la ciudad, como el de un enfermo, late ąuedamente, como avergon-zado de dejarse sentir.
El viajero esta alegre. Silba, aproximadamente, la coplilla de una pelicula y habla, poco mas tarde, eon su mujer, que se ha levantado a calentarle el desayuno. El viajero esta casado. Los viajeros casados, cuando se echan a andar, tienen siempre, a ultima hora, una persona que les calienta el desayuno, que les da conversación mientras se afeitan a la estremecida luz electrica de la rnahana.
Et viajero, una hora antes de la salida del tren, baja las escaleras de su casa. Antes, se ha ido a despedir de su nińo pequeńo, que duerme, tumbado boca abajo, como un cachorro, porque tiene calor.
— Adiós. i,Llevas todo?
— Adiós. Damę un beso. Creo que si.
El viajero, al llegar a la calle, va cantando por lo bajo. Tiene mai oido y las canciones no sabe sino empezarlas. El Metro esta cerrado aun y los tranvias, lentos, distantes, desvencijados. parecen viejos burros abultados, amarillos y muertos.
(Camilo Jose Cela, ur 1916, Viaje a la Alcarria)
Dońa Ramona se encerró tres dias en la trastienda del Cafe y se inventó las bases para la carrera. El cartel que encargó dęcia:
„Gran Premio Velocipedico de Valverde del Arroyo. Reservado para neófitos. Recorrido, cień vueltas al pueblo, yendo por el Camposanto, pasando por la Picota y vo!viendo por el Matadero. Inscripción gratuita. Primer premio, un hermoso salchichón y vein-ticinco pesetas. Segundo premio, otro salchichón mas pequeno y diez pesetas. Tercer premio, un objęto de arte. Presidiran las autoridades, en compahia de las mas bellas seńoritas de la sociedad arroyense”.
El exito de inscripción fue grandę, y para el premio de dońa Ramona se inscribieron setecientos treinta neófitos. Una nube.(...)
Los neófitos, apelmazados en la plaża, los musculos en tensión, al manillar amartillados, un pie en el pedał y el otro en tierra, estaban pendientes de la escopeta de la Pura.
— Apunta para arriba — Ie habia dicho dońa Ramona —, no vayamos a tener tomate.
— Descuide usted.
En el balcón del Ayuntamiento, la Pura no podia revolverse entre tantas autoridades y jerarąuias.
— jVenga, dale ya! — le dijo el alcalde.
La pura apretó el gatillo, pero la escopeta no escupió.
— i,Que pasa?
— jAnda! <,Y yo que se?
— jQue le aprietes, muchacha! Aprieta fuerte, y veras como sale. La Pura hizo un esfuerzo y apretó eon toda su alma.
— £No sale?
— Pues no, senor. Ya usted lo ve.
— Bueno; es igual.
El sefior alcalde se dirigió a los ciclistas. Antes pidió que le escuchasen, eon un gęsto apaciguador.
— j Ciclistas!
Sobre la plaża resonó un hondo murmullo.
— jQue!
— Pues que vayais saliendo, que esto no marcha.
La que se armó eon la orden del alcalde no es-para descrila. Setecientos y pico de neófitos, pedaleando como leones y echando los' bofes por la boca, detras del salchichón y de los cinco duros, por las cuestas de Valverde del Arroyo, es un espectaculo nada facil de pintar. El teniente de la Guardia Civil dęcia:
— jQue barbaridad! jParecen filibusteros!
(Camilo Josć Cela, ur. 1916, El gallego y su cuadrilla y otros apuntes carpetovelónicos)