Publicado por Diego Rasskin Gutman
Las percepciones son nuestro primer vínculo con el mundo. Cuando vivíamos en la
oscuridad (es un decir, en realidad solo estaban vivas nuestras células, pero nosotros,
como individuos, todavía no habíamos emergido a la vida) todo rondaba alrededor de la
conexión entre nuestro tejido nervioso y cada punto de nuestro cuerpo, lo que llamamos
el sistema propioceptivo. Eso era cuando estábamos en el seno de nuestra madre.
Ocasionalmente, percibíamos elementos externos: ruidos, música, vibraciones de
cualquier tipo y frecuencia. Algunas estaban en la frontera entre lo nuestro y lo de más
allá (lo otro, lo externo, el medio) como el flujo sanguíneo de madre que imaginamos
como un susurro constante, un flujo de idas y venidas siguiendo el ritmo de diástole y
sístole: todo ello era todavía parte de nosotros. Hasta que un día, nacimos.
Yo nací un diez de febrero en el caluroso hemisferio sur. Cinco días y veintisiete años
después que mi padre. Pronto, muy pronto, comencé a descubrir la estética (no de un
modo consciente, claro, ni sabía entonces ni estoy seguro de comprender todavía qué
significa), pero algo se me hizo patente desde muy pequeño: había cosas que me
gustaban, que me emocionaban, que despertaban mi curiosidad y mi interés y otras, sin
embargo, no lo hacían. El hecho de que mi padre, cinco días y veintisiete años mayor que
yo, fuese (y lo siga siendo) un artista con una concepción exquisita de la estética tiene
bastante culpa de todo ello. Pero lo que ocurre en la vida de un ser humano para ir
descubriendo aquello que da placer y separarlo eficientemente de aquello que es feo
pasa por la percepción, personal, intransferible (educable, sí, pero hasta las fronteras de
nuestra piel) que nos ayuda a configurar aquello que creemos bello. Como dice la
sabiduría popular: pa gustos, colores.
La percepción, ese acto de representar el mundo en nuestra mente se hace con todos
nuestros sentidos. A veces hay que desenchufar unos para que salgan los otros: cierro
los ojos y oigo mejor y se me eriza el pelo al leve contacto con otra piel. Me quedo quieto,
casi sin respirar, e intento escuchar mejor los matices de un cuarteto de cuerdas de
Alexander Borodin. También se me erizan los pelos. La belleza nos causa asombro, por
lo satisfactorio y lo placentero que resulta observarla, liberando hormonas que nos
hacen felices. No la entendemos, no, pero está dentro de nosotros, como si fuera una
parte más, un sentido extra, algo extraordinario que nos ayudará a sobrevivir. Los
movimientos artísticos que comienzan a aparecer uno detrás del otro a partir del siglo
XIX lo entienden de diversas maneras y así lo expresan con énfasis distintos: la luz, el
color, lo dinámico, lo insólito, lo fuerte, lo agresivo, lo dulce, lo concreto, lo estimable, lo
amable, lo paradójico, lo obvio, ¡lo feo!, lo pobre, lo rico, lo verdadero, lo falso, más y
más excusas para artistas de todos los gustos: románticos, realistas, impresionistas,
expresionistas, futuristas, cubistas, abstractos, neorrealistas, posmodernos, callejeros,
poveras, op-árticos… la lista se extiende y reverbera en el (casi) todo vale de nuestros
días. Ese todo vale nace de un artista superior que buscó en el ajedrez lo que no
encontraba en otras facetas de la cultura, hablo por supuesto de Marcel Duchamp.
Ya vimos que Marcel estaba tan enganchado con el ajedrez que decidió dejar el arte por
los trebejos. Para él, jugar al ajedrez superaba sus ambiciones estéticas y hay que
preguntarse el porqué. Formulemos una pregunta acerca de lo que personajes del
mundo del arte como el propio Duchamp o Vladimir Nabokov vieron en el ajedrez: ¿qué
elementos otorgan al ajedrez la calidad de bello, proporcionándole un matiz estético?
Yo tengo varias respuestas que se dividen en tres grupos: (1) las que tienen que ver con
el tablero y las piezas; (2) las que tienen que ver con los jugadores; y (3) las que tienen
que ver con el juego.
Como hay que empezar por algún lado, empezaré por el final y dejaré las otras dos para
futuras ocasiones. Y nada mejor que ilustrar lo que significa la belleza en el ajedrez que
la «partida inmortal». Sí, aquella que se vio jugando al replicante en Blade Runner. Un
elemento fundamental de la belleza en ajedrez depende de la sorpresa. La mente no está
preparada para las jugadas sorpresivas, pero cuando han sucedido, cuando se empieza
a comprender por qué se han llevado a cabo, se produce el milagro de lo bello. Es el
binomio percepción-comprensión lo que produce belleza. Esta partida tiene muchas
sorpresas, unas en forma de sacrificios y otras, menos espectaculares, que parecen flotar
sutilmente sobre el tablero.
La partida es una reliquia romántica novecentista en donde los jugadores juegan a
divertirse, a pecho descubierto, abriendo líneas y diagonales sin reparos. Veamos jugada
a jugada lo que ocurre, como si fuera un partido de tenis: ¡mandoblazo a la T, revés
cruzado, drive a la línea, globo para salvarse y remate final! No tengan miedo de los
diagramas, son fáciles de seguir: no tengan miedo a encontrar la belleza en el ajedrez.
¡Prepárense, porque vale la pena!
Anderssen-Kieseritzky, Londres 1851. 1. e4 e5 2. f4 exf4 3. Ac4 Dh4+ 4. Rf1 b5 5. Axb5
Cf6 6. Cf3 Dh6 7. d3 Ch5 8. Ch4 Dg5 9. Cf5 c6 10. g4 Cf6 11. Tg1 cxb5 12. h4 Dg6 13. h5
Dg5 14. Df3 Cg8 15. Axf4 Df6 16. Cc3 Ac5 17. Cd5 Dxb2 18. Ad6 Axg1 19. e5 Dxa1+ 20.
Re2 Ca6 21. Cxg7+ Rd8 22. Df6+ Cxf6 23. Ae7++
La partida comienza con un gambito de rey, la apertura romántica por antonomasia.
Abre las diagonales de las blancas y la columna f para lanzar un ataque fulgurante sobre
la casilla más débil de las negras (f7, la del peón del alfil de rey).
Las negras utilizan una variante muy agresiva, sacando la dama rápidamente para
intentar aprovechar la descomposición del ala de rey de las blancas. ¡Jaque! Las
blancas, imperturbables, mueven su rey a f1, olvidándose de que el rey debe enrocarse
para sentirse seguro, pero ¡a quién le importa la seguridad cuando va en busca de la
inmortalidad! Pues ahora sacrifico un peón, piensan las negras, para quitar presión
sobre la casilla f7. Las blancas lo toman y las negras comienzan a maniobrar hacia el rey
blanco con su caballo.
¿Dónde vas? Le preguntan las blancas a la dama negra y la alejan con su caballo. Las
negras siguen a la suyo, quieren terminar pronto, pero una dama y un caballo no son
suficientes contra la mala posición del rey blanco.
Las blancas inician el acoso del caballo y la dama negros con sus peones y sacrifican el
alfil blanco, dejando que las negras se lo coman en b5, ya que no entra en sus planes de
ataque. Lo que importan son las casillas negras. Una pieza menos.
Pero, ¿qué pasa? La dama negra empieza a verse acorralada; de repente, los peones
blancos son muy peligrosos. ¡Retirada!
Todas las piezas negras, menos su dama, a sus puestos iniciales. Mientras tanto, las
blancas desarrollan el resto de sus piezas. ¡Un momento!, las negras han visto algo,
parece que las blancas se han olvidado de las torres, ¡a por ellas! Con el alfil amenaza
una de las torres; a las blancas no les importa, sacan su caballo y amenazan a la dama
negra.
No hay vuelta atrás, las negras se comen el peón de caballo y ahora ¡amenazan a las
dos torres! Pero las blancas siguen buscando la belleza y se adentran en las aguas del
mar de los inmortales. Primero colocan su alfil en d6, dejando que las blancas se coman
una torre y ahora tienen una jugada bellísima por su quietud, una jugada que justificará
la masacre que se avecina. De pronto, calladamente, sin apenas ruido, el pequeño peón
de rey avanza una casilla, cortando la diagonal negra que dominaba la dama. ¡Todas las
casillas negras alrededor del rey negro están dominadas por las piezas blancas! Todas,
menos una. Algo grande aguarda.
Las negras comen la otra torre. Es hora de pasar a la inmortalidad. Queda un nuevo
sacrificio, el que vio Roy pero no vio ni Sebastian ni Tyrell, el sacrificio supremo del
ajedrez, la dama muere a manos del caballo y ahora juegan blancas y mate en una.
Están a punto de ingresar en el Olimpo de lo bello.
La posición final es impresionante. Las negras tienen todas sus piezas en casillas
ridículas. La dama en a1, el alfil negro en g1, ni sus torres ni su alfil blanco se han
movido y los caballos nada pueden hacer. A las blancas solo les quedan dos caballos y
un alfil, más que suficiente para crear el canon de belleza del ajedrez universal.
Posición final de la partida inmortal, el canon de belleza del ajedrez
El ajedrez proporciona momentos de belleza excepcional, momentos sorpresivos de
sacrificios que parecen imposibles, momentos de descubrimiento, momentos de
armonía serena, quedos, recogidos, donde la belleza es parte de la contemplación y
momentos de complejidad donde no sabemos cuándo ni cómo ni por dónde, pero
intuimos que hay algo bello delante de nosotros.
Durante mucho tiempo me intrigó una frase que mi padre repetía constantemente: la
estética es un compromiso ético. Me costaba ver la relación entre estética (la belleza) y
ética (la integridad de un individuo). Se trata de una observación filosófica acerca del
mundo, de la vida, que viene de tiempos de Aristóteles: los actos estéticos promueven
la ética, porque embellecen la realidad. Lo que el gran Emanuel Lasker quiso decir con
su famosa frase: «en ajedrez la mentira y la hipocresía no sobreviven mucho tiempo» es,
justamente, una y la misma cosa. La belleza (es decir, la ética, la verdad) debiera
alumbrar cada segundo de nuestras vidas. Sístole y diástole. Ritmos. Flujos. Armonías.
Simetrías. Suspensión en el abismo galáctico. 2001.