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doblando por un callejón, frenó poco y miro eon recelo hacia abajo y atras, apenas Iadeando la cabeza, y vio que el perro seguia eon el. Samuel se detuvo a pensar, pero a Samuel le costaba mucho pensar. Pensar es trabajar, dęcia, y a Samuel le costaba mucho trabajar. Y se sentó en la acera. El callejón era un callejón muy tranąuilo y muy viejo, de casas mai alineadas, y la acera hacia alli un recodo, un rincón, y alli se sentó Samuel. A la mora, eon la botella plantada en el suelo entre las piemas. Y el perro se sentó a su lado. Samuel se hizo el distraido unos momentos y de pronto pegó un palmetazo en el suelo, mirando fijamente al perro y gritandole:

—    i,Te vas?

El perro dio un respingo, se levantó, se apartó un par de pasos, volvió a sentarse. Samuel levantó la botella y se atizó otro trago.

(Vicente Solo, ur 1919, Que no cante Marnota Rosie)

5.

—    iQue tienes, Sam? £Que ^te pasa?

—    No estoy bien.

—    iNo? _v

—    Me duele aqui, me duele todo.

—    No sera nada. Tengo escalofrios.

—    Sera gripe.

—    iSi?

—    A mi la gripe me da escalofrios.

—    lY miedo?

—    i Como miedo?

—    i Mucho mucho miedo?

Sam se levantó, respiró hondo.

—    En realidad de verdad es una cosa que se va y vuelve.

Asi, de pie, parece que estoy mejor.

—    Pues claro. Te voy a dar una aspirina.

—    i Una aspirina es muy buena?

—    Ahora vcras, ven.

—    Yo quicro que mi aspirina sea muy buena.

(Vicenlc Solo, ur. 1919, Que no cante Mamuta Rosie)

Peąueńa sala de espera. Transito intemacional. Lleve sus pasapor-tes y su Declaración de divisas en la mano. Prohibido el paso a no viajeros. Unos divanes rojos a lo largo de las paredes de cristal. Afuera, a traves de las grandes lunas, se adivina el bulle-bulle de los despachos, ese alocado, ridiculo gesticular de gentes, mozos, guardias, carabineros, vendedores, todo reducido a estupidas muecas silen-ciosas, cercanamente desterradas por el abismo del cristal. La humani-dad que no viaja en ese momento se reduce, desde el interior de la salita, a una pelicula a la que le ha fallado la banda sonora. Dentro, radiadores altos, el calor se hace agradable y llevadero, blandamente cómplice de unas conversaciones rumorosas. Grandes tiestos de colorines coquetean en los angulos. El humo de los cigarros se va adensando, mientras, de cuando en cuando, el altavoz se queja enronquecido, sembrando una expectación de caras convergentes a su oscuro redondel. Indecisión absoluta del aeropuerto, repentinamente lejanos los familiares que sonrien, bobos, detras del cristal, alguna lagrimita, recomendaciones que no se oyen, cada ocurrencia, y agitar las manos en despedida, creciendose el ansia poco a poco, adentran-dose en el futuro, nadie atreviendose a leer esa parte del periódico donde suelen venir las catastrofes aereas... A lo largo de los divanes, los viajeros charlan, se acercan o separan en momentaneos cumplidos, se estrena la fugitiva identidad de un destino por unas horas, aire adentro.

(Alonso Zamora Vicente, ur. 1916, iEsie liempecilo!)

7.

j America, Senor, America, por dónde caera eso! Los viajeros para las Antillas, Istmo central y Costa media del Pacifico, han acudido a la Uamada del altavoz. Se agrupan en la salita previa, requisitos medicos, de aduanas, ultimos detalles, un alocado mapa danzando en la cabeza. Unas treinta personas dandole vueltas a nombres de aeropuertos eon trasbordo, familiares o extranos, Chitchen, Barranquilla, La Habana, Bermudas, Orły, Bonampak, La Antigua, Colmenarejos, Sabana chica... Comienzan allamar al mostrador de Emigración, y a las Divisas, y a la Sanidad, y a la Policia, y a la Aduana, y al Registro. de Repatriaciones, y al Censo de ultimos votantes... Alla van desfilando

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