POEMAS
ÚLTIMOS. Por Miguel Hernández (1939-1941?)
TODO ERA AZUL
Todo
era azul delante de aquellos ojos y era
verde
hasta lo entrañable, dorado hasta muy lejos.
Porque
el color hallaba su encarnación primera
dentro
de aquellos ojos de frágiles reflejos.
Ojos
nacientes: luces en una doble esfera.
Todo
radiaba en torno como un solar de espejos.
Vivificar
las cosas para la primavera
poder
fue de unos ojos que nunca han sido viejos.
Se
los devoran. ¿Sabes? No soy feliz. No hay goce
como
sentir aquella mirada inundadora.
Cuando
se me alejaba, me despedí del día.
La
claridad brotaba de su directo roce,
pero
los devoraron. Y están brotando ahora
penumbras
como el pardo rubor de la agonía.
SONREÍR CON LA ALEGRE TRISTEZA DEL OLIVO
Sonreír
con la alegre tristeza del olivo.
Esperar.
No cansarse de esperar la alegría.
Sonriamos.
Doremos la luz de cada día
en
esta alegre y triste vanidad del ser vivo.
Me
siento cada día más libre y más cautivo
en
toda esta sonrisa tan clara y tan sombría.
Cruzan
las tempestades sobre tu boca fría
como
sobre la mía que aún es un soplo estivo.
Una
sonrisa se alza sobre el abismo: crece
como
un abismo trémulo, pero valiente en alas.
Una
sonrisa eleva calientemente el vuelo.
Diurna,
firme, arriba, no baja, no anochece.
Todo
lo desafías, amor: todo lo escalas.
Con
sonrisa te fuiste de la tierra y del cielo.
YO NO QUIERO MÁS LUZ QUE TU CUERPO ANTE EL MÍO
Yo
no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío:
claridad
absoluta, transparencia redonda.
Limpidez
cuya extraña, como el fondo del río,
con
el tiempo se afirma, con la sangre se ahonda..
¿Qué
lucientes materias duraderas te han hecho,
corazón
de alborada, carnación matutina?
Yo
no quiero más día que el que exhala tu pecho.
Tu
sangre es la mañana que jamás se termina.
No
hay más luz que tu cuerpo, no hay más sol: todo ocaso.
Yo
no veo las cosas a otra luz que tu frente.
La
otra luz es fantasma, nada más, de tu paso.
Tu
insondable mirada nunca gira al poniente.
Claridad
sin posible declinar. Suma esencia
del
fulgor que ni cede ni abandona la cumbre.
Juventud.
Limpidez. Claridad. Transparencia
acercando
los astros más lejanos de lumbre.
Claro
cuerpo moreno de calor fecundante.
Hierba
negra el origen; hierba negra las sienes.
Trago
negro los ojos, la mirada distante.
Día
azul. Noche clara. Sombra clara que vienes.
Yo
no quiero más luz que tu sombra dorada
donde
brotan anillos de una hierba sombría.
En
mi sangre, fielmente por tu cuerpo abrasada,
para
siempre es de noche: para siempre es de día.
19 DE DICIEMBRE DE 1937
Desde
que el alba quiso ser alba, toda eres
madre.
Quiso la luna profundamente llena.
En
tu dolor lunar he visto dos mujeres,
y
un removido abismo bajo una luz serena.
¡Qué
olor de madreselva desgarrada y hendida!
¡Qué
exaltación de labios y honduras generosas!
Bajo
las huecas ropas aleteó la vida,
y
sintieron vivas bruscamente las cosas.
Eres
más clara. Eres más tierna. Eres más suave.
Ardes
y te consumes con más recogimiento.
El
nuevo amor te inspira la levedad del ave
y
ocupa los caminos pausados de tu aliento.
Ríe,
porque eres una madre con luna. Así lo expresa
tu
palidez rendida de recorrer lo rojo;
y
ese cerezo exhausto que en tu corazón pesa,
y
el ascua repentina que te agiganta el ojo.
Ríe,
que todo ríe: que todo es madre leve.
Profundidad del mundo sobre el que te has quedado sumiéndote y
ahondándote
mientras la luna mueve,
igual
que tú, su hermosa cabeza hacia otro lado.
Nunca
tan parecida tu frente al primer cielo.
Todo
lo abres, todo lo alegras, madre, aurora.
Vienen
rodando el hijo y el sol. Arcos de anhelo
te
impulsan. Eres madre. Sonríe. Ríe. Llora.
MUERTE NUPCIAL
El
lecho, aquella hierba de ayer y de mañana:
este
lienzo de ahora sobre madera aún verde,
flota
como la tierra, se sume en la besana
donde
el deseo encuentra los ojos y los pierde.
Pasar
por unos ojos como por un desierto:
como
por dos ciudades que ni un amor contienen.
Mirada
que va y vuelve sin haber descubierto
el
corazón a nadie, que todos la enarenen.
Mis
ojos encontraron en un rincón los tuyos.
Se
descubrieron mudos entre las dos miradas.
Sentimos
recorrernos un palomar de arrullos,
y
un grupo de arrebatos de alas arrebatadas.
Cuanto
más se miraban más se hallaban: más hondos
se
veían, más lejos, y más en uno fundidos.
El
corazón se puso, y el mundo, más redondos.
Atravesaba
el lecho la patria de los nidos.
Entonces,
el anhelo creciente, la distancia
que
va de hueso a hueso recorrida y unida,
al
aspirar del todo la imperiosa fragancia,
proyectamos
los cuerpos más allá de la vida.
Espiramos
del todo. ¡Qué absoluto portento!
¡Qué
total fue la dicha de mirarse abrazados,
desplegados
los ojos hacia arriba un momento,
y
al momento hacia abajo con los ojos plegados!
Peron
no moriremos. Fue tan cálidamente
consumada
la vida como el sol, su mirada.
No
es posible perdernos. Somos plena simiente.
Y
la muerte ha quedado, con los dos, fecundada.
EL NIÑO DE LA NOCHE
Riéndose,
burlándose con claridad del día,
se
hundió en la noche el niño que quise ser dos veces.
No
quise más la luz. ¿Para qué? No saldría
más
de aquellos silencios y aquellas lobregueces.
Quise
ser ... ¿Para qué? ... Quise llegar gozoso
al
centro de la esfera de todo lo que existe.
Quise
llevar la risa como lo más hermoso.
He
muerto sonriendo serenamente triste.
Niño
dos veces niño: tres veces venidero.
Vuelve
a rodar por ese mundo opaco del vientre.
Atrás,
amor. Atrás, niño, porque no quiero
salir
donde la luz su gran tristeza encuentre.
Regreso
al aire plástico que alentó mi inconsciencia.
Vuelvo
a rodar, consciente del sueño que me cubre.
En
una sensitiva sombra de transparencia,
en
un íntimo espacio rodar de octubre a octubre.
Vientre:
carne central de todo lo existente.
Bóveda
eternamente si azul, si roja, oscura.
Noche
final en cuya profundidad se siente
la
voz de las raíces y el soplo de la altura.
Bajo
tu piel avanzo, y es sangre la distancia.
Mi
cuerpo en una densa constelación gravita.
El
universo agolpa su errante resonancia
allí,
donde la historia del hombre ha sido escrita.
Mirar,
y ver en torno la soledad, el monte,
el
mar, por la ventana de un corazón entero
que
ayer se acongojaba de no ser horizonte
abierto
a un mundo menos mudable y pasajero.
Acumular
la piedra y el niño para nada:
para
vivir sin alas y oscuramente un día.
Pirámide
de sal temible y limitada,
sin
fuego ni frescura. No. Vuelve, vida mía.
Mas,
algo me ha empujado desesperadamente.
Caigo
en la madrugada del tiempo, del pasado.
Me
arrojan de la noche. Y ante la luz hiriente
vuelvo
a llorar, desnudo como siempre he llorado.
EL HOMBRE NO REPOSA ...
El
hombre no reposa: quien reposa es su traje
cuando,
colgado, mece su soledad con viento.
Mas,
una vida incógnita como un vago tatuaje
mueve
bajo las ropas dejadas un aliento.
El
corazón ya cesa de ser flor de oleaje.
La
frente ya no rige su potro, el firmamento.
Por
más que el cuerpo, ahondando por la quietud, trabaje,
en
el central reposo se cierne el movimiento.
No
hay muertos. Todo vive: todo late y avanza.
Todo
es un soplo extático de actividad moviente.
Piel
inferior del hombre, su traje no ha expirado.
Visiblemente
inmóvil, el corazón se lanza
a
conmover al mundo que recorrió la frente.
Y
el universo gira como un pecho pausado.
SIGO EN LA SOMBRA, LLENO DE LUZ ¿EXISTE EL DÍA?
Sigo
en la sombra, lleno de luz; ¿existe el día?
¿Esto
es mi tumba o es mi bóveda materna?
Pasa
el latido contra mi piel como una fría
losa
que germinara caliente, roja, tierna.
Es
posible que no haya nacido todavía,
o
que haya muerto siempre. La sombra me gobierna.
Si
esto es vivir, morir no sé yo qué sería,
ni
sé lo que persigo con ansia tan eterna.
Encadenado
a un traje, parece que persigo
desnudarme,
librarme de aquello que no puede
ser
yo y hace turbia y ausente la mirada.
Pero
la tela negra, distante, va conmigo
sombra
con sombra, contra la sombra hasta que ruede
a
la desnuda vida creciente de la nada.
VUELO
Sólo
quien ama vuela. Pero, ¿quién ama tanto
que
sea como el pájaro más leve y fugitivo?
Hundiendo
va este odio reinante todo cuanto
quisiera
remontarse directamente vivo.
Amar
... Pero, ¿quién ama? Volar ... Pero, ¿quién vuela?
Conquistaré
el azul ávido de plumaje,
pero
el amor, abajo siempre, se desconsuela
de
no encontrar las alas que da cierto coraje.
Un
ser ardiente, claro de deseos, alado,
quiso
ascender, tener la libertad por nido.
Quiso
olvidar que el hombre se aleja encadenado.
Donde
faltaban plumas puso valor y olvido.
Iba
tan alto a veces, que le resplandecía
sobre
la piel el cielo, bajo la piel el ave.
Ser
que te confundiste con una alondra un día,
te
desplomaste otro como el granizo grave.
Ya
sabes que las vidas de los demás son losas
con
que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya.
Pasa,
vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas.
A
través de las rejas, libre la sangre afluya.
Triste
instrumento alegre de vestir; apremiante
tubo
de apetecer y respirar el fuego.
Espada
devorada por el uso constante.
Cuerpo
en cuyo horizonte cerrado me despliego.
No
volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas
por
estas galerías donde el aire es mi nudo.
Por
más que te debatas en ascender, naufragas.
No
clamarás. El campo sigue desierto y mudo.
Los
brazos no aletean. Son acaso una cola
que
el corazón quisiera lanzar al firmamento.
La
sangre se entristece de debatirse sola.
Los
ojos vuelven tristes de mal conocimiento.
Cada
ciudad, dormida, despierta loca, exhala
un
silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve
como
un élitro ronco de no poder ser ala.
El
hombre yace. EL cielo se eleva. El aire mueve.
SEPULTURA DE LA IMAGINACIÓN
Un
albañil quería ... No le faltaba aliento.
Un
albañil quería, piedra tras piedra, muro
tras
muro, levantar una imagen al viento
desencadenador
en el futuro.
Quería
un edificio capaz de lo más leve.
No
le faltaba aliento. ¡Cuánto aquel ser quería!
Piedras
de pluma, muros de pájaros los mueve
una
imaginación al mediodía.
Reía.
Trabajaba. Cantaba. De sus brazos,
con
un poder más alto que el ala de los truenos,
iban
brotando muros lo mismo que aletazos.
Pero
los aletazos duran menos.
Al
fin era la piedra su agente. Y la montaña
tiene
valor de vuelo si es totalmente activa.
Piedra
por piedra es peso y hunde cuanto acompaña
aunque
esto sea un mundo de ansia viva.
Un
albañil quería ... Pero la piedra cobra
su
torva densidad brutal en un momento.
Aquel
hombre labraba su cárcel. Y en su obra
fueron
precipitados él y el viento.
ETERNA SOMBRA
Yo
que creí que la luz era mía
precipitado
en la sombra me veo.
Ascua
solar, sideral alegría
ígnea
de espuma, de luz, de deseo.
Sangre
ligera, redonda, granada:
raudo
anhelar sin perfil ni penumbra.
Fuera,
la luz en la luz sepultada.
Siento
que sólo la sombra me alumbra.
Sólo
la sombra. Sin rastro. Sin cielo.
Seres.
Volúmenes. Cuerpos tangibles
dentro
del aire que no tiene vuelo,
dentro
del árbol de los imposibles.
Cárdenos
ceños, pasiones de luto.
Dientes
sedientos de ser colorados.
Oscuridad
del rencor absoluto.
Cuerpos
lo mismo que pozos cegados.
Falta
el espacio. Se ha hundido la risa.
Ya
no es posible lanzarse a la altura.
El
corazón quiere ser más de prisa
fuerza
que ensancha la estrecha negrura.
Carne
sin norte que va en oleada
hacia
la noche siniestra, baldía.
¿Quién
es el rayo de sol que la invada?
Busco.
No encuentro ni rastro del día.
Sólo
el fulgor de los puños cerrados,
el
resplandor de los dientes que acechan.
Dientes
y puños de todos los lados.
Más
que las manos, los montes se estrechan.
Turbia
es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué
lejanía de opacos latidos!
Soy
una cárcel con una ventana
ante
una gran soledad de rugidos.
Soy
una abierta ventana que escucha,
por
donde ver tenebrosa la vida.
Pero
hay un rayo de sol en la lucha
que
siempre deja la sombra vencida.