Un segundo despues chojin

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Un segundo después

Una novela escrita por EL CHOJIN

Una novela escrita por EL CHOJIN

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1

CAPÍTULO 0.

Hoy puede ser el primer día del resto de tu vida. Eso es lo que rezaba un cartel publicitario
en la carretera. Los conocía todos de memoria, en los atascos que se forman en la autopista
a las ocho de la mañana te da tiempo incluso a aprenderte las matrículas de los coches que
ves tooodos los días.
Era un día normal, cuando tardas cuarenta minutos en recorrer los poco más de diez
kilómetros que separan tu casa de E.E.A.A (Empresa en la que trabajaba desde hacía
diecinueve años) te da tiempo a ver muchas legañas, muchos cabreos y muchos dedos
explorando perezosamente muchas narices. Y para colmo llovía. Bueno, resignación,
quince minutos más en mi ford mondeo azul casi nuevo.
Definitivamente era un día normal. Llegué al trabajo a las nueve menos cinco. Teníamos
en la oficina una pequeña broma con respecto a Ana, la guardia de seguridad que estaba
siempre en la puerta; era el primer “hola” de la mañana. Y era una buena manera de
comenzar el día. Había pasado los treinta por muy poco, era la típica morenaza de ojos
grandes. Su padre era andaluz, no recuerdo exactamente de donde, y su madre de Ceuta,
así que tenía en la mirada parte de ese exótico misterio que rodea a las mujeres árabes.
Bajita, con muchas curvas, y aunque el uniforme le daba un toque morboso, estoy
convencido de que yo no fui el único que, en los momentos de poco trabajo, se lo
cambiaba por los siete velos. Pues bien, el comentario sobre ella era, aparte de las brutadas
típicas de supermacho que hacíamos todos -lamento decir que no puedo excluirme- que
cómo era capaz de estar siempre impecablemente maquillada y perfumada. En los tres
años y medio que llevaba entre nosotros nunca la vimos una sola arruga, y hoy no era una
excepción. Vi que tenía un libro rojo en una mano y un vaso de plástico de los de la
máquina de café en la otra.
-¡Hola Ana! Valla, ¿Qué lees? -pregunté por ser simpático más que por auténtico interés-.
-¡Buenos días don Moisés! ese era mi nombre-. Nada, es el método Silva para aprovechar
la capacidad de la mente
, pensé que sería interesante, pero la verdad es que parece una
tontería sobre Dios y lo bonito que sería todo si fuéramos buenos o algo así...
Y entonces ocurrió. Cuando hizo amago de enseñarme el libro, algo del café se derramó
del baso de plástico y ¡Ana se manchó los pantalones del uniforme! Ya tenía tema de
conversación para toda la jornada.

¿Sabéis? Yo estaba bastante convencido de que mi vida era plena. Tenía un trabajo fijo
muy bien considerado tanto socialmente como económicamente, era ingeniero
aeronáutico. Estaba felizmente casado y tenía tres niños maravillosos que no daban más
problemas que los típicos. Era normal, normal...

Arriba en la oficina todo estaba tranquilo, normal. La jornada de trabajo se consumió
exactamente a la misma velocidad que la anterior, ni más rápido ni más despacio. Las
mismas caras, las mismas bromas, el mismo proyecto sobre mi mesa. Es curiosamente
increíble que no nos demos cuenta de cuando ocurren exactamente las cosas más
importantes; porque ese día ocurrió algo realmente importante: en algún momento de
entre las nueve y las cinco, el tiempo murió.
Contrariamente a los que pueda parecer yo no lo supe hasta bastante después (¿o
antes...?), así que seguí viviendo ese día de forma normal. Mi último día normal.

Al día siguiente...

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Al día siguiente el mismo cartel rezaba lo mismo: Hoy puede ser el primer día del resto
de tu vida
. ¡Qué gran verdad!
Parecía otro día normal, legañas, cabreos, dedos explorando perezosamente narices. Y
para colmo llovía. Bueno, resignación, quince minutos más en mi ford mondeo azul casi
nuevo.
Definitivamente parecía un día normal. Llegué al trabajo a las nueve menos cinco. Vi a
Ana que tenía un libro rojo en una mano y un vaso de plástico de los de la máquina de café
en la otra.
-¡Hola Ana! Valla, ¿Qué lees? -pregunté por ser simpático más que por auténtico interés-.
-¡Buenos días don Moisés!. Nada, es el método Silva para aprovechar la capacidad de la
mente
, pensé que sería interesante, pero la verdad es que parece una tontería sobre Dios y
lo bonito que sería todo si fuéramos buenos o algo así...
Y entonces ocurrió, cuando hizo amago de enseñarme el libro, algo del café se derramó
del baso de plástico y ¡Ana se manchó los pantalones del uniforme! Ya tenía tema de
conversación para toda la jornada...

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3

CAPÍTULO I

I.I.

Diez menos diez de la mañana.

Todo en la vida son matemáticas. Todo tiene una explicación lógica; desde el
movimiento gravitatorio del mayor de los cuerpos celestes hasta el del electrón del más
pequeño de los átomos. Todo. A eso se agarraba siempre Isaac, y por eso no podía estar de
acuerdo con Magda.
- Mira Magda, sabes que yo respeto tus creencias, así que lo mínimo que puedes hacer es
respetar tú las mías. ¿O no?
- Si no es que no las respete, es que me parece muy triste que no tengas un poquito de fe.
Yo no digo que Dios sea el señor de barba blanca que nos vigila constante y que nos creó
del barro... Entre otras cosas porque me niego a aceptar que la primera mujer saliera de la
costilla de un tío- Dijo Magda regalándole una de sus encantadoras sonrisas a Isaac para
calmar un poco el ambiente.
- Mujer, es algo un poco más profundo que eso. Porque, de todas maneras dicen que lo de
la costilla es manipulación de la traducción de la Biblia por parte de la iglesia. Tengo
entendido que en los escritos originales se dice que Eva fue creada, no del costado de
Adán, sino a su costado. Osea que Dios la creó a su lado, no de su costilla.
- Bueno, lo que sea; te aseguro que lo último que me apetece a estas horas de la mañana es
hablar de Dios y la Biblia.
Magda era una auténtica belleza, sus padres eran jamaicanos y aunque ella aún no había
viajado a la tierra de estos, la genética es tozuda y se empeñó en darle un cuerpo escultural
de metro setenta y siete. Tenía todo lo que se le puede pedir a una mujer (O, al menos, todo
lo que Isaac podía pedir a una mujer): Un carácter luchador a prueba de bombas, un amor
infinito hacia los suyos, una vitalidad envidiosa y una paciencia digna de admiración.
Pero su cara... su cara era lo único que le hacía pensar a Isaac que, al fin y al cabo, si era
posible que Dios existiera. Facciones suaves pero no sosas, labios voluminosos y en
extremo sexis aunque en absoluto vulgares, nariz pequeña y ojos rasgados llenos de
inteligencia y vida que nunca rehuían ninguna mirada.
Hacía frío y el autobús que llevaba a Isaac y Magda a la universidad, aparte de totalmente
repleto de gente callada y legañosa, estaba parado en el atasco de siempre ¡Y encima
llovía! Cuarenta minutos en un autobús con más de setenta personas te recuerda
cruelmente que en este mundo aún existe mucha gente que no usa desodorante.

...hoy puede ser el primer día del resto de tu vida...

Una breve alteración en la parte delantera del autobús rápidamente se convirtió en
sorpresa y la sorpresa en alarma, incluso se oyeron varios gritos de auténtico horror.
Magda no pudo ver a que se debía esta perturbación de la normalidad, pero Isaac si ¡Un
hombre completamente desnudo y en apariencia herido, corría entre los coches parados!
Su expresión era de desesperación, pero no del tipo de desesperación de aquel que busca
escapar de algún peligro, era peor aún; parecía que aquel hombre huía de algo sabiendo a
ciencia cierta que no podía escapar. Intentó entrar en varios coches, pero todos los
pestillos estaban echados. Y si buscaba ayuda, estaba claro que no la encontraría entre los

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ahora despiertos conductores que colapsaban la carretera.
- ¿Qué ocurre?- Preguntó repentinamente asustada Magda.
Aquel hombre siguió su triste huída bajo la lluvia y salió del campo de visión de Isaac.
Mientras en el autobús estallaban las conversaciones que pretendían dar una explicación
a lo sucedido, Isaac contó lo que vio a su compañera no sin antes sentir una cierta
repugnancia hacia el resto de viajeros al darse cuenta de que él fue el único que sacó su
teléfono móvil para avisar a la policía de lo ocurrido.
El resto del viaje se desarrolló normalmente con la salvedad de que la gente estaba algo
más excitada. En el fondo todos agradecieron el incidente ¡Ya tenían tema de
conversación para todo el día!

Diez y diez de la mañana.

- No me apetece entrar en clase- Dijo Isaac a la vez que hacía sonar sus doloridas
cervicales moviendo el cuello a derecha e izquierda-. Además llegamos tarde. Vamos a la
cafetería, te invito a un algo.
- ¿Ya empiezas?
- Venga mujer, vamos a la próxima clase. Ya pediremos los apuntes.
- Vas a conseguir que no termine la carrera nunca. Vale, pero invitas tú, y entramos a la
próxima hora.- Este solía ser más o menos el ritual que Magda e Isaac seguían antes de
hacer pellas desde primero. Él lo proponía, ella decía que no estaba bien y terminaban en
la cafetería (A veces ni siquiera llegaban a entrar a una sola clase).
Isaac fue a pedir un café para Magda y un Nesquiq para él. Siempre había bebido Cola-
Cao
, pero desde que retomaron su campaña de “Yo soy aquel negrito del África tropical”
con los jugadores de fútbol, se negó a volver a darles un duro por considerar esa campaña
aparte de absurda, racista. Parecía que no eran los únicos que habían decidido saltarse una
clase, la cafería estaba llena como la mayoría de los días a primera hora.
- Tu café, con mucha leche y dos azucarillos.
- Gracias. ¿Sabes? Estoy pensando en el hombre de la carretera. ¿Qué puede llevar a una
persona a salir corriendo por la autopista desnuda y bajo la lluvia con el frío que hace?
¿Crees que estaba loco?
- Pues no lo sé. Yo también he pensado en ello. Su coche estaría en el atasco, se ha vuelto
loco como Michael Douglas en Un día de Furia, se ha desnudado y ha salido corriendo...
no sé. A saber...
- Claro, porque no ha podido salir de su casa así. No hay casas en medio de la autopista, y
no creo que halla llegado hasta donde le vimos desde la ciudad. Es una pena. A lo mejor
dicen algo en la tele esta tarde.

I.II.

Once en punto de la mañana.

- Cálmese señor. Nadie va a hacerle daño.- Jairo y su compañero habían recibido el aviso
de que un hombre desnudo, aparentemente muy desequilibrado, estaba causando
disturbios en una panadería del centro comercial que había en la entrada de la ciudad.

...hoy puede ser el primer día del resto de tu vida...

La situación era bastante surrealista, viendo a aquel tipo a Jairo le vino a la memoria
Tarzán en Tarzán en la ciudad. Tenía la apariencia de una bestia acorralada, no parecía
peligroso, pero si terriblemente imprevisible y sobre todo asustado. Jairo estaba

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siguiendo el manual paso a paso, hablaba con voz calmada, no hacía ningún gesto brusco
y, mientras se acercaba a él muy despacio, intentaba crear en el perturbado la ilusión de
que todo estaba bien y de que él estaba allí sólo para ayudarle.
- ¡No lo entienden! ¿Por qué nadie quiere entenderme?- Grito aquel pobre hombre con
una voz tan estridente que pareció asustarle incluso a él mismo.
- Claro que te entiendo, eh... ¿Cómo dijiste que era tu nombre?- El agente seguía
acercándose muy despacio pero sin detenerse.
- ¡No lo sé!- Volvió a gritar. Súbitamente pareció calmarse- Moisés, si, eso es, me llamo
Moisés. Me llamo Moisés...
- Muy bien Moisés, pues ahora...- Y si terminar la frase saltó hacia él con la habilidad que
más que la instrucción, da la edad, y con un diestro movimiento le colocó las esposas.- Lo
siento amigo, pero ahora nos vas a tener que acompañar. Es por tu propio bien.
- Me llamo Moisés, me llamo Moisés...

Jairo le puso su chaqueta al hombre que temblaba violentamente y así es como le
llevaron directamente al hospital tras informar de la detención. Ahora les tocaba esperar a
que los médicos evaluaran su estado, para, en caso del que el alborotador se recuperara de
su estado de sock, preguntarle su nombre completo y alguna dirección o teléfono de
alguien que pudiera hacerse cargo de él.
El médico, tras apenas diez minutos de estudio, informó a los agentes de que aquel
hombre aparentemente se había autolesionado utilizando sus propias uñas para rasgarse
la cara. Se encontraba sedado y habría que mantenerlo bajo observación durante algún
tiempo ya que, además, presentaba algunos síntomas de hipotermia.
- ¿Cuándo considera usted que podremos hablar con él, doctor?
- En una hora más o menos.
- Entonces esperaremos.- Dijo Jairo a su compañero. El nombre de este era Julio, un tipo
callado. Callado y aburrido al que todo el mundo en la comisaría conocía como “el Autis”.
Se suponía que era él el que daba veteranía a la pareja, pero en los ocho meses que
llevaban patrullando juntos el carácter de Jairo se había impuesto al de su compañero de
tal manera que el que tomaba todas las decisiones era el policía de menor graduación.

Una menos diez de la tarde.

Veinte minutos después de la hora que pronosticó el médico Moisés empezaba a
despertar. Se encontraba totalmente desorientado, tenía la sensación de despertar de una
horrible pesadilla. Lamentablemente no tardó mucho en comprender que la pesadilla no
se había ido a ninguna parte, seguía ahí. Reconoció al joven policía que tan hábilmente le
había reducido poniéndole las esposas, y en un segundo plano a otro hombre igualmente
uniformado, de mayor edad. Hablaban con una tercera persona que vestía bata blanca y
zuecos del mismo color.
- Parece que está despertando, pero antes de que le hagan las preguntas que tengan que
hacerle van a tener que dejarme hacerle un pequeño chequeo. - Dijo el médico.- Así
que si no les importa, salgan un momento por favor, yo les aviso. Gracias.
Los policías salieron de la habitación y el doctor centró su atención en el paciente.
- Bien, ¿Cómo se encuentra?
- Como si me hubieran pegado una paliza y después me hubieran abandonado en medio de
la sabana en plena migración de ñues.- A Moisés le costaba hablar y su voz le sonaba
desconocida (Otra vez). “¿Cuándo va a acabar este tormento?” se preguntó
apesadumbrado.
Ya sabía que es lo tenía que hacer.
- ¿Puedo ir al baño? Tengo la sensación de que no voy en años...

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- Por supuesto. Es esa puerta.- Moisés se levantó costosamente, entró en el baño y cerró la
puerta. Mientras oía al buen doctor hablándole sobre lo frió que estaba siendo el invierno,
se miró en el espejo y lo que vio le hizo llorar “¿Por qué? ¿Por qué?”.
Salió del baño, y sin dar ninguna oportunidad de respuesta al médico le golpeó con todas
sus fuerzas en la cabeza con la tapa de váter que previa e intencionadamente había
desatornillado de la taza. Fue un golpe terrible, el doctor calló al suelo. La herida tenía
muy mala pinta. Moisés se odió a si mismo mientras le quitaba la bata, los zuecos y los
pantalones al inconsciente (o ¡Tal vez muerto!) médico. Pero ya no había marcha atrás,
cambió su bata de enfermo por la de doctor y abrió la puerta de la habitación muy
despacio. Perfecto, los policías no miraban, era su oportunidad. Salió al pasillo y tomando
la dirección contraria a la que le llevaría hacia los agentes consiguió llegar a las escaleras,
de ahí al vestíbulo y de ahí a la calle. “¿Y ahora qué?”.

I.III.

Adrián era el hermano gemelo de Isaac. Eran gemelos idénticos y su parecido no era
únicamente físico, compartían aficiones tales como los deportes (en especial las artes
marciales), la lectura, el cine, las ciencias, el arte (Adrián amaba la pintura y se había
enfrentado sin miedo a más de un lienzo de forma bastante notable); y de unos años aquí
las mujeres. O para se más exactos la mujer. Ambos estaban locos por Magda, ninguno de
los dos lo había reconocido abiertamente, pero ambos sentían celos de su hermano
cuando ella dedicaba más tiempo a uno que a otro. Adrián, como su hermano, era
relativamente alto con su algo más de metro noventa. Era de constitución atlética y su
éxito con las mujeres seguramente se debiese a que su mezcla de inconformismo y
rebeldía a ellas les resultaba irresistible.
Los gemelos estaban realmente muy unidos. Su vida no había sido fácil. Vivieron en un
orfanato los primeros tres años de su vida hasta que fueron adoptados por una pareja que
ya había perdido la esperanza de poder engendrar su propia descendencia. Todo fue muy
bien en un principio. José y Marta les querían con la misma intensidad con la que
cualquier padre quiere a su hijo. Pero con la pubertad llegaron los problemas, aquellos a
los que habían querido como a sus padres decidieron divorciarse. El padre formó otra
familia y se fue a vivir a Londres y Marta, sin estudios ni preparación lo pasó muy mal
para sacar a delante a los hermanos. Desde muy jóvenes se vieron obligados a aportar
dinero a casa, pero aún así lo habían conseguido. Estaban en la universidad.
Hacía unos meses que Adrián estaba seguro de que había algo entre su gemelo y Magda,
así que, como muestra de amor hacia su hermano, decidió matricularse en la universidad
por la tarde para no interponerse entre ellos con la excusa de que así podría trabajar por la
mañana reponiendo en el supermercado del centro comercial de su barrio.

Once menos veinte de la mañana.

Aquella mañana llovía. Adrián estaba al lado de la salida de emergencia, y
contraviniendo todas las normas una vez seguro de que nadie le veía- decidió escaquearse
un momento de la aburrida rutina y del agobiante ambiente para respirar un poco de aire
húmedo. Le encantaba el olor a tierra mojada, y al fin y al cabo sabía que nadie iba por la
mañana a la zona de los contenedores. Ya fuera, resguarnecido de la lluvia, durante un par
de minutos, y acunado por el sonido del agua al caer sobre los techos de plástico, sus
pensamientos se fueron hacia un mundo en donde él era feliz viviendo holgadamente de
su pincel. Pero su ensoñación se vio interrumpida. “¡Un ruido! ¿Quién se acercará por
aquí ahora? Como sea el encargado estoy en problemas”. -...Hoy puede ser el primer día
del resto de tu vida...
rezaba un cartel publicitario-. Adrián se escondió tras un contenedor

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y asomó un poco la cabeza. Al principio ni vio ni oyó nada pero, justo cuando empezaba a
convencerse de que el ruido de antes era sólo fruto de su imaginación, lo vio. Un hombre
desnudo se balanceaba acurrucado contra la pared llorando como un niño mientras se
arañaba la cara despacio pero con fuerza. Era un llanto profundamente triste y contagioso,
Adrián sintió que se le partía el alma al contemplar la gran pena de aquel hombre.
Tímidamente se acercó a él:
- ¿Le ocurre algo señor?- En cuanto terminó la frase se percató de la estupidez de la
pregunta. “Claro que le ocurre algo, ¿o no ves que está desnudo llorando bajo la lluvia?”
se recriminó. Aunque no le dio tiempo a pensar mucho más porque el hombre,
incompresiblemente asustado por la presencia del joven, se levantó precipitadamente y
huyó, tropezando ruidosamente con un contenedor de basuras en dirección a la puerta
trasera de la panadería.
- ¡Señor, señor!- El hombre abrió la puerta de un empujón y entró en el establecimiento.

Poco después, esa misma mañana, se enteró de que la policía había venido a llevarse a un
alborotador de la panadería. Se decía que había entrado, se había quitado la ropa y había
intentado abusar de una de las empleadas.

Una y diez de la tarde.

Isaac y Adrián apenas coincidían entre semana debido a sus horarios, pero ese día Adrián
decidió esperar a que viniera su hermano, no le apetecía ir a clase y además quería
contarle lo que había visto en el centro comercial.
Isaac había olvidado ya el incidente del autobús, pero cuando su gemelo le contó lo de la
panadería revivió los sucesos de la autopista y pudo ver con claridad la cara de aquel
misterioso hombre que se había metido en sus vidas y en sus comentarios sin pretenderlo.
No podían jurarlo, quizá sólo fuera obsesión, pero mientras más especulaban sobre los
incidentes de aquella mañana, más se convencían de que conocían a aquel hombre de
algo.
- No es ningún dependiente del centro ¿Verdad?.- Preguntó Isaac rascándose la barbilla
con expresión ausente.
- No. A mi me suena de traje y con maletín. ¿No puede ser alguien del banco? O... ¡Ya está!
¡Era un compañero de papa!. ¿No lo recuerdas? Aquella fiesta de la empresa donde se
emborrachó hasta mamá. Creo que era el que decía que sabía tocar el piano y estuvo dos
horas tocando el cumpleaños feliz con un solo dedo.
- ¡Si! Creo que si. Vaya... ¡Qué fuerte! Se ha vuelto loco. Lo mismo haríamos bien dejando
la carrera por si las moscas. ¿Estaba casado?
- No me acuerdo, pero a lo mejor mamá sabe quien es.
Marta trabajaba hasta tarde limpiando en CONFI S.A., fábrica destinada a la producción
de neumáticos de todo tipo. Su salud ya no era muy buena, pero su sentido de la
responsabilidad la llevaba a esforzarse siempre un poco más de lo que podía para dar todo
lo posible a sus niños. A ella eso de la tecnología le dejaba bastante fría, pero se emocionó
el día en que Isaac y Adrián le regalaron un teléfono móvil. Apenas lo utilizaba (tampoco
sabía muy bien cómo), pero con aquel aparato en el bolsillo de la bata se sentía más cerca
de los gemelos. Alguien llamó. Era Isaac. Le contó por encima lo ocurrido y le preguntó
por el nombre del compañero de su ex marido. Se llamaba Juan y no recordaba que
estuviera casado, aunque hacía ya varios años que no sabía nada de él.
- Vale mama, gracias. Un beso. Hasta esta noche. Y tras colgar- ¿Se lo contamos a papa?.-
La relación de los hermanos con José no era muy buena desde que éste se fue lejos
dejándoles prácticamente con lo puesto, pero de vez en cuando se llamaban, e incluso en
una ocasión el padre adoptivo de los gemelos les había pagado unos billetes a Londres.

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- No. Cuéntaselo tú si quieres, a mi no me apetece hablar con él. Total, tampoco tiene la
menor importancia.
- Tienes razón.

I.IV.

Una y diez de la tarde.

A Magda le aburrían terriblemente los programas de la tele en los que Fulanita dice que
se ha acostado con Menganito pero que no es asunto de nadie, Menganito lo niega y jura
que está felizmente casado con la rubia modelo de turno y la modelo para desquitarse dice
que Fulanita lo único que quiere es hacerse famosa a costa de su marido viejo, calvo,
barrigón pero enormemente rico. El problema era que eso era lo que le gustaba ver a su
madre, así que Magda tenía dos opciones, verlos o recluirse en su habitación y simular
que estudiaba. Hoy también optó por lo segundo. Abrió los libros, sacó los apuntes, la
calculadora, y se puso a mirar la fotografías que tenía en la pared mientras escuchaba el
disco primer disco de Erykah Badú. Era hija única, pero tenía un millón de primos
pequeños a los que adoraba, y las fotos de ellos eran las que abarrotaban los corchos que
tenía colgados en tres de las cuatro paredes de su pequeña habitación.
Entonces su mirada se detuvo en una fotos en la que Isaac y Adrián posaban de manera
ridícula durante el viaje de fin de curso del instituto. El viaje había sido a Roma. Ella en
secreto había temido que la humilde situación económica de los hermanos hubiera
impedido que estos viajaran, pero, como siempre, lo habían conseguido. Realmente les
admiraba... y les quería. Los dos únicos novios que había tenido en su vida le dijeron que
no se sentían capaces de luchar contra los sentimientos que demostraba tener hacia los
gemelos. Era realmente extraño. Magda no estaba ciega, y sabía que ambos se sentían
atraídos por ella como la mayoría de los hombres- y siendo consciente de que hubiera
podido elegir entre los dos, se sentía incapaz. Magda había oído que era imposible querer
a dos personas a la vez, pero ella sabía que no era verdad. Quería a los hermanos.
Últimamente estaba experimentando una serie de sentimientos que la desconcertaban.
Estaba muy feliz de poder compartir su tiempo de un modo un poco más íntimo con Isaac,
pero se sentía extrañamente enfadada con Adrián. ¿Por qué le evitaba? Quizá estaba
siendo injusta, pero ella quería disfrutar de los dos. “No debería hacerlo pero...” cogió el
teléfono de casa e, intentando evitar que su madre le viera, llamó a Adrián.
- ¡Hola Adri! ¿Qué haces? Se te echa de menos por clase. ¿Ya estás en la facultad?
- ¡Hola mujer! No, hoy no voy a clase. Iré después al gimnasio.
- ¡Bien! Pues ¿Por qué no quedamos antes del gimnasio? No nos vemos desde hace una
semana...
- No voy a poder, lo siento. Perdona, me llaman por la otra línea. Te dejo ¿Vale? Un beso.
“Fantástico, he hecho el ridículo. ¿Qué le pasa?.” Esto le hizo tomar una decisión.
Conseguiría a Adrián costara lo que costara.

Una y veinte de la tarde.

- Tarda mucho. Lo mismo está peor de lo que parecía. Vamos a ver qué pasa.- A Jairo no le
gustaba esperar, y ya había perdido toda la mañana-.
Los dos agentes se dirigieron a la habitación 505 en la que habían dejado al doctor
examinando a su paciente para encontrarse con que ¡El doctor estaba semidesnudo e
inconsciente sobre un charco de sangre y el otro había desaparecido!
- ¡Dios mío! ¡Llama a alguien!
Sin esperar respuesta de su compañero, Jairo se precipitó fuera de la habitación, y

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sujetándose el revolver enfundado con la mano derecha, echó a correr escaleras abajo
“¿Cómo ha podido ser? No parecía violento” se recriminaba mientras descendía a toda
velocidad hacia el vestíbulo. La gente se apartaba asustada a su paso, pero él apenas la
veía, sólo tenía ojos para intentar localizar al chalado que había burlado su vigilancia, y lo
que era aún peor, se había revelado como peligroso. Una vez fuera del centro hospitalario
tuvo que rendirse. El pirado había escapado.
Después de dar el pertinente parte y preocuparse por la salud del doctor agredido
Afortunadamente la herida era más escandalosa que peligrosa, y aparte de unos puntos y
un fuerte dolor de cabeza, no tenía por qué dar más complicaciones- Jairo y su compañero
dirigieron su coche patrulla a la comisaría. El más joven se sentía realmente enfadado,
aquel loco había atacado al médico y se había escabullido en sus narices. Durante el
trayecto imaginó unas treinta veces que sonaba la radio avisando de que un hombre
vestido con una bata de médico había sido localizado en alguna parte. Pero no fue así. En
lugar de eso, el aviso decía que un hombre estaba golpeando a una mujer cerca de donde
se encontraban, así que pusieron las luces y se dirigieron para allá. ¡Y apenas son la una y
media! Hoy va a ser un día muuuy largo...

Una y veinte de la tarde.

- No voy a poder, lo siento. Perdona, me llaman por la otra línea. Te dejo ¿Vale? Un beso.
Nadie llamaba por la otra línea. “¿Qué le pasa a esta mujer?” Adrián estaba confundido,
no entendía a que estaba jugando Magda, pero había tomado una determinación. Tenía
que olvidarla. Eran alrededor de las dos de la tarde e Isaac estaba apunto de empezar a
hacer unos macarrones cuando Adrián pensó que por un día podrían ir a comer fuera. No a
un restaurante caro, claro; pero un burger estaría bien. Isaac estuvo de acuerdo, así que se
abrigaron bien y fueron a coger el bus que les acercaría a al centro comercial. Era un día
realmente frío, no había dejado de llover, aunque más que agua, lo que caía ahora del cielo
era aguanieve.
El autobús estaba lleno, así que después de enseñar al conductor su abono transporte,
Adrián e Isaac tuvieron que permanecer de pie los algo menos de veinte minutos en los
que el bus cubría el rutinario trayecto que terminaba y empezaba en el centro comercial.

“¿Y ahora qué?” Moisés no sabía hacia donde dirigir sus pasos, pero si sabía que no
podía quedarse cerca del hospital, ni tampoco conservar las ropas que llevaba. Pero no
tenía dinero, no tenía coche, no tenía dónde ir, y no tenía duda de que a lo sumo en unos
minutos estaría siendo buscado por toda la policía de la ciudad ¡Quizá por asesinato! Si
tenía algo, era un gran problema.
“Debe ser bastante sencillo encontrar a un loco con una bata de médico bajo la lluvia” se
dijo con amargura. Pero tenía que haber una solución, tenía que poder hablar con alguien,
porque si de algo estaba convencido era de que no estaba loco.
Ya sabía lo que tenía que hacer.
Se quedó en el aparcamiento, sin sentir que estaba calado hasta los huesos, esperando
pacientemente su oportunidad agazapado tras una furgoneta con una piedra que en su
mano tenía un aspecto terrorífico. Sólo tenía que esperar. Y esperó. No podía saber cuanto
tiempo estuvo tras aquella furgoneta, el tiempo había perdido el sentido para él, pero
cuando llegó una mujer de mediana edad y pinta de no haber pegado ojo en un mes con las
llaves de su viejo renault 21 nevada gris en la mano, entró en acción.

I.V.

Nueve y veinte de la mañana.

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“¡Qué vergüenza! Todo el uniforme manchado” Ana llevaba en el baño de señoras
alrededor de veinte minutos. Hacía lo menos diez que había decido que era inútil seguir
intentando limpiar la chaqueta y la camiseta de la mancha de café Lo único que conseguía
era extenderla más- pero se resistía a volver a salir y ocupar su puesto en la entrada de
E.E.A.A. Sólo cuando sobrevino un corte del fluido eléctrico probablemente debido a la
persistente lluvia, decidió enfrentarse con la realidad: durante lo que restaba de día
tendría que trabajar con una horrible mancha de café en su uniforme.
El generador de emergencia no tardó en entrar en funcionamiento. Ana, con su libro rojo
aún en la mano derecha, dirigió sus pasos hacia el lugar que debía ser el suyo de trabajo y
creyó ver a Moisés saliendo del edificio en dirección al aparcamiento. Otro día le habría
llamado para preguntarle si había algún problema, pero hoy no, hoy intentaría pasar lo
más desapercibida posible.

I.VI.

Dos menos cuarto de la tarde.

-Entre en el coche.
El tono de la voz de aquel hombre tenía hipnotizada de terror a Mónica. Lo único que
sabía era que tenía que obedecer, así que entró en el coche y siguiendo las indicaciones del
personaje que le amenazaba con una piedra, arrancó y salió del aparcamiento del hospital.
- ¿Dónde vamos?- acertó a preguntar no sin notar en su voz un deje de pánico.
- A tu casa- fue la escueta respuesta.
Mónica siempre había sido una mujer fuerte. Se había enfrentado a una vida no
demasiado fácil con relativo éxito. Tenía un trabajo -era azafata de vuelo- su matrimonio
había funcionado bien los primaros diez años, y aunque en estos momentos él se había ido
de casa, ella estaba segura de que todo se arreglaría. Las cosas siempre se arreglaban. Pero
en los últimos dos meses todo había ido de mal en peor. Había dejado de volar por causa
de una otitis, por lo que tenía más tiempo para darse cuenta de que se encontraba sola;
pasaban los días y su marido no volvía a casa, y para colmo le acababan de pronosticar
cáncer de mama. Parecía que las cosas no podían ir peor, pero siempre pueden. Estaba
secuestrada por un loco armado con una piedra.
No podía meter en su casa a ese hombre, sólo Dios sabía que sería capaz de hacerle, así
que Mónica empezó a dar vueltas a la ciudad mientras intentaba pensar en cómo salir
airosa de esta situación. Entonces lo vio. Al frenar para ceder el paso en una rotonda, el
rutinario acto de mirar el espejo retrovisor le descubrió a un coche patrulla acercándose
por detrás. El corazón le dio un vuelco, ¡Tenía que hacer algo!.
- ¡Muévete!- le sobresaltó el hombre.
- Claro.- Metió primera, y cuando vio que el coche de policía estaba lo bastante cerca,
soltó el embrague haciendo que su viejo reunault se calara justo delante de los agentes.
Moisés se puso tenso, y al darse cuenta de las insistentes miradas de la mujer al espejo
interior del vehículo, se dio la vuelta para descubrir horrorizado que un coche patrulla se
encontraba parado detrás de ellos a escasos veinte centímetros. “¡Mierda!”. Los agentes
dieron unas ráfagas al coche que les precedía. Empezaba a formarse una cola importante,
y se oyó el primer claxon.
- O arrancas ahora mismo o te juro que iré a la cárcel por asesinato.- Amenazó furioso.
El coche patrulla puso el intermitente a la izquierda, movió las ruedas delanteras hacia la
misma dirección y avanzó despacio.
“Dios mío, ¿Qué hago? ¿Qué hago?” Mónica sabía que sólo tenía que aguantar unos
segundos, sólo unos segundos; pero que la policía viera que estaba secuestrada en su

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propio coche no era garantía de que aquel hombre no le aplastara la cabeza antes de abrir
la puerta del copiloto y darse a la fuga.
Los policías se encontraban a escasos centímetros de la ventanilla. Al primer claxon se
unió otro, y otro...
- ¡Arranca de una vez!
“¿Qué hago?”
- ¡Arranca!
Sin darse cuenta de cómo, y en el preciso instante en el que los guardias llegaron a su
altura, Mónica arrancó.
El policía más próximo a ella hizo un gesto con la mano indicándole que bajara la
ventanilla. Mónica sintió como el hombre de su derecha ejercía una horrible presión en su
muslo.
-Como me entregues será lo último que hagas. Baja la ventanilla.- La cara de aquel
hombre en estos momentos no denotaba más que tranquilidad. Mónica obedeció.
- Lo siento agente, la lluvia le sienta muy mal al motor. Está ya un bastante cascado-
Mónica quedó estupefacta ante la naturalidad que se desprendía de las palabras de su
secuestrador.
- Venga, pues muévanse.
Los claxon pasaron a sonar por todas partes.
- Gracias. Vamos cariño.
Mónica miró al hombre de la bata como si fuera la primera vez que le veía. Echó una
hojeada a la izquierda para asegurarse de que no se acercaba ningún vehículo, y se puso en
movimiento.
Había desperdiciado su oportunidad. El corazón le golpeaba con violencia en el pecho y
sentía una desagradable sensación de mareo. Ahora ¿Tendría que llevar a aquel loco
realmente a su casa? El simple echo de pensarlo le provocaba ¡Sueño!, unas terribles
ganas de abandonarse, de cerrar los ojos y dormir, quizá para siempre. Volvió a mirar por
el espejo retrovisor interior de su vehículo y vio como el coche patrulla aun le seguía.
¡Quizá podría tener aun una oportunidad! Salió de su estado de trance y empezó a
maquinar de nuevo. “Espero que esto funcione” Mónica pensó en encender
intermitentemente las luces de su reunault a modo de señal. Tenían que notar algo. Volvió
a mirar por el espejo y sintió ganas de llorar, el coche policial puso la intermitencia a la
derecha y se perdió por una boca calle.

I.VII

Dos menos cinco de la tarde.

- ¡Eh! ¡Es él, mira!.
- ¿Qué? ¿Quién?- A Adrián le sorprendió la repentina exclamación de su hermano. Seguía
pensando en Magda.
- ¡El tipo del atasco! Nos lo hemos cruzado, iba en un coche gris con una mujer.
- ¿Seguro?
- La verdad es que no. Pero se parecía, llevaba una especie de bata de médico... No, no
creo que fuera él.- A Isaac le había parecido ver a aquel hombre, pero lógicamente no
podía ser. ¿O si? En el momento de cruzarse con aquel doctor había sentido un
desagradable escalofrío en la nuca, porque fuera él o no, lo que era seguro es que sus
miradas habían coincidido y que Isaac había visto algo extraño en esos ojos, ¿Quizá
sobresalto? No podría jurarlo, pero pareció como si el hombre del coche gris le hubiese
reconocido.- Me estoy emparanoiando.
Apenas cinco minutos después el autobús llegaba a la marquesina que señalaba la parada

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del centro comercial. Había un gran charco de agua justo en la puerta de salida del bus
como consecuencia de la incesante lluvia y una obra reciente. La mujer que bajaba
inmediatamente delante de los gemelos metió su pie izquierdo en él. Se empapó hasta el
tobillo.
Con las capuchas puestas Isaac y Adrián corrieron hacia la entrada del burger. Como era
de prever estaba casi vacío, el tiempo era en extremo desapacible e invitaba a quedarse en
casa, comer algo caliente y ver la tele hasta caer dormido. Se acercaron a la barra y
pidieron dos menús grandes, los recogieron y se sentaron a comer en la zona de no
fumadores. Hablaron de la carrera, se contaron anécdotas y rieron a gusto recordando sus
juegos y peleas de infancia. La felicidad tenía que ser algo parecido a lo que vivían los
hermanos en momentos como estos, la pena era precisamente esa, que la felicidad se va
con la misma rapidez con la que se van los momentos.
Sonó un móvil. Era el de Isaac. Un hombre llamaba desde el hospital. La madre de los
gemelos había sufrido un accidente en el trabajo y se encontraba en urgencias. La
felicidad se desvaneció.

Dos y diez de la tarde.

- Ya hemos llegado.- Mónica paró su coche, quitó el contacto, echó el freno de mano y sin
levantar la vista del volante dijo:- Por favor, no me haga daño...
¡Estaba suplicando! Nunca pensó que podría llegar a comportarse así, pero tampoco
pensó nunca que un loco fuera a secuestrarla...
Como respuesta a su petición aquel hombre sólo acercó su boca a la oreja de ella y dijo en
un tono casi inaudible: -Vamos a tu casa.
Entraron. El piso que meses antes Mónica compartiera con su marido no destacaba por
ser lujoso, pero tenía algo más de cien metros cuadrados, cuatro habitaciones, dos baños,
y aparte de disponer de buenos electrodomésticos, un equipo de música caro Technics- y
DVD; estaba perfectamente limpio y ordenado. Fueron al salón.
- Dígame qué es lo que quiere, tómelo y márchese, le prometo que no llamaré a la policía.
He hecho todo lo que me ha pedido y...
- ¡Cállate! Parecía que aquel hombre no tenía ganas de oír las súplicas de su prisionera-
Quiero ropa seca, zapatos, comida y dinero. Y lo quiero ahora.- Y diciendo esto, tras
localizar el teléfono, se acercó a él y dijo: - ¿Me permites hacer una llamada?
Mónica evidentemente asintió, y después de pedir permiso a su captor fue en busca de lo
que este le había pedido. Su marido tenía una constitución parecida a la de aquel hombre,
seguramente le sirviera su ropa. Cogió unos pantalones, una camisa, un jersey, un par de
calcetines, otro de zapatos y el único abrigo que su marido no se había llevado. Pero antes
de volver al salón pasó por la cocina y guardó un cuchillo en la manga de su sudadera.

Dos y cuarto de la tarde.

El día estaba siendo más largo que nunca para Ana, se sentía terriblemente incomoda con
aquella fea mancha de café en su uniforme, así que contrariamente a lo habitual se
encontraba sentada tras su mostrador escondiendo tanto la mancha como su sonrisa a
todos aquellos que entraban y salían de EE.AA. Apenas eran las dos y media. Sonó el
teléfono.
- Empresas Aeronáuticas, ¿En qué puedo servirle?
“- Hola Ana, soy Moisés, he estado llamando al número directo del jefe y no consigo
localizarle ¿Podrías decirle, por favor, que hoy no voy a poder volver a la oficina? No me
encuentro bien en absoluto y creo que me vendría bien descansar si quiero poder volver
mañana al trabajo.”

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- Por supuesto, no se preocupe Don Juan.
“- Soy Moisés.”
- Claro, disculpe. Dijo Ana aparentemente divertida.
Oyó cómo el hombre del otro lado del teléfono tapaba el auricular para decirle algo a
alguien antes de colgar sin despedirse.

- Deje la ropa sobre el sofá.- Sin quitar ojo a su captor, Mónica hizo lo que se le ordenaba.
“Se llama Moisés y habla con una tal Ana.” Mónica estaba resuelta a salir de esta de
cualquier modo, así que decidió utilizar la psicología (Al fin y al cabo en su trabajo era
algo habitual tratar con personas que de algún modo perdían la cabeza por su pánico a
volar).
- ¿Cree que le estará bien? Es la ropa de mi marido, tiene que estar apunto de venir y aún
no he hecho la comida...- El hombre colgó el teléfono-.
- ¿No ha visto que trataba de hablar?
- Lo siento ¿Moisés, verdad?
- ¿Me conoce?- La cara del hombre se iluminó- ¿Sabe quién soy? Ha dicho mi nombre,
eso quiere decir que me reconoce.
- Si, le conozco de un vuelo que...
- ¡Mientes! Moisés agarró a Mónica del cuello con violencia estampándola contra la
pared.- ¡Eres una puta mentirosa! ¡No me conoces! ¡Queréis volverme loco! ¡Embustera!
- ¡Qué quiere que haga! Mónica lloraba abiertamente- ¡Nunca me habían secuestrado
antes! Lo único que quiero es que no me haga daño.- Sonó el timbre de la puerta.
Tanto el hombre como la mujer callaron en el acto. Sin soltar el cuello de Mónica,
Moisés se llevó el dedo índice de la otra mano a la boca. La puerta volvió a sonar, y tras
apenas unos segundos, ambos oyeron un sonido mucho más preocupante. Unas llaves se
introducían en la cerradura. La puerta se abrió.
Moisés pareció volverse loco, miró con los ojos desorbitados a su alrededor. Vio una
careta de madera colgada en la pared, la cogió a modo de bate de baseball y se dispuso a
esperar tras la puerta del salón.
Se oyó la voz de un hombre en el pasillo de la casa, llamaba a Mónica. Tenía que ser su
marido “¡Maldita sea! Otra vez no.” Moisés se concentró en los pasos que se acercaban.
- ¡Cuidado!- Se había olvidado por completo de la mujer. Demasiado tarde. Se volvió
para atacarla en el mismo instante en que un hombre irrumpió a la carrera en el salón.
Mónica había sacado un cuchillo de cocina de no se sabe donde, y lo enarbolaba con
torpeza aunque con determinación. Moisés se dio la vuelta, atacó al recién llegado con
toda la fuerza de la que fue capaz alcanzándole en el brazo. Se dispuso a atacar de nuevo
cuando sintió una punzada de dolor a la altura del omóplato izquierdo. ¡Mónica le había
clavado el cuchillo! Olvidando el dolor se lanzó hacía el hombre que tenía delante
gritando con la rabia de un animal salvaje. Le propinó toda clase de golpes, mordió, arañó,
y sólo un golpe seco en la base de la cabeza le recordó que se enfrentaba también a la
mujer. Si dejar de gritar y con lo ojos inyectados en sangre, Moisés se volvió y asestó un
terrible golpe a Mónica en su sien izquierda. Se desplomó. Volvió a girarse, el hombre
recién llegado intentaba levantarse, por un momento Moisés pareció calmarse, pero ya
sabía lo que tenía que hacer. Recogió del suelo la careta de madera golpeó una y otra vez al
aturdido hombre hasta largo rato después de que este hubiera dejado de moverse.

I.VIII

Las dos y media en punto.

“Esta vez no me va a colgar” Magda volvió a coger el teléfono y a marcar el número de

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Adrián, los tonos se sucedieron pero nadie lo cogía al otro lado. Cuando iba a desistir...
- Hola Magda, perdona, pero Isaac y yo estamos en un taxi camino del hospital, nos han
dicho que nuestra madre ha tenido un accidente...
- Ah. Lo siento... no será grave ¿Verdad?
- No lo sabemos.
- Vale, voy para allá ahora mismo. Os veo allí.
“Dios, como puedo ser tan egoísta, espero que no le ocurra nada a Marta” Magda estaba
realmente molesta consigo misma, estaba intentando cazar a Adrián después de haberle
dejado escapar, y no se había parado a pensar que el tiempo seguía avanzando y que
habían cosas más importantes que los caprichos de una niña malcriada. Cogió su abrigo,
un paraguas, y al ver que su madre dormía no preguntó, buscó las llaves del coche de esta
y salió a la calle.

I.IX

Dos y media de la tarde.

Un hombre empapado, vestido con una bata de médico se encontraba entre dos cuerpos
inertes en una vivienda que le era del todo desconocida. Los observaba sin reflejar ningún
sentimiento en el rostro, y así permaneció durante unos instantes, después, moviéndose
muy despacio, registró al hombre que yacía a sus pies, cogió su cartera, miró en su
interior, la dejó sobre una mesita y comenzó a vestirse con unas ropas que se encontraban
en un sofá.
Después de vestirse y de guardar la cartera en el bolsillo interior del abrigo, Moisés
buscó el baño de la casa y, sin atreverse a mirar al espejo, se lavó las manos. Las secó. Se
puso una gasa en la herida de la espalda y, al no encontrar esparadrapo, uso cinta
americana para asegurarse de que no se le desprendiera. Salió a la calle.
Seguía lloviendo y seguía haciendo frío, Moisés anduvo sin rumbo perdido en sus
cábalas, aún no sabía a quien podía pedir ayuda. La policía estaba descartada, -en sólo
unas horas había cometido secuestro, robo y un doble homicidio- sus compañeros no le
creerían y sus padres habían muerto años atrás. Tenía que ir a casa y enfrentarse a esto con
su mujer y sus niños, era plenamente consciente de que les resultaría muy difícil de
asimilar lo que estaba ocurriendo, pero eran su familia y tenía que apoyarle. Se detuvo,
levantó el brazo, un taxi paró y Moisés, después de entrar y dar educadamente las buenas
tardes, le dio al taxista una dirección: “Calle de la Cruz número siete por favor.”

Tres memos diez de la tarde.

- Hola, perdone, nos han dicho que nuestra madre se encuentra en urgencias, queríamos
saber de ella, su nombre es Marta Okomo.- Isaac intentaba preservar la calma mientras
hablaba con la enfermera que hacía guardia en la recepción de la sala de urgencia del
hospital de la ciudad.
- Esperen aquí por favor.- La gorda enfermera se levantó de su silla y se perdió por una
puerta con ojo de buey. A través de él los gemelos la vieron intercambiar unas palabras
con un doctor mayor y señalar hacia el lugar en que ellos se encontraban. El médico, con
una pequeña carpeta en la mano y un fonendoscopio en el cuello, empujó la puerta y se
enfrentó a los hermanos.
- ¿Son ustedes familiares de Marta Okomo?- Preguntó aun sabiendo perfectamente la
respuesta.
- Si.- Isaac y Adrián contestaron al unísono.
- Bien, lamento enormemente comunicarles que su madre ingresó aquí cadáver hace diez

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minutos. Parece ser que tuvo una reacción alérgica fuerte hacia algún tipo de
medicamento. Lo siento.

Tres de la tarde.

Mónica vio como el loco cogía una careta de la pared y se disponía a recibir a quien
quiera que se acercara. Gritó “¡Cuidado!” y después todo se volvió borroso. Vio entrar a
su marido, vio como era agredido por aquel hombre, se vio a si misma clavando el
cuchillo que se había escondido en la manga en la espalda de él, y como este se volvía y le
golpeaba. Después de eso las luces se apagaron.
Mónica se sentía bien, por fin descansaba, no tenía ningún problema y había podido, por
primera vez en muchas semanas, abandonarse a un sueño reparador. Se veía a si misma en
una terraza soleada junto a su marido sonriendo tranquila. Cuando de repente un hombre
empapado vestido de doctor apareció de la nada, se acercó a su esposo por detrás con algo
en la mano e inició un movimiento que terminaría con un terrible golpe en la parte
posterior de su cabeza.
- ¡Cuidado!- Gritó al borde de la histeria y abrió los ojos. Sentía como le palpitaba el lado
izquierdo de la cara, estaba desorientada, pero un pequeño vistazo a su alrededor le bastó
para recordar con brutal claridad lo sucedido. Su marido se encontraba tirado en el suelo
con la cara desfigurada y cubierta de sangre. Torpemente Mónica se incorporó, y sin darse
cuenta de que lloraba, se acercó a la figura que yacía a escasos metros de ella. Le llamó por
su nombre, primero apenas susurrando, después fue subiendo el tono de su voz hasta
llegar a unos desgarrados chillidos que se confundía con su llanto. Juan El marido que
había decidido volver a casa en el peor momento- no reaccionaba a los gritos del mismo
modo que tampoco lo hacía a los empujones que su esposa le propinaba en el brazo.
A lo lejos, como en un sueño, Mónica oyó el timbre de la puerta de casa y la voz
abiertamente preocupada de su vecina llamándola. Pero eso no era real, lo único que
parecía existir en su mundo era sangre, miedo y dolor; un dolor que era más grande que
ella misma y que amenazaba con volverla loca. Gritó hasta sentir que le quemaba la
garganta y lloró hasta que se le agotaron las lágrimas. No oyó cuando la puerta de casa
saltó por los aires, ni tampoco oyó el sonido de pesadas botas corriendo por el pasillo en
dirección al salón, sólo comenzó a reaccionar cuando notó que un hombre con uniforme
intentaba separarla de su marido. No opuso resistencia, sabía que no tenía nada que hacer
ahí. Se abandonó. Durmió de nuevo. Esta vez fue un sueño lleno de pesadillas.

Tres de la tarde.

Magda no solía conducir, hacía casi un año que tenía el carnet, y se podía contar con los
dedos de las manos las veces que había cogido el coche. Había aprobado a la primera,
pero no se sentía segura al volante, y como encima llovía, lo pasó mal para llegar al
hospital. Pero ya estaba allí. Se dirigió corriendo a urgencias, tenía un mal
presentimiento. “Estoy tonta, seguro que no es nada, ¿Qué puede ser? ¿Un par de puntos
en una mano?” Trataba de convencerse de que no pasaba nada, y en esas estaba cuando
llegó a su destino.
- Hola, por favor, vengo a interesarme por el estado de Marta Okomo.
- ¿Es usted familiar de ella?- Preguntó la gorda enfermera que hacía las veces de
recepcionista.
- No, soy amiga de la familia.
- Sus hijos están ahí dentro- Dijo señalando una puerta, Magda encaminó sus pasos hacia
donde apuntaba el rechoncho dedo de la mujer- Espere. Esto... antes de que hable con
ellos debe saber que la señora Marta ha fallecido.

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- ¡Cómo!- Magda se llevó las manos a la boca y después una de ellas al pecho. ¡Marta
había muerto! Así, de repente.- ¿Cómo ha sido? dijo débilmente, en realidad no quería
saberlo, preguntó inconscientemente.
- No estoy muy segura, pero creo que el fallecimiento ha sido a causa de una fuerte
reacción a algún tipo de medicamento. No se pudo hacer nada, lo siento.
“Dios mío, y ¿ahora qué?” sintió deseos de correr hacia los gemelos para estar con ellos
en un momento tan duro, pero de repente tuvo miedo. Todo había cambiado. Los
hermanos estarían tras la puerta destrozados, ¡Quizá llorando! Magda jamás imaginó que
pudieran llorar. ¿Querrían ser molestados en un momento tan íntimo? Ella era su mejor
amiga, pero ellos eran gemelos y estaban compartiendo la peor de la pérdidas, la de una
madre. Se armó de valor, tenía que ofrecerles su apoyo, caminó despacio hacia la puerta,
empujó, y vio a Isaac y a Adrián sentados uno al lado del otro con la cabeza gacha, mudos,
mirando sin ver el blanco suelo de la sala de espera. Magda no pudo evitar pensar en lo
parecidos que se les veía. Se acercó a ellos, los dos la vieron a la vez, se levantaron, y los
tres se fundieron en un abrazo que llenó la sala de emoción. Ya nada sería igual.

Tres y veinte de la tarde.

A Mónica le despertó una sirena, era la de la ambulancia que le llevaba al hospital.
Intentó hablar, pero le habían colocado una máscara de oxígeno en la cara. La echó a un
lado.
- ¿Cómo está mi marido?- Apretó los dientes como si esperara un recibir un puñetazo por
respuesta.
- No lo sabemos, pero tranquila, relájese- Un joven con uniforme de enfermero, o algo así,
le recolocó la máscara, le posó una mano en la frente y empezó a tocar un aparato lleno de
botones.
Apenas unos minutos después la ambulancia se detuvo. El joven que la había hablado
abrió las puertas traseras, y entre dos, llevaron la camilla en la que se encontraba Mónica
al interior del centro hospitalario.

Mientras los gemelos hacían gestiones y rellenaban papeles para resolver el tema de la
capilla ardiente y demás asuntos macabros, Magda esperó en la entrada al módulo de
urgencias. Hacía mucho frío, pero prefería el frío y la lluvia al insoportable olor a
enfermedad y muerte que se respiraba en el interior del edificio.
- ¡Apártese por favor!- Dos camilleros llevaban a una mujer con máscara de oxígeno al
interior del hospital.
Magda recordó con tristeza los días en los que decía a sus padres que quería ser
enfermera para curar a la gente, de eso hacía, por lo menos, quince años, y sus ambiciones
habían cambiado. Ahora, -respetando mucho al gremio de la medicina- no podía entender
cómo una persona podía estar ocho horas al día tratando con la enfermedad y la muerte,
ella desde luego no podría, una cosa es ser consciente de que existe la miseria y otra muy
distinta es convivir con ella diariamente.
Isaac salió a la entrada. Tenía una expresión profundamente triste, si bien no lloraba.
Como había oído que ocurría en estos casos, aún no había asimilado el hecho de que a
partir de ahora y para siempre, era huérfano- otra vez-. Recordó que, cuando su padre aún
estaba en casa y la vida era más feliz, su hermano y él tuvieron la oportunidad de sentir
miedo ante la posibilidad de perder a Marta y José cuando estos tuvieron un pequeño
accidente de tráfico que no trajo de consecuencias más que unas magulladuras y un
enorme susto. Isaac recordaba ahora que aquella noche su hermano y él la habían pasado
en vela pensando en qué hubiera ocurrido si sus padres hubieran muerto. Se hicieron la
promesa de que cuidarían el uno del otro, eran gemelos, nunca estarían solos. Los miedos

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infantiles de entonces se materializaron a las tres menos diez de la tarde de aquel lluvioso
y frío día de invierno.

I.X

Tres menos cinco de la tarde.

En la radio del taxi que llevaba a Moisés a su casa sonaba el remember the time de
Michael Jackson. Moisés sonrió al recordar que, por la época en al que aquel disco salió al
mercado, él estaba escandalizado ante la palidez enfermiza que mostraba la piel del
cantante. “Y era carbón puro en comparación con ahora”. Se dijo.
- Calle de la Cruz siete señor.- El taxista puso las luces de emergencia, detuvo su vehículo
en segunda fila al lado derecho de la calzada y tocó un botón del taxímetro.
- ¿Eh? No, esta no es, debe de haber un error.- Moisés de puso tenso.
- No señor, esta es la Calle de la Cruz, y ese es el número siete. A lo mejor va a otro
número. ¿Puede ser el diecisiete, o el veintisiete?.
- No, no. Déjelo, me bajo aquí. ¿Cuánto a sido?- Moisés pagó al taxista con el dinero que
encontró en la cartera de la que minutos antes se había apropiado y se apeó del vehículo.
Algo no encajaba en todo aquello. Él recordaba claramente haberle dicho al taxista Calle
de la Cruz siete, se encontraba efectivamente en la Calle de la Cruz siete, pero ¡Él nunca
había vivido en Calle de la Cruz siete! Es cierto que el sitio no le era del todo desconocido,
pero aquella no era su casa, aquel no era su barrio; ¡Ni siquiera aquella era su zona de la
cuidad!. Todo esto empezaba a darle dolor de cabeza, tenía la mareante sensación de que
alguien había cogido las ideas de su cabeza, las había usado, y después las había colocado
de cualquier manera en los lugares que no les correspondían.
“No me puedo quedar aquí, bajo la lluvia en medio de la calle. Todo esto tiene que tener
un significado”. Se encaminó hacia la dirección que le había dicho al taxista. Era una casa
baja como la de las películas; un pequeño patio delantero al que se accedía por una
portezuela baja de madera, dos plantas, garaje... se imaginó un perro jugando con unos
niños en el jardín, y a una mujer asomándose por la ventana de la cocina apremiando a sus
hijos para que dejaran de jugar y entraran a la comer. A decir verdad, no estaba seguro de si
lo imaginaba o lo recordaba. La cabeza le iba a explotar.
Llegó a la pequeña puerta de madera, estaba cerrada, pero Moisés no se había cruzado la
ciudad para que le detuviera una simple puertecita, así que, después de cerciorarse de que
nadie le veía, la saltó torpemente para caer sobre un charco de barro al otro lado. Llevaba
todo el día quebrantando leyes, así que no le preocupó demasiado añadir un allanamiento
a la lista. El jardín que separaba la puerta exterior del porche de la casa apenas se extendía
diez metros. En el tiempo que tardó en recorrer tan corta distancia le asaltaron infinidad
de sensaciones. Sabía que aquella no era su casa, pero no lograba acordarse de un lugar
que le resultara más familiar que ese; creía saber la disposición de las habitaciones de la
vivienda ante la que se encontraba, pero no podía recordar quién vivía en ella. Alcanzó el
porche, y tan pronto como su zapato izquierdo pisó la primera tabla, un perro comenzó a
ladrar dentro de la casa. Llamó al timbre, desde dentro unos pasos se acercaron a la puerta.

I.XI

Tres y cinco de la tarde.

A Jairo y su compañero les faltaban ya algo menos de dos horas para acabar su turno,
llevaban el día entero patrullando, y parecía que la lluvia estaba volviendo loca a la gente.
Habían tenido que acudir a más del doble de llamadas de las que recordaba haber hecho

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cualquier otro día, y parecía que el denominador común hoy era la violencia. A Jairo le
habían explicado en la academia que el cambio de clima influía en la conducta delictiva,
¡pero aquello era ridículo! Desde el loco del hospital que se le escapó, hasta ese mismo
momento, había visto como dos hombres intentaban matar a sus mujeres, como un niño
prendió fuego a la puerta de la casa de su vecina porque esta se quejaba del ruido que hacía
su video consola; como una adolescente se suicidaba lanzándose al vacío desde un puente
y como un maestro de escuela amenazaba, voz en grito, con hacer volar su colegio con
todos dentro si no se le devolvía la custodia de su hija. Efectivamente hoy estaba siendo
un día muuuy largo.
Por suerte el día laboral estaba cerca de acabar. Pero no había acabado aún. Cuando se
dirigían a comisaría, Jairo y su compañero recibieron la que, con suerte, habría de ser su
última misión de la jornada.
Alguien había avisado de que sus vecinos estaban teniendo lo que parecía una brutal
pelea. La pareja llevaba una temporada separada, y aunque nunca había dado ningún
escándalo, hoy se habían oído claros indicios de lucha y gritos. Cuando los policías
llegaron al edificio, una mujer en chándal les esperaba fumando nerviosa en el portal.
- ¡Gracias a Dios que llegan ya! síganme. He visto venir a Juan (mi vecino) y me he
alegrado mucho porque sé que Mónica le echa mucho de menos- La mujer hablaba muy
rápido mientras caminaba y apenas se la entendía- Pero después de que halla entrado en
casa he oído golpes y gritos... me temo lo peor. ¡Muévanse!
Jairo y Julio siguieron a la mujer, y, al llegar a la puerta que ésta les señaló como la del
conflicto, oyeron como, efectivamente, una mujer gritaba histérica al otro lado.
- ¿Cómo se llama ella? -Preguntó Jairo a la mujer.
- Mónica. ¡Mónica, no te preocupes, la policía está aquí! Gritó.- Por favor hagan algo.
- Muy bien, lo haremos, ahora vuelva a su casa y cierre la puerta. A la vecina aquella orden
no le gustó en absoluto, pero al ver que el agente hablaba en serio obedeció de mala gana.
Jairo llamó a la puerta mientras Julio acompañaba a la mujer a su vivienda, pero no
obtuvo respuesta, así que cuando su compañero volvió, después de identificarse como
policía y avisar, decidió echar la puerta abajo. La puerta no era blindada, pero aún así
necesitaron varios golpes para que ésta finalmente cediera. Entraron corriendo y, guiados
por los gritos, llegaron al salón en donde encontraron a una mujer llorando de rodillas
junto a un hombre inconsciente. Al lado de ambos Jairo vio una bata de médico mojada.

Cuatro menos cuarto de la tarde.

Magda llevaba a los gemelos en el opel corsa negro de su madre, Isaac iba delante, junto
a ella, y detrás, con la mirada perdida por la ventanilla, estaba Adrián. La lluvia se había
intensificado hasta tal punto que el limpia parabrisas no daba a basto. Magda agarraba
fuerte el volante con las dos manos y se esforzaba por ver las líneas de carril de la
carretera. La casa de los hermanos no estaba lejos del hospital, así que no tardaron mucho
en llegar. Una vez Magda quitó la llave del contacto después de aparcar con mucho
sufrimiento y maniobras en un hueco que no tenía porque haberle dado problemas, Adrián
asomó la cabeza entre los asientos de adelante.
- Muchas gracias Magda.- Dijo después de carraspear suavemente.
- Si Convino Isaac.- Gracias por ir al hospital tan rápido y traernos a casa.
- No tenéis porque darlas.- No era un formulismo, Magda estaba siendo absolutamente
sincera.- ¿Queréis que suba un rato y os prepare una infusión o cualquier otra cosa?
- No gracias Dijo Adrián.- De verdad, creo que nos apetece estar solos ¿O no?- Preguntó a
su hermano.
- Si. Te llamaremos mañana ¿vale? No creo que valla a clase, pero tú si tienes que ir para
cogernos los apuntes...

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- Descuida. De verdad, si queréis cualquier cosa, la que sea, llamadme. Da igual que hora
sea. ¿vale?
- Vale.- Dijo Adrián a la vez que Isaac asentía con la cabeza, y tras recibir cada uno un
sentido beso de Magda, se pusieron las capuchas de sus abrigos y salieron del coche para
enfrentarse por primera vez a su piso vacío.
Cuando Isaac y Adrián se fueron Magda calló en la cuenta de que no les había dicho lo
mucho que sentía su pérdida.

Cuatro menos cuarto.

Mónica ya sabía qué había sido de su marido, estaba en la UCI, y los comentarios de los
médicos sobre su posible recuperación no eran demasiado halagüeños. Tenía la sensación
que alguien le había dado al pausa en la película en la que ella hacía el papel de mujer
afligida, en la habitación de hospital en la que se encontraba todo era irrealmente blanco y
silencioso, y así fue hasta que unos nudillos llamaron a la puerta, y sin esperar respuesta,
hicieron girar el pomo hasta abrirla. Detrás de la mano que abrió la puerta apareció el
cuerpo uniformado de un agente de policía. Llevaba la gorra en la mano izquierda- como
es norma en los lugares cubiertos- y tenía una extraña ansiedad en la mirada, como la de
un niño que se asoma al salón por la mañana el seis de enero para ver si han llegado los
reyes magos.
- Perdone, mi nombre es Jairo, el médico me ha dicho que haría bien dejándola descansar,
pero querría preguntarla algunas cosas sobre lo ocurrido esta tarde en su casa. Es
importante. ¿Cree que será posible?
- No me apetece hablar de ello ahora.- Sólo recordar a aquel hombre le producía a Mónica
una insoportable sensación de desasosiego.
- Lo entiendo, créame, pero es muy importante, tengo saber qué pasó. Se ha especulado
con que fue una disputa entre usted y su marido...
- ¡Cómo!
- No se preocupe, yo sé que no fue usted, pero tiene que contarme qué ocurrió con el
mayor detalle posible.
A Mónica no se le había ocurrido pensar que alguien pudiera creer en la posibilidad de
que ella hubiera hecho aquello a su marido.
- Debe estar bromeando... yo...
- No, por favor, tranquilícese. Cuénteme que pasó.
Mónica contó a Jairo todo lo acontecido desde que saliera del hospital a las dos menos
cuarto- ¡Habían pasado sólo dos horas! El tiempo tenía que haberse estirado, Mónica
hubiera jurado que aquello ocurrió en un pasado lejano.
Jairo tomaba notas en una libreta mientras la otra hablaba.
- ... entonces llegó mi marido y aquel hombre... A Mónica le costaba rememorar aquello-
... esperó detrás de la puerta... y...
- Sé que es duro, no hace falta que me cuente esos detalles. Pero ¿Dice usted que hizo una
llamada telefónica a una tal Ana?
- Eso es.
- Imagino que su teléfono tiene la función de repetir la última llamada. ¿Verdad?- Parecía
que Jairo había encontrado algo.-
- Si, la tiene.
- ¿Le importaría si voy con mi compañero a su casa y busco algo antes de que se llene
aquello de gente?
- No. Vaya.
- Muy bien, muchas gracias por su colaboración. Nos mantendremos en contacto.- Jairo
se dirigió a la puerta, y cuando estaba abriéndola oyó a la mujer.

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- Coja a ese hijo de puta.- A Mónica esas palabras le sonaron a típica película americana,
pero le salieron del alma.
- Descuide.- Jairo salió de la habitación.
De camino al coche patrulla Jairo resumió a su compañero lo que la mujer le había
contado. Ya no cabía duda de que el causante del secuestro y posterior intento de
asesinato, era el mismo hombre que horas antes había escapado del hospital burlando la
vigilancia de los dos policías. Existía la posibilidad de que el día no acabara tan mal, Jairo
tenía la corazonada de que encontrarían algo en casa de Mónica.

Tres y cinco de la tarde.

- Va...- Una voz femenina sonó al otro lado de la puerta, una voz vagamente familiar.
La luz encendida que Moisés veía por la mirilla desapareció un instante. Oyó como se
abría un pestillo. Una mujer sonriente abrió la puerta.
- ¡Cuánto tiempo!.

I.XII

Cuatro y cinco de la tarde.

Jairo descolgó el teléfono del salón de la casa de Mónica y apretó el botón de rellamada.
Sonó un tono, dos, tres...
- Empresas Aeronáuticas, ¿En qué puedo servirle?.- Era una voz de mujer.
- Hola, buenas tardes. Soy el agente de policía Jairo Edú. Tenemos entendido que sobre
las dos de la tarde recibieron una llamada de un hombre llamado Moisés.
- ¿Ha ocurrido algo?.
- Puede que si. ¿Llamó?- Insistió Jairo.
- No.
- ¿Está segura? Por favor dígame su nombre y a que dirección puedo ir para hablar con
usted.
- Me llamo Ana Abeso y estaré aquí mismo, en EE.AA., trabajando hasta las cinco.
Estamos en el polígono de San Judas. Calle de los Curas sin número.
- Muy bien, gracias. En media hora estaremos allí.
A Ana la charla con el policía la dejó intranquila. Colgó, y después de unos instantes de
vacilación, volvió a coger el teléfono, marcó tres números y esperó hasta que alguien al
otro lado respondió.
- ¿Si?
- ¿Don Moisés?- Preguntó con un deje de inseguridad en la voz.
- Si. Dime Ana.

Cuatro y diez de la tarde.

En el mismo momento en el que Jairo y Julio abrían las puertas de su coche patrulla la
radio de la policía decía que una mujer había sido asesinada en la Calle de la Cruz número
siete... No era su zona.

I.XIII

Cinco de la tarde.

Los gemelos no habían hecho nada desde que llegaron a casa, apenas habían

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intercambiado un par de palabras. Magda había llamado una vez, y eso era lo único
destacable de la tarde hasta que volvió a sonar el teléfono.
- ¿Si?.- Lo cogió Isaac.
- Hola ¿Quién eres Isaac y Adrián? ¡Sois iguales hasta en la voz! Siempre me confundo...-
Era Isabel, una compañera y amiga de Marta, por el tono de su voz parecía que no sabía
nada de lo ocurrido.-
- Hola Isabel...- Isaac hizo una pequeña pausa - Soy Isaac...
- ¡Vaya! Y ¿Cómo te encuentras? ¿Estás mejor?- A Isaac le sorprendió mucho el tono
alegre de su voz “¿Cómo que si me encuentro mejor? ¡Mi madre acaba de morir maldita
bruja!”.- Pues la verdad es que no me encuentro mejor.- Dijo con un deje de rabia y
decidido a colgar si la mujer seguía con su tono de “Tranquilo hombre, todo se arreglará”.
- ¡Ah! Vaya, lo siento. Y ¿Qué es lo que te pasa? Tu madre no me lo dijo.
- ¿Cómo que qué me pasa?.- Isaac estaba indignado.- Mi madre ha muerto ¿Te parece
poco?
- ¿Cómo? No puede ser... ¿qué...? ¡Qué!.- En la voz de Isabel se reconocía incredulidad y
asombro.
- ¿No lo sabías?.- El chico se tranquilizó.-
- No... ¿Qué ha pasado?
Isaac se concentró antes de seguir hablando.
- Tuvo un accidente esta medio día, allí, en la fábrica. Parece ser que tomó algún tipo de
medicamento que le causó alergia... - No pudo evitarlo, dejó escapar un sollozo. Aún no
había llorado la pérdida ¡Y tenía derecho a hacerlo!
- Pero eso no puede ser, tu madre hoy no ha venido al trabajo. Ayer dijo que tú te
encontrabas mal y que tenía que quedarse en casa cuidándote. Me preocupé porque ella
no pide nunca el día. Por eso llamaba para preguntar que tal estás.
- No.- Dijo Isaac sorprendido.- Nos dijeron que la llevaron al hospital desde la fábrica...
- Isaac, escúchame. Tu madre hoy no ha ido a trabajar.

Isaac contó a su hermano todo lo que Isabel le había dicho. En menos de cinco minutos
tenían puestos de nuevo los abrigos, y después de llamar un taxi, bajaron a la calle a
esperarlo. Los gemelos tomaron una determinación clara. Irían a la fábrica y se enterarían
de qué demonios había pasado. Tenían que saber quién les había llamando para avisarles
del accidente, dónde ocurrió y cómo. Llegó el taxi. Adrián indicó la dirección, y los dos
hermanos se perdieron en un torbellino de ideas y teorías.

Tres y cinco de la tarde.

- ¡Cuánto tiempo!.- Así es como una mujer de unos cuarenta años y bastante atractiva
recibía una visita en la Calle de la Cruz número siete.
- Hola.- Titubeó el hombre que se encontraba en el porche.
A Moisés aquella mujer le resultaba muy conocida, pero no lograba recordar quién era.
“Quizás es mi mujer” pensó. Una cosa estaba clara, fuera quien fuera, esa mujer conocía a
Moisés y se alegraba de verle. ¡Por fin había encontrado alguien que quizá podría
ayudarle!
- Pasa hombre, no te quedes ahí parado.- La mujer abrió del todo la puerta y se echó a un
lado acompañando la invitación con un gesto de la mano.
Había un perro, un pastor alemán -o al menos eso creyó Moisés, que no entendía nada
sobre razas de perros.- que pareció inquietarse por la llegada de este. “Quizá huelo a
sangre” se dijo, y sin darle mayor importancia entró en la casa. Era una vivienda
espaciosa. La primera puerta que vio a la derecha era la cocina, la segunda la biblioteca,
al fondo el salón. Él sabía que había estado allí antes, ahora tenía que saber cuándo y por

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qué.
- ¿No se suponía que no íbamos a volver a vernos?.- Preguntó la mujer con una pícara
sonrisa dibujada en los labios.- Sabía que no resistirías.- Se le acercó insinuante.- En
realidad tú no haces nada malo, la que se está ganado el infierno soy yo.
- Perdona.- El hombre dio un pequeño paso atrás. No comprendía nada.- Sé que esto te va
a sonar raro, pero no sé por qué estoy aquí. Sé que te conozco, pero no sé de qué. Creo que
tengo algún tipo de crisis amnésica.
- ¡Ja, ja, ja!.- La mujer rió a gusto.- Siempre con tus tonterías. Te estás volviendo más
arriesgado con los meses. Moisés volverá en dos horas.
- ¿Moisés?.- Preguntó él angustiado.
- Claro tonto. ¿Qué te pasa?.
- Yo soy moisés.
- Venga, déjalo. No tiene gracia.- La mujer se puso seria.
- Escúcheme señora porque no voy a repetir ni una sola palabra. No sé quién es usted, no
sé porqué he venido a este lugar y no sé qué relación hemos tenido, pero lo que si sé es que
yo soy Moisés y que no estoy dispuesto a que nadie me robe la identidad.
- ¿Estas hablando en serio?.- Ella empezó a sentirse incómoda.
- ¡Si!. ¡Maldita sea! Estoy hablando en serio.- Comenzaba a ponerse nervioso y sabía que
con esa actitud no conseguiría nada, así que trató de calmarse. Cerró los ojos y respiró
hondo mientras se acariciaba la cabeza.- Dígame de qué nos conocemos.
- Pues...- La mujer dudaba.- de que tú eres compañero de trabajo de mi marido. Bueno... al
menos ahora.
- ¿Cómo se llama su marido?
- ¿Por qué me hablas de usted?
- ¡Cómo se llama! Estaba a punto de perder la paciencia.
- Él se llama Moisés...
- ¡No! interrumpió a la mujer propinándola un fuerte revés. Entonces el perro se abalanzó
sobre él mordiéndole a la altura del tríceps del brazo izquierdo. Calló al suelo y
desesperado buscó a tientas algo que le ayudara a librarse del feroz ataque. Consiguió asir
un cenicero de mármol de una mesita de cristal y golpeó al animal en el ensangrentado
hocico. El primer golpe no surtió el efecto deseado, el perro se enrabietó más y desgarró
ropa y tendones. Entonces, con la fuerza que sólo da el miedo, el hombre repitió el ataque
una y otra vez hasta que el animal soltó derrumbándose. Como ya hiciera en otra casa esa
misma tarde, golpeó un cuerpo inerte hasta perder la sensibilidad en las manos. Estaba
herido y exhausto.
Miró a su alrededor “¿Dónde está esa puta?”. Hizo acopio de las fuerzas que le restaban y
corrió escaleras arriba. Allí, tras la puerta que él sabía que era la del dormitorio principal,
oyó como la mujer hablaba con alguien y acto seguido colgaba para llamar a la policía.
Moisés comenzó entonces a dar patadas a la puerta, una, otra, otra,... no supo cuantos
golpes tuvo que asestarla, pero finalmente se abrió con gran estruendo. La mujer estaba
pegada al teléfono llorando como una niña asustada acurrucada junto a la cama.
- ¡No me hagas nada!. ¡Tú eres mi marido! ¡Tú eres Moisés!- Suplicó.
Pero Moisés ya no la escuchaba, arrancó el auricular de sus manos y la golpeó con él. La
sangre de ella se confundió con la suya.

I.XIV.

Tres y cuarto de la tarde.

La mujer estaba muerta, de eso no había duda, y la policía probablemente estaba al
llegar, así que Moisés tenía muy poco tiempo. Entró en el baño de la habitación y buscó en

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un pequeño armario de espejo en donde sabía que encontraría mercromina y vendas. Las
cogió. Abrió el guardarropas empotrado y se hizo igualmente de una camisa, un polo y un
abrigo, y bajó las escaleras apoyándose pesadamente en la barandilla. La herida de la
espalda se le había abierto más aún y la del brazo le sangraba abundantemente, así que
estaba perdiendo mucha sangre y se encontraba muy débil. Pensó en sentarse en el sofá y
esperar cómodamente a la policía, pero enseguida desechó la idea. Tenía que encontrar a
alguien que le ayudara a solucionar sus problemas y no lo iba a encontrar en un
psiquiátrico para locos con delitos de sangre. Cogió un paraguas negro del paragüero de la
entrada, pero antes de salir de nuevo y enfrentarse al llovioso día se fijó en una foto
enmarcada que estaba en la entradita. La cogió. En ella se veía a tres personas: Moisés, la
mujer que acababa de asesinar y él.

Cuatro y veinticinco.

Jairo y Julio llegaron a Empresas Aeronáuticas. Era un edificio enorme. En él se
trabajaba en proyectos de todo tipo relacionados con la aeronáutica y la astronáutica. En
sus instalaciones se pulió el diseño de la última generación de motores para lanzaderas
espaciales, y actualmente había recibido el encargo del Ministerio de Defensa de trabajar
en el perfil aerodinámico del que sería el avión de caza más competente de los existentes
hasta el momento. En EE.AA trabajaban ingenieros de reconocido prestigio
internacional, y entre sus paredes se encontraban algunas de las mentes más brillante que
jamás vio la humanidad.
Pero Jairo no estaba ahí para aprender mecánica de fluidos. Atravesó la puerta giratoria
de la entrada y se dirigió directamente al mostrador de recepción. Allí vio a un hombre y a
una mujer bajita pero enormemente atractiva enfundados ambos en uniformes de guardia
de seguridad. Ella le miraba con cara de preocupación. “Sabe que está ocurriendo algo” se
dijo Jairo. Llegó al mostrador.
- Buenas tardes. ¿Señorita...?- Jairo sacó su libreta, leyó algo en ella, y sin guardarla, la
volvió a cerrar.- ¿Ana Abeso?.
- Si soy yo, respondió la mujer.
- Hablamos por teléfono hará unos veinte minutos, imagino que lo recuerda. Le pregunté
si durante el día había recibido alguna llamada de un tal Moisés y usted contestó que no.
No piense que no la creo, pero me veo obligado a preguntarle de nuevo ¿Se ha recibido
alguna llamada durante el día de alguien que se halla identificado como Moisés?
- Bueno, lo cierto es que si. Por favor, no crea que he querido mentirle. Déjeme explicarle.
<Este mediodía, sobre las dos aproximadamente,- tenemos un registro de llamadas así
que podrá ver la hora exacta si lo desea.- Alguien llamó a recepción. Se identificó como
Don Moisés Un trabajador de la empresa.- y dijo que no podría volver al trabajo para lo
que quedaba de jornada porque no se encontraba bien. Yo sabía que no era Don Moisés
¿Sabe? Llevo más de tres años trabajando aquí y conozco las voces de todos los
ingenieros. Estaba segura de que Don Juan intentaba gastarme una broma, así que no le di
importancia.>
- ¿Don Juan? .- Preguntó Jairo.
- Si, es otro ingeniero, trabaja con Don Moisés, son muy amigos, por eso no vi nada raro.
- Bien, me gustaría hablar con ese Don Juan, por favor.
- Pues me temo que no a poder ser, no está en su despacho. Él hoy ha venido a trabajar,
pero se ha ido antes de tiempo. He preguntado y nadie le ha visto irse.
-¿Nadie? ¿Ustedes no han estado todo el día aquí? Desde su posición es imposible no ver
quien sale o entra.
- Tiene usted razón. He tenido que ir al baño un momento a primera hora, sobre a las
nueve, cuando Andrés aún no había llegado.- Dijo señalando a su compañero.

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- Es que con la lluvia el tráfico estaba imposible...-Se disculpó el otro guardia de
seguridad. Jairo no le prestó la menor atención.
<Al salir del baño- Continuó Ana.- creí ver marcharse a Don Moisés, pero no pudo ser él
porque no ha vuelto a entrar y ha estado todo el día arriba. Yo quiero suponer que el que
salió entonces fue Don Juan.
Jairo tomaba notas en su libreta.
- Bien, pues entonces veré a ese Don Moisés.
- Pues creo que también va a ser imposible. Hace unos quince minutos llamaron a su
despacho unos compañeros de ustedes diciendo que su esposa Salomé acaba de ser...
asesinada.

Cuatro y veinte de la tarde.

Me acabo de enterar de que a mi mujer la han asesinado. Así que he puesto cara triste, he
recogido mis cosas y me he ido al coche. No sé dónde demonios he dejado mi abrigo,
¡Maldita sea! ¡Con el frío que hace! Estoy en la carretera camino de casa, hay atasco y
nadie me oye, así que pongo el equipo de música y selecciono en el cargador de CD's el
número cinco. Me apetece escuchar a Papa Wemba. Nadie me reconoce, así que no tengo
porque fingir, sonrío ligeramente mientras canturreo. ¡Vaya! Así que la han matado. No
puedo decir que me importe lo más mínimo, la verdad. Ha decir verdad incluso me alegro.
Ahora tendré que fingir duelo. ¿Cuántos días me darán de permiso en el trabajo?. La gente
no sabe conducir cuando hay lluvia. ¿Qué hora es? Las cuatro y veinticinco. Creo que los
niños no llegan a casa hasta las cinco y algo. Imagino que para entonces ya se habrán
llevado el cuerpo. A ver cómo se lo digo.... ¡Mira el de la moto! Está empapado pero va a
llegar a casa dos horas antes que yo. ¿A quién tengo que llamar? A sus hermanos, a sus
padres y a Almudena y las demás estúpidas. Los gastos del entierro los cubre el seguro...
¡Cómo van a llorar sus amigas! Supongo que no tendré que comprarme un traje... no, voy
con el gris nuevo. ¿Y quién habrá entrado en casa a matarla en pleno día? Espero que no
hallan robado los ordenadores.
La espalda me está matando, tengo que comprar una almohadilla de esas para el coche,
Dionisio dice que son increíbles. ¡Venga hombre muévete! Seguro que es una mujer...
¿Paro a echar gasoil? No, sería de mal gusto hacer esperar a la policía en casa. Menos mal
que tengo cuartada ¿Imaginas que me acusaran a mi? Yo creo que en dos añitos podré
estar felizmente casado otra vez, a los niños les costará adaptarse. Pobrecitos... en
realidad lo siento por ellos...

Tres y media de la tarde.

El hombre que acababa de cometer un homicidio en el número siete de la Calle de la Cruz
perdía fuerzas por segundos. Se encontraba febril y caminaba sin saber hacia donde
perdido en un inmenso océano de dudas. Él no era Moisés, aún no era capaz de saber
quien era, pero tenía la certeza de que Moisés era el hombre que se encontraba sonriendo
junto a él y su esposa en la fotografía en que tenía en la mano. Pero entonces ¿Quién era
él? ¿Por qué había creído hasta entonces que era alguien que en verdad no era? Todo le
daba vueltas. No se dio cuenta, pero de los dedos de su mano izquierda se escurrían gotas
de sangre, que, mezcladas con el agua de lluvia dejaban un rastro rojo en el suelo que
llamó la atención de otro transeúnte.
- Disculpe ¿Se encuentra bien?.- Preguntó el hombre.
Moisés le miró sin verle y calló desplomado sobre la acera.

Cuando volvió en si se vio de nuevo en la blanca habitación de un hospital. Por un

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terrible momento pensó que todo volvería a repetirse. Que se abriría la puerta y aparecería
un médico...
Se abrió la puerta y apareció un médico. No era el de aquella mañana, además, el dolor
del brazo le confirmó que, efectivamente había sido atacado por aquel pastor alemán. Se
tranquilizó, el tiempo seguía su curso. Moisés se fijó en el doctor, era de mediana edad,
rechoncho y bajito. Le cubría el rostro una espesa barba y en sus ojos se veía que si algún
día amó la medicina fue cuando aún era un joven estudiante. Parecía que no le temía, por
lo que Moisés decidió que no estaba la corriente de las actividades delictivas que su
paciente llevaba cometiendo desde que empezara el día.
- ¿Cómo se encuentra?.- Preguntó distraídamente el doctor mientras leía algo en la
pequeña tablilla que portaba en la mano.
- Aún un poco débil, pero creo que ya me puedo ir a casa a terminar de recuperarme allí.-
Moisés intentó levantarse, y fue entonces cuando vio que, aparte de estar conectado a una
bolsa de suero, su estado no era tan bueno como él presumía, pues sintió un terrible mareo
que le obligó a volver a recostarse.
- Bueno,- Dijo el médico mirándole por primera vez desde que entrara el habitación.-
Creo que a quien le toca decidir si puede irse o no es a mi. Hemos visto que tiene el brazo
izquierdo en bastante mal estado, parece que debido a mordeduras de perro. ¿Qué le
pasó?
- El perro de una vecina.- A Moisés nunca se le había dado bien improvisar.- pero ya lo
hemos arreglado. Me ha ofrecido mucho dinero para que no halla juicio y he aceptado.
- Ah...- El médico no había creído una sola palabra.- También hemos visto una herida a la
altura de su omoplato. ¿También ha sido su vecina?
- No me gusta su tono. Además, puedo marcharme de aquí cuando me apetezca. Quiero
firmar el alta voluntaria.- Enfatizó su resolución con un nuevo intento de incorporarse que
tuvo el mismo resultado que el anterior.
- No, no irá a ninguna parte de momento. El hospital está obligado a dar parte a la policía
de cualquier herida producida por arma, y lo que tiene en la espalda parece que es
exactamente eso. Así que relájese, ha perdido bastante sangre y no le conviene alterarse.-
el doctor se dio la vuelta y accionó el pomo a la vez que terminaba de hablar.- Si necesita
algo pulse el botón que tiene al lado de la cabecera. Yo volveré para examinarle en quince
minutos.- Se fue.
El que hasta apenas unos minutos atrás se hacía llamar a si mismo Moisés tenía un gran
problema.- A decir verdad bastantes.- Sabía que en esos mismos instantes una pareja de
policía estaba encaminándose hacia allí para hacerle unas preguntas que él no sabría
responder. Sabía que la única opción era volver a huir, pero apenas tenía fuerzas para
pensar siquiera. “¡Piensa, piensa!” se urgió a si mismo. Alguien llamó a la puerta. Se
abrió. Entraron dos hombres de uniforme.
- Hola, buenas tardes.- dijo uno de ellos
- Buenas tardes.- contestó el postrado hombre, su cabeza funcionaba a la mayor rapidez
de la que era capaz.
- Tenemos entendido que ha recibido una puñalada...
Moisés o como quiera que se llamase- puso los ojos en blanco. Ya sabía lo que tenía que
hacer. Comenzó a mover su cabeza hacia adelante y hacia atrás con movimientos
espasmódicos simulando un ataque. “Espero que esto sirva de algo” se dijo. Uno de los
guardias, asustado, gritó a su compañero para que saliera a pedir ayuda mientras se
acercaba inseguro al hombre que agonizaba en la cama. El otro salió a grandes zancadas
de la habitación. En apenas diez segundos una alta enfermera apareció por la puerta para
dirigirse directamente al enfermo y realizarle una rápida inspección. No tardó en llegar un
joven doctor y otra enfermera que ordenó sin ninguna educación a los agentes que
abandonaran el cuarto. Tan pronto como estos se fueron el enfermo empezó a serenarse

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fingiendo una recuperación, que aún así no habría de sacarle de su irreal estado de
inconsciencia.
Mientras oía al doctor repartir órdenes a las enfermeras en el extraño idioma de la
medicina, el Asesino Sin Nombre se esforzó por encontrar una salida a aquella situación.
Sólo había ganado algo de tiempo.

I.XV.

Seis menos cuarto de la tarde.

“No puedo creer que nadie se halla enterado de lo de mama...” Isaac estaba
completamente desconcertado. Cuando él y su hermano llegaron a la fábrica en la que su
madre había trabajado incansablemente desde que su marido le dejara, el ambiente era tan
bueno y normal como el de cualquier día, las compañeras y amigas de Marta realizaban
sus quehaceres entre comentario y comentario, sus jefes hacían que trabajaban y, en
definitiva, todo funcionaba exactamente igual que cualquier otro día.
- ¡Vaya, Los gemelos! ¿Qué os trae por aquí? La pregunta la había formulado una bajita y
redonda figura ataviada con la bata azul que servía de uniforme a las señoras de la
limpieza de CONFI S.A.- Si buscáis a vuestra madre, no está...- La bajita y redonda figura
era Eva. Estaba bastante más cerca de los sesenta que de los cincuenta, y, a pesar de su
carácter alegre y dicharachero, contaba como una de sus aficiones preferidas el quejarse
constantemente tanto de sus achaques, como de la vida en general.
- Eh...- Adrián se armó de valor y contó lo ocurrido a Eva sabiendo que ésta era una de las
mejores amigas de su madre. Al chico le costó encontrar las palabras, sentía como si fuera
él quién tuviera que consolar a la mujer-... así que si ella no vino a trabajar no sabemos que
pensar, a nosotros nos llamó alguien desde el hospital diciendo que era un compañero de
nuestra madre. Lo que es seguro es que tenía nuestros números de teléfono. Supongo
que...
- ¡Espera!- Interrumpió bruscamente Isaac-... espera...- Rebuscó en el bolsillo derecho de
sus pantalones vaqueros y sacó su teléfono móvil- Quizá ni siquiera llamó desde el
hospital...- manipuló los botones de su C-25 y encontró la llamada que recibiera a las
catorce horas y dieciséis minutos- Míralo, la llamada se realizó desde algún lugar del
centro, no desde el hospital. Creo que va siendo hora de hablar con la policía. Todo esto es
muy extraño.

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