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El lenguaje políticamente correcto (abreviado, LPC) suele ser motivo de muchos comentarios, frecuentemente jocosos. Raro es quien no critica alguna de estas expresiones cuando aparece por primera vez en espańol, normalmente como traducción (aunque por regla general no debida a traductores) de originales en inglés. En algunos casos los nuevos términos han gozado de un éxito total. Gender, por ejemplo, era al principio una simple forma de evitar el término sex, demasiado marcado sexualmente para los anglohablantes y que además permitía sólo dos posibilidades: femenino y masculino. De modo que en inglés, justificadamente si queremos, se acuńó un nuevo uso del término gender para referirse a los papeles sociales de las personas según su sexo. El léxico espańol no funciona como el inglés, pero, al final, parece que el término ha acabado por imponerse dando lugar incluso al olvido del significado original de género. Una alumna mía, interesada por los estudios literarios, me pidió una vez que le prestara un interesante libro titulado Gender que había estado leyendo yo por entonces. A los pocos días me lo devolvió diciendo que aquello no tenía nada que ver con el Género, sino que trataba de gramática. Claro que en una oposición a plaza universitaria, un miembro del tribunal alabó la dedicación de la opositora (concursante, se dice ahora, en otro bonito ejemplo de LPC institucionalizado) a las cuestiones del género (inglés gender), tema que redundaría en beneficio de las mujeres de todo el mundo. Aunque Ąay!, la candidata a aquella plaza estudiaba solamente los géneros literarios (inglés genre). El caso es que el LPC en su conjunto, no simplemente en tanto que un conjunto de palabras y expresiones más o menos curiosas o divertidas, representa un interesante fenómeno sociológico que obedece muy especialmente a ciertas peculiaridades importantes de la sociedad de los EE.UU. En ese mosaico de culturas y grupos, grupitos y grupúsculos de interés, hay que procurar que nuestras formas de expresión no hagan a nadie sentirse incómodo (con las consiguientes consecuencias legales muchas veces). De modo que hay que ejercer constantemente la autocensura para evitar que lo que se dice, se muestra o se deja traslucir pueda atentar contra la sensibilidad de alguien. La moderación en el lenguaje es, así parece esperarse, una vía para el cambio de mentalidad que implica la aceptación de los demás, sean como sean. Y en este sentido, la búsqueda de un LPC es digna de alabanza. En cambio, la adopción de un LPC como simple copia de una forma de lengua extranjera, en un entorno cultural completamente distinto, sí puede ser reprochable. En las televisiones de Espańa no tendría sentido velar con trucos ópticos los pechos de la mujer en un cuadro, por ejemplo la Maja desnuda, aunque seguramente siempre habrá quien se escandalice de verlos. Tampoco sentimos la necesidad de evitar expresiones como lo veo todo negro, y difícilmente una cosa así nos llevaría a los tribunales fuera de los EE.UU. Pero... en la imitación constante del modo de vida americano se incluye la copia del LPC. En ocasiones, como sucede con género, mediante la traducción directa; otras veces, por procedimientos más sutiles. En mis próximos artículos me fijaré en algunos términos que se están generalizando aceleradamente en la sociedad y la lengua de los EE.UU. y que, seguramente, empezarán a imitarse pronto entre nosotros (si no circulan ya por ahí) |
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Una forma de hacer lenguaje políticamente correcto (LPC) es usar palabras que tengan ya connotaciones positivas. No sólo como sustitutos de términos mal vistos, sino también de otros perfectamente normales o neutros. Se trata de un tipo de cambio semántico bien conocido en lingüística histórica, pero que ahora adquiere nuevo rostro al convertirse en un instrumento utilizado de forma consciente... y constante, según parece. Veamos algún ejemplo. La palabra inglesa mission se traduce normalmente como misión, y la inercia del traductor le llevará probablemente a seguir usándola de este modo. Pero habrá que tener cuidado en adelante para no trivializar un término que, sin duda, resulta apetecible por sus connotaciones positivas (más aún en un país como los EE.UU., donde la religión está por todas partes). Bueno, aprovechando que tener una mission es mucho mejor que ir guiado por un vulgar objetivo, propósito o lo que sea, el término se convierte en resbaladiza mancha de aceite que va extendiéndose y que sin duda llegará al espańol muy pronto. Ya, en los EE.UU., muchas instituciones de enseńanza tienen una mission, no un objetivo; vale para departamentos universitarios y también para escuelas públicas o privadas. Al traducir del inglés el folleto informativo del Departamento de Filología Albanesa, es un decir, de alguna universidad de los EE.UU., incluiremos sin darnos cuenta un capítulo titulado Nuestra misión (Ť... consiste en enseńar el albanésť). Pero no hay por qué quedarse en estas elevadas instituciones de la cultura. La librería y a la par tienda de regalos de una prestigiosísima universidad de la costa oriental de los EE.UU. tiene un gran cartel a la entrada (que enseguida aparecerá traducido al espańol, lengua cada vez más necesaria en Norteamérica). Comienza: ŤNuestra Misión... ť (Ť...es proporcionar grandes rebajas a sus clientes en los productos de mejor calidad...ť). Pero żpor qué detenerse ahí? También varias tiendas de coches usados tienen una mission, bien explicada en sus páginas de Internet. Si el traductor opta en casos como éstos por el equivalente habitual, misión, dentro de poco veremos en la página web de la panadería de la esquina una sección explicando su misión en esta vida (comercial). Claro que mucho me temo que el traductor que vierta al espańol el folleto del departamento o de la tienda no tendrá opción, pues el término será elegido por quien le encargue el trabajo... y todos sabemos que la misión de todo traductor es contentar a sus jefes. |
El trujamán |
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Lenguaje políticamente correcto, traducción y contaminación (III)
Por Enrique Bernárdez
Otro uso que ya va penetrando en espańol por el mismo procedimiento que mission/misión es project/proyecto. Un proyecto solía ser, en espańol como en inglés, una empresa seria y difícil, no simplemente algo que queríamos hacer para obtener un resultado. Pero ahora, en una calle de Boston se puede ver una casa en construcción que ya no es obra, sino project, según reza el cartel de instrucciones de seguridad, que advierte a los trabajadores que Ťquien no cumpla estas normas será excluido de este proyectoť (Ť...will be excluded from this projectť); o sea, que se le pondrá de patitas en la calle. Y si queremos tejer una colcha típica, hay tiendas donde se puede comprar todo lo necesario Ťfor your quilt projectť (Ťpara su proyecto de colchať). Y existe un martillo (maravilla de la inventiva humana) con depósito integrado de clavos, que se anuncia en la televisión como especialmente adecuado para multi-nail projects, que supongo habrá que traducir por proyectos multi-clavo.
Pero żqué creen que puede suceder si seguimos traduciendo invest como invertir? Pues que acabaremos Ťinvirtiendo en unos auriculares para tu estéreoť a fin de no molestar al compańero de habitación, como recomienda un folleto destinado a estudiantes universitarios. Aunque quizá no será demasiada novedad, porque en espańol ya se usa ese verbo, tan biensonante en nuestro mundo capitalista, recomendando invertir en un coche en vez de comprarlo simplemente, que es acción mucho menos noble. De un Ferrari a unos auriculares baratos sólo hay un corto trecho.
Mejor lo tenemos con IQ, por suerte. El Cociente de Inteligencia no nos resulta tan familiar como IQ a los anglosajones; además, nuestra gramática nos defiende. Porque no me parece factible verter el título del libro What is your Bible IQ? en un imposible żQué tal es su cociente de inteligencia —żo diremos CI?— bíblico? con el significado de `żcuánto sabe usted sobre la Biblia?'. O, en otro libro que anda por ahí: Mejore su CI sobre béisbol. Aunque mucho me temo que los promulgadores del LCP ya encontrarán algún procedimiento. Por ejemplo, żqué tal suena Mejore su inteligencia futbolística? A fin de cuentas, ya se habla de inteligencia emocional, traducción de emotional intelligence que se abrevia como emotional-IQ.
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La tendencia a usar sistemáticamente términos muy positivos para adornar las cosas parece no agotarse. Y muchas de estas innovaciones surgidas en las peculiares condiciones sociales y culturales de los EE.UU. llegarán más pronto que tarde a imponerse también entre nosotros, en nuestra lengua espańola. Ya hemos visto algunos ejemplos en artículos anteriores, pero hay más. Trabajar en un sitio está ya anticuado y resulta casi malsonante. Ya hace tiempo que entró en espańol (como siempre, desde el inglés americano) ser parte de una empresa (be part of) en lugar de trabajar para una empresa. Dentro de muy poco nos llegará la metáfora del barco en todo su esplendor. En lugar de contratamos personal suena mucho mejor Join our crew!, Ąúnete a nuestra tripulación!, o, mucho mejor, Ąenrólate! Este uso de crew, `tripulación', se está generalizando a toda velocidad, y como una de las empresas que utiliza el término es cierta multinacional de la hamburguesa que también hace negocio (Ąy de qué forma!) en el mundo de lengua espańola..., en un tris-tras habrán encontrado la equivalencia marinera adecuada y los solicitantes de empleo, en vez de entrevistas, tendrán que hacer unos largos a estilo libre y luego halarán las drizas... Más difíciles están las cosas con los spa, afortunadamente. Originalmente el nombre de una ciudad balneario de Bélgica, pasó a ser hotel balneario; luego, balneario a secas, incluyendo masajes y afeites variados; ahora es ya... cualquier cosa para el cuidado gozoso del cuerpo. Pero mi imaginación no me permite adivinar una traducción literal espańola de cosas como guantes de balneario para spa gloves. Estos curiosos objetos son unos guantes desechables, de tenue plástico transparente, usados para aplicarse un tinte del pelo sin despellejarse las manos. En los EEUU hay toda clase de objetos-spa, desde pinzas para depilar las cejas hasta bańeras de hidromasaje, pasando por toda clase de cremas. Pero no dejemos que la envidia nos domine. Pronto se hallará el equivalente en LPC hispánico para esta bella forma de expresión. |
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No nos cansaremos de insistir en que el traductor tiene que orientar su trabajo a cada caso concreto. Debe tomar decisiones, quizá suprimir algunas cosas o explicitar otras: la ética del mediador no tiene que ver con la fidelidad absoluta a lo que pone el texto de partida, sino con dar al cliente la información que este cliente espera (lo cual no significa engańarle y decirle lo que quiere oír para estar contento, claro: eso es otra cosa). El traductor tiene que interpretar el encargo y a partir de ahí manipular la información. Mientras trabaje en el nivel puramente conceptual, tendrá dificultades, pero podrá defenderse. żPero qué pasa si lo que tiene que transmitir está asociado de manera inseparable a la peculiar configuración y distribución de una lengua? En cierta medida, esto sucede siempre; nunca se dice lo mismo en una lengua que en otra, porque cada uno de los códigos tiene su propia estructura y, en consecuencia, su manera particular de representar el mundo. Si esta información asociada a las peculiaridades de cada idioma no es esencial para la interpretación del encargo, el traductor puede decidir obviarla. Pero hay veces en que sí es relevante: por ejemplo, en un texto literario (y todavía más en una película), la manera de hablar de los personajes puede servir para caracterizarlos y dar pistas, por ejemplo, acerca de su región o país de origen. Las variantes dialectales son intraducibles: el inglés con acento escocés, pongamos por caso, no se puede traducir al espańol, porque no se reconoce un tipo de espańol con acento escocés. Igualmente, puede haber información significativa vinculada a la extracción social de los personajes. Se puede doblar (y de hecho se dobló) la versión cinematográfica de My Fair Lady, y se puede realizar una adaptación espańola del musical. Sin embargo, las connotaciones específicas del acento cockney inglés nunca serán equivalentes a las de ningún acento espańol, porque las asociaciones con los entornos respectivos no son las mismas y porque en la sociedad británica la manera de expresarse encasilla al hablante en un nivel sociocultural de una forma por lo general bastante más rígida que en los ámbitos sociales de habla hispana. El traductor (adaptador, en este caso) tiene que hacer lo posible para hallar estrategias de compensación que, siguiendo quizás unos caminos que no son exactamente los del documento inicial, den lugar a unos efectos que en la cultura de llegada reproduzcan de la mejor manera posible lo que sucede en el entorno de la lengua de partida. En general, no resulta fácil: a ver quién es el valiente que consigue trasladar al inglés o a cualquier otra lengua las connotaciones asociadas, por ejemplo, a la manera de hablar de los personajes encarnados por Chus Lampreave o María Barranco en las películas de Almodóvar... |
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Un semáforo actúa como un sistema codificado. Según cómo se combinen los colores, nos dice si podemos pasar, si no podemos, o si más vale que nos detengamos porque pronto no podremos. Lo dice con toda claridad, pero la verdad es que solo son tres cosas. Frente a este y a otros códigos parecidos, el lingüístico es infinitamente más complejo. Lo puede transmitir prácticamente todo, hasta aquello que aparentemente no se puede decir con palabras, lo inefable. Por ejemplo, lo que tiene que ver con la transmisión de emociones y sentimientos: Ťlos dichos de amor es mejor declararlos en su anchurať, decía San Juan de la Cruz. Esta declaración no deja lugar a dudas: necesitamos ampliar el ancho de banda para incorporar la riqueza afectiva a la comunicación. Hay que ir más allá de lo que puede hacer el semáforo. żDónde encontramos este ancho de banda que nos hace falta? En el propio soporte formal de la lengua. En la repetición de determinada estructura sintáctica. En un orden peculiar de los elementos que configuran la frase. En los sonidos del idioma. Se puede observar, como ya se comentaba en otro artículo de esta sección*, en los eslóganes de propaganda, pero también en la lengua literaria. Cuando Garcilaso dice Ťverme morir entre memorias tristesť, lo hace con una peculiar configuración de los sonidos. La reiteración de la eme, por ejemplo, refuerza las connotaciones de desconsuelo que se derivan del verso y del poema entero. Y no solo por el valor que tiene en este lugar concreto, sino porque es un recurso usado con frecuencia por la poesía espańola de la época: las aliteraciones en eme suelen acompańar la expresión del desamor. Al encontrar una serie de emes asociadas a los mismos contenidos, al lector que frecuenta estos poemas se le despierta una respuesta afectiva. Pero esto no tiene por qué pasar en otras lenguas, ni las palabras equivalentes tienen que tener las mismas emes que en espańol; los problemas que de aquí se derivan a la hora de traducir son obvios: al tratarse de efectos que, a menudo, dependen directamente de la configuración de una lengua concreta y de la relación de los hablantes con ella, no suele ser suficiente la simple correspondencia del significado inmediato de las palabras y las frases. El traductor, de manera consciente o inconsciente, tiene que ser más creador que nunca y debe intuir qué recursos tiene la lengua meta para provocar una reacción afectiva semejante, porque aquí es imperativo trasladar no solo el sentido del texto sino también las emociones que suscita. Puede pasar, sin embargo, que, al final, lo que de entrada ya parece poco menos que inefable acabe resultando algo más que intraducible. |