lentos, parsimoniosos, un frio muro invisible separandolos, y, sin embargo, observandose meticulosamente unos a otros. Van pasando, pasando, el tracatra de los sellos automaticos manchando pasaportes, deteniendo el dia en la pagina o sobre la fotografia, o equivocandose al leer de prisa la fecha de expedición, preguntas monótonas, repetidas estupidamente, implicita respuesta: ^,No llevara dinero, verdad? &Se vacunó? En Barranquilla debera cambiar de avión. ^No sabe que eso no puede salir? (,Por que no ha registrado el numero de su Leika? jEsos ninos, que se callen, que no nos dejan entendernos!...
(Alcnso Zamora Vicentet ur. 1916, i Es te tiempecito!)
La mujer empujó la puerta y entró en un largo pasillo humedo. Coigó su viejo abrigo de una percha de madera que babia perdido el barniz hacia mucho tiempo. Despues se subió las mangas del vestido, y abrió la puerta que daba a la cocina del bar. Se olla a comida fria, a vajilla sucia, a ensaladilla atrasada.
La sefiora Teresa, la gamucera, miró descuidadamente los restos del dia anterior, la pequena resaca de las cosas, amontonados sobre una larga mesa, al lado del fregadero. Vasos, sartenes, copas, botellas, platos, eran clasificados por la mujer. Luego limpiaba unas cosas, y otras las tiraba al cajón de la basura. Cuando veia tantos vasos rotos, Teresa se ponia nerviosa, no podia remediarlo. El pequeno rebańo de cosas iba pasando por sus manos eon el estropajo preparado. Aquel dia tenia un estropajo nuevo que ir domando. El esparto tenia un tono pajizo, como un trozo de sol olvidado. Los estropajos envejecian pronto, pero eran bellos eon sus hebras doradas un poco hirsutas.
La mujer se habia quedado sola casi desde la ninez. Muertos sus padres, quedó al cuidado de una hermana mayor, que se casó y se fue eon su marido a Bilbao. Las vecinas solian Ilamar a la nińa para que les ayudara. Cuando era nińa no jugó nunca eon un nińo. Cuando era muchacha no habia paseado eon un muchacho. Cuando era joven no habia salido eon un mozo. Siempre tenia que hacer algo para alguien. Ademas, como dęcia Pili, era muy pocą cosa.
(Francisco Aleman. Sainz, ur. 1919, En una esąuina del bar)
Un dia llegó la sorpresa.
Sieinpre comian los tres juntos: Luisa, el hombre de los juguctes y Ramon. Pero aąuel dia, ultimo de julio, Luisa no se sentó a la mesa. Tampoco lo hizo al dia siguiente. Ni al otro. Ramon obscrvó que Luisa la hula. No estaba en casa cuando el volvia del trabajo. No respondia si el, angustiado, llamaba a la puerta de su habitación.
Un mediodia se encontraron en el portal.
— £Que te pasa. Luisa? <,Me huyes?
— No me ocurre nada-replicó ella.
Y echo a correr escaleras arriba.
Por la noche la duena de la pensión le dijo a Ramon que a la muchacha la habia n despedido de la tienda.
— i,Ha encontrado otro empieo?
La vieja meneó la cabeza.
— No se. Pero joven y hermosa como es, y en una ciudad llena de tiburones, como Bilbao...
Otros tres dias paso Ramon sin poder hablar eon Luisa. Lo consiguió el domingo. El homrc de los juguctes habia salido y la anciana hablaba eon alguien en el portal. Desde arriba se oian sus voces. Llovia. Ramon estaba en el comedor viendo caer el agua cuando entró Luisa. Venia sin impermeable ni paraguas, calada hasta los huesos.
(Luis de Castresana, ur. 1925, La confesión)
Tambien discutiamos en la calle. Principalmente en la terraza de un bar que estaba cerca de casa, donde yo salia ir a sentarme para esperarle, cuando salia de su ultimo clase. Venia cansado y casi nunca tenia ganas de hablar. Fumaba. Mirabamos la gente. La calle, anocheciendo, tenia en esos primeros dias dc verano un signiFicado especial. Miraba yo la luz' de las ventanas abiertas, las letras de la farmacia. los bultos oscuros de la mujeres alincadas cn sillas al borde de la acera, de cara a sus porterias respcctivas, y segwia los esguinces que hacian los ninos correteando por delante dc cllas, por detras, alrededor. Pasaban pocos coches por aquol trccho y habia siempre muchos ninos jugando. Arrancaban a correr, cruzaban la calle entre
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