se comportaba con una indiferencia tan glida que rozaba lo ostentoso.
—Lo que no comprendo es la relacin existente entre todos esos informes que me ha trado —dijo el Primer Ministro—. Informes, informes...! —Alz un brazo sobre su cabeza y golpe violentamente un montn imaginario de papeles—. No tengo tiempo para ocuparme de ellos.
—Exacto —respondi el secretario sin inmutarse—. Para eso me tiene a m. Yo los leo, digiero su contenido y se lo transmito.
—Bien, mi querido Balkis, entonces vayamos directamente al grano..., y deprisa, porque est claro que se trata de asuntos secundarios.
—Secundarios? Si no intenta pensar con ms agudeza puede que algn da Su Excelencia tenga serios problemas... Veamos cul es el significado de todos estos informes, y despus le preguntar si contina considerando que se trata de asuntos secundarios. En primer lugar, tenemos la comunicacin original del ayudante de Shekt, que ya tiene una semana de antigedad y fue el primer factor que me impuls a interesarme por el asunto.
—A qu asunto se refiere?
La sonrisa de Balkis reflej una vaga amargura.
—Su Excelencia, me permite que le recuerde que hay ciertos proyectos de gran importancia que se estn desarrollando en la Tierra desde hace varios aos?
—Sssst! —sise el Primer Ministro.
No pudo reprimir el impulso de mirar alarmado a su alrededor, a pesar de que esa reaccin le hizo perder toda la dignidad propia de su cargo.
—Su Excelencia, lo que nos dar la victoria es la confianza en nosotros mismos, no el nerviosismo... Bien, ya sabe que el xito del proyecto dependa de que el sinapsificador, ese juguete inventado por Shekt, fuese utilizado de la manera acertada. Hasta ahora, y que sepamos, slo ha sido utilizado bajo nuestro control e instrucciones y con finalidades muy concretas. Y de repente nos enteramos de que Shekt ha sinapsificado a un desconocido violando todas nuestras rdenes!
—No veo que haya ninguna dificultad —dijo el Primer Ministro—. Castigaremos a Shekt, colocaremos bajo custodia al hombre que ha sido tratado con el sinapsificador y pondremos fin al asunto.
—No, no... Es usted demasiado ingenuo, Su Excelencia, y olvida lo realmente importante. No se trata de lo que Shekt ha hecho, sino del porqu lo ha hecho. Observe que en este asunto hay una coincidencia, una de las tantas de una serie de coincidencias consecutivas... El Procurador de la Tierra haba visitado a Shekt ese mismo da, y Shekt en persona nos inform lealmente de todo el contenido de su conversacin sin mentir en ningn momento. Ennius haba solicitado el sinapsificador para uso imperial, y segn parece le prometi toda clase de ayuda y un generoso apoyo del Emperador.
—Hum —murmur el Primer Ministro.
—Se siente intrigado, Su Excelencia? Acaso opina que este compromiso resulta atractivo cuando se lo compara con los peligros implcitos en nuestra labor actual? Bien, se acuerda de las provisiones que nos prometieron durante la hambruna de hace cinco aos? Se acuerda de ellas? Bien, despus nos negaron los cargamentos porque carecamos de crditos imperiales con que pagarlos, y los productos manufacturados en la Tierra no podan ser aceptados porque estaban contaminados con radiactividad. Nos enviaron provisiones gratis tal y como haban prometido? No. Un prstamo, por lo menos? Ni tan siquiera eso. Cien mil personas murieron de hambre. No confe en las promesas de los espaciales, Su Excelencia... Pero olvidemos todo eso. Lo importante es que Shekt dio una prueba ejemplar de lealtad. Despus de eso no podamos volver a dudar de l, verdad? Todo hace pensar que no podramos sospechar que nos traicion precisamente ese mismo da y, sin embargo, eso fue lo que ocurri.
—Se refiere al experimento clandestino, Balkis?
—S, Su Excelencia. Quin era el hombre sometido al sinapsificador? Tenemos fotos de l, y la ayuda del tcnico de Shekt nos permiti obtener sus impresiones retinianas. Su ficha no est en el Registro Planetario y, por lo tanto, la conclusin lgica es que no se trata de un terrestre sino de un espacial. Adems, Shekt deba saberlo, porque si se hace la comprobacin con las pautas retinianas una tarjeta de registro no puede ser falsificada ni transferida. As pues, los hechos nos llevan a la deduccin de que Shekt utiliz el sinapsificador en un espacial a sabiendas de que era un espacial. Y por qu lo hizo? La respuesta puede ser terriblemente sencilla. Shekt no es el instrumento ideal para nuestros fines. En su juventud fue asimilacionista, y en una ocasin lleg a presentarse como candidato al Consejo de Washenn defendiendo un programa de conciliacin con el Imperio. Fue derrotado, dicho sea de paso...
—No lo saba —dijo el Primer Ministro.
—No saba que fue derrotado?
—No, que se hubiese presentado como candidato... Por qu no se me inform de eso? Dada su posicin actual, Shekt puede resultar muy peligroso.
Los labios de Balkis se curvaron en una dbil sonrisa impregnada de tolerancia.
—Shekt invent el sinapsificador, y sigue siendo el nico hombre con verdadera experiencia en su manejo —replic—. Siempre ha estado vigilado, y a partir de ahora estar ms vigilado que nunca. No olvide que un traidor en nuestras filas cuya identidad nos sea conocida puede causar un dao al enemigo que nos resultar ms beneficioso que cualquier bien que pueda hacernos un hombre leal... Y ahora sigamos analizando los hechos. Shekt ha sinapsificado a un espacial. Por qu? Hay un solo fin para el que puede utilizarse el sinapsificador, y es el de mejorar la capacidad intelectual. Por qu ha obrado de esa manera? Porque es la nica forma de vencer a los cerebros de nuestros cientficos que ya han sido mejorados mediante la accin del sinapsificador. Eso significa que el Imperio tiene por lo menos vagas sospechas sobre lo que est ocurriendo actualmente en la Tierra. Bien, Su Excelencia, le parece que eso es algo secundario?
La frente del Primer Ministro estaba perlada de sudor.
—Lo cree de veras?
—Los hechos ofrecen un rompecabezas que slo puede ser montado de una manera. El espacial sometido a tratamiento con el sinapsificador es un hombrecillo de aspecto tan vulgar que nadie se fijara dos veces en l..., lo cual es un autntico golpe de genio, porque un viejo gordo y calvo puede seguir siendo el espa ms temible y experimentado del Imperio. Oh, s... S. A qu otro podran confiar una misin semejante? Pero hemos seguido lo mejor posible a ese desconocido —cuyo seudnimo es Schwartz, por cierto—, y ahora pasemos a examinar la segunda serie de informes.
—Los que hacen referencia a Bel Arvardan? —pregunt el Primer Ministro contemplando la carpeta.
—S —asinti Balkis—, los que hacen referencia al doctor Bel Arvardan, eminente arquelogo del heroico Sector de Sirio, el espacial llegado de esos mundos llenos de fanticos y valientes caballeros... —La ltima frase fue pronunciada en un tono claramente despectivo—. Bien, no tiene importancia... De todos modos, tenemos aqu un extrao contraste casi potico con el tal Schwartz: no estamos ante una figura annima, sino ante una personalidad muy destacada. No es un intruso clandestino, sino que llega flotando sobre el oleaje de la publicidad. Quien nos alerta contra l no es un tcnico insignificante, sino nada menos que el mismsimo Procurador de la Tierra.
—Cree que todo eso tiene una relacin, Balkis?
—Su Excelencia podra tomar en consideracin la posibilidad de que uno estuviera destinado a apartar nuestra atencin del otro. O en caso contrario, y puesto que las clases gobernantes del Imperio tienen una considerable experiencia en todo lo referente a las intrigas, nos hallaramos ante un ejemplo de dos mtodos distintos de disfraz. En el caso de Schwartz las luces estn apagadas, pero en el caso de Arvardan los reflectores apuntan a nuestros ojos. En ninguno de los dos debemos ver nada... Bien, de qu nos previno exactamente Ennius con respecto a Arvardan?
El Primer Ministro se rasc la nariz con expresin pensativa.
—Dijo que Arvardan haba venido a la Tierra para organizar una expedicin arqueolgica apoyada por el Imperio, y que deseaba entrar en las Zonas Vedadas por motivos puramente cientficos. Afirm que no haba ni la ms mnima intencin sacrlega, y que si podamos detenerle sin recurrir a la violencia l respaldara nuestra postura ante el Consejo Imperial... Fue ms o menos eso, no?
De modo que tenemos que vigilar muy atentamente a Arvardan, pero con qu finalidad? Para evitar que entre en las Zonas Vedadas sin autorizacin, no? Tenemos al jefe de una expedicin arqueolgica que no dispone de hombres, nave o equipos. Tenemos a un espacial que no se queda en el Everest, que es el sitio en el que debera estar, sino que sea por el motivo que sea anda vagabundeando de un lado a otro por la Tierra..., y que hace su primera escala en Chica. Y cmo desvan nuestra atencin de todos estos hechos tan extraos y sospechosos? Pues incitndonos a vigilar cuidadosamente algo que no tiene ni la ms mnima importancia. Ah, Su Excelencia, y hay algo ms: fjese en que Schwartz estuvo recluido durante seis das en el Instituto de Investigaciones Atmicas..., y que despus huy. No le parece muy raro? De pronto la puerta qued abierta, de repente no haba centinelas en los pasillos... Qu negligencia tan extraa, verdad? Y qu da eligi Schwartz para escapar? Pues precisamente el mismo da en el que Arvardan lleg a Chica. Es una segunda coincidencia que llama la atencin.
—Entonces usted cree que... —murmur el Primer Ministro con voz tensa.
—Creo que Schwartz es un agente espacial venido a la Tierra, que Shekt es el intermediario de los traidores asimilacionistas que hay entre nosotros, y que Arvardan est encargado de mantener los contactos con el Imperio. Observe la habilidad con la que fue planeado el encuentro entre Schwartz y Arvardan. Se permiti que Schwartz huyera y, despus de que hubiese transcurrido el plazo apropiado, su enfermera —que por una coincidencia adicional y nada sorprendente es la hija de Shekt— sali en su bsqueda. Si algo llegaba a fallar en su bien calculado plan, resulta evidente que ella habra dado con Schwartz de repente y que ste se habra convertido en un pobre enfermo, lo que habra satisfecho la curiosidad de cualquier posible espectador. De hecho, dos conductores de aerotaxi demasiado curiosos recibieron la explicacin de que era un enfermo, y por una irona del destino eso arruin sus planes. Ahora preste mucha atencin, Su Excelencia... Schwartz y Arvardan se encuentran por primera vez en el local de alimentmatas, pero aparentemente no se fijan el uno en el otro. Se trata de un encuentro preliminar cuyo nico fin es indicar que hasta el momento todo ha marchado bien y que ya pueden dar el siguiente paso... Al menos no nos subestiman, algo de lo que creo podemos sentirnos un poco orgullosos. Bien, Schwartz sale del local... Arvardan sale pocos minutos despus para seguir a Schwartz y se encuentra con la seorita Shekt. Todo est calculado al segundo. Despus de representar una farsa en beneficio de los dos conductores de aerotaxi a los que he mencionado antes, los dos se dirigen hacia los grandes almacenes Dunham, donde se renen con Schwartz. Qu mejor lugar que unos grandes almacenes? Son el punto ideal para una cita: ofrecen una intimidad que no podra hallarse ni en una caverna de las montaas. Demasiado visibles como para despertar sospechas, demasiado llenos de gente como para permitir la vigilancia... Magnfico, realmente magnfico... Yo tambin s reconocer los mritos de mi oponente, Su Excelencia.
El Primer Ministro se removi nerviosamente en su silln.
—Si nuestro enemigo es tan astuto acabar triunfando.
—Imposible, porque ya est derrotado —replic Balkis—. Y en este aspecto todo el mrito corresponde a nuestro querido Natter.
—Quin es Natter?
—Un agente insignificante al que habr que aprovechar al mximo despus de esto, ya que ayer no pudo comportarse mejor. Su misin consista en vigilar a Shekt, para lo que haba instalado una frutera delante del Instituto. Durante la ltima semana recibi instrucciones especficas de observar el desarrollo del caso Schwartz. Natter estaba ah cuando Schwartz, a quien conoca por fotografas y porque haba podido verle fugazmente cuando entr por primera vez en el Instituto, se escap. Natter vigil todos sus movimientos logrando pasar inadvertido, y dando muestras de una admirable intuicin acab llegando a la conclusin de que el nico objetivo de la fuga consista en concertar una entrevista con Arvardan. Natter no se sinti en condiciones de averiguar nada gracias al encuentro porque estaba solo, por lo que decidi impedir que se produjera. Los dos conductores de aerotaxi que haban odo decir a la seorita Shekt que Schwartz estaba enfermo pensaron que se trataba de un caso de fiebre de radiacin, y Natter aprovech esa idea con la rapidez de un autntico genio. En cuanto observ que el encuentro tena lugar en los grandes almacenes denunci el caso de fiebre, y las autoridades locales de Chica fueron lo bastante inteligentes como para colaborar inmediatamente, bendita sea la Tierra...
El local fue evacuado, y eso les despoj del disfraz con el que haban contado para disimular su entrevista. De pronto se encontraron solos en los grandes almacenes, con lo que resultaban muy visibles. Natter fue todava ms lejos. Habl con ellos, y logr convencer a Arvardan y a la hija de Shekt de que le permitieran acompaar a Schwartz hasta el Instituto. Ellos accedieron. Qu otra cosa podan hacer? As pues, el da termin sin que Schwartz y Arvardan pudieran intercambiar ni una sola palabra.
Ah, y Natter no cometi la estupidez de arrestar a Schwartz. Los dos siguen ignorando que han sido descubiertos, y nos conducirn hasta presas todava ms importantes que ellos.
Pero Natter no se conform con eso. Avis a la guarnicin imperial, y ya no tengo palabras con las que elogiar ese acto; pues con l coloc a Arvardan en una situacin que no haba previsto. Tuvo que escoger entre quedar revelado como espacial y destruir su utilidad, que aparentemente consiste en moverse por la Tierra comportndose como si fuese un terrestre, o mantener el secreto y sufrir las desagradables consecuencias de su falsa identidad. Arvardan opt por la actitud ms heroica, e incluso le fractur el brazo a un oficial del Imperio para dar mayor realismo a la escena; algo que deber ser recordado en su favor.
Resulta muy significativo que se comportara tal y como lo hizo. Qu razn poda tener un espacial para exponerse al ltigo neurnico por una terrestre..., a menos que lo que estaba en juego fuese de una importancia suprema?
El Primer Ministro mantena los puos sobre el escritorio inmviles delante de l. Sus ojos haban adquirido un brillo salvaje, y sus esbeltos rasgos estaban fruncidos por la preocupacin.
—Le felicito por haber tejido una trama tan complicada con tan pocos detalles. Ha sido muy hbil, Balkis, y creo que est en lo cierto. La lgica no nos deja alternativa, pero esto significa que est demasiado cerca, Balkis. Demasiado cerca... Y esta vez no tendrn piedad.
—No estn tan cerca, porque en tal caso, existiendo tanto peligro para el Imperio, ya habran descargado el golpe —respondi Balkis, y se encogi de hombros—. Y les queda poco tiempo. Arvardan tendr que entrevistarse con Schwartz antes de que hagan algo, de modo que creo poder predecirle el futuro.
—Hgalo..., hgalo...
—Ahora es preciso alejar a Schwartz hasta que las cosas se calmen un poco.
—Pero dnde ser enviado?
—Tambin lo sabemos. Schwartz fue llevado al Instituto por un hombre que resultaba evidente era granjero. Obtuvimos descripciones suyas del tcnico de Shekt y de Natter, y revisamos todas las tarjetas de identificacin de todos los granjeros que viven en un radio de ciento cincuenta kilmetros alrededor de Chica hasta que Natter acab identificando a un tal Arbin Maren como nuestro hombre. El tcnico de Shekt confirm la identificacin de manera independiente. Hicimos discretas investigaciones sobre ese hombre, y al parecer mantiene a su suegro, un invlido, con lo que viola la Costumbre de los Sesenta.
El Primer Ministro descarg el puo sobre la mesa.
—Estos casos se repiten con demasiada frecuencia, Balkis. Tendremos que dictar leyes ms severas...
—No se trata de eso, Su Excelencia. Ahora lo importante es que el granjero est violando las Costumbres, por lo que se le puede someter a extorsin.
—Shekt y sus aliados espaciales necesitan un instrumento para una eventualidad como sta: un lugar donde Schwartz pueda permanecer recluido durante ms tiempo del que podra pasar oculto sin peligro en el Instituto. Ese granjero, que probablemente es pobre y no tiene ni idea de lo que est ocurriendo, se presta muy bien para sus propsitos. Bueno, pues ser vigilado. Schwartz no ser perdido de vista en ningn momento... Tarde o temprano tendrn que concertar otra entrevista entre Schwartz y Arvardan, y cuando eso ocurra estaremos preparados para actuar. Lo entiende todo ahora?
—S.
—Bien, bendita sea la Tierra entonces —dijo Balkis—. Ahora me marcho..., con su permiso, naturalmente —aadi con una sonrisa irnica.
El Primer Ministro alz una mano en un vago gesto de despedida sin haber captado el sarcasmo.
Mientras iba a su pequeo despacho el secretario estaba solo, y en ocasiones como aqulla sus pensamientos solan escapar del firme control habitual al que los mantena sometidos y jugueteaban en la intimidad de su mente.
Balkis no estaba pensando en el doctor Shekt, Schwartz o Arvardan, y todava menos en el Primer Ministro.
Sus pensamientos giraban alrededor de un planeta, Trntor, un mundo cuya superficie estaba ocupada por una inmensa metrpoli desde la que se gobernaba toda la Galaxia; y despus le ofrecieron la imagen de un palacio cuyas espiras y elegantes arcadas nunca haban sido vistas ni por Balkis ni por ningn otro terrestre. Pens en los hilos invisibles de poder que pasaban de un sol a otro reunindose en filamentos, cables y sogas hasta llegar al palacio central y a esa abstraccin llamada Emperador que, despus de todo, no era ms que un hombre.
La mente de Balkis se aferr insistentemente a ese pensamiento y a la idea de un poder tan inmenso que era capaz de crear la divinidad por s solo, y que a pesar de eso se hallaba concentrado en un ser que era sencillamente humano.
Sencillamente humano! Cmo l!
Y l poda...
11
LA MENTE QUE CAMBI
El comienzo del cambio se agitaba confusamente en la mente de Joseph Schwartz. Haba vuelto a analizarlo muchas veces en el silencio absoluto de la noche (y ahora las noches eran muchsimo ms silenciosas, y de vez en cuando se preguntaba si realmente hubo algn tiempo en el que retumbaron y ardieron con la vida tumultuosa y enrgica de millones de seres humanos), y le habra gustado poder decir con precisin cul haba sido el momento en el que se inici.
El primer paso haba llegado con aquel lejano y estremecedor da de temores en el que se haba encontrado solo en un mundo extrao, un da que ahora se le apareca tan vago como el mismo recuerdo de Chicago. Despus haba llegado el viaje a Chica, con su extrao y complicado final. Schwartz pensaba en aquello con frecuencia.
Haba algo relacionado con aquel aparato..., con las pldoras que haba engullido. Despus vinieron los das de recuperacin seguidos por la fuga, el vagabundeo y los hechos inexplicables de aquella ltima hora transcurrida en los grandes almacenes. Schwartz nunca consegua recordar del todo aquella parte, pero en los dos meses transcurridos desde entonces su memoria se haba ido volviendo cada vez ms aguda y todo estaba cada vez ms claro.
Los hechos ya haban empezado a resultar extraos incluso entonces. Schwartz haba adquirido una gran sensibilidad a la atmsfera emocional. El anciano doctor y su hija estaban nerviosos y asustados. Lo haba sabido ya entonces o no haba sido ms que una impresin fugaz reforzada por la creciente claridad mental adquirida despus?
Pero en los grandes almacenes Schwartz haba sido consciente de lo que iba a ocurrir antes de que el hombre alto estirase la mano y la pusiera sobre su hombro..., exactamente antes. Haba comprendido que estaba atrapado y el anuncio no haba llegado a tiempo de salvarle, pero haba sido una demostracin muy clara del cambio.
Y despus haban llegado las jaquecas, aunque no eran precisamente jaquecas. Parecan ms bien palpitaciones, como si una dnamo oculta en su cerebro hubiese empezado a funcionar de repente y estuviera haciendo vibrar todos los huesos del crneo de Schwartz con una actividad inusitada. En Chicago no haba sentido nada parecido —suponiendo que su fantasa sobre Chicago tuviese algn significado, naturalmente—, ni tampoco durante los primeros das que haba vivido en aquella realidad.
Le haban hecho algo durante aquel primer da en Chica? El aparato, las pldoras... Estaba claro que contenan un anestsico. Una operacin? El curso de los pensamientos de Schwartz, que ya haba llegado a aquel punto en un centenar de ocasiones, volvi a interrumpirse.
Haba abandonado Chica al da siguiente de su fracasado intento de fuga, y ahora el tiempo transcurra tranquilamente y sin sorpresas.
Grew repeta palabras y le sealaba objetos o gesticulaba desde su silla de ruedas, tal y como lo haba hecho antes la muchacha, Pola; hasta que de repente un da Grew dej de hablar una jerigonza ininteligible y empez a hablar en ingls o... No, fue l mismo, l, Joseph Schwartz quien dej de hablar ingls y empez a hablar en una jerigonza ininteligible, con la nica diferencia de que de repente dej de resultarle ininteligible.
Todo era muy fcil. Aprendi a leer en slo cuatro das, y l mismo qued sorprendido. Hubo un tiempo en el que haba tenido una memoria excelente —aquella especie de sueo en Chicago—, o por lo menos eso le haba parecido; pero nunca haba sido capaz de realizar hazaas semejantes..., y sin embargo Grew no pareca asombrado.
Schwartz dej de devanarse los sesos.
Y cuando el otoo se hizo verdaderamente dorado todo volvi a estar claro, y Schwartz sali a trabajar al campo. La forma en que aprenda resultaba realmente desconcertante, y otra sorpresa era que nunca se equivocaba. Por ejemplo, haba mquinas muy complicadas que manejaba sin dificultad despus de haber odo slo una vez la explicacin de cmo funcionaban.
Esper la estacin fra, pero sta nunca acab de llegar. Pasaron el invierno limpiando los campos y fertilizndolos en una docena de formas distintas para la siembra de la primavera.
Interrog a Grew e intent explicarle qu era la nieve, pero el anciano se limit a contemplarle con los ojos muy abiertos.
—Agua helada que cae del cielo como si fuese lluvia, eh? —coment por fin—. Oh, s, la palabra para eso es nieve! Tengo entendido que ocurre en otros planetas, pero no en la Tierra.
A partir de entonces Schwartz fue fijndose en la temperatura, Y descubri que variaba muy poco de un da para otro; pero los das se iban acortando poco a poco, tal y como corresponda a una zona tan septentrional como Chicago. Schwartz se pregunt si estaba en la Tierra o en otro planeta.
Intent leer algunos de los libros en microfilme de Grew, pero no tard en desistir. La gente segua siendo gente, pero los detalles de la vida diaria y el conocimiento de lo que se daba por sabido o las alusiones histricas y sociolgicas que no significaban nada para l acabaron desanimndole.
Los enigmas subsistan. Estaban las lluvias uniformemente clidas, y las absurdas instrucciones que reciba de vez en cuando prohibindole que se acercara a ciertas reas. Por ejemplo, una noche se haba sentido tan intrigado por el horizonte resplandeciente y el brillo azul que se vea hacia el sur que no pudo contenerse por ms tiempo.
Sali de la casa despus de cenar, y an no llevaba recorrido un kilmetro de distancia cuando oy a su espalda el casi imperceptible zumbido del motor del vehculo birrueda, y el grito colrico de Arbin reson en el silencio de la noche. Schwartz se detuvo y fue llevado de regreso a la granja.
—No debe acercarse a ningn lugar que brille durante la noche —dijo Arbin pasendose nerviosamente delante de l.
—Por qu? —pregunt ingenuamente Schwartz.
—Porque est prohibido —fue la seca respuesta que obtuvo—. Schwartz, es que realmente no sabe lo que hay all? —pregunt Arbin despus de un prolongado silencio.
Schwartz hizo una mueca de ignorancia.
—De dnde viene? —pregunt Arbin—. Es un..., un espacial?
—Qu es un espacial?
Arbin se encogi de hombros y le dej solo.
Pero aquella noche tuvo una gran importancia para Schwartz, porque mientras recorra ese kilmetro escaso hacia la fosforescencia la extraa sensacin de su mente se haba sublimado hasta convertirse en el Contacto Mental. Schwartz lo llamaba as, y sa fue la ocasin en la que estuvo ms cerca de poder describirlo.
Estaba solo en la oscuridad purprea, y la extraa blandura del pavimento pareca engullir el sonido de sus pasos. No haba visto a nadie. No haba tocado nada.
O mejor dicho... S, haba sido algo parecido a un roce, pero no haba estado en su cuerpo. Estaba en su mente. No era exactamente un contacto, sino una presencia indefinible..., algo parecido a un cosquilleo aterciopelado.
Y de repente hubo dos..., dos contactos distintos, separados; y el segundo —cmo poda distinguirlos?— fue ms fuerte (no, sa no era la palabra correcta); fue ms claro, ms definido...
Y entonces comprendi que era Arbin. Lo supo por lo menos cinco minutos antes de or el ruido del motor y diez minutos antes de ver a Arbin.
Despus la experiencia se fue repitiendo con una frecuencia cada vez mayor.
No tard en descubrir que siempre saba cuando Arbin, Loa o Grew se encontraban a menos de cien metros de l, aunque no tuviese ningn motivo para saberlo y aunque tuviese motivos para suponer precisamente lo contrario. Era difcil convencerse, y sin embargo no tard en parecerle natural.
Hizo algunos experimentos y descubri que siempre saba exactamente dnde se encontraba cualquiera de ellos en cualquier momento. Poda distinguirlos porque el contacto mental variaba de una persona a otra. Nunca les habl de ello.
Y a veces se preguntaba cul haba sido el significado de aquel primer contacto mental percibido mientras caminaba hacia el resplandor del horizonte. No haba pertenecido a Arbin ni a Loa ni a Grew. Bueno, acaso tena alguna importancia?
Ms tarde la tuvo. Un da experiment aquel mismo contacto mientras se ocupaba de conducir al ganado, y corri en busca de Arbin.
—Arbin, qu sabe sobre esa arboleda que est ms all de las colinas del sur? —le pregunt.
—Nada —gru Arbin—. Son terrenos ministeriales.
—Qu quiere decir?
Arbin pareci irritarse.
—Para usted no tiene ninguna importancia, verdad? —replic—. Terrenos ministeriales quiere decir que son propiedad del Primer Ministro.
—Y por qu no estn cultivados?
—Porque no es un sitio para cultivar —replic Arbin, pareciendo un poco desconcertado—. En los tiempos antiguos eran un gran Centro... Es un lugar sagrado que no debe ser profanado. Oiga, Schwartz, si quiere vivir sin problemas aqu, controle su curiosidad y ocpese de su trabajo.
—Pero si es un lugar sagrado supongo que nadie podr vivir all, no es cierto?
—Exactamente.
—Est seguro de ello?
—Estoy totalmente seguro..., y no debe ir all. Eso le costara la vida, entiende?
—No lo har.
Schwartz se alej sintindose perplejo y extraamente intranquilo. El contacto mental haba llegado desde aquella arboleda y haba sido muy intenso, y algo nuevo e inexplicable acababa de agregarse a la sensacin anterior. Era un matiz hostil, como un roce amenazador.
Por qu? Por qu?
Pero an no se atreva a hablar. No le habran credo, y las consecuencias habran resultado muy desagradables. Schwartz tambin saba aquello. De hecho, Schwartz saba demasiadas cosas.
Y adems ltimamente se senta ms joven. No tanto fsicamente, desde luego, aunque el estmago se le haba encogido y sus hombros se haban vuelto ms robustos. Sus msculos parecan ms resistentes y flexibles y sus digestiones haban mejorado mucho. Todo aquello era el resultado del trabajo al aire libre, pero haba algo ms de lo que era consciente..., y aquel algo estaba relacionado con su forma de pensar.
Los viejos siempre tienden a olvidar cmo era el pensamiento en su juventud. Olvidan la velocidad de las reacciones mentales, la audacia de la intuicin juvenil y la agilidad de la introspeccin. Se han acostumbrado a formas ms lentas del razonamiento, y como eso se debe en gran parte a la acumulacin gradual de experiencias los viejos siempre se creen ms inteligentes que los jvenes.
Pero Schwartz conservaba la experiencia, y descubri con gran satisfaccin que era capaz de comprender las cosas al instante, y gradualmente fue progresando desde seguir las explicaciones de Arbin hasta ser capaz de anticiparlas adelantndose a l. La consecuencia de todo aquello fue que su sensacin de haber rejuvenecido era mucho ms sutil que la que podra haberle producido cualquier incremento de sus capacidades fsicas.
Transcurrieron dos meses..., y de repente todo sali a la luz cuando estaba jugando al ajedrez con Grew en la glorieta.
Resultaba extrao, pero el ajedrez no haba sufrido ningn cambio salvo en el nombre de las piezas. El juego se conservaba tal y como Schwartz lo recordaba, y eso le serva de consuelo; ya que al menos en ese detalle su memoria enferma no le haba jugado una mala pasada.
Grew le explic las distintas variaciones desarrolladas en el ajedrez. Haba un ajedrez a cuatro manos en el que cada jugador tena un tablero. Los tableros se tocaban en las esquinas, con un quinto tablero considerado como una tierra de nadie ocupando el hueco central. Haba un ajedrez tridimensional en el que se colocaban ocho tableros transparentes uno encima de otro, y donde cada pieza se desplazaba en tres dimensiones al igual que antes lo haba hecho en dos. El nmero de piezas se haba duplicado, y slo se triunfaba dando jaque mate simultneamente a los dos reyes enemigos. Incluso haba variaciones populares en las que las posiciones originales se decidan mediante un lanzamiento de dados, otras en las que ciertos cuadrados del tablero conferan ventajas o desventajas a las piezas colocadas sobre ellos o en las que se haban introducido piezas nuevas dotadas de extraas propiedades.
Pero el ajedrez propiamente dicho —el original e inmutable juego de tablero— segua siendo el mismo, y el torneo entre Schwartz y Grew ya haba completado sus primeras cincuenta partidas.
Cuando empezaron a jugar Schwartz apenas conoca los movimientos, por lo que haba perdido todas las partidas; pero la situacin haba ido cambiando poco a poco y sus derrotas eran cada vez menos frecuentes. En consecuencia, la manera de jugar de Grew se haba ido volviendo ms lenta y cautelosa, se haba acostumbrado a consumir el tabaco de su pipa en los intervalos entre jugada y jugada y, finalmente, el quejumbroso anciano no haba tenido ms remedio que acostumbrarse a que sus derrotas fuesen cada vez ms frecuentes.
Aquel atardecer Grew jugaba con las blancas, e inici la partida haciendo avanzar dos cuadros su pen de rey.
—Empecemos —dijo con voz malhumorada.
Sus dientes apretaban la pipa, y sus ojos ya estudiaban nerviosamente el tablero.
Schwartz se sent en la penumbra crepuscular y suspir. Las partidas haban ido perdiendo su inters inicial a medida que haba ido siendo ms capaz de conocer por anticipado los movimientos que Grew iba a efectuar. Era como si Grew tuviera una ventanita en el crneo, y el hecho de conocer casi instintivamente cmo se iba a desarrollar la partida se sumaba al resto del problema de Schwartz.
Usaban un tablero nocturno que brillaba en la oscuridad con un resplandor de cuadros azules y anarajados. Vistas a la luz del da las piezas parecan toscas figuras de barro rojizo, pero de noche sufran una sorprendente metamorfosis. Una mitad quedaba baada por una blancura cremosa que le daba el aspecto liso y glidamente luminoso de la porcelana, y el resto de la pieza centelleaba emitiendo pequeas chispas rojizas.
Los primeros movimientos se efectuaron con bastante rapidez. El pen de Schwartz hizo frente al avance del enemigo. Grew llev el caballo de rey a alfil 3, y Schwartz contest moviendo el caballo de reina a alfil 3. Despus el alfil blanco fue cambiado a caballo de reina 5, y el pen negro de la torre de reina avanz un cuadro para obligarle a retirarse a torre 4. Despus llev su otro caballo a alfil 3.
Las piezas resplandecientes se deslizaban sobre el tablero como si tuvieran una siniestra voluntad propia, y los dedos que las movan desaparecan en la oscuridad.
Schwartz estaba asustado. Lo que iba a hacer quiz fuese interpretado como una muestra de locura, pero ya no poda esperar ms, necesitaba saberlo.
—Dnde estoy? —pregunt de repente.
Grew alz la vista mientras mova el caballo de reina a alfil 3.
—Qu has dicho? —replic.
Schwartz no conoca la palabra equivalente a nacin o pas.
—Qu mundo es ste? —pregunt, y llev el alfil a rey 2.
—La Tierra —fue la lacnica respuesta de Grew.
Y Grew se enroc con deliberada lentitud, levantando primero la esbelta figura del rey y despus la maciza torre, que pas por arriba y coloc al otro lado.
La respuesta no resultaba muy satisfactoria. La mente de Schwartz haba traducido la palabra que haban captado los odos de Schwartz como Tierra, pero qu era en realidad la Tierra? Para sus habitantes cualquier planeta es la Tierra. Schwartz adelant dos cuadros el pen de reina, y el alfil de Grew tuvo que volver a retroceder a caballo 3. Despus Schwartz y Grew avanzaron sucesivamente un cuadro el pen de reina, dejando libres sus alfiles respectivos para la batalla por el dominio del centro que se estaba preparando en el tablero.
—En qu ao estamos? —pregunt Schwartz con la mxima tranquilidad e indiferencia de que fue capaz.
Grew tard un poco en responder. Pareca sorprendido.
—Qu ests tramando hoy? —pregunt por fin—. Note apetece jugar o qu? Bueno, si eso te hace feliz estamos en el ao 827... E.G. —agreg sarcsticamente.
Despus estudi el tablero con el ceo fruncido y coloc el caballo de reina sobre reina 5 iniciando su primer ataque.
Schwartz se protegi rpidamente llevando su caballo de reina a torre 4 y contraatac. La lucha se volva cada vez ms encarnizada. El caballo de Grew se comi al alfil, que pas del tablero a la caja para quedar enterrado all hasta que se jugara la prxima partida. Despus el brioso caballo fue eliminado por la reina de Schwartz. Schwartz abandon el ataque en un exceso de cautela e hizo retroceder el caballo que le quedaba hasta el refugio de rey 1, donde le resultara ms bien intil. El caballo de reina de Schwartz realiz un nuevo cambio de pieza comindose el alfil, y siendo devorado a su vez por el pen de torre.
—Qu significa E.G.? —pregunt repentinamente Schwartz en voz baja.
—Cmo? —exclam Grew poniendo cara de malhumor—. Oh, as que sigues dndole vueltas a eso de en qu ao estamos... Qu idiotez. Bueno, siempre me olvido de que aprendiste a hablar hace cosa de un mes, pero no cabe duda de que eres un tipo muy inteligente. Realmente no lo sabes? Bien, estamos en el ao 827 de la Era Galctica. Era Galctica..., E.G. Entiendes? Han transcurrido 827 aos desde la fundacin del Imperio Galctico, lo cual quiere decir que han transcurrido 827 aos desde la coronacin de Frankenn I. Y ahora, si eres tan amable, te toca mover a ti...
Pero el caballo de Schwartz desapareci por un momento en el interior de su mano cerrada. Se senta tan frustrado que se hallaba al borde de la ira.
—Un momento —dijo, y puso el caballo en reina 2—. Escchame con atencin: Amrica, Estados Unidos, Rusia, Europa... Te suena alguno de esos nombres?
La pipa de Grew emita un dbil resplandor rojizo en la oscuridad, y su sombra se inclinaba sobre el tablero luminoso como si el anciano estuviese menos vivo que la pipa. Quiz mene la cabeza en una rotunda negativa, pero Schwartz no vio el gesto. No tena necesidad de hacerlo. Haba percibido la negativa de Grew tan claramente como si hubiese hablado en voz alta.
—Sabes dnde puedo conseguir un mapa? —insisti Schwartz.
—En Chica no hay mapas disponibles..., a menos que ests dispuesto a arriesgar el pellejo por ellos —gru Grew—. No soy gegrafo, sabes? Nunca he odo mencionar los nombres que me has enumerado... Son nombres de personas?
Arriesgar el pellejo? Por qu? Schwartz sinti un escalofro. Haba cometido algn delito? Estara enterado Grew?
—El sol tiene nueve planetas, verdad? —pregunt con voz temblorosa.
—Diez —respondi Grew con indiferencia.
Schwartz titube. Bueno, podan haber descubierto otro planeta que l no conoca... Pero entonces cmo era posible que Grew supiese que exista ese dcimo planeta? Empez a contar con los dedos.
—El sexto planeta tiene anillos? —pregunt.
Grew estaba adelantando lentamente el alfil de rey dos cuadros, y Schwartz hizo instantneamente otro tanto.
—Te refieres a Saturno? —murmur Grew—. Pues claro que tiene anillos.
Estaba calculando. Poda escoger entre el pen de alfil y el de rey, y las consecuencias de inclinarse en un sentido o en otro no parecan muy claras.
—Y hay un anillo de asteroides o pequeos planetas entre Marte y Jpiter..., quiero decir entre el cuarto y el quinto planeta?
—S —mascull Grew.
Haba vuelto a encender su pipa y estaba pensando a toda velocidad. Schwartz capt la tortura de la incertidumbre que se agitaba en su mente. En cuanto a l, por fin estaba seguro de en qu planeta se hallaba, y la partida de ajedrez haba dejado de importarle. Las preguntas parecan vibrar a lo largo de la superficie interior de su crneo, y una de ellas se desliz hasta encontrar una salida.
—Entonces tus libros en microfilme dicen la verdad, no? Hay otros mundos... habitados?
Grew dej de mirar el tablero y sus ojos escudriaron intilmente la oscuridad.
—Hablas en serio?
—S o no?
—Por toda la Galaxia! Creo que realmente no lo sabes...
—Por favor... —murmur Schwartz, sintindose terriblemente humillado por su propia ignorancia.
—Pues claro que hay otros mundos..., millones de ellos! Cada una de las estrellas que ves tiene planetas, al igual que la gran mayora de las que no ves; y todos esos mundos forman parte del Imperio.
Schwartz iba percibiendo en su interior el delicado eco de cada una de las apasionadas palabras de Grew a medida que stas saltaban directamente de una mente a otra. Schwartz haba notado que los contactos mentales se estaban volviendo ms y ms intensos con el transcurrir de los das. Quiz pronto podra or mentalmente las palabras cuando la persona que las pensase no estuviera hablando.
Y por primera vez encontr una respuesta distinta de la demencia. Suponiendo que se las hubiera arreglado de alguna forma para dar un salto en el tiempo..., durmiendo, quiz...
—Cunto hace que ocurri todo esto, Grew? —pregunt con
voz enronquecida—. Cunto tiempo ha transcurrido desde que slo haba un planeta habitado?
—Qu quieres decir? —pregunt Grew con repentino recelo—. Eres miembro de la Sociedad de Ancianos?
—La qu...? No soy miembro de ninguna sociedad, pero supongo que hubo un tiempo en el que la Tierra era el nico planeta habitado, no? No fue as?
—Los Ancianos afirman que s —contest Grew de mala gana—. Pero quin puede saberlo? Quin puede estar seguro de ello? Por lo que yo s los mundos de all arriba han existido siempre.
—Pero cunto tiempo llevan existiendo?
—Supongo que miles de aos. Cinco mil, diez mil aos..., no lo s con certeza.
Miles de aos! Schwartz sinti que se le formaba un nudo en
la garganta y lo hizo bajar tragando saliva mientras notaba el pnico que se iba adueando de l. Todo ese tiempo entre un paso y el siguiente? Un suspiro, un momento, un fugaz aleteo en el tiempo... Y haba dado un salto de miles de aos? Tuvo la sensacin de que iba a recaer en la amnesia. Su identificacin del Sistema Solar deba de haber sido el resultado de unos recuerdos imperfectos que se estaban disipando entre la bruma.
Pero Grew ya haba iniciado otra jugada. Comi el pen de alfil, y Schwartz comprendi de manera casi mecnica que se trataba de una tctica equivocada. Despus una jugada sigui a la otra casi sin esfuerzo aparente por parte de Schwartz, quien comi con su torre de rey al pen que Grew haba coronado. El caballo blanco volvi a avanzar hasta alfil 3. El alfil de Schwartz se desplaz a caballo 2 y qued libre para entrar en accin. Grew respondi moviendo su alfil a reina 2.
Schwartz hizo una pausa antes de lanzar el ataque final.
—Y la Tierra es la que gobierna, verdad?
—La que gobierna qu?
—El Impe...
Pero Grew levant la mirada y lanz un rugido tan potente que hizo temblar las piezas.
—Oye, Schwartz, ya estoy harto de tus preguntas! Eres un perfecto idiota o qu? Acaso te parece que la Tierra es duea de algo? —Hubo un tenue susurro producido por la silla de ruedas de Grew cuando ste rode la mesa, y un instante despus Schwartz sinti los dedos del anciano clavndose en su brazo—. Mira! Mira hacia all! —orden Grew con voz spera—. Ves el horizonte? Ves el resplandor?
—S.
—La Tierra es as..., toda la Tierra es as, salvo en algunos lugares donde existen unos pocos oasis como ste en el que vivimos.
—No lo entiendo...
—La corteza terrestre es radiactiva. El suelo brilla y ha brillado siempre, y siempre brillar. No se puede cultivar nada, nadie puede vivir sobre l... De veras no lo sabas? Por qu crees que tenemos la Costumbre de los Sesenta?
El lisiado se seren y volvi a su lugar al otro lado de la mesa.
—Te toca jugar.
Los Sesenta! Otro contacto mental envuelto en un indefinible halo amenazador. Las piezas de ajedrez de Schwartz jugaban solas mientras l meditaba con el corazn oprimido. Su pen de rey se comi al pen de alfil que se le opona. Grew movi su caballo a reina 4, y la torre de Schwartz se desplaz lateralmente pasando a caballo 4. El caballo de Grew volvi a atacar movindose a alfil 3. La torre de Schwartz evit el nuevo ataque colocndose en caballo 5, pero el pen de torre de Grew avanz de manera casi tmida y la torre de Schwartz se precipit a comerse el pen de caballo dando jaque al rey. El rey de Grew se comi la torre, pero la reina de Schwartz llen el hueco de inmediato colocndose en caballo 4 y volviendo a dar jaque al rey de Grew, que se refugi en torre 1. Schwartz adelant su caballo ponindolo en rey 4. Grew movi su reina a rey 2 en una decidida tentativa de movilizar sus defensas, y Schwartz respondi avanzando dos cuadros su reina hasta dejarla en caballo 6, con lo que el cerco se fue estrechando ms y ms. Grew ya no poda elegir. Movi su reina a caballo 2, y las dos majestades femeninas quedaron frente a frente.
El caballo de Schwartz retrocedi comindose el caballo enemigo en alfil 6, y cuando el alfil blanco que estaba siendo atacado se movi rpidamente a alfil 3, el caballo pas a reina 5. Grew vacil durante unos momentos, y acab avanzando su reina por la diagonal libre para comerse el alfil de Schwartz.
Entonces hizo una pausa y lanz un suspiro de alivio. Su astuto adversario tena una torre en peligro y un jaque en perspectiva, y la reina de Grew estaba preparada para atacar; adems de lo cual llevaba ventaja de una torre por un pen.
—Te toca jugar —dijo con satisfaccin.
—Qu..., qu son los Sesenta? —pregunt Schwartz.
—Por qu lo preguntas? —exclam Grew, y su voz no poda ser ms seca ni hostil—. Qu pretendes...?
—Por favor... —murmur Schwartz humildemente, sintindose a punto de darse por vencido—. Te aseguro que no tengo ninguna mala intencin, Grew. No s quin soy ni que me ocurri..., quiz sufro de amnesia.
—Es muy probable —fue la desdeosa respuesta de Grew—. Ests huyendo de los Sesenta? Vamos, responde.
—Pero si te repito que no s qu son los Sesenta!
Su tono haba resultado muy convincente. Hubo un silencio bastante prolongado. El contacto mental de Grew se haba vuelto tan oscuro y terrible que Schwartz se estremeci, pero no poda discernir con claridad ninguna palabra.
—Los Sesenta son..., son los sesenta aos de cada ser humano —le explic Grew lentamente—. La Tierra no puede mantener a ms de veinte millones de habitantes, y para vivir tienes que producir. Si no puedes producir..., entonces tampoco puedes vivir. Despus de los sesenta ya no puedes producir...
—Y entonces... —susurr Schwartz, y se qued con la boca abierta.
—Eres eliminado. Sin sufrimientos.
—Quieres decir que..., que te matan?
—No se trata de un asesinato —respondi secamente Grew—. Tiene que ser as, comprendes? Los otros mundos se niegan a aceptar inmigrantes terrestres, y tenemos que dejar espacio para los nios. La vieja generacin tiene que ir dejando lugar a la nueva.
—Y si no confiesas que tienes sesenta aos?
—Y para qu vas a ocultarlo? Despus de los sesenta la vida no resulta muy divertida, creme; y cada diez aos se lleva a cabo un censo para descubrir a cualquiera que sea lo bastante estpido como para querer seguir viviendo. Adems, tienen registradas las edades de todo el mundo.
—La ma no —dijo Schwartz. Las palabras se le haban escapad., sin que hubiese podido evitarlo—. Adems, apenas tengo cincuenta aos... Los cumplir pronto, pero an no los tengo.
—No importa. Pueden determinar tu edad a partir de tu estructura sea. No lo sabas? No hay ninguna forma de ocultarlo... La prxima vez se me llevarn y... Oye, te toca jugar.
—Quieres decir que...? —murmur Schwartz sin prestar ninguna atencin a la invitacin de su interlocutor.
—S. An no he cumplido los cincuenta y cinco, pero... Bueno., echa un vistazo a mis piernas. No puedo trabajar, verdad? En nuestra familia hay registradas tres personas, y nuestra cuota esta ajustada a una base de tres trabajadores. Tendran que haber informado cuando sufr el derrame, y entonces la cuota hubiese sido reducida; pero entonces me habran aplicado los Sesenta de manera prematura, y Arbin y Loa no quisieron hacerlo. Fue una estupidez por su parte, porque eso les obligaba a cargar con un exceso de trabajo..., hasta que llegaste t. Y de todos modos el ao que viene me descubrirn, as que... T mueves.
—El ao prximo se llevar a cabo un censo?
—As es... Mueve.
—Espera! —exclam Schwartz—. Todos los hombres y mujeres son eliminados despus de los sesenta? No hay absolutamente ninguna excepcin?
—Para gente como t o como yo no, desde luego. El Primer Ministro y los miembros de la Sociedad de Ancianos cumplen su ciclo vital completo, al igual que algunos cientficos o quienes prestan servicios muy importantes a la sociedad. Hay muy pocos casos, puede que unos doce cada ao... Vamos, te toca mover!
—Y quin decide las excepciones?
—El Primer Ministro, naturalmente. Vas a mover de una vez, s o no?
Pero Schwartz se puso en pie.
—Olvdalo. Te dar jaque mate en cinco jugadas, sabes? Mi reina se comer el pen dando jaque al rey; t llevars el rey a caballo 1; yo dar jaque al rey con mi caballo en rey 2; t lo desplazars hasta alfil 2; dar jaque con mi reina en rey 6; apartars tu rey a caballo 2; mi reina ir a caballo 6, y como entonces estars obligado a poner tu rey en torre 1 le dar mate con la reina en torre 6. Ha sido una partida muy interesante —aadi Schwartz de manera casi automtica.
Grew contempl el tablero en silencio durante unos momentos hasta que lanz un grito y lo arroj al suelo. Las piezas resplandecientes rodaron y se dispersaron sobre el csped.
—T y tu maldita charla que me distrae! —grit Grew.
Pero Schwartz no prestaba atencin a nada..., a nada salvo a la imperiosa necesidad de escapar de los Sesenta; pues aunque Browning haba dicho Envejece a mi lado! Lo mejor an no ha venido, esa promesa slo poda existir en una Tierra habitada por miles de millones de seres humanos que contaba con alimentos ilimitados. Ahora lo mejor que vendra seran los Sesenta..., y la muerte.
Y Schwartz tena sesenta y dos aos.
Sesenta y dos aos...
12
LA MENTE QUE MATA
La idea se fue formando ntidamente en el cerebro cada vez ms metdico de Schwartz. No quera morir, as que tendra que irse de la granja. Si se quedaba donde estaba ahora el censo llegara inexorablemente, y la muerte llegara con l.
As pues, haba que marcharse de la granja. Pero dnde ira?
Estaba l... Qu era aquello, un hospital? S, aquel lugar de Chica donde haba sido atendido antes. Y por qu? Pues porque Schwartz era un caso mdico, naturalmente. Pero seguira sindolo? Ahora poda hablar y poda explicar sus sntomas, cosa que no haba podido hacer antes; e incluso poda hablarles del contacto mental.
O acaso el contacto mental no era algo exclusivo de Schwartz? Haba alguna forma de que pudiese averiguarlo? Arbin, Loa y Grew no tenan ese poder, desde luego. Schwartz lo saba. Ninguno de los tres poda averiguar dnde se encontraba Schwartz a menos que pudieran verle u orle. Si Grew hubiese posedo aquel tipo de facultades Schwartz nunca habra podido vencerle al ajedrez, verdad?
Un momento..., el ajedrez era un juego muy popular; y eso hubiese sido imposible si todo el mundo poseyera el don del contacto mental. No, desde luego que no.
De modo que eso converta a Schwartz en un caso psicolgico muy raro, un espcimen de gran valor. Ser un espcimen nico quiz no servira para que su vida fuese muy agradable o divertida, pero al menos poda salvarle de la muerte.
Y adems tambin poda estudiar la nueva posibilidad que acababa de presentarse, no? Quiz no era un amnsico, sino un hombre que haba viajado a travs del tiempo. En tal caso, no slo posea el don del contacto mental, sino que adems vena del pasado. Era un espcimen histrico y arqueolgico. No podan matarle.
Si le crean, claro...
Si le crean...
Aquel doctor le creera. La maana en que Arbin haba llevado a Schwartz a Chica necesitaba urgentemente un afeitado. Schwartz lo recordaba perfectamente, y despus de aquello la barba no haba vuelto a crecerle, as que tenan que haber hecho algo al respecto. Eso significaba que el doctor saba que l..., que l, Schwartz, haba tenido pelo en la cara. Eso tenla que ser importante, no? Grew y Arbin no se afeitaban nunca, y en una ocasin Grew le haba dicho que slo los animales tenan pelos en la cara.
De modo que tena que dar con el doctor.
Cmo se llamaba? Shekt? S, eso era... Shekt!
Pero Schwartz saba muy poco sobre aquel mundo horrible. Marcharse de noche y moverse campo a travs habra supuesto quedar envuelto en misterios, y muy posiblemente acabara cayendo en bolsas de peligro radiactivo de las que Schwartz no saba nada. AL final, la audacia de quien no tiene ningn otro recurso hizo que empezara a caminar por la carretera a primera hora de la tarde.
No esperaban que volviese antes de la hora de la cena, y para entonces ya estara lejos. Los tres habitantes de la granja no echaran en falta ningn contacto mental.
Durante la primera hora Schwartz experiment una sensacin de jbilo por primera vez desde que haba empezado aquella extraa aventura. Por fin estaba haciendo algo: estaba intentando luchar contra su entorno. Lo que haca tena una finalidad, y no era una simple huida a ciegas como la que haba intentado en Chica.
Bueno, para tratarse de un viejo no lo estaba haciendo nada mal, verdad? An conseguira darles una buena leccin...
Y de repente se detuvo. Schwartz se qued inmvil en el centro de la carretera porque algo que haba olvidado atrajo de nuevo su atencin.
Estaba captando el extrao contacto mental desconocido, el mismo que haba percibido por primera vez durante su avance hacia la fosforescencia del horizonte antes de que fuese detenido por Arbin, el que haba estado vigilndole desde los terrenos ministeriales.
Volva a estar all..., estaba detrs de l, oculto y al acecho.
Schwartz escuch atentamente o, por lo menos, hizo lo que era el equivalente a escuchar atentamente en el caso del contacto mental. No se acerc ms, pero estaba centrado en l. La impresin global que produca era de vigilancia mezclada con hostilidad, pero no haba desesperacin.
Otros detalles tambin resultaban bastante claros. La persona que estaba siguiendo sus pasos no deba perder de vista a Schwartz, y adems iba armada.
Schwartz se volvi con una cautela casi automtica, y su mirada preocupada escudri el horizonte.
Y el contacto mental cambi al instante.
Se volvi desconfiado y receloso, como si desconfiara respecto a su propia seguridad y al xito de su propsito, fuera cual fuese ste. La impresin mental producida por el hecho de que quien estaba siguiendo a Schwartz iba armado se hizo ms ntida, como si aquella persona estuviera tomando en consideracin la posibilidad de utilizar su arma si llegaba a ser descubierta.
Schwartz saba que l estaba desarmado e indefenso, y saba que la persona que iba siguindole le matara antes de permitir que escapara, y que morira en cuanto hiciese el primer movimiento en falso. Segua sin ver a nadie.
Y Schwartz sigui caminando a sabiendas de que su perseguidor se mantena lo bastante cerca para matarle. Su espalda estaba helada por el presentimiento de algo desconocido. Qu impresin produce la muerte? La idea le hostigaba al comps de su marcha, se agitaba en su mente y danzaba en su subconsciente hasta que se hizo casi insoportable.
Se aferr al contacto mental de su perseguidor como si fuese una tabla de salvacin. Captara aquel fugaz aumento de tensin indicador de que el arma estaba siendo levantada, de que el gatillo era apretado o se pulsaba un botn de disparo. En ese momento se echara al suelo o correra...
Pero por qu? Si se trataba de los Sesenta, por qu no acababan con l de inmediato?
La teora del salto en el tiempo se estaba disipando de su mente, y Schwartz volvi a pensar en la amnesia. Era un delincuente, quiz un hombre peligroso que deba ser vigilado en todo momento. Quiz en tiempos haba sido un alto funcionario que no poda ser eliminado violentamente, sino al que era preciso juzgar antes. Quiz su amnesia slo era una estratagema de su subconsciente para escapar a la realidad de una culpa tremenda e imposible de soportar.
Y aqu estaba ahora, caminando por una carretera vaca en direccin a un destino incierto con la muerte pisndole los talones.
Estaba oscureciendo y el viento se haba vuelto ligeramente fresco; lo cual resultaba tan absurdo como siempre. Schwartz calculaba que estaban en diciembre, y no caba duda de que la puesta de sol a las cuatro y media as lo confirmaba, pero la leve frescura del viento no tena nada que ver con el fro helado tpico de los inviernos del Medio Oeste.
Ya haca algn tiempo que Schwartz haba llegado a la conclusin de que aquel clima tan suave era debido a que el planeta (la Tierra?) no dependa exclusivamente del sol para recibir calor. Su mismo suelo radiactivo produca calor, escaso por metro cuadrado, pero inmenso si se lo calculaba por millones de kilmetros cuadrados.
Y el contacto mental de la persona que segua sus pasos se iba acercando cada vez ms en la oscuridad. Siempre alerta, siempre preparado para reaccionar... La oscuridad haca que la vigilancia resultase ms difcil. Aquella persona haba seguido sus pasos la primera noche cuando iba hacia el resplandor del horizonte. Tema volver a correr el riesgo?
—Eh! Eh, amigo...
Era una voz nasal y bastante aguda. Schwartz se envar.
Gir lentamente sobre s mismo moviendo todo el cuerpo al mismo tiempo. La figura menuda que vena hacia l agitaba la mano, pero la penumbra del crepsculo haca que no se la pudiera distinguir con claridad. No pareca tener prisa por llegar, y Schwartz esper.
—Vaya, me alegra mucho verle... Caminar solo por esta carretera no resultaba nada divertido. Tiene algn inconveniente en que le acompae?
—Hola —dijo Schwartz con voz tona.
El contacto mental encajaba, desde luego. Era su perseguidor, y adems la cara le resultaba conocida. Tena alguna clase de relacin con la confusa poca de su estancia en Chica.
Y en ese momento el hombre dio seales de que tambin haba reconocido a Schwartz.
—Oiga, yo s quin es usted! Pues claro que s! Es que no se acuerda de m?
A Schwartz le result imposible decidir si en circunstancias normales y en otro momento habra credo o no en la sinceridad de su interlocutor. Pero ahora... Cmo hubiese podido dejar de percibir esa fina capa agrietada de falso reconocimiento producido en ese instante que cubra las profundas corrientes del contacto mental, esas ondulaciones que le decan —no, que le gritaban— que el hombrecillo de ojos penetrantes haba reconocido a Schwartz desde el primer instante; que saba muy bien quin era l y que tena preparada un arma letal para usarla en su contra si llegaba a ser necesario?
Schwartz mene la cabeza.
—Pues claro que s! —insisti el hombrecillo—. Fue en esos grandes almacenes... Yo le rescat de la muchedumbre, recuerda? —Una carcajada totalmente artificial hizo casi que se doblara por la cintura—. Crean que usted tena la fiebre de radiacin. Tiene que recordarlo, hombre...
S, Schwartz lo recordaba..., vagamente. Durante unos minutos haba estado con un hombre como aqul, y tambin hubo una multitud que primero les haba detenido y que luego se haba separado ante ellos para dejar que pasaran.
—S —murmur—. Me alegra verle.
No era una conversacin demasiado brillante, pero Schwartz no poda hacerlo mejor y al hombrecillo no pareci importarle.
—Me llamo Natter —dijo alargndole una mano fofa—. En esa ocasin no pude hablar mucho con usted..., digamos que estbamos en plena crisis y no pudimos llegar a conocernos bien, eh? Pero me alegra mucho que se haya presentado esta nueva oportunidad.
—Yo me llamo Schwartz.
Las palmas de sus manos se rozaron fugazmente.
—Qu hace caminando por esta carretera? —pregunt Natter—. Va a alguna parte?
—Me limito a caminar por ella —respondi Schwartz, y se encogi de hombros.
—Le gusta pasear, eh? Tambin es mi distraccin favorita, sabe? Me paso el ao entero yendo de un lado a otro... Eso te llena de vida. Te acostumbras a respirar aire puro y puedes sentir cmo la sangre corre por tus venas, verdad? Aunque me temo que esta vez he ido demasiado lejos... No me gusta volver solo despus de que haya anochecido, y es un placer encontrar compaa. Hacia dnde va usted?
Era la segunda vez que Natter le haca la misma pregunta, y el contacto mental le revel la importancia que tena aquello. Schwartz se pregunt hasta cundo podra evitar dar una respuesta definida. La mente de su perseguidor estaba siendo invadida por una creciente ansiedad, y no se conformara con ninguna mentira. Schwartz no saba lo suficiente acerca de aquel nuevo mundo como para faltar a la verdad.
—Voy al hospital —dijo por fin.
—Va al hospital? A qu hospital?
—Al hospital de Chica en el que estuve.
—Se refiere al Instituto, verdad? All es donde le llev antes... Le estoy hablando del da en que le saqu de los grandes almacenes, entiende?
La ansiedad y la tensin seguan creciendo.
—Voy a ver al doctor Shekt —dijo Schwartz—. Le conoce?
—He odo hablar de l. Es un personaje importante, sabe? Est enfermo?
—No, pero he de presentarme peridicamente en el hospital.
Poda parecer una respuesta razonable?
—Y va all a pie? —pregunt Natter—. No envan un vehculo para que le recoja?
Al parecer la respuesta no haba sido considerada razonable. Schwartz no dijo nada, y se encerr en un terco mutismo.
Pero Natter pareca entusiasmado.
—Oiga, amigo, le dir lo que vamos a hacer: cuando pasemos por
una cabina de onda comunal pblica llamar a la ciudad y pedir un taxi... Nos encontrar en la carretera, de acuerdo?
—Una onda comunal...?
—S. Las hay a todo lo largo de la carretera. Mire, all hay una.
Se alej un paso de Schwartz.
—Alto! —se oy gritar Schwartz de repente—. No se mueva!
Natter se detuvo. Cuando se volvi hacia Schwartz, ste vio que su rostro haba adquirido una extraa frialdad.
—Qu mosca le ha picado, amigo?
Cuando habl las palabras salieron despedidas de los labios de Schwartz con tanta impaciencia que el nuevo idioma que haba aprendido le pareci lento y poco adecuado para su propsito.
—Estoy harto de esta farsa. S quin es usted, y s qu va a hacer. Va a llamar a alguien para informar de que voy a visitar al doctor Shekt, no? Cuando llegue a la ciudad me estarn esperando y enviarn un vehculo para que me recoja..., y si intento huir usted me matar.
Natter frunci el ceo.
—Bueno, en eso ltimo ha dado en el clavo —murmur. Las palabras no iban destinadas a los odos de Schwartz y no llegaron a ellos, pero eran tenuemente visibles sobre la capa superficial del contacto mental—. Por quin me ha tomado, seor? —aadi en voz alta—. Me est ofendiendo, sabe?
Pero estaba retrocediendo, y su mano ya empezaba a bajar hacia la cadera.
Schwartz perdi el control de s mismo.
—Por qu no me deja en paz? —grit furiosamente mientras agitaba los brazos—. Qu le he hecho yo? Vyase! Vyase!
Su voz acab convirtindose en un alarido entrecortado. El odio y el miedo despertados en l por aquel hombre que le acechaba y en cuya mente senta hervir la hostilidad eran tan intensos que le hicieron fruncir el ceo. Schwartz sinti que sus emociones chocaban unas con otras en un intento frentico de escapar al contacto mental, como si quisieran huir de su viscosidad y librarse de aquel horrible hlito impalpable.
Y de repente el contacto mental se extingui..., sbitamente y por completo. Schwartz tuvo una fugaz impresin de inmenso dolor —no suyo, sino del otro—, y despus nada ms. No haba ningn contacto mental. Su cerebro lo haba soltado como un puo que se relaja y cae flccidamente.
Natter se haba convertido en un bulto informe cado sobre la carretera baada en sombras. Schwartz fue hacia l. Natter era un hombre bajito, fcil de mover. La expresin de agona de su rostro pareca haber quedado profundamente grabada en las facciones. Las arrugas se negaban a relajarse. Schwartz le busc el pulso y no lo encontr.
Se incorpor sintiendo que el horror empezaba a aduearse de l.
Haba asesinado a un hombre!
Y un instante despus le invadi el desconcierto.
Sin haberle tocado! Haba matado a aquel hombre con slo odiarle, y su odio haba conseguido afectarle de alguna manera a travs del contacto mental.
Qu otros poderes posea?
Schwartz tom una rpida decisin. Revis los bolsillos de Natter y encontr dinero. Excelente! El dinero le resultara muy til. Despus arrastr el cadver hasta el campo y lo ocult entre la maleza.
Sigui caminando durante dos horas, y no hubo ningn nuevo contacto mental.
Pas la noche durmiendo a la intemperie, y a la maana siguiente lleg a las afueras de Chica despus de dos horas ms de caminata.
Chica no era ms que un pueblecito en comparacin con el Chicago que Schwartz conoca, y a esa hora tan temprana el ir y venir de sus habitantes todava era escaso y espordico; pero aun as los contactos mentales fueron abundantes desde el primer momento, y Schwartz se sinti sorprendido y desconcertado.
Haba tantos...! Algunos eran pasajeros y difusos, otros eran intensos y ntidos. Haba hombres que pasaban junto a l en cuyas mentes captaba como una serie de pequeos estallidos; mientras que otros no tenan nada en el interior de su crneo, salvo quiz un leve recuerdo del desayuno que acababan de ingerir.
AL principio Schwartz se volva y se sobresaltaba ante la proximidad de cada nuevo contacto mental, y reaccionaba a cada uno como si fuese un roce fsico de la naturaleza ms ntima imaginable; pero en una hora aprendi a no hacer caso de ellos.
Ahora oa palabras aunque no fueran pronunciadas oralmente. Eso era algo nuevo, y Schwartz prest ms atencin al fenmeno. Las frases dbiles y casi fantasmagricas eran como sonidos inconexos arrastrados por el viento, y parecan lejanas, muy lejanas..., y con ellas Schwartz captaba emociones tan vivas que parecan reptar por el aire y otros detalles muy sutiles imposibles de describir, de tal modo que el mundo se convirti en un vasto panorama donde herva una vida que slo Schwartz era capaz de percibir.
Descubri que el don poda penetrar en los edificios a medida que caminaba, y que era capaz de introducir su mente en ellos como si fuese un animal sujeto a una correa, algo que poda colarse por las rendijas, invisibles para el ojo humano, sacando a la luz los pensamientos ms ntimos de quienes estaban dentro.
Se detuvo frente a un enorme edificio con la fachada de piedra e intent pensar. Ellos —quienesquiera que fuesen— andaban detrs de Schwartz. Haba matado al hombre encargado de seguir su pista, pero deba de haber otros..., aquellos a los que ese hombre haba querido llamar. Schwartz pens que quiz sera ms prudente que permaneciera lo ms quieto posible durante un par de das. Cul era la mejor forma de lograrlo? Un empleo, quiz...?
Empez a investigar el interior del edificio frente al que se haba detenido. Haba un contacto mental bastante lejano que poda significar un trabajo para Schwartz. Estaban buscando obreros textiles..., y hubo un tiempo en que Schwartz haba sido un sastre excelente.
Entr sin que nadie se fijara en l, fue hacia un hombre y le puso una mano en el hombro.
—Dnde he de presentarme para conseguir empleo?
—Por esa puerta!
El contacto mental que capt estaba impregnado de preocupacin y desconfianza.
Schwartz cruz el umbral indicado, y despus un tipo muy flaco de mentn puntiagudo le acribill a preguntas y fue tecleando en un clasificador para dejar anotadas sus respuestas.
Schwartz balbuce tanto las verdades como las mentiras con idntica incertidumbre.
Pero al principio el encargado de personal no pareca muy interesado en sus respuestas. Las preguntas se fueron sucediendo a gran velocidad.
—Edad? Cincuenta y dos? Hum... Estado de salud? Casado? Experiencia? Ha trabajado con telas? Bien, de qu clase? Termoplsticas, elastomricas...? Cmo dice? Cree que con todas ellas? Quin le dio empleo por ltima vez? Deletree su apellido... Usted no es de Chica, verdad? Dnde estn sus documentos? Si quiere que tomemos en cuenta su solicitud tendr que traerlos... Cul es su nmero de registro?
Schwartz empez a retroceder. Cuando entr no haba previsto aquel final, y el contacto mental del hombre que tena delante estaba cambiando. Se haba vuelto extraordinariamente desconfiado, y tambin manifestaba un considerable recelo. La capa superficial de afabilidad era muy delgada, y debajo de ella se ocultaba una animosidad tan aguzada que resultaba el ms peligroso de todos los rasgos mentales.
—Me temo que no reno las condiciones necesarias para este trabajo —balbuce nerviosamente Schwartz.
—No, no, vuelva! —dijo el hombre hacindole una sea—. Tenemos algo para usted... Djeme revisar un momento el archivo.
Estaba sonriendo, pero el contacto mental se haba vuelto todava ms ntidamente hostil.
El encargado de personal puls un timbre que haba sobre su escritorio.
Schwartz se alarm y ech a correr hacia la puerta.
—Detengan a ese hombre! —grit el encargado al instante saliendo de detrs del escritorio.
Schwartz atac el contacto mental embistiendo violentamente con su propia mente, y oy un gruido ahogado a su espalda. Lanz una rpida mirada por encima del hombro, y vio que el encargado de personal estaba sentado en el suelo con el rostro crispado mientras se apretaba las sienes con las palmas de las manos. Otro hombre estaba inclinado sobre l. El encargado logr mover una mano sealando a Schwartz, y el hombre reaccion yendo hacia l. Schwartz no esper ms tiempo.
Cuando sali a la calle estaba convencido de que haba una orden de captura contra l. Haban hecho pblica su descripcin completa, y el encargado de personal le haba reconocido.
Corri por las calles doblando una esquina detrs de otra sin direccin fija. Ahora atraa ms la atencin porque las calles se estaban llenando de gente. Sospechas, sospechas en todas partes..., sospechas porque corra..., sospechas porque sus ropas estaban sucias y no le caan demasiado bien...
Esa maraa de contactos mentales y la confusin fruto de su propio miedo y desesperacin hicieron que Schwartz no pudiera identificar a sus verdaderos enemigos, los que no slo sospechaban sino que saban con toda seguridad quin era..., y no hubo nada que le previniese de la amenaza del ltigo neurnico.
Sinti un dolor terrible que cay sobre l con la cegadora velocidad de una tira de cuero al restallar, y que le aplast como bajo el peso de un enorme peasco. Schwartz resbal durante unos segundos a lo largo de la pendiente del dolor antes de acabar siendo rodeado por las sombras.
13
TELARANA EN WASHENN
El Colegio de Ancianos de Washenn es un lugar excepcionalmente tranquilo. All la austeridad es la palabra clave, y hay algo sinceramente imponente en los grupos de novicios que dan su paseo crepuscular por entre los rboles del jardn en el que slo los Ancianos pueden entrar. De vez en cuando la figura vestida de verde de un Anciano Mayor atraviesa el jardn aceptando afablemente las reverencias con las que es saludada.
Y, en muy raras ocasiones, tambin puede verse al mismsimo Primer Ministro.
Sin embargo, hasta aquel momento nadie haba visto jams al Primer Ministro caminando tan deprisa que casi corra, sudando y sin hacer caso de las manos respetuosamente levantadas; indiferente a las miradas cautelosas que le seguan y los gestos de extraeza intercambiados discretamente o las cejas ligeramente arqueadas.
Entr en el Saln Legislativo por la puerta privada y ech a correr abiertamente apenas estuvo en la rampa desierta. La puerta que golpe con los puos se abri respondiendo a la presin que el pie de la persona que estaba dentro ejerci sobre un botn, y el Primer Ministro entr en la habitacin.
Su secretario apenas levant la mirada desde detrs del sencillo y pequeo escritorio donde estaba inclinado sobre un diminuto televisor escuchando atentamente y, de vez en cuando, paseando la vista sobre los comunicados de carcter oficial que se amontonaban delante de l.
El Primer Ministro golpe la superficie del escritorio con los nudillos.
—Qu significa todo esto? —pregunt—. Qu est ocurriendo?
El secretario le contempl sin inmutarse y apart el pequeo televisor a un lado.
—Felicitaciones, Su Excelencia.
—Gurdese sus felicitaciones! —replic el Primer Ministro con impaciencia—. Quiero saber qu est ocurriendo.
—En pocas palabras, que nuestro hombre ha huido.
—Quiere decir que el hombre al que Shekt someti a tratamiento con el sinapsificador .... el espacial..., el espa..., el hombre que estaba oculto en esa granja de los alrededores de Chica...?
No hay forma alguna de saber cuntas palabras habra empleado el alteradsimo Primer Ministro para describir a aquel hombre si el secretario no le hubiese interrumpido.
—Exactamente —dijo con indiferencia.
—Y por qu no me lo comunicaron? Por qu nunca me informan de nada?
—Haba que adoptar medidas inmediatas, y Su Excelencia tena muchas cosas que hacer en aquellos momentos; as que le sustitu dentro de los lmites de mi capacidad.
—S, s... Siempre que quiere prescindir de m procura no molestarme para nada, verdad? Pero no lo tolerar, me oye? No permitir que me dejen de lado. No...
—Estamos perdiendo el tiempo —fue la serena respuesta del secretario.
Y el grito del Primer Ministro se apag. Tosi y carraspe, y contempl al secretario como si no supiese qu decir.
—Cules son los detalles, Balkis? —pregunt por fin.
—La verdad es que no hay muchos. Despus de dos meses de paciente espera el tal Schwartz parti de repente sin que nada lo anunciase, fue seguido..., y desapareci.
—Y cmo desapareci?
—No lo sabemos con seguridad, pero se es otro problema. Anoche Natter..., nuestro agente, recuerda? Bien, Natter dej de enviar sucesivamente tres informes a la hora fijada. Sus ayudantes fueron en su busca por la carretera que conduce a Chica, y le encontraron al amanecer. Estaba en una zanja junto a la carretera..., muerto.
—El espacial le mat? —pregunt el Primer Ministro palideciendo.
—Probablemente, aunque no podemos estar seguros. No haba seales visibles de violencia, a no ser que la expresin del rostro del muerto se pueda considerar como tal. Se le practicar la autopsia, naturalmente. Quiz se diera la casualidad de que Natter falleciese de un sncope cardiaco precisamente en el momento menos oportuno.
—Pero eso sera una coincidencia increble.
—Yo opino lo mismo —respondi el secretario con voz glida—. Pero si Schwartz mat a Natter, entonces los acontecimientos posteriores resultan todava ms extraos. juzgue usted mismo, Su Excelencia: segn nuestro anlisis previo, resultaba evidente que Schwartz viajara a Chica tarde o temprano para entrevistarse con Shekt, y Natter apareci muerto en la carretera que va de la granja de los Maren a Chica. En consecuencia, hace tres horas que alertamos a las autoridades de Chica, y nuestro hombre ha sido capturado.
—Quiere decir que Schwartz ha sido capturado? —pregunt el Primer Ministro con incredulidad.
—Naturalmente.
—Por qu no me inform de inmediato?
—Hay cosas ms importantes de las que ocuparse, Su Excelencia —dijo Balkis, y se encogi de hombros—. Acabo de decirle que Schwartz se encuentra en nuestras manos, no? Bien, fue capturado casi enseguida y sin ninguna dificultad, y este hecho no parece tan fcil de relacionar con la muerte de Natter. Cmo pudo ser lo bastante inteligente para descubrir a Natter, quien era un agente muy hbil, y al mismo tiempo tan estpido como para entrar en Chica a la maana siguiente y presentarse en una fbrica, sin ninguna clase de disfraz..., para solicitar un empleo?
—Eso fue lo que hizo?
—Eso fue lo que hizo, y por lo tanto su comportamiento implica dos posibilidades distintas. Una es que Schwartz ya haya transmitido a Shekt o a Bel Arvardan las informaciones que tena, y se ha dejado atrapar para distraer nuestra atencin; y la otra es que haya otros agentes actuando a los que todava no hemos descubierto y a los que Schwartz est protegiendo. En cualquiera de los dos casos no debemos cometer el error de ser excesivamente confiados.
—No lo entiendo —dijo el Primer Ministro. Las arrugas de la ansiedad y la confusin resultaban claramente visibles en sus atractivas facciones—. Todo esto es demasiado complicado para m.
Balkis sonri desdeosamente.
—Dentro de cuatro horas tiene una cita con el profesor Bel Arvardan, Su Excelencia —anunci.
—De veras? Por qu? Y qu debo decirle? No quiero verle.
—Clmese, Su Excelencia. Tiene que verle. El da en que debe comenzar esa supuesta expedicin suya se est aproximando, por lo que me parece obvio que l represente su papel solicitndole que le conceda permiso para explorar las Zonas Vedadas. Ennius nos previno al respecto, y l debe conocer con exactitud los detalles de esta comedia. Supongo que usted sabr devolver ofensa por ofensa respondiendo a las exigencias con otras exigencias, no?
—Bueno..., lo intentar —murmur el Primer Ministro bajando la cabeza.
Bel Arvardan lleg temprano y tuvo tiempo de sobras para contemplar lo que le rodeaba. Para un hombre familiarizado con las maravillas arquitectnicas de toda la Galaxia, el Colegio de Ancianos no poda ser nada ms que un severo bloque de granito reforzado con acero diseado al estilo arcaico; pero si daba la casualidad de que ese mismo hombre era arquelogo, entonces la austeridad sombra y casi salvaje poda parecerle el medio ms adecuado para una forma de vida tambin sombra y casi salvaje. Su mismo primitivismo subrayaba la intencin de volver la vista hacia el lejano pasado.
Y los pensamientos de Arvardan volvieron a discurrir por su cuenta. Su recorrido de dos meses por los continentes occidentales de la Tierra no haba resultado muy divertido. El primer da lo haba estropeado todo, y Arvardan volvi a pensar en lo que haba ocurrido aquel da en Chica.
Apenas lo hizo sinti que se enfadaba consigo mismo. La muchacha se haba comportado de forma muy grosera, y se haba mostrado inmensamente desagradecida. Una vulgar terrestre... Por qu tena que sentirse culpable Arvardan? Y sin embargo...
Le habra dado algn motivo para que se comportase de aquella manera al informarle de repente de que era un espacial..., como tambin lo era el oficial que la haba insultado y cuya arrogante brutalidad Arvardan haba castigado rompindole un brazo? Despus de todo, acaso tena alguna forma de saber cunto haba sufrido ella a manos de los espaciales? Y de repente le haba revelado que l tambin era un espacial, y no haba intentado amortiguar el golpe.
Si hubiese sido ms paciente... Por qu haba roto tan bruscamente sus relaciones? Ni tan siquiera recordaba el apellido de la muchacha. Era Pola algo—ms... Qu extrao! Arvardan siempre haba tenido muy buena memoria. Se tratara de un esfuerzo subconsciente por olvidar?
Bueno, eso era lo ms razonable. Olvidar! Y, de todas maneras, qu tena que recordar? A una terrestre, a una vulgar y desagradecida terrestre?
Era enfermera de un hospital, y poda tratar de dar con el hospital en el que trabajaba. Cuando se separ de la muchacha aquella noche no haba sido ms que una silueta borrosa en la oscuridad, pero el hospital deba de estar cerca de aquel local de alimentmatas.
La idea le enfureci, y se apresur a reducirla a mil fragmentos inconexos. Estaba loco? Qu ganara con eso? Era una terrestre. Bonita, s, dulce, casi fasci...
Era una terrestre!
El Primer Ministro estaba entrando, y Arvardan se alegr de su aparicin porque significaba que podra olvidar lo que haba ocurrido aquel da en Chica; pero en lo ms profundo de su mente saba que los recuerdos acabaran volviendo. Con cierta clase de recuerdos siempre ocurra igual.
El Primer Ministro llevaba una chaqueta nueva e impecable. Su frente no mostraba ni la ms mnima arruga producto del titubeo o de la duda, y cuando se la contemplaba se tena la impresin de que era imposible que hubiese estado humedecida alguna vez por el sudor.
La conversacin result verdaderamente cordial. Arvardan transmiti meticulosamente los saludos de algunas personalidades importantes del Imperio al pueblo de la Tierra, y el Primer Ministro tuvo igual cuidado de expresar la profunda gratitud que deba experimentar toda la Tierra por la generosidad y la comprensin de que daba muestras el gobierno imperial.
Arvardan se refiri a la gran importancia que la arqueologa tena para la filosofa imperial, y habl de su contribucin a la gran conclusin de que todos los seres humanos de todos los mundos de la Galaxia eran hermanos; y el Primer Ministro asinti con expresin complacida y manifest que la Tierra siempre haba estado convencida de ello, y que esperaba ver llegar pronto el da en el que la Galaxia pondra en prctica esa teora.
Las palabras del Primer Ministro hicieron sonrer durante un momento a Arvardan.
—se es precisamente el motivo que me ha impulsado a dirigirme a usted, Su Excelencia —dijo—. Una gran parte de las diferencias existentes entre la Tierra y algunos de los dominios imperiales vecinos quiz resida nicamente en la forma de pensar, pero creo que si se demostrara que los terrestres no son distintos del resto de los ciudadanos de la Galaxia resultara posible eliminar muchos roces.
—Y cmo se propone lograr eso, doctor Arvardan?
—No resulta muy fcil de explicar en pocas palabras. Como probablemente ya sabe Su Excelencia, las dos corrientes principales del pensamiento arqueolgico actual son conocidas vulgarmente con los nombres de Teora de la Fusin y Teora de la Irradiacin.
—Tengo un conocimiento elemental de ambas.
—Bien... La Teora de la Fusin sostiene que los diversos tipos humanos se desarrollaron de manera independiente, y que se fueron mezclando unos con otros durante la era de los primeros viajes espaciales, tan distante ya en el tiempo que apenas se conservan documentos de esos das. Este concepto resulta necesario para explicar por qu actualmente todos los seres humanos se parecen tanto los unos a los otros.
—S —dijo secamente el Primer Ministro—, y esa idea tambin implica la necesidad de que haya varios centenares o millares de variedades de ser humano que se hayan desarrollado por separado, y que sin embargo estn tan relacionadas qumica y biolgicamente como para permitir los cruzamientos.
—Exacto —dijo Arvardan poniendo cara de satisfaccin—. Acaba de poner el dedo en la llaga... se es el punto ms dbil de la teora, pero la gran mayora de los arquelogos lo pasa por alto y apoya firmemente la Teora de la Fisin, lo que naturalmente implicara la posibilidad de que en porciones aisladas de la Galaxia subsistan algunas subespecies de la humanidad que hayan conservado sus diferencias originales sin que se produjeran cruzamientos...
—Se refiere a la Tierra, no? —dijo el Primer Ministro.
—La Tierra es considerada como un ejemplo de ello. La Teora de la Irradiacin, por otra parte...
—Considera que todos somos descendientes de un solo grupo planetario de seres humanos.
—Exactamente.
—Basndose en ciertas pruebas de nuestra historia y ciertos documentos que nosotros consideramos sagrados y que no pueden ser mostrados a quien no haya nacido en la Tierra, mi pueblo cree que la Tierra fue la cuna de toda la humanidad.
—Yo opino lo mismo, y le pido que me ayude a demostrrselo a toda la Galaxia.
—Es usted muy optimista... Cmo piensa hacer eso?
—Su Excelencia, estoy convencido de que en esas reas de su planeta que actualmente estn afectadas por la radiactividad quedan muchos artefactos y restos arquitectnicos primitivos. La antigedad de esos restos podra ser calculada con toda exactitud a partir de su estado actual de desintegracin radiactiva, y comparando...
—Me temo que eso es totalmente imposible —le interrumpi el Primer Ministro meneando la cabeza.
—Por qu es imposible? —pregunt Arvardan, y la sorpresa le hizo fruncir el ceo.
—En primer lugar debo preguntarle qu es lo que espera lograr, doctor Arvardan —replic el Primer Ministro sin inmutarse—. Si demuestra que est en lo cierto y aun suponiendo que su demostracin logre convencer a todos los mundos, qu importa que hace un milln de aos todos ustedes fueran terrestres? Despus de todo, hace mil millones de aos todos ramos simios, y sin embargo actualmente no consideramos que los monos sean parientes nuestros.
—Vamos, Su Excelencia... La comparacin es absurda.
—De ninguna manera. Acaso no le parece lgico suponer que los terrestres han llegado a cambiar de tal manera durante su prolongado aislamiento y, sobre todo, debido a la continua influencia de la radiactividad, que ahora forman una raza totalmente diferenciada de sus primos emigrados?
Arvardan se mordi el labio inferior.
—Sus enemigos estaran encantados al verle argumentar con tanto entusiasmo en favor suyo —contest de mala gana.
—Lo hago precisamente porque me pregunto qu dirn. Bien, est claro que no conseguiramos nada..., salvo quiz exacerbar el odio que ya se siente contra nosotros.
—Pero no hay que olvidar los intereses de la ciencia pura! —protest Arvardan—. El progreso de los conocimientos...
—Lamento sinceramente verme obligado a obstaculizar esa noble causa —dijo el Primer Ministro ponindose muy serio—. Voy a hablarle como un ciudadano del Imperio que est conversando con un igual: personalmente yo le ayudara con mucho gusto, pero mi pueblo es una raza terca y orgullosa que se ha encerrado en s misma durante siglos debido a..., a las lamentables actitudes que ciertas partes de la Galaxia han adoptado contra nosotros. Los terrestres tienen ciertos tabes, ciertas costumbres establecidas que ni tan siquiera yo podra violar.
—Y las zonas radiactivas...
—Son uno de los tabes ms importantes y estrictamente observados. Aunque le otorgase permiso para investigar en ellas, y le confieso que me siento tentado de hacerlo, lo nico que conseguiramos con eso sera provocar motines y disturbios que no slo pondran en peligro su vida y las de los miembros de su expedicin, sino que a la larga haran que la Tierra sufriese alguna clase de sancin disciplinaria impuesta por el Imperio. Si permitiese que eso ocurriera estara traicionando las responsabilidades de mi cargo y la confianza que mi pueblo ha depositado en m.
—Pero estoy dispuesto a adoptar todas las precauciones razonables. Si quisiera enviar observadores para que me acompaen... Y, naturalmente, tambin puedo comprometerme a consultar con usted antes de publicar los resultados obtenidos durante las investigaciones sean cuales sean stos.
—Me est tentando, doctor Arvardan —replic el Primer Ministro—. Es un proyecto muy interesante, desde luego... Pero aun suponiendo que no tomramos en cuenta al pueblo, me temo que sobrestima mi poder. No soy un gobernante absoluto. De hecho, mi poder se encuentra muy limitado..., y todos los asuntos deben ser sometidos a la consideracin de la Sociedad de Ancianos antes de que se pueda tomar una decisin definitiva.
—Es una situacin realmente lamentable —dijo Arvardan, y mene la cabeza—. El Procurador ya me previno acerca de los obstculos con los que me enfrentara, pero aun as esperaba que... Cundo podr consultar a su legislatura?
—La asamblea de la Sociedad de Ancianos se reunir dentro de tres das. No tengo poder para alterar el orden del da, de modo que quiz transcurran unos das ms antes de que el asunto pueda ser discutido..., digamos que una semana.
Arvardan asinti distradamente.
—Tendr que resignarme a esperar. Por cierto, Su Excelencia, cambiando de tema...
—S?
—En su planeta hay un cientfico al que me gustara conocer..., un tal doctor Shekt, de Chica. Yo estuve en Chica, pero mi estancia dur muy poco tiempo y me march de manera bastante precipitada, por lo que me gustara reparar esa omisin. Tengo la seguridad de que el doctor Shekt es un hombre muy ocupado, y le agradecera que me proporcionara una carta de presentacin.
El rostro del Primer Ministro haba adoptado una expresin visiblemente adusta, y guard silencio durante unos momentos antes de hablar.
—Podra explicarme para qu desea ver al doctor Shekt? —pregunt por fin.
—Por supuesto, Su Excelencia. Le un artculo acerca de un aparato que ha diseado y al que creo llama sinapsificador. Tiene relacin con la neuroqumica cerebral, y quiz pueda resultar de algn inters para otro proyecto mo. He hecho algunos trabajos sobre la clasificacin de la humanidad a travs de los grupos encefalogrficos..., los distintos tipos de corrientes cerebrales, como supongo ya sabr.
—S, he odo algunos comentarios acerca del invento del doctor Shekt. Creo recordar que no tuvo xito.
—Bien, quiz no; pero el doctor Shekt es un experto en la materia, y probablemente podra ayudarme en mis trabajos.
—Comprendo... De acuerdo, har que le preparen inmediatamente una carta de presentacin. No debe mencionar en ningn momento sus intenciones de explorar las Zonas Vedadas, naturalmente.
—Por supuesto, Su Excelencia —asinti Arvardan, y se puso en pie—. Le agradezco su cortesa y su comprensin, y espero que el Consejo de Ancianos trate mi proyecto con espritu tolerante.
El secretario entr apenas Arvardan hubo salido de la habitacin, y sus labios se curvaron en esa sonrisa fra y cruel tan caracterstica de l.
—Muy bien —coment—. Se ha portado estupendamente, Su Excelencia.
El Primer Ministro le observ con expresin sombra.
—Qu significa eso ltimo que me dijo respecto a Shekt? —pregunt.
—Est intrigado? Hace mal, ya que todo marcha magnficamente. Supongo que se fijara en su falta de insistencia cuando vet su proyecto, no? Cree que es la reaccin lgica en un cientfico que ha invertido todo su entusiasmo en algo que ve obstaculizado de repente sin que haya motivos razonables para ello, o es ms bien la reaccin de alguien que est representando un papel y que se siente aliviado al verse liberado de l? Ah, tambin tenemos otra extraa coincidencia... Schwartz huye y se dirige a Chica. AL da siguiente Arvardan se presenta aqu, y despus de soltar un no muy entusistico discurso sobre su expedicin menciona como por casualidad que piensa ir a Chica para visitar a Shekt.
—Pero por qu lo dijo, Balkis? Me parece una estupidez por su parte.
—Se lo dijo porque usted consigui inspirarle confianza. Pngase en su situacin, Su Excelencia... l se imagina que no sospechamos nada, y en una situacin as la audacia siempre acaba alzndose con el triunfo. Va a ver a Shekt. Muy bien! Le informa con toda franqueza de sus propsitos, e incluso le solicita una carta de presentacin. Qu mejor garanta puede ofrecerle sobre la honestidad y la inocencia de sus intenciones? Y esto saca a relucir otro problema, desde luego... Es posible que Schwartz descubriese que estaba siendo vigilado, y quiz mat a Natter; pero no tuvo tiempo para prevenir a los otros, porque en tal caso esta comedia habra
sido representada de una manera muy distinta. —El secretario entrecerr los ojos mientras iba tejiendo su telaraa—. Quin sabe cunto tiempo transcurrir hasta que la desaparicin de Schwartz despierte sus sospechas, pero podemos calcular que no empezarn a sospechar antes de que Arvardan vaya a visitar a Shekt. Los dos caern al mismo tiempo, y entonces les resultar mucho ms difcil negar la verdad.
—De cunto tiempo disponemos? —pregunt bajando la voz el Primer Ministro.
Balkis levant la mirada y le contempl con expresin pensativa.
—El plan es flexible, y desde que descubrimos la traicin de Shekt trabajamos en tres turnos que se suceden uno a otro —inform—. Todo marcha bien, y ahora slo nos faltan los clculos matemticos de las rbitas necesarias. Lo que nos retrasa es el que nuestras calculadoras y ordenadores no son lo suficientemente sofisticados, pero eso ya da igual... Ahora no es ms que cuestin de das.
—Das!
La palabra fue pronunciada con una extraa mezcla de triunfo y horror.
—Das! —repiti el secretario—. Pero recuerde..., una bomba apenas dos segundos antes de la hora cero bastara para detenernos; e incluso despus de la hora cero habr un perodo de tiempo que oscilar entre uno y seis meses durante el que podrn tomar represalias. No olvide que la seguridad todava no es total.
Das! Y entonces estallara la guerra unilateral ms increble de toda la historia de la Galaxia, y la Tierra atacara a todos los dems planetas.
Las manos del Primer Ministro temblaban levemente.
Arvardan volva a viajar a bordo de un estratosfrico, y su mente era un confuso torbellino de pensamientos. No pareca haber ningn motivo para creer que el Primer Ministro y los psicpatas que tena por sbditos permitiran una invasin oficial de las zonas radiactivas, y Arvardan ya estaba preparado para esa eventualidad. No saba por qu, pero lo cierto era que no lo haba lamentado demasiado. Si le hubiese importado ms habra defendido mejor su causa.
Y ahora estaba dispuesto a entrar ilegalmente en esas zonas, por toda la Galaxia! Armara su nave, y si llegaba a ser necesario luchara. Casi lo deseaba.
Malditos estpidos!
Quienes se crean que eran?
S, s, Arvardan ya saba quines crean ser. Los terrestres estaban convencidos de ser los primeros seres humanos, los habitantes del planeta original...
Y lo peor de todo era que Arvardan saba que tenan razn.
El estratosfrico estaba despegando. Arvardan se hundi en el mullido respaldo del asiento. Dentro de una hora vera Chica.
Se dijo que no se trataba de que sintiera muchos deseos de volver a Chica, pero el sinapsificador poda ser importante, y ya que estaba en la Tierra poda aprovechar la ocasin. Despus de partir no pensaba regresar nunca.
Estaba harto de aquel planeta horrible!
Ennius tena razn.
Pero el doctor Shekt... Arvardan estudi la carta de presentacin impregnada de formalidad burocrtica.
Y de repente se irgui bruscamente..., o intent hacerlo, y luch contra la fuerza de la inercia que le apretaba contra el asiento a medida que la Tierra se alejaba y el cielo azul iba adquiriendo un color prpura oscuro.
Haba recordado el apellido de la muchacha. Se llamaba Pola Shekt.
Por qu lo haba olvidado? Arvardan sinti una mezcla de desilusin y enfado consigo mismo. Su mente le haba traicionado reteniendo el apellido de la muchacha hasta que ya era demasiado tarde.
Pero en lo ms hondo de su ser algo se alegr de que hubiera ocurrido as.
14
SEGUNDO ENCUENTRO
Durante los dos meses transcurridos desde el da en que el doctor Shekt haba utilizado su sinapsificador en Joseph Schwartz, el fsico haba cambiado por completo; no tanto en su aspecto exterior —aunque quiz estaba un poco ms delgado y andaba ms encorvado—, sino en su comportamiento, que se haba vuelto abstrado y casi temeroso. Shekt viva ensimismado, alejado incluso de sus colegas ms ntimos, y slo sala de aquel estado de nimo con una desgana que resultaba evidente incluso para el observador menos atento.
Slo poda desahogarse con Pola, quiz porque durante esos dos meses ella tambin se haba mostrado misteriosamente distante y absorta en s misma.
—Me estn vigilando —sola decir Shekt—. Lo intuyo... Conoces esa sensacin, Pola? Durante el ltimo mes ha habido varios cambios de personal en el Instituto, y los tcnicos que se van siempre son aquellos a los que ms aprecio y en los que crea poder confiar. Nunca me dejan a solas, siempre hay alguien rondando a mi alrededor... Ni tan siquiera me dejan escribir informes.
A veces Pola se mostraba compasiva, pero en otras ocasiones se burlaba de l.
—Pero qu pueden tener contra ti para hacerte todo esto? —le preguntaba—. Vamos, ni tan siquiera el experimento con Schwartz es un delito tan horrible... Como mucho se habran limitado a darte una reprimenda, no te parece?
Pero cuando contestaba el rostro de Shekt siempre pareca un poco ms amarillento y consumido que antes.
—No dejarn que siga viviendo. Mis sesenta se aproximan, y no permitirn que siga viviendo...
—Despus de todo lo que has hecho? Tonteras!
—S demasiado, Pola, y ya no confan en m.
—Sobre qu sabes demasiado?
Aquella noche Shekt estaba muy cansado, y anhelaba librarse del peso invisible que le oprima..., y se lo cont todo. Al principio Pola no quiso creerle, y cuando por fin le crey slo fue capaz de quedarse inmvil, paralizada por el horror.
Al da siguiente Pola llam a la Casa del Estado desde una cabina de la onda comunal pblica al otro extremo de la ciudad. Habl tapndose la boca con un pauelo, y pregunt por el doctor Bel Arvardan.
No estaba all. Crean que quiz estuviera en Bonair, a casi nueve mil kilmetros de distancia; pero al parecer el doctor Arvardan no se estaba ateniendo de una manera demasiado estricta a su itinerario inicial. S, esperaban que regresase a Chica, pero no saban exactamente cundo lo hara. Quera dejar su nombre? Intentaran dar con l.
Pola cort la comunicacin, apoy su suave mejilla sobre el cristal y se dej reconfortar por su frescura. Sus ojos estaban llenos de lgrimas contenidas y enturbiados por la desilusin.
Estpida, estpida...!
l la haba ayudado, y ella prcticamente haba acabado echndole a patadas. l se haba enfrentado al ltigo neurnico y a algo todava peor para salvar la dignidad de una terrestre frente a un espacial, y ella le haba despreciado a pesar de todo lo que haba hecho.
Los cien crditos que Pola haba enviado a la Casa del Estado al da siguiente del incidente en los grandes almacenes le haban sido devueltos sin ninguna nota de acompaamiento. Cuando los recibi, Pola sinti el deseo de ir a verle para disculparse, pero tuvo miedo. La Casa del Estado estaba reservada a los no terrestres. Cmo iba a entrar all? Nunca la haba visto salvo desde lejos.
Y ahora... Habra sido capaz de ir al Palacio del Procurador para..., para...
Ahora slo l poda ayudarla. l, un espacial capaz de hablar con los terrestres de igual a igual... Pola ni tan siquiera haba sospechado que era un espacial hasta que l se lo haba dicho. Era tan alto, pareca tan seguro de s mismo... S, l sabra lo que haba que hacer.
Y si se quera evitar la ruina de toda la Galaxia alguien tendra que saberlo.
Muchos espaciales se lo merecan, naturalmente... Pero poda aplicarse esa condena a todos? Poda aplicarse a las mujeres, los nios, los enfermos y los ancianos; a los espaciales buenos y generosos; a los que eran como Arvardan; a los que ni tan siquiera haban odo hablar nunca de la Tierra...; en definitiva, a todos los que eran autnticos seres humanos? Una venganza tan horrenda ahogara para siempre en un infinito mar de sangre y carne en descomposicin toda la justicia que pudiese haber en la causa de la Tierra.
Y entonces, cuando menos se lo esperaba, lleg la llamada de Arvardan.
—No puedo decrselo —murmur el doctor Shekt meneando la cabeza.
—Debes hacerlo! —le suplic Pola apasionadamente.
—Aqu? Es imposible... Significara la catstrofe para los dos.
—Entonces que sea en otro lugar lejos de aqu. Yo me encargar de hacer los arreglos.
La alegra ya le estaba acelerando el pulso. El nico motivo era la ocasin de salvar a un nmero incontable de seres humanos, naturalmente. Pola se acord de aquella sonrisa radiante y jovial; y se acord de cmo Arvardan haba obligado a todo un coronel de las Fuerzas del Imperio a que le pidiera disculpas y se humillara ante ella hacindole una reverencia..., a ella, a una terrestre que, a su vez, fue incapaz de perdonarle.
S, Bel Arvardan era capaz de salir triunfante en cualquier empresa.
Arvardan no poda saber nada de todo aquello, por supuesto. Se limit a tomar la actitud de Shekt por lo que aparentaba ser: una brusca y extraa rudeza que coincida con todo lo que haba experimentado hasta aquel momento en la Tierra.
Se senta bastante incmodo. Se encontraba en la antesala de un despacho desprovisto de vida, donde estaba muy claro que se le consideraba como a un intruso mal recibido.
Por ello, Arvardan escogi cuidadosamente sus palabras.
—Nunca se me habra pasado por la cabeza la idea de venir a molestarle si no hubiera tenido un inters profesional en su sinapsificador, doctor Shekt —dijo—. Me han informado que a diferencia de la inmensa mayora de los terrestres, usted no es enemigo de los hombres de la Galaxia.
Al parecer era una frase inoportuna, porque el doctor Shekt reaccion de manera bastante violenta.
—Su informante se equivoca totalmente al atribuirme alguna cordialidad especial hacia los hombres de la Galaxia como tales —replic—. No tengo filias ni fobias de ninguna clase. Soy terrestre, y...
Arvardan tens los labios y empez a girar sobre s mismo para marcharse.
—Tiene que comprenderlo, doctor Arvardan —se apresur a murmurar Shekt—. Disclpeme si le parezco grosero, pero sinceramente no puedo...
—Comprendo —respondi el arquelogo con voz glida, aunque en realidad no comprenda nada—. Buenos das, doctor Shekt.
—El peso de mi trabajo... —murmur el doctor Shekt con una dbil sonrisa.
—Yo tambin estoy muy ocupado, doctor.
Se volvi hacia la puerta, maldiciendo interiormente a todos los terrestres, y se acord involuntariamente de algunos de los numerosos tpicos que circulaban por su mundo natal, y de refranes como Encontrar amabilidad en la Tierra es como buscar vino en un ocano o Un terrestre te dar cualquier cosa siempre que no cueste nada y valga menos.
Su brazo ya haba interrumpido el rayo de la clula fotoelctrica que controlaba la apertura de la puerta cuando oy un rpido taconeo detrs de l, y un susurro lleg a sus odos. Le metieron un trozo de papel en la mano, y cuando se volvi Arvardan slo alcanz a ver una silueta vestida de rojo que ya estaba desapareciendo.
Subi al vehculo de superficie que haba alquilado y no despleg el papel que tena en la mano hasta estar dentro de l.
Vaya al Gran Teatro a las ocho de la noche —estaba escrito en el papel—. Asegrese de que no le siguen.
Arvardan frunci el ceo. Reley el mensaje cinco veces, y despus lo estudi como si esperase que una tinta invisible se volviese visible. Lanz una rpida mirada involuntaria por encima del hombro. La calle estaba desierta. Arvardan alz la mano para arrojar aquel mensaje ridculo por la ventanilla, titube y acab guardndoselo en el bolsillo de la chaqueta.
Evidentemente, si aquella noche hubiera tenido algo que hacer aparte de lo que se le peda en el mensaje, el asunto hubiese terminado all —y probablemente la existencia de muchos miles de billones de seres humanos habra llegado a su fin con l—; pero dio la casualidad de que Arvardan no tena ningn compromiso.
Y, adems, se pregunt si la nota no habra sido enviada por...
A las ocho Arvardan avanzaba lentamente entre una larga hilera de vehculos de superficie por la carretera serpenteante que al parecer conduca al Gran Teatro. Haba preguntado una sola vez qu camino deba seguir, y el peatn interrogado le haba mirado con cierta desconfianza (al parecer ningn terrestre estaba totalmente libre de la plaga de la suspicacia), y le haba contestado en un tono bastante seco que bastara con que siguiera a los otros vehculos.
Segn pareca, todos aquellos vehculos iban al teatro, porque cuando lleg all vio que iban siendo devorados uno a uno por la boca abierta del garaje subterrneo. Se separ de la hilera de vehculos y pas lentamente por delante de la fachada del teatro, esperando que se resolviese el enigma.
De repente, una silueta esbelta baj corriendo por la rampa para peatones y se asom por la ventanilla. Arvardan se sorprendi, pero la portezuela ya haba sido abierta y la figura ya se haba metido dentro del vehculo con un solo y gil movimiento.
—Disculpe, pero... —empez a decir Arvardan.
—No hable —respondi la figura agazapada en el asiento—. Le han seguido?
—Tendran que haberlo hecho?
—Djese de chistes. Siga adelante y doble cuando yo se lo indique. Vamos, a qu est esperando?
Arvardan reconoci la voz. La capucha del traje haba cado sobre los hombros, y poda ver la cabellera castaa. Los ojos oscuros le miraban fijamente.
—Ser mejor que arranque —murmur Pola.
Arvardan obedeci, y durante un cuarto de hora la muchacha permaneci callada salvo por alguna lacnica indicacin ocasional. Arvardan la miraba de reojo, y pens con sbito placer que era todava ms hermosa de cmo la recordaba. Era extrao, pero ya no senta ningn rencor hacia ella.
Se detuvieron —o, mejor dicho, Arvardan detuvo el vehculo a indicacin de la muchacha— en una esquina de un distrito residencial poco transitado. Despus de una espera cautelosa, Pola le hizo una sea para que volviera a poner en marcha el vehculo, y doblaron por otro camino que terminaba en la rampa de entrada a un garaje particular.
La puerta se cerr detrs de ellos, y la luz interior del vehculo pas a ser la nica fuente de iluminacin.
Pola estaba muy seria.
—Doctor Arvardan, lamento haber tenido que hacer todo esto para poder hablar con usted en privado —dijo mirndole fijamente—. Ya s que el concepto que se ha formado de m no puede ser peor, pero...
—No piense eso —respondi l, sintindose un poco turbado.
—Debo pensarlo. Quiero que me crea cuando le digo que soy totalmente consciente de lo mal que me comport aquella noche. No encuentro palabras para disculparme y...
—Por favor... —rog Arvardan desviando la mirada—. Yo tambin podra haber sido un poco ms diplomtico.
—Bien... —Pola hizo una pausa para tratar de recobrar un mnimo de compostura—. No le he trado aqu por eso, sabe? Usted es el nico no terrestre que he conocido en toda mi vida. S que es capaz de ser noble y bueno..., y necesito su ayuda.
Arvardan sinti un escalofro. Qu significa todo esto?, se pregunt.
—Oh! —exclam, resumiendo todos sus pensamientos en aquel lacnico monoslabo.
—No, doctor Arvardan, no se trata de m —dijo ella—. Se trata de toda la Galaxia. No tiene nada que ver conmigo, se lo aseguro... Nada!
—Bien, de qu se trata entonces?
—En primer lugar... Creo que no nos ha seguido nadie, pero si oye algn ruido le ruego que..., que... —La muchacha baj la mirada—. Le ruego que me rodee con sus brazos y..., y... Bueno, ya sabe...
Arvardan asinti.
—Creo que ser capaz de improvisar sin ninguna dificultad —dijo secamente—. Es necesario que espere a or algn ruido?
—No se lo tome a broma, por favor, y no malinterprete mis intenciones —rog ella, ruborizndose—. Sera la nica forma de evitar que sospecharan el verdadero propsito por el que estamos aqu. Es lo nica excusa que resultara convincente, comprende?
—Tan grave es el asunto? —pregunt Arvardan en voz baja y un poco ms afable.
La contempl con curiosidad. Tena un aspecto tan joven y delicado... Y, sin saber muy bien por qu, Arvardan pens que era muy injusto. Nunca se haba comportado de manera irracional, y siempre se haba enorgullecido de ello. Era un hombre de emociones intensas y poderosas, pero luchaba con ellas y las venca..., y ahora experimentaba la necesidad impulsiva casi irresistible de proteger a aquella muchacha simplemente porque pareca estar tan desvalida.
—Es algo muy grave —dijo Pola—. Voy a contarle algo, y s que al principio no me creer; pero le pido que intente creerlo. Quiero que se convenza de que soy totalmente sincera y, sobre todo, espero y deseo que despus de haber odo lo que le voy a contar tomar la decisin de ayudarnos en todo cuanto pueda. Lo intentar? Le conceder un cuarto de hora, y si despus de ese plazo cree que no soy merecedora de su confianza o que no vale la pena que se preocupe por lo que pueda ocurrirme..., entonces me ir y lo daremos todo por terminado.
—Un cuarto de hora? —pregunt Arvardan. Una sonrisa involuntaria curv sus labios, y se quit el reloj de pulsera y lo coloc delante de l—. De acuerdo.
Pola entrelaz las manos sobre el regazo y clav la mirada en el parabrisas y en lo que haba ms all de l, a pesar de que slo se poda ver la pared desnuda del garaje.
Arvardan la estudi con expresin pensativa. Observ la curva suave y delicada de su mentn que contradeca la firmeza que ella intentaba darle, la nariz recta y fina y el peculiar color saludable de su tez, tan caracterstico de la Tierra.
Se dio cuenta de que ella le estaba observando por el rabillo del ojo. Pola se apresur a dejar de hacerlo.
—Qu ocurre? —pregunt Arvardan.
Pola se volvi lentamente hacia l y se mordi el labio inferior con dos dientes.
—Le estaba observando.
—S, ya lo haba notado... Tengo sucia la nariz?
—No —respondi ella, y sonri por primera vez desde que haba subido al vehculo de superficie. Arvardan perciba con absurda nitidez hasta los ms mnimos detalles concernientes a la muchacha, incluso la forma en que su cabellera pareca ondularse graciosamente cada vez que sacuda la cabeza—. No, es slo que desde..., desde aquella noche me he estado preguntando por qu no usa las ropas impregnadas de plomo. Eso fue lo que me despist, comprende? Los espaciales siempre parecen sacos de patatas...
—Y yo no tengo ese aspecto?
—Oh, no! —exclam ella, repentinamente entusiasmada—. Usted parece una..., una estatua de mrmol de la antigedad, con la diferencia de que est muy vivo. Disculpe, estoy diciendo impertinencias...
—En realidad, lo que quiere decir es que yo la considero como una terrestre ms que no sabe mantenerse en el sitio que le corresponde, verdad? Tendr que ir borrando de su mente ese concepto que se ha formado de m o nunca podremos ser amigos... Ver, no creo en la supersticin de la radiactividad. He medido la radiactividad atmosfrica de la Tierra, y he hecho experimentos de laboratorio con animales. Estoy convencido de que en circunstancias ordinarias la radiacin no me har ningn dao. Hace dos meses que estoy aqu, y todava no me siento enfermo. No se me cae el pelo —Arvardan tir de un mechn—, y no se me ha hundido el estmago. Dudo mucho que mi fertilidad corra peligro, aunque confieso que he tomado una pequea precaucin al respecto..., pero la ropa interior impregnada de plomo no se ve.
Arvardan habl en un tono muy serio, y la muchacha volvi a rerse.
—Me parece que est un poco chiflado —coment.
—De veras? Le sorprendera saber a cuntos arquelogos famossimos y muy inteligentes les han dicho lo mismo..., y en discursos muy largos.
—Bien, me escuchar? —pregunt ella de repente—. Ya ha pasado el cuarto de hora.
—Qu opina usted? Me refiero a la locura de la que hablaba...
—Bueno, es probable que est chiflado. De lo contrario no seguira sentado aqu..., y menos despus de lo que he hecho.
—Cree que necesito hacer un gran esfuerzo de voluntad para seguir sentado a su lado? —pregunt l en voz baja—. Si lo cree est muy equivocada, Pola. Sabe una cosa? Creo que nunca haba visto a una muchacha tan bonita, y hablo con toda sinceridad.
Pola alz rpidamente la mirada hacia l, y Arvardan vio el temor reflejado en sus ojos.
—No, por favor... No he venido a buscar eso. No me cree?
—S, Pola. Dgame lo que quiera decirme. Creer en ello y la ayudar.
Arvardan estaba totalmente convencido de lo que acababa de decir, y en ese momento habra aceptado con entusiasmo que Pola le encomendara la misin de derrocar al Emperador. Nunca haba estado enamorado antes..., y al llegar a ese punto detuvo de repente el discurrir de sus pensamientos. Nunca haba utilizado aquella palabra con anterioridad. Enamorado de una terrestre?
—Ha visto a mi padre, doctor Arvardan?
—El doctor Shekt es su padre? Llmeme Bel, por favor, y yo la llamar Pola.
—Si as lo desea... Intentar complacerle. Supongo que se enoj mucho con l, no?
—No estuvo muy amable.
—No poda estarlo —dijo ella—. Estaba siendo vigilado, entiende? Ya habamos decidido que se librara de usted lo ms pronto posible y que yo le citara aqu. Vivimos aqu, sabe? Bien... La Tierra est a punto de sublevarse —aadi bajando el tono de voz hasta convertirla en un susurro.
Arvardan no pudo contener un estallido de hilaridad.
—De veras? —pregunt poniendo los ojos como platos—. Toda la Tierra?
—No se ra de m! —exclam Pola, sbitamente furiosa—. Prometi que me escuchara y que me creera. La Tierra est a punto de sublevarse, y eso es muy grave porque nuestro planeta puede destruir a todo el Imperio.
—Usted cree? —pregunt Arvardan, conteniendo con xito el impulso de soltar otra carcajada—. Pola, qu tal se le daba la galactografa cuando era pequea?
—Era una de las primeras de mi clase, profesor. Pero qu importancia tiene eso?
—Tiene la siguiente, Pola: el volumen de la Galaxia es de varios millones de aos luz cbicos. Contiene doscientos millones de planetas habitados, y la poblacin aproximada es de quinientos mil billones de personas. Cierto?
—Si usted lo dice, supongo que s.
—Le aseguro que es as. Ahora bien, la Tierra es un planeta con veinte millones de habitantes, y se encuentra terriblemente desprovisto de recursos. En otras palabras, que hay veinticinco mil millones de ciudadanos de la Galaxia por cada terrestre. Qu dao puede hacer la Tierra con un promedio de veinticinco mil millones de probabilidades contra una?
Pola pareci dudar durante unos momentos, pero enseguida recuper su firmeza anterior.
—No puedo contestar a eso, Bel, pero mi padre s puede hacerlo —dijo ponindose muy seria—. No me ha explicado los detalles cruciales porque afirma que eso pondra en peligro mi vida, pero si usted me acompaa lo har. Me ha explicado que la Tierra ha descubierto un mtodo para barrer toda la vida fuera de nuestro planeta, y mi padre no puede estar equivocado... Siempre ha acertado en todo.
Las mejillas de la muchacha estaban un poco ruborizadas por la emocin, y Arvardan sinti el deseo de acariciarlas. (Pero cuando la haba tocado antes la experiencia le haba resultado muy desagradable, no? Qu le estaba ocurriendo?)
—Ya son ms de las diez? —pregunt Pola.
—S —respondi l.
—Entonces ya debe de estar arriba..., si no le ha ocurrido nada. —Mir a su alrededor y sufri un estremecimiento involuntario—. Podemos entrar en la casa directamente desde el garaje, y si me acompaa...
Pola ya tena la mano sobre el botn que abra la portezuela del vehculo cuando se qued paralizada.
—Alguien se acerca —murmur con voz enronquecida—. Oh, deprisa...
El resto no pudo orse, pero a Arvardan no le result difcil recordar las instrucciones que le haba dado la muchacha. Sus brazos la rodearon rpidamente, y un instante despus ya tena su peso clido y palpitante apoyado en el pecho. Los labios de ella se estremecieron bajo los de l, mares ilimitados de dulzura...
Durante diez segundos Arvardan intent mirar por el rabillo del ojo en un esfuerzo por ver el primer rayo de luz y trat de captar la primera pisada, pero despus todo fue barrido por las sensaciones maravillosas de aquel momento. Las estrellas le cegaron, y qued ensordecido por el palpitar de su propio corazn.
Los labios de la muchacha se separaron de los suyos, pero Arvardan volvi a buscarlos sin tratar de disimular lo que haca..., y los encontr. La estrech entre sus brazos, y la muchacha pareci fundirse en ellos hasta que los latidos de su corazn se acompasaron a los del corazn de Arvardan.
Tardaron mucho rato en separarse, y despus se quedaron inmviles un momento descansando mejilla contra mejilla.
Arvardan no haba estado enamorado nunca, y aquella vez no le asust usar la palabra. Qu importancia tena? Terrestre o no, la Galaxia nunca podra volver a producir una criatura tan hermosa como Pola.
—Debe de haber sido un ruido de la calle —coment Arvardan por fin, an no repuesto de la embriaguez de su dicha.
—No —susurr ella—. No haba odo ningn ruido.
—Pequeo demonio...! —exclam l. La apart a un brazo de distancia y la mir fijamente, pero Pola no baj la vista—. Hablas en serio?
—Quera que me besaras —respondi Pola con los ojos iluminados por la felicidad—. No me arrepiento.
—Crees que yo lo lamento? Bueno, entonces vuelve a besarme..., y ahora slo porque quiero que me beses, de acuerdo?
Hubo otro largo perodo de ensoacin, y de repente Pola se apart de l y empez a ordenar su peinado y a arreglarse el cuello del vestido con movimientos tan precisos como tranquilos.
—Ser mejor que entremos en casa —dijo—. Apaga la luz del vehculo. Tengo un lpiz—linterna de bolsillo.
Arvardan baj del vehculo detrs de ella, y la repentina oscuridad convirti la silueta de Pola en una sombra confusa recortada contra el punto de luz que brotaba de su diminuta linterna.
—Ser mejor que me cojas de la mano —dijo la muchacha—. Tenemos que subir una escalera.
—Te amo, Pola —susurr Arvardan detrs de ella. Le haba resultado inesperadamente fcil confesarlo..., y sonaba muy bien—. Te amo, Pola —repiti.
—Apenas me conoces —murmur ella.
—No, te he conocido durante toda mi vida. Te lo juro! Durante toda mi vida... Pola, te juro que hace dos meses que pienso en ti y que sueo contigo.
—Soy terrestre.
—Pues entonces yo tambin lo ser. Ponme a prueba si no me crees...
Arvardan la detuvo e hizo girar suavemente la mano de Pola hasta que el haz luminoso de la linterna ilumin su rostro sonrojado surcado por las lgrimas.
—Por qu lloras?
—Porque cuando mi padre te cuente lo que sabe descubrirs que no puedes amar a una terrestre.
—Bueno, tambin puedes ponerme a prueba en eso.
15
LAS VENTAJAS PERDIDAS
Arvardan y Shekt se encontraron en una habitacin del segundo piso de la casa. Las ventanas haban sido polarizadas para obtener la ms completa opacidad. Pola permaneca abajo, alerta y vigilante en el silln desde el que dominaba la calle oscura y desierta.
La silueta encorvada de Shekt produjo en Arvardan una impresin distinta de la que haba percibido diez horas antes. El rostro del fsico segua estando macilento e inmensamente cansado, pero la expresin incierta y temerosa de antes haba sido sustituida por otra de desafo tan tozudo que casi rozaba la desesperacin.
—Debo pedirle disculpas por la forma en que le trat esta maana, doctor Arvardan —empez diciendo Shekt con voz firme—. Esperaba que comprendiese que...
—Debo confesar que no lo entend, doctor Shekt, pero ahora creo comprender.
Shekt se sent frente a la mesa y seal la botella de vino que haba encima de ella. Arvardan hizo un gesto negativo con las manos.
—Si no tiene inconveniente probar la fruta. Qu es esto? Me parece que no haba visto nunca nada parecido...
—Es una especie de naranja —dijo Shekt—. Creo que no crece fuera de la Tierra. Resulta bastante fcil de pelar.
Le hizo una demostracin, y Arvardan hundi los dientes en su jugosa pulpa despus de haberla olisqueado con curiosidad. El sabor era tan exquisito que le hizo lanzar una exclamacin ahogada.
—Es deliciosa, doctor Shekt! Nunca han intentado exportar estos productos?
—La Sociedad de Ancianos no es partidaria de comerciar con los espaciales —murmur el biofsico con expresin entristecida—, y a nuestros vecinos de la Galaxia tampoco les hace mucha gracia la idea de comerciar con nosotros. ste no es ms que un aspecto de nuestros problemas, doctor Arvardan.
Arvardan se sinti repentinamente dominado por un arranque de clera.
—Qu estupidez! Le aseguro que cuando veo lo que puede llegar a haber en las mentes de los seres humanos desespero de la inteligencia de la raza humana.
Shekt se encogi de hombros con la tolerancia que da el estar acostumbrado a una situacin desde hace mucho tiempo.
—Me temo que eso es una parte del problema general de los prejuicios antiterrestres..., un problema que es casi imposible de resolver.
—Pero lo que hace que resulte casi imposible de resolver es que nadie parece querer resolverlo —exclam el arquelogo—. Cuntos terrestres reaccionan ante esta situacin odiando indiscriminadamente a todos los ciudadanos galcticos? Es una plaga casi universal..., odio por odio. Quiere realmente su pueblo que exista igualdad y tolerancia mutua? No! Lo que desea la inmensa mayora de los terrestres es invertir la situacin actual.
—Quiz haya mucho de cierto en lo que dice —asinti Shekt con amargura—, y no puedo negarlo; pero sa no es toda la historia. Si se nos diese la oportunidad llegara a existir una nueva generacin de terrestres inteligentes, desprovistos de prejuicios localistas y fervorosamente convencidos de que slo existe una raza humana. Los asimilacionistas eran tolerantes y tenan fe en las soluciones justas, y han ejercido muchas veces el poder en la Tierra. Yo soy asimilacionista..., o por lo menos lo fui en tiempos. Pero ahora toda la Tierra est gobernada por los celotes, nacionalistas extremistas con la cabeza llena de ilusiones de dominio pasado y dominio futuro. El Imperio debe ser protegido contra ellos.
—Se refiere a la revuelta de la que me habl Pola? —pregunt Arvardan frunciendo el ceo.
—Doctor Arvardan, convencer a alguien de algo aparentemente tan ridculo como es el que la Tierra pueda llegar a conquistar toda la Galaxia resulta una tarea muy difcil..., pero es cierto —dijo Shekt ponindose muy serio—. No tengo ninguna vocacin de hroe, y s grandes deseos de vivir. En consecuencia, supongo que podr imaginarse hasta qu extremos de inmensidad ha de llegar la crisis que nos amenaza para que alguien como yo se arriesgue a cometer delito de traicin cuando ya est siendo vigilado por las autoridades locales.
—Bien, si se trata de algo tan grave ser mejor que le informe de mi postura antes de que empiece a hablarme de ello —replic Arvardan—. Le ayudar en todo lo posible, pero slo como ciudadano de la Galaxia. No tengo ninguna autoridad oficial, y carezco de influencia especial en la corte o incluso en el Palacio del Procurador. Soy exactamente lo que aparento ser: un arquelogo que ha venido aqu para organizar una expedicin cientfica en la que slo estn en juego mis intereses particulares. Si est dispuesto a llegar a la traicin, no cree que sera mejor que hablara de ello con el Procurador Ennius? l s est en condiciones de hacer algo al respecto.
—Eso es precisamente lo que no puedo hacer, doctor Arvardan —dijo Shekt—, y es justo lo que los Ancianos me impiden hacer. Cuando vino a verme esta maana a mi laboratorio llegu a pensar que quiz fuese un intermediario... Pens que Ennius sospechaba algo, entiende?
—Quiz sospeche algo, y me temo que no puedo confirmarlo o negarlo, pero no soy ningn intermediario..., y lo lamento. Pero si insiste en convertirme en su confidente, puedo prometerle que ir a ver al Procurador Ennius y que le hablar en su nombre.
—Gracias. Es todo lo que le pido. Eso..., y que utilice su influencia para evitar que la Tierra sufra una represalia excesivamente severa por parte del Imperio.
—Puede contar con ello —asinti Arvardan.
Se senta intranquilo. Estaba convencido de que trataba con un anciano excntrico y algo paranoico que quiz fuese inofensivo, pero que no caba duda estaba totalmente desequilibrado; pero no le quedaba otro recurso que permanecer all, escuchar y tratar de imponer algo de calma en aquella locura..., por el bien de Pola.
—Ha odo hablar del sinapsificador, doctor Arvardan? —pregunt Shekt—. Esta maana se refiri al aparato.
—S. Le el artculo que public en la revista Estudios de fsica, y habl del sinapsificador con el Procurador Ennius y con el Primer Ministro.
—Habl de l con el Primer Ministro?
—S. Cuando obtuve la carta de presentacin a la que usted se..., se neg a hacer caso.
—Lamento lo ocurrido, pero hubiese preferido que usted no... Bien, qu sabe acerca del sinapsificador?
—Que es un fracaso muy interesante. Es un aparato concebido y diseado para aumentar la capacidad de aprendizaje, y ha tenido algn xito con las ratas, pero no ha dado ningn resultado con los seres humanos.
—S, eso es lo que se desprende de la lectura del artculo —murmur Shekt con expresin preocupada—. Se anunci como un fracaso, y los resultados eminentemente favorables fueron ocultados de manera deliberada.
—Eso me parece una manifestacin muy extraa de la tica cientfica, doctor Shekt.
—S, confieso que lo es... Pero tengo cincuenta y seis aos, doctor Arvardan, y si sabe usted algo sobre las Costumbres de la Tierra comprender que ya no me queda mucho tiempo de vida.
—Los Sesenta, no? S, o hablar de esa Costumbre por casualidad..., y ms de lo que me habra gustado. —Pens con amargura en el primer viaje a bordo del estratosfrico—. Pero tengo entendido que hacen excepciones con los cientficos ms destacados.
—Es cierto, pero quienes toman la decisin en esos casos son el Primer Ministro y el Consejo de Ancianos, y sus dictmenes son inapelables..., ni tan siquiera ante el Emperador. Me dijeron que el precio de mi vida sera que mantuviese un secreto absoluto respecto al sinapsificador y que me esforzara al mximo para mejorarlo. —El anciano hizo un gesto de impotencia—. Cmo poda sospechar entonces cules seran los resultados y el destino que daran al sinapsificador?
—Cul es ese destino del que habla? —pregunt Arvardan.
Sac un cigarrillo de su pitillera y se la ofreci a Shekt, quien la rechaz.
—Enseguida lo sabr... Mis experimentos haban llegado a un punto en el que decid que el instrumento poda ser aplicado sin peligro a los seres humanos, y entonces algunos bilogos de la Tierra fueron sometidos a tratamiento con el sinapsificador. En todos los casos se trataba de simpatizantes de los celotes..., de los extremistas, comprende? Todos sobrevivieron, aunque pasado un tiempo se manifestaron algunos efectos secundarios. En una ocasin me devolvieron a uno para que fuese atendido lo mejor posible. No consegu salvar su vida, pero durante su delirio de moribundo me lo cont todo.
Ya casi era medianoche. El da haba sido muy largo, y haban ocurrido muchas cosas; y Arvardan sinti un estremecimiento de impaciencia agitndose en su interior.
—Ser mejor que vaya al grano —dijo con voz tensa.
—Le ruego que tenga paciencia —replic Shekt—. Si quiero conseguir que me crea tendr que darle una explicacin lo ms detallada posible. Usted ya conoce las peculiaridades del entorno terrestre, naturalmente..., la radiactividad y...
—S, he estudiado ese problema.
—Y conoce el efecto que la radiactividad ha producido sobre la Tierra y su economa?
—S.
—Bien, entonces no insistir en ello. Bastar con que le diga que en la Tierra el promedio de mutaciones es superior al del resto de la Galaxia, por lo que la idea de que los terrestres son distintos, que tanto obsesiona a nuestros enemigos, tiene cierta base de verdad en el aspecto fsico. En realidad, las mutaciones son escasas, y la mayora no tienen ningn valor aadido de cara a la supervivencia. Si ha ocurrido algn cambio permanente en los terrestres, nicamente est relacionado con ciertos aspectos de la qumica interna que les permiten resistir mejor las condiciones del ambiente en el que viven. Los terrestres manifiestan mayor resistencia a los efectos de la radiacin, sus tejidos se recuperan ms rpidamente de las quemaduras...
—Ya estoy al corriente de todo lo que me est contando, doctor Shekt.
—Bien, y se le ha ocurrido pensar alguna vez que esos procesos de mutacin tambin se producen en otras especies vivientes de la Tierra que no son la humana?
Hubo un corto silencio.
—No, no lo haba pensado —murmur Arvardan—, aunque ahora que lo menciona comprendo que es una conclusin lgicamente inevitable.
—As es. Ocurre, y en la Tierra hay una variedad de animales domsticos superior a la de los otros mundos habitados. La naranja que ha comido es una nueva especie mutante que no existe en ningn otro lugar, y se es uno de los motivos que hacen que nuestras frutas no resulten adecuadas para la exportacin. Los espaciales desconfan de ellas tanto como de nosotros..., y nosotros mismos tendemos a reservarlas para nuestro uso considerndolas una propiedad exclusiva y valiosa. Lo que se aplica a las plantas y los animales tambin es de aplicacin a la vida microscpica, naturalmente.
Y Arvardan experiment el primer estremecimiento de miedo.
—Se refiere a..., a las bacterias? —pregunt.
—Me refiero a todo el campo de la vida primitiva: protozoarios, bacterias y las protenas de autorreproduccin que algunos llaman virus.
—Y dnde quiere llegar?
—Me parece que usted ya lo sospecha, doctor Arvardan. Veo que est sbitamente interesado, eh? Como usted sabe, entre los ciudadanos de la Galaxia circula la idea de que los terrestres son portadores de la muerte, que relacionarse con un terrestre supone arriesgarse a morir, que los terrestres traen consigo las desgracias, que poseen una especie de mal de ojo...
—Lo s, pero todo eso no son ms que supersticiones.
—No del todo, y eso es lo peor. Al igual que todas las creencias populares y por muy supersticiosas, deformadas y pervertidas que hayan llegado a estar; en el fondo stas tambin contienen una brizna de verdad. A veces un terrestre lleva en su cuerpo alguna variedad mutada de parsito microscpico que no se parece a los conocidos en otros mundos, y al que los espaciales son particularmente poco resistentes. Las consecuencias que se producen en esos casos son de biologa elemental, doctor Arvardan.
Arvardan permaneca callado.
—A veces nosotros tambin sufrimos los efectos —sigui diciendo Shekt—. Una nueva especie de germen surge de las brumas radiactivas y una epidemia barre el planeta, pero en trminos generales se puede afirmar que los terrestres conservan la inmunidad. El transcurrir de las generaciones hace que vayamos adquiriendo defensas contra todas las variedades de virus y grmenes, y sobrevivimos. Los espaciales no tienen la oportunidad de adquirir esas defensas.
—Eso significa que el tener contacto con usted en estos momentos... —murmur Arvardan.
Sinti un extrao vaco helado en su interior, y ech su silla hacia atrs. Estaba pensando en los besos que haba intercambiado con Pola aquella noche.
—No, claro que no! —respondi Shekt meneando la cabeza—. Los terrestres no creamos la enfermedad: nos limitamos a transmitirla, e incluso esa transmisin se da en muy raras ocasiones. Si yo viviese en su mundo, no sera portador de ms grmenes de los que lleva usted dentro de su organismo. No tengo ninguna afinidad especial hacia ellos, e incluso aqu slo un germen entre billones o entre billones de billones resulta peligroso. En este momento sus probabilidades de sufrir un contagio son menores que las de que un meteorito atraviese el techo de esta casa y caiga sobre usted aplastndole..., a menos que los grmenes en cuestin sean buscados, aislados y concentrados en un proceso meticuloso y deliberado.
Esta vez el silencio fue ms prolongado.
—Y es eso lo que estn haciendo ahora los terrestres? —pregunt Arvardan con una voz extraamente ahogada.
Ya no pensaba que su interlocutor fuese un paranoico. Arvardan estaba dispuesto a creer en todo cuanto pudiera decirle.
—S. Al principio lo hicieron con fines inofensivos. Nuestros bilogos estn particularmente interesados en todas las peculiaridades de la vida terrestre, claro est, y hace poco lograron aislar el virus que produce la fiebre comn.
—Qu es la fiebre comn?
—Es una enfermedad benigna endmica de la Tierra, lo cual quiere decir que nos acompaa siempre. La inmensa mayora de los terrestres la ha padecido durante su infancia, y sus sntomas no son muy graves: un poco de fiebre, una erupcin transitoria, una inflamacin de las articulaciones y los labios; todo ello combinado con una sed muy molesta... La enfermedad cumple su ciclo en cuatro o cinco das, y quien la ha sufrido despus queda inmunizado. Yo la tuve, Pola la tuvo... De vez en cuando aparece una epidemia ms virulenta de la misma enfermedad, probablemente causada por una variedad ligeramente distinta del virus, y entonces se la conoce con el nombre de fiebre de radiacin.
—La fiebre de radiacin... He odo hablar de ella —coment Arvardan.
—De veras? Se la llama as porque existe la idea equivocada de que es causada por haberse expuesto al efecto de las zonas radiactivas. En realidad, la entrada en las zonas radiactivas suele ser seguida por la aparicin de la fiebre de radiacin, pero nicamente porque es all donde el virus tiene mayores posibilidades de sufrir mutaciones peligrosas; pero no cabe duda de que la enfermedad es producida por un virus y no por la radiacin. En el caso de la fiebre de radiacin, los sntomas evolucionan en unas dos horas. Los labios resultan tan afectados que el paciente apenas puede hablar, y a veces muere en pocos das.
Y ahora llegamos al punto crucial, doctor Arvardan... El terrestre se ha adaptado a la fiebre comn y el ciudadano de la Galaxia no. De vez en cuando un miembro de la guarnicin imperial sufre sus efectos, y entonces reacciona igual que lo hara un terrestre a la fiebre de radiacin. Lo habitual es que muera en el plazo de doce horas o menos, y despus es incinerado..., por terrestres, pues cualquiera de sus compaeros que se le acercase correra la misma suerte.
Como ya le he dicho, el virus fue aislado hace diez aos. Es una nucleoprotena, al igual que la mayora de les virus filtrables, que sin embargo posee una propiedad extraordinaria: contiene una concentracin excepcionalmente elevada de carbono, azufre y fsforo radiactivos; y cuando digo "excepcionalmente elevada" me estoy refiriendo al hecho de que el cincuenta por ciento del carbono, azufre y fsforo que contiene son radiactivos. Se supone que el efecto que produce en el organismo de la persona afectada es debido en mayor parte a las radiaciones que a las toxinas. Naturalmente, parecera lgico que los terrestres, que estn relativamente acostumbrados a las radiaciones gamma, sean los menos afectados... Al principio los estudios del virus se concentraron en la averiguacin de cmo acumulaba sus istopos radiactivos. Como usted sabe, no existen mtodos qumicos que permitan separar los istopos excepto por procedimientos largos y engorrosos; y tampoco existe ningn organismo que pueda realizar dicha funcin aparte de este virus. Pero la direccin de las investigaciones no tard en cambiar...
Ser breve, doctor Arvardan, y creo que ya puede imaginarse el resto. Los experimentos pueden ser realizados con animales de otros planetas, pero no con los mismos espaciales. En la Tierra hay tan pocos espaciales que resultara imposible evitar que la desaparicin de algunos de ellos no despertase sospechas, y tampoco se poda permitir que los planes fuesen descubiertos prematuramente. Lo que se hizo fue someter a un grupo de bacterilogos a los efectos del sinapsificador para dotar a sus mentes de una mayor capacidad intelectual. Esos bacterilogos desarrollaron un nuevo enfoque matemtico de la qumica de las protenas y la inmunologa, lo que acab permitiendo desarrollar una variedad artificial de virus destinado a afectar a los seres humanos de la Galaxia..., pero solamente a los espaciales. Actualmente existen toneladas de virus cristalizados.
Arvardan estaba atnito y horrorizado, y poda sentir cmo las gotas de sudor se deslizaban lentamente por sus sienes y sus mejillas.
—Eso significa que la Tierra se propone diseminar esos virus por la Galaxia —murmur—. Van a desencadenar una horrible guerra bacteriolgica...
—Que nosotros no podemos perder y que ustedes no pueden ganar... S, exactamente. En cuanto haya estallado la epidemia cada da traer consigo la muerte de millones de seres humanos sin que nada pueda evitarlo. Los refugiados aterrorizados que huirn por el espacio llevarn los virus con ellos, y si intentan destruir planetas enteros aun as eso permitir que la epidemia se inicie en nuevos centros. No habr ningn motivo para relacionar esa peste repentina con la Tierra. Cuando nuestra supervivencia empiece a resultar sospechosa, la hecatombe estar tan avanzada y la desesperacin de los espaciales ser tan inmensa que ya no importar.
—Y todos morirn?
Aquel proyecto era tan siniestro que la mente de Arvardan todava no lograba asimilarlo.
—Quiz no. Nuestra nueva rama de la bacteriologa trabaja en dos sentidos simultneamente: tambin tenemos la antitoxina y los medios para producirla. Podra ser utilizada..., en el caso de una rendicin inmediata. Tambin podra haber algunos lugares apartados de la Galaxia que quiz se salvaran, e incluso podran darse unos cuantos casos de inmunidad natural.
Shekt sigui hablando con voz cansada mientras Arvardan luchaba con el horrible desconcierto que se estaba adueando de l, sin que se le ocurriese dudar ni por un momento de la veracidad de lo que haba odo hasta el momento o poner en tela de juicio aquella macabra verdad que borraba de un solo golpe la inmensa ventaja de que hubiera veinticinco mil millones de espaciales por cada terrestre.
—La fuerza que hay detrs de todo esto no es la Tierra, sino un puado de dirigentes pervertidos por la inmensa presin que excluy a los terrestres de la Galaxia. Esos hombres aborrecen a quienes les segregaron, ansan vengarse a cualquier precio y odian con un mpetu totalmente demencial. En cuanto hayan empezado, sern seguidos por el resto de la Tierra. Qu otra cosa se puede hacer? Una vez est sumida en su tremenda culpa, la Tierra tendr que terminar lo que inici. Acaso podra permitir la supervivencia de una Galaxia con las fuerzas suficientes como para devolver el golpe ms tarde? Pero yo soy un ser humano antes que un terrestre, doctor Arvardan... Es preciso que miles de billones de seres humanos mueran por el bien de unos cuantos millones?
Es necesario que una civilizacin que se ha extendido por toda la Galaxia se derrumbe nicamente para satisfacer el resentimiento de un solo planeta, por muy justificado que pueda estar ese resentimiento? Y acaso estaremos mejor despus de que haya ocurrido todo eso? El poder de la Galaxia seguir residiendo en aquellos mundos que poseen los recursos necesarios, y nosotros carecemos de ellos. Es posible que los terrestres lleguen a dominar a Trntor durante una generacin, pero sus hijos se convertirn en trantorianos, y despreciarn a su vez a quienes se hayan quedado en la Tierra. Y en cuanto a la humanidad, qu ventaja '.c reportar sustituir la tirana de una Galaxia por la tirana de la Cierra? No, no... Tiene que haber una solucin para todos los seres humanos, un camino que acabe llevando a la justicia y la libertad.
Se tap el rostro con las manos, y su cabeza se balance lentamente en un sentido y en otro detrs de sus dedos nudosos y arrugados.
Arvardan lo haba odo todo como a travs de una bruma de estupor.
—No ha cometido ninguna traicin, doctor Shekt —murmur—. Ir inmediatamente al Everest. El Procurador Ennius me creer..., tiene que creerme.
Y de repente oyeron ruido de pasos que se acercaban a la carrera. Un rostro asustado se asom a la habitacin, y la puerta qued abierta.
—Pap, unos hombres se acercan por el camino!
—Deprisa, doctor Arvardan, por el garaje —dijo el doctor Shekt palideciendo—. Llvese a Pola y no se preocupe por m —aadi empujndole con todas sus fuerzas—. Yo les detendr...
Pero cuando se volvieron se encontraron con un hombre que vesta una tnica verde. Sus labios estaban curvados en una leve sonrisa, y empuaba con estudiada despreocupacin un ltigo neurnico. Hubo una lluvia de puetazos sobre la puerta principal, seguida por un crujido y ruido de pasos.
—Quin es usted? —pregunt Arvardan al hombre de la tnica verde mientras se colocaba delante de Pola.
El arquelogo intent que su voz sonara desafiante, pero no lo consigui del todo.
—Que quin soy? —replic secamente el hombre de verde—. Oh, no soy ms que el humilde secretario de Su Excelencia el Primer Ministro de la Tierra. —Dio un paso hacia delante—. Falt poco para que esperase demasiado, pero he llegado a tiempo. Vaya, tambin hay una muchacha... Muy imprudente por su parte, no les parece?
—Soy ciudadano galctico —dijo Arvardan sin perder la calma—. Dudo mucho que tenga derecho a detenerme, y ni tan siquiera creo que tenga derecho a entrar en esta casa sin un documento legal emitido por la autoridad competente.
—Yo soy todo el derecho y la autoridad que existen en este planeta —dijo el secretario golpendose suavemente el pecho con la enano libre—. Dentro de muy poco tiempo ser el derecho y la autoridad de toda la Galaxia. No s si sabrn que todos han cado en nuestras manos..., Schwartz incluido.
—Schwartz! —exclamaron el doctor Shekt y Pola casi al unsono. —Les sorprende? Vengan conmigo y les conducir hasta l. Lo ltimo de que tuvo conciencia Arvardan fue de que la sonrisa se ensanchaba..., y del fogonazo del ltigo neurnico. Perdi el conocimiento y se derrumb cayendo a travs de una neblina escarlata de dolor.
16
ELIJA SU BANDO!
Por el momento Schwartz intentaba descansar sin mucho xito sobre un duro banco de una de las pequeas celdas subterrneas de la Casa Correccional de Chica.
El Casern, como era conocido popularmente, era el gran atributo del poder local del Primer Ministro y de su crculo. Alzaba su mole oscura sobre una escarpada elevacin rocosa que dominaba el cuartel imperial situado detrs de ella, de la misma forma en que su sombra alcanzaba al delincuente terrestre extendindose hasta mucho ms lejos de donde llegaba la autoridad del Imperio.
Durante los ltimos siglos muchos terrestres haban sido encerrados entre sus muros y haban aguardado all hasta ser juzgados por haber falsificado o incumplido las cuotas de produccin, haber vivido ms tiempo del autorizado por la Costumbre o haber ayudado a otro a cometer ese delito, o por haber intentado derrocar el gobierno local. Cuando el gobierno imperial cosmopolita y refinado de la poca consideraba que los absurdos prejuicios de la justicia terrestre haban alcanzado un excesivo grado de ridiculez el Procurador anulaba una sentencia, pero estas actuaciones siempre provocaban insurrecciones o, por lo menos, disturbios de considerable violencia.
Lo habitual era que cuando el Consejo solicitaba la pena de muerte el Procurador accediera. Despus de todo, los nicos que sufran eran terrestres.
Joseph Schwartz no saba nada de todo aquello, naturalmente. Lo nico que l poda ver era una pequea habitacin con las paredes baadas por una luz tenue, un mobiliario compuesto por una mesa y dos bancos bastante duros e incmodos con una especie de pequeo nicho excavado en la pared que combinaba las funciones de aseo y retrete. No haba ninguna ventana que permitiera ver el cielo, y el agujero de ventilacin apenas si dejaba entrar una tenue corriente de aire.
Se frot el pelo que rodeaba su calva y se incorpor lentamente. Su intento de huir a la nada (pues en qu lugar de la Tierra podra haber encontrado refugio?) haba sido breve y doloroso, y haba terminado all.
Bien, por lo menos poda distraerse con el contacto mental.
Pero eso era bueno o malo?
Durante su estancia en la granja el contacto mental slo haba sido una facultad extraa e inquietante. Schwartz no saba nada sobre su naturaleza, y no haba pensado en sus posibilidades; pero ahora pareca tratarse de un don tan amplio como indefinido que deba ser investigado.
No tener nada que hacer durante las veinticuatro horas del da como no fuera pensar en su encierro le hubiese acabado llevando al borde de la locura, pero Schwartz poda entrar en contacto mental con los carceleros que pasaban y con los guardianes de los pasillos vecinos, e incluso poda extender las antenas ms largas de su mente hasta el lejano despacho del alcaide de la prisin.
Investigaba delicadamente dentro de las mentes y hurgaba en ellas. Las mentes se abran como otras tantas nueces, cscaras secas de las que caa una lluvia sibilante de emociones e ideas.
Schwartz aprendi mucho sobre la Tierra y el Imperio..., ms de lo que haba aprendido durante sus dos meses de estancia en la granja.
Y uno de los hechos que descubri repetidamente y sin que hubiese ninguna posibilidad de error era... que haba sido condenado a muerte! No haba escapatoria, dudas ni reservas. Poda ocurrir aquel da o el siguiente, pero morira! Esa verdad fue entrando en l, y Schwartz la acept casi con agradecimiento.
La puerta de la celda se abri y Schwartz se puso en pie. Estaba asustado. Se puede aceptar la muerte de una manera racional con todas las facultades de la mente consciente, pero el cuerpo es un animal que no sabe nada de razonamientos. Haba llegado la hora!
No, todava no. El contacto mental que entr en la celda no traa consigo la muerte para Schwartz. El guardia empuaba una vara metlica lista para ser usada. Schwartz saba lo que era.
—Acompeme —orden secamente.
Schwartz le sigui sin dejar de pensar en su extrao poder. Poda fulminar al guardia sin un ruido y sin un solo movimiento delator mucho antes de que ste pudiese utilizar su arma y, de hecho, mucho antes de que tuviera alguna probabilidad de saber que deba utilizarla. La mente del guardia estaba totalmente a merced de la de Schwartz. Bastara con un impacto impalpable e invisible, y todo habra acabado.
Pero por qu hacer algo semejante? Habra otros guardias. A cuntos podra llegar a eliminar simultneamente? Cuntos pares de manos posea su mente?
Schwartz sigui dcilmente al guardia.
Le hicieron entrar en una sala de dimensiones enormes. Estaba ocupada por dos hombres y una muchacha que yacan rgidamente estirados como cadveres sobre bancos altos, muy altos. Pero no eran cadveres, porque Schwartz capt inmediatamente la presencia de tres mentes en actividad.
Estaban paralizados! Les conoca? Tenan alguna relacin con l? Schwartz ya se estaba deteniendo para poder verles mejor cuando la mano del guardia se pos sobre su hombro.
—Siga.
Haba un cuarto banco cuya superficie estaba vaca. La mente del guardia no contena pensamientos de muerte, y Schwartz se encaram en l. Saba qu iba a ocurrir.
La vara metlica entr en contacto sucesivo con cada una de sus extremidades. Schwartz sinti un cosquilleo, y sus miembros parecieron desaparecer dejndole reducido al estado de una cabeza que flotaba en el vaco.
Schwartz volvi la cabeza.
—Pola! —exclam—. Usted es Pola, verdad? La muchacha que...
La muchacha hizo un gesto de asentimiento. Schwartz no la haba reconocido por el contacto mental, ya que haca dos meses ni se imaginaba que pudiera existir algo semejante. En aquella poca su progreso mental slo haba llegado a la etapa de la sensibilidad a la atmsfera, pero su soberbia memoria le permita recordarlo perfectamente.
Pero ahora poder captar el contenido de la mente de la muchacha le permiti enterarse de muchas cosas. El hombre que estaba acostado sobre el banco contiguo al de la muchacha era el doctor Shekt, y el ms alejado de ella era el doctor Bel Arvardan. Schwartz poda captar sus nombres, percibir su desesperacin y sentir el sabor amargo del horror y el miedo acumulados en la mente de la muchacha.
Por un momento les compadeci, y entonces record quines eran y lo que eran..., y su corazn se endureci de repente.
Ojal muriesen!
Los otros tres estaban all desde haca casi una hora. Bastaba con verla para comprender que la sala donde haban sido paralizados era utilizada para realizar asambleas que reunan a mucha gente, y los prisioneros se sentan solos y perdidos en su inmensidad. No tenan nada que decirse. Arvardan senta un molesto ardor en la garganta, y giraba la cabeza continuamente de un lado a otro en una nerviosa agitacin que no le serva de nada. La cabeza era la nica parte del cuerpo que poda mover.
Shekt permaneca con los ojos cerrados, y sus labios exanges estaban tensos.
—Shekt... Shekt, le estoy hablando! —susurr frenticamente Arvardan.
—Qu quiere? —respondi Shekt con otro susurro.
—Qu est haciendo? Es que va a quedarse dormido? Piense, hombre, piense!
—Por qu? En qu tengo que pensar?
—Quin es el tal Joseph Schwartz?
—No te acuerdas, Bel? —intervino Pola con un hilo de voz—. Despus de que te conociera, en los grandes almacenes..., hace tanto tiempo...
Arvardan hizo un terrible esfuerzo y descubri que poda levantar la cabeza unos centmetros, aunque al precio de sentir un dolor considerable. La nueva posicin le permita ver una parte del rostro de Pola.
—Pola! Pola! —Si hubiese podido ir hacia ella..., tal y como haba podido hacer durante dos meses sin que se le hubiera pasado por la cabeza aprovechar esa oportunidad. Pola le estaba mirando, y la cansada sonrisa que haba en sus labios bien podra haber pertenecido a una estatua—. Triunfaremos, Pola... Ya lo vers.
Pero la muchacha mene la cabeza, y el sufrimiento que aguijoneaba los tendones del cuello de Arvardan se hizo tan intenso que acab teniendo que bajar la cabeza.
—Shekt —repiti—. Shekt, esccheme. Cmo conoci a Schwartz? Por qu era paciente suyo?
—El sinapsificador... Vino como voluntario.
—Y fue sometido a tratamiento?
—S.
—Por qu acudi a usted? —pregunt Arvardan mientras daba vueltas a aquella informacin en su cerebro.
—No lo s.
—Entonces quiz..., quiz sea un agente imperial.
(Schwartz estaba siguiendo sin ninguna dificultad el curso de los pensamientos de Arvardan, y sonri para sus adentros. No dijo nada. Estaba decidido a permanecer en silencio.)
—Un agente imperial? —murmur Shekt, y mene la cabeza—. Porque lo dice el secretario del Primer Ministro? Oh, tonteras... Y en qu cambiara las cosas el que lo fuese? Schwartz se encuentra tan indefenso como nosotros... Oiga, Arvardan, si nos ponemos de acuerdo y nos inventamos una historia plausible ellos esperarn, y pasado un tiempo podramos...
El arquelogo dej escapar una risa hueca que le hizo sentir una punzada de dolor en la garganta.
—Querr decir que nosotros sobreviviramos, no? Con la Galaxia muerta y la civilizacin en ruinas? Para vivir de esa manera prefiero morir!
—Estoy pensando en Pola —murmur Shekt.
—Yo tambin —respondi Arvardan—. Bien, se lo preguntar. Pola, quieres que nos entreguemos? Debemos tratar de sobrevivir?
—Ya he escogido mi bando —dijo Pola con voz firme—. No quiero morir, pero si los mos caen yo caer con ellos.
Arvardan sinti que le invada el triunfo. Cuando la llevase a Sirio podran decir que era una terrestre, pero Pola era su igual y para Arvardan sera un inmenso placer hacer tragarse los dientes a quien...
Y de repente record que no haba muchas probabilidades de que pudiera llevarla a Sirio..., de hecho, haba muy pocas probabilidades de que llevase a nadie a Sirio. Lo ms probable era que Sirio no tardara en dejar de existir, y Arvardan descubri que necesitaba escapar de aquella idea.
—Eh, usted! —grit buscando refugio en algo que le permitiera olvidarla—. Schwartz!
Schwartz alz la cabeza por un momento y le contempl, pero sigui callado.
—Quin es usted? —pregunt Arvardan—. Cmo se ha visto metido en todo esto? Qu papel desempea en este asunto?
En cuanto oy la pregunta Schwartz comprendi de repente la terrible injusticia que haba en todo aquello. Record la inocencia de su pasado, y percibi el infinito horror del presente.
—Que como me he metido en esto? —exclam con voz enfurecida—. Oiga, hubo un tiempo en el que yo no era nadie... Era un hombre honrado, un sastre que se ganaba la vida trabajando con sus manos. Nunca hice dao a nadie..., cuidaba de mi familia y no molestaba a nadie. Y entonces, sin ningn motivo..., sin ningn motivo..., me encontr aqu...
—En Chica? —pregunt Arvardan, que no haba entendido muy bien la explicacin.
—No, no estoy hablando de Chica! —grit Schwartz con creciente desesperacin!—. Me encontr en este mundo sin pies ni cabeza... Oh, qu importa que me crean o no? Mi mundo pertenece al pasado. En mi mundo haba espacio libre y comida, y miles de millones de seres humanos, y era el nico planeta habitado...
Aquel chorro de palabras dej mudo a Arvardan.
—Entiende lo que ha dicho? —pregunt volvindose hacia Shekt.
—Sabe que tiene un apndice vermiforme de siete centmetros de longitud? —murmur Shekt, maravillado—. Te acuerdas, Pola? Y las muelas del juicio y el pelo en la cara...
—S, s! —grit Schwartz con voz desafiante—. Y ojal tuviera una cola para poder ensersela! Vengo del pasado, y he viajado a travs del tiempo; pero no s ni cmo ni por qu. Ahora djenme en paz —aadi—. Pronto vendrn a buscarnos. Esta espera tiene como objetivo ablandarnos.
—Cmo lo sabe? —pregunt Arvardan—. Quin se lo ha dicho? Schwartz no contest.
—Fue el secretario..., ese gordo con una nariz que parece un tomate?
Schwartz no poda describir el aspecto fsico solamente a travs del contacto mental, pero... El secretario? S, haba captado un contacto mental fugaz y bastante intenso perteneciente a un hombre que tena mucho poder, y le pareca que haba sido el secretario.
—Balkis? —pregunt con curiosidad.
—Cmo? —exclam Arvardan.
—Es el nombre del secretario —intervino Shekt.
—Oh... Y qu dijo?
—No dijo nada —respondi Schwartz—. Sencillamente lo s. Todos moriremos, y no hay salvacin posible.
—Shekt... No le parece que est loco? —pregunt Arvardan bajando la voz.
—No, me pregunt si... Sus suturas craneanas eran primitivas..., muy primitivas.
—Quiere decir que...? —pregunt Arvardan, muy sorprendido—. Oh, vamos, eso es imposible...
—Siempre lo supuse —murmur Shekt. Su voz era una plida imitacin de su tono normal, como si la presencia de un problema cientfico hubiera desviado su mente hacia esa rutina aislada y objetiva en la que todos los problemas personales desaparecan—. Algunos fsicos han calculado la cantidad de energa que sera necesaria para desplazar la materia por el eje del tiempo, y obtuvieron un valor mayor que el infinito, por lo que el proyecto siempre fue considerado imposible; pero tambin hubo quien habl de la posibilidad de que existieran fallas temporales anlogas a las fallas geolgicas que usted conoce... Por ejemplo, se han dado casos de naves espaciales que desaparecieron ante los ojos de muchas personas. Tambin est el caso de Hor Devallow, un hombre de la antigedad que entr un da en su casa y nunca volvi a salir de ella..., y tampoco estaba dentro. Tambin tenemos el caso de ese planeta que fue visitado por tres expediciones que volvieron de l trayendo consigo descripciones completas..., y que despus nadie volvi a ver. Puede encontrar abundantes referencias en los textos de galactografa del siglo pasado...
Y en la qumica nuclear existen ciertas reacciones que parecen contradecir la ley de conservacin de la relacin masa—energa. Han intentado explicarlo postulando que una parte de la masa se pierde a lo largo del eje temporal. Por ejemplo, cuando los ncleos de uranio son mezclados con bario y cobre en proporciones mnimas pero definidas y la mezcla es sometida a una emisin de radiaciones gamma no muy intensa, sta hace detonar un sistema de resonancias que...
—Basta, pap! —exclam Pola—. Todo eso no sirve de nada, y... —Un momento! —la interrumpi Arvardan con voz perentoria—. Djenme pensar. Creo que soy el nico que puede aclarar esto... Quin mejor que yo? Dejen que le haga algunas preguntas. Schwartz! —Schwartz volvi a levantar la mirada—. Ha dicho que su mundo era el nico planeta habitado de la Galaxia?
—S —asinti Schwartz con voz tona.
—Pero eso era sencillamente lo que pensaban sus habitantes, no? Quiero decir que... Bueno, no podan viajar por el espacio, por lo que no tenan forma alguna de comprobar si estaban en lo cierto. Podran haber existido muchos mundos habitados aparte del suyo.
—No tengo forma de saberlo.
—S, claro... Es una lstima. Y la energa atmica?
—Tenamos la bomba atmica. De uranio..., y plutonio... Supongo que eso fue lo que hizo que este mundo se volviera radiactivo. Tuvo que haber otra guerra despus de todo..., despus de que me fuera. Con bombas atmicas...
Schwartz se acord de su Chicago, el Chicago que haba existido en su mundo antes del bombardeo nuclear; y sufri, no por l, sino por aquel mundo tan hermoso que haba sido destruido...
Pero Arvardan estaba mascullando algo entre dientes.
—Muy bien —dijo en voz alta—. Tenan un idioma, naturalmente. —En la Tierra? Tenamos muchos idiomas.
—Y cul era el suyo?
—El ingls..., bueno, lo aprend cuando ya no era joven.
—Bien, pues diga algo en ese idioma.
Haca dos meses que Schwartz no hablaba en ingls.
—Quiero volver a mi casa y estar con los mos —dijo lentamente y con infinita melancola.
—Es el idioma que utilizaba cuando fue sometido al tratamiento con el sinapsificador, Shekt? —pregunt Arvardan.
—No lo s —respondi Shekt, quien pareca totalmente aturdido—. Slo s que entonces no entenda nada de lo que deca, y sigo sin entenderlo. Cmo quiere que relacione unos sonidos con otros?
—Bien, no tiene importancia... Schwartz, cmo se deca madre en su idioma?
Schwartz se lo dijo.
—Ya. Y ahora padre..., hermano..., uno..., dos..., tres..., casa..., hombre..., esposa...
La enumeracin de palabras continu durante largo rato, y cuando hizo una pausa para respirar el inmenso asombro que senta result claramente visible en el rostro de Arvardan.
—Shekt, o este hombre dice la verdad o estoy siendo vctima de la pesadilla ms absurda que se pueda llegar a concebir —murmur—. Habla un idioma prcticamente equivalente a las inscripciones descubiertas en los estratos de hace cincuenta mil aos en Sirio, Arturo, Alfa del Centauro y otros veinte mundos..., y l habla ese idioma. No ha sido descifrado hasta la ltima generacin, y en toda la Galaxia no hay ms de doce hombres que puedan entenderlo, yo entre ellos.
—Est seguro de eso?
—Que si estoy seguro? Pues claro que lo estoy! Soy arquelogo, recurdelo...
Por un instante Schwartz sinti que la armadura de su aislamiento se resquebrajaba, y por primera vez tuvo la impresin de estar recuperando la individualidad que haba perdido. El secreto haba sido revelado: Schwartz era un hombre llegado del pasado, y aquellas personas lo aceptaban. Eso demostraba que estaba cuerdo, y alejaba de una vez por todas las dudas que haban torturado su mente. Schwartz se sinti tremendamente agradecido, pero decidi seguir manteniendo su distanciamiento.
—Necesito a este hombre —sigui diciendo Arvardan, repentinamente inflamado por la llama sagrada de su profesin—. Shekt, no puede imaginarse lo que significa esto para la arqueologa... Es un hombre del pasado, Shekt. Oh, por todo el espacio...! Oiga, podemos llegar a un acuerdo. Este hombre es la prueba que la Tierra andaba buscando. Pueden quedarse con l. Pueden... —S lo que est pensando —le interrumpi Schwartz con voz sarcstica—. Cree que gracias a m la Tierra podr demostrar que es la cuna de la civilizacin humana, y que quedarn muy agradecidos por ello. Se equivoca! Ya pens eso, y hubiese estado dispuesto a llegar a un acuerdo con ellos para salvar mi vida..., pero no nos creern ni a usted ni a m.
—Hay pruebas terminantes.
—No le escucharn. Sabe por qu? Porque tienen ciertas ideas fijas sobre el pasado. Cualquier cambio sera considerado como una blasfemia aunque fuese cierto... No quieren la verdad, quieren sus tradiciones.
—Creo que tiene razn, Bel —dijo Pola.
—Podramos intentarlo —insisti Arvardan apretando los dientes.
—No conseguiramos nada —replic Schwartz tercamente.
—Cmo puede saberlo?
—Lo s! —afirm Schwartz.
Las palabras fueron pronunciadas en un tono tan categrico que Arvardan no dijo nada.
Ahora era Shekt quien estaba mirando a Schwartz con un brillo extrao en sus ojos cansados.
—Puede decirme si el tratamiento con el sinapsificador le produjo algn efecto nocivo o desagradable? —pregunt en voz baja y suave.
Schwartz no conoca la palabra, pero capt su significado. Le haban operado, y en la mente! Cunto estaba aprendiendo!
—No me produjo ningn efecto nocivo o desagradable.
—Pero veo que ha aprendido muy deprisa nuestro idioma. Lo habla muy bien, sabe? Oyndole hablar nadie dira que no es un nativo, crame... Le sorprende eso?
—Siempre he tenido muy buena memoria —respondi Schwartz con voz glida.
—De modo que ahora no se siente distinto de como se senta antes del tratamiento, eh?
—As es.
El doctor Shekt mir fijamente a Schwartz.
—Vamos, por qu se preocupa? —dijo de repente—. Usted sabe que estoy seguro de que puede captar lo que estoy pensando.
—Cree que puedo leer los pensamientos? —replic Schwartz, y solt una risita—. Y qu importancia tiene eso?
Pero Shekt ya haba vuelto su rostro plido y desesperado hacia Arvardan.
—Puede averiguar lo que hay en las mentes, Arvardan —dijo—. Ah, cuntas cosas podra llegar a hacer con l! Y estoy aqu..., atrapado, impotente...
—Qu..., qu..., qu...? —balbuce Arvardan con los ojos desencajados.
Hasta el rostro de Pola reflejaba inters.
—Realmente puede hacer eso? —pregunt mirando a Schwartz.
Schwartz asinti. Aquella muchacha haba cuidado de l, e iban a matarla..., pero segua siendo una traidora, no?
—Arvardan, se acuerda del bacterilogo del que le habl..., el que muri como consecuencia de los efectos del sinapsificador? —dijo Shekt de repente—. Uno de los primeros sntomas de su crisis fue su afirmacin de que poda leer los pensamientos..., y poda hacerlo. Lo descubr antes de que muriese, y he guardado el secreto desde entonces. No se lo haba dicho a nadie..., pero es posible, Arvardan, es posible. El descenso del umbral de resistencia de las clulas cerebrales permite que el cerebro pueda captar los campos magnticos inducidos por las microcorrientes de otros cerebros y transformarlas en vibraciones similares en su seno. Es el mismo principio que se aplica en cualquier sistema de grabacin... Sera la telepata en el ms amplio sentido de la palabra.
Schwartz mantuvo un silencio terco y hostil mientras Arvardan volva lentamente la cabeza en direccin a l.
—En ese caso quiz pueda sernos de utilidad, Shekt. —La mente del arquelogo funcionaba a una velocidad frentica concibiendo un plan imposible detrs de otro—. Quiz ahora s haya una salida... Tiene que haberla. Para nosotros y para la Galaxia...
Pero la desesperacin y el conflicto de emociones que perciba con tanta claridad a travs del contacto mental no conmovieron a Schwartz.
—Y para ello tendra que leer sus pensamientos, no? —pregunt—. De qu servira eso? Bueno, la verdad es que puedo hacer algo ms que leer los pensamientos... Qu le parece esto?
Fue un empujn mental muy suave, pero el sbito dolor que produjo hizo gritar a Arvardan.
—He sido yo —dijo Schwartz—. Quiere otra prueba?
—Puede hacrselo a los guardias? —pregunt Arvardan—. Y al secretario...? Por qu demonios permiti que le trajeran aqu? Shekt, va a ser sencillsimo. Esccheme con atencin, Schwartz...
—No, esccheme usted —le interrumpi Schwartz—. Qu motivos puedo tener para querer esperar? En qu situacin me encontrar? Siempre estar en un mundo muerto... Quiero volver a mi hogar y no puedo hacerlo. Quiero tener a mi familia y a mi mundo, y no puedo recuperarlos..., y quiero morir.
—Pero se trata de toda la Galaxia, Schwartz! No puede limitarse a pensar en usted...
—De veras? Por qu no puedo hacerlo? As que ahora tengo que preocuparme por su preciosa Galaxia, eh? Por m ojal se pudra... S lo que planea hacer la Tierra, y me alegro. Hace un rato la muchacha dijo que haba escogido su bando, recuerda? Bien, yo tambin he escogido el mo..., y mi bando es la Tierra.
—Qu?
—Por qu no? Soy terrestre!
17
CAMBIE DE BANDO!
Haba transcurrido una hora desde que Arvardan fue saliendo poco a poco y con mucha dificultad de la inconsciencia para encontrarse inmvil sobre la superficie del banco, como una res que espera el cuchillo del matarife. Desde entonces no haba ocurrido nada..., nada salvo aquella conversacin tan febril como intil que haca todava ms insoportable la ya de por s insoportable espera.
Todo aquello tena un objetivo, y por lo menos Arvardan ahora lo saba. El estar acostado e inerme sin que se les concediera ni la dignidad de un guardia para que les vigilara, sin la ms mnima concesin que hiciera pensar que eran considerados como un posible peligro, equivala a adquirir conciencia de la propia debilidad. Un espritu obstinado no poda sobrevivir a esto, y cuando llegase el inquisidor encontrara muy poca o ninguna resistencia a sus preguntas. Arvardan necesitaba romper el silencio.
—Supongo que esta sala estar vigilada mediante rayos espa —coment—. No deberamos haber hablado tanto.
—No est vigilada —dijo Schwartz con voz tona—. Nadie nos escucha.
El arquelogo reaccion de manera automtica abriendo los labios para preguntarle cmo lo saba, pero se contuvo a tiempo. Porque aquel poder exista! Y no era l quien lo tena, sino un hombre del pasado, que haba dicho ser un terrestre y que deseaba morir.
En esa postura su campo visual slo abarcaba una parte del techo. Si volva la cabeza poda ver el perfil anguloso de Shekt, y una pared lisa al otro lado. Si levantaba la cabeza poda distinguir durante unos momentos el rostro plido y agotado de Pola.
De vez en cuando le atormentaba la idea de que era ciudadano del Imperio..., del Imperio, por todas las estrellas! Arvardan era un ciudadano galctico, y ser tratado de aquella manera supona una injusticia particularmente terrible..., doblemente terrible porque haba permitido que unos terrestres le hicieran aquello.
Y eso tambin se disip.
Por qu no le habran colocado al lado de Pola? No, as era mejor... En aquellos momentos Arvardan no ofreca un espectculo capaz de animar a nadie.
—Bel?
El sonido vibr en el aire, y Arvardan lo encontr misteriosamente agradable, quiz porque llegaba a l mientras sufra el vrtigo de la muerte que estaba tan prxima.
—S, Pola?
—Crees que tardarn mucho?
—Quiz no, querida... Es una lstima. Desperdiciamos dos meses enteros, verdad?
—Yo tuve la culpa —susurr ella—. Yo he sido la culpable de todo... Por lo menos podramos haber gozado de estos ltimos minutos. Esto es tan..., tan innecesario...
Arvardan no supo qu contestar. Su mente qued repentinamente envuelta en un torbellino de pensamientos y pareci girar locamente como si la hubiesen colocado sobre un engranaje bien aceitado. Era obra de su imaginacin o estaba sintiendo realmente la dureza del plstico encima del que estaba rgidamente acostado su cuerpo? Cunto durara la parlisis?
Tenan que conseguir que Schwartz les ayudase. Arvardan intent ocultar sus pensamientos..., y enseguida comprendi que eso era imposible.
—Schwartz... —dijo.
Schwartz yaca impotente, y en su caso al tormento se sumaba un refinamiento incalculable: Schwartz reuna cuatro mentes dentro de la suya.
Si hubiese estado solo podra haber conservado el deseo anhelante de obtener la paz y la serenidad infinitas de la muerte, ahogando los ltimos restos de ese amor a la vida que apenas dos —o eran tres?— das atrs le haba impulsado a abandonar la granja. Pero cmo podra lograrlo ahora? Cmo podra lograrlo cuando senta el dbil horror a la muerte que recubra a Shekt igual que si fuese un sudario; la intensa amargura y rebelda de la mente enrgica y viril de Arvardan; el profundo y pattico desengao de la muchacha...?
Tendra que haber cerrado su mente a la recepcin. Qu necesidad tena de conocer los sufrimientos ajenos? Schwartz tena que vivir su propia vida y morir su propia muerte, pero ellos le hostigaban en un acoso incesante e impalpable, hurgando y colndose por los intersticios.
—Schwartz —dijo entonces Arvardan, y Schwartz supo que queran que les salvara Por qu habra de hacerlo? S, por qu habra de hacerlo?—. Schwartz... —repiti Arvardan con tono insinuante—. Puede convertirse en un hroe. Aqu no tiene nada por lo que morir..., ni tan siquiera esos hombres de ah fuera.
Pero Schwartz estaba reuniendo los recuerdos de su juventud y reforzaba desesperadamente su voluntad vacilante con ellos. Lo que acab haciendo brotar su indignacin fue una extraa amalgama del pasado y del presente.
Pero aun as, cuando habl lo hizo en un tono tranquilo y mesurado.
—S, puedo convertirme en un hroe..., y en un traidor —dijo—. Esos hombres que estn ah fuera quieren matarme. Usted les ha llamado hombres, pero slo con la lengua. Su mente ha usado otra palabra que no entend, pero que era claramente insultante..., y no lo ha hecho porque sean unos malvados, sino nicamente porque son terrestres.
—Eso es mentira! —replic apasionadamente Arvardan.
—No es mentira! —exclam Schwartz con idntico apasionamiento—. Todos los que estn aqu saben que no lo es... S, quieren matarme, pero porque creen que soy igual a ustedes..., ustedes, que son capaces de condenar a todo un planeta indiscriminadamente y de mancharlo con su desprecio y ahogarlo lentamente con su insufrible soberbia. Bien, pues ahora protjanse solos contra esos gusanos y alimaas que han conseguido arreglrselas para amenazar a sus amos divinos... No pidan ayuda a uno de esos seres inferiores.
—Habla como un celote —coment Arvardan, muy sorprendido—. Por qu? Qu sufrimientos ha padecido? Antes ha dicho que viva en un planeta muy poblado e independiente... Era un terrestre cuando la Tierra era el nico centro de vida existente. Usted es uno de los nuestros, Schwartz..., uno de los que gobiernan. Por qu se asocia a un despojo enloquecido? ste no es el planeta que usted recuerda. Mi planeta se parece ms a la Tierra de la antigedad que este mundo enfermo.
—As que segn usted soy uno de los que gobiernan, eh? —respondi Schwartz, y se ri—. Bien, no discutiremos eso..., no vale la pena que intente explicrselo. Fijmonos en usted: es un buen ejemplar del producto humano que nos enva la Galaxia. Es tolerante y maravillosamente comprensivo, y se admira a s mismo porque trata al doctor Shekt como a un igual; pero por debajo de eso, aunque no tanto como para que yo no pueda leerlo claramente en su mente, se siente muy incmodo en su compaa. No le gusta la forma en que habla, y tampoco le gusta su aspecto. En resumen, que Shekt no le gusta nada a pesar de que se ha ofrecido a traicionar a la Tierra. S, hace poco usted bes a una terrestre, y recuerda ese momento como una debilidad. Se siente avergonzado de haberlo hecho...
—No, por todo el espacio! Pola! —grit desesperadamente Arvardan—. No le creas, no le escuches...
—No lo niegues ni sufras por eso, Bel —dijo Pola con mucha calma—. Schwartz mira bajo la superficie y ve los residuos de tu niez, y si observase mi mente vera lo mismo. Si se observase a s mismo de una manera tan poco corts como nos estudia a nosotros vera cosas muy parecidas.
Schwartz sinti que se ruborizaba.
—Si puede leer los pensamientos lea los mos, Schwartz —dijo Pola sin levantar la voz, pero dirigindose directamente a l—. Dgame si estoy planeando una traicin... Mire a mi padre. Piense si no es cierto que podra haber escapado fcilmente a los Sesenta si hubiese cooperado con los dementes que quieren aniquilar la Galaxia. Qu ha ganado mi padre con su traicin? Ahora vuelva a indagar, y averige si alguno de nosotros desea hacer dao a la Tierra o a los terrestres. Nos ha dicho que capt los pensamientos que haba en la mente de Balkis... No s si tuvo ocasin de hurgar en sus heces, pero cuando vuelva, cuando ya sea demasiado tarde..., analcela y estudie los pensamientos de Balkis. Descubra que es un loco..., y muera despus!
Schwartz guardaba silencio.
—Bien, Schwartz, examine mi mente —se apresur a intervenir Arvardan—. Penetre tan profundamente como lo desee. Nac en Baronn, en el Sector de Sirio. Pas mis aos de formacin en un ambiente lleno de prejuicios antiterrestres, por lo que no puedo evitar que mi subconsciente contenga muchos defectos y prejuicios; pero analice la superficie mental y dgame si no he pasado mis aos adultos intentando combatir mis propios fanatismos. No los de los dems, porque eso resultara demasiado fcil, sino los mos, y con todo el tesn de que he sido capaz...
Schwartz, usted no conoce nuestra historia! No sabe nada sobre las decenas de millares de aos durante los que el ser humano se fue extendiendo por la Galaxia, ni de las guerras y la miseria. No sabe nada sobre los primeros siglos del Imperio, cuando ste an no era ms que una continua confusin en la que se alternaban el caos y el despotismo. El gobierno galctico no ha llegado a ser realmente representativo hasta los ltimos doscientos aos, y ahora los distintos mundos gozan de autonoma cultural, pueden gobernarse a s mismos y tienen voz y voto en la direccin comn de los asuntos generales.
No ha habido ningn otro momento de la historia en el que la humanidad estuviera tan libre de guerras y de la miseria como ahora. La economa galctica nunca ha estado organizada de una manera tan sabia, y las perspectivas del futuro nunca haban sido tan brillantes como ahora. Quiere destruir todo esto para volver a empezar? Y con qu se empezara despus? Con una teocracia desptica que slo sabe nutrirse de elementos tan enfermizos como son el odio y la desconfianza.
Las quejas de la Tierra son justas, y si la Galaxia sobrevive llegar el da en el que sern atendidas, pero lo que pretenden hacer esos hombres no es ninguna solucin. Sabe qu se proponen hacer, Schwartz?
Si en ese momento Arvardan hubiese posedo el don que haba adquirido Schwartz, habra percibido la lucha terrible que se estaba librando en la mente del hombre llegado del pasado, pero incluso sin poseerlo su intuicin le permiti comprender que haba llegado el momento de hacer una pausa.
Schwartz estaba conmovido. Todos esos mundos condenados a perecer, a padecer la putrefaccin provocada por una enfermedad horrible... Despus de todo, era realmente un terrestre y nada ms que un terrestre? En su juventud haba abandonado Europa y haba emigrado a los Estados Unidos, pero acaso no haba seguido siendo el mismo hombre a pesar de eso? Y si muchsimo tiempo despus los seres humanos haban cambiado una Tierra martirizada y herida por los mundos del espacio, haban dejado de ser terrestres slo por eso? Acaso toda la Galaxia no era suya? No descendan todos..., absolutamente todos..., de Schwartz y de sus hermanos?
—Est bien —murmur por fin—. Estoy con ustedes. Cmo puedo ayudarles?
—Hasta dnde es capaz de llegar con su poder? —pregunt Arvardan nerviosamente y hablando muy deprisa, como si an temiese que pudiera cambiar de parecer de un momento a otro.
—No lo s. Ah fuera hay mentes, y supongo que son guardias. Creo que puedo llegar incluso hasta la calle, pero cuanto ms lejos voy ms borrosa se hace la percepcin.
—S, claro —dijo Arvardan—. Pero y el secretario? Podra identificar su mente?
—No lo s —murmur Schwartz.
Un nuevo silencio, y los minutos se fueron sucediendo de forma insoportable.
—Sus mentes se interponen —dijo Schwartz por fin—. No me miren, piensen en otras cosas... —Lo intentaron, y hubo otro prolongado silencio—. No... —acab murmurando Schwartz—. No puedo..., no puedo...
—Me he movido un poco! —exclam de repente Arvardan—. Por toda la Galaxia, puedo mover el pie! Ay! —Cada movimiento traa consigo un nuevo martirio—. Hasta qu punto puede herir a alguien, Schwartz? —pregunt—. Puede causar un sufrimiento mayor que el que me hizo padecer a m hace un rato?
—He matado a un hombre con mi poder mental.
—De veras? Y cmo lo hizo?
—No lo s. Sencillamente ocurri. Es..., es...
Tratar de explicar lo inexplicable hizo que el rostro de Schwartz adquiriese una expresin que resultaba casi cmica.
—Puede eliminar a ms de un hombre simultneamente?
—No he hecho la prueba, pero no lo creo. No puedo leer dos mentes al mismo tiempo, y por eso me imagino que no podra hacerlo.
—Bel, no puedes hacer que mate al secretario! —intervino Pola—. Eso no servira de nada.
—Por qu?
—Cmo saldramos de aqu? Aunque estuviramos a solas con el secretario y Schwartz lo matara, despus habra centenares de guardias esperndonos fuera... Es que no lo entiendes?
—Ya lo tengo! —exclam Schwartz de repente.
—A quin ha captado?
—AL secretario. Creo que he captado su contacto mental...
—No lo pierda! —dijo Arvardan.
El apasionamiento con que exhort a Schwartz era tan intenso que casi dio una vuelta completa sobre s mismo y como resultado cay de la losa de plstico. Arvardan se estrell contra el suelo, y agit intilmente una pierna medio paralizada intentando colocarla debajo de su cuerpo para poder levantarse.
—Ests herido! —grit Pola.
Arvardan intent erguirse apoyndose sobre el codo, y se llev la sorpresa de descubrir que la articulacin volva a funcionar.
—No te preocupes, no es nada —dijo—. Exprima su mente, Schwartz... Squele toda la informacin posible.
Schwartz forz su poder al mximo hasta que sinti un terrible dolor de cabeza. Estaba aferrando y raspando con las antenas de su mente de una manera tan torpe y ciega como una criatura que extiende los dedos hacia un objeto que no puede alcanzar ni manipular. Hasta aquel momento haba conseguido asimilar todo lo que descubra, pero ahora estaba buscando a tientas..., buscando..., buscando... Hizo un esfuerzo terrible, y logr captar algunos jirones de informacin.
—Ya est! Se siente totalmente seguro de los resultados... Es algo relacionado con cohetes. Los ha lanzado... No, no los ha lanzado... Es otra cosa... Va a lanzarlos pronto.
—Son cohetes teleguiados que transportarn el virus radiactivo —gru Shekt—. Cada uno se dirigir hacia un mundo distinto. —Pero dnde estn esos cohetes, Schwartz? —insisti Arvardan—. Siga buscando...
—Hay un edificio que..., que no veo bien... Cinco puntas... como una estrella..., un nombre; quiz Sloo...
—Eso es! —volvi a interrumpirle Shekt—. Por todas las estrellas de la Galaxia, tiene que ser ese edificio..., el templo de Senloo. Est rodeado en todas direcciones por bolsas de radiactividad, y slo los Ancianos pueden llegar hasta l. Se encuentra cerca de la confluencia de dos ros muy grandes, Schwartz?
—No puedo... S..., s.
—Cundo, Schwartz, cundo? Cundo sern lanzados esos cohetes?
—No veo el da, pero ser pronto..., muy pronto. Es lo nico que parece haber en su mente... Ser muy pronto.
El esfuerzo mental que estaba haciendo era tan grande que Schwartz tena la sensacin de que la cabeza le iba a estallar de un momento a otro.
Cuando por fin consigui ponerse a cuatro patas Arvardan se sinti tan dbil como si tuviera fiebre, y las articulaciones amenazaban con ceder a cada momento bajo su peso.
—Viene hacia aqu?
—S. Ya ha llegado a la puerta.
Schwartz haba ido bajando el tono de voz, y se call justo al abrirse la puerta.
—Doctor Arvardan! No cree que sera mejor que volviera a acostarse?
La voz de Balkis estaba impregnada de una burla helada que llen la sala con ecos de triunfo.
Arvardan le mir. Era muy consciente de lo cruelmente humillante que resultaba aquella postura, pero no tena nada que contestar y permaneci callado. Permiti que sus doloridos miembros le fueran depositando poco a poco en el suelo, y se qued inmvil respirando con jadeos entrecortados. Si sus piernas recobraban un poco ms de sensibilidad, si consegua dar un solo salto, si lograba apoderarse del arma de su enemigo...
Lo que colgaba del cinturn de plstico flexible que cea la tnica del secretario no era un ltigo neurnico, sino un desintegrador de alta potencia capaz de atomizar a un hombre en un instante. El secretario contempl a las cuatro personas que tena delante y sinti una salvaje satisfaccin. No prest demasiada atencin a la muchacha, pero por lo dems no caba duda de que haba sido una pesca excelente. El terrestre traidor, el agente imperial y el hombre misterioso al que estaban vigilando desde haca dos meses haban cado en sus manos... Habra otros?
S, claro, todava estaban Ennius y el Imperio. El secretario haba conseguido inmovilizar sus brazos en la persona de aquellos espas y traidores, pero en algn lugar an quedaba un cerebro en actividad..., que quiz enviara a otros secuaces.
El secretario se irgui y entrelaz tranquilamente las manos ante l como si descartase toda posible necesidad de llegar a empuar su arma.
—Hay que poner las cosas en claro —dijo con voz tranquila y suave—. Existe un estado de guerra entre la Tierra y la Galaxia..., se trata de una guerra no declarada, pero aun as sigue siendo una guerra. Ustedes son nuestros prisioneros, y sern tratados tal y como corresponde a las circunstancias. Naturalmente, el castigo habitual para los espas y los traidores es la muerte...
—Slo en caso de una guerra declarada de la manera legal! —le interrumpi apasionadamente Arvardan.
—Una guerra declarada de la manera legal? —replic el secretario con evidente sarcasmo—. Qu es eso, doctor Arvardan? La Tierra siempre ha estado en guerra con la Galaxia, tanto si hemos tenido la cortesa de mencionarlo como si no.
—No pierdas el tiempo con l —dijo Pola con dulzura mirando a Arvardan—. Deja que hable y que termine de una vez.
Arvardan le sonri. Fue una sonrisa extraa y casi espasmdica, porque tuvo que hacer un gran esfuerzo para ponerse en pie y conservar un equilibrio tambaleante y tembloroso.
Balkis dej escapar una leve risita y recorri lentamente la distancia que le separaba del arquelogo de Sirio. Despus extendi una mano con idntica lentitud, la apoy sobre el robusto pecho de Arvardan..., y empuj.
Sus brazos entumecidos no respondieron a la orden de iniciar un movimiento defensivo que envi el cerebro de Arvardan, y sus msculos todava insensibles no consiguieron reaccionar con la rapidez suficiente para ajustar el equilibrio corporal al repentino cambio de postura, y Arvardan cay al suelo.
Pola lanz un gemido, y tambin empez a bajar lentamente de su losa de plstico obligando a sus msculos y huesos rebeldes a que obedecieran su voluntad.
Balkis dej que la muchacha se arrastrase hacia Arvardan.
—Ah, su fuerte y valeroso amante espacial... —dijo—. Vamos, muchacha, corra hacia l! A qu est esperando? Abrace a su hroe y apyese contra su pecho para olvidar que est empapado por el sudor y la sangre de mil millones de terrestres martirizados... Ah yace el heroico espacial, derribado por el empujoncito insignificante que le ha dado un terrestre.
Pola haba conseguido arrodillarse al lado de Arvardan y sus dedos se movan bajo sus cabellos buscando sangre o la blandura fatal indicadora de una fractura sea. Los ojos de Arvardan se fueron abriendo lentamente y sus labios se movieron articulando un Estoy bien... inaudible.
—Es usted un cobarde! —exclam Pola—. Cmo es capaz de luchar con un hombre que est medio paralizado y enorgullecerse de su prrica victoria? Bel, te aseguro que hay muy pocos terrestres como l...
—Lo s, porque de lo contrario t no seras terrestre —logr decir Arvardan.
—Como les he dicho hace unos momentos, sus vidas estn condenadas —murmur el secretario mientras se ergua—, pero a pesar de eso an pueden ser compradas. Les interesa conocer el precio?
—Si se encontrara en nuestra situacin le interesara muchsimo saberlo —replic orgullosamente Pola—. Estoy absolutamente segura de ello.
—Silencio, Pola —intervino Arvardan, que an no haba conseguido recuperar del todo el aliento—. Qu nos propone?
—Oh, est dispuesto a venderse? —pregunt Balkis—. Igual que yo, por ejemplo? Igual que hara un vil terrestre?
—Nadie sabe mejor que usted mismo lo que es —replic Arvardan—. En cuanto al resto de lo que ha dicho, no me estoy vendiendo, sino que compro la vida de Pola.
—Me niego a ser comprada —dijo Pola.
—Muy conmovedor —coment el secretario—. Se rebaja hasta el nivel de nuestras mujeres..., de nuestras terraquejas, y an es capaz de jugar a sacrificarse.
—Qu nos propone? —insisti Arvardan.
—Ahora lo sabrn. Resulta evidente que se ha producido una filtracin y que nuestros planes han sido descubiertos. No es difcil saber cmo llegaron hasta el doctor Shekt, pero no entiendo cmo llegaron al Imperio; por lo que nos gustara averiguar qu sabe exactamente el Imperio... No me refiero a lo que usted ha averiguado, Arvardan, sino a lo que sabe el Imperio en estos momentos.
—Soy arquelogo, no espa —replic secamente Arvardan—, y no tengo ni idea de lo que sabe el Imperio..., pero espero que sepa mucho.
—Ya me lo imaginaba. Bien, quiz cambie de idea... Voy a dejar que lo piensen.
Schwartz no haba intervenido durante todo aquel tiempo, y ni tan siquiera haba levantado la mirada.
El secretario aguard en silencio unos momentos.
—Voy a dejar bien claro el precio de no colaborar con nosotros —dijo, y su voz ya no sonaba tan tranquila como antes—. No ser simplemente la muerte, porque tengo la seguridad de que todos ustedes estn preparados para enfrentarse a esa desagrable e inevitable eventualidad. El doctor Shekt y su hija, que desgraciadamente para ella est seriamente complicada en el caso, son ciudadanos de la Tierra. Teniendo en cuenta las circunstancias, creo que lo ms adecuado ser que ambos sean sometidos a tratamiento con el sinapsificador. Entiende lo que acabo de decir, doctor Shekt?
Los ojos del fsico reflejaban un pnico atroz.
—S, ya veo que lo ha entendido —coment Balkis—. Naturalmente, se puede ajustar el sinapsificador para que dae el tejido cerebral hasta el extremo de obtener una imbecilidad total... Es un estado deplorable, cranme: el resultado de ello es una persona que debe ser alimentada para que no muera de inanicin, que vive en la mugre a menos que otros cuiden de su aseo, que debe ser encerrada para que no horrorice a quienes la rodean... Servirn de ejemplo para los dems en el gran da que no tardar en llegar. En cuanto a usted y a su amigo Schwartz —aadi el secretario volvindose hacia Arvardan— son ciudadanos del Imperio y, por lo tanto, nos servirn para llevar a cabo un experimento muy interesante. Nunca hemos probado el virus concentrado de la fiebre en un par de perros de la Galaxia... Ser interesante averiguar hasta qu punto son exactos nuestros clculos. Si diluimos lo suficiente la dosis que hay que inyectar, la enfermedad seguir su curso durante una semana hasta el inevitable desenlace final. El proceso ser altamente doloroso. —Hizo una pausa y les contempl con los prpados entrecerrados—. La alternativa a todo eso es muy sencilla y mucho ms agradable: basta con algunas palabras bien escogidas.
Qu sabe el Imperio? Hay otros espas en activo actualmente? `Cules son sus planes, si es que los tienen, y cmo podemos contrarrestarlos?
—Qu garanta tenemos de que no nos matar en cuanto le hayamos proporcionado la informacin que desea? —pregunt el doctor Shekt con un hilo de voz.
—Tienen la garanta de que si se niegan a proporcionarme esa informacin morirn de una manera horrible, as que deben correr el riesgo de la alternativa. Bien, qu me dicen?
—No nos concede un plazo para pensarlo?
—No es precisamente lo que les estoy dando ahora? Han transcurrido diez minutos desde que entr aqu, y sigo estando dispuesto a escuchar... Bien, tienen algo que decir? Nada? Supongo que comprendern que el plazo no se va a prolongar indefinidamente, verdad? Arvardan, veo que an intenta tensar los msculos... Quiz cree que conseguir llegar hasta m antes de que haya tenido tiempo de desenfundar mi desintegrador. Y si lo consigue, qu? Fuera hay cientos de Ancianos y guardias, y mis planes seguirn adelante sin m. Mi ausencia ni tan siquiera afectar al cumplimiento de los castigos que les he prometido. O quiz usted, Schwartz... Usted mat a nuestro agente. Fue usted, verdad? Quiz cree que podr matarme igual que hizo con l...
Y Schwartz mir a Balkis por primera vez.
—Puedo hacerlo, pero no lo har —dijo con voz glida.
—Qu bondadoso es usted...
—Se equivoca. Soy terriblemente cruel, y usted mismo ha dicho que hay cosas peores que la muerte.
Arvardan descubri que estaba mirando a Schwartz, y sinti que una nueva esperanza se iba adueando de l.
18
EL DUELO !
La mente de Schwartz se haba convertido en un torbellino. Senta una extraa tranquilidad tan intensa que casi resultaba absurda. Una parte de l pareca tener el control absoluto de la situacin, y otra parte no poda creerlo. Le haban aplicado el tratamiento paralizador despus que a los dems, e incluso el doctor Shekt se estaba sentando mientras que Schwartz apenas poda mover poco ms que un brazo. Y mientras contemplaba el rostro sonriente e infinitamente maligno y cruel del secretario, empez el duelo...
—AL principio, yo estaba en su bando a pesar de que usted planeaba matarme —dijo Schwartz—. Crea comprender sus sentimientos y sus intenciones, pero las mentes de las otras personas que se encuentran aqu son relativamente inocentes y puras en tanto que la suya es..., es indescriptiblemente horrenda. Usted no lucha por los terrestres, sino para obtener ms poder personal. No veo en usted una imagen de la Tierra libre, sino de la Tierra nuevamente esclavizada. No veo en usted la destruccin del poder del Imperio, sino su sustitucin por una dictadura personal..., la suya.
—As que ve todo eso, eh? —replic Balkis—. Bien, por m puede ver lo que le d la gana... Despus de todo, la informacin que puede proporcionarme no es tan importante como para que deba aguantar sus impertinencias. Parece ser que hemos adelantado la hora del golpe. Se lo esperaban? Es sorprendente lo que se puede llegar a conseguir ejerciendo la presin adecuada sobre las personas, incluso cuando stas te haban jurado una y otra vez que no se poda ir ms deprisa. Tambin ha visto eso, mi melodramtico lector de pensamientos?
—No —respondi Schwartz—. No buscaba ese dato, y lo pas por alto... Pero ahora s puedo verlo. Dos das..., no, menos... Veamos... Martes..., seis de la maana, hora de Chica.
Y de repente el desintegrador estaba en la mano del secretario. Balkis fue rpidamente hacia la losa de plstico sobre la que yaca Schwartz y se inclin sobre sus tensas facciones.
—Cmo lo ha sabido?
Schwartz se envar. Sus antenas mentales se extendieron y empezaron a tantear. En el aspecto fsico, los msculos de sus mandbulas se contrajeron y sus cejas se fruncieron hacia abajo; pero todo aquello eran detalles sin importancia, meras consecuencias involuntarias del verdadero esfuerzo. Aquello con lo que estaba buscando el contacto mental de Balkis y se aferraba a l se encontraba dentro del cerebro de Schwartz.
Para Arvardan, que senta el precioso derroche de segundos, la escena no tena sentido. La repentina inmovilidad y el silencio del secretario no eran significativos.
—Lo tengo... —murmur Schwartz con voz entrecortada—. Qutele el arma... No puedo seguir contenindole...
Su voz se cort con un gruido.
Y entonces Arvardan lo comprendi todo, y se puso a cuatro patas. Despus volvi a erguirse lenta y dificultosamente utilizando todas sus reservas de energa hasta que consigui quedar en pie. Pola intent acompaarle en su movimiento, pero no lo logr. Shekt se desliz fuera de la losa de plstico y cay sobre sus rodillas. Schwartz fue el nico que permaneci inmvil con el rostro contorsionado.
El secretario pareca estar fascinado por la mirada de la Medusa. La transpiracin iba perlando lentamente la lisa piel de su frente, y su rostro inexpresivo no reflejaba ninguna emocin. Slo su mano derecha, que empuaba el desintegrador, daba muestras de vida. Si se la observaba con atencin se poda ver que temblaba levemente, y se notaba la curiosa flexin del dedo sobre el botn de disparo. El dedo ejerca una presin suave que no bastaba para activar el arma, pero insista en ella una y otra vez...
—Siga sujetndole —jade Arvardan con una alegra feroz—. Se apoy contra el respaldo de una silla e intent recuperar el aliento—. Espere a que haya llegado hasta l.
Empez a moverse arrastrando los pies. Era como una pesadilla en la que pisaba melaza o intentaba nadar entre el alquitrn. Arvardan forz sus msculos torturados y avanz..., despacio, muy despacio.
No era ni poda ser consciente del duelo mortal que se estaba librando delante de l.
El secretario tena un solo propsito, y ste consista en reunir una pequea cantidad de fuerza en su pulgar para moverlo ejerciendo una pequea presin: exactamente la equivalente a setenta y cinco gramos de peso, porque sta era la presin requerida para disparar el desintegrador. Para lograr aquello su mente slo necesitaba dominar un tendn mantenido en un tenso equilibrio y que ya estaba medio contrado, y eso bastara para..., para...
Schwartz slo tena una meta, y sta consista en impedir que el pulgar del secretario ejerciese aquella presin; pero la masa catica de sensaciones que le presentaba el contacto mental del secretario era tan inmensa que Schwartz no lograba identificar la pequea fraccin de la mente que dominaba el pulgar. Eso haca que no le quedase ms remedio que esforzarse en lograr una parlisis total.
El contacto mental del secretario forcejeaba y se rebelaba contra el poder de Schwartz. El todava inexperto control que era capaz de ejercer el hombre del pasado deba luchar contra una mente veloz, an ms aguzada por la amenaza que pesaba sobre ella. La mente del secretario permaneca quieta y como a la expectativa durante unos segundos, y de repente tiraba desesperadamente de un msculo o de otro en un esfuerzo brutal.
La situacin de Schwartz era muy parecida a la de un luchador que consigue inmovilizar a su rival y que debe conservar la ventaja obtenida a cualquier precio, a pesar de la frentica resistencia que opone su prisionero.
Pero nada de todo aquello tena un reflejo exterior. Lo nico visible eran las contracciones nerviosas de la mandbula de Schwartz o el temblor de sus labios ensangrentados por la mordedura de sus dientes, y el ocasional movimiento casi imperceptible del pulgar del secretario que segua luchando..., luchando...
Arvardan se detuvo para descansar. No quera hacerlo, pero no le quedaba ms remedio. Su dedo estirado ya casi rozaba la tnica del secretario, y por un momento le pareci que sera incapaz de seguir movindose. Sus pulmones doloridos no conseguan bombear el aire que tanto necesitaban sus miembros entumecidos. Sus ojos estaban nublados por las lgrimas del esfuerzo y su mente se hallaba envuelta en una neblina de dolor.
—Unos momentos ms, Schwartz —jade—. No le suelte..., no le suelte...
—No puedo..., no puedo... —murmur Schwartz.
Schwartz tena la impresin de que el mundo se le escapaba para perderse en un caos de turbiedad opaca. Las antenas de su mente estaban rgidas y se haban vuelto casi insensibles.
El pulgar del secretario volvi a ejercer presin sobre el botn, pero ste no cedi. La presin fue aumentando lentamente.
Schwartz senta que los ojos le iban a saltar de las rbitas y que las venas se dilataban en su frente. Poda percibir la sensacin de triunfo que estaba invadiendo la mente de su rival...
Y Arvardan salt. Su cuerpo rgido que se negaba a dejarse vencer por la parlisis cay hacia delante, con los brazos extendidos movindose frenticamente de un lado a otro.
El debilitado secretario que ya estaba medio prisionero de una mente ajena cay con l. El arma sali despedida hacia un lado y rebot sobre el duro suelo.
La mente del secretario se liber casi simultneamente, y Schwartz se desplom hacia atrs con el interior de su crneo convertido en un laberinto de confusin.
Balkis se estaba debatiendo frenticamente bajo el peso muerto del cuerpo de Arvardan. El secretario hundi una rodilla en el vientre del arquelogo con salvaje brutalidad en tanto que su puo cerrado caa sobre el pmulo de Arvardan siguiendo una trayectoria lateral. Despus se levant y empuj, y Arvardan rod por el suelo con el cuerpo convertido en un ovillo de dolor.
El secretario se puso en pie, despeinado y furioso. Dio un paso hacia delante y volvi a detenerse.
Shekt se encaraba con l. El fsico estaba medio incorporado en el suelo y empuaba el desintegrador. Su mano izquierda sostena con visible dificultad la derecha que blanda el arma. El desintegrador temblaba, pero el can apuntaba al secretario.
—Pandilla de imbciles! —grit el secretario perdiendo definitivamente el control de s mismo—. Qu esperan conseguir con esto? Me bastar con levantar la voz...
—Pero por lo menos usted morir —murmur Shekt.
—Matndome no lograrn nada, y ustedes lo saben —respondi el secretario con amargura—. No salvarn el Imperio, y tampoco se salvarn a s mismos. Entrgueme ese desintegrador y har que sea puesto en libertad.
Extendi la mano, pero Shekt dej escapar una risita burlona.
—No soy tan estpido como para creerme eso.
—Quiz no, pero est semiparalizado! —exclam el secretario.
Salt hacia la derecha movindose a una velocidad mucho mayor que aquella con que la todava muy dbil mueca del fsico poda desviar el desintegrador.
Pero cuando Balkis se prepar para el salto final todos sus pensamientos se concentraron en el desintegrador cuyo can estaba esquivando. Schwartz volvi a proyectar su mente en una ltima embestida, y el secretario trastabill y cay de bruces tan repentinamente como si acabase de recibir un garrotazo.
Arvardan haba conseguido ponerse en pie con muchas dificultades. Tena una mejilla muy roja e hinchada y se tambaleaba al caminar.
—Puede moverse, Schwartz?
—Un poco —respondi Schwartz con un hilo de voz, y logr deslizarse bajando de la losa de plstico.
—Viene alguien?
—No percibo a nadie.
Arvardan baj la mirada hacia Pola e intent sonrer. Tena la mano apoyada sobre la suave cabellera de la muchacha, y sta le observaba con los ojos hmedos. Durante las dos ltimas horas Arvardan haba presentido ms de una vez que nunca volvera a acariciar sus cabellos ni a ver sus ojos.
—Puede que despus de todo an haya un futuro, Pola...
—No disponemos del tiempo suficiente —replic ella meneando la cabeza—. Apenas hasta las seis del martes...
—Te parece que no es tiempo suficiente? Bueno, ya lo veremos —murmur Arvardan. Se inclin sobre el secretario cado y le ech la cabeza hacia atrs sin demasiada delicadeza mientras se preguntaba si seguira con vida. Busc intilmente el pulso con sus dedos todava muy entumecidos, y acab deslizando una mano por debajo de la tnica verde—. Bueno, al menos su corazn todava late...
Tiene un poder muy peligroso, Schwartz. Por qu no empez haciendo esto?
—Porque deseaba dejarle paralizado —respondi Schwartz, quien evidenciaba los efectos de la tensin del duelo—. Pens que si consegua dominar a Balkis podramos salir de aqu bajo su proteccin. Quera usarle como seuelo... Su tnica podra haber sido un refugio debajo del que todos hubisemos estado a salvo.
—Quiz an sea posible —dijo Shekt animndose de repente—. La guarnicin imperial del Fuerte Dibburn se encuentra a un kilmetro escaso de aqu. Cuando hayamos llegado all estaremos a salvo, y podremos comunicarnos con Ennius.
—Cuando hayamos llegado all...! Afuera debe de haber centenares de guardias, y varios centenares ms apostados entre este edificio y la guarnicin imperial. Y qu vamos a hacer con esta momia? Levantarla, ponerle unas ruedas debajo y empujarla...?
Arvardan dej escapar una seca carcajada en la que no haba ni rastro de buen humor.
—Y adems no olviden que fui incapaz de controlar su mente mucho tiempo —murmur Schwartz con evidente preocupacin—. fracas, como pudieron ver.
—Porque no est acostumbrado a hacer este tipo de cosas —afirm Shekt ponindose muy serio—. Y ahora esccheme con mucha atencin, Schwartz: creo saber qu es lo que hace con su poder. Su mente se ha convertido en una estacin receptora de los campos electromagnticos del cerebro, y creo que tambin es capaz de transmitir. Me comprende?
Schwartz no pareca muy seguro de que Shekt estuviera en lo cierto.
—Tiene que entenderlo —insisti Shekt—. Tendr que concentrarse en lo que desea que haga Balkis..., y empezaremos devolvindole el desintegrador.
—Cmo? —exclamaron los otros tres casi al unsono poniendo cara de asombro.
—Balkis tiene que sacarnos de aqu —dijo Shekt levantando un poco la voz para hacerse or—. No hay ninguna otra forma de salir, verdad? Y acaso hay un mtodo mejor para no despertar sospechas que el permitir que se muestre pblicamente con un arma en la mano?
—Pero no podr controlar su mente..., le aseguro que no ser capaz de hacerlo —afirm Schwartz. Estaba flexionando los brazos y se daba masaje en ellos intentado devolverles la sensacin de normalidad—. No estoy interesado en sus teoras, doctor Shekt. Usted no tiene ni idea de lo que ocurre cuando utilizo mis Poderes... Influir sobre el contacto mental es algo muy difcil que exige un gran esfuerzo, y nunca estoy demasiado seguro de qu he de hacer a cada momento.
—Ya lo s, pero es un riesgo que tenemos que correr. Vamos, Schwartz, intntelo... —le rog Shekt—. Cuando vuelva en s, haga que Balkis mueva el brazo.
El secretario dej escapar un gemido ahogado, y Schwartz capt de nuevo el contacto mental. Se sumi en un silencio atemorizado y fue permitiendo que el contacto mental volviera a intensificarse..., y entonces le habl. Fue un discurso sin palabras, la orden silenciosa que un ser humano dirige a su brazo cuando quiere que se mueva; una orden tan silenciosa y sutil que ni tan siquiera quien la emite es consciente de ella.
Y el brazo de Schwartz no se movi, pero el del secretario s. El terrestre llegado del pasado levant la mirada y sus labios se curvaron en una sonrisa de excitacin, pero los dems slo tenan ojos para Balkis..., Balkis, esa figura postrada que ergua la cabeza y cuyos ojos iban perdiendo la turbiedad del desvanecimiento, y cuyo brazo se extenda misteriosamente hacia fuera formando un incongruente ngulo de noventa grados.
Schwartz se concentr en su tarea.
El secretario se levant con movimientos muy rgidos, y estuvo a punto de perder el equilibrio aunque no lleg a caer. Despus bail..., de una forma extraa y casi mecnica, pero bail.
Le faltaba ritmo y elegancia, pero para las tres personas que observaban el cuerpo y para Schwartz —que observaba la mente y el cuerpo— fue un espectculo realmente maravilloso; porque en ese momento el cuerpo del secretario se encontraba bajo el control de una mente que no tena ninguna conexin material con l.
Shekt se acerc lenta y cautelosamente al secretario que acababa de convertirse en un robot, y extendi la mano sin titubear. La palma abierta sostena el desintegrador con la empuadura dirigida hacia Balkis.
—Haga que lo coja, Schwartz —dijo.
Balkis estir la mano y aferr torpemente el arma. Un brillo salvaje pas fugazmente por sus ojos, y se desvaneci sin dejar rastro una fraccin de segundo despus. El desintegrador fue guardado lentamente en la funda que colgaba del cinturn, y la mano de Balkis se apart de ella.
—Por un momento estuvo a punto de escaprseme —coment Schwartz.
Dej escapar una risita estridente, pero su rostro estaba tan blanco como la cera.
—Bien, puede controlar su mente?
—Lucha como un demonio, pero no me resulta tan difcil como antes.
—Eso se debe a que ahora usted sabe lo que est haciendo —le explic Shekt con un entusiasmo que estaba bastante lejos de sentir—. Bien, ahora transmita... No intente controlar su mente. Basta con que se limite a pensar que es usted mismo quien hace todas esas cosas.
—Puede obligarle a hablar? —intervino Arvardan.
Hubo una pausa, y despus el secretario dej escapar un gruido gutural. Otra pausa, y un nuevo gruido ahogado.
—Eso es todo lo que puedo conseguir —jade Schwartz.
—Pero por qu no puede hacer que hable? —pregunt Pola con preocupacin.
—El hablar involucra msculos muy complejos y delicados —dijo Shekt encogindose de hombros—. No es tan sencillo como manipular los msculos de las extremidades... No importa, Schwartz. Quiz no lleguemos a necesitar que hable.
El recuerdo de las dos horas siguientes qued grabado de manera distinta en la mente de cada uno de los participantes en aquella extraa odisea. En el caso del doctor Shekt, se haba dejado dominar por una curiosa rigidez mental y todos sus temores quedaban ahogados por la tensa e impotente simpata que senta hacia Schwartz, quien estaba claro libraba una terrible lucha interior. Durante todo el tiempo no apart la mirada de aquellas facciones regordetas que se iban frunciendo poco a poco a causa del esfuerzo, y apenas dedic alguna que otra mirada fugaz a los dems. Los guardias apostados junto a la puerta saludaron marcialmente al secretario en cuanto vieron que vena hacia ellos. La tnica verde de Balkis pareca desprender una aureola de autoridad y poder, y su propietario les devolvi el saludo con el rostro inexpresivo. Pasaron de largo junto a los guardias sin ser molestados.
Arvardan no fue realmente consciente de lo absurdo que resultaba todo aquello hasta que hubieron salido del Casern, y slo entonces comprendi en toda su magnitud el inmenso e inimaginable peligro que amenazaba a la Galaxia y el endeble puente de seguridad que franqueaba el abismo; pero incluso entonces le bastaba con mirar a Pola a los ojos para sentir que se perda en ellos. Aunque le estuviesen arrebatando el futuro, aunque el futuro se estuviera desmoronando a su alrededor, aunque estuviese perdiendo para siempre la dulzura que haba saboreado de una manera tan fugaz..., fuera lo que fuese lo que estuviera ocurriendo, ninguna mujer le haba parecido nunca tan inmensa e irresistiblemente digna de ser deseada.
Y, despus, lo nico que record de aquellas horas fue la proximidad de la muchacha.
Los brillantes rayos del sol de la maana caan sobre Pola de tal modo que el rostro inclinado hacia abajo de Arvardan pareca borrarse delante de ella. Pola le sonri, y fue consciente del roce de aquel brazo fuerte y musculoso sobre el que ella apoyaba el suyo con tanta delicadeza. Aquel fue el recuerdo que guard en su memoria: unos msculos lisos y firmes cubiertos por la tela de textura plstica cuyo contacto suave y fresco poda sentir debajo de la mueca.
Schwartz agonizaba baado en sudor. El camino sinuoso que iba alejndoles de la puerta lateral por la que haban salido estaba desierto, y Schwartz se alegr enormemente de ello.
Slo Schwartz conoca el verdadero precio que tendran que pagar por el fracaso. Poda percibir la humillacin insoportable, el odio avasallador y los siniestros planes que se agitaban en la mente enemiga que controlaba. Tena que hurgar en su interior buscando las informaciones que iran guindole —la posicin del vehculo oficial, la ruta que deban seguir—, y al investigar tambin captaba la amargura de hiel de los propsitos de venganza que se desencadenaran si su control mental flaqueaba aunque slo fuese durante una dcima de segundo.
Los rincones secretos de la mente que se vea obligado a explorar quedaron convertidos para siempre en su posesin personal, y despus Schwartz vivira las plidas horas grisceas de muchas auroras inocentes en las que volvera a guiar los pasos de un loco por los peligrosos senderos de una fortaleza enemiga.
Cuando llegaron al vehculo Schwartz balbuce las palabras necesarias. No se atreva a relajarse durante el tiempo necesario para pronunciar frases coherentes, y se limit a decir lo estrictamente imprescindible con voz entrecortada.
—No puedo... conducir el vehculo —jade—. No puedo obligar a... Balkis a que... conduzca. Demasiado complicado..., no puedo hacerlo...
Shekt le tranquiliz con un suave murmullo. No se atreva a tocar a Schwartz ni a dirigirle la palabra, porque tema que eso pudiera distraerle y afectar su concentracin mental durante un momento.
—Suba al asiento de atrs, Schwartz —susurr—. Yo conducir..., s hacerlo. Le quitar el desintegrador, y a partir de ahora bastar con que mantenga inmovilizado a Balkis.
El vehculo de superficie del secretario era de un modelo especial, y al ser especial era tambin diferente. Llamaba bastante la atencin: su reflector verde giraba hacia la derecha y hacia la izquierda, y la luz intermitente se desvaneca y volva a brillar con destellos de esmeralda. Los transentes se detenan a mirar y los vehculos que avanzaban en sentido contrario se apresuraban a apartarse respetuosamente.
Si el vehculo no hubiese sido tan llamativo y hubiese atrado menos la atencin, los transentes ocasionales podran haberse fijado en el secretario plido e inmvil que viajaba en su asiento trasero..., podran haberse preguntado si..., quiz incluso podran haber llegado a intuir el peligro...
Pero slo miraban el vehculo, y el tiempo fue transcurriendo poco a poco.
Un soldado vigilaba el camino que llevaba a los resplandecientes portones cromados que se erguan envueltos en la aureola gigantesca e imponente tan tpica del Imperio, que contrastaba agudamente con los edificios macizos, achaparrados y tristones de la Tierra. Su rifle energtico de gran calibre se movi horizontalmente en un gesto de impedir el paso, y el vehculo se detuvo.
—Soy ciudadano del Imperio, soldado —anunci Arvardan asomndose por la ventanilla—. Deseo ver a su oficial superior.
—Tendr que ensearme sus documentos, seor.
—Me los han quitado. Soy Bel Arvardan, de Baronn, Sector de Sirio. Trabajo para el Procurador Ennius, y tengo mucha prisa.
El soldado se llev una mueca a la boca y habl en voz baja por el transmisor. Hubo una pausa mientras esperaba la respuesta, y despus baj el arma y se hizo a un lado. El portn se fue abriendo lentamente.
19
EL PLAZO FINAL SE ACERCA
Las horas siguientes fueron testigos del caos tanto dentro como fuera del Fuerte Dibburn..., y especialmente en la misma Chica.
A medioda el Primer Ministro, que estaba en Washenn, us la onda comunal para averiguar dnde estaba su secretario, y la bsqueda subsiguiente no dio ningn resultado. El Primer Ministro qued muy disgustado, y los funcionarios de la Casa Correccional se alarmaron bastante.
Durante el interrogatorio que se produjo a continuacin, los guardias apostados fuera de la sala de asambleas declararon sin vacilar y sin contradecirse que el secretario haba salido de ella a las diez y media de la maana, y que iba acompaado por los prisioneros. No, no haba dejado ninguna clase de instrucciones. No saban hacia dnde se haba dirigido y, naturalmente, los guardias carecan de autoridad para preguntrselo.
Otro grupo de guardias interrogado se mostr igualmente ignorante y desprovisto de informaciones que dar. La atmsfera de ansiedad general se fue intensificando y se extendi poco a poco.
A las dos de la tarde lleg el primer informe en el que se deca que el vehculo del secretario haba sido visto. Nadie se haba fijado en si el secretario viajaba en l. Aunque algunos haban credo ver que lo conduca, pero segn se supo ms tarde estaban equivocados.
A las dos y media qued confirmado que el vehculo de superficie del secretario haba entrado en el Fuerte Dibburn.
Poco antes de las tres se tom la decisin de establecer contacto con el comandante de la guarnicin. La llamada fue atendida por un teniente de las Fuerzas del Imperio.
Se enteraron de que en aquellos momentos era totalmente imposible proporcionar ninguna informacin sobre el asunto, pero los oficiales de Su Majestad Imperial solicitaron que se mantuviera el orden. Tambin se pidi que no se difundiera la noticia de la desaparicin de un miembro de la Sociedad de Ancianos hasta que no hubiera una confirmacin oficial de lo ocurrido.
Los hombres implicados en una traicin no pueden correr riesgos cuando uno de los cabecillas de la conspiracin cae en manos del enemigo slo cuarenta y ocho horas antes de la hora final. Eso slo puede significar que han sido descubiertos o que han sido traicionados, y en esas circunstancias el ser descubiertos o el ser traicionados no son ms que dos caras de una misma moneda. Cualquiera de las dos puede significar la muerte.
Y, en consecuencia, se hizo circular la noticia.
Y la poblacin de Chica se fue poniendo nerviosa...
Y los agitadores profesionales aparecieron en las esquinas. Las puertas de los arsenales secretos se abrieron, y las manos de quienes entraron en ellos salieron empuando armas. Una inmensa serpiente formada por manifestantes avanz movindose sinuosamente hacia el fuerte imperial, y a las seis de la tarde el comandante recibi otro mensaje, esta vez transmitido de manera personal.
Mientras tanto y paralelamente a toda esa actividad, en el fuerte imperial se desarrollaban otros acontecimientos. Todo empez de forma bastante espectacular cuando el joven oficial que recibi al vehculo de superficie estir la mano para coger el desintegrador del secretario.
—Yo me har cargo del arma —dijo secamente.
—Entrguesela, Schwartz —dijo Shekt.
La mano del secretario levant el arma y la ofreci al oficial. El desintegrador fue separado de sus dedos, y Schwartz relaj por fin el control mental dejando escapar un sollozo de alivio.
Arvardan ya estaba preparado. Cuando el secretario salt con la brusquedad de un resorte de acero que es liberado de la compresin a la que ha estado sometido durante mucho tiempo el arquelogo se abalanz sobre l y empez a usar los puos sin contemplaciones.
El oficial ladr una retahla de rdenes. Los soldados se acercaron a la carrera. Cuando las manos agarraron a Arvardan por el cuello de la camisa y tiraron de l sin miramientos, el secretario ya haba perdido el conocimiento y yaca sobre el asiento. Un hilillo de sangre oscura brotaba de una comisura de sus labios. La herida de la mejilla de Arvardan se haba vuelto a abrir, y tambin sangraba.
Arvardan se alis los cabellos con manos temblorosas.
—Acuso a este hombre de conspiracin para derrocar al gobierno imperial —dijo en el tono ms severo de que fue capaz sealando al secretario con un dedo—. He de entrevistarme inmediatamente con el comandante en jefe.
—Antes tendremos que hacer algunas averiguaciones al respecto, seor —respondi amablemente el joven oficial—. Ahora si no tiene inconveniente tendr que seguirme..., junto con sus acompaantes.
Y all descansaron durante horas. Fueron alojados en cuartos que se encontraban razonablemente limpios, y pudieron estar a solas. Por primera vez en doce horas tuvieron oportunidad de comer, lo que hicieron rpida y abundantemente a pesar de sus preocupaciones; e incluso pudieron satisfacer otra necesidad de la vida civilizada dndose un bao.
Pero estaban vigilados, y Arvardan se fue impacientando a medida que transcurran las horas.
—Lo nico que hemos conseguido es cambiar de crcel! —acab gritando.
La montona e incomprensible rutina del cuartel imperial segua desarrollndose a su alrededor sin hacer ningn caso de su presencia. Schwartz estaba durmiendo, y Arvardan le mir. Shekt mene la cabeza.
—Es humanamente imposible —dijo—. Est agotado... Deje que duerma.
—Pero apenas quedan treinta y nueve horas!
—Ya lo s..., pero espere un poco.
—Quin de ustedes afirma ser ciudadano del Imperio? —pregunt de repente una voz fra y ligeramente sarcstica.
—Yo. Soy... —exclam Arvardan, apresurndose a levantarse.
Pero enmudeci en cuanto reconoci a su interlocutor. Los labios del oficial se curvaron en una sonrisa cruel. Su brazo izquierdo an estaba un poco rgido como consecuencia de su encuentro anterior con el arquelogo.
—Bel, es el oficial... —susurr Pola detrs de l—. El de los grandes almacenes...
—Aquel al que le rompi el brazo —dijo el teniente en tono cortante—. Soy el teniente Claudy, y no cabe duda de que usted es el mismo hombre. As que es hijo de los mundos de Sirio, eh? Y se atreve a codearse con estos...? Bendita sea la Galaxia, en qu abismos puede llegar a caer un hombre! Y veo que sigue acompaado por la muchacha..., la terraqueja! —aadi con deliberada lentitud.
Arvardan estuvo a punto de perder los estribos, pero logr controlarse. An no poda...
—Puedo ver al coronel, teniente? —pregunt con forzada humildad.
—Me temo que el coronel no est de servicio en estos momentos.
—Eso significa que no est en la ciudad?
—No he dicho eso. Puedo dar con l..., siempre que se trate de algo lo suficientemente urgente.
—Lo es. Puedo ver al oficial de guardia?
—Por el momento yo soy el oficial de guardia.
—Entonces llame al coronel.
El teniente mene la cabeza con mucha lentitud.
—No puedo hacerlo mientras no est convencido de que la situacin es realmente grave.
—Deje de provocarme, maldita sea! —estall Arvardan temblando de impaciencia—. Le aseguro que se trata de una cuestin de vida o muerte.
—De veras? —coment el teniente, y sonri mientras blanda su fusta con estudiada elegancia—. Bien, siempre puede solicitar una audiencia.
—Muy bien. Y...? Estoy esperando.
—He dicho que puede solicitarla.
—Me concede una audiencia, teniente?
Pero el oficial ya no sonrea.
—Hgalo delante de la muchacha..., con mucha humildad.
Arvardan trag saliva y retrocedi. Pola puso una mano sobre su brazo.
—Por favor, Bel... No hagas que se enfade.
—Bel Arvardan de Sirio solicita humildemente ser recibido por el oficial de guardia —gru el arquelogo con voz enronquecida.
—Bien, eso depende de si...
Dio un paso hacia Arvardan y descarg rpida y brutalmente la palma de su mano derecha sobre la venda que cubra la mejilla herida del arquelogo.
El arquelogo ahog un grito.
—Eso le molest muchsimo en una ocasin —dijo el teniente—. No lo ha encontrado molesto ahora?
Arvardan guard silencio.
—Le concedo la audiencia que ha solicitado.
Cuatro soldados rodearon a Arvardan. El teniente Claudy encabez la marcha.
Shekt y Pola estaban a solas con Schwartz, quien segua durmiendo.
—Ya no oigo nada. Y t? —pregunt Shekt.
—Yo tampoco, y ya hace bastante rato —contest Pola meneando la cabeza—. Crees que le har algo a Bel, pap?
—Cmo podra hacerlo? —pregunt el anciano en voz baja y suave—. Olvidas que en realidad Arvardan no es uno de los nuestros, hija. Es un ciudadano del Imperio, y no se le puede maltratar impunemente. Ests enamorada de l, verdad?
—S, pap! Ya s que es absurdo, pero...
—Por supuesto que lo es —asinti Shekt, y sonri con amargura—. Arvardan est sinceramente dispuesto a ayudarnos, eso no lo niego... Pero qu puede hacer? Acaso puede vivir con nosotros en este planeta? Puede llevarte al suyo? Crees que podra presentar una terrestre a sus amistades..., a su familia?
—Ya lo s —murmur Pola sollozando—. Pero quiz despus no haya nada...
Shekt se puso en pie como si las ltimas palabras de su hija le hubiesen recordado repentinamente la situacin en la que se encontraban.
—No le oigo —dijo.
Se refera al secretario. Balkis haba sido alojado en un cuarto contiguo, y haban podido or con siniestra claridad sus continuos paseos de fiera enjaulada; pero ya haca un buen rato que haba dejado de moverse.
Era un detalle insignificante, pero la mente y el cuerpo del secretario simbolizaban y concentraban todas las fuerzas terribles de la pestilencia y la destruccin que no tardaran en ser liberadas sobre la gigantesca red viva de las estrellas. Shekt sacudi suavemente a Schwartz.
—Qu ocurre? —pregunt Schwartz desperezndose.
No tena la sensacin de haber descansado. Estaba tan agotado que pareca como si todo su cuerpo hubiera quedado impregnado por el cansancio.
—Dnde est Balkis? —pregunt Shekt con voz apremiante.
—Oh... Oh, s...
Schwartz mir nerviosamente a su alrededor hasta que record que no era con los ojos como vea con ms claridad. Proyect las antenas de su mente, y stas describieron un lento crculo buscando tensamente el contacto mental que tan bien conocan.
Acabaron localizndolo, y Schwartz evit cuidadosamente establecer ninguna clase de conexin. Su prolongada relacin con la mente de Balkis no haba aumentado su simpata por la maldad enfermiza que encerraba.
—Est en otro piso —murmur—. Est hablando con alguien...
—Con quin?
—No es nadie cuya mente haya captado antes. Espere..., djeme escuchar. Quiz el secretario... S, le ha llamado coronel.
Shekt y Pola intercambiaron una rpida mirada.
—No puede tratarse de una traicin, verdad? —susurr Pola—. Quiero decir que... Bueno, un oficial del Imperio nunca conspirara con un terrestre contra el Emperador, no es cierto?
—No lo s —contest Shekt con amargura—. Despus de lo que ha ocurrido estoy dispuesto a creer cualquier cosa.
El teniente Claudy estaba sonriendo. Se encontraba detrs del escritorio con el desintegrador junto a las yemas de sus dedos y cuatro soldados a sus espaldas.
—No me gustan los terraquejos —dijo con el tono de autoridad que le daba su situacin—. Nunca me han gustado..., son la escoria de la Galaxia. Son supersticiosos, vagos, degenerados y estpidos, y estn llenos de enfermedades. Pero al menos la mayora de ellos saben quedarse en su sitio! Han nacido as, y no pueden evitar ser como son. Naturalmente, si estuviera en el lugar del Emperador yo no sera tan tolerante con ellos, y me estoy refiriendo a sus malditas costumbres y tradiciones; pero supongo que en el fondo eso no importa demasiado. Algn da aprenderemos...
—Oiga, no he venido aqu para escuchar... —exclam Arvardan.
—Pues tendr que escuchar, porque an no he acabado —le interrumpi el teniente—. Iba a decir que lo que no puedo ni podr entender jams es la mentalidad de alguien que simpatiza con los terrestres. Cuando un hombre, y me refiero a un autntico ser humano, es capaz de revolcarse en la inmundicia hasta el punto de arrastrarse entre ellos y olisquear a sus hembras como un perro en celo..., bueno, entonces pierdo todo respeto por ese hombre. Es peor que ellos...
—Pues entonces que se pudran usted y la miserable imitacin de cerebro que tiene dentro de la cabeza! —rugi Arvardan—. Sabe que se est tramando una traicin contra el Imperio? Sabe lo peligrosa que es esta situacin? Cada minuto que me obliga a perder hace aumentar la amenaza que pesa sobre las vidas de todos los habitantes de la Galaxia...
—Oh, no s si creerle, doctor Arvardan... Usted es doctor, verdad? No debo olvidar sus ttulos. Ver, tengo una teora propia... Usted es uno de ellos, sabe? Puede que haya nacido en Sirio, pero tiene el negro corazn de un terrestre, y utiliza su ciudadana galctica para defender la causa de los terrestres. Ha secuestrado a uno de sus funcionarios..., a ese Anciano. Bueno, en s eso no tiene nada de malo porque a m tambin me encantara retorcerle el pescuezo, pero los terrestres ya han empezado su bsqueda. Enviaron un mensaje a la fortaleza, sabe?
—De veras? Ya han...? Entonces por qu estamos perdiendo el tiempo aqu? Tengo que ver al coronel aunque para eso sea preciso que...
—Espera que se produzca una sublevacin o disturbios de alguna clase? Puede que usted mismo haya planeado todo esto como primer paso de una revuelta organizada, no?
—Est loco? Qu motivos podra tener yo para hacer algo semejante?
—Entonces supongo que no se opondr a que dejemos en libertad al Anciano, verdad?
—No pueden hacer eso! —rugi Arvardan.
Se puso en pie y por un momento pareci que iba a saltar por encima del escritorio para lanzarse sobre el teniente Claudy.
Pero la mano del teniente ya haba empuado el desintegrador.
—Conque no podemos, eh? Ahora esccheme con atencin: ya me he sacado un peso de encima. Le abofete y le humill delante de sus amigos terrestres. Hice que me escuchara mientras le explicaba que para m usted no es ms que un gusano repugnante..., y ahora me encantara que me proporcionara un pretexto para volarle un brazo a cambio de lo que usted hizo con el mo en esos grandes almacenes. Ande, vuelva a moverse...
Arvardan permaneci inmvil.
—Lamento que el coronel quiera verle entero —dijo el teniente Claudy. Solt una risita y guard el arma—. Le recibir a las cinco y cuarto.
—Y usted lo saba..., lo ha sabido durante todo este tiempo...
Arvardan sinti el acre sabor de la frustracin en la garganta.
—Por supuesto.
—Teniente Claudy, si las horas que me ha hecho perder acaban causando el desastre..., bueno, entonces a ninguno de los dos le quedar mucho tiempo de vida —dijo Arvardan en un tono de voz tan glido e implacable que produca escalofros—. Pero usted morir antes que yo, porque le juro que dedicar mis ltimos minutos de vida a convertir su cara en un montn informe de huesos rotos y sesos pisoteados.
—Le estar esperando, amigo de los terrestres... Cuando quiera!
El comandante en jefe del Fuerte Dibburn se haba curtido al servicio del Imperio. El ambiente de paz de las ltimas generaciones haca imposible que un oficial pudiese acumular un historial excesivamente glorioso, y al igual que sus colegas el coronel no haba tenido ocasiones de distinguirse; pero durante su larga y penosa carrera iniciada como cadete haba prestado servicios en todas las zonas de la Galaxia, por lo que para l incluso una misin en un planeta tan conflictivo como la Tierra no era ms que una tarea adicional. Lo nico que deseaba era conservar la apacible rutina de la vida normal. No peda nada ms que eso, y en aras de ello y si era necesario estaba dispuesto a humillarse hasta el extremo de pedir disculpas a una terrestre.
Cuando entr en su despacho Arvardan vio que el coronel pareca estar muy cansado. Llevaba el cuello de la camisa desabrochado, y su chaqueta adornada con la resplandeciente insignia amarilla de la Nave y el Sol del Imperio colgaba descuidadamente del respaldo de su silla. El coronel hizo crujir distradamente los nudillos de su mano derecha y observ a Arvardan. Estaba muy serio.
—Todo esto es muy confuso —murmur—. S, es muy confuso... Me acuerdo de usted, joven. Usted es Bel Arvardan, de Baronn, el protagonista de un invidente muy desagradable de no hace mucho tiempo... Es que no puede vivir sin meterse continuamente en los?
—No soy el nico que est metido en un lo, coronel. El resto de la Galaxia tambin lo est.
—S, ya lo s —contest el coronel impacientemente—. O al menos s que eso es lo que usted afirma... Me han dicho que no tiene documentos.
—Me los quitaron, pero soy conocido en el Everest. El mismo Procurador Ennius puede identificarme, y espero que lo haga antes de que haya anochecido.
—Ya veremos —dijo el coronel. Cruz los brazos ante l y ech su silln hacia atrs—. Bien, y ahora qu le parece si me cuenta su versin de la historia?
—Me he enterado de la existencia de una peligrosa conspiracin tramada por un pequeo grupo de terrestres que se proponen derrocar al gobierno imperial por la fuerza, y si lo que s no llega inmediatamente a odos de las autoridades correspondientes, los conspiradores tendrn xito y conseguirn destruir no slo al gobierno imperial, sino tambin a una gran parte del mismo Imperio.
—Creo que va demasiado lejos al hacer esa afirmacin tan audaz y apresurada, joven. Estoy dispuesto a aceptar que los terrestres son muy capaces de sublevaciones altamente molestas, de sitiar este fuerte imperial y de causar destrozos considerables..., pero no creo ni por un momento que estn en condiciones de expulsar a las tuerzas imperiales de este planeta, y menos an de destruir el gobierno imperial. Aun as, estoy dispuesto a escucharle mientras me expone los detalles de esta..., de esta supuesta conspiracin suya.
—Coronel, por desgracia la gravedad de la amenaza es tan grande que creo imprescindible que el Procurador en persona se entere de los detalles; por lo que solicito que me ponga en comunicacin con l ahora mismo si no tiene inconveniente en ello.
—No nos apresuremos demasiado. Supongo que sabe que el hombre al que trajo prisionero con usted es el secretario del Primer Ministro, que es miembro de la Sociedad de Ancianos y alguien muy importante entre los terrestres, no?
—Pues claro que lo s!
—Y usted insiste en que es uno de los principales cabecillas de la conspiracin de la que me habla?
—Lo es...
—Qu pruebas tiene de ello?
—Coronel, estoy seguro de que me comprender si le digo que no puedo hablar de este asunto con nadie que no sea el Procurador Ennius.
—Acaso pone en duda mi competencia para ocuparme de este asunto? —pregunt el coronel frunciendo el ceo mientras se estudiaba las uas.
—En absoluto, coronel. Se trata sencillamente de que el Procurador Ennius es el nico que tiene la autoridad necesaria para tomar las medidas drsticas que requiere la gravedad del asunto.
—A qu clase de medidas drsticas se refiere?
—Cierto edificio de la Tierra debe ser bombardeado y destruido por completo en algn momento dentro de las prximas treinta horas, o de lo contrario la mayora de los habitantes del Imperio o quiz todos ellos morirn irremisiblemente.
—De qu edificio se trata? —pregunt el coronel con voz de apacible.
—Le ruego que me permita hablar con el Procurador Ennius —replic Arvardan.
Hubo un silencio cargado de tensin.
—Es consciente de que ha secuestrado por la fuerza a un terrestre y de que puede ser juzgado y castigado por las autoridades de la Tierra? —pregunt secamente el coronel—. Lo habitual es que el gobierno imperial proteja a sus ciudadanos por una cuestin de principios, y casi siempre se insiste en que el proceso se lleve a cabo segn las leyes galcticas; pero la situacin actual en la Tierra es bastante delicada, y he recibido instrucciones terminantes de evitar cualquier posible motivo de friccin. Por lo tanto y si no contesta con claridad a mis preguntas, usted y sus compaeros sern entregados a la polica terrestre... No tendr ms remedio que hacerlo, comprende?
—Pero eso equivaldra a una condena a muerte..., incluso para usted! Coronel, soy ciudadano del Imperio y solicito una audiencia con el Procu...
Arvardan fue interrumpido por el zumbido del intercomunicador que haba encima del escritorio. El coronel se volvi hacia l y puls un botn.
—S?
—Seor, una turba de nativos ha rodeado el fuerte —dijo una voz firme y clara—. Se cree que estn armados.
—Ha habido actos de violencia?
—No, seor.
El rostro del coronel no reflej ninguna emocin. Haba sido educado precisamente para aquel tipo de situaciones.
—Preparen la artillera y las aeronaves, y que todos los hombres acudan a sus puestos de combate. No hagan fuego salvo en defensa propia. Me ha entendido?
—S, seor. Un terrestre con bandera de parlamentario solicita ser recibido.
—Que entre en el fuerte..., ah, y enveme tambin al secretario del Primer Ministro. —El coronel se volvi hacia el arquelogo y le contempl sin inmutarse—. Espero que comprenda la gravedad del conflicto que ha provocado.
—Solicito estar presente durante la entrevista! —grit Arvardan, al que la furia casi haca desvariar—. Tambin le exijo que me explique por qu permiti que estuviera encerrado durante horas mientras usted conversaba con un traidor nativo, y le informo de que no ignoro que se entrevist con l antes de recibirme.
—Me est acusando de algo, seor? —pregunt el coronel, levantando la voz tanto como lo haba hecho Arvardan—. En ese caso, le ruego que sea claro.
—No le acuso de nada, pero le recuerdo que a partir de este momento usted ser el nico responsable de sus actos y que en el futuro, si es que hay algn futuro, quiz sea recordado como el hombre cuya testarudez destruy a todo su pueblo.
—Cllese, doctor Arvardan! Una cosa est clara, y es que no soy responsable ante usted. A partir de ahora manejaremos este asunto a mi manera. Me ha entendido?
20
SE CUMPLE EL PLAZO
El secretario entr por la puerta que un soldado mantena abierta. Sus labios amoratados e hinchados se curvaban en una dbil y glida sonrisa. Hizo una reverencia al coronel y pareci pasar por alto la presencia de Arvardan.
—Seor, he comunicado al Primer Ministro los detalles de su presencia en este lugar y la forma en que lleg aqu —dijo el coronel—. Naturalmente, su permanencia aqu viola todas las reglas, y tengo el firme propsito de dejarle en libertad lo antes posible; pero tambin tengo aqu al doctor Arvardan, que como usted probablemente sabe ha presentado una acusacin muy grave contra su persona. Dadas las circunstancias actuales, debemos averiguar si hay algo de cierto en esa acusacin, y...
—Lo comprendo, coronel —replic secamente el secretario—, pero como ya le he explicado antes creo que este hombre apenas lleva dos meses en la Tierra, por lo que su desconocimiento de nuestra poltica interna es prcticamente total. Le aseguro que dispone de una base muy poco firme sobre la que sostener cualquier acusacin.
—Soy arquelogo, y durante los ltimos tiempos me he especializado en el estudio de la Tierra y en sus costumbres —dijo Arvardan en un tono bastante encolerizado—. Mis conocimientos sobre su poltica interior son bastante profundos y, de todas maneras, no soy el nico que hace esa acusacin.
El secretario no mir al arquelogo ni entonces ni despus. Cada vez que hablaba se diriga exclusivamente al coronel.
—Uno de nuestros cientficos tambin est complicado en este asunto —dijo—. Es un anciano muy prximo a cumplir los sesenta aos, por lo que sufre delirios de persecucin. Tambin se halla involucrado otro hombre de antecedentes desconocidos, y que parece sufrir un cierto retraso mental. No me parece que sea un tro de acusadores muy digno de confianza, coronel.
—Exijo ser escuchado! —exclam Arvardan ponindose en pie.
—Sintese —orden secamente el coronel—. Se ha negado a hablar del asunto conmigo, no? Bien, pues ahora mantenga su negativa... Que entre el hombre que ha venido con la bandera de parlamentario.
Era otro miembro de la Sociedad de Ancianos, y cuando vio al secretario la nica seal de emocin que dio fue un fugaz parpadeo. El coronel se puso en pie.
—Habla en nombre de la gente que est fuera? —pregunt.
—S, seor.
—Bien, entonces he de suponer que esta reunin tumultuosa e ilegal tiene como objetivo exigir que les devolvamos a este compatriota suyo, no?
—S, seor. Debe ser puesto en libertad inmediatamente.
—Ya! Pero los intereses de la ley y el orden y el respeto debido a los representantes de Su Majestad Imperial en este mundo requieren que el asunto no sea discutido mientras haya hombres reunidos en rebelin armada contra nosotros. Tendr que ordenar a sus compaeros que se dispersen.
—El coronel tiene toda la razn, hermano Cori —intervino afablemente el secretario—. Le ruego que calme a la gente. Estoy totalmente a salvo, y no hay ningn peligro..., para nadie. Me ha entendido, hermano? Para nadie... Le doy mi palabra de Anciano al respecto.
—De acuerdo, hermano, y me alegra ver que se encuentra bien.
El emisario fue acompaado hasta la puerta.
—Haremos que salga de aqu sano y salvo en cuanto la ciudad haya vuelto a la normalidad —dijo secamente el coronel—, y le agradezco su actitud de cooperacin en este conflicto que acaba de resolverse felizmente.
—Lo prohbo! —exclam Arvardan volviendo a ponerse en pie—. .Piensa dejar en libertad a este hombre que planea asesinar a toda !a raza humana, mientras que me impide ejercer mis derechos como ciudadano galctico obteniendo una entrevista con el Procurador Ennius? Es que piensa tratar con ms consideracin a un asqueroso terrestre que a m? —acab gritando en un paroxismo de frustracin.
El secretario empez a hablar apenas hubo terminado el estallido de furia casi incoherente de Arvardan.
—Coronel, si es lo que desea este hombre, yo no tengo ningn inconveniente en permanecer aqu hasta que mi caso sea sometido a la consideracin del Procurador Ennius. Una acusacin de traicin es algo muy grave, y por muy absurda que pueda parecer, la mera sospecha podra llegar a ser suficiente para anular los servicios futuros que puedo prestar a mi pueblo. As pues, le agradecera sinceramente que me brindase una oportunidad de demostrar al Procurador Ennius que el Imperio no tiene un servidor ms leal que yo.
—Admiro sus sentimientos, seor secretario —replic el coronel en un tono muy serio—, y le confieso que si me encontrara en su situacin mi actitud sera muy distinta. Su pueblo puede sentirse orgulloso de usted... Intentar comunicarme con el Procurador Ennius.
Arvardan no volvi a abrir la boca hasta que le condujeron a su alojamiento.
El arquelogo esquiv las miradas de sus compaeros. Permaneci sentado e inmvil durante largo rato mordisquendose un nudillo con los dientes.
—Y bien? —acab preguntando Shekt.
—Falt poco para que lo estropease todo —respondi Arvardan meneando la cabeza.
—Qu hizo?
—Perd los estribos, ofend al coronel, no consegu nada... Me temo que no he nacido para diplomtico, Shekt. —Arvardan experiment una sbita necesidad de disculparse—. Qu poda hacer? —grit—. Balkis ya haba hablado con el coronel, de modo que no poda confiar en l. Y si le haban ofrecido perdonarle la vida? Y si haba tomado parte en la conspiracin desde el primer momento? S que son sospechas absurdas, pero no poda correr ese riesgo... Desconfiaba demasiado de l, as que quera ver a Ennius en persona.
El fsico se incorpor con las manos sarmentosas entrelazadas a la espalda.
—Entonces Ennius vendr?
—Supongo que s, pero nicamente porque Balkis solicit que viniera..., y eso es algo que no entiendo.
—Balkis pidi que viniera? Entonces Schwartz debe estar en lo cierto...
—Qu dijo Schwartz?
El terrestre bajito y regordete estaba sentado en su catre. Cuando todas las miradas se volvieron hacia l se encogi de hombros y movi las manos en un gesto de impotencia.
—Capt el contacto mental del secretario cuando pas delante de nuestro cuarto hace unos momentos. Estaba claro que haba mantenido una larga conversacin con el mismo oficial con el que habl usted.
—Lo s.
—Pero no haba ni rastro de traicin presente en la mente del oficial.
—Bien, entonces me equivoqu —coment Arvardan tristemente—. Cuando venga Ennius tendr que tragar mi racin de bilis... Y qu me dice de Balkis?
—En su mente no hay preocupacin ni miedo, solamente odio; y ahora a quienes ms odia es a nosotros por haberle secuestrado y trado a la fuerza hasta aqu. Hemos herido terriblemente su vanidad y planea vengarse de nosotros. Vi las imgenes que se iban formando en su mente: Balkis en solitario, impidiendo que toda la Galaxia pudiese hacer algo para detenerle a pesar de que nosotros estamos enterados de lo que planea y trabajamos contra l... Nos otorgaba ventaja y nos daba todos los ases, pero despus nos aniquilaba y acababa triunfando sobre nosotros.
—Pretende decirme que Balkis est dispuesto a poner en peligro sus planes y todas sus ilusiones de poder para satisfacer el rencor que siente contra nosotros? Es una locura!
—Lo s —afirm Schwartz—, pero Balkis est loco.
—Y cree que tendr xito?
—S.
—Entonces necesitamos que nos ayude, Schwartz. Vamos a necesitar sus poderes mentales. Esccheme...
—No, Arvardan —dijo Shekt meneando la cabeza—. Eso no dara resultado. Despert a Schwartz cuando se fue y discutimos el asunto. Resulta evidente que Schwartz an no controla del todo sus poderes mentales, y que de momento no puede ser muy preciso en cuanto a su utilizacin. Puede aturdir a un hombre, paralizar sus msculos o incluso causar su muerte..., y lo que es ms, puede controlar los msculos mayores contra la voluntad del sujeto, pero eso es todo. En el caso del secretario, no consigui hacer que hablara. Los pequeos msculos de sus cuerdas vocales se negaron a obedecer al control mental de Schwartz, y tampoco fue capaz de coordinar los movimientos musculares con la precisin necesaria para que Balkis condujera el vehculo. Incluso le result bastante difcil conseguir que conservara el equilibrio mientras caminaba... As pues, es evidente que no podra dominar a Ennius hasta el extremo de, por ejemplo, obligarle a emitir una orden o a redactarla. Yo tambin pens en esa posibilidad, pero...
Shekt mene la cabeza, y su voz se fue apagando poco a poco.
Arvardan experiment la terrible desolacin de la impotencia.
—Dnde est Pola? —pregunt de repente sintiendo una punzada de angustia.
—Est durmiendo en su cuarto.
Arvardan hubiese querido despertarla, hubiese querido... Oh, hubiese querido hacer tantas cosas!
Ech un vistazo a su reloj. Ya casi era medianoche, y apenas quedaban treinta horas.
Despus durmi un rato, y despert cuando estaba amaneciendo. Nadie vino a verles, y Arvardan se fue dejando consumir poco a poco por la desesperacin.
Arvardan consult su reloj. Ya casi era medianoche, y apenas quedaban seis horas.
Mir a su alrededor sintindose aturdido y desesperanzado. Ya estaban todos all..., incluido el Procurador Ennius, quien por fin haba llegado. Pola estaba a su lado, con sus deditos tibios apoyados sobre sus muecas. Su rostro tena aquella expresin de temor y cansancio que siempre provocaba en Arvardan un terrible furor contra la Galaxia.
Quiz todos mereciesen morir. Estpidos..., estpidos..., estpidos...
Apenas se fij en Shekt y Schwartz, que estaban sentados a su izquierda. Y tambin estaba Balkis, el maldito Balkis, con los labios todava hinchados y una mejilla amoratada, por lo que el hablar deba de producirle un dolor terrible. Pensar en eso hizo que los labios de Arvardan se tensaran en una sonrisa maligna, y abri y cerr los puos. El pensar en el dolor de Balkis hizo que sintiera un poco menos el dolor de su mejilla hinchada.
Ennius estaba delante de ellos. El Procurador del Imperio tena el ceo fruncido, y el ir vestido con aquellas ropas pesadas e informes impregnadas de plomo haca que pareciese inseguro de s mismo y casi ridculo.
Ennius tambin era un estpido. Arvardan pens en todos aquellos imbciles de la Galaxia que slo anhelaban la paz y la tranquilidad, y sinti que el odio se agitaba en su interior. Dnde estaban los conquistadores de tres siglos atrs?
Quedaban seis horas...
Ennius haba recibido la llamada de la guarnicin de Chica dieciocho horas antes, y haba recorrido medio planeta para responder a ella. Los motivos que le haban impulsado a obrar de aquella forma eran extraos y difciles de definir, pero tambin eran muy poderosos. Ennius se dijo que, en esencia, slo se trataba del deplorable secuestro de una de aquellas exticas personalidades vestidas de verde que tanto poder tenan en el supersticioso planeta Tierra..., s, era eso y una serie de acusaciones tan absurdas como infundadas. Nada que el coronel de la guarnicin imperial no pudiera resolver por s solo, evidentemente.
Y sin embargo Shekt estaba complicado en el asunto, y no como acusado sino como acusador; lo cual resultaba un poco extrao.
Ahora Ennius estaba frente a ellos, intentando pensar con claridad y siendo consciente de que la decisin que tomara podra apresurar el estallido de la rebelin, que quiz debilitara su posicin personal en la corte del Emperador y acabara con sus posibilidad de ascenso. En cuanto al reciente discurso de Arvardan sobre cultivos de virus y epidemias provocadas, hasta qu punto poda tomarlo en serio? Despus de todo si basaba las medidas que adoptara en eso, podra convencer luego a sus superiores de que haba actuado correctamente?
Y sin embargo Arvardan era un arquelogo de gran fama...
Ennius decidi retrasar un poco la toma de su decisin.
—Supongo que tendr algo que decir acerca de este asunto, no? —pregunt mirando al secretario.
—Sorprendentemente poco —replic el secretario sin inmutarse—. Me gustara preguntar con qu pruebas se puede apoyar la acusacin presentada.
—Su Excelencia, ya le expliqu que este hombre hizo una confesin muy detallada mientras ramos prisioneros suyos antes de ayer —intervino Arvardan con evidente impaciencia.
—Quiz decida creer en lo que acaba de or, Su Excelencia —dijo el secretario—, pero no se trata ms que de otra afirmacin sin pruebas que la respalden. En realidad los nicos hechos de los que hay testigos son dos: el primero es que fui yo el prisionero capturado mediante la violencia, no ellos; y el segundo es que fue mi vida la que corri peligro, y no la de ellos. Ahora me gustara que mi acusador explicase cmo ha podido descubrir todo eso durante las nueve semanas que lleva en el planeta, cuando Su Excelencia el Procurador del Imperio no ha encontrado nada en mi contra durante los varios aos que lleva ocupando el cargo.
—El hermano tiene razn en lo que dice —murmur Ennius de mala gana—. Cmo descubri esa conspiracin de la que habla?
—Antes de que el acusado confesara fui informado de la existencia de la conspiracin por el doctor Shekt —replic Arvardan con voz glida.
—Es cierto eso, doctor Shekt? —pregunt Ennius dirigindose al fsico.
—S, Su Excelencia.
—Y cmo descubri usted la existencia de esa conspiracin?
—El doctor Arvardan fue admirablemente preciso y minucioso en su descripcin del uso que se dio al sinapsificador, y en sus observaciones sobre las ltimas palabras que el bacterilogo F. Smitko pronunci durante su agona. Smitko participaba en la conspiracin. Sus palabras fueron grabadas, y la grabacin se encuentra en mis manos.
—Pero doctor Shekt... Si es cierto lo que ha dicho el doctor Arvardan, las ltimas palabras de un agonizante que delira no son una prueba que pueda tener mucho peso. No puede agregar ninguna otra prueba que...?
Arvardan le interrumpi descargando un puo sobre el brazo de su silln.
—No saba que estuviramos en un tribunal! —rugi—. Qu ocurre, es que alguien ha violado una ordenanza de trfico? No tenemos tiempo de sopesar las pruebas en una balanza de precisin ni de medirlas con un micrmetro. Le repito que el tiempo de que disponemos terminar a las seis de la maana..., tenemos cinco horas y media para eliminar esta terrible amenaza. Su Excelencia, ya hace tiempo que conoce al doctor Shekt, verdad? Bien, cree que es un embustero?
—Nadie ha acusado al doctor Shekt de mentir deliberadamente —se apresur a intervenir el secretario—. Lo nico que ocurre es que el buen doctor est envejeciendo, y ltimamente ha estado muy preocupado por la proximidad de sus sesenta aos. Me temo que una combinacin de edad y miedo ha acabado provocando una ligera tendencia paranoica, algo que es muy frecuente en la Tierra... Fjense en l! Les parece que su estado es completamente normal?
Y, naturalmente, el estado de Shekt no pareca muy normal. Estaba nervioso y tenso, y muy preocupado por lo que haba ocurrido y por lo que iba a ocurrir; pero cuando respondi logr que su voz sonara normal e incluso serena.
—Puedo decir que he pasado los dos ltimos meses sometido a una vigilancia continua por parte de la Sociedad de Ancianos, que mi correspondencia ha sido abierta antes de que llegara a mis manos y que mis respuestas han sido censuradas; pero es evidente que todas estas denuncias sern atribuidas a la paranoia de la que ha hablado el secretario Balkis... Sin embargo, tengo aqu a Joseph Schwartz, el hombre que se ofreci como voluntario para someterse a tratamiento con el sinapsificador el da en que usted vino a verme al Instituto de Investigaciones Nucleares.
—S, lo recuerdo —asinti Ennius, sintiendo una leve satisfaccin ante aquel momentneo cambio de tema—. Es ste el hombre?
—S.
—La experiencia no parece haberle sentado demasiado mal.
—Se encuentra mucho mejor de lo que estaba antes. El tratamiento con el sinapsificador tuvo un xito excepcional, puesto que antes ya posea una memoria fotogrfica..., dato que yo no saba en aquellos momentos. Bien, el caso es que su mente ha adquirido una considerable sensibilidad a los pensamientos ajenos...
—Cmo? —exclam Ennius, inclinndose hacia delante en su silln. El Procurador estaba extraordinariamente sorprendido—. Quiere decir que puede leer los pensamientos de otras personas?
—Es algo que puede ser demostrado, Su Excelencia; pero creo que el hermano confirmar mis palabras.
El secretario lanz una fugaz mirada de odio a Schwartz, y la expresin result salvaje en su intensidad y veloz como el rayo en la celeridad con que desapareci.
—Es cierto, Su Excelencia —dijo con un temblor casi imperceptible en la voz—. Este hombre posee ciertas facultades hipnticas, aunque ignoro si se deben al tratamiento con el sinapsificador al que fue sometido. Puedo aadir que el tratamiento fue llevado a
cabo de manera totalmente clandestina y extraoficial, una circunstancia que supongo Su Excelencia estar de acuerdo conmigo en calificar de sospechosa.
—Me limit a obedecer las rdenes que haba recibido del Primer
Ministro —replic Shekt.
El secretario volvi a encogerse de hombros.
—Concentrmonos en el asunto que me ha trado hasta aqu e intentemos evitar las discusiones no relacionadas con l —orden Ennius con voz perentoria—. Qu tiene que decir acerca de Schwartz? Qu relacin tienen sus facultades hipnticas, telepticas o lo que sean con este caso?
—Shekt va a decir que Schwartz puede leer mis pensamientos —se adelant el secretario.
—De veras? Bien, y qu est pensando ahora? —pregunt el Procurador, dirigindose a Schwartz por primera vez.
—Est pensando que no podemos convencerle de la veracidad de nuestros argumentos —respondi Schwartz.
—Muy cierto, aunque me temo que esta deduccin no requiere excesivos poderes mentales —dijo el secretario con voz burlona.
—Y tambin est pensando —sigui diciendo Schwartz mirando fijamente a Ennius— que usted es un pobre infeliz que no se atreve a adoptar las medidas necesarias, que slo desea la paz y que espera conquistar a los terrestres con su justicia y su imparcialidad..., y que eso le hace doblemente imbcil.
—Niego rotundamente todo eso! —exclam el secretario sonrojndose —. Es un intento evidente de predisponerle en mi contra, Su Excelencia.
—No crea que es tan fcil predisponerme en contra de alguien —dijo Ennius—. Y qu estoy pensando yo? —pregunt a continuacin.
—Que aun suponiendo que yo pudiese ver con toda claridad lo que hay dentro del crneo de un hombre, no tendra ninguna necesidad de decirles la verdad sobre lo que he visto —respondi Schwartz.
—Exacto, completamente exacto —asinti el Procurador poniendo cara de sorpresa, y arque las cejas—. Confirma la veracidad de las afirmaciones hechas por los doctores Arvardan y Shekt?
—Completamente!
—Ah! Pero a menos que encontremos a otra persona como usted que no se halle involucrada en este asunto, su declaracin no tendra ninguna validez legal aunque consiguiera convencernos a todos de que realmente posee facultades telepticas.
—Pero no se trata de un formulismo legal, sino de la seguridad de toda la Galaxia! —grit Arvardan.
—Su Excelencia, le agradecera que diese la orden de que Joseph Schwartz saliera de esta sala —dijo el secretario ponindose en pie.
—Por qu?
—Porque este hombre no slo lee los pensamientos, sino que adems posee ciertas facultades de control mental. Fui secuestrado precisamente gracias a una parlisis provocada por Schwartz, y temo que ahora pueda tratar de usar un truco parecido sobre m..., o incluso sobre usted, Su Excelencia.
Arvardan se puso en pie, pero el secretario se le adelant.
—No puede haber ninguna audiencia imparcial mientras se halle presente un hombre capaz de influir sutilmente sobre las decisiones del juez mediante los poderes mentales que l mismo ha confesado poseer! —grit.
Ennius tom su decisin inmediatamente. Un guardia entr en la sala. Joseph Schwartz fue sacado de ella sin que ofreciese resistencia y sin que apareciese la ms mnima seal de inquietud en su rostro regordete.
Aquello fue el golpe final para Arvardan.
El secretario se puso en pie, y permaneci inmvil durante unos momentos, severo e imponente en su tnica verde. Bastaba con mirar a Balkis para ver que haba recobrado toda la confianza en s mismo.
—Su Excelencia —empez diciendo en tono formal y ceremonioso—, todas las opiniones y afirmaciones del doctor Arvardan se basan en el testimonio del doctor Shekt y, a su vez, las opiniones del doctor Shekt se basan en el delirio de un moribundo. Y todo esto, Su Excelencia..., todo esto no sali a la superficie hasta despus de que Joseph Schwartz fuese sometido a tratamiento con el sinapsificador.
As pues, se impone que nos preguntemos quin es Joseph Schwartz. Hasta que Joseph Schwartz apareci en escena, el doctor Shekt era un hombre perfectamente normal..., Su Excelencia estuvo con l la tarde del da en el que Schwartz fue llevado al Instituto para ser sometido a tratamiento con el sinapsificador. Dio alguna muestra de anormalidad entonces? Le inform de que se estaba tramando una traicin contra el Imperio? Le habl de los balbuceos de un bacterilogo moribundo? Le pareci preocupado, tuvo la impresin de que sospechaba que ocurra algo raro? Ahora afirma que el Primer Ministro le orden que falsificara los resultados de las pruebas del sinapsificador, y que no registrara los nombres de las personas sometidas a tratamiento con l. Dijo algo de todo eso entonces..., o lo ha hecho nicamente ahora, despus del da en que apareci Schwartz?
Vuelvo a preguntrselo: quin es Joseph Schwartz? Cuando fue llevado al Instituto no hablaba ningn idioma conocido. Eso es algo que averiguamos ms tarde, cuando empezamos a tener dudas sobre la salud mental del doctor Shekt... Fue llevado all por un granjero que no saba nada sobre su identidad y que lo ignoraba todo sobre l..., y desde aquel entonces tampoco se ha descubierto absolutamente nada sobre Schwartz.
Sin embargo, no cabe duda de que este hombre posee extraos poderes mentales. Puede aturdir a cien metros de distancia slo con el pensamiento..., y puede matar a menor distancia. Yo mismo he sido paralizado por l. Schwartz manejaba mis brazos y mis piernas, y si lo hubiese deseado tambin podra haber manejado mi mente.
Estoy seguro de que Schwartz manipul las mentes de estas personas. Afirman haber sido retenidas contra su voluntad y haber sido amenazadas de muerte, y dicen que confes ser un traidor que aspiraba a apoderarse del Imperio... Pero le ruego que les haga una sola pregunta, Su Excelencia. Acaso no han estado expuestos en todo momento a la influencia de Schwartz..., es decir, de un hombre capaz de controlar sus mentes?
No cabe la posibilidad de que Schwartz sea un traidor? Y, si no lo es, quin es Schwartz?
El secretario se sent con expresin confiada y casi alegre.
Arvardan tena la impresin de que su cerebro haba sido colocado dentro de un ciclotrn y que estaba siendo centrifugado con una rapidez cada vez mayor.
Qu poda alegar? Que Schwartz haba venido del pasado? Qu pruebas tena de ello? La de que Schwartz hablaba un idioma primitivo? Pero el nico que poda atestiguarlo era precisamente Arvardan, y era muy posible que la mente de Arvardan estuviera sometida a una influencia extraa. Despus de todo, cmo poda estar totalmente seguro de que no haba sufrido ninguna manipulacin mental? Quin era Schwartz? Quin haba podido convencer a Arvardan hasta el extremo de que creyera con tanta firmeza en aquel descabellado plan para conquistar la Galaxia?
Arvardan sigui pensando. De dnde surga su conviccin de que la conspiracin era real? Era un arquelogo, y estaba acostumbrado a la duda metdica, pero... Haba sido la palabra de un hombre..., o el beso de una muchacha? O Joseph Schwartz?
No poda pensar con claridad!
—Y bien? —pregunt Ennius con impaciencia—. Tiene algo que decir, doctor Shekt? O usted, doctor Arvardan?
—Por qu se lo pregunta a ellos? —exclam de repente Pola rompiendo el silencio que sigui a las palabras del Procurador—. No se da cuenta de que todo es mentira? No comprende que Balkis nos est confundiendo a todos con sus embustes? Oh, todos moriremos y ya no me importa... Pero podramos impedirlo..., y en cambio nos quedamos aqu sentados y hablamos y hablamos...
Pola estall en sollozos desesperados.
—Vaya, as que hemos quedado reducidos a tener que escuchar los chillidos de una jovencita histrica —dijo el secretario—. Voy a hacerle una proposicin, Su Excelencia. Mis acusadores afirman que el gran plan, el supuesto virus y todo el resto de sus invenciones se pondr en prctica a una hora determinada..., creo que a las seis de la maana. Me ofrezco a permanecer bajo custodia durante una semana. Si lo que dicen es verdad, la noticia de que una epidemia est haciendo estragos en la Galaxia llegar a la Tierra dentro de pocos das, y las fuerzas imperiales todava controlarn la Tierra.
—La Tierra a cambio de las vidas de los seres humanos de toda la Galaxia..., qu equitativo —murmur Shekt palideciendo.
—Yo valoro mi vida y las de mi pueblo —dijo el secretario—. Seremos rehenes de nuestra inocencia, y estoy dispuesto a informar ahora mismo a la Sociedad de Ancianos de que permanecer aqu durante una semana por mi propia voluntad, con lo que se evitar cualquier posible disturbio.
Balkis se cruz de brazos.
Ennius levant la mirada y le contempl con expresin preocupada.
—No me parece que este hombre sea culpable... —empez a decir.
Arvardan se sinti incapaz de soportar aquello por ms tiempo. Se puso de pie y fue rpidamente hacia el Procurador movindose con paso decidido y claramente amenazador. Nunca se lleg a saber qu haba planeado hacer, y ms tarde ni tan siquiera el mismo Arvardan consigui recordarlo; pero daba igual. Ennius tena un ltigo neurnico y lo utiliz.
Y por tercera vez desde su llegada a la Tierra, todo lo que rodeaba a Arvardan estall en una hoguera de dolor, gir locamente en torno a l y acab desvanecindose.
Y durante las horas que Arvardan permaneci inconsciente se cumpli el plazo fatdico de las seis...
21
EL PLAZO HA VENCIDO
Y el plazo venci!
Luz...
Una luz borrosa y sombras difusas que se confundan y arremolinaban a su alrededor, y que iban cobrando nitidez poco a poco...
Un rostro... Dos ojos que le contemplaban...
—Pola! —exclam Arvardan, y todo se hizo claro en un instante—. Qu hora es?
Sus dedos apretaron con fuerza la mueca de la muchacha, y Pola hizo una mueca involuntaria de dolor.
—Son las siete pasadas —susurr ella—. Ya ha vencido el plazo que tenamos.
Arvardan mir frenticamente a su alrededor y salt del catre en el que haba estado acostado, sin hacer caso al dolor que aquel movimiento tan repentino produjo en sus articulaciones. Shekt, que estaba sentado en un silln, levant la cabeza para hacer un gesto de asentimiento impregnado de amargura.
—Todo ha terminado, Arvardan.
—Entonces Ennius...
—Ennius no ha querido arriesgarse —dijo Shekt—. Qu extrao,
verdad? —El anciano fsico dej escapar una risita enronquecida—. Sin ayuda de nadie, nosotros tres descubrimos un siniestro complot contra la humanidad, capturamos al cabecilla de la conspiracin y hacemos que comparezca ante la justicia... Parece uno de esos holodramas en que los hroes acaban triunfando gloriosamente justo cuando todo pareca perdido, no? Los holodramas suelen terminar en ese momento, pero en nuestro caso la accin continu y descubrimos que nadie nos crea. Eso no ocurre en los holodramas, verdad? Los holodramas siempre acaban bien... S, resulta muy extrao...
Las palabras se convirtieron en sollozos desgarradores.
Arvardan se sinti incapaz de soportar el espectculo de su dolor, y apart la mirada. Los ojos de Pola eran universos oscuros, hmedos e inundados de llanto; y Arvardan se perdi en ellos durante un momento. S, sus ojos eran dos cosmos llenos de estrellas, y pequeos blidos de metal brillante volaban hacia ellas devorando aos luz a medida que penetraban en el hiperespacio siguiendo siniestras trayectorias meticulosamente calculadas; y muy pronto, tal vez en ese mismo instante, se acercaran, atravesaran atmsferas, descargaran lluvias invisibles de virus mortales...
Bien, todo haba acabado. Ya era imposible impedirlo.
—Dnde est Schwartz? —pregunt con un hilo de voz.
—No hemos vuelto a verle desde que se lo llevaron —respondi Pola meneando la cabeza.
La puerta se abri. Arvardan an no estaba tan resignado a la idea de la muerte como para no alzar la cabeza con una dbil luz de esperanza en los ojos.
Pero era Ennius, y el semblante de Arvardan se endureci y gir la cabeza.
Ennius se acerc y contempl en silencio durante unos momentos al padre y a la hija, pero incluso en aquellos instantes Shekt y Pola eran antes que nada dos terrestres y no podan decir nada al Procurador, a pesar de que saban que aunque sus vidas terminaran pronto y de manera violenta la del Procurador terminara todava ms pronto y de forma todava ms violenta.
—Doctor Arvardan? —murmur Ennius poniendo una mano sobre el hombro del arquelogo.
—S, Su Excelencia? —replic Arvardan imitando con sarcstica amargura la entonacin de su interlocutor.
—Son ms de las seis —le inform Ennius.
El Procurador no haba dormido en toda la noche. La decisin de absolver oficialmente a Balkis no le haba convencido de que los acusadores estuvieran locos..., o sometidos a un inexplicable control mental. Ennius haba pasado las horas contemplando cmo el cronmetro sin alma marcaba la aproximacin del fin de la Galaxia.
—S —asinti Arvardan—. Son ms de las seis y las estrellas continan brillando.
—Pero usted sigue creyendo que estaban en lo cierto, no?
—Las primeras vctimas morirn dentro de pocas horas, Su Excelencia —dijo Arvardan—. Nadie prestar una atencin especial a ello, porque todos los das mueren seres humanos. Dentro de una semana habr centenares de miles de muertos, y el porcentaje de mejoras se aproximar al cero. Ningn medicamento conocido ser capaz de curar la enfermedad, y muchos planetas enviarn mensajes de emergencia solicitando ayuda contra la epidemia. Dentro de dos semanas infinidad de planetas se habrn sumado a la peticin de ayuda, y se declarar el estado de emergencia en los sectores ms prximos. Dentro de un mes la Galaxia se retorcer en las garras implacables de la infeccin, y dentro de dos meses habr muerto... Qu har usted cuando empiecen a llegarle los primeros informes?
Permtame que extienda mi prediccin a ese punto. Enviar comunicados diciendo que el origen de la epidemia quiz haya que buscarlo en la Tierra, pero eso no ayudar a salvar ninguna vida. Despus declarar la guerra a la Sociedad de Ancianos, y borrar de la faz del planeta a todos los terrestres..., lo cual tampoco salvar ninguna vida. Si no hace eso, quiz decida actuar como intermediario entre su amigo Balkis y el Consejo Galctico o los supervivientes del mismo. Quiz incluso acabe teniendo el honor de entregar a Balkis los restos miserables de lo que haba sido un Imperio colosal a cambio de la antitoxina, que podr o no llegar a un nmero de mundos suficiente en cantidades suficientes y en el tiempo suficiente como para salvar la vida de un solo ser humano.
Ennius sonri, pero su sonrisa careca de conviccin.
—No cree que est exagerando un poco?
—Oh, s. Yo soy un muerto y usted es un cadver; pero ser mejor que nos lo tomemos con la frialdad y la calma que exigen las condenadas tradiciones del Imperio, no le parece?
—Si me guarda rencor porque utilic el ltigo neurnico contra usted...
—Oh, le aseguro que no siento ni el ms mnimo rencor hacia
Su Excelencia —respondi el arquelogo irnicamente—. De hecho, estoy tan acostumbrado al ltigo neurnico que ya apenas noto sus efectos.
—Bien, entonces intentar explicrselo de la forma ms lgica posible. Este asunto se ha convertido en un embrollo de lo ms desagradable... Sera difcil presentar un informe que tuviera alguna apariencia de lgica, y ocultar lo ocurrido resultar igualmente difcil a menos que se tenga alguna razn slida para ello. Los otros acusadores son terrestres, doctor Arvardan, por lo que su voz es la nica que tiene cierto peso. Qu me dira de firmar un documento en el que se dijera que hizo esa acusacin cuando no se hallaba en pleno uso de sus...? Bueno, ya buscaremos alguna frase que pueda resultar convincente sin que sea necesario hablar del control mental.
—No hay ningn problema. Diga que estaba loco, borracho, hipnotizado o bajo los efectos de alguna droga... Cualquier excusa servir.
—Oiga, le importara tratar de ser razonable? Le repito que ha sido engaado. —La voz de Ennius se haba convertido en un susurro cargado de tensin—. Usted naci en Sirio. Por qu se ha enamorado de una terrestre?
—Qu?
—No grite. Quiero decir que... Bueno, cree que de haberse hallado en su estado normal podra haber llegado a enamorarse de ella? Podra haber llegado a pensar en algo semejante?
Ennius movi la cabeza en un gesto casi imperceptible sealando a Pola.
Arvardan contempl al Procurador Ennius con expresin sorprendida durante unos momentos. Despus movi velozmente un brazo y agarr por el cuello a la ms elevada autoridad imperial existente en la Tierra. Ennius tir desesperada e intilmente de las robustas manos de su agresor.
—Considrese..., arrestado, doctor .... Arvardan —jade Ennius.
La puerta volvi a abrirse y el coronel fue hacia ellos.
—Su Excelencia, la chusma de la Tierra ha vuelto.
—Cmo? Es que Balkis no habl con sus funcionarios? Se supona que iba a hacer los arreglos necesarios para permanecer una semana en el fuerte sin que hubiese disturbios.
—Habl con ellos, y sigue aqu; pero la turba tambin est aqu. Todo est preparado para hacer fuego contra los terrestres, y en mi calidad de comandante militar es precisamente lo que aconsejo que se haga. Tiene alguna sugerencia que hacer al respecto, Su Excelencia?
—No disparen hasta que haya hablado con Balkis. Haga que venga aqu. —Ennius se volvi hacia Arvardan—. Despus me ocupar de usted, doctor Arvardan.
Balkis entr en la habitacin con una sonrisa en los labios. Hizo un reverencia formal a Ennius, quien respondi con una ligera inclinacin de cabeza.
—Me han informado de que sus hombres han ocupado todos los caminos que llevan al Fuerte Dibburn —dijo el Procurador sin perder tiempo en ms prembulos—. Esto no era lo convenido, Balkis. No queremos derramar sangre, pero nuestra paciencia tambin tiene un lmite. Puede conseguir que se dispersen pacficamente?
—Por supuesto, Su Excelencia..., si lo deseo.
—Si lo desea...? Ser mejor que lo desee..., e inmediatamente!
—De ninguna manera, Su Excelencia! —respondi el secretario mientras sonrea y estiraba un brazo. Su voz se haba vuelto brutalmente cortante. Haba estado contenida durante demasiado tiempo, y por fin poda desahogarse—. Estpido! Ha esperado demasiado y ahora puede morir por eso..., o vivir como un esclavo, si lo prefiere, pero recuerde que no ser una existencia fcil.
El salvajismo y el fervor con que fueron pronunciadas aquellas palabras no parecieron afectar a Ennius. Incluso ahora y ante lo que indudablemente era el golpe ms violento recibido por el Procurador del Imperio a lo largo de toda su carrera, la serenidad del diplomtico profesional no le abandon; y el nico efecto visible fue que la expresin de Ennius se volvi un poco ms cansada que de costumbre.
—As que mi cautela al fin me ha hecho cometer un error espantosamente grave, eh? La historia del virus era..., era cierta? —En el tono de voz de Ennius haba algo extrao, una especie de distanciamiento distrado—. Pero la Tierra, usted mismo... Todos son mis rehenes.
—Nada de eso! —grit Balkis al instante con voz triunfal—. Usted y los suyos son mis rehenes—. El virus que se est diseminando ahora por el universo no ha olvidado la Tierra; y el aire que se respira en todas las guarniciones imperiales del planeta, la del Everest incluida, ya ha sido concienzudamente contaminado con l. Los terrestres somos inmunes, pero qu tal se encuentra usted, Procurador? Se siente dbil, nota reseca la garganta, empieza a dolerle la cabeza como si tuviera fiebre...? No tardar mucho en notar todos esos sntomas, sabe? Y slo puede obtener el antdoto de nuestras manos!
Ennius guard silencio y de repente sus delgadas facciones adoptaron una expresin increblemente altiva.
—Doctor Arvardan, comprendo que debo pedirle disculpas por haber dudado de su palabra —dijo con rgida cortesa volvindose repentinamente hacia el arquelogo—. Doctor Shekt, seorita Shekt .... les ruego que me perdonen.
—Muchas gracias por sus disculpas —respondi Arvardan mostrando los dientes— Nos resultarn muy tiles a todos.
—Tengo sobradamente merecido su sarcasmo —dijo el Procurador—. Ahora, si me lo permiten volver al Everest para morir con mi familia. Todo posible compromiso con este..., este hombre es inconcebible, naturalmente. No dudo que los soldados imperiales destacados en la Tierra sabrn comportarse dignamente antes de morir, y sern muchos los terrestres que podrn precedernos por los caminos de la muerte. Adis.
—Un momento, un momento... No se vaya an.
La cabeza de Ennius gir muy, muy despacio para volverse hacia el lugar del que proceda la voz del recin llegado.
Y Joseph Schwartz atraves el umbral muy, muy despacio. Su frente estaba llena de arrugas, y se tambaleaba ligeramente a causa del cansancio.
El secretario se puso tenso y retrocedi de un salto, pero enseguida se enfrent al hombre llegado del pasado contemplndole con una sbita mezcla de alarma y desconfianza.
—No podr arrancarme el secreto del antdoto! —grit—. Slo ciertos hombres lo tienen, y no son los mismos que han sido adiestrados en su utilizacin. Todos ellos estn ocultos en un lugar seguro, donde permanecern fuera de su alcance durante el tiempo que necesite la toxina para surtir su efecto.
—Ya estn fuera de nuestro alcance —asinti Schwartz—, pero no por el tiempo que podra tardar la toxina en surtir efecto. Ver, ya no hay toxina y tampoco hay ningn virus que destruir...
Aquella revelacin tan inesperada no fue aceptada en todo su significado, y la mente de Arvardan concibi una idea desconcertante. Y si haba sido engaado, y si todo aquello slo haba sido una burla gigantesca que tambin haba incluido al secretario? En ese caso, cul poda haber sido el motivo?
—Vamos, explquese! —exclam Ennius—. Qu quiere decir?
—No es muy complicado —dijo Schwartz—. Cuando estuvimos aqu ayer por la noche comprend que no conseguira nada quedndome sentado y escuchando, as que pas un buen rato manipulando con mucha delicadeza la mente del secretario... Tena que ser lo ms discreto posible porque tema ser descubierto, comprenden? Al final Balkis pidi que me sacaran de la sala. Era justo lo que yo deseaba, naturalmente, y el resto result muy fcil. Dorm a mi guardia y part rumbo al aerdromo. La fortaleza se encontraba en estado de alerta. Las aeronaves estaban cargadas de combustible, armadas y listas para emprender el vuelo. Los pilotos estaban esperando impacientes. Escog a uno..., y despegamos con rumbo a Senloo.
El secretario dio la impresin de que quera decir algo. Sus mandbulas se movieron, pero no llegaron a emitir ningn sonido.
—Pero usted no poda obligar a nadie a pilotar un avin! —exclam Shekt—. Lo mximo que poda hacer con el control mental era obligar a alguien a caminar.
—Cierto..., cuando he de trabajar contra la voluntad de alguien; pero la mente del doctor Arvardan me haba revelado lo mucho que odian los nativos de Sirio a los terrestres. Busqu un piloto que hubiese nacido en el Sector de Sirio, y acab decidindome por el teniente Claudy.
—El teniente Claudy? —exclam Arvardan.
—S... Oh, as que conoce al teniente. Ya veo... Su imagen est muy clara en su mente.
—Ya lo creo... Siga, Schwartz.
—Ese oficial aborrece a los terrestres con un odio tan intenso que incluso yo tuve dificultades para comprenderlo a pesar de que estaba en contacto con su mente. Deseaba bombardearlos, destruirlos... Lo nico que lo retena impidindole partir inmediatamente en su aeronave era la disciplina militar. Ese tipo de mente es muy particular, saben? Bast con un poco de sugestin y con aplicar un pequeo impulso, y la disciplina dej de ser capaz de contener al teniente. Creo que ni tan siquiera se dio cuenta de que suba a la aeronave con l...
—Y cmo consigui localizar Senloo? —pregunt Shekt.
—En mis tiempos haba una ciudad llamada San Luis, situada en la confluencia de dos grandes ros —respondi Schwartz—. Encontramos Senloo sin dificultad. Era de noche, pero haba un manchn oscuro perdido en un mar de radiactividad..., y el doctor Shekt haba dicho que el Templo era un oasis de terreno normal. Dejamos caer una bengala..., o por lo menos sa fue la sugerencia mental que hice al teniente Claudy, y la luz revel un edificio en forma de estrella de cinco puntas. Coincida con la imagen que haba captado en la mente del secretario. En el sitio donde estaba ese edificio ahora slo hay un crter de treinta metros de profundidad. Eso ocurri a las tres de la madrugada. No se lleg a lanzar ni un solo cohete lleno de virus, y el universo vuelve a ser libre.
Los labios del secretario dejaron escapar un chillido animal que pareca el aullido fantasmagrico de un demonio torturado. Pareci prepararse para dar un salto..., y de repente su cuerpo se relaj y el secretario cay al suelo.
Un hilillo de saliva chorreaba de su labio inferior.
—No le he hecho nada —murmur Schwartz—. Regres antes de las seis —aadi mientras contemplaba con expresin pensativa a la figura cada en el suelo—, pero comprend que tendra que esperar a que hubiese vencido el plazo. Ms tarde o ms temprano Balkis necesitara alardear de lo que haba hecho. Lo haba ledo en su mente, y la nica forma de probar su culpabilidad que tena a mi alcance era permitir que l mismo la confesara. Y ahora Balkis ha cado al fin...
22
LO MEJOR AN NO HA LLEGADO
Haban transcurrido treinta das desde que Joseph Schwartz despeg de la pista de un aerdromo en una noche dedicada a la destruccin galctica, alejndose velozmente del suelo mientras las sirenas de alarma aullaban enloquecidas detrs de l y el ter era atravesado por mensajes ordenndole que se detuviera.
No haba regresado..., por lo menos hasta despus de haber destruido el Templo de Senloo.
Y ahora su herosmo por fin haba merecido la recompensa oficial. Schwartz tena en un bolsillo la Orden de la Nave y el Sol de Primera Clase. Slo otros dos seres humanos en toda la Galaxia haban sido honrados con ella antes de morir.
Eso era ms que suficiente para un sastre jubilado.
Salvo los funcionarios ms destacados del Imperio nadie saba con exactitud qu haba hecho Schwartz, naturalmente, pero eso no importaba. Algn da los libros de historia hablaran de lo ocurrido incorporndolo a una crnica maravillosa que jams sera olvidada.
Schwartz se diriga hacia la casa del doctor Shekt envuelto en el silencio de la noche. La ciudad estaba tan tranquila y callada como el cielo lleno de estrellas que la cubra. Las bandas armadas de celotes an causaban disturbios en algunos lugares aislados de la Tierra, pero todos sus dirigentes haban muerto o estaban en prisin, y los terrestres moderados podran encargarse del resto sin ayuda exterior.
Los primeros convoyes de naves gigantescas que transportaban suelo normal ya estaban en camino. Ennius haba repetido su propuesta original de trasladar a otro planeta toda la poblacin de la Tierra, pero naturalmente no poda ser aceptada. Lo que se peda no era caridad. Los terrestres queran reconstruir su propio planeta. Queran reconstruir la patria de sus antepasados, el mundo donde haba nacido la raza humana. Queran trabajar con sus manos arrancando el suelo contaminado y reemplazndolo por suelo puro, viendo cmo la vegetacin creca all donde todo haba estado muerto y haciendo florecer de nuevo la belleza en el erial.
Era una tarea titnica que muy bien poda durar un siglo entero, ;pero qu importaba eso? Que la Galaxia prestase la maquinaria, que enviara provisiones, que proporcionase el suelo... Con ello slo consumira una mnima parte de sus inmensos recursos, y la Tierra pagara las deudas que contrajese.
Y algn da los terrestres volveran a ser un pueblo ms entre los pueblos de la Galaxia y habitaran un planeta que no tendra nada que envidiar a los otros planetas, y podran mirar de frente a toda la humanidad con dignidad y en pie de igualdad.
Schwartz pens en todo aquello, y su corazn aceler su pulso mientras suba por la escalinata que llevaba hasta la puerta principal. La semana prxima partira con Arvardan hacia los grandes mundos centrales de la Galaxia. Qu otro hombre de su generacin haba podido salir jams de la Tierra?
Y por un momento pens en la Vieja Tierra, su Tierra, muerta haca tanto, tanto tiempo...
Y sin embargo apenas haban transcurrido tres meses y medio.
Se detuvo con la mano levantada para llamar a la puerta, y las palabras que se estaban pronunciando dentro de la casa resonaron en su mente. Schwartz poda or con toda claridad la msica tintineante de los pensamientos.
Se trataba de Arvardan, naturalmente, en cuya mente haba mucho ms de lo que poda expresar con palabras.
—He esperado y he pensado, Pola, y no estoy dispuesto a seguir as por ms tiempo. Vendrs conmigo.
—No podra, Bel —respondi Pola, cuya mente estaba tan agitada como la de Arvardan y, en su caso, a causa de palabras que no quera pronunciar en voz alta—. Mis modales y mis costumbres son tan primitivas... Me sentira muy fuera de lugar en esos grandes mundos del espacio, y adems slo soy una te...
—No lo digas. Eres mi esposa. Si te preguntan qu y quin eres responders que eres nativa de la Tierra y ciudadana del Imperio. Si te piden ms detalles, bastar con decir que eres mi esposa.
—Bueno, y qu haremos despus de que hayas pronunciado ese discurso ante la Sociedad Arqueolgica de Trntor?
—Despus? Bien, para empezar nos tomaremos un ao de descanso y visitaremos los mundos ms importantes de la Galaxia. No pasaremos por alto ni uno solo aunque tengamos que ir y venir a bordo de naves correo. Conocers toda la Galaxia, Pola, y tendrs la mejor luna de miel que se puede pagar con el dinero del gobierno imperial.
—Y despus...
—Y despus volveremos a la Tierra y nos ofreceremos como voluntarios para los batallones de trabajo, y pasaremos los cuarenta aos prximos transportando suelo frtil a paletadas para reemplazar las zonas radiactivas.
—Y por qu ibas a hacer t algo semejante?
—Por qu? —El contacto mental de Arvardan se ti en aquel instante con el equivalente en pensamientos a un profundo suspiro—. Porque te amo y porque eso es lo que t deseas, y porque soy un terrestre lleno de patriotismo..., y puedo demostrarlo con mi documento de nacionalizacin honoraria.
—Bien, entonces...
Y la conversacin se interrumpi en ese punto.
Pero los contactos mentales no, y Schwartz se alej sintindose muy satisfecho y un poco turbado. Poda esperar. Ya habra tiempo ms que suficiente para molestar a la pareja cuando todo estuviese ms tranquilo.
Schwartz esper en la calle, con las fras estrellas brillando sobre su cabeza. Haba toda una constelacin de ellas, tanto visibles como invisibles. Y repiti en voz baja una vez ms aquel antiguo poema que ahora slo l saba entre tantos miles de millones de seres humanos, y lo recit para l, y para la nueva Tierra, y para todos esos millones de planetas lejanos.
Envejece a mi lado!
Lo mejor an no ha llegado.
El final de la vida, para el cual fue creado el principio...
FIN
NDICE
En ingls las fonticas de Senloo y Saint Louis (San Luis) son muy parecidas, al igual que ocurre con Washenn y Washington. (N. del T.)
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