135763506 LA PREDICACION en la ERA PATRISTICA Articulo


LA PREDICACIÓN en la ERA PATRÍSTICA

Implicaciones Homiléticas Actuales

Ms. Th. Amós López Rubio

Introducción

En el presente trabajo queremos acercarnos de manera preliminar a las características de la predicación cristiana en la iglesia de la era patrística. El tiempo histórico que será analizado se enmarca entre los orígenes de la iglesia en el siglo I y el papado de Gregorio Margo en el siglo VII, donde ya se vislumbra el tránsito de la antiguedad a la alta Edad Media.

Compartiremos algunas implicaciones homiléticas de la predicación cristiana patrística para nuestros días, sin pasar por alto algunas observaciones críticas a esta tradición. Enfatizamos también el carácter práctico y pastoral de estas implicaciones para la vida y misión de las comunidades cristianas.

La predicación en el contexto de la pastoral de la iglesia naciente

En el período apostólico y pos-apostólico, apóstoles, maestros y profetas ejercitaron diversos ministerios de predicación en las comunidades. Estos ministerios fueron fundamentalmente kerigmáticos, parenéticos y catequéticos, y exhibieron dimensiones homiléticas, litúrgicas, exegéticas y proféticas. Aunque la predicación se vincula estrechamente con otros ministerios pastorales, los confirma y complementa, guarda sin embargo su propia identidad y propósito. La predicación en una proclamación oficial y solemne del evento de Jesucristo, y está más relacionada con la acción del Espíritu que con el mensaje o el propio mensajero. Se distingue de la didaché y la catequesis, las cuales exponen la enseñanza de los fundamentos de la fe cristiana; se distingue de la parénesis, exhortación ética, y de la didascalia, una profunda comprensión de la fe.

Los y las predicadoras de la iglesia primitiva ejercieron dentro del marco litúrgico (esencialmente doméstico) y también en el marco misionero (con espacios físicos menos delimitados). La predicación carismática de maestros y profetas itinerantes (de la cual tenemos referencias en la Didaché y el Pastor de Hermas) fue cediendo lugar gradualmente a la enseñanza oficial de los obispos y sus delegados (Melloh 2002).

Transiciones hacia la era de los padres

Después de la fijación del canon del Nuevo Testamento (cerca del año 180 d.C.) los propios textos que lo componen se convierten en la base sólida para la predicación en el culto cristiano. Sólo a partir de ese momento se puede hablar con rigor de una predicación esencialmente cristiana, esto es, con base en el texto del Nuevo Testamento (Streck 1993). En su predicación, la comunidad primitiva también hizo uso de elementos presentes en los discursos filosóficos estoicos: el estilo de la retórica griega, su relación con las clases populares, su carácter doctrinario. Sin embargo, el sello cristiano es inconfundible en la predicación que hace uso de la retórica griega, esta predicación da testimonio de la persona de Jesús quien anunció el reino de Dios, en quien Dios se reveló, en quien también la salvación se hizo real.

La predicación patrística

Aspectos generales

Se pueden definir tres géneros de predicación cristiana en la historia: la predicación misionera, la catequética y la litúrgica. Esta última es la que va a caracterizar el culto cristiano de los primeros siglos. Hay así mismo dos movimientos importantes en el desarrollo de la predicación cristiana: la predicación judía en la sinagoga y la retórica greco-romana. La predicación sinagogal consistía en un comentario a los textos de la ley y los profetas, aplicando sus enseñanzas a la vida del pueblo. Aquí encontramos un rasgo distintivo de la predicación a través de los siglos: la explicación y aplicación de los textos bíblicos. Por otra parte, la tradición oratórica de la cultura clásica fue el soporte formal de la predicación en la era patrística. Los padres de la iglesia fueron entrenados como oradores (Edwards 1995). En la práctica de la predicación cristiana, la retórica clásica tuvo tres vertientes de acuerdo a su contexto de uso: en la corte legal (oratoria forense), en la asamblea legislativa (oratoria deliberativa) y en los eventos públicos y ceremonias (oratoria epidéctica).

Justino Mártir, a mediados del siglo II, escribe que en las celebraciones litúrgicas, después de leerse los textos de los apóstoles y los profetas, el presidente de la asamblea invitaba, por medio de un discurso, a imitar la vida de aquellos que nos precedieron en la fe (Melloh 2002). La II carta de Clemente a los corintios es considerada en su estructura un sermón que relaciona textos de Isaías y Gálatas, viendo la relaciones entre Israel y la iglesia, y terminando con una doxología. Es probablemente el sermón cristiano más antiguo que se haya preservado. Tertuliano hace referencia a la elección de textos bíblicos adecuados teniendo en cuenta la realidad y las exigencias de los tiempos que se viven. También invita al estilo parenético de las homilías argumentando que en ellas “se hacen también exhortaciones, correcciones y reproches divinos” (Della Torre 1987).

Otro sermón antiguo es el de Melitón de Sardes hacia finales del segundo siglo, el cual muestra la relación temprana entre el calendario cristiano y la liturgia. El sermón data del período cuando el misterio pascual era celebrado como un evento unificado, llegando hasta la resurrección y la ascensión. La forma de su desarrollo recuerda mucho de lo que se hizo familiar en las fórmulas litúrgicas más tardías. Edwards nos comenta que

El sermón interpreta el acontecimiento pascual en el Éxodo como un tipo de la muerte y resurrección de Cristo. Esta homilía refleja la influencia de la septuaginta (sobre todo de los libros poéticos) y la oratoria profesional que deslumbraba el Asia Menor en aquel tiempo, con recursos como la anáfora, la antítesis, el apóstrofe y la personificación (Edwards 1995. 188-189).

La enseñanza común de los escritores patrísticos es que Dios está activamente presente en la lectura y predicación de la palabra. Sus enseñanzas descansaban en la teología de la predicación del Nuevo Testamento en cuanto a la comprensión de las consecuencias de la recepción del Espíritu. El predicador podía (y debía) depender de la guía del Espíritu santo. Queremos destacar algunas aspectos específicos de la predicación patrística que merecen particular atención y que ayudan a una mejor comprensión de la repercusión que esta tuvo en la historia homilética posterior.

Orientaciones de la predicación

En la era patrística la predicación tuvo orientaciones apologéticas, combatiendo herejías, disminuyendo así la dimensión profética. Entre los padres apologetas se destacan Justino, Taciano, Tertuliano, Hipólito, Ireneo, entre otros. La predicación patrística tomó además (hacia el siglo IV) el carácter de una exposición temática, explicación catequética o mistagógica (introducción a los misterios sacramentales). Justino (siglo II) comenta que la predicación, después de haberse leído los escritos proféticos y las cartas apostólicas, se desarrolla en la forma de una exposición parenética, una exhortación, un discurso moral.

Se destacan en esta época los temas dogmáticos (Jesús como Salvador y Juez, el perdón de los pecados, la resurrección) y temas de carácter ético (arrepentimiento, limosna, intercesión). Además, gana espacio la defensa de la doctrina cristiana frente a los judíos, gentiles, corrientes gnósticas y filosóficas (Streck 1993. 172).

El sermón didáctico fue desarrollado en la segunda mitad del siglo IV (Cirilo de Jerusalén, Teodoro de Mopsuestia, Ambrosio de Milán, Juan Crisóstomo) y se extendió de manera significativa en los próximos dos siglos. Por medio de ellos se instruían a los futuros miembros de las comunidades cristianas. El proceso para el bautismo incluyó muchos de estos sermones. Durante la cuaresma, "los catecúmenos eran instruidos con sermones diarios en torno a los elementos básicos de la fe cristiana" (Edwards 1995. 193).

El estilo homilético en el cual el texto bíblico es leído e interpretado "verso a verso" buscando su aplicación práctica en la vida cristiana, es el modelo que más desarrollo alcanza en la época patrística. Inicialmente los textos para predicar son indicados por el obispo. A partir del siglo V surge el sistema de las perícopas. Además de la homilía, otras formas están presentes: testimonios sobre la vida de los mártires y los santos, predicaciones de controversia (o dogmática), ocasionales (para funerales, por ejemplo), entre otras. La predicación tiene lugar en el culto, que se realiza todos los domingos y días feriados. En la época de la cuaresma, el culto se celebra diariamente. Además de los obispos, los presbíteros predican con regularidad. Los diáconos lo hacen excepcionalmente, los monjes y laicos no tenían esa posibilidad (Streck 1993).

Géneros en la elocuencia sagrada

No es fácil establecer distinciones precisas entre los diversos géneros de la elocuencia sagrada en la era patrística; encontramos vocablos que se refieren a conceptos técnicos antes de adquirir un significado más limitado. Tal es el caso de tractatus, homilia, sermo. El tractatus es una exposición, un tratado, y designa una obra escrita y redactada con método, con una finalidad didáctica. La homilía y el sermo son composiciones oratorias destinadas a ser proclamadas. Estos dos géneros de elocuencia se distinguen de la conversación espiritual o conlatio, colloquium, de sabor ascético y místico.

En la latinidad cristiana a partir del siglo IV sermo se refiere a todo tipo de predicación, bien sea la catequesis en sentido estricto, la interpretación exegética, la admonición parenética, el discurso religioso de circunstancia, o la explicación de un rito. Predicare es término técnico que en el mundo cristiano se reserva al uso litúrgico. Otros términos son allocutio (alocución), dictio (discurso), disputatio (discusión), oratio (conferencia), sermo panegyricus (discurso celebrativo). En la mayoría de los casos el punto de contacto entre estos diversos conceptos es el uso de la Escritura (Gregoire 1998).

La homilía tenía lugar durante la celebración sagrada. En la era patrística y hasta la invención de la imprenta, la homilía reviste una importancia privilegiada en una época en que los escritos se difundían muy lentamente. "El medio casi exclusivo de la evangelización era la predicación, la homilía bíblica, que no aspiraba normalmente a la solución de problemas exegéticos" (Gregoire 1998. 1061).

Los homiliarios

Además de los comentarios patrísticos, los predicadores disponían de colecciones de estractos de los que conocemos dos categorías principales. La primera corresponde al homiliario tipo, en el que los sermones siguen el orden del ciclo litúrgico (temporal y santoral), mientras que la segunda sigue un orden alfabético o un orden temático (vicios, virtudes y otros temas espirituales). La homilía leída, recitada de memoria, o compuesta por el orador ha sido siempre elemento integrante de la liturgia cristiana; la compilación de homiliarios sigue en un segundo momento. Y de hecho estas colecciones no fueron proyectadas de forma sistemática y definitiva, sino que son el resultado de la evolución de la misma vida litúrgica (Gregoire 1998).

En occidente, la literatura homilética es latina. Esta cultura latina, transmitida a través de la liturgia, crea en los clérigos, que son los primeros beneficiarios y los más asiduos lectores de textos patrísticos (incluidas las homilías), con los monjes y monjas, el hábito de la concisión de la expresión formal, la precisión del razonamiento teológico, la seguridad de la doctrina catequética. Si bien los textos patrísticos en occidente se difunden en latín, la lengua de la predicación popular sigue la evolución de los idiomas locales.

El estudio de la Biblia en el proceso homilético

Una vez leído el texto bíblico correspondiente, el predicador puede o bien examinar la perícopa entera o limitarse a la interpretación de uno o más versículos: la libertad de inspiración del predicador es en la patrística el criterio principal que determina el contenido de la instrucción pastoral. Esta referencia inmediata a la Escritura, al tiempo que introduce al auditorio o al lector en lo vivo del tema, garantiza una vinculación estrecha entre la palabra de Dios y la realidad concreta del acto litúrgico. La elección del autor patrístico que ayudará a entender el texto sagrado no es dejada al arbitrio o a la improvisación, sino que ha de obedecer a exigencias precisas: notoriedad del escritor, sensibilidad eclesial católica y ortodoxia doctrinal (Gregoire 1998).

La lectio continua de la Escritura no obliga a la homilía a comentar la totalidad de los textos sagrados; aquí se sigue la precedente tradición sinagogal. Superando el comentario literal (y eligiendo por tanto con este fin determinados textos bíblicos), el predicador interpreta la perícopa, se adentra en su espíritu, extrae el meollo y lo saca a la luz siguiendo la metodología típica del midrash. La homilía patrística y la exégesis medieval se acomodarán sin excepción a tales procedimientos. Gregoire destaca las formas en que la predicación cristiana en este tiempo sigue de cerca los métodos utilizados en el judaísmo para leer y comprender el texto sagrado

La hermeneútica judeocristiana cultivará pues los dos géneros del midrash: el midrash haggada (paráfrasis que es traducción e interpretación moral, histórica, alegórica o mística, que tiene sus orígenes en el targum) cuenta con abundantes ejemplos en algunos padres como Jerónimo, Orígenes, Eusebio, Clemente Alejandrino, Justino, Afraates, Efrén... El midrash halakha se propone aplicar el texto a las situaciones concretas de la existencia y, en clave cristiana, dará origen al sermón (1998. 1063).

Los padres no tenían dificultad en tratar un mismo tema en varias homilías sucesivas de diversas celebraciones litúrgicas. Así proceden entro otros, Pedro Crisólogo y Agustín. La intención pastoral de este proceder es evidente y los beneficios para la catequesis innegables. En los siglos posteriores, los abusos cometidos por predicadores tendenciosos y mal preparados, provocó el abandono progresivo de la lectura de la Biblia y la decadencia de la homilía y la consiguiente decadencia también del análisis exegético.

En la era de los padres, la palabra de Dios era el alimento de la piedad y la exégesis propuesta por la homilía litúrgica se acomodaba a las exigencias de los fieles. Para Vogel, la piedad de los padres tiene su inspiración y alimento en la familiaridad con la Biblia, la cual determina su actitud frente al misterio divino y gobierna incluso la expresión formal de sus pensamientos y sentimientos en la predicación o en los escritos. Y añade que los padres

Afrontan, sin duda, la Biblia con criterios exegéticos diversos, pero se advierten asimismo algunas actitudes fundamentales que pueden considerarse comunes: el oído atento para recibir no sólo el sentido de las palabras sino la intención de Dios, aún más, Dios mismo; la unidad de AT y NT fundada en la unidad de su Autor principal y del designio salvífico que nos da a conocer bajo diversas formas; la centralidad de Cristo, esencial para la inteligencia de la Biblia y de la liturgia; la iglesia depositaria e intérprete de la palabra de Dios" (1998. 1282).

Con el paso del tiempo, el abuso de la alegoría y el simbolismo (propios de la escuela alejandrina) privó muchas veces a la palabra de Dios de su dina mismo didáctico. Esto constituyó el prólogo de la grave crisis de la predicación que no hallará solución, ni con la difusión de las artes praedicandi, ni con las técnicas empleadas por las nuevas órdenes mendicantes (dominicos y franciscanos) o por los movimientos heréticos, ni con el género narrativo de los exempla.

El uso de la retórica y la filosofía clásicas

En la medida que el cristianismo crecía en el mundo gentil, la forma del mensaje fue cambiando y aparecieron diestros predicadores retóricos entre los nuevos convertidos. El evangelio comienza a ser proclamado en las normas de la retórica clásica, las formas que eran familiares a la cultura greco-romana. Aunque se la seguía mirando con sospecha, la filosofía griega fue considerada instrumento propedéutico importante para acceder al estudio de la Escritura; su aportación de conceptos básicos y de procedimientos hermeneúticos y demostrativos resultó fundamental para el desarrollo de la exégesis y de la teología cristiana. De acuerdo con De Simone, "Justino fue el primer cristiano que se sirvió de las categorías aristotélicas y de la terminología filosófica para exponer el mensaje cristiano y conciliar fe y razón" (1998. 1224). Siendo la antiguedad el criterio de la verdad, Justino, como los apologetas judíos que lo precedieron, insiste en que "los filósofos griegos habían aprendido de los profetas y de Moisés". Por su parte, Hans Kung afirma que Justino compaginaba en su pensamiento y discurso intelectual al Dios de los filósofos con el Dios bíblico de la creación.

Echó mano de un concepto popular clave de la intelectualidad helenista, del Logos...Se entiende ahora al Logos como la razón divina que, como "Logos que dona semillas" siembra en cada hombre la semilla de la verdad y como "la luz verdadera ilumina a todo hombre". Y este Logos se ha revelado no sólo a través de los profetas de Israel, sino también por medio de los sabios de Grecia, luego se ha "hecho carne" de verdad en Jesucristo y ha tomado una figura humana. Esta concepción conserva a Cristo como el centro del cristianismo y "hace justicia a otros filósofos, poetas e historiadores, todos los cuales participan del Logos divino" (1997. 149).

Clemente de Alejandría (160-220) y Tertuliano (150-220) recibieron instrucción retórica y los escritos de ambos dan pruebas de dicha instrucción. Crisóstomo y Agustín entrenaron a retóricos y a predicadores, reconociendo una alianza integral entre las dos disciplinas. Crisóstomo veía el valor del poder del discurso efectivo en los sacerdotes. Este poder puede desarrollarse cuando se aplican las reglas de la retórica a la tarea de la predicación. En su obra Sobre el sacerdocio, Crisóstomo argumenta que el cristianismo ha sido atacado en muchos sentidos por las visiones paganas a través de la aplicación efectiva de las habilidades retóricas. Por ello arguye que "la iglesia puede contrarrestar tales ataques ya que las habilidades retóricas no deben ser relegadas a los enemigos de la iglesia”. De este modo, él consideró el uso de la retórica "no sólo para la defensa de la fe sino también usada en la ministración hacia las dificultades que plagan las almas del pueblo" (Loscalzo 1995. 410).

No obstante, es con Orígenes (185-254) que se da comienza a la clara aplicación y enseñanza de los principios retóricos. El propósito origenista es mostrar la coherencia entre el patrimonio doctrinal de la iglesia y lo mejor del pensamiento filosófico de su época, para que así "la doctrina de la Escritura y de la tradición eclesiástica pudiera llegar a ser comprensible y aceptable a los hombres de su tiempo" (Vives 1971. 251). Antes de la época de Orígenes la homilía había sido un comentario informal de la Escritura. El ejemplo y la enseñanza de Orígenes abren el rumbo en dirección de la disertación formal. El aporte de Orígenes es más significativo en la hermeneútica que en la homilética. Para Orígenes, "el mensaje debía ser extraído de las Escrituras. Ellas tendrían los siguientes significados: 1) somático o histórico; 2) psíquico o teológico; 3) pneumático o espiritual. Orígenes es el verdadero padre de la interpretación alegórica; es él quien hace popular la espiritualización del texto" (Stanfield 1987. 7).

Ya Pablo utilizaba la alegoría para interpretar ciertas figuras y hechos de los libros de la ley como anticipaciones simbólicas de Cristo y de la iglesia. Para indicar estas prefiguraciones utiliza el término typos (Ro 5, 14; 1 Cor 10, 6). Esta manera de interpretación del Antiguo Testamento tuvo mucho éxito y señaló la norma usual sobre cuya base los cristianos leyeron e interpretaron dichos libros a partir del siglo II. A ello los exégetas, sobre todo de la escuela alejandrina (en especial Clemente y Orígenes), añadieron otros tipos de interpretación alegórica, especialmente por influjo de Filón y de la filosofía griega.

Los antiguos exégetas, mientras que designan con diversos nombres los diversos tipos de interpretación alegórica de la sagrada Escritura (interpretación espiritual o mística en correspondencia con la tipología actual, interpretación moral referida a las vicisitudes del alma, etc), utilizan sin embargo indiferentemente el término alegoría para indicar en bloque todos los tipos de interpretación no literal, sin distinguir más en concreto entre typos y alegoría; en efecto, "toda interpretación que es tipología en cuanto al contenido (en cuanto que ve en un dato del AT un typos de un dato del nuevo) es necesariamente alegórica en cuanto al procedimiento hermeneútico que se ha adoptado (ya que le da a ese dato un significado que no es el literal)" (Simonetti 1998. 70).

En la era constantiniana, la predicación sigue siendo apologética pero también se le acentúa como un medio para adoctrinar al pueblo. La influencia de la retórica griega se hace más evidente. Surge una nueva forma de discurso eclesiástico que se vale de los medios retóricos, su estilo es brillante y se hace más asequible al público. La predicación continúa explicando textos bíblicos y aplicándolos a la vivencia cristiana. Por el uso eficaz de la retórica, comienza a percibirse cierta rivalidad entre el sermón y el resto del culto (Streck 1993).

La predicación patrística no sólo encontró en la retórica clásica un valor utilitario para la eficacia del sermón como discurso público sino que también ambas disciplinas ya tenían elementos en común lo cual facilitó más el camino del encuentro. Quacquarelli señala que un factor de convergencia es la condena que tanto la retórica clásico-pagana como la cristiana antigua hacen de "los valores formales sin valores morales" (1998. 1886). El contenido define más el carácter del discurso que los elementos formales de su presentación. Toda predicación debe tratar sobre problemas éticos, debe reflejar la problemática de la vida humana y proponer posibles vías de solución a los conflictos. Los valores formales encuentran su lugar y sentido cuando sirven a un contenido pertinente para la vida.

La relación de la predicación con la retórica clásica también fue crítica y renovadora. Desde los presupuestos de la predicación cristiana, la retórica se vio enriquecida y adquirió nuevos matices y tendencias. Los padres de la iglesia rechazaron la idea de que el éxito de un sermón dependiera de las habilidades retóricas del predicador. "Si la verdad de las cosas dependiera de la habilidad del que habla, el mundo habría acabado con el triunfo de la mentira" (Quacquarelli 1998. 1886-1887).

La base central de toda la cristiandad patrística es la sagrada Escritura. Los autores cristianos antiguos piensan y escriben bíblicamente. A través de la exégesis bíblica, los padres siguen más los ideales de la sapiencia que los de la elocuencia. Utilizan hermosas metáforas para indicar la inmensa sabiduría que se tiene en la Biblia. La retórica de aquellos días se vio entonces permeada y leudada por la sabiduría bíblica clara y enérgicamente expuesta por los padres en sus homilías. Imágenes, narraciones, parábolas y discursos bíblicos vinieron a darle un carácter singular a la retórica clásica en labios de prominentes oradores de profunda inspiración bíblica.

Con la predicación de los padres, la retórica se hace menos elitista y más cercana al lenguaje del pueblo, porque el propósito es que la gente comprenda el mensaje y no se pierda en los laberintos de la elocuencia y las palabras rebuscadas. "El humilde esclavo, el campesino, el pescador, el artesano, el joven y el viejo, los hombres y las mujeres, las personas de cualquier condición social pueden vivir a Cristo comprendiendo la sagrada Escritura" (Quacquarelli 1998. 1887). La penetración bíblica por parte de los padres y de la comunidad ejerce una gran influencia sobre la lengua, que se va transformando para expresar una nueva civilización. En la elocución entran formas y elementos nuevos que no había conocido el mundo clásico pagano. Antonio Quacquarelli lo define como "una elocución en función de la invención bíblica" (1998. 1887). Y agrega que en aquellos años

Los comentarios bíblicos son filológicamente más ricos que los comentarios paganos a las obras clásicas (...) En todos los autores cristianos es posible advertir el ejercicio aprendido en la escuela del retor que se mueve en dirección bíblica a la búsqueda de elementos de desarrollo (...) Los padres son los primeros en destacar los elementos comunes a todos los hombres, su naturaleza retórica, y son los esquemas como la antítesis, los paralelismos, la gradación, los que se convierten en instrumento de exégesis escriturística (1998. 1887).

Liturgia, homilía y vida cristiana

Para los padres de la iglesia la liturgia no era sólo acto de culto, sino además norma de vida cristiana. La estrecha vinculación entre liturgia y vida cristiana que los padres establecen, se puede apreciar, en términos más generales, estudiando dos temas muy frecuentes en sus escritos: la oración, que con las palabras es expresión de la fe y del sentimiento religioso, debe traducirse coherentemente en obras. La comunión con Cristo se expresa en la comunión con los hermanos y hermanas que son su cuerpo. "Los padres ponen de relieve la incidencia de la liturgia en la vida cristiana cuando en sus catequesis, al explicar el significado de los ritos cristianos, instruyen a los catecúmenos y neófitos en los deberes fundamentales del cristianismo" (Vogel 1998. 1280-1281).

La homilía es la herramienta para la enseñanza y la exhortación en el contexto litúrgico. Procura afirmar a los cristianos y cristianas en la fe y desafiarles para una mayor fidelidad en su seguimiento a Cristo. La predicación litúrgica debe tener una función instructiva, pero no es lo primero. "En la patrística, muchos libros bíblicos fueron expuestos sucesivamente, presumiblemente en un contexto litúrgico. Allí, la exégesis siempre estuvo subordinada a la exhortación y la edificación" (Sloyan 1995. 312). Es más una aplicación a la vida cristiana que un comentario didáctico del texto. La homilía litúrgica es también integral al texto del rito y participa de su carácter de oración y alabanza, es decir, se inserta orgánicamente en el ambiente doxológico y eucológico de la liturgia. Aquí la homilía debe ser capaz de despertar el deseo de comprender y participar más profundamente de los misterios que la liturgia celebra.

El otro elemento significativo en la relación predicación-liturgia-vida es la homilía en el contexto del Año Litúrgico. En sus escritos y sermones, los padres enfatizan que la predicación en el año cristiano es una posibilidad de renovación para la vida de fe, cuando se repite la memoria de la salvación y participamos de aquel acto fundante. Los padres trabajaron la relación entre la fiesta celebrada, según el calendario cristiano, y el texto bíblico que le sirve de sustento. Estos textos, en perspectiva celebrativa, "alimentan la fe y se acercan, son vistos con ojos de fe y se experimentan como algo nuevo"(Eslinger 1995. 76). La anámnesis homilética consiste en acercar a nuestros días el fundamento bíblico de la celebración.

Finalmente, las estaciones del Año Litúrgico tienen intenciones performativas, no tanto informativas. Quieren provocar cambios, compromisos, vivencias nuevas. Una de las marcas de la predicación en la iglesia antigua es su fidelidad en relacionar la situación homilética con el "año de la gracia", es decir, el mensaje predicado con la espiritulidad del tiempo litúrgico que corre, para poder vislumbrar la acción de Dios en la historia presente, el kairos de Dios en cada momento. Los días y estaciones del año cristiano son explicados en relación a sus temáticas y a partir de ahí encontrar su relevancia para la vida de la comunidad.

Implicaciones homiléticas actuales

Predicación alegórica y analógica

De Orígenes nos viene el uso de la alegoría en las aplicaciones homiléticas. Rechazar la aplicación alegórica es desentendernos de una gran parte de la historia de la predicación cristiana. Es cierto que no podemos usar la alegoría para sustentar una doctrina, pero ese uso no fue común en la historia homilética. Mayormente se le utilizó como herramienta ilustrativa para extender el significado de los pasajes bíblicos a la vida de los cristianos y cristianas. La fuerza de la alegoría radicaba en la asunción de la inspiración bíblica, la creencia de que Dios había dado la Biblia a la iglesia como el principal instrumento hermeneútico para entender su propia vida. Quienes predican hoy en día tienen que buscar analogías entre la situación original del texto bíblico y la situación contemporánea para poder transferir aquellos pasajes a la vida de sus comunidades. La aplicación analógica no está lejos de la aplicación alegórica. En nuestra manera actual de utilizar la analogía como recurso hermeneútico, hacemos uso de lo que la exégesis contemporánea ha designado como tipología.

Los autores modernos definen con el nombre de tipoligía no sólo los ejemplos concretos del procedimiento hermeneútico de tipo paulino, que ve en ciertos hechos y figuras del Antiguo Testamento los typoi de hechos y figuras del Nuevo Testamento, sino más en general este tipo de interpretación escriturística. A menudo se contrapone la tipología a la alegoría; la primera representaría el modo auténticamente cristiano de leer e interpretar el Antiguo Testamento, mientras que la alegoría se derivaría de una influencia pagana y buscaría en la letra de la Escritura significados arcanos mediante procedimientos arbitrarios (Simonetti 1998. 70).

Es tipológica la interpretación que obedece a la concepción horizontal, progresiva y lineal del tiempo cristiano; es alegórica, en cambio, la exégesis que presupone por encima de nuestro mundo un mundo divino o angélico que se refleja de algún modo en aquél. Esta distinción es legítima si se refiere a las diversas formas literarias, pero es inaceptable por el juicio de valor que pronuncia contra la alegoría, acusándola de no ser cristiana: en realidad, las exégesis alegóricas de este tipo no escasean en el Nuevo Testamento y, “si el tiempo cristiano es sacramental, quiere decir que, además de la dimensión horizontal, comporta una dimensión vertical en virtud de la cual las realidades escatológicas están ya presentes en el mundo de hoy" (Crouzel 1998. 1612).

Los símbolos y sacramentos de la liturgia y la vida son ejemplo de la presencia de lo trascendente en lo inmanente, la teología litúrgica y sacramental es alegórica en la forma en que acerca el mundo divino y humano. Esta alegoría tendría que ser hoy aquella que no desprecia lo humano y material-sensible en contraposición con lo espiritual-intangible, porque no hay espiritualidad sin corporalidad, ni hay corporalidad sin espiritualidad. Más que dimensiones horizontales y verticales, sería mejor hablar de una dimensiones pluri-direccionales que engloban todas las inter-relaciones inagotables de la creación, no solamente lo humano y lo divino, sino todo ser vivo que participa de la dimensión sacramental más universal.

La elocuencia sermónica al servicio de la comprensión del mensaje

Lo más específico de la elocuencia cristiana no es impresionar a la audiencia sino posibilitar que esta entienda y acepte lo que se ha reflexionado. En ese sentido, el estilo de Agustín coincide con aquellos aspectos que Cicerón había destacado como ingredientes de todo discurso público: enseñanza, deleite y movimiento. Cada uno juega su rol en la estrategia del discurso persuasivo y cada uno se relaciona con los tres niveles del estilo oratórico: el estilo sencillo es para la enseñanza, el estilo medio es para el deleite, y el estilo magnífico es para movilizar la voluntad y el sentimiento. Agustín nos alerta acerca de la importancia de la preparación minuciosa, la preocupación por el crecimiento espiritual de la asamblea y la coherencia entre la vida de quien predica y su mensaje (Della Torre, 1987. 1021).

Este es uno de los legados más preciosos de los padres, considerar las capacidades humanas no como un fin en sí mismas sino como habilidades al servicio de la causa del reino de Dios. Cuando enfocamos el éxito de nuestra predicación en nuestra destreza humana, perdemos la esencial humildad que nos hace ser parte de una comunidad de iguales que proclama el evangelio. Los carismas retóricos sólo cumplen su propósito si se traducen en un mensaje sencillo y claro, aunque profundo y pertinente.

La predicación ha de ser contextual y relevante

Juan Crisóstomo nos alienta al desarrollo de sermones contextuales y relevantes. Su preocupación por actualizar la palabra de Dios en las situaciones de vida de las comunidades es un principio fundamental de la predicación cristiana. Se predica no para recordar sino también para mostrar la vigencia de la salvación de Dios en nuestra historia. Los padres sumergieron sus sermones en la historia convulsa y cambiante en que vivieron. Las experiencias de la vida cotidiana, los acontecimientos eclesiales, los conflictos religiosos, las injusticias sociales, las necesidades apremiantes de las comunidades, las grandes discusiones teológicas, la defensa contra las herejías anticristianas, la urgencia de vivir una fe cristiana responsable, constituían el escenario privilegiado donde la predicación se encarnaba y brindaba una palabra de discernimiento, una palabra profética, de consuelo, de esperanza, de advertencia, de compromiso, de cambio, de misericordia, de paz.

Para lograr proclamar una palabra contextual y relevante, el predicador y la predicadora deben ser parte activa, participante de la realidad a la cual predican. En su tiempo, muchos de los padres se debatían entre la vida activa y la vida contemplativa, era la tensión entre la inserción en la vida socio-política y la vida monástica. Pero supieron guardar un equilibrio entre ambas tendencias, no permitiendo que alguna de ellas absorbiera completamente a la otra. No podemos aislarnos de la realidad, sino nuestra palabra no tendrá nada importante que decir. Estamos también hoy bajo la tentación de asumir la vida cristiana como "refugio del mundo" y desentendernos de todas las luchas humanas; otra manera de estar "fuera de contexto" es proclamar un mensaje que no tome en cuenta las identidades culturales de los pueblos, y que el resultado sea un enfrentamiento entre la fe y la cultura.

Una tercera forma de predicación no contextual se erige hoy cuando el sermón no responde a su propio "contexto teológico-evangélico", y la predicación se orienta más a las corrientes modernas de globalización mediática y mercado, más preocupado por el éxito y la prosperidad que por el anuncio del "año favorable del Señor" y todas sus implicaciones (Lucas 4, 16-21).

Toda la comunidad es llamada a proclamar el Evangelio

La visión de Cesáreo de Arlés en relación con la predicación constante del evangelio apunta a algunos desafíos presentes en la actualidad homilética: la toma de conciencia de que el ministerio de la predicación es de todos y todas. Eso implica la necesidad de una adecuada preparación para hacerlo y garantizar, por último, que las comunidades siempre puedan tener ese tiempo importante y vital de comunión con la palabra.

En los tiempos patrísticos, sólo los hombres (obispos, presbíteros, diáconos en pocas ocasiones) tenían la posibilidad de predicar. Sin embargo, recordemos que en el Nuevo Testamento encontramos que tanto hombres como mujeres predicaban y jugaban un rol de liderazgo en las comunidades: "Basta con leer el saludo final de la carta a los Romanos para ver cuántas mujeres participaban de forma activa en la proclamación del evangelio" (Kung 1997. 136).

La participación abundante y protagónica de las mujeres en los primeros tres siglos de cristianismo se vio gradualmente sofocada por las imposiciones del liderazgo androcéntrico. Algunas razones pueden ser: la implantación de estructuras jerárquicas, que muestran antagonismo entre ética igualitaria e intereses de poder político; la aversión sexual, un fenómeno que no tiene origen cristiano sino que se remonta a los finales de la Edad Antigua; la devaluación de la formación para las mujeres, prohibición de recibir enseñanzas y reducir su valor a lo corporal (Kung 1997).

El avance y la justa fuerza de las reflexiones feministas en nuestros días, han abierto el camino para un cambio de pensamiento y actitud respecto a la participación y roles protagónicos de las mujeres en la sociedad, el ámbito laboral y científico, la vida de las iglesias, los movimientos sociales, los gobiernos. Las mujeres vuelven a tomar la palabra y predican, y lo hacen desafiantemente, desenmascarando siglos de patriarcalismo opresor y excluyente, invitando a las iglesias a ser comunidades de cambio y restauración en lo que se refiere a las relaciones de género. La predicación de la mujer ha revitalizado el sermón y sus temáticas tradicionales.

Junto a las luchas de las mujeres, llegan las de los jóvenes, negros, indígenas, homosexuales y otros grupos históricamente marginados de la palabra teológica, tanto en su estudio como en su exposición pública. Los nuevos sujetos teológicos crean nuevos sermones para un nuevo tiempo en que la iglesia y la sociedad toda se abren a la polifonía de voces, historias y esperanzas.

Buscando equilibrio entre las tendencias homiléticas

Casiano Floristán ha identificado algunos modelos homiléticos que a través de la historia han respondido -o han dado lugar- a tendencias pastorales.

La tendencia litúrgica fue un correctivo a la apologética, contrareformismo y antimodernismo, de corte dogmático y moral. Aquí, la homilía se entiende como irrupción del Espíritu para alabar y bendecir. La tendencia kerigmática pasa del nivel informativo al persuasivo, que descansa en el testimonio. Se insiste en el contenido, se busca acrecentar la fe, se confronta con el Señor del evangelio. La tendencia bíblica pone el acento en la exégesis, salta del texto a los oyentes, es una hermeneútica bíblica dicha en un contexto litúrgico. La tendencia existencial se propone desmitificar los textos bíblicos y exponer novedades exegéticas, sin confrontación de la vida con la palabra. Por último, la tendencia profética denuncia las injusticias y el irrespeto a los derechos humanos (Floristán 1993).

Ciertamente pueden identificarse en la historia otras tendencias homiléticas o la mezcla de varias de ellas. Los padres tuvieron una experiencia de síntesis de tendencias. La lección para nuestra práctica homilética actual es valorar el sermón precisamente como eso: una síntesis de varias preocupaciones, que son a la vez los ingredientes que dan consistencia e identidad a la predicación cristiana. No puede haber sermón kerigmático (orientado preferencialmente a la conversión) sin fundamentarse en un riguroso estudio exegético de los textos misioneros en el NT y sin establecer las claras exigencias éticas que el evangelio trae a la vida humana (dimensión profética). No es posible un sermón que, imbuido por la alegría y el misterio inefable de la celebración litúrgica, olvide la raíz bíblica y socio-histórica del acontecimiento que se está actualizando en la vida de los y las creyentes, los cuales necesitan acercar aquel evento salvífico del pasado a sus necesidades existenciales más urgentes.

El sermón no puede quedarse en lo exegético o en lo pastoral. La predicación no debe quedarse en el pasado bíblico, o hablar exclusivamente al momento actual. Se parte de la historia humana, esta es iluminada por la palabra bíblica, y sólo entonces llega el desafío para la misión de la iglesia en su contexto. La historia humana no es pretexto ni mero contexto, sino texto de predicación. La fe comienza y madura en la experiencia histórica. "En la predicación hay que acentuar tres horizontes: la memoria de la libertad del Resucitado, la esperanza para que el reino venga, y la liberación en la solidaridad con oprimidos y marginados" (Floristán 1997. 557).

Concluimos entonces, en sintonía con Floristán, que el acto homilético es un ejercicio pastoral entendido dentro del binomio teoría-praxis. De una parte está el trasfondo teológico, a una teología una predicación concreta. Del otro lado está el análisis de la realidad humana, personal y social. "En toda predicación se dan dos hermeneúticas entrelazadas: la bíblica y la política" (1993. 555).

Dejar que el texto hable

Comenzamos este apartado con algunas reflexiones de Justo González

Cuando nos disponemos a escuchar lo que la Biblia nos quiere decir para que esto desemboque en un sermón bíblico, nos enfrentamos a no pocas dificultades. Con frecuencia nos orientamos más a la tradición homilética recibida que al propio texto. Nos gusta repetir modelos sermónicos antes que producir mensajes auténticos y fieles a la Biblia. También es común articular textos para que digan finalmente lo que nosotros queremos que digan, para que nos sirvan de trampolín a un discurso moral y religioso. Cuando determinamos cuál texto conviene a la comunidad estamos tratando la Escritura como recetario ya predeterminado, y así la autoridad del mensaje sigue recayendo en quien escoge el pasaje. En este último ejemplo tampoco hay "lucha con el texto", no hay sorpresas pues ya sabemos de antemano lo que dice. (Rodríguez y Espinosa 1994. 13-15).

Los padres de la iglesia lidiaron también con estas dificultades. Sin embargo, una cualidad común a toda la predicación patrística fue el profundo respeto por la Biblia. Los padres muestran una constante preocupación por el estudio exegético, aunque entre ellos existen diferencias metodológicas que ya conocemos. Pero detrás de cada forma de abordar el texto, está el deseo de comunicar la palabra de Dios tal y como ha sido revelada. Reconocemos que es un reto tremendo, la interpretación del texto siempre pasa por nuestros condicionamientos culturales e ideológicos. Pero contamos hoy con herramientas críticas que nos permiten acercarnos al texto y comprenderlo mejor en su sentido y propósito original. Lo que pasa es que muchas veces nos cuesta emplear tiempo para hacer un estudio responsable del texto y nos lanzamos demasiado rápido a las aplicaciones actuales.

En otras ocasiones, el texto nos incomoda y lo dejamos pasar de largo, o imponemos sobre él nuestros intereses. González propone una relación transparente, flexible y autocrítica con el texto, y nos recuerda: "Hay que dejar hablar al texto bíblico, abrirse a los mensajes y juicios que pronuncia sobre mi persona, mi vida, mi teología, mi comunidad. Esa es la forma en que la autoridad en el sermón venga de la Escritura" (1994. 25).

Recordemos también a Agustín cuando nos dice en su homilía La palabra de Dios que lo primero es escuchar el texto para poder ponerlo en práctica: "Mi satisfacción, digo, es plena cuando escucho, no cuando predico (...) Pensad en que, si es bello el oír, mucho más bello es el practicar. Si no escuchas, desdeñas lo que oyes y nada edificas; si oyes y no haces, edificas una ruina (...) Luego edificar sobre roca es oír y obrar, pues oír es edificar" (Del Fueyo 1958. 12-13).

Crítica a la tradición homilética patrística

Pablo Jiménez, homileta latinoamericano, rastrea el sermón de "tres puntos" hasta los escritos de Agustín, quien basado en la retórica de Aristóteles, trabaja el esquema de la triple apelación: a la razón, al corazón, a la voluntad. Cada punto tiene incisos. Estas subdivisiones se estructuran se acuerdo a procesos retóricos: narración, ilustración, aplicación, argumentación, exhortación, definición, interrogación, descripción, ejemplificación y comparación. Este modelo de elaboración sermonaria adquirió relevancia en la predicación escolástica y ha perdurado -bajo numerosas versiones- hasta nuestros días.

Jiménez hace entonces una crítica, desde una nueva situación cultural y eclesial, a lo que él llama el "modelo tradicional" o "deductivo" de la predicación cristiana. Las dificultades resaltadas son las siguientes:

Es un modelo racionalista, parte de una premisa general que debe aceptarse como cierta, va de lo general a lo particular. Es una lógica deductiva. Es también un modelo abstracto, relega las historias y las imágenes al plano de la ilustración. La narración queda al servicio de las ideas. Es autoritario, recalca la autoridad de quien predica, la congregación no tiene espacio para discernir. Es un sermón monológico, exposición y escucha, alguien afirma y el resto asiente. Divide la forma del contenido, asume que todos los textos bíblicos pueden predicarse de la misma manera, independientemente de su género literario (1994. 68-69).

A este modelo, Jiménez contrapone la predicación inductiva, la cual permite ver el proceso sermónico: "La inducción pretende llegar a una conclusión que se pueda reconocer como verdadera. Se parte de la realidad y lo concreto para llegar a las ideas. Lo que era el punto de partida en el sermón deductivo es el punto de llegada en el sermón inductivo" (1994. 70-71).

Si bien los padres de la iglesia siguieron, en su mayoría, los derroteros del proceso deductivo -sobre todo en su afán de demostrar la validez de las doctrinas cristianas en contraposición con otras corrientes de pensamiento teológico y filosófico- supieron también "aterrizar" sus sermones en la vida de sus oyentes y compartir una palabra inteligente, bíblica y pastoral. Otros elementos levantados por Jiménez merecen igualmente ser revisados y transformados de cara a las demandas actuales de las comunidades cristianas, y de nuestro mundo en general.

Hoy en día se habla del "sermón dialogado" como una alternativa al discurso unidireccional y autoritario, lo cual es un reclamo de comunidades más participativas, incluyentes y que asumen procesos más democráticos y dialécticos en el ejercicio de los carismas y ministerios en la pastoral de la iglesia. La predicación "verso a verso", que caracterizó a la homilética patrística, y cuya continuidad puede verse en la llamada "predicación expositiva", sigue teniendo vigencia -sobre todo por su inclinación a respetar el texto bíblico en su integridad original- pero a la vez debe alternarse con otros modelos como el sermón temático, el de más cuño litúrgico, con aquel que profundiza en los aportes más recientes de la psicología pastoral. Las formas homiléticas deben ser elegidas en función del propósito de cada sermón y de las demandas de cada circunstancia.

Los nuevos modelos homiléticos, en un contexto multicultural y pluralista, deben acompañarse de cambios, aperturas y actualizaciones en la perspectiva teológica, en el análisis de la realidad y en una pastoral pertinente. Más que demostrar verdades pre-establecidas, las reflexiones deben nacer de la práctica de la fe, que impliquen un llamado a la solidaridad y al servicio. La óptica liberadora en las predicaciones de hoy debe evitar que el sermón no haga de las personas "víctimas" del pecado, sino sujetos de transformación de situaciones injustas y violentas. Debe liberar de los prejuicios, los egoísmos y afirmar la vida. La hermenéutica actual nos enseña que los textos no pueden ser sacados de su contexto teológico y literario, socio-cultural. La perspectiva comunitaria en la predicación nos permite vernos como comunidad de fe y vida, y denunciar el mal en sus manifestaciones comunitarias y personales. El sermón en un evento de comunicación comunitaria (Jiménez 1994).

En cuanto al lenguaje abstracto, preferimos para nuestros días el lenguaje concreto en la predicación. Partir de la vida nos lleva a hablar de la vida como ella es, como la gente la experimenta en sus alegrías y dolores de cada día. Lo narrativo debe ganar terreno en la homilética actual. Recordemos a Jesús contando parábolas, historias cotidianas sacadas del ambiente propio de sus oyentes, de sus modos de vivir y sentir, de su manera de entender el mundo y expresar su fe. Así mismo la poesía y la imaginación, como manantiales de la utopía del reino, serán fuertes aliadas de la predicación, evitando el lenguaje rebuscado y las metáforas oscuras.

De Gregorio Nacianceno se ha dicho que su poesía era demasiado retórica y su oratoria demasiado poética. Broadus nos alerta al recordarnos que un orador puede derivar mucho beneficio del estudio de los poetas, pero que también muchos predicadores han sido dañados por no haber entendido la diferencia entre el oficio del poeta y su propia profesión. "La imaginación es la señora del poeta, es su reina; para el orador la imaginación es una sirviente, muy útil y por cierto absolutamente necesaria, pero al fin sólo una sirviente. Para el orador, el esplendor de la dicción es sólo un medio subordinado" (Broadus 1948. 55).

Predicar a Cristo hoy

Retomamos aquí una preocupación que dejamos pendiente cuando hablábamos de Orígenes y la influencia de la alegoría en la teología cristológica antigua. Los escritos apologistas que hallan su punto culminante en Orígenes invierten el punto de partida de la reflexión cristológica: hay un desplazamiento del Cristo terreno y exaltado al Cristo preexistente, de la historia a la preexistencia. Así queda ensombrecida la vida de Jesús frente a la encarnación; se enlazó la cristología con la cosmología y no con la soteriología. Podemos sintetizar este cambio de paradigma cristológico en tres cuestiones:

1. Del esquema salvífico apocalíptico-temporal orientado hacia adelante (vida-pasión-resurrección-segunda venida) se pasa al esquema cósmico-espacial (preexistencia-alumbramiento-ascensión del Hijo de Dios y Redentor).

2. En vez de utilizar las formas propias y concretas de la Biblia (dichos de Jesús, narraciones, himnos, credos bautismales) se usan conceptos óntico-ontológicos de la metafísica helenista. Conceptos griegos tales como hypostasis y physis, o latinos como sustancia, esencia, persona.

3. La reflexión sobre el dinamismo de la revelación de Dios en la historia (a través de Cristo y en el Espíritu) se desplaza a una contemplación estática de Dios en sí en su eternidad y su intimidad, a los problemas de la preexistencia de tres figuras divinas.

Ante este cambio de paradigma teológico en la antiguedad, Hans Kung se pregunta:

¿No se deforma el mensaje originario de Jesús y el anuncio que el Nuevo Testamento hace de Jesús, el Cristo de Dios crucificado, resucitado y presente en el Espíritu cuando en la teología, literatura y piedad cristianas el interés principal se ha desplazado de la cruz y resurrección al nacimiento y "manifestación", ciertamente a la preexistencia del Hijo de Dios y a su vida divina antes de todos los tiempos? ¿No se ha convertido así el evangelio, "palabra de la cruz", en una doctrina triunfalista desde un principio, en una "teología de la gloria"? (1997. 183).

Nosotros nos preguntamos hoy: ¿A qué Cristo predicamos en nuestros sermones? ¿A un Cristo perdido en las nubes que nada sabe del sufrimiento humano o a un Jesús que comparte la vida de las personas y padece por esa vocación de servicio a quienes ama? La predicación de hoy necesita proclamar a un Cristo que orienta la historia hacia la consumación final de su reino de amor, paz y justicia. Predicar a "Cristo crucificado y resucitado" es afirmar que Dios está en medio nuestro haciendo suyo el sufrimiento del mundo, para salvarlo desde su propio dolor, en el milagro de la misericordia y la lucha por la vida. Ese Dios, en Jesucristo, también denuncia las injusticias y anuncia que la muerte será finalmente vencida por la vida.

La predicación cristiana necesita hoy volverse al Cristo del camino, que se hace semejante a nosotros y nosotras, que nos acompaña y nos anima en cada encrucijada, sin perder de vista que ese mismo Cristo ha resucitado, venció las injusticias y constituye la primicia de nuestra propia resurrección. A ese Cristo, Dios le ha hecho Señor de la historia y de nuestra vida. Y la predicación también exalta a ese Cristo que vive por siempre, y se convierte así en el Señor que adoramos y servimos en una actitud consecuente con su vida y su testimonio.

Es lamentable que el Cristo que hoy muchos predican sólo sirva para justificar ideológicamente el afán desmedido de poder, prosperidad y autoridad; o un Cristo apolítico que traiga resignación a la gente, para que todos acepten la idea de que "otro mundo no es posible"; o un Cristo milagrero o hechicero, que de manera mágica y espectacular resuelva toda clase de problemas y dolencias; o un Cristo tan espiritual y místico que no sea capaz de comprender y sentir la santidad y la belleza del amor y el placer erótico, dones tan divinos como la castidad, la oración o la propia salvación.

Predicar a Cristo hoy es un evento dinámico y revolucionario. Los otros cristos, los que no cambian, los que no se conmueven, los que no se indignan y anuncian la verdad a cualquier precio, son falsos, son la religiosidad de quienes han acumulado bienes y temen perderlos, o el síntoma fatal de quienes ya se han sumido en el abismo de la indiferencia y la desesperanza.

Predicar a Cristo hoy es también volver juntos y juntas la mirada al Jesús de los evangelios y superar, con la fuerza de su Espíritu, las divisiones y contiendas que limitan el testimonio de la iglesia en el mundo. Los muchos cristos producen muchos partidos teológicos. Las teologías son simiente de discordia, lejanía y hasta de actitudes violentas, en vez de aceptarse como visiones diversas, legítimas y complementarias de una misma y esencial experiencia de fe humana. Necesitamos dejar que el evangelio sea más decisivo que la doctrina, que el "Cristo de la historia" gane terreno al "Cristo de los dogmas" (Kung 1997), porque el dogma divide pero la vida y sus clamores nos une.

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