Gran rio 1


G. Benford

GRAN RIO

DEL ESPACIO

Novela finalista del premio Nbula de 1988

NOVA

CIENCIA FICCIN


Ttulo original:

Great Sky River

Traduccin:

Jos Mara Garca

1.a edicin: febrero 1990

La presente edicin es propiedad de Ediciones B, S.A.

Calle Rocafort, 104-08015 Barcelona (Espaa)

1987 by Abbenford Associates

Printed in Spain

ISBN: 84-406-0989-2

Depsito legal: B. 2.025-1990

Impreso por PURESA, S.A.

Girona, 139 - 08203 Sabadell

Diseo de coleccin y cubierta:

LA MANUFACTURA / Arte 4- Diseo

Ilustracin:

scar Chichoni


PRESENTACIN

Con gran RO del espacio, Gregory Benford abor­da una interesante y positiva inflexin en el tratamien­to de uno de sus temas ms queridos y transcendentes. Se trata del enfrentamiento (narrado en el trasfondo de un entorno galctico) entre las inteligencias orgnicas y las inteligencias de origen mecnico. El tema apare­ca ya apuntado en en el ocano de la noche y se con­verta en central en A travs del mar de soles aun­que reciba all un tratamiento muy distinto y, tal vez, menos ameno. Se trataba entonces de la historia de un primer contacto con una inteligencia extraterrestre vista desde la ptica de los seres humanos que asistan perple­jos a un devenir de sucesos extraos e incomprensibles.

Lo que interesa de en el ocano de la noche es su brillante tratamiento del futuro inmediato de nuestro planeta visto desde una perspectiva inteligente y razo­nable. A ello hay que aadir la percepcin del misterio y las posibilidades implcitas en el descubrimiento de otros seres en la galaxia. Posteriormente, en A travs del mar de soles Benford explora con gran profundi­dad la compleja relacin entre los seres humanos y la dificultad aadida de la comunicacin con las nuevas inteligencias encontradas que an se supone posible, y con ello plantea por primera vez el problema central de esta serie de novelas.

En gran RO del espacio el tratamiento literario to­ma la forma de la clsica novela de aventuras sin que falte la reflexin inteligente ni el minucioso trabajo pre­vio de imaginar una sociedad creble y unos alienge­nas verdaderamente sorprendentes y novedosos. Tal vez el nuevo tratamiento sea una necesaria inversin ante la trascendencia y seriedad de novelas como A travs del mar de soles que, debe reconocerse, por su calidad y rigor, ofrece muy pocas o nulas facilidades de lectura al lector acomodaticio. Por ello creo que conviene aplau­dir este inters de Benford por servir tambin con gran dignidad pero con evidente amenidad una de las ms fecundas y potentes ideas de la moderna ciencia ficcin, al revestirla de un envoltorio en el que domina la aven­tura, la emocin y la lucha por la supervivencia y que permite mostrar la gran habilidad del autor en el arte de narrar. Todo ello configura una novela de lectura mucho ms fcil y sencilla que el gran tour de forc que constituan en el ocano de la noche y A tra­vs del mar de soles, cuya seriedad puede haberlas ale­jado del lector ms propenso a tratamientos livianos.

Me atrevera a decir que la obra de Benford est lla­mada a dejar poso en la historia del gnero por el rigor de sus ideas y planteamientos y por la gran habilidad literaria de que hace gala en su concrecin final en for­ma novelada. En una de las ms interesantes tenden­cias de la moderna literatura de ciencia ficcin, tal vez en el corazn mismo de la temtica ms tradicional del gnero, descuella ya la figura de este autor como uno de los renovadores de la ciencia ficcin clsica, que ha sabido aunar el inters por la ciencia con un alto nivel literario.

Para muchos, cronopaISaje (1980) es una indudable obra maestra de difcil superacin. Tal vez por ello Benford ha abordado en los ltimos aos un ambicioso pro­yecto que toma la forma de una serie de varios libros llamada a dejar huella profunda en la historia del gne­ro. Se trata de una compleja especulacin sobre la evo­lucin de la vida en la galaxia y que incluye como ele­mento determinante la contraposicin violenta entre las civilizaciones de origen orgnico y las civilizaciones de mquinas.

El proyecto se inici en en el ocano de la noche (1978) —coleccin NOVA ciencia ficcin nmero 7—, en la que se nos presentaba el primer contacto de la hu­manidad con los frutos tecnolgicos de una inteligencia extraa. Junto al misterio venido del espacio, Benford reflexionaba en esa novela sobre el cambio de las condi­ciones sociales y ambientales en el futuro inmediato de nuestro planeta, y con toda seguridad este ltimo pun­to es el que confiere a la novela su indudable enverga­dura e inters.

La serie contina con la novela A travs del mar de soles (1984) —coleccin NOVA ciencia ficcin n­mero 10—, que se constituye as en el segundo volumen de una triloga todava inacabada y que se unifica por el protagonismo central de un mismo personaje: Walmsley. Se trata aqu fundamentalmente de la especulacin sobre la vida en el espacio profundo con especial inci­dencia en la dificultad de la comunicacin entre espe­cies diferentes.

En diciembre de 1987 apareci gran Ro del espa­cio, que se incorpora, desde otro punto de vista, a la visin de la evolucin galctica que Benford est des­cribiendo. Se trata esta vez de la historia de un grupo de humanos que tienen que vivir bajo la amenaza y la presencia constante de los miembros de una de esas ci­vilizaciones de mquinas. La nueva triloga, protagonizada por Killeen, contina con tides of ligth (l989, Mareas de Luz), aunque como ocurre en el con­junto de libros citados, cada, novela es prcticamente in­dependiente de la anterior y puede ser leda aisladamente.

Pese a ello, al aparecer gran RO del ESPACIO, Benford modific el final de A travs del mar de soles pa­ra que las dos trilogas, la de Killeen y la de Walmsley, pudieran confluir en prximas novelas.

En una carta personal, Benford me comentaba su vi­sin de las lneas generales del ambicioso proyecto que persigue:

Intento escribir una serie que verdaderamen­te se enfrente a la idea de que no somos los se­ores de la creacin y que puede existir una in­teligencia superior que no se preocupe mucho de nosotros. Deseo explorar la naturaleza de la inteligencia artificial y cmo puede diferir de nosotros. Adems, en las novelas de Killeen (gran Ro del espacio y las que le siguen), de­seaba narrar la historia de un grupo de seres que habitaban en un entorno que se parece al mun­do antiguo: poblado por figuras parecidas a dio­ses (dioses,, en el caso de la antigua Grecia) que se preocupan muy poco de los humanos. Las historias de Killeen y de Walmsley se conecta­rn ms tarde, y as la serie se unir en temtica y personajes. Mi objetivo es tambin ampliar continuamente el paisaje conceptual de las no­velas y proporcionar una vasta visin de la vida y la evolucin en la galaxia as como de las pers­pectivas a largo plazo de todo tipo de vida, con inclusin de la inteligencia artificial. Al mismo tiempo, la historia de los personajes humanos debe tener sentido. Por ello me ha llevado tanto tiempo escribir estos libros, ya que las ideas son difciles de tratar y he tenido que aprender muchas cosas para escribirlos respetando el ni­vel de fidelidad a los hechos que a m me gusta.

Con toda seguridad este breve prrafo es uno de los mejores resmenes del objetivo perseguido por la serie que estamos ofreciendo a nuestros lectores en esta colec­cin.

La serie se configura como una obra madura, inteli­gente y fruto de una profunda reflexin. La especula­cin de tipo cientfico y tecnolgico de que hace gala Benford se complementa con interesantes visiones sobre la organizacin social en diversos ambientes y entornos: el prximo futuro de nuestro mundo (en el ocano de la noche), la sociedad cerrada de una nave que via­ja por el espacio profundo (A travs del mar de soles), el precario reducto de una humani-dad perseguida GRAN RO del ESPACIO, etc. En conjunto se trata de obras fundamentalmente dirigidas a la inteligencia y a la sensibilidad del lector que acreditan la madurez del gnero.

En cada libro, junto al esquema general que preside la serie, es de destacar el trabajo de Benford por refle­xionar sobre el ser humano y las formas sociales de que se dota. En gran RO del ESPACIO se abandona la vi­sin localista centrada en la Tierra y nuestra civiliza­cin para abordar la misma problemtica tal y como se vive en un planeta alejado, dominado por la civili­zacin de los seres mecnicos (los mecs) y en la que los seres humanos afrontan una dura vida nmada tras la necesaria huida de sus Ciudadelas destruidas por la gran Calamidad desencadenada por los mecs.

En su continuo peregrinar, los seres humanos deben enfrentarse al interminable peligro de los mecs y ofrecen la clara imagen de un grupo en grave peligro de extin­cin. Es algo muy alejado de la clsica imagen de seo­res de la creacin tan habitual en el viejo clich de la space opera. Me gustara indicar aqu el inters y la sor­presa por encontrar este tratamiento en manos de un escritor norteamericano, nacionalidad sta tan propensa a considerarse como ombligo del mundo en funcin del poder que les confiere el dominio econmico-militar del planeta. Que un autor de esta nacionalidad pueda atreverse a mostrar una humanidad perseguida y ame­nazada, una humanidad que no es ms que un pequeo incordio en el seno de la civilizacin de los mecs, es do­blemente interesante y muy revelador del inters espe­culativo de la buena ciencia ficcin actual.

En gran Ro del espacio se narran esencialmente las peripecias de una Familia de humanos, los Bishop. En su continua huida efectuarn un terrible descubri­miento: existen nuevos tipos de mec, los Mantis, capaces de infligir la muerte total a los humanos. Este tipo de muerte absoluta impide la recuperacin de las expe­riencias de los fallecidos y su almacenamiento como As­pectos o Rostros almacenables en forma de chips en el complejo organismo ciberntico en que se han converti­do los seres humanos.

Para indicar ms claramente la precaria situacin de los seres humanos en el planeta Nieveclara, las Fami­lias tienen un nombre que coincide con el de las piezas del ajedrez. Es una forma sutil del autor para recordar que en el planeta quedan tan slo una media docena escasa de Familias. Alguna de ellas est prcticamente extinguida (Pawn =pen) e incluso hay otra que no lle­ga a aparecer (Queen = reina). Las dems son precisa­mente las que pueblan el relato: Bishop (alfil), Rook (torre), Knight (caballo) y King (rey). Una forma eleva­da y sugerente de mostrar la real precariedad de la vida humana en Nieveclara, que dice mucho a favor de la inteligencia y la sutileza de Benford.

Tratada como una odisea de maravillas y terrores, la novela narra la difcil vida de esos humanos. La fun­cin del protagonista, Killeen (un personaje entraable y esencialmente humano), es precisamente abordar el papel de observador crtico de su propia cultura nma­da y otorgar carta de naturaleza (e incluso de necesi­dad) a la exigencia de innovacin ante las tendencias tradicionales de su grupo social (reconstruccin de nue­vas Ciudadelas, obediencia al saber de los Aspectos, etc.).

El conjunto configura una novela entretenida en la que el lector apreciar la riqueza de las especulaciones habituales en Benford: las modificaciones cibernticas de los humanos, su recurso a los Aspectos y Rostros co­mo almacenamiento de la experiencia anterior de la. es­pecie, el ser-mente electromagntico, la civilizacin de los mecs, sus factoras, el horror generado por el arte del Mantis, etc. Junto a ello, algunas de las descripciones de las factoras de los mecs (especialmente la de los produc­tos artsticos del Mantis) son francamente escalofriantes y emotivas.

Todo ello compone una novela amena e interesante, con momentos de gran intensidad y brillantez (general­mente centrados en la tercera parte). Una novela que, tras la capa superficial de su facilidad y fluidez, tiene indudablemente ms de una lectura y colabora a digni­ficar la moderna ciencia ficcin.

miquel barcel


A Lou Aronica y David Brin, dos caballeros del Sevagram.


PROLOGO

LA CALAMIDAD

Killeen andaba entre las extensas ruinas.

Exhausto, segua pensando en una confusin de ace­ro hecho pedazos, de techos hundidos, de ladrillos y piedras, de muebles destrozados.

Se le enronqueci la respiracin cuando llam a su padre:

—Abraham!

Un viento fro y susurrante arrastr consigo aquel nombre. El humo se elevaba desde los fuegos crepitan­tes y corra cerca de l, haciendo que el aire pareciera ondularse y desplazarse.

Desde all, la Ciudadela se extenda ante l y des­cenda por la ancha y accidentada colina. Las intrin­cadas aglomeraciones de viviendas aparecan destro­zadas y convertidas en montones de escombros y escorias. Tena las piernas entumecidas por el cansan­cio y los ojos le escocan a causa del humo y de la pena; se detuvo sobre un terrapln de ruinas de mr­mol blanco, restos de una cpula cada que en otro tiempo se levantaba un kilmetro por encima del ar­bolado de la Ciudadela. Por aquellos lugares haba ju­gado y corrido, amado y redo...

—Abraham! —Muy pocas veces haba pronunciado antes el nombre de su padre, y en aquella ocasin le son raro y remoto. Jade y tosi. El acre resque­mor del humo se le haba quedado en la garganta.

Los terraplenes inferiores de la Ciudadela ardan fe­rozmente.

Los mecs haban penetrado por all en primer lu­gar. Unas tinieblas negras se cernan sobre los barrios ms extensos: el Gran Csped, el Mercado Verde y el Reposo de las Tres Damas. El holln recubra los mellados salientes de las paredes rotas.

Detrs, las majestuosas agujas aparecan mutiladas, reducidas a unas ruinas romas. Aquellos muones pa­recan vomitar en todas direcciones lo que quedaba del acero de sus estructuras. La brisa cambi de di­reccin y llev hasta l los crujidos de las paredes al derrumbarse.

Pero el viento no traa gemidos ni gritos. La Ciu­dadela yaca silenciosa. Los mecs se haban llevado vidas y almas; no haban dejado ms que cuerpos va­cos.

Killeen se dio la vuelta y anduvo por la ladera. Aqul era su antiguo vecindario. Los bloques destartalados y las vigas retorcidas no llegaban a esconder del todo los caminos y pasillos que haba conocido en su ju­ventud.

Aqu yaca un hombre, con los saltones ojos dirigi­dos hacia el cielo atormentado.

All una mujer apareca partida en dos, bajo una viga.

Killeen les conoca a ambos. Eran amigos, parien­tes lejanos de la Familia Bishop. Toc los dos fros cuerpos y se alej.

Haba huido con los supervivientes de la familia Bis­hop. Haban alcanzado rpidamente la lejana cordi­llera, y slo entonces se haban dado cuenta de que el padre no se hallaba entre ellos. Killeen haba em­prendido el camino de regreso a la Ciudadela, utili­zando unos zapatos motorizados para conseguir una mayor velocidad. Como si fueran unos delgados m­bolos, las piernas le llevaron ante los muros defensi­vos ya derruidos, antes de que ningn miembro de su familia advirtiera que se haba ido.

Abraham haba defendido las murallas exteriores. Cuando los mecs se abrieron camino a travs de ellas, el cerco humano se convirti en una loca con­fusin.

Los mecs haban entrado. Killeen estaba seguro de haber odo la voz de su padre gritando por los comunicadores. Pero despus de aquello, la batalla los ha­ba sumergido a todos ellos en un turbulento cicln ardiente de muerte y pnico.

—Killeen!

Se detuvo. Cermo el Lento le llamaba por el comunicador.

—Djame solo! —replic Killeen.

—Ven! No nos queda tiempo!

—Id hacia atrs.

—No! Todava quedan mecs. Y algunos vienen ha­cia aqu.

—Ya os alcanzar.

—Corre! No queda tiempo!

Killeen movi la cabeza y no respondi. Con un movimiento de uno de sus dedos se sali de la red de comunicaciones.

Trep por piedras amontonadas. A pesar de que se desplazaba con el traje motorizado, le resultaba difcil abrirse camino y subir por las pronunciadas pendien­tes de las paredes en ruinas. Aunque los mecs haban abierto numerosas brechas, las imponentes murallas haban resistido durante un tiempo. Pero, sometidas a los incesantes ataques, hasta aquellas recias fortifi­caciones al fin haban cedido.

Pas por debajo de un arco que, milagrosamente, haba quedado en pie. Ya saba qu le esperaba al otro lado, pero no pudo resistir la tentacin.

Ella estaba en la misma posicin. El rayo de calor haba alcanzado a su mujer mientras la llevaba en bra­zos. El costado izquierdo le haba quedado abrasado.

—Vernica.

Se agach y observ los abiertos ojos grises de ella, que miraban un mundo derrotado para siempre.

Con todo cuidado, intent cerrar aquellos ojos que parecan acusarle. Pero los prpados, viscosos y a la vez yertos, se negaban a moverse, como si ella no qui­siera renunciar a una ltima mirada a la Ciudadela que tanto haba amado. Los plidos labios se curva­ban con la media sonrisa que siempre mostraba an­tes de empezar a hablar. Pero la piel estaba fra y dura, como si ya hubiera adquirido la rgida solidez del suelo.

Se puso en pie. Todava perciba aquella mirada cla­vada en la espalda cuando se oblig a alejarse de all.

Andaba con dificultad por encima de las desmoro­nadas ruinas que haban sido hogares, talleres, elegantes soportales. Brillaban hogueras que todava surgan de repente en la Biblioteca Central.

Los jardines pblicos haban sido siempre sus lu­gares preferidos, ya que constituan una riqueza exu­berante de verdor hmedo en la seca Ciudadela, pe­ro ahora aparecan marchitos y humeantes.

Al pasar frente al destruido Senado, las tribunas de alabastro se quejaron y temblaron antes de derrum­barse lentamente.

Avanzaba con cautela, pero no haba ni rastro de los mecs.

—Abraham!

A su alrededor se amontonaban las ruinas de su juventud. All, en el taller de su padre, haba apren­dido a utilizar con destreza las herramientas autom­ticas. All, bajo una alta bveda, haba visto por pri­mera vez a una recatada y vergonzosa Vernica.

—Abraham!

Nada. Nadie. Probablemente yaca bajo los baluar­tes derruidos.

Pero todava no haba podido recorrer todo el com­plejo laberinto que los hombres haban construido durante generaciones. An quedaba alguna posibili­dad.

—Killeen!

No se trataba de Cermo. La voz autoritaria y segu­ra de Fanny le lleg, anulando la interrupcin de las comunicaciones.

—Retrate! Ahora ya no podemos hacer nada.

—Pero... la Ciudadela...

—Ha desaparecido. Olvdate de ella.

—Mi padre...

—Tenemos que huir.

—Otros... Pudiera ser que...

—No. Estamos seguros. Ah no queda nadie con vida.

—Pero...

—Ahora. Tengo cinco mujeres cubriendo la Puer­ta de Krishna. Ven por este camino y nos dirigire­mos al Paso de Rolo.

—Abraham...

—No me has odo? Date prisa!

Se volvi para dar una ltima mirada. Aqul haba sido todo su mundo, cuando era un muchacho. La Ciudadela haba conseguido que el abrazo de la hu­manidad resultara real y tranquilizante. Se haba man­tenido firme contra el universo hostil del exterior, con fuerza pero tambin con astucia. Las finas torres haban relucido como caramelo de piedra. Cuando regresaba a la Ciudadela despus de breves ausencias, el corazn siempre le daba un vuelco tan pronto des­cubra las orgullosas y descollantes agujas. Haba paseado durante horas y sin rumbo fijo por el labe­rinto de corredores de la Ciudadela, admirando los elegantes frisos que adornaban los altos techos arte-sonados. La Ciudadela tena una gran extensin, pe­ro a pesar de esto, haba logrado ser clida, con todos sus nichos esculpidos donde se haba infundido el es­pritu de un pasado humano comn.

Mir atrs, hacia donde yaca el cuerpo de Verni­ca.

No haba tiempo para enterrarla. Ahora el mundo perteneca a los supervivientes, a la huida febril y a la lenta melancola.

Killeen se convenci a s mismo de que deba dar un paso y alejarse de ella, hacia la Puerta de Krishna. Y luego otro.

Las derruidas paredes se balanceaban. Tuvo dificul­tades para encontrar el camino.

La niebla y el humo se arremolinaban ante l.

—Abraham! —grit de nuevo al silencio vaco.

La tela de araa formada por los pasillos elevados de la Ciudadela apareca cada y rota sobre el polvo, desparramada sobre los patios interiores. Atraves aquel terreno tan familiar, con un aturdimiento del que apenas si era consciente. Los mismos sitios don­de haba redo y hecho diabluras de nio eran ahora crteres que bostezaban.

Cuando alcanz el borde de las humeantes ruinas, volvi la vista hacia atrs.

—Abraham!

Escuch con atencin pero no oy nada. Despus, desde lejos, le lleg el zumbido de las transmisiones de los mecs. Aquel ruido spero le hizo apretar los labios.

Se volvi y corri. Avanzaba sin esperanza, dejan­do que las piernas encontraran el camino por l. Un polvo punzante le nubl la vista...

Una sacudida.

Una luz intensa, cegadora.

—Hey, vamos. Despierta.

Killeen tosi. Bizque a causa del intenso resplan­dor de unos crueles focos amarillos.

—Uf! Qu...?

—Vamos, vamos. Tienes que levantarte. Ordenes de Fanny.

—Yo, yo no...

Cermo el Lento se inclin sobre l. Su ancha cara sonriente tena aspecto de fatiga pero era amistosa.

—Acabo de desconectarte el mando del estimula­dor, nada ms. No tena tiempo, as has despertado ms fcilmente.

—Ah... fcilmente.

Cermo frunci el entrecejo.

—Has estado soando otra vez?

—Yo... la Ciudadela...

Cermo asinti.

—Me lo tema.

—Vernica... la he encontrado.

—Ya. Mira, no debes pensar en esto, oyes? Era una buena mujer, una esposa maravillosa. Pero ahora tie­nes que olvidarla.

—Yo... —Killeen notaba la lengua spera de tanto llamar a su padre. O sera tal vez por todo el alcohol que haba engullido la noche anterior?

Era por la maana, muy temprano. Se notaba en­tumecido debido a una noche de sueo. Cuando mira­ba hacia arriba, poda distinguir, entre las sombras, los bultos de la maquinaria aliengena. Recordaba que se ha­ban detenido para pasar la noche en un Comedero; a su alrededor la Familia Bishop se estaba despertando.

—Vamos, vamos. —Era Cermo, que le meta prisa—. Siento haber tirado del mando con tanta brusquedad. Pero espablate. Nos vamos de aqu.

—Qu... qu ha sucedido?

—Ledroff ha descubierto que un Ojeador viene ha­cia aqu. Suponemos que se acerca a este Comedero para recoger provisiones.

—Oh... —Movi la cabeza de un lado a otro. El do­lor se le extendi desde las sienes hasta la frente su­dorosa. Unas gotas de sudor nocturno emergieron de su nariz cuando se incorpor para sentarse.

—Ser mejor que durante algn tiempo te manten­gas alejado del tablero estimulador —aconsej Cermo con desaprobacin—. Te provoca pesadillas.

—Ya —contest Killeen mientras recoga las botas, que eran lo primero que se ponan y lo ltimo que se quitaban.

—Despus de todo, han transcurrido aos —continu Cermo amablemente—. Tiempo suficiente para que dejemos de preocuparnos por eso.

Killeen frunci el ceo.

—Aos...?

—Claro que s. —Evidentemente preocupado, Cer­mo le estudi durante unos instantes—. Ya han pasa­do seis aos desde la Calamidad.

—Seis...

—Mira, a todos nos gusta estimularnos de vez en cuando. Pero lo evitamos cuando esto nos lleva ha­cia atrs, hacia los malos tiempos.

—Pues... supongo que s.

Cermo le dio una palmada en el hombro.

—Levntate ya de una vez. Vamos a irnos dentro de un instante.

Killeen respondi con un gesto afirmativo. Cermo el Lento fue a despertar a algunos otros. Su alargado cuerpo se desliz con rapidez por entre las sombras de los bultos y mquinas aliengenas.

Las manos de Killeen estaban ocupadas en ponerse las botas, pero su mente todava vagaba entre los re­cuerdos. Las ropas sucias, las botas desgastadas, las manchas y callosidades que tena en las manos... to­do aquello atestiguaba el tiempo transcurrido desde la cada de la Ciudadela, desde la Calamidad.

Sin prisas, se puso en pie y se dio cuenta de que sus msculos helados se distendan y protestaban.

La Ciudadela haba desaparecido.

Vernica.

Abraham.

Ahora slo le quedaba Toby, su hijo. Slo un frag­mento de la Familia Bishop.

Y, finalmente, ante l slo se extendan unas inaca­bables perspectivas de lucha, descanso y vuelta a la lucha.


PRIMERA PARTE

LA LARGA RETIRADA


1

Algo les segua.

La Familia acababa de pasar con apuros por una cresta muy escarpada bajo un cielo color jade plido. Las emociones de Killeen seguan conmovindole mientras bajaba a grandes zancadas por la pendiente.

La tierra roja estaba profundamente arrugada y ero­sionada. Se distingua con toda claridad el laberinto de huellas de tractor que henda aquella tierra reseca. Caa tan poca lluvia all, que las huellas podan muy bien tener un siglo de antigedad.

Al pie de la pendiente, se extenda un complejo in­dustrial, con tejados con franjas de color negro. Ki­lleen vol sobre las bruidas cpulas de bano, ha­ciendo que los peones huyeran precipitadamente de su sombra a la vez que manifestaban su grosera y es­tpida irritacin.

Killeen apenas lleg a verlos. Buscaba los indicios de puntas aguzadas que destacaban estroboscpicamente en su retina derecha.

All. Bastante lejos hacia atrs, descubri un fugaz bailoteo verde. Apareca y desapareca, cada vez en un lugar distinto.

All, otra vez. Muy lejos, por donde haban pasado.

Aquello les segua de forma directa. No se trataba de una maniobra tpica de los Merodeadores. Era al­go ms astuto.

Parpade para obtener la imagen alternativa. La Fa­milia apareca como un despliegue desigual de hue­llas azules en el mapa topogrfico. Le satisfizo ver que se mantenan formando un bonito tringulo irregu­lar. Cermo el Lento iba, como siempre, arrastrando el culo, en retaguardia.

Killeen se localiz a s mismo, en el vrtice, como un punto ambarino que parpadeaba. Iba en cabeza. El objetivo principal.

Sonri. Aqulla era la primera vez que marchaba en cabeza, y la situacin le enfrentaba a un condena­do enigma. Cuando la Capitana Fanny le haba man­dado que marchara al frente, haba intentado que le cambiaran de sitio. Haba otros con mayor experien­cia: Ledroff, Jocelyn, Cermo. Hubiera preferido que­darse atrs. Fanny segua mandndole trabajos extras, como aqul, y aunque haba obedecido sin protestar todas las rdenes, se haba puesto nervioso desde el primer momento.

Fanny saba mucho ms que cualquier otra perso­na, y poda descubrir los propsitos de los Merodea­dores a travs de sus artimaas. Debera estar all de­lante, pero segua empujndole a l.

Y ahora suceda aquello. Se dej caer al suelo, con los ojos entrecerrados.

Killeen descendi sobre un bloque de polialmina, el viejo material que los mecs haban utilizado para algn propsito olvidado desde mucho tiempo atrs. La pelusa de embalaje flotaba en el viento tibio, y de­jaba unos trazos grises y sucios all donde se arremo­linaba sobre la proteccin exterior de carbono de sus botas acolchadas. La basura de los mecs llenaba el suelo, pero eso era tan frecuente que ni siquiera se dio cuenta de ello.

—Detrs hay algo que nos vigila —transmiti Killeen a Fanny.

—Un Ojeador? —le pregunt ella a modo de res­puesta.

—No, jefe; negativo. —Killeen contestaba con ra­pidez para disimular el nerviosismo—. Crees que te habra alertado si se tratara del mismo Ojeador que nos est siguiendo desde hace das?

—Pues, entonces, qu es?

—No lo s. Primero parece grande pero despus dis­minuye de tamao.

Killeen no saba cmo funcionaba su escner de rea retinal, slo tena una vaga idea de lo que eran las pul­saciones de radar; pero s saba que en principio las cosas no tenan por qu verse grandes al aparecer por primera vez, y hacerse menores a la siguiente pasada. La prctica proporcionaba ms informacin que el anlisis.

—No tendrs el equipo averiado?

—Supongo que no, porque transmite bien —dijo Ki­lleen de mala gana. Estara Fanny tomndole el pe­lo? No saba qu le disgustara ms: que algo se les viniera encima de aquella manera o que su equipo le dejara en la estacada.

Fanny suspir. Era una mota casi invisible detrs de l, a la derecha; una figura delgada y gil. Killeen poda or cmo haca castaetear los dientes mien­tras intentaba llegar a una conclusin, era una mana de la Capitana.

—Qu ordenas? —insisti con impaciencia. Era asunto de ella, puesto que era la Capitana de la Fami­lia y tena a su espalda una larga vida rica en aconte­cimientos y experiencias, la clase de conocimientos que resultaban imprescindibles al tratar con los mecs Merodeadores.

Haba sido Capitana durante todo el tiempo en que la Familia Bishop haba estado viajando. Conoca el arte de huir y el de perseguir, el de saquear y el de robar, el de engaar y el de atacar. Y durante todos aquellos aos terribles haba mantenido a la Familia unida.

—Se aproxima ms?

—As parece, pero se escabulle enseguida.

Fanny volvi a hacer castaetear los dientes. Killeen poda ver, mediante la visin mental, que la Capita­na entrecerraba los ojos mientras consideraba sus posiciones. Su clida presencia anulaba el aparato sen­sorial de Killeen, proporcionndole una calma segu­ra y constante. Haba sido Capitana durante tanto tiempo y haba desempeado tan bien el cargo, que Killeen no poda explicarse cmo la Familia haba po­dido arreglrselas sin ella antes, cuando vivan en la Ciudadela.

—En este caso, vamos a hacer el puo —orden con determinacin.

Killeen se haba quitado un peso de encima.

—As se habla!

—Toca llamada.

—No lo vas a hacer t? —pregunt parpadeando.

—T eres el hombre en cabeza. Acta como tal.

—Pero t sabes ms sobre... —Era evidente la vaci­lacin de Killeen. No le gustaba tener que admitir sus propias debilidades, y menos si, como era muy pro­bable, Ledroff y los dems estaban a la escucha. Pero an le gustaba menos la perspectiva de dirigir un ataque—. Mira, Ledroff ya lo ha hecho antes. Y Jocelyn tambin. Voy a retrasarme y...

—No. T.

—Pero yo no...

—He dicho que no! —Era brusca, agresiva—. Haz la llamada!

Killeen se humedeci los labios y se calm. Emiti por la comunicacin general:

—Atentos todos! Vista a la izquierda! Puo!

Casi todos los miembros de la Familia estaban en la abrupta lnea de la cresta. Esta posicin iba a pro­porcionarles algn resguardo frente a lo que pudiera llegar desde atrs. Comprob que se desbordaban por las laderas rojizas y sembradas de hoyos. Eran como un fluido que se desparramaba lentamente; los dbi­les acuses de recibo le llegaban como si fueran los gri­tos de unos insectos diminutos.

Por un momento, Killeen no tuvo en cuenta que reciba las respuestas por medio de ondas de radio, porque durante toda su vida haba estado inmerso en un bao sensorial originado por la unin de las sea­les acsticas y de las electromagnticas. Poder distin­guir entre ambas exiga ms ciencia de la que l dominaba, incluso ms de la que poda llegar a domi­nar. En lugar de esto, reciba el conjunto salpicado de voces como un zumbido intermitente, que llega­ba desde lejos atravesando el silencio caliente e inmvil de aquel atardecer polvoriento. A pesar de que cada miembro de la Familia se deslizaba en largos y hermo­sos arcos, a Killeen le pareca que todo el grupo estaba detenido algo ms all porque el avance era muy gra­dual, como si se tratase de una melaza oscura y viscosa que se deslizara hacia abajo por la pendiente. Pesados y lentos, iban llegando aquellos maltrechos restos de la humanidad, tal vez lo ltimo que quedaba de ella; lle­gaban ansiosos, llevados por un instinto gregario, tribal.

Killeen capt fragmentos de conversacin proce­dentes de Ledroff:

—Por qu la Capitana le ha colocado a l? Por qu diablos est all delante...?

—Basta de charla! —orden Killeen.

—No es capaz de encontrarse el culo, ni utilizando ambas manos...

—He dicho que os callis! —remach con fiereza.

Killeen ya haba odo con anterioridad las pullas de Ledroff por el intercomunicador. Hasta aquel mo­mento, no le haba hecho el menor caso. No vea la necesidad de provocar un enfrentamiento con aquel hombre grande y engredo. Pero en aquella ocasin, Killeen no poda pasarlo por alto. No, cuando aque­llo poda representar ponerles en peligro a todos ellos.

—Me parece que est viendo fantasmas que le hacen saltar de miedo —dej caer Ledroff antes de ca­llarse.

Killeen hubiese deseado que la Capitana Fanny in­terviniera en la comunicacin general e hiciera callar a Ledroff. Habra bastado un sencillo chasqueo desaprobatorio de lengua.

La Familia avanzaba a gatas, utilizando los conoci­mientos adquiridos a lo largo de aquellos aos tan du­ros. Desvindose hacia la izquierda, se infiltraban por entre los voluminosos edificios con cpulas del com­plejo industrial.

Los mecs de la fbrica se detuvieron de repente cuan­do la Familia se escabull con ligereza y rapidez por los patios de trabajo. Despus, aquellas voluminosas y desmaadas mquinas retrocedieron, guardando sus extensores dentro de las deterioradas cpsulas de alu­minio. Aquellos mecs no tenan otro sistema de de­fensa, y la Familia no se preocup ms de aquellos objetos de hocico alargado y forma de tortuga.

Pero a pesar de todo, los humanos deban darse prisa. Saban que si se quedaban mucho tiempo, aque­llos esclavos mecnicos que pensaban con lentitud emitiran una llamada. Entonces llegaran los Lance­ros, o algo peor.

Killeen consider durante un momento la posibi­lidad de que el objeto que les persegua fuera un Lan­cero solitario, al que hubieran llamado por algn pe­queo pillaje que la Familia hubiera cometido unos pocos das antes. Comprob los dbiles indicios que le llegaban desde atrs.

No. Aquella cosa no se pareca en nada a un Lance­ro. Era un objeto de menor tamao, sin duda. Ape­nas reciba una imagen mnima. Sin embargo...

—Ya! —grit. Se golpe la sien derecha dos veces con el dedo ndice para transmitir a toda la Familia el mapa topogrfico de situacin de todos ellos.— Nos hemos de agrupar!

Se diseminaron con un rumor de excitacin, rom­piendo la formacin triangular parecida a un enjam­bre de abejas que haban adoptado hasta entonces. For­maron los tradicionales anillos concntricos, con algunas irregularidades porque la Familia slo con­taba con doscientos setenta y ocho miembros, de los cuales algunos eran lentos o estaban enfermos: cojos, ancianos o heridos en las pasadas camorras, luchas y enfrentamientos.

Fanny descubri el problema y orden:

—Mostremos nuestros talones al viento!

Aquella antigua manera de dar rdenes funcion. Empezaron a correr con mayor rapidez, acuciados por un miedo inmencionable pero agudo.

Killeen transmiti el ltimo mapa topogrfico a Fanny, en el que se vea una desordenada serie de tra­zos blanquiazules detrs de ellos.

Fanny le transmiti:

—Dnde est?

—No lo s. Parece como si hubiera una especie de pantalla.

—Una confusin deliberada?

—Creo que no. Pero...

—En situaciones como sta, los mapas topogrfi­cos no sirven para averiguar el tamao. Calclalo por la velocidad. Ningn mec de fbrica se puede mover tan veloz como un Merodeador.

—ste va lento, pero de repente acelera.

—Tal vez sea un Merodeador.

—Crees que deberamos detenernos y esperar a que se acerque?

Percibi la mirada calculadora de ella, como si se tratara de una cua fra que se hundiera en su apara­to sensorial.

—Qu piensas t?

—Pues... bien... Tal vez se limita a observarnos.

—Podra ser. —Ella no ceda en lo ms mnimo.

—En ese caso, sera preferible que siguiramos, co­mo si no le hubiramos visto.

—A la larga, podemos seguirle la pista, claro.

Killeen se preguntaba qu quera decir Fanny con aquello pero prefera no preguntrselo, y mucho ms sabiendo que Ledroff estaba a la escucha. Inform con precaucin:

—Sigue dando saltos por ah.

—Podra tratarse de alguna nueva tcnica de los mecs.

S?, pens. Y cmo debemos responder? A pesar de ello, mantuvo un tono de voz neutro y seguro al con­testar:

—Lo mejor ser hacerle pensar que no le hemos vis­to. Si lo que est haciendo es slo probar su equipo, se marchar.

—Para regresar cuando estemos dormidos —con­tinu ella sin alzar la voz.

—Y qu? La centinela le descubrir. Si le dispara­mos ahora, que no alcanzamos a verle bien, tal vez se marche. Pero en la prxima ocasin regresar, con una mejor tcnica mec para que no le descubramos, y nos liquidar.

Fanny permaneci en silencio durante un largo tiempo; Killeen se preguntaba si no haba quedado como un tonto. Ella le haba enseado sus maas, y l siempre se haba sentido torpe comparado con el dominio pleno, casi espontneo, que ella tena de las tradiciones de la Familia. Poda ser una Capitana se­vera con una tctica astuta, firme y rpida. Y al final de la huida o de la lucha, al reunirse alrededor de las hogueras nocturnas para explicarse historias, poda mostrarse tan acogedora como una abuela. Killeen hara cualquier cosa para no decepcionarla. Pero te­na que saber cmo actuar, y ella no le daba ninguna pista.

—Creo que s. Es la mejor solucin, suponiendo que se trate de un Merodeador corriente.

Killeen se sinti orgulloso por haber merecido su aprobacin. Pero cierta nota de preocupacin en la voz de Fanny le oblig a preguntar:

—Y si no lo es?

—Tendremos que correr. Y correr aprisa.

Ya haban dejado atrs las montaas. La Familia co­rra a travs de unas tierras llanas y erosiona-das. Fanny pregunt entre jadeos.

—Lo ves ya?

—Negativo.

—Ya debera haber coronado la cima. Esto no me gusta.

—Crees que se trata de una trampa? —Mientras estudiaba la pantalla topogrfica, Killeen se plante cua­tro posibilidades. De nuevo deseaba que Jocelyn, o hasta el maldito Ledroff, estuvieran en su lugar. Si se aproximaba un ataque, quera estar cerca de su hi­jo. Explor hacia delante y descubri a Toby en me­dio de la formacin en movimiento de la Familia.

Fanny se retras para escudriar la cresta.

Killeen volvi a buscar el elusivo perseguidor. La imagen topogrfica bailaba ante sus ojos, emitiendo cintas de luz.

Ms trazos nebulosos.

Hacia la derecha apareci una ligera mancha de azul plido.

Killeen se dio cuenta demasiado tarde de que hu­biera sido mejor mantenerse en la cresta. Se haban puesto al descubierto y haban perdido al enemigo. Gru a causa de la frustracin y corri hacia delante.

Haban avanzado un buen trecho por el extenso va­lle cuando mir hacia la derecha y descubri primero la capa sobrepuesta de verde parpadeante y despus los lejanos declives rocosos. Se trataba de unas rocas recientes, hendidas por algn minero, con la ambari­na superficie excavada y estriada.

Pero tambin vio un corte limpio que no estaba all unos momentos antes. Killeen estaba seguro de no equivocarse.

—Orientaos hacia mi direccin! —grit a toda la Familia, y se abri paso hacia una colina baja—. Fanny, sera conveniente que t...

Killeen oy un agudo crujido.

Vio que Fanny caa, lanzando un grito de sorpre­sa. Luego, su voz se hizo ms aguda expresando un dolor sofocado pero sobrecogedor.

Se volvi y dispar hacia las lejanas colinas esculpidas, donde se alzaban unos bloques sin terminar de piedras romboidales.

Le lleg el eco de un ruido seco, el crujido produci­do por la destruccin de un circuito.

Haba logrado un impacto directo. Probablemen­te no sera suficiente para que aquella cosa cayera muerta, pero por lo menos les proporcionara algu­nos segundos de respiro. Grit:

—Corred, a toda velocidad!

Con Fanny herida, l deba llevarse a la Familia le­jos y sin demora. Killeen parpade, vio los puntos azules de la Familia que viraban hacia el terreno que­brado donde podran hallar algn refugio. Bien. Pe­ro, dnde estaba...?

—Toby! Mtete en aquel lecho de ro, lo ves?

A un kilmetro de distancia, su hijo vacilaba.

—Hacia tu derecha!

Por unos instantes, todo pareci balancearse al bor­de de un abismo de angustia. Killeen estaba seguro de que el equipo de su hijo estaba averiado o sobre­cargado, impidindole recibir el aviso. O tal vez el muchacho estaba confundido por la acumulacin de ruidos electrnicos. O muy cansado por la carrera. Y se quedara de pie sobre la reseca llanura, donde formara el nico objetivo sencillo e inmvil que se destacara en las lentes oculares del invisible Merodea­dor mec. La indecisin de su hijo le converta tam­bin a l en un blanco inmvil.

En aquel momento de suspense, Killeen record cierta ocasin en que haba tomado parte, junto a su padre, en una operacin de bsqueda entre la basura. La expedicin para recoger algunos chips que necesi­taban era tan fcil que su madre haba consentido que l fuera. Y all, por pura casualidad, un Merodeador haba dado con ellos mientras saqueaban una aislada y destartalada estacin de campo donde trabajaban unos peones mecs con su servilismo callado y estpi­do. Killeen se haba unido a una expedicin secunda­ria para apoderarse de unos servos que haba en un polvoriento almacn y, durante el ataque, el Merodea­dor (un Batidor, viejo pero con armamento completo) le haba visto y acorralado. Tres hombres y una mujer haban volado el Batidor, hacindolo saltar en peda­zos cuando se encontraba slo a dos pasos de Killeen, quien hua desesperadamente. El terror haba sido tal que se haba cagado en el traje. Pero lo que ms re­cordaba no era la vergenza cuando el olor de la mierda se hizo evidente, ni las pullas de sus amigos. En vez de ello, slo recordaba el perturbador instante en que su padre le mir con los ojos hundidos en las cuencas y plido como un muerto. Aquellos ojos le haban taladrado con desesperacin. Y Killeen saba que su propio rostro estaba mirando con un rictus de horror anticipado mientras su hijo permaneca in­mvil, de pie, durante todo el inmutable tiempo per­dido que dura un latido del corazn.

Toby!

—Uh, ya voy.

La distante figura se meti bajo un muelle que ha­ba en el meandro fsil de lo que haba sido un curso de agua.

Killeen no poda respirar. Se dio cuenta de que l mismo se haba quedado rgido, convertido en un blanco perfecto.

—Agchate y corre, muchacho —le grit mientras l mismo se desviaba y sala escabullndose.

Oy que algo pasaba cerca de l —tsssip— a travs del aire silencioso.

Vislumbr unas chispas anaranjadas, como unas rpidas flechas en el ojo derecho. Aquello significaba que algo le estaba sondeando, buscando un camino para meterse en su interior. Y era rpido, ms rpido de lo que nunca hubiera visto.

Un picor y un sudor fro le sofocaban por dentro con un spero susurro, mientras corra.

Killeen se dej caer al suelo.

—Fanny! Cmo ests?

—Yo... auhhhh... no puedo...

—Esa cosa. Qu es?

—Yo... No lo haba visto... desde... aos...

—Qu podemos hacer?

Ledroff intent meterse en aquella lnea de comu­nicacin de cono muy estrecho. Killeen solt un ju­ramento y anul su conexin.

—No creas... lo que... veas...

—Qu es...?

Fanny tosi y su lnea de comunicacin qued en silencio.

Fanny tena ms conocimientos que cualquier otra persona de la Familia acerca de los extraos y mort­feros mecs. Haba luchado contra ellos durante mucho tiempo, antes de que Killeen naciera. Pero Ki­lleen poda deducir por la lentitud de su voz que aque­llo se haba aferrado a la Capitana, tal vez le haba destruido alguna conexin nerviosa.

En consecuencia, no poda contar con la ayuda de la experimentada anciana.

Killeen volvi a observar las retorcidas y elabora­das formas de piedra que se erguan en las laderas lejanas. Poda distinguir unos planos distorsionados, unas superficies esculpidas con propsitos incompren­sibles para los humanos. No se entretuvo a pensar en ellos, porque haca mucho tiempo que haba apren­dido a ignorar lo que ningn ser humano poda des­cifrar. En cambio, intent averiguar si los cortes de las grietas eran recientes, lo cual indicara que se trataba de una autoescultura. Pero no lo consigui.

—Jocelyn!

Las trabajadas superficies de las piedras se hicieron ms ligeras. Empezaron a brillar. Killeen tuvo la ver­tiginosa sensacin de que poda distinguir, a travs de las desnudas piedras, una ciudad surgida de repen­te, con murallas y paredes de granito macizo, que zum­baba con una energa roja y se iba hinchando ante sus ojos.

—Maldito sea todo! Qu es esto? —se pregunt a s mismo en voz baja.

La ciudad resplandeca cristalina, a lo lejos. La ro­ca vulgar se funda para convertirse en una filigrana transparente.

Y luego volvi a ser piedra esculpida.

Jocelyn le llam, incrdula:

—Es as toda la ladera de la colina?

Killeen gru:

—Un espejismo de esta envergadura requiere un gran mec.

—O uno de una nueva clase —dijo Jocelyn.

Haba llegado desde la derecha, inclinada hasta el suelo y corriendo con compresores. Tras ella, la Fa­milia hua a toda velocidad, Killeen reciba el jadeo de las respiraciones en proporcin a la distancia. Cons­tituan un constante coro de fondo, como si todos le estuvieran observando; era como si la Familia, al mismo tiempo que corra en busca de seguridad, es­tuviera todava all para ser testigo de aquella ltima adicin infinitesimal a la prolongada lucha sin espe­ranza frente a las mquinas. Senta que estaban a su alrededor como un silencioso jurado.

Jocelyn le llam:

—Le has dado a algo?

Killeen se agach detrs de los restos de unas anti­guas vigas retorcidas. Los largos espacios entre ellas estaban sealados por unas brillantes costras de orn.

—Creo que s.

—Era algo slido?

—Negativo. Por el ruido que hizo dira que le he dado a un circuito mec, eso es todo.

—Entonces estar todava all, escondido.

Todava no podan ocuparse de Fanny. Se mantu­vo a una prudente distancia del cuerpo inerte, por­que estaba seguro de que aqul era ya un blanco per­fectamente localizado.

—Puedo olerlo. —La voz de tiple de Jocelyn, que por lo habitual era suave, sonaba aguda y alta.

Tambin poda olerlo l, ahora que se haba tran­quilizado un poco. Era un hedor pesado, aceitoso. Sus detectores implantados le transmitieron el olor en vez de los parmetros codificados. Los humanos recor­daban mejor los olores que los datos. Pero no pudo reconocer aquella qumica espesa y prxima. Estaba seguro de no haberla experimentado antes.

Un febril sonido hueco —whuuung— retorci el aire. Lleg a Killeen como una vibracin ms baja de lo que cualquier odo poda captar, una mezcla de murmullos infrasnicos que llegaba hasta sus pies y un crepitar electromagntico cuya frecuencia iba aumentando al mismo tiempo que se suavizaba y que llegaba hasta l en la brisa.

—Nos est lanzando bloqueadores —observ—. De­be de haber usado una combinacin de ellos en Fanny, pero no surten ningn efecto sobre nosotros.

—Ella tena un equipo muy antiguo —coment Jocelyn.

—Probablemente en este mismo momento, el mec est cambiando las claves —dijo Killeen, respirando profundamente y deseando poder hacer algo, lo que fuera.

—Nos est buscando.

—Afirmativo. Estoy de acuerdo —murmur Ki­lleen. Intentaba recordar. Aos atrs, haban surgi­do algunos mecs que actuaban as. Transmitan algo que se meta en tu interior y que actuaba sobre tu per­cepcin de las cosas. Poda hacerte creer que estabas contemplando un paisaje, cuando en realidad las im­genes eran artificiales, dejando fuera lo que...—. Mantis —exclam de repente—. Mantis. Fanny los llamaba as. Los haba visto un par de veces.

Un Mantis proyectaba ilusiones ms elaboradas que cualquier otro mec. Poda evocar imgenes del pasa­do y metrtelas dentro de la cabeza, tan aprisa que no podas distinguirlas de la realidad. Y detrs de aque­llas imgenes se esconda el Mantis, que se acercaba cada vez ms, intentando abrir brecha en ti.

—Crees que debemos correr? —transmiti Jocelyn, que era ya una mota distante en retirada, preparada para salir corriendo.

—No, si hay una gran mancha verde a mi espalda.

Killeen empez a rer con desatino, lo que en aque­llos momentos le resultaba ms fcil que pensar. Ha­ba aprendido que aquellas decisiones tena que tomarlas en el instante preciso. Cualquier otra acti­tud no serva ms que para aumentar la preocupacin, y eso entorpeca las reacciones cuando la rapidez era lo indispensable.

Su problema resida en el equipo de planos y de topolocalizacin, ya que era el nico miembro de la Fa­milia que dispona de uno. Se lo coloc a la espalda, lo ms bajo posible.

La leyenda contaba que el hombre del topo era el primero al que intentaban frer. Se deca que los mecs cazadores, Lanceros, Ojeadores y Batidores, vean el equipo como una mancha verde brillante y se orien­taban hacia ella. Podan hacer rebotar en l sus ulu­lantes voces para obtener as una especie de sonar direccional. Y despus ululaban con mayor intensi­dad, transmitiendo algo que invada el equipo del hombre del topo y luego penetraba profundamente en su cabeza.

—Qu haremos, pues?

—Tenemos que disparar.

Percibi el gruido de protesta de Jocelyn. A ella no le gustaba aquello. A decir verdad, tampoco le gus­taba a l. Si aquella cosa Mantis era slo la mitad de efectivo de lo que Fanny haba calculado, poda loca­lizar un disparo y descubrir al tirador antes de que pudiera levantar las defensas.

Pero si no mataban aquel Mantis entonces, poda llegar hasta ellos y destrozarles con los cortadores an­tes de que pudieran ponerle la vista encima.

—Espera, estoy intentando acordarme de algo que me cont Fanny.

—Vale ms que te acuerdes pronto.

El mtodo didctico de Fanny era ensear contan­do historias. Haba mencionado algo referente a la Calamidad, acerca de cmo en medio de la peor ba­talla de la humanidad, algunos Bishop haban encon­trado un modo de romper los espejismos.

Con un dedo se golpe con cuidado los dientes apre­tados, un golpe corto y otro largo. Aquello dispuso su visin de manera que los rojos le llegaban con ma­yor fuerza. Los azules se difuminaron, dejando tras de s una accidentada tierra resplandeciente que her­va en un fuego lquido. El cielo era una descolorida vacuidad. A travs de la lejana ladera, aparecan unas franjas de color carmes correspondientes a mareas de temperatura, a medida que sus ojos iban cubriendo el espectro.

—Fanny est herida. Crees que podemos ir a bus­carla?

—Silencio!

Movi la cabeza con violencia, mirando detenida­mente al frente, manteniendo los ojos fijos en un lugar. Qu haba dicho Fanny...? Busca el rpido parpadeo rojo, y mira por el rabillo del ojo.

Algo se haba agitado. Entre las bruidas superficies de un gris ptreo, se alzaba algo larguirucho, curva­do, con arabescos de gusanos luminosos. La imagen se difumin con la roca y desapareci; slo volva a ser visible si Killeen sacuda con rapidez la cabeza hacia un lado.

La ilusin se desvaneca casi enseguida, pero no por completo, y durante unas fracciones de segundo pu­do distinguir aquella cosa de patas tubulares y cabeza encapuchada, con el cuerpo lleno de bultos y eriza­do de antenas.

—Tienes algo?

—Veamos, yo...

Algo le haba taladrado un agujero en el ojo y se haba introducido por all.

Rod hacia atrs, parpadeando, y trat de seguir con los sentidos los rebotes de aquel calor que le ha­ca aullar al recorrer su cuerpo clavndole unos agu­dos pinchazos.

Una agona licuada inund todos sus nervios. Hor­migueaba, derramndose y extendindose.

Vio o percibi unas conocidas caras ancianas, pli­das y delgadas. Se le venan encima y luego se aleja­ban, como si una mano gigante barajara un mazo de cartas de modo que cada rostro se presentaba por completo slo durante un instante. Y a cada uno de aque­llos fugaces recuerdos se aada un ramalazo de do­lor brillante como el cromo.

El Mantis estaba rastreando en su pasado. Busca­ba, grababa.

Killeen ruga de rabia.

Luchaba contra aquel toque que intentaba atra­parle.

—Se me ha metido dentro.

Luego percibi que, con fra rapidez, algo captaba el doloroso dardo en su pierna derecha. Notaba c­mo el calor ambulante de aquel objeto chisporrotea­ba y mora. Lo haba absorbido alguna trampa que, como una tela de araa, estaba profundamente im­buida en l, creada por mentes que haca ya mucho tiempo que se haban perdido.

Killeen no se preocup por saber qu le haba sal­vado. Su propio cuerpo tena tantos dispositivos des­conocidos como el de los mecs. Simplemente, se le­vant y vio que se hallaba al pie de una pendiente de piedra desmenuzada, arenosa, hasta donde le haban llevado sus espasmos. En su aparato sensorial conser­vaba una imagen estroboscpica residual de aquella fuente de dolor. Y su localizador direccional haba podido seguir las seales intermitentes hasta su ori­gen.

—Jocelyn, puedo tener su posicin —grit.

—Pues date prisa, maldita sea!

—Se est desplazando!

Bajo la penumbra de color rub, el Mantis se agit y se aproxim hacia donde yaca el cuerpo inerte de Fanny. Killeen oy un ruido de tono profundo, co­mo de una sierra, que le eriz el vello de la nuca.

Como si se tratara de unos dientes amarillentos que royeran huesos. Si se acercaba ms a Fanny...

Killeen suspir al ver la imagen intermitente del Mantis que se desplazaba, y con el dedo ndice dere­cho se apret un determinado punto del pecho. En su ojo izquierdo, un crculo de color prpura fue cre­ciendo hasta abarcar una zona en que la imagen del Mantis entraba y sala. Se dio un golpe con el dedo en la sien derecha y Jocelyn obtuvo la localizacin.

—Quieres dejarlo frito? —transmiti ella. No era ms que un pequeo punto al otro lado del valle. Po­dan obtener una buena triangulacin de la posicin del Mantis.

—Negativo. Hagamos volar a este bastardo.

—Afirmativo. Vamos!

Dispar. Sonaron unos estampidos que rompieron el silencio.

Las dos cargas de modelo antiguo se estrellaron con­tra el mec por ambos lados. Las patas saltaron por el aire. Las antenas cayeron al suelo.

Killeen lleg a ver cmo la vida elctrica del Man­tis, azul y verde, caa y acababa de soltar destellos. Todos los componentes internos moran mientras la mente principal intentaba salvarse sacrificndolos. Pero las lesiones mecnicas no podan repararse con un rpi­do cambio de flujo de la electricidad, record sonriendo.

Muchas veces los mecs eran vulnerables a este ata­que. A Killeen le gustaba verlos saltar en pedazos, sin duda era ms gratificante. Y por esta razn usaba car­gas explosivas siempre que poda.

Se levant de un brinco y ech a correr a toda ve­locidad hacia el Mantis, que todava se estaba desar­mando lentamente. Las bolas de los cojinetes salan despedidas, dejando las patas sueltas. El tronco haba cado al suelo y haba rodado unos metros. El cere­bro principal deba de estar por all, intentando sal­varse.

Killeen se aproxim con cautela, atravesando el te­rreno arenoso donde se esparcan restos de mecs. Ex­puls a patadas las partes pequeas de maquinaria, sin apartar la mirada del Mantis ni por un momento. Jocelyn lleg por el otro lado dando saltos.

—Podra ser un engaabobos —aventur Killeen.

—No lo s. Jams haba visto algo tan grande.

—Ni yo —murmur impresionado.

Extendido en el suelo, el Mantis era ms largo que diez hombres puestos uno a continuacin del otro. Para Killeen, el peso y las dimensiones de las cosas le llegaban de forma directa y con toda sencillez. Sin tener que calcularlo, saba si algo pesaba demasiado para poderlo transportar durante la marcha de un da, o si estaba al alcance de algn arma.

Los nmeros volaban por su ojo izquierdo, comu­nicando las dimensiones y la masa del Mantis. No po­da leer aquellos antiguos signos de sus antepasados, y casi le pasaban desapercibidos. No los necesitaba. Los chips interiores, profundamente implantados, y los subsistemas procesaban todos los datos de forma directa a los sentidos perceptivos. Llegaban hasta l con naturalidad y sin darle importancia, como reci­ba la caricia del tibio viento sobre sus rizos descolo­ridos, que haban sido negros. Reciba los dbiles que­jidos electromagnticos del Mantis moribundo, o el ligero fastidio que le avisaba que pronto deba mear.

—Mira —seal Jocelyn. Estaba tan cerca que la oa acsticamente. Su voz sonaba algo nerviosa debido al cansancio y al constante miedo—. La mente prin­cipal est aqu —indic, mostrando el sitio.

Una especie de capuchn cobrizo intentaba abrir un tnel en el suelo, y desde luego, trabajaba rpido. Jocelyn se qued de pie muy cerca del objeto y apun­t con el dispersador.

—Usa un demoledor —dijo Killeen.

Ella tom un tubo cargado con un disco, y lo ac­cion. El disco sali con un silbido hacia el bruido capuchn orlado de remaches. El impacto sacudi el caparazn. Los taladros de acero azul que haba en su cara inferior se fueron acallando hasta permane­cer inmviles.

—Bien —aprob Killeen.

Cerca de all, dos peones intentaban huir. Ambos mostraban unos dibujos entrecruzados en los pane­les laterales. Era inslito que los peones viajaran jun­to a un mec de grado elevado.

—Dales a estos dos —dijo, levantando la pistola.

—Slo son peones, olvdate de ellos.

—Es una orden.

Corri hacia Fanny. Estaba siguiendo las reglas que Fanny haba establecido mucho tiempo atrs: primero haba que asegurar la mente principal, y luego aten­der a los heridos.

Pero mientras saltaba hacia la postrada forma in­mvil, el corazn le dio un vuelco y lament haber perdido un solo momento.

Fanny yaca hecha un ovillo, con la cabeza hacia un lado. Tena la correosa boca abierta de travs, mos­trando las amarillentas encas y los dientes aguzados por las largas horas de limado. La cara cubierta de arru­gas miraba hacia el cielo sin verlo y los ojos eran de un blanco vidrioso y brillante.

—No! —No poda moverse. A su lado, Jocelyn se haba arrodillado y colocaba las palmas de las manos contra la parte superior del cuello de Fanny.

Killeen observ que no haba el ms mnimo mo­vimiento. Not un horroroso vaco que iba penetrndole y se estaba apoderando de l. Dijo con lentitud:

—Esta cosa... la ha destruido por completo.

—No! Con tanta rapidez? —Los ojos febriles y completamente abiertos de Jocelyn le miraban fija­mente. Deseaba que Killeen negara lo que ella poda comprobar con sus propios ojos.

—El Mantis... —la confirmacin le atenazaba la garganta— ...es condenadamente rpido.

—Pero t pudiste herirle —dijo Jocelyn.

—Suerte. Ha sido por casualidad.

—Nosotros..., nunca...

—Este tena algunos trucos nuevos.

La voz de Jocelyn sonaba llorosa y lastimera.

—Pero Fanny! Ella saba cuidar de s misma me­jor que cualquier otro!

—S. Eso es cierto.

—Ella lo saba todo.

—Nadie lo sabe todo.

En los ojos semicerrados de Fanny, atormentados por el miedo, Killeen observ unas seales que la Fa­milia no haba tenido que soportar desde haca me­ses. Alrededor de los ojos de Fanny rezumaba un pus gris plido. Una burbuja llena de sangre se form en el pus mientras l observaba. La burbuja explot y dej escapar un gas corrupto.

El Mantis haba, en cierta manera, interrogado a los nervios de Fanny, a su cuerpo, a su verdadera esen­cia; todo en unos pocos segundos. Los mecs jams haban podido hacerlo con tanta rapidez, a distancia. Hasta entonces, un mec Merodeador tena que cap­turar a un humano al menos durante algunos minu­tos sin interrupcin.

Aqulla haba sido una pequea ventaja que la hu­manidad tena sobre los mecs errantes y predadores, pero si aquel Mantis era una seal, la ventaja se haba perdido.

Killeen se agach para observar el cuerpo. Jocelyn la haba despojado de su resistente traje elstico de piel. La carne de Fanny apareca como si millares de pequeas agujas la hubieran atravesado de dentro ha­cia fuera. Pequeas manchas de sangre azul negruzca ya se haban secado por debajo de la piel.

El Mantis la haba invadido, captando todo su ser. En un instante haba dejado al descubierto las redes de neuronas interconectadas que eran Fanny y se ha­ba enterado de toda la historia de ella, las cosas que cada humano conserva grabadas en el interior. C­mo haba alcanzado el placer, cmo haba percibido las agudas punzadas del dolor. Cundo y por qu ha­ba capeado las miradas de derrotas que haba deja­do atrs; una larga e insoslayable sucesin de oscuri­dad y de luz, y de nuevo la envolvente oscuridad por la que ella haba avanzado con paso terco e inflexi­ble, un camino ininterrumpido trazado a travs de un mosaico de mundos, de esperanzas y de guerras incesantes.

Algunas veces, los Merodeadores slo buscaban es­to, no queran metales explosivos o suministros de cualquier clase. Ni siquiera los pequeos chips elc­tricos que los simples mortales buscaban y robaban con frecuencia a los mecs de categora inferior como peones, porteadores o recolectores.

La muerte definitiva. Los Merodeadores queran in­formacin, datos, la verdadera personalidad. Y al in­terrogar cada pequeo recoveco de Fanny, el Mantis haba absorbido, rodo y borrado toda la informacin que haba formado a Fanny.

Killeen llor con rabia desconcertada. Volvi co­rriendo hacia donde estaba el destrozado Mantis y de un tirn le arranc el puntal de una pata.

Hinchando el pecho, golpe con el puntal, que te­na la longitud de su brazo, los restos del Mantis, haciendo saltar parte de ellos. Ledroff intent llamarle, pero le vocifer algo y cerr por completo sus lneas de comunicacin.

No supo cunto dur aquel destrozo y gritero. La emocin le llenaba por completo y al fin se fue va­ciando con la misma rapidez con que haba apareci­do, consumiendo su rabia en el aire sin lmites.

Cuando hubo terminado, volvi al lado de Fanny y alz el puntal en un saludo mudo y rendido.

Aqulla era la peor clase de muerte. Te robaba ms que la vida, mucho ms. Te robaba tambin las pasa­das glorias que hubieras sentido alguna vez y los ef­meros entusiasmos. Ahogaba la vida en el sofocante jarabe negro de la mente del mec. Dejaba slo los des­perdicios al absorber y al borrar, sin dejar ni rastro de quin haba sido en realidad el muerto.

Despus de haber sido tan masticada y devorada, los hombres jams podran rescatar aquella mente. Si el Mantis se hubiera limitado a matarla, la Familia probablemente hubiera recuperado alguna parte de la verdadera Fanny.

A partir del cerebro que se estaba enfriando, po­dran haber extrado sus conocimientos, teidos con su personalidad.

Fanny podra haber quedado almacenada en la men­te de un miembro de la Familia, convirtindose en un Aspecto.

El Mantis ni siquiera les haba dejado esta opcin.

La muerte definitiva. Aquella noche, en el home­naje final a Fanny, no habra ninguna verdad que se pudiera sacar de aquel cuerpo vaco e inerte que Killeen vea delante de l, tan desamparado y arru­gado.

La Familia no podra llevarse ninguna parte de ella hacia el futuro; era casi como si ella jams hubiera participado en la inacabable marcha que era el desti­no de la humanidad.

Sin darse cuenta, Killeen rompi a llorar. Cuando advirti el dolor que le quemaba lentamente, aban­don aquel valle con la Familia. Slo entonces vio que, de aquella manera, Fanny viva todava, pero en realidad, aquello no le serva de consuelo.


2

Las sombras se extendan largas y amenazantes, apuntando a lo lejos a partir del ojo clido del Comi­ln. La intensa radiacin lanzaba lenguas a travs de la llanura erosionada por las corrientes de agua, unas lenguas que se alargaban hacia la marea humana que avanzaba con esfuerzo.

Cada roca erosionada por el viento, aunque por s misma fuera sombra y consumida, originaba unas sombras vivamente coloreadas. El anillo externo del Comiln estaba al rojo y arda lentamente, mientras que el interior de aquella diana brillaba con un in­tenso azul. Cuando lleg el ocaso del disco y el Co­miln se hundi tras el horizonte, dibuj a partir del ltimo promontorio ptreo una cola de cintas de co­lores. Las sombras cambiantes deformaban la tierra, alargando las perspectivas. La visin resultaba dif­cil.

sta era la situacin antes de que Killeen estuviera seguro. Gui los ojos, paseando la mirada por todo el espectro, y apenas si pudo obtener una imagen fu­gaz del ondulante destello color verde helecho.

—Atencin —grit—. Ledroff! Mira con atencin hacia la izquierda.

La Familia se extenda por el can destrozado en alguna antigua batalla. Todos avanzaban manteniendo una separacin mnima de un kilmetro. Disminuye­ron la marcha, contentos de poder descansar despus de las muchas horas de huida continua y temerosa.

—Para qu? —transmiti Ledroff.

—Ves un Comedero?

—No.

Killeen jadeaba lenta y contenidamente, porque no quera que el desagradable ruido de su fatiga llegara a los dems. La contestacin de Ledroff era lenta y mnima. Killeen saba que si la orden hubiera parti­do de Fanny, Ledroff habra reaccionado agudo y r­pido. Segn la tradicin de la Familia, deban elegir un nuevo Capitn tan pronto como encontraran un lugar seguro para acampar. Hasta que aquello suce­diera, Killeen era el hombre en cabeza y ordenaba sus maniobras. Ledroff lo comprenda, pero no por eso dejaba de protestar.

Se haban detenido para hacer una rpida ceremo­nia para el sepelio de Fanny y haban escondido su cuerpo en un tmulo de piedras hecho a toda prisa. Despus haban corrido con todas sus fuerzas duran­te largo tiempo. No iban a llegar mucho ms lejos. Killeen tena que encontrar un refugio.

—Jocelyn? Ves algo?

—Pues... tal vez.

—Dnde?

—Es algo pequeo... quiz me equivoco... —El es­fuerzo era patente en su dbil voz.

—Podrs hacer una observacin cruzada conmigo?

—Yo... all...

Una fugaz imagen brill en el ojo derecho de Ki­lleen. La sobreposicin de Jocelyn mostraba un des­tello vacilante.

—Vamos a buscarlo —indic.

—No me parece buena idea —dijo Ledroff seve­ramente—. Ser mejor que durmamos en terreno abierto.

—Y quedar todos aislados unos de otros? —pre­gunt Jocelyn con desconfianza.

—Sera lo ms seguro. Los mecs no creern que so­mos nosotros.

—Estamos demasiado cansados —objet Killeen. Sa­ba que Ledroff podra tener razn de no ser por el agotamiento de la Familia. Por lo general, los mecs no podan encontrar a un humano si desconectaba su traje. Los mecs podan oler los circuitos, pero no la piel de los humanos.

—Comedero? Habis encontrado un Comedero? —la voz de Toby pareca un farfulleo a causa de la agotadora marcha.

—Tal vez —contest Killeen—. Vamos a verlo.

Ledroff grit:

—De ninguna manera!

Pero un coro de protestas ahog su voz. Ledroff empez a discutir, hecho que no le extra porque la Familia marchaba sin haber elegido un nuevo Ca­pitn.

Todos necesitaban descansar y reflexionar.

Killeen hizo caso omiso de Ledroff y avanz a lar­gos saltos de baja altura hacia la colina ms prxima. Tena que apretar los dientes con fuerza para avan­zar con suavidad, pero saba que la Familia que iba tras l estaba tomando nota de ello. Sin pensar cons­cientemente en ello, comprenda que, aunque redu­cida a una mnima expresin, la Familia necesitaba una exhibicin de fuerza para recuperar la confian­za, para volver a adquirir las directrices.

Ledroff iba detrs de l. Los ojos de Killeen integraron rpidamente la imagen que le mandaba Jocelyn, y pudo captar de nuevo aquella vacilante seal de promesa. Pas sobre unas destrozadas y chamus­cadas colinas y se dio cuenta de que haba ido dema­siado lejos, cuando la seal se debilit.

—Est enterrado —indic.

—Dnde? —pregunt Ledroff, con un acento cor­tante e impaciente.

—Debajo de aquella vieja fbrica.

Apretados dentro de una accidentada lnea de falla, se alzaban unos cobertizos inclinados de metal rocoso pulido. Los peones cloqueaban, daban vueltas y tra­bajaban alrededor de ellos, transportando la inagota­ble produccin que haba proporcionado a los mecs su permanente dominio sobre la humanidad. Levan­taban aquellos cobertizos donde quiera que la tierra ofreciera un rico filn de minerales puesto al descu­bierto por la accin de la intemperie. Aqulla era una estacin olvidada, muy alejada de la zona que los mecs haban elegido para edificar sus mayestticas madri­gueras construidas con materiales de cermica. Pero la inacabable sucesin de aquellas estaciones meno­res inundaba el mundo con vida mec y pronto, refle­xionaba Killeen, se llegara al fin de la larga batalla en­tablada entre los mecs y todo lo dems.

—No me gusta! No est aqu. —Sunyat transmita desde muy lejos. Siempre era la ms precavida de to­da la Familia—. Puede tratarse de una trampa.

Killeen fingi no haberla odo, la misma estrategia que haba seguido con Ledroff. En general, aquella solucin siempre era mejor que ponerse a discutir.

—El Comedero est enterrado. Los peones han edi­ficado encima de l.

—Tan antiguo es? —pregunt Jocelyn.

—Es viejo como los mecs, tan viejo como los hombres —contest Killeen. Aterriz junto a un pen y sigui a aquel objeto medio ciego cuando entr ro­dando en la fbrica. No caba duda de que los peones estaban refinando algn material de base cermica que extraan de las rocas, sin darse cuenta de la gran puer­ta oxidada que formaba toda una pared de su peque­o mundo.

En unos instantes, toda la Familia converga en la fbrica. Sacaron energa de todos los peones, extra­yndoles algunas bateras porttiles, pero no las sufi­cientes para que el pen lo registrara como una avera. Lo hicieron con su acostumbrada habilidad. Aquel puesto reducido no contaba con supervisores mecs a los que enfrentarse, no haba peligros. Los peones eran presas fciles. El hecho de actuar como ratones, robando migajas de una despensa, no les produjo el ms mnimo inconveniente ni preocupacin.

Ledroff fue el primero en entrar en el Comedero; Killeen iba detrs. Era un amplio establo muy anti­guo, lleno de olores que Killeen saboreaba en el aire. La Familia fue entrando de forma casi automtica, cada uno avanzaba al interior mientras los dems permanecan en absoluto silencio. Killeen y Jocelyn pasaron con cautela y cuidado por entre las hileras de rezumantes tinajas, las botas les resbalaban sobre los charcos que haba en el suelo.

Nada. Ningn pen sali a recibirles, confundin­doles con unos mecs. Esto significaba que el Come­dero estaba muy mal atendido y esperaba muy po­cos visitantes. Haba prestado los peones a la factora del exterior.

—Fuera de uso —gru Ledroff, sentndose en un marco de ventana con refuerzos de hierro. Empez a desprenderse del traje.

—La comida es buena —dijo Jocelyn, quien ya haba introducido el puo dentro de una urna que conte­na algo espeso. Lo lami con gusto. El largo cabello castao desbordaba del casco, escapn-dose. Su cara huesuda se relaj con cansado alivio.

Killeen escuchaba mientras otros miembros de la Familia buscaban por los largos pasillos, transmitin­dole el mismo informe: no haba moros en la costa. Regres a la entrada y ayud a desplazar la gran com­puerta de molicarbono para dejarla cerrada. Ya haba hecho todo su trabajo. En aquel refugio estaban a salvo y poda permitirse el lujo de echarse al suelo, sintien­do cmo le envolva la callada y hmeda bienvenida del Comedero.

A su alrededor, la Familia se estaba quitando los trajes. Les mir con pereza. Jocelyn se despoj de las abultadas rodilleras con un fuerte suspiro. El barro haba impregnado las espinilleras; tuvo que hacer sal­tar las clavijas con el canto de la mano. Sus bien mus­culadas piernas se movan con gracia bajo aquella luz salpicada de sombras, pero no inspiraban el menor deseo en Killeen.

La Familia se quit las armaduras formadas por tres capas de aluminio y una tela con la red elctrica in­corporada, descubriendo sus pieles de porcelana, cho­colate o color amarillo. Los cuerpos tenan zonas ro­jas y escamosas donde el aislamiento les apretaba o rozaba. Algunos mostraban unas rubicundas cicatri­ces procedentes de operaciones ya olvidadas. Otros presentaban unas seales como de venas azules de an­tiguos implantes. Eran aadidos que procedan de la poca en que la Familia todava tena la tcnica para aquellos trabajos. Unas lustrosas franjas hablaban de heridas cicatrizadas. Pero nada poda sostener las car­nes flccidas y colgantes, las barrigas dilatadas por los rganos inflamados. La Familia arrastraba un pesado castigo de problemas biolgicos que se haban ido acumulando lentamente y que no se podan solucio­nar al faltarles la tecnologa que haban perdido jun­to con la Ciudadela.

Jocelyn haba encontrado un burbujeante caldero de levadura dulce. Killeen comi un poco de aquella espuma amarillenta con la feroz decisin que los aos de vagabundeo les haba proporcionado a cada uno de ellos. Haban transcurrido ya cuatro semanas des­de la ltima vez que haban encontrado un Comede­ro. Haban estado mantenindose con raciones de ali­mentos comprimidos y con agua amarga que beban en el cuenco de las manos cuando de tarde en tarde encontraban alguna dbil corriente de agua.

Slo los Comederos podan mantenerles vivos. Aquellos hmedos y malsanos lugares oscuros haban sido construidos por los mecs Merodeadores, y des­de luego por los de ms elevada clasificacin. Los hu­manos no disponan de nombres especficos para esos mecs porque jams sobrevivan al encuentro con uno de ellos. Los Merodeadores, como por ejemplo los Lanceros, Rastreadores y Batidores, necesitaban ali­mentos biolgicos. En sus correras, algunas veces se detenan en los Comederos distribuidos al azar, para mantener sus partes orgnicas interiores.

—Te parece mejor as? —pregunt en voz baja Jo­celyn. Tena toda la cabellera extendida, despus de haberla lavado. Killeen se dio cuenta de que haba es­tado dormitando.

—Se ve diferente, s. Es hermosa.

Durante aquellos das nunca saba qu decirle. Ella se estaba rizando el pelo con los dedos formando un mechn de apretados tirabuzones que parecan esca­parse desde la elevada frente. Cermo el Lento le pei­naba las sienes con mucho cuidado a partir de la coronilla. Jocelyn ya haba separado y alisado la pobla­da cabellera rubia de Cermo, que le caa sobre las ore­jas como cascadas de amarillo y blanco. Una cinta azul reuna los abundantes mechones formando un apre­tado nudo en la base del crneo.

Killeen estaba sentado en cuclillas, somnoliento, ob­servando cmo Cermo acicalaba a Jocelyn. Toda una vida de correras haba proporcionado a la Familia unas piernas que podan permanecer en cuclillas du­rante das y estar listas para emprender la marcha al instante. Tambin les haba provisto de cascos de pro­teccin, que les convertan el cabello en un revoltijo. Durante el tiempo en que la humanidad haba habi­tado la Ciudadela, todos los que salan a efectuar co­rreras para aprovisionarse, por el mundo que cada vez perteneca ms a los mecs, eran sometidos a un ritual de limpieza cuando regresaban. Este rito evo­lucion desde un simple lavado eficiente a un bao prolongado con un posterior servicio de peluquera. Los que eran lo bastante valientes como para arriesgar­se sucesivas veces, merecan un distintivo, y el cabello se converta en su insignia. Cada vez que regresaban, se lo modelaban de un modo distinto; no importaba que fueran hombres o mujeres, siempre se elabora­ban peinados muy complicados. Lucan brillantes pin­zas unidas ligeramente por una diadema de joyas, o unas gruesas melenas a lado y lado, o bien dos franjas estrechas con una banda negra que las separaba; este ltimo peinado se llamaba un Mohawk inverso, a pe­sar de que nadie se acordaba de qu significaba aquel nombre.

A Killeen le gustaba como al que ms llevar el pelo bien arreglado. Lo tena largo, con unas aplastadas mechas que al llegar al cuello se convertan en unas maraas prcticamente imposibles de desenredar. Iba a necesitar mucha paciencia para deshacer los daos que haba sufrido durante la marcha.

Decidi que no era el momento oportuno para pe­drselo a Jocelyn. ltimamente le haba prestado muy poca atencin, sus sentimientos hacia ella no iban ms all de la sencilla y automtica hermandad que con­ceda a cualquiera de los dems miembros de la Fa­milia. Haban dormido juntos, de vez en cuando, co­mo suceda por entonces con todas las cosas, durante aos. Pero haca un centenar de das que, en un Con­sejo General, la Familia haba decidido insensibilizar los centros sexuales de todos ellos.

Era algo necesario, que deban haber hecho mucho antes. El mismo Killeen haba votado a favor. No po­dan desperdiciar la energa, tanto fsica como psquica, que un hombre y una mujer gastaban el uno con el otro. Aqulla fue la ms firme muestra de su desespe­racin. El sexo era un gran vnculo. Pero la atencin y la energa dedicadas exclusivamente a una sola fi­nalidad eran recompensadas con la supervivencia. La Familia haba aprendido la leccin despus de mu­chos sufrimientos.

En la magia trascendental entre hombre y mujer se esconda mucho ms que la libido controlada por chips. Senta esto cada vez que hablaba con Jocelyn. Unos antiguos ecos resonaban dentro de l, avivan­do las tensiones.

Pero con Jocelyn, jams haba sido como con Ve­rnica. Y ahora saba que nunca lo podra ser. No volvera a experimentar aquel sentimiento nunca ms.

Pero no obstante, podan compartir los placeres del aseo. Se estaban desplazando continuamente, cada pie­za del equipo tena una importancia vital para los que se debatan al borde de la supervivencia, y el cabello se haba convertido en la nica muestra que les quedaba de su propio orgullo. Se peinaban, ondulaban y tean ellos mismos, como para enfrentarse a las crudas penalidades de su entorno. El poder descubrir la belleza que se ocultaba en una enredada y malo­liente mata de pelo les proporcionaba un pequeo consuelo.

La levadura dulce haba terminado su cometido. Cermo haba dejado caer una pizca de catalizador en las tinas en cuanto la Familia hubo entrado. Mucho tiempo atrs, los mecs haban transformado sus pro­tenas orgnicas, haciendo que las hlices molecula­res giraran en sentido inverso al de los alimentos que los humanos podan digerir. El precioso catalizador de Cermo, un legado de la Ciudadela cada vez ms escaso, volva a transformar la hlice molecular y la haca apta para el consumo humano.

Cermo y Killeen hicieron saltar la vlvula de una gran tinaja y suministraron tazones de espuma a la impaciente Familia. Para forzar la vlvula, Killeen ha­ba usado el puntal de la pierna que haba arrancado al Mantis. Pareca muy adecuado utilizar aquel tro­feo como una herramienta de saqueo.

Cuando Killeen advirti que aquella savia azucara­da le causaba efecto, proporcionndole un rescoldo de inters, se puso en pie y empez a andar a travs del Comedero. Aquellos largos y oscuros pasillos apes­taban a grano fermentado, a sopa grasienta y a olores indescriptibles de alimentos demasiado maduros.

Podan haber transcurrido mil aos desde que un Especialista o un Ojeador hubieran pasado por all, en busca de comida. Pero el Comedero segua mur­murando y cocinando. Las instalaciones de repara­ciones continuaban abiertas, con los brazos articula­dos dispuestos en espera del abrazo de un mec. Unas auras elctricas zumbaban, tratando de seducir a las mquinas vagabundas con indescifrables crujidos que eran promesas de renovadas energas. Los mecs desgastados o averiados que se acercaban a un Come­dero saban slo muy vagamente lo que necesitaban, apenas eran conscientes de que necesitaban alguna co­sa. El Comedero los seduca con la promesa de una lubricacin sensual, de nuevos componentes que se les poda aadir, de una riqueza de elementos mecs que los humanos podan aprovechar slo a muy pe­quea escala.

Killeen descubri una gran caverna, donde unos enormes lquenes verdiazules colgaban formando unos filamentos que revoloteaban por efecto de la bri­sa, dejando en el aire un olor de almendras. Saba que eran el manjar predilecto de los Batidores. Pero bas­taba que un hombre hecho y derecho los lamiera pa­ra que resultara muerto.

En un pasillo lateral haba montaas de bolas de pasta grasienta. Algunos decan que los mecs se co­man aquellas pepitas viscosas, pero otros opinaban que eran un lubricante. Killeen destroz las cajas al abrirlas y mir cmo se esparcan por el suelo. Al hacer­lo, soltaba maldiciones en voz baja: si los humanos pa­saban hambre, tambin pasaran hambre los mecs.

Otra de las cavernas contena grandes trozos negros de algo con aspecto de musgo. Los Rastreadores los uti­lizaban para reemplazar las mltiples junturas orgni­cas. El padre de Killeen le haba enseado todas aque­llas cosas y por eso conoca sus funciones. Pero ahora la Familia slo se poda aprovechar de lo que se pudie­ra llevar con ella.

—Pap?

Killeen se sorprendi.

—No digas nada —musit en voz baja y con rapidez—. Guate por mi chispa.

—Por qu? —La voz de Toby le lleg tranquila y suave por va elctrica.

—Cllate!

Toby lleg revoloteando por los intervalos de sombra que haba entre los depsitos de vapores hu­meantes. El muchacho se desplazaba automticamente para sacar partido de la engaosa oscuridad y de la luz, como haba aprendido a lo largo de sus doce aos.

Toby lleg junto a su padre y le mir aprovechan­do la penumbra ambarina. En su rostro no haba se­al de temor y sus ojos oscuros se abran a un mun­do sin fin de nuevas aventuras.

—Por qu hemos de permanecer tan callados?

—Si hay algunos mecs de defensa, estarn escondi­dos al final del pasillo.

—Tonteras! De verdad crees eso?

En realidad, Killeen no lo crea, pero cualquier si­tuacin que pudiera ensear al chico a ser precavido, era til.

—Lo que digo es que podra haber alguno.

—No he visto ninguno —observ Toby entre ja­deos. Todos los miembros de la Familia se cogan y acariciaban mutuamente en la oscuridad, hablando con las manos, confiando en el toque de la piel hu­mana ms que en cualquier otra identificacin.

—Llevan cortadores. Te cortan el espinazo en la os­curidad. —Abofete ligeramente a Toby, sonriendo.

—Yo les cortara a ellos.

—No podras.

—S podra.

—Con qu?

—Con esto.

Toby le mostr un cortocircuitador en forma de horquilla. Tena unas largas pas que podan introducirse en cualquier toma de entrada de los mecs. Al­gunos opinaban que los extremos sensibles eran algo tcnico y vivo, orgnico.

—De dnde has sacado esto?

Toby sonri con picarda. Sus inteligentes ojos bri­llaban alegremente al observar la perplejidad de su padre.

—Estaba en un montn de chatarra.

—Donde? —Killeen intentaba no traslucir su preocupacin.

—Vamos.

Toby tena necesidad de compaeros de juegos. Du­rante los aos que siguieron a la Calamidad, la Fami­lia se haba visto obligada a seguir una vida nmada, que no les permita quedarse ms que unos pocos das en un mismo lugar. Si se establecan por ms tiempo o haba la menor alarma, podran atraer a los Lance­ros o a algo peor.

Y de esta manera, los muchachos y muchachas de la Familia no haban conocido nunca la permanen­cia, jams se detenan en un lugar el tiempo suficiente como para construir un fuerte para jugar o aprender las complejidades de los juegos inventados y compar­tidos. Al ver cmo Toby se alejaba por aquella semioscuridad, Killeen se preguntaba si su hijo en rea­lidad necesitaba algn tipo de juegos. Para l, la larga huida desde la Calamidad era como un inacabable jue­go de persecucin. La vida misma era un deporte.

Toby haba visto morir a muchos, pero con la ca­racterstica indiferencia ante la muerte que define a los jvenes, poda despreocuparse de ello. La infor­tunada historia de la Familia era solamente un teln de fondo del cual se hablaba, pero que tena poca im­portancia. Y Toby era demasiado joven para poder comprender a los Aspectos, aunque saba que, en cierto modo, los muertos seguan viviendo entre ellos. Al parecer, con aquello ya tena suficiente.

Ms adelante, Toby desapareci por un lbrego pa­sillo. Killeen tuvo que inclinarse para poder seguirle y la nariz se le llen del inconfundible olor de la gra­sa enmohecida.

—All —susurr Toby.

Killeen not que le recorra un escalofro cuando vio que estaba escarbando en un montn de chatarra. Carbones, ejes, ruedas de cadena, enchufes, casquillos y depsitos. Eran componentes que reconoca, aunque no comprenda su funcionamiento.

Todo aquello haba pertenecido a un mec Mero­deador. Todo era de los ltimos modelos.

Todo estaba desgastado por el uso pero todava se apreciaba el brillo plateado en los lugares que haban quedado protegidos de la suciedad exterior.

—Buen gnero —coment Killeen sin darle dema­siada importancia.

—Verdad que s?

—Ummm —asinti, y pens: De dnde deben de proceder estos elementos?

—As pues, puedo utilizarlo? Killeen sopes un bloque de refuerzo. Era lo bas­tante grande como para encajar en un Ojeador.

—Para qu lo quieres?

—Para matar peones!

Killeen mir a su alrededor, estudiando los rin­cones, que eran mares de sombras. Si un Ojeador estaba all, tena que haber odo a la Familia cuando entraron por la compuerta, y ahora se estaba toman­do su tiempo para actuar...

—Bien?

Todo aquello eran especulaciones; y un sentimien­to de inquietud. Nada ms.

Killeen mir a su hijo y vio en l el testamento de todo lo que l poda aspirar a transmitir, el tenue hi­lo que le conectara con la posteridad. Pero si a Toby se le arrebataba la niez, no podra llegar a ser un hu­mano completo.

Necesitaba una sensacin de seguridad, de certidum­bre. Y si Toby se volva miedoso, dormira mal. Y maana no sera tan vivaracho.

—Vmonos, regresemos para aprovechar los dep­sitos de comida. Comeremos algo ms.

—Auuuu.

—Luego tal vez salgamos a cargarnos algunos peo­nes.

Toby se puso radiante de satisfaccin. Era el lti­mo chiquillo de la Familia. Los mecs, los accidentes y las devastadoras enfermedades se haban llevado a todos los dems. Tonteras!

Killeen procur que el muchacho jugara con l al escondite durante el camino de regreso, mantenin­dole por delante de l. Esto le permiti vigilar la re­taguardia, sin que se notara que lo estaba haciendo, con los odos muy atentos. No descubri nada raro. Las cavernas sonaban a hueco profundo, estaban a la espera.

Cuando llegaron junto a las tinajas, Toby estaba sin aliento. Killeen le llev una racin de aquel mate­rial espeso y espumado que ola a cuero y a especias. Luego comunic a Ledroff el descubrimiento de las piezas mecnicas.

—Y qu? He inspeccionado todo este lugar —dijo Ledroff—. Y tambin hice que Jake el Sanador lo re­gistrara conmigo.

—Aquellas piezas no eran antiguas. Eran de un l­timo modelo.

—Entonces es que algn mec las haba dejado all.

—Y tal vez regrese.

—O quiz no. —Ledroff mir de reojo a Killeen. La exuberante barba negra le creca hasta los ojos y ocultaba su expresin, pero el tono cortante de la voz no ofreca duda.

—T decas que nos quedramos a dormir all, en el valle. Te acuerdas? —coment Killeen como quien no quiere la cosa.

—Y qu?

—Tal vez tenas razn.

Ledroff se encogi de hombros, en un gesto muy estudiado.

—Ahora es diferente.

Algo deba de haber cambiado desde que llegaron all, algo que daba ms confianza a Ledroff. Killeen movi la cabeza de un lado a otro.

—Es condenadamente raro. Por qu hay compo­nentes abandonados en un montn? Por lo general los peones los recogen.

Ledroff sonri, mostrando su poderosa dentadura amarillenta. Mir a su alrededor, hacia los pocos miembros de la Familia que podan orle y alz la voz:

—Por qu ests tan asustado?

—Por aquel Mantis de hoy.

—Qu pasa con l? —inquiri Ledroff en voz alta.

—Fanny coment en cierta ocasin que los Mantis nunca trabajaban solos. Siempre se encontraban otros en sus cercanas.

—Qu otros? —Las cejas de Ledroff, que se mo­van sin cesar, ahora bajaron y dejaron sus ojos en la sombra.

—Haba una manada de peones, all en el valle.

—Cerca de donde estaba el Mantis? —Los labios de Ledroff se entretenan en las palabras, dndoles la vuelta para estudiarlas bien.

—S. Por lo menos eran diez...

—stos no nos pueden perjudicar —observ Ledroff con burla—. Te ests volviendo tonto. Killeen sonri severamente.

—Alguna vez has visto un mec Merodeador que viaje con peones?

—Me cabrean los mecs y no los peones —ri a gran­des voces Ledroff. El tono declamatorio, con algo de burla, confirm las sospechas de Killeen. Ledroff es­taba actuando para la audiencia. Pero, por qu?

—Un mec que tiene peones puede ir con otros mecs. Ojeadores o Lanceros.

—Pues en este caso, haz t la guardia de noche —replic Ledroff con suavidad—. Utiliza tus cabreos para hacer un buen trabajo.

Despeg un trozo de pasta orgnica que llevaba en el cinturn y se lo ofreci a Killeen. Los miembros de la Familia que estaban cerca asintieron, como si se hubiera llegado a alguna decisin, y volvieron a concentrarse en la digestin de su copiosa comida. Killeen no capt del todo qu pretenda Ledroff con aquella actuacin pero decidi prescindir de ello. La muerte de Fanny les haba sacado de quicio a todos.

Killeen cogi la comida y dio cuenta de ella, lo que significaba un antiguo signo de amistad. Ledroff son­ri y se fue. Toby se acerc para recoger ms dulce y se ech junto a su padre, haciendo una sea en di­reccin a Ledroff.

—Qu quera?

—Preparbamos el funeral —contest Killeen. No ha­ba motivo para inquietar al muchacho con sus recelos.

—Cundo ser?

—Dentro de un rato.

—Tengo tiempo todava de comer un poco ms de esta cosa tan pegajosa?

—Claro que s.

Toby dud un momento.

—Esto est muy bueno, pero, cundo volveremos a encontrar una Casa?

—Maana empezaremos a buscarla.

Toby pareci conformarse con aquella respuesta rutinaria y se alej. Killeen encontr cierto material rancio pero nutritivo que saba a limaduras de metal mezcladas con cartn.

El sensor de la ua del pulgar le asegur que no es­taba envenenado; los Merodeadores solan hacerlo muchas veces.

Mordi el material gomoso mientras pensaba. No poda acordarse de cuntos meses haca que la Fami­lia no se haba quedado en una Casa. Un ao, quizs, aunque no tena muy claro cunto duraba un ao. Slo saba que tena ms meses de los que poda contar con los dedos. Para una informacin ms pre­cisa, tendra que invocar a alguno de los Aspectos, y no le gustaba hacerlo.

Sin habrselo pedido, aprovechndose de la distrac­cin de Killeen, el Aspecto de Arthur le habl. La dbil pero modulada voz pareca salir de un punto situado exactamente detrs de su oreja derecha. En realidad, el chip que contena a Arthur y a muchos otros Aspectos estaba situado en la parte alta del cue­llo de Killeen.

Nuestra ltima estancia en una casa fue ha­ce 1,27 aos. Aos de Nieveclara, desde luego.

El Aspecto estaba irritado porque no le haban lla­mado durante mucho tiempo. Esto se notaba en la precisa y remilgada exactitud de su voz.

La Familia ya no utiliza la semana o el mes; de no ser as, yo utilizara estos trminos. Es­tas medidas de tiempo tan cortas son artifi­cios de los pueblos sedentarios, que se ajus­tan a las prioridades de la agricultura. En mis das...

—No empieces con eso —salt Killeen.

Solamente intentaba sealar que incluso el ao ha dejado de tener un significado, ya que los mecs han eliminado las estaciones.

—No quiero or hablar de aquellos viejos das.

Recluy al Aspecto en los rincones de su mente. Chillaba mientras le comprima all.

Killeen llamaba cada vez menos a sus Aspectos. Te­na el Aspecto de Arthur slo desde la Calamidad, y le haba consultado muy pocas veces. Los Aspec­tos haban vivido en el tiempo en que las Familias moraban en las Ciudadelas o en las todava mayores y ms antiguas Arcologas.

No tenan ni idea de lo que significaba tener que estar huyendo sin cesar. Y aunque no fuera as, a Ki­lleen le molestaba que siempre estuvieran hablando de lo grandes que haban sido sus tiempos. Killeen siempre acallaba la charla tcnica de Arthur. Aunque lo expresaban en formas muy distintas, los Aspectos siempre acababan reprochando a la Familia que hu­biera cado tan bajo.

Killeen no quera or nada sobre esto ni sobre el ataque del Mantis.

La larga huida le haba permitido mantener su pe­na aparte. Pero senta que segua oprimindole y que necesitaba librarse de ella.

Ledroff estaba pululando por entre los agazapados miembros de la Familia, disponiendo la guardia noc­turna. Pronto iba a dar inicio el Testimonio. Discu­tiran la muerte de Fanny, cantaran y despus elegi­ran a un nuevo Capitn.

Killeen se levant, tena las piernas rgidas debido a la larga carrera, y la espalda tensa y dolorida. Pero estara obligado a bailar en honor de Fanny y a can­tar los speros gritos de adis.

—Esto nos ir al pelo —se dijo a s mismo. No ha­ba cado antes en ello, pero su olfato captaba unos fuertes efluvios de alcohol procedentes de una tinaja cercana.

Los Comederos lo producan como un subproducto de sus inacabables ciclos qumicos. Una antigua le­yenda sostena que los mecs tambin se ponan ale­gres con el alcohol, a pesar de que no haba la menor evidencia de ello. Y puesto a pensar en la historia, Killeen decidi que tampoco haba la menor prueba de que los mecs pudieran llegar a achisparse ni sentir euforia.

No le gustaba el alcohol ni los sensibilizadores de que disponan en una Casa. A nadie le gustaban. Pe­ro el alcohol le mantendra en forma durante las exe­quias. Lo necesitaba. S. S. Se fue en la direccin que le indicaba su olfato.

3

Killeen se despert con un dolor de cabeza en tec­nicolor.

La voz de Ledroff le lleg en eco desde algn lugar ms alto, en el aire. Killeen rod sobre s mismo y entre legaas descubri que se haba quedado dormi­do durante la guardia.

—Holgazn! —le chillaba Ledroff—. Arriba!

Killeen se puso a gatas notando todos los msculos del cuerpo entumecidos y con agujetas.

Ledroff le dio un par de patadas en el culo. Killeen lanz un grito. Se qued tendido en el suelo. Perci­bi un olor hmedo y musgoso que le sala de las na­rices, era intenso y acre.

Ledroff le cogi por el cuello del vestido y le hizo poner en pie a empellones. Killeen dio unos traspis hacia delante, empujado por las bruscas y callosas ma­nos de otros hombres. Tena las piernas como mu­ones de madera. La profunda caverna oscilaba de manera fantstica. Las mujeres le abucheaban, acusn­dole. Una mano le abofete la cara. Se oy un crculo de protestas bajo aquella penumbra gris salpicada de sombras. Ledroff empuj a Killeen hasta el centro del crculo y volvi a pegarle patadas en el culo.

—Ha abandonado la guardia —manifest Ledroff como una acusacin directa.

—Borracho, estaba borracho! —censur una de las mujeres.

Jake el Sanador, cuya palabra pesaba mucho en la Familia, declar con disgusto:

—Por su culpa podran habernos atacado impune­mente.

Ledroff asinti.

—Qu castigo vamos a imponerle?

La familia no dud al contestar.

—Tres mochilas completas!

—No, que sean cuatro!

—Mi instalacin calefactora!

—La ma tambin!

—Que transporte el botiqun!

—Y latas.

Todas las latas.

—De acuerdo. Si antes se durmi, que ahora vaya arrastrndose.

Killeen mantena la cabeza gacha. Trataba de recor­dar qu haba sucedido. El alcohol, de acuerdo. Ha­ba tomado un poco. Tambin bail. Empez a so­llozar, ahora se acordaba. Bebi un poco ms...

La Familia discuta, bromeaba y abucheaba. La ira reprimida, las frustraciones... Ledroff diriga la orques­ta para que se desahogaran. La clera se fue atenuan­do hasta convertirse en simple irritacin. Al final se pusieron de acuerdo sobre el castigo: le obligaran a llevar como carga suplementaria una mochila com­pleta y el botiqun de auxilios mdicos, con lo que un par de viejas se ahorraban ms de la tercera parte de la carga.

—Lo aceptas? —le pregunt Ledroff como parte del ritual.

Killeen tosi roncamente.

—Ah. S. Dos veces s.

Despus recit las consabidas disculpas, dejando que las palabras fueran fluyendo de sus hinchados labios sin tener que pensar lo que deca. Despus de aque­llas antiguas frmulas, rein el silencio.

Ledroff ri, rompiendo la tensin que pudiera flo­tar todava en el ambiente. Killeen torci la boca en una mueca de difcil interpretacin. Ledroff le gast una broma sobre las manchas de la ropa exterior de Killeen. La Familia se ri. l ni siquiera intent ba­jar la vista para observarlas; ya saba que se haba dor­mido sobre algo pegajoso. Recibi bien aquellas ri­sas. Que le hicieran objeto de una burla no era nada comparado con la humillacin de no tolerar bien el alcohol o de quedarse dormido durante la guardia.

No levant los ojos para no enfrentarse con la mi­rada de su hijo, y Ledroff se lo llev a bofetadas hasta un lado. Notaba un escozor en los ojos, tal vez a cau­sa de las lgrimas, pero el tremendo dolor de cabeza le impeda llorar. Hubiera querido poder marcharse a escondidas, humillado, pero la boca y la garganta le abrasaban a causa del violento resquemor del alco­hol. Anduvo a trompicones por un pasillo donde rei­naban las sombras de una hilera de depsitos, alejn­dose de la Familia, hasta que encontr una fuente de agua depurada. Alguien haba hecho reventar una de las canalizaciones de alimentacin, creando un gei­ser espumoso. Lo desvi hacia un lado, se desnud y se lav en aquella ducha terriblemente fra. Mien­tras se quedaba expuesto al tibio aire, de pie y dejan­do que la brisa de un respiradero le secase, lleg Toby, emergiendo de la oscuridad que haba detrs de una mquina de forjar.

—Pap...? Qu...?

Killeen mir aquel rostro que confiaba en l.

—Yo... pues... El funeral. Supongo que me impre­sion.

—Crea que haba sido el alcohol —observ Toby con irona.

—Ya haca mucho rato que haba tomado el alco­hol.

—Yo crea que haba sido... Ledroff, tal vez.

Killeen se dio cuenta de que Toby intentaba con­solarle de la forma ms directa posible. O quiz se trataba slo de que Toby no era lo bastante mayor como para saber hablar sin decir nada.

Killeen asinti lentamente, para no maltratar de­masiado su cabeza. Empezaba a acordarse de todo.

—Ledroff...

—Despus de los cnticos del funeral —continu Toby con naturalidad— dijo algo.

—Ya recuerdo... —Era una imagen imprecisa.

—Decidi que tenamos que dirigirnos a una Casa.

—Magnfico. Y tena idea de dnde encontrara al­guna?

Toby neg con la cabeza.

—Habl mucho, pero no dijo nada de eso.

—Porque no lo saba.

—Sin embargo, a la Familia le gust mucho cmo hablaba.

—Tena sentido lo que deca?

—Un poco —contest Toby con precaucin.

—Y yo, qu dije?

—Nada que sonara muy bien.

—Oh. —Killeen no recordaba nada de esto—. Hu­bo muchos de acuerdo conmigo?

—Muchos. Pero al final sali ganando Ledroff.

Killeen sacudi la espesa cabellera para secrsela un poco, y se la retorci con ambas manos.

—Uh? Qu pas?

—Le hicieron Capitn.

Killeen se detuvo, como si hubiera recibido un gol­pe.

—Capitn?

—S, ste fue el resultado de la votacin. Votaron todos menos t.

—Dnde estaba yo?

Toby se encogi de hombros, lo que era una ma­nera de decir sin palabras que para entonces Killeen ya estaba inconsciente.

—Lo tenamos mejor que Ledroff. Pues claro! Jocelyn...

—l habla bien. —Toby no tuvo que decir: Mejor que t, borracho. No haca falta. Killeen saba que la Familia pensaba que l era bueno pero que no se poda confiar en l. Por otra parte, no tena edad su­ficiente para ser Capitn. Aunque Fanny le haba pre­parado, tambin se haba dedicado a Ledroff y Jocelyn.

Hasta entonces, Killeen haba estado contento de esta situacin. As evitaba que siempre se le presen­taran con disputas que solucionar, intrigas, o cualquier otro problema. A todos los de la Familia les ocurra lo mismo, y sobre la marcha, cada uno gimoteaba y buscaba un alivio soltando peroratas sobre sus pro­blemas.

—Bueno, tal vez Ledroff tenga buenas ideas, des­pus de todo— dijo Killeen sin conviccin.

—Aj.

—De todas maneras, he de ocuparme de ti.

—Aj.

Alguna cosa le distrajo de la expresin cautelosa e intrigada de su hijo. Fue un pequeo aviso que pro­ceda de alguna parte de su mente. Lo dej a un lado. Ms tarde ya tendra tiempo para organizar las cosas.

En aquel momento, lo que ms le importaba era re­cuperar el respeto de su hijo.

—Ni t mismo te crees todo esto —declar Toby con solemnidad, acusndole.

—Bien, dmosle una oportunidad.

Killeen se enfund en su ropa, rascndose una zo­na donde el agua no se haba llevado toda la espuma de la piel.

—Crees que servir para algo? —insisti Toby.

—Bien... —No se poda hablar mal del Capitn. Los muchachos no podan comprenderlo.

—Pap, t podras haberles hablado y haberles he­cho comprender.

—Mira, hijo. No quiero liarme en todo esto. Ya ten­go bastante con tener que ocuparme de ti.

Killeen se sent y empez a ponerse las botas hi­drulicas.

—Podras haberlo hecho.

—S... bien... —No encontraba las palabras. Ledroff le haba hecho quedar como un estpido antes de que empezara a beber, ahora lo recordaba bien. El hom­bre haba estado buscando apoyo entre la Familia. Calcul que Killeen ahogara las penas en alcohol, y por este motivo Ledroff haba alargado el Testimo­nio hasta que Killeen estuvo muy borracho.

—Pues bien. Yo saba que... yo tena un problema...

—No lo dudo.

—Supongo que me he dejado llevar por las circuns­tancias.

Toby trag con dificultad.

—No debiste hacerlo.

—S, es verdad... Pero...

—Fanny. Lo s.

—Fanny.

Durante la noche anterior, todo aquel dolor haba gravitado sobre l. Ya no volvera a ver aquella cara curtida y malhumorada. Ya nunca ms oira las bro­mas hechas con aquella voz cascada. Jams.

Killeen buscaba la manera de desviar la conversa­cin.

—Vamos, salgamos. —Se coloc el casco y lo asegur.

—Para qu? —pregunt su hijo con sospecha.

Reflexion irnicamente que Toby saba analizar su entorno con bastante facilidad, a pesar de que slo tena doce aos. Aqulla era la mayor evidencia de que l no daba la talla para ser Capitn. Cualquiera poda adivinar sus intenciones, antes de que l mis­mo fuera consciente de ellas.

—Echaremos un vistazo al terreno; ahora ya no es­tamos tan cansados.

—Si Ledroff nos permite hacerlo —indic Toby con sarcasmo.

—No seas tan...

Un dbil ruido, all, en lo ms alto.

—Qu? —pregunt Toby.

—No digas nada!

Toby no haba odo el ruido. El muchacho abri la boca para decir algo ms, con una expresin seria e inexorable en los ojos. Killeen le tap la boca con su mano y susurr una llamada de socorro a la Fami­lia.

Algo se acercaba, pero no avanzaba por el suelo.

A travs de la alargada y hueca nave, Killeen oy cmo los dems miembros de la Familia, furtivamen­te, sacaban las armas de los soportes, arrastraban los pies sobre el suelo de madera y desaparecan en es­condrijos. Lo hacan con rapidez, sin vacilaciones, casi como algo instintivo.

Killeen empuj a Toby al interior de un hueco que se abra al lado de una tina de donde emanaban vapo­res sulfurosos. El muchacho protestaba porque que­ra ver lo que iba a suceder. Killeen mantuvo la mano firme sobre el pecho del muchacho mientras escucha­ba y haca suposiciones.

Cualquier artefacto que utilizara rayos infrarrojos, distinguira las tinas que se destacaban fuertemente en rojo, con lo que le resultara muy difcil descubrir a los humanos. Aqul era por el momento un refugio apropiado, pero la Familia poda quedar atrapada. Cuando aquellos engendros que andaban por arriba se hubieran desplegado por completo, cada humano que asomara sera un punto mvil que poda conver­tirse en un objetivo muy fcil.

Killeen activ las botas. Avanz con paso decidido y salt hacia el borde de la tina ms cercana a l. Ate­rriz en precario equilibrio sobre el estrecho borde de acero. Con un poco de suerte, su imagen en infra­rrojo se mezclara con el vapor de la tina. Se tamba­le; al tratar de descubrir lo que haba arriba, haba inhalado algo ftido y picante que le llen los pul­mones.

Un dbil golpe metlico a la izquierda.

Vacil y empez a asustarse. Hizo girar los brazos como molinos de viento para poder mantener el equi­librio.

Otro golpe metlico.

Salt. Esta vez lo hizo hacia fuera y en un ngulo cuya direccin se deba ms a la prdida de equilibrio que a un propsito preconcebido.

Se remont vertiginosamente bajo la elevada b­veda de arcos. Una sbita frialdad le invadi el pe­cho y percibi que un millar de ojos hostiles le tala­draban. No era consciente de que la curva suave que describa era una parbola, pero al instante se dio cuenta de que cuando llegara al punto ms alto permane­cera demasiado tiempo inmvil, destacndose sobre el fro techo debido a su propio calor y a la radiacin. Por esto, cuando pas cerca de una viga ancha, se re­torci para agarrarse a ella. Se iz hasta aquella repi­sa spera llena de fragmentos de orn.

Rod, perdi el punto de apoyo, y de poco cay por el lado contrario. El polvo, acumulado a lo largo de mucho tiempo, le picaba en la nariz. Aquella os­curidad que le amodorraba pareca surcada de deste­llos de color amarillo y marfil. Killeen se sostuvo so­bre manos y rodillas, y parpade para dejar que sus ojos se ajustasen a la oscuridad.

Estaba cara a cara con un mec. Era un pen que tena tres ojos, con la piel de bruido organoplstico y unas manos romas de latn para coger y estirar. No era un luchador, pero se le vino encima rpidamente cuando Killeen todava no dispona de una imagen ntida.

Killeen sac al instante un lanzador de baquetas que llevaba en el cinturn y lo dirigi hacia el pen. ste no saba ninguna tcnica de lucha pero, sin duda, es­taba bajo el control de alguna forma ms elevada. El pen embisti y fue a dar contra l. La aguzada pun­ta percibi al mec, que se acercaba, y se dispar late­ralmente hacia el punto ms vulnerable. Killeen la sostuvo con fuerza y not que la punta penetraba jun­to a una pequea ranura cermica de ventilacin. La punta encontr un circuito, realiz su magia y el mec de repente se qued inmvil.

Pero no era ms que un simple pen. Killeen rod hacia la izquierda para estudiar el escenario. Al otro lado del abismo se extendan otras vigas que apare­can como unas lneas slidas y negras dibujadas en el resplandor gris formando una trama. Algo se deslizaba a lo largo de una de ellas. No, a lo largo de tres de ellas. Se trataba de unas formas opalescentes que avanzaban a pequeos saltos y con los pies muy bien asegurados.

Y ms atrs, en aquella lbrega oscuridad que cada vez era ms impenetrable, haba dos ms. Disponan de sujeciones de traccin que los fijaban a las vigas y les permitan avanzar con facilidad. Los cuerpos eran alargados, y esto haca que su paso deslizante se pare­ciera al vuelo de una pluma. Y entre los refuerzos en forma de cua de las vigas, unas sombras menores ron­daban entre los puntales remachados.

Killeen se toc con la lengua la muela del juicio y transmiti: Quedaos quietos. Estn por arriba. Utili­z un canal de baja frecuencia que jams llegara a com­prender pero que llevaba usando desde que tena uso de razn.

Su nica ventaja resida en el cuerpo del pen. Sa­c de su cinturn una pistola de impulsos y se apoy con recelo en aquel caparazn sin vida. El blanco ms prximo se acerc a l, tal vez por curiosidad, pero lo ms probable es que siguieran un plan de bsque­da.

All abajo, las tinas estaban cubiertas de humos. Ki­lleen dio un rpido vistazo utilizando la banda de in­frarrojos y vio un laberinto multicolor, salpicado de unas cabezas de alfiler brillantes que podan ser hu­manos. En cuanto aquella manada de mecs se fijara en el suelo, tendran muchos blancos donde escoger, no le caba duda.

Dispar limpiamente sobre el primero. Los ojos de­lanteros del mec lanzaron un chispazo azul y luego muri. El siguiente objetivo empez a localizarle. Em­puj con el pie, con fuerza, el cuerpo del pen, que se balance en precario equilibrio. Gracias a este movimiento, daba la sensacin de estar an activo. Al instante, algo se estrell contra el mec y produjo unas redes azules de lneas de fractura.

Muy bien. Aquello les indicara que aquel mec es­taba muerto y que deban buscar cualquier otro ob­jetivo. Estupendo. Volvi a darle otra patada y lo hi­zo tambalear. Un segundo disparo dio en el pen y se llev por delante un trozo del lado ms alejado. El mec se dobl de lado y cay, lo que dej a Killeen al descubierto.

Estaba preparado y dispar rpidamente a cuanto tena delante. Ya notaba en el ojo derecho una ilu­sin de una bruma anaranjada. Saba que le dejaran ciego si podan encontrar la oportuna clave de entra­da a su sistema nervioso.

Otras dos siluetas oscuras dispararon contra el mec mientras caa. Les localiz por las repentinas descar­gas de emisin en la radio. Supuso que les haba heri­do. Despus el mec golpe el suelo y produjo un tremendo ruido que casi le dej sordo porque, sin sa­berlo l, su sensibilidad auditiva haba aumentado mucho. La conmocin origin gritos de sorpresa en su odo interno, que procedan de la Familia.

Una descarga verde brill a su derecha. Se oy un crispado chisporroteo acompaado del decreciente hurriiiiii de un mec herido.

Un ronco grito de triunfo y ms disparos.

Killeen oa el extrao whoooom de los rayos que pasaban cerca de l. Si uno de ellos llegaba a tocarle, se paseara por sus circuitos, y se apoderara de sus nervios, o algo peor. Envi varios disparos al lugar de donde procedan. Aquellos mecs eran de una clase nueva para l, pero se desplazaban con rapidez en la oscuridad; no eran unos meros recogedores de basu­ra. No tiraban a matar, sino para analizar y trastornar.

—All! Arriba!

—Se est acercando a ti, Jake.

—Te persigue. Vigila...

Un resplandor blanco.

—Jake!

El repentino centelleo ceg por unos momentos a Killeen. Mantuvo la cabeza agachada mientras sus sis­temas se ajustaban. Cuando volvi a mirar, compro­b que haban muchas menos seales de mecs en la banda de infrarrojos.

Por el odo interno perciba unas voces roncas.

Ledroff daba rdenes, con frialdad.

Alguien estaba contando los mecs muertos, pero Killeen no le hizo caso. Estaba comprobando que no hubiera movimientos entre las tinas. Por un oscuro pasillo inferior se acercaba un objeto con gran habi­lidad. Tena la cabeza alargada, parecida a la de un hurn, y el cuerpo oblongo. Killeen lo identific: era un Especialista.

El Especialista se deslizaba entre mdulos de repa­racin y sigui avanzando con rapidez a travs de los cajones de piezas de repuesto. Sus piernas en forma de huso se agitaban hasta encontrar puntos de suje­cin.

Los Especialistas no luchaban ni destruan. Sin em­bargo, eran muy eficientes para organizar e instruir a equipos de peones.

Era probable que por lo general aqul no se preo­cupara por una banda de basureros que se hubiera in­troducido en la estacin de descanso.

Sin embargo, haba organizado a los peones en la parte alta para que sirvieran de distraccin mientras l se arrastraba por abajo. Aquello indicaba que, o bien aquel Especialista se senta particularmente ame­nazado, o bien haba recibido alguna instruccin especfica de actuar contra los humanos, a pesar de que ste no era su cometido principal.

Y estaba slo a unos pocos metros de distancia del escondrijo donde se agazapaba Toby.

Killeen saba que no poda penetrar el caparazn de la parte superior del cuerpo del Especialista con un rayo.

Slo lo podra lograr con la baqueta.

Se apoy en los pies, muy agachado, y calcul la distancia. Un mensaje direccional dirigido a Toby pondra sobre aviso al Especialista. Se dispuso a sal­tar y...

... whooooom... una nube cegadora le inund con deslumbrantes imgenes de desiertos amarillentos, de spera arena, y con un olor desagradable y dulzn a carne asada; todo ello mezclado le llegaba aprisa y con furia. Perdi el equilibrio y not que manos y pies se le quedaban entumecidos por un tremendo fro.

Pero salt, de todos modos.

El suelo se acercaba a toda velocidad y se inclin hacia delante. Notaba el cuerpo insensible por com­pleto, pero todava era capaz de obligar a sus manos, que senta flccidas y como hechas de serrn, a que empujaran la baqueta hacia adelante. El viento silb. El Especialista brill como si fuera de metal puro, emi­tiendo una luz que se iba amortiguando. La baqueta cobr vida y fue girando la punta a medida que los diminutos sensores buscaban e identificaban. El bri­llo cermico del Especialista la atrajo.

Killeen dispar a las botas del Especialista y luego retrocedi. La punta de la baqueta se introdujo y ob­serv claramente cmo culebreaba, buscaba y mor­da con fuerza cuando se hubo introducido. Una r­pida descarga elctrica lo atraves e interrumpi la conexin a masa del Especialista, lo que agot por completo su fuente de energa entre oleadas de chis­pazos y chasquidos.

Se quej y qued congelado.

Killeen descans tumbado un buen rato, recuperan­do el aliento y la realidad de sus percepciones.

Algo le haba herido con fuerza justo antes de que saltara. Prest odo a los distantes gritos entrecorta­dos e intent identificar cada voz con un nombre. To­dos estaban comentando algo relacionado con Jake, pero tard un tiempo en desentraar aquella mezcla de voces.

Slo cuando, a pesar de la rigidez que senta en to­do el cuerpo, logr apartarse de la curvada espalda de carbocromo del Especialista, lleg a comprender lo que decan: Jake el Sanador haba muerto. No s­lo muerto, sino que haba desaparecido con una muer­te definitiva. Algn mec de los que andaban por las semioscuras vigas haba dado con Jake y haba sorbi­do su propia esencia, para desaparecer sin ms.

Toby apareci ante su vista, y se volvi a apoyar sobre la cubierta del Especialista. El muchacho intro­dujo una bebida en la boca de Killeen y le llam con ansiedad. Killeen susurr algo y su voz son como un gruido. Poco a poco, el mundo volvi a cobrar su antiguo aspecto.

Ledroff apareci pisando firme, descenda de la parte alta saltando por las vigas, que ya haban recobrado su aspecto habitual. Llevaba una antorcha de luz ana­ranjada. Ledroff sufra un ataque de rabia ciega y los ojos le brillaban. Cinco mujeres buscaban entre las riostras a los mecs que les haban atacado, pero ya no quedaba nada de ellos. Ledroff encontr a Killeen reclinado entre las piernas cermicas del Especialista y aterriz unos pasos ms all con un silbido mecnico.

—Qu has hecho?

—O que venan, y sub lo ms arriba que pude. —Se comprimi los ojos con los dedos en un intento de recuperar la visin normal.

—Disparaste primero?

—Claro que s. —Killeen not que los ojos le vol­van al estado normal. El mundo se abalanz sobre l, pero luego se qued tranquilo.

—Yo haba ordenado que no se disparara.

—No tuve tiempo para preguntarlo.

—Maldito loco! No eran ms que mecs ordinarios. Nos habran dejado tranquilos si t no...

—Cuidado con lo que dices, Ledroff. Estaban bajo un control superior.

La cara de Ledroff adquiri una expresin de in­credulidad.

—Un control de quin?

Killeen dio una palmada sobre el Especialista.

—Slo es un trabajador —dijo Ledroff rechazando la idea—. No nos hubiese perseguido.

—Pues lo hizo. Si no me equivoco, le sorprendi­mos en este Comedero mientras lo reparaban. Toby encontr las piezas. Te acuerdas?

—Podran haber estado all desde quin sabe cun­do.

—Los peones habran recogido las piezas. El Espe­cialista las dej caer y l mismo termin rpidamen­te el trabajo de reparacin, cuando oy que nos acer­cbamos.

—Y se qued los peones con l?

—Eso parece. Estos mecs de aqu arriba, obsrva­los con cuidado. Modificados. El Especialista saba mucho de esto. Nos oy y retrocedi. Estuvo estu­diando detenidamente la situacin. Fabric una pe­quea partida de ataque mientras dormamos, durante la noche pasada.

Ledroff frunci el ceo.

—Tal vez.

Killeen suspir.

—Tiene que haber sido as.

Toby intervino:

—Eso es lo que ha sucedido.

Ledroff sonri al muchacho.

—Yo decidir esto.

Killeen estaba a punto de escupirle una rplica airada cuando Jocelyn lleg apresuradamente y dijo:

—Capitn, lo hemos intentado con Jake. No hemos podido salvar ni una migaja.

Ledroff asinti con serenidad. Al or que llamaban Capitn a Ledroff, Killeen se sorprendi. Ahora es­taba obligado a obedecer las rdenes de aquel hom­bre.

Ledroff ya llevaba el manto de Capitn con una gra­vedad inconsciente. Dijo, como hablando consigo mis­mo:

—La clave est en saber qu quera el Especialista.

—Matarnos —contest el muchacho con una ho­rrible sencillez.

—Los Especialistas hacen cosas, Toby —objet Le­droff, que alz un brazo desprendido del mec abrasa­do y lo sopes—. Nunca han cazado humanos.

—Hasta ahora —murmur Killeen—. Hasta ahora.

4

Dos muertos en dos das. De muerte definitiva. Ha­ban desaparecido.

La Familia haba recibido un golpe mayor que si hubiera perdido a tres o cuatro de los suyos por muer­te ordinaria. A lo largo de los siglos, haban adquiri­do el convencimiento de que a pesar de que el ltimo aliento del cuerpo era una tragedia para la persona, se poda evitar la terrible prdida a quienes amaban al alma que haba sido desalojada.

Si Fanny o Jake hubieran tardado ms en morir, la Familia habra tenido tiempo. Unos pocos miem­bros transportaban el complicado utillaje que po­da extraer unas fracciones vitales de los que estaban agonizantes; con rapidez y habilidad, podan recu­perar algunas facetas de su vida pasada y de su per­sonalidad.

Pero algo que estaba entre las vigas haba herido a Jake con la ms terrible de las armas. Hasta enton­ces, la muerte definitiva haba sido una exclusiva de los mecs Merodeadores.

Aquella cosa que haba andado por arriba se haba escapado. Si se trataba de un simple pen, o hasta de otro Especialista, esto significaba que los mecs haban aadido otra odiosa habilidad a su inacabable caudal de innovaciones.

Dos muertes definitivas. Una prdida semejante haca imposible que la Familia abandonara el Come­dero aquel mismo da. La prudencia deba haberles obligado a partir y alejarse de aquella trampa traicio­nera, pero la prudencia slo llega despus de la refle­xin. La Familia lloraba a sus muertos y odiaba; am­bos sentimientos impedan que fueran capaces de razonar.

Como venganza, Killeen se lanz sobre el Especia­lista. Propin varias patadas a la coraza y le arranc las antenas de acero templado. La Familia se congre­g all y con una rabia ciega desguaz al Especialista. Arrancaron las partes y los servos, un botn que les permitira reparar sus propios trajes. Treparon sobre el armazn hbilmente mecanizado y destruyeron el mejor trabajo mecnico que la humanidad haba visto jams.

Llorando por Jake el Sanador, las mujeres arranca­ron con furia los delicados componentes de alta pre­cisin, desgarraron con cuchillos las complejas cons­telaciones de cobre y silicio, y arrojaron a un lado todo aquello que no conocan o que no les era de uti­lidad. Casi todos los componentes del Especialista se incluan en este ltimo grupo, porque ninguno de los de la Familia saba cmo funcionaban aquellos ele­mentos. El ms capacitado de todos ellos slo alcan­zaba a conectar las partes modulares, findose de su propia vista para elegir el elemento adecuado. Tenan muy pocos conocimientos tericos, y la comprensin de todo aquello se les escapaba. Largas eras de difi­cultades y de huida haban convertido su herencia de conocimientos, que haba sido muy rica, en unas sen­cillas reglas empricas y rutinarias.

En vez de ciencia, slo tenan imgenes y reglas pa­ra utilizar los cables codificados por colores, que se referan a entidades desconocidas: voltios, amperios, ohmios. Eran nombres de los espritus que moraban en algn lugar de los mecs y que la humanidad poda destruir a voluntad. Las corrientes, esto lo saban, fluan como el agua y efectuaban un trabajo silencio­so. Estaba claro que las guirnaldas de alambre de oro y los cuadrados de nice perfectamente mecanizados gobernaban de alguna manera las corrientes. Los elec­trones eran unos bichitos pequeos que impulsaban a bestias mucho mayores; esto era obvio.

En la poca de la Ciudadela, haba hombres y mu­jeres que tenan rudimentos de electrnica elemen­tal. Los aos de la larga huida los haban hecho desa­parecer. Y no disponan de tiempo para aprender con paciencia, desde cero, de los Aspectos de la Familia.

La Familia, con nimo de venganza, destroz bru­talmente al Especialista. Los cilindros derramaron aceite sobre el suelo de madera. Las fibras pticas se enredaron en las piernas de los saqueadores, slo pa­ra ser pisoteadas y mandadas de una patada hacia los rincones oscuros.

Killeen dej que la rabia le abandonara poco a po­co. Conoca a Jake el Sanador desde que tena uso de razn, haba sido un hombre bastante distanciado, con cara de pocos amigos y una boca pequea con permanente expresin de cansancio. Llor su muer­te. Pero no dejaba de dar vueltas a las implicaciones de aquel ataque. Abandon el pillaje y se dedic a re­buscar entre las entraas del Especialista, empujado por la curiosidad.

Encontr la mente principal en el interior, casi por accidente. Un panel de aluminio congelado se abri de repente. Killeen parpade, sorprendido por el resplandor. Saba que dispona de muy poco tiempo pa­ra actuar. Haba supuesto que el Especialista ya esta­ba muerto, pero aquella masa incrustada dentro de l zumbaba con silenciosa energa.

Poda llamar a Sunyat para preguntarle qu deban hacer. Ella tal vez lo supiera, o tal vez no, pero en cualquier caso, el tiempo que tardara en llegar hasta all hara disminuir mucho sus probabilidades.

Por este motivo, se prepar mentalmente. Efectu unos movimientos giratorios y se dio los golpecitos adecuados en el crneo para invocar el Aspecto de Arthur.

Has estado muy ocupado

—Arthur? Mira...

Es que tal vez no te acuerdas de m? Creo que me has llamado seis veces en total, en todos estos aos.

—S, s. —Pues no estaba empezando con sus que­jas, maldito fuera, precisamente cuando...!—. Oye, cmo puedo desmontar esto?

Y para qu quieres hacerlo? Dudo que pue­das sacar nada en claro.

—Maldita sea! No me vengas con historias! C­mo lo puedo desmontar?

Muy bien. Ves ese rel amarillo? Tira de l.

Una imagen superpuesta apareca intermitentemen­te en el ojo izquierdo de Killeen; era una imagen ilusoria del rel, que se elevaba para desconectarse. Si­gui las indicaciones.

Ahora utiliza los alicates. Retuerce los cables azules para soltarlos.

Lo hizo as, y empez un zumbido amenazador.

Rpido! La sujecin del resorte!

Killeen la seccion con una descarga del rayo cor­tante disparado a la potencia mxima. La mente prin­cipal emiti un desagradable sonido pero no dio se­ales de morir.

—Ah —suspir.

Bastante satisfactorio. Desde que los conozco, los mecanismos de orden elevado siempre han tenido unas defensas muy eficientes para evitar que les roben las memorias.

—Aj. —Arranc los tubos ligeros para llegar al co­razn del complejo.

Se trata de un desarrollo evolutivo sencillo, en realidad. Este Especialista no quera que su pericia cayera en manos de una cla­se competitiva de mquinas, o de seres que estuvieran al servicio de una ciudad extran­jera. Y por este motivo aprendi a frerse a s mismo antes de que le pudieran in­terrogar.

Killeen escuchaba slo a medias la conferencia que Arthur iba soltando, mientras desconectaba los cables del ncleo del conjunto. Nunca haba entendi­do gran cosa de los discursos de Arthur, pero cuando tena que enfrentarse a un trabajo como aqul, encon­traba muy conveniente contar con un Aspecto dis­puesto a aconsejarle. El problema estaba en hacerle callar. Arthur haba vivido muchos siglos antes y siem­pre estaba hablando de los viejos tiempos. Killeen casi nunca tena paciencia para aguantar sus divagaciones, pero le gustaba el cromtico halo emocional que flo­taba en torno al Aspecto de Arthur, una fra y dis­tante certeza que se insinuaba en el pensamiento de Killeen.

Pero hemos podido coger a ste. Es extra­o. Probablemente existe un corto espacio de tiempo de espera antes de que se suici­de. De no ser as, cualquier accidente repen­tino poda convencerle de que estaba sien­do atacado, lo que le obligara a suicidarse sin necesidad. Este perodo de espera, du­rante cuyo transcurso le hemos cogido, se­guramente indica que los Especialistas estn mejor programados contra los accidentes que contra los ataques. S. Estoy seguro de que es as. Yo...

Killeen tena los alicates cerca del ncleo. Primero percibi en la mano una descarga de calor, luego le sacudi un chisporroteo rpido. El tono era tan bajo que no lo percibi como un sonido sino como una presin, como si le hubieran golpeado los odos con un puo.

Retrocedi tambalendose. Sus dedos insensibles de­jaron caer los alicates. Los miembros de la Familia chillaron y se taparon los odos. Se alejaron trastabillando del cuerpo del Especialista y se dispersaron sol­tando gritos de dolor.

Killeen respir profundamente, todava mareado. Sus centros sensoriales estaban momentneamente anulados. Aspir un olor amplificado de moho, acei­te y acres residuos qumicos.

A travs de un mundo gris y en completo silencio, exclam:

—Maldita sea! Qu ha explotado?

Nada, no ha sido sonido, aunque he de ad­mitir que tu/mi sistema nervioso ya no pue­de distinguir esto con mucha precisin. Su­pongo que se trata de una adaptacin ne­cesaria, pero me temo que hace perder al­gunos matices de la sensibilidad.

—Pero qu demonios...!

Un coro de quejas son por toda la caverna.

Se trataba de una seal electromagntica muy potente, no me cabe duda. Deduzco que debe de ser la firma tpica de la persona­lidad del Especialista, de sus conocimientos acumulados (cuidadosamente procesados, eliminados los excesos y admirablemente bien editados).

Killeen parpade.

—Qu... por qu?

El Especialista estaba transmitiendo por ra­dio a su hogar. Pona a salvo su herencia, no te quepa duda. Ahora ya puede morir.

Killeen se acerc al armazn del Especialista dando traspis, crea tener la cabeza llena de campanillas. Te­na la lengua pastosa y los ojos le seguan bizqueando. Recogi los alicates y hurg en el ncleo del sistema.

—Caray! Ha perdido toda la energa.

Los muertos se llevan sus secretos con ellos.

—Todos?

Todo aquello que pueda ser de utilidad en una sociedad mecnica competitiva. Datos sobre este territorio, o de las variantes de las mquinas que este Especialista ha encontra­do. Tal vez las habilidades que ha adquirido. Y, desde luego, un fragmento de la perso­nalidad que esta experiencia ha podido ge­nerar, en un mec tan avanzado como ste.

Killeen sacaba poca cosa en limpio de todo aque­llo, pero no se molest en preguntar al Aspecto. Una pregunta no hara ms que originar una intermina­ble serie de otras preguntas que andaban dndole vuel­tas por la cabeza. Poda or la voz original de Arthur tan cursi y refinada, pero emitida a una velocidad mu­cho mayor del habla oral. Cuando invocaba a uno de los Aspectos, ste se instalaba en su mente como un mono lo hara sobre su hombro. Poda charlar sin cesar, o facilitarle ayuda tcnica, y Killeen captaba la esencia del carcter de la persona que estaba detrs de aquel conocimiento, como si se tratara de alguien que estuviera en la misma habitacin que l.

—Podemos aprovechar algo?

Veamos... Prueba el estimclat que hay all.

Killeen no tena ni idea de lo que era un estimclat. Arthur se dio cuenta de ello e hizo aparecer un pun­to verde parpadeante junto a una parte metlica con pestaas. Killeen le aplic unos hilos de conexin e hizo lo que el simulador verde de Arthur le indica­ba. Inmediatamente despus, recibi la sensacin de unos rpidos pinchazos de placer mezclado con do­lor detrs de las orejas.

—Qu es esto?

Algunas memorias recientes del Especialis­ta, me atrevera a decir. Podemos explorar­las para conseguir informacin.

—Creo que estoy un poco cansado.

En realidad, estaba fastidiado. Arthur tambin de­ba de saberlo, pero algo le empujaba a guardar los modales con el Aspecto. Al fin y al cabo, Arthur era uno de sus antepasados.

En ese caso, descansa. Voy a traducirlo del idioma mecnico y luego ya te dar los re­sultados.

Killeen no descans, aunque fingi hacerlo. Se re­cost en un musgoso colchn de desperdicios orgnicos de color marrn y extrajo de su traje un pequeo chip de memoria. Era muy antiguo y mostraba grietas y mellas producidas por el uso, aunque se deca que el polilitio era extremadamente duro.

Haba estado pensando en ello durante das. En es­pecial lo haba anhelado cuando en las heladas noches la Familia haba tenido que dormir en terreno abrup­to, bajo un cielo salpicado de estrellas. En esas oca­siones observaba aquellos puntos de brillante luz verde, naranja o azul, de los que haba centenares de mi­les dispersos como si fueran joyas en el aceite y que estaban coronados por un halo provocado por pol­vo o gases. Proporcionaban tanta luz que bastaba pa­ra andar e incluso para leer, si alguien de la Familia supiera leer algo ms que nmeros sencillos o algu­nas normas codificadas sobre los mecs.

As haban sido las noches de toda su vida, una an­siada penumbra despus de la lacerante doble luz originada por el Comiln y la propia estrella de su planeta, Dnix. Pero tambin hua de ella, siempre que poda. Hacia los reinos de los tiempos pasados que ya haban muerto.

Encontr una clavija de salida de corriente en un equipo de autorreparacin. Las paredes de aquella caja estaban desgastadas y manchadas despus de siglos de ser usados de vez en cuando por los mecs que pasa­ban por all. Empalm los amperios residuales y se tumb de espaldas.

Al instante se encontr entre la tela de araa de un sutil holotiempo de deleite y de una transfigurada bri­llantez dorada.

Lleg hasta l como una estremecedora serie de exal­taciones y de brillantes potenciales. Rubes. Hormi­gueo. Pimienta picante. Aumentaba lentamente. s­pero cuando lo respiraba.

Girando toda la eternidad con un zumbido rotati­vo... resbalando rpidamente con una elegancia que estaba ms all del tiempo y del sistema... medio dor­mido y medio despierto... Aquel mundo interior lle­naba sus pulmones con un placer algodonoso. Le con­duca una y otra vez a un xtasis impetuoso, pero no dejaba que cayera en un tibio olvido. Resurrecciones dulces...

Luz hiriente. Palabrotas.

Killeen parpade. Una mano le asi por el cuello y le alz en vilo.

—No te has enterado? All fuera hay un transpor­te de los mecs.

Era Cermo el Lento, con su cara porosa destacn­dose al resplandor del Comedero. Cermo haba des­conectado a Killeen de la alimentacin de energa.

—Yo... slo estaba...

—Ya s lo que estabas haciendo. Slo has de procu­rar que Ledroff no te descubra, eso es todo.

Cermo el Lento le solt. Killeen cay sobre el s­pero musgo. Tuvo la tentacin de volver a apoyarse contra la pared, y aprovechar todava unos pocos mi­nutos antes de que alguien ms fuera a buscarle para llevarle con la Familia...

Y tuvo bastante fuerza de voluntad para alejar la mano del cable. Aquel alguien ms podra ser Toby. El muchacho ya haba sorprendido demasiadas veces a su padre despistado o inmvil, como desconectado.

Lenta, muy lentamente, Killeen apart el tablero de conexiones. Deba recordar que Fanny se haba ido. Todos necesitaban un refugio frente a las difi­cultades del entorno, haba dicho ella. Le haba per­mitido que estuviera cierto tiempo con el tablero. Y le haba dejado tambin que bebiera un poco.

Pero ya no. Ledroff era decente, slido, pero care­ca de experiencia. Hasta entonces, Killeen se haba dedicado principalmente a Toby, concediendo de ma­la gana el tiempo que consuma en los asuntos de la Familia. Aquello habra de cambiar. Pero le resulta­ra muy duro.

Al levantarse, alejado de la tentacin, recuper to­da su dispersa concentracin. Mientras se pona en pie con esfuerzo, oy que Ledroff alertaba a los miem­bros de la Familia que todava estaban ociosos o dormidos. Killeen se dio prisa en colocarse las botas hi­drulicas.

Apret los cierres y qued con el traje listo. Y Arthur intervino de nuevo:

He analizado aquel fragmento de la memo­ria del Especialista.

Creo que lo vas a encontrar muy interesan­te.

—Eh?

Lo ves? Son imgenes que el Especialista haba recogido.

Ante sus ojos desfilaron imgenes fijas amarillo-ver­dosas: un diario de las reparaciones realizadas y las mquinas que haba montado. Haba primeros pla­nos de secciones complejas de mquinas. Maraas de circuitos. Pero detrs, como si fuera un teln de fon­do casual y poco importante, se distinguan colinas de verde florido y hasta alguna vegetacin amarilla y plateada agitada por el viento que Killeen recono­ci como rboles.

—stos... No son de los tiempos antiguos?

No. De acuerdo con los datos cifrados del Especialista, he llegado a la conclusin de que son recientes. Proceden de lugares que slo estn a unos pocos das de marcha des­de aqu.

—Estupendo!

De repente, aquellas profusas imgenes desapare­cieron. Arthur haba percibido que alguien se acercaba, incluso antes de que el confuso Killeen se diera cuenta. Ledroff haba surgido ante l y su espesa bar­ba pareca un escudo que encubriera la verdadera ex­presin de aquel hombre.

—Qu es estupendo? —pregunt Ledroff— Ya es­ts preparado?

—Ah, s... Capitn. —Killeen se esforz en decirlo. Aquella palabra le resultaba muy difcil de pronun­ciar—. Mira, slo estaba procesando algunas notas de este Especialista.

Ledroff se encogi de hombros.

—Los Especialistas no hacen nada —dijo, y se dio la vuelta.

—No es cierto! Este nos atac, no es verdad?

Ledroff le mir, con las manos en la cintura.

—Se equivoc.

—Organiz a aquellos peones. Se apoder de Jake.

—Y qu?

—Pienso que es algo nuevo.

—Programado para reconocernos?

—S, por si alguna vez se encontraba con humanos. Y al enfrentarse a esta situacin, no se limit a lla­mar a un Merodeador, sino que reclut a algunos peo­nes y nos atac.

Ledroff frunci el ceo.

—Ya. Yo haba pensado lo mismo.

—He conseguido un fragmento de su memoria.

Ledroff se puso en guardia, como si Killeen min­tiera.

—Has estado tirado por ah, durmindola.

Killeen contest con timidez:

—Un simple descanso, nada ms.

Ledroff era un hombretn pero en aquel momen­to pareca curiosamente inseguro de s mismo. No le gustaban nada aquellas nuevas noticias, ms bien desconfiaba de ellas. Killeen se convenci de que aquel hombre, al final, haba alcanzado su tan deseado ob­jetivo: ser Capitn. Pero no tena una idea clara de lo que iba a pasar despus. Y tema que aquel hecho se hiciera pblico. Esto se le notaba en la voz, que tena un ligero matiz defensivo.

—Y qu?

—He podido leer algo.

—De verdad? —mascull con un gruido.

—S.

—Y que...? —pregunt con sospecha.

—Hay un gran valle verde a tres o cuatro das de marcha.

Ledroff pareci sorprendido, luego sonri con evi­dente alivio. La Familia haba huido sin buenos ma­pas o itinerarios seguros desde la Calamidad, cuando todos los satlites de la humanidad fueron destruidos. Haban vagado errantes, con la nica ayuda de unos mapas antiguos y de la previa exploracin del terre­no. Su nico dato cierto era la necesidad de evitar las ciudades de los mecs, donde con toda seguridad iban a acabar muertos. Pero el siempre cambiante clima de su mundo, Nieveclara, haba acabado por hacer confusos los mapas que les quedaban. Ya no dispo­nan de una orientacin de fiar.

Ledroff pens en voz alta:

—Un vehculo de los mecs acaba de llegar a la par­te exterior de la fbrica. Si lo podemos cambiar de destino, sin que siga su rutina...

—Esa tierra verde puede ser la orilla de un depsi­to de agua.

—S, puede ser. —Ledroff pareca muy aliviado.

Killeen sonri, contento de no aparecer, por una vez, como un intil a los ojos de Ledroff.

—Marchemos hacia all. Vamos.

5

El funeral de Jake el Sanador dur bastante tiem­po, y despus las protestas de la Familia fueron aumen­tando mientras se preparaban para volver al camino. Se elevaban muchas voces fatigadas que no estaban de acuerdo. Caras cansadas de facciones crispadas y ojos semicerrados empezaban a considerar la posibi­lidad de oponerse.

La Familia slo haba empezado a quitarse el pol­vo de las ltimas semanas. Tenan las piernas dolori­das por las largas caminatas que haban soportado, arrastrando los pies. Las barrigas gruan ansiosas de ms sopa de las tinajas, de ms pasteles de protena, de ms pan cido y esponjoso. Necesitaban la hme­da ilusin de seguridad del Comedero, y se agarra­ban a ella.

Fue entonces cuando Ledroff demostr ser un cau­dillo. Haba evitado que algunos miembros de la Fa­milia destrozaran el Comedero, despus del ataque del Especialista. Una ciega fiebre de venganza como aqulla muy bien habra podido suscitar una alarma y atrado la respuesta de un Merodeador. Con calma, Ledroff desarm a aquellos tipos que estaban satura­dos de alcohol y les encarg alguna tarea til.

Tampoco toler los comentarios mezquinos o ma­liciosos. Durante los aos que siguieron a la Calami­dad, la Familia haba aprendido que haba que con­trolar los rumores a rajatabla. Durante una crisis, se presentara sta poco a poco o de golpe, siempre era ms importante correr que hablar.

Alguien tena que acabar con las charlas sin obje­to, que podan confundirse con una discusin. Lo con­sigui Ledroff, quien utilizaba su potente vozarrn para gritar ms que todos los dems.

Los miembros de la Familia se dirigieron de mala gana hacia los equipajes y remoloneando empezaron a calcular cunto podran llevarse del Comedero. Se entretenan, coman un poco ms, aprovechaban cual­quier oportunidad para distraerse, sentarse y poner­se a jugar con los arneses, las automticas y las botas, que cuidaban con esmero. La voz de Ledroff les chi­llaba, les convenca de que volvieran a su trabajo de cargar alimentos para una marcha cuyo destino era incierto. Killeen obedeca, todava estaba recupern­dose de su anterior humillacin pero comprendi que no haba ms remedio.

Haba algunas tareas pendientes. Ledroff orden que algunos borraran sus huellas en el Comedero. La peor tarea recay sobre Killeen y Cermo el Lento: acomo­dar el cuerpo de Jake. No haba ningn sitio donde enterrar el cadver, reducido a un reloj parado que se iba quedando rgido y cuya piel se haba transfor­mado en un mosaico de manchas redondas moradas, y otras cuadradas de un blanco intenso. Al levantar­lo del suelo, a Killeen le pareci que el peso muerto del cuerpo era mucho ms slido y voluminoso que en vida de Jake.

Tuvieron que dejar caer lentamente el cadver den­tro de una de las tinas para que el cuerpo se disolviera formando una substancia viscosa y rojiza. Habra sido un error desperdiciar la carne en el suelo. Esto era algo que ellos saban y de lo que estaban profun­damente convencidos. Lo que iba a parar a un Co­medero, poda salir de l algn da.

Permanecieron inmviles, observando cmo se de­sangraba y se desvaneca el cuerpo de Jake. Primero los huesos, blancos como fantasmas, traspasaban la piel, translcida como el papel; luego la desgarraban y, como si se tratara de un pergamino, se desprenda y enrollaba sobre s misma...

Killeen tena el corazn en un puo. Las manos se le pusieron resbaladizas mientras sostenan los tobi­llos de Jake. Los agresivos humos que emergan de la espuma grasienta de la tina se le subieron a la cabe­za y le cegaron, de forma que empez a derramar l­grimas.

Pero lloraba por Fanny y no por Jake.

Transcurri un tiempo. El hedor ces de repente. Por fin pudo soltar a Jake. Cuando el pie y la delgada pantorrilla desaparecieron en aquel caldo oscuro y recubierto de costras, Killeen se despidi tambin de Fanny. Luego se alej de all dando traspis.

Ayud a Toby a ponerse el equipo, prestando es­pecial atencin a los cierres de su traje, y dejando que los detalles de aquella operacin le absorbieran por completo.

Slo se entreg a los pensamientos despus de reem­prender la marcha.

Avanzaban por valles en pendiente. Killeen lleva­ba la carga suplementaria de castigo repartida en la espalda. Inhalaba el aire cuando iniciaba las largas zan­cadas, y lo exhalaba por la misma fuerza del impacto que se produca al tocar tierra de nuevo.

Haca mucho tiempo que haba aprendido de su padre aquella tcnica de avanzar inclinado hacia adelante, que ahorraba mucho esfuerzo. Con la baja gravedad de Nieveclara, la musculatura de los humanos, ayu­dada por los servos y los trajes que aunaban el traba­jo de unos msculos con otros, les permita andar a pasos de gigante. Obtenan los componentes de los mecs y los adaptaban manualmente a las pantorrillas y a los hombros. El metal se poda alear y moldear como si fuera una arcilla blanda de cromo, cuando se activaba con la adecuada seal despolimerizante.

Aqul era el principal oficio que la Familia conser­vaba todava, ya que, desde luego, morira si lo aban­donara. Jake el Sanador haba sido el que mejor lo dominaba. Jocelyn, Cermo y algunos pocos ms co­nocan el arte de modelar el metal. Era una habilidad que resida principalmente en las manos, y por esto la Familia lo mantena como una artesana que segua siendo til. Muchos de los Aspectos que se alojaban en los subconscientes de los miembros de la Familia tenan todos aquellos conocimientos. Pero no basta­ba con que se los explicaran con palabras. Los Aspec­tos no podan mover los msculos de la gente. Eran los miembros de la Familia quienes deban tener el toque mgico, porque en caso contrario las costuras podan reventar, las rebabas provocaban rozaduras en los msculos embutidos, y los servos podan ob­turarse e inmovilizarse.

Killeen prestaba atencin casi de forma inconsciente a los zumbidos y al funcionamiento del traje, dejan­do que sus sentidos se ocuparan del territorio que se extenda ante l. Unos oscuros matorrales espinosos salpicaban las colinas, confirmando que la vida era persistente y no se dejaba eliminar, a pesar de que la arcilla anaranjada estaba surcada en todos sentidos por miradas de huellas de los mecs.

—Este terreno parece ms hmedo —transmiti.

—Ves alguna corriente de agua? —pregunt Jocelyn.

—Creo que por aquellos barrancos que estn hacia el sur transcurre un ro.

—Puedes afirmar con seguridad que vamos en bue­na direccin?

—Sin duda.

Arthur apareci sin que le hubiera llamado.

Estoy rehaciendo los clculos cada diez mi­nutos. Nos encaminamos hacia la direccin que juzgo ms apropiada, de acuerdo con los datos que tena el Especialista. Claro que el Especialista poda estar confundido, o equivocado...

—Ya empiezas de nuevo, eh? —murmur Killeen con irritacin.

No, slo deca que...

Intervino Ledroff:

—Has comprobado la ruta?

Los comentarios de Arthur resultaban inaudibles para todos, excepto para Killeen, desde luego. Era ex­trao, pens, que Ledroff estuviera enterado de lo que el Aspecto deca a Killeen. Tal vez haba hablado, en voz baja y sin darse cuenta, por el sistema de comu­nicaciones.

—S, varias veces. Ves aquellos troncos verdes? Ha­ba algunos parecidos a stos en la memoria del Espe­cialista.

—Ah. —Ledroff era un puntito distante, pero su voz le llegaba con cierta nota de escepticismo.

Killeen supona que hara falta mucho tiempo para que Ledroff olvidara que haba consumido bebidas etlicas. El Capitn utilizara esta falta para rebajar­le los mritos. De momento, ya estaba favorecien­do a Jocelyn para demostrar a Killeen cul era su lu­gar.

—Pues vayamos hacia all.

—Es lo mejor que podemos hacer.

Killeen oy cmo Ledroff haca chasquear los dien­tes, lo que indicaba que no dispona de un plan me­jor que aqul. Ledroff avanzaba a saltos, levantando nubes de polvo con los pies. Detrs de l, petardeaba el vehculo mec del que haban logrado apoderarse.

Los miembros ms ancianos de la Familia iban mon­tados en los laterales cubiertos de salientes de cobre de aquel gran transporte. Se agarraban a unas asas que haban introducido a golpes en el recubrimiento ais­lante de aluminio de las paredes del tanque. Se colum­piaban all como racimos de frutos multicolores y da­ban tumbos de un lado a otro cada vez que el trans­porte se bamboleaba al avanzar penosamente sobre el accidentado terreno. Unos macizos de color gris metlico se destacaban sobre el lejano horizonte co­mo si se tratara de fortalezas inexpugnables.

A Killeen no le apeteca ir rebotando sobre el trans­porte y haba cedido sus turnos de descanso en l. Pre­fera avanzar en terreno abierto. Si por casualidad algn Merodeador se cruzaba en su camino, a los pri­meros que descubrira sera a los hombres y mujeres que estuvieran apartados de los dems. Killeen con­sideraba justo que l fuera el ms visible, mientras Toby andaba mucho ms cerca del vehculo.

Para un Merodeador, su compinche mec con for­ma de barril no poda constituir un objetivo. Slo des­pus de inspeccionarlo de cerca, el Merodeador averiguara que el torpe y sencillo transporte haba sido secuestrado y reprogramado, y que ya no transpor­taba carga desde la pequea fbrica a un almacn re­gional, como era su misin.

—Te saludo, padre. —Toby le haca seas con la ma­no, desde muy lejos.

—Ya es hora de comer?

Toby se ri. Era una broma muy antigua, de cuan­do el muchacho peda un bocado extra cada pocos kilmetros. Se remontaba a los tiempos duros de des­pus de la Calamidad. Ninguno de los miembros de la Familia tena la preparacin adecuada para enfren­tarse a las duras condiciones. Nadie haba imaginado que su vida iba a transcurrir en una huida constante.

—Claro que no —contest con firmeza Toby—. No soy un cerdo.

—En ese caso, qu queras decirme?

—Ya estoy cansado de viajar junto a aquel to gor­do, sobre el transporte...

Ningn miembro de la Familia tena ya la menor cantidad de grasa, pero sus expresiones estaban pla­gadas de referencias a los que llevaban un exceso de volumen para disimular sus ropas, feas por lo gran­des que les caan. Era un triste vestigio de una poca en la que la grasa era un signo de prestigio, que se va­loraba adems como un seguro contra los tiempos di­fciles. Pero por entonces todos los tiempos sin excepcin eran difciles, y la Familia empleaba las pa­labras de la antigua opulencia con una cierta nostal­gia, con una falsa valenta, como si al mantener vivos aquellos trminos siguiera en pie la promesa de que algn da podran volver a acumular en la cintura un par de centmetros de ms.

—Puedes quedarte para recoger los cerdos cuando se caigan.

—Si se caen slo harn un ruidito...

—Pero de todos modos, mantn los ojos abiertos.

—Quiero estar contigo, en cabeza.

—Es demasiado peligroso.

—No lo es!

—S, lo es.

—No lo es! Es imposible! Mira aquel verdor que brota all...

—Es una pequea zona hmeda, y nada ms.

—No lo es! Todo el mundo sabe que a los mecs no les gusta lo verde...

—Tal vez.

—Les da miedo. No ven bien con la luz verde...

—Donde hay verde, hay agua; y el agua oxida las mquinas.

—Y no es lo mismo que deca yo? Venga, djame andar a tu lado.

La atiplada nota lastimera en la voz de Toby con­movi a Killeen. A pesar de que abri la boca para decirle a su hijo que se quedara a salvo cerca del veh­culo mec, se encontr comprobando la superposicin de flechas azules en su ojo derecho. Un tringulo que sealaba hacia adelante con gran firmeza destacaba sobre el mapa topogrfico de aquel accidentado va­lle.

—Est bien. Qudate a mi izquierda.

—Bravo! —Toby salt veinte metros hacia arriba en aquel claro y luminoso aire y aterriz a la carrera. Empez a gritar con irreprimible energa y al cabo de unos instantes ya estaba al lado de su padre.

En el timbre de su hijo, Killeen descubri unas notas de la voz de Vernica. A pesar de que tena grabacio­nes de ella, nunca las haca salir del chip que llevaba incrustado en la base de la espalda. Por este motivo, el menor recuerdo de ella le trastornaba de un modo dulce y amargo a la vez. Toby era completamente un hijo suyo. Al engendrarlo no haban utilizado com­ponentes genticos extraos. Y esto equivala a decir que Toby era un legado completo de Vernica.

Porque Vernica haba perecido en la Calamidad, y fue una muerte definitiva.

La mayor parte del Clan haba muerto en aquellos das, segados por la diestra guadaa durante la furio­sa embestida de los mecs contra la Ciudadela. Durante centenares de aos, los mecs se haban ido apoderan­do de regiones de Nieveclara, y la humanidad lo ha­ba visto con recelo. Nieveclara haba sido un mun­do fro, rico en agua y con vientos que agitaban la humedad y formaban unas grandes nubes de algodn que lo recubran. A los mecs no les gustaba este tipo de planetas, por tal motivo la humanidad haba lle­gado hasta all, para prosperar a su humilde manera.

Y hasta aqu alcanzaba toda la historia de la cual Killeen tena noticia, aunque en honor a la verdad hay que sealar que le haba interesado muy poco. La Historia no era ms que una serie de cuentos ba­sados en mentiras o en algo muy parecido a ellas; es­to era lo nico que saba con certeza, y no necesitaba ms. Un hombre prctico debe preocuparse por el momento que tiene delante de l, no dedicarse a hol­gazanear en medio de leyendas polvorientas.

La Familia Bishop haba vivido cmodamente en una abrupta fortaleza rocosa: la Ciudadela. Killeen recordaba aquellos tiempos como distanciados por un insalvable abismo oscuro, aunque en realidad slo haban transcurrido seis aos desde la Calamidad. Todos los aos anteriores a aquel suceso estaban comprimidos en un instante maravilloso de un da luminoso, repleto de gente y circunstancias que ya no representaban ninguna verdad substancial, que haban quedado atrs como si jams hubieran existido.

Desde entonces, los Bishop se haban visto empu­jados hacia adelante no tanto por llevar una horda victoriosa tras ellos, sino por una marea creciente de nombres de batallas perdidas, de emboscadas en las que haban cado, de trampas en donde se haban de­jado atrapar. Algunos miembros de la Familia haban sido heridos o sufrido la muerte definitiva; ms de una vez haban tenido que dejar parientes atrs para poder escapar en medio de una desordenada y desco-razonadora confusin, para salvar el ncleo remanente de la Familia, para mantener vivo algn dbil nexo con su herencia.

Los nombres eran puntos en su mapa: Puente de la Sierra, Corinto, Montaa Ptrea, Curso de Ro, las Fuentes Grandes de Alicia, Pozogrande; y los mapas no estaban sobre papel sino codificados en los chips de memoria individuales. De esta manera, durante una huida de seis aos, a medida que los miembros de la Familia iban cayendo y eran devorados por la mente de los mecs, la Familia haba perdido todos aquellos mapas que podan explicarles dnde haban estado sus antecesores antes de la lucha y la posterior derrota. Ahora los nombres eran slo nombres, sin substancia ni realidad en la tierra viva de Nieveclara.

En su huida, la Familia deba limitar el equipaje, y echaron a un lado los mapas sobre soporte slido y otros documentos que en otro tiempo haban sig­nificado su dominio sobre el planeta. As fueron de­jando un rosario de restos abandonados que se exten­da a lo largo del tiempo y el espacio.

El padre de Killeen haba desaparecido cuando en la Ciudadela imper el caos. Vernica haba resulta­do herida mientras estaba en pie detrs de Killeen. Haba arrastrado el cuerpo de su esposa, buscando un mdico que pudiera curarle las heridas. Slo cuando cay exhausto en un embarrado dique de riego, se dio cuenta de que mientras la trasladaba la haba alcanza­do una explosin. Haba estado demasiado embrute­cido y atormentado como para advertirlo. Los ojos de Vernica haban quedado terriblemente saltones, con una expresin de miedo y rodeados de pus. Era una muerte definitiva.

Hasta la Calamidad haba conocido a innumerables parientes directos. En aquellos tiempos, la Familia pareca no tener lmites. Pero ahora, slo tena a Toby.

—Mira. Un pen —le indic Toby, que seal hacia un punto determinado al cual se acerc a saltos.

—Cuidado! —grit Killeen—. Hay que examinar­lo antes. —Salt hacia adelante y apart a su hijo.

El pen pareca inofensivo. El brillante caparazn de lneas cruzadas estaba acabado de pulir. Tena los cortos brazos metidos entre los roosos desperdicios de los mecs: tapas, alojamientos oxidados, biojuntas grises desgastadas.

Killeen se acerc. El mec hizo girar las cadenas de desplazamiento ligeras. Agarraron y golpearon un erosionado saliente de granito, troceado y dispersa­do por all. Los lentes de proa se movieron para estu­diar a Killeen. Se detuvieron un largo rato, como si estuviera pensando. Luego los desvi, sin demostrar inters, y se fue colina abajo, levantando una nube de polvo fino que, debido a la escasa gravedad, flotaba en el aire como una niebla reluciente..

—Creo que todo va bien —reconoci Killeen de ma­la gana.

—Puedo recolectarlo? —dijo Toby con voz aguda, aterrizando con un silbido seguido de un impacto so­bre aquel granito desmigajado.

—Recolectarlo? Yo crea que estabas hasta los to­pes de servos.

Toby se encogi de hombros y se oy un cascabe­leo. Llevaba muchas piezas pequeas de repuesto su­jetas a la cintura mediante cuerdas.

—Pareces un montn de chatarra.

—Los recambios son necesarios —objet Toby, a la defensiva.

—Pero no tantos que te hagan perder velocidad.

—Oh, djame! Me queda sitio. —La cara de Toby se transform en una cmica mscara que haca mue­cas de supuesto dolor.

—No! —El propio Killeen se sorprendi al pronun­ciar aquel no tan tajante.

—Pero yo...

—No. Decididamente, no. Y ahora, vete a tu puesto.

Toby no tena un puesto concreto en la formacin, pero al utilizar aquella palabra hizo que su posicin pareciera ms importante. Aquello complaci al mu­chacho, que se encogi de hombros y junt las cejas con irona. Se alej de all, sin hacer caso del pen que se perda pendiente abajo.

Haca mucho tiempo que Killeen haba aprendido a escuchar las crticas. Se qued quieto durante un lar­go rato. Con los sentidos reforzados hizo un barrido que se pase por el lento discurrir de la Familia y que abarc al pen que se retiraba. La algaraba de voces que se arrastraban y pinchaban era el acostumbrado ruido de fondo de la Familia.

Avanzaban por el valle a buena marcha. El vehcu­lo mec saltaba a lo largo del lecho de un ro de arena. Killeen escogi el punto de mira de un anciano, Fowler, quien se columpiaba en un cesto que iba sujeto sobre el vehculo mec. Oy las preguntas quejumbro­sas de Fowler:

—Cundo vamos a detenernos? Te queda algo de aquel jugo cido del Comedero? Qu quieres decir con que se ha acabado? Tenamos jarros enteros de l!

Y tambin oa cmo las piedras salan escupidas por las cadenas de desplazamiento del mec.

El valle reposaba en silencio. Los vehculos mecs punteaban las colinas llenas de protuberancias rocosas. Algunos biocomponentes en putrefaccin viciaban el aire. Aquellas acumulaciones de residuos viejos, dis­tribuidas al azar por todas partes en Nieveclara, eran tan comunes que Killeen apenas si se daba cuenta de ellas. En las tierras limtrofes como aqulla, los ba­rrenderos mecs no se molestaban en recoger las ta­pas oxidadas o los pesados ejes rotos para transpor­tarlos a las lejanas fundiciones y factoras. A lo largo de los siglos, el desorden haba ido en aumento. A medida que los mecs intervinieron en el clima de Nie­veclara, los hielos se retiraron dejando al descubier­to chatarra todava ms antigua, de la poca en que los mecs haban corrido con cosas desconocidas en medio de las antiguas eras glaciales. Esta chatarra tam­bin ensuciaba la tierra en poca de Killeen, y el sue­lo apareca lleno de manchas rojas de orn.

En medio de todo aquello, la vegetacin luchaba por sobrevivir, lo que constitua una buena seal. Ha­ca algunas horas ya haban tenido la alegra de ob­servar algunos signos de que algo maduraba, de que la hierba se extenda, de que aumentaban las zonas de color pardo.

Dnix se haba ocultado una hora antes, y en aquel momento casi la mitad del Comiln haba desapare­cido tras la lnea irregular de las colinas. Los cambian­tes colores confundan a Killeen, y el menor risco o barranco desbordaba sus ilusiones, como si ya se hu­bieran realizado de repente.

La Familia avanzaba con impasibilidad, con el te­naz ritmo de aquellos que pocas cosas esperan ya. A medida que vencan cada una de las cuestas, empe­zaban a hablar aprisa y confusamente, y las palabras sueltas se aadan al parloteo del grupo. Durante me­ses haban seguido unas rutas no sealadas a travs de valles exhaustos y blanqueados por la sequedad. Slo haban encontrado algn respiro en los Come­deros. La promesa de lo que les esperaba, y que poco a poco ya empezaban a oler, proporcionaba energa a su avance.

Killeen no presenta ningn desastre pero el pen con las marcas cruzadas era lo bastante raro como para tenerlo presente. Vigilaba con atencin a su hijo y a menudo comprobaba la ruta.

En medio de una inspeccin topogrfica, Arthur dijo:

Vuelvo a disfrutar con la vista del paisaje verde.

Killeen estaba sorprendido. Por lo general aquel As­pecto se mantena distante, factual y fro en la mente de Killeen.

—Estoy de acuerdo contigo, llevo tanto tiempo pro­bando slo el sabor de la sopa del Comedero...

Dudo que pudieras tragrtelos. Son unos matojos de vegetacin duros y fibrosos.

—Debe de haber agua en este terreno.

Sospecho que vamos a meternos en un lu­gar salpicado.

Killeen se anim:

—Qu dices? Estar ms mojado?

Tal vez. Un lugar salpicado es el terreno de fractura que rodea la zona de cada de un meteorito. La roca cuarteada permite el aflo­ramiento de terrenos congelados, que son los que han convertido en intiles los esfuerzos de los mecs por desecar todo el planeta. Al­gunas veces, hasta se puede encontrar hielo glacial enterrado bajo las arenas movedizas. Los meteoritos son la nica caracterstica del clima de Nieveclara que por lo visto los mecs no han conseguido dominar. Considerando la rbita que describe el planeta alrededor del Comiln, que es bastante elptica, no se­ra sorprendente que encontrramos bastantes meteoritos. Ahora el planeta se dirige ha­cia un punto ms cercano al Comiln. Una distribucin estadstica de Gauss para la den­sidad de los residuos pequeos convertidos en meteoritos puede predecir que vamos a recibir impactos con una frecuencia incre­mentada exponencialmente.

—Har mejor tiempo? —Aunque Arthur estaba obligado a decir la verdad, algunas veces el Aspecto se expresaba de forma enrevesada, con palabras de di­fcil comprensin.

De nuevo he de decirte que tal vez. Me pa­rece que los mecs intentan alterar la rbita del IR-246.

—Qu?

Lo siento. Vosotros llamis Dnix a esta es­trella, me equivoco?

—No es que la llamemos as, es que lo es.

Para m esta estrella es la fuente nmero 246 de infrarrojos cuya resolucin positiva est cerca del centro galctico. El catlogo que se confeccion cuando nos acercbamos a la zona interna del centro asignaba espec­ficamente...

—Oye, oye, todo esto me suena como un tartamu­do hablando en snscrito. Yo...

Esta expresin es muy interesante. Recuerdo que localic su origen en una antigua civili­zacin de la tierra que ahora slo se puede encontrar en los registros de holografa...

—No me importan las expresiones de los antiguos, oyes? No comprendo nada... Dnix es el sol, esto es lo que significa el nombre de Dnix.

Vosotros lo llamis as, de acuerdo. Es una estrella simple parecida a los millones de es­trellas que puedes contemplar cuando tanto Dnix como el Comiln han desaparecido del cielo, como por ejemplo ahora.

Killeen mir hacia arriba, sorprendido. El Comi­ln se estaba metiendo en la cuneta para dormir su sueo rojo tras la serrana de picos. Muy alto, en la oscuridad, descubri unos puntos como cabezas de alfiler que brillaban con matices de ambarinos, azul fuerte y verde opulento. Unos finos hilos se desliza­ban entre los centelleos. Nunca se le haba ocurrido que pudieran ser como Dnix.

—Todos... stos?

Hay aproximadamente un milln de estre­llas a un ao luz de distancia del Comiln. Algunas han entrado en las ltimas fases de su evolucin y presentan una gran variedad de colores. Otras emiten efluvios desde sus cromoesferas. Las ms avanzadas...

—Corta el rollo! Quieres decir que todas ellas son tan grandes?

Algunas son mayores que Dnix, que des­pus de todo no es ms que una estrella ti­po MI. Vuestros antepasados la selecciona­ron no por su belleza, sino porque estaba en una profunda era glacial, y al parecer no presentaba ningn inters para las civi­lizaciones mec, mientras que otras...

Killeen dej que Arthur siguiera divagando, sin pres­tarle atencin. Para l, el cielo acababa de convertir­se de repente en una extensa bola de profundidades inimaginables. Todos aquellos alfileres eran otros so­les. Su vida entera, una infancia formal, de amor, de trabajo y de esperanzas perdidas, de retiradas con mu­chos estragos, de golpe ahora le pareca insignifican­te, como unos ligeros movimientos en una extensa llanura bajo una noche preada de ojos.

6

Siguieron marchando hasta pasada la medianoche. Nieveclara nunca se suma en una completa oscuri­dad, ya que el milln de cabezas de alfiler que brilla­ban en la noche conspiraban para sembrar el cielo con un dbil pero persistente resplandor. Mas no se di­bujaban sombras concretas.

Todos los aos, las lejanas burbujas y remolinos de gas crepuscular barran el cielo. Las constelacio­nes de relucientes estrellas se desplazaban en el inter­valo de tiempo que un chiquillo necesitaba para con­vertirse en hombre. Pero las estrellas eran slo unas comparsas en aquellos cielos, ricos en rubes y ator­mentados por las tempestades.

Los antecesores de Killeen ya tenan los ojos adapta­dos, y eran capaces de escudriar dentro de una escala que iba mucho ms all de la respuesta logartmica normal en la especie humana. Vean las estrellas co­mo unos puntos brillantes, y si despus entornaban con fuerza un ojo, apareca una corona que las en­volva en un sudario de tinta. Los mecs vean en cual­quier resplandor por dbil que fuera, y por esto la humanidad haba imitado a las mquinas adaptando oportunamente sus ojos.

Toby transmiti:

—Hay un enjambre de mecs sobre aquella colina.

Killeen se desplaz hacia la derecha y unos momen­tos despus aterrizaba al lado de su hijo.

—De qu tipo son esos mecs?

La voz de Toby sonaba alta y excitada:

—Veo tres que son operarios de fbrica.

—Qu hacen?

—Trabajan.

—Extraen minerales?

—Me parece que estn manufacturando algo.

—Sabes qu es?

—No lo s. Ves aquel vehculo que estn descar­gando?

—Um. Fardos de... —Aument hasta el mximo la potencia de visin. Escudri los rincones poco ilu­minados, por si haba seales de mecs grandes.

—Son plantas —indic Toby, excitado—. Estn re­colectando plantas.

Killeen bizqueaba, todava no llegaba a distinguir suficientes detalles. Se pregunt si sus ojos habran perdido agudeza, si su percepcin visual no era tan precisa. Los humanos deban vigilar sin descanso su equipo. Si lo descuidaban, podan acabar muertos al cabo de un minuto. Angelique, una mujer joven de los Bishop, saba utilizar alguna especie de programa interno para eliminar los problemas de visin. Ten­dra que pedirle una revisin completa. Frunci las cejas, distrado por aquella contrariedad.

—Jams haba visto nada como esto —dijo.

—No habas visto mecs que utilizaran plantas?

—Vi algunos rboles talados cuando... —Se detuvo, porque aquello le llevara a decir: Antes, cuando la Ciudadela se mantena firme y mi padre sala de expedi­cin, cuando la humanidad posea bosques y cosechas y todo el legado que hemos perdido... Esto era algo que no comentaba nunca a Toby si poda evitarlo—. Cuan­do todava haba plantas.

—No te preguntas qu estn haciendo?

Killeen observ los cinco grandes edificios que se levantaban agrupados junto a un arroyo. Dos demo­nios bajaban por las colinas levantando nubes de pol­vo. Giraron y se deslizaron hasta llegar cerca de los oscuros edificios de arcilla, lanzando al aire conos de fina arena.

—No me lo explico. Hace mucho tiempo, los mecs arrasaban las cosechas que el Clan intentaba cultivar en un valle cercano a la Ciudadela. Pero las dejaban all, no las aprovechaban.

—Vamos a cargrnoslos —salt Toby.

Killeen observ la cara delgaducha del muchacho, salpicada con las oscuras erupciones causadas por el roce del traje que todo el mundo tena que sufrir de vez en cuando. Le dio unas palmaditas en la espalda y ri.

—Tenemos aqu el azote de los mecs?

—Y que lo digas!

Toby se ri tambin, y Killeen comprendi que su alegra se deba en parte al hecho de que el chico po­dra demostrar su valenta y presentarla como una bro­ma, sin necesidad de darle un sentido.

La Familia deba decidir si se atacaba o no. Los j­venes corran con los dems, desde luego, ya que la Familia nunca se separaba cuando se enfrentaba a un peligro. En aquellos tiempos, la principal preocupa­cin de los humanos era evitar la divisin, la prdi­da, el fraccionamiento. No obstante, los jvenes corran muy atrs durante los asaltos, y por este mo­tivo su palabra tena muy poco peso en las decisio­nes. Aquello conceda a Toby algunos restos de la libertad de la niez. Killeen, instintivamente, trataba de mantener tal situacin. Saba que muy pronto la dureza del entorno iba a pesar sobre el muchacho, obligndole a dejar la infancia.

Llegaron algunos miembros de la Familia, descen­diendo en pronunciadas curvas, y aterrizando con unos sonidos neumticos. Chuuuung. Ledroff empe­z a hablar con el casco ladeado. Una docena de miem­bros de la Familia se congregaron alrededor de l.

Toby hizo un ademn hacia Ledroff.

—Crees que va a ir?

—No lo s —dijo Killeen.

—Fjate en su barba.

El espeso pelo negro estaba encrespado formando una lnea curva. Toby solt una risita sofocada.

—Se la ha pillado con el aro del casco.

—Pues, cuando corra, le dar tirones.

Una antigua tradicin permita tomarle ligeramente el pelo al Capitn. Tal vez aquella mata de malolien­te pelo que se le enredaba en el casco haba sido deci­siva en su eleccin como Capitn. Toby dijo:

—Qu pelambrera ms fea!

—Evita las quemaduras del sol —intervino Killeen.

—Cuando yo tenga barba, no dejar que se me en­rede en el traje.

—Di que no, porque yo te hara esto. —Y Killeen le dio un cachete carioso.

Ledroff transmiti por el comunicador general:

—La situacin contina sin variaciones?

La voz de Ledroff ya empezaba a adquirir un tono de mando.

No se apreciaba el menor signo de inters ni de cam­bio de rutina en la alejada fbrica. Killeen clav sus ojos en Ledroff y se pregunt qu decisin tomara aquel hombre. Aqulla sera su primera escaramuza importante desde que haba ascendido a Capitn. El hombre pareca prudente, tena los ojos semicerrados y estaba estudiando la situacin.

Conversaciones dispersas llegaban al equipo senso­rial de Killeen. Se comunicaba slo con Toby, llevan­do la cuenta de los diminutos perfiles de los mecs, mientras aquellas formas distantes iban efectuando sus trabajos. Desde su borrachera mientras estaba de guardia, Killeen haba intentado evitar mantener mu­chas conversaciones.

Ledroff se meti en la comunicacin de padre e hijo.

—Veo que estos edificios son nuevos. Toby intervino flemticamente:

—Creo que es arcilla fundida.

Killeen estaba algo sorprendido: el muchacho re­coga informacin en todas partes. Ledroff asinti.

—Los mecs estn utilizando plantas? Tal vez es­tn fabricando algo que pueda resultar til. Killeen evoc a Arthur y le pregunt calladamente:

—Qu te parece esto?

Esta zona de afloramiento se form, tal vez, har unos diez aos. Es un tiempo suficien­te para que la civilizacin mec haya podi­do explotar las primeras materias orgnicas que crecen aqu.

—Ataquemos —propuso Jocelyn.

—Adelante —grit Cermo, que ya estaba a punto de lanzarse pendiente abajo.

Killeen poda percibir la mayor movilidad de la Fa­milia. Todos se sentan con ms fuerzas despus de haber pasado una sola noche en el Comedero. Se haban olvidado ya de Jake y de Fanny? Ya prescin­dan de tomar precauciones? No. Lo cierto es que la Familia no necesitaba los suministros, y menos con tanta urgencia. Pero algo se agitaba dentro de ellos, algo que vena desde mucho tiempo atrs: un deseo incontenible de obtener una victoria clara, de ven­garse. Haban destruido al Especialista, pero Ledroff no haba permitido el vandalismo en el Comedero. La sangre de la Familia todava bulla con sed de ven­ganza, y aquel ataque podra servirles de desahogo. Lo mejor que poda hacer el Capitn era dejarles a su antojo. Por lo menos descargaran toda la rabia que les haca entornar los ojos.

Ledroff mir a su alrededor y vio los pies que se arrastraban con impaciencia, los labios apretados con fuerza. Killeen percibi que la presin iba en aumen­to y saba que deba dejarse arrastrar por ellos o de lo contrario tendra unas graves confrontaciones si intentaba detenerlos.

—Formad la estrella! —orden Ledroff.

—A la orden!

—Estar en primera fila!

—Yo soy el hombre en cabeza!

—Adelante, adelante!

Enfilaron todos hacia las fbricas, organizndose a lo largo de los cuatro ejes, para confundir a las de­fensas que pudiera haber. Pero nada se levant para enfrentarse a ellos.

Unas redes de fuego anaranjado traquetearon des­de los hombres y fueron a dar contra los peones. Los mecs pasaron por todas las locas agonas de la indeci­sin, lo que les ocasion el derrumbamiento ciber­ntico.

La Familia se precipit hacia los patios de los edifi­cios, por encima de los rimeros de tubo cermico, por debajo de los montajes de hojas de carbn. Derriba­ron los tabiques a patadas, buscando a los encarga­dos de los mecs. Killeen y Jocelyn se separaron de los dems y corrieron por una larga sala repleta de una maquinaria abrumadora. La velocidad era la me­jor arma de que disponan los humanos. Los mecs obreros estaban fabricados para ser seguros y estables. Reaccionaban con lentitud, a menos que sufrieran una reprogramacin para introducirles intervalos de res­puesta ms cortos.

Llegaron jadeantes a un espacio abierto. Un encar­gado mec se acerc rpidamente a ellos, emitiendo los cdigos de reconocimiento por la banda ancha de las lneas de comunicacin. Enfoc hacia ellos un par de lentes visuales, que parecan unos ojos de bho, y una fraccin de segundo demasiado tarde se dio cuenta de que no se trataba de unos simples mecs que por error se pasearan por donde nadie les necesitaba. El encargado se volvi, en un intento de retirada. Un panel de cobre se desplaz y lanz algo dirigido a Ki­lleen, quien salt de lado.

Algo parecido a una lima le roz. Cay al suelo an­tes de darse cuenta de que el sonido rechinante que le haba salvado llegaba hasta l por va electromag­ntica. Un olor acre le picaba en la nariz.

Jocelyn ri, cubrindose la boca.

—Esto slo estaba intentando hablarte con dure­za, nada ms.

Con aquello que le haba rozado, Jocelyn haba de­jado frito al encargado con una sonora tormenta de ruido de microondas. Permaneca inmvil en una pos­tura rgida y cmica. Con los brazos en jarras y un transmisor solitario que haba sobrevivido, se iba que­jando con una seal de NO intervenga — NO inter­venga — NO intervenga.

—Telas! —grit Jocelyn. Pas por encima de Killeen; resultaba obvio que estaba segura de que a l no le haba pasado nada. Killeen se levant, frotn­dose tristemente un hombro. Se haba dado un golpe contra una mquina grande, recubierta de planchas de acero y con unos enormes cilindros axiales. Vio que era como una especie de prensa. La fibra entraba por el extremo ms alejado de la fbrica. Unos cilin­dros giratorios cardaban, tejan y agregaban unos malolientes productos qumicos. Por el extremo ms prximo a ellos salan unas hojas satinadas de tejido impermeable de color mbar dorado.

Jocelyn rasg un trozo, con gran admiracin. El la dej con sus descubrimientos y encontr a Ledroff, quien andaba cerca. Killeen conect las comunicacio­nes. La Familia se iba congregando all, presentando sus informes.

Todos los encargados haban sido inmovilizados. No haba rastro de mecs importantes en todo el com­plejo. Las fbricas ya eran seguras para ellos. Y ha­ban encontrado algunos servos, que les hacan mucha falta.

Los encargados no haban enviado seales de alar­ma ni pedido socorro. El complejo no estaba trans­mitiendo automticamente la informacin del ataque, o por los menos nadie haba captado ningn men­saje.

Los ancianos de ambos sexos estaban a salvo en el interior. Haban organizado guardias.

Ledroff escuchaba e iba haciendo seales de asenti­miento. Sonri, mostrando sus cortos dientes mancha­dos. Aqulla haba sido su primera actuacin como Capitn, y todo haba salido muy bien.

Killeen busc a Toby y descubri que estaba jugan­do con un encargado mec.

—Le he pegado un tiro en las tripas a un pen —inform Toby con tristeza debido a que no ha­ba podido encontrar nada mayor. Killeen le ense­ cmo poda hacer que el encargado girara sobre los rotores, chillando como un loco y armando rui­do con los brazos. Toby se ech a rer y se le bo­rr la expresin de desnimo. Estaba tan absorto con el mec descontrolado que olvid taparse la bo­ca al rer y la mostr abierta por completo. En la Ciudadela aquello habra constituido una falta de educacin, una revelacin simblica de una grose­ra del propio ser interior.

Killeen se propuso recordrselo, pero consider que ms tarde ya tendra tiempo para hablarle de los bue­nos modales. Si lo haca.

Ledroff orden que suprimieran los bloqueos ci­bernticos a los peones para que volvieran al trabajo. De esta forma, la Familia podra obtener mucha ms informacin sobre lo que se haca all. Killeen per­maneci atento a los poderosos pero lentos mecs cuan­do siguieron con sus tareas. Aquellos engendros ig­noraban a los humanos, puesto que los encargados no haban tenido tiempo para reprogramarlos. Sus deslustradas cubiertas llevaban unos dibujos que slo los encargados mecs podan leer y que ningn huma­no haba conseguido descifrar.

Uno de ellos tena el mismo caparazn de alumi­nio bruido con lneas cruzadas que ya haba observa­do antes; era algo nuevo en el diseo de los peones. Killeen lo vio, pero no volvi a pensar ms en ello. El montaje de los mecs era un tema por el que senta la ms profunda indiferencia; era tan incapaz de en­derezar una caja de eje usando una llave del cuatro y un destornillador, como de reprogramar los biochips de su propia cabeza; pero era esencial que pudiera distinguir los peones ordinarios de los mecs de rango ms elevado.

Por lo general, los detalles estticos se iban trans­mitiendo desde los mecs de rango superior a los infe­riores, hasta llegar a los peones; pero aquellas marcas entrecruzadas que haban aparecido primero en los peones deban de tener algn objeto. Los peones que haban ayudado al ataque en el Comedero no lleva­ban seales especiales. Sin embargo, cualquier cam­bio poda indicar peligro.

Cuando todos se sintieron seguros en la fbrica, la Familia se lanz sobre la riqueza que estaba almace­nada. La tela impermeable era una rareza. Respon­da a las rdenes tctiles de naturaleza elctrica, y se abra all por donde se deslizara la ua de un dedo conectado a la corriente. Una docena de ellos llama­ron a los Aspectos y empezaron a utilizar las anti­guas tcnicas para disear, cortar y confeccionar unos vestidos nuevos. Las risas resonaban por entre las lar­gas filas de maquinaria que todava funcionaba. A la Familia le gustaba trabajar cuando conseguan un re­sultado tangible. Camisas nuevas, chalecos y panta­lones para llevarlos debajo de los trajes, eran capaces de levantar el nimo de cualquiera.

Killeen deambulaba con Toby, inspeccionando.

—Mira esto —dijo el muchacho sealando un mon­tn de plantas de hojas secas. Unos peones descargaban unos pequeos carretones con los que transportaban los troncos y ramas cosechados—. Cmo pueden ha­cer tela impermeable con esto?

—Gracias a algn conocimiento de los mecs.

Killeen se encogi de hombros. Ya haca mucho tiempo que haba renunciado a tratar de imaginarse cmo realizaban los mecs sus habituales milagros. Pe­ro Toby era joven y crea que podra entender todos los secretos de un mundo que desde haca mucho tiem­po haba escapado a la comprensin humana.

—Estas hojas tienen roa.

Sin que le hubiera invocado, la voz de Arthur, fra y exacta, reson dentro de la mente de Killeen.

Estas hojas tienen una capa de boro-silicio para proteger la planta de los ultravioletas del Comiln. Captura los fotones duros y los convierte mediante un proceso fotnico en los tiles...

—No digas ms —murmur Killeen y Arthur guar­d silencio. El Aspecto dej tras l una sombra de resentimiento, una fastidiosa nota desafinada en el sis­tema sensorial de Killeen.

—Qu?

—Slo estaba suprimiendo la verborrea del Aspecto.

Toby jugaba con las duras y vtreas hojas:

—No digas eso.

—Podra ser que... —Killeen haba tenido una idea que no le gustaba.

—Supones que las han hecho los mecs?

Killeen asinti e hizo una mueca mientras pensa­ba.

—Tal vez. Resultara muy divertido.

—Si las usan, en algn lugar deben plantarlas.

—Nunca he odo nada parecido.

—Pues s que son brutos, estos fulanos. No les gus­tan nada las plantas.

Toby no comprenda las implicaciones. Killeen co­ment casualmente:

—Busca un poco por ah. Mira si los peones tienen semillas.

—De acuerdo.

Toby estaba contento de que le mandara algo que debiera hacer por s solo. Se alej y atraves una hile­ra de peones que transportaban unos contenedores hexagonales de plastilatn. Los peones eran de la cla­se de los menos perfeccionados. No registraron a Toby ms que como un obstculo que pasaba, un de­talle que oscureca momentneamente su ruta y que luego desapareci sin que tuvieran que llamar a una inteligencia externa para que solucionara el proble­ma. Los problemas que fueran ms importantes de­ban pasarlos a los encargados mec.

Aquello significaba, y Killeen lo saba, que todo aquel complejo ira parndose poco a poco a medida que los peones se fueran encontrando con dificulta­des, llamaran a los encargados y ninguno acudiera. Aquello poda llegar a ocasionar una llamada de so­corro dirigida a las ciudades centrales.

Las incursiones siempre se vean limitadas por este factor. El verdadero arte consista en adivinar de cun­to tiempo disponan antes de que apareciera un en­cargado mec. stos tambin podan ser destruidos con microondas, pero haca mucho tiempo que Killeen no haba visto que alguien contestara a una seal de socorro. Los mecs se estaban volviendo ms listos. O tal vez era que dedicaban la mayor parte de su aten­cin a los problemas ms acuciantes.

Durante aos, la Familia haba vivido de aquella manera, como nmadas que asaltaban las fbricas ais­ladas, escondindose donde podan, avanzando por una ruta indeterminada a lo largo y a lo ancho de un panorama cada vez ms desolador. Las peladas coli­nas no ofrecan la menor proteccin frente a los martillazos deslumbrantes de la radiacin del Comi­ln. Toda la comida que podan recoger y llevarse era concentrada, en forma de ladrillos porttiles masticables que daban fuerza a los msculos pero que re­secaban la lengua con su energa. Algunos miembros de la Familia todava saban cmo preparar masticables utilizando los recursos de los Comederos, y algunas veces la supervivencia de la Familia haba de­pendido de aquellos oscuros ladrillos amargos. La Fa­milia se haba sostenido durante prolongadas pocas, por entre caones ruinosos, avanzando slo gracias a los masticables y a los ftidos sorbos de agua que rezumaba por los corrimientos de piedras provoca­dos por los mecs.

Killeen recordaba todo aquello mientras avanzaba por los sombros corredores, que circulaban debajo de la maquinaria, la cual segua emitiendo un ruido de tambores y crujidos. Buscaba a Ledroff, pero el complejo era extenso y estaba lleno de largos e irre­gulares laberintos repletos de la inacabable produc­cin energtica. Explor, sin rumbo fijo pero lleno de curiosidad.

Aquellas plantas vidriosas tan raras eran la materia prima de otros productos, adems de la tela imper­meable. De unas incansables correas transportadoras y de unas prensas salan unas lminas fibrosas, de gra­no spero y fuerte. Killeen las palp y trat de rom­perlas, sin conseguirlo. Descubri adems unos apa­ratos duros como la piedra, con clavijas de conexin y engranajes cuya finalidad desconoca. En total, cont una docena o ms de productos complicados que salan de la fbrica; muy pocos tenan un significa­do para l y solamente la tela impermeable poda ser til a la humanidad. Los almacenes estaban llenos a rebosar de aparatos cuyo funcionamiento era to­dava menos explicable, envasados y listos para ser expedidos.

Su inters era puramente prctico. Ya no se maravillaba de cuanto surga del incesante ingenio de la tecnologa mec. Una riqueza tan abundante volcada sin cesar le pareca tan inevitable como el rico mun­do orgnico se lo haba parecido a sus antepasados ms antiguos. Era sencillamente una manera sopor­table de aceptar el mundo tal como era, algo comple­tamente natural.

Su mundo estaba dividido de forma muy sencilla. Viva —lo mejor que poda— entre cosas verdes, blan­das y manejables, que tenan un uso limitado. En su da, la humanidad haba surgido de ellas. Pero los ali­mentos salan principalmente de las cubas de los Co­mederos o de los escasos almacenes hmedos de las antiguas Casas que haban construido los hombres. En algunos lugares florecan restos de lo que fuera el rico ecosistema de Nieveclara, en especial las tie­rras con hierba y las parras capaces de subsistir en los desiertos. Aquella vegetacin creca en estado salvaje slo en las tierras fronterizas, alejadas de las ciudades y de los caminos por donde circulaban los mecs.

Al otro lado de aquella borrosa divisin quedaba la mayor parte del planeta. Los mecs iban haciendo presin sobre los oasis verdes, que poco a poco iban desapareciendo. La mayor parte de Nieveclara era una tierra estril, de recursos agotados. Distribuidas por Nieveclara haba fortalezas de los mecs, esculpidas en cermica. En una ocasin, Killeen haba vislumbra­do una de ellas, cuando la Familia, sin darse cuenta, atraves unas crestas de cordillera. El precio de aquel error fueron seis de sus miembros, que se perdieron. Eran construcciones vtreas, escalonadas, que chispo­rroteaban con unas rplicas electromagnticas. Su voz profunda y que pareca surgir de un pozo haba al­canzado el aparato sensorial de Killeen como una ame­naza de muerte.

Killeen aceptaba como un hecho natural que aque­llas zonas lejanas y temidas constituan un camino para que la inteligencia saliera adelante. Los zumbidos y los procesos giratorios que tena a su alrededor eran caractersticas irrelevantes. Ni un solo miembro de la humanidad pona aquello en duda, porque proce­da de una herencia secular en la que los mecs siem­pre haban superado a las Familias en todos los as­pectos. Mucho tiempo atrs, Nieveclara haba sido un mundo glacial pero lleno de verdor. En la actuali­dad, la sequa iba en aumento. El mismo aire extraa la humedad de las gargantas de los hombres. Y al pa­recer todo aquello era obra de los mecs.

Y efectivamente, lo provocaron ellos.

Estaba aturdido por el incesante trajn del trabajo de los mecs que vea a su alrededor. Al principio con­fundi la intrusin de Arthur con uno de sus pro­pios pensamientos errantes

—Qu significa esto?

Hace ya algunos siglos que la civilizacin mec inici el cambio de la ecologa de Nie­veclara. Ellos no funcionaban bien en el mundo clido y hmedo que era antes.

—Y qu tena de malo?

La humedad y el calor tardan poco en oxi­dar los metales. Nieveclara tena, en otros tiempos, bosques alpinos e inmensos mares de hierba que se extendan de punta a pun­ta del horizonte. Los mecs vinieron a ver si el planeta era til para sus proyectos, y al parecer decidieron que lo era, a pesar de que necesitaba lo que ellos llamaban, estoy casi seguro, mejoras.

Killeen se detuvo junto a un aparato de vidrio car­bnico que mola lo que al parecer eran unas grandes esferas de esponja cromada en mate.

—Cmo lo sabes?

Yo estaba all. Al principio nos dimos cuen­ta de ellos y cremos que eran unos simples exploradores. Los Clanes haban erigido sus Ciudadelas...

—Haba ms de una?

El suave tono de la voz de Arthur se detuvo slo un instante a causa de la sorpresa.

Oh s, ahora me olvido muy aprisa de las cosas. T eres oven. Nosotros tenamos, en otros tiempos, cosas gloriosas. Cuando vi­nimos a Nieveclara ya no nos podamos ha­cer ilusiones de estar a salvo de la vida mec. Apenas si podamos cubrir todo un planeta y proteger cada uno de...

—S, s, contina.

Nunca haba odo que la mano del hombre hubie­ra construido nada, aparte de la Ciudadela; slo conoca lo que la humanidad haba hecho transforman­do la tecnologa de los mecs, lo que haba conseguido mediante la rapia. El Aspecto hablaba a menudo de cosas que Killeen saba desaparecidas, y por esto crey que todo aquello eran mentiras o bravatas para rete­ner su atencin. El contraste entre lo que contaban del pasado y la situacin actual era la causa de que s­lo en muy raras ocasiones consultaran a los Aspectos.

Los mecs no nos desafiaron directamente. Algunos creyeron que los mecs apenas se daban cuenta de nuestra presencia, o que tal vez pensaban que ramos una forma lo­cal de vida que no tena importancia real, opinin que supongo la historia ha confir­mado, con tan malas consecuencias para to­dos nosotros. De cualquier modo...

Al llegar a este punto, Arthur percibi la impa­ciencia de Killeen. Su voz se hizo ms rpida hasta que las imgenes y los pensamientos se actualizaron en forma de ramalazos de color azul brillante, unas representaciones vivaces transmitidas sin ms expli­caciones, dejando que los recuerdos de Arthur se ver­tieran directamente en Killeen.

La primera seal fue que los inviernos se hacan ms extremados y que haba menos lluvias. Las cosechas empezaron a menguar. Tuvimos que emprender algunas extensas modificaciones genticas de los cultivos pa­ra aumentar su resistencia frente a la alte­racin de las estaciones.

—Podais comprender los cambios del clima?

Killeen estaba impresionado pero deseaba hallar la manera de ocultrselo a Arthur. Desde luego, no la haba. Not el aura de complacencia del Aspecto.

S, los comprendamos, o por los menos as lo creamos confiadamente; slo ms adelante nos dimos cuenta de que los mecs es­taban llevando unas nubes de gases y pol­vo a la rbita de Nieveclara. Hasta llega­ron a usar asteroides molidos finamente. Aquello caus las tempestades de polvo que al principio consideramos como un aspecto pasajero del clima cambiante, pero que en realidad era el agente provocador de todos aquellos cambios. El polvo se fue apoderan­do de las regiones ecuatoriales. De alguna forma, los mecs provocan la evaporacin de una gran parte del casquete de hielo polar. Todo ello llev a Nieveclara hacia un clima ms seco y ms fro, aunque los procedi­mientos escapan a mi comprensin. Era ob­vio que la civilizacin mec ya haba efectua­do antes aquella especie de ingeniera pla­netaria, y que saban muy bien los millares de efectos secundarios que se podan pro­ducir. Fue una demostracin pasmosa de poder efectuada de un modo tan gradual que no sospechamos que existan unos cam­bios verdaderamente fundamentales hasta despus de varios siglos. Por aquel enton­ces nuestras cosechas se haban marchita­do y nosotros sobrevivamos a duras penas en las Ciudadelas, plantando ms y reco­giendo menos a cada ao que pasaba. ra­mos ingenuos, y creamos que a lo mejor los mecs no nos haban detectado o que al me­nos nos iban a ignorar. Qu estupidez!

Killeen recogi una de aquellas pelotas cromadas y la arroj con fuerza contra el suelo. Se rompi en va­rios millares de hebras de delicada fibra textil, y cada una de ellas reluca bajo la dura luz de flor. Se concen­tr en el rapidsimo discurso de Arthur. Siempre haba hecho poco caso de aquellos conocimientos antiguos, suponiendo que Fanny le dira todo lo que fuera de utilidad. Saba que Ledroff era tan ignorante como l.

—Todava no me has explicado qu representan los Salpicados —dijo.

Tan insignificante era nuestra imaginacin que al principio no reconocimos el significa­do de los Salpicados. Nieveclara sigue una rbita casi circular alrededor de Dnix. El propio Dnix gira alrededor del Comiln en una larga elipse. Nosotros habamos vivi­do en Nieveclara durante la porcin caliente de su rbita; despus del perodo glacial, pe­ro antes de que Dnix se acercara al Comi­ln. Obsrvalo:

Un diagrama tricolor en tres dimensiones apareci estroboscpicamente en el ojo izquierdo de Killeen. Un punto de hielo azul daba vueltas alrededor de un globo de color rojo en llamas. El punto de vista su­fri un cambio telescpico y el globo vir alrededor de un remolino de colores: era el Comiln. Unos n­meros y algunos datos, incomprensibles para Killeen, complementaban la imagen.

—Ya —dijo Killeen, por decir algo—. Muy bonito.

No me esfuerzo en hacer unos esquemas tan intrincados para tu solaz artstico.

La voz de Arthur son severa y molesta. Killeen, para quedar bien, cerr el ojo derecho. El diagrama aument de tamao, mostrando Nieveclara como un disco abigarrado y seco. Las manchas arenosas se mez­claban con unas grises mesetas elevadas.

El esquema avanz en el tiempo. Los siglos iban pasando con rapidez. Las deslumbrantes capas de hielo menguaban. Las nubes se dispersaban. Los desiertos se iban comiendo las laderas de pedernal de las cade­nas montaosas.

Esto es lo que hicieron para conseguir un cli­ma aproximado a sus deseos. Y luego...

En su odo derecho sonaron tres notas, era una lla­mada de asamblea.

—Mira, tengo que irme —dijo Killeen con alivio.

En su ojo derecho apareci de golpe un mapa en tres dimensiones para guiarle hasta donde estaba Ledroff.


7

Cuando Killeen se aproxim, vio que Ledroff esta­ba celebrando una conferencia. Cinco miembros de la Familia estaban sentados sobre una mquina de la­tn cristalino, al fondo de una de las naves con techo de estao destinadas a montajes.

—... puesto que hemos hecho callar a los encarga­dos a palo seco, probablemente no se ha emitido nin­guna llamada de socorro ni de alarma al exterior, na­da de nada —estaba diciendo Ledroff cuando Killeen se dej caer sobre un terrapln pulido.

—Um —coment Jocelyn dubitativamente, jugando con un rebelde mechn de su cabello reluciente, que ensortijaba alrededor del pulgar—. De acuerdo, an­tes siempre haba un par de das de tranquilidad. Pe­ro, podemos asegurarlo ahora?

Ledroff replic:

—Hemos dado un buen golpe. El mejor.

Killeen pens que slo haba sido una incursin de rutina, pero no dijo nada. Era preferible dejar que el Capitn graznara.

Cermo el Lento miraba como una lechuza.

—Podramos utilizar bien el descanso.

—De qu va la discusin? —pregunt Killeen.

Ledroff efectu una pausa dramtica aprovechan­do que tena que dejar el casco sobre una repisa cer­cana. Estaba sentado encima de una mquina pesada en forma de pirmide y con aristas de aluminio; las palancas de mando sobresalan a su alrededor.

—Estamos decidiendo si vamos a quedarnos aqu —le inform desde su alto sitial.

Killeen solt con un bufido:

—An somos capaces de dar uno o dos pasos ms.

—Creo que todava estamos cansados —objet Le­droff en tono razonable—. Los mecs de alto rango nunca se presentan a revisar las fbricas que se que­dan sin mandos antes de tres o cuatro das. Mi opi­nin es que nos aprovechemos de esta circunstancia y descansemos aqu.

—El Mantis podra haber alertado a los Merodea­dores que estn intentando dar con nuestra pista

—dijo Jocelyn.

Ledroff asinti con un movimiento de cabeza y su poblada barba pareci una espumosa explosin bajo la severidad de su cabellera encrespada. Killeen ad­virti que el cuero cabelludo que circundaba el re­cortado cabello de Ledroff apareca limpio. Era la prueba de que estaba dedicando ms atencin a su apa­riencia.

—Estoy de acuerdo, en terreno abierto sera as. Pero aqu no vendrn a mirar.

—Quin puede estar seguro? —pregunt Killeen mientras trepaba por una grada de la gran mquina silenciosa. Desde all logr tener una vista de todo el complejo. Los peones todava seguan ocupados de forma silenciosa y simple, en sus idas y venidas habi­tuales. El zumbido constante de una mquina reso­naba por todo el complejo. Entre las trayectorias pre­cisas y eficientes de los mecs, la Familia se desplazaba por donde le pareca bien, apoderndose de todo lo que encontraban. Ledroff le mir fijamente.

—Yo estoy seguro! Esto es una costumbre. La Fa­milia siempre se acuartela despus de una incursin.

Cermo el Lento hizo gestos afirmativos con sus grandes ojos, amables y clidos.

—Necesitamos algo de tiempo para hacer algunas exploraciones. Puede haber ms servos, incluso tal vez demos con algunos aparatos estimuladores.

Jocelyn se ech a rer.

—Cermo, no hay estimuladores en una factora.

Cermo se encogi de hombros.

—Podra haberlos. Si no los buscamos nunca lo sabremos.

Algo, a la media distancia, impresion los ojos de Killeen y al principio no lo identific.

Ledroff sonri.

—Ests de acuerdo, entonces? Propongo que ins­talemos nuestras camas en la gran factora, despus...

—Esperad. Veis aquello? —interrumpi Killeen.

Jocelyn bizque.

—Es un pen. Y qu?

—Habas visto alguna vez uno como ste?

Cermo contest lentamente:

—Tal vez en una ocasin. No puedo estar seguro.

—Recuerdo haber visto uno en alguna parte —dijo Jocelyn.

—Ha sido hoy por la maana. Y adems, creo que estaba cerca de donde nos atac el Mantis.

Ledroff no perda de vista el pen que se aproxi­maba a ellos sobre sus bandas de arrastre. Tena los paneles laterales con un diseo a rayas entrecruzadas, y aunque gir hacia una de las puertas de la factora, las lentes pticas delanteras estuvieron dirigidas haca la pirmide de latn cristalino hasta que desapa­reci.

—Y qu? —pregunt.

—Creo que es un explorador —aventur Killeen.

Ledroff bizque desde su alto pedestal.

—Puede ser que en cada sitio tengan peones dife­rentes.

—Tambin podra ser que no fuera as —se opuso Jocelyn sin ambages.

—Una clase nueva de peones —propuso Cermo—. Puede que haya muchas.

—Explorador, para quin va a explorar?

—Para los Merodeadores —explic Killeen.

—Los Merodeadores no utilizan exploradores. Lo s —objet Cermo.

—Y qu pasa? —replic Jocelyn con sarcasmo—. Slo porque no conoces otra cosa, ha de ser necesa­riamente as?

Cermo se puso a la defensiva.

Fanny s lo saba.

—Esto lo dices t. No tenemos el Aspecto de Fanny para poder preguntrselo —espet Jocelyn con aspe­reza.

—Hemos de aprovechar nuestra experiencia! —le escupi Cermo como respuesta.

—Lo que tenemos que aprovechar es el sentido co­mn! —manifest Jocelyn.

—Creo que debemos usar ambas cosas —intervino Ledroff.

Killeen frunci el ceo y dijo:

—Yo opino lo mismo que Jocelyn.

Ella se lo agradeci con una breve inclinacin de cabeza, y su energa revelaba una tensin contenida. Tambin Jocelyn haba aprendido la tcnica de Fanny, pero no haba olvidado la leccin principal de la anciana, que era la que le haba costado el ms alto pre­cio: Anticiparse. Comprende a los mecs antes de que te comprendan ellos a ti.

Killeen descubri un rescoldo en los ojos de la mu­chacha que indicaba un resentimiento contra Ledroff. Sorprendido, comprendi que Jocelyn haba queri­do ser Capitana. l haba estado demasiado enreda­do consigo mismo para poder darse cuenta.

—Los peones pueden servir de porteadores de un Merodeador —insisto Jocelyn. Haba vuelto a ensor­tijarse el cabello con los dedos. Lo volvi a alisar con cuidado para dejarlo en su sitio, formando unas on­das sobrepuestas, detrs de las orejas.

Cermo se encogi de hombros.

—Este pen no llevaba nada.

—No. Ahora no. Tal vez ha dejado la carga —aven­tur Jocelyn.

—Para hacer qu? —pregunt Ledroff.

—Para averiguar lo que estbamos haciendo —inter­vino Killeen.

—Fanny nunca coment nada sobre esto —objet Ledroff, pero se dio cuenta de lo poco convincentes que sonaban sus argumentos y aadi—: Los Mero­deadores son demasiado rpidos para los peones. Les habran dejado muy atrs.

—Podra ser que el Mantis fuera lento —apunt Killeen—. Nunca hemos podido ver bien cmo se mo­va.

Ledroff frunci las cejas. Killeen haba visto cmo actuaba Ledroff en las largas marchas y en batalla, y saba que era un hombre precavido y con conocimien­tos. Ahora, convertido de pronto en Capitn, Ledroff trataba de equilibrar los puntos de vista de los dems y conseguir un consenso comunal. Tal vez aquello era lo ms conveniente, pero Killeen notaba en Jocelyn, y hasta en Cermo, una irritacin que poco a poco dominaba el ambiente. Ledroff tena que hacerla desaparecer cuanto antes. Una Familia no puede an­dar o descansar si mantiene resentimientos entre sus componentes.

Ledroff estaba acosado por el inevitable legado de cualquier Capitn: los deseos de la Familia, que gira­ban alrededor de l como un torbellino natural. Re­presentaban un pequeo pero constante drenaje de su autoridad. Aquel chaparrn de quejas se diriga siempre a obtener un descanso, a permitir un respiro a los viejos y a los menos resistentes. Y cualquier Ca­pitn, viendo los constantes inconvenientes que su­pona la incesante marcha forzada, estaba inclinado a escuchar aquellas bien intencionadas y, de hecho, casi lastimeras voces. Era una buena obra el dejar que la Familia se repusiera de sus heridas y de sus esfuer­zos. Pero, con frecuencia, aquella actitud no era de­masiado inteligente.

Ledroff dijo pausadamente:

—Tena la esperanza de que todos estuvierais de acuerdo.

—Jocelyn y yo hemos visto a este pen con el Mantis. Estamos seguros —dijo Killeen con voz cortante, en parte para descargar la tensin y en parte para in­dicar a Ledroff que, como Capitn, deba tomar una decisin.

—Tu memoria est nublada por el alcohol —repro­ch Ledroff con mordacidad.

—Aquello ya pas. —Killeen se daba cuenta de que se haba sonrojado.

Cermo brome:

—Killeen, t deberas estar de nuestro lado. Si nos quedamos aqu, esta noche podrs volverte a entrompar.

—No tengo tu barriga llena de grasa, para que se empape de alcohol. Eso es todo —respondi con sar­casmo Killeen. Cermo tena en la cintura un rollo de grasa que se poda apreciar a travs de la tela imper­meable plateada. A pesar de lo difciles que los tiempos pudieran ser para la Familia, el pequeo abultamiento de Cermo no desapareca, lo que, de hecho, repre­sentaba para l un cierto orgullo.

—Cuando estamos en marcha, esta barriga te deja atrs tragando polvo —replic Cermo con mala idea.

—No ser tanto, porque tienes las botas atadas una con otra —devolvi Killeen.

—Muchachos, estis de humor para sostener un tor­neo verbal? —invit Ledroff sin alterarse.

Aquella seal slo la poda dar el Capitn, y nin­gn miembro de la Familia poda ignorarla. Killeen se dio cuenta de que aquello era lo que haba estado deseando a medias. Necesitaban librarse de las ten­siones que se haban ido acumulando desde la prdi­da de Fanny.

—Desde luego. —Killeen haba iniciado el torneo—. Esto huele como si convirtieras tu grasa en gases.

—Al menos yo tengo cierto arte en tirarme pedos —replic Cermo.

—En ese caso, ve a bombardear con gases a los Me­rodeadores, y djame a m tranquilo con mis amigos.

—Con lo nico que puedes soplar es con tu barriga —se burl Ledroff de Cermo.

—Voy a soplarme a tu madre con mucho gusto, ya ves —contest Cermo.

—Ni te la encontraras, escondida debajo de esa ba­rriga —le escupi Ledroff, que ya iba pillando el ritmo.

—Es telescpica, amigo. Se alarga mucho —ri Cermo—. La prxima vez que la ensee, qudate por ah cerca y oirs cmo suenan las piezas.

Jocelyn sonri al or esto, e intervino.

—Creo que podra mirar fcilmente por ese teles­copio.

—Puedes hacerlo gratis —grit Cermo con regoci­jo. Record que deba taparse la boca, pero aquellas normas de educacin no eran imprescindibles en un torneo.

—Querrs decir microscopio... Es tan pequeo!

Siguieron a lo largo de varios asaltos, y en cada uno de ellos tenan que poner en juego unos rpidos chis­pazos de humor incisivo. El Capitn siempre poda ordenar un torneo-debate para dar salida a las tensio­nes que de forma continua van apareciendo y que si quedan cerradas pueden infectarse. Las rpidas ofen­sas de palabra pueden herir o divertir, aunque lo ideal es que hagan ambas cosas. A medida que todo el gru­po va lanzando pullas, cada persona ataca y los de­ms responden con rplicas o con aplausos.

—Nunca s si Cermo habla o si se est tirando pedos.

—Pero quieres decir que es capaz de hablar?

—Tiene ms prctica con el culo que con la boca.

—Y adems las pronuncia mejor por all.

—Y no babea tanto.

—Es tu madre quien no puede ni hablar cuando me la paso por el telescopio.

—Yo al menos soy amable cuando le doy a tu ma­dre algo agradable y a punto para que se lo coma.

—Un bocazas, eso es lo que eres!

—Tu mujer es como una alfombra, todos pasan por encima de ella.

—Esto es condenadamente cierto!

—Tu padre nunca lo intenta. Es tan feo que cuan­do monta a tu madre ella cree que es un pen.

—El tuyo tiene tantas arrugas en la cabeza que lle­va el casco enroscado.

—Bueno, al menos se enrosca algo.

—Es un asco de hombre: se enrosca el casco.

—Esta es buena. Ests ganando puntos!

—Tu papato es tan feo que cuando llora las lgri­mas le corren por la espalda.

—Ooooo!

—Oye, oye!

Si el debate no canalizaba el enfrentamiento de una pareja determinada, el grupo llegaba a forzar la situa­cin.

Usando frases que permitan la intervencin, o ani­mando las llamadas, podan hacer entrar a la pareja en la competicin. En aquella ocasin, la rabia que Killeen senta hacia Ledroff —que al principio haba disimulado pero que haba ido aumentando durante das— sali a flote cuando empezaron a lanzarse pu­llas y se acab cuando Killeen levant las manos en alto, con las palmas hacia adelante y sacudi la cabe­za con sabidura.

—No hablemos ms del tema de las madres, Le­droff... porque acabo de tirarme a la tuya.

—Oooo!

—Puntos!

—Chpate esa!

Todos se levantaron, riendo y dndose palmadas unos a otros en los hombros, con la calma agridulce de las ofensas ya aireadas. Algunos miembros de la Familia se haban acercado para ser testigos y no in­tervenan. Abrazaban a los dems cuando les llegaba el turno, riendo y tomndose el pelo todava, pero el parloteo, que ya no tena un objetivo determinado a pesar de mantener una alegre vivacidad, segua ofre­ciendo propiedades curativas. La Familia no poda per­mitirse guardar rencores antiguos. El torneo oral, que en otros tiempos era una agradable convencin en la Ciudadela, era una costumbre tan corriente y vital en la Familia como un apretn de manos.

Cuando Ledroff se acerc a Killeen para abrazarse, le dijo sin restos de rencor:

—Es muy posible que tengas razn. Alejmonos de este complejo.

Killeen asinti, sonri y dio una fuerte palmada en la espalda del compaero, y por primera vez, hones­tamente, pens en Ledroff como en su Capitn.

A Killeen le result ms fcil hablar con Ledroff cuando ya se hubo iniciado la marcha.

—Crees que esta factora significa que los mecs es­tn usando los Salpicados? —pregunt Ledroff mien­tras avanzaban jadeantes, andando a saltos con una fila de colinas bajas entre ellos.

Toby se mova a la izquierda de Killeen, una posi­cin ms atrs en el borde del tringulo mvil. Esta­ban atravesando una llanura oscura de barro seco. Se formaban unas grandes grietas, que se retorcan al caer sobre ellas el resplandor abrasante del Comiln, for­mando escamas. Aquellas grandes hojas de arcilla ro­jiza eran ms delgadas que la mueca de un hombre, pero se levantaban a mayor altura que un edificio. Killeen tena la sensacin de que avanzaba sobre un lago pardo cuya superficie era rota en mil pedazos por la tempestad y de alguna manera se quedaba soli­dificada al ser lanzada hacia arriba. Cay sobre una gran lmina de barro que se derrumb a su alrededor como una hoja podrida. Cay atravesando aquella nu­be que se disolva al tocarla hasta que tom tierra con un ruido sordo y hundi por completo las botas en el polvo empalagoso.

Estornud con violencia y grit:

—Arthur dice que cuanto vimos en aquel comple­jo estaba hecho a base de plantas. —Salt fuera del pozo de polvo buscando aire lmpido, fino y seco.

—Y yo he encontrado algunos peones que trans­portaban semillas —intervino Toby—, no te olvides.

La voz de Ledroff son inquieta.

—As pues, tal vez los mecs se estn trasladando ha­cia los Salpicados.

—As parece.

—Maldita sea! Por qu no pueden quedarse en sus ciudades de mierda?

—Arthur dice que planean apoderarse de todo Nieveclara.

—S seor, uno de mis Aspectos me est diciendo lo mismo. Maldita sea, los Aspectos se preocupan y hablan, se preocupan y hablan, como si no tuvieran nada ms que hacer —gru Ledroff.

Killeen solt un murmullo para declarar que esta­ba de acuerdo con l.

—Puede ser que los mecs se estn preparando para cuando el Comiln se acerque.

Toby pregunt:

—Ms cerca? Se mantendr suspendido en el cie­lo?

—Te acuerdas de las rbitas que te dibuj? —le pre­gunt Killeen.

—Un poco.

El muchacho no estaba acostumbrado al mundo in­terior de imgenes proyectadas, rectas y curvas que aparecan suspendidas en el aire, cascadas de datos que en otros tiempos estaban al alcance de los humanos y que eran el legado de sus ancestros, quienes no po­dan imaginar que sus descendientes las miraran sin comprender su sentido. Toby prefera las cosas rea­les que poda tocar.

—Arthur dice que las cosas estn cambiando y que el Comiln est creciendo.

—Y qu?

—Pues que los mecs tambin estn cambiando.

Toby se ri en son de burla.

—Vaya, vaya. Este Arthur es un pedo viejo.

Killeen ri por lo bajo. Dejemos que el muchacho se conserve as un poco ms de tiempo. No hay nin­gn mal en ello.

Despus de abandonar la saqueada factora, haba estado explicando a su hijo las informaciones de Ar­thur. Era mejor explicrselo en trminos sencillos que obligar a Toby a soportar el alambicado discurso de los Aspectos. Aquello ya le llegara demasiado pronto.

Killeen no quera que Toby llevara todava un As­pecto, aunque ya tena edad suficiente para que la Fa­milia se lo permitiera. Los Aspectos dominaban de un modo ms fuerte a las mentes jvenes. En los anti­guos das de la Ciudadela, la Familia habra esperado a que Toby completara su desarrollo mental. Enton­ces, cada adulto transportaba la mxima carga posi­ble de Aspectos. Aquellas presencias vivas mantenan sus pactos con el pasado, y esto les converta en los herederos de una gran raza, y no slo de una merma­da banda en perpetua huida. Aquello representaba una apertura a las tradiciones del pasado y a los antiguos oficios. La continuidad con los das ms gloriosos de la humanidad representaba mucho ms, porque po­cos de la Familia tenan tiempo para aprender de sus Aspectos y Rostros mientras estaban en la huida.

Ledroff jadeaba mientras mantena su paso al trote con largos saltos.

—Si supisemos lo que estn haciendo, si supira­mos por qu... aghhh!

El inarticulado grito procedente de Ledroff no necesitaba ninguna interpretacin por parte de Killeen. La Familia jams haba averiguado por qu los mecs haban atacado la Ciudadela de repente, de la misma manera que en eras anteriores el Clan jams haba sos­pechado el futuro que los mecs planeaban para Nieveclara.

Todos los intentos para llegar hasta los altos nive­les mecs, para hablarles, para negociar, haban fraca­sado. Pocos humanos saban cmo comunicarse con los mecs, ni siquiera a un nivel elemental. Moase, una anciana que viajaba en el vehculo mec, haba efec­tuado algunas traducciones cuando era muy joven. Durante mucho tiempo, la Familia no haba tenido la oportunidad de usar su habilidad, porque todos es­taban muy ocupados en las tareas bsicas de correr, comer y volver a correr.

Killeen tena una presencia ms antigua, un Ros­tro llamado Bud, que haba sido maestro traductor haca mucho tiempo. Pero Killeen jams haba utili­zado aquel saber de Bud, slo se apoyaba en aquel an­ciano ingeniero para las tareas ms sencillas. Invoc al Rostro para preguntarle:

—Sabes algo sobre los cambios del clima?

La respuesta del Rostro de Bud le lleg en forma de unidades cortas, puesto que los Rostros slo con­servaban unos limitados fragmentos de la personali­dad original.

1. En mis das, aire ms caliente.

2. Una vez traduje para Encargado.

3. Encargado dijo Nieveclara era ms fra.

4. Quieres que traduzca de nuevo?

—Mi respuesta es no, lo siento —contest al Ros­tro con educacin, conmovido por la voz lastimera y ahogada con que se haba esforzado en hablarle. Ha­ca mucho tiempo que no haba llamado a Bud. Era muy difcil liberar a un simple Rostro y mantenerse alerta, mientras se estaba de viaje.

Medit la pregunta de Bud. Llam a Arthur y reci­bi un rpido resumen de los antiguos mtodos para hablar con los mecs. Gran parte de toda aquella ex­plicacin le resultaba incomprensible.

Cuando la humanidad se vio obligada a abandonar las cmodas Arcologas, haba intentado, con mucha astucia, vender sus conocimientos sobre la recogida de restos a las ciudades mecs. Unos equipos efectua­ban incursiones en las ciudades lejanas, y despus de­jaban lo mejor del botn cerca de un enclave donde habitaran los mecs. Efectuadas regularmente, aque­llas ofertas de paz persuadan al enclave vecino para que dejara de asaltar las Ciudadelas humanas. Aquella poltica funcion durante cierto tiempo. Los humanos creyeron que sus Ciudadelas, menores y menos peli­grosas que las grandes Arcologas, quedaran a salvo.

Algunas Ciudadelas de la Familia capitalizaron es­te negocio y se especializaron en hablar con los en­viados mecs y organizar el comercio. La Familia King haba sido la mejor en esta tarea, pero incluso sus ms expertos traductores en ocasiones haban sido vcti­mas de una traicin y haban acabado asesinados. Era una vida con muchos riesgos.

1. A pesar de todo, lo volvera a hacer.

2. Deja que yo trabaje.

Killeen se dio cuenta, con irona, de que aquella vez sera l mismo quien arriesgara la vida. Bud capt es­to y se retir, amilanado. Los Aspectos y los Rostros presentaban una curiosa indiferencia hacia las consecuencias de sus consejos, puesto que no podan sen­tir los dolores y malos tragos de Killeen. A pesar de esto moriran si l muriese.

Sin que lo hubiera invocado, un Aspecto mordaz y amargado se col. Killeen hizo rechinar los dien­tes.

Los pecadores que trafiquen con los mecs encon­trarn el castigo que merecen. Los compromisos con aquellos que no viven son imposibles. Segu­ramente la historia te habr enseado esto!

El Aspecto, llamado Nialdi, se introdujo en el sis­tema sensorial de Killeen como un relmpago amari­llo de tormenta, descargndose de tantos aos de frus­tracin reprimida. Nialdi era muy antiguo, vivi en los das en que la humanidad se haba desparramado sin esfuerzo por las zonas templadas de Nieveclara. Haba sido un famoso representante de la religin de aquella era.

—Estoy buscando la manera de salvar el pellejo, vie­jo bastardo —solt a bulto Killeen en voz alta. Men­talmente, intent sujetar al Aspecto, pero ste se le escabull en todas direcciones, como si fuera una ban­dada de furiosos pjaros anaranjados.

Rechazas la Palabra? Acaso la furia salvaje de los mecs no te ha enseado que no hay manera de escapar de nuestras manos? El Santo Grial habla por mi boca!

—Vuelve a tu sitio! —grit Killeen, que tuvo un arrebato de ira provocado por las amenazas de Nial­di. El Aspecto continu lanzndole su jerga religiosa que conmocionaba todo su aparato sensorial. Killeen estaba tan empeado en engaar al Aspecto que l mismo tropez. Cay. La placa curvada del casco se desplaz hacia atrs y a l se le llen la boca de arena. Se levant lanzando improperios.

—No puedes dominar a tus Aspectos? —pregunt Ledroff en tono de burla.

—Este hombre es un plomo —brome Jocelyn.

Molesto, Killeen oblig a Nialdi a permanecer en un rincn alejado de su mente e impuso silencio a aquel zumbido de avispa con un golpe que lo acall. Los miembros de la Familia tenan cada vez ms difi­cultades en controlar a los Aspectos. Esta era otra ra­zn para no hacer cargar con uno de ellos a Toby, pens con amargura.

Dejaron atrs la llanura de barro y ascendieron hasta una erosionada lnea de crestas. Dnix y el Comiln arrojaban sus crudos resplandores sobre la tierra. Los arbustos crecan en las sombras. La Familia fue aden­trndose en el Salpicado. Los lechos de los riachue­los mostraban restos de humedad, como si hubiera llovido un poco durante los ltimos das. De vez en cuando, unas nubes de polvo suban muy alto, em­pujadas por unos vientos raudos. Grandes extensio­nes de cantos rodados y de arena hablaban de torren­tes que en otro tiempo se haban deslizado por all, bajando por las inclinadas laderas de arcilla.

La Familia avanzaba muy dispersa. Incluso si un mec volador les descubra y soltaba una bomba ex­plosiva o un interferidor, slo unos pocos quedaran dentro de la zona de alcance.

—Mira a la izquierda —llam Ledroff a Killeen—. Descubres algo?

El paisaje adquiri un aspecto brillante cuando Killeen aterriz encima de un armazn carcomido por el orn. Haba sido un vehculo oruga. De diseo muy anticuado, lo haban despojado de todas las partes aprovechables, y se consideraba como un depsito abandonado. Desde all estudi el horizonte.

—Parecen mecs, slo que...

—Qu seala tu Largo-Alcance?

—Metal de mec; con seguridad, mucho metal. Pe­ro no huelo a mec.

Los sensores de Killeen tenan una biblioteca de las seales electrnicas mecs tpicas, y haban tomado muestra de los dbiles destellos de transmisin no pro­tegida emitidas por los artefactos que tenan delante. Killeen no podra haber ledo ni comprendido una imagen grfica que detallara las seales de origen mec. Los datos le llegaban como aromas empalagosos, mez­clados con unos olores punzantes.

—No podran haber estado situados a favor del viento para que no pudieras olerlos?

Killeen se enfad.

—Soy capaz de descubrir un pedo mec ms aprisa que nadie —dijo.

Aquello no era del todo exacto: Cermo el Lento tena mejor olfato, pero el hombretn careca de pre­cisin y velocidad.

Killeen, a regaadientes, llam a Arthur para pe­dirle ayuda.

Me preguntas si los mecs pueden esconder­se de esta manera? No, dudo mucho que puedan evitar que captemos sus transmi­siones. Y que puedan eludir nuestros sen­sores.

—Ests seguro?

Debo recordarte que he participado en el desarrollo de estas tcnicas.

—Si permitimos que un nmero tan grande de mecs se nos acerque, que nos capten en sus pantallas...

Te aseguro que...

—Papi, oigo voces —llam Toby.

—Qu clase de voces?

—No las reconozco. No s quin...

Ledroff transmiti:

—Puede tratarse de un truco de los mecs.

Killeen estaba confuso. El instinto le ordenaba que corriera, y de forma automtica se inclin para com­probar si tena las botas bien ajustadas, haciendo que sus enguantados dedos se deslizaran sobre los cierres de fibra vtrea. Volvi la cabeza. Una pequea alte­racin de la capacitancia de sus sensores le permiti recibir el dbil murmullo de una conversacin. Se que­d inmvil. Se superponan y no las reconoca, pero eran voces humanas:

—Se estn acercando.

—Son demasiados. No puedo captarlos de uno en uno.

—Creo que deberamos desviarnos ahora mismo.

—Comprueba a tu izquierda. Hay seales de que nos estn rodeando?

—Tal vez no sean ms que peones.

—No. Dan unos pasos demasiado altos.

—Huelo mucho metal de mec en ellos. Apesta te­rriblemente.

Toby grit:

—Son personas!

Era cierto, all estaban, una delgada cua se dispersaba por la llanura cubierta de profundos surcos. La boca de Killeen adquiri una expresin de incredu­lidad. Una voz que sonaba a lo lejos pregunt:

—De qu Familia? De qu Familia?

—Bishop! Llevamos seis aos fuera de la Ciudadela! —contest Ledroff.

—Somos Rooks —replic una voz femenina.

—Tenemos parentesco vuestro aqu, parientes vues­tros.

—Primos, tos y tas!

Las botas se hundieron en la arena desgastada por el tiempo y los dos tringulos que avanzaban por la llanura se precipitaron uno hacia el otro. Corran mez­clados, se gritaban entre ellos. Preguntas relaciona­das con parientes desaparecidos retumbaban en los receptores auditivos, y se cruzaban respuestas articu­ladas con voz ronca. Unos rpidos movimientos de piernas cuando alcanzaban el punto ms alto en los saltos. Luego los dos vrtices de los tringulos se en­contraron y los hombres y las mujeres se echaron unos en brazos de otros. Detrs de los cascos llenos de ara­azos haba unas caras apenas recordadas, gente que momentos antes slo eran imgenes borrosas de una vida maravillosa que haba desaparecido. Las caras te­nan arrugas y heridas cubiertas de costras oscuras, heridas cicatrizadas e incluso cuencas de ojo vacas que evidenciaban la escasez de piezas de repuesto. Las bocas descubran unos dientes arruinados de los que slo quedaban unos restos grisceos y unos labios en­marcados en sangre. Gritaban y hablaban unos con otros, a pesar de que la mayora de ellos en realidad slo conoca a una pequea parte de las caras gesticu­lantes que se acercaban a travs de la accidentada lla­nura. En la Ciudadela haban convivido millares de individuos. Haban ido tan lejos con su pequeo gru­po, cerrado y hermtico, y sus memorias estaban tan sobrecargadas con un peso tan grande de terrores co­tidianos, que cualquier rostro era un recordatorio in­mediato, innegable y palpable, de la colectividad de su especie. Los amigos perdidos se abrazaban. Se in­tercambiaban gritos en el aire. De pronto se vean a ellos mismos como algo ms que una banda desorde­nada de criaturas perseguidas. Con sus gritos y su ale­gra incontenible celebraban a la misma humanidad.

Toby encontr inmediatamente a un muchacho y a dos chicas, que llegaron saltando por delante de los ms rpidos hombres que corran. Se abrazaban, ha­blaban entrecortadamente, hacan cabriolas y hasta luchaban en su frenes espontneo, mientras alrede­dor de ellos las dos Familias colisionaban, como dos fluidos separados desde mucho tiempo atrs que con­fluyeran en un torrente de cuerpos, de conversacio­nes, de simples gritos inarticulados, de llantos con re­pentinas lgrimas.

Killeen se encontr con un hombre al que haba conocido cuando trabajaba en los campos: Sanhakan, de cejas grandes y perfectamente afeitado. Sus ojos danzaban en una red de arrugas entretejidas y bron­ceadas por el sol. Sanhakan le dio palmadas en la es­palda, jur y levant a Killeen del suelo con un abra­zo de oso. Ambos rean como salvajes y se miraban mutuamente a travs de los cascos empaados como para asegurarse de que el otro era en efecto algo real y no un sueo febril. Se quitaron los cascos, al igual que todos los que estaban a su alrededor, y se besa­ron en seal de bienvenida incrdula. A partir de entonces, slo confiaron en el gusto y el tacto, en el toque humano de su caliente y spera carne. Killeen aspir el olor a sudor que preceda a Sanhakan. Despus recibi el olor algo ms almizcleo de una mu­jer que apareci de repente a su lado, ofrecindole los labios. Otra mujer vieja y arrugada, que tena el salo­bre olor del cansancio, con el pelo cano, y que posea algo indefiniblemente dulce. Entre golpes, caricias y abrazos consigui abrirse camino por entre la confu­sin de cuerpos que casi le derribaron con sus emba­tes de alegra. Caras roosas y llenas de pelo. Lloro­sas. Lleg junto a un hombre anciano cuyos ojos eran apenas una nfima rendija, pero que en cambio con­servaba una dentadura reluciente y casi juvenil. Killeen le abraz, incapaz de or lo que el otro le estaba gritando sobre la riada de voces confusas que les ro­deaba. Despus, unas manos impacientes arrastraron a Killeen hasta el siguiente, y mientras daba la espal­da al anciano, oy un repentino estallido que pare­ci penetrarle por el extremo de la columna, sigui hacia arriba y sali despedido de su cabeza. Su visin qued oscurecida por un velo rojo. Algo le golpe en la nariz, y not en la boca el espeso sabor de la sangre. Su visin se aclar ligeramente, las nubes ro­jas se fueron apartando y vio que yaca de bruces. Mo­vi los msculos, que le parecan de plomo, y rod sobre s mismo. El anciano haba cado a su lado, con los brazos y piernas en cruz. La lengua le asomaba y tena un determinado rictus en la cara que provoc una inmediata frialdad en Killeen. Era el mismo ho­rroroso aspecto retorcido que haba descubierto en el rostro de Fanny.

Con mucho trabajo, logr elevarse apoyado sobre un codo. El torrente de palabras que flotaba a su al­rededor haba adquirido un tono duro y agudo. Eran alaridos. Cuerpos que caan. Killeen intent dismi­nuir el umbral de su equipo sensor para descubrir lo que estaba pasando. Era algo espeso, nublado, apagado, era corno nadar en polvo. Se puso de rodillas y vio que algunos miembros de ambas Familias es­taban en el suelo, inertes. Otros huan. Algunos esta­ban paralizados por la impresin.

Toby.

Un punzante dolor le recorri las extremidades. Ki­lleen busc a tientas por all. Descubri que su hijo se tambaleaba con incertidumbre a muy poca distan­cia de l.

—Toby! —grit Killeen, sostenindose sobre las rodillas—. Resgurdate, busca refugio!

Toby le haba visto.

—Por dnde?

—Ven!

Tambalendose en precario equilibrio sobre los pies, que le parecan tan pesados como si fueran de made­ra, Killeen consigui llegar a un reborde de peascos dentados.

—Ven... aqu.

Ambos cayeron detrs de la mayor de las piedras. Entonces Killeen se dio cuenta de que no saba desde qu direccin haba partido el ataque.

Toby miraba fijamente hacia las figuras que huan y tena los ojos casi en blanco.

—Qu...?

—Es el Mantis —lo interrumpi Killeen.

8

Veintids cuerpos. Sus subsistemas los contaron automticamente mientras inspeccionaba las colinas lejanas.

Veintids. Todos ellos tumbados como sacos va­cos.

Absolutamente muertos. La muerte definitiva.

Les haba alcanzado algo que disparaba desde muy lejos, algo que tena una puntera extraordinaria. Pa­ra conseguir aquello se requera un artefacto de gran tamao que permitiera hacer una triangulacin muy precisa.

Algo que de tan gran tamao debera ser fcil de descubrir. A pesar de toda la excitacin, deberan ha­ber sido capaces de ver cmo se acercaba. Pero hasta donde le alcanzaba su visin, no descubra nada, no haba el menor juego de luces en la arena.

Mantis.

Killeen oy o presinti un fro y dbil chirrido muy agudo. Se agach de forma automtica. Estaba en el lmite de un campo de bsqueda. Podra ser que el Mantis se alzara detrs de l, o poda estar en cual­quier parte.

Toby estaba echado en el suelo; su pierna izquierda haba quedado levantada apuntando hacia arriba. El muchacho empuj con las dos manos y rod un poco ascendiendo por la ladera rocosa. Sonri y fal­t muy poco para que perdiera el equilibrio.

Killeen alarg la mano para agarrar a Toby por el brazo.

—Vmonos! —Se fueron cojeando hacia el barranco ms prximo, tan agachados como les era posible.

Mientras corra, Killeen percibi simultneamen­te:

Un ligero murmullo de ruido electroacstico, como el de un Merodeador que intentara localizarles.

Un olor muy fuerte, como de chicharrones.

Un fuerte golpe en la base del espinazo.

Scriiiii.

Toby emiti un sofocado grito de dolor.

—Qu... ha sido... esto?

—Ha pasado por encima de nuestras cabezas. Slo nos ha alcanzado su estela.

Killeen recordaba confusamente haber sufrido efec­tos parecidos a aqullos. Se producan al permanecer en el lbulo de emisin secundaria, y cuando las ondas que llegaban desviadas hacia uno de los lados interferan entre ellas para producir una cresta peque­a, pero que se mova muy aprisa. En una ocasin, su padre se lo haba explicado, y el nico recurso factible para contrarrestar aquellos efectos era cerrar todos los sentidos, exceptuando la vista, quedarse insensi­ble.

Killeen borr odo, olfato y tacto; al instante se en­contr en un mundo silencioso e inerte. Atenu la vista. El mundo perdi colorido.

Mientras suceda todo aquello, continuaba soste­niendo el peso de Toby y avanzaba con dificultad.

Luchaba para poder mantener el equilibrio. Lo nico que perciba era unos sordos golpes de tambor en los pies.

Acunaba a Toby muy cerca de su pecho, intentan­do resguardarle de unos rayos desconocidos.

Scriiiii.

Cayeron rodando por la pendiente del barranco y acabaron formando una embarullada madeja de bra­zos y piernas.

La Familia se acurrucaba a lo largo de la proteccin de las piedras desprendidas. Killeen y Toby yacan jadeantes y atentos. Killeen fue activando poco a po­co los sentidos hasta que alcanzaron la potencia m­xima.

Las Familias se defendieron con ardor. Algunos levantaban rpidamente los brazos y disparaban to­do un cargador de ruido electrnico, sin apuntar. Si la cabeza no quedaba expuesta, no se ofreca una entrada directa y fcil al aparato sensorial. Pero, des­de luego, no tenan una idea concreta de los poderes del Mantis. Y en aquella ocasin, los tena acorra­lados por completo, y adems los tena a todos jun­tos.

Killeen toc cuidadosamente la rodilla del mucha­cho.

—Lo notas?

—Ah... ah... Estoy bien.

—Ests seguro?

—Debo de haberme dado un golpe, al caer.

—Qu tal ahora? —dijo flexionndole un poco la pierna.

—Va bi... Ay!

—Descansa un rato. Probablemente estars bien dentro de poco.

—Ay...

—Te duele mucho?

Toby puso los ojos en blanco y palideci. Killeen se abraz a l con un miedo ciego.

—Toby!

—Ay... —Un largo suspiro. La pierna le dio una sa­cudida.

—Qudate tumbado y descansa.

—Yo... no...

Siempre pasaba lo mismo. Los recursos de los hu­manos iban mucho ms aprisa que los pensamientos humanos. Eran unos simples espectadores de sus pro­pias potencialidades interiores. De las antiguas habi­lidades que llevaban enterradas dentro de ellos, en zo­nas de febril rapidez.

Los labios del muchacho empezaban a moverse, a tomar color de nuevo. La batalla interior disminuy de intensidad. Toby jade y tosi. Ante el asombro de Killeen se sent, escarbando con los guantes en la arena gris. Pregunt en un susurro:

—Le hemos matado... ya?

—No. Sigue tumbado.

Los ojos verdes de Toby se abrieron y se le despej la vista.

—Djame que...

—Pero si acabas de...

—Djame dispararle! —casi exigi Toby, con una voz que recobraba fuerzas a ojos vista.

—No te levantes. Todava no sabemos dnde est.

—He odo algo por all —seal, temblando, hacia un lejano corrimiento de piedras. Estaban tan ocul­tos en el barranco que slo vislumbraban la parte ms alta del montn de piedras.

—Cuando la gente empez a caer —dijo Toby dbilmente—, o algo, como metal que se rompiera. Sonaba muy fuerte. No poda mover la pierna y me ca. Me lleg otra vez aquel ruido, que sala de all.

Killeen oy un laberinto cambiante de gritos de las dos Familias; la sangrante humanidad se entremez­claba. Los heridos gruan, algunos de ellos solloza­ban. Una mujer gritaba: Alex Alex Alex Alex, una voz quebrada y aterrorizada.

Algunos gritaban pidiendo instrucciones, buscan­do con desconsuelo a su Capitn. Ledroff, intilmen­te, ordenaba que dispararan, pero no haba nadie que supiera exactamente qu haba sucedido, ni adonde apuntar.

Yacan diseminados por los barrancos de aquella llanura, incapaces de reaccionar. Sin contar con nin­gn refugio, las Familias tendran que salir de all a rastras. Pero el Mantis poda mantenerse en el terre­no elevado y no perderles de vista.

Killeen sac de la mochila un largo filamento y lo enganch en un aro de acero que guardaba en el ex­tremo del puo de su camisa. Era un tubo sensor que su padre le haba dado, y cuya superficie de mica mos­traba araazos y un color amarillento. Lo introdujo en la base de clavija que llevaba en la sien.

Toby pregunt dbilmente:

—Qu es esto...?

—Para mirar.

Killeen cerr los ojos y el tubo sensor se encarg del resto. Vio/oy unos rpidos tirones a su alrede­dor. Despus dobl un brazo hacia arriba y lo levan­t por encima del borde de las piedras. Escudri el horizonte lejano, haciendo descender el punto de mi­ra. Regularmente crispaba las manos para mezclar el flujo de datos que entraban. Esto ayudaba a localizar los espejismos.

—Has captado alguna cosa? —pregunt una voz de mujer a su espalda.

—No. Djame tranquilo.

—Yo lo puedo encontrar. Y le dar.

—Soy capaz de localizarlo, le dar yo.

—No. Yo lo har mejor.

No abri los ojos. Las lejanas y derruidas colinas saltaban, se fundan y lanzaban destellos a travs del punto culminante del espectro que utilizaba en su sis­temtica bsqueda. Recorri centmetro a centme­tro la pendiente para obtener un ngulo menor de observacin y empez a buscar por la zona en forma de abanico del fondo del corrimiento de piedras.

Un susurro metlico pas por su lado, perdindo­se sin ms con un estremecimiento nervioso. Tal vez era un tiro para calcular la distancia. Sigui observan­do minuciosamente con los filtros del ojo derecho; ya estaba a punto de desistir cuando descubri algo que se mova.

Desapareci un instante despus, pero logr vislum­brarlo de nuevo. Un cuerpo alargado. Patas de trpode. Un dibujo complicado se ocultaba entre las rocas, y las antenas giraban a sacudidas.

Killeen desconect el tubo sensor y se dej caer rodando por la ladera de arena caliente que poco a poco se le fue metiendo por el cuello dentro del traje.

—Est bien. Veamos...

La mujer estaba arrodillada al lado de Toby, acari­ciando los msculos de la pierna del muchacho. Lle­vaba un traje gris descolorido ajustado sobre un exoesqueleto que la comprima como si fuera un puo con muchos dedos. No era el primero que vea, pero nin­guno tan bien construido. Las costillas del exoesqueleto envolvan su delgado y alargado cuerpo, del que sobresalan las piernas, en una doble espiral trenza­da. Al llegar al cuello, aquellos negros dedos-costillas se convertan en unos ramales flexibles que se le en­rollaban en la nuca. Se retorcieron ligeramente cuando ella le mir con los msculos estirados y unidos por ellos. Sus ojos de color gris azulado eran ecunimes y calculadores.

—... veamos lo que tienes —concluy l despus de una breve pausa durante la cual haba observado la mochila de ella, completamente llena de abultados aparatos, su negro y seo exoesqueleto y su cabello de bano enrollado y sujeto con alfileres.

—Ahora lo vas a ver.

Mientras hablaba, envi dos seales. Una mano hue­suda se alz para extraer de la desgastada mochila una delgada barra de plstico prensado; ella le obsequi con una tensa sonrisa de lobo.

—Yo... —l hizo una vaga indicacin sobre el hombro—, no haba visto esto. Qu es?

—Un pjaro —contest ella brevemente.

Toby la observaba en silencio con una sonrisa in­segura, como si la accin de la mujer le hubiera cal­mado. Killeen supuso que el muchacho empezaba a sentir las consecuencias del golpe a medida que recu­peraba la sensibilidad de las piernas y los msculos se aflojaban de nuevo.

Ella clav la barra en un reluciente cilindro que te­na a sus pies. Killeen reconoci sus instrumentos co­mo componentes mecs recogidos de la basura, y mon­tados con ingenio para formar un arma diferente de cuantas haba visto hasta entonces. Cuando ella alz el artefacto y lo apunt hacia el cielo, el exoesquele­to se dobl, produjo un ruido dbil y corrigi el de­sequilibrio momentneo de sus piernas.

—Ests segura de que no necesitas...?

Los ojos le relucieron con orgullo.

—Ya puedo.

—Est bien.

Ella avanz como un pato subiendo por la pendiente de piedra arenosa. Con mucha rigidez, se dej caer hacia delante y el exoesqueleto golpe contra las pie­dras. Las relucientes costillas negras evitaron que las verdaderas se rompieran al golpearse contra las pie­dras. Sosteniendo la barra entre los brazos, la apunt hacia el frente; la punta de la barra resultaba pesada a causa del cilindro recubierto de cobre. Con la ma­no derecha extrajo un asa del mismo material que la barra. Meciendo el montaje, ech una visual a lo lar­go de l. Tena dos bases de conexin, como si fue­ran un par de pecas cosmticas en el mismo borde exterior de sus negras rbitas oculares. Ambas que­daron conectadas a las clavijas superiores del mon­taje.

Killeen, sin decir palabra, le transmiti la imagen del Mantis que acababa de registrar haca poco. En el marco de la misma apareca una anotacin: AL­CANCE 2.3275 ZONA KM. No saba qu significaba.

Ella hizo un leve gesto de asentimiento, con los ojos cerrados. Dispar.

El pjaro de cobre sali oscilando de la barra y plane. Fue acelerando rpidamente y antes de que Killeen pudiera ponerse en pie, oy un apagado crump.

Un tono bajo desapareci de su aparato sensorial. Se dio cuenta de que mientras haba durado el ata­que, haba permanecido en el cono de bsqueda del Mantis, recibiendo sus persistentes sondajes.

La mujer se puso en pie lentamente, dolorida.

—Esta arma tiene una precisin infernal!

Los ojos oscuros y de pesados prpados de la vieja se abrieron y cerraron lnguidamente.

—Muerto.
Con un suspiro de alivio, Killeen asinti:

—S, muerto y bien muerto.

El Mantis era un revoltijo de piezas al pie del corri­miento de piedras. Algunas partes se haban desmon­tado a pesar de las fuertes tuercas de acero que las aseguraban a las sujeciones, y haban ido a estrellarse contra las piedras desprendidas.

Killeen aventur lentamente:

—Podra ser el mismo que nos atac hace unos das.

La mujer alz una ceja fina y muy negra.

—Qu es?

—Un Mantis. Pero le destruimos la mente principal con un rompedor!

—Ests seguro?

—Lo vi con mis propios ojos.

Rechinaba y haca ruidos raros al andar; el exoesqueleto le confera una gracia especial, rgida. Su cara terminaba en una barbilla puntiaguda que mantena cubierta por un trapo rojo. A Killeen le pareca que aquella mujer era como una reja, hasta sus huesos pa­recan ser unas simples varillas de calcio de una m­quina que se desplazaba hacia adelante. Pero algo en ella le atraa cuando aquellos fros ojos gris azulados estudiaban su cara.

—Esta pieza de aqu —dijo Killeen sealando a un elipsoide ribeteado de remaches— nos pareci que era la mente principal.

Ella gir la cabeza con vivacidad, pero dando unas cortas sacudidas, como si estuviera fotografiando ca­da una de las piezas del Mantis destruido.

Unas barreras giraban en la base del elipsoide cen­tral, cubierto de cristal, del Mantis. Aquella cosa intentaba enterrarse en una zona arenosa que haba descubierto. Killeen apret su dispersador contra el lbulo de acceso del elipsoide y dispar. La cosa tem­bl y se detuvo.

—Se estaba ocultando —seal ella, y con una rapidez sorprendente regres a saltos al distante barran­co donde las Familias seguan agachadas. Killeen la sigui, sin comprender. Not un penetrante cansan­cio indefinido mientras cruzaba la llanura.

Toby no se haba movido y estaba poniendo a prue­ba su pierna, dando golpes con ella contra el suelo para devolverle la sensibilidad.

—Hola! Lo habis matado?

Killeen asinti.

—Deba de ser otro de...

—Mira! — grit la mujer.

Killeen se fij de nuevo en la carcasa del Mantis que yaca extendida sobre el suelo. Por el punto ms leja­no de las colinas haban aparecido cuatro peones. Eli­gieron un camino hacia abajo, pero con frecuencia hacan largas interrupciones en su descenso. Todos ellos tenan en los paneles laterales unas seales en­trecruzadas, muy parecidas a las que Killeen haba ob­servado cuando estaban en la factora.

—Maldicin!

El primer pen que alcanz la base encontr una pieza del Mantis y la cogi, asegurndola bien sobre el armazn.

—Montaje — dijo la mujer.

—Qu?

Ella no respondi. Miraron en silencio. Killeen ayu­d a Toby a llegar hasta el borde del barranco, y al­gunos pocos ms se unieron a ellos. Haba docenas de piezas del Mantis, y los peones se ocupaban con cuidado de cada una de ellas.

Killeen estudiaba los peones con los ojos casi ce­rrados para defenderse del resplandor combinado de Dnix y del Comiln. Demasiado tarde comprendi que el Mantis haba aprovechado la ventaja del res­plandor de las dos estrellas. A pesar de que su capacidad visual haba aumentado, como una herencia re­cibida desde siglos atrs, los humanos no vean tan bien como los mecs, tanto en la oscuridad como en una luz deslumbrante. Estaban ciegos frente a las ilu­siones creadas por los Mantis.

Y el Mantis les haba pillado cuando estaban me­nos protegidos, ms abiertos y ms humana-mente vul­nerables. De vez en cuando, Killeen apretaba fuerte­mente las mandbulas, como si estuviera mascando aquellos hechos.

No quera volver atrs por la llanura para ver a los que haban cado. Haba visto demasiados muertos durante los ltimos das. Su equipo sensorial reciba muchos lamentos de desesperacin y de horrible sor­presa.

Ya tendra tiempo para aquello. Observ detalla­damente cmo dos peones se encontraron y se ayu­daron uno a otro a colocar sus cargas sobre una pla­taforma de piedra desnuda. Les servira de banco de trabajo, no necesitaban ms. Uno de los peones sac un juego de herramientas de punta fina y empez a desmontar un fragmento medio destruido del Mantis.

—Lo estn arreglando —exclam Toby, maravilla­do.

—Habas visto antes algo parecido? —pregunt la mujer.

—Negativo, nada como esto —contest Killeen—. Pero la mente principal...

—No hay una mente.

—Cmo es posible?

—Les resulta ms fcil de componer.

Toby aadi:

—Tambin les ser ms fcil volverlo a la vida.

—As es. —La mujer se tir del labio, como si estu­viera sopesando una desagradable posibilidad.

—Me parece que han encontrado la manera de re­partir el cerebro por las diferentes piezas del Mantis.

—Uno es estpido, pero muchos hacen un listo? —pregunt framente la mujer.

Killeen comprendi lo que intentaba decirles. Si era posible construir un cerebro a partir de muchas par­tes dispersas, cada una de bajo nivel, pero que contri­buyese con una fraccin vital de aquello que se nece­sitaba para obtener un mec mucho ms listo...

—Tal vez. Despus vienen los peones, lo arreglan y lo vuelven a montar. Tal vez sustituyan alguna de las mentes sencillas en caso de que haya muerto.

—Y vuelve a despertar. A pensar y a cazar.

Su cabello de bano estaba peinado con muchos arabescos rizados que adquiran un resplandor azul. Si se miraba con los ojos entornados, todo el con­junto tomaba la apariencia de un tejido impermea­ble.

—Es una nueva especie de Merodeador? —pregunt Killeen.

La mujer arque las cejas y no respondi.

—No podemos matarlo? —inquiri Toby, cojean­do por all para controlar el estado de su pierna.

—No, a menos que puedas desarmarlo por completo —contest Killeen, mientras empezaba a hacer sus cl­culos. Pensaba sin nmeros, juzgando slo por las im­presiones de su memoria. Las respuestas aparecan de golpe en su mente y l no se paraba a reflexionar si procedan de Arthur o de algn otro Aspecto tcni­co de los que llevaba a cuestas. Declar simplemen­te, con seguridad:

—Apenas si tenemos suficientes municiones para poder hacerlo. Tal vez consiguiramos desguazar to­do este Mantis, o quiz nos faltara poco para dejar el trabajo listo.

—Yo os ayudar —se ofreci Toby.

La mujer puso mala cara.

—Es demasiado trabajo.

Killeen estaba de acuerdo.

—Si lo desmenuzamos, tendremos que usar la ma­yor parte de nuestras municiones.

—Eso puede ser peligroso.

Killeen la mir interrogativamente y comprendi que ella no se refera a una amenaza inmediata, sino al desafo que representaba un Merodeador como aqul. Era una nueva tcnica de los mecs.

Toby se fue por las inmediaciones en busca de ar­mas que recoger; tena la pierna como una barra tie­sa, pero bastaba para sostenerle. La mujer no dijo nada ms, no haca ms que observar a los peones mientras arrastraban tenazmente las piezas para ar­marlas; su respiracin era tan ligera que no llegaba a ser perceptible a travs del exoesqueleto. Una tela impermeable gris, ablandada por el tiempo, se le ad­hera al cuerpo. Estaba delgada, pero sus flexibles cur­vas se destacaban bajo las inevitables rigideces del exoesqueleto con su red de refuerzos, lo que le daba el aspecto de una prisionera dentro de una caja ne­gra. Killeen se preguntaba cmo lo hara funcionar; luego descubri que tena abierta la cremallera de la parte posterior de la camisa; deba de habrsela baja­do mientras regresaba a saltos desde donde haba que­dado el Mantis. Los ojos fotovoltaicos giraban a me­dida que iba andando, siguiendo el man ultravioleta del Comiln.

Todo aquello le serva para hacer trabajar una cu­bierta cuya misin era aadir fuerza a sus msculos para dejarla en igualdad de condiciones con los de­ms. En ella, la seleccin gentica para adquirir una mayor fuerza haba fracasado. Su metabolismo era menos eficiente de lo normal en convertir los alimen­tos en energa. Necesitaba aquella proteccin acosti­llada para mantenerse junto al resto de la Familia. Las reglas eran duras: el miembro que se quedaba atrs, mora. El pregunt:

—Crees que debemos desguazarlo?

—S.

—Voy a buscar a Ledroff y a algunos ms. Estos peones tambin actan de forma extraa. Ser mejor que intentemos cogerles desde lejos. Y no nos limita­remos a desconectarlos.

—No nos dar tiempo.

—Qu? Calculo que pasarn algunas horas antes de que tengan todas las piezas.

—No. Primero hemos de llorar la muerte de los nuestros.

El asinti. Haba sido mucho mejor para l estar all, pensando en el Mantis, que ir a buscar los ami­gos heridos o muertos, o hasta definitivamente muer­tos. Pero haba llegado el momento de ir.

—T eres...

—Shibo.

—De la Familia Rook?

—De la Familia Knight.

—Esta no es tu Familia?

—Los encontr. Mi Familia ha desaparecido.

Lo mir directamente, sin ceder en lo ms mni­mo. Ella no haba salido de la misma Ciudadela, por­que all no haba ningn Knight. Es decir, que todas las dems Ciudadelas tambin haban sido destruidas.

Killeen haba llegado a pensar que sus prdidas eran tan grandes como las de cualquier otro, pero aquella mujer que tena delante haba perdido por completo todo su linaje y deba enfrentarse adems con las insuficiencias de su dbil cuerpo. Tena montones de preguntas que formularle, pero la mirada triste y pen­sativa que ella le devolvi le hizo cambiar de parecer ante la enormidad de las implicaciones no enuncia­das.

—Vmonos. Las Familias necesitarn nuestra cola­boracin.

La ayud a ascender por el barranco y a cruzar el paisaje desierto por donde yacan esparcidos los que haban muerto unos momentos antes.


SEGUNDA PARTE

EL MUNDO

QUE HABA SIDO VERDE


1

Se despert pero no se senta vivo. No vea ni oa nada.

Killeen no contaba con ms gua que una creciente percepcin de unos gradientes de temperatura. Esta­ba echado sobre el vientre y not un escalofro que se introduca en su cuerpo desde el oscuro suelo. Era como si la misma tierra presionara hacia arriba para invadirle, extendindose lenta y metdicamente a tra­vs del traje de saltos, por ingles y caderas, arrastrn­dose por el pecho hasta llegar a los hombros. Su fren­te descansaba sobre los brazos cruzados. Al llegar a la nariz, el fro se introdujo hacia arriba, en los se­nos frontales. El agudo pinchazo que le caus fue el foco original de unos ramalazos de un prometedor calorcillo que le lleg hasta los ojos.

Volvi la cabeza. No vea nada. No oa nada. Aque­llos estmulos discontinuos de calor menguaron. Co­mo si se tratara de una respuesta ante ellos, le azotaron unas sensaciones espeluznantes de un fro tremendo. Not que unas olas sbitas de calor le recorran la todava aterida piel, y unas trayectorias fras, difci­les de localizar, entablaron una lucha con ellas. Am­bas se mezclaron entre s en batallas trmicas a lo largo de lneas espirales que l senta como alfilera­zos de aviso, como dardos chisporroteantes clavados en el vrtice. Con gran sorpresa por su parte, aquel flujo no qued reducido a unas diminutas hebras de fro y calor sino que se transformaron en lo que ha­ban sido siempre: voces, el hablar tenue, entremez­clado y chilln de los Aspectos.

El Grial ya no consentir ms retrasos por tu dis­curso melifluo, Arthur. Hemos de obligar a esta gente a ponerse en marcha, y adems, ha de ser ahora mismo.

1. Hemos de encontrar refugio.

2. Mantis. No comprendo qu es.

3. No podemos asumir tantas prdidas.

Desde luego, me siento casi tan amenaza­do como todos vosotros por la manera tan descuidada con que han malgastado las oportunidades. Podran haber seguido el ca­mino que les habamos aconsejado cuando estaban en aquel lugar... Cmo se llama­ba...? Puente de la Madre Perdida. Si nos hubieran hecho caso, habramos llegado ya a una Casa. Recuerdo perfectamente una Casa que estaba cerca. Nialdi, tu memoria de los grandes das del pasado es mejor que la ma. Cmo se llamaba aquella Casa?

Era el Oasis Godstone. Yo mismo bendije el lu­gar cuando lo consagramos a nuestra causa.

Ah, s. Fue una ceremonia encantadora, na­turalmente. Haba tantos lugares como aqul en aquella poca feliz, cuando entre las Ciudadelas tenamos ms estaciones de las que necesitbamos. Qu riqueza! Via­jbamos sin que el miedo nos pisara los ta­lones. Nunca nos preocupbamos de llevar provisiones o agua, porque sabamos que nos esperaba una marcha muy corta para llegar a las Casas o a las Ciudadelas, don­de...

1. Cete al tema.

Est bien, Bud. Pero no hay que ser tan pun­tilloso. Segn mi opinin, con los mapas que nos quedan, todava podemos volver sobre nuestros pasos y buscar el Oasis Godstone. A pesar de lo manchados que estn los ma­pas y de lo atrasados que sean, desde lue­go no puedo estar seguro, pero mis clcu­los...

Andaban mucho ms equivocados, Arthur, cuan­do no hacan caso de los consejos de nuestra Her­mandad. Las rdenes que nos hemos dignado trans­mitir desde los primeros das, cuando llegamos aqu... No, desde que la Verdad Providencial nos dio el conocimiento, desde los eones inmemoria­les!... demuestran definitivamente que este vaga­bundear por unas tierras yermas transformadas por los mecs no es el camino adecuado hacia la resu­rreccin final de todos nosotros. Mis hermanos se­mimuertos, si hemos de andar por la tierra con fuerza y plenitud, hemos de hacer un frente comn.

Me siento ofendido por tus amenazas, Nialdi. Respeto tus habilidades mdicas, no las niego, pero...

Soy, adems, el gua espiritual de la Familia! Me seleccionaron como un Aspecto debido a mi senti­do moral, no simplemente por...

1. Dar golpes sobre el pulpito no es sabidu­ra.

2. Limtate a lo que podemos hacer ahora.

Lo que debemos hacer, mi poco desarrollado Ros­tro amigo, es ejercer el liderazgo. Esta maldita desolacin sobre la que humildemente estamos echados, es abominable! Nuestra muy disminui­da Familia todava lleva nuestro nombre y an es capaz de aspirar a las altas cimas que la huma­nidad lleg a alcanzar...

1. Cmo vamos a salir?

2. Cualquier sitio es mejor que ste.

3. Tal vez, construyendo nave.

4. Ultima nave perdida hace 269 aos.

Vas demasiado deprisa, Bud. Me doy per­fecta cuenta de las atrocidades de los mecs que dieron como resultado la prdida de la ltima de nuestras naves estelares que nos haba trado a esta colmena de gargantuescos...

Son demonios mec! No vuelvas a utilizar otro bonito eufemismo para referirte a ellos, Arthur! Son unos diablicos...

1. Es difcil construir naves.

2. Hay que hacer primero Ciudadela.

3. Nadie sabe el arte de hacer naves, ahora...

4. Vosotros dos, no hablis tan aprisa.

5. Slo soy un Rostro; ya lo sabis.

Todo esto sucedi en un fugaz y borroso intervalo de tiempo, a rachas discontinuas. Killeen yaca inm­vil.

En su interior, en alguna parte, la sensibilidad y la voluntad haban quedado anuladas, pero sus corres­pondientes contactos intentaban enlazarse de nuevo. Aquellas voces que derramaban calor se mezclaban con los frgidos temblores de los tmpanos. Sus tan­genciales argumentos resonaban en unas profundas notas trmicas, como de campana, de irritacin, des­varo e incoherencia.

Se enfoc a s mismo y luch por recuperar el do­minio de su visin. Un sector cuadrado del ojo iz­quierdo se le llen con la radiacin gris del atardecer y apareci una borrosa imagen del redondeado borde de una roca.

Advirti que las voces se encogan y adquiran ma­yor velocidad en el discurso. Dudaba; su aparato sen­sorial, que todava estaba desconectado en parte, con­verta las palabras en unos cdigos termales que iban debilitndose. Unos violentos toques de calor y de fro le recorran el pecho y el cuello, resonando con fuerza. Arthur, Nialdi y Bud no queran volver a en­trar en sus reducidas celdas. Le llamaban.

Haz penitencia, t que reduces al silencio la pa­labra y la sabidura de tus Antepasados! No oses...

Creo que tambin t podras beneficiarte de esta discusin, Killeen. Estoy completamen­te de acuerdo en que tienes que levantarte y ver qu est sucediendo; descubrirs que muchas de nuestros discusiones estn rela­cionadas con la situacin a que se enfrentan ahora ambas Familias. Hemos de preparar una estrategia basada en una cuidadosa va­loracin de los potenciales y de los riesgos, incluyendo...

1. Atiende, Killeen. Puedo calcular por ti.

2. Dame tiempo para que pueda desmontar el Mantis.

3. Ver cmo funciona.

Los barri. Los empuj para hacerles entrar en sus celdas.

En los ojos de Killeen saltaban unos bloques angu­lares de luz. Su ceguera le abandonaba progresivamen­te. El mundo exterior se precipit hacia l. Volvi la cabeza y descubri la rida llanura que se elevaba y se retorca, estirndose cada vez ms lejos. La Fa­milia dorma. El Comiln era un creciente torbelli­no violeta con halo detrs de un lejano pico monta­oso.

A medida que los Aspectos salan de su espacio de percepcin y del proceso de sus sentidos, captaba el aroma de la polvorienta sabana, mezclado con el olor humano. Los odos le crujan cuando penetraba en ellos el susurro del viento.

Los Aspectos necesitaban tiempo para recibir sen­saciones directas del mundo, y no se conformaban con las sobras. Aquello impeda que se convirtieran en seres ridos, en unas meras encarnaciones de res­puesta lenta, sin mucha ms utilidad que uno de los antiguos libros de biblioteca. Mientras Killeen esta­ba despierto, obtenan retazos del mundo desde el rin­cn de su conciencia en donde estaban alojados. Cuan­do dorma, podan obligarle a abrir los ojos para observarlo todo, lo que les proporcionaba una grati­ficante brizna de experiencia. Pero no podan lograr nada ms. Oan a travs de sus odos, saboreaban todo su aparato sensorial, pero al mismo tiempo le hacan el servicio de dejarle aislado, asegurndole un sueo profundo.

Los Aspectos suplicaban a Killeen que les dejara cap­tar sus percepciones, porque aquello era todo lo que podan captar de la vida actual. Cuando Killeen des­pertaba, no poda hacerlo aprisa. Tena que dejarles que se retiraran lentamente a sus pequeas celdillas de chips dejando libres, de muy mala gana y de uno en uno, todos los elementos de su aparato sensorial.

La noche pasada, Killeen haba dejado salir a dos Aspectos: Arthur y Nialdi. Eran los ms fuertes y necesitaban airearse ms que los dems.

Bud, que era el Rostro de un ingeniero muerto si­glos atrs por un Ojeador, representaba una presencia poderosa, a pesar de sus limitaciones.

Los Rostros eran grabaciones parciales de los muer­tos. Un cerebro que hubiera perdido funciones por falta de oxgeno, o cuyo sistema nervioso hubiera que­dado muy daado por la muerte, no poda conver­tirse plenamente en un Aspecto. Resultaba muy dif­cil extraer la personalidad de una mente que se hubiera escurrido casi por completo hacia la oscuri­dad absoluta. La Familia slo salvaba las habilidades y los oficios de los muertos.

Un Rostro proporcionaba un aura desdibujada y recordada de la persona original, un subser que pen­saba con lentitud. Bud haba sido un buen traductor de los signos mecs. Hasta haba llegado a domi­nar algunos de los lenguajes mecs en otros tiempos, cuando la humanidad haba tenido contactos con algunos mecs renegados. Killeen sola impacientar­se a causa de la lentitud del Rostro. Algunas veces pensaba que Bud no era siquiera un Rostro, que co­rresponda a la ms baja calificacin de la personali­dad: los Anlogos. Pero a pesar de todo, Bud le re­sultaba til para encontrar una puerta de entrada en un mec, o deducir la arcaica nomenclatura de las pie­zas mecs.

Killeen se levant y advirti que tena los mscu­los agarrotados. Los miedos de la noche anterior se haban convertido en un dolor de cabeza al desper­tar. Cerr el ojo izquierdo para observar el mapa to­pogrfico de la Familia Bishop. El punto de color na­ranja que representaba a Toby indicaba que todava dorma, yaca a medio camino de un arroyo que le daba proteccin. Bien. El muchacho necesitaba des­cansar.

Killeen anduvo envarado hacia una lejana agru­pacin de miembros de la Familia. Todos se haban dispersado para pasar la noche. Las dos Familias se haban distribuido por una lnea de crestas y un valle muy inclinado que haban encontrado a una hora de marcha forzada de donde qued el armazn del Mantis destruido. Cualquier mec Merodeador que los persi­guiera al menos tropezara con algunos de ellos y alar­mara al resto. Killeen conect sus receptores mien­tras andaba y adquiri pleno dominio de su equipo sensorial. Cuando dorman al aire libre, su mejor de­fensa consista en desconectar todos aquellos sistemas interiores que los mecs pudieran llegar a oler. Cuan­do daba una vuelta alrededor de una roca desbastada por el viento, oy el reconfortante ping que le indicaba que ya haba recuperado toda su capacidad per­ceptiva.

Se qued sorprendido cuando apareci una forma que sala de una grieta increblemente estrecha. Era Shibo.

—Cmo te has podido meter aqu?

—Enroscada. As es ms seguro. —Tena los ojos rojos a causa de lo mucho que haba llorado, pero en su cara no haba seales de lgrimas.

—Has tenido alguna dificultad durante la noche pasada?

—No.

—Los de la guardia, han visto alguna cosa?

—No.

Killeen quera hablar con ella, pero su mente era un torbellino vaco. Y sus monosilbicas respuestas tampoco ayudaban mucho.

—Cuando me despierto, siempre tengo miedo de no tener todo el equipo preparado y en orden.

—S.

—Pero, hasta ahora, siempre lo he tenido a punto —continu sin mucha conviccin.

—S.

—Lo pudiste reparar?

—Lo hizo el Rostro.

Sin contar siquiera con el apoyo de un aj, le re­sultaba muy difcil proseguir. Pero en ella haba un algo que le obligaba a continuar la conversacin. Su sofisticada arma hablaba de habilidades desconocidas para la Familia Bishop. Y sus fras convicciones in­ternas le intrigaban.

Hizo un gesto sealndose su propio ojo izquierdo.

—Cuntos cuentas?

Shibo parpade, y con un ojo observ la lejana distribucin de su Familia. Un momento despus con­test:

—Ochenta y siete.

Al advertir que haba hecho una pausa, Killeen com­prendi que ella haba descargado en uno de sus As­pectos o en algn otro subser el trabajo de calcular el nmero, lo mismo que haca l.

—La Familia Bishop se ha quedado reducida a uno, seis, seis. Ayer perdimos doce.

—La Familia Rook, veintisis.

Esper que Arthur le hiciera el clculo y dijo:

—En total han desaparecido treinta y ocho. Mal­dita sea!

—Juntos somos dos, cinco, tres.

—S, y es una pena porque de los dos, cinco, tres, en realidad tal vez haya slo un centenar que pueda trabajar. El resto son heridos o viejos o nios, como Toby.

Ella asinti y despus aadi:

—Buena cosa, los nios.

Killeen adivin lo que ella quera decir.

—S, as es. Por lo menos los Rook tienen nios. En nuestra Familia hemos tenido nueve nios desde la Calamidad. Dos nacieron muertos. El resto eran dbiles o deformes, o murieron durante el viaje.

Anduvieron un rato en silencio. A los que haban nacido con alguna incapacidad durante el viaje, sus mismas madres los mataban. Killeen no quera que su conversacin derivara hacia aquel punto. Respira­ba ms agitadamente porque tena que hacer un es­fuerzo por no quedarse rezagado. Ella se desplazaba con unos rpidos movimientos de los msculos de las piernas. Su exoesqueleto zumbaba como un raro animal de compaa.

Lo intent de nuevo.

—Por qu supones que el Mantis de ayer no atac a ninguno de los chiquillos?

La Familia Bishop haba perdido a todos sus hijos, exceptuando a Toby, pero los Rook haban logrado, fuera por suerte o por alguna habilidad intuitiva, que algunos jvenes sobrevivieran a los ataques de los Me­rodeadores; aunque no tenan nios pequeos.

—Ofrecen un blanco menor.

—No creo que sea eso.

—Enigma.

Shibo movi la cabeza de un lado a otro ante aque­lla insondable faceta de los mecs. El Mantis haba da­do muerte definitiva a los ms ancianos de las dos Fa­milias. Algunos decan que los ms viejos haban muerto primero, y que despus el Mantis se haba abierto camino por entre el apretado tropel de las Fa­milias reunidas y todava llenas de jbilo, atacando a los humanos como si pudiera averiguar su edad. Moase, la anciana que dominaba la traduccin del len­guaje mec, haba cado.

Pareca como si el Mantis pasara por alto los obje­tivos jvenes, incluso cuando se encontraban junto a vctimas recientes. Killeen dudaba que esta tcnica de disparo fuera posible entre los remolinos de gente aterrorizada que, de repente, se daba a la fuga. De to­das maneras, resultaba ms agradable pensar que la supervivencia de los nios se deba a un afortunadsi­mo azar, y no que se trataba de otra aterradora carac­terstica del Mantis.

Los dos llegaron hasta los miembros acurrucados de ambas Familias. Permanecan sentados en silen­cio, obedeciendo la antigua regla de no estar de pie si se poda descansar. Killeen not que los msculos de las pantorrillas se le estiraban, con el fro de la no­che todava metido en ellos.

Siguiendo las indicaciones de Nialdi, se haba efec­tuado presiones en la cabeza y en la espalda para in­tentar aliviar el dolor, pero los antiguos mtodos no podan borrar todo el dao recibido.

Ledroff mantena una conversacin trivial con un miembro de los Rook, pero Killeen no poda apartar su atencin de la pila de piedras alrededor de cuya base estaban todos reunidos. Haba ayudado a reco­ger y llevar rodando hasta all las piedras, casi hasta la medianoche. La pirmide de cuatro lados surga del suelo del valle. Sus bastas aristas sobresalan.

—Es un mal trabajo —se dijo en voz baja.

—No estoy de acuerdo. Es bueno —susurr Shibo a modo de respuesta.

Los planos laterales deberan haber sido ms lisos, y las aristas quedaban fuera de ngulo, pero Killeen se sinti reconfortado cuando Shibo le dijo aquellas palabras. De un tiempo a esa parte no reciba muchas alabanzas, y la verdad era que senta cierto orgullo por haber trabajado durante media noche, l y cinco hombres ms que todava conservaban fuerzas sufi­cientes. Las Familias haban compartido el traslado de los muertos definitivos, lo que haba dejado ex­haustos a muchos. Cuando Ledroff orden hacer al­to en aquel valle, algunos gimotearon diciendo que era demasiado tarde y estaban demasiado cansados para hacer los rituales funerarios. Killeen, Cermo y algunos Rook haban movido la cabeza en seal de desacuerdo, sin saber qu decir ante aquella falta de disciplina, y haban efectuado los trabajos que consi­deraban correctos.

La pirmide descansaba sobre los muertos definiti­vos, envolvindoles de forma protectora. Ningn mec que pasase por all iba a desmantelar un monumento funerario humano. Aquella regla se haba ido transmitiendo desde siglos atrs. Eran los ltimos vestigios de una era en que haba existido un equilibrio, aun­que fuera de mala gana, entre las Arcologas huma­nas y las mquinas.

Los muertos podran descansar sin que los molesta­ran. Killeen estaba cansado, a cada inhalacin aspiraba el aire como si le costara un esfuerzo. Pero estaba or­gulloso de haber mantenido las tradiciones. Hasta l lleg una imagen borrosa, una pirmide muchsimo mayor elevndose desde unas arenas de color leona­do para ir a taladrar el cielo azul. Converta en ena­nos a los humanos canijos que la contemplaban. Hasta los bloques de piedra tallada con que haba sido cons­truida sobrepasaban en altura a un hombre. No era la primera vez; haba aparecido ante sus ojos, duran­te unos instantes, con ocasin de otros enterramien­tos hechos anteriormente; haba salido a la luz, sin que lo hubiera pedido, procedente de algn Aspecto profundamente arraigado. No saba dnde haba es­tado emplazada aquella gran pirmide mayesttica, con su silenciosa y perenne acusacin de lo que ha­ba debilitado a la humanidad.

—Killeen?

En la voz de Ledroff se registraba una ligera irrita­cin. Killeen se dio cuenta de que no era la primera vez que lo llamaban y que no haba contestado.

—Eh? S?

—El Mantis. Cunto tiempo crees que van a nece­sitar los peones para volverlo a montar?

—Confo en que no acaben nunca de hacerlo. Estoy convencido de que lo destruimos por com­pleto.

—Ests de acuerdo, Shibo? —pregunt Ledroff.

Ella movi la cabeza en seal de duda.

—No conozco esta tcnica de los mecs.

—No puedes decir nada? —A Ledroff le molesta­ba que no le dieran respuestas concretas.

—No pudimos aniquilar cada uno de sus compo­nentes —reconoci Killeen—. No tenamos suficiente municin.

Un hombre llamado Fornax se inclin hacia de­lante. El Capitn de los Rook haba muerto el da an­terior y aquel hombre pareca asumir el puesto co­mo algo natural. Estaba rendido y nervioso, por la expresin de su cara era como si hubiera visto dema­siadas cosas que no le hubiesen gustado y todava es­perara ver ms. Unas largas ranuras le llegaban hasta debajo de los ojos, unas arrugas que parecan ros ali­mentados por una red de afluentes que se extendan por las mejillas.

—Este Mantis, supones que estaba slo de paso?

—Podra ser. Ya habamos tenido un encuentro con otro de ellos —contest Ledroff.

—Se trata del mismo Mantis —objet Killeen. Fornax puso mala cara, como si no quisiera creer­lo.

—Ests seguro?

—Al primero le arranqu el puntal de una pierna. Al que encontramos ayer le haban puesto una pier­na nueva.

—Tal vez haba sufrido algn accidente —aventur Ledroff.

—Eso sera de lo ms raro —declar Killeen para cerrar el asunto.

—Nunca habamos visto un Mantis. Aunque haba algo parecido, segn me cont mi madre —coment Fornax.

—El Mantis mat a los Knight —murmur Shibo.

—Nos habas dicho que fueron Ojeadores, Lance­ros y Batidores. Os rodearon, no dijiste esto?

—El Mantis les diriga. El Mantis nos coga si esca­pbamos —contest Shibo, impasible.

—Ests diciendo que el Mantis diriga el grupo de Merodeadores? —subray Ledroff.

Shibo asinti, en silencio.

—Cmo pudiste escapar? —le pregunt Killeen.

—Me arrastr por entre las piedras.

Killeen record el lugar donde haba dormido aque­lla mujer.

—Cundo sucedi todo eso?

Ella hizo una pausa, para consultar a un Aspecto.

—Hace seis aos, aproximadamente.

La mir con respeto. Haba sobrevivido durante aos por sus propios medios.

—En ese caso, la Ciudadela de los Knight cay al mismo tiempo que la nuestra. Le llamamos el tiem­po de la Calamidad.

Fornax asinti, con los ojos cerrados.

—La nuestra, tambin. Resistimos el ataque de los Merodeadores durante dos das. Despus rompieron las murallas y tuvimos que salir de all.

—Nosotros aguantamos tres das. Alguien dijo que haba visto, a gran distancia, algo muy grande, tan grande como el Mantis —intervino Killeen.

—Es un error muy fcil. Entonces corrieron mu­chos rumores extraos. Para qu tena que haber estado all el Mantis, de todas maneras? Es un con­junto de barras y vainas. No se parece mucho a un luchador —suspir Fornax.

—El Mantis es rpido —apunt Shibo.

—Supongo que tuvo suerte y nada ms. Atrap a Fanny cuando estaba descuidada. Recordad que Ki­lleen se lo carg con un solo tiro —advirti Ledroff.

Killeen asegur:

—El afortunado fui yo, no el Mantis.

Ledroff dio carpetazo al asunto.

—Apareci de improviso cuando estbamos distra­dos. Era una reunin de la Familia.

Shibo volvi a mover la cabeza, lenta y tristemen­te, pero sigui callada. Fornax la miraba con atencin, como si fuera un rival. Killeen saba que aquello era imposible, por muy buena que fuera Shibo, de la de­saparecida Familia Knight, nunca podra llegar a ser Capitn de los Rook. Sac la conclusin de que For­nax se estaba enterando de cosas que antes descono­ca, a pesar de que Shibo haca bastante tiempo que hua con los Rook.

Aquello no sorprendi a Killeen. Ella hablaba muy poco, slo lo estrictamente necesario. Cermo le ha­ba contado que Shibo haba estado viviendo sola, a la sombra de la factora mec, hasta que los Rook pa­saron cerca de all. La aceptaron, pero las costumbres de los Knight eran diferentes a las suyas. Ella coma, trabajaba, avanzaba y consideraba el sexo a su propia manera. De hecho, no se senta unida a ninguno de los Rook. Fornax perciba aquello.

—El Mantis tiene el cerebro repartido en todas sus piezas. O sea, tanto da que destruyamos una parte u otra —dijo Killeen.

—Desde luego, nunca habamos visto un mec co­mo se. Pero esta vez, lo hemos destruido —insisti Ledroff.

Shibo movi la cabeza.

—El Mantis tiene repuestos.

Fornax hizo una mueca para expresar que no esta­ba convencido.

—Con qu? Diseminamos sus partes por el suelo!

—Algo puede juntar las piezas —apunt Killeen suavemente—. Tal vez hasta los mismos cerebros mec.

—Sera ms fcil enviar a otro Mantis —dijo Fornax.

—No, si lo haban construido especialmente —re­plic Killeen.

—Para qu?

—Para darnos caza.

Fornax se palme las rodillas, en son de burla.

Todos los Merodeadores nos dan caza.

—Los Merodeadores desempean determinados tra­bajos, no estn slo para acabar con nosotros —dijo Killeen—. Si nos ven, siguen nuestra pista. Nos ata­can, si les parece bien. Pero no pueden proyectar ilu­siones directamente a nuestro cerebro, como hace el Mantis.

Fornax respir hondo y se encogi de hombros.

—Mira, t. Ya s que has derribado al Mantis.

—Dos veces —seal Killeen.

—Bueno. Pero no hay motivo para que presumas tanto de ello.

Killeen apret los puos con fuerza y consigui no replicar. No haba sitio para disputas entre los Rook y los Bishop.

—Cmo supones que poda saber dnde nos ba­mos a reunir todos nosotros? —pregunt Ledroff, para suavizar la situacin.

—Lo provoc l mismo —declar Shibo.

—Qu? —pregunt Fornax.

Ella le mir con sus plidos ojos que destacaban so­bre su piel expuesta al sol durante tanto tiempo que haba adquirido una tonalidad caoba.

—Hizo que nos encontrramos.

—Las dos Familias?

—S.

Fornax exclam en voz alta:

—Es imposible! Hace dos das que vimos un Baba Yaga. Vena hacia aqu. Vio a un Batidor que iba por una cima lejana, hacia el sur. Fue una casualidad que nosotros estuviramos bajando por aquel valle para distanciarnos del Batidor, antes de que volviramos a dirigirnos hacia el sur. Slo que...

Entonces se dio cuenta y se detuvo. Rein un largo silencio mientras Killeen consideraba la enormidad de la amenaza a la que tenan que enfrentarse. El Mantis utilizaba a los Batidores, a los Baba Yaga y a todos los dems Merodeadores. Aquello inclua sin duda a los mecs que les haban acorralado en el Comedero y haban causado la muerte definitiva de Jake. Todo haba sido un plan para guiar a los Bishop hacia los Rook y, en el momento de su reunin, recoger una abundante cosecha en un campo de muerte.

La prdida de Jake careca de importancia, compa­rada con la catstrofe que les haba golpeado dura­mente en el momento ms vulnerable de la humani­dad. La alegra de haberse reunido y de reanudar las relaciones entre Familias era la caracterstica que los haca humanos. Todo aquello se haba cerrado de gol­pe en un instante grotesco. Los supervivientes deban llevar el peso de una herida que haban recibido en un momento que no iban a olvidar. Era la amarga conjuncin del jbilo y del terror, y aquella reunin tambin iba a exigirles el pago de un elevado precio. Killeen saba, sin necesitar pensar en ello, que el Mantis tena un conocimiento de la humanidad mucho ms sofisticado que cualquiera de los dems mecs. Sa­ba cmo herirles en el punto ms dbil, que era su permanente instinto gregario. Y por ello, era mucho ms peligroso que cualquier hbil Lancero o artefac­to similar.


2

Las dos Familias decidieron aquella maana que se­guiran teniendo Capitanes distintos. Un solo Capi­tn significaba una sola Familia, y la prdida de toda una Familia era algo intolerable para el Clan. Era f­cil suponer que ninguna de las dos Familias aceptara su propio final.

Las conversaciones duraron horas. Ledroff y Jocelyn negociaron con los Rook en un Testimonio plenario, puesto que los Rook no tenan Capitn. Tu­vieron en cuenta todos los ttulos y rituales y otros procedimientos, sin saltarse ni una simple frase o ges­to. Cada etapa tena la misma importancia litrgica, con los moderados y obsequiosos detalles que haban pertenecido a la tradicin durante siglos.

Haba en ello un callado abandono y una obsequiosa comodidad. Los humanos usaban un lenguaje muy elaborado y refinado como refugio frente a la crude­za del entorno. La narracin de historias, culmina­cin del arte oratorio, permita dar un toque barro­co a lo que en principio no debera ser ms que un asunto ligero y sencillo. Esto tambin les proporcio­naba un temporal y cmodo refugio para la extensa herencia humana, a pesar de que slo la recordaran a medias y de una manera borrosa y lejana. Habla­ban y la saboreaban.

En las Ciudadelas, conversaciones como stas iban precedidas por un mes de apasionados chismorreos anticipatorios. Los Testimonios, en los antiguos tiem­pos, se celebraban con gran ceremonia en salas abo­vedadas policromas. En esta ocasin, los altos digna­tarios conferenciaban mientras permanecan sentados en cuclillas, sucios y maltrechos, alrededor de la bur­da pirmide de los difuntos. En otros tiempos, cada Familia se compona de millares de miembros. En esta charla tribal nadie se atreva a soltar una frase que re­conociera su mermado estado actual.

Los Rook nombraron a Fornax, Capitn. Debera tener integrado el plano topogrfico de la Familia Rook en su aparato sensorial, tal como era tradicio­nal. Pero la mujer que saba cmo hacerlo, una espe­cialista anciana y apergaminada llamada Kuiper, ha­ba cado el da anterior.

Fornax y Ledroff no parecan llevarse bien. Pero estaban de acuerdo en que las Familias deban seguir la marcha. Era muy arriesgado permanecer en un lu­gar tan cercano al armazn del Mantis, a pesar de que estaba desperdigado por completo. Si pasaban algu­nos Merodeadores por all, quizs lo repararan. O tam­bin era posible que hubiera ms de un Mantis.

Killeen senta una extraa desazn porque nadie pa­reca haber captado la diferencia esencial entre aquel y los dems Merodeadores. El Mantis mora, pero vol­va a resucitar. Al parecer, haba sido proyectado con vistas a su pervivencia, para que tuviera una energa inacabable e inexorable, especialmente dedicada a se­guir la pista de los humanos.

El estrecho sentido humano de las categoras lo ha­ba clasificado como Merodeador, como si los Clanes no quisieran dar entidad real mediante el lengua­je a un poder que no poda incluirse en los lmites de los ya bien conocidos enemigos del destino huma­no. A pesar de que conocan la existencia de unas gran­des ciudades mec, de desconcertantes construcciones y de empresas incomprensibles, una caracterstica an­cestral del espritu humano les impeda asignar un nombre o un smbolo a las inalcanzables alturas que el Mantis poda implicar.

Nadie haba visto jams a un Mantis que se dedica­ra a recoger chatarra, a dar rdenes a los peones o a robar los bienes de las dems ciudades mecs. No per­teneca a ninguna clase de trabajadores. A diferencia de los Merodeadores, no desempeaba ningn traba­jo. No se le reconoca otro inters que la caza de los humanos. El propio padre de Killeen haba visto al­go que se pareca a un Mantis unos pocos aos antes, y vivi para poder contarlo. Las leyendas del Clan hablaban de algunos mecs vistos en raras ocasiones, a travs de siglos de patrullas forrajeadoras destrui­das y de terrorficos momentos en que unas siluetas con mltiples patas aparecan en el lejano horizonte. Aquellos artefactos de rango ms elevado dejaban un rastro de vidas rotas, la mayor parte de ellas con muer­te definitiva, pero la herencia ms tangible legada a las Familias era una tradicin de horrores, que vivan de forma fantasmal pero innegable en las precisas im­genes de la memoria de los Aspectos y en los relatos de los pocos humanos que haban podido sobrevivir.

A Killeen le resultaba imposible creer que todo aquello se deba al Mantis.

El propio padre de Killeen le haba recitado con de­talle la letana completa de las clases de Merodeado­res, y cuando lo haca, la lenta y resonante precisin de su voz pona de manifiesto el elevado precio que le haba costado a la humanidad aprender cada una de aquellas facetas, y que si olvidaba aquella informa­cin, aunque fuera en un solo momento terrible, po­dran tener que pagar de nuevo.

Killeen conoca ya, por experiencias en terreno abierto, las caractersticas de todos los tipos de Me­rodeadores. Pero de una manera mucho ms inten­sa, las recordaba gracias a la manera ritual con que su padre haba bajado el tono de su voz cuando pas a su hijo el antiguo folklore y las antiguas habilida­des. Lo ms importante de los aliengenas es que son aliengenas, haba dicho innumerables veces. Y con una grave carcajada, sola aadir: Has de estar prepa­rado para que te sorprendan.

El hecho ms terrible de todos era que los Mero­deadores mataban slo como funcin secundaria. In­cluso los Lanceros, aquellos engendros perversos que tiraban flechas, los de los ojos pequeos cuyo traba­jo era proteger las fbricas, slo atacaban a los huma­nos cuando se acercaban a una de ellas.

nicamente la Calamidad contradeca esta regla. Tal vez era congruente que su padre hubiera cado al mismo tiempo que la Ciudadela Bishop, ya que aquello haba representado el final de una era. Killeen no haba visto morir a su padre, slo haba recibido unas palabras inconexas por el sistema de comunica­ciones, mientras l mismo sala huyendo con Toby. Despus se enter de la lista de los que se haban ido. As, todos los detalles, que tal vez era preferible no conocer, se haban mezclado con muchos otros asun­tos, dejando medio ocultos los hechos insondables.

Aprovechando el aire fresco de la maana, recogie­ron las pertenencias de los muertos. Killeen encontr una mochila de burbuja construida con algn ma­terial mec reluciente que no haba visto antes. Le aho­rraba muchos kilos en el peso que deba llevar y se la apoyaba con comodidad sobre la cintura, las cade­ras y los hombros. Cada uno de los muertos cedi su alimento concentrado y las cantimploras, el ms til de todos sus legados.

Killeen se puso en pie y se comi un taco de goma dura que haba pertenecido al Anciano Robert. Vio que Cermo se ajustaba un equipo de compresores para botas, fabricado con carboaluminio. Para ello estaba acoplando el metal mec a las embocaduras de sus muy desgastadas botas. Otros llevaban unos improvisados amortiguadores de choque para las caderas y cascos de doble proteccin; Killeen saba muy bien que al cabo de una semana iran abandonando todo aquel exceso de equipo a medida que se fueran convencien­do de que era demasiado pesado o engorroso. Killeen prefera transportar comida y bebida, y olvidarse de los pesos extras. Ya se haba roto dos veces las costi­llas por no llevar una coraza protectora.

Mientras los dems se dedicaban a dar martillazos y a ajustar piezas, Killeen descansaba, usando como almohada su chaqueta de red, y miraba con gesto bur­ln a algunos que se agenciaban unas esteras blandas para dormir. Tuvo que impedir que Toby cargara con una batera de cocina. Era un objeto pequeo y ma­ravilloso, delicadamente forjado a partir de un metal flexible por algn hbil artesano; cuando se conecta­ba daba una llama azul. Pero tambin representaba un peso suplementario para el muchacho y, por otra parte, Killeen no tena la menor idea de dnde po­dra encontrar combustible para que funcionara. De todas maneras, era muy raro que consumieran alimen­tos cocidos. Sospechaba que los Merodeadores podan oler los humos desde cualquier punto de Nieveclara.

Los miembros de las Familias se fueron reuniendo a medida que se acercaba el medioda. Ledroff y Fornax consultaron a sus Aspectos y discutieron sobre la ruta que deban seguir. Killeen no quiso entrar en la discusin. Jocelyn apoyaba invariablemente las pro­puestas de Ledroff; eso y otras pequeas seales indi­caban que, en el mejor de los supuestos, su relacin con Killeen se haba enfriado. Killeen se encogi de hombros al pensar en ello, aunque lo cierto era que en el fondo le dola.

Las Familias estaban apticas, las mareas emocio­nales del da anterior las haban dejado pensativas y lentas. l mismo se notaba afectado por aquel estado de nimo. Se mezclaba con su resaca, consecuencia de un frasco pequeo y transparente de licor de fru­tas que haba encontrado en el cadver de Hedda, una mujer de los Rook. Lo haba compartido con tres Rook y con Shibo. Bastaba un trago de aquella sedo­sa y ambarina bebida, que tena mucha garra, para notar el efecto. No haba bebido mucho, pero estaba avergonzado por haber vuelto al alcohol. Un dolor de cabeza, cada vez ms intenso, se extenda por su frente y se le introduca en los ojos. Aquello le recor­d las dificultades que haba notado para ver a larga distancia, y fue en busca de Angelique.

Pareci que ella se alegraba de que le pidiese ayuda y prepar el instrumental. Killeen siempre haba pre­ferido que se trabajara sobre l cuando el ruido de la actividad cotidiana se iba acentuando. Se relaj, aban­donndose a la parte dulce de la humanidad, a la im­plcita promesa del ritual diario.

Estaba sentado, quieto como una estatua, cuando se dio cuenta de una mujer que estaba cerca de l. An­gelique estaba trabajando en el visor de larga distancia que llevaba l en la nuca. No poda girar la cabeza porque la tena firmemente sujeta, pero poda volver un poco los ojos. La mujer permaneca inmvil y r­gida. Enfoc los ojos hacia un punto ms lejano. Hasta un movimiento tan ligero como ste hizo que Angelique gruera y soltara unas maldiciones en honor a Killeen. Era la ltima de los Bishop que saba algo sobre los visores de larga distancia. Le hizo unos cuan­tos ajustes en la nuca, cerr de golpe la tapadera de metalcarne y le hurg con fuerza en las costillas con la herramienta de fibra. Killeen solt un grito. Angelique dijo framente:

—Era slo para comprobar tus reflejos. Me parece que estn bien.

—Y un cuerno!

—La prxima vez te quedars sentado y quieto. —Angelique sonri y se fue, mientras la luz de Dnix se reflejaba en sus cromadas perneras.

Killeen se dio masaje en el cuello y prob sus ojos tomando un primer plano de la mujer que estaba cerca de l. Era una Rook joven y musculosa. Su pelo ne­gro se le arremolinaba en las sienes como si fuera una tempestad de bano, de la que salan unas crestas irre­gulares disparadas hacia arriba. Cambi el enfoque y comprob que eran unos puntos azulnegros rodea­dos de venillas de color carmes. Estaba sentada, rgi­da, inmvil, con la cabeza cada hacia un lado, como si estuviera escuchando a alguien que no vea.

Y as era. Mova los labios rpidamente, sin emitir sonido alguno, mientras trataba de poner voz al to­rrente de lenguaje de los Aspectos que discurra sin control por su interior.

Haca mucho tiempo que Killeen no haba visto a alguien tan profundamente posedo. Quiz desde la retirada tras el indiscutible desastre de los Manantiales de la Gran Alicia. La mujer tena los labios llenos de baba. Su mano izquierda empez a saltar. Al cabo de unos instantes, una contraccin espasmdica cer­ca de su ojo derecho pareci sintonizar con los mo­vimientos de la mano.

Killeen envi una llamada a Fornax. Por su cargo, estaba obligado a cuidar de los suyos. Toby se acerc andando lentamente; llegaba ya cargado con la mo­chila y se qued mirando a la mujer.

—Vaya, un payaso! —dijo.

—Nunca hables as de estas personas —le recrimi­n Killeen, observando con atencin a la mujer.

—Se est muriendo.

—Se pondr bien.

—Pues no lo parece.

—Lo normal es que se recupere.

—Yo no espero nada parecido.

—Los Aspectos mueren si su anfitrin muere, ya lo sabes. Tienen derecho a estar asustados.

—Qu estn haciendo?

—Cuando se atemorizan, empiezan a hablar todos a la vez.

Killeen se senta raro al tener que excusarse por los Aspectos de otra persona.

Toby le miraba con la descarada fascinacin de los jvenes.

—No puede desconectarlos?

—No, si todos estn activados a la vez.

—Por qu los ojos se le giran hacia arriba?

Era cierto, tena los ojos en blanco. Adems, haba retrado los labios en un rictus que mostraba unos dientes amarillentos.

—Maldicin! Dnde est Fornax?

Killeen toc el rostro de la mujer. Lo not hincha­do, esponjoso.

—Fjate en sus manos. —Toby ignoraba lo que era estar preocupado.

Killeen mir a su alrededor. Fornax no apareca por ninguna parte, pero algunos Rook los estaban obser­vando.

—Se han apoderado de una gran parte de su apara­to sensorial. Viven por medio de l.

—Pueden vernos?

Killeen vacil. No quera que Toby pensara en co­sas como aqullas, y menos despus de todo lo que aca­baba de suceder. Pero, de todas maneras, el mucha­cho se hara preguntas, puesto que ya lo haba visto.

—S, pueden vernos. Cuando los Aspectos se po­nen as, derriban los filtros de proteccin. Dejan que todo les inunde. Intentan captar cualquier sensacin del mundo, mientras pueden.

—Caray...

—Pero si abusan demasiado...

La mujer se puso en pie de repente. Empez a bai­lar frenticamente, soltando coces y levantando mu­cho los pies. Sus brazos salan disparados azotando el aire en arcos inverosmiles. Levantaba al aire pies y manos al mismo tiempo, formando unos extraos arcos y ritmos. Se estrell contra el suelo. Las piernas siguieron dando sacudidas y sigui bailando. Soltaba unas salvajes patadas contra el polvo y las piedras. Con un verdadero esfuerzo, se lanz hacia arriba, pateando todava como un salvaje. Retorca todo el cuerpo en un absurdo tempo acelerado que daba el contrapunto a cada movimiento de brazos y piernas. Estaba com­pletamente baada en sudor, pero su cara segua im­pasible. Parpadeaba sin parar, como si interrumpiese estroboscpicamente su visin, y tena los ojos cada vez ms vueltos hacia arriba. Abri la boca. Emiti una cancin gutural, grave. Las notas se convirtieron en un quejido cuando el vigor de la danza se acentu, levantando una nube de polvo.

Toby se ech hacia atrs, sorprendido, las comisu­ras de su boca se inclinaron hacia abajo a causa del miedo y de la consternacin. Killeen le empuj toda­va ms hacia atrs, y salt sobre la espalda de la mu­jer. Ella se retorci, sin abandonar su loca danza.. Se lanz hacia l con las manos abiertas. Con el pie de­recho golpe a Killeen en la rodilla dndole una tre­menda coz que formaba parte de aquella frentica dan­za sincopada, y le hizo caer de bruces. l mir a su alrededor. La Familia acuda corriendo, pero no pu­do ver a Fornax. La mujer se mantena en pie gracias al impulso de su taconeo. Empez a dar saltos cada vez ms altos, utilizando las botas para efectuar unas enormes y exageradas piruetas. De pronto, solt un alarido con una voz aguda de soprano.

Killeen se lanz de nuevo sobre ella. En aquella oca­sin pudo cogerla cuando se preparaba para dar otro desmesurado salto. Consigui abrir una pequea ele­vacin capilar que tena en el hombro. Le hizo una llave de cadera, apoyndose con todo su peso sobre ella para inmovilizarla.

El alveolo capilar era una caracterstica de todos los humanos de aquella poca. Haba sido incluido di­rectamente en el ADN humano para proporcionar un acceso rpido al cerebro. Para poder utilizarlo se requera un instrumental muy especfico. Para abrir­lo eran imprescindibles unos ajustes muy delicados. Era el acceso ms difcil al cuerpo humano.

Killeen clav un dedo en el alveolo capilar. Ella gri­t, se dobl y qued sin sentido.

Toby le ayud a tenderla suavemente sobre el sue­lo. Killeen cerr la tapa del alveolo, estaba presionan­do con el pulgar la tapadera para que encajara en su sitio cuando la voz de Fornax bram desde arriba.

—No toques eso! No sabes que...? Si es Ann! Una de los nuestros!

—S —contest Killeen, ponindose en pie—. No lo abrir.

—T... Si ya has hecho saltar la tapa.

Fornax estaba horrorizado, sus plidos labios se re­traan por encima de la encrespada barba.

—No tena alternativa. Sus Aspectos la dominaban.

—Deberas haber...

—... dejado que se lesionara ella misma, que tuvie­ra un tirn muscular, o que se le saltara una junta. Claro.

Fornax se encoleriz.

—Este es un asunto de la Familia Rook!

Killeen vio que Fornax iba a transformar el suceso en un asunto de principios, y en aquel momento ca­libr a aquel hombre.

—Es cierto. Y presento mis excusas.

—Has osado poner tu dedo...!

—Por lo general, esto les detiene.

—Podras haberle causado lesiones cerebrales! —Todava estaba furioso y era incapaz de dar por ter­minado el incidente a pesar de que Killeen le haba presentado excusas. Pero mientras en los ojos se lea todava una severa mirada de reproche, los labios frun­cidos indicaban una momentnea reflexin interior. Killeen vio que aquel hombre dejaba correr libremen­te las emociones hasta que la razn se haca cargo del asunto y les pona freno. No era una buena actitud para un Capitn. Por lo menos Killeen alcanzaba a saber esto.

—Sus Aspectos la haban dominado. Dejemos que sean ellos los que se ocupen de arreglar el problema mental —dijo Killeen.

—Bien, ahora, yo...

Toby salt de pronto.

T no estabas aqu. Haba que hacer algo!

Killeen le acarici el hombro, complacido, pero no quera que Fornax pensase que el muchacho era un deslenguado.

—En este asunto deciden los Rook —le advirti Ki­lleen.

—Pero esto... —insisti Toby.

Una larga pausa cargada de tensin flot entre los dos hombres.

—Agradezco tu ayuda —dijo Fornax con malhu­mor, dndose cuenta por fin de que haba mucha gente mirando—. A los dos. —Inclin la cabeza en direc­cin al muchacho.

Killeen se toc la frente en seal de respeto. Fornax haba efectuado un buen y oportuno cambio de pare­cer, demostrando el autocontrol que la gente espera en un Capitn. Decidi que Fornax no era malo del todo. La marcha que iban a emprender sera una ma­nera ms sutil de juzgarle con precisin. A pesar de todo, pensaba que tanto Ledroff como Fornax apren­deran y creceran hasta llegar a ser los Capitanes que las Familias necesitaban con tanto desespero. Ninguno de los dos llegara a valer lo que el dedo pulgar iz­quierdo de Fanny, pero, quin podra valerlo?

Viajaron a marchas forzadas durante dos das. A campo abierto, en la llanura abrasada por el sol, su nica posibilidad de estar seguros se basaba en la rapidez. Ledroff y Fornax mantenan a las Familias separadas entre s, en forma de dos cuas triangula­res, con tres exploradores en cabeza, cuatro en los flan­cos y tres en la retaguardia. Los Merodeadores tenan fama de atacar desde el flanco posterior y de aprove­char, con frecuencia, la proteccin de una lnea de montaas que acabasen de cruzar los exploradores de retaguardia.

Se dirigieron hacia el interior, al centro aparente del Salpicado. Contaban solamente con un tosco sis­tema de orientacin, y nadie saba la verdadera edad de aquel Salpicado. A medida que iban avanzando a saltos por los valles en pendiente, sus esperanzas se hacan ms factibles. Las zarzas cedan su puesto a los arbustos de hoja ancha. Los resecos brezos iban desa­pareciendo. Unos manojos de color tostado brotaban entre las sombras. Los lechos de los ros mostraban terreno hmedo slo con sacar una palada de tierra.

A medioda de la segunda jornada, las Familias em­pezaron a mezclarse con prevencin. Intercambiaban nimos e informacin acerca de rutas que resultaran ms cmodas para los agotados veteranos. Killeen lle­g a descubrir una lenta fusin entre ellas. Tal vez las bases genticas e histricas que separaban a las Fa­milias tendran que perder fuerza frente a la crecien­te necesidad y al nmero de bajas entre sus miembros. Pero aquello slo era un detalle, comparado con su omnipresente problema, del que hablaban muy po­cas veces: la urgencia de encontrar un refugio.

Eran gentes que se haban formado en las Ciudadelas, donde disponan de las comodidades de un refu­gio fijo. Slo los osados, los valientes y los jvenes salan de las Ciudadelas para capturar o robar en la civilizacin mec. Ahora todos los miembros de la Fa­milia deban vivir como nmadas. nicamente ha­llaban albergue en los Comederos, y en las pocas Casas que quedaban. Se aferraban a la esperanza de encontrar un lugar de descanso definitivo, algo per­manente en un mundo que se tambaleaba.

Killeen daba vueltas distradamente a todo esto, con­tento de tener Capitanes que se enfrentaran a aque­llos problemas. Percibi la presencia de Arthur que se desbordaba en el interior de su mente y recibi su fra e irnica voz:

Supongo que ya sabrs que la humanidad empez siendo nmada.

—Antes de que existieran las Ciudadelas?

Mucho antes que eso, desde luego. Segu­ramente debes recordar que ya te lo he ex­plicado antes.

—Maldita sea, no puedo acordarme de todo! T hablas ms que respiras.

Ya te he dicho que no tengo los mapas ade­cuados de este Salpicado. Es reciente. Pero estoy contrariado por el penoso episodio de hace dos das, cuando te despertaste. To­dos estamos preocupados, aunque supon­go que para ti aquello sucedi en el peor de los momentos, y del peor modo posible.

—Slo has de mantenerte en tu lugar. No te enro­lles. Voy a necesitar toda mi agudeza mental.

Djame aadir, solamente, que la vida n­mada se adapta genticamente a los huma­nos. La civilizacin es un invento relativa­mente reciente.

—Te refieres a la civilizacin mec?

No. A nuestra civilizacin. No a las formas sencillas de las Ciudadelas. Me refiero a la sociedad original humana. Era enorme, gloriosa! Nuestros antepasados construye­ron la nave que nos trajo hasta aqu en un viaje de incomprensible duracin. Vinieron para establecer contacto con las voces que oan por la radio. Ellos...

—Quines?

La voz de Arthur lo explic de mala gana:

Bien. Aparentemente las transmisiones pro­cedan de unos comunicados no autoriza­dos de un grupo de disidentes de la civiliza­cin mec. Pero, entrate, hablaban en un cdigo difcil, un cdigo que poda haberse interpretado mal. Aquellos Capitanes origi­nales vinieron para encontrar lo que les pro­meta el mensaje: una biblioteca de todos los conocimientos galcticos. Piensa en ello! Quin poda saber lo que representaba aquella riqueza, la recopilacin de todos los escritos, de todas las imgenes y de todas las canciones? La nave del Capitn alcan­zaba velocidades casi lumnicas. A pesar de esto, su viaje necesit ms de setenta mil aos. Tamao sacrificio...

—Vinieron para aprender de los mecs? —Esto re­sultaba tan incomprensible para Killeen como el aprender de una piedra o del aire. Los mecs simple­mente estaban, eran una de las fuerzas de la naturale­za con la que quedaba descartado mantener un inter­cambio.

La aguda llamada de Shibo lleg hasta l.

—Empolvador!

Proceda del otro extremo de aquel valle estrecho y pedregoso. Le sobresalt y le hizo salir del ensue­o en que se hallaba inmerso mientras andaba.

Al instante, las Familias se dejaron caer al suelo y buscaron refugio. Sobre una meseta lejana flotaba un objeto con cuatro alas que reluca como si fuera de cobre bruido bajo la intensa radiacin azul del Co­miln, que ya se pona. Killeen pens que tena un aspecto ligero y perezoso. Haca algn tiempo que no vea ninguno, pero aqul no pareca perseguir un objetivo determinado.

La voz entrecortada de Shibo demostr que ella ha­ba llegado a la misma conclusin que l.

—El Empolvador est vaco. Slo mira.

—Supones que va de regreso? Inspecciona el te­rreno?

Killeen miraba con los ojos entornados hacia aquel objeto delgado y puntiagudo. No haba seales del plido polvo blanco que por lo general soltaba en for­ma de delgada y certera columna.

—Pues nos ha visto.

—No s si nos habr visto. Est bastante lejos.

—No tira polvo. Est mirando.

Las Familias se quedaron hacindose los muertos durante mucho tiempo, mientras el aparato descen­da y se deslizaba describiendo unas elegantes curvas. Killeen admiraba sus movimientos esperando, en si­lencio y sin pensar, que se marchara de una vez. Ha­ca mucho tiempo que todos ellos haban aprendido a dejar pasar los mecs sin plantarles cara, a no ser que contaran con todas las probabilidades a su favor. Con­tra los Empolvadores, nunca exista la menor ventaja.

Cuando el Empolvador desapareci tras el horizonte, iniciaron una rpida carrera a saltos en direccin contraria. Killeen orden a Toby que se acercara a l, mientras vigilaba el flanco derecho con mucha ma­yor frecuencia que antes. Los Merodeadores nunca operaban con los Empolvadores, por lo menos hasta donde llegaban sus conocimientos; pero desde lo del Mantis, Killeen esperaba cualquier cosa, nada le hu­biera sorprendido.

Por esto oy el ruido de agona metlica antes que los dems. Las ondas llegaron a su aparato senso­rial en forma de una nota alta y superficial que desa­pareci enseguida. Killeen avis a los dems y deter­min el ngulo de recepcin. Se diriga hacia un arro­yo prximo a ellos, cubierto por completo de arbus­tos.

Killeen se desliz entre unos zarzales de espinas fuer­tes y delgadas y descubri la fuente de aquel dbil grito emitido en microondas. Un Batidor estaba absorto en su trabajo.

El artefacto se haba apoderado de toda una escua­dra de peones de aleaciones. Al parecer, los peones intentaban montar una planta procesadora cerca de una veta de mineral. El Batidor los estaba devoran­do, su vientre ya estaba en funcionamiento. Killeen perciba las sacudidas en tono de bajo profundo que originaba cuando los funda para transformarlos en lingotes ms manejables. El Batidor emiti un ruido de tripas mientras digera, sus costillas cermicas se contraan con pedos y quejidos a medida que obliga­ba a los peones a entrar en sus entraas.

All cerca, dos cascos humeaban todava. Eran los encargados mecs que haban estado al frente de los peones. Eliminados aqullos, los peones slo podan lanzar llamadas de socorro a las distantes ciudades. All, en aquel Salpicado, el transporte del Batidor llegara para llevarse el botn mucho antes de que pu­dieran recibir ayuda.

Killeen indic a los dems que no avanzaran.

Los Batidores no eran peligrosos cuando estaban ocupados en sus tareas principales. Algunos Merodea­dores, como los Ojeadores y los Rastreadores, apro­vechaban las basuras. Eran fciles de evitar si se era gil y se usaban exploradores. Otros eran los agentes de los incesantes conflictos entre las diferentes ciu­dades mecs. Los Recolectores, los Batidores y los Tramperos haban aparecido mucho antes de la po­ca del padre de Killeen, al parecer como respuesta a la inevitable escasez de materias primas.

Los Batidores eran unas mquinas alargadas y trai­cioneras que se desplazaban enroscando y desenros­cando sus anillos. Buscaban a mecs de bajo nivel de las ciudades rivales y los desmantelaban para hacerse con las piezas de repuesto o, sencillamente, con los metales de que estaban compuestos. En la piel, ar­ticulada y resbaladiza, albergaban unos largos criso­les tubulares para fundir metales.

Killeen y su padre haban dado con uno de ellos, haca ya mucho tiempo. Estaba comindose a un mec menor. La Ciudadela, por aquellas fechas, necesitaba repuestos de gran tamao, el tipo de piezas que los Merodeadores tenan en abundancia. Su grupo haba esperado a que el Batidor estuviera completamente hinchado, yaciendo sobre el suelo como un tubo ati­borrado de aluminio troceado que empezaba a excre­tar lingotes de metal. Haban aprovechado aquel mo­mento en que era tan vulnerable para destriparlo con rapidez, arrancndole las partes integrantes y frien­do la mente principal. Adems, prepararon una em­boscada a los transportes de mineral del Batidor cuan­do stos llegaron all como respuesta a la llamada.

Aqul haba sido uno de los mejores ratos pasados con su padre. Ellos dos, solos, en busca de un botn por los flancos de aquella banda de recogedores de chatarra. Killeen haba disparado sobre un Rastrea­dor que transportaba alimentos comestibles para sus componentes orgnicos. Los dos haban celebrado un festn, hartndose a reventar con aquella sustancia pe­gajosa.

En total, haban estado ausentes seis das, y al re­gresar en la maana del sptimo se haban enterado de que la madre de Killeen haba fallecido durante su ausencia. No hubiesen podido hacer nada. Se haba contagiado una de las epidemias que todava queda­ban del tiempo en que los mecs haban intentado eli­minar a la humanidad por medio de virus obtenidos por ingeniera biolgica. Las epidemias aparecan muy de vez en cuando, principalmente porque la bioesfera era demasiado dbil para soportarlas mucho tiem­po. Pero incluso las viejas epidemias que quedaban en estado latente en algn arroyo podan sufrir algu­na mutacin y volver a infectarles. Su muerte haba provocado que Killeen y su padre estuvieran mucho ms unidos durante los pocos aos que transcurrie­ron hasta que lleg la Calamidad.

Observando al repleto Batidor, Killeen sinti un antiguo impulso en su interior. Su visin qued cir­cunscrita a un halo rojo alrededor de aquella cosa hin­chada, de una fealdad insoportable. Las seales que reciba de la Familia se amortiguaron, el mundo del aparato sensorial qued lejos. Unos repentinos rayos pasaron ante sus ojos dejando un profundo rastro azul. Pareca como si algo le empujara hacia adelante; se balanceaba sobre los pies, preparado para avanzar con rabia ciega para llevar la desolacin y la destruccin a aquel distrado y mortalmente feo Batidor.

Entonces sinti una mano en el brazo y Shibo murmur:

—No te muevas.

—Yo, tengo que...

—Vete de aqu.

—He de matar a todos estos condenados...

—Vete ahora.

—Yo... espera...

La mano reposaba fra pero fuerte sobre su brazo. Comprob que su crispacin empezaba a desvanecer­se. Observ que los dems estaban atrs, junto al arro­yo, y se dio cuenta de que estaban sorprendidos de que se hubiera aventurado tan lejos.

—No hace falta. Los transportes del Batidor van a llegar muy pronto.

—Yo...

—La nica manera de vencer a los Merodeadores, es aprender de ellos.

—Pero...

—No debes arriesgarte t mismo. Acurdate de Toby.

—Yo... S, tienes razn.

Dejaron al Merodeador con su comida.

3

Avanzaban con rapidez, espoleados por los contac­tos visuales con el Empolvador y el Batidor. La vege­tacin, que poco a poco se iba haciendo ms espesa a su alrededor, les haba parecido, antes de aquellos encuentros, una callada promesa de paz verde. Slo al dejar muy atrs a los mecs recuperaron aquella im­presin.

Los miembros de las Familias comentaban en voz baja la suave humedad del aire, la hierba de color es­meralda plido, las retorcidas y oscuras parras, las en­redaderas que brotaban de las grietas y las pequeas charcas resguardadas. El hecho de haber encontrado a un Batidor que realizaba su trabajo haba sido un golpe para su sueo secreto y les empujaba todava ms lejos, hacia el centro del Salpicado.

Killeen no senta aquella necesidad de seguir huyen­do. Los Merodeadores le enfurecan, pero ya no le asustaban. Para l eran una amenaza constante, odiosa pero natural.

Incluso en los primeros momentos en que vio el Batidor, no pens que hubiera algo malo en aquella escena sin protagonista posible. Aquellos peones, que mientras eran devorados lloraban clamando por su lejano protector, no dejaban de ser para l enemigos tan antiguos como el mismo Batidor que los estaba destruyendo. Y aunque una rabia ciega se haba apo­derado de l y haban salido a flote sus recuerdos, se dio cuenta de que los trenes orugas del Batidor no funcionaban correctamente porque algunos arbustos se le haban quedado enredados entre los eslabones. A los mecs les resultaba difcil desplazarse por aque­llos terrenos llenos de vegetacin. Esto representaba una ligera ventaja. Era otra manera de que los Salpi­cados hicieran revivir aquel mundo que haba sido verde.

Ledroff les pidi que cantaran. Por el sistema sen­sorial comunal llegaba con fuerza una antigua mar­cha de la Familia, compuesta en un pasado remoto por algn maestro andariego. Killeen dej que el rt­mico espritu de la msica se apoderara de l. La can­cin de la Familia empez a brotar por su garganta.

Aqulla era su herencia favorita, mucho mejor que la de los Aspectos, con toda su verborrea incansable y altanera que poda durar varias vidas consecutivas. Aquella forma del arte meldico le gustaba de manera especial por la sucesin de movimientos progresivos, el arte de Mozart era maravilloso y absorbente. Cun­tas generaciones de la Familia haba que retroceder para llegar al tiempo en que haba vivido el composi­tor? Tal vez aquel hombre haba sido su ttara-ttara-abuelo. A Killeen le habra gustado poder afirmar que les una un parentesco prximo. Arthur intent en­dosarle alguna antigua tradicin, pero Killeen estaba tan absorto con los ritmos musicales que no le pres­t atencin.

Mientras daba saltos al ritmo de la cancin y de la msica, advirti que la Familia avanzaba con mayor rapidez. Ledroff haba hecho intervenir los ritmos acentuados para conseguir que se alejaran ms aprisa del Batidor, para amortiguar los miedos. Haba fun­cionado bien.

—Empolvador! —grit alguien.

La msica se interrumpi al instante.

A Killeen le pill a mitad de un salto. Plane du­rante un breve momento, cay con estrpito al suelo y rod hasta ir a parar a un riachuelo seco. Oli por todas las ondas largas.

—No recibo olor de mec.

Localiz a Toby y despus oy cmo las Familias buscaban refugio. Las madres y padres Rook llama­ban a sus hijos con gritos lastimeros e histricos. El aparato sensorial comunal estaba al borde del pnico.

Shibo transmiti:

—Identificacin incorrecta. Mirad.

Puso el horizonte en un primer plano, y al princi­pio no poda creer lo que vean sus ojos. Tal vez Angelique le haba estropeado el visor de largo alcance? Aquellos objetos volantes parecan estar muy lejos, pero notaba su olor muy prximo...

Shibo habl tranquila y claramente:

—Pjaros.

Atnitas, las Familias se pusieron en pie. Se sacu­dieron el polvo y admiraron en el cielo el revoloteo de aquella nube viva. Centenares de puntitos se pre­cipitaban sobre los arbustos y piaban.

Durante un largo intervalo, nadie dijo nada. Des­pus, unos gritos de entusiasmo viajaron por el siste­ma de comunicaciones. Algunos de los ms jvenes nunca haban visto un ser que volara y que no fuera de metal. Crean que slo los mecs eran los amos del aire, sobre todo porque sus emisiones manchaban de un gris lechoso el cielo del alba.

Toby se adelant corriendo y empez a gritar:

—Hey, vosotros! Hey!

Aquellos diminutos portadores de vida orgnica, en vez de recibirle con gozo como a un miembro de su mismo reino, salieron disparados hacia arriba, co­mo una nube huidiza y asustada. Toby parpade, sor­prendido.

Killeen ri.

—Has de tratarlos con ms delicadeza.

Toby frunci el ceo.

—Acaso no les gustamos?

—La vida ya nace asustada.

—Asustada de la misma vida?

—Sobre todo de ella.

—Los mecs no nos tienen miedo.

—Los mecs tienen miedo de ellos mismos. Te acuerdas de aquellos peones que hace poco lanzaban desesperadas llamadas de socorro?

Toby asinti y dijo con mucha decisin:

—Los mecs tambin tienen miedo de nosotros.

Killeen obsequi a su hijo con una triste sonrisa, plenamente consciente de los motivos del muchacho para hacer valer sus mritos con una declaracin tan abiertamente falsa.

—Tal vez —contest suavemente.

—Seguro que s. —Toby acariciaba el bruido ace­ro de la pistola de disco que llevaba en la cintura, tocando con dulzura aquel pequeo emblema de po­der.

—Los peones y los encargados lanzan llamadas de­sesperadas de socorro cuando nos ven, pero lo hacen porque nos confunden con unos mecs enemigos.

La boca de Toby se retorci en una mueca de evi­dente alegra.

—No es verdad!

—Lo es.

—Nosotros andamos sobre dos piernas. Los mecs se desplazan sobre bandas.

—Y qu?

—Los mecs tienen que distinguirlo.

—Nuestros equipos estn hechos con metal mec. Los peones slo distinguen esto.

—No es as; en absoluto —insisti Toby con fran­queza.

Para poner fin a aquella pequea ofensa a su con­cepto del gnero humano, dio un salto con sus po­tentes botas para llegar a su posicin habitual de viaje. Killeen lo observ mientras se alejaba, era una delgada figura que se desplazaba a saltos con ligereza y con verdadera gracia por encima de barrancos y ma­lezas.

Toby necesitaba sentir que la humanidad luchaba al menos en igualdad de condiciones con los mecs, que haba posibilidades de perder o ganar en su in­terminable huida. Era una manera de aceptar y olvi­dar la matanza del da anterior. Killeen no deseaba mentirle, pero no quera tener que explicarle de for­ma abierta aquello que el muchacho iba descubriendo poco a poco: los humanos tenan tan poca impor­tancia que los peones ni siquiera estaban programa­dos para reaccionar frente a ellos. Slo los Merodea­dores tenan rdenes explcitas con respecto a los humanos, y aquellas rdenes eran simplemente las de exterminarlos. Lo ms probable era que el terri­ble Mantis no desempeara un papel decisivo en la cultura mec.

Hasta el mismo Killeen necesitaba superar el desas­tre de la matanza. No poda pasarse aquellas largas horas arreglndose el cabello y mirando pensativo al espacio, al igual que hacan otros, como Jocelyn, for­mando arabescos de pelo que se desharan en cuanto se pusiera el casco. Aquello nunca haba sido una so­lucin para l.

Killeen notaba el aturdimiento de la tristeza y del dolor como una tremenda, negra y embotada presin interior que era indefinida e insoslayable. En muy raras ocasiones hablaba de aquellos obstculos inte­riores que perciba de forma confusa. Tiempo atrs, Jocelyn haba intentado que l dejara aflorar sus sentimientos y se desahogara hablando; pero slo haba con­seguido que l se sintiera incmodo y estpido, al ad­vertir que su lengua era torpe, correosa y traicionera.

Decidi que deba eliminar las frustraciones como en tantas ocasiones anteriores. Llam a Ledroff:

—Voy a situarme al extremo ms alejado del flan­co izquierdo.

—Enterado y conforme —contest Ledroff con evi­dente alivio.

Durante toda la maana, el Capitn haba sido blan­co de todas las crticas y gimoteos. Al dolor por la matanza haba que aadir la incomodidad de los pies cansados y los msculos fatigados, y con todo ello se poda guisar una amarga sopa de descontento. Jocelyn se haba hecho cargo del flanco izquierdo durante todo el da, y necesitaba que alguien la relevara.

All, la tierra era lisa y joven, como si los elementos contundentes se hubieran contentado con manchar­la en vez de levantarla. Las colinas estaban dispuestas en desordenados grupos all donde se acababan las enormes cordilleras. Killeen corri a grandes saltos hasta donde alcanzaba el sistema sensorial de las Fa­milias. Desde aquella distancia descubri que atrave­saban unas ondulaciones regulares del terreno. Aque­llas subidas y bajadas se desviaban ligeramente en lnea curva de los tringulos humanos que avanzaban. Killeen torci el gesto ante aquel enigma.

Not un tmido cosquilleo, que atribuy a Arthur.

Considerando que estamos en un Salpica­do, esto no ha de sorprendernos.

Killeen capt el ligero reproche del Aspecto por no haberlo consultado por propia iniciativa. Estaba lis­to si esperaba obligarle a pedrselo. Esper unos mo­mentos y Arthur no dijo nada ms.

Killeen hizo entrar en plena actividad al Rostro de Bud.

1. Los Salpicados crean ondas de choque.

2. Se extienden a partir del centro.

3. Comprimen las rocas.

4. Dejan unas alineaciones montaosas.

5. Estas alineaciones se curvan alrededor del centro.

6. Es fcil de ver.

Antes de que Killeen pudiera contestar, Arthur es­cupi con acritud.

sta es una de las hiptesis, es cierto, y se considera la ms probable. Aventurara que estas alineaciones de montaas s han for­mado por una serie de ondas de choque re­flejadas. Recuerda que los Empolvadores pusieron aqu esta tundra mucho tiempo atrs. Bajo ella se encuentra el hielo glacial de Nieveclara, que los Empolvadores han aislado de la biosfera consiguiendo con ello dejarnos en un ambiente muy seco. Las on­das de choque causaron una momentnea fusin de aquellos lechos de hielo. Esto caus unos movimientos orognicos que dieron lu­gar a las montaas. Cuando...

1. Es demasiado complicado.

2. Slo has de seguir las curvas.

3. Deben volverse ms verdes.

Killeen empuj a Bud y a Arthur lo bastante lejos como para que su inacabable discusin le llegara slo como un dbil y quejumbroso murmullo. Las botas le hicieron saltar sobre la siguiente cumbre y sinti crecer en l un sentimiento de libertad y aventura. Haba comprendido parte de la discusin, lo suficiente como para sentirse interesado. El verdor era ms in­tenso cerca de las cumbres, como si el hielo se encon­trara all ms cerca de la superficie y en un da calu­roso se fundiera lo suficiente para alimentar a las ra­ces ms profundas.

Aquello era casi todo lo que poda recordar del pe­noso trabajo agrcola de los das de su infancia. En la Ciudadela, al igual que su padre, haba preferido el vagabundeo y el pillaje. Pero a pesar de ello, se le haba quedado pegado el arte de regar las cosechas con hielo fundido y en aquel momento tena la creciente impresin de encontrarse en un refugio definitivo.

Aterriz junto a una retorcida bola de chaparral pa­ra ocuparse de sus necesidades fisiolgicas. Aquello requera algunos preparativos. Tuvo que quitarse los tirantes del pecho, el cinturn-almacn y los refuer­zos para viajar a saltos. En esta posicin quedaba ms vulnerable, pero siempre prefera aliviarse en la intimi­dad. Ponerse una vez al da en cuclillas representaba para l una satisfaccin que proceda en primer lugar de estar a solas y momentneamente separado de la Familia. En segundo trmino quedaba la abstracta satisfaccin de ayudar a la vida verde por medio de sus excrementos, que no servan para otra cosa. En tercer y ltimo lugar, en la desolacin de Nieveclara, aquel acto proporcionaba un alivio a su sudoroso cuerpo, a sus apretones y burbujeos interiores, procesos a los que dedicaba ms pensamientos que a sus ritmos ciber­nticos o a sus circuitos sensoriales y de defensa. En un mundo tan duro (aunque jams lo hubiera admi­tido), aqul era un sencillo y elocuente placer.

Se relaj para concentrarse en las sensaciones ele­mentales, al igual que lo haca cuando se echaba en los hmedos brazos del alcohol a la menor ocasin. Cuando estaba agachado, aliviando su cuerpo, le sor­prendi de pronto un ratoncillo que se haba atre­vido a salir por entre una maraa de parras y le mi­raba fijamente. Aqul era el primer animal que vea Killeen desde haca muchos aos. Parpade, sorpren­dido. El ratn mir desde abajo a aquel hombre-montaa y solt un chillido. No pareca asustado, ms bien en cierta manera intrigado.

—Sabes lo que soy?

Unos ojos hmedos lo estudiaron con cautela.

—Soy como t! Lo ves?

Unas pequeas garras se alzaron, dispuestas a correr.

—Los dos cagamos, estamos empatados.

La nariz se retorci con escepticismo.

—Ves? Tambin soy de carne. No soy un mec.

Aquella cosita peluda pareca fascinada por el ta­mao de Killeen. Lo husme, emitiendo un ruidito. Se estudiaban mutuamente a travs de un abismo ina­barcable.

Al fin, acab lo que estaba haciendo y se puso en pie.

—Odme, he encontrado un ratn —transmiti por el sistema de comunicaciones general. Aquella noticia provoc gritos de alegra. Cuando Killeen salt por encima de la ladera hacia el interior, el ratn todava le estaba observando, con sus ojillos brillantes y limpios.

Aquella noche acamparon entre dos colinas cerca­nas. Ledroff asign a Killeen el servicio de guardia de medianoche, a pesar de que aqulla era la tercera noche consecutiva que lo haca. Ledroff se estaba con­virtiendo en un buen Capitn, pero se apoyaba en Killeen con ms dureza que en los dems.

Shibo hizo parte de la guardia con l. Segua deci­dida a mantener un mnimo de conversacin, para que sus sensores pudieran captar la menor seal. A Killeen simplemente le gustaba su compaa. El cie­lo apareca cargado de nubes, pero las estrellas lucan algunas veces.

Shibo tena asignada la siguiente guardia y ambos deban dar juntos una vuelta alrededor del campamen­to para que Killeen le fuera sealando cualquier pe­queo indicio que hubiera descubierto en la llanura envuelta en las sombras. Resultaba agradable andar al lado de ella; aunque el tiempo transcurra sin que se dijeran nada, estaban en comunin mediante sus enlaces sensoriales. Era mejor que estar acostado iner­te, descansando en el campamento, cuando los pro­blemas espantaban el sueo.

—Todo tranquilo?

—S —contest l.

La ancha sonrisa de ella rompi la oscuridad con un creciente destello.

—Cansado?

—No. Podra demoler una montaa a patadas.

—Ummmm! —murmur, fingiendo admiracin.

—Has dormido bien?

—El suelo es demasiado duro.

—Coge algunos arbustos y hazte un colchn.

—Es mejor un colchn humano.

Sus ojos relucientes captaron el leve resplandor del disco del Comiln, y l comprendi que le estaba to­mando el pelo.

—Hombre o mujer?

—De hombre, es mejor.

—No es cierto. De mujer es mejor. Tiene ms grasa.

—Grasa? No lo creas.

—T tienes ms que yo.

—No soy una cochina tragona.

—Eres de la clase de cochinos que me gustan. En el punto justo.

—No creers que voy a estarme quieta debajo de ti.

Aqulla no slo era la frase ms larga que le haba odo pronunciar, sino tambin la ms interesante.

—No esperara que te quedaras quieta.

—Bueno. —Otra vez apareci la sonrisa blanca.

A l no se le ocurra qu decir. Los sensores de ambos, que siempre funcionaban estroboscpica-mente, les invadieron de forma sutil, proporcionndoles una minuciosa informacin de sus respectivos mun­dos. Pero en el caso de Killeen, se sintonizaban con la sexualidad, las burlas y las ironas; las miradas de reojo se fueron haciendo cada vez ms espaciadas ba­jo la luz del edredn estrellado que engalanaba la me­dianoche, y se convirtieron en algo infructuoso que ya no tena un objetivo determinado. Killeen lo la­mentaba y se devanaba los sesos para encontrar la ma­nera de decrselo a ella. En aquel instante un animal salt desde un arbusto cercano y estuvieron ocupa­dos durante algn tiempo en calcular su paralaje y asegurarse de que no se trataba de otra cosa. Despus de aquello, la magia se haba esfumado y l no saba cmo volver al punto inicial. Al parecer, ltimamente las oportunidades se le escapaban de las manos; era como si el mundo pasara por delante de l demasia­do aprisa como para poder atraparlo.

Cuando bordeaban una llanura agrietada, Killeen percibi un ruido de trinquete, fro y seco.

—Qu es eso? —Haba intentado sacarle una o dos palabras a Shibo. Se detuvo de pronto, con la cabeza inclinada hacia un lado.

—Cnticos —respondi Shibo.

—Otras Familias? —pregunt Killeen esperanzado.

Durante muchos aos los Bishop haban credo que estaban solos. Ahora ya se atreva a imaginar una re­peticin del milagro. Toby dedicaba todos los mo­mentos que le quedaban libres a sus nuevos amigos, y deseaba tener ms.

—Es extrao.

—No son cnticos —declar Killeen despus de un momento—. Es una especie de...

—No son acsticos.

—Parecen como unas voces muy lejanas —aventur Killeen—. Salen de una boca metlica.

Analizaron en todas direcciones, recorrieron visualmente arriba y abajo todo el espectro, con todos los sentidos amplificados al mximo. Pero nada.

—No percibo ningn mec —confirm Shibo.

—Qu est diciendo?

—No es la primera vez que lo oigo. Es magntico.

—Qu? —Killeen se pas al ultravioleta y capt una dbil radiacin.

Not que se le erizaba el vello de la nuca.

Algo flotaba en la noche.

Pero era algo que no estaba hecho de materia.

Estaba alerta por si se acercaba alguna figura por aquel terreno ligeramente ondulado, pero no haba prestado atencin al aire. Entonces descubri por en­cima de ellos unos velos de gasa luminiscente que se ondulaban. Desde un punto situado en lo alto, caa un roco de rayos de luz blancoazulada que se entre­tejan. Forz todava ms su visin, bendiciendo la habilidad experta de Angelique.

Los rayos formaban una inmensa y confusa red. Se extenda angularmente a travs del cielo, estrechn­dose y convergiendo hacia el sur. Killeen mand una pregunta silenciosa a Arthur.

Lo que ests viendo son las lneas dipolares del campo magntico de Nieveclara. Vara inversamente al cubo de la distancia al po­lo sur, que queda por debajo del horizon­te, detrs de aquella cima. Esta forma local, sin embargo, es anormal. No alcanzo a comprender, pero cabe suponer que...

—Contesta! —dijo Shibo con una nota de urgencia.

Ella oy algo que l no capt. Killeen dud. Des­pus de todo, aquella cosa podra ser una operacin de los mecs.

Escuch con toda atencin. En cuanto acall la voz cantarina y suave de Arthur, a duras penas recogi un ligero rasgueo.

Me detengo, entro y empiezo a emitir. Es­cuchadme! Ahora!

Killeen lanz una mirada interrogante a Shibo, cu­ya tersa cara estaba absorta.

—De dnde vienes? —pregunt Killeen por el apa­rato sensorial. Con mucho esfuerzo logr que su voz se convirtiera en una mezcla de lenguaje acstico y elctrico. Apret la garganta como cuando un hom­bre intenta imitar a una rana. El resultado, transmi­tido y filtrado por una serie de chips incrustados en su cuerpo, envi unas seales electromagnticas que se propagaban en ondas por el aire.

Hubo un momento de silencio, agitado por el vien­to. Y luego:

Las tormentas allan en el lugar donde estoy. Vosotros no sois ms que unos vagos susurros. Hablis demasiado deprisa.

—Repito: de dnde vienes?

De nuevo, una espera interminable.

Giro alrededor del Comiln.

—Igual que nosotros —exclam Killeen, exasperado.

Por encima de l descubri unas parpadeantes go­tas anaranjadas que descendan a lo largo de los rayos azules. La voz de Arthur resonaba en su mente, ex­plicndole que aquello eran partculas que caan ha­cia el polo, golpeaban contra la atmsfera y produ­can unos celajes de aurora.

Aquellos puntos trazadores le indicaron la enor­midad del efecto. Aquella cosa-voz de la aurora dio forma a las lneas de fuerza y las convirti en un co­no magntico que descenda a partir de un punto que quedaba muy por encima de ellos. Una red, como una tienda de campaa, se extenda en abanico sim­tricamente en todos los lados. Killeen vio que l y Shibo estaban en el centro que marcaba en el suelo. Estaba claro que aquello no era un efecto acciden­tal: aquella cosa intentaba hablarles a ellos en con­creto.

Soy lento. Me canso cuando me dilato has­ta tan lejos. Quiero ponerme en contacto con un ser que se llama Killeen.

Killeen parpade con tanta sorpresa que su visin se pas al infrarrojo chilln.

—Qu...? Soy yo!

Durante los largos segundos de silencio que siguie­ron, le pareci or algunas dbiles y temblorosas vo­ces que silbaban por las lneas de campo. Como si qui­sieran escapar de una inmensa presencia.

Tengo un mensaje para ti. Atiende.

De forma imperceptible, el tono resonante cambi y pas a recitar.

No intentes construir una Ciudadela. Si­gue viajando. Pregunta por el Argo.

—Qu? Qu es el Argo?

Yo slo transmito este mensaje. No com­prendo su contenido.

—De dnde procede?

De mucho ms lejos. Hacia el Comiln.

—Quin lo enva?

No s qu ser lo manda.

—Qu eres t, entonces? —pregunt Shibo direc­tamente.

Una concrecin de flujo magntico. Un simple traje, dicen algunos, con que vestir el plasma. Nado en la luz que depende del cobre, al lado de la boca que no conoce fin. Estoy atrapado en las multipolares lneas de campo, envuelto elsticamente alrededor del disco cada vez mayor del Comiln.

Killeen tartamude, intrigado:

—Cmo diablos has conseguido llegar hasta all?

Antes, yo era algo distinto. No s qu era. Tal vez un Aspecto. Ahora soy un toroide de plasma y campo, con una uncin sagra­da, que gira.

—Por qu —pregunt Killeen.

Susurros, zumbidos.

Por qu no? Qu otra cosa vale ms la pena que esto? Te digo, pequeo Killeen: ni el mrmol ni los dorados monumentos de los prncipes van a vivir ms que yo.

Aquel lenguaje fantstico hizo que se perdiera inmediatamente.

—Qu?

Inmortal. Eso soy. Segn ellos.

—Ellos? —pregunt Shibo.

Los constructores de este lugar, este cas­tillo ligero que vuela a merced de vientos turbulentos por encima del reluciente y di­latado disco de creciente calor.

Para acompaar esta terrible parrafada, unas glo­riosas manchas de color fro iluminaron las lneas de campo que se curvaban con elegancia. Killeen se pre­guntaba qu distancia haban atravesado aquellas pu­aladas de fosforescencia. Si aquella cosa que le ha­blaba estaba en el Comiln, que viva en el cielo ms lejano...

—Ests en el disco del Comiln?

Tengo los pies enredados en l, s. Mi ca­beza roza las estrellas.

Se quedaron en silencio, aturdidos.

—Eran humanos? —se atrevi a decir Shibo al fin.

A lo largo de las guirnaldas del tenue campo, flore­can los colores amarillos, desde el oro viejo al ana­ranjado, como si aquel ser estuviera demostrndoles sus recursos, o rebuscara en sus extensos y polvorien­tos archivos de memoria magntica.

De nuevo he de decir que no lo s. Yo era alguna forma de ser, mortal, a punto de aho­garme en los pantanos de la entropa. Hace mucho tiempo. Algo que est dentro de m grita su nostalgia por las eras fsiles del re­moto pasado.

Killeen luchaba con sentimientos contradictorios. Haba algo horrible en un ser tan grotesca-mente grande. Pero le hablaba con un tono crispado que, por su intenso zumbido, le recordaba los cables bajo ten­sin. En ciertos aspectos, era humano. Y adems traa un mensaje para l.

—Qu es un Argo?

Espera un momento a que recoja una par­te distante de m... s, aqu est. No es exac­tamente Argo, sino Argos, s. Ser ms de un Argo? Mi fase de memoria me recuerda que Argos fue una de las primeras rivales de Esparta. Ahora ya lo sabes.

—Qu diablos es Esparta?

Una ciudad.

—Dnde? —intervino Shibo.

Las lneas de campo trazaron unas ondulaciones. Unos puntos de color carmes salieron disparados ha­cia abajo desde ellas.

No tengo datos. Este fichero est terrible­mente anticuado. Y este lenguaje que usas! Es basto, grosero, la manera ms tonta de guardar significados en retculas lineales, co­mo cajas.

Shibo dijo:

—Para nosotros es suficiente.

No lo dudo. Para ser justo, mientras re­paso vuestro vocabulario observo que te­nis algunas palabras extraamente ingeniosas, hasta llegan a ser admirables. Gilipollas. Sibilante. Interconexo. Vaya pala­bras! Tienen gracia, aunque estn al borde del absurdo. Pero Argos no tiene gracia ni contenido. Bueno, ya basta. Slo he veni­do a traer el mensaje, cumpliendo con mi deber, y ahora me voy.

—Espera! —grit Killeen.

Unos resplandores salpicados de manchas se reti­raron a lo largo de las lneas de fuerza con una velo­cidad creciente.

A medida que iban desapareciendo, reaparecan las acostumbradas fibras magnticas planetarias en for­ma de cola de milano, alinendose insistentemente hacia el polo sur.

Esperaron durante largo rato, pero el ser no regre­s. Killeen coment el suceso mientras concluan su ronda; Shibo, segn su costumbre, slo le contesta­ba con monoslabos. Todo aquel episodio resultaba incomprensible. Pero al menos el mensaje era fcil de entender.

Nadie albergaba esperanzas de construir una nue­va Ciudadela. El seguir su viaje era una necesidad, y no una posibilidad.

—Qu carajo ser un Argos? —preguntaba Killeen, exasperado, a Shibo.

—Pregntalo al Aspecto.

Arthur se introdujo all, sin esperar un momento.

Sospecho que se trata de un error de trans­misin. Argos fue una ciudad de la Grecia clsica, en la Tierra. Desempe un papel en la intelectualidad primitiva...

Killeen cort el pesado divagar del Aspecto y sigui andando al lado de Shibo. Fuera lo que fuera lo que el ser-campo haba querido decir, ahora no tena im­portancia, porque se vea claramente que el mensaje era antiguo y ya no tena objeto.

Killeen decidi seguir como hasta entonces y no preocuparse por el almacn de datos polvorientos y de pesada historia con que los Aspectos le estaban ato­sigando sin cesar.

Muchos de los Aspectos ms antiguos daban cada vez menos informacin a medida que envejecan. Una especie de senilidad se iba apoderando de ellos. Las molestas voces de insectos podan recordar una reu­nin que haba tenido lugar trescientos aos antes, pero eran muy vagos cuando se les preguntaba sobre los distintivos de los mecs que haban visto la sema­na pasada.

Y los refinamientos que recordaban desde las Arcologas —opulentas, con salas de baile tan grandes como colinas, con mesas adosadas repletas de dulces manjares, trajes translcidos pero sin embargo tibios— llenaban a Killeen de una envidia rencorosa y aver­gonzada.

Los Aspectos ms antiguos eran los peores, le ma­chacaban con unas glorias imposibles.

Otros miembros de la Familia tenan la misma im­presin.

Jocelyn apenas si poda soportar el tener que lla­mar a los suyos, que eran de los ms viejos y le man­daban imgenes de una riqueza que ella saba falsea­da, no le caba la menor duda.

Algunas imgenes del ser magntico rebotaban en la mente de Killeen y se mezclaban con el dbil dis­curso de los Aspectos. Sacudi la cabeza para despe­jarse.

Si prestaba demasiada atencin a los Aspectos, le robaran las asperezas del mundo y el endurecimien­to que ellas proporcionaban.

Dej a Shibo y regres al campamento, permitin­dose disfrutar de la apabullante riqueza del Salpica­do. Nunca se cansaba de hacerlo. Tan verde, pens. Tan verde, verde, verde.

4

Viajaban inmersos en una impresin de verdor y complacencia. Las ondulaciones del terreno daban a sus pasos un ritmo sensual. Cosas pequeas y chillo­nas se escapaban de debajo de sus pies. La riqueza verde y la dulzura del aire les proporcionaban sosiego. Du­rante toda una jornada no haban atisbado seales de vida mec. Era como si el mundo seco y fro en que los mecs haban convertido Nieveclara se hubie­ra desvanecido. Desde unas profundidades dormidas mucho tiempo atrs, rezumaba una antigua riqueza hmeda.

Ledroff y Fornax haban cado en la rutina de dis­cutir en cada parada de descanso. Mantenan su per­petua discusin dentro de los lmites del Clan pero no podan reprimir su marcada y mutua antipata. Hasta la velocidad de la marcha se pona a juicio, se daba por resuelta y se volva a discutir.

Ledroff insista en que se tomaran precauciones. Fornax quera alcanzar cuanto antes el centro del Sal­picado, sosteniendo que deba de ser muy rico y estar repleto de alimentos naturales. Fornax segua llevan­do a los Rook mucho ms avanzados de lo que se haba acordado para viajar en formacin bifurcada.

Ledroff lanzaba maldiciones a Fornax a travs del sis­tema de comunicaciones, y en una ocasin hasta lle­g a estrellar el casco contra el suelo en un ataque de rabia.. Puesto que los cascos eran el elemento ms com­plicado y nadie tena piezas de recambio para la ma­yora de los chips de que estaba compuesto, aquel ac­to result, a la vez, sorprendente y de una impresio­nante locura.

Viajaban guindose por los astros. Haca mucho tiempo que las dos Familias haban perdido todos los instrumentos de orientacin global. Dnix les acaba­ba de ofrecer un ocaso. La noche quedaba suavizada por el Comiln, que atravesaba el cielo como una gua­daa de corte ancho y daba una media luz plateada y triste. Entonces, las dos Familias se detuvieron pa­ra descansar. Con frecuencia, aquello era en lo nico en que se ponan de acuerdo.

Killeen quiso evitar la disputa de aquella tarde y se march a patrullar por los flancos. Se llev a Toby con l. Anduvieron en silencio, para dejar que sus sis­temas sensoriales captaran hasta el acariciante susu­rro de las colinas y de los retorcidos y bajos rboles. All costaba ms percibir el dbil estremecimiento de los movimientos lejanos de los mecs, o advertir su aceitoso olor. La vida interfera emitiendo una sinfo­na de gorjeos y movimientos rpidos.

—Pap? —Toby tena la garganta irritada despus de haber andado a saltos durante todo el da.

—Has odo algo?

—No, nada. Estaba pensando.

—Sobre qu?

—Aquella mujer de hace dos das.

—La que se estaba volviendo loca por culpa de sus Aspectos?

—sa, s.

Killeen haba esperado que Toby le hablara de aquel episodio.

—Muchos no son tan malos.

—Se pondr bien?

—Lo ms seguro; ahora ya puede andar. Sus Aspec­tos todava estn algo asustados. Quieren vivir.

—Bailando a lo loco, como bailaba ella? Esto es vivir?

Toby se detuvo y se volvi hacia su padre. Se que­daron de pie con los msculos distendidos, se quita­ron las protecciones y el equipo de marcha y perma­necieron slo con los trajes de saltar. Un sector del ancho disco del Comiln asomaba por el horizonte, salpicando la cara de Toby con sombras azuladas que dificultaban a Killeen estudiar aquel rostro. La boca del muchacho se torca hacia un lado, como si guar­dara palabras amargas.

—Ella lleva, tal vez, una docena de Aspectos —ex­plic Killeen—. Cada uno de ellos intenta dirigir las cosas. Ellos... —Respir hondo, luchando por conse­guir explicar una sensacin que estaba ms all de las palabras. De quejumbrosas voces de ratn. De unas manos pequeas que apretaban. De un picor situado detrs de los ojos—. Los recibes tan deprisa que no puedes distinguir tus propios pensamientos de lo que ellos te dicen.

—Eso me parece... bien.

—Es terrible.

Toby segua con la boca cerrada, apretaba los la­bios de una manera rara.

—S.

Killeen extendi las manos hacia delante y confi que el ademn pareciera casual.

—Mira, ahora todas las cosas andan revueltas. To­do el mundo est a punto de saltar. Recuerda que los Aspectos tambin son personas, slo que estn co­mo encogidos, eso es todo.

—Sern como stos, los que me dominarn?

—Nadie ha dicho que vayan a dominarte. —Al decir aquella media mentira, Killeen confiaba poder des­viar el creciente enfado que perciba detrs de aque­llos labios torcidos, pero descubri que no haba ser­vido para nada.

Las palabras salieron de la boca que se haba solta­do de repente, como si cada una de ellas hubiera sido escupida con un salivazo.

—Malditos sean si se atreven!

—No podrn —aadi Killeen rpidamente—. Eres demasiado joven.

No lo consentir. Te lo aseguro.

—Nadie est hablando de eso, hijo —dijo para tran­quilizarle.

—Tan pronto como estemos instalados, van a em­pezar con eso. Ya tengo edad suficiente, o me falta muy poco para tenerla.

—Todava no! —En aquel rpido rechazo, Killeen depositaba su esperanza oculta, su deseo de hacer co­rrer el tiempo hacia atrs y conservar para su hijo al­gn parecido con lo que haba sido su propia vida.

—Pronto.

—De todas maneras, no tenemos a nadie que pue­da hacerlo. —La mujer que se encargaba de efectuar la transferencia de los Aspectos almacenados haba cado frente al Mantis haca unos pocos das.

—La especialista de los Rook puede hacerlo —dijo Toby con firmeza, y entonces Killeen descubri parte de lo que haba provocado aquel suceso.

—Quin es?

Todo sali mezclado.

—Se llama Pamela, trabaj sobre tres de los Rook cuando estbamos acampados all detrs. Vi cmo lo haca, hizo saltar la tapa para abrir la ranura del cue­llo y ellos se quedaron dormidos y tiesos. Entonces ella introdujo el chip, ellos se levantaron y ya eran diferentes, parpadeaban mirndolo todo, como si ja­ms hubieran visto la tierra ni el aire, y adems ha­blaban de una manera montona muy divertida. Era como si ya no fueran los mismos de antes.

Las facciones de Toby haban adquirido una expre­sin impaciente, inquisidora, como si al fin hubiera soltado una pregunta guardada durante largo tiem­po. Killeen se quit el guante de fibra entretejida y apret el hombro de su hijo.

—Eso sucede siempre. Los Aspectos han de adap­tarse. Al cabo de un da o dos, aquellos Rook estarn bien.

Toby hizo una mueca y con los ojos llorosos dijo:

—Ellos parecan... parecan...

—Lo s. Lo s. —Durante un largo rato ninguno de los dos dijo nada. Ambos estaban de pie sobre un desbastado bloque de roca oscura con pintas, sus caras quedaban medio escondidas por las sombras crom­ticas.

Killeen abraz con fuerza los hombros de su hi­jo. Tena la impresin de que la mayor parte de sus palabras caan en saco roto porque expresaban emo­ciones incompletas. Estaban saliendo a flote muchos sentimientos aunque se supona que estaban discutien­do temas completamente distintos. En aquella oca­sin, Killeen presenta que entre ellos acechaba una amargura que no brotaba de aquellos ltimos das, sino que se haba originado aos atrs, durante la tor­turada huida por un pasillo de ruinas y destruccio­nes originadas por la Calamidad. Y de todo aquello, nada se poda decir. Les haba tocado resistir y seguir hacia adelante. Adems, en homenaje a la esencia de la humanidad, no deban olvidar.

Tosi y se aclar la aspereza de la garganta. Antes de que aquel momento se perdiera convirtindose en una lasitud desagradable y cansada, dijo:

—Los Aspectos son la nica manera que tenemos de conservar un nmero suficiente de aptitudes y ha­bilidades. De no ser as...

Ya lo s. Pero lo que quiero decir es que yo...

Killeen abraz a su hijo para que el muchacho no tuviera que luchar para seguir hablando. Ambos eran conscientes de los sentimientos de Toby y saban que ninguno de los dos poda hacer nada al respecto. Toby estaba creciendo deprisa, a pesar de la conti­nua huida.

Pronto alguien se dara cuenta, y el Capitn ten­dra que justificar ante toda la Familia por qu Toby no llevaba ningn Aspecto. Haba muchos Aspectos disponibles, almacenados en chips que Ledroff aca­rreaba con dificultad en la cadera derecha. Cada uno de ellos poda dar a toda la Familia acceso a informa­cin o habilidades que tal vez necesitaran con urgen­cia en determinado momento. Y teniendo en cuenta que la mujer Rook estaba disponible, la insercin se­ra bastante fcil de realizar.

Killeen hubiese querido prometer a Toby que les detendra, que retrasara la colocacin de un Aspec­to en el muchacho. Pero ambos saban que deberan acatar la decisin del Capitn.

—Mira, yo...

—Est bien, pap —concedi Toby con voz lloro­sa amortiguada por el spero tejido impermeable del traje de saltos de Killeen—. Ya lo s. Ya lo s.

Cuando completaron la primera ronda alrededor del campamento, Killeen envi al muchacho de re­greso. Toby tena que dormir, y Killeen necesitaba pensar.

Llevar un Aspecto representaba una ayuda para la Familia, pero poda hacer flaquear al muchacho, bom­bardearle con frgiles confusiones, situar sus ideas fres­cas entre voces de protesta. La situacin de la Fami­lia era la peor en que se haba encontrado. Haban sobrevivido sin problemas durante unos aos despus de la Calamidad, descansando en Casas y Comederos durante prolongados perodos. En el pasado, haban dispuesto de mucho tiempo para adquirir un Aspec­to y reconciliar aquellas pequeas y dispares almas.

Pero vivan ya al lmite de su resistencia. No exista un refugio seguro. Los Aspectos perciban la creciente desesperacin que reinaba entre todos ellos, la olan en los ms escondidos rincones de la mente. Si Toby deba ser posedo, y poco despus se vean obligados a avanzar a marchas forzadas, o sufran un ataque...

Mientras haca las siguientes rondas, Killeen tuvo que sacudir varias veces la cabeza con furia para des­pejarla. Cada vez que pensaba en su situacin, se ima­ginaba a Toby aceptando un Aspecto. No poda per­mitir que aquello ocurriera. Pero mucho ms fuerte era la obligacin de vivir de acuerdo con las rgidas reglas de la Familia. Comprendi que deba encontrar un camino entre aquellas dos certidumbres inamovi­bles. Pero al parecer no haba manera de soslayar el destino del muchacho.

Al da siguiente, haban andado a buen paso cuan­do Killeen hizo su descubrimiento. Se asom con precaucin por encima de una colina y descubri un valle con grietas donde una gran losa de piedra haba resistido el empuje ascendente del Salpicado. Unas pequeas corrientes de agua co­rran por all.

Llam a Jocelyn:

—Hay un camino fcil por la izquierda. Agua a la vista! Marchad aprisa bajando la pendiente cuando coronis la cresta.

Se dirigi rpidamente cuesta abajo, atraves el on­dulado valle y subi por un paso que se iba estrechan­do y que prometa un pasaje fcil hasta el otro lado. Bebi hasta saciarse en una corriente de agua. Estaba fresca y tena un sabor fuerte, le escoca en las manos cuando las acopaba para beber en ellas. Luego, cuan­do la Familia apareci por detrs de l sobre la acci­dentada lnea de cimas, reemprendi la marcha.

Haba ascendido hasta la mitad de la cuesta cuando descubri un solitario bloque de piedra, medio incli­nado sobre el suelo. Tena que ser una obra hecha por el hombre, ya que los mecs pulan y cortaban sus tra­bajos sobre piedra con rayos lser. Se trataba de un granito gris, moteado y basto, tena vetas de alabas­tro y estaba cruzado por signos que sin duda signifi­caban algo. Las aristas desgastadas y los descoloridos grabados de las letras hablaban de una gran antige­dad. Ni en la Ciudadela haba visto rocas trabajadas con tantos adornos, ni tan viejas.

Todo aquello le intrigaba y al fin acept la insis­tencia de Arthur.

Es muy antigua, te lo garantizo. Muchsi­mo ms vieja que yo! Arcaica. No es el tipo de texto que yo hubiera escrito, a pesar de que yo era algo parecido a un escriba o a un bardo en mi primera vida.

—Lelo.

Bueno, pero he de darle la forma y la ento­nacin adecuadas.

Aqul,

por cuyo brazo fue inscrita la fama, cuan­do en batalla por los extensos pases macha­c y rechaz el primer ataque. Con su pe­cho dividi la acometida de los enemigos, aquellos horribles mecanismos locos que no tenan piedad para los cados.

Aqul,

que se enfrent en la guerra contra las siete clases de muertos-vivientes. Por su victoria Nieveclara cay en poder de la Humani­dad.

Aqul,

de cuyo valor las brisas perfuman todava el ocano del sur.

Aqul,

por cuyo ardor fueron consumidas definiti­vamente las mquinas mediante un gran ca­lor radiante.

l, que como un fuego ya apagado en un gran bosque no abandona hoy su tesoro, Nieveclara.

l, que gui a la Humanidad desde los pa­lacios de acero que volaban por lo alto. l, que como si estuviera cansado, ha aban­donado la vida aparente. Ahora le damos una forma corporal en otros, para que habiendo ganado la nica y suprema soberana de este mundo, pue­da andar por l.

Nieveclara, conseguida por su brazo.

l, que llevaba el nombre de Chandra.

l, que expandi la Humanidad en los nom­bres de las Piezas.

l, que reparti los hielos entre las Familias.

l, que anda a tu lado como un hbil ante­pasado.

l descansa aqu.

Cuando Arthur finaliz aquella larga salmodia, ya haban llegado otros miembros de la Familia y per­manecan en pie junto a Killeen. ste haba conecta­do a Arthur con los sensores. Los ritmos cortos y f­ciles se haban apoderado de la Familia. A pesar de que no podan leer las palabras profundamente gra­badas en la piedra, comprendan el peso del tiempo que daba fuerza a aquel mensaje.

En silencio, uno tras otro tocaban la piedra incli­nada. Delante de ella se abra una pequea depresin cuadrada, Killeen sospechaba que all estaba enterra­do el hombre llamado Chandra.

Suspir y se fue con Toby ladera arriba. No dijeron nada. De alguna forma, aquellas frases que llegaban desde un tiempo remoto adquiran ms importancia que la reciente matanza. Si Chandra haba llegado has­ta all mucho tiempo atrs y haba rechazado a los mecs, sin duda haba sido un verdadero personaje.

Era Chandra un Aspecto? Por ms que lo intenta­ban, Killeen no poda recordar ningn miembro de su Familia que llevara un Aspecto con aquel nom­bre, o que fuera tan poderoso. Pero si el Aspecto de Chandra viva todava, y Killeen pudiera albergar un Aspecto como aqul en su interior, tal vez se conver­tira en un mejor miembro de la Familia, o en un me­jor padre...

Andaba sin ver, y por eso Toby lo descubri pri­mero.

—Pap, ves aquello? Parece un edificio mec.

En la comunicacin comunal nadie lo haba adver­tido todava.

Todos estaban hablando de la losa de Chandra. Las palabras se intercambiaban con rapidez, era el perpe­tuo fondo de charlas generalizadas que serva a la hu­manidad para ir entretejiendo sus experiencias, sua­vizando as las asperezas del entorno.

Volvi a poner mala cara. Evitaban siempre los lu­gares de los mecs, y aquella mole misteriosa que se alzaba frente a ellos...

De pronto, comprendi que no se trataba de una obra mec, sino de dos.

Una de ellas se movi. Era un Batidor.

Se dirigi hacia ellos desde el flanco derecho. El Ba­tidor se desplazaba con movimientos como de reptil, y sus bandas motoras rechinaban bajo su peso. Killeen poda or cmo las costillas cermicas restalla­ban a causa del esfuerzo.

La Familia ya estaba corriendo, cuando el Batidor determin el ngulo de ataque. No podran llegar a la entrada del can que estaba a sus espaldas. Y los cauces secos que haba por all casi no ofrecan pro­teccin.

—Corred hacia la derecha! —grit Ledroff. La Fa­milia se dirigi hacia all, ya que al instante todos haban adivinado las intenciones del Capitn. El edi­ficio mec poda proporcionarles algn resguardo.

Disponan de muy poco tiempo. Tres mujeres Rook se adelantaron con las botas a la mxima velocidad, y luego dieron la vuelta, se tendieron en el suelo y empezaron a disparar para retrasar al enemigo.

Killeen se sum a ellas sin frenar su velocidad, disparando con un ngulo raro. De nada serva disparar con precisin; sus proyectiles podan dar y rebotar en el inexorable Batidor, pero no le detendran. No todos podran salvarse.

—Toby! Ms aprisa! —grit, a pesar de saber que los gritos no servan de nada. Pero as al menos podra dar salida al pnico que le paralizaba.

Era el Batidor que ya haban visto antes, estaba segu­ro. Deba de haber vomitado lo que estaba a medio comer para poder perseguirles. Hasta entonces, un Batidor nunca se haba mostrado tan agresivo como para seguirles la pista.

Una figura corra ms despacio que las dems, aun­que con el mismo desespero: la Vieja Mary. Durante los ltimos das no se haba encontrado bien. Ya se haba rezagado. Killeen oy cmo sus pesados jadeos se convertan en ahogo.

Se volvi. La anciana luchaba intentando subir una cuesta y Killeen dispar por encima de ella, directa­mente a la boca del Batidor, que estaba al azul vivo. Aquel artefacto apenas se enter de que le haban vo­lado las antenas y las lentes visuales de su obstinada cara.

Atrap a la Vieja Mary. Con sus brazos y su boca de apertura rpida se la trag como si nada. Aquello no retras en lo ms mnimo su empuje hacia ade­lante.

—Mary! —grit Killeen con rabia y frustracin. Sa­ba que el Batidor descubrira despus de ingerirla que no era toda de metal, que no era un mec. La prob, comprendi que era indigerible y la escupi.

Killeen no tena tiempo para los reproches. Dio la vuelta rpidamente y huy, dndose cuenta de que ya era l quien estaba en mayor peligro. No caba duda de que el Batidor les vea como una bandada de seres indefensos cubiertos de metal y que les consideraba unas fuentes gratuitas de mineral. Puesto que no lle­vaban los cdigos de no-me-comas de la ciudad de aquel Batidor, significaban una caza legal.

Killeen se dedic nicamente a correr. El Batidor lleg retorcindose y deslizndose por un cauce de ro que estaba lleno de hierbas.

Un hueco shuuuung cort el aire por encima de su cabeza. Era un estrepitoso sonido que mezclaba los retumbos infrasnicos que llegaban hasta sus pies con los crujidos electromagnticos que aumentaban de fre­cuencia hasta hacerle rechinar los dientes.

El Batidor trataba de confundirle, revolvindole los sensores. Agach la cabeza, aunque de poco le vali, y desconect todos sus receptores sensitivos. Excep­tuando su visin, que saltaba rpidamente de un si­tio a otro, se qued sin sentir ni or nada.

Toby, que iba por delante de l, tropez. Killeen le agarr por el hombro y la cadera y le hizo remon­tar un banco de arena.

Otro shuuuuung levant unos apagados ecos en su mente que haba quedado aislada. Era tan potente que pill desprevenido a Toby, quien cay desplomado. Qued doblado, haciendo esfuerzos para poder res­pirar. Con un movimiento rpido, Killeen se carg el peso de Toby sobre la espalda.

El Batidor, que ya estaba mucho ms cerca, man­d un febril chispazo neural que se transmiti en zig­zag por la pierna de Killeen. Sus msculos saltaron, chillaron y se quedaron tan inertes como si fueran de piedra.

Killeen cay hacia delante. El edificio mec apare­ci ante su vista. Era alto, imponente, mucho ms alto que las habituales construcciones mecs.

No iba a poder llegar.

Se tambale.

—Killeen! —grit alguien.

La arena se desliz por debajo de sus botas y el cie­lo empez a bailar.

Ech mano a su arma. El Batidor caera sobre l al cabo de un instante. Si pudiese dispararle con se­guridad y rapidez muchas veces...

Luego, el mundo se precipit sobre l. Un ruido estrepitoso. Los crujidos que emita el Batidor sona­ban huecos y disminuan.

Alguien le daba golpes en la espalda.

El peso de Toby se le escurri de los hombros.

Su aparato sensorial estaba inundado de ruidos dis­persos, se haba conectado gracias a alguna seal que lo liber.

Killeen se volvi para enfrentarse con el Batidor. Slo pudo ver la parte posterior, donde se alojaban unos enormes cilindros grises en funcionamiento. Se retiraba. Cermo el Lento gritaba:

—... si no hubieras cerrado el receptor auditivo, le habras odo berrear. Se volva loco.

—Por qu? Por qu se ha detenido?

—Aquella cosita de all.

Una diminuta pirmide asomaba a travs de la pla­taforma de piedra arenisca sobre la que se hallaban. Killeen haba pasado por su lado sin fijarse en ella.

Parpade al contemplar aquella obra tan bien cons­truida.

—Cmo?

—No lo s. Debe de haber dado rdenes al Batidor.

A Killeen le haban descrito objetos como aqul, pero nunca los haba visto. El monumento de cuatro lados, de superficies cromadas, tena unos dibujos muy recargados que al parecer haban ordenado al Batidor que no se acercara ms.

La Familia le gritaba con jbilo. Toby estaba bien. Shibo sonrea. Considerando el miedo que haban pa­sado, su alegra se poda permitir, a pesar de la prdi­da de la Vieja Mary.

Unos rostros exhaustos pero exuberantes aparecie­ron ante su vista. Le acompaaron hasta el gran edi­ficio de los mecs.

Algunos amigos le llevaban bebidas. Los chiquillos le aplaudan con entusiasmo.

Los mecs no podan ignorar la orden de no acer­carse a un edificio determinado. Pero los humanos s podan violarla. Entraron impunemente en los te­rrenos de aquella enorme construccin. El ver una espaciosa plaza tan llana les causaba extraeza despus de haber recorrido tanto terreno accidentado.

Killeen frunci el ceo, preocupado. Qu haca que aquel lugar pareciera tan diferente?

Por lo general, no se preocupaba de las construc­ciones mecs; aparte, desde luego, de lo que pudiera ser objeto de pillaje. Pero aquello, pens, le haba sal­vado la vida.

Era ancho y alto. Y su forma era imposible.

Encima de una plataforma de mrmol descansaba lo que al principio Killeen haba confundido con un espejismo. Slo los mecs creaban imgenes irreales: estaba en guardia. Pero cuando le dio una patada a aquello, le respondi un reconfortante sonido de ob­jeto macizo.

Era imponente, construido con placas de piedra marfil, pero pareca flotar en el aire. Unas curvas de gran pureza se levantaban en unos ngulos tan pre­ciosos como inevitables. Las paredes de placas blan­cas surgan hacia arriba como ignorando la gravedad. Luego se abultaban formando una cpula que pare­ca elevarse y crecer cada vez con mayor ligereza y transparencia a medida que aquella forma redondea­da se remontaba. Finalmente, a una altura muy por encima de las Familias que estaban all reunidas, aquel monumento en piedra se arqueaba hacia dentro has­ta quedar reducido a un saliente puntiagudo que hen­da el cielo en un afilado extremo de pual.

Los arabescos de piedra delgada como una telara­a, de un blanco deslumbrante, interesaban a Killeen menos que los dibujos. Nunca haba visto nada tan hermoso.

A su alrededor haba un torbellino de celebracio­nes. El hecho de que la Familia se hubiera salvado sin necesidad de librar una batalla era algo que justi­ficaba su exaltacin. Cermo el Lento sac el licor de frutas, fuerte y spero, que igual serva como fluido ritual que como una moneda valiosa entre las Familias.

Ledroff y Fornax dudaban al principio, pero luego decidieron dejar que prosiguiera la celebracin. Slo era medioda, pero las Familias haban estado sujetas a una fuerte tensin. Un Capitn sabio ha de dejar que las tensiones acumuladas se disipen.

Killeen observ a los dos Capitanes mientras con las cabezas inclinadas y juntas llegaban a esta decisin. No le gustaba, pero se resign.

Unas voces roncas se elevaron en un cntico. Las manos se tendan hacia l. Dos mujeres Rook le ha­can seas, con inequvocas intenciones. Sus pieles li­sas, de un moreno subido a causa del doble sol, no podan hacer juego con la palidez espectral de las pie­dras que les rodeaban. Los Rook, a pesar de cuanto haban sufrido, no haban desconectado sus impul­sos sexuales. Killeen murmur unas palabras de agra­decimiento, les acarici las relucientes cabelleras y se fue. Advirti que Shibo no estaba cerca.

Exploraba, ignorando las voces que resonaban en sus sensores. En los extremos de la extensa platafor­ma cuadrada de mrmol se levantaban esbeltas torres. Killeen anduvo entre ellas, admirando su solemne y silencioso descuello. Se erguan, como unos centine­las, en las esquinas del monumento, guardianes frente a cualquier fuerza brutal que el mundo pudiera enviar contra l.

Observ que todas las torres se inclinaban hacia fue­ra, formando un ngulo muy pequeo. Algo le ex­plic el motivo de aquello. Cuando al fin las torres se derrumbaran, caeran hacia el exterior. Su desapa­ricin no causara daos al enorme y ligero edificio construido en el centro.

Detrs de la ltima pared de mrmol haba una sen­cilla placa totalmente negra. Pareca un ojo oscuro que mirara hacia una tierra inhspita. Grabadas en­cima de ella poda ver unas letras: NW.

Cuando Killeen se aproxim a la placa, sta solt destellos. Un resplandor de color rub empa mo­mentneamente la superficie, y hasta su mente lleg una tranquila y cantarina voz que hablaba de glorias pasadas y de nombres con resonancias desconocidas.

Killeen perciba aquellas palabras como unas cuas cristalinas y fras que tenan un significado. Se qued boquiabierto cuando vio que las entenda.

Aquello, por increble que pudiera parecer, no era una obra de los mecs.

Por el contrario, era el fruto del tiempo y de la ma­no de los humanos.

Pero a pesar de todo, los mecs la haban dejado in­clume.

Killeen se qued escuchando durante un rato. No comprenda nada, aparte del hecho singular de que los hombres y las mujeres, en tiempos pasados, ha­ban construido cosas tan bellas y estructuradas como las de los mecs. Muchsimo ms bellas que las Ciudadelas. Y las haban hecho tan bien que incluso las mismas mquinas las respetaban y les rendan tributo. Mareado, con los ojos abiertos pero sin poder ver, no oy a Cermo el Lento hasta que ste le cogi por el hombro.

—Vamos! Mereces dar el primer golpe!

—Qu...?

—Para derribar una de stas.

—Una de...

—Ha llegado la hora de la gran demolicin! Gran­de! Hay que celebrarlo!

Algunos miembros de la Familia ya hacan garaba­tos en la base de una de las esbeltas torres. Cermo el Lento empuj a Killeen hacia ellos. Ya no les intere­saba el pillaje de las factoras de los mecs pero aquel lugar tan raro era algo diferente.

—No lo comprendis —dijo Killeen—. Este sitio no es un edificio de los mecs.

Cermo se ri con disimulo.

—No dirs que es una montaa, verdad?

—Es una obra de los humanos.

Cermo solt una carcajada.

—S, la hicieron los humanos! Hay en ella una voz que...

—Oye voces —grit Cermo a los dems—. El Bati­dor le debe de haber transtornado.

Unos estridentes gritos de burla le contestaron.

La Humanidad construy todo esto. Por eso re­sulta tan hermoso.

—Esto no es ms que cosa de los mecs —declar Cer­mo, acercndose a la base de la torre.

—No! Hace mucho tiempo, alguien, hombres y mujeres como nosotros, erigieron esta obra. Miradla, no tenis ms que mirarla.

Todos los dems estaban de parte de Cermo, son­rean con satisfaccin y gritaban sin reparar en nada ms, dispuestos a hacer lo que los hombres y las mu­jeres hacan siempre que encontraban una obra mec indefensa.

—Esto es otra maldita obra de los mecs. Nada ms —puntualiz Cermo con un ligero toque de irrita­cin—. Si t no quieres intervenir, lo haremos noso­tros solos.

Dos mujeres se rieron y entregaron a Cermo un tubo de rayos cortadores, uno que haban arrebata­do a un Especialista haca ya algn tiempo. Cermo apret con el pulgar un botn y al instante empez a sonar un zumbido.

Una febril mezcla de angustia y de ira oblig a Killeen a lanzarse contra l. Cermo se haba vuelto a medias hacia la torre y apuntaba con el rayo cortador a uno de los bloques de piedra de color crema. La gente lanz unos murmullos de anticipacin entre los que se podan distinguir unas agudas exclamaciones de jbilo.

Killeen le golpe de lleno en la espalda. Cermo se tambale y se estrell de cara contra la torre. Killeen le caz con un golpe directo a las costillas. El corta­dor cay sobre el mrmol.

—T...! —dijo el sorprendido Cermo. Killeen apar­t el cortador a patadas.

Cermo hizo una finta y golpe a Killeen con un puetazo preciso en el ojo derecho.

Killeen retrocedi, tratando de enfocar su visin.

Cermo se agach y avanz pesadamente. Killeen le puso la zancadilla, el hombretn choc contra un gran bloque de piedra y gru.

Killeen buscaba con la vista a Ledroff o a Fornax. Ambos estaban muy lejos y al parecer se desentendan del asunto. Grit hacia aquel mar de caras col­ricas.

—No lo toquis! Esto es nuestro. Es humano.

Una mujer chill:

—T proteges la basura mec? Yo...

—Los humanos construyeron todo esto hace mu­chsimo tiempo. Gente que no era como nosotros.

La mujer ense unos dientes grisceos.

—Y quin lo dice? Esto es obra de los mecs!

—No voy a discutir contigo. Retrocede.

Killeen les dirigi una mirada fija y fra con la cara encendida y los ojos abiertos.

Las manos se alzaban en el aire, dispuestas a soste­ner el peso de un arma.

El viento silbaba entre las esbeltas torres.

Y el clmax pas. La gente se apart arrastrando los pies, rezongando y sin mirarse directamente unos a otros. Iban a intentar recuperar su diversin.

Killeen ayud a Cermo a ponerse en pie y le llev agua.

Cermo era un hombre de humor variable y ya se le haba pasado el enfado. Killeen comparti con l un poco de aguardiente. Se abrazaron. El asunto es­taba saldado, a excepcin de las costillas doloridas de Cermo y del ojo amoratado de Killeen.

Se puso en pie y contempl los cirros que se desli­zaban a travs del cielo, enmarcados por las torres y el encanto de la gran cpula.

De nuevo oy la voz antigua y hueca en su tono de cantinela. Prest muy poca atencin cuando Ledroff y luego Fornax le comentaron algo acerca del incidente.

Toby contempl durante un rato las torres, y Ki­lleen le explic que eran obra del hombre. Toby arru­g la nariz, en un infantil gesto de admiracin, y pocos minutos despus ya volva a jugar con los muchachos de los Rook.

Se lo dijo a Shibo y ella afirm con la cabeza, pero no dijo nada. A su alrededor el impulso de fiesta se fue consumiendo lentamente.

Los Capitanes decidieron aumentar la distancia en­tre ellos y el Batidor. Despus de todo, las Familias ya haban comido y podan retomar la velocidad que llevaban antes. A pesar de los gruidos y de las que­jas, ordenaron que las Familias reemprendieran la marcha.

Killeen sacudi la cabeza y amortigu la voz de tiempos remotos hasta convertirla en un suave y apa­gado gorjeo. A l tambin le hubiera gustado descansar durante algn tiempo. Para llorar a la Vieja Mary. Para celebrar una fiesta. Para aliviar mediante los cuen­tos y las celebraciones la humillacin que le haba cau­sado el Batidor.

Killeen pona mala cara mientras preparaba la mo­chila. Si los mecs respetaban aquel lugar, tambin los humanos deban hacerlo. De aquello estaba comple­tamente seguro.

—En marcha! —grit Ledroff— Abrid los flancos, vamos!

Abandonaron la plaza sin mirar hacia atrs.

Arthur estaba excitado, pero Killeen no estaba de humor para escucharle con atencin. El Aspecto no poda explicar cmo ni por qu haba aparecido all aquel monumento. Arthur no tena noticia de nada parecido a aquello que hubiera ocurrido en sus tiem­pos. Al parecer, no tena la menor conexin con la lpida de Chandra que se levantaba all cerca. Killeen redujo la excitacin intrigada de Arthur. De nuevo se coloc en el ala izquierda para la jornada que les esperaba.

Arthur iba repitiendo un nombre. Iba dndole vuel­tas en su mente, tratando de descubrir su significado. No se pareca a ninguno de los idiomas que haba co­nocido durante toda su vida.

Al final, desisti. El trmino estaba perdido en el tiempo y no significaba nada, aunque haba adverti­do que los lentos y solemnes sonidos de la palabra Taj Mahal afloraban con agrado a los labios.

5

A la maana siguiente, Killeen se levant para or las noticias que zumbaban a travs del campamento. Durante la guardia nocturna, Shibo haba descubier­to un pen que les observaba desde un monte lejano. Haba disparado contra l, pero el rayo no le haba alcanzado o, lo que tal vez fuera peor, haba sido des­viado.

Ledroff y Fornax decidieron enviar un equipo de rastreo en pos del pen. Los dos Capitanes se lleva­ron a sus respectivas Familias en ngulos divergen­tes.

Seis voluntarios formaban la partida. Haba dos hombres de los Bishop, que todava estaban muy afec­tados por las muertes de sus familiares causadas por el Mantis. Otros dos eran mujeres de los Rook, enju­tas y angulosas. Llevaban los cabellos muy cortos y enrollados en apretados nudos formando un dibujo y unos caracteres procedentes de algn antiguo sm­bolo monumental, cuyo significado nadie conoca. Eran campeonas de carreras, entrenadas para la caza y muy aficionadas a la persecucin. Shibo, aunque no era una campeona, propiamente dicho, tena amis­tad con ellas y tambin se present voluntaria.

Ellas se rean y bromeaban con los dos hombres, y a Killeen, que era el sexto, no le parecan diferentes de las otras mujeres que haba conocido. La Familia de los Bishop no tena mujeres cazadoras, aunque en ciertos aspectos Jocelyn era tambin una campeona. Killeen dedujo a partir de sus conversaciones que los Rook haban mantenido siempre una escrupulosa y equitativa distribucin de los trabajos, es decir, que las mujeres y los hombres se repartan a partes igua­les la cocina y la caza, la defensa y los oficios, hasta el transporte de carga y la especializacin en las ca­rreras. Las mujeres Rook dejaban al descubierto, a travs de su ropa impermeable gris verdosa, grandes zonas de sus musculosos muslos y pantorrillas, pero no obstante se comportaban con una indiferencia li­gera y difana.

Killeen descubri que todos estaban de acuerdo en que los peones especiales les conduciran hasta el Mantis; y si le podan atacar por sorpresa, tendran mucha ms ventaja que si los sorprendidos eran ellos.

As pues, se dispusieron a tener un da largo y can­sado. A pesar de que en el transcurso de los siglos haban adquirido una constitucin muy apta para la carrera, Killeen saba que tena que reservar energas y controlarse. Los aos empezaban a pesarle. Los ya habituales dolores en rodillas y caderas le decan que estaba llegando al lmite de su resistencia. Unas dbi­les sensaciones llegaban desde sus sensores insertados, que le transmitan su inventario micromolecular. Ki­lleen lo reciba de forma automtica y lo tena en cuen­ta, aunque no tena ni idea de su origen.

—Toby est bien —le transmiti Shibo.

Killeen parpade.

—Tan fcil te resulta adivinar mis pensamientos? Pero tienes razn, no me gusta dejarle atrs.

—Al parecer, el Mantis slo ataca a los mayores.

—Eso es lo que me repito sin cesar. Supongo que vale la pena que nos expongamos para intentar saltar por sorpresa sobre l.

—Ten confianza. Todos confiamos —le aconsej ella, pensativa.

Desde que empezaron a correr, haban seguido las huellas del pen a lo largo de un arroyo pantanoso. Las corrientes de agua bajaban libremente por las laderas. El hielo se iba fundiendo por debajo y las fil­traciones formaban pozos en las zonas ms bajas don­de se desarrollaban, como si quisieran celebrarlo, unas amplias extensiones de verdor.

Siguieron las huellas de las bandas metlicas hasta llegar a una amplia llanura. Killeen estaba cada vez ms exasperado a medida que registraban el rea. Sa­ba cul era la velocidad tpica del pen y de su habi­lidad para desplazarse sobre el terreno. Aquellas hue­llas seguan una ruta limpia e inteligente entre las masas salientes de rocas desbastadas por el hielo y las zonas de maleza baja en los pantanos, donde las ban­das metlicas podan averiarse o trabarse. Aquel pen era ms listo que los que haba visto antes. Mientras cubran la llanura a saltos largos y de poca altura, uti­lizando los impulsos de las botas, los otros tambin constataron lo mismo.

—Esto no sigue —transmiti una de las mujeres por el sistema de comunicacin—. Las huellas acaban aqu.

—El viento las borra —transmiti Shibo.

La tierra estaba seca y conservaba las huellas. Cuan­do la arcilla endurecida daba paso a la arena, las huellas se desvanecan. Killeen pas deprisa sobre la oscura zona arenosa.

—No veo por dnde ha podido salir —mascull.

—Revisad todo el permetro! —grit la otra mujer Rook. Era la que inspeccionaba aquella zona y pare­ca tomar como una ofensa personal cualquier retra­so en su misin.

Recorrieron el borde exterior del ancho y profun­do terreno aluvial. Por ninguna parte volvan a salir las huellas de las bandas articuladas. Pero en toda aque­lla amplia rea no haba ningn refugio donde se pu­diera ocultar un pen.

—Bsqueda por secciones! —grit la mujer Rook. Dividieron aquella rea oblonga en piezas menores mediante un reticulado que registraron en atenta bs­queda, mirando debajo de cada matorral. Nada.

El Comiln y Dnix estaban ya muy bajos en el accidentado horizonte cuando se dio por vencida. No haba el menor rastro del pen.

—No me gusta nada que nos vayamos sin haberle echado la vista encima —dijo la mujer.

—Esto no tiene el menor sentido, maldita sea —ex­clam uno de los cansados hombres Bishop, con exasperacin—. Si por lo menos hubiramos visto llegar un transporte que se lo llevara! No hay ningn sitio por donde se haya podido largar el pen...

—Por el aire, tal vez —aventur Shibo.

—Peones que vuelan? —ironiz la segunda mujer Rook—. Jams he odo nada parecido.

—Los peones son demasiado torpes. Siempre lo han sido y siempre lo sern... —aadi uno de los hom­bres Bishop.

Durante el viaje de regreso, se vieron obligados a escalar terrenos muy escarpados. Era la primera vez que Killeen cruzaba por los pasos altos, porque la tc­tica de los Bishop era viajar por los valles, evitando las alturas importantes. Los Rook parecan estar ms acostumbrados a aquello, y la mujer que encabezaba el grupo se empe en que tenan que atravesar los collados si queran reunirse con las Familias antes de que anocheciera.

Durante la larga ascensin, Killeen reflexion so­bre lo que haba dicho aquel hombre. Las Familias siempre haban tenido en mente aquella expresin ca­prichosa y no comprobada: siempre ha sido as, siem­pre lo ser.

Pero de pronto todo pareca sealar en sentido opuesto. Killeen comprendi de golpe que siempre andaban detrs de los zigzags de la civilizacin mec. La humanidad necesitaba las tradiciones y rituales que mantenan unidas a las Familias, y que antao haban unido a los Clanes. Pero su verdadera arma resida en un cambio, y no en las anticuadas y muchas veces ineficaces pistolas y fusiles que llevaban. O en las ar­mas robadas, a pesar de que eran algo mejores: los pro­yectores encontrados en los cuerpos inertes de los Me­rodeadores, y los lseres arrancados a los buscadores de minerales enterrados, los estpidos Rastreadores. Tenan armamento adecuado para los problemas co­tidianos pero no para el lento transcurrir de aquella guerra inacabable, una lucha que para uno de los ban­dos era desesperada y para el otro era algo meramente fortuito.

Llam a Shibo por comunicacin directa y le pre­gunt qu pensaba de todo aquello. La autosufi-ciencia y el distanciamiento que haba mantenido la mujer se haban suavizado ligeramente, y Killeen haba ven­cido en parte su timidez. Con todo, se sinti gratifi­cado cuando ella contest al instante:

—Debemos aprender la tcnica mec. Sin duda.

—Quieres decir saber rebuscar mejor?

—No, construir. —Su voz era montona, firme.

—Partiendo de partes mec podemos construir ar­mas mec, es cierto, pero...

—Construir armas humanas. No debemos limitar­nos a copiar las de los mecs.

—La gente odia a los mecs, Shibo. No quieren apren­der de ellos. De todas maneras, tampoco podran ha­cerlo.

Poda or su empedernido murmullo a pesar de que ella se hallaba algo apartada. Se haban dispersado para evitar emboscadas. El grupo estaba ganando tiempo al atravesar un difcil paso alto. Nieveclara era un mundo tan joven que las montaas no tenan toda­va suelo frtil.

—Los mecs procuran deliberadamente que sus ar­tefactos nos resulten incomprensibles.

Aquello sorprendi a Killeen.

—T crees?

—Defienden sus tcnicas para que no estn al alcance de las otras ciudades mecs. Lo que les confunda a ellos, nos engaar igualmente a nosotros.

—Entonces, parece que no hay esperanza.

—No es cierto. La tcnica humana s est a nuestro alcance. Los de las Arcologas la aprendieron...

Killeen no quera or lo grande que haba sido la humanidad en los viejos das. Pero para que ella si­guiera hablando, aadi:

—Te refieres a ese Taj Mahal que hemos visto?

—Efectivamente.

—Si los humanos pudieron construir una cosa as en aquellos tiempos...

—Tambin hemos de poder nosotros, ahora —solt ella sin ms.

—Cmo funciona esta arma tuya?

—Te lo ensear esta noche. —Ella levant el largo can tubular.— Lo dej a esta medida para que re­sultara manejable para los humanos.

—Estupendo —exclam Killeen, impresionado.

Llegaron al campamento cuando empezaban a en­cender las pequeas hogueras resguardadas. Haba matorrales combustibles en la apartada hondonada resguardada que Fornax haba encontrado para los Rook, y sobre un montculo cercano se haban dis­tribuido los Bishop. Habra sido rebajarse si hubie­ran renunciado al honor de defender campamentos separados, sin tener en cuenta lo disminuidos que hubieran quedado los recursos de cada Familia. Por este motivo, cada una encendi los tres fuegos de or­denanza y los cubri con un toldillo de tela imper­meable sujeta a un marco tensor. Las llamas eran muy visibles en el infrarrojo, pero el ancho y escalonado toldillo dispersaba la imagen en un campo tan am­plio que los sensores de los mecs no los podan cap­tar. O al menos eso aseguraba la tradicin.

Mientras entraba en el campamento pisando fuer­te, y mientras se despojaba de su equipo, Killeen re­flexion sobre la cmoda manera en que las Familias se dorman entre sus reblandecidos supuestos. Tenan reglas empricas, heredadas de sus antepasados muer­tos en batallas que, a la luz rpida de su propio lega­do, no eran ms que nombres: El Empate de Juan Brincador, La Pared de Piedra, La de La Abuela, La Sorpresa de La Reverencia, La de Los Tres Discur­sos, La del Canciller. Eran unos nombres sonoros, de los que se hablaba con reverencia al calor de las hogueras. Pero Killeen se preguntaba si con cada uno de aquellos nombres no habran heredado tambin una vulnerabilidad que no se vea. Aquella sospecha le inquietaba, porque hasta entonces tambin l ha­ba estado convencido de que la supervivencia de su Familia dependa de las tradiciones.

Comi junto con Toby, Jocelyn y Shibo. Todos ellos recogieron races y bayas, un agradable complement de la comida comprimida que llevaban con ellos desde el ltimo Comedero. Primero compro­baron si eran compatibles con la biologa humana, y luego las aplastaron, mezclaron y calentaron con agua del ro; la papilla que obtuvieron desprenda un aroma apetitoso. No tardaron mucho en dar cuenta de todo aquello.

Despus, la Familia se dispuso a disfrutar de uno de los ratos ms agradables de sus jornadas; era un perodo de tiempo de relajacin y de sensacin de ple­nitud que echaba un piadoso teln sobre las preocu­paciones para facilitarles el inminente sueo. Enton­ces empezaron las charlas. Se desarrollaban alrededor de los tres fuegos protegidos que, como espirales de encantamiento, les hacan olvidar sus maltrechos cuer­pos y los constantes temores. Dos Rook visitantes des­cribieron sus huidas y batallas. Las mujeres Rook in­tercambiaron explicaciones de los olores y seales que permitan descubrir a los mecs y cmo leer sus hue­llas para saber cundo las haban hecho y con qu in­tencin. Contaron que algunas veces se escondan con astucia cerca de las fuentes y lagunas. Primero Fornax inici un ligero debate, y luego lo hizo Ledroff.

Todos disfrutaban con la unin de las dos Fami­lias, porque aquello significaba una avalancha de nuevos cuentos, bromas e historias. Haba tambin rumores de amoros, pero Ledroff los cort de plano levantando una ceja y poniendo mala cara. Era pre­ferible no fomentar aquellas cosas. A pesar de todas las adversidades, los Rook no haban disminuido sus impulsos sexuales, y los Bishop no estaban en condi­ciones de ofrecer una respuesta a sus insinuaciones a causa de sus libidos deshidratadas. Aquello poda provocar un cierto descontento triste y melanclico.

El xito tiene muchas voces, pero el fracaso es mudo. Hubiese sido conveniente tener una historia que contar sobre la jornada del equipo de persecucin. Killeen meditaba con tristeza sobre cmo haban per­dido la pista del pen. Fingi tomar parte en los cn­ticos que se elevaron despus de comer, y se limit a escuchar el principio de los relatos, antes de esca­bullirse de all.

A Cermo no se le escap su estado de nimo y se acerc a l, ofrecindole un frasco del spero pero po­deroso aguardiente. Killeen sinti una inmediata y punzante necesidad de beber, alarg el brazo... pero luego cambi de idea.

—Creo que ser mejor no beber hoy.

—Vamos, vamos. Ha sido un da duro. Un poco de alcohol te sentar bien.

—Me hara caer de culo. Me atontara. Si dejas que empiece, voy a tragarme todo lo que tienes.

—No antes de que yo pegue un trago —replic Cer­mo con sorna, y Killeen descubri que el hombre ya haba bebido ms de la cuenta.

—Lo siento, Cermo —dijo cariosamente.

Tuvo que hacer un esfuerzo consciente para alejar­se de all. Ya casi poda notar el spero sabor del aguar­diente, y oler sus espesos vapores. Pero saba lo que tena que hacer y cmo acabara si se permita beber.

Escapar hasta los refugios embrutecidos de la pro­pia mente resultaba demasiado fcil. Hasta enton­ces haba tenido mucha suerte. Nada peligroso le ha­ba ocurrido mientras beba o estaba con resaca o se conectaba a un circuito estimulador en un Comedero.

Pero la suerte no puede durar siempre.

Deba mantenerse con la mente clara si quera apren­der de una vez. Se impuso el ir en busca de Shibo, que estaba sola. Los pmulos altos de la mujer recogan la media luz, el efecto subrayaba sus ojos y los haca aparecer misteriosos e insondables. Como el lti­mo miembro de los Knight, siempre sera bien reci­bida alrededor de los fuegos de campamento. Pero ella los frecuentaba en raras ocasiones, y prefera ju­guetear con piezas mecs que siempre llevaba en una mochila negra.

Killeen pas una hora con ella, que a l le pareci un da entero. No se haba sentido tan intimidado y humilde desde los das en que sala con su padre en modestas incursiones para buscar piezas de des­guace.

Shibo no slo dominaba la tcnica de los mecs si­no que la haca comprensible. Era capaz de recargar las municiones de su fusil. Saba cmo realinear el al­ma del mismo. A partir de piezas viejas de los mecs, haba hecho un cargador que se adaptaba perfectamen­te a la caja del arma. Se ajustaba perfectamente a su exoesqueleto, de tal manera que para recargar mien­tras estaba disparando no tena ms que respirar. Ki­lleen admiraba la habilidad con que aprovechaba su deficiencia (las siempre mviles costillas de su exoes­queleto) y la converta en una ventaja. Disparaba con una rapidez que Killeen no haba visto en nadie.

Mientras le enseaba, se mostr mucho mas comu­nicativa que en cualquier otra situacin anterior. Cuando era una jovencita, le haban adaptado un exoesqueleto. Una mujer artesana se lo haba fabri­cado con espuma de policarbn, aprovechando res­tos de los mecs. Killeen sospechaba que aquello ha­ba potenciado la habilidad de Shibo para traducir los embrollos de los mecs a trminos humanos. Tal vez aquella circunstancia era lo que la haba salvado des­pus de la Calamidad de los Knight.

Mientras le enseaba, no mostraba presuncin ni jactancia, slo una penetrante atencin a lo que estaba haciendo. A muchos miembros de las Familias les desagradaban los artefactos mecs y nicamente tole­raban aqullos cuya estructura se adaptaba a ojos vista a la forma humana. Las perneras, los amortiguado­res de choques adaptados a las pantorrillas, las cha­quetas de moliteno, eran instrumentos a los que Killeen estaba habituado. Hubo de reprimir su rechazo ante los nuevos artefactos que Shibo le mostraba.

Luego, de forma progresiva, empez a sentirse in­trigado. En las manos de Shibo, los objetos aliengenas adquiran una dimensin humana que los redima. Su pensamiento, rpido e incisivo, le abra caminos y ha­ca desaparecer los misterios mecs.

—Ya est bien, basta por hoy. Ahora hay que dor­mir. Te parece? —dijo Shibo, y l casi sinti tener que abandonar el aprendizaje.

Cermo roncaba cuando Killeen pas por su lado. La boca del hombretn bostezaba con descuido ha­cia el cielo.

Killeen se senta inquieto a pesar del cansancio, pe­ro no quiso unirse a las figuras que se sentaban junto a las hogueras. Aunque no le importaba el mal olor que le impregnaba despus de tantos das de marchas forzadas, record la vieja norma de su madre: bate cuando puedas, porque nadie sabe si los Merodeado­res tienen un buen olfato.

Encontr no muy lejos una pequea corriente de agua que proceda de una aglomeracin rocosa en for­ma de cuerno. El agua le dej aterido al instante y luego le provoc un dolor que le penetraba por los pies. Con todo, resisti unos largos minutos de ago­na, saboreando aquella abundancia de agua, mayor que la que haba encontrado despus del Comedero.

Luego se vio obligado a andar un poco para devol­ver la circulacin a las piernas y detener el dolor callado que senta en ellas. Por esta razn estaba algo distanciado de los toldillos del fuego, y pudo ver que se acercaba el Empolvador, pero como estaba prcti­camente desnudo, sin el equipo, no pudo hacer nada.

El Empolvador ya haba llegado sobre las Familias antes de que Killeen, que corra entre los arbustos ha­cia su armamento, pudiera hacer otra cosa que chi­llar. Los Bishop salieron disparados de debajo de los toldillos teidos de color rub por las hogueras. El Empolvador lleg desde el norte a muy poca altura, y estaba distribuyendo una nube oscura que caa a su paso abarcando casi todo el horizonte. Se arremoli­naba y zumbaba con un empuje ciego. Killeen no po­da saber si los haba tomado por un blanco especial, porque no pareci disminuir su marcha al barrer desde arriba los campamentos Bishop y Rook. La niebla ne­gra formaba oleadas que luego empezaron a caer co­mo si flotaran y no tuvieran la menor prisa por al­canzar el suelo y comenzar su trabajo. Killeen vio que la negrura avanzaba hacia l y recogi todos los ele­mentos que pudo de su equipo. Dio algunos pasos, decidi que le ira mejor si se pona las botas y se es­forz en colocrselas metdicamente, sentado en el suelo, a pesar del pandemnium que le llegaba a tra­vs del aparato sensorial desde la Familia, que hua a la desbandada.

Cuando se puso en pie, Toby corra hacia l y la nube iba descendiendo sobre la Familia como una enorme garra negra. Cay a la azulada penumbra del Comiln y recogi los ltimos haces horizontales de la radiacin amarilla de Dnix, que cortaban de travs al enjambre descendente. Porque entonces ya distingua un enjambre y no las simples nubes de pro­ductos qumicos corrosivos que Killeen ya conoca, los mismos que haban matado a su abuela. Aquello no era un polvo alcalino sino unas pepitas que pare­can retorcerse y murmurar en el aire. Toby alcanz a Killeen, y por una vez, el padre se alegr de com­probar que los antiguos, descuidados pero simpti­cos hbitos de los muchachos servan para algo, por­que Toby llevaba todava las botas puestas y slo se haba desprendido a medias del equipo de marcha.

Toby ech mano a su cinturn principal y rebusc en los arneses, donde llevaba algn armamento. Con­tra los productos qumicos todo aquello no servira de nada y no era ms que peso muerto, lo nico til en aquellos instantes era salir corriendo a favor del viento. Pero ambos estuvieron de acuerdo, sin nece­sidad de gastar energa en hablar, que aquella amena­za que iba posndose era algo nuevo. Los objetos que caan planeando desde el cielo llegaban al suelo y re­botaban con habilidad. No tendran ms que unos tres palmos de ancho. Uno de ellos se precipit hacia la pierna de Toby extrayendo unas clavijas romas. Es­taba a punto de atacar su bota cuando Toby lo hizo saltar en pedazos, pero para entonces tres ms haban aterrizado a su alrededor y otro cay sobre la espal­da de Killeen.

Le hizo caer de bruces. Una rfaga de pnico atra­ves a Killeen cuando ech mano a aquella cosa. Senta aquellos brazos acabados en muones que le apreta­ban el cuello. Un olor penetrante de estao corrodo le llen los pulmones. La mano le resbal sobre una cubierta lisa y algo zumb junto a su cuello. Aquello le dio un pinchazo de fro acero que se extendi co­mo un dolor abrasante. Pudo hacer presa en el arte­facto y lo retorci con fuerza hacia abajo. Mantuvo la posicin. Encontr un punto de apoyo para su otra mano y dio un tirn. El artefacto todava segua apre­tndole. Intent revolcarse sobre s mismo, pero de alguna manera la mquina contrarrest el movimiento y sigui aferrada a l.

No llevaba los guantes puestos, y cuando asi los dos brazos romos que le estrangulaban, con los de­dos toc algo que pareca estar al rojo blanco, inso­portable. Unas afiladas hachas de hielo le escarbaban la cara. Guindose por el tacto, Killeen trataba de ima­ginarse la forma de aquello. Encontr el borde infe­rior e hizo fuerza en l hacia fuera, pero no consi­gui moverlo. Se retorci y logr colocar ambas ma­nos bajo el reborde. Estaba a punto de dar un tirn cuando de pronto desapareci el peso y rod por el suelo. Toby haba logrado arrancarle el artefacto uti­lizando una pala. Mientras Killeen se levantaba, Toby estrell la pala sobre aquella cosa cuadrada y rechon­cha. Zumb y se qued muerta.

Entonces echaron a correr. Las pequeas mqui­nas iban cayendo como si granizara a cmara lenta. Killeen record por un instante —en forma de im­genes fijas que le permita el fragor de la batalla— una ocasin cuando era nio y dej que la nieve cayera sobre l para descubrir al momento que se converta en bolas duras como las piedras, lo que le oblig a regresar llorando a la Ciudadela.

Aquellos mecs enanos no demostraban tener pre­ferencias por los humanos. Los que cayeron sobre las Familias intentaron meterse en ellos mediante taladros-sierra vibradores. Tres personas resultaron he­ridas antes de que los otros pudieran librarles de las mquinas. Pero los otros mecs se dedicaron a las ro­cas y a la tundra, inspeccionndolas e introducin­dose en ellas. Su accin pronto empez a provocar humos, formando unas nubes acres y sucias que con­tribuyeron a alejar a los humanos ms que el mismo asalto.

Se reagruparon, pasando lista hasta que todos los Bishop estuvieron en formacin. Las mquinas os­curecan el rea; la Familia se alej hasta una eleva­cin cercana llena de hoyos, desde donde miraron hacia atrs.

Aquellos puntos voraces estaban arrancando de raz y transformando una extensa franja que llegaba has­ta las lejanas colinas. El pasillo que haban abierto no atravesaba la zona de los Rook.

—Que me condene si alguna vez haba visto a un Empolvador que soltara algo parecido! —exclam Killeen con voz entrecortada.

—Parece como si se comieran las piedras —seal Toby.

—En otras ocasiones el Empolvador ha tratado de ahogarnos, si no recuerdo mal —dijo Ledroff come­didamente a travs del sistema de comunicaciones—. Pero ste ha actuado distinto.

—Luchan contra la tundra —apunt Shibo, con ca­ra de preocupacin mientras estudiaba la multitud de ruidosas mquinas que se iba alejando. Estaba en pie, firme, preparada, con todo el equipo dispuesto. Killeen advirti adems que tena una rozadura en el traje, como si algo hubiera intentado introducirse por all.

—Cmo? —pregunt Toby—. Has cado rozn­dote con las piedras? —Cuando Shibo se enco-gi de hombros, su exoesqueleto rechin y se dobl—. Te has quedado enterrada en el hielo? —Otro encogi­miento de hombros.

Killeen hizo un gesto afirmativo.

—Intentan reparar el mal que el Salpicado les hizo. Detienen el crecimiento de la vegetacin.

—Pero, no nos perseguan? —pregunt Toby, in­crdulo.

Shibo sonri, agitando la cabeza con un movimien­to lento y triste.

—No somos importantes.

—Todava no comprendo cmo funcionan estos bi­chos pequeos que se meten por todas partes —insisti Toby.

—Nosotros tampoco —dijo Killeen.

6

Haban perdido parte del material debido a las m­quinas mordedoras. Haba dos que andaban a pesar de estar heridos.

Una nube acre y oscura que se alzaba voraz, se arras­traba lentamente por la colina como una plaga de lan­gosta y empezaba a alimentarse ya de las piedras del estrecho valle.

La Familia Bishop se junt con la Familia Rook y pusieron dos cadenas montaosas entre ellos y la hor­da. Acamparon para pasar la noche, y durmieron a medias a causa de la aguda inquietud que les causaba el negro cielo.

Se levantaron y se prepararon a las primeras luces de la doble aurora. Dnix y el Comiln asomaban por el horizonte, y el primero mostraba su blando amarillo.

Mientras Toby y su padre mascaban algo para de­sayunar, Killeen pudo ver la nubosidad que se preci­pitaba a abrazar y oscurecer el disco del Comiln. Las nubes ocultaban ms de la cuarta parte del cielo y no dejaban pasar el resplandor de las estrellas. Intentaba pensar que aquellas nubes eran las siluetas de formas tridimensionales, pero no poda explicarse por qu parecan estrecharse al acercarse al disco del Comi­ln. La puntual voz de Arthur empez a explicarle que las nubes disminuan de tamao frente al disco delgado debido al frotamiento de las pequeas part­culas, pero a Killeen se le escapaba gran parte del dis­curso del Aspecto. A pesar de todo, intentaba com­prender las explicaciones con ms entusiasmo del que haba mostrado durante aos. Los aparatos de Shibo, sencillos pero ingeniosos, le haban hecho descu­brir un fragmento del mundo. Advirti que una nueva conviccin iba asentndose en l: para vivir, las Fa­milias tenan que imaginar, inventar, cambiar.

A pesar del inquietante ataque del Empolvador, ha­ba dormido bien. Se sonri cuando vio que los Bishop desayunaban con caras conmocionadas por el miedo.

La tristeza era el sino de la humanidad; Killeen llevaba esta asercin imbuida en la mdula de los hue­sos. Toda la presuncin de los Aspectos cuando ha­blaban de las pasadas glorias no poda ocultar este hecho. Las canciones y las leyendas de la Familia tra­taban de infortunios pero tampoco olvidaban las ale­gras.

En los viejos tiempos, cuando los primeros intru­sos mecs ya haban atacado las Arcologas de cristal, los nios jugaban entre las destrozadas ruinas mientras seguan cayendo ms bombas. Los amantes se reunan en medio del caos y de la destruccin, y se deleitaban con sus descubrimientos. En las asediadas Ciudadelas, predestinadas a caer, se cantaban baladas romnticas en umbros cabarets y la gente rea de los chistes de los cmicos. Los antiguos estudiosos trabajaban en silencio hasta el da de su muerte en tareas a las que haban dedicado toda una vida. Los soldados y los recogedores de chatarra de la Familia haban comido y bebido con apetito unas pocas horas antes de lanzarse a sus ataques suicidas. Y l y Vernica ha­ban celebrado el nacimiento de Toby cuando la ame­naza del asalto de los Merodeadores se cerna sobre la oscurecida Ciudadela. La humanidad tena el don de encontrar siempre un resplandor en medio de la ms negra noche.

Las rdenes de Ledroff sonaron por los comunicadores:

—Formad la cua!

Killeen se coloc en el puesto ms alejado del flan­co derecho. Se dirigieron directamente hacia el cen­tro aparente del Salpicado. El verdor fue aumentando durante toda la maana, y Killeen se relaj un poco. La violencia y la huida de la noche anterior queda­ban atrs. Killeen permiti que Toby saliera de las filas intermedias y se colocara a su lado, en el puesto situado a la izquierda de Killeen a lo largo del eje del tringulo mvil de la Familia. La punta de flecha de los Rook llevaba buena marcha, a la distancia del ancho de una colina, ms hacia la derecha.

Suban por la ladera cuando simultneamente su­cedieron dos cosas.

—S, yo tambin oigo algo —comunic Toby, res­pondiendo sin duda a una llamada procedente del flanco izquierdo.

Killeen pregunt:

—Qu es esto?

—Unos pitidos en los comunicadores. No son de los nuestros —contest Toby.

—De los Rook?

—Negativo. Vienen y se van. Creo que no son de los mecs. El flanco izquierdo se abrir un poco para echar una mirada.

En aquel instante, Killeen abri la boca para contestarle y descubri al pen. Estaba desvindose hacia la derecha y avanzaba a gran velocidad en direc­cin a un puerto que le permitira sobrepasar la lnea de cresta. Tena las consabidas lneas entrecruzadas.

Killeen no se lo pens dos veces, ni siquiera una. El hecho de haber perdido antes al pen le estaba reconcomiendo; salt hacia arriba con paso rpido y con las botas a plena potencia. Su grito de adverten­cia son por el sistema sensorial conjunto, pero no era la llamada normal de un hombre sino el grito ins­tintivo de un animal en plena cacera.

Sus botas se hundan en la grava y en la tierra suel­ta cada vez que se lanzaba hacia delante, formando un ngulo cerrado mientras corra, es decir, iba incli­nado hacia delante y empujando fuerte con un im­pulso casi paralelo a la pendiente del terreno. De for­ma confusa oa a Toby que se revolva en el polvo mientras corra tras l ladera arriba. Shibo le segua ms atrs. Incluso Cermo el Lento abandon su pues­to en la retaguardia del flanco, lo que era contrario a las rdenes. Cermo no se retrasaba a pesar de la re­saca y lanz su grito de cazador a travs del comunicador.

El pen desapareci detrs de la cumbre. Killeen corri para interceptarle, suponiendo que se dejara caer por la vertiente para adquirir velocidad en vez de limitarse a dar la vuelta a la colina. Slo cuando hubo cruzado la cresta, calcul que el pen podra haberse reunido ya con el Mantis, y cuando esta idea se le ocurri de repente, dej que su propio impulso le condujera hasta un montculo de hierba blanda don­de podra resguardarse.

Tom unos primeros planos visuales del valle que yaca a sus pies, frente a l. Estaba vaco. Cambi los filtros y sacudi la cabeza para eliminar cualquier posible espejismo proyectado. Nada. Slo distingua la figura del pen que bajaba a buen paso por la ladera, en lnea recta.

Aquel rumbo le llevara hasta la mujer que avanza­ba en cabeza de los Rook, al cabo de pocos minutos. Killeen volvi a examinar el valle. No descubri dis­torsin ni oscilacin alguna en su visin. No haba ningn Mantis, por lo menos caba suponerlo. Toby lleg a grandes saltos y poco falt para que cayera so­bre su padre.

—S, all est. Destrocmosle!

—Espera un poco. —Estudi con atencin la m­quina que hua.

—Es el mismo de ayer? —quiso saber Toby.

—As parece.

Pues vamos. Los dems llegarn dentro de un mo­mento.

Killeen vea el esquema de la Familia en formacin de lucha o huye como unos puntos azules que apa­recan en su retina.

Toby grit:

—Los Rook darn cuenta de l!

—Vamos a probar desde aqu —sugiri Killeen, des­colgando el arma—. Ser preferible dispararle desde una posicin resguardada, por si...

El pen dio un bandazo, dejando tras l una lnea de pedruscos que interceptaba la visual de Killeen.

—Maldita sea!

—Vamos, a por l.

—Espera, yo... —Pero Toby ya se haba levantado y se lanzaba en diagonal por la ladera, buscando un ngulo mejor frente al pen—. Toby!

Killeen salt hacia el lado opuesto, para asegurar el tiro cruzado.

Seguramente despus se sentira avergonzado de haber tomado tantas precauciones frente a un pen. Aquella mquina deba de ser un pen de Mantis, pe­ro aun en ese caso, los peones eran poco inteligentes y vulnerables.

Y Killeen quera estudiar de cerca a uno de ellos, desmontarlo y ver qu opinaba Shibo. Deba apren­der la tcnica de los mecs, y adems aprenderla de­prisa.

A pesar de todo ello, de repente Killeen se dio cuenta de que Toby iba a quedar expuesto al cabo de pocos segundos. Con toda rapidez, dispar una rfaga don­de supona que estara el pen, todava fuera de su vista. Contaba, por lo menos, con que sus disparos desviaran la atencin de la mquina.

Sus botas tamborileaban con fuerza a lo largo de un barranco que utilizaba como atajo, y salt a plena potencia sobre unos arbustos. Empez a jadear pesa­damente.

Cuando sali a terreno descubierto, observ que el pen haca girar con rapidez las bandas metlicas para apartarse de la visual de Toby, pero con este mo­vimiento se estaba colocando en la suya. Las piezas articuladas se hundan profundamente, escupiendo gravilla, y el pen se alejaba de all a toda velocidad.

Despus de todo, iba a alcanzar una buena posicin desde donde dispararle. La mquina no pareca preo­cupada por el peligro. Su pulido caparazn de alumi­nio se destacaba sobre el verde valle que tena detrs. La distancia era razonable.

Killeen alz el fusil y oy el disparo del de Toby, que todava no tena un buen ngulo de tiro y estaba desperdiciando municiones. Los proyectiles hicieron saltar unos matojos que estaban lejos del pen, tanto en altura como en direccin. Un segundo disparo se acerc ms, pero segua siendo alto.

El pen se detuvo y pareci mirar a su alrededor. Las lneas entrecruzadas se destacaban sobre sus pa­neles laterales.

Killeen le dispar. Vio trozos de la coraza que sal­taban por el aire.

El pen efectu un movimiento rpido. Un punto oscuro apareci subiendo por la ladera, con rapidez y en trayectoria baja, y fue a dar en la cara de Killeen.

Le entr por el ojo derecho. Cay de espaldas y sin­ti que una repentina nube negra le envolva. Una sensacin de fro, que pareca rebuscar en su interior, se extenda por la frente y por el brazo derecho hasta la mano.

El hielo creaba sombras azules en sus ojos. Un re­lmpago de intenso color le dio un fuerte pinchazo en el codo izquierdo.

Recobr la visin y el olfato. Oy unos gritos.

Rodaba por la ladera e intent detener su cada. Las piedras se le clavaban en el costado y no poda mo­ver la mano izquierda. Dio una patada a un pedrusco y aquello le fren lo suficiente como para darle oca­sin de agarrarse a un arbusto.

Palade el sabor de la sangre. Alguien gritaba. Te­na el cuello atenazado por un fro intenso que le ba­jaba por el pecho. Los gritos eran demasiado fuertes y demasiado rpidos para comprenderlos.

Se qued boca arriba. Los disparos eran violentos, unas rpidas rfagas rompan el silencio.

Utiliz el brazo derecho para incorporarse. Haba rodado una distancia considerable, y el pen estaba tumbado de lado, bastante cerca de l. Sus tripas gri­ses estaban esparcidas sin orden ni concierto.

Intent apoyarse sobre el costado izquierdo y sol­t un rugido cuando unas pas amarillas se clavaron en su hombro. Le daba la impresin de que algo spero y brutal le estaba royendo la mano izquierda.

Se las arregl para poder soltar un grito ahogado. Unos puntos rojos nadaban por el aire. Unas voces gritaban incoherencias.

Killeen mir con furia a su alrededor y poco falt para que perdiera el equilibrio en aquella ladera.

Shibo apareci por encima del horizonte a grandes saltos. Aterriz con las piernas entreabiertas para po­der girar sobre ella misma y disparar el arma que lle­vaba preparada hacia cualquier direccin.

Killeen llam:

—Toby...! Yo...!

—All —le seal Shibo.

Unos mosquitos zumbaban dando vueltas alrede­dor de su cabeza y le picaban en los ojos.

Se oblig a s mismo a darse la vuelta sobre el lado izquierdo. La montaa oscilaba, se inclinaba, agita­ba sus cambiantes verdes y amarillos, Killeen parpa­de para aclararse la visin a travs de las lgrimas.

Toby haba cado. Yaca sobre la espalda, con los ojos clavados en el cielo.

—Hijo!

Toby movi los ojos. Intent agarrarse las retorci­das piernas con las manos. A travs del ocano del aparato sensorial de Killeen lleg dbilmente:

—Pap... no... puedo mover... las piernas.

—Tmbate... qudate tumbado —consigui articu­lar Killeen.

Abri la boca para hablar, pero no le sali una pa­labra. Vio que el cielo estaba absolutamente despeja­do y vaco de seales. Tena que levantarse.

Jadeando, hizo fuerza con las manos para intentar sentarse. El brazo derecho le pareca de goma y atra­vesado por mil calambres. Senta el brazo izquierdo vaco, sin peso, como si no lo tuviera.

No se pudo sentar. Soltando un gruido rod un poco sobre s mismo para poder ver una mayor zona de la montaa. El pen no se mova. Shibo baj por la ladera, saltando por entre los montculos de piza­rra gris. Cermo iba detrs de ella. Se les vea lentos y relucientes bajo la cruda luz blanquecina que llega­ba oblicuamente a travs del aire.

Los zumbantes mosquitos le picaban en los ojos y no queran dejarle en paz.

7

El crepsculo lleg acompaado de unas nubes al­tas de color naranja.

A Killeen le pareca que avanzaba sobre una blan­dura esponjosa parecida a las nubes porque apenas sen­ta la parte inferior de las piernas. Llevaba andando algn tiempo, casi inconsciente, con la nica idea de que tena que seguir hacia adelante por aquel ambiente neutro y confuso. Tena la impresin de que se inte­graba con la niebla sedante que se posaba y le rodea­ba por todas partes. A travs de esa niebla distingua los detalles de un valle en pendiente que se deslizaba a su lado. Vea cmo las imgenes vibraban y salta­ban, por lo que supuso que andaba en medio de aquella bruma fra y gris que ya empezaba a disiparse.

Algunos haban dicho que no poda seguir andan­do. Una parte de Killeen haba deseado dar su con­formidad y reposar en una camilla. Pero era consciente del sutil equilibrio de la Familia. Toby haba de ser transportado, ya que haba perdido por completo la sensibilidad de las piernas. Aun en el supuesto de que se tratara de una carrera corta, los camilleros se can­saran. Era mejor no doblar los motivos de queja al aadir el peso de Killeen a las cargas de la Familia. La regla era muy explcita: nadie que estuviera incapaci­tado por completo poda ser trasladado si haba que huir. Se le abandonaba, con tristeza y con las cere­monias oportunas, a lo que la suerte pudiera depa­rarle.

En aquel caso era diferente. Killeen lo saba pero era incapaz de concretar el cmo y el porqu. Se li­mitaba a andar con torpeza a travs de la niebla per­lina en que se haba convertido su difuso y silencioso mundo.

Delante de l, Toby se columpiaba sobre unas pa­rihuelas que se apoyaban en los hombros de dos hom­bres. El muchacho estaba dormido. A pesar de esto, Killeen poda ver cmo los ojos del muchacho gira­ban y se estremecan debajo de los plidos prpados.

Killeen se preguntaba si el muchacho conservaba alguna sensibilidad de caderas hacia abajo. Le haba costado mucho conseguir que hablase mientras ya­can juntos al pie de la colina que haban rodeado. La hierba ya les serva de colchn, pero Shibo y Cermo les haban llevado alfombras de dormir, que era un lujo del que ninguno de ellos dos haba disfrutado en aos. Haban descansado all, y Toby haba hablado muy poco mientras la Familia se inquietaba y se ocu­paba de ellos.

Killeen se haba sentido como si l mismo fuera un muchacho. Ya le haba sucedido algo parecido cuando estaba tumbado en el suelo de los campos cercanos a la Ciudadela, adormecido y pensativo, mientras mi­raba el cielo que se desplegaba en infinitas exquisite­ces de cobalto. La ladera tambin pareca ofrecerse al cielo como en un altar, para complementar la ofren­da de l y de su hijo. Killeen haba intentado recor­dar cmo era l mismo, pero las caras y los tiempos haban revoloteado por su mente como pjaros. Su padre, apoyndose con un gracioso gesto casual so­bre los restos de un mec, despus de una incursin provechosa, sonrea de una manera que a Killeen le haba parecido misteriosa hasta que muchos aos des­pus descubri que era la expresin de un triunfo pa­liado por los recuerdos, todava recientes, de varias derrotas. Su madre, que rebuscaba por entre los des­perdicios de los mecs, se haba acercado a ellos muy emocionada, con una tela plateada que nadie haba visto antes. Todas aquellas imgenes haban desfilado como si lo hicieran por detrs de un grueso cristal. Le haba hablado de aquello a Toby con la esperanza irracional con que un padre espera que al compartir hasta el menor detalle del pasado, perpetuar aque­llos instantes en el carcter y en las perspectivas de su hijo.

—Ahora ya estamos cerca —indic Shibo, que es­taba al lado de su codo. Killeen hizo una sea afirmativa—. Han llegado los King.

—Los King...?

Aquella palabra haba puesto su memoria en fun­cionamiento. Las musicales voces desperdigadas que haban odo en el flanco izquierdo eran gritos de sa­ludo y aclamaciones de los King. Mientras el ala de­recha persegua el pen, la izquierda qued retenida por las rdenes de Ledroff para que se agrupara en formacin de defensa. Por todo ello, el encuentro con los King se haba demorado hasta despus de la muerte del pen. Killeen recibi la maravillosa noticia de la llegada de los King y las nuevas que ellos traan mien­tras estaba echado sobre el suelo, con el aparato sen­sorial protegido por el aislamiento.

Y all, frente a ellos, estaban los King.

Ledroff haba hecho sonar una alarma completa. Los velocistas haban vigilado todos los accesos. Pero en aquella ocasin no encontraron seal alguna del Mantis cuando las Familias se reunieron.

Los Bishop descendieron por un polvoriento can y llegaron a un terreno llano desbordante de vegeta­cin.

Un hombre estaba al frente de la pequea comiti­va que les recibi. Era alto, tena las delgadas piernas y brazos enfundados en ropas negras, y cada uno de sus gestos indicaba que era el Capitn de la Familia King. Su propia cara explicaba su nombre: Hatchet*. Su amplia y despejada frente apareca a continuacin de una delgada alfombra roja de pelo que haba re­cortado para evitar que rozara, y se enmaraara bajo el casco. Una tira de tela azul le cea la frente por encima de las orejas. Desde la cuadrada frente des­cendan unos pmulos sesgados que enmarcaban la aguilea nariz. Una pequea aunque poderosa boca interrumpa los rasgos descendentes de aquel rostro. Debajo de los prominentes labios, la cara de Hatchet formaba una alargada cua puntiaguda que apareca desnuda de barba.

Todas estas peculiaridades fueron llegando poco a poco a Killeen, a medida que Hatchet se aproxima­ba; el Capitn de los King irradiaba autoridad a cada paso que daba. Alrededor de ellos, los componentes de las Familias se saludaban unos a otros dndose la bienvenida. Ledroff escoltaba a Hatchet y haca las presentaciones, pero Killeen no se dio cuenta de na­da hasta que Hatchet le pregunt directamente:

—Slo es el brazo, verdad?

Killeen movi la cabeza, pero no en seal de rechazo sino para emerger de su propio ensimismamiento. Alz un poco el brazo izquierdo, haciendo un gran es­fuerzo.

—Esto es todo... lo que puedo... —murmur, y al hacerlo se not los labios gruesos e hinchados.

—ste es tu hijo?

Cuando Killeen hizo un gesto afirmativo, Hatchet se inclin para examinar los ojos de Toby, que toda­va seguan movindose sin cesar bajo los prpados casi transparentes.

—Ummm. Podr recuperarse de esto. Las piernas, verdad?

—No lo s seguro. Respira bien.

Las manos de Hatchet recorrieron expertas el cuer­po de Toby, pellizcando aqu y tirando de all.

—Ha movido los brazos?

—Un poco. Ha dicho que no se notaba las piernas. Luego se ha quedado dormido.

Hatchet agit una mano en el aire, sin molestarse en mirar, y la fila prosigui su marcha.

—Tal vez salga de sta. He visto otros casos como ste. Ha tenido mucha suerte, ya que el Merodeador slo alcanz parte de su sistema sensorial y no pudo acabar el trabajo.

Hatchet observ detenidamente a Killeen, y algo en la mirada del Capitn despej los restos de la pe­gajosa niebla que rodeaba al herido. El mundo des­nudo regres hasta l con un mpetu de furia y deses­pero que le resultaba familiar porque siempre haba estado all, aunque atenuado por la niebla.

—Fue un pen! —declar de improviso Killeen.

Hatchet frunci el ceo.

—Los peones no pueden luchar.

—Era un pen de Mantis.

Ms fruncimiento.

—Mantis? Qu es eso?

Cuando Killeen se lo hubo descrito entre vacilacio­nes, Hatchet dijo con los labios apretados:

* En ingls, hatchet significa hacha, y hatchet-faced, de facciones enju­tas. (N. del T.)


—Que yo sepa, por aqu no hay ningn Mantis.

—Ahora s.

Algunos miembros de las distintas familias se ha­ban reunido a su alrededor. Unas escuadras de guardia cubran las colinas, y los centenares restantes seguan desplegados, vigilando todos los accesos, mientras se­guan con regularidad su camino para bajar por la mar­cada pendiente hasta el llano.

Las palabras de Killeen haban conseguido que el grupo de Hatchet se llenara de susurros, de disputas y de incredulidad. Killeen oa sus objeciones a travs de un tenue velo que las distorsionaba.

Shibo se adelant y dijo:

—El pen tena media mente.

Hatchet se volvi hacia ella.

—Un pen con una mente de gran tamao? Es­ts segura?

Shibo jams contestaba a preguntas de aquel tipo. Se limit a mirar fija y directamente a Hatchet, y de­jar que su silencio sirviera de confirmacin.

Nuevos murmullos entre los King. Cuando se aca­llaron, Killeen intervino:

—Supongo que los peones volvieron a montar el Mantis. En otras dos ocasiones han hecho lo mismo.

Hatchet parpade al comprender que su aura de autoridad haba disminuido un poco.

—El Mantis tiene la mente repartida?

Killeen estaba satisfecho porque Hatchet haba da­do con la solucin de inmediato. Ledroff todava no crea aquello. Resultaba un alivio haber encontrado un Capitn que fuera ms inteligente que el resto de la Familia.

—La primera vez que abatimos un Mantis, tena una mente central. La segunda vez dio la muerte definiti­va a muchos Rook y Bishop. Entonces tena mentes fraccionarias.

—Alojadas en lugares diferentes? —pregunt Hatchet, con cara de concentracin.

—As es —contest Shibo.

—Y qu hicisteis?

—Las hicimos volar todas en pedazos.

—Eso debera de haber acabado con l —observ Hatchet.

—Pues no lo hizo.

—Este pen es de una nueva clase. Nos tom el pe­lo —apunt Killeen.

Hatchet y el resto de los King se miraban unos a otros, aquello no les gustaba.

—El Mantis os ha seguido?

—Suponemos que s.

Killeen se dio cuenta de que se hallaba al borde de un repentino agotamiento.

Ledroff dijo algo que Killeen no logr captar, pe­ro Hatchet no se molest en contestarle y prosi­gui:

—Hemos fundado aqu una nueva Ciudadela y no queremos atraer a los Merodeadores. Y mucho menos a esa cosa Mantis.

Killeen parpade, pero fue Shibo quien pregunt:

—Ciudadela?

La voz de Hatchet se hizo ms ampulosa.

—La Ciudadela King. La llamamos Metrpolis.

Y all estaba. Killeen se haba concentrado en andar y en ver si Toby se encontraba bien. Su participa­cin en el dilogo haba exigido todas sus fuerzas. En aquel momento mir hacia abajo y observ que desde la llanura que tena delante se ergua una cons­telacin de edificaciones de barro oscuro de uno o dos pisos. Y unos altos dinteles de puertas. Y unas oblongas ventanas sin cristales.

—Veis las plantaciones? —Hatchet y los King son­rean con el orgullo que corresponda a la primera Familia que haba instaurado de nuevo una Ciudadela—. Plantamos en parcelas desperdigadas. As los mecs no podrn descubrir unas conformaciones regu­lares del terreno desde sus aparatos voladores.

Killeen asinti. Las cabaas parecan fundidas all, con la quietud de la media luz, como si la tierra se hubiera alzado para hacer un gesto obsceno a las es­trellas que iban apareciendo. Unos murmullos dis­tantes parecan patinar por el aire. Killeen reconoci el canto de los pjaros, docenas de alegres canciones llegaban flotando desde los exuberantes rboles y des­de los altos matorrales.

—ste es el centro del Salpicado, verdad?

—Efectivamente, lo es —dijo Hatchet—. Hemos construido sobre la humedad del hielo, nuestra ver­dadera, rica y sagrada Nieveclara. Vamos a volver a aquellos tiempos.

Aquel conjunto era realmente muy distinto, pensa­ba Killeen, de los edificios y baluartes de la Ciudadela Bishop. En aquellos das, la humanidad haba expre­sado su confianza en la eternidad de las piedras. Aho­ra utilizaban el humilde barro, que representaba la incertidumbre de disolverse si reciba el azote de unas fuertes lluvias.

Arthur se col:

Pero ste es un medio ambiente ms seduc­tor para los humanos.

—Es primitivo —replic Killeen en voz tan baja que slo Arthur pudo orle.

Observa los rboles en forma de paraguas y el csped que hay delante de cada cabaa primitiva. Mira all; un estanque, y de buen tamao, adems. Apostara a que en los interiores encontraremos alfombras, que son, en esencia, los equivalentes del csped. Los humanos evolucionaron desde un mosai­co ambiental en donde haba rboles bajo los cuales podan refugiarse si necesitaban proteccin, agua superficial y abundantes pastos de tierra verde. Esta nueva Ciudadela de los King se parece inconscientemente a la sabana antigua. Hatchet ha construido una nueva clase de Ciudadela, que refleja profundamente el origen desde el cual to­dos hemos evolucionado.

Killeen estaba de acuerdo en todo, y se preguntaba cmo haban conseguido los King hacer todo aque­llo. Hatchet habl, dando la bienvenida a los Bishop y a los Rook, con una sencilla y directa cortesa. Ms tarde celebraran una ceremonia completa, les asegu­r, como requera tan portentoso evento.

Ledroff solicit el privilegio del dakhala. Este obli­gaba a una Familia a dar cobijo a los seres humanos que estuvieran huyendo para salvar sus vidas. Aque­llo nunca se haba aplicado a toda una Familia en fu­ga, pero Hatchet asinti calurosamente y dio su aquiescencia formal. Al comprobar que se mantena vigente aquella tradicin humana, todos lo celebra­ron con aplausos. Hatchet les obsequi con jofainas de agua aromatizada.

Killeen senta el peso de las palabras de Hatchet y la fuerza franca e inexorable de aquel hombre, el fun­dador de la nueva Ciudadela.

En la mente de Killeen floreci la esperanza de que el Capitn de los King saba algo que l mismo igno­raba, y que tena una base firme donde apoyaba la increble esperanza que expresaban all, mediante el simple barro. Despus de todo, una Ciudadela impli­caba que no tendra que enfrentarse al problema de abandonar a Toby.

Mientras avanzaban entre las exclamaciones de salu­do y los jubilosos gritos de su recepcin, Killeen ol­vid todas sus dudas y se dej llevar por la maravillo­sa impresin que proporcionaba todo aquello. Apenas si poda andar a causa del profundo cansancio que iba apoderndose de l, pero prescindi del agotamiento, deseando, ms que cualquier otra cosa, poder confiar.

Al da siguiente ya no pensaba igual. La claridad haba regresado mientras Killeen yaca con insolacin a lo largo de toda la maana y toda la tarde. El dolor punzante del lado izquierdo haba disminuido. To­dava no poda levantar el brazo ms que unos cinco centmetros.

Hatchet y algunos de los dems King decan que al parecer el pen haba vaciado secciones completas del sistema sensorial de Killeen y de Toby. Al verse interrumpido, la sonda mental del mec se haba reti­rado, arrastrando los centros de control del brazo iz­quierdo de Killeen y todos los mandos y conexiones nerviosas de la pierna de Toby.

Tambin haba notado otras prdidas. Rebuscan­do entre las perpetuas vocecillas que se alzaban de­trs de su mente, Killeen ech de menos un Rostro, Rachel, y un Aspecto, Txach. Nunca los haba usado mucho, pero su ausencia haba dejado un hueco si­lencioso.

Anocheca de nuevo cuando Killeen sali para pa­sear por las calles de Metrpolis dispuestas al azar. Los senderos serpenteaban adrede entre la vegetacin para evitar que los mecs los descubrieran desde el aire. Las cabaas estaban desperdigadas para evitar consti­tuir blancos fciles. Los miembros de la familia King llevaban turbantes y no daban tanta importancia al peinado.

Todos parecan ser conscientes de su misin, por lo que cultivaban y ejercan sus oficios con mucha diligencia. Haba centenares de ellos discurriendo por las retorcidas callejas.

Al igual que los Bishop y los Rook, vestan cami­sas y pantalones de tela impermeable. Los suyos lu­can muchos ms ornamentos que anunciaban de una manera muda el tiempo de ocio de que disponan pa­ra bordar los complicados emblemas de los King, bu­cles y espirales. Cada miembro de la Familia tena un diseo diferente. Algunos llevaban con orgullo unos parches que indicaban su ocupacin profesional en la Familia.

Killeen haba esperado que el paseo renovara su fe en el sueo de Hatchet. Mientras deambulaba por las calles polvorientas senta una especie de callada ad­miracin por aquella Familia, que haba escapado de los peores ataques de los Merodeadores y que no obs­tante se fiaba de unas burdas estructuras de gruesas paredes.

Estaban friendo buuelos y con ello el aire se lle­naba de unas apetitosas promesas. Las paredes esta­ban distribuidas irregularmente, levantadas sin cui­dado y completamente desalineadas. Aunque haca poco tiempo que estaban hechas, las encontraba de­crpitas. All no haba el menor rastro de la precisin que Killeen esperaba hallar en las construcciones mecs.

Todos los edificios que haba visto haban sido cons­truidos por los mecs, con placas de metal y de cer­mica colocadas con toda precisin. El nico ejemplo que poda considerarse una rplica de la arquitectura mec era la Ciudadela donde l mismo haba crecido, un majestuoso conglomerado construido a lo largo de siglos.

La Ciudadela Bishop haba tenido baluartes forma­dos de metal mec y piedra, con la forma y disposi­cin adecuadas para sostener pisos y ms pisos que se apoyaban sobre amplios arcos. Vista a la luz del da, aquella Ciudadela King era un insulto a la me­moria de la otra. Pero se record a s mismo que aque­llo por lo menos constitua un principio. Y l no es­taba en situacin de criticarlo.

Saba que deba sentirse animado por la ferviente actividad y por aquellas paredes slidas. Pero slo po­da pensar en Toby.

El muchacho ya poda hablar dbilmente. Su cuerpo responda a los masajes generales que le daba Killeen, con excepcin de las piernas, que se haban quedado inmviles. Ms que por el dolor fsico, que ya iba desapareciendo, Toby se estremeca por lo que les su­ceda a los miembros de su Familia que quedaban in­vlidos.

Tena que dejarse convencer de que estaba en un hogar, en un sitio fijo, por la solidez de las paredes de la choza ms que por las palabras de Killeen. La Familia Bishop ya no estara obligada a efectuar ms marchas. No iban a dejarle abandonado.

Killeen haba hablado con l. Poco a poco, haba ido comprendiendo aquellos argumentos. Y una vez logrado eso, la cara de Toby se haba quedado colapsada en una expresin de calma. Luego haba cado en un sueo profundo.

Pero los temores de Killeen no se haban calmado tan fcilmente. Regres hasta donde haba odo de­cir que Hatchet estaba negociando con Ledroff y Fornax. Traspas la vulgar valla que rodeaba la choza de reuniones del Capitn Hatchet. Se vea claramente que las chapas de la valla eran de metal mec sin pulir, pero los postes estaban burdamente fabricados con madera y tenan que ser de obra humana.

Luch con el cierre de la valla y slo entonces ad­virti que todava no haba recuperado el uso del bra­zo izquierdo.

Mientras andaba lo haba hecho oscilar, era como un peso de madera que por lo menos no le impeda caminar. Hasta entonces haba considerado su heri­da como una simple enfermedad. Mientras se diriga a la reunin, tuvo la certidumbre de que nunca ms podra correr, llevar pesos, o luchar como haba he­cho hasta entonces. Ello significaba que se haba ca­sado con aquella Metrpolis hasta un punto que nunca hubiera sospechado.

Hatchet acompaaba a Fornax para despedirse de l, cuando Killeen lleg. Haba sido un da completo de continuo tira y afloja, de negociaciones. Killeen ya lo saba. Habilidades que intercambiar. Chips de Aspectos y Rostros con conocimientos poco comu­nes. Ya haba aparecido el instinto de comercio. Desde tres chozas ms all, haba odo que gritaban de vez en cuando.

Haba un protocolo estipulado para las relaciones entre las Familias, una ordenanza litrgica. Los Bishop y los Rook eran huspedes de aquella Ciudadela en ciernes. El ofrecimiento de comida y de alojamien­to tena sus floridas reglamentaciones. Todo aquello requera tiempo, pero haba asuntos ms esenciales, tales como la supervivencia y la defensa, que haban llevado mucho ms tiempo. Cuando hubieron fina­lizado el protocolo, los tres Capitanes haban inicia­do otro ritual con comentarios ms mordaces. Tan­to Fornax como Ledroff slo podan tener una idea limitada de lo que los King haban conseguido. Cada palo clavado en el suelo y cada pared de arcilla repre­sentaba un reproche hacia las otras Familias. La dig­nidad de los Bishop y de los Rook exiga que no de­mostraran el menor indicio de envidia, as que all se haban desarrollado discusiones con gritos y posi­ciones enconadas. Killeen se alegr de haber llegado tarde.

Pidi permiso para entrar a una mujer joven que estaba de guardia en el exterior. Ante su sorpresa, se lo concedi de inmediato.

Hatchet le ofreci asiento y le dio una taza de t, oscuro, espeso y con menta. Killeen se lo bebi al ins­tante y pidi ms. Hatchet hizo un gesto de satisfac­cin, cogi la tetera y llen una taza mucho mayor que haba en una repisa detrs de l.

—Nos parecemos —dijo con entusiasmo—. Tam­bin a m me gusta que todo sea fuerte y en abundan­cia. Ests de acuerdo?

—Um.

—Has pensado ms en lo del Mantis?

—Algo.

—Por qu crees que aquel pen tena sesos?

Killeen sorbi t y lo mir de soslayo.

—El Mantis deba de haberlo dispuesto as.

—Cmo te imaginas que pudo hacerlo?

—Aniquilamos todas las mentes fraccionarias que tena en el cuerpo principal, cuando acab con tan­tos de nosotros. Pero entonces no podamos sospe­char que se estuviera sirviendo de peones que a su vez poseyeran mentes fraccionarias.

Los ojos de Hatchet se agrandaron a causa de la sor­presa.

—Y las tienen?

—Claro que s. Como el pen que nosotros acosa­mos y que nos hiri. Aquello no fue ningn acciden­te.

Hatchet no aadi nada. En vez de replicar, como habran hecho Ledroff y Fornax, se qued sentado pensando durante un rato, sin verse obligado a pro­seguir la conversacin o pretender haberlo entendi­do todo. A Killeen le gustaba aquello. Hatchet era muy corpulento y estaba sentado en una tumbona oscura de forma alargada y rara que pareca adaptada a su figura. Oscil hacia delante, apoyando sus gran­des y anchas manos sobre las rodillas, y al fin dijo pensativo:

—Se cambia a s mismo. Se adapta.

—As parece —asinti Killeen.

—No es como los otros Merodeadores.

—No cabe duda.

Para Killeen representaba un gran alivio poder des­hacerse de esta manera de todos los temores indefini­dos que tena guardados. Ya desde la muerte definiti­va de Fanny, Killeen haba notado un vago y creciente malestar acerca del Mantis y lo que poda significar. Aquello ya no era una leyenda, sino una fuerza muy real, aunque no fuera tangible.

Hatchet dio una palmada, las paredes de endureci­da arcilla hicieron rebotar el sonido y lo acentuaron. Killeen llevaba tanto tiempo viviendo al aire libre que aquel sonido le lleg como una sorpresa que le so­bresalt.

—No es ms que eso, eh? Cambia de forma. Cuan­do vosotros os encontrasteis con la Familia Rook dio la muerte definitiva a muchos de vosotros.

Killeen puso mala cara.

—S, y qu?

—Pero ahora, se encuentran tres Familias y no ha­ce nada.

Hatchet lo haba comprendido.

—Aquel pen significa que ha de andar cerca.

—Se ha enterado de lo de Metrpolis. Si antes no lo saba, ahora s.

A Killeen no le gustaba aquella lnea de pensamien­to, pero puesto que la haba iniciado, no poda recha­zar la idea hasta agotar sus consecuencias.

—En tal caso, por qu no nos ataca ahora mismo?

Hatchet reflexion, sin preocuparse de si su labio se alargaba hacia delante al pensar, sin fijarse en las apariencias.

—Tal vez no saba que estbamos aqu, y antes que nada quiere estudiarnos un poco. O tal vez tiene mie­do de enfrentarse a una plaza bien defendida. Hemos colocado muchsimas trampas para los mecs, por es­tos alrededores.

—La ltima vez, no pareca tener miedo —observ Killeen secamente.

Hatchet entorn los ojos.

—Qu quieres decir con eso?

—Nada. Slo que no me lo puedo imaginar echn­dose hacia atrs.

—Otros Merodeadores no quieren venir por aqu, por qu tendra ste que ser distinto? Estamos exac­tamente en el centro del Salpicado. Tierras hmedas. Por el sur incluso hay pantanos. Las cadenas desplazadoras de los Merodeadores se hundiran hasta el bor­de, si vinieran por aqu.

—Es posible.

—Qu otro motivo podra obligarles a mantener­se alejados?

Hatchet empezaba a irritarse. Killeen trataba de adi­vinar el motivo. Tena algunos rudimentos del tra­bajo con la arcilla y el lodo, por haber visto a sus tos hacer pequeas chapuzas en la Ciudadela Bishop. Aquella nueva Ciudadela databa a lo ms de dos aos atrs, a juzgar por la edad del recubrimiento de las paredes. Supona que Hatchet trataba de convencer a Ledroff y a Fornax de que l era el lder natural de las Familias reunidas de nuevo, puesto que despus de todo, Hatchet haba edificado una Ciudadela que funcionaba y mantena alejados a los Merodeadores. De alguna manera, Hatchet haba equiparado en su mente la solidez de aquellas paredes de arcilla, la valla de frgil metal y madera, con el hecho de mantener alejados a los Merodeadores.

Killeen tena en la punta de la lengua una aguda r­plica a la pregunta de Hatchet. Pero entonces com­prendi por dnde podra discurrir la conversacin y descubri que se hallaba frente a una eleccin. Po­da seguir apretando a Hatchet y despus dejar de ha­cerse el importante, o bien poda tomarlo desde otro ngulo.

Hizo algunos comentarios sobre lo impresionado que estaba por Metrpolis y su alegra de que todo el mundo estuviera bien alimentado. Luego dijo co­mo por casualidad, para captar la voluntad de Hat­chet:

—Hacia dnde supones que apunta todo esto?

Hatchet se frot la larga y puntiaguda nariz.

—Qu quieres decir?

—Qu habis hecho... en seis aos? ...desde que los mecs atacaron a todas nuestras Ciudadelas.

—Pues lo mismo que vosotros, me parece.

—S, lo de siempre. Desde entonces hemos estado huyendo. No hemos podido detenernos nunca ms de cinco o seis das seguidos. No hemos tenido tiem­po para reflexionar.

Hatchet se encogi de hombros.

—Y qu?

—Te has preguntado alguna vez si ste era su pro­psito?

—Qu?

—Tal vez ellos no queran que pensramos ni que pudiramos aprender de nuestros Aspectos. De to­das formas, por qu destruyeron las Ciudadelas? S­lo porque bamos a saquear sus factoras?

—Nos odian —apunt Hatchet, como si se tratara de una verdad inamovible.

—Es posible. Alguien se lo ha preguntado alguna vez?

En el rostro de Hatchet apareci una expresin pre­cavida.

—Y quin podra haberlo hecho?

Killeen se estaba concentrando en sus propios pen­samientos pero advirti la leve vacilacin en los ojos entornados de Hatchet. La angulosa barbilla del hom­bre gir y capt la moribunda luz del ocaso de Dnix a travs de un agujero abierto en la pared que haca las funciones de ventana. Hatchet estaba ocultando algo.

—Los King solan comprender bien el lenguaje de los mecs.

La boca de Hatchet se hizo ms delgada.

—As es.

—Pienso que tal vez hayis podido recoger alguna informacin desde que tuvo lugar la Calamidad.

—Hemos estado corriendo durante aos, igual que vosotros.

—Estoy seguro de que habis salido mejor parados que nosotros —apunt Killeen para limar las asperezas de aquella conversacin. Era mucho mejor dar marcha atrs y enfocarlo desde otra direccin.

Hatchet se distendi un poco, pero no dijo nada.

Killeen continu, con facilidad:

—Nosotros tenamos una traductora adiestrada, pe­ro el Mantis la mat.

—Nosotros tenemos un traductor, una mujer.

—Ha averiguado mucho?

—Nada que nos fuera til.

—Ya veo.

—Vosotros, los Bishop, tenis algn Aspecto que pueda traducir? —pregunt Hatchet.

—Leer signos y cosas as?

—Cualquier habilidad que tengis. Siempre son necesarias.

—Bien... —Se lo pregunt a Arthur, y contest—: No tenemos ningn Aspecto que pueda hacerlo, pe­ro uno de mis Rostros s.

—Lo hace bien?

—Regular.

Hatchet pareca ocultar un inters detrs de sus ve­lados ojos.

—Bien.

—Aquella mujer traductora...

—Ahora est enferma.

Killeen segua preguntndose qu estaba ocultan­do Hatchet.

Tal vez slo se trataba de asuntos privados de la Fa­milia King. Probablemente lo mejor sera abandonar de momento aquel tema.

Las ideas se agolpaban en la mente de Killeen y no pudo resistir expresarlas de viva voz.

—El caso es: por qu atacaron las Ciudadelas?

Hatchet se tiraba de los labios, y la mueca alargaba todava ms su cara bajo la penumbra dorada.

—Estaban irritados, tal vez.

—Y por qu nos envan el Mantis, ahora? Por qu han tenido que construir un Merodeador espe­cial?

—Para acabar con nosotros. —Hatchet estaba dis­trado, preocupado, y no quera que se le notara.

—Por qu tomarse tantas molestias? Un diseo completamente nuevo. Primero nos atac con espe­jismos, de verdad que eran muy buenos. Parecan ab­solutamente reales. Nunca haba visto antes a un Me­rodeador que pudiera hacer algo que ni siquiera se aproximara a aquello.

—Sigue.

—Matamos lo que creamos que era su mente prin­cipal. Magnfico. Luego descubrimos que haba dis­persado su inteligencia en mentes fraccionadas, de forma que las matamos a todas. Pero ayer nos topa­mos con un pen que tena una mente compleja... y armas.

—Hey, poco a poco —exclam Hatchet, inclinn­dose hacia delante.

Killeen se dio cuenta de que haba estado gritando, y que cerraba con fuerza el puo derecho. El izquierdo le colgaba, intil e inerte.

—Bien, ya lo ves. Estn poniendo en accin mu­chas cosas en el Mantis.

—En eso estoy de acuerdo.

Hatchet aspir a travs de los dientes, mirando abs­trado hacia la lejana.

—Vosotros sois una gente que ha sufrido mucho. Ms que nosotros. Entindeme, no es que os ceda­mos de mala gana un espacio, a pesar de que habis atrado a este Mantis.

—Lo apreciamos en lo que vale —agradeci Killeen. La verdad que se callaba el Capitn era que Metrpolis no sera capaz de resistir al Mantis. Hatchet tena miedo de aquello.

Pero los King todava tenan mucha confianza. Al­gunos ya haban pasado por su choza y le haban ob­sequiado con historias de cmo haban rechazado los ataques de los Merodeadores. Pero Hatchet compren­da que el Mantis era algo diferente.

La llegada de las otras Familias tal vez no era slo la bendita reunin de la humanidad. Tambin poda significar el fin de Metrpolis.

Era aquello lo que Hatchet intentaba ocultar? No, all haba algo ms. Hatchet haba mencionado rpi­damente y muy por encima lo que haba descubierto el traductor.

No era oportuno sugerirle que fueran en busca de la pista del Mantis.

Hatchet jams dejara a Metrpolis desguarnecida de sus principales tropas. Y todava ms, Killeen se daba perfecta cuenta de que l mismo no era un buen anuncio de la sabidura que representaba ir en pos de aquella mquina.

Su brazo izquierdo colgaba inerte a su lado como un argumento en contra.

Dijo algunas cosas ms para hacer hincapi en su gratitud, aunque estaba seguro de que Ledroff y Fornax haban hecho lo mismo. No se perda nada ni cau­saba el menor dao en mantener las buenas maneras entre las Familias.

Pero aadi:

—El caso es: por qu los mecs intentan hacernos morder el polvo?

—Nos odian. Simplemente, lo llevan en la sangre —repiti Hatchet.

—No estoy de acuerdo —declar Killeen, despus de haber respirado hondo.

—Pues entonces, qu?

—Opino que nos temen a nosotros. Por algn mo­tivo, les asustamos.

Hatchet se ri de una manera extraa. Despus se levant, lo que era seal de que se haba agotado el tiempo de Killeen y que el Capitn de los King tena otras cosas que hacer.

8

—Pap...?

Toby haba dormido durante tanto tiempo que Killeen ya no pudo resistir ms la tentacin de sacudir­le suavemente, para asegurarse de que no haba cado en una espiral neural descendente.

—S, s. Estoy aqu. Ests muy bien.

—Me siento... raro.

—Te duele algo?

—No. Es como... no tengo sensibilidad.

—Dnde?

—En las piernas. Ahora son slo las piernas.

—Te notas bien la barriga?

—S.

—Ests seguro?

De pronto, inesperadamente, Toby sonri.

—Seguro que estoy seguro. Pon la mano aqu aba­jo y me mear en ella.

—Crees que atinars dentro de un orinal?

—Ha de ser eso forzosamente o probar por la ven­tana.

A Killeen le result ms difcil de lo que haba es­perado mantener sentado a Toby sobre el elevado jer­gn. El mismo Toby tambin se tranquiliz a causa del esfuerzo. Unas sombras le velaron los ojos y con­trajo la garganta debido a alguna lucha interior. Luego aquello pas sin dejar seales en su lisa piel, que haba tomado la apariencia del papel. Me rui­dosamente dentro del orinal de arcilla, rindose.

—Cundo volver a tener piernas? —pregunt Toby cuando ya estuvo tumbado de nuevo.

—Descansa un poco. Ya veremos.

Killeen haba intentado que su voz sonara natural y animosa, pero Toby capt algo en ella.

—Cunto tiempo?

—No lo saben. Nunca han visto un caso como el tuyo. Un Merodeador te estaba causando la muerte definitiva y lo interrumpieron.

—Merodeador? Pareca un pen.

—Bueno...

La cara de Toby se ensombreci.

—Era uno de los normales? Mira que ser tumbado por un simple pen...

—No lo creas. Era un Merodeador disfrazado de pen. El Mantis lo haba preparado as, supongo.

Toby estaba radiante.

—Por lo menos no me derrib un maldito pen co­rriente.

—Era uno asqueroso, dira yo.

—Cmo va tu brazo?

—No muy bien. —Mentir no hubiera servido de nada.

—Puedes utilizarlo para algo?

—Ni para limpiarme el culo.

—Desde cundo te lo limpias?

Killeen sonri, los surcos que le atravesaban la ca­ra curtida por el sol se convirtieron en trincheras.

—Vigila que no te arranque una de las piernas y te cierre la boca con ella.

—Si al menos fuera algo decente para comer!

Killeen le sirvi la cena. Sigui conversando con l hasta que lleg la triste medianoche y la habitacin se llen de sombras. Se esforz en aparentar que su paseo por Metrpolis le haba parecido ms lleno de color de lo que haba sido en realidad. Toby estaba desean­do salir y poder ver todo aquello con sus propios ojos. Killeen le prometi que lo sacara a pasear al da si­guiente. Tendra que llevar a su hijo en brazos, o en todo caso tendra que ingenirselas para montar una especie de silla de ruedas. Mantena una intensa lu­cha para que su voz no revelara sus sentimientos. Hatchet y los expertos en aquellas cosas opinaban que no haba la menor posibilidad de subsanar los daos que Toby haba sufrido.

Incluso Angelique, cuando haba ido a verle aquel mismo da, haba agitado la cabeza con aire triste. Sa­ba cmo arreglar los ojos y el sabor de boca. Poda meterse dentro de otros chips adems de los que to­dos llevaban en la base del crneo, pero los sistemas completos del cuerpo quedaban fuera de su alcance. Nadie tena el menor indicio de cmo funcionaban o de dnde se conectaban las uniones neurales a la espina dorsal. Toby tena tres tapas de conexiones en la espalda, unas pequeas muescas rojas hexagonales. La mujer que se las haba instalado haba muerto en la Ciudadela Bishop. Ningn miembro de los Bishop, los Rook o los King saba cmo recomponer las co­nexiones por medio de las muescas ni si los daos de Toby se podan arreglar desde ellas.

Observ con alivio que Toby caa en un profundo sopor, cuando ya haba empezado a buscar cosas in­teresantes que contarle. Sali del pequeo edificio cua­drado para ir a buscar agua a los pozos de los King, y en el camino se encontr con Shibo.

Le formul una pregunta con la mirada y Killeen respondi:

—Parece que est bien, excepto por las piernas.

—Y la cabeza?

—Bien. Habla muy bien. Maana le sacar, tal vez pueda determinar sus reflejos.

Shibo parpade sin prisas bajo la luz oblicua y se­ca. Sus prpados se movan como fantasmas grises y Killeen tuvo la impresin de que poda ver a travs de ellos las mscaras de marfil de sus ojos.

—Y t?

—Te refieres a este brazo? Est bien.

Ella se lo masaje con ambas manos.

—Lo notas?

—No, nada.

—Tiene arreglo?

l movi la cabeza en seal de negacin, pensando todava en Toby. Nadie saba gran cosa de nada, al parecer. Empezaron a caminar juntos, sin rumbo fi­jo. Se les antojaba tremendamente extrao el ir an­dando por un sendero entre formas creadas por ma­nos humanas. Faltaban los pequeos y casi obsesivos detalles del trabajo de los mecs. En vez de ello, abun­daban los errores agradables, las lneas torcidas y las curvas carentes de voluntad artstica.

—Qu te ha dicho Hatchet?

—La Familia King no sabe si otras Familias pudie­ron sobrevivir. Nosotros somos los nicos que han encontrado. Si el Salpicado atrae a alguien ms...

Dej divagar su pensamiento. No poda reflexio­nar sobre las distantes implicaciones tericas cuando la cara de Toby se le apareca, continuamente, plida pero todava alegre.

En los ojos del muchacho haba una serie de inte­rrogantes referentes a su propio cuerpo que pronto se convertiran primero en un enfado intil y luego en desespero. Killeen conoca bien aquel proceso. Lo haba observado durante la marcha, en los heridos.

—Has hablado sobre el Mantis con Hatchet?

Siempre se sorprenda de lo mucho que estaba en­terada sin necesidad de que l le contara nada.

—Deca que s, deca que no; el hombre deca que no haba salida —recit, recordando un antiguo dicho.

—Y del Mantis?

—Le preocupa, como es normal.

—Se preguntar si Metrpolis est segura.

—S. Y yo tambin. Hatchet... oculta algo.

—Qu?

—No lo s. Me pregunto a qu se debe que Metr­polis est aqu. Cmo es posible que el Mantis les haya dejado tranquilos?

—Me fij en sus defensas. Son buenas, pero... —Ki­lleen juzg por el arco de sus cejas que ella no estaba de acuerdo con aquella explicacin.

—Me gustara que Fanny estuviera aqu —coment l, tristemente.

Haca mucho tiempo que no pronunciaba aquel nombre. Los hechos que haban sucedido a partir de su muerte definitiva haban provocado un gran cambio en la vida de todos ellos. Dese que hubieran podido salvar un Aspecto de ella para llevarlo consigo.

—Fanny?

—Oh, desde luego. Olvidaba que no llegaste a co­nocerla.

—Era vuestra Capitana?

—S. La mejor que pueda haber. Habra calado las intenciones de ese Hatchet como un cuchillo calien­te atraviesa la mantequilla. —Le gustaba aquella vieja frase aunque le record que no haba visto mantequilla desde los tiempos de la Ciudadela.

Shibo solt de pronto:

—Hatchet no est bien.

—Eh? Qu le pasa?

Ella se dio unos golpecitos en la sien.

—No est bien de aqu.

Aquello sorprendi a Killeen.

—Por qu lo dices?

—Oste su discurso de bienvenida?

—No. Estaba dormido. Qu dijo?

—Que Metrpolis es la ciudad ms importante que jams ha existido.

—Estas cabaas de barro? —ri Killeen.

—Se considera importante porque ha logrado man­tener alejados a los Merodeadores.

—Pues muy pocos Merodeadores se habrn aven­turado tan al interior del Salpicado. Si ahora se ente­ran de que nosotros estamos aqu, nos van a visitar mucho ms. Hatchet ha tenido hasta ahora una suer­te increble.

—Sin duda. Luego habl de la unin de las Familias.

—Qu?

—Quiere ser Capitn.

—Capitn de todas las Familias?

—Creo que s. Los King le aclaman sin cesar.

Killeen movi la cabeza.

—Este Hatchet ha hecho muchas cosas, no lo nie­go. Tiene capacidad de mando. Mira qu orgullosos estn de l los King. Pero creo que no tiene la sabidu­ra de un buen Capitn.

—Opino lo mismo. —Y aadi en voz baja—: Fanny era sabia?

Killeen sonri.

—Ella sola decir que la gente vieja no se vuelve sa­bia, slo ms prudente. —Hizo una pausa—. O tal vez era mi padre quien lo deca?

—De todas maneras, esto no siempre es cierto.

—S. Fanny era sabia, aunque me habra hecho tri­zas por decirlo. Hatchet no lo es.

—Estoy de acuerdo.

Mantena una expresin grave mientras al pasar ob­servaba los clidos cuadrados amarillos que mostra­ban el interior de las pequeas chozas. Los cnticos de la Familia se alzaban llevados por la dbil brisa.

Metrpolis tena una lnea de centinelas y de de­fensas exteriores detrs del anillo de las cercanas coli­nas. Podan enterarse de si se aproximaba algn mec, lo que haca posible aquella despreocupacin por las luces. Killeen no crea que tal actitud fuera prudente.

La ciudad adormecida se vea borrosa a travs de la neblina del humo de los fuegos de campamento. El aire hmedo le acariciaba la cara y le vigorizaba los pulmones, una agradable sensacin. Aquello era el fuerte sabor de la vida: capear los vientos y labrar la frtil tierra. En otros tiempos, le haba dicho Arthur, toda Nieveclara haba sido as.

Oblig a su pensamiento a dedicarse a las cosas prc­ticas.

—Por qu los mecs han reconstruido el Mantis ca­da vez? Despus de la Calamidad, los mecs podran habernos dado caza, si hubieran querido.

—Lo intentaron. Nos cogan si se topaban con no­sotros —dijo Shibo.

—Estoy de acuerdo, pero entonces no nos acosaban como ahora hace el Mantis. —Killeen apret con fuer­za el puo derecho—. Durante aos nos han dejado en paz. Todos se olvidaron de nosotros, excepto los Merodeadores con los que nos topbamos por acci­dente. Eso ya era bastante malo. Ahora nos han en­viado el Mantis. Por qu?

Shibo sonri:

—No frunzas el ceo, te hace parecer ms viejo.

l advirti que Shibo se haba peinado de una ma­nera diferente. El cabello ascenda a partir de su an­cha coronilla en forma de trenzas adornadas con pla­ta. Despus se abra en abanico hacia fuera como una fuente negra helada. Los ojos le brillaban, y el traje de saltos apareca limpio y cepillado.

Lista para una aventura sentimental, pens l. Ella le obsequi con una mirada lenta, de arriba a abajo.

Pero l no estaba de humor.

No acababa de decidirse a decirle que ella le intere­saba de una manera ms bien abstracta ya que le fal­taba la motivacin. Cuando su Familia haba estable­cido la ley referente a los impulsos sexuales, a Killeen no le haba importado demasiado. En aquella poca dorma con Jocelyn, pero el dulce recuerdo de Ver­nica segua obsesionndole. Ya haba pasado el ma­ravilloso tiempo de su juventud, cuando el simple y casi inesperado placer del acto bastaba para dejarle maravillado. Haba quedado muy claro que Jocelyn nunca podra llegar a sustituir a Vernica, y aquella certidumbre les haba dejado un regusto agridulce des­pus de cada contacto y de cada gesto.

Abri la boca para evitar el asunto, pero no logr articular una palabra. Maldita sea! Como si yo fuera un cro! Busc algo que decir, pero su mente giraba en el vaco. Ante l vio un tubo montado en un bas­tidor.

Saba perfectamente de qu se trataba, pero apro­vech la oportunidad de cogerlo y fingir sorpresa para cambiar de tema. Sin embargo, su alegra era autntica.

La Ciudadela se haba vanagloriado de poseer uno, y no poda imaginarse cmo haba conseguido la Fa­milia King salvar el suyo. Tal vez lo haban rescata­do de las ruinas de su propia Ciudadela, aos despus de la Calamidad. Aquello encajaba con el estilo de Hatchet.

Mir a travs del antiguo visor. Las nubes se aleja­ban, dejando al descubierto una destellante banda de luz estelar. Alcanz a ver que la densa corriente de as­tros iba a parar detrs de las cercanas praderas de pol­vo color rub.

Arthur intervino:

Esta s que es una visin bien venida! No ha­ba visto nada parecido desde hace mucho tiempo. Esto es el Mandikini, una antigua palabra de la India asitica, en la fabulo­sa Tierra. Se aplica al plano de la galaxia, la llamada Va Lctea. La palabra india se traduce literalmente como gran ro del es­pacio, porque ellos crean que...

—Ven y mira —dijo Killeen a Shibo, interrumpien­do a Arthur.

Shibo no haba visto nunca un telescopio elctri­co. Le obedeci y mir a travs de l, recorriendo el cielo a media luz, y despus le pregunt qu era un punto que apareca en la pantalla de situacin.

Killeen mir con curiosidad el cristalino y dimi­nuto objeto. Un recuerdo de la infancia se precipit en su mente.

—El Candelero —exclam—. Todava queda uno!

—Qu es?

—Una ciudad. Una ciudad humana. Acaso la Fa­milia Rook no procede de un Candelero?

Ella neg con un movimiento de cabeza, intriga­da. Killeen explic:

—Mucho tiempo atrs, todos descendimos de un Candelero y nos asentamos en Nieveclara.

Arthur le haba recordado aquellas antiguas tradi­ciones precisamente el da anterior. Killeen haba de­jado que el Aspecto le hablara con ms frecuencia, para ver si as consegua aprender ms tcnica mec. Pero no le haba contado nada a Shibo porque tena la esperanza de aprender algunos trucos de artesana que la impresionaran.

—Lo construyeron las Familias?

A partir del susurro interior del Aspecto Nialdi, Killeen capt un hecho significativo. Estaba satisfe­cho de que hubiera alguna materia en la que pudiera demostrar que saba ms que Shibo.

—Las Familias se formaron cuando la humanidad descendi desde los Candeleros. Hace muchsimo tiempo.

—De un Candelero?

—No. De tres. —La informacin la obtuvo de Nialdi.

—Los hicimos nosotros?

Su incredulidad era realmente un eco de los senti­mientos tcitos de Killeen. Pareca increble que al­guna vez los hombres hubieran posedo la tcnica para dar forma a las cosas en la negrura de las alturas, o que pudieran surcarla. Hasta el extrao monumento de piedra blanca que haban encontrado haca un par de das pareca una hazaa imposible.

Pero la primera vez que haba visto un Candelero, cuando era un muchacho, el mundo le haba parecido un lugar seguro y que la humanidad tena el poder en su mano. Ahora ya conoca la verdad.

Killeen notaba que un malestar empezaba a burbu­jear detrs de su mente. Volvi a estudiar el Candelero y sus resplandecientes filigranas de cristal, que apare­can secas y fras ante una negrura sin relieve. Unas emociones incontroladas producan ecos en su sistema sensorial. Era un lugar que pareca una joya nadando por la inmensidad de la nada, era una afirmacin frente a la eterna negacin de la negrura.

Pero aquello provoc en l un llanto repentino.

Sus Aspectos emitieron sofocados gritos de jbilo, de orgullo y de un fuerte dolor nostlgico. Gritaban al exterior desde sus recnditos alojamientos.

Unas voces burbujeantes caan sobre l. Respiraba con dificultad.

—Ests bien?

Killeen comprendi que su expresin deba de re­flejar parte del trepidante frenes que desde dentro le haca sonrojar y le sacaba de quicio.

—Ah, supongo que s... pero... djame mirar... s­lo... un poco ms...

Nialdi grit:

Qu hermoso es! Admirable! Obra de los huma­nos!

Arthur vocifer:

Si me hubiera limitado a seguir los conse­jos de mis buenos amigos, aprovechando las oportunidades, hubiera conseguido lle­gar a los puestos ms altos. Habra llegado mi hora. Seguro que hubiera podido lograr por lo menos un nombramiento temporal para el Comit de la Tripulacin en el Can­delero Drake. Y si yo lo hubiera conseguido —a pesar de todo cuanto puedas desgaitarte, Nialdi, no creas que no puedo orte, aunque pongas tus insultos en clave!— me habra quedado en el Candelero. Y toda­va seguira all!

1. He odo que los mecs hicieron blanco en los Candeleros demasiado tarde.

2. En mi tiempo, ya nadie saba si funciona­ban.

3. No se reciban seales desde ellos.

4. No hacen otra cosa que estar colgados en el cielo como adornos de un rbol de Navidad.

5. Si te hubieras quedado all, lo ms proba­ble es que hubieras encontrado la muerte definitiva.

Cmo puedes referirte con tanta ligereza a tan gran tragedia, al momento en que las hordas del diablo engulleron todo lo que poda dar vida, sen­tido comn y juicio a este loco abismo?

Realmente, Nialdi, deberas dejar ya de sermonearnos. Me importa muy poco que seas un filsofo y que hayas sido ordenado. Pero hombre, acaso no puedes limitarte a admirar el Candelero y gozar con la ima­gen? Los mecs no lo han destruido! Piensa en las implicaciones que puede suponer.

Simpatizo contigo, Arthur. Nadie puede desear ms que yo el retorno de la humanidad, entre to­das las cosas realmente vivas, a nuestro estado ori­ginal. S seor, lo afirmo rotundamente!

1. En ese caso, djate de tanta palabre­ra.

2. Hay que encontrar ahora mismo la manera de salir de aqu.

3. Hay que ceirse a lo positivo.

Desde luego, la era de los Candeleros lleg a un trgico fin. Habamos confiado dema­siado en las mquinas, hasta convertirlas en artefactos voraces. Pero esto no es excusa para que nos dejemos llevar por las pesa­dillas febriles referentes a los mecs. Noso­tros...

Negars que ellos destruyeron la mayor parte de nuestras naves, y que mataron a la mayora de los que iban en la expedicin?

Naturalmente yo...

Negars tambin que despus regresaron y vol­vieron a destrozar todo cuanto habamos hecho, dejando —alabado sea Dios!— este Candelero so­litario? Demos gracias...

Acaba ya con este parloteo religioso! No vas a poder ganarme con eso. Nadie se de­jara convencer por tus...

1. Fijaos en Killeen!

2. Ya s que nos hemos recalentado, pero fi­jaos, esto le est afectando.

Se tambalea! Le hemos contagiado alguno de nuestros sentimientos!

Tu mente calenturienta es la culpable de to­do esto. Tu odio ciego e irracional ha... Mirad...!

Killeen era consciente de que estaba sufriendo una tempestad de Aspectos, pero poca cosa poda hacer para impedirlo. No poda controlar su propio cuer­po. Le suceda lo mismo que a la mujer de unos das antes, cuyos Aspectos se haban recalentado y vuelto salvajes.

Sinti unos dientes de plata que le aserraban el crneo.

Unas avispas que zumbaban y llenaban el aire pol­voriento.

Cay sobre el brazo inerte.

La nieve le apedre las narices.

Los insectos le coman los ojos.

9

A la maana siguiente tuvo lugar lo que en los tiem­pos de la antigua Ciudadela se habra denominado una Confluencia de Familias. Pero en los tiempos que co­rran, no eran ms que tres hombres enjutos y mus­culosos, con la barba desordenada, que se sentaban en sillas de tejido vegetal en el interior de una cabaa de barro de color anaranjado sucio.

Killeen se enter de ello a travs de Shibo, que se cuidaba de l. Se enter a base de palabras muy aisla­das, de cuas acsticas que se propagaban como algo slido entre las interrupciones de los silencios.

Saba que estaban tratando de asuntos que no esta­ba de nimo para reflexionar l mismo. Algunos con­sideraban que deban integrar las Familias en algo que constituira a la vez la nueva Ciudadela y tambin, para los ms pesimistas, el ltimo reducto slido de los ltimos miembros de la humanidad. Haba otros que opinaban que el nmero no implicaba una seguri­dad real y que deban esconderse bajo el suelo, o dis­persarse en pueblos separados, o hasta seguir marchando de nuevo.

A Killeen todo aquello no le importaba. Su mundo haba quedado reducido a un simple juego de fuerzas que se entrecruzaban, y cada una de las fuerzas se apo­yaba en objetos definidos.

Las piernas de Toby.

Los ojos transparentes de Shibo.

Su propio brazo izquierdo que oscilaba como un colgajo.

Todos eran concretos y especficos. Tena que con­centrarse en ellos para recuperar la totalidad de su sis­tema sensorial.

Sus Aspectos lo haban sobrecargado. En aquel mo­mento ya se haban refugiado en los estantes remotos de su propio ser, que era como una colmena, desde donde emitan sus ecos.

Iba a curarse, claro. Era cuestin de un da o dos.

Transcurri una jornada sin que se diera mucha cuenta de ello, excepto por un rayo de luz de Dnix que corra por el suelo y luego suba por la pared ms alejada. Comi y pareci dormirse durante unos mo­mentos y luego el rayo amarillo-blanco regres al mo­desto suelo de arcilla.

Se sent y empez a pensar.

Si los Merodeadores atacaban Metrpolis, poco po­dra hacer Killeen para defenderla. Incluso aunque se hubiera recuperado, no sera capaz de sostener a pulso un proyector o un fusil, como era debido. Y si Metr­polis caa y se vean obligados a iniciar otra humillante retirada, la Familia dejara abandonado a Toby.

Las tartamudeantes voces de los Aspectos le llama­ban, los suaves susurros resonaban en cuanto les daba la menor oportunidad. Pero pocas cosas de lo que le decan le resultaban tiles. Le aconsejaban que hicie­ra lo posible por que su brazo volviera a funcionar. Y que se olvidara de Toby.

Killeen estaba sentado en la estrecha cabaa de suelo hmedo, y velaba el sueo de Toby. Saba que Fornax, Hatchet y Ledroff estaban conferenciando muy cerca de all sobre asuntos que tambin significaban la vida o la muerte para l y Toby. Pero no se movi.

Todos los padres, razonaba, saben que llega el ins­tante en que su punto de vnculo con el futuro se vuel­ve resbaladizo y que en un momento u otro les falla­r. Aquello llega a medida que se va entrando en aos. En cierto modo, los nios eran una respuesta de la vida ante la muerte. Su pequea pero persistente pre­sencia era un constante recordatorio de que uno ya no perteneca a la generacin ms reciente. De que la historia se preparaba para seguir. De que para que los hijos florecieran, era justo y necesario que los pa­dres se marchitaran y les cedieran el terreno.

Aquello era algo natural y propio que se saba sin discusin, sin necesidad de pensarlo. Killeen lo per­ciba en el silencio opresivo de la cabaa. Los soni­dos cotidianos de Metrpolis entraban por la ventana como si procedieran de un sitio lejano y transparen­te, los murmullos de actividad eran como aquellas vo­ces que se oyen, pero que jams llegan a compren­derse. Miraba a su hijo y saba que haba de hacer algo, pero la bisagra que deba permitirle el movimien­to se negaba a abrirse. No le dejaba entrar en plena accin. Sinti que aquello era como un nudo que te­na en su interior.

A l mismo no le importaba ceder el terreno. Su propia vida tena tan poco peso como la frugal mo­chila que llevaba. Los aos de muertes y de constan­tes retiradas no haban disminuido su consideracin del valor y de la dignidad humanas, pero le haban impresionado por la desconsiderada y azarosa mane­ra como sucedan las cosas. Saba que un golpe casual de una mquina que pasara por all y que no conoca el dolor ni el remordimiento le poda borrar del mapa: aqul era el hecho central del mundo. Pero el mun­do no poda aniquilar tan fcilmente su legado: Toby. Aquello era algo que l no iba a permitir.

Killeen observaba los lentos y profundos movimien­tos del pecho de su hijo, que estaba cubierto por unas sbanas de tejido basto. Una mosca entr zumbando por la ventana iluminada por el sol. Aquel pequeo insecto que describa crculos inspeccion los desnu­dos muebles de la cabaa, se pos sobre la mano de Toby y empez a pasearse por ella. Killeen dej que la mosca se marchara. Estaba viva y tena su propio derecho a seguir as. Su padre le haba instruido so­bre sus responsabilidades y deberes en relacin con todas las formas de vida, puesto que el hombre era su mxima representacin. La humanidad deba lle­var la voz cantante por todas las formas de vida ame­nazadas. No poda perjudicar a las formas inferiores e ignorantes. Killeen toler a la mosca hasta que em­pez arrastrarse por la cara de Toby, entonces la co­gi con la mano acopada, la llev hasta la ventana, y desde all la lanz a la brisa que soplaba por la calle.

El sube y baja del pecho de Toby constitua por s mismo un pequeo milagro.

Pensaba en los mecs y en la Ciudadela, y en su pro­pio brazo intil, mientras observaba la simple ma­jestad de la respiracin. Saba que estaba pensando, pero lo haca como un hombre que no tuviera la costumbre de plasmar sus conclusiones en la solidez de las palabras, sin la presin de tener que llegar a un resultado. Al cabo de un rato en aquel ambiente tran­quilo y reposado, Killeen estuvo seguro de que, lle­gado el momento, sabra lo que deba hacer. Sigui observando durante un buen rato a su hijo, por el sim­ple placer de hacerlo. De golpe, se le ocurri que tal vez aqulla era la ltima vez que poda mirarle.

Por fin, cuando advirti que tena los msculos de sus piernas anquilosados y doloridos, Killeen se le­vant. No haba recuperado la sensibilidad del brazo izquierdo, y sospechaba que no volvera a tenerla nun­ca. Estaba a punto de dar una cabezada cuando las voces de los Aspectos se hicieron ms fuertes para dar­le sus interesados consejos.

Cerr los ojos con fuerza y rechaz aquellos dis­cursos machacones. Comprenda la preocupacin que sentan por su propia seguridad. Pero, con todo, nin­guno de ellos poda decirle nada que l no hubiera pensado ya antes, y su incesante charla le produca una vertiginosa irritacin, an peor que la de la mosca.

Se acerc a la valla de estacas de Hatchet. Su andar inseguro levant una polvareda que fue arrastrada por la brisa. Pens que la valla pareca an ms ridcula que antes, y que era un gesto insignificante contra aquel mundo silencioso e implacable. Mientras se acer­caba, la reunin lleg a su fin y los tres Capitanes salieron a la calle. Todos ellos llevaban camisas y pan­talones recin lavados, y polainas de tela rgida. Ki­lleen record borrosamente que tambin l deba ha­ber lavado los suyos, de la misma manera que tena que haberse arreglado el cabello. Se pas los dedos por el cuero cabelludo y al instante comprob que no luca un artstico corte de pelo con ondas, sino un encrespado mar de nudos y de erizadas greas.

Fornax fue el primero en verle y se ri.

—Ests mejor?

—S.

Hatchet estudiaba a Killeen con los ojos entornados.

—Ledroff me deca que eres un hombre muy rpi­do cuando no ests enfermo o borracho.

—Lo mismo le sucede a l. —Aquella declaracin arranc risas de todos ellos, menos de Ledroff.

—Dice que tienes un Rostro que nos puede ser til.

—Para qu?

Ledroff sonri con la mueca de quien est divul­gando un secreto pero quiere jugar a guardrselo du­rante un rato.

—Un trabajito. De traduccin.

—Yo no... —Killeen se interrumpi.

Ledroff sonri ms abiertamente al ver la evidente confusin de Killeen.

—Has visto alguna vez un Renegamec?

Hatchet haba contado algo importante a los otros Capitanes. Estaban planeando algo.

—He odo hablar de ellos. —Killeen contest con precaucin y con voz montona y neutra.

Jams haba visto un Renegado. Eran mecs que se haban metido en los con los de su misma clase. Pros­critos. Solitarios. Vivan en los lmites de la civiliza­cin mec. Eran muy escasos. En el pasado, los hom­bres haban mantenido relaciones espordicas con los Renegados. Los contactos tenan lugar casi por acci­dente, cuando un Renegado estaba desesperado. Las negociaciones resultaban difciles dada la ausencia de un lenguaje comn. Pocas veces las relaciones haban ido ms all del simple negocio. Muchos de los Rene­gados trataban a los humanos como si fueran escoria, y slo en caso de extrema necesidad. Pero los Renega­dos vivan ms tiempo que los hombres, y por esto sus contactos con las Familias estaban distanciados por generaciones y se haban convertido en leyendas.

Bud, su Rostro, haba sido el traductor cuando la Familia Bishop tena tratos con dos mecs Renegados. Aquello haba sucedido mucho antes de que Killeen naciera. Exista una seal previamente convenida para los encuentros. Ambos Renegados haban desapare­cido sin motivo aparente.

En un abrir y cerrar de ojos, Killeen haba invoca­do a Bud y le haba disparado unas preguntas.

1. Los dos Renegados que conocan los Bishop fueron atrapados por los Me­rodeadores.

2. Supongo que murieron de muerte defini­tiva.

3. Conozco algo del lenguaje mec que hablaban entonces.

4. Aunque en su mayor parte son asun­tos tcnicos.

5. No conozco la totalidad del lenguaje mec.

—Nosotros tenemos tratos con un Reny desde ha­ce dos o tres aos —aclar Hatchet.

As es como la Familia King ha construido esta ciudad —dijo Ledroff.

Killeen asinti, a pesar de que todava estaba atur­dido.

sa era tambin la razn por la cual los King esta­ban tan seguros de que podan tener fuegos durante la noche sin necesidad de ocultarlos. Contaban con la ayuda de un mec de verdad. Deba de haber una especie de trato que aseguraba que los mecs se man­tendran apartados del Salpicado. Pregunt:

—Qu clase de Reny?

—Un Especialista —dijo Hatchet.

—Os fiis de l?

—No nos queda ms remedio.

—Por qu?

—Para tener alguna condenada ayuda, se es el por­qu!

—Qu clase de ayuda?

—Informacin. Suministros, incluso.

—A cambio de qu?

Hatchet estaba incmodo.

—Sabe este individuo quin es? El resto de los vues­tros son como l? —pregunt a Ledroff y a Fornax.

—Killeen es un imbcil profundo —dijo Ledroff.

—Ser mejor seguirle la corriente, porque si no, no volver a estar de acuerdo con nada de lo que digas —aadi Fornax.

Hatchet hizo un signo de comprensin, pero pare­ca molesto.

—Hemos tenido que hacer algunos trabajos para el Especialista Renegado.

—De qu clase?

—Robar cosas, casi siempre.

—De dnde?

—De los tneles de almacenaje de los mecs.

Killeen no aadi nada. Su expresin bast para que Hatchet se explicara.

—Hey, mira, tenemos sistemas. Trucos.

—Ser mejor que los tengis —intervino Ledroff sin tapujos—. Ya has odo lo que hemos convenido. Ser mejor que dispongis de buenos sistemas. En caso con­trario, no voy a enviar a ninguno de los mos.

Los tres Capitanes discutieron durante un rato, lo que dio a Killeen la oportunidad de examinar a fon­do la cara de Hatchet. Sus palabras iban y venan co­mo una pelota a travs del espacio que los separaba.

Imagin que poda ver toda la dureza interior de Hatchet formando un nudo al final de su pronuncia­da barbilla. La pequea bola de carne que tena all se mova como si no guardara relacin alguna con el resto de la cara y expresara todo lo que l deseaba es­conder. La bolita se mova ansiosa, pequea, nervio­sa, mientras la expresin facial de Hatchet pareca astuta y firme. Las coletas de pelo negro que salan de aquel inquieto apndice parecan estar vivas.

Al instante comprendi que Hatchet era el mejor jefe de los tres. Killeen debera utilizarlo, sin que se notara demasiado. Deba desempear el papel de un miembro de la Familia Bishop que tena un proble­ma legtimo. Con aquello conseguira que Hatchet se distanciara de los otros Capitanes.

Killeen recordaba el gesto de Shibo, el ndice sobre la sien. Hatchet no est bien de aqu.

Bueno, tal vez Hatchet tena ciertas peculiaridades pero era un jefe brillante. No caba duda de que el hombre era inteligente. Controlaba muy bien la ex­presin de la cara, dando a conocer lo que quera pero sin apartarse de sus verdaderos pensamientos. Poda mostrar una sonrisa amplia y amistosa para luego ir­la nublando poco a poco como si se fuera dando cuen­ta de que su interlocutor le peda algo que l, por los mejores motivos, no le poda conceder.

Pero su cara no era perfecta. Las tensiones internas de Hatchet se concentraban en la pelota de grasa de la barbilla. Una gota de sudor se form entre la ne­gra pelambrera y apareci por la parte inferior. Se qued colgada all, columpindose cada vez que Hat­chet mova la boca para hacer duros pero sabios co­mentarios al discurso de los otros dos Capitanes. Aquella frgil gota se adhera a la aceitosa piel como un nufrago desesperado se agarrara a un madero. Nadie ms pareca darse cuenta de aquel pequeo dra­ma. Killeen reprimi una sonrisa. Los Capitanes te­nan una dignidad y una posicin que todo el mundo quera mantener en alto. Tal vez ni siquiera vean la gota.

Killeen esper hasta que los Capitanes acabaran su discusin. Tres o cuatro personas ms haban ido y venido con asuntos de poca monta; haba una multitud de problemas delicados que deban resolverse entre las Familias. Como anfitriones del nico asentamiento hu­mano, los King tenan la ltima palabra. Pero las an­tiguas costumbres humanas situaban a las dems Fa­milias en igualdad de condiciones, y Killeen pensaba utilizar aquella costumbre. Durante un intervalo de calma, pregunt:

—Este Especialista Renegado, puede hacer trabajos mdicos de recuperacin?

Hatchet frunci el ceo.

—El ao pasado consegu que arreglara algo de Roselyn. Conoce algunos subsistemas. Pero, no estars pensando...?

—Claro que s.

Hatchet mir el brazo de Killeen y luego a Ledroff. Mejor sera que el Capitn de los Bishop se encargara de aquel asunto.

—No, Killeen, mira —intervino Ledroff—, tienes un brazo intil, es cierto. Pero no podemos andar arreglan­do a todo el mundo. Cumple con tu trabajo. Traduce un poco. Despus de todo, no puedes llevar cargas. No confes demasiado.

Killeen hizo un gesto con la cabeza. Aquello indi­caba que haba comprendido la explicacin de su Ca­pitn, pero se detuvo antes de dar signos activos de conformidad. All haba algo ms, y quera descubrir qu era para utilizarlo en su favor.

Con voz neutra pregunt a Hatchet:

—Cmo es que no utilizis vuestro traductor?

Hatchet endureci las facciones y aparecieron som­bras en sus pmulos.

—Est enferma. Ya lo sabes.

—De qu?

—Problemas con sus Aspectos.

—Como cules?

—Son asuntos de la Familia King.

—Algo que consigui del mec Renegado?

—Te olvidas de que soy un Capitn? —vocifer Hatchet.

Ledroff empez a excusarse por la insolencia de un miembro de su Familia. Killeen le interrumpi:

—No quiero saber de quin se trata, slo pregunto qu le sucede. Yo respeto los asuntos de la Familia King.

—Este hombre tiene razn —intervino Fornax.

—No tengo que responder a preguntas sobre mi Fa­milia. —Hatchet apret tanto los labios que se redu­jeron a unas lneas exanges. Su cara se convirti en una mscara de inexorable repulsa. Pero la bolita de la barbilla dej caer una generosa gota de sudor.

Fornax y Ledroff torcieron el gesto. Intercambia­ron miradas entre ellos. Ambos eran menos poderosos que Hatchet, pero Killeen comprendi que en aquel punto poda mantenerse firme.

—Ser mejor que nos ayudes esta vez —advirti Le­droff.

A Hatchet la situacin le inquietaba. Estudi a los dos Capitanes. Con cara inocente y firme, dijo de mala gana:

—Tena una especie de sobrecarga. Pero no como la tuya. T ests bien. Ella no hace ms que mirar fijamente a la pared.

—Qu sucedi? —insisti Killeen.

—Intervino en el ltimo contacto con el Renega­do. Regres junto a los dems y pareca bien. Luego tuvo una tempestad de Aspectos y... se qued as. —Desvi la mirada hacia lo lejos.

Los otros dos Capitanes se agitaron. Cuando las co­sas iban mal, siempre aparecan ms problemas con los Aspectos. Nadie saba qu se poda hacer para re­mediarlo.

—Respeto vuestros problemas —dijo Killeen con toda seriedad—. Yo los comparto. Ir, desde luego.

—Lo hars por el brazo? —pregunt Ledroff—. Ya s que lo necesitas, claro que s. Pero hay muchas pro­babilidades de que no consigas la menor ayuda del Renegado. Te limitars a hacer lo que se te ha dicho, de acuerdo? La Familia no puede dejarte ir si el Ca­pitn Hatchet no se fa de ti. Como Capitn, yo te...

—Voy a ir por Toby —replic Killeen—. Con Toby.

Dio media vuelta y se fue sin esperar respuesta.

No iba a haber ms regateos. Haba dicho cuanto deba, haba llegado el momento de quedarse calla­do. Dejara que Hatchet lo considerara. Dejara que Fornax y Ledroff pensaran un poco.

Ya volveran a tratar del tema. Killeen tena en su Rostro, Bud, el factor crucial que Hatchet necesita­ba: un traductor.

El brazo malo le colgaba flccido y muerto, pero el brazo derecho sigui el ritmo de sus pasos.


TERCERA PARTE

LOS VERTEBRADOS SOADORES


1

Hatchet encabezaba la columna al salir de Metr­polis. Tuvieron que andar durante toda una jornada para poder tomar contacto.

Hatchet no haba permitido que hubiera testigos de su transmisin al mec Renegado. Segn la antigua tradicin de las Ciudadelas, las habitaciones privadas de un Capitn eran inviolables, y Hatchet haba cons­truido muchas de las cosas que all haba. Despus de permanecer quince minutos en su pequea cabaa de suelo enlosado, sali sonriendo. Tena una expresin orgullosa y aliviada, y explic a algunos de los miem­bros de su Familia lo difcil que le haba resultado con­cretar el encuentro con el mec Renegado, mediante un cdigo establecido de antemano.

El Renegado no tena manera de codificar el len­guaje humano, explic Hatchet, y utilizaba un siste­ma de nmeros-signos. El Rostro Bud de Killeen co­munic que aquello era verosmil. Los Renegados con los que haba trabajado Bud mucho tiempo atrs tam­bin haban usado un simple cdigo numrico.

A poca distancia, sin embargo, los Renegados po­dan hablar con los Aspectos de los humanos, trans­mitiendo frases ms complejas por medio del equipo sensorial del husped. Killeen careca de experiencia en esta labor y consideraba aquello como parte de la tradicin, como una herramienta ms, sin perder tiem­po imaginando lo que en el lejano pasado haba podi­do resultar de todo aquello.

Hatchet se desplazaba saltando con regularidad y elegancia sorprendentes. Cubra el terreno con rapidez y se impacientaba con Killeen y Shibo, que llevaban a Toby sobre unas parihuelas. Shibo haba encontra­do la manera de asegurar la camilla a su exoesqueleto y aquello facilitaba la marcha. Hatchet se encargaba personalmente de patrullar, repartiendo las energas entre ambos flancos de la columna.

El destacamento constaba de diez componentes. Los Capitanes haban estado de acuerdo en que si envia­ban a miembros de las tres Familias, eso ayudara a unirlas ms. Hatchet sera el Capitn, como lo haba sido en todas las incursiones anteriores de los King. Iban tres veteranos de los King y tres de los Rook.

Ledroff haba enviado a Cermo el Lento, porque era bueno para llevar cargas. Killeen hubiera preferido a Jocelyn. Su antigua intimidad con ella haba dismi­nuido, pero la consideraba inteligente y rpida. Ki­lleen se neg a ir a menos que Ledroff estuviera de acuerdo en enviar a Shibo. Aquella mujer tena un m­todo silencioso y seguro, que l admiraba, para vrse­las con los mecs. Sin necesidad de pedrselo, ella misma se haba ofrecido voluntaria para ayudarle con Toby.

A Ledroff no le gustaba tener que enviarla, pero Killeen elimin cualquier otra posibilidad con un sim­ple movimiento de cabeza. Slo despus se dio cuenta de que Ledroff y Fornax deban de estar muy com­placidos con aquel arreglo que mandaba a los dsco­los Shibo y Killeen, as como al Capitn rival, Hat­chet, a una misin peligrosa.

Ningn miembro de aquella generacin de los Bishop ni de los Rook haba tenido tratos con un Rene­gado. Estaban nerviosos, sin querer aparentarlo, y aquello haca aumentar la velocidad de la marcha. Killeen y Shibo se esforzaban por mantener sus posi­ciones relativas. Se hundan mucho en el blando suelo de los valles y resoplaban con fuerza cuando Hatchet los haca avanzar cuesta arriba, por los lechos de los arroyos, para atajar camino.

Slo llevaban armas ligeras. Hatchet quera un m­nimo de impedimenta, para poder avanzar ms de­prisa. Arga que si se metan en los, sera mucho ms conveniente la huida que la lucha.

Toby lo resista bien. Se columpiaba en las parihue­las de viaje sin un murmullo de protesta, aunque de vez en cuando unos espasmos conmovan su cara. Killeen controlaba su estado cada pocos minutos e in­tentaba mantener una conversacin con l, pero el muchacho estaba como aletargado. Dorma casi to­do el rato, lo que tampoco era malo.

Hatchet era un buen jefe de expedicin, tal como Killeen haba esperado. Aquel hombre saba cmo mantener el nimo levantado. Hasta lleg a conse­guir que todos intervinieran en un torneo oral de sua­ve y humorstica crtica, algo difcil de conseguir sobre la marcha, y ms entre personas que no se conocan mucho.

Hatchet lo convirti en un concurso, sacando a la palestra a los mejores y ms reconocidos cascarrabias de cada Familia.

Refirindose a un compaero King, Hatchet dijo:

—Va con el culo tan prieto, que necesita un calza­dor para poder tirarse pedos.

Y aqulla fue la frase clave que desencaden las car­cajadas de todos e hizo que se olvidaran de sus temores. Killeen recordaba que Fanny haba hecho lo mis­mo tomando el pelo a cada uno de los miembros de la Familia durante el viaje. Con ello consegua que todos disfrutaran y estuvieran pendientes de quin sera el prximo con el que se metera, porque haba un nmero limitado de cascarrabias de primera lnea.

Hatchet era mejor que Ledroff y Fornax, pero haba algo en aquel hombre que desconcertaba a Killeen. Hatchet no posea aquel frreo sentido de la honesti­dad que Fanny proyectaba sin proponrselo.

El terreno por donde pasaban apareca ms seco a medida que se alejaban del centro del Salpicado. Con­forme la vida iba menguando, Killeen estaba cada vez ms alerta.

Las mquinas se apartaban de la humedad, pero la factora que haban asaltado ltimamente demostra­ba que las civilizaciones de los mecs estaban ocupando zonas ms hmedas que aqullas.

—No os inquietis —dijo Hatchet durante un des­canso que se tomaron para engullir algunas provisio­nes ligeras—. El Reny me indic que no haba Merodeadores por esta ruta.

—Puede hacer los arreglos oportunos para que no te molesten?

—Claro que s.

La cara angulosa de Hatchet haba adquirido una mayor animacin a lo largo de la marcha, ms de acuerdo con el curioso indicador de la barbilla.

—Cmo? Nunca haba odo nada semejante.

—Creo que puede reprogramar a los Merodeadores. Al menos a los ms pequeos.

—Debe de tratarse de un Renegado muy potente.

—Es el mejor —declar Hatchet con una satisfaccin inconsciente.

—Trabaja solo?

Hatchet parpade como si aquella idea no se le hu­biese ocurrido.

—Creo que s. Nunca le he visto en compaa de otro mec.

Killeen no crea que aquello significara gran cosa, porque los mecs se comunicaban entre ellos a muy grandes distancias por medio de los sensores. Pero lo dej pasar.

—Cmo os pusisteis en contacto con l?

—En realidad, fue l quien nos encontr a nosotros —reconoci—. Llevbamos aos enteros huyendo des­pus de la Calamidad. De alguna manera nos sigui la pista.

—Tal vez obtuvo un informe por medio de la red general de comunicaciones de los Merodeadores —sugiri Killeen.

Shibo estaba sentada y estudiaba en silencio a Hatchet, sin que su expresin trasluciera nada.

—No sera una comunicacin continua —objet Hatchet—. En caso contrario tendramos de vez en cuando un Merodeador pasendose por Metrpolis.

Killeen frunci el ceo. No le haban dicho nada de todo aquello.

—Alguno ha podido escapar?

—No, que nosotros sepamos. Los machacamos a fondo.

—Es decir, la red de los Merodeadores no sabe que Metrpolis est all?

—El Reny se ocupa de eso.

—Es arriesgado.

La pelotita de la barbilla de Hatchet pareca ganar autonoma a medida que endureca la expresin del resto de su cara.

—Esto forma parte de nuestro trato. El Reny tiene un aparato con el que puede interferir en la observacin geogrfica de los mecs. Es como si pintara la ima­gen que proyectamos para escondernos. Ello hace que Metrpolis parezca algo completamente natural.

—Le llamis l, verdad?

Hatchet parpade.

—Bueno. El Renegado es casi humano, por muchos conceptos.

—No es bueno pensar de esta manera —advirti Shibo.

—Escucha. He conseguido construir Metrpolis —afirm Hatchet con severidad—. Los King estn en un asentamiento, y comen bien. Esto es mucho me­jor que ir vagabundeando como vosotros!

Killeen estaba de acuerdo, pero no consegua su­primir un cierto malestar. Los mecs eran enemigos, y esto no haba quin lo pudiera cambiar. Cualquier pensamiento que se olvidara de este hecho era peli­groso, una locura. Quin poda saber qu perseguan en realidad los Renegados?

La marcha de aquella tarde fue muy pesada porque Hatchet insista en alcanzar su objetivo a la puesta de Dnix. Avanzaban en lnea recta hacia el punto ardiente del Comiln, y la visibilidad era cada vez peor. Toby no se haba despertado de su muy meci­do sueo, pero haba emitido algunos quejidos. Ki­lleen no poda discernir si los gruidos de ansiedad y los suspiros enmascarados por el sueo se deban a un dolor real o eran expresiones que se escapaban de sus pesadillas. A todo el mundo le pasaba igual; entre los adultos se trataba generalmente de los As­pectos que luchaban por vivir. Toby tena la cara surcada de arrugas de dolor, y los ojos se ocultaban espasmdicamente bajo los prpados. En cierta ma­nera, las lesiones haban disparado su crecimiento. El cabello le llegaba hasta los hombros, y las uas sobresalan mucho, como si fueran unos delgados cla­vos blancos.

Shibo se cansaba de llevar la carga, su exoesqueleto se iba frenando. Killeen senta un dolor que se exten­da a partir de los hombros, en el punto donde le mordan las correas de las parihuelas. Puso toda su voluntad en prescindir de l, imaginando todos los dems aspectos del mundo como algo difcil, cortan­te y real, tan real que le permitiera olvidar el dolor. Consigui mantenerse as hasta que descubri el si­tio de destino. Era una extensa planicie; el terreno apareca llano sin que aquello fuera obra de los mecs.

En la llanura no haba nada, ni siquiera desperdi­cios de los mecs. Se refugiaron bajo un saliente roco­so para que nada pudiera descubrirles desde el cielo. Entonces esperaron. Dnix enrojeci antes de poner­se, y un glido azul llen el cielo procedente del otro extremo del horizonte, por donde asomaba el resplan­dor del Comiln. A Killeen le gustaba contemplar el juego de luces sobre las escasas nubes grises y altas. Durante los ltimos aos, haba visto muy pocas nu­bes. Arthur le haba explicado, sin que l se lo pidie­ra, que gran parte del terreno estaba tan seco que ya no desprenda humedad hacia el cielo. Supona que por aquella causa haba algunos jirones de niebla, bor­deados de plata, en las proximidades de Metrpolis, con sus nieves fundentes a cielo abierto. Entorn los ojos, tratando de localizar el Candelero a medida que el azul del cielo se haca ms intenso. En aquel mo­mento, el Empolvador cay sobre ellos.

Killeen se qued paralizado. El Empolvador con­tinu en lnea recta. La parte inferior de su panza careca de junturas y apareca bruida, reflejando el terreno sobre el que volaba. Iba muy bajo, como si estuviera escudriando la llanura. No se abri ninguna compuerta para soltar veneno. Killeen se que­d absolutamente inmvil hasta que Hatchet le dio unos golpecitos sobre el hombro y dijo en voz alta:

—Tranquilzate. ste es de los nuestros.

Una de las mujeres King ya volva a echarse la mo­chila al hombro y sonrea al ver el ligero sobresalto que haban ocasionado a los Bishop y a los Rook. Ki­lleen observ que los dems se sentan algo avergon­zados, pero l no lo estaba en absoluto. Que los King consideraran al Empolvador como algo conocido con lo que haban tenido tratos anteriormente no signifi­caba que l tuviera que hallarse en el mismo caso.

l y Shibo ocuparon la retaguardia. Toby haba vuelto a dormirse, tena la boca abierta y su cara pre­sentaba una palidez extraa. Killeen distingua cmo le bata el pulso con firmeza en el cuello, por lo que dej que siguiera dormido.

El Empolvador emiti un tenue pero agudo soni­do cuando todos ellos se esparcieron por el llano. No tena aletas; en lugar de ello pareca sostenerse en el aire por s mismo gracias a un sistema que Killeen no poda comprender. Luego, cuando disminuy de ve­locidad, descubri que cuatro piezas que parecan pa­tines surgan por debajo. Una espesa columna de pol­vo oscuro empez a salir por la parte posterior. El artefacto se pos y se acerc a ellos. Killeen tuvo que hacer un esfuerzo para obligarse a seguir andando. Los King parecan indiferentes cuando el Empolvador se les acerc retumbando.

Fingan haber domesticado a un Renegado, y saber lo que haba que hacer. Killeen estaba convencido de que le consideraban un iluso por llevar de aquella ma­nera a Toby, a quien los King haban dado ya por desahuciado. Si ellos haban sido incapaces de obte­ner ayuda mdica de su Renegado, era evidente que aquella banda de vagabundos maltratados que eran los Bishop no iban a conseguirlo. Pero necesitaban un traductor, slo por ello toleraban que llevara a rastras al ya sentenciado muchacho, si aqul era el precio. La cara de Hatchet lo haba dejado traslucir el da antes, pero la buena educacin entre las Familias todava tena su peso, y no lo haba expresado con palabras.

La panza pulida se abri por el centro. Una rampa produjo un ruido metlico al caer sobre el polvo. Hat­chet se puso a la cabeza de la comitiva y subi por la pasarela; los Rook y los Bishop iban detrs suyo, con los ojos muy abiertos y en blanco.

Killeen se oblig a subir por la rampa. El punzante olor de los mecanismos activos de los mecs le alert, haciendo danzar a sus sentidos.

Se acomodaron en unos sencillos nichos que sobre­salan de las paredes. El interior del Empolvador estaba en tinieblas, la red de soportes y mquinas chatas for­maba un amenazante dosel. Unas luces bailaban sol­tando rfagas en las paredes. Las zonas iluminadas que se desplazaban por all ponan unas cuas de luz roji­za en las caras tensas de los que estaban sentados. Ki­lleen se mantena en pie y estaba alerta. Sinti que el piso temblaba. Un repentino salto le mand a tro­pezones contra un nicho de aluminio, y provoc las risas de los dems. Aqul era el primer sonido huma­no que se oa dentro del Empolvador. Todo el mun­do se ri cuando Killeen, con expresin triste, busc tanteando un asiento, y luego todos se quedaron en una temerosa y callada espera. Un sonido montono llen las paredes y les tranquiliz. Toby dorma.

Killeen estudiaba la sugestiva penumbra. Los rin­cones aparecan llenos de suciedad y de basura mec. Todo pareca viejo y desgastado. Dedujo que el Em­polvador no tena inteligencia propia, sino que era slo una herramienta de otros mecs. Record que Toby haba llamado cucarachas del cielo a las pe­queas mquinas que haban cado del Empolvador, en recuerdo de unos insectos que haban infestado la Ciudadela. No tena la menor idea de si aqullas vi­van dentro de los Empolvadores, pero si se tropezaba con una de ellas en aquella penumbra que le recordaba el resplandor de las ascuas, la matara sin importarle lo confiado que estuviera Hatchet.

Killeen controlaba el transcurso del tiempo por me­dio del reloj indicador que apareca en su ojo izquier­do. Consigui no pensar que estaba en el aire, ni desde qu altura poda caer al suelo. Haba pasado ms de una hora cuando comprob que disminua la veloci­dad. Los otros empezaron a agitarse cuando el Em­polvador inclin el morro hacia el suelo. El aterrizaje hizo saltar a ms de uno del asiento.

La rampa sali apuntando hacia abajo hasta quedar apoyada sobre un cemento de color amarillo plido. Unas marcas negras de derrapes y de grietas apare­can sobre la zona que Killeen poda ver. Hatchet les condujo hacia el suelo. Descendieron sobre un terre­no muy extenso de cemento manchado que se exten­da hasta el horizonte. En las montaas se vea una multitud de puntos que eran factoras mecs. La pri­mera cosa que hizo Killeen al tocar el suelo fue vi­sualizar en primer plano aquellas montaas y estu­diar lo que haba en ellas. Los peones pululaban por doquier. Unos camiones con remolque circulaban rui­dosamente por las empinadas carreteras, entre unas curiosas torres terminadas en punta. No haba sea­les de Merodeadores.

Shibo susurr algo y Killeen se volvi. Permaneci inmvil como una roca. Un Especialista se alzaba jun­to al Empolvador. Estaba manipulando un enchufe que el Empolvador tena a un lado. Estaba dndole rdenes, supuso Killeen.

Pero qu tamao! Era unas cinco veces mayor que cualquier Especialista de los que haban visto hasta entonces. Tena la misma estructura bsica, con ela­borados ornamentos. Unas alineaciones de cajas le proporcionaban un aspecto musculado. En unos pos­tes situados a proa y a popa brillaban unos bruidos tallos cnicos. Eran antenas que giraban nerviosamen­te para observar a los humanos.

—No se parece a ningn Especialista de los que he visto hasta ahora —susurr Killeen a Shibo.

—Est modificado —contest ella suavemente—. Cuando se liberan, se cambian a s mismos.

El Especialista Renegado se alzaba sobre unos pe­sados patines que soportaban todo el peso de aquel enorme casco. En las curvas cermicas relucan unos salientes que eran instrumentos aadidos posterior­mente: hocicos, antenas, herramientas, garras, senso­res, extrusiones de varios enlaces, compuertas, tro­neras de bronce de can que parecan llagas vivas.

Killeen permaneci inmvil mientras sus alarmas internas se disparaban con un miedo nervioso, asus­tadizo. El Especialista pareca peligroso. Su aparato sensorial grua avisos de la red electromagntica que el Especialista tenda a su alrededor. Unos empalago­sos campos se liaban alrededor de Killeen como tela­raas. Le sondeaban. Introducan una especie de fila­mentos molestos en su aparato sensorial.

—Killeen! —grit Hatchet—. Traduce.

Tuvo que hacer un esfuerzo para apartar sus ojos del Renegado.

Se volvi hacia Shibo. La mirada de la mujer le co­munic en silencio que tambin ella luchaba contra el impulso de disparar.

Intercambiaron unas raquticas sonrisas. Killeen de­j escapar un largo suspiro y despus desconect las alarmas internas. Su aparato sensorial se limit a emi­tir unas apagadas notas de preocupacin.

Entre l y Shibo dejaron con cuidado a Toby sobre el manchado cemento.

—Estamos seguros si nos quedamos en pie, aqu? —pregunt Killeen a Hatchet.

—Tan seguros como en cualquier otra parte. El Reny ya ha mandado los cdigos de nuestra identifi­cacin como si fusemos un equipo de trabajo de los mecs.

—Pero un mec podra descubrir que...

—No te preocupes. El Reny me ha dicho que por aqu, por el rea de trabajo, todo funciona por me­dio de la etiqueta electromagntica.

—Con todo, deberamos...

—Empieza ya! Comuncale la lista de cosas que que­remos.

Killeen se acerc al Especialista con pasos vacilan­tes. Se alzaba como una torre sobre sus patines, que haban sido reforzados. Masas de barro seco y de ba­sura de mec se incrustaban en las ranuras inferiores. En algunos sitios, el metal apareca liso, pulido y torneado haca poco tiempo. Detrs de todo aquello, Killeen poda imaginarse un caparazn rooso y abollado —el Especialista original— que se haba amotinado con­tra la civilizacin mec para salvarse l mismo.

Killeen llam a Bud. El Rostro dijo:

1. Preparado para intentarlo.

2. No puedo asegurar que lo consiga todo.

Killeen estudiaba con cautela al Especialista. Trans­curri un largo rato. Sin pensarlo, mantena las manos abiertas frente al pecho. Aquello no iba a facili­tarle la toma de contacto, pero as le daba la impre­sin de estar preparado ante cualquier reaccin del Especialista. De pronto, Killeen record el ratn que haba visto algunos das atrs. Tambin el animal ha­ba observado fascinado a otro ser mucho ms gran­de e incomprensible. Haba levantado las patas, por si se vea obligado a tocar lo intocable. Killeen estaba agachado para aliviarse. Era muy probable que el ra­tn ni siquiera comprendiera aquello.

Killeen rebusc entre los muchos sensores del Especialista. No poda saber cul de ellos le vigi­laba.

—Intentas llegar hasta l? —pregunt a Bud. Haba llevado la seca presencia de Bud a su sistema senso­rial completo. Desde aquella distancia, el Especialista lo poda captar fcilmente por medio de campos ac­cesorios espordicos.

Killeen percibi que algo gris y enorme se intro­duca en el nebuloso lmite de su aparato sensorial. Como un peso apoyado en un ngulo.

1. Noto algo.

2. El lenguaje ha cambiado.

3. He olvidado muchas cosas.

4. Intento...

En su cabeza se produjo un chispazo de color. Aument, se debilit y desapareci en un abrir y ce­rrar de ojos.

1. Esta mquina lee la lista directamente de ti.

2. La aprueba.

3. Lo conseguir casi todo, hoy mismo.

—Cundo? —pregunt Killeen.

Otra silenciosa mancha de color. Luego un ruido de roce, como de arena, en la garganta. Parpa­de.

1. Mientras hagamos nuestro trabajo.

2. Quiere que subamos a bordo.

—Adonde nos lleva?

En aquella ocasin, los colores se dispersaron en forma de filamentos de marfil que ondeaban.

1. A una factora prxima.

2. Robaremos algunas cosas.

—Qu est diciendo? —pregunt Hatchet.

—Quiere que vayamos a robar en aquellas factoras.

Hatchet asinti.

—Ya hemos estado antes all.

Killeen pens lentamente unas palabras, sin pronun­ciarlas. Necesito ayuda mdica para mi chico. Tena que visualizar cada palabra por separado para estar seguro de que Bud la captaba. El Rostro no tena problemas en integrar palabras, pero le costaba ms integrarlas en frases.

Una pausa. Luego unos finos trazos ambarinos ca­yeron sobre l.

1. El chico tiene Aspectos?

Qu diferencia puede representar esto? No haba razn para proporcionar al aparato ms datos.

1. Es bueno si es que no.

2. Chico significa humano joven?

—Desde luego —contest Killeen, irritado.

Haba alguna dificultad de traduccin entre Bud y el mec. El Especialista no tena ninguna palabra que significara nios.

Date prisa. Las insonoras pero furiosas explosiones que tenan lugar en su mente le golpeaban contra los prpados.

1. El muchacho no tiene ni un aparato sen­sorial humano completo?

—No. Todava no. Yo...

—A quin le ests hablando? —inquiri Hatchet.

—Djame en paz. Estoy...

—Maldita sea! No pierdas el tiempo en...

—Retrocede! —Con una mano y sin volver la ca­beza, empuj a Hatchet hacia atrs.

Todava no. Mira, un pen le hiri con un arma pro­pia de Merodeadores. Tambin me lesion el brazo iz­quierdo. Lo ves? El control general ha quedado bloquea­do. Si...

1. En ese caso, el chico es como un animal.

2. El Especialista dice que ser til.

No somos animales! T...

1. No.

2. Dice que es como un animal.

3. Si el muchacho no lleva discos de Aspectos en la cabeza.

He pedido ayuda, y voy a regatear para conseguirla entiendes? Nosotros robaremos para el Especialista, pero l debe curar a mi hijo.

—Killeen! Qu diablos haces?

1. El Especialista dice que no lo comprendes.

2. El muchacho ha de ayudar a robar.

Killeen se descuid y habl en voz alta:

—El muchacho no interviene en esto!

1. El muchacho ha de robar.

—Mira, l no es parte activa del trato —puntualiz Killeen con enfado—. Queremos que... Hatchet dio un empujn a Killeen.

—Maldito! Qu ests...?

Killeen le golpe con una mano, mirando todava hacia el Especialista. Deseaba averiguar a cul de los sensores deba dirigirse.

Hatchet le dio un puetazo en la barriga. Killeen coloc un pie detrs del que sostena a Hatchet y ba­rri hacia un lado para hacerle perder el equilibrio. Hatchet cay. Killeen le solt una patada en el costa­do y retrocedi.

—Shibo!

Ella apareci, no se saba de dnde, entre los dos, con las manos en alto en una postura que pareca ca­sual. Pero sus dedos eran como unos filos cortantes, rgidos y curvados. Su exoesqueleto zumbaba. Sera una buena armadura en una lucha cuerpo a cuerpo.

Hatchet tartamude, lanzando juramentos. Cermo el Lento se acerc ms de forma automtica para ayu­dar a sus compaeros Bishop.

Killeen observ cmo Hatchet se incorporaba so­bre manos y rodillas, al tiempo que con sus grandes ojos estudiaba la situacin. Pegar a un Capitn era una falta grave. Hatchet poda llamar a los dems para que saltaran sobre ellos dos. Killeen comprendi que Hatchet lo sopesaba con cuidado. La barbilla bai­larina del Capitn se inclin hacia abajo y decidi no hacerlo. Luego, la barbilla volvi a su posicin habi­tual y Hatchet compuso la expresin para disimular en lo posible su enfado.

—Haz el trato previsto y sin ms. Me oyes?

—Eso hago. Pero el Especialista tiene una idea loca.

—Hazle caso! —Hatchet se levant y se sacudi el polvo de las manos. Se qued algo encorvado. Killeen calcul que si Hatchet les haca una seal, los dems se lanzaran sobre ellos.

—Lo har. Pero...

—Escchale bien!

—Esta mquina est hablando de utilizar a Toby. El muchacho no est en condiciones...

—T hazle caso.

—No quiero...

—El Reny sabe muchas ms cosas que t. —Se que­d pensativo con el ceo fruncido, y de pronto su rostro adquiri una expresin impasible—. Ah, s. Est claro.

Hatchet haba logrado, de alguna manera, compren­der lo que el Especialista quera decir. Killeen estaba deseando preguntrselo, pero saba que no iba a fiar­se de la respuesta. El hombre segua impasible. Tena la barbilla hacia dentro, como desmintiendo lo que su aspecto tranquilo revelaba.

Killeen solt el aliento poco a poco. Lo mejor se­ra ganar todo el tiempo posible. Si Hatchet hallaba una manera de apartar a Killeen y obtener lo que los King necesitaban sin la ayuda de un traductor, se ha­bran acabado todas las esperanzas de Toby.

—S... s, lo har...

—Maldita sea! Claro que lo hars! —advirti Hatchet con severidad—. Y adems, habla en voz bien alta. Quiero enterarme de todo.

—De acuerdo, as se har.

Hatchet hizo una sea casi imperceptible con la ca­beza en direccin a los otros King, que se relajaron de forma evidente.

1. Quiere que vayis todos.

2. Te ensear lo que hay que coger.

—Cunto rato durar esto?

1. No lo indica.

Killeen susurr:

—El Especialista no quiere decirlo.

Cuanto ms tiempo permanecieran all, mayor se­ra el peligro. Algn Merodeador poda descubrir­les.

1. Hay que andar un poco.

—A cunta distancia de aqu?

1. No comprendo sus unidades.

2. Y hay algo ms que se me escapa.

3. Apenas entiendo la mitad de lo que dice.

4. Pienso que el muchacho es importante.

5. Nos llevar.

—Est bien, nos transportar. Qu obtendremos a cambio?

1. Todo lo de la lista.

2. Puede que incluso ms.

—Por qu tendra que darnos ms de lo que le he­mos pedido?

1. Tiene un trabajo para el muchacho.

No, pens Killeen categricamente. Dile que no. Lue­go desliz:

—No queremos correr riesgos innecesarios.

—Hey! —exclam Hatchet, malhumorado—. Yo decidir qu es demasiado peligroso.

1. El plan os va a gustar.

2. El Especialista debe ensearos.

3. El chico no saldr herido.

4. l no es vulnerable.

Killeen ahog un estallido de risa salvaje. Estamos rodeados de mecs, hablando con uno de ellos! Y este enor­me montn de chatarra dice que Toby no es vulnera­ble.

1. Quieres que traduzca esto?

No. Killeen consigui controlarse.

Hatchet no le sacaba el ojo de encima. Luch con­tra el impulso de hablar sobre Toby con el Especia­lista.

—Mi jefe dice que ya hablaremos ms tarde de es­to.

1. El Especialista dice que de acuerdo.

—Esto ya est mejor —dijo Hatchet—. Dile que ha­remos todo lo que nos pida.

Killeen ech el aliento lentamente, mientras pensaba. Aquello deba quedar bien claro. Puedes arre­glar a mi chico?

—Dinos qu hay que hacer.

1. El Especialista nos llevar a un sitio especial.

2. Recogeremos herramientas para arreglar al muchacho.

3. Y tambin tu brazo.

—A qu precio?

1. Ya veremos.

2. El Especialista no dice nada ms.

—Nos vamos! —grit Hatchet con energa—. Montad en el Reny. A ver si podemos acabar pronto.

Hemos de saber lo que quiere decir el Especialista.

1. Lo sabrs.

2. El Especialista te lo ensear.

3. Primero hemos de robar lo que ha pedido.

Al subir por los empinados costados del imponente y pulido mec, Hatchet se enfrent a Killeen.

—Con que golpeando a un Capitn, eh? Voy a pe­dir tu cabeza. Espera a que regresemos a Metrpolis.

—Si logramos volver —replic Killeen con aspereza.

2

Killeen no se acostumbraba a la impresin de ir montado sobre el Especialista. Los transportes que haba usado antes eran mucho ms lentos, pero tam­bin ms cmodos.

Aquel Especialista avanzaba con un murmullo re­chinante y daba unos pesados tumbos cuando cruza­ba un arroyo. El balanceo casi le mareaba. Entre l y Shibo mantenan a Toby firmemente sujeto con­tra el fondo de un cubculo para que el bamboleo no lo desplazara de all. Las piernas del muchacho col­gaban como si fueran de madera, tiesas e intiles. Al­rededor de ellos, la expedicin humana cubra una pequesima parte del casco cilndrico del Renegado. Se sostenan gracias a la minada de tubos, mstiles y vlvulas de escape que haba en la piel cermica del Especialista.

Atravesaron un terreno abrupto porque el Espe­cialista se mantena cuidadosamente alejado de los ca­minos de los mecs. Aqul era el complejo ms exten­so que Killeen haba visto, con una red de caminos de losas plidas y unos edificios perfectamente cbi­cos de paredes negras. El trfico circulaba sobre unos rales relucientes. En las pronunciadas laderas, las fundiciones hacan unos ruidos sordos. Mediante una actividad que gradualmente iba hacindose ms in­tensa, el Renegado se desplazaba con un taimado pro­psito. Sus antenas daban vueltas incesantemente. Cada vez que un mec entraba en su campo visual, Killeen oa unos chisporroteos. El Renegado mandaba una seal de IGNRAME a cada una de las mentes mecs, y con ello consegua volverse invisible.

Killeen no se poda relajar. Su atencin saltaba de un mec que se acercaba al prximo.

—Clmate —le susurr Hatchet—. Reny ya sabe c­mo pasarnos al otro lado.

Killeen estudiaba un voluminoso mec, de una cla­se que no haba visto antes, que corra a lo largo de una lnea de rales cercana. Avanzaba con tanta ace­leracin que cuando lleg al lejano extremo de aquel valle erosionado era slo una mancha.

—Cuntas veces has hecho esto? —pregunt.

—Tal vez treinta o cuarenta.

—Todas han sido iguales que sta?

—En casi todo. Cada una de ellas es diferente de un modo u otro.

—Cmo?

—Cambia la factora. Hay trucos diferentes para en­trar, adems.

—Nunca habis vuelto al mismo lugar?

—No. Sera demasiado arriesgado.

—Suponis que el Renegado deja alguna marca? Si volviera all otra vez, le estaran esperando?

—Podra ser. Pero creo que lo hace para no correr riesgos. Y ms teniendo en cuenta que puede conse­guir el material en otro lugar distinto.

—Qu clase de material?

—Componentes, creo.

—Piezas de repuesto?

—Probablemente. Esta criatura trata de mantener­se con vida.

—Alguna vez han surgido dificultades? Los mecs se han dado cuenta?

Las palabras de Hatchet empezaron a brotar ms lentas.

—No sabra decrtelo. Algunas veces las cosas su­ceden con la condenada rapidez de los mecs.

Killeen no haba odo hablar de la rapidez de los mecs desde los tiempos de la Ciudadela. Cuando es­taban sobre la marcha no haba comparacin entre la velocidad humana y la cegadora rapidez de los Me­rodeadores.

—Alguna vez ha resultado herido alguien?

Hatchet tard largo rato en contestar. Se agarraba fuertemente a una vlvula de descarga de color oscu­ro, junto a Killeen, quien se sostena como poda en un nicho horizontal. El Especialista se lanzaba por una pendiente llena de baches. Los desperdicios de los mecs obstruan las profundas torrenteras. Un ma­terial de relleno, verdeazulado, ensortijado, revolo­teaba en la glida brisa. All el aire era ms seco y ms fro. Haca un tiempo de mecs.

—Perdimos a dos —respondi Hatchet al fin.

—Cmo?

—Esto es un asunto de Familia —replic Hatchet con firmeza.

—Si mi gente est en peligro, pasa a ser tambin asunto de nuestra Familia.

A Hatchet no le gust la respuesta. Pero no encontr la manera de discutirla. Su boca se torci hacia un lado, como si recordara algo que hubiera preferido olvidar.

—Algunas veces hay guardias mecs. En dos ocasiones nos cayeron encima, cuando estbamos en mitad de la faena. Corrimos. En cada ocasin atraparon a alguien.

—Cmo?

Hatchet pareca irritado.

—Dispararon contra ellos, desde luego.

—Con qu?

—Pues no estaba como para tomar notas, no te pare­ce? Estaba ocupado en evitar que me volaran la cabeza.

—Os disparaban proyectiles slidos?

Hatchet sonri glacialmente.

—Siento mucho no haber podido guardar uno pa­ra sacarlo ahora de mi bolsillo y mostrrtelo.

—No es eso; lo que quiero decir es si usaban armas como las nuestras o si eran rayos electrnicos, corta­dores.

Hatchet estaba encolerizado. No era como unos momentos antes, cuando intentaba ocultar algo a Killeen. En aquel instante no saba a dnde quera ir a parar Killeen con tantas preguntas.

—No podra decirlo.

—Recogisteis los cuerpos?

—Maldita sea! Salimos corriendo.

—Ya lo s. Lo que me interesa saber es si os enfren­tasteis con unos simples guardias mecs, o si se trataba de algo peor.

—Qu... Merodeadores?

—Tal vez. Pudisteis ver qu os persegua?

—No.

El orgullo de Hatchet haba provocado su resisten­cia a explicar a fondo sus fracasos anteriores. Pero aho­ra empezaba a ver una motivacin en el inters de Killeen, y su voz perdi las tensas inflexiones y los asomos de sospecha.

—Dispararon contra nosotros desde lo alto, desde las vigas.

Killeen asinti. Era el mismo tipo de ataque que haban sufrido los Bishop en el ltimo Comedero donde haban descansado. Lo que haba matado a los dos King no eran guardias ordinarios de los mecs. Haban acosado a los humanos. Y adems eran lo bastante pequeos como para poder trepar por las estrechas vigas. De todo ello se deduca que se trataba de una nueva clase de cazadores mec.

—Pudiste ver cmo heran a los tuyos?

—No. Les vi ya cados, pero no recib ninguna se­al de ellos en mi aparato sensorial.

—No me extraara nada que sucediera como di­ces —afirm Killeen en tono conciliatorio, pero no lo bastante aparente como para que Hatchet descu­briera su tctica.— Estaban muertos, simplemente?

—Quieres decir, en vez de...

—Muerte definitiva.

—No hay mucha diferencia, verdad? —murmur Hatchet. Su tono de voz se haba hecho ms bajo y sugera un estrato oculto de pena.— En cualquier ca­so, no pudimos guardar Aspectos de ellos. Haban de­saparecido.

Killeen no pudo abstenerse de decir con una mira­da dura:

—Consideras lo mismo que un Merodeador te des­troce la mente, que morir?

Hatchet no le contest enseguida. Ambos se que­daron callados mientras contemplaban una zona llena de mquinas cubiertas de grasa y parcialmente desman­teladas. Las hileras de esqueletos de mquinas llegaban hasta las distantes colinas, y eran como una especie de columna militar que se hubiera detenido por un momento en su avance conquistador. A cada cuerpo le faltaban unas chapas, o las cadenas desplazadoras, o los sensores. Sus arrogantes formas pesadas y angu­losas haban aterrado a Killeen ms veces de las que poda recordar, pero en aquel momento parecan hacer gestos carentes de significado, olvidados desde mu­cho tiempo atrs. Supuso que el Especialista rebusca­ba entre ellos sus piezas, despojando a los muertos oxidados que no oponan resistencia. Por fin Hatchet dijo:

—No considero nada de eso. Hay cosas que un Ca­pitn no debe considerar.

Killeen envidi aquella sencilla respuesta que care­ca del tono orgulloso y ofensivo con que Hatchet acostumbraba enfrentarse al mundo. No poda con­testarle nada.

Se apart columpindose, aferrado a unas tuberas de gas con la mano til. El avance le result ms dif­cil de lo que haba supuesto. Ya tena el brazo dere­cho cansado. Encontr a Shibo, quien estaba acunan­do a Toby junto a los dems. La mayora descansaba sobre una ancha y spera cubierta de esclusa. El Es­pecialista corra aprisa y sin saltos, y slo llegaba hasta ellos un son de redoble que les atravesaba el cuerpo. La trepidacin trajo una suaves curvas de sueo a la plida faz de Toby.

Killeen se sent en cuclillas para hablar, y de pron­to el Especialista fren. Todos salieron despedidos ha­cia delante, y se agarraron donde pudieron. Toby se despert y automticamente se abraz a su padre cuan­do ambos empezaron a rodar hacia delante, por en­cima de la cubierta de esclusa hecha de polmero. Se deslizaron un metro. El golpe le produjo a Killeen un intenso dolor, pero cay debajo del muchacho, por lo que ste slo tuvo que desenredarse de l. Am­bos se quedaron tumbados, jadeando.

—Todos abajo! —grit Hatchet—. Adentro! R­pido, ahora!

Se haban detenido cerca de una factora. Killeen y Shibo bajaron a Toby. La mayor parte de la expedicin ya recorra la pequea distancia que les sepa­raba de la reja, que apareca abierta porque se haba levantado cuando ellos llegaron. Killeen trat de ins­peccionar la zona, pero Hatchet les estaba gritando que se dieran prisa. Antes de que hubieran acabado de pasar por la puerta-rastrillo, sta empez a descen­der lentamente como unos dientes que quisieran mor­derles.

—A Reny no le gusta esta parte —explic Hatchet—. Cierra las puertas enseguida. La entrada y la salida son los momentos ms delicados, dice.

—Para la mquina, seguro —observ Shibo seca­mente.

Killeen llev a Toby al amparo de unas pilas de bi­dones de poliplstico. No le gustaba la forma en que Hatchet se refera al Especialista, porque era snto­ma de que consideraba a los mecs como humanos, de que imaginaba poder tratarles en trminos que un humano poda aceptar. El padre de Killeen le haba dicho en cierta ocasin: El hecho ms importante re­lacionado con los aliengenas es que son aliengenas. Por esta razn la Ciudadela Bishop haba tenido menos contactos con los Renegados que la de los King. Ki­lleen lo record para no incurrir en el mismo error que Hatchet referido al Especialista. Se haba acos­tumbrado a preguntar siempre los hechos que se es­condan detrs de las palabras de Hatchet. Los hechos eran ms tiles que las opiniones.

El grupo se alej de la reja, que bajaba.

Unos presurosos pies corran por las grietas de la sala abarrotada. Killeen se haba agachado para dejar a Toby en el suelo cuando un poderoso jjjjjaaaaatttttttt explot en su cabeza. Unos dbiles gritos sonaron en el silencio que sigui a aquella especie de silbido vio­lento.

—Qu ha sido...?

La voz de Hatchet lleg con un acento spero:

—El Especialista. Creo que ha disparado contra un mec.

—Muerte electromagntica —observ Shibo.

Killeen se levant tambalendose y vio que el Es­pecialista estaba debajo de la reja, que se haba para­do. Diriga las antenas y los sensores olfativos hacia la factora. Los mova en forma de abanico rebuscan­do con gran energa y rapidez.

Cermo el Lento grit desde el interior:

—Aqu hay un mec! Est completamente quema­do!

Hatchet sali de detrs de un gran cajn de emba­laje y fue a verlo.

—El Especialista puede ganar por la mano a estos guardias mecs. Es demasiado rpido para ellos.

Shibo intervino, preocupada:

—Ni siquiera he llegado a ver la seal del mec.

Killeen hizo un signo de negacin con la cabeza mientras en sus odos seguan retumbando campanas.

—Yo tampoco.

Toby pareca indiferente. Seal con el dedo hacia el Especialista que estaba retrocediendo.

—Qu va a hacer el cacharro mientras nosotros es­temos dentro?

Hasta aquel momento, Hatchet haba ignorado al muchacho; Killeen se sorprendi cuando el mismo Capitn contest a Toby con toda amabilidad.

—Se har el muerto. Se congelar las partes exter­nas para dar la impresin de que slo sirve como fuen­te de piezas de repuesto.

—Como todos los del parque? Igual que los mecs anticuados?

—Supongo que s. Pero se meter en algn cobertizo; ya le he observado otras veces. Supongo que por esto deja que su caparazn parezca tan deteriorado.

—Para engaar a los otros mecs? —pregunt Toby.

—Eso supongo.

—Hey, vamos a ver lo que hay por aqu.

—Ahora debes quedarte quieto, muchacho. Descansa.

Killeen observ al Especialista mientras se alejaba pesadamente. Siempre le asombraba el poder de re­cuperacin de los jvenes, la manera en que acepta­ban lo que era completamente nuevo o peligroso y podan vivir con ello. Se preguntaba cundo haba per­dido l aquella capacidad inconsciente. Algo la haba ido desgastando tan lentamente que slo se haba dado cuenta de que la haba perdido cuando ya era dema­siado tarde.

El guardia achicharrado tena un aspecto raro. Shibo se aproxim a Cermo el Lento, que estaba forzando una de las cajas laterales del mec. La cubierta cay con estrpito. En el interior quedaron al descubierto los acoplamientos y unas gruesas almohadillas que pa­recan de cuero. Una capa aceitosa lo recubra todo.

—ste es un ciberntico —apunt Cermo—. Lubri­cado por completo, adems.

Shibo dio una patada a uno de los acoplamientos. stos cedieron, se doblaron y luego recuperaron la alineacin primitiva, con una persistente fluidez.

—Piezas orgnicas.

Hatchet no pareci sorprenderse.

—Lo he visto ya en muchas factoras. No se encuen­tran muchos como ste por los campos.

—Vmonos —dijo Killeen.

—Tienes mucha prisa, verdad? Espera a que los dos hombres que van delante estudien el camino.

El Especialista haba transmitido al hombre en ca­beza un mapa bidimensional para guiarle por la factora. Tena claves de reconocimiento para que pu­diera obtener una confirmacin visual de que iban por buen camino. Un mapa bidimensional era inde­pendiente del lenguaje. El Especialista haba usado peones teledirigidos para buscar y hacer el mapa, ya que entrar en una zona de almacenaje era demasiado peligroso para un Renegado.

El grupo sigui a los dos hombres guas por el al­macn de elevada bveda, que apareca iluminado por una suave luz verde anaranjada que invitaba al sueo.

Por all no se vean mecs circulando por los pasadi­zos ni por las galeras provistas de barras, que esta­ban distribuidas a lo largo de las inmensas curvas as­cendentes de las paredes.

—No habr que ir muy lejos —dijo Shibo.

—Es una antigua factora —explic Hatchet—. El Reny ya nos ha mandado otras veces a sitios como ste. Los mecs las usan como almacenes.

—Pero haba uno de guardia —observ Killeen.

—Sigue andando —le orden Hatchet.

Se deslizaron por unos oscuros pasillos. Unas som­bras se extendan a lo largo de aquellas antiguas y aban­donadas lneas de produccin. Bidones medio vacos con coloides sulfurosos derramaban lentamente su contenido por el suelo quebrado. Los dos hombres King que iban en cabeza les condujeron hbilmente hasta unas hmedas y malsanas cavernas subterrneas.

En la entrada haba un portal entreabierto, con mu­chos aparatos de deteccin en el borde. Killeen reco­noci algunos de los ms comunes por haberlos vis­to en mecs que haba desmantelado. La comitiva se detuvo y cada miembro se desliz con cuidado por el portal, desplazndose muy lentamente. Hatchet ex­plic a Shibo y a Killeen que los detectores estaban emplazados al nivel de los mecs. Eran sensibles no slo a los metales, sino tambin a la red electrnica que llevaban todos los mecs. Los humanos tenan tan pocos elementos de aquel tipo que resultaba muy im­probable que aquellos vigilantes automticos los des­cubrieran. Esta era una de las principales razones por la cual eran tan valiosos para el Especialista.

Empezaron el trabajo en los tneles que se exten­dan detrs del portal. Unas largas estanteras con m­dulos recubran las paredes de los tneles en las in­tersecciones. El hombre que iba delante localiz los artculos que el Especialista necesitaba. La comitiva se dividi en equipos para transportar las piezas pe­sadas. Killeen se emparej con Shibo, despus de de­jar a Toby en un lugar cercano al portal, desde don­de podra verles trabajar. Y en donde, y no era una coincidencia, ellos podan comprobar cmo se encon­traba.

Killeen perciba la presencia de la factora mec co­mo una presin fra que iba calando en l. El temor haba desaparecido, pero volva a aparecer con cada lejano indicio de movimiento o con cada ruido ines­perado. Los tneles en penumbra devolvan los ecos de los ruidos que provocaban al trabajar, expandien­do unas notas quejumbrosas y extraas. Y haba algo peor: unos cuantos robots pequeos trabajaban en los tneles. La primera vez que Killeen se top con uno de ellos estuvo en un tris de destruirlo.

Shibo le cogi la mano donde tena el arma y le su­surr:

—No nos ve!

Estaba en lo cierto. Los robots no podan distin­guir las imgenes ni definir la contextura, y eran de­masiado estpidos como para disparar una alarma. Se limitaban a acarrear y a estibar, segn las rdenes que reciban desde algn lejano enlace con el inven­tario. Pero a pesar de todo, a Killeen le enervaba su avance ruidoso y parecido al de las araas por los t­neles sumidos en sombras.

El Especialista necesitaba piezas de tamao muy variable. Unos delicados cuadros repletos de politrones. Unas losas fotnicas de mrmol, verdosas, cuyo tamao no era mayor que el de una mano. Conden­sadores encostillados con cintas que para levantarlos se necesitaban tres hombres.

Killeen y Shibo acarreaban las piezas sobre la es­palda, otras veces recorran una distancia corta entre los dos y se detenan para descansar los brazos y la espalda.

Trabajaron durante un tiempo que para los dos fue de una labor agotadora salpicada de instantes de repen­tino pnico. Les entumeca el pesado ritmo de acarrear pesos sin contar con ninguna ayuda mecnica. Por all no se vean carros metlicos que pudieran servir­les de ayuda, pero aun en caso contrario, Hatchet ha­bra prohibido su uso. Nadie saba con exactitud lo que pona en marcha la alarma del portal, por lo que cualquier factor que pudiera sobrepasar el mnimo representaba un riesgo. Les cost varias horas reco­ger toda la montaa de repuestos que poco a poco haba ido formndose al lado del portal. El Especia­lista slo reaparecera cuando hubieran finalizado el trabajo. As estara menos tiempo en peligro.

Por fortuna, Toby se haba vuelto a dormir. Killeen le haba vigilado a cada viaje que haca entre los tne­les y la sala del portal de salida. Por fin, l y Shibo pudieron hacer una pausa, en las profundidades del tnel, para comer unas barras de concentrado. Killeen tena la garganta spera a causa de los acres vapores de la factora.

—Tenis que hacer este trabajo con frecuencia? —jade Killeen cuando Hatchet pas junto a ellos.

—Siempre que el Reny lo necesita. —Hatchet en­torn los ojos—. Mira, hacemos esto siempre que po­demos. Sin la ayuda del Reny, estaramos dndonos con los pies en el culo al intentar huir de los Mero­deadores.

Killeen asinti en silencio, ahorrando energas, y entonces descubri que se acercaba un mec. No era un robot ni un pen. Poda ver un armazn del tamao de un hombre, con un juego de llaves colocadas en el caparazn, que pareca un zarzal. Se acercaba a ellos, descendiendo por un distante camino que pasaba entre los estantes del almacn; lo haca sin darse cuenta de ellos o como si no esperase nada fuera de lo corriente.

—Hatchet! —susurr Shibo. Todos sacaron las armas.

Hatchet parpade, como si fuera la primera vez que vea algo parecido.

—Dispersaos —orden en voz baja.

El mec lleg hasta all. Killeen oy en su sistema sensorial una serie repentina de ruidos, como de toses rpidas de ahogo. Era una voz, pero no era humana. Volvi a hablar con exclamaciones cortas y cortadas, rpidas pero no forzadas, naturales pero misteriosas. No eran palabras, sino emisiones de aire expelidas a travs de una estrecha y spera garganta...

Hatchet pregunt con extraeza:

—Qu demonios...?

El Aspecto Arthur de Killeen meti baza:

Ladridos! ste es el sonido que produce un perro terrestre cuando ladra. No haba odo esta llamada en clave desde hace tan­to tiempo...!

Ante los ojos de Killeen salt la imagen de un peludo animal de cuatro patas que ladraba y corra de un lado a otro por un campo verde, persiguiendo una pelota azul que se escapaba ladera abajo. En aquel sonido haba algo que llevaba un significado de saludo, un elemento que siempre haba echado de menos.

—Este mec —dijo— nos est llamando.

Sus palabras lo haban atrado. Shibo ya estaba pre­parada, apuntando hacia aquella forma que se les apro­ximaba por la red de suministros robados. Apuntaba un poco por delante para poder disparar en cuanto fue­ra necesario. Killeen le apoy la mano en el hombro.

—No. Creo que todo est bien. Aqu hay algo que...

Los ladridos se hicieron cada vez ms intensos, y de repente cesaron.

Una clida y melosa voz femenina dijo con toda claridad:

—Humanos! He captado vuestro olor. Hace tan­to tiempo que lo haba perdido!

—No te muevas —grit Hatchet

—Al or la voz del hombre, debo obedecer. —El mec contest desde algn lugar de los estantes—. He utili­zado la llamada correcta, no es cierto?

—S —contest Killeen intentando ver al dbil res­plandor de las distantes lmparas. El flanco de acero apareca abollado y remendado. El maltrecho recu­brimiento estaba atravesado por lneas fundidas, re­maches y soldaduras que haban sido arrancadas tiem­po atrs, parches y cicatrices brutales. A causa de una repentina aportacin de Arthur, Killeen aadi—: Buen perro.

—Ruff! Ruff!... Yo... bien, no soy realmente un perro, ya lo sabis.

—Lo habamos supuesto —repuso Shibo con seque­dad.

La voz femenina del mec brotaba por un altavoz acstico montado directamente entre dos sensores p­ticos. stos relucan, observando a Killeen con fijeza mientras se acercaba ms. Shibo y Hatchet se aparta­ron hacia los lados, preparados. Shibo pareca estar absorta durante unos momentos mientras consulta­ba a sus propios Aspectos. Killeen vio que Cermo el Lento se pona detrs del mec, relamindose pensan­do en que iba a hacerle saltar en pedazos. Levant una mano en seal de precaucin.

—El ladrido es slo un dispositivo para llamar la atencin. —El mec tena ya una voz resonante bien modulada. Killeen se pregunt si los perros hablaban.

Desde luego que no hablan! El perro es un animal que hace mucho tiempo lleg a creer que los humanos, bien, eran una especie de dioses. Apacentaban a otros animales, guardaban cosas... Ah! Ahora lo compren­do! sta es una mquina original, hecha por el hombre. O al menos contiene elementos de algn dispositivo hecho por los humanos.

Los humanos hicieron a los mecs?, se preguntaba Ki­lleen. La idea era tan extraordinaria como la afirma­cin de que los humanos haban hecho el edificio Taj Mahal que haban visto haca poco.

—Y t has ladrado —observ Shibo.

—Me adiestraron para que utilizara este mtodo de llamada. Para diferenciarme de los mecs hostiles. —La mquina restregaba las bandas articuladas sobre el suelo de cemento. Su voz de tiple vibraba de emo­cin. Incapaz de reprimirse ms, se acerc hasta el alcance del brazo de Killeen, gimoteando:

—Hace tanto tiempo!

—Cunto... cunto tiempo hace? —pregunt Killeen, sorprendido.

—No lo s. Mi cuadro de secuencia temporal fue grabado por la mente mec de esta factora. Confo en que te dars cuenta de que yo nunca habra tra­bajado para estos seres si hubiera podido escapar de ellos. Yo era leal por completo a las rdenes huma­nas.

Hatchet se acerc y la mquina le descubri.

—Oh, otro humano! As que hay varios an con vida. Ruff! —La voz haba alcanzado un timbre de temor reverencial.

Esta mquina se parece de forma sorpren­dente a un perro. Fjate en su fidelidad. Debe de tener una memoria de perro pasada di­rectamente desde los mismos bancos origi­nales de la expedicin. Esta reliquia...

—Qu quieres? —pregunt Hatchet.

—Yo... slo quera indicarte que puedo servirte, se­or. —Un gemido de remordimiento acompaaba ca­da palabra.

—Cmo?

—Yo... debes comprenderlo, he sido un buen ser­vidor. Durante todo este tiempo he conservado mis instrucciones enterradas en un lugar donde la mente mec no poda penetrar.

Aparecieron unas arrugas en la frente de Hatchet.

—Trabajas aqu?

—S, seor! Me aprecian por mi habilidad para transportar, reparar y encontrar los artculos perdi­dos que estaban en el inventario general. —Se restre­gaba por all, ansiosamente, como si quisiera lamer las manos de Hatchet—. Adems yo...

Cllate —orden Hatchet con evidente satis­faccin—. Qu puedes hacer por nosotros?

—Bien, puedo hacer todos los trabajos que me asig­nan como rutina, seor. Pero hay... pero hay... pero hay... pero hay...

Se ha quedado enganchado en un bucle de rdenes. Debe de haber alguna informacin que no puede revelar a menos que le demos la asociacin correcta o la palabra clave.

—Cllate —repiti Hatchet con firmeza.

El tartamudeo del mec se interrumpi. Empez de nuevo:

—Esta situacin me apena mucho. Ruff! Al pare­cer me...

—Mira —dijo Killeen—. Conoces esta factora, ver­dad? Hay por aqu algunos mecs que puedan resul­tar peligrosos para nosotros?

—Pues... no los hay en esta parte de mi mundo de trabajo. No.

—A qu distancia estn?

—A cinco prantanufos.

—Qu?

—Es una distancia que usan los mecs. Yo... no re­cuerdo cmo se dice en esta lengua. —La voz femeni­na del mec sonaba apesadumbrada, sollozante, casi inundada de lgrimas—. Yo... Lo siento... Yo...

—No te preocupes. Saben que estamos aqu?

El mec hizo una pausa, como si estuviera escuchando.

—No, seor.

—Cmo nos has encontrado?

—Tengo sensores que captan los efluvios humanos. Maravillosos olores humanos. Llevaban mucho tiempo enterrados por el lodo que la mente mec ha graba­do al fuego en m. Pero a pesar de esto, me advirtie­ron de vuestra presencia.

Killeen se preguntaba cmo una mquina de cons­truccin humana haba podido sobrevivir tanto tiempo entre los mecs aliengenas. Arthur lo explic con irona:

Precisamente, por su ciega obediencia. Re­sulta poco grato reconocerlo, pero esto es exactamente lo que los humanos exigan a los animales que domesticaban. Nosotros mis­mos no ramos moralmente superiores cuan­do tenamos el poder...

La severa voz del Aspecto Nialdi intervino inmedia­tamente:

Este era el papel que corresponda a los animales. Socios y sirvientes del gnero humano! No puedes comparar...

Killeen cort el parloteo de las voces de los Aspec­tos, que prosigui en su interior.

El mec hizo una pausa. Sus aparatos pticos haban registrado a otros miembros de la expedicin que se estaban acercando atrados por la conversacin.

Muchos humanos. A pesar de todo, habis sobre­vivido!

—Trabajaste en la Ciudadela? —pregunt Shibo.

—S. S, seora. —El mec inclin la seccin frontal en una rgida parodia de una reverencia—. Primero fun­cion en el Candelero.

Killeen parpade asombrado. Arthur balbuceaba en su mente con voz excitada aunque dbil, pero l lo es­pant como si se tratara de una mosca.

—Cuntanos lo que recuerdes de antes de que lle­garas aqu.

—Trabaj para los humanos que construyeron las primeras Arcologas. Luego, ms tarde, en las Ciudadelas. Dise y trabaj para las tres Ciudadelas Pawn.

—Cundo te escapaste con los mecs? —pregunt Hatchet bruscamente y con recelo.

—Yo no me escap! —La mquina reaccion co­mo si hubiera recibido un insulto, como una mujer a la que un comentario casual hubiera deshonrado—. Algunas mquinas humanas s lo hicieron. Lo s. Yo no estaba entre ellas! A m me cogieron.

—Cooperaste? —pregunt Shibo.

—Anularon mis circuitos. Nuevas rdenes queda­ron grabadas directamente en mi substrato. Killeen dijo:

—Se apoderaron de la Ciudadela? —Estudi con cuidado a la mquina. No saba que hubieran existi­do mquinas controladas por los hombres. Realmente, la Familia Bishop no tena ninguna en los tiempos de la Calamidad.

—Oh, no. En aquella poca los mecs eran una ban­da muy pequea. Evitaban las Ciudadelas de la hu­manidad, sus festivales para reproducirse, todo. Me capturaron cuando yo era... era... era... era...

El aparato acstico del mec empez a tartamudear en un bucle de rdenes recurrentes. Algo que quera decir quedaba bloqueado por una prohibicin ms perentoria.

—Alto! —orden Killeen. Haba empezado a creer en la mquina. Su Aspecto Arthur intervino:

En mi tiempo los llambamos mecs de los hombres. La Expedicin tena una dotacin de mquinas inteligentes, y las conservaba en buen funcionamiento. De otra manera, cmo habra podido ser engendrada la pri­mera generacin? Los robots fabricados por los humanos unieron el esperma y los vu­los que se haban transportado desde la Tie­rra. Ellos cuidaron de los jvenes, planta­ron los primeros alimentos...

Vaya si lo hicieron! Doble pecado, entonces, el de los mecs de los hombres, que cometieron un acto tan perverso y traicionero al aliarse con los que saquearon los Candeleros y que ahora nos persi­guen por todas partes. Este es un enemigo de todo el gnero humano, esta cosa que nos insulta con sus ladridos y su femenina voz de tonos suaves, Matadlo! Este es el nico...

La civilizacin mec captur a este robot fabricado por los humanos. No podemos culparle si no tena eleccin posible! Los mecs transformaron algunas de sus funciones, pe­ro al parecer, no anularon sus rdenes fun­damentales sobre los humanos.

Killeen pregunt:

—Por qu no se limitaron a desmontarlo para apro­vechar los materiales?

Los mecs nos conocen. Conservaron a este loco , traidor porque nos poda traicionar otra vez! Por esto os ordeno que lo destruyis. Ahora mismo! Pero...

Probablemente satisface alguna arcana funcin en la sociedad mec. O tal vez su super­vivencia desde los primeros das no es ms que una simple casualidad. Recomiendo que no se tomen acciones precipitadas tales co­mo esta solemne tontera que preconiza Nialdi.

Lo arriesgis todo si permits que el traidor...

Killeen interrumpi al Aspecto Nialdi. No dispo­na de tiempo para seguir con aquella discusin. Nialdi y Arthur seguan farfullando y esgrimiendo argumen­tos verbales entre ellos. Les dej seguir con sus dbi­les voces ratoniles en la parte posterior de su mente para que dieran salida a sus tensiones, pero por otra parte les ignor por completo.

La mquina tosi, ladr con enfado tres veces, y volvi a quedarse normal.

—Yo... lo siento. No puedo revelar esta informa­cin sin una orden con la palabra clave.

—Cmo te atraparon los mecs? —pregunt Hatchet.

—No pude hacer nada para impedirlo. Me fui con la civilizacin mec y perd el lugar que haba tenido a los pies de mi querida humanidad. —Aquellas pala­bras sonaban misteriosamente lastimeras, en parte por los recuerdos dolorosos que albergaban y en par­te por ser un alegato que suplicaba comprensin.

El grupo de humanos estaba confundido; se mira­ron unos a otros.

—Crees que nos est diciendo la verdad? —pre­gunt Cermo el Lento a Hatchet.

—Tal vez.

—Es algo endiabladamente extrao, si permites que lo diga —declar Cermo simplemente, moviendo la cabeza.

—Los mecs nunca han intentado hacer un truco parecido a ste. Estoy seguro de ello.

—Estoy de acuerdo. Los mecs tratan de matarnos, pero no de engaarnos —dijo Killeen.

Los King y los Rook hablaban, intentando poner­se de acuerdo, con reservas. Los viejos sensores acs­ticos fabricados por los hombres giraban fcilmente hacia el orador de turno, eran unas pequeas copas mviles de polmero insertas en su cuerpo oblongo.

Los amarillentos incisivos superiores de Hatchet mordan su labio, y su cara triangular revelaba, por una vez, su incertidumbre. Alz la mano para acari­ciar su protuberante barbilla y la apret ligeramen­te, como si quisiera comunicar firmeza al resto de su cara.

—Bien, y qu? Casi hemos terminado aqu. Vmo­nos.

La mquina ladr nerviosamente en un grito ani­mal muy expresivo. Luego la voz afeminada protes­t:

—Pero no! No podis dejarme aqu, seor. Soy vuestro. De la humanidad.

—Mira, ahora, yo... —Hatchet pareca incmodo.

—Pero deberais poder llevarme. —La voz femeni­na aument su entonacin de seductora blandura—. Os he sido fiel durante todo este largo tiempo. Y he de entregar mi mensaje a la Ciudadela Pawn.

—La Ciudadela Pawn fue destruida —comunic Killeen—. Nosotros somos cuanto queda de las Fa­milias de las Ciudadelas.

—No! Desaparecida? En ese caso yo... bien, yo... bien, yo...

—Cllate! —orden Hatchet, irritado—. Vamos, en marcha. —Y empez a andar.

—No. Debo ir tras vosotros. Vosotros sois mis...

—S. Sguenos —indic Shibo con amabilidad—. Pe­ro debes andar en silencio.

Slo quedaban por recoger unos pocos artculos de la lista del Especialista. Los llevaron hasta la reja. El Especialista se aproxim mientras trasladaban las l­timas piezas al montn. De pronto, la reja empez a levantarse.

—Manos a la obra! —grit Hatchet.

A esta seal, el equipo empez a sacar con orden las piezas, para cargarlas en una bolsa lateral que el Espe­cialista haba abierto rpidamente. Killeen, Shibo y Cermo se unieron a la precipitada salida. Haca slo unos instantes que estaban gastando bromas sobre la curio­sa mquina, pero en aquel momento reinaba una tensa vigilancia mientras finalizaban su trabajo, plenamente expuestos a la plida luz oblicua del alba de Dnix.

Killeen y Shibo trasladaron a Toby al exterior mien­tras los dems introducan en la bolsa la ltima pie­za. Consiguieron asegurarlo bien en un saliente en el centro del cuerpo del Especialista. Todos estaban cansados y les cost subir a Toby por el flanco incli­nado. Bud se introdujo en la atencin de Killeen.

1. El Especialista dice que os subis.

2. Vamos a otra factora.

Killeen pas el encargo a Hatchet, quien pregunt:

—Cmo es eso?

—El Especialista dice que tiene otro trabajo para nosotros.

Esto era una soberana mentira, porque lo que Bud dijo fue:

1. El Especialista necesita la ayuda de Toby.

Imposible, pens Killeen.

1. El Especialista dice que ya lo vers.

—Puede el Especialista liberar a este mec fabrica­do por el hombre? —pregunt Killeen—. Dice que no puede abandonar el complejo de la factora.

Bud estuvo mucho tiempo sin responder, pero al fin intervino:

1. El Especialista ha liberado al mec humano.

2. Por hacerte un favor.

3. Dice, recuerda, que necesita la ayuda de Toby.

—Ya veremos —dijo Killeen con reservas.

El mec fabricado por los hombres empez a ascen­der por la rampa lateral del Especialista. Bud indic apresuradamente:

1. El Especialista no quiere transportar al mec humano.

—Por qu no?

1. El mec humano ahora es un mec libre.

2. Puede activar los detectores.

3. Obligadle a que se quede.

—Quiero que venga con nosotros.

1. El Especialista lo matar.

—No, slo con que...

Killeen sinti que el Especialista transmita una desgarradora descarga de esttica que hizo tambalear al mec de fabricacin humana.

1. Esto es un aviso.

—Humanos! No me abandonis! —suplic el mec humano.

Con un sentimiento de angustia, Killeen le grit:

—No tenemos eleccin. Ahora eres libre. Buena suerte!

Mientras salan pesadamente de la impresionante factora, la reja empez a bajar con un ruidoso tra­queteo.

Cuando la mir desde lejos, Killeen sinti una sen­sacin de alivio. Haban andado por aquellos oscu­ros tneles y haban sobrevivido.

Sinti amargura al ver aquel perro-mujer fabrica­do por los humanos, que iba corriendo tras ellos. No le habra gustado preguntar a aquella extraa combi­nacin sobre su antigua vida.

Una entidad viva era mucho ms sobrecogedora que las resecas conferencias que los Aspectos le soltaban. Intentaba aprender ms de sus Aspectos, pero a stos les faltaba la punzante y humilde realidad del mec de los hombres.

Sacudi la cabeza. Su padre le haba dicho en cier­ta ocasin que los listos eran aquellos que al com­prender que no tenan eleccin, se olvidaban del asunto.

Nunca se le haba dado bien aquel arte. Cerr sus comunicaciones para no tener que or cmo se iban diluyendo los lastimeros ladridos de aquella obra de los hombres.

El Especialista aceler para alejarse de all. Sus an­tenas giraban y zumbaban con ansiosa energa.

Se tendi para descansar. Toby gema cerca de l. El tejido nervioso del muchacho empezaba a desgas­tarse y a inquietarse. Killeen coloc el brazo malo bajo la nuca de su hijo para que le sirviera de almohada. Cerr los ojos. El sueo estaba a punto de vencerle y se dispuso a luchar contra el cansancio. Deba pen­sar. Deba prepararse para la verdadera razn que le haba llevado hasta all.

3

Al principio crey que se trataba de una montaa. Luego descubri una mirada de aristas trabajadas y los lisos planos inclinados oblicuos. Era un comple­jo tan amplio que pareca parte del paisaje, haciendo enanas a las colinas cercanas.

El Especialista Renegado se dirigi a velocidad m­xima hacia los edificios que se levantaban en los lu­gares ms elevados. Cruzaron una llanura abierta sin grietas y de suelo duro. Otros mecs circulaban a gran velocidad por los caminos. El silencio estaba prea­do de misterios. Se vea aumentar de tamao a algu­nos mecs que zumbaban por all, y luego se encogan sin que su desplazamiento se advirtiera en lo ms m­nimo. Killeen no poda seguir un trnsito tan rpido y temerario. Se pareca al vuelo de las bandadas de pjaros que haba visto alrededor de Metrpolis, pe­ro en los mecs cada uno se mova invariablemente en lnea recta.

El Especialista no aminor la marcha. Sus antenas enviaban seales y zumbidos en todas direcciones. Un transporte con remolque se les ech encima. Pas tan cerca de ellos que Killeen vislumbr las marcas del registro de componentes en las etiquetas de los cascos. El remolino que produjo les golpe con un duro crack! En la base de la montaa se abri un crculo negro. Killeen alz la vista y descubri unas trabaja­das paredes de pizarra. Una detonacin acompaada de un resplandor naranja se origin en mitad de la pared montaosa. Antes de que pudiera averiguar qu la haba causado, el tnel se los haba tragado.

A pesar de todo, el Renegado no disminuy su mar­cha. Se lanzaron a travs de aquella negrura insonda­ble. Un viento caliente les acarici.

Killeen estaba tumbado, quieto, sintiendo la acele­racin con que avanzaba el Especialista, y esperan­do. Oy que Hatchet hablaba con los dems por el circuito de alcance limitado. Hatchet dio las rdenes apropiadas para cuando se detuvieran, con una voz de tono muy bajo y cargada de ansiedad. Todo de­penda de lo que sucediera.

Disminuy la velocidad.

Se dejaron llevar en silencio por el impulso acumu­lado.

Frenaron por completo.

El grupo descendi gateando hasta la parte inferior. Killeen no se movi, pero not que Shibo estaba cerca.

De pronto, unas luces rojas les iluminaron desde arriba. Estaban en un enorme stano. Unos volu­minosos contenedores llenaban casi todo el espacio, apilados en montones de formas helicoidales que se enlazaban unos con otros. Killeen no vio ningn mec.

Entre l y Shibo bajaron a Toby del Especialista. No lleg a ver cmo el grupo neutralizaba a dos mecs, pero pudo or los rpidos ruidos de roce de la lucha electromagntica.

—Apresuraos! —les grit Hatchet. Se diseminaron por entre los oblongos bidones. Algo parecido al cris­tal se quebr bajo las botas de Killeen. Toby gru y sofoc un gemido. Killeen no volvi la vista atrs para averiguar qu haca el Renegado.

Llegaron a una pequea compuerta. La mayor parte de la comitiva ya se haba introducido por ella. Un mec achicharrado estaba cerca de all desprendiendo humo. Killeen hizo pasar a Toby en la camilla, Shibo iba delante con una pistola preparada.

Detrs haba una simple zona cuadrada. Unos mecs blanquiazules corran por all, pero no prestaron la menor atencin a la reducida partida de humanos que salan por una pared en la cual no se apreciaba la me­nor marca. Killeen supuso que estaban en unas nue­vas zonas de almacenes. Un lejano ruido lleg hasta ellos desde el techo.

—Ahora viene la parte difcil —transmiti Hatchet.

El grupo corri hacia un arco pequeo. Se vea a la perfeccin que se trataba de una puerta de entrada. Unos smbolos de significado arcano decoraban ambos lados. Killeen conoca algunos cdigos de acceso y reco­nocimiento desde los tiempos en que iba con su padre en expediciones de pillaje. Observ con cuidado las pie­zas pulidas de fundicin de aleacin de cobre que lleva­ban incrustadas unas lneas serpenteantes. Aquellos cir­cuitos impresos en plata eran nuevos para l.

Hatchet introdujo ciertas instrucciones en los cir­cuitos significativos. Haba unos puntos hexagonales de insercin en la pared de metal cermico. Killeen nunca haba visto a nadie que los utilizara.

Hatchet ni siquiera se detuvo. Sac unos pequeos cilindros de sus bolsillos, los introdujo lentamente en los agujeros y los hizo girar hasta que son un chasquido. Ante su eficiencia, todos se fueron tran­quilizando; la serenidad apareca como el cielo azul a travs de las nubes de tormenta. Todo el grupo le observaba con mala cara.

La puerta de polmero se desliz a un lado. Nadie intent atravesar el umbral.

—No se abre ms —dijo Hatchet retrocediendo—. Ahora...

Silencio. Caras de preocupacin. De repente, Killeen supo que all era donde los King haban sufrido las dos bajas.

—Necesitamos al muchacho —dijo Hatchet.

—Para qu? —pregunt Killeen, con un nudo en la garganta.

—Tiene que arrastrarse a travs de esta abertura, y despus ha de anular los circuitos que se encuentran al otro lado.

—No puede. No te acuerdas de lo que le pasa en las piernas?

—se es el problema —reconoci Hatchet—. Es el nico que puede hacerlo.

—Busca a cualquier otro para que se arrastre.

—No lo entiendes. Tu hijo no tiene Aspectos. Por eso le faltan muchos circuitos, las pastillas insertadas, y todo el resto. Esta puerta es sensible a esos elemen­tos.

—Es esto lo que quera decir el Especialista? —pre­gunt Killeen para ganar tiempo.

—Claro que s. Lo vio enseguida. —Los ojos de Hat­chet se movan bailones, excitados por aquella posibilidad—. Nunca hemos podido pasar por aqu. El equipo para curar a Toby est tras esta puerta. El muchacho tiene muchos menos circuitos. Los mecs han preparado esta puerta de manera que detecte hasta a los humanos. Comparados con los mecs, nosotros tenemos poqusimas conexiones, pero esta puerta des­cubre aunque sea slo una minucia.

—Mat a tu gente.

—S, es cierto. Mira, no se trata slo de que tu hijo no tenga Aspectos —explic Hatchet, y su cara tena una expresin preocupada, razonable. Extendi las manos en un gesto que indicaba: no lo ves?—. El Reny supone que si tu hijo ha perdido el uso de las piernas, posee todava menos conexiones nerviosas que pueda detectar la puerta.

—T... —Mir al resto del grupo. Deseaba con to­das sus fuerzas poder destrozar a Hatchet, patearle los huevos hasta dejarlos hechos papilla. Pero aque­llo no iba a salvar a Toby.

El Capitn de los King dijo con malicia y frialdad:

—Quieres que convierta esto en una orden?

—No puedes estar seguro de que salga bien.

—El Reny supone que s. Por este motivo pidi que el muchacho regresara al terreno de aterrizaje, ver­dad?

Killeen asinti.

—No es el Especialista quien va a arriesgar sus pre­ciados circuitos —solt Shibo secamente; pero com­prenda la situacin. Apoyara a Killeen pero era l quien deba tomar la decisin. A la larga, nadie po­da cargar con la responsabilidad de decidir por los dems.

Killeen comprendi que Hatchet, deliberadamen­te, no le haba comentado nada relacionado con aque­llo hasta entonces, cuando ya no haba tiempo para discutirlo.

—Aunque el Especialista est en lo cierto, Toby no puede pasar a travs de esta rendija.

Shibo estaba a punto de apoyarle. Hatchet alz la mano, y su boca estaba apretada con decisin.

—Le quedan los brazos, verdad? Puede arrastrarse para atravesarla.

Killeen permaneca rgido, en pie, incapaz de pensar en nada. Tena que impedir aquello. Pero no haba tiempo para desarrollar los razonamientos, no tena argumentos contra un Capitn que haba dirigido toda la incursin esperando aquel momento.

Killeen se recordaba a s mismo que Hatchet haba estado en muchas expediciones, tena mucha experien­cia y haba hecho muchos trabajos para el Especialis­ta. Llamaba l al Renegado, como si fuera un ser humano.

Desde que oy a Killeen discutir en voz alta con el Especialista, haba estado al corriente. Pero no lo haba comentado con nadie, porque aquello resolva alguno de los problemas a los que Hatchet se enfren­taba. Habra la posibilidad...

—Qu hay all? —pregunt Killeen.

—Biocomponentes. Una factora, suministros, al­macenes, de todo.

—Los necesita el Especialista?

—S. Nos dar muchas cosas si le conseguimos lo que necesita.

—Tanto vale esto?

—Si son las piezas adecuadas, con los equipos con­venientes, no te quepa la menor duda. Mira, el Reny puede conseguir las partes metlicas sin problemas, pero con los componentes biolgicos le resulta ms difcil. Los mecs no pueden fabricar los biocomponentes con tanta facilidad, y por eso los guardan.

La vocecita de Arthur se clav como un dardo en la mente de Killeen:

Opino que los mecs guardan los inventarios de los biocomponentes precisamente para desbaratar los planes de los Renegados. Los biocomponentes requieren una elaboracin mucho ms delicada. Para evitar el uso in­debido de ellos, las biofactoras estn protegidas con trampas tan sensibles como la de esta puerta.

1. El Especialista dice que se trata de un com­plejo muy grande.

2. Aqu podemos conseguir ayuda.

Killeen se dio cuenta de que exista un contacto en­tre los Aspectos y el Especialista. Bien. Necesitaba un gua y...

Hatchet dijo, animado:

—Vamos, Killeen. El Reny puede ayudarnos. Tu brazo. Las piernas de Toby. Qu otra cosa podemos hacer?

Killeen se qued largo rato en pie porque no que­ra dejar pasar aquel momento y trataba de ver un camino claro. Si se agarraba a aquellos segundos in­definidamente, no se vera obligado a enfrentarse al terrible momento en que su hijo tuviera que...

—Pap?

Mir a Toby, que yaca a poca distancia, casi sin verlo. La camilla estaba plegada y una manta de tela basta cubra su plida y macilenta cara.

—Pap, ser mejor que lo haga. As no sirvo para nada.

La cara de Toby reflejaba una obstinada dureza y un desespero que su padre no haba visto antes. Ki­lleen not un fro en el estmago. En un abrir y cerrar de ojos, Killeen vio a su hijo como otra persona, no como un origen o un legado, sino como una inteli­gencia separada que ya era capaz de trazar su propio destino. Toby haba dado, a su manera, la seal que implicaba el dominio de su futuro. En aquella situa­cin, los usos y costumbres de la Familia Bishop li­beraban a Killeen de su persistente papel. Killeen comprendi que se senta agradecido y quera agarrarse a aquello. Pero no consegua decidirse a hacerlo.

—Toby tiene razn —dijo Shibo en voz baja.

El grupo reconoci lo que significaba aquel mo­mento, el punto de apoyo crucial que siempre, al fi­nal, impulsa el mundo de un muchacho hacia algo mucho ms importante. El cambio deba tener lugar mediante un ritual santificado o en el campo de bata­lla; pero cuando hubiera llegado aquel instante, el cambio de relacin entre padre e hijo sera ya irre­versible.

Killeen asinti. Toby tena derecho a arriesgarse. El derecho a morir, si as lo escoga.

Empujaron al muchacho hasta donde pudieron. La matriz de los sensores de la puerta era una zona for­mada por relucientes cables que recubran por com­pleto la parte interior del marco.

Se oy un zumbido cuando la mano de Toby atra­ves el umbral.

—Sigue adelante! —le urgi Hatchet.

—No le atosigues —escupi con fiereza Killeen—. Djale que vaya a su aire.

—La puerta no va a esperar mucho tiempo —advir­ti Hatchet—. Apresrate, muchacho.

Toby adelant la otra mano. Tena las uas largas y plidas. Sus piernas se arrastraban tras l, inertes e intiles. Bajo la spera tela verde del saltador, las piernas parecan encogidas y reducidas a pulpa, co­mo si hubieran estado descuidadas mucho tiempo. Toby logr asirse bien al marco de la puerta. Entre gruidos, se empuj hacia delante.

—De cunto tiempo dispone? —pregunt Shibo.

—Pues... —Hatchet se lami los labios—. En una ocasin tenamos una chica que sali malhe-rida. Trat de cruzar a rastras.

—S? —inquiri Killeen.

—Ella... no calcul el tiempo... pero tard mucho en atravesarlo...

—Maldito seas! Cunto tiempo?

—Ella... se adentr ms. Pero tambin tard ms tiempo. Yo...

Killeen grit a Toby:

—Empuja!

El sudor empez a caer por la cara macilenta del muchacho. Rein el silencio. Killeen oa cmo los dems llenaban los pulmones y contenan la respira­cin.

Toby tante hacia delante y encontr una pequea grieta en el suelo deforme. Se trataba de una baldosa de poliplstico cuyo borde se haba abarquillado for­mando un pequeo ngulo. Ofreca una especie de labio que permita un punto de apoyo. El labio se do­bl ligeramente. Toby logr meter todos los dedos bajo el borde y se apoy. Avanz con lentitud. Aque­llo le permiti alcanzar otra baldosa. Meti tres de­dos bajo el borde y gru.

Killeen no vea que el muchacho avanzara en abso­luto. El negro marco de la puerta pareca agrandarse en su campo de visin hasta llenarlo por completo. Toby haba cruzado el dintel a medias.

El muchacho se deslizaba con una lentitud infinite­simal. Killeen se inclin acercndose cuanto pudo sin interceptar los detectores de la puerta. Los murmullos de fondo del trnsito mec parecan quedar atrs.

Toby adelantaba centmetro a centmetro. Arras­traba las piernas, que rozaban contra el suelo.

De pronto, la puerta emiti un ruido. Empez a orse un leve chirrido.

—Qu es esto? —pregunt Killeen.

—No lo s. No recuerdo haberlo odo otras veces —respondi Hatchet.

—Hacedle volver! —exclam uno del grupo.

Killeen no saba quin lo haba dicho ni por qu, pero la voz le caus un sobresalto. Dio un paso, con las manos extendidas hacia donde estaban los pies de Toby. Confiaba en sacarle de all dando un rpido tirn antes de que la puerta detectara los circuitos que llevaba en la cabeza.

Deprisa. Bastaba un rpido movimiento.

Dio otro paso, alarg la mano para coger los tobi­llos de Toby...

Shibo le dio un fuerte empujn en el hombro. Per­di el equilibrio y cay hacia un lado.

La puerta chirri con ms fuerza.

—Maldita sea! —Killeen volvi a ponerse en pie.

—Pap! Djame! —grit Toby.

—Pero...

—Yo... lo... conseguir...

El muchacho se arrastr de nuevo, agarrndose a algn reborde tan pequeo que Killeen no llegaba a distinguirlo.

Toby apretaba la cara contra la pulida superficie para poder llegar con los dedos lo ms lejos posible. Pero en aquella posicin no poda estudiar el terreno.

La puerta emiti un ruido.

Toby tena la cara baada en sudor y suciedad. Ba­jo aquella capa, su piel haba adquirido la palidez de la muerte a causa del esfuerzo. Sus manos tantearon hacia delante, pero no encontraron nada. El suelo era tan liso que no le ofreca un lugar donde agarrarse.

—Busca hacia la izquierda —indic Shibo suavemen­te—. Un bulto.

Toby desliz la mano izquierda y encontr una arruga en el suelo pulido. Consigui arrastrarse un. palmo ms.

—Ahora, hacia delante —dijo Killeen—. Me parece que hay una lnea que sobresale.

Pudo aferrarse a la cubierta de algn cable enterra­do. Toby se estir. Aquella vez pudo colocar apenas cuatro dedos sobre el borde. Se agarr con la punta de los dedos. El muchacho jade y luego contuvo la respiracin. Hizo fuerza con los msculos del ante­brazo.

En profundo silencio, Killeen pudo or unos chas­quidos secos. Mir a su alrededor. Todos los de la cua­drilla estaban petrificados. Tard un poco en darse cuenta de que los sonidos procedan de Toby.

Cada ruido se produca claro y separado. Recono­ci casi enseguida que eran las uas de Toby al rom­perse.

El muchacho se morda los labios y la sangre le co­rra por la barbilla.

Solt el aire como si tuviera un acceso de tos. De algn modo, engarfi con fuerza los dedos, aferrndolos en el borde, y as logr arrastrarse hacia delante.

Un palmo. Dos. Tres. Sus dedos volvieron a tan­tear la superficie.

El chirrido de la puerta se interrumpi. Rein un profundo silencio.

Toby se alz sobre los codos. Gimi. Se dio la vuel­ta. Se apoy con los codos sobre el pequeo reborde de la baldosa que le haba permitido llegar hasta all. Empuj. Consigui colocarse de lado y (lo que pare­ca imposible) rodar... hacia delante... con las piernas lanzadas una sobre otra gracias a un movimiento de caderas... y atraves el umbral de la puerta.

La puerta emiti tres notas claras y agudas.

—Esto es la conformidad —dijo Hatchet, en voz alta y apretada—. Lo ves? Saba que resulta-ra. No tienes ms que pulsar aquellos interruptores que ves all, Toby.

Hatchet segua sonriendo, con las manos en las cade­ras, cuando Killeen le atiz fuertemente en la barbi­lla. Hatchet cay al suelo con una ofendida expresin de sorpresa.

Era un lugar malsano y maloliente.

Los peones soltaban unas nubes acres a la hmeda y tibia atmsfera. Haba recipientes que burbujeaban. Los coloides fluan a travs de tubos transparentes que se dirigan hacia arriba hasta penetrar en la oscuri­dad, que los ocultaba.

Killeen no alcanzaba a distinguir el techo. Las su­cias nubes que haba all se abran a veces, pero slo para mostrar unas capas ms oscuras que estaban por encima de ellas. Unos peones voladores se lanzaban entre los vapores en extraas trayectorias curvas.

1. Id hacia la izquierda.

2. El Especialista quiere entrar.

La lbil inteligencia gris que Killeen perciba mor­disqueando la frontera de su aparato sensorial haba acelerado sus ritmos. El Especialista se acercaba, lo senta.

El grupo se desliz aprisa por una estrecha ante­sala. Killeen y Shibo tuvieron problemas para no rezagarse, ya que llevaban a Toby mecindose en las parihuelas que cargaban entre los dos. Killeen sen­ta en los hombros un dolor que se iba propagando como si fuera calor que se le expandiera por el cuer­po. Pasaron entre los colosales almacenes. Una niebla ambarina flotaba en el aire muy por encima de ellos.

Llegaron a otra arcada. sta era tres veces mayor que la franqueada por Toby. Al parecer, Hatchet co­noca tambin aquel modelo. Introdujo dos llaves cilndricas en una cerradura. Se abri la puerta de tela metlica de color azul. En el espacio abierto que ha­ba detrs de ella no se encontraba el Especialista.

Shibo pregunt:

—Est aqu el Especialista?

Killeen se morda el labio.

—Sus instrucciones lo decan. Aqu hay algo que necesita. No se preocupa lo ms mnimo por noso­tros, pero ser mucho mejor que...

De repente, el Especialista se puso ante ellos. Se des­plazaba tan deprisa que Killeen slo lleg a ver una cua de metal muy bruido que se expanda. Salt a travs de la puerta, acompaado por un fuerte rui­do de carraca. Sus cadenas de desplazamiento destro­zaron el suelo al detenerse cerca del grupo.

Bud tradujo:

1. Montad.

2. Necesita que sea muy deprisa.

Killeen hizo una sea a Hatchet, quien asinti. En silencio, los humanos se distribuyeron por el costado del Especialista. Killeen sostena a Toby en un guarda­barros sobre las cadenas de desplazamiento. Apenas acababan de subir cuando el Especialista emprendi la marcha a toda velocidad. El Renegado adelant a al­gunos mecs que, sin dar muestras de haber reparado en l, siguieron con sus trabajos con los ocho brazos.

Aceleraron. Unas manchas de luces y sombras pa­saban por su lado. El Especialista corra lanzado por los estrechos pasajes, con las cadenas traqueteando. Los humanos se sujetaban con fuerza en previsin de los repentinos bandazos y de las andanadas de vibra­ciones a que estaban sometidos.

Killeen trat de colocar a Toby en una posicin ms alta, pero le result imposible. Algunas veces el guar­dabarros cruja, y uno de los bordes rozaba en las es­quinas al doblarlas. La segunda vez en que ocurri esto, la mitad de la manta de Toby qued desgarrada.

—Despacio! —grit Killeen—. Vamos a...

El Especialista fren en seco. Killeen abrig a Toby con lo que haba quedado de la manta. Comprendi que el Especialista no se haba detenido porque l se lo hubiera indicado sino porque se encontraban ante un nuevo complejo industrial. Unas torres de vidrio de color mbar oscuro se elevaban y se retorcan con gracia bizantina. Unos fluidos goteaban en algunas de ellas, y en otras corran como torrentes. El cielo las baaba con un resplandor ultravioleta chilln. Ki­lleen se observ las manos y vio las venas negras de­bajo de la piel.

1. Los suministros estn por aqu.

2. Acercaos.

El Especialista les gui.

El mec apenas poda introducirse por el estrecho pasillo que separaba dos conos invertidos translci­dos donde burbujeaban unas corrientes txicas. Va­rias capas de un gas de color muy oscuro flotaban en­cima de ellos. El pesado aire las dispersaba y esto afec­taba a los senos frontales de los humanos, como si les introdujeran unos dedos fros y hmedos.

Llegaron a una galena de nichos iguales. Unas ca­jas de polialmina verde formaban pilas idnticas que se elevaban hasta el cielo cargado de vapores. Haba tubos por todas partes.

—Esperad —susurr Hatchet. Hizo unos gestos. Un mec trabajaba en el extremo ms apartado del com­plejo. Desde aquel ngulo no poda descubrir la del­gada fila de los humanos. El Especialista desapareci detrs de un edificio en forma de caja.

1. ste es un mec inteligente.

2. Procesador mltiple, de la clase 3.

3. Ser mejor que no sepa que estamos aqu.

—Acaso el Especialista no puede hacerle callar? —pregunt Killeen.

1. Si desaparece, los otros se alertarn.

2. Aqu, el Especialista tiene miedo.

3. Debemos ir rpidos.

Killeen transmiti el mensaje a Hatchet y luego, para s, pregunt: Qu va a hacer para curar a Toby?

1. Vamos a un lugar especial.

2. El Especialista sabe que all hacen repara­ciones.

Ser mejor que esta cosa no intente ningn truco, pen­s Killeen. Era una amenaza velada, aunque dudaba que ninguno de ellos pudiera daar al Renegado.

1. Dice que es honrado.

2. Pero debemos darnos prisa.

Hatchet conferenci con su gente. Los King asin­tieron entre susurros. Cermo dijo que el mec pareca estar terminando su trabajo, puesto que ya limpiaba y guardaba las herramientas.

—Es demasiado arriesgado intentar una maniobra lateral —advirti Hatchet, y todo el mundo estuvo de acuerdo con l. Nadie saba el camino.

Esperaron a que se retirara el mec. Killeen y Shibo dejaron a Toby en el suelo, al lado de uno de aque­llos nichos. Killeen tena los nervios a punto de sal­tar cada vez que doblaban una esquina. Su aparato sensorial estaba saturado de seales e indicios alarman­tes. En algn rincn un lquido goteaba y el sonido se oa amplificado por las pulidas superficies reflec­tantes. Unos ruidos sordos indicaban que haba mo­vimientos de fluidos por debajo de sus botas. El va­por silbaba al salir de uno de los depsitos.

Killeen se apoy contra una columna de bronce pu­lido. Aquel desconcertante complejo era mucho ma­yor que cualquiera de los que le haba descrito su pa­dre. Los Bishop, hasta entonces, se haban limitado a pellizcar los lmites de algo que no podan compren­der. All todo dependa nicamente del sigilo. Si les descubran no tendran la menor oportunidad de sa­lir del paso por medio de la lucha o de la huida. Se pregunt distradamente si algunos humanos habran encontrado la manera de vivir en un laberinto como aqul.

Oy un chasquido metlico de la maquinaria que haba tras l y se gir para mirar. Una zona de la co­lumna haba entrado en fase de transparencia. Tras ella haba una masa de algo que se mova baada por una plida luz azulada. Frunci el ceo, intrigado. Pa­lancas y ejes trabajaban con una paciente energa de­trs de una pelcula reluciente y hmeda. Pero haba algo relacionado con el ngulo, con los abultados co­jinetes de los pivotes...

Piernas. Piernas humanas.

Todas latan, con regularidad, sin reposo.

Los pivotes eran nichos. Unas amplias articulacio­nes de cadera estaban montadas sobre un eje en la pa­red posterior. Unos muslos recogan los vaivenes de aquel rbol metlico.

Ms abajo, las junturas que se movan eran rodillas humanas. Unas rtulas verdes se doblaban cuando los msculos de los muslos actuaban bajo una piel transparente de color amarillo plido, las piernas se movan rpidamente de arriba abajo. Pero los mscu­los de las pantorrillas no terminaban en tendones co­nectados a los tobillos. En vez de esto, al final de su recorrido la pierna golpeaba con fuerza contra algo spero parecido al cuero.

Cont siete piernas agrupadas que golpeaban, to­das en una fase distinta del ciclo. Golpeaban contra la complicada unin que sustitua a los pies; aquello era un tren de potencia que converta la energa de un volante en una compleja serie de movimientos de un rbol de cigeal.

Hacia abajo. Golpe.

Dobla. Gira. Patada.

Algo lustroso mantena hmeda la piel de perga­mino amarillo.

Se volvi de espaldas, respirando profundamente.

Tena la impresin de que los brazos y piernas cre­can, que los msculos se desarrollaban. Pero, para qu?

Con un esfuerzo de voluntad consigui no pensar en aquel espectculo. En su mente slo haba sitio para el problema inmediato.

Su aparato sensorial le devolvi una torpe impre­sin de vaco. En la base del espinazo sinti un calorcillo como una tentacin. El aparato sensorial poda hacer lo necesario para cuidarse de s mismo: con de­dos cautelosos ya trataba de adormecer las imgenes mentales.

Un tentador olvido. Dejar que una negra indiferen­cia colocara un teln glacial entre l y las incansables piernas que se movan arriba y abajo.

No.

Se esforz y logr cruzar la estrecha pasarela de cha­pa metlica. Deba averiguar ms cosas.

Sus dedos dieron con un contacto a presin, y al pulsarlo apareci otra ventana.

Unas piernas trabajaban en un hmedo campo azul. En el extremo ms alejado del nicho, las piernas eran ms cortas, como si todava no hubieran completa­do la fase de desarrollo.

En silencio, se separ de los dems. Una tubera de alimentacin goteaba sobre el suelo. Se arrodill para captar un aroma dulzn. Comida.

Hizo que otra zona entrara en fase de transparen­cia. All haba ms piernas venosas que trabajaban. Descubri otra lnea de produccin encima de aqulla.

Brazos. Unos musculosos brazos humanos trabajaban en un complicado sistema de interruptores y levas.

Las lneas de alimentacin los ponan en comuni­cacin. Unos ganchos de alambre sujetaban los co­rreosos bceps y muecas. Mientras observaba como atontado, uno de los brazos cambi de ritmo para ac­cionar una serie diferente de botones, a los que atac con furia durante un breve instante. Luego gir con una rpida elegancia y volvi a su trabajo anterior.

Seis pares de brazos trabajaban bajo una luz plida y enfermiza.

Los bceps se enlazaban con unos enormes deltoi­des. stos, a su vez, se insertaban en unos hombros de doble juntura dispuestos en la pared posterior.

No haba manos. La energa motriz no requera tan­ta habilidad. El empuje se transmita a sacudidas al sistema de trabajo dispuesto bajo ellos.

—Oh! Ya se va —grit Hatchet.

Killeen se levant lentamente, aturdido. Se contro­l.

Al regresar junto al resto del grupo, se sinti agra­decido por la interrupcin. Unos ramalazos de do­lor le atravesaron la espalda, secuelas de su esfuerzo al llevar a Toby. Apenas si se dio cuenta de ello. No hizo ninguna sea a Shibo. Slo se agach y levant uno de los extremos de las parihuelas de Toby.

Algo ms adelante, el Especialista arranc. El equi­po reemprendi la marcha.

4

El Especialista encontr muy rpidamente lo que buscaba en los fros silencios del colosal complejo. Un cajn con compartimientos separados ocupaba casi toda la pared ms apartada de la vastsima sala. El vapor sala por los frentes de las compuertas es­maltadas. Cuando se aproximaron a la pared se des­prendieron unas rfagas de niebla nacarada que caye­ron sobre ellos.

Una llovizna caa como una catarata de marfil a cmara lenta, dejando helado a Killeen y haciendo castaetear los dientes de Toby. El muchacho estaba cansado a causa del enorme esfuerzo que haba sos­tenido. Tena una tos seca. Una gran palidez se ex­tenda por su rostro.

El brazo bueno de Killeen lata continuamente en seal de protesta. Se sinti agradecido por haber po­dido dejar a Toby al pie de aquella alta e intermina­ble pared, donde aparecan una serie de compuertas de cmaras, regularmente espaciadas, que se extendan hasta lo ms alto, perdindose de vista en la capa de nubes que se arremolinaban all.

Se preguntaba cmo se las arreglaba un mec para abrir los compartimientos ms altos.

1. Utilizan mecs que tienen ganchos trepa­dores.

2. Trepan como las araas.

3. Pero no vamos a necesitar trepadores.

4. Las piezas que el Especialista quiere estn en la parte baja de la pared.

Killeen transmiti la informacin a Hatchet, tal co­mo haba hecho a lo largo de toda la misin. Hatchet le escuch e hizo un gesto afirmativo. Todo el grupo estaba nervioso, con los ojos a punto de saltrseles a cada ruido inesperado. La menor sorpresa les haca dirigir las manos a las empuaduras de las armas.

Killeen comparta aquella sobresaltada alerta, a pesar del cansancio. El hecho de haber llegado hasta all reve­laba su confianza en el Especialista. Aquella mquina saba cmo funcionaban los mecs. Pero entre las mqui­nas, aquella actitud era algo criminal, y no iba a po­der salvarles si las cosas se ponan verdaderamente feas.

Hatchet empez a organizar el trabajo. Killeen transmita las rdenes del Especialista de modo ma­quinal. Bud hablaba con una argentina vocecilla de tenor en su mente, entre un variado aluvin de emocio­nes. Se senta como una mota revoloteando empujada por la repugnancia y el temor que le embargaban, sin poder encontrar una voz adecuada para expresarse. Articulaba con dificultad. Hatchet asinti, y hasta pa­reca complacido de que Killeen hablara como un ro­bot al transmitirle los mensajes de Bud.

Killeen not que el fro procedente de la helada pa­red refrigerada se le introduca en el pecho, como una mano de afilados dedos que saliera de los esmaltados depsitos y le atravesara el corazn de parte a parte. Trabajaba rgido, tratando de mantener la mente ais­lada y de evitar su cada, dando giros interminables sobre un negro abismo. Se dio cuenta de que estaba observando sus propias piernas mientras andaba y se sorprendi al comprobar la facilidad con que traba­jaban; pensaba que l mismo era una mquina sin ser consciente de ello.

Sacudi la cabeza, pero no encontr ningn alivio.

—Primero destapa sta. La ves? S, s, sta! —Eran rdenes que Hatchet daba a Cermo el Lento.

Los hombres estaban sacando los biocomponentes de repuesto para el Especialista. Cada uno de los ni­chos contena fragmentos orgnicos completamente desarrollados en un aislamiento congelado. Killeen repeta con voz apagada y seca las instrucciones de Bud. Descubri que Toby le miraba de forma extra­a, pero hizo caso omiso.

Los nichos estaban a una altura adecuada para que los hombres pudieran sacar las unidades empaqueta­das para luego introducirlas en una compuerta abier­ta en la cubierta superior del Especialista. Algunas de las piezas requeran un trato muy cuidadoso. Haba unos grandes discos de una substancia fibrosa que pa­recan unos descomunales riones.

Unas unidades con muchas articulaciones eran pa­recidas a un alambre de bronce enrollado y movible, como si se tratase de una serpiente.

Haba tambin unas bombas pequeas y delicadas con el evidente diseo de un corazn.

Cada una de ellas llevaba tubos adheridos y los aco­plamientos de los alambres de control.

Cada una lata con una energa silenciosa.

Killeen intentaba ignorar la mayor parte de las pie­zas que los hombres sacaban de los nichos. Pero esta­ba de pie a mitad de camino del Especialista cuando Cermo el Lento se apart dando un salto de una de las arcas que acababa de abrir y grit:

—No seor, me niego! Esto es humano!

Se trataba de una pierna.

Unos tubos de alimentacin introducan un lqui­do opalino en una gran vena azul. Era mayor que las que Killeen haba descubierto antes. La pierna estaba muy abultada a causa de los msculos y tendones. Es­taba provista de collares de cartlago cuidadosamen­te modelado en cada uno de los extremos, donde ten­dran que haber encajado la cadera y el pie.

Cermo dej caer la pierna. Retrocedi con los ojos casi desorbitados.

Uno de los tubos de alimentacin de la pierna se desempalm. El collar de cartlago empez a sufrir espasmos.

Hatchet lleg a toda prisa hasta all, gritando:

—Recoge eso! No dejes que esta impresin se apo­dere de ti, nos perjudicara a todos.

Cermo estaba en pie, completamente inmvil. Hat­chet herva de clera y recogi la pierna l mismo. Volvi a conectar el tubo de alimentacin. En una pequea ventana digital que haba en el cartlago apa­recieron cinco smbolos que para ellos carecan de sig­nificado. Hatchet hizo caso omiso y empuj la pier­na dentro de la compuerta superior. Algunos mecs de bajo rango estaban en el interior del Renegado pa­ra ir recogiendo el material que introducan los hom­bres.

1. El Especialista quiere que lo sepas.

2. Puede usar piezas humanas, s.

3. Algunas veces son mejores que las piezas metlicas.

4. Estas piernas pueden desarrollarse ellas solas.

5. Se reproducen muy fcilmente.

6. Los mecs las necesitan.

7. Son muy eficientes.

Killeen sonri torvamente. Acaso el Especialista se estaba excusando? En ese caso, somos un recur­so? Entonces, por qu nos matan?

1. El Especialista dice que los humanos cau­san daos a las factoras de los mecs.

2. Los mecs han de controlar a los humanos.

3. Pero, a pesar de todo, los utilizan en las factoras.

4. Los cartlagos son muy adecuados como amortiguadores de golpes.

5. No utilizan todos los componentes de los humanos.

—Ya lo he visto.

Hatchet estaba en pie, con las manos en las cade­ras, controlando cmo salan de las arcas las ltimas biopiezas del Especialista. Se humedeci los labios.

—Este es el mejor alijo que he visto nunca. El Reny nos va a deber un enorme favor.

—Sabas que usaban partes humanas? —le pregun­t Killeen.

Hatchet fij los ojos en l y luego apart la mirada; decidi hablar con bastante informalidad.

—Claro que s. Fui yo quien se encontr con este Especialista para hacer el primer trato de negocios. Yo corr el riesgo.

—T mismo?

—Puedes jugarte el cuello. Estbamos hundidos, no tenamos nada. Vi a este Especialista que cojeaba, te­na todas las cadenas de desplazamiento desgastadas. Supuse que podra apoderarme de l. Pero no luch. Me transmiti algunas imgenes mentales. Yo iba con mi intrprete, y ella me tradujo las imgenes. As su­pe que era un Renegado e hice mi primer trato con l.

Hatchet le explic todo esto con total naturalidad y atenindose a los hechos, tal como lo hace un hom­bre que no quiere que le acusen de presumir.

—Le conseguiste sus repuestos orgnicos?

—S. En aquella poca era ms fcil. Pero de enton­ces ac, los mecs se han vuelto ms listos.

—Habas visto antes algo parecido a esta pierna?

Hatchet se tir del labio y lanz a Killeen una mi­rada asesina.

—S. Debes comprenderlo, los mecs tienen su pro­pio sistema. Esto salta a la vista —declar Hatchet co­mo un hombre que explica su religin, como si slo se tratase de un asunto de sentido comn—. Cumpli­mos con nuestro deber. Ayudamos a nuestras Fami­lias. No podemos cambiar la manera de ser de los mecs. —Sonri slo con pensarlo.

—Pues has de asegurarte de que este Especialista cumple con su parte del trato.

—Mi Familia lleva mucho ms tiempo que la de los Bishop tratando con los Renegados —replic Hatchet en tono apacible, y Killeen reconoci que tena ra­zn. Su padre le haba dicho en alguna ocasin que los King tenan ms de una docena de Renegados. Se haban especializado en aquella tarea, de la misma manera que los Bishop saban reciclar desperdicios mejor que nadie, y los Pawn cultivaban los mejores vegetales. Era una tradicin que vena desde los tiem­pos primitivos.

Pero, a pesar de todo, los King necesitaban la habi­lidad traductora de su Rostro. Comprendi que este factor mortificaba a Hatchet. Por algn motivo que Hatchet no quera explicar, los King haban perdido a sus traductores en aquellas incursiones. Todo esto haca que Killeen fuera cada vez ms cauteloso al tratar con el Capitn de los King.

Se fue a ver si Toby segua bien. Shibo estaba ayu­dando a completar la entrega de los ltimos biocomponentes. Los miembros del grupo se haban quedado encima del Especialista.

1. Subid.

2. El Especialista nos va a llevar.

-Adonde?

1. A repararte.

2. Despus nos marcharemos. Daos prisa.

3. El Supervisor est dentro del complejo.

—Qu es el Supervisor?

1. No tengo una imagen muy clara.

2. Se trata de un mec pequeo.

3. Pero con muchas piezas.

4. Creo que se trata de un mec muy inteli­gente.

Montaron sobre el Renegado y partieron. Haba muy pocos mecs trabajando en aquella gran nave. El Especialista los dejaba congelados con unas descargas intermitentes de microondas. Killeen observaba con detenimiento los lugares por donde pasaban.

No caba duda de que Hatchet estaba contento. An­daba por entre los miembros del grupo, alentando a todos, felicitndoles por la rapidez de su trabajo. El Especialista avanzaba por pasillos casi demasiado es­trechos para su gran envergadura. Las cadenas de desplazamiento chirriaban, y a la pequea velocidad que llevaba, Killeen poda or cmo crujan y rozaban las piezas. Saba que aquel ruido lo producan compo­nentes al lmite de su duracin. Cuando Hatchet pa­s cerca de l, sujetndose en las tuberas, Killeen le pregunt la edad del Especialista.

—Demasiados aos —respondi Hatchet—. Ha es­tado corriendo para salvar la vida durante mucho tiempo, supongo.

—Cmo puedes estar tan seguro?

—Los materiales de que est compuesto son muy viejos, y los esquemas me son desconocidos. Mi tra­ductor me explic que la civilizacin mec cambia las piezas deliberadamente para ir eliminando a los Re­negados.

—Les obligan a hacer lo mismo que ste? Ir en busca de recambios?

Hatchet se encogi de hombros.

—Claro que s. En caso contrario la espichan. Cuan­do era un chiquillo vi cmo la diaban algunos Rene­gados. Reventaban en cualquier parte. Luego venan los Merodeadores y los cogan con toda tranquilidad.

Killeen acunaba a Toby para protegerle de los re­pentinos virajes del Especialista.

—Qu sucedi para que este Especialista se con­virtiera en Renegado?

—No lo s. Supongo que lo hizo para no tener que acudir a la llamada.

—La llamada?

—Cuando los mecs estn muy desgastados, les lle­ga la llamada. Han de presentarse para que los des­mantelen.

Killeen puso cara de preocupacin.

—Incluso los que son ms inteligentes?

—Esos, todava ms. Los mecs inteligentes son reemplazados con ms frecuencia. Creo que esto se debe a que la civilizacin mec los est rediseando conti­nuamente, para incrementarles todava ms la inteli­gencia. Siempre los estn cambiando.

—La civilizacin mec los mata?

—Me parece que s. Una buena razn para no res­ponder a la llamada, no crees? Los Renegados slo quieren seguir con vida. Como todos nosotros.

Los ojos de Hatchet estaban a punto de saltar por una excitacin que intentaba disimular y desmentir tras su cara inmvil. Killeen comprendi la vocacin de aquel hombre que haba mantenido la herencia de su Familia, el trato con los Renegados. Y todo para ahorrarles el peregrinaje a travs de las desrticas tie­rras que las dems Familias haban tenido que sopor­tar despus de la Calamidad. Lo haba hecho sin te­mores, luchando para obtener de los Renegados una frgil Metrpolis, basada en la confianza en los ms mortales enemigos de la humanidad. Y nadie mejor que Hatchet era consciente de la extrema fragilidad de Metrpolis. Era capaz de hacer cualquier cosa para lograr unas migajas ms de seguridad, aunque proce­dieran de los Renegados, que a su vez tambin esta­ban en peligro de ser borrados con un simple gesto. Cada ayuda, por pequea que fuera, justificaba el ries­go. Killeen respetaba la obra de Hatchet, pero en su interior algo le deca que haba pagado un precio de­masiado elevado.

El Especialista emiti un fuerte ruido y disminuy la marcha.

1. Es la estacin de reparaciones.

2. El Especialista trata de encontrar los cir­cuitos adecuados.

Todo el grupo descendi del Especialista ante una pared vtrea de complicada maquinaria. Los fluidos burbujeaban a travs de redes translcidas que se en­tretejan alrededor de las complicadas estaciones met­licas de trabajo. El Especialista extendi unas afiladas manos de seis dedos, acopladas a unos brazos en forma de trpodes cromados. Encontraron unas cerraduras en­trelazadas donde introdujeron unas clavijas de acero. Los largos brazos de trabajo giraron. Unas orejas cermicas montadas en unos enchufes de carbn escuchaban in­tensamente. Despus de algunos minutos sonaron tres agudos clicks que levantaron ecos en el silencio. La estacin de trabajo cobr una vida de nen.

1. El muchacho ir primero.

2. Pon las piernas en el receptor.

3. Aprisa.

Shibo y Killeen consiguieron con esfuerzo introdu­cir las piernas de Toby en un receptculo de material blando que estaba en la base de la estacin. Entraron con cuidado. El muchacho ya estaba despierto por completo. Su lasitud desapareci en cuanto la esta­cin empez a emitir ruidos.

—Noto algo —indic Toby.

—En las piernas? —pregunt Killeen, sosteniendo los hombros del muchacho para que no tocaran el suelo de ladrillos verdes.

—No podra precisarlo. Es una especie de cosqui­lleo... por todas partes... —Pestae—. Ahhh...

1. Mantenedlo quieto.

2. El Especialista est buscando el cdigo.

3. Tiene que neutralizar los sistemas de alar­ma.

—Mantente quieto, hijo.

Hatchet intervino desde detrs de Killeen:

—Os ha dicho el Especialista cunto va a tardar esto?

—No —respondi Killeen en tono de aviso.

Si Hat­chet meta prisas... Toby experiment una sacudida.

—Esto... duele...

1. Circuitos conectados.

2. Est buscando la clave de los daos.

Toby se estremeci.

—Yo... ya no siento nada. Mis tripas, esto est arras­trndose hacia arriba a travs de mis tripas.

1. Primero ha de comprobar sus sistemas de servicio.

—Todo se vuelve fro —empez a jadear Toby—. Pap... esto est subiendo... yo... mis brazos... qu fro. Tengo miedo...

Killeen intensific el abrazo con el brazo bueno al­rededor de Toby. Intentaba evitar que el muchacho se separara de los efectos de la estacin. Las manos del muchacho se aflojaron y perdieron tonicidad. Ki­lleen observ que el color haba desaparecido de las puntas de los dedos, que estaban en carne viva y con las uas rotas.

Detrs de l, Hatchet dijo:

—Algo va mal? Oye: esto no funciona, eso es to­do. Lo entiendes? Porque el tiempo corre y...

—Cllate! —le escupi Shibo, que sostena las pier­nas de Toby.

Killeen les ignor. Trataba de obtener ms infor­macin de Bud, pero el Rostro no quera contestar.

Toby se desmay. Los ojos se le quedaron comple­tamente en blanco.

—Maldita sea! —se dijo a s mismo Killeen. Masa­jeaba al muchacho, que estaba plido como un fantasma.

1. Los subsistemas han sido reactivados.

2. Est corrigindolos.

3. Mantenerlo inmvil.

Toby expeli de golpe todo el aire. Los ojos le sal­taban de un lado a otro. Sus brazos se retorcan y las manos ejecutaban un frentico baile. Todo el cuerpo de Toby pareca moverse como un mueco anima­do por algn mecanismo interior.

Un rel explot produciendo un fuerte ruido en el panel de la estacin.

—Mi... mis...—El muchacho parpade—. Me due­len los pies.

Shibo y Killeen se miraron pensativos, en medio de un silencio repentino.

Con todo cuidado le sacaron de la manga recepto­ra. Toby poda mover las piernas, pero los msculos estaban tiesos y doloridos. Killeen y Shibo le ayuda­ron a acercarse al Especialista. Hatchet dio unas pal­madas en el hombro malo de Killeen, que se dio la vuelta.

—Si quieres que te arreglen, vuelve all.

Killeen coloc el brazo afectado en el receptor. Los blandos pliegues de la manga admitan el brazo a una velocidad constante pero muy lenta. Percibi unos dbiles tirones y unos pinchazos clidos cuando algo empez a sondarle.

El grupo vigilaba en todas direcciones, restregaban nerviosamente el suelo con los pies y haban desenfundado las armas. Unos fluidos burbujeaban en el complicado aparato de cristal que estaba por encima de todos ellos. Un vapor anaranjado surgi de repen­te por arriba y descendi silbando sobre el grupo. Es­caparon de l con fuertes toses.

Hatchet vio aquello y se volvi hacia Killeen, que estaba arrodillado ante el receptor con el brazo in­troducido hasta el codo.

—Est funcionando?

—No lo s.

Alrededor de los hombros senta unas clidas y r­pidas sacudidas. Era como si le clavaran agujas y las sacaran muy deprisa antes de que los nervios las de­tectaran.

1. Ha encontrado el cdigo.

2. El Especialista se apresura.

3. Dice que huele al Supervisor.

—Notas algo? —pregunt Hatchet.

—S, as es. —Unos temblores silenciosos repercu­tan en su brazo.

—Maldita sea! Me gustara que...

—Ah!

La manga receptora le solt. Killeen sac el brazo de un tirn. Le dola, pero poda mover los dedos. La piel apareca arrugada, sin vello, fra y hmeda.

—Cojonudo! —exclam Hatchet a la vez que haca seas al grupo—. Vamonos. Rumbo a casa!

Killeen se dirigi tambalendose hacia el Especia­lista. Andaba de forma desequilibrada y entonces se dio cuenta de lo mucho que haba tenido que com­pensar el brazo muerto. Se cogi al guardabarros y se impuls hacia la parte superior, donde se repanti­g torpemente con un orgullo juvenil. El Especialista hizo marcha atrs con mucho ruido, liberndose de la estacin. Luego el Renegado se alej de all, ace­lerando de forma progresiva. Killeen tuvo que afe­rrarse apresuradamente a un tubo de ventilacin para. mantenerse sobre el casco.

Unos pequeos edificios desfilaban a toda veloci­dad por su lado. Se erguan en las inclinadas terrazas y rampas de una sala colosal; aquello era un laberin­to de extraos edificios angulares. Haba canalizacio­nes que estaban conectadas por doquier. Si se excep­tuaba alguna mancha ocasional, all no haba seales de suciedad o de abandono. Unos mecs modificados de forma muy extraa trabajaban en algunas de las rampas superiores. No se alteraron cuando el Espe­cialista pas como un proyectil cerca de ellos.

Killeen se agarr a un tubo y abraz a Toby. El cos­quilleo del brazo pareca extenderse a todo el cuerpo a medida que sus sistemas se iban recuperando. Las imgenes se desbordaban por el aparato sensorial. En el brazo se haban almacenado datos, ramalazos digi­tales que le ponan nervioso y le causaban punzadas en los ojos. Vio dientes que se acoplaban a oleosas cadenas de desplazamiento. Oa la brillante risa de Vernica, a quien haba perdido haca tanto tiempo. Saboreaba los guisos de su madre.

Las sensaciones le proporcionaron una especie de vigor. Impulsivamente, bes a Shibo. Ella le devol­vi el beso. Killeen ri, disfrutando del acre aroma del aire que entraba y sala de sus pulmones, cada uno de los perfumes quedaba amplificado por el remolino que ocasionaba el veloz Especialista.

Todo el grupo estaba hablando, unos felices susurros corran por la red de comunicaciones sensoriales. El Especialista aminor la marcha en una esquina y Ki­lleen mir hacia arriba. Un panel grande y transparente estaba iluminado desde dentro con una plida luz verde. Killeen distingui algo que estaba traba­jando en el interior. Unos brazos y piernas gigantescos conectados a cuerpos. Hueras de costillas trabajaban como unos enormes fuelles. Unas bolsas abolladas col­gaban de las panzas, como sacos de entraas. Unas pieles creas se alargaban y encogan, se arrugaban y volvan a estirarse.

Se volvi de espaldas.

El Especialista lleg a una amplia plaza. Los peo­nes la cruzaban en todas direcciones. Unos pocos mecs de mayor tamao corran a toda prisa hacia unas mi­siones urgentes. El Especialista increment la veloci­dad. Los humanos se aferraban con fuerza cuando el Especialista daba bandazos para esquivar a los peones sin aminorar nunca la velocidad. El viento les des­peinaba y amortiguaba sus voces.

Killeen notaba que una excitacin sin palabras em­pezaba a dominar toda su red sensorial. El viaje a ca­sa es el ms dulce, pero tambin es el que se hace ms largo cuando la mente se adelanta.

Haban llegado a la mitad de la plaza. El Especialis­ta todava aceler ms, como si presintiera algo.

Un dbil whoooong vibr con insistencia por to­dos sus sensores.

Killeen se volvi. No descubri nada en aquel lado del Especialista que pudiera haber causado el ruido. Por all no se vea ningn mec mayor que un pen.

—Ves algo? —transmiti Hatchet.

—No. —Atrajo a Toby ms cerca de l.

Los rasgados ojos de Shibo estudiaban los edificios. La plaza era tan amplia que la distancia difuminaba los detalles de la factora de biocomponentes que es­taban dejando atrs.

—Mantn el...

—Qu es esto? —grit Cermo. Estaba al otro lado del Especialista y Killeen no poda ver nada.

Algo pas cerca —tssssip!— por encima de sus ca­bezas.

—Pasaos a este lado! —grit Killeen—. Sea lo que sea, el Especialista podr darnos alguna proteccin.

—Es verdad, trasladmonos —transmiti Hatchet.

Shibo levant el arma. El Especialista se lanz hacia adelante. Las cadenas chirriaban a causa del esfuerzo. Killeen crey que poda or cmo se desmenuzaban una contra otra. Si las cadenas se quedaban inmovili­zadas all...

Whuuuuung. Esta vez haba sido ms fuerte. La onda agit frenticamente el aire que les rodeaba.

—Cuidado! —transmiti Hatchet.

—No!

—Le ha dado a Vlez!

—Salid de aqu! A la cubierta superior! A la parte superior! Dispersaos!

—Qu sucede?

—Ve y no preguntes!

—No lo miris y as no podr abriros los recepto­res. Har...

Whuuuuuuung.

—Ah! Ah! Mi pierna!

—Me he quedado ciego! Dadme la mano! Ciego!

—Qu sucede?

Killeen no tuvo necesidad de mirar. Conoca bien el sonido del Mantis.

5

El Especialista empez a describir virajes bruscos. Los motores se hicieron ms ruidosos hasta produ­cir un estruendo horrible. Las cadenas bramaban so­bre las pulidas losas del suelo de la plaza. Killeen, con su aparato sensorial, no poda or ni saborear nada ms que los chasquidos y chispo-rroteos de la lucha electro­magntica del duelo entre el Mantis y el Especialista.

El equipo se reuni sobre la parte superior del Es­pecialista, arrastrando con ellos a los dos hombres de los King que haban resultado heridos. Killeen observ los ojos blancos vidriosos y las caras asustadas.

—Muertos —declar Hatchet.

—Muerte definitiva —aadi Killeen.

El Mantis les haba extrado la memoria, las espe­ranzas y los miedos. En consecuencia, ya conoca la existencia de Metrpolis.

Y al mismo tiempo, tena tambin a sus Aspectos. Un inmenso lapso de los humanos ya se haba que­dado transformado en vaco.

El Especialista pareca ser inmune a las andanadas de resonantes whoooooooms que producan unos l­vidos tneles en los sentidos de Killeen. La mquina disparaba a travs de la plaza.

Se agarraban al costado como unas cometas que re­volotearan. Sus perneras y refuerzos plvicos golpea­ban contra el casco zumbante.

—Toby! —Lo agarr justo cuando el muchacho se escurra.

Logr sostener a Toby con el brazo derecho, tir hacia arriba y perdi su presa. El muchacho recorri un metro hacia abajo y tropez con una conexin de tuberas exteriores que sobresala del casco. Toby ti­r violentamente de cuanto tocaba buscando un asi­dero. Killeen se colg de una repisa, hizo unas tijeras con las piernas y apret. Toby intent cogerse a ellas pero perdi su precario equilibrio. Con la mano de­recha pudo aferrarse a la pierna de Killeen, agarrn­dose a la juntura de los amortiguadores de choque con la proteccin laminada de la bota. Toby giraba en tor­bellino, daba vueltas sobre las losas que pasaban a to­da velocidad por debajo de l. Killeen consigui izar­le por encima de un cuello de ventilacin en donde pudo sujetarse.

Entonces el Especialista derrap.

Killeen pens que iban a dar una vuelta de campa­na y que quedaran con el Especialista por sombre­ro. Buscaba un apoyo firme donde apuntalar las pier­nas. Antes de que pudiera dar un salto para soltarse, el Especialista se enderez. Patinando fue a detenerse entre chirridos junto a una monoltica pared de piza­rra.

—Fuera! —aull Hatchet—. Algo anda persiguiendo al Reny!

—Y a nosotros. Se trata del Mantis —grit Killeen.

Se produjo un silencio mortal. Por primera vez, Ki­lleen descubri una expresin sincera y sin ambages en los ojos de Hatchet: era de pnico.

—Maldita sea!

—No tenemos armas pesadas —grit Shibo.

—Od! No podemos abandonar al Especialista! —chill Hatchet cuando algunos saltaron al suelo de la plaza—. Hemos de protegerle.

—Shibo tiene razn. Los rayos electrnicos y los cortadores no sirven para nada frente al Mantis —dijo Killeen.

—Si el Especialista consiguiera averiarle...

—Nos conviene ms abandonar este sitio, si pode­mos maniobrar —observ Killeen.

—Estoy contigo Alejmonos de aqu! Utilizad el Especialista como escudo —transmiti Cermo.

Hatchet dudaba, estudiaba la parte superior del Es­pecialista de donde pendan, en medio de las protu­berancias, los compaeros muertos. Killeen pensaba que aquel hombre estaba decidiendo si se los lleva­ban de all. Los hombres de los King haban conside­rado siempre un deber sagrado no dejar sus muertos abandonados.

Pero no se trataba de eso: Hatchet esperaba que el Especialista le hiciera alguna sea, pero no hubo nin­guna. El mec estaba muy ocupado llenando el aire de explosiones que producan ecos por todas partes.

Hatchet hizo una mueca y afirm con la cabeza. Condujo sin dudar al grupo lejos del Especialista in­mvil. Dejaron a los dos muertos definitivos sin nin­gn comentario. Otro de los King se alej dando tras­pis, con los brazos fuera de control. Se tambaleaba sin poderlo evitar, con la mirada fija.

Killeen se asegur de que Toby poda andar bien. Se dirigieron a un callejn que se abra en la pared de pizarra.

Las antenas del Especialista giraban, envindole unos secos palmetazos a travs del equipo sensorial.

—Slo es EM —transmiti Shibo.

Killeen entendi qu quera decirle. Slo haban odo unos chisporroteos electromagnticos. Los hu­manos tal vez no eran vulnerables a los embates de los EM. El Mantis no usaba caones contra el Espe­cialista, a pesar de que habra sido el sistema ms f­cil de inmovilizarle.

Hatchet jadeaba mientras corra hacia el callejn.

—Cermo, dirgete a la izquierda.

All, en el callejn, haba un muelle de carga para los mecs cubierto por un revoltijo de aparatos con forma de ventiladores amarillos, tan grandes como un hombre.

—Intentad hacer blanco en el Mantis —orden Hat­chet. Mand a uno de los King hacia otro ngulo, a la derecha.

De inmediato, Cermo empez a disparar rfagas. Killeen se agach y sigui avanzando por el callejn. Esquiv una gran zanja de canalizaciones de acero, indicando a Toby con la mano que le siguiera.

—Adonde vas? —le grit Hatchet.

—El Mantis no puede pasar por aqu —contest Killeen—. Es demasiado voluminoso. —Y no dismi­nuy la marcha.

—Hemos de ayudar al Reny!

—Los ratones no pueden ayudar a las montaas —dijo Shibo secamente.

—Mueve el culo hasta aqu!

—El Mantis se acerca —inform Cermo con frial­dad.

Los dems miembros del equipo se miraban unos a otros. Haban preparado las armas. El Especialista no se haba movido desde que los humanos haban bajado de l. Les impeda la visin de la plaza.

Podan or a travs de la red sensorial unos golpes regulares, como troncos que se deslizaran sobre las rocas. O como si un gigante estuviera andando por la plaza. Empezaron a alejarse de la boca del callejn.

—Haced fuego! —orden Hatchet.

—Estpido —mascull Shibo.

Cermo lleg hasta ellos corriendo pesadamente, gri­taba que el Mantis haba inutilizado las cadenas de desplazamiento del Especialista.

Hatchet contempl con furia al Especialista, y des­pus mir hacia el acogedor callejn.

—El Reny sabe el camino de regreso —declar con desespero—. El regreso a Metrpolis.

El grupo comprendi su confusin y la aprovech para retroceder algunos pasos ms. El retumbar de los golpes aument. Killeen nunca haba odo que el Mantis produjera aquel ruido. Hatchet dud, pero lue­go escupi y retrocedi por el callejn. Se detuvo al lado de Killeen.

—Si t no hubieras...

—Mira —le interrumpi Killeen.

El Mantis apareci ante su vista por detrs de la re­machada cresta del Especialista. Sus antenas barran metdicamente todos los ngulos. Killeen susurr:

—Cerrad los sistemas Rpido!

Su aparato sensorial qued reducido a un fluido mul­ticolor absorbido por una negra cloaca.

El Mantis era una red de ejes en movimiento. Como si fueran huesos de acero, se reunan en unos enchufes de reluciente cromo. Unos finsimos cables les propor­cionaban una extraa agilidad. En aquella ocasin, a Killeen le pareci que se pareca ms al envigado de un edificio, a una red mvil, que a un mec integrado.

Sus antenas barrieron el terreno por detrs de ellos sin detenerse. Significaba aquello que no los haba descubierto?

El Especialista todava se defenda. Killeen vio una pequea arma que asomaba por una torreta y dispa­raba hacia el Mantis. Un instante despus se disolva entre chispas de color naranja.

—Muvete —susurr Killeen a Toby. Se deslizaron por detrs de un voluminoso conjunto cilndrico de vlvulas y ruedas, que impeda que les descubrieran directamente desde la entrada del callejn.

El Mantis alcanz al Especialista. Se le subi a la inclinada espalda y al parecer empez a trabajar en la parte lateral.

El grupo retrocedi, siguiendo a Killeen. Hatchet comprendi que no poda impedrselo a menos que hiciera mucho ruido o que cometiera una locura. Op­t por ir tras ellos.

Echaron a correr por una grieta descendente que se iba estrechando entre unas factoras que vibraban. Unas explosiones apagadas llegaron hasta sus odos. Killeen pens que era el Especialista que estaba agonizando. Mi­r hacia atrs y vio un pequeo proyectil radiodirigido que el mec haba disparado a lo largo del callejn que acababan de abandonar. Desapareci al cabo de un ins­tante. Luego volvi y se qued inmvil en el aire, a la altura del cruce, como si fuera un colibr. Killeen oy un dbil ping cuando les capt. El proyectil sali dispa­rado hacia delante. Killeen tuvo tiempo de apuntar su arma. El misil desapareci dejando tras l una nube de humo blanco y un trueno le golpe en la cara. Haba explotado mucho antes de que los fragmentos pudieran alcanzarles. Killeen no perdi el tiempo buscando expli­caciones. Se agach para pasar por un pasaje lateral, si­guiendo a los dems, y se limit a pensar en la huida.

Nada les persigui. Se retiraron a travs de un com­plejo de factoras muy concurridas en las que reinaba un olor muy fuerte. Los mecs trabajaban en las pasarelas y corredores, sin advertir la presencia de los humanos que huan. Por grandes que fueran los po­deres del Mantis, no alcanzaban a poner en alerta a todos los mecs de la factora. O tal vez le pareci que era una medida innecesaria.

Hatchet intent convencerles de que redujeran su velocidad, de que hicieran un alto para averiguar si el Especialista haba logrado escapar. Nadie le hizo caso. Siguieron corriendo. Una fiebre de desespera­cin se haba apoderado de ellos. Killeen compren­da de un modo abstracto los sentimientos de Hat­chet, pero su instinto le deca que el Capitn estaba en un error.

Se acord de su padre, que en cierta ocasin se ech a rer y luego dijo secamente: El hombre valiente, lu­cha. El hombre inteligente, corre.

Hatchet llevaba muchos aos de vida sedentaria. Metido en su agujero de Metrpolis, haba perdido facultades.

Despus de atravesar tres factoras, alcanzaron la pared limtrofe de aquella zona. En ella haba muchos tubos, parecidos a costillas y venas, que se entrecru­zaban de forma absolutamente intrincada. En aque­lla pared se oan gorgoteos de fluidos. Cermo el Len­to no haba hecho honor a su nombre y lleg all el primero. Encontr una compuerta con un dispositivo manual. Resultaba evidente que los mecs de mante­nimiento la utilizaban para llegar hasta los complejos entresijos de tubos. El paso era muy estrecho. Tuvie­ron que entrar por all, como gusanos, de uno en uno.

Sin excesivas discusiones, el grupo abandon aquella gran zona que se abra en la amplia plaza. No haban vuelto a conectar los aparatos sensoriales colectivos y no tenan idea de dnde poda estar el Mantis. Killeen mand a Toby hacia delante, con Shibo, y l se qued en la retaguardia, junto a Hatchet. Mir du­rante unos momentos hacia atrs.

—Nos ha ido de un pelo.

—Esto ya no importa demasiado —solt Hatchet, resoplando—. De todos modos, ya podemos darnos por muertos.

—Mejor estar muertos que definitivamente muer­tos.

—Tonteras. La muerte es la muerte.

Killeen sinti que una rabia fra se le extenda por el pecho. Pero se limit a decir:

—No les ocultas nada, eres como ellos.

—El Especialista senta lo mismo que t —dijo Hat­chet con amargura—. Resulta divertido que un mec estuviera tan chiflado como t.

Killeen parpade.

—El Especialista no quera la muerte definitiva? Pero si ellos son diferentes a nosotros!

—Hace muchos aos, la primera vez que habl con l por medio del traductor, me dijo que se haba con­vertido en Renegado porque no quera entregar su propia personalidad.

—Le preguntaste alguna vez si todos los mecs pen­saban como l?

Hatchet se encogi de hombros.

—Por lo que pude saber, me atrevera a decir que no.

La mirada de Killeen se pase por todos los corre­dores rectangulares que partan de all, entre las filas de mquinas ruidosas que trabajaban accionadas por levas. Apareci un mec, pero no se fij en los dos hu­manos.

—Qu quieres decir?

—Mi padre me cont mucho tiempo atrs que cuan­do los mecs se desgastan, les ordenan que regresen. Ni siquiera piensan en ello. Llevan una orden de ran­go superior grabada en la mente. Luego los desman­telan para aprovechar los metales y dems materias primas.

—Igual que hacen con nosotros en la muerte defi­nitiva —dijo Killeen.

—Sigue. Te cubrir. —Como Capitn, Hatchet tena derecho a ser el ltimo en retirarse, lo que tradicionalmente se consideraba la posicin ms peligrosa. Killeen se contorsion para pasar por la compuerta. Tuvo que atravesar por unos cruces muy estrechos en completa oscuridad. Los tubos se le clavaban en las costillas y le hacan perder el equilibrio. Se le ocurri que si los mecs queran atraparlos de uno en uno, ten­dran una excelente oportunidad de conseguirlo. Pe­ro entonces mir hacia delante y divis una luz. Un tubo se le enganch en el amortiguador de la manga cuando trastabill al salir a un fantasmal resplandor de color rub.

Estaba en una gran habitacin. Del bajo techo pen­dan unos bultos de extraas formas suspendidos me­diante unas cuerdas translcidas. Las paredes y el suelo emitan una dbil luz sin llama.

Todo el grupo se haba detenido para mirar aque­llo, Killeen tambin lo hizo y trat de observar ms detalles. Hatchet apareci detrs de Killeen, hizo un largo reconocimiento de aquella sala que al parecer no tena fin, y susurr:

—Buscad alguna proteccin. Rpido!

Killeen sigui a Toby, que iba recuperando su ve­locidad habitual. Se detuvieron al lado de algo gran­de y voluminoso que giraba lentamente sobre un eje, en la sombra. El extremo inferior colgaba cerca de la cabeza de Killeen. Dej que sus ojos se dispusieran para visin lejana a fin de detectar cualquier movimiento en aquella extensa habitacin. Incluso a la m­xima ampliacin, no descubri otro movimiento que el de aquellas cosas que giraban lentamente suspen­didas del techo. Nada llegaba a tocar el suelo. Un se­doso silencio flotaba en el aire glido y antisptico.

Aquel lugar daba la impresin de una obsesiva exac­titud, los espacios libres y las rgidas perspectivas constituan un marco para las masas oblongas, mal conformadas, que giraban en silencio. Pero cuando Killeen dio unos pasos en direccin a la masa ms pr­xima, capt un fuerte olor que le llen los pulmones de recuerdos de madera podrida y de moho. Se acor­daba de la ocasin en que se haba arrastrado por un stano de la Ciudadela, cuando era un muchacho que se dedicaba a explorar los rincones hmedos en bus­ca de tesoros y misterios. Le haban asaltado unos es­pesos olores a tierra hmeda y a ropa rancia; all ha­ba unas cajas viejas y rotas, y unos tarros semillenos con lquidos mohosos y espesos.

La mortecina e infernal luz pareci cobrar ms vi­da. Contuvo la respiracin.

Estaba contemplando algo parecido a una gran masa de conductores estrechamente enrollados. sta fue su primera percepcin y cuando ajust ms su visin pu­do ver las cubiertas elsticas de algo parecido al cau­cho. Una substancia de brillo aceitoso lubricaba las superficies grises y moteadas. Se desplazaron. Se des­lizaban y avanzaban a tientas obstinadamente. Una mquina destinada a algn propsito que l no poda imaginar, no era de metal, tena venas y estaba tur­gente. Pero mostraba aquella extraa apariencia de mquina, se mova de una manera no viva. No se le ocurri que aquello poda ser algo distinto. Los tu­bos en forma de serpentn tenan un aspecto creo vistos bajo aquel resplandor mantecoso. Una jalea lubricaba los movimientos. Su resbaladizo avance y re­troceso tena el empuje de un propsito programa­do. Unos tubos ms gruesos se arrollaban entre los ms delgados. Unos salientes en forma de pliegues de acorden se ramificaban hacia otros puntos de jun­tura. Con una grave lentitud, en uno de los grandes tubos cercanos a Killeen se abrieron unas fisuras ova­les, lo que rompi aquel resplandor oleoso. Se iba hin­chando. Suspir dbilmente y una fina neblina azul sali despedida hacia arriba. Le lleg un olor dulzn a cloaca que le record el del sumidero para los des­perdicios que tenan en la Ciudadela, un pesado y exu­berante indicio de lo que asaltara a las narices del que se asomara a ella y oliera de lleno sus aromticos eflu­vios.

Sus ojos no paraban, intentando captar el movi­miento general.

Los tubos pulsaban. Aqu y all, una mancha en uno de los resbaladizos conductos dejaba ver una plida porosidad. Mientras Killeen y Toby observaban aque­llo, una fisura se abri por completo. Se hizo mayor y ms ancha. Killeen descubri que los tubos estaban huecos, eran unos serpentines flexibles. El que esta­ba ms prximo a ellos produjo un ruido de succin. Se retorci para librarse del abrazo de otro serpentn y se enrosc ms lejos. Unos anillos corran forman­do rizos sobre su piel.

Killeen sinti que la energa de los serpentines se incrementaba en toda la masa que tena delante. Otro de los tubos se rompi y qued libre. Tena una bri­llante cabeza de forma globular que slo pudo vis­lumbrar porque se enterr en una nueva fisura cer­cana que todava se estaba ensanchando.

Un furioso apretujamiento se inici en la masa que le rodeaba, Killeen tena la impresin de que se trataba de un absceso de la musculatura. Unas corrientes de aire mohoso y agrio pasaron junto a l. Oa unos dbiles golpes y roces. Despus lleg hasta l un sua­ve tono bajo que iba hacindose ms rpido y sibi­lante. Era como la respiracin de un gigante.

Ms fisuras se abrieron en las paredes de los tubos cercanos. Aumentaban; las bocas ovales estaban ro­deadas por unas cuerdas rosadas. Bostezaban con sus bordes rojizos y lbiles, se convertan en bolsas. Otros tubos arrugados consiguieron liberarse de la masa y oscilaban en el espeso aire. Las romas cabezas aumen­taron de tamao. Buscaban y encontraban fcilmente unas fisuras que parecan abrirse y aumentar en funcin de los tubos que se liberaban. Las cabezas reptaban entre la masa activa y se introducan por las fisuras que bostezaban. Un prolongado escalofro acompa­aba a cada penetracin. La masa rosa se retorca y se estremeca de un modo inenarrable. Killeen com­prendi, casi contra su voluntad, que cada uno era un acoplamiento de rganos masculinos y femeninos que se formaban en la masa gelatinosa y se unan en un grotesco deslizamiento, cada uno buscando al otro en el cieno informe que se palpaba y se frotaba sua­vemente a s mismo con un frenes gelatinoso y di­recto.

Killeen atenaz los brazos de Toby y lo apart de all.

—Vete... aprtate de aqu.

—Qu es esto? —La voz de Toby sonaba ronca.

—Algo... horroroso.

Mientras retrocedan descubri unos bultos redon­deados y cubiertos de cuero que colgaban de algunos tubos. Testculos. Eran testculos que evocaban alguna clase de semen asqueroso.

Alrededor de las fisuras que ya se haban abierto estaba creciendo pelo. Unos enmaraados alambres negros iban brotando de los tubos mientras los mira­ba.

La luz crea que les rodeaba fue desapareciendo r­pidamente. Toby formul ms preguntas para las que Killeen no tena respuestas, y para hacer callar al mu­chacho se coloc dos pasos por delante de l. La luz se intensific. Se acelerara el incesante deslizamiento de la masa que estaba colgada? Se alej. S, el difuso resplandor disminuy. El movimiento inconsciente se hizo ms lento.

—Esto est hecho para... funcionar... cuando hay alguien cerca.

—Yo crea que se trataba de una mquina —dijo Toby con toda tranquilidad.

—Yo tambin. Pero ahora no estoy tan seguro.

Los dems estaban contemplando otras formas cer­canas, y fruncan el ceo. Slo haba transcurrido un momento, pero a Killeen le pareci una eternidad. Hatchet grit con voz trmula:

—A formar! Tenemos que irnos.

Obedecieron en silencio. Unas extensas lneas de aquellas masas suspendidas llegaban hasta donde al­canzaba la vista. A medida que se acercaban, cada una de ellas se agit bajo una luz cerlea que naca de re­pente. Pronto aprendieron a apretar el paso para de­jarlas atrs.

Un silencio fro les envolva. De las masas suspen­didas sala una niebla que formaba capas acres en el aire. Sus pasos producan un tableteo sordo.

Saban que no tenan ningn plan, que Hatchet les guiaba sin un objetivo definido. Pero era preferible seguir marchando que quedarse y tener que soportar las extraas visiones de lo que haba all y la crecien­te sensacin de que unas fuerzas horribles se movan con propsitos que estaban ms all del entendimiento humano.

Andaban con rapidez. Unas zonas de brillante res­plandor les iban acompaando a medida que las ma­sas empezaban a moverse, y luego iban desaparecien­do. La impresin de que algo les persegua, aunque slo fueran unos mecanismos automticos, les obli­gaba a apresurar sus pasos.

Delante de ellos, la oscuridad iba en aumento. Era una pared de mallas negras.

Hatchet envi a Cermo hacia la derecha y al King herido hacia la izquierda para que buscaran una sali­da. El hombre de los King regres al cabo de unos instantes, gesticulando en silencio. Nadie habl. Hat­chet conect sus sentidos el tiempo justo para inspec­cionar la pared. No encontr nada. Lanz una aguda llamada amarilla para que Cermo regresara y luego dej que su red sensitiva se fuera apagando por com­pleto.

El hombre de los King haba encontrado una com­puerta hexagonal. Unos rales llegaban hasta all des­de las ms lejanas alineaciones de esculturas. Hatchet supuso que alguna clase de mec tena que circular por encima de aquellos rales. Utiliz una de las llaves cilndricas que le haba dado el Especialista. La placa la acept y sonaron tres chasquidos. La compuerta se apart a un lado.

Aquella vez, Shibo fue la primera en entrar. Killeen ayud al King que haba perdido el control de los bra­zos. Todos se vieron obligados a agacharse para po­der pasar por el corto, bajo y ancho pasillo que haba detrs.

Shibo, extremando las precauciones, se abri paso hacia delante. Chocaban unos contra otros en la os­curidad. A Killeen empezaba a dolerle la espalda. Trat de no pensar en sus posibilidades. Si pensaba, se desesperara y aquello le obligara a detenerse. En cuanto dejara de pensar, slo se preocupara por lle­gar hasta el final. Haba aprendido la leccin en los muchos aos de viajes, haba visto que hombres y mu­jeres muy buenos acababan hundidos a causa del de­sespero que les atenazaba el pecho como una garra de hielo, apoderndose de sus corazones.

La fatiga haca mella en todos ellos.

Nadie hablaba. El mundo de Killeen se reduca a la inmediata oscuridad y al contacto de su mano con el hombro de Toby.

De repente, una luz les hiri los ojos, cegndolos con un abrasador resplandor. Uno de los paneles se haba abierto automticamente delante de ellos.

—Me parece que est despejado! —grit Shibo.

Salieron de all a trompicones y llegaron a una ca­verna tan grande que Killeen no llegaba a divisar las paredes ni el techo. Los edificios se perdan a lo lejos. Unas complicadas maquinarias que emitan zumbi­dos festoneaban la superficie de las factoras. Unos mecs se acercaban por el aire, a mucha altura, por de­bajo de un toldo de niebla gris. Unas fajas de lumi­niscencia mbar iban a dar contra las burbujas de va­por verdoso que se elevaban en el aire.

Parpadearon. Los ojos iban nerviosamente de uno a otro lado. El aire estaba cargado de olores acres.

—Atencin —grit Hatchet—. Vmonos!

—Adonde? —jade Cermo.

—Hacia fuera. Hay que buscar el camino de salida.

—Estupendo. Por dnde est ese camino?

—Lo buscaremos hasta dar con l, eso es todo —res­pondi Hatchet con firmeza.

Uno de los King pregunt:

—Piensas que deberamos buscar al Reny?

—El Reny ha desaparecido —declar Killeen—. El Mantis come mecs como ste para el desayuno.

Hatchet entorn los ojos, acentuando los ngulos de su cara.

—Tienes alguna idea mejor?

Killeen movi la cabeza con cansancio.

Se dirigieron hacia la pared ms alejada a pesar de que no llegaban a verla. Hatchet dijo que tena un buen sentido de orientacin y que aqul era el cami­no hacia la superficie del edificio-montaa.

Anduvieron durante una hora antes de que el Man­tis diera con ellos.

6

Se encontraba en un valle tibio entre colinas de un verde brillante. Bajo sus pies se extenda un colchn esponjoso de color oscuro hasta ms all de un tiro de piedra, pero por primera vez en su vida no encon­tr piedras a su alcance.

El borde irregular del colchn oscuro daba paso a la suavidad del verde de la colina, que reluca bajo la luz del sol. Mir hacia arriba, pero unas nubes marfi­leas ocultaban cualquier indicio de Dnix o del Co­miln. Sin embargo, la luminosidad todava llegaba fuertemente sesgada.

Palp la fibrosa alfombra. Ofreca una dbil resisten­cia y sugera que debajo de ella haba algo slido. Se preguntaba qu seria aquella cosa verde y suave. Hier­ba? Y haba otra pregunta en el aire. Intent formularla. Algo...

Toby. Se volvi con rapidez, mirando hacia todas las direcciones.

Nada. Estaba completamente solo frente a un on­dulado paisaje. Un momento antes estaba con Toby, lo recordaba a la perfeccin, pero en aquel instante, bajo sus pies slo haba aquella extensin oscura que pareca tela impermeable y...

Las colinas se movan.

La que estaba frente a l disminua de tamao, se encoga. Lentamente, con un suave murmullo. Se vol­vi y comprob que tras l otro promontorio se iba hinchando y que el lustroso verde captaba los refle­jos del resplandor del cielo.

Descubri que algo surga. Una dbil trepidacin ascendi por su cuerpo despus de entrarle por los pies. Se desplazaba hacia atrs... ascendiendo por la suave pendiente. La alfombra oscura se deslizaba ha­cia arriba, empujndole algo ms lejos contra la blanda resistencia. Se dio cuenta de que ascenda lentamente por la colina verde y que detrs de l se abra un deli­cioso valle tambin verde.

No saba cmo, pero estaba montado sobre algo que poda trepar por las lisas y verdes colinas. El teji­do oscuro que se extenda bajo sus pies segua sin de­tenerse en su camino hacia la redondeada cima.

Killeen dio un paso. El colchn esponjoso amorti­guaba su marcha. Ech a andar hasta la cspide. En los pocos instantes que tard en llegar vio que la cresta de la colina se aproximaba y aprovech la altura su­plementaria para escudriar en todas las direcciones. Haba otras colinas verdes colocadas en alineaciones montaosas muy alargadas. Pero no descubri otros colchones o cualquier otro detalle que pudiera ofre­cerle perspectiva.

Lleg a la cresta un poco antes de que el colchn coronara la colina. Vista desde cerca, la extensin ver­de tena manchas y apareca salpicada de pecas blan­cas y amarillas. Tante hacia abajo para tocar la su­perficie vtrea que pasaba con rapidez por debajo del colchn.

Toda la humedad que haba visto se limitaba a las pequeas fuentecillas que afloraban en alguna grieta rocosa. En la Ciudadela haba disfrutado tres veces de un bao completo, tres ocasiones excepcionales rodeadas de rituales. Haba disfrutado de uno despus de su Llegada, otro despus de la primera cacera en compaa de su padre, y el ltimo junto a Vernica, la noche siguiente a su matrimonio. Debiera haber habido otro bao, compartido con Vernica, cuan­do naci Toby. Pero haban tenido que suprimirlo porque no haba bastante agua. La sequa ya no desa­pareci. La lenta desecacin de Nieveclara iba hacin­dose cada vez ms profunda.

Su corazn dio tres lentos y efectivos latidos antes de que pudiera darse cuenta exacta de lo que estaba viendo.

Aquella cosa verde y pulida le salpic la mano. Era agua. Volvi a adelantar la mano otra vez, incapaz de asimilar una extensin semejante. Una espuma blanca se le arremolinaba entre los dedos. Gui los ojos a causa del asombro y se ech un poco de aque­lla substancia en la cara. Estaba tibia y tena el sabor de una especia: sal.

Cuando mir hacia lo alto, el colchn alcanz la cima de la colina. Poda ver hasta muy lejos, sobre un paisaje de interminables laderas verdes y de cres­tas espumosas.

Sin detenerse, el colchn pas por encima del bor­de y empez a descender.

Poda tener una ligera idea de su velocidad si ob­servaba las lneas blancas llenas de espuma que viaja­ban rpidamente hacia l para luego deslizarse bajo el colchn. Se volvi y vio cmo el borde ms apar­tado del colchn pasaba sobre la cresta de la colina. Las largas serpentinas blancas volvan a salir por de­bajo de la alfombra oscura y volaban sobre la mon­taa.

Automticamente, se puso de rodillas e introdujo la cara en el agua translcida. Bebi. La sal no le moles­taba. Haca mucho tiempo que se haba acostumbrado a beber aguas de todos los sabores y purezas. Cuan­do se tena la ocasin, haba que almacenarla. Bebi sin interrupcin, concentrndose en ello, hasta que not el vientre lleno. Luego se volvi a sentar, y vio que el agua estaba a ms altura que l, como si fuera una pared a punto de venrsele encima.

Pero no sucedi nada de aquello. Not que un tem­blor le atravesaba las rodillas cuando la colina de agua verde se elev todava ms, encaramndose frente a un cielo de color marfil suave. Pero no cay.

Percibi un empuje hacia adelante y el colchn em­pez a subir por aquella gran elevacin. Slo enton­ces vislumbr lo que estaba sucediendo. Estaba flo­tando sobre una garra de agua tan grande y con tanta energa que produca olas. La oscura alfombra cabal­gaba sobre las olas por la inmensidad del agua. Esta­ba en una...

En una isla. Eso es. O tal vez sea una balsa. S, es una balsa.

Aquella informacin proceda de Arthur. Killeen le pidi ms, vehementemente, pero el Aspecto no quiso soltar prenda.

Se puso en pie, maravillado. Las cimas de las co­linas eran de un verde esmeralda, mientras que los valles relucan con un color ms intenso, ms vtreo. Cuando pasaba por encima de una cresta vio unos pocos puntos que se rompan en espuma blanca y se esfu­maban.

Excepto por el lento empuje que suba desde los pies, Killeen no poda advertir que se estaba desplazando.

Le pareca que se deslizaba cuesta arriba por una la­dera y luego descenda hasta llegar a otra ladera idn­tica a la anterior.

Demasiada agua. Un mundo de agua, donde hasta la esponjosa solidez de su colchn pareca estar fuera de lugar. Cuando lleg a la siguiente cresta, mir con atencin a su alrededor y no divis ninguna otra man­cha oscura sobre las inacabables y mviles montaas verdes. Aquellas olas gigantescas llegaban hasta el leja­no y brumoso horizonte. Era todo un mundo furioso de agua.

El Mantis. La idea le vino de repente con una in­tensa conviccin.

Aquello era una parte del sistema sensorial del Man­tis. O era su manera de ver el mundo.

No exista ningn lugar en todo Nieveclara donde hubiera tanta agua.

O sea, que el colchn que tena debajo no poda estar all. Se trataba de una ilusin, igual que las fal­sas imgenes que haba visto antes, una creacin del Mantis. stas eran mucho ms convincentes, le ro­deaban, le parecan reales.

Pero, qu haba detrs de aquella ilusin? Para qu serva?

Recordaba que haba estado huyendo del Mantis, enfebrecido y desesperado, corriendo con Toby a su lado.

Ahora estaba solo sobre una balsa oscura. A la deriva.

No llevaba nada encima, el traje, las perneras y el casco haban desaparecido.

Invoc a cada uno de sus Aspectos y Rostros, hasta a los que no haba utilizado desde haca aos. Ningu­no respondi.

Su sistema sensorial slo le devolva una vaca mo­notona gris.

Anduvo a lo largo de todo el permetro. No haba nada ms que ver, solamente la misma malla dispues­ta en capas por todas partes. Se detuvo un momento para volver a beber, disfrutando de la sensacin de sumergir la cara en el agua, que ascenda en talud y que era ms alta que la tierra firme. Los golpes y rui­dos de las pequeas olas que creaba con las manos eran para l el sonido de una riqueza incontable, una infi­nita riqueza fluida.

Cuando se levant, descubri una manchita en el horizonte. La vio crecer, subiendo y bajando por las grvidas olas, mientras se acercaba a l siguiendo un curso en zigzag.

Era otra isla. Mayor y con acantilados.

En vez de ser una llanura sin accidentes, tena una vegetacin erizada que la cubra en su mayor parte.

Capt un movimiento.

Killeen bizque cuando las profundas ondulacio­nes verdes la fueron aproximando a l. Haba unos arbustos nudosos y tupidos que crecan ms all de un recubrimiento blanco del terreno. La otra isla te­na unas pequeas elevaciones y depresiones, lo que la distingua de la suya. A medida que fue aumentan­do de tamao, busc alguna figura humana por en­tre la retorcida flora, pero no descubri nada.

Las ramas se agitaban por los embates de las gran­des olas. Sera aqul el movimiento que haba visto?

La mayor de las islas pareca deslizarse sin esfuerzo sobre las crestas de las verdes colinas, y Killeen hubo de recordarse a s mismo que las islas no tenan mo­vimiento, sino que seguan las formas de las olas. All toda su experiencia no le serva para nada.

Cuando la isla se acerc ms, se dio cuenta de que no se encaminaba directamente hacia l. Al contra­rio, pasara a cierta distancia e incluso pareca aumentar de velocidad. Intent repetirse que se encontraba en un aparato sensorial y que all sus instintos no te­nan aplicacin. Pero algo le indicaba que la otra isla era importante.

Dio un paso hacia el agua tibia desde el borde del colchn. No tena la menor idea de cmo poda des­plazarse a travs del agua, ni siquiera saba si haba alguna manera de hacerlo. Luego vio algo que se mo­va entre las zarzas de la cercana isla. Era una figura humana. No hizo el menor caso de l sino que sigui andando entre la vegetacin. Le result imposible adi­vinar quin era.

Golpe tentativamente el agua y dio un paso al fren­te. De repente se hundi hasta la cintura. Aquello dis­par una alarma interior, era una sensacin que nunca hubiera podido imaginar: miedo al agua, origen y fuente de la vida.

Yace sobre ella. Despus empuja el agua ha­cia ti con las manos y da patadas con los pies. Contn la respiracin cuando tengas la cabeza bajo el agua.

La rpida informacin que le proporcion Arthur acall sus dudas. Se separ de su isla y azot las clidas corrientes que transcurran alrededor de l. Bati con las piernas. El agua le llen la nariz. Unos salados agui­jonazos le invadieron los senos y le obligaron a es­cupir.

Pero avanzaba. Empez a adoptar un ritmo parecido al nadar de los perros y consigui mantener la cabeza orientada hacia un lugar por donde la otra isla iba a pasar. Se entreg a las rtmicas oleadas, al agua que arremeta tras l y que le empujaba co­mo si fuera un viento clido y espeso. Tosiendo, dejndose llevar por la marejada, iba haciendo progre­sos.

La otra isla-balsa se acercaba a l con dolorosa len­titud. No senta la fatiga, pero los brazos empezaban a dolerle por el esfuerzo. Luego una ola afortunada le cogi y lo empuj por la ladera de su cresta hacia la isla. La espuma se arremolinaba y le empujaba por detrs. Asustado, dio un corte de guadaa en la relu­ciente pared verde y cay jadeando sobre el colchn que haba debajo.

La cabeza le zumbaba a causa del golpe que se ha­ba dado sobre el suelo. Se incorpor y con pasos in­seguros se dirigi hacia la densa espesura que se ex­tenda all cerca. Pareca impenetrable. Orill uno de los blancos espacios abiertos. No haba ni rastro de la figura humana. Aquella isla era mucho mayor que la suya. Unos robustos rboles salpicaban los terre­nos ms altos. Detrs, en la vegetacin, haba otras cosas que no llegaba a discernir, as que empez a su­bir por la blanca pendiente...

Y retrocedi, temblando.

La materia blanca que cubra el suelo era un revol­tijo de huesos.

El borde estaba formado por piezas pequeas: de­dos, manos, pies.

Algo ms lejos haba costillas rotas, antebrazos, un jardn de huesos de pelvis aplastados.

Encima del pequeo montculo, haba fmures. Ca­jas costillares enteras. Gruesos brazos. Crneos blan­queados con sus perpetuas sonrisas y las cuencas de los ojos vacas.

El osario se extenda sobre taludes y elevaciones. Desapareca al llegar a la zona de vegetacin, pero lue­go volva a surgir a mitad del camino que conduca hasta otro montculo cercano.

Killeen bizque y el miedo le form un nudo en la garganta. Tentativamente se desvi hacia un claro que se abra en la espesura. Las delgadas ramas susu­rraron al aumentar la fuerza de los embates de las olas. Luego oy un sonido diferente.

Pasos, unos pasos lentos y crujientes. Unos apaga­dos tumps puntuados por unos agudos cracs y pops.

Algo se aproximaba. Retrocedi sin saber de dn­de procedan los sonidos. Barri el horizonte con la mirada pero ya no pudo distinguir su propia isla en toda la inmensidad verde.

Volvi a mirar la ladera de escasa inclinacin en el preciso instante en que una esfera cromada apareca sobre la cima. Ante l surgi una red de varillas y ca­bles, unas patas que trepaban y empujaban a sacudi­das, unos pies con muchos dedos que se posaban con curiosa suavidad. All donde pisaban, los huesos se rompan.

Haciendo un desesperado esfuerzo, Killeen se detu­vo y recogi un abultado hueso blanqueado. Lo lanz directamente hacia la esfera superior del Mantis. Re­bot con un fuerte ruido.

Killeen not que sus Aspectos volvan a dar sea­les de vida.

1. Quiere hablarte.

2. No te har dao.

Esta mquina es un compendio de inteligen­cia. Nos haba suprimido para que pudieras orientarte. Puede hablarte mejor a travs de nosotros que de forma directa.

—Por qu? —La voz de Killeen haba enronquecido a causa de la rabia.

Es obvio que nos parecemos ms a l. No­sotros, los Aspectos, como inteligencias almacenadas que somos, podemos percibir mucho mejor, con nuestros colectores digitalizados, el lenguaje codificado en hologramas de una mquina. El Mantis nos ha en­seado cmo hacerlo, durante estas ltimas horas. Yo...

—Horas?

El Mantis se acerc andando con firmeza sobre sus patas.

En realidad, ests inconsciente. Esto es un sistema de comunicacin del Mantis. Nos in­corpora a todos nosotros en su... bien... de­cir sistema sensorial es algo demasiado po­co explcito. Tiene poderes y capacidades que no puedo calibrar. En cierta manera, este lugar es una transformacin de Fourier combinada de nuestras propias mentes y de la del Mantis. Resulta ms fcil acoplar unas inteligencias tan diferentes en el espacio de Fourier, donde las ondas se reducen a mo­mentos, y una entidad localizada (tal como t mismo) queda representada como un con­junto en expansin de tales momentos en el coplanario espacio-tiempo del Mantis. Un interesante...

—T entiendes todo esto?

No del todo, no. A pesar de la ayuda de la adaptacin adecuada al modelo del espa­cio de Fourier, todava tiene dificultades para comunicar conmigo, que soy un Aspec­to. Los Rostros, desde luego, apenas si pue­den apreciarlo. Intentamos...

—Qu quiere?

El Mantis se detuvo y se pos sobre el terreno en pendiente. Killeen tuvo que hacer un esfuerzo de vo­luntad para dejar de apretar los puos. Sus pies que­ran dar la vuelta y echar a correr, pero se qued all donde estaba.

1. Dice que quiere cosas humanas.

2. Ya tiene muchas cosas.

3. Quiere ayudar a los humanos para que vi­van siempre.

Killeen, que conservaba un precario control de s mismo, exclam:

—Y por eso ha estado persiguindonos? Y matn­donos?

1. Te estoy explicando lo que verdaderamente quiere decir.

2. Dice que de todos modos ibais a morir.

3. Quiere ayudaros.

—Djanos en paz! —explot Killeen, con los pu­os apretados y los brazos cados.

1. No puede.

2. La mente de los mecs os encontrara.

3. Slo el Mantis puede salvaros.

4. Es preferible que quede una migaja a que no quede nada.

—No somos ninguna condenada migaja! Somos gente! Todo lo que queda de la humanidad desde que nos trajiste la Calamidad y, y...

Killeen consigui parar. Tena que mantener el con­trol. Probablemente no haba manera de salir de all, ninguna esperanza de sobrevivir. Pero hasta que no lo supiera a ciencia cierta, mientras Toby o Shibo o cualquiera de los dems pudiera estar todava con vi­da, tena que aguantar y seguir. Tena que controlar­se.

El Mantis saba que los humanos se estaban congregando en Metrpolis. No quera mo­lestarnos. El Especialista Renegado estara alguna vez a punto de cometer un error y aquello atraera toda la fuerza de los Mero­deadores sobre Metrpolis. El Mantis dice que probablemente nosotros ya lo sabamos.

—Sabamos que un da u otro deberamos luchar, claro que s. Danos tiempo, nos las arreglbamos muy bien contra los Merodeadores. —Se puso en jarras para demostrar que ya no pensaba en echar a correr. In­cluso si se hallaba en una especie de espacio matem­tico (fuera lo que fuese aquello), saba que el Mantis interpretara su gesto.

Cuando Arthur le pas la respuesta del Mantis, des­cubri un claro sarcasmo.

Tanta arrogancia resulta divertida, y tal vez sea propia de vosotros, pero no es conve­niente. Metrpolis sobrevivi tanto tiempo slo porque el Especialista enmascar su emplazamiento. Y el Mantis tambin cola­bor en ello.

—Qu dices? Que el Mantis...?

1. Ayud al Especialista.

2. Pero el Especialista no lo saba.

—Pero si el Mantis mat al Especialista!

1. El Mantis se ha apoderado del Especia­lista.

2. El Especialista no est muerto.

—No lo entiendo. Hatchet dijo...

1. El Mantis mantena alejados a los Merodeadores.

—Pero si Hatchet me dijo que un par de Merodea­dores haban descubierto Metrpolis. Los King los destruyeron con toda facilidad.

1. Unos pocos, s.

2. Era preciso.

3. En caso contrario, los King habran sospechado.

—Sospechado? Pero, qu?

Que su Metrpolis era un enclave protegi­do por el Mantis, un lugar donde los huma­nos podan congregarse y mezclarse. El Mantis llev en manada a los Bishop y a los Rook hacia Metrpolis con este propsito.

Killeen hizo una mueca.

—Que nos llev en manada? Nos mat! Con la muerte definitiva!

Aqu resulta difcil usar el lxico del lenguaje humano. El Mantis considera que lo que hizo en las emboscadas no era matar. El trmino que preferira utilizar es, bien, cosechar.

La forma suave y sin nfasis con que Arthur se ex­presaba provoc un temor fro en Killeen.

—La muerte definitiva... sin darnos la oportunidad de conservar un Aspecto...

1. Los Aspectos tienen muchas limitaciones.

2. Slo conservan una pequea parte de no­sotros.

3. Antes yo fui un hombre complejo.

4. Ahora soy muy poquita cosa.

5. Los sentidos estn embotados o ausentes.

6. Nunca ms he tenido una sensacin com­pleta.

Pues s, mi atrofiado amigo tiene razn. Comprenders que nuestra limitada existen­cia no nos parezca suficiente, no te pare­ce? Somos como unas sombras de los hom­bres y mujeres que fuimos antes. Nos vas a reprochar que golpeemos los barrotes de nuestras jaulas de vez en cuando? Hasta los ms locos de entre nosotros se dan cuenta de nuestro truncado estado y quieren...

Osas llamarme loco?Soy el nico que no me arro­dillo ante esta mquina infernal que est ante vo­sotros! No voy a ceder...

Como en un relmpago, Killeen not que algo os­curo y enorme se posaba en su mente, ahogando los gritos estridentes de Nialdi.

—Espera! No puedes destruir un Aspecto slo por­que... —Su voz se fue apagando a medida que se daba cuenta de lo absurdo de la situacin. Estaba embebi­do en los espacios matemticos del Mantis. Cualquier suceso que le pareciera real no poda ser ms que una ilusin. Sus protestas eran como los dbiles chillidos de un ratn atrapado en las zarpas de un gato.

Volvi a recordar al ratn que haba visto tiempo atrs, sus brillantes y giles ojillos que le miraban fija­mente. Tambin l habra tenido sus deseos, sus mo­destos planes. Su dignidad.

La mente de Killeen iba dando vueltas en el vaco, empujada de un lado a otro por los vientos de la desesperacin y de una desbordante ira.

1. Te preguntas qu ser eso?

2. Que te cosechen.

Por desgracia, nosotros, los Aspectos, nunca lo sabremos. Sin duda vamos a ser elimina­dos, como aadidos innecesarios, mientras que las personas actuales sern conserva­das. Pero el Mantis quiere demostrarte lo que significa cosechar. Tal vez slo puedas entenderlo si presencias una muestra.

Killeen hizo una mueca de desprecio.

—Muestra? Ya vi bastante all abajo. Aquellas pier­nas pedaleando. Aquella horrible factora sexual, te acuerdas?

El Mantis se agit. Sus doce cromadas esferas separadas cambiaron de lugar en la red de varillas de car­bn, produciendo crujidos metlicos.

Aquello era un trabajo sin terminar. Forma parte de un proyecto mucho mayor.

—No me cabe la menor duda de la clase de...

Ni t ni nosotros lo podemos comprender. Los componentes de aquella factora se­xual eran una mezcla de rganos y mqui­nas. Tiene un propsito determinado. Algo experimental, desde luego, como todas las dems construcciones que haba en aque­lla misma sala. Pero lo que aquello pudiera llegar a ser dependa de quin lo contem­plaba.

—Qu quieres decir? Aquello era grotesco, repug­nante...

Este tipo de construcciones adoptan formas que expresan el subconsciente de quien se acerca a ellas. Ese trabajo intentaba ser una especie de analizador psicodinmico para los mecs. Puede evidenciar los conflictos y de­fectos de funcionamiento en los programas de cualquier mquina inteligente avanzada. Lo que capt de ti y de nosotros fue una constelacin de sentimientos sumergidos, y de necesidades. Hay que admitir que la re­presentacin era directa y grfica. Pero el Mantis dice que las mentes mecs slo se pue­den limpiar, reparar y reajustar a travs de esquemas tan explcitos como aqullos.

Killeen empalideci.

El Mantis pregunta si sabas que la interrup­cin de tus impulsos sexuales poda conlle­var la acumulacin de stos en otra parte de tu personalidad. Desde luego, compren­de la utilidad del recurso a plazo corto, pe­ro al parecer, como una estrategia a plazo largo, ha de obsesionar con complejos...

-Cllate! Cllate!

Killeen se oy chillar como si estuviera muy aleja­do. Era como si pudiera percibirse a s mismo como dos personas distintas. Una se enfureca cada vez que reciba una nueva revelacin, mientras que la otra de­seaba con todas sus fuerzas escapar de aquella pegajosa y asfixiante red. Dentro de l haba algo terriblemente equivocado, algo que casi no poda vislumbrar. Unos ramalazos de profunda ira y de deseo le atravesaban. Cmo poda conservar sus frgiles sentimientos de dignidad y de autorrespeto frente al Mantis, que con tanta facilidad poda penetrar en lo ms profundo de su ser?

Empez a temblar. El Mantis extendi un delga­do brazo. El extremo de ste se articul en una paro­dia giratoria de una mano de cinco dedos. El Mantis la movi en direccin a los arbustos. Luego sea­l.

Tanto t como nosotros entenderemos me­jor el destino de los que han experimentado la muerte definitiva con un ejemplo. El Man­tis quiere que lo veas.

—Ver, qu?

1. Ve.

2. Qu otra cosa puedes hacer?

Killeen asinti con tristeza. En todo aquel asunto no le caba la menor posibilidad de eleccin.

Anduvo con las piernas rgidas hacia los arbustos. La mayor parte de la vegetacin repeta los mismos tonos cromticos pardos y verdegrises. Las apretuja­das matas estaban anudadas de un modo curioso, co­mo si las hubiera hecho alguien que conociera cmo eran las plantas pero a quien le faltaran los detalles de cmo se unan las ligeras hojas a las ramas, o la aspereza de la corteza, o la compleja diversidad de la vida. Aquellas plantas estaban apretujadas y entrela­zadas de una forma que sutilmente se adverta inco­rrecta.

Se abri camino entre ellas; algunas tenan espinas que le pinchaban al pasar junto a ellas. Se encontrara o no en un espacio matemtico rarificado, all las co­sas tambin heran. El lento oleaje del ocano verde haca oscilar la vegetacin como el perezoso respirar de un ser dormido.

Slo vea aquellas retorcidas plantas de color tosta­do. Lleg ms lejos, contento de poder alejarse y no estar frente al Mantis. Luego rode una planta excepcionalmente alta y gruesa y descubri a un humano. O al menos, se pareca mucho a un ser humano.

Se qued quieto, apartando la cara, como si estuviera escudriando algo que estaba muy lejos. El cuerpo era delgado, las piernas aparecan inclinadas y eran multicolores. Killeen tuvo la impresin de que po­da ver, a travs de aquella piel blanca como la cal, las gruesas fibras blancas que ligaban los msculos y los cartlagos. Unos tendones amarillos se alargaban como correas introducindose entre los huesos. Parpade y la piel volvi a recuperar su opacidad de un blanco muerto.

Era una mujer. Pero no enteramente humana.

Tena unas profundas hendiduras debajo de un pecho. Por ellas silbaban unas largas y profundas respiraciones.

Le percibi. Empez a volverse. La cabeza se incli­naba con movimientos espasmdicos, con ruidos de trinquete. Una gasa roja le envolva los pechos. Una mancha oscura entre sus piernas pareca agitarse y vi­brar con una oscura vida autnoma.

Las costillas le sobresalan por completo. Debajo de ellas haba zonas de piel translcida. Aquellos es­pacios plidos permitan ver parte del cuerpo subya­cente, donde nadaban unos rganos azules y pulsantes.

Una mujer. Una rosa apareci en su boca, un pre­cioso resplandor rojo suspendido al extremo de un largo tallo verde lleno de espinas. La flor creca de ella, dilatando la piel que apretaba su espinosa base.

El tallo de la rosa sala de una profunda boca desdenta­da... que de alguna manera imitaba una mellada sonrisa.

No tena nariz.

La barbilla mostraba el mismo ngulo pronuncia­do tan familiar para l.

Los ojos se lo dijeron todo.

—Fanny... —susurr estupefacto y sin esperanza.

Arthur esper un poco antes de decir:

Cuando el Mantis mata definitivamente, ex­trae la esencia de la persona para crear va­nas formas. No son unas simples rplicas, si­no... variaciones. De esta forma la humani­dad podr vivir, en el seno de algo muchsi­mo mayor que ella misma. Como una expre­sin de la humanidad y de sus propias per­sonalidades. El Mantis, ya lo ves, es un artista.


7

La cosa-Fanny se qued mirndole. Oy unos rui­dos metlicos de algo que se mova y descubri al Mantis, que descollaba por encima de los altos arbustos y quedaba a la vista.

La cosa-Fanny no poda hablar. La rosa se agitaba cada vez que ella mova la cabeza e inclinaba sus bri­llantes ojos en callada interrogacin.

La piel (su piel, pens Killeen, pero apart este pen­samiento) apareca arrugada y de un color ms tosta­do. Los rasgos de su cara todava conservaban parte de su sabidura y de su irona. Y los ojos, giles y chis­peantes, se daban cuenta de todo con una evidente inteligencia.

Pero no poda hablar. La rosa la silenciaba.

Killeen adverta que Arthur luchaba con lo que re­ciba del Mantis. De alguna manera, el Mantis supe­raba la fra y reflexiva voz de Arthur, forzndola a transmitir directamente su mensaje. Arthur se entre­lazaba con la invasin mental para reducirla a trmi­nos comprensibles para Killeen.

Debes comprenderlo, sta es una forma de arte que el Mantis est desarrollando con inesperados resultados. Dice el Mantis que hay mucha excitacin en todos los mbitos de la comunidad mec, a causa de esta com­binacin de la vida vegetal y de la carne.

Killeen no dijo nada. Unas oleadas de picores le atra­vesaron la piel como si hubiera tocado ortigas. Mira­ba hacia la cosa-Fanny, tratando de averiguar a qu distancia estaba.

El Mantis cree que con estas expresiones ar­tsticas puede tender un puente entre las for­mas mecs y la vida puramente orgnica, que est en decadencia y de la que los humanos se saben los ltimos representantes. Quiere incorporar a las suyas nuestras caractersti­cas y nuestros panoramas interiores. Esta creacin, por ejemplo, contrasta el patetis­mo de la sencilla rosa y su efecto silencia­dor con el de una mente ruidosa; es un con­cepto potico que aqu se integra de forma especfica. Y lo que es ms, el impacto men­tal de la mujer-planta al parecer es satisfac­torio, en algunos aspectos, para la sensibi­lidad de los mecs.

Killeen dio un paso en direccin a la cosa-Fanny; lleno de asombro y de curiosidad. Advirti que las manos de ella no terminaban en dedos, sino en unos capullos de rosa que empezaban a abrirse.

Comprndelo, sta no es ms que una de las posibles utilizaciones de las mentes y de las formas humanas. La galera que antes tuvimos la oportunidad de contemplar era otro ejemplo: all hay unas complejas formas de arte obtenidas mezclando temas org­nicos e inorgnicos que reflejan los pensa­mientos ntimos de cualquier ser que las ob­serve; es un arte interactivo que trasciende de las especies.

—Es decir, que aquello no era una factora. Estba­mos asaltando una galera de arte...

Killeen observ con atencin al Mantis cuando s­te se detuvo, descollando sobre los arbustos. Tena los conos enfocados para vigilarle.

La cosa-Fanny alarg lentamente una mano termi­nada en capullos de rosa hacia Killeen. Sus ojos relu­can. La mano le llamaba.

El Mantis sabe que los humanos no compren­den qu intencin tiene la civilizacin mec respecto de ellos. Los humanos resultan inte­resantes precisamente porque en ellos ha to­mado cuerpo la ms alta expresin del reino mortal. Saben que han de acabar algn da. Los mecs no se acabarn. Cuando los mecs son recolectados, como lo fue el Especialista, se conserva alguna parte de ellos. Luego, esto se incorpora en formas mec posterio­res. Jams ha existido un camino parecido para los humanos, dejando aparte las ilu­siones de la religin. Es decir, hasta que las formas burdas y atontadas de los Aspectos y Rostros aparecieron. Pero nosotros, los As­pectos, somos unos reducidos y vacos ecos de nuestras anteriores personalidades.

Killeen vio que la cosa-Fanny intentaba dar un paso hacia l. Se mova con rigidez, los msculos se abul­taban y movan, pero apenas lograban hacerla avan­zar. Pareca como si su sistema de huesos y msculos trabajara en sentido contrario, como si algunas par­tes del cuerpo se resistieran a la voluntad del resto.

La tragedia de la vida humana es esta muerte eterna a la que debe enfrentarse. Aqu, dice el Mantis, este problema queda resuelto. Al dar la muerte definitiva a un hu­mano, se le concede la vida eterna. Es el ac­to moral ms elevado. Cosechar es sembrar para conservar. Y ste tambin es el papel del Mantis, que es un artista y conservador de las formas orgnicas en vas de extincin.

Sobre el terreno multicolor haba gravilla arenosa, ramas grises en descomposicin procedentes de los arbustos, y hasta algunas piedras alargadas y con man­chas. Los detalles eran muy realistas. Killeen estudi con atencin el terreno que le separaba de la cosa-Fanny. El Mantis estaba demasiado lejos para poder llegar con rapidez hasta ellos.

La limitacin ms grave de los seres org­nicos es su incapacidad para reprogramarse de acuerdo con sus deseos, aun sabiendo que su conducta podra ser ms eficiente o productiva. Sin embargo, estn sujetos a los burdos imperativos de impulsos qumicos y a las instrucciones que tienen imbuidas. El Mantis comprende que fue la evolucin la que seleccion muchas de stas a causa de las presiones darwinianas, y valora el pa­pel de lo orgnico en la expresin de las leyes subyacentes del universo. Pero todava hay otro fallo en las formas orgnicas, y es que sus instrucciones de comportamiento es­tn contenidas en el hardware, cuando sera ms adecuado que estuvieran en el software. Es muy probable que los instintos daten slo de unos pocos millares de aos. El Mantis...

—Pero, qu es esto... para qu sirve?

La cosa-Fanny dio un tembloroso paso. Los ms­culos trabajaban por debajo de la piel multicolor. Los brazos se juntaban cmo si quisiera utilizar las ma­nos encapulladas y no lo lograra.

Era asombroso ver cmo, al suprimirle la boca, una cara quedaba casi sin expresin.

Con todo, hay algunas porciones del univer­so de los sentidos humanos donde los mecs no pueden penetrar. Algunos mecs creen que esto est relacionado con la extraordi­naria capacidad de resistencia de los huma­nos. Otros, como el Mantis, creen que esta aparente dificultad en realidad es un rico te­rreno para la experimentacin y el arte. Por esta razn crean esculturas como la que viste antes y la que ahora est frente a nosotros.

—Esto no es una maldita escultura! Esto es Fanny!

Una Fanny cuya piel se mova con febriles contrac­ciones y temblores. Como si unas presiones profundas estuvieran luchando en su interior.

Alberga mucho de la Fanny original. Acaso no reconoces sus caractersticas, los movi­mientos de su cuerpo?

—Aquello no... Ella... Ella era...

El Mantis quiere saber tu concepto de la Fanny original. ste es un punto crucial. Los artistas mecs, de los cuales el Mantis es la culminacin, consideran que en estas cons­trucciones falta algo.

—Fanny est muerta. Esto es una... una reproduc­cin.

Pero esto se siente ntimamente Fanny. Cuan­do el Mantis atac, tuvo mucho cuidado en captar cada una de las caractersticas de ella. Dedic al completo su red de graba­cin y de percepcin para extraer la verda­dera naturaleza de Fanny. Por eso pudiste herir tan fcilmente al Mantis. Estaba absor­to en su trabajo.

—Supuse que haba matado a este maldito artefacto —mascull Killeen con amargura. Observ que la cosa-Fanny se esforzaba por dar otro dificultoso paso. No poda apartar sus ojos de aquel ser.

Resulta muy difcil destruir a una inteligen­cia de compendio, incluso si se emplean los mtodos de destruccin minuciosa de todas las partes, que inventaste despus. El ver­dadero asiento de la inteligencia est repar­tido de un modo sagrado entre los mecs que estn alejados y fuera de tu alcance.

—Quieres decir como aquel pen que nos atac a Toby y a m...?

S, se trataba de una parte del Mantis. Quera extraeros por completo a ti y a Toby, pero no tuvo tiempo suficiente. Sin embargo, gra­cias a aquella conexin el Mantis supone que la comunicacin contigo va a resultar ms fcil que con los otros humanos. El Mantis se disculpa por cualquier dolor o molestia que te haya podido ocasionar. No le gus­ta. Incluso encuentra inmoral la creacin de conflictos internos dentro de los seres.

—Qu significa esto?

Killeen confiaba en que podra mantener al Man­tis ocupado en la tarea de hacer pasar sus mensajes por el estrecho cuello de embudo que representaban las capacidades de Arthur. Aquello quiz le distrae­ra de los planes que proyectaba Killeen. Tal vez.

Los mecs no perciben el dolor como tal. Lo que ms se acerca a ello es la percepcin de una contradiccin irreductible en sus es­tados internos. Y de esto es de lo que quie­re librarte.

—Muy amable por su parte —dijo Killeen, y pre­gunt con sarcasmo—: Es aquello de all una con­tradiccin de sentimientos?

Al parecer, lo que pretende es unirte a l de alguna manera, pero hay otros factores esenciales que se lo impiden.

Dio un breve paso en direccin a la criatura-Fanny. La rosa se agitaba en el aire. Los msculos saltaban en sus antebrazos. Entorn los ojos. Con dolor?

El Mantis confa en que comprenders que un programa como ste, destinado a conser­var un ncleo selecto de nosotros (a pesar de lo ingratos que podamos ser), se efecta a causa de las ms altas motivaciones. El ar­te es una actividad primaria en la sociedad mec, aunque est muy claro que es una for­ma muy diferente de los intentos artsticos de los humanos. Los mecs pueden construir superestructuras artsticas que ellos mismos hayan programado, por ejemplo. Pero es en el trabajo experimental, con elementos tales como los humanos y otras especies, donde pueden surgir los trabajos ms libres y ms importantes. Ellos...

—Te refieres a aquellas piernas y brazos que vi all abajo? Las hacen crecer en granjas?

Se acerc ms a la cosa-Fanny.

Aqullos son tiles como biocomponentes, s. Pero los ms finos especmenes de partes corporales se guardan para los trabajos ar­tsticos. Los que viste all se programaron pa­ra un drama que el Mantis quiere represen­tar. Puede tratarse de un montaje teatral de una batalla humana contra los primitivos mecs, tal vez.

Un zumbido distrajo a Killeen mientras daba otro paso hacia adelante. Entonces comprendi que pro­ceda de las fosas respiratorias que aquella cosa tena debajo de cada pecho. Eran unos lentos mmmmmmm entremezclados con uhhh-hummms. Al parecer que­ra decir algo.

Otro paso.

La voz del Aspecto prosigui, fra y despreocupada.

El Mantis quiere que le ayudes en un cam­po que cae precisamente en la zona en la cual los mecs no han sido capaces de pene­trar. Las interacciones humanas ms inten­sas estn, al parecer, fuera de su alcance. El Mantis trat de corregir esto mediante la grabacin preferente de los humanos ms viejos...

—Por eso eligi a Fanny?

Un medio paso le permiti poner el pie bajo una piedra triangular tan grande como su mano.

La criatura tarare con ms fuerza, con un ritmo lleno de ansiedad.

Los ojos le suplicaban.

S. Este asunto ha resultado ser un proble­ma que le ha irritado desde el inicio de su carrera.

—Qu...? —Una sbita sospecha haba nacido en Killeen.

El Mantis inici su programa artstico con lo que las Familias llaman la Calamidad. Comprndelo, las ciudades de los mecs habran destruido las Ciudadelas de todas for­mas, como parte de sus procedimientos de exterminio de plagas. El Mantis supervis las operaciones para poder cosechar el mayor nmero posible de humanos, permitiendo que algunos muriesen sin grabarlos. El Mantis prefera recolectar a los humanos ms vie­jos, ms maduros, tal como hizo, supongo que te acordars de ello, cuando la reunin de los Rook y los Bishop. Pero algunos ele­mentos no se acumulan mejor en los ancia­nos. Evidentemente, algunas categoras de la vida humana sobreviven nicamente co­mo unos ecos apagados en la memoria. Y por eso el Mantis quiere que...

Vio una oportunidad y la aprovech. Con un solo movimiento del pie lanz la piedra al aire y la cogi al vuelo con la mano derecha.

Dos pasos hacia delante.

Los ojos de la cosa-Fanny se abrieron ms, pero no hizo ningn movimiento.

Lanz la piedra con la punta por delante con gran fuerza. Le rompi el crneo con un ruido sordo.

Killeen se apart del cuerpo que caa. Cuando se estrell contra el colchn arenoso, el Mantis se lan­z hacia adelante, pero ya era demasiado tarde.

Entonces se detuvo. Killeen levant la mirada para observar las lentes impasibles y las antenas, y pens con intensidad: Esto quera morir. Necesitaba la muerte.

El Mantis no se movi.

Arthur no dijo nada.

Un movimiento. Killeen se volvi.

Toby sali corriendo desde detrs de los erizados arbustos.

—Pap!

—Corre! —fue cuanto se le ocurri decir. Toby alarg una mano hacia su padre. Un pie se le qued atrapado en una raz. Cay de bruces, con fuerza. Una fina retcula de grietas se extendi por la espalda de Toby. Killeen oy los ruidos de unos dbiles estallidos.

Las grietas se ensancharon hasta convertirse en unas lneas negras que recorran en zigzag todo el mucha­cho.

Antes de que Killeen pudiera moverse, su hijo se rompi en mil pedazos, como si fuera de cristal.

8

Parpade y se despert. Tena los pies y las manos fros. Su mejilla se apretaba contra un mugriento suelo de polmero.

Killeen rod sobre s mismo con la mente hecha un batiburrillo de pensamientos inconexos. Haba in­tentado alcanzar a Toby con la mano...

Toby.

Pero tuvo que recordarse a s mismo que aquello haba sucedido cuando se encontraba dentro del apara­to sensorial del Mantis. Las imgenes le haban pareci­do absolutamente reales, palpables y completas. Mucho ms profundas que la desapasionada imaginera del aparato sensorial humano.

Ilusin. Todo haba sido una ilusin.

Ya estaba de vuelta al mundo de las percepciones atrofiadas, normales en los humanos. Miraba hacia arriba, hacia las crudas lmparas que arrojaban una luz azulada desde el techo, que tena una altura in­conmensurable. Respiraba, no el hmedo abrazo del complejo sensorial del Mantis sino el aire seco, im­pregnado de aromas acres.

Se sent. Llevaba su ropa, la que vesta cuando el Mantis les haba sorprendido. De forma automtica dio unos golpes sobre los bolsillos. Todo segua all.

A su alrededor, Hatchet, Toby y el resto de la par­tida revivan poco a poco, agitaban las cabezas y par­padeaban mientras se estaban recuperando.

Toby. Killeen se puso en pie y anduvo con insegu­ridad hasta donde estaba sentado su hijo. Toby, con la cabeza colgando entre las rodillas, jadeaba para con­seguir respirar.

—Ests bien?

—Yo... supongo que s. Aquel lugar...

—Las islas? Aquel ocano con las...

—Nada de eso. Estaba en una especie de cueva. Ha­ba cosas que se arrastraban por las paredes. Realmente ttrico... —De repente, Toby irgui la cabeza, alerta—. No es que yo tuviera miedo.

Killeen sonri.

—Claro que no, estoy seguro. Aquello no era ms que una pequea demostracin del Mantis. —En rea­lidad las palabras le sonaban falsas incluso a l, su co­razn todava andaba acelerado, pero no servira de nada que siguieran preocupados por ello.

—Aquello me pregunt la tira de cosas. No enten­d nada.

—Olvdate de todo.

—Marchmonos de aqu —pidi Toby, levantn­dose. Hatchet se acerc a ellos, pareca desorientado.

—Sea lo que fuere aquel ser, creo que debemos...

Un sonido de tijeras les hizo detenerse y volverse. El Mantis apareci por una esquina, cerca de ellos. Killeen lo mir ya sin un miedo real. Estaban bajo el completo control de la mquina y Killeen saba lo suficiente para comprender que la nica salida era in­tentar ganar tiempo.

El Mantis se acerc a ellos lentamente, alto y anguloso, avanzaba sobre la punta de los pies por entre las esculturas. La obra ms cercana a ellos era una in­mensa mano humana, acopada hacia arriba de forma que sostena a Shibo. Ella descendi de all, sujetn­dose a una enorme ua esmaltada, y se dej caer des­pus de columpiarse en ella.

1. Resultaba ms fcil cuando todos estabais en mi mundo.

2. Pero sois ms propiamente vosotros mis­mos, en vuestra forma real.

A juzgar por las reacciones de los dems, Killeen comprendi que todo el grupo oa tambin el men­saje por los sistemas sensoriales. El Mantis ya haba aprendido a introducirse por completo en la red de comunicaciones de los humanos.

—Deja que nos vayamos! —grit Cermo el Lento con amarga angustia.

Killeen se preguntaba qu habra visto Cermo en su visita privada al laberinto interior del Mantis. Su­pona que cada viaje haba sido proyectado a medida del individuo a quien se destinaba. El Mantis haba sabido disparar las ms profundas emociones de Ki­lleen, pero, con qu oscuro propsito?

1. Todava no he concluido.

2. Cada uno ha de rendir mucho ms.

3. Busco vuestros sentidos interiores.

4. La intensidad es el ms importante elemen­to que me falta en la coleccin.

Alrededor de los humanos, las oscuras esculturas empezaron a agitarse con una vida grvida. Cerca de Killeen se abri un ojo enorme con unas largas pestaas parecidas a un abanico. Unas venas amarillas trazaban intrincados dibujos en el iris azul y blanco. Los conductos lacrimales exudaban glbulos de un fluido gris reluciente.

Era como si el conjunto de rganos humanos, se­parados all de forma grotesca, estuviera respondien­do a alguna orden. El monstruoso ojo bata las pesta­as con la rapidez de un ltigo al restallar. La pupila se contraa y expanda como un pulsante corazn es­frico.

El Mantis haba atomizado la experiencia humana y quera integrarla a travs de ellos.

Y cuando hubiera acabado con ello...

Killeen agarr a Toby por el brazo.

—Vamos.

Empezaron a alejarse de all, abrindose paso por entre aquellos enormes rganos. Deliberadamente, procuraban no mirarlos. Las lmparas estaban colo­cadas tan altas que proporcionaban muy poca luz. Las partes mviles quedaban veladas a causa de la escasa iluminacin. Pero despedan unos ftidos olores que cortaban el aire.

1. Quedan preguntas.

2. Solicito ayuda.

3. A cambio os conceder la libertad.

—Cmo podemos fiarnos? —pregunt Killeen.

No aminoraron la marcha. Mir hacia atrs y vio que los otros permanecan quietos, con las cabezas vueltas como si escucharan. El King que haba perdi­do el uso de los brazos recuper el dominio sobre ellos. Los levant temblando hacia la cara. Para cada miembro del grupo haba algn mensaje especial e in­sospechable.

1. La confianza entre los seres inteligentes.

2. Esto es todo lo que tenis.

3. Y yo tambin.

Killeen desech todo esto y sigui alejndose. Lue­go, delante de l, algo sali de entre las veladas som­bras. Haba permanecido all, al acecho.

Haba credo que las cosas que haba visto en el v­treo mar verde slo eran ilusiones. Ahora deseaba fervientemente que tambin ellos lo fueran, porque la realidad era peor.

La cosa-Fanny se estir, con los msculos temblan­do como resortes. Sus ojos lanzaban rpidos destellos. Unos crculos de corrupcin escamosa bordeaban el tallo que sustitua a la boca. Unas mucosidades tapo­naban los agujeros para la respiracin que tena de­bajo de cada pecho tembloroso.

—Por fin lo hiciste —dijo Killeen con callado de­sespero.

En realidad contiene elementos que no se encuentran en ninguna construccin sintti­ca.

—Esto... No...

Toby se ech hacia atrs, con la boca abierta por la incredulidad.

Algunas categoras de la experiencia huma­na, al parecer, no se almacenan en la me­moria con el suficiente detalle como para co­secharlas. Por eso quiero que te aparees con ella. Mediante tu ntima conexin con esta hembra humana podr obtener una funcin de respuesta muy elevada.

Killeen permaneci inmvil.

—T no vas a... no puedes...

Tu reaccin ante la prueba result sorpren­dente. Tambin gratificante.

—Prueba? Entonces, la ilusin del ocano, las is­las, Fanny, todo ha sido una preparacin para... esto.

Quedan todava muchos aspectos de la res­puesta humana sin poder ser analizados y expresados artsticamente. Sin embargo, tengo la impresin de que las emociones de miedo y lujuria son paralelas. Con frecuen­cia, el miedo induce a la lujuria poco des­pus. Esto puede interpretarse como una funcin de disparo debida a la evolucin. El miedo os hace recordar vuestra mortali­dad, y en consecuencia, la lujuria asegura de forma fragmentaria la inmortalidad, aun­que desde luego, hay una plida sombra de la verdadera permanencia que podemos en­contrar en las grabaciones de vuestras per­sonalidades. Ahora quiero profundizar en el estudio de la dimensin miedo-lujuria.

Killeen consigui dominarse. La cosa-Fanny avan­z arrastrando los pies de forma pattica.

Haba matado una construccin sensorial de aque­lla cosa. En cierta manera, a modo de venganza, el Mantis haba hecho trizas la imagen sensorial de Toby. Sera aquello una amenaza?

Killeen hizo rechinar los dientes. Era imposible adi­vinar sus intenciones. El Mantis haba utilizado el in­cidente como simple fuente de informacin, como un fro dato ms. Los humanos slo representaban esto para el Mantis: conjuntos de nmeros y geome­tras, curvados por los sucesos fragmentarios que los humanos llaman vidas, y que el Mantis slo conside­raba como intersecciones de trayectorias.

—No puedes imaginar lo equivocado que ests —solt Killeen desafiante.

Le lleg la voz de Toby, con una ondulante nota de incredulidad y de horror.

—Pap... pap... esto es realmente... ella... verdad?

—En realidad, no.

1. Luego, rehsas?

2. Puedo obligarte.

3. Solamente quiero datos.

A medida que aquella criatura pattica se acercaba por los retales de sombras, Killeen descubri que se trataba de una construccin muy deficiente. En lu­gar de la piel de Fanny, curtida por el sol y el viento, aquel ser tena un pellejo policromo rojizo en su ma­yor parte. Unos obscenos hongos surgan por las abiertas fosas de debajo de sus senos, y una espuma verde flua desde el costado izquierdo hasta las rotun­das caderas. Los extremos de cada mano no termina­ban en carne, sino en una pstula oscura y brillante que supuraba sin cesar.

—Este ser est enfermo.

En esa ocasin, el Mantis habl directamente, me­diante la voz de Arthur.

Es difcil construir un organismo entero contando slo con la informacin mental. Si se combina con otras formas de vida, se al­canza la mxima cota de las fronteras artsticas. He de admitir que he cometido mu­chos errores, incontables errores, en algu­nos detalles.

—Eres muy honesto al reconocerlo.

Algunos son al mismo tiempo unas eleccio­nes de estilo. Pero creo que descubrirs que la produccin es casi humana por comple­to. Slo te pido unos breves momentos de acoplamiento para ver si las poderosas emo­ciones desatadas...

—No.

Toby tiraba de Killeen, sin poder hablar y comple­tamente aterrorizado. Ambos retrocedieron cuando la cosa-Fanny avanz hacia ellos.

Los ojos de la criatura parecan implorar, parecan llamarle. Killeen sinti un dolor que se extenda des­de el diafragma hasta el tenso pecho.

Luego Hatchet dijo junto a l:

—Atiende, hombre, debes hacerlo!

Killeen se volvi, confuso.

—Qu... no vas a pretender que...?

Hatchet surgi de las sombras mientras le hablaba. Hizo un ademn en direccin a la figura que se acer­caba.

—Si no lo haces, no podemos conseguir un buen trato.

La voz de Hatchet era suave y objetiva. Pero los ojos le ardan con una intensidad febril.

—Y t? Qu has tenido que hacer para compla­cer a esta cosa? —pregunt Toby.

Hatchet se ri.

—No te preocupes por eso, muchacho. Me pidi algo y lo hice. No me llev ms de un minuto. Y ahora me encuentro con que te pide una cosita de nada y t le dices que no. Por esto he venido hasta aqu. Me parece que ests en dificultades.

Killeen comprendi en el acto que aquel hombre estaba totalmente convencido de lo que deca. Killeen nunca averiguara qu le haba acaecido a Hatchet en su propio tiempo en el aparato sensorial del Mantis, ni qu demonios de las profundidades de su alma ha­ban quedado sueltos. Pero poda ver el efecto que haban causado con slo mirar a Hatchet, a sus ojos que bailoteaban. La cara de aquel hombre estaba abier­ta, haba desaparecido de ella todo disimulo. Hatchet ya no poda ocultar las expresiones manacas que le deformaban la cara, retorciendo su boca roja y con­virtiendo la barbilla en una pelota apretada de carne endurecida.

—Vete, Hatchet —pidi Killeen en voz baja.

—Escucha, debes hacerlo. —Puso la mano sobre el hombro de Killeen como un gesto amistoso, demos­trando que se haba equivocado por completo al in­terpretar los sentimientos de Killeen. Una sonrisa juer­guista asomaba a sus labios.

—Esta cosa no es humana, Hatchet.

—Humana del todo, no —reconoci el hombre con una voz que sonaba sorprendentemente razonable.

—No puedes.

—Mira, el Especialista est muerto. La nica ma­nera que tenemos de proteger Metrpolis es estar en buenas relaciones con el Mantis.

—No —susurr Toby.

La cosa-Fanny se detuvo, observndolos desde el resplandor lleno de zonas de sombra con sus relucien­tes ojos. La rosa floreci llamativa desde los agrieta­dos huesos de la cara. Tena unos pechos arrugados y de pezones rosados. Por debajo de ellos, silbaba una respiracin profunda que desprenda un extrao olor.

—Vamos. Slo tienes que tirrtela.

Killeen se apart de Hatchet con un nudo en la gar­ganta, incapaz de responder.

—Maldita sea! No vas a tardar ni un minuto. De acuerdo con que se trata de una vieja, pero arrglatelas como puedas.

Killeen saba que la mente de Hatchet slo compren­da que estaba explicando al otro los simples hechos, querindole convencer de que aquel ser repugnante slo era un momentneo obstculo para asegurar el trabajo de toda la vida de Hatchet, su Metrpolis. Aquello era lo nico que importaba en el mundo de Hatchet, y jams habra otra cosa por encima. Nada personal, ni siquiera humano, poda interponerse en­tre los planes de Hatchet y su destino.

—Una vieja con una flor. Mrale los pezones. Vas a probar cmo sabe esta fruta, verdad?

La alegra forzada hizo brotar una fina pelcula de sudor en la cara de Hatchet, y Killeen pudo ver c­mo floreca en ella una idea y rebotaba en sus ardien­tes ojos.

La cabeza de Hatchet se inclin hacia un lado para escuchar. Unas olas de cansancio pasaron por su ca­ra. Luego asinti.

—Claro que s. Una preciosa fruta madura.

Hatchet se dirigi a la figura que les llamaba. Los ojos de sta, hmedos y vivaces, le estudiaron mien­tras se aproximaba.

—Este trabajo requiere un hombre.

La voz de Hatchet sonaba a hueco, como si viniera de muy lejos, desde una nebulosa locura. Alcanz a la cosa-Fanny. Se baj los pantalones.

—Se necesitaba un hombre para hacer esto.

Killeen no consegua moverse. Haba matado la cosa-Fanny en el sistema sensorial del Mantis, quien haba estudiado cmo Killeen llegaba a aquella deci­sin, mientras le hablaba durante todo el tiempo. Y luego haba hecho pedazos a su hijo ante sus ojos.

Todo planeado, ahora lo comprenda, para prepa­rar aquel momento.

Se abraz a Toby, y se coloc junto a su hijo. Nin­guno de los dos poda articular palabra. Observaban a la cosa-Fanny, que lentamente haba logrado soste­nerse sobre un solo pie. Pas el otro alrededor de la cintura de Hatchet, quien permaneca rgido, prepa­rado. Los ojos miraban a lo lejos, al espacio de los sueos, pero sus manos se aferraban a los hombros de la cosa-Fanny. Ella levant todava ms la pierna libre para apoyarla en la prominente cadera de Hat­chet. Mientras se mova, Killeen vislumbr que entre las piernas de ella haba algo herrumbroso que tembla­ba de impaciencia. En el centro de la grieta sombrea­da se abrieron dos arrugas. Los bordes pulsaron, se cerraron y pulsaron de nuevo. La pequea y alarga­da boca tena pelos que se movan lnguidamente en la quietud del aire.

Los ojos de la cosa-Fanny describan crculos. La rosa creci y se hizo ms roja.

Las rodillas de Hatchet se doblaron buscando el n­gulo. La criatura se abraz a l con sus manos romas terminadas en capullos.

Todo suceda en silencio, a oscuras.

—Ahhhh —suspir Hatchet al efectuar la penetra­cin.

Killeen les peg un tiro a cada uno. Us la pistola de calibre pequeo. Las balas entraron por las sienes y los mataron al instante.

Baj la pistola y apret con fuerza el hombro de Toby. Si el Mantis quera vengarse en esta ocasin, tendra que acercarse a ellos y as tendran quizs una pequesima oportunidad. Slo durante un instante.

Mir a Toby y los dos asintieron en silencio.

Los cuerpos se estaban enfriando en la blanda lo­breguez, y los dos humanos seguan esperando.

Pero el Mantis no apareci.


9

Efectuaron su lento retorno a travs de una tierra hendida y llena de surcos. Con algn propsito des­conocido, los mecs haban agrietado las laderas abrup­tas de las colinas y las haban modelado en forma de facetas angulares y alargadas con rampas oblicuas. Grandes estras marcaban unos planos hechos de laminados metlicos que descendan bruscamente. Unas nubes de polvo plido y reluciente se aglome­raban en el aire que reluca por encima de las insta­laciones de los mecs. El Especialista se vea obligado a retorcerse para abrirse camino a travs del labe­rinto.

—Yo no saba qu quera decir aquella mquina —dijo de pronto Killeen a Shibo, como si continua­ran una conversacin a pesar de que no haban ha­blado entre ellos desde que estuvieron en el interior del complejo mec.

—No podas saberlo —contest Shibo.

—Por unos momentos pareca que s. Nos mostra­ba cosas, esto lo s de cierto. Elementos que segn el artefacto podran significar algo para los humanos. Y a m me importaban muy poco.

Shibo asinti. l ya saba que la mujer haba experimentado una vivencia diferente dentro del espacio mental del Mantis. Cada una haba sido distinta.

—Una parte de m se mantena al margen de aque­llo. Cre que podra aguantar as, observando. Aquel lugar primero fue real, luego ya no lo fue y poco des­pus volva a serlo.

Ella asinti de nuevo.

—Creo que el Mantis estaba orgulloso. Orgulloso de lo que haba conseguido. Arte, deca. Mentalmen­te lo acept durante un tiempo, pero despus tuve que rechazarlo.

Shibo le miraba con ojos expectantes.

—Mataste la imagen que te mostraba.

—No reflexion.

—No haba necesidad de pensar. —Ella se dedic a ver pasar las pulidas superficies.

—Por eso, cuando vi por segunda vez el ser que se pareca a Fanny, hubo un rato que no pens que pu­diera ser real.

Ella asinti.

—Despus Hatchet estaba con aquel ser. Supongo que la habra matado por segunda vez, de todos modos. In­cluso aunque no hubiera intervenido Hatchet —sigui Killeen con frialdad.— Era un ser distinto de nosotros.

—Eso es. Distinto.

—El Mantis se equivocaba por completo.

—Cmo es esto? —pregunt ella.

—No poda distinguir entre las diferentes clases de amor.

—Tambin nos resulta difcil a nosotros, algunas veces.

Los msculos de la mandbula de Killeen se apreta­ban y aflojaban rtmicamente.

—Cuando Hatchet estuvo con el Mantis, se ali con l. Ya era distinto de nosotros.

—Todo eso ya ha pasado. Olvdalo —aconsej.

—Es posible que hubiera algo ms que todo esto. No lo s. Hatchet podra haberlo hecho antes. Tal vez si te obligas a hacerlo una vez, las siguientes ya no te resulta tan difcil y luego ya no te importa. Ni siquiera piensas en ello. Hatchet tal vez ya lo haba hecho antes. No se me haba ocurrido.

—Podras preguntarlo a los otros King —sugiri ella mirndole con calma, slo dejando la idea en el aire.

l reflexion durante un rato. Luego movi la ca­beza con lentitud, como si estuviera aturdido.

—No.

Ambos observaban aquellas extraas colinas. En al­gunos sitios se poda contemplar el interior de unas profundas cavernas. Unas lminas transparentes per­mitan vislumbrar los raudos movimientos de los mecs.

—No —repiti—. No puedo preguntar a una Fa­milia una atrocidad semejante.

Anduvieron durante mucho rato sin que ningn miembro del grupo hablara. De todos ellos, slo Killeen haba matado, pero nadie haba comentado na­da al respecto.

El Especialista era sutilmente distinto. Se despla­zaba con menos seguridad, con mayor lentitud, con un murmullo montono.

Killeen suspir, se puso en pie, se desentumeci. Busc algo que decir.

—Supongo que cuando el Mantis cosech al Es­pecialista, le quit la vida al mismo tiempo —indic Killeen a Shibo.

Iban en una hendidura del costado del Especialista. Toby se columpi desde alguna tubera que estaba por debajo, y se uni a ellos slo por matar el rato. Pareca poco afectado por todo lo que haba ocurrido dentro del colosal edificio. Slo haban transcu­rrido unas pocas horas y los adultos todava estaban aturdidos y silenciosos, se agarraban al casco del Es­pecialista y observaban con mirada ausente el pano­rama que pasaba velozmente.

—El Mantis dijo que necesitaba cosechar al Espe­cialista —contest Shibo.

Killeen hizo un gesto afirmativo. El Mantis haba penetrado en el equipo sensorial de todos los miem­bros del grupo y haba descifrado el cdigo para po­der hablar por separado con cada uno de ellos. Esto lo haba comprendido cuando se alej trastabillando del lugar donde haba sufrido un encuentro con el Mantis. Todos haban sufrido un shock que les haba sumido en un pensativo silencio.

Abandonaron aquellos extraos parajes de tierra hendida y laminada, y siguieron lanzados a travs de un terreno llano de color tostado. Los mecs zumba­ban y volaban por todas partes. Killeen se dio cuenta de que volva a estar inquieto, de que sus ojos se diri­gan a cada mec que pasaba, y las manos le dolan por las ganas de coger un arma.

La fra voz de Arthur lleg hasta l con la fragili­dad que mostraba cuando transmita los mensajes del Mantis:

No hay de qu temer. He despejado el ca­mino.

El tono era distante, escrupuloso. Arthur estaba comprimido dentro de un pequeo chip bajo el po­der de una personalidad intrusa de mucha mayor in­fluencia.

El Mantis no haba hecho comentario alguno de la matanza. Se haba trado al Especialista y orden a los humanos que se montaran all, como lo hara cualquier mec ordinario que rpidamente limpiara y eliminara los residuos despus de haber realizado su trabajo.

Durante su viaje de regreso a Metrpolis, el Man­tis les escolt. Era omnipresente, seco y distante, con­testaba a las preguntas y daba las rdenes.

Por la implicacin de los actos del Mantis, Killeen comprendi la profunda modificacin que haban su­frido los humanos. Durante todo aquel tiempo, el Es­pecialista haba actuado, sin saberlo, bajo una som­brilla protectora sostenida por el Mantis. Por eso el Especialista haba podido guiar a Hatchet hasta tan­tas factoras mec sin que le atraparan.

La civilizacin mec era complicada. Unos feudos independientes se cuidaban de la defensa de las facto­ras, por lo que el Mantis no poda asegurar una com­pleta impunidad. Dos humanos haban muerto a causa de un nuevo tipo de guardia, desarrollado por las fac­toras para defenderse de los Renegados, como aquel Especialista.

Algo parecido, un mec adaptado, haba atacado a los Bishop en el Comedero la noche siguiente a la muerte de Fanny. El Mantis no poda controlar por completo a los Merodeadores ni detener la caza de humanos. En ciertas ocasiones, l mismo se vea obli­gado a dar la muerte definitiva a algn humano, por­que de otra manera levantara sospechas.

A pesar de todo, haba logrado ocultar Metrpolis; el Especialista haba dicho la verdad respecto de este tema. Pero el mec nunca supo que l mismo era una herramienta de otra mquina.

Ahora, aquella extraa inteligencia diriga la vuel­ta de la expedicin humana a su enclave, un sucio vi­llorrio que se atreva a autodenominarse Metrpolis. Y Killeen tena una idea muy clara de cmo iba a tratarles el Mantis en lo sucesivo: como animalitos de compaa. Clientes. Materia prima para su arte.

—Vamos a regresar con el mismo Empolvador? —pregunt Killeen. Se haba dirigido directamente al Mantis. La respuesta lleg mediante la voz de Arthur, pero el Aspecto no era ms que un estrecho em­budo a travs del cual una presencia muchsimo ma­yor que l se comprima y se esforzaba por expre­sarse. Killeen era consciente de las dificultades de Arthur para efectuar la traduccin. En muchas oca­siones, el Aspecto slo articulaba ininteligible y se limitaba a lo que poda reducir a trminos humanos.

S. Podra usar a este Especialista traidor pa­ra transportaros, pero debe regresar pronto para ser desmontado. (Ininteligible.) No puedo ocultar su incursin en las instalacio­nes biolgicas. Por eso debe ser sacrifica­do, desmontado hasta llegar a las piezas que lo constituyen.

—Hay que destruirlo?

Un traidor debe acabar convertido en un ol­vido infinitesimal. Siempre quedara la po­sibilidad de que al menos en parte se hubiera convertido a s mismo en una mente de com­pendio, como yo. Por este motivo, todos sus fragmentos han de ser dispersados y elimi­nados. El precio de la insurreccin es la muerte definitiva.

—Ha trabajado para ti. No puedes salvarle?

La respuesta lleg rodeada de una calma helada:

Era una inteligencia inferior.

—Tambin lo somos nosotros.

As es. Pero vosotros no traicionis a los vuestros.

—El Especialista slo trataba de conservar la vida.

Pero lo hizo de una manera contraria a nuestros preceptos. sta es la diferencia cru­cial. (Ininteligible.) Descubr al Especialista hace bastante tiempo y no le denunci por­que yo saba que podra utilizarlo para pro­psitos mucho ms importantes. sta es la nica razn moral que tuve para soportar a una mente tan aberrante. Quera conser­var todas sus memorias, su personalidad, todo. Esto no es posible cuando una mente individual se incorpora a la mente mec. (Inin­teligible.) Una parte de las experiencias in­dividuales se propaga, s. Y tambin un as­pecto de la propia personalidad. Pero no todo el conjunto, porque esto implicara es­pacio de almacenamiento y un sinfn de com­plicaciones.

Realiz una visualizacin aumentada del horizonte y vio una plataforma de transporte rpido. El Mantis se diriga hacia all.

Les haba acompaado desde que salieron de las fac­toras biolgicas, mantenindose dentro del rea de comunicacin pero fuera del campo visual. Killeen tena la desagradable sospecha de que el Mantis se esta­ba cubriendo las espaldas de alguna manera. Si algunos mecs de orden superior interceptaban al grupo, el Mantis poda largarse, pretendiendo inocencia.

Killeen not que se relajaba, la tirantez de sus ms­culos iba desapareciendo. Algo en su interior le obli­g a decir en un tono satisfecho que no corresponda a la verdad:

—No hay cielo para los mecs, huh?

Intentas convertir en trivial lo que es eleva­do. El ser reciclados dentro de la mente hus­ped, y despus propagados hacia el futuro en una mente y lugar especfico... Esto, se­guramente, es a lo mximo que cualquier conciencia puede aspirar.

—Es esto todo lo que t quieres? —pregunt Shibo.

Killeen parpade. Haba supuesto que aquella con­versacin era privada. Poco a poco, sin que se notara, el Mantis iba invadiendo e integrando las respuestas de los humanos.

Yo soy de una clase diferente. Una inteli­gencia de compendio no puede morir del todo. Porque est distribuida sobre toda la superficie del planeta. (Ininteligible.) Una ex­plosin nuclear mxima slo destruira aquellas partes de m que estuvieran en la cara iluminada. Mi sentido de la individuali­dad se mantiene por medio de la coheren­cia ligada a la fase de cada lugar, algo muy parecido a cmo una red de antenas se ex­tiende sobre toda el rea que vera si se tratara de un ojo de aquel tamao. Pero en ningn caso se trata de un ojo. De forma similar, yo no soy una mente, sino la mente.

Killeen sonri.

—No parecas tan fuerte cuando Shibo y yo te hici­mos explotar y te diseminamos, lo recuerdas? Ocurri cuando los Rook y los Bishop se encontraron.

Estaba casi seguro de que el Mantis no les iba a de­jar mucho tiempo de vida, pero un impulso manaco le obligaba a pinchar al alejado mec con una malicia alegre.

Estaba preparado. Haba grabado a mu­chos de vosotros y necesitaba tiempo para escoger y digerir. A tal fin, traslad todos mis sentidos personales desde aquel sitio a otros emplazamientos. De acuerdo con vuestra terminologa, destruisteis el hardwa­re, pero no el software.

—Pero logramos frenarte un poco, no es cierto? —pregunt Shibo. Su impvido rostro se haba abierto en una sonrisa. Haba captado la broma de Killeen. Todos ellos acababan de ser liberados de una tremenda opresin. Sin importarles qu les deparaba el futuro, no queran que nadie les intimidara.

Es cierto. Las mentes de compendio han de pagar este precio. Adems, estamos acos­tumbrados a ser inlocalizables. Por esto al principio no pude calibrar vuestros senti­mientos en relacin con mis esculturas. Yo, y desde luego todos los mecs, estamos acos­tumbrados a que nos desmonten, nos repa­ren y vuelvan a ajustamos. Esto nos parece algo natural. Yo no poda comprender que para vosotros, mortales de inteligencia or­gnica, resultaba repulsiva la iconografa del cuerpo humano reducido a piezas.

—Aquellas cosas con que nos tropezamos? —Killeen recordaba las piernas y los brazos separados del cuer­po, la horrorosa escultura de los genitales humanos movindose inexorablemente...

Desde luego, ahora me doy cuenta de la di­ferencia. Es uno de esos casos que slo se comprenden al observarlos retrospectiva­mente. Las nicas ocasiones en que podis ver el funcionamiento interno de los dems es cuando estis enfermos, funcionando mal, y hay que abriros. O, desde luego, cuando ya habis muerto. En cualquiera de ambos casos, la persona en cuestin siente dolor, est inconsciente o muerta. Estas si­tuaciones originan en la mente humana unas asociaciones cargadas de aspectos emotivos muy fuertes. Emociones negativas, para en­tendernos. Ninguno de los nuestros se ha­ba dado cuenta de ello hasta ahora. Este ha sido un descubrimiento muy interesante. (Ininteligible.) ste es uno de los aspectos va­liosos que el arte puede captar para darnos una imagen perdurable del mundo orgnico.

—No te hagas muchas ilusiones —solt Shibo seca­mente, y Killeen se sonri.

Qu quieres decir? Que no voy a poder leer vuestro...?

Killeen le interrumpi:

—Estas esculturas vuestras? Esto no es la humani­dad. No es ms que la casa de los horrores. Un atajo de monstruos. No entiendes una mierda de la huma­nidad.

Dominamos la excrecin. Tambin lo sabe­mos todo de la ingestin. Y de cuanto hay entre ambos extremos.

Killeen se sorprendi cuando todos los miembros del grupo se echaron a rer, y el sonido de sus carca­jadas sali en oleadas desde el casco del pesado Espe­cialista. Se sinti todava ms encantado cuando el Mantis empez a enviar repetidas seales interroga­tivas que atravesaban como chispazos rojizos los apa­ratos sensoriales.

Ya veo que estos ruidos los emits vosotros, sta parece ser una de las caractersticas de vuestra filia.

—Fili qu? Qu nombre nos has endosado aho­ra? —pregunt Toby.

Vosotros sois los vertebrados soadores. Una curiosa subfilia, para ser exactos. Y, desde luego, no demasiado rara. Algunos de mis componentes, que por s mismos son inconmensurablemente antiguos, se acuer­dan de cuando existan muchos seres como vosotros.

Killeen mir a Shibo.

Una de vuestras caractersticas es poder emitir este ruido compulsivo. Vuestra pro­gramacin se manifiesta de esta extraa ma­nera.

—Esto es la risa —dijo Shibo.

Es algo parecido a... una especia?

Killeen se ri por lo bajo. Al instante se dio cuenta de que el Mantis jams llegara a comprender qu era rerse del mundo.

—Bien, pues tal vez lo sea.

—Pues s que tienes poco paladar —solt Shibo.

Ya s qu puede ser eso. Cada uno de vo­sotros emite el ruido de una manera distin­ta, que no hay forma de explicar en funcin de la construccin gentica de la garganta ni de las cuerdas vocales. Me resulta impo­sible adivinar de antemano, ni siquiera re­conocer, qu sistema se utiliza. Tal vez esto sea un factor muy significativo.

—No lo entiendes —dijo Shibo.

Entender qu?

—Todo esto. Cuando uno se re... uno se... uno se... —vacil, desconcertada.

Cuando hacis ese sonido tan curioso, una fugaz iluminacin aparece desde vuestro in­terior. Es una sensacin que reconozco, al menos en parte. Algo que est al margen de la presin del tiempo. Es como si voso­tros vivierais como nosotros, gracias a esta rpida exclamacin verbal tartamudeada, a esta chispa. Mientras dura, sois inmorta­les.

Killeen se ech a rer.


10

Siguieron su camino por valles en donde pululaban muchas mquinas. El Mantis les condujo a travs de un denso complejo mec sin aparente esfuerzo. Tena el poder de cambiar la ruta del intenso trfico, evi­tando as las preguntas.

Luego salieron al aire libre. El paraje era rido, muy del gusto de los mecs. Por todas partes, Killeen des­cubra restos de la biosfera que estaba en proceso de desaparicin a causa de la erosin. Unas malezas se aferraban a las veteadas colinas. En una ocasin vio que toda una falda de una montaa estaba siendo en­gullida por una horda de mecs enanos parecidos a los que el Empolvador haba descargado sobre ellos mu­cho tiempo atrs.

Killeen se senta en paz consigo mismo. No le mo­lestaban los remordimientos por la muerte de Hatchet, y ya no pensaba ms en aquellos sucesos. Haba sido una cosa muy natural, como trazar una lnea final pa­ra definir la separacin entre lo humano y lo que no lo era. Si despus el Mantis decida matarle, poca cosa poda hacer Killeen para alterar aquel final. Ni siquie­ra esta perspectiva le alteraba. Hablaba con los dems, aprovechando el blsamo de las otras voces humanas.

Empez a reconocer el terreno. El campo de ate­rrizaje del Empolvador se extenda detrs de la siguien­te lnea de crestas.

Dnix se estaba poniendo a sus espaldas. El Comi­ln haca aparecer su radiacin por detrs de las on­duladas montaas. Ondeando en las capas altas del aire que tenan enfrente, se dibujaban unas lneas lu­miniscentes anaranjadas. Directamente ante ellos, unos nuevos trazos enloquecan el aire. Killeen esta­ba intrigado por ello, pero enseguida record.

—Mirad! —grit a Toby y a Shibo.

El Mantis, que iba montado en su plataforma por encima de una colina cercana, tambin haba descu­bierto aquella perturbacin. Killeen perciba su pli­da y variante complejidad en el aparato sensorial, al enfocar la visin lejana hacia delante para contem­plar aquellas luces descendentes.

Transform su voz en una mezcla acstica y elec­trnica. Reelaboradas por unos chips insertados en l, sus palabras saltaban al aire como pualadas.

—T! El que viene del Comiln!

El aire se enrareci. Las nubes se convirtieron en tentculos giratorios. El rumor del viento atenu el dbil sonido que lleg hasta ellos diciendo:

El azote del verano tiende un velo sobre m. Apenas si consigo or vuestras emisio­nes. Hablad ms alto!

—Y ahora? Est mejor as? —Killeen puso toda su voz en ello, mandando cada palabra en forma de una intensa y entrecortada cua de electrosonido.

Est mejor. Eres Killeen, no? Te andaba buscando.

El Mantis protest:

Vaya manera de... Ah!

Killeen se sorprendi por la brusquedad con que el Mantis haba interrumpido su transmisin. Haba huido.

—Y para qu me buscabas?

El mismo Especialista se haba detenido, y los mo­tores permanecan en silencio. Los humanos seguan aferrados a l, observando cmo en el cielo se desa­rrollaba una red de estrellas fugaces multicolores. Unos dbiles silbidos salan proyectados hacia abajo. Unas chispas delimitaban las lneas del campo mag­ntico. Los hilos de luz se torcan y se enfocaban ha­cia abajo a travs de la bveda del cielo, que cada vez adquira un color cobalto ms intenso.

Killeen distingua toda la burbuja geomagntica que envolva Nieveclara como un sudario. Estaba all arri­ba, colgada como una tela de araa llena de joyas, y las estrellas parecan unas motas prendidas en ella. Lue­go empez a deformarse. Unas bandas salpicadas de manchas se apretujaban entre s, como si una mano gigantesca estuviera estrujando un fajo de papel on­dulado. En las zonas donde los campos se aproxima­ban unos a otros, destellaban unas banderas de za­firo.

Columnas de una radiacin apagada llegaban des­de las profundidades del cielo nocturno; deformaban todava ms las lneas de fuerza, constituyendo con ellas un cuello de botella magntico. All, la voz os­cilante y profunda se hizo ms potente. Era como si las palabras llegaran hasta l directamente de alguien que hablara desde un punto situado entre las estre­llas.

Andaba buscndote desde hace mucho tiem­po.

Killeen grit tan fuerte como pudo, a pesar de que ya empezaba a enronquecer.

—Por qu?

Eres de verdad el lugar geomtrico lla­mado Killeen? Tengo que estar seguro.

—Estdiame bien —dijo. Killeen senta curiosidad por saber si aquel ente descubra el olor remanente del Mantis que quedaba en su aparato sensorial.

Ah... eres t. Pero algo ha cambiado.

—Es cierto, hay...

Mis humildes saludos para el ministro de las magnitudes!

Aquel saludo nervioso lleg tan de pronto que Killeen apenas lo identific. El tono del Mantis so­naba diferente a todo lo que haba escuchado en su vida.

Percibo un sistema de mquina?

S, y me siento sumamente honrado al po­der recibirte. Puedo confiar en que esto no constituya un mal augurio para una pronta interseccin de nuestro mundo con el de los que no tienen masa? Esto sera, desde lue­go, una recapitulacin y tambin un honor. (Ininteligible.) Con todos los respetos, creo que los miembros del sistema mecnico no estamos preparados para que una presen­cia augusta como la tuya...

No, no, nada de esto. Cuando llegue el momento de la interseccin y de la ascen­sin, ya se os aleccionar debidamente. Es­tos asuntos se tratan a niveles mucho ms altos. Puedo presumir que ya lo sabas?

S, desde luego! Jams me atrevera a in­miscuirme en las progresiones y convergen­cias de...

En ese caso, complcenos con tu ausen­cia.

Oh! S!

Killeen not que el Mantis se encoga hasta con­vertirse en un grueso nudo de negra confusin y que se retiraba acobardado.

La voz aflautada y ambarina son con fuerza des­cendiendo desde un cielo ensombrecido:

La entidad motriz que me orden entre­garte el mensaje anterior, esta inductancia, quiere hablar de nuevo contigo.

Killeen parpade.

—Qu...?

No puede hablar directamente contigo si­no que ha de transmitir su mensaje a tra­vs del flujo elctrico y de las corrientes deformadas. Vive mucho ms hacia el inte­rior del Comiln que yo.

—Dnde? Quin? Cmo podra conocerle?

Mora dentro de la esfera de confusin temporal del propio Comiln. Ha penetra­do ms all del disco de acrecentamiento, incluso ms al interior de donde mis pies estn anclados por gruesos cepos de plasma furioso. Esta entidad ha conectado campos magnticos para proyectar un mensaje ha­cia el exterior de su oscuro reino. Y me obli­ga a trartelo, a lo largo de las tensas ama­rras elsticas y magnticas que componen mi cuerpo y mi alma.

Los humanos que estaban alrededor de l miraban fijamente hacia arriba, con la boca abierta. Killeen ha­ba perdido su temor reverencial, slo estaba asusta­do. Si energas como aqulla, que poda aplastar los campos geomagnticos con tanta facilidad, marraran su objetivo y llegaran hasta ellos convertidas en rayos, todos iban a arder y achicharrarse en un instante. Y pensar aquello no era algo disparatado, pues estaba muy claro que aquel ser que hablaba desde arriba es­taba loco...

El mensaje est incompleto. Unas extra­as tempestades del espacio y del tiempo so­plan en el Comiln, deforman las palabras, cambindolo casi todo. Pero se me ha inves­tido con grandes y suficientes poderes para retransmitirte cuanto pueda. La primera parte del mensaje es sta: Pregunta por el Argo. Recuerda. Pregunta por el Argo.

Killeen frunci el ceo. Otra vez aquella palabra que no tena significado. Argo...

Nunca he sabido qu significa esta pala­bra. La segunda parte... parte...

—Se est perdiendo —indic Shibo en voz baja.

Pero espera. Esta mquina que est cerca de ti... Noto que est luchando. Se resiste a mi presencia.

—La segunda parte! Transmtela... —grit Killeen.

No. Me debilito por momentos... pero voy a tener que obligar... a esta irritante m­quina... a que hable... a que diga la verdad...

Killeen mir muy hacia arriba, hacia el ensombre­cido cielo. Los complicados dibujos de las lneas de fuerza se fueron debilitando y perdieron su estrecha­miento.

—Espera! —grit—. La segunda parte del mensaje!

Desde las curvadas lneas de fuerza slo lleg el si­lencio. Killeen puso mala cara y aument la potencia de sus sensores hasta el mximo. No oa una vocecilla?

Una negra presencia se impuso en su sistema sen­sorial. Era el Mantis que regresaba, tal vez haba re­cuperado su valenta.

Jams haba hablado con un ser de esta ca­tegora. Visitan estos reinos en muy raras ocasiones, porque prefieren las tempesta­des energticas del borde del Comiln.

A pesar del filtro que representaba la fra voz de Arthur, Killeen perciba el miedo del Mantis.

—Qu es esto? —pregunt un miembro del gru­po. Killeen rebusc entre los pliegues de la fuerza mag­ntica que resbalaba, como unos msculos de marfil, a travs del cielo.

Una mente magntica. Una personalidad de dimensiones impensables para los seres ma­teriales. Vive en las deformaciones provo­cadas por las tensiones magnticas, y su al­macenamiento de informacin est conte­nido en ondas imposibles de amortiguar. Visto as, es otra faceta de la Inmortalidad... superior a la que logramos aqu. Estos esp­ritus estn anclados en el disco de materia al azul vivo que rbita alrededor del Comi­ln. (Ininteligible.) El disco de acrecenta­miento sirve de base para muchas de estas mentes, mientras que sus verdaderas esen­cias se extienden por las nubes gaseosas y las estrellas que giran alrededor del centro. He tenido el honor de poder ver a una de ellas. Una de las ms elevadas aspiraciones de nuestra cultura es poder recibir en nues­tra casa a una de estas presencias. Algunos creen que estas mentes, en otros tiempos, tenan cuerpos que se parecan a lo que aho­ra somos nosotros.

Killeen segua observando los oscuros movimien­tos que se producan por encima de l, pero algo le hizo exclamar con sarcasmo:

—Es decir, que vosotros los mecs tenis un Dios.

Las mentes magnticas no son la fase ms elevada. Hay algo todava mayor.

Shibo pregunt:

—Ese Argo... t has entendido lo que significa pa­ra el mec humano?

Yo... el ser magntico... me obliga a dec­roslo. Puedo sentirlo, percibo su presin. Me fuerza a... Durante los ltimos segundos, he interrogado a las recopilaciones histricas de todos los lugares de Nieveclara. Hay unos ligeros indicios de algo as, de algo lla­mado Argo, tal vez haya ms de uno.

—Recuerdo algo relacionado con Argo, se refera a que era como otra ciudad, Esparta. Aydanos a en­contrarla —pidi Killeen.

Imposible. La mente magntica me obliga a decir la verdad, pero no esperis que yo os aconseje acciones contrarias a mis inte­reses. En este momento se ha debilitado... No lo percibo...

—Habla, maldito seas! —grit Killeen, encoleriza­do.

Espero que al menos ningn otro mec haya interceptado esta transmisin de la mente magntica. Tal vez as pueda ocultar esta in­formacin durante algn tiempo. Debis en­tender que soy vuestro aliado. (Ininteligible.) Quiero conservar lo mejor de la humanidad para las eras venideras en que os habris extinguido. Pero no puedo permitir que la humanidad se escape hacia los reinos que estn ms all de Nieveclara.

—Por qu no? —quiso saber Shibo.

Porque podrais alterar algunos planes que hemos estado proyectando durante mile­nios.

—Cmo? —pregunt alguien.

Killeen pudo sentir la intensa agona del Mantis. La mente magntica, invisible, todava obligaba al Mantis a decir la verdad. Implicaba un enorme po­der el que una autoridad ms alta obligara desde tan­ta distancia a que una entidad inferior se humillara.

Hay otros... seres orgnicos. Algunos de ellos han... invadido... la zona cercana al Comiln. Nosotros no queremos permitir... alianzas... entre las formas inferiores de vi­da.

Aquello conmocion al grupo.

Killeen frunci el ceo. Eso probaba que, en efec­to, de alguna manera los mecs se sentan amenazados por la mera existencia de los humanos. Ya lo haba sospechado antes. Sin que se lo pidiera, el Mantis con­test a sus pensamientos:

El impulso para exterminaros procede de los estamentos ms altos de nuestra socie­dad. A pesar de que tenemos diversas y competitivas partes de nuestra civilizacin en Nieveclara, nos unen algunos objetivos comunes. Uno de ellos es no permitir jams que los seres orgnicos se alen unos con otros. En la situacin actual, carecen de im­portancia, pero si se juntaran, podran lle­gar a constituir una molestia.

Killeen sonri, pero se guard sus pensamientos pa­ra l.

A su alrededor, todos hablaban, excitados. Otra for­ma de vida! De inteligencia aliengena, pero por lo menos era vida. Tal vez se trataba de humanos situa­dos en otras estrellas. Era una posibilidad alucinan­te.

Y todo aquello lo haba provocado una inteligen­cia susurrante que generaba unos fuertes campos en el aire y desviaba enormes energas con la misma fa­cilidad con que un hombre apartara suavemente una cortina con la mano.

Volvi a la realidad, aument la sensibilidad de sus sistemas, y rugi:

—An estoy aqu! Soy Killeen! Dame mi mensaje!

El poderoso no acudir a esta clase de lla­madas. Muestras una arrogancia indecoro­sa, inaceptable en un ser tan bajo como t. Has de...

—Silencio!

Ante la sorpresa de Killeen, la presencia del Mantis se apart, como si temiera algo.

Murmullos.

Unos trmulos flujos adquirieron ms fuerza. Unos dedos de rub sealaban hacia ellos. Luego la voz volvi a tronar.

Te escucho. Un cometa que pasaba haba perturbado mi recubrimiento. Lo he eva­porado y puedo llegar hasta ti con mi pre­sencia completa. Me ha gustado el hecho de obligar a esta mquina presuntuosa a tra­tarte con equidad. Muy pocas veces puedo gozar de una diversin tan inocente como sta. Supongo que un hlito de verdad te vendr bien. Pero cuando me vaya, volve­r a sus malos hbitos. Cudate de l.

—La segunda parte! —implor.

Oh, s. Es ambigua. No comprendo cmo puede ser verdad. El mensaje procede de una nave slida que viaja no s cmo, a travs del extrao mar del tiempo del interior del Comiln. Pero, no obstante, est dirigido a ti, la forma ms baja que he conocido has­ta ahora. Tal vez no he podido captar su ver­dadero sentido.

—Dmela!

Muy bien. Te la doy inmediatamente. Tu mensaje dice:

No reconstruyis ninguna Ciudadela. Os trituraran all. Cree lo que te digo, porque yo vivo todava, y yo soy tu padre.


11

Llegaron desperdigados a Metrpolis. El ltimo tra­yecto lo haban cubierto a pie, contra un fuerte vien­to clido. Entonces apareci la fatiga. Killeen se las haba compuesto para dormitar un poco en el casco del Especialista, despus de que se hubiera ido el ser magntico. Luego, al igual que todos los dems, se haba quedado dormido en el Empolvador, que les llev de nuevo a la llanura de donde haban partido.

El Mantis haba viajado con ellos. Haba consegui­do convertirse en un apretado conjunto de varillas y compartimientos ovales para caber en el interior del Empolvador. Ahora quera mantenerse detrs de la cordillera que rodeaba Metrpolis hasta que llega­ra el momento oportuno para aparecer.

El ente magntico no haba dicho nada ms despus de entregar su extrao y ltimo mensaje. Killeen no pensaba en ello, no pensaba en nada. Estaba cansado. Haba cargado con Toby a horcajadas durante la l­tima parte del trayecto, porque al final el muchacho estaba rendido. Las secuelas de la herida y del trata­miento mec haban causado su efecto en Toby y ape­nas si poda mantenerse despierto.

Todos los King se haban puesto elegantes para recibirles. Era evidente que Hatchet siempre haba con­vertido en un acontecimiento el regreso de una expe­dicin. Y as, en cuanto los habitantes de Metrpolis captaron los olores de la expedicin en los sistemas sensoriales, los King, los Rook y los Bishop se reu­nieron para darles la bienvenida.

A medida que el grupo iba llegando, todos callados y con poco botn, los gritos de jbilo fueron amorti­gundose. Al comprobar que Hatchet no regresaba con el grupo, ninguno de los King tuvo mucho que decir. Killeen se limit a seguir andando, cargado con Toby, bajo la luz polvorienta y mortecina. Jocelyn y algunos otros Bishop se acercaron a l y trataron de hablarle, pero l se limit a llevar a Toby a la ca­baa y acost al muchacho.

En aquellos momentos, Ledroff y Fornax hablaban con el resto del grupo, pero Killeen no sali a reunir­se con ellos. Se sent durante unos instantes sobre la cama; sus pensamientos eran como grava que se es­curriera por una pendiente. Luego, al cabo de unas horas se despert guiando los ojos por efecto de los rayos de la amarillenta luz de Dnix que le daban en la cara.

Supo la hora que era por la posicin de Dnix con­tra la lejana cada de un oscuro polvo de estrellas. Aun­que no haba dormido ms que unas pocas horas, se senta descansado. El resto de la fatiga se haba con­vertido en una sensacin apacible que se traduca en una inequvoca resolucin. Comprob que Toby es­taba bien, que dorma tranquilamente a pierna suel­ta.

Al contemplar a su hijo record la ocasin en que el espectculo de la respiracin de Toby, en aquella misma habitacin, le haba dejado enteramente pa­ralizado. Haba sucedido mucho tiempo atrs. Volver a contemplar a Toby, sabiendo que en cuanto des­pertara iba a empezar a saltar, bien vala cada una de las peripecias que les haban ocurrido. Y hasta vala las que les podan ocurrir en el futuro.

Despus, sali de la choza.

Con Ledroff todo se desarroll tal como Killeen haba esperado. Le escuch, haciendo signos afirma­tivos con la cabeza de vez en cuando para demostrar que prestaba atencin, pero en realidad se dedicaba a pensar por adelantado. Habra que convocar un Tes­timonio, s, esto lo comprendi enseguida. No, no quera decir que haba disparado contra Hatchet por equivocacin cuando intentaba matar a la otra cosa. S, estaba seguro de ello. Desde luego, estaba conven­cido de que se trataba de un asunto muy grave. S, los dems tenan razn: el Mantis se mantena alejado de Metrpolis. De momento, no representaba nin­guna amenaza. No, Killeen no quera ver a la compa­era de Hatchet para explicarle lo que haba sucedido. Aquello ya se vera en el Testimonio. Hablara en su propio nombre y no habra necesidad de que Ledroff dijera nada o que hiciera un alegato para defenderle ante las Familias reunidas. No le caba la menor du­da de que se trataba de un asunto muy serio. Por des­contado.

Ledroff hizo registrar la choza de Killeen. Slo por precaucin, haba dicho. Confisc el frasquito de al­cohol que Killeen tena en la mochila. Killeen se ri en silencio cuando Ledroff sali de all sosteniendo solemnemente el frasco con el brazo extendido. Com­prenda que el Capitn pretenda humillarle y hacer­le disminuir su posicin ante los dems. Lo que Le­droff ignoraba era que todo aquello ya traa sin cui­dado a Killeen.

Volvi a entrar, pero Toby todava no se haba despertado. Killeen contempl pensativo a su hijo du­rante un rato. Sus Aspectos le mandaban unas suaves vocecillas a travs del aparato sensorial, reclamando su atencin. Comprendi que su ansiedad iba en aumento.

Shibo se reuni con l. Sacaron un poco de comida de las mochilas y repasaron los equipos. Aqul era un hbito adquirido a lo largo de aos de marcha: hay que prepararse para volver a salir corriendo, cada vez que uno se detiene.

Toby se despert y quiso salir de la choza. De mala gana, Killeen acept, pero se dirigieron lejos de Me­trpolis. No quera encontrarse con la gente ni ha­blar de lo sucedido.

Se pasearon por las colinas cercanas, casi en silencio. Shibo confirm lo que Killeen haba supuesto. Mien­tras ellos estaban dormidos, el Mantis se haba puesto en contacto con Ledroff y Fornax. Les haba ofreci­do dar proteccin a Metrpolis.

El Mantis tena conocimientos de psicologa huma­na. Expuso sus argumentos como si se tratara de un intercambio equitativo.

El Mantis les haba dicho que protegera Metrpo­lis, engaando astutamente a sus superiores. El mec desviara de all a los Merodeadores. Slo cosecha­ra a la gente anciana y, desde luego, nicamente cuando estuvieran a punto de morir.

A cambio (y aqu el Mantis revelaba su compren­sin del orgullo de los humanos), las Familias ha­ban de emprender expediciones contra algunas ciu­dades mec seleccionadas. Los productos del pillaje proporcionaran al Mantis mercancas para efectuar intercambios y los utilizara para amasar riqueza en la sociedad mec. Finalmente, cerrando el ciclo lim­piamente, este incremento de poder servira a su vez para disimular la presencia de todas aquellas sabandi­jas humanas.

Killeen se qued apabullado por las concretas expli­caciones de Shibo. La propuesta era muy astuta. Permi­ta que los humanos conservaran algo de su dignidad. Para una Metrpolis que todava sufra el impacto de la muerte de Hatchet, aquello deba de parecerles un trato con sentido comn.

Y Killeen no vea la manera de oponerse a ello.

Anduvieron por profundos barrancos entre las pro­minentes colinas. Toby no presentaba el menor indi­cio de fatiga y hasta correteaba por all persiguiendo a los pequeos animales que vivan entre la maleza baja.

Shibo hablaba poco, se limitaba a explicar lo que la gente deca. Ledroff y Fornax haban comentado a algunos la presencia del Mantis cerca de Metrpo­lis, y los rumores se extendan por doquier.

El Testimonio que iban a celebrar tratara en pri­mer lugar de la muerte de Hatchet. Despus pasaran a discutir la proposicin del Mantis.

Killeen dijo con amargura:

—Creo que ya puedo predecir lo que van a decidir.

—S, est claro —contest Shibo con desaliento.

Desde un arroyo cercano, lleg hasta ellos el grito de una mujer.

—Hola! Killeen, Shibo, sois vosotros?

Desde detrs de una espesura de matorrales apare­ci un mec. Automticamente Killeen ech mano a un arma, pero luego comprendi que se trataba del mec humano que haban visto haca poco en el com­plejo mec.

—He viajado mucho, detrs vuestro —grit la voz femenina. El mec estaba polvoriento, mellado y con abolladuras. Algunos enganches rotos colgaban de sus cos­tados. Shibo lo mir boquiabierta.

—Cmo...?

—Adher un rastreador al tobillo de Toby. Lo veis?

El mec seal con un brazo las botas de Toby. Una pequea mancha no mayor que una ua apareca pe­gada all.

—Ya s cmo funcionan los transportes mec. Os segu la pista hasta que vi que habais regresado al Empolvador. Me cost bastante encontrar un medio de transporte areo del que pudiera hacerme cargo y to­mar el mando. Pero lo consegu y os he seguido. Ruff!

—El perro mec —ri Toby.

Killeen mene la cabeza, pensativo.

—Me temo que la situacin ha cambiado mucho des­de que te vimos por ltima vez.

La voz femenina resultaba incongruente al salir del altavoz del mec.

—Cuando me acercaba he visto a un mec muy gran­de. Anda por estas colinas. Debis poner sobre aviso a la comunidad humana de aqu...

—Ya lo sabemos —indic Toby—. Se trata del Mantis.

El mec humano prosigui con entusiasmo.

—Pues entonces esto va bien. Pero todava debo se­guir las rdenes que recib en su da y que he respetado hasta hoy. Debo recordaros, humanos, que no ne­cesito ms que la clave correcta para entregaros la informacin.

Killeen movi la cabeza con cansancio.

—No creo que las antiguas tradiciones puedan ser­virnos ya de mucho. Mira, nosotros...

—No, espera —le interrumpi Toby—. Pap, re­cuerdas lo que nos dijo la cosa del cielo?

—Qu... la mente magntica? Mira, yo tampoco entend mucho de lo que deca, y...

—Supusimos que nos contaba algo relacionado con las cosas antiguas —sigui Toby con la mayor seriedad—. Era sobre una ciudad o algo parecido, ver­dad?

Killeen frunci el ceo.

—Lo dudo, pero... veamos, cul era el mensaje?

—No construyis una Ciudadela —record Shibo con precisin.

Killeen sonri sin ganas.

—Buen aviso, pero ha llegado demasiado tarde. Las Ciudadelas atraen a los Merodeadores. Metrpolis no es una Ciudadela, pero ya est construida.

Toby aadi:

—Haba algo ms. S... dijo: Preguntad por el Argo.

—Ruff! La clave preestablecida! Gracias! Os doy las gracias! —grit de pronto el mec humano.

Todos se quedaron mirando al mec que daba jubilo­sas vueltas sobre sus bandas de desplazamiento mientras ladraba.

—Argo! Argo! sta es mi clave. Me autoriza a entregar por fin mi mensaje.

—Argo? Es una antigua ciudad humana? —pregun­t Killeen.

—Oh, no! Argo es una nave. Hace mucho tiempo, mis hermanos y yo la escondimos. Conozco el sitio. Yo s dnde est el Argo!

—Una nave... —murmur Toby, pensativo.

Killeen consult a su Rostro, Bud, y pregunt:

—Para los ocanos? —Se encogi de hombros—. Ya no quedan grandes extensiones de agua en Nieveclara.

—No! Navegaba entre las estrellas. El vehculo fue construido hace mucho tiempo. Yo ayud a enterrar­lo. Puede navegar hacia el Mandikini.

—Por el cielo? —pregunt Shibo llena de dudas.

—S! La humanidad construy el Argo de forma que slo aceptara rdenes de origen humano. Yo y centenares de hermanos mos fuimos los encargados de transmitir la informacin de su localizacin. Si alguna vez la humanidad necesitaba de un transpor­te de larga distancia, y no era capaz de construirlo ella misma, entonces debamos hablar. Pero la infor­macin slo estaba destinada a los descendientes de los constructores del Argo, a vosotros, puesto que conocis la palabra clave, el nombre de la misma nave! —El mec humano termin con un sonoro la­drido.

Los tres humanos se miraban unos a otros, muy sorprendidos.

El mec humano volvi a dar vueltas, traqueteando y vibrando.

—Ruff! Estoy preparado! Ruff. El mensaje ha ter­minado! Ruff!

No tuvo el menor aviso. El ataque se produjo mien­tras regresaba andando a Metrpolis en compaa de Shibo y Toby. Estaban hablando con el mec huma­no, que iba junto a ellos machacando el terreno con sus speras bandas.

Toby charlaba a su lado, embargado por unas bri­llantes visiones.

En un momento de distraccin, los Aspectos de Killeen le atacaron.

Se agit, tropez y se precipit en lo que le pareci una cada en picado sobre una estrecha zona de hier­ba aromtica.

Una avalancha se precipit contra l. Todos sus As­pectos y Rostros chillaban a la vez. Ardientes puya­zos de protesta brotaban desde unos sentimientos su­mergidos de miedo vergonzante.

Era un coro que se iba desarrollando hasta llegar a convertirse en una oleada creciente. Le invada los brazos, las piernas y el pecho con unos glidos ria­chuelos. Sus msculos tiritaban. Los gritos martillean­tes corran por sus venas y golpeaban framente con­tra sus entraas. Abri la boca para gritar, y tambin lo impidieron, inmovilizndole las doloridas articu­laciones de las mandbulas.

Haban descubierto lo que estaba pensando.

Los Aspectos y los Rostros eran viejos, conserva­dores, aferrados a Nieveclara.

Una ola de miedo cerval discurra por su interior. Sus talones tamborileaban sobre la hierba. Una nube blanca, lechosa, le inundaba los ojos, impidindole ver a Shibo y a Toby, que intentaban sujetarle, mo­van la boca sin que l oyera los sonidos, como si fue­ran peces detrs de un cristal. Killeen luch contra aquel creciente martilleo ancestral.

Trat de escapar de ellos, refugiarse dentro de su aparato sensorial. Pero le seguan a todas partes, in­troduciendo unos glaciales puales en cada recoveco donde intentaba refugiarse.

No nos pongas en peligro! —gritaba una docena de voces—. Jams abandones este mundo donde hemos nacido!

Se debata. Perciba su propio cuerpo como algo distante, a travs de un estrecho tnel gris. Escarb en el suelo con pies y manos. La sensacin le lleg como unas lentas percusiones, como si estuviera ate­rido por un fro progresivo.

Y la algaraba de tonos agudos todava segua corri­endo por l. Una ansiedad palpitante y acobardada se esforzaba en lanzar aullidos.

Subyacente a sta, transcurra otra corriente profunda de locos presagios.

Cobarde! No huyas!

Los gritos le llegaban a travs de una luz acuosa.

Reconstruye las sagradas Ciudadelas. Las Sangradas Clusulas lo exigen!

Killeen luchaba contra una ola de terror que lo suc­cionaba hacia las profundidades. Se estaba ahogando en un mar de insectos.

Se estrellaban contra l y se arrastraban al interior de su nariz. Unos gritos pequeos le atravesaban la piel. Enormes tenazas le torturaban la carne. Intent respirar y slo inhal un coro de campanillas que le produjo cosquillas.

Loco! Ingrato!

Eres un traidor!

Hace siglos que trabajamos aqu. Osars escaparte ahora?

Acaso no piensas en nosotros?

Somos de aqu. Nieveclara es el verdade­ro hogar de la humanidad.

Quieres salir de aqu con el rabo entre las piernas?

Cobarde!

Comprendi que empezaba a flaquear.

Unos afilados dedos se introducan en sus senos frontales. Las antenas le ahogaban.

Los pulmones se le llenaron con un ejrcito negro.

Entonces, las furiosas patadas que lanzaba con los talones golpearon algo slido.

Las aguas eran una masa viviente de pequeas pier­nas que escarbaban. Rod bajo la fuerza demoledora de una oleada de insectos. Luch por conseguir aire y sus piernas encontraron la roca firme que haba de­bajo.

Le atraparon de nuevo.

Empuj hacia abajo. Se puso en pie.

Unas masas serpenteantes le apaleaban.

Le tiraban de la piel.

Pululaban, chillaban y salpicaban.

Se mantena en pie entre los remolinos de una fuerte tempestad que soplaba hacia tierra desde mar adentro. Las olas de aquellas pequeas mentes voraces llega­ban con regularidad, le chillaban, en cada gota haba muchas bocas que le atacaban. Unas lenguas hme­das le azotaban. Pero clav los talones y la ola siguiente ya no pudo dominarle. Luch contra los embates de la corriente. Luego la resaca intent arrastrarle, tiran­do de sus pies.

Si hubiera estado de pie sobre arena, el mpetu de los insectos podra haber socavado su apoyo, hacin­dole perder pie.

Pero se asentaba sobre roca. Dura y solemne pie­dra.

Y aquello tena el rgido y quebradizo toque del Mantis.

Retrocedi hasta la playa, sin perder nunca de vis­ta las avalanchas de alocadas bocas que se le venan encima. Le succionaban con labios ensangrentados.

Pisaba con cuidado, siempre aferrndose a la roca con los dedos de los pies, tanteando el camino y utilizan­do la roca como ancla.

Las corrientes le golpearon y lucharon contra su voluntad, pero al final refluyeron. Luch contra una fuerte corriente por llegar a tierra. Luego resopl y tosi, escupiendo las motas, sonndose para limpiar­se las fosas nasales de unos mocos pegajosos. Cuando el viscoso material fue a dar contra las rocas, chill con fuerza, con intiles lamentos desesperados.

Unas gotas fras de pequeas tenazas mordedoras se le escurran desde las piernas y formaban charquitos sobre la tibia arena. Se sacudi del cabello las men­tes chillonas de los insectos, y las observ con el ra­billo del ojo. Sus quejidos fueron amortigundose.

Mir hacia un resplandor amarillo que estaba en lo alto del cielo. Le sec.

Entonces se encontr con la cara alzada, mirando las franjas de luz de Dnix que llegaban oblicuas.

—Parpadea. Ests...? —pregunt Shibo.

—S. Estoy aqu.

—Tempestad de Aspectos?

—S. Yo... algo...

Not que la slida piedra todava pujaba contra sus talones. Mir al crculo de caras ansiosas que le esta­ban observando.

—Ha sido... el Mantis. —Lo descubri y lo tradujo a palabras en aquel mismo instante—. Vino, me pro­porcion un puntal donde me pudiera sostener. Un punto donde apoyarme, para poder luchar con xito contra ellos.

—El Mantis? —pregunt Shibo, incrdula.

Todava jadeaba y el aire le hera los pulmones. El recuerdo de aquella horda fue abandonndole poco a poco.

—S. Puede utilizar lo que l llama informacin sensitiva. Le permite detener a los subsistemas... a los Aspectos.

—Pudiste resistir?

—S, y encima hizo algo ms. Cuando los Aspec­tos se abrieron, el Mantis les alcanz. Y hasta muy adentro. Deshizo algo que yo tena all. Noto que es... diferente.

—Necesitas descansar —indic Shibo y le sec la frente con un pao.

Killeen se sorprendi al compro­bar que quedaba completamente mojado.

—Los Aspectos... vieron lo que yo pensaba.

Shibo frunci el ceo.

—Y el Mantis, tambin lo vio?

—No creo que tuviera tiempo.

—Piensas que todava hay... esperanzas?

—S.

Los planos y los ngulos de la cara de Shibo mos­traron signos de alivio y de persistente perplejidad ante aquel rompecabezas.

Puedo resolver este rompecabezas, pens Killeen. Aquella repentina idea le pareci extraa y a la vez correcta y obvia.

Despus Toby le acarici y solloz con lgrimas largo tiempo reprimidas, que parecan derramarse so­bre l desde el cielo sin lmites. Unos brazos le en­volvieron. Unas manos le ayudaron a alzarse. El mec humano ladr. Se amontonaron a su alrededor, ha­blando, acariciando y preguntando.


12

No dispuso de mucho tiempo para descansar antes del Testimonio. Killeen estuvo acostado durante un rato y luego empez a llegar gente que llamaba ten­tativamente a la puerta de su choza.

Eran miembros de la Familia Bishop. Killeen ha­bl con ellos por turno, sin mostrarse demasiado con­creto pero explicndoles, muy por encima, todo lo que haba aprendido. Les hablaba con calma y segu­ridad, sintiendo una certidumbre nueva para l.

Pero no era una certeza absoluta, se iba diciendo a s mismo. Cuando pensaba qu iba a declarar, se pre­guntaba qu habra dicho Fanny. Con frecuencia no estaba demasiado seguro pero, a pesar de todo, con­sigui salvar los puntos difciles.

Descubri en las caras de los dems Bishop una sor­presa que se iba transformando en inters y luego en conformidad. Una conformidad concedida de mala gana por algunos de ellos, pero tena la impresin de que no era fugaz. Cuando corri la voz de todo lo relativo al Mantis, a Hatchet y a lo que ste haba es­tado haciendo, todos los miembros de las Familias se apaciguaron. Y tambin aparecieron por all algu­nos de los Rook.

Despus de comer algunas races cocidas, Shibo y Toby, junto con Killeen, fueron a dar otro paseo por los alrededores de Metrpolis, slo para que el mu­chacho hiciera ejercicio. Dejaron al mec humano, que estaba inmvil, recargndose las bateras con los pane­les solares. Killeen tema que el Mantis pudiera inte­rrogarle a distancia cuando funcionara normalmente. Era conveniente mantener en secreto la informacin relativa al Argo durante un poco ms de tiempo.

Killeen esquiv a los que se acercaban para discutir con l. Una niebla fra y hmeda cubra los campos de cultivo que se extendan al sur de Metrpolis. An­daban por entre los altos y olorosos tallos de maz. Toby no haba visto nunca plantas cultivadas de tan­ta altura, ni siquiera recordaba las largas hileras de tomateras donde haba jugado haca mucho tiempo, en las proximidades de la Ciudadela. El Comiln se elev y atraves la delgada niebla, proporcionando al aire un sabor tonificante. Killeen regres a la cho­za y durmi hasta el momento del Testimonio.

Los King declararon contra l.

Haban preparado sus argumentaciones, usando el testimonio de los miembros King de la expedicin, para causar buen efecto. Plantearon el caso con sen­cillez, pensando sin duda que bastara con la conside­racin de los hechos.

Fornax presida, puesto que era el Capitn ms an­tiguo. Los King le respetaban. Deberan escoger a su Capitn en cuanto acabara el Testimonio, pero hasta entonces Fornax tendra el control nominal de la Fa­milia que se haba quedado sin Capitn. Y despus sera un buen aliado con quien contar.

Una vez expuestos los cargos iniciales, cuando los King hubieron concluido, Cermo y Shibo declararon para oponerse a ellos. Siguiendo la tradicin, Killeen estaba sentado en el centro del concurrido foro que haba sido excavado en una ladera. Cada uno de los que hablaban ocupaba por turno el centro del foro. Si se exceptuaba a los que estaban de guardia en el permetro, poda afirmarse que toda la humanidad es­taba reunida en aquella reducida excavacin.

Shibo habl poco pero dijo mucho. Todos la respe­taban. Aunque declar lo mismo que Cermo sobre la muerte de Hatchet, sus palabras tuvieron mucho ms peso. En el Testimonio lo nico que contaba era el voto final de las Familias reunidas. Cada una de las personas que quedaron convencidas por la elocuen­cia de Shibo era un tanto a favor.

Despus de ella, habl Ledroff como Capitn de la Familia de la defensa. Su intervencin result vaga, declar que Killeen era una persona en quien se po­da confiar y que no era capaz de atacar a un Capi­tn, a menos que la accin fuera inevitable por algn motivo.

Killeen juzg que aquello no le favoreca en lo ms mnimo, pero no estaba preparado para Fornax.

Como Capitn Presidente, en teora, Fornax haba de mostrarse neutral. Pero cuando aquel hombre ner­vioso empez a hablar, Killeen comprendi que cada una de sus palabras tena una calculada intencin.

La ya de por s arrugada cara de Fornax se arru­g todava ms debido al escepticismo cuando em­pez a formular frases irnicas y desdeosas. Trat con respeto todas las declaraciones de los King. Pero luego tild la versin de los Bishop de meras opi­niones.

Lo haca con sutileza, eligiendo las palabras para suavizar los hechos y llevarlos hasta su fin. Su rostro, vuelto hacia el crculo de caras, revelaba la pena por lo que se vea obligado a decir.

Killeen no estaba del todo seguro de la sinceridad de aquella expresin. Ya saba que Fornax esperaba ejercer mucho poder en Metrpolis, ya que era el Ca­pitn ms antiguo. A pesar de que un King seguira gobernando en Metrpolis, el nuevo Capitn haba de ser por fuerza, menos poderoso debido a la inex­periencia. Cuanto ms apareciera Fornax como una personalidad sabia, tanto mayor sera su influencia sobre todas las Familias.

Fornax se sent y le correspondi a Killeen, siguien­do la tradicin, pronunciar las ltimas palabras.

Se senta solo. Pero no albergaba la menor duda so­bre lo que deba hacer. Contra la elocuencia de For­nax no caba ninguna defensa prolija. Las Familias all reunidas le miraban con caras expectantes.

—Voy a hablar claro y directo. Ya sabis lo que su­cedi. Pero lo ms importante de todo es el porqu. Nunca llegaris a comprenderlo a menos que lo sin­tis vosotros mismos. Por esto recurro a la nica for­ma de que podis sentir y conocer lo que en realidad sucedi. No hay palabras para explicarlo. Slo de es­ta manera lo entenderis.

Dio un paso hacia atrs, como si all hubiera alguien ms a quien debiera dejar sitio sobre la losa de piedra gris que representaba la tribuna del orador. Hatchet se haba dirigido a ellos con frecuencia desde aquel lugar, que ya estaba muy erosionado.

S que ests escuchando. Killeen pens cada palabra por separado. Has de tenerlo grabado. Trelo aqu. Es­ta es la mejor manera de resolverlo.

Algo brill en el lugar destinado al orador. Un re­molino azot el aire.

Y, de pronto, Killeen se encontr all de nuevo.

El complejo de los mecs. La extensa llanura som­breada en donde se apreciaba un salpicado de distor­siones.

Con una horrorosa y pesada ambientacin, los sucesos se desarrollaron de nuevo. La cosa-Fanny, arrastrando los pies, se aproximaba a una figura en la que poco a poco Killeen se reconoci.

Hatchet dio unos pasos hacia delante, primero se quit los arneses y luego los pantalones. Los dej caer. Atrajo hacia s aquel ser escamoso.

Ella se abraz a l con una mano roma, terminada en capullos.

Con una rpida y suave sacudida, l penetr entre los muslos separados.

Ambos se movan. Un sonido de succin llegaba desde la pareja.

Y el frgil mundo del aparato sensorial se hizo pe­dazos. Los disparos de Killeen detonaron como unas secas palmadas que se reflejaban en las paredes recu­biertas de hielo, para ir a impactar en las imgenes de los cuerpos que se desplomaban en el enloquecido aire glido.

Y despus, Killeen volvi a estar all.

Dej que se regularizara su respiracin y observ las aturdidas expresiones de los que estaban en el foro. No haba hecho el menor intento de usar el aparato sensorial para ponerse en contacto con el Mantis desde que el grupo de la expedicin lo haba dejado tras las colinas cercanas.

Pero, no obstante, haba sabido cmo deba actuar. Vio la larga jornada que le esperaba y previo todo lo que iba a pasar, aunque a cada paso que daba sus pies exploraban el terreno como si se enfrentaran a algo nuevo.

No dijo nada cuando un Fornax conmovido se puso en pie. Transcurrieron unos instantes que le pare­cieron eternos mientras la gente se recuperaba. Ha­blaban muy poco, pero las palabras goteaban sobre Killeen como una suave lluvia tibia. Contestaba a las preguntas con pocas palabras pero convincentes. Las voces se fueron acallando.

Fornax formulaba las preguntas. Killeen se sent.

No poda votarse a s mismo y no levant la vista para ver el clsico alzamiento de manos. Podran ha­ber votado ms fcilmente mediante el sistema sen­sorial comn, pero ste todava herva y levantaba ecos a causa de la presencia que haba pasado por l como un viento helado.

Fornax cont y sonri. Su cara era una mscara gra­ve cuando recit la frmula:

—Por un factor de tres, las Familias aqu reunidas absuelven al que ha sido sometido a juicio, y yo doy validez legal a este veredicto. Doy la bienvenida a la colectividad al que hasta ahora haba sido separado de ella como un paria. Saludo al descastado en su ca­lidad de miembro renacido de la Familia de las Fami­lias. Alegraos!

El abrazo ritual de Fornax result rgido y poco amistoso. El contacto revel a Killeen ms cosas so­bre aquel hombre de las que hubiera obtenido me­diante una larga conversacin. Mientras daba unos pasos atrs, en absoluto silencio, son la voz del Mantis.

Un buen final. Pero ya que me habis lla­mado porque me necesitabais, dejadme ha­blar.

La voz del Mantis penetraba clara y fluida en su apa­rato sensorial.

Os ofrezco mi proteccin frente a los gol­pes que desde tanto tiempo estis recibien­do. Os expreso mi condolencia por vuestros sufrimientos. (Ininteligible.) Debo conserva­ros aqu y evitar que seis atacados de nue­vo. Sabed esto como un tributo a la esencia de lo que sois.

Killeen asinti. Saba que aquello deba llegar. Era un paso ms.

Las Familias reaccionaron. El miedo y la esperan­za incidan sobre ellos en igual grado y la lucha se evi­denciaba en sus facciones.

Vuestros usos y costumbres sern conserva­dos y enaltecidos por medio del arte. Sois algo valioso. Vuestras rpidas e interesan­tes vidas son, por s mismas, vuestras mejo­res obras. Dadme todo esto y conservar lo mejor de todos vosotros ahora y para siem­pre.

Una brisa febril corri por entre ellos.

El Mantis hizo una pausa.

Killeen se levant y se dirigi al foro con voz po­tente:

—Algunos querrn vivir en un sitio as. Hay una palabra muy antigua que lo define: Zoo. Pero habr otros que rehusarn.

El Mantis contest:

Sin mis habilidades, los Merodeadores os co­gern. No soy ms que un elemento dentro de un complejo que est ms all de vues­tra imaginacin. No puedo detener a los Merodeadores porque ellos proceden de una lgica ms alta. Hay fuerzas que se ali­nean contra vosotros.

—No todo est contra nosotros —observ Killeen con sequedad—. La mente magntica te oblig a de­cir la verdad sobre esto.

Una vez ms, la voz del Mantis lleg fra y segura. Killeen comprendi, al ver la expresin paralizada de los miembros de las Familias, que tambin ellos la oan.

Es verdad. No puedo ocultar lo que me ha sido impuesto por la fuerza. Las inteligen­cias orgnicas se encuentran en alguna par­te de la zona del Comiln (tal como lo lla­mis vosotros) y se estn tomando medidas para que no se unan entre ellas. Vosotros sois uno de estos elementos. A pesar de que ahora ha disminuido, vuestro potencial es nocivo. En consecuencia, los vectores se ntersectan y os dejan una herencia de inaca­bables y violentos ataques por parte de los Merodeadores. (Ininteligible.) Solamente podris sobrevivir si os amparis bajo mi proteccin.

Estas palabras llegaban con la misma solidez y sobrecogedora materialidad que si hubieran sido gra­badas sobre granito.

Aquella sencilla depresin ampliada pareci enco­gerse de sbito hasta convertirse en un pequeo re­ducto donde el Mantis lanzaba su voz para rodear a la tribu humana y evidenciar su precaria posicin.

La gente se agitaba con expresiones de asombro y de miedo que aparecan con intermitencias como si fueran relmpagos de verano. Todos ellos saban gra­cias a sus aparatos sensoriales que aquella inteligencia era enorme, compleja y tremendamente serena. De ella surgan unas vibra-ciones de grandes propsitos, una impresin de solidaridad y de completa e imper­turbable hones-tidad.

Killeen esper un largo rato a que aquel efecto se disipara entre las Familias. Recordaba las antiguas pa­labras de su padre, cuando todava estaban en la Ciudadela: Lo ms importante acerca de los aliengenas es que son aliengenas.

El Mantis poda ser honesto y poda no serlo. En cualquier caso, aquel discurso tena una proyeccin humana. Deba recordarlo. No poda ignorar el he­cho de que conoca a aquella mquina. Y que ella les comprenda por completo.

Ahora os pido que os pongis de acuerdo para aceptar mi proteccin contra estos ma­los vientos que os van a seguir azotando. Aceptadlo y entrar a formar parte de una sociedad con vuestras Familias. Tal vez pue­da rescatar a otros humanos que todava estn perdidos por las llanuras de este plane­ta, aunque os digo por anticipado que habr muy pocos. Aceptad ahora y ya podremos empezar.

Killeen esper otra vez a que se dispersara el efecto de aquellos pensamientos forzados. Luego alz el puo.

Las Familias le vieron all; todava ocupaba el sitio de los oradores. Se mantena de pie y en silencio, mi­raba fijamente hacia adelante, esperando a que la tensin y el enfoque que l mismo senta se extendiera a travs de su aparato sensorial hasta ellos. Algunas observaciones dispersas se fueron amortiguando. El foro se qued en silencio. Se oan las suaves brisas de Nieveclara batiendo contra las colinas. La humani­dad le observaba. Ahora deba hablar de sus propias visiones. Tena que lograr que a ellos les parecieran reales.

—Si seguimos el camino que nos seala el Mantis, ser como afirmar que ya no nos queda un destino propio para nosotros y para nuestros hijos, o para la inacabable legin que nos suceder. Podis aceptar el refugio del Mantis, cierto. Podis ocultaros de los Merodeadores. Tener vuestras cosechas. Tener hijos e hijas y verles crecer, es verdad. Esto sera algo hu­mano y bueno. Pero por este camino, siempre esta­rais en peligro, amontonados, y al final llegara la muerte de nuestra propia esencia.

Killeen pase rpidamente la mirada por entre las filas de ojos expectantes, y pareci como si se fuera apoderando de cada uno de ellos, uno tras otro, du­rante unos breves momentos.

—Tenemos otra solucin. Un camino mucho ms largo. Un camino que confa, tal como todos voso­tros habis hecho hoy al votar en el Testimonio, en el perenne valor de la dignidad humana.

En las miradas alarmadas pero excitadas que cele­braron sus palabras, por primera vez en sus aos adul­tos, vio en las Familias la aceptacin embelesada de nuevas posibilidades.


13

Esperaba que el Mantis contestara con un ataque framente razonado. O con alguna extraa tempes­tad mental. Tal vez con un asalto sobre el propio Killeen.

Lo que no haba previsto era aquel profundo silen­cio.

Las Familias se sentan atemorizadas al abandonar el foro. Nadie saba qu representaba el silencio del Mantis.

Killeen senta una agradable sensacin de alivio cuando regresaba del Testimonio.

Toby charlaba a su lado, con los ojos bailando de gozo a causa de sus brillantes visiones. Killeen haba despertado aquellos pensamientos en las Familias, pe­ro la actividad le haba dejado agotado.

Mientras hablaba, por primera vez haba sabido lo que significaba lanzar al aire inclemente su propia per­sonalidad, proyectndola a travs de la tela de araa del aparato sensorial para hacerla salir por fin con re­sonantes tonos de voz pura. Las palabras eran algo informe, cosas ciegas que servan para explicar cmo l mismo vea el mundo. Luchaba con ellas como si fueran herramientas desconocidas, logrando que sus vacuos significados introdujeran la dureza de los he­chos en las mentes de los dems. Las palabras no slo significaban cosas, tambin conseguan que la mente se sintiera y se esforzara, y obligaban a la sangre a la­tir con mayor fuerza.

Les haba expuesto someramente cul era su cami­no, la leyenda del Argo. Desde las Familias haba lle­gado hasta l una cancin como respuesta, un mutuo asentimiento lleno de preguntas, dudas y negativas que se agitaban como manchas sobre un ocano os­curo. No todos estaban de acuerdo. Pero por lo me­nos, una gran parte de ellos tena la decisin y espri­tu suficientes para seguirle hasta donde le llevaran sus ideas, para echar a andar con pasos rtmicos sobre la arena incierta.

Algunos lo tenan. Algunos haban odo la llama­da.

Jams hubiera credo que aquello pudiera resultar tan agotador. Senta un gran respeto por el esfuerzo que exiga ser Capitn. Tena la boca seca y las pier­nas le dolan como si hubiera andado durante horas.

Entonces not la fuerte presin de la mente del Mantis que entraba una vez ms en su sistema senso­rial.

A pesar de las limitaciones de tu filia, eres capaz de sorprenderme.

—Te doy amablemente las gracias, y jdete —solt Killeen.

Los que andaban cerca de all, tambin haban odo al Mantis. Todos se haban detenido, con las cabezas inclinadas hacia el suelo. El Mantis pareca llenar to­do el aire con su presencia.

A pesar de mis grandes aptitudes, tu invita­cin es esencialmente imposible.

—Es una forma de hablar, y no una proposicin.

Ya veo. He indagado en las recopilaciones histricas de nuestras ciudades, a todo lo an­cho de Nieveclara. Entre los revueltos ar­chivos de las tradiciones humanas, que son (debo admitirlo) completamente indescifra­bles, hay difusas noticias de una nave lla­mada Argo. La debieron de construir para llegar hasta vuestros Candeleros. Al pare­cer, cuando empezamos a extendernos so­bre Nieveclara para introducir los cambios necesarios en el clima, vuestros antepasa­dos decidieron almacenar la tecnologa hu­mana, que estaba desapareciendo rpida­mente.

—Comprendes mi oferta?

Querrs decir tu amenaza. S. (Ininteligible.) Pero es evidente que si intentis llegar has­ta el Argo por vuestros propios medios, me resultar muy fcil impedirlo. Puedo conse­guir que los Merodeadores os bloqueen el paso.

Killeen sonri con desprecio.

—Sin duda. Te ser muy fcil detenernos, para ello slo has de matarnos.

Que es precisamente algo que quiero evi­tar, desde luego. Haba planeado terminar mis obras de arte en el plazo de una gene­racin humana. Ahora veo que no lo voy a conseguir. Sois mucho ms complejos y ex­traos de lo que haba sospechado.

—Siempre habr quien se quede en el zoo. Puedes utilizarlos a ellos —intervino Shibo.

Pero, representarn stos la gama comple­ta de vuestras extraas persona-lidades? No puedo estar seguro de eso.

—Ya lo irs descubriendo. Deja que algunos de no­sotros nos marchemos.

Una presin profunda corri por todo el sistema sensorial. Representaba una reaccin aliengena que Killeen no poda traducir a trminos humanos.

Voy a hacer algo ms que eso. He decidido que voy a ayudaros.

Killeen no intervino en las exclamaciones de entu­siasmo de los Rook y los Bishop que estaban cerca. Cauteloso, se preguntaba cules seran las verdade­ras intenciones del Mantis y sus motivos.

—Est presente el Mantis ahora? —pregunt Shi­bo.

—Lo percibo.

Killeen se frot la cara. Tena un dolor de cabeza que le recorra la frente como una lengua de fuego. Pidi a Shibo que le oprimiera determinados puntos situados detrs de las orejas, en la base del crneo. Era un antiguo sistema de los Bishop para mitigar aquellos dolores, y pronto le alivi el malestar. Sus senti­dos hervan e indagaban, estaban despertando. Le pa­reci que las manos de Shibo estaban al rojo vivo.

—Si nos quedamos aqu, todo seguir como ahora —dijo l mientras el calor de los dedos de Shibo se iba extendiendo por toda su piel—. El Mantis estara siempre detrs de todo.

—Vigilando?

—Ojal fuera slo eso. Estoy convencido de que no hay modo de impedirlo.

—Nos percibe?

—Podramos librarnos de l si cerrramos nuestros sentidos. Pero nos quedaramos ciegos.

—No deseo hacerlo.

—Yo tampoco. Yo... voy a intentar...

Con cuidado enfoc su atencin sobre los puntos donde la dbil presencia zumbadora penetraba en l. La empuj hacia el exterior. Con suavidad, sin brus­quedades. Luego con mayor fuerza. El ligero mosco­neo se desvaneci.

—Creo que se marchar si lo deseamos.

Ella estuvo de acuerdo.

—Yo tambin lo creo as.

—Pero todava anda por aqu.

—Sin su ayuda, no habra podido escapar de la tem­pestad de los Aspectos. Me habra quedado en tran­ce, como aquella mujer que Hatchet utilizaba como traductora. Sus aspectos debieron de asustarse mucho durante alguna expedicin.

—El Especialista no pudo curarla?

—Eso creo. El Mantis me proporcion exactamen­te la ayuda que necesitaba. Por lo menos, de algo nos sirve.

—Pero a pesar de todo, no me gusta.

Killeen comprenda qu quera decir Shibo. La vida bajo aquella benigna sombrilla siempre estara ba­jo la vigilancia de unos ojos lejanos.

Lentamente, ella apart la mirada de las estrellas que brillaban a travs de la ventana. Le mir a l de reojo, especulativamente. Una dbil sonrisa de enten­dimiento ilumin los suaves planos de su cara.

—El bloqueo de impulsos que tena. Han desapare­cido las modificaciones del instinto sexual.

Ella no dijo nada, slo sonri.

La bes en el cuello, en la cara, en la boca. Los be­sos saban a aire y a suciedad, pero con un aroma ms fuerte, ms profundo y hmedo. El cay de rodillas sobre el basto y sucio suelo. Busc con los dientes el resorte para hacer caer el dispositivo saltador de ella. El tejido era spero y su barba hizo ruido al rozar con l. La tela qued libre y se desliz con facilidad. Ella enlaz las piernas tras la espalda de Killeen. En la pequea habitacin entraba el fro del atardecer, no haba ninguna cama. Rodaron dos veces sobre la olorosa e incmoda suciedad. Su saliva lleg a hume­decer la tela antes de que pudiera desembarazarla de ella por completo usando solamente la boca. No que­ra soltar su abrazo, ni ella el suyo. Volvieron a ro­dar por el suelo, esta vez quedaron contra la pared, apoyando los dedos de los pies y haciendo chocar las rodillas.

Ella se retorci para apartarse. Unos chasquidos de corchetes y qued liberada del exoesqueleto.

Entonces l descubri en la creciente penumbra la cintura de Shibo y sus compactos y maravillosos pe­chos. Explor con la lengua la espalda, las pronun­ciadas paletillas, la velluda nuca. Amasndose, frotn­dose mutuamente consiguieron hacer desaparecer las capas de sedimentos aportados por los ros de tensin y de miedo, que se haban acumulado en ambos. Killeen descubri con alborozo que muchos aos de pe­nurias salan a la luz y desaparecan. Los dientes de ella le extraan un delicioso olor de los labios. Los pelos erizados de la mejilla de Killeen se enredaban en el cabello de la mujer. Un viento sopl desde los grandes conductos de la nariz de Shibo. Capas y ms capas se fueron desprendiendo y Killeen percibi en lo ms hondo de su ser uno de los Aspectos, una mujer que se deslizaba a lo largo de sus brazos hasta llegar a los dedos. Con Vernica o Jocelyn nunca lo haba experimentado as. Un dulce peso femenino lleg has­ta su tacto. Profundizando ms en las capas. Un ac­ceso. Unos empujones lentos. Se agitaban en silen­cio capeando juntos unos temblores. Las piernas de ella le aprisionaron. Un calor de cuna revent en su boca. Agarrar, soltar, volverse y otra vez. Un empu­jn de las caderas puso en contacto hueso con hueso. Los vientres se abran y un hombro baj hasta el ni­vel de un corazn impaciente. La mujer que haba en l percibi que el pulso se le aceleraba, se normali­zaba y volva a acelerar. Una silenciada audiencia pa­reca esperar cada uno de los movimientos: era una parte de l junto con una de ella que se ramificaban hacia arriba en acordes ms agudos. Un ajuste cmo­do. Los pasajes se ensanchaban cuando los msculos tartamudeaban. Killeen se apret y se elev a s mis­mo para percibir cmo ella se alzaba en espiral. El calor levant el cabello de ella.

Torsiones y dolores dejaron paso libre a unos mo­vimientos largos y seguros, y en aquel preciso instante comprendi el significado del grotesco modelo que haba visto en el complejo mec. La torturada estatua reflejaba su necesidad de todo aquello, pero a pesar de todo, con su inacabable potencia de penetracin y de apertura de fisuras slo consegua que todo aquel conjunto fuera falto de sentido. El Mantis nunca lle­gara a conocerles. En las cosas ms esenciales haba una impresin que iba mucho ms all de la cpula computerizada. La vida orgnica estaba llena de un espritu profundamente enterrado. Proceda de los orgenes, de la misma manera que se hizo el univer­so, y generaba por s mismo la vida de cada ser mor­tal, y se le encontraba latiendo en cualquier instante fugaz. El Mantis no haba podido proporcionar mo­mentos como aqullos a las suspensas mentes de los muertos definitivos, porque eran imposibles de re­producir. Killeen lleg al conocimiento de este he­cho de un modo definitivo y exacto en el breve lapso de un segundo. Shibo tambin lo haba notado, y le dio un empujn que introdujo en l unos hmedos efluvios. Ella le afloj un nudo de la mueca para que se abriera hasta el codo, zumb al atravesar su hom­bro, y despert una oquedad que tena detrs de la oreja derecha. Le bes, hundiendo los dientes en las blandas encas. Las lenguas se deslizaban apretndo­se una sobre la otra, buscando la lisa parte inferior. Con el corazn ardiendo, Shibo le mordisque ms arriba. Algo haba abierto el cerrojo de l y percibi la secreta fuente del poder que haba tenido aquel mis­mo da en el foro, el empuje de sus propias palabras. La vida se regeneraba. El era tal como fue su padre, y como sera Toby: la lengua dentro de la oreja era como un hmedo roce de la brisa marina. Su padre estaba vivo. Correspondi a la caricia de la mujer, y los dientes de Shibo trazaron lneas rojizas ms abajo de su garganta. Un rosario se form a partir de un lento principio de delirio. Una violencia centrpeta se apoder de ambos y golpe con fuerza a Killeen.


EPLOGO

ARGO


1

El Argo estaba enterrado bajo una abrupta monta­a que pareca completamente natural. Las puertas de acceso se hallaban en un profundo barranco que alguien haba rellenado a medias con grava. Killeen haba sido el primero en entrar porque el portal estaba programado para aceptar slo una autntica huella palmar humana. Dispona, adems, de recursos para examinar el cdigo gentico y detectar unas configura­ciones clave que demostraran que quien quera entrar descenda de los humanos pioneros de Nieveclara.

Los mecs haban deducido todo esto, pero no ha­ban ido ms all. Ninguna simulacin mec hubiera conseguido pasar. Para l result muy fcil, ninguna alarma ni mecanismo de seguridad se dispar. Los por­tales daban acceso, por medio de tneles, a un gran recinto excavado bajo la montaa.

Despus, Killeen se dedic a contemplar desde el borde de la excavacin que se expanda con regulari­dad, una corriente de agua ancha y profunda y la lla­nura que se extenda detrs de ella y que ascenda hasta las montaas azules. En las montaas haba unas cum­bres nevadas, y el agua que descenda de ellas resulta­ba dolorosamente fra. Aquel lugar estaba situado a medio camino de la ruta de circunvalacin de Nieveclara desde el puntito que era la Metrpolis de los hombres, y desde all se poda comprobar el alcance del clima de los mecs. Tena que llevar una chaqueta y unas perneras de tejido doble para que no le dolie­ran los pies. l y Toby se pasaban horas enteras en la parte baja del ro, escuchando el sonido de ste so­bre las gravas y pedruscos que, lisos y negros como la noche, yacan en los cauces de los canales. Toby recoga unas finas placas de hielo de las orillas y las haca rebotar como si fueran piedras sobre la anchu­ra de aquel agua rpida; luego soltaba alaridos a causa del penetrante fro que le traspasaba la mano.

A los mecs les gustaba el fro. Verdaderas legiones de ellos estaban al lado de la corriente de agua y as­cendan por las laderas de la montaa. Levantaban tanto polvo que ensuciaban el glido aire. El gran re­cinto en forma de concha, que ya estaba a la vista, tena las marcas de la oxidacin sufrida por el paso de los aos, y la lenta sedimentacin de la misma ha­ba llenado de polvo la nave. Killeen y Toby haban visto que los mecs cortaban con todo cuidado la su­ciedad que haba en el andamio para luego rascar la que recubra la intensa blancura del Argo. Unas lar­gas columnas de mecs marchaban en formacin des­plegada para cribar de forma sistemtica las piedras y el suelo en busca de algn posible rastro de quien­quiera que hubiera abandonado la nave. Trataban aquel lugar como si fuera un yacimiento arqueolgi­co de una cultura muerta desde haca largo tiempo.

El Argo estaba enterrado en una zona rica en me­tales, de forma que los detectores sencillos no podan distinguir el casco de las capas que lo recubran. Los que haban guardado la nave tenan la intencin de que permaneciera all mucho tiempo, y haban tomado sus precauciones contra los sesmos y las filtracio­nes. Los mecs haban efectuado varias veces prospec­ciones en aquella zona en busca de minerales pero nunca haban encontrado la nave.

Las escuadras de mecs levantaron mucho polvo, que fue a caer sobre el Argo, y durante los dos primeros das aquello fue lo nico que toc el ancho casco del color de los huesos blanqueados. La nave era como dos manos con las palmas en forma de copa y unidas sin costuras, pero a proa y a popa haba unas cubiertas translcidas que protegan unos salientes muy comple­jos. Los mecs parecan saber qu eran aquellas cosas y las trataron con mucho cuidado al retirar las cu­biertas.

Llegado a este punto, el Mantis ces en la direccin del ejrcito de mecs y regres al pequeo campamento de los humanos. Necesitaba dos personas que pudie­ran franquear las esclusas de la nave. De nuevo, slo una mano humana obtendra el resultado adecuado. Killeen estaba seguro de que el Mantis haba probado sin xito muchos sistemas de apertura para liberar los mecanismos y que al menos de momento estaba in­trigado. Pensaba que el Mantis estara sorprendido de que en un tiempo los humanos hubieran inventa­do un cierre que un mec no pudiera abrir con toda facilidad, pero cuando expres sus impresiones en voz alta al pasar junto al Mantis, ste replic:

No. Ha transcurrido mucho tiempo desde que algunos de mis elementos vieron una obra como sta hecha por los de tu espe­cie. Los primeros de tu filia que llegaron al Centro no eran lo bastante hbiles. (Ininte­ligible.) Pero pronto aprendieron algunas de nuestras artes. Creo que t mismo, personalmente, encontraste una de sus reproduc­ciones de una gran obra de vuestro pasado remoto.

—Qu dices? Yo no...

Entonces yo os estaba siguiendo la pista. Tu­visteis un mal encuentro con un Merodeador de la clase 11. Fui incapaz de disuadirle de que os atacara (como ya os he explicado varias veces, me veo obligado a actuar den­tro de los cnones de mi sociedad). Os re­fugiasteis en una obra de arte que habamos conservado desde su muy lejana construc­cin, cuando algunos de vuestra filia crearon lo que llamaron Taj Mahal. Estaba marca­do con los emblemas del caudillo de aque­lla partida, un grupo que ahora se halla por alguna parte del Centro.

Killeen record haber contemplado aquel monu­mento durante mucho rato y con toda atencin para grabarlo en su memoria. Record aquellas imgenes, las artsticas curvas y el solemne resplandor blanco de la cantera. Vio el cuadrado negro con las marcas NW. Entonces comprendi que aquello representa­ba a algn antepasado que haba diseado y construi­do de la misma manera que lo hacan los mecs.

—Fueron los ingenieros del Argo?

No. Llegaron mucho antes de los Candele­ros y fueron los primeros humanos en insta­larse aqu, en el Centro. Luego llegaron otros humanos. El Argo, a juzgar por lo que hemos podido recoger en estos alrededores, fue obra de los constructores de las pri­meras Ciudadelas. Previeron que llegara un tiempo en que vuestra filia necesitara esca­par. Haban sido testigos de nuestras obras para imponernos en otras partes del Cen­tro y saban que con el tiempo llegaramos a ocupar y acondicionar Nieveclara (como vosotros la llamis) para unos designios ms altos.

—La muerte de Nieveclara es un designio ms alto?

Has de comprender que mi inters por vo­sotros no me lleva a creer que vuestro des­tino sea comparable con el nuestro. T tam­bin lo comprenders en cuanto aprendas ms.

Killeen sonri sin ganas y no dijo nada.

Estaba aprendiendo a comprender parte de los com­plejos estados entretejidos que posea el Mantis. Era un error, ya lo saba, creer que detrs de las palabras del Mantis se escondiera algo comparable a las emo­ciones. Lo ms importante acerca de los aliengenas es que son aliengenas, haba dicho su padre, y l no lo olvidaba. Pero, sin embargo, le podra ser de utilidad saber percibir en qu estado se encontraba el Mantis.

El mec haba sido una dbil presencia en el umbral de su sistema sensorial cuando Killeen entr por pri­mera vez en el Argo. Cermo el Lento y un Rook ha­ban sido los primeros en entrar, y no encontraron nada comprensible para ellos. Por entonces, los mecs enanos ya se arrastraban sin cesar por dentro del Ar­go tratando de comprender la nave.

Procedente del Mantis, Killeen obtuvo unas varia­ciones cromticas que al parecer correspondan a la expectacin, excitacin e inters. l y Shibo ronda­ban por unos pasillos ovales dbilmente iluminados por luces rojas que se iban encendiendo a su paso. El Mantis consigui identificar algunas secciones modu­lares mediante antiguas grabaciones de los mecs. Algu­nas piezas del Argo procedan de la tcnica mec, pero haban sido modificadas de acuerdo con las necesida­des de los humanos. Otras haban sido construidas utilizando antiguos diseos humanos, que tal vez re­flejaban la tecnologa transportada por la humanidad hasta el Centro Galctico mucho tiempo atrs.

Durante la inspeccin del Argo, Killeen percibi chispazos de reconocimiento procedentes de algunos de sus Aspectos ms antiguos. La ancestral tecnolo­ga humana sac a la luz unos clidos recuerdos des­de los pozos ms profundos. El hombre segua liga­do a sus obras.

El Mantis coment:

En efecto. Con frecuencia vuestras obras os sobreviven largamente. Nosotros, los que siempre vamos hacia delante, no nos senti­mos atados por las preocupaciones relati­vas a los artefactos. No son ms que herra­mientas perecederas, que pronto se han de convertir en basura. sta es otra de las mu­chas fascinantes caractersticas que nos di­ferencian.

Cuando el Mantis hablaba a travs del Aspecto de Arthur, Killeen deba evitar toda contestacin que superara un distrado asentimiento. El Mantis era una aguda cua clavada en Arthur, y poda captar los pensamientos secretos de Killeen. Resultaba muy difcil engaarle.

Pero contaba con la ayuda de sus otros Aspectos. El Mantis no cooperaba con ellos. Su feliz parloteo mientras se revelaban los misterios del Argo serva para enmascarar los ms astutos planes de Killeen.

Antes, los acallados gritos de los Aspectos le haban llamado la atencin distrayndole; pero despus descubri que poda reducirlos a meras sombras de chispazos en la pared de su mente. Lo haba aprendido durante la tempestad de Aspectos. Con gran sorpresa, descubri que ya no sufra espantosas pesadillas cuando dorma ni tena que luchar para calmar a sus Aspectos y Rostros al despertar. Segua llevndolos en la parte ms alejada de la mente y aparecan con toda rapidez en cuanto los llamaba. Slo tena fugaces atisbos de cmo le haban atacado durante la tempestad; de aquellas autnticas olas que haban vertido sobre l un amargo fluido corrosivo de araa; y otros insectos, cuya imagen deba esforzarse en enterrar.

Pero a pesar de sus intentos, se le aparecan de nuevo adaptando las ms extraas formas mientras anda­ba por los oscuros pasillos del Argo. Los mecs enanos se dispersaban por doquier. Con su energa de in­sectos inspeccionaban, comprobaban y componan los mecanismos de la aletargada nave, dormidos du­rante tanto tiempo. Parecan olas que lavaran el ca­dver de un gran monstruo marino, arrastrado desde las profundidades marinas hasta quedar anclado en la playa.

Pero el Argo despert de su letargo. Killeen perci­ba en las sensibles fronteras de su propio aparato sen­sorial una presencia inteligente y juguetona. Los cir­cuitos internos del Argo revivan.

Unos escuadrones de trabajadores mecs corran co­mo oscuros ros alrededor del guijarro formado por el pequeo campamento humano. Haba muchas va­riedades de mecs nuevas para los humanos. Formas tubulares, objetos en forma de cubo, conjuntos inde­finibles con herramientas afiladsimas. Por algn mo­tivo desconocido, aquellas mquinas metdicas saban cmo evitar a los humanos, y se desviaban de los fue­gos y de las tiendas.

En total, ms de un centenar de personas haban efectuado el largo viaje hasta donde se esconda el Argo. La mayora, compuesta principalmente por miem­bros Bishop y Rook, se haba asustado ante el Empolvador que los haba transportado y el Especialista que les haba conducido hasta all desde el campo de aterrizaje. El encuentro con el Mantis haba sido pa­ra ellos el primer suceso sobrecogedor, cuando se reu­nieron con l detrs de las colinas que circundaban Metrpolis; pero tal vez a causa de esta experiencia pronto se acostumbraron a ver aquel conjunto de tu­bos y ndulos.

Con todo, los miembros tan diversos de aquella ex­pedicin necesitaban continuamente alguien que les tranquilizara, cosa que resultaba fastidiosa para Killeen. La gente le asaltaba sin cesar con preguntas ca­da vez que regresaba al campamento desde el Argo.

Qu era aquel gas que rodeaba la nave, el que te haca hablar de una manera rara si inhalabas una pe­quea cantidad de l? (Helio, le haba informado Arthur. Una proteccin contra la oxidacin.)

Por qu el Mantis estaba cada vez ms abultado? (Aada componentes para poder dirigir las brigadas de trabajadores, cada vez mayores y ms numerosas.)

Por qu haca tanto fro all? (Estaban ms cerca del polo norte. Pero tambin el fro llegara pronto a Metrpolis, a medida que se acelerasen los cambio de clima provocados por los mecs.)

Los alimentos empezaban a escasear, no podra darse ms prisa los mecs? (Para conseguir que una nave aletargada durante siglos funcionara de nuevo, se necesitaba tiempo. Y Killeen poda preguntar al Mantis si dispona de algunos mecs libres para que les trajeran comida. No sera sabrosa, pero les saciara.)

Por qu iba el mec de los humanos con ellos? (Si lo dejaban atrs, lejos de donde estaban trabajando, algn Merodeador podra atropellarlo. Dispona de informacin sobre los antiguos usos y costumbres de lo: humanos del pasado. Y, adems, quera ir con ellos.

Se alegraba de que Fornax y Ledroff hubieran rechazado asistir. Si cualquiera de ellos hubiera estado all, aquel proceso hubiera resultado imposible. Los dos hombres haban escuchado la invitacin de Ki­lleen y haban prometido estudiarla a lo largo de la noche. Pero al reunirse de nuevo a la maana siguien­te, por la seriedad de sus caras comprendi que se haban batido en retirada. Cuando hablaron los tres, lo dos Capitanes le haban mirado con nuevo agradecimiento. Hablando con suavidad y sin forzar la situacin, Killeen haba intervenido en favor de los que queran hacer el viaje para ver cmo era el Argo

Y de esta manera, al cabo de tres das, haba llegado el momento de que la larga columna saliera de Metrpolis. Todos podran regresar, desde luego. No tenan la menor seguridad de que el Argo existiera todava o de que funcionara. Para guiarse, slo disponan de mapa del mec de los huma-nos. Pero un centenar de los ms fuertes se arriesgaron.

Ledroff se haba quedado con el resto de los Bishop. Ya haba empezado a conspirar contra Fornax para llegar a convertirse en Capitn de toda Metrpolis. Pero ninguno de aquellos dos Capitanes era lo bastante fuerte como para impedir la partida de los que queran ir hasta el Argo, y en consecuencia adop­taron una expresin impasible y les observaron mar­char.

La prdida de Hatchet, la revelacin de lo que ha­ba hecho, la repentina presencia sobrecogedora del Mantis, todo junto, haba sacudido a Metrpolis y favorecido las maniobras de Killeen. Hatchet no ha­ba explicado nada de sus tratos con el Especialista ni de lo que haba visto durante sus incursiones. Aque­llo no casaba con los antiguos rituales de las Familias que exigan explicar lo sucedido despus de una ex­pedicin. Hatchet se haba limitado a explicarles las aventuras de sus robos. La grfica narracin ofrecida por el Mantis de lo que Hatchet haba querido hacer con la cosa-Fanny haba ensuciado para siempre la memoria del Capitn.

Killeen haba hablado de sus proyectos como de una mera posibilidad, como una exploracin. Pero saba que cuando se marchara de all, sera la ltima vez que viera Metrpolis. Aun suponiendo que lo del Ar­go resultara ser slo una leyenda, no volvera jams. Era mejor vagar por Nieveclara, que agonizaba len­tamente, que quedarse en la jaula de Metrpolis.

A pesar de todo, comprenda los sentimientos de los que se haban quedado, que eran la mayora. Fornax y Ledroff se convertiran en unos excelentes car­celeros. Con la proteccin del Mantis, las Familias aumentaran de tamao.

La humanidad siempre haba estado bajo el domi­nio de los que se quedaban atrs. Se lo haba explica­do Arthur. Era una prudente estrategia en favor de la especie, un fuerte sostn para las arriesgadas apues­tas de cada da. Por esta razn, ninguno de los aventureros se haba burlado de los que se quedaban. Sin necesidad de palabras, la intuicin nacida de las duras penalidades se lo haba dictado as.

La gente se congreg en una ladera pelada para po­der contemplar desde all el primer vuelo del Argo.

Se elev con un gran rugido desde el lugar en que lo haban colocado, cerca de donde haba permaneci­do enterrado. Manos humanas lo haban puesto en rbita haca muchos aos. El Argo haba sido un siste­ma de comunicacin entre las Ciudadelas y los Cande­leros. La nave tena mecanismos mec, pero slo podan manejarse con mandos humanos. Sus receptores sen­soriales respondan a la seal acreditada de los pensa­mientos humanos y rechazaban cualquier forma de lenguaje mec.

De esta manera, a pesar de la total ignorancia de los humanos sobre los asuntos mecnicos, de nuevo podran hacer volar aquella nave.

Shibo deba ser, sin discusin, la elegida. Su exoesqueleto poda ejecutar los hbiles y rpidos movimien­tos necesarios en el piloto. Y utilizando el sistema sen­sorial de ella, el Mantis pudo conectar la mente-nave del Argo con el exoesqueleto.

Killeen se sent detrs de Shibo en cuanto ella lo­gr que los motores empezaran a funcionar, se acele­raran y volvieran a la velocidad inicial. Llevaba va­rios das entrenndose, con la ayuda del Mantis. En cuanto los circuitos y las vas de acceso quedaron es­tablecidos en su aparato sensorial, las complicadas es­tructuras autosensitivas de la nave se encargaron de todo. Podan comunicarse con los movimientos me­cnicos de ella a travs del exoesqueleto.

Sus manos volaban con soltura entre los mdulos de mando, y el exoesqueleto zumbaba. Cualquier transmisin de instrucciones efectuada de forma oral habra resultado demasiado lenta.

A Shibo se le daba bien. El dbil riachuelo de la corriente llegaba a Killeen a travs de las fronteras de su propio sistema sensorial. Unos toques speros, unos cortantes olores y unos gustos amargos, todo se mezclaba y desapareca en un momento. La ca­ra de Shibo se crispaba por el esfuerzo cuando evo­lucionaba sobre el panel oblicuo que tena delante. A cada movimiento suyo, la nave comprobaba que ella fuera humana, una medida de seguridad muy an­tigua.

Sus prpados oscilaban, tena los labios apretados y plidos.

—Cmo va? —susurr a su lado.

—Lo voy consiguiendo. —Las palabras se escapa­ban por entre sus apretados dientes.

—Djalo si notas que...

—Puedo. Puedo conseguirlo.

Pareca estar escuchando unas voces lejanas. Killeen perciba el torbellino de informacin canalizada a tra­vs de ella como un viento cada vez ms acelerado.

La nave gimote en tono ms alto. Killeen not una sensacin de balanceo.

—Estamos en el aire —notific ella, con voz tan baja que apenas si se oa.

Le domin la sensacin de andar a la deriva. Era slo un eco muy dbil de lo que ella deba soportar, pero bast para transmitirle las entradas de datos de miles de sensores. Le pareca que l mismo se eleva­ba, se inclinaba y planeaba.

De pronto tuvo la sensacin de que estaba miran­do hacia abajo, directamente hacia abajo. Una ladera excavada se extenda all, como una fruta mordida.

—Pues es verdad!—Dbil, el grito de Cermo el Len­to lleg desde el suelo—. Vuelan.

—Eres maravillosa —exclam simplemente.

Estaba sentada frente al cuadro, como una reina, era el primer ser humano que dominaba aquel extra­o artefacto desde la poca de los Candeleros. Killeen valoraba la importancia de aquel hecho, pero slo ex­perimentaba un sentimiento personal: su repentino amor por ella. Era una liberacin explosiva. Tena el control de su propia mente y era capaz de entre­garse sin reservas ni impedimentos.

Sin que la llamara, la vocecilla de Arthur, liberada del Mantis, pi:

Ahora ya ests impreso en sus feromonas, unos huecos moleculares que deben conec­tarse para que se excite al mximo la atrac­cin macho-hembra. El Mantis deshizo la modificacin que la Familia Bishop haba im­puesto a todos sus miembros. No vayas a confundir esto con algo etreo o intelectual. Si llenas las muescas neurales, es algo que no guarda la menor relacin con el estado social de la dama ni con tu opinin perso­nal sobre ella. El apareamiento no se efec­ta para expresar las ms altas funciones que se llevan dentro, desgraciadamente, si­no para contentar al gran fondo gentico que nos rodea. Puedo afirmar que...

Killeen lo desconect.

Aquella tarde, l y Toby andaban bajo las titilan­tes luces del cielo, ms para mantenerse calientes gracias a la actividad que para observar los intermina­bles trabajos de los mecs. Aquellas formas trabajaban sin descanso, hacan la puesta a punto del Argo, reu­nan los suministros, y realizaban sus inexplicables investigaciones.

—Por qu el Mantis tiene tantos mecs trabajando a sus rdenes? —pregunt Toby.

—Es como... un Capitn de los mecs —acab Killeen, al darse cuenta de que en realidad no saba en absoluto lo que era el Mantis.

—Crees que, de verdad, va a dejarnos partir?

—Ms le valdr hacerlo.

—No veo qu le puede obligar —dijo Toby, arru­gando la nariz.

Killeen ley en la cara del muchacho la lucha por comprender algo que confirmara lo que le haba suce­dido dentro del complejo mec. Su hijo evolucionaba de da en da, lanzado hacia adelante por la gravedad de los hechos, hacia la edad adulta. Aquella confian­za alegre haba desaparecido y no la recuperara jams. En lo sucesivo, se preocupara de cada aspecto raro del mundo hasta que lo retuviera, lo comprendiera y lo hubiera introducido en su esquema de las cosas.

—Hemos tenido que utilizar el ltimo cartucho que nos quedaba —dijo Killeen—. La vulnerabilidad.

—No lo entiendo.

Killeen le hizo una sea con la mano para que ce­rrara su sistema sensorial.

—Del todo?

—S. —Cuando quedaron reducidos a los sentidos convencionales. Killeen continu—: Si nos obligara a todos a quedarnos en Metrpolis, ya no seramos nosotros mismos.

Toby parpade.

—Qu?

—Una vez aprisionados, ya no seguiramos siendo verdaderos seres humanos.

—Nos volveramos unos cerdos tragones?

—Eso es. Tan gordos que los mecs se veran obliga­dos a llevarnos de un lado a otro.

—Crees que todos los que se han quedado van a ponerse gordos?

—Es posible. Pero no es cosa que haya de preocupar demasiado al Mantis. Si no me equivoco, el Mantis tambin nos estar vigilando.

—De qu manera?

—Por medio de estos micromecs.

—Ah.

Toby se detuvo, con las manos metidas en los bolsi­llos de la chaqueta, y su aliento humeaba en la quietud del aire.

—Pueden or lo que decimos?

Killeen vio que el Mantis se acercaba a ellos, proce­dente del Argo.

—Conecta tus sistemas. No quiero que sospeche nada.

Tan pronto como su sistema sensorial estuvo en marcha, advirti la intrusin de la dura silueta del Mantis. Continu como si estuvieran en una conver­sacin normal.

—El caso es, hijo, que hemos perdido algo que...

La risa. sta es la seal de vuestro sentido ms profundo. Morir en Metrpolis.

Toby se sobresalt, con los ojos muy abiertos.

—Maldita sea! —grit Killeen a la oscuridad arrolladora que haba a su alrededor—. Ya te lo tengo di­cho: no aparezcas de esta manera. Tenemos unas nor­mas, el derecho a la intimidad entre nosotros.

S... y esto tambin forma parte de ese al­go que notas que vais a perder. Esta face­ta est relacionada con vuestros procesos internos. No comprendo por qu ha de ser as. Est relacionado con vuestros hbitos, de eso estoy seguro. Estis obligados a dor­mir para filtrar vuestra experiencia del mun­do, esto es algo caracterstico de las formas ms bajas que luego han evolucionado.

Toby torci el gesto y entorn los ojos. Killeen vio que en vez de estar asustado, el muchacho ya consi­deraba al Mantis como algo irritante. Lo compren­da, pero aquello poda resultar peligroso. Se estaban acostumbrando al Mantis. Lo ms importante acerca de los aliengenas es que son aliengenas.

—Entonces, qu hacis, eh? No dorms? —pre­gunt Toby.

Procesamos la informacin mediante siste­mas paralelos. Mientras permanecemos conscientes. No necesitamos mecanismos de limpieza tales como el sueo o la risa.

—Vais a acabar mal de los nervios —se burl Toby.

—No tienen nervios —puntualiz Killeen.

Toby se encogi de hombros.

—Pues no deben de divertirse mucho.

—Probablemente, no —asinti Killeen.

Toby se ri con socarronera.

—A lo mejor ni siquiera saben lo que significa di­vertirse, verdad?

No exactamente, no. Tiene algo que ver con vuestro mecanismo para procesar las horas

—Riendo? —pregunt Toby, incrdulo.

S. Existen tambin las acumulaciones de va­lores de identidad. Debis mantener continua­mente vuestro autoconocimiento, la imagen interior de vuestra esencia, para que vuestros subprogramas puedan seguir trabajando co­rrectamente. Nosotros tenemos unos siste­mas similares, desde luego. Los vuestros, sin embargo, al parecer estn ligados a la iden­tidad sexual. Los interrogantes interiores se acumulan. nicamente por medio de la rea­firmacin de vuestra personalidad sexual, por la unin con una persona del sexo opuesto, podis resolver y descargar esa acumulacin de problemas de identidad. Es muy curioso que esto slo ocurra con una parte muy redu­cida de los candidatos disponibles, a veces con slo uno de los candidatos. Por ejemplo, tu padre, en cuanto le libr de un burdo pro­grama interior, ha formado con Shibo una...

Killeen le interrumpi con voz cortante:

—No sigas hablando a lo loco de cosas que no conoces.

Ya lo comprendo. S. Veo tu punto de vista.

Un ataque espasmdico invadi el sistema senso­rial de Killeen. Tena la clara impresin de que el Mantis, con mucho tacto, intentaba evitar el tema. Killeen se sinti levemente ultrajado por el hecho de que un mec se entrometiera en cosas tan propias de la fragi­lidad humana, y explicara a un muchacho detalles re­ferentes a la vida sexual de su padre. Dijo:

—Vosotros, los mecs, no tenis cojones.

No en el sentido a que te refieres.

Toby se ri.

—Y eso qu quiere decir?

No voy a discutir ahora las implicaciones de nuestras vidas, porque eres una forma de vida inferior. No cometas el error de adju­dicar a tu filia ms valor del que en reali­dad tiene. Hemos estudiado a otros seres parecidos a vosotros, en otros sectores del Centro Galctico.

—Dnde? —pregunt Killeen, interesado de nuevo.

No creas que te va resultar fcil engaar­me sobre tus intenciones de encontrar a tu padre. Comprendo esas primitivas motiva­ciones.

—Maldita sea! Quiero saber dnde estn los otros humanos.

Los originales, los constructores del Taj Mahal, no lo s. Pero el ltimo grupo, del que t desciendes, est distribuido en varios lugares. Sin embargo, te lo prohbo. He ajus­tado el Argo. (Ininteligible.) Para que no pueda viajar hacia el Comiln. No tolera­remos que unos seres inferiores interfieran all. Podis navegar hacia el exterior. All en­contraris otros humanos. Adems, en aquellas regiones hay otras formas.

—Ests decidido a no venir con nosotros? —pregunt Toby, y la sospecha le haca apretar los labios.

Quiero que los vertebrados soadores, los que ren, conserven algo de libertad. Si no fuera as, no seguiran viviendo en estado salvaje. Como defensor de tales formas, de­bo conservarlas tal como son ahora.

—Nos vamos a marchar —contest Toby.

Estaris al alcance del Centro. El Argo no puede viajar muy lejos. Puede alcanzar como mximo unos pocos centenares de las estre­llas del Centro. Si yo quisiera ms especmenes como vosotros en estado natural, podra ir a cosechar los que me hicieran falta. Si os dejara aqu en estado salvaje, slo sera pa­ra ver cmo os extinguais.

—No me parece que puedas cazar nada —dijo Toby con presuncin.

Killeen le lanz una mirada admonitoria.

No sabes lo que dices. Exijo de vosotros, sin embargo, la promesa de que no iris a buscar al que os habl por medio de la criatu­ra magntica.

Killeen mir hacia donde el Argo descansaba bajo un resplandor de lmparas de trabajo. Qu extrao cdigo de honor poda convencer al Mantis que l iba a cumplir una promesa hecha a un mec?

—Claro que s, me comprometo a ello —minti.

l y Shibo cogieron provisiones y se fueron ro aba­jo. La corriente salpicaba sobre las rocas negras y Ki­lleen confiaba que aquel murmullo impidiera que los mecs les escucharan.

—Buena comida —opin Killeen—. Nunca haba probado nada as.

—Est blanda —asinti ella.

Juntaron con fuerza sus labios con embeleso, y comieron con las manos los primeros alimentos fa­bricados por la cocina automtica del Argo. La nave converta las materias primas en unas maravillas ti­bias, sabrosas, aromticas, en capas superpuestas de hmeda exquisitez. Los sabores evocaban en Killeen antiguos recuerdos de los guisos de su madre.

—Esta noche nos acostaremos pronto —aadi ella, mirndole con un secreto regocijo.

El se dio cuenta de que ella quera hacer un poco de broma.

—De acuerdo. Maana por la noche dormiremos entre las estrellas o nos habremos quedado dormidos para siempre.

—Esta noche yo me pondr encima.

—Ya quieres empezar a mandar?

—El suelo tiene muchas piedras.

—Ah. Siempre te has puesto encima con los otros hombres?

—Cules?

—Alguno habrs tenido.

—Ninguno.

—Me parece que ests mintiendo.

—Es cierto. —Su ligera sonrisa se desbord.

—Sigue mintiendo. Lo prefiero. Llname de men­tiras. Eran todos de la Familia Knight?

—Nunca he tenido ninguno encima ni debajo.

—Ya veo. Eran feos, como yo?

—Nunca he tenido ninguno. Yo tambin era fea.

—Estarnos hechos el uno para el otro. Los feos atraen a los feos. Cuntos han sido?

—Cuntos, qu?

—Los Knight que has tenido.

—No ha habido ninguno, y no s contar.

—Ya veo. Los Knight se quitan las botas antes?

Ella se ri.

—No lo s.

—Es que he odo decir que los Knight estaban siem­pre preparados para echar a correr.

—El que est encima se deja las botas puestas.

—Por qu?

—Puede tener que huir ms aprisa.

l pareci sorprenderse.

—Hasta en el caso de que estn bajo cubierto?

—No puedo saberlo. Siempre he estado sobre la marcha.

—En la marcha, nadie puede estar a cubierto.

—No cubierto por m, al menos —indic ella.

—Con todos aquellos Knight alrededor? Debas de ser muy rpida corriendo.

—Soy buena corredora.

—Porque no tienes ms remedio. —La mir con fi­jeza e inclin la cabeza ligeramente hacia una gran zona muy iluminada por donde el Mantis se desplazaba entre el ejrcito de mecs—. Los grandes proble­mas requieren rpidos reflejos.

—Los pequeos, tambin.

Killeen observ el Argo.

—Yo veo muchsimos problemas pequeos.

—Has de ser rpido, eso es todo.

—No hay que precipitarse, supongo. Ms tarde ya nos ocuparemos de los problemas pequeos.

—Esto lo sabe todo el mundo.

—Es cierto. Hasta el mec de los humanos.

Ella volvi a asentir.

—Querer estar encima, ser rpido, llevar las botas.

—Ya ests aprendiendo.

—Tengo buen profesor.

—Me parece que antes ya sabas muchas cosas.

Ella le obsequi con una sedosa mirada de soslayo.

—Nunca haba visto a nadie que se moviera como t, no seor.

—Me gusta. Sigue mintindome y me seguir gus­tando. —Se termin la comida y empez a lamerse los dedos y el plato.

—Lo intentar.

—Est bien. Esta noche puedes ponerte encima —sonri l.

—No acaba de convencerme.

—Por qu no?

—Tendra que dejarme las botas puestas.

—Me has ganado.

—Eso es lo que quera.

2

En el interminable momento anterior al despegue del Argo, Killeen percibi una tensin roja y suave.

Se trataba de toda la masa de la humanidad que es­taba detrs de l en las cubiertas inferiores. Sus siste­mas sensoriales estaban interconectados como unos resbaladizos fluidos. Nunca los haba percibido de aquella manera. Una tensin alborotada se fue pro­pagando de unos a otros, pero adems sinti una co­rriente de fondo llena de calma y decisin.

Los largos aos de peregrinaje les haban endureci­do. Estaban acostumbrados a esperar, a pesar de que saban que sus vidas dependan de la rapidez, sin que este conocimiento les crispara o les distrajera. Los que no haban aprendido esto, haban cado a lo largo del rastro de desolacin que las Familias haban dejado hasta entonces. Y por esta razn, el Mantis, que ha­ba dado la muerte definitiva a tantos en un momen­to de pnico, aquel da no capt en su sistema senso­rial una premonicin de lo que iba a suceder.

Todo iba bien. Hizo una seal afirmativa a Shibo.

—Cuando gustes.

—Lo que me gusta es estar encima.

l se ri. Shibo inici el lanzamiento.

La litera la envolvi. Era una proteccin supleto­ria para evitar que los mecs la controlaran. Las capas laminadas de la litera slo respondan a los impulsos humanos. Shibo operaba desde el interior, extendien­do los brazos hacia las superficies inclinadas que ha­ba delante de ella. Mova las manos con una forzosa actividad. Su exoesqueleto tarareaba y zumbaba co­mo un animal carioso.

Not que la nave se elevaba con suavidad desde el soporte. Unas rfagas de fuerza azotaron el aire.

La pared que estaba frente a ellos se desplaz hacia un lado, para mostrarles una vista panormica del lu­gar. Una legin de mecs negros les rodeaba.

El Mantis se haba detenido junto a la base de la destrozada y excavada colina. La mirada de junturas nudosas le daban la apariencia de un edificio a medio construir junto a la ancha corriente azul.

Shibo se dispuso a despegar. El Argo apunt hacia arriba, preparndose para un impulso total. Una vi­bracin retumbante les lleg a travs del suelo. Killeen estudi la cara de Shibo y descubri decisin, sin indicios de miedo ni de dudas.

Detrs de l, Toby grit:

—Atencin, ya! En marcha!

Unos gritos le contestaron por todos los canales del sistema sensorial comn. El legado de sus ancestros se pona en marcha en aquel momento crtico que se les echaba encima. Pero a pesar de eso, no descubri la menor seal de pnico o malestar entre todos ellos. Constituan un instrumento aguzado por largos aos de penalidades que les conducan hacia la tragedia, y nada podra hacerles variar en aquella ocasin.

—Llevis las botas puestas? —les pregunt Killeen.

Contestaron a esta consigna secreta con unas estri­dentes y alegres afirmaciones.

El Mantis les transmiti desde abajo:

Deseo que tengis un buen viaje. Ya tendris noticias mas y de mis mecs.

—De acuerdo! —contest Killeen.

—En marcha! —grit Toby.

Shibo puso el Argo a la mxima aceleracin. Un martilleante bramido explot. El Argo se alej de all describiendo un arco orientado hacia arriba. Un s­bito aumento de peso les comprimi sobre las lite­ras.

La nave sali lanzada hacia el expectante cielo.

Y luego fall. Los motores se detuvieron. La nave sigui volando, silbando, sin peso.

Empezaron a caer. La pared se volvi transparente en cuanto se apagaron los motores impulsores. Le­jos, muy abajo, qued el crculo negro formado por los mecs.

Killeen not un sbito vaco, una sensacin que ja­ms haba conocido. La cada pareca ser infinitamente lenta. Todos sus sentidos soltaban chillidos de pni­co agudo.

El Argo pic de proa hacia las desnudas rocas. La llanura se les acercaba a toda velocidad.

Killeen se mordi los labios para sofocar un grito. Era consciente de que no poda transmitir su miedo a travs del sistema sensorial comn, pero el pnico amenazaba con sobrecogerle. Vio que Shibo interrum­pa sus febriles movimientos para juzgar, valorar y escuchar con atencin lo que le decan las pequeas mentes arcaicas de la nave.

El Argo vir. Ninguna fuerza de elevacin fren su cada, pero variaron la direccin de sta. Apunta­ban hacia la corriente de color azul oscuro que serpenteaba como un alambre a travs de la erosionada piedra.

—Ahora.

El aviso de Shibo les lleg en el mismo instante en que una mano brutal les golpe con fuerza.

Killeen vio la corriente de agua que estaba debajo de ellos y el resplandor que reflejaba. El escape de la nave jugaba con el agua, generando olas. El Argo se volvi hacia la orilla.

El Mantis vio que se le acercaba y slo dispuso de un instante para actuar. Levant la torreta de un ar­ma y...

Y vol en pedazos cuando los chorros del escape dieron de lleno en su estructura relativamente frgil.

Viguetas, varillas y dispositivos cromados y puli­dos; todos los componentes quedaron arrancados, di­sueltos y se diseminaron como si fueran una basura cualquiera sobre las requemadas piedras.

El Argo se qued suspendido en el aire durante unos momentos eternos. Los gases ardientes actuaron con amorosa y suave dedicacin sobre las diseminadas pie­zas que ya empezaban a fundirse.

—Veremos si te recuperas de esto! —pens Killeen, y con rabia reprimida solt aquellas palabras como proyectiles a travs de su sistema sensorial—. Entra­te de lo que es la muerte. Incluso si volvieras, si te hubieras podido salvar para ser regenerado, entrate ahora...

Saludos y gritos de regocijo le contestaron desde todas las secciones del Argo.

—Entrate! Por Fanny. Por lo que le hiciste. Por todos aquellos a quienes diste la muerte definitiva para obligarles luego a dar vida a tus grotescas obras arts­ticas. Entrate!

Un fuerte empujn lanz a Killeen contra la litera.

El Argo se irgui con una tremenda aceleracin. Sali lanzado desde la llanura hacia un cielo vaco, dejando atrs un imponente rastro de humos de es­cape. Un chorro amarillo de gases ardientes seala­ba, como si fuera una flecha, hacia el crculo perfec­to que todava formaban los mecs negros. Separados tan drsticamente de su amo y seor, ninguno de ellos haba disparado contra la nave que se elevaba.

Killeen no se resisti a que aquel terrible peso le prensara. Haba rezado para que el Mantis compren­diera tan poco de sus intenciones como entenda l las de aquella mquina. El uso amistoso que el Man­tis haba hecho del Aspecto de Arthur le haca pare­cer casi humano. Killeen jams sabra lo cerca de la verdad que haba estado. Poda una mente inteligente tan extensa como aqulla ponerse a su nivel, para imi­tar la humana?

Poco importaba. El Mantis haba violado la digni­dad de los seres vivos y para los criterios humanos aquello ya era suficiente. Nada ms importaba.

Pequeos problemas. Aqul haba sido el cdigo pa­ra los micromecs que infestaban el Argo. Corran co­mo locos por todas las secciones de la nave, la ataca­ban destruyendo y quemando.

A medida que iban saliendo de sus escondites, las Familias los iban destrozando.

Los humanos salan en tropel de sus literas.

Botas puestas. Su equipo especial para correr les da­ba la fuerza y la agilidad necesarias para circular por el Argo, a pesar de que la nave se hallaba sometida a una fuerte aceleracin.

Los micromecs haban sido pensados para operar bajo una gravedad constante. Por este motivo, Shibo llevaba el Argo a su mxima potencia de impulso, lue­go la disminua bruscamente, para volverla a aumen­tar acto seguido.

Las sacudidas as provocadas arrancaban a los micromecs de sus sujeciones sobre los cables, tubos y circuitos. Los Bishop y los Rook se lanzaron a travs de los pasillos que de pronto se haban iluminado por completo, con los sentidos alerta y dispuestos para la caza. Disparaban y golpeaban a aquellas pequeas criaturas mecnicas. Los sbitos acelerones les lan­zaban contra los paneles de la nave, pero seguan sin tomarse el menor descanso. Cantaban sus canciones de caza. Los micromecs se escabullan, huan y trata­ban de esconderse. Las botas les dejaban sumidos en el olvido y las manos los partan por la mitad.

Los humanos tenan un aliado para dar con sus es­condrijos. El mec humano les persegua y saba muy bien cmo operaban aquellos microrrobots. Los ma­chacaba bajo sus bandas de acero. Toby iba tras l a lo largo de los pasillos del Argo a pesar de las sacudi­das. Disparaba a los micromecs, pero se senta ms sa­tisfecho cuando les golpeaba con la culata de la pistola de rayos electrnicos, porque poda or los crujidos del metal al hundirse y de los circuitos destrozados.

Aquella enfebrecida turba voceaba, gritaba y daba alaridos mientras se diseminaba como una inundacin vengativa por toda la enorme nave. Unos antiguos cantos sanguinarios brotaban por sus labios. Con j­bilo y rabia liberaban sus ecos salvajes e inclementes en las madrigueras de los artefactos metlicos.

Cuando el Argo ya haba adquirido una rbita es­table, los micromecs haban sido machacados y eli­minados.

—Los hemos cazado a todos —dijo Toby que tena los ojos grandes y brillantes—. A pesar de lo que el Mantis deca sobre ellos, no eran demasiado listos.

Shibo asinti, absorta en su trabajo frente al cuadro de mando. Empezaron a dar descargas de impulsos a una aceleracin constante para seguir una trayecto­ria que el Mantis haba calculado. Estaba dispuesta a seguir aquel curso para ver hasta dnde les llevaba. Slo comprenda al tacto una pequea parte de los sistemas de la nave, pero poda confiar en ellos. Una vez eliminado el control del Mantis, ya eran libres.

—Tenemos alguna baja? —pregunt Killeen.

Toby se seren en el acto.

—Jocelyn ha resultado herida en la pierna.

—Cmo est?

—Se estn ocupando de ella.

Hizo una mueca. Cada prdida era irreemplazable, irremediable. Ahora que era responsable de todos ellos, los sucesos le afectaban ms profundamente. Se dio cuenta de que siempre iba a tener dudas despus de tomar una decisin. Se preguntara, tendra nue­vas opiniones, remordimientos. Siempre.

—Creo que hemos dado cuenta de todos —continu Toby lleno de confianza.

—Tal vez.

—Te digo que s. Lo hemos logrado. De verdad.

—Si el Mantis haba modificado algunos para que se escondieran si las cosas les iban mal, no los habre­mos encontrado —dijo suavemente. No quera que Toby perdiera su optimismo demasiado pronto, por­que el muchacho necesitaba una victoria. Pero no es­taba de ms que desde aquel momento empezara a ensearle que era necesario ponderar todos los aspec­tos de los mecs si se quera estar a salvo de ellos. El mundo era as, y el muchacho deba aprenderlo.

—Bien... Tal vez —concedi Toby. Luego se le ilu­min la cara—. Quieres que busquemos un poco ms?

—No. Trae algo para comer. Si hay algn mec es­condido, tal vez salga dentro de poco. Ten a alguien de guardia continuamente.

—Comprendido. El mec humano servir muy bien para esto.

—Funciona bien?

—Claro que s. Pero me gustara quitarle los ladri­dos.

—No te gustan?

—Bueno, no son tan malos; y adems suena de un modo divertido con su voz de mujer. Haba antes, un animal que hiciera ese ruido?

Killeen sonri.

—Eso me han dicho. Trabajaban para nosotros.

—Hacan esto todos los animales?

—Algunos. Mis Aspectos me informan que cada vez haba ms especies trabajando para nosotros. O nos los comamos, que es otra manera de trabajar para los humanos, supongo.

—Nos los comamos?

—As es. Fue lo primero que comieron los huma­nos. Supongo.

Toby frunci el ceo, dubitativo.

—Yo crea que slo comamos plantas.

—En Nieveclara no quedan animales lo bastan­te grandes como para servir de alimento. Nos lo comeramos si encontrsemos alguno, probablemente.

—Me parece divertido. Pero no estoy demasiado se­guro de que me gustara comer algo que se estuviera moviendo.

—Primero hay que cocerlo, como hacemos con muchas plantas. Los Aspectos dicen que hubo un tiempo en que cogamos a los animales y los metamos en unas factoras. Los hacamos crecer aprisa y no se les dejaba salir ni moverse demasiado, para que cre­cieran antes. Luego nos los comamos.

Toby mir a Killeen con ostentosa incredulidad.

—Hacamos eso?

Killeen iba a abrir la boca para decir algo cuando de pronto record las grotescas escenas del complejo mec.

Las piernas que bombeaban. Hileras de volumino­sos brazos musculados. Las arcas de partes humanas cristalizadas. El Mantis que haca esculturas. Y, final­mente, la monstruosa Fanny que arrastraba los pies.

Habran hecho los humanos algo parecido con las formas inferiores? Las habran utilizado para fabri­car cosas o para divertirse?

Le resultaba difcil creer que los humanos pudie­ran haber hecho algo semejante a los animales. En­jaularles y atosigarlos para utilizarlos como mqui­nas. Como si ellos no fueran parte de la larga cadena de seres que constituan la vida frente a las mqui­nas.

Killeen recordaba el ratn gris que le haba mirado haca tanto tiempo. Entre ellos haba pasado un des­tello de reconocimiento de sus orgenes y destinos co­munes. Una cruel necesidad podra obligar a Killeen a comerse el ratn (aunque no poda imaginarse un acto semejante), pero jams le lastimara o le degra­dara. No en la forma que el Mantis se haba comido la esencia de Fanny y la haba convertido en algo monstruoso.

No. No estaba dispuesto a creer que alguna vez los humanos hubieran podido hacer aquello.

No se poda confiar en todo lo que decan los As­pectos. No hacan ms que repetir historias que les haban contado a ellos y que podan no ser del todo ciertas. O tambin podan mentir.

—No te preocupes por eso. Mira, vete a buscar algo para comer. Y anda ojo avizor por los tneles, eh? Po­dra haber mecs que todava permanecieran ocultos.

La preocupacin de Toby desapareci al instante. Cuando el muchacho se alej de la sala de control, Killeen se imagin a su hijo dejando aparte las pre­guntas y entregndose de nuevo a los placeres de la caza. Ira a reunirse con el mec humano y los dos jun­tos rondaran por los pasillos en busca de enemigos. A travs del complicado sistema de la nave resona­ran unos distantes ladridos de entusiasmo, gritos de alegra, y la clida energa de la persecucin. Algo en su interior esperaba todo aquello por razones que era incapaz de precisar.

Nieveclara era una bola parda y accidentada.

Aquello les extra mucho, a pesar de que haban luchado y luego huido sobre innumerables llanuras destruidas de aquel planeta. Entre las Familias siem­pre se haba conservado la memoria de la antigua Nie­veclara, con grandes lagos de un azul reluciente, con verdes colinas, con hmedos valles entre montaas baados por la radiacin de Dnix.

El globo que nadaba en el panel visor era una cs­cara seca. No era la gran fruta que los Aspectos re­cordaban y hablaban de recuperar. Nieveclara era el hueso de aquella fruta. Y alguien se la haba comido. Los mecs haban enterrado los hielos, enfriado las pra­deras, eliminado la desbordante vida convirtindola en polvo y profanacin.

Las instalaciones de los mecs punteaban el sector nocturno de Nieveclara con plidos resplandores azules. Unas lneas de trazos se enlazaban y cortaban la noche con sus luces de colores: mbar, rub, amari­llo quemado. Ahora era su mundo.

Killeen escuchaba las asustadas exclamaciones de la gente a medida que iba pasando por delante del gran panel del cuarto de mando. Tardaban un poco en com­prender lo que vean, y las ideas no se les ocurran con facilidad.

Cuando comprendan lo que haba sucedido, siem­pre haba un intervalo de respiracin contenida, de extraeza ante la magnitud del hecho del que eran testigos y de lo que representaba. Nieveclara era una ruina condenada. El fabuloso paraso verde de sus an­tepasados se haba perdido.

Recordaba cuando Toby era un beb. Si se le solta­ba durante un segundo o simplemente se le quitaba el punto de apoyo, aquel pequeo ser rosado respon­da rpidamente. Tenda los brazos para aferrarse, ce­rraba las manos. Hasta sus pies buscaban donde apo­yarse y los dedos de los pies se agarraban.

El Aspecto de Arthur haba dicho a Killeen que aquello era una respuesta instintiva. Si la gravedad su­fra alguna alteracin, si le faltaba un punto de apo­yo, el cro intentaba cogerse a sus padres y sujetarse. El beb no saba lo que le obligaba a hacer aquello. Simplemente, lo haca.

Intentaba agarrar algo que no poda analizar.

Shibo haba estado unida al sistema de la nave has­ta que sus prpados se cerraron, el exoesqueleto se quej y las manos se agitaron sin control. Luego se durmi.

Cuando despert, Nieveclara era una partcula se­ca apenas visible. Las Familias, a tuertas o a derechas, haban estabilizado la nave, adivinando cmo fun­cionaba. Aqulla era la primera tecnologa que vean diseada para el uso de los humanos. Reflexionan­do, resolviendo rompecabezas que no eran ms com­plicados que el pomo de una puerta, se les abrieron sistemas de razonamiento largo tiempo dormidos, caminos cerrados por la antigua asociacin mental de las mquinas con los mecs y de los mecs con la muerte.

Aquello dio nimos a Killeen. Si podan dominar la nave, tenan una oportunidad. No muy buena, tal vez, a juzgar por lo que poda estar acechando en la negrura que los engulla. Pero era un principio. Y ya se haban enfrentado antes con ms de una noche cruel.

Shibo le explic los datos que tena sobre su curso.

—Estamos alejndonos del Centro, esto es todo lo que veo. Aqu fluyen corrientes de materia. Estamos cogiendo parte de ella. No s cmo, pero la nave lo sabe. Y as vamos saliendo.

Por el momento les bastaba con saber que el Mantis no les haba mandado hacia algn destino mortal. Tendran tiempo de aprender ms cosas, y en aque­llo poda basarse su futuro.

—No podemos suponer que todas las acciones del Mantis fueran equivocadas —dijo a Shibo y a Cermo cuando se reunieron frente al visor—. Es posible que nos haya mandado hacia algn sitio habitable.

—Me alegro de que le hayamos matado —mascull Cermo el Lento con la cara torcida por el disgusto—. La cosa-Fanny...

Killeen estuvo de acuerdo con l.

—Aquello no conoca la dignidad humana. Es im­posible que la conociera.

Cermo lade la cabeza.

—Un gran error de su parte.

—Una vez despojados de todo, cuando ya no nos queda nada ms, no se nos puede hacer perder nues­tra dignidad —observ Killeen—. Moriramos por sal­varla. Mataramos por ella. Hatchet se olvid y eso fue la causa de su muerte. Todos los miembros de las Familias lo comprendieron en cuanto descubrieron lo que haba hecho Hatchet. l hubiera hecho cual­quier cosa, habra cado hasta lo ms bajo para asegu­rarse la continuacin de su sueo de Metrpolis.

—Sin duda —asinti Shibo.

l prosigui:

—El Mantis cometi un error al permitir que to­dos vieran lo que Hatchet haba hecho. Yo se lo ped porque l crea que su accin iba a conmovernos, que nos obligara a actuar como l quisiera. Convertir Me­trpolis en un zoo. Pero fue al contrario, todava nos uni ms.

Killeen explic esto lentamente, con mucho cuida­do. Cermo tena que comprenderlo bien porque de­ba comunicrselo a los dems y ponerse a favor de Killeen cuando se elevaran voces de protesta, a sus espaldas. Killeen saba que las habra.

Deseaba contar muchas ms cosas a Cermo y a Shi­bo y a los dems, pero an no estaba en condiciones, dada la confusin de tantas novedades.

—Lo hemos conseguido —suspir Shibo—. El Man­tis ha desaparecido.

Killeen la obsequi con una triste sonrisa.

—Tal vez; pero lo ms probable es que siga con vi­da.

—Pero lo quem por completo.

—De alguna manera, el Mantis vive esparcido. Lo hiciste desaparecer tan aprisa que tal vez no consiguie­ra desperdigarse y trasladarse a otras partes de Nieveclara. Pero creo que algo debi de escapar. As su­cedi en otras ocasiones, cuando tambin creamos que lo habamos matado. Tal vez, nada pueda des­truirlo.

—La prxima vez... —amenaz Shibo.

—Confiemos en que no haya una prxima vez —dijo Killeen fervorosamente. Amaba a Shibo y no quera que tuviera que correr ms riesgos como los que acababan de superar—. Hemos tenido mucha suer­te. Una condenada buena suerte.

Al destruir al Mantis, tambin haban puesto en pe­ligro Metrpolis. Si el Mantis no se reconstrua muy aprisa, los Merodeadores localizaran y atacaran a los humanos que se haban quedado all.

No haba manera de evitar aquellos hechos. Era el precio que haban pagado por su libertad, y tendran que hacerse a la idea.

Ante la sorpresa de Killeen, Arthur meti baza con su precisa vocecilla que al parecer no haba resultado afectada por la intervencin del Mantis.

Las hormonas son unas grandes tejedoras de ilusiones. Fuisteis muy astutos al usar vuestras respuestas naturales para enmas­carar un cdigo. Pequeos problemas, des­de luego. Es muy probable que el Mantis no pudiera descifrarlo para captar lo que que­rais decir. Pero, sin embargo, creo que tal vez habrais podido negociar con l una so­lucin ms segura...

Killeen acall al Aspecto con un gruido malhu­morado. Shibo le mir alzando una ceja, como si sos­pechara de qu se trataba. l le sonri.

Cermo el Lento pidi algunas aclaraciones y Killeen le contest con una parte de su mente. Estaba agotado, pero no quera descansar. Haba tanto para comprender y tan pocas pistas. Tendra que prestar ms atencin que nunca a sus Aspectos, pero mantenindose siempre en guardia frente a sus incursiones y a su obstinacin.

Se pregunt distradamente si el Mantis haba tenido problemas de aquella misma clase. Qu era una inteligencia de compendio? Acaso Killeen, con sus Aspectos, sus Rostros y sus propias dudas, no era tambin un conjunto de mentes? A medida que iba envejeciendo, algunas partes de l salan a la luz como si fueran un nuevo panorama.

Aquello era lo que le faltaba al Mantis. En muchos aspectos, la civilizacin de los mecs quedaba fuera de alcance de la humanidad, pero haba una cosa de la que Killeen estaba seguro. Las mquinas vivan eternamente; en algn sentido, las miradas de personalidades se reunan de nuevo para ser reprocesadas en una mente colectiva. El impulso para hacer esto deba de tener su origen mucho tiempo atrs, causad por la misma clase de inquietud que afliga a los humanos: la absoluta certeza de que a un nivel persona todo acabara.

Por este motivo los mecs haban hecho de la inmortalidad su mxima aspiracin. Los Renegados, que queran conservar toda su mente, eran condenados De alguna manera, la civilizacin mec haba decidido que slo vala la pena salvar una parte de cada conciencia. Y en consecuencia, prometa una especie de vida eterna. Killeen haba prestado atencin al lenguaje campanudo de su propio Aspecto Nialdi y saba que la idea de una vida garantizada por Dios era un poderoso acicate. Los humanos haban credo lo mismo, pero los mecs lo haban convertido en realidad. Haban buscado y encontrado la manera de es­capar de la esclavitud de la materia y del tiempo. Su mundo era de perpetua obediencia a un simple or­den, porque la desobediencia significaba el olvido to­tal.

Y en este punto, el Mantis haba perdido de vista la esencia del problema. Killeen lo saba de un modo que no poda explicar, de la misma manera que no poda racionalizar lo que senta cuando rodeaba con el brazo los hombros de su hijo. Pero de todas for­mas, lo saba.

La certeza y universalidad de la muerte no era algo totalmente negativo. Proporcionaba una riqueza in­tensa y pattica a cada uno de los momentos. Para los hombres mortales, cada instante slo ocurra una vez y se iba para siempre y les llegaba certero hasta el corazn. Era algo que las mquinas nunca experi­mentaran. Ellas vivan en una especie de muerte ano­dina permanente, en la que los sucesos no significaban nada porque todas las circunstancias era idnticas.

Slo los vertebrados soadores saban que el con­tenido de la vida era algo ms que eso.

Por esta razn, el Argo haba emprendido su viaje hacia el exterior. Se desplazaba por las oscuras bve­das que se extendan bajo las brillantes estrellas del gran ro del espacio, tal vez se dirigan a un destino tranquilo, o quizs hacia el negro olvido final. Pero hacia el exterior. Hacia el exterior.

Iba por un corredor, dispuesto a dar solucin a al­gn problema, cuando Cermo el Lento y tres miem­bros Rook le detuvieron para preguntarle algo sobre otra cuestin. No haban dispuesto del tiempo sufi­ciente para convocar una reunin de las Familias, un Testimonio para poner en claro todos los sucesos que con tanta rapidez les haban arrollado. Pero en cuan­to llegaron a la solucin del problema, Cermo son­ri y dijo:

—A tus rdenes, Capitn.

Los cuatro se fueron con toda naturalidad. Killeen se qued mirndoles sin comprender. Aquello era una nave y estaba bajo su control. Pero no haba pensado a fondo en el hecho de que aqulla era la primera vez en muchos siglos que se reunan las condiciones ne­cesarias para merecer aquel ttulo. Killeen parpade y hasta lleg a pronunciar la palabra en voz alta. Lue­go, lentamente, asinti.


NDICE

prlogo

LA CALAMIDAD .......................... 15

primera parte

LA LARGA RETIRADA .................... 25

segunda parte

EL MUNDO QUE HABA SIDO VERDE.. 179

tercera parte

LOS VERTEBRADOS SOADORES ...... 337

eplogo

ARGO .................................... 539


Gregory Benford naci en Mobile (Alabama) en 1941. Se doctor en la Universidad de California en 1967 y ha obtenido un cierto prestigio internacional como cien­tfico y especialista en Fsica de Altas Energas, materia cuya docencia ejerce en la Universidad de Irvine, en Ca­lifornia. Desde 1988 pertenece al Consejo Cientfico de Consultores de la NASA que establece la poltica cient­fica de la NASA y de otras agencias gubernamentales norteamericanas. Ha sido un fan muy activo dentro de la ciencia ficcin norteamericana y fue editor del fanzine Void.

Se le considera uno de los principales exponentes de la nueva ciencia ficcin, basada en la ciencia y en la tecnologa pero tambin completa y compleja desde el punto de vista literario y el tratamiento de los persona­jes. Algunos de sus relatos han sido analizados profun­damente por especialistas, debido —entre otras cosas— al intento de Benford de reconstruir algunos de los te­mas de Faulkner en clave de ciencia ficcin.

Public su primer relato en 1965, aunque el recono­cimiento general no lo obtuvo hasta 1974 cuando el re­lato Si las estrellas son dioses, escrito en colaboracin con Gordon Eklund, obtuvo el premio Nebula. Este mis­mo relato fue alargado posteriormente hasta constituir la novela if the stars are gods (1977). Tambin con Eklund escribi find the changeling (1978). Benford revisa a menudo sus novelas y as las primeras obtuvie­ron su versin definitiva en the jpiter project (1975 y 1980) y the stars in shroud (1978).

En 1980 obtuvo el premio Nebula por cronopaisaje, en la que describe el mundo de los cientficos de los aos sesenta y tambin los de un futuro cercano muy verosmil, con una trama basada en los taquiones y las paradojas temporales. Es una gran novela que ha obte­nido tambin el premio de la ciencia ficcin britnica, el de la australiana y el John W. Campbell Memorial.

La mayora de crticos coinciden en que no hay nin­guna duda de que pasar a la historia del gnero por la multiserie iniciada en la novela en el ocano de la noche (1978), que trata del primer contacto con una raza extraterrestre que origina el inicio de una historia del futuro mbito galctico de ambiciosas proporciones. La serie contina en A travs del mar de soles (1984). A la espera del tercer volumen de esta primera triloga, Benford ha iniciado ya la publicacin de otra segunda triloga destinada a emparentarse con la anterior. La nueva serie est formada por gran ro del espacio (1987 y finalista del premio Nebuda) y su continuacin ser tides of light (1989).

Otras de sus obras son contra el infinito (1983) y la un tanto menor artifact (1985). Junto con David Brin public el corazn del cometa (1985) al ampa­ro de la moda provocada por el reciente paso del come­ta Halley cerca de la Tierra.

Sus relatos se hallan recogidos en antologas como in alien flesh (1986) y, ms recientemente, su novela corta newton sleep (1986) ha sido finalista del premio Nebula y se halla recogida en el volumen premios n­bula 1986, en esta misma coleccin.



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