Lyn Stone
El Highlander Silencioso
Titulo : El Highlander Silencioso
Titulo Original: The Highland Wife
Autora : Lyn Stone
Traducido Por : Grupo De Traducciones Constanzaenglish
Genero: Romántico Histórico
Contexto : Escocia Medieval, 1335
Protagonistas: Robert Macbain Y Mairi Macinness
MAIRI MACINNESS SOLO DESEABA ESCAPAR AL AISLAMIENTO Y LA SOLEDAD DE SU CASTILLO EN LAS HIGHLANDS ... qué mejor que casarse con un Lord de las Lowlands que la llevaría conocer nuevas tierras y a vivir aventuras?
Ten cuidado con lo que deseas Mairi... porque si aventuras es lo que deseas.... aventuras es lo que tendrás ...
ROB MACBAIN SOLO QUERIA UNA ESPOSA QUE PUDIERA DARLE HEREDEROS .... Pero “hacer” los herederos con Mairi MacInness no sería nada fácil...
Rob se dirige tranquilamente a las Highlands a buscar a su prometida. Seguro de que en las tratativas del arreglo del matrimonio ella había sido informada de todos los aspectos de su futuro marido.
Pero Mairi ha sido “sucintamente” y “elípticamente” informada de lo que iba a encontrar en su prometido.
Quién se creía que era ese hombre para no dignarse a dirigirle la palabra y apenas prestarle atención??? Pero Mairi quiere corregir su gran defecto, ser precipitada en sus juicios y en sus acciones, y le dará otra oportunidad a su prometido. Quizás, después de todo, él solamente fuese un poco tímido y callado, y ella podría cambiar eso, o no?
UN CASAMIENTO QUE DEBERIA HABERSE DESARROLLADO NORMALMENTE... PUES AMBAS PARTES ESTABAN DE ACUERDO.
UN CASAMIENTO QUE SE LLEVO A CABO BAJO LAS PEORES CIRCUNSTANCIAS... AMBOS NOVIOS CUBIERTOS DE SANGRE Y EN PRESENCIA DE UN MORIBUNDO
Cómo es posible ser feliz en un matrimonio celebrado en tales circunstancias? Cómo ser feliz cuando uno sabe que jamás oirá palabras de amor de su marido?
Cómo ser feliz en un matrimonio que Mairi lamentó horas después de su celebración?
Todas estas incógnitas serán reveladas en la trama de esta magnífica novela de la autora Lyn Stone.
Highlands, Escocia. Verano de 1335
Qué estaba haciendo él en ese lugar?
No necesitaba una esposa tan desesperadamente, se dijo Robert MacBain a sí mismo. Sin embargo, allí estaba, en el medio de un lugar desconocido, en esas colinas extrañas. Y para casarse con una novia que nunca había visto, una novia que probablemente debía estar más temerosa que él en relación a todos los aspectos de ese acuerdo.
Aun así, estaba obligado a seguir adelante, Thomas de Brus había viajado desde muy lejos y había pasado medio año para arreglar ese casamiento. Y se había visto obligado a eso, en forma urgente, porque su hermana había rechazado a Rob había roto un compromiso de toda una vida. Rob no había tenido el coraje de rehusarle eso al amigo, dejándolo con esa culpa pensando en sus hombros. Ahora, sin embargo, deseaba haber esperado que Thomas se recobrase del fracaso de ese compromiso. Pero la fecha de llegada de Rob ya había sido combinada. Y su nueva prometida lo esperaba.
Y de ese modo, allí estaba él, enfrentando el único miedo que lo podría asustar. El miedo a lo desconocido, la materialización de sus peores pesadillas. Ese no era un miedo que pudiese admitir en voz alta. Ni una cosa que pudiese evitar.
Miró a su alrededor y hacia arriba, a los picos color gris tenebroso que definían a las colinas de las Highlands* (Nota de traductor: en inglés Highlands significa Tierras Altas). Esa región amenazadora le parecía muy diferente a las Lowlands* (Nota de traductor: en inglés Lowlands significa Tierras Bajas), el lugar que él llamaba su hogar. No guardaba semejanza con ninguno de los varios lugares del continente que él había visitado, al participar de los torneos con su Hermano, Henri.
Rob no deseaba estar en ese lugar, pero, a pesar de eso, sus aromas peculiares y la belleza increíble lo fascinaban, Decidió, por eso, que debía fijarse en los aspectos favorables del viaje en vez de concentrarse en sus temores.
Su prometida de las Highland tendría la belleza del lugar en que habitaba? Sería muy diferente de las mujeres que él había conocido en el pasado? Lo complacería esa mujer o le causaría repulsa? O tal vez provocaría en él ambas sensaciones. Aunque sus temores no se habían disipado del todo, ciertamente se habían tornado más soportables. Esa mujer podía hacer que todo aquello valiese la pena. Thomas le había afirmado que ella era muy bonita, mucho más que apropiada.
El inhaló profundamente el aire frío y seco de las montañas y
sacudió la cabeza para apartar las preocupaciones inútiles. Le gustase o no la joven, ella sería su esposa, su familia y Thomas dejaría de preocuparse de él. Rob necesitaba tener un heredero. Incluso si ella no fuese la persona adecuada, debería aceptarla como esposa, ya que tono se había tomado tanto trabajo.
Uno de sus hombres, Newton, tiró las riendas de su corcel y esperó hasta que Rob se aproximase.
- Craigmuir está poco después de aquellas colinas, mi Lord. - Apuntó hacia arriba, a la derecha. - Quieres descansar? Arreglarse un poco? - Newton le codeó el pecho y arqueó una ceja. - Tu novia te espera! La sonrisa divertida en el rostro de Newton le dijo a Rob que él debía estar sucio, después de una semana viajando con la misma ropa.
- Hay un arroyo un poco más adelante, que debemos cruzar, para llegar allá.
Rob aceptó y cabalgó delante de Newton. Los caballos, oyendo el ruido del agua corriendo, se pusieron a trotar.
Su padre le había enseñado que, en cualquier confrontación, Rob debería mostrarse y reaccionar como si ya hubiese conquistado el mundo. Hasta ese momento, ese consejo lo había ayudado y mucho. Y habría de ayudarlo en ese día.
- El está llegando! él está llegando! - gritó el centinela, en la almena. Corby saltaba de alegría, apuntando al sur.
Mairi Maclnness se negó a mostrarse ansiosa. Especialmente cuando todos en Craigmuir, actuaban como si los artistas y acróbatas de Navidad fuesen esperados. Se suponía que tenían buenas razones para tanta excitación, con la fiesta y los preparativos para la inminente boda. Para ellos, sería una bella celebración. En cuanto a ella, se guardaría la opinión hasta saber si tendría algún buen motivo para celebrar.
Su padre se unió a ella en los escalones de entrada.
- Es mejor que esperes allá adentro, mi palomita - él le aconsejó. - Me gustaría encontrarlo yo primero.
Mairi aceptó, pero no se apartó muy lejos, y ciertamente no fue a su cuarto para esperar a ser llamada. En vez de eso, se dirigió al pequeño aposento que su padre usaba para registrar sus cuentas y guardar sus libros de contabilidad. Desde allí, podría ver todo lo que pasase en el salón, sin ser vista. No quería sorpresas. Si el hombre se mostrase repugnante, eso le daría tiempo para preparar una reacción apropiada para cuando fuesen presentados. Mientras esperaba, Mairi enderezó una vez más el escote de la blusa, arregló las faldas, ajustó el cinto de donde colgaba una bolsita y la vaina de su daga. Satisfecha por estar tan presentable como fuera posible, ella se puso, entonces, a mirar ansiosamente la puerta del salón.
Sus ojos se abrieron maravillados, cuanto, finalmente, lo vio entrar. Por Dios, el recién llegado era impresionante, más alto que su padre, y su belleza opacaba la su primo, Ranald.
Incapaz de contener la curiosidad, desesperada por mirar más de cerca al extraño que había venido a desposarla, Mairi decidió que se arriesgaría a parecer ansiosa, después de todo.
Ellos habían parado al lado de la tribuna. Mairi se aproximó por detrás y por la derecha de su padre y se quedó en silencio, como era apropiado. Su momento de hablar llegaría, y no tan pronto como le agradaría.
EL emisario del barón de MacBain había llegado para hacer los arreglos del acuerdo matrimonial dos meses atrás. Ella lo había encontrado muy brevemente, sin embargo había sabido por qué el hombre estaba allí hasta que él había partido. Después de haberla informado de manera sucinta de los planes de casamiento, su padre no había hablado más sobre ese hecho, sin importar cuánto ella lo había importunado preguntándole sobre el asunto.
Mairi se había preparado para rehusarse si su prometido no fuese de su agrado, no obstante su padre ya había comenzado con los preparativos para el casamiento hasta los más mínimos detalles, como la calidad de las cintas de su camisa.
Ella lo perdonaba por eso, pues parecía que él había hecho lo mejor, después de todo. Su madre, de estar viva, se sentiría orgullosa de los arreglos realizados por su padre y de la aceptación obediente de Mairi.
Qué agradable sorpresa que el pretendiente fuese joven y fuera un hombre presentable, pensó Mairi. Ella ya tenía veinticuatro años, unos diez años más de la edad que hombres de la nobleza buscaban en una esposa. Ella había esperado encontrar un prometido que se sintiese atraído por su dote en primer lugar, su cabellos y sus dientes, que estaban completos.
Que el elegido no fuese un hombre de las Highlands la complacía. Dejar el lugar de nacimiento sería poco sacrificio, y eso no le preocupaba a Mairi. Pues toda su vida ella había ansiado tener aventuras, viajar y conocer nuevas tierras, aún cuando pensaba como era improbable que eso sucediese.
Extrañaría a su padre, por supuesto. Aunque él, la mayor parte del tiempo, le dedicase casi la misma atención que daba a sus perros, ella sabía que él la amaba mucho. Si no era así, por qué él se ocuparía de castigarla, de vez en cuando, y de aconsejarle que fuese más prudente y cuidadosa?
Como ella nunca había conocido a su madre, él debía sentirse obligado a transformar su única hija en una dama digna. Mairi se sentía feliz de que él la quisiese lo suficiente como para molestarse en corregirla.
EN ese instante, su padre encabezaba su lista de personas favoritas, simplemente porque había elegido un marido tan distinto para ella.
Dejando de lado los ataques ocasionales de los vecinos, la vida en Craigmuir se era excesivamente aburrida. Los clanes rivales cabalgaban por la zona, robaban unas pocas cabezas de ganado, cabalgaban de vuelta a sus tierras. Y luego, los hombres de su padre partían para ejecutar la venganza: recuperaban los animales y se traían animales de sus vecinos. Más allá de cuidar a los pocos heridos, oír insultos cuando un ataque fallaba, ninguno de esos hechos afectaba la rutina de vida de Mairi.
Y ahora, tenía delante de sí una gran esperanza de cambio. Ese hombre tenía cabellos castaños claros, aclarados por el sol, peinados recientemente y llevaba despejada su frente ancha. Sus ojos grises oscuros parecían no perderse nada, aunque él no se hubiese tragado en seco como hacían algunos, al entrar en el salón cavernoso. Debía estar acostumbrado a vivir en ambientes mucho más amplios y más ricos.
Mairi deducía eso por la túnica de lana que usaba, estaba espléndidamente bordada, sus pantalones ajustados, más allá de su excelente armadura, que parecía más cara que la de su padre. O de cualquier otro guerrero que ella hubiese visto.
Las espuelas de plata y la cota de malla que él usaba lo distinguían como un caballero, y como un noble. Pero ella ya sabía eso. Uno de los pocos detalles que conocía era su título de barón.
El tenía un aire serio y noble. Ella sonrió, dándole la bienvenida, desde su lugar, detrás del lord, esperando una respuesta pronta que pudiese significar un gesto de amistad. Sin embargo, a juzgar por sus actitudes contenidas, el hombre podía haber sido confundido con una persona antipática. No le devolvió la sonrisa. Pero... bien... él no debía todavía no sabía quién era ella, pensó Mairi consolándose.
Ella apretó los dientes y conservó la sonrisa, silenciosamente determinada a no hacer juicios precipitados. El debía estar tan preocupado como ella estaba, en relación a ese primer encuentro.
Su padre todavía no había notado que ella estaba presente, pues ella se había colocado fuera de su vista. Él acababa de saludar a su sobrino y hacía las presentaciones.
- Lord Robert MacBain, barón de Baincroft, le presento a mi sobrino y sucesor elegido, sir Ranald Maclnness. - él inclinó la cabeza en dirección a su sobrino que iba a ser el Lord de los Maclnness, después de su muerte.
Ranald era un hombre alto y robusto, de treinta años, que parecía maldecido por una tonta y perpetua sonrisa de excesiva confianza en sí mismo. Los ojos oscuros intensamente examinaron al huésped al mismo tiempo que la mirada gris del hombre se concentraba en él.
Aunque Ranald usase espada, espuelas y otras indumentarias de un caballero, Mairi sabía que él no poseía ninguna de las cualidades de carácter requeridas para quien quisiese honrar ese título. Caballerosidad, humildad y honor eran valores desconocidos por él. Mairi se preguntó si eso sería tan obvio para alguien que nunca lo hubiese visto antes. Sin embargo, el bello rostro del lord MacBain permaneció tan inexpresivo que ella no pudo deducir lo que él pensaba.
- Sir Ranald - dijo MacBain secamente, el nombre pareció sonar como un vocablo extraña en su boca.
El extendió el brazo y, después de una corta vacilación, Ranald le apretó
la mano rápidamente.
- MacBain - Ranald retrucó, con un desprecio obvio, ignorando su título de barón. Un insulto flagrante.
Mairi sintió una puntada en el pecho. Ranald tenía un propósito secreto para estar allí, y no era apenas la curiosidad de conocer a su prometido. El venía solicitando para sí mismo ese honor y con bastante regularidad, para disgusto de Mairi.
- Lamento no poder quedarme para la boda - dijo Ranald. - Debo retornar a Enslor antes de mañana.
- Espera encontrar problemas? - preguntó el lord.
- Nada que no pueda resolver - le respondió Ranald secamente. - Es una cosa de poca importancia que tengo que hacer en estos días, lamento no poder quedarme para aliviar tus muchos deberes aquí.
El padre de Mairi suspiró.
- Tu ambición muchas veces es admirable, Ranald. Sin embargo, no estoy muerto todavía, como puedes ver.
Aquello podría terminar en otra pelea familiar, pensó Mairi, con aprensión creciente. Y como eso sería vergonzoso. Su mirada se desvió hacia lord MacBain, quien observaba a su padre y a Ranald con agudo interés.
Ranald llevó una mano a su pecho, con un gesto de irónica aflicción.
- No interpretes mal mi oferta de ayuda, mi Lord, - Miró hacia atrás y clavó sus ojos demoníacos en Mairi. - Así como si interpretaron mal mis frecuentes propuestas para convertirme en tu yerno.
Lord Maclnness resopló poco elegantemente.
- Ser mi sobrino es un vínculo suficientemente cercano para mi conveniencia. El clan te escogió como sucesor hace muchos años, y tendrás tus derechos, pero no a través de mío o de mi hija.
Ranald miró de arriba a abajo a Mairi y luego sonrió, con su sonrisa maligna. Cuántas veces él había actuado así, amenazándola silenciosamente con las cosas que le sucederían si la agarrase a solas?
De repente, MacBain se colocó entre los dos, deliberadamente obstaculizando la visión de Ranald. Solamente entonces él interrumpió el examen descarado y se apartó.
Gracias a Dios él se fue, la cercanía de ese hombre le ponía la piel de gallina.
Cuando, finalmente, estuvieron libres de la presencia de Ranald, su futuro esposo se volvió y la miró directamente a los ojos, como si ella fuese la única persona en el mundo que valiese la pena mirar. Ella se sintió bien, en ese mismo instante. Un tanto acalorada, tal vez, pero bien.
Dios le salvase el alma, ese hombre podría encantar a un cactus. Ella se sintió totalmente decepcionada cuando él desvió la mirada para enfocarla en su padre, con expectativa.
En ese momento, por primera vez, desde que había descubierto que estaba por casarse, Mairi Maclnness sintió un estremecimiento de ansiedad.
Por supuesto, tenía otras razones para esa sensación. Nunca se le había pasado por la cabeza que él sería tan guapo o con una presencia tan imponente, dada la obvia reticencia de su padre a hablar con ella sobre el casamiento o su prometido.
- Lord MacBain, esta es mi hija, Mairi Maclnness - dijo su padre, como presentación, llevándola hacia adelante, para que quedase frente a frente con su pretendiente. - Esta es su prometida.
De nuevo, ella se convirtió en el blanco de esa mirada penetrante. Los ojos color acero enmarcados por largas pestañas se abrieron ligeramente con ávido interés, tal vez incluso con deseo. Mairi casi se estremeció.
Cautelosamente, como si juzgase que ella podría rehusar el gesto, él extendió su mano ancha, la palma callosa hacia arriba. Mairi se entregó a su caricia y observó como él llevaba sus dedos a los labios. Ella suspiró. El tenía labios maravillosos. Sus ojos no se apartaron de su rostro mientras esa boca finamente esculpida casi tocaba los nudillos de sus dedos. Ella sintió la respiración caliente sobre el dorso de la mano, lo que provocó un hormigueo que le subió por el brazo y que no se detuvo en su hombro.
- Mi Lord - ella lo saludó. Deseaba no haber hablado tan bajo y sin aliento, pero su porte y su presencia imponente la habían subyugado.
- Mi lady - él murmuró, con voz profunda, completamente desprovista de cualquier inflexión.
Ella no pudo definir si le gustaba el sonido de esa voz. Sin embargo, del resto de su persona ciertamente no podía quejarse, de él fluía el aroma as especias costosas de Oriente. Clavo de la India, ella decidió, respirando profundamente. Y canela, que ella adoraba. Su cuerpo tenía un rico aroma, pensó Mairi, acostumbrada a estar con hombres que sólo olían a hedor de sudor y de caballo. Su padre carraspeó.
- Pase, siéntese y descanse - él ordenó, con voz altisonante, atravesando el salón en dirección a la chimenea. - Traigan cerveza para nosotros! - él prácticamente gritó las palabras a los siervos que ahora se alborozaban alrededor de las mesas, preparándolas para la cena.
- Padre! Por favor, Habla más bajo - Mairi lo reprendió en voz baja, codeándolo en el brazo.
El se limitó a rezongar en voz casi inaudible, sin mover los labios.
- Me entristece decirte esto, pero debes tener paciencia y piedad. La falta de audición, muchacha. Debería habértelo mencionado antes.
Mairi suspiró, preocupada, pero no en demasía. Ese tipo de deficiencia era esperable en un hombre de edad avanzada como su padre. Sin embargo, no era necesario que todos compartiesen su problema. Sin embargo, el joven barón no parecía haber notado los gritos de su padre. Tal vez comprendiese la situación, después de todo su padre era un hombre mayor.
Para su sorpresa, su prometido no tomó la comodidad de las únicas dos sillas con almohadón, dejándolas para su anfitrión y su hija. Una deferencia semejante, tanto para Mairi como para el viejo Lord, le hablaban de los buenos modales de ese hombre.
Por qué, entonces, su padre parecía tan inquieto? No temeroso, exactamente, pero ciertamente en guardia.... Probablemente su padre estaba preocupado de que ella pudiese avergonzarlos.
No esa vez. Esta vez ella controlaría su conducta precipitada e impulsiva. Nunca más se iba a precipitar en una acción o en un juicio, olvidándose de la cautela y los buenos pensamientos.
No estaba mostrando justamente eso en este mismo momento? Cada movimiento que el barón hiciera, ella lo evaluaba con gran cuidado. Después de todo, su futuro dependía de cuán bien ellos dos se entendiesen.
Mairi inclinó la cabeza con modestia y se arregló las faldas, luego preguntó suavemente:
- Tu viaje hasta aquí debe haber sido notable, verdad, mi Lord? Las colinas son fascinantes en esta época del año, verdad?
El la ignoró completamente como si ella no existiese, toda su atención concentrada en su padre.
- Me pregunto si encontraste alguna dificultad en el camino, o si el viaje fue tranquilo - ella continuó gentilmente, y luego esperó alguna respuesta de él.
El no le dio ninguna, manteniendo los ojos en el anfitrión como si esperase que él reprendiese a su hija atrevida por hablar tan libremente. Su padre le envió una sonrisa de advertencia, cuando ella lo encaró.
- Deja de ser impertinente - él murmuró, haciéndola callarse.
Aquello atrajo la atención de MacBain. Él inclinó ligeramente la cabeza hacia ella, como si hubiese visto un insecto en el piso.
- Me juzgas impertinente por hablar? - ella provocó al barón, olvidándose de la cautela. En verdad, desafiándolo directamente.
Eso le hizo ganarse un encogimiento de hombros, casi imperceptible. Sus labios se curvaron, pero no en una sonrisa, sino en un gesto de ligera irritación.
Y ella había pensado que ese hombre tenía buenos modales? Qué carácter horrible! Deliberadamente se rehusaba a responderle. Un cretino, un patán... O será que consideraba a las mujeres como seres inferiores? O era algo contra ella en particular? La encontraba ofensiva y repulsiva? Se había equivocado cuando su mirada le había parecido de interés?
Cuando MacBain habló, no fue con ella. El había dejado de examinarla y dirigía la mirada a su padre.
- Cuándo podemos casarnos? Preciso volver a mi casa - él dijo muy lentamente, en el mismo tono brusco y bajo que no variaba en su modulación.
Cada palabra, él la pronunciaba separadamente, como si fuesen palabras aisladas y no una frase. Sería que pensaba que su padre era medio retardado? O pensaba que un Lord de las Highlands no estaba acostumbrado a comprender el inglés correctamente? De cualquier manera, él no
tenía derecho a insultarlos. Craigmuir podía ser un lugar aislado, pero sus lores ciertamente eran personas educadas. Lord de Maclnness había viajado constantemente durante su juventud, y sabía leer y escribir. Incluso El mismo había insistido para que su hija fuese enseñada a leer y a hacer cuentas.
Su padre suspiró tristemente, al responder:
- Ustedes deben casarse pronto, supongo, ya concordamos respecto a eso. - Entonces, como si todavía no le hubiese respondido, su padre forzó una sonrisa y levantó la cabeza y el tono voz: - Pronto!. Ustedes pueden casarse esta semana!.
- Esta semana! -- exclamó Mairi. Miró furiosamente a su padre, dispuesta a conseguir que le prestase atención a ella. El no se daba cuenta que ella necesitaba conocer a ese hombre antes del casamiento? Si, en verdad, iba a haber un casamiento, ella pensó desconfiada. Aunque era guapo, joven y rico, Mairi no estaba sujeta si le gustaba ese hombre.
Con un gesto seco de aceptación, MacBain se volvió hacia ella.
- Estás de acuerdo?
Finalmente! El se había dignado a notar que ella estaba presente en la conversación, incluso hasta podía hablar. Si había algo que ella detestaba, era ser ignorada.
Mairi sonrió dulcemente.
-- Estás bromeando, seguramente, mi lord! Alguna vez has sabido de alguna solterona de mi edad que haya rechazado un casamiento? Sin embargo, vos
deberías pensar dos veces esto, ya que aquí vos te llevas más de lo que negociaste!
- Mairi! - su padre la retó jadeando. - Cuida tu lengua!
Ella se levantó y se volvió hacia él, dándole la espalda al barón.
- Qué pasa? Tengo veinticuatro años, padre. Nadie en este lugar parece haber notado mi edad en estos últimos doce años. Ahora, invitas a este hombre para que me saque de sus manos lo más rápido posible? No te das cuentas que él apenas puede mirarme! Ni siquiera me responde a una simple pregunta.
Su padre se llevó las manos al pecho y puso sus ojos en blanco como si le hubiese dado un ataque de apoplejía. Mairi no creyó en esa charada ni por un instante. Era un recurso usado para hacerla sentirse culpable y ganarse un pedido de disculpas. Bien, su padre no conseguiría eso, ella decidió, no después de intentar casarla con ese cretino maleducado.
- Quieres que me disculpe, papá? -- dijo ella, con toda la arrogancia que pudo reunir. - Me voy a retirar y te dejo con tu huésped! Estoy segura de que él no me va a extrañar. - Con el mentón erguido y sin otra mirada a su antiguo prometido, ella se encaminó hacia la escalera.
Por más guapo que fuese el hombre, ella no se dejaría seducir por alguien que probablemente había sido sobornado para desposarla. Por su apariencia y por el modo en que se comportaba, su padre no le había pagado lo suficiente como para hacer que ese canalla odioso estuviese contento con la transacción comercial.
Ella había vivido sin un marido durante todos esos años y la había pasado muy bien. Por qué aceptar a un hombre que no la consideraba digna de una sonrisa, de una palabra amable o incluso de una segunda mirada? Qué se fuese al diablo. Ella permanecería solterona.
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A Rob le gustó el balanceo de aquellas caderas bien formadas que la muchacha del bonito cabellos rubios exhibió al retirarse. Una lástima que no hubiese entendido ni una palabra de lo que ella había dicho y que no pudiera adivinar la razón por la cual Mairi había dejado la sala.
El había descubierto que el modo extraño de expresarse de los habitantes de las Highlands era difícil de entender, especialmente cuando alguien hablaba tan rápido como ella lo había hecho y sin casi mover los labios. El viejo lord hacía esfuerzos para que Rob lo comprendiese, pero la joven no se había mostrado comprensiva. Posiblemente, ella no se había dado cuenta que debía actuar así.
Podía ser eso? No le habían contado? Thomas le había dicho que había insistido para que la novia supiese todo antes del casamiento. Rob había establecido ese hecho como una condición imprescindible antes de que su emisario lo enviase a buscar.
El había expuesto su preocupación. Thomas nunca le mentiría, no acerca de eso. La mujer sabía todo respeto a su futuro marido. Ella simplemente no sabía cómo lidiar con la situación. Eso podría serle enseñado con facilidad.
Mairi Maclnness era una mujer hermosa, y de ninguna forma era la muchacha tímida que él había temido encontrar. Thomas no le había dicho su edad, pero Rob adivinaba que ella debía haber pasado los veinte. Cosa que le agradaba.
La rabia que había mostrado para con su padre le había traído un bello rubor a su cara. Los ojos azules habían chispeado cuando ella lo había incluido en su ataque de enojo. O cualquiera fuese el sentimiento que hubiese causado tanto disgusto en ella. Rob estaba satisfecho de ver que la joven no era pasiva y que poseía coraje. Eso era bueno, pues ella iba a necesitarlo.
De nuevo, él encaró el lord.
- Ya le contó a ella?
- Qué? - preguntó el viejo lord, cautelosamente, su mirada huyendo, evitando los ojos de Rob.
Rob lo miró con firmeza, esperando. No le importaba abordar un tema que ese hombre ya sabía, pero que, obviamente se sentía reticente a discutir.
- Si, se lo dije, pero fui muy breve al respecto. - él dejó colgar su cabeza y, en seguida, la enderezó nuevamente, - Lo dejé para lo último - admitió Lord Maclnness.
-- Lo último? - repitió Rob, tratando de entender la rabia de la joven. - Para último... sería... cuándo se lo dijo?
El lord pareció avergonzado y pasó la mano por sus cabellos grises.
- Hoy. Ahora mismo.
- Mierda! - Rob suspiró profundamente y sacudió la cabeza.
- Ella se va a acostumbrar - respondió Maclnness, en un tono esperanzado. - Mairi es una muchacha sensata… y gentil - el padre agregó.
- Cuando le dijo - preguntó Rob, escondiendo su aprensión -
Ella se enojó? -
Rob se dio cuenta que no quería que ella lo rechazase. Que otras lo hiciesen, a él no le importaba. Excepto Jehannie. Su traición casi lo había destrozado. Desde que ella había roto el compromiso matrimonial de tantos años, él
ni siquiera había pensado que pudiese llegar a querer casarse con alguien.
Si no necesitase un heredero para Baincroft, Rob jamás habría aceptado que Thomas arreglase un matrimonio para él. No tenía prisa en casarse. No, hasta haber visto a esa mujer…
- No! No! No fue eso lo que la enojó - le aseguró el lord, sacudiendo la cabeza, - Ella quiere ser cortejada, creo. Todas las mujeres quieren eso del romanticismo.
Rob asintió. Necesitaba cortejarla, por supuesto. Podía hacer eso, aunque tuviese poca inclinación para esos juegos amorosos. Tampoco consideraba que el romanticismo fuese necesario bajo esas condiciones. Mierda! Era un matrimonio arreglado! El contrato nupcial ya había sido firmado. La mujer ya le pertenecía. Todo lo que faltaba era firmar los documentos del casamiento, pronunciar los votos… y acostarse con ella, y por supuesto, consumar el matrimonio. No era que él se hubiese olvidado de eso, pero ahora que la había conocido....
Rob se mordió el labio inferior por un segundo, se dio cuenta de lo que hacía, y pronto sus facciones se suavizaron. Si él no la cortejase de la forma apropiada, como el padre de ella había sugerido, ella podría desear olvidar ese detalle final de la ceremonia, que Rob estaba tan ansioso por cumplir.
Ella podría descartar a consumación del matrimonio, y él nunca tocaría esa piel sedosa, o sentiría de cerca ese sutil olor a rosas que emanaba de ella. Por no mencionar los otros placeres que su entrepierna ya anticipaba.
Iba a cortejarla, pero no lo prolongaría mucho. Ahora, la única cosa que quería era casarse y volver a su hogar.
Cuando llegasen a Baincroft, pronto la muchacha se daría cuenta que no había tenido razón para dudar de su capacidad para cuidarla a ella y a los hijos que tendrían juntos. Allá, entre su propio gente, él tendría su mejor oportunidad para impresionar a su esposa.
Sin embargo, si ella desease ser constantemente cortejada y quisiese oír palabras dulces día tras día, después del casamiento, podía olvidarse de eso. Rob había intentado enamorara su primera novia tan pronto como ella había tenido la edad apropiada. Y aquello no había terminado bien.
Su amado padrastro y su hermano tenían razón, todos aquellos años, le habían advertido que no demostrase ningún sentimiento tierno. Le habían dicho que él debía cultivar un comportamiento serio y comedido para ganarse el respeto de todos.
Aunque ellos le habían dado ese consejo para aplicar en las tratativas con otros lores, caballeros, y hombres negocios, Rob se había preguntado si el consejo no se aplicaría también a las mujeres.
Debería fingirse enamorado sonriente y provocarle dolor a esa muchacha, como siempre había hecho con las mujeres que procuraba complacer? O debería permanecer indiferente, ya que ella era una mujer de la nobleza y estaba dispuesta a ser su esposa? Le gustaría que Trouville o Henri estuviesen allí para aconsejarlo.
No le gustaba estar lejos de Baincroft, especialmente en ese lugar extraño donde apenas conocía a los cuatro hombres que lo habían acompañado en el viaje. Debido a su origen plebeyo, no podía mantenerlos cerca en esas reuniones delicados con su futura esposa y lord de Maclnness.
Si Thomas hubiese venido, para hablar en su nombre, las cosas podrían estar saliendo mejor. Y todo eso no sería tan complicado. Desgraciadamente, su amigo estaba en cama, en Baincroft, con una pierna quebrada.
Rob maldijo su suerte, la pérdida de los servicios de su compañero y administrador, en un momento tan crítico. La ausencia de su característica confianza lo incomodaba. Y todo eso era culpa de Jehannie, por supuesto.
Dos episodios habían marcado una pérdida de confianza en sí mismo el rechazo de su padre y el rechazo de Jehannie cuando se había rehusado a casarse con él.
Desde esa ocasión, la duda aumentaba con cada nueva relación que entablaba. Él debía, de alguna forma, volver a conquistar la confianza en sus propios valores y capacidades. Su madre había batallado continuamente para inspirarle confianza en sí mismo. Pero Rob dudaba que pudiese recuperarla allí y en ese momento, rodeado de tantas personas extrañas.
Sólo habría sido su falta de cortesía lo que había hecho huir a lady Mairi? No importaba cuanto él desease creer eso, Rob encontraba difícil creer que sólo fuese eso, especialmente teniendo en cuenta lo que ella acababa de saber sobre él. Ese conocimiento, sin duda debía formar parte de su huida.
Bien, eso era problema de ella. Si no pudiese soportar esa carga en su vida, o el precio de la dote había sido pagado. Ella tendría que honrar el contrato firmado por su padre. Y Rob la tendría como esposa.
El lord parecía sentirse miserable, Rob notó. Tristeza por perder a su hija, sospechó. Perderla y entregarla a un hombre como MacBain no debía ser fácil para él.
Rob admitió que probablemente se sentiría de la misma manera en iguales circunstancias. Thomas le había dicho que le había explicado todos los detalles a Maclnness. Y como el lord sólo había contado a su hija hacia pocos minutos, ella no debía conocer toda la extensión de los hechos.
Quedaría más tranquila si supiese que la sordera de Rob no se transmitiría a sus hijos? Su madre le había asegurado eso, puesto que él había sido capaz de oír por algunos años después del nacimiento. Una fiebre le había robado la capacidad de oír.
La ayudaría saber que él lograba oír algunas cosas? Rob maldijo sus propios pensamientos engañosos. Los sonidos graves de los tambores y los silbidos agudos no contaban, pues no podía oír nada entre esos dos sonidos extremos. No, probablemente a ella no le importasen los detalles más finos del asunto. Para hablar honestamente, él era sordo como una piedra. Y eso era todo.
El contrato le había costado mucho, porque Maclnness no había aceptado dejar que lady Mairi lo desposase, al principio, como le había contado Thomas. Sin embargo, el; lord necesitaba asegurar el futuro de su hija, ahora que se estaba haciendo vieja. Rob podía no ser capaz de oír a la muchacha, pero podía hacerla una mujer muy rica.
A cambio del precio de la novia, Rob ganaría una propiedad en ruinas cerca de la frontera, como dote. Un pantano en medio de rocas. Se había desviado en el camino de su viaje para examinar la propiedad. Sería lo mismo que haber aceptado a una mujer sin dote, pues la propiedad no tenía ninguna utilidad para él. Pero sabía que eso no podía ser hecho, no se rechazaba una dote, ni siquiera en las clases más bajas, aunque Rob se contentase sólo con una cosa, después de haber conocido a la muchacha.
Sólo quería un hijo como heredero. Considerando su sordera, probablemente ninguna otra familia de la nobleza que supiese de su sordera le entregaría una hija.
Rob supuso que debía concederle algo a Maclnness, ante esa verdad cruda.
- Durante dos días la cortejaré - le prometió a Maclnness, extendiendo dos dedos hacia arriba, para enfatizar sus palabras. - Después, ella y yo nos casaremos y partiremos.
El lord se hundió en la silla y aceptó. Luego, levantándose penosamente, señaló las mesas en la cabecera del salón.
- Venga, vamos a comer.
Rob tomó asiento en el lugar de honor. Lady Mairi no apareció en el salón.
El lord nada dijo hasta que terminaron la comida. Sólo entonces, se volvió, y miró a Rob, con la frente fruncida.
- Va a ser bueno con mi Mairi? Le gustó ella a pesar de todo lo que pasó?
El corazón de Rob se compadeció con la evidente preocupación paterna que podía ver en los ojos del viejo lord y procuró confortarlo, como pudo.
- Si, mi lord -- afirmó Rob, intentando permanecer indiferente y fallando miserablemente. - Ella me gustó.
A la mañana siguiente, Mairi despertó y resolvió abordar la situación de forma más pragmática de lo que había hecho la noche anterior. Había pensado mucho. Si no se casase con ese barón, nada cambiaría para ella. Pasaría el resto de su vida contando las sabanas del castillo y lustrando la colección de platería de Craigmuir, reprendiendo a los criados insubordinados y haciendo las compras para el castillo. Sin embargo, si aceptase al hombre como marido, por lo menos tendría alguna posibilidad de establecer una familia que fuese solamente suya, de tener hijos que la amasen.
Y finalmente, ella vería lo que había más allá de las colinas parcialmente habitadas y de los valles estrechos de las Highland. Más que cualquier otra cosa, ella ansiaba conocer una ciudad, cualquier ciudad. Quería viajar, conocer nuevos pueblos, nueva gente y, con algo de suerte, verse envuelta en una aventura por el camino, sólo una aventura sería o suficiente. Casarse con MacBain ya le cumpliría ese último deseo, pensó Mairi, con una sonrisa secreta.
El podía no querer hablar con ella más de lo que estrictamente necesario, pero Mairi tenía que admitir que no era difícil superar eso. Con tiempo, seguramente ella lo convencería a adoptar alguna actitud más sensible.
Además, compartir la cama con él no sería una tarea desagradable. Creía que él había sentido un breve interés por ella, en ese sentido, si no fuese por otro. Suponía que sería ese interés sería suficiente, y a lo mejor descubrirían
algún otro tema en común. Muchos matrimonios ni siquiera contaban con ese interés sexual para comenzar.
Determinada a demostrarle a él que ella podía ser una compañía interesante, Mairi se dirigió a la cocina, poco después del a misa, y colocó en una cesta una porción de queso, carne fría y pan fresco recién sacado del horno. Agregó un odre con vino y salió en busca de su prometido, quien no se había tomado el trabajo de aparecer en misa o en el desayuno informal que había seguido al rito.
Ella lo encontró en el establo, cepillando a su caballo.
- Buen día, mi Lord - ella dijo, exhibiendo su sonrisa más expresiva.
El le sonrió en respuesta, con una expresión de dulzura que la hizo detenerse en seco y respirar profundamente. Por Dios, ese hombre podía hechizar a cualquiera cuando se lo proponía, pensó Mairi, llevando una mano a su pecho, sin darse cuenta que su corazón se había acelerado salvajemente y sintió vértigo por un instante.
Tan rápidamente como había surgido, su sonrisa se fue. El taciturno barón frunció la frente al mirar para la cesta que ella cargaba. Lo que la dejó preguntándose si había imaginado la forma en que él la había recibido. Había sido una alucinación?
Mairi levantó la tapa de la cesta para mostrársela.
- Traje comida. Hay un lugar maravilloso que podría mostrarte, si quieres cabalgar. - Tomó una silla de montar y se la extendió a él, señalando una yegua.
- Cabalgar? - él miró a su alrededor y volvió hacia ella. - Solos?
Ella sonrió, de un modo malicioso, e inclinó la cabeza para o lado,
- Por qué no? Somos prometidos. Quién puede censurarnos?
Con un gesto de inseguridad, él tomó la silla. Mairi se sintió feliz con sólo observarlo moverse, mientras Rob ensillaba su caballo y, después el de él. La gracia de sus movimientos, ella pensó, impresionada por la economía en los gestos de cada acto, sus músculos bien marcados y visibles a través de las ropas del barón.
Rudo o no, él le hacía hervir la sangre. Era el primer hombre en conseguir perturbarla de ese modo, y, por eso, casi le perdonaba su falta de atención de la noche anterior, y por la ausencia de su sonrisa encantadora, en ese instante. Quién sabe, quizás él sólo fuese tímido o nunca le habían enseñado buenos modales,
Mairi podría enseñarle. Como primera lección, ella aguardaba que él la ayudase a montar. Después de una mirada agudo en su dirección, él la sujetó por la cintura, la levantó como si ella no pesase más que la cesta de comida que colocó sobre el lomo de la yegua.
Esas manos fuertes se habían se demorado en su cuerpo más de lo necesario? Ella creía que sí. Buena señal. Rob montó rápidamente y se pusieron a cabalgar en silencio. Mairi indicaba el camino. Su lugar especial los aguardaba, una adorable claro en el bosque donde un riacho corría por entre las piedras, después de una pequeña cascada. Las flores que allí crecían transformaban el lugar en un valle encantado. Podría pasar algunas pocas horas tranquila lejos do castillo, para conocerse mejor.
No era que iba a permitirle a él alguna libertad, sería mejor que él no intentase nada antes del casamiento. O no?
Mairi sonrió para sí misma, casi deseando que él abandonase su actitud de respeto. Muchas parejas se anticipaban a la pronunciación de los votos matrimoniales. Era evidente que ella no iba a alentar ese tipo de cosas, por supuesto, ni siquiera para hacer la relación entre ellos más gentil. Su padre le había dicho que una dama debía marcar los límites.
Muchas veces Mairi había deseado hablar con las otras mujeres acerca de ese tema. Su madre había muerto hacía mucho tiempo, y las pocas criadas que permanecían en Craigmuir no eran personas a las cuales ella pudiese pedir consejos de esa naturaleza, la mayoría de esas mujeres se sentían libres de conceder sus favores sexuales y eso no era un secreto.
Llegaron a destino. MacBain permaneció montado, observaba el bosque y las cercanías con una mirada atenta.
Mairi podría jurar que él estaba estudiando el terreno, buscando rastros y oliendo el aire, como si presintiese problemas. El creía que ella lo había invitado para tenderle una trampa?
- Me gusta este lugar - él dijo finalmente, desmontando y yendo a ayudarla a descender de la yegua. Luego, se inclinó y recogió, en un gesto rápido, un puñado de flores silvestres. - Para vos - él dijo, enfrentándola, mientras las extendía hacia ella.
Mairi decidió ignorar la intensidad de su mirada. Por Dios, él raramente parpadeaba.
- Te lo agradezco! - ella murmuró.
Ciertamente a él no le gustaba perder el tiempo. Pero había hecho
un esfuerzo por agradarla y ella le daría crédito por eso.
- Ven conmigo - ella ordenó, tomando la mano fuerte y empujándolo hasta el borde del riacho, resuelta a convertirse en amiga de ese hombre, sin importar cuán rudos fuesen sus modales.
El se agachó, sentándose y forzando suavemente a Mairi a acompañarlo, observó el agua y la miró con una expresión desafiante y comenzó a sacarse las botas.
Intrigada con esa sugestión inesperada, tan contraria a lo que se espera de una muchacha bien educada, ella aceptó el desafío e hizo lo mismo, sacándose los zapatos y arrojándolos por encima sus hombros, éstos cayeron en el pasto. En momentos, estaban sentados, lado a lado, con los pies descalzos lentamente jugando con el agua fría y límpida del riacho.
- Ah!, esto aquí es una delicia, verdad? - ella comentó, acostándose en el espeso parto verde. - Tienes algún lugar así, cerca de su casa? Algún lugar especial para vos?
Aunque no respondió, él se apoyó sobre uno de sus codos, casi acostándose sobre ella y mirando fijamente su rostro. Por un instante, Mairi pensó que él iba a besarla, pero él sólo tomó las flores que ella todavía traía en la mano. Escogió una.
- Belleza - él murmuró, en un tono seco, rozando los pétalos en su nariz; - Aquí - él continuó , tocándole los labios con la flor, - Y aquí - él repitió , pasándola por su cuello hasta el borde de la camisa
- Escondida - ella respondió provocándolo .
Un calor extraño se esparció por todo el cuerpo de Mairi, más que cualquier otra cosa, quería ver de nuevo esa sonrisa y esa expresión encantadora que le había visto en el establo. Lo Lograría de nuevo?
- Un beso? - ella murmuró, con un aire de timidez, adoptando el peculiar hábito de él de hablar con pocas palabras. Como respuesta él simplemente posó a boca sobre la de ella. Después de una leve presión de los labios, él la indujo, con la lengua, a recibirlo. Ella nunca había sido besada así en su vida. Qué pena, pensó Mairi, disfrutando intensamente la sensación. El se puso a explorar todos los rincones, su lengua se movió suavemente, rozándole los dientes, los labios, despertando en ella una oleada de placer. Mairi, entonces, respondió, de la misma forma.
Encontró la abertura caliente y húmeda de su boca, probando su sabor y su calor que, como el de ella, aumentaba. Adorando cada investida dada con la lengua, Mairi ni pensó en retirarse. Las lenguas iban y venían con un ansia que enviaba un río de fuego hasta su vientre, un calor abrasador que ella apenas conseguía controlar. Su corazón se aceleró, latiendo en sus oídos, mientras estrellitas de colores danzaban en la línea semicerrada de sus pestañas.
Cuando él arrojó su cabeza hacia atrás, respirando profundamente mientras Mairi pestañeaba deslumbrada, dándose cuenta que ninguna parte de sus cuerpos, salvo sus bocas, se habían tocado. Si él conseguía despertar ese tipo de sortilegio con apenas sus labios y su lengua, qué sucedería cuando usase el resto de su cuerpo?
Mairi dejó escapar un largo suspiro y cerró los ojos, imaginando.
-- Me deseas? - Él preguntó, y parecía hablar en serio…
- El cielo es azul? - ella retrucó secamente, los ojos todavía cerrados, una sonrisa maliciosa se dibujó en sus labios, - Qué crees, tonto?
El se rió. Qué sonido extraño, Mairi pensó. Alto y brusco, como si raras veces se riese, y aquello lo hubiese tomado por sorpresa. Sin embargo le gustó su risa, más que nada porque lo había hecho expresar sus sentimientos. Ciertamente un hombre podría amar a una mujer que lo hiciese reír, especialmente si hubiese tenido pocos motivos para reírse en su vida.
Ella se ocuparía de que esas risas no le faltasen, decidió Mairi en ese instante. Risas e hijos. Ambos, en abundancia. Ella se rió también, deleitada por ese pensamiento.
El parecía más relajado ahora, más cómodo en su presencia después del beso y de la pequeña broma.
Por lo que parecieron horas, permanecieron allí, lado a lado, los dedos de ella entrelazados con los de él. De vez en cuando, él volvía su cabeza para mirarla, algunas veces con un aire de ironía, otras con satisfacción, pero no intercambiaron ni una palabra. Ella detectó una cierta ansiedad bajo la calma que él aparentaba, corno si pensase en hablar algo, pero se contuviese.
Qué misterio era ese hombre! Por qué no hacía preguntas sobre ella o hablaba sobre sí mismo? Mairi ansiaba saber sobre el hogar que él planeaba ofrecerle y el camino que harían para llegar a su castillo, en las Lowlands.
Ella permaneció esperando que él dijese algo primero, para no parecer tan atrevida como lo había sido la noche anterior. El, sin embargo, parecía feliz con simplemente estar acostado allí, bañado por los rayos errantes que se filtraban por el follaje de la vegetación sobre sus cabezas.
A pesar de su ansiedad por saber más respecto a él, había mucho que deducir de esa reflexión silenciosa, Mairi pensó. De alguna forma, sentía una especie de paz que se los envolvía a los dos: como si hubiesen establecido una comunión de espíritus. Y eso sólo podía unirlos mejor en el matrimonio.
Se sintió mal por haberlo juzgado con precipitación la noche anterior y por haberlo tratado con desprecio en uno de sus ataques de furia. Su peor defecto era hacer juicios precipitados. MacBain no era el primero en sufrir eso, pero ella podría intentar remediar las cosas.
Probablemente él sólo estuviese cansado y un tanto desorientado por el largo viaje. Y era muy tímido, por supuesto. Mairi estaba firmemente convencida de que ese era el gran problema del barón. Nada que ella no pudiese cambiar, naturalmente. Cualquiera que la conociese podría jurar que Mairi Maclnness no tenía ni un resquicio de timidez en su comportamiento.
De repente, él se levantó, se puso las botas y tomó los zapatos de ella. Mientras Mairi se calzaba, fue a buscar a cesta que todavía continuaba sujeta a la silla de la yegua.
Silenciosamente, hablando apenas con la mirada, ellos comieron, compartiendo el alimento e imaginando los pensamientos uno del otro.
El le extendió una feta de queso, Mairi se inclinó y la tomó de la punta de los dedos de él con los labios. Las chispas de aquellos ojos grises volvieron a encender el fuego que el beso había iniciado, dentro de ella. Pero ella lo sofocó. Todavía ellos no habían pronunciado los votos nupciales y él no debía juzgarla como una libertina.
Sin embargo, qué extraña e íntima comida estaban teniendo. Ahora que se habían besado, los ojos de MacBain hablaban claramente de aquello que prefería estar haciendo. Mairi decidió creer que él actuaba así por respeto a ella y eso le gustó, aunque lamentase el hecho de no poder hacer más cosas con él.
- Deberíamos volver - ella dijo lentamente y con reticencia, cuando finalmente terminaron la comida.
El aceptó y la ayudó a recoger la toalla, platos y copas, y las colocaron en la cesta. Luego, se levantó y le extendió la mano. En el instante en que ella se puso de pie, él la empujó hacia sus brazos y la envolvió con su fuerza, Mairi podía sentir el calor de sus labios rozándole lo alto de su cabeza.
Nunca se había sentido tan protegida. Y deseada, también. Podía oír los
latidos del corazón contra su oído, cuando recostó la cabeza contra su pecho. Y tuvo certeza, en ese instante, de que podría quedar así por toda la eternidad, y ser feliz.
El sonido de un trueno distante dispersó sus pensamientos. Era extraño. No llovía hacia días, y ella no había visto nubes en el cielo.
De repente, él se puso tenso, las manos agarrándola por los hombros como si fuese a alejarla. Al levantar los ojos, en una pregunta silenciosa, ella notó que MacBain parecía haber entrado en estado de alerta, inmóvil y a la expectativa, como si presintiese peligro.
Sus fosas nasales se dilataron, como si detectase algo. Luego, él la miró.
- Oíste?
- Sólo un trueno - ella respondió, encogiéndose de hombros. - Muy lejos, creo. La lluvia no va a agarrarnos tan pronto, pero…
El colocó un dedo sobre los labios de ella, haciéndola callar.
- Escucha.
Mairi obedeció, aguzando sus oídos y buscando distinguir el ruido distante.
- No es un trueno! - ella murmuró, afligida, agarrándose a los brazos de él. El sonido no disminuía o se alteraba, era constante y creciente. - Patas de caballo! - ella gritó, corriendo hacia los caballos, - Un ataque! Ven, necesitamos apresurarnos!
MacBain la pasó. Montó el caballo de un salto y sacó la espada.
- Espera aquí! - él ordenó, haciendo que el caballo girase y partiendo al galope.
Mairi llevó a su yegua cerca de la piedra, que usó para ayudarse a montar. En un instante, estaba detrás de MacBain, manteniéndose a una cautelosa distancia en el caso que él se diese vuelta y le ordenase retornar al claro del bosque.
Aun a la distancia, ella podía oír los gritos, berridos y el tañido de los metales. Espadas!
Al llegar más cerca, Mairi se dio cuenta que ese no era un ataque de vecinos para robar unas pocas cabezas de ganado de su padre. Craigmuir estaba bajo un serio ataque.
Rob cruzó los portones abiertos de Craigmuir y al entrar encontró un infierno.
Incapaz de distinguir amigos de enemigos en medio de la confusión, él procuró descubrir donde estaban sus hombres. Markie yacía tirado en el suelo, un agujero abierto en su pecho, los ojos vacíos mirando al cielo. A pocos pasos, estaba Elmore, su cuerpo robusto sumergido en un charco de sangre. No vio a Newton. Ni a Andy.
Su mirada rápidamente se detuvo en una capa azul oscuro que estaba desplegada como alas sobre el terreno cerca del charco. El lord!
MacBain espoleó el caballo y avanzó en medio de los atacantes, derrumbándolos con golpes de espada. Una figura pasó por al lado él y rumbeó hacia el cuerpo caído.
- Mairiiiii! - gritó Rob, saltando de su caballo. Maldita mujer! él no había ordenado que se quedase en el bosque ? Un enemigo lo atacó en el momento en que agarraba Mairi por la cintura. Justo a tiempo, él se desvió a un costado y levantó la espada, alcanzando a su oponente. La espada del atacante pasó a pocos centímetros del rostro de Mairi.
El rugió, retirando la espada del cuerpo sin vida, furioso y afligido por llevar su a novia a un lugar seguro. En la desesperación, él retrocedió hasta la pared do barro, arrastrándola consigo.
- Quédate aquí! - Rob ordenó.
Mairi le desobedeció una vez más, se desprendió y corrió hacia su padre, que luchaba para ponerse de rodillas. Rob se libró de un hombre más que le lo habría partido en dos, si no hubiese reaccionado rápidamente, entonces, fue unirse a ella. Prácticamente arrastrando al lord, él refugió al padre y a la hija en un rincón, entre la almena del castillo y la armería, manteniéndose en guardia contra cualquiera que pudiese herirlos.
Vio, de reojo, a Andy en el parapeto de la muralla, blandiendo un puñal corto con aire de venganza. El muchacho le hizo señas y apuntó hacia un montículo de cuerpos amontonados cerca del portón. Levantó la mano y cerró el puño, haciendo una señal que usaban para el nombre de Newlon. Luego, Andy giró la palma hacia arriba y después hacia abajo. Newton, muerto. Maldición!
Rob hizo un gesto, indicándole que había comprendido. Del contingente que había venido con él a Craigmuir a buscar su novia, sólo él y Andy habían sobrevivido. Apenas podía esperar para tomar a su prometida dejar esa tierra maldita. Quería irse de allí cuanto antes.
Los torneos no le habían enseñado nada? El se había apartado demasiado, ese era el problema. Había actuado como un adolescente en un día de picnic, abrigando en su pecho esa profunda reverencia por la vida contra la cual su padre lo había alertado, exponiéndose a aquellos que podrían hacerle mal. Trouville lo había alentado a viajar por el continente europeo con Henri, y, en consecuencia, Rob había estado ausente cuando el joven rey de Inglaterra había invadido Escocia, dos años atrás. Ahora, Rob deseaba haber estado allá. Le Faltaba experiencia en grandes batallas.
Aquí, no había juegos de combate con reglas establecidas de antemano y un clarinete indicando el final de la pelea. Aquí los hombres se estaban muriendo! Mairi había escapado de la muerte por muy poco y él mismo casi no había podido defender su propia vida. Aunque no temiese a la muerte,
tampoco le daría la bienvenida.
Había llegado el momento de fortalecerse, de nuevamente eliminar cualquier empatía o simpatía que pudiesen marcarlo como una persona débil. De ser el guerrero para lo cual había sido entrenado de forma tan dura. Para matar y matar, en caso contrario, ser muerto.
Rob respiró profundamente y observó la batalla, buscando identificar características en los combatientes. Los hombres que reconoció de la noche anterior, en el salón de Craigmuir, parecían un poco más refinados que los brutos, que los atacaban, esos invasores eran un grupo de hombres harapientos y sucios. Y, por el momento, estaban ganando la batalla.
Rápidamente, se volvió y levantó al lord herido, colocándolo de pie,
- Entren! - le gritó a Mairi, con una mirada rápida, después de verificar que la armería estaba vacía, la empujó a ella y a su padre dentro del recinto. - Cierra la puerta!
Considerando que los dos estarían a salvo allí, más que en cualquier otro rincón en esas tierras olvidadas por Dios, Rob respiró profundamente y partió hacia el combate.
Cuando el tañido de metales y los gritos finalmente disminuyeron, Mairi oyó golpes frenéticos en la puerta. Asustada, ella espió por una hendija entre las tablas y pronto abrió la puerta. El joven Davy, el escudero de su padre, entró corriendo,
- Ha visto a mi Lord? - preguntó el muchacho, cayendo de rodillas en el suelo de la armería, al lado de su amo. - Mi Lord?
- Entonces, todo acabó? - indagó Mairi, con aire ausente.
- Si! - replicó Davy, la voz era una mezcla de temor y respeto. - Los atacantes retrocedieron y huyeron. Lord MacBain partió detrás de ellos.
Por el amor de Dios, él es implacable! - comentó Davy entonces, su mirada se fijó en la herida de su amo, - Esto está muy feo, mi lord!
Mairi lo empujó hacia afuera.
- Trae algunos hombres. Necesitamos llevar a mi padre al castillo. Aquí está muy oscuro para tratar esa herida. - Mairi colocó las dos manos sobre la puñalada profunda en el estomago de su padre. - Corre pronto, Davy! -
Su padre podría no pasar de esa noche, ella se dio cuenta pero no iba a desistir, - Aguanta, papá - ella murmuró, luchando para darle confianza a su voz.
La débil sonrisa del lord la preocupó más que una dura reprimenda. Una de sus manos enormes la agarró por el puño.
- Hija, vete… vete de Craigmuir, antes de que Ranald te descubra aquí , cuando vuelva...
- Ranald? - El horror que Mairi sintió hizo que esbozase una sonrisa de disgusto. - Si, debería haberme imaginado que esto es obra de él.
- Maldito canalla! Ese bastardo cobarde no usó su propia espada hoy, te lo puedo asegurar!
- No, él debe estar en algún otro lugar, para que pueda parecer inocente. Pero volverá cuando haya oído que estoy muerto, hija. Él es mi sucesor, Dios nos ayude.
Mairi levantó la cabeza en un gesto de desafío.
- Podemos defender a Craigmuir de las pretensiones de él, de alguna forma podremos...
- No, él ocupará mi lugar aquí, Mairi. El clan ya decidió eso años atrás - él argumentó jadeante. - Pero él no tendrá a mi niña. Se lo dije… nuestro parentesco es demasiado cercano para que ustedes dos....
- Hay una razón mayor para no aceptarlo! - exclamó Mairi. - Me mataría primero!
El lord cerró los ojos y sonrió.
- Cásate con MacBain esta noche, Mairi… y vete, antes que sea demasiado tarde.
- Shhh! - respondió ella, para hacerlo callar. Ella iba a casarse, pero no partiría. - Ranald mandó esos hombres a sembrar muerte, padre. El debe ser castigado por eso, no debe recibir a Craigmuir como premio!
- Puede ser, pero él… él lo conseguirá, a pesar de todo - insistió el lord. - Vete, palomita. Por favor!
- Como quieras, padre.
Ella no iba a partir, por supuesto. Jamás abandonaría a su padre cuando él yacía allí, mortalmente herido. Ni iba a desertar su hogar, entregándolo como un premio al bastardo de su primo. Pero se iba a casar con MacBain tan pronto cuanto fuese posible. No sólo para satisfacer la voluntad de su padre. Ese también era su deseo.
Ranald Maclnness jamás podría reclamarla como esposa, ni aunque tuviese que casarse con el propio diablo en persona para impedirlo. Afortunadamente, no necesitaría llegar a tanto. Tenía un marido a mano, gracias a las previsiones de su padre.
Cuando los hombres llevaron al lord para al salón, Mairi lo acomodó tan cómodo como era posible. Alguien trajo una pila de sabanas y pieles de animales de su cama y las colocó sobre una de las largas mesas, usadas para las comidas.
Aquello le pareció a Mairi como el ataúd de un difunto, y quizás pronto lo sería. Ella finalmente había detenido la hemorragia, pero no a tiempo para salvarlo. La túnica, las sabanas que lo cubrían, las mangas de su vestido, todo estaba empapados de sangre. Pronto, su padre no pertenecería más a este mundo, y ella lo sabía.
- Estoy con vos, padre - murmuró. - Estoy aquí.
El padre Ephrían había llegado y había administrado los ritos. Ahora, vagaba por allí, rezando silenciosamente por su viejo amigo y lord. Había sido un duro
deber para él.
Dónde estaba MacBain? Mairi imploraba a los cielos que él llegase a tiempo, su padre descansaría en paz si pudiese presenciar el casamiento y supiese que por lo menos ella había cumplido una parte de su pedido. Era lo mínimo que podía hacer por él, además de lamentar su pérdida y, después, vengar su muerte.
Eso, ella se juró, lo haría. Era su deber y el deseo más profundo de su corazón. Ranald Maclnness iba a morir de un modo cruel por lo que había hecho ese día. Ella podía ver sus cabellos negros flotando al viento, su sonrisa permanentemente congelado en su cara.
Una hora más tarde, cuando ella ya casi había desistido, MacBain entró, seguido por varios de los hombres de su padre. Ahora ya no tenía la apariencia de un prometido galante, traía una expresión salvaje en su rostro y había probado ser un guerrero valiente. Su padre lo había elegido un marido para su hija de forma sabia. Y para Craigmuir. Al ver que MacBain se quedaba parado a la distancia y permanecía en silencio, Mairi le pidió que se acercase.
- Debemos casarnos ahora - ella le anunció, enfatizando cada palabra, temiendo, por alguna razón oscura, que él pudiese objetar la decisión.
El se limitó a mirarla, con una mirada de interrogación en sus duros ojos grises.
- Mi padre se está muriendo. El quiere verme casada con vos, sin demora. Yo también quiero eso.
El padre Ephrían sacó unos pergaminos preparados antes de su llegada, y se los extendió a MacBain.
En instantes, ellos habían firmado los papeles, y el contrato oficial estaba firmado. Aún sin los votos pronunciados, eran marido y mujer. Todo lo que faltaba eran las palabras de aceptación y, más tarde, la consumación. Mairi agarró la mano de MacBain, ansiosa de proseguir con la ceremonia, por el bien de su padre.
El lord los observaba desde la mesa sobre la cual yacía. Con gran esfuerzo para contener las lágrimas, Mairi le sonrió, diciéndole, con la mirada, cuanto lo amaba.
No importaba que él hubiese sido un viejo cascarrabias que la había censurado mucho más de lo que la había elogiado. Ella podía ver su cariño ahora mucho más claramente que nunca.
- Lord Robert Alexander MacBain, desea tomar a esta mujer, Mairi Maclnness, como su esposa? -- preguntó el sacerdote.
- Si - respondió el lord, en un tono ronco, apretando gentilmente la mano de ella.
Mairi notó las manchas de sangre en las manos de ambos y se estremeció con horror. Aquello le pareció un mal presagio para el matrimonio. Qué estoy haciendo?, se preguntó ella. No, se respondió a sí misma, ese matrimonio será feliz. La sangre derramada iba a unirlos inexorablemente.
Observó al barón retirar un anillo de oro de su dedo pequeño y colocarlo en su dedo anular. Parecía un círculo de fuego, caliente por el calor de la batalla, húmedo y engrasado por el sudor y la sangre que él había exudado por ella y por la gente de ella. Mairi cerró el puño para mantenerlo el anillo en su lugar. Un puño cerrado, señal de una venganza prometida que debía ser honrada.
- Lady Mairi Maclnness, desea tomar a este hombre como marido?
Ella levantó los ojos hacia MacBain, Robert, como acabara de enterarse, y se dio cuenta de una ligera aprensión en su mirada. Temía que ella pudiese responder no?
- Lo deseo- ella declaró, y asintió con la cabeza, para enfatizar su aceptación. No dejaría ninguna duda. Era su voluntad. Era la esposa de ese hombre, ahora. Tan pronto como fuese posible, iba a asegurarse de que nada ni nadie pudiese alterar esa condición.
Extraño y atemorizante como era, lord MacBain sabía luchar y había hecho todo lo que había podido para salvarla a ella y a su padre, durante el ataque. En ese momento, Mairi no lograba pensar en una elección mejor que esa como marido.
Su nuevo lord podía no ser de las Highland, pero era un escocés de verdad. Y cuando el matrimonio hubiese sido consumado en la cama, él sería su familia, y entonces podría comandar a los hombres de su padre, dándole órdenes para ejecutar la venganza.
Ranald Maclnness debía morir a manos de MacBain, y su marido se convertiría en el Lord de Craigmuir. Ella ya había tomado esa decisión. Y ningún hombre, ni siquiera su padre, jamás había sido capaz de disuadir a Mairi Maclnness, una vez que ella había decidido un curso de acción.
Esa noche, Rob se quedó sentado, al lado de Mairi, cerca del lecho de muerte del lord. De vez en cuando, ella se inclinaba y arreglaba las mantas, acariciaba la frente de su padre y le sujetaba la mano. Su fuerza y su coraje impresionaron a Rob, Ni siquiera por un momento ella lloró por lo que estaba por venir.
Una sola vez ella pidió disculpas para subir y fue por poco tiempo. Pero el suficiente. El viejo lord se levantó y balbuceó una órdenes expresas a Rob, diciéndole que se llevase a Mairi de allí con la primer luz del día. El hablaba con dificultad, aunque pronunció las palabras claramente.
- Ranald a desea… el... mi lugar aquí. No importa lo que Mairi diga... quiero que se la lleve.
Rob asintió, comprendiendo, y apretó la mano temblorosa que el lord le ofrecía.
- Déjeme con mis hombres - instruyó Lord Maclnness, - Viajen... rápidamente. Y cuiden su retaguardia.
Rob no preguntó por qué. No necesitaba hacerlo. Cualquier hombre que desease a lady Mairi no renunciaría ella con facilidad. El heredero del clan Maclnness iba a insistir. Si estuviese en su lugar, Rob ciertamente haría lo mismo. La mujer era un tesoro por el cual valía la pena luchar.
- Te lo imploro, no descanses hasta que saques a mi muchacha de las Highland. Nunca más la traigas de vuelta. Prométame que honrará mi último deseo! Júrelo!
Qué alternativa le quedaba a Rob sino empeñar su palabra? El pedido de alguien que estaba muriendo era sagrado, y después de todo se trataba del padre de Mairi, su esposa.
Llevando la mano a su espada, Rob la empuñó y la levantó para que el viejo la viese. Inclinó la cabeza y posó sus labios contra el cabo de la espada y , luego, la elevó un poco más, como si jurase sobre la cruz formada por la empuñadura y la hoja.
- Lo juro - Rob declaró.
Mairi descendió la escalera y retomó su lugar de vigilia al lado de su padre. Rob no le habló de la promesa que había hecho. A la mañana siguiente se la llevaría lejos del único hogar que ella había conocido. Y no sería una partida tranquila. Ella tendría una despedida aún más triste que soportar antes de que llegase ese momento. El se sentó a su lado, en el banco, viéndola inclinarse vencida por el sueño, sus codos apoyados en la mesa donde su padre yacía.
De repente, Mairi se enderezó con un salto, como para exorcizar el sueño.
- Qué pasa? - preguntó Rob.
- Oíste? El gallo cantó - ella murmuró. Rob casi no comprendió las palabras. - Ya es de mañana.
Lord Maclnness volvió su cabeza y sonrió, en un adiós para ambos.
- Cuídala... - él dijo, y exhaló su último suspiro, pareciendo feliz de entregarse a la paz de la muerte.
Noble hasta el final, pensó Rob, admirando al hombre por enfrentar la muerte como lo había hecho. No con remordimientos y lamentos. Sólo con una sonrisa y una orden respecto a la seguridad de su hija. Rob se sentiría orgulloso de poder morir así. Y Rob vio ese orgullo reflejado en las caras de los hombres de Maclnness.
Los delicados dedos de Mairi temblaron cuando ella cerró los ojos sin vida de su padre. El cansancio, el dolor y el pesar habían empalidecido sus facciones. Su cuerpo estaba rígido por una tensión insoportable que a él le gustaría poder aliviar. Sería mejor que ella se liberase de su angustia y se consolase en ese momento.
No, él pensó, recriminándose a sí mismo. Ella no se consolaría ni aunque que llorase por días o meses. Nadie se resignaba a la muerte de un ser amado tan fácilmente.
Rob apenas podía imaginar la terrible e inmensa tristeza que sentiría para siempre si perdiese al hombre que trataba como su padre.
El sentimiento que tenía con su padre biológico era completamente diferente. Si hubiese podido, a los diez años de edad, Rob habría mandado realizar una celebración para festejar la muerte de ese hombre, por sí mismo, por su madre, y por todos los otros en Baincroft que habían sufrido crueldad de ese hombre tiránico. Aún ahora, tantos años después, él no podría soportar llamar ese hombre padre.
Pero luego el conde de Trouville había llegado de Francia para casarse con la viuda. No podía existir un hombre más perfecto, Rob había decidido poco después de conocerlo. Todavía hoy creía que era un hombre extraordinario.
En todas las cosas, Rob luchaba diariamente para asemejarse al ideal del conde de Trouville. El hijo biológico de Trouville, Henri, era hermano de Rob, por el lazo afectivo. Y estaba seguro que un día la muerte del conde de Trouville iba a causar un dolor insoportable en sus hijos
No, no podía esperar que la tristeza de Mairi desapareciese en tan corto espacio de tiempo.
Quien sabe quizás ella jamás se repusiese, ya que ella y el viejo lord obviamente se amaban verdaderamente.
Rob se aproximó a ella por detrás y la sujetó por los brazos, alejándola del cuerpo del Lord.
Aunque Mairi se resistió, él la hizo darse vuelta y la hizo mirarlo, mientras la envolvía en sus s brazos.
- Llora ahora - él sugirió.
Por un instante, ella luchó, empujándolo y golpeando su pecho con toda la fuerza que la proximidad entre ellos dos lo permitía. Luego, de repente, ella cayó sobre él, sus hombros delicados sacudiéndose con sollozos.
- Es lo mejor - Rob murmuró, contra los cabellos sedosos que se habían escapado de sus trenzas. Pasó las manos por su espalda, acariciándola y consolándola.
Por sobre su cabeza, él lanzó una mirada sombría a todos los que los rodeaban, hasta que ellos se apartaron, para darle a Mairi privacidad en su llanto.
Esperó pacientemente hasta que su esposa se recompuso, reprimiendo el llanto. Luego, la tomó por los hombros y la separó suavemente hasta poder verle el rostro, devastado por el dolor. Era adorable, aún con los estertores del llanto.
Rob le rozó la cara con el dedo.
- Debemos irnos ahora - él dijo, esperando que sus palabras sonasen gentiles como él pretendía.
-- Irnos? - ella repitió, los ojos muy abiertos buscando los de él, procurando entender.
- Si. Ahora. Nos vamos a Baincroft.
Ella se apartó de él, horrorizada.
- No, no podemos. Y qué será de papá?
Casi desesperada, ella volvió a la mesa donde estaba el cuerpo. Agarró la manga ensangrentada de la túnica del viejo lord.
- Se lo prometí a él - le explicó Rob, pronunciando cada palabra en tono claro y firme, dispuesto a vencer cualquier argumento, sabiendo que ella iba a aferrarse a cualquier coda para conseguir lo que quería. Estaba inseguro de poder negarle algo a Mairi, en ese estado, a menos que se resguardase de sus súplicas. - Nos Iremos ahora - él repitió determinadamente.
Mairi se lanzó sobre él, empujándolo por la espalda.
- Vete entonces! Sal de aquí inmediatamente! Cobarde! Poco hombre! Si piensas que voy a irme…
El resto de sus palabras se perdieron cuando él la tomó por los brazos y le sujetó los puños, los ató con su chal.
Lo apenaba tener que restringirla, aunque fuese necesario por su propia protección. Mairi nunca iba a partir de buena voluntad, pero debía iba a hacerlo. A cualquier precio. Por encima de todo, él debía velar por su seguridad, como su padre le había pedido.
Con Maclnness muerto y con la partida de Mairi, probablemente no habría más ataques al castillo y a sus habitantes. El heredero había instigado el cruento ataque del día anterior. Ahora, él simplemente llegaría y asumiría el control del clan como el nuevo jefe. Luego, ciertamente iba a ir por Mairi. Que hombre no lo haría?
Rob tendría que matarlo, decidió amargamente. Aunque recientemente hubiese descubierto que lo afligía quitar una vida, en ese caso no le iba a importar.
Soltó un gemido cuando la punta del zapato de Mairi lo alcanzó en la pierna. Ella estaba haciendo aquello mucho más difícil de lo que debí ser, sin embargo él tenía que reconocer su tenacidad.
La rabia por haberla arrancado de su casa de ese modo incluso podría ayudar a poner su tristeza de lado por algún tiempo, Rob decidió, justificando su necesaria rudeza. La dejaría pensar que él era cobarde y cruel, si eso la ayudaba. Mairi podía insultarlo y estar enfurecida durante todo el camino hasta Baincroft, y él iba a tolerarlo. Mejor todavía que tener que soportar su llanto durante el viaje. Sí, eso le serviría para superar los primeros días de duelo que son los peores.
Sus gritos y sus insultos, cuando él la levantó sobre encima de su hombro, debían haber asustado a los caballos que estaban afuera en los establos, pensó Rob. Podía sentir el temblor de su voz resonando en el lugar donde el pecho de ella hacía contacto con su hombro, pero gracias a Dios no podía oír las palabras que su esposa le estaba dedicando.
Rob había descubierto unas pocas ventajas de ser sordo con el transcurrir de los años. Y esa era una ellas, definitivamente, debía incorporarla a la lista.
Mairi se dejó de debatirse cuando su marido la colocó en la silla de montar y montó el caballo, detrás de ella. Tenía el corazón en agonía al ver la confusión que esa partida precipitada causaba en la gente de Craigrauir, que estaban parados observándolos. No había nada que ella pudiese decirles para explicar semejante abandono. Y nada que ellos pudiesen hacer, para ayudarla.
El escudero de su padre observaba todo con lágrimas en sus ojos. Pobre Davy.
Qué estaría pensando su gente de su nuevo marido, forzándola a abandonarlos y dejarlos merced de Ranald? Forzándola a dejar su padre para ser enterrado en la tumba de la familia, sin ni siquiera oír una misa por su alma...
- Oh, por favor! Por favor, déjame quedarme - ella le imploró inútilmente. MacBain no le respondía. Espoleaba el caballo y se dirigía a los portones que su soldado había abierto.
Mairi se mantenía tan firme como podía, sintiendo el calor del cuerpo de Rob contra su espalda, el brazo de él rodeándola por la cintura como un cinturón de hierro.
Ella levantó las manos, todavía amarradas con el chal y asestó una última protesta. Su única recompensa golpearse la manos con su cota de malla.
Las lágrimas llenaron sus ojos y se deslizaron por su rostro como un riacho caliente. Ella contuvo la respiración para calmar la aflicción y el pánico. Su deseo de vivir aventuras había desaparecido a la luz de la cruda realidad de la vida.
En un caballo con provisiones, el hombre de MacBain cabalgaba detrás de ellos, llevando por las riendas la yegua de Mairi. Su había amarrado bolsas llenas de comida a ambos lados del animal que montaban. Ella podía ver los contornos de las hogazas de panes. Su yegua cargaba dos paquetes de contenido desconocido y un baúl de su padre, conteniendo lo que ella suponía era su ropa.
Mairi se inclinó a un lado y espió hacia atrás. Vio que los portones de su hogar se cerraban. Agotada, no logró evitar que un suspiro se le escapase. Se sentía miserable.
El brazo que MacBain se había cerrada alrededor de ella con firmeza, y él tuvo la audacia de darle una palmadita en las piernas, como para reconfortarla. Ella puso rígido su cuerpo y retrocedió, apretando su nalga contra su entrepierna y tuvo la satisfacción de oírlo jadear para inhalar, o de dolor.
- Voy a matarte por esto, MacBain! - ella anunció.
El incitó el caballo a un ritmo de galope, doblaron una curva del camino y entraron al bosque. Luego, Mairi no tuvo más aliento para continuar insultándolo. Rob la inclinó hacia adelante, bajo su cuerpo, para evitar las ramas más bajas, haciéndola apoyar el rostro sobre el cuello del caballo. Las crines do animal le raspaban la piel de la cara.
Su marido se atrevía a sumar a su injuria la indignidad?, ella pensó con un acceso de furia. El calor del odio le secó las lágrimas y la ayudó a definir un objetivo.
- Me las pagarás por esto, MacBain! Te haré lamentar profundamente este día!
Rob nunca tomó conocimiento de su amenaza. Cambiaron el rumbo sur al sudoeste a un paso rápido y firme, alejándola para siempre de su deber como una hija de un Lord de las Highlands. Ese desconocido ahora la guiaba a un futuro incierto.
Y pensar que ella había aceptado ese destino de libre voluntad unas pocas horas atrás! Si hubiese sabido que MacBain iba a traicionarla de esa manera y la haría romper su promesa de venganza, ella se habría negado a casarse con él y lo hubiera mandado al diablo. Ella quería defender a Craigmuir contra la ambición de Ranald y, quien sabe, hasta matarlo con sus propias manos!
Por qué siempre actuaba sin pensar las cosas dos veces? Sus deducciones sobre el carácter de MacBain habían estado erradas y ahora él la conducía por un camino desconocido. Pobre papá.... Por lo menos, él había muerto creyendo que su hija se había mostrado obediente una vez en la vida. Dios del cielo, ella se había equivocado, se había equivocado tanto casándose con ese hombre!
Mas tarde, cuando llegaron a un riacho, Rob juzgó que ya se habían alejado lo suficiente de Craigmuir y que podían detenerse por algún tiempo, darles agua a los caballos y permitir que Andy descansase.
Durante el ataque, el pobre había recibido varias patadas en las costillas, que lo había dejado seriamente herido, pero la generosa capa de grasa que recubría su cuerpo no había evitado la fisura. Cabalgar en ese estado debía ser muy doloroso. Para recompensarlo por su valiente dedicación, Rob sintió que debían descansar un poco.
Ciertamente su nueva esposa no sería tan tonta como a arriesgarse a volver a Craigmuir sola, igualmente él planeaba mantenerla bajo vigilancia. Sabía que Mairi había detestado abandonar a su padre inmediatamente después de su muerte, y Rob se solidarizaba con eso. Sin embargo, el viejo lord tenía razón. Mairi debía estar lejos, antes que el sucesor llegase.
Ese primo debía estar extremamente impaciente obtener a ambos, el castillo de Craigmuir y a lady Mairi, como para ejecutar un ataque tan sanguinario. El sería lord del clan McInnesses de cualquier modo, entonces impedir el casamiento de Mairi debía haber sido el objetivo del ataque. Rob se había formado una mala impresión de Ranald Maclnness, al ser presentados, y no le había sorprendido saber que él estaba detrás de ese ataque vil.
Lo perturbaba tener que dejar la casa de Mairi y a su gente bajo el liderazgo de ese hombre, pero no había nada que él pudiese hacer con sólo un soldado y estando en tierras que no le pertenecían.
No podría salvar a Craigmuir de su nuevo lord por el momento. Más adelante, una vez que llevase a Mairi a un lugar seguro en Bancroft, él podría volver con más hombres y poner las cosas en orden en el hogar de los Maclnness.
Decirle eso a Mairi no habría servido de nada en ese momento. Mairi no estaba lista para oír sobre sus planes. En su ansiedad por una retaliación inmediata contra su primo, por la traición cometida, ella no recibiría de buen grado esa necesaria demora.
Rob desmontó y extendió los brazos para ayudarla a descender. Ella permitió que él lo hiciese, mirándolo con furia cuando ya estaba en el suelo,
- Suéltame, demonio traidor! - ella ordenó, levantando sus manos atadas hacia él.
Rob la desató con aire indiferente y dio un paso atrás, señalando el agua.
- Bebe y refréscate.
El la observó subirse las mangas todavía manchadas con sangre seca de su padre y vio el esfuerzo que le costó reprimir una oleada de compasión. Como le gustaría abrazarla de nuevo, consolarla, suavizar su rabia y explicarle más detalladamente por qué la había alejado tan repentinamente de su casa.
Mairi no iba a agradecerle eso, él resolvió, con un encogimiento de hombros. Se apartó para llevar el caballo hasta el borde del riacho de aguas rápidas que pronto tendrían que cruzar.
- Estás lastimado? - Rob preguntó a su amigo, posando la mano en el hombro del muchacho.
Los cabellos rubios oscurecidos por el sudor, caían sobre la frente de Andy, bajo el yelmo de cuero bien ajustado. Su cara siempre había sido muy colorada, pero el dolor que padecía la había empalidecido.
- No. - Andy sacudió la cabeza negando, pero los labios apretados y la frente fruncida decían otra cosa. Rob le había fajado las costillas lastimadas con firmeza, pero sabía que eso hacía poco para evitar el dolor que el balanceo del caballo le provocaba.
El recordó las veces que había sufrido lo mismo, después de los torneos. Con tristeza, le hizo una seña, para decirle que debían cabalgar nuevamente, y pronto.
Andy aceptó, miró de reojo a lady Mairi para demostrar que entendía por qué, y se arrodilló con cuidado, al borde del agua, para beber.
Rob también miró a su esposa, quien se había inclinado sobre el margen, sumergiendo y fregando las mangas de su vestido, su rostro sus cabellos dorados y sus lágrimas.
Si, la rabia le serviría para superar la tristeza más que cualquiera de las atenciones que él pudiese dispensarle. Rob volvió su atención a su caballo.
De repente, Andy lo agarró por el brazo. Rob se puso de pie abruptamente, su primer pensamiento fue que se trataba de un ataque. Luego, siguiendo el gesto frenético de Andy, vio las burbujas alrededor de un pedazo de tela y una pequeña bota sobresaliendo fuera del agua.
Con un grito, Rob entró en el riacho. La corriente helada le golpeó las piernas mientras luchaba para agarrar una punta del vestido. Sin éxito.
Lanzándose completamente dentro agua, él se acordó demasiado tarde del peso brutal de su cota de mallas. Se hundió como una piedra y, luego, volvió a la superficie, luchando con todas sus fuerzas en dirección a las faldas y las piernas que se agitaban.
Finalmente, cerró el puño en la tela y arrastró a Mairi hacia el borde del riacho. Sin saber se maldecía o rezaba a los cielos en agradecimiento. En realidad hizo las dos cosas.
Salir del agua no fue fácil, pero Rob hizo un esfuerzo y logró llevar a Mairi hasta el margen. La levantó por la cintura y la dobló en dos, esperando que expulsase el agua que ella podría haber tragado.
Gracias a Dios, inmediatamente la sintió agitarse con tos. Rob la colocó a un lado, dejó caer su cabeza sobre un brazo, casi al borde de desfallecer. Cerca de él, ella temblaba de frío. Aunque el sol de verano brillase calentando la temperatura, el agua estaba terriblemente fría.
Con un suspiro profundo de alivio por saber que ella todavía vivía, él empujó a Mairi dentro de sus brazos, conteniendo el aliento, para poder sentir si el tórax de ella se inflaba, demostrándole que la respiración se había normalizado. Ella dijo algo, pues él pudo sentir el movimiento rápido de sus labios contra su rostro. Lo que quiera que fuese, Rob se imaginó que sería mejor no escucharlo. Posiblemente fuese un agradecimiento por haberla salvado de la muerte, pero probablemente, debían ser mas insultos, culpándolo por haberla traído a ese riacho, en primer lugar.
En respuesta, Rob simplemente la abrazó con más fuerza y posó sus labios contra su sien. Ella no lo rechazó ni forcejeó, y él se sintió mejor. Giró la cabeza lo suficiente para ver a que distancia la corriente los había arrastrado. Desde allí, podía ver a Andy acercándose cautelosamente para unirse a ellos. Traía los caballos empujándolos por las riendas.
Mairi se apartó de él y se sentó, quitando los cabellos pegados a su rostro. Ahora ignorándolo, ella luchó por ponerse de pie y comenzó a retorcer los pliegues de su ropa empapada. Sus labios se movían rápidamente, los dientes expuestos, como si rezongase para sí misma. Rob escondió su sonrisa.
- Andy está llegando - dijo él. - Puedes cambiarte la ropa.
- Oh! Milagro! - Mairi exclamó, levantando sus manos al cielo y agitándolas. - Por fin el caballero se dignó a hablarme! Respóndeme, MacBain, siempre decís tres palabras por frase?
- No con frecuencia - él respondió, en tres palabras, sólo para irritarla.
Tal vez Rob debiese haber sido más condescendiente. Finalmente ella había dicho algo que él había comprendido completamente. Era difícil entenderla ya que Mairi lanzaba cada palabra, una a una, como piedras sobre él.
Rob se sintió satisfecho. El sarcasmo era fácil de reconocer, él mismo lo usaba muchas veces. Sonrió para sí mismo, contento porque ella había superado el susto. Para ser honesto, él mismo todavía estaba un tanto asustado. Sin embargo, transformar el accidente en una excusa para acariciarla por un tiempo sólo iba a irritarla más.
De nuevo, ella se refugiaba en su rabia, y a él no le importaba soportar sus ataques verbales. Comenzaba a percibir un patrón de conducta en Mairi. Ella nunca iba a admitir un miedo, sino que lo enmascaraba inmediatamente.
Por el momento, él agradecería a Dios por el enojo de ella. Era mejor eso que una mujer entregada a un sufrimiento sin esperanza. Eso era algo él no soportaría presenciar y que no sería capaz de suavizar con palabras.
Rob siempre intentaba no hundirse en los dolores y los lamentos de ninguna clase, sin embargo, en ese instante, deseó tener algo más para ofrecer a su esposa. Cuando estuviese más acostumbrado a su manera de hablar, él podría aventurarse a sostener una conversación más prolongada. Por el momento, no había tiempo para prestarle toda su atención total a ella. Pero se sentía tentado a hacerlo.
No podía culpar a Mairi por su falta de compasión. Podía ser muy perturbador para ella, si nunca antes hubiese conocido a alguien sordo.
Como lady de Craigmuir, debía estar acostumbrada a estar rodeada de gente siempre lista para atenderla. Bien, él procuraría compensarla por los
inconvenientes tan pronto como llegasen a Baincroft. Por el momento debía concentrarse en seguir viaje y no permitirse distracciones.
Andy trotaba en dirección a ellos, más pálido que nunca. Rob esperó pacientemente y lo ayudó a desmontar.
- Descansa - le ordenó, y comenzó a buscar entre los bultos ropas secas para Mairi.
Dejó a un lado un vestido rojo y metió la mano más profundamente en el paquete, buscando algo de un color más discreto que se mimetizarse mejor con el ambiente que los rodeaba.
Todavía protestando, Mairi se quedó a un lado, esperando, hasta que él le extendió un vestido color verde musgo.
- Ve allá - él sugirió, señalando un arbusto compacto que la resguardaría de ser vista, mientras se cambiaba.
Rob se quitó las botas empapadas. Luego, sin ninguna preocupación o recato, se sacó la cota de malla y la indumentaria mojada. Después, se sacó los pantalones y la ropa interior. Desnudo y todavía temblando, Rob dejó que el sol calentase y secase su piel, mientras amarraba los caballos.
El encuentro de Mairi con la muerte había aplacado su furia y, de alguna forma, la había hecho ver las cosas más claramente. MacBain había salvado su vida pero en más de una forma, ella admitió.
Si se hubiesen quedado, Ranald pronto se habría presentado como el sucesor del lord. La gente de Craigmuir no habría tenido otra opción que honrar a ese traidor como su nuevo Lord y obedecer sus órdenes. Y él habría mandado a matar a MacBain. Después, hubiese intentado convertirla en su esposa. Y ella estaba dispuesta a morir, resistiendo, y aunque su muerte podría haber sublevado al clan en contra de Ranald, ella estaría muerta en ese momento.
MacBain le había dicho que había prometido partir, pero no sabía por qué y a quién él le había empeñado su palabra. En todos los sentidos, había sido para bien que él la hubiese alejado de Craigmuir. Pero, eso no la absolvía de su propio juramento de venganza y tendría que persuadir a MacBain de ayudarla a cumplir esa promesa.
Mairi espió por entre el follaje que ahora la rodeaba para ver cómo él había recibido las palabras duras que ella le había lanzado después del rescate.
Por amor de Dios! - ella murmuró cuando lo vio. El estaba desnudo como el día en que había nacido! Con los ojos muy abiertos y fascinada, Mairi observó a MacBain, quien examinaba los caballos y retiraba los paquetes de las sillas de montar. El hombre no tenía vergüenza de ningún tipo
Claro, él debía pensar que no había nadie a observándolo, a no ser el siervo que parecía haberse dormido, Mairi se recordó a sí misma. Pero, no se había dado cuenta que ella podría salir del bosque en cualquier momento? O era que él quería que ella lo viese así, tan... musculoso... tan deslumbrante... tan expuesto?
Mairi se estremeció en su ropa mojada, dejando caer el vestido seco de sus manos. Ni por un momento ella se desnudaría y daría la posibilidad de ser vista, como su marido lo había hecho.
Pero no pudo evitar imaginar qué pensaría MacBain si la observase en el estado en que ella lo miraba ahora. Ella era menuda y no tenía grandes curvas de las cuales ufanarse, Pero… él la encontraría atractiva?
Mairi estaba bastante segura de eso, muy segura!
Ella se ruborizó ante la imagen, pero no conseguía desviar la mirada. Qué músculos, qué piel..., ella pensó, al verlo flexionar los brazos, los hombros,
la espalda. Ah, ese cuerpo era algo digno de ser visto!
Ella retorció las manos, imaginándose la sensación suave de toda esa piel quemada de sol. El deseo lujurioso de tocar todo ese cuerpo masculino la dominó…
MacBain le permitiría hacer eso esa noche?
No seas ingenua, Mairi se retó a sí misma. Tu marido probablemente te insistirá para que lo hagas! Su ansiedad se multiplicó por mil.
- Mierda! - ella exclamó, sorprendida, cuando él se dio vuelta. Cerró los ojos para abrirlos inmediatamente, una miradita más... qué mal podía hacer?
Muy bien formado y dotado, ella murmuró, antes de obligarse a mirar en dirección opuesta. Perfectamente formado y dotado. Mairi se abanicó el rostro con una mano, agarrándose a una rama con la otra, para contener la reacción perturbadora que MacBain le provocaba.
Determinada a no volver al borde del riacho hasta que él se hubiese cubierto decentemente, Mairi usó ese tiempo para quitarse las ropas mojadas y quitarse las botas. El agua helada se escurría por sus brazos pero no sirvió para calmar la fiebre que la imagen de su marido le había provocado.
De vez en cuando, ella se arriesgaba a espiarlo nuevamente. Finalmente, Rob se había puesto la ropa interior, pero ella se quedó observando, intrigada por la extrañeza de esa prenda íntima.
Los hombres de las Highlands no usaban nada debajo de sus faldas escocesas. Y ella había visto muchas veces unas nalgas expuesta y, con menos frecuencia, un miembro masculino. Pero ninguno de los que ella hubiese visto tenía las dimensiones de la virilidad de MacBain.
Un pequeño suspiro de decepción se le escapó antes que pudiese contenerlo, cuando él se puso los pantalones.
Mairi salió del bosque unos pocos momentos después, haciendo ruido para anunciar su retorno. El acababa de vestirse cuando ella lo alcanzó.
- Tu hombre está durmiendo - ella murmuró, señalando al escudero que los acompañaba.
MacBain asintió y tocó a su ayudante con el pie, hasta que él se despertó.
- Hora de partir - le dijo a Mairi. - Ellos nos siguen.
- Los hombres de Ranald? - ella indagó, lanzando una mirada ansiosa hacia el claro del bosque. - Cómo lo sabes?
El se encogió de hombros y le sacó las ropas mojadas de la mano, colocándolas en la parte de atrás de la silla.
- El te desea - Rob respondió.
MacBain se puso la cota de mallas y envainó su espada. Se aproximó a Mairi y la colocó sobre el lomo de la yegua, entregándole las riendas.
Ella se quedó observándolo mientras él ayudaba a al escudero a levantarse y notó, por primera vez, que el hombre parecía estar lastimado.
El escudero era corpulento, de cabellos rubios, y con cara redonda como una manzana, aunque estaba muy pálido. Le gustó ver su sonrisa, especialmente porque sabía que él no tenía motivos para sonreír en ese momento.
- Qué te sucedió? - ella preguntó. - Fuiste herido en el ataque?
- Si. Un golpe fuerte en las costillas, mi lady- él contestó, reprimiendo un gemido. - Lord Rob me las fajó. Pero todavía me duelen. Pero voy a aguantar.
- Muy valiente de tu parte - Mairi comentó, aliviada de que él no fuese un hombre quejoso. Se volvió hacia Rob. - No es así, mi Lord?
MacBain no respondió ni miró en su dirección. Se alejó cabalgando, y se dirigió hacia el bosque. Mairi lo siguió, pero a cierta distancia.
- El está muy ocupado pensando, Mi lady. Lord Rob piensa mucho - le explicó el escudero, colocándose a su lado. - Piensa casi tanto como lucha.
- Seguramente debes tener un nombre y un apellido - ella le preguntó, sintiendo que podía haber encontrado un aliado o, por lo menos, alguien con quien conversar. - Nadie se tomó la molestia de decirme el apellido.
- Soy Andy, el rubio - le explicó a Mairi , sonriendo cuando ella lo examinó, por encima de su hombro. El prosiguió: - Es para distinguirme de Andy el grandote, el hijo del molinero. Ese sí que es un hombre gigante. Espere a conocerlo. Rob gasta mucho dinero para alimentarlo.
- Tratas a tu lord por su primer nombre? - ella preguntó, espantada. - él te permite eso?
- No. Lo digo sólo cuando él no escucha, pero me imagino que eso no le importaría. No es una falta de respeto. Algunas veces me olvido que no debo hacerlo. Pero sucede que nosotros nos conocemos desde que mamábamos del mismo el pecho.
- Ah, entonces él es un buen lord, verdad? - ella insistió, ansiosa por saber más sobre el hombre enigmático con quien se había casado. - Es un buen hombre?
Andy, el rubio suspiró.
- Si, los. Es muy justo en sus juicios, es justo al dirimir las disputas, y… es muy bueno para mirarlo, al menos eso dicen las mujeres. No le parece, mi lady?- Andy soltó una risita pícara y luego soltó una exclamación ahogada.
Una lengua de fuego se esparció sobre el rostro y el cuello de Mairi.
- Es verdad, si - ella admitió, conteniendo el aliento, mientras incitaba a su yegua a un trote y dejaba al escudero mas atrás.
MacBain efectivamente era guapo en sus facciones y su cuerpo, pero a ella todavía no constaban los otros atributos que Andy, el rubio había mencionado. Cualquier marido de las Highlands hubiese dejado todas las promesas de lado, y habría insistido en permanecer en Craigmuir y hacer que Ranald Maclnness pagase por su traición.
Debía creer que la decisión de MacBain de partir había sido una decisión sabia. MacBain era tan diferente a los otros hombres que había conocido que Mairi decidió no juzgarlo precipitadamente.
Si alguna justicia existía en este mundo, Ranald iba a perseguirlos y le daría a ella una oportunidad de vengarse como había jurado. Rezó para que así fuese, y para que tuviese el poder de ejecutar la venganza por sí misma, si su marido no se mostraba dispuesto a ayudarlo cuando llegase el momento.
Podría ser una buena esposa para MacBain, si él se rehusase a ayudarla? Ese hombre le despertaba sentimientos que ella apenas podía clasificar, por más que lo que intentase.
El le había salvado a vida. Eso debía contar mucho, ella suponía. Por otro lado, él la había arrancado del lecho de muerte de su padre a la fuerza. Mairi detestaba ser forzada a hacer algo. Prefería que las personas usasen la razón, para convencerla. Si él hubiese hecho eso, ella habría aceptado partir, sin protestar.
No, no podía entender qué lo llevaba a ser tan gentil y tierno en algunos momentos y a actuar de manera tan insensible en otros. Pero había una cosa de la que podía estar absolutamente segura sobre su marido: él no era un hombre que daba explicaciones.
Rob sabía con certeza que estaban siendo seguidos. Lo Sabía. Podía sentirlo. Si Ranald Maclnness no se presentase en persona, él mandaría a otros hombres, tal como lo había hecho para librarse de su padre.
Rob sabía que si alguien intentase arrebatarle a su mujer, él iba a ir hasta los confines de la tierra para rescatarla y no les confiaría esa tarea a sus subordinados. Deseaba que Ranald se arriesgase a venir en persona. Eso le ahorraría un viaje de vuelta a las Highlands para librarse de él.
Para pasar el tiempo mientras viajaban, Rob se forzó a pensar en palabras, en vez de en imágenes. Aunque eso no fuese algo natural, él había adoptado ese ejercicio como un hábito desde que había aprendido a leer. Pronto había descubierto que lo ayudaba a formar frases mas largas, colocar las palabras en el orden correctas, y sabía que las frases mejor armadas no lo hacían parecer un ignorante. Eso hacía eso ahora, formando listas de maneras posibles en que podía ocurrir un ataque, si fuesen alcanzados, planeando, en seguida, la respuesta probable a cada uno de ellos. Por experiencia, tales preparativos siempre marcaban la diferencia al enfrentar cualquier problema. En lo que se refería a Mairi, había tenido que hacer un esfuerzo muy grande para evitar que la imagen de ella entorpeciese sus sentidos y su razón. El la definió en palabras: una delicada fragancia de rosas la envolvía, la forma y la textura de sus trenzas dorada, como seda y color miel Y luego silenciosamente describió en palabras su alegría ante el simple acto de mirarla. Compuso una poesía para destacar su belleza y su coraje, viendo las letras de las palabras escritas en un rollo de pergamino imaginario.
Se dio cuenta que enumerar los encantos de esa mujer había ocupado gran parte del tiempo. Tanto tiempo que se preguntó si ese ejercicio lo ayudaba o le impedía de reducir el efecto embriagador que Mairi ejercía sobre él.
Dado el modo en que Mairi había reaccionado al primer beso que habían compartido, Rob no podía evitar soñar con aquello que era difícil poner en palabras.
Durante todo el día, atravesaron las Highlands, moviéndose a un paso firme, parando para descansar siempre que los caballos parecían agotados. Aunque estuviesen bastante lejos de Craigmuir, Rob no alteró el ritmo.
Lanzó una mirada de reojo hacia atrás y notó la forma orgullosa en que Mairi cabalgaba. Ella mantenía el mentón erguido y la espalda erecta, como si no hubiese viajado todo el día por un terreno ciertamente difícil hasta para el más experto de los caballeros.
Habían subido y descendido las colinas, atravesado gargantas tan estrechas que sus hombros casi tocaban las paredes de piedra por donde pasaban. Y, aún así, Mairi continuaba resistiendo sin protestar.
El pequeño claro por el cual pasaban ahora sería un buen lugar para acampar, él supuso. Ningún lugar sería verdaderamente seguro hasta que hubiesen atravesado los portones de Baincroft, pero no había modo de poder cabalgar durante cuatro días sin descansar.
Ya casi estaba oscuro, y Rob admitió que debían dormir algunas pocas horas, después de haber pasado la noche anterior velando al lord en agonía. Su esposa debía estar a punto de caerse de la silla, a pesar de su determinación de no demostrar debilidad.
Decisión tomada, Rob tiró las riendas y se detuvo.
- Vamos dormir aquí - anunció, aproximándose al caballo de Mairi.
Le sacó las riendas de las manos, la levantó de la silla y puso de pie en el suelo. Las piernas de ella flaquearon, y Rob la alzó antes que se cayese. Con una pequeña risa, él la cargó hasta el árbol más próximo.
- Prepara una hoguera - él le ordenó a Andy, y comenzó a retirar los bultos de los caballos. Desenrolló una manta de lana y la colocó sobre la tierra blanda. Del otro lado de las ramas que Andy amontonaba, Rob extendió otra manta.
Cuando indicó con un gesto que Mairi podía acortarse allí, ella frunció
la frente, sacudió la cabeza y dijo algo. El sólo logró captar las palabras `dormir' y `a su lado'.
No podía discutir. Ella no planeaba dormir con él. Lo que no era sorpresa, Rob pensó, encogiéndose de hombros. No había esperado que ella tuviese voluntad de acostarse con él esa noche.
A pesar de eso, él asumió un aire de irritación y soltó un suspiro de fingida resignación. No le gustaría que Mairi pensase que no la deseaba. Ciertamente la deseaba. Pero ése no era el lugar ni el momento de revelarle eso. Se sacó la capa y la arrojó a varios pasos de distancia del lugar que había designado para ella.
Se Ocupó de reunir ramas, observando disimuladamente cuando ella se levantó y ejercitó sus piernas y luego desapareció entre los árboles por algunos minutos. Al volver, ella recogió la manta e la colocó en un lugar todavía más distante de donde estaba la capa.
Rob le dio una sonrisa sin gracia. Él jamas iba a imponerse a su esposa en un lugar como ese, pero si la dejaba tranquila con esa sensación de control de poner distancia entre ellos, él permitiría que así fuese... hasta que ella se durmiese.
Se volvió, vio que Andy fruncía la frente al observándolo. Andy parecía estar desarrollando un sentido de protección para con la nueva esposa del lord. Probablemente había pensado que las palabras ásperas de ella podrían enojar a su marido, pero Rob no las había tomado como una ofensa.
La ira de Mairi por haber sido forzada a partir de su hogar obviamente todavía no se había aplacado. Rob quería creer que era sólo eso lo que la llevaba a rechazarlo, no el hecho de odiase su sordera. Había pensado que la deficiencia podría enojarla. Pero ella lo había besado bastante ardientemente el día anterior. Y luego se había casado con él. O no?
Pero Rob se preguntó si no hubiera sido mejor aclarar el tema de la sordera desde el principio, antes del casamiento. De esa manera él sabría exactamente qué le deparaba el destino. Y ella también.
Le desagradaba imaginar lo que Mairi estaría pensando. En ningún momento ella había dado muestras de interesarse en el tema de la sordera. Sería que había decidido ignorar su sordera y fingir que no existía? Esa solución, con certeza, no podía durar para siempre.
Algunas personas honestamente detestaban esa deficiencia y la consideraban una maldición. Por eso, Rob se había acostumbrado a disimular su condición. Después que había aprendido a hablar algunas personas ni sospechaban de su sordera.
Era una condición rara, habían le dicho. Muchas personas sordas eran mudas también.
Rob se imaginaba que su sordera había sido tema de conversación durante el arreglo del contrato matrimonial. Nunca había planeado esconder ese hecho a su novia o al padre de ella.
Le había ordenado a Thomas que le contase todo al lord antes de que el contrato de compromiso fuese firmado, presumiendo que si él le contase a su hija los problemas con los cuales ella tendría que lidiar, ella aceptaría el casamiento de libre voluntad.
Rob sabía que su sordera iba a afectar su vida conyugal, pero Mairi no parecía entender eso y prefería ignorar el tema.
Rob pensó en cómo reaccionaría ella si algún idiota lo acusase de hacer un pacto con el diablo, de haber cedido su capacidad de oír a cambio de recibir de poderes demoníacos. Eso ya había sucedido antes, una vez con el tío de su madre y, después, más tarde, con el abuelo de Thomas y Jehannie, sir Simon. Incluso algunos de los sacerdotes creían eso.
Rob realmente tenía poderes, por supuesto. El sonrió para sí mismo, recordando las miradas de reverencia y de miedo, y algunas veces de terror, cuando lidiaba con animales. Salvajes o domésticos, los animales lo adoraban. Ellos sentían que Rob los respetaba, y eso calmaba sus temores, convirtiendo una bestia salvaje en un animal tan dócil como un gatito.
Mientras rumiaba esos pensamientos, Rob retiró las sillas de los caballos y examinó las patas y los cascos para ver si no tenía piedras clavadas. Los tres caballos se frotaron contra él, agradeciendo su atención.
Sus parientes se asustaban de la magia que ejercía sobre los animales.
Para Rob era sencillo explicar lo sentía en relación a los animales. A veces le gustaban más los animales que las personas, a pesar que los animales tenían dificultad en comunicar lo que realmente necesitaban. El hacía un esfuerzo por entenderlos, y los animales le devolvían esa cortesía. Era así de simple
Pero su habilidad de ver en la oscuridad dejaba atónitos a muchos que lo conocían. Para Rob, parecía tan natural como ver con la luz del día. Dios le había dado esa capacidad, estaba seguro. Esa extraña habilidad había resultado realmente valiosa en algunas ocasiones, y realmente sería de gran ayuda esa noche, cuando solamente tendrían la tenue luz de la luna para guiarse. Un don de Dios.
Algunas veces, conseguía adivinar exactamente lo que los otros estaban pensando. Eso, sin embargo, no era un don. Simplemente observaba a las personas con más atención que lo que los demás hacían. O tal vez los sonidos los distraían y, por eso no lograban concentrarse.
Expresiones faciales, brazos cruzados sobre el pecho, puños cerrados, un temblor de miedo o de rabia, disimulado bajo una máscara de calma. Observar con ojos atentos. Ese era todo el secreto.
Podía identificar a un mentiroso antes que abriese la boca para hablar, y una mente llena de ideas conspirativas no tenía posibilidad de ocultarse de él. Había un aire de intensidad, de cálculo deliberado que parecía escrito en la frente de los mentirosos.
Rob detuvo su tarea y miró a Mairi. Ella estaba sentada sobre la manta, los codos apoyados sobre las rodillas encogidas, un dedo enrollando distraídamente una mecha de cabellos que había escapado de sus trenzas. Tenía un aire pensativo y distante.
Sería divertido estar dentro de su mente, pensó Rob, con una sonrisa traviesa. Mairi estaba trazando algún tipo de plan. También pensaba en escapar de él y en retornar a Craigmuir para vengar a su padre, otra posibilidad era convencer a su nuevo marido de prometer que haría esa proeza por ella.
Impotente por el momento, ella obviamente todavía no había decidido qué hacer. El, sin embargo, debía observarla y resguardarla de tomar la primera opción, se escogiese esa.
Tal vez debiese decirle pronto que había decidido volver a Craigmuir para ajustar las cuentas , en caso que Ranald no estuviese viniendo por ellos . Rob sonrió. Sería interesante permitir que ella usase sus encantos para convencerlo a acceder a sus deseos. Debería haber algo demoníaco dentro de sí, después de todo, para considerar esa idea.
Andy los llamó para comer el queso y la carnes frías que había empacado antes de partir de Craigmuir. Se sentaron cerca del fuego y compartieron la odre con vino. Comieron en silencio.
- Duérmete, ahora - Rob le dijo a ella, al terminar de comer.
Obedientemente, Mairi dio las buenas noches y se refugió en su manta. Rob se envolvió en su capa y se sentó con la espalda apoyada contra el tronco de un árbol cercano. Andy se apartó de la hoguera y se perdió en las sombras, para cumplir su primer turno de vigilancia, como era su deber.
Rob no planeaba dormir hasta que pudiese acomodarse en un lugar bastante cercano a Mairi, de manera de poder despertarse si ella intentase huir durante la noche. Sin embargo, se despertó con un sobresalto, horas más tarde, cuando la luz pálida de la luna ya estaba alta en el cielo.
Una sensación de peligro inminente le erizó la piel. Se levantó, rápidamente, y corrió hacia los caballos.
- Qué pasa? , Andy le preguntó con señas, cuando él se aproximó con una flecha ya colocada en el arco.
Peligro, gesticuló Rob. Espera aquí. Quédate atento.
Con la concordancia muda y obediente de Andy, Rob ensilló su caballo sin hacer ruido y lo condujo hacia los árboles. Cabalgó rápidamente y recorrió de vuelta el camino por el que habían llegado por más de una hora. A intervalos, paraba, aspirando el aire en todas direcciones, buscando sentir el olor a humo. Cuando lo detectó finalmente, dejó que el olor lo condujese.
El campamento enemigo estaba dormido. Rob contó cuatro cuerpos envueltos en mantas alrededor de las brasas. Otro estaba mas apartado, de guardia, pero se había quedado dormido.
Cinco también era el número de caballos. Sin el menor ruido, Rob los condujo lejos del campamento y los ató cerca de su caballo.
Uno de aquellos hombres podía ser el primo Ranald? Rob esperaba que si. Entonces, todo terminaría allí.
Seria inimaginable matar a hombres dormidos, él decidió. Y existía una leve oportunidad de que esa gente no hubiera sido enviada por el nuevo lord de Craigmuir.
- Mierda! Despiértense! - Rob gritó. - MacBain está aquí!
Lanzó una carcajada al ver la confusión que se había creado. Dos de los hombres se enredaron en sus mantas y no habían podido ponerse de pie .
El guardia, ahora despierto, corrió hacia él, con la espada levantada. Rob lo enfrentó y le clavó la hoja, y luego lo pateó lejos. La ventaja de la sorpresa funcionaba a su favor.
Un segundo hombre intentó un golpe mortal, pero Rob lo alcanzó con una puñalada de su daga. Con un movimiento rápido, tomó al siguiente con el dorso de su espada. El cuarto, boquiabierto y con una expresión de horror, salió corriendo por el lado opuesto y se perdió en el bosque.
Rob rindió al último del grupo, que todavía luchaba por desprenderse de las mantas. El desgraciado olía a whisky. Un golpe duro en su cabeza lo inmovilizó. Ranald Maclnness debería haber elegido a los peores de sus guerreros. Los más incapaces de mis arrendatarios, armados con varas, podrían enfrentar a esos estúpidos, Rob pensó. Qué lucha de porquería, pensó Rob, amarrando al cautivo. Se le Pasó por la mente perseguir al que había escapado, pero decidió no molestarse. El hombre estaba a pie y le llevaría por los menos dos días hasta llegar a Craigmuir. Además, el primo de Mairi necesitaba recibir el mensaje de su propio emisario. Ranald resistiría el
desafío de no poseer a Mairi? Rob creyó que no. El bastardo vendría en persona la próxima vez, pero ahora estaría tres o cuatro días atrasado.
Satisfecho por haber resuelto el problema durante el trayecto del viaje hasta Baincroft, Rob arrastró al hombre capturado hasta los caballos, lo arrojó en una silla y lo amarró.
Su intención era extraerle algunas respuestas. Pronto sabría el número y la clase de hombres que el primo de Mairi comandaba y si iba a perseguirla
durante el viaje hasta las Lowlands.
La información que consiguiese iba a ayudarlo a la larga a destituir al primo traicionero de su título de lord. Tenía esperanzas de que Mairi se sintiese parcialmente vengada con el trabajo de esa noche.
- Es lord Rob! - gritó Andy, el rubio, agitando los brazos y alejándose de hoguera donde Mairi se encontraba. - Vio? Le dije que él volvería pronto!
Ella se sacó la manta que la resguardaba del frío de la noche,
- Quién es ese? - ella preguntó, señalando al cuerpo que colgaba de un caballo.
- Un hombre de tu primo - le respondió MacBain, deteniéndose cerca de la hoguera. Desmontó y se desperezó, obviamente cansado.
- él sólo mandó un hombre? - ella indagó incrédula.
- Cinco - Rob retrucó con calma, y se apartó para sacar al prisionero de encima del caballo.
- Cinco? Dónde están los otros? Qué sucedió? Y cómo supiste que ellos…
- Mi lady , por favor - la interrumpió Andy, el rubio , interponiéndose entre ella y MacBain. - No hay motivos para preocuparse. Relájese un poco y vamos a ver qué tenemos aquí.
Mairi dejó escapar un suspiro de exasperación y desistió, aunque tuvo que hacer un esfuerzo inmenso para contenerse.
Con ojos ansiosos, ella examinó en la oscuridad la línea de árboles, imaginándose, que en cualquier momento, los otros cuatro irrumpirían para luchar y librar a su compañero.
- Dónde están ellos? - le preguntó a Andy. - Qué les sucedió?
- Están muertos, eso espero - Rob respondió, alegremente, frotándose las manos. - O descubriendo un nuevo camino de vuelta al lugar de donde vinieron.
- Descansa ahora, Andy - le ordenó Rob, al volver del lugar donde había colocado el cuerpo inconsciente, apoyado contra un árbol. Se volvió hacia su esposa.
- Vuelve a dormir.
- A dormir? - ella preguntó, con voz chillona.
- Llegas con tu caballo, arrastrando a un hombre inconsciente, y dices que hay más por ahí , esperando para atacar y quieres que me vaya a dormir? - Mairi gesticuló las manos impacientemente.
- Ellos pueden atacarnos en cualquier momento! O están muertos? Cinco contra uno, y quieres hacerme creer que los mataste a todos? Por lo menos puede te pido sinceridad…
Rob colocó un dedo sobre su boca y sacudió la cabeza impacientemente.
- Estás a salvo.
Ella le apartó la mano con un gesto brusco.
- A salvo? Eso es todo lo que me dices? Por qué nunca me respondes, MacBain? Por qué me tratas como si fuese una niña malcriada que no merece ninguna consideración? Ignorarme es como golpearme. Me da lo mismo! YO sabía que esto iba a pasar...! Y por qué volviste con solo un…
- Vos no sabes nada! Y no te entiendo nada de lo que está diciendo - él habló con los dientes apretados.
- Nada!
- Bien, yo sé una cosa! - ella le gritó, avanzando sobre él con el puño en alto. - Y no pongas cara de sorpresa! Vos nunca escuchas lo que yo digo! Es como si no existiese para vos…
- Sal de aquí, mujer! - Rob vociferó, enderezándose, con los puños cerrados, y los músculos de sus brazos tensos. La luz parpadeante de la hoguera del campamento iluminaba su semblante, imprimiéndole un brillo amenazador.
Un miedo mayor que cualquier otro que ella hubiera sentido con las insinuaciones de Ranald la habría hecho estremecerse. Allí estaba delante de un peligro verdadero e inmediato. MacBain parecía dispuesto a derrumbarla de un golpe.
Silenciosamente, Mairi se apartó de él, retorciendo sus manos temblorosas, temiendo haberse excedido. Nunca antes él había exhibido una violencia tan palpable para con ella. Las esposas no tenían inmunidad contra la ira de sus maridos, y ella ciertamente había ofendido a MacBain con sus gritos y sus exigencias. Tenía derecho a saber qué sucedía, pero no debería haberle gritado a su marido.
Ni debería haberse rehusado a dormir a su lado, pero no estaba dispuesta a perdonarlo tan rápidamente, por haberla arrancado de Craigmuir como lo había hecho. Admitir el hecho que Rob la perturbaba profundamente ciertamente le daría a su marido una superioridad sobre ella.
Sin una palabra más, Mairi caminó hasta la manta, se acostó y le volvió la espalda a él. No podría dormir, pero iba a fingir. Por la mañana, tenía esperanzas, de que esa rudeza hubiese mejorado. Si los otros cuatro hombres que Ranald había mandado no los mataban a todos antes de eso.
El silencio reinó en el claro del bosque, lo que le pareció extraño. Por qué MacBain no le contaba a Andy lo que había acontecido? O hacía planes en caso que hubiese un ataque esa misma noche? Seguramente MacBain no iba a simplemente acostarse a dormir después de tanta acción y agitación! Pero no se atrevía a darse vuelta y ver qué estaba sucediendo.
Mairi cerró los ojos tan fuertemente cuanto pudo y rezó para estar viva cuando la mañana llegase.
Una llovizna fina la despertó poco después del alba . Aunque el suelo, debajo su cuerpo, estuviese relativamente seco, la manta sobre ella, estaba húmeda pero no mojada. Abrió los ojos y vio una estructura de ramas y hojas que servían de techo
Cómo él había conseguido construir aquello encima de ella, sin despertarla?
Del otro lado del claro del bosque, Andy, el rubio yacía acostado debajo una estructura parecida. En ese momento, Mairi vio el flanco gris del caballo de MacBain desapareciendo entre los árboles.
- Espera! - ella gritó, arrojando a un lado la manta y corriendo detrás de él. - No te vayas! A dónde vas?
Antes que ella pudiese alcanzar la línea de los árboles, él había desaparecido.
- Está volviendo para enterrar a los que mató - le explicó Andy, el rubio. Y para ver qué puede encontrar entre sus pertenencias.
Mairi soltó un suspiro de alivio. Por un instante, había temido que él hubiese partido sin ellos, abandonándolos. Sólo entonces se dio cuenta que MacBain había tomado en dirección opuesta.
Además, él no abandonaría a su escudero. Ella, su esposa, era un asunto completamente diferente. Después de la manera en que lo había enfrentado la noche anterior, tenía que admitir que... no podría culparlo si la abandonase.
La lluvia estaba cediendo, pero Mairi estaba mojada. Afortunadamente, el sol había salido poco para secar sus ropas y su cabello. Con el cuerpo agotado y dolorido por noche pasada durmiendo en el suelo Mairi caminó hasta los bultos que estaban protegidos entre las rocas.
Andy, el rubio fue a unirse a ella, aceptando la porción de pan que ella partió y le extendió.
- El va a estar de vuelta antes del mediodía. Me dijo que me quedase de guardia, vigilando al prisionero. - Con el pedazo de pan, Andy señaló al hombre que todavía estaba amarrado al árbol, y empapado hasta los huesos. Tenía un aspecto miserable.
- Supongo que vamos llevarlo con nosotros? - preguntó Mairi, cortando una porción de queso con la faca que siempre traía sujeta a la cintura y ofreciéndosela al escudero.
Andy le agradeció con una sonrisa.
- Si. Rob, quiero decir, lord Rob, quiere interrogarlo. Descubrir más sobre su primo.
- Con qué finalidad?
- No le pregunté. El rara vez explica sus razones, que invariablemente, son correctas.
Mairi vaciló en hablar sobre su marido con un hombre que lo servía, pero necesitaba descubrir algo sobre él, de alguna forma.
- Realmente me gustaría que él respondiese mis preguntas. El rara vez habla conmigo y nunca parece oír nada de lo que le digo.
Andy, el rubio le dirigió una mirada preocupada. Mairi se dio cuenta que nunca debería haber criticado el comportamiento de su marido con uno de sus subordinados.
- No estoy hablando mal de él - ella le aclaró. - En Verdad. Pero me pregunto por qué él parece tan rígido. El siempre es así?
- Rígido? - Andy repitió con una sonrisa. - Sí, creo que él puede serlo cuando es necesario. - Sus ojos chispearon. - Pero Rob adora una buena travesura. Ninguno de nosotros estaba a salvo de él cuando éramos niños, y él no cambió mucho desde entonces.
- Travesuras? - preguntó Mairi, incapaz de imaginar al estoico MacBain haciendo una broma para divertirse.
- Oh, sí - le aseguró Andy mas animado. - No pasaba un mes sin que él humillase con su una broma pesada a uno de sus caballeros, sir Belden… él tiene un carácter... difícil. Siempre se mete en peleas sin razón.
- Continua - ella o alentó. - Por qué MacBain le hacía eso?
- Provocaba al hombre más allá de lo soportable, haciéndole muecas, importunándolo y burlándolo. LO provocaba hasta que sir Belden exigía que Rob luchase con él. - Andy se rió y sacudió la cabeza. - Ese hombre lo va a pensar dos veces antes de meterse en otra pelea sólo por unas palabras de provocación.
- MacBain lo derrotó vergonzosamente? - ella preguntó.
Podría decirse que si. Ellos estaban frente a frente, entiende? - Andy
se puso de pie, estirando los brazos como si fuese avanzar con la espada en un ataque.
- Vamos, termina! - Mairi exclamó, ansiosa por oír la anécdota.
- Robbie sacó su enorme espada fuera de la vaina y la levantó, la espada brilló con el sol, había una sonrisa demoníaca en su rostro, parecía dispuesto a luchar hasta la muerte. - Andy apretó los ojos, los labios temblorosos con una alegría apenas contenida, observando el efecto de sus palabras en Mairi.
- Y entonces? - ella preguntó, inclinándose ansiosa. - Qué sucedió?
Andy fingió agarrar una espada imaginaria, extrayéndola de una vaina invisible y, entonces, bajó los ojos, pareciendo estupefacto.
- Dónde está la hoja de la espada?
Andy soltó una carcajada, doblándose en dos y cayendo de rodillas al suelo.
- Rob secretamente, había reemplazado el arma de la vaina de sir Belden. El pobre idiota no tenía en sus manos nada más que el cabo de su espada! - De nuevo, él se rió, levantando la mano, separó el pulgar y el índice unos pocos centímetros. - La hoja que el hombre blandía tenía este tamaño!
Mairi se rió con él, imaginando la rabia del caballero.
- Sir Belden debe haber estado furioso!
- Furioso es poco! Y nosotros, estabamos parados alrededor de ellos, doblados en dos de la risa. Ese imbécil pretensioso va a pensarlo dos veces antes de hacer desafíos por tonterías.
- Te parece prudente hacer que ese hombre quedase como un tonto? El no buscará vengarse algún día?
Andy, el rubio contuvo la carcajada, reducida ahora a una medio sonrisa.
- Creo que sí, y Rob pensó en eso. Cuando la broma acabó, él elogió a sir Belden por su valentía y le regaló una espada aún más refinada y de mejor calidad que la que tenía. Con esa espada Rob lo hizo jurar que nunca la usaría en un ataque de rabia. "Una cabeza caliente", dijo Rob, como el acero en brasa, no puede mantenerse en sus moldes y cumplir la misión para la cual fue destinada. Quedó entendido para todos que sir Belden sería castigado si no lograse mantener bajo control su carácter volatil.
Pensativa, Mairi comenzó a guardar la comida para el viaje. Entonces, su marido era astuto e inteligente en el trato con los hombres, ellas reflexionó. Una verdadera lástima que MacBain no estuviese interesado en tratar con las mujeres...
Entonces Mairi recordó la forma dulce y tierna en que la había tratado ese día del picnic, y como la había abrazado cuando ella había llorado por su padre.
Si, él podía ser brusco e irritante, proferir sus órdenes en palabras escasas e ignorarla cuando ella quería que la escuchase. Pero existía la posibilidad de que MacBain nunca hubiese pasado mucho tiempo conviviendo con mujeres. Quizás ella tuviese la misión de educarlo en su trato con las mujeres.
Cuando él vuelva, Mairi decidió, emplearía un método diferente en el trato con su marido. Estaba segura que lograría promover una mejor comprensión entre ellos dos. Y ta vez hasta lograría persuadirlo de ejecutar su promesa de venganza.
El plan era sencillo: un día rodeado de atención y cariño… y si eso no era suficiente... una noche de persuasión más osada.
Mairi miró de reojo la tienda que MacBain había construido para resguardarla de la lluvia. Serviría para darles algo de privacidad, si la trasladase lejos de la hoguera.... A pesar de su negativa infantil a los derechos maritales que su marido tenía sobre ella, Mairi sabía que la consumación del matrimonio era sólo una cuestión de tiempo.
Sonrió de un modo misterioso, confiada en que podría hechizarlo, seducirlo, engatusarlo...
Y luego veremos si MacBain seguirá ignorando mi existencia!
Rob rodó los cuerpos de los hombres de Ranald hacia una zanja próxima, y luego los cubrió con piedras. Después de una plegaria rápida por sus almas, volvió y se puso a revisar sus provisiones y pertenencias, buscando alguna prueba que pudiese ligarlos al primo de Mairi.
Cada bolsa contenía el mismo número ínfimo de monedas de plata, indicando que habían sido contratados para alguna tarea y habían recibido el dinero por adelantado por el servicio. No era una prueba conclusiva de que el nuevo lord de Craigmuir los había contratado, pero lo suficiente como para confirmar las sospechas de Rob.
La acuñación de las monedas le parecía familiar. Si había sido Ranald Maclnness quien había pagado aquellos hombres, él debía haber conseguido el dinero de la misma forma que Rob había ganado una buena porción de su fortuna, participando en torneos fuera de Escocia. Y, aparentemente, el hombre era un ganador. Le extrañó que nunca se hubiesen encontrado antes.
Rob recogió los bultos con provisiones y buscó los caballos que había dejado amarrados la noche anterior. Ahora, probablemente, él, Mairi y Andy harían el resto del viaje seguros.
Aunque Ranald saliese en su persecución, sólo se enteraría de que debía partir cuando el hombre que había huido retornase para contarle que el ataque encomendado había fallado. Y, como el sujeto estaba a pie, sería imposible que Ranald los alcanzase antes de que llegasen a Baincroft.
Rob sólo necesitaba preocuparse por hacer el viaje a casa tan agradable y cómodo como fuese posible para su nueva esposa.
En el camino de vuelta al campamento, él consideró sus otras preocupaciones respecto a Mairi. Cuanto más pensaba sobre los actos de su esposa en los últimos dos días, más se irritaba.
En todos los momentos en que habían estado juntos, ella jamas se había esforzado por hablar de una manera que él pudiese comprender. Y, cuando lo había hecho, había sido por pura casualidad. Tampoco había mencionado el hecho de que él no podía oír, ni para menospreciarlo por eso o para hablar del problema de manera trivial.
Cuanto más tiempo pasaba, cuantas más veces conversaban, más extraño todo aquello le parecía. Casi podría jurar que ella no sabía de nada.
La última vez que él le había explicado que no lograba entender lo que ella le decía. No había expuesto el problema de la forma más clara posible? Pero, si fuese completamente honesto consigo mismo, tenía que admitir que había tenido la sensación de que ella no había captado el verdadero significado de sus palabras. Y esa sensación creaba dudas en su mente.
El padre de Mairi no le habría contado? El lord le habría mentido? Cuál sería el propósito de omitir algo tan importante?
Era posible que Mairi temiese de tocar el tema y ofenderlo. Si fuese eso, quizás ella hubiese conservado con Andy al respecto.
-Qué tenemos aquí? - Andy, el rubio corrió a encontrándolo, cuando Rob llegó al campamento. - Cuatro animales más estropeados? Ven, come algo. Yo voy a amarrarlos.
Rob le arrojó las riendas y desmontó.
Mairi se aproximó, con un odre con vino.
- Ven - ella le dijo con una sonrisa, tomándole la mano. Dijo otras cosas también, una larga secuencia de palabras, pero Rob no logró entenderlas.
Casi le explicó el tema de sordera en ese instante, pero lo pensó mejor. Por qué no observarla y intentar descubrir qué estaba pasando? Después le preguntaría a Andy sobre qué habían conversado desde que habían dejado Craigmuir.
Si el viejo lord no la hubiese informado, entonces Rob tendría que encontrar una manera de contarle la noticia de la forma más suave posible.
Se puso a observarla. Rob adoraba el modo animado en que ella movía sus manos gesticulando mientras hablaba. Lo extrañaba que Mairi fuese tan ingenua respecto a su belleza y se preguntó por qué. Los hombres que la rodeaban nunca habían elogiado su rostro angelical? O Mairi no los tomaba en serio? Ella no parecía vanidosa o inquieta respecto a su apariencia, como muchas mujeres se mostraban. Su comportamiento natural y espontáneo lo intrigaba, ahora y desde que la había visto por primera vez. Podría quedarse contemplándola por horas.
Cuando ella lo condujo cerca del fuego, él se dejó guiar, esperando poder responder las preguntas que ella le hiciese, hasta poder discernir cuanto sabía Mairi. Tenía esperanzas de estar equivocado respecto a la extensión de su ignorancia.
Era completamente posible que ella tuviese más problemas en descifrar las frases de él que él las de ella.
Eso, sin embargo, en nada contribuía a disminuir sus inquietudes. Qué clase de matrimonio tendrían, si ninguno de los dos tuviese la menor idea de lo que el otro estaba diciendo la mayor parte del tiempo?
Su madre le había enseñado que algunos acentos hacían que la boca se moviese de forma diferente, aún cuando el idioma era el mismo. Podía ser que sus palabras sonasen tan extrañas a los oídos de ella que Mairi no pudiese entender lo que él decía?
- Un momento, por favor - dijo él, lentamente, levantando un dedo y ofreciéndole una sonrisa para suavizar su actitud. Ella obviamente pretendía que él se dejase guiar, pero Rob necesitaba resolver una cuestión.
Andy, el rubio había conducido a los caballos capturados y su propio caballo a un lugar más distante para alimentarlos.
Rob se aproximó a él, sabiendo que los cuerpos de los caballos iban a esconder los gestos de su mano cuando usase el lenguaje de señas. El y su madre habían establecido una serie de señales cuando Rob era todavía muy pequeño, antes de que aprendiese a expresarse con palabras. Desde entonces, Rob, su familia, y las personas más cercanas, en Baincroft, se comunicaban por señales, haciendo las palabras innecesarias. Sólo os abandonaba cuando en presencia de gente extraña. Todos los que lo aprendían encontraban que el lenguaje de señas era muy conveniente, especialmente en circunstancias en las que no estaban muy cerca o no querían ser oídos.
Tal como sucedía en ese momento.
Ella lo sabe? Crees que su padre le contó que no puedo oír?, preguntó Rob.
Andy sacudió la cabeza. Su boca se movió, mientras gesticulaba: ella no sabe nada. Estoy seguro. Ella preguntó por qué vos no le prestas atención a lo que ella dice. Si supiese… él se encogió de hombros, visiblemente consternado.
Rob asintió y apoyó un dedo sobre sus labios, pidiéndole silencio. Pensó en lo qué debería hacer a continuación.
Sería un shock para ella enterarse ahora que se había casado con una persona deficiente, sin tener conocimiento previo de ese hecho. Mairi podría creer que su padre la había engañado. O, peor todavía, que Rob los había engañado a ambos. Ella se sentiría estafada, después de que el matrimonio fuese un hecho consumado.
. Rob miró por encima del lomo del animal que estaba entre él y Mairi . Ella estaba en pie, con los brazos cruzados sobre su pecho, enfrentándolo y obviamente esperando su retorno.
El matrimonio era un hecho consumado? No, Rob decidió, no lo era. Todavía no. Y Mairi ciertamente merecía poder hacer una elección antes que la unión carnal se consumase, debía darle la oportunidad de decidir sobre su futuro.
Rob resolvió que su única esperanza era probarle a Mairi que él podía ser un marido adecuado, a pesar de su deficiencia que pronto quedaría revelada. Si se lo confesase ahora, podría perderla para siempre. Ella no tendría tiempo para conocerlo. Por supuesto, ella podría terminar abandonándolo, sin importar lo que él hiciese, pero por lo menos tendría una oportunidad de ganar su respeto. E iba a aprovechar esa oportunidad.
Por ahora, debía mantener el matrimonio en una condición en la cual pudiese ser anulado, si eso era lo que Mairi deseaba, cuando descubriese la verdad. No podría acostarse con ella, naturalmente. De cualquier forma, Rob no planeaba hacerlo hasta que hubiesen llegado a su casa y pudiese ofrecerle la comodidad y la privacidad adecuada que una muchacha virgen merecía.
Andy le tocó el brazo para llamar su atención. No le cuentes nada a ella por ahora, su escudero le aconsejó. Espera a que lleguemos a Baincroft. Ella verá cuanto las personas te admiran….
Andy había llegado a la misma conclusión. Rob se sintió asustado. No estaba completamente seguro de poder sostener esa situación. No sería fácil mantener el secreto, viajando y conviviendo con ella.
Deberás ayudarme, Rob le pidió a Andy. Quédate cerca. Responde sus preguntas o repítemelas. Puedes hacer eso?
Si! - exclamó el hombre, en voz alta, sacudiendo la cabeza con entusiasmo. - Como lo he hecho antes.
Andy no era tan eficiente como Thomas y algunos otros a quien él y su madre habían enseñado el lenguaje de señas,- pero Rob no podía permitirse críticas, en ese momento. Ciertamente los dos conseguirían manejar la situación por los pocos días que faltaban hasta llegar a Baincroft.
Rob también recordó que necesitaba cortejarla, algo que el padre de Mairi le había sugerido, si quisiese mantener la esperanza de conservar Mairi en su vida.
Juntos, él y Andy terminaron la tarea de atender a los caballos y volvieron al lugar donde Mairi había extendido una manta y había preparado una comida para él.
- Esto es perfecto - él comentó, al sentarse con las piernas cruzadas frente a ella, para comer. Cuando ella le ofreció una tajada de queso, Rob la aceptó, y, tomar el queso; le sujetó la mano, besándole el dorso de los dedos. La miró a los ojos, mostrándole su interés por ella.
Mairi tenía una sonrisa encantadora, Rob pensó, sintiéndose triste repentinamente. Pero nada ganaría entregándose a la melancolía. Tenía que conquistarla.
- Ah, es una delicia - él le aseguró después de terminar la comida, limpiando las migas y los dedos y poniéndose de pie. Los labios de ella se movieron, en una frase totalmente incomprensible. Rob sabía que precisaba responder por la expresión de ella, las cejas arqueadas y la cabeza inclinada hacia un costado.
Lanzando una mirada de reojo a Andy, quien se había colocado detrás de Mairi, él leyó sus labios: "Vamos a partir pronto? El muchacho tonto acompañó las palabras mudas con gestos con sus manos.
Rob aclaró su garganta y fingió pensar. Luego formó a frase con cuidado,
- Si. Prepárate.
Aquello pareció satisfacerla, pues ella comenzó a recoger las sobras de la comida y a doblar la manta. Andy ya había desmontado las tiendas improvisadas. En los minutos siguientes, se ocuparon de preparar la partida.
Como había hecho el día anterior, Rob asumió el liderazgo, atando los caballos extras detrás del suyo, evitando estar cerca de Mairi para que ella no intentase entablar una conversación.
De vez en cuando, lanzaba una mirada por encima de su hombro y le dirigía una sonrisa de aliento. Andy parecía ocupado en entretenerla, y varias veces Rob los había sorprendido conversando animadamente.
Qué maravilloso debía ser, Rob meditó, poder hablar de cualquier cosa con alguien sin tener que pensar mucho. El no sólo tenía que prestar una gran atención a los movimientos de los labios y de la lengua, sino que también tenía que armar las frases que debía responder con gran cuidado.
****
El plan de Rob funcionó bien hasta ese atardecer
Cuando se detuvieron para pasar la noche Mairi se aproximó para hablarle. Y por supuesto no habló breve y concisamente sino que se expresó con su habitual catarata de palabras que él no pudo llegar a leer de sus labios.
- Había pensado que tal vez - ella dijo con una encantadora sonrisa - podríamos hacer los arreglos para la noche de otra manera esta noche. Podríamos... eh... uh... armar una tienda... bueno ... no exactamente una tienda... más bien... un refugio con ramas y hojas... pero creo que... es decir me gustaría que lo armásemos un poco mas lejos de la hoguera. Así podríamos tener mas intimidad... quiero decir... privacidad. Ya sabes, eso es lo que cualquier recién casado quiere. Entonces pensé que podríamos elegir un lugar... bueno... ya entiendes, verdad?
No, no había entendido ni media palabra. Y eso lo enfureció. Desesperado, Rob buscó con la mirada a Andy. Para su disgusto encontró que su escudero estaba desternillándose de la risa detrás de su esposa. Al ver la mirada severa de su Lord, comenzó a mover los labios. Mientras Rob intentaba leerlos, Mairi se movió adelante de él tapándole la visión. Ella demandaba una respuesta.
- Qué piensas, marido? Respóndeme.
Viendo su vacilación y su desesperación, Andy no tuvo mejor idea que hacer un gesto obsceno con sus manos resumiéndole groseramente la idea de ella de estar a solas para consumar el matrimonio.
Al ver su obvia vacilación, Mairi siguió la dirección de la mirada de su marido y se dio vuelta, justo a tiempo de ver el gesto obsceno de Andy.
Aparentemente, su esposa no era tan ignorante de los asuntos carnales pues interpretó correctamente lo que las manos de Andy decían.
Ella se enrojeció de furia.
- Bastardos de mierda!- ella les gritó.
Eso sí lo entendió porque fue dicho claramente y sucintamente.
Completamente frustrado y furioso, Rob la mandó a callar.
- Silencio, mujer. Controla tu lengua!- él logró decir severamente, mientras su mente buscaba una salida elegante a esa situación nada elegante
Mairi levantó su mentón, de un modo altanero . Los labios rosados se apretaron. Sin hacer ningún comentario, ella reunió su dignidad ultrajada como una capa protectora y se apartó, pasando al lado de Andy y dirigiéndose lejos de la luz de la hoguera.
Andy se encogió de hombros y sonrió sin gracia, como pidiendo disculpas por lo ocurrido. Rob sintió ganas de sacudirlo a golpes. En vez de eso, hizo con sus manos la señal más grosera que había aprendido y lo despachó al bosque.
Había hecho el papel de idiota delante de su esposa. Había quedado como un marido malhumorado, indiferente e ingrato. Y como un imbécil, por Dios....
Si algún día en su vida él había necesitado estar a solas, era en ese momento. Rob se sentía mortificado e incapaz de hablar sobre lo ocurrido.
Mairi vio que su marido desaparecía en la oscuridad y, rápidamente, se aproximó a Andy.
- Por qué MacBain está tan enojado? - preguntó. - Poco antes, parecía bastante satisfecho… - Tanto que ella se había arriesgado a proponer construir un refugio y que lo compartiesen. Era ella quien debía sentirse ofendida. Y, de hecho, lo estaba.
- El no está enojado, mi lady! Está exhausto, eso es todo. Y está preocupado también.
Mairi suspiró y frotó sus manos en sus brazos, para espantar el frío.
- Creo que tendré que aceptar que él es un hombre de pocas palabras… Y que la mayor parte de ellas no son otra cosa que groserías.
La risa de Andy la sorprendió. Ella lo encaró irritada.
- Esto te parece una broma? - ella preguntó. - Crees que hablo demasiado y que nunca podré adaptar a él? Y que él habla demasiado poco como para adaptarse a mí? Eso te causa gracia?
Si - admitió Andy. - Es exactamente eso. - Andy colocó su mano en su cadera y adoptó el mismo aire de arrogancia que ella había usado. Y fue todavía más lejos. La apuntó con un dedo.
- Verá, lord Robbie no está acostumbrado a tener una mujer cargoseándolo y reclamándole su atención por cualquier cosa. Con los hombres, él se maneja de otra manera. Simplemente le comunica lo que quiere decir y punto.
Mairi apretó la boca con rabia.
- No noté que él tratase a las mujeres de forma diferente. Por lo menos, no conmigo.
- Paciencia, mi lady - él contestó gentilmente, casi en un tono paternal. -El matrimonio es una cosa nueva para él. No es muy probable que él vaya a cambiar sus costumbres en unos pocos días y que se convierta en un charlatán de un minuto al otro. No le parece algo lógico? El nunca fue una persona de hablar mucho, En verdad, no ve la necesidad de hablar tanto. - Andy hizo una pausa y se rascó el mentón pensativamente. - Y por supuesto, están los modos de hablar. Y debo decirle que es difícil de entender.
Ella se puso rígida.
- Tonterías! él no puede pensar eso . Yo lo comprendo muy bien. Realmente, él tiene una forma... bastante peculiar de decir as cosas, pero yo lo entiendo…
- Me refiero a su manera de hablar, mi lady - le explicó Andy, interrumpiéndola. - Yo hice unos pocos viajes al Norte de Escocia, donde tengo parientes, pero Rob nunca antes tuvo la oportunidad de conversar con personas de las Highlands.
Atónita, Mairi tragó en seco, incapaz de creer en esa afrenta.
- Intente hablar lentamente - él le sugirió - y con el acento de las Lowlands, si es posible.
Ela cruzó los brazos sobre su pecho y levantó el mentón orgullosamente.
- Esta discusión está acabada. No tengo nada más que decir.
Como quiera - le respondió Andy. - Yo sólo estaba intentando ayudar.
Mairi se apartó, disgustada, y comenzó a desempacar las provisiones para la comida de la noche.
Cómo ese criado insolente se atrevía a criticar su manera de hablar? Difícil de entender! Colocó varios panes de centeno medio secos sobre la toalla y comenzó a buscar las fetas de carne seca.
MacBain ciertamente no había demostrado ninguna dificultad en entender que ella lo había invitado a compartir su cama esa noche. Y no había tenido ningún problema en rechazar su oferta.
Y ella se había comportado de forma bastante dulce. Todos esos elogios que le había hecho durante el viaje por la forma en que él la había protegido? Saliva desperdiciada.
Haber afirmado que lo había perdonado por amarrarle sus muñecas y por haberla arrebatado lejos de su hogar? Tiempo perdido.
Mairi bufó de rabia y sacudió la cabeza con vehemencia. Nunca más.
De ahora en adelante, si él la quisiese como esposa, en todos los sentidos de la palabra esposa , tendría que implorarle de rodillas.
Ella podía hablar sin acento escocés cuando quería. Podía hablar como una inglesa. Y era eso lo que iba a hacer. Y sólo Dios sabía cuántas cosas tenía para decirle a su marido.
Ansiosa, Mairi esperó que MacBain volviese, planeando una confrontación para poner un punto final a todo aquello. Sin embargo, no lo vio retornar al campamento.
Obviamente, él había vuelto, pues, en algún momento, mientras ella y Andy compartían la comida, se dio cuenta que el caballo de MacBain había desaparecido del lugar donde había estado amarrado, junto con los otros.
Cansada de esperar, Mairi extendió las mantas sobre el pasto, para pasar la noche. Sin conseguir calmarse, dio vueltas y se movió inquietamente, intentando acomodarse para dormir. Empujó la manta, respirando profundamente para calmarse.
Andy, se había acostado de lado y ya estaba dormido, recostado contra una silla de montar y los bultos de las provisiones, a poca distancia de la hoguera.
La leña se había reducido a carbón, ella pido ver eso a través de sus ojos semi cerrados. Se quedó inmóvil, dándose cuenta que una sombra que se aproximaba en dirección a sus pies. Si MacBain había cambiado de idea y había resuelto compartir su cama, definitivamente había llegado demasiado tarde.
Determinada a fingir que dormía, Mairi cerró los ojos.
De repente, sintió que unas manos se cerraban alrededor de su cuello.
Los pulgares estaban comprimiendo su tráquea. El peso del cuerpo del hombre inmovilizaba el de ella, sólo dejando libres sus brazos. No era MacBain!
Ella comenzó a empujarlo, luchando frenéticamente por respirar. Pero no podía emitir ningún sonido.
Llena de desesperación, llevó la mano a la cintura, luchando en vano por encontrar la vaina de su faca. El hombre la trababa, y ella no podía alcanzar el arma.
No podía morir! No allí! No de ese modo!
Chispas blancas aparecían delante de sus ojos. Los pulmones le ardían. Mairi sabía que tenía pocos instantes para librarse. Con un último esfuerzo, cerró los puños y golpeó con ellos, con todas sus fuerzas, en las sienes del atacante. El gruñó. Mairi continuó luchando, enterrando sus uñas en las muñecas del animal, intentando girar su cuerpo debajo de su peso.
En el instante en que se rindió a la evidencia de que era inútil seguir presentando pelea, inexplicablemente él pareció alejarse de ella. Las manos se soltaron de su cuello tan de repente, que la cantidad de aire que entró en sus pulmones la sorprendió. Pero no logró moverse.
Sonidos metálicos, de cuerpos y un gruñido horrible y amenazador, mezclado con gritos desesperados pidiendo piedad llenaron el aire nocturno. El terror la inmovilizó. Mairi simplemente no podía moverse.
Oía la voz de Andy gritando, los relinchos de los caballos asustados, palabras duras gruñidas, gemidos, lamentos, súplicas e insultos. Nada de eso la hizo moverse. Sólo se ocupaba de llenar sus pulmones hambrientos de aire.
Ella descubrió que le dolía respirar y sus ojos se llenaron de lágrimas. Quería gritar su agradecimiento, expresar su alegría de estar viva, pero ningún sonido escapaba de su garganta lastimada, ni siquiera un suspiro. Mairi se estremeció, cerrando los ojos.
Los abrió cuando unos brazos fuertes la rodearon. Presa de un terror renovado, ella se debatió hasta que una voz profunda y monocorde quebró su resistencia con palabras sin sentido.
MacBain la abrazó, protegiéndola con su cuerpo y pasando su mano suavemente por sus cabellos. Instantes después él la alzó en sus brazos y la cargó hasta cerca del fuego. Andy se apresuró a arrojar más leña para volver a encender las llamas, y se agachó allí, mirándolos con preocupación. MacBain se agachó y se sentó, sujetándola en su regazo.
- Date vuelta - él ordenó.
Mairi se dio cuenta que la orden era para Andy y no para ella, cuando el escudero se dio vuelta y quedó de espaldas.
Las caricias de MacBain inmediatamente se convirtieron en una exploración sensual de su cuerpo. Sus dedos largos y sensibles buscaron la articulación de los hombros de Mairi y rápidamente descendieron por uno de los brazos y, después, por el otro.
El presionó levemente sus caderas mientras examinaba su rostro. El contacto la calentó, pero al mismo tiempo, ella sintió un temblor recorrerle la espina dorsal. Intentó apartarlo cuando él le levantó las faldas, encima de las rodillas. De repente, se dio cuenta, con un terrible pudor, qué clase de abuso él quería constatar. Se quedó inmóvil. En ese momento, estaba imposibilitada de decirle que no había violada.
Delicadamente, él frotó la palma de su mano por la extensión de su vientre, en un contacto íntimo absolutamente delicado, cariñoso y no invasor. Con un suspiro de evidente alivio, él lentamente apartó la mano y la abrazó, envolviéndola en su regazo como una madre haría con un bebé asustado.
Vencida, Mairi comenzó a sollozar. Enterró su rostro en su túnica suave, los dedos aferrados a la tela, sin importarle el frío metálico de la cota de malla que protegía el pecho de MacBain.
Allí estaba segura. Allí estaba el protector que la había salvado de una muerte segura, nuevamente. Quería poder quedarse allí para siempre.
El la mantuvo abrazada por algún tiempo, pasando suavemente su mano por sus brazos, sus cabellos y su espalda, transmitiéndole su calor para que pudiese expulsar el horrible frío del miedo. Mairi no tenía recuerdos de que alguien la hubiese confortado y protegido de esa manera, con tanta ternura.
Las lágrimas se detuvieron finalmente, y ella movió la cabeza, buscando mirarlo.
- Estás herida? - Rob preguntó. La intensidad de su mirada la quemó. - A dónde?
Ella levantó la mano temblorosa hasta el cuello y se estremeció con el recuerdo de la presión que casi la había matado.
El se movió, aproximándose al fuego y apartándola para poder examinarla. Con la frente fruncida, tocó su piel y luego sacudió la cabeza, los ojos estaban llenos de pesar.
- Puedes hablar? - él preguntó con una misma entonación monocorde.
- No. Me duele mucho. No logro... - ella murmuró lentamente, con inmensa dificultad.
Rob inclinó la cabeza hasta que su frente tocó la de ella. Su mano apoyada en su nuca, con una presión suave. Luego él acercó los labios y la besó suavemente, en la sien.
Ese gesto le trajo a Mairi el recuerdo del modo en que su padre la trataba cada vez que ella se lastimaba siendo una niña. Su padre le pellizcaba la nariz, la besaba en la frente y decía que fuese valiente, que iba a sobrevivir. De alguna forma, las palabras de su padre debían haber calado profundamente en ella, pues Mairi sintió un ansia de asegurarle a MacBain que ella no era una florcita frágil, que no importaba cuanto se asemejase a una en ese instante. Ella se forzó por sentarse y sonreír. - Estoy bien - ella rezongó, inmediatamente silenciando su dolor, olvidándose del enojo que había querido demostrarle a su marido.
Rob juntó las cejas y colocó un dedo sobre sus labios.
- Quédate quieta!
Mairi sacudió la cabeza, asintiendo, manteniendo su sonrisa con determinación. A MacBain le importaba el bienestar de ella, Mairi decidió. Realmente le importaba.
Ella miró de reojo a su alrededor, buscando el cuerpo del asesino que la había atacado. Sin duda su marido había acabado con él, quien quiere que fuese.
- Nuestro prisionero. - MacBain señaló el lugar donde habían amarrado al cautivo.
Entonces, el sujeto había conseguido liberarse. Pero, si así había sucedido, por qué no había huido cuando se había visto libre de sus ataduras? Por qué se había quedado y había intentado estrangularla mientras estaba dormida? Ella ni siquiera lo conocía.
Incapaz de formular esas preguntas, Mairi hizo un gesto de desaliento y dejó caer sus hombros, exhausta.
Qué importaba eso? MacBain no podría responder por el hombre y probablemente lo había matado. Era improbable que pudiesen descubrir por qué ese sujeto había cometido ese acto de tanta torpeza.
- Ven a acostarte - él sugirió, y la colocó delicadamente sobre el pasto, a su lado. Se estiró y la acomodó contra su pecho fuerte. - Duerme - Rob murmuró, - Yo estoy aquí.
Y realmente lo estaba, ella pensó, con un suspiro de satisfacción. Se sentía segura al cerrar los ojos y darle la bienvenida al sueño.
Sin embargo, una ligera puntada de rabia permanecía en ella, por el rechazo anterior de MacBain a acostarse con ella. Si él hubiese estado donde debería estar, ningún hombre se habría atrevido a acercarse. Mairi se preguntó si la sensación de culpa podía haber contribuido a toda esa ternura que MacBain le demostraba ahora.
Cualquiera fuesen sus razones o sus defectos, ella siempre estaría agradecida porque él hubiese vuelto a tiempo para salvarla. Guardarle rencor no tenía sentido. Necesitaba acabar con el resentimiento que su rechazo le había causado. MacBain obviamente había reconocido el error cometido y ahora se mostraba mucho más deseoso de acostarse a su lado.
Mairi se movió, apretándose contra él, invadida por una sensación de tranquilidad que su cuerpo fuerte y caliente le transmitía. Mairi no pudo dejar de sentir que su miembro se ponía duro. Entonces no era por falta de deseo que su marido la había rechazado anteriormente. Realmente estaba muy claro que él la encontraba deseable. Entonces, por qué no había construido un refugio más privado? Rob podría haber arreglado un modo de estar a solas, si lo hubiese querido. Pero no lo había hecho y ese era el problema.
No era falta de... virilidad, Mairi pensó, apretándose contra él para constatar su erección.
Oh, sí, él definitivamente, estaba bien dotado.
Por ahora haría lo que él le había aconsejado y descansaría. No tenía derecho a exigir mucho más de su marido esa noche. Además, ella se sentía demasiado cansada y desgastada emocionalmente como para intentar seducirlo.
Conquistarlo para que él ejecutase su venganza podría esperar por algún tiempo más.
Tarde esa noche, Mairi se despertó. Estaba sola. Se estremeció al recordar el ataque reciente, tenía la sensación de que acababa de acontecer. Sin conseguir moverse, apenas abrió los ojos mirando en dirección al árbol donde el prisionero había estado amarrado. Se dio cuenta que había un bulto allí. Entonces, el hombre no estaba muerto. Sin duda, no podría escapar nuevamente, ella pensó, recordando la lucha feroz que había oído.
Desviando la mirada, vio a su marido y a Andy juntos, en un lugar poco distante de la hoguera casi apagada. Andy gesticulaba vivamente, su boca se movía, pero no emitía ningún sonido.
Por un breve instante, Mairi pensó que había perdido la audición, así como el habla. No podía ser. Lograba escuchar el crepitar de las últimos brasas y los aullidos de los animales nocturnos a la distancia.
Oyó un ruido cuando MacBain dibujó algo en el suelo con una vara. Ambos miraron hacia abajo, y Andy asintió, señalando un determinado punto en el suelo. Debía ser un mapa o algo así, ella decidió.
Había sido amable de su parte apartarse para conversar, para no despertarla, pensó Mairi. Intrigada se quedó observando el extraño diálogo que compartían los dos hombres.
Su marido estaba agachado con los codos sobre sus rodillas y hacía movimientos rápidos y exquisitos con sus manos y sus dedos. Eran gestos de mucha gracia y agilidad. Ella suspiró, recordando cómo esas manos la habían acariciado y calmado.
Andy se encogió de hombros, sacudiendo la cabeza de un lado al otro, pareciendo responder a alguna pregunta. Aquellos gestos podían ser un lenguaje que los cazadores usaban para comunicarse sin hacer ruido para no espantar a sus presas? O quizás, los guerreros lo utilizaban cuando deseaban contar con el elemento sorpresa en un ataque contra un enemigo?
Mairi sonrió para sí misma, pensando en las muchas cosas que debían pasar entre los hombres, que las mujeres jamás podrían imaginar.
Andy pasó el dedo índice por el cuello y apuntó al hombre amarrado al árbol. Bien, ese difícilmente era un gesto sutil, decidió Mairi. Iban a degollar al prisionero?
MacBain sacudió la cabeza, con una expresión aburrida. Hizo más gestos extraños. Fascinada, Mairi continuó observándolo, mientras los hombres mantenían esa conversación silenciosa.
Finalmente, MacBain se levantó y caminó algunos pasos, poniéndose de espaldas a su compañero. Andy gritó su nombre y luego bufó exasperado, levantándose también. Impacientemente, o así le pareció a Mairi, él se aproximó y le tocó el hombro a Rob.
Dándose vuelta, con un aire de indagación, MacBain miró las manos de Andy y, entonces, respondió. En el silencio de la noche, ella pudo oír claramente, desde donde estaba, el sonido de su voz. MacBain ahora parecía escrutar la oscuridad del bosque, tal vez preocupado por lo que Andy le había dicho.
Mairi sintió una vaga ansiedad en su pecho. Recuerdos de incidentes que habían ocurrido desde el instante en que MacBain se había presentado en Craigmuir, volvieron a su mente.
Recordó a su padre hablando en voz muy alta con su prometido y recordó cómo MacBain la había ignorado en su primer encuentro. Ella se había dirigido a él por la espalda, como había hecho Andy? Esa maldita forma de hablar en frases de tres palabras, también vino a su mente. Y el sonido extraño y casi monocorde de su voz, sin inflexiones, gutural...
De repente, una explicación posible para todo eso la golpeó con toda la fuerza de un golpe por la espada. Mairi contuvo el aliento.
Lágrimas calientes se asomaron en sus ojos, y ella se cubrió la boca para sofocar un sollozo. Oh, Dios Santo del cielo, él no podía oírla. MacBain no podía oír nada.
Mairi lloró silenciosamente por algún tiempo. Lloró de tristeza por él, lamentándose por la vulnerabilidad de su marido en un mundo tan peligroso. Lloró por decepción, pues ellos nunca serían capaces de conversar con desenvoltura. Sintió su corazón oprimido, por MacBain, por ella misma y por el futuro que los aguardaba.
Luego fue dominada por una oleada poderosa que era puro instinto de protección. Su marido necesitaba de ella. Se sentía feliz de que él la hubiese elegido como esposa y no a una mujer con aire en el cerebro que nunca podría entender la dependencia de una persona sorda.
Pronto se preguntó por qué nadie se había tomado el trabajo de contarle ese hecho a ella. Su padre… no le había dicho nada? Si, él le había dicho algo sobre no escuchar, pero Mairi había pensado que él hablaba de sí mismo, que se estaba quedando sordo por la edad. Mairi cerró los ojos, apretándolos con fuerza, espantada por su falta de percepción, por sus demandas, por sus enojos, por su insensibilidad....
A decir verdad, el mismo MacBain le había revelado eso. “No te entiendo nada”, él había dicho, y ella lo había acusado de no querer escucharla. Una crueldad imperdonable, ella pensó.
Mairi gimió disgustada consigo misma. Y el gemido le hizo doler la garganta. Sintió que se merecía ese dolor opresivo en la garganta. Se sentía miserable. MacBain debía odiarla por haberle dicho esas cosas tan crueles. Sin embargo había un consuelo. Por lo menos, él no había podido escuchar todas esas palabras terribles que ella había proferido.
Dios Santo! En qué estaba pensando? Un consuelo? De nuevo dejó escapar un gemido, y el dolor que le siguió no disipó su culpa.
Qué podría decirle a su marido para justificar su comportamiento desde el momento en que se habían conocido?
Nada. Andy le había dicho de forma bastante explícita que MacBain no conseguía entenderla. Había ocultado la razón. O le había mentido?
Pensándolo bien, ella sabía que Rob había comprendido algunas de las cosas que ella le había dicho. Entonces su manera de hablar podría ser el problema.
Se esforzaría por sacarse el acento, Mairi se prometió a sí misma. De allí hacia adelante, iba a hablar con el acento de las Lowlands. E iba a hablar más lentamente. E iba a hablar menos.
Rob debía haber aprendido a leer las palabras en los labios de las personas. No podía leer los de ella, porque ella lanzaba cataratas de palabras.
Mairi se dio cuenta que había pensado en su marido usando su nombre de pila. Rob, un nombre cariñoso, Robert mucho formal y Robbie, demasiado infantil para llamar a un hombre de semejante envergadura.
Ella nunca había pensado en él como Rob, antes, aún cuando Andy lo llamaba así. Era la simpatía lo que había provocado ese cambio? O la piedad? Oh, No, ella no debía entregarse a esos sentimientos, él no apreciaría eso, a ningún hombre le gustaría ser objeto de piedad. Tendría que disimular cualquier actitud piadosa o de sobre protección. Rob era un hombre orgulloso.
Y sentía un gran orgullo de su marido, descubrió Mairi, con sorpresa. Pues un muchacho que cargaba con semejante cruz había logrado transformarse en un caballero.
Cuando la mañana llegase, la primer cosa que haría sería asegurarle que ella estaba de su lado en esa difícil situación y que haría todo, dentro de sus posibilidades, como esposa, para… para... Para qué?
Mairi llevó sus dedos a sus sienes, presionándolas con fuerza, intentando pensar con claridad.
En ese momento, ella lo admiraba profundamente por su valentía, y eso se mezclaba con el deseo que él le despertaba, esa mezcla podría haberle alterado el sentido común. Por otro lado se sentía extremamente agradecida, pues él le había salvado a vida. Era muy fácil perdonarle por cualquier desliz o rudeza, considerando todo eso.
Pero, sólo porque él no podía oír, eso no lo transformaba en un santo. La posibilidad de que Rob Macbain la hubiese querido engañar debía ser tomada en cuenta.
Honestamente, Mairi no creía que Rob realmente quisiese ocultarle el hecho que era sordo. Por qué otra razón él se habría tomado el trabajo de hacer tantos esfuerzos por responder a sus preguntas, como si las hubiese entendido, cuando no podía? Lo más intrigante de todo era por qué Andy no le había dicho la verdad cuando ella lo había interrogado sobre su marido?
Si, ellos dos estaban fingiendo algo para ella. Y la deshonestidad no era una buena manera de iniciar una vida conyugal. Sin embargo, Mairi admitió que si le hubiesen contado, sin conocer la gentileza, la lealtad y el coraje de Rob como los conocía ahora, ciertamente habría rechazado el casamiento.
También era cierto que no habían tenido tiempo para conocerse mejor antes del casamiento.
Qué dilema! Cómo iba a tratar a Macbain ahora que sabía su secreto y él todavía no se había dado cuenta de eso? Bajo esa circunstancia, difícilmente podrían discutir el asunto.
Desgraciadamente, Rob escogió ese instante, en particular, para retornar y acostarse a su lado. Subió las mantas para tapar los dos cuerpos y pasó su brazo por la cintura de ella, atrayéndola más cerca de él.
Mairi se quedó inmóvil, fingiendo dormir, incapaz de enfrentar directamente la situación antes de que pudiese pensarla profundamente. Ese requería mucha más atención que cualquier otro problema con el cual se hubiese enfrentado en su vida.
El rostro de él le rozó el cuello, y ella sintió una oleada de placer recorrerle el cuerpo. Aunque era una sensación deliciosa, no era aquello lo que deseaba que sucediese en ese momento. No podía permitirse nublar su mente ni perder el juicio.
Mairi suspiró y esperó una nueva caricia que podría conducir a otras más íntimas, pero nada más sucedió.
Ella se quedó despierta toda la noche hasta que la madrugada apareció en el horizonte y llegó la hora de levantarse. La garganta le dolía terriblemente y no había podido conciliar el sueño, aunque su mente se hubiese sosegado su cuerpo no se había relajado. Había pasado horas intentando determinar qué debía hacer si estuviese acertada respecto a la condición de su marido.
Después de mucho meditar, evaluando los momentos que habían pasado juntos y todo lo que había sido hecho y dicho, y en verdad no tenía más certeza que la noche anterior. Y si su imaginación hubiese elaborado esa idea como una excusa que explicase el modo en que él se comportaba con ella?
Pero si sus deducciones fuesen correctas, Mairi decidió que debía permitir que Rob continuase con su farsa por el tiempo que desease. Admitir que ella había sido capaz de detectar su sordera le daría a entender que ese hecho era evidente para todos.
Por otro lado, si ella estuviese completamente equivocada y Rob pudiese escuchar perfectamente bien, apenas se podía imaginar cual sería su reacción, si fuese falsamente acusado de ser sordo.
Era mejor no decir nada.
- Hora de levantarse - dijo Rob, acariciando el hombro de Mairi con delicadeza. El se levantó y se dirigió al bosque. Necesitaba poner sus ideas en orden antes de lidiar con ella. Su esposa seguramente querría explicaciones de por qué él había permitido que aquello sucediese y qué planeaba hacer a continuación.
Mairi tenía derecho a saber por qué ese hombre había intentado matarla. Pero ni aunque que él fuese el mejor orador del mundo, podría interrogar al criminal esa mañana, pues si estuviese cerca de ese bastardo, lo mataría.
Descubriría todo respecto al hombre cuando llegasen a Baincroft, cuando Thomas interrogase al prisionero por él. Cómo diablos podría explicarle todo eso a Mairi sin revelar la verdadera razón por la cual no podía hacer el interrogatorio en ese momento?
Al retornar al campamento, Mairi todavía continuaba acostada.
- Te duele algo? - él preguntó preocupado. Ella acostumbraba a
levantarse inmediatamente y prepararse para el viaje.
Vio que los dedos de ella tocaban garganta y que había lágrimas en sus ojos. Las ganas de matar al animal que le había hecho eso a ella lo invadió, de nuevo.
Agachándose a su lado, Rob le tomó el rostro, inclinando su cabeza hacia atrás. El cuello de Mairi estaba cubierto de hematomas resultantes. Rob dejó escapar un suspiro de pesar.
- Pon agua a calentar - le gritó a Andy. Tenía algunas hierbas entre las provisiones. Una cataplasma iba a ayudarla a aliviar los dolores y una tisana facilitaría le desinflamaría la garganta.
Mairi se sentó y señaló su boca, sacudiendo la cabeza. Luego extendió la palma de la mano e hizo un gesto como si escribiese, con una expresión interrogativa.
Rob comprendió. Se levantó y se dirigió al lugar donde estaban las alforjas. Recogió una barra de grafito y un pedazo de pergamino, cosas que siempre cargaba consigo desde que había aprendido a escribir. En una emergencia, siempre usaba esas herramientas para aclarar aquellas palabras que no conseguía expresar con señas.
No habían sido pocas las veces que había necesitado esos instrumentos y agradecía a los cielos tenerlas a mano en ese momento. Haría cualquier cosa por ayudar a Mairi. Volvió a ella y le extendió los utensilios. Conocía muy bien la irritación que causaba querer decir algo y no poder.
Necesitamos partir hoy?, ella escribió, implorando con los ojos el poder descansar un poco más.
Rob tomó el pergamino y escribió rápidamente: Al mediodía. Tu primo nos persigue.
Mairi asintió con la cabeza, indicando que había comprendido. Rob se dio cuenta que había escrito la respuesta en vez de simplemente hablar con ella. Dónde estaba su cabeza? Entonces rápidamente, respondió.
- Necesitamos irnos.
De nuevo, Mairi hizo una señal de comprensión y, luego bajó la mirada. Rob dejó el material de escritura a su lado y se apartó, para preparar las hierbas.
Cuando llegó el mediodía, Mairi parecía haber mejorado. Rob sonrió satisfecho. Seguirían el viaje. Afortunadamente, el día era agradable y el terreno comenzaba a hacerse más fácil. Estaban dejando las Highlands atrás, e iban camino a las colinas y los valles más suaves de las Lowlands. Alternando sus propios caballos con los de los atacantes, habían logrado viajar en un tiempo más corto que el que Rob había esperado.
Andy se acercó en su caballo, poniéndose a cabalgar al lado de MacBain.
- Podemos llegar a Trouville a más tardar mañana, al atardecer.
- No - respondió Rob. - Vamos a Baincroft. -
- Pero…
- Necesitamos llegar a casa. Rápidamente.
- Yo podría ir al frente - sugirió Andy, lanzando una mirada de reojo hacia atrás, en dirección a Mairi.
Contarles a ellos lo que sucedió y decirles cómo deben actuar.
Rob consideró la idea. Mairi debía sentirse mal. El ataque no sólo la había lastimado, sino que la había asustado profundamente. Y la imposibilidad de ingerir alimentos sólidos iba a debilitarla con los días.
Ella necesitaba una cama cómoda y cuidados. Las horas de más que les levarían hasta llegar a la casa, si pasasen directamente por el castillo de sus padres, serían ciertamente una incomodidad innecesaria. Sería egoísta da parte de él preocuparse por sus propios problemas, cuando podría, fácilmente, aliviar el sufrimiento que Mairi enfrentaba.
Y sus padres? Ellos quedarían sorprendidos al descubrir que, finalmente, él había conseguido una esposa? Sabía que ellos habían estado muy preocupados cuando Jehannie había rechazado el compromiso. Pero ahora, él podría presentarse ante ellos con una hija a la que, con certeza, iban a amar. Estaba ansioso por presentarles a Mairi. Cuanto más retardase ese momento, más afligiría a su madre habría.
Haremos una rápida visita, él decidió. Pero todos deberían estar informados de la situación y jurar guardar el secreto.
- Está bien - Rob aceptó. - Procura ser rápido y llegar mañana a la tarde. Y asegúrate que… - Rob lanzó una mirada significativa a Andy para completar su pensamiento.
- Voy a ocuparme de eso.
Andy tiró las riendas y volvió a cabalgar al lado de Mairi. Rob arriesgó una mirada hacia atrás y vio que su esposa sonreía. Andy debía estar contándole la novedad y ella estaba contenta por la comodidad que pronto iba a disfrutar.
Había sido una decisión acertada, Rob pensó. Sus padres no sabían que Thomas se había encargado de arreglarle un matrimonio. Rob había resuelto no contarles nada a ellos hasta que el hecho estuviese consumado. Su madre había soñado con tener a Jehannie como nuera y había quedado muy decepcionado con lo sucedido.
Rob estaba seguro que ellos recibirían muy bien a Mairi, después de todo, eran personas educadas, lo amaban y deseaban que él fuese feliz. Sin embargo, si ellos iban a apoyar su decisión de ocultar la verdad era una cuestión completamente diferente.
Su padre podría llegar a aceptar, aunque ciertamente pondría objeciones, pues él había sido objeto del mismo tipo de conspiración durante meses, después de haberse casado con su madre. Ella había tenido miedo que su marido no pudiese tolerar la deficiencia de su hijo y quisiese mandarlo lejos de su hogar. Ahora se podía reír de la forma errada en que habían juzgado a Trouville. No, a su padre no iba a gustar ser parte de esa farsa, pero haría cualquier cosa por ayudar a Rob en una situación difícil.
La única persona que lo preocupaba era Alys, su hermana. Rezó para que estuviese en cualquier lugar menos en el castillo.
Era una apuesta a cara cruz, debía prepararse para lo peor y esperar lo mejor. Mairi tenía que enterarse de la verdad, más tarde o más temprano. La única esperanza que le quedaba era que fuese más tarde, después que ella hubiese visto que él podía manejarse en la vida como los otros lords,
a pesar de su sordera.
Ese pensamiento le resultó chocante. Nunca antes él había maldecido su sordera. Siempre se había visto el aspecto positivo de ese hecho, las bendiciones de sus otros dones, por ejemplo. La humildad que había desarrollado desde muy temprana edad, y que lo había preparado muy bien para su título caballero. Su compasión natural por todos los seres humanos y sus sentidos muy desarrollados eran dones del cielo que debería apreciar.
Aún cuando Jehannie lo había rechazado, alegando que su abuelo paterno le había advertido que la sordera de Rob podía influenciar la línea hereditaria, él había sentido un inmenso alivio y sólo se había sentido un poco ofuscado por su orgullo herido. En verdad, nunca había admitido eso ni siquiera ante sí mismo hasta ese instante. Había usado la traición de Jehannie para evitar acercarse a cualquier mujer desde que eso le había sucedido. Se había dado cuenta que realmente era difícil mantener una relación de afecto en la que se compartiese el corazón.
Rob sacudió la cabeza, intrigado con los extraños caminos en los cuales su mente se había metido. Jehannie podía haber afectado su confianza en sí mismo, pero jamás lo había hecho maldecir su destino, como ahora lo estaba maldiciendo.
Y eso era debido a Mairi.
Podía sentir la indignación creciendo dentro de su pecho en ese instante. Deseó que Dios lo estuviese escuchando. Porque más que nada en el mundo, deseaba poder oír el sonido de la voz de Mairi. Vibrar con ella cuando la llevase a su cama, despertar abrazado a ella todas las mañanas de su vida. Poder responderle con la misma facilidad con que la mayoría de los hombres hablaba con sus esposas.
Rob levantó la cabeza y miró el cielo, su rostro era una máscara de desafío y expresaba una acusación. A través de sus dientes cerrados, verbalizó la pregunta que siempre se había negado a hacer, la pregunta que le quemaba el alma desde que había alcanzado la edad de la razón:
Por qué a mí?
Mairi se dio cuenta ese día había ganado mayor profundidad en la comprensión del comportamiento taciturno de su marido. Habían parado varias veces durante el viaje, y era obvio que Rob se preocupaba por ella. Temía que el ataque de la noche anterior le hubiese quitado fuerza. De hecho, eso había sucedido, pero Mairi había disfrutado doblemente las consideraciones de su marido. Finalmente, había tenido la oportunidad de conversar con él.
Cada vez que desmontaban, ella tomaba rápidamente un pergamino y el grafito y escribía todo lo que le venía a la mente. Luego, se los extendía a él y esperaba ansiosamente sus respuestas.
Al principio, él había puesto el pergamino de lado y le había respondido, con una o dos palabras. Pero cuando ella continuó insistiendo, él había pasado a escribir sus respuestas.
La frente fruncida y su expresión preocupada la alertaron. Rob debía estar ansioso, esperando que ella comentase cuanto más fácil le resultaba a él expresarse escribiendo que hablando. Claro que ella no iba a hacer eso. Ese era un juego para ser jugado por los dos.
Probablemente él la juzgase un poco tonta, ya que ella parecía no notar lo insólito de la situación. Pero no le importaba. De cualquier modo, muchos hombres consideraban que sus mujeres eran criaturas medio tontas. Y si su marido pensaba eso, pronto sabría la verdad respecto al carácter y la inteligencia de su esposa. Pero primero, ella quería descubrir todo lo que pudiese respecto a él.
El se mostró bastante elocuente respecto a su familia. Con sus descripciones, ella casi había podido visualizar al respetado Lord Trouvílle, su amado padrastro, y a su sabia y bella madre, lady Anne. El hijo de Trouville, Henri, quien había vuelto a su tierra natal en Francia. Rob parecía extrañarlo mucho. Y luego su hermana, Alys, todavía soltera, Rob le había dado la impresión de que se estaba ocupando de ese asunto.
Rob era un hijo orgulloso y un hermano querido. Mairi batió palmas y le envió una sonrisa cuando Rob le contó que iban a visitar a sus padres al día siguiente. Ella ya lo sabía, por supuesto, pues Andy se lo había contado. Pero ella quería expresarle su satisfacción. Rob sonrió en respuesta, pareciendo contento, aunque ella pudo ver una ligera señal de preocupación en la profundidad de sus ojos.
Mairi sabía que él temía que su familia pudiese revelar su secreto, desmascarandolo delante de ella. En verdad, sería bastante difícil dejar de "descubrir", pero ella tenía intención de evitar esa situación, si fuese posible. Quería que su marido confiase en ella lo suficiente como para contarle toda su verdad.
Su pronta aceptación de escribir las respuestas parecía venir a confirmar sus sospechas. Ciertamente Rob escribía con más desenvoltura de lo que hablaba, y Mairi estaba convencida de que no se había equivocado. Rob era sordo.
Cuando finalmente se detuvieron para pasar la noche, Andy salió a recoger ramas secas para hacer un fuego y Rob se ocupó de amarrar los caballos a una buena distancia, para evitar el olor inevitable que la presencia de los animales traía al campamento.
Mairi desempacó algunas provisiones para la comida y esperó que los hombres volviesen. El prisionero llamó su atención. Estaba atado a un árbol, inmóvil y callado, a no ser por uno que otro gemido que lanzaba cada tanto. Nadie lo había interrogado todavía para saber los motivos por los cuales él había intentado matarla. Mairi ya había deducido que Rob iba a esperar hasta que llegasen a Baincroft, donde alguien se encargaría de eso. Pero ella quería saber. Y quería saber... ya.
Con una rápida mirada en dirección al claro del bosque, Mairi se aseguró que Rob estaba de espaldas , ocupado sacando las piedras de los cascos de los caballos. Andy todavía no había vuelto del bosque. Ella se levantó y caminó con aire casual, hasta que se aproximó al hombre que había amenazado su vida. Se agachó para hablar con él, manteniendo una considerable distancia entre ambos.
El hombre tenía una apariencia terrible, con pocos dientes en su boca, los labios cortados y cubiertos con sangre seca, un ojo casi cerrado por la hinchazón. Andy lo había atado con las muñecas hacia atrás, los tobillos también estaban amarrados, y él yacía de costado, prácticamente incapaz de moverse.
- Cual es tu nombre? - ella preguntó, buscando la faca que siempre llevaba colgada en su cintura.
Aunque supiese poco de las otras armas que los hombres usaban, su padre le había enseñado muy bien como empuñar una daga afilada para su propia protección. Nunca había tenido ocasión de amenazar a alguien con eso, pero Mairi sentía que había llegado el momento.
- Quiero saber cómo te llamas, puedo lograr que hables por la buenas o por las malas - continuó Mairi, imprimiendo una intención amenazadora a su voz. Asustarlo le parecía justo, pues ese hombre había hecho algo mucho peor con ella.
El volvió su cabeza, la única parte do cuerpo que podía mover, y la miró, sus ojos estaban inyectados de sangre.
- Nort. Gert Nort - él balbuceó. - Piedad, mi lady, no fue mi idea matarla, se lo juro!
- Pero creo que la mía es matarte! Lentamente y dolorosamente - ella agregó, pronunciando las palabras con un brillo ansioso en su mirada. Sacó la faca de la vaina y se puso a jugar con ella, probando su filo con el dedo. - Puedo ser persuadida a hacerlo rápidamente, si me dices la verdad. Voy a preguntártelo una sola vez, escucha bien - ella advirtió. - Quién o qué te convenció arriesgarte a volver a ser capturado? Podrías haber huido. - ella señaló a su marido con la faca. - Si te hubieses escapado, probablemente él no te habría atrapado.
El hombre tragó en seco y la miró con ojos suplicantes.
- Mi lady, prométame que no va a vengarse? Que me va a dar una muerte rápida
Mairi miró de reojo a Rob. El continuaba lidiando con los caballos y no miraba en esa dirección. Volvió su atención para al bastardo que decía llamarse Nort.
- Si me cuentas todo, juro que no te haré sufrir. Quién quiere verme muerta? Y por qué?
- Ranald Maclnness - él respondió rápidamente. - Ofreció cincuenta marcos al hombre que le trajese su mano. De un modo o de otro, él juró que la tendría, mi lady.
- Mi mano? - ella preguntó, incrédulamente. Ese idiota habría entendido mal las palabras de Ranald? Ciertamente su primo le habría dicho que se la llevasen viva de vuelta a Craigmuir, de modo que él pudiese forzar su mano en matrimonio. Era inimaginable que se hubiese referido a la mano separada del cuerpo!
- Viva o muerta, mi lady! - exclamó Nort con énfasis. - Ese fue ese el trato. El dejó muy claro que pagaría por una cosa u otra, no importaba la condición. Cincuenta marcos de recompensa. - entonces, él prosiguió, implorándole que tuviese piedad, explicándole las razones por las cuales necesitaba el dinero y cuan grandes eran sus necesidades como para llevarlo a aceptar un asesinato por contrato.
Mairi ignoró sus súplicas y envainó el puñal, volviéndose hacia la hoguera.
- Espera! - él gritó. - Mi lady, y su promesa? Me Prometió darme una muerte rápida! No puede dejar que ellos…
- Si, puedo - ella respondió, por encima de su hombro. - Mantengo mi promesa. No seré yo quien te haga sufrir una muerte lenta y dolorosa. Espero que él lo haga - Mairi le aclaró, señalando a su marido, todavía ocupado con los animales.
Los gemidos del hombre no la conmovieron, él debería haber huido cuando había tenido la oportunidad. Que el miedo lo atormentase, por algún tiempo, hasta que llegase su hora.
Ella le iba a sugerir a Rob que le diese un fin rápido, pues odiaba la tortura aún cuando era merecida. Su marido podría aceptar o no su sugerencia, de modo que la manera en que Nort moriría no sería decisión suya.
El hecho de que Ranald la desease ver muerta no la sorprendía. Mientras ella estuviese viva, la gente de Craigmuir se rehusaría a aceptar su autoridad, sabiendo que había sido él quien había ordenado el asesinato de su padre. Todos tendrían esperanza de que ella volviese con refuerzos, para vengar la muerte de Lord Maclnness. Era así como las cosas eran hechas.
Pero si ella enviudase y después se casase con Ranald y estuviese bajo la autoridad de él, toda esa gente sería forzada a someterse a él. Y, si ella estuviese muerta, no tendrían mas esperanzas de que alguien volviese a liberarlos del yugo de Ranald. Mairi podía entender la lógica de los hechos.
Lamentó que Ranald no hubiese mostrado qué tipo de hombre era años atrás, antes que el clan lo hubiese elegido como el sucesor de su padre. En vez de eso, él había sido adoptado por la madre del lord hasta que fue entrenado como caballero. Luego, aparentemente, había viajado por algún tiempo. Pasados dos años, había retornado, exigiendo que lo colocasen en una posición de responsabilidad que habría de prepararlo para ser un lord. Entonces le fue dada la responsabilidad de cuidar de una de las fortalezas menores. Solamente más tarde, ellos se dieron cuenta de cuan ambicioso su primo era.
Mairi siempre lo había evitado, encerrándose en su cuarto cada vez que él venía a visitarlos a Craigmuir. Nunca se mostraba, a no ser que su padre estuviese cerca para protegerla. Ranald nunca había disimulado su intención de tenerla como esposa y nunca hubiese dudado en forzar el matrimonio si hubiese encontrado la oportunidad.
A pesar de eso, nadie se había atrevido a imaginar que él se atrevería a organizar un ataque para sacar al lord de su camino. Ahora, Mairi se sentía todavía más obligada que nunca a vengar la muerte de su padre y liberar a su gente del yugo impiadoso de su primo.
Debía persuadir a Rob, de alguna forma, de ayudarla a cumplir su juramento. Si fallase, todo su clan sufriría y ella nunca estaría a salvo, mientras Ranald viviese.
Mairi se dio cuenta que Rob se apartaba del lugar donde había dejado a los caballos y atravesaba el claro para unirse a ella. Traía una sonrisa ansiosa en sus labios.
Su comportamiento había cambiado por completo desde que habían comenzado a intercambiar palabras, por escrito. Ignorando la puntada de culpa que podía vislumbrar en él por la farsa que sostenía, Rob parecía bastante feliz en tenerla como esposa.
Ella apenas podía imaginarse cuál sería su reacción si lo enfrentase con un ultimatum. Conociéndolo como lo conocía ahora, Mairi decidió que había actuado correctamente. MacBain no iba a responder bien a ninguna exigencia, fuese de ella, o de cualquier otra persona.
Sin embargo, realmente creía que MacBain movería cielos y tierra para prestarle ayuda a un amigo necesitado. Y, siendo así, Mairi tenía intención de convertirse en la amiga más íntima que lord Robert MacBain jamas hubiese tenido.
Rob se aproximó y le tomó las manos en las suyas, con una sonrisa de una dulzura tan intensa que le cortó el aliento. El corazón de Mairi pareció querer saltar de su pecho cuando él se inclinó y rozó sus labios contra los de ella, en un beso tan leve como una pluma. Cerró los ojos y se dejó inundar por las nuevas y deliciosas sensaciones que su marido despertaba en ella.
A parte de sus deberes para con su padre y su clan, Mairi tenía una otra razón bastante fuerte para establecer un vínculo de amistad con su marido, él necesitaba más de ella de lo que ella necesitaba de él.
Al darse cuenta de ese pensamiento, ella bajó los ojos para que Rob no pudiese ver en elles compasión, lo que ciertamente no sería bienvenido, pero el sentimiento brotaba dentro de ella cada vez que pensaba en todo lo que él debía soportar, viviendo en el silencio absoluto.
Era preciso impedir que su instinto de protección interfiriese , al intentar definir como se sentía en relación a él, como hombre. Era deseo, amor o un impulso maternal? Lo que quiera que fuese, ella nunca había experimentado algo así antes, y no sabía que nombre darle.
Mairi no conseguía clasificar adecuadamente sus sentimientos para con el pobre hombre que había luchado tan valientemente contra esa terrible desventaja y para con el guerrero guapo que la había deslumbrado desde el primer instante en que lo había visto.
Al día siguiente, después del desayuno , Mairi se quedó observando mientras Andy amarraba a Gert Nort a la silla de montar de uno de los animales más fuertes. El prisionero continuaba mirándola con ojos suplicantes, pero no dijo nada. Andy tomó las riendas de las manos de Rob.
- Hasta más tarde - dijo Andy a modo de despedida, y partió para preparar los padres de Rob para su llegada, al final del día.
- Ten cuidado - le gritó Rob dándose vuelta hacia el fuego, evitando mirar a Mairi.
Culpa, ella se dio cuenta . El había enviado Andy no sólo para que fuesen bien recibidos, sino para avisarle a su familia que debía apoyarlo en su farsa.
Hasta un niño podría haber entendido las miradas que os dos hombres habían trocado. Habían hasta trocado algunos señales con las manos, cuando ellos creyeron que ella estaba mirando hacia otro lado.
Mairi se disgustó con ese truco, la entristecía saber que Rob consideraba que aquello era necesario. MacBain creería que ella renunciaría a él y se volvería a Craigmuir? Era un estúpido si pensaba eso.
Rob, como ella lo llamaba ahora en sus pensamientos, siempre necesitaría a alguien que cuidase de él.
Y ya que había ido hasta las Highlands para encontrar una esposa Mairi sólo podía deducir que ninguna otra mujer lo había querido o aceptado como marido. Pero ahora él le pertenecía a ella para siempre.
En algún lugar, en lo profundo de su mente, Mairi se preguntó si lograría ser una buena esposa para un hombre fuerte y invencible tal como Rob sería si contase con todos sus sentidos. A decir verdad, ella necesitaba ser necesaria. Esa era su naturaleza. Y también debía admitir que le gustaba poder predecir sus movimientos y ser la persona que sabía ejercer un poco de control sobre MacBain.
Mairi admitía que el orgullo figuraba entre sus mayores defectos. Eso, y ser demasiado impulsiva en sus juicios y acciones. Pero esa vez ella había evaluado cuidadosamente las evidencias y había actuado prudentemente. Quien sabe quizás algún día pudiese controlar su orgullo de la misma forma.
Se advirtió a sí misma, con mucha severidad, nunca usar su ventaja sobre su marido. Ella debía ser una colaboradora para él, una guardiana de su dignidad y de su bienestar.
Rob la miró por encima del hombro y le sonrió de modo cautivante, con una expresión que la hizo se sentir la única mujer en el mundo que merecía su atención. Mairi suspiró, incapaz de contenerse. Lo que fuera que le faltase a ese hombre, ella pensó, con un estremecimiento de deseo, no era ciertamente atractivo físico. Además, él había revelado una dulce inocencia que Mairi sólo había visto en niños que todavía no habían aprendido cuan cruel el mundo podía ser. Sintió en ese momento que estaría dispuesta a morir para preservar esa inocencia.
- Ven y descansa - él sugirió, extendiéndole la mano . Ya había abierto una manta y había enrollado otra para que sirviese como almohada.
Estaba fantaseando, o su marido planeaba hacer amor con ella, ahora que estaban a solas? Mairi le tomó la mano, un tanto ansiosa. Rob, sin embargo, sólo la ayudó a acomodarse sobre la cama improvisada y se apartó, ocupándose de borrar todas las señales de que habían acampado allí.
Al darse cuenta que Rob solamente deseaba dar un tiempo para que Andy llegase al castillo de Trouville, Mairi resolvió dormir un poco. Necesitaría de toda su perspicacia cuando conociese a la familia de su marido. No se preocupó en pensar si la aceptarían o no. Si Rob había considerado necesario viajar tan lejos para encontrar a una esposa que lo quisiese, ella no tenía dudas que sería recibida con satisfacción.
- Que él hizo qué? - indagó lady Anne, con los ojos muy abiertos y la mandíbula caída.
Andy se estremeció.
Ella cruzaba el patio cuando él había atravesado los portones, y Andy no había perdido tiempo en contarle la novedad. En verdad, no había tiempo que perder. No cuando algunas centenas de almas necesitaban jurar mantener un secreto.
- Rob... se casó, mi lady - repitió Andy, el rubio , sintiéndose súbitamente cohibido y cada vez más preocupado.
Lady Anne parecía a punto de desmayarse. Necesitaba explicarle todo a ella, y rápidamente .
- Sir Thomas arregló el casamiento. Buscó por toda a Escocia para encontrar una esposa adecuada. Fue hasta Craigmuir en las Highlands, personalmente, y firmó el contrato de compromiso.
- Entiendo - dijo lady Anne, aunque no pareciese aprobar las acciones de Thomas.
- Lord Robbie esperó dos meses después que el contrato fue firmado para ir a reclamar a su prometida - continuó Andy -, pero sir Thomas no pudo acompañarlo porque quebró una pierna. Poco después que llegamos, el castillo de Craigmuir fue atacado.
- Rob está herido? - ella gritó histéricamente, agarrándolo por el brazo.
- Ni un arañazo - le aseguró él. - Aunque hemos perdidos tres buenos hombres. Newton estaba entre ellos, siento decirlo.
Las lágrimas asomaron a los ojos de la dama, al enterarse de la noticia.
- Pobre Newton. Era un buen camarada. Rob lo va a extrañar.
Andy sabía que esa era una gran pérdida para ella, pues lady Anne había entrenado personalmente a Newt para servir a Rob y lo conocía desde que el muchacho había nacido.
- El lord fue asesinado, también - agregó Andy.
-El padre de su prometida? - preguntó lady Anne, abismada.
- Si - confirmó Andy. - Antes de morir, lord Maclnness pidió que el casamiento fuese realizado para que él pudiese ver a su hija segura. Lord Rob, su esposa y yo partimos inmediatamente. Los bandidos nos persiguieron, pero Rob los mandó a todos al infierno. Sobrevivió uno, que es este que traje vivo. - Giró la cabeza, en dirección al prisionero. Se calló, mientras le daba tiempo a la dama del colapso que parecía a punto de sufrir.
- Entonces, el casamiento es un hecho consumado.
- Un ... qué?
- Que se consumó - ella le explicó, con impaciencia. - Eso… eso es una enorme… infelicidad - murmuró para sí misma, y comenzó a caminar impacientemente, como si no consiguiese permanecer quieta. - Si Rob, por lo menos, hubiese esperado un poco…
Andy jamás había visto a lady Anne, siempre una mujer tan serena, perturbada de esa manera .
- MI lord no está en la casa? - Andy preguntó, deseando poder confiar el resto de las noticia a oídos más receptivos Presumiendo que lord Trouville pudiese reaccionar con mas tranquilidad a las novedades.
- No! - ella prácticamente le gritó la palabra . En seguida miró en todas direcciones como si buscase algo . - Debe estar por llegar en cualquier momento. - entonces, caminó hacia Andy y posó su mano en su brazo. - En cuánto tiempo crees que Rob y su esposa van a llegar?
- Dos o tres horas, creo. No antes de eso. Un poco más, si la muchacha estuviese cansada y precisara descansar . El prisionero intentó matarla la noche pasada. La pobre se quedó muda por que casi la estranguló y tiene muy hinchada la garganta.
Lady Anne jadeó y llevó su mano al cuello, estaba al borde del sincope. Lanzó una mirada rápida al prisionero, acostado y amarrado sobre la silla y luego hizo una señal a uno de los guardias que se había aproximado, movido por la curiosidad.
- Llévate a este canalla y monta guardia. Nos Vamos a ocupar de él más tarde. Andy, ven conmigo. - sin esperarlo, ella se dirigió rápidamente a la escalera que daba entrada al salón.
Cuando entraron, lady Trouville mandó que una de las criadas trajese comida y cerveza para Andy. Aun preocupada con las noticias, ella no dejaba de ser amable, como siempre.
Andy había crecido bajo la tutela de lady Anne, había aprendido a leer y escribir con ella, junto con lord Rob, sir Thomas, lady Jehan, así como otros habitantes del castillo, como Newt.
La había extrañado cuando lord Trouville había construido ese nuevo castillo y se había mudado con ella allí, a pocas horas de viaje de Baincroft.
Y, por conocerla bien, Andy no podía comprender qué la preocupaba tanto en relación al casamiento de Rob. Sabía, sin embargo, que ella estaba muy afligida.
- Mi lady? - Andy se atrevió a preguntar. - Por qué lord Robbie no le contó que iba a tomar una esposa?
Ella se encogió de hombros, frotándose los brazos con las manos.
En la última Navidad, cuando estuvo aquí, Thomas juró que iba a arreglar un casamiento para Rob. Yo pensé que no hablaba en serio. Después de todo, él se sentía mal desde que su propia hermana… - De repente, ella se calló y gimió .
- Jehan! Oh Dios ! tenemos que sacarla de aquí antes que lleguen, Andy!
- Ella está aquí? Dios Santo, ella va a estropear todo! Lady Mairi no sabe!
- Sobre Jehan? - preguntó lady Anne. - Por supuesto que no! Qué hombre con un poco de sentido común iba a hablar de su antigua prometida a nueva esposa?
- No, Mi lady, ella no sabe lo de Rob! Lady Mairi piensa que él puede oír! él me pidió que les pida a ustedes que no revelasen…
Dios nos ayude! - ella gritó y llevó sus dedos a sus sienes.
- Pero... qué piensa mi hijo ? No! No me digas que... la esposa se consiguió es retardada mental? - Lady levantó las manos al cielo . - Oh, Señor Santo, esto era lo único que me faltaba! Una nuera idiota!
- La muchacha no idiota, mi lady, pero... si se me permite una crítica ... ella habla demasiado. Al menos por el momento está obligada a permanecer callada. Ahora, ella y Robbie escriben en un pergamino para comunicarse y permitir que se sane su garganta. Parecen entenderse bastante bien .
- Entonces, por qué...?
Andy se encogió de hombros .
- Bien, Rob quiere esperar hasta que ella pueda ver por ella misma que él no es un inútil. Usted Sabe como es Robbie, quiere que su esposa vea como Baincroft prospera bajo su administración, y cosas así. Después, él le confesará todo.
Una sonrisa cruzó la cara de lady Arme, cada vez más pálida.
- Oh ... Andy, es un plan absurdo para ser puesto en práctica, pero sabes que haría cualquier cosa por ayudar, no quiero poner obstáculos en el camino de mi hijo.
Ella se calló . Está rganizando sus pensamientos, sospechó Andy.
Lady Anne era inteligente, siempre tenía una respuesta para todo, sabía exactamente qué hacer.
- Voy a avisarle a todos para que mantengan el secreto . Vos, ve y encuentra a Jehan - ella ordenó. - Dile que debe partir hacia Baincroft dentro de una hora. Piensa en algún pretexto, cualquier pretexto, para apartarla de aquí. Vos vas a llevarla. Dile que Thomas la necesita , y que están esperando a Rob que llegará cualquier momento allá. Dile cualquier cosa, pero sácala de aquí lo más pronto posible.
- Ella volvió acá, por qué ? - Andy se atrevió a preguntar, sin disimular su contrariedad . Jehan, que había sido su amiga de infancia, que había sido la prometida a Rob y que lo había traicionado, cuando había llegado el momento de casarse, no le merecía respeto, - Ella cambió de idea de repente?
- No - le respondió lady Anne con una sonrisa triste. - Parece que todo fue obra de su abuelo después de todo. Jehan nunca supo que él había anulado su compromiso con Rob, hasta que mi hijo quería establecer la fecha del casamiento. Sólo el mes pasado ella logró escapar de sir Simón. Una semana después, llegó a Baincroft, dispuesta a honrar su compromiso matrimonial con Rob.
- Demasiado tarde - comentó Andy. Lady Anne asintió.
- Y Thomas, obviamente, no le contó nada sobre los nuevos planes de Robbie. La Mandó directamente a mí y pidió que ella esperase a Robbie aquí. Voy a darle un tirón de orejas al canalla de Thomas cuando lo vea! El debería haberle contado todo!
- No seré yo quien vaya a decírselo! - le anunció Andy, preso del pánico. - Conociendo su carácter, sé que Jehan es perfectamente capaz de matar al mensajero! No dudo de que Thomas haya pensado eso.
Lady Anne dejó escapar un suspiro.
- No me cabe a mí la responsabilidad de darle todas las explicaciones, porque no conozco todos los detalles de este nuevo matrimonio. Vos vas a llevarla con Thomas, Andy. El armó toda esta confusión, entonces que la resuelva. - Lady Ann hizo una pausa y levantó un dedo. - Por orden mí, él tiene que resolver antes que Rob llegue a Baincroft.
- Eso es muy justo! - respondió Andy, En verdad anticipando la confrontación inevitable. Thomas y Jehan se pelearían como en los viejos tiempos. Planeaba observar la pelea escondido detrás de algo sólido y firme.
Con una sonrisa maliciosa, dejó que lady Anne tomase las medidas para recibir a Rob y a lady Mairi, mientras iba a buscar la mujer que habría de llorar por falta de un prometido.
Quizás Jehan no hubiese rechazado a Rob, como alguna vez había pensado. Pero si ella hubiese permanecido en la casa y no se hubiese apartado por todos esos años para gozar de las comodidades y la elegancia de la corte, ella nunca tendría que pasar por esto. Ahora estaría casada y probablemente ya sería madre de un montón de hijos.
Sin embargo todo había sido diferente, y Jehan había partido y había roto el corazón sensible de Rob. Por esa acción, ni Andy ni ningún otro que hubiese visto la amargura del joven lord, iba a perdonar a esa gata salvaje.
Andy, personalmente, nunca la había querido mucho. Secretamente deseaba que ella descubriese que había sido reemplazada por otra mujer, pero no le contaría nada, ni aunque le pagasen todo el oro del reino.
Mairi observaba el paisaje ansiosamente buscando las primeras señales del castillo de Trouville. Rob había escrito que era el lugar más bello de Escocia. aunque no se comparaba con tamaño de los castillos de Edinburgh, Stirling o Roxburgh. La descripción no significaba mucho para Mairi, que nunca había visto otros castillos, a no ser el de su padre.
El le había prometido que viajaría con ella de vez en cuando y le mostraría el mundo que había conocido cuando participaba de los torneos. Había sugerido hasta que podrían aventurarse a Francia algún día.
Finalmente, ella viviría las aventuras con las cuales siempre había soñado. Nuevos lugares, nuevas personas, una nueva vida. Su padre estaría feliz por ella, Mairi pensó. Como deseaba poder escribirle y contar todo. Pero su padre, estaba con Dios ahora. Por más que lamentase su muerte, Mairi sabía que necesitaba luchar con todas sus fuerzas para hacer que él fuese recordado a través de su persona. La hija de Maclnness era ella, dotada del coraje que le habría heredado a sus hijos varones, si los hubiese tenido. Su padre le había afirmado eso. Y por eso, ella jamás flaquearía o vacilaría al enfrentar un desafío.
Finalmente allá estaba el castillo. Mairi se paralizó. Nunca, en su vida, se había imaginado que un lugar así pudiese existir.
- Dios Santo - ella murmuró deslumbrada. - Es magnífico!
Rob dejó escapar un sonido de satisfacción, pero Mairi no logró desviar sus ojos muy abiertos de ese lugar maravilloso, para observar a su marido.
Las torres blancas parecían subir hasta las nubes. Una muralla curvada rodeaba el castillo, su color era de un blanco reluciente que brillaba como la nieve al sol del atardecer. En un contraste bellísimo, las colinas suaves se sucedían en distintas gamas de verde, hasta llegar al otero donde el castillo estaba afincado. Un gracioso camino sinuoso subía hasta los portones inmensos.
- Es Perfecto… - ella murmuró, volviéndose finalmente hacia Rob.
- Si - él aceptó, sonriendo y haciendo avanzar a su caballo. - Papá está afuera - agregó, y, por alguna razón, eso pareció ponerlo muy feliz.
Mairi examinó más detenidamente el castillo, notando la ausencia de colores. Los estandartes estarían volando al viento si el lord estuviese en la casa. Su padre le había hablado sobre esa costumbre, aunque no lo usasen en Craigmuir. Anunciar la ausencia do lord en su tierra natal sería como hacer una invitación a un ataque.
Cuanto más cerca llegaban, más el trote de los caballos se aceleraba. Mairi se armó de coraje, que había comenzado a disminuir sensiblemente mientras se acercaban. No se había preocupado antes, pero la familia de Rob debía ser tan imponente como su castillo. Imponente como la realeza. Qué pensarían de la sencilla esposa de las Highlands que su hijo había traído al hogar?
Ella alisó sus faldas y bajó sus mangas, sabiendo que nada de eso haría que su vestido fuese más presentable. No había traído sus vestidos mas bonitos los había dejado en su casa por la partida apresurada, pero ni el mas bello de sus vestido serviría para entrar en ese lugar de ensueño.
Pasaría media hora mas hasta que llegasen a los portones, y Mairi se sumergió en un proceso auto destructivo de su imagen. Sólo el recurso de recordar a sí misma quién era y lo que se esperaba de ella impidió que temblase como una presa delante de los perros de caza. La hija de Maclnness. La esposa de MacBain, se repetía sin cesar.
Cabalgaron directamente hacia los portones. Un silbido agudo se oyó y la cabeza de Rob se volvió en dirección al sonido.
- Oye, Conor, vago de mierda ! - gritó . - Abre los portones!
A continuación, los grandes portones se abrieron. Pero Mairi sólo tenía un hecho en mente. Rob había escuchado el silbido agudo del hombre llamado Conor. El no podía haber oído...! O podía?
Todas sus últimas deducciones se deshicieron como un pergamino consumido por las llamas. Se había equivocado! Estaba equivocada...
No, no podía estarlo! Había sido una coincidencia que Rob hubiese mirado hacia arriba en ese instante. El sabía dónde estaría el guarda. Si, él simplemente había levantado la cabeza para llamarlo y había visto al hombre allá. Y el guardia había silbado en ese exacto momento, todo era una coincidencia. Dejó escapar un suspiro de aflicción, preocupada por haberse precipitado en hacer un juicio... nuevamente.
- Ven, Ven - dijo Rob, e incitó al caballo, entrando por el portal.
La rejas levadizas, con sus puntas agudas, se deslizaron hacia arriba con sonidos secos, liberando el paso.
Mairi jamás había visto algo semejante y contuvo el aliento al cruzar el portón, temiendo que las rejas pudiesen caerse por accidente y partirlos en dos.
Una multitud los esperaba en el patio. Rob se deslizó de la silla, desmontando. Mairi se sintió objeto de examen. Ojos curiosos la estudiaban, juzgando, midiendo, probablemente considerando que no era la esposa adecuada para el hijo del lord del castillo.
Ella enderezó los hombros y les devolvió la mirada con desafío. La hija de Maclnness, se repitió mentalmente. Un poco de polvo del viaje y un sencillo vestido de lana no iban a disminuirla. Ella no lo permitiría.
Rob agarró las riendas de la yegua y la llevó través de la gente amontonada, parándose brevemente algunas veces para intercambiar un saludo de mano con varios de los hombres. Pronto, estaban cerca de las escaleras.
La multitud se apartó ligeramente cuando Rob dio la vuelta y extendió los brazos para ayudar a Mairi a desmontar. En el momento en que los pies de ella tocaron el piso de piedra del patio, una voz clara de mujer sonó:
- Eres bienvenido, hijo. Andy me contó que me trajiste una hija!
Rob sujetó a Mairi por la cintura.
- Mi madre, lady Anne - dijo con su voz grave y monocorde, indicando a la mujer alta y elegante, usando un vestido de seda verde. - Esta es mi esposa, madre. - El inclinó a cabeza hacia ella. - Lady Mairi.
- Qué bella sorpresa, mi querida - dijo la mujer, con una alegría un tanto exagerada. - Estamos encantados de darte la bienvenida a nuestro hogar
- Muchas gracias - respondió Mairi, con una corta reverencia, avergonzada de que su voz sonase tan ronca como la de Rob. Su garganta todavía le dolía. Además, había percibido una nota decepción en los bellos ojos grises de su suegra, aunque sus palabras hubiesen sido amables.
- Robert por favor, lleva a tu esposa al cuarto de Alys. Un baño la espera.
- Dónde está Alys? - él preguntó, pareciendo levemente perturbado con el pedido da madre.
-Fue a Edinburgh con tu padre. Deben estar de vuelta pronto.
Mañana? - él preguntó, sus dedos enterrándose en la cintura de Mairi como si buscase apoyo.
- Esta noche, espero - ella respondió. - A tiempo para la fiesta.
Rob dejó escapar un insulto mudo que pasó desapercibida para todos, pero no para Mairi.
Su madre se dio vuelta y subía la escalera, y los otros conversaban entre ellos, entusiasmados con la inminente celebración. Mairi se preguntó para quién sería esa fiesta y ya planeaba no asistir.
La confusión reinaba por donde pasaban. Atravesaron el gran salón. Ella jamás había visto una decoración tan suntuosa. Inmensos estandartes colgados de las paredes, intercalados con blasones y tapices con diseños extremadamente elaborados. Las paredes mostraban muros pintados y un patrón único de flores doradas. Las mesas brillaban, ostentando manteles finisímos e inmaculadamente blancos. Ni siquiera los reyes vivían con tanto esplendor.
Mairi tropezó en los escalones cuando Rob la condujo, escaleras arriba, a los cuartos de la torre. De repente Mairi se sentía pequeña e insignificante. Deseó estar en cualquier lugar, menos allí.
Había sido un error de grandes proporciones, ella pensó, el casamiento con ese hombre. Qué había tenido en mente su padre al entregarla esta familia?
- Estás enferma? - Rob preguntó, cuando entraron en uno de los cuartos.
El cuarto, cómodo y acogedor, parecía apropiado para una reina, más bonito que cualquiera que ella hubiese visto. Mairi precisó dejar de lado su incredulidad para poder responderle a su marido.
- No, lo no estoy .
- Toma un baño - él ordenó, señalando a la enorme bañera de madera que estaba parcialmente escondida detrás de una cortinas de lino blanco.
Una criada estaba de pie, al lado, con una sonrisa en una boca donde faltaban dientes. Aun su uniforme parecía más caro y ciertamente en mejor estado que el traje arrugado de Mairi.
Mairi bajó los ojos para observarse y pensó qué iba a hacer. Si hubiese sabido, que tipo de majestuosidad iba a encontrar después de casada, habría insistido para que su padre le comprase ropas adecuadas.
Sus vestuario era apropiado para la vida en las Highlands, donde la comodidad era a preocupación mayor. Pero no allí en un lugar donde el ama del castillo se vestía con una elegancia que muchas reinas envidiarían. Con tristeza, Mairi recordó el vestido de seda verde de lady Arme, de corte tan diferente al suyo, tan simple y sin gracia.
- Tonterías ! - ella murmuró, sacando de su cabeza los pensamientos de envidia. - Eso no tiene ninguna importancia .
- Prepárate - le dijo Rob, empujándola de una situación difícil a otra. Ella no estaba preparada para quitarse la ropa en su presencia.
El dejó escapar una pequeña risita al darse cuenta de su visible pudor. Frotándole los hombros, como si quisiera transmitirle confianza, la empujó hacia adelante, con delicadeza. Luego, salió del cuarto, cerrando la puerta silenciosamente.
El vapor del agua caliente era una bendición, decidió Mairi. Se Arrancó las ropas como si estuviesen en llamas y corrió a la bañera.
- Ah… - gimió deleitada, sumergiendo hasta el cuello en el agua caliente perfumada con esencias florales. Debía pedir prestada un poco de esa esencia, pues no había traído su propia provisión de aceite de rosas que su padre le había dado. Todos los años, en su cumpleaños, él le regalaba ese perfume, diciéndole que era el mismo que su madre usaba. Aunque ligeramente diferente, el aroma de ahora le traía recuerdos dulces y amargos de su padre, a quien nunca más vería.
Nunca más lo vería, pero jamas se olvidaría de él ni de su promesa de vengarlo.
Para conseguir ayuda en su intento, ella necesitaba causar la mejor impresión que pudiese a su marido y a toda su familia. Si la quisiesen lo suficiente, quizás pudiesen ayudarla a cumplir sus deseos y cederle los hombres para ejecutar su venganza y salvar a su clan de Ranald.
Cuando, finalmente se levantó y se sentó en la bañera, la criada llenó una pequeña jarra y la volcó sobre los cabellos de Mairi, enjabonándolos y frotándolos delicadamente.
Ella se abandonó a la sensación deliciosa de ser bañada como un bebé frágil, alejando los pensamientos de aquello que podría acontecer, cuando emergiese de ese calor acogedor. Por el momento, ese placer inmediato era todo lo que necesitaba enfrentar.
Necesitaba reposo, una pausa lejos de las preocupaciones y las aflicciones. Iba salir de bañera, ser secada y llevada a dormir a esa cama enorme, de apariencia gloriosamente suave, con sus carísimos brocados colgados en el dosel. Mañana sería el tiempo de enfrentar tantos demonios cuantos pudiese.
- Tus ropas - anunció Rob. Arrojó las prendas sobre la cama y apuntó con el mentón hacia la puerta, en una orden silenciosa para que la criada dejase el cuarto.
La muchacha recogió rápidamente el vestido sucio de Mairi y desapareció .
Mairi se sentó, volcando agua por el borde de la bañera, y sujetando la toalla de lavarse para cubrir su pecho.
- Sal de aquí! - ella murmuró.
- Papá está en casa - él anunció, no pareciendo feliz con ese hecho. - Apúrate! - Diciendo eso, tomó una de las enormes toallas de lino y se la extendió a Mairi, girando la cabeza y cerrando los ojos.
Dándose cuenta de su urgencia, Mairi agradeció mentalmente su gesto de caballerosidad, y salió de la tina, envolviéndose en la toalla.
En una fracción de segundos, Rob se desprendió de sus ropas y se metió en la tina . Mientras se frotaba, desparramando agua por todos lados, Mairi se secó y se vistió, tomando la última camisa limpia y el vestido rojo todo arrugado. Era el mejor que tenía y debía servir.
El ruido de Rob bañándose la llenó de ganas de espiarlo, pero Mairi se negó a permitir que la tentación la venciese. Ya había visto a su marido desnudo antes, aunque no en un espacio tan íntimo. Tratándolo con la misma cortesía con que él la había tratado, Mairi se quedó de espaldas hasta que él saliese del agua y se pusiese sus ropas. La curiosidad casi la venció, varias veces, pero ella se mantuvo firme en su propósito.
Finalmente, ella oyó el ruido de la vaina de la espada siendo cerrada. Podía mirarlo, ahora. No había mucho que discutir, difícilmente ella podría rehusarse a descender para conocer al resto de la familia.
Vas a conocer a papá. Después, tendremos la fiesta.
Ella iba a protestar, pero él colocó un dedo en sus labios.
- La fiesta de casamiento - él le explicó, con una sonrisa cómica.
A decir verdad, Rob no parecía más entusiasmado que ella, respecto a las presentaciones y la celebración que le seguiría. Algo lo preocupaba. Probablemente, que ella pudiese avergonzarlo. Esa también era su preocupación.
Lo mejor que podía hacer era darle un consuelo. Mairi esperó hasta que él la miró a los ojos. Buscó las palabras más claras y las pronunció una después de la otra, con el mejor acento de las Lowlands que logró.
- No voy a decepcionarte.
La expresión de Rob se transformó, de una tensa a otra repleta de ternura. Mairi pudo leer, en sus ojos dulces, la más completa comprensión. El dio un paso adelante y sujetó su rostro entre sus manos.
- Ni yo a vos - Rob prometió. Luego, él la besó.
Oh, esa boca se posaba suavemente sobre la de ella, el contacto de su lengua era una caricia provocador, aunque todavía un poco reprimida. Mucho más parecido a un beso de paz, que un preludio de seducción, ese beso le entibió el alma, calmando sus miedos y ese beso le suplicaba que ella confiase en él.
Cuando él la soltó, Mairi quedó temblorosa, mirando ese sonrisa que le aceleraba el corazón. Luego, lentamente y con formalidad, él la tomó por la mano y la condujo fuera del aposento.
Rob escoltó a Mairi escaleras abajo y la llevó hasta cerca de la inmensa chimenea, para esperar al conde y a Alys.
Había estado observando el camino de la torre este hasta que había visto a la comitiva aproximándose. Probablemente habían llegado al patio mientras él y Mairi se preparaban para la prueba que los esperaba. Y sería una prueba difícil, con certeza.
Ese encuentro sería el más crucial de todos. Todo su plan podría estropearse. Podría perder la confianza y la estima de Mairi antes de tener la oportunidad de conquistarlas.
Las puertas del salón se abrieron, y Alys las atravesó corriendo, las faldas agitándose, sin importarle las obligaciones impuestas por la etiqueta y el ceremonial. Rob sólo podía esperar que ella no cometiese ninguna grosería, en su excesivo ímpetu alegría por volver a la casa.
Aunque Rob sabía que su hermana jamas se había mostrado deliberadamente grosera, ella no dejaba escapar una oportunidad para desencadenar una calamidad siempre que veía señales de problemas.
Dejó escapar un suspiro de alivio cuando su madre la interceptó, murmurándole algo su oído, probablemente que no hablase con él usando el lenguaje de señales o que dejase escapar su secreto.
El conde entró a continuación y caminó hasta ellos. Le Habrían contado? Lady Anne le habría encargado a un criado fiel de avisarle durante el trayecto al castillo? Por otro lado, la cuestión era otra: iba a acceder el conde al pedido de Rob cuando él mismo había sufrido con la ignorancia del mismo secreto, años atrás, y nunca había adivinado la verdad hasta que Rob le había confesado todo?
- Padre - dijo Rob, a modo de saludo, inclinándose para abrazarlo. En sus ojos había un silencioso pedido para que el conde lo comprendiese.
Trouville lo miró, arqueando ligeramente una de sus cejas. Sólo Dios sabía lo que aquello significaba. A Rob, le pareció una reprimenda.
Rob se preguntó si el conde de Trouville causaría en Mairi el mismo efecto que provocaba en la mayoría de las personas en un primer encuentro. Su presencia imponente dominaba los ambientes, aun el gran salón donde se hallaban.
Aunque alguna mechas color plata se entremezclasen con sus cabellos negros y algunas arrugas marcasen suavemente sus facciones, el semblante noble del conde se había tornado todavía más distinguido, con el paso de los años.
Desde el primer día en que el nuevo marido de lady Anne había llegado, Rob se había dado cuenta de la indudable generosidad de corazón de su padrastro, pero siempre se había quedado intrigado pensando si había percibido eso debido a sus dones de intuición. Mairi podría ver eso también, o Trouville iba a amedrentarla?
- Robert, es bueno volver a verte, hijo!
Sus ojos recayeron inmediatamente sobre Mairi, quien hacía una profunda reverencia. El extendió la mano, levantándola.
- Padre, esta es mi esposa, lady Mairi - le anunció Rob. - Mairi, el conde de Trouville. - Rob Contuvo el aliento. Apretó los dientes. Y Rezó interiormente.
Encantado, madeimoselle - dijo su padre, gentilmente. - Eres bienvenida. El conde dijo en francés.
Mairi miró a Rob, pidiendo ayuda. Su rostro se ruborizó, como brasas incandescentes. Rob se dio cuenta inmediatamente que ella no hablaba francés, ni siquiera lo suficiente como para entender ese simple saludo.
Oh, Dios, él sabía exactamente lo que ella estaba sintiendo en ese instante y quiso abrazarla, asegurarle que a nadie le importaba que ella no supiese el idioma. Cuantas veces él mismo se había encontrado en situación semejante sin tener como responder? Se aproximó a ella y la envolvió por la cintura.
- Una prueba, papá? - La rabia era clara en sus palabras. La expresión del conde no se alteró.
- Claro que no, hijo. Sólo una cortesía. Sabes que mucha gente prefiere hablar mi lengua, aun en este país. - Se volvió hacia Mairi. -- Mis disculpas, hija.
- Je ne… - Mairi ensayó responder en francés y desistió.
- Lo Siento mucho, Monseiur le Comte, mi conocimiento de su idioma es muy pobre.
Inexistente, pensó Rob, dejando escapar un suspiro. Trouville tomó las manos de ella en las suyas y sonrió, sacudiendo la cabeza.
- Mi querida, mis tentativas de hablar el galés han muerto sin ni siquiera nacer años atrás! - él se rió.
- Tiene que ver con mi garganta, aparentemente. Rob jura que el francés es hablado más con la nariz y se rehusa a expresarse en esa lengua.
Rob captó gran parte de lo que el conde decía y adivinó el resto. A veces, él todavía se confundía con el acento, especialmente cuando su padre conversaba con su madre en francés.
Mairi respondió a la sonrisa de Trouville, con una sin gracia.
- Estoy feliz de conocerlo, mi Lord - ella dijo, lenta y cuidadosamente.
Probablemente en deferencia al hecho de que el conde era francés, pensó Rob. Por qué ella no hablaba con él así? Esa vez, él había conseguido entender cada una de las palabras que ella había dicho. Sin embargo, había podido notar que ella todavía sentía dolor al hablar.
- Su garganta está lastimada - Rob explicó, para disipar cualquier incomodidad que ella todavía sintiese.
Alys se aproximó y arrojó sus brazos alrededor del cuello de Rob, como siempre hacía cuando su hermano venía a visitarlos. Luego, se inclinó, examinándole o rostro como si verificase su estado anímico.
- Y yo, hermano? No voy a ser presentada a ella, o me vas a dejar de lado?
Rob sonrió sin gracia.
- Mairi, esta es mi hermana, Alys.
Alys abrazó a Mairi y la besó en el rostro. Rob no pudo ver lo que su hermana decía, pero la sonrisa de su esposa, en respuesta, le dio la confianza de que todo andaba bien.
Su madre obviamente le había avisado a Alys para que procediese con cautela, como Rob había esperado. Parecía que había logrado la cooperación de su hermana, después de todo. Pero una sombra da desaprobación continuaba nublando los ojos negros del conde. Sólo podía rogar para que fuese una reacción al secreto que había insistido que fuese mantenido y no por su elección de esposa. Nunca había sabido que Trouville juzgase a alguien en el instante de la presentación, pero siempre había una primera vez para todo.
- Puedo hablar una palabra, mi lord?
- Más que una, te prometo - respondió el conde. - En el solar?
Rob lo siguió, sabiendo que esa no sería una conversación fácil.
En el instante en que la puerta se cerró, él fue alcanzado por una ráfaga de furia de Trouville.
- No se lo contaste a a ella! Estás loco?
- No, padre, no estoy loco. Thomas se lo dijo al padre de ella. Y lord Maclnness me afirmó que se lo había contado a ella. - Rob levantó las manos en alto, exasperado. - Pensé que ella lo sabía! Pera, después del casamiento, me di cuenta que no. El casamiento ya había sido firmado y bendecido.
- Eso es injusto, Robert! Es un error! - el conde hizo un gesto vigoroso, dando énfasis a lo que decía. Y eso indicaba que estaba fuera de sí. Desde el principio, el conde se había negado a hablar por señales, insistiendo en que Rob iba a aumentar su capacidad de comprensión sin la necesidad de expresarse con las manos. En verdad, ese rechazo había ayudado mucho a Rob, comenzando por ampliar su vocabulario a lo largo de los años. - No puedes continuar escondiéndole ese hecho a ella. Cuéntale todo!
- No, padre. Primero, ella debe ver que la sordera no es un impedimento para llevar una vida normal.
- Impedimento! Por qué le mientes? Quizás por omisión, pero le mentiste, Rob. Ella puede odiarte por eso.
Rob apretó los labios y sacudió la cabeza, antes de responder.
- Tal vez ella llegue a odiarme pero quiero que ella pueda ver más allá de la sordera. Deja que ella me conozca un poco más. Luego, se lo diré.
- Ella lo va a descubrir, Robert. A menos que sea idiota, pronto ella lo descubrirá.
- Vos no lo descubriste, recuerdas? Trouville hizo un gesto de exasperación.
- Vos eras un niño, y yo acababa de casarme con tu mamá. Había otras cosas en juego. Mairi, sin embargo, es tu esposa!
- Si. Y ella podría querer librarse de esa condición cuando se entere. Yo me ocupé de manejar las cosas para que ella pudiese escoger. Nosotros todavía no… - Rob no logró pensar en una palabra adecuada para explicar que no la había llevado a la cama y no logró terminar a frase.
Trouville lo miró atónito. Entonces pasó su mano por el rostro y sacudió la cabeza.
- Entonces, probablemente ella esté más preocupada por eso por eso no ha notado que... Ustedes están casados hace… cuatro días?
- Déjame, padre, por favor. Sé lo que estoy haciendo. - Rob vaciló, por un instante, antes de preguntar: - Te gusta ella?
- Oui - confirmó el conde, con un gesto impaciente. - Ella es bonita, bastante agradable, aunque no muy bien educada. La cuestión es: si ella te gusta a vos?
Rob sonrió.
- Me gusta. Mairi es una muchacha de mucho coraje.
- Coraje? Y eso es todo lo que notaste? - preguntó el conde, levantando una de sus cejas.
- No - admitió Rob, con una sonrisa pícara. - La deseo, creo que puedo amarla.
- Entonces, ese es el mejor comienzo. Confiésale todo y no dejes que sea demasiado tarde.
- Todavía es muy pronto. Por favor, puedes ayudarme? - le pidió Rob, ya sabiendo, por la expresión de su padre, quien había vencido. Si Trouville desease decirle la verdad a Mairi, probablemente ya lo habría hecho.
- Si insistes… ella es tu esposa después de todo. - El conde Miró profundamente los ojos de Rob. - Hijo, hay otro problema que necesitamos discutir.
- Más noticias? - adivinó Rob.
El conde se encogió de hombros, sin saber cómo su hijo iba a tomar la noticia.
- Jehan volvió.
El shock lo tomó desprevenido. Rob no pudo contener un insulto. Su padre continuó:
- Sir Williams me encontró en el portón. Me dijo que tu mamá la mandó a Baincroft, con Thomas. Tu hermano tiene órdenes de devolverla a la corte de Inglaterra mañana mismo.
- Gracias a Dios! - murmuró Rob. Thomas no se atrevería a contrariar las órdenes de lady Anne. Jehannie habría sido despachada para cuando él volviese a su casa.
Todo lo que conseguía pensar era en e desastre que sucedería, si ella no se marchase. La gata salvaje podía no haberlo querido como marido, pero no quería imaginarse la rabia que ella sentiría si se enterase que alguien la había reemplazado en su afecto.
Nuevamente, Rob sintió el mismo alivio que recientemente lo había sorprendido en relación a su casamiento cancelado, a pesar del golpe que eso había representado para su orgullo.
- Por qué volvió Jehannie? - Rob preguntó, temiendo haber adivinado la razón. Ciertamente no sería para visitar a su hermano.
- Ella no sabía que su abuelo había cancelado su compromiso con vos. Jehan no tuvo la culpa.
- Mierda! Qué confusión! - exclamó Rob, mirando a su padre con una mirada preocupado. - Ella debe estar hirviendo de odio.
Trouville le dio una sonrisa.
- Ese es problema de Thomas, no tuyo. No te metas en esto. Jehan va a sobrevivir. Ahora, vamos, necesitamos reunirnos con los otros.
- Gracias, padre - dijo Rob, con una reverencia formal. - Por todo.
Inesperadamente, el conde lo abrazó. Le dio una palmada en la espalda y los hombros y, luego le despeinó los cabellos, como siempre hacía cuando discutían y, en seguida, llegaban a un acuerdo. Rob se sintió como el hijo que había cometido un error y había sido perdonado, como en muchas otras ocasiones en el pasado.
El sabía que era amado por ese hombre a quien respetaba por encima de todo. Cuando muchacho, había podido contar con ese amor y todavía podía.
Odiaría decepcionar a Trouville de alguna forma, pero Rob creía tener la razón en esta situación. Y estaba infinitamente agradecido a su padre por tranquilizarlo en relación a Jehannie. Como él había dicho, ella iba a superar esta situación.
Después de todo, él y Jehannie no se habían amado como un hombre y una mujer. No de la manera que podría amar a Mairi, si ella decidiese quedarse con él. Y si no quedase, él no tendría otra esposa. Jehannie era parte de su pasado y se quedaría allí para siempre. Mairi era su futuro, por lo menos era lo que él esperaba.
- Está cansada, hermana? - preguntó Alys, demostrando su simpatía.
Ciertamente estaba cansada de la excesiva atención con que la hermana de Rob la sofocaba, Mairi admitió en silencio. La joven la seguía a todas partes. Había insistido en que Mairi usase uno de sus nuevos vestidos para la fiesta a la que asistían ahora. Estaba menos arrugado, sin duda, que los de Mairi, pero le quedaba como una carpa. Y era amarillo pálido, lo que le daba su tez una palidez mortal. Aun así, la muchacha le aseguraba que le quedaba bien.
Alys no pasaba de los quince años, tal vez dieciséis años, aunque fuese más grande y más alta que Mairi. Sus ojos grises parecían no perderse nada y chispeaban con energía, una energía completa e intensamente focalizada en Mairi en ese instante.
Por debajo de la aparente preocupación de Alys, Mairi creyó detectar un vestigio de humor bromista. Pero, cómo una mujer de las Highlands, simple y sin gracia, podría causarle diversión a una dama como lady Alys? Ciertamente la hija del rico conde francés podía encontrar maneras más exquisitas para divertirse que entretenerse con la esposa de su hermano a quien conocía hacia unas pocas horas.
Quizás alguien embobada de admiración divirtiese a Alys, pues era eso lo Mairi debía parecer desde que había llegado allí.
Y por qué no debería estar deslumbrada? Sólo en el gran salón del castillo de Trouville podría entrar toda la fortaleza de su padre. Debía haber dos centenas de personas festejando su casamiento, cuando ella no veía motivo alguno para festejar en ese momento. Todo lo que quería era irse a dormir. Y silencio.
El ruido era demasiado molesto para mantener una conversación decente. No era que ella esperase poder conversar con su marido. Aún cuando habían quedado sentados, uno al lado del otro, habían compartido la comida en la misma bandeja, ella apenas había podido oír sus propias palabras. Gritar para superar el ruido del ambiente ciertamente había estado fuera de cuestión, su garganta todavía le dolía con el menor esfuerzo.
Los músicos parecían tocar de una forma absurdamente alta durante de la cena, lo que la había llevado a imaginar si toda la familia no sería sorda, como Rob. Desacostumbrada a semejante tumulto, Mairi sentía que su cabeza iba a estallar de dolor.
Finalmente, una horda de criados retiraron las mesas, para que el baile pudiese comenzar.
Ella y Alys estaban ahora paradas a un lado del salón y observaban. Lady Anne había reunido un grupo de músicos, allí. Vivirían en el castillo, para entretener las noches de sus amos?
Había seis músicos, con un arpa, una cítara, un laúd, tambor, flauta y campanas. Alys le había dicho los nombres de los instrumentos, que ella jamás había visto antes. En verdad, los únicos que había reconocido eran la flauta y el tambor. Y eso sólo enfatizaba como la vida de Mairi había sido tan distinta a todo eso, hasta entonces.
- Sabes bailar? - preguntó Alys. - Rob es un bailarín maravilloso. Oh-oh! Mira allá, él se aproxima a mamá. Observa.
Ella se rió, llena de entusiasmo, y batió palmas cuando Rob levantó a su madre, la colocó en el piso y comenzó a ejecutar los pasos rápidos e intrincados de la danza.
El corazón de Mairi se aceleró. Su aliento quedó contenido en su garganta. Sintió que iba a desmayarse, aunque no lograba desviar los ojos de él. Por Dios! Rob bailaba! Y bailaba muy bien! Y podía…
El podía oír, ella pensó, con una sensación de depresión que, sabía, no tenía sentido. En verdad, su marido y la música estaban en íntima sintonía. El y lady Anne parecían divertirse intensamente, nunca perdiendo un compás de la salvaje cadencia rítmica tocada por los músicos.
Cualquiera podría sospechar que él simplemente observaba a los demás bailarines y seguía el mismo ritmo. Sin embargo, para hacer una demostración como aquella, Rob tenía que oír la música. Y ella había estado tan segura que…
Mairi deseó desaparecer, simplemente desaparecer como si nunca hubiese estado allí. Continuar en el salón, forzando una sonrisa, era una tarea más ardua de lo que podía aguantar. Se sentía una perfecta idiota, y él debía también considerarla así, dado su comportamiento. Todas esas concesiones que había hecho para que él pudiese entenderla parecían ahora eran completamente estúpidas.
Cómo había cometido un error tan grave? El había oído el silbido agudo del guardia de entrada esa tarde. Era ella la que no había querido admitir ese hecho. Y, ahora, obviamente, Rob oía cada nota que los músicos tocaban.
Nuevamente, se había precipitado un juicio en base a suposiciones, en vez de basarse en hechos. Cómo había podido estar tan equivocada? Cómo no se a había ocurrido que la sordera sería una desastrosa limitación para un caballero y para un lord?
Y por qué este sentimiento de decepción, al saber que estaba equivocada, cuando sería tan importante que su marido pudiese oír? Ella no era digna de él, si no se ponía feliz con ese hecho.
La vergüenza la dominó, por los planes que había hecho de convertirse en el brazo derecho de Rob en todas las cosas, - de ayudarlo en su vida, de ser la persona más importante de su vida.
Rob no la necesitaba. No iba a necesitar su ayuda y, aparentemente, tampoco necesitaba su cuerpo para obtener placer. Ella no era de ningún valor para él.
Se acababa su esperanza de tener algo de importancia que ofrecerle, más allá de los hijos que podría darle.
Ahora, eso le parecía imposible. Sólo Dios sabía que su dote no contaba para nada.
Tenía que descubrir por qué él la había elegido. Rob debería haber considerado que una mujer de las Highlands estaría condiciones de darle hijos fuertes.
Por ahora, no conseguía pensar en alguna otra buena razón para que él hubiese ido tan lejos a encontrar una esposa. El salón del castillo del conde estaba colmado de bellas mujeres, allí mismo, esa misma noche. Un hombre tan guapo como Rob podría haber elegido a cualquier de ellas.
La música se detuvo, y el rugido estruendoso de los aplausos se elevó. Luego, los músicos iniciaron una melodía mas tranquila y los bailarines se dispersaron, en busca de nuevas parejas.
Una joven particularmente atractiva sujetó las manos de Rob, bajo la mirada atento de Mairi, y pronto otra, adorable también, le tomó o brazo. El les dijo algo a ellas, quienes respondieron con un asentimiento de sus cabezas, mirándolo con un aire embobado. Debían ser palabras dulces, con certeza, para merecer tales sonrisas.
Entonces, él se encaminó hacia el lugar donde Mairi estaba, al lado de Alys.
- Es el preferido de las mujeres, verdad? - comentó Mairi, sin reflexionar.
- Si, lo es! Estás celosa? - preguntó Alys, con una risita maliciosa.
- Claro que no! - Pero, lo estaba. - Sólo me imaginaba por qué, si había tantas mujeres ansiando tenerlo, él viajó tan lejos para conseguir una esposa y casarse.
Alys hizo una mueca cómica.
- Oh! Si él hubiese elegido a alguna de esas, tendríamos un gran problema en manos! La pobre novia sería importunada más allá de lo soportable por el resto de las mujeres, todas estarían verdes de envidia. Y ya sabes cómo es la envidia femenina...
- La molestarían? - preguntó Mairi, medio atontada y perturbada con la imagen de su atractivo marido caminando en su dirección, atravesando el salón abarrotado de gente.
Su cuñada se encogió de hombros.
- Quien había sido su prometida rompió el contrato matrimonial. Cuando la conozcas, puedes preguntarle a ella cuál fue la razón. - Alys se rió como si hubiese hecho una broma. - La tonta debe haber encontrado un buen motivo para poner fin al compromiso y, te aseguro, no fue por falta de amor a nuestro bello Robbie.
- Quién… - Mairi iba a preguntar, pero su marido llegó y la interrumpió, extendiendo la mano hacia ella.
- Bailas?
Por más que desease respuestas sobre la antigua novia, Mairi no logró pensar en ningún motivo delicado para rechazar la invitación de su marido. Y
tampoco deseaba dejarlo a la merced de esas mujeres peligrosas.
- Si - respondió, confirmando con su cabeza. - Me gustaría bailar.
La mirada intensa de Rob no abandonó el rostro de ella mientras él la conducía al círculo formado por las mujeres, alrededor de un único músico. El muchacho estaba allí para cantar, pues ella se notó que él se aclaraba la garganta y ensayaba unas pocas notas. Una de las damas, a su lado, le dijo a otra que sería una chaplet, una danza que Mairi nunca había oído mencionar.
Rob dio un paso atrás, colocándose enfrente de ella, en el círculo externo. Se inclinó en una reverencia cuando la flauta sonó, con las notas de apertura.
Mairi pudo pensar en pocas cosas, salvo en el brillo de los ojos grises y en la presión de los dedos de él en su mano, cuando los otros instrumentos se unieron a la música. Él la condujo, deteniéndose en el compás correcto para inclinarse y girar, como hacían los demás. Cada tres pausas, los pasos los conducían más cerca, hasta que sus cuerpos casi se tocaban. El deseo de cerrar esa distancia casi dominó a Mairi y la irritó que ese mismo deseo no lo afectase él también. Rob parecía totalmente indiferente.
Sin embargo, en el último floreo de las notas, en vez de inclinarse en una reverencia, él la sujetó por el mentón y la besó... en la boca. Por la duración do beso, todo a su alrededor cesó de existir para Mairi.
Cuando él la soltó, risas y aplausos irrumpieron en el salón. Rob sonrió, dándose cuenta de la confusión creada. Antes que pudiese recobrarse, el ya había colocado la mano de ella en el brazo del conde de Trouville y había encontrado una nueva pareja de baile.
Sería que todos los hombres habían besado a su pareja de baile, o Rob había hecho aquello porque había tenido ganas? Los recién casados hacían eso, normalmente, cuando bailaban? Tal vez nunca lo supiese, pues ciertamente no iba a preguntar. Sin embargo, iba a prestar atención para ver si él besaba a alguna otra mujer.
El resto de la noche transcurrió en un torbellino. Todas las veces que Rob la invitó a bailar, Mairi aceptó. Y se preocupó cuando él no lo hizo. Por su lado, ella no había podido parar de bailar, solicitada por Trouville y por otros hombres, cuyos nombres no conseguía recordar.
Sus pies le dolían y su rostro estaba tenso de tanto mantener la sonrisa. Si por lo menos la condesa no se hubiese sentido obligada a organizar semejante fiesta esa primera noche… Mairi estaba cansada. No se había recobrado todavía ni del ataque ni del viaje. Quería descansar. Y esconderse, ella se admitió amargamente a sí misma. Si, ese era su más profundo deseo. Rob no parecía cansarse nunca. Sólo había parado de bailar de vez en cuando, para tomar una copa de vino, o para un rápido intercambio de palabras. Pero no con él. A Mairi sólo le había hecho siempre la misma pregunta:
- Bailas?
Mairi todavía no conseguía creer que estuviese tan equivocada en cuanto a su capacidad de escuchar. De qué otra manera podría justificar su comportamiento en Craigmuir y en el viaje hasta allí?
Aun ahora, cuando disfrutaban una danza más tranquila, durante la cual los dos podrían conversar, él no le dirigía a palabra. Sería que Rob lamentaba su elección de esposa? Sería que deseaba haber elegido una novia local, en vez de una cuyo acento lo incomodaba?
- Bien, vas a tener que conformarte con lo que elegiste! - ella declaró, arrojando su cabeza hacia atrás, cuando él la empujó más cerca, a una distancia en la que podía oírla por encima del ruido.
La media sonrisa que Rob le dirigió la enfureció. Mairi casi lo abofeteó, no
lo hizo sólo porque toda la familia los observaba.
- Basta - Rob dijo, cuando las últimas notas sonaron. - La música se acabó.
- Bien, gracias - ella murmuró, furiosa consigo misma.
- De nada - él contestó, alegremente, y la condujo al lugar donde sus padres y su hermana estaban sentados.
Mairi tuvo ganas de patearle la pierna, pero dejó que él la acompañase hasta el banco y se sentase a su lado.
Vinieron los brindis. Rob levantó su copa en alto, describiendo un círculo que abarcaba todo el salón.
- Por mi esposa - anunció en voz alta. - La bella lady Mairi.
Mairi sintió que su rostro ardía cuando los gritos hicieron eco, y todos bebieron a su salud. “Esta gente harían lo mismo para festejar el nacimiento de un nuevo potro ", ella pensó, apretando los dientes. Dibujó una gran sonrisa en su cara, y asintió con la cabeza agradeciendo el brindis.
Qué otra opción le quedaba? Estaba casada y debía hacer lo que era necesario y esperable. No había vivido soñando con aventuras, con conocer nuevos lugares y nueva gente ? Bien , por lo menos , ese deseo se estaba realizado.
- Robert me dijo que ustedes deben partir a Baincroft por la mañana - comentó Trouville, cuando hicieron una pausa entre los brindis.
- Debemos? Parece que Robert se olvidó de mencionarme ese hecho - respondió ella, incapaz de esconder la amargura en su voz.
- La madre de Robert y yo fuimos muy felices allá, en los primeros años de nuestro matrimonio - continuó el conde con una sonrisa encantadora. - Los esfuerzos de tu marido mejoraron mucho la condición del castillo, desde esa época. El es un excelente lord y la gente lo adora.
Lady Anne, quien había escuchado todo, se inclinó hacia adelante.
- Es verdad, jamas encontrarás súbditos tan leales como los que Robert gobierna. Todos lo conocen muy bien. Ningún lord en toda Escocia, se ocupa más que mi hijo de la gente bajo su protección.
- Les agradezco por compartan eso conmigo - Mairi dijo.- En verdad, Robert y yo somos poco menos que extraños el uno para el otro.
- Un problema fácil de resolver - dijo Trouville sonriendo.
- Cómo? - indagó Mairi, la frustración le nublaba el sentido común.
El dio una risa significativa obviamente sorprendido con su ingenuidad. Lady Anne se mordió el labio y se recostó en su silla. Mairi no supo si la madre de Rob se había ofendido con la pregunta o con su falta de respuesta.
Trouville sujetó la mano de Mairi y se inclinó, hablándole cerca de su oído.
- Robert te va a robar el corazón, mi querida, y él te dará el suyo si vos se lo permites. Como alguien que tiene un matrimonio con amor, te recomiendo eso fervorosamente.
Mairi se sintió agradecida por esas buenas intenciones. El conde, estaba claro, consideraba a Rob como un verdadero hijo y deseaba que fuese feliz. Ella se notó en él una bondad innata revestida de una capa de formalidad que la posición social de Trouville requería.
- Usted es una persona muy afortunada, mi Lord - ella murmuró.
- Y vos también lo serás - respondió él, soltándole la mano. - Confía en Robert. - se levantó de la silla y se puso de pie. Después de ayudar a lady Anne a hacer lo mismo, levantó la voz, para que todos pudiesen oírlo.
- Les Deseamos a todos una buenas noches.
Aquello debía indicar que, finalmente, la fiesta había acabado, pensó Mairi, con un suspiro de alivio. Rob la tomó por el brazo, sujetándola firmemente mientras ella luchaba por acomodar las faldas del vestido prestado. Qué iba a suceder ahora?
Iba a compartir el cuarto con Alys, donde se había bañado y vestido esa tarde? O ella y Rob se acomodarían en mantas en el gran salón como muchos viajantes hacían, al pasar de visita por grandes castillos?
Mairi miró de reojo a su alrededor, furtivamente, notando la prisa de los criados en limpiar y correr las mesas, cargar los bancos, colocándolos contra las paredes.
Rob la condujo hacia la escalera, sin prisa, dejando que sus padres y Alys subiesen primero.
Le Pareció natural aceptar su orientación, ella pronto descubriría dónde debía pasar la noche.
Probablemente él no iba a querer dormir con ella y, por primera vez, a Mairi eso no le importó.
Extrañaba a su padre, la simplicidad de su vida en Craigmuir y el modo en que las cosas se hacían allá. Todo lo que deseaba en ese momento, era llorar sobre una almohada y dormirse de cansancio. La gran aventura se había convertido en un suplicio, y le dolía corazón de decepción.
Por más que se viese rodeada por centenas de personas en ese lugar y sin vislumbrar un instante de privacidad en el futuro inmediato, Mairi se sentía irremediablemente sola.
Rob había llegado a pensar que la fiesta jamás iba acabar. El adoraba bailar, pero tener que observar a Mairi dando vueltas por el salón con todos los hombres presentes le había ofuscado ese placer.
Para su tristeza, había reconocido sus celos ante ese hecho. El, que nunca había sentido celos de alguien, hasta donde podía recordar. Definitivamente, eso era humillante.
Una cosa buena que había resultado del baile. Su esposa Se había sentido impresionado con la desenvoltura de él en el baile, Rob tuvo que reconocerlo, un tanto vanidosamente. Mairi casi se había atragantado cuando lo había visto bailando con su madre.
Seria difícil que ella supiese que él sentía la música directamente en el alma. Era una de las pocas cosas que conseguía oír, por lo menos de manera suficientemente clara como para afirmar que oía, y él adoraba eso.
Sus padres habían contratado permanentemente un conjunto de músicos hacia años. Su madre los había contratado cuando él era un muchacho, cuando Rob le había contado que conseguía escuchar los instrumentos musicales.
Aunque el baile le hubiese dado a Mairi la oportunidad de admirarlo en algo que él hacía muy bien, Rob deseaba que pudiesen haberse retirado antes de esa cansadora celebración. Mairi necesitaba más descanso que fiestas o bailes. Si su madre no hubiese insistido en cuan era importante la aceptación de Mairi por parte de sus súbditos, él nunca habría aceptado todo aquello .La mayor parte de la gente que vivía bajo la protección de Trouville estaba emparentada con la gente de Baincroft. Nobles y plebeyos, todos eran considerados una gran familia. Aunque esa fuese su primera visita allí, en meses, el intercambio entre los dos feudos sería constante.
Muchas de las personas presentes debían estar sintiéndose bastante confusas con la súbita aparición de Jehannie y, poco después, con la llegada de Rob con otra mujer como esposa. Especialmente los padres de Jehannie. El padre de ella era el capellán del castillo, y su madre, la curandera. Casados por mas de veinticinco años, habían servido a lady Anne durante todo ese tiempo. Ella había despreciado la opinión de la iglesia católica en relación a los clérigos casados y les había provisto un techo, primero en Baincroft y, después, allí, cuando se había casado con Trouville.
Desde que él y Mairi habían llegado, la ausencia del padre Michael y de lady Meg había sido notoria. La aparente deserción de Jehannie al compromiso con Rob les había causado a los padres de ella una gran vergüenza, así como a Thomas. Este nuevo matrimonio debía parecerles a ellos como si Rob estuviese castigando Jehannie por algo que no era su culpa. Y como ahora se sabía que ella no había sido la responsable del rompimiento del compromiso, Rob había sentido que debía hacer todo lo posible para evitar cualquier resentimientos entre su gente, por haberla reemplazado con otra esposa.
La fiesta le había dado la oportunidad de asegurarle a todos que estaba satisfecho con su nueva esposa y todavía quería bien a Jehannie. Los esfuerzos de la noche habían sido cansadores pero exitosos, o por lo menos eso era lo que él esperaba.
Rob condujo a Mairi escaleras arriba, siguiendo hacia el cuarto de Alys, donde entró, junto con ella.
- Estás cansada? - preguntó.
- Si - ella respondió, mirando a su alrededor como si buscase algo, o, probablemente, a alguien.
Su hermana iba a pasar la noche en un cuarto mas chico, en el piso superior, lo cual era lo correcto dadas las circunstancias. Como Rob era un visitante y era un lord, tenía derecho al segundo mejor cuarto del castillo. Además de eso, él había ocupado ese mismo cuarto durante años y lo consideraba como suyo siempre que venía al castillo.
Los criados habían quitado la tina y habían ordenado el cuarto, después de la loca corrida de ambos para prepararse para la fiesta. En la chimenea crepitaba un fuego, proveyendo un calor agradable al ambiente, y las velas aromáticas daban un matiz dorado a la luz, haciendo el cuarto muy acogedor.
Era un invitación para amantes, si ese fuese caso, pensó Rob, dejando escapar un suspiro de resignación.
Alys había modificado el cuarto, dándole un toque femenino, con las almohadas de bordadas. Por primera vez, Rob se sintió feliz con el cambio que probablemente haría que Mairi estuviese más confortable.
También le agradaba el hecho de que la cama enorme continuase allí, hecha para acomodar su peso y du estatura. Por lo menos, no necesitaría dormir pegado al cuerpo de Mairi, excitado como estaba.
Mairi interrumpió sus pensamientos cuando le tocó el brazo, haciéndole la pregunta que él esperaba.
- Dónde está su hermana?
El lograba entenderla mejor, se dio cuenta. Tal vez el cansancio la hiciese hablar más lentamente, o, quien sabe, quizás Mairi hubiese pasado la noche conversando más pausadamente con su padre, para hacerse comprender.
Como deseaba poder escuchar su voz… sería aguda o baja? El acento de las Highlands sería exótico y agradable, o irritante?
Oh, ella esperaba una respuesta.
- Ella va a dormir allá - Rob apuntó al techo, indicando el piso superior. - Nosotros, aquí - él continuó, inclinando la cabeza en dirección a la cama acogedora, en la cual probablemente él pasaría a noche, atormentado y sin poder conciliar el sueño, porque todavía no podía tomar a Mairi.
Los labios de ella se abrieron, sin hablar, y luego sus ojos se abrieron mas grandes. Con miedo? Rob lo dudaba. De sorpresa, más probablemente. Ella no esperaba compartir un cuarto con él, y mucho menos una cama.
En verdad, Rob prefería que haber hecho otro tipo de arreglo, pues no planeaba ejercer sus derechos conyugales hasta que Mairi supiese toda la verdad sobre él. Y sólo entonces, con la condición que ella lo desease. Sin embargo sería poco inteligente escoger dormir solo. Esa decisión produciría muchas preguntas, dudas y chismes, después de todo él y Mairi habían estado casados hacia menos de una semana. Debían actuar como recién casados.
Como si hubiesen pasado juntos todas las noches, y fuese lo más natural del mundo, Rob se sacó las botas y comenzó a desvestirse tranquilamente. Se quitó la túnica y soltó la hebilla de su cinto.
Rápidamente, Mairi desapareció detrás del biombo donde estaba la fuente para lavarse. Él sonrió, al darse cuenta cuan previsible era su esposa.
Cuando ella salió del escondrijo, él ya se había metido, desnudo, entre en la cama, aun sabiendo que aquello era una tentación. Se inclinó, apoyándose en uno de los codos, observándola.
Ella todavía usaba su camisa, una prenda íntima y recatada que escondía sus encantos casi tan completamente como su vestido. Rob admiraba el pudor en una mujer. Aunque lamentaba no poder libertarla de ese recato esa noche. Vestida o no, la imagen de Mairi lo excitaba. Pero después de haber sufrido la angustia del deseo y del celibato por todos aquellos días y noches, había aprendido a soportar con estoicismo los efectos de la lujuria contenida.
Rob sonrió y abrió las mantas, en una invitación. Mairi lo aceptaría si él resolviese poseerla en ese momento?
Silenciosamente esperó, manteniendo la sonrisa de desafío.
Ella cruzó el cuarto con algo de vacilación, mordiéndose el labio y observándolo con cautela. Lentamente se acostó.
Rob permaneció inmóvil, hasta que ella se acomodó, manteniendo, como pudo, un espacio entre ambos, y subió las mantas hasta el cuello. Luego se inclinó sobre ella, dejando en claro que pretendía besarla.
Sólo una vez, se prometió a sí mismo. No había pensado en otra cosa desde ese beso rápido, durante el baile. Sólo un simple roce de labios para desearle buenas noches era lo que pretendía, ni siquiera iba a tocarla con las manos.
Rob posó su boca en la de ella, deslizándose en la suavidad rosada de sus labios, sintiendo que Mairi contenía el aliento. Incapaz de resistirse, él continuó con una caricia, delineando con su lengua la abertura húmeda. Ah, Mairi era dulce como la miel.
Saborearla un poquito no haría ningún mal, Rob resolvió, al darse cuenta que ella no se apartaba. Rob inclinó la cabeza hacia un costado y pegó su boca a la de ella. Encajan perfectamente, él pensó. Y su imaginación lo llevó mucho más lejos.
El sintió que la palma de la mano de ella se deslizaba, vacilante, desde su pecho hasta su cuello, los dedos entrenadores en su carne. El hambre del deseo lo dominó, recorriendo su cuerpo e instalándose en su entrepierna con un dolor placentero. Un dolor que él conocía bien y que buscaba placer para aliviar su agonía. Pero no podía. No todavía.
- Mairi… - él murmuró, contra los labios de ella, y sintió la vibración de su nombre murmurado por esa boca temblorosa.
Sólo un beso más, se prometió. Sólo una cucharada más de esa deliciosa miel y, luego, cesaría con esa locura. Pero cuando la tocó, ella; o envolvió con su calor. Bueno otro beso, para que ella pueda saciarse. Cómo podría negarle eso a ella? Por qué tendría evitar probar una vez más esa miel?
La deliciosa mezcla del sabor, del contacto y del olor de Mairi le provocó un arrebato de deseo, venido desde lo profundo de su pecho. Los cabellos de ella estaban sueltos cayendo en cascada por las almohadas. La luz de las velas incidía sobre ellos, haciendo que sus mechas parecieran hilos de oro puro. Como perlas nacaradas, su piel brillaba. Rob la besó, jadeando como si bebiese el néctar de los dioses.
Detente ahora, su mente imploró a sus sentidos obscurecidos por la pasión. Pero ella lo enlazó una vez más y otra más, exigiendo, hasta que él perdió la cuenta de los besos, se olvidó de controlar por donde vagaban sus manos, ahora parecía decido a comerse el frasco de miel entero y ya no le importó que ella tuviese una elección…
De repente, el honor fue más fuerte que el instinto, y Rob recordó su juramento, que hizo eco en su cerebro como un tambor sonando en un salón vacío.
Con reticencia, apartó sus labios de los de ella. Respiró profundamente mirando a Mairi con ojos oscurecidos por el deseo. Ella parecía suplicar pidiendo más, pero Rob sabía que tenía que resistir la tentación. Obligó a su mano que se había posado en sus caderas suaves a subir hasta el brazo y luego hasta los dedos con que ella lo sujetaba por el cuello. Enlazando su mano con la de ella, la llevó hasta sus labios y depositó un beso en los dedos.
- No podemos continuar - él murmuró, dulcemente, intentando suavizar la dureza de su rechazo, más para sí mismo que para ella. - No aquí.
Mairi miró de reojo el cuarto como si se hubiese olvidado donde estaba y murmuró algo. Rob notó que los labios de ella habían se movido, temblorosos, y apretados con mucha fuerza.
Qué? Qué había dicho ella? Debía estar preguntando por qué no podían continuar. Era ciertamente lo que él preguntaría, si fuese Mairi.
- Mañana - le prometió precipitadamente. - Cuando estemos en casa. - entonces, le contaría todo a ella.
Habría tiempo suficiente para que ella pudiese ver todo que él podía hacer? Podría mostrarle la riqueza y las condiciones de Baincroft, tanto del castillo como del feudo y la gente que Creía en él. Podría convencer a Mairi de que él era un buen lord? Un hombre digno de ser su marido? Ella vería con sus propios ojos y, después, aceptaría quedarse con él.
"Por favor, mi Dios", Rob imploró, mentalmente, " haz que ella elija quedarse y que el matrimonio sea un hecho consumado, que no pueda ser anulado."
- Mañana a la noche - Rob afirmó, suplicando con la mirada que ella entendiese, sin más explicaciones. - Si?
Mairi se retrajo, observándolo. Su mirada le recorrió el cuerpo, ahora descubierto hasta la cintura. El bulto voluminoso, debajo de la manta, dejaba claro que él la deseaba.
Cuando las miradas se encontraron nuevamente, ella sonrió.
- No aquí - él repitió, con la esperanza de que ella juzgase que él no quería poseerla en el cuarto de su hermana.
Ella soltó el aliento que había estado conteniendo, relajando los hombros. Rob notó que, en su locura, había desatado los lazos de la camisa de Mairi que, ahora, caía abierta, revelando parte de sus pechos. El había acariciado esos senos suaves, y la textura de esa piel permanecía en sus dedos, despertando una sensación erótica en su mente.
Rob pensó que daría todo lo que poseía su pudiese posar los labios en ese lugar precioso, que sus ojos devoraban. Pero, se obligó a desviar la mirada y la miró a la cara en un pedido mudo de disculpas.
Mañana… - Mairi repitió, vacilante, las palabras ahora dichas de forma clara para él, tan clara como el hecho de que ella no apreciaba esa espera.
Mairi lo deseaba. Si ella continuase queriéndolo, después que él le confesase todo, Rob iba a mover cielos y tierra para no decepcionarla, de ninguna manera, en nada. Definitivamente.
Ella bajó los ojos y cerró su camisa lentamente. Se dio vuelta de espaldas, y subió las mantas hasta el cuello.
Rob descubrió que era imposible no tocarla una última vez. Posó su mano en su hombro y lo acarició sobre la manta de lana, sabiendo muy bien como sería la sensación de suavidad de esa piel de seda bajo sus dedos, si las telas desapareciesen. Luego, quitó la última hebilla que había quedado en sus cabellos de ella y lo colocó sobre una mesa al lado de la cama.
Las velas todavía quemaban, y él las apagó, poniendo un fin a la tentación visual. En la oscuridad, el aroma de mujer lo estimuló todavía más. El recuerdo de la boca deliciosa y de la textura de esa piel pareció intensificarse, sin el auxilio de la luz, y él descubrió que la imagen erótica de Mairi en su mente no dependía de sus ojos.
Desprovisto de la audición y ahora también de la visión, Rob luchó contra sus otros sentidos hasta que, exhausto, se entregó al sueño.
Mañana, fue su último pensamiento, su plegaria más fervorosa, hasta que la inconsciencia lo dominó.
A la mañana siguiente, Rob despertó temprano, como siempre. Cuando el sol se levantó en el horizonte e iluminó o cuarto, lo encontró con los ojos abiertos, observando a Mairi que dormía profundamente. Ella parecía una niña, los puños doblados debajo de su mentón, las rodillas encogidos. Muy jovencita, sin la postura arrogante con que siempre se mostraba.
Qué felicidad que el viejo lord Macinness no la hubiese casado años atrás, con ese maldito primo o con algún otro hombre. Ahora, ella pertenecía a él, Por el momento, por lo menos. Para siempre, si pudiese conservarla a su lado.
Estoy casi enamorado de vos, Rob extendió la mano y apartó una mecha dorada del rostro de Mairi. No, era más que eso, sentía algo como estar embriagado, pensó, con una sonrisa.
Mairi se movió, y él se apartó, observándola desperezarse como un gato. Los ojos de ella se abrieron, y su mirada posó en Rob.
- Buen día, Mairi - dijo él, con una sonrisa.
Su respuesta se perdió detrás de la mano con que Mairi se cubrió la boca, pero él leyó el recelo y la inseguridad en sus ojos muy abiertos, y en su frente fruncida.
- No temas - él murmuró. - no es necesario. Ella se rió, sacudió la cabeza, y llevó a mano a las mantas, arrojándolas hacia abajo y levantándose. Él también se levantó, del otro lado de la cama, poniéndose su ropa.
Mairi cruzó el cuarto y se volvió, enfrentándolo. Sus labios se movieron, pero el chorro de palabras se perdió, antes que él pudiese captar una. Baincroft. Era poco para deducir lo que la preocupaba, pero, afortunadamente, ella se dio vuelta hacia las ropas.
Ah, un problema típicamente femenino. Qué usar. Rob había descubierto, muy temprano en su vida, cuantas decisiones de esa naturaleza torturaban a las mujeres. Él podía ayudarla.
- El rojo - dijo, enfatizando la elección con una sonrisa. - Me gusta el rojo.
Ella apretó los labios, tomó la prenda y la levantó, con un suspiro de duda.
- Confía en mí - le aseguró Rob, experimentando un agudo sentimiento de culpa por la afirmación, sabiendo que había estado mintiéndole a Mairi por los últimos cuatro días.
El se vistió apresuradamente y salió, para dejándole privacidad para su higiene matinal.
Los dos asistieron a misa, la primera a la que iban como marido y mujer. El Padre Michael los bendijo con una plegaria especial, aunque lo hizo con una tal actitud de tanta tristeza y pesar que más se parecía una extremaunción. Después de todo, el sacerdote era el padre de Jehannie y amaba demasiado a su hija. Lady Meg, la madre de Jehannie, también había asistido a la misa, pero ni ella ni padre Michael los saludaron después del oficio religioso.
Rob deseó que el cambio en el curso de los acontecimientos no significase para él la pérdida de la amistad de esa pareja. Los dos habían sido seres adorables en la vida de Rob desde su nacimiento, una especie de padres adoptivos, lo que sería verdad, si él se hubiese casado con Jehannie.
Si por lo menos esa muchacha de genio volátil no hubiese insistido en acompañar a su abuelo a la corte inglesa, cuando él había venido a visitarlos, Rob ahora estaría casado con ella.
El destino había sido generoso al evitar eso, Rob pensó, con un ligero sentimiento de culpa. Si estuviese casado, como había planeado, jamás habría a encontrado Mairi.
Su madre había educado a Jehannie, desde niña, para ser una baronesa, creyendo que Rob necesitaría la asistencia de una esposa experta, para ayudarlo a lidiar con los problemas que podría encontrar, como lord de Baincroft.
También había educado al hermano de Jehannie, Thomas, a quien Trouville había consagrado caballero, Thomas había sido entrenado para actuar como escudero y portavoz de su hijo. Era un alivio para Rob saber que no perdería la relación con su amigo, ya que el casamiento con Mairi había sido idea de Thomas, y él había arreglado todo.
Ellos me odiaran ahora?, Rob le preguntó, por señales, a su madre, cuando Mairi no estaba mirando. Señaló al padre Michael y a lady Meg.
No!, ella respondió , también con gestos vivaces. Dales les tiempo. Están tristes.
Rob asintió con la cabeza y tomó el brazo de Mairi, conduciéndola de la capilla al salón.
Ella parecía serena y estaba bonita aunque su vestido estaba arrugado. Mairi era una mujer que no necesitaba joyas para dar brillo a su propia apariencia radiante. Pero igualmente Rob adoraría regalarle piedras preciosas.
De repente, él se dio cuenta que no le había dado ningún regalo de bodas. Tenía un broche de esmeraldas, en Baincroft, que serviría maravillosamente como presente, se lo daría la mañana en que hubiesen consumado el matrimonio.
Si eso sucede, se recordó a sí mismo.
EL orgullo llenaba su pecho cada vez que miraba a su esposa. Sus sentimientos ya habían ido más allá de la lujuria y el deseo de protegerla, y se extendía a algo mucho más especial de lo que él había sentido por Jehannie.
Rob estaba tan increíblemente feliz por tener Mairi en vez de a Jehannie que resolvió, definitivamente, que no sentiría más culpa por eso pues la anulación del compromiso no había sido obra suya.
Después del desayuno con la familia, Rob permitió que su madre lo convenciese de quedarse un rato más. Baincroft quedaba a apenas dos horas a caballo, y él quería dar tiempo a Jehannie para volver a la corte, antes de llegar a su casa.
Cualquier día de esos, él podría encontrarse con ella y pacificar todo el asunto, pero dudaba de que ella pudiese aceptar verlo con una bella esposa a su lado.
Además Mairi podría ponerse muy incómoda al saber que había sido su segunda elección, aún sin tener que tratar con su antigua prometida y su carácter difícil
Por más de una hora, ellos permanecieron en el solar Rob se quedó observando a su madre y a Alys conversando animadamente con Mairi. Benditas fuesen ellas dos hacían con que ella se sintiese bienvenida. Hasta entonces, Mairi había parecido un poco incómoda. Ahora, no.
Alys nunca había querido a Jehannie. Aunque su hermana jamás hubiese sido descuidada, tal vez hubiese desarrollado cierta envidia debido a la atención que Jehannie siempre había recibido de su madre, como futura esposa de Rob.
Con Mairi, Alys se estaba comportando maravillosamente, y él rezó para que la relación continuase así.
Mientras las mujeres conversaban, Rob se sentó delante del fuego, con su padre. Este pronto lo llenó de consejos. La conversación, mitad en palabras, mitad con gestos disimulados, sería graciosa si Rob no estuviese preocupado de que Mairi pudiese descubrir su secreto.
- Se lo contaré hoy, padre! - Rob exclamó, finalmente, esperando poner un punto final al asunto.
De reojo, vio que las mujeres volvían sus cabezas, en su dirección.
Mierda! La impaciencia lo había dominado, y él se había olvidado de mantener la voz baja. Ahora, todas lo contemplaban, Mairi en especial.
- Hora de partir - él declaró, levantándose para evitar cualquier pregunta. Extendió su mano a ella. - Ven, Mairi.
No hubo objeciones, él se dio cuenta. Obviamente, todos estaban ansiosos de que él se llevase a Mairi a Baincroft y contase toda la verdad.
Sería posible que sus padres mantuviesen alguna esperanza de que Mairi rompiese el contrato matrimonial cuando él le dijese sobre su sordera? Sinceramente, él esperaba que no. Y, aún así, ellos debían estar pensando que, si eso sucediese, con certeza eso le abriría el camino a Jehannie.
Lo que ellos no podían saber era que Rob ya no quería tenerla como esposa, no después de haber conocido a Mairi,
Lucharía con todas las fuerzas, haría cualquier cosa para que ella quisiese quedarse y para que correspondiese a su amor.
Alys propuso a ayudar Mairi a preparar el equipaje, mientras Rob y su padre salían para mandar a ensillar los caballos.
Cuando las mujeres dejaron el aposento, o conde resolvió contarle a Rob la noticia es sobre el prisionero que Andy había traído hasta allí.
- El hombre que atacó a tu esposa está muerto - dijo
- Vos lo mataste? - preguntó Rob, incapaz de creer que Trouville le sacaría la vida a alguien.
El conde arqueó una de las cejas.
- Le Dejé un puñal cerca, en un olvido muy conveniente. Él temía ser torturado.
- Yo quería respuestas - murmuró Rob decepcionado. - Información.
El conde se encogió de hombros, como si eso no importase.
Le arranqué todo lo que pude...
- Y entonces?
- Ranald Maclnness lidera una banda de facinerosos, una escoria de hombres expulsados de otros clanes que sirven a cualquier lord por dinero. Él quiere a tu mujer. Viva o muerta.
- Muerta? Por qué? - preguntó Rob, sin entender por qué Ranald podría querer ver a Mairi muerta. El hombre que la había atacado debía estar loco o no había comprendido las instrucciones de Ranald.
- La gente de Craigmuir no se someterá a su autoridad como lord mientras Mairi esté viva - le explicó Trouville. - A menos que él la mantenga como rehén, haciendo de ella su esposa.
- él vendrá por ella - murmuró Rob. No necesitaba saber nada más. La vida de Mairi sería despreciada o transformada en un infierno, si Ranald alcanzase sus objetivos.
Aunque quisiese vengar la muerte del padre de Mairi y estuviese ansioso por apartarla de cualquier futura amenaza, Rob tenía esperanza de poder resolver las cosas entre Mairi y él, primero. Allí había otra razón para no demorarse más.
- Dentro de dos o tres días- Rob concluyó. Él vendrá.
Rob sintió la mano firme de su padre posar en su hombro y se volvió.
- Voy mandar un espía. Él nunca llegará a Baincroft.
- No. Déjalo venir! - exclamó Rob, con rabia.
- No te gustará matarlo - dijo Trouville, los ojos negros llenos de tristeza. - No es una cosa fácil.
Rob se dio cuenta entonces que no le había contado nada sobre el ataque a Craigmuir, donde había matado hombres hasta perder la cuenta.
El conde había entrenado a Rob desde a infancia y se había sentido orgulloso cuando el muchacho había sido consagrado caballero y había vencido en los torneos a través del continente europea. Aun así, consideraba que su hijo era incapaz de ejercer violencia cruda y que tenía un corazón demasiado tierno como para afrontar una amenaza verdadera.
- Ya tuve mi bautismo de sangre, padre - Rob admitió, con tristeza. - Realmente no me gusto, pero ese hombre debe morir bajo mi espada.
- Que así sea entonces - dijo Trouville, adoptando su acostumbrada formalidad. - Sólo me resta desearte éxito y suerte en el viaje.
- Dónde está Andy? - le preguntó Mairi a Rob, mientras cabalgaban a camino de Baincroft.
Rob había colocado nuevos pedazos pergaminos y varias barras de grafito en las alforjas, pero ella prefirió no usarlos. Su garganta le dolía muy poco, y ahora ella sabía que Rob podía escuchar perfectamente. Así que escribir no tenía sentido.
El la miró, pareciendo preocupado.
- Hum… Andy?
Ella hizo un gesto afirmativo.
- En Baincroft - Rob le explicó, con su voz profunda y resonante.
Ese timbre monocorde causó un temblor de ansiedad en el cuerpo de Mairi. Cómo no se había dado cuenta que le gustaba ese sonido? Nadie hablaba como Rob.
Mairi recordó como el deseo de Rob la había conmovido la noche anterior. Y también su promesa de que, esa noche, él la haría suya, en todos los sentidos. La ansiedad que sentía aumentaba con cada paso de los caballos.
Rob había despertado en ella necesidades que le eran absolutamente desconocidas.
Quería convertirse en su mujer. Su mujer. Ella lo deseaba, por supuesto, pero ese deseo iba más allá de los placeres que él podría ofrecerle en la cama. Quería conocerlo de todas las maneras.
Sin duda, él era cortés, valiente y honrado. Aun así, ella necesitaba compartir sus pensamientos y sus sueños y poder contar a él los de ella. Parecía que los dos habían consumido una gran parte del tiempo, juntos, evitando compartir intimidades.
El se había determinado a retardar una aproximación mas íntima, aunque Mairi sabía que Rob la deseaba tan ardientemente como ella lo hacía. Él apenas conseguía disimular la evidencia de sus erecciones se mostraba con mucha regularidad. Ella lo había notado.
Mairi había comprendido por qué él no había querido acostarse con ella, en el campamento, por primera vez, durante a viaje, o, más tarde, en el cuarto da hermana. Baincroft debía representar algo verdaderamente precioso para ese hombre. Él habría de querer consumar su matrimonio en el lugar donde vivirían y envejecerían juntos, donde ella daría a luz sus hijos habrían, y en la cama donde ella y Rob descansarían por años.
Alys le había contado que Rob había sido consagrado lord en Baincroft, con la edad de diez años, cuando su verdadero padre había muerto de una fiebre. No era de extrañar que estuviese tan orgulloso de su feudo, habiéndolo gobernado durante tanto tiempo.
El cabalgaba mas adelante, en su prisa por llegar a su hogar, y Mairi se preguntó qué los esperaba allá.
Andy los había precedido para que las cosas estuviesen preparadas para la llegada de ellos dos.
- Van a organizar otra fiesta para nosotros? - ella preguntó.
- Mira allá - dijo él, ignorando su pregunta y señalando una corriente ondulante interceptada por agrupamientos de árboles.
Rob había disminuido el paso de su caballo para que Mairi pudiese alcanzarlo. Juntos, silenciosamente admiraron el paisaje. A la distancia, un riacho sinuoso se abría camino a través de las rocas y desembocaba en un inmenso lago azul. El sol de la tarde brillaba sobre su superficie como una capa de piedras preciosas.
- Más allá del agua - anunció Rob, con un gesto do brazo -, todo esa tierra es mía.
Nuestra, pensó Mairi, ahora tendría otro lugar para llamar suyo.
Le Pareció a ella que todavía tenían un largo camino por delante, sin embargo, los campos, en los alrededores, mostraba una belleza increíble y la tarde soleada favoreció el viaje.
- Cuánto falta? - ella preguntó, notando la mirada interrogativa que Rob le dirigía.
- Unas pocas leguas - él contestó secamente, pareciendo decepcionado. Se dio vuelta y chasqueó su lengua para incitar el caballo.
- Tus tierras me parecen maravillosas, por lo poco que pude ver - ella comentó, incitando a su yegua e intentando alcanzar a su marido. - Apenas puedo esperar para llegar allá. Rob? Rob!
Demasiado tarde para intentar apaciguarlo, ella supuso, pues Rob había iba mucho más adelante , guiando su caballo sobre el tapete florido que cubría el suelo.
Ella debía recordar responder más rápidamente con elogios cuando él hiciese un comentario. Orgulloso como era de todo lo que poseía, naturalmente su marido había esperado que ella sintiese lo mismo y se había irritado cuando Mairi no lo había demostrado.
- Este debe ser un suelo muy fértil! - ella exclamó, con la esperanza de poder remediar la situación. - Las flores silvestres crecen en abundancia, los árboles y el pasto son tan verdes!
El no dijo nada, continuó cabalgando mas adelante. Qué carácter tenía su marido! Mairi lo intentó de nuevo, Cabalgando ahora justo detrás de él, Mairi preguntó ansiosamente:
- Dime, el ganado de aquí, es semejante al de las Highlands ? Qué tipo de animales crían?
Nada. Ella debía haberlo irritado mucho. Luego, de repente, él se volvió para mirar por encima de su hombro, con una sonrisa en los labios.
- Sabes nadar?
- No apropiadamente - ella confesó.
Los lagos helados de las Highland y los riachos con sus corrientes fuertes provocadas por el deshielo de la primavera no alentaban las ganas de nadar. Nadie nadaba de propia voluntad en las Highlands, sólo se entraba al agua helada por accidente. Él no recordaba la desventura sufrida cerca de Craigmuir? Nadar? Casi se había ahogado!
- Es peligroso cruzar el riacho? - ella preguntó, juzgando que rodearían el arroyo donde era mas bajo y no habría riesgo.
Después de un instante de vacilación, él se volvió, su expresión de felicidad todavía inalterada.
- Dos centenas de habitantes.
Por Dios, qué diablos tenía que ver el número de habitantes con el peligro de ahogarse? La alegría de volver a su casa debería haber alterado su cerebro, Mairi pensó sonriendo, mientras él la observaba, esperando una respuesta.
- Cuántos!
- Si, dos centenas - él repitió, con un suspiro de satisfacción, y mirando de nuevo la tierra más allá del lago - Son tierras prósperas.
Mairi pronto pensó en algo para preguntar que pudiese ponerlo contento.
- Y la cosecha? Qué se planta por aquí?
- Los Niños - él contestó, todavía examinando con orgullo visible la pequeña parte de su feudo que tenían por delante. - son saludables.
Mairi dejó escapar una carcajada.
Qué gracioso! Plantaciones de bebés! -
Era una broma? Bueno, era un progreso! - Y cómo se plantan los bebés, mi Lord?
El se volvió y la miró una vez más, pareciendo muy serio ahora.
- Tres caballeros entrenados - dijo. - Cinco escuderos. Cinco pajes. Todos, buenos muchachos.
- Hummm! - Mairi exclamó, sin saber qué decir con esa afirmación. Los hombres que estaban bajo sus órdenes eran problema de él y tenían poco que ver con ella.
Por qué Rob mencionaba temas inconexos? Tan pronto como comenzaba con un tema, lo abandonaba, y pasaba a otro. Y no respondía las preguntas, a menos que la estuviese mirando cuando ella hablaba.
La sospecha anterior volvió, dejándola preocupada. Mairi esperó hasta que Rob dirigiese su atención total al camino. Se quedó a una buena distancia detrás suyo, para que él no pudiese verle la cara . Luego preguntó, de manera muy clara:
- Podemos parar por un instante? Creo que mi yegua se está mancando.
El no le dio respuesta, ni disminuyó la marcha del caballo.
De nuevo, ella lo puso a prueba.
- La naturaleza me llama, mi Lord. Por favor, podemos parar aquí sólo un instante? - ella gritó, con todas sus fuerzas.
El continuó cabalgando como si ella no hubiese dicho nada.
El corazón de Mairi se aceleró en el pecho. Ella tiró de las riendas y su respiración se trabó en un sollozo de tristeza.
- Voy lanzarte una maldición si no paras en este exacto momento! - Mairi gritó, con la esperanza de que él se volviese para responder. - Mírame, Robert MacBain!
Nada.
Poco más tarde, Rob refrenó el caballo, se quedó a esperándola y parecía afligido al ver las lágrimas que corriendo por el rostro de Mairi. Lágrimas que ella no había podido reprimir o esconder.
- Extrañas tu casa - él murmuró con tristeza, lleno de ternura y preocupación. - Y tu padre…
Todo lo que ella pudo hacer fue asentir cuando él le extendió la mano y tomó la de ella, depositando un beso dentro de su palma. La compasión en sus ojos, era mas de lo que ella podía soportar, en ese instante en que Mairi sentía su corazón roto por su marido.
No conseguía explicarse cómo él había podido bailar tan bien, ni cómo parecía haber oído el silbido en los portones del castillo. Pero Rob no escuchado ni una sola palabra que ella le había dirigido por el camino, ella lo podría jurar.
Aunque no entendiese cómo, sabía que él escuchaba algunas cosas, pero estaba absolutamente segura de que él no podía oírla. De alguna forma, él leía las palabras de sus labios cuando la observaba hablar, y, cuando no podía ver, el diálogo era imposible.
- No llores - él le imploró, mirándola a los ojos.
Mairi forzó una sonrisa y secó el rostro con la manga del vestido.
- Vos eres mi Lord, ahora - ella declaró, formando cada palabra cuidadosamente en la boca, para que él no las perdiese. - Y mi casa es Baincroft.
El alivio sombrío en sus ojos premió su esfuerzo, pero Mairi tuve que imaginar qué desafíos iba a enfrentar en el futuro, debido a su problema de audición. Sólo la noche anterior, cuando había pensado que él podía oír, ella se había permitido ponderar sobre los problemas de tener un marido y un Lord que no podía escuchar. Parecía que esos problemas estaban superados y ella le había dado gracias a Dios por no tener que enfrentar ese tipo e vida. Solamente entonces ella se había dado cuenta cuanto la sordera de Rob podría afectar su propia existencia.
Muchas personas dependían de él como lord, ellos esperaban protección y prosperidad por parte de él.
Cómo Rob había conseguido llevar adelante sus responsabilidades como Lord? Quién había cuidara de sus negocios, quién vigilaba que le no le faltasen el respeto o que hiciesen bromas a su espalda? Y, por qué esa persona no lo había acompañado en el viaje hasta Craigmuir?
Rob no tenía un protector entre aquellos hombres que habían viajado con él, ella lo sabía, pues los hombres ni siquiera eran caballeros e no lo habían acompañado cuando él había entrado al salón de su padre, para finalizar los arreglos del casamiento. Sería sir Thomas, el hombre responsable del contrato matrimonial, quien había dejado que Rob viajase solo?
Mairi se enojó profundamente. Qué descuido imperdonable que Sir Thomas estuviese a su lado ayudándolo! Sería ella quien se ocuparía de esa función en Baincroft?
Mairi se sintió abrumada por el peso de la responsabilidad que estaba asumiendo sin saber. Debía fortalecerse para llevar a cabo esa tarea y trazar un plan. Una Maclnness no desistía de enfrentar un desafío.
Y Aparentemente, un MacBain, tampoco. Rob no era una persona débil de espíritu, de eso estaba segura. Él había enfrentado sus deberes como Lord y se había abierto camino de la mejor posible en su vida. Saber eso hizo que no se sintiese tan abrumada.
En primer lugar, ella tendría que ganarse su confianza pues, obviamente, todavía no la había conquistado, ya que él todavía tenía miedo de contarle su verdad.
Después, necesitaba asegurarse de siempre hablar de forma que él pudiese comprenderla. Comenzaría a actuar así y las cosas funcionarían.
Por último, Mairi sabía que tenía que ganarse el respeto de aquellos que vivían en Baincroft. Pues ella iba a compartir el gobierno del feudo con su marido.
Rob no era un niño indefenso, y definitivamente, no era un tonto, pues una brillante inteligencia relucía en sus ojos grises, profundamente observadores. Mente ágil y pies rápidos, para un hombre tan corpulento. Él ya había probado ser un hábil guerrero.
Mairi resolvió que conquistaría el amor de su marido antes del próximo atardecer y, entonces, él la recompensaría con su confianza, confesándole su limitación física y pidiéndole ayuda. Si no lo hiciese, ella se lo preguntaría de forma directa y, después, le ofrecería su ayuda.
Por el momento, ella necesitaba retardar la promesa venganza de su padre. Por ahora no podía esperar que su marido y sus hombres iniciasen una guerra contra su primo desde el otro extremo de Escocia. No todavía.
Ranald podía seguirla hasta allí, y Rob parecía creer eso. Si tal cosa sucediese, Mairi sólo podía esperar que Rob y su gente supiesen preparar la defensa del castillo, Mairi sabía poco sobre cómo organizar hombres armados para tal evento.
Su marido ciertamente lograría salir exitoso de un combate cuerpo a cuerpo, pero ella no llegaba a imaginarse si él sería capaz de asumir el comando de un ejército en una batalla.
Dios Santo, Mairi esperaba que Rob confiase en ella. Necesitaban desesperadamente conversar, para saber de qué forma su sordera afectaba su capacidad para defender su feudo. Sólo entonces ella podría decidir qué hacer para ayudar.
Rob estaba preocupado. Temía que Mairi llegase a la casa exhausta y en un mar de lágrimas. Debería haber dejado que descansase un día más antes de viajar, pero él necesitaba ir a Baincroft.
Estaba seguro de que Ranald llegaría en pocos días. Necesitaba armar sus defensas antes que eso sucediese.
Además la farsa de que podía escuchar se debilitaba, y no estaba seguro de por cuánto tiempo podría mantenerla. Mairi necesitaba saber, tenía ese derecho. Si por lo menos encontrase una manera suave de contarle…
Solamente una vez, cuando tenía 10 años, había mantenido esa misma mentira con Trouville por pocos meses, pero en ese había hecho el mínimo esfuerzo para esconder su sordera. Jamás había negado su condición, aunque no ofrecía voluntariamente esa información a cualquiera.
Henri o Thomas, y muchas veces el conde, lo acompañaban a los torneos, asumiendo la tarea de llevar adelante las conversaciones cuando los otros caballeros se reunían para confraternizar.
Su escudero se encargaba de informarlo cuando tal cosa no acontecía, pero Gareth había sido consagrado caballero, y había partido para ganar sus propios premios. Henri había asumido sus deberes en Francia, en las propiedades de Trouville, las cuales heredaría algún día. Y Thomas, por supuesto, quien continuaba con la pierna quebrada.
Esa aventura en la que Rob se había metido solo estaba resultando más difícil de lo que había imaginado, pero no imposible, gracias a Dios. Él se había arreglado de manera absolutamente independiente por primera vez en la vida, pero necesitaba urgentemente un descanso, y poder volver a ser él mismo.
Necesitaba a Mairi. Y necesitaba que la verdad se instalase entre ellos dos. Ella debía ver como él había hecho una administración exitosa en Baincroft y como el acuerdo matrimonial firmado por su padre resultaría en su beneficio.
Mairi tenía que decidir quedarse con él antes que la pasión lo dominase y tomase las riendas del destino de ambos Y, debido a la promesa que había hecho la noche anterior él tenía sólo un día para convencerla.
Llegaron al punto en donde se cruzaba el riacho. Sus hombres y los de Trouville habían construido una puente allí, hecho de troncos apoyados en piedras. Él desmontó y ayudó Mairi a descender, dejando que ese cuerpo adorable se desliza a lo largo del suyo hasta que los pies de ella tocaron el suelo. Una deliciosa tortura.
Ella sonrió, las lágrimas ahora estaban secas e y su piel rosada brillaba delicadamente como pétalos de rosa, Rob adoraba esa piel suave y sedosa. Sintió que su corazón se aceleraba, cuando la sujetó por la cintura.
- Aquí estamos - Rob dijo, señalando el otro lado del puente.
- Si - Mairi respondió.
Rob se dio cuenta del nerviosismo que ella intentaba esconder. Debía sentir miedo de que la gente de Baincroft no la recibiese bien. Y tenía razones para pensar eso, pues ella no era parte de ese pueblo, sino una mujer de las Highland.
Era mejor que Thomas se hubiese ocupado de esa posibilidad, o Rob lo desollaría vivo con la pierna rota o no. Y si el canalla no hubiese despachado a su hermana en el momento en que llegasen, Rob se ocuparía de ponerla en el camino a Inglaterra, para bien o para mal. Mairi no necesitaba enfrentar más cosas que la irritasen después de todo lo que había sufrido en el Viaje hasta allí, y él planeaba asegurarse de que nada la importunase.
Rob le tomó la mano y caminaron, atravesando el riacho, tirando de las riendas de los caballos. En la otra orilla, él sacó una manta de la alforja y la extendió en el suelo.
- Descansa - él murmuró, apartándose para llevar a los animales a beber, el borde del riacho.
Rob se arrodilló a pocos metros, corriente arriba, se lavó las manos y tomó un trago de agua. Al levantar el rostro, vio que Mairi lo había seguido, para refrescarse y saciar la sede
Siguiendo un impulso, él sumergió las manos y las levantó, llenas de agua fresca, ofreciéndosela a ella, con una sonrisa provocativa.
Mairi retrocedió y se rió, metió las manos en el riacho, y lo salpicó en el rostro.
- Muchacha malvada! - él exclamó, examinando la corriente. El lugar era bajo, aunque turbulento. No habría ningún peligro. Él hizo un gesto seguido de una mirada interrogativo.
- No! - reclamó Mairi. - no debemos llegar mojados…
Rob se encogió de hombros, concordando con ella. Mairi tenía razón, después de todo, difícilmente ella aceptaría quitarse las ropas y ciertamente no podría nadar vestida.
Algún día, él la traería de vuelta a ese lugar que se parecía tanto al lugar de Craigmuir donde habían se besado por primera vez.
Pensando en eso, Rob se agachó y cortó unas flores silvestres.
- Para vos - él dijo, extendiéndoselas.
Mairi tragó en seco y, entonces, inclinó a cabeza aceptando el regalo.
A Rob le hubiese gustado transmitirle su confianza a ella, prometer por su vida y por su honor que ella tendría una vida feliz y protegida allí, y que sería amada por el resto de sus días. Quería que Mairi supiese eso, quería que ella contase con eso.
Pero las palabras se amontonaron en su cabeza y él tuvo miedo que saliesen en el orden equivocado, o que su tono de voz sonase muy duro y áspero y no hubiese ninguna emoción en esas palabras.
En vez de eso, él se inclinó y besó suavemente los labios de Mairi. Pero aun así, aquello no le pareció suficiente para sellar las promesas no pronunciadas.
Cuando los labios de Mairi se abrieron, bajo los de él, en una invitación inequívoca, Rob sintió que todas sus buenas intenciones se desvanecían en el aire.
Mairi deslizó su dedos por sus cabellos dorados y saboreó el gusto de la boca de Rob y disfrutó la presión de su cuerpo rozando el suyo.
El murmullo del agua corriendo entre las piedras y o los gritos de un pájaro a la distancia, nunca serían oídos Rob, ella reflexionó con tristeza. Así como las palabras que ella pudiese pronunciar en el frenesí de la pasión. Pensar eso aumentó el fervor de su beso, poniendo en él todo lo que sentía.
Por un breve interludio, Mairi se abandonó a esa pasión, confiando en que Rob se entregaría al deseo también. No quería que él se detuviese.
El la soltó, sus bocas todavía estaban muy cerca, sus manos fuertes estaban sobre ella, como si quisiese calmar cualquier arrebato que hubiese despertado en Mairi.
- Será preciso mucho más que eso para detenerme - ella murmuró, más para sí misma que para su marido.
Rob levantó a cabeza, tal vez sintiendo la respiración de Mairi rozarle la oreja.
- Qué? - él preguntó sonriendo. Mairi decidió ser directa.
- Te quiero - ella susurró, pronunciando claramente cada palabra, como si fuese una cuestión de vida o muerte.
- Yo sé - él respondió, los ojos grises llenos de un intenso deseo y plena comprensión. Rob apartó una mecha que caía sobre la frente de Mairi, con un gesto delicado, y se rió.
- Un beso no me basta - respondió Mairi insatisfecha. Se apartó y se sentó de espaldas a él. Sabía muy bien que él estaba excitado y que luchaba, con todas sus fuerzas, para no mirar ese punto de su cuerpo que lo denunciaba. Sería tan simple resolver toda esa incomodidad. La de él y la de ella.
Ahora no, Mairi se recordó a sí misma. Rob estaba impaciente por llegar a su casa. Y, con certeza, ansioso de acostarse con ella, no había nada de qué preocuparse.
Si, por lo menos, pudiese deshacerse de la insatisfacción que sentía podría encontrarle alguna gracia a ese episodio, como Rob parecía encontrarle. Esa insatisfacción la enojaba. Tal vez fuese mejor reír que llorar como tenía ganas de hacer.
Después de todo, estaban allí, parados a la orilla de un riacho, a plena luz del día, bien visibles desde el puente y cualquiera que pasase podría verlos. No, no eran las circunstancias apropiadas.
Mairi maldijo sus manos temblorosas. Acomodó su trenza deshecha debajo de la redecilla de y forzó una sonrisa, antes de darse vuelta. Rob ya estaba de pie y le extendía la mano para ayudarla a levantarse.
- Eres una dulzura - dijo Rob, con una sonrisa juguetona.
- Y vos sos cruel - ella retrucó, frunciendo la frente. Raras veces ella le había oído esa risa plena, sonora y profunda como su voz, y espontanea como la de un niño. Y contagiosa, también.
Fue imposible no reírse con él y de sí misma, por sus pensamientos y sus actos tan atrevidos e impropios para una dama. Y de él, también, simplemente porque Rob estaba visiblemente excitado, y todavía lograba reírse de ese hecho.
Todavía riéndose, él la condujo hasta el caballo y la levantó, colocándola en la silla. Cuando la vio sentada, le dio un palmadita en el muslo, acariciándola suavemente.
- Oh, mi Rob, Dios te bendiga, eres una persona tan alegre.
El le entregó las riendas y cerró sus dedos sobre los de ella.
- Mi fogosa Mairi - Rob respondió, con una mirada sugestiva.
Ela no estuvo segura de si le había gustado ese comentario! Fogosa no era una palabra que ella usaría para describirse a sí misma en el pasado, pero, tenía que reconocer, que era bastante apropiada respecto a lo que sentía por Rob.
Varias veces, hasta ese momento, los dos se habían aproximado a una mayor intimidad y luego habían retrocedido. Pero ella le pondría un fin a ese juego. Si él la besase nuevamente, a menos que estuviesen delante de gente, ella tenía toda intención y determinación de seguir adelante hasta la consumación!
Estás avisado, mi querido lord Robbie, ella pensó. Las imágenes que se formaron en su mente, de lo que podría suceder si él no obedeciese su silenciosa advertencia, la hizo sonreír durante todo el camino hasta Baincroft.
Cuanto más cerca llegaban, más Rob apresuraba el ritmo de la marcha de los caballos. Pronto, el castillo surgió delante de ellos.
- Es muy lindo! - ella exclamó. Pronto, se dio cuenta que los ojos de su marido no estaban en ella. Ella avanzó y se puso a cabalgar a su lado, repitiéndole lo que había dicho. Necesitaba tener eso en cuenta, Mairi se reprendió a sí misma. Rob necesitaba leer las palabras en sus labios.
- Si - respondió Rob, sus ojos grises brillaron con emoción, agradeciéndole. Rogaba para que Mairi sintiese lo mismo que él. - Un bello hogar.
Alys había alertado Mairi que no esperase que Baincroft fuese igual al castillo de Trouville. Y no lo era. Por lo menos, no en tamaño, este castillo parecía ser la mitad del de los padres de Rob, aunque era mayor que el de Craigmuir.
Muy diferente a la fortaleza en las Highlands y de sus murallas macizas, este castillo parecía mucho mas limpio y cuidado que las fortalezas de sus tierras.
Su padre nunca le había dado mucha importancia a la apariencia del castillo, sólo a las defensas. Pero Baincroft ciertamente era un lugar más pacífico que su hogar en las Highlands.
Un cambio justo, reconoció Mairi. La agreste magnificencia de la tierra de donde ella había sido arrancada a cambio de la paz y la belleza de este lugar resplandeciente.
Ella oyó la trompeta de bienvenida sonar, allá arriba, en la torre de vigilancia. Luego cuando se aproximaron a los portones, se oyó un silbido agudo, muy parecido a aquel que los había saludado cuando habían llegado a Trouville.
Rob inmediatamente miró hacia arriba y saludó con la mano, sonriéndole al hombre de pie en la muralla. Este, sin embargo, no sonrió en respuesta, pareciendo enojado de verlos allí.
Los portones ya se abrían, y Rob avanzó, abriendo camino. El patio hervía de actividad. Pero repentinamente esa plena actividad cesó, y toda la gente allí pareció congelarse, ante la vista de su lord.
O quizás era a ella a quien le lanzaban esas miradas preocupadas. Algunos intercambiaron gestos y señas, otros murmuraban entre sí.
Mairi notó que Rob se congelaba también, lo vio en la postura tensa de sus hombros y por sus nudillos que se pusieron blancos de tanto apretar las riendas. Con un saludo breve a aquellos que aparecían en su camino a medida que avanzaban, él continuó cabalgando hasta llegar a los escalones de madera del castillo.
Un hombre delgado y atractivo, de cabellos negros, los esperaba en lo alto de la escalera. Mairi reconoció a sir Thomas apoyado en un bastón, el caballero que había ido a Craigmuir para arreglar su casamiento con Rob.
Entonces, él debía haberse lastimado, decidió Mairi. Eso explicaba por qué no había vuelto a Craigmuir para ayudar Rob, como debería haber hecho. Verlo allí era un grande alivio. Afortunadamente, era obvio que a pesar de su herida él podía realizar sus tareas como administrador de Rob.
Mairi le sonrió al caballero, quien se limitó a morderse el labio y mirar a su marido, con una expresión preocupada.
Los vasallos tenían miedo de Rob? Su llegada los asustaba? Andy, el rubio había parecido querer mucho a Rob y temerlo tan poco que algunas veces comportaba de manera impertinente. Mairi se sintió afligida porque pudiese existir un lado oscuro en MacBain que ella todavía no conociese. Rob desmontó y fue a ayudarla a bajar. Con una de sus manos en su cintura, él la condujo hacia arriba, por los escalones, mientras los criados corrían y comenzaban a retirar el equipaje de los caballos. A medio camino, sir Thomas se puso a gesticular frenéticamente. Mairi decidió que Rob había hecho alguna pregunta con las manos, que ella no había podido ver, pues su marido soltó un insulto. En seguida dijo:
- Conoces a Thomas, verdad? - él le preguntó a ella, cuando se aproximaron al caballero, dejando en evidencia su impaciencia para hacer las presentaciones.
- Si - respondió Mairi. - Es un placer volver a verlo.
El caballero se inclinó como pudo, en una reverencia, equilibrándose en su bastón.
- Sea bienvenida, mi lady.
Rob apenas le dio tiempo para enderezarse, pasando al lado del hombre y entrando por la puerta. En el instante en que llegaron al gran salón, inmediatamente condujo a su esposa en dirección a la escalera. Y estaba tan apresurado que casi la arrastraba.
Una extraña sensación dominó a Mairi. Toda esa urgencia no era porque Rob estuviese impulsado por la necesidad imperiosa de estar a solas con ella. Su intuición femenina le decía que él quería esconderla, sacarla fuera del camino...cuanto antes.
Algo muy extraño estaba sucediendo allí. O a punto de suceder. Algo que todos sabían, menos ella.
- Ah, entonces, era verdad! - se oyó un grito desaforado. Una voz aguda llamó la atención de Mairi en lo alto de la escalera.
Una joven de cabellos negros, con las manos en las caderas, estaba en pie, en lo alto de la escalera. Parecía tener la misma edad que Mairi. Era baja, de una belleza delicada y vestía un traje deslumbrante de lino bordado. Y estaba absolutamente furiosa.
Rob se paró en seco, bufando, y levantó sus ojos al cielo. Insultó tan bajo que sólo Mairi pudo oírlo.
De repente, las manos de la joven realizaron movimientos extraños, como si estuviese lanzándoles una virulenta maldición a los dos, y Mairi fascinada no logró desviar sus ojos,.
Entonces, repentinamente la joven descendió los escalones, se aproximó a Rob y lo abofeteó violentamente en la cara. El golpe hizo eco en las paredes del castillo, acompañado por los jadeos horrorizados de los criados que presenciaban la escena.
Rob soportó el golpe sin vacilar, y no dio respuesta, no hubo palabras, acciones o expresiones. Mairi consideró que él estaba en estado de shock.
Ella, con certeza, lo estaba. Cualquier persona, hombre o mujer, que alguna vez hubiese insultado a su padre de ese modo, con semejante furia, sin duda hubiera sido decapitado en cuestión de horas .
Entonces, la joven enfurecida pasó por al lado ellos, descendió la escalera, cruzó el salón y salió por la puerta abierta. Rob se enderezó y giró su cabeza, observándola. Fue el único movimiento que hizo.
- Qué diablos es esto? - preguntó Mairi horrorizada.
Rob no respondió. Su boca, normalmente tan expresiva, se había transformado en una línea dura. Un músculo latía en su mandíbula. En su mejilla izquierda había una mancha rojiza donde los dedos de la muchacha habían quedado marcados.
Los criados, en el salón, todavía jadeaban, sus ojos fijos en la puerta por donde la mujer había salido y luego dirigidos a Rob. Todos, como Mairi, esperaban una reacción. Tenía que haber alguna reacción.
Rob continuó de pie, en silencio, por algún tiempo.
Luego, como si nada hubiese sucedido, se volvió y descendió la escalera, cruzando el salón para ir al encuentro de sir Thomas. El caballero se movía torpemente, pareciendo vencido por el dolor.
- Ella se fue - él anunció.
- A dónde? - preguntó Rob.
Sir Thomas sacudió la cabeza y se encogió de hombros.- Partió a caballo - dijo, vacilando apenas un instante antes de agregar: - En su caballo.
De nuevo, un músculo de la mandíbula latió cuando Rob apretó los dientes. Le siguió un momento de silencio tenso.
Esa mujer había insultado a su lord, causándole una situación de extrema humillación y vergüenza delante de sus vasallos y criados, y le había robado su un valioso garañón. Mairi sintió miedo. Temía oír cual sería el castigo a ser aplicado, aunque ese castigo obviamente fuese merecido por ese acto de indudable idiotez.
- Muéstrale Baincroft a Mairi - ordenó Rob, secamente, lanzándole a sir Thomas una mirada que prometía una retribución severa, la cual no podía ser llevada a cabo de inmediato.
Esa expresión la asustó, pues Mairi jamás había visto una expresión de tanta furia en su marido, a no ser durante la batalla en Craigmuir, y, más tarde, cuando ella había sido atacada.
Aun estando atemorizada, ella tenía que hacer la pregunta que la corroía internamente. Tirando su manga, para llamar su atención, ella lo miró a la cara.
- Vas a ir detrás de ella?
- No. - él la sujetó por el hombro y, luego, deslizó su mano por su brazo, en un contacto suave que descendió hasta tocarle los dedos.
- Ve con Thomas, querida. - Rob intentó sonreír, pero fue sólo mal intento. - Por favor,
Mairi asintió, sin ganas de apartarse de él en ese momento, dadas las circunstancias. Rob tenía buenos motivos para estar enojado, ella admitió, aunque le preocupaba verlo así. Pero no había nada que ella pudiese hacer para ayudarlo a resolver ese problema.
Si Mairi conocía un poco o marido, su buen humor pronto retornaría, él no parecía ser una persona de alimentar odio o guardar rencor. Para el propio bien de esa mujer, Mairi esperó que estuviese acertada.
Sir Thomas le ofreció el brazo, y Mairi lo aceptó. Esa formalidad parecía ridícula, ya que él necesitaba esa mano para apoyarse en un segundo bastón que le habían acercado.
El pobre hombre parecía al borde de un colapso nervioso, debido a los actos de esa mujer demente o debido al dolor en su pierna lastimada. Rob ya los había dejado.
- Qué le sucedió en la pierna? - ella preguntó.
- Me Caí y me quebré a pierna, ya hace quince días - él murmuró, intentando poner una sonrisa en su rostro desencajado.
- Entonces debería estar en la cama. O sentado, con la pierna debidamente levantada.
Mairi esperaba, con eso, ganarse la confianza del caballero y enterarse de la verdadera historia de lo que estaba sucediendo.
- No se preocupe, Mi lady - él murmuró, mientras caminaban en dirección al fondo del salón.
- Permítame presentarle a la señora Morgan. Ella la va a acompañarla en una recorrida por los aposentos de la torre y a acomodarla en el cuarto del lord. Es difícil para mí subir la escalera.
- Estoy segura de que lord MacBain no tuvo intención de ordenarle que subiese la escalera para acompañarme.
- No se equivoque, Mi lady. Rob puede querer quebrarme la otra pierna y arrancarme la cabeza en cualquier momento!
Creo que trata a su lord de una manera excesivamente íntima e impertinente, caballero- ella lo reprendió.
Todos los vasallos trataban a Rob con semejante falta de respeto? Incluso Andy se había referido a él con excesiva intimidad. Llamar a un lord por su nombre, sin el título, era cosa que nunca había oído e incluso ella se rehusaba a tratarlo así. Salvo en la intimidad, por supuesto. Pero el trato de los vasallos y criados no le parecía apropiado.
Los problemas allí debían ser peores de lo que había sospechado. Si, Rob necesitaría de su ayuda para poner las cosas en orden en ese castillo.
- Mis sinceras disculpas - murmuró Thomas, claramente ofendido con el comentario. - Rob y yo crecimos juntos y, a veces, olvido cual es mi posición. No soy mas que un humilde administrador, después de todo, y probablemente ni eso seré después del día de hoy.
- Me gustaría que… me contase qué está pasando, sir Thomas. El personal estaba temblando de miedo, como si nuestra llegada fuese una pesadilla. Esa mujer demente que atacó mi marido tiene algo que ver con todo eso?
- Obviamente - él admitió, con un suspiro de resignación. - Sin embargo, no estoy autorizado a hablar de eso.
Mairi consideró su respuesta y llegó a la conclusión que la muchacha debía ser la amante de Rob.
- Bien, ella no es una pariente, puedo deducir eso. Tampoco es una simple criada, a juzgar por su atrevimiento.
La expresión agónica del caballero se hizo todavía más patética. Él abrió la boca para hablar, pero la cerró en seguida. Luego, pareció reunir coraje y murmuró:
- No debo hablar sobre ella, Mi lady. Ella no es problema suyo.
- No importa. Creo que ya me dijo lo suficiente. Qué otra razón podría haber para que su marido le ordenase al personal que no hablase sobre esa mujer. A menos que ella fuese... su concubina?
Rob no había sido el único en sufrir la mirada de odio de esa mujer. Como esposa, de alguna forma, Mairi era, en parte, destinataria de ese ataque. La llegada de la legítima lady a Baincroft difícilmente provocaría ese tipo de retirada a alguien que no fuese la amante del lord.
Thomas condujo Mairi al fondo del salón y a las cocinas, donde la dejó a cargo de la señora Morgan. Ella resultó ser una mujer cuya cara parecía esculpida en piedra. Probablemente no le daría ningún dato sobre la amante de su marido. Mairi ni se atrevió a preguntar.
Bien, qué cálida bienvenida para la nueva esposa del lord de Baincroft, pensó Mairi, sacudiendo la cabeza con tristeza. Aunque era bello y confortable, ese castillo ocultaba secretos oscuros y amargos.
Parecía que su marido era temido por sus vasallos, pero no igualmente ellos le faltaban el respeto. A ese problema tenía que agregar el hecho que tendría lidiar con la amante de Rob, quien tenía un carácter explosivo y nada de sentido común. Esa mujer volvería, Mairi no tenía duda.
Después que Rob le hubiese dado el castigo por la bofetada y por el robo del caballo, Mairi con certeza tendría que tratar a esa mujer. Expulsarla, aunque estaba entre sus derechos, era inadmisible, y era responsabilidad de la lady del castillo ocuparse que ese tipo de problemas fuesen resueltos.
Gracias a Dios, Rob había elegido una Maclnness como esposa. Una mujer más débil podría haber considerado esa tarea como odiosa. Ella, sin embargo, aceptaba el desafío con dignidad.
- Nada de fiesta esta noche - dijo Rob haciendo señas, y luego cruzó los brazos sobre su pecho con la frente fruncida.
De acuerdo! - exclamó Thomas aliviado. Siento mucho lo que pasó con Jehannie, él le comunicó por señas, frotando su mano sobre su corazón y pasando el pulgar por su rostro para indicar el nombre de su hermana. Luego continuó con movimientos duros y enfáticos. Intenté convencerla de que se marchase. Juro que lo intenté!
Sin duda, Thomas debía haberlo intentado. Rob sabía exactamente cuan irreductible y temeraria Jehannie podía ser.
Thomas parecía vacilante, ahora.
Tu esposa Cree que mi hermana es tu amante.
Rob levantó los ojos hacia el techo, en un gesto de desánimo, luego cayó sentado sobre una silla, al lado de la chimenea y suspiró.
Se lo explicaré más tarde.
Thomas sintió, su rostro todavía era de preocupación.
- Jehannie está desaparecida.
- Jehannie va a ir a buscar a mi madre - Rob aseguró, en voz alta, pues Thomas estaba de espaldas. - Es lo mejor. - Luego cambió de tema, pues no había nada más que pudiesen hacer, por el momento, acerca de Jehannie. - Debemos prepararnos para un ataque del primo de mi esposa - dijo, amontonando las palabras y sin preocuparse en corregir su atropello. Con Thomas, no necesitaba tomarse ese trabajo. Su amigo lo comprendía.
Thomas lo miró dejando escapar un largo suspiro.
Andy me contó que los hombres del nuevo lord los habían seguido, y vos los mataste.
Rob usó las manos de nuevo y le contó a Thomas todo lo que había pasado. Sospechaba que Andy ya se había anticipado en el relato de la historia completa, cuando había llegado a Baincroft el día anterior, trayendo a Jehannie.
Interrogaste al prisionero que capturaste?, preguntó Thomas.
Trouville lo interrogó. Ranald Maclnness quiere ver a Mairi muerta, si no puede casarse con ella. Rob le explicó a Thomas su convicción de que serían atacados en días.
Thomas admitió que eso podía ser un problema. Baincroft tenía pocos soldados acostumbrados a batallas.
- Voy a examinar las defensas - resolvió Rob, levantándose y dirigiéndose a la puerta, dispuesto a hacer por lo menos algo productivo ese día.
Su amigo lo tomó por el brazo.
- Qué pasa? - Rob preguntó, bajando sus ojos hacia Thomas, quien continuaba sentado.
- Y Jehannie, Rob? Acepté que ella fuese a quedarse con lady Anne y lord Edouard, pero, después? Qué va ser de ella? Tengo que pensar en algo.
Había una súplica en los ojos de Thomas, no la súplica de un súbdito a su lord, sino la de un amigo a otro. Thomas adoraba a Jehannie.
Rob comprendió la situación de Thomas, como hermano. No era justo que ella sufriese por algo que no era culpa suya, por el compromiso roto por otra persona. Aunque ella hubiese reaccionado de forma absurda y vergonzosa para ambos delante de todos, Rob no tenía intención de castigarla.
Pero eso no sería para el bien de ella, s Jehannie necesitaba aprender a controlar sus impulsos. Cuantas veces él y Thomas habían pensado que eso era necesario, para resguardar a Jehannie de sí misma? Para prevenir que hiciese alguna tontería que podría meterla en graves problemas? Muchas veces. Era un asombroso que ella hubiese llegado a la edad adulta ilesa. Aún enojado como estaba, Rob sabía que haría cualquier cosa dentro de sus posibilidades para evitar que Jehannie sufriese.
- Pondré todo en su debido lugar, pronto - él afirmó a su mejor amigo, con una sonrisa que no dejaba lugar a dudas. Le dio un palmadita afectuosa en el brazo de para tranquilizarlo.
- Deberías hablar con ella - sugirió Thomas. -No vas a hablar con ella?
- Si, después de resolver mi problema con Ranald Maclnness.
Los hombros de Thomas se relajaron, y su comportamiento cambió por completo. La preocupación pareció evaporarse, dejándolo mas aliviado.
Thomas probablemente lo conocía mejor que cualquier otro hombre, y creía que Rob lograría resolver cualquier situación.
Rob respiró profundamente y salió a supervisar a los guardias. Sería una larga tarde y una noche todavía más larga, él sospechaba.
Tenía que inspeccionar la armería en primer lugar, para determinar si todo estaba en orden. Las armas debían ser examinadas y distribuidas, y cada hombre debía tener su posición asignada para defender el castillo, en caso de un ataque.
Gracias a Dios, hacían maniobras de entrenamiento todos los meses y sus soldados se mantenían en forma, aunque no hubiese muchos para instruir. Nunca había sido preciso contratar más soldados, sería un gasto innecesario, además de un gasto extra en alimentos y hospedajes. Quién podría haber adivinado que algún día él iba a necesitar un ejército?
Enfrentar esa noche iba a requerirle más esfuerzos que preparar una batalla. Por más que desease a su esposa, Rob ahora se daba cuenta que había sido precipitado en hacerle esa promesa.
Llevarla a la cama, implicaría revelarle su secreto primero, para que ella pudiese escoger si se quedaría con él o anularía el matrimonio. Y no había tiempo suficiente antes de aposentarse, para evaluar cuál sería la reacción de ella. Rob iba a estar demasiado ocupado esa tarde preparando las defensas.
Rob se pasó la mano por el rostro, demorándose en la mejilla que todavía le ardía por la bofetada de Jehannie. Como si no tuviese suficientes problemas, Mairi sospechaba que él tenía una amante, una amante con la audacia de mostrar públicamente su rabia y huir robándose su caballo.
Qué estaría pensando su esposa de él en ese momento? Y cómo podría hacerla cambiar de idea en tan pocas horas?
A lo largo de esa tarde, Rob dejó de lado sus preocupaciones lo mejor que pudo y se concentró en los preparativos. Ranald Maclnness seguramente no esperaría que él estuviese preparado para un ataque tan pronto.
La trompeta sonó al final de la tarde, cuando Rob venía de la armería con su espada recién afilada. Por un instante, esperó una señal del centinela de la torre, informando que los escoceses de las Highlands se aproximaban.
En vez de eso, uno de los portones se abrió lo suficiente como para que Andy, el rubio pasase con su caballo. Rob se dio cuenta inmediatamente, que algo andaba mal. Había dado órdenes a Andy de que siguiese a Jehannie y se ocupase de su seguridad.
Andy galopó hacia el patio y desmontó rápidamente, arrojando las riendas al joven Elfled, quien había acompañado a Rob en la verificación de las armas.
- Ella desapareció! - gritó Andy, su rostro rojo por la agitada cabalgata. Le expresó con señas que la había perdido.
No está con mi madre?, preguntó Rob, por gestos. Andy se sacó el yelmo e sacudió la cabeza, gesticulando.
- No. No la vi en ningún lugar del camino. Simplemente, desapareció! Es necesario que salgas a encontrarla!
El corazón de Rob casi se detuvo. Si Jehannie se hubiese cruzado con lord Maclnness y sus hombres… pero entonces recordó que ella solía desaparecer cuando era niña, cada vez que algo no salía del modo en que ella quería. No sería del todo imposible que ella estuviese usando uno de sus trucos ahora. Estaba amargada y tan llena de rabia como él nunca la había visto.
Aún así, Jehannie sabía mejor que nadie que no debía aproximarse a un grupo de hombres extraños y también sabía cómo eludirlos, si los viese acercándose. No había modo de que Lord Maclnness y sus hombres pasasen desapercibidos.
Si, por alguna trampa del destino, los hombres hubiesen avistado a Jehannie, Rob sabía que el caballo que ella había robado la ayudaría dejar a escapar. Ella era una excelente amazona y el garañón era rápido como el viento. Salvo por el problema con los Maclnness, él no veía ninguna razón para salir a buscarla.
Rob se preguntó en qué lugar ella había decidido esconderse esta vez, en la vieja torre en ruinas o en alguna de las cabañas de los pastores. No tenía dudas de que ella se quedaría escondida hasta que todos los pobladores de ambos los castillos hubiesen agotado sus esfuerzos para encontrarla.
Pero las cosas no serían así esta vez, decidió Rob. no tenía ni hombres ni tiempo que perder en una búsqueda inútil. Ni siquiera mandaría a uno de sus hombres hasta el castillo de su padre para pedirle que se ocupase de buscar a Jehannie. Si ella era tan tonta como para pensar que todos iban a abandonar sus tareas y correr como perros detrás de ella, Jehannie estaba absolutamente equivocada.
Ella se escondió, le dijo a Andy. Dejaremos las cosas como están.
- A Thomas no le va a gustar esto!
Rob arqueó las cejas. Andy nunca había dado mucha importancia a lo que Thomas pensaba. Aunque no normalmente se llevasen bien, Thomas jamás había permitido que Andy olvidase quien de los dos había nacido bastardo y quien ocupaba un nivel social más alto.
O realmente está preocupado por Thomas, o todavía sigue enamorado de Jehannie como lo había estado cuando eran niños, Rob pensó,
Yo le contaré a Thomas, lo tranquilizó Rob.
Andy aceptó su respuesta con reticencia. Luego miró a su alrededor y se dio cuenta que había una actividad extraña en el patio.
- Los Maclnness?
- Probablemente. Creo que llegarán en un día o dos. - Con aire ausente, Rob pasó su dedo por el filo de su espada, admirando la suavidad del acero finamente templado.
- Hay Órdenes? - preguntó Andy, enderezando los hombros y dejando las preocupaciones respecto a Jehannie a cargo de Rob.
- Busca tus armas. Descansa. Asume la guardia de medianoche.
- Bien - aceptó Andy, vacilando por un momento antes de marchar hacia su alojamiento. - Lady Mairi, está bien?
- Muy bien - respondió Rob, contento de que su esposa hubiese conquistado el afecto de uno de sus amigos.
- Ya se lo contaste? - indagó Andy, con una mirada significativo.
Rob gruñó, sin ganas de enfrentar ese problema, cuando tenía tantas cosas en que pensar.
- No quiero consejos, Andy!
El hombre se retiró sin hacer comentarios.
Si más alguien se atreviese a decirle lo que debía hacer ese día, pensó Rob, tendría reacción idéntica a la de Jehannie. Pero no sería no sólo una bofetada. Una cabeza iba a rodar...!
Mairi pronto se dio cuenta que si quisiese ganar una posición de respeto en Baincroft, tendría que actuar rápidamente. A esa altura, tanto sir Thomas como la reticente señora Morgan se habían librado de ella como si fuese persona de poca importancia.
Su recorrida por el castillo había incluido un breve paso por las cocinas y por un corredor que conducía al cuarto principal.
El aposento tenía una enorme cama, un baúl con las ropas de Rob, una pequeña mesa y dos sillas delante de la chimenea. Había algunas armas colgadas en ganchos en las paredes, y una pesada armazón de madera para colocar su cota de malla.
Era un cuarto masculino, sin cortinas o cualquier otro adorno frívolo, pero era un espacio grande, mucho mas grande de los cuartos de muchos caballeros. Ella le agregaría un toque personal y femenino, si a su marido no le importase. Mairi se preguntó si a Rob no le gustaban los tapices y los colores vividos en su habitación. Tenía mucho que aprender sobre él. Sería un hombre amarrete a la hora de gastar en la decoración del castillo? No, no parecía un hombre poco generoso en otros aspectos.
Por lo menos, usaba velas de cera de abeja, y no esas malolientes velas de cebo, ella pensó, aspirando el aroma agradable del cuarto.
Debían gustarle las pieles, pues había muchas sobre la cama. Los cortinados de la cama eran simples, de linos teñidos de color azafrán, desprovistos de cualquier bordado o adorno. Mairi se puso a pensar en un diseño para decorarlas.
El baúl, debajo de la ventana, no tenía ningún tallado decorativo. Era de madera lisa, con herrajes sencillos, parecido al que su padre tenía.
La ventana tenía vidrios, un lujo bienvenido para conservar el calor y para prevenir que entrase el polvo. Para su satisfacción, había una enorme chimenea instalada junto a la pared, a diferencia de los braseros abiertos que había en Craigmuir.
No había un fuego encendido ahora, y la señora Morgan no se había ofrecido para encender la chimenea. Simplemente había dejado Mairi en el cuarto y prontamente se había marchado, como si tuviese cosas más importantes que hacer.
Mairi decidió que no se quedaría como una idiota donde había sido abandonada. Después de todo, ella era la nueva ama de Baincroft, y podía ir donde se le antojase.
Si nadie estaba dispuesto a mostrarle los alrededores y el castillo, ella lo recorrería sola. Este era su hogar, y no tenía que rendirle cuentas a nadie.
Con pasos firmes, volvió al salón. La agitación y las muchas personas ajetreadas que encontró en ese enorme ambiente la hicieron esconderse en un nicho en la pared, desde donde se quedó observándolos.
Los hombres arrastraban caballetes de madera y los abrían, mientras las mujeres los espantaban a los gritos, mientras las planchas eran colocadas y las mesas eran armadas. Metros de lino blanco fueron desenvueltos para cubrir las mesas.
Mairi temió que estuviesen preparando el lugar para una fiesta. Ya había sido suficiente con una. Si Rob estuviese por allí, le iba a pedir que suspendiese cualquier tipo de celebración.
En ese instante se dio cuenta que los hombres entraban, usando cotas de malla y colocaban armas sobre las mesas, parecían estar aprontándose para una guerra. El ruido y la excitación general crecieron con la llegada de más gente. Viendo todo ese preparativo militar, Mairi se dio cuenta de la causa y lamentó que nadie hubiese invitado al ama del castillo a sumarse al planeamiento de todo aquello. Quizás muchos de ellos todavía no fuesen conscientes de que tenían una nueva ama. Andy podía no haberles avisado por la presencia de la amante de Rob en el castillo.
Mairi salió de su escondrijo y caminó entre la gente. De vez en cuando, alguien le dirigía una mirada curiosa, pero nadie habló con ella ni le dio mucha atención.
No era de extrañar, ya que ni siquiera sabían de su existencia todavía, y al considerar la ropa simple que ella llevaba, podían estar pensando que ella era una pobre criada que el lord había traído de su viaje.
Esa idea la incomodó, y no ayudó en nada a mejorar su humor. Era obvio que Rob no los había avisado que se había casado. Nadie sabía del casamiento, especialmente la mujer que lo había abofeteado.
- Lady Mairi, qué hace aquí? - preguntó sir Thomas, detrás de ella.
Mairi se volvió, con las manos en su cintura. El caballero tenía el atrevimiento de mostrarse impaciente con la lady del castillo?
- Se olvida, caballero, que esta es mi casa? Acaso no puedo caminar por donde quiero? Y de qué se trata todo esta actividad? Qué están haciendo?
Había notados las cestas con hierbas medicinales que las criadas amontonaban y las sabanas de lino que estaban siendo rasgadas en tiras. Mairi sabía exactamente que estaban preparando vendajes y que estaban reuniendo los medicamentos. Ella había hecho lo mismo, muchas veces.
Sir Thomas avanzó, apoyándose en sus bastones. Parecía que se había quedado sin palabras.
- Rob… lord Robert quiere..., simplemente quiere que dejemos… eh… todo en orden para… eh…
Se están esperando para un ataque de Ranald, verdad?
Thomas dejó escapar un suspiro inquieto.
- Si, es verdad. - Con un gesto, señaló las mesas. - Vamos dejarlas preparadas, caso haya alguien herido para atender. Mi lady no debería preocuparse por eso.
Ella arqueó una de las cejas, tal como Rob hacía, a veces, esperando parecer imponente como una baronesa debía ser.
- No voy a ser tratada como una criatura, sir Thomas. Así como lord Robert dirige los preparativos de nuestras defensas para una posible batalla, mi deber es tomar las providencias para los resultados que esa batalla pueda traer.
- Como desee, Mi lady - él aceptó con reticencia. - Pero no es necesario.
Mairi miró de reojo hacia las cocinas, y, entonces, se dio cuenta de que su conversación tenía audiencia. Los ruidos habían disminuido, así como la actividad del trabajo, y las personas se habían detenido para escuchar. Esto es sencillamente perfecto, Mairi pensó. Es un buen momento para dejar clara su autoridad.
- Cómo estamos de provisiones, si hubiese un asedio al castillo? - ella le preguntó al caballero. Pronunció las palabras cuidadosamente, queriendo intencionalmente expresarse con el acento de las Lowlands.
- Las despensas están prácticamente llenas - respondió orgullosamente un muchacho, como si él hubiese reunido las provisiones personalmente. - Carne en buena cantidad, seca y fresca. De cereales y granos hay menos, porque estamos lejos de la cosecha, pues el verano…
Si, puedo entender - ella respondió, ahorrándole las explicaciones. Había otros asuntos, más urgentes que el pan.
- Agua? Dónde están ubicados los pozos?
Un criado se enderezó.
- Hay dos, mi lady. Bien protegidos y accesibles.
- Saquen bastante agua y mantengan las ollas en el fuego, hay que tener agua hervida para limpiar las heridas. Quiero todas esas cestas con hierbas al alcance de la mano, así como las vendas. También Vamos a precisar agujas e hilo. - Mairi hizo una pausa por algunos instantes. - Ah, si, manden a algunas personas a recorrer las despensas y los cuartos menos usados para recoger todas las telas de araña que encuentren. - Ella Se calló, tamborileando un dedo sobre su boca mientras pensaba.
- Telas de araña, Mi lady?
- Para detener las hemorragias - ella respondió, con aire ausente, todavía perdida en sus pensamientos.
- Quizás mi lady quiera determinar las maniobras de los hombres… -- sugirió Thomas con ironía.
- No, eso no me corresponde - ella retrucó, prefiriendo ignorar su sarcasmo. - Sin embargo, infórmele a los guardias de los portones principales y a los de los puestos de avanzada que ninguna persona desconocida debe acceder a nuestras murallas. Estén alertas a la presencia de cualquier extraño que tenga intención de entrar al castillo puede ser un espía que le abra los portones a los hombres de mi primo en un segundo.
Thomas casi dejó escapar un suspiro de enfado.
- Supongo que mi lady tiene mucha experiencia en temas de guerra…
Ella lo miró directamente a los ojos.
- A cuántos ataques asistió en Baincroft, sir Thomas?
La cara de Thomas se ruborizó violentamente. Él se apoyó en sus bastones y desvió la mirada.
- Apenas uno, que yo recuerde - él admitió, con una voz prácticamente inaudible. - Pero realmente…
- Cuántos ataques? - ella insistió. - No pude oírlo.
- Uno! - él gritó. - Y no fue de un enemigo. Fue un mal entendido con unos vecinos. Este es un lugar pacífico. No hacemos la guerra con nuestros vecinos.
Ella inclinó la cabeza, como si agradeciese su cooperación.
- Muy bien, caballero, sufrimos ataques regularmente en el lugar de donde yo vengo. Y son ataques de enemigos peligrosos, como este que mi Lord espera.
Un murmullo rompió el silencio tenso. Mairi no tenía intención de subestimar o contradecir ninguna de las órdenes del caballero. Pero Él parecía dispuesto a matar a alguien.
- Lord Robert lo tiene en alta estima, sir Thomas. Me Siento obligada a pedir su ayuda para aquello que considero debe ser hecho. Si me extralimité en mis atribuciones como ama de este castillo, le pido que me perdone. La gente de lord MacBain es mi gente ahora, y quiero velar por su seguridad y su bienestar de la mejor forma posible. Me va a ayudar?
- Si, lo haré -- él aceptó, su orgullo todavía estaba herido, ella se dio cuenta. Aun así, se mostraba condescendiente, ahora que ella había establecido las posiciones de cada uno en el castillo.
- Entonces, se lo agradezco de corazón. - Mairi miró a su alrededor, a aquellos que los observaban, preocupados y tensos. - Ustedes , vuelvan a las tareas que sir Thornas les encargó. No hay tiempo que perder. Muévanse!
La gente que se había reunido alrededor de ellos se dispersó inmediatamente, y pronto el salón hervía de actividad.
Sólo entonces Mairi vio a su marido recostado contra la puerta, sus brazos cruzados sobre su pecho, observándola con la intensidad de un halcón.
Sin saber qué hacer, Mairi sonrió, de un modo inocente.
El no le sonrió en respuesta.
A su lado, ella oyó sir Thomas carraspear. Cuando habló, su voz tenía un cierto tono de diversión.
- Me pregunto si Rob aceptará compartir el comando con usted.
- Se ha equivocada y ha vuelto a usar un tratamiento excesivamente íntimo con su lord, sir Thomas.
Su risita la enervó.
- No me equivoqué. Yo lo trato así porque somos amigos íntimos, lady Mairi. Somos hermanos, en todos los sentidos de la palabra. Crees que él va a abandonar nuestra amistad de todo una vida por así se lo exige una extraña venida de las Highlands ?
- No - ella retrucó, con voz ronca. - Pero en el caso en que él tenga que escoger, entre usted y yo, cosa que no pretendo exigirle a mi marido, le pido que recuerde mejor que cosa tiene usted para ofrecerle al lord y que “recursos” tiene una esposa.
- Sus “recursos”, como usted llama a las armas femeninas, no valen nada comparados con los míos, mi lady. La mujer que Rob siempre amó y con quien realmente se quería casar es mi hermana. Lord Robert, como usted quiere que lo llamen, todavía ama a mi hermana y siempre la amará. Qué piensa de eso, mi lady?
Atónita, Mairi tuvo que esforzarse para no temblar ante esa novedad. Pero no le daría a ese odioso caballero la satisfacción de ver su shock. En vez de eso, curvó los labios en una sonrisa que esperaba que pareciese victoriosa.
- No sé si me equivoco, pero creo que fue usted quien arregló el casamiento de Lord Robert conmigo?
- Fue un error, lo admito, y sólo una circunstancia me forzó a hacerlo - él contestó altivamente. - Una circunstancia que se vio alterada recientemente, debo agregar.
Un silencio cargado de intencionalidad le siguió y obligó a Mairi a lanzarle una mirada a Rob y, luego rápidamente, volver a mirar a Thomas. Mairi asumió su postura más formal. Una pose que esperaba, dejase en claro su posición de lady de ese castillo.
- No sé a dónde se encuentra ella en este momento, pero le sugiero que mantenga a su hermana lejos de este lugar, sir Thomas, o va a lamentar el día en que nos conocimos. No es buena idea tenerme como su enemiga. Créame!
- Me temo que sea demasiado tarde para considerar una alternativa - él contestó en un tono suave. - Pronto Rob se dará cuento, como lo hago yo, que pésima elección hicimos. Desgraciadamente, yo la convertía en la baronesa de este castillo, Mairi Macinness, pero créame si le digo que puedo modificar esa circunstancia con mucha facilidad.
- Y su lord no tendrá opinión en esa decisión? No me importa cuánto diga que conocerlo, usted está subestimando a lord Robert MacBain. Él no es una marioneta que baila de acuerdo a los hilos que usted mueve!
- Dígaselo a él, entonces - la desafió sir Thomas, haciendo un gesto en dirección a Rob, quien todavía los observaba a la distancia. - Vaya ahora, y repítale todo lo que me dijo, palabra por palabra. Vea qué tiene Rob que decir sobre todo esto.
Mairi lanzó una mirada apasionada a su marido, - Creo que voy a esperar hasta la noche para dialogar con mi marido en la intimidad de nuestro cuarto, sir Thomas. Puedo no conocer el lenguaje secreto de señas que ustedes usan pero realmente creo que puedo inventar una serie de gestos con mi cuerpo que van a ser mas interesantes para mi Lord que los suyos.
El espanto y la perplejidad de Thomas ante esa afirmación no le causaron placer. Mairi le lanzó a Thomas una última mirada furiosa, como una invitación a un duelo mortal, y luego se apartó para asumir su nuevo papel como lady MacBain.
Rob no quería discutir ni con su caballero ni con su esposa, con respecto a la escena que había ocurrido entre ambos. Aquellas falsas sonrisas y las palabras amargas, intercambiadas entre los dos, no contribuían en nada a paz en su hogar, y él ya tenía mucho con que preocuparse.
Pero supuso que era su deber meterse en ese problema e intentar acomodar las cosas. Y como Mairi había ido a las cocinas, él le hizo señas a Thomas y luego salió del salón para esperarlo.
El patio estaba tan agitado como el interior del castillo, de manera que él se detuvo en el umbral afuera de la puerta. Ese parecía ser el único lugar donde él y Thomas podrían tener un poco de privacidad, sin tener que subir la escalera para encerrarse en el solar.
Sus hombres no eran negligentes ni vagos, Rob notó con orgullo, aunque algunos pensasen que estaban preparándose para un torneo en vez de para una batalla. Ellos se decepcionarían mucho si Macinness no viniese.
Sólo unos pocos eran soldados experimentados, habiendo luchado en Francia contra los ingleses, pero la mayoría era como él, antes de ese ataque en Craigmuir. Jóvenes poco entrenados para una confrontación real con el enemigo, hombres sólo acostumbrados a combatir con las reglas de los torneos.
Baincroft no contaba con más de uno o dos días para prepararse para un ataque. Por lo tanto, ninguna querella interna podría ser tolerada. Con una guerra a la vez era suficiente.
Cuando Thomas apareció, Rob extendió la mano con la palma hacia arriba, con un movimiento corto. Explícate. Una sacudida de cabeza, una mirada de fingida inocencia, con culpa en los ojos oscuros que evitaban los suyos.
- Ella tiene una lengua de víbora, Rob - exclamó Thomas exasperado. Sujetar las bastones le impedí usar el lenguaje de señas.
- Vos la escogiste - le recordó Rob secamente.
- Por error. - Thomas suspiró y sacudió la cabeza. Sus próximas palabras contenían un pedido y eran completamente esperadas. Rob sabía que Thomas iba a abordar el tema, más temprano o más tarde. - Abandónala, Robbie. Toma a Jehannie como esposa. - él levantó uno de los bastones, apretando el puño cerrado contra su pecho. Una pequeña concesión, una señal, indicando su deseo de abandonar el tema, si Rob así lo desease.
- Continua - Rob insistió. - Dime lo que piensas.
- Si yo hubiese sabido… - comenzó Thomas dejando que Rob imaginase el resto.
Rob comprendía los sentimientos de Thomas, por supuesto, pero no podía permitir que continuase. Posó su mano en el hombro de su amigo y lo miró a los ojos, mientras hablaba. - Me casé con esa mujer, Tom. Ya está hecho.
- Pero amas a Jehannie! - exclamó Thomas. - Tu corazón se partió cuando pensamos que ella no quería casarse con vos, recuerdas? Vos ahora estás enojado porque ella te hirió. Pero esa horrible bruja de las Highlands te va a ser la vida imposible!
Rob cerró los dedos en los hombros de Thomas y sintió que su amigo estaba tenso de dolor.
- Mairi es la nueva lady de este castillo, Thomas - Rob dijo en voz baja, como en una advertencia. - Acepta ese hecho. No importa lo que suceda, no me casaré con tu hermana.
- Esa mujer te va a poner en contra mío - Thomas le avisó, librándose del asimiento de la mano de Rob.
- Y vos no buscas ponerme en contra de ella? - preguntó Rob. - No puedo admitir una cosa así, Thomas. Te lo pido, hagan las paces.
- Pero…
Rob se apartó y se puso de espalda, para mostrar que no aceptaría ningún argumento, ni toleraría ninguna protesta. Cruzó los brazos sobre el pecho, decidiéndose que era hora de asumir el papel legítimo de lord. No le gustaría afirmar su posición usando una espada, pero si esa era la única manera de poner un punto final al asunto... - Te lo ordeno!
Un instante más tarde, él se dio cuenta que Thomas se había marchado. También se dio cuenta que había hecho poco progreso solucionar la pelea entre su caballero y su esposa. Lo que fuera que hubiese pasado entre los dos en el salón, no tenía que ver con el odio. Ellos no se conocían lo suficiente como para desarrollar una antipatía intensa.
Todo devenía del deseo de Thomas de querer que las cosas sucediesen del modo en que todos siempre habían pensado que serían. Thomas cuidaría de las tierras de Rob, y Jehannie, se ocuparía del hogar y las necesidades personales del lord de Baincroft.
Lady Anne había planeado la vida de su hijo como si fuese un asunto de Estado, preparándolo y rodeándolo de personas que asegurasen su supervivencia. No podía culparla por eso. Pero los planes mejor trazados con frecuencia se desbarataban.
No quería perder a un amigo.
Pero por mucho que estimase a Thomas, iba a reemplazarlo en su función de administrador si él no aceptase a Mairi y la tratase con el respeto apropiado para lady de Baincroft. Le dolería perder a Thomas mucho más que lo que le había dolido la pérdida de Jehannie. Y no conseguía imaginarse cómo reaccionaría Thomas, si eso sucediese.
Jehannie podía casarse con otro hombre y tener una vida feliz, pero Thomas no sabía hacer nada mas que administrar ese castillo. Ningún otro lord le daría tamaña libertad de acción o confianza. Thomas había nacido para eso, había sido preparado exclusivamente para desempeñar ese papel, y era bueno en lo que hacía. Rob le debía mucho de su éxito como Lord a Thomas de Brus.
De alguna manera tenía que convencerlo de que no había necesidad de abandonar su lealtad para con su hermana, ni para con su lord y amigo. Desgraciadamente, esa pelea no había ayudado en nada.
Rob le daría tiempo para asimilar los nuevos cambios y luego conversarían de nuevo.
En Cuanto a Mairi, no debía estar entendiendo lo que estaba sucediendo allí. Debía creer que la antipatía de Thomas hacia ella se debía a alguna otra cosa. Lo que quiera que Thomas le hubiese dicho a ella en el salón, Rob podía apostar que no había sido la verdad.
Rob sabía que debía buscarla e intentar explicarle. No era una tarea que le agradase. Ni siquiera sabía si iba a poder mantener la conversación.
Estaba haciendo algún progreso en ese punto, Rob consideró, o tal vez Mairi hubiese tomado en cuenta el consejo de Andy y estuviese intentado cambiar su manera de hablar.
Sería posible que ella ya supiese la verdad sobre su sordera? Alguien le habría contado o ella lo había descubierto, como su padre había afirmado que podía suceder? No, la impulsiva Mairi ya habría abordado el tema, si lo supiese. Tendría que contarle todo cuanto antes, y lo haría en algún momento de ese fatídico día.
Tal vez esperase a la noche. Eso le daría el resto de la tarde para pensar y decidir cómo abordar el tema.
No sería fácil ni hablar ni oírla a ella. Temía enfrentar esa situación. Deseó que el padre de ella hubiese cumplido con su deber de informarle a su hija antes que Rob llegase a Craigmuir.
Pero si el lord hubiese actuado así, Mairi podría haberlo echado de Craigmuir e y él jamás habría tenido la oportunidad de conocerla, y mucho menos de casarse con ella. Y al volver a su casa, habría encontrado a Jehannie dispuesta a desposarlo.
Se frotó la mejilla, ya se había recuperado de la bofetada que Jehannie le había dado, e inmediatamente imaginó qué tipo de matrimonio habría tenido con ella. Lleno de ataques de histeria y ella siempre saliéndose con la suya. Por lo menos Mairi podría ser más sutil, en sus métodos. Su vida, que siempre había transcurrido sin sobresaltos hasta dos semanas atrás, súbitamente se había convertido en una enmarañada trama melodramática, pensó Rob, sacudiendo la cabeza.
De allí en adelante, se prometió a sí mismo, nunca más intentaría engañar a Mairi, o a cualquier otra persona. Pero ahora la verdad tenía que ser dicha.
Preparándose para esa difícil tarea, Rob entró al salón dispuesto a enfrentar el problema.
La señora Morgan estaba parada, cerca de la salida, en el fondo del salón. Levantó los ojos y lo vio. Le regaló una sonrisa.
- Dónde está Mi lady?, preguntó Rob, con señas.
La sonrisa de la mujer murió en sus labios. Ella sacó la mano de su cintura y apuntó con el pulgar en dirección a la puerta del solar.
Rob atravesó el salón, ignorando a los que intentaron interrumpirlo atormentándolo con preguntas.
Sin golpear la puerta, entró en el solar.
El había esperado encontrarla sola y todavía preocupada por la disputa con Thomas. Con un gesto de su cabeza a las dos criadas que la ayudaban a colocar las velas en cajas, él las dispensó. Cuando las muchachas hubieron salido, él cerró a puerta y se recostó contra ella.
- Vamos a precisar de muchas velas para… - Mairi dijo, señalando las cajas.
Rob levantó la mano pidiéndole silencio, y la observó colocar cuidadosamente la vela que ella sujetaba en un pequeño candelero de metal.
No digas más nada - él ordenó. - escúchame.
Mairi asintió con la cabeza, con los labios apretados.
Parecía que esperaba ser castigada por él.
- Respecto a Thomas… - él comenzó.
Ella abrió a boca para hablar pero se contuvo.
Rob prosiguió, sintiendo que ella tenía todo el derecho de saber la causa de la hostilidad de su administrador. Seguramente eso la ayudaría a comprender el resentimiento de Thomas.
- Yo me iba a casar - Rob explicó, midiendo cada palabra - con Jehannie de Brus, la hermana de Thomas.
Los ojos de ella buscaban respuestas, aunque Mairi guardase silencio. Rob deseaba cruzar la distancia que los separaba y tomarla en sus brazos para decirle que no debía preocuparse respecto a Jehannie. Pero, eso desencadenaría una catarata de preguntas que Mairi apenas lograba contener, y Rob sabía que no estaría condiciones de comprender ni la mitad de lo que ella hablase.
Entonces, resolvió ser sucinto y atenerse a hechos concretos.
El abuelo de Jehannie se opuso al matrimonio.
Mairi arqueó una de sus cejas.
- Y el contrato de compromiso fue anulado.
Ella apartó los ojos por un instante como si estuviese asimilando la información y lo que eso podría significar. Luego lo miró nuevamente, alentándolo a proseguir.
- Ella estaba aquí - él continuó. - Y vos llegaste.
Rob se dio cuenta del momento exacto en que la identidad de Jehannie se aclaró para ella. Mairi pestañeó varias veces, como si recordase el encuentro fatal en la escalera.
- Thomas la adora - prosiguió Rob, esperando que ella aceptase esa razón para explicar el comportamiento infantil de su amigo. Y ella pareció comprender.
Gracias a Dios, Rob lograba leer sus ojos. - Thomas va a corregir su conducta. - Había dicho la palabra correcta? Sería enmendar o corregir? No lograba pensar claramente cuando la miraba a los ojos. Parecía que todo su conocimiento, duramente ganado, se volvía tan inexistente como su capacidad para oír.
Aunque ella no le hiciese preguntas, Rob sabía que Mairi tenía mucho que preguntarle. La preocupación le nublaba la expresión facial mientras ella se ponía de pie, retorcía sus manos como si quisiese transmitirse confianza a sí misma.
Mairi pensaría que él todavía amaba a Jehannie? De una cierta forma, él la amaba. La amiga de la infancia siempre significaría mucho para él. Pero una esposa difícilmente aceptaría de buen grado un sentimiento de ese tipo. Rob podía negar tener ese sentimiento por su antigua novia, pero se había prometido no mentirle nuevamente a Mairi.
Las palabras lo abandonaron. Rob no creía que ninguna palabra pudiese explicar la diferencia entre una amistad de toda una vida y los sentimientos nuevos y poderosos que ahora sentía por Mairi. . Después de su declaración de que había sido rechazado como marido para Jehannie, Mairi debía creer que ella había sido una segunda elección.
En verdad, había sido exactamente eso lo que había sucedido. Mairi debía creer que Thomas había ido a buscar una novia bien lejos para que la reputación de Rob no fuese del conocimiento de la familia de ella.
Rob reflexionó que lo que le estaba contando era un gran golpe para Mairi.
Y no podía correr el riesgo de darle un golpe aún mas fuerte. Todavía no. Tenía que encontrar una forma, alguna manera de contarle sobre la sordera, sin espantarla y sin despertar su compasión. Necesitaba pensar en una estrategia.
Rob sabía que lo mejor era enfrentar las malas noticias de una a la vez. El tiempo transcurría rápidamente, y la noche ya había comenzado a caer, y él todavía tenía asuntos pendientes que resolver.
Cuando hubiesen terminado de cenar, la llevaría al cuarto y la convertiría verdaderamente en su esposa. Y, cuando ese momento llegase, ya no podría demorar más el cumplimiento de su deber para con la verdad.
En algún lugar recóndito de su mente, Rob encontró consuelo en el hecho de que la noche estaría muy oscura y que Mairi no podría abandonarlo inmediatamente. Tendría toda la noche para convencerla de que su sordera no sería un obstáculo para la felicidad del matrimonio, para persuadirla de que continuase siendo su esposa.
Aunque todavía lo observase, Mairi caminó hasta la mesa y tomó la vela que había colocado en el candelero. Al volver a su tarea, ella parecía decir que la conversación estaba terminada.
El no podía irse, pero ella parecía incomoda con su presencia.
- Mairi? - Rob murmuró, levantando la mano para tocarla en la cintura, - No te preocupes.
Ella bajó los ojos hacia la mano de él y, luego, lentamente lo miró y le sonrió.
Rob se dio cuenta que Mairi podía ser enigmática, cuando quería. Tan pronto como él creía que podía leer su mente con solo mirar sus ojos azules, ella pestañeaba y se convertía en un misterio absoluto para él.
Mairi se había preparado de la mejor forma posible contra cualquier amenaza que pudiese afectarla, pero eso no le había servido de nada para ese terrible encuentro que había tenido con Rob en el solar.
Al principio, ella había creído que él había venido a poner un punto final a la mentira que había entre ambos. Hacían una pareja muy peculiar, Rob insistiendo en su farsa y ella asumiendo el papel de una esposa despistada.
Le Gustaría haber abordado directamente el problema, días atrás, cuando había tenido las primeras sospechas. Pero ella había intentado cuidar el orgullo de su marido, y, haciendo eso, había contribuido enormemente a que su propia infelicidad se prolongara.
Rob había querido contarle todo, pero en vez de resolver la cuestión de la sordera, había planteado otro problema, todavía mas grande, que sólo aumentaba la confusión entre ellos. Jehannie de Brus. Ahora estaba claro para Mairi quien era esa mujer. Rob debía amarla mucho para permitirle que lo humillase públicamente, para permitirle que le robase su caballo y, para referirse a ella sin demostrar ningún resentimiento.
Mairi había preferido no confrontarlo respecto a esa condescendencia que él le mostraba a su antigua prometida. En verdad, no lo culpaba. Rob debía estar involucrado en todo aquello de buena fe, y, después, había sufrido una enorme decepción cuando el matrimonio con Jehannie le había sido negado. Cómo podría culparlo por eso? Todos los lords necesitaban de un heredero, para tener un heredero legítimo hay que tener una esposa, y allí era donde encajaba ella en esa historia.
Y había resultado ser ella, Mairi, la elegida por Thomas para ser la esposa de Rob. Thomas consideraba ahora que había cometido un error al elegirla. Thomas la detestaba, y Rob sólo intentaba honrar el contrato matrimonial con ella lo mejor que podía. En verdad, él parecía estar esforzándose al máximo para que las cosas salieran bien entre ellos dos.
Ella lo intentaría también. Su marido tenía consideración por ella y no quería verla infeliz. También la deseaba, Mairi no podía dudar de eso. Si ella fuese una buena esposa, tal vez algún día Rob llegase quererla. Y si Jehannie de Brus se mantenía lejos del castillo.
Rob llegó a cenar uno minutos más temprano. Se había bañado y arreglado exclusivamente para ella, conjeturó Mairi, o sería su costumbre presentarse así a las comidas? Tenía los cabellos húmedos y peinados hacia atrás, con el rostro despejado. Olía a jabón de hierbas.
Mairi recordó, de repente, el día en que ella se había caído en el riacho y él la había rescatado. Al llegar a la orilla, ella lo había visto todo mojado, las gotas de agua brillando como piedras preciosas sobre su cuerpo magnífico.
Se estremeció con el recuerdo, pensando en lo que podría suceder más tarde en el cuarto. No habría más conversaciones sobre lady Jehannie, eso era un hecho. Mairi tenía intención de borrar los recuerdos de esa mujer de la mente de su marido, si eso fuese posible.
Antes, sin embargo, necesitaban pasar por esa comida, aunque ella hubiese preferido pasar hambre antes de compartir una comida con esas personas.
Apenas conocía a las personas presentes, incluso a aquellas con quienes se había cruzado durante la tarde. Las dos jóvenes criadas que había reclutado para ayudarla es tarde, se habían presentado espontáneamente. Después, estaba la hostil señora Morgan y el insoportable administrador, sir Thomas. Ningún de ellos con una actitud amistosa o dispuestos a aceptarla.
Mientras los comensales mas retrasados llegaban, ella espió para ver se veía a Andy, el rubio. Un rostro amigo sería bienvenido.
Finalmente, lo vio entrar y tomar un lugar en las mesas más distantes. Él la saludó con una sacudida de cabeza, pero no dio muestras de estar contento de volver a verla.
Rob se levantó y extendió la mano a Mairi, tan pronto como todos estaban reunidos. Ella se puso de pie, a su lado.
- Quiero que le den la bienvenida a mi esposa - él declaró, haciendo una pausa para observar cada una de las caras, a continuación, agregó: - Lady Mairi.
Nadie pareció especialmente complacido con ese matrimonio o con ganas de expresar votos de felicidad. Unos pocos tuvieron la audacia de intercambiar miradas entre sí, como si considerasen si deberían reconocer a la nueva ama de Baincroft.
Mairi se sentiría infinitamente feliz de ponerle un punto final a esa comida amarga y de poder dejar el salón, aunque eso significase subir las escaleras y pasar la noche con un hombre que amaba a otra mujer.
Jehannie. El nombre resonaba en su cabeza como un insulto. Lady Jehan. Jehannie, el sobrenombre cariñoso que Rob había usado. Había sido un desliz, o él deseaba dejar en claro la intimidad que lo unía con la hermana de sir Thomas?
Como en una reacción retardada al anuncio del matrimonio hecho por Rob, Mairi notó que los caballeros y los escuderos se doblaban en una reverencia con sus manos derechas cruzadas sobre sus pechos. Una reverencia forzada?
Las mujeres se inclinaron en un reconocimiento rápido.
Sólo siendo extremamente generosa y excesivamente optimista, Mairi podría tomar en consideración esas reverencias tardías y forzadas. La mayoría de los presentes simplemente se había limitado a curvar la cabeza, en una aceptación reticente.
Con una expresión cerrada, su marido murmuró su insatisfacción, esperó que Mairi se sentase y luego tomó su lugar, en la cabecera de la mesa, sin hacer ningún comentario. Inmediatamente, se volvió hacia sir Thomas, quien estaba a su izquierda.
- Tom?
Era una sugestión obvia, pues Rob se recostó en el respaldo de su silla para que sir Thomas pudiese dirigirse a Mairi. El caballero se sintió obligado a seguir la sugerencia de su lord.
- Que haya paz entre nosotros, Mi lady, como quiere nuestro lord.
- Si esa es su verdadera intención, sir Thomas, entonces, no tendremos ninguna disputa - respondió Mairi, lanzando una mirada de reojo a Rob, para ver cómo reaccionaba su marido.
El pareció dispuesto a dar el pacto por sellado, y Mairi se prometió a sí misma que intentaría tratarse civilizadamente con Thomas. Pero sólo si eso no incluía aceptar que su hermana volviese a Baincroft, para vivir allí. Eso era algo que ella no permitiría. Mairi temía actuar como su primo Ranald, quien fingía docilidad para luego clavar el puñal por la espalda.
Sir Thomas no le dirigió más la palabra, permaneciendo inmerso en una profunda conversación con otro hombre, a su lado.
Rob, por supuesto, no tenía nada que decir. Se limitó a servirle una porción de comida en la bandeja que compartían. En verdad, su marido casi la obligaba a comer demasiado rápidamente, como si Mairi se estuviese muriendo de hambre y él fuese su única fuente de alimento. Y aunque la comida probablemente estaba sabrosa, Mairi apenas lograba sentirle el gusto.
El joven paje que servía la mesa sobre la plataforma corría constantemente por detrás de su espalda, trayendo y llevando copas de vino, con una velocidad de alguien que trabajaba en una taberna. Debería llamarle la atención por eso, pero, quién sabe, quizás no fuese justo. El pobre muchacho era el único en el salón que mostraba algo de alegría.
Dios santo, como le gustaría estar en cualquier otro lugar esa noche, pensó Mairi, mientras Rob le ofrecía otra feta de carne. Ella masticó furiosamente, deseando que ese martirio acabase, pero el suplicio continuó hasta que todos los platos fueron servidos y la comida, finalmente, terminó.
Rob se levantó inmediatamente.
- Buenas noches! - él exclamó, a nadie en particular.
Unas pocas personas le respondieron. Otras, se limitaron a saludar con un gesto de sus cabeza. Sir Thomas estampó una sonrisa sin gracia en su rostro, que podía significar nada, o todo. Es una sonrisa de satisfacción maligna, Mairi decidió, cuando el caballero exclamó:
- Quiero desearle buenas noches, mi lady - con voz melosa.
- No tema, sir Thomas. Yo haré que esta noche sea mucho más que buena - respondió Mairi, inclinando la cabeza como si agradeciese sus palabras - No hay nada que pueda impedírmelo. Verdad?
El apartó su mirada rápidamente, dándole a Mairi una sensación momentánea de victoria.
Con la mano de Rob en su cintura, Mairi y el lord atravesaron en salón, en dirección a la escalera. Ganarse el respeto de la gente de Baincroft podía no estar a su alcance después de todo, pensó Mairi, con tristeza. Incluso hasta dudaba poder conquistar a su marido. Pero no admitiría una derrota, hasta después que lo hubiese intentado.
Lo que fuese que la hermana de Thomas hubiese hecho para ganarse el amor de Rob, Mairi se determinó a hacerlo mejor. Si por lo menos, supiese como esa mujer los había seducido… Podía apostar a que no había sido abofeteándolo.
Rob y Jehannie habrían hecho el amor? Muchos hombres y mujeres lo hacían, cuando eran prometidos. No era motivo de censura por parte de la sociedad y, a veces, hasta eso era alentado. Pero Rob no había salido corriendo detrás de esa mujer, cuando ella se había ido vomitando su odio. Era una buena señal.
Llegaron a la puerta del cuarto y Rob la abrió, apartándose para que Mairi entrase.
Alguien había desempacado el equipaje, había planchado sus vestidos y los había colgado. La armazón de madera donde se colocaba la cota de malla de Rob, ahora estaba lustrado, y su espada y su escudo adornaban la pared. Y también habían encendido la chimenea.
Mairi observó cuando Rob se agachó y encendió con las brasas una de las velas que estaban sobre la mesita al lado da cama.
Mairi frotó sus manos y sus brazos, temblando, aunque el cuarto estuviese cálido. No sabía qué tenía que hacer. Debía desvestirse o esperar que él lo hiciese?
- Ven, siéntate - él sugirió, colocando una silla cerca de la chimenea.
Intencionalmente, Mairi rozó su cuerpo contra el de él. Cuando se aproximó para sentarse su mano tocó la de su marido, cuyos dedos se cerraron sobre los de ella. El calor y la ansiedad que brillaban en los ojos de Rob la llenaron de esperanza.
Antes que el pudor la dominase, Mairi se puso en puntas de pie y le besó en el mentón. Rob era muy alto, y ella sólo lo alcanzaba hasta allí.
La sorpresa de él fue visible. Y eso era justamente lo que Mairi quería, él bajó la cabeza lentamente hasta que sus labios se apoyaron por un instante sobre la frente de Mairi, y luego se deslizaron suavemente hasta una ceja, y más abajo por su cara.
En un gesto natural, ella ladeó ligeramente el rostro para que su boca encontrase la de él. El beso fue cálido e invitante, y tenía sabor a vino y especias, un narcótico para los sentidos. Las manos de Rob se deslizaron por sus cabellos, acariciándola, con una sensualidad que la hizo sentir un vértigo de placer.
Mairi se sintió exultante al notar la excitación del cuerpo de su marido apretado contra el suyo, revelando su deseo innegable. Ella recordó su promesa, Rob saldría de esa situación con sólo un beso…
El gemido que él dejó escapar la incitó a mostrarse mas osada. Mairi se apretó contra la ingle de Rob, meneando sus caderas, intentando guiar la erección de él al lugar del cuerpo de ella donde debería estar.
Rob apartó sus labios de los de ella y le sujetó el rostro con las manos. La miró con intensidad hambrienta y murmuró su nombre, su voz salió en un
Tono profundo y dulce. Una música para los oídos de Mairi, que ahora sabía que él no fingía. Era a ella a quien él deseaba y no a otra mujer.
Ella no dijo nada, sólo abrió los labios, esperando que los labios de él volviesen. Como única respuesta, se arqueó contra él, invitándolo a retomar el beso.
Cuanto la besó, el gemido ronco de Rob resonó en su cuerpo como un trueno suave. Mairi sintió que sus dedos fuertes le subían las faldas hasta la tela se amontonaba a la altura de la cintura. Sólo por un instante, él suspendió sus caricias, para sacarle la prenda por la cabeza. Luego volvió a besarla con intensidad.
Como si viniese de muy lejos, ella oyó un sonido metálico de algo cayendo al piso, y supo que era el cinto de la espada. Su cabeza giró cuando él la levantó en sus brazos, llevándola hacia la cama. Allí, él la colocó sobre las mantas, manteniéndola apresada primero con su cuerpo, y luego con un beso profundo y prolongado. A continuación Rob se libró de sus ropas en cuestión de segundos.
Piel contra piel, él la mantuvo apresada, mientras se deleitaba friccionando su ingle contra la de ella. Mairi disfrutó esa increíble sensación de sus cuerpos rozándose, diferente A cualquier otra que hubiese experimentado.
La mano de Rob acariciaba su sexo, estimulando el centro de placer. Mairi pensó que moriría si él no la tomase completamente. La respiración jadeante y los sonidos indescifrables que Rob dejaba escapar da garganta le decían mucho más que cualquier palabra ardiente.
Mairi tomó la cara de su marido con fuerza y la retiró de su sexo. Le pidió que
la tomase completamente. Rob, en un trance de placer, obedeció la orden de su esposa y levantó su cadera. La jaló hacia arriba, mientras Mairi se incorporaba lentamente, permitiendo que sus senos quedaran a la altura de la cabeza de Rob para que mordisquease sus pezones mientras la penetraba. Sentada a horcajadas frente a él y con el miembro erecto en la entrada de su sexo, se meció lentamente hacia arriba, y luego hacia, y hacia los costados, mientras escuchaba los jadeos masculinos. Su corazón parecía a punto de salírsele del pecho...
En la tercer envestida Rob atravesó la membrana de su virginidad y se detuvo para permitirle que se recuperase de ese dolor inevitable. Pero Mairi no aceptaría mas dilaciones y comenzó a moverse.
Extasiada al máximo, Mairi gritaba, susurraba y se recordaba de Dios y todos los santos. Rob al ver el placer que Mairi expresaba, mordió con más fuerza sus pechos y enterraba su cara en el hueco entre su cuello y su rostro. Mairi se aferraba más a él y presionaba su vagina para abarcarlo completamente. Rob usó sus dedos para estimularla en el punto donde se unían los sexos de ambos. Sintió que su esposa contraía sus músculos alrededor de su miembro y supo que ella había gozado en esa primera relación. Con un gemido profundo Rob vertió su semen en el vientre de su esposa, mientras ella continuaba jadeando y respirando agitadamente.
Minutos después Mairi bajaba del cielo que había tocado con las manos, le besó la mejilla y le dijo...
Ahora soy verdaderamente tu esposa.
Un súbito rayo de sentido común alcanzó la mente Rob.
Dios... qué estaba haciendo? Su honor no valía nada ante la lujuria? Jamás, en todos sus años de vida, él le había dado la espalda a los principios de la honradez, especialmente por algunos minutos de placer carnal.
Otra parte de su mente le aseguraba que era mucho más que lujuria. Mucho más que unos minutos de placer. No había palabras para describir lo que sentía. Por lo menos, ninguna palabra que él supiese.
Esa mujer lo había hecho sentir hombre en todo el sentido de la palabra. Y él la estaba traicionado.
Mairi ya no podría decidir si continuarían viviendo como marido y mujer, y ya no era una virgen para poder desposar a otro hombre. Incluso podrían haber concebido un hijo, Rob pensó horrorizado ante esa posibilidad. Y si Mairi pasase a odiarlo cuando le contase la verdad? Y si ella tomase la decisión de dejarlo, a pesar de lo que había sucedido?
Debía despertarla, decirle todo y acabar con ese suplicio. No, no podía, lo que había hecho había sido demasiado cruel. Ella debía dormir primero, recobrar sus fuerzas. También él necesitaba recuperarse.
Aún ahora, su mente traicionera no sentía remordimientos. Por más que intentase negarlo, Rob estaba exultante por haber atado inexorablemente su vida a la de Mairi, por haber consumado el matrimonio. Era una locura peligrosa pero estaba feliz.
La miró de nuevo, incapaz de resistir una nueva oleada de pasión. Maldito fuese, su lujuria lo llevaba a querer tomarla nuevamente.
Se sintió arrasado emocionalmente y buscó dormir. Sueños desordenados e inconexos con las consecuencias nefastas de sus acciones lo persiguieron y lo despertaron varias veces, hasta que, finalmente, logró descansar más profundamente.
Su consciencia registró vagamente un perdón imaginario, la caricia suave de una mano delicada, la mano de Mairi.
Los dedos femeninos recorrieron su pecho, desciendo por su vientre y se cerraron vacilantes en torno a su miembro. Rob se movió entre sueños, buscando un contacto más íntimo, un asimiento más firme de su pene, una promesa más clara de satisfacción.
En sus sueños, él podía tomarla libremente y sin reservas, como lo había hecho muchas veces desde que la había conocido por primera vez. Entonces, por qué no aprovechar esa situación?
… Mairi se mostraba más audaz que nunca, provocándolo, estimulándolo, llevándolo al borde del orgasmo con sus caricias. Extrañamente, esa vez, el sueño parecía demasiado real, y Rob no quería abandonarlo. No ahora, cuando casi estaba...
El cuerpo de ella se acomodó a lo largo del suyo, liviano como una pluma, suave como a seda. Rob suspiró, lamiendo los senos que le rozaban los labios y probó el sabor de la miel de sus pezones rosados.
Gimió, al recordar el triángulo de vello dorados, donde había encontrado el éxtasis horas atrás. Buscó la abertura de su sexo, deslizando un dedo entre los labios húmedos. Minutos después ella se sentaba sobre su falo. Y Rob sintió que se fundía con ella, y que aquello lo redimía de su traición.
Mairi comenzó a moverse, provocándolo con la lenta cadencia de sus caderas, mientras le pedía que no aumentase el ritmo de sus embestidas. Y Rob obedeció para prolongar el placer de su esposa.
Que esto dure para siempre, él le imploró al destino, que nunca nos separemos.
El ímpetu del orgasmo lo tomó por sorpresa. Rob luchó, intentando retener ese sueño tan vívido. Y su esfuerzo fue tal que se despertó.
Pero el peso ligero sobre su cuerpo seguía allí. Mairi estaba acostada sobre él, abrazándolo, sus labios rozando sus pezones y sus piernas abiertas y montadas sobre su ingle.
No era un sueño!
Rob soltó un largo suspiro de resignación. No había nada que pudiese pensar o decirle a Mairi que justificase lo que había hecho.
Entonces Tomó una decisión. Una decisión práctica. Amparado en los hechos de que todavía permanecía dentro de ella, que había perdido la oportunidad de jugar limpio en su matrimonio, y que Mairi ya no tenía poder de decisión respecto a su futuro, él intentaría compensarla de alguna forma. Iba a darle tan placer que Mairi jamás pensaría en abandonarlo.
La abrazó y le hizo subir la cabeza para besar profundamente su boca. Todavía dentro del nido húmedo de ella, se entregó a la pasión, amándola con todas las fuerzas. Qué tenía que perder?
No necesitaba poder oír para juzgar la respuesta apasionada de su mujer a sus caricias.
Aunque Rob no los oyera hubo gemidos y gritos de placer durante el resto de la noche y en el momento en que noche se convertía en día.
Rob se despertó con alguien tocándole el hombro con brusquedad.
Mairi. Sus ojos se abrieron cuando ella se inclinaba sobre él. Estaba preocupada. Sus labios se movieron rápidamente.
- Qué pasa? - él preguntó, pasándose una mano por los cabellos y sacudiendo su cabeza para aclarar sus pensamientos, sin perder de vista esos labios agitados. Dios Santo, por qué ella no podía hablar más lentamente?
Mairi dio una mirada afligida a la ventana donde el sol brillaba, mientras intentaba transmitirle el mensaje. Sus labios se movían demasiado rápidamente pero Rob tenía otros medios para entenderla.
Dormir hasta más tarde que lo normal no podía preocuparla tanto, por lo tanto, ella no lo estaba recriminando por eso. Había algo mas que provocaba esa aflicción en Mairi. La única otra cosa que él podía imaginar era que ella había oído la trompeta, anunciando la llegada de alguien.
De repente, ella saltó fuera de la cama y recogió una de las pieles para cubrirse. Antes que Rob pudiese hacer algún movimiento, ella llegó a la puerta, sacó la tranca y la abrió.
Delante de una Mairi semi desnuda y despeinada, apareció el tímido sir Olin McKinnon, estaba demasiado azorado como para poder hablar. Moviendo sus pies y agachando su cabeza, él intentó, sin éxito, no mirar al ama.
Ella era una visión gloriosa, con su cabellera dorados cayendo por su espalda, su cuerpo delicado envuelto en una piel, sus piernas torneadas expuestas, y uno de los pies pequeños cubriendo el otro para calentarlo. Rob deseó no tener nada más que hacer mas que contemplar y disfrutar a su esposa esa mañana. Pero, aparentemente, no sería así.
Mairi debía haber oído la trompeta, y Rob ya sospechaba cual era la noticia que traía sir Olin. Un caso de muerte en la familia, un incendio en el castillo… No, ninguna de esas posibilidades era probable. Sólo había una razón para semejante intrusión.
El enemigo había llegado.
Ranald Mclnness sonrió con satisfacción cuando la trompeta distante sonó, dando la alerta en las murallas de Baincroft. Habían sido avistados, aunque estuviesen a casi media legua de distancia de los portones.
Admitía ahora que había temido que sus soldados no fuesen suficientes o que sus habilidades no se equiparasen a las de sus enemigos, para recobrar a su prima. Los hombres que habían escapado de la muerte en Craigmuir, juraban que no exageraban al describir la ferocidad de MacBain, cuando él había llegado para unirse a la batalla. A juzgar por todo lo que le habían contado, sólo le restaba imaginar que MacBain era tan eficiente con una espada como él.
A pesar de eso, ya no dudaba de que su búsqueda fuera a terminar en éxito y sin grandes desastres para ambos partes. Miró de reojo a su rehén, mientras se aproximaban a la curva en el camino que los conduciría directamente al castillo.
- Te traje de vuelta a tu casa, querida Jehan. No podrías al menos mostrarme una ligero sonrisa de agradecimiento? - Ranald se rió, ante la mirada furiosa de la muchacha.
- Vos me mentiste! - ella lo acusó, luchando para desprenderse del hombre con quien compartía la silla de montar.
- Y qué? - se burló él, viendo como la muchacha se debatía.
Ranald había elegido a su soldado más fuerte para sujetarla. La muchacha era indomable y propensa a morder y patear. Tenía las marcas de los dientes de ellas en su mano, para probarlo.
- Llévala al final de la columna y mézclate con los otros - le ordenó a Red Ciem. - No quiero que la vean hasta que todo esté listo.
Qué golpe de suerte haber encontrado a esa muchacha. En un patrullaje Duncan, quien había luchado en Craigmuir, había reconocido el caballo de MacBain pastando cerca del riacho creyendo que habían encontrado a Rob MacBain en persona, Ranald se había aproximado para desafiarlo. Y allí se encontraron con esa muchacha rebelde, llorando y pareciendo al borde morir de tristeza. Qué otra cosa haría un hombre que no fuera mostrarle su simpatía, sobre todo si eso lo ayudaba a obtener información sobre su enemigo? La mujer tenía el caballo de MacBain, y Ranald se imaginó que ella debía conocerlo bien.
Jehan se había mostrado bastante accesible, y mucho mas después que Ranald le había contado que MacBain le había robado a su novia. Fue entonces que ella le contó su propia historia de amor trunco con MacBain. Rob MacBain me ama, ella le había asegurado. Pero la pareja había sido separada por el abuelo de ella, y era por eso, que el hombre con quien ella iba a casarse se había unido a otra mujer, una tal Mairi.
Ambos, ella y Ranald, habían sido traicionados en el amor, Jehan había declarado. Y Ranald había concordado con ella. Entonces surgió un plan y una alianza que consistía en un simple intercambio. Jehan por Mairi.
Ella le había confesado otro hecho importante: la sordera de MacBain. El caballero la necesitaba para que ella pudiera ayudarlo a desenvolverse como lord, ella había sido educada para cumplir ese papel que ninguna otra mujer podría desempeñar. Jehan se había mostrado muy feliz, cuando él había sugerido el pacto.
Pero más tarde, cuando habían acampado para pasar la noche, Jehan había escuchado su conversación con Red Ciem sobre el verdadero propósito del plan que era eliminar a Mairi. Jehan se había mostrado indignada. Ella quería que Mairi se volviese con él a las Highlands. Pero enojo de lady no Jehan tenía importancia, pues él seguiría adelante con su plan.
De acuerdo con la muchacha, MacBain y ella se conocían desde la infancia y él la amaba. Su hermano Thomas era el administrador de Baincroft, y la gente del castillo la adoraba. MacBain no se atrevería a negarse a rescatar la lady Jehan, entregando a Mairi como pago del rescate.
Teniendo a Mairi como esposa Ranald podría eliminar el último obstáculo entre él y la lealtad de la gente de Craigmuir y de todo el clan de los Maclnness. Había fantaseado con la idea de tomar a Mairi como esposa y usarla para ganar poder, pero ahora entendía que Mairi sólo podía complicar las cosas. La gente de su padre podía destituirlo de la posición de lord si ella retornase. Mairi tenía que morir.
Con todos aquellos mercenarios que había contratado en los últimos meses para servir bajo su comando, pronto podría retornar a las Highlands como el heredero legítimo del clan. Craigmuir sería el punto estratégico perfecto desde donde él conduciría un plan metódico de conquistar todos los feudos del norte.
Su reputación como guerrero, sus tierras, y la cantidad de hombres irían aumentando con cada victoria. Algún día podría regir toda Escocia, pensó Ranald, y sería por la fuerza, si no podía ser por derecho.
Había una antigua relación de sangre entre los Maclnness y la corona de Escocia, y él se consideraba como el perfecto reemplazo del rey actual. Ya podía sentir el placer del poder y la riqueza que lo aguardaban en el futuro. Y en el camino, sólo había un obstáculo, una persona, su prima, Mairi.
El chasqueó su lengua e incitó a caballo a galopar, ansioso por confrontar a su rival y hacer el intercambio de mujeres.
Mairi se apresuró a vestirse, tomando las enaguas que habían caído al piso la noche anterior, y el vestido azul que alguien había sacado de su equipaje y había colgado en un gancho en la pared . Rápidamente, cerró el cinto, mientras metía los pies en los zapatos de cuero, un calado cómodo para usar dentro de la casa. Sus botas mas resistentes parecían haber desaparecido y no había tiempo para buscarlas.
Detrás de sí, oyó un ruido metálico, Rob se movía con la cota de malla puesta y retiraba las partes de su armadura.
Dios. Tenía miedo. Baincroft podía sufrir el mismo destino trágico que Craigmuir, si los hombres de Ranald encontrasen una manera de ese traspasar los portones.
Esa vez, ella no se escondería en la armería y esperaría que la batalla finalizase. Rob iba a necesitar su ayuda, alguien tenía que cubrirle las espaldas. Mairi se estremeció al recordar que no había habido nadie para protegerlo en el ataque a Craigmuir. Era un milagro que hubiese sobrevivido. Cualquiera podría haberse aproximado por detrás y golpearlo en la cabeza, clavarle un puñal en la espalda...
Desesperada por esas imágenes que se cruzaban por su mente ella agarró su pequeña faca y la sujetó a un cordón en su cintura. Deseaba poder tener un arma de verdad, pero sabía que nadie le daría una, ya que no se esperaba que las mujeres participasen en las batallas, ni siquiera en las Highlands, y mucho menos, allí, en Baincroft.
- Quédate aquí - le ordenó Rob, dirigiéndose a la puerta.
- Como uno de tus perros? Oh! Ni que Cristo en persona me lo pidiese me quedaría aquí! - Mairi exclamó, sabiendo muy bien que él no podía escuchar sus palabras. En su prisa, Rob no se había vuelto para ver si ella le había obedecido o no. Tres pasos mas atrás, ella lo siguió escaleras abajo, hacia el salón, prácticamente corriendo para no perderlo de vista.
- Camina más lentamente, MacBain! - ella le reclamó.
Ella siguió a su marido hasta el patio. La gente allí reunida seguramente debía estar deseando que él saliese cabalgando a enfrentar al canalla de su primo, pero Mairi no iba a permitirle que se expusiese a ese peligro. Si fuese preciso, ella se arrojaría frente a su caballo para impedirle el paso.
Para su alivio, pronto se dio cuenta que esa no era esa la intención de Rob. En vez de eso, él marchó hacia los escalones de madera de las empalizadas y lo subió de dos a la vez. Mairi recogió las faldas y salió corriendo detrás de él.
- Qué está haciendo aquí? - exclamó sir Thomas, cuando la vio aproximarse a las murallas.
- Yo podría preguntarle lo mismo - ella retrucó, arrojando hacia atrás sus cabellos sueltos. Su aire de desafío disminuyó un poco, cuando Rob miró hacia atrás y, finalmente, la vio. Su marido parecía más exasperado que enojado.
Thomas la ignoró y tiró de una de las mangas de Rob. Y, cuando él se volvió, el caballero comenzó a hablarle con las manos. Ya no ocultaban el lenguaje de señas. Mairi casi podría apostar que no estaba hablando bien de ella. Pero luego Thomas se dirigió a varios de los otros hombres estaban cerca.
- Maclnness tiene dos veces el número de nuestros hombres en la retaguardia. Es un contingente de hombres rudos, probablemente mercenarios. Él exige que le entregues la mujer que le pertenece - dijo Thomas, señalando a Mairi.
- No - respondió Rob.
- El dice que tiene derechos sobre ella, que le pertenece por ley, y que debes devolverla. Era su prometida y por ese pacto previo ella no puede ser legalmente tu esposa.
- El miente! - exclamó Rob y se aproximó a mirar por encima de la muralla.
- Retrocede! - le gritó Mairi, intentando apartarlo de la abertura. - El tiene arqueros!
Nadie le prestó atención. Rob se subió a un bloque de piedra, obviamente colocado allí para dar acceso a las almenas..
- Maclnness! - berreó. - quieres hablar?
- No! - le imploró Mairi. - No lo dejes entrar!
Ella se volvió hacia sir Thomas y le suplicó, una de las manos agarrándole su manopla. - Se le imploro, impídalo!
Thomas hizo un gesto para silenciarla, y Mairi oyó la voz de Ranald.
- Quien quiere que seas, dile a MacBain que tengo a esta mujer aquí, y quiero intercambiarla por la mía! - Ranald anunció.
Rob dio un paso hacia atrás, sin responder, y se recostó contra la muralla, su rostro estaba muy pálido. Tenía una expresión de rabia mezclada con temor. No era temor por sí mismo, Mairi podía verlo.
Ella podía imaginarse quien era la mujer que Ranald tenía como rehén. No podía ser otra que la estúpida muchacha que había huido de Baincroft el día anterior.
- Lady Jehan - ella balbuceó.
- No! - gritó Thomas, intentando alcanzar el bloque para asomarse. Pero no logró subir con su pierna quebrada. Rob se lo impidió, agarrándolo por el brazo.
- Tranquilízate, Tom! - le ordenó Rob. - Mantén la cabeza fría!
El caballero se aquietó, respiró profundamente, y se soltó de las manos de Rob.
- Vas a hacer ese intercambio - él exigió. - Tienes que hacer el intercambio!
- Voy a reflexionar - contemporizó Rob. -
- Ellos la han traído a la primera línea de hombres, Tom. Puedo verla - dijo uno de los caballeros más viejos, quien se había inclinado lo suficiente como para poder divisarla allá abajo. - Uno de los hombres la mantiene sujeta en la silla de su caballo. Lady Jehan está roja de rabia y forcejea como si quisiese matar al bastardo. Pero el sujeto tiene un puñal sobre el cuello de ella.
- Dios la proteja - jadeó Thomas, enterrando su rostro en sus manos y apoyándose contra la muralla.
- Galen, ven. Vas a ocupar el lugar de Thomas - ordenó Rob. Era obvio que sir Thomas estaba demasiado alterado. Mairi sintió una puntada de pena por él. Aunque no le gustase d Thomas, respetaba el amor que demostraba por su hermana.
Galen, el otro caballero, subió un escalón y ocupó el espacio que Rob había dejado vacío.
- Mi Lord quiere conversar con vos sobre eso, Maclnness! - Galen gritó.
- No hay nada que conversar! Vamos hacer el intercambio! - exclamó Ranald, a los gritos. - Esta mujer me contó que lord Macbain tiene un pacto con el diablo, además sé que él no me puede oír. Dile que la mataré aquí y ahora, si se niega a negociar.
Sir Galen se volvió y le dijo a Rob.
- Va a matar a lady Jehan, a menos que acuerde negociar.
- Voy a salir y enfrentarlo. El y yo. Uno contra uno - determinó Rob. - Y lucharemos Por ambas las mujeres.
Imbécil! No puedes ir allá afuera! - exclamó Mairi, lanzando sus manos al cielo en desesperación. - Sus hombres te matarán antes que puedas sacar la espada! Quédate aquí dentro. Podemos aguantar un asedio. -
Demasiado tarde, ella se dio cuenta de lo que esa decisión podría significar, para el rehén de Ranald.
Rob la observaba pensativamente, estudiándola. Mairi se preguntó si él podría estar considerando la posibilidad de un intercambio.
Pero entonces, él habló:
Voy a luchar. - su rostro se suavizó como si le pidiese disculpas por esa decisión. - Jehannie es mi amiga y voy a rescatarla.
Mairi se quedó inmóvil, sus ojos clavados en el rostro de su marido. La determinación expresada allí no admitía ningún argumento. Y al final de cuentas, ella no podía negar que esa mujer necesitaba ser rescatada. Ranald iba a matarla si Rob dejase las cosas como estaban.
Mairi asintió, sabiendo que a Rob le gustaría recibir su aprobación, aunque no la necesitase.
- Ve y sálvala.
- Voy a vencer - Rob le juró, su mirada firme y llena de certeza.
Ni por un momento Mairi había imaginado que Rob pudiese perder una lucha justa y limpia con Ranald. Su primo era fuerte, quizás más robusto que Rob, pero ella había visto a su marido en acción en Craigrauir. Lo que ella temía era que Ranald pudiese cometer una traición.
Lo tocó en el brazo.
- Debes atento a sus trucos. Pero estoy segura que vas a derrotarlo - ella dijo lentamente, pronunciando las palabras con claridad y coronándolas con una sonrisa.
La sonrisa espléndida con la que él le respondió la impactó, y Mairi apartó sus ojos para poder pensar claramente.
Detrás de sí, Mairi escuchó a uno de los hombres, diciendo:
- El canalla se burla de mi lord. Lo llama sordo y lo acusa de tener… un pacto con el diablo.
Las palabras salían a los tropezones, casi murmuradas, como si el hombre hablase consigo mismo. Aunque no volvió su cabeza para ver, Mairi estaba segura de que eran acompañadas por señas.
- Cuando respondas, fanfarronea - le sugirió Rob a sir Galen. - Desafíalo - le ordenó, haciendo una pausa. - Desafíalo a enfrentar al… diablo.
- Si - respondió Galen. - Apuesto que él es vanidoso como un pavo real. Le hablaré de su reputación, mi lord…
La voz desapareció y Mairi decidió que habían vuelto a hablar con señas únicamente.
Sir Galen descendió los escalones, pasando al lado de ella y yendo hacia los portones. Iba a negociar el duelo. El plan podría funcionar. Ranald nunca había logrado resistir un desafío.
Rob la tomó por el brazo y la guió por el patio.
- Entra - él ordenó de forma brusca, señalando el castillo.
Mairi fingió obedecer y caminó hacia la entrada, parándose en el momento en que se dio cuenta que la atención de su marido se había desviado hacia otro punto. Necesitaba encontrar un modo de permanecer afuera, de saber qué sucedería a continuación. Si Rob dejase la seguridad de las murallas, tenía intención de seguirlo. Las barracas de los soldados debían estar desiertos, ella pensó, y salió corriendo hacia la edificación construida contra las murallas. Allí adentro, encontró los cuartos en desorden, como si todos se hubiesen vestido e y armado con prisa, lo que, sin duda, había sucedido. Mairi recogió unos pantalones abandonados en un rincón y una túnica del piso.
Escondiéndose detrás de la puerta, se arrancó el vestido y la camisa y se puso la ropa masculina. Después, en una rápida búsqueda, encontró una capucha de lana que ocultaría sus cabellos.
Desgraciadamente, no había armas allí. Recogió una tira de cuero que alguien había dejado en el piso y la usó para ceñir la túnica. Sujetó allí la faca que siempre traía amarrada a la cintura.
Con todo el coraje que pudo reunir, Mairi dejó las barracas y corrió a unirse a los hombres que se amontonaban cerca de los portones, Cautelosamente, mantuvo Rob en la línea de visión, pero permaneció oculta entre los hombres.
En ese momento, toda la atención estaba dirigida al portón de acceso a los portones de entrada, una abertura reforzada por donde apenas pasaba un hombre desmontado, tirando de su caballo.
Oyó voces. Mairi reconoció la voz de sir Galen como una de ellas. Las negociaciones habían comenzado.
No podían distinguir las palabras. Por lo menos, desde donde ella estaba. Mairi esperó impacientemente hasta que el caballero reapareció, retornando a las murallas.
- Mañana por la mañana - le anunció a todos. Su expresión dura y cerrada mostró una sonrisa irónica al dirigir su pulgar en dirección al enemigo. Luego dobló la mano sobre su mentón y dirigió sus ojos al cielo. - Maclnness puede necesitar esta noche para rezar!
Carcajadas festejaron esas palabras. Mairi casi se rió con la imagen del canalla de su primo de rodillas rezando con fervor. Lo máximo que ese canalla podría esperar de los cielos era que un rayo lo fulminase.
- Pobre Jehannie… - se oyó un gemido de preocupación, detrás de ella.
Mairi se volvió y se encontró con a expresión dolida de sir Thomas. Se condolió a pesar de las diferencias con él.
- Ranald, con certeza, no le hará mal a su hermana - ella dijo, tocándolo suavemente en el brazo.
El se espantó al ver a Mairi en las ropas masculinas, pero no hizo ningún comentario.
- LO conoce bien? - él preguntó. Ella se encogió de hombros y sonrió.
- No muy bien, creo. Pero yo lo veía cada vez que llegaba a Craigmuir. Mi padre me mantenía muy lejos de su alcance, porque temía que Ranald pudiese forzar alguna situación y, así, conseguir que nos viésemos forzados a casarnos.
Demasiado tarde, Mairi se dio cuenta de lo que acababa de decir. Ranald era capaz de violar, esa era la implicancia de sus palabras. Y lamentó haber expresado esa posibilidad. Sir Thomas ya estaba demasiado preocupado por su hermana.
El caballero asintió con la cabeza desolado,
- El va a tomar a Jehannie, lo sé. - Thomas Suspiró profundamente, pareciendo haber perdido todas las esperanzas. - Si ya no lo hizo…
Mairi le palmeó el brazo.
- Sir Galen dijo que ella parecía dispuesta a matar alguien, verdad?
- Si - él admitió, mirándola a los ojos, espantado por la pregunta.
Ella forzó una sonrisa.
- Ve? Ranald no le quebró el espíritu! Si la hubiese violado y avergonzado, ella estaría cabizbaja, aterrorizada y quebrada, no le parece?
Una pequeña luz de esperanza brilló en los ojos oscuros de Thomas, y Mairi la alimentó como pudo.
- Y Ranald no la violaría esta noche, no cree? No, no mientras él esté concentrándose y preparándose para el desafío de mañana. Va a mantenerse más célibe que un monje para conservar sus fuerzas. Sus soldados esperarán que un lord se comporte así, no lo cree?
- Verdaderamente piensa eso? - Thomas preguntó, desesperado por creer en lo que ella decía.
- Si, por supuesto! - Mairi exclamó, aunque tuviese sus dudas. Ranald haría lo que se le antojase, pero sir Thomas necesitaba mantener las esperanzas. Ella prosiguió: - Ranald quiere hacer de esto algo épico, un historia que sea contada por los juglares. Y qué tipo de historia sería esa si él pasase la noche anterior a un duelo personal deshonrando a una virgen inocente? - Mairi se calló , pero no logró contenerse y preguntó: - Porque ella es virgen, verdad ?
- Por supuesto - él respondió con un aire ausente, meditando sobre todo lo que Mairi le había dicho. Luego se le ocurrió era extraño que fuese ella quien estuviese allí transmitiéndole confianza. - Por qué, entre todas las personas, es usted quien está aquí intentando tranquilizarme?
Porque yo soy la lady de Baincroft, y la esposa de su lord y amigo, Thomas. Mi lealtad es con él y con Baincroft y se extiende a usted. Y, Créame, no deseo que su hermana sufra ningún mal.
El pareció ofendido ante aquellas palabras, y no estaba seguro de qué responder. Mairi no se sorprendió cuando él le dirigió una mirada de incredulidad y se apartó. A pesar de eso, Mairi se sentía mejor. Había conseguido sacarlo de la desesperación. Rob podría necesitar del auxilio de Thomas, y él no sería una persona útil si estuviese sumergido en la desesperación.
Una mano pesada la sujetó por el hombro. No fue preguntar a quien pertenecía. Mairi respiró profundamente, asumiendo una expresión de total confianza, y se volvió, para encarar a su marido. Atacar primero era la mejor defensa para una situación como esa.
- Si, es cierto. Yo puedo ser desobediente y no tengo nada que hacer aquí, pero yo velo por tus intereses, mi Lord, y haré lo que crea que deba hacer, sin importar lo que me hayas ordenado. Rob MacBain es hora que te enteres que no te casaste con una rubia tonta! - exclamó Mairi, atropellando las palabras en un discurso rápido que quedaría totalmente perdida para su marido.
El hizo una mueca y le lanzó una mirada de reprobación.
- Haré lo que deba hacer - ella declaró, secamente y de forma clara, de manera que él no tuviese dudas esa vez.
La afirmación evitaría que él la castigase públicamente por esa muestra de rebeldía, que era exactamente lo que Mairi esperaba. Aunque hubiese permitido ser arrancada de su hogar, Rob necesitaba saber que ella tenía ideas propias, y que era una mujer con la cual se podía contar.
Varios de los hombres que se habían parado para escuchar, ahora empezaban a darse cuenta de quién era ella. Mairi levantó el mentón y se dirigió a ellos.
- No es hora de ir a desayunar?
Sin esperar su respuesta, Mairi caminó hacia las barracas para recobrar su vestido.
El misterioso don de Rob de leer los pensamientos de una persona evidentemente no funcionaba con su esposa, a no ser que ella lo desease. Él se había dado cuenta de eso antes, y ahora estaba seguro. Mairi seguía sus propias leyes, era única en su género, y tan imprevisible en su manera de pensar que, probablemente, hasta un adivino tuviese problemas en leer su mente.
Ella iba a hacer lo que tenía que hacer? Qué había querido decir Mairi con eso? Ella no había acatado las órdenes que le había dado, ninguna de ellas. Ella había salido del castillo y se había vestido con esa ropa espantosa, sin duda, con la idea de seguirlo afuera del castillo con sus hombres.
Gracias a Dios, el duelo no se había realizado ese día. Su Mairi se hubiese aventurado fuera de las murallas, su primo probablemente la habría matado, en el momento en que la hubiese visto.
O quizás Mairi habría resuelto escapar de Baincroft una vez que traspasase las murallas. Una posibilidad plausible. Mairi sabía todo ahora. Thomas no había sido precavido, había usado el lenguaje de señas abiertamente, cuando habían conversado en las almenas. Y ella debería haber oído los insultos de su primo.
Rob recordó que Ranald Maclnness lo había acusado de tener poderes que venían de un pacto con el demonio. Mairi había escuchado eso? Ese bastardo de Ranald había repetido una antigua creencia de que el diablo le cobraba un precio por dotarlo de habilidades sobrenaturales. Y el precio era privarlo de uno de los sentidos, la audición, por supuesto.
Rob ya había oído hablar de esa creencia, era una teoría repetida por los religiosos e incluso había formado parte de las acusaciones por parte del abuelo de Jehannie. Pacto con el diablo!
Esa creencia complicaba todo. Ranald Maclnness debía creer que Dios lo iba a proteger en el desafío del día siguiente, contra un representante del demonio. Cuando Rob derrotase a ese canalla, aquellos que estuviesen presenciando la victoria iban a decir que el mal había triunfado sobre el bien? Nadie, entre su gente, pensaría una cosa así, pues lo conocían bien. Mairi, sin embargo, podía sentirse tentada a creer eso.
Un estremecimiento de temor lo invadió. Qué mierda le habría dicho ella, antes de afirmar su intención de actuar como debía? Habría dicho algo del pacto con el diablo?
Rob frustrado dio un puñetazo en la palma de su mano. Podía preguntarle a Thomas si ella había dicho algo sobre eso. Pero no confiaba en que Thomas relatase la conversación sin agregar su propia versión de los hechos. No era que iba a mentir deliberadamente, pero era obvio que Mairi le disgustaba y podría haber oído sólo lo que le interesaba oír.
Intentar salvar lo que pudiese de su relación con Mairi tendría que esperar, hasta que el problema con su primo hubiese sido resuelto. Durante la tarde y durante toda la noche, haría vigilia dentro de la capilla. Maclnness había expresado una intención idéntica.
Cómo quedaría su imagen pública si su enemigo pasase la noche de rodillas, murmurando plegarias, mientras Rob pasaba las mismas horas disfrutando de placeres carnales con Mairi en su cuarto? No sería como demostrar que era un demonio?
Rob confiaba en su fuerza y en su habilidad cuando se trataba de torneos y competencias. Pero su gente, sin duda esperaba que él que se preparase para esa prueba con todo el ceremonial necesario para tal importante evento. Porque era una prueba, y a la prueba le seguiría un juicio, tenía que demostrar que un lord que no podía oír era capaz de defender a su esposa, su castillo y su pueblo.
Se iba a bañar, desayunar, y postrarse delante del altar, se confesaría y se entregaría a la misericordia de Dios. Así, nadie que lo viese siguiendo los rituales se le ocurrirían ideas relacionadas con el diablo cuando Rob le sacase la vida a Ranald Maclnness.
Un poco de concentración y un poco ayuda divina podría ayudarlo, por qué negarlo? Y mientras se entregase a los preparativos para el inminente duelo, debía dejar de lado sus preocupaciones en relación a Mairi. Podría evitarla durante todo el día? Qué otra cosa podía hacer ahora? Decirle que se había olvidado de contarle sobre la sordera? No, Jamás podría justificarse por haberle escondido ese hecho.
Llevaría tiempo para compensarla por el ocultamiento y por todo aquello que había sucedido entre los dos la noche pasada, para recuperar su confianza y comenzar de nuevo. Siempre y cuando ella lo permitiese. Si, era mejor ir a rezar. Tenía que rezar mucho.
- Tom! Aquí - él llamó, cuando vio a su amigo caminando cabizbajo de vuelta al castillo.
Thomas inmediatamente cambió de dirección y se aproximó, intentando mantener la compostura. Rob le dio un palmadita en el hombro.
- Voy a ganar, Tom.
- Eso espero. - Thomas respondió, entonces, señaló con la cabeza en dirección al salón. - Ella está loca, lo sabes.
- Mairi? loca? Te parece? - preguntó Rob, con una carcajada. - De rabia o… -
Thomas levantó uno de los bastones, y le dijo “demente” en el lenguaje de señas.
Rob arqueó las cejas. Qué acusación era esa?
Qué lo lleva a pensar que ella era una demente?
Ella se vistió como un hombre, respondió Thomas con señas. En seguida, frunció la frente y golpeó con el puño cerrado sobre la palma de su mano, cruzando en seguida los dedos.' Ella está con el enemigo'.
- Con Maclnness? - Rob preguntó en voz alta, incrédulo.
No, conmigo, Thomas dijo por señas, luego sacudió la cabeza desistiendo de cualquier tentativa de entender el comportamiento de Mairi.
- Qué mas?, preguntó Rob, todavía con la esperanza de que Thomas pudiese mencionar lo que Mairi había dicho, sin tener que preguntarlo directamente .
`Ella me confunde. Nunca hace lo esperado. Y provoca con sus palabras cuando sabe que vos no puedes oírla. La mujer está loca, demente'.
Bien, ese comentario no podía ser tomado en cuenta. Fuesen cuales fuesen las cosas extrañas que Mairi hacía o decía, todas esas reacciones eran por culpa de él, Rob pensó.
Se había casado con ella con un engaño de por medio, no había sido intencional pero así habían sucedido las cosas. Después, le había quitado la virginidad, siendo plenamente consciente de que nada podría disolver el matrimonio una vez consumado, a no ser a muerte. Pero Rob se sentía plenamente seguro que Mairi no lo acusaría de ninguna de esas faltas, si la salvase de las garras de su primo, Ranald, y al mismo tiempo, se vengase de la muerte de su padre.
Calumniar al hombre que haría eso por ella, no tenía sentido. Mairi podía actuar de forma imprevisible, pero ciertamente no estúpida, y mucho menos demente.
- Esta noche haré vigilia - Rob le dijo a Thomas. - Elige los hombres para la guardia.
- Ahora el demente sos vos! - exclamó Thomas, casi tirando los bastones.
Rob le sonrió a su viejo amigo.
- Caprichos de un pagano, Tom. Dame tu indulgencia. Hasta el diablo necesita una ayudita de Dios.
Mairi ignoró las miradas curiosas que la rodeaban, cuando entró en el salón, vestida con ropa de hombre. Llevaba sus propias ropas dobladas bajo el brazo, mientras pasaba al lado de todos, intentando mantener un aire de dignidad.
Cambiarse nuevamente en las barracas habría sido demasiado arriesgado, después que los hombres se habían dispersado de cerca de los portones.
Además, después de haber sido arrancada tan intempestivamente de su lecho nupcial esa mañana, necesitaba bañarse, cepillar sus cabellos y arreglarse de manera apropiada.
Los zapatos cómodos patinaban en la escalera y los las piedras que sobresalían del piso le lastimaban los pies, haciéndola recordar de la idiotez de no haber buscado sus botas. Debía parecer ridícula caminando como un pato que pisaba huevos, ella pensó.
Qué le importaba que esas personas la viesen así vestida de hombre? Después de todo, ellas ya habían decidido que ella no les gustaba, sin importar lo que ella hiciese. Todavía tenían la esperanza de que Rob pudiese reemplazarla con la hermana de Thomas.
Mairi suspiró al abrir la puerta del cuarto y arrojar sus ropas sobre la cama. Aun mientras se libraba de la túnica harapienta y los pantalones, Mairi pensó seriamente en conservarlas y usarlas abandonar ese lugar.
Mairi había esperado que Rob confiase en ella, después de que se había entregado carnalmente a él. Ella no le había probado que quería ser su esposa en todos los sentidos? Ella no había hecho todo lo que había podido para ganarse su confianza?
Con toda a honestidad, Mairi tenía que admitir que había habido poco tiempo, tanto la noche anterior como esa mañana para que él se explicase. Pero Rob le debía a ella una explicación.
Aunque creyese estar enamorada de Rob, Mairi sabía que ese sentimiento probablemente había nacido de la poderosa pasión y atracción que existía entre ellos dos. Ese deseo mutuo había sido evidente desde el principio, pero, solo, difícilmente sería la base de un amor verdadero.
Quizás no tenía derecho a esperar sentimientos más profundos por parte de Rob, de forma tan prematura. Y tenía que admitir que ella misma podía estar confusa, todavía bajo el impacto del éxtasis sexual recientemente descubierto. No, no podía ser amor, debía ser lujuria, pasión... sin embargo era un sentimiento tan intenso que parecía mucho mas importante que eso.
Ambos habían obtenido placer en esa cama, pero qué se podía hacer con eso? Aunque eso no fuese algo para despreciar, no era suficiente, ella pensó, con un suspiro de tristeza.
En verdad, Rob había ido mucho mas allá que meramente cumplir con sus deberes conyugales, y ella estaba segura de que le había dado mucho mas placer que cualquier esposa le daría a su esposa. Los recuerdos deliciosos de sus manos recorriéndola, la sensación de su lengua atrevida acariciándole todo el cuerpo, la estremecieron. Con sólo reproducir las imágenes de lo que habían hecho en su mente le provocó una oleada de calor que la hizo temblar de deseo.
Sería muy difícil vivir sin él, después de esa noche. Si, sería casi imposible desistir de ese place, aunque fuera para salvar su orgullo.
Mairi sumergió un paño de lino en la fuente con agua y se lavó el rostro , el cuello, los brazos , las piernas, los pechos y su entrepierna, logrando refrescar el ardor que quemaba en esa zona. Se frotó con fuerza, como para borrar las marcas de los besos, las caricias, y el olor de Rob que todavía impregnaba su cuerpo. Lavar los recuerdos de una noche de pasión no disminuyó en su deseo de tenerlo nuevamente esa noche. Y todas las noches, de allí hacia adelante. Deseo de compartir su cama, de tener sus hijos, de ocuparse de su comodidad y de su felicidad de todas las formas que una esposa lo hacía. Ese era su sueño más secreto. Pero Rob tenía el poder de lanzar esos sueños contra las rocas da realidad, si nunca llegase a amarla.
Mairi podía amarlo para siempre, pero eso podría no ser suficiente para satisfacer a ninguno de los dos en los años que vendrían.
Y ni quería penar en la idea de que su marido se imaginase que ella fuese lady Jehan en la cama... No si alimentaba esa idea iba a llegar a odiarlo. Honestamente, tenía que confesar que ya se sentía resentida ante la preocupación de Rob respecto a esa mujer, rehén en las manos de Ranald. Hasta ella misma estaba preocupada por su rival en el amor por Rob.
Necesitaba esperar para ver qué sucedía, después de que Rob hubiese enfrentado el duelo con su primo y una vez que hubiese salvado a su antigua prometida. Eso tenía más sentido que escaparse por el portón del fondo, huyendo de la situación.
Aunque su fuga fuese exitosa, siempre le quedaría duda de si había actuado precipitadamente, sin darle a Rob la oportunidad de confiar en ella
Por último, y no lo menos importante, Mairi no tenía ni idea de a donde podría ir, si pudiese escapar.
Podría volver a Craigmuir, por supuesto. Estaría segura después de la mañana siguiente, Ranald seguramente moriría y la vida de su padre estaría vengado, tal como se había prometido a sí misma.
El clan le daría las bienvenida a su hogar, pero Mairi también sabía que el consejo buscaría inmediatamente escoger otro hombre, para ocupar la posición de lord. Habría una reunión para decidir quién ocuparía ese puesto, y entonces ella tendría que contentarse con apenas ser una mujer más del clan. No habría más privilegios especiales por ser la hija del lord.
Pero podría permanecer en Baincroft, como la esposa de un hombre que no confiaba en ella? Ser el ama de un pueblo que la trataba con desdén?
Sopesando todas esas consideraciones, Mairi se dio cuenta que la única opción prudente era quedarse donde estaba. Por el momento.
Después que Rob hubiese rescatado a lady Jehan, vería que vientos soplaban entre ellos dos.
Miró de reojo a las ropas masculinas que estaban en el piso y decidió que iba a usarlas nuevamente. Cuando la mañana llegase, se iba a disfrazar y saldría con los hombres a presenciar el combate. Mientras que Rob no la viese, a nadie mas le importaría que ella estuviese allí, aunque la reconociesen. Y deses podría ver la cara de Rob en el momento en que él se reuniese con su antigua novia.
Si él diese alguna muestra de que todavía prefería a esa mujer, ella dejaría Baincroft. Por más que creyese que lo amaba, no aceptaría migajas de su atención y no aceptaría competir con otra mujer para ver quien se adueñaba de su corazón.
Mairi arrojó el paño de lino en la fuente y pasó sus manos mojadas por su cara, para refrescar la súbita oleada de rabia. Podría tomar otro rumbo, si fuese preciso. Craigmuir siempre había sido necesitado mas costureras...
Tenía ganas de esconderse por el resto del día, pero sabía que no lo haría. La gente de allí no la trataría mejor, si se convirtiese en una mujer recluida y aislada. Ya la consideraban bastante extraña, Mairi sospechaba. Mientras tanto viviese en Baincroft, fuese por ese día, apenas, o por el resto da vida, ella asumiría el papel de lady, de baronesa. Era su derecho.
Con esa decisión tomada, Mairi se vistió y descendió confiada hacia el salón y pasó a organizar las tareas, para pasar de la conmoción en que estaban a una actividad mas productiva. Eso no iba a ganarle el cariño de la gente de Baincroft, Mairi lo sabía, pero toda esa gente tenía la obligación de obedecer sus órdenes.
Se entregó al trabajo, creyendo que eso haría que el día pasara más rápidamente. Pero desgraciadamente, las horas interminables se arrastraron con una lentitud enervante. Rob y la mitad de los hombres habían llegado para la comida del mediodía, habían comido y bebido de pie, y luego habían salido apresurados. Todos, dentro del castillo y en el patio, parecían estar inmersos en sus actividades. Aunque los eventos aparentemente iban a tener lugar fuera de las murallas, quién podía predecir lo que los hombres de Ranald podrían hacer cuando él fuese derrotado? Podría ocurrir una batalla. Y el contingente de Rob era menor en número, Mairi había oído a sir Galen afirmar eso.
Poco después de que Rob hubiese terminado su comida, llegó un segundo grupo para comer. Mairi buscó aproximarse a de sir Galen.
La razón para haberlo elegido para conversar era que el caballero le había dirigido una media sonrisa al entrar al salón. Era la expresión máxima de afecto que había logrado de la gente de Baincroft en esos días. Además, había sido Galen el encargado de negociar con Ranald.
Mairi suponía que él era el capitán de guardias, aunque nadie los había presentado.
Sir Galen parecía el más viejo de los hombres y se comportaba con extrema seguridad. Ella recogió su copa de cerveza y se aproximó al lugar donde estaba el caballero, recostado contra la pared del fondo de la sala.
- Qué podría suceder cuando mi Lord mate a Maclnness? Cree que el resto de sus hombre va a partir en paz?
Ele se encogió de hombros y habló, mientras mordía un pan:
- No, Mi lady, no lo harán. Pero eso no tiene importancia.
- No tiene importancia? - ella preguntó, con un aire de incredulidad.
Sir Galen tragó y sonrió, mostrando sus dientes blancos.
- Lord Rob mandó buscar refuerzos en Trouville. Eso será una ventaja a nuestro favor.
Gracias a Dios. Mairi tomó un trago de cerveza, antes de preguntar:
- Por qué no simplemente rodearlos y dominarlos y acabar con todo esto? Por qué mi marido debe luchar con Ranald solo?
El arqueó una ceja, con expresión de sorpresa.
- Por el honor de lord Rob, naturalmente. No se puede soslayar un aspecto tan importante como ese, no lo cree, Mi lady?
Ella asintió con la cabeza.
- Muy cierto, pero mi primo no merece ningún respeto y no poseer honor alguno. Él ordenó que mi padre fuese asesinado y planea hacer lo mismo conmigo. O va a hacerme enviudar para casarse conmigo.
- Noto que mi lady no teme por su destino - él comentó, con una sonrisa extraña, mordiendo el pan y masticando mientras la observaba.
Ella lo miró a los ojos, extremamente seria.
- Confío en las habilidades de mi marido, pues fui testigo de ellas. Sin embargo me gustaría tener un puñal de mano, en caso algo salga mal.
- Mi espada estará a mano, no lo dude - él declaró.
- Una idea muy alentadora, sir. Pero Cree que podría encontrar una faca para mí? No algo muy grande, por supuesto, pero algo afilado y eficaz?
El miró de reojo a una pequeña daga que ella traía en la cintura.
- Afile bien esa que tiene. Le Servirá para abrirse las venas, si lo peor sucediese y el bastardo de su primo venciese.
Mairi soltó una carcajada.
Oh, no seamos extremistas, no estoy pensando en suicidarme! Todo lo que quiero es un arma afilada y eficaz en mi mano. Con eso me sentiría más segura.
Sin despegar los ojos de ella, sir Galen se agachó y llevó su mano a su bota, sacando una daga de cabo de hueso, tres veces mas grande que la de Mairi. Era negra como el pecado y tenía una profunda ranura color sangre. Una arma peligrosa. Justamente lo que ella necesitaba.
- Tenga cuidado de que eso no vaya a parar a un lugar equivocado - él le avisó, con las cejas erguidas, su enorme bigote torcido a un lado.
Ella sonrió con una calma fingida, tomando la daga y la escondió en los pliegues de su vestido.
- Si, la enterraré en el lugar correcto, si la necesidad me obliga, puede estar seguro. Muchas gracias, sir Galen.
El la miró a de arriba a abajo como si evaluase sus méritos. Luego, asintió con la cabeza, pareciendo satisfecho. Tragó el resto da cerveza y se apartó.
A escondidas, Mairi empuñó el arma, probando su peso. Podría nunca precisar usarla, pero por lo menos ahora no se sentía tan vulnerable como antes, cuando había partido de Craigmuir.
Si, ella iba a acompañar a Rob afuera de las murallas mañana. Tenía que hacerlo, pues no podría esperar dentro de los portones hasta que alguien viniese y le contase lo que había sucedido.
Aunque no dudase del resultado del combate, Mairi necesitaba ver, con sus propios ojos, como Rob trataría a lady Jehan, cuando la hubiese librado de Ranald. Necesitaba observándolos, poco después de ese momento de victoria, para descubrir los verdaderos sentimientos de su marido para con esa mujer.
Después de eso, sabría qué debía hacer. Y si tuviese que partir de allí, ya estaría vestida y armada para el viaje.
Tomada esa decisión, Mairi llevó la daga al piso de arriba y la escondió, junto con los pantalones y la túnica, debajo del colchón, para que Rob no las viese y se las sacase.
El resto de día lo iba a pasar entre los extraños, intentando actuar como el ama del castillo.
Mairi preocupó cuando Rob no apareció a cenar. Todos sus caballeros, inclusive sir Galen y sir Thomas, habían desaparecido, así como la mayoría de los otros hombres.
Aun el joven y tímido sacerdote que ella había encontrado brevemente durante los quehaceres del día estaba desaparecido. No esperaba que todos estuviesen reunidos en la mesa para la cena, pero el hecho que ninguno de ellos estuviese allí la intrigaba.
Mairi presidió la mesa, apenas consiguiendo masticar un bocado con tantas miradas clavados en ella. Todos debían culparla de la situación. Aunque no desease, tenía que admitir que ellos tenían una buena razón para juzgarla responsable.
Si Rob no se hubiese casado con ella y la hubiese llevado a allí, ahora no tendría que enfrentar a Ranald en una lucha a vida o muerte, y Baincroft todavía sería el lugar pacífico que ellos siempre habían vivido.
En su cuarto, Mairi esperó por horas, segura de que él llegaría trayéndole la confianza de que no iba a fallar.
Rob había estado allí, antes que ella, o alguien había entrado, pues el baúl con ropas estaba abierto y la chimenea, encendida.
Rápidamente verificó si la daga que sir Galen le había dado y las ropas masculinas continuaban en el mismo lugar. Para su alivio, estaban debajo del colchón, como ella las había dejado.
Si por lo menos Rob apareciese y pudiesen amarse una vez más, ella suspiró. Era un buen momento para que él confiase en ella y le dijese la verdad sobre su sordera, aunque él ya debía suponer que ella conocía su secreto. Difícilmente eso sería una prioridad, dada la importancia de los otros problemas que lo afligían, pero podrían conversar y estar juntos.
Casi había pasado la mitad de la noche y Rob todavía no había venido a reunirse a ella. Mairi decidió que debía salir para encontrándolo. Se no fuese por otro motivo, quería desearle buena suerte y reafirmarle que creía en él.
Recogió una bata de lana que nunca le había visto usar. Se envolvió en ella, inhalando el olor de Rob en la tela suave. Los zapatos de cuero se deslizaban prácticamente inaudibles por el piso piedras, cuando ella descendió la escalera.
Tenía intención de buscara Rob entre aquellos que dormían en el salón, pero, al examinar los cuerpos extendidos, se dio cuenta que sólo había mujeres allí. Estarían todos los hombres despiertos, de guardia?
Mairi abrió la puerta del salón, descendió corriendo los escalones y salió al patio, cerrando la bata de Rob contra su cuerpo, para protegerse del frío de la noche. Todo estaba silencioso, y en el aire había una expectativa casi palpable.
Había un número pequeño de centinelas sobre las pasarelas de las murallas, Mairi notó con sorpresa. Dos guardias patrullaban los portones principales y otros dos vigilaban el portón de reja. Aquello parecía extraño para la noche que debería ser la de la primera batalla que presenciaban en décadas.
Miró de reojo a su alrededor, hacia las edificaciones dentro de las murallas. Aunque la luna llena iluminase las sombras, las barracas se asemejaban a un lugar aislado y siniestro, donde ninguna mujer se atrevería entrar en medio de la noche, con tantos hombres a un paso de una batalla.
Y si la atacasen, creyendo que ella era alguien que había penetrado furtivamente las murallas para atacarlos a traición? Reconsideró la idea de buscar a Rob allí.
Desde la puerta de la capilla, emanaba un haz de luz.
Mairi cruzó el patio y se aproximó, imaginando qué estaría ocurriendo. Una reunión secreta? No se oían voces.
Al entrar, ella contuvo el aliento. Centenas de velas lanzaban su luz sobre la multitud sombría que allá dentro se amontonaba.
Algunos de los hombres estaban de pie, otros arrodillados. Otros, agachados en los rincones. Sólo unos pocos ojos se volvieron para mirarla. La mayoría tenía los ojos cerrados, porque dormían o porque oraban.
Parecía que todos los habitantes varones de Baincroft, salvo los pocos guardias que ella había visto en las murallas, habían asistido a una extraña y silenciosa ceremonia.
Vestido enteramente de blanco, Rob yacía echado, su cuerpo abierto en forma de cruz en el atrio, con el mentón apoyado sobre el frío piso de piedras.
Mairi cayó de rodillas e hizo la señal da cruz. Nunca había visto una escena así en toda su vida. Qué significaba aquello?
Encontró con los ojos a Andy. El muchacho estaba arrodillado a pocos pasos de distancia y la observaba, pareciendo horrorizado de verla allí.
Mairi estaba a punto de hacerle una señal para que él la siguiese afuera y contase lo que estaba sucediendo, cuando sintió que la empujaban por el brazo.
Thomas. Mierda!
- Sígame, él exigió que ella se levantase y lo acompañase, Mairi se olvidó de Andy y fue detrás del caballero. Estaba desbordada de curiosidad y no le importaba quien le fuese explicar, sólo quería descubrir el significado de ese ritual.
Cuando estuvieron fuera del alcance para ser oídos, preguntó:
- Qué es eso? Y cuánto tiempo va a durar?
- Toda la noche. Él está en una vigilia.
- Entonces, él se va a quedar dormido mientras mi primo le corta el cuerpo de arriba a abajo? No tiene cerebro, sir Thomas? - Mairi arrojó los brazos hacia arriba en señal desesperación. - No puede decir una plegaria y acabar con todo eso? Puede apostar su alma mortal que mi primo no va a dejar de dormir esta noche!
Thomas se rió, una risita ligera y llena de significado, lo que irritó a Mairi todavía más.
- Ah, entonces usted es una mujer práctica. Nada de esas plegarias inútiles y ayunos sin sentido para usted.
- Por mil demonios, él no comió? - ella exclamó, agarrándolo por el brazo. -- Escuche lo que le voy a decir! Esto no es necesario ni prudente!
- Yo se lo aconsejó por su propio bien - respondió Thomas, sacudiendo la cabeza. - Pero Rob es así. Una vez que toma una decisión, nada no nadie, lo puede hacer cambiar de idea. Hace esta vigilia, pues cree que es lo que debe hacer.
- Pero, Por qué? él Cree que va a perder?
- No, claro que no! - Thomas suspiró y pasó los dedos por su cabello. - él quiere que no haya dudas respecto a quién va a luchado del lado del bien, mañana. Rob quiere acabar con esa antigua creencia de que tiene un pacto con Satanás, que sacrificó su facultad de oír para poseer poderes demoníacos.
- Por Dios y la Virgen! Qué locura es esa? - preguntó Mairi, llevando las manos a su rostro espantada. - Su propia gente pensaría una cosa así de su lord?
- Aparentemente, ese hombre de las Highlands, su primo, cree eso - Thomas explicó, haciendo una pausa antes de proseguir. - Y Rob tiene miedo de que usted lo crea también.
- Pero se trata de estupideces de ignorantes… - Mairi murmuró irritada y se volvió, rápidamente, para entrar en la capilla y decir a su marido cuan equivocado estaba.
Thomas la agarró por la espalda de la bata y casi se cayó sobre ella, al perder el equilibrio. Ella se dio vuelta rápidamente para ayudarlo, sujetándolo por el brazo.
- Idiota! - ella lo reprendió. - Vaya a sentarse a algún lugar antes que se rompa la otra pierna!
- Venga conmigo, entonces - él exigió con los dientes cerrados -, pues no puede entrar allá e interrumpir la vigilia.
Mairi se mantuvo irreductible.
- Rob no necesitó una vigilia, cuando luchó en Craigmuir. Tengo la más absoluta convicción de que Dios estuvo del lado de Rob ese día, sin necesidad de nada de esto! - señaló para a capilla y bufó con rabia.
Thomas se le aproximó furioso.
- Mi lady, se lo advierto, no se burle de eso que él hace allí adentro. Puedo soportar cualquier cosa, menos que se burlen de él, comprende? - él le agarró el brazo, sus dedos enterrándose en su carne, a través de la tela. - Robert es un hermano para mí.
- No un hermano de sangre - ella rebatió, usando el dolor del asimiento cruel de su mano para alimentar su rabia. - Pero hubieran sido como hermanos si Rob se casaba con Jehannie , verdad ?
- Es cierto - él admitió. - Si fuese dejado a mi arbitrio, él la llevaría a usted esta misma noche allá afuera y traería a mi hermana a esta casa, al lugar donde ella pertenece!
- Entonces, debo agradecerle a Dios esa pierna quebrada, pues así puedo enfrentarlo! - Ella lo sujetó por la muñeca, se la retorció y logró desprenderse de Thomas. Ella casi lo hizo caer.
Thomas se enderezó pero no la tocó nuevamente, dándose cuenta, obviamente, que era mejor no provocarla.
- Lamento lo que dije. No quise decir eso - él murmuró, en un tono rencoroso.
- Claro que quiso decirlo, a mí no me engaña - ella replicó.
A pesar furia, una certeza mayor se apoderó de Mairi. Thomas tenía razón, ella jamás podría atreverse a entrar en la capilla e intentar persuadir a Rob de abandonar su vigilia. Le causaría más amargura que un bien, si lo hiciese. Ella podría avergonzarlo delante de sus soldados, y él nunca le perdonaría eso. Ni siquiera iba a dormir después, de tan enojado que estaría.
Rob probablemente conocía sus fuerzas mejor que ella, y debía sentirse confiado de que podría hacerlas prevalecer a pesar de la falta de comida y de sueño. Tenía que confiar en su marido, totalmente, pues no había otra opción.
- Déjeme, Thomas, voy a volver al castillo. Y, ya que yo no puedo, vaya y cuide él. Intente hacerlo descansar un poco y de comer antes del combate.
El se limitó a mirarla con odio, como si ella hubiese sugerido cometer una blasfemia. Tal vez así fuese, ya que ella no sabía nada acerca de esos rituales. Los hombres de las Highlands eran diferentes. Pero Mairi no podía evitar preocuparse por Rob.
Caminó por el patio y subió los escalones. Antes de cruzar las puertas del salón, ella se volvió y vio que Thomas entraba en la capilla. Se preguntó, por un instante, en qué medida, exactamente, ese caballero tenía influencia sobre su marido. Y, para no ser hipócrita e ir al centro del problema, qué cantidad de esa influencia le correspondía a Lady Jehan.
A la mañana siguiente, lo iba a descubrir.
La luz grisácea y tenue del amanecer se filtró por la ventana, y Mairi despertó con un estremecimiento. Ella sabía que necesitaba levantarse y prepararse, pero se quedó entre las mantas, mirando, sin ver, el dosel sobre su cabeza. Tenía miedo a ese día.
Miró de reojo a la puerta que se abría silenciosamente. Rob entró con pasos leves. Traía en el brazo el traje blanco que había usado durante toda la noche y ahora usaba la cota de malla.
Sus cabellos parecían enmarañados. Estaba vestido pero con los pies todavía descalzos.
El había dejado su espada y el cinto en algún otro lugar, probablemente para evitar que el tañido del metal pudiese despertarla. Mairi se preguntó quién le había enseñado a tener esos cuidados. Una amante, seguramente.
Mairi se sentó en la cama, enfrentándolo.
- Buen día - él murmuró, y agregó: - Necesito pantalones… y una túnica. - Se aproximó al baúl abierto y sacó una prenda de lana verde y pantalones del mismo color, dejando caer allí el traje blanco del ritual.
Ella se levantó, envolviéndose en la bata, y se aproximó. Cuando Rob ataba las cintas de la túnica e se volvió, parecía tan débil como ella temía.
- Necesitas dormir - ella dijo, mirándolo con preocupación.
- No te aflijas - él contestó secamente.
Mairi lo habría besado si Rob se hubiese mostrado dispuesto. Podía ser el último beso que tendría de él, en caso que su marido prefiriese a lady Jehan.
Ella se recordó, tardíamente, que la ceremonia debía ser algún tipo de ritual de purificación. Mairi no quería que Rob creyese que ella se burlaba de él de alguna forma. La advertencia de la noche anterior de Thomas había calado muy profundamente en ella, mucho más de lo que se atrevía a admitir.
- Gana! - ella murmuró, lentamente, intentando permanecer estoica y escondiendo su preocupación. Él podía interpretar sus palabras como miedo de que él no estuviese en condiciones de enfrentar a Ranald.
- Venceré - él aseguró, estudiando su cara con la intensidad que Mairi esperaba. - Vas a asistir?
- Si, lo haré.
De repente, él la abrazó, y su boca se posó sobre la de ella con una ferocidad que Mairi no le conocía. Su lengua entró en su boca, sus brazos la apretaron con furia, y su ingle se comprimió contra la de ella con una ansia cercana a la desesperación. Antes que ella pudiese recobrarse de la sorpresa y pudiese corresponder a ese fervor, Rob la soltó y dio un paso atrás.
Mairi extendió la mano para detenerlo, para explicarle su vacilación, pero Rob se volvió rápidamente y salió del cuarto, cerrando la puerta detrás de sí.
Ella quedó allí, paralizada por algunos instantes, los dedos tocando sus labios, reviviendo ese beso y deseando recibir muchos más.
Se dio cuenta, entonces, que tenía poco tiempo que perder. Los hombres ya debían estar reuniéndose y, tan pronto el sol se levantase del horizonte, iban a salir de las murallas. Ella tenía que estar allá.
Un golpe vacilante sonó en la puerta.
- Entre! - ella exclamó.
- Mi lady - se oyó un murmullo asustado. - Soy Elfled.
Uno de los escuderos de Rob, ella se acordó, un muchacho delgado y alto, de trece años. Él la había ayudado a contar las velas.
- Si. Entra.
El entró, apenas vistiendo una camisa que le llegaba casi a las rodillas y pantalones rasgados que eran pequeños para él.
Su voz adolescente alternaba entre los graves y los agudos.
- Sir Galen dijo que yo podía venir y… ah… eh... pedir... eh tomar mis ropas.
- Tus Ropas? - Mairi respondió con aire inocente. - Qué ropas?
Elfled bajó la cabeza.
- Esas que mi lady… ah... Rob... tomó prestadas. Son mías, usted sabe, y querría… ah… usarlas. - él bajó la mirada. - Me gustaría estar bien vestido, hoy - el adolescente agregó.
Mairi debería haberse dado cuenta que a la persona quien le había quitado las ropas debería tener pocas posesiones, especialmente si era un criado o un escudero elegido entre las familias más pobres. Aun así, ella no estaba dispuesta a devolverle las ropas al avergonzado muchacho. Las Necesitaba.
- Mírate! - ella exclamó, sacudiendo la cabeza con disgusto. - Esa camisa debe ser lavada y los pantalones son muy pequeños. Ven conmigo - ella le ordenó, empujándolo por el brazo y casi haciéndolo tropezar.
- Pero... Mi lady…
- Ve al cambiador, muchacho. No pensarás en desvestirse en mi presencia, verdad? - ella lo empujó hacia puerta enclavada en la pared, que daba a una pequeña alcoba, propia para ese fin. - Quítate esa camisa mientras te busco otra. Una limpia. Y de otro color, ese amarillo no te queda bien. No importa que la camisa sea un poco grande, es la moda ahora, sabes?. Dame tus pantalones, también. Necesitan ser remendados.
Murmurando una protesta, Elfled hizo lo que ella le ordenaba.
Mairi corrió al cuarto y se sacó la bata rápidamente. Se puso la camisa amarilla de Elfled por la cabeza y se puso una prenda propia encima. Escondió los pantalones, aunque sabía que el muchacho no se atrevería a entrar en el cuarto, después que ella saliese.
Detestaba tener que actuar así, dejando al muchacho desnudo, pero necesitaba sacarlo de su camino. Y quien sabe quizás los otros la confundiesen con él. Se puso los pantalones y colgó la daga de sir Galen en el cinto de cuero.
Afortunadamente, ella había encontrado sus botas debajo de la cama. Con la capucha cubriendo sus cabellos y el puñal en la cintura, no tenía de que preocuparse. Sólo tenía que mantener la cabeza baja, para que no viesen su rostro.
Cuando salía del cuarto, oyó un golpe vacilante en la puerta del cambiador.
- Mi lady? Falta mucho? - se oyó una voz tímida. - Mi lady, por favor, donde está?
Mairi bufó, lamentando la necesidad de tenderle esa trampa al muchacho, y sacudió la cabeza, dispuesta a sacarlo de su mente. Había cosas más importantes en que pensar que situación del pobre escudero. Le regalaría ropas nuevas a él, si tuviese la suerte y la felicidad de permanecer como el ama de Baincroft.
Descendió corriendo la escalera, atravesó el salón prácticamente desierto y salió por la puerta. Logró reunirse a los últimos hombres que se dirigían a los portones.
Los arqueros se perfilaban con las flechas en posición, en caso cualquiera de los mercenarios de Ranald se atreviese a aproximarse a los portones abiertos, mientras los soldados de Baincroft salían, con Rob a la cabeza. Ya en el campo abierto que rodeaba al castillo, todos se alinearon, acompasando sus pasos, hasta que todos marchaban hombro con hombro. Se detuvieron simultáneamente, al aproximarse a los rivales. Los hombres de Ranald esperaban fuera del alcance de la amenaza de las flechas. El destacamento se formó, entonces, en un gran semicírculo, en el cual Mairi estaba incluida. Rob había asumido la posición central, y ella se había colocado en el extremo a la derecha de él.
Mairi notó que los hombres de Ranald eran, en número, por lo menos diez veces más que los de Rob. Pero detrás de las filas enemiga, ella vio surgir una línea de caballeros montados, en el borde del bosque. Ellos se detuvieron allí, a la distancia, pero lo bastante cerca como para partir al ataque, en caso fuese necesario. El estandarte de Trouville flotaba en la punta de una lanza, con la suave brisa de la mañana.
Mairi sonrió. Ranald debía estar furioso con ese giro en los acontecimientos. Ella decidió que la tropa de Trouville debería haber robado los caballos de los enemigos durante a noche, ya que ninguno de los hombres de Ranald estaba montado. Lo que se merecía el bastardo de su primo que había dicho que pasaría la noche de vigilia rezando, ella pensó, con una risita maliciosa.
Ranald no mostraba ojeras debajo los ojos. Había tenido una buena noche de sueño pero eso le había costado caro. No había modo de escapar de allí sin caballos, Mairi ahora podía vislumbrar lo que sucedería. Finalmente, su padre sería vengado.
El sentimiento de anticipada alegría desapareció cuando Mairi vio a lady Jehan. Su captor la mantenía sujeta por la cintura, con sus brazos fuertes. Los cabellos de ella, largos y negros, caían sueltos por los hombros, y el frente de su vestido estaba rasgado, exponiendo la curva de uno de sus pechos. Una daga, muy parecida a esa que sir Galen le había prestado a Mairi, brillaba debajo de su mentón. Ella mantenía su aire altivo, aún bajo la amenaza de muerte. Era digna de admiración por su coraje, Mairi tuvo que admitir.
- Traigan a lady Mairi aquí afuera! - ordenó Ranald.
Nadie respondió. Rob simplemente dio un paso al frente y señaló a Jehan.
- Suéltala. Manda que ese hombre le saque la daga del cuello.
- No! - exclamó Ranald, sacudiendo la cabeza. El hombre que la mantenía prisionera no se movió.
Un impasse, pensó Mairi. Y ahora? Si Rob matase a Ranald en la lucha, su soldado cortaría la garganta de la mujer. Eso simplemente resolvería los problemas de Mairi respecto a su matrimonio, pero sería cosa que ella no soportaría. Aun así, revelar su propia identidad ahora no aseguraba que el degenerado de Ranald fuese liberar a lady Jehan.
- Si la lastima - Rob amenazó, su voz profunda y sonora como un trueno -, todos morirán.
Ranald miró por encima de su hombro hacia atrás, hacia donde el ejército de Trouville bloqueaba el paso, impidiendo cualquier escape. Si aquello lo amedrentó, no dejó que nadie percibiese su reacción. Se volvió hacia sir Galen.
- Dígale a ese hijo del diablo que quiero que me devuelvan mis caballos. Dígale que no seguiré adelante hasta que todos los caballos estén aquí. Y que Traiga a Mairi Maclnness afuera. Ella y esa mujer pueden quedarse juntas, como el premio del combate. - Ranald levantó su voz. - Dígaselo a MacBain…
Rob dio un paso más hacia adelante, levantó la visera de su yelmo y la empujó hacia atrás.
- Dígamelo directamente a mí, Maclnness!- Rob escupió en el suelo con desprecio. - Y yo le digo que es un asesino!
Ranald sacó su espada y recorrió con sus ojos la línea de la defensa. Mairi bajó la cabeza rápidamente.
- Escuchen, todos los presentes! - su primo exclamó. - Cuando derrote a MacBain, ambas las mujeres serán mías! Dios lanzará una maldición a quien no honre ese pacto. MacBain empeñó su palabra!
Sus ojos negros, entrecerrados, brillaron amenazadores. Y quizás con desesperación. Ranald tenía que saber que nunca dejaría ese campo con vida. Aunque, si algún golpe fatal del destino, tuviese una victoria sobre Rob, los hombres de Baincroft y de Trouville ciertamente lo aniquilarían, allí mismo.
Qué pasaba? Nadie había protestado contra las exigencias de su primo. Estaban de acuerdo con honrar los términos del acuerdo? Entregarían Mairi y a lady Jehan a la dudosa misericordia de Ranald, si la suerte favoreciese al bando equivocado?
Mairi de repente se preguntó si no debería haber pasado la noche anterior tirada en el piso de la capilla, rezando por sí misma.
De repente, Jehan dejó escapar un jadeo. Los ojos de Mairi corrieron hacia la mujer. Su captor había levantado su daga, forzando su cuello, y Jehan se había desmayado cayendo a un costado. Él le había cortado la piel, y la sangre manaba, aunque en pequeña cantidad. Con la mujer colgada a un lado, con un peso muerto, el soldado tenía que usar ambas las manos para sostenerla. O podría dejarla caer al suelo.
Mairi casi aplaudió. Un acto de coraje, aunque extremamente arriesgado. Ni por un instante ella se creyó que Jehan de Brus realmente había desmayado.
Uno de los arqueros de Trouville tenía una flecha apuntada a la espalda del captor. Sin embargo no se había atrevido a dispararle. Era obvio que no podía ver la posición de la daga, desde el lugar donde estaba. Mairi rezó para que la trayectoria de la flecha diese en el blanco en el momento adecuado.
El áspero ruido de metal chocando contra metal llamó su atención de vuelta hacia los combatientes. Ambos tenían sus espadas empuñadas.
Rob e Ranald se enfrentaban, midiéndose, caminando en círculos. El único ruido que se oía, en el aire de la mañana, era el suave tañido de las cotas de mallas y el arrastre de la botas contra el suelo. Mairi contuvo el aliento, junto con los demás.
De repente, con un letal grito de guerra, Ranald atacó. Las espadas chocaron cuando Rob desvió fácilmente el golpe, posicionándose con calma para recibir el próximo.
- Gritas demasiado hasta yo te oigo! - Rob lo provocó con una sonrisa.
Ranald avanzó. Rob le interceptó el segundo golpe con el escudo haciéndolo tambalear.
- Y eres torpe! - Rob agregó con una risita.
- Quieres desistir?
Ranald soltó un insulto y atacó de nuevo. Rob simplemente dio un paso a un lado, las cejas erguidas, como si desviase un estorbo.
- Oh! - se burló. - Vas Mejorando!
Mairi descubría nuevas inflexiones en la voz de Rob. Él parecía estar divirtiéndose. Mierda! Debería estar tomando el combate en serio en vez de sólo quedarse en provocaciones. Ranald, obviamente, no era un espadachín de buen nivel, pero su espada era afilada y aquello no era un juego!
La lucha prosiguió. Muchas veces, Ranald saltó hacia adelante, buscando el blanco, gruñendo con cada esfuerzo, el sudor bañaba su rostro y goteaba por su mentón. Todas las veces, la espada de MacBain detuvo sus golpes, reduciendo la amenaza a nada. Aun así, Rob no contraatacaba. Ni una vez se lanzó, con rabia o determinación, dispuesto a herir a su enemigo. Continuaba sonriendo y haciendo comentarios graciosos, lo que ponía a Ranald todavía más furioso.
Los hombres de las Highlands observaban a lucha, cautelosos, con creciente incomodidad y clara preocupación. Ranald evidentemente se cansaba. Sus ofensivas disminuían, mientras él intentaba recuperarse.
- Perdiendo las fuerzas? - preguntó Rob, alegremente, examinando a su oponente con una mirada de lobo. - No quieres que te traigamos una silla para descansar?
Ranald soltó un grito de odio y se lanzó contra él, con espada hacia delante, y justamente eso se convirtió en su punto de desequilibrio cuando Rob desvió su cuerpo hacia un costado. Para Rob, fue un gesto sin esfuerzo. Para Ranald, una humillación.
Mairi quería que su marido acabase con las bromas.
Los dos se pusieron frente a frente de nuevo, Ranald jadeando, exhausto, absolutamente dominado por el odio.
Incluso MacBain parecía serio ahora, como si estuviese listo para poner un final combate. Mairi lo observó flexionar la mano sobre la empuñadura del arma, para reforzar el asimiento.
Inconscientemente, ella también empuñó la daga.
Con los dientes apretados, la voz alta y amenazadora, Ranald ordenó a su hombre.
- Mata a la puta, Davy. Ahora!
Mairi jadeó, su mirada voló hacia el bruto que sujetaba a lady Jehan. Él la sostenía sobre el brazo y tenía el puñal en la otra mano. Los ojos de Jehan se abrieron con terror, y ella comenzó a forcejear.
Sin pensarlo dos veces, y en su afán de impedir el asesinato, Mairi se agachó, tomó una piedra y la arrojó con toda sus fuerzas, alcanzando al hombre en la frente. Aquello apenas fue una distracción, pero Jehan le dio un codazo y logró desprenderse, cayendo al suelo de rodillas. Con una rapidez impresionante, ella salió corriendo por el campo abierto, en dirección al contingente de Baincroft.
Casi simultáneamente, su captor se dobló soltando un grito pavoroso. Al caer, boca abajo en el suelo, Mairi vio la flecha clavada en su espalda. Gracias a Dios!
Ella volvió los ojos, en ese mismo instante, hacia Rob, temiendo que aquello pudiese haberlo distraído y haberlo puesto en peligro. Entonces, sucedió. La mirada demencial de Ranald encontró la de ella. Invadido por una furia indomable e insana, él corrió en dirección a Mairi con la espada extendida para traspasarla.
No había tiempo para retroceder, ni tiempo para correr. Mairi sacó la daga del cinto y desvió el golpe, pero cayó bajo el peso del cuerpo de Ranald. Ya en el suelo, sintió la mordida del acero en el hombro. Con el resto de sus fuerzas, ella enterró la daga entre las costillas de Ranald. Su primo no se movía y ella yacía de espaldas casi aplastada por su cuerpo.
- Aaah! - ella gritó, tan sorprendida como Ranald debía estarlo. Pero Mairi ya no lograba respirar.
La voz de Rob gritó su nombre. Y el peso fue retirado de su pecho. Mairi luchó por no desmayarse. Sus pulmones no respondían. Sus piernas no se movían. No, ella había vencido Ranald! Eso tenía que ser verdad! Había vengado a su padre. Eso no podía estar sucediendo! Su vista se nubló, y la oscuridad amenazaba con envolverla. Pero Mairi intentó luchar.
Estaba muriendo, ella se dio cuenta. Y era cuestión de instantes. Pronto, sus ojos ya se abrirían más y su cuerpo se enfriaría. No mas sufrimiento. Ni miedo, ni furia. Sólo tristeza. Una tristeza inmensa que no podía soportar. Rob nunca sabría que ella lo amaba, nunca más la abrazaría.
Por lo menos, ella había ayudado a salvar Jehan. Para él. Mairi tuvo ganas de reírse, con muchas ganas, ante la ironía del destino, ante injusticia del resultado del combate. Había salvado a Rob, pero había perdido a Rob...
Había estruendos a su alrededor, gritos e insultos. Era el infierno. Y estaba oscuro.
Rob se acercó al a Mairi, ellas se convulsionaba con los estertores de la muerte.
Había poca sangre, solamente un corte superficial que apenas había roto la piel. Rob apretó el pecho de su esposa ayudándola a expulsar el aire de los pulmones
Jehannie se aproximó, intentando llamar su atención. Él la miró furioso.
- Fue Veneno - ella murmuró. - La espada estaba engrasada con veneno.
- Noooo! - Rob gritó, inclinándose para abrazar a Mairi, para sujetarla contra su pecho, para incitarla a vivir. La apretó con fuerza, y sintió su respiración débil rozarle su rostro. Suspiró alivio.
- Hay que llevarla dentro! - gritó Jehannie, señalando el castillo. Rápido! Llévala, ella usó el lenguaje de señal, mientras corría.
Rob levantó el cuerpo de Mairi, se puso de pie y la cargó hacia las murallas, notando vagamente el infierno que dejaba atrás.
Rezaba, mientras atravesaba corriendo los portones. Jehannie sabría cómo actuar, su madre era curandera. "Por favor, mi Dios", imploró, " Haz que Jehannie sepa qué hacer".
Ni por un momento él dudó que ella haría todo lo que estuviese a su alcance para salvar a Mairi. Aunque le faltase el sentido común en muchas ocasiones, Jehan de Brus tenía honor. Mairi había ayudado a salvarla de la daga de su captor, arrojando la piedra, y Jehannie tenía una deuda de honor con ella.
- Ojo por ojo! - Rob Le recordó, cuando colocó el cuerpo inanimado de su esposa sobre la mesa en el salón. Aunque confiase en Jehannie, no le dejaría que ella se olvidase de la deuda.
Jehan lo ignoró y llamó a Gunda, la criada, quien estaba cerca, ordenándole algo. La muchacha se apartó corriendo. Con dedos ágiles, Jehannie rasgó la túnica ensangrentada. Para el horror de Rob, ella comenzó a apretar la herida, haciendo que manase mas sangre. De repente, él comprendió que ella estaba drenando el veneno. Y le obedeció cuando ella le ordenó que continuase apretando, aunque le doliese ver a Mairi sangrar.
Gunda pronto retornó, trayendo sanguijuelas en un pote, y Rob fue puesto a un lado, para permitir que los bichos hiciesen su trabajo. Ante sus ojos, los animales prendieron sus bocas a la herida, succionando. Pronto, habían engordado sus cuerpos con la sangre de su esposa. Luego comenzaron a caer muertos por la acción del veneno. Rob bendijo a esas horribles criaturas, pues ellas podrían salvar a su amada esposa de ese destino cruel.
Jehannie machacaba las hierbas que la criada le había traído en un mortero, agregándole un líquido.
- Levántala. Ella le ordenó a Rob.
Rob deslizó el brazo debajo de la espalda de Mairi y le levantó el tronco, anidándola contra su pecho. Forzando la cabeza de Mairi hacia atrás, Jehannie colocó un poco de la mezcla en su boca, frotándole el cuello para que tragase. Repitió el proceso hasta darle toda la infusión.
Rob tuvo miedo de que el liquido fuese directamente a los pulmones y que Mairi no pudiese toser por la acción paralizante del veneno. Miró a Jehannie que parecía tan preocupada como él.
- Ella va a morir? - Rob preguntó, implorando con los ojos por un rayo de esperanza.
Jehannie se encogió de hombros. Era obvio que había hecho todo lo que podía. Ella posó su mano en el brazo de él y lo apretó levemente, como para transmitirle consuelo.
- Sé cuál es el plan de Maclnness - ella dijo, cuando Rob la miró. - Usar veneno, cicuta.
- Y eso qué es? - preguntó Rob, señalando el mortero vacío.
- Una mezcla de cosas. Básicamente hierbas para sacarla del letargo - respondió Jehannie, pareciendo dudosa de haber hecho lo suficiente. O, quizás, disimulando. Las hierbas que había usado eran venenosas si eran tomadas en cantidad. Cualquiera sabía eso.
Ella frotó la palma de la mano sobre su pecho, encima de su corazón. Lo Siento mucho.
Rob no respondió. Si Mairi muriese, no sería por una actitud intencional de parte de Jehannie. Confiaba en ella.
El levantó a Mairi de la mesa ensangrentada y la cargó escaleras arriba, para colocarla en la cama.
Jehannie lo siguió, luego tiró de su manga.
- Hay que hidratarla, Rob - ella ordenó. - Dale mucha agua. Nada de vino, ni cerveza.
Rob asintió con la cabeza, dejando a Jehannie atrás, para ocuparse de aquellos que pudiesen estar heridos en la batalla que había seguido. Él comprendía que el destino de Mairi ahora estaba en manos de Dios. Y el Todo Poderoso debía estar terriblemente ocupado con otros asuntos, en ese día, ya que había permitido que aquello sucediese.
Rob abrió a puerta con una patada y entró, colocando a Mairi sobre la cama. Apartó una mecha de cabellos de su cara. La palidez aumentaba, y su piel estaba húmeda y fría al contacto.
- Despierta, Mairi! - él exclamó, sacudiéndola suavemente, y, luego, con más fuerza. Ella estaba como una muñeca de trapo absolutamente laxa. - Debes luchar!
Gunda entró, trayendo agua y cerveza. Rob le agradeció y la despachó, sabiendo que la criada se quedaría cerca, por si él necesitase alguna cosa. Él quería quedarse a solas con Mairi, pues aquellos podrían ser sus últimos momentos de vida.
En las horas que siguieron, él luchó por hacerla despertar, goteando agua en su boca, y cargándola por el cuarto en sus brazos. Sus botas pequeñas se arrastraban por el piso y su cabeza colgaba a un costado, cuando él intentaba forzarla a caminar. Si por lo menos, ella vomitase el resto del veneno…
Se detenía de vez en cuanto, sólo para presionar los dedos en su cuello, para reafirmarse a sí mismo que el pulso débil todavía continuaba allí. Cuando no lo conseguía, mojaba sus propios labios y los aproximaba a los de ella, para sentir su respiración.
- No puedo perderla! - Rob gritó, finalmente, cuando sus propias fuerzas flaquearon y él cayó a su lado sobre la manta de piel, para descansar por un instante. La apretó enterrando su cara enterrada en sus senos. Y lloró. - No quiero perderla!
En la quietud absoluta que le siguió, él sintió que un ligero temblor agitaba el pecho de Mairi, como si ella estuviese dejando escapar un gemido. Él levantó a cabeza rápidamente, y la miró con una esperanza brillando en sus ojos.
Estaba seguro. Mairi había dejado escapar un gemido. Rob retornó a las tentativas de intentar despertarla. Sus piernas y sus brazos temblaban de cansancio mientras trataba de sentarla, dándole palmaditas en el rostro. La cabeza de Mairi se ladeó hacia un costado, como si tuviese el cuello quebrado.
Rob suspiró desanimado. La colocó de vuelta sobre las almohadas, se apoyó sobre uno de los codos y descansó por unos instantes. Aquello no estaba funcionando.
Le tocó la vena del cuello para sentir el pulso. Aunque no fuese fuerte y rítmico como debería ser, los latidos del corazón continuaban constante. Eso era importante, aunque no fuese suficiente para reanimarla.
Todo era culpa de él. Si por lo menos, no hubiese ido tan lejos para impresionar a Mairi con sus habilidades y buscado agregar al duelo una cuota adicional de emoción, con sus insultos, sus burlas y provocaciones, tal vez el desenlace hubiera sido diferente.
Por qué no había terminado simplemente con el problema? El hecho de no haber matado a Maclnness inmediatamente había permitido que Mairi fuese atacada.
Rob sabía que Mairi lo observaba, ella había afirmado que asistiría al duelo. Y él la había reconocido disfrazada con las ropas del joven Elfled. Pero había demasiado tarde para mandarla de vuelta a la seguridad del castillo sin revelar su identidad delante del enemigo. Luego, él había resuelto exhibirse como un macho ante su hembra, en una última tentativa de probarle a su esposa su habilidad como guerrero, su valor y su merecimiento de tenerla como esposa.
Hubiera sido muy fácil acabar con el duelo rápidamente, considerando el odio debilitante de Maclnness unido a su falta de entrenamiento adecuado. Con un simple golpe, Rob podría haberlo derrotado y haber evitado ese desenlace tan fatídico. Sin embargo, cualquier acción precipitada, también podría haber provocado la muerte de Jehannie en manos del hombre de Ranald. Mas allá de impresionar a su esposa, Rob había pensado que, si prolongase el duelo por algún tiempo, el captor de Jehannie podría distraerse, dejando margen para que el arquero de Trouvillele disparase una flecha.
Y algo así había sucedido, pero el protagonista había sido la astucia de Jehannie y la audacia de su valiente esposa.
EL precio que Mairi había tenido que pagar por ese acto de bravura era altísimo. Él sólo podía rezar para que ella no terminase pagando con su propia vida.
Rob se levantó, soltó las hebillas y se sacó la cota de malla, dejándola caer al piso. Se Arrancó la camisa sudada y las la colocó sobre la armadura. Sacó el puñal que traía escondido dentro de su bota y suavemente cortó el resto de la camisa ensangrentada que Mairi traía puesta. En seguida, le quitó las botas y, con toda a delicadeza, el resto de la ropa.
Ella parecía una niña, acostada allí, una muchachita pálida y sin vida. Rápidamente, tomó una túnica y se la colocó por su cabeza.
Volverían a amarse otra vez en esa cama? Mairi se había adueñado de su corazón y eso era un hecho innegable. Sólo Quería una nueva oportunidad para demostrarle cuanto la amaba, cuanto la admiraba, en todos los sentidos…
Rob alisó la tela de la túnica, pasando las manos por el cuerpo de Mairi. Luego la cubrió hasta el cuello con las pieles, para calentarla.
No te mueras, Mairi - Rob murmuró.
- Cómo está ella? - preguntó Jehannie, quien había entrado silenciosamente en el cuarto, trayendo un pequeño frasco en la mano.
Jehannie colocó el frasco sobre la mesa y suspiró.
Sosiega tu corazón, ella va a vivir.
Haz algo, él imploró, con los ojos, posando la mano sobre el hombro herido de Mairi.
Jehannie volcó agua dentro de una copa. Otra infusión de hierbas, él adivinó, por el olor. Juntos hicieron que Mairi la bebiese.
Los ojos de ella estaban ligeramente abiertos, pero la mirada era vacía y ausente. La sangre de Rob se congeló en sus venas ante la imagen. Tuvo miedo que ella hubiese muerto y él no se hubiera dado cuenta. Se apresuró a sentir el pulso.
- Gracias a Dios - Rob murmuró, sintiendo los latidos débiles.
Jehannie se quedó observándolo, mientras recogía las ropas que él le había sacado a Mairi y las llevaba fuera del cuarto. Cuando retornó, pocos instantes después, ella tenía una sonrisa nos labios.
- Encontré a Elfled en el cambiador, estaba desnudo y furioso. Mairi le robó las ropas.
Rob intentó sonreír en respuesta, pero no lo logró.
Jehannie fue unirse a él en el borde de la cama. Ella se mostró incansable en sus tentativas de despertar a Mairi, mientras la energía de Rob se debilitaba visiblemente. La falta de sueño y comida, unido al dolor que sentía lo estaban hundiendo en la desesperanza.
- Deberías descansar - declaró Jehannie.
- Cuando ella se despierte - prometió Rob, enviándole una mirada de reprobación.
Gunda apareció en la puerta con una bandeja llena de comida. Su mirada curiosa se posó en ellos, pero no dijo nada. Jehannie hizo un gesto para que la criada colocase la bandeja sobre a mesa, al lado de la chimenea. Cuando Gunda se retiró, Jehannie tiró Rob por la mano, apartándolo de Mairi.
- Déjala por un momento, vamos a esperar que las hierbas surtan efecto. Ven. - Caminó hasta a mesa donde Gunda había dejado la bandeja. - Come.
Rob no tenía ganas de comer, sin embargo, hizo lo que ella sugería pues necesitaba fuerzas para enfrentar las horas que vendrían.
Cuando, finalmente, terminó de comer, Jehannie le tocó el dorso de la mano y le dijo, con señas:
No es tu culpa.
El se levantó y le dio la espalda. Caminó algunos pasos y se quedó mirando por la ventana, incapaz de sentirse menos culpable.
Segundos después sintió que los brazos de Jehannie lo rodeaban por la cintura, vio sus dedos enlazados sobre su estomago, y sintió que ella apoyaba la cara contra su espalda. Necesitaba desesperadamente ese consuelo, pero sabía que no debía permitir que Jehannie actuase de esa manera.
Sujetándola por las muñecas, Rob rompió el abrazo y dio un paso atrás. Al volverse, lo que vio en los ojos de ella fue sólo compasión.
Jehannie le hizo una pregunta, colocando la palma de la mano sobre el pecho de él, a la altura del corazón, y señalando en seguida a Mairi.
La amas?
Rob asintió con los labios apretados y una mirada llena de aflicción.
La expresión de Jehannie se llenó de dolor y, entonces, ella lo abrazó nuevamente, apoyando su cabeza en su pecho. Rob se sintió incapaz de rechazar la solidaridad que ella le ofrecía. Luego de una ligera vacilación, retribuyó el abrazo.
Ella había comprendido. Jehannie haría todo lo que estuviese a su alcance para salvar a Mairi, no sólo porque se lo debía a ella, sino porque no quería lastimar el corazón de Rob. Pasase lo que pasase, ella jamás dejaría de ser su amiga.
Se quedaron abrazados por un instante y luego ella se apartó. Le dio una palmadita leve en el rostro y le sonrió.
- Juntos, Robbie - ella dijo. - Como antes. Vamos a ocuparnos de esta paciente dormilona! - Jehannie lo tomó por la mano y llevó hasta la cama.
Para su sorpresa, al aproximarse, Rob notó que los ojos de Mairi estaban abiertos. Y alertas. Dos brasas azules encendidos, llenos de acusaciones, y de lágrimas.
Oh, no! - él gruñó. Los pensamientos de su esposa no eran misterio para él. Rob sabía exactamente lo que Mairi debía estar pensando.
Mairi no pudo soportar la expresión de súbita aflicción en el rostro de su marido. Rob debería estar esperando que ella se muriese. Ella desvió la mirada hacia lady Jehan, quien parecía estar a punto de desfallecer.
- Robbie! - gritó la mujer, los dedos se cerraron sobre el brazo de Rob. - Ella se despertó! Lo estás viendo?
Rob la había visto, Mairi pensó con una sonrisa de tristeza. Y parecía estar imaginando como podría explicar su comportamiento de instantes atrás.
Qué otra cosa podía pensar después de haberlo visto abrazado con otra mujer? La mujer que él había amado y con quien había querido casarse? Aquellos sentimientos no parecían ser parte del pasado.
Mairi movió la cabeza, intentando aclarar sus ideas. Pero todo parecía girar en el cuarto. Tristemente, se aferró a un sentimiento: la rabia.
Por el amor de Dios, ella todavía no había dado último suspiro, y ellos ya se abrazaban y acariciaban? Una rabia negra la invadió y la abandonó tan rápidamente como había surgido. Qué le importaba? Ella se estaba muriendo.
Mairi cerró los ojos con fuerza, deseando volver a ese mundo nebuloso del cual había conseguido escapar, con tanto esfuerzo. Estaba tan cerca y era menos doloroso que la realidad…
- No te duermas! - exclamó Rob, sacudiéndola. Apoyó su rodilla en la cama, hundiendo el colchón.
Sácale las manos de ella, imbécil! - le gritó Lady Jehan, enojada, empujándolo.
Imbécil. Mairi tenía ganas de reírse, pero no tenía fuerzas. Rob se había sentado a su lado y le apretaba el cuello con los dedos. Eso dolía. Donde quiera que él la tocase, le dolía. Su cuerpo parecía estar en llamas. Por qué Rob actuaba así?
Su cabeza latía dolorosamente. Tenía la lengua seca y la boca amarga, como si hubiese tomado vino en mal estado.
- Agua - ella logró murmurar, sin esperar, en realidad, que alguno de los dos atendiese su pedido.
Ellos casi la ahogaron. Mairi escupió el exceso de agua, cuando Rob la levantó de las almohadas, y lady Jehan volcó una copa llena de agua dentro de su boca.
Ella tentó librarse, pero sus brazos parecían estar adormecidos. Sin condiciones para defenderse, ella tragó parte del líquido frío.
- Déjenme - ella balbuceó, sin aliento por el esfuerzo. - Váyanse de aquí.
La mujer se rió, una risa sonora que hizo que Mairi desease vomitar.
- No vamos a hacer eso, después de todo el trabajo que nos diste - dijo Jehan, con una sonrisa. - Me Temo que tendrás que pasar por algunas torturas antes.
Rob apartó bruscamente una mecha de cabellos de la frente de Mairi y, entonces, pasó el brazo debajo de los hombros de ella, para levantarla. Ella agradeció ese contacto, aunque le doliese. No! Se dijo a sí misma, no podía permitirse tener pensamientos equivocados. Quería absorber las fuerzas de él, Era eso. Quería eso de él, pues ya no tenía mas fuerzas propias. Ninguna.
Antes que Mairi supiese lo que estaba sucediendo, ellos la había colocado de pie, apoyada entre los dos.
- Camina! - Rob le ordenó secamente.
- Necesitas sudar - le explicó Lady Jehan. - Pronto vas a poder dormir cuanto quieras. Las hierbas están haciendo efecto, creo. Fuiste envenenada.
- Envenenada? - Mairi murmuró, luchando contra el incesante latido dentro de su cabeza. Ellos la habían envenenado?
Si, lo habían hecho! Era el plan perfecto. Y todos iban a creer que ella había muerto por la herida que Ranald le había infligido.
No, ella confiaba en Rob, quería confiar en él. Pero, debía?
Todo esto es idea de esta mujer, Mairi pensó, con un gemido. La curandera, la bruja de las hierbas malignas. También le habría hecho un hechizo a Rob?
Mairi suspiró, incapaz de hacer más que arrastrar las piernas colgada de ellos dos, mientras la guiaban por el cuarto. Sus pensamientos ahora hervían febriles. Al principio, todo lo que quería era huir de Baincroft, escapar, y esconderse. Pero después, sólo quería dejarse caer en la cama y morirse.
En verdad, no lograba imaginar por qué ellos no la dejaban morir en paz. Estaba al límite de sus fuerzas, lista para desistir y entregarse al abrazo de la muerte. No deseaba otra cosa, sólo dormir, y sumergirse en el dulce olvido.
- Por favor -Mairi murmuró, rogando para que le permitiesen resguardar una última dignidad antes de morir.
- No te preocupes - su rival le aseguró con entusiasmo. - Lo peor ya pasó. Sólo necesitamos estar seguros que las hierbas han hecho efecto.
Mairi no se tomó el trabajo de implorar por piedad. Colocó un pie delante del otro e hizo lo que la obligaban a hacer. Si el veneno le había sido administrado en altas dosis, era inútil luchar.
Pero su mente parecía estar funcionando mejor que hacía pocos minutos atrás. Minutos? Horas? La cabeza le dolía horriblemente pero la sensación de firmeza en los miembros aumentaba a cada paso. Tal vez estos dos habían calculado mal la cantidad de veneno necesaria para liquidarla.
Se pudiese convencerlos, inducirlos a pensar que habían alcanzado su objetivo, tal vez pudiese tal vez escapar de la muerte. Mairi continuó cooperando hasta sentir que tenía fuerzas para caminar por si sola.
Luego se dejó caer deliberadamente, quedando colgada laxamente entre los brazos de los dos.
- Es suficiente? - ella oyó que Rob preguntaba.
- Si, eso debe bastar - respondió Jehan. Mairi no dijo nada.
Rob la guió de vuelta a la cama, la levantó en sus brazos y la colocó de espaldas, sobre el colchón.
La mujer llevó la mano a su cuello y pareció satisfecha con lo que sintió allí. A través de los ojos entre abiertos, Mairi observó que su marido hacía el mismo movimiento y concordaba, pareciendo aliviado.
Entonces, Jehan se levantó, no sin antes besar suavemente a Rob en la cara. Si tuviese fuerzas los habría abofeteado a los dos.
Mairi fingió dormir hasta que oyó que su marido atravesaba el cuarto y se paraba cerca de la chimenea. La silla sonó cuando él se sentó pesadamente. Poco tiempo después, ella oyó los ronquidos profundos, indicando que él se había dormido.
Alguien le había sacado la camisa de Elíled y le había colocado una camisa de ella. Era todo lo que tenía puesto. Los pantalones del muchacho habían desaparecido. Tan silenciosamente como pudo, se deslizó fuera de la cama y localizó las botas en un rincón del cuarto.
Luchando por mantener el equilibrio en sus piernas vacilantes, Mairi caminó hasta la pared donde estaban colgados sus vestidos. Escogió el más resistente, de tela rústica verde oscura, y se lo metió por la cabeza. .
Afortunadamente para su marido, ella ya no tenía la daga que sir Galen le prestado. Temía sentirse tentada a usarla, si la tuviese en sus manos.
Su rabia no conocía límites, y Mairi permitió que creciese, sabiendo que ahogaría el dolor en su corazón que podía hacerla desistir del plan en ese momento. Si por lo menos no se sintiese tan mareada, haría las cosas más rápidamente y partiría de una vez. El destino de su escape lo decidiría más tarde.
Con las manos temblorosas enrolló una capa forrada con piel de Rob para llevarlo consigo. Aunque el clima continuase seco e inexplicablemente cálido para la estación, su cuerpo parecía tener agua helada corriendo por sus venas.
Sus ideas todavía continuaban confusas, pero consideraba que esa podía ser la única oportunidad que tendría de huir. Silenciosa como un ladrón en casa ajena, ella deslizó sus pies descalzos por la escalera y avanzó escondiéndose en los rincones sombríos del grande salón. Se metió en una alcoba y se calzó las botas.
Parecía que todos los que vivían en Baincroft se habían se reunido allí. Diversos heridos yacían sobre literas en el piso, y las mujeres corrían de aquí para allá atendiéndolos. Muchos hombres estaban reunidos, bebiendo cerveza, riéndose y hablando en voz alta.
Trouville todavía estaba allí, Mairi notó. Pensó en aproximarse y pedirle ayuda. Descartó la idea, al pensarlo mejor. Él podría no creer en la historia del veneno y creer que mentía. O incluso apoyar el plan de su marido de librarse de ella. Jehan debía contar con los favores especiales de los padres de Rob, que la conocían desde niña.
Era extraño, pero o no habían notado su llegada, o no les importaba. Había mucho movimiento y, gente circulando y las puertas estaban abiertas, lo que era excelente para sus planes. Mairi vio un chal gris que alguien había olvidado sobre uno de los bancos, cerca de la pared y, rápidamente, lo recogió. Lo ató cubriendo sus cabellos y parte de su rostro. Tal vez fuese una tontería, pues estaba segura que nadie intentaría impedirle salir.
Por qué les importaría que ella partiese? Ahora, que se acercaba el momento del escape, recordó que necesitaba un caballo. Rob le habría dado uno, probablemente, y provisiones también, si ella hubiese expresado su voluntad de irse y se lo habría pedido.
Quizás él pensaba que sería mejor librarse de ella de forma permanente. Si ella estuviese muerta, él estaría libre para casarse con Jehan en ese mismo instante.
Lentamente y con la cabeza baja, midiendo los pasos, caminó hacia la puerta y salió. Aunque estuviese por atardecer, el patio estaba poblado de gente y animales, los caballos de los soldados de Trouville, los escuderos y los muchachos de los establos. La tropa debía estar haciendo planes volver a su casa en breve. Eso podía explicar por qué los portones estaban abiertos y virtualmente desguarnecidos.
Los hombres que se habían reunido cerca de los portones no le prestaron atención cuando ella se aproximó, absorbidos como estaban en sus conversaciones sobre los hechos sucedidos esa mañana.
Por unos pocos instantes Mairi se demoró, oyendo los comentarios elogiosos sobre la victoria. Ellos hablaban de la muerte de Ranald y de como ella había colaborado en el hecho. De pronto, se recordó de ese momento terrible, y su corazón se paralizó. Había cometido un asesinato... había vengado la muerte de su padre... aquello debería causarle cierta satisfacción. Pero en vez de eso, ella sintió tristeza, tanto por haberle quitado la vida a su primo, como por su maldita alma, que la había forzado a cometer un pecado mortal.
Los hombres se reían comentando la valentía de la salvaje esposa de las Highlands que lord Rob había traído. Con la mano libre, se tocó la herida en el hombro. Un arañazo nada más. Pero Ranald podría haberla partido en dos, si ella no se hubiese desviado a tiempo. Y si no lo apuñalaba, el golpe siguiente con su espada podría haber sido fatal para ella.
Ahora comentaban que los hombres de Ranald habían luchado obstinadamente hasta que algunos pocos quedaron de pie. Estos se habían rendido y quedarían prisioneros hasta que lord Rob decidiese su destino.
Finalmente, Mairi vislumbró un rumbo a seguir. Podría volver a Craigmuir, y encontrar seguridad allí. Todo lo que tenía que hacer era imaginar cómo hacer el viaje. Sin comida y sin dinero, cómo iba a enfrentar semejante viaje?
Mairi salió por los portones, arrastrando los pasos por el cansancio. El dolor por su matrimonio fracasado y la certera traición de Rob eran peores que los efectos del veneno. Pero no podía demorarse, pensando en eso.
Apretó la capa enrollado contra su pecho y se alejó del camino principal. No quería que Trouville la descubriese y le exigiese explicaciones. Fue hacia el bosque que quedaba al oeste de Baincroft.
Fue allí donde encontró un pony de alguno de los hombres de Ranald, las riendas arrastrándose por el suelo mientras él pastaba cerca de los límites del bosque . Dios estaba de su lado. Trouville no había capturado ese animal!
- Mairi! - Rob gritó desesperado, golpeando la puerta del cambiador vacío. Dónde demonios estaba ella?
Sus pies veloces apenas tocaron los escalones, cuando descendió la escalera corriendo, para llegar al salón. Todo estaba oscuro y silencioso en medio de la noche.
El fue despertando a los que dormían codeando a unos y pateando a otros .Les iba arrancando las mantas que los cubrían y gritaba desaforado:
- Despierten! Mierda! Ayúdenme a buscarla!
Las antorchas comenzaban a ser encendidas. El salón cobró vida nuevamente.
- Mi esposa desapareció! - él anunció, luchando por permanecer calmo. - Ella está enferma. Hay que encontrarla!
El salió corriendo hacia las barracas. Despertó a los soldados.
Y la búsqueda comenzó. Cada rincón de Baincroft fue revisado. Ninguna señal de lady Mairi. Con cada nuevo reporte negativo, Rob se ponía más desesperado, Mairi no estaba en ningún lugar dentro de las murallas. Nadie la había visto. Simplemente había desaparecido.
La acusación en los ojos de ella, cuando había recobrado la consciencia todavía lo atormentaba. Ella lo había visto abrazando a Jehannie, y él no le había dado explicaciones. Instintivamente, sabía que Mairi había partido de Baincroft por voluntad propia, tal vez llevada por la desesperación y el dolor de la traición.
Enferma de rabia y sintiéndose traicionada, la pobre nunca podría sobrevivir a los peligros de la noche en el bosque. Los animales salvajes y la exposición al frío eran las principales preocupaciones de Rob. Ladrones y bandidos rara vez asolaban las tierras alrededor de Baincroft, pues nadie deseaba enfrentar su cólera. Sin embargo, esa posibilidad no podía ser descartada. Rob se forzó a no pensar más en el asunto, para no enloquecer.
Deseó que su padre y sus soldados se hubiesen quedado a pasar la noche. Rob podría mandar un mensajero, pidiéndoles que volviesen, pero la ayuda iba a demorar. Él necesitaba ponerse en acción y rápidamente.
Uno de los muchachos de los establos le trajo su caballo, y Rob no perdió tiempo. Tomó una antorcha encendida. Con el resto de su tropa fue hacia los portones.
-- Ella debe haber ido hacia el oeste - le dijo a sir Galen, quien cabalgaba a su lado. Luego, recordó de algo que ella había escrito en los pergaminos, cuando habían comenzado el intercambio de confidencias durante el viaje. Era un sueño de ella, un sueño de toda la vida, conocer una ciudad.
- Vamos hacia el este, a Edimburgo - Rob enmendó la orden.
Las nubes cubrieron la luna. Había poca esperanza de encontrar a su esposa, a menos que la encontrasen accidentalmente. Rob suspiró al darse cuenta de la futilidad de su búsqueda, pero no podía abandonarla. No, mientras hubiese la más remota posibilidad de que pudiesen localizar a Mairi.
Mairi no tenía intención de dormir. Después de conducir al pony que había encontrado a un lugar entre los árboles, lo había amarrado allí, para que ambos estuviesen bien escondidos, hasta que Trouville y sus hombres hubiesen dejado Baincroft.
Mientras esperaba, había considerado prudente descansar un poco para la larga cabalgata nocturna que la aguardaba. Sin embargo, no se había despertado a la hora que había planeado. Era de día ahora, y el sol bañaba los muros del castillo, cuando ella miró hacia el este.
Los portones continuaban abiertos, ella notó. Se preguntó si el padre de Rob había resuelto esperar al amanecer para partir.
Detrás de ella, el pony relinchó, moviéndose inquietamente y tironeando la cuerda con que ella lo había atado. El animal necesitaba de ejercicio, Mairi supuso. No era falta de comida, pues había abundancia de pasto y su estomago estaba distendido, y parecía a punto de estallar.
Mairi se desprendió de la capa que la había mantenido caliente y le había permitido dormir toda la noche. La tela todavía conservaba el olor de su marido, lo que no era un recuerdo bienvenido después de todo lo que había acontecido. Dobló la capa y la sujetó a la silla de montar.
El bosque a su alrededor parecía darle la bienvenida a ella y al pony. Los pajaritos cantaban, obviamente sin miedo a los intrusos, y ella podía oír el murmullo de agua corriendo sobre piedras muy cerca.
Pensando en lavarse y en darle de beber al pony, tiró de las riendas y se puso a vaguear por entre los árboles, hasta encontrar el riacho.
Mairi se arrodilló al lado de la corriente y bebió algunos tragos de agua helada. Se lavó el rostro y lo secó con las mangas de su vestido. Luego, se sentó en el pasto y comenzó a analizar racionalmente todo lo que había acontecido desde la batalla.
Las telarañas que parecían oscurecer sus ideas desaparecieron de su mente, llevándola a una percepción mas clara de la situación, y lo que descubrió no fue algo que le agradó. Su fuga, de repente, le parecía una cobardía. Y, de ninguna manera, le hacía justicia a la imagen de una mujer que había enfrentado y derrotado a su mayor enemigo.
- Por qué debería huir? - ella le preguntó al pony.
El animal relinchó, golpeó con una de las patas en el suelo y bajó la cabeza para beber.
- Cómo Rob MacBain se atrevió a pensar en librarse de mí y encima conservar aquello que es mío? Yo quiero... voy a exigirle que me devuelva mi dote!
El animal resopló.
- Yo no me acobardo ante el poder de un lord! - ella se levantó y golpeó su propio pecho con una mano. - No soy una rubia tonta que le tiene miedo a gente como a MacBain y a esa bruja mal parida .El pony devolvió a su mirada furioso una plácida mirada de aprobación.
Mairi dio tres pasos largos a la derecha y se volvió, dando tres otros pasos en dirección opuesta, dirigiendo una mirada profunda a su interlocutor.
- Yo soy Mairi de Maclnness, vayan sabiendo eso! Y ya que he resuelto no quedarme aquí, voy a recuperar lo que me corresponde antes de partir! Si lord de MacBain quiere librarse de mí, deberá devolverme las tierras de mi dote! Y no me contestes que esas tierras no valen nada, porque eso no importa. Es una cuestión de justicia y de dignidad. Yo soy Mairi de Maclnness y no me voy de un lugar escapándome entre gallos y medianoches, yo me retiro de los lugares con la frente en alto y con lo que me pertenece!
Ella levantó el dedo índice para enfatizar su discurso. El pony ni se movió.
- Si! Por qué tengo que salir perdiendo? Yo no hice nada malo, sólo hice aquello que una buena esposa haría. Cómo se me puede haber ocurrido volver a Craigmuir y vivir como una sierva en mi clan, cuando tengo las tierras de mi propiedad para cuidar? No me volveré con las manos vacías! Y no trates de disuadirme - Mairi advirtió al animal.
Mairi agarró las riendas del poni y lo llevó de vuelta por entre los árboles hacia camino. Antes de perder la impetuosidad que la dominaba, montó y partió al galope en dirección a los portones del castillo de Baincroft.
Ojos muy abiertos y bocas entreabiertas por el estupor y la sorpresa saludaron a Mairi cuando ella atravesó al galope los portones, y luego entró al patio. El sonido frenético de la trompeta anunció su llegada.
- Si, estoy aquí! - ella gritó. - Avísenle al traidor! - Ella acercó al caballo a los escalones de entrada del castillo y, rápidamente saltó de la silla, cayendo de pie en el suelo con un ruido seco.
Aquello tenía que ser hecho rápidamente, Mairi decidió. Subió corriendo los escalones, empujó la puerta, y avanzó casi chocándose con sir Thomas, quien salía.
- Por la sangre de Cristo! - él exclamó, sus ojos muy abiertos por la sorpresa. - Dónde estuvo? Todos están…
Ella pasó por al lado él, preguntando:
- Dónde está MacBain?
- Afuera, buscándola! - él respondió, volviéndose y siguiéndola.
Mairi decidió que Thomas era la persona con quien debía tratar. Pues había sido él quien había arreglado el casamiento entre ella y Rob. El administrador podría, muy bien, deshacer el contrato.
- Dónde están los documentos de mi casamiento? Quiero verlos.
El asintió con la cabeza.
- Sólo su marido puede…
Ella desdeñó su objeción con un gesto enojado de sus manos.
- No juegue conmigo, Thomas de Brus! - ella exclamó, sintiendo que temblaba de furia. - Busque ya esos malditos documentos!
- Ella volvió!
Mairi miró de reojo a la derecha y vio a lady Jehan que cruzaba el salón, corriendo en su dirección. Recordando el atentado de esa mujer contra su vida, Mairi dio un salto y arrancó el puñal del cinto de Thomas.
Apoyado en sus bastones, él fue incapaz de impedir el arrebato. Mairi se dio vuelta, quedando de frente ante Jehan, con el arma en su mano.
- No vas a matarme esta vez, bruja fornicadora! Tu presencia será bienvenida para MacBain, pero yo quiero que se me devuelva lo que es mío!
La joven se detuvo en seco a un paso y se desvió de la trayectoria de la daga. Sus ojos brillantes recorrieron el rostro de Mairi.
- Y… claro que lo tendrás - dijo Jehan. Luego, ella pareció entender aquello que Mairi había dicho. - Matarte? A qué te refieres?
- Cuidado conmigo, vos podes ser loca, pero yo soy dos veces mas loca que vos! - Mairi exclamó, arrojando sus trenzas detrás de sus hombros, para que no la entorpeciesen. - Ahora perdiste la memoria? Vos admitiste que me envenenaron!
Jehan dio un paso hacia atrás.
- Pero yo…
Mairi sintió un asimiento de acero cerrarse alrededor de su puño.
- Suelte el puñal, mi lady - Thomas le avisó, sus dedos apretándola tanto que casi le cortaba la circulación a la mano de Mairi. El puñal cayó al piso, y él la soltó.
Jehan se agachó para agarrarlo, y Mairi, instintivamente, pateó el arma, cayendo sobre a mujer para evitar que la tomase.
- Esta vez, no!
Le agarró un puñado de cabellos y la empujó. Jehan pateó y le clavó las uñas. Las mujeres rodaron por el piso en una pelea de gatos.
- Esto es lo que te mereces, desagradecida de mierda…
La cabeza de Mairi se sacudió con un golpe, pero ella lo devolvió, con todas sus fuerzas. La bofetada resonó, y Jehan soltó un grito de rabia y de dolor, preparándose para vengarse. Mairi, sin embargo, fue más rápida, y se desprendió, rodando a un costado. Forzó a su rival a quedarse de espaldas y se sentó sobre ella, con las piernas a ahorcajadas, una de sus manos sujetándola por los cabellos, y la otra por el cuello. Su posición era más favorable. Había vencido.
Qué había ganado? Y por cuánto tiempo? Thomas podría golpearla en la cabeza y acabar con todo eso. Mairi se arriesgó a lanzarle una mirada, notando que el hombre parecía pasmado.
- No se acerque! - Mairi le avisó, enfrentándolo para evaluar su reacción. - O la estrangularé!
El la miró horrorizado.
Mairi respiró profundamente, intentó calmar el temblor que la sacudía y, al mismo tiempo, continuó sujetando a lady Jehan. Afortunadamente, la muchacha se había dado cuenta que era inútil resistirse y ahora yacía quieta.
- Qué es lo que quiere? - preguntó Thomas.
Quiero mi dote de vuelta! - Mairi exclamó, con firmeza. - Quiero que mi matrimonio sea disuelto y que se me devuelva mi dote, para que yo pueda tener mi propio hogar. - Bajó su mirada hacia el rostro enrojecido de Jehan y estrechó sus ojos furiosamente.
- No era necesario matarme, querida. Te lo aseguro, yo jamás querría a un hombre que desea a otra! - Para su tristeza, se dio cuenta que sus propias lágrimas caían sobre el vestido de Jehan, dejando manchas en bello bordado de su pechera. Mierda! Por qué esa tal Jehan siempre estaba mejor vestida que ella?
- Rob no me quiere! - exclamó Jehan, sin intentar desprenderse. - El te ama a vos!
- Si, querida! Me quiere... me quiere ver muerta.
- El no me quiere, idiota! Nunca me quiso! - Jehan le sonrió y se movió debajo de ella. - Ahora, sal de encima mío, me estás arrugando el vestido!
Mairi aflojó el asimiento del cuello de Jehan, pero mantuvo la mano en ese lugar.
- Verdaderamente esperas que crea eso? Vos mencionaste el nombre del venenos! E eu vi…
De repente, alguien agarró Mairi por debajo de los brazos y la empujó. Ella cayó con su espalda golpeando contra un cuerpo sólido. Y supo de inmediato quien la sujetaba.
- Qué mierda está sucediendo aquí? - la voz familiar rugió.
Ella levantó o cuello para mirándolo, asustada por lo que él pudiese hacer. Rob no parecía contento de verla, pero eso no era una sorpresa para Mairi.
Jehan se levantó y se puso de pie, acomodando sus cabellos revueltos y alisando su falda con las manos. Maldijo entre dientes y luego respiró profundamente.
- Querida... fue Ranald Maclnness quien te envenenó. Su espada estaba engrasada con cicuta. Yo te di una infusión que te salvó la vida.
Ranald! La enormidad y la grosería de su error golpearon a Mairi como un puñetazo en la nariz. Todo que ella había oído en su lecho de muerte ahora tenía sentido, ahora. Pero... lo que había presenciado entre Jehan y su marido, no.
Rob se agachó e hizo que ella se volviese para mirarlo.
- Estás bien? - él preguntó con una mirada dura.
- No, no estoy bien - ella respondió sin aliento, bajándose el vestido para tapar sus piernas, sintiéndose la idiota mas miserable del mundo. Mairi mordió sus labios sin saber qué decir.
Entonces Rob la amaba? No podía olvidar que lo había visto abrazado a lady Jehan. La joven lo había besado en la cara, y a él había parecido no importarle.
Rob la miró a intensamente, y Mairi tuvo voluntad que el piso se abriese y la tragase.
- Crees lo que ella te dijo? - él preguntó suavemente. - Es la verdad.
Mairi se encogió de hombros. Dios Santo, cómo iba a salir de esa situación? Su juicio equivocado y precipitado se había debido, en parte, a su mente intoxicada por el veneno, pero no completamente. Había un afecto entre Rob y esa mujer, un afecto de largo tiempo. Era amor o una simple amistad? Los dos habían estado prometidos en matrimonio.
Aunque Mairi amase a Rob, ese sentimiento no alcanzaría para sustentarla durante los años que podría llegar a pasar al lado de él. Si Rob verdaderamente amase a su antigua prometida, eso sólo significaría la infelicidad para ellos tres.
Pero, cómo saber a quién amaba Rob? Mairi levantó los ojos para enfrentar su mirada fría y grave, pero sólo vio amargura allí. Ella lo había herido con su acusación de intento de asesinato. También había orgullo en esos ojos. Rob no le pediría que se quedase. Sin embargo, Rob quería solucionar las cosas e intentaba disimular ese deseo detrás de su orgullo. Mairi podía verlo.
Jehan habló, sus manos se movieron haciendo señas al mismo tiempo que hablaba.
- Ella nunca llegará a confiar en vos, Rob. Y yo te pregunto, cómo puedes confiar en ella? No puedes depender de esta para cuidarte.
- Cuidarlo? - Mairi se puso furiosa. En ese momento veía todo rojo. - Vos te crees que él necesita ser cuidado por alguien? Alguna vez viste a este hombre en una batalla? - Mairi gruñó cuando Rob quiso hablar. - No me refiero a ese paso de comedia ridículo que protagonizó ayer a la mañana, sino a un combate de verdad, un combate de vida o muerte. Nadie puede igualarse a él, yo le digo! No me contaron, yo lo vi!
Lady Jehan inclinó a cabeza, levantando a mano para interrumpirla.
- Yo no hablo de sus habilidades como guerrero, Mairi. Rob necesita de una esposa que pueda hablar con él de asuntos…
- Qué asuntos? - Mairi preguntó bruscamente. - De negocios? Qué esposa tiene voz activa en temas de negocios, me puedes decir? Ninguna de la que yo haya oído hablar! Rob tiene un administrador para eso, te aseguro, mi querida, que él se manejó muy bien cuando fue me buscar a Craigmuir sin tu amado hermano. Nadie puede cuestionar el desempeño de mi marido! Ni su valor!
Los ojos de Rob estaban fijos en los labios de ella. Pero Mairi no logró saber cuánto él se alegraba con aquello que ella decía. Ni le importaba en ese instante. No estaba hablando con él.
Su rival miró de reojo a Rob y, luego colocó los dedos cubriendo los labios mientras hablaba.
- Rob está acostumbrado a nuestra ayuda, Mairi. Él no puede…
El carácter impetuoso de Mairi afloró otra vez.
- Si, claro que él puede! El puede hacer cualquier cosa que desee sin tu interferencia! Ves como sois de manipuladora, escondes tus palabras detrás de tu mano, para que Rob no pueda leerte los labios y sentirse ofendido. Crees que estás protegiéndolo, verdad? Pobre Robbie… eso no es protección, querida, eso es manipulación.
Jehan intentó hablar, pero Mairi se lo impidió, continuando con su discurso:
- Si, vos todavía crees que él es un muchachito. Vos y Thomas piensan eso! Durante todos estos años, la madre de él les enseñó a tratarlo así! A hablar por él, a hacer las cosas por él, interponiéndose entre él y el mundo! - Mairi agarró a Jehan por el brazo y la sacudió. - Tengo noticias para vos querida Jehan. Rob es un hombre ahora! Un hombre con todo lo que tiene que tener y es mi hombre! Es mejor que no te olvides de eso!
Jehan se mordió el labio y levantó sus ojos hacia Rob por un largo instante. Luego se soltó del asimiento de Mairi con un tirón y salió golpeando el piso con sus tacos hacia la puerta.
Mairi tuvo ganas de gritarle “Buen viaje, querida Jehan!”. Esa mujer no conocía a Rob tan profundamente como había pensado. Sería un desastre dejara Rob bajo los cuidados de Jehan. Tal como había declarado, momentos atrás, él no necesitaba ser cuidado! Necesitaba una esposa para amarlo y respetarlo como hombre.
Pero el resto de racionalidad que quedaba en Mairi, le dijo que no podía dejar que Jehan se fuera de esa manera. Esa joven le había salvado la vida, cuando hubiera sido mas fácil hacerse la tonta y dejar que el veneno actuara y la matase. No, Jehan no había hecho eso. Mairi tenía una deuda con ella, y una Maclnness siempre pagaba sus deudas. Mairi codeó el brazo de Rob y le dijo, lentamente.
- Espérame aquí. Yo volveré.
Con las manos entrelazadas en la espalda y una expresión inescrutable, él asintió con la cabeza.
Mairi salió corriendo detrás de Jehan, con la intención de arreglar las cosas con su rival, sin importar cuánto inconveniente fuese tenerla cerca. Ella iba a encontrar un modo de tolerar su presencia.
- No te vayas - Mairi gritó, desde la escalera. - No es necesario. Vamos conversar y a resolver esto entre nosotras.
- Me equivoqué al acusarte injustamente respecto al veneno y lo siento mucho.
- Esto ya está resuelto! - le respondió Jehan, lanzándole a Mairi una sonrisa insolente y un guiño de ojo.
- Puedes quedarte! - exclamó Mairi. Jehan asintió con la cabeza.
- Sólo te puse a prueba para ver si servías como esposa para Robbie. Y pasaste la prueba. Felicitaciones!
Mairi iba a protestar, pero Jehan se lo impidió.
- Thomas, a esta altura, ya debe haberle contado a Rob todo lo que dijiste en tu pequeño discurso. Tienes una lengua brava, lady Mairi. Te aconsejo que aprendas el lenguaje de señas, muchachita de las Highlands. Tienes mucho trabajo por delante y mi hermano no va a estar atado a tu delantal para traducirte las palabras.
Mairi hizo una mueca ante esa impertinencia.
- A dónde vas?
Me voy a quedar en casa de lady Anne! - Jehan le gritó, mientras caminaba hacia los establos. - No te preocupes por mí! Robbie tiene un hermano muy guapo en Francia. Y espero que él precise de mis cuidados... - Una risa casi histérica acompañó sus palabras, cuando ella se volvió y siguió su marcha.
Era necesario admitirlo, apenas había salvado las apariencias y había zafado de esa situación terrible. Definitivamente no era el mejor día de su vida.
Mairi sacudió la cabeza aturdida y volvió adentro del castillo. Ese día no había transcurrido como había esperado. EN nada. Rob probablemente la castigaría, y ella ciertamente merecía un castigo. La gente del castillo la odiaban y con bastante razón. Si antes pensaban que ella era rara ahora estaban seguros que era una demente. Dios santo... se había revolcado por el piso... había pelado, arañado y pateado a una dama. El espectáculo que había dado sería la comidilla de los chismes por años. Sin duda esa gente no la quería allí. Pero ella iba a decepcionarlos porque se iba a quedar a pesar de todo. Y sabía que tendría muchos desafíos por enfrentar, pero aún así, sintió que su corazón estaba leve como una pluma. Era increíble lo relajante que podía ser una buena pelea.
Rob esperó impacientemente el retorno de Mairi, casi incapaz de creer en lo que había sucedido. Su esposa había vuelto a Baincroft por libre y propia voluntad.
Al principio, había exigido las tierras de su dote y la disolución del matrimonio, Thomas le había contado.
Ella había acusado a Jehannie y a él de haber intentado matarla, administrándole veneno. Eso no lograba entenderlo. Paro parecía que Mairi veía las cosas de manera diferente ahora. Por lo menos, él tenía alguna esperanza de que fuera así.
A pesar de los gritos y la confusión se había dado cuando ella lo había defendido de la sobreprotección de Jehannie. O así Thomas se lo había contado. Rob había apenas había comprendido la última parte del discurso, cuando Mairi había declarado que él le pertenecía. Que era su hombre.
La esperanza había crecido en su corazón. Los dos podrían entenderse de allí en adelante, y se preguntó si Mairi realmente creía que se pertenecían uno al otro. Y por qué ella había decidido eso tan de repente.
Por simpatía y compasión o por sentido del deber? Ninguna de esas cosas serían suficientes para construir una vida juntos. El quería más de parte de ella. Y Mairi se merecía mucho más de él, mucho mas de lo que le había entregado hasta ahora.
- Llegó el momento - Rob se dijo a sí mismo, al verla aparecer en la puerta. -
Thomas se volvió para mirarlo.
- el momento de qué?
- Oh, el momento de eso...! - él simplemente exclamó, sonriendo. Le hizo un gesto a Gunda y le ordenó que llevase comida, vino y agua caliente a su cuarto.
El había pasado una larga noche rastrillando los campos vecinos, en busca de Mairi y estaba hambriento. Mairi debía estar mas hambrienta todavía.
La verdad fuese dicha, el hambre lo atormentaba, pero su deseo por Mairi era mayor. Debes ser paciente con ella, Rob se advirtió a sí mismo. Había mucho que hablar, antes de hacer el amor. Si volvían a hacer el amor nuevamente...
Thomas se recostó contra la pared.
Tienes problemas, le dijo a Rob con señas.
Rob lo observó con una mirada interrogativo.
Todos van a llamar a tu esposa loca del demonio.
Dijeron cosas peores de mí, Rob admitió. Y de vos.
Por unos instantes se quedaron así, mirándose el uno al otro, hasta que Thomas soltó los brazos a los costados, en un gesto de cansancio.
Repentinamente volvió a usar el lenguaje de señas.
Te mentí. Ellos van a amarla. Ella es fuerte, honesta e inteligente. Como vos. Thomas bajó la cabeza por un momento y, entonces, afirmó. Y ella tiene razón.
Sobre qué?
Su amigo suspiró, sus hombros se derrumbaron.
No precisas más de nosotros, ni de Jehannie ni de mí.
Siempre voy a precisar amigos, Rob le aseguró. Mairi también precisará amigos, no importa lo que crea en este momento.
Rob estaba asumiendo que Mairi se quedaría en Baincroft.
Ella no me quiere para nada, afirmó Thomas.
Vos tampoco le tienes afecto a ella, pero eso puede cambiar. Rob arqueó una de las cejas, en advertencia. Él quería cambios, en caso que Thomas permaneciese en el castillo.
Thomas se apoyó en los bastones y se apartó de la pared, hablando lentamente para que Rob lo entendiese.
- Muy bien, vos sois quien decide…
Mairi había entrado vacilantemente. Estaba parada, en la puerta, con las manos entrelazadas. Lucía su más inocente sonrisa, pero, en sus ojos, Rob podía ver aprensión y miedo de que él pudiese castigarla por la pelea con Jehannie.
Con todo el derecho, él podría hacerla pagar por las falsas acusaciones, por haber peleado con Jehannie y por haberlo hecho pasar una noche de desesperación, desapareciendo como había hecho. Pero Rob sabía que no haría nada de eso. Estaba demasiado feliz de tenerla allí, sana y salva en su casa.
- Han hecho las paces? - Rob preguntó.
Mairi asintió con la cabeza, lanzando una rápida mirada a Thomas, quien los observaba.
- Tu hermana se fue con lady Anne. Dijo que no debemos preocuparnos por ella.
- Tenemos otras cosas más importantes para preocuparnos que con mi caprichosa hermana, pienso - respondió Thomas, con una sonrisa. - Tu marido exige que seamos amigos.
Mairi apretó los labios por un instante, aunque exhibía una mirada de puro alivio que Rob consideró encantadora.
- Entonces que así sea - ella murmuró, formando las palabras lentamente. Y lo hizo más para provocar a Thomas que para que Rob la comprendiese, él estaba seguro. - Desde que usted respete todo lo que yo diga y haga, estoy segura que podremos llevarnos muy bien, sir Thomas.
Rob observó el rostro contrariado de Thomas. Era hora de intervenir, antes que aquellos dos comenzasen a pelear. Ellos nunca podrían hablar mirándose a los ojos sin que saltasen chispas, y él tenía que aceptar ese hecho.
Esperaba tener por delante muchos años para resolver las cosas que todavía tensas entre ellos dos, pero no planeaba comenzar en ese instante. Tenía asuntos más importantes que tratar.
Ven conmigo - le ordenó a Mairi, tomándola por el brazo, sin darle ninguna cualquier opción. Él se dio cuenta de la sonrisa provocativa que Mairi le lanzó por sobre el hombro al enfadado Thomas.
Cuando entraron en el cuarto, Rob notó que ella había perdido la arrogancia y la valentía. Ahora había una Mairi intimidada que casi parecía irreal.
- Siéntate y come - él dijo, señalando la comida que Gunda había traído.
Obediente como nunca, ella se sentó, partiendo un pedazo de pan fresco y ofreciéndoselo a él. Rob lo aceptó y también la copa de vino que ella le sirvió. Rob se sentó frente a ella.
La comida terminó rápidamente, sin que Mairi hubiese dicho ninguna palabra. Se había Limitado a observarlo como un animal predador listo para atacar. Ella obviamente esperaba alguna forma de castigo, pero claramente no tenía miedo de él.
Rob bebió el resto del vino, apoyó la copa sobre la mesa e se levantó, para estirar los músculos. Ella continuó observándolo, limpiando sus uñas y masticando pensativamente.
No había más excusas para demorar la conversación. Los dos tendrían que llegar a un entendimiento. Rob necesitaba saber si a esposa continuaría viviendo allí, con él, por las razones correctas y no por deber o por piedad.
Ele se arrodilló al lado del baúl y sacó unos pergaminos y el grafito, en caso necesitasen escribir. Cuando los colocó sobre la mesa, ella frunció la frente,
- No! - ella exclamó, mirándolo a los ojos. Se levantó. Al aproximarse a la cama, se volvió, cruzó los brazos sobre su pecho y dijo: - Vos y yo vamos a hablar.
Resignado, Rob comenzó:
- Te casaste engañada.
- Si, lo sé - ella retrucó con un suspiro. - Mi padre lo sabía? - ella preguntó, estrechando los ojos.
- Lo sabía. Me perdonas, Mairi?
- Si vos me perdonas. Yo siempre me hago juicios precipitados sobre las cosas y esta vez me comporté mal. - Ella se encogió de hombros y se pasó la mano por la frente. - Estaba muy enojada, tenía miedo… estaba preocupada.
- Y ahora?
- Estoy contenta.
- Contenta de estar conmigo?
Las palabras de ella salieron en una catarata, y Rob levantó una mano para silenciarla.
- Háblame lentamente, por favor. - Rob se aproximó, se paró delante de ella, para que pudiesen estar cara a cara, las manos de ella apoyadas en sus hombros, las de Rob, en la cintura de Mairi. - Ahora, comienza otra vez.
Hablando con pausas, ella le contó que había sospechado la verdad la noche en que había sido atacada en el campamento, cuando había visto el intercambio de señas entre él y Andy. Más tarde, había tenido dudas, durante el baile. Pero sus sospechas se habían confirmado, cuando habían llegado a Baincroft.
Para la sorpresa de Rob, ella también le relató cómo se había sentido entonces. Y no le escondió ninguna de las preocupaciones con respecto a los problemas que su falta de audición podrían causarle al matrimonio y a la vida de ella. Raras veces alguien le había hablado con semejante franqueza. Mairi había sido directa y honesta. Rob admiró el esfuerzo de concentración de Mairi, para hacerse comprender. Ella exageraba los gestos de sus manos y usaba las palabras más simples, pronunciando una a la cada vez, hablando en voz más alta que la normal, creyendo que aquello podía ayudar.
Mairi estaba consiguiendo tener éxito. Él entendía cada palabra y lograba comprender el sentido de cada frase. Con el tiempo, él se acostumbraría a la manera de hablar de su esposa, así como había sucedido, muchos años atrás, con Trouville y con Henri. Pero ahora tenía que asegurarse ese tiempo.
- Quieres tu libertad? - él preguntó, manteniendo la voz baja, casi en un susurro.
- Oh, no! - Mairi respondió, negando vehemente con la cabeza.
- Por qué no?
La pregunta crucial había sido hecha. Rob esperaba la respuesta. Mairi no era persona de romper un juramento. Pero Él no quería tenerla a su lado, si ella, lamentaba la unión.
Mairi pareció estudiar cómo responder, escogiendo las palabras con indecisión. Luego, enterró sus dedos en los hombros de él, casi von desesperación.
- Porque… me importas!
Rob se inclinó y la besó en la frente. Luego, se apartó, muy serio.
- Puedes irte - dijo. - Tomaré las medidas necesarias para disolver el matrimonio. Recibirás Oro. Criados. Tu propia casa.
Las manos pequeñas temblaron cuando ella tomó el rostro de él y lo miró profundamente a los ojos.
- Oh, Rob, esta es mi casa. Yo quiero quedar aquí. Yo te quiero - Con un suspiro profundo, ella preguntó: - Me entiendes?
Ele sonrió y aproximó los labios a los de ella.
- Claro que te entiendo.
El alivio lo invadió. Mairi lo quería. Rob sabía que no era piedad, deber o algún errado sentido de honor lo que la mantenía junto a él. Gracias a Dios!
Pero debería tener preocupaciones. Cualquier mujer las tendría. Por más que la desease y que estuviese listo para tomarla como su esposa para siempre, Rob todavía tenía cosas que explicar. Posó su mano en el vientre de Mairi.
- Nuestros bebés... - él dijo, esperando transmitirle confianza - Nuestros hijos van a poder oír. - Aunque ella no hizo preguntas de como él sabía que sus hijos no heredarían su sordera, él podía leer las dudas en los ojos de ella. - Yo oía - Rob le explicó, sonriendo con los recuerdos. - Oí las canciones de mi madre. Mi perro ladrando. La gente conversando. Tenía dos… tal vez tres años, cuando tuve una fiebre.
El rostro de Mairi se entristeció.
- Y ahora... no escuchas nada? - ella preguntó, tocando suavemente sus orejas.
- Tambores. Silbidos. Flautas.
- Ah! Lo sabía! - Ella exclamó con una sonrisa.- El baile! Bailas perfectamente! •
- Lo sé - él admitió, sonriendo también. - Bailo mejor que vos! - bromeó Rob, recibiendo como respuesta un golpe en su brazo.
- Puedo aprender el lenguaje de señas? - ella preguntó ansiosamente.
- Puedes aprenderlo y mejorarlo con mas palabras - él contestó, besándole los dedos.
Mairi lanzó una carcajada.
Dios, como amaba ese modo de reírse. Mairi parecía tan llena de alegría, tan espontánea. Su risa debía sonar como música, Rob pensó.
- Este es tu nombre - Rob dobló los dedos y los guió, como si tocase un pequeño instrumento Mairi repitió los movimientos varias veces, pareciendo encantada. Luego, preguntó:
- Cuál es el tuyo?
Mairi observó atentamente mientras Rob movía tres dedos en el medio del pecho, para señalar el blasón de los MacBain que siempre llevaba allí,
- Quién usa las señas? - preguntó Mairi.
- Al principio sólo mi madre. Ahora, todos.
- Tres palabras - ella comentó. - Siempre dices frases de tres palabras. Por qué?
- Ya lo dije. Tres son suficientes.
- Supongo que si - respondió Mairi, con un aire soñador. - Si son las palabras correctas.
Rob le levantó el mentón y la miró a los ojos, muy seriamente. Cruzó las manos sobre el corazón y, en seguida, las abrió, extendiéndolas hacia ella. Quería declarar sus sentimientos.
- Yo te amo.
Mairi suspiró de placer y se inclinó. Besó levemente en la boca, con inmensa ternura.
- Yo te amo - ella repitió, imitándole el gesto. Palabras y más palabras podrían ser intercambiadas entre ellos dos en los años venideros. Pero las cosas más importantes ya habían sido dichas allí, en ese instante.
Rob se inclinó sobre ella, deliberadamente rozando su cuerpo con el de Mairi, una promesa implícita que no necesitaba ser expresada en palabras.
- Espera! Creo que sé otra seña! - ella exclamó, riendo con tanta dulzura que Rob podría jurar haber oído el sonido. Los dedos de Mairi se entrelazaron en sus cabellos y ella se acostó sobre la cama, arrastrándolo con ella. - Esto significa ven a la cama…
El respondió de la manera más elocuente posible, usando la boca y las manos para demostrar sus intenciones.
Tres años después
- Basta con ese ruido! Ya! Es una orden ¡- gritó Mairi, tapándose los oídos. El pequeño Ned perseguía a su hermano mellizo, Harry, quien se escondía detrás de una silla y luego se arrojaba a los brazos de su padre.
- Papá! Ayúdame! - el niño gritó, trepando por el cuerpo de Rob y enroscándose a su cuello.
Ned lo siguió.
- Yo le pegué! - él exclamó, sacudiendo su espalda de juguete.
Los chillidos de esos dos demonios eran insoportables. Algunas veces, Mairi envidiaba el silencio pacífico en que vivía Rob. Ya había demasiados ruidos en el salón, con los preparativos para recibir al visitante. La trompeta había anunciado su llegada y él iba a entrar en cualquier momento. Tras tres años de estar casada, Mairi todavía no conocía al hermano de Rob, quien acababa de llegar de Francia. Qué pensaría de esos dos sobrinos endemoniados colgados al cuello de padre como mariscos a una piedra?
Rob se reía, feliz, haciéndole cosquillas en las costillas de los niños hasta que ellos se bajaron de sus brazos. Mairi agarró a los dos por el cinto y sentó en un banco, al lado da chimenea.
- Siéntate, Ned! - ella ordenó, tirándole el pelo. - Vos, aquí! - Colocó al niño en una punta y con la otra mano agarró Harry. - Y vos allá! Los quiero separados por un metro. Y por favor quiero un minuto de silencio! Y no peleen!
Harry sacó un pequeño caballo de madera de dentro de su chaqueta y sonrió, sacudió el juguete provocando a su hermano.
- Este es mi caballo.
Luego lanzó una catarata de palabras que ni siquiera Mairi lograba adivinar que significaban. Ned le respondió del mismo. La extraña conversación continuó y los dos finalmente decidieron compartir el juguete, imitando el galope de un caballo a lo largo del banco.
Mairi sacudió la cabeza y se volvió hacia su marido.
- Por qué los dos hablan así, Rob? Yo intento enseñarles a hablar bien! Qué hago mal? Ellos insisten en hablar con esas cataratas de palabras… que no se entiende... quiero que empiecen a...
- Basta! - él levó las manos fingiendo terror. - No es galés lo que hablan?
Ella se rió, a pesar de su aflicción por el lenguaje de sus hijos.
- No! Yo puedo entender el galés!
- No es francés? - preguntó Rob, pareciendo todavía más preocupado.
- Ni inglés! Ni latín! - ella respondió, con una mirada furiosa.
Rob se recostó, sonriendo.
- Muchachos!! - Rob los llamó en un tono firme, obteniendo la atención de sus hijos. - Díganme. Quién es Harry?
Harry levantó el dedo índice.
Uno de los niños señaló su propio pecho y respondió, bien alto: - Yo soy Harry.
Rob hizo un gesto asintiendo y luego indagó:
- Quién es Ned?
- Yo soy Ned - exclamó Ned.
Rob contempló a Mairi con un silencio elocuente e suspiró. Ves? Por qué preocuparse?
Mairi aceptó, sabía que él tenía razón. Sus hijos eran tan perfectos como cualquier criatura movediza de esa edad.
La puerta del salón se abrió, y Mairi alertó a Rob.
- El está aquí - ella dijo sin necesidad, pues un alto y guapo hombre se encaminaba con largos pasos hacia ellos, lucía una sonrisa encantadora. Muy parecido a Trouville, ella pensó, aunque le faltaba la formalidad inhibitoria de su padre.
- Robert, canalla! - Henri gritó, con una sonora risa, mientras envolvía a Rob en sus brazos.
- Harry, desgraciado! - Rob respondió, en un tono vibrante, palmeando la espalda de su hermano y abrazándolo. - Bienvenido, hermano.
Mairi esperó pacientemente para ser presentada, aunque los dos pequeños demonios ya se habían levantado del banco y se aferraban a las piernas de los hombres.
Con una palmadita final, Rob soltó a Henri y se volvió.
- Mi esposa, Mairi - dijo, señalándola. - El es Henri.
Pensando que él le besaría la mano, Mairi la extendió a. En vez de eso, él dio un paso adelante, y le besó ambas mejillas y lanzó un torrente de palabras en francés.
- Yo no hablo… - ella comenzó.
- ... Francés. Ya lo sé. Papá me avisó. Rob tampoco lo habla - dijo Henri. - Es una Pena. Pues yo podría decirte, en secreto, que corres peligro de ser secuestrada a Francia por un desgraciado que se enamoró de vos a primera vista. Te escaparás conmigo, hermosa?
Mairi sonrió halagada con la broma.
- Oh, claro que sí, mi Lord. Mis endemoniados niños y yo vamos a hacer de tu vida un infierno! Ven, conoce a Harry y a su hermano, Ned.
Henri inmediatamente se arrodilló y examinó a los niños como si fuesen perros para ser comprados.
-Les gustaría ir a Francia y ser mis caballeros? Vamos a conquistar a los ingleses!
Los mellizos sacudieron la cabeza, asintiendo, y se arrojaron en los brazos de su tío, como si lo conociesen de toda la vida.
Mairi rescató a Henri después de unos pocos minutos y le ofreció cerveza.
- Deberías ser el padre de tus propios caballeros - Rob le sugirió, sentándose. - Cuando vas a casarte?
- Yo? - exclamó Henri. - No es necesario. Harry y Ned pueden ser mis herederos.
Mairi recurrió a Gunda para que se ocupase de los pequeños, antes que derrumbasen el salón. La criada los sentó sobre un banco alejado y les dialogo dulce para comer.
- Ellos son maravillosos! - exclamó Henri. Mairi casi podía jurar que había visto lágrimas brillando en sus ojos oscuros. Notó que Rob observaba a su hermano pensativamente, ambos parecían un poco tristes para una ocasión tan feliz. Tendría que ver con las razones de Henri para mostrarse tan dispuesto a dejar su gerencia a sus sobrinos en vez de tener hijos propios?
- Estamos felices de tenerte con nosotros, mi Lord - dijo ella, alegremente, más para cambiar el humor del ambiente que para hacerlo sentirse en casa.
La nube oscura pareció apartarse, y la conversación tomó un rumbo mas agradable que se extendió durante la comida.
Mas tarde, ellos se sentaron enfrente de la chimenea, en el salón, donde Henri los encantó con divertidas historias sobre sus viajes. Aun los niños permanecieron sentados, extasiados con su tío. Pronto las cabecitas comenzaron a colgar por el sueño. Era hora de irse a dormir, pero Mairi no quería poner punto final a ese día. Tener un hermano era una nueva y maravillosa experiencia para ella.
- Ahora, debes contarme sobre las Highlands, Mairi - exigió Henri -, pues nunca estuve en ese lugar.
Mairi aceptó el pedido y con mucho entusiasmo habló sobre su clan.
Le contó a Henri que Rob había ido a las Highlands para buscarla, destacando las habilidades de su marido en las batallas con tal exageración que hizo reír a Henri y ruborizar a Rob.
De repente, Rob se aproximó y le tomó las manos, impidiéndole hacer gestos enfáticos.
- Por favor, Mairi! - él le pidió, con una mirada angustiada. - No hagas ese gesto en frente de los niños
- Qué ? - ella exclamó, abriendo las palmas. - Qué fue que lo que dije con las manos?
- Que yo soy el mejor amante de toda Escocia - él murmuró, con una sonrisa maliciosa.
Henri continuó con la broma.
- Y que él sólo podría ser reemplazado por un francés mejor dotado y con años de experiencia como amante. - Sus ojos oscuros chispearon. - Y que te sientes seriamente tentada a…
Mairi arrojó las manos hacia arriba.
- Me siento seriamente tentada a matarlos a los dos!
- No, no. Esa no es la seña para matar. Esa seña significa otra cosa - Henri comentó pícaramente.
- Bien - aceptó Rob. - Mairi necesita una lección en el lenguaje de señas. Nos disculpas?
- Ciertamente! - exclamó Henri.- Les ordeno que duerman bien.
Mairi sonrió por encima de su hombro, mientras Rob la conducía hacia la escalera, detrás de Gunda y los dos niños.
- La lección es muy larga… Dudo mucho que nos sobre tiempo para dormir esta noche!- Mairi le dijo a Henri por encima de su hombro.
- Qué dijiste? - Rob le preguntó, porque no había podido ver los labios de ella mientras hablaba.
Ella sonrió con toda su inocencia.
- Le deseé buenas noches, mi amor. Una excelente noche.
FIN