Mi infancia.htm
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IV
MI
INFANCIA
Le cuento que a
mí no me gusta ir a la zona donde está mi mamá, es muy lejos de la montaÅ„a y
corro riesgos, prefiero traerla a un lugar más cercano. Pero a la vieja no le
gusta moverse de su casa, ella no cambia su ranchito y nunca le ha gustado el
lujo. Yo me la he querido llevar para una casita mejor, en un clima menos
caliente. Ä„Pero nada! Es caprichosa como ella sola. A mí me gusta picarle la
lengua, porque es tremenda. Ahora la va a conocer.
żHoy si lo dejé dormir?
me preguntó CastaÅ„o, mientras conducía.
Sentado en
el borde del asiento trasero de la Toyota, con mis dos manos apoyadas en las
sillas delanteras, le contesté:
Sí, aunque, para
decirle la verdad, me levanté a las cuatro, a las cinco y a las seis de la
maÅ„ana, pensando que usted llegaría en cualquier momento.
La tranquilidad con la
que se desplaza uno de los hombres más buscados del país me sorprendía cada vez
más.
Ésta es zona de
Autodefensa, es muy difícil que hasta aquí llegue un guerrillero sin ser
detectado; tenemos gente nuestra con radioteléfonos cuarenta kilómetros a la
redonda, que nos reporta si hay algÅ›n retén o un operativo militar, eso sin
contar los campesinos, agricultores y ganaderos amigos que nos avisan por
teléfono cualquier movimiento inusual.
żEstas carreteras las
han construido ustedes? le pregunté.
Claro que sí.
Construimos carreteras internas en las fincas y éstas van formando una gran
troncal en todo el norte del país. Un día me dio por salirme a la troncal de la
Costa, sólo un trayecto de cinco kilómetros pensaba recorrer, mientras tomaba la
vía destapada otra vez. Lo normal es que siempre me avisen si puedo pasar o no.
Mis hombres acostumbran preparar la salida, pero ese día me fui sin avisar. Salí
a la altura del peaje. Como iba de civil y no veía policía ni ejército, me
atreví a pasar. Tranquilamente bajé el vidrio, le di el dinero a la niÅ„a, se
quedó mirándome y dijo: “Yo a usted lo he visto en alguna parte, żdónde?,
żdónde?", se preguntaba sin darme el tiquete. Me lo dio y dijo: “En televisión.
Ä„Claro!" “Pero żcómo se llama usted?", me volvió a preguntar. Yo le sonreí y
seguí; fue graciosa su reacción, pero lo que hicimos fue una locura, y le dije a
Kenia: “Si en un peaje me reconocen, no puedo volver a salir del monte".
Luego opté por avanzar
un poco más, pero tengo la mala y la buena suerte de encontrarme un retén de la
Policía Vial. A los diez hombres de la escolta les hice esconder los fusiles,
pues consideré menos imprudente parar en el retén. El policía se me acercó y, al
reconocerme, se quedó impávido. Agente, żcómo está? żUsted sabe quién soy yo,
cierto?". Le pregunté con voz serena, y me dijo: “Claro que sí". Entonces sólo
me quedó decirle: “Me perdona, pero yo voy a ver unas tropas que tengo por aquí,
pero no voy a quedarme".
Aunque me la jugué,
para pasar, fue un abuso y un irrespeto a la autoridad que él representa. Lo que
me impactó, después, fue su rápida respuesta: “Como ordene, comandante".
Yo me fui de inmediato.
Ä„Qué susto el que me dio! Desde ese día prometí jamás volver a hacer una gracia
de esas.
La casa de la madre del
comandante de las Autodefensas Unidas de Colombia es más sencilla y humilde de
lo que cualquier persona se pueda imaginar. Sin lujos. Teniendo en cuenta que
Castańo se gasta seis mil millones de pesos en el mantenimiento de su
organización, unos tres millones de dólares, al mes, se podía esperar, por lo
menos, algo más moderno para su mamá. Pero doÅ„a Rosa no quiere más de lo que
tiene, desea seguir siendo la misma campesina de Amalfi. Atravesamos la puerta y
nos aproximamos a una casa de madera, con techo de paja, un bańo, dos
habitaciones y un corredor que conduce a la cocina. El corredor hace las veces
de sala-comedor. Allí, cerca de una hamaca y una hermosa mecedora, se
encontraron:
Hola, mi viejita.
Ay, mi nińo.
Dońa Rosa abrazó a su
hijo dejando por segundos la cabeza reclinada en el hombro de Castańo.
Mamá, saluda a Kenia.
Y te quiero presentar a un seÅ„or que está de paso y te quería conocer.
CastaÅ„o me había
advertido que así me presentaría para evitar que ella se intimidara conmigo. La
habíamos sorprendido cocinando y haciendo las cosas que entretienen a las mamás.
Dońa Rosa se quitó unas gafas de marco grande y se peinó su cabello corto,
poblado por las canas de la edad y la virtud. Después de aceptarle un queso con
dulce de guayaba, Castańo la provocó para que hablara.
Todos mis hermanos
hicieron su primera comunión con el mismo vestido; la hora de ir a la iglesia
era cuando uno crecía y le encajaba el traje. żCierto, doÅ„a Rosa, que como yo me
quedé pequeÅ„o y no crecía, nunca me sirvió el vestido y casi no hago la primera
comunión?
Al instante, replicó de
pie desde la mecedora donde le acariciaba el cabello a Kenia:
No hable bobadas, a
usted se le arregló su vestido y pudo hacer la primera comunión, como Dios
manda; con el padre Tońo la hicieron unos y con el padre Montoya, otros.
Mamá, pero yo he sido
el más adelantadito de los hermanos, el más juicioso, żcierto?
Dońa Rosa agachó un
poco la cabeza y lo miró como regaÅ„ándolo al decirle:
“Árbol que nace
torcido, su tronco no endereza".
ĄDońa Rosa, cómo dice
usted eso! Ya sé que quiere más a mi hermano Héctor, que es muy sano, y nunca
quiso la Autodefensa, żsí o no, mamá?
No seńor, a todos los
hijos los quiero por igual. Estén o no metidos en eso.
Entre pregunta y
respuesta, Carlos no perdía la sonrisa al molestar a su mamá, y ella hacía lo
mismo, pero trataba de ocultarlo.
Mire, mi nińo, el que
inventó las armas debe estar ardiéndose en el infierno.
Pero yo que las uso
buscando cambiar y mejorar este país, żqué, mamá?
No, mi nińo, el error
fue habernos ido para la ciudad.
Es que mi mamá dice
que desde que nos fuimos para Medellín, todo lo malo nos empezó a pasar.
żMi viejita ya tiene
listo el vestido para mi matrimonio?
Ä„Qué matrimonio! No le
vaya a hacer ese mal a esta niÅ„a tan linda. Ella está muy pequeÅ„a para
usted.
żPero cuántos aÅ„os se
llevaban mi papá y usted?
Eso era otra época,
déjela que ella está muy bien así, muy linda solita.
Viejita, usted por qué
no se va conmigo y Manuelito, mi hermano, para una casita más cerca, donde yo la
pueda visitar; mire que hace rato no la veía y allá va a estar mejor.
Dońa Rosa hizo cara de
no querer moverse de ahí; la misma expresión tuvo Manuelito, que ya es un seÅ„or
de cincuenta aÅ„os y está cansado de huirle a la guerra, pues a donde va como
cualquier ciudadano comśn y corriente, corre el peligro de morir por ser un
Castańo.
Mientras dońa Rosa me
servía otra taza de agua de panela, observé su cuarto. Al frente de una sencilla
cama y un nochero ordenado, se ubicaba la mesa que más cuida, pues allí reposa
una imagen de la Virgen María, junto a una Biblia y un Sagrado Corazón de JesÅ›s.
Las figuras están escoltadas por la foto del padre Leonidas Moreno y el papa
Juan Pablo II, juntos.
Ese cura sí que me ha
dado dolores de cabeza, pero es un gran hombre de Dios dijo Castańo. Como
misionero, es el que más ha hecho por los negritos del Chocó, también es el que
más palo me ha dado y con el que más diferencias tengo por las “Comunidades de
Paz". Él, tratando de salvar su obra, las ha defendido, sabiendo que están
infiltradas por las FARC, y la guerrilla las utiliza para hacer fechorías.
Mi mamá es lo más
camandulera del mundo; y es que ha sufrido mucho, se le ve el dolor en el
rostro", me susurró.
Su expresión es dura y
llena de nostalgia, le dije.
Ella es una mártir, y
la pena ya la anestesió. Se le murió su esposo y la guerra ya le ha quitado
cinco hijos, cuatro hombres y la niÅ„a menor. Lo de papá fue lo más duro para
ella, casi se nos muere. Ellos habían logrado formar un hogar católico y
conservador laureanista. En esa época decían de mi papá que su palabra era una
escritura. Él sigue siendo mi ejemplo ideal de rectitud, de ética y valores.
Recio, implacable; una autoridad, un patriarca. En esa época se iba a misa de 5
de la mańana y se rezaban los tres rosarios a las 5 de la tarde.
En la casa siempre fue
importante trabajar, por eso él nos pagaba salario por nuestra ayuda en la
finca, los fines de semana. Nos daba dos pesos semanales, ahorrábamos y luego él
le completaba a uno con el fin de comprar los cuadernos para estudiar. Desde
niÅ„os nos enseńó que uno debía ganarse el dinero para mantenerse. En la finca
madrugaba a poner el agua, y me decía: “Carlitos, a echar el agua". Tenía que
coger por toda la acequia hasta la toma y encauzarla. Luego me correspondía ir a
enrejar las vacas, pues no sabía ordeÅ„ar bien, estaba muy Ä™pelaoÅ‚, de ocho aÅ„os.
Después me tocaba recoger la boÅ„iga vieja y llevarla a una huerta para abonarla,
regresaba de llevar cuatro o cinco viajes de boÅ„iga y nos gritaba mamá:
“Carlitos y Reynaldo, a Ä™garitiarÅ‚". Yo creo que ese término no existe, pero así
le decíamos a llevar la comida a los trabajadores de la finca, que estaban
rozando en un tajo de nuestra tierra. En una olla llevábamos la sopa y en una
Ä™jiqueraÅ‚ o Ä™catangaÅ‚ cargábamos el seco envuelto en hojas de plátano: arroz,
carne, tajadas y arepa.
Ya era malicioso
cuando eso dijo su hermano Manuelito, quien escuchaba a Carlos Castańo, desde
la puerta de la habitación de dońa Rosa. Cuenta el ęMono Candelilloł, un amigo y
trovador, que le metían piedritas al seco y cuando alguien las mordía soltaban
la risa. Carlitos se venía a pelo en la yegua de papá por un despeÅ„adero y
frenaba en la puerta del corral. Jugaba a no dejarse caer y decía, después del
regaÅ„o, “te asustaste, te asustaste".
Regresamos a la sala de
la casa y allí fue Teresita, su cuÅ„ada, quien recordó cómo hablaba Carlos
Castańo cuando era nińo:
Trataba de tÅ› a tÅ› a
todo el mundo. Recuerdo que iba una vez con don Jesśs, alma bendita, y pasaron
por donde don Antonio Arango, el hombre más serio del pueblo, y Carlitos, al
pasar por el frente de su negocio, le gritaba: “Como estás, hombre, ToÅ„o". “Ä„Qué
hubo, Carlitos!, le contestaba el seÅ„or. Don JesÅ›s lo regańó y le dijo: “żQué es
eso de hombre, Tońo? No ve que es un seńor muy importante". Carlitos le
contestaba: “Tranquilo, papá, que ése es amigo mío".
Victoria, la profesora
que le enseńó a leer, cuenta que siempre se hacía adelante. Una vez lo sacó a
escribir las vocales y él, tímidamente, salió al tablero. Cada vez que escribía
una letra, él la miraba, ella aprobaba y él sonreía, hasta completar las cinco
vocales. Cuando terminó, se devolvió a la silla tan seguro como el que más
sabía. Ella dice que usted le llamaba la atención por el exceso de respeto que
le tenía a ella.
No era sólo respeto
dijo CastaÅ„o. Era admiración por todo lo que sabía la profesora; además, yo
quería ser profesor.
Mamá, pero vea que yo
hacía buenas obras cuando era muchacho: le enseÅ„é a jugar ajedrez a la hija del
alcalde, después de ganarme el campeonato en la escuela. Pero me ennovié con
ella y se acabaron las clases privadas. Les inundé la casa de anturios blancos y
rojos a las hermanitas del convento. La monja Carmen Julia y la hermana María
Helena fueron alumnas mías, les enseÅ„é a montar en bicicleta. Cuando yo
trabajaba los domingos limando los pińones, apretando radios y limpiando ruedas
libres, me llevé una de la ciclas del alquiladero Ä™La NiÅ„aÅ‚ para el patio de la
Normal de SeÅ„oritas, y allá aprendieron las religiosas. Siempre he sido amigo de
las monjas y los curas. En la misa del domingo, leía la palabra de Dios.
Recuerdo que en Medellín, antes de ser secuestrado papá, dialogaba con el
párroco de la iglesia Santa Rita de Casia en el barrio Simón Bolívar. Al padre
Heladio le preguntaba con frecuencia sobre la problemática de Medellín: żcómo
vivían las personas?, żpor qué tanta gente junta?, żdónde hay empleo para todos?
Un cura enseÅ„a y hay bastante que aprenderle; además, ellos están dispuestos.
Conseguir quién le enseÅ„e a uno gratis o sin ningÅ›n interés, es difícil. En
cambio a ellos es fácil llegarles y no necesita uno pretextos; charlar con un
obispo es delicioso, porque ellos han estudiado un jurgo. Yo a los curas siempre
les digo padres, pero cuando estoy bravo con ellos les digo: “Ä„Vea,
sacerdote!"
No sé si sea un
privilegio, pero veo algo y siempre lo recuerdo; para mí no pasa casi nada
inadvertido en la vida, quizá por eso retengo tan bien muchas cosas. Mi papá me
enseńó de pequeÅ„o que no se decía “Colombia" sino “mi Colombia"; nunca le oí
decir “el país", siempre decía “nuestro país". Él tenía sentido de pertenencia y
repetía que esto era nuestro y que me correspondía cuidarlo. Quizá de ahí venga
algo de mi fascinación por lo que hago y por los símbolos patrios. Siempre fui
primero y segundo en la Normal de Menores, icé bandera tres veces en un aÅ„o,
pocos repetíamos, y los que lo hacíamos, portábamos el asta por el patio
principal de la escuela. Me condecoraron con dos medallitas y un escudo. Ä„Los
símbolos me han emocionado siempre! Me aprendí el Himno Nacional completo, la
estrofa que más me gusta es: “Bolívar cruza el Andes, que riegan en dos océanos,
espadas cual centellas fulguran en Junín, centauros indomables descienden de los
llanos y empieza a presentirse de su epopeya el fin". No he olvidado el mensaje
de Simón Bolívar.
Teresita, quien está
aquí con nosotros, fue la primera persona que me informó sobre la muerte de
Fidel, ella era la esposa de mi hermano Ramiro. Se quedó con nosotros y ha sido
la líder de toda nuestra reforma agraria en Córdoba, cuando Fidel regaló diez
mil hectáreas de tierra y fundó un colegio. Ella adelanta otras obras sociales
que se han hecho en la zona. A Ramiro, su esposo, lo mataron a los veintiséis
aÅ„os, salía de la feria de ganado donde trabajaba, cuando varios hombres le
dispararon. Yo venía de la zona rural, y, cuando llegué a la casa, en el barrio
Las Vegas, de Medellín, mamá me esperaba con el periódico El Colombiano. En la
sección de sucesos breves, aparecía el nombre de mi hermano, y doÅ„a Rosa me
dijo: “Mijo, tienen a Ramiro en la cárcel".
Yo leí bien y me di
cuenta de que ella no entendió la noticia del periódico: “Los vecinos escucharon
el ętableteoł, mientras llegaban las autoridades". Ella no logró comprender el
término Ä™tableteoÅ‚. A mí me entró un frío impresionante. Mamá creía que estaba
detenido, cuando estaba muerto.
Después fallecieron
Eufracio de treinta aÅ„os y Reynaldo de veinticuatro. Ellos traían unas armas del
departamento del Guaviare, en el sur del país. Iban a comprar unos fusiles
brasileńos a unos traficantes de armas en plena selva, pero los vendedores
resultaron ser guerrilla y a la hora del negocio los mataron.
El caso de mi
hermanita, la menor de la casa, también le dio muy duro a mi mamá. A Rumalda no
le gustaba andar con escolta en la universidad EAFIT. Uno de esos días, al salir
de clase, como a las dos de la tarde, un grupo de guerrilleros la secuestró y,
al tratar de sacarla de la ciudad, en un descuido de los tipos, a más de setenta
kilómetros por hora, ella abrió la puerta y se les tiró del carro. Era una
Castańo.
Dońa Rosa escuchaba de
lejos el relato de su hijo, se acercó a la silla donde estaba Carlos Castańo y
le dijo mientras le acariciaba la cabeza.
Ay, mi nińo, a usted
le ha tocado estar en todas las tragedias de la familia.
Bueno, mamá, nos
vamos, porque tengo el anillo de seguridad muy disperso y no estoy tranquilo.
Cuídese, mi viejita, hasta luego, Manuelito.
Castańo se despidió de
dońa Rosa, como si en la noche regresara; le dio un abrazo, un beso en la frente
y no la volvió a mirar. Su rostro, piel canela, curtido por los ańos, se tornó
nostálgico. DoÅ„a Rosa se llevó continuamente su mano a la boca y giraba la
cabeza de izquierda a derecha, pero conservaba la mirada fija en nosotros. Yo
nunca dejé de mirarla, tenía una bata blanca larga. Inmersa en una expresión de
angustia. El estruendo de una escolta más numerosa, por lo menos veinte hombres
en dos camionetas de estacas, contrastaba con el silencio de dońa Rosa en la
puerta del corral, donde inclinó su cuerpo para recostarse en la madera y pensar
lo que, segÅ›n CastaÅ„o, siempre se pregunta al verlo partir: “Ay, Dios mío, quién
sabe qué cosa mala va a pasar este aÅ„o".
Nos alejábamos en
silencio de la casa de su progenitora. Nuevamente CastaÅ„o había fracasado en su
intento de llevársela más cerca al monte, donde podría visitarla seguido.
Dońa Rosa siempre me
dijo que el gran sueńo de Fidel fue ser un hombre rico, y lo fue. Todas estas
tierras por donde nos movemos ahora fueron de Fidel y, antes de morir, las
regaló. Se donaron más de diez mil hectáreas de tierra a los campesinos. Había
que mostrar en las regiones que lo nuestro funcionaba, y donar la mitad de lo
que él tenía era la mejor estrategia, ésa fue la famosa reforma agraria del 91,
en Córdoba.
Al entregarle tierra a
más de cinco mil familias y mucho ex guerrillero reinsertado del grupo EPL, sin
duda, captábamos fuerza social, y fuerza social es poder. Además, íbamos
desvirtuando el discurso de la guerrilla; ellos decían que nosotros éramos unos
terratenientes y una antirreforma agraria. Teresita ha estado al frente de
Funpazcor, la fundación para la paz de Córdoba. Desde la muerte de Ramiro, mi
hermano, ella se ha convertido en la gran canalizadora de recursos, siempre
lícitos para nuestra obra social, que, a la postre, acrecienta el apoyo popular
a la organización en Córdoba.
żY qué pasó con el
resto de las tierras de su hermano?
Cuando Fidel murió,
dejó unas veinte mil hectáreas de tierra, treinta mil cabezas de ganado y unos
doscientos millones de pesos guardados. La mayor parte de su fortuna estaba en
obras de arte, pero casi todo se la gastó en la guerra.
Antes del secuestro de
papá, Fidel no le quitaba un peso a nadie, era un hombre rebuscador, pero
después todo cambió. Mi hermano nunca buscó la guerra como una forma de hacer
negocio y volverse un hombre rico, él se la encontró en el camino.
Lo primero que uno
descubre es que ninguna guerra se financia lícitamente. Ä„Jamás! Generalmente,
todos los ideales son nobles y, aunque no siempre son los más justos, tienen
presentación. Le voy a contar cómo se comenzó a financiar esta guerra. A los 16
aÅ„os, mi hermano se fue de la casa. Cuenta don Efraín Ruiz, el mejor amigo de
papá, que un día Fidel se apareció con un maletín de mano en la carnicería y le
dijo: “żQué hubo, viejo?" “żQué más, Fidel? Contáme", le contestó don Efraín
desde el mostrador, cuando, de manera directa, mi hermano le pidió su ayuda:
“Viejo, es que necesito que me prestes dos mil pesos, que me voy para Medellín.
No me vas a decir que no y tampoco le digas a mi papá". “Eso no le va a gustar a
don Jesśs y yo no tengo toda esa plata". Entonces Fidel le insistió decidido:
“żMe la vas a prestar, sí o no?"
Don Efraín no creía que
mi hermano sería capaz de dejar el pueblo e irse a andar la ciudad. Pero, al
verlo salir con el maletín hacia la parada de buses escalera, sacó dos mil pesos
del producido y lo siguió. Cuando lo vio subirse al bus, que iba para Medellín,
se le acercó preocupado, pues le daba pesar dejar ir al muchacho sin el dinero,
le sonrió y le dijo: “Fidel, creí que no era verdad, me los pagas cuando
puedas".
Cinco aÅ„os más tarde,
Fidel volvió a la casa, pagó los dos mil pesos con intereses y le compró la
mitad de la finca a mi papá; montó el bar en Segovia y se dedicó a trabajar, de
sol a sol. Se metía a la finca a levantar el ganado y en la feria revendía
reses.
Nunca tuvo ánimos
expansionistas, pero vino el secuestro y asesinato de nuestro padre, y mi
hermano cambió. Comenzó el enfrentamiento con la guerrilla y se convirtió en lo
que fue, hasta el día de su muerte: una máquina de hacer plata.
A partir de ese momento
entendí que siempre es más sucio financiar la guerra que hacerla. Tuvimos una
mina de oro en Amalfi, con papeles y todo, no daba oro, pero justificaba los
robos de mercancía que hacía Fidel en Medellín, con un camión que tuvo en
compaÅ„ía con don Efraín. Un día robaban llantas, otro plantas eléctricas,
después lotes de motobombas. Con la mina de oro se justificaba la plata y toda
se le invertía a la guerra. Robó madera toda la que quiso, compraba una buena
cantidad en efectivo a buen precio y luego mandaba a unos trabajadores en la
noche y se llevaba el resto. Imagínese que llegó hasta tener distribuidora de
maderas en Bogotá. Hacía lo mismo con piedra Ä™PeldarÅ‚ y llegó a producir
aguardiente chiviado en su propio alambique. Era un gran tahśr y robaba jugando
cartas al marcar el póker. Se llevaba caballos de una región y los cambiaba con
alguien que se los robaba en otra.
Como verá, Fidel fue
antisubversivo hasta los tuétanos pero no tenía todos los escrÅ›pulos. Tuvo una
ética rara, nunca permitió que se atracara a una persona y jamás extorsionó a
alguien, pero realizaba grandes robos. En las minas de diamantes en Venezuela y
Brasil no iba a comprar para vender, estaba pendiente del momento en que salía
la remesa para atracarla con unos pícaros. Amigo de Víctor Carranza, transaron
en repetidos negocios, no sé si robó en las minas de esmeraldas.
Eso fue al principio,
después surgieron las ayudas y las donaciones de la gente víctima de la
guerrilla. Algunas casi en secreto. Una vez llegamos a la finca de una de las
familias más prestantes de Antioquia, los Bedout. Pedimos ayuda y la respuesta
fue tajante, nos dijeron que ellos pagaban impuestos. Estábamos durmiendo en una
finca cercana, cuando apareció un hombre con quinientos mil pesos, una donación
anónima, pero nosotros sabíamos que venía de ellos, pero no querían que se
supiera. Ä„Eso era mucho dinero en la época!
Así sucedió con mucha
gente, y hoy el sistema de donaciones de simpatizantes antiguerrilleros es más
moderno. Siempre están circulando en el país cincuenta cuentas a nombre de gente
nuestra, los nśmeros de las cuentas pasan anotados en papelitos de simpatizante
a simpatizante, de reunión en reunión, de cóctel en cóctel, y el que quiere
enviarle dinero a la Autodefensa, lo hace a través de una consignación anónima o
en efectivo. Hace poco recibimos un estimulante regalo de cien millones de pesos
y esta es la hora que he buscado y buscado la persona que nos los dio y no la he
podido encontrar.
Mientras Fidel
conseguía dinero, yo estaba cada vez más al frente de la causa antisubversiva;
ya realizábamos acciones en Zaragoza, Segovia, Yalí, Yolombó. Sólo sumábamos
unos doce muchachos por el nordeste antioqueńo.
Para esa época, la
guerrilla había tomado posesión de nuestra finca; vendían nuestro ganado en el
pueblo y desplazaron a los trabajadores, después de matar a Germán, nuestro
Å›ltimo administrador. Fidel creía que no era posible recuperar el ganado de
papá, unas seiscientas vacas lecheras. La zona es limítrofe con el sur de
Bolívar, donde regía una concentración poderosa de guerrilla, el Cuarto Frente
de las FARC y la compaÅ„ía Anorí del ELN.
Le dije que lo
intentáramos y me fui para el batallón Bomboná, y me recibió un mayor Zárate y
luego un coronel del cual no recuerdo el nombre. Me presenté, le conté mi
problema, y el coronel me dijo: “Primero ayÅ›deme a realizar unas operaciones
allá, sírvale de guía al Ejército". Yo le dije que sí y, de inmediato, nos
trasladaron en un helicóptero hasta la base en Segovia, donde me presentaron al
capitán Francisco Rey, nos dieron unos sombreros, ponchos y nos enviaron a la
carretera que de la finca ęEl Hundidorł conduce a Segovia. Al primer bus
escalera que subía lo detuvieron y, al instante, reconocí cuatro guerrilleros de
civil. A la media noche ya se tenía información de un campamento cercano; los
atacó el Ejército, dieron de baja cinco guerrilleros y se recuperaron varios
fusiles M-14. Nosotros continuamos ayudándoles, mientras les pedía que me
colaboraran para sacar el ganado, pero se rehusaron, porque era un riesgo muy
alto enviar tropa hacia ese lado, repleto de guerrilla.
No vi otra alternativa
que arriesgarme a sacar mi ganado. Lo monté como pude y sólo cuatro camiones
lograron atravesar el pueblo. La alcaldesa de Segovia Rita Tobón, quien actuaba
como brazo político de las FARC, ordenó parar los camiones y nos los detuvo a la
salida de ęEl Hundidorł. Ni el director del ICA en Remedios ni la alcaldesa
quisieron entender mis razones y sólo dijeron: “Cómo pretenden ustedes sacar ese
ganado sin vacunar".
No había forma de que
entendieran, porque ya la guerrilla de las FARC les había dado orden de no dejar
sacar los animales. Ä„No habíamos vacunado, porque nos quitaron la finca!
Los camiones se
quedaron en el camino, y me fui para Medellín y en la Gobernación de Antioquia
le pedí ayuda al secretario de Orden PÅ›blico, un doctor Juan Guillermo Heredia.
El tipo, sentado en el escritorio, me dijo: “Aquí no podemos hacer nada".
La alcaldesa, en un
supuesto acto de “legalidad", ordenó devolver el ganado a la finca. El ganado se
lo robó la guerrilla después. Ofendido en el alma, quise regalar la finca, pero
la subversión no dejó que alguien la recibiera y se apoderaron de todo. Pero,
tiempo después, a ese director del ICA lo ejecutamos por subversivo.
Ése era el poder de la
guerrilla institucionalizado en todos esos pueblos. Controlaban: Vegachí, Santa
Isabel, El Tigre, Yalí, Yolombó, Remedios, La Cruzada, Machuca, Segovia,
Zaragoza y El Bagre. Un fortín guerrillero, y desde allí surtían sus frentes de
guerra.
Hoy en día, las cosas
han cambiado; veintiÅ›n aÅ„os después, usted puede ir y no tiene ningÅ›n problema,
es una zona liberada.
Tengo ganas de conceder
algÅ›n día una entrevista allí. Después del secuestro de papá, en esa finca, no
he vuelto, sólo la he sobrevolado cuando las tropas del sur de Bolívar
reconquistaron el área.
En ese tiempo logramos
muchos éxitos con el Ejército. Ya éramos un grupo más grandecito de treinta
hombres. La guerrilla nos miraba con curiosidad, no nos daban importancia y nos
decían Ä™los saposÅ‚. Se referían a nosotros como unos locos, ahí, sueltos. Pero,
para desgracia de la guerrilla, descubrimos que no era difícil combatirla; ellos
también sienten miedo. Con el transcurrir de los días, vimos la clase de
ignorantes que son. Eran poderosos, pero en su madriguera. Aprendimos que cuando
estaban armados y concentrados, no había que pelear con ellos; pero la guerrilla
tenía que salir, así fuera a tomar aguardiente a los pueblos, a los caseríos o a
las veredas. Allí se empezaron a morir. Todos los sábados y domingos
ejecutábamos guerrilleros en los pueblos.
En Segovia se nos
escapó un hombre muy importante de la guerrilla, Deovirgilio Osorno Otta. Viajó
a Rusia y, a su regreso, lo logramos encontrar de profesor en el colegio Colombo
soviético, en Medellín. Tenía mucha información sobre movimientos urbanos de la
guerrilla. Después de su ejecución, comenzamos a observar algo más fuerte detrás
de la guerrilla rural. La fortaleza de la subversión radicaba en Medellín y
Bogotá. Comprendí que los que disparaban en el monte eran unos idiotas Å›tiles,
pobres serviles, que asumían la guerra como una forma de vida.
Entonces nos preparamos
y cambiamos la estrategia, enfatizamos en el rastreo de los hombres de la
guerrilla en el sector urbano. El primer coletazo de esta etapa de la
Autodefensa se presentó en la vereda Lagartos, entre Remedios y Amalfi. Fue una
ejecución muy fuerte, murieron treinta personas. Le voy a contar por qué se
hizo. Descubrimos que la guerrilla tenía un Ä™padrinoÅ‚ en cada pueblo, un hombre
poderoso económicamente y prestante dentro de la sociedad. En Remedios,
Antioquia, la persona era Mario Gallinazo, quien, cuando lo fuimos a capturar,
salvó su vida de esta manera: “No, un momento, a mí no me maten, díganle a Fidel
que venga. Fidel fue y el hombre lo contó todo, se le volteó a la guerrilla y
nos puso dos guías que nos indicaron dónde estaba escondida la gente de las
FARC".
Para que se dé cuenta
cómo funcionaban las cosas, le cuento que los dos pagos que se le hicieron a la
guerrilla por el secuestro de mi papá, se realizaron a través de Ä™PaturroÅ‚, y el
contacto de éste con las FARC fue Mario Gallinazo. Nosotros imaginándonos que
nos estaba haciendo un gran favor al ser el intermediario, para saber después
que se benefició económicamente del secuestro, lo cual se ha vuelto habitual en
Colombia.
Con la información de
Gallinazo, confirmamos una de nuestras sospechas. En esa época no existía una
numerosa concentración de guerrilla. Vivía cada subversivo en sus labores
normales; se reunían, sacaban los fusiles, efectuaban la fechoría y se
camuflaban después como “población civil". Llegamos hasta Lagartos, una vereda
de solo guerrilleros, fue un estruendo, en el periódico titularon “Genocidio en
Lagartos".
żY la prensa a quién
le adjudicó los más de treinta muertos?
No específicamente a
nosotros. Culpaban a los grupos paramilitares. La guerrilla ya venía acuÅ„ando el
término con mucha fuerza; su fin era contrarrestar la guerra irregular que le
desataban sectores del Ejército.
Lo inesperado sucedió.
La guerrilla nunca imaginó que le naciera un enemigo irregular, en forma de
resistencia civil armada. De igual tamaÅ„o y con sus mismos métodos irregulares
para enfrentarlos. El Ejército siempre llevaba las de perder, porque
representaba lo legal, Ä„pero nosotros actuábamos como ilegales!
Esta clarividencia la
poseía el mayor Alejandro Álvarez Henao, del batallón Bomboná, en Puerto
Berrío.
Ramón Izasa, ęCarusoł,
el papá de Henry Pérez, Fidel CastaÅ„o y el mayor Álvarez Henao fueron los padres
de la Autodefensa paramilitar en Colombia. Al mayor Álvarez la institución le
importaba un carajo, y decía: “Ä„Muerte a la guerrilla!"
El mayor comenzó a
preparar y a capacitar gente en Puerto Boyacá. Nunca supe si ese paramilitarismo
fue política del batallón, o de quién era, pero el mayor hacía todo ilegal,
conseguía carros, prestaba pistolas, daba instrucción con algunos sargentos y
otros soldados.
Por esos ańos,
ęCarusoł, ganadero y agricultor de la región, ayudó a realizar grandes
operativos al mayor. Por la misma época nosotros veníamos actuando en Antioquia
y empezamos a oír historias de gente que venía de esa zona, de los vendedores de
ganado, los arroceros y los mineros. Entonces, Fidel dijo: “Tenemos que unirnos,
estamos prácticamente en la misma zona". Había que atravesar el cerro de Las
Mujeres, cuatro días subiendo y tres bajando para llegar a Puerto Berrío,
frontera con el Magdalena Medio.
żHabía caminos o puro
monte?
Pura trocha, pero la
considerábamos una autopista, Ä„éramos campesinos! Conformamos una avanzada de
cinco, una retaguardia de catorce y los demás en el centro. Cerca de cincuenta
hombres armados con mini-ingram 9 milímetros, Uzis, escopetas y changones de
cinco tiros. Vestidos de civil y sombrero o alguna gorra. Igual que la
guerrilla; ellos no andaban de uniforme todo el tiempo, vivían de paisanos, como
nosotros, sólo se lo ponían cuando llegaba un periodista. Nosotros no poseíamos
ni un fusil.
Llegamos a Puerto
Berrío y en el batallón Bomboná nos presentaron al mayor Álvarez, que nos
contactó con Ä™CarusoÅ‚. Una Autodefensa con más recursos, dos camperos Land Rover
y un automóvil pequeÅ„o Dodge Polara. Ahí comenzamos a realizar acciones juntos,
les pedíamos prestados hombres para hacer incursiones en Antioquia y les
colaborábamos a ellos en la zona del Medio Magdalena. Cambiábamos hombres
porque, manteniendo las tropas en una zona, la guerrilla terminó por conocerlos
y los eliminaban día a día. Las relaciones con Ä™CarusoÅ‚ prosperaron.
Pero surgieron
denuncias al Ejército y se iniciaron investigaciones de la Procuraduría a
oficiales. Miembros del Ejército y la Policía empezaron a tratar de acabarnos.
Permitían una, dos o tres acciones y luego capturaban a quienes la realizaban.
Comprendí que había individuos dentro de las fuerzas armadas, absolutamente
antiguerrilleros; con tolerancia tácita de sus superiores, quienes se lavaban
las manos cada vez que lo requerían. Como también conocí oficiales que no se
transaban y capturaban a la gente que le ayudaba a determinado teniente. Nos
capturaron gente y nos mataron varios muchachos. Un día Fidel se levantó y me
dijo: “Hermano, esto no es por aquí. Del lado del Ejército no vamos a llegar a
ningÅ›n Pereira, más adelante nos van a matar, vamos a pelear a nuestra manera".
Cuando Fidel empezó, tenía una cosa en la cabeza, ganar la guerra, fuera como
fuera. Recuerdo que me dijo: “Es guerra de tierra arrasada".
Seis meses después de
llegar a Puerto Boyacá, ya teníamos más de cien hombres nuestros y comenzamos a
recuperar fusilitos; en una acción con la gente de ęCarusoł. A la salida de San
Roque, Antioquia, sabíamos que la guerrilla montaba habitualmente un retén.
Amanecía cuando retuvieron un bus escalera procedente de Medellín, nosotros
estábamos escondidos en un barranco y les disparamos a cinco metros.
Se recuperaron dos
fusiles G-3, uno para los de Puerto Boyacá y otro para nosotros. Así llegó el
primer fusil a la Autodefensa. Lo comenzó a utilizar un comandante de nombre
Aureliano y mire lo anecdótico, murió fusilado como El Buendía en Cien aÅ„os de
soledad.
La camioneta permaneció
diez minutos estacionada el frente de la finca, Castańo no paraba de hablar y yo
tampoco pretendía detener su relato.
Los demás fusiles los
compró la Autodefensa a contrabandistas de cigarrillos y electrodomésticos.
Dicha etapa coincidió con la degradación del conflicto, nuestras ejecuciones a
guerrilleros aumentaron, la gente se encontraba ahogada por la extorsión y los
secuestros. Los agricultores y ganaderos arruinados, cada vez simpatizaban más
con nosotros. Las Fuerzas Armadas no los defendían frente a los abusos de la
guerrilla. Contábamos con una ventaja insuperable: el verdadero apoyo del
pueblo. En cualquier zona teníamos una finca de algÅ›n amigo donde llegar, nos
daban comida y dormíamos bien.
żNuestro secreto?
Capitalizar la estrategia de la guerrilla, que era y sigue siendo Ä„espantosa! Lo
primero que hacen al llegar a una región es asesinar a las personas que ejercen
algśn liderazgo sobre la comunidad y continuaban con cualquier persona que
generara empleo. Los primeros que se morían en los pueblos, żquiénes eran? El
dueńo de la proveedora de alimentos, de la fonda que siempre hay al terminarse
la vía principal. El tipo que viajaba a comprar las cosechas de maíz o lo que
hubiera, también se moría. El seÅ„or que sobresalía económicamente se convertía
en otra víctima. En el pueblo sobrevivían los ricos que aceptaban convertirse en
padrinos de la guerrilla.
La guerrilla destruye
todo lo que se llame progreso. żQué sucede? Ellos son Gulliver en el país de los
enanos. Donde haya una sociedad medio estable económicamente, con empleo, ellos
ahí no son nadie, no tienen espacio para la revolución. Pero si la gente está
sin un solo líder, sin fuentes de empleo y sin recursos, ellos entran. Al
principio saben manejar recursos y logran poner a la gente a trabajar. Pero
pasan los días y se ve que no tienen ni idea de lo que es enriquecer una región.
Al permanecer la guerrilla las carreteras empiezan a degradarse y, poco a poco,
la región se va alejando de los centros de acopio, la zona se aísla del resto
del país, y ellos van ganando terreno. Buscan formar una línea fronteriza que
les da poder: alejan al Estado, el mismo del que pedían presencia al comienzo de
su lucha revolucionaria.
Lo que le estoy
contando no es nuevo, lo puede medir con estadísticas o buscar en testimonios y
es opuesto a lo que hace la Autodefensa. Además, está escrito en todos los
libros sobre el comunismo. El que piense que después de viejos Marulanda, Cano y
Reyes dejaran de ser comunistas, está loco. Eso es tan difícil como explicar que
las FARC ahora son un movimiento bolivariano marxista-leninista. Ése es el
cuento que le metieron al presidente Hugo Chávez, en Venezuela, para echárselo
al bolsillo.
Por eso yo siempre he
dicho: “A mí me pueden pintar como Ä™SatanásÅ‚ ante el mundo, pero la pregunta que
tarde o temprano tendrán que poner en la balanza es: “żQué consecuencias genera
lo que ha liderado Castańo?", eso es lo importante. Sólo me consuela que yo no
empecé esta guerra, y las Autodefensas somos hijas legítimas de las guerrillas
en Colombia.
Poco a poco he ido
creando un nuevo concepto universal. Un ejército ilegal que en pleno aÅ„o 2001 no
es paramilitar, ni paragobiernos. Que defiende el sistema y el Estado con armas
que le quita a la autoridad porque lo reemplaza en varias zonas, pero no lo
enfrenta. Pide Justicia y está a su vez al margen de la ley. Es una especie de
grupo “Paraestatal". Esto no me lo ha enseÅ„ado nadie y si ha ido prosperando es
porque Ä„es así!
Castańo se fue y horas
más tarde, el cansancio me aniquiló, caí bocabajo y aÅ›n vestido en una cama. La
finca no contaba con lujos y la habitación era similar a la de anoche: aire
acondicionado, una pila de libros sobre el escritorio, un bańo enchapado en
baldosa. Televisión satelital, un clóset con ropa para cualquier ocasión y la
caja de ęmecatoł que delataba el lugar como uno de los parajes favoritos de
Carlos Castańo.
Se acercaban las 12 de
la noche cuando me despertó un repetido e imprudente golpeteo en la puerta, el
correo de guerra. Al abrir la habitación, un hombre visiblemente afanado me
entregó una carta antes de esfumarse:
Un mensaje del comando
Castańo.
Una hoja amarilla de
esos blocs de anotaciones que dicen en la portada: “Especial para tomar notas en
reuniones y seminarios". Se les olvidó decir que además también sirven en el
monte para enviar mensajes al estilo de los ejércitos del Imperio romano. Para
CastaÅ„o, la carta perdura como el medio más seguro a la hora de trasmitir algo
importante o privado; a pesar de usar con frecuencia el teléfono satelital y la
Internet, prefiere la nota en papel o las instrucciones grabadas en la mente de
su mensajero.
La hoja doblada en
forma de sobre indicaba, en su singular caligrafía, cuál sería mi destino a la
mańana siguiente:
“SeÅ„or Aranguren:
Saludo cordial.
Se han incrementado los
operativos en la zona, no quiero poner en el más mínimo riesgo su integridad, en
la maÅ„ana lo llevarán a un sitio donde habrá condiciones para continuar nuestro
encuentro.
Carlos Castańo".
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