dolina el turco


Charla de Alejandro Dolina: EL TURCO

En el palacio de Helbrun, en Viena (o Salzburgo), había en una sala una aldea en miniatura, ... con todos sus personajes típicos: el molinero, el lechero, pastores, torneros, niÅ„os, al mover una palanca toda la ciudad se pone en movimiento; cada uno de los personajes traza un recorrido y se van moviendo, incluso las campanas, los molinos, etc.

Esta aldea en miniatura fue construida por el barón Wilhelm von Kempelen, era consejero de la corte imperial en tiempos de María Teresa. Este hombre, Von Kempelen, había nacido en 1734, era ingeniero y también era escritor, inventor e historiador. Fue también un destacado dramaturgo, dos de sus obras, bueno, todas las obras fueron grandes éxitos, pero, en realidad, no se sabe muy bien, mejor dicho, se sabe muy bien, pero decir que una obra fue exitosa o que fue un gran éxito no siempre corresponde a la verdad, ya hablaremos algÅ›n día de esta cosa, no nos interesa igual como dramaturgo, nuestro Wilhelm von Kempelen.

Como ingeniero realizó obras enormes, por ejemplo, un puente sobre el Danubio, unos trabajos de ingeniería en el palacio de Helbrun [żSchonbrunn?] e inventó también una imprenta para ciegos, una máquina parlante, pero de todas sus obras la más renombrada fue el jugador de ajedrez mecánico. Era un muÅ„eco grande, un turco; żcómo un muÅ„eco puede ser turco? bueno, creo que aquí hay que apelar a los lugares comunes que la gente tiene instalados en la mente conforme a los cuales un seÅ„or con un fez es un turco y un tipo con los ojos rasgados es un japonés, bueno, en ese sentido este muÅ„eco era un turco. El Turco estaba colocado tras una caja de madera que mostraba tres puertas frontales y el Turco aparecía sentado detrás de la caja con un tablero de ajedrez enfrente. Tenía un turbante, ya que no un fez, lo mismo era un turco y un manto de piel y sostenía en la mano una larga boquilla; debajo del antebrazo izquierdo tenía un almohadón. Las puertas de la caja se abrían y dejaban ver al espectador curioso una serie de complicados engranajes. El que quería jugar con el Turco se sentaba delante del tablero y realizaba su jugada; de forma parsimoniosa el autómata estiraba su brazo izquierdo, tomaba una pieza y realizaba un movimiento sobre el tablero; incluso cuando amenazaba al rey contrario pronunciaba la palabra jaque y movía la cabeza para adelante como saludando; si el adversario realizaba alguna jugada antirreglamentaria, el Turco golpeaba su brazo izquierdo sobre la mesa en seÅ„al de protesta.

El Turco fue exhibido por primera vez en Viena en 1769 y causó sensación. Hasta la propia emperatriz se interesó por este aparato y logró que en 1770 el científico Von Kempelen realizara una exhibición en el palacio real.

Pero aquí hay que hacer una rápida confesión y revelar un detalle decisivo: había un tipo escondido adentro del Turco, había un tipo escondido. Por medio de un ingenioso procedimiento el tipo estaba escondido de un modo tal que cuando alguien abría la puerta, incluso el operador del autómata abría la puerta para mostrarle los engranajes al pÅ›blico, resulta que no abría las puertas todas al mismo tiempo, sino que abría una y entonces el tipo que había adentro se corría para el otro lado y así.

Pero la verdad es que el aparato de Von Kempelen era un fraude a medias, el autómata era de cualquier manera un milagro técnico, el tipo que se escondía en la caja disponía de los engranajes para que el brazo del Turco tomara la pieza correcta y la moviera a la perfección, eso ya implicaba un gran mérito, pero, Ä„bueno!, no había una computadora que jugara al ajedrez, solamente la parte automática era un brazo que tomaba piezas y la depositaba en un lugar determinado, determinado por el tipo que estaba adentro.

En el aÅ„o 1773 Von Kempelen desmanteló el aparato, desmanteló el Turco; estaba enojado porque, en realidad, tenía más fama por este artilugio que por el resto de sus obras de ingeniería, pero en 1776 recibió una invitación para hacer una gira por Europa y aceptó. Además de la máquina naturalmente llevaba al que se escondía adentro, parece que se trataba del ajedrecista francés Jacques Mouret. Primero fue a Rusia, allí tuvo un notable éxito; en 1783 llegó a París, allí fue recibido por las familias más selectas, jugó con personas importantes, con Benjamin Franklin, le ganó a Franklin, żno?, el compositor..., no compositor no, François Philidor no era compositor, era el jugador de ajedrez más importante de la época y pudo ganarle, además componía Philidor, pero contrariamente a lo que dice aquí no era un compositor importante, pero sí un gran jugador de ajedrez y le ganó al Turco. En 1785 hubo un viaje a Prusia; en Berlín hizo jugar al Turco contra el emperador Federico II, quien también le ganó al autómata.

Las giras continuaron durante casi veinte aÅ„os. En 1804 Von Kempelen se enfermó y se murió. Uno de los hijos heredó el autómata y se lo vendió por unos pesos a un tipo llamado Leonard [Johann] Nepomuk Maelzel. Este Maelzel era mÅ›sico, daba clases de violín en Viena, pero como este trabajo no alcanzaba a satisfacerlo enteramente, pasaba sus horas libres construyendo unos estrafalarios aparatos musicales. El más elaborado de estos aparatos era el panarmónico, un conjunto de instrumentos de viento interconectados, que se hacían sonar con un fuelle, las notas se controlaban por medio de un cilindro giratorio y podían formarse acordes, sonaba como la armonización de una gran banda de vientos, pero peor.

Varios aÅ„os después, el inventor, Maelzel, me refiero a Maelzel, conoció a Beethoven y le habló de escribir una composición musical especial para aquella especie de orquesta mecánica. También le propuso que recorrieran juntos el continente, poniendo a prueba la máquina en las salas más importantes de Europa. A Beethoven le gustó la idea y así compuso "la Victoria de Wellington" o "la Batalla Sinfónica" que era una obra destinada a ser interpretada por esa máquina. Después de unas pocas presentaciones el compositor acusó a Maelzel de tramposo y retiró la obra de circulación porque, en realidad, cuando Beethoven escuchó la máquina le pareció verdaderamente una porquería, lo cual no me extraÅ„a.

Un detalle, antes de esta pelea con Beethoven, Maelzel había agregado una cajita de mÅ›sica al Turco, que estaba en su poder y esta cajita interpretaba unas pequeÅ„as piezas que Beethoven le había compuesto especialmente para que sonara durante las partidas de ajedrez, así que mientras el Turco jugaba al ajedrez sonaban unas piecitas que había compuesto nuestro amigo Ludwig van Beethoven.

En 1805 Maelzel salió de gira con el Turco. En ese entonces otro francés [austríaco] Jean [Johann] Allgaier, era el ajedrecista escondido. El primer contrincante del aparato fue nada menos que Napoleón Bonaparte, que perdió en 24 movimientos y parece que incluso quiso hacer trampa, pero la máquina protestó, como saben ustedes, golpeando el brazo izquierdo contra la mesa. El hijastro de Napoleón, o sea el hijo de Josefina, Eugenio de Beauharnais, estaba muy intrigado con el aparato, con el Turco, y le ofreció a Maelzel 30.000 francos para comprárselo y Maelzel aceptó la oferta, pero con la idea de volverlo a comprar después. Y así fue; se lo vendió, pero después juntó suficiente dinero como para rescatar el Turco; en realidad, lo que hizo fue prometerle a Eugenio de Beauharnais pagarle en varias cuotas, le pagó la primera cuota y se escapó a América, agarró el Turco y se fue a América. Y ahí empezó a organizar presentaciones en América. La primera de ellas fue en 1825, en el Hotel Nacional de Nueva York, comenzó haciendo dos apariciones diarias. Maelzel no tenía un peso; había contratado a una muchacha llamada Mary Hatchell, para que moviera las piezas desde abajo, pero Mary no tenía ni idea del ajedrez, tenía un juego muy elemental, había hecho un rápido curso con Maelzel acerca de la estrategia, en fin; en realidad, Maelzel esperaba ganar algÅ›n dinero para enviárselo a un tal Schlumberger, que era un gran jugador que había conocido en París y este ajedrecista iba a remplazar a Mary. Como el riesgo de perder era muy grande Maelzel anunció en Nueva York que el Turco no jugaría más partidos contra sus retadores y en cambio se prestaría para jugar a finales: le había enseÅ„ado un repertorio de finales a la pobre Mary.

Por fin llegó Schlumberger, pero había un problema: era una gran jugador, pero era gordo y un atardecer de 1827 de gira en Baltimore el Turco finalizó su exhibición y fue trasladado a un sitio discreto para que Schlumberger pudiera salir de la caja; el jugador quiso salir, pero con tanta mala suerte que se quedó atrapado adentro del Turco y empezó a gritar en demanda de auxilio y para colmo de males desde un árbol cercano dos niÅ„os que estaban subidos a una rama vieron todo por la ventana y fueron a pedir ayuda y cuando la ayuda llegó se descubrió el secreto del Turco. No sólo la gente dejó de asistir a las veladas de ajedrez mecánico sino que aparecieron gritos hostiles, la gente desengaÅ„ada atacó a piedrazos a Maelzel e incluso al propio autómata, apareció en primera plana del Baltimore Gazette como un estafador y hasta el propio Edgar Allan Poe escribió un artículo llamado "El jugador de ajedrez de Maelzel" que terminó con toda la credibilidad que tenía el Turco. De todos modos, Poe decía que aquella máquina era una superchería, pero una superchería maravillosa. Desesperado, Maelzel marchó con su espectáculo a otra parte. Viajó a La Habana, allí tuvo algÅ›n éxito, pero no pudo seguir porque el pobre Schlumberger contrajo la fiebre amarilla y se murió. Muy deprimido y sin dinero Maelzel quiso viajar a Filadelfia, en julio de 1832; se embarcó en el Otis, allí bebía continuamente botellas de clarete barato encerrado en el camarote y un día lo encontraron muerto, lo encontraron muerto ahí encerrado tirado en la litera.

El Turco fue vendido por 400 dólares a un tal Winston Pil quien lo dejó en el Museo Chino de Filadelfia. En 1857 un incendio destruyó el museo y del Turco no quedó nada.

Esta es la curiosa historia del autómata ajedrecista, el Turco, y de sus sucesivos propietarios, y de los sucesivos jugadores que contribuyeron a esta especie de engańo.

A quien dedicar esto, bueno, a todos los propietarios, pero especialmente al constructor, a Von Kempelen; también a los ajedrecistas que penaron dentro de la máquina y a todos los que creyeron. Hay en toda aparente magia o en todo arte un componente de engaÅ„o, pero yo no lo llamaría engaÅ„o, después de todo la palabra arte está vinculada con artilugio, con artimaÅ„a; alguna vez hemos contado la historia de aquel mago que no había hecho ningÅ›n curso de magia, que no sabía trucos y que intentaba verdaderamente hacer aparecer una paloma desde el interior de su galera y lo intentaba infructuosamente porque no había tomado nunca cursos de magia y no sabía de dobles fondos ni de mangas con palomas preparadas ni ninguna de esas cosas, entonces intentaba que una paloma apareciera de la nada y no lo lograba, y un día en un festival misteriosamente, por verdadera magia, la paloma apareció y unos tibios aplausos saludaron aquel verdadero milagro porque la gente estaba mucho más impresionada por otros magos que sí tenían sus trucos. A veces el artista puro, el artista que no tiene demasiada artimaÅ„a es despreciado y el pÅ›blico prefiere a los artistas de grandes maquinarias. Pero yo creo que esta alegoría es peligrosa, es peligrosa de exportar, porque podríamos llegar a creer que el mejor artista es aquel que se nos presenta desnudo de rigores y en realidad no es así. Todo artista necesita munirse de unos trucos, pero no necesariamente esos trucos deben ser engaÅ„osos.

También dedicamos esto a todos los jugadores de ajedrez, que tienen una especie de obsesión que los hace parecerse a la divinidad, esa obsesión por las exactitudes, por lo que es de una manera y no puede ser de otra.

Hemos también pensado en los que gustan esconderse y manifestar sus habilidades sin ser vistos; eso también es una condición que tienen algunos seres humanos y algunos artistas también, que prefieren no mostrarse sino que prefieren desarrollar su actividad artística y ocultar su persona. Pero no es tan sencillo eso; cuando el artista es verdaderamente grande, por más que se esconda muy bien se va a manifestar de alguna manera y el Turco, tras el cual se escondía Ereván (?) va a empezar a parecerse al artista o al jugador que hay dentro.

- Como Cyrano dice usted, por ejemplo.

- Exactamente, claro, como Cyrano de Bergerac, que se escondía detrás de la apariencia más agraciada, pero menos talentosa que el amigo ofrecía. Pero al cabo ese amigo empezó a encarnar en el propio Cyrano y resultó ser más fuerte el hombre escondido en el interior del Turco que el Turco, por muy brillantes que fueran los colores con que se lo pintare.

No hay tangos dedicados a jugadores de ajedrez escondidos dentro de un autómata.

- No es un tema fácil para el tango.

- No es un tema muy fácil realmente. Pero sí hay tangos relacionados con muÅ„ecos, no hemos conseguido el precioso vals "MuÅ„ecos", pero una marioneta es si bien se mira un muÅ„eco, entonces el tango "Marionetas" no estará mal para ilustrar esta historieta de un muÅ„eco que jugaba al ajedrez. Lo va a cantar nuestro Ignacio Corsini, así que convidamos ya a don Ignacio a comenzar con el tango y a recordar nuestra dedicatoria a todos los personajes susomentados desde el ingeniero Von Kempelen hasta el Å›ltimo de los artistas melindrosos y terminando en Cyrano de Bergerac. Ä„Adelante, don Ignacio!

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