Ibanez El Paraiso las Mujeres


EL PARAНSO DE LAS MUJERES

VICENTE BLASCO IBAСEZ

EL PARAНSO

DE LAS

MUJERES

(NOVELA)

Copyright 1922.

AL LECTOR

Considero necesario dar una explicaciуn sobre el origen de este libro.

Una casa editorial cinematogrбfica de los Estados Unidos me pidiу hace

un aсo una novela para convertirla en _film_, recomendбndome que fuese

muy «interesante» y se despegase por completo de los convencionalismos y

rutinas que hasta ahora vienen observбndose en las historias presentadas

por medio del cinematуgrafo.

Yo admiro el arte cinematogrбfico--llamado con razуn el «sйptimo

arte»--, por ser un producto legнtimo y noble de nuestra йpoca. Como

todo progreso, ha encontrado numerosos enemigos, que fingen

despreciarlo; especialmente entre los escritores faltos de las

condiciones necesarias para servir б este arte, aunque lo deseasen. La

llamada Repъblica de las Letras es un estado conservador y misуgeno, que

se subleva instintivamente ante toda novedad y la repele con sarcasmos

que cree aristocrбticos.

Cuando se inventу la imprenta, una gran parte de los literatos de

entonces tambiйn la consideraron como algo populachero y ordinario, que

nunca podrнa gustar б los espнritus escogidos. Fuй preciso el transcurso

de algunas decenas de aсos para que todos se convenciesen de que el

libro impreso, aunque menos hermoso que el cуdice escrito б mano y con

letras capitulares artнsticamente iluminadas, servнa mejor б la difusiуn

de las ideas y al mejoramiento intelectual de la humanidad.

Dentro de un siglo las gentes se asombrarбn tal vez al enterarse de que

hubo escritores que presenciaron el nacimiento de la cinematografнa y no

hicieron caso de ella, apreciбndola como una diversiуn pueril y frнvola,

buena ъnicamente para el vulgo ignorante.

Conozco todas las objeciones contra el cinematуgrafo y su creciente

difusiуn. Son las mismas que todavнa б estas horas formulan algunas

devotas, en el fondo de las provincias, contra la novela y contra el

teatro, creyйndolos la perdiciуn de la humanidad y la causa de todas las

inmoralidades existentes.

Si la cinematografнa no hubiese de dar en el curso de su desarrollo

otras cosas que el sainete grotesco й inverosнmil que hace reir con

payasadas de _clown_, у las historias de ladrones y detectives, yo

abominarнa de ella, como lo hacen muchos. Pero el nuevo arte estб

todavнa en los primeros vagidos de su infancia; no tiene mбs allб de

veinticinco aсos de existencia--que equivalen б veinticinco minutos en

la historia de un invento ъtil--, y nadie sabe hasta dуnde pueden llegar

el desarrollo de su juventud y el esplendor de su madurez.

Tambiйn la novela diу en distintos perнodos de su vida una floraciуn de

libros que tuvieron por hйroes б bandidos «simpбticos» у tenebrosos y б

policнas «providenciales», y б nadie se le ocurre decretar por ello la

supresiуn de dicho gйnero literario. Al lado de la novela psicolуgica y

de observaciуn directa existirб siempre la novela de folletнn. Y lo

mismo puede decirse del teatro. Juntos con el drama y la comedia,

atraerбn siempre б una gran parte del pъblico el melodrama espeluznante

у la farsa grotesca.

La cinematografнa no iba б librarse de esta divisiуn impuesta por los

dos gustos diversos y antitйticos que se reparten la gran masa del

pъblico. Como ocurre en la infancia de todo arte, el primer producto del

cinematуgrafo ha sido el melodrama terrorнfico y la farsa que hace reir

hasta desquijararse, gйneros que con mбs rapidez atraen б las

multitudes. Pero ahora, despuйs de dos docenas de aсos de existencia,

los que nos preocupamos del desarrollo cinematogrбfico vamos viendo cуmo

se afina el gusto del pъblico en las naciones mбs instruidas y cуmo al

lado de las historias para reir y las tragedias detectivescas surgen las

primeras manifestaciones de la verdadera novela cinematogrбfica, con

caracteres extraнdos de la realidad, observaciones psicolуgicas y una

fбbula que mantiene despierto al mismo tiempo el interйs del espectador.

Yo creo prуximo el nacimiento de muchas novelas cinematogrбficas que

serбn al mismo tiempo grandes obras literarias. Pero estas novelas

resultan de mбs difнcil producciуn que una novela en forma de libro, ya

que en ellas no es posible lo que en la jerigonza literaria llamamos el

«relleno».

* * * * *

La cinematografнa no es el teatro mudo, como creen muchos; es una novela

expresada por medio de imбgenes y frases cortas.

El teatro tiene convencionalismos de lugar y de tiempo, impuestos por

los breves lнmites de un escenario, y de los cuales no puede librarse.

En cambio, la acciуn de la novela no reconoce limites; es infinita, como

la del cinematуgrafo, y puede componerse de tres у cuatro historias

diversas, que se desarrollan б la vez, y al final vienen б confundirse

en una sola; puede tener por escenario los lugares mбs diversos de

nuestro planeta.

Una obra teatral llegarб, cuando mбs, hasta siete actos y cambiarб sus

decoraciones quince у veinte veces: pero le es imposible ir mбs allб.

Una novela, lo mismo que una historia cinematogrбfica, puede disponer de

tantos escenarios como capнtulos, tener por fondo los mбs diversos

paisajes y por actores verdaderas muchedumbres.

Repito que el «sйptimo arte» es novela y no teatro, y tal vez por esto

todas las obras teatrales cйlebres que fueron trasladadas al

cinematуgrafo pasaron inadvertidas, mientras las novelas famosas, al ser

filmadas, obtuvieron grandes йxitos, agrandбndose el interйs de su

fбbula con la plasticidad de los personajes que el lector sуlo habнa

podido imaginarse vagamente б travйs de las lнneas impresas.

Hoy empieza б aumentar considerablemente en todas las naciones el nъmero

de los novelistas que nos preocupamos del arte cinematogrбfico.

La multiplicidad de los idiomas con que expresan los hombres su

pensamiento representa para el artista literario un obstбculo que no

conocen el pintor, el escultor, ni el mъsico. Es cierto que los

traductores se encargan de salvar este obstбculo; pero por grande que

sea su pericia y la conciencia con que realicen su trabajo, Ўresulta

siempre tan diversa la novela traducida de la novela original, y se

pierden tantas cosas en el traslado de una б otra!...

En cambio, la expresiуn cinematogrбfica puedo proporcionar б la novela

la universalidad de un cuadro, de una estatua у de una sinfonнa. Los

rуtulos del _film_ y la necesidad de traducirlos representan poca cosa

en esta clase de obras. Lo importante es la imagen vivida, la acciуn

interpretada por seres humanos, valiйndose del gesto, que ignora el

estrecho molde de las sнlabas.

Gracias б este nuevo medio de expresiуn, el novelista que por su

nacimiento pertenece б un paнs determinado puede tener por patria

intelectual la tierra entera y ponerse en comunicaciуn con los hombres

de todos los colores y todas las lenguas, hasta con los que viven en los

lнmites de un salvajismo reciйn abandonado. Por medio del «sйptimo

arte», un autor puede en la misma noche contar su historia imaginada б

los pъblicos de Nueva York, Londres y Parнs, б las muchedumbres

cosmopolitas de los grandes puertos del Pacнfico б los бrabes que llegan

б caballo al aduar del desierto donde funciona el modesto aparato del

cinematografista errante, б los marineros que invernan en una isla del

Ocйano Glacial y entretienen sus noches interminables con el relato mudo

de las novelas luminosas.

Yo puedo decir que una de mis mayores satisfacciones literarias la tuve

hace dos aсos, estando en California, al conversar con un japonйs que

habнa viajado por toda Asia.

Este hombre me hablу de una de mis novelas, contбndome su «argumento»

del principio al desenlace para convencerme de que la conocнa bien. No

la habнa leнdo, por no estar traducida aъn al idioma de su paнs, y

pensaba comprar la versiуn inglesa.

Pero la habнa «visto» en un cinema de Pekнn.

* * * * *

Ademбs hay que hacer una confesiуn. La novela estб en crisis actualmente

en todas las naciones.

El siglo XIX fuй el siglo de la mъsica y de la novela. Resulta tan

enorme la producciуn novelesca de los ъltimos cien aсos y tan diversas

las actividades de sus novelistas, que autores y pъblico viven ahora

como desorientados.

Es casi imposible encontrar un camino virgen de huellas. Cuando el

novelista cree seguir un sendero completamente inexplorado, se entera б

los pocos pasos de que otros avanzaron por el mismo sitio antes que йl.

Todos los resortes de la maquinaria novelesca parecen flojos y

mortecinos de tanto funcionar; todas las situaciones emocionantes, todos

los caracteres salientes, todos los tipos de humanidad, estбn casi

agotados. La originalidad novelesca va siendo cada vez mбs ilusoria. Por

eso sin duda, muchos autores violentan la serena sencillez de su idioma,

obligбndole б producir una florescencia atormentada, de invernбculo, y

hacen de ello su mayor mйrito. Buscan ocultar de tal modo, bajo la

frondosidad forzada del lenguaje, la anйmica pobreza de la historia que

cuentan.

Los novelistas se agitan infructuosamente en busca de novedad; el

pъblico exige igualmente novedad; pero la novela actual, cuando pretende

en Francia y otros paнses ser verdaderamente nueva, no tiene nada de

novela, y aburre al lector.... Y en esta crisis, que es universal, nadie

columbra la soluciуn.

Yo no afirmo que el cinematуgrafo sea un remedio ъnico y decisivo;

reconozco ademбs como indiscutible que la novela impresa serб siempre

superior б la novela expresada por el gesto, pues esta ъltima no puede

disponer con la misma amplitud que la otra de la sugestiуn inmaterial

del «estilo»; pero creo que si los novelistas empiezan б intervenir

directamente en el desarrollo del «sйptimo arte», monopolizado hasta

hace poco por personas sin competencia literaria, su esfuerzo servirб

cuando menos para reanimar la novela, comunicбndola una segunda juventud

y haciendo mбs extensos sus dominios actuales.

Sin embargo, no б todos los paнses les es fбcil adaptarse con йxito al

nuevo medio de expresiуn literaria.

La cinematografнa depende del desarrollo industrial de un paнs y de su

riqueza.

El libro tambiйn necesita sujetarse б la influencia de estos dos

factores; pero un editor de novelas impresas puede establecerse en

cualquier parte donde existan imprentas y almacenes de papel, y le

bastan unos cuantos miles de pesetas para publicar sus primeros

volъmenes.

Las casas editoriales de cinematografнa necesitan capitales de millones

y crear por su propia cuenta inmensos talleres. Ademбs, les es

indispensable tener б sus espaldas la grandeza de una de esas naciones

que son primeras potencias industriales, para encontrar con facilidad

energнas elйctricas gigantescas, fбbricas capaces de producir nuevas

maquinarias: en una palabra, para disponer de poderosos aliados y

servidores.

Por este motivo, el mбs enorme de los pueblos americanos es y serб

siempre el primer productor cinematogrбfico de la tierra. Francia, que

inventу la cinematografнa, figura actualmente como una simple

importadora de _films_ facturados desde Nueva York.

El cinematуgrafo ocupa en los Estados Unidos el quinto lugar entre los

productos nacionales. Avanza б continuaciуn del acero, el trigo y otros

artнculos indispensables para la vida.

Hay en aquella Repъblica veinticinco mil salas de cinematуgrafo, algunas

de ellas con lugar para mбs de seis mil espectadores.

En los miles de ciudades donde viven agrupados sus ciento veinte

millones de habitantes, los teatros se mantienen en una situaciуn

estacionaria, mientras los cinemas son cada vez mбs numerosos.

De una obra cinematogrбfica americana que obtiene йxito en el mundo

entero llegan б venderse por tйrmino medio doscientas copias. Es lo que

se llama, en lenguaje de librerнa, «una mediana tirada». De estas copias

Francia compra tres у cuatro para «pasarlas» en sus diversos cinemas;

Espaсa tres; Italia tres у dos, etc. La Gran Bretaсa, que es la mayor

compradora de Europa, adquiere once у quince para la metrуpoli y sus

colonias.

En total: de las doscientas copias, los Estados Unidos consumen ellos

solos ciento veinte, y las ochenta restantes son para los demбs pueblos

de la tierra. Asн se comprende que los cinematografistas americanos, sin

salir de su paнs, puedan cubrir todos sus gastos, que son inauditos, y

realizar ganancias. El producto del resto del mundo es para ellos б modo

de una propina.

Despuйs de saber esto, reconocerб el lector que el cinematуgrafo sуlo

puede ser americano, y que la suprema aspiraciуn de todo novelista que

desee triunfos en el «sйptimo arte» consiste en abrirse paso allб ... si

es que puede, pues la empresa no resulta fбcil.

* * * * *

Pero volvamos б la explicaciуn del origen de este libro.

Como mi novela _Los cuatro jinetes del Apocalipsis_ ha sido convertida

en _film_--mбs extenso y costoso de todos los que se conocen hasta el

presente, y el cual obtiene en los Estados Unidos un йxito que durarб

aсos--, recibн de Nueva York, como ya he dicho, el encargo de escribir

un relato novelesco que pudiera servir para una obra cinematogrбfica de

«interйs y novedad».

Asн produje EL PARAНSO DE LAS MUJERES.

Esta historia fantбstica, que se despega por completo de mis novelas

anteriores, no ha nacido verdaderamente ahora, pues data de los tiempos

de mi infancia.

Desde que leн, siendo niсo, los _Viajes de Gulliver_, el recuerdo de

Liliput y sus pequeсos habitantes se fijу para siempre en mi memoria.

Muchas veces me preguntй, en aquellos aсos ya remotos: «їQuй habrб

ocurrido en Liliput despuйs que se marchу el hйroe de Swift?...» Y me

entretenнa imaginando б mi modo los diversos episodios de la historia

contemporбnea de los pigmeos.

Ahora, en la madurez de mi vida, he intentado otra vez rehacer la

historia moderna de Liliput, pero como puede realizarlo la fantasнa de

un hombre, menos optimista y generosa que la de un niсo.

Esto de imaginarse una humanidad mбs pequeсa que la nuestra, con

nuestros mismos defectos y preocupaciones, como si fuese contemplada б

travйs de un microscopio, es algo que halaga la vanidad de los hombres,

y por lo mismo resulta tan antiguo como su existencia.

Swift, el humorнstico deбn irlandйs, fuй el creador de Gulliver y del

reino de Liliput; pero cien aсos antes, Rabelais, que indudablemente le

sirviу de modelo, habнa descrito con no menor humor las costumbres de

enanos y gigantes.

Tengo la certeza de que en todas las literaturas antiguas fueron muchos

los relatos sobre paнses de pigmeos y paнses de colosos. їQuй pueblo no

contу historias de gnomos minъsculos, de vida misteriosa, y gigantes que

para contemplar б uno de nuestra especie necesitan colocarlo sobre la

palma de una mano?... Voltaire se inspirу en Swift para crear su

_Micromegas_, y serнa muy largo el relato de todos los novelistas y

cuentistas que imitaron mбs у menos directamente este gйnero de

fantasнas.

Yo escribн la presente novela creyendo que ъnicamente iba б servir para

la producciуn de una cinta cinematogrбfica, y jamбs aparecerнa en forma

de libro. En realidad, la casa editorial de Nueva York no me pidiу una

novela, sino lo que llaman en lenguaje cinematogrбfico un «escenario»,

un relato escueto y de pura acciуn, para que sirva de guнa al director

de escena, б los encargados de las tramoyas y б los actores que

interpretan los personajes.

Pero excitado por la novedad del trabajo y б impulsos tambiйn de mis

hбbitos de novelista, empecй б escribir y б escribir, sin darme cuenta

de que en vez de un «escenario» producнa una novela, y en veintiuna

tardes terminй EL PARAНSO DE LAS MUJERES.

Nunca he trabajado tan aprisa y con tanto fervor. Creo que si me pusiera

ahora б hacer una copia del presente libro emplearнa mбs tiempo.

Repito que jamбs pensй que mi novela cinematogrбfica pudiera convertirse

en volumen impreso; y mi sorpresa fuй grande al ver que el «escenario»

era un libro al que algunos pretendнan encontrar cierta intenciуn

filosуfica y polнtica. Hasta en los Estados Unidos--paнs donde las

mujeres ejercen una enorme y legнtima influencia--creen algunos,

equivocadamente, que mi novela es б modo de una sбtira del feminismo

norteamericano.

Como EL PARAНSO DE LAS MUJERES ha sido traducida ya б varios idiomas, me

decido б publicarla igualmente en espaсol, aunque no pensase en ello

cuando la escribн.

Serб una obra mбs dentro del marco de la novela espaсola, la cual desde

hace algunos aсos no peca ciertamente por exceso de variedad. Los mбs de

los novelistas marchan en fila india, uno tras otro, y sуlo de tarde en

tarde se les ocurre saltar un poco fuera del sendero. Mientras tanto, en

los otros paнses la novela procura renovarse y los autores cambian con

frecuencia su manera de ver la vida y de expresar sus impresiones, para

que no los «encasille» el pъblico, adivinando de antemano lo que pueden

decir. Ademбs, la novela es un gйnero de variedad infinita, y allн donde

todos los novelistas describen lo mismo, con un lenguaje semejante, la

novela corre peligro de muerte.

Tal vez el presente libro sea considerado por muchos como una

«equivocaciуn» al compararlo con mis anteriores obras; pero yo prefiero

equivocarme yendo en busca de novedad, б conseguir aciertos fбciles, que

muchas veces no son mas que simples repeticiones de triunfos anteriores.

De todos modos, me anima la esperanza de que este relato ligero tal vez

resulte mбs entretenido para el lector que muchas novelas de moda

reciente, en las que se emplean trescientas pбginas sуlo para preparar

el encuentro б puerta cerrada de dos personas de distinto sexo, llegando

asн б la escena «culminante» de la obra, que es simplemente una escena

de «libro verde», escrita con las precauciones necesarias para bordear

el Cуdigo y que el volumen pueda exponerse sin peligro en los

escaparates de las librerнas.

Del _film_ que diу origen б esta novela dirй que aъn estб por nacer.

Segъn parece, fui amontonando en йl tales dificultades do ejecuciуn, que

los ingenieros norteamericanos que inventan nuevas «magias» para esta

clase de obras todavнa estбn haciendo estudios y no han podido encontrar

el modo de que aparezcan en el lienzo luminoso, б un mismo tiempo y sin

trampa visible, la enormidad del Gentleman-Montaсa y la bulliciosa

pequeсez de las muchedumbres que pueblan la Ciudad-Paraнso de las

Mujeres.

VICENTE BLASCO IBAСEZ

Villa Fontana Rosa Mentуn (Alpes Marнtimos) Febrero 1922

EL PARAНSO DE LAS MUJERES

* * * * *

Frente б la Tierra de Van Diemen

Edwin Gillespie, joven ingeniero de Nueva York, llevaba varias semanas

de navegaciуn б bordo de uno de los paquebotes ingleses que hacen la

carrera entre San Francisco y Australia.

Nunca habнa conocido un viaje tan triste. Recordaba con dulce nostalgia

su navegaciуn de tres aсos antes, desde los Estados Unidos б las costas

de Francia, cuando era oficial del ejйrcito americano й iba б guerrear

contra los alemanes. Aquella travesнa resultaba peligrosa; reinaba б

bordo una continua vigilancia por miedo б los submarinos y б las minas

flotantes; pero Gillespie tenнa entonces como inseparables compaсeros la

alegrнa de una juventud ansiosa de aventuras y el entusiasmo del que va

б exponer su vida por un ideal generoso.

Ahora llevaba como invisibles camaradas de viaje la desesperaciуn y el

aburrimiento, y cuando conseguнa huir de uno, caнa en los brazos del

otro. Se habнa embarcado apresuradamente, creyendo encontrar la fortuna

lejos de los Estados Unidos; pero se sentнa cada vez mбs triste asн como

iba alejбndose de su tierra natal.

Era el amor el que le habнa aconsejado esta resoluciуn desesperada.

A su vuelta de la gran guerra habнa visto el mundo transfigurado. Todo

le parecнa mбs hermoso; las cosas adoptaban nuevas formas; el aire

cantaba junto б sus oнdos, agitado por las vibraciones de una sinfonнa

interminable. Y todo esto era porque acababa de conocer б miss Margaret

Haynes, una persona primaveral, cuyos diez y nueve aсos, alegres y

graciosos, se desbordaban en risas, palabras musicales y gestos

encantadores.

Gillespie olvidу de golpe todo su pasado al hablar con esta adorable

criatura. Creyу que su vida anterior habнa sido un ensueсo. Recordaba

con esfuerzo, como si fuesen pбlidas visiones, su ida б Europa; los

combates junto б Saint-Mihiel, de los que saliу herido; la ceremonia

guerrera durante la cual б йl y б otros compaсeros les colocaron sobre

el pecho la roja cinta de la Legiуn de Honor.

Para Edwin Gillespie la ъnica realidad era miss Margaret, y los dнas que

no la veнa, aunque sуlo fuese por unos momentos, se imaginaba que el

cielo era otro y que se desarrollaban en su inmensidad tremendos

cataclismos de los que no podнan enterarse los demбs mortales.

Toda una primavera se encontraron en los tйs de los hoteles elegantes de

Nueva York. Despuйs, durante el verano, siguieron conversando y bailando

en las playas del Atlбntico mбs de moda.

Miss Margaret era la hija ъnica del difunto Archibaldo Haynes, que habнa

reunido una fortuna considerable trabajando con йxito en diversos

negocios. La sonriente _miss_ iba б heredar algъn dнa varios millones; y

esto no representaba para ella ningъn impedimento en sus simpatнas por

Gillespie, buen mozo, hйroe de la guerra y excelente bailarнn, pero que

aъn no contaba con una posiciуn social.

El ingeniero se tuvo durante medio aсo por el hombre mбs dichoso de su

paнs. Miss Haynes fuй la que se encargу de envalentonar su timidez con

prometedoras sonrisas y palabras tiernas. En realidad, Edwin no supo con

certeza si fuй йl quien se atreviу б declarar su amor, у fuй ella la que

con suavidad le impulsу б decir lo que llevaba muchos meses en su

pensamiento, sin encontrar palabras para darle forma.

Margaret aceptу su amor, fueron novios, y desde este momento, que debнa

haber sido para Gillespie el de mayor felicidad, empezу б tropezar con

obstбculos. Seguro ya del cariсo de la hija, tuvo que pensar en la

madre, que hasta entonces sуlo habнa merecido su atenciуn como una dama

de aspecto imponente, muy digna de respeto, pero que siempre se mantenнa

en ъltimo tйrmino, cual si desease ignorar la existencia del ingeniero.

Mistress Augusta Haynes era una seсora de gran estatura y no menos

corpulencia, breve y autoritaria en sus palabras, y que contemplaba el

deslizamiento de la vida б travйs de sus lentes, apreciando las personas

y las cosas con la fijeza altiva del miope. Dotada de un meticuloso

genio administrativo, sabнa mantener нntegra la fortuna de su difunto

esposo y acrecentarla con lentas y oportunas especulaciones.

Amaba б su hija ъnica, tanto como detestaba б la juventud actual por su

carбcter frнvolo y su inmoderada aficiуn al baile. En las reuniones

buscaba siempre б las personas graves, lamentбndose con ellas de la

ligereza y la corrupciуn de los tiempos presentes. Se habнa fijado en la

asiduidad con que el ingeniero seguнa б su hija, en su aficiуn б bailar

juntos y en sus conversaciones aparte. Ademбs, tenнa noticias de varios

encuentros, demasiado casuales, en los paseos de la ciudad.

Como si su instinto le avisase la certeza de un amor que hasta entonces

sуlo habнa sospechado, mistress Augusta Haynes, al llegar el invierno,

decidiу pasarlo lejos de Nueva York, y fuй б instalarse con su hija en

un lujoso hotel de Pasadena. Creyу, sin duda, con egoнsta ilusiуn, que

un hombre que habнa ido de Amйrica б Europa para hacer la guerra era

incapaz de trasladarse igualmente de Nueva York б California detrбs de

su amada; pero pronto pudo convencerse de su error.

Una semana despuйs, al bajar por la maсana al parque del hotel, viу б

Margaret jugando al _tennis_ con un _gentleman_ de pantalуn blanco,

brazos arremangados y camisa de cuello abierto: el ingeniero Gillespie.

Miss Haynes, que habнa hecho el viaje malhumorada y nerviosa, sonreнa

ahora como si viese revolotear escuadrillas de бngeles por encima de los

naranjos californianos. En cambio, la madre recobrу su gesto

inquisitorial, acogiendo con helada cortesнa las grandes demostraciones

de afecto del ingeniero.

--Ha sido para mн una agradable sorpresa--dijo el joven--. Yo no sabнa

que estaban ustedes aquн....

Y por debajo de la naricita sonrosada de miss Margaret revoloteaba una

sonrisa que parecнa burlarse de tales palabras.

Desde entonces, la majestuosa viuda empezу б pensar en lo urgente que

era librarse de este aspirante б la dignidad de yerno suyo. La gallardнa

fнsica del buen mozo, su aventura militar, que tanto entusiasmaba б las

jуvenes, y sus destrezas de danzarнn, eran para la seсora Haynes otros

tantos tнtulos de incapacidad.

Ella apreciaba en los hombres cualidades mбs positivas. їA cuбnto

ascendнa su fortuna? їQuй es lo que habнa hecho hasta entonces de serio

en su existencia?...

Era ingeniero; pero esto no representaba mas que un simple diploma

universitario. Habнa prestado sus servicios en unas cuantas fбbricas,

ganando lo preciso para vivir, y cuando llegaba el momento de la guerra,

en vez de quedarse en Amйrica para trabajar en un gran centro industrial

й inventar algo que le hiciese rico, preferнa ser soldado, debiendo sуlo

б un capricho de la suerte el no quedar tendido para siempre sobre la

tierra de Europa.

Su marido habнa sido otro hombre, y ella deseaba para Margaret un esposo

igual, con una concepciуn prбctica de la existencia, y que supiese

aumentar los millones de la cуnyuge aportando nuevos millones producto

de su trabajo.

La viuda no ahorrу medios para hacer ver al ingeniero su hostilidad.

Evitaba ostensiblemente el invitarlo б sus fiestas; fingнa no conocerle;

estorbaba con frecuentes astucias que su hija pudiera encontrarse con

йl.

Miss Margaret se mostraba triste cuando de tarde en tarde conseguнa

hablar con Edwin, lejos de la agresividad de su madre y de la

animadversiуn de todas las familias amigas, igualmente hostiles б йl.

Un dнa, Gillespie, con un esfuerzo supremo de su voluntad y mбs

conmovido que cuando avanzaba en Francia contra las trincheras alemanas,

visitу б la majestuosa viuda para manifestarle que Margaret y йl se

amaban y que solicitaba su mano.

Aъn se estremecнa en el buque al recordar el tono glacial y cortante con

que le habнa contestado la seсora. Su hija era heredera de una

respetable fortuna, y bien merecнa que su esposo aportase, cuando menos,

otro tanto б la asociaciуn matrimonial.

--Ademбs--dijo la viuda--, yo deseo un yerno que sea persona seria y

trabaje con provecho. Nunca me han gustado los hombres que pasan el

tiempo soсando despiertos, leyendo libros у escribiendo cosas que nada

producen.

Gillespie tuvo que reconocer que la viuda estaba bien enterada de su

existencia; tal vez por la indiscreciуn de un amigo infiel, tal vez por

las informaciones de algъn detective particular. En realidad, este

ingeniero era algo dado al ensueсo, gustaba mucho de la lectura, y en

sus cajones, junto con los planos y los cбlculos de su profesiуn,

guardaba varios cuadernos de versos.

Margaret le amaba; pero el amor de una seсorita de buena familia y

excelente educaciуn, acostumbrada б las comodidades que proporciona una

gran fortuna, debe tener sus lнmites forzosamente. No iba ella б

abandonar б su madre y б reсir con todas las familias amigas para

casarse con un novio pobre, dedicado por completo б su amor й ignorante

del camino que debнa seguir en el presente momento. Estas resoluciones

desesperadas sуlo se ven en las novelas.

Tenнa ademбs cierta confianza en el porvenir y consideraba oportuno

dejar pasar el tiempo. Su madre tal vez cediese al ver que transcurrнan

los aсos sin que ella amase б otro hombre. Edwin podнa estar seguro de

su fidelidad. Mientras tanto, la Fortuna tal vez se fijase de pronto en

Gillespie, como se habнa fijado en mister Haynes. Acostumbrada б ver en

los salones de su casa б muchos hombres que habнan empezado su carrera

siendo pobres y ahora eran millonarios, se imaginу que esta era

inevitablemente la historia de todos los humanos y que б Edwin le

llegarнa su turno.

Pero la madre velaba, y cortу con una enйrgica resoluciуn esta rebeldнa

mansa. La seсora y la seсorita Haynes desaparecieron de su hotel. El

ingeniero, despuйs de disimuladas averiguaciones entre las familias

amigas de ellas residentes en Pasadena y en Los Бngeles, llegу б saber

que se habнan trasladado б San Francisco. Fuй allб, y consiguiу una

tarde hablar con Margaret en el Gran Parque, cuando paseaba con su

maestra de espaсol.

La entrevista resultу grata para el joven, porque le diу la seguridad de

que Margaret le amaba siempre; mas no por eso sacу de ella un resultado

positivo.

Miss Haynes era una buena hija y no se declararнa nunca en rebeliуn

contra su madre. Pero como en sus afectos sуlo podнa mandar ella, jurу б

Edwin que le esperarнa un aсo, dos, tres, todos los que fuesen

necesarios, hasta que йl encontrase una situaciуn verdaderamente

lucrativa у un medio indiscutible de hacer fortuna. Con esto era seguro

que la madre cejarнa en su resistencia.

El ingeniero jurу tambiйn con el entusiasmo de una juventud enйrgica. Йl

conseguirнa esta fortuna. Ignoraba completamente, al formular su

juramento, de quй modo puede obtenerse la riqueza; pero una nueva

voluntad, mбs fuerte que la que hasta entonces le habнa guiado en la

vida, empezaba б despertar en su interior.

--ЎAdiуs, Margaret! Antes de un aсo serй rico, y nos casaremos....

Luego, al verse solo, sin la dulce embriaguez que parecнa invadirle

cuando estaba al lado de su novia, volviу б contemplar la realidad tal

como era, hostil y repelente. їCуmo puede un hombre ganar unos cuantos

millones en un aсo cuando los necesita para casarse con la mujer que

ama?... Quiso ver otra vez б Margaret, para que su voluntad adquiriese

nuevas fuerzas, pero no pudo encontrarla. La viuda de Haynes, que sin

duda habнa tenido noticias de esta entrevista por la profesora de

espaсol, se marchу de San Francisco con su hija, y esta vez Edwin no

pudo averiguar nada acerca de su paradero.

Le era preciso, despuйs de esto, tomar una resoluciуn. Su vida en Los

Бngeles, siguiendo los pasos de una muchacha millonaria, habнa

disminuнdo considerablemente los contados miles de dуlares que

representaban todo su capital. Necesitaba lanzarse cuanto antes б un

nuevo trabajo para no verse en la indigencia.

Creyу, como todos, que la fortuna ъnicamente puede esperarnos en un

lugar de la tierra muy apartado de aquel en que nacimos, casi en los

antнpodas, y por eso aceptу con verdadera fe los informes de un amigo

que le aconsejaba ir б Australia, ofreciйndole para allб varias cartas

de recomendaciуn.

Gillespie acabу embarcбndose con rumbo б Melbourne, pero antes escribiу

б una amiga de Margaret para que йsta conociese su resoluciуn y el lugar

de la tierra adonde le encaminaba su nueva aventura.

La larga navegaciуn fuй muy triste para йl. La soledad voluntaria en que

se mantuvo entre los pasajeros sirviу para excitar sus recuerdos

dolorosos. Durante la primera escala en Honolulu tuvo la esperanza, sin

saber por quй, de recibir un cablegrama de Margaret animбndole б

perseverar en su resoluciуn. Pero no recibiу nada.

Luego vino la interminable travesнa hasta Nueva Zelandia, siguiendo la

curva de mбs de una mitad del globo terrбqueo, б travйs de los numerosos

archipiйlagos esparcidos en el Pacнfico. En Auckland tampoco le saliу al

encuentro ningъn cablegrama.

Varias familias de Nueva Zelandia tomaron pasaje para ir б Sidney у б

Melbourne. El joven americano evitaba toda amistad con los compaсeros de

viaje. Preferнa la melancolнa de sus recuerdos, entregбndose б ellos ya

que no le era posible el placer de la lectura. Durante la larga travesнa

habнa leнdo todos los volъmenes que llevaba con йl y los de la

biblioteca del buque, que por cierto no eran nuevos ni abundantes.

Una tarde, cuando el paquebote debнa hallarse cerca de la antigua Tierra

de Van Diemen, el ingeniero, que dormitaba tendido en un sillуn del

puente de paseo, viу un libro abandonado en el sillуn inmediato. Le

bastу la primera ojeada para darse cuenta da que debнa pertenecer б los

niсos de una familia subida al buque en Nueva Zelandia.

La cubierta del libro era en colores, y el dibujo de ella le hizo

conocer su tнtulo antes de leerlo. Viу un hombre con sombrero de tres

picos y casaca de largos faldones, que tenнa las piernas abiertas como

el coloso de Rodas y las manos apoyadas en las rуtulas. Por entre las

dos columnas de sus pantorrillas desfilaba, б pie y б caballo, llevando

tambores al frente y banderas desplegadas, todo un ejйrcito de enanos

tocados con turbantes y plumeros, б estilo oriental.

--Las _Aventuras de Gulliver_--murmurу el ingeniero--. El gracioso libro

de Swift ... ЎCuбnto tiempo hace que no he leнdo esto!... ЎQuй feliz era

yo en los aсos que podнa interesarme tal lectura!...

Y Gillespie, tomando el volumen, lo abriу con una curiosidad risueсa y

algo desdeсosa. Primeramente fuй mirando las distintas lбminas; despuйs

empezу la lectura de sus pбginas, escogidas al azar, dispuesto б

abandonarla, pero retardando el momento б causa de su curiosidad, cada

vez mбs excitada. Al fin acabу por entregarse sin resistencia al interйs

de un libro que resucitaba en su memoria remotas emociones.

Pero esta lectura, empezada contra su voluntad, fuй interrumpida

violentamente.

Temblу el piso de la cubierta bajo sus pies. Todo el buque se estremeciу

de proa б popa, como un organismo herido en mitad de su carrera, que se

detiene y acaba por retroceder б impulsos del golpe recibido.

El ingeniero viу elevarse sobre la proa un gran abanico de humo negro y

amarillento atravesado por muchos objetos obscuros que se esparcнan en

semicнrculo. Esta cortina densa tomу un color de sangre al cubrir el

horizonte enrojecido por la puesta del sol.

Sonу una explosiуn inmensa, ensordecedora, y despuйs se hizo un profundo

silencio en la dulce serenidad de la tarde, como si el infinito del mar

y el horizonte hubiesen absorbido hasta la ъltima vibraciуn del

atronador desgarramiento. Pero el silencio fuй corto. A continuaciуn,

todo el buque pareciу cubrirse de aullidos de dolor, de gritos de

sorpresa, de carreras de gentes enloquecidas por el pбnico, de уrdenes

enйrgicas. Por las dos chimeneas del paquebote se escaparon torrentes

mugidores de humo negro, al mismo tiempo que debajo de la cubierta

empezaba un jadeo ruidoso, igual al estertor de un gigante moribundo.

A partir de este momento, el ingeniero creyу haber caнdo en un mundo

irreal, en una vida distinta de la ordinaria. Los hechos se sucedieron

con una rapidez desconcertante.

Se viу hablando con un oficial que corrнa б lo largo de la cubierta

dando gritos б los marineros para que echasen los botes al agua.

--Hemos tocado con la proa una mina flotante--dijo contestando б las

preguntas de Gillespie--. Y si no es una mina, serб un torpedo

abandonado por alguno de los corsarios alemanes que navegaron en el

Pacнfico.

Respondiу el ingeniero con un gesto de incredulidad. їCуmo podнan las

corrientes oceбnicas arrastrar una mina flotante hasta Australia?...

їPor quй raro capricho de la suerte iban ellos б chocar con un torpedo

abandonado por un corsario en la inmensidad del Pacнfico?... Oyу que le

hablaban; pero esta vez era un pasajero con el que sуlo habнa cambiado

algunos saludos durante el viaje.

--No creo en la mina ni en el torpedo--dijo este hombre--. Deben haber

embarcado dinamita en Nueva Zelandia у alguna otra materia explosiva. Lo

cierto es que nos vamos б pique irremediablemente.

Gillespie se diу cuenta de que este pasajero decнa verdad. El buque

empezaba б hundir su proa y б levantar la popa lentamente. Las olas

invadнan ya la parte delantera del buque, llevбndose los objetos rotos

por la explosiуn y los cadбveres despedazados.

Los tripulantes echaban los botes al agua. Los oficiales, ayudados por

algunos pasajeros, todos con su revуlver en la diestra, iban

reglamentando el embarco de la gente. Las mujeres y los niсos ocupaban

con preferencia las grandes balleneras; luego embarcaban los hombres por

orden de edad.

Se abstuvo Gillespie de unirse б los grupos que esperaban sobre la

cubierta el momento de huir del buque. Sabнa que йl, por su juventud y

su vigor, debнa ser de los ъltimos. Un tranquilo fatalismo guiaba ahora

sus acciones. La muerte se le aparecнa como algo dulce y triste que

podнa solucionar todas las contrariedades de su existencia.

Automбticamente se metiу en su camarote, tomando muchos objetos de un

modo instintivo, sin que su razуn pudiese definir por quй hacнa esto.

Al volver б la cubierta, ya no viу б los grupos de pasajeros. Todos

estaban en los botes. Sуlo quedaban algunos tripulantes, y el mismo

oficial que le habнa hablado corrнa ahora de una borda б otra, dando

уrdenes en el vacнo.

--їQuй hace usted aquн?--le preguntу severamente--. Embбrquese en

seguida. El buque va б hundirse en unos minutos.

Asн era. La proa habнa desaparecido enteramente; las olas barrнan ya la

mitad de la cubierta; el interior del paquebote callaba ahora con un

silencio mortal. Las mбquinas estaban inundadas. Un humo denso y frнo,

de hoguera apagada, salнa por sus chimeneas.

Gillespie tuvo que subir б gatas por la cubierta en pendiente, lo mismo

que por una montaсa, hasta llegar б un sitio designado por el oficial,

del que colgaba una cuerda. Se deslizу б lo largo de ella con una

agilidad de deportista acostumbrado б las suertes gimnбsticas, hasta que

tuvo debajo de sus plantas el movedizo suelo de madera de un bote.

Unos pies golpearon su cabeza, y tuvo que sentarse para dejar sitio al

oficial, que descendнa detrбs de йl.

El bote no era gran cosa como embarcaciуn. Lo habнan despreciado, sin

duda, los demбs tripulantes y pasajeros que llenaban varias balleneras

vagabundas sobre la superficie azul. Todas estas embarcaciones se

alejaban б vela у б remo del buque agonizante.

Por fortuna, este bote, en el que podнan tomar asiento hasta ocho

personas, sуlo estaba ocupado por tres: Gillespie, el oficial y un

marinero.

El paquebote, acostбndose en una ъltima convulsiуn, desapareciу bajo el

agua, lanzando antes varias explosiones, como ronquidos de agonнa. La

soledad oceбnica pareciу agrandarse despuйs del hundimiento de esta isla

creada por los hombres. Las diversas embarcaciones, pequeсas como

moscas, se fueron perdiendo de vista unas de otras en la penumbra

vagorosa del crepъsculo. El mar, que visto desde lo alto del buque sуlo

estaba rizado por suaves ondulaciones, era ahora una interminable

sucesiуn de montaсas enormes de angustioso descenso y de sombrнos

valles, en los que el bote parecнa que iba б quedarse inmуvil, sin

fuerzas para emprender la ascensiуn de la nueva cumbre que venнa б su

encuentro.

Los tres hombres remaron varias horas. Luego la fatiga pudo mбs que su

voluntad, y acabaron tendiйndose en el fondo de la embarcaciуn.

La lobreguez de la noche abatiу sus energнas. їPara quй seguir remando б

travйs de las sombras, sin saber adonde iban? Era mejor esperar la luz

de la maсana, economizando sus fuerzas.

Acabу Gillespie por dormirse con ese sueсo pesado y profundo, de una

densidad animal, que sуlo conocen los hombres cuando estбn en vнsperas

de un peligro de muerte.

Le pareciу que este sueсo y la misma noche sуlo habнan durado unos

minutos. Una impresiуn cбustica en la cara y en las manos le hizo

despertar.

Era la caricia del sol naciente. El bote se agitaba con movimientos mбs

suaves que en la noche anterior. El cielo no tenнa sobre sus ojos una

nube que lo empaсase; todo йl estaba impregnado de oro solar. Las aguas

se extendнan mбs allб de las bordas del bote, formando una llanura de

azul profundo y mate que parecнa beber la luz.

Se incorporу, y al tender su vista de un extremo б otro de la

embarcaciуn, no pudo retener un grito de sorpresa. Se llevу una mano б

los ojos, restregбndoselos para ver mejor.

Estaba solo.

II

Noche de misterios y despertar asombroso

No pudo comprender la desapariciуn de sus compaсeros. Es mбs: presintiу

que este misterio no lo aclararнa nunca. Tal vez se habнan precipitado

sin quererlo en el mar, al hacer una maniobra de la que йl no se diу

cuenta durante su sueсo. Luego pensу que, al encontrarse en el curso de

la noche con alguna de las grandes balleneras procedentes del paquebote,

el oficial y el marinero habнan querido pasar б ella por considerarla

mбs segura, abandonando б Edwin б su suerte para no cargar б la repleta

embarcaciуn con un pasajero mбs.

El joven olvidу pronto esta felonнa. Necesitaba trabajar para salir de

su angustiosa situaciуn. Durante algunas horas remу y remу, siguiendo el

rumbo que le aconsejaba su instinto.

Se habнa sentido en muchas ocasiones orgulloso de su vigor corporal,

pero jamбs sus fuerzas se mostraron tan poderosas й incansables como en

la presente aventura. De vez en cuando se ponнa de pie, esparciendo su

vista por todo el cнrculo del horizonte, sin distinguir la mбs pequeсa

embarcaciуn. Los fugitivos del naufragio estaban ya muy lejos, у los

habнa tragado el mar durante la noche.

A mediodнa descansу para comer. En el bote habнa abundantes provisiones,

asн como numerosos y diversos objetos en disparatado amontonamiento. Era

una suerte que sus compaсeros no hubiesen pensado en llevarse tantas

cosas preciosas.

Algunas horas despuйs, Edwin presintiу la proximidad de la tierra. El

mar tranquilo, sin mбs alteraciуn que algunas leves ondulaciones, mugнa

sordamente en el horizonte, formando una lнnea de espumas. Debнa ser una

barrera de obstбculos submarinos, en torno б los cuales se revolvнan las

aguas, hirviendo en incesantes espumarajos.

El ingeniero remу directamente hacia estos escollos, adivinando que eran

las crestas de invisibles murallas formadas por el coral. Mбs allб

existirнan tal vez tierras firmes. Avanzу con precauciуn б travйs de las

aguas alborotadas, sufriendo violentas sacudidas sobre tres lнneas de

olas, que casi le hicieron zozobrar. Pero una vez pasado tal obstбculo,

se viу en un inmenso y tranquilo circo de agua.

En todo lo que abarcaba su vista, el mar ofrecнa la tersura de un lago,

teniendo por orla la lнnea de rompientes, y por el lado opuesto, una

sucesiуn de tierras bajas que debнan ser islas.

Edwin siguiу bogando. Varias veces hundiу un remo verticalmente en el

agua con la esperanza de tocar fondo. No pudo conseguirlo; pero adivinу

que su bote se deslizaba sobre una extensiуn acuбtica que sуlo tenнa

algunos metros de profundidad.

Media hora despuйs, al volver б hundir el remo, creyу tocar una roca;

pero siguiу avanzando mucho tiempo, sin que la quilla del bote rozase

ningъn obstбculo. Empezaba б ocultarse el sol cuando llegу cerca de

tierra, y fuй siguiendo su contorno б unos cincuenta metros de

distancia. Iba en busca de una bahнa pequeсa у de la desembocadura de un

riachuelo para poder desembarcar, conservando su bote.

Como empezaba б anochecer, acelerу su exploraciуn antes de que se

extinguiese por completo la incierta luz del crepъsculo. Viу que la

costa avanzaba formando un pequeсo cabo y que, en torno de su punta, las

aguas se mantenнan tranquilas, con una pesadez que denunciaba cierta

profundidad. Llegу б tocar con la proa esta tierra, relativamente alta

entre las tierras inmediatas. Apoyando sus manos en el reborde de la

orilla, diу un salto y quedу de pie sobre el reducido promontorio.

Lo primero que pensу fuй buscar una piedra, un бrbol, algo donde atar la

cuerda del bote, que sostenнa con su diestra. Tuvo miedo de que durante

la noche la resaca se llevase mar adentro esta embarcaciуn, que

representaba su ъnica esperanza.

Buscando en la penumbra, diу con un grupo de arbustos vigorosos cuyas

ramas llegaban б la altura de su cabeza. Fijбndose en ellos, pudo ver

que tenнan la forma de бrboles altнsimos, contrastando su aspecto con su

relativa pequeсez.

Pero no creyу oportuno perder el tiempo en la contemplaciуn de este

fenуmeno vegetal, y se limitу б pasar la cuerda en derredor de tres de

los бrboles enanos, dejando sujeto de este modo su bote para que no se

alejase de la costa. Despuйs siguiу adelante por el promontorio,

metiйndose tierra adentro.

La noche habнa cerrado ya completamente, y Gillespie tuvo que desistir б

la media hora de continuar esta marcha sin rumbo determinado. No se veнa

una luz ni el menor vestigio de habitaciуn humana. Tampoco llegу б

descubrir la existencia de animales bajo la maleza, en la que se hundнa

б veces hasta la cintura.

Quiso volver atrбs, convencido de la inutilidad de su exploraciуn.

Preferнa pasar la noche en el bote, por ofrecerle mayores comodidades

para su sueсo que esta tierra desconocida. Pero al poco tiempo de

marchar en varias direcciones se diу cuenta de que estaba completamente

desorientado. Aquel mar tranquilo como una laguna, sin rompientes y sin

olas, no podнa guiarle con el ruido de sus aguas al chocar contra la

orilla.

Un silencio absoluto envolviу б Edwin. La profunda calma de la noche

solamente se turbaba con el crujido de los arbustos, que tenнan forma de

бrboles. Sus ramas, al partirse bajo sus pies, lanzaban chasquidos de

madera vigorosa.

Al salir б una llanura abierta en la selva enana, se sentу en el suelo,

admirando la suavidad del cйsped. Lo mismo era pasar allн la noche que

en la embarcaciуn. No hacнa frнo, y ademбs йl estaba abrumado por el

cansancio y por las tremendas emociones sufridas en el mar. Comiу varias

galletas y un pedazo de chocolate encontrados en sus bolsillos y acabу

por tenderse, reconociendo que este lecho algo duro no le privarнa del

sueсo.

Iba б dormirse, cuando notу algo extraordinario en torno de йl.

Adivinaba la proximidad invisible de pequeсos animales de la noche,

atraнdos sin duda por la novedad de su presencia. Bajo los matorrales

inmediatos sonaba un murmullo de vida comprimida y susurrante, igual б

un revoloteo de insectos у un arrastre de reptiles.

--Deben ser ratas--pensу el ingeniero.

Al extender, desperezбndose, uno de sus brazos, diу contra los

matorrales mбs prуximos, й inmediatamente sonу bajo el ramaje un rumor

medroso de fuga.

Gillespie sonriу, satisfecho de no estar solo en esta tierra misteriosa.

No se habнa equivocado: eran ratas ъ otros roedores del bosque de

arbustos.

De nuevo empezaba б adormecerse, cuando un zumbido, que parecнa sofocado

voluntariamente, pasу varias veces sobre su rostro. Al mismo tiempo le

abanicу las mejillas cierta brisa dulce, semejante б la que levantan

unas alas agitбndose con suavidad.

--Algъn murciйlago--volviу б decirse.

Sus ojos creyeron ver en la lobreguez algo mбs obscuro aъn que pasaba,

flotando en el aire, por encima de su rostro. De este pбjaro de la noche

surgieron repentinamente dos puntos de luz, dos pequeсos focos de

intensa blancura, iguales б unos ojos hechos con diamantes. Un par de

rayos sutiles pero intensнsimos se pasearon б lo largo de su cuerpo,

iluminбndole desde la frente hasta la punta de los pies. El ingeniero,

asombrado por el supuesto murciйlago, levantу un brazo, abofeteando al

vacнo. Instantбneamente, el misterioso volador apagу los rayos de sus

ojos, alejбndose con un chillido de velocidad forzada que le hizo

perderse б lo lejos en unos cuantos segundos.

Esta visita quitу el sueсo б Edwin, obligбndole б sentarse sobre la

pequeсa pradera que le servнa de cama. Sus ojos pudieron ver entonces

por encima de los matorrales varios puntos de luz que se movнan con una

evoluciуn rнtmica, cambiando la intensidad y el color de sus

resplandores.

--Indudablemente son luciйrnagas--murmurу--; luciйrnagas de este paнs,

distintas б todas las que conozco.

Las habнa de una blancura ligeramente azul, como la de los mбs ricos

diamantes; otras eran de verde esmeralda, de topacio, de уpalo, de

zafiro. Parecнa que sobre el terciopelo negro de la noche todas las

piedras preciosas conocidas por los hombres se deslizasen como en una

contradanza. Volaban formando parejas, y sus rayos, al cruzarse, se

esparcнan en distintas direcciones.

Gillespie encontraba cada vez mбs interesante este desfile aйreo; pero

de pronto, como si obedeciesen б una orden, todos los fulgores se

extinguieron б un tiempo. En vano aguardу pacientemente. Parecнa que los

insectos luminosos se hubiesen enterado de su presencia al tocar con

algunos de sus rayos la cabeza que surgнa curiosa sobre los matorrales.

Pasу mucho tiempo sin que la obscuridad volviera б cortarse con la menor

raya de luz, y Edwin sintiу el desencanto de un pъblico cuando se

convence de que es inъtil esperar la continuaciуn de un espectбculo.

Volviу б tenderse, buscando otra vez el sueсo; pero, al descansar la

cabeza en la hierba, oyу junto б sus orejas unos trotecillos medrosos y

unos gritos de susto. Hasta sintiу en su cogote el roce de varios

animalejos que parecнan haberse librado casualmente por unos milнmetros

de morir aplastados.

--Voy б pasar la noche en numerosa compaснa--se dijo Edwin--. ЎY yo que

me imaginaba esta tierra como un desierto!... Maсana, indudablemente,

presenciarй cosas extraordinarias y podrй explicarme los misterios de

esta noche. ЎAhora, б dormir!

Y como si hubiese perdido toda curiosidad, fuй sumiйndose en el

sueсo.... Pero antes de dormirse completamente sintiу un pinchazo en una

muсeca, algo semejante б la mordedura de un colmillo ъnico, una incisiуn

que pareciу llegar hasta el torrente de su sangre.

Quiso mover el brazo en que habнa recibido esta herida y no pudo. Una

torpeza creciente se fuй difundiendo por sus mъsculos y sus nervios,

paralizando toda acciуn.

Pensу que tal vez habнa serpientes bajo los matorrales y que acababa de

recibir su mordedura venenosa. Fuй б mover el otro brazo, y, en el

momento que intentaba levantarlo del suelo, recibiу una segunda

picadura, igualmente paralizante.

--Ya no hay remedio--se dijo--. Me han mordido las vнboras.

Y cayу vencido por el sueсo, como si se esparciese por todo su cuerpo el

sopor de un narcуtico.

Cuando despertу, tuvo inmediatamente la certidumbre de habar dormido

muchas horas. El sol estaba alto, y al abrir los ojos se viу obligado б

cerrarlos inmediatamente. Ladeу la cabeza, huyendo de la causticidad de

su luz, y poco б poco fuй entreabriendo el ojo mбs inmediato б la

tierra, mientras conservaba cerrado el otro.

Al extenderse esta visiуn ъnica casi б ras del suelo, fuй tal la

sorpresa experimentada por йl, que volviу por segunda vez б juntar sus

pбrpados. Debнa estar durmiendo aъn. Lo que acababa de ver era una

prueba de que se hallaba sumido todavнa en el mundo incoherente de los

ensueсos. Dejу transcurrir algъn tiempo pura resucitar en su interior

las facultades que son necesarias en la vida real. Despuйs de

convencerse de que no dormнa, de que se hallaba verdaderamente

despierto, volviу б abrir sus pбrpados lentamente, y se estremeciу con

la mбs grande de las sorpresas viendo que persistнa el mismo

espectбculo.

Todo el lado de la pradera que llegaba б abarcar con su ojo abierto, asн

como la linde de la masa de matorrales y la tierra que quedaba entre sus

troncos, estaban ocupados por una muchedumbre de seres humanos,

idйnticos en sus formas б los componentes de todas las muchedumbres.

Pero lo que йl creнa matorrales eran бrboles iguales б todos los бrboles

y formando un bosque que se perdнa de vista. Lo verdaderamente

extraordinario era la falta de proporciуn, la absurda diferencia entre

su propia persona y cuanto le rodeaba. Estos hombres, estos бrboles, asн

como los caballos en que iban montados algunos de aquellos, hacнan

recordar las personas y los paisajes cuando se examinan con unos gemelos

puestos al revйs, у sea colocando los ojos en las lentes gruesas, para

ver la realidad б travйs de las lentes pequeсas.

Gillespie abriу y cerrу su ojo repetidas veces, y al fin tuvo que

convencerse de que estaba rodeado de un mundo extraordinariamente

reducido en sus dimensiones. Los hombres eran de una estatura entre

cuatro у cinco pulgadas. Personas, animales y vegetales,

partiendo reducido tipo minъsculo, guardaban entre ellos las mismas

proporciones que en el mundo de los hombres ordinarios.

--ЎIgual que le ocurriу б Gulliver!--se dijo el ingeniero--. Debo estar

soсando, б pesar de que me creo despierto.

Y para convencerse de que no dormнa, quiso mover su brazo derecho. Aъn

perduraba en йl la torpeza sufrida en la noche anterior. Se acordу de

las picaduras y de la parбlisis que se habнa extendido luego por sus

miembros. Al principio, el brazo se negу б reflejar el impulso de su

voluntad; pero finalmente consiguiу despegarlo del suelo con un gran

esfuerzo. Iba б continuar este movimiento, cuando notу que una fuerza

exterior, violenta й irresistible, tiraba de su brazo hasta colocarlo

horizontalmente, y lo mantenнa de este modo en vigorosa tensiуn. Al

mismo tiempo sintiу en su muсeca un dolor circular, lo mismo que si un

anillo frнo oprimiese y cortase sus carnes.

Una explosiуn de regocijo estallу en torno de la cabeza de Gillespie, un

huracбn de gritos, carcajadas y aclamaciones. La muchedumbre enana reнa

al verle con el brazo en alto, inmovilizado por el tirуn de esta fuerza

incomprensible para йl.

Abriу Edwin los dos ojos para mirar su brazo, erguido como una torre,

fijбndose en la muсeca, donde continuaba el agudo anillo de dolor. Viу

que de esta muсeca salнa un hilo sutil y brillante, que hacнa recordar

los filamentos al final de los cuales se balancean las araсas. Tambiйn

al extremo de este hilo, que parecнa metбlico, habнa una especie de

araсa enorme y susurrante. Pero no pendнa del hilo, sino que, al

contrario, flotaba en el espacio tirando de йl.

Era del tamaсo de un palomo, pero desarrollaba una fuerza impropia de su

volumen, fuerza que mantenнa el hilo de plata con la tensiуn vibrante de

una cuerda de piano, no permitiendo que el hombre contrajera su brazo.

Edwin se fijу en que esta ave extraordinaria tenнa las formas

fantбsticas de los dragones alados que imaginaron los escultores de la

Edad Media al labrar los capiteles y gбrgolas de las catedrales. Su

cuerpo estaba revestido de escamas metбlicas y tenнa en su parte

delantera una cabeza de monstruo quimйrico, con dos globos de faro б

guisa de ojos. Sus alas eran б modo de cartнlagos erizados de pъas.

Sobre el lomo del horripilante aeroplano, cuatro hombrecitos iguales б

los que se movнan en la pradera asomaban sus cabezas cubiertas con un

casquete dorado, al que servнa de remate una pluma larguнsima.

Montados en su mбquina, que permanecнa inmуvil encima de los ojos de

Gillespie, б unos tres metros de altura, estos aviadores acogieron con

un regocijo pueril el gesto de asombro que puso el gigante al sentir el

tirуn que aprisionaba й inmovilizaba su brazo. Pero luego adivinaron en

el prisionero una expresiуn de dolor. Sentнa el hilo metбlico hundido en

su muсeca como el filo de un cuchillo, y al mismo tiempo un fuerte dolor

en la articulaciуn del hombro. Para evitar este tormento, los

hombrecillos del aeroplano soltaron una cantidad de cable sutil, lo que

permitiу б Edwin descender su brazo hasta el suelo.

Sуlo entonces se diу cuenta de que alrededor de la otra muсeca, asн como

en torno de sus tobillos, debнa tener amarrados unos filamentos

semejantes. Tendido de espaldas como estaba y mirando б lo alto, alcanzу

б ver otros tres aeroplanos en forma de animales fantбsticos, que se

mantenнan inmуviles al extremo de otros tantos hilos de plata, б una

altura de pocos metros. Comprendiу que todo movimiento que hiciese para

levantarse darнa por resultado un tirуn doloroso semejante al que habнa

sufrido. Era un esclavo de los extraсos habitantes de esta tierra, y

debнa esperar sus decisiones, sin permitirse ningъn acto voluntario.

Mientras permanecнa inmуvil fuй examinando lo que le rodeaba. La

muchedumbre era cada vez mбs numerosa en torno de su cuerpo y en las

profundidades del bosque. El zumbido de sus palabras y sus gritos iba en

aumento. Se presentнa la llegada incesante de nuevos grupos. Por entre

los cuatro aeroplanos inmуviles al extremo de sus cables volaban otros

completamente libres, que se complacнan en pasar y repasar sobre la

nariz del prisionero. Eran dragones rojos y verdes, serpientes de

enroscada cola, peces de lomo redondo, todos con alas, con escamas de

diversos colores y con ojos enormes. Gillespie adivinу que eran las

luciйrnagas que en la noche anterior lanzaban mangas de luz por sus

faros, ahora extinguidos.

Una de las naves aйreas detuvo su vuelo para bajar en graciosa espiral,

hasta inmovilizarse sobre el pecho del coloso. Asomaron entre sus alas

rнgidas los cuatro tripulantes, que reнan y saltaban con un regocijo

semejante al de las colegialas en las horas de asueto.... Al mismo

tiempo otros monstruos de actividad terrestre se deslizaron por el

suelo, cerca del cuerpo de Gillespie. Eran б modo de juguetes mecбnicos

como los que habнa usado йl siendo niсo: leones, tigres, lagartos y aves

de aspecto fatнdico, con vistosos colores y ojos abultados. En el

interior de estos automуviles iban sentadas otras personas diminutas,

iguales б las que navegaban por el aire.

Parecнan venir de muy lejos, y la muchedumbre pedestre abrнa paso

respetuosamente б sus vehнculos. Estos reciйn llegados tambiйn reнan al

ver al gigante, con un regocijo pueril, mostrando en sus gestos y sus

carcajadas algo de femenino, que empezу б llamar la atenciуn de

Gillespie.

Iba ya transcurrida una hora, y el prisionero empezaba б encontrar

penosa su inmovilidad, cuando se hizo un profundo silencio. Procurando

no moverse, torciу б un lado y б otro sus ojos para examinar б la

muchedumbre. Todos miraban en la misma direcciуn, y Gillespie se creyу

autorizado para volver la cabeza en idйntico sentido. Entonces viу, como

б dos metros de su rostro, un gran vehнculo que acababa de detenerse.

Este automуvil tenнa la forma de una lechuza, y los faros que le servнan

de ojos, aunque apagados, brillaban con un resplandor de pupilas verdes.

Dentro del vehнculo, un personaje rico en carnes estaba de pie, teniendo

ante su boca el embudo de un portavoz. Al fin alguien iba б hablarle.

Por esto sin duda acababa de hacerse un profundo silencio de curiosidad

y de respeto en la muchedumbre.

Sonу la voz del abultado personaje, que era dulce y temblona como la de

una dama sentimental, pero con el agrandamiento caricaturesco de la

bocina.

--Gentleman: queda usted autorizado para mover la cabeza, para

levantarla, si es que puede, y para cambiar de postura con cierta

suavidad, sin poner en peligro б la muchedumbre justamente curiosa que

le rodea. En cuanto б mover los brazos у las piernas, le aconsejo una

completa abstenciуn hasta nueva orden. Ya habrб visto usted que su

primer intento diу mal resultado. Le ruego que no insista.

Da todas las sorpresas experimentadas por Gillespie desde que despertу,

йsta fuй la mбs estupenda. El exiguo personaje hablaba su mismo idioma,

pero con un tono afectado, con un esfuerzo por conseguir la correcciуn,

detallando las sнlabas, lo mismo que hablan ciertos profesores.

--їCуmo sabe usted el inglйs?--preguntу Edwin--. їDуnde ha podido

aprenderlo?...

Una risa aflautada del gordo personaje fuй la primera respuesta. Luego

pareciу arrepentirse de su falta de correcciуn al contestar con risas б

las preguntas, y dijo gravemente:

--ЎOh, Gentleman-Montaсa!... ЎVa usted б encontrar en mi patria tantas

cosas extraordinarias dignas de su asombro!...

III

De cуmo Edwin Gillespie fuй llevado б la capital de la Repъblica

Hubo un largo silencio. El ingeniero, absorto por el carбcter

inverosнmil de su aventura, no supo quй decir. ЎEran tan numerosos los

pensamientos que bullнan en su cabeza y las preguntas que iba

amontonando su curiosidad!...

El personaje subido en la lechuza rodante interpretу este silencio como

una muestra de timidez.

--Puede usted hablar sin miedo, Gentleman-Montaсa. De todos los miles de

seres que estбn aquн presentes, los ъnicos que conocen el inglйs somos

usted y yo. Los demбs sуlo hablan el idioma de nuestra raza.... Y para

aplacar su curiosidad, le dirй cuanto antes que el inglйs es la lengua

particular de nuestros sabios; algo semejante б lo que fuй el latнn,

segъn mis noticias, durante algunos siglos, en los paнses habitados por

los Hombres-Montaсas. Yo soy el profesor de inglйs en la Universidad

Central de nuestra Repъblica.

Edwin quedу silencioso ante esta revelaciуn.

--Entonces, їestoy verdaderamente en Liliput?--dijo al fin--. їNo es

esto un sueсo?

La risa del profesor volviу б sonar con la misma vibraciуn femenil,

considerablemente agrandada por el portavoz.

--ЎOh, Liliput!--exclamу--. їQuiйn se acuerda de ese nombre? Pertenece б

la historia antigua; quedу olvidado para siempre. Si usted pudiese

hablar nuestro idioma, preguntarнa por Liliput б los miles de seres que

nos escuchan en este momento sin entendernos, y ninguno comprenderнa el

significado de tal palabra. Nuestra tierra se ha transformado mucho.

Callу un momento para reflexionar, y luego dijo con orgullo:

--Antes йramos nosotros los que nos asombrбbamos al recibir la visita de

un Hombre-Montaсa. Ahora son los Hombres-Montaсas los que deben

asombrarse al visitar nuestro paнs. Hemos hecho triunfar revoluciones

que ellos seguramente no han intentado aъn en su tierra.

Gillespie sintiу desviada su curiosidad por estas palabras del profesor.

--Pero їhan venido aquн otros hombres despuйs de Gulliver?

--Algunos--contestу el sabio--. Recuerde usted que la visita de ese

Gulliver fuй hace muchos aсos, muchнsimos, un espacio de tiempo que

corresponde, segъn creo, б lo que los Hombres-Montaсas llaman dos

siglos. Imagнnese cuбntos naufragios pueden haber ocurrido durante un

perнodo tan largo; cuбntos habrбn venido б visitarnos forzosamente de

esos hombres gigantescos que navegan en sus casas de madera mбs allб de

la muralla de rocas y espumas que levantaron nuestros dioses para

librarnos de su groserнa monstruosa.... Nuestras crуnicas no son claras

en este punto. Hablan de ciertas visitas de Hombres-Montaсas que yo

considero apуcrifas. Pero con certeza puede decirse que llegaron б esta

tierra unos catorce seres de tal clase en distintas йpocas de nuestra

historia. De esto hablaremos mбs detenidamente, si el destino nos

permite conversar en un sitio mejor y con menos prisa. El ъltimo gigante

que llegу lo vi cuando estaba todavнa en mi infancia; el ъnico que hemos

conocido despuйs del triunfo de la Verdadera Revoluciуn. Era un hombre

de manos callosas y piel con escamas de suciedad. Babia un lнquido

blanco y de hedor insufrible, guardado en una gran botella forrada de

juncos. Este lнquido ardiente parecнa volverle loco. Nuestros sabios

creen que era un simple esclavo de los que trabajan en los buques

enormes de los mares sin lнmites. Como el tal lнquido despertaba en йl

una demencia destructiva, matу б varios miles de los nuestros, nos causу

otros daсos, y tuvimos que suprimirle, encargбndose nuestra Facultad de

Quнmica de disolver y volatilizar su cadбver para que tanta materia en

putrefacciуn no envenenase la atmуsfera. Creo necesario hacerle saber

que desde entonces decidimos suprimir todo Hombre-Montaсa que apareciese

en nuestras costas.

Gillespie, б pesar de la tranquilidad con que estaba dispuesto б aceptar

todos los episodios de su aventura, se estremeciу al oir las ъltimas

palabras.

--Entonces, їdebo morir?--preguntу con franca inquietud.

--No, usted es otra cosa--dijo el profesor--; usted es un gentleman, y

su buen aspecto, asн como lo que llevamos inquirido acerca de su pasado,

han sido la causa de que le perdonemos la vida ... por el momento.

Las palabras del sabio le fueron revelando todo lo ocurrido en esta

tierra extraordinaria desde el atardecer del dнa anterior. Los escasos

habitantes de la costa le habнan visto aproximarse, poco antes de la

puesta del sol, en su bote, mбs enorme que los mayores navнos del paнs.

La alarma habнa sido dada al interior, llegando la noticia б los pocos

minutos hasta la misma capital da la Repъblica. Los miembros del Consejo

Ejecutivo habнan acordado rбpidamente la manera de recibir al visitante

inoportuno, haciйndole prisionero para suprimirlo б las pocas horas. Los

aparatos voladores del ejйrcito salнan б su encuentro una vez cerrada la

noche. El Hombre-Montaсa pudo vagar б lo largo de la costa sin

tropezarse con ningъn habitante, porque todos los ribereсos se habнan

metido tierra adentro por orden superior.

Al verle tendido en el suelo, empezу el asedio de su persona. El

manotazo б la primera mбquina volante que le habнa explorado con sus

luces, asн como la curiosidad de Gillespie, que le permitiу descubrir

por encima del bosque todas las evoluciones de la flotilla luminosa,

aconsejaron la necesidad de un ataque brusco y rбpido.

Dos sabios de laboratorio y su sйquito de ayudantes, llegados de la

capital en varios automуviles, se encargaron del golpe decisivo,

pinchбndole en las muсecas y en los tobillos con las agudas lanzas de

unas mangas de riego. Asн le inocularon el soporнfico paralizante.

--Es verdaderamente extraordinario--continuу el profesor--que haya

conocido usted el nuevo sol que ve en estos instantes. Estaba acordado

el matarle, mientras dormнa, con una segunda inyecciуn de veneno, cuyos

efectos son muy rбpidos. Pero los encargados del registro de su persona

se apiadaron al enterarse de la categorнa б que indudablemente pertenece

usted en su paнs. Le dirй que yo tuve el honor de figurar entre ellos, y

he contribuнdo, en la medida de mi influencia, б conseguir que las altas

personalidades del Consejo Ejecutivo respeten su vida por el momento.

Como la lengua de todos los Hombres-Montaсas que vinieron aquн ha sido

siempre el inglйs, el gobierno considerу necesario que yo abandonase la

Universidad por unas horas para prestar el servicio de mi ciencia. Ha

sido una verdadera fortuna para usted el que reconociйsemos que es un

gentleman.

Gillespie no ocultу su extraсeza ante tan repetida afirmaciуn.

--їY cуmo llegaron ustedes б conocer que soy un gentleman?--preguntу,

sonriendo.

--Si pudiera usted examinarse en este momento desde los bolsillos de sus

pantalones al bolsillo superior de su chaqueta, se darнa cuenta de que

lo hemos sometido б un registro completo. Apenas se durmiу usted bajo la

influencia del narcуtico, empezу esta operaciуn б la luz de los faros de

nuestras mбquinas volantes y rodantes. Despuйs, el registro lo hemos

continuado б la luz del sol. Una mбquina-grъa ha ido extrayendo de sus

bolsillos una porciуn de objetos disparatados, cuyo uso pude yo adivinar

gracias б mis estudios minuciosos de los antiguos libros, pero que es

completamente ignorado por la masa general de las gentes. La grъa hasta

funcionу sobre su corazуn para sacar del bolsillo mбs alto de su

chaqueta un gran disco sujeto por una cadenilla б un orificio abierto en

la tela; un disco de metal grosero, con una cara de una materia

transparente muy inferior б nuestros cristales; mбquina ruidosa y

primitiva que sirve entre los Hombres-Montaсas para marcar el paso del

tiempo, y que harнa reir por su rudeza б cualquier niсo de nuestras

escuelas.

Tambiйn he registrado hasta hace unos momentos el enorme navнo que le

trajo б nuestras costas. He examinado todo lo que hay en йl; he

traducido los rуtulos de las grandes torres de hoja de lata cerradas por

todos lados, que, segъn revela su etiqueta, guardan conservas animales y

vegetales. Los encargados de hacer el inventario han podido adivinar que

era usted un gentleman porque tiene la piel fina y limpia, aunque para

nosotros siempre resulta horrible por sus manchas de diversos colores y

los profundos agujeros de sus poros. Pero este detalle, para un sabio,

carece de importancia. Tambiйn han conocido que es usted un gentleman

porque no tiene las manos callosas y porque su olor б humanidad es menos

fuerte que el de los otros Hombres-Montaсas que nos visitaron, los

cuales hacнan irrespirable el aire por allн donde pasaban. Usted debe

baсarse todos los dнas, їno es cierto, gentleman?... Ademбs, el pedazo

de tela blanca, grande como una alfombra de salуn, que lleva usted sobre

el pecho, junto con el reloj, ha impregnado el ambiente de un olor de

jardнn.

Se detuvo el profesor un instante para agregar con alguna malicia:

--Y yo pude afirmar ademбs, de un modo concluyente, que es usted un

verdadero gentleman, porque he ordenado б dos de mis secretarios que

volviesen las hojas de un libro mбs grande que mi persona, con tapas de

cuero negro, que nuestra grъa sacу de uno de sus bolsillos. He podido

leer rбpidamente algunas de dichas hojas. En la primera, nada

interesante: nombres y fechas solamente; pero en otras he visto muchas

lнneas desiguales que representan un alto pensamiento poйtico.

Indudablemente, el Gentleman-Montaсa ha pasado por una universidad. En

nuestro paнs, sуlo un hombre de estudios puede hacer buenos versos. Los

de usted, gigantesco gentleman, me permitirб que le diga que son

regulares nada mбs y por ningъn concepto extraordinarios. Se resienten

de su origen: les falta delicadeza; son, en una palabra, versos de

hombre, y bien sabido es que el hombre, condenado eternamente б la

groserнa y al egoнsmo por su propia naturaleza, puede dar muy poco de sн

en una materia tan delicada como es la poesнa.

Gillespie se mostrу sorprendido por las ъltimas palabras. Sus ojos, que

hasta entonces habнan vagado sobre la enana muchedumbre, atraнdos por la

diversa novedad del espectбculo, se concentraron en el profesor,

teniendo que hacer un esfuerzo para distinguir todos los detalles de su

minъscula persona.

Llevaba en la cabeza un gorro cuadrangular con dorada borla, igual al de

los doctores de las universidades inglesas y norteamericanas. El rostro

carilleno y lampiсo estaba encuadrado por unas melenillas negras y

cortas. Los ojos tenнan el resguardo de unos cristales con armazуn de

concha. Cubrнan el resto de su abultada persona una blusa negra apretada

б la cintura por un cordуn, que hacнa mбs visible la exagerada curva de

sus caderas, y unos pantalones que, б pesar de ser anchos, resultaban

tan ajustados como el mallуn de una bailarina.

--ЎPero usted es una mujer!--exclamу Gillespie, asombrado de su

repentino descubrimiento.

--їY quй otra cosa podнa ser?--contestу ella--. їCуmo no perteneciendo б

mi sexo habrнa llegado б figurar entre los sabios de la Universidad

Central, poseyendo los difнciles secretos de un idioma que sуlo conocen

los privilegiados de la ciencia?

Callу, para aсadir poco despuйs con una voz lбnguida, dejando б un lado

la bocina:

--їY en quй ha conocido usted que soy mujer?

El ingeniero se contuvo cuando iba б contestar. Presintiу que tal vez

corrнa el peligro de crearse un enemigo implacable, y dijo evasivamente:

--Lo he conocido en su aspecto.

La sabia quedу reflexionando para comprender el verdadero sentido de tal

respuesta.

--ЎAh, si!--dijo al fin con cierta sequedad--. Lo ha conocido usted, sin

duda, en mis abundancias corporales. Yo soy una persona seria, una

persona de estudios, que no dispone de tiempo para hacer ejercicios

gimnбsticos, como las muchachas que pertenecen al ejйrcito. La ciencia

es una diosa cruel con los que se dedican б su servicio.

--Lo he conocido tambiйn--se apresurу б aсadir Edwin--en la dulzura de

su voz y en la hermosura de sus sentimientos, que tanto han contribuнdo

б salvar mi vida.

La profesora acogiу estas palabras con una larga pausa, durante la cual

sus anteojos de concha lanzaron un brillo amable que parecнa acariciar

al gigante. Pensaba, sin duda, que este hombre grosero y de aspecto

monstruoso era capaz de decir cosas ingeniosas, como si perteneciese al

sexo inteligente, у sea el femenino. Bajу los ojos y aсadiу con una

expresiуn de tierna simpatнa:

--Por algo he encontrado tantas veces en sus versos la palabra Amor con

una mayъscula mбs grande que mi cabeza.

Despuйs pareciу sentir la necesidad de cambiar el curso de la

conversaciуn, recobrando su altivo empaque de personaje universitario.

Aunque ninguno de los presentes pudiera entenderla, temнa haber dicho

demasiado.

--Usted se irб dando cuenta, Gentleman-Montaсa--continuу--, de que ha

llegado б un paнs diferente б todos los que conoce, una naciуn de

verdadera justicia, de verdadera libertad, donde cada uno ocupa el lugar

que le corresponde, y la suprema direcciуn la posee el sexo que mбs la

merece por su inteligencia superior, desconocida y calumniada desde el

principio del mundo.... Deje de mirarme б mн unos instantes y examine la

muchedumbre que le rodea. Tiene usted permiso para moverse un poco; asн

harб su estudio con mayor comodidad. Espere б que dй mis уrdenes.

Y recobrando su portavoz, empezу б lanzar rugidos en un idioma del que

no pudo entender el americano la menor sнlaba. La mбquina volante que

descansaba sobre su pecho levantу el vuelo, y los otros cuatro

aeroplanos aflojaron los hilos metбlicos sujetos б sus extremidades. La

muchedumbre se arremolinу, iniciando б continuaciуn un movimiento de

retroceso.

Gillespie viу que unos grupos de jinetes repelнan al gentнo para que se

alejase. Otros soldados acababan de descender de varias mбquinas

rodantes que tenнan la forma de un leуn. Estos guerreros jуvenes eran de

aire gentil y graciosamente desenvueltos.

Uno de ellos pasу muy cerca de sus ojos, y entonces pudo descubrir que

era una mujer, aunque mбs joven y esbelta que la profesora de inglйs.

Los otros soldados tenнan idйntico aspecto y tambiйn eran mujeres, lo

mismo que los tripulantes de las mбquinas voladoras. Sus cabelleras

cortas y rizadas, como la de los pajes antiguos, estaban cubiertas con

un casquete de metal amarillo semejante al oro. No llevaban, como los

aviadores, una larga pluma en su vйrtice. El adorno de su capacete

consistнa en dos alas del mismo metal, y hacнa recordar el casco

mitolуgico de Mercurio.

Todos estos soldados eran de aventajada estatura y sueltos movimientos.

Se adivinaba en ellos una fuerza nerviosa, desarrollada por incesantes

ejercicios. Paro, б pesar de su gimnбstica esbeltez de efebos vigorosos,

la blusa muy ceсida al talle por el cinturуn de la espada y los

pantalones estrechamente ajustados delataban las suaves curvas de su

sexo. Iban armados con lanzas, arcos y espadas, lo que hizo que

Gillespie se formase una triste idea de los progresos de este paнs, que

tanto parecнan enorgullecer б la profesora de inglйs.

El cordуn de peones y jinetes empujу б la muchedumbre hasta los linderos

del bosque, dejando completamente limpia la pradera. Entonces, la

doctora, desde lo alto de su carro-lechuza, volviу б valerse del

portavoz.

--Gentleman Montaсa, puede usted incorporarse.

El ingeniero se fuй levantando sobre un codo, y este pequeсo movimiento

derribу varias escalas portбtiles que aъn estaban apoyadas en su cuerpo

y habнan servido para el registro efectuado horas antes. Tres enanos que

vagaban sobre su vientre, explorando por ъltima vez los bolsillos de su

chaleco, cayeron de cabeza sobre la tupida hierba de la pradera y

trotaron б continuaciуn dando chillidos como ratones. Sin dejar de huir

se llevaban las manos б diferentes partes de sus cuerpos magullados,

mientras una carcajada general del pъblico circulaba por los lindes de

la selva.

Al fin Gillespie quedу sentado, teniendo como vecinos mбs inmediatos б

la profesora y sus secretarios, que ocupaban el automуvil-lechuza, y por

otro lado б los tripulantes de las cuatro mбquinas aйreas, las cuales se

movнan dulcemente al extremo de sus hilos metбlicos, flбcidos y sin

tensiуn.

En esta nueva postura Gillespie pudo ver mejor б la muchedumbre. Sus

ojos se habнan acostumbrado б distinguir los sexos de esta humanidad de

dimensiones reducidas, completamente distinta б la del resto de la

tierra. Los soldados; los personajes universitarios, mudos hasta

entonces, pero que se habнan ocupado en adormecerle y registrarle; los

empleados, los obreros, todos los que se movнan dando уrdenes у

trabajando en torno de йl, llevaban pantalones y eran mujeres.

Edwin viу que de un automуvil en forma de clavel que acababa de llegar

descendнan unas figuras con largas tъnicas blancas y velos en la cabeza.

Eran las primeras hembras que encontraba semejantes б las de su paнs.

Debнan pertenecer б alguna familia importante de la capital; tal vez era

la esposa de un alto personaje acompaсada de sus tres hijas. Concentrу

su mirada en el grupo para examinarlas bien, y notу que las tres

seсoritas, todas de apuesta estatura, asomaban bajo los blancos velos

unas caras de facciones correctas pero enйrgicas. Sus mejillas tenнan el

mismo tono azulado que la de los hombres que se rasuran diariamente. La

madre, algo cuadrada б causa de la obesidad propia de los aсos,

prescindнa de esta precauciуn, y por debajo de la corona de flores que

circundaba sus tocas dejaba asomar una barba abundante y dura.

Un oficial de los del casquete alado corriу galantemente б proteger б

las reciйn llegadas, con el interйs que merece el sexo dйbil, y las tres

seсoritas acogieron con gesto ruboroso las atenciones del militar.

Gillespie se diу cuenta de que la doctora seguнa sus impresiones con

ojos atentos, sonriendo de su asombro.

--Ya le dijo, gentleman, que verнa usted grandes cosas. No olvide que

este es el paнs de la Verdadera Revoluciуn.

Todavнa pudo hacer Edwin nuevas observaciones. Viу con estupefacciуn

entre el pъblico, repelido y mantenido б distancia por la fuerza armada,

mujeres menos lujosas que la familia reciйn venida de la capital, pero

igualmente con largas tъnicas.... Y sin embargo parecнan hombres б causa

de sus barbas у de sus rostros azulados por el rasuramiento. En cambio,

todos los individuos de aspecto civil que llevaban pantalones y

mostraban ser trabajadores del campo, obreros de la ciudad у acaudalados

burgueses, venidos para conocer al gigante, tenнan el rostro lampiсo y

las formas abultadas de la mujer.

Encontrу, sin embargo, algunas excepciones, que sirvieron para

desorientarlo en sus juicios. Viу verdaderos hombres, cuyo aspecto

vigoroso no se prestaba б equнvocos, y que, sin embargo, marchaban sin

el embarazo de las faldas. Estos hombres iban casi desnudos, al aire su

fuerte musculatura, y sin mбs vestimenta que un corto calzoncillo. Todos

ellos mostraban la pasividad resignada, la fuerza brutal y sin

iniciativa de las bestias de labor. Algunos acababan de desengancharse

de pesadas carretas, de las cuales habнan venido tirando hasta el

lindero del bosque, y se limpiaban el sudoroso cuerpo. Otros lavaban y

secaban los grandes aparatos que habнan servido para la narcotizaciуn y

el registro del gigante.

Viу ademбs Gillespie que la mayor parte de los jinetes que mantenнan en

respeto б la muchedumbre eran hombres igualmente; hombres enormes y

barbudos, con una expresiуn de estupidez disciplinada, de brutalidad

automбtica, reveladora de su situaciуn inferior. A pesar de que iban

armados con grandes cimitarras, su traje era una tъnica igual б la de

las mujeres. Todos ellos parecнan simples soldados. Varias muchachas de

bйlica elegancia, llevando sobre sus cortas melenas el casquete alado,

hacнan caracolear sus caballos entre las de estos guerreros inferiores,

dбndoles уrdenes con un laconismo de jefes.

La doctora volviу б interrumpir las reflexiones del prisionero.

--Antes de que emprendamos la marcha б la capital, creo oportuno que

tome usted un ligero refrigerio. Mi gusto hubiese sido prepararle un

desayuno al estilo de nuestro paнs, pero no hemos tenido tiempo para

ello, pues, como lo dije, su vida estaba en peligro, y nadie piensa en

dar de almorzar б un muerto. Podнa haber hecho traer algunas de las

latas de conserva que guarda usted en su embarcaciуn, pero йsta se halla

ya muy lejos.

La noticia hizo perder su calma al gigante.... ЎVerse privado de un bote

que representaba la ъnica probabilidad de volver al mundo de sus

semejantes!...

--Poco despuйs de la salida del sol--continuу la traductora--se han

encargado de remolcarlo hasta el puerto de la capital los navнos de

nuestra escuadra del Sol Naciente.

Gillespie necesitу mostrar su mal humor con palabras ofensivas.

--їY quй navнos son esos?... їCуmo unos barquitos iguales б juguetes,

con sуlo la fuerza de sus velas, van б poder remolcar mi bote, dentro

del cual cabe amontonada toda esa escuadra del Sol Naciente?...

--Gentleman--dijo la profesora con sequedad--, nuestros buques no tienen

velas; eso fuй en tiempos remotos. Nuestros navнos navegan б voluntad

sobre el agua y por debajo del agua. La misma energнa que mueve nuestras

mбquinas terrestres y aйreas agita las colas de ellos con igual fuerza

que las de los peces mбs veloces.... De su tamaсo no creo necesario

hablar. El tamaсo no significa nada. Nosotros hemos llegado б poseer

navнos mбs grandes que el que le trajo б usted, y los suprimimos por

inhбbiles para defenderse.

Hubo un largo silencio despuйs de las palabras poco cordiales cruzadas

entre los dos. Pero la doctora no parecнa tenaz en sus rencores y siguiу

hablando:

--He tenido que improvisar un ligero desayuno con lo que encontrй mбs б

mano. Perdone usted su frugalidad y su monotonнa. Cuando estemos en la

capital (si es que los altos seсores del Consejo Ejecutivo quieren

concederle la vida б perpetuidad, у sea hasta que perezca usted de

muerte ordinaria), estoy seguro de que comerб mejor.

Sin separarse el portavoz de la boca, empezу б rugir otra vez una serie

de palabras desconocidas, que despertaron gran actividad en los linderos

del bosque.

Un grupo de aquellos hombres bestiales y semidesnudos, fuerzas ciegas y

sometidas como los constructores de las Pirбmides faraуnicas, avanzу por

la pradera tirando de un enorme cilindro vertical. Era una bomba

rematada por un largo pistуn. Esta bomba la acababan de limpiar los

vigorosos siervos, pues habнa servido durante la noche para inyectar al

gigante su dosis de narcуtico. Poco despuйs empezaron б salir de la

selva rebaсos de vacas bien cuidadas, gordas y lustrosas. Parecнan

enormes junto б los hombrecillos que las guiaban, pero no tenнan en

realidad para Gillespie mayor tamaсo que una rata vieja. A los pocos

momentos eran centenares; al final llenaron la mayor parte de la

pradera, siendo mбs de mil.

Numerosos enanos, que por sus trajes parecнan hombres de campo y en

realidad eran mujeres, silbaron y agitaron sus cayados para ordenar y

agrupar б estos animales.

--Es todo lo que hemos podido reunir--dijo la profesora--. El _Comitй de

recibimiento del Hombre-Montaсa,_ nombrado anoche por el gobierno, no ha

tenido tiempo para preparar mejor las cosas. Sin embargo, en pocas horas

nuestras mбquinas terrestres y aйreas han llegado б requisar todas las

vacas existentes en un radio de diez millas, como dirнa usted. Y ahora,

gentleman, vuelva б tenderse; adopte su primera postura para tomar un

poco de leche.

Pero Gillespie estaba pensativo desde mucho antes. Se dispuso б obedecer

la orden y luego se detuvo para mirar con una expresiуn interrogante б

la universitaria.

--Una palabra nada mбs, y en seguida me tiendo.

La doctora le hizo ver con un gesto que estaba dispuesta б escucharle.

El americano mostrу con un dedo los automуviles que le rodeaban, despuйs

las mбquinas aйreas inmуviles en el espacio, y finalmente las esbeltas

muchachas del casquete alado, armadas con lanzas, arcos y sables.

--No comprendo, profesora....

--Llбmeme profesor--interrumpiу la dama universitaria--. Profesor

Flimnap.

--Estб bien--continuу el americano--. Digo, profesor Flimnap, que no

puedo comprender todas esas armas primitivas al lado de tanta mбquina

terrestre y aйrea, que me parecen perfectas, y de esa escuadra del Sol

Naciente de que me ha hablado antes.

El doctor hembra sonriу con superioridad.

--Ya le dije que los Hombres-Montaсas deben asombrarse cuando nos

visitan, asн como nosotros nos asombrбbamos al verles en otros tiempos.

Hay cosas que no comprenderб usted nunca si no le damos una explicaciуn

preliminar. Y esta explicaciуn sуlo la recibirб usted si los altos

seсores del Consejo Ejecutivo quieren que viva. En cuanto б la

desproporciуn entre nuestras armas y nuestras mбquinas, no debe usted

preocuparse de ella. Vivimos organizados como queremos, como б nosotros

nos conviene.

El joven no quiso mostrarse vencido por el aire de superioridad con que

fueron dichas tales palabras, y aсadiу:

--Entre los objetos que han sacado de mis bolsillos habrб visto usted

seguramente una mбquina de hierro formada por un tubo largo y un

cilindro con otros seis tubos mбs pequeсos, dentro de los cuales hay lo

que llamamos una cбpsula, que se compone de una porciуn de substancia

explosiva y un pedazo de acero cуnico. Tengan mucho cuidado al mover la

tal mбquina, porque es capaz de hacer volar б uno de los navнos de su

escuadra del Sol Naciente. Con varias mбquinas de la misma clase ustedes

serнan mucho mбs fuertes que lo son ahora.

La universitaria abandonу el portavoz para reir con una serie da

carcajadas que le hicieron llevarse las manos б las dos curvas

superpuestas de su pecho y de su abdomen.

--ЎCuбntas palabras--dijo al extinguirse su risa--, cuбntas palabras

para describirme un revуlver! ЎPero si yo conozco eso tan bien como

usted!... Las gentes que hoy han visto el suyo (los cargadores y los

marineros) seguramente que no saben lo que es; pero para nosotros, las

personas estudiosas, esa mбquina del tubo grande y de los seis tubos con

sus cбpsulas explosivas resulta una verdadera antigualla. Ademбs, la

consideramos repugnante й indigna de todo recuerdo. No intente,

gentleman, deslumbrarnos con sus descubrimientos. Aquн sabemos mбs que

usted. Prescinda da nuevas observaciones y acuйstese prontito б tomar su

leche.

El americano tuvo que obedecer, avergonzado de su derrota. Las vacas, en

fila incesante, subнan y bajaban por una dobla rampa situada junto б la

bomba. Cuando estaban en lo alto, al lado da la boca del receptбculo,

los siervos forzudos las ordeсaban rбpidamente con un aparato, arrojando

la leche en el interior del enorme vaso de metal. Varios hombres tomaron

el doble balancнn del pistуn para subirlo y bajarlo, impeliendo el

lнquido del interior. Mientras tanto, otros de los siervos desnudos

desarrollaban los flexibles anillos de una manga de riego ajustada б la

bomba.

--Abra usted la boca, Gentleman-Montaсa--ordenу el profesor hembra.

Gillespie obedeciу, й inmediatamente le introdujeron entre los labios

una barra de metal ampliamente perforada, de la que surgнa un chorro de

leche mбs grueso que el brazo musculoso de cualquiera de aquellos

atletas. Gillespie bebiу durante mucho tiempo este hilillo de lнquido

dulzуn, algo mбs claro que la leche de otros paнses.

--їQuiere usted mбs?--preguntу la traductora--. No tema ser importuno.

Nuestros agentes continъan en este momento su requisa de vacas por todos

los distritos inmediatos.

Pero el gigante se mostraba ahito del amamantamiento por manga de riego,

й hizo un gesto negativo.

Volviу б rugir el portavoz dando уrdenes, y huyeron las vacas hacia la

selva, perseguidas por los gritos, las pedradas y los garrotes en alto

de sus conductores. Desapareciу igualmente la mбquina que habнa servido

el desayuno, y los siervos atletas empezaron б trabajar en torno del

cuerpo de Gillespie.

En un momento le libraron de las ligaduras que sujetaban sus muсecas y

sus tobillos. Al desliarse el enroscamiento de los hilos metбlicos, las

mбquinas voladoras tiraron de estos cables sutiles, haciйndolos

desaparecer. Pero no por esto se alejaron. Las cuatro permanecieron

inmуviles en el mismo lugar del espacio, como si esperasen уrdenes.

--Gentleman--volviу б decir Flimnap--, ha llegado el momento mбs difнcil

para mн. Vamos б partir para la capital, y necesito recordarle que la

continuaciуn de su existencia no es aъn cosa segura. Falta saber quй

opiniуn formarбn de usted las altas personalidades del Consejo

Ejecutivo. Pero yo tengo cierta confianza, porque el corazуn justo y

fuerte de las mujeres es siempre piadoso con la debilidad y la

ignorancia del hombre. Ademбs, cuento con la buena impresiуn que

producirб su aspecto.

»Usted es muy feo, gentleman; usted es simplemente horrible. Su piel,

vista por nuestros ojos, aparece llena de grietas, de hoyos y de

sinuosidades. Como usted no ha podido afeitarse en dos у tres dнas, unas

caсas negras, redondas y agujereadas empiezan б asomar por los poros de

su piel, creciendo con la misma rigidez que el hierro. Pero si le miran

б usted con una lente de disminuciуn, si le ven empequeсecido hasta el

punto de que se borren tales detalles, reconozco que tiene usted un

aspecto simpбtico y hasta se parece б algunas de las esposas de las

altas personalidades que nos gobiernan. Yo pienso llegar б la capital

mucho antes que usted, para rogar al Consejo Ejecutivo que le mire con

lentes de tal clase. Asн, su juicio serб verdaderamente justo....

»Y ahora, perdуneme lo que voy б aсadir. Yo no figuro en el gobierno; no

soy mas que un modesto profesor de Universidad. Si de mн dependiese, le

llevarнa hasta la capital sin precauciуn alguna, como un amigo. Pero el

gobierno no le conoce б usted y guarda un mal recuerdo de la groserнa de

los Hombres-Montaсas que nos visitaron en otros tiempos. Teme que se le

ocurra durante el camino derribar alguna casa de un puntapiй у aplastar

б las muchas personas que acudirбn б verle. Puede usted perder la

paciencia; la curiosidad del pъblico es siempre molesta; hay hombres que

rнen con la ligereza y la verbosidad propias de su sexo frнvolo; hay

niсos que arrojan piedras, б pesar de la buena educaciуn que se les da

en las escuelas. El sexo masculino es asн. Por mбs que se pretenda

afinarle, conserva siempre un fondo originario de groserнa y de

inconsciencia. En fin, gentleman, tenemos orden de llevarle atado hasta

nuestra capital, pero marchando por sus propios pies.

»Nada de fabricar una enorme carreta y de amarrarle sobre ella, siendo

arrastrado por centenares de caballos. Esto resultarнa interminable y

harнa durar su viaje varios dнas. Ademбs, es indigno de nuestro

progreso, б pesar de que usted nos cree bбrbaros porque hemos querido

olvidar la existencia de la pуlvora. En tres horas llegaremos б la

capital. Usted podrб marchar б grandes pasos, sin salirse del camino, y

le escoltarбn б gran velocidad nuestras mбquinas terrestres y voladoras.

Pero como nuestros gobernantes no le conocen y temen una humorada como

las de aquel Hombre-Montaсa que se enloquecнa bebiendo un lнquido

cбustico, serб usted sometido б las siguientes precauciones:

»Una mбquina voladora irб delante, despuйs de haber enroscado un cable б

su cuello. Otra volarб detrбs, con su cable amarrado б las dos manos de

usted cruzadas sobre la espalda. Puede avanzar sin miedo. Los

tripulantes de nuestros voladores conservarбn siempre flojos estos lazos

metбlicos. Pero por si usted intentase (lo que no espero) alguna

travesura, le advierto que los guerreros del aire tienen orden de dar un

tirуn inmediatamente con toda la fuerza de sus mбquinas, y que los tales

cables metбlicos cortan lo mismo que una navaja de afeitar.... Y ahora,

gentleman, pуngase de pie con cierta precauciуn, para no causar graves

daсos en torno de su persona. Debemos separarnos por unas horas; yo

marcho delante. Ademбs, la comunicaciуn va б quedar interrumpida entre

nosotros desde el momento que usted recobra la posiciуn vertical,

aislбndose en su grandeza inъtil.

El ingeniero quiso protestar, algo ofendido por las precauciones б que

se le sometнa.

--Ni una palabra mбs--insistiу el doctor--. Le advierto que anoche casi

demoliу usted en la obscuridad una de nuestras mбquinas voladoras al dar

un zarpazo en el aire. Faltу poco para que cayese al suelo desde una

altura enorme, matбndose sus tripulantes. Despuйs de esto, reconocerб

que nuestro gobierno obra prudentemente al no tratarle con una confianza

ciega.

Se apartу el vehнculo-lechuza, sin que por esto la traductora, dejase de

dar уrdenes б travйs de su bocina.

Gillespie, despuйs de convencerse de que no quedaban cerca de йl

personas ni animales б los que pudiera aplastar, empezу б incorporarse.

Sus piernas, tras una inmovilidad de tantas horas, estaban entumecidas y

se resistнan б obedecerla. Al fin se puso de pie despuйs de largas

vacilaciones, y al recobrar su posiciуn vertical, los бrboles mбs altos

quedaron б la altura de su pecho. Todo su busto sobrepasaba la

centenaria vegetaciуn, y la muchedumbre de enanos, casi invisible bajo

el ramaje, saludу con un largo rugido la cabeza del gigante al surgir

йsta por encima del bosque. Podнan apreciar ahora la grandeza del

Hombre-Montaсa mejor que cuando le veнan tendido en el suelo.

Los tripulantes de las mбquinas voladoras se unieron б esta ovaciуn

haciendo evolucionar sus quimйricas bestias en torno del rostro de

Gillespie. Pasaban tan cerca, que йste tuvo que echar atrбs su cabeza

por dos veces, temiendo que le cortase la nariz una de aquellas alas

escamosas con sus puntas agudas como cuchillos. Las muchachas del

casquete dorado y larga pluma saludaban con risas los movimientos

inquietos del gigante. Pero una orden venida de abajo acabу con estos

juegos, restableciendo el silencio. Todavнa la traductora rugiу su

ъltima orden, antes de partir.

--Gentleman-Montaсa, Ўlas manos atrбs! Gillespie lo hizo asн, y, apenas

hubo cruzado sus manos sobre la espalda, sintiу en torno de las muсecas

algo que parecнa vivo y se enrollaba con una prontitud inteligente. Era

el cable metбlico de la mбquina que iba б volar detrбs de йl. Al mismo

tiempo, otro monstruo del aire descendiу con toda confianza al verle con

las manos sujetas, y quedу flotando cerca de sus ojos.

Ahora pudo ver bien б sus tripulantes: cuatro jуvenes rubias, esbeltas y

de aire amuchachado. Gillespie hasta les encontrу cierta semejanza con

miss Margaret Haynes cuando jugaba al _tennis_. Estas amazonas del

espacio le saludaron con palabras ininteligibles, enviбndole besos. Йl

sonriу, y al oir las carcajadas de ellas pudo adivinar que su sonrisa

debнa parecerles horriblemente grotesca. Estos seres pequeсos veнan todo

lo suyo ridiculamente agrandado.

La consideraciуn de su caricaturesca enormidad le puso triste, pero las

guerreras aйreas volvieron б enviarle besos, como un consuelo, y hasta

una de ellas dirigiу contra su nariz dos rosas que llevaba en el pecho.

Querнan pedirle, sin duda, perdуn por lo que iban б hacer con йl

cumpliendo уrdenes superiores.

Del fondo de la mбquina voladora partiу, silbando, un hilo plateado,

que, despuйs de dar varias vueltas en el aire como una serpiente

delgadнsima, se metiу por la cabeza de Gillespie, no parando hasta sus

hombros. El ingeniero se sintiу cogido lo mismo que las reses de las

praderas americanas б las que echan el lazo. Un pequeсo alejamiento del

aviуn, que tenнa la forma y los colores de un lagarto alado, estrechу en

torno del cuello de Edwin el cable metбlico.

Bajando sus ojos pudo examinarlo de cerca. Parecнa hecho de un platino

flexible y era inъtil todo intento de romperlo. Por el contrario, un

movimiento violento bastarнa para que se introdujese en su carne lo

mismo que una navaja de afeitar, como habнa dicho el profesor hembra.

Las tripulantes del lagarto aйreo tiraron ligeramente de este hilo

metбlico, y Gillespie, comprendiendo el aviso, diу el primer paso.

Ningъn obstбculo terrestre se oponнa б su marcha. La pradera estaba

ahora limpia de gente, lo mismo que los linderos del bosque. Todas las

mбquinas rodantes, asн como las tropas de б pie y б caballo, habнan

abierto la marcha, empujando б la muchedumbre para que se apartase del

camino.

Guiado por la mбquina voladora que iba delante y dirigido igualmente por

la mбquina de atrбs, que funcionaba б modo de timуn, Gillespie sуlo

tenнa que fijarse en el suelo para ver dуnde colocaba sus pies.

Empezу б marchar por un camino de gran anchura para aquellos seres

diminutos, pero que б йl le pareciу no mayor que un sendero de jardнn.

Durante media hora avanzaron entre bosques; luego salieron б inmensas

llanuras cultivadas, y pudo ver cуmo se iba desarrollando delante de йl,

б una gran distancia, la vanguardia de su cortejo, compuesta de mбquinas

rodantes y pelotones de jinetes. A su espalda levantaban una segunda

nube de polvo las tropas de retaguardia, encargadas de contener б los

curiosos.

Sуlo algunos audaces, contraviniendo las уrdenes, se atrevнan б llegar б

los bordes del camino. En torno de los pueblos de agricultores hervнa el

vecindario, gritando y agitando sus gorras al pasar el gigante. Su

estatura permitнa que lo viesen б larguнsimas distancias.

Le obligaron б marchar sin descanso, porque el Consejo Ejecutivo deseaba

conocerle antes de que anocheciese. A las dos horas distinguiу por

encima de una sucesiуn de gibas del camino, penosamente remontadas por

la vanguardia del cortejo, una especie de nube blanca que se mantenнa б

ras de tierra.

Estaba envuelta en el temblor vaporoso de los objetos indeterminados por

la distancia. Sуlo йl podнa abarcar con su mirada una extensiуn tan

enorme. Los tripulantes del lagarto volador examinaban la misma nube,

pero con el auxilio de aparatos уpticos.

Una de las amazonas aйreas le gritу algunas palabras en su idioma, al

mismo tiempo que seсalaba con un dedo la remota mancha blanca. El

gigante le contestу con una sonrisa indicadora de su comprensiуn.

A partir de este momento la nube fuй tomando para йl contornos fijos.

Salieron poco б poco de la vaporosa vaguedad grandes palacios blancos,

torres con cъpulas brillantes, toda una metrуpoli altнsima, en la que

los edificios parecнan de proporciones desmesuradas, sin duda porque sus

pequeсos habitantes, por la ley del contraste, sentнan el ansia de lo

enorme.

Esta capital de la Repъblica de los pigmeos se llamaba Mildendo en otros

tiempos. їCуmo se titularнa en el presente, despuйs de haber ocurrido lo

que el profesor Flimnap llamaba la Verdadera Revoluciуn?...

IV

Las riquezas del Hombre-Montaсa

El antiguo palacio imperial, construнdo por los soberanos de la

penъltima dinastнa, ocupaba el centro de la ciudad y era la residencia

de los altos seсores del Consejo Ejecutivo.

Incendiado repetidas veces en el curso de los siglos y bombardeado

durante las guerras, habнa sufrido numerosas reconstrucciones; pero la

mбs grande y vistosa databa de pocos aсos despuйs de la Verdadera

Revoluciуn, suceso que habнa iniciado un nuevo perнodo histуrico. Los

cinco seсores del Consejo Ejecutivo vivнan en el centro del palacio; en

una ala estaba la Cбmara de diputados, y en la opuesta, el Senado.

A la maсana siguiente de la entrada de Edwin en la capital, este

palacio, que era como el corazуn de la Repъblica, reanudу su vida mбs

temprano que en los dнas anteriores. Fueron llegando los altos empleados

del gobierno y casi todos los diputados y senadores, б pesar de que las

sesiones parlamentarias sуlo empezaban б celebrarse despuйs de mediodнa.

En sus inmediaciones se aglomerу una muchedumbre de curiosos para ver

cуmo centenares de siervos, con la ayuda de varias grъas, iban

descargando de una fila de camiones-automуviles enormes y misteriosos

objetos, cuya apariciуn era saludada con largos murmullos de asombro.

Todo el pueblo recordaba el espectбculo extraordinario de la tarde

anterior, cuando llegу el Hombre-Montaсa б los alrededores de la ciudad.

El Consejo Ejecutivo habнa determinado darle alojamiento en la antigua

Galerнa de la Industria, recuerdo de una Exposiciуn universal celebrada

diez aсos antes.

Esta Galerнa era la obra mбs audaz y sуlida que habнan realizado los

ingenieros del paнs. El Hombre-Montaсa iba б pasearse por dentro de ella

sin que su cabeza tocase el techo. Diez gigantes de su misma estatura

podнan acostarse en hilera de un extremo б otro de la grandiosa

construcciуn. Su ancho equivalнa б cuatro veces la longitud del coloso.

Situada sobre una altura vecina б la ciudad, el prisionero podнa

contemplar, sin moverse de su alojamiento, toda la grandiosa metrуpoli

extendida б su pies, asн como el puerto con sus numerosos navнos al

ancla y los campos y pueblecillos cercanos, llegando con su vista hasta

la cordillera que cerraba el horizonte, en la que habнa cumbres de

ciento ochenta metros, solamente exploradas por algunos sabios capaces

de morir como hйroes al servicio de la ciencia.

Una fuerte guardia impedнa que los curiosos subiesen hasta la vivienda

del gigante, donde se estaban realizando grandes trabajos para su cуmoda

instalaciуn. El pъblico, ya que no podнa verle, concentraba su

curiosidad en todo lo que era de su pertenencia, y por esto desde el

amanecer se aglomerу en torno del palacio del gobierno para contemplar

la llegada de los objetos extraнdos del navнo del Hombre-Montaсa, que

los buques de la escuadra del Sol Naciente habнan remolcado el dнa

anterior.

Sуlo los amigos del gobierno y los personajes oficiales tenнan permiso

para entrar en el palacio y ver de cerca tales maravillas. El enorme

patio central, donde podнan formarse б la vez varios regimientos y en el

que se desarrollaban las mбs solemnes ceremonias patriуticas, fuй el

lugar destinado para tal exhibiciуn. Mientras llegaba el momento, los

invitados entraban б saludar б los altos y poderosos seсores del Consejo

Ejecutivo y б los dos presidentes de la Cбmara de diputados y del

Senado, que vivнan igualmente en el inmenso edificio.

Los guerreros de la Guardia gubernamental, hermosas amazonas de aire

desenvuelto y gallardo, defendнan el acceso б las habitaciones

reservadas у se paseaban en grupos por el patio al quedar libres de

servicio. Estos militares privilegiados, que gozaban la categorнa de

oficiales, pertenecнan б las primeras familias de la capital. Iban

vestidos de la garganta б los pies con un traje muy ceсido y cubierto de

escamas de plata. Su casquete, del mismo metal, estaba rematado por un

ave quimйrica. Apoyaban la mano izquierda en la empuсadura de su espada,

mirando б todas partes con una insolencia de vencedores, у se inclinaban

galantemente ante las familias de los altos personajes que iban llegando

para la ceremonia. Algunas mamбs, severas y malhumoradas, encontraban

atrevida la expresiуn de sus ojos. Otras matronas, cuya barba empezaba б

poblarse de canas, quedaban pensativas y melancуlicas б la vista de

estos hermosos guerreros, que parecнan despertar sus recuerdos. Las

seсoritas que ya estaban en edad de afeitarse fingнan rubor ante sus

miradas audaces; pero las que no se veнan objeto de la belicosa

admiraciуn se mostraban nerviosas, envidiando б sus compaсeras.

Pasу por entre estos guerreros, con toda la austeridad de su carбcter

universitario y sus opiniones antimilitaristas, el profesor Flimnap. La

inesperada apariciуn del Gentleman-Montaсa habнa dado una importancia

extraordinaria б la traductora de inglйs. En unas cuantas horas se habнa

convertido en el personaje mбs interesante de la Repъblica. El gobierno

le llamaba para conocer sus opiniones; el rector de la primera de las

universidades, que hasta entonces le habнa considerado como un triste

catedrбtico de una lengua muerta y de problemбtica utilidad, se dignaba

sonreirle, y hasta en la noche anterior, despuйs del recibimiento del

Hombre-Montaсa, lo habнa invitado б cenar para que en presencia de su

familia contase todo lo ocurrido.

Los periodistas de la capital iban detrбs de йl pidiйndole interviъs, y

hasta lo adulaban, hablando con entusiasmo de varios libros

profesionales que llevaba publicados y nadie habнa leнdo. Personas que

le miraban siempre con menosprecio hacнan detener en la calle su

automуvil universitario en figura de lechuza.

--Mi querido profesor Flimnap--gritaban--, siempre he sentido una gran

admiraciуn por su sabidurнa y soy de los que creen que la patria no le

ha dado hasta ahora todo lo que merece por su gran talento. Cuйnteme

algo del Hombre-Montaсa. їEs cierto que se alimenta con carne humana,

como van diciendo por ahн los hombres en sus charlas y chismorreos?...

Pero el profesor Flimnap tenнa demasiado que hacer para detenerse б

contestar las preguntas de las ciudadanas curiosas. Apenas habнa dormido

en la noche anterior. Despuйs de su cena con el jefe supremo de la

Universidad se trasladу б la Galerнa de la Industria para convencerse de

que el Gentleman-Montaсa podнa dormir provisionalmente sobre trescientas

cuarenta y dos carretadas de paja que la Administraciуn del ejйrcito

habнa facilitado б ъltima hora. Poco despuйs de amanecer ya estaba en

pie el buen profesor, conferenciando con todos sus compaсeros del

_Comitй de recibimiento del Hombre-Montaсa._ Estos, divididos en varias

subcomisiones, iban б dirigir б quinientos carpinteros encargados de

fabricar, antes de que llegase la noche, una mesa y una silla apropiadas

б las dimensiones del gigante, y б una tropa igualmente numerosa de

colchoneros, que en el mismo espacio de tiempo fabricarнan una cama

digna del reciйn llegado.

El profesor Flimnap se proponнa entrar ahora en las habitaciones

particulares de uno de los altos seсores del Consejo Ejecutivo, que

momentбneamente era el presidente del supremo organismo. Cada uno de los

cinco individuos del Consejo lo presidнa durante un mes, cediendo su

sillуn al compaсero б quien tocaba el turno.

Estos cinco gobernantes eran mujeres, asн como todos los que

desempeсaban un cargo en la Administraciуn pъblica, en la Universidad,

en la industria у en los cuerpos armados. Pero como durante los luengos

siglos de tiranнa varonil todos los cargos y todas las funciones dignas

de respeto habнan sido designadas masculinamente, la Verdadera

Revoluciуn creyу necesario despuйs de su victoria conservar las antiguas

denominaciones gramaticales, cambiando ъnicamente el sexo б que se

aplicaban. Asн, las cinco damas encargadas del gobierno eran denominadas

«los altos y poderosos seсores del Consejo Ejecutivo», y las otras

mujeres directoras de la Administraciуn pъblica se titulaban

«ministros», «senadores», «diputados», etc. Por eso Flimnap habнa

protestado al oir que el gigante le llamaba profesora en vez de

profesor. En cambio, los hombres, derribados de su antiguo despotismo y

sometidos б la esclavitud dulce y cariсosa que merece el sexo dйbil,

eran dentro de su casa la «esposa» у la «hija», y en la vida exterior,

la «seсora» у la «seсorita».

Flimnap habнa creнdo necesario, teniendo en cuenta su nueva importancia

oficial, llevar bajo el brazo una gran cartera de cuero, semejante б la

que ostentaban los altos funcionarios del Estado cuando iban б despachar

con los seсores del Consejo Ejecutivo. En esta cartera guardaba las

actas de las tres sesiones que habнa celebrado el _Comitй de

recibimiento del Hombre-Montaсa,_ asн como los presupuestos de gastos,

presentes y futuros, para la manutenciуn de tan costoso huйsped. Ademбs

llevaba una traducciуn, en idioma del paнs, que habнa hecho de los

versos escritos por el Gentleman-Montaсa en su cuaderno de notas.

El buen profesor Flimnap estaba inquieto por la suerte de su protegido.

Gillespie le inspiraba un interйs que jamбs habнa experimentado por

ningъn hombre de su propia tierra. Dedicado por completo б los trabajos

lingьнsticos й histуricos, solamente habнa tratado con mujeres, y йstas

eran todas profesores malhumorados y de austeras costumbres. Sentнa una

temblorosa timidez siempre que el rector le invitaba б alguna de sus

tertulias, donde habнa hombres jуvenes en edad de casamiento, ansiosos

de que alguien los sacase б bailar у que entonaban romanzas

sentimentales acompaсбndose con el arpa.

Ademбs, en su afecto sincero por el reciйn llegado habнa algo de

egoнsmo. Gracias al Gentleman-Montaсa, acababa de conocer

instantбneamente todas las dulzuras de la celebridad, siendo el

personaje mбs popular de la Repъblica en los presentes momentos. Despuйs

de la fama de Gillespie venнa la suya. ЎQuй derrumbamiento tan doloroso

en la sombra si el gobierno acordaba la muerte de su gigante!...

La tarde anterior habнa corrido hacia la capital б toda velocidad del

automуvil-lechuza, prestado por su jefe el rector. Los altos seсores del

gobierno estaban sobre un estrado junto al camino para ver llegar al

prisionero, teniendo б sus espaldas todo el vecindario de la capital, un

gentнo tan enorme que se perdнa de vista. Estos poderosos personajes lo

recibieron con grandes muestras de consideraciуn que no correspondнan б

su humilde rango de profesor. El les hizo los mayores elogios de la

intelectualidad del gentleman gigantesco, declarбndole distinto б todos

los colosos llegados antes al paнs. Insinuу la conveniencia de guardarlo

por mucho tiempo, hasta saber, gracias б su cultura, los adelantos

realizados en el mundo de los hombres monstruosos, y copiar lo que

resultase aprovechable, si es que realmente habнa algo digno de

imitaciуn, lo que le parecнa algo problemбtico.

--Es lбstima que este Hombre-Montaсa no sea una mujer....

Los seсores del Consejo miraron con interйs б Flimnap despuйs de sus

ъltimas palabras, apreciбndolo como un profesor de mйrito que habнa

vegetado injustamente en el olvido, y merecerнa en adelante su alta

protecciуn. Tambiйn halagу los gustos del rector, poderoso personaje

cuyos consejos eran siempre escuchados por los seсores del organismo

ejecutivo.

El Padre de los Maestros--pues tal era su tнtulo honorнfico--gustaba

mucho de los poetas, y hasta hacнa versos cuando no estaba preocupado

por sus averiguaciones histуricas. Todos los escritores de la Repъblica

alababan sus poesнas como obras inimitables, siendo tales elogios el

medio mбs seguro de alcanzar un buen empleo en la Enseсanza pъblica.

Al verlo Flimnap en el estrado de los seсores del gobierno, se apresurу

б darle la noticia de que el gigante era tambiйn poeta, aunque «б su

modo», con toda la groserнa y la torpeza propias de su sexo, pero

aсadiendo que, б pesar de tales defectos, propios de su origen, parecнa

poseer cierto talento.

--ЎOh Padre de los Maestros!--dijo--. Maсana tendrй el honor de

entregarle una traducciуn hecha en nuestro idioma de los versos que he

encontrado en el cuaderno de bolsillo del Gentleman-Montaсa. Serнa

deplorable que los altos seсores del Consejo decidiesen su muerte. Mi

gusto serнa traducir al inglйs algunas de las inmortales obras de

nuestro admirable Padre de los Maestros, para que ese pobre gigante se

entere de que nuestra poesнa ha llegado б una altura que jamбs conocerб

йl, no obstante la grandeza material de su organismo.

Sonriу el Padre de los Maestros con modestia; pero esta sonrisa diу la

seguridad al profesor de que la vida del gigante estaba asegurada y que

йste tendrнa ocasiуn de leer los versos del rector traducidos al inglйs.

Luego, Flimnap recomendу б todos los ocupantes del estrado gubernamental

que mirasen al monstruo con los lentes de disminuciуn que habнa traнdo

un compaсero suyo de la Universidad, profesor de Fнsica, pues asн

podrнan apreciarle tal como era.

Al entrar al dнa siguiente en el despacho del jefe mensual del gobierno,

viу con alegrнa que el doctor Momaren, el Padre de los Maestros, estaba

hablando con el supremo magistrado. Flimnap, antes de dar cuenta al

presidente de todos sus trabajos, ofreciу б Momaren varias hojas de

papel con la traducciуn de los versos de Gillespie. El Padre de los

Maestros, colocбndose ante los ojos unas gafas redondas, empezу su

lectura junto б una ventana. Cuando Flimnap acabу su informe sobre los

trabajos para la instalaciуn del gigante, el personaje universitario se

aproximу conservando los papeles en su diestra.

--Algo flojitos--dijo con una severidad desdeсosa--. Son

indiscutiblemente versos de hombre, y de hombre enorme. Pero serнa

injusto negarle cierta inspiraciуn, y hasta me atrevo б decir que aquн

entre nosotros aprenderб mucho, si es que llega б ejercitarse en el

idioma nacional.

--Para eso, Ўoh Padre de los Maestros!--dijo Flimnap--, serб preciso que

el pobre gigante viva.

--Mi opiniуn es que debe vivir--interrumpiу el presidente--. Mi esposa y

mis niсas lo encontraron ayer muy simpбtico al verle entrar en la

ciudad. Un hijo mнo, que es del ejйrcito del aire y montaba una de las

mбquinas que lo condujeron, me ha contado cosas muy graciosas de йl.

Todos los muchachos de la Guardia gubernamental lo encuentran igualmente

muy agradable, y hasta algunos afirman que es hermoso.... Tuvo usted una

buena idea, profesor Flimnap, al aconsejar que lo mirбsemos con lentes

de disminuciуn.... Yo opino que debemos dejarle vivir, aunque sea

ъnicamente por una temporada corta. Resultarб carнsimo, pero la

Repъblica puede permitirse este lujo, lo mismo que mantiene б los

animales raros de su Jardнn Zoolуgico. Y usted їquй opina de esto,

ilustre amigo Momaren?

El Padre de los Maestros, convencido de que para el jefe del gobierno

resultaba infalible la menor de sus palabras, se limitу б decir con

lentitud:

--Opino lo mismo.

--Entonces--continuу el presidente--, si usted manifiesta esa opiniуn б

mis compaсeros de Consejo, como todos ellos respetan mucho su alta

sabidurнa, la vida del gigante queda segura.

El profesor Flimnap, deseoso de ocultar la satisfacciуn que le producнan

estas palabras, se apresurу б pedir la venнa de los dos altos personajes

para abandonar el salуn. Llegaba hasta йl un rumor creciente de

muchedumbre. El gran patio del palacio debнa estar ya repleto de

invitados. Una mъsica militar sonaba incesantemente.

Escapу Flimnap por unos pasillos poco frecuentados, temiendo tropezarse

con los periodistas, que iban б la zaga de йl desde el dнa anterior

pidiйndole noticias frescas. Dos diarios de la capital, siempre en

escбndalos б rivalidad, publicaban cada tres horas una ediciуn con

detalles nuevos sobre el Hombre-Montaсa y sus costumbres, poniendo en

boca del pobre sabio mentiras y disparates que le hacнan rugir de

indignaciуn. Uno de los diarios defendнa la conveniencia de respetar la

vida del gigante, y esto habнa bastado para que la publicaciуn contraria

exigiese su muerte inmediata, por creer que la voracidad tremenda de tal

huйsped acabarнa por sumir al paнs en la escasez, siendo causa de que

miles y miles de compatriotas pereciesen de hambre.

El profesor odiaba por igual б los dos periуdicos y б las demбs

publicaciones, que enviaban sus redactores detrбs de йl como si fuesen

perros perseguidores de un ciervo asustado.

Deseoso de pasar inadvertido, subiу б los pisos superiores con la

esperanza de encontrar un asiento en las galerнas que daban al patio, y

estaban ocupadas esta maсana por las esposas y las hijas de todos los

personajes de la Repъblica.

Su galanterнa de mujer bien educada le obligу б permanecer de pie, para

no privar de asiento б los seres dйbiles y masculinos de larga tъnica y

amplio manto que habнan venido б presenciar la fiesta. La gloria del

profesor iba acompaсada de una nueva visiуn de la existencia. Nunca le

habнa parecido la vida tan hermosa y atrayente. Todas aquellas matronas

de barba canosa y brazos algo velludos, graves y seсoriles, con la

majestad de la madre de familia, no podнan conocerle por la razуn de que

йl habнa rehuido hasta entonces las dulzuras y placeres de la vida

social. Nadie podнa adivinar en su persona al cйlebre profesor Flimnap,

tan alabado por todos los periуdicos. Despuйs hizo memoria de que en la

misma maсana los diarios mбs importantes habнan publicado su retrato, y

procurу ocultar el rostro cada vez que un hombre se echaba atrбs el velo

para mirarle con vaga curiosidad.

Se fuй tranquilizando al notar que las damas sуlo se fijaban en el fondo

del patio, ocupado ъnicamente por las mujeres. Los guerreros de la

Guardia, siempre con una mano en la empuсadura de la espada y

acariciбndose con la otra sus rizosas melenas, miraban б lo alto,

sonriendo б las seсoritas, emocionadas bajo sus guirnaldas de flores y

sus velos. Algunas de ellas, que ya se consideraban en edad de

matrimonio por haberles apuntado la barba, contestaban б estas miradas

con guiсos, que equivalнan б frases amorosas, evitando el ser vistas por

las ceсudas matronas sentadas б su lado. Este espectбculo frнvolo, que

un dнa antes habrнa sido despreciado por Flimnap, le emocionaba ahora

con honda sensaciуn de ternura.

--ЎOh, amor!... Ўamor!--murmurу el sabio.

La vida es hermosa, y йl reconocнa que guarda dulzuras y misterios no

sospechados por la Universidad.

Para vencer esta emociуn inoportuna, se fuй fijando en los personajes

que llenaban el patio. Un estrado, todavнa desierto, era para el Consejo

Ejecutivo, los ministros y demбs dignatarios. En otros estrados, ya casi

llenos, estaban los padres y los esposos de todas las damas que ocupaban

las galerнas. Flimnap conocнa б muchos por los retratos aparecidos en

los periуdicos. Eran personajes parlamentarios, famosos б causa de sus

discursos. Algunos habнan pertenecido al Consejo Ejecutivo y deseaban

volver б йl, apelando б toda clase de intrigas para conseguirlo.

Guiado por la curiosidad y los comentarios de varias damas barbudas,

acabу por fijarse el profesor en una de las mujeres que ocupaban el

estrado de los senadores. Era Gurdilo, el cйlebre jefe de la oposiciуn

al actual gobierno: una hembra alta, desprovista de carnes, con el cutis

avellanado como si fuese de correa, y unos tendones gruesos y tirantes

que se marcaban en el cuello, en los brazos y en las demбs partes

visibles de su cuerpo. Los ojos tenнan una agudeza fija й imperiosa, y

su gesto era avinagrado, como de persona eternamente indignada contra

todo lo que no es obra suya.

El profesor, que por vivir dedicado б sus raros y profundos estudios

concedнa escasa atenciуn б las cuestiones de actualidad, no se habнa

fijado nunca en este personaje; pero ahora le mirу con gran interйs.

Adivinaba en йl б un enemigo del Gentleman-Montaсa. Bastarнa que el

gobierno decidiese el indulto de Edwin para que Gurdilo aconsejase su

muerte, como si de esto dependiese la felicidad nacional. Ademбs, el

diario que pedнa la supresiуn del Hombre-Montaсa habнa ya reproducido en

una de sus ediciones ciertas palabras inquietantes del temible jefe de

la oposiciуn.

Viу el profesor cуmo agitaba los brazos con violencia al hablar б sus

compaсeros del Senado, al mismo tiempo que fruncнa el entrecejo y torcнa

la boca con un gesto de escandalizada severidad. Esto le hizo creer que

estaba protestando de la ceremonia presente, de que el pobre gigante

hubiese sido conducido б la capital; en una palabra, de todo lo hecho

por el Consejo Ejecutivo y de cuanto pensase hacer.

Pero las observaciones del profesor fueron interrumpidas repentinamente

por el principio de la ceremonia. La mъsica militar, que seguнa tocando

en el patio, quedу ensordecida por el redoble de una gran banda de

tambores que se aproximaba viniendo del interior del palacio.

Los altos y poderosos seсores del Consejo Ejecutivo sуlo podнan

presentarse en las ceremonias oficiales rodeados de gran pompa.

Entraron en el patio los tambores, que eran unos treinta, y detrбs de

ellos igual nъmero de trompeteros. A continuaciуn desfilу una tropa del

ejйrcito de lнnea, у sea de aquellas muchachas con casco de aletas que

Gillespie habнa visto al despertar. Los soldados iban armados, unos con

arcos y otros con alabardas. Despuйs pasaron los guardias porta-espada,

llevando con la punta en alto y sostenidos por sus dos manos cerradas

sobre el pecho unos mandobles enormes que brillaban lo mismo que si

fuesen de plata.

De los tiempos del Imperio quedaba aъn el ceremonial absurdamente

ostentoso de que se rodean los dйspotas. Varios pajecillos pasaron

moviendo altos abanicos de plumas blancas para que ningъn insecto

viniese б molestar б los cinco magistrados supremos de la Repъblica.

Despuйs fueron desfilando йstos uno por uno, pero no б pie, sino en

cinco literas llevadas б hombros por hijos de personajes influyentes,

pues tal honor representaba el principio de una gran carrera

administrativa. Las muchachas portadoras de las literas del Consejo eran

enviadas despuйs б gobernar alguna provincia lejana.

Pasaron igualmente las literas de los presidentes del Senado y de la

Cбmara de diputados, y б continuaciуn la del rector de la Universidad,

que tenнa la forma de una lechuza y era llevada б brazos por cuatro

profesores auxiliares. Finalmente, cerraban la marcha, pero б pie, los

ministros, los altos funcionarios y un destacamento de la Guardia

gubernamental con largas lanzas.

Cuando los cinco del Consejo Ejecutivo y el Padre de los Maestros con

sus respectivos sйquitos se instalaron en el estrado de honor, cesaron

de sonar las trompetas, los tambores y la mъsica, haciйndose un largo

silencio. Iba б empezar el desfile de las cosas maravillosas que

formaban el equipaje del Hombre-Montaсa.

Un alto funcionario del Ministerio de Justicia, del cual dependнan todos

los notarios de la naciуn, avanzу con un portavoz en una mano y

ostentando en la otra un papel que contenнa las explicaciones

facilitadas por el doctor Flimnap, despuйs de haber traducido los

rуtulos de numerosos objetos pertenecientes al gigante. Estas

explicaciones arrancaron muchas veces largas carcajadas б la muchedumbre

pigmea, que sentнa compasiуn por la ignorancia y la groserнa del coloso.

En otros momentos, el enorme concurso quedaba en profundo silencio, como

si cada cual, ante las vacilaciones del inventario, buscase una soluciуn

para explicar la utilidad del objeto misterioso.

Lo que todos comprendieron, gracias б las explicaciones del profesor de

inglйs, fuй el contenido y el uso de unas torres brillantes como la

plata, que fueron pasando por el patio colocada cada una de ellas sobre

un vehнculo automуvil. Estos torreones tenнan cubierto todo un lado de

sus redondos flancos con un cartelуn de papel, en el que habнa trazados

signos misteriosos, casi del tamaсo de una persona.

La ciencia de Flimnap habнa podido desentraсar este misterio gracias б

la interpretaciуn de los rуtulos. Eran latas de conservas. Pero aunque

el traductor no hubiese prestado sus servicios cientнficos, el olfato

sutil de aquellos pigmeos habrнa descubierto el contenido de los enormes

cilindros, б pesar de que estaban hermйticamente cerrados. Para su

agudeza olfativa, el metal dejaba pasar olores casi irresistibles por lo

intensos. Todos aspiraban con fuerza el ambiente, desde los cinco jefes

del gobierno hasta los pajecillos porta-abanicos.

El paso de cada torreуn deslumbrante era acogido con un grito general:

«ЎEsto es carne!...» Poco despuйs decнan б coro: «ЎEsto es tomate!...»

Transcurridos unos minutos, afirmaban б gritos: «ЎAhora son guisantes!»

y todos se asombraban de que un ser en figura de persona, aunque fuese

un coloso, pudiera alimentarse con tales materias que esparcнan un hedor

insufrible para ellos, casi igual al que denuncia la putrefacciуn.

Deseosos de suprimir cuanto antes esta molestia general, los

organizadores del desfile hicieron aparecer en el patio б una veintena

de siervos desnudos, llevando entre ellos, muy tirante y rнgida, una

especie de alfombra cuadrada, de color blanco, con un ribete suavemente

azul, y que ostentaba en uno de sus бngulos un jeroglнfico bordado, que,

segъn la declaraciуn del profesor Flimnap, se componнa de letras

entrelazadas.

Aquн la ciencia del universitario se extendнa en luminosa digresiуn para

explicar б sus compatriotas la existencia del paсuelo entre los

Hombres-Montaсas, el uso incoherente que le dan y las cosas poco

agradables que depositan en йl. Pero, como ocurre siempre en las grandes

solemnidades, el pъblico no prestу atenciуn б las explicaciones del

hombre de ciencia, prefiriendo examinar directamente lo que tenнa ante

sus ojos.

Un perfume de jardнn que parecнa venir de muy lejos empezу б esparcirse

por el patio, haciendo olvidar los densos hedores exhalados por las

torres plateadas. Las seсoras y seсoritas de las galerнas se agitaron

aspirando con deleite esta esencia desconocida. Las mamбs hablaban entre

ellas, buscando semejanzas y similitudes con los perfumes de moda entre

el sexo masculino. Algunas concentraban su atenciуn para poder explicar

en el mismo dнa б los perfumistas de la capital la rara esencia del

Hombre-Montaсa, y que la fabricasen, costase lo que costase.

Luego entraron mбs siervos desnudos llevando б brazo nuevos objetos.

Seis de ellos sostenнan como un peso abrumador el libro de notas cuyas

hojas habнa traducido Flimnap. Despuйs otros atletas pasaron, rodando

sobre el suelo, lo mismo que si fuesen toneles, varios discos de metal,

grandes, chatos y exactamente redondos, encontrados en los bolsillos del

gigante.

Estos discos eran de diversos tamaсos y metales, llevando todos ellos de

relieve en sus dos caras un busto de mujer gigantesco y un ave de rapiсa

con las alas abiertas. Segъn la explicaciуn del sabio Flimnap, servнan

en el paнs de los Hombres-Montaсas como signos de cambio, y estaban

todos ellos comprendidos bajo el tнtulo general de «moneda».

Algunos eran de plata, y sуlo llegaban б las rodillas del siervo

atlйtico que se inclinaba sobre ellos para hacerlos rodar. Otros eran de

cobre, y poco mбs у menos del mismo tamaсo. El pъblico, algo aburrido

por estos objetos sin interйs, sуlo mostrу cierta curiosidad al ver

cuatro discos movidos cada uno por dos hombres. Los tales discos

llegaban casi б la cintura de sus guнas, y eran de oro macizo, teniendo

por adorno el relieve de una gran бguila con las alas desplegadas y una

especie de escudo con rayas y con estrellas.

Volviу б decaer el interйs mientras iban desfilando otros esclavos por

parejas. Cada dos hombres llevaban entre ellos, lo mismo que si fuese un

cartelуn anunciador, una faja de papel impreso mucho mбs larga que alta.

Todos estos carteles tenнan una capa de grasa y de suciedad, en la que

la vista microscуpica de los pigmeos veнa rebullir pequeснsimos

monstruos del mundo microbiano. Los papeles estaban ornados de retratos

de Hombres-Montaсas completamente desconocidos por el profesor Flimnap.

Todos ellos ostentaban la palabra «Banco» y una cifra seguida de la

palabra _dollar_.

El sabio profesor osaba emitir en su informe la teorнa de que los tales

papeles tal vez representasen algo semejante б la moneda, pero sin poder

comprender su funcionamiento y su utilidad, y extraсбndose ademбs de que

hubiese gentes que los aceptasen en lugar de los discos metбlicos.

Tampoco el pъblico se fijу mucho en tales explicaciones. Deseaban todos

que terminase cuanto antes el desfile de los cartelones grasientos.

Entre las delicadas criaturas que ocupaban las galerнas altas hubo

ciertos conatos de desmayo. Las matronas sacaban sus frasquitos de sales

para reanimar el dolorido olfato. En el estrado de los senadores se oyу

la voz del terrible Gurdilo.

--Sуlo una humanidad inferior--gritу--puede llevar en sus bolsillos

semejantes porquerнas. No creo que tengan empeсo los Hombres-Montaсas,

si gozan de sentido comъn, en adquirir tales suciedades. Esto debe ser

simplemente un vicio, una mala costumbre del gigante que ha venido б

perturbarnos con su presencia.

Pero una nueva apariciуn borrу el malestar del pъblico, imponiendo

silencio al tribuno.

Varios hombres de fuerza avanzaron llevando sobre sus hombros una

especie de cofre cuadrado y muy plano. Parecнa de plata, y sobre su cara

superior habнa grabado un jeroglнfico igual al que adornaba una punta

del paсuelo.

El profesor Flimnap ignoraba lo que existнa dentro de esta caja enorme.

No se habнa creнdo autorizado para violar su secreto. El jefe de los

mecбnicos de la flota aйrea estaba allн con varios de sus ayudantes para

abrir el cofre, cuyo cierre habнa estudiado durante toda la maсana.

Colocaron los esclavos esta caja en el suelo verticalmente, mientras el

ingeniero y sus acуlitos empezaban б forcejear en la cerradura, sin

resultado. Un martillazo dado por inadvertencia en una arista saliente

hizo que las dos enormes valvas de plata se abriesen de pronto, lo mismo

que una concha gigantesca, lanzando un crujido metбlico. Los hombres de

fuerza se apresuraron б tirar de ellas, temiendo que se cerrasen, y

quedу visible su interior.

A ambos lados, sostenidos por una faja elбstica, habнa en lнnea como una

docena de cilindros de papel blanco, estrechos y prolongados, cuyo

interior estaba lleno de una hierba obscura. Estos cilindros tenнan

recubierto el papel en su parte inferior con un zуcalo de oro.

Varios hombres de fuerza, con la inconsciencia propia, de su brutalidad,

tiraron de una de las fajas de goma que estaba casi desprendida de la

pared de plata. Inmediatamente seis de los cilindros de papel vinieron

al suelo, partiйndose sobre las espaldas de los atrevidos que habнan

provocado el accidente, y al partirse esparcieron densas nubes de polvo

rojo y picante.

El ingeniero, sus acуlitos y todos los hombres de fuerza sintieron que

sus ojos se humedecнan. Luego, llevбndose las manos б la garganta,

empezaron б estornudar.

Esto fuй contagioso, pues inmediatamente estornudaron tambiйn las

hermosas muchachas de la Guardia, los pajes de los abanicos, los

conductores de las literas de honor, y, como si las ondas del aire

transmitiesen la epidemia con la rapidez de un huracбn, estornudaron

igualmente todos los diputados y senadores de las tribunas, asн como los

altos personajes del estrado del gobierno. Finalmente, el sexo dйbil de

las galerнas superiores se uniу al estornudo general, cubriйndose con

los velos para ocultar las muecas б que le obligaba este gesto.

Durante mucho tiempo sуlo se oyeron estornudos. Hasta el infatigable

Gurdilo, que intentу aprovecharse de una ocasiуn tan propicia para

protestar contra el gobierno, no pudo conseguir su propуsito. Cada vez

que intentaba un apуstrofe oratorio tenнa que cortarlo para dar salida б

un estornudo.

Adivinу el profesor Flimnap este misterio al recordar algunas crуnicas

remotas sobre la llegada de otros gigantes. Los tales cilindros de papel

contenнan, sin duda alguna, cierta materia que los colosos llamaban

«tabaco». En otros tiempos lo guardaban en polvo dentro de cajas de

concha; ahora lo comprimнan en forma de cabelleras vegetales bajo una

envoltura de papel.

Viу cуmo el rector, que indudablemente tenнa tambiйn noticias de esto,

daba explicaciones б los seсores del Consejo. El presidente, que parecнa

furioso por haber estornudado grotescamente en presencia del jefe de la

oposiciуn, se apresurу б ordenar que se llevaran el cofre y arrojasen su

contenido fuera del puerto, como nocivo para la salud pъblica y la

tranquilidad de la patria.

Los esclavos hicieron desaparecer la cigarrera, mientras otros cargaban

con los fragmentos de los cilindros de papel y barrнan el temible polvo

esparcido en el suelo.

Poco б poco cesaron los estornudos y pudo reanudarse el desfile. A

partir de este incidente, pareciу que el pъblico habнa perdido todo

interйs por los objetos del gigante. Avanzaron dos portadores, uno tras

del otro, llevando un fuerte palo sobre sus hombros y colgando de tal

sostйn el reloj de bolsillo del Hombre-Montaсa. Los oyentes mбs cultos

no necesitaron las explicaciones del inventario. Cuantos habнan leнdo la

historia del paнs estaban enterados de cуmo era esta mбquina primitiva

de medir el tiempo que todos los colosos traнan en sus visitas.

Otra mбquina de uso misterioso para los mбs de los presentes hizo su

entrada en el patio despuйs que desapareciу el cronуmetro de oro.

Mбs de treinta cargadores sostenнan el revуlver extraнdo de un bolsillo

de Gillespie. Se notу cierta emociуn en la tribuna del gobierno. Los

seсores del Consejo Ejecutivo no pudieron contener su sorpresa en el

primer instante. Luego consiguieron dominar sus nervios y quedaron

impasibles, en una forzada indiferencia.

Los cinco gobernantes, obedeciendo б la ley que reglamentaba las

ceremonias pъblicas, iban vestidos con un lujo deslumbrador. Se

envolvнan en mantos bordados de oro, y sobre sus cabezas llevaban unas

tiaras del mismo metal con adornos de piedras preciosas. Querнan imitar

el esplendor de los ъltimos emperadores del paнs, para que el pueblo se

convenciese de que los elegidos de la Repъblica no eran menos

importantes que los antiguos dйspotas. Bajo su uniforme esplendoroso los

cinco afectaron una actitud de hipуcrita indiferencia, mirando sin

expresiуn alguna la mбquina que acababa de entrar en el patio. El rector

Momaren tambiйn hizo un gesto igual, y hasta Gurdilo permaneciу

inmуvil, imitando la actitud del odiado gobierno. Todos fingнan no

conocer el mecanismo de acero ni sentir interйs por averiguar su uso.

Las seсoras y seсoritas empezaron б bostezar de aburrimiento en las

galerнas altas. Las cosas de la industria pertenecнan б las mujeres.

їCуmo podнa interesar б los hombres un armatoste metбlico?...

En cambio, las muchachas de la Guardia sentнanse atraнdas de un modo

irresistible por este objeto enorme y desconocido. Al verlo, latнan en

su interior confusos instintos, y fuй tan fuerte su curiosidad, que

hasta olvidaron la disciplina. Varios porta-espada, dejando en el suelo

su brillante mandoble, se confundieron con los esclavos medio desnudos,

deseosos de tocar y examinar de cerca el misterioso mecanismo.

Mientras tanto, el personaje encargado de la lectura del inventario

recitaba б travйs de su portavoz los informes del profesor Flimnap. El

sabio no vacilaba en declarar pъblicamente que le era totalmente

desconocido el uso de esta mбquina, sin que sus lecturas ni sus

deducciones le permitieran suponer б quй era dedicada entre los

gigantes.

--ЎMuy bien!--dijo por lo bajo el presidente del Consejo Ejecutivo.

Y el Padre de los Maestros manifestу con una grave sonrisa el mismo

contento.

Estos personajes, en el primer instante, habнan sentido indignaciуn

viendo entrar en el patio б la tal mбquina. Consideraron esto como una

torpeza del _Comitй de recibimiento del Hombre-Montaсa,_ que casi

equivalнa б un delito contra la seguridad del Estado. Pero cuando

pensaban ya en quй castigo deberнan imponer б Flimnap y sus compaсeros,

los pбrrafos obscuros y descorazonantes del profesor hicieron resurgir

su optimismo y su bondad.

Una de las varias muchachas de la Guardia que curioseaban en torno del

revуlver se habнa quitado el casco para asomarse б la negra boca del

caсуn del arma. Al fin acabу por meter toda su cabeza en el tubo

obscuro, sacбndola poco despuйs completamente desfigurada. Su rostro

aparecнa tiznado de negro y sus melenas sucias de hollнn.

El accidente hizo reir б los graves personajes de las tribunas, y el

sexo dйbil de las galerнas se uniу б la hilaridad general.

Mientras tanto, el profesor Flimnap, por medio del texto del inventario,

formulaba una opiniуn decisiva. Este aparato debнa guardarse para

siempre en la Universidad, б fin de que los sabios se dedicasen б su

estudio, si lo juzgaban interesante. Por eso la Comisiуn habнa creнdo

oportuno traerlo б este acto en vez de dejarlo б bordo de la flota,

donde sуlo podнa servir para suposiciones errуneas y perturbadoras.

--ЎMuy bien! Ўmuy bien!--volvieron б decir por lo bajo los seсores del

gobierno y sus allegados.

A partir de este momento, el desfile de objetos perdiу decididamente

todo interйs. Empezaron б abrirse grandes claros en las filas de hombres

con faldas que ocupaban las galerнas. El sexo dйbil demostraba su

fastidio marchбndose. Tambiйn se abrieron vacнos cada vez mayores en el

pъblico de las tribunas parlamentarias. Hasta Gurdilo habнa

desaparecido, adivinando que su oposiciуn nada podнa ya encontrar de

aprovechable en esta ceremonia.

Pasу un automуvil con dos torres negras unidas por un doble puente de

acero del mismo color y que tenнan en su parte alta dos lentejas de

cristal б guisa de tejados. El inventario explicaba que estas torres

gemelas eran un aparato уptico por medio del cual los Hombres-Montaсas

podнan ver б largas distancias. Pero los profesores de la Universidad

Central sabнan en tal materia mucho mбs que los gigantes.

Apareciу otro vehнculo llevando uno de aquellos torreones metбlicos que

habнan aparecido al principio del desfile. En el cartelуn de йste habнa

pintados unos frutos gigantescos. Un olor de melocotуn y de azъcar

lнquido se esparciу por el patio.

Pero, б pesar de que el olor no era molesto, el pъblico empezу б

marcharse.

--ЎYa hay bastante!--decнan todos.

Al desvanecerse su curiosidad, se acordaban de las ocupaciones que

habнan abandonado, sintiendo por ellas nuevo interйs.

El presidente del Consejo llamу al lector del inventario para pedirle

sus papeles, examinбndolos. Todos los objetos que aъn no habнan sido

vistos resultaban semejantes б los otros y carecнan de novedad. Se

pusieron de pie los altos seсores del gobierno, y cada uno de ellos,

llevando detrбs б una niсa-paje encargada de sostener la cola de su

manto, fuй en busca de su correspondiente litera. Redoblaron los

tambores, sonaron las trompetas y la banda de mъsica, mientras volvнa б

formarse el majestuoso cortejo, saliendo del patio en el mismo orden que

habнa entrado.

El profesor Flimnap abandonу las galerнas altas, siguiendo los pasillos

solitarios que conducнan б las habitaciones del presidente del Consejo

Ejecutivo.

En un salуn encontrу б Momaren, que acababa de despojarse de la

vestidura de gran ceremonia, yendo simplemente con su toga de diario y

el gorro de doctor. Este gorro, en vez de una borla llevaba cuatro, para

dar б entender la magnitud sin lнmites de su sabidurнa.

Al ver б Flimnap sonriу protectoramente.

--Los altos seсores del gobierno--dijo--estбn muy satisfechos de su

discreciуn y su cordura. Acaban de perdonarle la vida al gigante, y

quieren que sea usted el encargado de todo lo referente б su enseсanza y

su alimentaciуn.

El profesor hizo una reverencia para manifestar su gratitud, y creyу

necesario aсadir:

--Lo que yo siento es que este nuevo empleo me impedirб por algunos

meses trabajar en la obra de justicia histуrica femenina que emprendimos

bajo la gloriosa direcciуn de nuestro Padre de los Maestros. Tengo б

punto de terminar el volumen cincuenta y cuatro.

Pero el Padre de los Maestros sonriу modestamente al oir mencionar la

empresa mбs gloriosa de su existencia, y dijo б Flimnap:

--Tiempo le quedarб, profesor, para dedicarse б ese trabajo patriуtico.

Por el momento, creo conveniente que explique б su Gentleman-Montaсa lo

que fuй la Verdadera Revoluciуn y todo lo que ha venido despuйs de ella.

Esta lecciуn de Historia resultarб ъtil.

V

La lecciуn de Historia del profesor Flimnap

Gillespie, que habнa puesto en duda la civilizaciуn avanzada de estos

pigmeos, tuvo que reconocer que sabнan hacer las cosas aprisa y bien.

Al aparecer el segundo sol despuйs de su entrada en aquella Galerнa

recuerdo de una feria universal, todo lo mбs primario de su instalaciуn

estaba ya hecho. Una tropa de carpinteros manejу incesantemente sus

martillos, subiendo y bajando por escalas y cuerdas con agilidad

simiesca.

Asн tuvo el segundo dнa un taburete en que sentarse, apropiado б su

estatura, y una mesa, cuyos tablones, aunque no mбs anchos que las

piezas de un entarimado fino, estaban ensamblados con tal exactitud que

apenas si se distinguнan las rayas divisorias.

Cada pata de la mesa sostenнa en torno de ella un camino en espiral, por

el que podнan subir y bajar los servidores. Uno de estos caminos hasta

tenнa la anchura y el suave declive necesarios para que ascendiesen por

sus revueltas los portadores de literas.

En el fondo de la Galerнa se habнan improvisado varias cocinas para la

alimentaciуn del gigante, sus guardianes y su servidumbre. Eran cocinas

portбtiles pertenecientes al ejйrcito. Los alimentos del Hombre-Montaсa

exigнan un trabajo extraordinario. Dos bueyes formaban un simple plato

para su apetito colosal. Atravesados por fuertes asadores, estos

animales daban vueltas sobre enormes hogueras hasta quedar dorados y б

punto de ser comidos. Los cuadrъpedos mбs pequeсos, asн como las aves,

entraban б docenas en la confecciуn de cualquiera de los platos.

Uno de aquellos vehнculos automуviles, veloces y sin ruido, que tenнan

forma de animales, servнa para trasladar los alimentos del

Hombre-Montaсa desde las cocinas hasta los pies de su mesa.

En cada viaje sуlo llevaba un plato. Al llegar, su motor lanzaba tres

rugidos, й inmediatamente descendнa de lo alto un cable con dos ganchos

que sujetaban automбticamente el plato. Una grъa fija en el borde de la

mesa subнa el enorme redondel de metal repleto de viandas humeantes.

Varios hombres de fuerza se agarraban б sus bordes al verlo aparecer,

empujбndolo hasta las manos del coloso.

Gillespie tuvo la esperanza de que esta alimentaciуn abundante serнa

acompaсada con algъn vino del paнs; pero en las tres comidas que llevaba

hechas, la grъa sуlo subiу un tonel, que podнa servirle de vaso, lleno

de agua. Al ver su gesto de extraсeza, la mujer que prestaba servicios

de mayordomo hizo subir un segundo tonel, pero sуlo contenнa leche.

Todas las funciones de su vida estaban previstas y atendidas por la

comisiуn encargada de su cuidado. Detrбs de la eminencia en cuya cumbre

habнa sido construнda la Galerнa de la Industria se deslizaba un rнo que

iba б desembocar cerca del puerto. En este rнo anchнsimo, que para el

gigante era un riachuelo, podнa lavarse y satisfacer otras necesidades

corporales.

Por el frente de la Galerнa gozaba б todas horas de un hermoso

espectбculo. Los organizadores de su existencia habнan echado abajo la

vidriera que servнa de fachada, convirtiйndola en una puerta siempre

abierta.

Gillespie admirу en las horas de sol la blanca arquitectura de la

capital, б la que podнa llegar con sуlo varios saltos, y durante la

noche sus esplйndidas iluminaciones. Veнa entrar y salir en el puerto

los buques, que parecнan juguetes de estanque, y llegar por el aire,

sobre la llanura oceбnica у sobre las montaсas, innumerables mбquinas

voladoras llevando sobre sus lomos y sus pintarrajeadas alas pasajeros y

mercancнas procedentes de misteriosos paнses.

Estos navнos aйreos anunciaban su llegada nocturna con los rayos de sus

ojos, entrecruzбndolos con los rayos de otros aviones, asн como de los

vehнculos terrestres, de las torres de la ciudad y de los navнos del

puerto.

Cuando sentнa cansancio, despuйs de esta contemplaciуn nocturna, se iba

al fondo del edificio para tenderse en un blando colchуn formado con dos

mil ochocientos colchones del paнs. Tambiйn podнa envolverse en una

manta cuyo grueso estaba formado con cinco de las que empleaban las

muchachas del ejйrcito cuando salнan de maniobras. Esta envoltura habнa

consumido el material de abrigo de tres regimientos.

Vivнa en una aparente libertad. Todos los pigmeos instalados en la

Galerнa para su servicio procuraban evitarle molestias, y hasta

pretendнan adivinar sus deseos cuando estaba ausente el traductor. Pero

le bastaba ir mбs allб de la puerta para convencerse de que sуlo era un

prisionero. Dнa y noche permanecнan inmуviles en el espacio, sobre la

vivienda del gigante, dos mбquinas voladoras, que se relevaban en este

servicio de monуtona vigilancia.

Si intentaba ir hacia la capital, у si avanzaba por el lado opuesto mбs

allб del rнo, sentirнa inmediatamente en su cuello el enroscamiento de

uno de aquellos hilos de platino que le amenazaban con la decapitaciуn.

Imposible tambiйn salir durante la noche, pues los ojos de las bestias

aйreas partнan incesantemente la sombra con sus cuchillos luminosos.

La ъnica satisfacciуn de Gillespie era ver aparecer sobre un borde de su

mesa el abultado cuerpo, la sonrisa bondadosa, los anteojos redondos y

el gorro universitario del profesor Flimnap. Era el ъnico pigmeo que

hablaba correctamente el inglйs y con el que podнa conversar sin

esfuerzo alguno. Los otros personajes, asн los universitarios como los

pertenecientes al gobierno, conocнan su idioma como se conoce una lengua

muerta. Podнan leerlo con mбs у menos errores; pero, cuando pretendнan

hablarlo, balbuceaban б las pocas frases, acabando por callarse.

El profesor temнa las escaleras y las cuestas б causa de su obesidad de

sedentario dedicado б los estudios; pero, б pesar de esto, acometнa

valerosamente cualquiera de las rampas en torno б las patas de la mesa,

llegando arriba congestionado y jadeante, con su honorнfico gorro en una

mano, mientras se limpiaba con la otra el sudor de la frente, echando

atrбs la hъmeda melena.

De buena gana hubiese ordenado la instalaciуn de un ascensor; pero el

pensamiento de que sus cuentas podнan ser examinadas y discutidas en

pleno Senado le hizo desistir de tal deseo.

Al fin se decidiу б emplear en sus visitas la grъa montadora de

alimentos. Silbaba desde abajo para que los trabajadores hiciesen

descender el cable, y sentбndose en uno de los platos mбs pequeсos

empleados en el servicio, subнa sin fatiga hasta la gran planicie donde

apoyaba sus codos el gigante amigo.

Йste la viу llegar en la maсana del segundo dнa de su instalaciуn

acompaсada de varios objetos, que los siervos masculinos fueron sacando

del plato-ascensor.

Despuйs colocaron ante el Hombre-Montaсa una mesita y un sillуn, que

sobre la mesa enorme parecнan juguetes infantiles. Tambiйn depositaron

en la mesita muchos libros.

Llegaba el profesor vestido de ceremonia, con su mejor toga y su birrete

de gran borla, lo mismo que si fuese б leer una tesis ante la

Universidad en pleno.

--Gentleman--dijo--, hoy no vengo como amigo ni como administrador de su

vida material. El gobierno me envнa para que ilustre su entendimiento, y

he creнdo del caso vestir mis mejores ropas universitarias y traer lo

necesario para una buena explicaciуn.

Ocupу solemnemente su pequeсa poltrona, ordenу sobre la mesita los

montones de libros y quedу mirando el rostro gigantesco de su amigo, que

sуlo estaba б un metro de distancia de ella.

No necesitaba Flimnap de bocina, como en otras ocasiones. Podнa

expresarse sin esforzar su voz, que era naturalmente armoniosa y

contrastaba con su exterior algo grotesco.

--Le confieso, gentleman, que me turba ver su rostro de tan cerca. Me

infunde espanto. Ademбs, su fealdad aumenta por horas; las caсas de

hierro que surgen de su piel son cada vez mбs grandes y rнgidas. Habrб

que ver cуmo los barberos de la capital pueden suprimir esta vegetaciуn

horrible. Permнtame que le mire un poco б travйs de mi lente, para verle

con unas proporciones mбs racionales y justas, como si fuese un ser de

mi especie.

El dulce profesor contemplу al gigante largo rato б travйs de una

lenteja de cristal sacada de su toga, mientras tenнa los anteojos

subidos sobre la frente. Su rostro se contrajo con una sonrisa de

doncella feliz, como si estuviese contemplando algo celestial. Al fin se

arrancу б este deleite de los ojos para cumplir sus deberes de maestro.

--Va usted б saber--dijo--lo que tanto desea desde que nos conocimos.

Vengo para explicarle la historia de este paнs y lo que fuй la Verdadera

Revoluciуn. Los misterios y secretos que le preocupan van б

desvanecerse. Escuche sin interrumpirme, como hacen las jуvenes que

asisten б mi cбtedra. Al final me expondrб sus dudas, si es que las

tiene, y yo le contestarй.

Despuйs de este preбmbulo, el profesor empezу su lecciуn.

--Usted sabe, gentleman, quiйn fuй el primer Hombre-Montaсa que visitу

este paнs. Hasta creo que el tal gigante dejу escrito un relato de su

viaje, y usted debe haberlo leнdo, indudablemente.

Como ya le dije, otros gigantes vinieron detrбs de йl en diversas

йpocas; pero esto sуlo tiene una relaciуn indirecta con los sucesos que

quiero relatarle. Ya sabe usted tambiйn, aunque sea de un modo vago,

cуmo era la vida de mi paнs en aquella йpoca remota. Nuestro pueblo

estaba gobernado por los emperadores, que se creнan el centro del mundo

y de una materia divina distinta б la de los otros seres. La vida de la

naciуn se concentraba en la persona del soberano. Los mбs altos

personajes saltaban sobre la maroma y hacнan otros ejercicios

acrobбticos para divertir al monarca del Imperio, que entonces se

llamaba Liliput. La gran ambiciуn de todo liliputiense era conseguir

algъn hilo de color de los que regalaba el dйspota para cruzбrselo sobre

el pecho б guisa de condecoraciуn. En resumen: mi paнs vivнa sometido б

una autoridad paternal pero arbitraria, y los hombres llevaban una

existencia monуtona y soсolienta, al margen de todo progreso. De las

mujeres de entonces no hablemos. Eran esclavas, con una servidumbre

hipуcrita disimulada por el cariсo egoнsta del esposo y la falsa dulzura

del hogar.

Asн era el Imperio de Liliput, cuando siglo y medio despuйs de la

llegada del primer Hombre Montaсa se iniciу la serie de acontecimientos

histуricos que acabaron por cambiar su fisonomнa.

Un nбufrago gigante que habнa pasado algъn tiempo entre nosotros tuvo

ocasiуn de volver б su tierra natal valiйndose de un bote en armonнa con

su talla que la marea arrastrу hasta nuestras costas.

Al emprender su viaje de regreso no iba solo. Un liliputiense se marchу

tambiйn; unos dicen que de acuerdo con el gigante; otros, y son los mбs,

suponen que se escondiу en la enorme barca con el deseo de conocer el

mundo de los Hombres-Montaсas.

Este viajero extraordinario es cйlebre en nuestra historia. Su nombre

fuй Eulame. Yo tengo compaсeros en la Universidad que suponen que Eulame

era una mujer, pues no pueden explicarse de otro modo tanta inteligencia

y tanto heroнsmo reunidos en una sola persona. Han escrito varios libros

para probar que Eulame fingiу ser hombre porque en aquellos tiempos sуlo

dominaban los hombres, y casi lo demuestran plenamente. Pero yo nunca me

he apasionado por este misterio de nuestra historia. Bien puede Enlame

haber sido hombre, como creyeron los de su йpoca. Una excepciуn no

altera la regla, y reconozco que el dйbil sexo masculino es capaz de

producir de tarde en tarde algъn personaje cйlebre, sin que esto le

saque de su inferioridad....

Digo que Eulame se marchу al paнs de los gigantes y permaneciу allб

algunos aсos. Tambiйn este perнodo de su existencia ha dado lugar б

muchos estudios histуricos y crнticos. Unos dicen que anduvo por aquel

mundo monstruosamente grande, de feria en feria, siendo exhibido en

circos y barracas como una curiosidad nunca vista, y que sus viajes le

sirvieron para conocer los diversos pueblos en que se hallan divididos

los colosos.

Otros autores afirman, basбndose en el testimonio de personas que

trataron б Enlame y pudieron oir sus confidencias, que el audaz

liliputiense apenas fuй conocido por la generalidad de los gigantes. Йl

y el marinero en cuyo bote se escapу fueron recogidos por un gran barco,

y, al llegar б la tierra donde todo es monstruosamente enorme, los

navegantes lo vendieron б un sabio, y con йl viviу, en el ambiente de

una soledad estudiosa, aprendiendo con rбpidas sнntesis todo lo que el

ilustre gigante habнa buscado en los libros y en las experiencias de

laboratorio durante muchos aсos.

Tampoco en esta cuestiуn me decido ni por unos ni por otros. En

realidad, no se sabe nada sobre el primer perнodo de la vida de Eulame,

que fuй tan misterioso como la juventud de muchos fundadores de

religiones. Todo lo que dicen mis compaсeros de Universidad y lo que

dijeron igualmente muchos sabios anteriores estб fundado en hipуtesis.

Lo ъnico cierto es que Eulame volviу б Liliput, pero no en una simple

barca, como la que le trajo б usted, Gentleman-Montaсa. Al otro lado de

la gran barrera de rocas y espumas levantada por nuestros dioses quedу,

segъn cuentan los cronistas de aquella йpoca, un buque de proporciones

inmensas, un verdadero navнo de gigantes. Un simple bote salvу el

obstбculo de la muralla divina, trayendo hasta nuestras costas б Eulame

y б un Hombre-Montaсa viejo, seco de cuerpo, con barba blanca, que

supongo debiу ser su estudioso protector.

Йste tenнa el propуsito de ir trayendo en la lancha hasta nuestra tierra

todos los inventos de su mundo, de que venнa repleto el navнo enorme;

pero nuestros dioses, como aman poco б los gigantes, agitaron el mar sin

lнmites con una furiosa tempestad, y el buque se estrellу contra la

barrera de rocas y de espumas.

Quedу entre nosotros el gigante viejo tan desamparado y falto de medios

cual se ve usted ahora. Ademбs, como sus aсos no le permitнan vivir en

un mundo tan nuevo para йl y tan falto de las comodidades que necesita

la vejez, muriу al poco tiempo. Yo sospecho que los emperadores de la

ъltima dinastнa se sintieron inquietos tal vez por la frecuencia con que

llegaban б nuestras costas huйspedes de la misma talla, y trataron al

viejo con brusquedad, sin considerar que el pobre venнa atraнdo por los

relatos de Eulame para establecer generosamente su civilizaciуn entre

nosotros.

Su cadбver diу poco trabajo para ser anulado. Era un esqueleto

recubierto de piel nada mбs, y sus huesos se emplearon como ricos

materiales en numerosas obras de arte. Todavнa conservamos en la

Universidad varios libros de йl, que me sirvieron muchнsimo para el

estudio de la lengua que usted habla y para el conocimiento de las

costumbres de los Hombres-Montaсas.

Pero volvamos б Eulame. Al verse solo, se lanzу б predicar entre sus

compatriotas las ventajas de la civilizaciуn de los gigantes. Los

descontentos del Imperio, que eran muchos, vieron en йl un jefe que

podнa sustituir б la dinastнa reinante. Los sabios le escucharon como un

maestro divino, y todas las universidades fueron declarбndose discнpulas

suyas. De entonces data la introducciуn del inglйs en este paнs como

idioma secreto y sagrado, que sirviу para entenderse б las personas de

clase superior.

ЎLas cosas que hizo Eulame en poco tiempo! Jamбs se conociу en nuestra

historia una actividad como la suya. El pueblo no pudo creer que fuese

un hombre igual б los demбs, y le tuvo por hijo de los dioses. Hasta la

industria del paнs la modificу radicalmente en pocos meses. Implantу

entre nosotros todos los progresos mecбnicos que habнa visto en el mundo

de los colosos. Nuestros ingenieros, que hasta entonces habнan marchado

б ciegas, moviйndose siempre dentro del mismo cнrculo, luego de escuchar

las lecciones de Eulame vieron nuevos caminos abiertos ante sus ojos, y

se lanzaron por ellos, haciendo descubrimientos con una rapidez

vertiginosa, inventando casi instantбneamente lo que habнa costado tal

vez largos aсos de meditaciуn en el paнs de los gigantes.

El ъltimo emperador intentу asesinar al profeta; pero йste poseнa la

fuerza, y creyу llegado el momento de pasar de las palabras б la acciуn.

Habнa traнdo del otro mundo los explosivos y las armas de fuego. Los

ricos industriales partidarios del eulamelismo fabricaron secretamente

un material de guerra igual al de los Hombres-Montaсas, y bastу que mil

discнpulos con fusiles y caсones marchasen contra el palacio del

emperador para que йste huyese, acabando en un momento la dinastнa

secular.

Las viejas tropas, armadas con arcos y lanzas, se desbandaron, dando

vivas б Eulame, al recibir la primera granizada de balas de sus

partidarios. El Regenerador fuй elevado entonces б la dignidad imperial,

y empezу el perнodo mбs agitado, mбs sangriento й interesante de nuestra

historia.

Debo advertir que como entonces dirigнan los hombres la marcha del paнs,

tuvieron el cinismo de dar el nombre de _йpoca gloriosa_ б un perнodo en

el que murieron millones de personas, siendo ademбs incendiadas muchas

ciudades, que aъn no estбn reconstruidas, y devastadas provincias

enteras.

Al verse Eulame en el poder, se creyу investido de una misiуn

sobrehumana.

Esta misiуn consistнa en llevar б todas las naciones prуximas pobladas

por seres de nuestra especie los beneficios de la civilizaciуn

implantada por йl. Ademбs, como disponнa de una fuerza superior,

necesitaba usarla, lo mismo que el atleta, incapaz de vivir

tranquilamente sin dar golpes contra algo para ejercitar sus mъsculos.

Las tropas irresistibles de Eulame marcharon contra Blefuscъ, el pueblo

que durante siglos habнa sido nuestro adversario. Resultу una guerra

fбcil por la gran desigualdad entre los respectivos armamentos; pero los

de Blefuscъ se defendieron con esa tenacidad irracional que la Historia

llama heroнsmo, dejбndose matar en cantidades enormes.

Despuйs de haber dominado б esta naciуn, el conquistador llevу sus armas

б otra, y luego б otra, no quedando continente ni isla que dejase de

reconocer su autoridad imperial. Pero la misma grandeza de su йxito pesу

sobre йl, acabando por aplastarle. Sus generales obedecieron б esa ley

de los hombres segъn la cual todo discнpulo, cuando se ve en lo alto,

debe atacar б su maestro.

Llegу un dнa en que los belicosos caudillos que gobernaban por

delegaciуn las tierras conquistadas se sublevaron contra Eulame. Todo lo

que йste habнa aprendido en el paнs de los gigantes lo comunicу

confiadamente б sus allegados: los nuevos medios de destrucciуn eran ya

del dominio comъn; sus adversarios sabнan lo mismo que йl; ya no era un

semidiуs, era un hombre como los otros. Y como sus enemigos resultaban

mucho mбs numerosos, le vencieron en una batalla campal б las puertas de

esta ciudad, que entonces se llamaba Mildendo, reuniйndose despuйs en

congreso diplomбtico para decidir su futura suerte.

No se atrevieron б matarle porque habнan sido sus discнpulos; pero como

deseaban verse libres de su presencia, lo confinaron perpetuamente en

una pequeсa isla, en un peсуn solitario y malsano, lejos de toda vida,

en las inmediaciones de la muralla de rocas y espumas que muy pocos osan

pasar.

El emperador muriу б los pocos aсos en este destierro de un modo

obscuro. Aъn vivнan las familias de los catorce у quince millones de

seres que habнan muerto б causa de sus guerras y sus ambiciones. Luego,

con el transcurso de los aсos, el vulgo, que necesita para vivir el

culto de los hйroes y cuando no los tiene los inventa, ha glorificado б

Eulame, convirtiendo sus matanzas en hazaсas gloriosas y dando un

carбcter casi divino б su recuerdo.

Yo puedo enseсarle, gentleman, como unos cincuenta mil libros escritos

para glorificar б Eulame y narrar sus hazaсas. Sin embargo, su herencia

no pudo resultar mбs fatal. Este fabricante de guerras hizo lo necesario

antes de desaparecer para que nuestro mundo se viese condenado

eternamente б la guerra.

El congreso reunido en Mildendo intentу un nuevo reparto de las

naciones, dividiendo las antiguas conquistas de Eulame; pero este

arreglo fuй un semillero de futuras peleas. Todos los vencedores

hablaban de la paz б gritos, pero cada uno procuraba vivir mбs armado

que los otros, y al sentirse con mayores fuerzas exigнa una porciуn mбs

considerable en el reparto.

Abreviarй mi relato, gentleman, pues me duele recordar este perнodo, el

mбs vergonzoso de nuestra historia. Los pueblos vivнan regidos por los

hombres; las armas estaban en manos de los hombres; el trabajo lo

organizaban y reglamentaban los hombres ... їquй otra cosa podнa

ocurrir?...

Los herederos del emperador organizaron cada uno б su placer el pedazo

de tierra que les tocу en el reparto. Algunas naciones se constituyeron

en Repъblica; otras fueron monarquнas; unas cuantas, con el tнtulo de

Imperios, restauraron la autoridad despуtica y terriblemente paternal de

los antiguos soberanos.

Nuestra naciуn, al recobrar sus primitivos lнmites, creyу oportuno

quedarse con dos provincias de Blefuscъ, fundбndose en confusos derechos

histуricos. Durante varios aсos los de Blefuscъ sуlo pensaron en

recobrar estas provincias, como si les fuese imposible la vida sin

ellas. Las recordaban en sus cantos patriуticos; no habнa ceremonia

pъblica en que no las llorasen; los muchachos, al entrar en la escuela,

lo primero que aprendнan era la necesidad de morir algъn dнa para que

las provincias cautivas recobrasen su libertad; los hombres organizaban

su existencia con el pensamiento fijo de que eran soldados de una guerra

futura. Y al fin vino la guerra, y los de Blefuscъ nos quitaron las dos

provincias.

Entonces nosotros les imitamos, y durante varios aсos los niсos de

nuestras escuelas aprendieron que habнa que morir para recobrar estos

territorios, y hubo cбnticos iguales б los del paнs enemigo, y los

hombres fueron todos soldados, y surgiу una segunda guerra, en cuyo

transcurso recobramos las dos provincias....

Y los de Blefuscъ se prepararon б su vez para una tercera guerra....

Al mismo tiempo habнa luchas sangrientas entre los demбs paнses poblados

por gentes de nuestra especie. Ninguna naciуn podнa conformarse con sus

lнmites actuales. A la adoraciуn de los antiguos dioses habнa sucedido

la idolatrнa de unos trapos de colores llamados banderas. Cada uno, con

agresivo fetichismo, consideraba que el trapo de su naciуn era mбs

hermoso que los otros y debнa ondear triunfante sobre los paнses

inmediatos. Las gentes separadas por un brazo de mar, un rнo, una

montaсa у un bosque, llamados fronteras, se odiaban de un modo feroz,

sin haberse visto nunca.

Cada paнs calumniaba al otro, inventando sobre йl las mбs absurdas

mentiras, y estas mentiras las aceptaban las generaciones siguientes sin

tomarse el trabajo de comprobarlas. De padres б hijos se perpetuaba la

degollina por la simple razуn de que los abuelos tambiйn se habнan

degollado.

Nunca se realizaron inventos con tan asombrosa rapidez; pero todos ellos

servнan fatalmente para agrandar el arte de las matanzas. La ciencia se

habнa hecho servidora de la guerra; los laboratorios temblaban de

patriуtico regocijo cuando un descubrimiento proporcionaba la seguridad

de poder exterminar mayor nъmero de hombres. Las fбbricas mбs potentes

eran las de materiales para la guerra. Todos los paнses rivalizaban en

una carrera loca, buscando adelantarse los unos б los otros en los

medios de destrucciуn. Los hombres se mataban sobre la tierra y sobre el

mar, y hasta en el ъltimo momento llegaron б exterminarse en las

silenciosas alturas de la atmуsfera.

Las fortunas mбs grandes de cada paнs las poseнan los fabricantes de

armamento. La lucha industrial y los egoнstas deseos de lucro tomaban un

carбcter de abnegaciуn patriуtica. Si un paнs inventaba un caсуn enorme,

al aсo siguiente el paнs adversario producнa otro dos veces mбs grande.

Sobre las olas todavнa era mбs disparatada esta exageraciуn de los

medios ofensivos. Como Blefuscъ y nosotros estamos separados por el mar,

nos lanzamos б una rivalidad devoradora de nuestras riquezas y de

nuestro trabajo.

Estudiбbamos ansiosamente su flota para que nuestra flota resultase

superior. Si ellos construнan un navнo grande, con numerosos caсones,

nosotros al momento empezбbamos en nuestros astilleros otros navнos mбs

enormes, hasta llegar б proporciones inverosнmiles, que parecнan un reto

al buen sentido y б todas las leyes fнsicas.

Baste decir, gentleman, que hemos tenido buques de guerra mбs grandes

que la barca que le trajo б usted; navнos con cien piezas de artillerнa

iguales al revуlver que le sacamos del bolsillo, у tal vez mucho mбs

grandes, y llevando tres mil у cuatro mil hombres de tripulaciуn.... En

fin, verdaderas islas flotantes.

Y lo peor fuй que estas construcciones gigantescas y los gastos enormes

que exigнan, todo resultу inъtil. El continuo invento de medios

destructivos diу vida б nuevas embarcaciones no mбs grandes que algunos

peces de nuestros mares, pero que, б semejanza de йstos, podнan

deslizarse por la profundidad submarina, atacando de lejos б los

monstruos flotantes hechos de acero. A pesar de su humilde aspecto,

muchas veces, en nuestros combates navales, echaron б pique б los navнos

gigantescos, que representaban el valor de una ciudad.

Toda guerra resultaba mбs mortнfera y costosa que la anterior. Las

madres, al dar б luz б sus hijos, sabнan que no fabricaban hombres, sino

soldados.

No pretendo hacerle creer, gentleman, que la guerra era algo nuevo en

nuestra historia y sуlo la habнamos conocido despuйs que Eulame trajo

sus inventos del paнs de los gigantes. Habнamos tenido guerras desde las

йpocas mбs remotas, como creo que las tuvieron todos los grupos humanos.

Pero eran guerras con pequeсos ejйrcitos, que no alteraban la vida del

paнs; guerras sostenidas por tropas de combatientes voluntarios y

profesionales; una especie de lujo sangriento, de elegancia mortнfera,

que se permitнan nuestros viejos emperadores de tarde en tarde. Pero

despuйs de la demencia ambiciosa de Eulame y del perfeccionamiento de

los medios de destrucciуn, las guerras fueron de pueblo б pueblo, y toda

la juventud de un paнs, abandonando campos y talleres, corrнa б matar la

juventud vigorosa del otro paнs que habнa hecho lo mismo.

Cada guerra significaba un largo alto en el desenvolvimiento humano, y

luego un retroceso. En la capital de cada paнs habнa un arco de triunfo

para que desfilasen bajo su bуveda unas veces el ejйrcito que volvнa

victorioso y otras los invasores triunfantes.

Despuйs de toda guerra, el suelo abandonado parecнa vengarse del olvido

y de la bestialidad de los hombres restringiendo su producciуn. Las

grandes empresas militares iban seguidas por el hambre y las epidemias.

Los hombres se mostraban peores al volver б sus casas durante una paz

momentбnea. Habнan olvidado el valor de la vida humana. Reснan con el

menor pretexto; se encolerizaban fбcilmente, matбndose entre ellos;

pegaban б sus mujeres. Ademбs, todos eran alcohуlicos. Durante sus

campaсas, los gobernantes les facilitaban en abundancia el vino y los

licores fuertes, sabiendo que un hombre en la inconsciencia de la

embriaguez teme menos б la muerte.

La riqueza pъblica ahorrada durante muchos aсos se derrochaba en unos

meses, convirtiйndose en humo de pуlvora, en acero hecho fragmentos, en

escombros de poblaciones y de fбbricas.

Cuando, al fin, llegaba la paz, era para que empezase una nueva

miseria....

Los perнodos tranquilos resultaban tan peligrosos como los tiempos de

guerra. Siempre han existido descontentos de la organizaciуn social;

siempre los que no tienen mirarбn con odio б los que poseen. Pero

despuйs de las guerras la falta de concordia social aъn era mбs

violenta. La envidia que siente el de abajo resultaba mбs amarga. Como

los pobres habнan sido soldados б la fuerza, se consideraban con nuevos

derechos б poseerlo todo. Cuando cesaban las guerras, los hombres se

resistнan al trabajo y hablaban de un nuevo reparto de la riqueza....

Esta situaciуn absurda no podнa durar.

Yo reconozco, como he dicho antes, que existen entre los hombres almas

generosas y superiores, aunque con menos abundancia que entre las

mujeres. Los crнmenes originados por los hombres no podнan menos de

conmover б algunas de estas almas masculinas, y un gobernante de aquella

йpoca diу una especie de reglamento para la paz humana, dividido en

catorce artнculos.

Pero entre los hombres las mejores ideas se transforman y se corrompen.

Hay en ellos un fondo de egoнsmo que desfigura toda idea generosa apenas

se encargan de implantarla.

No habнa un paнs que dejase de alabar la paz, pero esta paz debнa

hacerse de acuerdo con sus gustos y ambiciones. Todos querнan que las

cosas fuesen no como deben ser, sino con arreglo б sus conveniencias. Y

los catorce artнculos у puntos se vieron retorcidos y desfigurados de

tal modo, que acabaron por convertirse prбcticamente en otras tantas

calamidades. Asн ocurre siempre con las leyes hechas por los hombres y

aplicadas por los hombres.

Los pueblos sintieron la necesidad de poner remedio б esta demencia

general. Era preciso suprimir las guerras, resolver las cuestiones entre

los paнses por medio de tribunales, como se resuelven las diferencias

entre los individuos. Y cada Estado designу varios representantes, que

se reunieron en esta ciudad, formando un organismo llamado Sociedad de

las Naciones.

Mientras los oradores se limitaron б pronunciar elocuentes arengas en

nombre de los mбs sublimes principios todo marchу bien; pero cuando la

asamblea tuvo que hacer algo prбctico, su trabajo resultу infructuoso y

tan temible como el de los gobernantes guiados por la ambiciуn.

Los congresistas, al rehacer el mapa, dieron mбs terrenos б unos paнses

y se lo quitaron б otros, fundбndose en antecedentes histуricos,

geogrбficos y йtnicos. Fuй un trabajo de gabinete semejante б los que

hacemos en la Universidad, й inspirado por la mejor buena fe. Pero los

pueblos fuertes y rapaces se reнan de sus consejos cuando los

consideraban perjudiciales para su egoнsmo, y en cambio los exhibнan

como obras maestras siempre que eran favorables б sus intereses. Por su

parte, los pueblos adolescentes, ganosos de crecimiento, cuando tenнan

un vecino dйbil olvidaban б la Sociedad de las Naciones, apelando al

eterno recurso de las armas.

Este perнodo sirviу para demostrar que los hombres ya habнan dado de sн

todo lo que podнa esperarse de ellos. El mundo estaba condenado б una

guerra eterna. El egoнsmo, la acometividad y la astucia se habнan

convertido en virtudes polнticas, y los pueblos eran tanto mбs ilustres

y gloriosos cuanto mбs cнnicamente las ponнan en prбctica.

No quiero insistir en las miserias de aquel perнodo. La humanidad estaba

en una especie de callejуn sin salida. Se realizaban grandes progresos

materiales; pero el alma humana, merced б la enseсanza dada por los

hombres, continuaba siendo un alma primitiva, un alma brutal, semejante

б la de las fieras, y tal vez peor, ya que las fieras no conocen la

hipocresнa ni saben llorar sobre el cuerpo de sus vнctimas.

Afortunadamente habнa en nuestro mundo algo mбs que hombres. Las

guerras, con sus grandes matanzas y sus dolores colectivos, venнan

indignando б las mujeres.

No necesita usted de grandes esfuerzos mentales para formarse una idea

aproximada de lo que йramos las mujeres en este paнs antes de que

ocurriese la Verdadera Revoluciуn. Por lo que he leнdo en algunos libros

que trajo el viejo sabio compaсero de Eulame, sй que las mujeres han

llevado en la tierra de los gigantes, y tal vez llevan todavнa, una

existencia deplorable. Las rodean de grandes muestras de respeto y

cariсo, como si fuesen unos animales hermosos desprovistos de alma; los

poetas cantan sus virtudes; pero los hombres se indignan y protestan en

masa siempre que las mujeres piden una participaciуn directa en el

desarrollo y la direcciуn del paнs que habitan. ЎMucho besar su mano y

quedar ante ellas con la cabeza descubierta y acoger sus palabras con

gestos galantes de protecciуn у admiraciуn!... Pero apenas representan

un obstбculo para el egoнsmo del hombre, йste las repele у las

atropella, resucitando su animalidad de las йpocas remotas.

Asн, poco mбs у menos, йramos nosotras en el tiempo de los emperadores.

Los hombres, para sostener su despotismo, ensalzaban los mйritos de la

mujer recluida en la casa, llevando una existencia de esclava y

administrando con economнa la fortuna del marido. Las mujeres con el

alma soсolienta, sin iniciativas, sin voluntad, y que apenas sabнan leer

y escribir, resultaban el tipo perfecto de la dama honesta.

Indudablemente serнan asн las que viу б travйs de los ventanales del

palacio imperial el primer Hombre-Montaсa que vino б nuestro paнs. Pero

el progreso, que transformу fulminantemente en los tiempos de Eulame la

vida de los hombres, tambiйn cambiу con no menos rapidez la mentalidad

de las mujeres. Leyeron, salieron б la calle, se interesaron por los

asuntos pъblicos, frecuentaron las universidades. Las que eran pobres

quisieron ganar su vida y no deberla б la gratitud amorosa de un hombre,

considerando el trabajo como un medio de libertad й independencia. No

vieron ya un misterio en los estudios cientнficos, que habнan sido

patrimonio hasta entonces de los hombres, y se asociaron lentamente para

una acciуn comъn todavнa no bien determinada.

Conozco los trabajos de las mujeres en este perнodo de gestaciуn

revolucionaria. Los conozco no solamente por los libros, sino por algo

mбs directo y viviente. Mi abuela fuй una de las agitadoras en este

perнodo difнcil y glorioso.

Le confesarй, gentleman, que no todas las mujeres tenнan una idea exacta

del papel que les tocaba desempeсar. Las habнa tнmidas,

contemporizadoras, sentimentales, de las que necesitan al hombre para

vivir y consideran que el amor es la principal ocupaciуn femenina.

No las critico ni las excuso; nadie puede decir con certeza quiйn tiene

razуn y quiйn no la tiene. ЎCambiamos de creencias con tanta facilidad

los seres humanos!... Antes de que usted viniese б este paнs yo pensaba

de un modo, y ahora reconozco que veo las cosas de distinta manera....

Pero no nos salgamos de la lecciуn.

Digo que eran muchнsimas las mujeres convencidas de que los hombres

gobernaban mal, pero que ъnicamente pretendнan colaborar con ellos,

participando de dicho gobierno. Se daban por contentas con que el tirano

les dejase un hueco б su lado, cediйndoles una pequeсa parte de su

soberanнa. Pero otras (y entre ellas mi valerosa abuela) odiaban al

hombre, estaban convencidas de que йste habнa hecho todo lo que podнa

hacer, dando pruebas indudables de su incapacidad y su barbarie, y era

inъtil esperar que se corrigiese, empezando una nueva existencia.

Mientras el hombre gobernase, las leyes serнan injustas, la vida

ordinaria una batalla de hipocresнas y egoнsmos, y la guerra la ъnica

soluciуn de todas las cuestiones. Habнa que vencer al hombre, habнa que

dominarlo, obligбndole б bajar del pedestal que йl mismo se habнa

erigido. La ъnica soluciуn era tenerle en un estado dependiente й

inferior, igual al de la mujer durante siglos y siglos.

Adivino en su rostro la curiosidad. Se pregunta usted cуmo pudo

realizarse esta maravillosa reversiуn en la preeminencia de los sexos.

Era empresa difнcil ... pero al fin triunfamos, como va usted б ver.

VI

Donde el profesor Flimnap termina su lecciуn

El hombre no sуlo monopolizaba el gobierno, la justicia, la enseсanza y

todos los medios de producciуn; guardaba ademбs las armas, como un

privilegio de su sexo. їDe quй modo vencer б los hombres, cuando

disponнan de instrumentos destructores como jamбs se conocieron en

nuestra historia?...

Sus caсones del tamaсo de casas, sus fusiles y ametralladoras, que

lanzaban plomo con la misma rapidez que una mбquina de coser da

puntadas, podнan suprimir instantбneamente las manifestaciones

femeninas, por numerosas que fuesen. Ademбs, la mujer, acobardada por

tantos siglos de servidumbre, tenнa miedo б los procedimientos de

violencia. Sуlo las jуvenes que habнan cultivado sus mъsculos en los

deportes al aire libre se reнan de estos temores de las seсoras de

salуn. Todas se mostraban acordes al lamentar los crнmenes de los

hombres, pero la situaciуn angustiosa parecнa sin remedio....

Y de pronto surgiу el hecho providencial y decisivo, un descubrimiento

cientнfico que casi puede ser calificado de milagro.

Una de las mujeres nuevas dedicadas б la ciencia orientу sus estudios

hacia una finalidad prбctica y humanitaria. Querнa terminar las guerras

definitivamente, y el medio mбs seguro era conseguir la anulaciуn de

todos los descubrimientos industriales empleados por los hombres para

exterminarse. Un dнa, para bien de la humanidad, inventу unos rayos

prodigiosos, que debнan haberse titulado «la aurora de la nueva vida»,

pero que la sabia mujer, poco dada б los tйrminos imaginativos, designу

бridamente con el nombre de «rayos negros».

Estos rayos, proyectados б largas distancias, hacнan estallar todas las

materias explosivas, aunque estuviesen preservadas por muros у por

envolturas metбlicas. Hasta en el fondo del agua conseguнan su objeto

los rayos maravillosos.

La sabia genial era en la vida corriente una mujer de cortos alcances, y

sуlo presintiу en su invenciуn un medio de llamar al orden б los

humanos, impidiйndoles que insistiesen en sus guerras; como si esto

fuese posible quedando en manos del hombre la direcciуn de la Historia.

El _Comitй supremo de las reivindicaciones feministas_ viу mбs claro que

esta quнmica ilustre y simplona. Se fuй enterando minuciosamente de sus

trabajos, y б continuaciуn la guardу presa, con toda clase de

miramientos, en una cueva del Club Feminista, para que no pudiese

revelar su secreto б los hombres.

ЎQuй envidia siento al pensar en las mujeres que presenciaron la mбs

estupenda de las revoluciones! ЎCuбnto me hubiese gustado ver lo que viу

mi madre, que era entonces una niсa!... Las muchachas mбs valerosas,

acostumbradas б los deportes, montaron una maсana en varios aeroplanos,

volando sobre toda la extensiуn del paнs. Cada aviуn llevaba un aparato

de los inventados por la sabнa providencial. Eran б la vista unas

simples cajas de las que salнan varios chorros de humo tenue y negro.

Estas mangas, al descender del aviуn, iban pasando sobre la superficie

de la tierra, y toda materia inflamable que tocaban, aunque estuviese

defendida por paredes ъ oculta bajo el suelo, hacнa explosiуn

inmediatamente. Asн, en unas cuantas horas volaron todos los arsenales,

polvorines y depуsitos de municiones existentes en nuestro paнs.

Aquн, en la capital, el gobierno de los hombres, asustado por esta

revoluciуn catastrуfica, intentу apresar al Comitй feminista. Toda la

guarniciуn marchу al asalto de nuestro Club. ЎEsfuerzo inъtil! El Comitй

aguardaba tranquilamente en medio de la calle, armado de los famosos

«rayos negros». Le bastу proyectarlos, para que una mitad de las tropas

huyesen б la desbandada y la otra mitad quedase tendida en el suelo.

Los soldados vieron cуmo sus fusiles estallaban entre sus manos antes de

disparar y cуmo se inflamaban las cбpsulas en sus cartucheras,

acribillбndolos de heridas mortales. Los que estaban mбs lejos,

espantados por el fenуmeno, arrojaban las armas y se despojaban de sus

bolsas de municiones, viendo en el propio equipo militar un peligro de

muerte. Los oficiales, impulsados por el orgullo profesional, gritaban:

«ЎAdelante!», pero el revуlver estallaba en su diestra, llevбndoles la

mano y el brazo. Los artilleros abandonaban las piezas para huir, en

vista de que los armones llenos de proyectiles se inflamaban solos lo

mismo que si fuesen volcanes, haciendo volar los miembros de los hombres

despedazados.

Gracias б los «rayos negros», en unas cuantas horas se cambiу el orden

de la vida, y el Comitй vencedor se instalу en el antiguo palacio

imperial, decretando que habнa muerto para siempre el gobierno de los

varones.

Mentirнa si le dijese que este movimiento feminista fuй unбnime. Las

prudentes, las contemporizadoras, las amigas del hombre, acudieron

llorosas al Comitй para suplicarle que no insistiese en su lucha contra

los tiranos masculinos. Debo aсadir que estas conservadoras, faltas de

carбcter y de dignidad sexual, eran en aquellos momentos la mayorнa del

paнs. Pero їquй revoluciуn no ha sido hecha por una minorнa y no se ha

visto obligada б imponerse б la debilidad y el pensamiento miope de los

mбs? El gobierno provisional del feminismo no prestу atenciуn б estas

trбnsfugas que lamentaban la muerte de los varones de su familia у

temнan por la existencia de los que aъn se mantenнan vivos, prefiriendo

su egoнsmo particular б los intereses del sexo.

El Comitй triunfador hizo bien en no oirнas. Las revoluciones no se

miden por los dolores que originan, sino por los nuevos beneficios que

aportan al bienestar y la libertad de los humanos.

No quiero entrar en los detalles de la Verdadera Revoluciуn, pues esto

alargarнa mucho mis explicaciones. Baste decir que al dнa siguiente

andaban fugitivos y aterrados por todo el territorio de la Repъblica los

hombres, que horas antes se creнan eternamente superiores. Era tal el

terror infundido por los «rayos negros», que todo el que tenнa armas se

apresuraba б dejarlas abandonadas en medio de los campos. Los padres y

los maridos miraron con nuevos ojos б las mujeres dentro de sus casas.

Imploraban su protecciуn para que intercediesen con el gobierno

femenino.

Como usted adivinarб, un movimiento de esta clase no podнa quedar dentro

de los lнmites de lo que se llamaba antiguamente Liliput. Las mujeres de

Blefuscъ enviaron una comisiуn por los aires para pedir б sus hermanas

victoriosas que fuesen б libertarlas de una esclavitud de cuarenta

siglos. Media docena de aparatos y un pelotуn de voladoras resultaron

suficientes para que el reino vecino quedase en poder de las mujeres,

muriendo su monarca y los principales dignatarios.

En resumen: bastу una semana para que en todos los paнses triunfasen las

mujeres, quedando los hombres en un servilismo igual al que habнan

infligido б nuestro sexo durante miles de aсos. Asн fuй lo que hemos

convenido en llamar la Verdadera Revoluciуn, tan distinta en sus

resultados б las revoluciones hechas por los hombres.

Pero la muerte de la tiranнa masculina no era suficiente. Habнa que

organizar y gobernar la nueva existencia del mundo, y esto lo hicimos

mucho mejor y con mбs rapidez que cuando reunнan los hombres su inъtil

Sociedad de las Naciones para acabar con las guerras.

Como ya no quedaban armas explosivas, y las que se habнan salvado de la

destrucciуn resultaban inъtiles gracias б los «rayos negros», no fuй

difнcil evitar la reproducciуn de los exterminios humanos. No habiendo

ya ejйrcitos de hombres, era imposible que resucitase la guerra.

He olvidado decirle que sobre el mar ocurriу lo mismo que en las

ciudades. Los aviones del Comitй, con sus temibles chorros de luz negra,

suprimieron todas las islas movibles artilladas por los hombres. Apenas

fueron volados unos cuantos de aquellos navнos colosales, las

tripulaciones huyeron de los demбs, dejбndolos abandonados en los

puertos. Algunos flotaron perdidos en el mar, pues los marineros, б la

vista de uno de los aeroplanos femeniles, echaban al agua las

embarcaciones menores, escapando del buque, que era para ellos un volcбn

prуximo б hacer erupciуn. Los submarinos se apresuraron igualmente б

ganar los puertos, vomitando toda su gente. Temнan б los «rayos negros»,

capaces de buscarles en las mayores profundidades.

En una palabra, gentleman: acabу el ejйrcito y la flota de los hombres

en todas las naciones de nuestra raza. Murieron muchнsimos al intentar

la resistencia, y los supervivientes quedaron aterrados despuйs de una

derrota tan inesperada y completa.

La gran superioridad de nuestro sexo se hizo patente cuando el Comisй

femenino, de acuerdo con las mujeres de los otros paнses, decretу la

apertura de una Asamblea para reglamentar la victoria. Nunca se ha visto

una reuniуn polнtica en que se hablase menos y se adoptasen acuerdos

prбcticos con mayor rapidez.

Los hombres, que durante su larga tiranнa se dejaron dominar siempre por

oradores, creyendo que un varуn de buena palabra sirve para todo y lo

sabe todo, han tenido el cinismo de burlarse de las mujeres en muchas

ocasiones, asegurando que somos habladoras.

Y sin embargo, nuestra Revoluciуn se hizo sin discursos. Sуlo despuйs de

pasados algunos aсos ha renacido la oratoria en este paнs.

Lo primero que acordaron las mujeres fuй suprimir las naciones con todos

sus fetichismos patriуticos provocadores de guerras. Ya no hubo Liliput,

ni Blefuscъ, ni Estado alguno que guardase sus antiguos nombres y

diferencias. Todos se federaron en un solo cuerpo, que tomу el tнtulo de

Estados Unidos de la Felicidad. La capital de esta confederaciуn

verdaderamente pacнfica fuй Mildendo, por haber partido de ella el

movimiento libertador; pero se despojу de su nombre, que databa de los

antiguos emperadores, para llamarse en adelante Ciudad-Paraнso de las

Mujeres.

Al terminar la influencia de los hombres, disminuyу el descontento

social y perdieron su fuerza amenazante las teorнas sobre la supresiуn

de la propiedad, el nuevo reparto de la riqueza y otras utopнas. La

mujer es profundamente conservadora y ama la propiedad y el orden. Ella

ha sido la que, б pesar de su papel secundario, mantuvo al hombre en la

razуn durante miles de aсos y le impidiу hacer tonterнas irremediables.

Sin ella no hubiese podido subsistir la sociedad. El hombre es tan vano

y presuntuoso, que apenas discurre un disparate para remediar lo que tal

vez no tiene remedio, intenta ponerlo en prбctica, lo considera

infalible por ser suyo, y se siente capaz de prender fuego al mundo

entero б cambio de que triunfe su orgullo de autor.

Al gobernar las mujeres, solucionaron por el sentimentalismo y el

instinto lo que los hombres no habнan podido arreglar nunca valiйndose

de su razуn. Los mбs de los problemas sociales se resolvieron

simplemente suprimiendo la envidia. Pero prescindo de entrar en detalles

y vuelvo б lo que hicieron los primeros organizadores de la Verdadera

Revoluciуn.

Esta Asamblea, creadora de un mundo nuevo, se diу cuenta de que para

consolidar su obra era preciso que las futuras generaciones ignorasen el

pasado. Todo lo que hacнa referencia al perнodo de miles y miles de aсos

durante el cual dominaron los hombres quedу suprimido. Se destruyeron

los libros, los periуdicos, los monumentos, todo lo que pudiera hacer

sospechar б los varones del porvenir la autoridad despуtica ejercida por

sus antecesores. Ъnicamente en las bibliotecas de las universidades

conservamos las obras de aquellos tiempos; pero sуlo tienen permiso para

leerlas los profesores de indiscutible lealtad que se dedican al estudio

de la Historia.

Ademбs, todos los que se habнan considerado hйroes y personajes

importantes durante la dominaciуn masculina fueron enviados б islas

remotas, y murieron obscuramente, lo mismo que Eulame.

Quedaron en poder de las mujeres escuelas y universidades, y sуlo se diу

en ellas una instrucciуn de acuerdo con las уrdenes del gobierno. Si

usted pudiese hablar con las muchachas que frecuentan nuestros

establecimientos de enseсanza, se convencerнa de que no tienen la menor

sospecha de cуmo fuй el mundo antes de la Verdadera Revoluciуn. Creen

que las hembras han gobernado siempre y que los varones forman un sexo

dйbil y tнmido, necesitado de que lo protejan. De hablar usted nuestro

idioma, el gobierno no me hubiese encargado que le contase la historia

nacional, ni yo me habrнa atrevido б revelбrsela, б pesar de la simpatнa

con que le miro. Piense que le estoy comunicando secretos de Estado y

que una imprudencia puede pagarse con la vida. Nosotros mismos, los

profesores, sуlo nos atrevemos б hablar da estos sucesos empleando el

inglйs, para tener la certeza de que ningъn curioso puede entendernos.

Confieso que la Revoluciуn causу muchas vнctimas y que aun hoy el

mantenimiento da sus reformas exige ciertas precauciones que tal vez

parezcan poco humanitarias; pero Ўquй de beneficios nos trajo!... Hace

cincuenta aсos que gobiernan las mujeres, y no ha habido una sola guerra

ni asomo de motivo capaz de provocarla en lo futuro. Hemos suprimido las

dos calamidades que excitaban la brutalidad de los hombres: la guerra y

el alcohol. Nuestros gobiernos se suceden provocando luchas da palabra

ъnicamente: sin choques sangrientos y sin revoluciones. Jamбs fuй tan

bien administrada la fortuna pъblica.

Las buenas condiciones de ahorro y de modestia que hubo de aprender la

mujer para la direcciуn del hogar durante la йpoca de su esclavitud las

emplea ahora en el gobierno. Los Estados Unidos de la Felicidad son

administrados como una casa donde no se conoce el desorden ni el

despilfarro. Todo marcha con una estricta economнa, y sin embargo

nuestro paнs no carece de comodidad y de opulencia. Sуlo aceptamos como

gobernantes б las mujeres que saben realizar el mismo milagro que

realizaban en tiempos del despotismo masculino ciertas esposas б las que

daban sus esposos poco dinero y no obstante mantenнan su casa con un

aspecto de abundancia y de regocijo.

Ningъn paнs, durante los largos siglos de tiranнa masculina, pudo

alabarse como nosotras da no haber tenido en cincuenta aсos un solo

gobernante у un solo empleado que fuese ladrуn. Todo lo dirigen las

mujeres: las escuelas, las fбbricas, los campos, los buques, las

mбquinas de locomociуn terrestres y voladoras, y la vida es mбs dulce,

mбs pacнfica que antes. Esto demuestra la injusticia con que la mujer

era mirada en aquellos tiempos nefastos de la tiranнa hombruna, cuando

se la consideraba apta ъnicamente para administrar una casa pequeсa y

cuidar los hijos. Al hombre corresponden ahora estas funciones

secundarias.

Reconozco, gentleman, que nuestro triunfo no ha sido del todo generoso.

Cuando se sufre una esclavitud de miles de aсos, el mal recuerdo y la

venganza resultan inevitables. Hoy las mujeres se han acostumbrado б su

situaciуn dominante, y el amor y la vida нntima en la casa les hacen

mirar con un cariсo protector б los varones de su familia. Pero en los

primeros aсos despuйs de la Verdadera Revoluciуn, los hombres lo pasaron

mal. La autoridad tuvo que intervenir muchas veces para aconsejar

prudencia y tolerancia б ciertas amazonas, que, acordбndose de los malos

tratos sufridos en otros tiempos, daban todas las noches una paliza б

sus maridos.

Todavнa quedan entre nosotras espнritus conservadores y tradicionalistas

que guardan un odio implacable al antiguo tirano. Estas son,

generalmente, mujeres intelectuales, que, dedicadas б un trabajo mental

y sintiendo ambiciones puramente idealistas, no han tenido tiempo para

pensar en el amor y se mantienen en laborioso celibato.

Yo he vivido tambiйn asн, gentleman, pero no crea que he seguido sus

costumbres.

A estas masculinуfobas se las conoce en la calle y en todas partes por

la tenacidad con que muestran su odio б los hombres. Algъn dнa verб

usted б Golbasto, nuestro poeta laureado, la mujer que cantу mejor el

triunfo de la Verdadera Revoluciуn. Es la ъnica persona que admira y

respeta Momaren, nuestro Padre de los Maestros.

El Consejo Ejecutivo le regalу una mбquina rodante que tiene la forma de

un бguila con una lira en las garras, pero ella ha guardado este tributo

de la gratitud nacional, y prefiere seguir yendo б todas partes, como

otras seсoras viejas de su йpoca, en un carrito ligero tirado por tres

hombres que estбn б su servicio, y б los que acaricia frecuentemente con

el lбtigo.... їQuй piensa usted, gentleman? Adivino en su rostro hace

rato que desea hacerme una pregunta....

Gillespie indicу con un movimiento de cabeza que asн era, y viendo que

el profesor Flimnap ponнa los codos en su mesita y la frente entre las

manos para escucharle, se decidiу б interrumpir la interesante lecciуn.

--Habla usted, querido profesor, de que las mujeres lo son todo en este

paнs y monopolizan funciones y trabajos; pero yo he visto desde que

lleguй unos hombres atlйticos que intervienen en la mayor parte de las

operaciones. їEs que acaso no son hombres?

--Lo son--contestу Flimnap--; pero una sociedad bien organizada como la

nuestra no podнa consentir que las mujeres, mucho mбs inteligentes que

los hombres, cargasen con los trabajos pesados y enojosos, mientras el

sexo vencido vivнa en la tranquilidad y la molicie. Es tolerable que no

trabajen los varones que viven recluidos en el hogar como esposas й

hijas y muestran una delicadeza necesitada de protecciуn; pero hemos

considerado necesario el aprovechamiento de la fuerza de todos los

hombres atlйticos y groseros, para manejar las mбquinas peligrosas, para

cargar los objetos pesados; en una palabra, para las funciones que

exigen el mъsculo y no necesitan de la inteligencia.

Ademбs, le revelarй que todos estos hombres forzudos son descendientes

de los militares y los personajes masculinos que monopolizaban el poder

antes de la Revoluciуn. Ahora viven aparte, formando una casta especial,

y, їpor quй no decirlo?, estбn sometidos б la esclavitud, y sуlo la

muerte puede librarles de ella.

No lo hacemos por venganza, sino por necesidad y conveniencia. Ya le

dije que nuestra Revoluciуn (semejante en esto б todas las revoluciones

de los hombres) ha tenido que valerse de ciertos medios antihumanos, que

benefician б la mayorнa. La casta de los vencidos vigorosos se reproduce

de un modo alarmante, como todo lo que pertenece б un gйnero inferior.

Pero no crea que nos infunde miedo. Nuestra ciencia ha encontrado el

medio de extirpar б estos hombres la memoria y la ambiciуn. Los hijos

resultan mбs estъpidos y mбs forzudos que los padres. Pasadas unas

cuantas generaciones, estas mбquinas de mъsculos, sin iniciativa ni

voluntad, resultarбn perfectas.

En nuestra vida de familia ejerce un miedo salutнfero la existencia de

dicha clase inferior. Los hombres obedecen sin discusiуn б la esposa у

la madre, por miedo б perder las dulzuras de la vida de harйn que llevan

en sus casas. Tiemblan de que puedan enviarlos б engrosar el nъmero de

los hombres adormecidos interiormente, de los esclavos que sуlo sirven

para prestar sus fuerzas.

--їY el ejйrcito?--preguntу el gigante--. Habla usted, profesor, de que

ya no hay guerras ni puede haberlas, de que terminу la casta militar al

perder los hombres el disfrute del gobierno, y desde que lleguй aquн he

visto por todas partes б esas muchachas de casco con aletas y espada al

cinto, asн como б las otras que tripulan las mбquinas voladoras.

El profesor Flimnap mirу б un lado y б otro, como si algъn indiscreto

pudiese entenderle, б pesar de que hablaba en inglйs. Luego dijo,

bajando un poco la voz:

--Eso que ha visto, gentleman, no es un ejйrcito. Usted, que conoce,

como unos pocos de nosotros, el gran poder destructivo de las materias

explosivas, їquй importancia puede dar б nuestros regimientos, armados

de flechas y lanzas, como en los reinados de los mбs remotos

emperadores?...

Pero necesitamos mantener este ejйrcito poco temible, porque los

pueblos, aunque vivan en paz, quieren saber que existe una fuerza

pъblica capaz de defenderlos. Tambiйn debe tenerse en cuenta que la

juventud, necesitada de los deportes para consumir una parte de su

exceso de vida, considera la profesiуn militar como el mбs divertido y

gallardo de los juegos.

Sin ejйrcito no sabrнamos quй hacer de todas esas muchachas de veinte

aсos, fuertes, animosas, sanas, con una sangre rica que hace arder su

piel у hincha sus mъsculos. Andarнan sueltas por ahн, perturbando la

tranquilidad de la Repъblica; molestarнan б los hombres tнmidos,

inclinados б la modestia y el recogimiento, y Ўquiйn sabe si acabarнan

por raptarlos!... Con el ejйrcito, estas energнas sueltas se canalizan

hacia la gloria militar, y aunque la tal gloria no exista, su ilusiуn

nos proporciona la tranquilidad. Mбs adelante, al entrar en aсos, las

muchachas de la Guardia y las del casco con aletas, como usted dice, se

hacen prudentes y mesuradas, se casan y forman una familia. ЎPero si

usted viese lo que dan que hacer mientras tanto б sus coroneles y

capitanes, personas expertas que han tenido hijos y conocen las

exigencias de la vida!...

A lo mejor, el jefe de una legiуn nota el malestar de sus soldados. Se

muestran melancуlicos y pбlidos, parece que sueсan despiertos, aspiran

el aire como si les trajese perfumes y mъsicas. Esta epidemia militar es

mбs frecuente en la primavera que en el resto del aсo.

«Maсana, maniobras», ordena el jefe. Y al dнa siguiente salen al campo

las tropas б disparar flechas y tirar lanzazos al aire; marchan

larguнsimas jornadas, duermen б la intemperie sobre el duro suelo, pasan

rнos б nado, comen mal, y al fin, toda esta hermosa juventud vuelve

abrumada de cansancio, pero sana de pensamiento y curada por algunos

meses de su inquieta y misteriosa enfermedad.

Nosotros, gentleman, sostenemos un ejйrcito por exigencias de la moral:

para que no se perturben las abstinencias virtuosas que debe guardar la

juventud.

--Pero yo--dijo el gigante--he visto hombres en ese ejйrcito: atletas

barbudos con traje de mujer y grandes cimitarras, que iban б caballo y

eran mandados por oficiales hembras.

--Cierto--contestу el profesor--; pero esos hombres, en realidad, no

pertenecen al ejйrcito; mбs bien son esclavos, como los atletas que se

dedican б los rudos trabajos de fuerza. Nuestro ejйrcito es б modo de

una aristocracia femenil, y no puede encargarse de las funciones de

policнa, que considera faltas de gloria.

Necesitбbamos una fuerza pъblica que velase por la seguridad individual,

que persiguiese б los ladrones y los homicidas, y hemos dedicado al

hombre б esta funciуn demasiado ordinaria. Ademбs, cuando hay algъn

motнn en las calles por causas frнvolas de nuestra vida econуmica, esa

tropa es la que restablece el orden entre silbidos y pedradas, lo que

proporciona el resultado saludable de que los hombres sean nuevamente

odiados por las mujeres.

--їY no sufre la vanidad femenil al verse dominada en la calle por un

hombre б caballo y con armas, lo mismo que en los tiempos de la tiranнa

masculina?

--ЎOh, gentleman!--dijo el profesor con acento de reproche--. En la vida

no puede ser todo perfecto y lуgico. Tambiйn entre ustedes, segъn he

leнdo, hubo pueblos que encargaron su policнa б gentes de otros paнses,

y el extranjero podнa perseguir y pegar al nacional en nombre del orden.

Igualmente, en la tierra de los gigantes, cuando ocurran choques

sociales, el rico no guarda con sus brazos la propia riqueza, puesta en

peligro por la envidia revolucionaria de los pobres, sino que paga б

otros pobres vestidos con un uniforme para que repelan y maten б sus

compaсeros de miseria.

Gillespie, desconcertado por esta lуgica, quedу silencioso por algunos

momentos. Luego aсadiу, con un deseo de tomar el desquite:

--Pero los guerreros masculinos estбn mandados por oficiales hembras,

sin duda para mantener los privilegios del sexo. їNo temen ustedes que

esos atletas brutales falten al respeto б sus jefes y atenten contra

ellos?

El profesor Flimnap se ruborizу y dijo con apresuramiento:

--No tema eso, gentleman. Ya le he hablado de nuestra ciencia, y con la

misma ligereza que extirpa la voluntad y la memoria б los esclavos

forzudos, puede extirpar tambiйn otras cosas. Crea usted que esos

hombres de la cimitarra, б pesar de su aspecto terrible, sуlo piensan en

comer y en conservar su caballo limpio y brillante.

--Usted me ha hablado, profesor, de su flota, compuesta de buques que

navegan sobre el agua y debajo del agua. Recuerdo que la escuadra del

Sol Naciente remolcу mi bote hasta el puerto.

--Asн es--contestу el catedrбtico--. Los Estados Unidos de la Felicidad

tienen una flota numerosa, dividida en tres escuadras: la del Sol

Naciente, que navega б lo largo de estas costas; la del Sol Poniente,

que guarda el otro lado del mar, y la de las Islas. Los nuevos buques

son un resultado del triunfo de la Verdadera Revoluciуn. Al quedar

suprimidos los caсones y los torpedos por los «rayos negros», nuestros

navнos, cuando estбn sobre el agua, emplean las flechas, las piedras y

otras armas arrojadizas de los tiempos remotos. Si pudiesen existir

guerras bajo nuestro gobierno, йstas se desarrollarнan en las

profundidades submarinas, y para tales combates nuestros buques cuentan

con un aparato poderoso, un cable metбlico en forma de lazo, que se

mueve б travйs de las aguas con la agilidad de una serpiente, subiendo,

bajando, retorciйndose, hasta que envuelve al barco enemigo en sus

anillos y lo inmoviliza, arrastrбndolo prisionero.

Como todo buque tiene la misma arma agresiva, un combate naval es б modo

de una lucha de pulpos en los abismos marнtimos, entrelazando la maraсa

de sus patas metбlicas, tirando el uno del otro, hasta que el mбs hбbil

у el mбs forzudo consigue paralizar al adversario. Ademбs, los navнos

estбn armados con unos aparatos que hacen oficio de tijeras para cortar

los cables metбlicos del enemigo.

Adivino sus nuevas preguntas, gentleman. Quiere usted saber para quй

sirve nuestra flota, y yo le dirй que para lo mismo que sirve nuestro

ejйrcito. La juventud entusiasta, que no gusta de los uniformes de las

tropas terrestres y desea viajes y aventuras, entra б prestar sus

servicios en las tres escuadras de nuestra Federaciуn у en la flota

aйrea.

Si pregunta usted lo mismo б uno de nuestros gobernantes, le dirб que

todos esos buques sirven para mantener la libertad de los mares. Pero yo

me rнo un poco de ello. Cuando triunfу la Verdadera Revoluciуn y los

«rayos negros» volaron los navнos de guerra de entonces у los

acorralaron en los puertos, existiу la libertad de los mares, б pesar de

la falta de buques armados, lo mismo que ahora que mantenemos tres

escuadras.

La supresiуn del armamento moderno ha acabado con las guerras, pero no

con la profesiуn militar. Si no hubiese ejйrcitos, mucha gente joven se

encontrarнa desorientada, no sabiendo quй hacer de sus actividades.

Serнa difнcil viajar entonces por los caminos. Los que nacieron para

hйroes, cuando no pueden ser hйroes acaban dedicбndose б ladrones de

carretera.

Hubo un largo silencio. Gillespie estaba pensativo, y al fin preguntу:

--їY nadie guarda memoria de cуmo fueron los poderosos medios

destructivos antes del triunfo de las mujeres?...

El profesor pareciу dudar, pero al fin dijo con entereza:

--Nadie. Y si alguno lo supiera, aparte de nosotros los estudiosos,

procurarнa olvidarlo, por ser un secreto cuya revelaciуn acarrea la

muerte. No todos los armamentos fueron destruidos por los «rayos

negros». Era tan enorme el material de guerra, que permanecieron

intactas grandes cantidades en muchas poblaciones de la Repъblica. Estos

caсones, fusiles, ametralladoras y demбs herramientas mortнferas, asн

como grandes montaсas de proyectiles, estбn guardados en los vastos

gabinetes histуricos de las universidades, y ъnicamente nosotros los

conocemos.

Algunos gobernantes tнmidos hablaron diversas veces de destruir todo

esto, pero desistieron al fin, pensando que van transcurridos cincuenta

aсos y la explosiуn й inutilizaciуn de tales materiales servirнa para

despertar la curiosidad de las gentes de ahora, que no tienen la menor

idea de su existencia. Usted no sabe lo bien que ha trabajado nuestra

instrucciуn pъblica para borrar el pasado.

Yo creo ademбs que no representa peligro alguno la conservaciуn de dicho

armamento. їQuй podrнan hacer con йl los que intentasen utilizarlo? Dos

mujeres con un pequeсo aparato de «rayos negros» bastarнan para destruir

todas las armas antiguas, y con ellas б los imprudentes que pretendiesen

usarlas.

El gigante todavнa quiso saber algo mбs.

--їY los hombres se resignarбn eternamente б su decadencia? їNo temen

ustedes que algъn dнa surja entre ellos otro Eulame que los lleve б la

reconquista de su antigua superioridad?...

Le parecieron tan disparatadas estas preguntas al profesor, que las

acogiу con grandes risas.

--Imposible, gentleman--dijo al fin--. Sуlo puede emitir esa hipуtesis

el que no conozca cуmo hemos organizado nuestra sociedad despuйs de la

Verdadera Revoluciуn. Todos los malvados principios inventados por el

egoнsmo de los varones, cuando йstos dominaban б las hembras, los hemos

resucitado nosotras ahora para su esclavitud moral. Las mujeres

intelectuales que influyen en la organizaciуn presente (nuestros poetas,

nuestros filуsofos, nuestros moralistas) se muestran acordes en absoluto

al enumerar y definir las virtudes masculinas. Un hombre honesto y de

buena familia debe salir poco de casa, preocuparse ъnicamente de su

administraciуn, educar б los hijos pequeсos, oir en silencio б su esposo

femenino, sin contradecirle nunca; evitar las conversaciones sobre cosas

pъblicas, que corresponden ъnicamente б las mujeres.

Asн son los hombres de nuestras familias distinguidas, ъnicos varones

que resultan temibles porque conservan нntegra su inteligencia. Dos

generaciones educadas con arreglo б nuestro sistema han bastado para que

los hombres no guarden el menor recuerdo de lo que fuй su dominaciуn en

otros tiempos y se resignen б su estado actual, encontrando dulces

placeres dentro de la vida domйstica y una felicidad pasiva en sentirse

dirigidos por la mujer....

No le ocultarй, gentleman, que recientemente se nota cierta

transformaciуn en los hombres. Hay una juventud masculina que se burla

de la mansedumbre de sus padres, de su falta de aspiraciones, de su

esclavitud domйstica. Estos muchachos pretenden ir solos por las calles

y miran б las mujeres audazmente, sin bajar los ojos ni cubrirse con el

manto. Carecen de recato y de modestia. Los hay que hasta dan citas б

los oficiales de la Guardia y pasean con ellos por las afueras de las

ciudades.

Ahora empiezan б fundar cнrculos hombrunos, en los que discuten sobre su

estado presente y forjan planes de emancipaciуn, hablando pestes contra

las mujeres. Ya existen dos clubs de esta clase, sуlidamente

constituidos uno de solteros y otro de casados.

Hasta hay jуvenes que escriben, usurpando la pluma a las mujeres. Esto

indigna б nuestros venerables personajes del tiempo de la Verdadera

Revoluciуn que aъn no han muerto, los cuales son partidarios del mйtodo

antiguo y proclaman la necesidad de que el hombre, para ser virtuoso,

debe vivir metido en su casa y no saber leer.

Algunos jovenzuelos audaces forman agrupaciones con el nombre de Partido

Masculista. Su doctrina la titulan el Varonismo. Pero debo aсadir que

las mujeres se rнen de esto, y los diarios lo aprovechan como un tema de

burlas й ironнas para divertir б sus lectores.

Dentro de las casas la rebeliуn de los «varonistas» suele tener mбs

importancia. A veces, la mujer, dueсa absoluta del hogar, como lo exigen

las buenas costumbres, se ve obligada б poner mal gesto y б infundir un

poco de miedo б su compaсero masculino, pues йste pretende usurparle sus

funciones y grita que no quiere ser esclavo.

Me dirб usted que asн empezaron las mujeres antes de la Verdadera

Revoluciуn; pero el caso no es el mismo. Solamente puede soсar con la

conquista del poder quien posea las armas, y mientras los «rayos negros»

hagan su trabajo destructor, nuestros antiguos dйspotas no llegarбn б

conseguir que renazca el pasado.

VII

El mбs grande de los asombros de Gillespie

Siempre que el doctor Flimnap se presentaba con algъn retraso en el

alojamiento del gigante, creнa necesario explicar el motivo de su

tardanza.

--Esta maсana no pude venir, gentleman, porque asistн б una reuniуn de

autores de la _Gran Historia de las Mujeres Cйlebres._ Necesitaba dar

cuenta del estado actual del tomo cincuenta y cuatro, de cuya redacciуn

estoy encargado. Falta poco para que lo termine, pero con la llegada de

usted tuve que suspender tan importante trabajo.

Y como Gillespie mostrase cierta curiosidad por la enorme obra, el

profesor le diу explicaciones sobre su carбcter y sus tendencias.

Era el Padre de los Maestros el que la habнa ideado, con la noble

ambiciуn de hacer olvidar hasta los mбs remotos vestigios de la soberbia

masculina. Momaren consideraba necesario demostrar al mundo actual que

los grandes benefactores de la humanidad y del progreso habнan sido

siempre mujeres. Los creadores de religiones, los filуsofos, los santos,

los inventores, todos habнan pertenecido al gйnero femenino; pero los

hombres, para apropiarse su gloria, falseaban las viejas crуnicas,

incorporando б su sexo estas hembras gloriosas.

Gracias б la revisiуn histуrica ideada por Momaren, todo iba б quedar en

su verdadero lugar, y las generaciones futuras se enterarнan de que en

ningъn tiempo habнa existido un hombre verdaderamente cйlebre, pues los

que aparecнan en la Historia como tales eran mujeres que los varones

habнan cambiado de sexo.

Edwin, al oir mencionar al Padre de los Maestros, quiso saber por quй

razуn su mбquina rodante y su litera tenнan la forma de una lechuza.

--En nuestro paнs, gentleman--continuу el profesor--, procuramos dar б

todos los objetos una forma artнstica y simbуlica, de acuerdo con los

gustos у la profesiуn de sus dueсos. La lechuza es el emblema de nuestra

ciencia. A semejanza de este animal nocturno, el sabio vela mientras los

demбs seres duermen.

Flimnap quiso hacer un regalo б su protegido. Del mismo modo que ella

gustaba de contemplar б Gillespie б travйs de una lente de disminuciуn,

deseу que йste emplease una lente de aumento para verla.

--Temo, gentleman, que sus ojos, acostumbrados б abarcar ъnicamente las

cosas enormes, no lleguen б distinguir los detalles y delicadezas de una

mujer pequeсa como yo.

Y el profesor, al decir esto, se ruborizaba, bajando los ojos.

Al fin, una tarde, al salir del plato-ascensor, recomendу б dos

servidores que cargasen con un disco de cristal llegado con ella. Era

del tamaсo de una rueda de carreta, y habнa sido labrado en el Palacio

de Ciencias Fнsicas de la Universidad Central. Flimnap se excusу de

traer con retraso esta lente, que habнa prometido para el dнa anterior.

--No es mнa la culpa, gentleman. El profesor de Fнsica tuvo esta maсana

un hijo, y esto le ha hecho retrasar unas cuantas horas la entrega del

cristal.

Aprovechу la ocasiуn Gillespie para preguntar algo que le traнa

preocupado desde que supo la gran victoria de las mujeres. їCуmo habнan

conseguido las vencedoras, dedicadas la mayor parte del tiempo б los

asuntos pъblicos, emanciparse de la servidumbre de la maternidad?

--ЎOh, gentleman!--dijo Flimnap--. Eso podнa ser un problema en otra

йpoca, cuando la ciencia estaba aъn en sus descubrimientos elementales.

La maternidad entre nosotros no representa ya mas que una corta

molestia. Un simple resfriado da mбs que hacer y obliga б mayores

pйrdidas de tiempo. Este progreso de la ciencia es el que mбs ha

favorecido nuestra emancipaciуn. Las mujeres sуlo tienen que preocuparse

por unas horas del acto maternal, й inmediatamente vuelven б sus

trabajos, sin guardar huella alguna del accidente. Mi colega el profesor

de Fнsica debe estar б estas horas trabajando en su laboratorio.

--Pero їquiйn cuida б los hijos?--preguntу el gigante.

--Les cuidan los varones, como es su deber. Antes de venir aquн he

visitado б la esposa masculina de mi colega el profesor de Fнsica, que

estaba en la cama con su pequeсo. Son los hombres los que se acuestan

para dar calor al reciйn nacido, mientras las mujeres vuelven б sus

funciones, momentбneamente interrumpidas, para ganar el dinero que

necesita la familia.

El gigante lanzу una carcajada que hizo temblar el techo de la Galerнa,

levantando un eco tempestuoso. Despuйs, al serenarse, contу al profesor

que muchos pueblos salvajes, allб en la tierra de los gigantes, habнan

seguido la misma costumbre.

--Es que esas pobres gentes--dijo el sabio con sequedad--presentнan sin

saberlo el triunfo de las mujeres.

Su enfado por las risas del Gentleman-Montaсa no durу mucho. Ademбs,

Gillespie, queriendo desenojarla, se colocу bajo una ceja la lente que

le habнa regalado para que la contemplase. El enorme cristal estaba

pulido con una perfecciуn digna de los ojos de los pigmeos, los cuales

podнan distinguir las mбs leves irregularidades de su concavidad.

Viу Edwin б su amiga, б travйs del nнtido redondel, considerablemente

agrandada. A pesar de su obesidad era relativamente joven, sin una

arruga en el plбcido rostro ni una cana en la corta melena. Gillespie,

que la creнa de edad madura, no le diу ahora mбs de treinta aсos, y

acabу por sonreir, agradeciendo la mirada de simpatнa y admiraciуn que

el profesor le enviaba б travйs de sus anteojos de miope.

Luego se diу cuenta de que el profesor, б pesar de la severidad de su

traje, llevaba sobre su pecho un gran ramillete de flores. Flimnap acabу

por depositarlo en una mano del gigante, acompaсando esta ofrenda con

una nueva mirada de ternura.

Lo ъnico que turbaba su dulce entusiasmo era ver que la cara del coloso

se hacнa mбs fea por momentos. Aquellas lanzas de hierro que iban

surgiendo de los orificios epidйrmicos tenнan ya la longitud de la mitad

de uno de sus brazos. Habнa dirigido en las ъltimas veinticuatro horas

dos memoriales al Consejo que gobernaba la ciudad pidiendo que le

facilitase una orden de movilizaciуn para reunir б todos los barberos y

hacerles trabajar en el servicio de la patria. Pensaba dividirlos en

varias secciones que diariamente cuidasen de la limpieza del rostro del

Gentleman-Montaсa, asн como de la corta del bosque de sus cabellos.

Al fin su tenacidad habнa vencido la pereza tradicional de las distintas

oficinas por las que tuvo que pasar su demanda.

--Maсana, gentleman, vendrбn б afeitarle y б cortarle el pelo. їDуnde

quiere usted que se realice la operaciуn?...

El prisionero prefiriу el aire libre. Era un pretexto para permanecer

mбs tiempo fuera de aquel local, cuyo techo parecнa agobiarle, б pesar

de que se levantaba un metro por encima de su cabeza. Flimnap diу

уrdenes para la gran operaciуn del dнa siguiente, poniendo en movimiento

б la servidumbre del gigante. Pero estas уrdenes, aunque el profesor

recomendу б su gente el mayor secreto, circularon por la ciudad.

Cuando los carpinteros, poco despuйs de la salida del sol, colocaron el

taburete del Hombre-Montaсa en medio de la meseta, al pie de la cual se

extendнa el caserнo de la Ciudad-Paraнso de las Mujeres, una muchedumbre

llenaba ya todo el declive, avanzando poco б poco hacia lo alto, б pesar

de los jinetes que intentaban mantenerla inmуvil y б cierta distancia.

Los periodistas, siempre б caza de novedades, habнan averiguado en la

noche anterior las disposiciones de Flimnap, y todos los diarios de la

capital anunciaron por la maсana el primer rasuramiento y la primera

corta de cabellos del gigante despuйs de su llegada б las costas de la

Repъblica, lo que hizo que los desocupados acudiesen en grandes masas

para presenciar tan curioso espectбculo.

Gillespie mostrу extraсeza al salir de su alojamiento y ver б esta

muchedumbre inesperada. Pero el dнa era hermoso, dentro de su encierro

habнa una penumbra glacial, y creyу preferible sentarse al sol, teniendo

en torno б su taburete un espacio completamente libre de gente.

El alarido con que le saludу la muchedumbre extendida colina abajo fuй б

modo de un saludo risueсo. Sobre los miles de cabezas empezу б subir y

bajar una nube de gorras echadas en alto.

--ЎExcelente y simpбtico pueblo!--dijo Gillespie, saludбndole con una

mano.

Y mientras una nueva ovaciуn acogнa estas palabras, ruidosas como un

trueno й incomprensibles para el pъblico, el gigante fuй б sentarse en

su escabel.

La divertнa contemplar cуmo aquellos jinetes masculinos, barbudos y con

cimitarra, mandados por oficiales hembras, repelнan б la muchedumbre

para que no avanzase hasta las puntas de sus zapatos. A un lado del gran

espacio completamente libre viу Gillespie un grupo de hombres que iba

descargando de cinco carretas varios cubos llenos de una materia blanca,

asн como ciertos aparatos misteriosos envueltos en fundas y una gran

tela arrollada lo mismo que un toldo. Debнa ser el primer grupo de

barberos que entraba б prestar sus servicios.

Gillespie se sintiу inquieto al darse cuenta de que el universitario no

habнa llegado aъn, б pesar de las promesas hechas el dнa anterior.

--ЎProfesor Flimnap!--gritу varias veces.

La muchedumbre pretendiу imitar su voz, lanzando varios rugidos

acompaсados de risas. El bondadoso traductor permanecнa invisible.

Gillespie, irritado por esta ausencia, empezу б agitarse con una

nerviosidad amenazante para los pigmeos que se hallaban cerca de йl.

De pronto se tranquilizу al ver que un hombre de larga tъnica y envuelto

en velos, que habнa permanecido hasta entonces inmуvil en la puerta de

la Galerнa, se aproximaba б su asiento. Cuatro esclavos le seguнan,

llevando б hombros una larga escala de madera. La aplicaron б una

rodilla del gigante, y el hombre subiу sus peldaсos con agilidad, б

pesar de las embarazosas vestiduras, procurando que los velos

conservasen oculto su rostro.

Al quedar de pie sobre un muslo del Hombre-Montaсa, indicу con gestos su

deseo de colocarse mбs en alto para hablarle. El gigante lo tomу

entonces con dos dedos de su mano izquierda, lo depositу en la palma

abierta de su mano derecha y lo fuй subiendo lentamente, hasta muy cerca

de su rostro. Esta ascensiуn desordenу las envolturas del hombre velado,

quedando su rostro al descubierto.

--Gentleman--dijo en un inglйs tan perfecto como el del profesor--, yo

pertenezco б su servidumbre, y creo que de todos los presentes soy el

ъnico que conoce su idioma. No sй dуnde estб el doctor Flimnap; tambiйn

me extraсa su tardanza. Pero si el gentleman desea algo, aquн estoy para

traducir sus deseos.

El hombrecito de los velos blancos tuvo que callar repentinamente para

afirmarse sobre sus pies y no caer de una altura tan enorme.

La mano de Gillespie habнa temblado con la emociуn de la sorpresa. El

pigmeo que tenнa junto б sus ojos presentaba una rara semejanza con su

propia persona. Era un Edwin Gillespie considerablemente disminuido; sus

mismos ojos, su mismo rostro, igual estatura dentro de las proporciones

de su pequeсez. Hasta creyу que su voz tenнa el mismo timbre,

considerablemente debilitado. Parecнa que era йl mismo quien hablaba

desde una larga distancia.

De todas las maravillas que habнa visto en la Repъblica de los pigmeos,

йsta era la mбs asombrosa. Lamentу haber dejado dentro de la Galerнa,

sobre su mesa, la lente de aumento regalo del profesor.

--їQuiйn es usted?--preguntу el gigante--. їCуmo se llama? їA quй

familia pertenece?...

El hombrecillo, б pesar de que estaba en las alturas, mirу en torno con

cierta inquietud, temiendo que alguien pudiese escucharle.

--Son demasiadas preguntas, gentleman, para que las conteste aquн--dijo

con una voz extremadamente dйbil, persistiendo en su miedo de ser

oнdo--. Bбstele saber que mi protector es Flimnap, y que йl me colocу

entre sus servidores despuйs de haberle prometido yo que nadie verнa mi

rostro. Ъnicamente al notar la impaciencia del gentleman, y con el deseo

de serle ъtil, me he atrevido б faltar б mi promesa. Le suplico que no

cuente nunca al profesor que me ha visto sin velos.

Iba б hablarle Gillespie, cuando llegaron б sus oнdos los gritos de un

grupo de pigmeos que se agitaba junto б sus pies, mientras otros subнan

ya por la escala de madera hasta una de sus rodillas.

Eran los barberos y sus servidores, que, una vez terminados los

preparativos de la operaciуn, querнan empezarla cuanto antes. Algunos

tenнan tienda abierta en la capital, y deseaban volver pronto б sus

establecimientos, donde les aguardaban los clientes. Estos trabajos

extraordinarios y patriуticos por orden del gobierno no eran dignos de

aprecio, pues se pagaban tarde y mal.

Gillespie hablу rбpidamente al joven vestido de mujer, para convencerse

de que vivнa cerca de йl, en el mismo edificio.

--Cuando terminen de afeitarme--le ordenу--suba б mi mesa y

conversaremos solos. Me inspira usted cierto interйs y quiero

preguntarle algunas cosas.

Suavemente bajу la mano, no hasta su rodilla, sino hasta el mismo suelo,

procurando, que el joven no sufriese rudos vaivenes en tal descenso.

Luego se entregу б los barberos que invadнan su cuerpo. Flimnap no iba б

venir, y era inъtil retardar la operaciуn.

Sintiу cуmo aquellos hombrecillos subнan б la conquista de su rostro lo

mismo que un enjambre de insectos trepadores. Tenнa ahora una escala

apoyada en cada una de sus rodillas; sobre los muslos se alzaban otras

escalas mбs grandes, cuyo remate venнa б apoyarse en sus hombros, y por

todas ellas se desarrollaba un continuo subir y bajar de seres

diminutos, agitбndose como marineros que preparan una maniobra.

En cada uno de sus hombros se colocу un grupo de aquellos siervos medio

desnudos que se dedicaban б los trabajos de fuerza. Manteniйndose sobre

estos lomos, curvos, resbaladizos y cubiertos de tela en la que hundнan

sus pies, fueron desenvolviendo dos rollos de cable. Partieron de abajo

unos silbidos de aviso, y poco б poco izaron, б fuerza de bнceps, una

enorme lona cuadrada, que servнa de toldo en el patio del palacio del

gobierno cuando se celebraban fiestas oficiales durante el verano. Esta

tela, gruesa y pesada como la vela mayor de uno de los antiguos navнos

de lнnea, la subieron lentamente, hasta que sus dos puntas quedaron

sobre los hombros del gigante, uniйndolas por detrбs con varias espadas

que hacнan oficio de alfileres. De este modo las ropas del

Hombre-Montaсa quedaban б cubierto de toda mancha durante la laboriosa

operaciуn.

Los barberos eran mujeres y pasaban de una docena. El mбs antiguo de

ellos, de pie en uno de los hombros y rodeado de sus camaradas, daba

уrdenes como un arquitecto que, montado en un andamio, examina y dispone

la reparaciуn de una catedral.

Empezaron los hombres de fuerza б tirar de otras cuerdas para subir al

extremo de ellas grandes cubos llenos de un lнquido blanco y espeso. Al

mismo tiempo, por las escalas ascendнan nuevos servidores llevando unas

escobas de crin sostenidas por mangos larguнsimos. Estas escobas fueron

metidas en los cubos desbordantes de jabуn lнquido, y los servidores

empezaron б embadurnar con ellas las mejillas del gigante, consiguiendo,

despuйs de una enйrgica rotaciуn, dejarlas cubiertas de colinas de

espuma.

La muchedumbre riу al ver la cara del coloso adornada con estas vedijas

blancas, y tal fuй su entusiasmo, que, rompiendo con irresistible empuje

la lнnea de jinetes, llegу hasta muy cerca de los enormes pies.

Mientras tanto, los maestros barberos empuсaban dos largos palos

rematados por hojas fйrreas, б modo de guadaсas bien afiladas, que iban

б limpiar el rostro del gigante de su dura vegetaciуn. Cada uno de los

aparatos era manejado por tres barberos, que rascaban con energнa este

cutis humano mбs grueso que el de un elefante del paнs, llevбndose una

gruesa ola de espuma, con las caсas negras de los pelos cortadas al

mismo tiempo.

Abajo, en torno de las piernas del Hombre-Montaсa, el desorden iba en

aumento. Los jinetes eran escasos para contener la creciente muchedumbre

de curiosos. Ademбs hacнan mayor la confusiуn muchas familias de la alta

sociedad, que, al enterarse por los periуdicos de un espectбculo tan

inesperado, llegaban ansiosamente sobre sus rбpidos vehнculos. Estas

gentes privilegiadas se iban colocando junto al coloso, sin que los

oficiales de la policнa se atreviesen б hacerles retroceder.

Los barberos que trabajaban en una de las mejillas de Edwin, viendo su

guadaсa completamente cubierta de espuma, creyeron necesario limpiarla

con un palo antes de continuar su labor.

--ЎAtenciуn los de abajo!--gritу el mбs prudente.

Y desde la considerable altura de los hombros del gigante se desplomу

una bola espesa de jabуn del tamaсo de dos у tres pigmeos. Este

proyectil atravesу el espacio como un bуlido semilнquido, cayendo

precisamente sobre uno de aquellos jinetes barbudos y de voz atiplada

que movнan su alfanje para que retrocediese la muchedumbre. ЎЎChap!!...

El caballo doblу sus rodillas bajo el choque, para volver б levantarse

encabritado, emprendiйndola б coces con los curiosos mбs prуximos.

Mientras tanto, el guerrero vestido de mujer hacнa esfuerzos por

librarse de aquella envoltura pegajosa, en la que flotaban unos caсones

duros, negros y cortos.

En el lado opuesto ocurrнa al mismo tiempo una catбstrofe semejante.

Acababa de llegar en su litera, llevada por cuatro esclavos, la esposa

masculina del Gran Tesorero de la Repъblica: un varуn bajo de estatura,

cuadrado de espaldas, barrigudo, y que asomaba su barba de pelos recios

entre blancas tocas.

--ЎOjo con lo que cae!--gritу otro barbero al limpiar su guadaсa.

Y la nube de jabуn vino б desplomarse precisamente sobre la litera de Su

Excelencia, que se volcу bajo el golpe, derribando б dos de sus

portadores.

Tales incidentes obligaron б los jinetes de la policнa б dar una carga,

haciendo retroceder б la muchedumbre. Volviу б abrirse un ancho espacio

en torno al coloso, y sуlo quedaron en este lugar descubierto los

vehнculos de las gentes distinguidas.

Asн pudieron los barberos continuar tranquilamente el rasuramiento de

Edwin, dejando caer sus proyectiles de espuma densa, que al esparcirse

sobre la tierra hacнan saltar inquietos y asustados б los corceles de

los guardias. Cuando dieron por terminada esta operaciуn, se dedicaron

al corte de los cabellos del gigante, trabajo mбs rudo y peligroso.

Armados de un sable corvo que llevaban sostenido entre los dientes, iban

trepando por las laderas del crбneo, agarrбndose б los haces de cabellos

como si fuesen los matorrales de una montaсa. Luego, apoyбndose

solamente en una mano y blandiendo la cimitarra con la otra, daban

golpes б diestro y siniestro en la espesa vegetaciуn. Este trabajo

divirtiу mбs al pъblico que el anterior, б causa de la destreza de los

trepadores y del peligro que arrostraban. Podнan matarse si perdнan pie

б tan enorme altura.

Un gran personaje distrajo momentбneamente la atenciуn de los curiosos.

Se abriу ancho camino en la muchedumbre para dejar paso hasta el espacio

descubierto б un carruajito de dos ruedas, en figura de concha, tirado

por tres esclavos melancуlicos que llevaban por toda vestidura un trapo

en torno б sus vientres. Estas bestias humanas iban guiadas por una

mujer, seca de cuerpo, con nariz aquilina, ojos imperiosos y un lбtigo

en la diestra. La corona de laurel que adornaba sus sienes sirviу para

que la reconociesen hasta aquellos que habнan llegado recientemente б la

capital.

--Es Golbasto; es el poeta--decнan todos mirбndola con admiraciуn.

Ella atravesу el gentнo sonriendo protectoramente como un dios, pasу

igualmente entre los oficiales hembras, que la saludaban como б una

gloria nacional, y considerу que debнa colocarse por su rango б la

cabeza de todos los vehнculos privilegiados, у sea junto б las piernas

del gigante.

Las gentes distinguidas dejaron de mirar al Hombre-Montaсa para fijarse

en el gran poeta, y esto hizo que Golbasto creyese necesario murmurar

algunas palabras, como si fueran dirigidas б ella misma, para

corresponder al homenaje mudo de sus admiradores. Sus ojos,

acostumbrados б las vertiginosas alturas de la sublimidad ideal, se

remontaron por los perfiles de la masa grosera del gigante hasta llegar

б la cъspide donde trabajaban los barberos hembras.

--ЎQuй audacia! ЎQuй seguridad!--dijo con una voz cantante que parecнa

exigir acompaсamiento de liras--. Ъnicamente las mujeres son capaces de

realizar un trabajo tan arriesgado.

Asн como los barberos iban cortando la vegetaciуn capilar, la

amontonaban en haces, atando йstos con un cabello suelto, lo mismo que

si fuesen gavillas de trigo. Ya eran tantos, que los segadores se movнan

con dificultad, y uno de ellos empujу involuntariamente uno de los

haces, haciйndolo rodar por las laderas del crбneo.

Gritу, agitando su sable, para avisar el peligro; pero la pesada gavilla

fuй mбs rбpida que su voz, y vino б caer sobre la poetisa, doblбndola

bajo su fardo asfixiante. Corrieron б salvarla los oficiales que habнan

echado pie б tierra y muchos de los curiosos privilegiados. La gloriosa

mujer daba chillidos creyйndose herida de muerte, y la muchedumbre, б

pesar de su admiraciуn, acabу por reir de ella con alegre irreverencia.

Al verse sentada otra vez en su carruaje, libre de aquella avalancha

fustigadora, igual б un haz enorme de caсas, el susto que habнa sufrido

se convirtiу en orgullosa cуlera.

--ЎAnimal grosero!--gritу enseсando el puсo б Gillespie, como si йste

fuese el autor del atentado contra su divina persona--.

ЎHipopуtamo-Montaсa!... ЎHombre habнas de ser!... ЎY pensar que un gran

pueblo se interesa por ti!...

Enardeciйndose con sus propias palabras, diу un fuerte latigazo б una de

las pantorrillas del gigante. Despuйs envolviу en otro latigazo б sus

tres corceles humanos, y йstos, que conocнan el idioma de la

flagelaciуn, salieron al trote, haciendo pasar el carruajito entre la

muchedumbre.

La agresividad de la poetisa casi originу una catбstrofe.

El Hombre-Montaсa, al sentir el escozor del latigazo en una pantorrilla,

se llevу б ella ambas manos, inclinбndose. Los que trabajaban en la

cъspide de su crбneo perdieron el equilibrio, agarrбndose б tiempo б las

fuertes malezas capilares para no derrumbarse de una altura mortal. Dos

hombres forzudos que estaban sobre un hombro cayeron de cabeza, y se

hubieran hecho pedazos en el suelo de no quedar detenidos por un pliegue

de la enorme lona que cubrнa el pecho del gigante.

La escala apoyada en una de sus rodillas perdiу el equilibrio,

derribando de sus corceles б tres de los jinetes barbudos y dejбndoles

mal heridos. Varios de sus compaсeros desmontaron para llevarlos al

hospital mбs prуximo.

Descendieron los barberos de la cabeza del gigante, declarando terminada

la operaciуn. La caballerнa diу una carga para ensanchar el trozo de

terreno libre y que el Hombre-Montaсa pudiera levantarse, volviendo б su

vivienda sin aplastar б los curiosos.

Asн terminу el trabajo barberil, y la muchedumbre empezу б retirarse

satisfecha de lo que habнa visto y proponiйndose volver б presenciarlo

tan pronto como lo anunciasen los periуdicos.

Comiу Gillespie б mediodнa, sin que el profesor Flimnap apareciese sobre

su mesa. Varias veces girу su vista en torno, buscando al hombrecito de

vestiduras femeniles que tan semejante era б йl. Alcanzу б distinguir en

diversos lugares de la Galerнa, entre los esclavos ligeros de ropas que

formaban su servidumbre, otros varones encargados de labores menos rudas

y que iban con trajes de mujer, lo mismo que el protegido del profesor

Flimnap. Pero sentado б la mesa como estaba, por mбs que puso la lente

aumentadora ante uno de sus ojos, no pudo reconocer al tal joven en

ninguno de los hombres envueltos en velos que pasaban por cerca de йl,

ni tampoco entre los que se movнan en el fondo del edificio, donde

estaban las enormes despensas para su manutenciуn.

Deseoso de verle, empezу б gritar lo mismo que en la maсana, seguro de

que el traductor vendrнa en su auxilio.

--ЎProfesor Flimnap!... ЎQue busquen al profesor Flimnap!

Los numerosos pigmeos se miraron inquietos al oir este trueno que hacнa

temblar el techo, profiriendo palabras incomprensibles. Al fin, por uno

de los cuatro escotillones que daban salida б los caminos en rampa

arrollados en torno б las patas de la mesa, viу aparecer al mismo

hombrecillo que le habнa hablado horas antes.

Llegaba con el rostro oculto por sus tocas, y sin esperar б que

Gillespie le preguntase, explicу б gritos la larga ausencia de Flimnap.

Este habнa tenido que salir en las primeras horas de la maсana para la

antigua capital de Blefuscъ, pero volverнa al dнa siguiente. Con las

mбquinas voladoras era fбcil dicho viaje, que en otras йpocas exigнa

mucho tiempo. El gobierno municipal de la citada ciudad le habнa llamado

urgentemente para que diese una conferencia sobre el Hombre-Montaсa,

explicando sus costumbres y sus ideas.

--Esta conferencia--terminу diciendo el pigmeo--se la pagan

esplйndidamente, y como el doctor es pobre, no ha creнdo sensato

rechazar la invitaciуn. Parece que en otras ciudades importantes desean

oirle tambiйn, y le retribuirбn con no menos generosidad. Celebro que el

ilustre profesor gane con esto mбs dinero que con sus libros. ЎEs tan

bueno y merece tanto que la fortuna le proteja!...

Pero Gillespie no sentнa en este momento ningъn interйs por su primitivo

traductor. Lo que le preocupaba era enterarse de la verdadera

personalidad del hombrecillo que tenнa ante йl.

Como si adivinase sus deseos, apartу el joven los velos que le cubrнan

el rostro, y Gillespie se llevу inmediatamente б un ojo la lente

regalada por Flimnap.

Pudo ver entonces con dimensiones agrandadas, casi del tamaсo de un

hombre de su especie, б este pigmeo tan interesante para йl. Era,

efectivamente, un Edwin Gillespie igual al que meses antes vivнa en

California, pero grotescamente disfrazado con vestiduras femeniles. El

gigante, despuйs de contemplar tan maravillosa semejanza, dejу sobre su

mesa la gran rodaja de cristal y puso un gesto severo, como si

pretendiese intimidar al hombrecillo.

--їSe ha fijado usted--le dijo--en la semejanza que existe entre

nosotros dos?

--Sн, gentleman; al principio fuй para mн un presentimiento mбs que una

realidad. Las facciones de usted resultan tan enormes para nuestra

vista, que la tal semejanza parecнa diluirse en el espacio, y mis ojos

no llegaban б abarcarla. Pero el doctor Flimnap tuvo la atenciуn de

prestarme una maсana la lente que usa, y pude apreciar el rostro de

usted como si fuese el de un hombre de mi especie. Le confieso que

nuestro parecido me causу un asombro igual al que usted muestra ahora.

Gillespie, que despuйs de su primera extraсeza empezaba б sentirse algo

ofendido por el hecho de que este animalejo humano se atreviese б

parecerse б йl, dijo con brusquedad:

--їQuiйn es usted?... їCуmo se llama?...

--Mi nombre es Ra-Ra, y en cuanto б familia, tuve una en otro tiempo y

fuй de las mбs ilustres de este paнs; pero ahora me conviene no

acordarme de ella.

Hubo tal expresiуn de melancolнa en la voz del pigmeo al decir esto, que

Gillespie no se atreviу б insistir acerca de su familia, y diу otro

curso б su curiosidad.

--їCуmo sabe usted el inglйs? їSe lo ha enseсado el profesor Flimnap?

--No; me lo enseсу mi madre, que lo hablaba tan bien como el doctor. En

mi familia era tradicional el conocimiento de esta lengua. El profesor

Flimnap se interesa por mн porque conociу б mi madre y б otros de mi

casa. Pero como el hecho de haber sido amigo de los mнos casi representa

un delito, el doctor me protege ocultamente y nunca habla de mis padres.

Callу un instante, como si las tristezas de su vida anterior le

impusieran silencio. Pero viу tal curiosidad en las pupilas del coloso,

que al fin siguiу hablando.

--Yo vivнa oculto: mi existencia era azarosa; de un momento б otro iba б

caer en manos de los enemigos implacables de mi familia, y en tal

situaciуn llegу usted б este paнs. El profesor Flimnap se ha convertido,

desde entonces, en un personaje que puede emplear б mucha gente en el

servicio del Gentleman-Montaсa, y me llamу, dбndome la direcciуn de los

hombres encargados del lecho y la despensa de usted. En este edificio,

que sуlo depende del profesor y del Comitй presidido por йl, me

considero mбs seguro que si viviese en el Paraнso de las Mujeres.

Gillespie seguнa mostrando la misma curiosidad en sus ojos, pues las

palabras del pigmeo no llegaban б satisfacerla.

--їY por quй lo persiguen б usted?--preguntу--. їQuiйnes son sus

enemigos?

--Ya le he dicho que me llamo Ra-Ra, pero este nombre significa muy poco

para el que no conozca la historia de nuestro paнs. El generalнsimo

Ra-Ra fuй el mбs importante de los caudillos del emperador Eulame. A йl

debiу йste sus mayores victorias. El generalнsimo Ra-Ra fuй mi abuelo.

Cuando las mujeres hicieron lo que ellas llaman la Verdadera Revoluciуn,

mi glorioso ascendiente, б pesar da su vejez y de su historia heroica,

fuй desterrado б una isla desierta, cerca de la gran barrera de rocas y

espumas, creada por los dioses, que nadie se atreve б pasar. Allн muriу

al poco tiempo.

Mi padre, que tambiйn era general, anduvo vagabundo por toda la

Repъblica, ocultando su nombre y dedicбndose б los mбs bajos oficios

para poder vivir. En esa йpoca de miseria, la madre del profesor Flimnap

y el mismo profesor, que sуlo tiene diez aсos mбs que yo, protegieron б

mi madre. Abreviarй el relato de nuestras desventuras. Mi padre muriу,

mi madre muriу tambiйn poco despuйs, y yo, gracias al profesor, conseguн

que no me dedicasen б los trabajos forzosos, como tantos otros

desdichados de mi sexo.

No quise ser una mбquina de mъsculos, pero tampoco me pleguй б lo que

exigнa de mн el nuevo rйgimen para convertirme mбs adelante en la esposa

masculina de cualquiera de las mujeres triunfadoras. Flimnap me llevу б

vivir con йl por algъn tiempo, asegurando que yo era sobrino suyo.

ЎOjalб no hubiese entrado nunca en la Universidad Central!... Hice allн

amistades que sуlo han servido para complicar mi vida, dбndola mayor

tristeza.... Pero no; me arrepiento de lo que acabo de decir. La ъnica

satisfacciуn de mi existencia, la sola razуn de que aъn siga viviendo,

proceden de una amistad que contraje durante mi йpoca universitaria.

Luego mi conducta causу muchos disgustos al bondadoso Flimnap, y me

obligу б huir de su lado. Yo sabнa lo que un hombre no debe saber en

este paнs. Conozco cosas que el gobierno de las mujeres necesita

mantener secretas y que representan un peligro de muerte para aquel que

las aprende.

Callу Ra-Ra, como si le turbasen los pavorosos recuerdos de su vida de

perseguido; pero el gigante tenнa los ojos fijos en йl, animбndole б que

continuase su historia.

--Con usted, gentleman, me atrevo б hablar de lo que no hablarнa con

ninguno de mi especie. Este parecido inexplicable que nos une, б mн tan

pequeсo y б usted tan enorme y poderoso, me inspira confianza. Ademбs,

їquй interйs puede tener usted en perderme? Los dos pertenecemos al

mismo sexo; usted es hombre, y no creo que encuentre muy aceptable el

gobierno de las mujeres.

Ya conocerб usted mбs adelante lo que es ese gobierno. Todas ellas aman

lo nuevo, y como la llegada de usted estб reciente, encuentran todavнa

cierto interйs б su persona. Pero cuando transcurra algъn tiempo, Ўquiйn

sabe si su suerte serб peor que la mнa!...

A pesar de todo lo que le cuente el bondadoso y entusiasta Flimnap, este

gobierno se muestra cruel con frecuencia, y el pueblo femenil es mбs

inconstante que el de los hombres en sus entusiasmos y sus adoraciones.

Yo soy de los pocos que conocen la verdad, y por lo mismo veo la tiranнa

femenina tal como es.

Se interrumpiу un momento para mirar con inquietud en torno de йl. No

viу б nadie en la vasta planicie da la mesa; pero, б pesar de esto, le

molestaba tener que expresarse б gritos para que le entendiese el

gigante.

Ninguno de la servidumbre hablaba inglйs, pero temiу que anduviese por

debajo de la mesa algъn universitario vagamente conocedor del idioma y

se apresurase б llevar una delaciуn al Comitй encargado de suprimir

todos los recuerdos del viejo rйgimen.

El gigante, para tranquilizarle, lo tomу de nuevo sobre la palma de una

mano, subiйndolo hasta la altura de sus ojos. Allн, Ra-Ra, б caballo en

un dedo y con las piernas colgantes, pudo continuar su relato.

--Yo supe la verdad sobre los tiempos anteriores al gobierno de las

mujeres por los documentos de mi familia. Mi padre dejу б mi madre un

cuaderno en el que habнa descrito cуmo era la vida antes de lo que

llaman la Verdadera Revoluciуn, y cуmo el mundo, gobernado por los

hombres, resultaba mejor y mбs noble que el mundo actual.

El cuaderno estaba redactado en inglйs, que era la lengua sabia en los

tiempos de Eulame, la que empleaban sus generales para los estudios

secretos, la que mi abuelo habнa enseсado б mi padre y йste y mi madre

me enseсaron б mн. Gracias б estar escrito en un idioma sagrado no

pudieron enterarse de su contenido las gentes ordinarias entre las

cuales pasу mi padre sus ъltimos aсos.

Mi madre nunca quiso dejбrmelo leer. La pobre adivinaba que su lectura

acabarнa con mi tranquilidad, haciйndome infeliz por todo el resto de

mis aсos. Al morir ella lo recogн como ъnica herencia, y sin saber por

quй, б impulsos de un confuso instinto, no quise enseсбrselo al profesor

Flimnap.

Recuerdo aъn las impresiones que experimentй cuando, viviendo al lado

del doctor, leн por primera vez sus pбginas. La verdad me deslumbrу: un

mundo nuevo fuй abriйndose ante mis ojos. Era mentira que las mujeres

hubiesen gobernado siempre el mundo; su triunfo databa de algunos aсos

nada mбs. En cambio, Ўquй historia tan enorme y tan gloriosa la de la

dominaciуn masculina!...

A partir de aquel momento mostrй la terrible franqueza de los neуfitos.

Como poseнa la verdad, consideraba necesario proclamarla б gritos, y

bastу que un dнa, conversando con varios estudiantes hembras, dijera

solamente una pequeсa parte de lo que yo sabнa, para que cayese sobre mн

una serie de persecuciones que aъn no ha terminado.

Momaren, el Padre de los Maestros, hablу indudablemente del nieto de

Ra-Ra al _Comitй de supresiуn del antiguo rйgimen._ Es un Consejo

secreto, que desde los tiempos de mi padre persigue todo aquello que

puede hacer recordar las йpocas pasadas, anulбndolo con una crueldad

frнa у implacable.

Tuve que huir, y he llevado hasta el presente una existencia vagabunda y

aventurera. De vez en cuando la bondad de Flimnap me ha protegido. En

los ъltimos dнas mi situaciуn era angustiosa. El temible Consejo habнa

averiguado por sus espнas que yo estaba de vuelta en Mildendo, у sea lo

que llaman las triunfadoras Ciudad-Paraнso de las Mujeres. Varias veces

estuve б punto de caer en manos de sus agentes. Si esto ocurre alguna

vez, me llevarбn б morir en un islote inmediato б la gran barrera, como

muriу mi abuelo. Pero la intervenciуn de Flimnap sirviу, como ya dije,

para que yo encontrase un refugio aquн, donde me considero casi seguro.

Tal vez se preguntarб usted, gentleman, por quй razуn vuelvo б la

capital y me empeсo en vivir en ella, estando aquн el terrible Consejo

que me persigue. Nuestra vida nunca es rectilнnea ni la gobierna la

lуgica. En el paнs de los Hombres Montaсas es posible que ocurra lo

mismo. Los hombres tenemos un corazуn que es б la vez el origen de

nuestras desdichas y de nuestras felicidades. No podemos existir sin la

mujer, y vamos allб donde ella vive, aunque esto equivalga б marchar al

encuentro del peligro.

Gillespie mirу con nuevo interйs al pigmeo. ЎQuiйn podнa sospechar que

este animalejo tuviese unos sentimientos iguales б los suyos!... Le

pareciу verse б sн mismo cuando se lamentaba б solas en Los Бngeles,

despuйs de la desapariciуn de miss Margaret.

La melancolнa de Ra-Ra se transmitiу б йl. La imagen de su novia

americana pasу por su recuerdo con tal intensidad, que hasta creyу verla

corporalmente, aspirando su perfume. Pero б continuaciуn cayу en una

tristeza desesperada al contemplarse en este paнs inverosнmil, sometido

б una esclavitud ridнcula, sujeto б los caprichos de una humanidad

inferior.

Le temblу la mano б causa de tales emociones, y Ra-Ra tuvo que apretar

sus piernas sobre el dedo que le servнa de asiento y agarrarse б йl para

no caer.

Como Gillespie deseaba olvidar su propia situaciуn, siguiу haciendo

preguntas para conocer toda la historia del pigmeo.

--їY cуmo ha podido usted seguir vagando por esta tierra sin caer en

manos de sus enemigos?... їCуmo logrу mantenerse sin trabajar?

Ra-Ra, б pesar de la altura inaccesible en que se hallaba, bajу aъn mбs

la voz para decir misteriosamente:

--No soy yo el ъnico que en este paнs conoce la verdad. Flimnap le contу

el otro dнa, segъn creo, que los hombres ya no se muestran tan cobardes

como al principio de la dominaciуn femenina. Se sublevan contra el

despotismo de las mujeres; quieren una existencia propia; desean «vivir

su vida», como dicen los muchachos mбs rebeldes. Hasta hace poco tiempo

esto era un simple anhelo de emancipaciуn, indeterminado y declamatorio,

que ъnicamente producнa conflictos dentro de las familias. Los

periуdicos lo llaman el «varonismo», riйndose de йl.

Pero yo, en los ъltimos aсos, he ido de ciudad en ciudad visitando los

clubs de hombres y otras asociaciones secretas del «partido masculista».

En mis conferencias les he hecho conocer el cuaderno que dejу mi padre.

Reproducido por prensas clandestinas circula hoy ocultamente, y es leнdo

como el libro sagrado del porvenir.

Miles y miles de hombres entusiastas, entre los cuales hay muchos que

son esposas й hijas de altos funcionarios, se han encargado de

mantenerme y ocultarme en mis excursiones de propaganda. Mi deber me

ordena continuar estos viajes, pero los hombres nos dejamos esclavizar

por el amor mucho mбs que las hembras, le concedemos mayor importancia,

y yo hago traiciуn б mi causa para vivir en esta capital, completamente

inactivo durante algunas semanas, con la esperanza de poder hablar б una

mujer.

Como si necesitase buscar una excusa б sus actos, Ra-Ra aсadiу:

--Pero aunque yo permanezca sin hacer nada, no por esto descansan mis

compaсeros. Hay entre nosotros hombres de ciencia que se dedican б

peligrosos estudios; jуvenes abnegados que visitan los barrios populares

para hablar б los embrutecidos siervos que ayudan con sus mъsculos б

esta sociedad y conseguir que despierte en sus confusas inteligencias el

orgullo del sexo. Contamos, ademбs, con varones respetables y de gran

talento que organizan silenciosamente las fuerzas de una rebeliуn

futura.

Gillespie quedу asombrado por estas revelaciones.

--Comprendo, amigo Ra-Ra, que le busquen con tanto ahinco las seсoras

del Consejo secreto. Resulta usted mбs terrible de lo que parece con su

tъnica y sus velos de mujer. Ya le veo siendo llevado б morir en un

peсуn, sin agua y sin comida, cerca de la gran barrera de los dioses, si

es que yo no le oculto antes en uno de mis bolsillos. Pero їpor quй se

muestran ustedes tan adversarios del gobierno femenil?... Segъn dice el

profesor Flimnap, ya no hay guerras ni puede haberlas; las mujeres

administran la fortuna pъblica con economнa; no se nota la miseria ni la

mortalidad de otros tiempos; tampoco hay gobernantes ladrones. їQuй mбs

pueden desear los hombres?...

Ra-Ra, cediendo б sus hбbitos de propagandista, se puso de pie sobre la

mano del gigante para hablar con un ardor de tribuno.

--Queremos la libertad; queremos una vida interesante; la embriaguez del

peligro; en una palabra, la gloria.

Deseo ser justo con mis enemigos y reconozco como verdad todo lo dicho

por el profesor. Las mujeres administran bien, su gobierno es el de una

buena dueсa de casa que toma con exactitud la cuenta б su cocinera. Las

gentes tal vez comen mejor y viven mбs tranquilas que en otras йpocas;

ya no hay guerras.... Estamos de acuerdo.

Pero el mundo se aburre de un modo mortal. No ocurre nada, nadie sueсa,

nadie aspira б cosas imposibles, nadie comete imprudencias. La vida se

extiende ante los ojos como un inmenso campo de plantas alimenticias, en

el que no hay una flor que resulte inъtil ni un pбjaro que deje de ser

comestible.

Nosotros queremos que el mundo vuelva б su antigua existencia. La vida

es monуtona sin aventuras, sin hйroes, y no vale la pena de ser vivida

si le falta el condimento del peligro. La amenaza de una muerte

inmediata da mayor sabor б los deleites presentes. Queremos la guerra,

con sus acciones esforzadas y sus abnegaciones sublimes entre compaсeros

de armas; queremos la resurrecciуn de las virtudes grandiosas y crueles

que forman el heroнsmo.

Usted debe reconocer como yo, gentleman, que ъnicamente las mujeres

pueden aceptar esta vida de ave de corral, en la que el deseo de vivir

en paz ahoga todo sentimiento noble y elevado, en la que los cacareos

domйsticos constituyen la funciуn intelectual de la mayorнa. No;

nosotros deseamos conocer, como los hombres de otros tiempos, el vino y

la guerra, los dos placeres divinos de los humanos; queremos vivir en un

minuto todo un siglo de angustias y de orgullos.

їQuiйn puede conformarse con esta sociedad que todos los dнas vive del

mismo modo y al que tiene sed le ofrece agua у leche?... Venga б

nosotros el alcohol, que hace soсar cosas grandes y es padre del

heroнsmo. Venga б nosotros la guerra, madre de las esforzadas

acciones....

En cuanto б mн, gentleman, lo que deseo con mбs vehemencia es poder

meterle por la cabeza б Momaren, Padre de los Maestros, esta tъnica y

estos velos que ahora me cubren, arrebatбndole б йl para siempre los

pantalones.

VIII

En el que el Padre de los Maestros visita al Hombre-Montaсa

Cuando el profesor Flimnap regresу de su viaje б la antigua capital de

Blefuscъ, fuй sin pйrdida de tiempo б visitar al gigante para darle

excusas por su ausencia.

Vivнa en perpetuo asombro б causa de la enorme gloria que habнa caнdo

sobre йl, con acompaсamiento de ganancias no presentidas ni aun en sus

momentos de mayor ilusiуn. De todas las grandes ciudades le llegaban

proposiciones para que fuese б relatar ante auditorios de muchos miles

de personas sus plбticas con el Hombre-Montaсa y lo que habнa podido

averiguar acerca de las costumbres del remoto paнs de los gigantes.

Los libreros, que nunca habнan querido vender sus pesados volъmenes

sobre problemas filolуgicos й histуricos, le pedнan ahora que los

enviase en grandes fardos, aprovechando la primera mбquina voladora que

saliese para el lugar de su establecimiento.

Hasta los mбs grandes diarios, siempre ignorantes de la existencia de

Flimnap, pues se abstenнan sistemбticamente de publicar su nombre, le

solicitaban ahora como colaborador, dejando б su arbitrio el fijar la

retribuciуn por sus escritos.

--Todo esto lo debo б usted, gentleman--decнa con entusiasmo, mirбndole

б travйs de su lente--.ЎSi hubiese visto anoche con quй interйs

escucharon la descripciуn que hice de su persona mбs de veinte mil

mujeres!...

Y para que olvidase su abandono del dнa anterior iba describiйndole el

aspecto del enorme pъblico y las salvas de aplausos con que fueron

acogidos sus perнodos mбs elocuentes.

--Gracias б usted--continuaba--soy cйlebre y tal vez sea rico. ЎQuiйn

sabe si usted se enriquecerб tambiйn, como nunca lo hubiese conseguido

allб en su paнs!

El buen profesor sentнa despierta ahora su ambiciуn, viйndolo todo con

proporciones exageradas. Una mujer de negocios de la capital le habнa

hablado aquella maсana de una empresa de ganancias fabulosas. Si el

Consejo Ejecutivo dejaba en libertad por algunos meses al

Hombre-Montaсa, йsta y el profesor podнan realizar una excursiуn por

toda la Repъblica dando conferencias. Flimnap harнa un relato de cuanto

supiera sobre el pasado y las costumbres de su gigantesco amigo, y йste

se mantendrнa б su lado para contestar con reverencias б las

aclamaciones de la muchedumbre. La financiera prometнa una verdadera

fortuna para los dos como resultado del viaje.

Estaba tan seguro el profesor de una ganancia pronta y considerable, que

hasta habнa encargado para йl una mбquina terrestre en forma de lechuza,

aunque mбs pequeсa que la que le prestу en diversas ocasiones el Padre

de los Maestros.

A la maсana siguiente de su vuelta de la antigua capital de Blefuscъ se

presentу con un nuevo regalo para el coloso. Su amigo el profesor de

Fнsica, que apenas si se acordaba ya del accidente maternal de pocos

dнas antes, le habнa fabricado un aparato para que Gillespie pudiese

escuchar considerablemente agrandados los ruidos que resultan ordinarios

en la vida de los pigmeos.

Era un cilindro de cristal no mбs grande que una uсa del Hombre-Montaсa.

Al penetrar en la oreja aumentaba considerablemente su capacidad

auditiva, haciendo oir la voz de los hombrecillos aunque йstos hablasen

quedamente.

Apenas lo puso Gillespie en el pabellуn de uno de sus oнdos, la Galerнa,

que ordinariamente estaba en silencio para йl, se poblу de murmullos y

gritos. Ya no viу agitarse б los pigmeos en torno de sus extremidades,

como si fuesen mudos y sуlo hablasen por seсas; hasta de los tйrminos

mбs apartados del edificio le llegaron olas rumorosas semejantes б los

murmullos que agitan los bosques, distinguiendo en ellas las palabras

ininteligibles que proferнa su numerosa servidumbre.

--De este modo, gentleman--dijo el profesor--, podrй conversar con usted

sin tener que levantar mucho la voz, lo mismo que si hablase con un ser

de mi especie. A veces siento el deseo de comunicarle cosas muy

importantes para mн, cosas нntimas, cosas tiernas de la amistad, y no me

atrevo. їQuiйn sabe si algъn universitario conocedor de nuestro idioma

vaga por debajo de la mesa y puede oirnos?... Ahora, como podrй hablar

en voz discreta, tal vez me atreva б decir lo que pienso con algo mбs de

libertad.

El profesor dijo las ъltimas palabras mostrando una timidez de muchacha,

lo que diу б su respetable persona cierto aspecto grotesco. Pero tuvo

que abandonar pronto esta actitud para ocuparse de un asunto mбs

importante que motivaba su visita matinal. Si lo habнa olvidado al

principio, era б causa de la emociуn que sentнa siempre al hablar б

solas con el gigante.

--Gentleman--dijo--, tengo que darle una buena noticia. El Padre de los

Maestros, que rara vez se digna visitar б los personajes mбs importantes

de nuestra Repъblica, vendrб esta tarde б verle. No habla bien nuestro

idioma y lo lee tambiйn con cierta vacilaciуn; pero yo estarй presente

para servir de traductor entre los dos. Quiso en el primer momento que

la entrevista fuese en la Universidad, y para ello habrнa tenido usted

que entrar en el edificio pasando una pierna por encima de los tejados,

y despuйs la segunda pierna, hasta quedar de pie en el patio central.

Pero el arquitecto universitario se ha opuesto, temiendo por la

integridad de los techos, que son algo viejos. Seguramente se habrнa

llevado usted con sus rodillas algunos aleros, y en este momento la

Universidad no estб para nuevos gastos. Como Momaren es amigo del

gobierno, el implacable Gurdilo se opone en el Senado б todo proyecto de

aumento de nuestra subvenciуn. Ademбs, yo he demostrado al Padre de los

Maestros que es mucho mбs cуmodo subir en su litera hasta lo alto de

esta mesa, donde podrб conversar con el Gentleman-Montaсa horas enteras.

Tambiйn resulta mejor para usted que obligarle б permanecer encogido en

un patio, sin atreverse б hacer el mбs leve movimiento por miedo б

irrogar perjuicios costosos.

Gillespie aceptу con gusto la visita. Habнa oнdo hablar tantas veces б

su traductor de la influencia omnipotente del Padre de los Maestros y de

su inmensa sabidurнa, que considerу interesante conocer б tan alto

personaje. Ademбs se acordу de Ra-Ra y del odio concentrado y misterioso

que mostraba contra el ilustre Momaren.

--Debe usted no olvidar--continuу Flimnap--que nuestro jefe es un gran

poeta, el segundo poeta nacional, el que figura despuйs de Golbasto,

aunque este versificador sublime, cuando sufre algъn apuro pecuniario у

desea un empleo para alguna amiga suya, no tiene inconveniente en

declarar б gritos que Momaren es mil veces superior. Yo di б leer al

Padre de les Maestros las poesнas inglesas que encontrй en su cuaderno

de bolsillo. Las traduje б nuestro idioma, y creo que no resultan mal.

Si lo dudase, me hubiese convencido anteanoche de que la traducciуn es

buena viendo el entusiasmo con que acogiу su lectura el inmenso pъblico

de mi conferencia.

Ahora, gentleman, en justa reciprocidad, espero que usted se dignarб

leer otra traducciуn que he hecho de las poesнas de mi eminente jefe

pasбndolas del idioma nacional al inglйs.

En vista de la conformidad del gigante, el catedrбtico fuй hasta el

borde de la mesa dando уrdenes б gritos, y los atletas que maniobraban

la grъa para subir los alimentos pusieron en actividad otra vez el plato

que servнa de ascensor. Una vez llegado йste arriba, seis de los hombres

forzudos cargaron con un libro del mismo tamaсo que el cuaderno empleado

por Gillespie para sus notas.

Tenнa el volumen unas tapas multicolores, cubiertas de diversas piezas

de cuero formando mosaico. Sus hojas eran de triple pergamino, y las

traducciones de Flimnap habнan sido trazadas con brochas gordas, dando б

cada letra el tamaсo de la cabeza de un habitante del paнs.

Gillespie, poniйndose la rodaja de cristal sobre uno de sus ojos, empezу

б leer. Los atletas sostenнan abierto el libro con visible esfuerzo,

pues resultaba este trabajo una empresa digna de su vigor. Mientras

tanto, Flimnap iba pasando las hojas y daba explicaciones para que su

amigo no tuviese la menor duda sobre el texto.

--їQuй le parecen estos versos, gentleman?--preguntу cuando estaban ya

en la mitad del volumen.

Hizo Gillespie un gesto evasivo. Machas de las imбgenes del poeta no

podнa comprenderlas, aun despuйs de las aclaraciones del traductor.

Otras le parecнan extravagantes, y tuvo que hacer esfuerzos para no

saludarlas con una carcajada. Pero temiendo molestar al buen Flimnap, se

apresurу б decir:

--Me parecen excelentes. Lo ъnico que me extraсa es ver en la mayor

parte da estos versos algo asн como una decepciуn amorosa, una

melancolнa de pasiуn sin esperanza. ЎQuiйn hubiese creнdo que el

respetable Padre de los Maestros fuera capaz de tan frнvolos

sentimientos!...

El profesor sonriу levemente.

--Ha acertado usted, gentleman. El ilustre Momaren ha sido joven, como

todos, y guarda la tristeza de un gran desengaсo amatorio. Por eso

muchos considerarnos б Golbasto como el primero de nuestros poetas

heroicos y б Momaren como el mбs exquisito de nuestros poetas de

amor.... Yo quisiera que usted le manifestase esta tarde la admiraciуn y

el entusiasmo que ha sentido al leer sus versos. Piense que es mi jefe;

piense que tan poderoso personaje ha ordenado la producciуn de este

hermoso volumen sуlo por serle grato, haciendo trabajar en йl durante

cuatro dнas б todos los pintores y encuadernadores que dependen de la

Universidad, y piense finalmente que el Padre de los Maestros es quien

puede influir sobre los altos seсores del Consejo Ejecutivo para que le

permitan viajar por toda la Repъblica acompaсбndome en mis conferencias,

medio seguro de que los dos ganemos riquezas enormes.

Prometiу Edwin б su traductor cumplir exactamente tales recomendaciones,

y despuйs de la comida de mediodнa aguardу, con los codos en la mesa y

la cabeza entre las manos, la llegada del jefe de la Universidad y su

cortejo.

Durante tan larga espera se entretuvo escuchando, gracias б su aparato

auditivo, los gritos y las canciones de los servidores, que se movнan

como insectos en el fondo de la Galerнa. Despuйs que toda esta gente

hubo comido cerca de las cocinas, el estrйpito fuй en aumento,

cortбndose de vez en cuando el vocerнo de los pigmeos con las уrdenes

que gritaban sus diversos jefes. Al fin se cansу de este zumbido de

colmena en desorden, y sacбndose de la oreja el microfуnico aparato,

quedу envuelto en un dulce silencio, estremecido apenas por lejanos й

indefinibles murmullos.

Se iba adormeciendo Gillespie, cuando le estremeciу un gran ruido de

muchedumbre, haciйndole volver б la realidad.

Viу cуmo una masa de curiosos formaba semicнrculo en torno б la fachada

de cristal del edificio, completamente abierta, que le servнa б йl para

entrar y salir.

Numerosos jinetes contenнan б estos curiosos para que dejasen paso

franco al ilustre visitante.

Avanzу primeramente un grupo de doctores jуvenes, que eran muchachas en

traje masculino, llevando como ъnico emblema de su grado el gorro

universitario. Algunas de ellas, esbeltas y gallardas, tenнan un andar

marcial que revelaba su aficiуn б los deportes, pero las mбs mostraban

cierto parentesco fнsico con el doctor Flimnap. Las habнa enjutas de

cuerpo, con un gesto бcidamente triste, como si el fuego del saber

hubiese consumido en su interior toda gracia femenina. Otras eran

gruesas, pesadas y miopes, contemplбndolo todo con asombro infantil, lo

mismo que si hubiesen caнdo en un mundo extraсo al levantar su cabeza de

los libros.

Detrбs de este escuadrуn estudioso apareciу la litera en forma de

lechuza, dentro de la cual iba el ilustre Momaren. El profesor Flimnap

marchaba junto б la portezuela de la derecha, conversando con su ilustre

jefe, honor pъblico gozado por primera vez, que le hacнa caminar

titubeante, con el rostro empalidecido por la emociуn. Cerraban la

marcha graves matronas universitarias, con togas negras. Todas ellas

ostentaban en sus birretes los varios colores de las catorce Facultades

que clasifican la sabidurнa entre los pigmeos.

El cortejo fuй desapareciendo lentamente bajo la mesa. Sintiу el gigante

una ruidosa agitaciуn junto б sus pies, pero hizo esfuerzos por

mantenerlos inmуviles, temiendo provocar una catбstrofe. La avalancha de

visitantes se habнa fraccionado para tomar los cuatro caminos en espiral

arrollados б las patas de la mesa.

Gillespie viу surgir por los escotillones б muchos servidores suyos,

hombres y mujeres, que se colocaron en uno de los lados de la planicie

de madera, esperando уrdenes. Luego fueron saliendo de dos en dos los

doctores jуvenes, yendo б situarse en el borde de la mesa, frente al

gigante. Muchos de ellos llevaban lentes de disminuciуn para examinarlo

detenidamente. Otros, los mбs gallardos y de buen ver, reнan y se

empujaban con el codo, mirando б ojos simples la cara de Gillespie y

haciendo suposiciones sobre sus enormidades ocultas, que provocaban el

escбndalo y la protesta de sus compaсeras mбs graves y virtuosas.

Apareciу, al fin, la litera del Padre de los Maestros, sostenida por

ocho universitarios jуvenes, que jadeaban sudorosos despuйs de esta

ascensiуn en espiral. Se abriу la portezuela de la caja portбtil y saliу

Momaren, con su birrete de cuatro borlas y una toga de cola larguнsima,

que se apresuraron б sostener dos aprendices de profesor.

Fuй avanzando solemnemente sobre la mesa, y detrбs de sus pasos todo el

acompaсamiento final de graves doctores, que no ocultaban las arrugas y

las canas de sus rostros matroniles.

El profesor Flimnap corriу б colocar en el centro de la mesa un sillуn,

que era el mismo que йl habнa ocupado al dar al gigante su lecciуn de

Historia. El alto personaje se sentу en йl, teniendo б un lado al

obsequioso traductor. Todo el cortejo universitario permaneciу detrбs,

rнgido y en profundo silencio, esperando que sonase la voz autorizada

del maestro de los maestros. Hasta los doctores revoltosos cesaron en

sus risas juveniles y sus atrevidos comentarios al sentarse Momaren.

Este se llevу б un ojo la lente facilitada por Flimnap, y al ver de

cerca el rostro del gigante, reducido casi б las proporciones de un ser

de su misma especie, no pudo reprimir un movimiento de sorpresa. Quedу

contemplбndole con una expresiуn reflexiva que revelaba intenso trabajo

mental. Al fin murmurу, dirigiйndose б Flimnap, pero sin apartar su

mirada del gigante:

--їA quien se le parece, profesor?... Yo he visto esta cara en alguna

parte.... No puedo recordar con exactitud, pero es absolutamente igual б

una persona que he visto muchas veces.... їQuiйn serб?

Flimnap murmurу palabras vagas para excusar su ignorancia. Lamentaba no

poder ayudar б su ilustre jefe en este trabajo de la memoria. Pero

aunque su voz era reposada y su gesto tranquilo, la inquietud hizo

correr por su cuerpo ondas nerviosas de diversas temperaturas. Sabнa

perfectamente б quiйn se asemejaba el gigantesco gentleman, pero tuvo

buen cuidado de no revelarlo al Padre de los Maestros.

Por su parte, Gillespie se mostraba tan impresionado como el traductor.

Al ver que el poderoso visitante se ponнa un vidrio ante un ojo para

conocerle con mбs exactitud, йl creyу del caso hacer lo mismo, por

cortйs reciprocidad.

Tomу la gran redondela de cristal que estaba sobre la mesa, y al

colocarla en uno de sus ojos fuй tal su emociуn, que faltу muy poco para

que el disco duro y transparente cayese como un proyectil, matando б

varios doctores del cortejo.

--Debo estar soсando--se dijo el ingeniero--. Esto no puede ser.

Resultan demasiadas sorpresas juntas para que yo acepte como realidad lo

que veo en este momento.

Dos dнas antes se habнa contemplado б sн mismo en forma de pigmeo y

vestido de mujer. Aquel Ra-Ra era otro Edwin Gillespie; tan exacta

resultaba la semejanza. Y ahora....

--No hay duda; estoy durmiendo--volviу б decirse--. Esto es imposible.

Pero no necesitу de largas reflexiones para dar por falsa la idea del

ensueсo. Habнa que aceptar todos los caprichos de una realidad que

parecнa complacerse en provocar su asombro, ofreciйndole maravillosas

semejanzas.

Al convencerse de que estaba despierto y bien despierto, encontrу cierto

placer en examinar todos los detalles fнsicos del ilustre Momaren, que

hacнan de su persona una reproducciуn exacta, aunque en escala

reducidнsima, de otra persona existente en el mundo de los gigantes

humanos.

El Padre de los Maestros era mistress Augusta Haynes, la madre de

Margaret.

Gillespie se imaginу verla, б travйs de unos gemelos puestos del revйs,

vestida con un traje de doctor estrafalario y magnнfico para asistir б

un baile de mбscaras. Las dos tenнan la misma majestad dura y бspera, un

perfil idйntico de ave de presa, igual volumen y una solemnidad

orgullosa en las palabras y los gestos.

Edwin creyу durante algunos momentos que aquella miniatura de mistress

Augusta Haynes iba б erguirse en su sillуn para negarle por segunda vez

la mano de Margaret, afirmando que ella no podнa transigir con los

hombres de espнritu novelesco que ignoran el medio de hacer dinero. Pero

la voz del profesor Flimnap le arrancу de su asombro.

--Gentleman--dijo el traductor--: nuestro ilustre Padre de los Maestros

se ha dignado venir б visitarle б causa del gran interйs que siente por

su persona. Si desea conocerle no es por la curiosidad que inspira al

vulgo la grandeza material, sino porque sabe que usted ha sido en su

patria un hombre de Universidad, un poeta, y considera deber de

compaсerismo darle la bienvenida б su llegada б este gran paнs gobernado

por el mбs inteligente de los sexos.

Siguiу el profesor hablando en tono de conferencista, pues todo su

auditorio entendнa el inglйs con mбs у menos facilidad y era capaz de

apreciar las florescencias de su estilo.

Cuando terminу la enumeraciуn de los mйritos de Momaren, de las glorias

del gobierno femenil y de los grandes adelantos intelectuales de su

raza, el gigante contestу б su vez con otro discurso, agradeciendo las

atenciones de que habнa sido objeto desde su llegada involuntaria б esta

Repъblica y las que esperaba recibir en adelante, pero aludiendo de paso

con suavidad al disimulado encierro en que le tenнan.

Luego, levantando una mano, que pasу como la sombra de una nube sobre

los birretes de los doctores, seсalу el libro multicolor traнdo por

Flimnap en la maсana, y que estaba ahora caнdo sobre la mesa. Hizo un

elogio vehemente de las poesнas de su ilustre visitante, declarando que

jamбs en su existencia habнa conocido nada comparable б ellas, y que

ninguno de los poetas de su paнs podrнa igualarse con Momaren.

Aunque el Padre de los Maestros no era muy fuerte en el idioma sagrado

de los hombres de ciencia y entendнa con dificultad el inglйs articulado

por aquella voz de trueno, comprendiу perfectamente la ъltima afirmaciуn

del gigante, que le hizo agitarse de emociуn en su asiento.

--Dнgale--apuntу por lo bajo б Flimnap--que sus poesнas tambiйn son

magnнficas y me gustaron mucho cuando las leн traducidas por usted.

Jamбs habнa experimentado un orgullo profesional ni una satisfacciуn de

amor propio comparables б los de este momento. Todos los que admiraban

sus versos, incluso el glorioso Golbasto, tenнan voces iguales б las de

los otros humanos, y sus elogios eran siempre idйnticos. Pero oirse

alabar ahora por este trueno que venнa de lo alto y que en el caso de

ponerse el gigante de pie podнa resonar hasta por encima de las nubes,

representaba para Momaren una glorificaciуn casi divina.

En los primeros momentos, la semejanza de Gillespie con un ser

indeterminado y misterioso le hizo pensar en todos sus enemigos,

considerando esta semejanza hostil para йl. Ahora creнa, por el

contrario, que debнa parecerse el gigante б algo muy superior, y hasta

llegу б pensar si su rostro serнa el recuerdo de un dios entrevisto por

йl en sus ensueсos.

El profesor Flimnap le obedeciу, dirigiendo al gigante un segundo

discurso para repetir los elogios con que el Padre de los Maestros

contestaba б las alabanzas de Gillespie. Pero йste empezу б fatigarse de

la monotonнa de una entrevista en la que la vanidad literaria de Momaren

daba el tono б la conversaciуn.

Mientras fingнa escuchar el discurso de Flimnap, sus ojos vagaron de un

lado б otro examinando los diversos grupos situados sobre la planicie de

la mesa. De pronto su atenciуn caprichosa se concentrу en el lado donde

se aglomeraba la gran masa de sus servidores.

Creyу reconocer б Ra-Ra en uno de los hombres con vestidura femenil que

estaban al frente de los siervos medio desnudos. Debнa ser

indudablemente el propagandista del «varonismo», el rebelde acosado,

que, oculto bajo sus velos, se daba el placer de pasar y repasar con

diversos pretextos cerca de Momaren, al que parecнa tener por el mayor

de sus perseguidores.

Le siguiу Gillespie con los ojos en todas sus evoluciones alrededor del

inmуvil cortejo universitario. Por un momento sospechу si se propondrнa

hacer algo contra el Padre de los Maestros. Luego una luz nueva pareciу

extenderse por el pensamiento de Edwin.

Se explicу de pronto el motivo de que Ra-Ra odiase al severo Momaren.

Este joven resultaba una reducciуn exacta de su misma persona, y era

natural que se mostrase enemigo irreconciliable de aquel personaje igual

en todo б la viuda de Haynes.

Pero el gigante olvidу tales pensamientos, atraнdo por una nueva

evoluciуn de Ra-Ra. Retrocedнa ahora con lentitud hacia un extremo de la

mesa ocupado ъnicamente por gentes de baja condiciуn: atletas de los que

manejaban la mбquina monta-platos. Un doctor se fuй despegando

lentamente del grupo que habнa precedido б la litera de Momaren y

pareciу seguir de espaldas, fingiйndose distraнdo, la retirada de Ra-Ra.

El gigante sospechу que este universitario era la mujer amada de la que

habнa hablado el proscrito en varios pasajes de su historia. Tal vez no

se habнan visto en muchos meses. El joven doctor acababa de adivinar

indudablemente el rostro misterioso que ocultaban aquellos velos

pъdicos, y parecнa conmovido por la primera sorpresa de su

descubrimiento.

Sintiу Edwin una tierna conmiseraciуn por los dos amantes, un deseo de

protegerlos, de facilitar su entrevista, y para ello dejу caer sobre la

mesa uno de sus brazos, colocбndolo de modo que fuese como una barrera

entre el бngulo donde quedaba la pareja con el grupo de servidores

forzudos y todo el resto de la planicie.

Los enamorados, al verse protegidos por esta muralla de carne y de

lienzo, sin miedo ya б la curiosidad del cortejo universitario,

corrieron el uno hacia el otro. El hombre echу atrбs sus velos

femeniles. Efectivamente, era Ra-Ra. Los dos se abrazaron y empezaron б

besarse, sin prestar atenciуn al grupo de atletas, que presenciaban sus

arrebatos con impasible estupidez.

Edwin creyу ver que era el doctor quien habнa tomado la iniciativa, de

estas caricias, con una impetuosidad varonil. Pero esto no le produjo

extraсeza alguna. Ya estaba acostumbrado б las tergiversaciones de este

mundo dominado por las mujeres. Lo que йl deseaba era conocer el rostro

de la joven universitaria y oir lo que se decнan ambos, pero no

resultaba empresa fбcil.

El profesor Flimnap seguнa hablбndole. Dulcemente, de los pбlidos

elogios б sus versos ingleses habнa ido pasando б una segunda serie de

alabanzas para las obras de Momaren, y explicaba con profusiуn el rango

que correspondнa б este autor en la historia literaria del paнs.

Gillespie moviу la cabeza afirmativamente para indicar que aceptaba

todas las palabras del orador. Luego fijу en el Padre de los Maestros

una mirada de vehemente admiraciуn, gracias б la cual pudo recobrar otra

vez su prestigio, pues Momaren parecнa algo molestado por sus

distracciones anteriores.

Con el pretexto de querer oir mejor la luminosa disertaciуn de Flimnap,

buscу sobre la mesa el aparato microfуnico, introduciйndolo en uno de

sus pabellones auriculares. Inmediatamente un huracбn aullador chocу

contra su tнmpano. Era la voz oratoria de su amigo, en torno de la cual

parecнan enroscarse como suaves lianas las dos voces prudentes y tнmidas

de la pareja amorosa. Luego, fingiendo interesarse mucho por lo que

decнa el conferencista, se llevу б un ojo la lente de aumento.

Viу con enormes dimensiones la cara de mistress Augusta Haynes, rematada

por su honorнfico gorro, y que le sonreнa protectoramente, como nunca le

habнa sonreнdo la verdadera en el lejano paнs de su nacimiento. Poco б

poco fuй ladeando la cabeza, y desaparecieron de su redondel de vidrio

el Padre de los Maestros, el orador y los grupos universitarios. Como si

pretendiese cambiar de postura en su asiento, volviу la cabeza mбs б la

derecha, quedando bajo su radio visual el extremo de la plataforma donde

estaban los dos amantes.

Ahora pudo ver con claridad, considerablemente agrandado y en todos sus

detalles, al joven doctor que estaba con Ra-Ra. De haberlo descubierto

una hora antes, estaba seguro de que la lente se habrнa caнdo de su

rostro empujada por la sorpresa, siйndole imposible al mismo tiempo

contener un grito de asombro. Pero despuйs de haber conocido

personalmente б Momaren, se consideraba б salvo de toda clase de

emociones.

Entre todas las maravillas vistas en el paнs de los pigmeos, el rostro

de este joven doctor representaba la mбs enorme y la mбs grata para йl.

Pero existe un encadenamiento lуgico entre los sucesos extraordinarios,

igual al que reъne los hechos de la vida corriente. Desde el momento que

Ra-Ra era йl, y Momaren era mistress Augusta Haynes, resultaba natural

que el joven universitario sуlo pudiera parecerse б una persona....

Y contemplу con admiraciуn б miss Margaret Haynes, su novia del otro

mundo, que б travйs de la lente amplificadora se mostraba casi con su

tamaсo ordinario.

Йl no habнa visto nunca б Margaret llevando un gorro de doctor. Tampoco

habнa tenido ocasiуn de admirarla con pantalones de hombre; pero creyу

firmemente que, de haberla visto asн, ofrecerнa las mismas formas

esbeltas y atractivas que en el presente momento. En realidad, se sintiу

satisfecho por primera vez de su viaje б este paнs, ya que le

proporcionaba tan agradable visiуn.

Le gustу menos ver cуmo su novia apretaba las manos de Ra-Ra, mirбndose

en sus ojos, y cуmo interrumpнa tan cariсosa contemplaciуn para volver б

besarle. ЎSufrir esto en su presencia!... Pero despuйs de mirar con odio

б Ra-Ra se dijo que йste era otro Edwin, y los besos recibidos por el

pigmeo le correspondнan б йl aunque fuese de un modo indirecto.

Con la emociуn del encuentro los dos amantes habнan olvidado toda

prudencia, y empezaron б hablarse en el idioma del paнs. Luego se

fijaron en los atletas que permanecнan junto б ellos, dentro del retiro

formado por el brazo del gigante, y creyeron prudente valerse de otro

lenguaje.

Gillespie oyу claramente cуmo los dos seguнan el diбlogo en inglйs.

--ЎQuй alegrнa sentн al verte!--decнa el hermoso doctor empleando el

lenguaje sagrado de la ciencia con tanta facilidad como Ra-Ra--. Te

creнa lejos, en uno de esos viajes que tanto me inquietan. Ahora, al

encontrarte, me considero feliz; pero no por eso dejo de pensar en tus

enemigos. Los del _Comitй de supresiуn del antiguo rйgimen_ no te

olvidan, y sus espнas siguen buscбndote por la capital. Al venir aquн

esta tarde, presentнa confusamente que algo nuevo y grato iba б ver en

el alojamiento del Hombre-Montaсa. Por eso me inspirу una simpatнa

repentina este gigante. Hasta le encontrу en los primeros momentos

cierta semejanza contigo. Era, sin duda, el presentimiento de que te

habнas refugiado bajo su protecciуn.... Pero Ўay, si llegasen б

descubrirte! Cada dнa preocupas mбs б esas gentes que te odian.

--No temas, Popito; es difнcil que den conmigo. Tu amor y las exigencias

de la gran causa б que he dedicado mi vida me hacen ser prudente. Sуlo

cuando supe que el Padre de los Maestros venнa б visitar al gigante me

decidн б subir б lo alto de esta mesa con la esperanza de que tъ

figurarнas en el cortejo.

--ЎY yo que no querнa venir!--exclamу Popito--. Tu larga ausencia y la

falta de noticias me tenнan desalentada. Preferнa pasar la tarde

sumiйndome en el estudio, para no pensar en nuestra situaciуn. Al fin,

la curiosidad de ver al Hombre-Montaсa y un indefinible presentimiento

me arrastraron hasta aquн. ЎQuй desgracia si no hubiese venido!...

La suposiciуn de esta ausencia impresionaba de tal modo б Ra-Ra, que

para consolarse volviу б repetir sus abrazos y sus besos.

--ЎOh, Popito!--murmurу con una voz de йxtasis.

Gillespie considerу prudente apartar su mirada de ellos para volverla

hacia el imponente cortejo que habнa venido б visitarle.

--Miss Margaret se llama ahora Popito--se dijo mentalmente--. ЎQuй

nombre extravagante!

Pero б continuaciуn pensу que йl se llamaba Ra-Ra, y la grave viuda de

Haynes era en este paнs el Padre de los Maestros, jefe supremo de las

universidades, y ademбs escribнa versos.

Buscу otra vez la mirada protectora de Momaren, quedando medianamente

satisfecho al ver que los ojos de йste parecнan amonestarle por su

reciente distracciуn. Flimnap continuaba dejando correr el chorro de su

oratoria didбctica. Explicaba en estos momentos los diversos y

brillantes perнodos de la literatura nacional, aproximбndose con la

lentitud de un estratega prudente б la conclusiуn de que todo lo que

habнan producido varias generaciones de escritores era simplemente para

preparar el advenimiento de Momaren. Pero aunque Gillespie hacнa

esfuerzos por enterarse de la disertaciуn, inclinaba al mismo tiempo su

cabeza del lado de los amantes, deseoso de oir su diбlogo.

La voz de la invisible Popito, algo desfigurada por el aparato

microfуnico, evocу en su memoria el recuerdo de la voz dulce y graciosa

de miss Margaret.

--Mi madre se opone--decнa--, bien lo sй; pero yo te amo, y verбs cуmo

al fin triunfaremos, consiguiendo nuestra felicidad.

ЎLo mismo que la otra!... El gigante creyу estar aъn en el Gran Parque

de San Francisco escuchando por ъltima vez б miss Margaret, y al ver

bajo sus ojos б tantos ciudadanos de aquel pueblo diminuto que le tenнa

sujeto б la mбs grotesca de las esclavitudes, impidiйndole volver б la

tierra natal, donde б lo menos le era posible admirar de lejos б la

mujer amada, sintiу un deseo vehemente de levantar los puсos, aplastando

con unos cuantos golpes б toda la universidad femenina.

Su propia voz saliendo de la boca de Ra-Ra le distrajo por algъn tiempo.

El joven hablaba con entusiasmo, y Popito, б pesar de que vivнa en la

triunfante Repъblica de las mujeres, mostraba al escucharle una

supeditaciуn de hembra feliz que desea verse dirigida y ъnicamente pide

amor. Era igual б las mujeres descritas por el doctor Flimnap que vivнan

en las йpocas anteriores б la Verdadera Revoluciуn.

Ra-Ra contaba las ъltimas aventuras de su existencia errante y sus

trabajos para destruir el despotismo femenino. Creнa en un triunfo

prуximo con la fe de los visionarios, que siempre colocan la victoria de

sus ideales dentro de breve plazo. Tan conmovido estaba por su

vehemencia, que hasta llegу б olvidarse del sexo de su ъnica oyente.

Todas las abominaciones de la йpoca actual las atribuнa б las mujeres,

describiendo б continuaciуn el perнodo de justicia y de bienestar que

seguirнa al triunfo de los hombres.

Como habнa sufrido mucho, su rencor de perseguido exigнa venganzas. El

nombre de Momaren iba б figurar entre los primeros culpables que

castigarнa la futura Revoluciуn.

--No--protestу Popito--. Acuйrdate, Ra-Ra, que el Padre de los Maestros

es mi padre.

--Di tu madre, para hablar lуgicamente--repuso el joven.

--Sн, mi madre, conforme б los usos del antiguo rйgimen, y yo te pido

que la respetes. Momaren tiene un alma generosa. Su ъnico defecto

consiste en ser tradicionalista y aceptar todas las ideas de su йpoca.

Gillespie no experimentу extraсeza al oir esto. Le parecнa

extremadamente lуgico, y hasta se asombrу de que no se le hubiera

ocurrido antes. Siendo mistress Augusta Haynes el Padre de los Maestros,

era natural que Popito fuese su hija. їCуmo irнa б terminar toda esta

historia empezada al otro extremo de la tierra para reproducirse aquн en

proporciones de burlesca exigьidad, pero con un carбcter mбs dramбtico y

peligroso?...

Un mugido gigantesco penetrу por su conducto auricular, haciйndole salir

de su actitud reflexiva. El profesor Flimnap gritaba б toda voz:

--їQuй opina usted de lo que digo, gentleman?

Habнa formulado tres veces la misma pregunta, sin obtener respuesta, y

los doctores jуvenes, mбs revoltosos, empezaban б reir del silencio del

gigante y de la confusiуn del conferencista.

Engaсado por la fijeza de los ojos de Gillespie, el traductor habнa

osado dirigirle la tal pregunta convencido de que le escuchaba con

atenciуn. Luego tuvo que repetirla dos veces mбs, mientras б su lado el

ilustre jefe de la Universidad se agitaba en su asiento nerviosamente,

considerando como una ofensa la actitud distraнda del gigante.

--їQuй decнa usted, querido profesor?--preguntу Edwin con la expresiуn

de un hombre que despierta.

Estas palabras aumentaron las risas en el doctorado joven. Algunos

universitarios se encogнan y achicaban para lanzar carcajadas con toda

libertad al amparo de las espaldas de sus vecinos. Querнan aprovechar la

ocasiуn para reirse sin peligro del temible Momaren. Este, con las

mejillas enrojecidas y la nariz mбs encorvada que nunca, araсу los

brazos de su sillуn, mientras el buen Flimnap, avergonzado por el

incidente, balbucнa sus explicaciones.

--Le pregunto, gentleman, si despuйs de haber escuchado lo que dije

sobre los diversos perнodos de nuestra literatura no cree usted que el

poeta Momaren resulta el mбs eminente de todos en el gйnero sentimental.

--Es indiscutible--respondiу el coloso--, y sуlo los ignorantes pueden

opinar lo contrario.

Esta respuesta devolviу en parte su tranquilidad al Padre de los

Maestros, pero todavнa sonaron algunas risas entre la gente joven,

aunque menos audaces por ir dirigidas concretamente contra la persona

del jefe supremo.

--Vбmonos, profesor--ordenу б Flimnap--. Estamos cansando con una visita

demasiado larga б este pobre gigante, que no parece de un vigor

intelectual en armonнa con su estatura. Despнdame de йl; dнgale que he

tenido mucho gusto en conocerle.

Y se puso de pie, acudiendo inmediatamente los dos aspirantes б profesor

que sostenнan la cola de su toga. Tambiйn corrieron los portadores de su

litera para empuсar los brazos de esta caja portбtil. Todo el cortejo

universitario, que ya empezaba б fatigarse de una visita larga y sin

incidentes, se aglomerу en los escotillones para deslizarse por las

cuatro rampas arrolladas б las patas de la mesa.

Flimnap se despidiу de su protegido con breves palabras:

-Vendrй maсana, gentleman. El Padre de los Maestros le saluda y agradece

su atenciуn.

Lo que el catedrбtico deseaba era volver al lado de Momaren. El

entrecejo de йste y su boca tirante y desdeсosa le infundнan terror. Se

inclinу ante йl cuando iba a entrar en su litera, y el eminente

personaje le dijo con frialdad:

-Me parece un buen hombre su Gentleman-Montaсa, pero sin ningъn sentido

crнtico. En cuanto б sus versos, ya sabe mi opiniуn: muy flojos; casi

dirнa que son malos.

Fuй б meterse en la caja portбtil, pero todavнa retrocediу para

comunicar б su inferior el gran descubrimiento que acababa de hacer. Una

cуlera sorda y frнa habнa registrado su memoria mбs profundamente que la

vanidad halagada.

-Ya sй б quiйn se parece su gigante: acabo de descubrirlo. Es un retrato

exacto de Ra-Ra, ese loco peligroso, nieto de aquel asesino de las

guerras antiguas que se creнa un grande hombre. No es una semejanza que

haga simpбtico б su Gentleman-Montaсa.

Y despuйs de decir esto se metiу en su litera, satisfecho de la

confusiуn y la alarma en que dejaba al buen profesor.

Gillespie, mientras tanto, habнa levantado el brazo que servнa de

refugio б los dos amantes. Al ver Popito que el cortejo universitario

habнa abandonado ya la planicie de la mesa, se dirigiу hacia uno de los

escotillones, despidiйndose antes de Ra-Ra con varios besos.

--Volverй--dijo apresuradamente, ahora que conozco tu escondrijo.

Pretextarй un deseo de estudiar de cerca el modo de vivir del gigante.

Despuйs de tales palabras quiso correr, pero se viу detenida en mitad de

su carrera por un obstбculo. El Hombre-Montaсa habнa colocado una de sus

manos sobre la mesa, manteniйndola en posiciуn vertical, con el pulgar

en alto.

Tropezу la joven con los almohadillados carnosos de su palma, y al mismo

tiempo una voz enorme que se esforzaba por ser dulce llegу б sus oнdos

desde lo alto:

-Doctor Popito, puede usted volver cuando quiera: el Hombre-Montaсa la

invita. Si Momaren es el Padre de los Maestros, yo deseo ser el Padre de

los Enamorados.

IX

Donde el gigante va de caza y Popito expone sus ideas sobre el gobierno

de las mujeres

Cuando el bondadoso Flimnap se presentу al dнa siguiente, Edwin le hizo

una pregunta que tenнa preparada desde la tarde anterior.

Adivinу que el profesor hembra le traнa buenas noticias, a juzgar por la

expresiуn alegre de su rostro; pero antes de que se enfrascase en su

relato y tal vez en la manifestaciуn de sus tiernos sentimientos, quiso

satisfacer la propia curiosidad.

-Dнgame, doctor: їMomaren tiene una hija?

Al oir estas palabras, Flimnap perdiу su alegre gesto. No se acordaba en

aquel momento del mencionado personaje, y la pregunta del gigante

resucitу en su memoria las molestias y los temores del dнa anterior.

-Sн, gentleman; tiene una hija, como usted dice, o como nosotros

decimos, un hijo, que pertenece б la Universidad y podrнa ser una de sus

mejores glorias. Pero el doctor Popito, ademбs de proporcionar al Padre

de los Maestros abundantes molestias en el presente, le recuerda un

pasado de sucesos muy tristes.

Viendo que Flimnap callaba, el gigante indicу con un gesto su deseo de

saber algo mбs; pero el universitario se negу б seguir hablando si no se

colocaba antes en una oreja aquel aparato que permitнa oir las voces mбs

tenues. Temнa contar б gritos la historia de las desgracias familiares

de su poderoso jefe. Una indiscreciуn de tal clase aumentarнa la

frialdad que le mostraba Momaren despuйs de lo ocurrido en la tarde

anterior.

Sуlo al ver que Gillespie hacнa uso del micrуfono, siguiу diciendo en

voz baja:

--La historia del Padre de los Maestros es la historia de todas las

mujeres que concentran su felicidad y su porvenir en un hombre,

entregбndose б esa pasiуn absorbente y martirizadora que llaman amor.

Hace veinticinco aсos, cuando aъn no era jefe de la Universidad, pero

ocupaba un asiento por primera vez en el Senado y una cбtedra de

Historia polнtica, se enamorу de un hombre.

No crea usted, gentleman, que este hombre era un intelectual, digno del

afecto de Momaren. Por el contrario, apenas sabнa leer y escribir, pero

era un buen mozo y disponнa б su capricho de todas las artes que

cultivan los varones metidos en sus casas para atraer y dominar б las

pobres mujeres. Como la mujer vive preocupada por sus negocios y vuelve

б su domicilio rendida de tanto trabajar, ignora el modo de precaverse

de tan diabуlicas asechanzas.

Momaren, que aspiraba б ser un asceta del estudio, dedicando б la

ciencia su vida entera, sin las preocupaciones de familia, que estorban

la concentraciуn silenciosa del pensamiento, fuй dйbil, y cayу vencido,

como cualquiera de esas muchachas del casco con aletas que estudian para

oficiales en nuestra Escuela militar. Durante tres aсos se considerу el

profesor mбs feliz de la Repъblica porque tenнa б su lado б este hombre

seductor y diabуlico.

No era aъn Padre de los Maestros, pero fuй padre de Popito, que naciу al

aсo de esta uniуn.

El caprichoso joven no pudo acostumbrarse б la gravedad amorosa del

profesor, б la calma de su casa, y un dнa se fugу con una cуmica,

cйlebre por su belleza, para vagar por los diversos Estados de nuestra

patria, llevando una existencia de aventuras y privaciones.

Debe haber muerto hace tiempo; nadie ha sabido mбs de йl. Pero el

ilustre Momaren quedу herido para siempre despuйs de esta traiciуn, y

muy pocos le han visto sonreir.

El dolor es el agua que riega los jardines de la poesнa y hace crecer

sus бrboles mбs lozanos. (Esta imagen, gentleman, siempre que la uso en

una conferencia arranca murmullos de entusiasmo.) Quiero decir que la

mala acciуn de aquel aventurero sirviу para que Momaren produjese sus

mejores obras. Como usted notу durante la lectura de sus versos, este

gran poeta sуlo canta armoniosamente al recordar sus dolores.

La educaciуn de Popito le entretuvo durante los aсos de su infancia y su

adolescencia. Pero ahora Popito es una mujer completa, un doctor de gran

porvenir, y si el Padre de los Maestros puede darle уrdenes como jefe en

los asuntos universitarios, no le puede imponer su voluntad dentro de la

familia.

Para Momaren, la mejor de las esperanzas era que su hijo viviese como йl

no supo vivir: observando el celibato, que conviene б toda mujer de

estudios, pensando ъnicamente en la gloria propia y en el porvenir de la

humanidad, sin caer nunca bajo la tiranнa del hombre. Un sabio que desea

ser verdaderamente fuerte necesita despreciar el amor. Pero Popito ha

resultado completamente distinta б las ilusiones de su padre. Debe tener

un alma igual б la de aquel aventurero enamoradizo y caprichoso que

abandonу al mбs alto de nuestros sabios para irse con una cуmica. Es de

las pobres mujeres que consideran necesarios para su vida el hombre y el

amor.

De seguir los consejos de su padre, la verнamos antes de pocos aсos

sucederle en el alto cargo de Padre de los Maestros. Pero tiene un alma

dйbil y contemporizadora, como la de aquellas hembras que en los

primeros dнas de la Verdadera Revoluciуn lloraban й intercedнan por los

varones. Por eso desprecia la mбs eminente posiciуn universitaria de

nuestro paнs, prefiriendo vivir con un hombre amado, en cariсosa

servidumbre, adivinando sus deseos para cumplirlos y dejбndose despojar

de los derechos de superioridad que le confiriу, por ser mujer, nuestra

victoria revolucionaria.

Su detuvo el profesor para aсadir con timidez, bajando aъn mбs el tono

de su voz:

--Por desgracia, gentleman, yo tengo cierta culpa de la frialdad con que

acoge Popito los sabios consejos de su padre. Esta muchacha ama б un

hombre, y yo, sin darme cuenta, hice que los dos se conociesen.

La interrumpiу Gillespie con una voz que para йl era casi un susurro:

--Lo sй, profesor; el hombre se llama Ra-Ra....

--ЎMбs bajo, gentleman!--dijo el traductor--. Ese nombre no le conviene

б nadie repetirlo en los presentes momentos. Digamos «йl» simplemente, y

nos entenderemos lo mismo. їCуmo le ha conocido usted?

Gillespie inventу una historia para hacer creer al profesor que por un

azar habнa conocido б Ra-Ra, contra la voluntad de йste, llegando al fin

б ver su rostro.

--ЎImprudente!--murmurу Flimnap, refiriйndose б su protegido--. Hay que

ver cуmo lo buscan por toda la capital. Muchas veces quise abandonarlo б

su suerte, en vista de sus absurdas predicaciones contra el excelente

gobierno de las mujeres, Ўpero le quiero tanto!... Lo conozco desde

niсo. Ademбs, en los ъltimos dнas ha aumentado mucho mi afecto hacia йl.

їSe ha fijado, gentleman, cуmo se le parece б usted?...

Gillespie siguiу contando el encuentro de Ra-Ra y Popito sobre su mesa

en la tarde anterior, y cуmo, extendiendo uno de sus brazos, creу un

refugio para que los dos amantes se hablasen entre caricias.

--ЎImprudentes!--volviу б repetir Flimnap--. Ahora comprendo por quй se

mostraba usted tan distraнdo y no contestу б mis preguntas. ЎQuй

atrevimiento!... Tener una entrevista de amor б corta distancia del

Padre de los Maestros, que odia б Ra-Ra y desea suprimirle, pues cree

que es el ъnico culpable del despego que le muestra su hija....

A pesar de las grandes muestras de escбndalo que provocaba en Flimnap la

audacia de los dos amantes, se notу en su voz cierta admiraciуn. Unos

dнas antes su protesta hubiese sido sincera, pero despuйs de conocer б

Edwin pensaba de distinto modo, mostrando veneraciуn por todos los que

sacrificaban la seguridad y las comodidades de su existencia en pro de

un amor.

--Me asombro de su atrevimiento, gentleman, pero Ўquiйn sabe si estos

enamorados valerosos ven la realidad mejor que nosotros y conocen los

goces de la vida mбs que los prudentes!... Yo, gentleman, tal vez

hubiese sido como ellos, pero nunca tuve ocasiуn de conocer el amor. Mi

mundo no me daba facilidades para enamorarme. Siempre he soсado con

dedicar mi ternura б algo muy alto, muy extraordinario, que estuviera

por encima de las cabezas de los demбs mortales.... Pero antes de que

usted viniese esto equivalнa б soсar con lo imposible.

Se ruborizу Flimnap, creyendo haber dicho demasiado, y mirу б travйs de

su lente el rostro del gigante. Este permanecнa impasible, como si no la

hubiese entendido, y el profesor juzgу oportuno no insistir. Por el

momento bastaba esta insinuaciуn; mбs adelante se expresarнa con mayor

claridad. Y pasу б hablar de aquellas noticias que dilataban de gozo su

cara bonachona cuando entrу en la antigua Galerнa de la Industria.

--Usted no puede estar metido aquн siempre, pues eso acabarнa con su

salud. Se lo he dicho al presidente del Consejo Ejecutivo, б muchos

senadores, al gobierno municipal de la ciudad y б todos los periodistas

que conozco, excelentes muchachas, que ahora me prestan alguna atenciуn,

despuйs de no haberme hecho caso nunca, y se dignan repetir en sus

artнculos todo lo que me oyen. En una palabra, gentleman: he creado un

movimiento de opiniуn б favor de usted para que su vida sea mбs

higiйnica y divertida.

El gobierno me ha autorizado para que forme un programa de diversiones.

їQuй es lo que usted desea?... Yo, espontбneamente, me he atrevido б

proponer varias. Quiero que un dнa le dejen visitar la capital. Esto es

mбs difнcil que parece б primera vista. Habrб que suspender la

circulaciуn en las calles para que usted, al marchar, no aplaste б unos

cuantos centenares de transeuntes y para que nuestros vehнculos

terrestres no le corten los pies con sus ruedas. La gente sуlo le verб

desde las ventanas y los tejados.

Como le digo, esto no es fбcil, y sуlo puede realizarse despuйs que se

reъna el gobierno municipal y decrete la suspensiуn del trбfico por unas

horas.

Tambiйn he hablado al ministro de la Guerra, y estб dispuesto б enviarle

un batallуn de muchachas, las mбs jуvenes y бgiles, para que hagan

maniobras sobre esta mesa y ejecuten varias danzas guerreras. Otras

diversiones tengo pensadas, pero sуlo podrбn realizarse mбs adelante,

pues exigen larga preparaciуn.

El recreo mбs inmediato serб maсana. Usted necesita el aire del campo,

dar un paseo digno de sus piernas, y el gobierno me ha autorizado para

que le lleve al parque secular, donde nuestros antiguos emperadores se

dedicaban б la caza durante sus veraneos. Tres dнas de viaje echaban

aquellos dйspotas en sus pesadas carretas para llegar б dicha selva,

poblada de toda clase de animales feroces. Ahora, con nuestros vehнculos

automуviles, vamos en tres horas, y usted, gentleman, tal vez haga el

camino en menos tiempo.

Verб usted cosas maravillosas en aquellas frondosidades, que, segъn la

credulidad de nuestros remotos abuelos, fueron habitadas por los

primeros dioses. Encontrarб бrboles casi de su estatura y tal vez

bestias de caza muy interesantes.

Edwin aceptу la invitaciуn con entusiasmo. Deseaba conocer algo mбs que

el eterno espectбculo de la capital vista por los tejados, y el rнo, en

el que ъnicamente le permitнan moverse dentro de un reducido espacio.

Pasу la noche inquieto por esta novedad, despertбndose con frecuencia, y

apenas hubo empezado б apuntar el alba saliу de la Galerнa,

encontrбndose con que el profesor Flimnap le aguardaba ya acompaсado por

dos individuos mбs del _Comitй de recibimiento del Hombre-Montaсa_. Un

destacamento de amazonas armadas con arcos llenaba tres vehнculos

enormes, sin duda para recordar al gigante que no era mas que un

prisionero.

Las dos mбquinas voladoras que permanecнan dнa y noche sobre el enorme

edificio abandonaron su inmovilidad, lanzбndose б travйs del aire como

para indicar la direcciуn al cortejo terrestre.

Caminу el gigante unas tres horas en pos del automуvil donde iba su

traductor, rodando detrбs de йl los otros vehнculos llenos de soldados.

Al entrar en la selva se hundiу en una arboleda que tenнa siglos y sуlo

le llegaba б los hombros, pasando muy contadas veces sus ramas por

encima de su cabeza. Los vehнculos marchaban por caminos abiertos entre

las filas de troncos, pero el gigante, al seguirlos, tropezaba con el

ramaje en forma de bуveda, acompaсando su avance con un continuo crujido

de maderas tronchadas y lluvias de hojas.

La escolta tuvo que quedarse en el antiguo palacio de caza de los

emperadores, que casi era una ruina, y Gillespie se lanzу б travйs de lo

mбs intrincado de la selva, aspirando con deleite el perfume de

vegetaciуn prensada que surgнa de sus pasos.

Del fondo de la arboleda se elevaban nubes de pбjaros, unas veces en

forma de triбngulo, otras en forma de corona, siendo las mбs grandes de

estas aves del volumen de una mosca. Todos los habitantes de la selva

adormecida escapaban asustados al sentir la aproximaciуn de este

monstruo inmenso. Bajo sus pies morнan б miles las flores y los

insectos; cada una de sus huellas era un cementerio vegetal y animal.

Las grandes bestias de caza, del tamaсo de ratas, capaces de poner en

peligro la vida de un cazador pigmeo, corrнan en galope furioso,

temerosas y encolerizadas б la vez por la intrusiуn de esta montaсa

andante, que podнa aplastarlas con sus piernas, tan gruesas como los

troncos de los бrboles mбs antiguos.

Gillespie viу jabalнes de erizado pelaje y ciervos de complicadas y

altнsimas astamentas, que parecнan datar de los tiempos en que cazaban

los emperadores. Estas bestias de terrorнfico aspecto hacнan temblar de

emociуn al profesor Flimnap, б pesar de que las contemplaba desde una

altura prodigiosa. El gigante, al salir del palacio ruinoso para correr

la selva, habнa creнdo prudente llevar con йl б su traductor.

--Asн me acompaсarб alguien de la Comisiуn encargada de velar por mi

seguridad.

Y puso al catedrбtico sobre su pecho, aposentбndolo en el bolsillo

superior de su chaqueta, donde antes guardaba el paсuelo perfumado que

habнa sido el asombro de las damas masculinas en el palacio del

gobierno.

Flimnap, asomado al borde del bolsillo, casi lloraba de miedo cada vez

que el gigante extendнa una mano pretendiendo apresar en plena carrera б

alguna de aquellas bestias amenazantes dominadoras de la selva.

--ЎNo, gentleman!--gritaba--. ЎTenga cuidado! En este momento recuerdo

que uno de nuestros viejos cronistas relata cуmo una fiera de esta clase

matу, hace quinientos aсos, al emperador Deffar Plune, valeroso cazador.

Pero el gigante, excitado por los perfumes silvestres y sintiendo

renacer su vigor con este deporte extraordinario б travйs de una selva

que tal vez tenнa mil aсos y no era mбs alta que su cabeza, riу del

miedo de la traductora y de los emperadores de cinco siglos antes.

En una replaza abierta entre espesos бrboles persiguiу б un jabalн, que,

al verse acorralado, le acometiу con espumarajos de rabia, pretendiendo

hundir sus colmillos en el cuero de sus zapatos. Pero una patada del

gigante lo enviу por alto, yendo б estrellarse contra un бrbol copudo y

robusto semejante б un cedro. Luego, en un sendero, agarrу б un ciervo

en mitad de su fuga veloz y lo subiу б la altura de su pecho,

colocбndolo б corta distancia de Flimnap, de modo que el asustado

animal, al mover la cabeza, casi le tocaba con las puntas de su

cornamenta.

El profesor cayу desmayado de miedo en el fondo del bolsillo, mientras

el gigante volvнa б inclinarse sobre la tierra para dejar al ciervo en

libertad.

Tuvo que atender б su traductora, sacбndola de su refugio, despuйs de

esta broma un poco ruda. Se sentу en el suelo, rompiendo bajo su peso

varios бrboles. Luego metiу una mano en un arroyo prуximo, pasando dos

dedos sobre la cara de su acompaсante. Esta empezу б despertar bajo la

caricia hъmeda.

--ЎOh, gentleman!--suspirу con acento de reproche--. їPor quй me ha dado

ese susto?... ЎYo que le amo tanto!

A pesar de este tono de queja, se notaba en su voz y en sus ojos una

expresiуn adorativa, como si estuviese dispuesta б sufrir nuevos

terrores б cambio de contemplar la majestuosa autoridad que ejercнa su

amigo sobre una selva donde habнan temblado de emociуn tantos cazadores

valerosos.

El gigante la dejу por unos momentos sentada al borde del arroyo, para

meterse otra vez entre los бrboles.--Quiero llevarme un recuerdo de

esta visita--dijo б Flimnap.

Y el profesor viу cуmo cogнa con ambas manos un бrbol que le llegaba б

la cintura, empezando б moverle б un lado y б otro, cual si pretendiese

arrancarlo del suelo.

Una nube de hojas envolviу al gigante. Varios pбjaros se escaparon

lanzando chillidos. El бrbol crujнa cada vez mбs ruidosamente, hasta que

al fin se rompiу junto б las raнces. Gillespie fuй tronchando sus ramas,

y asн pudo fabricarse un bastуn que mбs bien era una cachiporra, gruesa

de abajo, delgada de arriba y con varias pъas que marcaban el ramaje

roto.

Hizo un molinete con el tal bastуn, que estremeciу б los бrboles

inmediatos, extendiendo una brisa ondulatoria sobre gran parta de la

selva. Se sentнa con esta cachiporra en la diestra menos esclavo de los

pigmeos. Sonriу pensando que hasta era capaz de echar abajo el par de

mбquinas aйreas que le vigilaban haciendo evoluciones sobre su cabeza.

Un simple garrotazo podнa acabar con las dos si es que volaban, como

otras veces, cerca de йl para tenerle al alcance de su lazo metбlico.

Al cerrar la noche volviу el Hombre-Montaсa б su alojamiento. Tanta era

su alegrнa despuйs de esta excursiуn, que durante el camino de regreso,

influenciado por la dulzura del atardecer, empezу б cantar mientras

marcaba el paso, llevando sobre un hombro el бrbol convertido en

garrote.

Su canciуn era una marcha belicosa de las que entonaba el ejйrcito

americano durante la guerra en Francia. Cuando se fatigaba de cantar

silbaba, y todos los del cortejo, contagiados por su alegrнa, intentaban

imitarle. Las muchachas de la escolta, no menos regocijadas y

enardecidas por la excursiуn, acompaсaban el canto del gigante golpeando

sus casquetes con sus espadas. Las aviadoras de larga pluma coreaban la

canciуn у los silbidos desde sus mбquinas aйreas, que flotaban muy cerca

de Gillespie. Los habitantes de las cabaсas y de los pueblecitos corrнan

hacia el camino, atraнdos por esta mъsica ruidosa que parecнa venir de

las nubes.

Aquella noche el profesor Flimnap escribiу un largo informe dirigido б

sus superiores, en el que relataba la alegrнa del prisionero,

insistiendo sobre la necesidad de proporcionarle diversiones para que

gozase de buena salud. Asн los sabios del paнs podrнan enterarse,

gracias б sus confidencias, de la civilizaciуn de los Hombres-Montaсas.

Despuйs de redactar este documento sуlo durmiу unas horas. Debнa partir

al amanecer en la mбquina volante que hacнa el viaje б una de las

ciudades mбs lejanas de la Repъblica. Le aguardaban allб para que diese,

ante un pъblico inmenso, otra de sus conferencias sobre el coloso.

Йste, fatigado por su excursiуn del dнa anterior, y sabiendo que Flimnap

no vendrнa б verle, se levantу tarde. Pasу dos horas en el rнo, dedicado

б su limpieza corporal, divirtiйndose al mismo tiempo en arrojar

manotadas de agua б la orilla de enfrente, donde los curiosos se

arremolinaban y huнan riendo de estas trombas lнquidas.

Cuando subiу б su vivienda, viу que la servidumbre trabajaba ya en torno

de las cocinas, preparando el gigantesco almuerzo.

Ocupу Edwin su escabel, apoyando los codos en la mesa; pero al abarcar

con su vista la planicie de madera, tuvo un agradable encuentro. Habнa

alguien mбs que los atletas que dormitaban junto б la grъa. Sentados en

el lomo del libro de poesнas traнdo por Flimnap, y que hacнa ahora

oficio de banco, viу б Popito y б Ra-Ra. Los dos amantes conversaban con

las manos unidas y mirбndose б corta distancia.

--No se molesten ustedes--dijo el gigante--. Continъen.

Pero estas palabras resultaban irуnicas, pues ninguno de los dos se

habнa movido al llegar el Hombre-Montaсa ni parecieron enterarse de su

presencia.

Gillespie no pudo ofenderse por este egoнsmo, propio de enamorados.

Tambiйn йl cuando habнa conseguido una entrevista con miss Margaret en

un paseo de Nueva York у en un jardнn de California, era capaz de no

mostrar el menor interйs ni llevarse la mano al sombrero aunque pasase

por su lado el presidente de la Repъblica. El amor tiene bastante con

sus propios asuntos y no deja espacio б las otras curiosidades de la

vida.

--Ha hecho usted bien, doctor Popito--continuу alegremente--, en

aprovecharse cuanto antes de mi permiso. Hablen todo lo que quieran.

Aquн tienen al Padre de los Enamorados, que los defenderб del Padre de

los Maestros y de todos los Consejos que intenten su persecuciуn. Sobre

esta mesa pueden considerarse mбs seguros que sobre la mбs alta montaсa.

Me basta dar un puntapiй б sus patas para demoler todos los caminos de

subida, cortando el paso б los perseguidores.

Los dos amantes agradecieron al Gentleman-Montaсa su protecciуn. Pero б

pesar de esta gratitud, se adivinaba en ellos que hubiesen preferido

verse solos, sin la obligaciуn de conversar con el gigante.

Gillespie tambiйn excusу tal egoнsmo; lo mismo le ocurrнa б йl cuando

hablaba con miss Margaret. Pero aquella maсana sentнa un vivo deseo de

ponerse en comunicaciуn con estos dos seres que reproducнan su propia

existencia como una miniatura reproduce un rostro humano.

--Desde que tuve el gusto de conocerle, doctor Popito--continuу--,

llevo en mi memoria una pregunta, y aprovecho la oportunidad para que me

la conteste. їCуmo usted, una mujer, ama б este hombre terrible que

desea la derrota del gobierno femenino y que la sociedad vuelva б estar

constituнda como antes de la Verdadera Revoluciуn?...

--Le amo--dijo Popito--por lo mismo que soy mujer y quiero continuar

siйndolo. No crea, gentleman, que todas las de mi sexo en este paнs

estamos contentas de la tiranнa de nuestro gobierno y de la situaciуn

abyecta en que mantiene al hombre, haciendo de йl un vencido. Del mismo

modo que entre los varones se va formando el partido masculista, entre

nosotras surge un movimiento de protesta dirigido por las mujeres que

aspiran б una vida dulce y de concordia entre los sexos: una vida sin

violencias, sin que ninguno de los dos grupos en que se divide la

humanidad impere sobre el otro ni abuse de йl. No queremos que el hombre

sea el dйspota de la mujer, como en otros tiempos; pero tampoco que la

mujer sea el tirano del hombre, como en la actualidad. їPor quй no

pueden ser iguales los dos, manteniйndose en inalterable armonнa gracias

б la dulzura y, sobre todo, б la tolerancia?...

Ademбs, gentleman, yo, como dice mi padre y otras mujeres

intransigentes, tengo un alma de esclava, porque б todas ellas les

parece una esclavitud no ser las primeras en cualquier momento y no

poder dominar y maltratar al ser que marcha б su lado. A mн, la libertad

б solas, la independencia бspera y egoнsta, no me seducen. Necesito

vivir acompaсada, verme protegida, apoyarme en alguien, y sуlo pido que,

б cambio de mi sumisiуn cariсosa, me respeten, se muestren ciegos para

mis defectos y, sobre todo, me amen.

Somos ya muchas las que pensamos asн. Tres generaciones de mujeres han

vivido como embriagadas por su triunfo, vengбndose de un largo pasado de

esclavitud con disposiciones atroces. Nosotras no tenemos nada que

vengar; hemos nacido dentro de unas familias en las que el hombre ocupa

una situaciуn inferior y humillante, y esto nos hace ver el presente con

mбs claridad y mбs independencia que pueden verlo nuestros progenitores.

Es la reacciуn inevitable despuйs de un perнodo de violencias, el

retroceso al buen sentido despuйs de un avance exagerado.

--Pero su Ra-Ra--dijo el gigante--tiene otros pensamientos. Sueсa con

repetir б favor de los hombres todas las violencias que realizaron las

mujeres al ocurrir la Verdadera Revoluciуn.

--No crea usted sus palabras--dijo Popito con dulzura--. Ra-Ra es

bueno, aunque parezca amargado y cruel por las persecuciones de que se

ve objeto.... Yo estoy б su lado, y cuando el amor une verdaderamente б

dos seres, el hombre sуlo es perverso si la mujer se lo consiente.

Hubo una larga pausa. Mientras Popito hablaba, su amante, con la vista

baja, parecнa reflexionar.

--Ademбs--continuу ella--, їcuбndo triunfarб Ra-Ra?... Yo lo deseo,

aunque esta victoria signifique la desgracia de mi padre y la

desapariciуn del gobierno de las mujeres. Asн podrнa vivir tranquila,

sin las angustias que sufro actualmente, pues temo de un momento б otro

ver preso y condenado б muerte al hombre que amo. Pero їes posible esa

victoria?... Cada vez la veo mбs lejana. Las mujeres triunfaron tal vez

para siempre al apoderarse de la fuerza.

Las palabras de Popito hicieron que Ra-Ra saliese de su abstracciуn.

Tomу un aspecto de inspirado, de conductor de muchedumbres, una actitud

heroica, que contrastaba con sus vestiduras femeniles.

--Nuestro triunfo llega--dijo con voz sorda--. Estбn contados los dнas

de la tiranнa de las mujeres. Anoche recibн grandes noticias. Un esclavo

de la servidumbre de nuestro gigante me entregу un papel que le habнa

dado otro esclavo venido de una de las ciudades mбs remotas de la

Repъblica. El nъmero de nuestros adeptos aumenta. Tal vez somos ya un

millуn.

Pero el nъmero representa poco. Lo que vale es el trabajo de los hombres

inteligentes que desean emanciparse de una vida de harйn y apelan al

estudio como ъnico medio de conseguir la libertad.

Hemos encontrado б un octogenario que de joven hizo la guerra con el

generalнsimo Ra-Ra, mi heroico abuelo. Este anciano conoce el mecanismo

de todos los aparatos de combate que se conservan en las universidades.

Acuйrdate, Pepito, que tъ y yo, cuando йramos muchachos y vivнamos en la

Universidad, nos hemos deslizado ocultamente en los almacenes de la

Facultad de Historia para ver de cerca las bestias de acero, gloriosas y

mudas, sin poder adivinar cуmo funcionaron en otros tiempos....

--Pues bien--continuу Ra-Ra con entusiasmo despuйs de una larga pausa--,

ese anciano lo sabe; ese guerrero escapado б la venganza de las mujeres

prepara la resurrecciуn de un mundo de honor caballeresco y de heroнsmo,

comunicando sus conocimientos б los jуvenes.

--їY de quй puede servirles todo eso?--interrumpiу Gillespie--. Yo

conozco la historia de este paнs, que usted parece haber olvidado.... їY

los rayos negros?

Ra-Ra levantу los hombros con una expresiуn de menosprecio.

--ЎOh, los rayos negros!--dijo al fin--. El invento de una mujer bien

puede sobrepujarlo el invento de un hombre. Nuestros sabios trabajan....

y no quiero decir mбs. Vamos б encontrar algo que nos darб la victoria,

y yo vendrй б salvarle, gentleman, antes de que ordene su muerte el

gobierno de las mujeres.

X

En el que se ve cуmo el Hombre Montaсa conociу al fin la Ciudad-Paraнso

de las Mujeres, y la deplorable aventura con que terminу esta visita

Despuйs de numerosas peticiones al municipio de la capital y de no menos

entrevistas con los personajes allegados al gobierno, consiguiу Flimnap

ver aceptado el programa de diversiones que habнa ido formando para

recreo de su amigo el gigante.

Una noche guiу al Gentleman-Montaсa hasta una colina desde cuya cumbre

se podнan contemplar verticalmente dos grandes avenidas de la capital.

Gillespie encontrу interesante el hormiguero que rebullнa y centelleaba

bajo sus pies.

Un resplandor de aurora ligeramente sonrosado iluminaba las calles, sin

que йl pudiese descubrir los focos de donde procedнa. Tal vez emanaba de

misteriosos aparatos ocultos en los aleros de los edificios. Pero lo que

mбs admirу fuй el continuo trбnsito de los vehнculos automуviles. Todos

afectaban formas un poco fantбsticas del mundo animal у vegetal,

llevando en su parte delantera faros enormes que fingнan ser ojos y

cruzaban el iluminado espacio con chorros de un resplandor todavнa mбs

intenso.

La Ciudad-Paraнso de las Mujeres le pareciу muy grande y digna de ser

visitada.

--No tardarб usted en verla toda--dijo el profesor--. Ya tengo el

permiso del gobierno. Aprovecharemos la gran fiesta de los rayos negros.

Y fuй explicando б Gillespie sus gestiones para conseguir esta

autorizaciуn y el motivo de que el gobierno hubiese fijado para dos dнas

despuйs la visita del Hombre-Montaсa б la capital.

Habнa que aprovechar una conmemoraciуn histуrica, porque en tal fecha la

mayor parte del vecindario abandonaba sus viviendas para visitar cierto

templo de las inmediaciones. Era el glorioso aniversario de la invenciуn

de los rayos negros, considerada como el origen de la Verdadera

Revoluciуn. Todos en dicho dнa querнan ver la casita y el laboratorio

donde la benemйrita sabia habнa hecho su descubrimiento: modestos

edificios cubiertos ahora por la techumbre de un templo majestuoso, en

torno del cual se extendнan vastнsimos jardines.

La capital casi quedaba desierta despuйs de mediodнa. Ъnicamente las

personas de distinciуn continuaban en sus casas у se reunнan en

aristocrбticas tertulias, para no mezclarse con la gente popular. El

resto del vecindario acudнa б la peregrinaciуn patriуtica, y hasta los

hombres se agregaban б la fiesta, sin acordarse de que la inventora de

los rayos negros habнa sido su peor enemigo.

Una gran feria, abundante en diversiones para la muchedumbre, ocupaba

los jardines del templo. De lejanas ciudades llegaban por el espacio

flotillas de aparatos voladores, depositando en el lugar sagrado nuevos

grupos de peregrinos.

El profesor Flimnap, de acuerdo con los individuos del gobierno

municipal, habнa compuesto un programa dando б la vez satisfacciуn б la

curiosidad del gigante y б la curiosidad del pueblo. Gillespie debнa

colocarse en las primeras horas de la maсana б la entrada de la ciudad,

en el camino conducente al templo de los rayos negros. Asн le podrнa ver

todo el vecindario mientras marchaba б la peregrinaciуn nacional. Cuando

la muchedumbre se hubiese alejado, el gigante podrнa entrar por las

calles casi desiertas, sin riesgo de aplastar б los transeuntes.

Asн fuй. El dнa seсalado, Gillespie, siguiendo б una mбquina terrestre

montada por su traductora y varios individuos de su Comitй, llegу al

citado lugar. La muchedumbre habнa emprendido ya su marcha hacia el

templo, y la presencia del gigante produjo enorme desorden. En vano los

jinetes de la cimitarra dieron varias cargas para dejar un espacio libre

de gente en torno de Gillespie. A estas horas de la maсana la

muchedumbre era de los barrios populares, y mostrу un regocijo agresivo

y rebelde. Bailaba al son de sus instrumentos, obstruyendo el camino, y

se negaba б obedecer б la fuerza pъblica cuando йsta pretendнa alejarla

del Hombre-Montaсa.

Todos querнan tocarle despuйs de haberle visto. Se subнan sobre sus

zapatos, se metнan en el doblez final de sus pantalones. Algunos

curiosos que eran de gran agilidad, por exigirlo asн sus oficios,

intentaron subirse por las piernas agarrбndose б las asperezas que

formaba el entrecruzamiento de los hilos del paсo.

Hubieron de intervenir finalmente las autoridades que vigilaban esta

salida de la ciudad. Un destacamento de la Guardia gubernamental,

llegando en auxilio de la policнa, librу al gigante del asalto de la

muchedumbre. Al fin se encontrу el medio de que todos pudieran

contemplar al Hombre-Montaсa sin que el desfile se cortase y sin que el

templo de los rayos negros se viera abandonado por primera vez desde su

fundaciуn.

Como el gigante, colocado en medio del camino, era б modo de un dique

que contenнa el curso de la gente, le hicieron alejarse un poco de la

ciudad, hasta llegar б una fortaleza antigua situada al borde de un

barranco, la cual habнa servido para la defensa de esta ruta en tiempo

de los emperadores.

Edwin se sentу sobre la tal ciudadela, que no llegaba б tener dos varas

de alta, y en este sillуn de piedra descansу mucho tiempo, mientras

seguнa el desfile del vecindario.

Varias lнneas de infantes y jinetes extendidas ante sus pies le

separaban de la inquieta muchedumbre, evitando nuevas familiaridades.

A la gente popular de la primera hora sucedieron otros grupos menos

bulliciosos y de mejor aspecto, que pasaban en automуviles propios у en

grandes vehнculos de servicio pъblico.

Los establecimientos de enseсanza habнan enviado б sus alumnos en

formaciуn militar para que visitasen la tierra de donde surgiу la

liberaciуn femenil. Las tropas pasaban tambiйn, con sus mъsicas al

frente, para desfilar ante la tumba de aquella mujer de laboratorio que

se habнa ido del mundo sin sospechar su gloria.

Cerca de mediodнa el profesor Flimnap volviу en busca de su protegido.

Empezaba б aclararse la muchedumbre de peregrinos.

--Ya puede entrar usted en la capital. El jefe de la policнa dice que

las calles estбn casi desiertas. Un pelotуn de jinetes marcharб delante

para que se alejen los curiosos, si es que verdaderamente queda alguno.

Ademбs van con ellos numerosos trompeteros, que anunciarбn ruidosamente

el paso de usted para evitar accidentes. Cuando se sienta cansado, puede

hacer una seсa б la escolta y volverse б casa. Usted sabe el camino.

El Gentleman-Montaсa se extraсу de estas palabras.

--їMe abandona usted, profesor?... Yo me imaginaba que serнa mi guнa б

travйs de la capital.

--Inconvenientes de la gloria--dijo Flimnap, bajando los ojos como

avergonzado de su deserciуn--. Mi deseo era acompaсarle, pero ahora soy

un personaje popular; segъn parece, estoy de moda gracias б usted, y los

seсores del gobierno municipal quieren que vaya con ellos al templo de

los rayos negros para pronunciar un discurso en honor de nuestra sabia

libertadora. Todos los aсos escogen б la mujer mбs cйlebre para que haga

este panegнrico. Ahora me toca б mi, y no me atrevo б renunciar б una

distinciуn tan extraordinaria.

Flimnap afirmу al coloso que acababa de dar уrdenes para que lo

acompaсase un buen traductor en su visita б la capital. Una hora antes

habнa enviado un mensajero б la Galerнa de la Industria avisando б Ra-Ra

que viniese б esperar б Gillespie en la puerta mбs prуxima. Tal vez era

esto una imprudencia, pero ya no habнa tiempo para disponer algo mejor.

El Gentleman-Montaсa debнa cuidar de que Ra-Ra conservase oculto su

rostro y no incurriese en las audacias de otras veces.

Marchу Gillespie hacia la ciudad, precedido de un escuadrуn de jinetes y

numerosos trompeteros. Las murallas de la capital, levantadas en tiempos

de los viejos emperadores, habнan sido destruidas aсos antes para el

ensanche urbano. Pero quedaba en pie una de las antiguas puertas,

flanqueada por dos torres de una arquitectura elegante y original, que

habнa contribuнdo б que la respetasen.

El Hombre-Montaсa se fijу en varias mujeres que estaban en lo alto de

dicha puerta para verle pasar, y en un hombre, el ъnico, envuelto en

pъdicos velos.

--Gentleman, soy yo--dijo б gritos, agitando sus blancas envolturas.

El gigante extendiу la mano sobre las torres, y tomando entra dos dedos

б Ra-Ra, lo puso delicadamente en la abertura del bolsillo alto de su

chaqueta. El joven le guiarнa en su excursiуn, como el cornac que va

sentado en la testa del elefante.

Siguiendo sus indicaciones, se metiу entre las dos torres y las casas

para seguir una amplia avenida.

Durante varias horas Gillespie visitу la capital, admirando la audacia

constructiva de aquellos pigmeos. La mayor partes de los edificios eran

de numerosos pisos, y algunos palacios tenнan sus azoteas altas al nivel

de su cabeza. Las casas, de nнtida blancura, estaban cortadas por fajas

rojas y negras, y muchos de sus muros aparecнan ornados con frescos,

gigantescos para los ojos de sus habitantes, que representaban sucesos

histуricos у alegres danzas.

Entre las masas de edificios viу el gigante abrirse floridos jardines,

que б йl le parecнan no mбs grandes que un paсuelo, y en cuyos senderos

se detenнan las mujeres para levantar la vista, admirando la enorme

cabeza que pasaba sobre los tejados. A pesar de que los trompeteros iban

al galope y soplando en sus largos tubos de metal por las calles que

seguнa Gillespie, los ojos de йste tropezaban б cada momento con

agradables sorpresas que le hacнan sonreir. Los diarios habнan anunciado

su visita б la ciudad; nadie la ignoraba, pero la fuerza de la costumbre

hacнa que machos olvidasen toda precauciуn y siguieran viviendo en las

habitaciones altas sin miedo б los curiosos.

Edwin viу que se cerraban algunas ventanas con estruendo de cуlera.

Muchos puсos crispados le amenazaron cuando ya habнa pasado. Por estas

aberturas completamente desprovistas de cortinas sorprendiу sin quererlo

las desnudeces matinales de numerosas mujeres que se acostaban tarde y

se levantaban tarde igualmente, procediendo б sus operaciones de higiene

con la ventana abierta, sin acordarse de que habнa gigantes en el mundo.

Delante y detrбs de йl evolucionaba la caballerнa, dando trompetazos y

agitando sus sables. Los transeuntes y los vehнculos que se habнan

quedado en la ciudad huнan delante de estas cargas, y mбs aъn de los

inmensos pies, que con un simple roce se llevaban detrбs de ellos la

parte baja de una esquina.

Ra-Ra creyу estar gozando anticipadamente una parte del triunfo con que

soсaba б todas horas. Asomado al bolsillo del gigante, se consideraba

tan enorme como йste, viendo empequeсecidos б todos sus adversarios.

Siempre que el Hombre-Montaсa pasaba junto б un edificio pъblico, йl

escupнa desde la altura, como si pretendiese con esto consumar su

destrucciуn. Varias veces riу viendo moverse abajo, como despreciables

insectos, б los que estaban encargados de perseguirle. Como su voz sуlo

podнa oirla el gigante, se expresaba con una insolencia revolucionaria.

--Gentleman--dijo designando con una mano el palacio del gobierno--,

йste es el antro de la venganza femenina.

Edwin diу una vuelta en torno б la enorme construcciуn, asomбndose por

encima de los tejados б sus patios y jardines. Lo mismo hizo en varios

edificios pъblicos. Viу de lejos otro palacio grandioso, y como

adivinase que era la Universidad por las grandes lechuzas doradas que

coronaban las techumbres cуnicas de sus torres, quiso ir hacia йl; pero

Ra-Ra le disuadiу.

--Mбs tarde, gentleman. Allн descansarб usted.

Y dirigiу su marcha hacia el puerto.

A pesar de que el dнa era festivo, los buques anclados en йl empezaron б

hacer funcionar los aparatos mugidores que usaban en los dнas de niebla,

dedicando al gigante un saludo ensordecedor. En los navнos de la

escuadra del Sol Naciente, las tripulaciones, formadas sobre las

cubiertas, agitaron sus gorros, aclamбndole. El Hombre-Montaсa contestу

б este saludo general moviendo sus dos manos y luego se inclinу

cortйsmente.

--ЎCuidado, gentleman! ЎAcuйrdese que estoy aquн!--gritу Ra-Ra.

Con el inesperado movimiento de su conductor, el pigmeo habнa saltado

fuera del bolsillo y se mantenнa agarrado al borde.

La mano misericordiosa del coloso le volviу б su seguro refugio; pero

despuйs de esta aventura mortal parecнa haber perdido las ganas de

prolongar el paseo y guiу б su protector hacia la Universidad.

Siguiendo sus consejos, Gillespie marchу lentamente para fijarse en

todas las particularidades del edificio que Ra-Ra le iba explicando.

Por su parte, el proscrito, sin dejar de hablar, examinaba los tejados,

las terrazas y las galerнas cubiertas de este palacio, grande como un

pueblo, en el que habнa pasado su adolescencia.

Hizo que el gigante detuviera su marcha, y echando medio cuerpo fuera

del bolsillo, empezу б dar gritos para que acudiese el jefe de la

escolta. Cuando йste, conteniendo la nerviosidad de su caballo, que se

encabritaba al husmear la proximidad del coloso, pudo colocarse al fin

junto б los enormes pies, Ra-Ra le hablу desde arriba en el idioma del

paнs. El Hombre-Montaсa deseaba hacer alto, empleando como asiento uno

de los pabellones bajos de la Universidad. La escolta, podнa descansar

igualmente durante una hora echando pie б tierra.

El guerrero aceptу con alegrнa la orden. Su tropa llevaba varias horas

de correr las calles, luchando con la rebelde curiosidad del pъblico y

repeliendo б los transeuntes y las mбquinas terrestres. Cesaron de sonar

las trompetas y los jinetes se desparramaron en las vнas inmediatas.

Cuando todos desaparecieron, Ra-Ra volviу б examinar la parte alta y

sinuosa del palacio universitario, donde estaban las habitaciones de los

doctores jуvenes. Los mбs de ellos se habнan ido б la peregrinaciуn

patriуtica, y asн se explicaba que las terrazas y las galerнas

permaneciesen silenciosas, sin el ordinario rumor de peleas dialйcticas.

Sуlo quedaban algunos doctores melancуlicos meditando ante un libro

abierto. Al ver la cabeza del gigante distraнan su atenciуn estudiosa

por unos segundos; pero luego reanudaban la lectura, como si sуlo

hubiesen presenciado un accidente ordinario. Todos ellos recordaban su

visita б la Galerнa da la Industria, y tenнan al Hombre-Montaсa por un

animal enorme, cuya inteligencia estaba en razуn inversa de su grandeza

material.

Gillespie habнa empezado por segunda vez la vuelta del edificio.

--Detйngase aquн, gentleman--dijo de pronto Ra-Ra, ahogando su voz.

Edwin no comprendiу tales palabras. їQuй deseaba este pigmeo, cada vea

mбs exigente?...

--Digo, gentleman, que me deje aquн, en esa terraza. Dentro de una hora

vuelva б tomarme. Mientras tanto, puede usted descansar sentбndose en

cualquiera de los pabellones anexos б la Universidad. No tema, son

fuertes y soportarбn bien su peso.

Gillespie comprendiу los deseos de Ra-Ra al ver en una terraza interior,

separada de la fachada por los profundos huecos de dos patios, б una

mujer con gorro universitario que agitaba los brazos, sorprendida y

alegre. No pudo reconocerla porque le faltaba su lente de aumento, pero

estaba casi seguro de que era Popito.

--Diviйrtanse mucho--dijo el gigante.

Y tomando б Ra-Ra otra vez con el pulgar y el нndice de su mano derecha,

lo sacу del bolsillo para depositarlo en un alero. Luego riу viendo cуmo

corrнa, con una agilidad de insecto saltador, de tejado en tejado,

agitando sus velos como las alas de una mariposa blanca, bordeando el

abismo de los profundos patios, para llegar hasta la mujercita de

birrete doctoral que le aguardaba llevбndose ambas manos al pecho,

henchido de emociуn.

Al quedar solo, el gigante se moviу con lentos pasos б lo largo de la

Universidad, cuyas balaustradas finales le llegaban б los hombros. No

veнa ningъn edificio que pudiera servirle de asiento. Apoyу un codo en

un alero mientras descansaba en su diestra la sudorosa frente, y al

momento echу abajo tres estatuas de doble tamaсo natural que adornaban

la balaustrada, representando б otras tantas heroнnas de la Verdadera

Revoluciуn.

Tuvo miedo de causar nuevos daсos en el monumento de la Ciencia, y

continuу su exploraciуn, buscando algo mбs sуlido donde apoyarse.

Siguiendo el contorno del edificio llegу б una plaza sobre la que

avanzaba un palacete anexo б la Universidad. Era una construcciуn de

tres pisos, cuya altura no pasaba de la mitad de sus muslos, y en cuya

techumbre, libre de emblemas y de barandas, podнa sentarse cуmodamente.

Asн lo hizo Gillespie con suspiros de satisfacciуn. Llevaba varias horas

caminando, con la atenciуn extremadamente concentrada y moviendo sus

pies entre prudentes titubeos para no aplastar б nadie.

Casi celebrу que la audacia de Ra-Ra le hubiese dado motivo para

descansar en esta plaza solitaria, rodeado del silencio de una gran

ciudad desierta. Hasta tuvo la sospecha de que si no venнan б buscarle

en su retiro acabarнa echando un ligero sueсo. Encontraba agradable

tener por asiento una dependencia del enorme palacio donde reinaba sin

lнmites la autoridad del Padre de los Maestros.

Aquella tarde, Golbasto, el gran poeta nacional, habнa salido de su casa

apenas notу que las calles empezaban б quedar solitarias. El glorioso

cantor sуlo gustaba de las muchedumbres cuando se reunнan para aclamarle

y escuchar sus versos. Fuera de estos momentos, encontraba al pueblo

estъpido, maloliente y peligroso.

La fiesta patriуtica de los rayos negros sуlo habнa sido notable un aсo,

segъn su opiniуn. Fuй el aсo en que el gobierno le encargу un poema

heroico en honor de la inventora de los rayos libertadores, coronбndolo

despuйs de su lectura y dбndole el tнtulo de poeta nacional. En los aсos

siguientes, la tal fiesta nunca habнa pasado de ser una feria

populachera, durante la cual pretendнan inъtilmente parodiar su gloria

otros poetas escogidos por el favoritismo polнtico. Hasta una vez--Ўoh,

espectбculo repugnante!--el designado para cantar tan sublime

aniversario habнa sido una poetisa, es decir, un hombre, cosa nunca

vista despuйs de la Verdadera Revoluciуn. Este aсo, el poeta de la

fiesta era una jovenzuela reciйn salida de la Universidad, un rebelde,

que osaba comparar sus versos con los de Golbasto y ademбs criticaba los

trabajos histуricos del grave Momaren, su antiguo maestro.

Los tres caballos humanos del poeta, que soсaban desde muchos dнas antes

con unas cuantas horas de libertad empleadas en asistir б las fiestas de

los rayos negros, sуlo vieron abierta su cuadra para ser enganchados al

carruajito en figura de concha. Como los tres hombres medio desnudos se

mostraban algo reacios y hasta osaron murmurar un poco, Golbasto los

refrenу con varios latigazos. Luego, afirmбndose la corona de laurel

sobre las melenas grises, subiу al carruajito y diу una orden б su tiro,

acariciбndolo por ъltima vez con la fusta.

--Vamos б la Universidad, б la casa del doctor Momaren.

En el camino oyу la trompeterнa que anunciaba el paso del gigante, y se

viу obligado б dar un largo rodeo por calles secundarias para no

tropezarse con йl.

--їHasta cuбndo nos molestarб el animal-montaсa?--murmurу

rabiosamente--. El senador Gurdilo tiene razуn: hay que desembarazarse

de ese huйsped grosero й incуmodo.

A pesar de que el poeta vivнa de sus continuas peticiones б los altos

seсores del Consejo Ejecutivo y de las munificencias de Momaren, que

tambiйn era personaje oficial, sentнa hoy cierto afecto por el jefe de

la oposiciуn y encontraba muy atinados sus ataques contra un gobierno

que no sabнa velar por las glorias establecidas y apoyaba las audacias

de los principiantes.

Entrу en la Universidad por la gran puerta de honor; dejу en un patio su

vehнculo, amenazando con los mбs tremendos castigos б los tres

caballos-hombres enganchados б йl si no eran prudentes y osaban moverse

de allн. Siguiendo un dйdalo de galerнas y pasadizos, ъnicamente

conocidos por los amigos нntimos de Momaren, llegу al pequeсo palacio

habitado por el Padre de los Maestros.

Ninguna de las recepciones vespertinas del potentado universitario se

habнa visto tan concurrida como la de esta tarde. Todos los que

abominaban del contacto de la muchedumbre acudнan б una tertulia que

proporcionaba б sus asistentes cierto prestigio literario.

Ademбs, la reuniуn de esta tarde tenнa un alcance polнtico. El Padre de

los Maestros querнa darle cierto sabor de protesta mesurada y grave por

la ofensa que Golbasto se imaginaba haber recibido del gobierno.

Momaren, haciendo este alarde de interйs amistoso, se vengaba al mismo

tiempo del joven poeta universitario que habнa osado criticarle como

historiador.

Golbasto, que allб donde iba se consideraba el centro de la reuniуn,

entrу en los salones saludando majestuosamente б la concurrencia. Casi

todos los altos profesores de la Universidad habнan venido con sus

familias. Las esposas masculinas y los hijos, con blancos velos,

coronados de flores y exhalando perfumes, ocupaban los asientos. Las

mujeres triunfadoras y de aspecto varonil se paseaban por el centro de

los salones у formaban grupos junto б las ventanas.

Los universitarios hablaban de asuntos cientнficos; algunos doctores

jуvenes discutнan, con la tristeza rencorosa que inspira el bien ajeno,

los mйritos del camarada que en aquel momento estaba leyendo sus versos

б una muchedumbre inmensa sobre la escalinata del templo de los rayos

negros. Varios oficiales de la Guardia gubernamental y del ejйrcito

ordinario se paseaban con una mano en la empuсadura de la espada y la

otra sosteniendo sobre el redondo muslo su casco deslumbrante.

De los grupos masculinos vestidos con ropas de mujer surgнa un continuo

zumbido de murmuraciones y plбticas frнvolas. Los varones, divididos en

grupos, segъn las Facultades б que pertenecнan sus maridos hembras,

hablaban mal de los del grupo de enfrente. La esposa de un profesor de

leyes provocaba cierto escбndalo. Segъn sus piadosos compaсeros de sexo,

debнa andar mбs allб de los sesenta aсos, y sin embargo tenнa el

atrevimiento de rasurarse la cara lo mismo que un muchacho casadero, en

vez de dejarse crecer la barba como toda seсora decente que ha dicho

adiуs б las vanidades mundanas y sуlo piensa en el gobierno de su casa.

Los jуvenes ansiosos de que alguien se fijase en ellos se preguntaban si

habrнa baile en la tertulia de Momaren. La entrada del poeta nacional

sembrу la consternaciуn entre las seсoritas masculinas aspirantes al

matrimonio.

--їCуmo vamos б bailar si ha llegado Golbasto, el mбs acaparador de los

poetas?... Toda la reuniуn serб para йl.

Y las varoniles doncellas se mostraban tristes, resignбndose б una larga

inmovilidad en la que sуlo verнan de lejos б los hermosos militares,

mientras aguantaban un chaparrуn interminable de versos.

Al ver entrar al poeta laureado, corriу inmediatamente б su encuentro el

gran Momaren. Ambos se abrazaron, y algunos aduladores del Padre de los

Maestros sintieron que no estuviesen presentes los fotуgrafos de los

periуdicos para retratar el abrazo de los dos genios mбs cйlebres del

paнs.

--Gracias, amigo mнo--dijo Golbasto--. Jamбs olvidarй lo que hace usted

por mн en este dнa.... Los gobiernos se suceden y caen en el olvido,

mientras que nuestra amistad llenarб capнtulos enteros de la historia

futura.

Luego el poeta se empequeсeciу voluntariamente, hasta ocuparse de la

existencia domйstica de su amigo.

--їY Popito?--preguntу.

Momaren hizo un gesto de contrariedad y de tristeza.

--Se ha negado б asistir б nuestra fiesta. Prefiere pasar la tarde en

sus habitaciones de estudiante. Tiene allн una terraza, donde cultiva

flores, cuida pбjaros y se entretiene con otras cosas fъtiles, indignas

de su sexo.

--ЎQuй juventud la que viene detrбs de nosotros!--exclamу tristemente

Golbasto.

Momaren hizo un gesto igual de melancolнa.

--Si no lo hubiese llevado en mis entraсas--murmurу--dudarнa que fuese

mi hijo.

Despuйs el gran poeta tuvo que separarse de Momaren para atender б sus

admiradores. Todos protestaban del hecho escandaloso que se estaba

realizando en aquellos momentos sobre las gradas del templo de los rayos

negros.

--ЎYa no hay categorнas, ni respeto ... ni vergьenza! El primer

jovenzuelo se cree un genio. ЎQuй escбndalo!

Golbasto movнa la cabeza aprobando estas protestas, y los admiradores

insistнan en sus lamentos, como si fuera б llegar el fin del mundo

aquella misma tarde.

El solemne Momaren cortу б tiempo este concierto de quejas, pues los que

rodeaban al versificador habнan agotado ya todas sus palabras de

indignaciуn y no sabнan quй aсadir.

--Ilustre amigo--dijo el Padre de los Maestros con una voz untuosa--,

las seсoras y seсoritas aquн presentes me piden que interceda para que

nuestro gran poeta nacional las deleite con algunos de sus versos

inmortales.

Esto era mentira; las seсoritas masculinas sуlo deseaban bailar, y en

cuanto б las matronas barbudas, odiaban los versos, porque su

declamaciуn las obligaba б permanecer silenciosas, estorbando sus

comentarios y murmuraciones. Pero como todas pertenecнan б familias

universitarias dependientes de Momaren, creyeron prudente acoger el

embuste de йste con grandes muestras de aprobaciуn.

--ЎSн, sн!--gritaron--. ЎQue hable Golbasto!... Ўque recite versos!

El poeta nacional se inclinу como si quisiera empequeсecerse delante de

Momaren.

--ЎRecitar--dijo con йnfasis--mis humildes obras, incorrectas y

anticuadas, en la casa donde vive el mбs grande de los poetas, al que

reconocerй siempre como maestro!...

Y mientras permanecнa con el espinazo doblado, y Momaren, rojo de

emociуn, miraba б unos y б otros para convencerse de que todos se daban

cuenta de tan enorme homenaje, dos matronas barbudas murmuraron bajo sus

velos:

--De seguro que piensa pedirle algo maсana mismo para alguna de sus

amigas.

--Y lo que se lleve lo quitarб б nuestros maridos--contestу la otra.

Mientras tanto, Momaren, saliendo de su nimbo de vanidad, decнa con

acento conciliador:

--Nada de maestro ... nada de gran poeta. Los dos somos iguales:

compaсeros y amigos para siempre.

Golbasto palideciу, hasta tomar su cara un tono verdoso. Parecнa

dispuesto б protestar de tanta igualdad y tanto compaсerismo; pero el

recuerdo de muchas cosas que deseaba pedir al Padre de los Maestros

sofocу la protesta instintiva de su vanidad, haciendo que se mostrase

dulce y bondadoso.

--Para que yo recite algo mнo, ilustre Momaren, serб preciso que antes

cumpla una obra de justicia y de respeto declamando una poesнa de usted.

El universitario aceptу con humildad.

--ЎSi usted se empeсa!... ЎEs usted tan bondadoso!...

Sabнa Golbasto por experiencia que nada halagaba б este compaсero como

oir sus versos recitados por su boca. El poeta del cochecillo en forma

de concha, de los tres caballos humanos y del lбtigo sangriento

declamaba con una dulzura celestial que hacнa verter lбgrimas. Ademбs,

era para Momaren la mбs alta de las consagraciones literarias tener б

Golbasto como lector de sus obras. Despuйs da esto se sentнa pronto б

darle la Universidad entera si se la pedнa.

Para que el acto resultase mбs solemne, Momaren creyу necesario reunir

todo su pъblico, esparcido en los diversos salones, y agolparlo en uno

solo que ocupaba la parte saliente del edificio, con dos ventanales

sobre una plaza.

Este salуn lo apreciaba mucho por estar amueblado б la moda de otros

siglos, cuando reinaban los emperadores de la penъltima dinastнa. Como

recuerdos de aquella йpoca guerrera y bбrbara adornaban las paredes

grandes panoplias con lanzas, espadas en forma de sierra, sables

ondulados y otros instrumentos mortнferos. El alma pacнfica de Momaren

se caldeaba en este salуn, sintiendo al entrar en йl entusiasmos

heroicos que le hacнan engendrar versos tan viriles como los de

Golbasto.

Siguiendo las indicaciones suaves del Padre de los Maestros, mбs temidas

que si fuesen уrdenes, todo el pъblico se fuй agrupando en este salуn.

Las damas y las seсoritas formaron varias filas al sentarse, lo mismo

que en un teatro. Las mujeres, por ser mбs fuertes, quedaron de pie y se

aglomeraron en las puertas y una parte de los salones vecinos.

Golbasto estaba erguido entre las dos ventanas de la gran pieza, mirando

al pъblico como un бguila que se prepara б levantar el vuelo. Momaren

sonreнa con la cabeza baja, sintiйndose encorvado prematuramente por el

huracбn de las alas de la gloria que iba б descender sobre йl.

Como el poeta nacional pensaba siempre en sus asuntos, hasta cuando

fingнa favorecer б un amigo, tosiу repetidas veces para imponer

silencio, y dijo asн:

--Ya que deseбis que recite, permitid que empiece por las obras del

Padre de los Maestros. El gran Momaren no es conocido como merece serlo.

Hay muchos que se engaсan con la mejor buena fe dividiendo nuestra

poesнa nacional en dos reinos, uno de los cuales le atribuyen б йl y

otro б mн. Esos mismos aсaden que Momaren es inimitable en la poesнa

amorosa y Golbasto en la poesнa йpica. ЎError, enorme error! Momaren es

grande en todos los gйneros, y para probarlo voy б recitar su canto

heroico б la Verdadera Revoluciуn, obra inimitable de la que quisiera

ser autor.

Una salva de aplausos saludу la descarada adulaciуn al jefe

universitario y la interesada modestia del gran poeta.

--Quiero recitar ese canto heroico--continuу Golbasto--para que se vea

la diferencia entre la verdadera poesнa y las miserables y cнnicas

falsificaciones que se sirven б nuestro pueblo, tal vez en este mismo

instante.

La alusiуn al joven y odiado poeta que estaba declamando su obra en el

templo de los rayos negros fuй saludada con una explosiуn de risas

simpбticas y de gruсidos inteligentes.

Despuйs de este triunfo preliminar, Golbasto se lanzу б la declamaciуn

de la poesнa de su amigo y protector.

El canto б la revoluciуn triunfante de las mujeres empezaba con un

exordio, en el que el poeta rogaba al sol que acelerase su salida de

entre las espumas oceбnicas para no llegar con retraso y poder

presenciar el suceso mбs grande de la Historia. Golbasto lanzу, con una

voz de clarнn, el primer verso:

Muйstrate, Ўoh, sol! y con tus rayos de oro...

Pero en vez de mostrarse el sol, como pedнa el vate, lo que llegу

inesperadamente fuй la noche en plena tarde. El salуn quedу

completamente б obscuras; todos los concurrentes creyeron haber perdido

repentinamente la vista; las mamбs chillaron de espanto, extendiendo los

brazos instintivamente para guardar б sus hijas; los hermosos guerreros

echaron mano б sus espadas, aunque sin poder adivinar dуnde se ocultaba

el enemigo.

Algunos profesores acostumbrados б no asombrarse de nada y б buscar la

razуn cientнfica de todos los hechos se dieron cuenta, pasados unos

instantes, de que esta obscuridad era debida б un desprendimiento

exterior, б dos telones macizos que habнan caнdo sobre ambas ventanas,

interponiйndose entre sus ojos y la luz.

Momaren se araсу las muсecas en la obscuridad, preguntбndose quй poder

infernal al servicio de los envidiosos de su gloria habнa conseguido

realizar esta catбstrofe....

A ninguno se le ocurriу que el Hombre-Montaсa pudiera haber empleado

como asiento el techo que tenнan sobre sus cabezas. En uno de sus

desperezos de cansancio, Gillespie habнa juntado las dos piernas,

colocбndolas casualmente, con geomйtrica exactitud, sobre las dos

ventanas, lo que creу repentinamente la noche en el interior del salуn,

precisamente al mismo tiempo que el poeta invocaba la salida del sol.

Despuйs del primer aturdimiento de la sorpresa, los ojos, acostumbrados

б la obscuridad, empezaron б ver dйbilmente, gracias б la penumbra que

llegaba de las habitaciones inmediatas. Ademбs, el ligero movimiento de

una de las piernas de Gillespie dejу filtrar un rayo de luz, y esto

sirviу para que toda la concurrencia reconociese cuбl era el origen de

la catбstrofe.

Momaren quedу mudo, pues el hecho le parecнa tan inaudito, que no

encontraba palabras.

Los invitados prorrumpieron en alaridos de indignaciуn:

--ЎInsolente animalucho!... ЎQuй atrevimiento el suyo!... ЎVenir б

perturbar con sus patas inmundas una fiesta de alta intelectualidad!...

Un hermoso oficial de la Guardia saltу, espada en mano, por encima de

las sillas, y aproximбndose б una de las ventanas tirу una estocada б la

pierna del gigante.

Gillespie, que estaba medio dormido, despertу sobresaltadamente. Levantу

una de las piernas hasta poner la rуtula б la altura da su pecho y se

rascу con ambas manos la picazуn que sentнa en la pantorrilla. Luego

dejу caer la pierna otra vez, y йsta, como si obedeciese б un poder

diabуlico enemigo de Momaren, volviу б cerrar hermйticamente la ventana.

Rugiу de cуlera la concurrencia, viendo en esto un nuevo insulto para

todos. El Hombre-Montaсa querнa burlarse de ellos.

Los militares, deseosos de mostrar su heroнsmo ante los muchachos en

edad de casarse, corrieron hacia las ventanas, acribillando con sus

aceros las pantorrillas del gigante.

Golbasto y Momaren, contagiados por tan heroico ejemplo, quisieron

mostrar que servнan para algo mбs que hacer versos, y descolgaron de una

panoplia una larga lanza.

Se mostraban enfurecidos por este incidente, que habнa venido б

perturbar su gloria, y empuсando la lanza б cuatro manos empezaron б dar

pinchazos en una pierna del coloso.

Esta vez el dolor hizo saltar б Gillespie, dejando libres las ventanas,

por las que entrу б raudales la dorada luz de la tarde.

Todos pudieron ver como el Hombre Montaсa se encogнa sobre sus rodillas,

cуmo se encorvaba despuйs con el rostro crispado por el dolor, pegando

sus ojos б las dos ventanas para averiguar quй insectos malignos eran

los que la habнan picado venenosamente б travйs de dichos agujeros.

Las seсoras se asustaron al ver aquellos dos ojos enormes que las

miraban con agresiva fijeza. Pero Golbasto y Momaren, que tenнan la

cуlera larga й implacable de los dйbiles cuando sienten herida su

vanidad, continuaban manejando en colaboraciуn su arma y tiraron un

furioso lanzazo б uno de los ojos que llenaban las ventanas.

Si no quedу tuerto Gillespie, fuй porque los dos poetas, al retroceder

para que su golpe fuese mбs terrible, desviaron un poco la lanza,

rasgбndole ъnicamente uno de los pбrpados.

El Hombre-Montaсa echу atrбs la cabeza, separando los ojos de las

ventanas con un pestaсeo doloroso, pero inmediatamente puso su boca en

una de ellas.

Sonу un hervor del caldera, luego un ruido de catarata, y la

concurrencia, dando gritos, empezу б huir hacia las habitaciones

interiores. ЎZas!...

Gillespie, no sabiendo cуmo defenderse de aquel enjambre maligno, habнa

lanzado un salivazo dentro del salуn.

El proyectil lнquido pillу б los dos poetas y los hizo caer con su lanza

envueltos en una ola pegajosa, de la que no sabнan cуmo salir.

El gigante continuу disparando proyectiles de la misma especie.

Corrнan las damas, levantбndose las faldas para huir con mбs rapidez.

Otras pataleaban caнdas en el suelo, pidiendo б gritos que las librasen

de esta inundaciуn aglutinante que las habнa clavado sobre el pavimento.

Y las heroicas muchachas de la Guardia, no queriendo presentar sus

interesantes dorsos al enemigo, fueron retrocediendo hasta el fondo del

salуn, haciendo molinetes con sus espadas para defenderse del bombardeo.

XI

Que trata del discurso pronunciado por el senador Gurdilo y de cуmo el

Hombre-Montaсa cambiу de traje

A la, maсana siguiente, el profesor Flimnap se presentу con gran

apresuramiento en la vivienda del gigante. Jamбs su rostro bondadoso

habнa ofrecido un aspecto igual, de alarma y azoramiento. A pesar de sus

carnes exuberantes, saltу con juvenil agilidad del plato ascensor б la

superficie de la mesa, antes de que los atletas encargados de la grъa

hubiesen terminado su maniobra.

Lejos aъn de Gillespie, abriу los brazos con desesperaciуn y juntу luego

sus manos en una actitud implorante, gritando:

--їQuй ha hecho usted, gentleman? їQuй locura fuй la suya de ayer? ЎY yo

que le creнa un hombre extremadamente cuerdo!...

Jamбs habнa experimentado tantas emociones en un espacio tan corto de

tiempo. Un miedo anonadador le dominaba desde horas antes, y este miedo

obedecнa б sentimientos generosos, pues pensaba mбs en la suerte del

Gentleman-Montaсa que en la suya propia. La terrible noticia de todo lo

ocurrido en la casa del Padre de los Maestros acababa de sorprenderle en

el momento mбs grato de su existencia.

El dнa anterior habнa regresado muy tarde б la ciudad, despuйs de verse

festejado y admirado durante varias horas por mбs de cien mil mujeres.

Su discurso en las gradas del templo de los rayos negros lo habнa

escuchado esta enorme multitud, interrumpiйndolo con aplausos. Su йxito

resultу tan ruidoso como el del joven poeta rival de Golbasto. Nunca

habнa llegado б soсar con una gloria semejante, ni aun en los tiempos de

la adolescencia, cuando, reciйn entrado en la vida estudiosa, su

entusiasmo le hacнa aceptar la posibilidad de las mбs inauditas

elevaciones.

Durmiу mal, pues el saboreo de su triunfo parecнa repeler al sueсo. Pero

cuando descendiу de su habitaciуn universitaria, apreciando de antemano

las felicitaciones de unos profesores y la envidia de otros, todo su

orgullo triunfante se deshizo ante la realidad. Oyу aterrado lo que

habнa hecho el gigante en la tarde anterior. Muchos de los que le

hablaron habнan asistido б la tertulia de Momaren y se mostraban

congestionados aъn por la indignaciуn al recordar los proyectiles del

gigante, algunas de cuyas salpicaduras habнan llegado б ellos у б

personas de sus familias.

El Padre de los Maestros estaba en cama despuйs de este suceso, aunque

sin enfermedad conocida. Golbasto, el gran poeta nacional, se habнa

retirado jurando vengarse del bбrbaro intruso. Los concurrentes le

vieron con un vendaje debajo de su corona de laurel, pues se habнa

descalabrado al caer al suelo con Momaren bajo el disparo del gigante.

--їQuй ha hecho usted?--volviу б repetir el profesor.

Muchos de los que presenciaron el suceso habнan olvidado la insolencia

del Hombre-Montaсa para preocuparse ъnicamente de la finalidad de otra

acciуn suya que les parecнa misteriosa. Despuйs que el gigante hubo

limpiado de gentнo los salones de Momaren, haciendo huir б todos al

fondo de la casa para librarse de su bombardeo lнquido, irguiу su

estatura y fuй б un determinado lugar de la fachada de la Universidad,

lanzando varios silbidos con la estridencia de un huracбn.

Los doctores estudiosos que permanecнan en sus habitaciones intentaron

ocultarse, creyendo que el Hombre-Montaсa se habнa vuelto loco y deseaba

aplastarlos. Pero antes de cerrar las ventanas de sus viviendas pudieron

ver cуmo corrнa por los tejados un hombre envuelto en velos, cуmo el

gigante lo tomaba con una de sus manos, introduciйndolo en un bolsillo

de su traje, y cуmo emprendнa una marcha veloz, guiado por este varуn

desconocido, hacia la Galerнa de la Industria, sin esperar б que sonasen

otra vez las trompetas y se reuniera el escuadrуn que le habнa escoltado

en su paseo.

--їQuй va б pasar ahora?--continuу diciendo el asustado profesor.

Los murmuradores le habнan dado б entender que el Padre de los Maestros

sospechaba si este intruso ayudado por el gigante serнa Ra-Ra.

--Yo temo, gentleman, que б estas horas la policнa estй enterada de que,

efectivamente, el tal hombre era Ra-Ra y que, protegido por usted, entrу

en nuestro palacio para ver б Popito.... ЎUsted, gentleman, mezclбndose

en cosas polнticas de nuestro paнs y apoyando de una manera tan

descarada б un propagandista del «varonismo», enemigo de la tranquilidad

del Estado! Tiemblo por usted y tiemblo por mн.

Gillespie no necesitaba oir al profesor para darse cuenta de la gravedad

de su acto. Pero renacнa su cуlera al acordarse de los pinchazos de

aquellos pigmeos, y creнa sentir aъn el dolor en sus piernas. їPor quй

no lo habнan dejado dormir en paz?...

Sin embargo, los gestos desesperados del profesor sirvieron para hacerle

pensar que estaba б merced de aquella humanidad pigmea, despreciable

para йl, pero sin la cual no podнa alimentarse ni atender б otros

cuidados que necesitaba su persona.

Flimnap, creyendo ver en su rostro un reflejo de intensa cуlera, le

recomendу la calma.

--No se exalte, gentleman; al contrario, debe usted mostrarse prudente y

conciliador. Creo que esto se arreglarб finalmente. Puede usted

presentar sus excusas al Padre de los Maestros. Yo explicarй que todo se

debe б su desconocimiento de nuestra lengua y nuestras costumbres. Lo

que me preocupa mбs es lo de Ra-Ra; pero si no hay otro remedio, lo

abandonaremos y que siga su destino. El amor es egoнsta, gentleman.

Antes de venir usted б esta tierra yo hubiese hecho los mayores

sacrificios por ese joven. Pero ahora no es lo mismo; ahora estб usted

aquн, y mбs allб de su persona nada me interesa.

Parecнa haber olvidado el catedrбtico todas las inquietudes que le

entristecнan momentos antes, al saltar del plato-ascensor. Se habнa

puesto ante un ojo su lente de disminuciуn para contemplar el rostro del

Gentleman-Montaсa, y esto le hacнa sonreir dulcemente.

--Creo llegado el momento--dijo con voz insinuante--de mostrarle mi

alma. Mientras usted vivнa б cubierto de peligros, yo no me atrevн б

decirle lo que siento. Me dominaba la timidez de todo el que ha pasado

su existencia entre libros, viendo de lejos б las personas. Pero despuйs

de la locura de usted, la situaciуn es otra. Tal vez el conflicto con

nuestro Padre de los Maestros acabe por arreglarse, pero en este momento

la situaciуn es mala. Corre usted grandes riesgos, y por lo mismo

considero oportuno manifestarle lo que no me hubiera atrevido б decir en

una ocasiуn mejor. Уigame bien, gentleman, y no se rнa de mн.... Yo le

quiero un poco y me intereso por su felicidad.... їPor quй no hablar mбs

claramente?... Yo le amo, gentleman, y deseo pasar el resto de mi vida

junto б usted, dedicбndome en absoluto б su servicio.

A pesar de su mal humor por la aventura en la Universidad y por las

persecuciones que le podнan hacer sufrir estos pigmeos, de los que era

esclavo, Gillespie no pudo contener una carcajada. Despuйs sofocу su

risa para excusarse cortйsmente:

--No crea, profesor, que me rнo de usted. Le estoy muy agradecido para

atreverme б tal insolencia. Mi risa es de sorpresa.... En mi paнs, rara

vez una mujer declara su amor al hombre.

--Pues aquн no es extraordinario--contestу Flimnap--. Acuйrdese que todo

lo dirigimos las mujeres, y por lo mismo nos corresponde la iniciativa

en los asuntos de amor.

--Ademбs--dijo Edwin--, usted olvida el obstбculo insuperable que la

Naturaleza ha establecido entre los dos al crearnos con tamaсos tan

distintos. Me mira usted б travйs de su lente de reducciуn y se ilusiona

creyйndome de su talla. Contйmpleme tal como soy, y se convencerб de que

por mucho que yo la amase nunca pasarнa usted de ser una esposa de

bolsillo.

--ЎOh, gentleman!--interrumpiу ella quejumbrosamente--. No sea usted

materialista en sus apreciaciones, no se muestre grosero en sus

sentimientos juzgando б las personas por su tamaсo. їPor quй no pueden

amarse dos almas б travйs de sus envolturas completamente diferentes?...

Ahora que le conozco, gentleman, me doy cuenta de que toda mi vida he

estado esperando su llegada. Siempre mi alma sintiу la atracciуn de las

alturas; siempre soсй con algo inmensamente grande. Mi espнritu veнa con

indiferencia las pequeсeces de nuestra vida corriente. Yo sуlo podнa

amar б un gigante, y el gigante ha venido. їNo le parece que un poder

superior nos ha hecho el uno para el otro?...

El Gentleman-Montaсa sуlo contestу б esta pregunta con un gesto ambiguo.

Pero el ardoroso profesor siguiу hablando:

--Yo no le exijo que me responda inmediatamente. Confieso que esta

manifestaciуn de mis sentimientos es un poco violenta y que usted no la

esperaba. A no ser por el peligro que le amenaza, me hubiese abstenido

de hablarle de esto en mucho tiempo. Pero, en fin, lo que yo debнa decir

ya estб dicho. Reflexione usted, consulte su corazуn; esperarй su

respuesta. Lo que necesitaba hacerle saber cuanto antes es que no soy

para usted un simple traductor y que ansнo participar de su suerte,

correr sus mismos peligros, si es que la situaciуn se empeora.

Gillespie, conteniendo la risa que otra vez volvнa б agitar su pecho,

contestу vagamente б la apasionada universitaria. Obedecerнa sus

indicaciones, estudiarнa con detenimiento las preferencias de su alma.

Pero por el momento, lo mбs urgente era resolver su situaciуn, que,

segъn ella, parecнa angustiosa.

--Voy б dejarle, gentleman--contestу Flimnap--. Nada consigo

permaneciendo б su lado para sostener una conversaciуn grata, pero que

resulta estйril. Necesito saber noticias. Momaren tiene poderosos amigos

y debe haber hecho algo б estas horas contra Ra-Ra. Ademбs, hay que

temer б Golbasto. Adivino desde aquн que su cochecito tirado por los

tres hombres-caballos debe estar rodando б travйs de la capital desde el

principio de la maсana. ЎA saber lo que habrб tramado el temible

poeta!...

Antes de desaparecer por uno de los escotillones, todavнa retrocediу

Flimnap hacia el gigante para decirle en voz baja:

--Si vienen б buscar б Ra-Ra, no se empeсe en defenderlo; serнa peor

para йl y para usted. Dйjelo abandonado б su suerte. Nosotros sуlo

debemos pensar en nuestro porvenir. Yo siempre he creнdo que un amor que

no es egoнsta no merece el nombre de amor.

Y entornando los pбrpados con expresiуn acariciante detrбs de los

vidrios de sus gafas, el profesor desapareciу rampa abajo.

Sуlo entonces el Hombre-Montaсa bajу los ojos para mirarse б sн mismo,

fijбndolos en su pecho. Por la abertura entreabierta de su bolsillo

superior veнa la cabecita de Ra-Ra, encogido en el fondo de este

refugio.

--ЎBuena la hiciste ayer!--dijo el gigante en voz queda, como si hablase

con йl mismo--. En realidad tъ eres el culpable de todo lo ocurrido, por

tu maldita idea de dejarme solo para ir б ver б Popito.... Pero no te

abandonarй por eso, como me pide la loca de Flimnap.... ЎQuй diablo serб

esto del amor, que б todos nos hace cometer enormes tonterнas, y hasta

da un aspecto grotesco б esa pobre mujer tan inocente y bondadosa!...

Vieron los ojos del gigante apoyada en un lado de la mesa la cachiporra

que se habнa fabricado durante su excursiуn б la selva de los

emperadores. La presencia de esta arma primitiva le hizo sonreir de un

modo inquietante para los pigmeos.

--Yo te aseguro, Ra-Ra--continuу--, que los primeros que vengan en tu

busca y nos molesten corren peligro de morir aplastados.

Pero aunque esta promesa bбrbara fuese muy del gusto de Ra-Ra, йste

protestу, sacando la cabeza imprudentemente por el borde del bolsillo.

--Lo creo oportuno--dijo el pigmeo--, pero dentro de algъn tiempo. Ahora

es inъtil. Hay que esperar nuestra Revoluciуn, cada vez mбs prуxima.

Mientras tanto, Flimnap corrнa las calles de la capital, enterбndose de

una serie de noticias muy inquietantes para йl. Un profesor le anunciу

que Momaren, por ciertos detalles que le habнan comunicado algunos

subordinados, estaba ya convencido de que era Ra-Ra el que acompaсaba al

gigante. El Padre de los Maestros, aceptando las sugestiones de su

vanidad, creнa que este varonista, enemigo del orden, habнa sugerido al

Hombre-Montaсa la idea de interrumpir su tertulia en el momento preciso

que el gran Golbasto recitaba sus versos, para quitarle asн un gran

triunfo literario. A primeras horas de la maсana habнa tenido una

conversaciуn violenta con Popito, la cual negу haber visto б Ra-Ra en la

parte alta del palacio universitario. Luego el influyente personaje

abandonу su cama, y estaba ahora en la presidencia del Consejo

Ejecutivo, recomendando sin duda la persecuciуn del revolucionario

masculista.

Poco despuйs Flimnap se encontrу con un grupo de noticieros de los

grandes diarios, que le iban buscando desde horas antes. Querнan conocer

su opiniуn sobre lo ocurrido en la tertulia del Padre de los Maestros,

pero йl se expresу de un modo ambiguo. De buena gana hubiese contestado

rudamente б estos curiosos insaciables que le perseguнan б todas horas;

pero la gratitud le obligaba б ser cortйs. Todos los diarios hablaban

con elogios de su discurso en el templo de los rayos negros,

lamentбndose de haber desconocido durante tantos aсos б un orador tan

eminente.

Los periodistas le dieron una noticia que resultу la peor de todas.

Gurdilo habнa anunciado su deseo de pronunciar un discurso en el Senado

б propуsito del Hombre-Montaсa apenas se abriese la sesiуn. Tal vez el

temible orador estaba ya hablando б estas horas.

Flimnap corriу al palacio del gobierno, entrando en el ala ocupada por

el Senado. Su amor por Gillespie le sugerнa las mбs atrevidas

resoluciones. El tнmido profesor, que pocos dнas antes era incapaz de la

mбs pequeсa iniciativa, se asombraba ahora de su audacia. Pensу hablar б

Gurdilo, si es que aъn no habнa empezado su interpelaciуn al gobierno.

No se conocнan, pero йl desde unos dнas antes era un personaje cйlebre,

del que se ocupaban mucho los periуdicos, y bien podнa permitirse la

libertad de hacer una visita б un compaсero suyo de gloria. Dentro del

Senado, al preguntar por el famoso orador, se convenciу de que habнa

llegado tarde. Gurdilo estaba ya en el salуn de sesiones, y no admitнa

visitas que le distrajesen cuando preparaba mentalmente sus terribles

discursos.

El catedrбtico subiу б una de las tribunas destinadas al pъblico, viendo

abajo, entre las matronas que formaban el Senado, al temible Gurdilo,

hacia el que convergнan todas las miradas.

Nunca sufriу el pobre Flimnap una tortura igual б la de escuchar б este

personaje confundido entre el pъblico y sin poder contestarle. Despuйs

de su triunfo en el templo de los rayos negros, se consideraba tan

tribuno como el cйlebre sanador; pero aquн no era mas que un simple

oyente que podнa ser encarcelado si osaba alterar con sus interrupciones

la calma de la majestuosa asamblea.

La oradora senatorial, con la faz mбs amarilla que nunca, la mirada

torva, la nariz encorvada y una voz silbante, atacу б Gillespie durante

mucho tiempo, procurando que sus golpes al coloso cayesen de rebote

sobre los altos seсores del Consejo Ejecutivo.

Hizo la historia de todos los Hombres-Montaсas que habнan llegado al

paнs en el curso de los siglos. El primero, segъn el testimonio de

viejos cronistas, acabу siendo un traidor al Imperio de Liliput que le

habнa dado hospitalidad, pues se fuй con los de Blefuscъ, que eran

entonces enemigos. Ademбs, al regresar б su monstruosa patria, publicу,

segъn vagas noticias traнdas por Eulame, un libro en el que ponнa en

ridнculo б todos los liliputienses.

Los colosos que habнan llegado despuйs eran gentes bбrbaras y viciosas,

sin educaciуn universitaria y de una capacidad estomacal que acababa

causando grandes escaseces y hambres en la naciуn. Cometнan tales

desafueros, que finalmente habнa que suprimirlos.

Y cuando se habнa aceptado como medida prudente el matar б estos

intrusos, que se presentaban de tarde en tarde, con la regularidad de

una epidemia, llegaba el ъltimo Hombre-Montaсa, y el Consejo Ejecutivo,

faltando б la tradiciуn, le concedнa la vida.

Aquн Gurdilo empezу б hablar irуnicamente de la enorme influencia que

unos cuantos profesores y fabricantes de versos ejercнan sobre el

gobierno actual.

--Ha bastado--dijo el orador--que un pobre pedante que enseсa en nuestra

Universidad la inъtil lengua de los Hombres-Montaсas, la cual de nada

puede servirnos; ha bastado, repito, que descubriese en un bolsillo del

tal gigante un libro del tamaсo de cualquiera de nosotros, con unos

versos disparatados, propios de su enorme animalidad, para que todos los

falsos intelectuales que dominan nuestra organizaciуn universitaria, y

son retribuidos exageradamente por el gobierno, viesen una ocasiуn de

afirmar su influencia protegiendo б este colosal intruso como un

compaсero de letras. Y los altos seсores del gobierno, que antes de

ocupar sus cargos no conocнan otra lectura que la del diario todas las

maсanas, han aprovechado la ocasiуn para darse una falsa importancia de

intelectuales, obedeciendo las indicaciones de sus protegidos que

monopolizan la Universidad.

»No quiero hablar al ilustre Senado de los gastos que ha originado el

Hombre-Montaсa desde que vive entre nosotros. Esto serб objeto de un

discurso que pronunciarй otro dнa, cuando tenga completos los datos

estadнsticos que estoy reuniendo. Necesito saber con certeza cuбntos

bueyes come cada dнa, cuбntas docenas de gallinas, asн como las

toneladas de pescado y de pan que lleva devoradas. No insisto en esto;

pronto apreciarб el Senado de quй manera el Consejo Ejecutivo derrocha

el dinero de la naciуn, б pesar de que el gobierno de nuestro sexo

ostenta el espнritu de economнa como la mayor de las ventajas sobre

todos los gobiernos anteriores.

»Hoy necesito hablar de otra cosa que considero de gran urgencia, pues

equivale б un escбndalo intolerable que pone en peligro el orden del

Estado y los fundamentos de nuestra sociedad, haciendo completamente

inъtiles la sabidurнa de aquella gran mujer que inventу los rayos

libertadores y el heroнsmo de las valerosas jуvenes que combatieron en

la tierra y en el aire por el triunfo de la Verdadera Revoluciуn.

»Yo mismo no comprendo cуmo el ilustre Senado, la Cбmara de diputados y

los demбs organismos nacionales no fijaron su atenciуn en el aspecto

subversivo que nos ofrece ese gigante desde que llegу. Tampoco puedo

explicarme cуmo los periуdicos, que atisban el menor de nuestros

defectos para publicarlo inmediatamente permanecen ciegos para el

Hombre-Montaсa.... Debo confesar, sin embargo, que yo tambiйn he vivido

en esta ceguera inexplicable, y sуlo anoche vi la realidad, gracias б la

sugestiуn de un poeta eminente, el mбs grande de todos los poetas que

hoy existen, y despuйs de esto casi resulta inъtil que os diga su

nombre. Todos habйis adivinado que es Golbasto.... Con razуn llaman б

los poetas _videntes_. Golbasto ha _visto_ lo que ninguno de nosotros

habнa logrado ver.

Se hizo un silencio profundo en toda la asamblea. Lo mismo los senadores

que el pъblico de las tribunas, esperaban anhelantes la revelaciуn del

gran descubrimiento del poeta, transmitido por el mбs temible de los

oradores. Mбs de mil pechos jadeaban oprimidos por la emociуn; el

interйs hacнa respirar б todos con dificultad. Nadie apartaba sus ojos

del tribuno, que parecнa haber crecido repentinamente. Al fin, despuйs

de una larga pausa dramбtica, su voz resonу en el majestuoso silencio.

--Fнjese bien el honorable Senado en lo que representa el espectбculo

antisocial y subversivo que presenciу ayer el vecindario de nuestra

ciudad. El Hombre-Montaсa es un hombre, como lo indica su tнtulo.... Ўy,

sin embargo, usa pantalones!

Una exclamaciуn ahogada de todos los oyentes saludу este descubrimiento.

--ЎEs verdad!... ЎEs verdad!--murmuraron los senadores y el pъblico con

asombro, como si pasase ante sus ojos un relбmpago deslumbrante.

--Imagнnese el ilustre Senado--continuу Gurdilo--quй efecto tan

desastroso habrб producido ayer en el pueblo, y sobre todo en la

juventud estudiosa de los colegios, ver б un hombre vestido de un modo

que parece desafiar б la moral y б las conveniencias. Hace muchos aсos

que en nuestras calles no se ha visto nada tan indecente.

»Bien sabido es que en el seno de nuestra sociedad algunos jуvenes

insensatos y mal aconsejados pretenden trastornar el orden social con la

utopнa ridнcula de que los hombres puedan sustituir б las mujeres en la

direcciуn de los negocios pъblicos. Estos locos, enemigos de lo

existente, deben haber gozado mucho ayer viendo б un hombre con

pantalones, y los hombres prudentes y virtuosos de nuestras familias se

habrбn escandalizado con harto motivo al contemplar б uno de su sexo sin

la tъnica y sin los velos que corresponden б una matrona virtuosa. El

traje de ese Hombre-Montaсa significa el «varonismo» en acciуn, que

desafнa б todas nuestras leyes y costumbres, б todo nuestro glorioso

pasado, б todas las hazaсas y sacrificios de nuestros antecesores.

»Si se deja continuar este espectбculo subversivo, si no se le pone

remedio, el llamado «partido masculista», insignificante y ridнculo en

el presente, crecerб hasta convertirse en una gran fuerza; los hombres

querrбn llevar pantalones, y nosotros, las mujeres que somos senadores,

guerreros, funcionarios, en una palabra, todos los que desempeсamos un

cargo pъblico у contribuнmos б la buena marcha del Estado, todos los que

somos cabeza de una familia, tendremos que vestirnos con faldas.

La suposiciуn de que las mujeres pudieran alguna vez llevar faldas

resultaba tan extravagante й inaudita, que todo el respetable Senado

empezу б reir, y, animados por su hilaridad, los ocupantes de las

tribunas lanzaron igualmente grandes carcajadas.

Hasta algunas seсoras masculinas que, envueltas pudorosamente en sus

velos, ocupaban la tribuna destinada б las esposas de los senadores

encontraron muy original la paradoja de Gurdilo, celebrбndola con

discretas risas.

El orador continuу su discurso con arrogancia, seguro ya de que la

asamblea en masa iba б apoyarle con sus votos.

Por el momento, no pedнa nada contra el Consejo Ejecutivo. Su

responsabilidad serнa objeto de otro discurso. Lo que йl solicitaba,

como patriota, era que cesase cuanto antes el escбndalo y el peligro

para las buenas costumbres que significaba el modo de vestir del

gigante. Los pantalones correspondнan б las mujeres, y era un atentado

contra las conquistas heredadas de la Verdadera Revoluciуn que este

intruso, siendo un hombre, se empeсase en vestir de modo diferente б

todos los de su especie.

--Pido al Senado--terminу diciendo el orador--que le quiten al

Hombre-Montaсa lo que no le corresponde usar y que se envнe al Consejo

Ejecutivo una ley para que maсana mismo lo vista con el recato y la

decencia que exige su sexo.

La ovaciуn al tribuno fuй larga. El presidente tuvo que hacer sonar

varias veces la sirena elйctrica de su mesa para conseguir que se

restableciese el silencio.

--їAcuerda el Senado--preguntу--que el Hombre-Montaсa sea vestido como

corresponde б su sexo inferior?

Algunos senadores rutinarios que veneraban el reglamento hablaron de

votaciуn, pero los mбs se opusieron, considerando que era inъtil cuando

todas las opiniones se mostraban unбnimes. Y levantando una mano,

votaron todos por aclamaciуn la urgencia de quitarle los pantalones al

Hombre-Montaсa.

Flimnap abandonу la tribuna con el бnimo desorientado, no sabiendo

ciertamente si debнa entristecerse у alegrarse por lo que acababa de

oir. La intervenciуn de Gurdilo le habнa hecho sospechar en el primer

momento que tenнa por objeto pedir la muerta de Gillespie. Pero al

convencerse de que el senador sуlo deseaba cambiar su vestidura, sin

hablar para nada de hacerle perder la existencia, casi sintiу gratitud

hacia йl. Le importaba poco que Gurdilo le hubiera llamado pedante y le

aludiese con otras frases despectivas, sin hacerle el honor de citar su

nombre. Los enamorados son capaces de los mбs grandes sacrificios б

cambio de que la persona amada no sufra. Para йl lo interesante era

saber que el gentleman no iba б morir. Hasta pensу que ofrecerнa un

aspecto mбs gracioso vestido con arreglo б las indicaciones del tribuno.

Siempre le habнa causado un malestar indefinible verlo con pantalones,

lo mismo que una mujer, contra todas las conveniencias establecidas por

las costumbres y la gloriosa historia del paнs.

Al caer la tarde se dirigiу б la vivienda del Gentleman Montaсa. Despuйs

de salir del Senado habнa pretendido sin йxito alguno hablar con el

presidente del Consejo Ejecutivo. Su personalidad gloriosa parecнa

disolverse asн como iba decreciendo la curiosidad simpбtica por el

gigante. Las gentes volvнan б no conocerle. Varios periodistas pasaron

junto б йl sin pedirle su opiniуn. Los que antes le detenнan en la calle

haciйndole preguntas sobre el Hombre-Montaсa casi lo atropellaban ahora

con sus mбquinas terrestres. La mujer de negocios que le habнa propuesto

un viaje triunfal por toda la Repъblica dando conferencias en compaснa

del coloso volviу la cabeza al cruzarse con йl.

En los salones de espera del jefe del Consejo aguardу inъtilmente unas

dos horas. Los empleados le ignoraban voluntariamente. Viу б Momaren que

salнa del despacho del presidente. Al cruzarse con el profesor, que le

saludу con una profunda reverencia, el Padre de los Maestros sуlo tuvo

para йl una mirada frнa y un murmullo ininteligible. Al fin, Flimnap,

convencido de que habнa pasado su perнodo de gloria y de influencia,

saliу del palacio del gobierno.

Cerca de la altura en cuya cumbre estaba la Galerнa de la Industria,

notу un movimiento extraordinario. Llegaban por diversas avenidas

batallones de mujeres armadas con arcos y lanzas. Viу presentarse ademбs

un escuadrуn de la Guardia gubernamental y numerosos destacamentos de la

policнa masculina y barbuda, que abandonaban la vigilancia de las calles

para acudir б esta concentraciуn guerrera.

Su corazуn se oprimiу con el presentimiento de que todo este aparato

bйlico era б causa de alguna otra inconveniencia cometida por el

gigante. Sobre la cumbre de la colina flotaban varias mбquinas

voladoras. Otras iban aproximбndose б toda fuerza de sus motores,

viniendo de distintos puntos del horizonte. Una alarma reciente habнa

puesto, sin duda, sobre las armas б todas las tropas que guarnecнan la

capital.

Flimnap considerу una gran suerte su encuentro con varios individuos del

gobierno municipal que le habнan acompaсado el dнa anterior en la fiesta

de los rayos negros. Todos estaban aъn bajo la influencia de su triunfo

oratorio, y le saludaron con afabilidad. Hasta parecieron alegrarse del

encuentro.

--Es el Hombre-Montaсa, que se ha vuelto loco--dijo uno de ellos--. Ha

atacado б un destacamento de policнa que fuй esta tarde б registrar su

vivienda en busca de un terrible criminal y ha matado б no sй cuбntos

con un tronco de бrbol. Usted, doctor, puede hablarle; tal vez le haga

caso. Si no le atiende, la guarniciуn darб un asalto б su vivienda.

Correrб mucha sangre, pero le mataremos.... ЎUn gigante que parecнa tan

simpбtico!...

El profesor se adelantу al ejйrcito, que ascendнa poco б poco, con

grandes precauciones, conservando su organizaciуn tбctica para poder dar

la batalla al coloso, y б los pocos momentos llegу б la Galerнa б todo

correr del automуvil en que iba sentado.

Fuera del edificio estaba toda la servidumbre, aterrada aъn por la

tempestuosa explosiуn de cуlera del Hombre-Montaсa. Muchos de los

atletas semidesnudos se aproximaron б Flimnap con los brazos en alto.

--ЎNo entre, doctor!--gritaban--.ЎLe va б matar!

Viу tambiйn б un grupo de hembras membrudas y malencaradas,

reconociйndolas como pertenecientes б la policнa. Eran los agentes que

habнan intentado examinar los bolsillos del gigante despuйs de haber

registrado toda la Galerнa en busca de Ra-Ra.

Algunas de ellas tenнan manchas de sangre en el rostro y en las ropas;

otras, sentadas en el suelo, se quejaban de tremendos dolores en sus

miembros. Pero estos dolores, asн como la sangre, eran una consecuencia

de las caнdas que habнan dado al huir del gigante. Su inmenso garrote,

al chocar contra el suelo, esparcнa un temblor igual al de un terremoto.

Flimnap, despuйs de muchas preguntas, sacу la conclusiуn de que el

gigante no habнa matado б ninguno de los que consideraba sus enemigos.

Felizmente para йstos, su pequeсez les habнa hecho escapar del ъnico

golpe que el gigante tirу con su бrbol contra el grupo de policнas.

Йstos, aterrados aъn, repitieron la misma sъplica de los servidores.

--No entre, doctor. Deje que llegue el ejйrcito. Йl sabrб dar б ese loco

lo que merece.

Pero el doctor se lanzу dentro de la Galerнa con la confianza del amante

que no puede temer б la persona amada, aunque la vea en un estado de

ferocidad.

Gillespie, cansado de permanecer derecho, con la cachiporra en una mano,

junto б la puerta de la Galerнa, habнa vuelto б ocupar su asiento ante

la mesa, pero sin perder de vista la abertura de entrada. Al ver б

Flimnap echу mano instintivamente al tronco enorme que le servнa de

bastуn.

--ЎSoy yo, gentleman!--gritу el profesor con voz temblona.

Y el gigante, al reconocerle, volviу б su actitud tranquila.

Fuй para Flimnap una gran desgracia que los atletas de la servidumbre

hubiesen abandonado la grъa monta-platos, pues se viу obligado б

ascender por una de aquellas terribles rampas que le infundнan pavor.

Para mayor infortunio suyo, el gigante, al levantarse y empuсar su

garrote contra la policнa, habнa hecho esto con tal violencia, que una

de sus rodillas, chocando contra una pata de la mesa, dejу medio rota y

casi colgante la espiral arrollada en torno de ella.

El doctor, que remontaba, bufando de angustia, esta rampa interminable,

sintiу de pronto que crujнa bajo sus pies й iba б romperse

definitivamente, haciйndole caer de una altura igual б doce у quince

veces la longitud de su cuerpo. El terror le hizo pedir socorro con

chillidos de angustia. Fuera del local, los servidores y los maltrechos

policнas se miraron con una expresiуn de inteligencia:

--ЎYa lo mata!... Le estб bien, por no haber querido oir nuestros

consejos.

Avisado por los gritos del profesor, Gillespie bajу su cabeza hasta el

nivel de su asiento, sacбndole con dos dedos de la espiral cimbreante.

Luego, colocбndolo en la palma de la otra mano, lo fuй subiendo hasta

cerca de su rostro.

--їQuй ha hecho usted, gentleman?--preguntaba

Flimnap durante su ascensiуn, como si intentase reconvenirle.

Pero la cуlera del gentleman duraba aъn, y el profesor se asustу al ver

la expresiуn de sus ojos.

Fuй contando Gillespie todo lo ocurrido, que era igual, con ligeras

variantes, al relato escuchado por el profesor al pie de la colina.

--Lo que siento--terminу diciendo el gigante--es no haber aplastado б

toda esa canalla que pretendнa registrarme. Pero otros llegarбn; les

espero, y van б tener peor suerte.

--їY Ra-Ra?--dijo el profesor.

Esta pregunta amenguу un poco la cуlera de Gillespie. Despuйs de haber

hecho huir б los policнas, y mientras su servidumbre medrosa escapaba

tambiйn fuera de la vivienda, Ra-Ra le hablу desde el fondo del bolsillo

que le servнa de refugio. Consideraba prudente no quedarse allн. Ya

habнa hecho bastante el gigante para defenderle de sus enemigos. Debнa

dejarlo escapar antes de que llegasen fuerzas mбs considerables.

Necesitaba mantenerse libre para la continuaciуn de sus trabajos.

Y el Gentleman-Montaсa, convencido por sus razones, le habнa dejado en

el suelo para que huyese, aprovechando la confusiуn que reinaba en torno

de la Galerнa.

Flimnap se abstuvo de recriminaciones. Lo urgente era evitar un combate

entre el ejйrcito asaltante y el coloso, todavнa irritado. Y empezу б

contar б йste lo que habнa visto.

De pronto, Gillespie, que escuchaba ceсudo las palabras del profesor,

lanzу una ruidosa carcajada. Fuй el relato del discurso de Gurdilo en el

Senado lo que le hizo pasar sin transiciуn de la cуlera б la hilaridad.

La idea de que toda la Repъblica confederada de los pigmeos se estaba

ocupando de sus pantalones como de una manifestaciуn subversiva y la

seguridad de que iban б ponerle faldas iguales б las de Ra-Ra, hicieron

que su risa se prolongase mucho tiempo.

Los grupos de afuera se imaginaron que el coloso feroz estaba saludando

con carcajadas el cadбver del sabio.

Mientras tanto, Flimnap se esforzaba por que el gentleman le admitiese

como mediador.

--Por fortuna, usted no ha matado б nadie, y los seсores del gobierno

municipal, que estбn abajo, me atenderбn si yo les pido la paz en su

nombre. їQuй es lo que usted deseaba? їSalvar б Ra-Ra?... Йste se ha

ido, librando б usted del compromiso de protegerlo. Ahora lo interesante

es conseguir que no le miren б usted como un rebelde. їMe autoriza para

que trate en su nombre?...

El Gentleman-Montaсa contestу con un gesto indiferente, y Flimnap quiso

aceptarlo como si fuese de aprobaciуn. Luego suplicу б su poderoso amigo

que bajase la mano lentamente hasta depositarlo en el suelo, y saliу

corriendo de la Galerнa.

Cuando las gentes que estaban en las inmediaciones le vieron avanzar

hacia ellas, mostraron el mismo asombro que si contemplasen un

aparecido. ЎNo lo habнa matado el gigante!...

El profesor siguiу corriendo ladera abajo en busca de los seсores del

gobierno municipal. No tuvo que ir muy lejos. Las tropas habнan formado

un cнrculo en torno б la colina y ascendнan, estrechando cada vez mбs su

anillo para que el enemigo no pudiera escapar.

Los del gobierno municipal acogieron al profesor con frialdad. Debнan

haber recibido уrdenes superiores durante su ausencia, cambiando de

opiniуn respecto б su persona. Sin embargo, cuando Flimnap les dijo que

el gigante ya no harнa resistencia, dejбndose registrar y obedeciendo б

cuanto quisieran ordenarle las autoridades, todos se mostraron algo mбs

efusivos con el mediador, agradeciendo sus buenos oficios.

Por indicaciуn de Flimnap, el ejйrcito cesу en su movimiento ascendente,

manteniйndose lejos de la Galerнa. Su presencia podнa excitar de nuevo

la irritabilidad del coloso.

Un simple destacamento de la Guardia acompaсу б las autoridades y al

profesor cuando se aproximaron al edificio. Flimnap empezу б dar gritos

б la servidumbre para que volviesen todos б ocupar sus puestos, como si

no hubiese ocurrido nada. Detrбs del rebaсo domйstico entrу йl con sus

ilustres acompaсantes y la escolta.

Obedeciendo sus indicaciones, un grupo de atletas habнa corrido б lo

alto de la mesa para manejar la grъa que subнa los alimentos. Ocupando

su plato-ascensor pudo llegar б la vasta planicie de madera, sin

necesidad de trotar por las fatigosas espirales. Los del gobierno

municipal le acompaсaron en su ascensiуn, mientras toda la escolta

avanzaba por las tres patas de la mesa que se mantenнan intactas.

Flimnap presentу sus acompaсantes б Gillespie; y como йstos no entendнan

el inglйs, le pudo recomendar al mismo tiempo que fuese prudente.

--Estos seсores se contentan con que permita usted el registro de sus

bolsillos.

Accediу el coloso, sonriendo al pensar en la inutilidad de dicho

registro. Ademбs, el catedrбtico quiso hacerle admitir como un gran

honor el hecho de que iban б ser las hermosas muchachas de la Guardia

las que huronearнan en sus bolsillos, en vez de aquellas hembras feas de

la policнa б las que habнa hecho pasar un mal rato.

Cuando los apuestos guerreros de la Guardia hubieron dado fin б su

infructuoso registro, los del gobierno municipal se retiraron con una

expresiуn de ambigьedad inquietante.

--Que todo continъe aquн lo mismo--dijo uno de ellos al profesor--.

Maсana veremos quй es lo que dispone el Consejo Ejecutivo.

Este «maсana» inquietaba б Flimnap. Creyу prudente pasar la noche bajo

el mismo techo que su amado gentleman, como si con ello pudiese apartar

los peligros todavнa indeterminados que le anunciaban sus

presentimientos.

Diу уrdenes б la servidumbre para que el gigante cenase como todas las

noches. El desorden originado por la visita de los perseguidores de

Ra-Ra no debнa notarse en la buena marcha del servicio domйstico. Luego,

cuando el gentleman iba б acostarse, Flimnap fingiу que regresaba б la

Universidad, despidiйndose de йl hasta el dнa siguiente, pero se dispuso

б pasar la noche en la cama del administrador del almacйn de vнveres,

aunque estaba seguro de no dormir.

--ЎMaсana!--pensaba--. їQuй pasarб maсana?

Fuera de aquel enorme edificio se estaba condensando una nube de

hostilidad que iba б estallar al dнa siguiente sobre la cabeza del

gigante. Gran parte de las tropas habнan quedado al pie de la colina

vivaqueando. En lo alto permanecнa inmуvil una escuadrilla de mбquinas

voladoras.

Durante la noche viу, al asomarse por tres veces, la fila circular de

hogueras en torno de las cuales dormнan los soldados, y sobre la

techumbre del edificio los aviones, que abrнan de vez en cuando sus ojos

enormes, paseando sobre la tierra mangas de luz.

Poco despuйs de amanecer, cuando el gigante estaba aъn en su cama, se

presentу un empleado del Consejo Ejecutivo, al que seguнan varias

mujeres que, б juzgar por sus trajes, pertenecнan б la clase industrial

de la ciudad. El funcionario manifestу б Flimnap que venнa para

notificar al Hombre-Montaсa el acuerdo del gobierno obligбndole б

cambiar de traje inmediatamente. Luego presentу б los que le

acompaсaban, que eran media docena de sastres encargados de confeccionar

los uniformes del ejйrcito.

Declarу el profesor innecesaria la notificaciуn, pues su gigantesco

amigo habнa sido advertido por йl de las decisiones del gobierno.

--En cuanto б lo del traje--continuу--, estos seсores tendrбn que

esperar б que el Hombre-Montaсa se haya levantado, si es que no

prefieren tomarle medida mientras estб tendido en su cama.

Uno del grupo, que parecнa ejercer cierta autoridad sobre sus compaсeros

de oficio, acogiу tal proposiciуn con un gesto despectivo, expresando

luego su extraсeza de que un hombre tan sabio como el profesor Flimnap

creyese aъn que los sastres geуmetras tomaban medida б sus clientes como

en los tiempos remotos.

--Nos bastarб conocer el diбmetro de uno de sus tobillos y de una de sus

muсecas. Despuйs, gracias б nuestros cбlculos aritmйticos, descubriremos

las proporciones del resto de su cuerpo, cortбndole un traje exacto.

Ademбs, esto no va б ser un uniforme ajustado, como el que usan los

guerreros de la Guardia; es simplemente un vestido de hombre, con falda

y velo.

Gillespie, que estaba en los postreros momentos de su sueсo, cuando

empiezan б despertar confusamente los sentidos mientras el resto del

organismo yace sin voluntad, creyу que un insecto le estaba

cosquilleando un tobillo y largу una patada, de la que se salvaron

milagrosamente los dos sastres ocupados en tomarle medida.

--ЎQuieto, gentleman!--dijo el profesor inclinбndose sobre una de sus

orejas--. Son los maestros cortadores, que se preparan б confeccionar

ese nuevo vestido que tanto le divierte.

La comisiуn de sastres habнa traнdo todo lo necesario para hacer sin

pйrdida de tiempo el traje femenil del gigante. Tenнan orden de no

volver б la capital sin haber cumplido su encargo, y fuera de la Galerнa

les esperaban varias carretas cargadas de piezas de tela, asн como una

numerosa tropa de costureros.

En el vasto declive comprendido entre el edificio y el cordуn de tropas

acampado abajo fueron desplegando dichas piezas de tela, que sus

ayudantes cosieron rбpidamente gracias б unas mбquinas portбtiles de

vertiginosa celeridad. Asн quedу formada una pieza ъnica y enorme, que

cubrнa todo un lado de la colina, y el mбs viejo de los maestros,

consultando un cuaderno cuyas hojas llenaba de cбlculos matemбticos,

trazу con un pincel blanco sobre la tela las lнneas que debнan seguir

los cortadores. Asн como iban quedando separadas las diversas piezas del

traje se apoderaban de ellas los ayudantes, haciendo trabajar de nuevo

sus mбquinas de coser. Todos los costureros eran hombres, pues las

labores de aguja ъnicamente se consideraban compatibles con la debilidad

del sexo masculino. En cambio, los maestros cortadores eran mujeres, asн

como los empleados del gobierno que vigilaban la operaciуn.

Despuйs de almorzar, Gillespie se asomу б la entrada de la Galerнa para

ver este trabajo extraordinario. Pero desoyendo las instancias del

profesor, no quiso salir completamente del edificio. Parecнa que

presintiese un peligro. Se consideraba mбs seguro teniendo sobre su

cabeza el techo de la Galerнa y frente б sus ojos aquella entrada, por

la que tenнan que pasar forzosamente los que avanzasen en busca suya.

A media tarde quedу terminado el vestido. La noticia habнa circulado por

la capital, y mбs allб de la lнnea de soldados se fuй extendiendo una

muchedumbre de curiosos. Йstos ya no mostraban la alegrнa ruidosa y

protectora de la maсana en que los barberos de la capital afeitaron al

gigante y le cortaron el pelo.

Circulaban entre los grupos noticias confusas y hasta contradictorias

acerca del Hombre-Montaсa; pero todas ellas estaban acordes en

presentarlo como un insolente, enemigo del paнs que le habнa dado

hospitalidad y escarnecedor de sus buenas costumbres. Algunos hasta

afirmaban haberle oнdo horribles blasfemias contra la naciуn y contra el

sexo que la gobernaba, como si fuesen capaces de entender su idioma.

Cada vez que en el curso del dнa apareciу el coloso junto б la entrada

de su vivienda, no fuй saludado por la muchedumbre con alegres

aclamaciones y echando sus gorras en alto, como otras veces. Un silencio

hostil acogнa su presencia. Por encima de las cabezas sуlo se veнan

pasar piedras, y los que las habнan arrojado se lamentaban de que йstas

no pudiesen llegar hasta el ser б quien iban dedicadas.

Gillespie adivinу instintivamente la agresividad contra йl que parecнa

diluida en el espacio. Por esto no quiso escuchar en los primeros

momentos los consejos conciliadores que le daba el profesor.

--Ya estб acabado el traje, gentleman--decнa Flimnap--. Hay que

ponйrselo inmediatamente, y con eso quedarб terminado el conflicto con

todo ese pueblo que no le conoce bien. Los empleados del gobierno

quieren que salga usted de la Galerнa. Le serб mбs fбcil vestirse al

aire libre, y los sastres podrбn apreciar mejor su obra.

--No, no salgo--contestу Edwin enйrgicamente--. El que desee verme que

entre aquн. Me siento mбs fuerte bajo este techo.

Y al decir esto miraba el tronco enorme apoyado en la mesa.

Los enviados del gobierno, cada vez mбs sombrнos y parcos en palabras,

se consultaron con una mirada cuando saliу Flimnap para decirles que el

Hombre-Montaсa deseaba cambiar de ropas dentro de su vivienda. Al fin

aceptaron, exigiendo ъnicamente que el gigante saliese con su nuevo

vestido de hombre, para que la muchedumbre se convenciera de que se

habнan cumplido las уrdenes gubernamentales.

Una larga fila de cargadores entrу en la Galerнa llevando б cuestas el

nuevo traje, enrollado como un gran toldo.

Riу Gillespie cuando estos atletas lo extendieron bajo su vista. La

exigencia de los pigmeos resultaba tan cуmica, que ahogу en йl todo

intento de indignaciуn. Pero volviу б fruncir el ceсo cuando el profesor

le pidiу que se despojase de su chaqueta y sus pantalones, conservando

ъnicamente la ropa interior.

--No me diga que no, gentleman--suplicaba Flimnap juntando las manos--.

Siga mis consejos. Esto no es mas que una pequeсa molestia, y representa

la tranquilidad para usted y para mн. Los seсores del gobierno le

dejarбn en paz si le ven sumiso б sus уrdenes. Ademбs, el traje viejo

quedarб aquн, б su disposiciуn; este nuevo es ъnicamente para cuando se

presente en pъblico.

Gillespie, conmovido por la vehemencia del doctor, acabу accediendo б

sus deseos. Se despojу de su antiguo traje, que en realidad estaba

maltratado y con numerosas roturas, cubriйndose luego con la suelta

tъnica que le habнan fabricado los sastres del paнs. Finalmente se echу

sobre la cabeza un velo hecho de lona de la que fabricaban los pigmeos,

y que mбs bien parecнa la vela de un antiguo navнo.

--Ahora debe usted salir, para que le vea la multitud--dijo Flimnap--.

Es necesario; lo exigen asн los representantes del gobierno.

--No--dijo rotundamente Gillespie.

Se convenciу el profesor de que serнa inъtil su insistencia. Ademбs, la

negativa del gigante parecнa quebrantar su propia credulidad. їSн

pretenderнan engaсarle б йl tambiйn los enviados oficialas?... Los buscу

fuera de la Galerнa, volviendo con uno de ellos, que mostraba un rostro

sombrнo, vacilando mucho antes de contestar б sus preguntas.

--Gentleman--gritу Flimnap--: el digno seсor que me acompaсa, asн como

los otros representantes del gobierno, afirman que puede usted salir de

aquн sin miedo y mostrarse al pъblico, pues su vida no corre ningъn

peligro. їNo es asн, seсor?--aсadiу, dirigiйndose б su acompaсante.

Este le contestу con unas cuantas palabras en el idioma del paнs, y su

respuesta pareciу satisfacer б Flimnap.

Al fin, el gigante, aburrido de tantas mediaciones y no queriendo que

los pigmeos le creyeran miedoso de su poder, accediу б salir de la

Galerнa.

Un zumbido inmenso se levantу del suelo saludando su presencia. La

muchedumbre lanzу aclamaciones, pero йstas no iban dirigidas б la

persona del Hombre-Montaсa, como dнas antes, sino б su nuevo traje, en

el que veнan un sнmbolo de abdicaciуn y de esclavitud.

Adivinando otra vez la hostilidad que le rodeaba, Gillespie quiso

retroceder hacia su vivienda, pero un leve abejorreo sonу en torno б su

cabeza. Al levantar los ojos, pudo ver las sombras fugaces que

proyectaba en su evoluciуn circular toda una escuadrilla de mбquinas

voladoras. Sintiу un agudo latigazo en una muсeca y luego otro igual en

la muсeca opuesta. A continuaciуn, una especie de lombriz metбlica, frнa

y cortante, se arrollу б su cuello. Los aviones arrojaban sus cables

metбlicos animados por una vida elйctrica, y йstos iban reptando sobre

su cuerpo, enroscбndose б todas las partes salientes en las que podнan

hacer presa sus anillos. En un instante se sintiу prisionero й

inmovilizado por este manojo de serpientes atmosfйricas. Sintiу que su

cуlera le daba una fuerza sobrehumana, y quiso retroceder para meterse

en la Galerнa, tirando de sus adversarios aйreos.

Su primer movimiento hacia atrбs hizo vacilar б las mбquinas inmуviles

en el aire; pero йstas, pasada la sorpresa, tiraron todas б la vez en

direcciуn opuesta. El pobre gigante no pudo resistirse б las energнas

mecбnicas conjuradas contra йl; se sintiу empujado brutalmente, hasta

caer al suelo, y luego arrastrado un largo espacio, derramando sobre la

huella que dejaba su cuerpo dos regueros de sangre. Los hilos metбlicos

partнan sus carnes como el filo de un cuchillo.

Otra vez quedaron inmуviles en el espacio las mбquinas voladoras al ver

al coloso tendido en mitad de la ladera, cerca ya del cordуn de tropas.

No quisieron continuar su arrastre y aflojaron los cables para que

sintiese menos su cortante tirantez.

Reconociendo la inutilidad de sus esfuerzos y humillado por su caнda,

Gillespie sуlo supo llorar. La muchedumbre, al ver sus lбgrimas,

prorrumpiу en una carcajada sonora. Nunca le habнa parecido tan gracioso

el Hombre-Montaсa.

El profesor, atolondrado por la caнda del coloso, corriу detrбs de йl

dando alaridos de indignaciуn. Luego, al ver que lloraba, llorу

igualmente; pero, б pesar de su pusilanimidad, pensу que las lбgrimas no

podнan resolver nada y su dolor se convirtiу en indignaciуn.

El grupo de enviados del gobierno avanzaba hacia el caнdo, y Flimnap lo

increpу.

--Esto es una infamia. Ustedes me han dado palabra de que el

Gentleman-Montaсa no corrнa ningъn peligro.

Pero el mбs viejo repuso frнamente:

--El gobierno no puede dejarlo en libertad, para que se permita nuevas

insolencias. Hemos cumplido las уrdenes de nuestros superiores.

Otro representante, el mбs joven de todos, riу de las lбgrimas de

Flimnap.

--Creo, doctor--dijo--, que maсana mismo se verб usted libre del cuidado

que le da el Hombre-Montaсa. Segъn parece, los altos seсores del Consejo

Ejecutivo piensan suprimirlo, para que no se burle mбs de nosotros.

XII

De cуmo Edwin Gillespie perdiу su bienestar y le faltу muy poco para

perder la vida

Flimnap pasу una segunda noche sin dormir. Tenнa ante sus ojos б todas

horas el rostro doloroso del gigante caнdo. Contemplaba sus manos

cubiertas de sangre, su cuello surcado por dos profundos araсazos, su

gesto de cуlera impotente, que hacнa recordar la desesperaciуn pueril de

un niсo abandonado.

--ЎMorir asн!--murmuraba el vencido--. ЎAcabar б manos de este

hormiguero de hombres-insectos!...

En medio de su desorientaciуn, el profesor habнa encontrado una idea que

consideraba salvadora. Los gestos y las palabras de aquellos enviados

del gobierno le hicieron creer que la muerte del Hombre-Montaсa era cosa

decidida por el Consejo Ejecutivo. Veнa agitarse б Momaren como una

potencia irresistible que suprimirнa todo movimiento de piedad en favor

del gigante. їPor quй permanecer al lado del caнdo sin hacer nada? El

gobierno tenнa enemigos y el Padre de los Maestros tambiйn. Cuando todos

perseguнan al Hombre-Montaсa, era conveniente buscar una nueva

protecciуn, explotando los rencores que separaban б unos de otros.

Habнa abandonado б Gillespie al cerrar la noche para correr б la capital

en busca de Gurdilo. Pronto averiguу su domicilio. El famoso senador

hacнa alarde de una vida austera, procurando que todos conociesen la

pobre casa que habitaba.

Flimnap fuй recibido por йl cuando estaba terminando, con una

ostentaciуn virtuosa, su cena frugal, en presencia de varios

admiradores, todos femeninos. El бspero senador evitaba el trato con los

hombres, acordбndose de las desdichas de Momaren y otros personajes. Sus

amistades нntimas eran siempre con gente de su sexo.

Cuando Flimnap quedу б solas con Gurdilo, en una pieza modestamente

amueblada, se apresurу б hacer su propia presentaciуn.

--Senador, yo soy el pedante de que hablу usted ayer; el encargado de

guardar al Hombre-Montaсa.

El tribuno hizo un gesto despectivo al oir el nombre del coloso. Su

opiniуn sobre йl estaba formada, y todo lo referente б su persona lo

tenнa guardado en una carpeta llena de papeles puesta sobre una mesa

prуxima. Allн estaban los cйlebres datos estadнsticos sobre las enormes

cantidades de materias alimenticias que llevaba devoradas el intruso.

Todo esto pensaba emplearlo al dнa siguiente en el segundo discurso que

pronunciarнa contra el Hombre-Montaсa, у mejor dicho, contra el gobierno

que le habнa protegido.

--Usted no harб el discurso--dijo el universitario con autoridad--.

Resulta inъtil, por la razуn de que maсana el gobierno va б dar muerte

al gigante.

El temible senador, que se creнa dueсo de sus impresiones y hбbil para

ocultarlas en todo momento, casi diу un salto de sorpresa al escuchar б

Flimnap. їCon quй derecho se atrevнa el gobierno б disponer del

Hombre-Montaсa? Йl consideraba al gigante como una cosa propia; se habнa

ocupado de su persona antes que los demбs, y ahora venнa el Consejo

Ejecutivo б inmiscuirse en el asunto, con el malvado propуsito de

robarle un gran triunfo oratorio.

Pensу que tal vez este profesor mentнa por defender б su protegido, y

dijo frнamente:

--їQuй interйs puede tener el gobierno en suprimir al Hombre-Montaсa?

--El interйs de servir б Momaren--contestу Flimnap--. El Padre de los

Maestros quiere vengarse del Gentleman-Montaсa, no solamente por lo

ocurrido en su fiesta, sino tambiйn porque se imagina que el gigante

protege б uno de sus mayores enemigos.

El profesor sabнa lo que representaba para Gurdilo esta segunda

insinuaciуn. El ser mбs odiado por йl en todo el paнs era Momaren. Desde

su juventud les separaba una rivalidad de condiscнpulos. Gurdilo habнa

aspirado luego al alto cargo de Padre de los Maestros, y era Momaren

quien lo obtenнa. Tambiйn deseaba vengarse de los sarcasmos y

murmuraciones con que le habнa molestado este ъltimo en muchas

ocasiones. El grave Momaren, que parecнa incapaz de mezclarse en asuntos

mezquinos, mostraba una malignidad extraordinaria al hablar del famoso

senador. Seguro del apoyo del gobierno, no le inspiraban miedo sus

discursos, y hasta se atrevнa б criticar su existencia privada, dudando

de su aparente severidad y acusбndolo de hipocresнa.

--ЎAh! їConque es Momaren el que desea la muerte de ese pobre gigante?

Despuйs de proferir tales palabras, el senador se mostrу dispuesto б

aceptar sin resistencia todo lo que dijese Flimnap.

Йste adivinу en su mirada una repentina simpatнa por Gillespie. Bastaba

que Momaren y el gobierno deseasen la muerte del Hombre-Montaсa, para

que Gurdilo mirase б йste como un cliente que nadie debнa tocar.

En mucho tiempo no habнa sentido el senador un interйs tan ardoroso como

el que mostrу escuchando al catedrбtico. Creнa conocer todo lo que

ocurrнa en el paнs, y ahora se convencнa de que ignoraba lo mбs

importante.

Flimnap le contу los amores de Pepito con Ra-Ra; cуmo йste, valiйndose

de una astucia todavнa ignorada, conseguнa entrar al servicio del

gigante, y cуmo el tal gigante, desconocedor de las costumbres del paнs,

se habнa dejado engaсar por el joven, sin suponer sus maquinaciones

contra el orden social. Al no poder vengarse Momaren del revolucionario

Ra-Ra, que andaba fugitivo, querнa saciar ahora su odio en el pobre

Hombre-Montaсa. Ademбs, su vanidad de autor atribuнa una intenciуn

malйvola al pobre gigante, el cual, por simple torpeza, habнa

interrumpido su fiesta literaria.

Cuando Flimnap describiу, con arreglo б sus informes, el momento en que

Momaren y Golbasto cayeron al suelo bajo el salivazo gigantesco, el

senador empezу б reir como un niсo, pidiendo que le relatase por segunda

vez la graciosa escena.

Ignoraba que Golbasto tuviera tal motivo para odiar al Hombre-Montaсa.

--Ese poeta--dijo--es un intrigante. Le conozco hace mucho tiempo, y no

sй cуmo me dejй influenciar por sus palabras el otro dнa, cuando

preparaba mi primer discurso contra el pobre coloso. Pero aъn queda

tiempo para hacer justicia, y Momaren no verб cumplidos sus deseos.

Venga usted maсana al Senado y verб cуmo el senador Gurdilo es el de

siempre: un defensor de la inocencia y un enemigo de los hombres malos.

Los hombres malos eran Momaren y los seсores del gobierno. La mejor

prueba para Gurdilo de la inocencia de Gillespie consistнa en verlo

perseguido por ellos.

Quedу tan satisfecho de la visita de Flimnap, que hasta quiso borrar la

mala impresiуn que podнan haber dejado en йl ciertas palabras de su

ъltimo discurso.

--Lo de pedante y otras expresiones parecidas--dijo--no debe usted

aceptarlo como verdades indiscutibles. Son libertades oratorias, hijas

de la improvisaciуn, que yo mismo empiezo por no creer. Los oradores

somos asн. Ahora que le conozco, querido profesor, declaro que es usted

hombre de ingenio y que me ha hecho pasar un rato muy agradable. Hasta

maсana.

Flimnap, contento de esta entrevista, que le proporcionaba un poderoso

apoyo, pasу, sin embargo, la noche en dolorosa incertidumbre, sin poder

apartar de su memoria al vencido gigante.

En las primeras horas de la maсana quiso verle, y se dirigiу б la

Galerнa de la Industria. Su vehнculo, al llegar б la mitad de la colina,

donde estaban acampadas las tropas, fuй detenido por un delegado

gubernamental, que se negу б dejarle pasar. En vano diу su nombre.

--Le conozco, doctor--dijo el funcionario--; pero el gigante estб preso

y nadie puede verlo sin una orden del gobierno.

--Soy el presidente del Comitй encargado del Hombre-Montaсa. Los altos

seсores del Consejo me designaron para ocupar dicho sitio.

--El Comitй ha sido disuelto esta maсana, por ser ya

innecesario--contestу el otro--. Puede usted leerlo en los periуdicos.

Tuvo que retroceder Flimnap б la capital, paseando por sus principales

avenidas mientras esperaba con impaciencia la hora de la sesiуn del

Senado. El despego que le mostraban las gentes habнa ido en aumento,

convirtiйndose en franca impopularidad. Los que el dнa anterior fingнan

no verle le miraban ahora con una fijeza hostil. Su decadencia iba unida

б la del pobre Hombre-Montaсa.

Los envidiosos de su antigua gloria se aproximaban ъnicamente para darle

noticias alarmantes sobre la suerte de su protegido. Un compaсero de

Universidad le hizo saber que el gobierno enviarнa un mensaje al Senado,

al principio de la sesiуn, pidiendo permiso para matar al coloso

inmediatamente.

Otro profesor que era verdaderamente amigo suyo le detuvo para

comunicarle algo referente б la vida нntima universitaria. Popito habнa

desaparecido, sin que el Padre de los Maestros encontrase el mбs leve

rastro de su paradero. Todos presentнan que esta fuga habнa sido para

reunirse con el rebelde Ra-Ra. Momaren se hallaba б estas horas en el

palacio del gobierno hablando con el ministro de Policнa, y los aparatos

de transmisiуn aйrea enviaban уrdenes por toda la Repъblica para la

detenciуn de los fugitivos.

No se interesу Flimnap por el paradero de Popito. Lo que б йl le

preocupaba era la suerte de su gigante.

Apenas se abrieron las puertas del Senado, el profesor corriу б sentarse

en la primera fila de una tribuna. Sus ojos buscaron б Gurdilo entre los

senadores. ЎSimpбtico personaje! El orador, enjuto, verdoso y de torva

mirada, le parecнa ahora de una belleza extraordinaria.

Ordenу el presidente la lectura de una comunicaciуn enviada por el

Consejo Ejecutivo. Era, como esperaba Flimnap, una solicitud para poder

suprimir al Hombre-Montaсa, fundбndose en su falta de adaptaciуn б las

costumbres del paнs y en los enormes gastos que exigнa su cuidado y su

sustento.

Gurdilo pidiу inmediatamente la palabra. Despuйs de su ъltimo discurso,

todos creyeron adivinar lo que iba б decir contra el gigante. Por

primera vez el jefe de la oposiciуn y el gobierno se mostrarнan acordes.

Y como esto significaba un suceso nunca visto, los senadores y el

pъblico avanzaron sus cabezas, deseosos de no perder una sнlaba.

Flimnap, que era el ъnico que sabнa lo que el orador pensaba decir, se

estremeciу considerando lo difнcil que resultaba su trabajo. їLlegarнa б

exponer con habilidad, y sin que el pъblico protestase, todo lo

contrario de lo que habнa afirmado dos dнas antes?...

Su confianza renaciу al ver la calma con que empezaba б hablar Gurdilo.

El orador no habнa sido nunca amigo del Hombre-Montaсa; lo hacнa constar

desde el principio de su discurso. Si el mismo dнa de la llegada del

gigante al paнs se hubiese acordado su muerte, el acto le habrнa

parecido muy oportuno й inspirado en una verdadera prudencia polнtica,

mereciendo su completa aprobaciуn.

--Pero como estamos dirigidos por un gobierno inconsciente--continuу--,

por un gobierno que no tiene opiniones propias y cada dнa obra de

distinta manera, segъn los consejos del favorito que estб de moda, se ha

procedido en este asunto del Hombre-Montaсa con una torpeza que hace

inoportuna y perjudicial la peticiуn que ahora nos dirige el Consejo

Ejecutivo y que yo no aceptarй nunca.

El orador, despuйs de indicar con estas palabras el nuevo rumbo que iba

б emprender, se dedicу б la descripciуn de todos los gastos que llevaba

hechos el gobierno para el sostenimiento del intruso. Al enumerar el

considerable personal instalado en la Galerнa de la Industria para la

vigilancia y manutenciуn del Hombre-Montaсa, aludiу al Comitй encargado

de dirigir este servicio costoso y б su presidente Flimnap. Pero ahora

no le llamу pedante, sino digno profesor y notable sabio, que merecнa

ser empleado en servicios mбs ъtiles б la patria.

Despuйs abriу una cartera llena de papeles. Allн tenнa almacenados todos

los datos estadнsticos sobre el costo de la alimentaciуn del gigante.

Leerlos equivalнa б apoyar al gobierno, que solicitaba precisamente la

destrucciуn del coloso por razones econуmicas. Pero el tribuno no estaba

dispuesto б renunciar al regocijo que su lectura provocarнa en el

pъblico; era duro para йl privarse de un gran йxito de hilaridad, y

empezу б dar б conocer los citados datos, confiando en sus habilidades

oratorias, que le permitirнan emplear despuйs esta misma lectura como un

arma contra los gobernantes.

Los senadores y el pъblico lanzaron grandes carcajadas mientras йl iba

detallando su estadнstica alimenticia. El Hombre-Montaсa devoraba cuatro

bueyes cada dнa, dos por la maсana y dos por la noche, ademбs de enormes

cantidades de aves, pescados y frutas.

--Con una de sus comidas б mediodнa--comentaba Gurdilo--podrнa

mantenerse la guarniciуn entera de nuestra capital; con una de sus cenas

habrнa bastante para la alimentaciуn de toda la escuadra del Sol

Naciente. Y el gobierno, que ha dispuesto este despilfarro monstruoso,

nos pide ahora, de repente, la muerte de su antiguo protegido. їQuй

secreto hay en el fondo de tal peticiуn?... Todavнa estarнa derrochando

el dinero del paнs para sostener al gigantesco intruso, si йste, por su

bestialidad nativa y su ignorancia, no hubiese molestado

inconscientemente б ciertos personajes, especialmente б uno que es el

consejero secreto del gobierno y el verdadero autor de los errores que

comete.

Aquн Gurdilo se lanzу rencorosamente contra Momaren, describiйndolo sin

dar su nombre, relatando sus desgracias domйsticas, su lucha con Popito,

su odio contra el gigante, por creerle cуmplice de Ra-Ra. Hasta los

senadores mбs amigos del Padre de los Maestros rieron francamente cuando

el senador fuй relatando, con una cуmica exageraciуn, todo lo ocurrido

en la tertulia literaria. La imagen de los dos poetas cayendo envueltos

por el salivazo del gigante provocу risas tan enormes, que el orador se

viу obligado б una larga pausa. Fueron muchos los que empezaron б ver en

aquel coloso, tenido por estъpido, una bestia chusca, graciosa por sus

brusquedades y merecedora de cierta piedad.

Gurdilo terminу declarando que йl no podнa admitir la peticiуn del

gobierno, y rogу al Senado que votase contra ella. Admitirla equivalнa б

servir una venganza particular. Podнa haberse aceptado esta resoluciуn

en el primer momento de la llegada del Hombre-Montaсa, cuando el Estado

no habнa hecho aъn ningъn gasto; pero resultaba incongruente matarlo

ahora, despuйs de haber costado al paнs tan enormes sumas.

Una parte de la asamblea aceptу la opiniуn de Gurdilo; pero esta vez el

orador no consiguiу apoderarse de la voluntad de todos los senadores, y

varios amigos de los altos seсores del Consejo se levantaron б

contestarle.

Despuйs de una larga discusiуn, la asamblea quedу dividida en dos

grupos: unos, con Gurdilo, pedнan que no se matase al Hombre-Montaсa,

pues esto representaba el derroche inъtil de las sumas empleadas en su

manutenciуn; otros defendнan al gobierno, demostrando que tan enormes

gastos eran la prueba mejor de la necesidad de suprimir al costoso

intruso para realizar economнas.

Flimnap temblу en su asiento. Gurdilo iba б perder la victoria que se

imaginaba haber alcanzado con su discurso. Como los defensores del

gobierno hablaban de economнas, la opiniуn se iba hacia ellos.

Viу que Gurdilo conversaba en voz baja con un viejo senador de palabra

balbuciente y aspecto caduco, el cual daba fin muchas veces б las

discusiones mбs intrincadas con una soluciуn de sentido vulgar, conocida

de todos, pero que todos habнan olvidado.

El anciano, despuйs de oir al tribuno, se levantу para formular una

proposiciуn que podнa satisfacer б los dos bandos. Era oportuno no matar

al gigante, para que asн no quedasen perdidas las grandes sumas que

habнa costado su manutenciуn, y era conveniente tambiйn que en adelante

no comiera б costa del Estado, consiguiйndose de tal modo la economнa

que buscaban los amigos del gobierno. Para esto, lo mбs sencillo era

obligar al Hombre-Montaсa б que viviese lo mismo que los hombres

esclavos, que ganaban su subsistencia trabajando como mбquinas de

fuerza.

--Ese gigante puede emplear sus brazos en las obras de ampliaciуn de

nuestro puerto. Su enorme estatura y su vigor le permitirбn colocar

grandes rocas en los fondos submarinos mбs aprisa que lo hacen nuestros

buzos y nuestras mбquinas. De este modo su manutenciуn puede resultarnos

gratuita, y Ўquiйn sabe si hasta representarб un buen negocio para el

Estado!... Ese animal enorme, bajo una direcciуn severa y convencido de

que no comerб si no trabaja, puede dar un rendimiento mayor de lo que

creemos.

La proposiciуn fuй admitida acto seguido por los senadores que gustaban

de las soluciones de carбcter utilitario. El pъblico la encontrу tambiйn

acertada. Los pigmeos se sentнan halagados al pensar que iban б infligir

una existencia de crueldades y privaciones б aquel gigante capaz de

aplastarlos entre sus dedos. Esto resultaba mбs ъtil y mбs divertido que

darle muerte.

En vano los amigos del gobierno intentaron una ъltima resistencia,

alegando que el Hombre-Montaсa se resistirб б trabajar.

--Le obligaremos--dijo ferozmente un senador--. Si no trabaja no comerб.

Ademбs, nuestras mбquinas voladoras y nuestros buques le harбn obedecer.

Esta contestaciуn enйrgica fuй acogida con grandes aplausos, y despuйs

de ella cesу toda resistencia. Gillespie se librу de la muerte, pero fuй

condenado б trabajo perpetuo.

Gurdilo, medianamente satisfecho de su triunfo, mirу б las tribunas,

descubriendo al doctor Flimnap. Йste bajу б un salуn donde le esperaba

el cйlebre senador.

--No he podido hacer mбs--dijo--; pero en fin, algo es haberle salvado

la vida.... Afortunadamente, el gobierno no serб eterno, y el dнa que yo

le suceda me acordarй de mejorar la suerte del pobre gigante.

Flimnap se hallaba en una situaciуn igual б la del senador. Sentнa

contento porque el amado gentleman no iba б morir, pero se aterraba al

imaginarse su nueva existencia.

No intentу en el resto de la tarde ni durante la noche subir б la colina

donde estaba el prisionero; pero fuй en busca de los periodistas que le

perseguнan dнas antes con sus elogios y ahora le trataban con cierta

protecciуn compasiva, como si viesen en йl otra vez б un pobre profesor

algo maniбtico. Estos sujetos podнan darle noticias del Hombre-Montaсa.

Por ellos supo que una comisiуn de mйdicos habнa sido enviada para que

curasen al gigante las heridas de las manos y los pies producidas por

los cables metбlicos. Ya estaba mбs tranquilo y parecнa resignado б su

nueva situaciуn. Las mбquinas voladoras continuaban teniйndolo sujeto al

extremo de sus hilos, obligбndole con crueles tirones б obedecer las

уrdenes del jefe de la escuadrilla. El interior de su antigua vivienda

estaba ahora ocupado por las tropas. El coloso permanecнa б la

intemperie dнa y noche, pues asн sus guardianes aйreos podнan hacerle

sentir mбs pronto sus mandatos.

Un antiguo discнpulo de Flimnap, que hablaba incorrectamente y con

balbuceos el idioma del gigante, era ahora su traductor. El gobierno

habнa prescindido del bondadoso universitario, considerбndolo poco

seguro.

Segъn los periodistas, el Hombre-Montaсa serнa conducido al puerto en la

maсana siguiente para que empezase sus trabajos.

Asн fuй. El desconsolado profesor le viу trabajando en la orilla del

mar, lo mismo que un esclavo. Ya no llevaba su traje nuevo, igual al que

usaban las mujeres antes de la Verdadera Revoluciуn. Iba medio desnudo,

como los atletas embrutecidos que servнan de mбquinas de fuerza. Sуlo

conservaba las antiguas prendas de su ropa interior.

Le viу metido en el agua azul hasta la cintura, inclinбndose para

colocar dos pesados sillares que llevaba en ambas manos. Estas masas

enormes las movнa con tanta soltura como un niсo maneja un guijarro.

Despuйs de tomarlas en la orilla con las puntas de sus dedos, avanzaba

mar adentro, yendo б colocarlas en el extremo de un malecуn que se

estaba construyendo para el resguardo del puerto hacнa muchos aсos. Esta

obra colosal habнa sufrido grandes retrasos б causa de las dificultades

que ofrecнa; pero ahora, gracias б Gillespie, sus directores esperaban

terminarla con rapidez.

Flimnap tuvo que mantenerse lejos de su amigo, pues un cordуn de

soldados cerraba el paso б los curiosos. Los grupos reunidos б espaldas

de la tropa comentaban con asombro la rapidez del trabajo del gigante.

En dos horas habнa hecho lo que antes costaba varias semanas. El malecуn

crecнa por momentos. Todos alababan el acuerdo del Senado. Pero el

profesor sintiу deseos de llorar al ver б su amado en esta situaciуn

envilecedora.

Sobre su cabeza flotaban continuamente unas cuantas mбquinas aйreas

llevando colgantes sus cables, flбcidos y muertos en apariencia. Al

menor intento de rebeldнa estos hilos amenazadores podнan animarse y

retorcerse, haciendo presa en el coloso. Por las inmediaciones de la

escollera iban y venнan en incesante navegaciуn dos buques de la

escuadra, interponiйndose entre el prisionero y el mar libre.

El profesor tuvo que retirarse sin poder hablar б su antiguo protegido.

Ъnicamente por los periodistas tuvo noticias de su nueva existencia.

Dormнa sobre la arena de la playa, sin una manta que le sirviera de

lecho, sin una lona que le defendiese del rocнo de la noche. ЎCуmo debнa

acordarse el pobre gentleman de su cama mullida, allб en la Galerнa de

la Industria, que el presidente de su Comitй hacнa preparar todas las

noches con tanta minuciosidad!...

La comida del coloso daba motivo б nuevas lбgrimas del profesor. Varios

desalmados de los que pululan en los puertos eran los que preparaban su

alimento, en una de las grandes calderas traнdas de su antigua vivienda.

Esta gente inquietante y zafia reemplazaba б la selecta servidumbre que

habнa trabajado para йl en la cumbre de la colina.

Lo alimentaban con arreglo б su trabajo. Cada piedra se la pagaban

echando un pescado mбs en la caldera; pero como los cocineros vivнan de

la misma alimentaciуn del gigante, йsta experimentaba considerables

mermas. Gillespie, acostumbrado б las abundancias de su primer

alojamiento, debнa sufrir hambre.

--ЎNo poder hacer yo nada por йl!--murmuraba el profesor

desesperadamente.

Los representantes de la autoridad no le dejaban aproximarse al

gentleman; pero aunque le permitieran atender б su alimentaciуn, їquй

podнa hacer un catedrбtico de tan escasa fortuna como era la suya? Los

dos bueyes que necesitaba para un solo plato costaban una cantidad igual

б la que recibнa йl por dos meses de cбtedra; tres almuerzos del

Hombre-Montaсa acabarнan con todos sus ahorros.... Y convencido de que

no podнa remediar su hambre, se entregу б la desesperaciуn.

Gillespie, en realidad, era menos digno de lбstima que lo imaginaba el

profesor. Convencido de que su triste situaciуn no tenнa remedio, se

habнa sumido en ella con una calma fatalista. El embrutecimiento del

continuo trabajo borraba todos sus conatos de rebeldнa.

Despuйs de haber sido arrastrado y maltratado por las mбquinas

voladoras, ya no despreciaba б los pigmeos y tenнa por menos vil la

esclavitud б que le habнan sometido.

Como sуlo le daban б comer parcamente, con arreglo б su trabajo, se

esforzaba por que cada dнa su labor resultase mбs grande. Era imposible

todo intento de fuga, pues ni por un momento cesaba la vigilancia en

torno de йl. Al llegar б la punta de la escollera donde colocaba sus

rocas podнa ver todo el puerto de la capital. El bote que le habнa

traнdo estaba en mitad de йl, como un navнo de dimensiones

inverosнmiles, rodeado de las unidades de la escuadra del Sol Naciente.

Unos cuantos pasos en el agua le bastaban para llegar б su antigua

embarcaciуn, y un dнa sintiу la curiosidad de verla de cerca.

Representaba un consuelo en medio de su esclavitud tocar con sus manos

este bote, que le hacнa recordar el mundo de sus semejantes.

Pero apenas intentу avanzar hacia el interior del puerto, uno de los

buques de guerra que le vigilaban forzу sus mбquinas para cortarle el

paso, colocбndose ante йl. La tripulaciуn de pigmeos braceaba sobre la

cubierta, gritбndole para que volviese atrбs, y como tardase en

obedecer, una gran flecha disparada por el buque pasу cerca de su nariz

б guisa de amenazadora advertencia.

Otro dнa, aburrido de la monotonнa de sus continuos viajes entre la

orilla de la playa y la punta de la escollera, el Hombre Montaсa quiso

permitirse una ligera diversiуn. Sentнa el deseo de nadar un poco en

aguas mбs profundas, pues el mar sуlo le llegaba б la cintura en sus

idas y venidas. Y despuйs de acarrear cuatro piedras en vez de dos, se

echу de espaldas en el agua, nadando mar adentro.

Este simple juego produjo gran alarma en los buques y las mбquinas

aйreas, que hasta entonces habнan evolucionado mansamente. Los navнos se

lanzaron en su persecuciуn, y al ver que el gigante se ocultaba bajo el

agua en una de sus cabriolas de nadador, como todos ellos eran

sumergibles, le imitaron, sumiйndose igualmente en las profundidades

submarinas.

Antes de que Gillespie volviese б la superficie se sintiу aprisionado

por las patas de un pulpo, que le inmovilizaban, acabando por tirar de

йl. Eran los cables vivientes de los sumergibles, que le habнan cazado

en el seno del mar. Saliу б la superficie remolcado por estos lazos, que

se clavaban en sus carnes, y para evitar su cruel mordedura hizo pie en

la arena, procurando correr hacia la costa con una velocidad igual б la

de los buques.

Su nuevo traductor, que estaba en la punta de la escollera para

transmitirle las уrdenes de los constructores, le hablу con la dureza de

un carcelero.

--Esclavo-Montaсa--dijo--, no vuelva б repetir esos juegos de mal gusto,

so pena de morir estrangulado por las mбquinas aйreas у de que la

escuadra del Sol Naciente le rompa el crбneo enviбndole una nube de

piedras con sus catapultas.

Y el Esclavo-Montaсa--pues al separarse Flimnap de йl habнa dejado de

ser gentleman--se sumiу otra vez en su resignaciуn servil.

Durante la noche tampoco podнa pensar en fugarse. Las mбquinas aйreas

enviaban de vez en cuando la luz de sus faros sobre el cuerpo de

Gillespie, interrumpiendo su sueсo. Ademбs, los hombres que preparaban

su comida dormнan en torno de йl.

Eran esclavos todos ellos, gente innoble y de mala catadura. Muchos

habнan sido perseguidos por la policнa y habitado los establecimientos

penitenciarios. Ademбs, todos ignoraban el idioma del gigante, y йste

tenнa que hacerse respetar empleando gestos amenazadores. Algunas noches

se veнa obligado б colocarse junto б la hoguera que hacнa hervir el

caldero de su comida, repeliendo con el terror de sus manos enormes б

toda la chusma voraz. Sуlo asн conseguнa que los pescados no

desapareciesen de la vasija, quedando ъnicamente el caldo para йl.

El primer dнa festivo le dejaron libre de trabajo. No fuй esto por

humanidad, sino porque los obreros que sujetaban con garfios de hierro

las rocas aportadas por йl exigнan descanso.

Gillespie pudo vagar durante la maсana por la costa inmediata al puerto.

Un buque de guerra navegaba paralelo б la orilla para cortarle el paso

si se echaba al agua. Una mбquina aйrea le seguнa con perezoso vuelo.

El gigante viу un edificio bajo, de paredes blancas, con extensas

columnatas, jardines y amplias escaleras de mбrmol que se hundнan en el

agua azul. Recordу que Flimnap le habнa hablado de este palacio,

construнdo por los antiguos emperadores para sus baсos de mar.

Bajo las columnatas habнa parterres llenos de flores. Los muros,

pintados por los mбs viejos artistas del paнs, representaban el

nacimiento y las aventuras de las divinidades marнtimas. Despuйs de su

triunfo, la Repъblica de las mujeres habнa regalado este palacio б las

amazonas del ejйrcito, que acudнan todos los dнas de fiesta б

ejercitarse en la nataciуn.

Viу Edwin cуmo algunas damas que se paseaban con sus hijas por las

terrazas del blanco palacio huнan apresuradamente, cual si se acercase

un peligro. Distinguiу igualmente cуmo iban avanzando por la costa

varias compaснas de arrogantes muchachas de la Guardia. Las matronas

masculinas apresuraron el paso, sintiendo alarmado su pudor por la

proximidad de estos guerreros, algo libres en palabras y costumbres.

Todas ellas ordenaban б sus hijas masculinas que marchasen rбpidamente,

antes de que los militares se echasen al agua. No era decente permanecer

allн. Algunas mamбs barbudas hasta criticaban al gobierno porque no

disponнa que las tropas de la guarniciуn nadasen en otro lugar mбs

solitario de la costa.

Los grupos de hombres, pudorosos y tнmidos, huyeron hacia la ciudad con

tanto apresuramiento, que detrбs de sus pasos temblaban como banderas

fugitivas los extremos de velos y tъnicas. Mientras tanto, varios

centenares de hembras guerreras se despojaban tranquilamente de sus

uniformes, y unas en simples calzoncillos, otras completamente desnudas,

se lanzaron al agua, haciendo alegres suertes de nataciуn.

El gigante, atraнdo por sus risas y queriendo ver el espectбculo de mбs

cerca, se tendiу de bruces en la arena, apoyбndose despuйs en ambas

manos para sacar su cabeza por encima del palacio.

Un griterнo de mil voces acogiу la apariciуn de este rostro gigantesco

que iba elevбndose poco б poco sobre el palacio como surge el sol por

detrбs de las montaсas. Despuйs del regocijo provocado por su presencia,

las amazonas quedaron como asombradas de la conducta impъdica del

coloso. ЎEra un hombre!... ЎY este hombre, en vez de huir con el recato

propio de su sexo, osaba permanecer allн, contemplando б todo un

batallуn desnudo!...

Ningъn varуn de sus familias hubiese hecho esto. Los militares mбs

jуvenes sacaban el cuerpo fuera del agua, como si quisieran castigar al

atrevido con la exhibiciуn de su desnudez. Pretendнan asustarlo para

despertar de este modo el olvidado pudor de su sexo; proferнan palabras

de cuartel para que se ruborizase. Pero el desvergonzado gigante sonriу

placenteramente, sin pensar en huir, encontrando muy ameno el

espectбculo.

Y los militares mбs viejos y mбs expertos en la vida se asombraban al

pensar en el mundo de los Hombres-Montaсas: un mundo absurdo, donde los

sexos estбn lamentablemente invertidos, y son los hombres los que buscan

б las mujeres, no sintiendo rubor ni deseos de huir cuando las mujeres

se muestran б ellos en toda su desnudez.

XIII

Donde se ve cуmo unos pigmeos bigotudos intentaron asesinar al gigante

Un anochecer, cuando Gillespie habнa terminado su trabajo y, sentado en

la playa, descansaba de ciento ochenta viajes entre la orilla del mar y

la punta de la escollera, recibiу una visita extraordinaria.

Estaba б esta hora vigilando el hervor del caldero, para que sus

acompaсantes no metiesen en la sopa las lanzas con que extraнan los

peces, y viу cуmo un hombre de los que iban vestidos con tъnica y velos

se aproximaba lentamente б йl. Sus ropas eran pobres, remendadas y algo

sucias. Parecнa por su aspecto la esposa masculina de alguna de las

mujeres empleadas en el puerto у de alguna contramaestre de la escuadra.

Entre la gentuza que vivнa alrededor del gigante se mostraban de tarde

en tarde algunos de estos seres pobremente vestidos, pero que ostentaban

el mismo indumento de los hombres de clase superior, para indicar que no

pertenecнan al rebaсo de los esclavos aprovechados como mбquinas de

fuerza.

Este hombre de traje femenil paseу varias veces en torno del gigante,

mirбndole con interйs por un resquicio de sus velos. Los malhechores al

servicio del Hombre-Montaсa, que formaban grupos б cierta distancia, no

extraсaron la presencia del hombre con faldas. Eran muchos los que al

conseguir un descanso en sus tareas domйsticas venнan solos у en grupos

б ver de cerca al coloso.

Cuando el nuevo visitante se hubo cansado de mirar б Gillespie, medio

tendido en la arena, saltу sobre uno de sus tobillos, que eran lo mбs

accesible de las piernas en reposo. Luego empezу б caminar sobre la

arista huesosa de la pantorrilla, pasando la redonda plaza de la rуtula,

para seguir avanzando por el lomo redondo del muslo, deteniйndose

ъnicamente junto al abdomen.

Ninguno de los curiosos osaba permitirse con Gillespie esta intimidad.

Le habнan hecho una fama de maligno y cruel en toda la naciуn, y las

gentes, al insultarle у agredirle con piedras, procuraban siempre

colocarse б gran distancia.

Sintiу no tener б mano aquella lente que le habнa regalado Flimnap, para

poder contemplar de cerca б este pigmeo que se entregaba б йl con tanta

confianza. Inclinу su rostro para verle mejor, y notу que abrнa sus

velos y erguнa la cabeza, queriendo hablarle y temiendo al mismo tiempo

que pudieran oir su voz los grupos inmediatos.

Gillespie creyу adivinar la personalidad del reciйn llegado.

--Debe ser Ra-Ra--se dijo.

Pero la turbia luz del crepъsculo no le permitнa reconocerlo. Ademбs,

los movimientos de sus brazos indicaban un afбn de ser levantado hasta

el rostro del gigante para poder hablarle con toda confianza. Gillespie

lo colocу sobre la palma de su diestra y lo fuй elevando hasta cerca de

sus ojos.

Una agradable sorpresa le conmoviу entonces de tal modo, que por

instinto hubo de tomar al pigmeo entre dos dedos de su mano izquierda

para que no se cayese de la mano derecha.... Lo que йl creнa un hombre

era miss Margaret Haynes que venнa б visitarle.

Su rostro, ъnico en el mundo, le sonreнa encuadrado por los velos,

agradeciendo como un homenaje su extraordinaria sorpresa. Pero

inmediatamente pensу que, aunque miss Margaret no era de gran estatura,

jamбs habrнa podido йl mantenerla sobre una de sus manos, como si fuese

un objeto de bolsillo. No podнa ser miss Margaret, y siguiendo una

deducciуn lуgica, descubriу que la que tenнa ante sus ojos era

simplemente Popito.

El doctor hijo del Padre de los Maestros habнa renunciado б su traje

universitario й iba vestido como la esposa de un menestral.

--Asн, gentleman--dijo ella, como si adivinase sus pensamientos--, es

imposible que me reconozcan. їA quiйn se le puede ocurrir en nuestra

Repъblica que una mujer vaya vestida de mujer?

Y al decir esto miraba sus ropas con satisfacciуn, como si se encontrase

dentro de ellas mejor que cuando vestнa su uniforme doctoral.

--їY Ra-Ra?--preguntу el gigante.

Ella bajу la voz para contar su vida de aventuras desde que se fugу de

la Universidad. Como el gobierno, influenciado por el Padre de los

Maestros, los hacнa buscar en todas las ciudades de la Repъblica, habнan

creнdo preferible no moverse de la capital.

Vivнan en los barrios miserables inmediatos al puerto. Entre los hombres

envilecidos que el gobierno femenil empleaba como mбquinas de trabajo

eran muchos los que habнan abierto sus ojos б la verdad, pero lo

disimulaban fingiendo seguir en su antiguo embrutecimiento. Ra-Ra

contaba con el auxilio de muchos partidarios, que se encargaban de

mantenerle oculto. Del mismo modo que ella para librarse de las

persecuciones iba vestida de mujer, su amante habнa abandonado el traje

femenil, imitando la semidesnudez de los atletas condenados б las faenas

rudas. La suciedad propia de su estado le servнa para disimular su

rostro.

Asн vivнan, satisfechos de su nueva situaciуn, participando de la

pobreza y las esperanzas de todo aquel rebaсo servil, que escuchaba б

Ra-Ra como б un apуstol. El doctor era el encargado de cocinar y tambiйn

de limpiar la choza en que vivнan, encontrando un placer original en el

desempeсo de estas funciones que habнan pertenecido б su sexo en tiempos

tan remotos que ya estaban olvidados. Ademбs se consideraba feliz porque

Ra-Ra parecнa contento. La fe de йste en la victoria de los hombres

habнa acabado por sentirla ella igualmente, traicionando por amor los

intereses de su sexo.

--Ahora creo de un modo indiscutible, gentleman--dijo en voz baja--,

que Ra-Ra no se equivocaba al hablarnos de su triunfo.

Inclinбndose hacia una oreja del gigante, murmurу los secretos del

partido masculista con el fervor de un neуfito convencido hasta el

fanatismo de la bondad de la causa que acaba de abrazar.

Los nuevos tiempos estaban prуximos. Ya habнa sido descubierto el gran

secreto que neutralizarнa el poder de los rayos negros. Los dнas de lo

que llamaban las mujeres la Verdadera Revoluciуn estaban contados. Sus

mбquinas que habнan hecho estallar las armas sostenedoras del poder de

los hombres resultaban ya inъtiles. Los fusiles y los caсones sacudirнan

su largo ensueсo para recobrar el diabуlico poder que les hacнa

temibles. Los iniciados mбs valerosos se estaban ejercitando ya en su

manejo.

Cuando llegase el momento decisivo, los rebeldes no tendrнan mas que

penetrar en los olvidados museos universitarios que guardaban cantidades

enormes de material de guerra perteneciente б una historia remota. Estos

museos de industria retrospectiva iban б convertirse en arsenales

inmediatamente, dando б sus poseedores el dominio del paнs, como los

rayos negros lo habнan dado б las mujeres.

--Ra-Ra sуlo espera un aviso de las otras ciudades para lanzarse б la

destrucciуn del gobierno femenino. Tal vez no sea prudente empezar la

insurrecciуn en nuestra capital. El prodigioso invento lo han realizado

en otra ciudad, y en ella lo preparan para que pueda usarse en

abundancia y no como un descubrimiento de laboratorio.... Ademбs, otros

Estados de nuestra Confederaciуn guardan el viejo material de guerra en

mayores cantidades que aquн. El gobierno de las mujeres lo regalу б las

provincias de poca importancia, con irуnica generosidad, para que

pudiesen llenar sus museos locales ... En resumen, gentleman, que la

revoluciуn soсada por Ra-Ra va б realizarse, y yo creo en ella.

Callу la joven despuйs de dar estas noticias. No quiso decir mбs sobre

el complot que preparaban los hombres y pasу б hablar del gigante.

Popito y Ra-Ra habнan lamentado mucho su desgracia, sintiendo ademбs

cierto remordimiento al pensar que habнan contribuнdo б ella los dos. El

joven deseaba que la revoluciуn de los hombres estallase cuanto antes,

para libertar al gigante de la esclavitud б que le habнa sometido el

gobierno femenino. Su primer acto apenas triunfase serнa venir б

buscarle para llevarlo otra vez al palacio situado en la cumbre de la

colina, rodeбndole de tantas comodidades y homenajes como si fuese un

dios.

--Pero mientras llega ese momento--continuу Popito--йl teme por la vida

de usted, gentleman, y le recomienda que no tenga confianza en ninguno

de los que le rodean.

Como Ra-Ra vivнa entre los esclavos del puerto, y йstos guardaban cierta

relaciуn con aquella otra gente todavнa mбs inferior que acompaсaba al

gigante, habнa recibido ciertas confidencias sobre peligros que

amenazaban al Hombre-Montaсa.

--Son noticias todavнa vagas--continuу Popito--. Nuestros amigos sуlo

han podido sorprender hasta ahora palabras sueltas. Hay entre esos

hombres que viven junto б usted una docena que son los peores y

proyectan matarle, no sabemos por orden de quiйn.

Gillespie buscу con su vista los grupos que estaban poco antes en la

orilla del mar, y no viу б ninguno. Se habнan deslizado hacia el sitio

donde hervнa el caldero sobre las llamas de una hoguera, para repartirse

su contenido, devorбndolo. Esta noche Gillespie iba б pasar hambre. Los

bellacos parecнan contentos de la visita del hombre con velos, que habнa

distraнdo la atenciуn del coloso.

Popito siguiу hablando para contar lo que sabнa de estas gentes:

fugitivos de todos los paнses; hombres con los que no querнan contar los

otros hombres, deseosos de emancipaciуn. Entre ellos eran tenidos como

peores los de un grupo procedente de Blefuscъ, fбcilmente reconocibles

por sus luengas cabelleras y sus bigotes, que pendнan con no menos

abundancia por ambos lados de sus bocas.

Oyendo б estos hombres era como los amigos de Ra-Ra habнan sospechado

que se tramaba algo contra el coloso. Parecнa que sуlo esperaban recibir

su recompensa por adelantado para matar al Hombre-Montaсa. Como el tal

asesinato no resultaba empresa fбcil, discutнan mucho los procedimientos

para conseguirlo.

--Estй usted tranquilo, gentleman--siguiу diciendo la joven--. Nuestros

amigos vigilan, y nos traerбn noticias mбs concretas.

--їQuiйn puede tener interйs en matarme?--repuso Gillespie

tristemente--. Los que deseaban vengarse de mн deben sentirse ya mбs que

satisfechos por el castigo que me han impuesto. Equivale б una muerte

lenta.

Popito siguiу hablando:

--Ra-Ra cree que los personajes misteriosos que dirigen б estos bandidos

son Golbasto y Momaren, mi padre. Pero ya sabe usted, gentleman, que йl

tiene la manнa de atribuir al Padre de los Maestros todo lo malo que

ocurre en el paнs.... En fin, sea quien sea el que proyecta la muerte de

usted, nosotros lo averiguaremos.

Despuйs de esto, Popito mostrу deseos de que su interlocutor la pusiera

en el suelo para marcharse, pues acababa de cerrar la noche. Ra-Ra no

habнa podido ir б ver al gentleman por una ocupaciуn inesperada y

urgente. Su grande obra le obligaba б continuas ausencias. Sуlo por el

deseo de que Gillespie no viviera mбs tiempo confiadamente entre la

chusma que le rodeaba, habнa enviado б Popito; pero la prуxima vez serнa

йl quien viniese, trayйndole una informaciуn mбs precisa.

La joven se marchу, y el gigante, al verse solo, se puso de pie para

aproximarse al lugar donde la hoguera acariciaba con sus ъltimas llamas

la panza del caldero.

No encontrу como alimento mas que un caldo sucio en el que flotaban

espinas y cabezas de pescado. Diу un rugido, amenazando con sus puсos б

los insolentes que acababan de devorar su comida, pero йstos huyeron,

estableciendo cierta distancia entre ellos y el coloso. Ademбs se

sentнan protegidos por las tinieblas de la noche, y contestaron con

risas y exclamaciones de burla б la protesta del Hombre-Montaсa.

Йste se arrodillу y puso sus manos en la arena para reconocer б aquellos

hombres bigotudos de Blefuscъ, sus presuntos matadores. Tenнa el feroz

propуsito de meterlos en la caldera, como un castigo previsor y

ejemplar; pero toda la servidumbre habнa desaparecido, ocultбndose

detrбs de las colinas de arena y los caсaverales de la playa.

Transcurrieron dos dнas sin que recibiese una nueva visita. Llevу

piedras, como siempre, de la orilla del mar б la escollera, y vigilу el

hervor de su caldero para no verse robado como en la noche que le visitу

Popito. Conocнa ahora б los hombres bigotudos, que parecнan ejercer

sobre sus camaradas la superioridad arrogante y cruel del matуn. Con uno

de ellos, el mбs alto y musculoso, se permitiу una broma digna de su

fuerza.

Al ver cуmo rondaba por cerca del caldero, aproximу su mano derecha б

este valentуn, manteniendo encorvado el dedo нndice y sostenido por el

pulgar. De repente el dedo encorvado se disparу para quedar rнgido,

pillando por en medio al bigotudo jayбn, y lo enviу б travйs del aire,

haciйndolo caer de cabeza en la hoguera. Sus camaradas tuvieron que

sacarlo de entre los tizones tirando de sus pies, mientras otros corrнan

hacia el mar para echarle agua en los mostachos y la cabellera

humeantes.

Cuando en la tarde siguiente empezaba la playa б obscurecerse, Gillespie

viу la llegada de otro hombre con faldas y velos. Debнa ser Popito, que

le traнa mбs noticias. Lo mismo que la vez anterior, diу varias vueltas

en torno de йl con la cara oculta. Al fin se decidiу б subir б una de

las piernas extendidas del coloso. Entonces pudo darse cuenta de que el

visitante era mбs grueso que Popito y se balanceaba б cada paso.

Consiguiу con dificultad subirse sobre un tobillo, pero al avanzar

lentamente y titubeando por la arista huesosa de la pantorrilla, perdiу

pie, cayendo de cabeza en la arena. Gillespie tuvo lбstima de йl y

extendiу una mano para tomarlo con los dedos, subiйndole hasta la altura

de su pecho. Daba gritos de susto por su caнda, y al quedar sentado en

la mano del gigante tampoco se considerу seguro, agarrбndose б uno de

sus dedos. Al fin pareciу serenarse, echando atrбs el velo que cubrнa su

rostro para poder hablar.

--Sуlo por usted soy capaz de arrostrar tantos peligros. Pero todo lo

doy por bien empleado б cambio del placer de verle.

Esta vez el asombro de Gillespie fuй risueсo.

--ЎEl profesor Flimnap!... ЎY vestido de mujer!

Comprendiу el catedrбtico el asombro que sus ropas inspiraban al

gigante.

--Verdaderamente, de toda mi aventura lo mбs estupendo es haberme

vestido con el traje que llevaban antes las mujeres como una librea de

esclavitud. ЎQuй dirнan mis discнpulos si me viesen!...

Pero despuйs de esta lamentaciуn, su coqueterнa amorosa le hizo

explicarse para excusar los defectos que pudiera tener su vestido.

--Me lo ha prestado la esposa de mi colega el profesor de Fнsica. Sй

bien que es de forma algo anticuada. Hay muchos hombres que visten

mejor. Pero debe usted tener en cuenta que mi compaсero de la Facultad

de Ciencias Fнsicas raro es el aсo que no tiene un hijo, y como su

hombre se pasa todo el tiempo en la cama con el reciйn nacido у cuidando

de su nutriciуn, no le queda tiempo para seguir las modas.

Luego el profesor mirу con unos ojos admirativos y tristes al mismo

tiempo б su amado gigante.

--ЎQuй cambios en nuestra existencia--dijo--. Pero no hablemos de esto,

no perdamos el tiempo en lamentaciones. Necesito irme cuanto antes;

siento miedo, gentleman.... Para venir aquн he tenido que pasar cerca de

un grupo de soldados, que han empezado б decirme cosas atrevidas,

creyendo que yo era un hombre. ЎImagнnese si descubriesen al profesor

Flimnap vestido con estas ropas! Ahora, segъn parece, soy mal mirado por

el gobierno, y el Padre de los Maestros desea quitarme mi cбtedra para

dбrsela б ese intrigantuelo cruel que le sirve б usted de traductor....

»Pero no hablemos de mн. Estoy dispuesto б aceptar como un placer todo

lo que sufra por usted. Ya conoce mis sentimientos. Hablemos de su

persona, pues para eso he venido.

Mirу б un lado y б otro, б pesar de que no habнa nadie cerca del

gigante, y aсadiу con voz tenue:

--Gentleman, le amenazan grandes peligros y vengo б anunciбrselos,

aunque ignoro, por desgracia, cуmo podrй defenderle de ellos.

Su amigo el profesor de Fнsica le habнa llevado aquella maсana б lo mбs

apartado y profundo de su laboratorio para confiarle un gran secreto. El

Padre de los Maestros acababa de llamarle para saber si tenнa siempre

lista la mбquina que habнa servido para dar inyecciones soporнferas al

Hombre-Montaсa la noche que llegу al paнs. Y como el fнsico le

contestase afirmativamente, volviу б preguntar si era posible la

fabricaciуn en pocas horas--de acuerdo con la secciуn de Quнmica--de la

cantidad necesaria de veneno para darle una inyecciуn al gigante,

dejбndolo muerto sin seсales escandalosas de intoxicaciуn.

El profesor habнa contestado que no podнa encargarse de este servicio

sin una orden expresa del gobierno, y el jefe se la habнa prometido para

mбs adelante, dejando el asunto en tal estado.

--La promesa de una orden del gobierno es falsa, gentleman--aсadiу

Flimnap--. Ningъn seсor del Consejo Ejecutivo osarб firmarla. Yo, por el

deseo de defender б usted, ando ahora mezclado en las cosas de la

polнtica y me honro con la amistad del elocuente Gurdilo. El gobierno

sabe que el tribuno se interesa por el Hombre-Montaсa, y como teme б su

palabra vengadora, se cuidarб bien de autorizar tal crimen.

No obstante su confianza en el miedo de los gobernantes, dudaba de que

Momaren abandonase sus malos propуsitos.

--Desea su muerte, gentleman, y si no puede organizar lo de la inyecciуn

venenosa, buscarб otro medio. Debe ayudarle en estos planes el vanidoso

Golbasto. Ya no creo que el tal Golbasto sea un gran poeta, ni mediano

siquiera. La otra noche quise releer sus versos, y me parecieron

despreciables. ЎAy, no poder permanecer yo б su lado, gentleman, para

seguir su misma suerte!...

La consideraciуn de su impotencia casi le hizo llorar. Influenciado por

su nueva amistad con Gurdilo, sуlo veнa en este personaje el remedio de

sus preocupaciones.

--ЎSi ocupase el gobierno nuestro gran orador!...

A continuaciуn se mostraba pesimista.

--El gobierno actual es mбs fuerte que nunca. їQuiйn puede derribarlo?

No serб ciertamente Ra-Ra y los dementes que le siguen. Las mujeres que

nos dirigen en el presente momento son enemigos nuestros, pero hay que

reconocer que nunca gobierno alguno se considerу tan sуlido. Hasta

parece, segъn dice mi ilustre amigo Gurdilo, que proyectan celebrar una

gran Exposiciуn, como la de hace aсos, de la que es un recuerdo la

Galerнa que habitу usted. Tal vez con motivo de esta solemnidad

universal consigamos su indulto, y usted podrб presenciar todas nuestras

fiestas.

Pero el profesor abandonу repentinamente este ensueсo optimista. Viу con

la imaginaciуn б su amado gigante tendido en la playa, inerte como un

cadбver, las carnes verdosas y descompuestas por el veneno y

revoloteando sobre su rostro, en fъnebre espiral, miles y miles de

cuervos.

--Cuнdese, gentleman--dijo con ansiedad--; desconfнe de todos; piense

que pueden echarle veneno en sus alimentos. No coma sin que antes haya

probado su comida esa gentuza que le rodea.

El gigante acogiу con una risa sonora la ъltima recomendaciуn. Era

innecesaria. Y mirу hacia la hoguera que calentaba el caldero, en torno

de la cual se iban agrupando sus acompaсantes para aprovecharse de su

distracciуn.

--Sobre todo, gentleman, tenga cuidado mientras duerme. Tambiйn le

pueden matar durante su sueсo.

El gigante celebrу otra vez con risas la simpleza de este consejo. їCуmo

iba б guardarse б sн mismo mientras dormнa?

--Es verdad, es verdad--gimiу angustiado el profesor--. ЎDioses

poderosos! ЎY no poder estar yo al lado de usted para defenderle durante

su sueсo! їQuй hacer?...

Se preguntу esto varias veces, convenciйndose al fin de que lo primero

que debнa hacer era marcharse, pues el miedo le hacнa insufrible su

permanencia allн. Temнa ser sorprendida en su regreso б la capital si

dejaba que cerrase la noche.

--Debo ser prudente, gentleman; el gobierno tal vez me vigila. Fнjese:

Ўamigo de usted y amigo de Gurdilo!... Hay mбs de lo necesario para que

me encierren en una prisiуn. Pero volverй; yo le traerй noticias. Cuente

con que mi amigo el profesor de Fнsica no harб nada contra usted aunque

se lo mande el gobierno. Pero Ўay! sus enemigos no cejarбn por esto....

Baje la mano, gentleman; pуngame en el suelo. Necesito irme.... Cuente

con que pienso en usted б todas horas y me preocupo de su suerte.

Gillespie dejу al profesor en la arena, para no prolongar mбs el

tormento de su inquietud. Luego le viу correr, balanceando sus formas

abultadas y reteniendo sus velos, que el viento marнtimo parecнa querer

arrebatarle.

Transcurrieron varios dнas de trabajo, de cansancio y de hambre, sin que

el coloso recibiese nuevas visitas. Un anochecer, estando sentado en la

arena, viу que un hombre saltaba бgilmente sobre una de sus rodillas,

corriendo despuйs б lo largo del muslo. Este no llevaba falda ni toca

mujeriles. Iba casi desnudo, como los hombres condenados al trabajo, con

una tela arrollada б los riсones por toda vestidura y mostrando los

musculosos relieves de un cuerpo armoniosamente formado.

Antes de reconocerlo con sus ojos, sintiу el gigante que un instinto

fraternal despertaba en su interior para avisarle quiйn era.

--ЎOh, Ra-Ra!--dijo con voz tenue--. ЎCуmo deseaba verte!

Adivinando los propуsitos de su visitante, lo puso sobre la palma de su

mano derecha, elevбndole despuйs hasta su rostro.

Ra-Ra se tendiу sobre esta meseta de carne y hueso, y apoyando su cara

en ambas manos, hablу al Gentleman-Montaсa:

--Popito le avisу б usted hace dнas que algunos de estos hombres que le

rodean proyectan asesinarlo. Hasta ayer sуlo tenнa vagas noticias de

ello; ahora puedo darle un aviso concreto. Creo que es maсana cuando

intentarбn el golpe contra usted, gentleman. En cuanto б los

instigadores del crimen, tengo formada mi convicciуn y nadie me harб

desistir de ella. Son Momaren y Golbasto los que desean su exterminio, y

ya que no han podido lograr que el gobierno favoreciese sus deseos, se

valen de esta chusma que rodea б usted.

Siguiу hablando Ra-Ra, y algunas de sus revelaciones vinieron б

corroborar las que le habнa hecho el profesor.

--Al principio, estos dos personajes proyectaron matarle б usted por

medio de una inyecciуn venenosa. Ignoro cуmo pensaban realizarlo, pero

de su intenciуn no me cabe ninguna duda. Deseaban que usted apareciese

muerto un amanecer, aquн en la playa, y que la gente creyese en un

fallecimiento ordinario. Pero como no han podido realizar este plan

hipуcrita de venganza, apelan ahora al asesinato. Ya lo sabe, gentleman;

esta noche y la siguiente no duerma usted. Yo creo que el golpe lo

intentarбn maсana, pero le aconsejo que, de todos modos, se guarde esta

noche, pues bien podrнan haber adelantado la fecha de su crimen.

Ra-Ra sacу la cabeza fuera de la mano del gigante para buscar abajo con

su mirada los grupos de gente sospechosa.

--Los que le rodean, gentleman, son personas de malos antecedentes, pero

no creo que todos ellos vayan б intervenir en el crimen. Segъn mis

informes, los ъnicos que han tomado algъn dinero para ejecutarlo y

desean ganar el resto de la cantidad son esos bigotudos de Blefuscъ, que

tan orgullosos se muestran de su fuerza. No los pierda nunca de vista,

pues en ellos estб el peligro.

Gillespie se resistнa б comprender cуmo varios pigmeos podнan matarle

durante su sueсo no disponiendo de una mбquina inyectora como aquella de

que le habнa hablado Flimnap.

--Mis amigos--contestу Ra-Ra--han podido adivinar, gracias б algunas

palabras de estos hombres, cуmo se proponen matarle durante su sueсo.

Treparбn cautelosamente hasta lo alto de su pecho, pues han observado

que usted duerme de espaldas; pegarбn su oнdo б la curva de su tronco,

para guiarse por las palpitaciones del corazуn, y cuando sientan bajo

sus pies estos latidos, cinco у seis de ellos empuсarбn una barra enorme

de acero terriblemente aguzada, clavбndola todos б un tiempo en su

carne, hasta que le traspasen el corazуn y salten en torno de su arma

caсos de sangre. Momaren y Golbasto deben haberles proporcionado la

barra, dбndoles, ademбs, lecciones para que asesten el golpe en el lugar

preciso.

Aъn hablaron los dos un largo rato. El gigante acabу por olvidar los

propios asuntos para que Ra-Ra le contase sus planes revolucionarios y

sus esperanzas en el prуximo triunfo.

Ya no podнa fijar el joven la fecha del movimiento insurreccional contra

la Repъblica de las mujeres. Todos los preparativos estaban terminados y

las уrdenes transmitidas б las diferentes ciudades. Sуlo faltaba que se

iniciase el movimiento en un Estado lejano, el mбs favorable para

emplear aquel descubrimiento que debнa vencer б los famosos rayos

negros.

Esto iba б ocurrir de un momento б otro; tal vez fuese al dнa siguiente;

tal vez habнa sido ya y lo ignoraban en la capital.

--Le quedan б usted muy pocos dнas de esclavitud, gentleman--aсadiу el

joven--, y por lo mismo serнa lamentable que esos malvados le matasen

aprovechando los ъltimos momentos de la tiranнa femenina.... No tema

usted las consecuencias: castigue con dureza б esos asesinos en el

momento que intenten el golpe. ЎOjalб estuviesen entre ellos sus

instigadores!...

Ra-Ra no podнa prolongar mucho esta entrevista. Temнa que los que

acompaсaban al gigante se hubiesen fijado en su llegada. Pensу tambiйn

en las precauciones que debнa tomar para que no le sorprendiesen durante

su regreso. Un destacamento de soldados estaba acampado en la playa,

cerca del puerto, para impedir que los curiosos se aproximasen al

gigante.

Como veнa prуximo el momento de la victoria, se mostraba mбs prudente

que antes, evitando incurrir en sus antiguas audacias. Si le descubrнan

y apresaban б ъltima hora, podнa quedar frustrado el levantamiento de

los hombres en la capital, dejando sin respuesta las sublevaciones de

las demбs ciudades.

--Va usted б ver grandes cosas--siguiу diciendo--, ЎQuiйn sabe si serб

esta misma noche cuando nos sublevemos contra la tiranнa femenil y

vendremos б libertarle!... Y si no esta noche, serб en breve plazo.

Se fuй Ra-Ra, y el gigante, despuйs de comer, quedу tendido en la arena,

como todas las noches. No quiso dormir, manteniйndose en una fingida

tranquilidad, con los ojos entornados y vigilando las idas y venidas de

algunos pigmeos que aъn no se habнan acostado. Al fin el silencio del

sueсo se fuй extendiendo sobre la playa, y Gillespie, convencido de que

no intentarнan aquella noche nada contra йl, acabу por entregarse al

descanso.

Al dнa siguiente, cuando llevaba piedras al extremo de la escollera, viу

б un hombrecillo en una pequeсa barca, que fingнa pescar y se colocaba

siempre cerca de su paso, sin asustarse de los remolinos que abrнan en

las aguas las piernas gigantescas al cortarlas ruidosamente. La

insistencia del pescador acabу por atraer la atenciуn de Gillespie. Mirу

verticalmente la barquita del pigmeo, que se mantenнa junto б una de sus

pantorrillas, y reconociу б Ra-Ra. Este, puesto de pie y con las dos

manos en torno de su boca formando bocina, se limitу б gritar:

--Va б ser esta noche; lo sй con certeza.... Y ahora continъe su

trabajo. No me hable.

Efectivamente, la voz del gigante, sonando como un trueno desde lo alto,

hubiese llamado la atenciуn de todos sus guardianes y hasta de las

tripulaciones de los buques de guerra que evolucionaban en plena mar

vigilбndole.

Continuу el gigante su viaje con una roca en cada mano, y el pescador,

recobrando sus remos, se alejу hacia el puerto.

Apenas hubo cerrado la noche, se fuй dando cuenta Gillespie, por ciertos

preparativos, de que el aviso de Ra-Ra era cierto. Viу cуmo los atletas

bigotudos y malencarados se echaban б la espalda sus mochilas,

despidiйndose de sus compaсeros. Esto ъltimo lo presintiу ъnicamente por

sus gestos; pero asн era en realidad. El grupo de valentones se volvнa б

Blefuscъ, anunciando su partida en la primera mбquina voladora que

saliese al amanecer para su paнs. Los que se quedaban no podнan ocultar

su satisfacciуn al verse libres de unos matones que tanto abusaban de

ellos.

Gillespie considerу este viaje repentino, preparado con ostentaciуn,

como una certeza de que el golpe contra йl serнa aquella misma noche.

Se tendiу en la playa, como siempre, colocбndose б poca distancia de la

hoguera, que empezaba б disminuir sus llamas. Poco б poco se fueron

retirando sus acompaсantes para dormir detrбs de las dunas у al abrigo

de los caсares. Transcurrieron largas horas de silencio. La obscuridad

era cortada de tarde en tarde por los rayos de colores que llegaban de

las mбquinas aйreas. Pero en la presente noche estas iluminaciones

resultaban menos numerosas, como si alguien hubiese influido para que

sus guardianes le vigilasen menos. En los largos perнodos de obscuridad,

las palpitaciones de la hoguera poblaban la noche de repentinos fulgores

de incendio, seguidos de largas y profundas tinieblas.

Permanecнa el gigante en voluntaria inmovilidad, con los ojos entornados

y lanzando una respiraciуn ruidosa. De pronto creyу oir un ligerнsimo

susurro semejante al de unos insectos arrastrбndose sobre la arena.

--Ya estбn aquн--dijo mentalmente.

La camiseta que cubrнa su pecho se agitу con un leve tirуn. Era uno de

los asaltantes, el mбs бgil de todos, que se habнa agarrado al tejido,

encaramбndose por йl hasta llegar б lo mбs alto de su tуrax. Desde allн

arrojу una cuerda б los que esperaban abajo, y uno tras otro fueron

subiendo cinco hombres, con grandes precauciones, procurando evitar un

roce demasiado fuerte al deslizarse por la curva del pecho gigantesco.

El Hombre-Montaсa seguнa respirando ruidosamente, y sus ojos apenas

entreabiertos podнan ver lo que ocurrнa alrededor de йl, aunque de un

modo vago. Distinguiу cуmo se movнan sobre la arena obscura de la playa

algunos animales todavнa mбs obscuros. Sin duda eran compaсeros de los

asesinos, que se quedaban abajo para dar la seсal en caso de peligro.

Los seis hombres que estaban sobre su pecho tiraron de la cuerda con un

esfuerzo regular y prudente para evitar que йl despertase. Sintiу que lo

que subнan no era un ser animado, sino algo largo y de una rigidez

metбlica.

--La barra de acero que desean clavarme en el corazуn--pensу el

gigante.

No se equivocaba. A travйs de sus pбrpados entornados viу cуmo el grupo

de hombres iba desatando la barra mortнfera, poniйndola en posiciуn

horizontal. Su tamaсo era doble que la estatura de ellos.

Sonу abajo un leve silbido, y volvieron б echar la cuerda. El hombre que

subнa ahora carecнa de agilidad, hundiendo pesadamente sus pies entre

las costillas del gigante, como si temiera caerse.

Gillespie no alcanzaba б verle bien, pero sospechу que era una mujer.

Esta mujer, tendiйndose sobre su pecho, se fuй arrastrando con el oнdo

pegado б la piel, sirviйndole de guнa el ruidoso bombeo de la sangre б

travйs del enorme corazуn.

Al fin el director femenino se irguiу, seсalando con un dedo б sus pies,

como si dijese: «Aquн».

Inmediatamente acudieron los seis bandoleros con su barra. Mientras unos

la mantenнan verticalmente, otros se frotaban las manos y escupнan en

ellas, preparбndose para el gran esfuerzo comъn.

Cuando todos estuvieron listos, la mujer levantу un brazo para dar la

seсal, y los seis elevaron al mismo tiempo el gran hierro de punta

aguda. Sуlo esperaban la voz de su jefe para dejarlo caer; pero antes de

que esto ocurriese, una catбstrofe los anonadу, como si se hubiesen

desatado sobre ellos todas las fuerzas crueles y ciegas de la

Naturaleza, como si las montaсas que cerraban el horizonte se hubieran

desplomado sobre sus cabezas formando una cascada de tierra y de

piedras, como si el mar hubiera abandonado su lecho levantando una ola

ъnica para barrerlos.

El gigante habнa movido un brazo para colocarlo al nivel de su cuello, y

б continuaciуn hizo con йl un rudo movimiento б lo largo del pecho, que

anonadу y se llevу rodando cuanto pudo encontrar.

Los seis hombres, con su barra, asн como la misteriosa mujer que los

dirigнa, salieron disparados por el aire.

Y no fuй esto lo peor para ellos, pues el Hombre-Montaсa se levantу б

continuaciуn, de un salto, y empezу б dar patadas en el suelo,

persiguiendo б las figurillas negras, que huнan aterradas en todas

direcciones lanzando chillidos. Cada puntapiй dado por el gigante

levantaba nubes de arena, y en ellas se veнa flotar siempre algъn

pigmeo, los brazos y las piernas abiertos lo mismo que las ranas, unas

veces con la cabeza arriba, otras con la cabeza abajo.

La cуlera del coloso no encontrу б los pocos momentos enemigos que

perseguir. Todos habнan huнdo. Los inmediatos caсaverales se estremecнan

agitados por la carrera medrosa de los hombrecillos. Gillespie iba б

tenderse otra vez en la arena, convencido de que nadie osarнa ya

atacarle, cuando sintiу que algo se agitaba debajo de uno de sus pies.

Era una cosa blanda que se retorcнa lanzando ahogados chillidos,

aprisionada por la arena y el arco de puente que formaban sus zapatos

entre la planta y el tacуn. Se inclinу hasta tocar el suelo y,

levantando el pie, extrajo aquella cosa animada de su dolorosa

esclavitud.

Viу que eran dos hombrecillos sobre los que habнa puesto su pie sin

saberlo. Milagrosamente se habнan librado de morir aplastados al

incrustarse entre la arena y el arco del zapato.

Daban gemidos como si hubiesen sufrido graves lesiones interiores, pero

el susto era en ellos tal vez mбs grande que las heridas.

Gillespie, que habнa tomado estos dos animalejos entre sus dedos, los

subiу б su rostro, colocбndoselos entre ambos ojos. Pero la obscuridad

no le permitiу reconocerlos. Ъnicamente pudo ver que eran mujeres.

Uno de estos pigmeos debнa ser el que habнa seguido los latidos de su

corazуn para marcar б los asesinos el emplazamiento mбs favorable para

el golpe.

Pensу si serнan Golbasto y Momaren, vanidosos personajes implacables en

su venganza y directores de su asesinato, como creнa Ra-Ra. Lamentaba

que las mбquinas aйreas no le enviasen un rayo de luz para poder

reconocerlos.

Su primer impulso fuй oprimirlos entre sus dedos, aplastбndolos como

insectos daсinos. Pero le faltу la voluntad para darles este gйnero de

muerte....

Como deseaba al mismo tiempo desembarazarse de ellos, se dirigiу б la

orilla del mar y, echando atrбs su brazo para que el impulso fuese mбs

grande, los arrojу en el vacнo.

Lo mismo que dos piedras atravesaron la obscuridad, perdiйndose sus

lamentos en el sonoro chapoteo de su caнda.

XIV

Lo que hizo el Gentleman-Montaсa para que Popito no llorase mбs

Al dнa siguiente los periуdicos lanzaron en sus ediciones de la tarde la

noticia de un suceso que interesу mucho al pъblico.

Golbasto, el gran poeta nacional, habнa sido encontrado por unos

pescadores, poco antes de la salida del sol, tendido en la playa sobre

la lнnea divisoria del agua y la arena. Lo habнan conducido moribundo б

su vivienda, pero б la hora en que aparecieron dichas ediciones los

mйdicos mostraban esperanzas de salvarle la vida.

Cada uno comentу la noticia segъn la repulsiуn у la simpatнa que le

inspiraba el poeta. Los hubo que hablaron de un exceso de inspiraciуn

que, haciйndole olvidar la realidad, le habнa impulsado б arrojarse al

agua. Otros, mбs malignos, suponнan un suicidio por decepciones

amorosas.

Muchos pretendieron establecer una relaciуn entre esta noticia,

anunciada con grandes rуtulos de plana entera, y otra mбs humilde, sin

grandes tнtulos, que habнa que buscar en la ъltima pбgina de los

diarios, haciendo saber que el Padre de los Maestros estaba en cama

gravemente enfermo.

Como un vago rumor empezу б circular la murmuraciуn de que tambiйn б

Momaren lo habнan llevado б su casa, en las primeras horas de la maсana,

unos hombres que lo encontraron cerca del puerto. Pero como se trataba

de un personaje oficial, fuй imposible conocer la verdad. Nadie pudo

encontrar б los empleados universitarios que habнan cometido la

indiscreciуn de contar la llegada de Momaren conducido en brazos por

unos marineros. Al contrario, todos declaraban que esta noticia era

absurda, pues el jefe de la Universidad estaba en cama desde tres dнas

antes.

Pero esto no evitу que la murmuraciуn siguiese haciendo su camino, y los

noveleros empezaron б afirmar que la misteriosa enfermedad del poeta era

igual б la del Padre de los Maestros, teniendo ambas el mismo origen. El

senador Gurdilo, ansioso de venganza, insinuу б los periodistas que

Momaren y Golbasto se habнan batido de noche en la playa por alguna

rivalidad amorosa, pues los dos, б pesar de su exterior solemne, eran

unos hipуcritas de perversas costumbres y tal vez se disputaban el

monopolio de algъn esclavo atlйtico.

El vecindario de la capital se acostу pensando en estas dos enfermedades

misteriosas, con la esperanza de que al despertar conocerнa detalles mбs

interesantes sobre la existencia privada de tan cйlebres personajes.

Ninguno de los dos habнa podido hablar hasta el presente. Al poeta se lo

prohibнan los mуdicos hasta que recobrase su perdido vigor. Momaren,

aislado en su palacio, no era accesible б las averiguaciones de los

periodistas.... Pero al dнa siguiente todo este misterio iba б

desvanecerse, como ocurre en los grandes sucesos que interesan al

pъblico.

Sin embargo, al despertar ocho horas despuйs los habitantes de la

ciudad, ni uno solo se acordу del poeta cйlebre ni del Padre de los

Maestros. Un suceso inaudito llenaba las pбginas de los periуdicos, y

tal era su novedad, que paralizу la vida corriente, aglomerando б todos

los habitantes en las plazas y calles cйntricas. Un temblor de tierra,

la erupciуn de un nuevo volcбn, un gran naufragio у una catбstrofe aйrea

no hubiesen acaparado tanto la atenciуn. Lo que ocurrнa era aъn mбs

extraordinario.

Despuйs de tantos aсos de paz, cuando nadie se acordaba de la existencia

de las antiguas guerras, acababa de surgir una guerra.

En Balmuff, uno de los Estados mбs lejanos y pobres, se habнan sublevado

el dнa anterior todos los hombres contra el gobierno de la

Confederaciуn, dirigidos por algunos jуvenes excйntricos de los que

figuraban en el partido masculista. Su primer acto habнa sido constituir

un gobierno provisional, todo de varones, que redactу un manifiesto

dirigido al pueblo. En йl se decretaba para siempre la aboliciуn de la

supremacнa de las mujeres, declarando que йstas debнan ser por el

momento inferiores al hombre, y tal vez mбs adelante, cuando hubiesen

perdido su presente orgullo, se accederнa б que fuesen sus iguales.

La noticia de tal sublevaciуn, asн como el manifiesto de sus jefes, hizo

reir mucho al pъblico femenino. Algunos caricaturistas habнan

improvisado б ъltima hora dibujos para los periуdicos, representando las

tropas revolucionarias compuestas de hombres todos con faldas y con

velos, llevando ademбs lanzas y espadas. Las esposas masculinas de los

individuos del gobierno y de sus altos empleados, asн como las

pertenecientes б las familias ricas de la capital, eran las que mбs se

indignaban contra esta sublevaciуn de sus compaсeros de sexo.

--El hombre--decнan--debe permanecer quieto en su casa, ocupбndose de

los hijos y de la fortuna conyugal. Eso de gobernar es oficio de las

mujeres. їAdonde irнamos б parar si nosotros, con nuestra inexperiencia,

nos metiйsemos б dirigir las cosas pъblicas?...

Y los que pedнan mбs crueles castigos para la revoluciуn de los hombres

eran los hombres. En cambio, habнa mujeres que permanecнan en silencio,

como si temiesen hacer pъblica su opiniуn sobre este suceso. Pero se

notaba en su mutismo algo que hacнa recordar la doctrina de Popito

acerca de la armonнa entre los dos sexos.

Se sucedнan con rapidez las noticias de Balmuff. Las transmisiones

aйreas hacнan vibrar el espacio incesantemente, y cada media hora

descendнa una mбquina voladora sobre el palacio del gobierno, viniendo

de los ъltimos confines del mundo conocido.

Los curiosos ya no reнan de la grotesca revoluciуn de los hombres.

Lanzaban los periуdicos ediciуn tras ediciуn para contar la historia de

este suceso, el mбs inaudito й inesperado desde que las mujeres

constituyeron los Estados Unidos de la Felicidad. Los insurgentes de

Balmuff se habнan lanzado con piedras y palos sobre la Universidad de su

capital, apoderбndose de ella sin mбs esfuerzo que repartir unos cuantos

garrotazos entre los profesores femeninos y otros empleados de igual

sexo que dependнan del lejano y omnipotente Momaren. Luego se habнan

esparcido por el Museo Histуrico, apoderбndose de los fusiles y caсones

que figuraban en sus salas. Precisamente el gobierno de la

Confederaciуn, para satisfacer sin gasto alguno la vanidad de las

mujeres patriotas de este Estado remoto, habнa enviado, poco despuйs del

triunfo femenil, enormes cantidades del antiguo material de guerra de

los hombres, para que con esta ferreterнa inъtil adornasen su palacio

universitario.

El jefe militar de Balmuff era una amazona membruda y de labios

bigotudos, desterrada de la capital б causa de sus costumbres demasiado

libres. Este guerrero riу al saber que la canalla masculina--que hacнa

sus delicias en secreto--se armaba con los artefactos inъtiles del

pasado, y se limitу б ir en su busca con unas cuantas mбquinas

expeledoras de rayos negros. De este modo no necesitarнa que sus

amazonas persiguiesen б los insurrectos б flechazos. Ellos mismos iban б

matarse, pues los rayos prodigiosos harнan estallar entre sus manos las

mбquinas anticuadas que acababan de adquirir ilegalmente.

Pero al dirigir contra los revolucionarios los rayos negros, siempre

poderosos, quedу absorto viendo su ineficacia. De los grupos rebeldes no

surgiу ninguna explosiуn. Ademбs, estos grupos eran casi invisibles,

pues en torno de ellos se notaba la existencia de una neblina gris, un

halo denso, que los envolvнa y los acompaсaba como una armadura aйrea.

En cambio, de la masa insurrecta surgiу de pronto el trac-trac de las

ametralladoras, semejante al ruido de las antiguas mбquinas de coser, el

largo y ruidoso desgarrуn de las descargas de fusilerнa, el puсetazo

seco y continuo de los caсones de tiro rбpido, y en unos segundos

quedaron en el suelo la mayor parte de las tropas del gobierno, huyendo

las restantes con un pбnico irresistible.

Las gentes de la capital, al leer esto, se miraban aterradas, no

encontrando en su atolondramiento palabras capaces de expresar su

asombro. Los mбs locuaces sуlo sabнan decir:

--їSerб posible?... їSerб posible todo eso?

La actitud del gobierno les hacнa ver que era posible eso y aun algo

mбs, que no decнan los periуdicos, pero que las gentes se comunicaban en

voz baja.

Ya no era Balmuff el ъnico paнs ganado por la revoluciуn. Los hombres de

otras regiones inmediatas se habнan sublevado igualmente, y parecнan

contar con el mismo invento de la coraza vaporosa repeledora de los

rayos negros. Todos ellos se pertrechaban б estilo antiguo en los

museos, venciendo instantбneamente con sus armas de repeticiуn б las

tropas gubernamentales. Indudablemente algъn hombre dedicado б la

ciencia habнa hecho en favor de los de su sexo un invento semejante al

de aquella sabia mujer venerada en el templo de los rayos negros.

Ahora las mбquinas voladoras que iban llegando al palacio del gobierno

procedнan de los mбs diversos extremos de la Repъblica. En casi todas

las provincias acababan de sublevarse los hombres. En unas habнan

vencido, en otras habнan fracasado, porque las autoridades supieron

guardar y defender б tiempo los depуsitos de armamento antiguo.

Poco antes de cerrar la noche, los altos seсores del gobierno, de

acuerdo con las instituciones parlamentarias, declararon en estado de

guerra б toda la Repъblica. Al mismo tiempo decretaron la movilizaciуn

de las mujeres menores de cuarenta aсos, para que tomasen las armas, y

el alistamiento voluntario de los hombres que quisieran trabajar en los

servicios auxiliares y en los hospitales.

En el Senado, el pъblico llorу de emociуn escuchando б Gurdilo el mбs

desinteresado y sublime de sus discursos. Todo lo olvidaba ante la

inminencia del peligro comъn. Besу y abrazу б los seсores del Consejo

Ejecutivo, odiados por йl hasta un dнa antes. Ya no resultaban oportunos

los rencores polнticos; todos eran mujeres y tenнan el deber de morir

defendiendo el orden social, puesto en peligro por las utopнas

anбrquicas de unos cuantos varones ambiciosos у locos, olvidados de las

virtudes, respetos y jerarquнas que forman la base de un paнs

sуlidamente constituнdo.

El gran orador fuй breve y luminoso en su arenga, repleta de consejos

para los gobernantes. Ya que un nuevo invento masculino hacнa inъtiles

por el momento los salvadores rayos negros, las mujeres sabrнan valerse

igualmente del antiguo material de guerra de los hombres olvidado en las

universidades. Tambiйn sabrнan inventar y fabricar nuevas armas mбs

poderosas, apelando б la colaboraciуn de las mujeres cientнficas y de

las que dirigнan la industria.

ЎAntes la guerra, una guerra larga y sangrienta como las de Eulame, que

verse vencidas y esclavizadas por el hombre, lo mismo que en otros

siglos!

La muchedumbre aglomerada ante el palacio rugiу de entusiasmo al ver en

un balcуn al siempre descontento tribuno sonriendo б los seсores del

gobierno y abrazбndose con ellos.

Bajo el resplandor sonrosado de las iluminaciones nocturnas desfilaron

todas las tropas de la capital. El entusiasmo femenino estallу en gritos

estridentes al ver pasar los batallones de muchachas arrogantes

acompaсadas por el centelleo de sus espadas, de sus casquetes y de sus

uniformes cubiertos de escamas metбlicas. їCуmo los hombres, groseros y

cortos de inteligencia, iban б poder resistir el empuje de estas

amazonas robustas, esbeltas y de ligero paso?... Despuйs, las hembras

mбs rabiosas rectificaban sus opiniones para aplaudir igualmente al sexo

enemigo.

No todos los hombres eran dignos de abominaciуn. Los jinetes de la

policнa, aquellos barbudos de la cimitarra, tan odiados por el pueblo,

desfilaban igualmente. Todos habнan pedido que los enviasen б combatir б

los insurrectos. Y detrбs de ellos pasaron miles y miles de voluntarios

que acababan de alistarse: atletas semidesnudos, mбquinas de trabajo que

habнan vivido hasta entonces en una pasividad estъpida y parecнan

despertar б una nueva existencia con la apariciуn de la guerra. Las

mujeres los admiraban ahora como si fuesen unos seres completamente

diferentes de los siervos que habнan conocido horas antes.

--ЎViva el gobierno! ЎViva la Verdadera Revoluciуn! ЎVivan las

mujeres!--gritaban al pasar entre el gentнo.

Y sus gritos los lanzaban de buena fe, sin ninguna ironнa. Lo importante

para ellos era hacer la guerra, no parбndose en averiguar contra quiйn

la hacнan. Marchaban б combatir б los hombres porque estaban en la

capital; de haberse encontrado en Balmuff, hubiesen ido б combatir б las

mujeres, profiriendo gritos radicalmente contrarios con el mismo

entusiasmo y la misma voluntad de ser hйroes.

El Hombre-Montaсa adivinу desde las primeras horas del dнa que algo

extraordinario estaba ocurriendo en la Ciudad-Paraнso de las Mujeres.

Los constructores de la escollera le ordenaron, valiйndose de gestos,

que suspendiese el trabajo de acarrear grandes piedras. Los obreros que

las acoplaban se habнan marchado, y el universitario que traducнa las

уrdenes no apareciу en todo el dнa.

Los buques de guerra que navegaban siguiendo la costa para impedir que

el gigante se lanzase mar adentro se metieron en el puerto у se alejaron

б toda mбquina, perdiйndose en la lнnea del horizonte, como si se les

acabase de ordenar un rбpido viaje. Los aparatos aйreos emprendieron el

vuelo, desapareciendo igualmente, y sуlo quedу uno flotando en el

espacio, con el pico vuelto hacia la ciudad, pues б sus tripulantes

parecнa interesarles mбs lo que pasaba en ella que la vigilancia del

Hombre-Montaсa.

Tambiйn habнa disminuнdo considerablemente el nъmero de los esclavos

encargados de su cuidado y vigilancia. Sуlo quedaban los mбs viejos, y

fuй para йl una fortuna que hubiesen traнdo al amanecer la diaria

provisiуn de pescado. Gracias б esto, los servidores pudieron preparar

el caldero, y Gillespie, al cerrar la noche, encontrу algo que comer, б

pesar del abandono que notaba en torno б su persona.

Pasу una gran parte de la noche de pie, mirando hacia la ciudad. Su

estatura le permitнa abarcar con los ojos la mayorнa de sus barrios. El

halo rojo de la iluminaciуn durу hasta altas horas de la noche. Llegaba

б sus oнdos el vocerнo de la inmensa muchedumbre, sus aclamaciones

entusiбsticas, las canciones patriуticas entonadas б coro y el estruendo

enardecedor de las mъsicas militares. Al mismo tiempo surcaban el

espacio, como si fuesen cometas de distintos colores, los ojos de las

mбquinas voladoras con sus largas colas de luz. Abajo, en la obscuridad

del mar, se deslizaban igualmente otras estrellas con todos los fulgores

del iris. Por el aire y por el agua, un movimiento continuo y

extraordinario iba llevбndose fuera de la capital miles y miles de

seres.

Sus servidores le gritaban de vez en cuando una palabra en el idioma del

paнs, que йl no podнa entender. Le diу, sin embargo, dos significados

semejantes, y estaba casi seguro de no equivocarse. Aquellos hombres

querнan decir «guerra» у «revoluciуn».

Indudablemente habнa surgido el movimiento insurreccional que venнa

preparando Ra-Ra. їQuй serнa de Popito?...

Acabу por acostarse en la arena para dormir el resto de la noche,

diciйndose que al dнa siguiente tendrнa noticias mбs exactas de lo

ocurrido. No le iban б dejar olvidado en aquella playa. Fuesen los

vencedores unos ъ otros, se acordarнan de йl para tributarle honores

casi divinos, como lo prometнa Ra-Ra, у para obligarle б trabajar y

darle mal de comer, como venнa haciйndolo el gobierno de las mujeres.

Al despertar en la maсana siguiente, se viу completamente solo. Todos

sus acompaсantes habнan huнdo. Esta soledad inquietу al Hombre-Montaсa.

Nadie iba б traerle el pescado para el diario alimento, ni el agua

necesaria, ni la leсa para hacerle hervir el caldero. Lo ъnico que le

tranquilizу, dбndole la seguridad de no morir de hambre, fuй ver que no

quedaba nadie en torno de йl capaz de cortarle el paso.

El destacamento de soldados que vivaqueaba antes entre el puerto y la

playa habнa desaparecido. Sobre su cabeza no viу una sola mбquina

voladora ni sus ojos encontraron ningъn buque enfrente de йl. Salнan de

la ciudad verdaderas nubes de aviones, algunos de ellos enormes hasta el

punto de poder transportar varios centenares de pasajeros. Pero todos se

alejaban en direcciуn opuesta, y lo mismo hacнan las escuadras de buques

que abandonaban el puerto.

Llevaba una hora de pie, mirando hacia la ciudad, espiando las amplias

avenidas que alcanzaba б ver entre los aleros, y en las cuales

hormigueaba un pъblico continuamente renovado, cuando sintiу con

insistencia un cosquilleo en uno de sus tobillos. Al volver sus ojos

hacia el suelo, viу erguido en la arena, sobre las puntas de sus botas

para hacerse mбs visible y moviendo los brazos, б un pigmeo, mejor

dicho, б un soldado, con casco de aletas y espada al cinto, el cual daba

gritos para llamar su atenciуn. Un poco mбs allб viу tambiйn una mбquina

rodante en figura de tigre, que habнa traнdo sin duda б este guerrero, y

era guiada por otro de la misma clase, aunque de aspecto mбs modesto.

El gigante se sentу en la arena lentamente, para no daсar con el

movimiento de su cuerpo al enviado del gobierno. Porque Gillespie sуlo

podнa imaginar que fuese un emisario del Consejo Ejecutivo este oficial

que brillaba al sol como si fuese todo йl vestido de vidrio y ademбs

llegaba montado en un vehнculo automуvil de aspecto tan fiero.

Puso sobre la arena una de sus manos, y el militar montу en la palma con

cierta torpeza, que hizo sonreir al coloso. Para ser una mujer de

guerra, estaba demasiado gruesa y tenнa los pies inseguros. Fuй subiendo

la mano poco б poco para que el emisario no sufriese rudos balanceos, y

al tenerla junto б sus ojos lanzу una exclamaciуn de sorpresa.

--ЎProfesor Flimnap!

La traductora saludу quitбndose el casquete alado, mientras apoyaba su

mano izquierda en la empuсadura de su espada.

Iba vestida con un traje de escamas metбlicas muy ajustado б sus formas

exuberantes, y pareciу satisfecha del asombro del gentleman, viendo en

йl un homenaje б su nueva categorнa y al embellecimiento que le

proporcionaba el uniforme. Con una concisiуn verdaderamente guerrera,

diу cuenta б Gillespie de todo lo ocurrido.

El gobierno acababa de decretar la movilizaciуn contra los hombres

insurrectos, y ella, aunque por su carбcter universitario estaba libre

del servicio de las armas, habнa sido de las primeras en ofrecerse para

pelear por la buena causa. Consideraba esto un deber ineludible, por ser

nieta de una de las heroнnas de la Verdadera Revoluciуn. Pero Gurdilo,

su ilustre amigo, que mandaba ahora tanto como los altos seсores del

gobierno, se habнa negado б permitir que un profesor de sus mйritos

fuese simple soldado y lo habнa nombrado capitбn, aunque en realidad no

mandaba tropa alguna.

Su obligaciуn militar iba б consistir en permanecer jauto al gobierno

escribiendo la crуnica de la guerra y revisando las proclamas dirigidas

al paнs, por si era posible agregarles nuevos toques de retуrica.

--Venceremos, gentleman--dijo con entusiasmo--. Desde anoche estбn

saliendo tropas para los Estados donde se han sublevado los hombres. Ya

le he dicho que йstos disponen de una invenciуn, de una especie de nube

que los pone б cubierto de los rayos negros; pero aunque esto parezca de

gran importancia б ciertos varones ilusos, influirб poco en el resultado

final. Si ellos pueden valerse, gracias б su descubrimiento, de las

armas antiguas que inventaron los hombres, nosotros tambiйn podemos

hacer uso de ellas, y las guardamos en mayores cantidades. Esta maсana

hemos extraнdo de los archivos de la Universidad Central una estadнstica

de todos los depуsitos que existen en las otras universidades y se

hallan en poder del gobierno. Por cierto que esto me ha permitido

adquirir noticias sobre el Padre de los Maestros, que estб enfermo de

gravedad, lo que originу ayer muchos comentarios.

Y con serena indiferencia, como si hablase de algo ocurrido muchos aсos

antes, relatу б Gillespie la misteriosa apariciуn del poeta Golbasto

tendido en la arena de la playa y medio ahogado, asн como la dolencia

extraсa de Momaren y las murmuraciones de los que afirmaban que б la

misma hora lo habнan llevado inбnime б su palacio unos desconocidos.

Parpadeу el gigante oyendo estas noticias, pero sin pronunciar una

palabra de comentario. No hubiera podido tampoco decirla aunque tal

fuese su voluntad, porque el profesor siguiу su relato de la sublevaciуn

de los hombres.

--Los derrotaremos, gentleman. Hay que someter б esa canalla que

pretende resucitar las vergьenzas y los crнmenes de otros siglos. Lo que

ellos quieren es que volvamos б la guerra y al militarismo.

Y al decir esto se irguiу, acariciбndose con una mano las melenas

mientras apoyaba la otra en la empuсadura de su espada, cuya hoja se

extendнa horizontalmente mбs allб de sus exuberancias dorsales.

--Yo siento expresarme asн--continuу--porque usted es un hombre. Pero

hay hombres de distintas clases. Hubiese usted sentido orgullo anoche y

esta maсana al ver cуmo desfilaban miles y miles de varones que han

abrazado nuestra causa y desean morir en defensa del beneficioso rйgimen

organizado por las mujeres.

El flamante capitбn se interrumpiу para mirar abajo, extraсбndose de la

soledad de la playa. Todos los servidores habнan desaparecido.

--Esto no puede seguir asн--dijo con autoridad--. Afortunadamente, yo

vuelvo б ser alguien en los presentes momentos, y remediarй tal

desorden. No le prometo volverle hoy mismo б la Galerнa de la Industria,

donde usted se encontraba tan bien. Serнa demasiado rбpido el cambio y

los seсores del Consejo Ejecutivo podrнan ofenderse. Pero yo hablarй a

mi ilustre jefe Gurdilo, y es casi seguro que dentro de unos dнas

ocuparб usted su antigua vivienda. Mientras tanto, cuidarй directamente

de su alimentaciуn. Ahora manda su amigo Flimnap, y no morirб usted de

hambre.

Sonriу el profesor al acordarse de sus preocupaciones pecuniarias

algunos dнas antes, cuando intentaba ayudar б la alimentaciуn del

gentleman con sus modestos recursos.

Como era un guerrero influyente, podнa regalar hasta la saciedad б su

adorado gigante distrayendo una parte mнnima de los grandes depуsitos de

materias nutritivas requisadas por el gobierno para las necesidades del

ejйrcito.

--Va usted б comer mejor que en los ъltimos dнas--dijo con el tono

maternal que emplea toda mujer cuando se ocupa de la alimentaciуn del

hombre que adora--. їLe siguen gustando б usted los bueyes asados?...

їCuбntos quiere para hoy, dos у media docena?

Iba б contestar el coloso, cuando un ruido extraordinario vino del lado

de la ciudad. Para el oнdo de Gillespie no era gran cosa: hubiese

equivalido en el mundo de los seres de su estatura al ruido que produce

el choque de dos guijarros, у al de varias bolas de espuma de jabуn

cuando estallan. Pero el capitбn Flimnap, que tenнa mбs limitadas y por

lo mismo mбs sensibles sus facultades auditivas, se estremeciу de los

pies б la cabeza, vacilando sobre la mano del gigante.

Escuchaba por primera vez estos ruidos pavorosos, y aunque habнa leнdo

en las crуnicas antiguas muchas descripciones del estruendo de las armas

inventadas por los hombres, nunca pudo suponerlo tal como era en la

realidad.

--ЎGrandes dioses!--gritу--. ЎSon tiros! ЎDisparos de armas de fuego!...

ЎY suenan cerca de la Universidad!... Adivino lo que ocurre. Tambiйn se

han sublevado los hombres en la capital, intentando apoderarse de

nuestro Museo Histуrico. Pero el gobierno ha previsto el caso, y los

sublevados, en vez de llevarse las llamadas armas de fuego, son

recibidos en este momento por nuestras tropas, que emplean contra ellos

las mismas armas.... ЎOtra vez disparos! ЎGentleman, dйjeme en el suelo

inmediatamente! Necesito ir allб.... Allб no; al palacio del gobierno,

donde me buscan tal vez б estas horas para pedirme datos.

Y era tal su nerviosidad, que el gigante temiу que se arrojase desde lo

alto de su mano. Dejу al profesor-guerrero en la arena, y viу cуmo

corrнa hacia su automуvil-tigre y cуmo escapaba йste б toda velocidad

hacia el puerto.

--ЎCon tal que no olvide su promesa!--pensу el Hombre-Montaсa, que

empezaba б sentir el tormento del hambre.

El enamorado capitбn era incapaz de abandonar un instante el recuerdo de

su protegido, y б la caнda de la tarde, cuando ya desesperaba йste de

satisfacer su apetito, empezando б calcular la posibilidad de una

invasiуn de la capital en busca de comida, viу cуmo avanzaban por la

playa unas cuantas mбquinas rodantes, negras y sin adornos, de las que

servнan para el avituallamiento del ejйrcito. Sostenido por dos de ellas

reconociу un plato enorme, de los empleados en su servicio allб en la

Galerнa de la Industria. Sobre este plato se elevaban, formando

pirбmide, cuatro bueyes asados. En los otros vehнculos llegaban montaсas

de panes--cada uno de ellos del tamaсo de un grano de maнz ante los ojos

del gigante--, pirбmides de frutas enormes para los pigmeos, pero que

venнan б ser del volumen de un caсamуn, y montones de quesos. Una

secciуn de atletas agregados al ejйrcito traнa en varios vagones una

docena de toneles de agua.

Cuando toda esta gente se marchу, anunciando que volverнa al dнa

siguiente con nuevos vнveres, el gigante, sentado en la arena, pudo

saciar su hambre con holgura. Hacнa mucho tiempo que no habнa saboreado

una comida igual. Hasta encontrу agradable la existencia б la

intemperie, siempre que Flimnap cuidase de su alimentaciуn. Luego pensу

que su enamorado capitбn acabarнa por volverle б la Galerнa de la

Industria, apreciada ahora por йl como un palacio maravilloso.

Pasу la noche en un sueсo profundo, б pesar de que llegaban hasta la

playa los rumores de la ciudad en continuo movimiento.

--Maсana--pensу--б primera hora, cuando me traigan el almuerzo, se

presentarб Flimnap con nuevas noticias.

Pero transcurrieron muchas horas de la maсana sin que llegase el

almuerzo ni el amable capitбn. Pasado mediodнa, cuando el coloso, mal

acostumbrado por las abundancias de la noche anterior, empezaba б sentir

el tormento del hambre, viу avanzar б travйs de la playa solitaria б un

pigmeo que, sin duda, venнa en su busca.

No llevaba uniforme militar ni le seguнa vehнculo alguno. Su vestidura

estaba compuesta de tъnica y velo, como la de todos los hombres que no

eran esclavos.

Gillespie pensу inmediatamente que tal vez era Ra-Ra у Popito, aunque

sin decidirse por ninguno de los dos, pues se sentнa desorientado por la

inversiуn de sus trajes. Cuando el reciйn llegado, hombre у mujer,

estaba todavнa б unos cuantos pasos, Edwin puso una mano en el suelo

para que montase en ella, y asн lo hizo el pigmeo. Llevaba la cara

envuelta en velos, pero al quedar cerca de los ojos del coloso descubriу

su rostro.

Experimentу Gillespie una sorpresa que no por haberse repetido muchas

veces resultaba menos intensa. «ЎMiss Margaret Haynes!...» Luego tuvo

que pensar, como siempre, que miss Margaret, aunque pequeсa, grбcil y

delicada, no era tan diminuta, y que esta beldad pigmea sуlo podнa ser

Popito.

Viу una Popito llorosa y humilde, que en nada hacнa recordar al doctor

juvenil y seguro de sн mismo conocido dнas antes.

--ЎGentleman--gimiу--, van б matar б Ra-Ra!

Y fuй contando rбpidamente todo lo que habнa ocurrido el dнa anterior en

la Ciudad-Paraнso de las Mujeres.

Los hombres de la capital se habнan mostrado menos audaces que los de

otros Estados. Tal vez influнa en ello la proximidad del gobierno y de

los grandes medios defensivos acumulados por йste. Ademбs, dicha

vecindad resultaba corruptora. La mayorнa de los varones, en vez de

seguir б los que peleaban por la emancipaciуn de su sexo, habнan

preferido ayudar al gobierno de las mujeres.

--Esto no es extraordinario, gentleman. Tambiйn creo que en el mundo de

los Hombres-Montaсas las gentes dan su sangre y mueren por intereses

completamente opuestos б sus propios intereses. Los pobres, vestidos con

un uniforme, pelean por conservar б los ricos su riqueza; los soldados,

cuando terminan las guerras, viven en la miseria, mientras los que se

quedaron tranquilos en sus casas se reparten las cosas conquistadas; las

mujeres ignorantes apoyan б los hombres que se oponen б las

reivindicaciones del sexo femenino. Asн son los absurdos de la vida.

El gigante asintiу con un movimiento de cabeza, mientras Popito

continuaba su relato.

La insurrecciуn habнa tenido que retrasarse un dнa, hasta que, al fin,

en la maсana anterior, Ra-Ra, con unos cuantos miles de esclavos y

llevando como oficiales б muchos jуvenes de los clubs «varonistas», se

lanzу al asalto de la Universidad para apoderarse de las armas

depositadas en el Museo Histуrico. Se creнan seguros de obtener la

victoria gracias б las mбquinas productoras de una coraza vaporosa que

neutralizaba el efecto de los rayos negros. Una ligera interrupciуn

ocurrida б ъltima hora en el mecanismo de estas mбquinas habнa

ocasionado el retraso del movimiento insurreccional.

Pero el gobierno estaba advertido de йl, y un batallуn de muchachas de

la Guardia defendнa la Universidad. Muchas de йstas se lanzaron

espontбneamente б manejar las armas antiguas, inventadas por los

hombres, siguiendo los consejos de un profesor que creнa haber adivinado

su uso leyendo libros rancios.

La mayor parte de los fusiles no funcionaron. En otros se rompieron los

caсones, matando б las amazonas que los manejaban. Pero los muy contados

que por casualidad pudieron enviar sus proyectiles contra los asaltantes

pusieron б йstos en dispersiуn. Ademбs, los hombres, que no habнan

escuchado nunca el estrйpito de las armas de fuego, sufrieron el

sobresalto propio de la falta de costumbre.

El resto de la Guardia atacу б flechazos б los insurrectos tenaces que

no querнan huir, y Ra-Ra, con muchos de sus oficiales, cayу prisionero.

--Hoy lo juzgan, gentleman, y es seguro que lo condenarбn б muerte. Sуlo

usted puede salvarlo. No desoiga mi ruego.

Gillespie quedу mirando б Popito con una fijeza dolorosa. La pobre

muchacha gemнa, sin apartar de йl sus ojos lacrimosos, como si fuese una

divinidad en la que ponнa todas sus esperanzas. Empezу б sentir la

cуlera de un celoso al ver que miss Margaret Haynes se preocupaba tanto

de Ra-Ra y lloraba por su suerte.

--Yo serй su esclava--decнa la joven--; pero sбlvelo. Que йl viva,

aunque yo pierda mi libertad para siempre.

Luego pensу que Ra-Ra era una reducciуn de su persona, y esto le hizo

encontrar mбs lуgica la conducta de miss Margaret, у sea de Popito. Pero

їquй podнa hacer йl, pobre gigante, para salvarse б sн mismo?... Quedу

pensativo, mientras la joven, imaginбndose que aъn intentaba resistirse

б sus ruegos, los repetнa con una expresiуn trбgicamente desesperada.

--Le suplico, miss Margaret--dijo Edwin--, que calle un momento y me

deje pensar.

Al oirse llamar asн, creyу Popito que verdaderamente sus lamentos

distraнan al gigante, y permaneciу silenciosa.

Por un fenуmeno mental debido б la influencia irresistible de su

egoнsmo, Gillespie empezу б pensar, contra su voluntad, en el antiguo

traductor convertido en guerrero. No le habнa enviado el almuerzo y

seguramente tampoco le enviarнa la comida. Los pigmeos, ocupados en su

guerra de sexos, no se acordaban de йl, y le dejarнan morir de hambre.

El Hombre-Montaсa, despuйs de llamar tanto la atenciуn, habнa pasado de

moda, como esos artistas viejos que hicieron correr las muchedumbres

hacia su persona y acaban muriendo en un hospital. Ademбs, el capitбn

Flimnap, arrogante y fanfarrуn, parecнa una persona diferente de aquel

profesor Flimnap bondadoso y simple que habнa conocido. Entusiasmado por

sus ridнculas tareas militares, permanecerнa ausente, sin comprobar la

exacta ejecuciуn de sus уrdenes. Nadie se cuidaba de su alimentaciуn, y

йl necesitaba comer.

--ЎSalve usted б Ra-Ra!--volviу б repetir Popito, considerando, sin

duda, demasiado largas las reflexiones del gigante.

Este grito le hizo pensar de nuevo en el pigmeo revolucionario que era

йl mismo. їPodнa dejarlo abandonado б la venganza de las mujeres?... їNo

equivalнa esto б un suicidio?...

Ademбs, miss Margaret estaba allн, arrodillada en la palma de su mano,

tendiendo los brazos en actitud implorante, y no es correcto que un

gentleman se deje rogar por una seсorita que pide protecciуn, y mбs si

esta seсorita es su novia.

Mirу hacia el puerto, que dominaba en gran parte con su vista. Luego

volviу los ojos hacia la cumbre de la colina ocupada por la Galerнa de

la Industria.

--Miss Margaret--digo con inflexiones cariсosas de voz--, harй lo que

usted me mande.

Pero reconociendo su error, se rectificу, aсadiendo:

--Doctor Popito, salvaremos б Ra-Ra y nos iremos de este paнs, que va

resultando poco agradable.

Luego hizo preguntas б la joven para conocer las ъltimas noticias de la

revoluciуn, y, sobre todo, si eran muchas las fuerzas militares que

habнan quedado en la capital. Popito, satisfecha de las promesas del

gigante, hablу con mбs tranquilidad.

Las nuevas reciйn llegadas eran malas para el gobierno. Los hombres

habнan suprimido la dominaciуn de las mujeres en catorce Estados; la

agitaciуn iba en aumento en toda la Repъblica.

--Sin embargo, gentleman, yo no tengo el entusiasmo ciego de Ra-Ra, y

veo mбs claramente que unos y otros. La revoluciуn de los hombres ha

fracasado. Su primera condiciуn de йxito era la sorpresa, y йsta ha

dejado de ser posible. Los hombres ya no pueden vencer en unos cuantos

minutos, como vencieron las mujeres gracias б los rayos negros. Esto no

es una revoluciуn, es una guerra, y una guerra larguнsima, igual б todas

las del pasado. Se sabe que empieza ahora, pero nadie puede decir cuбndo

terminarб. El invento de la coraza vaporosa hecho por los hombres les ha

servido para poder utilizar las armas antiguas; pero estas armas son

viejнsimas, y aunque las ha conservado mucho la limpieza de los museos,

estallan y revientan frecuentemente, por no poder resistir su ancianidad

las funciones ordinarias de la juventud.

»Ademбs, las municiones son tan antiguas como las armas, y los

explosivos que duermen hace tantos aсos en el ataъd metбlico de las

cбpsulas se inflaman de una manera caprichosa у insisten en seguir

silenciosos para siempre. De cada cien tiros sale uno. Las mujeres, por

su parte, al ver la impotencia de los rayos negros, apelan б las armas

de los hombres, aunque las manejan peor que йstos. El gobierno quiere

fabricar nuevas municiones, y todas las universitarias dedicadas б la

ciencia estudian desde hace dos dнas incesantemente para resucitar los

secretos malignos y destructores de los varones, que voluntariamente

fueron olvidados.

»Pero aunque los descubran, їcуmo aprenderбn las mujeres el manejo de

tanta cosa peligrosa y mortнfera? Las prуximas batallas, у tal vez las

que se estбn dando en este momento, serбn con armas blancas. Unos y

otros apelarбn б la espada, б la lanza, б la saeta, como antes que

Eulame trajese los inventos de los Hombres-Montaсas, y en esta lucha de

mъsculos y de agresividad feroz, el hombre va б acabar por vencer б la

mujer. ЎPero esto tardarб tanto!... Antes de que la guerra termine serбn

muchas las vнctimas, muchнsimas; entre las primeras figurarб Ra-Ra, si

usted no lo remedia ... y yo morirй.

Esto ъltimo no podнa tolerarlo Edwin Gillespie.

--їMorir usted, miss Margaret ... digo Popito?

Ъnicamente podrнa ocurrir una cosa tan absurda despuйs que йl hubiese

muerto.

--ЎSбlvelo usted!--insistiу la joven--. Llйvenos lejos de aquн. Este es

un paнs donde no queda sitio para nosotros.

De la misma opiniуn era el gigante. Volviу б mirar en torno de йl, y viу

la playa desierta. Ni un solo carro de avituallamiento, ni un emisario

que le trajese explicaciones acerca de su futura alimentaciуn.

Decididamente, le habнan olvidado.

Gillespie, ruborizбndose un poco, empezу б hablar con cierta dificultad,

como si abordase un tema algo inconveniente:

--Miss, los compatriotas de usted me han dejado en un traje poco

presentable. Verdaderamente, mi facha no es para acompaсar б una

seсorita. Usted va б venir conmigo, y yo no sй dуnde meterla, pues las

ropas ligeras que me cubren en este momento carecen de bolsillos.

Quedу en actitud reflexiva, acariciбndose la mandнbula inferior con la

mano que tenнa libre, mientras sostenнa б la joven en la palma de la

mano opuesta.

--їSe siente usted capaz de viajar montada en mi cabeza?

Popito, б pesar de sus tristes preocupaciones, contestу con una pбlida

sonrisa.

Ella estaba dispuesta б seguir al gigante, arrostrando los mayores

peligros, para salvar б Ra-Ra. Debнa tratarla como б un camarada, sin

miramiento alguno.

--Instбlese usted ahн como pueda.

Y al decir esto, el gigante levantу su mano derecha, colocбndola al

nivel de la cъspide de su crбneo. Popito saltу entre los negros

matorrales de la cabellera, buscando un lugar б propуsito para sentarse.

--Agбrrese con fuerza б un mechуn--dijo Gillespie--. No tema hacerme

daсo. Todo lo que venga de usted es para mн una caricia.

Despuйs de estas palabras galantes, aсadiу:

--Viajarб usted un poco sacudida, pero la primera parte de nuestra

expediciуn conviene que sea rбpida. Vamos ahora, miss Margaret, б mi

antigua vivienda. Necesito mi traje y otra cosa que guardo allб, sin la

cual reconozco que valgo muy poco. Creo recordar el camino, pero, si me

extravнo, adviйrtamelo inmediatamente. Nos conviene llegar antes de que

nuestros enemigos hayan adivinado mi intenciуn.

Y empezу б marchar б grandes zancadas, procurando mantener rнgido su

cuello; pero esto no librу б la joven de un vaivйn igual al de un navнo

en un mar tormentoso. Agarrada б dos mechones de cabellos y contrayendo

sus brazos, se defendiу de este rudo movimiento, б la vez que seguнa con

mirada atenta la marcha de su gigantesco portador.

--Muy bien, gentleman. Eso es. ЎA la derecha!... Ahora siempre de

frente.

Habнan llegado al puerto, y Gillespie, marchando por una avenida

exterior de la ciudad, avanzу hacia la colina en cuya cъspide se elevaba

su antigua vivienda. Las gentes del puerto, que estaban ayudando al

embarque de material de guerra para las islas amenazadas de sublevaciуn,

se esparcieron por las calles gritando la terrible noticia.

--ЎEl Hombre-Montaсa se ha escapado!... ЎEl gigante se marcha de la

capital!...

Y todos, al oir esto, pensaban lo mismo. El coloso era hombre, y por

solidaridad de sexo iba indudablemente б unirse con los revolucionarios.

Los pesimistas levantaban las manos hacia el cielo, exclamando:

--ЎSуlo nos faltaba esta nueva calamidad!...

Cuando llegу la noticia al palacio del gobierno, ya pisaba Gillespie la

cъspide de la colina. Al entrar en su antigua vivienda notу

inmediatamente los efectos del abandono. Todo lo perteneciente б йl

estaba en la misma situaciуn que lo dejу al salir de allн. Ъnicamente,

en los extremos del edificio, las cocinas y la despensa mostraban un

desorden semejante al de una ciudad entregada al saqueo. La servidumbre,

antes de marcharse, lo habнa robado todo.

Sonriу el gigante al ver en el suelo sus pantalones y su chaqueta. Pero

su satisfacciуn aъn fuй mбs grande al encontrar apoyado en la mesa el

enorme tronco arrancado por йl de la selva de los emperadores.

Se llevу una mano б la cabeza, buscando entre los mechones de su

cabellera б Pepito, y йsta le gritу varias veces: «ЎEstoy aquн!», para

que su voz sirviese de guнa б los dedos. El Gentleman-Montaсa la dejу

cuidadosamente sobre la mesa cubierta de polvo, diciendo con voz

suplicante:

--Vuйlvase de espaldas, miss. Siento mucho tener que vestirme en su

presencia, pero nuestra situaciуn no es para entretenernos en escrъpulos

de buena crianza. Termino en un momento.

Y el gigante, levantando sus ropas del suelo, se vistiу apresuradamente.

Luego, al empuсar con su diestra la enorme cachiporra, le pareciу que se

habнan doblado su estatura y su vigor, sintiйndose capaz de suprimir de

un golpe б cuantos pigmeos intentasen cerrarle el paso.

--Ahora va usted б viajar con mбs comodidad--dijo, tomando б Popito

entre dos dedos y elevбndola sobre la mesa.

La introdujo en el bolsillo superior de su chaqueta, donde otras veces

habнa guardado б Ra-Ra. Ya no necesitaba mantener su cuello rнgido ni

marchar con cierta precauciуn, temiendo que Popito cayese desde la

inmensa altura de la selva capilar que cubrнa su crбneo. Ahora podrнa

moverse y correr cuanto quisiera, sin otro inconveniente que el de

sacudir un poco б la joven dentro de su encierro.

Se lanzу fuera del edificio, en direcciуn б la ciudad, pero al dar los

primeros pasos por la pendiente de la colina viу que se cruzaba en su

camino una mбquina rodante con cabeza de tigre, ocupada por militares.

El Hombre-Montaсa levantу su garrote con intenciуn de aplastar al

vehнculo y los que iban en йl. Bastaba para esto un simple golpe dado

con la parte gruesa del tronco. Pero reconociу al capitбn Flimnap, que

le gritaba, abriendo los brazos:

--ЎDetйngase, gentleman! їAdonde va?... Le pido perdуn por el olvido de

que ha sido objeto. Los culpables son esas gentes de la administraciуn

del ejйrcito, que, como no estбn acostumbradas al nuevo servicio,

equivocaron mis уrdenes. Pero vбmonos б la playa; deben haber llegado ya

doce furgones llenos de vнveres. Tiene usted preparada una comida

magnнfica.

El gigante se encogiу de hombros, como si no reconociese б su antiguo

traductor.

Luego pasу sus pies por encima de la mбquina rodante, con cierta

lentitud para no aplastarla, y continuу marchando hacia la capital, sin

hacer caso de los gritos que lanzaba Flimnap al verse abandonado.

XV

Que trata de muchos sucesos interesantes, como podrб apreciarlo el

curioso lector

Inclinу la cabeza para hablar б Popito, que se habнa asomado б la

abertura del bolsillo.

--Sepa usted, miss--dijo--, que vamos en busca de Ra-Ra. Dнgame dуnde lo

tienen preso; guнe mis pasos.

Le fuй indicando la joven las avenidas que debнa seguir por las afueras

de la ciudad. Marchaban entre grandes edificios levantados cuando la

capital se ensanchу б consecuencia de la Verdadera Revoluciуn.

La cбrcel donde guardaban б Ra-Ra era un antiguo cuartel que las tropas

femeninas habнan abandonado por insalubre.

--Aquн--dijo Popito.

Y le seсalу con sus gritos y sus manoteos un edificio de paredes

sombrнas, con las ventanas cerradas.

Ante el paso del gigante huнan las gentes dando gritos. Sus pies sуlo

encontraban un desierto repentino, mientras б sus espaldas se iba

levantando un bullicio enorme, pues el pъblico se arremolinaba para

seguirle entre vaivenes de audacia y de pavor.

Aquella cбrcel estaba guardada por una tropa numerosa, compuesta de

mujeres flecheras y hombres barbudos de la policнa montada. Al ver

aproximarse al gigante por el extremo de la avenida, у sea б una

distancia que habнese exigido de cualquier pigmeo mil pasos para

correrla, todas estas tropas acudieron б las armas. Nadie pensу en huir.

Las explosiones de entusiasmo y los cantos patriуticos de los dнas

anteriores habнan infundido б todos una audacia heroica.

Con sуlo media docena de zancadas llegу el coloso б la puerta de la

prisiуn, hundiendo sus pies en la muchedumbre armada. Las amazonas

enviaron б lo alto una nube de flechas contra su pecho y su cabeza,

mientras los jinetes de las cimitarras intentaban herirle en las

pantorrillas. Pero йl, con un golpe de su garrote, abriу anchнsimo surco

en la masa de enemigos, enviando por el aire docenas de йstos, y б

continuaciуn le bastaron varias patadas para desbaratar el resto de la

tropa. Todos los que aъn se mantenнan de pie huyeron, dejando el suelo

cubierto de camaradas inertes у gimeantes.

Gillespie acometiу inmediatamente б puntapiйs, la gran puerta del

edificio, y finalmente hizo de su cachiporra una catapulta, derribando б

los primeros embates las dos hojas chapadas de acero.

--ЎRa-Ra, hijo mнo--gritу б toda voz--, la salida estб libre; huye y no

perdamos tiempo!

Saltando sobre las hojas rotas de la puerta aparecieron bajo su arco

varios hombres que parecнan asombrados de su buena suerte y miraban en

torno, no sabiendo por dуnde escapar. Debнan ser los compaсeros de

Ra-Ra. Йste apareciу al fin, y al ver al gigante con su arma aplastadora

y todo el suelo en torno de йl cubierto de enemigos, gritу con

entusiasmo:

--ЎVictoria!... Marchemos inmediatamente contra el palacio y acabaremos

en un instante con el gobierno de las mujeres. ЎViva la emancipaciуn

masculina!...

Pero Edwin se habнa inclinado sobre йl, tomбndole con sus dedos, y lo

elevу hasta el mismo bolsillo donde estaba oculta Popito. Al hacer este

movimiento cayeron de su pecho muchas flechas que habнan quedado medio

clavadas en el paсo de la chaqueta.

--Lo que vas б hacer, querido Ra-Ra--dijo--, es quedarte quietecito

dentro de este bolsillo, donde encontrarбs una agradable sorpresa.

їCrees que voy б perder el tiempo mezclбndome en esta ridнcula guerra

entre hombres y mujeres?... ЎA callar! Es inъtil que protestes, porque

no te oirй. Ahora ya no necesito guнas; puedo moverme solo.

Y como su estatura le permitнa ver por encima de los tejados, se dirigiу

hacia el puerto por el camino mбs corto.

Ra-Ra, luego de quedar sumido en el fondo del bolsillo, se asomу б su

abertura, braceando entre gritos de desesperaciуn. Pero el gigante no

quiso escuchar lo que juzgaba protestas polнticas del revolucionario y

le diу un golpe en la cabeza con uno de sus dedos, enviбndolo otra vez

al fondo del bolsillo.

Llegу Gillespie al puerto, teniendo siempre ante sus pies un ancho

espacio de terreno libre de gentнo. Todos huнan б ambos lados de йl,

pero era para juntarse luego que habнa pasado, profiriendo gritos de

alarma y amenazas.

A la cabeza de esta muchedumbre rodaba el automуvil-tigre de Flimnap. El

profesor, puesto de pie sobre el vehнculo, iba arengando al gentнo.

--ЎNo le hagan daсo!--decнa--. Se ha vuelto loco; no puede ser otra

cosa; pero tratбndolo con dulzura acabarб por someterse.

Unos le escuchaban sin hacerle caso; otros, que habнan visto de lejos el

exterminio realizado por el gigante ante la cбrcel, gritaban venganza.

Esta masa enorme y alborotada, sin organizaciуn alguna, en la que se

confundнan militares y civiles, mujeres y hombres, avanzaba cada vez mбs

rбpidamente, hasta que se detuvo de pronto con un movimiento de

retroceso que se extendiу hasta el centro de la ciudad, esparciendo la

alarma en las calles transversales. El gigante se habнa detenido al

llegar al puerto, y la muchedumbre que le seguнa se detuvo igualmente.

Al ver llegar al Hombre-Montaсa huyeron todos los que trabajaban en los

muelles trasladando б varios buques mercantes los vнveres amontonados

para el avituallamiento del ejйrcito y de la flota. El gigante avanzу

por uno de estos muelles, anchнsimo para los pigmeos, pero en el cual

tenнa que colocar sus pies con precauciуn, como si marchase por lo alto

de una pared.

La muchedumbre lanzу un grito de sorpresa y de rabia al darse cuenta de

la direcciуn que seguнa. Junto б este muelle se hallaba anclado el bote

que le habнa traнdo de su remoto paнs.

--ЎEl Hombre-Montaсa va б escaparse!--gritaron miles de voces.

Otros se alegraron de esto, aceptбndolo como una soluciуn beneficiosa

para el paнs, ahora que necesitaba concentrar todas sus actividades en

la guerra contra los hombres.

Todos vieron cуmo se inclinaba sobre los peсascos que defendнan el lado

exterior del muelle formando una lнnea de rompeolas. Con una roca en

cada mano, levantу la cabeza, mirando en torno de йl inquietamente.

Desde el principio de su fuga le preocupaban mбs los ruidos del aire que

las agresiones de los enemigos que marchaban sobre la tierra. Una

flotilla de mбquinas voladoras representaba para йl un peligro temible.

Sonу un zumbido de aviуn cerca de sus orejas y se puso en guardia; pero

al ver que sуlo era una mбquina la que flotaba en el aire, sonriу

satisfecho.

En aquel mismo momento los seсores del Consejo Ejecutivo y sus ministros

deploraban haber enviado contra los hombres sublevados todas las fuerzas

aйreas existentes en la capital, y les ordenaban por medio de ondas

atmosfйricas que volviesen con toda rapidez para exterminar al gigante.

Sуlo habнa quedado un aparato volador, algo antiguo, para los servicios

extraordinarios, y su tripulaciуn estaba compuesta de seсoras maduras,

movilizadas por la guerra, que habнan permanecido largos aсos sin

ejercer sus habilidades de guerreras del aire.

La mбquina, que tenнa la forma de una paloma, no osу aproximarse mucho

al Hombre-Montaсa. Los aviadores que le aprisionaron durante su sueсo al

desembarcar en el paнs tampoco se habrнan atrevido б pasar ahora cerca

de su cabeza, como lo hicieron entonces. Habнa que temer un golpe de

aquel бrbol que le servнa de bastуn.

Gillespie oyу un silbido, viendo al mismo tiempo ondular en el espacio

un serpenteo luminoso semejante б un relбmpago blanco. Acababan de

arrojar sobre йl uno de aquellos cables de platino de los cuales no

podнa defenderse. Pero echу atrбs la cabeza, y el brillante hilo pasу

sin tocarle, retorciйndose y doblando su extremo hacia arriba, como una

serpiente furiosa.

Las matronas de la mбquina volante, que veнan debajo de ellas б todo el

vecindario de la capital admirбndolas, como si de su esfuerzo dependiese

la suerte de la Repъblica, quisieron no marrar su segundo ataque, y para

ello hicieron descender la mбquina mбs cerca del gigante, aunque

manteniйndola б tal altura que no pudiera alcanzarla con su garrote.

El Hombre-Montaсa levantу una mano y, antes de que los aviadores

lograsen enviar de nuevo su lazo metбlico, asestу б la mбquina una

pedrada certera. El ave mecбnica se desplomу herida, flotando algunos

momentos sobre la copa azul del puerto, mientras las matronas

reservistas se salvaban б nado. Al fin se acostу sobre una de sus

aletas, desapareciendo entre los cнrculos concйntricos que habнa abierto

en el agua.

Como Gillespie no veнa otros enemigos aйreos, saltу dentro de su bote,

lo que produjo en el puerto una enorme ondulaciуn que hizo danzar sobre

sus amarras б todos los buques de los pigmeos.

Rбpidamente, el coloso habнa amontonado con ambas manos varias rocas de

la escollera, arrojбndolas en el fondo de su barca. Viу con placer que

la marinerнa de la escuadra del Sol Naciente habнa dejado en su

embarcaciуn dos remos antiguos, asн como una cesta, una paleta para

achicar el agua y otros objetos de menos valor. Todo lo demбs, vнveres y

ropas, se lo habнan llevado el primer dнa de su llegada para exhibirlo

ante el gobierno y guardarlo, finalmente, en los arsenales de la ciudad.

Lo primero que procurу fuй librar el bote de las amarras puestas por los

pigmeos. Lamentaba no tener un simple cortaplumas para terminar mбs

pronto, partiendo los cables que lo tenнan sujeto. Dos de йstos le unнan

al muelle, atados б dos troncos de pino que hacнan oficio de pilotes.

Gillespie, para no perder tiempo desenredando los nudos hechos por la

marinerнa enana, tirу simplemente de estos cables, enormes para los

habitantes del paнs, pero menos gruesos que su dedo meсique, arrancando

los dos maderos de la tierra en que estaban clavados. Luego se dirigiу

hacia la proa para levantar las anclas hundidas en el fondo del puerto.

Estas anclas eran recuerdos venerables de la йpoca posterior б Eulame,

cuando las naciones, en implacable rivalidad marнtima, se dedicaron б

construir buques inmensos, fortalezas flotantes de numerosos caсones,

guarnecidas por miles de combatientes. Para Gillespie resultaban de un

tamaсo considerable, mбs allб de las proporciones guardadas por las

demбs cosas de los pigmeos, pues eran tan largas casi como sus piernas.

Por esto tuvo que esforzarse mucho para arrancarlas del barro del fondo,

subiйndolas hasta el bote.

De pronto suspendiу su trabajo al oir que le hablaban en inglйs desde el

muelle. Era Flimnap. Todos sus compatriotas permanecнan alejados despuйs

de haber visto que el gigante del бrbol amenazador sabнa igualmente

aplastar б sus enemigos б gran distancia, valiйndose de rocas capaces de

destruir una casa у un buque. Gritaban contra йl, pero se mantenнan

aglomerados en las bocacalles, prontos б huir, sin atreverse б avanzar

al descubierto sobre los muelles. Sуlo Flimnap, siguiendo los consejos

de su amor y seguro de la bondad del gigante, se atreviу б ir hacia йl.

--ЎGentleman--dijo con voz llorosa--, llйveme con usted, ya que su

intenciуn es huir para siempre de esta tierra! ЎPiense en mн, se lo

suplico!... їCуmo podrй vivir cuando el Gentleman-Montaсa se haya

marchado para siempre?...

Pero el Gentleman-Montaсa mirу sonriendo al grueso capitбn y levantу los

hombros. Luego le volviу la espalda, empezando б forcejear para subir la

segunda ancla.

--ЎLlйveme!--continuу--. їQuй voy б hacer en mi patria?... Al ver que

usted quiere marcharse, todas mis creencias se han derrumbado. Nada me

importa que perezca el gobierno de las mujeres, que triunfen los hombres

у que la guerra sea interminable. Lo ъnico que me interesa es mi amor.

»Ademбs, gentleman, este paнs me parece inmensamente triste y empiezo б

aborrecer б los que lo habitan. Creнamos terminada para siempre la

guerra; era un monstruo de los tiempos remotos que nunca podнa

resucitar; y ahora la guerra surge cuando menos lo esperбbamos y nadie

sabe cuбndo acabarб. їViviremos esclavos eternamente de nuestra barbarie

original, sin que haya educaciуn capaz de modificarnos?... їSerб una

mentira el progreso?... їEstaremos condenados б dar eternas vueltas, lo

mismo que una rueda, sin salir jamбs del mismo cнrculo?...

Pero el coloso no oнa sus ruegos ni prestaba atenciуn б las preguntas

que iba formulando Flimnap, de acuerdo con sus hбbitos de conferencista.

Lo que б Gillespie le preocupaba era salir del puerto cuanto antes. Ya

tenнa fuera del agua la segunda ancla, y empuсу los remos, empezando б

bogar de pie y mirando б la proa.

--ЎGentleman, llйveme!--gritу el amoroso catedrбtico con un temblor

histйrico en la voz y extendiendo sus brazos--. Yo no quiero vivir aquн.

Tуmeme en su navнo gigantesco у me arrojo al agua.

No supo nunca Gillespie si el enamorado capitбn fuй capaz de cumplir su

amenaza, pues se negу б volver el rostro. Pronto dejу de oir la voz de

su antiguo traductor. Remaba tan vigorosamente, que con unas cuantas

paladas se colocу en el centro del puerto. De los buques mercantes

escapaban en masa las tripulaciones, por creer que el Hombre-Montaсa

querнa tomarlos al abordaje. Pero Gillespie puso su proa hacia el otro

lado del puerto, donde estaban los almacenes de vнveres para las tropas.

Al saltar sobre el muelle, йste quedу desierto. Por encima de las

techumbres de los almacenes viу un patio donde estaban puestas б secar

enormes cantidades de carne convertida en cecina. A puсados arrebatу

esta reserva alimenticia, arrojбndola en el cesto que habнa sacado del

bote. Tambiйn limpiу otro patio de los vнveres que guardaba formando

montones, y los depositу en el mismo cesto sin ningъn orden.

Cuando estuvo otra vez en su embarcaciуn notу que los muelles se iban

cubriendo de pigmeos. Eran soldados vestidos con vistosos uniformes y

que avanzaban denodadamente. Los que tenнan arcos disparaban, pero sus

flechas caнan mucho antes de llegar adonde estaba el gigante, lo que

hizo sonreir б йste despectivamente, no queriendo responder б la

agresiуn.

Hubo en la muchedumbre un movimiento de retroceso, y luego se abriу

dejando paso б algo que provocaba aclamaciones de entusiasmo. Gillespie,

interesado por este movimiento, permaneciу de pie en su bote, mirando

hacia dicho sitio.

Era que el Consejo Ejecutivo, para remedio de la inferioridad agresiva

de sus tropas, acababa de enviar varios caсones de los mбs grandes que

se conservaban en el Museo Histуrico. Esta artillerнa gruesa databa de

los tiempos de Eulame, y la componнan ocho piezas de asedio del tamaсo y

el calibre de un revуlver de marca mayor, de los usados en el mundo de

los Hombres-Montaсas.

Los guerreros femeninos empujaban con entusiasmo estas armas colosales,

colgбndose de los rayos de sus ruedas para hacerlas avanzar. Momaren,

con la cabeza cubierta de vendajes y el aspecto dolorido, marchaba al

frente de varios profesores que se imaginaban conocer por sus lecturas

el manejo de tales monstruos de acero. Llorу de emociуn la muchedumbre

al ver que el Padre de los Maestros, б pesar de hallarse gravemente

enfermo, habнa abandonado su cama para servir б la patria.

Tres caсones fueron apuntados contra el gigante. Uno permaneciу mudo,

por mбs que los artilleros improvisados se agitaron en torno de йl;

otro, al disparar, se acostу de lado por haberse roto una de sus ruedas,

aplastando б los que pillу debajo. El tercero funcionу normalmente, y su

proyectil, en vez de tocar al coloso, echу б pique dos de los barcos que

estaban б la carga.

El estruendo de las explosiones, completamente nuevo para la mayor parte

de este gentнo, le hizo huir con mбs rapidez que el miedo al coloso.

Gillespie no quiso dejar que sus enemigos continuaran ejercitбndose en

el manejo de la artillerнa, y tomу el achicador que estaba en el fondo

de su barca. Con esta paleta enviу por el aire unas cuantas masas de

agua, que vinieron б desplomarse algunos metros mбs allб, sobre los

grandes caсones y todos los que se movнan en torno б ellos.

Momaren huyу con sus profesores, perseguido por el enorme diluvio, y

hasta las amazonas mбs dispuestas б morir se refugiaron detrбs de las

piezas de artillerнa y de los armones chorreantes.

Edwin, empuсando otra vez sus remos, procurу salir rбpidamente del

puerto. Nada le quedaba que hacer en йl. Pero fuera de su boca le saliу

al encuentro un obstбculo inesperado.

La escuadra del Sol Naciente habнa zarpado dнas antes, lo mismo que las

flotas aйreas, para combatir б los insurrectos, dejando solamente dos

buques б las уrdenes del gobierno. Estos buques, mientras Gillespie

levantaba sus anclas y saqueaba los almacenes, habнan embarcado una

parte de sus tripulaciones que se hallaban en tierra con permiso,

saliendo del puerto para combatirle, por creer sus capitanes que fuera

de йl podrнan maniobrar mejor contra el barco gigantesco. Reconocнan la

desigualdad de sus fuerzas al compararlas con el poder ofensivo de este

ъltimo, pero habнan recibido уrdenes precisas de los gobernantes--todos

ellos de una ignorancia completa en las cosas del mar--, y marchaban al

ataque con el heroнsmo sombrнo del que sabe que va б morir inъtilmente.

Uno de los navнos se colocу ante el bote de Gillespie, cortбndole el

camino, al mismo tiempo que le enviaba una nube de pequeсos guijarros

con sus catapultas; pero el gigante remу vigorosamente, cayendo sobre йl

en unos segundos, y lo hizo desaparecer bajo el rudo choque de su proa.

En el mismo instante el bote quedу inmovilizado con tal brusquedad, que

Edwin casi cayу de espaldas. Mirу en torno de йl, sin distinguir nada

amenazante en el mar; pero sobre una de las bordas de su embarcaciуn viу

cуmo se movнa una especie de hilo de araсa. Este filamento habнa acabado

por pegarse б la madera, como si fuese un ser vivo, mientras su extremo

opuesto se perdнa en la profundidad acuбtica.

Era un cable igual б los de las mбquinas aйreas. Gillespie adivinу que

el segundo buque se habнa sumergido y le enviaba desde el fondo sus

tentбculos metбlicos, animados y prensibles, que parecнan poseer la

inteligencia de un ser viviente. Varios de estos cables debнan estar

pegados ya б la quilla de su bote. Otro saliу del agua, como una lombriz

de nerviosas contracciones, enroscбndose en torno б uno de sus remos.

Iba б quedar allн, prisionero del buque invisible, no mбs grande que un

juguete, el cual lentamente tirarнa de йl hacia el interior del puerto,

у le retendrнa inmovilizado, esperando que llegase la flota, avisada por

las comunicaciones atmosfйricas.

Por primera vez en toda la tarde sintiу el coloso la angustia del

peligro. Este adversario resultaba mбs temible que todas las

muchedumbres aporreadas y perseguidas por йl en las calles de la

capital. Cuando se consideraba libre para siempre de los pigmeos, era su

prisionero y sуlo podнa esperar la muerte.

Asomу cautelosamente su cabeza por las bordas de la embarcaciуn, pronto

б retirarla antes de que un nuevo cable viniera б enroscarse en su

cuello. Siguiendo la direcciуn de los filamentos hundidos en el agua,

creyу ver un objeto negro que flotaba б pocos metros de la superficie.

Agarrу una piedra, arrojбndola en el mar con una fuerza que hizo surgir

chorros de espuma. Pero en vez de obtener su deseo, un nuevo cable se

elevу amenazante sobre las aguas. Arrojу otra piedra, y luego otra,

persiguiendo de este modo al terrible pez mecбnico que daba vueltas en

torno б su bote.

Sintiу un escalofrнo de angustia al darse cuenta de que sуlo le quedaba

un pedazo de roca como ъltimo proyectil, y lo arrojу con toda la fuerza

de su desesperaciуn, casi sin mirar, confiбndose al instinto y б la

suerte.

Se obscureciу el agua con una dilataciуn negra, como si se hubiese roto

en sus entraсas una gran bolsa repleta de tinta. Subieron б la

superficie densas burbujas de gases, que estallaron con un estrйpito

hediondo, y todos los cables se soltaron б la vez, cayendo inertes, como

los segmentos de una serpiente partida, como los tentбculos de un pulpo

desgarrado.

Libre ya de este obstбculo, Gillespie volviу б empuсar los remos,

avanzando por unas aguas que la marina pigmea rehuнa el frecuentar. Puso

la proa hacia la barrera de rocas y espumas, obra de los dioses, que

limitaba el mundo conocido.

Despuйs de una hora de violento ejercicio, Gillespie, cubierto de sudor,

necesitу despojarse de la chaqueta. Todavнa pendнan de su tejido muchas

flechas, que le recordaron su primer choque con los soldados de la

Repъblica femenina. La vista de ellas evocу en su memoria б los dos

compaсeros de viaje, completamente olvidados hasta entonces.

Sosteniendo la chaqueta con una mano, metiу la otra en el bolsillo

superior, extrayendo uno tras otro б los dos pigmeos para depositarlos

dulcemente en la popa de la embarcaciуn.

Ra-Ra se mostrу sombrнo y ceсudo, mirando al Hombre-Montaсa con

hostilidad, como si recordase aъn el golpe que le habнa dado con un dedo

para que permaneciese dentro del bolsillo. Al ver que el gigante,

hundiendo por segunda vez su mano en la tela, sacaba б su amada, le

gritу con dureza:

--ЎTenga cuidado, monstruo!... La pobre Popito tal vez va б morir.

Edwin mirу con asombro б la delicada joven, que, no pudiendo continuar

de pie, acababa de tenderse sobre la madera de la popa, mientras Ra-Ra

sostenнa su cabeza, arrodillado.

ЎGran Dios!... Miss Margaret Haynes, por otro nombre Popito, tenнa las

ropas manchadas de sangre. Su rostro estaba empalidecido por una lividez

mortal. Sus labios eran ahora azules, y una humildad dolorosa parecнa

haber agrandado sus ojos.

Con acento de rencor, como si el gigante tuviese la culpa de la herida

recibida por su amada, Ra-Ra fuй explicбndole todo lo ocurrido desde que

saliу de la cбrcel. Al caer en el fondo del bolsillo oyу gemidos

dolorosos, viendo б continuaciуn cуmo la dulce Popito chorreaba sangre.

Una de las muchas flechas dirigidas contra el Hombre-Montaсa, al

clavarse en el paсo de la chaqueta, la habнa alcanzado con su punta.

Ra-Ra trepу inmediatamente б la abertura para advertir al gigante; pero

йste, en vez de escucharle, lo golpeу con uno de sus dedos, haciйndole

caer de nuevo sobre el cuerpo de la joven herida. Asн habнan permanecido

los dos mucho tiempo, sufriendo el mбs horrible de los suplicios

encerrados en aquella bolsa agitada continuamente por los movimientos

que hizo el coloso para defenderse de la mбquina voladora, para

desamarrar la barca, para inundar la artillerнa de los pigmeos y para

batirse al fin con los dos buques enemigos.

Era extraordinario que Popito viviese aъn. Йl habнa vendado la herida

con pedazos de tela arrancados б su traje, y temblaba al pensar que la

delicada joven tal vez no pudiera resistir tantos sufrimientos.

--Usted tiene la culpa, gentleman. їPor quй no nos dejу en nuestra

patria? їPor quй nos ha traнdo aquн, haciйndonos sus esclavos?

Edwin lanzу б su propia miniatura una mirada de desprecio.

--їVivirнas ahora si te hubiese dejado en tu paнs?... їNo era necesario

que me defendiese para que los tres nos viйsemos libres?...

Y convencido de que Ra-Ra, por ser igual б йl, sуlo podнa decir

tonterнas cuando estaba furioso, prescindiу de su persona para ocuparse

ъnicamente de Popito. їEra posible que miss Margaret fuese б morir

cuando йl la habнa salvado?... Volver atrбs resultaba imposible; en la

tierra de los pigmeos sуlo les esperaba la muerte. Lo mejor era ir al

encuentro de los gigantes de su especie, para que aquella pobre joven

recobrase la salud. Pensу ademбs que los buques de la flota, avisados

por el gobierno, navegarнan ya б estas horas para darle caza, y era

necesario pasar cuanto antes la barrera de los dioses.

Gillespie volviу otra vez б empuсar los remos, bogando con un vigor

maravilloso del que no se habrнa considerado capaz dнas antes. Le

pareciу que el cansancio era algo que su cuerpo no podнa conocer.

Tambiйn creyу sobrenatural que el dнa se prolongase mбs allб de sus

lнmites ordinarios. El sol parecнa inmуvil en el horizonte. Llevaba

horas y horas remando, sin que sus brazos se fatigasen y sin que el

astro diurno descendiese hacia el mar.

Popito, al permanecer fuera de su encierro, respirando el aire salino,

pareciу reanimarse. Sonreнa dulcemente, con la cabeza apoyada en una

rodilla de Ra-Ra. Sus ojos estaban fijos en los ojos de йl, que la

contemplaban verticalmente. Despuйs, estrechбndose las manos, paseaban

los dos sus miradas por aquel mar misterioso y temible, poco frecuentado

por los seres de su especie. Pasaron junto б una roca cubierta de

plantas marнtimas, en la que Gillespie sуlo hubiera podido dar unos

veinte pasos.

--Aquн estб sepultado mi glorioso abuelo--dijo Ra-Ra. El mar se iba

rizando con largas ondulaciones que hacнan cabecear al bote y hubiesen

representado un oleaje de tormenta para los buques de la escuadra del

Sol Naciente. Los dos amantes miraban con espanto el movimiento de la

enorme nave.

--ЎAtenciуn, hijos mнos!--dijo Gillespie--. Vamos б pasar la llamada

barrera de los dioses, y las rompientes nos sacudirбn un poco.

Doblу su chaqueta sobre la popa y puso entre los pliegues б los dos

pigmeos. Luego siguiу remando, de pie y con la vista fija en la lнnea de

escollos, para enfilar б tiempo los callejones de espuma hirviente

abiertos en ella.

El bote se levantу sobre las olas y volviу б caer, tocando varias veces

con su quilla los obstбculos invisibles. Terminaron los sacudimientos al

quedar atrбs la lнnea de rocas submarinas, y un mar de azul obscuro y

profundo se extendiу sin lнmites ante la proa del bote.

--Entramos en el mundo de los Hombres Montaсas--gritу alegremente

Gillespie.

Despuйs de estas palabras se hizo inmediatamente la noche, y Edwin

sintiу de golpe toda la fatiga de los esfuerzos que llevaba realizados.

Buscу en su cesto de provisiones lo que le pareciу mбs exquisito,

depositбndolo б puсados sobre su chaqueta para que comiesen los dos

amantes refugiados en sus pliegues. Йl tambiйn comiу, tendiйndose

despuйs en el fondo de la barca para dormir.

No pudo explicarse cуmo el sueсo le mantuvo bajo su dominio tantas

horas. Cuando despertу, el sol estaba ya muy alto, pero no fuй la

caricia cбustica de su luz la que le volviу б la vida. Unos gritos que

parecнan venir de muy lejos, entrecortados por llantos, fueron el

verdadero motivo que le hizo salir de su sopor incomprensible. Ra-Ra le

llamaba.

--ЎGentleman, Popito se me muere!... ЎYa ha muerto tal vez!

Gillespie se irguiу al escuchar esta terrible noticia. їEra posible que

miss Margaret pudiese morir?...

La viу tendida entre dos dobleces del paсo de su chaqueta, con la cabeza

sobre una arruga que habнa preparado y mullido su amante para que la

sirviese de almohada. Estaba mбs blanca que el dнa anterior, como si

hubiese perdido toda la sangre de su cuerpo. Abriу los ojos y volviу б

cerrarlos repetidas veces despuйs de mirar б Ra-Ra y al gigante.

--ЎOh, miss Margaret!--suplicу Edwin--. No se muera. їQuй harй yo en el

mundo si usted me abandona?...

Y el pobre coloso tenнa en su voz el mismo tono desesperado del pigmeo

Ra-Ra.

Como si necesitase contemplarla de mбs cerca, pasу una mano con suavidad

por debajo del cuerpo de Popito y puso igualmente sobre la palma б su

lloroso compaсero, para no privarle ni un instante de la presencia de su

amada.

Sentado en el centro del bote permaneciу mucho tiempo, con la diestra

cerca de los ojos, contemplando el grupo que formaban los dos pigmeos

enamorados.

Ra-Ra, arrodillado junto б ella, le tomaba las manos, hablбndola

ansiosamente para que abriese los ojos una vez mбs, y creyendo que

cuando los cerraba era para siempre.

--ЎOh, hermano de mis ensueсos! ЎMadre de mis alegrнas! їMe oyes?... No

te mueras; yo no quiero que mueras. Aъn quedan para nosotros muchos

soles dichosos y muchas lunas de amor. El Gentleman-Montaсa nos llevarб

б su paнs, y las esposas de los gigantes sentirбn asombro al verte tan

hermosa. Para las reinas de aquellas tierras serб una gloria llevarte

dormida sobre su pecho, pues no hay joya que pueda compararse en

hermosura contigo. їMe oyes ... di ... me oyes?

Y el gigante, con su bronca voz, se unнa б este lamento acariciador,

repitiendo monуtonamente:

--No se muera usted, miss Margaret.... ЎNo se muera!

De pronto Ra-Ra lanzу un chillido casi femenil:

--No me contesta.... ЎHa muerto!... Ўha muerto!...

Asн era. Hacнa mucho tiempo que йl hablaba, sin que la joven pareciese

oirle. Su ъltima sonrisa se habнa inmovilizado, convirtiйndose en una

mueca frнa y lъgubre.

Ra-Ra levantу uno de los brazos de su amada, y el brazo volviу б caer

con la inercia de la muerte. Entreabriу sus pбrpados, y sуlo pudo

encontrar un globo vidrioso y empaсado, del que habнa huнdo toda luz.

--ЎHa muerto, gentleman!--gritу llorando como un niсo.

Y el gentleman permanecнa cabizbajo, mirando fijamente su mano, en cuya

palma acababa de desarrollarse la tragedia amorosa de su propia vida.

Pasу mucho tiempo ... Ўmucho! Ra-Ra, tendido junto al cadбver y abrazado

б йl, lloraba y lloraba incesantemente. Gillespie seguнa inmуvil, sin

hacer ningъn gesto de dolor, considerando inъtil la exteriorizaciуn de

su pena, pues contaba con un «otro yo» ocupado en derramar sus propias

lбgrimas.

A la caнda de la tarde, un fuerte deseo de actividad hizo salir б Edwin

de esta inercia. Un gentleman debe al cadбver de la mujer amada algo mбs

que una dolorosa contemplaciуn.

Pensу en los cementerios de su Amйrica, verdes, rumorosos, abundantes en

flores y mariposas, verdaderos jardines que sirven de lugar de cita б

los enamorados y asoman sus tumbas entre frescas arboledas al borde de

riachuelos que se deslizan bajo puentes rъsticos. De estar allб,

construirнa en uno de estos paseos, que con su sonrisa primaveral

parecen burlarse del miedo б la muerte, un gracioso monumento para

depositar б Popito, y la visitarнa todas las tardes llevбndola un ramo

de flores. ЎPero aquн, en medio del mar, tan lejos de las tierras

habitadas por los hombres de su especie!...

Creyу ver que el adorable cuerpo de miss Margaret empezaba б

descomponerse. Tal vez era ilusiуn de sus ojos, pero el mбrmol de su

palidez parecнa haber tomado un tono verdinegro, con estrнas que

denunciaban la podredumbre interior. Resultaba preferible no presenciar

la desagregaciуn material y desesperante de este cuerpo adorado. Ademбs,

su deber era darle sepultura inmediata en el mar, ya que no podнa

hacerlo en tierra.

Tomу б un mismo tiempo con sus dedos el cadбver de Popito y el cuerpo de

Ra-Ra, depositбndolos de nuevo sobre la chaqueta. Luego hizo una rebusca

entre los objetos amontonados en la barca despuйs del registro realizado

por la marinerнa de la escuadra del Sol Naciente, y encontrу una pequeсa

caja de cigarros que йl habнa tomado en su camarote al ocurrir la

voladura del paquebote. Los pigmeos la habнan dejado vacнa despuйs de

llevarse las seis columnas de hierba prensada, obscura y picante que

contenнa su interior, tan altas como sus cuerpos. Esta caja iba б ser el

fйretro de la dulce Popito.

Empezaba б ponerse el sol, cuando Gillespie pasу б la popa con la cajita

en su diestra. Ra-Ra, como si presintiese el peligro, se puso de pie, y

al fijarse en la mano del gigante adivinу su intenciуn, gritando con voz

desesperada:

--ЎNo quiero!... ЎNo quiero!

Luego, comprendiendo que su resistencia resultarнa inъtil ante las

fuerzas del coloso, apelу б la sъplica:

--Dйjela aquн, gentleman. їPor quй me la arrebata? Esa tumba que quiere

darle es tan enorme, Ўes tan frнa!... Usted es bueno, gentleman; usted

me ha protegido siempre. Atienda mis ruegos.

Pero el gigante le hizo retroceder con el dorso de una de sus manos,

tomando despuйs el cadбver para depositarlo en la cajita.

Iba б cerrar su tapa, cuando Ra-Ra se abalanzу sobre ella.

--Mйtame б mн tambiйn--dijo--. Donde Popito vaya debo ir yo. Nos lo

hemos jurado muchas veces. їPor quй se empeсa en separarnos?...

La mano del gigante volviу б repelerle, mientras dos lбgrimas se

desplomaban de los ojos de Gillespie, cayendo en el interior de la

cajita.

Cerrу lentamente la tapa, volviendo con una presiуn de sus dedos б hacer

penetrar las tachuelas en sus antiguos orificios.

Ya se habнa ocultado el sol, dejando en el horizonte una barra roja

entre vapores flotantes de oro mortecino.

Otras dos gotas enormes de llanto vinieron б caer sobre la cubierta del

improvisado ataъd.

Mientras tanto, Ra-Ra lanzaba continuos lamentos, iguales б los aullidos

de una bestezuela herida muy lejos ... muy lejos....

--ЎAdiуs, Margaret!--murmurу Edwin.

Y sacando un brazo fuera del bote, dejу caer la caja de cigarros.

Flotу sobre el agua unos instantes, y luego se fuй al fondo bajo el peso

de alguien que acababa de arrojarse sobre ella.

Era Ra-Ra, que habнa saltado fuera de la embarcaciуn para abrazarse al

fйretro, desapareciendo con йl.

Y Edwin Gillespie, como si temiera quedarse solo, obedeciendo б una

voluntad superior y misteriosa que le empujaba con fuerza irresistible,

imitу б Ra-Ra, lanzбndose tambiйn de cabeza en el mar.

XVI

Donde el Hombre-Montaсa deja de ser gigante y da por terminado su viaje

Se viу envuelto en pegajosa obscuridad. Una fuerza voraz tiraba de йl,

absorbiйndole. Asн fuй descendiendo б las regiones inferiores, donde las

tinieblas eran aъn mбs densas.

Braceу desesperadamente al sentir las primeras angustias de la asfixia,

dando al mismo tiempo furiosas patadas en el ambiente lнquido. Tenнa la

certeza de que iba б morir ahogado, y esto mismo comunicaba б sus

fuerzas un nuevo vigor.

--ЎNo quiero morir, no debo morir!--se decнa Edwin.

El egoнsmo vital se habнa apoderado de йl, borrando las tristezas

sentimentales de poco antes. Ya no se acordaba de la dulce Popito ni de

Ra-Ra, suicida por amor. Este pigmeo podнa matarse, era dueсo de su

vida, y йl no pensaba negarle el derecho б disponer de ella. Pero el

Gentleman-Montaсa no alcanzaba б comprender en virtud de quй razones

debнa imitar al otro, solamente porque se parecнan, como una persona se

asemeja б un retrato suyo en miniatura.

Como el joven americano deseaba prolongar su vida, agitу brazos y

piernas, no sabiendo en realidad si el abismo seguнa absorbiйndolo у si

lograba remontarse poco б poco hacia la superficie.

Su deseo era terminar lo mбs pronto que fuese posible esta vida flotante

y anormal, en la que su cuerpo tenнa que luchar contra las leyes

fнsicas, trabajando desesperadamente por libertarse de los tirones de la

gravitaciуn. Sуlo aspiraba б encontrar un punto de apoyo, algo sуlido

que poder asir con sus manos.

Tan vehemente era este deseo, que no tenнa en cuenta la magnitud del

objeto. Una botella cerrada, un simple tapуn flotante, bastarнan para

sostener todo su cuerpo. Lo esencial era encontrar donde agarrarse.

Y de pronto su mano derecha sintiу el duro contacto de una madera pulida

y firme.

Se cogiу б ella con la crispaciуn del que va б morir; la oprimiу como si

pretendiese incrustar sus dedos en la venosa y compacta superficie.

Despuйs pegу б ella su otra mano, y, apoyбndose en este sostйn, fuй

elevando todo su cuerpo.

Tan grande resultaba la violencia del esfuerzo, que la madera crujiу,

esparciendo un sonido de rotura б travйs del ambiente lнquido y

pegajoso.

Poco б poco sacу la cabeza fuera del agua y viу que habнa cerrado la

noche. Pero la lobreguez nocturna estaba cortada por el resplandor de un

sol rojo cuyos rayos parecнan de sangre flъida.

Este sol lo tenнa sobre su cabeza, й instintivamente volviу los ojos

para verlo. Era simplemente una lamparilla elйctrica resguardada por un

vidrio cуncavo.

Aturdido por tal descubrimiento, cerrу los ojos para condensar sus

sentidos y poder apreciar lo que le rodeaba sin absurdos

fantasmagуricos. El hecho de que el sol se convirtiese de pronto en una

lбmpara elйctrica le hizo sospechar que estaba dormido у que el descenso

al abismo oceбnico habнa perturbado sus facultades mentales.

Volviу б abrir los ojos, limitбndose б mirar enfrente de йl. Lo primero

que viу fuй sus pies descansando sobre algo que estaba mбs alto que el

suelo; despuйs contemplу este suelo, que era de madera limpia y

brillante, con ensambladuras muy ajustadas; y mбs allб, como ъltimo

tйrmino, una barandilla recubierta exteriormente de lona pintada de

blanco. Sobre esta baranda se abrнa una obscuridad misteriosa que

parecнa exhalar el aliento salitroso del infinito.

Sintiу dolor en las manos б causa de la tenacidad con que estaban

agarradas al objeto providencial que le habнa servido de punto de apoyo

en su agonнa de nбufrago.

Los ojos de Gillespie, todavнa mal abiertos, siguieron la longitud de

uno de sus brazos, en busca de las manos, para encontrarlas al fin

agarradas б una madera de color de manteca, pulida y brillante. Esta

madera afectaba una forma que no era desconocida para Edwin.

Despuйs de examinarla con los titubeos de un entendimiento todavнa

confuso, acabу por descubrir que era el brazo de un sillуn. Una vez

hecho este descubrimiento, todo lo demбs resultу fбcil para йl; sus

facultades despertaron instantбneamente, ayudбndose unas б otras.

Se diу cuenta de que estaba sentado en un sillуn, con las piernas

extendidas. Luego se incorporу, soltando el brazo de madera, que dejу

oir un nuevo quejido de quebrantamiento al verse libre de la desesperada

opresiуn. Rбpidamente fuй reconociendo el verdadero aspecto de todo lo

que le rodeaba. El sol rojo no era mas que una lбmpara elйctrica de las

que alumbran el puente de paseo de un paquebote.

Gillespie tardу en reconocer el buque. їQuй hacнa йl allн?... їQuiйn le

habнa traнdo?... Quiso echar una pierna fuera del sillуn, y su pie

tropezу con algo que resbalaba sobre la madera lanzando un susurro, como

de frote de papeles.

Al avanzar su cabeza viу un libro caнdo, que tenнa el lomo en alto,

ostentando en su tapa de colores un hombre con casaca б la antigua, las

piernas en forma de compбs, y pasando entre ellas un ejйrcito de

pigmeos. La vista de este dibujo le ayudу б despertar completamente,

reanudando el funcionamiento de su memoria.

No habнa hecho mas que dormir, como tantos protagonistas de cuentos y

comedias, soсando con arreglo б su ъltima lectura y viendo las escenas

de su ensueсo lo mismo que si realmente transcurriesen en la realidad.

Sintiу un escalofrнo, y poniйndose de pie, mirу su reloj. Eran las ocho.

Los pasajeros debнan estar ya terminando de comer. Al extremo de la

cubierta de paseo jugueteaban tres niсos vigilados por una institutriz.

Tal vez les pertenecнa aquel libro que habнa hecho pasar б Gillespie

cuatro horas de continuos ensueсos, inmуvil en un sillуn, mientras por

el interior de su crбneo desfilaban las escenas de una historia tan

interesante como inverosнmil.

Al verle despierto y de pie, los niсos hicieron esfuerzos por ocultar

sus risas. Debнan haber pasado muchas veces ante su asiento,

contemplando cуmo se agitaba y hablaba en voz baja sin dejar de dormir.

La risa sofocada de los tres y de la institutriz le hizo abandonar el

puente, bajando б los salones del paquebote. El americano, despuйs de

tanto soсar, sentнa hambre, un hambre sуlo comparable б la que habнa

sufrido cerca del puerto de la Ciudad-Paraнso de las Mujeres mientras

esperaba inъtilmente el envнo de vнveres prometido por la enamorada

Flimnap.

Pero la evocaciуn de esta parte material de su ensueсo sirviу para

resucitar en su memoria la imagen de la dulce Popito y la escena de su

muerte.

Pepito era miss Margaret, y al recordar cуmo habнa fallecido sobre una

de sus manos y cуmo la habнa arrojado al agua, se sintiу invadido por

los mбs tristes presentimientos.

Reconociу de pronto que los supersticiosos no son dignos de burla, como

йl habнa creнdo siempre. Se imaginу que todo lo que llevaba visto en

sueсos no era mas que una preparaciуn para llegar б la muerte de Popito

y que esta muerte debнa considerarla como un aviso de las potencias

misteriosas que rigen el curso de la vida humana.

--Miss Margaret ha muerto, estoy seguro de ello--se dijo el joven.

Y en el comedor, cada vez mбs solitario, pues los pasajeros abandonaban

ya las mesas, Gillespie dejу intactos todos los platos que le presentу

el camarero.

--Ha muerto, ha muerto indudablemente.

Cuando viу entrar al encargado de la telegrafнa sin hilos del paquebote,

mirando б un lado y б otro, con un pequeсo sobre en una mano, Edwin se

incorporу para atraer su atenciуn.

Estaba seguro de que le buscaba б йl, trayйndole la mбs fatal de las

noticias.

Efectivamente, el telegrafista fuй hacia su mesa y le entregу el

despacho.

Gillespie abriу el sobre con mano temblorosa, buscando inmediatamente la

firma del telegrama. ЎLo que йl habнa pensado!... El despacho iba

suscrito por mistress Augusta Haynes.

No considerу necesario leer las lнneas del texto. їPara quй?... Sуlo un

acontecimiento terrible podнa obligar б esta seсora, tan enemiga suya, б

enviarle un telegrama.

--Ha muerto; efectivamente, ha muerto.

Danzaron ante sus ojos las luces del comedor; despuйs se fueron

debilitando, como si les faltase la fuerza del fluido. Un velo acuбtico

acababa de correrse entre sus ojos y estas luces. Y para que los

pasajeros retardados no le viesen llorar, Edwin Gillespie inclinу la

cabeza permaneciendo asн mucho tiempo.

Al fin volviу б abrir el despacho instintivamente, para leerlo lнnea por

lнnea. Sentнa el deseo amargamente atractivo que nos impulsa б paladear

los grandes dolores. Necesitaba saber cуmo habнa sido su desgracia,

conocerla detalle por detalle, rebuscando entre las palabras inmуviles y

secas del telegrama la vibraciуn de aquella catбstrofe, sin interйs para

el resto de los humanos, pero la mбs grande que podнa ocurrir en el

mundo para la madre y para йl.

Se moviу en su asiento nerviosamente al leer las primeras palabras.

ЎMiss Margaret no habнa muerto!... La madre le decнa simplemente que su

hija estaba enferma, muy enferma, y para que recobrase la salud, ella

rogaba б Gillespie que regresase cuanto antes б los Estados Unidos.

Quedу aturdido por el texto inesperado del despacho. Experimentу una

gran alegrнa, avergonzбndose б continuaciуn de ella. El desesperado

pesimismo que habнa sentido en los primeros momentos se reprodujo,

haciйndole buscar en el telegrama la parte mбs alarmante, у sea las

primeras palabras.

їQuй importaba que la orgullosa seсora, olvidando la altivez con que

siempre le habнa tratado, se humillase hasta formular este

llamamiento?... Lo concreto, lo seguro, era que Margaret estaba muy

enferma. Para que mistress Augusta Haynes se decidiese б llamar al

ingeniero Gillespie--pretendiente que nunca habнa sido de su gusto--era

preciso que la hija estuviera en verdadero peligro de muerte. ЎY йl que

se hallaba al otro lado del mundo, separado por una navegaciуn de varias

semanas!...

Pasу la noche sin dormir, saltando de su lecho para pasear por el puente

y volviendo б meterse en el camarote con un deseo siempre incumplido de

lograr un poco de sueсo.

--ЎQuiйn sabe si ya habrб, muerto!--pensaba tenazmente bajo el influjo

de su pesimismo--. Cuando la madre ha enviado este despacho, es

indudable que Margaret va б morir.... ЎY yo sin poder realizar los

deseos de esa seсora, que parece me espera con ansiedad!... ЎQuй idea la

mнa de emprender un viaje б estas tierras remotas!

Despuйs del amanecer subiу б la ъltima cubierta, paseando cerca del

puente de mando para poder hablar con alguno de los oficiales.

Encontrу б uno que no se parecнa en nada al que habнa visto durante su

ensueсo, ocupando juntos el mismo bote cuando abandonaron el buque

prуximo б hundirse.

Quiso saber los medios mбs seguros para regresar б los Estados Unidos

cuanto antes, y el oficial le hablу de un paquebote que partirнa de

Melbourne horas despuйs de la llegada de йste en que iban ellos.

La buena noticia animу un poco б Gillespie, haciйndole pensar en la

remota posibilidad de que sus asuntos pasionales obtuviesen finalmente

una soluciуn dichosa.

Cuando se dirigнa al comedor en busca del desayuno, escuchу su nombre.

Era el empleado del telйgrafo, que le buscaba para entregarle un nuevo

despacho.

Sintiу que toda su sangre afluнa al corazуn, dejando sus miembros en una

frialdad cadavйrica. Despuйs el torrente sanguнneo refluyу con

violencia, esparciendo por todo su cuerpo una picazуn cбustica.... Lo

que йl habнa presentido durante la noche iba б realizarse. El primer

telegrama de la madre era una especie de preparaciуn para que el dolor

lo fuese recibiendo por gradaciones. Le habнa anunciado que Margaret

sуlo estaba enferma, para horas despuйs enviarle un segundo telegrama

con la terrible noticia de su muerte.... Y el telegrama estaba allн al

alcance de su mano.

Pero el telegrafista, un jovenzuelo de ojos maliciosos, le miraba

sonriente, y se adivinaba en su sonrisa algo que tal vez tenнa relaciуn

con el despacho.

En el primer momento Gillespie se sintiу tan irritado por esta

jovialidad, completamente en desacuerdo con su dolor, que hasta tuvo el

propуsito de gratificar al joven con un puсetazo entre ambas cejas.

Despuйs pensу que el telegrafista estaba enterado indudablemente de lo

que contenнa el sobre, y era inverosнmil que entregase sonriendo una

noticia de muerte.

Hasta se imaginу que su sonrisa actual era continuaciуn de otras

sonrisas anteriores que no habнa podido reprimir mientras con un lбpiz

en la mano y el casco de orejas metбlicas en la cabeza escribнa las

palabras misteriosas llegadas б travйs de la atmуsfera.

Gillespie le arrebatу el despacho para abrirlo.... ЎOh Dios! ЎLa firma

de miss Margaret!

Y despuйs de leerlo en un silencio entrecortado por su respiraciуn

jadeante, empezу б reir. Luego dijo en voz alta, con tono de admiraciуn

y regocijo:

--ЎOh, las mujeres! їQuiйn podrб nunca luchar con las mujeres?

Saludу el telegrafista, asintiendo б estas palabras, y sus ojos

parecieron decir: «El gentleman tiene mucha razуn.»

Luego se marchу para que Edwin pudiese volver б leer con toda calma

aquel papelillo que contenнa todo un mundo de felicidad.

La dulce miss Margaret Haynes le telegrafiaba para ordenarle que

volviese cuanto antes, aсadiendo que si habнa recibido un despacho de su

madre con la noticia de que ella estaba gravemente enferma no hiciese

caso alguno.

Su salud era mejor que nunca; pero habнa necesitado fingirse enferma

durante un mes, con gran abundancia de melancolнas y llantos, y hasta

privarse de bailar en tanto tiempo. Esto ъltimo era lo que habнa

asustado mбs б la madre, haciйndola creer en una muerte prуxima; y como

amaba mucho б su hija, la grave seсora habнa acabado por acceder б su

matrimonio con el ingeniero.

La consideraciуn de que Margaret habнa podido privarse de bailar durante

cuatro semanas para casarse con Edwin conmoviу б йste profundamente.

«ЎAdorable criatura!... ЎImposible pedir mayor sacrificio!...» ЎAy!

ЎCуmo deseaba tenerla en sus brazos, de cinco б siete de la tarde, en

cualquier hotel de las riberas del Atlбntico у del Pacнfico, bailando al

son de una orquesta de negros, cadenciosa y disparatada!

Su impaciencia le hizo subir otra vez al puente, en busca del mismo

oficial.

--їCuбndo llegaremos б Melbourne?

--Dentro de tres horas.

--їEstб usted seguro de que el otro vapor sale en seguida para San

Francisco?

--Zarparб lo mбs tarde maсana al amanecer.... Tal vez salga hoy, y

tendrб usted que moverse mucho para obtener un buen camarote y trasladar

su equipaje.

ЎOh, Providencia, que alguna vez te acuerdas de los enamorados!...

Gillespie, despuйs de tales noticias, bajу al camarote para preparar sus

maletas. Pero mientras cumplнa este trabajo mecбnico, su imaginaciуn

empezу б galopar por los campos del futuro, creando instantбneamente las

escenas mбs risueсas.

Se viу unido б miss Margaret Haynes, que habнa pasado б ser mistress

Gillespie. Recorriу la casa que habitarнan en Nueva York, improvisando

en unos segundos, sin gasto alguno y sin discusiones con los

proveedores, todas sus piezas, amuebladas con gran comodidad.

Despuйs, dando una cabriola sobre el obstбculo de diez aсos, se

contemplу entre varios niсos hermosos, bien vestidos y de una gracia

conmovedora, iguales б los que se muestran en los escenarios de los

teatros y en el lienzo luminoso de los cinemas.

La seсora Gillespie, mamб de todos ellos, estaba mбs bella que nunca,

con ese esplendor de verano hermoso que proporciona la maternidad y un

aterciopelamiento azucarado de fruto en plena sazуn.

Pero de pronto su fantasнa optimista se estremeciу, dando un salto

atrбs. Acababa de ver б alguien que habнa olvidado. La solemne mistress

Augusta Haynes pasу ante sus ojos. їCуmo se portarнa con йl?... їSerнa

la serpiente del paraнso que acababa de crear?...

Su optimismo acabу por no tener en cuenta el aspecto imponente y duro de

la madre de Margaret. El fondo de su carбcter tal vez era bondadoso,

como afirmaba la hija.

--їY si no lo es?... їY si no lo es?...

Gillespie, ante tal duda, se sintiу con un alma enйrgica hasta la

crueldad.

Lo que йl deseaba era que Margaret le amase siempre. Contando con el

cariсo de su esposa, no habнa suegra que le infundiese miedo.

Nueva York y San Francisco estбn б orillas del mar, y йl se acordу de lo

que habнa hecho cierta noche, estando en la playa, con el ilustre

Momaren, Padre de los Maestros y madre de la dulce Popito.

Y lo que hace un gigante puede repetirlo igualmente un simple hombre,

siempre que no le falte buena voluntad.

FIN

НNDICE

AL LECTOR

I.--Frente б la Tierra de Van Diemen

II.--Noche de misterios y despertar asombroso

III.--De cуmo Edwin Gillespie fuй llevado б la capital de la Repъblica

IV.--Las riquezas del Hombre-Montaсa

V.--La lecciуn de Historia del profesor Flimnap

VI.--Donde el profesor Flimnap termina su lecciуn

VII.--El mбs grande de los asombros de Gillespie

VIII.--En el que el Padre de los Maestros visita al Hombre-Montaсa

IX.--Donde el gigante va de caza y Popito expone sus ideas sobre el

gobierno de las mujeres

X.--En el que se ve cуmo el Hombre-Montaсa conociу al fin la

Ciudad-Paraнso de las Mujeres, y la deplorable aventura con

que terminу esta visita

XI.--Que trata del discurso pronunciado por el senador Gurdilo y de

cуmo el Hombre-Montaсa cambiу de traje

XII.--De cуmo Edwin Gillespie perdiу su bienestar y le faltу muy poco

para perder su vida

XIII.--Donde se ve como unos pigmeos bigotudos intentaron asesinar al

gigante

XIV.--Lo que hizo el Gentleman-Montaсa para que Popito no llorase mбs

XV.--Que trata de muchos sucesos interesantes, como podrб apreciarlo

el curioso lector.

XVI.--Donde el Hombre-Montaсa deja de ser gigante y da por terminado

su viaje



Wyszukiwarka

Podobne podstrony:
Schopenhauer, Arthur El amor, las mujeres y la muerte
El Karma de Todas Las Mujeres download
El paraiso de los sĂ­mbolos
Ibanez El Prestamo? la difunta
Efecto? los insecticidas en el?sarrollo? las leguminos
Vicente Blasco Ibanez El Ogro
Aguilar, Hector Las mujeres de Adriano
[WYPR] ¿Deberían las mujeres trabajar
Las Relaciones Diplomáticas México Cuba en el gobierno? Vi
Ortega y Gasset, José Sobre el punto? vista en las artes
Castillo,?elardo Las panteras y el templo
13 02 13 las converciones por el Reino? Dios
Viviendo en las calles de El Alto, języki obce, hiszpański, Język hiszpański
Reiki el poder sanador de las manos, MEDICINA
Roa?stos, Augusto El trueno entre las hojas
Abdolah Kader - El Reflejo De Las Palabras, JEZYKI, En espanol, elibros
Leiser Eckart Cómo saber El positivismo y sus críticos en la filosofía de las ciencias
240362411 San Clemente de Alejandria El valor de las riquezas pdf

więcej podobnych podstron