EL M�GICO PRODIGIOSO
de Pedro Calder�n de la Barca
S�rvase notar que el texto presentado aqu� est� basado en la edici�n pr�ncipe de la obra en PARTE VEINTE DE COMEDIAS VARIAS .... (Madrid, 1663). Este texto ha sido cotejado con el de varios impresos tempranos y modernos de EL M�GICO PRODIGIOSO. Fue preparado por Vern Williamsen en esta forma electr�nica en el a�o 2000. El texto ha sido repasado varias veces por medios personales y electr�nicos pero todav�a puede contener errores de naturaleza tipogr�fica o de codificaci�n. Si, por suerte, algunos se encuentran, haga el favor de escribir una nota a vwilliam@u.arizona.edu. Agradezco su ayuda en el trabajo de depuraci�n. Este texto est� presentado solamente para usos acad�micos. Para cualquier otro empleo, p�ngase en contacto con el encargado de la lista.
Vern G. Williamsen, 23 de abril de 2000.
EL M�GICO PRODIGIOSO
Personas que hablan en ella:
CIPRIANO
DEMONIO
FLORO
LELIO
MOSC�N, criado
CLAR�N, criado
El GOBERNADOR de Antioqu�a
LISANDRO, viejo
JUSTINA
LIVIA, criada
FABIO
PRIMERA JORNADA
Salen CIPRIANO, vestido de estudiante, y
CLAR�N y MOSC�N, de gorrones, con unos
libros
CIPRIANO: En la amena soledad
de aquesta apacible estancia,
bell�simo laberinto
de flores, rosas y plantas,
pod�is dejarme, dejando
conmigo--que ellos me bastan
por compa��a--los libros
que os mand� sacar de casa;
que yo, en tanto que Antioqu�a
celebra con fiestas tantas
la f�brica de ese templo
que hoy a J�piter consagra,
y su traslaci�n, llevando
p�blicamente su estatua
adonde con m�s decoro
y honor est� colocada,
huyendo del gran bullicio
que hay en sus calles y plazas,
pasar estudiando quiero
la edad que al d�a le falta.
Idos los dos a Antioqu�a,
gozad de sus fiestas varias,
y volved por m� a este sitio
cuando el sol cayendo vaya
a sepultarse en las ondas,
que entre oscuras nubes pardas
al gran cad�ver de oro
son monumentos de plata.
Aqu� me hallar�is.
MOSC�N: No, puedo,
aunque tengo mucha gana
de ver las fiestas, dejar
de decir, antes que vaya
a verlas, se�or, siquiera
cuatro o cinco mil palabras.
�Es posible que en un d�a
de tanto gusto, de tanta
festividad y contento,
con cuatro libros te salgas
al campo solo, volviendo
a su aplauso las espaldas?
CLAR�N: Hace mi se�or muy bien;
que no hay cosa m�s cansada
que un d�a de procesi�n
entre cofadres y danzas.
MOSC�N: En fin, Clar�n, y en principio,
viviendo con arte y ma�a,
eres un temporalazo
lisonjero, pues alabas
lo que hace, y nunca dices
lo que sientes.
CLAR�N: T� te enga�as,
que es el ment�s m�s cort�s
que se dice cara a cara;
que yo digo lo que siento.
CIPRIANO: Ya basta, Mosc�n; ya basta,
Clar�n. Que siempre los dos
hab�is con vuestra ignorancia
de estar porfiando, y tomando
uno de otro la contraria.
Idos de aqu�, y, como digo,
volved aqu� cuando caiga
la noche, envolviendo en sombras
esta f�brica gallarda
del universo.
MOSC�N: �Qu� va,
que, aunque defendido hayas
que es bueno no ver las fiestas,
que vas a verlas?
CLAR�N: Es clara
consecuencia. Nadie hace
lo que aconseja que hagan
los otros.
MOSC�N: (Por ver a Livia, Aparte
vestirme quisiera de alas.)
Vase MOSC�N
CLAR�N: (Aunque, si digo verdad, Aparte
Livia es la que me arrebata
los sentidos. Pues ya tienes
m�s de la mitad andada
del camino, llega, Livia,
al "na," y s�, Livia, liviana.)
Vase CLAR�N
CIPRIANO: Ya estoy solo, ya podr�,
si tanto mi ingenio alcanza,
estudiar esta cuesti�n
que me trae suspensa el alma
desde que en Plinio le�
con misteriosas palabras
la difinici�n de Dios.
Porque mi ingenio no halla
este Dios en quien convengan
misterios ni se�as tantas,
esta verdad escondida
he de apurar.
P�nese a leer. Sale el DEMONIO, de
gal�n, y lee CIPRIANO
DEMONIO: (Aunque hagas Aparte
m�s discursos, Cipr�ano,
no has de llegar a alcanzarla,
que yo te la esconder�.)
CIPRIANO: Ruido siento en estas ramas.
�Qui�n va? �Qui�n es?
DEMONIO: Caballero,
un forastero es, que anda
en este monte perdido
desde toda esta ma�ana,
tanto que, rendido ya
el caballo, en la esmeralda
que es tapete de estos montes
a un tiempo pace y descansa.
A Antioqu�a es el camino
a negocios de importancia;
y apart�ndome de toda
la gente que me acompa�a,
divertido en mis cuidados,
caudal que a ninguno falta,
perd� el camino y perd�
cr�ados y camaradas.
CIPRIANO: Mucho me espanto de que
tan a vista de las altas
torres de Antioqu�a, as�
perdido and�is. No hay, de cuantas
veredas a aqueste monte
o le l�nean o le pautan,
una que a dar en sus muros,
como en su centro, no vaya.
por cualquiera que tom�is
vais bien.
DEMONIO: �sa es la ignorancia:
a la vista de las ciencias,
no saber aprovecharlas.
Y supuesto que no es bien
que entre yo en ciudad extra�a,
donde no soy conocido,
solo y preguntando, hasta
que la noche venza al d�a,
aqu� estar� lo que falta;
que en el traje y en los libros
que os divierten y acompa�an
juzgo que deb�is de ser
grande estudiante, y el alma
esta inclinaci�n me lleva
de los que en estudios tratan.
Si�ntase
CIPRIANO: �Hab�is estudiado?
DEMONIO: No;
pero s� lo que me basta
para no ser ignorante.
CIPRIANO: Pues �qu� ciencia sab�is?
DEMONIO: Hartas.
CIPRIANO: Aun estudi�ndose una
mucho tiempo no se alcanza,
�y vos--�grande vanidad!--
sin estudiar sab�is tantas?
DEMONIO: S�, que de una patria
soy donde las ciencias m�s altas
sin estudiarse se saben.
CIPRIANO: �Oh, qui�n fuera de esa patria!
Que ac� mientras m�s se estudia,
m�s se ignora.
DEMONIO: Verdad tanta
es �sta que sin estudios
tuve tan grande arrogancia
que a la c�tedra de prima
me opuse, y pens� llevarla,
porque tuve muchos votos;
y, aunque la perd�, me basta
haberlo intentado; que hay
p�rdidas con alabanza.
Si no lo quer�is creer,
decid qu� estudi�is, y vaya
de argumento; que aunque no
s� la opini�n que os agrada,
y ella sea la segura,
yo tomar� la contraria.
CIPRIANO: Mucho me huelgo de que
a eso vuestro ingenio salga.
Un lugar de Plinio es
el que me trae con mil ansias
de entenderle, por saber qui�n
es el dios de quien habla.
DEMONIO: �se es un lugar que dice
--bien me acuerdo--estas palabras,
"D�os es una bondad suma,
una esencia, una sustancia;
todo vista y todo manos."
CIPRIANO: Es verdad.
DEMONIO: �Qu� repugnancia
hall�is en esto?
CIPRIANO: No hallar
el dios de quien Plinio trata;
que si ha de ser bondad suma,
aun a J�piter le falta
suma bondad, pues le vemos
que es pecaminoso en tantas
ocasiones: D�nae hable
rendida, Europa robada.
Pues �c�mo en suma bondad,
cuyas acciones sagradas
hab�an de ser divinas,
caben pasiones humanas?
DEMONIO: �sas son falsas historias
en que las letras profanas
con los nombres de los dioses
entendieron disfrazada
la moral filosof�a.
CIPRIANO: Esa respuesta no basta,
pues el decoro de Dios
debiera ser tal, que osadas
no llegaran a su nombre
las culpas, aun siendo falsas;
y apurando m�s el caso,
si suma bondad se llaman
los dioses, siempre es forzoso
que a querer lo mejor vayan;
pues �c�mo unos quieren uno,
y otros otro? Esto se halla
en las dudosas respuestas
que suelen dar sus estatuas.
Porque no dig�is despu�s
que alegu� letras profanas...
A dos ej�rcitos, dos
�dolos una batalla
aseguraron, y el uno
la perdi�: �no es cosa clara
la consecuencia de que
dos voluntades contrarias
no pueden a un mismo fin ir?
Luego, yendo encontradas,
es fuerza, si la una es buena,
que la otra ha de ser mala.
Mala voluntad en Dios
implica el imaginarla;
luego no hay suma bondad
en ellos, si uni�n les falta.
DEMONIO: Niego la mayor porqu�
aquesas respuestas, dadas
as�, convienen a fines
que nuestro ingenio no alcanza,
que es la providencia;
y m�s debi� importar la batalla
al que la perdi� el perderla,
que al que la gan� el ganarla.
CIPRIANO: Concedo; pero debiera
aquel dios, pues que no enga�an
los dioses, no asegurar
la victoria; que bastaba
la p�rdida permitirla
all�, sin asegurarla.
Luego, si Dios todo es vista,
cualquiera dios viera clara
y distintamente el fin;
y al verle, no asegurara
el que no hab�a de ser;
luego, aunque sea deidad tanta,
distinta en personas, debe
en la menor circunstancia
ser una sola en esencia.
DEMONIO: Import� para esa causa
mover as� los afectos
con su voz.
CIPRIANO: Cuando importara
el moverlos, genios hay,
que buenos y malos llaman
todos los doctos, que son
unos esp�ritus que andan
entre nosotros, dictando
las obras buenas y malas,
argumento que asegura
la inmortalidad del alma;
y bien pudiera ese dios,
con ellos, sin que llegara
a mostrar que mentir sabe,
mover afectos.
DEMONIO: Repara
en que esas contrariedades
no implican al ser las sacras
deidades una, supuesto
que en las cosas de importancia
nunca disonaron. Bien
en la f�brica gallarda
del hombre se ve, pues fue
s�lo un concepto al obrarla.
CIPRIANO: Luego, si �se fue uno solo,
�se tiene m�s ventaja
a los otros; y si son
iguales, puesto que hallas
que se pueden oponer
--�sta no puedes negarla--
en algo, al hacer el hombre,
cuando el uno lo intentara,
pudiera decir el otro,
"No quiero yo que se haga."
Luego, si Dios todo es manos,
cuando el uno le cr�ara,
el otro le deshiciera,
pues eran manos entrambas
iguales en el poder,
desiguales en la instancia.
�Qui�n venciera de estos dos?
DEMONIO: Sobre imposibles y falsas
proposiciones no hay
argumento. Di, �qu� sacas
de eso?
CIPRIANO: Pensar que hay un Dios,
suma bondad, suma gracia,
todo vista, todo manos,
infalible, que no enga�a,
superior, que no compite,
Dios a quien ninguno iguala,
un principio sin principio,
una esencia, una sustancia,
un poder y un querer solo;
y cuando como �ste haya
una, dos o m�s personas,
una deidad soberana
ha de ser sola en esencia,
causa de todas las causas.
DEMONIO: �C�mo te puedo negar
una evidencia tan clara?
Lev�ntase
CIPRIANO: �Tanto lo sent�s?
DEMONIO: �Qui�n deja
de sentir que otro le haga
competencia en el ingenio?
Y aunque responder no falta,
dejo de hacerlo, porqu�
gente en este monte anda,
y es hora de que prosiga
a la ciudad mi jornada.
CIPRIANO: Id en paz.
DEMONIO: Quedad en paz.
(Pues tanto tu estudio alcanza, Aparte
yo har� que el estudio olvides,
suspendido en una rara
beldad. Pues tengo licencia
de perseguir con mi rabia
a Justina, sacar�
de un efeto dos venganzas.)
Vase el DEMONIO
CIPRIANO: No vi hombre tan notable.
Mas pues mis cr�ados tardan,
volver a repasar quiero
de tanta duda la causa.
Salen LELIO y FLORO
LELIO: No pasemos adelante;
que estas pe�as, estas ramas
tan intrincadas que al mismo
sol le defienden la entrada,
s�lo pueden ser testigos
de nuestro duelo.
FLORO: La espada
sacad; que aqu� son las obras,
si all� fueron las palabras.
LELIO: Ya s� que en el campo muda
la lengua de acero habla
de esta suerte.
Ri�en
CIPRIANO: �Qu� es aquesto?
Lelio, tente; Floro, aparta;
que basta que est� yo en medio,
aunque est� en medio sin armas.
LELIO: �De d�nde, di, Cipriano,
a embarazar mi venganza
has salido?
FLORO: �Eres aborto
de estos troncos y estas ramas?
Salen MOSC�N y CLAR�N
MOSC�N: Corre, que con mi se�or
han sido las cuchilladas.
CLAR�N: Para acercarme a esas cosas
no suelo yo correr nada;
mas para apartarme, s�.
LOS DOS: Se�or...
CIPRIANO: No habl�is m�s palabra.
Pues �qu� es esto? Dos amigos
que por su sangre y su fama
hoy son de toda Antioqu�a
los ojos y la esperanza,
uno del gobernador
hijo, y otro de la clara
familia de los Colaltos,
�as� aventuran y arrastran
dos vidas que pueden ser
de tanto honor a su patria?
LELIO: Cipriano, aunque el respeto
que debo por muchas causas
a tu persona, este instante
tiene suspensa mi espada,
no la tienes reducida
a la quietud de la vaina.
T� sabes de ciencias m�s
que de duelos, y no alcanzas
que a dos nobles en el campo
no hay respeto que les haga
amigos, pues s�lo es medio
morir uno en la demanda.
FLORO: Lo mismo te digo, y ruego
que con tu gente te vayas,
pues que ri�endo nos dejas
sin traici�n y sin ventaja.
CIPRIANO: Aunque os parece que ignoro
por mi profesi�n las varias
leyes del duelo que estudia
el valor y la arrogancia,
os enga��is; que nac�
con obligaciones tantas
como los dos, a saber
qu� es honor y qu� es infamia;
y no el darme a los estudios
mis alientos acobarda;
que muchas veces se dieron
las manos letras y armas.
Si el haber salido al campo
es del re�ir circunstancia,
con haber re�ido ya
esa calumnia se salva;
y as�, bien pod�is decir
de esta pendencia la causa;
que yo, si, habi�ndola o�do,
reconociere al contarla
que alguno de los dos tiene
algo que se satisfaga,
de dejaros a los dos
solos, os doy la palabra.
LELIO: Pues con esa condici�n
de que, en sabiendo la causa,
nos has de dejar re�ir,
yo me prefiero a contarla.
Yo quiero a una dama bien,
y Floro quiere a esta dama.
�Mira t� c�mo podr�s
convenirnos, pues no hay traza
con que dos nobles celosos
den a partido sus ansias!
FLORO: Yo quiero a esta dama, y quiero
que no se atreva a mirarla
ni aun el sol; y pues no hay
medio aqu�, y que la palabra
nos has dado de dejarnos
re�ir, a un lado te aparta.
CIPRIANO: Esperad, que hay que saber
m�s. �Es esta dama dama
a la esperanza posible,
o imposible a la esperanza?
LELIO: Tan principal es, tan noble,
que si el sol celos causara
a Floro, aun de �l no podr�
tenerlos con justa causa,
porque presumo que el sol
aun no se atreve a mirarla.
CIPRIANO: �Cas�raste t� con ella?
FLORO: Ah� est� mi conf�anza.
CIPRIANO: �Y t�?
LELIO: �Plugiera a los cielos
que a tanta dicha llegara!
Que aunque es en extremo pobre,
la virtud por dote basta.
CIPRIANO: Pues si a casaros con ella
aspir�is los dos, �no es vana
acci�n, culpable y indigna,
querer antes disfamarla?
�Qu� dir� el mundo, si alguno
de los dos con ella casa
despu�s de haber muerto al otro
por ella? Que aunque no haya
ocasi�n para decirlo,
decirlo sin ella basta.
No digo yo que os sufr�is
el servirla y festejarla
a un tiempo, porque no quiero
que de m� partido salga
tan cobarde; que el gal�n
que de sus celos pasara
primero la contingencia,
pasar� despu�s la infamia;
pero digo que sep�is
de cu�l de los dos se agrada,
y luego...
LELIO: Detente, espera;
que es acci�n cobarde y baja
ir a que la dama diga
a qui�n escoge la dama.
Pues ha de escogerme a m�
o a Floro; si a m�, me agrava
m�s el empe�o en que estoy,
pues es otro empe�o que haya
quien quiera a la que me quiere.
Si a Floro escoge, la sa�a
de que a otro quiera quien quiero
es mayor: luego excusada
acci�n es que ella lo diga,
pues con cualquier circunstancia
hemos en apelaci�n
de volver a las espadas:
el querido por su honor,
y el otro por su venganza.
FLORO: Confieso que esa opini�n
recibida es y asentada,
mas con las damas de amores,
que elegir y dejar tratan;
y as� hoy ped�rsela intento
a su padre. Y pues me basta,
habiendo al campo salido,
haber sacado la espada,
mayormente cuando hay
quien el re�ir embaraza,
con satisfacci�n bastante
la vuelvo, Lelio, a la vaina.
LELIO: En parte me ha convencido
tu raz�n; y aunque apurarla
pudiera, m�s quiero hacerme
de su parte, o cierta o falsa.
Hoy la pedir� a su padre.
CIPRIANO: Supuesto que aquesta dama
en que los dos la sirv�is
ella no aventura nada,
pues que confes�is los dos
su virtud y su constancia,
decidme qui�n es; que yo,
pues que tengo mano tanta
en la ciudad, por los dos
quiero preferirme a hablarla,
para que est� prevenida
cuando a eso su padre vaya.
LELIO: Dices bien.
CIPRIANO: �Qui�n es?
FLORO: Justina,
de Lisandro hija.
CIPRIANO: Al nombrarla
he conocido cu�n pocas
fueron vuestras alabanzas;
que es virt�osa y es noble.
Luego voy a visitarla.
FLORO: El cielo en mi favor mueva
su condici�n siempre ingrata.
Vase FLORO
LELIO: Corone amor, al nombrarme,
de laurel mis esperanzas.
Vase LELIO
CIPRIANO: �Oh, quiera el cielo que estorbe
esc�ndalos y desgracias!
Vase CIPRIANO
MOSC�N: �Ha o�do vuesa merced
que nuestro amo va a la casa
de Justina?
CLAR�N: S�, se�or.
�Qu� hay, que vaya o que no vaya?
MOSC�N: Hay que no tiene que hacer
all� usarced.
CLAR�N: �Por qu� causa?
MOSC�N: Porque yo por Livia muero,
que es de Justina cr�ada,
y no quiero que se atreva
ni el mismo sol a mirarla.
CLAR�N: Basta, que no he de re�ir
en ning�n tiempo por dama
que ha de ser esposa m�a.
MOSC�N: Aquesa opini�n me agrada,
y as� es bien que diga ella
qui�n la obliga o qui�n la cansa.
V�monos all� los dos,
y escoja.
CLAR�N: De buena gana,
aunque ha de escogerte temo.
MOSC�N: �Ya tienes de eso conf�anza?
CLAR�N: S�, que escogen lo peor
siempre las Livias ingratas.
Vanse MOSC�N y CLAR�N. Salen JUSTINA y
LISANDRO
JUSTINA: No me puedo consolar
de haber hoy visto, se�or,
el torpe, el com�n error
con que todo ese lugar
templo consagra y altar
a una imagen que no pudo
ser deidad; pues que no dudo
que al fin, si alg�n testimonio
da de serlo, es el demonio,
que da aliento a un bronce mudo.
LISANDRO: No fueras, bella Justina,
quien eres, si no lloraras,
sintieras y lamentaras
esa tragedia, esa r�ina
que la religi�n divina
de Cristo padece hoy.
JUSTINA: Es cierto, pues al fin soy
hija tuya, y no lo fuera
si llorando no estuviera
ansias que mirando estoy.
LISANDRO: �Ay, Justina! No ha nacido
de ser t� mi hija, no,
que no soy tan feliz yo.
Mas--�ay Dios!--�c�mo he rompido
secreto tan escondido?
Afecto del alma fue.
JUSTINA: �Qu� dices, se�or?
LISANDRO: No s�.
Confuso estoy y turbado.
JUSTINA: Muchas veces te he escuchado
lo que ahora te escuch�,
y nunca quise, se�or,
a costa de un sufrimiento,
apurar tu sentimiento
ni examinar mi dolor;
pero viendo que es error
que de entenderte no acabe,
aunque sea culpa grave,
que partas, se�or, te pido
tu secreto con mi o�do,
ya que en tu pecho no cabe.
LISANDRO: Justina, de un gran secreto
el efeto te call�,
la edad que tienes, porqu�
siempre he temido el efeto;
mas vi�ndote ya sujeto
capaz de ver y advertir,
y vi�ndome a m� que, al ir
con este b�culo dando
en la tierra, voy llamando
a las puertas del morir,
no te tengo de dejar
con esta ignorancia, no,
porque no cumpliera yo
mi obligaci�n con callar:
y as�, atiende a mi pesar
tu placer.
JUSTINA: Conmigo lucha
un temor.
LISANDRO: Mi pena es mucha,
pero esto es ley y raz�n.
JUSTINA: Se�or, de esta confusi�n
me rescata.
LISANDRO: Pues escucha.
Yo soy, hermosa Justina,
Lisandro... No de que empiece
desde mi nombre te admires;
que aunque ya sabes que es �ste,
por lo que se sigue al nombre
es justo que te le acuerde,
pues de m� no sabes m�s
que mi nombre solamente.
Lisandro soy, natural
de aquella ciudad que en siete
montes es hidra de piedra,
pues siete cabezas tiene; de
aquella que es silla hoy
del romano imperio--�oh, llegue
del cristiano a serlo, pues
Roma s�lo lo merece!--.
En ella nac� de humildes
padres, si es que nombre adquieres
de humildes los que dejaron
tantas virtudes por bienes.
Cristianos nacieron ambos,
venturosos descendientes
de algunos que con su sangre
rubricaron felizmente
las fatigas de la vida
con los triunfos de la muerte.
En la religi�n cristiana
crec� industriado, de suerte
que en su defensa dar�
la vida una y muchas veces.
Joven era, cuando a Roma
lleg� encubierto el prudente
Alejandro, papa nuestro,
que la apost�lica sede
gobernaba, sin tener
donde tenerla pudiese;
que como la tiran�a
de los gentiles cr�eles
su sed apaga con sangre
de la que a m�rtires vierte,
hoy la primitiva iglesia
ocultos sus hijos tiene;
no porque el morir rehusan,
no porque el martirio temen,
sino porque de una vez
no acabe el rigor rebelde
con todos, y, destr�ida
la iglesia, en ella no quede
quien catequice al gentil,
quien le predique y le ense�e.
A Roma, pues, Alejandro lleg�;
y yendo oculto a verle,
recib� su bendici�n,
y de su mano clemente
todos los �rdenes sacros,
a cuya dignidad tiene
envidia el �ngel, pues s�lo
el hombre serlo merece.
Mand�me Alejandro, pues,
que a Antioqu�a me partiese
a predicar de secreto
la ley de Cristo. Obediente,
peregrinando a merced
de tantas diversas gentes,
a Antioqu�a vine; y cuando
desde aquesos eminentes
montes llegu� a descubrir
sus dorados chapiteles,
el sol me falt�, y, llevando
tras s� el d�a, por hacerme
compa��a, me dej�
a que le sostituyesen
las estrellas, como en prendas
de que presto vendr�a a verme.
Con el sol perd� el camino,
y, vagando tristemente
en lo intrincado del monte,
me hall� en un oculto albergue,
donde los tr�mulos rayos
de tanta antorcha viviente,
aun no se dejaban ya
ver, porque confusamente
serv�an de nubes pardas
las que fueron hojas verdes.
Aqu�, dispuesto a esperar
que otra vez el sol saliese,
dando a la imaginaci�n
la jurisdicci�n que tiene,
con las soledades hice
mil discursos diferentes.
De esta suerte, pues, estaba,
cuando de un suspiro leve
el eco mal informado
la mitad al due�o vuelve.
Retruje al o�do todos
mis sentidos juntamente,
y volv� a oir m�s distinto
aquel aliento y m�s d�bil,
mudo idioma de los tristes,
pues con �l solo se entienden.
De mujer era el gemido,
a cuyo aliento sucede
la voz de un hombre, que a media
voz dec�a de esta suerte,
"Primer mancha de la sangre
m�s noble, a mis manos muere,
antes que a morir a manos
de infames verdugos llegues."
La infeliz mujer dec�a
en medias razones breves,
"Du�lete t� de tu sangre,
ya que de m� no te dueles."
Llegar pretend� yo entonces
a estorbar rigor tan fuerte;
mas no pude, porque al punto
las voces se desvanecen,
y vi al hombre en un caballo,
que entre los troncos se pierde.
Im�n fue de mi piedad
la voz, que ya balbuciente
y desmayada dec�a,
gimiendo y llorando a veces,
"M�rtir muero, pues que muero
por cristiana e inocente."
Y siguiendo de la voz
el norte, en espacio breve
llegu� donde una mujer,
que apenas dejaba verse,
estaba a brazo partido
luchando ya con la muerte.
Apenas me sinti� cuando
dijo, esforz�ndose, "Vuelve,
sangriento homicida m�o,
ni aun este instante me dejes
de vida." "No soy," le dije,
"sino quien acaso viene,
quiz� del cielo gu�ado,
a valeros en tan fuerte
ocasi�n." "Ya que imposible
es," dijo, "el favor que ofrece
vuestra piedad a mi vida,
pues que por puntos fallece,
l�grese en ese infelice
en quien hoy el cielo quiere,
naciendo de mi sepulcro,
que mis desdichas herede."
Y espirando, vi...
Sale LIVIA
LIVIA: Se�or,
el mercader a quien debes
aquel dinero a buscarte
ah� con la justicia viene.
Que no est�s en casa dije.
Por esotra puerta vete.
JUSTINA: �Cu�nto siento que a estorbarte
en aquesta ocasi�n llegue,
que estaba a tu relaci�n
vida, alma y raz�n pendientes!
Mas vete ahora, se�or.
la justicia no te encuentre.
LISANDRO: �Ay de m�! �Qu� de desaires
la necesidad padece!
Vase LISANDRO
JUSTINA: Sin duda entran hasta aqu�,
porque siento ah� fuera gente.
LIVIA: No son ellos; Cipr�ano
es.
JUSTINA: Pues �qu� es lo que pretende
Cipr�ano aqu�?
Salen CIPRIANO, CLAR�N y
MOSC�N
CIPRIANO: Serviros,
oh se�ora, solamente.
Viendo salir la justicia
de vuestra casa, se atreve
a entrar aqu� mi amistad,
por la que a Lisandro debe,
a s�lo saber...(�Turbado Aparte
estoy!)... si acaso... (Qu� fuerte Aparte
hielo discurre mis venas!)
en algo serviros puede
mi deseo. (�Qu� mal dije! Aparte
Que no es hielo, fuego es �ste.)
JUSTINA: Gu�rdeos el cielo mil a�os;
que en mayores intereses
hab�is de honrar a mi padre
con vuestros favores.
CIPRIANO: Siempre
estar� para serviros.
(�Qu� me turba y enmudece?) Aparte
JUSTINA: �l ahora no est� en casa.
CIPRIANO: Luego bien, se�ora, puede
mi voz decir la ocasi�n
que aqu� me trae claramente;
que no es la que hab�is o�do
sola la que a entrar me mueve
a veros.
JUSTINA: Pues �qu� mand�is?
CIPRIANO: Que me oig�is. Yo ser� breve.
Hermos�sima Justina,
en quien hoy ostenta ufana
la naturaleza humana
tantas se�as de divina:
vuestra quietud determina
hallar mi deseo este d�a;
pero ved que es tiran�a,
como el efeto lo muestra,
que os d� yo la quietud vuestra,
y vos me quit�is la m�a.
Lelio, de su amor movido...
(�No vi amor m�s disculpado!) Aparte
...Floro, de su amor llevado...
(�No vi error m�s permitido!) Aparte
...el uno y otro han querido
por vos matarse los dos;
por vos lo he estorbado--�ay Dios!--
pero ved que es error fuerte
que yo quite a otros la muerte
para que me la deis vos.
Por excusar el que hubiera
esc�ndalo en el lugar,
de su parte os vengo a hablar,
(�oh nunca a hablaros viniera!) Aparte
porque vuestra elecci�n fuera
�rbitro de sus recelos
y j�ez de sus desvelos;
pero ved que es gran rigor
que yo componga su amor
y vos dispong�is mis celos.
Hablaros, pues, ofrec�,
se�ora, para que vos
escogierais de los dos
cu�l quer�is...(�infeliz fui!) Aparte
que a vuestro padre...(�ay de m�!) Aparte
os pida. Aquesto pretendo;
pero ved... (�yo estoy muriendo!) Aparte
que es injusto...(�estoy temblando!) Aparte
...que est� por ellos hablando
y que est� por m� sintiendo.
JUSTINA: De tal manera he extra�ado
vuestra vil proposici�n
que el discurso y la raz�n
en un punto me han faltado.
Ni a Floro ocasi�n he dado,
ni a Lelio, para que as�
vos os atrev�is aqu�:
y bien pudi�rades vos
escarmentar en los dos
del rigor que vive en m�.
CIPRIANO: Si yo, por haber querido
vos a alguno, pretendiera
vuestro favor, mi amor fuera
necio, infame y mal nacido.
Antes por haber vos sido
firme roca a tantos mares,
os quiero, y en los pesares
no escarmiento de los dos;
que yo no quiero que vos
me quer�is por ejemplares.
�Qu� dir� a Lelio?
JUSTINA: Que crea
los costosos desenga�os
de un amor de tantos a�os.
CIPRIANO: �Y a Floro?
JUSTINA: Que no me vea.
CIPRIANO: �Y a m�?
JUSTINA: Que osado no sea
vuestro amor.
CIPRIANO: �C�mo, si es dios?
JUSTINA: �Ser� m�s dios para vos
que para los dos lo ha sido?
CIPRIANO: S�.
JUSTINA: Pues ya yo he respondido
a Lelio, a Floro y a vos.
Vanse CIPRIANO y JUSTINA, cada uno por su
puerta
CLAR�N: Se�ora Livia.
MOSC�N: Se�ora
Livia.
CLAR�N: Aqu� estamos los dos.
LIVIA: Pues �qu� quer�is vos? Y vos
�qu� quer�is?
CLAR�N: Que usted ahora,
por si por dicha lo ignora,
sepa que bien la queremos.
Para matarnos nos vemos;
pero atentos a no dar
esc�ndalo en el lugar,
que uno escoja pretendemos.
LIVIA: Es tan grande el sentimiento
de que as� me hay�is hablado
que mi dolor me ha dejado
sin raz�n ni entendimiento.
�Qu� uno escoja! �Hay sufrimiento
en lance tan importuno?
�Uno yo! �Pues oportuno
no es para tener--�ay Dios!--
este ingenio a un tiempo dos?
�Qu� quer�is que escoja uno?
CLAR�N: �Dos a un tiempo, c�mo quieres?
�No te embarazar�n dos?
LIVIA: No, que de dos en dos los
digerimos las mujeres.
MOSC�N: �De qu� suerte te prefieres
a eso?
LIVIA: �Qu� necia porf�a!
Queri�nd�s la lealtad m�a
MOSC�N: �C�mo?
LIVIA: Alternative.
CLAR�N: Pues
�qu� es alternative?
LIVIA: Es
querer a cada uno un d�a.
Vase LIVIA
MOSC�N: Pues yo escojo este primero.
CLAR�N: Mayor ser� el de ma�ana;
yo le doy de buena gana.
MOSC�N: Livia, en fin, por quien yo muero,
hoy me quiere y hoy la quiero.
Bien es que tal dicha goce.
CLAR�N: Oye usted, ya me conoce.
MOSC�N: �Por qu� lo dice? Concluya.
CLAR�N: Porque sepa que no es suya,
en dando que den las doce.
Vanse MOSC�N y CLAR�N. Salen FLORO: y LELIO, de
noche, cada uno por su puerta
LELIO: (Apenas la escura noche Aparte
extendi� su manto negro
cuando yo a adorar la esfera
de aquestos umbrales vengo;
que aunque hoy por Cipr�ano
tengo suspenso el acero,
no el afecto; que no pueden
suspenderse los afectos.)
FLORO: (Aqu� me ha de hallar el alba; Aparte
que en otra parte violento
estoy, porque, en fin, en otra
estoy fuera de mi centro.
�Quiera Amor que llegue el d�a
y la respuesta que espero
con Cipr�ano, tocando
o la ventura o el riesgo!)
LELIO: (Ruido en aquella ventana Aparte
he sentido.)
FLORO: (Ruido han hecho Aparte
en aquel balc�n.)
Sale el DEMONIO al balc�n
LELIO: (Un bulto Aparte
sale de ella, a lo que puedo
distinguir.)
FLORO: (Gente se asoma Aparte
a �l, que entre sombras veo.)
DEMONIO: (Para las persecuciones Aparte
que hacer en Justina intento
a disfamar su virtud
de esta manera me atrevo.)
Baja el DEMONIO por una escala
LELIO: (Mas �ay infeliz! �Qu� miro!) Aparte
FLORO: (Pero �ay infeliz! �Qu� veo!) Aparte
LELIO: (El negro bulto se arroja Aparte
ya desde el balc�n al suelo.)
FLORO: (Un hombre es, que de su casa Aparte
sale. No me mat�is, celos,
hasta que sepa qui�n es.)
LELIO: (Reconocerle pretendo, Aparte
y averiguar de una vez
qui�n logra el bien que yo pierdo.)
Llegan el uno al otro con las espadas desnudas, y al
llegar se hunde el DEMONIO, y quedan los dos
afirmados
DEMONIO (No s�lo he de conseguir Aparte
hoy de Justina el desprecio,
sino rencores y muertes.
Ya llegan: �brase el centro,
dejando esta confusi�n
a sus ojos.)
H�ndese ahora
LELIO: Caballero,
quienquiera que se�is, a m�
me ha importado conoceros;
y a todo trance restado
con esta demanda vengo.
Decid qui�n sois.
FLORO: Si os obliga
a tan valiente despecho
saber en qui�n ha caido
vuestro amoroso secreto,
m�s que el conocerme a vos
me importa a m� el conoceros;
que en vos es curiosidad,
y en m� es m�s, porque son celos.
�Vive Dios, que he de saber
qui�n es de la casa due�o,
y qui�n a estas horas gana,
por ese balc�n saliendo,
lo que yo pierdo llorando
a estas rejas!
LELIO: �Bueno es eso,
querer deslumbrar ahora
la luz de mis sentimientos,
atribuy�ndome a m�
delito que s�lo es vuestro!
Qui�n sois tengo de saber,
y dar muerte a quien me ha muerto
de celos, saliendo ahora
por ese balc�n.
FLORO: �Qu� necio
recato, encubrirse cuando
est� el amor descubierto!
LELIO: En vano la lengua apura
lo que mejor el acero
har�.
FLORO: Con �l os respondo.
LELIO: Qui�n ha sido, saber tengo,
hoy el admitido amante
de Justina.
FLORO: �se es mi intento.
Morir�, o sabr� qui�n sois.
Salen CIPRIANO, MOSC�N y CLAR�N
CIPRIANO: Caballeros, deteneos,
si a aquesto puede obligaros
haber llegado a este tiempo.
FLORO: Nada me puede obligar
a que deje el fin que intento.
CIPRIANO: �Floro?
FLORO: S�, que con la espada
en la mano, nunca niego
mi nombre.
CIPRIANO: A tu lado estoy;
muera quien te ofende.
LELIO: Menos
que temer me dar�is todos
que �l me daba solo.
CIPRIANO: �Lelio?
LELIO: S�.
A FLORO
CIPRIANO: Ya no estoy a tu lado,
porque es fuerza estar en medio.
�Qu� es esto? �En un d�a dos veces
he de hallarme a componeros!
LELIO: �sta la �ltima ser�,
porque ya estamos compuestos;
que con haber conocido
qui�n es de Justina due�o,
no le queda a mi esperanza
ni aun el menor pensamiento.
Si no has hablado a Justina,
que no la hables te ruego
de parte de mis agravios
y mis desdichas, habiendo
visto que Floro merece
sus favores en secreto.
De ese balc�n ha bajado
de gozar el bien que pierdo;
y no es mi amor tan infame
que haya de querer, atento
a celos averiguados,
con desenga�os tan ciertos.
Vase LELIO
FLORO: Espera.
CIPRIANO: No has de seguirle...
(De haberle o�do estoy muerto) Aparte
que si es �l el que ha perdido
...lo que has ganado, y dispuesto
a olvidar est�, no es bien
apurar su sufrimiento.
FLORO: T� y �l apur�is el m�o
con estas cosas a un tiempo;
y as� a Justina no hables
por m�; que aunque yo pretendo
a costa de mis agravios
vengarme de sus desprecios,
ya la esperanza de ser
suyo ces�, porque creo
que no es noble el que porf�a
sobre averiguados celos.
Vase FLORO
CIPRIANO: (�Qu� es esto, cielos? �Qu� escucho?
�El uno del otro a un tiempo
unos mismos celos tienen,
y yo de uno y otro los tengo?
Los dos sin duda padecen
alg�n enga�o, y yo tengo
que agradecerle, pues ya
los dos desisten en esto
de su pretensi�n. Desdichas,
aunque haya sido consuelo
este discurso, buscado
de mis ansias, le agradezco.)
Mosc�n, prevenme ma�ana
galas; Clar�n, tr�eme luego
espada y plumas; que amor
se regala en el objeto
airoso y lucido; y ya
ni libros ni estudios quiero,
porque digan que es amor
homicida del ingenio.
Vanse todos
FIN DE LA PRIMERA JORNADA
SEGUNDA JORNADA
Salen CIPRIANO, MOSC�N y CLAR�N, vestidos de
galanes
CIPRIANO: (Altos pensamientos m�os, Aparte
�d�nde, d�nde me tra�is,
si ya por cierto ten�is
que son locos desvar�os
los que intent�is,
pues, atrevi�ndoos al cielo,
precipitados de un vuelo
hasta el abismo baj�is?
Vi a Justina... �A Dios pluguiera
que nunca viera a Justina,
ni en su perfecci�n divina
la luz de la cuarta esfera!
Dos amantes la pretenden,
uno del otro ofendido;
y yo, a dos celos rendido,
aun no s� los que me ofenden:
s�lo s� que mis recelos
me despe�an con sus furias
de un desd�n a las injurias,
de un agravio a los desvelos.
Todo lo dem�s ignoro,
y en tan abrasado empe�o,
cielos, Justina es mi due�o,
cielos, a Justina adoro.)
Mosc�n.
MOSC�N: Se�or.
CIPRIANO: Ve si est�
Lisandro en casa.
MOSC�N: Es raz�n.
CLAR�N: No es; yo ir�, porque Mosc�n
hoy no puede entrar all�.
CIPRIANO: �Oh qu� cansada porf�a
siempre la de los dos fue!
�Por qu� no puede? �Por qu�?
CLAR�N: Porque hoy, se�or, no es su d�a
m�o s�, y de buena gana
a dar el recado voy;
que yo all� puedo entrar hoy,
y Mosc�n no, hasta ma�ana.
CIPRIANO: �Qu� nueva locura es �sta,
a�adida al porf�ar?
Ni t� ni �l hab�is de entrar
ya, pues su luz manifiesta
Justina.
CLAR�N: De fuera viene.
hacia su casa.
Salen LIVIA y JUSTINA, con mantos, por una
puerta
JUSTINA: �Ay de m�!
Livia, Cipriano est� aqu�.
CIPRIANO: (Disimular me conviene Aparte
de mis celos los desvelos,
hasta apurarlos mejor.
S�lo la hablar� en mi amor,
si lo permiten mis celos.)
No en vano, se�ora, ha sido
haber el traje mudado,
para que, como cr�ado,
pueda, a vuestros pies rendido,
serviros. A mereceros
esto lleguen mis suspiros.
dad licencia de serviros,
pues no la dais de quereros.
JUSTINA: Poco, se�or, han podido
mis desenga�os con vos,
pues no han podido...
CIPRIANO: �Ay Dios!
JUSTINA: ... mereceros un olvido.
�De qu� manera quer�is
que os diga cu�nto es en vano
la asistencia, Cipr�ano,
que a mis umbrales ten�is?
Si d�as, si meses, si a�os,
si siglos a ellos est�is,
no esper�is que a ellos oig�is
sino s�lo desenga�os,
porque es mi rigor de suerte,
de suerte mis males fieros,
que es imposible quereros,
Cipr�ano, hasta la muerte.
Vase JUSTINA
CIPRIANO: La esperanza que me dais
ya dichoso puede hacerme.
si en muerte hab�is de quererme,
muy corto plazo tom�is.
Yo le acepto, y si a advertir
lleg�is cu�n presto ha de ser,
empezad vos a querer,
que yo ya empiezo a morir.
CLAR�N: En tanto que mi se�or,
Livia, triste y discursivo,
est� de esqueleto vivo
desenga�ando a su amor,
dame los brazos.
LIVIA: Paciencia
ten, mientras que considero
si es tu d�a; que no quiero
encargar yo mi conciencia.
Martes s�, mi�rcoles no
CLAR�N: �Qu� cuentas, pues ha callado
Mosc�n?
LIVIA: Puede haberse errado,
y no quiero errarme yo;
porque no quiero, si arguyo
que justicia he de guardar,
condenarme por no dar
a cada uno lo que es suyo.
Pero bien dices, tu d�a
es hoy.
CLAR�N: Pues dame los brazos.
LIVIA: Con mil amorosos lazos.
MOSC�N: �Oye usarc�, reina m�a?
Bien ve usarc�, con la gana
que hoy aquesos lazos hace.
D�golo porque me abrace
con la misma a m� ma�ana.
LIVIA: Excusada es la sospecha
de que a usted no satisfaga,
ni quiera J�piter que haga
yo una cosa tan mal hecha
como usar de demas�a
con nadie. Yo abrazar�
con mucha equidad a ust�
cuando le toque su d�a.
Vase LIVIA
CLAR�N: Por lo menos, no he de vello
yo.
MOSC�N: Pues eso �qu� ha importado?
�Puede a m� haberme agraviado
jam�s, si reparo en ello,
una moza que no es m�a?
CLAR�N: No.
MOSC�N: Luego yo bien porf�o
que no ha sido en da�o m�o
lo que no ha sido en mi d�a.
Mas �qu� hace nuestro amo all�
tan suspenso?
CLAR�N: Por si a hablar
llega algo, quiero escuchar.
MOSC�N: Y yo tambi�n.
CIPRIANO: �Ay de m�!
Al irse acercando cada uno por su lado, CIPRIANO con
la acci�n da a entrambos
�Que tanto, Amor, desconf�es!
CLAR�N: �Ay de m�!
MOSC�N: �Ay de m�! tambi�n.
CLAR�N: Llamar a este sitio es bien
la Isla de los Ay-de-m�es.
CIPRIANO: �Aqu� est�bades los dos?
CLAR�N: Yo bien jurar� que estaba.
MOSC�N: Yo y todo.
CIPRIANO: Desdicha, acaba
de una vez conmigo. �Ay Dios!
�Viose en tan nuevos extremos
el humano coraz�n?
CLAR�N: �Ad�nde vamos, Mosc�n?
MOSC�N: En llegando lo sabremos.
Pero fuera del lugar
camina.
CLAR�N: Excusado es
salir al campo, pues
no tenemos que estudiar.
CIPRIANO: Clar�n, vete a casa.
MOSC�N: �Y yo?
CLAR�N: �T� te hab�as de quedar?
CIPRIANO: Los dos me hab�is de dejar.
CLAR�N: A entrambos nos lo mand�.
Vanse CLAR�N y MOSC�N
CIPRIANO: Confusa memoria m�a,
no tan poderosa est�s
que me pers�adas que es
otra alma la que me gu�a.
Id�latra me cegu�,
ambicioso me perd�,
porque una hermosura vi,
porque una deidad mir�;
y entre confusos desvelos
de un equ�voco rigor
conozco a quien tengo amor,
y no de quien tengo celos.
Ya tanto aquesta pasi�n
arrastra mi pensamiento,
tanto--�ay de m�!--este tormento
lleva mi imaginaci�n
que diera--despecho es loco,
indigno de un noble ingenio--
al m�s diab�lico genio
--harto al infierno provoco--
ya rendido, y ya sujeto
a penar y padecer,
por gozar a esta mujer
diera el alma.
Dentro
DEMONIO: Yo la aceto.
Suena ruido de truenos como tempestad y
rayos
CIPRIANO: �Qu� es �sto, cielos puros?
�Claros a un tiempo, y en el mismo oscuros!
Dando al d�a desmayos,
los truenos, los rel�mpagos y rayos
abortan de su centro
los asombros que ya no caben dentro.
De nubes todo el cielo se corona,
y, pre�ado de horrores, no perdona
el rizado copete de este monte.
Todo nuestro horizonte
es ardiente pincel del Mongibelo,
niebla el sol, humo el aire, fuego el cielo.
�Tanto ha que te dej�, filosof�a,
que ignoro los efectos de este d�a!
Hasta el mar sobre nubes se imagina
desesperada r�ina,
pues, crespo sobre el viento en leves plumas,
le pasa por pavesas las espumas.
Naufragando, una nave
en todo el mar parece que no cabe;
pues el amparo m�s seguro y cierto
es cuando huye la piedad del puerto.
El clamor, el asombro y el gemido
fatal presagio han sido
de la muerte que espera; y lo que tarda
es porque est� muriendo lo que aguarda.
Y aun en ella tambi�n vienen portentos;
no son todos de cielos y elementos.
El bajel, prodigiosa maravilla,
desde el tope a la quilla
todo negro, su m�quina sustenta,
si no es que se visti� de su tormenta.
A chocar en la tierra
viene. Ya no es del mar s�lo la guerra,
pues la que se le ofrece,
un pe�asco le arrima en que tropiece,
porque la espuma en sangre se salpique.
Dentro TODOS
TODOS: Que nos vamos a pique.
DEMONIO: En una tabla quiero
salir a tierra, para el fin que espero.
CIPRIANO: Porque su horror se asombre,
burlando su poder, escapa un hombre,
y el bajel, que en las ondas ya se ofusca,
el camar�n de los tritones busca,
y en crespo remolino,
es cad�ver del mar, cascado el pino.
Sale el DEMONIO, mojado, como que
sale del mar
DEMONIO: (Para el prodigio que intento, Aparte
hoy me ha importado fingir
sobre campos de zafir
este espantoso portento;
y en forma desconocida
de la que otra vez me vio,
cuando en este monte yo
mir� mi ciencia excedida,
vengo a hacerle nueva guerra,
vali�ndome as� mejor
de su ingenio y de su amor.)
Dulce madre, amada tierra,
dame amparo contra aquel
monstruo que de s� me arroja.
CIPRIANO: Pierde, amigo, la congoja
y la memoria cr�el
de tu reciente fortuna,
viendo en tu mayor trabajo
que no hay firme bien debajo
de los cercos de la luna.
DEMONIO: �Qui�n eres t�, a cuyas plantas
m� fortuna me ha tra�do?
CIPRIANO: Quien, de la piedad movido
de ruinas y penas tantas,
serte de alivio quisiera.
DEMONIO: Imposible vendr� a ser;
que no le puedo tener
yo jam�s.
CIPRIANO: �De qu� manera?
DEMONIO: Todo mi bien he perdido,
pero sin raz�n me quejo,
pues ya con la vida dejo
mis memorias al olvido.
CIPRIANO: Ya que de aquel torbellino
el terremoto ces�,
y el cielo a su paz volvi�,
manso, quieto y cristalino,
con tal priesa que su grave
enojo nos da a entender
que s�lo debi� de ser
hasta consumir tu nave,
dime qui�n eres, siquiera
por la piedad que me das.
DEMONIO: M�s de lo que has visto y m�s
de lo que decir pudiera
me cuesta el llegar aqu�;
que es mi fortuna cr�el.
La menor es del bajel.
�Quieres ver si es cierto?
CIPRIANO: S�.
DEMONIO: Yo soy, pues saberlo quieres,
un ep�logo, un asombro
de venturas y desdichas,
que unas pierdo y otras lloro.
Tan gal�n fui por mis partes,
por mi lustre tan heroico,
tan noble por mi linaje
y por mi ingenio tan docto,
que, aficionado a mis prendas
un rey, el mayor de todos
--puesto que todos le temen,
si le ven airado el rostro--
en su palacio cubierto
de diamantes y piropos
--y aun si los llamase estrellas
fuera el hip�rbole corto--
me llam� valido suyo,
cuyo aplauso generoso
me dio tan grande soberbia
que compet� al regio solio,
quiriendo poner las plantas
sobre sus dorados tronos.
Fue b�rbaro atrevimiento:
castigado lo conozco.
Loco anduve; pero fuera,
arrepentido, m�s loco.
M�s quiero en mi obstinaci�n
con mis alientos br�osos
despe�arme de bizarro
que rendirme de medroso.
Si fueron temeridades,
no me vi en ellas tan solo
que de sus mismos vasallos
no tuviese muchos votos.
De su corte, en fin, vencido,
aunque en parte vitorioso,
sal� arrojando venenos
por la boca y por los ojos,
y pregonando venganzas,
por ser mi agravio notorio,
logrando en las gentes suyas
insultos, muertes y robos.
Los anchos campos del mar
sangriento pirata corro,
Argos ya de sus baj�os,
y lince de sus escollos.
En aquel bajel que el viento
desvaneci� en leves soplos,
en aquel bajel que el mar
convirti� en ruina sin polvo,
esas campa�as de vidro
hoy corr�a codicioso,
hasta examinar un monte
piedra a piedra y tronco a tronco;
porque en �l un hombre vive,
y a buscarle me dispongo,
a que cumpla una palabra
que �l me ha dado y yo le otorgo.
Embisti�me esta tormenta;
y aunque pudo prodigioso
mi ingenio enfrenar a un tiempo
al euro, al cierzo y al noto,
no quise desesperado,
por otras causas, por otros
fines, convertirlos hoy
en regalados favonios.
Que pude, dije, y no quise.
(Aqu� de su ingenio noto Aparte
los riesgos, puesto que as�
de m�gicas le aficiono.)
No te espantes del despecho,
ni del prodigio tampoco,
de aqu�l, porque yo con iras
me diera muerte a m� propio;
ni de �ste, porque con ciencias
dar� al sol p�lido asombro.
Soy, en la magia que alcanzo,
el registro poderoso
de esos orbes. L�nea a l�nea
los he discurrido todos.
Y porque no te parezca
que sin ocasi�n blasono,
mira si a este mismo instante
quieres que lo inculto y tosco
de este Nembrot de pe�ascos,
m�s bruto que el babilonio,
te facilite lo horrible,
sin que pierda lo frondoso.
�ste soy, hu�rfano hu�sped
de estos fresnos, de estos chopos;
y aunque �ste soy, a tus plantas
quiero pedirte socorro;
y quiero, en el que me dieres,
librarte el bien que te compro
con el af�n de mi estudio,
que en experiencias abono,
tray�ndote a tu albedr�o...
(Aqu� en el amor le toco) Aparte
...cuanto te pida el deseo
m�s avaro y codicioso.
Y en tanto que no le aceptes,
ya de cort�s, ya de corto,
p�gate de los deseos,
s� es que en ti no los malogro;
que por la piedad que muestras,
que agradezco y que conozco,
ser� tu amigo tan firme
que ni el repetido monstruo
de sucesos, la Fortuna,
que entre baldones y elogios,
pr�spera y adversa, muestra
lo avaro y lo generoso,
ni en su continua tarea,
corriendo y volando a tornos,
el tiempo, im�n de los siglos,
ni el cielo, ni el cielo proprio,
a cuyos astros el mundo
debe el bell�simo adorno,
tendr�n poder de apartarme
de tu lado un punto solo,
como aqu� me des amparo;
y aun todo aquesto es muy poco
para lo que yo intereso,
si mis pensamientos logro.
CIPRIANO: Puedo decir que al mar albricias pido
de que te hayas perdido,
y a este monte llegaras,
donde ver�s bien claras
muestras de la amistad que ya te ofrezco
si feliz por mi hu�sped te merezco.
Y as� vente conmigo;
que he de estimarte por seguro amigo.
Mi hu�sped has de ser mientras quisieres
servirte de mi casa.
DEMONIO: �Ya me adquieres
por tuyo?
CIPRIANO: Con los brazos
firme nuestra amistad eternos lazos.
(�Oh si a alcanzar llegase Aparte
que aqueste hombre la magia me ense�ase!
Pues con ella quiz� mi amor podr�a
en parte divertir la pena m�a;
o podr�a m� amor quiz� con ella
en todo conseguir la causa bella
de mi rabia, mi furia y mi tormento.)
DEMONIO: (Ya al ingenio y amor le miro atento.) Aparte
Salen CLAR�N y MOSC�N, cada uno por su puerta,
corriendo
CLAR�N: �Est�s vivo, se�or?
MOSC�N: �Civilidades
gastas por novedades
Claro est�, pues le miras, que est� vivo.
CLAR�N: He usado de este modo admirativo
para ponderaci�n, noble lacayo,
del milagro que fue no darle un rayo
de tantos como vio aquesta monta�a.
MOSC�N: Pues el mirarle �no te desenga�a?
CIPRIANO: �stos son mis cr�ados.
�A qu� volv�is?
MOSC�N: A darte m�s enfados.
DEMONIO: Tienen alegre humor.
CIPRIANO: A m� me tienen
cansado, porque siempre necios vienen.
MOSC�N: �Qui�n es aqueste hombre,
se�or?
CIPRIANO: Un hu�sped m�o, no os asombre.
CLAR�N: �Para qu� quieres hu�spedes ahora?
CIPRIANO: Lo que merece tu valor ignora.
Aparte MOSC�N y CLAR�N
MOSC�N: Mi se�or hace bien. �Has de heredalle?
CLAR�N: No; pero tiene talle
el tal hu�sped, si acaso no me enga�o,
de estarse en casa un a�o y otro a�o.
MOSC�N: �De qu� lo infieres?
CLAR�N: Cuando apriesa pasa
un hu�sped, decir suelen, "No har� en casa
mucho humo." Y de aqu�ste...
MOSC�N: Di.
CLAR�N: ...presumo...
MOSC�N: �Qu�?
CLAR�N: ...que ha de hacer en casa mucho humo.
CIPRIANO: �Para qu� te repares?
Vente conmigo.
DEMONIO: Voy a obedecerte.
CIPRIANO: Tu descanso procuro.
Vase CIPRIANO
DEMONIO: (Yo tu muerte. Aparte
Y pues ya he conseguido
el mirarme en tu casa introducido,
ir a alterar mi sa�a determina
de otra suerte tambi�n la de Justina.)
Vase el DEMONIO
CLAR�N: �No sabes qu� he pensado?
MOSC�N: �Qu�?
CLAR�N: Que aquel terremoto ha reventado
alg�n volc�n, que mucho azufre he olido.
MOSC�N: Que es el hu�sped a m� me ha parecido.
CLAR�N: Malas pastillas gasta. Mas ya infiero
la causa.
MOSC�N: �Qu� es?
CLAR�N: El pobre caballero
debe de tener sarna, y hase untado
con ung�ente de azufre.
MOSC�N: En ello has dado.
Vanse CLAR�N y MOSC�N. Salen LELIO y FABIO,
criado
FABIO: En fin, �vuelves a esta calle?
LELIO: La vida en ella perd�,
y vuelvo a buscarla aqu�:
quiera Amor que yo la halle.
FABIO: �Ay de m�!
A las puertas est�s
de la casa de Justina.
LELIO: �Qu� importa, si hoy determina
mi amor declararse m�s?
Que pues a ver he llegado
que a otro de noche se f�a,
no es mucho que yo de d�a
desahogue mi cuidado.
Ret�rate t�, porque
el entrar solo es mejor.
Mi padre es gobernador
de Antioqu�a. Bien podr�,
con este aliento y la furia
que a despe�arme camina,
en casa entrar de Justina,
y quejarme de su injuria.
Vase FABIO, y sale JUSTINA
JUSTINA: Livia... Mas �qui�n est� al paso?
LELIO: Yo soy.
JUSTINA: Pues �qu� novedad,
se�or, qu� temeridad
obliga...?
LELIO: Cuando me abraso
tanto, a mis celos sujeto,
no lo he de estar a tu honor.
Perdona, que con mi amor
ha espirado tu respeto.
JUSTINA: �Pues c�mo tan atrevido
osas...
LELIO: Como estoy furioso.
JUSTINA: ...entrar...
LELIO: Como estoy celoso.
JUSTINA: ...aqu�...
LELIO: Como estoy perdido.
JUSTINA: ...sin advertir y sin ver
el esc�ndalo que da;
que...?
LELIO: No te aflijas, pues ya
tienes poco que perder.
JUSTINA: Mira, Lelio, mi opini�n.
LELIO: Justina, eso mejor fuera
que tu voz se lo dijera
a quien por ese balc�n
sale de noche. No quiero
m�s de que sepas que s�
tus liviandades, porque
menos ingrato y severo
tu honor est� con mi amor;
aunque es desd�n m�s injusto
porque tienes otro gusto,
que porque tienes honor.
JUSTINA: Calla, calla, no hables m�s.
�Qui�n a mi casa se atreve,
ni qui�n en mi ofensa mueve
paso y voz? �Tan ciego est�s,
tan atrevido y tan loco,
que con fingidas quimeras
eclipsar las luces quieras
que aun al sol tienen en poco?
�Hombre de mi casa?
LELIO: S�.
JUSTINA: �Por mi balc�n?
LELIO: Mi dolor
lo diga, ingrata.
JUSTINA: �Ay honor!
Volved por vos y por m�.
Sale el DEMONIO por la puerta que est� a las
espaldas de JUSTINA
DEMONIO: (Acudiendo mi furor Aparte
a los dos cargos que tengo,
a esta casa a entablar vengo
el esc�ndalo mayor
del mundo; y pues ya este amante
tan despechado y tan ciego
est�, av�vese su fuego.
Ponerme quiero delante
y, como huyendo, despu�s
de ser visto, retirarme.)
Hace como que va a salir, y en vi�ndole LELIO,
se reboce; y vuelve a entrarse por donde sali�
JUSTINA: Hombre, �vienes a matarme?
LELIO: No, sino a morir.
JUSTINA: �Qu� ves,
que de nuevo te has mudado?
LELIO: Los enga�os tuyos veo.
Di ahora que mi deseo
mis ofensas ha inventado.
Un hombre de este aposento
iba a salir: como vio
gente, embozado volvi�
a retirarse.
JUSTINA: En el viento
te finge tu fantas�a
ilusiones.
Quiere entrar, y deti�nele
LELIO: �Pena brava!
JUSTINA: �Pues de noche no bastaba,
Lelio, mas tambi�n de d�a
la luz quieres enga�ar?
Ap�rtala, y �ntrase por donde estaba el
DEMONIO
LELIO: Si es enga�o o no es enga�o,
as� ver� el desengano.
JUSTINA: No te lo quiero excusar,
porque la inocencia m�a,
a costa de esta licencia,
desvanezca la apariencia
de la noche con el d�a.
Sale LISANDRO, viejo
LISANDRO: Justina.
JUSTINA: (Esto me faltaba. Aparte
�Ay de m�, si Lelio sale,
estando Lisandro aqu�! )
LISANDRO: Mis desdichas, mis pesares
vengo a consolar contigo.
JUSTINA: �Qu� tienes, que en el semblante
muestras disgusto y tristeza?
LISANDRO: No es mucho, cuando se rasgue
el coraz�n. Con el llanto
pasar no puedo adelante.
Va a salir LELIO, y viendo a LISANDRO, se
detiene
LELIO: (Ahora acabo de creer Aparte
que sombra los celos hacen,
pues no est� en este aposento.
No tuvo por d�nde echarse
el hombre que vi.)
JUSTINA habla aparte a LELIO
JUSTINA: No salgas,
Lelio, que est� aqu� mi padre.
LELIO: Esperar� a que se ausente,
convalecido en mis males.)
Ret�rase LELIO
JUSTINA: �De qu� lloras? �Qu� suspiras?
�Qu� tienes, se�or? �Qu� traes?
LISANDRO: Tengo el dolor m�s sensible,
traigo la pena m�s grave,
que vio la tierna piedad,
para ejemplos miserables,
con que la crueldad se ba�a
de tanta inocente sangre.
Al gobernador env�a
el C�sar Decio inviolable
un decreto... Hablar no puedo.
JUSTINA: (�Qui�n vio pena semejante? Aparte
Lisandro, compadecido
de los cristianos ultrajes,
conmigo habla, sin saber
que Lelio puede escucharle,
hijo del Gobernador.)
LISANDRO: En fin, Justina...
JUSTINA: No pases,
se�or, si as� has de sentirlo,
con el discurso adelante.
LISANDRO: D�jame que le repita;
que contigo, es aliviarle.
En �l manda...
JUSTINA: No prosigas,
cuando es tan justo que enga�es
tu vejez con m�s sosiego.
LISANDRO: Cuando, porque me acompa�es
en los sentimientos vivos
que bastan para matarme,
te doy cuenta del decreto
m�s cr�el que vio la margen
del Tibre, con sangre escrito
para manchar sus cristales,
�me diviertes? De otra suerte
sol�as, Justina, escucharme
estas l�stimas.
JUSTINA: Se�or,
no son los tiempos iguales.
LELIO: (No oigo todo lo que hablan, Aparte
sino destroncado a partes.)
Sale FLORO por la otra parte
FLORO: (Licencia tiene un celoso Aparte
que llega a desenga�arse
de una hip�crita virtud,
sin que m�s respetos guarde.
Con este intento hasta aqu�
Mas con ella est� su padre.
Esperar� otra ocasi�n.)
LISANDRO: �Qui�n pisa aquestos umbrales?
FLORO: (Ya no es posible, �ay de m�!, Aparte
el volverme sin hablarle.
Dar�le alguna disculpa.)
Yo soy
LISANDRO: �T� en mi casa?
FLORO: A hablarte
vengo, si me das licencia,
sobre un negocio importante.
JUSTINA: (Du�lete de m�, Fortuna; Aparte
que son �stos muchos lances.)
LISANDRO: Pues �qu� mandas?
FLORO: (�Qu� dir�
Aparte
que de este empe�o me saque?)
LELIO: (�Floro en casa de Justina Aparte
con libertad entra y sale!
No son fingidos aquestos
celos; ya �stos son verdades.)
LISANDRO: Mudado traes el color.
FLORO: No te admires, no te espantes,
que vengo a darte un aviso,
que es a tu vida importante,
de un enemigo que tienes,
que de tu muerte en alcance
anda. Esto basta que diga.
LISANDRO: (Sin duda que Floro sabe Aparte
que yo soy cristiano, y viene
con esta causa a avisarme
de mi peligro.) Prosigue,
y nada, Floro, me calles.
Sale LIVIA
LIVIA: Se�or, el gobernador
me ha mandado que te llame,
y a la puerta est� esperando.
FLORO: Mejor ser� que yo aguarde;
(Pensar� en tanto el enga�o.) Aparte
y ans� es bien que le despaches.
LISANDRO: Estimo tu cortes�a.
Aqu� volver� al instante.
Vanse LISANDRO y LIVIA
FLORO: �Eres t� la virt�osa
que a las lisonjas s�aves
del templado viento llamas
descomedidos ultrajes?
Pues �c�mo de tu recato
y de tu casa las llaves
rendiste?
JUSTINA: Floro, detente:
no tan descort�s agravies
opini�n de quien el sol
hizo el m�s costoso examen
de pura y limpia.
FLORO: Ya llega
aquesa vanidad tarde,
pues ya yo s� a quien has dado
libre entrada...
JUSTINA: �Que as� hables!
FLORO: ...por un balc�n...
JUSTINA: No pronuncies.
FLORO: ...a tu honor.
JUSTINA: �Que as� me trates!
FLORO: S�, que no me merecen m�s
hip�critas humildades.
LELIO: (Floro no fue el del balc�n. Aparte
Sin duda que hay otro amante,
puesto que ni �l ni yo fuimos.)
JUSTINA: Pues tienes ilustre sangre,
no ofendas nobles mujeres.
FLORO: �Que noble mujer te llames
cuando a tus brazos le admites
y por tus balcones sale!
Rindi�te el poder; que como
es gobernador su padre,
te llev� la vanidad
de ver que a Antioqu�a mande...
LELIO: (De m� habla.) Aparte
FLORO: ...sin mirar
otros defectos m�s grandes
que la autoridad le encubre
en sus costumbres y sangre.
Pero no...
Sale LELIO
LELIO: Floro, detente,
y no en mi ausencia me agravies;
que hablar del competidor
mal son despechos cobardes.
Y salgo a que no prosigas,
corrido de tantos lances
como contigo he tenido,
sin que en ninguno te mate.
JUSTINA: �Qui�n, sin culpa, se vio nunca
en tan peligrosos lances?
FLORO: Cuanto yo de ti dijera
detr�s te dir� delante,
y es verdad no sospechosa.
JUSTINA: Tente, Lelio; Floro, �qu� haces?
LELIO: Tomar la satisfacci�n
adonde escucho el desa�re.
Empu�an las espadas
FLORO: Yo, sustentar lo que dije
donde lo dije.
JUSTINA: �Libradme,
cielos, de tantas fortunas!
FLORO: Y yo sabr� castigarte.
Sale el GOBERNADOR, GENTE y LISANDRO
TODOS: Teneos.
JUSTINA: �Ay infelice!
GOBERNADOR: �Qu� es esto? Mas �no es bastante
indicio espadas desnudas,
para que pueda informarme?
JUSTINA: �Qu� desdicha!
LISANDRO: �Qu� pesar!
TODOS: Se�or...
GOBERNADOR: Baste, Lelio, baste.
�T� inquieto, siendo mi hijo?
�T� de mi favor te vales
para alterar a Ant�oqu�a?
LELIO: Se�or, advierte...
GOBERNADOR: Llevadles;
que no ha de haber excepci�n
ni privilegios de sangre
para no igualar castigos,
pues son las culpas iguales.
LELIO: (Celos truje, y llevo agravios.) Aparte
FLORO: (Penas a penas se a�aden.) Aparte
Ll�vanlos
GOBERNADOR: En diferentes prisiones,
y con gente que los guarde,
a los dos tened. Y vos,
Lisandro, �tan nobles partes
es posible que manch�is
sufriendo...
LISANDRO: No, no os enga�en
deslumbradas apariencias.
porque Justina no sabe
la ocasi�n.
GOBERNADOR: ...dentro en su casa,
quer�is que viva ignorante,
mozos ellos y ella hermosa?
En delito tan culpable
me templo, porque no digan
que sentencio como parte,
siendo apasionado juez;
mas vos que esto ocasionasteis,
ya perdida la verg�enza,
s� que volver�is a darme
ocasi�n, que la deseo,
para que nos desenga�en
de vuestra virtud mentida
verdaderas liviandades.
Vanse el GOBERNADOR y su GENTE
JUSTINA: Mis l�grimas os respondan.
LISANDRO: Ya lloras sin fruto y tarde.
�Oh qu� mal, Justina, hice
el d�a que a declararte
llegu� qui�n eras! �Oh nunca
te contara que, en la margen
de un arroyo, en ese monte
fuiste parto de un cad�ver!
No me des satisfacciones.
JUSTINA: Los cielos han de abonarme.
LISANDRO: �Qu� tarde ser�...
JUSTINA: No hay plazo
que en la vida llegue tarde...
LISANDRO: para castigar delitos!
JUSTINA: ... para acrisolar verdades.
LISANDRO: Por lo que vi te condeno.
JUSTINA: Yo a ti por lo que ignoraste.
LISANDRO: D�jame, que voy muriendo,
donde mi dolor me acabe.
JUSTINA: Pierda yo a tus pies la vida;
pero no me desampares.
Vanse. Salen el DEMONIO, CIPRIANO, MOSC�N y
CLAR�N
DEMONIO: Desde que en tu casa entr�,
te he visto sin alegr�a:
profunda melancol�a
en tu semblante se ve.
Tu alivio no es bien que estorbes,
queri�ndomelo ocultar,
pues sabr� destachonar
la clavaz�n de los orbes,
por s�lo el menor deseo
que te ofenda y te fatigue.
CIPRIANO: No habr� m�gica que obligue
al imposible que veo:
son mis ansias infelices.
DEMONIO: Tu amistad me las confiese.
CIPRIANO: Quiero a una mujer.
DEMONIO: �Y es �se
el imposible que dices?
CIPRIANO: Si t� supieras qui�n es...
DEMONIO: Curiosa atenci�n te doy,
mientras que burlando estoy
de que tan cobarde est�s.
CIPRIANO: La hermosa cuna temprana
del infante sol, que enjuga
l�grimas cuando madruga,
vestido de nieve y grana;
la verde prisi�n ufana
de la rosa cuando avisa
que ya sus jardines pisa
abril, y entre mansos hielos
al alba es llanto en los cielos
lo que es en los campos risa;
el detenido arroyuelo,
que el mormurar m�s s�ave
aun entre dientes no sabe,
porque se los prende el hielo;
el clavel, que en breve cielo
es estrella de coral;
el ave, que liberal
vestir matices presuma,
veloz c�tara de pluma,
al �rgano de cristal;
el risco que al sol enga�a,
si a derretirle se atreve,
pues, gast�ndole la nieve,
no le gasta la monta�a;
el laurel que el pie se ba�a
con la nieve que atropella,
y, verde Narciso de ella,
burla sin temer desmayos
en esta parte los rayos
y los hielos en aqu�lla;
al fin, cuna, grana, nieve,
campo, sol, arroyo o rosa,
ave que canta amorosa,
risa que alj�fares llueve,
clavel que cristales bebe,
pe�asco sin deshacer,
y laurel que sale a ver
si hay rayos que le coronen
son las partes que componen
a esta divina mujer.
Estoy tan ciego y perdido,
porque mi pena te asombre,
que, por parecerla otro hombre,
me enga�� con el vestido.
Mis estudios di al olvido
como al vulgo mi opini�n,
el discurso a mi pasi�n,
a mi llanto el sentimiento,
mis esperanzas al viento,
y al desprecio mi raz�n.
Dije, y har� lo que dije,
que ofreciera liberal
el alma a un genio infernal
--de aqu� mi pasi�n colige--
porque este amor que me aflige
premiase con merecella;
pero es vana mi querella,
tanto que presumo que es
el alma corto inter�s,
pues no me la dan por ella.
DEMONIO: �Tu valor ha de seguir
los pasos desesperados
de amantes que se acobardan
en los primeros asaltos?
�Tan lejos ejemplos viven
de bellezas que postraron
su vanidad a los ruegos,
su altivez a los halagos?
�Quieres lograr tus deseos,
siendo su prisi�n tus brazos?
CIPRIANO: �Eso dudas?
DEMONIO: Pues env�a
all� fuera esos cr�ados,
y quedemos los dos solos.
CIPRIANO: Idos all� fuera entrambos.
MOSC�N: Yo obedezco.
CLAR�N: Y yo tambi�n.
(El tal hu�sped es el diablo.) Aparte
Esc�ndese CLAR�N
CIPRIANO: Ya se fueron.
DEMONIO: (Poco importa Aparte
que Clar�n se haya quedado.)
CIPRIANO: �Qu� quieres ahora?
DEMONIO: Esa puerta
cierra.
CIPRIANO: Ya solos estamos.
DEMONIO: �Por gozar a esta mujer
aqu� dijeron tus labios
que dar�s el alma?
CIPRIANO: S�.
DEMONIO: Pues yo te acepto el contrato.
CIPRIANO: �Qu� dices?
DEMONIO: Que yo le acepto.
CIPRIANO: �C�mo?
DEMONIO: Como puedo tanto,
que te ense�ar� una ciencia
con que podr�s a tu mando
traer la mujer que adoras;
que yo, aunque tan docto y sabio,
traerla para otro no puedo.
Las escrituras hagamos
ante nosotros dos mismos.
CIPRIANO: �Quieres con nuevos agravios
dilatar las penas m�as?
Lo que ofrec� est� en mi mano,
pero lo que t� me ofreces
no est� en la tuya, pues hallo
que sobre el libre albedr�o
ni hay conjuros ni hay encantos.
DEMONIO: Hazme la c�dula t�
con tal condici�n.
CLAR�N: (�Mal a�o! Aparte
Seg�n lo que agora he visto,
no es muy bobo aqueste diablo.
�Yo darle c�dula! Aunque
se me tuvieran mis cuartos
sin alquilar veinte siglos,
no la hiciera.)
CIPRIANO: Los enga�os.
son para alegres amigos,
no para desconf�ados.
DEMONIO: Quiero darte en testimonio
de lo que yo puedo y valgo
alg�n indicio, aunque sea
de mi poder breve rasgo.
�Qu� ves de esta galer�a?
CIPRIANO: Mucho cielo y mucho prado,
un bosque, un arroyo, un monte.
DEMONIO: �Qu� es lo que m�s te ha agradado?
CIPRIANO: El monte, porque es, en fin,
de la que adoro retrato.
DEMONIO: Soberbio competidor
de la estaci�n de los a�os,
que te coronas de nubes
por bruto rey de los campos,
deja el monte, mide el viento:
mira que soy quien te llamo.
Y mira t� si a una dama
traer�s, si yo a un monte traigo.
M�dase un monte de una parte a otra del
tablado
CIPRIANO: �No vi m�s confuso asombro!
�No vi prodigio m�s raro!
CLAR�N: (Con el espanto y el miedo Aparte
estoy dos veces temblando.)
CIPRIANO: P�jaro que al viento vuelas,
siendo tus plumas tus ramos;
bajel que en el viento surcas;
siendo jarcias tus pe�ascos:
vu�lvete a tu centro, y deja
la admiraci�n y el espanto.
DEMONIO: Si �sta no es prueba bastante,
pronuncien otra mis labios.
�Quieres ver esa mujer
que adoras?
CIPRIANO: S�.
DEMONIO: Pues rasgando
las duras entra�as, t�,
monstruo de elementos cuatro,
manifiesta la hermosura
que en tu oscuro centro guardo.
�brese un pe�asco, y est�
JUSTINA durmiendo
�Es aqu�lla la que adoras?
CIPRIANO: Aqu�lla es la que idolatro.
DEMONIO: Mira si d�rtela puedo,
pues donde quiero la traigo.
CIPRIANO: Divino imposible m�o,
hoy ser�n centro tus brazos
de mi amor, bebiendo al sol
luz a luz y rayo a rayo.
Ci�rrase el monte
DEMONIO: Detente, que hasta que firmes
la palabra que me has dado,
no puedes tocarla.
CIPRIANO: Espera,
parda nube del m�s claro
sol que amaneci� a mis dichas...
Mas con el viento me abrazo.
Ya creo tus ciencias, ya
confieso que soy tu esclavo.
�Qu� quieres que haga por ti?
�Qu� me pides?
DEMONIO: Por resguardo
una c�dula firmada
con tu sangre y de tu mano.
CLAR�N: (El alma le diera yo Aparte
por no haberme aqu� quedado.)
CIPRIANO: Pluma ser� este pu�al,
papel este lienzo blanco,
y tinta para escribirlo
la sangre es ya de mis brazos.
Escribe con la daga en un lienzo, habi�ndose
sacado sangre de un brazo
(�Qu� hielo! �Qu� horror! �Qu� asombro!) Aparte
Digo yo, el gran Cipr�ano,
que dar� el alma inmortal...
(�Qu� frenes�! �Qu� letargo!) Aparte
...a quien me ense�are ciencias...
(�Qu� confusiones! �Qu� espantos!) Aparte
...con que pueda atraer a m�
a Justina, due�o ingrato;
y lo firm� de mi nombre
DEMONIO: (Ya se rindi� a mis enga�os Aparte
el homenaje valiente,
donde estaban tremolando
el discurso y la raz�n.)
�Has escrito?
CIPRIANO: S�, y firmado.
DEMONIO: Pues tuyo es el sol que adoras.
CIPRIANO: Tuya por eternos a�os
es el alma que te ofrezco.
DEMONIO: Alma con alma te pago,
pues por tuya te doy
la de Justina.
CIPRIANO: �Qu� tanto
t�rmino para ense�arme
la magia tomas?
DEMONIO: Un a�o,
con condici�n...
CIPRIANO: Nada temas.
DEMONIO: ...que en una cueva encerrados,
sin estudiar otra cosa,
hemos de vivir entrambos,
sirvi�ndonos solamente
a los dos este cr�ado,
Saca a CLAR�N
que curioso se qued�,
pues, con nosotros llevando
su persona, este secreto
de esta suerte, aseguramos.
CLAR�N: (�Oh nunca yo me quedara! Aparte
�Que habiendo vecinos tantos
que acechen, no haya un demonio
que venga al punto a llevarlos!)
CIPRIANO: Est� bien. Dos dichas juntas
ingenio y amor lograron,
pues Justina ser� m�a,
y yo vendr� a ser espanto
del mundo con nuevas ciencias.
DEMONIO: No sali� mi intento en vano.
CLAR�N: El m�o s�.
DEMONIO: Ven con nosotros
(Ya venc� el mayor contrario.) Aparte
CIPRIANO: Dichosos ser�is, deseos,
si tal posesi�n alcanzo.
DEMONIO: (No ha de sosegar mi envidia Aparte
hasta que los gane a entrambos.)
Vamos, y de aqueste monte
en lo oculto y lo intrincado
oir�s la primer lici�n
hoy de la m�gica.
CIPRIANO: Vamos.
que, con tal maestro m� ingenio,
mi amor con due�o tan alto,
eterno ser� en el mundo
el m�gico Cipr�ano.
FIN DE LA SEGUNDA JORNADA
TERCERA JORNADA
Sale CIPRIANO, solo, de una como cueva
CIPRIANO: Ingrata beldad m�a,
lleg� el feliz, lleg� el dichoso d�a,
l�nea de mi esperanza,
t�rmino de mi amor y tu mudanza,
pues hoy ser� el postrero
en que triunfar de tu desd�n espero.
Este monte, elevado
en s� mismo alc�zar estrellado,
y aquesta cueva oscura,
de dos vivos funesta sepultura,
escuela ruda han sido
donde la docta m�gica he aprendido,
en que tanto me muestro
que puedo dar lici�n a mi maestro.
Y viendo ya que hoy una vuelta entera
cumple el sol de una esfera en otra esfera,
a examinar de mis prisiones salgo
con la luz que puedo y lo que valgo.
Hermosos cielos puros,
atended a mis m�gicos conjuros;
blandos aires veloces,
parad al sabio estruendo de mis voces;
gran pe�asco violento,
estrem�cete al ruido de mi acento;
duros troncos vestidos,
asombraos al horror de mis gemidos;
floridas plantas bellas,
al eco os asustad de mis querellas;
dulces aves s�aves,
la acci�n temed de mis prodigios graves;
b�rbaras, crueles fieras,
mirad las se�as de mi af�n primeras;
porque ciegos, turbados,
suspendidos, confusos, asustados,
cielos, aires, pe�ascos, troncos, plantas,
fieras y aves, est�is de ciencias tantas;
que no ha de ser en vano
el estudio infernal de Cipr�ano.
Sale el DEMONIO
DEMONIO: Cipriano.
CIPRIANO: �Oh sabio maestro m�o!
Enojado
DEMONIO: �A qu�, usando esta vez de tu albedr�o
m�s que de mi preceto,
con qu� fin, por qu� causa, y a qu� efeto,
osado o ignorante,
sales a ver del sol la faz brillante?
CIPRIANO: Viendo que ya yo puedo
al infierno poner asombro y miedo,
pues con tanto cuidado
la m�gica he estudiado
que aun t� mismo no puedes
decir, si es que me igualas, que me excedes;
viendo que ya no hay parte
de ella que con fatiga, estudio y arte
yo no la haya alcanzado,
pues la nigromancia he penetrado,
cuyas l�neas oscuras
me abrir�n las funestas sepulturas,
haciendo que su centro
aborte los cad�veres que dentro
tiranamente encierra
la avarienta codicia de la tierra,
respondiendo por puntos
a mis voces los p�lidos difuntos;
y viendo, en fin, cumplida
la edad del sol que fue plazo a mi vida,
pues, corriendo veloz a su discurso
con el r�pido curso
los cielos cada d�a,
retrocediendo siempre a la porf�a
del natural, en que se juzga extra�o,
el t�rmino fatal cumple hoy del a�o:
lograr mis ansias quiero,
atrayendo a mi voz el bien que espero.
Hoy la rara, hoy la bella, hoy la divina,
hoy la hermosa Justina,
en repetidos lazos,
llamada de mi amor, vendr� a mis brazos;
que permitir no creo
de dilaci�n un punto a mi deseo.
DEMONIO: Ni yo que le permitas
quiero, si es �ste el fin que solicitas.
Con caracteres mudos
la tierra l�nea, pues, y con agudos
conjuros hiere el viento,
a tu esperanza y a tu amor atento.
CIPRIANO: Pues all� me retiro,
donde ver�s que cielo y tierra admiro.
Vase
DEMONIO: Y yo te doy licencia,
porque s� de tu ciencia y de mi ciencia
que el infierno inclemente,
a tus invocaciones obediente,
podr� por m� entregarte
a la hermosa Justina en esta parte;
que aunque el gran poder m�o
no puede hacer vasallo un albedr�o,
puede representalle
tan extra�os deleites que se halle
empe�ado a buscarlos,
y inclinarlos podr�, si no forzarlos.
Sale CLAR�N de la cueva
CLAR�N: Ingrata deidad m�a,
no Livia ardiente, sino Livia fr�a,
lleg� el plazo en que espero
alcanzar si tu amor es verdadera;
pues ya s� lo que basta
para ver si eres casta o haces casta;
que con tanto cuidado
aqu� la ciencia m�gica he estudiado
que por ella he de ver--�ay de m�, triste!--
si con Mosc�n acaso me ofendiste.
Aguados cielos--ya otro dijo "puros"--
atended a mis l�bregos conjuros:
montes...
DEMONIO: Clar�n, �qu� es eso?
CLAR�N: �Oh sabio maestro!
Por la concomitancia estoy tan diestro
en la magia que quiero ver por ella
si Livia, tan ingrata como bella,
comete alguna vez supercher�a
en la fatal estancia de mi d�a.
DEMONIO: Deja aquesas locuras,
y en lo intrincado de esas pe�as duras
asiste a tu se�or, para que veas
--si tanta admiraci�n lograr deseas--
el fin de su cuidado;
que solo quiero estar.
CLAR�N: Yo, acompa�ado.
Y si no he merecido
haber las ciencias tuyas aprendido,
porque, en fin, no te he hecho
c�dula con la sangre de mi pecho,
en este lienzo ahora...
Saca un lienzo sucio y escribe en �l con el
dedo, habi�ndose hecho sangre
--nunca le tray m�s limpio qui�n bien llora--
la har�, para que m�s te escandalices,
d�ndome un mojic�n en las narices;
que no ser� embarazo
salir de las narices o del brazo.
Digo, el gran Clar�n, que, si merezco
ver a Livia cr�el, que al diablo ofrezco...
DEMONIO: Ya digo que me dejes,
y que con tu se�or de m� te alejes.
CLAR�N: Yo lo har�, no te alteres.
Pues que tomar mi c�dula no quieres
cuando darla procuro,
sin duda que me tienes por seguro.
Vase CLAR�N
DEMONIO: Ea, infernal abismo,
desesperado imperio de ti mismo,
de tu prisi�n ingrata
tus lascivos esp�ritus desata,
amenazando r�ina
al virgen edificio de Justina.
Su casto pensamiento
de mil torpes fantasmas en el viento
hoy se informe, su honesta fantas�a
se lle�e; y con dulc�sima armon�a
todo provoque amores:
los p�jaros, las plantas y las flores.
Nada miren sus ojos
que no sean de amor dulces despojos;
nada oigan sus o�dos
que no sean de amor tiernos gemidos;
porque, sin que defensa en su fe tenga,
hoy a buscar a Cipr�ano venga,
de su ciencia invocada
y de mi ciego esp�ritu guiada.
Empezad, que yo en tanto
callar�, porque empiece vuestro canto.
Canta dentro, una VOZ
VOZ: �Cu�l es la gloria mayor
de esta vida?
TODOS: Amor, amor.
Mientras esta copla se canta, se va entrando el
DEMONIO por una puerta, y sale por otra JUSTINA huyendo
VOZ: No hay sujeto en quien no imprima
el fuego de amor su llama,
pues vive m�s donde ama
el hombre que donde anima.
Amor solamente estima
cuanto tener vida sabe:
el tronco, la flor y el ave.
Luego es la gloria mayor
de esta vida...
TODOS: ...amor, amor.
Esto representa asombrada y inquieta
JUSTINA: Pesada imaginaci�n,
al parecer lisonjera,
�cu�ndo te he dado ocasi�n
para que de esta manera
aflijas mi coraz�n?
�Cu�l es la causa, en rigor,
de este fuego, de este ardor,
que en m� por instantes crece?
�Qu� dolor el que padece
mi sentido?
Cantan
TODOS: Amor, amor.
C�brase m�s
JUSTINA: Aquel ruise�or amante
es quien respuesta me da,
enamorando constante
a su consorte, que est�
un ramo m�s adelante.
Calla, ruise�or; no aqu�
imaginar me hagas ya,
por las quejas que te o�,
c�mo un hombre sentir�,
si siente un p�jaro as�.
Mas no. Una vid fue lasciva,
que buscando fugitiva
va el tronco donde se enlace,
siendo el verdor con que abrace
el peso con que derriba.
No as� con verdes abrazos
me hagas pensar en quien amas,
vid; que dudar� en tus lazos,
si as� abrazan unas ramas,
c�mo enraman unos brazos.
Y si no es la vid, ser�
aquel girasol, que est�
viendo cara a cara al sol,
tras cuyo hermoso arrebol
siempre movi�ndose va.
No sigas, no, tus enojos,
flor, con marchitos despojos;
que pensar�n mis congojas,
si as� lloran unas hojas,
c�mo lloran unos ojos.
Cesa, amante ruise�or;
des�nete, vid frondosa;
p�rate, inconstante flor;
o decid: �qu� venenosa
fuerza us�is?
Cantan
TODOS: Amor, amor.
JUSTINA: �Amor! �A qui�n le he tenido
yo jam�s? Objeto es vano;
pues siempre despojo han sido
de mi desd�n y mi olvido
Lelio, Floro y Cipr�ano.
�A Lelio no despreci�?
�A Floro no aborrec�?
Y a Cipr�ano �no trat�...
P�rase en el nombre de CIPRIANO, y desde
all� repsenta inquieta otra vez
...con tal rigor que, de m�
aborrecido, se fue
donde de �l no se ha sabido?
Mas--�ay de m�!--yo ya creo
que �sta debe de haber sido
la ocasi�n con que ha podido
atreverse mi deseo;
pues desde que pronunci�
que vive ausente por m�,
no s�--�ay infeliz!--no s�
qu� pena es la que sent�.
C�brase otra vez
Mas piedad sin duda fue
de ver que por m� olvidado
viva un hombre que se vio
de todos tan celebrado,
y que a sus olvidos yo
tanta ocasi�n haya dado.
Con asombro, otra vez
Pero si fuera piedad,
la misma piedad tuviera
de Lelio y Floro, en verdad;
pues en una prisi�n fiera
por m� est�n sin libertad.
En s�, otra vez
...................
.......................
Mas--�ay discursos!--parad.
Si basta ser piedad sola,
no acompa��is la piedad;
que os alarg�is de manera
que no s�--�ay de m�!--no s�,
si ahora a buscarle fuera,
si adonde �l est� supiera.
Sale el DEMONIO
DEMONIO: Ven, que yo te lo dir�.
JUSTINA: �Qui�n eres t�, que has entrado
hasta este retrete m�o,
estando todo cerrado?
�Eres monstruo que ha formado
mi confuso desvar�o?
DEMONIO: No soy sino quien, movido
de ese afecto que tirano
te ha postrado y te ha vencido,
hoy llevarte ha prometido
adonde est� Cipr�ano.
JUSTINA: Pues no lograr�n tu intento;
que esta pena, esta pasi�n
que afligi� mi pensamiento,
llev� la imaginaci�n,
pero no el consentimiento.
DEMONIO: En haberlo imaginado
hecha tienes la mitad;
pues ya el pecado es pecado,
no pares la voluntad,
el medio camino andado.
JUSTINA: Desconf�arme es en vano,
aunque pens�; que aunque es llano
que el pensar es empezar,
no est� en mi mano el pensar,
y est� el obrar en mi mano.
Para haberte de seguir,
el pie tengo de mover,
y esto puedo resistir,
porque una cosa es hacer
y otra cosa es discurrir.
DEMONIO: Si una ciencia peregrina
en ti su poder esfuerza,
�c�mo has de vencer, Justina,
si inclina con tanta fuerza
que fuerza al paso que inclina?
JUSTINA: Sabi�ndome yo ayudar
del libre albedr�o m�o.
DEMONIO: Forzar�le mi pesar.
JUSTINA: No fuera libre albedr�o
si se dejara forzar.
Tira de ella, y no puede moverla
DEMONIO: Ven donde un gusto te espera.
JUSTINA: Es muy costoso ese gusto.
DEMONIO: Es una paz lisonjera.
JUSTINA: Es un cautiverio injusto.
DEMONIO: Es dicha.
JUSTINA: Es desdicha fiera.
DEMONIO: �C�mo te has de defender,
si te arrastra mi poder?
Tira m�s
JUSTINA: Mi defensa en Dios consiste.
Su�ltala
DEMONIO: Venciste, mujer, venciste
con no dejarte vencer.
Mas ya. que de esta manera
de Dios est�s defendida,
mi pena, mi rabia fiera,
sabr� llevarte fingida,
pues no puede verdadera.
Un esp�ritu ver�s,
para este efecto no m�s,
que de tu forma se informa,
y en la fant�stica forma
disfamada vivir�s.
Lograr dos triunfos espero,
de tu virtud ofendido:
deshonrarte es el primero,
y hacer de un gusto fingido
un delito verdadero.
Vase el DEMONIO
JUSTINA: De esa ofensa al cielo apelo,
porque desvanezca el cielo
la apariencia de mi fama,
bien como al aire la llama,
bien como la flor al hielo.
No podr�s... Mas--�ay de m�!--
�a qui�n estas voces doy?
�No estaba ahora un hombre aqu�?
S�. Mas no, yo sola estoy.
No. Mas s�, pues yo le vi.
�Por d�nde se fue tan presto?
�Si le engendr� mi temor?
Mi peligro es manifiesto.
�Lisandro, padre, se�or!
�Livia!
Sale cada uno por su puerta
LISANDRO: �Qu� es esto?
LIVIA: �Qu� es esto?
JUSTINA: �Visteis un hombre--�ay de m�!--
que ahora sali� de aqu�?
(Mal mis desdichas resisto.) Aparte
LISANDRO: �Hombre aqu�!
JUSTINA: �No le hab�is visto?
LIVIA: No, se�ora.
JUSTINA: Pues yo s�.
LISANDRO: �C�mo puede ser, si ha estado
todo este cuarto cerrado?
LIVIA: (Sin duda que a Mosc�n vio, Aparte
que tengo escondido yo
en mi aposento.)
LISANDRO: Formado
cuerpo de tu fantas�a
el hombre debi� de ser;
que tu gran melancol�a
le supo formar y hacer
de los �tomos del d�a.
LIVIA: Mi se�or tiene raz�n.
JUSTINA: No ha sido--�ay de m�!--ilusi�n,
y mayor da�o sospecho,
porque a pedazos del pecho
me arrancan el coraz�n.
Alg�n hechizo mortal
se est� haciendo contra m�,
y fuera el conjuro tal
que, a no haber Dios, desde aqu�
me dejara ir tras mi mal.
Mas �l me ha de defender,
y no s�lo del poder
de esta tirana violencia;
pero mi humilde inocencia
no ha de dejar padecer.
Livia, el manto, porque, en tanto
que padezco estos extremos,
tengo de ir al templo santo,
que tan secreto tenemos
los fieles.
Saca el manto, y p�nesele; que le vea con
�l la gente
LIVIA: Aqu� est� el manto.
JUSTINA: En �l tengo de templar
este fuego que me abrasa.
LISANDRO: Yo te quiero acompa�ar.
LIVIA: (Y yo volver� a alentar Aparte
en ech�ndolos de casa.)
JUSTINA: Pues voy a ampararme as�,
cielos, de vuestro favor,
conf�o.
LISANDRO: Vamos de aqu�.
JUSTINA: Vuestra es la causa, Se�or.
Volved por vos y por m�.
Vanse los dos, y sale MOSC�N, que est�
acechando
MOSC�N: �Fu�ronse ya?
LIVIA: Ya se fueron
MOSC�N: �Con qu� susto me tuvieron!
LIVIA: �Es posible que salieras
del aposento, y vinieras
donde sus ojos te vieron?
MOSC�N: �Vive Dios que no he salido!
un instante, Livia m�a,
de donde estaba escondido!
LIVIA: Pues �qui�n el hombre ser�a?
MOSC�N: El mismo diablo habr� sido.
�Qu� s� yo? No muestres ya
por eso, mi bien, enfado.
Suspira LIVIA
LIVIA: No es por eso.
MOSC�N: �Qu� ser�?
LIVIA: �Qu� pregunta, si ha que est�
un d�a entero encerrado
conmigo! �No echa de ver
Llora
que habr� tambi�n menester
el otro, su confidente,
que llore hoy tenerle ausente,
pues no llor� en todo ayer?
�Hase de pensar de m�
que mujer tan f�cil fui
que en medio a�o de ausencia
falt� a la correspondencia
que al ser quien soy ofrec�?
MOSC�N: �Qu� es medio a�o? Un a�o entero
ha ya que pudo faltar.
LIVIA: Es enga�o, pues infiero
que yo no debo contar
los d�as que no le quiero.
Y si de un a�o--�ay de m�!--
Llorando
te di la mitad a ti,
fuera injuria muy cr�el
cont�rselo todo a �l.
MOSC�N: Cu�ndo yo, ingrata, cre�
que fuera tu voluntad
toda m�a, �con piedad
haces cuentas!
LIVIA: S�, Mosc�n,
porque, en fin, cuenta y raz�n
conserva toda amistad.
MOSC�N: Pues que tu constancia es tal,
adi�s, Livia, hasta ma�ana.
S�lo te ruega mi mal
que, pues eres su terciana,
no seas su sincopal.
LIVIA: �Ya no ves que no hay en m�
malicia alguna?
MOSC�N: �Es as�?
LIVIA: En todo hoy no me has de ver;
mas no sea menester
enviar ma�ana por ti.
Vanse, y sale CIPRIANO, con asombro, y CLAR�N,
acechando, tras �l
CIPRIANO: Sin duda se han rebelado
en los imperios cer�leos
las tropas de las estrellas,
pues me niegan sus influjos.
Comunidades ha hecho
todo el abismo profundo,
pues la obediencia no rinde
que me debe por tributo.
Una. y mil veces el viento
estremezco a mis conjuros,
y una y mil veces la tierra
con mis caracteres surco,
sin que se ofrezca a mis ojos
el humano sol que busco,
el cielo humano que espero
en mis brazos.
CLAR�N: Eso �es mucho?
Pues una y mil veces yo
hago en la tierra dibujos,
una y mil veces el viento
a puras voces aturdo,
y tampoco viene L�via.
CIPRIANO: Esta sola vez presumo
volver a invocarla. Escucha,
bella Justina.
Sale la que hace a JUSTINA, con manto, como turbada,
por una puerta, y �ntrase huyendo por la otra, y va tras
ella CIPRIANO, turbado, y CLAR�N, turbado, dando vueltas con
miedo
FIGURA: Ya escucho;
que, forzada de tus voces,
aquestos montes discurro.
�Qu� me quieres? �Qu� me quieres,
Cipr�ano?
CIPRIANO: �Estoy confuso!
FIGURA: Y pues que ya...
CIPRIANO: �Estoy absorto!
FIGURA: ...he venido...
CIPRIANO: �Qu� me turbo?
FIGURA: ...de la suerte...
CIPRIANO: �Qu� me espanto?
FIGURA: ....que me hall� el amor,...
CIPRIANO: �Qu� dudo?
FIGURA: ...donde me llamas...
CIPRIANO: �Qu� temo?
FIGURA: ...y as� con la fuerza cumplo
del encanto, a lo intrincado
del monte tu vista huyo.
C�brese el rostro con el manto, y vase
CIPRIANO: Espera, aguarda, Justina.
Mas �qu� me asombro y discurro?
Seguir�la, y este monte,
donde mi ciencia la trujo,
teatro ser� frondoso,
ya que no t�lamo rudo,
del m�s prodigioso amor
que ha visto el cielo.
Vase
CLAR�N: Abernuncio
de mujer que viene a ser
novia, y viene oliendo a humo.
Pero debi� de cogerla
del encanto lo absoluto
soplando alguna colada
o cociendo alg�n menudo.
Mas no. �En cocina y con manto!
De otra suerte la disculpo.
Sin duda debe de ser
--ahora he dado en el punto--
que una honrada nunca huele
mejor cogida de susto.
Ya la ha alcanzado, y con ella,
de aqueste valle en lo inculto,
luchando a brazos enteros
--que a brazos partidos juzgo
que hiciera mal en luchar
el amante m�s forzudo--
a este mismo sitio vuelven.
Desde aqu� acechar procuro;
que deseo saber c�mo se hace
una fuerza en el mundo.
Esc�ndese, y sale CIPRIANO, trayendo abrazada
una persona cubierta con manto y con vestido parecido al de
JUSTINA, que es f�cil, siendo negro este manto y vestido; y
han de venir de suerte que con facilidad se quite todo y quede un
esqueleto, que ha de volar o hundirse, como mejor pareciere, como
se haga con velocidad; si bien ser� mejor desaparecer por el
viento
CIPRIANO: Ya, bell�sima Justina,
en este sitio que, oculto,
ni el sol le penetra a rayos
ni a soplos el aire puro,
ya es trofeo tu belleza
de mis m�gicos estudios;
que por conseguirte, nada
temo, nada dificulto.
El alma, Justina bella,
me cuestas; pero ya juzgo,
siendo tan grande el empleo,
que no ha sido el precio mucho.
Corre a la deidad el velo,
no entre pardos, no entre oscuros
celajes se esconda el sol;
sus rayos ostente rubios.
Desc�brela, y ve el cad�ver
Mas--�ay infeliz!--�qu� veo?
Un yerto cad�ver mudo
entre sus brazos me espera!
�Qui�n en un instante pudo,
en facciones desmayadas
de lo p�lido y caduco,
desvanecer los primores
de lo rojo y lo purp�reo?
ESQUELETO: As�, Cipriano, son
todas las glorias del mundo.
Desaparece, y sale CLAR�N, huyendo, y abr�zase
con �l CIPRIANO
CLAR�N: (Si alguien ha menester miedo, Aparte
yo tengo un poco y un mucho.)
CIPRIANO: Espera, f�nebre sombra.
Ya con otro fin te busco.
CLAR�N: Pues yo soy f�nebre cuerpo.
�No echas de verlo en el bulto?
CIPRIANO: �Qui�n eres?
CLAR�N: Yo estoy de suerte
que aun quien soy creo que dudo.
CIPRIANO: �Viste en lo raro del viento
o del centro en el profundo
yerto un cad�ver, dejando
en se�as de polvo y humo
desvanecida la pompa
que llena de adornos trujo?
CLAR�N: Ahora sabes que estoy
sujeto a los infortunios
de acechador.
CIPRIANO: �Qu� se hizo?
CLAR�N: Desh�zose luego al punto.
CIPRIANO: Busqu�mosle.
CLAR�N: No busquemos.
CIPRIANO: Sus desenga�os procuro.
CLAR�N: Yo no, se�or.
Sale el DEMONIO
DEMONIO: (�Justos cielos! Aparte
Si juntas un tiempo tuvo
mi ser la ciencia y la gracia
cuando fui esp�ritu puro,
la gracia sola perd�,
la ciencia no. �C�mo, injustos,
si esto es as�, de mis ciencias
aun no me dej�is el uso?)
Sin verle
CIPRIANO: �Lucero, sabio maestro!
CLAR�N: No le llames; que presumo
que venga en otro cad�ver.
DEMONIO: �Qu� me quieres?
CIPRIANO: Que del mucho
horror que padezco absorto
rescates hoy mi discurso.
CLAR�N: (Yo, que no quiero rescates, Aparte
por este lado me escurro.)
Vase CLAR�N
CIPRIANO: Apenas sobre la tierra
herida acentos pronuncio
cuando en la acci�n que all� estaba
Justina, divino asunto
de mi amor y mi deseo
Pero �para qu� procuro
contarte lo que ya sabes?
Vino, abrac�la, y al punto
que la descubro--�ay de m�!--
en su belleza descubro
un esqueleto, una estatua,
una imagen, un trasunto
de la muerte, que en distintas
voces me dijo--�oh qu� susto!--,
"As�, Cipr�ano, son
todas las glorias del mundo."
Decir que en la magia tuya,
por m� ejecutada, estuvo
el enga�o no es posible,
porque yo punto por punto
la obr�, sin que errar pudiese
de sus caracteres mudos
una l�nea, ni una voz
de sus mortales conjuros.
Luego t� me has enga�ado
cuando yo los ejecuto,
pues s�lo fantasmas hallo
adonde hermosuras busco.
DEMONIO: Cipr�ano, ni hubo en ti
defecto, ni en m� le hubo.
En ti, supuesto que obraste
el encanto con agudo
ingenio; en m�, pues el m�o
te ense�� en �l cuanto supo.
El asombro que has tocado
m�s superior causa tuvo.
Mas no importar�; que yo,
que tu descanso procuro,
te har� due�o de Justina
por otros medios m�s justos.
CIPRIANO: No es �se mi intento ya;
que de tal suerte confuso
este espanto me ha dejado
que no quiero medios tuyos.
Y as�, pues que no has cumplido
las condiciones que puso
mi amor, s�lo de ti quiero,
ya que de tu vista huyo,
que m� c�dula me vuelvas,
pues es el contrato nulo.
DEMONIO: Yo te dije que te hab�a
de ense�ar en este estudio
ciencias que atraer pudiesen,
de tus voces al impulso,
a Justina; y pues el viento
aqu� a Justina te trujo,
v�lido ha sido el contrato,
y yo mi palabra cumplo.
CIPRIANO: T� me ofreciste que hab�a
de coger mi amor el fruto
que sembraba mi esperanza
por estos montes incultos.
DEMONIO: Yo me obligu�, Cipr�ano,
s�lo a traerla.
CIPRIANO: Eso dudo;
que a d�rmela te obligaste.
DEMONIO: Yo la vi en los brazos tuyos.
CIPRIANO: Fue una sombra.
DEMONIO: Fue un prodigio.
CIPRIANO: �De qui�n?
DEMONIO: De quien se dispuso
a ampararla.
CIPRIANO: �Y c�yo fue?
Temblando
DEMONIO: No quiero decirte cuyo.
CIPRIANO: Valdr�me yo de tus ciencias
contra ti. Yo te conjuro
que qui�n ha sido me digas.
DEMONIO: Un Dios, que a su cargo tuvo
a Justina.
CIPRIANO: Pues �qu� importa
s�lo un dios, puesto que hay muchos?
DEMONIO: Tiene �l el poder de todos.
CIPRIANO: Luego solamente es uno,
pues con una voluntad
obra m�s que todos juntos.
DEMONIO: No s� nada, no s� nada.
CIPRIANO: Ya todo el pacto renuncio
que hice contigo; y en nombre
de aquese Dios te pregunto:
�Qu� le ha obligado a ampararla?
Haci�ndose fuerza para no decirlo
DEMONIO: Guardar su honor limpio y puro.
CIPRIANO: Luego �se es suma bondad,
pues que no permite insultos.
Mas �qu� perdiera Justina
si aqu� se quedaba oculto?
DEMONIO: Su honor, si lo adivinara
por sus malicias el vulgo.
CIPRIANO: Luego ese Dios todo es vista,
pues vio los da�os futuros.
Pero �no pudiera ser
ser el encanto tan sumo
que no pudiera vencerle?
DEMONIO: No, que su poder es mucho.
CIPRIANO: Luego ese Dios todo es manos,
pues que cuanto quiso pudo.
Dime, �qui�n es ese Dios,
en quien he topado juntos
ser una suma bondad,
ser un poder absoluto,
todo vista y todo manos,
que ha tantos a�os que busco?
DEMONIO: No lo s�.
CIPRIANO: Dime qui�n es.
DEMONIO: �Con cu�nto horror lo pronuncio!
Es el Dios de los cristianos.
CIPRIANO: �Qu� es lo que moverle pudo
contra m�?
DEMONIO: Serlo Justina.
CIPRIANO: �Pues tanto ampara a los suyos?
Con rabia
DEMONIO: S�, mas ya es tarde, ya es tarde
para hallarle t�, si juzgo
que, siendo t� esclavo m�o,
no has de ser vasallo suyo.
CIPRIANO: �Yo tu esclavo!
DEMONIO: En mi poder
tu firma est�.
CIPRIANO: Ya presumo
cobrarla de ti, pues fue
condicional, y no dudo
quit�rtela.
DEMONIO: �De qu� suerte?
CIPRIANO: De esta suerte.
Saca la espada, t�rale y no le topa
DEMONIO: Aunque desnudo
el acero contra m�
esgrimas fiero y sa�udo,
no me herir�s; y porqu�
desesperen tus discursos,
quiero que sepas que ha sido
el Demonio el due�o tuyo.
CIPRIANO: �Qu� dices?
DEMONIO: Que yo lo soy.
CIPRIANO: �Con cu�nto asombro te escucho!
DEMONIO: Para que veas, no s�lo
que esclavo eres, pero c�yo.
CIPRIANO: �Esclavo yo del Demonio!
�Yo de un due�o tan injusto?
DEMONIO: S�, que el alma me ofreciste,
y es m�a desde aquel punto.
CIPRIANO: �Luego no tengo esperanza,
favor, amparo o seguro
que tan gran delito pueda
borrar?
DEMONIO: No.
CIPRIANO: Pues ya �qu� dudo?
No ociosamente en mi mano
est� aqueste acero agudo;
pas�ndome el pecho, sea
mi voluntario verdugo.
Mas �qu� digo? Quien de ti
librar a Justina pudo
�a m� no podr� librarme?
DEMONIO: No, que es contra ti tu insulto;
y �l no ampara los delitos,
las virtudes s�.
CIPRIANO: Si es sumo
su poder, el perdonar
y el premiar ser� en �l uno.
DEMONIO: Tambi�n lo ser� el premiar
y el castigar, pues es justo.
CIPRIANO: Nadie castiga al rendido:
yo lo estoy, pues le procuro.
DEMONIO: Eres mi esclavo, y no puedes
ser de otro due�o.
CIPRIANO: Eso dudo.
DEMONIO: �C�mo, estando en mi poder
la firma que con dibujos
de tu sangre escrita tengo?
CIPRIANO: �l que es poder absoluto
y no depende de otro
vencer� mis infortunios.
DEMONIO: �De qu� suerte?
CIPRIANO: Todo es vista,
y ver� el medio oportuno.
DEMONIO: Yo la tengo.
CIPRIANO: Todo es manos.
�l sabr� romper los nudos.
DEMONIO: Dejar�te yo primero
entre mis brazos difunto.
Luchan
CIPRIANO: �Grande Dios de los cristianos!
A Ti en mis penas acudo.
Arr�jale de sus brazos
DEMONIO: �se te ha dado la vida.
CIPRIANO: M�s me ha de dar, pues le busco.
Vase cada uno por su puerta, y salen el GOBERNADOR y
su GENTE, y FABIO haga relaci�n sin barba
GOBERNADOR: �C�mo ha sido la prisi�n?
FABIO: Todos en su iglesia estaban
escondidos, donde daban
a su Dios adoraci�n.
Llegu� con armadas gentes,
toda la casa cerqu�,
prend�los, y los llev�
a c�rceles diferentes;
y el suceso, en fin, concluyo
con decir que en esta ruina
prend� a la hermosa Justina
y a Lisandro, padre suyo.
GOBERNADOR: Pues si riquezas codicias,
puestos, honores y m�s,
�c�mo esas nuevas me das,
Fabio, sin pedirme albricias?
FABIO: Si as� estimas mis sucesos,
las que me has de dar no ignoro.
GOBERNADOR: Di.
FABIO: La libertad de Floro
y Lelio, que tienes presos.
GOBERNADOR: Aunque yo con su castigo
parece que escarmentar
quise todo este lugar,
si la verdad, Fabio, digo,
otra es la causa por qu�
presos han vivido un a�o,
y es que as� de Lelio el da�o
como padre asegur�.
Floro, su competidor,
tiene deudos poderosos;
y estando los dos celosos
y empe�ados en su amor,
tem� que hab�an de volver
otra vez a la cuesti�n;
y hasta quitar la ocasi�n,
no me quise resolver.
Con este intento buscaba
alg�n color con que echar
a Justina del lugar;
pero nunca le topaba.
Y pues su virtud fingida
no s�lo ocasi�n me da
hoy de desterrarla ya,
mas de quitarla la vida.
No est�n m�s presos; y as�
a sus prisiones ir�s,
y con brevedad traer�s
a Lelio y a Floro aqu�.
FABIO: Beso mil veces tus pies.
�Qu� merced tan peregrina!
Vase FLORO
GOBERNADOR: Ya est� en mi poder Justina,
presa y convencida; pues
�qu� espera mi rabia fiera,
que ya en ella no ha vengado
los enojos que me ha dado?
A sangrientas manos muera
de un verdugo.
A un CRIADO
Vos, mirad
Que aqu� la traig�is os mando
hoy a la verg�enza dando
esc�ndalo a la ciudad;
porque si en palacio est�,
nada a darla vida baste.
Salen FABIO, LELIO y FLORO
FABIO: Los dos por quien env�aste
est�n a tus plantas ya.
LELIO: Yo, que al fin s�lo deseo
parecer tu hijo esta vez,
no te miro como juez,
con los temores de reo,
sino como padre airado,
con los temores de hijo
obediente.
FLORO: Y yo colijo,
vi�ndome de ti llamado,
que es para darme, se�or,
castigos que no merezco.
Pero a tus plantas me ofrezco.
GOBERNADOR: Lelio, Floro, mi rigor
justo con los dos ha sido,
porque, si no os castigara,
padre, no juez me mostrara.
Pero teniendo entendido
que en los nobles no dur�
nunca el enojo, y que ya
quitada la causa est�,
intento piadoso yo
haceros amigos luego.
En muestras de la amistad
aqu� los brazos os dad.
LELIO: Yo el venturoso a ser llego
en ser hoy de Floro amigo.
FLORO: Y yo de que lo ser�
doy mano y palabra.
GOBERNADOR: En fe
de eso a libraros me obligo,
que si el desenga�o toco
que de vuestro amor ten�is,
no dudo que lo ser�is.
Dentro
DEMONIO: �Guarda el loco! �Guarda el loco!
GOBERNADOR: �Qu� es esto?
LELIO: Yo lo ir� a ver.
LELIO va a la puerta, y vuelve luego
GOBERNADOR: En palacio tanto ruido,
�de qu� puede haber nacido?
FLORO: Gran causa debe de ser.
LELIO: Aqueste ruido, se�or,
--escucha un raro suceso--
es Cipr�ano, que al cabo
de tantos d�as ha vuelto
loco y sin juicio a Antioqu�a.
FLORO: Sin duda que de su ingenio
la sutileza le tiene
en aqueste estado puesto.
TODOS: �Guarda el loco, guarda el loco!
Salen TODOS, y CIPRIANO, medio desnudo
CIPRIANO: Nunca yo he estado m�s cuerdo;
que vosotros sois los locos.
GOBERNADOR: Cipr�ano, pues, �qu� es esto?
CIPRIANO: Gobernador de Antioqu�a,
virrey del gran c�sar Decio,
Floro y Lelio, de quien
fui amigo tan verdadero,
nobleza ilustre, gran plebe,
estadme todos atentos;
que por hablaros a todos
juntos a palacio vengo.
Yo soy Cipr�ano; yo
por mi estudio y por mi ingenio
fui asombro de las escuelas,
fui de las ciencias portento.
Lo que de todas saqu�
fue una duda, no saliendo
jam�s de una duda sola
confuso mi entendimiento.
Vi a Justina, y en Justina
ocupados mis afectos,
dej� a la docta Minerva
por la enamorada Venus.
De su virtud despedido,
mantuve mis sentimientos
hasta que, mi amor pasando
de un extremo en otro extremo,
a un hu�sped m�o, que el mar
le dio mis plantas por puerto,
por Justina ofrec� el alma,
porque me cautiv� a un tiempo
el amor con esperanzas,
y con ciencias el ingenio.
De �ste disc�pulo he sido,
estas monta�as viviendo,
a cuya docta fatiga
tanta admiraci�n le debo
que puedo mudar los montes
desde un asiento a otro asiento;
y aunque puedo estos prodigios
hoy ejecutar, no puedo
atraer una hermosura
a la voz de mi deseo.
La causa de no poder
rendir este monstruo bello
es que hay un Dios que la guarda,
en cuyo conocimiento
he venido a confesarle
por el m�s sumo y inmenso.
El gran Dios de los cristianos
es el que a voces confieso;
que aunque es verdad que yo agora
esclavo soy del infierno,
y que con mi sangre misma
hecha una c�dula tengo,
con mi sangre he de borrarla
en el martirio que espero.
Si eres juez, si a los cristianos
persigues duro y sangriento,
yo lo soy; que un venerable
anciano, en el monte mesmo,
el car�cter me imprimi�
que es su primer sacramento.
Ea, pues, �qu� aguardas? Venga
el verdugo, y de mi cuello
la cabeza me divida,
o con extra�os tormentos
acrisole mi constancia;
que yo rendido y resuelto
a padecer dos mil muertes
estoy, porque a saber llego
que, sin el gran Dios que busco,
que adoro y que reverencio,
las humanas glorias son polvo,
humo, ceniza y viento.
D�jase CIPRIANO caerse boca abajo en el suelo
GOBERNADOR: Tan absorto, Cipr�ano,
me deja tu atrevimiento
que, imaginando castigos,
a ninguno me resuelvo.
Pis�ndole
Lev�ntate.
FLORO: Desmayado,
es una estatua de hielo.
Sacan presa a JUSTINA
CRIADO: Aqu� est�, se�or, Justina.
GOBERNADOR: (Verla la cara no quiero.) Aparte
Con ese vivo cad�ver
todos sola la dejemos;
porque, cerrados los dos,
quiz� mudar�n de intento,
vi�ndose morir el uno
al otro; o sa�udo y fiero,
si no adoraren mis dioses,
morir�n con mil tormentos.
Vase el GOBERNADOR
LELIO: Entre el amor y el espanto
confuso voy y suspenso.
Vase LELIO
FLORO: Tanto tengo que sentir
que no s� qu� es lo que siento.
Vase FLORO
JUSTINA: �Todos os vais sin hablarme?
Cuando yo contenta vengo
a morir, �aun no me dais
muerte, porque la deseo!
Yendo tras ellos, ve a CIPRIANO
Mas sin duda es mi castigo,
cerrada en este aposento,
darme muerte dilatada,
acompa�ada de un muerto,
pues s�lo un cad�ver me hace
compa��a. �Oh t�, que al centro
de donde saliste vuelves,
dichoso t�, si te ha puesto
en este estado la fe
que adoro!
CIPRIANO: Monstruo soberbio,
�qu� aguardas que no desatas
mi vida en...?
Vela CIPRIANO, y lev�ntase
�V�lgame el cielo!
(�No es Justina la que miro?) Aparte
JUSTINA: (�No es Cipriano el que veo?) Aparte
CIPRIANO: (Mas no es ella, que en el aire Aparte
la finge mi pensamiento.)
JUSTINA: (Mas no es �l: por divertirme, Aparte
fantasmas me finge el viento.)
Recel�ndose uno de otro
CIPRIANO: Sombra de mi fantas�a...
JUSTINA: Ilusi�n de mi deseo...
CIPRIANO: ...asombro de mis sentidos...
JUSTINA: ...horror de mis pensamientos...
CIPRIANO: ...�qu� me quieres?
JUSTINA: ...�qu� me quieres?
CIPRIANO: Ya no te llamo. �A qu� efecto
vienes?
JUSTINA: �A qu� efecto t�
me buscas? Ya en ti no pienso.
CIPRIANO: Yo no te busco, Justina.
JUSTINA: Ni yo a tu llamado vengo.
CIPRIANO: Pues �c�mo est�s aqu�?
JUSTINA: Presa.
�Y t�?
CIPRIANO: Tambi�n estoy preso.
Pero tu virtud, Justina,
dime, �qu� delito ha hecho?
C�branse los dos
JUSTINA: No es delito, pues ha sido
por el aborrecimiento
de la fe de Cristo, a quien
como a mi Dios reverencio.
CIPRIANO: Bien se lo debes, Justina;
que tienes un Dios tan bueno
que vela en defensa tuya.
Haz t� que escuche mis ruegos.
JUSTINA: S� har�, si con fe le llamas.
CIPRIANO: Con ella le llamo; pero
aunque de �l no desconf�o,
mis extra�as culpas temo.
JUSTINA: Conf�a.
CIPRIANO: �Ay, qu� inmensos son
mis delitos!
JUSTINA: M�s inmensos
son sus favores.
CIPRIANO: �Habr�
para m� perd�n?
JUSTINA: Es cierto.
CIPRIANO: �C�mo, si el alma he entregado
al demonio mismo en precio
de tu hermosura?
JUSTINA: No tiene
tantas estrellas el cielo,
tantas arenas el mar,
tantas centellas el fuego,
tantos �tomos el d�a,
ni tantas plumas el viento,
como �l perdona pecados.
CIPRIANO: As�, Justina, creo,
y por �l dar� mil vidas.
Pero la puerta han abierto
Saca FABIO a CLAR�N, MOSC�N y LIVIA
FABIO: Entrad, que con vuestros amos
aqu� hab�is de quedar presos.
Vase FABIO
LIVIA: Si ellos quieren ser cristianos,
�ac� qu� culpa tenemos?
MOSC�N: Mucha; que los que servimos
harto gran delito hacemos.
CLAR�N: Huyendo del monte, vine
de un riesgo a dar a otro riesgo.
Sale un CRIADO
CRIADO: A Justina y a Cipr�ano
el gobernador Aurelio
llama.
JUSTINA: �Dichosa ser�
si es para el fin que deseo! -
No te acobardes, Cipr�ano.
CIPRIANO: Fe, valor y �nimo tengo;
que si de mi esclavitud
la vida ha de ser el precio,
quien el alma dio por ti,
�qu� har� en dar por Dios el cuerpo?
JUSTINA: Que en la muerte te querr�a
dije; y pues a morir llego
contigo, Cipr�ano, ya
cumpl� mis ofrecimientos.
Vanse, y quedan los tres solos
MOSC�N: �Qu� contentos a morir
se van!
LIVIA: Mucho m�s contentos
los tres a vivir quedamos.
CLAR�N: No mucho; que falta un pleito
que averiguar; y aunque aqu�sta
no es ocasi�n, por si luego
no hay lugar, no ser� justo
que echemos a mal el tiempo.
MOSC�N: �Qu� pleito es �se?
CLAR�N: Yo he estado
ausente...
LIVIA: Di.
CLAR�N: ...un a�o entero,
y un a�o Mosc�n ha sido
sin mi intermisi�n tu due�o;
y a rata por cantidad,
para que iguales estemos,
otro a�o has de ser m�a.
LIVIA: �Pues de m� presumes eso,
que hab�a de hacerte ofensa?
Los d�as lloraba enteros
que me tocaba llorar.
MOSC�N: Y yo soy testigo de ello;
que el d�a que no era m�o
guard� a tu amistad respeto.
CLAR�N: Eso es falso, porque hoy
no lloraba cuando dentro
de su casa entr�, y con ella
estabas t� muy de asiento.
LIVIA: No era hoy d�a de plegaria.
CLAR�N: S� era, que, si bien me acuerdo,
el d�a que me ausent�
era m�o.
LIVIA: �se fue yerro.
MOSC�N: Ya s� en lo que el yerro ha estado.
�ste fue a�o de bisiesto
y fueron pares los d�as.
CLAR�N: Yo me doy por satisfecho,
porque no lo ha de apurar
todo el hombre. Mas �qu� es esto?
Suena gran ruido de tempestad, y salen TODOS,
alborotados
LIVIA: La casa se viene abajo.
MOSC�N: �Qu� confusi�n! �Qu� portento!
GOBERNADOR: Sin duda se ha desplomado
la m�quina de los cielos.
Durando la tempestad
FABIO: Apenas en el cadalso
cort� el verdugo los cuellos
de Cipr�ano y de Justina
cuando hizo sentimiento
toda la tierra.
LELIO: Una nube,
de cuyo abrasado seno
abortos horribles son
los rel�mpagos y truenos,
sobre nosotros cae.
FLORO: De ella
un disforme monstruo horrendo
en las escamadas conchas
de una sierpe sale, y, puesto
sobre el cadalso, parece
que nos llama a su silencio.
Esto se haga como mejor pareciere. El cadalso se
descubrir� con las cabezas y cuerpos, y el DEMONIO en alto,
sobre una sierpe
DEMONIO: O�d, mortales, o�d
lo que me mandan los cielos
que en defensa de Justina
haga a todos manifiesto.
Yo fui quien, por disfamar
su virtud, formas fingiendo,
su casa escal�, y entr�
hasta su mismo aposento;
y porque nunca padezca
su honesta fama desprecios,
a restit�ir su honor
de aquesta manera vengo.
Cipr�ano, que con ella
yace en feliz monumento,
fue mi esclavo; mas, borrando
con la sangre de su cuello
la c�dula que me hizo,
ha dejado en blanco el lienzo;
y los dos, a mi pesar,
a las esferas subiendo
del sacro solio de Dios,
viven en mejor imperio.
�sta es la verdad, y yo
la digo, porque Dios mesmo
me fuerza a que yo la diga,
tan poco ense�ado a hacerlo.
Cae velozmente, y h�ndese el DEMONIO
LELIO: �Qu� asombro!
FLORO: �Qu� confusi�n!
LIVIA: �Qu� prodigio!
MOSC�N: �Qu� portento!
GOBERNADOR: Todos �stos son encantos
que aqueste m�gico ha hecho
en su muerte.
FLORO: Yo no s�
si los dudo o si los creo.
LELIO: A m� me admira el pensarlos.
CLAR�N: Yo solamente resuelvo
que, si �l es m�gico, ha sido
el m�gico de los cielos.
MOSC�N: Pues dejando en pie la duda
del bien partido amor nuestro
a el m�gico prodigioso
pedid perd�n de los yerros.
FIN DE LA COMEDIA