EL TEATRO ESPAÑOL A PARTIRÞ39


EL TEATRO ESPAÑOL A PARTIR DE 1939

De las diversas barreras con que los dramaturgos españoles tropezaron durante la dictadura franquista (1939-1975) hay que destacar tres: una censura implacable, unos empresarios poco proclives a arriesgarse con experimentos renovadores de dudoso éxito, y un público reacio a aceptar sobre el escenario situaciones y conflictos que cuestionaran sus principios morales, sociales y políticos.

Los géneros más populares como los sainetes, plagados de tópicos andalucistas, las astracanadas del peor gusto, la alta comedia degradada, y las obras literarias lacrimógenas y folletinescas triunfarán en los años de la inmediata posguerra.

En efecto, a partir de 1939, continúan en la brecha viejas glorias, como Jacinto Benavente y Eduardo Marquina, y se reestrenan obras de Pedro Muñoz Seca, Carlos Arniches y los hermanos Álvarez Quintero.

Junto a ellos, hay que citar a dramaturgos que habían iniciado su carrera antes de 1939 y que, a lo largo de tres décadas obtienen éxitos notables de público. Joaquín Calvo Sotelo, Juan Ignacio Luca de Tena y José María Pemán, entre otros, siguiendo la senda del teatro benaventino, se orientan hacia los dramas trascendentes en los que se defienden los más rancios valores tradicionales, o cultivan la comedia de evasión.

Sin embargo, los mayores éxitos del teatro en los años de la inmediata posguerra corresponden a la zarzuela y a obras de ínfima calidad literaria.

El teatro de humor de esta época tendrá sus mejores representantes en Jardiel Poncela, a pesar de que sus propuestas imaginativas y antirrealistas no siempre fueran comprendidas por el público, y en Miguel Mihura. Ambos presentan facetas que se han considerado precedentes del teatro del absurdo, al menos por la introducción de un humor disparatado y poético.

Con el estreno de dos obras (“Historia de una escalera”, de Buero Vallejo, en 1949, y “Escuadra hacia la muerte” de Alfonso Sastre, en 1953) se inicia en el teatro español una corriente existencial, que aborda las inquietudes del momento.

En la corriente existencial, que habían iniciado “Historia de una escalera” de Buero Vallejo, en 1949, y “Escuadra hacia la muerte” de Alfonso Sastre, en 1953, se van a situar también autores, como Lauro Olmo, Carlos Muñiz y José Martín Recuerda, a los que se conoce habitualmente como Generación realista o del realismo social. Estos dramaturgos ponen al descubierto las injusticias y contradicciones existentes en la sociedad española. Por ejemplo: la burocracia deshumanizada y la esclavitud del trabajador en “El tintero” de Muñiz; la situación de los obreros que se ven forzados a emigrar en “La camisa” de Lauro Olmo; la brutalidad de unos aldeanos instigados por las fuerzas retrógadas en “Las salvajes en Puente San Gil” de Martín Recuerda.

Muy avanzada la década de los sesenta comienza a desarrollarse un teatro de carácter experimental y vanguardista. Entre sus representantes, se encuentran Luis Matilla, Manuel Martínez Mediero, José Ruibal y Francisco Nieva. Estos autores pretendieron ofrecer una visión crítica de diversos aspectos sociales y políticos del mundo contemporáneo; sin embargo, frente a la estética realista, se sirvieron de procedimientos alegóricos, simbólicos y connotativos, muchas veces de difícil interpretación. Un ejemplo de este tipo de obra es “Los mendigos” de Ruibal, en la que un país poblado de mendigos es visitado por turistas con nombres de animales que se siente horrorizados por la protesta de aquellos. Entonces las autoridades, representadas también por animales, prohiben la mendicidad; pero la represión fracasa y los mendigos invaden la escena con su canto de afirmación.

A partir de esta época, surgen también numerosos grupos independientes (Tábano, Els Joglars, Els Comediants, La Cuadra, Ditirambo...) que, aunque atendieron a este nuevo teatro, con frecuencia intentaron rebajar la importancia del autor llevando a cabo adaptaciones muy libres de las obras. Dichos grupos han llevado a cabo una síntesis entre dos direcciones: la experimental y la popular. De una parte, ha asimilado las tendencias más renovadoras (Brecht, Artaud, Grotowski...); de otra, se dirigen a amplios sectores de público.

Recordemos que, durante la dictadura de Franco, los dramaturgos que se exiliaron (Jancinto Grau, Rafael Alberti, Max Aub, Fernando Arrabal...) permanecieron alejados de nuestros escenarios.

La llegada de la democracia hizo concebir esperanzas que no han quedado plenamente satisfechas, pues no han proliferado los autores y obras de valía, como se pensaba.

Actualmente se aprecian los siguientes rasgos: una dispersión de tendencias, un retroceso de las vanguardias, un retorno a una línea tradicional. Un ejemplo de esto último lo tenemos en el triunfo obtenido por “Las bicicletas son para el verano” de Fernando Fernán Gómez, una obra de un realismo depurado, que nos ofrece una visión de la guerra civil española, pero vista desde la perspectiva de una familia residente en Madrid.

Muy significativa es una línea del teatro reciente que aborda realidades muy actuales, y entroncando con géneros como la farsa y el sainete. Por este camino ha alcanzado un gran éxito Alonso de Santos con “Bajarse al moro”, obra que puede entenderse, por un lado, como una vulgar aventura de unos pobres chicos en busca de hachis y, por otro, como el camino iniciático que conduce a una joven al encuentro del objeto prohibido.

TEXTO 1

(Se sientan en la cama, uno a cada lado de DIONISIO, que también se sienta y que cada vez está más azorado. Buby empieza a silbar una canción americana, acompañándose con su ukelele. PAULA Le sigue, y también DIONISIO. Acaban la pieza. Pausa.)

DIONISIO. (Para romper, galante, el violento silencio.) ¿Y hace mucho tiempo que es usted negro?

BUBY. No sé. Yo siempre me he visto así en la luna de los espejitos...

DIONISIO. ¡Vaya por Dios! ¡Cuando viene una desgracia, nunca viene sola! ¿Y de qué se quedó usted así? ¿De alguna caída?

BUBY. Debió de ser eso, señor...

DIONISIO. ¿De una bicicleta?

BUBY. De eso, señor...

DIONISIO. ¡Como que a los niños no se les debe comprar bicicletas! ¿Verdad, señorita? Un señor que yo conocía...

PAULA. (Que, distraída, no hace caso a este diálogo.) Este cuarto es mejor que el mío...

DIONISIO. Sí. Es mejor. Si quiere usted lo cambiamos. Yo me voy al suyo y ustedes se quedan aquí. A mí no me cuesta trabajo... Yo recojo mis cuatro trapitos... Además de ser más grande, tiene una vista magnífica. Desde el balcón se ve el mar... Y en el mar tres lucecitas... El suelo también es muy mono...

¿Quieren ustedes mirar debajo de la cama?...

BUBY. (Seco.) No.

Dionisio. Anden. Miren debajo de la cama. A lo mejor encuentran otra bota... Debe de haber muchas...

PAULA. (Que sigue distraída y sin hacer mucho caso de lo que dice Dionosio, siempre azoradísimo.) Haga usted algún ejercicio con los sombreros. Así nos distraeremos. A mí me encantan los malabares...

DIONISIO. A mí también. Es admirable eso de tirar las cosas al aire y luego cogerlas... Parece que se van a caer y luego resulta que no se caen... ¡Se lleva uno cada chasco!

PAULA. Ande. Juegue usted.

DIONISIO. (Muy extrañado.) ¿Yo?

PAULA. Sí. Usted.

DIONISIO. (Jugándose el todo por el todo.) Voy. (Se levanta. Tira los sombreros al aire y, naturalmente, se caen al suelo, en donde los deja. Y se vuelve a sentar.) Ya está.

PAULA. (Aplaudiendo.) ¡Oh! ¡Qué bien! ¡Déjeme probar a mí! Yo no he probado nunca. (Coge los sombreros del suelo.) ¿Es difícil? ¿Se hace así? (Los tira al aire.) ¡Hoop! (Y se caen.)

DIONISIO. ¡Eso! ¡Eso! ¡Ha aprendido usted enseguida!

(De “Tres sombreros de copa” de Miguel Mihura)

ACTIVIDADES

  1. ¿Cómo calificarías el diálogo entre los tres personajes? ¿Por qué?

  2. ¿Qué pretende el autor al presentar un diálogo de estas características?

  3. ¿Cómo crees que los actores deben representar la obra a la que pertenece el texto? ¿Con seriedad? ¿Riéndose de lo que dicen?

  4. Explica los valores de que en los siguientes fragmentos:

  1. Explica el valor de los adjetivos subrayados en los siguientes fragmentos:

TEXTO 2

FERNANDO. No me creo nada. Sólo quiero subir. ¿Comprendes? ¡Subir! Y dejar toda esta sordidez en que vivimos.

URBANO. Y a los demás que los parta un rayo.

FERNANDO. ¿Qué tengo yo que ver con los demás? Nadie hace nada por nadie. Y vosotros os metéis en el sindicato porque no tenéis arranque para subir solos. Pero ese no es el camino para mí. Yo sé que puedo subir y subiré solo.

URBANO. Se puede uno reír.

FERNANDO. Haz lo que te dé la gana.

URBANO. (Sonriendo) Escucha papanatas. Para subir solo, como dices, tendrías que trabajar todos los días diez horas en la papelería; no podrías faltar nunca, como has hecho hoy...

FERNANDO. ¿Cómo lo sabes?

URBANO. ¡Porque lo dice tu cara simple! Y déjame continuar. No podrías tumbarte a hacer versitos ni a pensar en las musarañas; buscarías trabajos particulares para redondear el presupuesto y te acostarías a las tres de la mañana contento de ahorrar sueño y dinero, Porque tendría que ahorrar, ahorrar como una urraca; quitándolo de la comida, del vestido, del tabaco... Y cuando llevases un montón de años haciendo eso, y ensayando negocios y buscando caminos, acabarías por verte solicitando cualquier miserable empleo para no morirse de hambre... No tienes tú madera para esa vida.

(De “Historia de una escalera” de Buero Vallejo)

ACTIVIDADES

  1. ¿Qué dos posturas defienden Fernando y Urbano? ¿Con cuál de ellos estás más de acuerdo? ¿Por qué?

  2. ¿En qué tipo de lenguaje se expresan? ¿Reconoces algunos figuras retóricas? ¿Cuáles?

  3. Una vez leído el texto, ¿por qué crees que “Historia de una escalera” inicia en el teatro español una corriente existencial?

  4. Explica las funciones sintácticas que desempeñan los elementos que integran el siguiente fragmento: Y vosotros os metéis en el sindicato porque no tenéis arranque para subir solos”

TEXTO 3

FRANK. (Frotándose las manos.) -Señor Crock... Usted comprenderá que todo lo que hace no está bien. Se ha reído hace un momento. Lo he visto con mis propios ojos.

CROCK. -Sí, señor, Lo reconozco. A veces, me río.

FRANCK. -Y usted estaba hablando por teléfono.

CROCK. -Sí, señor.

FRANCK. -Y usted comprenderá que si el señor Director prohibe hablar por teléfono, no se debe hablar por teléfono.

CROCK. -Era mi amigo. Tenía que darme un recado.

FRANCK. -¡No hay recados! ¡No hay amigos! ¡No hay nada contra las órdenes del señor Director!

CROCK. -¡Hombre, señor Franck... Yo creo que...

FRANCK. -Usted no puede creer nada. El señor Director lo ha prohibido. Y procure no retrasarse por las mañanas. Hoy se ha retrasado cinco minutos.

CROCK. -Volví a tener fiebre... Pensé que cinco minutos...

FRANCK. -Usted no tiene que pensar. ¡El señor Director lo ha prohibido!

CROCK. -En fin usted perdone...

FRANCK. (Hipócrita) -¡Oh, yo, no querido Crock. Esto no es cosa mía. Es cosa del...

CROCK. (Cortándole con fastidio) - ...del Director...

FRANCK. -Del señor Director, exactamente. (Sale frotándose las manos).

TEXTO 4

(... Va después a la cocina, y vuelve con unas hojas de lechuga en las manos. Llega hasta la jaula del hámster.)

JAIMITO. Toma, Humphhrey, lechuga, come. ¿Está buena? A la Chusa le darán la comida también así, por las rejas. ¿Quieres más? Desde luego es que te lo tienen que hacer todo. Te lo tienes montado a lo Onassis. Como un faraón ahí pasando de todo. Sólo te faltan las pirámides. Si quieres que te diga la verdad, Humphrey, estoy hecho polvo. Tela de chungo estoy. No, no es el brazo, eso no duele ya, un tiro no es nada. Bueno, si te lo dan a ti, que eres un pequeñajo, a lo mejor te espachurran. Lo que duele es lo otro. ¿Qué le habré visto yo a esa gilipollas? ¿Pero tú te has fijado? Si está en los huesos, ni tetas ni nada, y una cara de tonta que no se lame. Cada vez que iba a verme al hospital me sentaba peor que la penicilina. Por cierto, que tú no has aparecido por la cuatrocientos veintidós, sinvergüenza. Hay que ir a visitar a los amigos cuando les dan un tiro. Ya lo sabes, para la próxima vez. En el hospital se estaba bien. Era un poco triste, pero tranquilo. Lo peor eran las vistas. Mi ventana daba justo enfrente del depósito de cadáveres. Un palo, tío. Cada vez que me asomaba me daba un bajón. Pero tranquilo; me iba al pasillo, y paseo va, paseo viene. Allí todos te cuentan la vida. En cuanto te ven se te acercan, y que si la tía, que si el padre, que si yo soy el más enfermo de toda la planta, que no me entienden los médicos... A veces dos, uno de cada brazo a la vez. ¿Tú crees que esto se me pasará? (...) ¿Has estado eneamorado alguna vez, Humphrey? No te lo aconsejo. Claro que tú también, ahí metido, como no te enamores de una mosca que pase. Yo antes que esto, sólo lo de aquella chica de Simago. No te preocupes, que no te lo cuento otra vez. Pero no era como ahora. Ahora es peor, la otra malo, y ésta peor. ¡Qué cabrón el Alberto, madero, que es un madero! Es ridículo. Esto es ridículo... (Se suena disimulando las lágrimas) Estoy un poco constipado, sabes. Sí, te lo juro. Soy un ridículo, por mucho que te empeñes, lo soy y ya está. Un idiota. ¿Quieres más lechuga? ¡No te comas el dedo, coño! Ahora que porque estaba yo en el hospital, si no, de qué. Ese siempre hace lo mismo. Como sabía que si me quedaba aquí ella se iba conmigo, me da un tiro, y al hospital. Y, claro, como estaba triste, y sola... Además, le ha ayudado la madre, la lagarta gorda esa que dice siempre que eres una rata. Y la Chusa por ahí, de crucero. Es que se ha juntado todo, Humphrey, te lo juro. ¿Te estás durmiendo? ¿Ahora encima te duermes? Desde luego... No te vuelvo a contar nada, te pongas como te pongas.

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