el Tali


Stephen King

Peter Straub

El

Talismn

Este libro es para

Ruth King

Elvena Straub

Bien, cuando Tom y yo llegamos a la cumbre de la colina y nos asomamos

para ver el pueblo, vimos centellear tres o cuatro luces, donde haba enfer­mos, tal vez; y sobre nosotros brillaban hermosas estrellas; y junto al pueblo haba al ro, de casi dos kilmetros de anchura, impresionante en su silencio y majestuosidad.

mark twain, Huckleberry Finn

Mi ropa nueva estaba toda llena de grasa y arcilla y yo me senta exhausto.

mark twain, Huckleberry Finn

PRIMERA PARTE

Jack emprende un viaje

capitulo 1 EL HOTEL Y LOS JARDINES DE LA ALHAMBRA

El 15 de septiembre de 1981 un muchacho llamado Jack Sawyer se hallaba donde convergen el agua y la tierra, con las manos en los bol­sillos de sus pantalones vaqueros, contemplando el sereno Atlntico. Tenia doce aos y era alto para su edad. La brisa marina apartaba sus cabellos castaos, probablemente demasiado largos, de la frente noble y despejada. Permaneca all, pletrico de las emociones vagas y dolorosas que haba experimentado durante los tres ltimos meses, desde que su madre cerrara su casa de Rodeo Drive, en Los Angeles, y —en medio de un remolino de muebles, cheques y agentes inmobi­liarios— alquilara un apartamento en Central Park West. De aquel apar­tamento haban huido a este tranquilo lugar turstico de la minscula costa de New Hampshire. El orden y la regularidad haban desapa­recido del mundo de Jack. Su vida pareca tan cambiante e incontro­lada como las grandes olas que tena ante l. Su madre le haca viajar por el mundo, llevndole de un sitio a otro; pero por qu viajaba ella?

Su madre hua, hua.

Jack se volvi y contempl la playa desierta, primero a la izquier­da y luego a la derecha. A la izquierda estaba el Divertimundo Arca­dia, un parque de atracciones que funcionaba con gran estruendo des­de el Da del Soldado hasta el Da del Trabajo. Ahora estaba vaco y silencioso, como un corazn entre dos latidos. La montaa rusa era un andamiaje contra aquel cielo nublado y uniforme y los sopor­tes verticales y de ngulo como pinceladas hechas con carboncillos. All abajo estaba su nuevo amigo, Speedy Parker, pero el muchacho no poda pensar ahora en Speedy Parker. A la derecha estaba el ho­tel Jardines de la Alhambra, y hacia all se dirigieron inevitablemen­te sus pensamientos. El da de su llegada Jack haba credo ver por un momento un arco iris sobre el tejado a la holandesa, con buhardi­lla. Una especie de signo, una promesa de cosas mejores. Pero no ha­ba ningn arco iris. Una veleta giraba de derecha a izquierda, de iz­quierda a derecha, atrapada por un viento de costado. Se ape del co­che de alquiler, haciendo caso omiso del deseo implcito de su madre de que se ocupara del equipaje, y mir hacia arriba. Sobre el gallo gi­ratorio de latn de la veleta slo haba un dlo plomizo.

—Abre el maletero y saca el equipaje, hijito —le llam su madre—. Esta actriz vieja y destartalada quiere registrarse e ir a la caza de una copa.

—Un martini elemental —contest Jack.

—"No eres tan vieja", tenias que decir. —Se apeaba del asiento con grandes dificultades.

—No eres tan vieja.

Le dedic una sonrisa radiante —un vestigio de la antigua desen­fadada Lily Cavanaugh (Sawyer), reina durante dos dcadas de las pe­lculas de la Clase B— y se enderez.

—Todo ir bien, Jacky —dijo—. Todo ir bien aqu. Es un buen lugar.

Una gaviota vol sobre el tejado del hotel y durante un segundo Jack tuvo la inquietante sensacin de que la veleta haba levantado el vuelo.

—Nos abstendremos de contestar al telfono por un rato, en?

—Claro —contest Jack.

Ella quera esconderse de to Morgan, no deseaba ms disputas con el socio de su difunto marido, quera arrastrarse hasta la cama con un martini elemental y taparse la cabeza con la manta...

"Mam, qu te pasa?"

Haba demasiada muerte, el mundo estaba medio hecho de muerte. La gaviota grit desde arriba.

—Adelante, chico, adelante —dijo su madre—. Entremos en el bello y querido lugar.

Entonces Jack pens: Por lo menos, siempre est to Tommy para ayudar en caso de que las cosas se pongan realmente peliagudas.

Pero to Tommy ya haba muerto; slo que la noticia an estaba en el otro extremo de un montn de hilos telefnicos.

El Alhambra se adentraba en el agua, un gran casern Victoriano sobre gigantescos bloques de granito que parecan confundirse casi sin fisu­ras con el bajo promontorio; un cuello de granito que se proyectaba aqu, en los escasos kilmetros de litoral de New Hampshire. Los jar­dines formales del lado posterior eran apenas visibles desde el ngulo de visin de Jack en la playa: un trozo de seto verde oscuro, esto era todo. El gallo de latn se recortaba contra el cielo, dividindolo en oeste y noroeste. Una placa anunciaba en el vestbulo que aqu, en 1838, se haba celebrado la Conferencia Metodista del Norte, la pri­mera de las grandes reuniones abolicionistas de Nueva Inglaterra. Da­niel Webster haba hablado largo y tendido, con ardor e inspiracin. Segn la placa, dijo: "A partir de este da, sabed que la esclavitud, co­mo institucin americana, ha empezado a debilitarse y pronto morir en todos nuestros estados y territorios."

As llegaron a aquel da de la semana anterior que haba puesto trmino a la agitacin de sus meses en Nueva York. En la Playa de Ar­cadia no haba abogados empleados por Morgan Sloat que salta­ran de coches blandiendo papeles que deban firmarse, que deban archivarse, seora Sawyer. En Playa de Arcadia los telfonos no lla­maban desde las doce del medioda hasta las tres de la madrugada (to Morgan pareca olvidar que los residentes de Central Park West no vivan a la hora de California). De hecho, los telfonos de Playa de Arcadia no llamaban nunca.

Mientras cruzaban la pequea localidad turstica —su madre conduca con la concentracin del miope, con los ojos entorna­dos—, Jack slo vio a una persona en las calles, un viejo loco que empujaba por la acera un carrito de compra vaco. Sobre sus cabezas penda aquel cielo plomizo y gris, un cielo incmodo. En total contraste con Nueva York, aqu slo haba el constante sonido del viento, que silbaba por las calles desiertas, demasiado anchas por la falta de trfico. Aqu se vean tiendas vacas con le­treros en los escaparates que decan: abierto slo los fines DE se­mana o, an peor, Nos veremos en junio! Haba cien plazas de aparcamiento vacas en la calle del Alhambra y mesas vacas en el Saln de T y Mermelada Arcadia, contiguo al hotel.

Y viejos locos y desaliados empujando carritos de compras por

las calles desiertas.

—Pas las tres semanas ms felices de mi vida en este pinto­resco lugar —le dijo Lily al pasar de largo junto al viejo (que se volvi a mirarlos con temor y suspicacia, murmurando algo que Jack no pudo entender) y tomando la curva de la avenida que cru­zaba los jardines delanteros del hotel.

Porque tal era la razn de que hubieran llenado maletas, ma­letines y bolsas de plstico con todas las cosas sin las que no podan vivir, cerrado con llave la puerta del apartamento (sin hacer caso del estridente grito del telfono, que pareca penetrar por la cerradura y perseguirlos hasta el vestbulo); tal era la razn de que hubieran llenado el maletero y el asiento posterior del coche alquilado con su montn de cajas y bolsas y pasado horas en la cola de la autopista Henry Hudson, en direccin norte, y muchas ms horas ascendiendo por la 1-95: porque Lily Cava­naugh Sawyer haba sido una vez feliz aqu. En 1968, el ao ante­rior al nacimiento de Jack, Lily fue nominada para un premio de la Academia por su papel en una pelcula titulada La hoguera. La hoguera fue mejor que la mayora de pelculas de Lily, en la cual pudo demostrar un talento mucho mayor del que haban revelado sus habituales papeles de chica mala. Nadie esperaba que Lily ganase y menos que nadie la propia Lily, pero para ella la frase hecha de que el verdadero honor est en la nominacin era la pura verdad; se senta honrada, profunda y genuinamente honrada y, para celebrar aquel momento nico de autntico reco­nocimiento profesional, Phil Sawyer tuvo el acierto de llevarla a pasar tres semanas al hotel Jardines de la Alhambra, al otro lado del continente, donde contemplaron la ceremonia de entrega de los Oscars bebiendo champaa en la cama. (Si Jack hubiera tenido ms aos y ocasin para preocuparse de ello, habra hecho la necesaria resta y descubierto que el Alhambra haba sido el lugar de su principio esencial.)

Cuando se leyeron las nominaciones de las actrices secundarias, Lily, segn rezaba una leyenda familiar, haba gruido a Phil:

—Si gano ese cacharro y no estoy all, har el gorila sobre tu pecho con mis tacones puntiagudos.

Pero cuando gan Ruth Gordon, declar:

—Se lo merece, claro que s, es una chica estupenda. —Y, pro­pinando un puetazo a su marido en pleno pecho, aadi—: Ser mejor que me busques un papel como se si de verdad eres un agente de altos vuelos.

Sin embargo, no hubo ms papeles como aqul. El ltimo de Lily, dos aos despus de la muerte de Phil, fue el de una cnica ex prostituta en una pelcula titulada Los manacos de la moto­cicleta.

Mientras sacaba el equipaje del maletero y del asiento de atrs, Jack saba que era aquel perodo el que Lily conmemoraba ahora. La maleta ms pesada haba rasgado la de lona, desparramando por doquier un montn de calcetines enrollados, fotografas suel­tas, piezas de ajedrez, con el tablero, y revistas de tiras cmicas. Jack consigui meterlo casi todo en los otros bultos. Lily suba despacio los escalones del hotel, apoyndose en la barandilla como una anciana.

—Avisar al botones —dijo, sin volverse.

Jack se enderez frente a las abultadas maletas y volvi a mirar hacia el cielo, donde estaba seguro de haber visto un arco iris. Sin embargo, no lo haba, slo aquel cielo extrao e inquie­tante.

Entonces:

—Acrcate —dijo alguien a sus espaldas con una voz tenue y perfectamente audible.

—Qu? —pregunt, volvindose. Ante l se extenda la avenida y los jardines vacos.

—Qu dices? —inquiri su madre, que se agarraba, encorvada, al picaporte de la gran puerta de madera.

—Nada —contest Jack. No haba odo ninguna voz ni visto ningn arco iris. Los olvid y mir a su madre, que pugnaba por abrir la enorme puerta—. Espera, vengo a ayudarte —grit y subi corriendo las escaleras, acarreando torpemente una gran maleta y una bolsa de papel llena de suters.

Hasta que conoci a Speedy Parker, Jack vivi en el hotel tan inconsciente del paso del tiempo como un perro dormido. Toda su vida le pareci como un sueo durante aquellos das, lleno de sombras y transiciones inexplicables. Ni quiera la terrible noticia sobre to Tommy, llegada por el hilo telefnico la noche anterior, le despert del todo, pese a su magnitud. Si Jack hubiera sido un mstico, podra haber pensado que las otras fuerzas se haban apoderado de l y estaban manipulando la vida de su madre y la suya propia. Jack Sawyer era, a los doce aos, una persona que necesitaba actividad y la pasividad silenciosa de aquellos das, despus de la algaraba de Manhattan, le confundieron y desequi­libraron de una forma bsica.

Jack se encontr solo en la playa sin recordar cmo haba ido hasta all, sin tener idea de qu haca en aquel lugar. Supuso que estaba triste por la prdida de to Tommy, pero tena la sensacin de que su mente se haba echado a dormir dejando al cuerpo sin ayuda. No poda concentrarse lo bastante para comprender el argumento de las comedias que l y Lily vean por la noche y menos an retener los matices de la ficcin en la cabeza.

—Ests cansado de tanto ir de un lado para otro —dijo su madre, chupando con fuerza el cigarrillo y mirndole a travs del humo con los ojos entornados—. Debes relajarte un poco, Jack-O. ste es un buen lugar. Disfrutemos de l mientras podamos.

Bob Newhart, que apareca ante ellos en la pantalla de color algo demasiado rojizo, miraba con expresin pensativa un zapato que sostena en la mano derecha.

—Esto es lo que hago, Jacky —sonri—, relajarme y dis­frutar.

Jack mir el reloj. Haban pasado dos horas frente al televisor y no poda recordar nada de lo que haba precedido a este pro­grama.

Ya se iba a la cama cuando son el telfono. El bueno del to Morgan Sloat ya los haba encontrado. Las noticias de to Morgan no eran nunca muy emocionantes, pero por lo visto la de hoy era sensacional, incluso para su nivel acostumbrado. Jack se ha­llaba en el centro de la habitacin, observando cmo su madre palideca cada vez ms y se llevaba la mano a la garganta, donde haban aparecido nuevas arrugas en los ltimos meses. No dijo casi 'nada hasta el final, cuando murmur: Gracias, Morgan, y colg. Entonces se volvi hacia Jack, con aspecto ms viejo y enfermo que nunca.

—Ahora tendrs que ser fuerte, Jacky, de acuerdo?

Jack no se senta fuerte.

Ella le cogi una mano y se lo dijo.

—Jack, to Tommy ha muerto esta tarde, atropellado por un coche.

Profiri una exclamacin ahogada, como si le faltara el aliento.

—Cruzaba el bulevar La Cinaga cuando un camin se le ech encima. Hay un testigo que ha dicho que era negro y llevaba escritas en un lado las palabras nio salvaje, pero esto... esto es todo.

Lily empez a llorar. Un momento despus, casi sorprendido, Jack la imit. Todo aquello haba ocurrido haca tres das, que a Jack se le antojaban una eternidad.

El 15 de septiembre de 1981, un muchacho llamado Jack Sawyer se encontraba mirando las aguas tranquilas en una playa situada frente a un hotel que pareca el castillo de una novela de sir Walter Scott. Quera llorar pero era incapaz de dar rienda suelta a las lgrimas. Estaba rodeado de muerte, la muerte compona la mitad del mundo, no haba ningn arco iris. El camin nio salvaje habla eliminado del mundo a to Tommy. To Tommy haba muerto en Los Angeles, demasiado lejos de la costa este, donde incluso un chico como Jack saba que era su verdadero hogar. Un hombre que se pona corbata antes de ir a buscar un bocadillo de rosbif a Arby's no tena nada que hacer en la costa oeste.

Su padre haba muerto, to Tommy haba muerto y su madre poda estar al borde de la muerte. Tambin aqu, en Playa de Arcadia, llegaba la muerte a travs del hilo telefnico en la voz de to Morgan. No era la sensacin de melancola tan barata y evidente de un lugar turstico fuera de temporada, donde uno no dejaba de tropezar con fantasmas de veranos anteriores, sino porque pareca estar en la textura de las cosas y olerse en la brisa del ocano. Sinti miedo... lo senta desde haca mucho tiempo. Estar all, en un lugar tan silencioso, no hizo ms que ayudarle a comprender este hecho: que tal vez la muerte haba viajado con ellos por la 1-95 desde Nueva York, guiando los ojos por el humo del cigarrillo y pidindole que buscara una cancin de moda en la radio del coche.

Poda recordar —vagamente— a su padre dicindole que haba nacido con una cabeza de viejo, pero su cabeza no se senta vieja ahora, sino muy joven. Asustado —pens—, estoy muy asustado. Aqu es donde termina el mundo, no?

Las gaviotas surcaban el aire plomizo. El silencio era gris como el aire... y tan mortal como las ojeras cada vez ms profundas de su madre.

Cuando entr paseando en el Divertimundo y conoci a Lester Speedy Parker despus de no saba cuntos das de dejarse llevar por el tiempo, aquella sensacin pasiva de estar sujeto le aban­don. Lester Parker era un negro de cabellos grises muy rizados y profundas arrugas en las mejillas. Su aspecto era muy corrien­te ahora, pese a todo lo que hiciera en su vida pasada como m­sico itinerante de blues. Tampoco dijo nada que fuera notable y, sin embargo, en cuanto Jack entr sin rumbo fijo en el parque de atracciones y vio los ojos claros de Speedy, toda la confusin le abandon y volvi a sentirse l mismo. Fue como si una corriente mgica hubiera pasado directamente del viejo a Jack. Speedy le sonri y dijo:

—Vaya, prese que he encontrado compaa. Acaba de entra un pequeo viajero.

Era cierto, ya no estaba sujeto; slo un segundo antes se senta como envuelto en algodn hmedo y azcar hilado y ahora estaba libre. Por un instante, un nimbo plateado pareci temblar en torno al viejo, una pequea aureola de luz que desapareci en cuanto Jack pestae y vio por primera vez que el hombre sostena el mango de una grande y pesada escoba.

—Est bien, chico? —El empleado se puso una mano en la espalda y se enderez—. El mundo ha empeorao o ha mejorao?

—Uf, ha mejorado —contest Jack.

—Entonces yo dira que ha asertado el lugar. Cmo te yama?

"Pequeo viajero", le llam aquel primer da Speedy, "viejo via­jero Jack". Apoy su cuerpo alto y anguloso contra una mquina automtica y agarr la escoba con ambas manos como a una chica en un baile. El hombre que ves aqu es Lester Speedy Parker, tam­bin viajero en otro tiempo, muchacho, je, je. Oh s, Speedy cono­ca el camino, conoca todos los caminos en aquellos viejos tiempos. Tena una banda, viajero Jack, y tocaba blues con la guitarra. Gra­b algunos discos tambin, pero no te pondr en el aprieto de pre­guntarte si los has odo. Cada slaba tenia su propia cadencia rt­mica, cada frase, su deje y su aire; Speedy Parker llevaba una escoba en vez de una guitarra, pero todava era un msico. A los cinco se­gundos de hablar con Speedy, Jack supo que su padre, un amante del jazz, habra gozado con la compaa de este hombre.

Sigui a Speedy por doquier durante tres o cuatro das, vindole trabajar y ayudndole cuando poda hacerlo. Speedy le dejaba cla­var clavos, lijar una o dos estacas que necesitaban una mano de pin­tura; estas sencillas tareas, realizadas segn las instrucciones de Spee­dy, eran la nica educacin que reciba, pero le hacan sentir me­jor. Ahora Jack vea sus primeros das en Arcadia como un pero­do de malestar continuado del que haba sido rescatado por su nue­vo amigo. Porque Speedy Parker era un amigo, no caba duda, y en esta seguridad se esconda cierto misterio. Desde que el esta­do de confusin abandonara a Jack haca pocos das (o desde que Speedy lo disipara con una mirada de sus ojos claros), el viejo se haba convertido en un amigo ms ntimo que cualquier otro, con la posible excepcin de Richard Sloat, a quien Jack conoca como quien dice desde la cuna. Y ahora, contrarrestando su terror por la muerte de to Tommy y el miedo de que su madre estuviera mori­bunda, senta el tirn de la sabia y clida presencia de Speedy en cuanto sala a la calle.

De nuevo tuvo Jack la incmoda y vieja sensacin de ser dirigido, manipulado, como si un alambre largo e invisible le hubiera arrastra­do a l y a su madre a este lugar abandonado a orillas del mar.

Quienesquiera que fuesen, queran que estuviera aqu.

O era una locura? En su visin interna distingui a un hombre viejo y encorvado, que no estaba en sus cabales, empujando un ca­rrito de compras por la acera.

Una gaviota chill en el aire y Jack se prometi que hablara de sus sentimientos con Speedy Parker. Aunque ste creyera que ha­ba perdido el juicio, aunque se riera de l. Pero Jack saba que no se burlara de l; eran amigos porque una de las cosas que Jack comprenda sobre el viejo guarda era que poda decirle casi cual­quier secreto.

No obstante, an no estaba preparado para todo aquello. Era demasiado absurdo y ni l mismo lo comprenda. Casi de mala ga­na, volvi la espalda al parque de atracciones y camin por la arena en direccin al hotel.

capitulo 2

EL EMBUDO SE ABRE

1

Al da siguiente, Jack Sawyer segua sin comprender nada, aunque aquella noche haba tenido una de las peores pesadillas de su vida. En ella, una criatura horrible se haba acercado a su madre, un mons­truo enano de ojos desplazados y piel podrida y escamosa. Tu ma­dre est casi muerta, Jack, sabes decir aleluya?, grazn este mons­truo y Jack supo —como se saben estas cosas en sueos— que era radiactivo y que si lo tocaba, tambin l morira. Se despert con el cuerpo baado en sudor, a punto de lanzar un estridente grito. El continuo estruendo de la marea le record dnde estaba, pero tard horas en volver a dormirse.

Su intencin haba sido contar la pesadilla a su madre esta ma­ana, pero Lily estaba desabrida y reticente, oculta tras una nube de humo de cigarrillo. Slo le sonri un poco cuando Jack se dispo­na a salir de la cafetera del hotel con una excusa.

—Piensa en lo que quieres cenar esta noche.

—Por qu?

—Porque s. Pero que sea algo slido; no he venido de Los Ange­les a New Hampshire para envenenarme con perros calientes.

—Probemos uno de esos lugares de mariscos de Hampton Beach —sugiri Jack.

—Estupendo. Anda, vete a jugar.

Vete a jugar —pens Jack con una amargura inusitada en l—. Oh, s, mam, ya me voy. Anda, vete a jugar. Demasiado normal. Con quin? Mam, por qu ests aqu? Por qu estamos aqu? Hasta qu punto ests enferma? Por qu no quieres hablarme de to Tommy? qu est tramando to Morgn? Qu...?

Preguntas, preguntas. Y ninguna serva de nada porque no haba nadie para contestarlas.

"A menos que Speedy..."

Pero esto era ridculo; cmo poda un viejo negro que acababa de conocer solucionar cualquiera de sus problemas?

Aun as, pens en Speedy Parker mientras bajaba por el sendero entablado que conduca a la deprimente playa desierta.

2

"Aqu es donde termina el mundo, verdad?", pens de nuevo Jack.

Las gaviotas surcaban el cielo plomizo. El calendario deca que an era verano, pero el verano haba terminado aqu, en Playa de Arca­dia, el Da del Trabajo. El silencio era tan gris como el aire.

Se mir las zapatillas y vio que tenan manchas de alquitrn. Gra­sa de playa —pens—, una especie de contaminacin. No tena idea de dnde se las haba manchado y se apart del borde del agua, in­quieto.

Las gaviotas continuaban chillando y bajando en picado. Una de ellas grit sobre la cabeza de Jack, que oy un chasquido casi metlico. Se volvi a tiempo de verla bajar para posarse sobre una roca con un largo y torpe aleteo. Entonces movi la cabeza con ges­tos rpidos, casi robticos, como para verificar que estaba sola y fue saltando hasta donde la almeja que haba dejado caer yaca sobre la arena lisa y compacta. La almeja se haba abierto como un huevo y Jack vio carne cruda moverse en su interior... o quiz slo se lo imagin.

No quiero ver esto.

Sin embargo, antes de que pudiera volverse de espaldas, el pico amarillo y curvado de la gaviota empez a hundirse en la carne, es­tirndola como una cinta de goma, y al muchacho se le contrajo el estmago. En su mente poda or gritar a aquel trozo de carne... na­da coherente, slo un poco de carne viva gritando de dolor.

Intent de nuevo apartar la mirada de la gaviota y no pudo. El pi­co se abri, mostrando una garganta rosada. La almeja volvi a ence­rrarse en sus resquebrajadas valvas y por un momento la gaviota mir a Jack con ojos negros y mortferos, confirmando la horrible verdad:

los padres mueren, las madres mueren, los tos mueren, incluso aun­que hayan ido a Yale y parezcan slidos como paredes de banco con sus trajes de tres piezas comprados en Savile Row. Los chicos tam­bin mueren, quiz... y al final todo lo que queda es el grito estpido, inconsciente de unos tejidos vivos.

—Eh —exclam Jack en voz alta, pensando que la voz slo sonaba en su mente—, eh, dame una oportunidad.

La gaviota, sentada sobre su presa, le observ con sus redondos ojos negros y en seguida volvi a picotear la carne. Quieres un poco, Jack? Todava palpita! Dios mo, es tan fresca que an no sabe que est muerta!

El pico amarillo y fuerte volvi a hundirse en la carne y a estirar. Estiraaaaaaaar...

Se desprendi de golpe y la cabeza de la gaviota se elev hacia el cielo gris de septiembre, tragando. Y una vez ms pareci mirar a Jack, del mismo modo que algunos cuadros siempre dan la impresin de mi­rarle a uno, vaya adonde vaya en la habitacin. Y los ojos... conoca aquellos ojos.

De repente dese estar con su madre, ver sus ojos de color azul os­curo. No recordaba haberla necesitado con tanta desesperacin desde que era muy, muy pequeo. La-la —la oy cantar dentro de su cabeza y su voz era la voz del viento, tan pronto cercana como distante—. La-la, duerme ahora, Jacky, nio bonito, pap se ha ido de caza. Y todo ese jazz. Record ser mecido y a su madre fumando un Herbert Tarey-ton tras o ero, quiz mirando un guin; pginas azules, los llamaba ella, y Jack lo recordaba: pginas azules. La-la, Jacky, todo es frescura. Te quiero, Jacky. Shhhh... duerme. La-la.

La gaviota le estaba mirando.

Con un horror sbito que le invadi la garganta como agua sala­da y caliente, vio que realmente le estaba mirando. Aquellos ojos negros (de quin?) le vean. Y conoca aquella mirada.

Una tira de carne cruda colgaba todava del pico de la gaviota. Mientras la observaba, el ave se la trag y el pico se abri en una son­risa monstruosa pero inconfundible.

Entonces se volvi y ech a correr, con la cabeza baja y los ojos cerrados, llenos de lgrimas saladas y calientes, hundiendo las zapa­tillas en la arena, y de haber existido un modo de subir muy arriba, muy arriba, hasta donde estaba la gaviota, se le habra visto slo a l, slo sus huellas en todo el da plomizo; Jack Sawyer, de doce aos, corriendo solo hacia el hotel, habindose olvidado de Speedy Parker, con la voz casi perdida entre las lgrimas y el viento, gritando una y otra vez: no, no y no.

3

Se detuvo sin aliento al final de la playa. Una clida punzada le reco­rra el costado izquierdo, desdela mitad de las costillas a la parte ms profunda de la axila. Se sent en uno de los bancos que la ciudad ofre­ca a las personas viejas y se apart el cabello de los ojos.

Contrlate. Si el sargento Furia se marcha con la seccin ocho, quin mandar los Comandos Aulladores?

Sonri y se sinti un poco mejor. Desde aqu arriba, a quince me­tros del agua, las cosas tenan mejor aspecto. Quiz era la presin baromtrica o algo parecido. Lo ocurrido a to Tommy era horri­ble, pero supona que llegara a asimilarlo, a aceptarlo. En cualquier caso, esto era lo que deca su madre. To Morgan haba estado muy pesado ltimamente, pero el hecho era que to Morgan siempre ha­ba sido bastante latoso.

En cuanto a su madre... bueno, ste era el gran problema, no?

En realidad, pens mientras —sentado en un banco— hurgaba con el pie la arena que bordeaba el sendero entablado, en realidad su ma­dre an podio estar bien. Era ciertamente posible que estuviera bien. Despus de todo, nadie haba dicho que se tratara de la gran C, verdad? No. Si padeciera cncer, no le habra trado aqu, ver­dad? Estaran probablemente en Suiza, donde ella tomara baos minerales fros y se atiborrara de glndulas de cabra o algo pareci­do. Sera muy capaz de hacerlo.

As que...

Un murmullo bajo y seco se insinu en su mente. Mir hacia abajo y los ojos se le dilataron. La arena haba empezado a mover­se junto al empeine de su zapatilla izquierda. Los finos y blancos granos se deslizaban formando un crculo que tena la longitud aproximada de un dedo. La arena del centro de este crculo se hun­di sbitamente, de modo que qued un hueco de unos cinco cen­tmetros de profundidad. Los lados de este hueco se movan en veloz rotacin y en sentido contrario al de las manecillas del reloj.

No es real —se dijo inmediatamente, pero el corazn se le volvi a acelerar, as como la respiracin—. No es real, sino una de las fan­tasas, o tal vez un cangrejo o algo parecido...

Pero no era un cangrejo ni una de las fantasas y este lugar no era el otro, el lugar con el que soaba cuando se aburra o estaba un poco asustado, y desde luego no era un cangrejo.

La arena empez a girar ms aprisa, con un sonido rido y seco que le hizo pensar en la electricidad esttica, en un experi­mento que haban hecho en ciencias el ao pasado con una botella de Leyden. Pero an ms que a estas cosas, el leve sonido se pareca a un jadeo largo y demente, al ltimo aliento de un mori­bundo.

Ms arena cay dentro del hueco y empez a girar. Ahora ya no era un hueco, sino un embudo en la arena, una especie de remolino de polvo. La envoltura amarilla de una goma de mascar quedaba al descubierto, se tapaba, volva a aparecer y desapare­cer... y cada vez que apareca, Jack poda leer ms, a medida que el embudo creca de tamao: ju, luego jug, luego jugosa f. El embudo creci y la arena volvi a dejar la envoltura al descubierto, con movimientos tan bruscos y rpidos como una mano hostil que aparta la colcha de una cama hecha. jugosa fruta, ley cuando la envoltura fue proyectada hacia fuera.

La arena giraba cada vez ms de prisa, con furia sibilante. Hhhhhhaaaaaahhhhh, haca la arena. Jack la miraba con fijeza, fascinado al principio y despus horrorizado. La arena se abra como un gran ojo oscuro; era el ojo de la gaviota que haba soltado la almeja sobre la roca y luego arrancado la carne viva como una tira de goma.

Hhhhhhhhaaaaaabbbbb, se burlaba el torbellino de arena con su voz seca y muerta. Por mucho que Jack deseara que slo ocurriese en su mente, esa voz era real. Su dentadura postiza sali volando, Jack, cuando el viejo nio salvaje le arroll; se /e rodando por la carretera! A pesar de Yole, cuando el viejo camin nio salvaje llega y te hace saltar la dentadura postiza, Jacky, tienes que irte. Y tu madre...

Entonces ech a correr otra vez a ciegas, sin mirar atrs, con los cabellos apartados de la frente por el viento y los ojos muy abiertos y aterrorizados.

4

Jack cruz lo ms de prisa que pudo el oscuro vestbulo del hotel. Todo el ambiente del lugar prohiba correr: reinaba un silencio de biblioteca y la luz gris que se filtraba por los ventanales de mainel suavizaba y desdibujaba las alfombras ya de por s desco­loridas. Jack se puso a trotar al llegar al mostrador de recepcin y el empleado eligi aquel momento para salir por un arco de madera. No dijo nada, pero su expresin de permanente malhu­mor baj otro centmetro las comisuras de sus labios. Era como ser sorprendido corriendo en una iglesia. Jack se pas la manga por la frente y se oblig a ir al paso el resto del camino hacia los ascensores. Puls el botn, consciente del ceo del conserje fijo en su espalda. La nica vez en toda la semana que haba visto sonrer al conserje fue cuando el hombre reconoci a su madre y su sonrisa lleg apenas al lmite mnimo de la cortesa.

—Supongo que se ha de ser as de viejo para recordar a Lily Cavanaugh —observ Lily a Jack en cuanto estuvieron solos en sus habitaciones. Hubo un tiempo, no muy lejano, en que ser identificada, reconocida como intrprete de las cincuenta pelculas que haba hecho durante los aos cincuenta y sesenta (Reina de las B, la llamaban, y su propio comentario; Novia de los cines al aire libre) por quienquiera que fuese, taxista, camarero o la vendedora de blusas del Saks del Wilshire Boulevard, la animaba durante horas. Ahora incluso se le regateaba esta sencilla satis­faccin.

Jack daba saltitos frente a las puertas inmviles de los ascen­sores, oyendo una voz imposible y familiar que proceda del fondo de un remolino de arena. Durante un segundo vio a Thomas Wood-bine, el slido y tranquilizador to Tommy Woodbine, supuesta­mente uno de sus tutores —un muro contra el mal y la confu­sin—, retorcido y muerto en el bulevar La Cinaga, con la den­tadura postiza como palomitas de maz en medio del arroyo. Volvi a pulsar el botn.

Apresrate!

Entonces vio algo peor: a su madre siendo introducida en un coche por dos hombres impasibles. De repente Jack tuvo necesidad de orinar. Aplic la palma contra el botn y el viejo encorvado de detrs del mostrador profiri un gruido reprobatorio. Luego apret el borde de la otra mano sobre aquel lugar mgico bajo el vientre que disminua la presin de la vejiga y entonces oy el lento chirrido del ascensor en descenso. Cerr los ojos y junt las piernas. Su madre pareca confusa, insegura y perdida y los hom­bres la obligaban a entrar en el coche con tanta facilidad como a un cansado perro pastor. Pero saba que esto no ocurra en la realidad, sino que era un recuerdo —seguramente parte de las fan­tasas— y que no le haba sucedido a su madre sino a l.

Cuando las puertas de caoba del ascensor se abrieron, revelando las tinieblas de un interior donde vio su propia cara reflejada en un espejo manchado y mate, aquella escena de su sptimo ao le envolvi una vez ms y vio los ojos de un hombre tornarse amarillos y sinti la mano del otro convertirse en algo parecido a una garra, dura e inhumana... Salt dentro del ascensor como si le hubieran pinchado.

Imposible, las fantasas no eran posibles, no haba visto nunca unos ojos azules volverse amarillos y su madre estaba llena de salud, no haba motivos de alarma, nadie se mora y el peligro slo era el representado por una gaviota para una almeja. Cerr los ojos y el ascensor subi con lentitud.

Aquella cosa de la arena se haba redo de l.

Se introdujo a travs de la rendija cuando las puertas empe­zaron a separarse. Pas saltando ante las puertas cerradas de los otros ascensores, dobl hacia la derecha del pasillo revestido de madera y corri entre apliques y pinturas hacia sus habitaciones. Aqu, correr no pareca tanto un sacrilegio. Tenan la 407 y la 408, consisten'-es en dos dormitorios, una pequea cocina y un saln que daba a la larga y suave playa y a la vastedad del ocano. Su madre se haba apropiado de muchas flores, no saba de dnde, y las haba distribuido en jarrones alrededor de su pequea coleccin de fotografas enmarcadas. Jack a los cinco aos, Jack a los once aos, Jack de beb en brazos de su padre. Este, Philip Sawyer, al volante del viejo DeSoto en que l y Morgan Sloat haban viajado a California en los das inimaginables cuando eran tan pobres que a menudo dorman en el coche.

Cuando Jack abri la 408, la puerta del saln, llam:

—Mam? Mam?

Las flores le recibieron, las fotos le sonrieron, pero no hubo respuesta. Mam! La puerta se cerr tras l. Sinti fro en el estmago y cruz corriendo el saln hacia el dormitorio grande de la derecha. Mam! Otro jarrn lleno de flores altas y multi­colores. La cama vaca estaba almidonada y planchada; la colcha rgida deba escupir el edredn. Sobre la mesilla haba un surtido de frascos marrones que contenan vitaminas y otros comprimidos. Jack retrocedi. Por la ventana se vean unas olas negras avan­zando hacia l.

Dos hombres se apeaban de un coche indescriptible —tambin ellos indescriptibles— y alargaban las manos hacia ella...

—Mam! —grit.

—Ya te oigo, Jack —dijo la voz de su madre desde el cuarto de bao—. Qu ocurre?

—Oh —respondi Jack, sintiendo relajarse todos sus mscu­los—. Oh, lo siento. Es que no saba dnde estabas.

—Tomando un bao —dijo ella—. Preparndome para la cena. Est permitido, verdad?

Jack se dio cuenta de que ya no tena necesidad de ir al cuarto de bao. Se desplom en una de las mullidas butacas y cerr los ojos, aliviado. An estaba bien...

Est bien por ahora, susurr una voz ronca y su mente volvi a ver cmo se abra y giraba el embudo de arena.

5

Once o doce kilmetros ms all, por la carretera de la costa, justo al salir del municipio de Hampton, encontraron un restau­rante llamado The Lobster Chateau. Jack haba facilitado un re­sumen muy somero de sus actividades; ya se estaba alejando del terror experimentado en la playa, dejando que se esfumara en su memoria. Un camarero, vestido con una chaqueta roja que osten­taba en la espalda la imagen amarilla de una langosta, les acompa­ hasta una mesa situada junto a una ventana apaisada.

—Desea beber algo la seora? —El camarero tena una cara glacial, de Nueva Inglaterra en temporada baja, y al mirarla y leer en los ojos azules y hmedos que desaprobaba su chaqueta deportiva de Ralph Lauren y el vestido Halston de cctel lucido desgarbadamente por su madre, Jack se sinti asaltado por un terror ms familiar: la simple nostalgia de su casa. Mam, si no ests enferma de verdad, qu diablos hacemos aqu? Este lugar est desierto! Es lgubre! Dios mo!

Trigame un martini elemental —contest ella. El camarero arque las cejas.

—Perdn, seora?

—Hielo en una copa. Una aceituna sobre el hielo. Ginebra Tan-queray sobre la aceituna. Y despus... Me sigue?

Mam, por Dios, es que no le ves los ojos? T crees que eres amable con l y l cree que le ests tomando el pelo! Es que no ves sus ojos?

No, no los vea. Y aquella falta de intuicin, cuando siempre haba sido tan lista para captar los sentimientos ajenos, fue otra losa sobre el corazn de Jack. Estaba empeorando... en todos los sentidos.

—S, seora.

—Despus —continu ella— coja una botella de vermut, de cualquier marca, y acrquela a la copa. Luego devuelve la botella de vermut al estante y me trae la copa. Entendido?

—S, seora. —Los ojos fros y hmedos de Nueva Inglaterra miraban a su madre sin ningn cario. Estamos solos aqu, pens Jack, comprendindolo bien por primera vez. Dios mo, y qu solos—. Y el joven?

—Querra una coca-cola —contest Jack, abatido. El camarero se alej. Lily rebusc en su bolso, sac un paquete de Herbert Tarrytoons (as los haban llamado desde que l era un beb. Treme ios Tarrytoons de la repisa, Jacky, as que an los llamaba as en sus pensamientos) y encendi uno. Tosi tres veces, expeliendo humo en tres sbitas explosiones.

Fue otra losa sobre su corazn. Dos aos atrs, su madre haba dejado de fumar totalmente. Jack haba esperado verla reincidir con aquel extrao fatalismo que constituye el anverso de la cre­dulidad y la inocencia infantiles. Su madre haba fumado siempre, de modo que volvera a fumar. Pero no haba reincidido hasta haca tres meses en Nueva York. Carltons, que chupaba con fuer­za mientras caminaba arriba y abajo del saln de Central Park West, o estaba en cuclillas ante el armario de los discos, buscando sus viejas melodas de rock o las de jazz de su difunto marido.

—Vuelves a fumar, mam? -—le haba preguntado.

—S, fumo hojas de col —replic ella.

—Me gustara que no lo hicieras.

—Por qu no enciendes el televisor? —volvi a replicar su madre con brusquedad poco caracterstica, mirndole con los labios apretados—. Tal vez encuentres a Jimmy Swaggart o al re­verendo Ike. Vete al rincn del aleluya con las hermanas del amn.

—Lo siento —murmur Jack.

Bueno, eran slo Caritons. Hojas de col. Pero aqu estaban los Herbert Tarrytoons, el anticuado paquete azul y blanco y las bo­quillas que parecan filtros pero no lo eran. Recordaba vagamente que su padre haba comentado a alguien que l fumaba Winstons, y su mujer. Pulmones Negros.

—Has visto un fantasma, Jack? —le interrog ahora con los ojos demasiado brillantes fijos en l, sosteniendo el cigarrillo en aquella antigua posicin algo excntrica, entre los dedos segundo y tercero de la mano derecha. Desafindole a decir algo, desafin-dole a decir: Mam, veo que vuelves a fumar Herbert Tarrytoons. Significa esto que a tu juicio ya no tienes nada que perder?

—No —respondi. La nostalgia del hogar, triste y confusa, le asalt de nuevo y sinti deseos de llorar—. Aunque este lugar re­sulta un poco fantasmagrico.

Ella mir a su alrededor y sonri. Otros dos camareros, uno gordo y uno delgado, ambos con chaquetas rojas y langostas amarillas en la espalda, estaban a ambos lados de las puertas giratorias de la cocina, hablando en voz baja. Un cordn de ter­ciopelo interceptaba el paso a un enorme comedor contiguo a la al­coba donde se hallaban Jack y su madre, una oscura caverna donde haba sillas puestas del revs sobre las mesas. En el fondo, un inmenso ventanal daba a una marina gtica que record a Jack una pelcula en que intervena su madre, La novia de la muer­te, interpretando a una joven muy rica que se casaba contra la voluntad de sus padres con un desconocido moreno y apuesto. Este desconocido la llevaba a un casern junto al ocano e intentaba volverla loca. La novia de la muerte haba sido ms o menos tpica de la carrera de Lily Cavanaugh, ya que haba protagonizado muchas pelculas en blanco y negro en las que actores guapos pero mediocres conducan Fords descapotables con el sombrero puesto.

Del cordn de terciopelo que prohiba la entrada a esta oscura caverna penda un letrero ridiculamente innecesario: comedor ce­rrado.

—Es un poco ttrico, tienes razn —observ su madre.

—Como la Zona Abandonada —dijo Jack, y ella desgran su risa estridente, contagiosa y, en cierto modo, bella.

—S, oh, Jacky, Jacky, Jacky —ri, inclinndose para despeinar los cabellos demasiado largos de su hijo.

l le apart la mano, sonriendo a su vez (pero, oh, sus dedos pa­recan huesos... Est casi muerta, Jack...).

No toquis la mercanca.

—Esto no reza para m.

—Bastante sofisticada para una dama madura.

—Oh, muchacho, intenta sacarme dinero para el cine esta se­mana.

—De acuerdo.

Se sonrieron y Jack no pudo recordar una mayor necesidad de llorar o una ocasin en que la amara tanto. Haba ahora en ella una especie de dureza desesperada... y parte de esta dureza haba sido volver a los Pulmones Negros.

Lleg el aperitivo. Ella hizo entrechocar su copa con el vaso de Jack.

—Por nosotros.

—S.

Bebieron. Se acerc el camarero con los mens.

—Le tom demasiado el pelo antes, Jacky?

—Tal vez si.

Lo pens un poco y luego se encogi de hombros.

—Qu quieres comer?

—Creo que lenguado.

—Que sean dos.

As que l encarg la comida para ambos, sintindose torpe y confuso pero sabiendo que era lo que ella deseaba, y pudo leer en sus ojos, cuando el camarero se hubo ido, que no lo haba hecho del todo mal. Ello se deba en gran parte a to Tommy, que haba comentado, despus de una visita a Hardee's:

—Creo que hay esperanza para ti, Jack, si podemos curar esta re­pugnante obsesin por el queso amarillo procesado.

Trajeron la comida. Jack devor el lenguado, que era caliente, bueno y saba a limn. Lily slo jug con el suyo, comi unas judas verdes y despus se dedic a hurgar en el plato.

—Hace quince das que empez el curso escolar aqu —anunci Jack en mitad de la cena. Ver los grandes autobuses amarillos con la inscripcin lateral arcadia districte schools le haba hecho sen­tir culpable, lo cual era absurdo, dadas las circunstancias, pero era cierto que estaba haciendo novillos.

Ella le dirigi una mirada inquisitiva. Haba pedido y terminado una segunda copa y ahora el camarero le traa la tercera.

Jack se encogi de hombros.

—He pensado que deba mencionarlo.

—Quieres ir?

—Qu? No! Aqu no!

—Est bien —contest ella—, porque no tengo tus malditos certi­ficados de vacunacin. No te dejarn entrar en la escuela sin pedi-gree, compaero.

—No me llames compaero —dijo Jacky, pero Lily no se ri del viejo chiste.

Pero, por qu no vas a la escuela?

Pestae, como si la voz hubiera hablado en voz alta, en lugar de en su cabeza.

—Has dicho algo? —pregunt Lily.

—No... Bueno... hay un tipo en el parque de atracciones Divertimundo. Un conserje o un guarda, algo as. Un viejo negro que me pregunt por qu no iba a la escuela.

Ella se inclin hacia adelante, sin rastro de humor, con una serie­dad casi amenazadora.

—Qu le dijiste?

Jack se encogi de hombros.

—Le dije que me estaba recuperando de una pulmona. Recuerdas aquella vez que Richard la tuvo? El mdico recomend a to Morgan que no enviara a Richard a la escuela antes de tres semanas, pero po­da salir y pasear. —Jack esboz una sonrisa—. Yo pens que era muy afortunado.

Lily se relaj un poco.

—No me gusta que hables con desconocidos, Jack.

—Mam, slo es un...

—No me Importa quin sea. No quiero que hables con desconocidos. Jack pens en el negro, en sus cabellos grises y lanudos, en su cara arrugada y en sus extraos ojos claros. Barra la gran arcada del desem­barcadero, el nico lugar del Divertimundo Arcadia que permaneca abierto durante todo el ao, aunque ahora slo estaban all Jack, el negro y dos viejos al fondo, que jugaban con una mquina automtica en un silencio lleno de apata.

Pero ahora, en este restaurante un poco lgubre donde Jack cenaba con su madre, no era el negro quien haca las preguntas sino l mismo.

Por qu no estoy en la escuela?

Debe ser por lo que ella ha dicho, muchacho. No hay vacuna, no hay pedigree. Acaso crees que ha venido hasta aqu con tu cerfica-do de nacimientos Eso crees? Est huyendo, muchacho, y t huyes con ella. T...

—Has tenido noticias de Richard? —interrumpi su madre y en cuanto lo dijo, a Jack se le ocurri... no, esto era demasiado suave. Le cay como una bomba; sus manos temblaron y el vaso resbal de la mesa y se hizo aicos en el suelo.

Est casi muerta, Jack.

La voz del embudo de arena. La que haba odo en su mente.

Haba sido la voz de to Morgan. No tal vez, no casi, no algo pare­cido. Haba sido una voz real. La voz del padre de Richard.

6

Cuando volvan al hotel en el coche, ella le pregunt:

—Qu te ha sucedido all dentro, Jack?

—Nada. El corazn me ha dado ese extrao vuelco. —Lo dibuj con un dedo sobre el salpicadero, para demostrarlo—. Un PCV, co­mo en Hospital general.

—No te hagas el listo conmigo, Jacky. —Al resplandor de los instru­mentos del salpicadero, se la vea plida y demacrada. Un cigarrillo se consuma entre los dedos ndice y medio de su mano derecha. Conduca muy despacio —sin sobrepasar nunca los sesenta y cinco—, como siempre que beba 'demasiado. Haba adelantado el asiento al mximo, llevaba la falda por encima de las rodillas y stas flotaban, como patas de cigea, a ambos lados de la columna de direccin, y su barbilla daba la impresin de tocar el volante. Por un momento pare­ci una bruja y Jack apart rpidamente la mirada.

—No es eso —murmur.

—Qu?

—No me hago el listo —dijo—. Fue como una punzada, esto es todo.

—De acuerdo. Pensaba que era algo referente a Richard Sloat.

—No.

Su padre me habl desde un agujero en la arena de la playa, esto es todo. Me habl en mi mente, como la voz en off de una pelcula. Me dijo que estabas casi muerta.

—Le echas de menos, Jack?

—A quin? A Richard?

—No... a Spiro Agnew. Claro que a Richard.

—A veces. —Richard Sloat iba ahora a una escuela de Illinois, una de esas escuelas privadas donde la capilla era obligatoria y nadie tena acn.

—Ya le vers. —Le pas una mano por el cabello.

—Mam, te encuentras bien? —Las palabras se le escaparon. Sin­ti en los muslos la presin de todos sus dedos.

—S —contest ella, encendiendo otro cigarrillo (redujo la velocidad a treinta para hacerlo; una vieja camioneta les adelant, tocan­do la bocina)—. Nunca me he encontrado mejor.

—Cuntos kilos has perdido?

—Jacky, nunca se puede estar demasiado delgado ni ser demasiado rico. —Call y le sonri. Una sonrisa cansada y triste que le transmiti toda la verdad que necesitaba saber.

—Mam...

—Busca msica, Jacky, y cierra el pico,

Encontr msica de jazz en una emisora de Boston; un saxo tocan­do Todas las cosas que t eres. Pero por debajo de la msica, como un contrapunto regular e insensato, se oa el ocano. Y ms tarde vio el gran esqueleto de las montaas rusas contra el cielo. Y las destartala­das alas del hotel Alhambra. Si esto era su casa, ya estaban en casa.

capitulo 3

SPEEDY PARKER

1

Al da siguiente volvi a salir el sol... un sol fuerte y brillante que se extendi a capas sobre la playa llana y el trozo de tejado inclinado y rojo que Jack poda ver desde la ventana de su dormitorio. Una ola larga y baja en alta mar pareca endurecerse bajo la luz y enviaba una lanza de claridad directamente hacia sus ojos. Para Jack, esta luz era distinta de la de California; se le antojaba ms tenue, ms fra, quiz menos vigorizante. La ola se funda con el ocano tenebroso y cuando volva a elevarse una cegadora franja de oro la cruzaba. Jack se apart de la ventana. Ya se haba duchado y vestido y el reloj de su cuerpo le indic que ya era hora de dirigirse hacia la parada del autobs escolar. Las siete y cuarto. Slo que hoy no ira a la escuela, ya nada era nor­mal y l y su madre vagaran como fantasmas a lo largo de otras doce horas. Ni horario ni responsabilidades ni deberes... Ningn orden ex­cepto el impuesto por las comidas.

Era hoy un da laborable? Jack se detuvo junto a la cama, un poco alarmado porque el mundo se haba vuelto tan informe... no crea que fuera sbado. Evoc en su memoria el primer da abso­lutamente identificable que poda recordar y que era el domingo anterior. Contando desde entonces, hoy era jueves. Los jueves te­na clase de informtica con el seor Balgo y la primera actividad deportiva. Por lo menos, esto haca cuando su vida era normal, una poca que ahora, slo unos meses despus, le pareca irremisible­mente perdida.

Se dirigi al saln y cuando tir del cordn de las cortinas, la luz fuerte y brillante inund la habitacin, blanqueando los mue­bles. Entonces apret la tecla del televisor y se dej caer sobre el rgido sof. Su madre tardara por lo menos quince minutos ms en levantarse, o tal vez ms, teniendo en cuenta que haba tomado tres copas con la cena la noche anterior.

Mir hacia la puerta del dormitorio de su madre. Veinte minutos despus llam con suavidad a la puerta. Mam? Le contest un pastoso murmullo. Jack abri slo una rendija y mir hacia dentro. Su madre levant la cabeza de la almohada y escudri con los ojos entornados.

—Jacky. Buenos das. Qu hora es?

—Alrededor de las ocho.

—Dios mo. Tienes hambre? —Se incorpor, tapndose los ojos con las palmas de las manos.

—Ms bien s y estoy harto de esperar sentado. Quera saber

si tardars en levantarte.

—Creo que s. Te importa? Baja al comedor y desayuna. Juega un poco en la playa, quieres? Hoy tendrs una madre mucho mejor si la dejas quedar otra hora en la cama.

—Claro —contest Jack—. Est bien. Hasta luego.

La cabeza de ella ya descansaba otra vez sobre la almohada. Jack desconect el televisor y sali de la habitacin despus de asegurarse que tena la llave en el bolsillo de los vaqueros.

El ascensor ola a alcanfor y amonaco; una camarera haba dejado caer una botella. Las puertas se abrieron y el canoso con­serje le mir con el ceo fruncido y desvi la mirada con osten­tacin. Ser hijo de una estrella de cine no te confiere una distin­cin especial, muchacho... y, por qu no ests en la escuela? Jack cruz el arco de madera del comedor —La Silla de Cordero— y vio hileras de mesas vacas en un espacio vasto y oscuro. Slo estaban puestas unas seis. Una camarera vestida con blusa blanca y falda arrugada de color rojo le mir y desvi la vista. Una pareja de ancianos decrpitos estaban sentados a una mesa en el otro extremo de la sala; no haba ms comensales. Mientras Jack los miraba, el anciano se inclin y cort con naturalidad l huevo frito de su esposa en cuatro pedazos.

—Mesa para uno? —La mujer que tena a su cargo La Silla de Cordero durante el da apareci a su lado y cogi un men de un montn que haba junto al libro de reservas.

—Lo siento, he cambiado de opinin. —Jack se escap.

La cafetera del Alhambra, The Beachcomber Lounge, se ha­llaba al otro lado del vestbulo, al fondo de un desolado pasillo flanqueado por vitrinas vacas. El apetito se le pas al imaginarse solo ante la barra, contemplando al aburrido cocinero asar a la parrilla tiras de tocino ahumado. Esperara a que su madre se le­vantara o, mejor an, saldra a ver si poda comprarse un donut y un poco de leche en envase de cartn en una de las tiendas que

encontrara por el camino.

Empuj la alta y pesada puerta del hotel y sali al sol. Por un momento, la luz repentina hiri sus ojos; el mundo era una su­perficie plana y cegadora. Jack gui los ojos, deseando haberse puesto las gafas de sol. Cruz la terraza de ladrillo rojo y baj los cuatro escalones curvados que conducan a la avenida principal de los jardines del hotel.

Y si ella mora?

Qu sera de l entonces, adonde ira, quin cuidara de l si ocurra lo peor que poda pasarle y ella se mora, se mora definitivamente en aquella habitacin de hotel?

Mene la cabeza, intentando desechar aquel pensamiento antes de que el pnico al acecho surgiera de los formales jardines del Alhambra y le destrozara. No quera llorar ni permitir que aquello le sucediera... y tampoco quera pensar en los Tarrytoons y los kilos que ella haba perdido ni recordar la sensacin que a veces tena de que su madre estaba indefensa y caminaba sin rumbo. Se puso a andar ms de prisa y meti las manos en los bolsillos mientras saltaba a la avenida del hotel. Est huyendo, muchacho, y t huyes con ella. Huyendo, pero, de quin? Y a dnde? Aqu, slo aqu, a este lugar abandonado?

Lleg a la calle ancha que bordeaba el litoral en direccin al pueblo y tuvo la impresin de que el paisaje vaco que se extenda ante l era un remolino dispuesto a succionarle y escupirle a un lugar negro donde la paz y la seguridad no haban existido nunca. Una gaviota sobrevol la carretera vaca, describi una amplia curva y baj en direccin a la playa. Jack la mir alejarse, con­vertirse en una mancha blanca sobre la silueta atormentada de la montaa rusa.

Lester Speedy Parker, un hombre de pelo gris lanudo y profun­dos surcos en las mejillas, estaba en alguna parte del Divertimundo y era a l a quien tena que ver. Jack lo saba con tanta claridad como que haba odo la voz del padre de Richard.

Grit una gaviota, una ola proyect hacia l una intensa luz do­rada y Jack vio a to Morgan y a su nuevo amigo Speedy como figuras casi alegricamente opuestas, como si fueran estatuas del da y de la noche erguidas sobre sendas peanas: la oscuridad y la luz. Lo que Jack haba comprendido en cuanto supo que a su padre le hubiera gustado Speedy Parker era que el ex guitarrista de blues careca de maldad. En cambio, to Morgan... era una persona completamente distinta. To Morgan viva para los ne­gocios, para hacer tratos y estafar; y era tan ambicioso que en el tenis discuta cualquier pelota, aunque fuera apenas discutible;

tan ambicioso, en realidad, que haca trampas en los juegos de cartas en los que su hijo le animaba de vez en cuando a participar, a un penique la apuesta. Por lo menos, Jack crea que to Morgan haba hecho trampa en una o dos partidas... No era hombre para opinar que la derrota exiga amabilidad.

Noche y da, sol y luna, luz y oscuridad, y el negro era la luz en estas polaridades. Y cuando la mente de Jack lleg a este punto, todo el pnico contra el que haba luchado en los jardines formales del hotel le amenaz de nuevo. Levant los pies y ech a correr.

2

Cuando el chico vio a Speedy arrodillado frente al gris edificio de las arcadas —envolviendo una gruesa cuerda con cinta aislante, inclinando la cabeza lanuda hasta casi tocar el malecn con el flaco trasero marcado por los gastados pantalones verdes de su indumentaria de trabajo y las suelas polvorientas de sus botas apoyadas sobre los dedos, como un par de tablas de surf en posicin vertical— se dio cuenta de que no recordaba qu quera decir al guardin o si quera decirle algo. Speedy dio otra vuelta a la cuerda con la cinta aislante de color negro, asinti con la cabeza, se sac una usada navaja del bolsillo de la camisa y cort la cinta con precisin quirrgica. De haber podido, Jack tambin habra huido de all; estaba interrumpiendo el trabajo de aquel hombre y, en cualquier caso, era tonto pensar que Speedy pudiera ayudarle de algn modo. Qu clase de ayuda poda prestar el viejo guarda de un parque de atracciones vaco?

Entonces Speedy volvi la cabeza y salud la presencia del mu­chacho con una expresin de bienvenida clida y total —ms que una sonrisa, fue una intensificacin de todos los surcos de su cara— y Jack supo que por lo menos no era un intruso.

—Viajero Jack —dijo Speedy—, ya empesaba a temer que hu­biera desidido no asercarte m a m. Justo cuando nos hasamo amigo. Me alegro de verte, hijo.

—S —respondi Jack—, yo tambin me alegro. Speedy se guard la navaja de metal en el bolsillo de la camisa e irgui su cuerpo largo y huesudo tan fcil y atlticamente que

dio la impresin de ser ingrvido.

—Ete lugar se et derrumbando a mi alrededor —observ—. Hago una pequea reparasin cada ves, lo sufisiente para que todo funsione m o meno como debiera. —Se par a media frase, des­pus de examinar bien la cara de Jack—. Al pareser, el viejo mundo no tan agradable como ante. Viajante Jack tiene un montn de

preocupasiones, no eso?

—S, algo as —asinti Jack, pero an no saba cmo empezar a expresar las cosas que le preocupaban. No podan expresarse con frases corrientes, porque las frases corrientes hacan que todo pareciese racional. Uno... dos... tres; el mundo de Jack no se mo­va a lo largo de estas lneas rectas. Todo lo que no poda decir

era un peso en su interior.

Mir con tristeza al hombre alto y delgado que estaba ante l. Speedy tenia las manos metidas en los bolsillos; sus grandes cejas grises apuntaban hacia el profunfo surco vertical que las separaba. Sus ojos, tan claros que casi eran incoloros, se desviaron de la estropeada pintura del malecn para cruzar su mirada con la de Jack, y de improviso ste se sinti mejor. No comprenda por qu, pero Speedy pareca capaz de comunicarle directamente cualquier emocin, como si no se hubieran conocido haca slo una semana, sino haca aos, y hubieran compartido mucho ms que unas pocas

palabras en una arcada desierta.

—Bueno, ya he trabajao batante por hoy —dijo Speedy, lan­zando una ojeada al Alhambra—. Si contino, lo har mal. Supon­go que no ha vito mi ofisina, verdad?

Jack neg con la cabeza.

— el momento de un pequeo refresco, muchacho. El mo­mento justo.

Empez a andar por el malecn a grandes zancadas y Jack

corri tras l. Cuando saltaron los escalones del malecn y em­pezaron a caminar por la hierba rala y la compacta tierra marrn hacia los edificios del otro lado del parque, Speedy sorprendi a Jack ponindose a cantar.

Viajero Jack, viejo Viajero Jack, Tiene que recorrer un largo camino Y otro an m largo para regresa.

No era exactamente una cancin, pens Jack, sino algo intermedio entre cantar y hablar. De no ser por las palabras, le habra gustado escuchar la voz tosca y confiada de Speedy.

El shico ha de recorrer un largo camino y otro an m largo para regresa.

Speedy le gui un ojo por encima del hombro.

—Por qu me das este nombre? —le pregunt Jack—. Por qu soy Viajero Jack? Porque vengo de California?

Haban llegado a la taquilla azul plido de la entrada al recinto de la montaa rusa y Speedy volvi a meter las manos en los bolsillos de sus anchos pantalones verdes, gir sobre sus talones y empuj con los hombros la pequea valla de color azul. La efi­ciencia y rapidez de sus movimientos eran casi teatrales, como si supiera —pens Jack— que l iba a formularle precisamente aque­lla pregunta.

Dise que viene de California Y no sabe que tendr que volv...

cant Speedy, con una emocin en el rostro esculpido y severo que se antoj casi triste a Jack.

—Cmo? —inquiri el muchacho—. Volver? Creo que mi madre incluso vendi la casa... o la alquil o algo parecido. No s qu diablos intentas, Speedy.

Sinti alivio cuando Speedy no le contest con su rtmica can­tinela, sino con voz normal:

—Apuesto algo a que no recuerda haberme conosido ante, Jack. Verdad que no?

—Haberte conocido antes? Dnde?

—En California... al meno, creo que fue ay. Pero no epero que lo recuerde. Viajero Jack; fueron do minuto muy ocupado. Debi s en... veamos... debi s hase cuatro o sinco aos, en mil nove-sientos setenta y sei.

Jack le mir con gran perplejidad. Mil novecientos setenta y seis? Entonces tena siete aos.

—Vayamo a mi pequea ofisina —dijo Speedy, empujando el torniquete de la taquilla con la misma gracia ingrvida.

Jack le sigui en torno a los enormes soportes de la montaa rusa; sombras negras como diagramas de tres en raya se entre­cruzaban en la tierra estril y polvorienta salpicada de latas de cerveza y envolturas de golosinas. Los rafles de la montaa rusa pendan sobre sus cabezas como un rascacielos inacabado. Jack vio que Speedy se mova con la soltura de un jugador de baloncesto, la cabeza alta y los brazos colgando. El ngulo de su cuerpo, su pos­tura en las tinieblas enrejadas bajo los soportes, pareca muy joven, como si Speedy slo tuviera veintitantos aos.

Entonces el guarda sali de nuevo a la brillante luz del sol y cincuenta aos ms encanecieron su cabello y surcaron su nuca. Jack hizo una pausa al llegar a la hilera final de soportes, como intu­yendo que el ilusorio rejuvenecimiento de Speedy Parker era la clave de que las fantasas estaban muy cerca de ellos, acechndoles.

Mil novecientos setenta y seis? En California? Jack sigui a Speedy, que se diriga hacia un minsculo cobertizo de madera pintada de rojo, adosado a la alambrada del otro extremo del par­que de atracciones. Estaba seguro de no haber conocido a Speedy en California... pero la presencia casi visible de sus fantasas le ha­ba trado otro recuerdo especfico de aquellos das, las visiones y sensaciones de un atardecer de sus seis aos, Jacky, jugando con un taxi negro de juguete detrs del sof de la oficina paterna... y de mo­do inesperado, su padre y to Morgan hablando mgicamente de las fantasas. Tienen magia como nosotros tenemos la fsica, entien­des? Una monarqua agrcola, que usa la magia en lugar de la ciencia. Sin embargo, puedes imaginarte la tremenda influencia que esgrimi­ramos si les diramos electricidad? Si llevramos las armas moder­nas a los tipos claves? Tienes una idea?

Espera un momento, Morgan. Tengo un montn de ideas que a t por lo visto no se te han ocurrido.

Jack casi poda or la voz de su padre y el peculiar e inquietan­te reino de la fantasa pareci surgir en el erial umbroso que haba debajo de la montaa rusa. Empez a correr detrs de Speedy, que haba abierto la puerta del pequeo cobertizo rojo y se apoyaba en ella, sonriendo sin sonrer.

—Algo te rueda por la cabesa, Viajero Jack. Algo te sumba en ella como una abeja. Entra en mi suite de ejecutivo y cuntamelo todo.

Si la sonrisa hubiera sido ms amplia, ms evidente, Jack habra dado media vuelta y echado a correr: el espectro de la mofa se ha­llaba an humillantemente cerca. Pero toda la persona de Speedy pareca expresar un inters genuino —el mensaje de los surcos pro­fundizados de su rostro— y Jack pas por delante de l y cruz el umbral.

La "oficina" de Speedy era un pequeo rectngulo de tablones —del mismo rojo que el exterior— sin mesa ni telfono. Dos cajas de naranjas apoyadas boca abajo contra una de las paredes latera­les flanqueaban un radiador elctrico desenchufado que se pare­ca a la parrilla de un Pontiac de los aos cincuenta. En el centro, una silla de respaldo redondo haca compaa a un silln demasia­do relleno, tapizado con una descolorida tela gris.

Los brazos del silln daban la impresin de haber sido araa­dos por las garras de varias generaciones de gatos: sucios jirones de relleno caan sobre el asiento como pelo; en el respaldo de la silla se vea un complicado dibujo de iniciales grabadas. Muebles de tra­pero. En uno de los rincones haba dos ordenadas pilas de libros de bolsillo y en otro la tapa cuadrada de cocodrilo falso de un tocadis­cos barato. Speedy indici el radiador y dijo:

—Ven en enero o febrero, mushasho, y sabr por qu tengo eso. Hase un fro... Brrrr. —Pero Jack miraba las fotografas pegadas a la pared sobre el radiador y las cajas de naranjas.

Todas menos una eran desnudos recortados de revistas para hombres. Mujeres con pechos grandes como sus cabezas se apoyaban en incmodos troncos de rbol con las fuertes piernas abiertas. Sus caras se antojaron a Jack a la vez fascinantes y rapaces, como si aquellas mujeres fueran capaces de arrancarle trozos de piel despus de besarle. Algunas no eran ms jvenes que su madre, mientras otras aparentaban una edad no muy superior a la suya propia. Los ojos de Jack se pasearon por esta necesaria carne; toda, la joven y la menos joven, sonrosada, color de chocolante o amarilla como la miel, pare­can ansiar su contacto,y Jack fue muy consciente de que Speedy Par-ker estaba detrs de l, observndole. Entonces vio el paisaje en me­dio de las fotografas de desnudos y durante un segundo probablemen­te se olvid de respirar.

Era asimismo una fotografa, que tambin pareca proyectarse ha­cia l, como si fuera tridimensional. Una larga llanura de hierba de un verde especial, melanclico, se extenda hacia una cordillera baja casi a ras del suelo. Sobre la llanura y las montaas, el cielo tena una pro­funda transparencia. Jack casi poda oler la frescura de este paisaje. Conoca aquel lugar. Nunca haba estado all en la realidad, pero lo haba visto. Era uno de los lugares de las fantasas.

—Llama la atensin, verdad? —dijo Speedy, y Jack record dn­de estaba. Una mujer eurasiana, de espaldas a la cmara, sacaba un trasero en forma de corazn y le sonrea por encima del hombro. S, pens Jack—. Un lugar muy bonito —continu Speedy—. Lo he pueto yo. Toda esta shica ya estaba cuando vine y no tuve val para arrancarla de la pared. En sierto modo, me recuerdan lo viejo tiempo, cuando iba por esa carretera.

Jack mir a Speedy, sobresaltado, y el viejo le gui un ojo.

—Conoces ese lugar, Speedy? -le pregunt—. Quiero decir, sa­bes dnde est?

—Quisa s, quisa no. Podra s frica... alguna parte de Kenya. O podra exist slo en mi memoria. Sintate, Viajero Jack. Ocupa el silln, que m cmodo.

Jack movi el silln para poder seguir viendo la foto del lugar de las fantasas.

—Es eso frica?

—Podra est mucho m serca, m asequible para nosotro, de mo­do que cualquiera pudiese cuando se le antojara; es desir, cuando nesesitara musho verlo.

Jack se dio cuenta de repente de que estaba temblando desde haca rato. Cerr los puos y sinti que el temblor se le trasladaba al estmago.

No estaba seguro de querer ir alguna vez al lugar de las fanta­sas, pero dirigi a Speedy una mirada inquisitiva. Este se haba aco­modado en la silla redonda.

—No est en ninguna parte de frica, verdad?

—Bueno, no lo s. E posible que no. Yo le he encontrao un nom­bre, muchacho. Lo yamo lo Territorio.

Jack volvi a mirar la fotografa, la larga y surcada llanura, las montaas bajas y marrones. Los Territorios. Estaba bien; aquel era su nombre.

Tienen magia como nosotros tenemos la fsica, entiendes? Una monarqua agrcola... armas modernas a los tipos clave... To Morgan tramando algo y su padre interrumpindole, frenndole:

Hemos de tener cuidado con el modo de entrar all, socio... Re­cuerda que estamos en deuda con ellos, realmente en deuda...

Los Territorios— repiti ahora, saboreando el nombre en la boca adems de formulando una pregunta.

—Un aire como el mej vino de la bodega de un hombre rico. Una yuvia fina. se el luga, hijo.

—Has estado all, Speedy? —pregunt Jack, esperando con fervor una respuesta afirmativa.

Pero Speedy le decepcion, tal como Jack se haba temido. El guarda le sonri y esta vez fue una sonrisa verdadera, no una oleada de calor del subconsciente. Al cabo de un momento aadi:

—Ni habla, no he etado nunca fuera de Etado Unido, Viajero Jack. Ni siquiera durante la guerra. Nunca pas de Texa y Ala-bama.

—Cmo conoces los... Territorios? —El nombre empezaba ya a salirle con fluidez.

Los hombres como yo oyen toda clase de hitoria. Hitoria sobre loro bicfalo, hombre que vuelan con ala propia, hombre que se convierten en lobo, hitoria sobre reina. Reina enferma.

... magia en vez de fsica, entiendes?

ngeles y hombres lobos.

—He odo historias sobre hombres lobos —dijo Jack—. Estn incluso en las tiras cmicas. Esto no significa nada, Speedy.

—Probablemente no, pero he odo dec que si un hombre arran­ca un rbano del suelo, otro hombre situao a un kilmetro de dis-tansia puede persib el ol de ese rbano... de tan dulse y limpio que el aire.

—Pero ngeles...

—Hombre alado.

—Y reinas enfermas —continu Jack, como si fuera un chiste (vamos, hombre, fe has inventado un lugar muy tonto, barren­dero). Pero en el instante en que lo dijo, se sinti l mismo en­fermo. Record el ojo negro de una gaviota mirndole fijamente con su propia mortalidad mientras estiraba la carne de la almeja:

y pudo or al tramposo y ambicioso to Morgan preguntar si Jack quera llamar al telfono a la reina Lily.

Reina de las B. La reina Lily Cavanaugh.

—S —contest Speedy con voz suave—. Problema por toda parte, hijo. Una reina enferma... quisa moribunda. Moribunda, hijo. Y un mundo o do eperando ah fuera, operando a v si al­guien puede salvarla.

Jack le mir boquiabierto, como si el guarda acabara de pro­pinarle un puntapi en el estmago. Salvarla? Salvar a su ma­dre? El pnico volvi a invadirle... cmo poda salvarla? Y sig­nificaba toda esta charla insensata que de verdad su madre estaba moribunda en aquella habitacin?

—Tiene una tarea, Viajero Jack —le dijo Speedy—, una tarea que no te soltar, palabra del Se. Ojal no fuera as.

—No s de qu hablas —exclam Jack. Pareca tener el aliento atrapado en una pequea bolsa situada en el cogote. Mir hacia otro rincn de la pequea habitacin roja y en las sombras vio una vieja guitarra apoyada contra la pared. Al lado haba un delgado colchn enrollado como un tubo; Speedy dorma junto a su gui­tarra.

— extrao —aadi Speedy—. Hay momento, ya sabe a qu me refiero, en que uno sabe m de lo que cree sabe. Infinita­mente m.

—Pero no s... —empez Jack y enmudeci de repente. Acababa de recordar algo. Ahora estaba an ms asustado: otro retazo del pasado acababa de asaltarle, exigiendo su atencin. Al instante se qued baado en sudor, con la piel muy fro, como si le hubieran mojado con un aspersor. Este recuerdo era el que haba pugnado por desechar ayer por la maana, cuando estaba frente a los ascensores, fingiendo que no tena la vejiga a punto de explotar.

—No haba disho que ya era hora de toma un pequeo re-freco? —pregunt Speedy, agachndose para levantar un listn suelto del suelo.

Jack vio de nuevo a dos hombres de aspecto corriente que in­tentaban subir a su madre a un automvil. Un rbol gigantesco rozaba con el encaje de sus frondas el techo del vehculo.

Speedy extrajo despacio una botella de medio litro del hueco entre los listones. El vidrio era verde oscuro y el lquido que con­tena pareca negro.

—Eto te ayudar, hijo. Un pequeo trago todo lo que nese-sitas... Te enviar a nuevo lugare y te ayudar a inisiar la tarea de que te he hablao.

—No puedo quedarme, Speedy —exclam Jack, con una prisa desesperada por volver al Alhambra. El viejo reprimi visible­mente su expresin de sorpresa y volvi a guardar la botella bajo el listn del suelo. Jack ya se haba puesto en pie—. Estoy preo­cupado.

—Por tu madre?

Jack asinti, retrocediendo hacia la puerta abierta.

—Entonses ser mej que te tranquilises, yendo a comprob si et bien. Puede volv aqu siempre que quiera. Viajero Jack.

—De acuerdo —dijo el muchacho y vacil antes de marcharse corriendo—. Creo... creo que recuerdo donde nos conocimos antes.

—No, no, mi serebro se confundi —dijo Speedy, moviendo la cabeza y agitando los brazos hacia delante y hacia atrs—. Tena rasn t; no no habamo conosido ante de la semana pasada. Vuelve al lado de tu madre y tranquilsate.

Jack sali de un salto y corri bajo la luz carente de dimensin hacia la gran arcada que conduca a la calle. En la parte superior vio las letras euqrap ed senoiccarta, aidacra dibujadas contra el cielo; por las noches, unas bombillas coloreadas proyectaban el nombre del parque en ambas direcciones. El polvo se arremolina­ba entre sus zapatillas. Jack se daba impulso contra sus propios msculos, obligndolos a moverse ms y con ms fuerza, de modo que cuando cruz el arco, casi le pareca estar volando.

Mil novecientos setenta y seis. Jack paseaba por Rodeo Drive una tarde de... junio, julio?... una tarde cualquiera de la estacin seca, pero antes de aquella poca del ao en que todos empeza­ban a preocuparse de los incendios forestales. Ahora ya no recor­daba siquiera adonde se diriga. A casa de un amigo? No se trataba de ningn recado urgente. Jack recordaba que haba llegado a un punto en que ya no pensaba en su padre en todos los mo­mentos de ocio; durante muchos meses despus de la muerte de Philip Sawyer en un accidente de caza, su sombra, su prdida per­sigui a Jack a una velocidad palpitante cuando el muchacho es­taba menos preparado para resistirla. Jack slo tena siete aos, pero saba que le haban robado una parte de su infancia —ahora se vea a s mismo a seis aos como un nio increblemente inge­nuo y atolondrado— y aprendi a confiar en la fuerza de su madre. Amenazas salvajes e informes ya no parecan acechar en los rincones oscuros, armarios semicerrados, calles en penum­bra y habitaciones vacas.

Los sucesos de aquella ociosa tarde de verano de 1976 haban destrozado aquella paz temporal. Despus, Jack durmi con la luz encendida durante seis meses; las pesadillas perturbaban su sueo.

El coche cruz la calle justo unas casas, ms arriba de la de los Sawyer, blanca, de tres pisos y estilo colonial. Era un coche verde, lo nico que Jack poda recordar de l, excepto que no era un Mercedes (el Mercedes era la nica marca de automvil que conoca de vista). El hombre que iba al volante baj la ven­tanilla y sonri a Jack. El primer pensamiento del muchacho fue que le conoca; era amigo de Phil Sawyer y quera saludar a su hijo. Esto se lo comunic en cierto modo la sonrisa del hombre, que era natural, espontnea y familiar. Otro hombre se inclin en el asiento de al lado y mir hacia Jack a travs de unas gafas de ciego, redondas y tan oscuras que se antojaban negras. Este segundo hombre llevaba un traje enteramente blanco. El conduc. tor dej que la sonrisa hablara por l un momento ms y entonces interpel a Jack:

—Chico, sabes cmo se va al hotel Beverly Hills? Asi que era un forastero, despus de todo. Jack sinti una ex­traa punzada de desengao.

Seal calle arriba. El hotel estaba al final, lo bastante cerca

para que su padre pudiese ir a pie a los desayunos de trabajo

en la Loggia.

—En esta misma calle? —pregunt el conductor, sin dejar de sonrer.

Jack asinti.

—Eres un chico muy listo —le dijo el hombre y el otro ri entre dientes—. Tienes idea de lo lejos que est? —Jack nep con la cabeza—. Un par de manzanas, tal vez?

—S. —Empez a sentirse incmodo. El conductor an sonrea. pero ahora la sonrisa pareca forzada, vaca y hueca. Y la risita del pasajero era hmeda, como si chupara algo mojado.

—Cinco, quiz? O seis? Qu diras t?

—Unas cinco o seis, supongo —contest Jack, caminando hacia atrs.

—Bueno, te lo agradezco mucho, pequeo —dijo el conduc­tor—, Te gustan las golosinas, verdad? —Sac un puo por la ventana, le dio la vuelta y abri los dedos- era un rollo de cho­colate—. Es para ti. Cgelo.

Jack se acerc, vacilante, oyendo en su interior las palabras de mil advertencias sobre desconocidos y golosinas. Pero este hombre an estaba dentro del coche; si intentaba algo, Jack estara a media manzana de distancia antes de que pudiera abrir la puerta. Y no aceptar pareca una muestra de mala educacin. Se acerc otro paso y mir los ojos del hombre, que eran azules, brillantes y duros como su sonrisa. El instinto de Jack le instaba a bajar la mano y alejarse, pero aproxim la mano uno o dos centmetros ms al rollo de chocolate y de repente alarg los dedos para

cogerlo.

La mano del conductor agarr con fuerza la de Jack y el pasa­jero de gafas oscuras solt una carcajada. Sorprendido, Jack fij la mirada en los ojos del hombre que le retena la mano y los vio cambiar —pens que los vea cambiar— del azul al amarillo.

Pero despus fueron amarillos.

El hombre del otro asiento abri la puerta y dio corriendo la vuelta al coche por atrs. Llevaba una pequea cruz de oro en la solapa del traje de seda. Jack hizo frenticos esfuerzos para de­sasirse, pero el conductor, con su sonrisa hueca, no le soltaba.

—No! —chill Jack—. Socorro!

El hombre de las gafas oscuras abri la puerta trasera del

lado de Jack.

— Aydenme! —grit Jack.

El hombre que lo tena agarrado por detrs empez a bajarle para hacerle entrar por la puerta abierta. Jack intent retroceder, sin dejar de chillar, pero el hombre, sin ningn esfuerzo, apret ms las manos. Jack se las golpe y trat de abrirle un puo y en­tonces se percat, horrorizado, de que lo que tocaba con los dedos no era piel. Torci la cabeza y vio una zarpa o una garra. Volvi

a gritar.

Desde ms arriba de la calle son una voz estentrea:

—Eh, dejen de molesta al shico! Eh, utede! Dejen en pas al

shico!

Jack suspir de alivio y se retorci todo lo que pudo entre los

brazos del hombre. Desde el extremo de la manzana corra hacia ellos un negro alto y delgado, gritando. El hombre que agarraba a Jack por detrs le solt y rode corriendo el coche. La puerta de una de las casas se abri a espaldas de Jack... otro testigo.

—Aprisa, aprisa —apremi el hombre que iba al volante, pisan­do ya el acelerador. El del traje blanco salt al asiento y el coche cruz Rodeo Drive en diagonal, con fuertes chirridos de neum­ticos, casi chocando contra un Clenet largo y blanco conducido por un hombre bronceado que iba vestido para jugar a tenis. El claxon del Clenet reson, furioso.

Jack se levant de la acera, un poco mareado. Un hombre calvo que llevaba una sahariana de color crudo apareci a su lado y

pregunt:

—Quines eran? Sabes sus nombres? Jack neg con la cabeza.

—Cmo te encuentras? Deberamos avisar a la polica.

—Necesito sentarme —dijo Jack, y el hombre retrocedi un

paso.

—Quieres que llame a la polica? —pregunt, y Jack mene

la cabeza.

—No puedo creerlo —dijo el hombre—. Vives cerca de aqu? Te he visto antes, verdad?

—Soy Jack Sawyer. Mi casa est ah, un poco ms abajo.

—La casa blanca —asinti el hombre—. Eres el chico de Lily Cavanaugh. Te acompaar, si quieres.

—Dnde est el otro hombre? —le pregunt Jack—. El negro,

el que gritaba.

Se separ un poco, con pasos vacilantes, del hombre de la sa­hariana. Aparte de ellos dos, la calle estaba vaca.

Lester Speedy Parker haba sido el hombre que corra hacia l. Speedy le haba salvado la vida en aquella ocasin, comprendi ahora Jack, y corri todava ms de prisa hacia el hotel.

3

—Has desayunado? —le pregunt su madre, expeliendo una nube de humo por la boca. Llevaba un pauelo en la cabeza como un turbante y, sin la aureola de cabellos, su rostro se antoj a Jack huesudo y vulnerable. Una colilla muy corta se consuma entre el segundo y tercer dedo y cuando ella le sorprendi mirndola, la apag en el cenicero del tocador.

—Ah, no, en realidad, no —contest l, todava en el umbral del dormitorio.

—Contesta s o no —dijo ella, volvindose hacia el espejo—. La ambigedad me est matando. —La mueca y la mano que sos­tenan el espejo para que Lily pudiera aplicarse el maquillaje eran delgadas como palillos.

—No —respondi Jack.

—Bueno, espera un segundo a que tu madre se haya embelle­cido y te llevar abajo para que comas lo que ms te apetezca.

—Est bien —dijo Jack—. Era deprimente estar all solo.

—Vaya, como si tuvieras motivos para estar deprimido... —se inclin hacia delante e inspeccion su cara en el espejo—. Supongo que no te importara esperar en el saln, verdad, Jacky? Prefiero

-hacer esto sola. Secretos tribales.

Jack se volvi sin decir nada y entr en el saln. Cuando son el telfono, dio un gran salto.

—Contesto yo? —grit.

—Por favor —dijo la tranquila voz de su madre. Jack descolg el auricular.

—Hola, chico, por fin os encuentro —dijo to Morgan Sloat—. Qu diablos le ha pasado por la cabeza a tu madre? Dios mo, podra ocurrir algo gordo aqu si alguien no empieza a cuidarse de los detalles. Est contigo? Dile que tenemos que hablar... no me importa lo que diga, tengo que hablar con ella. Confa en mi, muchacho.

Jack permaneci con el auricular en la mano. Quera colgar, subir al coche con su madre y marcharse a otro hotel en otro estado. Pero no colg, sino que dijo a gritos:

—Mam, to Morgan est al telfono. Dice que tiene que hablar contigo.

Lily guard un momento de silencio y Jack dese poder verle la cara. Contest por fin:

—Hablar desde aqu, Jacky.

Jacky ya saba lo que tena que hacer. Su madre cerr con suavidad la puerta del dormitorio y en seguida la oy volver al tocador y descolgar el telfono. Ya est, Jacky, le grit y l grit a su vez: Vale. Entonces se acerc el auricular al odo y cubri la bocina con la mano para que nadie le oyera res­pirar.

—Magnfica actuacin, Lily —dijo to Morgan—, sensacional. Si todava hicieras pelculas, podramos ganar mucho dinero con esto. Algo como Por qu ha desaparecido esta actriz? Pero, no crees que ya sera hora de que volvieras a portarte como una persona normal?

—Cmo me has encontrado? —pregunt ella.

—Crees que es difcil encontrarte? Dame una oportunidad, Lily, quiero que vuelvas cuanto antes a Nueva York. Ya es hora de que dejes de huir.

—Es esto lo que hago, Morgan?

—No te sobra exactamente el tiempo, Lily, y yo no tengo el suficiente para perderlo persiguindote por toda Nueva Ingla­terra. Eh!, espera un momento. Tu chico no ha colgado el te­lfono.

—Claro que lo ha hecho.

A Jack se le haba parado el corazn unos segundos antes.

—Deja de escuchar, muchacho —le dijo la voz de Morgan Sloat.

—No seas ridculo, Sloat —increp su madre.

—Te dir qu es ridculo, seora ma. Esconderte en un rincn miserable cuando deberas estar en el hospital, esto s que es ridculo. Dios mo, es que no sabes que tenemos pendiente un milln de decisiones comerciales? Tambin me preocupa la educa­cin de tu hijo, maldita sea. T pareces haberla olvidado.

—No quiero seguir hablando contigo —dijo Lily.

—No quieres, pero has de hacerlo. Vendr y te meter en un hospital, por la fuerza, si es necesario. Tenemos que llegar a varios acuerdos, Lily. Posees la mitad de la compaa que estoy inten­tando dirigir... y esta mitad ser de Jack cuando t faltes. Quiero asegurar el futuro de Jack. Y si crees que ests cuidando de l en ese condenado rincn de New Hampshire, es que ests ms en­ferma de lo que te imaginas.

—Qu quieres, Sloat? —pregunt Lily con voz cansada.

—Ya lo sabes, quiero que todo el mundo reciba lo suyo. Quiero lo justo. Yo me cuidar de Jack, Lily. Le dar cincuenta mil dlares al ao; pinsalo, Lily. Le enviar a un buen colegio. T ni siquiera te cuidas de que vaya a la escuela.

—El noble Sloat —dijo su madre.

—Consideras que esto es una respuesta? Lily, necesitas ayuda y soy el nico que puede ofrecrtela.

—Y cul es tu tajada, Sloat? —pregunt su madre.

—Lo sabes muy bien, maldita sea. Yo recibo lo justo, lo que me pertenece. Tus intereses en Sawyer y Sloat... me he matado trabajando para esta compama y tiene que pasar a mis manos.

Podramos tener listos los documentos en una maana, Lily, y entonces nos concentraramos en cuidar de ti.

—Como cuidasteis de Tommy Woobdine —replic ella—. A ve­ces pienso que t y Phil tuvisteis demasiado xito, Morgan. Sawyer y Sloat era ms manejable antes de que hicierais inversiones in­mobiliarias y negocios de produccin. Recuerdas cuando slo tenais un par de cmicos muertos de hambre y media docena de actores y guionistas en ciernes como clientes? Me gustaba ms la vida antes de que llovieran los billetes.

—Manejable... ests de broma? —grit to Morgan—. Si ni siquiera sabes manejarte a ti misma! —Entonces hizo un esfuerzo por calmarse—. Y olvidar que has mencionado a Tommy Wood-bine. Ha sido un golpe bajo incluso para ti, Lily.

—Voy a colgar, Sloat. No te acerques por aqu. Y no te acer­ques a Jack.

—T irs a un hospital, Lily, y esta huida de un lado a otro tiene que...

Su madre colg a media frase de to Morgan; Jack hizo lo pro­pio con su auricular y dio unos pasos hacia la ventana, como para no ser visto cerca del telfono del saln. En el dormitorio cerrado reinaba el silencio.

—Mam? —llam.

—Qu, Jacky? —Oy un ligero temblor en su voz.

—Ests bien? Va todo bien?

—Yo? Claro. —Sus pasos se aproximaron suavemente a la puerta, que se abri una rendija. Los ojos de ambos se miraron, los azules de l y los azules de ella. Lily abri la puerta de par en par y sus miradas volvieron a cruzarse durante un segundo de incmoda intensidad—. Claro que todo va bien. Por qu habra de ir mal?

Dejaron de mirarse. Cierta clase de revelacin haba pasado entre ellos, pero cul? Jack se pregunt si ella sabra que haba escuchado su conversacin y en seguida pens que la revelacin que acababan de compartir era —por primera vez— el hecho de su enfermedad.

—Bueno —dijo, turbado de pronto. La enfermedad de su madre, aquel grande e inmencionable tema, adquiri un tamao obsceno entre ambos—, no lo s exactamente. To Morgan pareca... —Se encogi de hombros.

Lily se estremeci y Jack tuvo otra revelacin. Su madre estaba asustada... por lo menos tanto como l.

Se puso un cigarrillo en la boca y abri el encendedor mien­tras sus ojos profundos le dirigan otra mirada penetrante.

—No hagas ningn caso de ese rufin, Jack. Slo estoy irritada porque tengo la impresin de que nunca podr deshacerme de l. A tu to Morgan le gusta intimidarme. —Expeli una columna de humo gris—. Me temo que ya no tengo apetito para desayunar. Por qu no bajas y tomas un buen desayuno esta vez?

—Ven conmigo.

—Me gustara estar un rato sola, Jack. Intenta comprenderlo. Intenta comprenderlo. Confa en mi.

Estas cosas las decan los adultos cuando queran decir algo completamente distinto.

—Ser mejor compaera cuando vuelvas —anadi ella—. Te lo prometo.

Y lo que realmente deca era: Quiero gritar, no soporto ms esta situacin, vete, vete!

Quieres que te traiga algo?

Ella neg con la cabeza, sonriendo estoicamente, y Jack tuvo que abandonar la habitacin, aunque tampoco tena el estmago bien para desayunar. Enfil el pasillo hacia los ascensores. Una vez ms, slo haba un lugar adonde ir, pero en esta ocasin lo saba antes de llegar al lgubre vestbulo presidido por el ceni­ciento y ceudo conserje.

4

Speedy Parker no estaba en el pequeo cobertizo pintado de rojo que le serva de oficina; tampoco estaba en el largo malecn ni en la arcada donde los dos ancianos jugaban con la mquina como si fuese una guerra que ambos daban por perdida, ni en el polvo­riento espacio bajo la montaa rusa. Jack Sawyer camin sin rumbo bajo el sol ardiente, buscando en las avenidas vacas y en los desiertos lugares pblicos del parque. El miedo era como un nudo en la garganta. Y si le haba ocurrido algo a Speedy? Era imposible, pero, y si to Morgan haba averiguado algo de Speedy (averiguado qu?) y haba...? Jack vio mentalmente la camioneta nio salvaje tomando una curva a toda velocidad, ha­ciendo chirriar las marchas y lanzndose como una exhalacin.

Se puso en movimiento, sin saber apenas qu direccin tomar. En su alarmado estado de nimo, vio a to Morgan correr ante una hilera de espejos distorsionantes que le prestaron una serie de si­luetas deformes y monstruosas. Le salieron cuernos de la calva, apareci una joroba entre sus carnosos hombros y sus dedos an­chos se convirtieron en palas. Jack torci de improviso hacia la derecha y se encontr caminando hacia un extrao edificio casi redondo, hecho con tablas blancas y estrechas como listones.

Oy sbitamente un rtmico martilleo que proceda del interior. El muchacho corri hacia el sonido: una llave golpeando una tubera, un martillo aporreando un yunque, el ruido de una herra­mienta de trabajo. Entre los listones encontr un pomo y abri la frgil puerta.

Jack entr en una oscuridad rayada y el sonido aument de volumen. Las tinieblas cambiaron de forma a su alrededor y alte­raron sus dimensiones. Extendi las manos y toc una lona, que se desliz hacia un lado, y al instante una luz amarillenta ilumin el lugar.

—Viajero Jack —dijo la voz de Speedy.

Jack se volvi hacia la voz y vio al guarda sentado en el suelo junto a un tiovivo parcialmente desmontado. Tena en la mano una llave inglesa y delante de l, un caballo blanco de esponjosas crines, atravesado por un largo palo de plata en medio de la barriga. Speedy dej la llave en el suelo.

—Est dipueto a habla ahora, hijo? —pregunt.

captulo 4

JACK PASA AL OTRO LADO

1

—S, ahora estoy dispuesto —contest Jack con voz completamen­te tranquila y entonces se ech a llorar.

—Vamo, Viajero Jack —dijo Speedy, soltando la llave y acercn­dose a l—. Vamo, hijo, tmatelo con calma, tmatelo con calma...

Pero Jack no poda tomrselo con calma. De pronto no poda soportarte, todo aquello era demasiado y tena que llorar o hun­dirse bajo una gran oleada negra, una oleada que ningn rayo de oro poda iluminar. Las lgrimas dolan, pero intua que el terror acabara con l si no se desahogaba.

—Yora, pu. Viajero Jack —dijo Speedy, rodendole con sus brazos. Jack apoy el rostro caliente e hinchado contra la delgada camisa de Speedy, olfateando el olor del hombre, algo parecido a Old Spice, a canela, a libros que nadie ha movido del estante durante mucho tiempo. Olores buenos, olores consoladores. Abraz a ciegas a Speedy y sus palmas tocaron, los huesos de la espalda del negro, muy prximos a la superficie, cubiertos por

muy poca carne.

—Yora si te hase sent mej —aadi Speedy, mecindole—. A vese ocurre, lo s. Speedy sabe lo lejo que ha ido, Viajero Jack, lo lejo que ha de y lo cansado que et. As que yora si ello

te tranquilisa.

Jack apenas comprenda las palabras, slo captaba el sonido,

calmante y consolador.

—Mi madre est realmente enferma —dijo por fin contra el pecho de Speedy—. Creo que ha venido aqu para escapar del antiguo socio de mi padre, seor Morgan Sloat. —Aspir con fuerza, solt a Speedy, retrocedi y se frot los ojos hinchados con la parte interior de las muecas. Le sorprenda su falta de in­hibicin; antes, las lgrimas siempre le molestaban y avergonza­ban... era casi como mojarse los pantalones. Sera porque su madre haba sido siempre tan dura? S, supona que en parte se deba a esto; Lily Cavanaugh detestaba llorar.

—Pero no la nica rasn, verdad?

—No —respondi Jack en voz baja—. Creo... que ha venido aqu para morir. —Levant mucho la voz en la ltima palabra, que son como un gozne mal engrasado.

—Tal ves —dijo Speedy, mirando a Jack con fijeza—. Y tal ves t ests aqu para salvarla. A ella... y a un mujer igual que ella.

—Quin? —pregunt Jack con los labios entumecidos. Lo saba. Desconoca su nombre pero sabia quin era.

—La Reina —dijo Speedy—. Su nombre Laura DeLoessian y la Reina de los Territorios.

2

—Aydame —gru Speedy—. Agarra a la vieja Dama de Plata p debajo de la cola. E tomarse sierta libertado con la Dama, pero me imagino que no le importar si me ayuda a colocarla en su sitio.

—As la llamas? Dama de Plata?

—En efecto —dijo Speedy, sonriendo y enseando quiz una docena de dientes, de arriba y de abajo—. Todo lo caballo del tiovivo tienen nombre, no lo saba? Vamo, cgela. Viajero Jack!

Jack puso las manos debajo de la cola de madera del caballo y entrecruz los dedos. Con un gruido, Speedy enlaz sus grandes manos marrones entorno a las piernas de la Dama. Juntos lleva­ron el caballo de madera a la plataforma del tiovivo, con el palo hacia abajo; el otro extremo, untado con varias capas de aceite, tena un aspecto siniestro.

—Un poco m a la isquierda... —jade Speedy—. Bien... ahora mtela. Viajero Jack! Clvala hata el fondo!

Ajustaron el palo en su agujero y se apartaron, Jack, jadeando, y Speedy sonriendo y respirando entrecortadamente. El negro se sec el sudor de la frente con el brazo y mir sonriente a Jack.

—Vaya, somo etupendo!

—Si t lo dices... —contest Jack, sonriendo.

—Lo digo, claro que s! —Speedy meti la mano en el bolsillo trasero y extrajo la botella verde de medio litro. Desenrosc el tapn, bebi... y por un momento Jack abrig una certeza fants­tica: poda ver a travs de Speedy. Speedy se haba vuelto trans­parente, tan fantasmal como uno de los espritus del espectculo Topper, que transmitan por uno de los programas indios de Los ngeles. Speedy estaba desapareciendo. Desapareciendo, pens Jack, o yendo a otro lugar? Pero esta idea era absurda; no tena ningn sentido.

En seguida, Speedy volvi a ser slido como siempre. Haba sido una ilusin visual, una alucinacin momentnea...

No, no era esto. Durante un segundo casi no haba estado all!

Speedy le miraba con atencin. Pareci querer alargarle la bo­tella, pero luego, meneando la cabeza, la tap y se la guard en el bolsillo. Se volvi para estudiar a Dama de Plata, que ya ocu­paba su sitio en el tiovivo y slo necesitaba que le apretaran bien los tornillos. Sonri.

—Somo etupendo de verdad, Viajero Jack.

—Speedy...

—Todo tienen nombre —prosigui Speedy, caminando despacio en torno a la plataforma redonda del carrusel y produciendo con sus pasos un eco en el alto edificio. En el techo, entre las sombras de las vigas entramadas, se arrullaban suavemente unas golon­drinas. Jack le segua—. Dama de Plata... Medianoshe... te roano Explorado... y eta yegua se yama Velos.

El negro ech la cabeza hacia atrs y cant, asustando a las golondrinas, que alzaron el vuelo:

Velos se diverta, felis... te dir lo que hiso el viejo Bill Martn... Ja! Mira cmo vuelan! —Se ech a rer... pero cuando se volvi hacia Jack, estaba serio otra vez—. Quiere tratar de salva la vida de tu madre, Jack? La suya y la de la otra mu j de

quien te he hablao?

—Yo... —...no s cmo, iba a decir, pero una voz interior, una

voz que proceda del mismo compartimiento antes cerrado del que haba salido aquella maana el recuerdo de los dos hombres y del intento de secuestro, se impuso con autoridad: /S que sabes cmo! Quita necesites a Speedy al principio, pero sabes hacerlo,

Jack, claro que si.

Conoca muy bien aquella voz. Era la voz de su padre.

—Lo har si me dices cmo —rectific, alzando y bajando el

tono de la propia voz.

Speedy fue hacia la pared del fondo, una gran forma circular hecha con listones estrechos pintados con un mural primitivo, pero enormemente vigoroso, de caballos al galope. La pared record a Jack la persiana enrollable del escritorio de su padre (y aquel escritorio estaba en la oficina de Morgan Sloat la ltima vez que l y su madre estuvieron all... esto le vino de repente a la me­moria, provocando en l una ira dbil y difusa).

Speedy sac un gigantesco aro de llaves, rebusc atentamente entre el manojo, encontr la que quera y la meti en un candado. Quit la cerradura de la aldaba, la cerr con un clic y se la guard en un bolsillo de la camisa. Entonces empuj toda la pared, que se desliz por un carril. Entr a raudales una luz deslum­brante, obligando a Jack a entornar los ojos. Rizos de agua cru­zaban suavemente el techo. Estaban viendo la magnfica vista marina que contemplaban los jinetes del tiovivo del Divertimundo Arcadia cada vez que Dama de Plata, Medianoche y Explorador pasaban por el lado este del edificio redondo del carrusel. Una ligera brisa marina apartaba los cabellos de la frente de Jack.

— mej v la lus del sol si vamo a habla de to —dijo Spee­dy—. Ven aqu, Viajero Jack, y te dir lo que pueda... que no todo lo que s. Dio quiera que no tenga que orlo nunca.

3

Speedy hablaba con voz suave, tan dulce y sedante para Jack como el cuero muy usado. Jack escuchaba, a veces con el ceo fruncido, otras, con la boca abierta.

—Conose eso que t yama la fantasa?

Jack asinti.

—No son sueo, Viajero Jack. No son sueo diurno ni noc­turno. Ese luga es un luga real. Lo btante real, en todo caso. E muy diferente de aqu, pero real.

—Speedy, mi madre dice...

—Olvida eso ahora. Eya no sabe nada de lo Territorio... aun­que s sabe algo, en cierto modo, porque tu padre los conosa. Y ese otro hombre...

—Morgan Sloat?

—S, se. Tambin los conose. —Y Speedy aadi, misteriosa­mente—: Y s quin es ay. adema. Ya lo creo que lo s! Diantre!

—La fotografa de tu oficina... no es frica?

—No e frica.

—Ni un truco?

—Ni un truco.

—Y mi padre fue a este lugar? —inquiri, pero en su corazn ya conoca la respuesta, una respuesta que esclareca demasiadas cosas para no ser cierta. Sin embargo, cierta o no, Jack no estaba seguro de querer prestarle un crdito sin reservas. Tierras m­gicas? Reinas enfermas? El asunto le preocupaba, sobre todo en lo que haca referencia a su propia mente. No le haba dicho su madre una y otra vez cuando era pequeo que no deba confun­dir sus fantasas con la realidad? Le hablaba con mucha severidad sobre este asunto y haba asustado un poco a Jack. Quiz era ella la que estaba asustada, pens ahora. Poda haber vivido tanto tiempo con el padre de Jack sin saber nada? Jack no lo crea. Quiz no saba mucho, pens, slo lo suficiente para asustarse.

Perder la chaveta, esto es lo que deca. La gente que no saba distinguir entre las cosas reales y las fantasas perda la chaveta.

Sin embargo, su padre haba conocido una verdad diferente, no? S. 1 y Morgan Sloat.

Tienen magia como nosotros tenemos la fsica, entiendes?

—Tu padre iba ay a menudo, s. Y ese otro hombre, Groat...

—Sloat.

—Eso. Pu l tambin iba. Slo que tu padre, Jacky, iba para v y aprende, mientra que ese tipo tena la nica ambisin de robarle una fortuna.

—Mat Morgan Sloat a mi to Tommy? —pregunt Jack.

—No s nada de eso. Ecchame bien. Viajero Jack, porque el tiempo apremia. Si cree de verdad que ese sujeto Sloat va a aprese por aqu...

—Por la voz, pareca indignado —dijo Jack. La sola idea de que to Morgan compareciera en Playa de Arcadia le pona ner­vioso.

—... entonse an tiene meno tiempo, porque a l quisa no le importe demasiao que tu madre muera. Y su Gemelo et espe­rando que muera la Reina Laura.

—Gemelo?

—Hay persona en ete mundo que tienen Gemelo en lo Terri­torio —explic Speedy—. No musho, porque ay hay musha meno gente... quisa slo uno por cada sien mil de aqu. Pero lo Gemelo son lo que tienen m fasilidad para y ven.

—La Reina... es la Gemela... de mi madre?

—S, por lo vito, as .

—Pero mi madre nunca...?

—No, nunca. Desconosco la rasn.

—Tena mi padre... un Gemelo?

—S, en efecto. Un hombre exselente. Jack Se humedeci los labios. Vaya conversacin ms absur-dal Gemelos y territorios!

—Cuando mi padre muri en este lado, muri tambin su Gemelo del otro?

—S. No exactamente a la mima hora, pero casi.

—Oye, Speedy.

—Qu?

—Tengo yo un Gemelo en los Territorios? Speedy le mir con tanta seriedad que Jack sinti un escalo­fro recorrerle la espalda.

—T, no, hijo. T ere nico. Muy espesial. Y ese tipo Smoot...

—Sloat —corrigi Jack, sonriendo un poco.

—...bueno, como se yame, lo sabe. una de la rasone por ,1a que no tardar en ven aqu. Y una de la rasone por la que t

debe irte.

Por qu? —exclam Jack—. Qu puedo hacer, si tiene cn­cer? Si tiene cncer y est aqu y no en una clnica es porque no hay cura. Comprendes? Si est aqu, significa... —Las lgrimas volvieron a escocerle y se las trag con un gran esfuerzo—. Signi­fica que ya no tiene remedio.

No tiene remedio. S, aqulla era otra verdad que saba en su corazn; la verdad de su creciente delgadez, la verdad de sus os­curas ojeras. No tiene remedio, pero, por favor, Dios mo, por

favor, es mi madre...

Quiero decir —termin con voz ronca—, qu puede hacer ese

lugar de las fantasas?

—Creo que ya hemo charlado btante por ahora —dijo Spee­dy—. Pero cree eto, Viajero Jack; jama te dira que te marchara si no pudiera haserle algn bien.

—Pero...

—Caya, Viajero Jack. No puedo habla m hata que te haya

enseao algo. No servira de nada. Ven,

Speedy rode con su brazo los hombros de Jack y le condujo al otro lado del carrusel. Salieron juntos por la puerta y bajaron por uno de los caminos desiertos del parque de atracciones. A su izquierda estaba el edificio de los coches de choque, ahora cerrado y con los postigos atrancados. A su derecha haba una serie de casetas: Lanza hasta ganar, Famosas pizzas y pastas del malecn, Galera de tiro, todas igualmente cerradas (descoloridos animales salvajes saltaban en la superficie de los tablones: leones, tigres,

osos y muchos ms).

Llegaron a la ancha calle principal, que se llamaba Boardwaik Avenue e imitaba a Atlantic City; el Divertimundo Arcadia tena un malecn, pero no un verdadero paseo entablado. El edificio de las arcadas se hallaba ahora a unos doscientos metros a su de­recha. Jack poda or el trueno regular y profundo del rompeolas, los gritos solitarios de las gaviotas.

Mir a Speedy con intencin de preguntarle adonde iban, qu haran, si todo esto era en serio o se trataba de una especie de broma cruel... pero no dijo nada. Speedy estaba sacando la botella de vidrio verde.

—Eso... —empez Jack.

—Te transporta ay —termin Speedy—. Musha gente que va de visita no nesesita nada pareci, pero t no ha etado hase musho

tiempo, verdad, Jacky?

—No. —Cundo haba sido la ltima vez que cerr los ojos en este mundo y los abri en el mundo mgico de las fantasas, aquel mundo de olores fuertes y vitales y de un cielo profundo y transparente? El ao pasado? No. Haca ms tiempo... en California... despus de morir su padre. Entonces deba tener...

Jack abri mucho los ojos. Nueve aos? Tanto haca? Tres aos?

Era alarmante pensar en lo inadvertidos que haban pasado aquellos sueos, a veces dulces, a veces misteriosos e inquietan­tes... como si gran parte de su imaginacin hubiera muerto sin dolor y sin previo aviso.

Cogi de prisa la botella de manos de Speedy y estuvo a punto de dejarla caer. Senta cierto pnico. Algunas de las fantasas haban sido inquietantes, s, y las advertencias cuidadosamente formuladas de su madre sobre que no deba mezclar la realidad con la ficcin (en otras palabras, no pierdas la chaveta, Jacky, cario, de acuerdo?) le haban asustado un poco, pero ahora des­cubra que no quera perder aquel mundo, despus de todo.

Mir los ojos de Speedy y pens: l tambin lo sabe. Sabe todo lo que acabo de pensar. Quin eres, Speedy?

Cuando no se ha etao ay durante un tiempo, uno se olvida de por su propio pie —explic Speedy e indic la botella—. Por eso me he procurao un sumo mgico. Ese lquido espesial. —Su voz pronunci la palabra en un tono casi reverente.

—Es de all? De los Territorios?

—No. Tambin aqu hay un poco de magia, Viajero Jack. No musha, pero s un poco. Ete sumo mgico viene de California. Jack le mir con cierta incredulidad.

—Vamo, toma un sorbito y ver cmo viaja —sonri Speedy—. Si bebe lo sufisiente, puede adonde te plasca. Tiene ante t a un esperto.

—Jo, Speedy, pero... —Empez a sentir miedo. Se le sec la boca, el sol se le antoj demasiado fuerte y el latido de sus sienes se aceler. Tena un regusto a cobre bajo la lengua y pens: As sabr este zumo mgico... horrible.

Si te asuta y quie volv, toma otro sorbo —apunt Speedy.

—Permanecer conmigo la botella? Me lo prometes? —La idea de quedar atrapado all, en aquel lugar mstico, mientras su madre estaba enferma aqu y asediada por Sloat era espantosa.

—Te lo prometo.

—Est bien. —Jack se llev la botella a los labios... y la baj de nuevo. El olor era horrible: penetrante y rancio—. No quiero, Speedy —murmur.

Lester Parker le mir con una sonrisa en los labios, pero sus ojos no sonrean, eran severos. Indiferentes. Temibles. Jack pens en otros ojos negros; los de la gaviota, el del remolino, y el terror se apoder de l. Alarg la botella a Speedy.

—No puedes quedrtela? —pregunt en un dbil murmullo—. Por favor?

Speedy no contest. No record a Jack que su madre se mora ni que Morgan Sloat le hara una visita. No llam cobarde a Jack, aunque ste nunca se haba sentido tan cobarde, ni siquiera la vez que se haba detenido ante la barra de saltos de altura en Camp Accomac y algunos de los otros chicos le haban abucheado. Speedy se limit a dar media vuelta y silbar a una nube.

Ahora la soledad se uni al terror, invadindole por entero. Speedy le haba dado la espalda; Speedy le abandonaba.

—Muy bien —dijo Jack de repente—, muy bien, si esto es lo

que quieres que haga.

Levant de nuevo la botella y, antes de que pudiera volver a

pensarlo, bebi.

El sabor era peor de lo que haba imaginado. Haba bebido vino antes, incluso le gustaba un poco (sobre todo los vinos blancos secos que su madre serva con lenguado, cubera o pez espada), y esto era algo parecido al vino... pero al mismo tiempo una horri­ble imitacin de todos los vinos que haba probado antes. El gusto era fuerte, dulce y nauseabundo, no el de uvas sanas, sino el de uvas muertas que no han madurado bien.

Mientras su boca se llenaba de aquel sabor horrible y dulzn, pudo ver aquellas uvas: opacas, polvorientas, obesas y desagrada­bles, trepando por una sucia pared estucada bajo una luz espesa como el jarabe y en un silencio slo interrumpido por el estpido zumbido de muchas moscas.

Trag y una lengua de fuego dej una huella de babosa por su

garganta.

Cerr los ojos, haciendo muecas y sintiendo nuseas. No vomit, aunque pens que si hubiera desayunado, lo habra devuelto.

—Speedy...

Abri los ojos y las palabras se atascaron en su garganta. Olvid la necesidad de vomitar aquella horrible parodia del vino. Olvid a su madre, a to Morgan, a su padre y casi todo lo dems.

Speedy haba desaparecido. Los graciosos arcos de la montaa rusa, dibujados contra el cielo, haban desaparecido. Tambin haba desaparecido Boardwalk Avenue.

Ahora estaba en otro lugar. Estaba...

—En los Territorios —murmur, sintiendo en todo el cuerpo una frentica mezcla de terror y exaltacin. Tena erizados los pelos de la nuca y una sonrisa le estiraba hacia arriba las comisu­ras de los labios—. Speedy, estoy aqu. Dios mo, estoy aqu, en

los Territorios! Me...

Pero la estupefaccin le sobrecogi. Se tap la boca con la mano y dio una vuelta completa sobre s mismo, contemplando el lugar adonde le haba transportado el zumo mgico de Speedy.

4

El ocano segua all, pero ahora era de un azul ms oscuro e intenso, el ail ms autntico que Jack haba visto en su vida. Por un momento, mientras la brisa marina le despeinaba el cabello, se qued petrificado, mirando la lnea del horizonte donde el ocano de color ail se juntaba con un cielo de color crudo.

La lnea del horizonte mostraba una curva suave pero incon­fundible.

Mene la cabeza, frunciendo el ceo, y se volvi hacia el otro lado. Las algas, altas, salvajes y enmaraadas, crecan a lo largo del promontorio donde se levantaba haca slo un minuto el edi­ficio redondo del carrusel. Las arcadas del malecn tambin haban desaparecido; en su lugar, unos desordenados bloques de granito bajaban hasta el ocano. Las olas embestan los bloques de la orilla y se introducan en antiguos canales y hendiduras con un estruendo sordo. La espuma saltaba como nata en el aire difano y era barrida por el viento.

Jack se pellizc de repente la mejilla izquierda con el pulgar y el ndice izquierdos y apret con fuerza. Sus ojos se humede­cieron, pero nada cambi.

—Es real —susurr y otra ola rompi contra el promontorio, levantando enormes cogulos de espuma.

De pronto se dio cuenta de que Boardwalk Avenue segua all... en cierto modo. Un camino de carros lleno de surcos discurra desde la punta del promontorio —donde terminaba Boardwalk Avenue a la entrada de los arcos, en lo que l persista en llamar <el mundo real— hasta donde l se encontraba ahora y ms hacia el norte, igual que Boardwaik Avenue se prolongaba hacia el norte, convirtindose en Arcadia Avenue despus de pasar el arco de entrada al Divertimundo. Las algas crecan en el centro de este camino, pero tenan un aspecto desmayado y mustio que hizo su­poner a Jack que el camino an se utilizaba, al menos de vez en cuando.

Empez a andar hacia el norte, sosteniendo todava la botella verde en la mano derecha. Se le ocurri que en alguna parte, en otro mundo, Speedy tena el tapn de esta botella.

Desaparec justo delante de l? Supongo que s. Jo!

Cuarenta pasos ms all encontr un matorral de moras; entre las espinas se vean racimos de las moras ms grandes, oscuras y apetitosas que haba visto jams. El estmago de Jack, proba­blemente resentido por el zumo mgico, produjo un ruido muy audible.

Moras? En septiembre?

No importaba. Despus de todo lo ocurrido hoy (y an no eran las diez), despreciar moras en septiembre era un poco negarse a tomar una aspirina despus de tragarse un picaporte.

Alarg la mano, arranc un puado de moras y se las meti en la boca. Eran buensimas, de una dulzura sorprendente. Sonriendo (ya tena los labios teidos de azul), considerando muy posible que hubiera perdido el juicio, cogi otro puado de moras... y luego un tercero. Nunca haba saboreado nada tan bueno, aunque despus pens que no eran slo las moras en s; parte'de ello se deba a la increble diafanidad del aire.

Se hizo un par de araazos mientras se procuraba una cuarta racin, como si el matorral le indicara que no cogiera ms, que ya era suficiente. Se succion el araazo ms profundo, en la parte carnosa del pulgar, y continu caminando hacia el norte entre los surcos paralelos del camino, a paso lento, tratando de mirar a la vez en todas direcciones.

Se detuvo un poco ms all de los matorrales para mirar el sol, que pareca ms pequeo pero tambin ms ardiente. Tena un leve matiz anaranjado, como en los viejos grabados medievales? Jack as lo crea. Y...

Un grito, tan estridente y desagradable como el producido por un clavo que se arranca despacio de una tabla, son de repente a su derecha, distrayendo sus pensamientos. Jack se volvi en aquella direccin, con los hombros levantados y los ojos muy abiertos.

Era una gaviota, de un tamao gigantesco, casi increble (sin embargo, all estaba, slida como una piedra, real como las casas). De hecho, tena el tamao de un guila. Mantena ladeada la ca­beza, que era suave, blanca, con forma de bala. El pico, parecido a un anzuelo, se abra y cerraba. Alete, rozando las algas con sus alas enormes.

Y entonces, al parecer sin miedo, empez a saltar en direccin a Jack.

ste oy dbilmente la nota clara y audaz de muchos cuernos juntos y, por ningn motivo en particular, pens en su madre.

Mir un momento hacia el norte, adonde se diriga, atrado por aquel sonido, que le daba una sensacin de urgencia indetermi­nada. Era, pens (cuando tuvo tiempo de pensar) como sentir hambre de algo especfico que no se ha comido durante largo tiempo: helado, patatas fritas, tal vez un taco. Uno no lo sabe hasta que lo ve y entonces es slo una necesidad sin nombre que produce inquietud y nerviosismo.

Vio banderas y la punta de algo que poda ser una gran tienda

—un pabelln—, proyectado contra el cielo.

All es donde est el Alhambra, pens, y en aquel momento la gaviota le grit. Se volvi hacia ella y se alarm al ver que slo estaba a dos metros escasos de distancia. Abri otra vez el pico, enseando el sucio paladar rosa y recordndole la vspera, la ga­viota que haba dejado caer la almeja sobre la roca y clavado despus en l aquella espantosa mirada, exactamente igual que la de sta. Adems le sonrea... estaba seguro. Cuando se acerc dando saltos, Jack percibi un hedor penetrante; pescado muerto y algas podridas.

La gaviota le silb y alete de nuevo.

—Vete de aqu —dijo Jack en voz alta, con el corazn palpi­tante y la boca seca, aunque no quera sentir miedo de una ga­viota, cualquiera que fuese su tamao—. Vete!

La gaviota volvi a abrir el pico... y entonces, en una serie de horrsonos impulsos vocales, habl, o pareci hablar.

Adres mueeeeeeee-reee, yack... adres mueeeeeeeeee-re...

Madre se muere, Jack...

La gaviota dio otro torpe salto hacia l, clavando las garras escamosas en la maraa de algas, abriendo y cerrando el pico y con los ojos negros fijos en los de Jack. Consciente apenas de sus actos, Jack levant la botella verde y bebi.

De nuevo aquel horrible gusto le oblig a cerrar los ojos y dar un respingo... y cuando los abri, se qued mirando estpidamente un letrero amarillo que mostraba las siluetas negras de dos nios corriendo, un nio y una nia. nios despacio, rezaba. Una gaviota

—de tamao perfectamente normal— lo abandon, remontando el vuelo con un chillido, asustada sin duda por la repentina aparicin de Jack.

Mir a su alrededor, desorientado. El estmago, lleno de moras y del repugnante zumo mgico de Speedy, se le revolvi con un murmullo. Los msculos de las piernas se le aflojaron de modo muy desagradable y tuvo que sentarse en seguida debajo del letrero con un golpe que repercuti en su espina dorsal y le hizo castaetear los dientes.

De repente se inclin sobre las rodillas separadas y abri mucho la boca, seguro de que iba a devolver todo lo que haba ingerido. En vez de esto, hip dos veces, reprimi una arcada y sinti que el estmago se le relajaba poco a poco.

Han sido las moras, pens. De no haber sido por las moras, seguro que habra vomitado.

Levant la vista y la irrealidad volvi a sobrecogerle. No haba dado ms de sesenta pasos por el camino de carro del mundo de los Territorios. Estaba seguro de ello. Cada paso suyo deba medir sesenta centmetros... o setenta y cinco, para ser ms exacto. Esto significaba que haba recorrido slo unos cuarenta metros. Pero...

Mir hacia atrs y vio el arco con sus grandes letras rojas:

parque de atracciones arcadia. Aunque tena muy buena vista, el letrero estaba tan lejos que apenas poda leerlo. A su derecha se alzaba el destartalado hotel Alhambra, con sus numerosas alas, los jardines formales ante la fachada principal y el ocano.

En el mundo de los Territorios haba caminado cuarenta metros.

Aqu, no saba cmo, haba recorrido ochocientos.

—Dios mo —susurr Jack Sawyer, y se cubri los ojos con las manos.

5

—Jack! Jack, mushasho! Viajero Jack!

La voz de Speedy domin el estruendo de un viejo motor, que sonaba como una lavadora. Jack levant la vista —la cabeza le pesaba de un modo increble y sus miembros parecan de plo­mo— y vio un camin muy antiguo acercndose a l con lentitud. Dos varales de elaboracin casera haban sido aadidos a la parte posterior del camin y oscilaban hacia delante y hacia atrs como dientes postizos al ritmo de las sacudidas del vehculo. La carro­cera estaba pintada de un horrible turquesa. Speedy iba al vo­lante.

Fren junto al bordillo, aceler el motor (Jiup! Jiup! Jiup-jiup-jiup!) y lo par (Jaaaaaaaa...) Entonces se ape a toda prisa.

—Est bien, Jack? Jack le alarg la botella.

—Tu zumo mgico apesta de verdad, Speedy —dijo con voz dbil.

Speedy pareci ofendido... pero en seguida sonri.

—Quin te ha disho que la medicina han de sabe bien, Viajero Jack?

—Nadie, supongo —contest Jack. Se iba sintiendo ms fuerte poco a poco, a medida que disminua la desorientacin.

—Lo cree ahora, Jack? El muchacho asinti.

—No —dijo Speedy—, eto no sirve. Dilo en vos alta.

—Los Territorios —declar Jack— existen. Son reales. He visto un pjaro... —Se interrumpi y tuvo un escalofro.

—Qu clase de pjaro? —pregunt al instante Speedy.

—Una gaviota. La gaviota ms grande... —Jack mene la ca­beza—• No te lo creeras. —Pens y luego aadi—: S, supongo que s. Nadie lo creera, pero t s.

—Te ha hablado? Musho pjaros hablan ay. Tontera, en su may parte, aunque alguno disen cosa sensata... pero con mala idea y casi siempre mentira.

Jack asinti. Slo or a Speedy hablar de estas cosas, como si hacerlo fuera completamente racional y lcido, le levantaba el

nimo.

—Creo que ha hablado, pero era como... —Reflexion—. Haba

un chico en la escuela Branden Lewis de Los Angeles adonde bamos Richard y yo. Tena un defecto de diccin y cuando habla­ba, costaba mucho entenderle. El pjaro era algo as. Pero s qu me dijo. Que mi madre se muere.

Speedy rode los hombros de Jack con un brazo y permane­cieron un rato sentados en el bordillo. El conserje del Alhambra, plido, flaco y suspicaz frente a todos los seres vivos del universo, sali con un voluminoso correo. Speedy y Jack le miraron bajar hasta la esquina del Arcadia and Beach Drive y echar la corres­pondencia del hotel en el buzn. Dio media vuelta, envolvi a Jack y a Speedy en una vaga mirada y enfil la avenida del Alhambra. Su coronilla era apenas visible entre los tupidos setos.

El sonido de la puerta al abrirse y cerrarse se oy con gran claridad y a Jack le sobrecogi la terrible desolacin otoal del lugar. Calles anchas y desiertas. La larga playa con sus dunas vacas de arena fina. El vaco parque de atracciones, con los co­ches de la montaa rusa esperando bajo fundas de lona y todas las casetas cerradas con candado. Se le ocurri pensar que su madre le haba llevado a un lugar muy parecido al fin del mundo.

Speedy ech la cabeza hacia atrs y cant con su voz suave y afinada: Bueno, he descansas por ah... y jugao por ah... en ete viejo pueblo durante demasiao tiempo... el verano casi se acab, s| V yega el invierno... Yega el invierno y yo siento el deseo... de prosegu mi vagabundeo...

Se interrumpi y mir a Jack.

—Siente deseo de viaja, querido Viajero Jack? Un terror inmenso le cal hasta los huesos.

—Supongo que s —respondi—, si sirve de algo. Si puedo ayudarla. Puedo ayudarla, Speedy?

—Puede —contest ste con gravedad.

—Pero...

—Oh, hay una larga serie de pero —interrumpi Speedy—, frene yeno de pero. Viajero Jack. No te prometo un baile. No te prometo el xito. No te prometo que vuelva vivo o, si lo hase, que vuelva con el serebro de una piesa. Tendr que deambula casi siempre por lo Territorio, porque lo Territorio son musho m pe­queo. Lo ha notao?

—S.

—Me lo imaginaba. Porque seguramente vite musha cosa por

el camino, verdad?

Ahora record una pregunta anterior y, aunque no vena a cuento, tena que formularla.

—Desaparec, Speedy? Me viste desaparecer?

—Te esfmate —dijo Speedy, dando una palmada—, as de rpido.

Jack sinti que sus labios esbozaban una lenta e involuntaria sonrisa... y Speedy correspondi con otra.

—Me gustara hacerlo una vez en la clase del seor Balgo —dijo Jack y Speedy ri como un nio. Jack se uni a l y la risa fue buena, casi tan buena como aquellas moras que haba co­mido.

Al cabo de unos instantes, Speedy se seren y dijo:

—Hay una rasn por la que debe a lo Territorio, Jack. Tiene que encontr algo, algo enormemente poderoso.

—Y est al otro lado?

—S.

—' Puede ayudar a mi madre?

—A eya... y a la otra.

—La Reina? Speedy asinti.

—Qu es? Dnde est? Cundo lo...?

— Basta! Gyate! —Speedy levant la mano. Sus labios son­rean, pero sus ojos eran graves, casi tristes—. Cada cosa- a su tiempo. Y, Jack, no puedo desirte lo que no s... o lo que no me et permitido des.

—Permitido? —inquiri Jack, perplejo—. Quin...?

—Ya empiesa otra ves —reproch Speedy—. Ahora ecucha. Via­jero Jack. Debe irte lo ante posible, ante de que ese tipo Bloat se presente y te ate de pie y mano...

—Sloat.

Eso, l. Debe irte ante de que yegue.

—Pero fastidiar a mi madre —dijo Jack, preguntndose por qu lo deca, porque era verdad o porque le proporcionaba una excusa para evitar el viaje que Speedy le propona como una comida que poda estar envenenada—. No le conoces! Es...

—Le conosco —dijo Speedy en voz baja—. Le conosco hase tiempo, Viajero Jack. Y l me conose a m. Yeva mi marca sobre su piel. Etn oculta... pero la yeva. Tu madre puede cuida de s misma. Por lo meno, tendr que haserlo durante un tiempo, por­que t debes marsharte.

—Adonde?

—Al oete —contest Speedy—. De ete osano al otro.

Qu? —grit Jack, horrorizado al pensar .en semejante dis­tancia. Y entonces record un anuncio que haba visto por televi­sin an no haca tres noches: un hombre eligiendo bocados ex­quisitos del buffet de una tienda de comestibles a unos once mil metros de altura, en el aire, tan fresco como una rosa. Jack haba volado de una costa a otra con su madre unas dos docenas de veces y siempre le encantaba en secreto el hecho de que al volar de Nueva York a Los Angeles se disfrutaba de diecisis horas de luz solar. Era como engaar al tiempo. Y no costaba ningn esfuerzo.

—Puedo ir volando? —pregunt a Speedy.

No! —exclam ste, casi gritando, con los ojos llenos de consternacin. Puso una mano fuerte sobre el hombro de Jack—. No se te ocurra elevarte hasta el sielo! No puedes! Si pasaras a lo Territorio etando ay arriba...

No dijo nada ms; no fue necesario. Jack tuvo una repentina y espantosa visin de s mismo cayendo de aquel cielo claro y sin nubes, un muchacho proyectil en vaqueros y camiseta de rugby a rayas rojas y blancas, gritando... un paracaidista sin paracadas.

—Ir caminando —dijo Speedy— y has autoestop siempre que lo jusgue oportuno... pero debe tener cuidado, porque hay foratero en el otro lao. Alguno slo estn chalao o son marica que querran tocarte o ladrone que te devali jaran. Pero otro son autntico Foratero, Viajero Jack, persona con un pie en cada mundo, que miran a un lao y a otro como una maldita cabesa de Jano. Me temo que no tardarn en enterarse de que va para aya. Y etarn al asecho.

—Son... Gemelos? —pregunt Jack.

—Alguno s, otro no. No puedo desir nada m ahora. Pero t crusa el pa, si puede. Crsalo hata el otro osano. Viaja por lo Territorio siempre que pueda, porque as ir m de prisa. Toma el sumo...

—Lo detesto!

— igual que lo deteste —replic Speedy con severidad—. Crusa el pai y encontrar un luga... otro Alhambra. Debe a ese luga. malo y da musho miedo, pero tiene que entra en l.

—Cmo lo encontrar?

—Te yamar. Lo oir fuerte y claro, hijo mo.

—Por qu? —pregunt Jack, mojndose los labios—. Por qu tengo que ir, si es tan malo?

—Porque ay donde et el Talismn —contest Speedy—. En algn luga del otro Alhambra.

—No s de qu me hablas!

—Ya lo sabr —asegur Speedy, levantndose y cogiendo la mano de Jack. ste se levant a su vez y ambos se miraron de frente, el viejo negro y el muchacho blanco—. Ecucha —dijo Speedy, con un tono lento y rtmico—. El Talismn te ser pueto en la mano, Viajero Jack. No demasiado grande ni demasiao pequeo; prese una bola de cristal. Viajero Jack, quero Viajero Jack t ir a bucarlo a California, pero ta ser tu carga y tu •crus: si la deja caer, Jack, todo etar perdi.

—No s de qu me hablas —repiti Jack con obstinacin, asus­tado—. Debes...

—No —le interrumpi Speedy, sin acritud—. Tengo que acaba de repara ese tiovivo et mima maana, Jack; eto lo que debo has. No tengo tiempo para m palique. Debo volv y t debe po­nerte en marsha. Ahora no puedo desirte nada m. Supongo que volveremos a verno. Aqu... o ay.

—Pero no s qu debo hacer\ —exclam Jack mientras Speedy suba a la cabina del viejo camin.

—Sabe lo sufisiente para empes anda —dijo Speedy—. Ir a busca el Talismn, Jack. l te atraer hasia s.

—Ni siquiera s qu es un Talismn! Speedy ri y dio la vuelta a la llave del encendido. El camin arranc con un gran estallido de gas azul.

—Bcalo en el dicsionario! —grit, poniendo la marcha atrs.

Retrocedi, gir y enderez el camin hacia el Divertimundo Arcadia. Jack se qued en el bordillo, siguindole con la mirada. No se haba sentido tan solo en toda su vida.

captulo 5

JACK Y LILY

1

Cuando el camin de Speedy sali de la carretera y desapareci bajo el arco del Divertimundo, Jack empez a andar en direccin al hotel. Un Talismn. Otro Alhambra. A orillas de otro ocano. Su corazn estaba como vaco. Sin Speedy a su lado, la tarea era descomunal, gigantesca y, adems, vaga... Mientras Speedy habla­ba, Jack casi haba tenido la impresin de comprender aquel ba­tiburrillo de insinuaciones, instrucciones y amenazas; ahora, en cambio, se le antojaba slo un batiburrillo. No obstante, los Territorios eran reales. Se aferr con toda su fuerza a esta certi­dumbre, que le animaba y asustaba al mismo tiempo. Era un lugar real y l regresara a aquel lugar. Aunque en realidad no lo comprendiera todo, aunque fuese un peregrino ignorante, reali­zara aquel viaje. Ahora lo nico que le quedaba por hacer era tratar de persuadir a su madre. El Talismn, dijo para sus adentros, usando la palabra como una contrasea y cruz Board-walk Avenue para subir saltando los escalones y enfilar "el sen­dero entre los setos. La oscuridad del interior del Alhambra, una vez se hubo cerrado la puerta a sus espaldas, le sobrecogi. El vestbulo era una larga caverna... Se necesitara una hoguera slo para separar las sombras. El plido empleado acechaba detrs del mostrador, clavando sus ojos blancos en Jack. Ley un men­saje en ellos: s. Jack trag saliva y desvi la mirada. El mensaje le fortaleca, le confera importancia, aunque su intencin era despreciativa.

Fue hacia los ascensores con la espalda recta y el paso tran­quilo. Conque te relacionas con negros, eh? Les dejas rodearte con su brazo, eh? El ascensor baj chirriando como un ave grande y pesada, las puertas se separaron y Jack entr dentro. Se volvi para pulsar el botn luminoso del cuarto piso. El con­serje segua como un fantasma detrs del mostrador, enviando su malvolo mensaje. Amigo de los negros, amigo de los negros (te gusta asi, eh, mocoso? Caliente y negro, eso es para ti, eh?). Por suerte, las puertas se cerraron. El estmago de Jack pareci bajar hasta sus zapatos, el ascensor inici el ascenso con una sacudida.

El odio se qued en el vestbulo; el mismo aire del ascensor mejor en cuanto llegaron al primer piso. Ahora lo nico que Jack deba hacer era decir a su madre que tena que ir solo a Cali­fornia.

No permitas que to Morgn firme ningn documento en tu nombre...

Cuando Jack sali del ascensor, se pregunt por primera vez en su vida si Richard Sloat saba cmo era realmente su padre.

2

Despus de pasar de largo los apliques vacos y los cuadros de pequeos barcos navegando por mares espumosos y ondulados, vio que la puerta marcada con el nmero 408 estaba entreabierta, dejando ver un palmo de la moqueta descolorida de la suite. La luz que se filtraba a travs de las ventanas del saln formaba un largo rectngulo en la pared interior.

—No has cerrado la puerta. Qu sig... —estaba solo en la habitacin— ...nifica esto? —pregunt a los muebles—. Mam? —El desorden ms completo reinaba a su alrededor: un cenicero rebosante de colillas, un vaso de agua medio lleno sobre la mesa del caf.

Jack se prometi que esta vez no se dejara vencer por el pnico.

Gir lentamente sobre s mismo. La puerta del dormitorio estaba abierta y su interior oscuro como el vestbulo porque su madre no haba descorrido las cortinas.

—Eh, s que ests aqu —dijo, entrando en el dormitorio vaco para llamar a la puerta del cuarto de bao. Ninguna respuesta. Jack abri esta puerta y vio un cepillo de dientes rosa sobre el lavabo y un cepillo solitario sobre el tocador. Entre las cerdas estaban enredados unos cabellos claros. Laura DeLoessian, anun­ci una voz en la mente de Jack y sali del lavabo andando hacia atrs; aquel nombre le inquietaba.

—Oh, otra vez no —se dijo—. Adonde habr ido?

Era como si lo viese.

Lo vio cuando se dirigi a su propio dormitorio, lo vio cuando abri su propia puerta y contempl su cama deshecha, su mo­chila aplanada, su pequeo montn de libros de bolsillo y sus calcetines enrollados encima de la cmoda. Lo vio cuando mir en su propio cuarto de bao, donde las toallas yacan por el suelo y pendan de los lados de la baera y de los estantes de frmica en oriental desorden.

Morgan Sloat irrumpiendo por la puerta, agarrando los brazos de su madre y arrastrndola escaleras abajo...

Jack volvi corriendo al saln y esta vez mir detrs del sof.

... sacndola por una puerta lateral y metindola en un coche, mientras sus ojos empezaban a tornarse amarillos...

Cogi el telfono y marc el 0.

—Soy, ejem, Jack Sawyer y estoy, ejem, en la habitacin cuatro cero ocho. Ha dejado mi madre algn mensaje para m? Debera estar aqu y... y por alguna razn... ejem...

—Voy a ver —dijo la chica, y Jack apret el telfono durante un momento candente hasta que ella volvi—. No hay mensaje para la cuatro cero ocho, lo siento.

—Y para la cuatro cero siete?

—Tiene la misma casilla —respondi la chica.

—Ah. Ha recibido alguna visita en la ltima media hora? Ha venido alguien esta maana? A verla, quiero decir.

—Esto lo sabran en recepcin —contest la chica—. Yo no lo s. Quiere que lo pregunte?

—S, por favor —dijo Jack.

—Oh, me alegro de tener algo que hacer en este depsito de cadveres. No cuelgue.

Otro momento candente. La chica volvi para decir:

—No ha habido visitas. Quiz ha dejado una nota en sus habi­taciones.

—S, lo mirar —contest Jack, desanimado, y colg. Deca la verdad la empleada? Y si Morgan Sloat le haba alargado la mano con un billete de veinte dlares doblado como un sello en su car­nosa palma? Jack tambin vio esto.

Se desplom en el sof, conteniendo un deseo irracional de mirar bajo los almohadones. Claro que to Morgan no poda haber entrado en sus habitaciones y secuestrado a su madre... an estaba en California. Pero poda haber enviado a otras personas para que lo hicieran. Personas como las que Speedy haba mencionado, los Forasteros que tenan un pie en cada mundo.

De pronto Jack no pudo continuar en la habitacin. Se levant del sof de un salto y sali al pasillo despus de cerrar la puerta tras de s. Camin unos pasos y entonces dio media vuelta, fue de nuevo hacia la habitacin y abri la puerta con su llave. La em­puj para que quedara abierta unos centmetros y corri hacia los ascensores. Siempre caba la posibilidad de que Lily hubiera salido sin llevarse la llave... para ir a la tienda del vestbulo o al quiosco a comprar un peridico o una revista.

Seguro. No la haba visto coger un peridico desde el principio del verano. Todas las noticias que le interesaban las oa por la radio del hotel.

Pues habra ido a dar un paseo.

S, claro, estara haciendo ejercicio y respirando hondo. O co­rriendo, tal vez; a Lily Cavanaugh le haba dado de repente por correr los cien metros lisos. O haba colocado vallas en la playa y se entrenaba para los prximos juegos olmpicos...

Cuando el ascensor le deposit en el vestbulo, ech una ojea­da a la tienda, donde una mujer rubia entrada en aos le mir por encima de las gafas desde detrs del mostrador. Animales disecados, una pila ordenada de peridicos locales, un estante con barritas de manteca de cacao perfumada. De un revistero colocado junto a la pared sobresala People, Us y New Hampshire Magazine.

Lo siento —dijo Jack, dando media vuelta. Se encontr mirando fijamente la placa de bronce que haba junto a un helcho enorme y mustio... ha empezado a deteriorarse y pronto morir.

La mujer de la tienda carraspe. Jack pens que deba haber

permanecido mirando estas palabras de Daniel Webster durante

minutos enteros.

—S? —pregunt la mujer a sus espaldas.

—Lo siento —repiti Jack y se oblig a caminar hasta el centro del vestbulo. El odioso empleado arque una ceja y se coloc de lado para mirar fijamente la escalinata vaca. Jack se aproxim a l con un gran esfuerzo.

—Seor —interpel cuando estuvo delante del mostrador. El empleado finga querer recordar la capital de Carolina del Norte o el primer producto de exportacin de Per—. Seor. —El hom­bre frunci el entrecejo; ya casi lo tena, no poda ser molestado.

Jack saba que todo esto era comedia y dijo:

—Quiz podra usted ayudarme. Al final el hombre decidi mirarle.

—Depende de la clase de ayuda, muchacho. Jack opt por no hacer caso de la velada irona.

—Ha visto salir a mi madre hace un rato?

—Cunto tiempo es un rato? —Ahora la irona era casi vi­sible.

—La ha visto salir? No pregunto nada ms.

—Tienes miedo de que te viera hacer manitas con tu novio ah fuera?

—Dios mo, es usted un asqueroso —se sorprendi diciendo Jack—. No, no tengo miedo de esto. Slo quiero saber si mi madre ha salido y, si usted no fuera tan asqueroso, me lo dira. —Estaba acalorado y se dio cuenta de que haba cerrado los puos.

—Est bien, s, ha salido —contest el conserje, retrocediendo hacia los casilleros que tena detrs de l—. Pero ser mejor que tengas cuidado con lo que dices, chico. Ser mejor que te dis­culpes, atildado seorito Sawyer. Yo tambin tengo ojos y s cosas.

—Atienda a su boca y yo atender a mi negocio —dijo Jack, recordando la frase de uno de los discos viejos de su padre; quiz no encajaba en la situacin, pero le gust pronunciarla y el con­serje parpadeo-satisfactoriamente.

—Quiz est en los jardines, no lo s —dijo el hombre con voz sombra, pero Jack ya se diriga hacia la puerta.

La Novia de los Cines al Aire Libre y Reina de las B no estaba en los jardines de delante del hotel. Jack lo vio en seguida y adems ya lo saba, porque la habra visto al llegar al hotel y porque Lily Cavanaugh no paseaba por los jardines; era algo tan impropio de ella como colocar vallas en la playa.

Por Boardwalk Avenue circulaban algunos coches. Una gaviota chill muy arriba y el corazn de Jack se encogi.

Pasndose los dedos por los cabellos, mir la soleada calle en ambos sentidos. Quiz haba sentido curiosidad a propsito de Speedy, quiz haba querido echar un vistazo a este inslito nuevo compaero de su hijo y se haba dirigido al parque de atracciones. Sin embargo, tampoco la encontr en el Divertimundo Arcadia, como no la haba encontrado vagando pintorescamente por los jardines. Tom una direccin menos conocida, la del pueblo.

Separado de los terrenos del Alhambra por un seto alto y tupido, el Saln de T y Mermelada Arcadia era el primero de una hilera de polcromos establecimientos. El saln y la farmacia de Nueva Inglaterra eran las nicas tiendas de la terraza que per­manecan abiertas despus del Da del Trabajo. Jack titube un momento en la resquebrajada acera. Un saln de t era un lugar improbable para la Novia de los Cines al Aire Libre, pero como no haba un lugar ms probable, cruz la acera y mir por la ventana.

Una mujer con el pelo recogido en la coronilla fumaba delante de una caja registradora. Una camarera con vestido de rayn rosa se apoyaba en la pared del fondo. Jack no vio ningn cliente. Entonces, ante una de las mesas ms prximas al Alhambra, vio a una anciana alzando una taza. Aparte de las empleadas, estaba sola. Jack la observ dejar la taza en el platillo con movimientos delicados, y luego extraer un cigarrillo del bolso, y comprendi con un desagradable sobresalto que era su madre. Un instante despus haba desaparecido la- impresin de la edad.

Poda recordarla, sin embargo... y fue como si la viera a travs de unas gafas bifocales y contemplara en el mismo cuerpo a Lily Cavanaugh Sawyer y a aquella frgil anciana.

Abri la puerta con cuidado, pero aun as hizo sonar la cam­panilla que saba estaba encima del marco. La mujer rubia de la caja registradora sonri y salud con la cabeza. La camarera se enderez y alis la falda de su vestido. Su madre le mir con ex­presin de autntica sorpresa y en seguida le dedic una ra­diante sonrisa.

—Vaya, Errante Jack, eres tan alto, que te he tomado por tu padre cuando has cruzado el umbral —dijo—. A veces me olvido de que slo tienes doce aos.

3

—Me has llamado Errante Jack —observ, cogiendo una silla y desplomndose en ella.

La cara de su madre estaba muy plida y sus ojeras parecan casi moradas.

—No te llamaba as tu padre? Se me acaba de ocurrir... te has pasado la maana de un lado a otro.

—Me llamaba Errante Jack?

—Algo parecido... estoy segura. Cuando eras pequeo. Viajero Jack —dijo con firmeza—. Eso es. Sola llamarte Viajero Jack... ya sabes, cuando te veamos correr por el jardn. Era gracioso, supongo. A propsito, he dejado la puerta abierta. No saba si te habas acordado de coger tu llave.

—Ya lo he visto —respondi, an impresionado por la nueva informacin que acababan de suministrarle de modo tan fortuito.

—Quieres desayunar? No me he visto capaz de comer otra vez en ese hotel.

La camarera apareci ante ellos.

—Y usted, joven? —pregunt, levantando el bloc de pedidos.

—Cmo sabas que te encontrara aqu?

—Es que se puede ir a otro sitio? —pregunt con sensatez su

madre y dijo a la camarera—: Dele el desayuno de tres estrellas.

Crece unos dos centmetros y medio al da.

Jack se apoy en el respaldo de la silla. Cmo poda empezar? Su madre le mir con curiosidad y l empez; tena que hacerlo

ahora mismo.

—Mam, si tuviera que ausentarme una temporada, podras quedarte sola?

—Qu significa quedarme sola? Y qu significa ausentarte una temporada?

—Podras?... bueno, tendras problemas con to Morgan?

—S manejar al viejo Sloat —dijo ella, con una sonrisa tensa—. Al menos por un tiempo. Qu quieres decir con todo esto, Jacky? T no te vas a ninguna parte.

—Tengo que marcharme. De verdad —contest Jack. Entonces se dio cuenta de que pareca un nio pidiendo un juguete. Por suerte, lleg la camarera con tostadas y un gran vaso de zumo de tomate. Jack desvi un momento la mirada y cuando mir de nuevo a su madre, sta le untaba un tringulo de tostada con mermelada de uno de los tarros que haba sobre la mesa.

—Tengo que marcharme —repiti. Su madre le alarg la tos­tada; pareci que iba a preguntar algo, pero no lleg a hacerlo.

—Tal vez estaras un tiempo sin verme, mam —aadi Jack—. Voy a tratar de ayudarte. Por eso tengo que irme.

—Ayudarme? —inquiri ella y Jack calcul que su fra incre­dulidad era autntica en un setenta y cinco por ciento.

—Quiero tratar de salvarte la vida —'dijo.

—Nada ms?

—Puedo hacerlo.

—Puedes salvar mi vida. Esto es muy divertido, querido Jacky;

un tema para un programa en las horas de mayor audiencia. Has pensado alguna vez en trabajar para la televisin? —Haba dejado en el plato el cuchillo manchado de rojo y abri mucho los ojos burlones, pero bajo la incomprensin deliberada, Jack vio dos cosas: un destello de terror y la dbil e incrdula esperanza de que quiz pudiera hacer algo, despus de todo.

—Aunque me digas que no puedo ni intentarlo, lo har de todos modos, as que ser mejor que me des tu autorizacin.

—Oh, es un trato maravilloso. En especial porque no tengo la menor idea de qu me hablas.

—Pues yo creo que s... que tienes una idea, mam, porque pap habra sabido exactamente de qu estoy hablando. Sus mejillas se ruborizaron y apret los labios.

—Esto es tan injusto que yo lo llamara despreciable, Jacky. No puedes utilizar lo que Philip podra saber como un arma contra m.

—Lo que saba, no lo que podra saber.

—Todo esto es un maldito disparate, querido muchacho. La camarera dej sobre la mesa, delante de Jack, un plato de huevos fritos, patatas fritas y salchichas e inspir audiblemente. Cuando se hubo ido, muy derecha, Lily se encogi de hombros.

—Por lo visto, no s encontrar el tono justo con los empleados de la localidad. Pero un maldito disparate es un maldito disparate, como dijo Gertrude Stein.

—Voy a salvarte la vida, mam —repiti l—, y para ello tengo que irme muy lejos y volver con algo. Y estoy decidido a hacerlo.

—Me gustara saber de qu hablas.

Una conversacin normal y corriente, pens Jack, tan normal como pedir permiso para pasar un par de noches en casa de un amigo. Cort una salchicha por la mitad y se meti en la boca uno de los trozos. Ella le observaba con atencin. Cuando Jack hubo masticado y tragado la salchicha, comi un poco de huevo. La botella de Speedy abultaba como una roca en su bolsillo posterior.

—Tambin me gustara que dieras muestras de or las peque­as observaciones que te hago, por obtusas que puedan parecerte.

Sin inmutarse, Jack se trag los huevos y se meti en la boca un buen montn de patatas saladas y crujientes.

Lily puso las manos sobre su falda. Cuanto ms largo fuera el silencio de Jack, con tanta ms atencin le escuchara cuando hablara, as que el muchacho fingi concentrarse en su desayuno, en sus huevos, salchichas, patatas, salchichas, patatas, huevos, patatas, huevos, salchichas, hasta que intuy que ella estaba a punto de gritarle.

Mi padre me llamaba Viajero Jack, dijo para sus adentros, y me cuadra, me cuadra ms que cualquier otra cosa.

Jack...

Mam —interrumpi—, te llam algunas veces pap desde muy lejos cuando t sabas que deba encontrarse en la ciudad? Ella enarc las cejas.

—Y a veces, no entraste en una habitacin pensando que l estaba dentro, sabindolo quiz, y no estaba? La dej pensar un poco.

—No —contest ella.

Ambos callaron despus de esta negativa.

—Casi nunca.

—Mam, me pas incluso a m —dijo Jack.

—Siempre haba una explicacin, lo sabes muy bien.

—Mi padre —lo sabes muy bien— se explicaba de maravilla, sobre todo cuando el tema era difcil de explicar. Era muy hbil en esto. Quiz sea una de las razones de que fuera tan buen agente.

Ahora fue ella quien guard silencio.

—Pues yo s adonde iba —prosigui Jack—; he estado all esta maana. Y si voy otra vez, puedo intentar salvarte la vida.

No necesito que me salves la vida, no necesito que me la salve nadie —silb Lily. Jack baj la mirada hacia su plato vaco y murmur algo—. Qu has dicho? —grit ella.

—He dicho que s lo necesitas. —Y la mir a los ojos.

—Supn que te pregunto de qu modo piensas tratar de slvarme la vida, como t dices.

—No puedo contestar porque yo mismo an no lo comprendo del todo. Mam, en cualquier caso, no voy a la escuela... dame una oportunidad. Quiz slo est fuera una semana.

Ella levant las cejas.

—Podra ser un poco ms —admiti l.

—Creo que ests chalado —dijo Lily, pero Jack vio que una parte de ella quera creerle y sus siguientes palabras lo demos­traron—. Si... si estuviera lo bastante loca para dejarte ir a esta misteriosa misin, tendra que estar segura de que no correras ningn peligro.

—Pap siempre regres —apunt Jack.

—Preferira arriesgar mi vida que la tuya —dijo ella y esta verdad tambin exigi un gran silencio entre ambos.

—Te llamar cuando pueda, pero no te preocupes demasiado si paso un par de semanas sin llamar. Volver, como volvi siempre pap.

—Todo esto es una locura —exclam ella— y yo tambin estoy loca. Cmo irs a ese lugar al que tienes que ir? Y dnde est? Tienes suficiente dinero?

—Tengo todo lo que necesito —respondi Jack, esperando que su madre no insistiera en las dos primeras preguntas. El silencio se prolong mucho y al final Jack lo interrumpi—: Supongo que ir andando. No puedo hablar mucho de ello, mam.

—Viajero Jack —dijo ella—, casi puedo creer...

—S —contest l—, s. —Asinti con la cabeza. Y tal vez, pens, sabes algo de lo que sabe ella. la Reina verdadera, y por eso me dejas ir tan fcilmente—. Eso es. Yo tambin lo creo. Por eso debo hacerlo.

—Bueno... si dices que irs, diga lo que diga...

—Y es verdad.

—... supongo que mi respuesta no importa. —Le mir con va­lenta—. Pero importa, ya lo s. Quiero que regreses lo antes posible, cario mo. No te vas ahora mismo, verdad?

—Es preciso. —Respir hondo—. S, me voy en seguida. En cuanto te deje.

—Casi podra creer en este galimatas. Se ve que eres hijo de Phil Sawyer. No habrs encontrado una chica en este lugar, ver­dad...? —Le mir atentamente—. No. No es ninguna chica. Est bien. Slvame la vida. Anda, vete. —Mene la cabeza y Jack crey ver un fulgor nuevo en sus ojos—. Si has de irte, vete ahora, Jacky. Llmame maana.

—Si puedo. —Jack se levant.

—Si puedes, claro. Perdname. —Baj la mirada y l vio que no la diriga a nada en particular. Dos manchas rojas ardan en sus mejillas.

Jack se inclin y la bes, pero ella slo le dijo adis con un ademn. La camarera les miraba con fijeza, como si actuasen en el teatro. Pese a las ltimas palabras de su madre, Jack crea que haba bajado el nivel de su incredulidad al cincuenta por ciento, aproximadamente, lo cual significaba que ya no saba qu creer.

Lily volvi a mirarle un momento y Jack vio de nuevo el fulgor en sus ojos. Clera, lgrimas?

—Ten cuidado —murmur su madre e hizo una sea a la ca­marera.

—Te quiero —dijo Jack.

—No abandones nunca el plato despus de una frase como sta. —Ahora casi sonrea—. Vete de viaje, Jack. Vete antes de que comprenda que es una locura.

—Ya me voy —respondi l, dio media vuelta y sali del restau­rante. Senta la cabeza tensa, como si los huesos del crneo hubie­ran crecido de repente y estirasen la carne que los cubra. La luz del sol, amarilla y opaca, le hiri los ojos. Oy cerrarse de golpe la puerta del Saln de T y Mermelada Arcadia un instante despus de sonar la campanilla. Parpade y cruz Boardwalk Avenue sin mirar si venan coches. Cuando lleg a la acera del otro lado, pens que deba volver a la suite para coger algo de ropa. Su madre an no haba salido del saln de t cuando Jack abri la

gran puerta principal del hotel.

El conserje dio un paso atrs y le mir fija y sombramente. Jack sinti emanar de l una especie de emocin, pero durante un segundo no pudo recordar por qu el empleado reaccionaba con tanta prontitud al verle. La conversacin con su madre —mucho ms corta, en realidad de lo que l haba imaginado— pareca haberse prolongado durante das enteros. Al otro lado del vasto abismo de tiempo que haba pasado en el Saln de T y Merme­lada, haba llamado asqueroso al conserje. Debera excusarse? Ya no se acordaba de la razn que le haba impulsado a insul­tarle.

Su madre haba aceptado que se fuera, le haba dado permiso para emprender el viaje y Jack, mientras caminaba bajo el fuego cruzado de la mirada del conserje, comprendi al fin por qu. l no haba mencionado el Talismn de una manera explcita, pero aunque lo hubiera hecho —aunque hubiera hablado del aspecto ms descabellado de la misin—, ella tambin lo habra aceptado. Y si hubiera dicho que volvera con una mariposa de treinta cen­tmetros de longitud y la asara en el horno, habra accedido a comer mariposa asada. La aceptacin habra sido irnica, pero real. El hecho de que se agarrase a semejantes extremos demos­traba en parte la intensidad de su miedo.

Sin embargo, se agarraba a ellos porque en cierto modo saba que no eran extremos inverosmiles. Su madre le haba dado per­miso para marcharse porque en su interior tambin saba algo

de los Territorios.

Se despertaba alguna vez durante la noche con aquel nombre resonando en la cabeza, Laura DeLoessian?

Una vez en la 407 y la 408, tir prendas de ropa dentro de su mochila casi al azar: si sus dedos la encontraban en un cajn y no era demasiado grande, la meta en la mochila. Camisas, calcetines, un suter, pantalones cortos. Despus enroll un par de vaqueros claros y los apret contra todo lo dems, pero enton­ces se dio cuenta de que sera un equipaje demasiado pesado y sac la mayor parte de camisas y calcetines. Tambin desech el suter. En el ltimo momento se acord del cepillo de dientes. Entonces se puso las correas sobre los hombros y sopes la mo­chila; no pesaba en exceso. Podra andar todo el da con aquella carga de pocos kilos. Permaneci quieto en medio del saln unos momentos, sintiendo —con mucha ms fuerza de lo esperado— la ausencia de una persona o un objeto al que pudiera decir adis. Su madre no volvera a la suite hasta que estuviera segura de que se haba ido; si le vea ahora, le ordenara que se quedara. No poda decir adis a estas tres habitaciones como lo habra dicho a una casa querida; las habitaciones de hotel aceptaban las des­pedidas sin emocin. Al final fue hacia el bloc del telfono, cuyas hojas de papel muy fino llevaban impreso un dibujo del hotel y escribi con el lpiz pequeo y despuntado del Alhambra las tres lneas que expresaban casi todo lo que tena que decir:

Gracias. Te quiero y volver

4

Jack baj por Boardwaik Avenue al tenue sol septentrional, pre­guntndose dnde deba... saltar. sta era la palabra. Y no tena que ver una vez ms a Speedy antes de saltar a los Territorios? Casi estaba obligado a verle otra vez, porque saba tan poco acerca de su destino, de quin poda encontrar, de qu buscaba... Pareca una. bola. de cristal. Eran stas todas las instrucciones que Speedy pensaba darle sobre el Talismn? stas y la advertencia de que no lo dejara caer? Jack casi se desesper por falta de preparacin, como si tuviera que presentarse al examen final de una asignatura que no haba estudiado nunca.

Tambin pens que poda saltar justo donde estaba, tal era su impaciencia por empezar, iniciar el viaje, moverse. Tena que regresar a los Territorios, comprendi de repente; la idea era un hilo brillante en el torbellino de sus nostalgias y emociones. Quera respirar aquel aire; lo ansiaba. Los Territorios, las largas llanuras y cordilleras de montaas bajas, los campos de hierba alta y los ros que los cruzaban, centelleantes, le atraan. Todo el cuerpo de Jack ansiaba aquel paisaje. Y podra haber sacado la botella del bolsillo y bebido un trago del horrible lquido en aquel mismo instante, de no haber visto al antiguo propietario de la botella apoyado en un rbol, en cuclillas y con las manos abrazando las piernas. Junto a l haba una bolsa de colmado y sobre la bolsa un enorme bocadillo que pareca hecho con cebolla y salchicha de hgado.

—Ya te marsha —dijo Speedy, sonrindole—, veo que te ha puesto en camino. Ha disho adis? Sabe tu mam que etars ausente una temporada?

Jack asinti y Speedy le alarg el bocadillo.

—Tiene hambre? Eto demasiao grande para m.

—Ya he comido algo —respondi el muchacho—. Me alegro de poder despedirme de ti.

—El viejo Jack et ansioso, impasiente por irse —enton Spee­dy, con la larga cabeza ladeada—. El shico se la pira.

—Escucha, Speedy.

—Pero no te vaya sin una cosa que te he trao. La tengo en eta bolsa, quiere verla?

—~ Speedy!

El hombre gui los ojos a Jack desde el pie del rbol.

—Sabas que mi padre sola llamarme Viajero Jack?

—Oh, probable que yo lo oyera en alguna parte —contest Speedy, sonriendo—. Asrcate a v qu te he trao. Adems, tengo que desirte adonde debe ir primero, no?

Aliviado, Jack cruz la acera y se acerc al rbol de Speedy, quien dej el bocadillo sobre sus piernas y cogi la bolsa.

—Felice Navidade —dijo, extrayendo un viejo libro de bolsillo, largo y manoseado. Jack vio que era un atlas de carreteras de Rand McNally.

—Gracias —contest, tomando el libro de manos de Speedy.

—Ay no hay mapa, as que sete todo lo que pueda a lo ca- mino del viejo Rand McNally. As podr yegar a tu detino.

—Est bien —dijo Jack, descargndose de la mochila para

deslizar el libro en ella.

—Lo siguiente no presiso que lo meta en ese caprishoso

aparejo que yeva a la epalda —dijo Speedy. Puso el bocadillo sobre la aplanada bolsa de papel y se levant con un movimiento suave y elstico—. No, puede yevarlo en el bolsillo. —Hundi los dedos en el bolsillo izquierdo de la camisa de trabajo y sac, entre el segundo y tercero, como si fuera un Tarrytoon de Lily, un objeto triangular que el muchacho tard un momento en identificar como una pa de guitarra—. Tmalo y gurdalo. Tendr que ense­arlo a un hombre. 1 te ayudar.

Jack le dio la vuelta entre sus dedos. Nunca haba visto una

igual, de marfil, con filigranas talladas que ascendan en diagonal como una especie de escritura extraterrestre. Bella en lo abstracto,

era casi demasiado pesada para ser til como dedal.

—Quin es este hombre? —pregunt Jack, guardando la pa

en uno de los bolsillos del pantaln.

—Tiene una gran sicatris en la cara... le ver poco depu de

aterris en los Territorios. un guardia. De hesho, capitn de lo Guardia Exteriore y te yevar a un luga donde ver a una dama a quien tiene que v sin falta. As que ya conoses la otra rasn de que deba arriesga el pellejo. Mi amigo de ay comprender lo que hase y te fasilitar lo medio para yegar nata la dama.

—Esta dama... —empez Jack.

—S —dijo Speedy—, lo ha adivinao.

—Es la Reina.

—Mrala bien, Jack. Fjate bien en eya cuando la vea. Ver

lo que , comprende? Entonse te dirige hasia el oete. —Speedy le examin con gravedad, casi como si dudara de volver a ver a Jack Sawyer, y entonces las arrugas de su cara se crisparon y aa­di—: Aprtate del viejo Bloat, vigila sus hueya... la suya y la de su Gemelo. El viejo Bloat puede averigua adonde ha ido, si no tiene cuidao, y si lo averigua te perseguir como un sorro a un ganso. —Speedy se meti las manos en los bolsillos y mir de nuevo a Jack como ansioso de decirle ms cosas—. Consigue el Talismn, hijo —termin— y trelo sano y salvo. Ser una carga,

pero ha de s m grande que tu carga.

Jack se concentraba con tanta atencin en lo que deca Speedy,

que miraba el rostro surcado guiando los ojos. Un hombre con una cicatriz, capitn de los Guardas Exteriores. La Reina. Morgan Sloat, persiguindole como un depredador. En un lugar malvolo

en la otra punta del pas. Una carga.

—Est bien —dijo, deseando de repente encontrarse de nuevo

con su madre en el Saln de T y Mermelada. Speedy le dedic una sonrisa torcida y clida.

—Etupendo, Jack el Viajero, un shico exselente. —La sonrisa se intensific—. Ya sera hora de que bebieras un sorbo de ese zumo especial, no te prese?

—Creo que s —asinti Jack. Sac la botella del bolsillo poste­rior y desenrosc el tapn. Mir otra vez a Speedy, cuyos ojos p­lidos se clavaron en los suyos.

—Speedy te ayudar cuando pueda.

Jack asinti, pestae y se acerc a los labios el cuello de la botella. El olor podrido y dulzn que sali de ella casi le hizo cerrar la garganta en un espasmo involuntario. Levant e inclin la botella y el sabor invadi su boca. El estmago se le encogi. Trag y un lquido ardiente y spero le baj por la garganta.

Varios segundos antes de que Jack abriera los ojos, supo por la fuerza y claridad de los aromas que le rodeaban que haba saltado a los Territorios. Caballos, hierba, un penetrante olor a carne cruda; polvo; el aire difano en s.

interludio

SLOAT EN ESTE MUNDO (1)

—S que trabajo demasiado —dijo Morgan Sloat a su hijo Richard aquella noche. Hablaban por telfono; Richard, en el pasillo de la planta baja de su dormitorio escolar y su padre, sentado a su mesa en el ltimo piso de una de las operaciones inmobiliarias ms provechosas de Sawyer & Sloat en Beverly Hills—, pero te dir algo, muchacho: con frecuencia uno tiene que hacer las cosas por s mismo si quiere que se hagan bien. En especial cuando afectan a la familia de mi difunto socio. Espero que sea un viaje corto. Probablemente lo dejar todo bien atado en ese maldito New Hampshire en menos de una semana. Te llamar de nuevo cuando todo haya concluido. Quiz nos iremos de viaje en tren por California, como en los viejos tiempos. An haremos justicia;

confa en tu padre.

Aquella operacin inmobiliaria haba sido especialmente pro­vechosa a causa de la voluntad de Sloat de hacer las cosas por s mismo. Despus de que l y Sawyer negociaran la compra del inmueble pagando el arrendamiento a corto plazo y luego (tras una serie de pleitos) a largo plazo, terminaron fijando el alqui­ler a tanto por metro cuadrado, tras lo cual realizaron las obras necesarias y se anunciaron para atraer a nuevos inquilinos. El nico inquilino antiguo era el restaurante Chino de la planta baja, que pagaba un msero alquiler cuyo valor no llegaba ni a un tercio del valor real del espacio que ocupaba. Sloat haba intentado discutir de modo razonable con los chinos, pero cuando stos vie­ron que su intencin era convencerles para que pagaran un alquiler ms elevado, perdieron de repente la capacidad de hablar o comprender el ingls. Los intentos negociadores de Sloat se Prolongaron unos das, hasta que sorprendi a un pinche de la cocina saliendo por la puerta trasera con un cubo de grasa. Sin­tindose mejor, Sloat sigui al hombre hasta un oscuro callejn sin salida, donde le vio volcar la grasa en un cubo de basura. No necesitaba nada ms. Al da siguiente, una cadena de hierro separaba el callejn del restaurante; y al otro da, un inspector del ministerio de Sanidad entreg a los chinos una denuncia y una citacin. Ahora el pinche tena que sacar toda la basura, incluida la grasa, por el comedor y por un pasillo cercado por una alam- brada que Sloat haba levantado frente al restaurante. El negocio se vino abajo; los clientes perciban olores extraos y desagradables de los cercanos cubos de basura. Los propietarios volvieron a descubrir la lengua inglesa y se ofrecieron a doblar el alquiler mensual. Sloat contest con un agradecido discurso que no le comprometa a nada y aquella noche, despus de premiarse con tres grandes martinis, fue en coche de su casa al restaurante, sac un bate de bisbol del maletero y destroz la larga ventana que antes disfrutaba de una vista agradable de la calle y desde la cual se vea ahora una tupida alambrada que terminaba en un montn

de cubos de metal.

Haba hecho cosas as... pero no era exactamente Sloat cuan­do las hizo.

Al da siguiente los chinos solicitaron otra reunin y esta vez

ofrecieron cuadriplicar el alquiler.

—Ahora hablan ustedes como hombres —dijo Sloat a los im­pasibles chinos—, y les dir una cosa! Slo para probar que estamos de acuerdo, nosotros sufragaremos la mitad del gasto

que supone cambiar la ventana.

Al cabo de nueve meses de tomar Sawyer & Sloat posesin del

edificio, todos los alquileres haban subido de forma notoria y el coste y las perspectivas de ganancias iniciales empezaron a anto­jarse francamente pesimistas. Por el momento, este edificio era uno de los negocios ms modestos de Sawyer & Sloat, pero Mor-gan Sloat estaba tan orgulloso de l como de las imponentes estructuras nuevas que haban erigido en el centro comercial de la ciudad. Slo pasar por delante del lugar donde haba levantado la valla cuando iba a trabajar por la maana le recordaba —a diario— cuan grande era su contribucin a Sawyer & Sloat

y cuan razonables eran sus pretensiones.

Este sentido de la justicia de sus ltimas metas le enardeci mientras hablaba con Richard; despus de todo, si quera que­darse con la participacin de Phil Sawyer en la compaa, era por el bien de Richard. En cierto sentido, su hijo representaba su inmortalidad. Podra acudir a las mejores escuelas de comercio y graduarse en leyes antes de empezar a trabajar en la compaa;

y armado con estos conocimientos, Richard Sloat dirigira toda la compleja y delicada maquinaria de Sawyer & Sloat hasta bien entrado el siglo venidero. La ridicula ambicin del muchacho de estudiar qumica no sobrevivira mucho tiempo a la determinacin paterna de sofocarla; Richard era lo bastante listo para ver que la ocupacin de su padre era mucho ms interesante, amn de mucho ms remuneradora, que trabajar con una probeta sobre un mechero de Bunsen. Esa tontera de ser qumico investiga­dor se desvanecera muy pronto en cuanto el muchacho echara un vistazo al mundo real. Y si a Richard le preocupaba hacer justicia a Jack Sawyer, sera fcil hacerle comprender que cin­cuenta mil al ao y una educacin universitaria garantizada no era solamente justo, sino magnnimo. Principesco. Quin poda decir, al fin y al cabo, que Jack quisiera una parte de la empresa o que poseyera algn talento para dirigirla?

Adems, ocurran accidentes. Quin poda asegurar siquiera que Jack Sawyer llegara a los veinte aos?

—Bueno, en realidad slo es cuestin de arreglar todos los documentos de propiedad de una vez por todas —dijo Sloat a su hijo—. Lily se ha escondido de m durante demasiado tiempo. Ahora ya chochea, puedes creerme. Es probable que no le quede ms de un ao de vida, as que si no me apresuro a ir a verla ahora que la he localizado, podra tener el tiempo suficiente para legalizar oficialmente el testamento o ponerlo todo en un fondo fiduciario y no creo que la mam de tu amigo me confiase la administracin. Bueno, no quiero preocuparte con mis proble­mas, slo deseaba decirte que faltar de casa unos das, por si te­lefoneas. Escrbeme y recuerda lo del tren, vale? Hemos de volver a hacer aquel viaje.

El muchacho prometi escribir, trabajar mucho y no preocu­parse por su padre ni Lily Cavanaugh ni Jack.

Y un da, cuando este hijo obediente estuviera, por ejemplo, en el ltimo curso de Standford o Yale, Sloat le dara a conocer los Territorios. Richard sera seis o siete aos ms joven de lo que fuera l cuando Phil Sawyer, con el cerebro alegre y atur­dido por un porro en su primera pequea oficina del norte de Hollywood, haba confundido primero, despus enfurecido (por­que Sloat estaba seguro de que Phil se rea de l) y por fin intrigado a su socio (porque sin duda Phil estaba demasiado bo­rracho para inventar toda aquella historia de ciencia ficcin acerca de otro mundo). Y cuando Richard viera los Territorios, todo arre­glado; si l mismo no lo haba hecho antes, los Territorios le haran cambiar de opinin, porque incluso un pequeo atisbo de aquel mundo induca a perder la confianza en la omnisciencia de los cientficos.

Sloat se pas la palma de la mano por la reluciente calva y despus se atus el bigote con complacencia. El sonido de la voz de su hijo le haba causado un alivio vago e inesperado: mientras tuviera a Richard caminando, deferente, a su lado, todo ira bien y todas las cosas imaginables iran bien. Ya era de noche en Spring-field, Illinois, y en Nelson House, Colegio Thayer, Richard Sloat volva sin hacer ruido a su escritorio por el pasillo verde, pen­sando quiz en cuanto se haban divertido, y volveran a diver­tirse, a bordo del tren de juguete de Morgan, que bordeaba la costa califomiana. Ya se habra dormido cuando el jet de su padre venciera la resistencia del aire a muchos metros de altitud y a varios centenares de kilmetros ms al norte; pero Morgan Sloat deslizara hacia un lado el panel de su ventanilla de primera clase y mirara hacia abajo, esperando ver el resplandor de la luna y un claro entre las nubes.

Quera ir a su casa inmediatamente —se hallaba slo a treinta minutos de la oficina— para cambiarse de ropa y comer algo, tal vez aspirar un poco de coca antes de salir hacia el aeropuerto, Pero en lugar de esto tuvo que coger la autopista hasta el Marina, donde se habla citado con un cliente que por culpa de los efectos alucinantes de la droga estaba a punto de ser despedido de una pelcula, y luego ir a una reunin de aguafiestas que se quejaban de que un proyecto de Sawyer & Sloat muy prximo a Marina del Rey contaminaba la playa... cosas que no podan aplazarse. Aunque Sloat se prometa que en cuanto se hubiera cuidado de Lily Cavanaugh y su hijo empezara a tachar clientes de su lista, ahora tena negocios mucho ms importantes en pers­pectiva, mundos enteros donde hacer de intermediario y no por un mero diez por ciento. Al pensar en el pasado, Sloat se pregun­taba cmo haba podido soportar a Phil Sawyer durante tanto tiempo. Su socio nunca jugaba para ganar, no de una manera seria; se lo impedan ideas sentimentales de lealtad y honor, es­taba corrompido por las tonteras que se decan a los nios para civilizarlos un poco antes de quitarles la venda de los ojos. Aun­que se tratara de una cantidad irrisoria, a la luz de los grandes negocios a que ahora se dedicaba, no poda olvidar que los Sawyer estaban en deuda con l y pensar en esta deuda le caus un dolor de estmago parecido al que precede a un ataque car­daco y antes de llegar al coche, aparcado en la zona an soleada contigua al edificio, se meti la mano en el bolsillo de la chaqueta y extrajo un arrugado paquete de Di-Gel.

Phil Sawyer le haba subestimado y esto segua dolindole. Y como Phil le consideraba una especie de serpiente de cascabel amaestrada a la que slo poda sacarse de la jaula bajo circuns­tancias restringidas, los dems pensaban lo mismo. El empleado del aparcamiento, un patn tocado con un sombrero roto de vaquero, le mir de reojo mientras rodeaba su pequeo coche en busca de abolladuras y araazos. El Di-Gel mitig la mayor parte del ardor que senta en el estmago. Se toc el cuello, empapado de sudor. El empleado no se le acerc siquiera; Sloat le haba despellejado verbalmente hacia unas semanas, despus de descu­brir una pequea raya en la puerta del BMW. En mitad de su filpica, Sloat haba visto brillar un inicio de violencia en los ojos verdes del patn y una repentida oleada de alegra le haba im­pulsado a aproximarse al hombre, sin dejar de increparle, casi esperando que le propinara un golpe. De improviso, el patn perdi agresividad y en tono dbil, casi humilde, le sugiri que quiz aquella raya pequeita era de otro sitio, del servicio de aparcamiento del restaurante, tal vez... Ya sabe, esos tipos tratan los coches de cualquier manera y la luz tampoco es muy buena

por la noche...

—Cierra tu asquerosa boca —le haba dicho Sloat—. Esa raya

pequeita, como t la llamas, me costar el doble de lo que t ganas en una semana. Debera despedirte ahora mismo, meque­trefe, y si no lo hago es porque existe una posibilidad del dos por ciento de que tengas razn; cuando sal de Chasen anoche quiz no mir bajo la manija de la puerta, quiz S, pero quiz NO; en todo caso, si vuelves a hablarme, si vuelves a decirme slo hola, seor Sloat, o adis, seor Sloat, te despedir tan de prisa que tendrs la impresin de haber sido decapitado. —As que el patn le mir inspeccionar el coche, sabiendo que si Sloat encontraba la menor imperfeccin en la carrocera del coche, volvera a enfurecerse y temiendo acercarse lo suficiente para pronunciar el rutinario adis. A veces Sloat haba visto al empleado desde la ventana del aparcamiento frotando con energa alguna mancha, excrementos de ave o una salpicadura de fango del cap del BMW. Y a esto se llama direccin, compaero.

Al salir de la zona, ajust el espejo retrovisor y vio en el rostro del patn una expresin muy parecida a la de Phil Sawyer en los ltimos segundos de su vida, en alguna parte del desierto de Utah. Subi sonriendo toda la rampa de salida.

Philip Sawyer haba subestimado a Morgan Sloat desde la poca de su primer encuentro, cuando eran estudiantes de primer curso en Yale. Tal vez, pens Sloat, l era entonces fcil de subes­timar: un muchacho de Akron, regordete, de dieciocho aos, des­garbado, sobrecargado de ansiedades y ambiciones, fuera de Ohio por primera vez en su vida. Al or a sus condiscpulos hablar con naturalidad sobre Nueva York, sobre el 21 y el Stork Club, sobre ver a Brubeck en la calle Basin y a Errol Gamer en el Vanguard;

sudaba para ocultar su ignorancia. A m me gusta mucho la parte comercial, terci en el tono ms natural posible, con las palmas hmedas y los dedos agarrotados. (Por las maanas, Sloat sola encontrarse las palmas tatuadas por las uas, que le dejaban huellas moradas.) Qu parte comercial, Morgan?, le pregunt Tom Woodbine, mientras los dems se rean. Pues, Broadway y el Village, ya sabes. Ms o menos. Ms risas, esta vez estridentes. Era poco agraciado e iba mal vestido; su vestuario consista en dos trajes, ambos de color gris oscuro, que parecan hechos para un espantapjaros. Empez a caerle el pelo en la es­cuela de segunda enseanza y a travs de los escasos cabellos cortos se le vea el crneo rosado.

No, Sloat no haba sido ninguna belleza y esto formaba parte de todo los dems. Los otros le hacan sentir como un puo cerrado; aquellos cardenales matutinos eran difusas fotografas de su alma. Sus condiscpulos, todos interesados en el teatro como l mismo y Sawyer, posean buenos perfiles, estmagos planos y modales alegres y despreocupados. Se repantigaban en los si­llones de su suite en Davenport —mientras Sloat, sudando profu­samente, se quedaba de pie para no arrugarse los pantalones y poder llevarlos unos das ms—, dando a veces la impresin de participar en una reunin de jvenes dioses; los suters de cache­mira echados sobre sus hombros parecan vellocinos de oro. Pronto seran actores, dramaturgos, compositores de canciones. Sloat se vea a s mismo como director, envolvindoles a todos en una red de complicaciones y designios que slo l poda de­senredar.

Sawyer y Tom Woodbine, que se le antojaban fabulosamente ricos a Sloat, eran compaeros de cuarto. Woodbine se interesaba muy poco por el teatro y slo asista al taller dramtico de estu­diantes porque Phil perteneca a l. Tambin un muchacho dorado de escuela privada, Thomas Woodbine difera de los dems en su absoluta seriedad y franqueza. Se propona ser abogado y ya pareca poseer la integridad e imparcialidad de un juez. (De hecho, la mayora de los conocidos de Woodbine imaginaban que ira a parar a la Corte Suprema, para gran turbacin del propio mu­chacho.) Woodbine careca de ambicin, segn Sloat, pues le inte­resaba mucho ms vivir con rectitud que vivir bien. Claro que lo tena todo y si por casualidad le faltaba algo, otras personas se apresuraban a drselo; tan mimado por la naturaleza y los ami­gos, cmo poda ser ambicioso? Sloat le detestaba, casi incons­cientemente, y no poda decidirse a llamarle Tommy.

Sloat dirigi dos piezas teatrales durante sus cuatro aos en Yale: Sin salida, que el peridico estudiantil calific de confu­sin furiosa, y Volpone, descrita como retorcida, siniestra, cnica y casi increblemente chapucera, y culparon a Sloat de casi todas estas cualidades. Quiz no era un director, despus de todo;

su visin resultaba demasiado intensa y compacta. Pero sus am­biciones no disminuyeron, slo cambiaron. Si no estaba destinado a colocarse detrs de la cmara, poda estar detrs del pblico y delante de ella. Phil Sawyer tambin haba empezado a pensar as; nunca haba estado seguro de adonde le llevara su amor por el teatro y crea que tal vez tena talento para representar a actores y escritores.

—Vamos a Los Angeles y abramos una agencia —le dijo Phil

durante el ltimo curso—. Es una locura y nuestros padres lo odiarn, pero quiz resulte. Pasaremos hambre un par de aos. Sloat se haba enterado en el segundo curso que Phil Sawyer

no era rico, despus de todo. Slo lo pareca.

Y cuando podamos pagarle, pediremos a Tommy que sea nuestro abogado. Para entonces ya habr terminado la carrera.

—S, muy bien —contest Sloat, pensando que ya podra evitar aquello cuando llegara el momento—. Cmo nos llamaremos?

—Como quieras. Sloat y Sawyer? O deberamos ser fieles al

alfabeto?

—Saywer y Sloat, esto mismo, magnfico, por orden alfabtico—aprob Sloat, furioso al imaginar que su socio le condenaba a la perpetua sugerencia de que l era en cierto modo secundario de Sawyer.

Los padres de ambos odiaron efectivamente la idea, tal como

haba predicho Phil, pero los socios de la incipiente agencia de talentos viajaron a Los Angeles en el viejo DeSoto (de Morgan, otra demostracin de lo mucho que Sawyer le deba), se instala­ron en una oficina de un edificio situado al norte de Hollywood, con una feliz poblacin de ratas y pulgas, y empezaron a merodear por los clubs, repartiendo sus flamantes tarjetas comerciales. Para nada... casi cuatro meses de fracaso total. Tuvieron a un cmico que se emborrachaba demasiado para ser gracioso, un escritor que no saba escribir y una bailarina de strip-tease que insista en cobrar al contado para poder pagar a sus agentes. Y un da, al atardecer, borracho de marihuana y whisky, Phil Sawyer haba

mencionado los Territorios a Sloat, riendo como un tonto.

Sabes qu s hacer, ambicioso mequetrefe? Pues s viajar, socio. Viajar a fondo.

Poco despus, cuando ya viajaban ambos, Phil Sawyer conoci a una prometedora y joven actriz en una fiesta del estudio y al cabo de una hora ya tenan a su primer cliente importante. Y ella tena adems tres amigas igualmente descontentas de sus agentes respectivos y una de las amigas tena un novio que haba escrito un guin decente y necesitaba un agente y el novio tena un ami­go... Antes de que concluyera el tercer ao, estrenaron una ofici­na nueva y apartamentos nuevos, un pedazo del pastel de Holly­wood.

Los Territorios, de una manera que Sloat acept pero que nunca comprendi, les haban bendecido.

Sawyer trataba con los clientes y Sloat se cuidaba del dinero, de. las inversiones, del aspecto comercial de la agencia. Sawyer gastaba dinero —almuerzos, billetes de avin— y Sloat lo aho­rraba, lo cual era toda la justificacin que necesitaba para que­darse con el cambio de vez en cuando. Y era Sloat quien no dejaba de empujar a ambos hacia nuevas reas: urbanizaciones, inmobi­liarias, contratos de produccin. Cuando Tommy Woodbine lleg a Los Angeles, Sawyer & Sloat era una empresa de cinco millones de dlares.

Sloat descubri que segua detestando a su antiguo condis­cpulo; Tommy Woodbine haba engordado doce kilos y, con sus trajes azules de tres piezas, pareca y actuaba cada vez ms como un juez. Tena las mejillas casi siempre ruborizadas (sera al­cohlico?, se preguntaba Sloat) y sus modales eran afables y mesurados. El mundo haba dejado sus huellas en l: pequeas arrugas en torno a los ojos y stos infinitamente ms cautos que los del muchacho dorado de Yaie. Sloat comprendi casi en se­guida —y supo que Phil Sawyer nunca lo vera si alguien no se lo haca ver— que Tommy Woodbine viva con un tremendo se­creto: quienquiera que hubiese sido el muchacho dorado, ahora era homosexual. Probablemente se autodenominaba gay. Y esto lo facilitaba todo... al final, facilitara incluso la tarea de desha­cerse de l.

Porque los maricones suelen ser asesinados, no es verdad? Y quera alguien realmente hacer responsable de la educacin de un adolescente a un maricn de noventa y cinco kilos? Podra decirse que Sloat estaba salvando a Phil Sawyer de las conse­cuencias postumas de un grave error de apreciacin. Si Sawyer hubiera nombrado a Sloat albacea testamentario y tutor de su hijo, no habra surgido ningn problema. El hecho era que los asesinos de los Territorios —los mismos que haban fracasado en el secuestro del muchacho— se haban saltado un semforo en rojo y estuvieron a punto de ser arrestados antes de regresar a su casa.

Todo habra sido mucho ms sencillo, pens Sloat quiz por milsima vez, si Phil Sawyer no se hubiera casado. Sin Lily, no habra nacido Jack. Era posible que Phil no hubiese mirado si­quiera los informes sobre la vida de adolescente de Lily Cava-naugh recogidos por Sloat; incluan una lista de dnde, con cunta frecuencia y con quin y habran puesto fin a aquel enamoramien­to con tanta rapidez con que la furgoneta negra atropello a Tommy Woodbine en la calle. Si Sawyer ley aquellos meticulosos infor-mes, le inspiraron una indiferencia asombrosa. Quera casarse con Lily Cavanaugh y as lo hizo. Del mismo modo que su maldito Gemelo se haba casado con la Reina Laura. Subestimado una vez ms. Y pagado de la misma manera, lo cual no dejaba de ser conveniente.

Esto significaba, pens Sloat con cierta satisfaccin, que una vez atendidos algunos detalles, todo quedara finalmente arre­glado. Despus de tantos aos, cuando volviera de Playa de Arca­dia tendra a Sawyer & Sloat en el bolsillo. Y en los Territorios, todo estaba dispuesto, en equilibrio sobre el borde, listo para caer en las manos de Morgan. En cuanto muriera la Reina, el antiguo representante de su consorte gobernara el pas, introdu­ciendo todos los pequeos e interesantes cambios que tanto l como Sloat deseaban. Y entonces, a contemplar cmo afluye el dinero, pens Sloat, dejando la autopista para desviarse hacia Marina del Rey. A contemplar cmo aflua todo!

Su cliente, Asher Dondorf, viva al final de una nueva urbani­zacin, en una de las estrechas calles de Marina, parecidas a callejones, muy prximas a la playa. Dondorf era un viejo actor secundario que haba alcanzado un sorprendente nivel de cele­bridad en los ltimos aos de la dcada de los setenta gracias a un papel en una serie de televisin; encamaba al casero de la joven pareja —detectives privados y ambos encantadores como dos cras de oso panda—, que eran los protagonistas de la serie. Dondorf reciba tal cantidad de correo despus de sus primeras apariciones, que los guionistas ampliaron su papel, convirtindole en padre secreto de uno de los jvenes detectives, permitindole resolver un par de asesinatos, ponindole en peligro, etctera, etctera. Su salario se dobl, triplic, cuadriplic y cuando la serie lleg a su fin al cabo de seis aos, volvi a trabajar en el cine. Y esto fue el problema. Dondorf se consideraba una estrella, pero los estu­dios y productores seguan considerndole un actor de carcter, popular, pero no importante para ningn proyecto. Dondorf quera flores en su camerino, quera peluquero propio y profesor de dic­cin propio, quera ms dinero, ms respeto, ms amor, ms de

todo. Dondorf, en realidad, era un estorbo.

Despus de aparcar el coche y apearse de l, cuidando de no araar el borde de la puerta contra los ladrillos, Sloat lleg a una conclusin: si en los prximos das se enteraba, o tan slo sospechaba, que Jack Sawyer haba descubierto la existencia de los Territorios, le matara. Exista algo llamado un riesgo ina­ceptable.

Sonri para. sus adentros, metindose otro Di-Gel en la boca, y llam a la puerta de la casa. Ya lo saba: Asher Dondorf tena intencin de suicidarse y lo hara en la sala de estar, a fin de crear el mximo desorden posible, Un tipo temperamental como su casi ex cliente considerara un suicidio realmente asqueroso la venganza ms apropiada contra el banco que tena su hipoteca. Cuando un Dondorf plido y tembloroso le abri la puerta, la efusividad del saludo de Sloat fue completamente autntica.

SEGUNDA PARTE

El camino de las tribulaciones

captulo 6

EL PABELLN DE LA REINA

1

Las briznas de hierba dentada que estaban directamente ante los ojos de Jack parecan altas y rgidas como sables. Cortaran el viento, en vez de doblarse bajo sus rfagas. Jack gimi al levantar la cabeza; l no posea tanta dignidad. Tena una sensacin alar­mante en el estmago, como si fuera lquido, y los ojos y la frente le ardan. Se arrodill y luego se puso en pie con un esfuer­zo. Un carro largo, tirado por dos caballos, traqueteaba hacia l por el camino polvoriento y su conductor, un hombre rubicundo y barbudo de casi la misma forma y tamao que los barriles de madera que transportaba, le miraba fijamente. Jack asinti con la cabeza e intent observar todo lo que pudo al hombre, dando al mismo tiempo la impresin de ser un chico holgazn que tal vez se haba escapado para dormir un rato sin permiso. De pie, ya no senta nuseas; en realidad, se encontraba mejor que durante todos los das pasados desde que abandonaran Los Angeles, no simplemente sano, sino en cierto modo armonioso, misteriosa­mente a tono con su cuerpo. El aire suave y templado de los Territorios acariciaba su rostro con un contacto leve y fragante y su perfume delicado y floral se perciba con claridad bajo el olor ms fuerte de carne cruda que difunda. Jack se pas las manos por la cara y ech una ojeada al carretero, su primer encuentro con un Hombre de los Territorios.

Si el carretero le hablaba, cmo deba contestar? Ni siquiera saba si hablaban ingls aqu, el mismo ingls que l. Por un mo­mento se imagin a s mismo intentando pasar inadvertido en un mundo donde la gente dijera Os lo ruego y No llevas ti­rantes cruzados, rapaz?, y decidi que si hablaban as, fingira ser mudo.

Por fin el carretero dej de mirar a Jack y grit algo a sus caballos que no se pareca en nada al ingls americano de 1980. Quiz era slo una manera de dirigirse a los caballos. Slusha, Slusha! Retrocedi en el mar de hierba, deseando haber podido levantarse dos segundos antes. El hombre volvi a fijar la vista sn l y sorprendi a Jack moviendo la cabeza en un gesto ni amistoso ni hostil, slo una comunicacin entre iguales. Me ale­grar terminar esta jomada de trabajo, hermano. Jack devolvi el saludo, intent meter las manos en los bolsillos y durante un momento debi parecer medio aturdido por el asombro. El carretero ri de un modo ms bien agradable.

La ropa de Jack haba cambiado: ahora llevaba pantalones de lana tosca, muy voluminosos, en lugar de los vaqueros de pana, y una chaqueta muy estrecha de suave tela azul —un coleto?, especul— que tena corchetes y ojales en vez de botones y que, como los pantalones, se vea que estaba hecha a mano. Sus zapa­tillas tambin haban desaparecido, siendo reemplazadas por san­dalias de cuero. La mochila se haba transformado como por en­canto en una bolsa de cuero que llevaba colgada del hombro por una correa delgada. El carretero iba vestido de modo similar; su coleto era de cuero tan cubierto de manchas que se vean anillos sobre anillos, como en el corte transversal de un tronco.

El carro pas de largo a Jack, traqueteando y envuelto en polvo. De los barriles emanaba un fuerte olor de levadura de cer­veza. Detrs de ellos haba una pila triple de algo que Jack tom sin pensar por neumticos de camin. Oli los neumticos y advirti en el mismo momento que eran perfecta e impecablemen­te lisos; despedan un olor cremoso, lleno de matices secretos y placeres sutiles que al instante le hicieron sentir hambre. Era queso, pero de una clase que nunca haba probado. Detrs de las ruedas de queso, cerca de la parte trasera del carro, un mon­tculo irregular de carne cruda —largos lomos de buey, de as­pecto pelado, grandes tajadas de bistecs, un montn de correosos rganos internos que no pudo identificar— temblaba bajo una relu­ciente alfombra de moscas. El penetrante olor de la carne cruda ofendi a Jack, matando el hambre suscitada por el queso. Fue hasta el centro del camino, despus de que el carro hubiera pasa­do, y lo mir tambalearse hacia la cumbre de una pequea cues­ta. Al cabo de un segundo empez a seguirlo, caminando hacia el norte.

Se encontraba a media cuesta cuando volvi a ver la punta de la gran tienda, rgida en medio de una fila de estrechas y ondean­tes banderas. Supuso que aqul era su destino. Unos pasos ms por delante de los matorrales de moras ante los cuales se haba detenido la ltima vez (al recordar lo buenas que eran, Jack se meti en la boca dos de las enormes bayas) y pudo ver toda la tienda. En realidad se trataba de un pabelln grande y destar­talado, con largas alas a ambos lados, verjas y un patio. Como el Alhambra, esta excntrica estructura —un palacio de verano, adivin por instinto Jack— se levantaba justo encima del ocano. Pequeos grupos de gente se movan dentro y alrededor del gran pabelln, impulsados por fuerzas tan poderosas e invisibles como el efecto de un imn sobre limaduras de hierro. Los pequeos grupos se juntaban, se separaban y convergan una y otra vez.

Algunos de los hombres llevaban ropas de colores vivos y apa­riencia lujosa, aunque muchos parecan ir vestidos ms o menos como Jack. Algunas mujeres, luciendo largos trajes o tnicas blancas y brillantes, atravesaban el patio, resueltas como generales. Fuera de las verjas se levantaba una coleccin de tiendas ms pequeas y barracas de madera al parecer provisionales y aqu tambin paseaba gente, comiendo, comprando o hablando, aunque con ms espontaneidad y de forma ms irregular. All, entre aquella inquieta muchedumbre, tendra que encontrar al hombre

de la cicatriz.

Pero antes mir hacia atrs, hasta el final del camino lleno de baches, para ver qu haba ocurrido con el Divertimundo.

Cuando vio dos caballos pequeos y oscuros trazando surcos, quiz a cincuenta metros de distancia, pens que el parque de atracciones se haba convertido en una granja, pero entonces se fij en la multitud que observaba el arado desde la cumbre de la pendiente y comprendi que se trataba de un concurso. En seguida llam su atencin el espectculo de un pelirrojo gigan­tesco que, desnudo hasta la cintura, daba vueltas como una peonza, sosteniendo en sus manos extendidas un objeto largo y pesado. De repente dej de dar vueltas y solt el objeto, que vol a una gran distancia antes de caer y rebotar sobre la hierba, donde se vio que era un martillo. Divertimundo era una feria, no una granja;

ahora Jack vio mesas repletas de comida y nios sobre los hom­bros de sus padres.

En medio de la feria, asegurndose de que cada correa y arns se hallaba en buen estado y cada horno provisto de lea, habra un Speedy Parker? Jack as lo esperaba.

Y estara an su madre sola en el Saln de T y Mermelada, preguntndose por qu le haba dejado marchar?

Jack dio media vuelta y vio el carro largo cruzar tambalen­dose la verja del palacio de verano y torcer hacia la izquierda, separando a la gente que paseaba por all como un coche que abandona la Quinta Avenida para coger una calle transversal, separa a los peatones de sta. Al cabo de un momento ech a andar en pos de l.

2

Haba temido que todo el gento que paseaba por los terrenos del pabelln se volvera a mirarle, intuyendo al instante la diferencia que haba entre ellos. Jack cuidaba de mantener los ojos bajos siempre que poda e imitaba a un muchacho que cumple un en­cargo complicado, como atender a una lista de cosas; su rostro expresaba concentracin para recordarlas. Una pala, dos picos, un rollo de cordel, una botella de manteca de ganso... Pero poco a poco se dio cuenta de que ninguno de los adultos que estaban ante el palacio de verano haca el menor caso de l. Iban de prisa o se rezagaban, inspeccionaban la mercanca —alfombras, cacha­rros de hierro, pulseras— expuesta en las pequeas tiendas, beban con jarritas de madera, se tiraban de la manga para hacer un comentario o iniciar una conversacin, discutan con los centine­las de la puerta, cada uno absorto en su propia ocupacin. La imitacin de Jack era tan innecesaria, que resultaba ridicula. Se enderez y empez a abrirse camino, movindose generalmente en un semicrculo irregular, en direccin a la puerta.

Haba visto casi inmediatamente que no podra cruzarla as como as; los dos centinelas apostados a ambos lados detenan e interrogaban a casi todos los que intentaban llegar al interior del palacio de verano. Los hombres tenan que ensear sus documentos o exhibir insignias o sellos que les facilitaban el acceso. Jack slo tena la pa de Speedy Parker y no crea que aquello bastase para que le franquearan la entrada. Un hombre que ahora llegaba a la puerta sac una insignia redonda, de plata, y fue admitido con un ademn; el que le segua fue detenido. Primero discuti y luego cambi de actitud y Jack vio que estaba supli­cando. El centinela mene la cabeza y orden al hombre que se

alejara.

Sus hombres no tienen ningn problema para entrar —dijo

alguien a la derecha de Jack, resolviendo al instante el problema del lenguaje de los Territorios, y Jack volvi la cabeza para ver

si el hombre se haba dirigido a l.

Pero el hombre de mediana edad que caminaba a su lado ha­blaba con otro, vestido tambin con las ropas sencillas de casi todos los hombres y mujeres del exterior del palacio.

—Sera igual que no lo hicieran —contest el segundo hom­bre—. No est aqu, aunque supongo que vendr hoy a una hora

u otra.

Jack se coloc detrs de los dos y les sigui hacia la puerta.

Los centinelas fueron a su encuentro y, como ambos hombres se dirigieron al mismo centinela, el otro hizo una sea al que \. tena ms cerca. Jack permaneci un poco apartado. An no haba visto a nadie con una cicatriz ni tampoco a ningn oficial. Los nicos soldados a la vista eran los dos centinelas, ambos jvenes y rsticos, de caras anchas y rubicundas, que parecan disfrazados con sus uniformes de gorguera y pliegues. Los dos hombres a quienes Jack haba seguido debieron haber pasado la inspeccin, pues tras unos momentos de conversacin los hombres uniforma­dos retrocedieron para dejarles libre la entrada. Uno de ellos mir de repente a Jack y ste volvi la cabeza y retrocedi.

A menos que encontrara al capitn de la cicatriz, jams podra

entrar en el recinto del palacio,

Un grupo de hombres se acerc al centinela que haba mirado

a Jack e inmediatamente empezaron a discutir. Tenan una cita, era crucial para ellos ser admitidos, mucho dinero dependa de ello, pero lamentaban no tener documentos. El centinela mene la cabeza, rascndose el mentn sobre la blanca gorguera del uni­forme. Mientras Jack los contemplaba, todava preguntndose cmo podra encontrar al capitn, el jefe del pequeo grupo agit las manos en el aire y se golpe la palma con el puo. Tena la cara tan roja como el guarda. Al final empez a golpear a ste con el ndice y el otro centinela se acerc a su compaero; ahora

ambos parecan cansados y hostiles.

Un hombre alto y erguido que vesta un uniforme sutilmente

distinto del de los centinelas —tal vez era el modo de llevarlo, pero pareca servir para la guerra, adems de para una opereta— apareci a su lado sin el menor ruido. Jack se fij un segundo despus en que no llevaba gorguera y su gorra era puntiaguda y no un tricornio. Habl a los guardas y luego se volvi hacia el jefe del grupo. Ya no hubo ms gritos ni ms golpes con el dedo. El hombre hablaba en voz baja y Jack not que el peligro se desvaneca. Los componentes del grupo se apoyaron ya sobre un pie, ya sobre el otro, y sus hombros se encogieron, al tiempo que empezaban a distanciarse. El oficial les sigui con la mirada y en­tonces hizo una observacin final a los centinelas.

Por un momento, mientras el oficial miraba en direccin a Jack, pero en realidad para ahuyentar de su presencia a los hom­bres, Jack vio una larga y delgada cicatriz que serpenteaba desde debajo del ojo derecho hasta justo encima de la mandbula.

El oficial salud a los centinelas con un movimiento de cabeza y ech a andar a paso rpido. Sin mirar a derecha ni izquierda, camin por entre la multitud, dirigindose al parecer a un lado del palacio de verano. Jack corri tras l.

—Seor) —grit, pero el oficial sigui su camino entre la lenta procesin de gente.

Jack rode corriendo un grupo de hombres y mujeres que llevaban un cerdo a una de las pequeas tiendas, se meti como una exhalacin entre dos hileras de personas que se aproximaban a la puerta y por fin se encontr lo bastante cerca del oficial para alargar la mano y tocarle el hombro.

—Capitn!

El oficial se volvi en redondo y Jack se qued inmvil. De cerca, la cicatriz pareca grande y abierta, como un ser vivo ado­sado a la cara del hombre. Incluso sin cicatriz, pens Jack, aquel rostro sera capaz de expresar una tremenda impaciencia.

—Qu quieres, chico? —pregunt.

—-Capitn, me han encargado que hable con usted... Tengo que ver a la Seora, pero no creo que pueda entrar en palacio. Oh, y debo ensearle esto. —Meti la mano en el amplio bolsillo de los extraos pantalones y cerr los dedos en torno a un objeto triangular.

Cuando abri la palma, el pasmo le sobrecogi: lo que tena en la mano no era una pa sino un diente largo, un diente de ti­burn, tal vez, con incrustaciones de oro formando un dibujo intrincado y sinuoso.

Cuando Jack mir la cara del capitn, esperando a medias que le golpeara, vio reflejado su mismo sobresalto. De la impaciencia, que haba parecido tan caracterstica en l, no quedaba ni rastro. La incertidumbre e incluso el miedo, contrajeron un instante las facciones enrgicas del capitn, que alarg la mano hacia la de Jack, haciendo pensar al muchacho que quera arrebatarle el or­namentado diente, y l se lo hubiera dado, pero el hombre se limit a cerrar los dedos de Jack sobre el objeto.

—Sgueme —dijo.

Caminaron hasta el costado del gran pabelln y all el capitn condujo a Jack al interior por una abertura en forma de gran vela practicada en la lona plida y rgida. En la penumbra que reinaba detrs de la lona, el rostro del soldado pareca marcado Por una gruesa tiza de color rosa.

—Ese signo —dijo con bastante calma— ...de dnde lo has sacado?

—De Speedy Parker. l me dijo que deba encontrarle a usted Y enserselo.

El hombre mene la cabeza.

—No conozco este nombre. Quiero que me des el signo ahora. Ahora mismo. —Agarr con firmeza la mueca de Jack—. Dmelo y despus dime dnde los has robado.

—Le he dicho la verdad —dijo Jack—. Me lo dio Lester Speedy Parker. Trabaja en Divertimundo. Slo que no me dio un diente, sino una pa de guitarra.

—Me parece que no entiendes lo que va a sucederte, muchacho.

—Usted le conoce —protest Jack—. Y l le describi... me dijo que era un capitn de los. Guardias Exteriores. Speedy me

encarg que le buscara.

El capitn mene la cabeza y apret con ms fuerza la mu­eca de Jack.

—Descrbeme a este hombre. Voy a averiguar ahora mismo si ests mintiendo, muchacho, as que te conviene describirle bien.

—Speedy es viejo —contest Jack—; antes era msico. —Le pareci ver un destello evocador en los ojos del hombre—. Es negro... un hombre negro. Con los cabellos blancos. Muchas arru­gas en la cara. Y est bastante flaco, aunque es mucho ms fuerte

de lo que parece.

—Un hombre negro. Quieres decir, moreno?

—Bueno, los negros no son realmente negros, del mismo modo que los blancos no son realmente blancos.

—Un hombre moreno llamado Parker. —El capitn solt con suavidad la mueca de Jack—. Aqu se llama Parkus. De manera que t eres de... —e indic con la cabeza un punto distante e

invisible del horizonte.

—Eso es —asinti Jack.

—Y Parkus... Parker... te ha enviado a ver a nuestra Reina.

—Dijo que deseaba que viera a la Seora y que usted me lle­vara ante ella.

—Y tiene que ser de prisa —dijo el capitn—. Creo que s

cmo hacerlo, pero no podemos perder mucho tiempo. —Haba cambiado de actitud mental con una eficiencia castrense—. Ahora, escchame. Por aqu tenemos bastantes malvados, as que vamos a fingir que eres mi hijo ilegtimo. Me has desobedecido en relacin con un pequeo encargo y estoy enfadado contigo. Creo que nadie nos detendr si fingimos de una manera convincente. Por lo menos, podr introducirte en el interior... pero las cosas podran compli­carse una vez ests dentro. Crees que sabrs hacerlo? Conven­cer a la gente de que eres mi hijo?

—Mi madre es actriz —respondi Jack, volviendo a sentirse

orgulloso de ella.

—Muy bien, pues veamos lo que has aprendido —dijo el ca­pitn y sorprendi a Jack con un guio—. Tratar de no hacerte dao. —Sobresalt otra vez a Jack, agarrndole con mucha fuer­za por el brazo—. Vamos —aadi, saliendo de la tienda y casi

arrastrando al muchacho detrs de l.

—Cuando te digo que laves las baldosas de detrs de la cocina, esto es exactamente lo que debes hacer —grit el capitn, sin mirarle—. Entendido? Debes hacer tu trabajo. Y si no lo haces,

sers castigado.

—Pero yo he lavado algunas baldosas... —gimi Jack.

—Yo no te he dicho que lavaras algunas\ —vocifer el capitn, tirando de l. La gente se apartaba para dejarles pasar y algunos

sonrean a Jack con simpata.

—Iba a lavarlas todas, de verdad, tenia intencin de volver en

seguida...

El militar le arrastr hasta la puerta y, sin mirar siquiera a los centinelas, cruz el umbral.

—No, pap! —chill Jack—. Me haces dao!

—No tanto como el que te voy a hacer —replic el capitn, con­ducindole a travs del gran patio que Jack haba visto desde el camino de carros.

En el otro extremo del patio le hizo subir unos escalones de madera y entraron en el palacio.

—Ahora tendrs que esmerarte en la interpretacin —le su­surr el hombre, enfilando un largo pasillo y apretando tanto el

brazo de Jack, que seguramente se lo dejara lleno de cardenales.

—Prometo hacerlo bien! —grit.

El hombre le arrastr hasta otro pasillo ms estrecho. El in­terior del palacio no se pareca en absoluto a una tienda, sino

que era un laberinto de pasillos y habitaciones pequeas y ola a humo y grasa.

—Promtelo! —grit el capitn.

—;Lo prometo! De verdad!

Cuando salieron de otro pasillo vieron enfrente de ellos a un grupo de hombres vestidos con indumentarias muy ornamentadas que se apoyaban en la pared o estaban recostados en divanes. Todos volvieron la cabeza para mirar a aquella pareja tan ruidosa;

uno de ellos, que se diverta dando rdenes a un par de mujeres

cargadas con montones de sbanas dobladas, ech una ojeada suspicaz a Jack y al capitn.

—Y yo prometo golpearte hasta que hayas expiado tu pecado —dijo el capitn en voz alta.

Dos hombres rieron. Llevaban sombreros flexibles de ala ancha, adornados con piel, y botas de terciopelo. Sus rostros eran ambi­ciosos y malvolos. El hombre que hablaba a las sirvientas, el que pareca ostentar el mando, era alto y delgado como un es­queleto. Su cara tensa y ambiciosa se mantuvo vuelta hacia el militar y el muchacho una vez hubieron pasado.

—Por favor, no! —gimi Jack—. Por favor!

—Cada por favor vale por otro bastonazo —grit el capitn y los hombres rieron de nuevo. El delgado se permiti esbozar

una sonrisa fra como la hoja de un cuchillo antes de volverse otra vez hacia las sirvientas.

El capitn hizo entrar al muchacho de un tirn en un apo­sento lleno de polvorientos muebles de madera. All solt por fin el dolorido brazo de Jack.

—sos eran sus hombres —murmur—. Cmo ser la vida cuando... —Mene la cabeza y por un momento pareci olvidar su prisa—. En el Libro del buen agricultor se dice que los humil­des heredarn la tierra, pero esos individuos no tienen ni un gramo de humildad. Slo .sirven para robar. Quieren riquezas, quieren... —Mir hacia arriba, reacio o incapaz de decir qu ms Queran aquellos hombres. Entonces mir de nuevo al muchacho—. Tendremos que actuar con rapidez, aunque todava hay algunos secretos en el palacio que sus hombres ignoran.

Hizo una sea hacia un lado, indicando una gastada pared de madera.

Jack le sigui y le comprendi al ver que el capitn presionaba dos clavos planos y marrones que sobresalan del extremo de un tabln polvoriento. Un panel de la pared se desliz hacia dentro, descubriendo un pasaje negro y oscuro no ms alto que un atad colocado en posicin vertical.

—Slo podrs verla un instante, pero supongo que no necesitas ms. En cualquier caso, es todo lo que puedes conseguir.

El muchacho obedeci la instruccin tcita de introducirse en el pasaje.

—Sigue recto hasta que te avise —murmur el capitn.

Cuando hubo cerrado el panel detrs de s, Jack empez a avan­zar lentamente en una oscuridad total.

El pasaje serpenteaba de un lado a otro, iluminado a veces por

la luz dbil de una rendija de puerta o de una ventana situada sobre la cabeza de Jack. Pronto perdi todo sentido de orientacin y segua a ciegas las instrucciones que su compaero le susurraba. En un momento dado percibi el delicioso olor de la carne asada

y en otro el hedor inconfundible de una cloaca.

—Detente —dijo por fin el capitn—. Ahora tendr que alzarte.

Levanta los brazos.

—Podr ver algo?

—Lo sabrs dentro de un segundo —respondi el capitn, po­niendo una mano debajo de cada brazo de Jack y levantndole del suelo—. Ahora tienes un panel delante de ti —susurr—; emp­jalo hacia la izquierda.

Jack busc a tientas y toc madera lisa, que se desliz fcil­mente hacia el lado, iluminando el pasaje lo suficiente para per­mitirle ver una araa del tamao de un gatito que suba hacia el techo. Abajo, vio una habitacin grande como un vestbulo de hotel, llena de mujeres vestidas de blanco y muebles tan orna­mentados 'que recordaron al muchacho todos los museos que haba visitado con sus padres. En el centro de la estancia, una mujer yaca dormida o inconsciente en una cama inmensa; slo su cabeza y hombros eran visibles encima de la sbana.

Y entonces Jack grit de susto y terror porque la mujer que yaca en la cama era su madre. Era su madre y se estaba mu­riendo.

—Ya la has visto —murmur el capitn, sosteniendo a Jack

con ms firmeza.

Jack miraba fijamente a su madre, con la boca abierta. Se estaba muriendo, ya no le caba la menor duda; incluso su piel pareca descolorida y sin vida y los cabellos se haban emblan­quecido. Las enfermeras que la rodeaban se afanaban de un lado a otro, estirando las sbanas o arreglando los libros de la mesa, pero adoptaban esta actitud ocupada y resuelta porque no tenan idea de cmo ayudar a su paciente. Saban que para aquella clase de paciente no exista ningn remedio verdadero. Lo mximo que podan hacer era retrasar la muerte un mes ms o tan slo una semana.

Volvi a mirar el rostro inmvil como una mscara de cera

y vio por fin que la mujer de la cama no era su madre. Tena el mentn ms redondo y la forma de la nariz ms clsica. La mujer moribunda era la Gemela de su madre: Laura DeLoessian. Si. Speedy quera que viese algo ms, no era capaz de ello; aquel rostro blanco e inmvil no le deca nada de la mujer a la cual perteneca.

—Ya es suficiente —murmur, empujando el panel para ce­rrarlo, y el capitn le baj hasta el suelo. Jack pregunt en la oscuridad:

—Qu le ocurre?

—Nadie es capaz de averiguarlo —contest el capitn—. La Rei­na no puede ver, no puede hablar, no puede moverse... —Se hizo un silencio v luego el capitn toc la mano de Jack y aadi—: De­bemos regresar.

Salieron sin hacer ruido de la oscuridad al aposento vaco y polvoriento. El capitn se quit unas gruesas telaraas de la pe­chera del uniforme. Observ a Jack durante un largo momento, con la cabeza ladeada y la preocupacin patente en su rostro.

—Ahora tienes que contestar a una pregunta ma —dijo.

—Muy bien.

—Te han enviado para salvarla? Para salvar a la Reina? Jack asinti.

—Creo que s... en parte. Dgame slo una cosa.—Titube—. Por qu no se apoderan del gobierno esos canallas? Ella no podra impedrselo.

El capitn sonri, pero sin el menor rastro de humor.

—Estoy yo —dijo— y mis hombres. Nosotros se lo impedira­mos. No s qu traman en los puestos fronterizos, donde el orden es precario... pero aqu somos fieles a la Reina. —Un msculo de debajo del ojo, en la mejilla que no tena cicatriz, salt como un pez. Sus manos estaban juntas, palma contra palma—. Y tus

instrucciones, tus rdenes, lo que sean... son que te dirijas al oeste, verdad?

Jack casi poda sentir la vibracin del hombre, que slo conse­gua reprimir su creciente excitacin gracias a toda una vida acostumbrada a la autodisciplina.

—Exacto —contest—. Tengo instrucciones de ir al oeste. No est bien? No debera ir al oeste, al otro Alhambra?

—No puedo decirlo, no puedo decirlo —mascull el capitn, retrocediendo un paso—. Ahora tenemos que salir de aqu. Yo no puedo decirte qu debes hacer. —El muchacho vio que casi no se atreva ni a mirarle—. Pero no puedes quedarte aqu ni un minuto ms. Intentemos, ah, intentemos que te halles fuera y lejos de aqu antes de que llegue Morgan.

—Morgan? —repiti Jack, casi pensando que no haba odo bien el nombre—. Morgan Sloat? Se dirige hacia aqu?

captulo 7

FARREN

1

El capitn dio la impresin de no or la pregunta de Jack. Miraba hacia un rincn del aposento vaco y deshabitado como si hu­biera algo que ver. Sin embargo, pensaba mucho y de prisa, segn advirti Jack, y to Tommy le haba enseado que interrum­pir a un adulto mientras reflexionaba era tan descorts como interrumpirle mientras hablaba. Sin embargo...

Mantente alejado del viejo Bloat. Vigila sus huellas... las suyas y las de su Gemelo... te perseguir como un zorro persigue a un

ganso.

Haban sido palabras de Speedy y Jack se haba concentrado tanto en el Talismn que casi las haba olvidado. Ahora las re­cord y asimil con una desgradable sensacin que fue como un

mazazo en la nuca.

—Qu aspecto tiene? —pregunt con urgencia al capitn.

—Morgan? —inquiri a su vez este ltimo, como despertn­dose de un sueo.

—Es grueso? Grueso y un poco calvo? Hace esto cuando se enfurece? —Y empleando su don innato para la imitacin, un don que haca desternillar de risa a su padre incluso cuando estaba cansado y deprimido, Jack remed a Morgan Sloat. Su rostro envejeci cuando frunci el entrecejo como lo haca to Morgan al enojarse con alguien. Al mismo tiempo, hundi las mejillas y baj la cabeza para simular una papada. Sac los labios hacia afuera como un pez y movi rpidamente las cejas hacia arriba y hacia abajo—. Pone esta cara?

—No —dijo el capitn, pero en sus ojos apareci un destello, el mismo que cuando Jack le haba dicho que Speedy era viejo—. Morgan es alto y lleva el pelo largo —el capitn se llev la mano al hombro derecho para ensearle la longitud— y cojea porque tiene un pie deforme. Usa una bota especial, pero... —Se encogi

de hombros.

—Me ha parecido que le conoca cuando me ha visto imi­tarle! Usted...

—Shhh! No en voz tan alta, muchacho! Jack baj la voz.

—Creo que conozco a ese tipo —dijo... y por primera vez sinti el miedo como una emocin asimilada... algo que poda comprender mejor de lo que an comprenda a este mundo. To Morgan aqu? Dios mo!

Morgan es slo Morgan. No se puede bromear con l, mu­chacho. Vamos, salgamos de aqu.

Volvi a cerrar la mano en tomo al brazo de Jack, quien hizo una mueca de dolor pero resisti.

Parker se convierte en Parkus. Y Morgan... es una coincidencia

demasiado grande. 82

—An no —dijo. Se le haba ocurrido otra pregunta—. Tuvo ella un hijo?

—La Reina?

—S.

—En efecto, tuvo un hijo —contest de mala gana el capitn—. Muchacho, no podemos quedamos aqu, tenemos que...

—Hbleme de l!

—No hay nada que contar —respondi el capitn—. El nio muri casi recin nacido, a las seis semanas escasas. Se rumore que uno de los hombres de Morgan —Osmond, tal vez— lo es­trangul. Pero los rumores de esta clase son siempre ociosos. No estimo a Morgan de Orris pero todo el mundo sabe que un nio de cada doce muere en la cuna. Nadie conoce el motivo; mueren misteriosamente, sin causa alguna. Hay un dicho: Dios isyone de los suyos. Ni siquiera un beb de sangre real es una excepcin a los ojos del Carpintero. Eh, muchacho... Ests bien?

Jack sinti que el mundo se oscureca a su alrededor. Se tam­bale y, cuando el capitn le sostuvo, sus manos fuertes se le antojaron suaves como almohadas de pluma.

l casi haba muerto poco despus de nacer.

Su madre le haba contado la historia; que le encontr quieto y al parecer sin vida en su cuna, con los labios azulados y las mejillas del color de las velas funerarias despus de haber sido apagadas. Le cont que haba corrido a la sala de estar con l en los brazos. Su padre y Sloat estaban sentados en el suelo, drogados por los porros y el vino, mirando un combate de boxeo por televisin. Su padre le arranc de los brazos de su madre y le apret la nariz con la mano izquierda, usando toda su fuerza, para cerrrsela (Tuviste la nariz morada durante casi un mes, Jacky, le haba contado su madre con una risa histrica), mien­tras cubra con sus labios la boquita de Jack, y Morgan gritaba:

No creo que esto sirva de nada, Phil, no creo que esto sirva de nada!-

(To Morgan estuvo extrao, verdad, mam?, haba comen­tado Jack. S, muy extrao, Jack-O, le contest su madre, sonrien­do sin ganas y encendiendo otro Herbert Tarrytoon con la colilla que an arda en el cenicero.)

—Muchacho! —murmur el capitn, sacudindole con tanta fuerza, que la cabeza inerte de Jack hijo crujir el cuello—. Mu­chacho! Maldita sea! Si te desmayas...

—Estoy bien —dijo Jack, con una voz que pareca venir de muy lejos, como la del locutor de los Dodgers cuando uno pasaba en coche descapotado al atardecer por el borde del Barranco Chavez, distante y despertando ecos, como si las incidencias del Partido de bisbol fueran un dulce sueo—. Estoy bien, no me sa-cuda, quiere? Djeme respirar.

El capitn dej de sacudirle pero le mir con ansiedad.

—Estoy bien —repiti Jack y de repente se peg una bofetada en la mejilla con toda su fuerza—. !Ay! —Pero el mundo volvi a quedar enfocado.

Casi haba muerto en la cuna, en aquel apartamento que teman entonces, que casi no recordaba, y que su madre siempre llam el Palacio de Sueos en Tecnicolor por la vista espectacular de las colinas de Hollywood que se dominaba desde la sala de estar. Casi haba muerto en la cuna y su padre y Morgan Sloat haban bebido vino, y cuando se bebe mucho vino se orina mucho, y re­cordaba el Palacio de Sueos en Tecnicolor lo suficiente para saber que para ir al cuarto de bao ms cercano a la sala de estar era preciso cruzar la habitacin que l ocupaba cuando

era un beb.

Se lo imagin: Morgan Sloat levantndose, sonriendo tran­quilo, diciendo algo parecido a: Un segundo mientras hago un poco de sitio, Phil; su padre mirando apenas a su alrededor porque Haystack Calhoun estaba a punto de lanzar a la Peonza o al Durmiente contra algn desgraciado adversario; Morgan pa­sando de la brillante luz del televisor de la sala de estar a la dirusa penumbra del cuarto infantil, donde el pequeo Jacky Sawyer dorma con su pijama provisto de pies, caliente y cmodo con su paal limpio. Vio a to Morgan mirando de soslayo, furtivamente, el gran rectngulo iluminado de la puerta que daba a la sala de estar, con el entrecejo fruncido y los labios sacados hacia afuera como los labios helados de una perca de lago; vio a to Morgan coger un almohadn de una silla cercana y cubrir con ella, suave pero firmemente, toda la cabeza del beb dormido y aguantndola con una mano mientras presionaba con la palma de la otra la espalda del beb. Y cuando hubo cesado todo movimiento, vio a to Morgan dejar el almohadn sobre la silla donde Lily se sentaba para amamantar al nio y dirigirse al cuarto de bao para orinar.

Si su madre no hubiera entrado a verle casi inmediatamente...

Su cuerpo qued baado en un sudor fro.

No haba ocurrido de aquel modo? Era muy posible que s. Su corazn le deca que s. La coincidencia era demasiado per­fecta, demasiado completa, sin la menor fisura.

A la edad de seis semanas, el hijo de Laura DeLoessian, Reina

de los Territorios, haba muerto en la cuna.

A la edad de seis semanas, el hijo de Phil y Lily Sawyer casi

haba muerto en la cuna... y Morgn Sloat estaba all.

Su madre siempre terminaba el relato con una broma: Phil Sawyer casi haba destrozado su Chrysler cuando sali de estam­pida hacia el hospital despus de que Jacky hubiera empezado

a respirar otra vez.

Muy gracioso, s, muy gracioso.

2

—Anda, vamonos —urgi el capitn.

—De acuerdo —dijo Jack. An se senta dbil, aturdido—. Est

bien, va...

Shhhh! —El capitn se volvi bruscamente al or unas voces

que se aproximaban. La pared de la derecha no era de madera, sino de lona gruesa y slo llegaba hasta unos diez centmetros del suelo, dejando un hueco por el que Jack pudo ver pasar unas botas. Cinco pares de botas de soldado.

Una voz domin la algaraba:

—...no saba que tena un hijo.

—Bueno —contest otro—, los bastardos engendran bastar­dos... un hecho que t deberas conocer muy bien. Simn.

Esta salida suscit una serie de carcajadas huecas y brutales, las que Jack oa entre los chicos mayores de la escuela, los que se iban de juerga a los antros de detrs de la carpintera y lla­maban a los chicos ms jvenes nombres misteriosos y en cierto modo aterradores: mariquita, sodomita y morfadicto, nombres repugnantes, cada uno de los cuales era seguido por risotadas vulgares exactamente iguales que stas.

—Cerrad el pico! Cerrad el pico! —una tercera voz—. Si os oye l, haris guardia en una avanzada antes de que se pongan treinta soles!

Murmullos.

Una risa ahogada.

Otra broma, esta vez ininteligible. Ms risas cuando ya se alejaban.

Jack mir al capitn, que tena la vista fija en la corta pared de lona y los labios apretados contra las encas, enseando todos los dientes. No caba duda sobre el hombre a quien se referan. Y si hablaban de l, alguien poda escucharles... alguien hostil que poda estar preguntndose quin sera en realidad este hijo ilegtimo aparecido de improviso. Incluso un chico como l saba esto.

—Has odo lo suficiente? —dijo el capitn—. Hemos de mo­vemos. —Pareca deseoso de sacudir a Jack... pero no se atreva.

Tus instrucciones, tus rdenes, lo que sean... son dirigirte al oeste, verdad?

Ha cambiado, pens Jack. Ha cambiado dos veces. Una vez, cuando Jack le haba enseado el diente de tiburn, que era un dedal de guitarra cincelado en el mundo por cuyas carreteras pasaban camiones de reparto en vez de carros tirados por caballos. Y otra vez, cuando Jack le haba confirmado que iba al oeste. Haba pasado de la amenaza a la decisin de ayudarle, y a... a qu?

No puedo decrtelo. No te puedo decir qu debes hacer.

A. algo parecido al temor... o al terror religioso.

Quiere salir de aqu porque tiene miedo de que nos cojan,

pens Jack. Pero hay algo ms, creo yo... Tiene miedo de m,

miedo de...

Vamos —insisti el capitn—, de prisa, por el amor de Jason.

—Por el amor de qu? —inquiri estpidamente Jack, pero el capitn ya estaba tirando de l, arrastrndole hacia la izquierda y despus por un pasillo que era de madera por un lado y de una lona rgida y mohosa por el otro.

—No hemos venido por aqu —susurr Jack.

—No quiero pasar por delante de los tipos que nos han visto entrar —murmur el capitn—. Los hombres de Morgan. Has visto al ms alto? Aquel tan delgado que parece transparente?

—S. —Jack recordaba la dbil sonrisa y los ojos que no sonrean. Los otros parecan blandos, pero el delgado se vea duro. Y tambin demente. Y otra cosa: se le habla antojado ligeramente

familiar.

—Es Osmond —dijo el capitn, arrastrando ahora a Jack hacia

la derecha.

El olor de carne asada haba ido creciendo en intensidad y ahora todo el aire estaba impregnado de l. Jack no haba olido en toda su vida una carne que deseara tanto saborear. Estaba asustado, se hallaba mental y emocionalmente exhausto, quiz bordeando la locura... pero la boca se le haca agua.

—Osmond es la mano derecha de Morgan —gru el capitn—. Ve demasiado y yo preferira que no te viera dos veces, mu­chacho.

—Qu quiere decir?

—Sssssst! —Apret todava ms al brazo dolorido de Jack. Se estaban acercando a una ancha cortina que penda de una puerta. A Jack le pareci una cortina de ducha, slo que la tela era una arpillera tan tosca y ancha que casi pareca una red y las anillas de las que colgaba eran de hueso y no de cromo—. Ahora, llora —susurr el capitn en tono carioso al odo de Jack.

Apart la cortina e hizo entrar a Jack en una enorme cocina llena de aromas penetrantes (en los que la carne segua predomi­nando) y oleadas de caliente vapor. Jack atisbo confusamente unos braseros, una gran chimenea de piedra y rostros de mujer enmarcados por ondeantes pauelos blancos que le recordaron a las tocas de las monjas. Algunas estaban en hilera ante una larga artesa de hierro sostenida por caballetes y tenan los ros­tros enrojecidos y perlados de sudor mientras lavaban potes y utensilios de cocina. Otras estaban detrs de un mostrador largo como toda la anchura de la habitacin, rebanando, troceando, mondando y quitando el corazn de frutas y hortalizas. Una iba cargada con unas parrillas repletas de pasteles crudos. Todas miraron fijamente a Jack y al capitn cuando stos entraron

en la cocina.

—Nunca ms! —grit el capitn a Jack, sacudindole como un terrier a una rata... pero sin dejar de avanzar rpidamente por la estancia, en direccin a las puertas de doble batiente del fondo—. Nunca ms, me oyes? La prxima vez que descuides tus obliga­ciones te har un corte en la piel de la espalda y te pelar como a una patata asada! —Y en un murmullo, aadi—: Todas lo re­cordarn y todas hablarn, as que llora, maldita sea!

Entonces, mientras el capitn de la cicatriz le arrastraba por la humeante cocina, sujetndole por el cogote y el brazo dolo­rido, Jack procur evocar la terrible imagen de su madre yacente en una sala funeraria. La vio rodeada de volantes de organd blanco... yaca en su atad y llevaba el traje de novia que haba lucido en Pelea callejera (RKO, 1953). Su rostro fue adquiriendo cada vez ms claridad en la mente de Jack, una perfecta efigie de cera, y vio en sus orejas los diminutos pendientes, una cruz de oro, que Jack le haba regalado por Navidad dos aos atrs. Entonces la cara cambi; el mentn se tom ms redondo y la nariz ms recta y patricia. Los cabellos se aclararon un poco y se hicieron ms gruesos. Ahora era Laura DeLoessian a quien vea en el atad y ste ya no era un atad annimo y especial de una funeraria, sino que pareca haber sido tosca y furiosamente hecho con un viejo tronco y un par de hachazos. Un atad de vikingo, si algn da haba existido algo as; era ms fcil imaginar este atad siendo quemado sobre un montn de troncos empapados de petrleo que siendo bajado a una indiferente sepultura de tierra. Era Laura DeLoessian, Reina de los Territorios, pero en esta imagen que pareca ms clara que una visin, la Reina lleva­ba el vestido de novia de su madre en Pelea callejera y los pen­dientes con una cruz de oro que to Tommy le haba ayudado a elegir en Sharp de Beverly Hills. De pronto las lgrimas brota­ron como un chorro ardiente —no lgrimas simuladas, sino reales— no slo por su madre sino por ambas mujeres solitarias, que moran separadas por universos enteros, unidas por un cordn invisible que poda pudrirse, pero nunca romperse, por lo menos hasta que ambas estuvieran muertas.

A travs de las lgrimas vio a un gigante envuelto en un ropa­je ancho y blanco que cruzaba la habitacin a toda prisa en di­reccin a ellos. En vez de ir tocado con una gorra de cocinero, llevaba en la cabeza un pauelo rojo, pero Jack pens que su finalidad era la misma: identificar al hombre como jefe de la

cocina. Tambin empuaba un tenedor de tres dientes, de madera y aspecto maligno.

afuerra.' —les chill el chef, con una voz aflautada que resultaba absurda al provenir de aquel enorme pecho abombado;

era la voz de un remilgado gay regaando a un aprendiz de za­patero.

Pero no haba nada absurdo en el tenedor, que pareca mor­tfero.

Ante este ataque, las mujeres se dispersaron como una bandada de pjaros. Un pastel de la parrilla inferior cay al suelo y la mujer profiri un grito estridente y desesperado al verlo deshecho sobre el pavimento de madera. El zumo de fresas salpic y fluy, rojo, fresco y brillante como sangre arterial.

salit DE MI COSINA; RRUFIANES ! no ES UN ATAJJO NI UNA PISSTA DE CARRRRERRAS! es MI COSINA Y SI NO LO RRECORDIS, PORR dios QUE DIRR AL TRRINCHADOR QUE OS TRRINCHE EL TRRASERRO!

Les persigui con el tenedor, volviendo a medias la cabeza mientras gritaba y entrecerrando los ojos, como si a pesar de sus amenazas encontrara demasiado gauche la idea de la sangre caliente. El capitn baj la mano que sujetaba el cogote de Jack y la alarg... casi distradamente, o as se le antoj a Jack. Un momento despus, el chef estaba en el suelo, tendido cuan largo era (ms de dos metros). El tenedor de trinchar yaca en un charco de salsa de fresas, entre pedazos de hojaldre blanco sin cocer. El chef rodaba por el suelo, agarrndose la mueca de­recha fracturada y chillando con su voz estridente de tiple. La novedad que gritaba a la habitacin en general era bastante triste: estaba muerto, el capitn le haba asesinado (palabra que pronunci assasse-nad con su extrao acento casi teutnico);

como mnimo estaba lisiado, pues el cruel y feroz capitn de los Guardias Exteriores le haba aplastado la mano derecha, pri­vndole as de su medio de subsistencia y condenndole a vivir como un mendigo todos los aos que an le quedaban; el capitn le haba infligido un dolor terrible, un dolor inaudito imposible

de soportar...

Cllate! —vocifer el capitn, y el chef se call. Inmediatamente. Yaca en el suelo como un beb inmenso, con la mano derecha cerrada sobre el pecho, con el pauelo rojo ladeado sobre una oreja, dndole aspecto de borrachn y dejando al descubierto la otra, en el centro de cuyo lbulo llevaba una pequea perla negra, y con las gruesas mejillas temblequeando. Las mujeres lanzaron exclamaciones y rieron cuando el capitn se inclin sobre el temido ogro de la humeante caverna donde las pobres pasaban sus das y sus noches. Jack, todava llorando, atisbo a un mucha­cho negro (moreno, se corrigi) en un extremo del brasero ms grande. El muchacho tena la boca abierta y el rostro sorprendido tan cmicamente como el de una representacin teatral de negros, pero no dej de dar vueltas a la manivela que haca girar el

asado sobre las brasas ardientes.

—Ahora escucha porque voy a darte un consejo que no encon­trars en el Libro del buen agricultor —dijo el capitn. Se inclin ms sobre el chef hasta casi tocarle la nariz (sin aflojar la parali­zante presin sobre el brazo de Jack, que ahora ya estaba compasi­vamente insensible, sin aflojarla ni una pizca)—. No ataques nunca ms... nunca ms... a un hombre con un cuchillo... o un tenedor... o una lanza... ni siquiera con una maldita astilla en la mano, a menos que tengas intencin de matarle. Uno espera mal genio en los chefs, pero el mal genio no incluye ataques a la persona del capitn de la Guardia Exterior. Me has comprendido?

El chef profiri un gemido y dijo algo lacrimoso y desafiante. Jack no pudo entenderlo bien —el acento del hombre pareca cada vez ms fuerte— pero tena algo que ver con la madre del capitn y los perros del muladar que haba detrs del pabelln.

—Puede ser —replic el capitn—; nunca conoc a la dama. Pero esto no contesta a mi pregunta. —Propin un puntapi al chef con una de sus botas polvorientas. Fue un puntapi leve, pero el chef chill como si el capitn le hubiera pateado con todas sus fuerzas. Las mujeres volvieron a rer con disimulo.

—Hemos llegado o no a un acuerdo sobre el tema de los chefs, las armas y los capitanes? Porque, de lo contrario, quiz

convendra darte otra leccin.

—Estamos de acuerdo! —jade el chef—,. Lo estamos! Lo estamos! Estamos...

—Muy bien, porque ya he tenido que dar demasiadas lecciones en el da de hoy. —Sacudi a Jack por el cogote—. Verdad, mu­chacho? —Volvi a sacudirle y Jack profiri un grito que no era fingido en absoluto—. Bueno, supongo que es todo cuanto sabe decir. Es un retrasado, como su madre.

El capitn lanz una ojeada a su alrededor.

—Buenos das, seoras. Que las bendiciones de la Reina os

acompaen.

—Y a usted, buen caballero —os farfullar la ms vieja, ha­ciendo una reverencia torpe y desgarbada, y las otras la imitaron.

El capitn arrastr a Jack fuera de la cocina y el muchacho fue a dar con la cadera contra la artesa con tal fuerza, que grit una vez ms. Un chorro de agua caliente salpic el pavimento y se derram, silbando, entre ellos. Estas mujeres tenan las manos metidas en el agua —pens Jack—. Cmo pueden soportarlo? Entonces el capitn, que ahora casi le llevaba en brazos, empuj a Jack por entre otra cortina de arpillera y salieron al vestbulo.

—Uf! —exclam el capitn en voz baja—. No me gusta nada todo esto, huele muy mal.

A la izquierda, a la derecha y luego otra vez a la izquierda. Jack empez a intuir que se acercaban a las paredes exteriores del pabelln y tuvo tiempo para preguntarse por qu el lugar pare­ca mucho mayor desde dentro que desde fuera. Luego el capitn le empuj por una abertura en la lona y se encontraron de nuevo a la luz del da, una luz de media tarde, tan brillante despus de la penumbra del pabelln, que Jack tuvo que cerrar los ojos para no sentir dolorosas punzadas.

El capitn no titube ni un segundo. Sus pisadas levantaban barro y producan un ruido de chapoteo. Se ola a heno, a caballo y a excrementos. Jack volvi a abrir los ojos y vio que cruzaban algo parecido a una dehesa o un corral o simplemente una era. Vislumbr una abertura en una lona y oy cloquear unos polluelos al otro lado. Un hombre flaco, que slo llevaba un sayo sucio y sandalias de correas, lanzaba heno a un establo abierto con una horca de madera. Dentro del establo, un caballo no mucho mayor que un pony de Shetland les miraba con ojos inquietos. Ya haban pasado el establo cuando la mente de Jack pudo aceptar por fin lo que sus ojos haban visto: el caballo tena dos cabezas.

—En! —exclam—. Puedo mirar otra vez dentro de ese es­tablo? Aquel...

—No tenemos tiempo.

—Pero aquel caballo tena...

—No hay tiempo, te he dicho. —Y aadi, levantando la voz—:

Y si vuelvo a sorprenderte holgazaneando por ah cuando hay trabajo por hacer, te dar el doble de lo que te he dado!

—No, no! —grit Jack (de hecho, pensaba que esta escena ya empezaba a resultar pesada)—. Lo juro! Juro que ser bueno!

Justo delante de ellos haba una verja de madera y una valla hecha con estacas que an conservaban la corteza; pareca una empalizada de una pelcula del Oeste (su madre tambin haba hecho unas cuantas de este gnero). En la puerta se vean unas gruesas aldabas, pero la barra que deban sostener no estaba en su lugar, sino apoyada contra un montn de leos, gruesos como traviesas de ferrocarril. La puerta estaba abierta casi doce cen­tmetros. Cierto sentido de la orientacin, pese a ser confuso, sugiri a Jack que haban dado una vuelta completa al pabelln.

—Gracias a Dios —dijo el capitn con voz ms normal—. Ahora...

—Capitn —llam una voz a sus espaldas. La voz era baja, pero penetrante y engaosamente casual. El capitn se detuvo en seco cuando estaba a punto de abrir el lado izquierdo de la puerta; fue como si el dueo de la voz les hubiera observado y esperado aquel preciso momento.

—Quiz tendra usted la amabilidad de presentarme a su... ejem... hijo.

El capitn se volvi, volviendo al mismo tiempo a Jack. En mitad de la dehesa, dando la inquietante sensacin de estar fuera de lugar en semejante sitio, se encontraba el cortesano esqueltico a quien tanto tema el capitn: Osmond, mirndoles con sus ojos melanclicos, de un gris oscuro. Jack vio moverse algo en aquellos ojos, algo muy profundo. Su miedo se intensific de repente, y empez a pincharle, como si fuese algo afilado. Est loco. —Tal fue la intuicin que salt de modo espontneo en su cerebro—.

Ms loco que una maldita cabra.

Osmond dio dos pasos hacia ellos. En la mano izquierda sos­tena el mango de cuero sin curtir de un ltigo; a partir del mango, algo parecido a un tendn oscuro se enroscaba, bifurcado en tres, alrededor de su hombro; la parte central del ltigo tena el grosor de una serpiente de cascabel. Cerca de la punta de esta parte central salan quiz una docena de latiguillos de cuero tren­zado sin curtir, cada uno de ellos terminado por una espuela de

metal, toscamente hecha, pero centelleante.

Osmond tir de) mango y los tendones resbalaron de su hom­bro con un silbido seco. Lo agit y los latiguillos con punta de metal serpentearon lentamente sobre el barro sembrado de paja.

—Es su hijo? —repiti Osmond, dando otro paso hacia ellos.

Jack comprendi de repente por qu este hombre le haba parecido familiar. El da que estuvieron a punto de secuestrarle... no era este hombre el del traje blanco?

Jack pens que poda haber sido l.

3

El capitn cerr el puo, se lo llev a la frente y se inclin. Tras un breve momento de vacilacin, Jack hizo lo mismo.

—Mi hijo Lewis —present el capitn en actitud rgida. Jack' le vio mirar hacia la izquierda, todava inclinado, as que l tampoco se enderez, mientras el corazn le lata con fuerza.

—Gracias, capitn. Gracias, Lewis. Que las bendiciones de la Reina os acompaen. —Cuando le toc con el mango del ltigo, Jack estuvo a punto de proferir un grito. Lo ahog y se puso

derecho.

Osmond se encontraba a slo dos pasos de ellos y observaba a Jack con mirada demente y melanclica. Llevaba una chaqueta de cuero y algo parecido a gemelos de brillantes. La camisa os­tentaba extravagantes pliegues. Una pulsera de eslabones en su mueca derecha produca un ruido ostentoso (por la manera como manejaba el ltigo, Jack adivin que la izquierda era su mano til). Iba peinado con el pelo hacia atrs, atado con una cinta ancha que poda ser satn blanco. Emanaba dos clases de olor. El dominante era lo que su madre llamaba todos esos perfumes masculinos, refirindose a la locin de despus del afeitado, el agua de colonia, etctera. El aroma que rodeaba a Osmond era denso y empolvado y recordaba a Jack aquellas viejas pelculas britnicas en blanco y negro sobre un juicio en Old Bailey. Los jueces y abogados de aquellas pelculas siempre llevaban pelucas y Jack pens que las cajas donde las guardaban deban oler como

Osmond, a algo seco y dulzn, como el donut azucarado ms viejo del mundo. Por debajo de este aroma, sin embargo, se perciba un olor ms vital e incluso ms desagradable, que pareca brotar de l con cada pulsacin. Era el olor de sudor a capas y suciedad a capas, el olor de un hombre que se baaba muy poco, o nunca.

S. Era uno de los individuos que haban intentado raptarle aquel da.

Se le hizo un nudo en el estmago.

—Ignoraba que tuviera un hijo, capitn Farren —dijo Osmond. Aunque habl al capitn, no apart la vista de Jack. Lewis —pens ste—, soy Lewis, no lo olvides...

Ojal no lo tuviese —replic el capitn, mirando a Jack con desprecio y enojo—. Le honro trayndole al gran pabelln y se escabulle como un perro. Le he sorprendido jugando a...

—S, s —interrumpi Osmond, sonriendo vagamente. (No cree una sola palabra, pens Jack, desesperado, sintindose ms cerca del pnico. Ni una sola palabra!)—. Los chicos son malos, todos los chicos son malos. Es un axioma.

Dio un ligero golpecito a Jack en la mueca con el mango del ltigo. Jack, con los nervios bajo una tensin insoportable, grit... e inmediatamente enrojeci de vergenza.

Osmond ri con irona.

—Malos, oh, s, es un axioma, todos los chicos son malos. Yo tambin lo era y apostara cualquier cosa a que usted tambin, capitn Farren. Verdad que s? Verdad que era malo?

—S, Osmond —contest el capitn.

—Muy malo? —inquiri Osmond. Era increble, pero haba empezado a bailar en medio del barro. No haba nada afeminado en ello, sin embargo: Osmond era esbelto y casi delicado, pero no comunicaba a Jack ninguna sensacin de verdadera homosexua­lidad; si sus palabras tenan un matiz que la sugera, Jack intuy que se trataba de un matiz falso. No, lo que se adverta clara­mente en l era una impresin de malignidad... y locura—. Muy malo? Terriblemente malo?

—S, Osmond —repiti estoicamente el capitn Farren, cuya cicatriz brillaba a la luz vespertina, cambiando del rosado al rojo.

Osmond interrumpi su baile improvisado tan de repente como lo haba comenzado y mir al capitn con frialdad.

Nadie saba que tena usted un hijo, capitn.

—Es un bastardo —respondi el capitn— y un retrasado men­tal, adems de gandul, como se ha visto ahora. —Gir de repente sobre los talones y peg a Jack en una mejilla. La bofetada no llevaba mucha fuerza, pero la mano del capitn Farren era dura como un ladrillo. Jack lanz un alarido y cay sobre el lodo, agarrndose la oreja.

Muy malo, terriblemente malo —repiti Osmond, pero ahora su rostro tena una expresin hueca, ausente y misteriosa—. Le­vntate, chico malo. Los chicos malos que desobedecen a sus padres deben ser castigados y tambin interrogados. —Blandi el ltigo hacia un lado, produciendo un golpe seco. La mente tam­baleante de Jack estableci otra conexin extraa, en un intento de evocar el hogar, como supuso ms tarde, por todos los medios posibles. El sonido del ltigo de Osmond le record el del rifle de aire comprimido que posea cuando contaba ocho aos. Tanto l como Richard Sloat tenan aquellos rifles.

Osmond se adelant y agarr el brazo enlodado de Jack con una mano blanca, parecida a una araa. Atrajo al muchacho hacia s, hacia aquellos olores: a polvo dulzn y a suciedad an­tigua y rancia. Sus ojos grises y espectrales se clavaron solem­nemente en los azules de Jack. ste se senta la vejiga cada vez ms llena y pugnaba por no mojarse los pantalones.

—Quin eres? —pregunt Osmond.

4

Las palabras flotaron en el aire, sobre las cabezas de los tres.

Jack era consciente de que el capitn le miraba con una expre­sin severa que no poda ocultar del todo su desesperacin. Oy cloquear a unas gallinas y ladrar a un perro; una carreta traque­teaba en alguna parte.

Dime la verdad; lo conocer si mientes —decan aquellos ojos—. Te pareces a cierto chico malo que vi por primera vez en California. Eres aquel chico?

Y, por un momento, todo tembl en sus labios:

Jack, soy Jack Sawyer, si, soy el chico de California, la Reina de este mundo era mi madre, slo que yo me mor, y conozco a tu jefe, conozco a Morgn —to Morgn— y te dir todo lo que quieras saber para que dejes de mirarme con estos ojos sal­tones, claro que lo har, porque slo soy un nio y los nios hacen esto, hablan, lo cuentan todo...

Entonces oy la voz de su madre, dura, casi burlona:

Vas a cantar de plano delante de este tipo, Jack-0? De este tipo? Huele a rebajas de agua de colonia para hombres y parece una versin medieval de Charles Manson... pero haz lo que quie­ras. Eres capaz de engaarle, si lo deseas —-lo digo en serio—, pero haz lo que quieras.

Quin eres? —pregunt de nuevo Osmond, acercndose toda­va ms, y ahora Jack vio una confianza total en su rostro; estaba acostumbrado a obtener de la gente las respuestas que necesi­taba... y no slo de chicos de doce aos.

Respir hondo (Cuando deseas el mximo volumen —cuando quieres llegar hasta la ltima fila del gallinero—, tienes que ex­traerlo del diafragma, Jacky. Es como si al subir pasara por el viejo Voz de su Amo) y grit:

iba A VOLVER EN SEGUIDA! lo DIGO DE VERDAD!

Osmond, que estaba inclinado hacia delante, esperando un susurro dbil y entrecortado, retrocedi como si Jack hubiera alargado la mano de repente para abofetearle. Pis con una bota las colas de cuero de su ltigo y estuvo a punto de tropezar.

—Maldito chilln asqueroso...

iba A VOLVER! por FAVOR, NO ME AZOTE CON EL LTIGO, OS-MOND, IBA A VOLVER... no QUERA VENIR AQU... NO LO QUERA... NO LO OUERlA...

El capitn Parren se abalanz sobre l y le golpe en la espalda. Jack qued tendido cuan largo era sobre el lodo y continu gritando.

—Es retrasado mental, ya se lo he dicho —oy decir al capi­tn—. Lo lamento, Osmond. Puede estar seguro de que le moler a palos. No...

Qu hace aqu, si puede saberse? —chill Osmond, cuya voz era ahora alta y quisquillosa como la de una verdulera—. Que hace aqu este bastardo mocoso y llorn? No se ofrezca a ense­arme su pase! S que no lo tiene! Lo ha trado a hurtadillas para alimentarle a la mesa de la Reina... quiz para robar la plata de la Reina... es malo... una sola mirada basta para convencer a cualquiera de que es indudable e intolerablemente malo!

El ltigo cay de nuevo, esta vez no con el sonido de un rifle de aire comprimido, sino con el contundente estruendo de un arma del calibre 22, y Jack tuvo tiempo de pensar s dnde caer justo antes de sentir una mano grande y ardiente clavada en la espalda. El dolor pareci penetrar en su carne y aumentar en

lugar de disminuir. Era caliente y espantoso. Grit y se retorci en el fango.

Malo! Horriblemente malo\ Indudablemente malo! Cada malo era subrayado por otro restallido del ltigo de Osmond, otro manotazo ardiente, otro grito de Jack. La espalda le quemaba. No saba cunto tiempo hubiera continuado aquello

—Osmond pareca ponerse ms frentico con cada golpe—, si una voz nueva no hubiese gritado:

—Osmond! Osmond! All est! Gracias a Dios! Una conmocin de pasos apresurados.

La voz de Osmond, furiosa y algo entrecortada:

—Qu? Qu? Qu pasa?

Una mano cogi a Jack por el codo y le ayud a levantarse. Cuando se tambale, un brazo le rode la cintura para sostenerle. Era difcil creer que el capitn, tan duro y resuelto durante el accidentado recorrido del pabelln, pudiera ser ahora tan de­licado.

Jack volvi a tambalearse. El mundo continuaba desenfocado. Gotas de sangre caliente le bajaban por la espalda. Mir a Os­mond con odio repentino y le alivi sentir aquel odio; era un buen antdoto del miedo y la confusin.

Me has hecho dao... me has herido hasta, hacerme sangrar. Escchame, marica, si tengo ocasin de desquitarme...

Ests bien? —susurr el capitn.

—Si.

—Qu? —grit Osmond a los dos hombres que haban inte­rrumpido los latigazos.

El primero era uno de los cortesanos que Jack y el capitn haban visto cuando se dirigan a la habitacin secreta. El otro se pareca un poco al carretero que Jack haba encontrado casi in­mediatamente despus de su regreso a los Territorios. Este ltimo estaba muy asustado y tambin herido; la sangre le brotaba a bor­botones por un corte en el lado izquierdo de la cabeza, cubriendo la mayor parte de la mejilla izquierda. Tena el brazo izquierdo araado y el coleto roto.

Qu dices, imbcil?

—Mi carro ha volcado al doblar el recodo del otro extremo del pueblo de All-Hands —contest el carretero, hablando con la pa­ciencia lenta y aturdida de quien ha sufrido un profundo shock—. La falda escocesa de mi hijo, seor. Ha muerto aplastado bajo los barriles. Haba cumplido diecisis aos el ltimo da de mayo.

Su madre...

—Qu? —volvi a gritar Osmond—. Barriles? Cerveza?.La

de Kingsland? No querrs decirme que has volcado un carro lleno de cerveza Kingsland, verdad, estpido pene de cabra? No

querrs decir esto, verdaaaaaad?

La voz de Osmond se elev al pronunciar la ltima palabra como si quisiera hacer una burla salvaje de una diva de pera. La voz se elev con oscilaciones y gorjeos y Osmond se puso a bailar otra vez... pero de rabia. La combinacin era tan espantosa que Jack tuvo que levantar los dos brazos para reprimir una risa involuntaria. El movimiento hizo que la camisa le rozara las he­ridas de la espalda y esto le seren aun antes de que el capitn murmurase una palabra de advertencia.

Con paciencia, como si Osmond hubiese pasado por alto lo nico importante (y as deba parecrselo a l), el carretero re­piti:

—Cumpli diecisis aos el ltimo da de mayo. Su madre no

quera que viniese conmigo. No comprendo cmo...

Osmond alz el ltigo y lo descarg con rapidez sbita y cegadora. Un momento antes el mango penda suelto de su mano izquierda y las colas del ltigo se arrastraban por el barro, y un instante despus se oy un latigazo que no son como el disparo de un arma del calibre 22, sino ms bien como el de un rifle de juguete. El carretero se tambale hacia atrs, chillando y con las manos en la cara. Sangre fresca flua por entre sus sucios

dedos. Cay al suelo, gritando:

—Seor! Mi seor! Mi seor! —con una voz ahogada, como

si hiciera grgaras.

—Vaymonos de aqu, de prisa! —gimi Jack.

—Espera —dijo el capitn. La severidad de su rostro pareca un poco menos sombra. Habra podido decirse que en sus ojos

brillaba la esperanza.

Osmond se volvi en redondo hacia el cortesano, que retrocedi,

moviendo los labios gruesos y rojos.

—Era la Kingsland? —jade Osmond.

—Osmond, no deberas excitarte as...

Osmond levant la mueca izquierda y las colas de cuero ter­minadas en puntas de metal serpentearon sobre las botas del cor­tesano, que dio otro paso hacia atrs.

—No me digas lo que debo o no debo hacer —replic—. Lim­tate a contestar mis preguntas. Estoy irritado, Stephen, intolerable e indudablemente irritado. Era la Kingsland?

—S —respondi Stephen—. Lamento decirlo, pero...

—En el Camino de las Avanzadas?

—Osmond...

En el Camino de las Avanzadas, pringoso pene?

Si —dijo Stephen, tragando saliva.

—Claro —contest Osmond, con el rostro afeado por una horrible sonrisa blanca—. Dnde est el pueblo de All-Hands sino en el Camino de las Avanzadas? Acaso puede volar una aldea?

Eh? Puede una aldea volar de un camino a otro, Stephen? Puede? Puede?

—No, Osmond, claro que no.

—Claro. De modo que hay barriles por todo el Camino de las Avanzadas, verdad? Es correcto por mi parte suponer que hay barriles y un carro de cerveza volcado bloqueando el Camino de las Avanzadas mientras la mejor cerveza de los Territorios empapa

la tierra para que los gusanos se emborrachen con ella? Es esto correcto?

—S... s. Pero...

Morgan llega por el Camino de tas Avanzadas! —chill Osmond—. Morgan viene y ya sabes cmo hostiga a los caballos! Si la diligencia dobla un recodo y se encuentra con ese revoltijo, es posible que el conductor no tenga tiempo de detenerse! Podra volcar! l podra resultar muerto!

Dios-mo —dijo Stephen, como si fuera una sola palabra. Su cara plida adquiri un tono blanquecino. Osmond asinti lenta­mente con la cabeza.

—Creo que si la diligencia de Morgan llegara a volcar, sera mejor que todos rezramos por su muerte y no por su restable­cimiento.

—Pero... pero...

Osmond le dio la espalda y casi corri hacia donde estaba el capitn de los Guardias Exteriores con su hijo. Detrs de Os­mond, el infortunado carretero segua retorcindose en el lodo, farfullando: Mis seores.

Osmond ech una breve mirada a Jack y la desvi en seguida, como si no le hubiera visto.

—Capitn Farren —dijo—, ha seguido los acontecimientos de los cinco ltimos minutos?

—S, Osmond.

—Los ha seguido con atencin? Los ha asimilado? Los ha sopesado con detenimiento?

—S, creo que s.

—Lo cree? Qu excelente capitn es usted, capitn! Me pa­rece que hablaremos otro rato de cmo es posible que un capitn tan excelente haya podido engendrar un testculo de rana como su hijo.

Pos breve y framente los ojos en Jack.

—Pero ahora no hay tiempo para eso, verdad? No. Sugiero que rena a una docena de sus hombres ms fornidos y los con­duzca a doble... no, a triple velocidad de lo habitual al Camino

de las Avanzadas. Ser capaz de encontrar por el olfato el lugar del accidente, verdad?

—S, Osmond.

Osmond elev rpidamente la vista al cielo.

—Esperamos a Morgan a las seis... quiz un poco antes. Ahora

son las dos, o al menos eso creo. Dira usted que son las dos, capitn?

—S, Osmond.

—Y t qu diras, pequea basura? Las trece? Las veintitrs?

Las ochenta y una?

Jack abri la boca. Osmond hizo una mueca de desdn y Jack

volvi a sentir una clara oleada de odio. Me has hecho dao y si tengo ocasin... Osmond mir de nuevo al capitn.

—Le sugiero que hasta las cinco procure salvar todos los ba­rriles que estn enteros. Despus de las cinco, despeje el camino tan de prisa como pueda. Ha comprendido?

—S, Osmond.

—Pues en marcha.

El capitn Farren se llev el puo a la frente y se inclin. Boquiabierto como un tonto, odiando todava a Osmond con tanta violencia que el cerebro pareca latirle, Jack le imit. Osmond les haba dado la espalda aun antes de que iniciaran este saludo. Se diriga hacia el carretero, haciendo restallar su ltigo y producien­do aquel ruido semejante al disparo de un rifle de aire comprimido.

El carretero oy acercarse a Osmond y empez a gritar.

—Vamonos —dijo el capitn, tirando por ltima vez del brazo de Jack—. No querrs ver esto, verdad?

—No —murmur Jack—. Dios mo, no.

Sin embargo, cuando el capitn Parren empuj el lado derecho de la verja y ambos abandonaron por fin el pabelln, Jack lo oy, y volvi a orlo en sueos aquella noche: un disparo tras otro de carabina, seguidos por un grito del infeliz carretero. Y Osmond tambin emita un sonido; jadeaba, as que era difcil decir con exactitud en qu consista el sonido sin volverse a mirarle la cara... algo que Jack no quera hacer.

Adems, estaba bastante seguro de saberlo.

Pensaba que Osmond se rea.

5

Ahora se hallaban en la zona pblica de los terrenos del pabelln. Los paseantes miraban de soslayo al capitn Parren... y se man­tenan apartados de l. El capitn caminaba a grandes zancadas, con la cara pensativa y tensa. Jack tena que correr para seguirle.

—Hemos tenido suerte —dijo de improviso el capitn—. Mu­chsima suerte. Creo que quera matarte.

Jack le mir con la boca abierta, que tena caliente y seca.

—Est loco, sabes? Loco como un cencerro. Jack no saba qu significaba esta expresin, pero convena en que Osmond estaba loco.

—Qu...?

—Espera —interrumpi el capitn. Haban dado la vuelta a la pequea tienda, a donde el capitn haba conducido a Jack des­pus de ver el diente de tiburn—. No te muevas de aqu y esp­rame. No hables con nadie.

El capitn entr en la tienda y Jack se qued a la espera, mi­rando a su alrededor. Pas un malabarista, que ech una ojeada a Jack pero no perdi el ritmo mientras lanzaba al aire una docena de pelotas que describan un intrincado dibujo. Le segua una hilera de nios sucios como los que seguan al flautista de Hamelin. Una mujer joven con un beb sucio al voluminoso pecho le dijo que le enseara a hacer algo con su colita adems de pip, si le daba una moneda o dos. Jack, turbado, desvi la vista, sin­tiendo que el calor le suba a la cara. La muchacha ri como si graznase.

Oooooh, el guapito es TMIDO! Acrcate, hermosura! Ven...

Fuera de aqu, buscona, o terminars el da en el cuarto de las calderas.

Era el capitn, que haba salido de la tienda con otro hombre, un sujeto viejo y gordo pero que comparta una caracterstica con Farren: pareca un soldado autntico y no uno de revista. Con una mano intentaba abrocharse la guerrera de su uniforme sobre la protuberante barriga mientras sostena en la otra un instrumento curvado, parecido a un cuerno francs.

La mujer del beb sucio se escabull sin volver a mirar a Jack. El capitn cogi el cuerno para que el hombre gordo pudiera ter­minar de abrocharse y le dijo unas palabras. El hombre asinti, recuper el cuerno cuando tuvo las manos libres y se alej to­cndolo. No era el sonido que Jack haba odo en su primer salto a los Territorios; aquella vez oy muchos cuernos y el sonido fue muy chilln, como un anuncio de heraldos. ste semejaba un sil­bido de fbrica que anunciara el regreso al trabajo.

El capitn volvi junto a Jack.

—Ven conmigo —dijo.

—A dnde?

—Al Camino de las Avanzadas —contest el capitn Parren, mirando a Jack Sawyer con una expresin inquisitiva y medio temerosa—. Lo que el padre de mi padre llamaba el Camino del Oeste. Se dirige hacia el oeste a travs de aldeas cada vez ms pequeas hasta que llega a las Avanzadas o puestos fronterizos. Ms all ya no hay nada... o el infierno. Si vas al oeste, necesitars a Dios a tu lado, muchacho, aunque he odo decir que ni 1 mismo se aventura ms all de las Avanzadas. Vamos.

En la mente de Jack se agolpaban las preguntas —millones de preguntas—, pero el capitn ech a andar como un posedo y a Jack no le quedaba aliento para formularlas. Subieron laboriosa­mente la cuesta al sur del gran pabelln y pasaron por el lugar donde se haba marchado la primera vez de los Territorios. La rstica feria estaba ahora muy cerca... Jack pudo or a un prego­nero urgir a presuntos clientes a que probaran suerte con el Asno Mgico: mantenerse dos minutos en la silla haca acreedor a un premio, gritaba el pregonero. La brisa marina transmita su voz con toda claridad, as como el tentador aroma de un manjar ca­liente: maz asado con carne esta vez. El estmago de Jack rumo­reaba. Una vez a salvo de Osmond el Grande y Terrible, senta un hambre de lobo.

Antes de llegar a la feria, torcieron a la derecha para tomar un camino mucho ms ancho que el que conduca al gran pabelln. El Camino de las Avanzadas, pens Jack y en seguida, con un escalofro de miedo y expectacin, rectific: No... el Camino del Oeste. El vamino hacia el Talismn.

Tuvo que correr para alcanzar al capitn Farren.

6

Osmond haba dicho la verdad: podan haberse guiado por el olfa­to, si hubiera sido necesario. Todava les faltaba una milla para aquel pueblo de nombre tan extrao cuando percibieron el olor amargo de la cerveza derramada, trado por la brisa.

El trfico que se diriga hacia el este era denso. La mayor parte eran carros tirados por troncos de caballos (ninguno con dos ca­bezas, sin embargo). Jack supuso que los carros eran en este mundo el equivalente de los camiones. Algunos iban cargados de bolsas, balas y sacos, otros de carne cruda y otros de jaulas de polluelos. En las afueras del pueblo de All-Hands pas junto a ellos a una velocidad alarmante un carro repleto de mujeres, que gritaban y rean. Una se puso en pie, se subi la falda por encima del peludo pubis e hizo una pirueta seguida de un giro vertigi­noso. Tal vez se habra cado a la zanja —rompindose el cuello— si una de sus compaeras no la hubiese agarrado por detrs, dn­dole un violento tirn.

Jack volvi a ruborizarse: evoc el gran pecho blanco de la muchacha y el pezn en la boca vida del beb sucio. Oooooh! El guapito es TMIDO!

Dios mo! —exclam Farren, caminando ms de prisa que nunca—. Todos estaban borrachos! Borrachos de Kingsland! Tanto las rameras como el conductor! Es capaz de lanzarlas con­tra el camino o despearlas por los acantilados... aunque no sera una gran prdida. Rameras enfermas!

—Por lo menos —jade Jack—, el camino debe estar bastante despejado, si puede pasar todo este trfico, no le parece?

Llegaron al pueblo de All-Hands. Aqu el ancho camino del Oeste haba sido regado con grasa para tapar el polvo. Los carros iban y venan, grupos de personas cruzaban la calle y todos parecan hablar demasiado alto. Jack vio a dos hombres discutiendo de­lante de algo parecido a un restaurante. De repente, uno de los dos propin un puetazo al otro y ambos rodaron por el suelo. Esas rameras no son las nicas que se han emborrachado de Kingsland —pens Jack—. Creo que todo el mundo ha bebido lo suyo en este pueblo.

Todos los carromatos grandes que hemos visto procedan de aqu —explic el capitn Farren—. Los ms pequeos quiz puedan pasar, pero la diligencia de Morgan no es pequea, muchacho.

—Morgan...

—No pienses en Morgan ahora.

El olor de la cerveza se intensific cuando pasaron por el centro del pueblo y llegaron al otro extremo. A Jack le dolan las piernas de tanto esforzarse por ir al paso del capitn. Adivin que deban haber recorrido unas tres millas. Qu distancia significa esto en mi mundo?, pens y este pensamiento le record el jugo mgico de Speedy. Busc con frenes en su coleto, convencido de que no lo encontrara... pero s, all estaba, seguro dentro de la ropa inte­rior que en los Territorios haba reemplazado a sus calzoncillos.

Una vez hubieron alcanzado el extremo occidental del pueblo, el trfico de carros disminuy, pero el de peatones que se dirigan al este aument de manera espectacular. La mayora agitaban las manos, tropezaban, rean y todos despedan un fuerte olor a cer­veza. La ropa de algunos chorreaba, como si se hubieran revol­cado en ella y bebido como perros. Jack supuso que as habran procedido. Vio a un hombre que rea y llevaba de la mano a un nio de unos ocho aos, que tambin rea. El hombre guardaba un odioso parecido con el desagradable conserje del Alhambra y Jack comprendi con perfecta claridad que aquel hombre era su Gemelo. Tanto l como el chico que llevaba de la mano estaban borrachos y cuando Jack se volvi a mirarlos, el chico estaba vomitando. Su padre —Jack lo tom por tal— tir con furia de su brazo cuando el chico intent ocultarse en la zanja cubierta de matorrales para vomitar en relativa soledad, hacindole tambalear hacia atrs como un perro sujeto a una correa demasiado corta y salpicar de vmito a un anciano cado en el borde del camino, que roncaba a pierna suelta.

El rostro del capitn Farren era cada vez ms sombro.

—Dios los maldiga —murmur.

Incluso los ms borrachos se apartaban con prudencia del ca­pitn. ste, mientras haca guardia frente al pabelln, se haba colocado una corta y sencilla funda de cuero en torno a la cintura y Jack supona (no sin razn) que contena una espada corta y sencilla. Cuando alguno de los borrachnes se acercaba demasiado, el capitn Farren tocaba la espada y el sujeto se alejaba a toda prisa.

Diez minutos ms tarde —cuando Jack casi estaba convencido de que no podra mantener aquel paso— llegaron al lugar del ac­cidente. El conductor sala de la curva por la parte interior cuando el carro se haba inclinado y volcado. El golpe haba dispersado los barriles por el camino y muchos se haban roto, convirtiendo el camino en una cinaga de seis metros. Bajo el carro yaca muerto un caballo del que slo sobresalan los cuartos traseros. Otro haba ido a parar a la zanja y estaba tendido con una astilla de duela clavada en la oreja. Jack no crea que aquello hubiese podido ocurrir por casualidad; supuso que el caballo estaba mal­herido y alguien le haba evitado ms sufrimientos con el nico medio que tena a su alcance. Los otros caballos no se vean por ninguna parte.

Entre el caballo aplaste do por el carro y el de la zanja yaca el hijo del carretero, con los brazos y piernas extendidos en medio del camino. La mitad de su rostro estaba vuelta hacia el cielo azul de los Territorios con una expresin de estpido asombro, mientras la otra mitad era slo una pulpa roja con astillas de hueso blanco como manchas de argamasa.

Jack vio que le haban vuelto los bolsillos del revs.

Quiz una docena de personas deambulaban alrededor del lugar del accidente. Caminaban despacio y a menudo se agachaban para recoger con las dos manos cerveza de una huella de casco o para mojar un pauelo o una tira de justillo en otro charco. La mayo­ra se tambaleaba. Sonaban risas y voces agudas en son de pelea. Despus de insistir mucho, la madre de Jack le haba permitido ir con Richard a ver un programa doble de medianoche en el que se proyectaba La noche de los muertos vivientes y El amanecer de los muertos en uno de los doce cines de Westwood. Los borrachos de aqu, que caminaban arrastrando los pies, le recordaban a los zombis de aquellas dos pelculas.

El capitn Farren desenvain su espada. Era corta y sencilla como Jack haba imaginado, la anttesis de una espada legendaria. Meda poco ms que un cuchillo largo de carnicero y estaba llena de marcas, mellas y rayaduras y el cuero del puo, oscurecido por el sudor. La misma hoja era oscura... con excepcin del afilado borde, brillante, acerado y muy cortante.

—Apartaos de una vez! —grit Farren—. Alejaos de la cer­veza de la Reina, malditos! Largo de aqu, basura!

Se oyeron gruidos de rabia, pero se apartaron del capitn Farren... Todos menos un hombre muy corpulento en cuyo cr­neo crecan en diversos puntos mechones de cabello. Jack calcul su peso en unos ciento treinta kilos y su altura en ms de dos metros.

—Te gusta la idea de asustarnos a todos, eh, rufin? —pre­gunt el gigante, indicando con una mano muy sucia al grupo de aldeanos que se haban apartado del gran charco de cerveza y de los barriles astillados al or la orden de Farren.

—Claro —contest el capitn, enseando los dientes al hom­bre—. Me gusta mucho, siempre que t seas el primero, asque­roso borracho. —Farren acentu la sonrisa y el gigante retrocedi ante su peligroso poder—. Acrcate, si quieres. Hacerte pedazos ser lo nico bueno que me ha ocurrido en todo el da.

Murmurando, el gigante borracho se alej.

—Y ahora todos vosotros! —grit Farren—. Abrid paso! Una docena de mis hombres ha salido ya del pabelln de la Reina! No disfrutarn con esta misin y yo no los culpo ni me hago responsable de ellos! Creo que tenis el tiempo justo de volver al pueblo y esconderos en vuestros stanos antes de que lleguen! Sera prudente hacerlo! Alejaos!

Ya se dirigan en tropel hacia el pueblo de All-Hands, con el gigante que haba desafiado al capitn a la vanguardia. Farren gru y volvi a la escena del accidente. Se quit la guerrera y cu­bri con ella la cara del hijo del carretero.

—Me pregunto cul de ellos vaci los bolsillos del 'muchacho mientras yaca muerto o moribundo en el camino —musit con expresin pensativa—. Si lo supiera, antes de la noche lo habra hecho colgar de una cruz.

Jack no respondi.

El capitn se qued mirando mucho rato al muchacho muerto, frotndose con una mano la carne suave y acanalada de la cica­triz. Cuando mir de nuevo a Jack, fue como si acabara de reco­brar el conocimiento.

—Ahora tienes que marcharte, chico. En seguida, antes de que Osmond decida seguir investigando sobre el idiota de mi hijo.

—Qu puede ocurrirle a usted? —pregunt Jack. El capitn esboz una sonrisa.

—En tu ausencia, no tendr ningn problema. Puedo decir que te he enviado junto a tu madre o que la rabia me domin y te he matado con un pedazo de tronco. Osmond creera ambas cosas. Est preocupado, como todos, esperando la muerte de la Reina, que no tardar en producirse, a menos que...

No termin.

—Vete —continu Farren—, no te entretengas. Y cuando oigas venir la diligencia de Morgan, deja el camino y adntrate en el bosque. Muy adentro, o te oler como un gato husmea a una rata. Sabe al instante si hay algo fuera de su control. Es un de­monio.

—Le oir venir? Oir la diligencia? —pregunt tmidamente Jack, mirando hacia el montn de barriles, que se levantaba hacia el cielo, hasta el borde de un bosque de pinos. Estara oscuro all dentro, pens... y Morgan llegara desde el otro lado. El miedo y la soledad se unieron en la oleada de desnimo ms fuerte y abrumadora que haba conocido en su vida. Speedy, no puedo hacerlo! Acaso no lo sabes? Slo soy un nio!

La diligencia de Morgan es tirada por seis troncos de caba­llos y otro animal, el decimotercero, que los dirige a todos —res­pondi Farren—. Cuando van a galope tendido, esa maldita carro­za fnebre suena como si un trueno arrasara la tierra. La oirs, no te preocupes, y tendrs mucho tiempo para esconderte. Pero no dejes de hacerlo.

Jack murmur algo.

—Qu? —pregunt bruscamente Farren.

—He dicho que no quiero ir —repiti Jack en voz un poco ms alta. Las lgrimas estaban cerca y saba que en cuanto empezasen a caer, perdera completamente la serenidad y pedira al capitn Farren que le sacara del apuro, que le protegiera, que hiciera algo..:

Me parece que es demasiado tarde para que tus preferencias entren en juego —dijo el capitn Farren—. No conozco tu historia, muchacho, ni quiero conocerla. Ni siquiera tu nombre.

Jack se qued mirndole, con los hombros encogidos, los ojos ardientes y los labios temblorosos.

—Levanta los hombros! —le grit Farren con furia repenti­na—. A quin has de salvar? A dnde vas? Ni a la esquina, con este aspecto! Eres demasiado joven para ser un hombre, pero al menos puedes fingir que lo eres, no? Pareces un perro apaleado!

Herido en su orgullo, Jack ech atrs los hombros y parpade para ahuyentar las lgrimas. Pos la mirada en los restos del hijo del carretero y pens: Por lo menos no estoy como l, todava no. Tiene razn. Sentir lstima de m mismo es un lujo que no puedo permitirme. Era cierto. De todos modos, no pudo reprimir cierto sentimiento de odio hacia el capitn por hurgar en su interior y tocar con tanta facilidad una cuerda sensible.

—Eso est mejor —observ secamente el capitn—. No mucho, pero un poco.

—Gracias —replic con sarcasmo Jack.

—No puedes liberarte llorando, muchacho. Osmond te persigue y Morgan no tardar en hacerlo. Y quiz... quiz haya tambin problemas en el lugar de donde procedes. Pero, toma esto. Si Parkus te ha enviado a m, deba querer que te lo diera, as que tmalo y vete.

Le alargaba una moneda. Jack titube antes de cogerla. Tena el tamao de un medio dlar de Kennedy, pero era mucho ms pesado... pesado como el oro, adivin, aunque tena el color de la plata empaada. Ante l estaba el perfil de Laura DeLoessian y el parecido con su madre volvi a llamar su atencin, breve pero intensamente. No, no se trataba slo de un parecido... A pesar de las diferencias fsicas como la nariz ms afilada y el mentn ms redondo, era su madre. Jack lo saba. Dio la vuelta a la moneda y vio un animal con la cabeza y las alas de un guila y el cuerpo de len. Pareca mirar a Jack. Le puso un poco ner­vioso, as que guard la moneda en la parte interior de su coleto, junto a la botella del zumo mgico de Speedy.

—Para qu sirve? —pregunt a Farren.

—Lo sabrs cuando llegue el momento —contest el capitn—, o quiz no. De todos modos, he cumplido con mi deber respecto a ti. Dilo a Parkus cuando le veas.

Jack volvi a sentirse en el centro de una salvaje irrealidad.

—Vete, hijo —murmur Farren en tono ms bajo, pero no necesariamente ms suave—. Lleva a cabo tu tarea... o la parte que te sea posible.

Al final, fue aquella sensacin de irrealidad —la impresin general de que no era ms que un segmento de la alucinacin de alguien— lo que le puso en movimiento. Pie izquierdo, pie derecho, pie par, pie impar. Dio un puntapi a una astilla empapada de cerveza. Sorte los restos esparcidos de una rueda. Rode la parte posterior del carro, sin impresionarse por la sangre seca o los enjambres de moscas. Qu era la sangre o las moscas zumba­doras en un sueo?

Lleg al final del tramo de camino fangoso y sembrado de as­tillas y barriles y mir hacia atrs... pero el capitn Farren ya haba dado media vuelta, quiz para buscar a sus hombres o para no tener que mirar a Jack. En ambos casos, pens Jack, el re­sultado era el mismo. Una espalda era una espalda. No haba nada que ver en ella.

Rebusc en el interior de su coleto, toc la moneda que Farren le haba dado y la agarr con firmeza. Tuvo la impresin de que le haca sentir un poco mejor. Con ella en el puo cerrado, como llevara un nio un cuarto de dlar que le hubiesen dado para comprar una golosina en la confitera, Jack continu su camino.

7

Quiz haban transcurrido dos horas cuando Jack oy el sonido descrito por el capitn Farren como un trueno que arrasara la tierra, aunque quiz haban transcurrido cuatro. Cuando el sol se hubo ocultado bajo el borde occidental del bosque (lo cual hizo poco despus de que Jack entrara en l), fue difcil calcular el tiempo.

En muchas ocasiones pasaron vehculos procedentes del oeste, que tal vez se dirigan al pabelln de la Reina. Cada vez que oa acercarse a uno (y aqu se oan venir desde muy lejos; la claridad con que era transmitido el sonido record a Jack las palabras de Speedy sobre un hombre que arrancaba un rbano de la tierra y otro lo ola a un kilmetro de distancia), se acordaba de Morgan y corra a esconderse en la zanja y luego en el bosque. No le gustaba permanecer en aquel bosque oscuro, ni siquiera en el lindero, donde an poda mirar desde detrs de un rbol y ver el camino; no era una cura de descanso para los nervios, pero an le gustaba menos la idea de que to Morgan (porque segua tomando como tal al superior de Osmond, pese a lo que haba dicho el capitn Farren) le sorprendiera en el camino.

As pues, cada vez que oa venir un carro o un carruaje, se esconda y no volva al camino hasta que el vehculo haba pa­sado. Una vez, mientras cruzaba la zanja hmeda de la derecha, llena de malas hierbas, algo corri —o se desliz— por su pie y profiri un grito.

El trfico era un fastidio y no le ayudaba precisamente a viajar ms de prisa, pero al mismo tiempo haba algo consolador en el trnsito irregular de carros porque al menos servan para demostrarle que no estaba solo.

Tena verdaderos deseos de abandonar los Territorios cuanto antes.

El zumo de Speedy era la peor medicina que haba tomado en su vida, pero habra bebido con gusto un buen trago si alguien —el propio Speedy, por ejemplo— hubiese aparecido ante l por casualidad y asegurado que, cuando volviera a abrir los ojos, lo primero que vera sera una serie de los dorados arcos de McDo-nald, lo que su madre llamaba Las Grandes Tetas de Amrica. Empezaba a dominarle una sensacin de oprimente peligro, la de que las cosas eran conscientes de su paso, de que tal vez el propio bosque era consciente de su paso. Los rboles crecan ahora ms cerca del camino, verdad? S. Antes se detenan en las zanjas y ahora las invadan. Antes, el bosque pareca compuesto nica­mente de pinos y abetos y ahora se haban mezclado otras clases de rboles, algunos con ramas negras que se retorcan como nudos de sogas podridas, algunos parecidos a fantasmales hbri­dos de abetos y helchos, con repugnantes races grises que se agarraban a la tierra como dedos pastosos. Nuestro muchacho?, parecan susurrar estas cosas desagradables dentro de la cabeza de Jack. NUESTRO muchacho?

Todo est en tu cerebro, Jack-O. Juegas a imaginar cosas raras.

El hecho era que no poda dar crdito a estas palabras.

Era, cierto que los rboles cambiaban. Aquella sensacin opre­siva del aire —la sensacin de ser observado— era demasiado real. Y empez a pensar que la insistencia obsesiva de su mente, en volver a los pensamientos monstruosos era casi algo inspi­rado por el bosque... como si los propios rboles le enviaran co­municaciones por alguna horrible onda corta.

Pero la botella de zumo mgico de Speedy estaba slo medio llena y tendra que durarle hasta que hubiera cruzado Estados Unidos; y no le durara ni para cruzar Nueva Inglaterra si beba un sorbo cada vez que se pona nervioso.

Volvi a pensar en la asombrosa distancia que haba viajado en su mundo cuando regres a l desde los Territorios. Cuarenta y cinco metros de aqu haban equivalido a ochocientos metros de all. Segn esta proporcin —a menos que la relacin de dis­tancia recorrida variase de algn modo y Jack reconoca que era posible—, poda andar diecisis kilmetros aqu y encontrarse casi fuera de New Hampshire all. Era como llevar botas de siete leguas.

No obstante, los rboles... aquellas races grises y pastosas...

Cuando empiece a oscurecer —cuando el cielo cambie del azul al prpura—, dar el salto de regreso. Ya est; es todo lo que ella escribi. No atravesar este bosque en la oscuridad. Y si el zumo mgico se me termina en Indiana o por all cerca, el viejo Speedy puede enviarme otra botella de UPS o como se llame.

An pensaba en ello —y en lo mejor que se senta teniendo un plan (aunque el plan slo abarcara las dos horas siguientes)—, cuando se dio cuenta de repente que oa otro vehculo y muchos caballos.

Se detuvo en medio del camino, con la cabeza ladeada. Sus ojos se abrieron ms y ante ellos aparecieron dos imgenes con velocidad fotogrfica: el gran coche donde iban los dos hombres —el coche que no era un Mercedes— y en seguida la furgoneta nio salvaje, a toda velocidad por la calle, alejndose del cad­ver de to Tommy con el destrozado parachoques de plstico manchado de sangre. Vio las manos en el volante de la furgoneta... pero no eran manos, sino espeluznantes pezuas articuladas.

A galope tendido, esa maldita carroza suena como un trueno que arrasara la tierra.

Ahora, al orlo —el sonido an era distante, pero perfectamente claro en el aire puro—, Jack se extra de haber imaginado si­quiera que los otros carros podan ser la diligencia de Morgan. Desde luego, ya no volvera a cometer el mismo error. El ruido que oa ahora era amenazador, lleno de peligro potencial, el ruido de una carroza fnebre, s, una carroza fnebre conducida por un demonio.

Se inmoviliz en el camino, como hipnotizado, del mismo modo que un conejo es hipnotizado por los faros de un coche. El ruido fue creciendo: el trueno de las ruedas y los cascos, el crujido de los bastidores de cuero. Ahora poda or la voz del conductor:

Aaaaarri! Arrrrriii! AAAARRRUIII!

Permaneci en el camino, quieto, con el horror zumbndole en la cabeza. /No me puedo mover, oh, Dios mo, oh. Dios mo, no me puedo mover, mam, mam, mamaaaaaa...!

Permaneci inmvil y el ojo de su imaginacin vio un objeto enorme y negro, parecido a un diligencia, avanzar a toda velocidad por el camino, tirado por animales negros que ms parecan pumas que caballos; vio cortinas negras ondeando en las venta­nillas de la carroza y vio al conductor derecho en el pescante, con los cabellos negros ondeantes y los ojos salvajes y enloque­cidos de un demente que empua una navaja.

Lo vio avanzar hacia l, sin disminuir la velocidad.

Lo vio atropellarle.

Esto venci la parlisis. Corri hacia el lado derecho, resbal en la cuneta, puso el pie bajo una de aquellas races retorcidas, cay y rod por el suelo. La espalda, relativamente tranquila las dos ltimas horas, se despert con un dolor renovado y Jack apret los labios con una mueca.

Se levant y escabull, encorvado, por el bosque.

Primero se ocult detrs de un rbol negro, pero el tacto del rugoso tronco —un poco parecido al de las higueras de Bengala que haba visto haca dos aos estando de vacaciones en Hawai— era pegajoso y desagradable. Corri hacia la izquierda y se es­condi tras el tronco de un pino.

El estruendo del carruaje y su escolta era cada vez ms fuerte. Jack esperaba verlo pasar como una exhalacin en cualquier momento hacia el pueblo de All-Hands; sus dedos apretaban y soltaban la resinosa corteza del pino. Se morda los labios.

Delante mismo de l se vea la lnea estrecha pero perfecta­mente clara del camino, un tnel enmarcado por follaje, helchos y agujas de pino. Y justo cuando Jack haba empezado a pensar que Morgan y su squito no llegaran nunca, una docena de sol­dados a caballo pas en direccin este a galope tendido. El que iba a la vanguardia llevaba un estandarte, pero Jack no pudo distinguir su divisa... ni estaba seguro de querer hacerlo. Entonces la diligencia pas como un relmpago por el punto de mira de Jack.

El momento de su paso fue breve —no ms de un segundo, quiz an menos—, pero pudo recordarlo en su totalidad. La diligencia era un vehculo gigantesco, de una altura que segura­mente sobrepasaba los tres metros y medio. Los bales y bultos sujetos al techo por una gruesa cuerda aadan casi un metro ms. Cada caballo de los troncos que tiraban de l llevaba una pluma negra sobre la cabeza y el viento generado por la velocidad incli­naba estas plumas hasta ponerlas casi horizontales. Jack pens despus que Morgan deba necesitar nuevos troncos para cada etapa, ya que stos parecan estar en el lmite de su resistencia. De sus bocas abiertas salan cogulos de espuma y sangre y en sus ojos enloquecidos poda verse un arco blanco.

Como en su imaginacin —o su visin—, unas cortinas de cres­pn negro ondeaban en las ventanillas sin cristales. De pronto, en uno de aquellos rectngulos negros apareci una cara blanca rodeada de un extrao y sinuoso marco de madera tallada. La sbita aparicin de aquella cara fue tan sobrecogedora como la de un fantasma en la ventana ruinosa de una casa encantada. No era la cara de Morgan Sloat... pero lo era.

Y el dueo de aquella cara saba que Jack —o cualquier otro peligro igualmente odiado y personal— se encontraba all. Jack lo vio en el agrandamiento de los ojos y en la repentina y mal­vola mueca de los labios.

El capitn Farren haba dicho: Te husmear como a una rata, y ahora Jack pens con desaliento: Me ha husmeado, ya lo creo. Sabe que estoy aqu y ahora, qu pasar? Supongo que los har parar a todos en seco para que me persigan por el bosque.

Otro grupo de soldados —que protegan la retaguardia de la diligencia de Morgan— pas con la misma rapidez. Jack esper, con las manos adosadas a la corteza del pino, seguro de que Morgan hara detener a los caballos. Pero no fue as y pronto empez a alejarse el estruendo del carruaje y de su escolta.

Sus 0/05. stos s que son- iguales. Esos ojos oscuros en la cara blanca. Y...

Nuestro muchacho? S1III!

Algo se desliz por encima de su pie... y le subi por la pantorrilla. Jack grit y cay de espaldas, pensando que era una serpiente, pero pronto vio que se trataba de una de esas races grises, que se le haba enredado en el pie y enroscado en la pierna.

Esto es imposible —pens, tontamente—. Las races no se mueven...

Retir el pie con brusquedad para liberar la pierna del tosco grillete gris formado por la raz. La pantorrilla le dola un poco, como por la rozadura de una cuerda. Levant la vista y el terror le hel el corazn. Pens que ahora ya saba por qu Morgan haba intuido su presencia y pese a ello continuado su camino;

Morgan saba que adentrarse en este bosque equivala a entrar en un torrente de jungla infestado de piraas. Por qu no se lo haba advertido el capitn Farren? Lo nico que se le ocurra era que el capitn de la cicatriz lo ignoraba; jams deba haber via­jado tan al oeste.

Todas las races grisceas de aquellos hbridos de abeto y he­lcho se estaban moviendo: levantndose, cayendo, arrastrndose hacia l por el musgoso lecho del bosque, ncubos y scubos, pens disparatadamente Jack. Malos ncubos y scubos. Una raz ms gruesa que las dems, cuyos ltimos quince centmetros estaban cubiertos de tierra y humedad, se levant y oscil ante l como una cobra salida de una cesta de faquir. Nuestro mu­chacho! S 11!

Se lanz sobre l y Jack retrocedi, consciente de que las raices formaban ahora una pantalla viviente entre l y la seguridad del camino. Al retroceder, choc contra un rbol... y se apart de l al instante, gritando, cuando la corteza empez a ondear y estremecerse contra su espalda... era como tocar un msculo que de pronto sufre espasmos violentos. Jack mir a su alrededor y vio uno de aquellos rboles negros de troncos retorcidos. El tronco se mova y oscilaba. Los rugosos nudos de la corteza for­maban algo parecido a un rostro espantosamente arrugado, con un ojo negro muy abierto y el otro entornado en un guio mal­volo. El rbol se resquebraj ms abajo con un crujido y un rasgueo y la raja empez a babear una savia entre amarilla y blancuzca. NUESTRO! Oh, ssss!

Races como dedos se deslizaron bajo el brazo de Jack y por su caja torcica, como para hacerle cosquillas.

Ech a correr, recurriendo al ltimo vestigio de racionalidad para el enorme esfuerzo de sacarse del coleto la botella de Speedy. Era consciente —apenas— de una serie de ruidos ensordecedores, como si los rboles se estuvieran arrancando de la tierra. Tolkien no se pareca en nada a esto.

Cogi la botella por el cuello y la extrajo del coleto. Mientras la abra, una de aquellas races grises le rode la garganta y al cabo de un momento la apret como si fuera la soga del verdugo.

Jack dej de respirar y la botella le resbal de entre los dedos mientras pugnaba por desasirse de aquella cosa que amenazaba con estrangularle. Consigui introducir los dedos bajo la raz;

no estaba fra ni rgida, sino caliente y flexible, como si fuera carne. Luch con ella, consciente de su propio estertor y del re­guero de saliva que le mojaba la barbilla.

Con un ltimo esfuerzo convulsivo, se libr de la raz, que entonces intent rodearle la mueca; Jack retir el brazo con un grito. Mir hacia el suelo y vio la botella rodando y dando tumbos, con una raz gris enroscada en torno al cuello.

Salt para cogerla y las races le agarraron y rodearon las piernas. Cay al suelo pesadamente y alarg los brazos para ras­car la tierra oscura del bosque con las yemas de los dedos a fin de ganar un centmetro ms...

Toc el lado verde y liso de la botella... y la cogi. Se apoder de ella con todas sus fuerzas, apenas consciente de que las races entrelazadas ya le cubran las piernas, sujetndolas con firmeza. Desenrosc el tapn de la botella. Otra raz baj por el aire, ligera como una telaraa, e intent arrebatrsela. Jack la empuj hacia un lado y se llev la botella a los labios. El olor de fruta dulzona pareci difundirse de repente por doquier, como una membrana viva.

Speedy, haz que produzca efecto, por favor!

Mientras ms races se deslizaban por su espalda y en torno a su cintura, volvindole como un mueco en todas direcciones, Jack bebi, salpicndose de vino barato las dos mejillas. Trag, gimiendo, rezando, y no sirvi de nada, no funcion; an tena los ojos cerrados, pero poda sentir las races enroscadas en sus brazos y piernas, poda sentir

8

el agua empapando sus .vaqueros y su camisa, poda oler

Agua?

lodo y humedad, poda or

Vaqueros? Camisa?

el constante croar de las ranas y

Jack abri los ojos y vio la luz anaranjada del sol poniente reflejada en un ancho ro. Un dilatado bosque se extenda inin­terrumpidamente por la ribera este del ro; en el lado oeste, donde l estaba, un campo largo, ahora oscurecido parcialmente por una baja niebla vespertina, se prolongaba hasta la orilla del agua. El terreno era hmedo y encharcado y Jack yaca junto al agua, en el lugar ms pantanoso de todos. Aqu an crecan gruesas algas —an faltaba un mes o ms para las heladas que las mataran— y Jack estaba enredado en ellas, como un hombre que despierta de una pesadilla puede encontrarse envuelto entre las sbanas.

Gate y se levant, tambalendose, mojado y rebozado an de fragante barro, incmodo por los tirones que le daban las correas de la mochila, pasadas por debajo de los brazos. Se quit, asquea­do, los fragmentos de algas de los brazos y la cara y ya empe­zaba a alejarse del agua, cuando al mirar hacia atrs vio la botella de Speedy en el barro y cerca de ella, el tapn. Algo del zumo mgico se haba derramado durante su lucha con los malignos rboles de los Territorios, pues ahora la botella slo contena un tercio de lquido.

Se qued inmvil un momento, con las zapatillas sucias hun­didas en el lodo, mirando el ro. Este era su mundo, su conocido y viejo Estados Unidos de Amrica. No vio los arcos dorados que esperaba ver, ni un rascacielos, ni un satlite de la tierra parpa­deando arriba, en el firmamento cada vez ms oscuro, pero saba dnde estaba del mismo modo que saba su propio nombre. La cuestin era: haba estado realmente en aquel otro mundo?

Mir a su alrededor, hacia el ro desconocido y la campia igualmente desconocida y escuch el distante y suave mugir de las vacas. Pens: Ests en un sitio diferente. Esto no es Playa de Arcadia, Jack-O.

No, no era Playa de Arcadia, pero no conoca el rea circun­dante lo suficiente para asegurar que estaba a ms de seis o siete kilmetros de distancia, lo bastante tierra adentro para no poder oler el Atlntico, por ejemplo. Haba regresado como despertn­dose de una pesadilla... y no era posible que todo lo hubiera sido, desde el carretero con su cargamento de carne cubierta de moscas hasta los rboles vivientes? Una especie de pesadilla en la que el sonambulismo haba jugado un papel? Tena sentido. Su madre se mora y l pensaba ahora que lo saba desde haca tiempo... Los sntomas estaban a la vista y su subconsciente haba sacado la conclusin correcta aunque su mente consciente la rechazara. Esto habra contribuido a crear el ambiente adecuado para un acto de autohipnosis, y aquel loco borrachn de Speedy Parker le haba puesto en marcha. Claro. Todo encajaba.

A To Morgan le hubiera encantado.

Jack se estremeci y trag con fuerza. La garganta le doli, no como duele una garganta irritada, sino como duele un msculo castigado.

Levant la mano izquierda, la que no sostena la botella, y se la pas suavemente por la garganta. Durante un momento ofreci la absurda imagen de una mujer buscndose arrugas o una pa­pada. Encontr una roncha de piel levantada justo encima de la nuez. No haba sangrado mucho, pero le dola bastante al tocarla. Se lo haba hecho la raz que se haba enroscado en tomo a su garganta.

—Real —murmur Jack, mirando el agua anaranjada y escu­chando el croar de las ranas y el distante mugido de las vacas—. Todo real.

9

Jack empez a subir la cuesta del campo, dejando el ro —y el este— a sus espaldas. Despus de andar un poco menos de un kilmetro, el roce constante de la mochila contra su espalda dolo­rida (los latigazos de Osmond tambin haban dejado su huella, como le record la mochila al moverse) despert otro detalle en su memoria. Haba rechazado el enorme bocadillo de Speedy, pero no haba metido ste el pedazo sobrante en la mochila, mientras Jack examinaba la pa de guitarra?

Su estmago se aferr a esta idea.

Jack abri al instante la mochila, detenindose en una zona de niebla espesa, bajo la estrella vespertina. Busc en uno de los bolsillos y encontr el bocadillo, no un pedazo ni la mitad, sino todo entero, envuelto en una hoja de peridico. Sus ojos se llenaron de lgrimas de agradecimiento y dese que Speedy estu­viera a su lado para poder abrazarle.

Hace diez minutos le has llamado loco borrachn.

Enrojeci al pensarlo, pero la vergenza no le impidi devorar el bocadillo en media docena de grandes mordiscos. Volvi a cerrar la mochila y la carg sobre sus hombros. Prosigui su ca­mino, sintindose mejor; despus de llenar el rumoroso estmago, Jack volva a ser l mismo.

Poco despus vio centellear unas luces en la penumbra cada vez ms densa. Una granja. Un perro se puso a ladrar —el bronco ladrido de un can realmente grande— y Jack se detuvo un momento.

Estar encerrado —pens— o atado. As lo espero.

Se encamin hacia la derecha y al cabo de un rato el perro dej de ladrar. Guindose por las luces de la granja, Jack no tard en salir a una estrecha carretera alquitranada. Se qued mirando a derecha e izquierda, sin saber a dnde dirigirse.

Bien, amigos, aqu est Jack Sawyer, a medio camino entre un grito y un silbido, calado hasta los huesos y con las zapatillas cubiertas de barro. A ver hacia dnde tiras, Jack!

La soledad y la aoranza volvieron a invadirle y luch contra ambas. Se moj el ndice izquierdo con una gota de saliva y le dio un golpe brusco. La mayor de las dos mitades vol hacia la derecha —o as le pareci a Jack—, de modo que se volvi en dicha direccin y empez a andar. Cuarenta minutos despus, agotado de cansancio (y otra vez hambriento, lo cual era peor), vio un cascajar y una especie de cobertizo junto a un camino de acceso interceptado por una cadena.

Se agach, pas por debajo de la cadena y fue hacia el cober­tizo. La puerta estaba cerrada con un candado, pero vio que la tierra se haba desprendido en la parte baja de una de las paredes. Fue cuestin de un minuto quitarse la mochila, pasar a rastras por el agujero y tirar de la mochila. El candado de la puerta le haca sentir ms seguro.

Mir a su entorno y vio que estaba rodeado de herramientas muy viejas; al parecer, el lugar no haba sido usado durante mucho tiempo y esto convena a Jack. Se desnud, porque no le gustaba el contacto con la ropa sucia y pegajosa. Busc la moneda que le haba dado el capitn Farren en uno de los bolsillos del pantaln, donde la encontr como un gigante junto a las otras monedas corrientes. La sac del bolsillo y vio que la moneda de Farren, con la cabeza de la Reina en una cara y el len alado en la otra, se haba convertido en un dlar de plata de 1921. Mir larga y fijamente el perfil de la Dama Libertad en su rueda de carreta y volvi a deslizara en el bolsillo de sus vaqueros.

Sac ropa limpia, pensando que guardara la sucia en la mo­chila por la maana —cuando estuviera seca— y quiz la lavara por el camino en una lavandera o en un arroyo que le saliera al paso.

Mientras buscaba calcetines, su mano top con algo delgado y duro. Jack tir del objeto y vio que era su cepillo de dientes. Al instante, imgenes del hogar, de la seguridad y la racionalidad —todas las cosas que puede representar un cepillo de dientes—surgieron en su interior y se enseorearon de l. No haba modo de ahogar o reprimir estas emociones ahora. Un cepillo de dientes era un objeto que deba verse en un cuarto de bao bien iluminado y usarse llevando pijama de algodn sobre el cuerpo y clidas zapatillas en los pies. No era algo para encontrar en el fondo de una mochila en un cobertizo oscuro y fro al borde de un cascajar en un pueblo desierto cuyo nombre ni siquiera co­noca.

La soledad le atraves y comprendi en toda su magnitud su condicin de paria. Empez a llorar, no histricamente o a gritos, como llora la gente cuando disimula la rabia con lgrimas, sino con los sollozos continuos de quien acaba de descubrir que est solo y lo estar durante mucho tiempo. Llor porque la seguridad y la razn parecan haber abandonado el mundo. La soledad era esto, una realidad, pero en esta situacin la locura era asimismo una posibilidad nada remota.

Jack se qued dormido antes de agotar los sollozos. Se durmi acurrucado en tomo a la mochila, slo vestido con calzoncillos y calcetines limpios. Las lgrimas haban limpiado unas lneas en sus mejillas sucias. En la mano sostena sin fuerza el cepillo de dientes.

captulo 8

EL TONEL DE OATLEY

1

Seis das despus, Jack haba vencido casi toda su desesperacin. Al final de sus primeros das de camino, tuvo la impresin de haber pasado de la niez y la adolescencia a la edad adulta... y a la eficiencia. Era cierto que no haba vuelto a los Territorios desde que se despertara en la ribera occidental del ro, pero poda explicar esto, y el retraso que supona en su viaje, dicindose que ahorraba el zumo de Speedy para cuando lo necesitara de verdad.

Y, en cualquier caso, no le haba dicho Speedy que viajara primordialmente por los caminos de este mundo? Slo obedezco rdenes, compaero.

Cuando el sol sala y los coches le llevaban cincuenta o se­senta kilmetros ms hacia el oeste y tena el estmago lleno, los Territorios parecan increblemente lejanos e irreales: eran como una pelcula que ya empezaba a olvidar, una fantasa pasajera. A veces, cuando se arrellanaba en el asiento delantero del coche de un maestro de escuela, por ejemplo, y contestaba a las pre­guntas usuales sobre historia, llegaba a olvidarlos. Los Territo­rios le abandonaban y l volva a ser —o casi— el muchacho que haba sido al principio del verano.

Especialmente en las grandes autopistas estatales, cuando un coche le dejaba cerca de la rampa de salida, sola ver el prximo coche ceirse al arcn diez o quince minutos despus de que l levantara el pulgar para hacer autostop. Ahora se encontraba

110

cerca de Batavia, en la parte occidental del estado de Nueva York, caminando hacia atrs por el carril derecho de la 1-90, otra vez con el pulgar levantado, dirigindose hacia Buffalo; despus de Buffalo, comenzara a bajar hacia el sur. Jack pensaba que era una cuestin de idear la mejor manera de hacer algo y des­pus limitarse a hacerlo. Rand MacNally y la historia le haban llevado hasta aqu; lo nico que le haca falta era suerte para encontrar a un conductor que se dirigiera a Chicago o a Denver (o a Los Angeles, si quieres soar despierto sobre la suerte, Jacky-baby), a fin de poder emprender el viaje de regreso a casa antes de mediados de octubre.

Estaba bronceado por el sol, tena quince dlares de su ltimo trabajo en el bolsillo —lavar platos en el Golden Spoon Diner de Auburn— y sus msculos se haban estirado y endurecido. Aunque a veces senta deseos de llorar, no haba cedido a las lgrimas desde aquella primera e infeliz noche. Ahora controlaba la situa­cin y en esto estribaba la diferencia; ahora que saba ctno deba actuar, despus de pensarlo con tanto detenimiento, estaba por en­cima de todo cuanto pudiera sucederle y hasta crea poder vis­lumbrar ya el final de su viaje, aunque estuviera tan lejano. Todo saldra bien y tendra muchos menos problemas de lo que haba temido.

Esto era, por lo menos, lo que imaginaba Jack Sawyer cuando un polvoriento Ford Fairlane de color azul se acerc al arcn y esper a que corriera hacia l, guiando los ojos bajo el sol poniente. Cincuenta o sesenta kilmetros, pens. Record la p­gina de Rand McNally que haba estudiado aquella maana y decidi: Catley. Sonaba a aburrido, pequeo y seguro... ya estaba en marcha y nada podra hacerle ningn dao ahora.

2

Jack se agach y mir por la ventanilla antes de abrir la puerta del Fairlane. E; asiento trasero estaba sembrado de muestrarios y volantes de propaganda y el asiento delantero ocupado por dos carteras de gran tamao. El hombre de cabellos negros y algo barrigudo que ahora casi pareca imitar la postura de Jack, incli­nado sobre el volante y mirando al muchacho por la ventanilla, era un vendedor. La chaqueta de su traje azul colgaba del gancho que haba detrs de l; llevaba el nudo de la corbata flojo y la camisa arremangada. Un vendedor de unos treinta y cinco aos, viajando tranquilamente por su territorio. Le deba gustar mucho hablar, como a todos los vendedores. Le sonri y levant primero una de las carpetas, que dej caer sobre el montn de papeles de] asiento trasero, y luego la otra.

—Te haremos un poco de sitio —dijo. Jack saba que la primera pregunta que le formulara el hom­bre era por qu no estaba en el colegio. Abri la puerta y salud:

—Hola, gracias —y subi al coche.

—Vas muy lejos? —pregunt el vendedor, ajustando el espejo retrovisor mientras pona la marcha automtica y volva al carril de la autopista.

—A Oatley —contest Jack—. Creo que est a unos cuarenta y ocho kilmetros.

—Acabas de suspender en geografa —replic el vendedor—. Oatley est a ms de setenta. —Volvi la cabeza para mirar a Jack y sorprendi al muchacho guindole un ojo—. No te lo tomes a mal, pero detesto ver a nios haciendo autostop. Por esto siem­pre los recojo cuando los veo; as por lo menos s que estn segu­ros conmigo y no con un sobn, sabes a lo que me refiero? Hay demasiados chalados por ah, muchacho. Lees los peridicos? Me refiero a los carnvoros. Podras convertirte en una especie en peligro.

—Supongo que es verdad —respondi Jack—, pero procuro tener mucho cuidado.

—Vives cerca de aqu, no?

El hombre segua con la cara vuelta hacia l y slo diriga de vez en cuando hacia la carretera sus ojos de pjaro; Jack re­busc frenticamente en su memoria para dar con el nombre de una ciudad prxima a la autopista.

—Palmyra. Soy de Palmyra. El vendedor asinti, dijo:

—Un lugar viejo y bastante bonito —y volvi la cara para mirar hacia delante. Jack se apoy en el cmodo respaldo del asiento y el hombre observ por fin—: Espero que no ests haciendo novillos, verdad? —y Jack tuvo que volver a contar la historia.

La haba contado tan a menudo, variando los nombres de las ciudades a medida que progresaba hacia el oeste, que tena como un sabor de fluido monlogo en la boca.

—No, seor. Es que debo ir a Oatley a vivir una temporada con mi ta Helen. Helen Vaughan. Es la hermana de mi madre. Es maestra. Ver, mi padre muri el invierno pasado y las cosas se han puesto un poco difciles; hace quince das, la tos de mam empeor tanto que casi no poda subir las escaleras y el mdico dijo que deba guardar cama todo lo que pudiera, as que ella pidi a su hermana que cuidara de m por un tiempo. Como es maestra, supongo que asistir a la escuela de Oatley. Ta Helen no permitira hacer novillos a ningn chico.

—Quieres decir que tu madre te ha dicho que vayas de Pal­myra a Oatley haciendo autostop? —pregunt el hombre.

—Oh, no, claro que no, jams me dira una cosa as. No, me dio dinero para el autobs, pero yo he decidido ahorrarlo. Me imagino que no podr enviarme dinero durante una buena tempo­rada y a ta Helen no le sobra. Mam se asustara si supiera que hago autostop, pero a m me ha parecido un derroche. Quiero decir que cinco dlares son cinco dlares y por qu darlos al conductor de un autobs?

El hombre le mir de soslayo.

—Cunto tiempo calculas que pasars en Oatley?

—Es difcil de decir. Espero que mam se ponga bien muy pronto.

—Bueno, pero no regreses haciendo autostop, de acuerdo?

—Ya no tenemos coche —dijo Jack, aadiendo este nuevo detalle a la historia. Empezaba a divertirse—. Puede creerlo? Vinieron en plena noche para llevrselo, los cobardes asquerosos. Saban que todos estaran dormidos. Vinieron en plena noche y sacaron el coche del garaje. Seor, yo habra luchado por aquel coche, y no slo para poder ir en l a casa de mi ta. Cuando mam va a ver al mdico, tiene que bajar a pie toda la colina y andar cinco manzanas hasta la parada del autobs. No tendran que poder hacer una cosa as, verdad? Presentarse por las buenas y robar tu propio coche? Pensbamos reanudar muy pron­to el pago de los plazos. Usted no llamara a esto robar?

—Si me ocurriera a m, supongo que s —asinti el hombre— Bueno, espero que tu madre se restablezca cuanto antes.

—Ya somos dos —dijo Jack, fiel a la verdad. Y guardaron silencio hasta que empezaron a aparecer los letre­ros de Oatley. El vendedor detuvo el coche justo despus de entrar en la rampa de salida, sonri de nuevo a Jack y se despidi:

—Buena suerte, chico.

Jack asinti y abri la puerta.

—Espero que no tengas que pasar demasiado tiempo en Oatley.

Jack le dirigi una mirada inquisitiva.

—Bueno,conoces el lugar, no?

—Un poco. En realidad, no.

—Pues es un verdadero infierno. Un lugar donde se comen lo que atropellan en la carretera. Gorillaville. Se comen la cerveza y luego se comen el vaso. Algo as.

—Gracias por la advertencia —dijo Jack, apendose del coche. El vendedor agit la mano y puso en marcha el Fairlane. Al cabo de pocos momentos era slo una forma negra alejndose a toda velocidad hacia el sol bajo y anaranjado.

3

Durante unos dos kilmetros la carretera le llev a travs de un paisaje llano y montono; a lo lejos se vean dos casas pequeas de dos pisos encaramadas al borde de los campos, que eran ma­rrones y estriles. Las casas no eran granjas; muy separadas entre s, dominaban los campos yermos y se levantaban en medio de un silencio gris slo interrumpido por el gemido del trfico que circulaba por la 1-90. No mugan vacas ni relinchaban ca­ballos; no haba animales ni maquinaria agrcola. Frente a una de las pequeas casas se vea media docena de coches viejos y oxida­dos. En aquellas casas vivan seres que odiaban tanto a su propia especie que incluso Oatley estaba demasiado habitado para ellos. Los campos vacos les proporcionaban los fosos que necesitaban en torno a sus ruinosos castillos.

Por fin lleg a una encrucijada, que pareca una caricatura: dos caminos estrechos cruzndose en un desierto y prosiguiendo hacia otra especie de desierto. Jack empez a perder el sentido de la orientacin y se ajust la mochila mientras se acercaba a los altos y herrumbrosos tubos de hierro que sostenan los negros rtulos, tambin herrumbrosos, con los nombres de las calles. Debera haberse dirigido hacia la izquierda en lugar de hacia la derecha cuando haba salido de la rampa del desvio? El letrero que sealaba la carretera paralela a la autopista deca carretera de dogtown. Dogtown? Jack mir en aquella direccin y slo vio una llanura infinita, campos llenos de malas hierbas y el tramo negro de asfalto. El trecho donde l se encontraba se llamaba mill road, segn el letrero, y a algo ms de un kilmetro de distancia se meta en un tnel casi completamente cubierto por rboles y por una alfombra de hiedra extraamente pbica. Un letrero blanco penda entre la exuberancia de la hiedra, al parecer apoyado en ella. Las palabras eran demasiado pequeas para que pudieran leerse. Jack meti la mano derecha en el bolsillo y apret la moneda que le haba dado el capitn Farren.

El estmago se le quejaba; pronto necesitara cenar, as que deba alejarse de all y encontrar una ciudad donde poder ganar su sustento. Seguira por Mill Road; al menos poda andar hasta el otro extremo del tnel y ver qu haba al otro lado. Se oblig a caminar hacia l, mientras la boca oscura entre los rboles se agrandaba a cada paso.

Fresco, hmedo y con color a polvo de ladrillo y tierra remo­vida, el tnel pareci admitir al muchacho y comprimirse a su alrededor. Por un momento Jack temi que le condujese bajo tierra —no se vea ningn crculo de luz en el otro extremo del tnel—, pero entonces se dio cuenta de que el suelo de asfalto era plano. enciendan los faros, rezaba el letrero de la entrada. Jack choc contra la pared de ladrillo y un polvo granuloso se desme­nuz entre sus dedos. Faros, se dijo, deseando tener uno para encenderlo. Comprendi que el tnel deba curvarse en algn lugar. Aunque caminaba con cautela, lentitud y cuidado, haba ido a parar contra la pared como un ciego con las manos extendidas. Continu adelante, a tientas, tocando la pared. Cuando el coyote de las tiras cmicas de Correcaminos haca algo parecido a esto, sola acabar contra el parachoques de un camin.

Algo correte de prisa por el suelo del tnel y Jack se inmo­viliz.

Una rata, pens, o quiz un conejo que cruzaba los campos. Sin embargo, el ruido sugera algo ms grande.

Volvi a orlo, ms lejano en la oscuridad, y avanz otro paso a ciegas. Delante de l oy, una sola vez, una aspiracin y se detuvo, preguntndose: Ha sido eso un animal? Dej las yemas de los dedos apoyadas contra la pared y esper la espiracin. No haba sonado como un animal; desde luego, ningn conejo o rata inspiraban tan profundamente. Avanz unos centmetros, casi reacio a admitir que, fuera lo que fuese, le haba asustado.

Se detuvo otra vez al or en la oscuridad un ligero sonido semejante a una risa ahogada. Un segundo despus lleg hasta su nariz desde el fondo del tnel un olor familiar pero no identifica-ble, tosco, fuerte, como de almizcle.

Jack mir hacia atrs por encima del hombro. Ahora la en­trada era visible slo a medias, oscurecida por la curva de la pared, muy lejana y del tamao de una madriguera de conejo.

—Qu hay ah? —llam—. Eh! Hay algo aqu conmigo? O alguien?

Crey or un murmullo hacia el interior del tnel.

Se record a s mismo que no estaba en los Territorios; a lo mejor haba asustado a un perro sooliento que se haba cobijado para dormir en la fresca penumbra. Si as era, le salvara la vida despertndole antes de que entrara algn coche.

—Eh, perro! —grit—. Perro!

Y fue recompensado al instante por el sonido de patas corrien­do por el tnel. Pero... salan o entraban? No poda decidir por el suave murmullo si el animal se alejaba o aproximaba. Entonces se le ocurri que tal vez el ruido se acercaba a l por la espalda y cuando torci el cuello para mirar, vio que haba avanzado lo suficiente para no ver tampoco la entrada.

—Dnde ests, perro? —pregunt.

Algo rasc el suelo a pocos centmetros detrs de l y Jack dio un salto y choc violentamente con el hombro contra la curva de la pared.

Adivin una forma —parecida a la de un perro, tal vez— en la oscuridad. Dio un paso adelante y se par en seco, vctima de una desorientacin tan grande que se imagin de nuevo en los Territorios. El tnel estaba lleno de aquel olor a almizcle acre, propio de un zoolgico, y lo que se acercaba a l no era un perro.

Una rfaga de aire fro que ola a grasa y alcohol le sopl en la cara. Sinti que la forma se aproximaba.

Durante slo un instante vislumbr un rostro colgado en las tinieblas, iluminado por una luz interior leve y enfermiza, una cara larga y amarga que deba ser casi juvenil pero no lo era. Su aliento ola a sudor, grasa y alcohol. Jack se apret contra la pared, con los puos levantados, y el rostro se desvaneci en la oscuridad.

Sobrecogido por el terror, pens que oa pasos rpidos y suaves que se dirigan hacia la entrada del tnel y desvi el ros­tro de los centmetros cuadrados de oscuridad que haban recla­mado su atencin. Tinieblas, silencio. El tnel estaba vaco ahora. Jack se frot las manos contra las axilas y apoy la mochila contra los ladrillos; al cabo de un momento volvi a andar.

En cuanto hubo salido del tnel, dio media vuelta para mi­rarlo. No sala ningn ruido, ningn ser fantasmal le persegua. Dio tres pasos y mir hacia dentro. Y entonces casi se le par el corazn, porque se acercaban a l dos enormes ojos anaranja­dos, que salvaron la mitad de la distancia que mediaba entre ellos y Jack en cuestin de segundos. El muchacho no poda moverse... Estaba hundido en el asfalto hasta'ms arriba de los tobillos. Por fin consigui extender las manos, con las palmas -hacia arriba, en un gesto de defensa instintiva. Los ojos continuaron avanzando en su direccin y una bocina son con estruendo. Se­gundos antes de que el coche saliera del tnel a toda velocidad, con un hombre rubicundo al volante, que le agit un puo, Jack se lanz hacia un lado.

—MIEEEEERDAAAAAA... —profiri la boca contrada. Todava aturdido, Jack se volvi y vio el. coche alejarse colina abajo hacia un pueblo que deba ser Oatley.

4

Situado en una larga depresin del terreno, Oatley se desparra­maba a partir de dos calles principales. Una, la continuacin de Mili Road, pasaba por delante de un edificio destartalado que se levantaba en medio de una vasta zona de aparcamiento —una fbrica, pens Jack— y se converta en solares para coches de segunda mano (banderines colgantes), tenderetes de bocadillos (Las Grandes Tetas de Amrica), una bolera con un enorme letrero de nen (bolerama!), tiendas de comestibles y gasolineras. Ms all, Mili Road segua durante cinco o seis manzanas de casas, viejos edificios de ladrillos de dos pisos ante los cuales haba coches aparcados en batera. En la otra calle se encontraban por lo visto las casas ms importantes de Oatley: grandes edificios de madera con porches y largos prados inclinados. En la interseccin de estas dos calles haba un semforo cuyo ojo rojo parpadeaba a la luz del atardecer. Otro semforo a quiz ocho manzanas de distancia cambiaba al verde ante un edificio alto, sucio, de nume­rosas ventanas, que pareca un sanatorio mental y era probable­mente la escuela de segunda enseanza. De las dos calles parta un laberinto de casitas intercaladas entre edificios annimos cercados por alambradas altas.

Muchas ventanas de la fbrica estaban rotas y algunas de la parte vieja haban sido cegadas con tablones. Montones de ba­sura y papeles sembraban los patios de cemento. Incluso las casas importantes parecan abandonadas, con los porches semiderruidos y la pintura descascarillada. Aqu deban vivir los dueos de los solares para coches usados, llenos de vehculos invendibles.

Por un momento Jack pens en volver la espalda a Oatley y andar hasta Dogtown, fuera lo que fuese, pero aquello significaba pasar otra vez por el tnel de Mili Road. Son una bocina en el centro del sector comercial y el sonido lleg a odos de Jack lleno de una soledad y nostalgia inexpresables.

No podra descansar hasta haber llegado a las puertas de la fbrica, muy lejos del tnel de Mill Road. Casi un tercio de las ventanas de la sucia fachada de ladrillos estaban rotas y muchas de las otras, tapadas con rectngulos marrones de cartn. Incluso desde la carretera, Jack pudo oler a aceite de mquinas, grasa, correas de ventilador quemadas y engranajes gastados. Se meti las manos en los bolsillos y baj por la colina tan de prisa como pudo.

5

Vista de cerca, la ciudad era an ms deprimente que desde la colina. Los vendedores de coches usados se apoyaban en las ven­tanas de sus oficinas, demasiado aburridos para salir afuera. Sus banderines pendan deshilachados y tristes, los letreros, optimistas en su da, se levantaban a lo largo de la deteriorada acera, frente a las hileras de coches, amarillentos por el tiempo: SLO un pro­pietario! fantstica OPORTUNIDAD! el COCHE DE LA SEMANA! La

tinta se haba corrido en algunos de los letreros, como si los hubieran dejado bajo la lluvia. Por las calles transitaba muy poca gente. Mientras Jack se diriga al centro de la ciudad, vio a un hombre de mejillas hundidas y piel griscea tratando de subir a la acera un viejo carrito de compra. Cuando se acerc, el viejo farfull algo hostil y asustado, descubriendo unas encas negras como las de un tejn. Pens que Jack pretenda robarle el carrito! Lo siento, dijo Jack, con el corazn palpitante. El viejo intentaba abrazar todo el carrito, como para protegerlo, enseando a su enemigo aquellas encas ennegrecidas.

—Lo siento —repiti Jack—, slo iba a...

—Fueeeraaaa... fueeeeraaaa! —exclam el viejo, haciendo re­chinar los dientes, y unas lgrimas rodaron por las arrugas de sus mejillas.

Jack se alej a toda prisa.

Veinte aos antes, durante la dcada de los sesenta, Oatley quiz haba conocido la prosperidad. El relativo esplendor del tramo de Mill Road a la salida de la ciudad era producto de una era en que las acciones suban, la gasolina an era barata y nadie haba odo el trmino renta discrecional porque les so­braba. La gente haba invertido el dinero en operaciones subven­cionadas y pequeas tiendas y durante un tiempo, si no haba hecho grandes negocios, por lo menos se haba mantenido a flote. Aquella corta serie de manzanas conservaba aquella esperanza superficial, pero slo unos cuantos adolescentes aburridos holga­zaneaban ante botellas medianas de coca-cola en los restaurantes subvencionados y en demasiadas .ventanas de demasiadas tiendas pequeas se vean letreros tan deslucidos como los de los solares de coches usados anunciando: liquidacin total! ultima opor­tunidad. Jack no vio ningn letrero que ofreciera un puesto de trabajo, as que sigui caminando.

La parte comercial de Oatley mostraba la realidad bajo los colores de payaso feliz dejados por los aos sesenta. Mientras Jack caminaba frente a aquellas manzanas de viejos edificios de ladrillo, su mochila pareci hacerse ms pesada y sus pies ms sensibles. Ya habra empezado a andar hacia Dogtown de no ser por sus pies y por la necesidad de cruzar otra vez el tnel de Mili Road. Por supuesto no acechaba en su interior ningn fiero hombre lobo; ahora ya lo saba. Nadie poda haberle hablado en el tnel; los Territorios le haban trastornado. Ante todo, la vista de la Reina y luego el muchacho muerto bajo el carro, con la mitad de la cara destrozada. Despus Morgan y los rboles. Pero aquello haba pasado all, donde tales cosas existan... y hasta quiz eran normales. Aqu, la normalidad no admita cosas tan burdas.

Se hallaba ante un escaparate largo y sucio sobre el cual apenas poda leerse en el ladrillo el gastado eslogan: almacn de muebles. Se llev la mano a los ojos y mir hacia el interior. Un sof y un silln, ambos cubiertos por una sbana blanca, estaban a cua­tro metros de distancia uno de otro sobre el ancho suelo de ma­dera. Jack sigui bajando por la manzana, preguntndose si ten­dra que mendigar algo de comida.

En un coche aparcado ante una tienda atrancada con tablones estaban sentados cuatro hombres. Jack slo tard un momento en ver que el coche, un antiguo DeSoto negro del que pareca a punto de saltar Broderick Crawford, careca de neumticos. Pe­gado con una tira adhesiva transparente al limpiaparabrisas haba un cartn amarillo de diez por veinte centmetros que rezaba club buen tiempo. Los hombres de su interior, dos delante y dos de­trs, jugaban a cartas. Jack se acerc a la ventanilla delantera del lado derecho.

—Perdneme —dijo, y el jugador de cartas ms prximo a l le mir con un ojo redondo y gris—. Sabe dnde...?

—Lrgate —contest el hombre. Su voz era apagada y flem­tica, poco acostumbrada a hablar. La cara medio vuelta hacia Jack mostraba profundas huellas de acn y era extraamente aplanada, como si alguien la hubiera pisado cuando el hombre era un nio de pecho.

—Slo quera saber si podra encontrar trabajo para un par de das.

—Prubalo en Texas —dijo el hombre sentado ante el volante y la pareja del asiento posterior se ech a rer, salpicando de cer­veza las cartas.

—Ya te lo he dicho, chico, lrgate —repiti el hombre de ojos grises y cara plana— o te moler a palos personalmente.

Jack comprendi que hablaba en serio; si se quedaba un mo­mento ms, la rabia de este hombre se enseoreara de l y le hara apearse del coche para golpearle hasta dejarlo inconsciente. Entonces subira de nuevo al coche y abrira otra cerveza. Latas de Rolling Rock cubran el suelo, algunas abiertas, derramando cerveza por doquier, mientras las cerradas estaban unidas por aros de plstico. Jack retrocedi y el ojo redondo dej de mirarle.

—Quiz pruebe Texas, despus de todo —dijo. Aguz el odo para saber si se abra la puerta del DeSoto a sus espaldas, pero lo nico que oy abrirse fue otra Rolling Rock.

Crac! Shhhh!

Continu andando.

Lleg al final de la manzana y se encontr mirando hacia la otra calle principal de la localidad, a un trozo de csped mori­bundo, sembrado de malas hierbas amarillentas por entre las que asomaban estatuas de faunos parecidos a los de Disney, hechos con fibra de vidrio. Una vieja informe que empuaba un mata­moscas le mir desde un columpio de porche.

Jack se alej de su mirada suspicaz y vio ante l al ltimo de los inanimados edificios de ladrillos de Mili Road. Tres escalones de cemento conducan a una puerta de celosa abierta. Una ventana larga y oscura contena un letrero luminoso, budweiser, y treinta centmetros a la derecha, las palabras pintadas: bar oatley de updike. Y un poco ms abajo, escrita a mano en un cartn ama­rillo la frase maravillosa se necesita empleado. Jack se baj la mochila de la espalda, se la puso bajo el brazo y subi los esca­lones. Fue slo un instante, pero al pasar de la cansada luz del sol a la oscuridad del bar, record la entrada bajo el tupido fleco de hiedra del tnel de Mili Road.

captulo 9

JACK EN LA PLANTA NEPENTE

1

Unas sesenta horas despus, un Jack Sawyer cuyo estado de nimo era muy diferente de aquel en que se encontraba el Jack Sawyer que se haba aventurado el mircoles en el tnel de Oatley, estaba en la helada trastienda del bar Oatley, escondiendo su mochila tras los pequeos barriles de Busch colocados al fondo de la habitacin, que parecan bolos de aluminio en un callejn gigante. Dentro de dos horas escasas, cuando el bar cerrase por fin para la noche, Jack tena intencin de huir. El hecho de que pensara en ello de esta manera —no marcharse o seguir su camino, sino huir— era una prueba de lo desesperada que consideraba su si­tuacin.

Tena seis aos, seis, John B. Sawyer tena seis aos, Jacky tenia seis aos. Seis.

Esta idea, al parecer sin sentido, se haba insinuado en su mente aquella tarde y empezado a reiterarse. Supona que era una clara muestra de lo asustado que estaba, de su completa seguri­dad de que la situacin empezaba a ser insostenible. No tena la menor nocin del significado de aquella idea, que se limitaba a describir crculos y ms crculos, como un caballo de madera clavado a un carrusel.

Seis. Tena seis aos. Jack Sawyer tena seis aos. Una y otra vez, describiendo un crculo tras otro. El almacn comparta una pared con el bar y esta noche aquella pared vibraba de tanto ruido, latiendo como un tambor. Veinte mi­nutos antes era la noche del viernes y tanto Textiles y Tejidos Oat­ley como Cauchos Dogtown pagaban los viernes. Ahora el bar Oatley estaba lleno a rebosar. Un gran cartel a la izquierda de la barra proclamaba: la ocupacin por ms de 220 personas viola el

ARTCULO 331 DE LA LEY DE INCENDIOS DEL CONDADO DE GENESEE. Por

lo visto, el artculo 331 quedaba sin efecto los fines de semana, porque Jack calculaba que se apiaban ahora en l ms de trescientas personas, bailando al son de los boogies de una orques­ta country del oeste que se autodenominaba The Genny Valley Boys. Era una orquesta psima, pero posea una guitarra de pedal de acero.

—Hay chicos por aqu que joderan con un pedal de acero, Jack —haba dicho Smokey.

—Jack! —grit Lori por encima del muro de sonido. Lori era la compaera de Smokey. Jack desconoca su apellido. Apenas poda orla por encima del tocadiscos automtico, que to­caba a todo volumen cuando la orquesta descansaba. Jack saba que sus cinco miembros estaban en un extremo de la barra, ati­borrndose de rusos negros a mitad de precio. Lori asom la cabeza a la puerta de la trastienda. Cabellos rubios sin vida, sujetos con infantiles barritas de plstico, centelleaban bajo el fluorescente del techo.

—Jack, si no sacas ese cuete al instante, te retorcer el brazo.

—Est bien —dijo Jack—. Dile que ahora mismo voy.

Tena la carne de gallina y no era slo por el fro hmedo de la trastienda. Con Smokey Updike no se poda jugar, el Smokey que llevaba sobre la estrecha cabeza una serie de gorros de coci­nero de papel, el Smokey que usaba una gran dentadura de pls­tico encargada por correo, horrible y a veces fnebre en su per­fecta regularidad, el Smokey de violentos ojos castaos que tenan el blanco de un tono amarillo sucio, el Smokey Updike que en cierto modo era todava un desconocido para Jack —por lo cual le inspiraba mucho ms miedo— y que haba logrado hacer de l un cautivo.

El tocadiscos automtico enmudeci temporalmente, pero el ruido constante de la clientela pareci aumentar unos decibelios para compensarlo. Un vaquero del lago Ontario levant la voz en una atronadora exclamacin de borracho: YIIIII-JOOOO. Se oy el grito de una mujer. Rompieron un cristal. Entonces el tocadiscos volvi a empezar, sonando un poco como un cohete de Saturno a velocidad de escape.

Una especie de lugar donde se comen lo que atropellan en la carretera.

Crudo.

Jack se inclin sobre uno de los cuetes de aluminio y lo sac de la hilera arrastrndolo ms o menos un metro, con los labios apretados en una mueca de dolor, la frente perlada de sudor pese al ambiente de aire acondicionado y la espalda resentida. El cuete rechin y rasc el cemento desnudo. Jack se detuvo, res­pirando con fuerza, sintiendo zumbidos en los odos.

Acerc la carretilla al cuete de Busch, la puso derecha y dio la vuelta al cuete. Cuando logr inclinarlo sobre el borde, lo hizo girar hasta la pequea plataforma de la carretilla, pero al ir a dejarlo sobre ella, perdi el control (el gran cuete de bar slo pesaba unas libras menos que l mismo) y lo dej caer con fuerza sobre el borde de la carretilla, forrado con un trozo de alfombra para suavizar aquella clase de maniobras. Jack intent dirigirlo al mismo tiempo que retiraba a tiempo las manos, pero fue de­masiado lento y el cuete aplast sus dedos contra la carretilla. Despus del golpe sordo y muy doloroso, consigui de algn modo extraer los dedos, que le latan por la presin. Se los meti todos en la boca y los chup, con lgrimas en los ojos.

Peor an que pillarse los dedos era or el lento suspiro de los gases que escapaban a travs del tapn de la parte superior del cuete. Si Smokey colgaba el cuete y sala espuma... o an peor, si lo destapaba y un surtidor le empapaba la cara...

Era mejor no pensar en ninguna de estas cosas.

La noche anterior, la del jueves, mientras intentaba sacar un cuete para Smokey, el pequeo barril se haba volcado sobre el costado y el tapn haba saltado hasta el otro lado de la tras­tienda, rociando el suelo de espuma dorada y blanca, que fluy por el desage. Jack, horrorizado, se qued inmvil, escuchando los gritos de Smokey. No era Busch, sino Kingsland. No era cer­veza corriente, sino la clase especial espesa y amarga, la cerveza de la Reina.

Fue la primera vez que Smokey le peg: una bofetada rpida que envi a Jack contra una de las paredes resquebrajadas de la trastienda.

—Por ah se escapa tu paga del da —haba dicho Smokey—. Y espero que no vuelvas a hacer esto nunca, Jack.

Lo que ms alarm a Jack de la frase espero que no vuelvas a hacer esto nunca fue su implicacin: que habra muchas opor­tunidades para que volviera a hacerlo; como si Smokey Updike pensara retenerle por un perodo muy largo.

Jack, date prisa!

Ya voy —resopl Jack. Tir de la carretilla hasta la puerta, busc el pomo a sus espaldas, lo hizo girar y abri la puerta de un empujn, chocando con algo blando y de gran tamao.

—Cuidado, imbcil!

—Oh, lo siento —dijo Jack.

—Ya me encargar de que lo sientas, maricn —replic la voz. Jack esper hasta que oy alejarse unos pasos pesados por el pasillo que conduca a la trastienda y entonces volvi a abrir.

El pasillo era estrecho y estaba pintado de verde bilioso. Apes­taba a mierda, orina y Waterlimp. Tanto el yeso como el enlisto­nado de la pared tenan agujeros y por doquier podan leerse ins­cripciones escritas por borrachos aburridos que esperaban para usar el cubculo marcado pointers o settbrs. La ms larga es­taba escrita sobre la pintura verde con un rotulador negro y pareca expresar toda la furia sorda y ciega de Oatley. enviad A TODOS LOS NEGROS Y JUDOS AMERICANOS A irn, deca.

El ruido del bar se oa con fuerza en la trastienda, pero aqu era una gran oleada de sonido que pareca no tener fin. Jack ech una ojeada al almacn por encima del cuete colocado en posicin vertical sobre la carretilla, para cerciorarse de que su mochila no era visible.

Tena que salir de aqu; era preciso. El telfono mudo que al final haba hablado, como si le encerrara en una cpsula de hielo negro... aquello haba sido malo, pero Randolph Scott era peor. El individuo no era en realidad Randolph Scott, slo tena su as­pecto cuando haca pelculas en los aos cincuenta. Smokey Up­dike deba ser an peor... aunque Jack ya no estaba seguro de ello desde que haba visto (o crea haber visto) cambiar de color los ojos del hombre que se pareca a Randolph Scott.

Sin embargo, estaba seguro de que Oatley era lo peor de todo.

Oatley, Nueva York, en el corazn del condado de Genny, le pareca ahora una horrible trampa que le haban tendido... una especie de planta nepente municipal. La planta nepente era una de las verdaderas maravillas de la naturaleza. Resultaba fcil en­trar. Y casi imposible salir.

2

Un hombre alto, con un gran miembro oscilante delante de l, esperaba para entrar en el lavabo de hombres. Se paseaba un mondadientes de plstico de un lado a otro de la boca y clavaba en Jack una mirada furibunda. Jack supuso que era el miembro del hombre lo que haba golpeado al abrir la puerta.

—Maricn —repiti el hombre y en aquel momento se abri de golpe la puerta del lavabo y sali otro tipo. Durante un segundo estremecedor, su mirada se cruz con la de Jack. Era el hombre que se pareca a Randolph Scott, slo que ste no era actor de cine, sino un obrero textil de Oatley que se gastaba en bebida el sueldo de la semana. Ms tarde se marchara en un Mustang a medio pagar o quiz en una moto pagada en sus tres cuartas par­tes, probablemente una Harley grande y vieja con una pegatina de compre americano en el silln.

Sus ojos se volvieron amarillos.

No. es pura imaginacin, Jack, pura imaginacin. No es ms que...

... un obrero textil que le miraba porque era nuevo. Lo ms probable era que hubiese asistido a la escuela de segunda ense­anza de la localidad, que jugara al ftbol, que hubiese preado a una hincha catlica y contrado matrimonio con ella y que la hincha hubiese engordado de tanto comer chocolate y platos con­gelados; slo un palurdo ms de Oatley, slo...

Pero sus ojos se haban vuelto amarillos.

Basta! No es cierto!

Sin embargo, haba algo en l que record a Jack lo sucedido cuando se diriga a la ciudad... lo sucedido en las tinieblas.

El hombre gordo que haba llamado maricn a Jack retroce­di ante el hombre delgado de los Levis y la camiseta blanca y limpia. Randolph Scott se acerc a Jack con las grandes y venosas manos colgando a los lados.

Sus ojos de un azul brillante y glacial empezaron a cambiar, a humedecerse e iluminarse.

—Chico —dijo y Jack huy con torpe apresuramiento, abriendo la puerta giratoria con el trasero, sin importarle a quien golpeaba.

El ruido le aturdi. Kenny Rogers cantaba a grito pelado un entusiasta himno sureo dedicado a alguien llamado Reuben James. Siempre volviste la otra mejilla —enton ante el auditorio de borrachos hoscos e indolentes— diciendo que un mundo mejor espera a los humildes! Jack no vio a nadie que pareciera especial­mente humilde. Los Genny Valley Boys estaban volviendo al es­trado y cogiendo sus instrumentos. Todos menos el de la guitarra de pedal parecan ebrios y confusos... quiz nada seguros de dnde se encontraban. El de la guitarra slo tena aspecto de aburrido.

A la izquierda de Jack, una mujer hablaba en tono muy serio por el telfono pblico del bar, un telfono que Jack no volvera a tocar, si poda evitarlo, ni por mil dlares. Mientras la mujer hablaba, su compaero borracho le meta la mano por el escote de la camisa de vaquero medio desabrochada. En la gran pista de baile se manoseaban y arrastraban los pies unas setenta parejas, indiferentes al ritmo acrecentado de la ltima cancin, simple­mente arrimndose y meneando las caderas, con las manos en las nalgas y los labios pegados a los de la pareja, mientras el sudor les bajaba por las mejillas y formaba grandes crculos bajo sus axilas.

—Bueno, gracias a Diooos —exclam Lori, levantando para Jack la barra lateral. Smokey se hallaba en el centro de la barra, llenando la bandeja de Gloria con gin-tonics, ccteles de vodka y lo que pareca ser el nico rival de la cerveza como bebida po­pular de Oatley: rusos negros.

Jack vio entrar a Randolph Scott por la puerta giratoria. El hombre le busc con la mirada y sus ojos se clavaron al instante en los suyos. Asinti un poco con la cabeza, como diciendo: Ya hablaremos. Ya lo creo que s. Quiz hablaremos de lo que podio, o no poda haber en el tnel de Oatley. O sobre ltigos. O madres enfermas. Quiz hablaremos de que vas a quedarte en el con­dado de Genny durante mucho, mucho tiempo... tal vez hasta que seas un viejo que llore empujando un carrito de la compra. Qu crees t, Jack?

Jack se estremeci.

Randolph Scott sonri, como si le hubiera visto estremecerse... o lo hubiera adivinado. Entonces se mezcl con la gente en el aire viciado.

Un momento despus los dedos delgados pero fuertes de Smokey agarraron el hombro de Jack, buscando el lugar ms do­loroso y encontrndolo, como siempre. Eran dedos educados, expertos en buscar las fibras nerviosas.

—Jack, tienes que moverte ms de prisa —dijo Smokey. Su voz son casi comprensiva, pero sus dedos se hundan, hurgaban y apretaban. El aliento le ola a las pastillas rosas de menta que chupaba casi constantemente. Su dentadura postiza enviada por correo castaeteaba. A veces sorba de un modo obsceno cuando se le desplazaba y tena que succionar para colocarla de nuevo en su sitio—. Has de moverte ms de prisa o tendr que encender fuego bajo tu culo. Entiendes lo que quiero decir?

—S —respondi Jack, tratando de no gemir.

—Bien. Entendidos, entonces.

Durante un penossimo momento, los dedos de Smokey se hun­dieron an ms, apretando con acerbo entusiasmo un pequeo ncleo de nervios. Jack gimi por fin y esto fue suficiente para Smokey, que le solt.

—Aydame a colgar este cuete, Jack. Y hagmoslo rpido. Es viernes por la noche y la gente quiere beber.

—Sbado por la maana —dijo estpidamente Jack.

—Eso tambin. Rpido.

Jack logr ayudar a Smokey a levantar el cuete hasta el compartimiento cuadrado de debajo de la barra. Los msculos finos y resistentes de Smokey abultaban y se retorcan bajo su camiseta del bar Oatley. El sombrero de papel no se le cay de la cabeza de comadreja; el borde casi le rozaba la ceja izquierda, en aparente desafo a la ley de la gravedad. Jack mir, conteniendo el aliento, cmo Smokey quit con un golpecito el tapn de plstico rojo del cuete. ste respir con ms fuerza de la debida, pero no sali espuma. Jack expeli el aire en silencio. Smokey hizo girar hacia l el cuete vaco.

—Llvatelo al almacn y luego recoge la porquera del lavabo. Recuerda lo que te he dicho esta tarde.

Jack lo recordaba. A las tres haba sonado un silbido semejante a una sirena de alarma de bombardeo que le haba causado un tremendo sobresalto. Lori se haba redo y haba dicho: Cachea a Jack, Smokey... creo que acaba de mearse en los vaqueros. Smokey la haba mirado con los ojos entornados, sin sonrer, ha­ciendo una sea a Jack para que se acercara. Le explic que el silbido significaba que era el da de paga en la fbrica textil de Oatley y que se pareca mucho al silbido que sonaba en Cauchos Dogtown, una compaa que fabricaba juguetes de playa, mue­cas hinchables y preservativos con nombres como Fundas de Pla­cer. Aadi que el bar de Oatley no tardara en llenarse.

—Y t y yo y Lori y Gloria vamos a movernos con la rapidez del rayo —agreg Smokey— porque cuando el guila grita el viernes, hemos de resarcirnos de lo que no gana este lugar los domingos, lunes, martes, mircoles y jueves. Cuando te diga que me mandes un cuete, tienes que haberlo sacado antes de que yo acabe de gritar. Y vas al lavabo de hombres cada media hora con la fregona. Los viernes por la noche, un tipo vaca el estmago cada quince minutos ms o menos.

—A m me toca el de las mujeres —dijo Lori, acercndose. Tena los cabellos finos, rizados y rubios y la tez blanca como la de un vampiro de tira cmica. O bien estaba resfriada o sola as­pirar droga, porque no paraba de sorber aire por la nariz. Jack adivin que era un resfriado; dudaba de que alguien pudiera per­mitirse en Oatley el lujo de aficionarse a la droga—. El de las mujeres no est tan mal como el de los hombres. Casi, pero no tanto.

—Cierra el pico, Lori.

—Cirralo t —replic ella y la mano de Smokey sali dispa­rada. Se oy un chasquido y de pronto la huella de la palma de Smokey qued grabada en color rojo en una de las plidas me­jillas de Lori, como una calcomana infantil. Lori empez a gimo­tear... pero Jack sinti asco y perplejidad al ver que la expresin de sus ojos era casi feliz. Era la mirada de una mujer convencida de que semejante tratamiento es una muestra de afecto.

—No dejes de trabajar y no habr problemas —continu Smo­key—. Acurdate de moverte de prisa cuando te pida un cuete a gritos y de entrar en el lavabo de hombres con la fregona cada media hora para limpiar los vmitos.

Y entonces l haba repetido a Smokey que quera marcharse y Smokey haba reiterado su falsa promesa sobre el domingo por la tarde... pero, de qu serva pensar en aquello?

Ahora sonaron gritos ms fuertes y estentreas carcajadas, el crujido de una silla a! romperse y un prolongado alarido de dolor. Una pelea —la tercera de la noche— acababa de empezar en la pista de baile. Smokey profiri una maldicin y empuj a Jack para pasar.

—Llvate ese cuete —orden.

Jack puso el cuete vaco en la carretilla y la empuj hasta la puerta giratoria, mirando con inquietud a su alrededor en busca de Randolph Scott. Le vio entre el grupo que contemplaba la pelea y se relaj un poco.

En el almacn, coloc el cuete vaco junto a los dems en el compartimiento de carga y descarga; en el bar Oatley de Updike ya se haban vaciado seis cuetes esta noche. Una vez hecho esto, volvi a comprobar si su mochila estaba en su sitio. Por un mo­mento de pnico temi que hubiera desaparecido y el corazn se le desboc en el pecho... Dentro de ella tena el zumo mgico y tambin la moneda de los Territorios que en este mundo se haba convertido en un dlar de plata. Se movi hacia la derecha y cont dos cuetes ms, con la frente empapada de sudor. All estaba... palp la curva de la botella de Speedy a travs del nailon verde de la mochila. El corazn empez a latirle menos de prisa, pero an se senta nervioso y dbil de piernas... como uno se siente despus de salvarse de algo por los pelos.

El lavabo de hombres era un horror. Haca unas horas habra vomitado al verlo, pero ahora pareca haberse acostumbrado al hedor... y esto era, en cierto modo, lo peor de todo. Llen el cubo de agua caliente, le ech leja y empez a pasar la fregona enjabo­nada por la espantosa suciedad del suelo. Record los dos ltimos das, preocupado como un animal cado en una trampa se preo­cupa por el miembro que ha quedado atrapado.

3

El bar Oatley estaba oscuro, desordenado y al parecer totalmente vaco cuando Jack entr en l por primera vez. El tocadiscos, el billar romano y el juego de los Invasores del Espacio estaban desenchufados. La nica luz provena de los estantes llenos de Busch que haba encima de la barra: un reloj digital entre los picos de dos montaas, que se antojaba el OVNI ms fantasma­grico imaginable.

Jack se acerc a la barra con una leve sonrisa. Casi la haba alcanzado cuando una voz sin inflexiones dijo detrs de l:

—Esto es un bar. No se admite a menores. Qu eres t, es­tpido? Largo de aqu.

Jack se sobresalt. Acababa de tocar el dinero que llevaba en el bolsillo, pensando que todo se desarrollara como en el Golden Spoon: se sentara en un taburete, pedira algo y entonces solici­tara el empleo. Naturalmente, era ilegal contratar a un chico como l —por lo menos sin una autorizacin para trabajar firmada por sus padres o un tutor—, lo cual significaba que podan em­plearle por el salario mnimo o an menos, as que comenzaran las negociaciones, generalmente con la historia nmero 2: Jack y el Padrastro Malvado.

Dio media vuelta y vio a un hombre sentado solo a una de las mesas, mirndole con una atencin glacial y desdeosa. Era del­gado, pero bajo la camiseta blanca y en los lados del cuello tena unos potentes msculos. Llevaba anchos pantalones blancos de cocinero y un gorro de papel ladeado sobre la ceja izquierda. Su cabeza era estrecha, parecida a la de una comadreja, y sus cabellos cortos y con hebras grises en las sienes. Sostena en sus grandes manos un fajo de facturas y la calculadora de Texas Instruments.

—He visto el anuncio de que se necesita un empleado —explic Jack, pero ya sin muchas esperanzas. Este hombre no iba a contratarle y adems Jack no estaba seguro de querer trabajar para l. Tena aspecto de ser un tipo de malas pulgas.

—Conque si, eh? —contest el hombre de la mesa—. Debes haber aprendido a leer uno de los das que no hacas novillos. —Agit un paquete de cigarrillos baratos que haba sobre la mesa para sacar uno.

—Bueno, no saba que fuera un bar —dijo Jack, dando un paso hacia la puerta. La luz del sol pareca atravesar el cristal sucio y caer muerta en el suelo, como si el bar Oatley existiera en una dimensin algo diferente—. Creo que lo he tomado por... bueno, ya me entiende, un bar de bocadillos. Algo as. Ya me voy.

—Ven aqu. —Ahora los ojos del hombre le miraban con fijeza.

—No, escuche, no importa —respondi Jack, nervioso—. Slo...

—Ven aqu y sintate. —El hombre prendi una cerilla con la ua del pulgar y encendi el cigarro. Una mosca que se haba detenido sobre los papeles se alej zumbando en la oscuridad. Los ojos del hombre siguieron fijos en Jack—. No voy a morderte.

Jack se acerc despacio a la mesa y al cabo de un momento se sent en el banco de enfrente del hombre y entrelaz las manos. Alrededor de sesenta horas despus, mientras fregaba el lavabo de hombres a las doce y media de la noche, con el cabello sudoroso cayndole sobre los ojos, Jack pens —no, supo— que su estpida confianza haba sido la causante de que el resorte de la trampa se cerrara (y se haba cerrado en el mismo momento en que se sent frente a Smokey Updike, aunque entonces no lo supiera). La atrapamoscas es capaz de cerrarse sobre sus indefensas vcti­mas, los insectos; la planta nepente, con su aroma delicioso y sus mortferos costados, suaves como el cristal, slo tiene que esperar a que cualquier insecto cretino entre zumbando en su interior... donde termina ahogndose en el agua de lluvia recogida por la nepente. En Oatley, la nepente estaba llena de cerveza en lugar de agua de lluvia... sta era la nica diferencia.

S hubiera echado a correr...

Pero no lo haba hecho. Y quiz, pens Jack, haciendo lo posi­ble para no rehuir aquella mirada fra, aqu encontrara un em­pleo, despus de todo. Minette Banberry, la mujer que posea y regentaba el Golden Spoon de Auburn, haba sido bastante sim­ptica con Jack, dndole incluso un corto abrazo y un beso ade­ms de tres grandes bocadillos cuando se march, aunque Jack no se haba dejado engaar. La simpata e incluso una vaga clase de bondad no exclua un fro inters en los beneficios, ni siquiera algo muy prximo a una franca codicia.

El salario mnimo era en Nueva York de tres dlares y cua­renta centavos la hora, informacin impuesta por la ley que poda leerse en la cocina del Golden Spoon impresa sobre un pedazo de papel rosa vivo que casi tena el tamao de un cartel de cine. Sin embargo, el cocinero interino era de Hait, hablaba muy poco ingls y, pens Jack, era casi seguro que estaba en el pas ilegalmente, pero cocinaba a la velocidad del rayo y nunca permita que las patatas o las almejas pasaran un segundo ms de lo debido en las freidoras. La chica que ayudaba a la seora Ban­berry en el servicio de las mesas era bonita pero inexpresiva y se beneficiaba de un programa de permiso semanal para los retra­sados de Rome. En semejantes casos, el salario mnimo no se aplicaba y la chica retrasada, que ceceaba, cont a Jack con ingenuo asombro que ganaba un dlar y veinticinco centavos la hora, y todo para ella.

El propio Jack ganaba un dlar cincuenta. Haba regateado hasta conseguirlo y saba que si a la seora Banberry no la hu­bieran dejado plantada —su viejo lavador de platos haba desa­parecido aquella misma maana, durante la pausa del caf—, se habra negado a aceptar tal regateo, dicindole simplemente: con­frmate con el dlar y cuarto, chico, o prueba suerte en otro lugar. ste es un pas libre.

Ahora pens, con el cinismo ignorante que tambin era parte de su nueva confianza en s mismo, que tena delante a otra seora Banberry. Macho en vez de hembra, flaco en vez de gruesa y maternal, ceudo en lugar de sonriente, pero casi con seguridad una seora Banberry calcada.

—Conque buscas trabajo, eh? —El hombre de los pantalones blancos y el gorro de papel puso el cigarro en un viejo cenicero de hojalata en el fondo del cual estaba grabada la palabra camels. La mosca termin de lavarse las patas y alz el vuelo.

—S, seor, pero, como usted ha dicho, esto es un bar y... La inquietud volvi a dominarle. Aquellos ojos castaos con el blanco amarillento le turbaban... Eran los ojos de un gato viejo y cazador que haba visto en su vida muchos ratones per­didos como l.

—S, es mo —dijo —. Soy Smokey Updike. —Extendi la mano. Sorprendido, Jack la estrech. La mano apret la de Jack con dureza, hasta el punto de hacerle dao. Entonces afloj la pre­sin... pero Smokey no la retir—. Y bien?

—Cmo? —pregunt Jack, consciente de que pareca tonto y un poco asustado; el hecho era que se senta tonto y un poco asustado. Y quera que Updike le soltara la mano.

—Es que en tu casa no te han enseado a presentarte? Esto fue tan inesperado que Jack estuvo a punto de soltar su verdadero nombre en vez del que haba usado en el Golden Spoon, el nombre que daba tambin cuando los automovilistas que le recogan se lo preguntaban. Aquel nombre —que ya empezaba a considerar su nombre de carretera— era Lewis Farren.

—Jack Saw... ejem Sawtelle —farfull. Updike retuvo su mano un momento ms, sin desviar ni un pice los ojos castaos.

—Jack-Saw-ejem-Sawtelle —repiti—. Debe ser el maldito nom­bre ms largo de toda la gua telefnica, no, chico? Jack se sonroj pero guard silencio.

—No eres muy grande —observ Updike—. Crees que seras capaz de inclinar un cuete de cerveza de cuarenta kilos y co­locarlo en una carretilla?

—Creo que s —contest Jack, sin saber si sera o no capaz. De todos modos, no le pareca representar un gran problema; en un lugar tan vaco como ste, era probable que slo hubiera que cambiar el cuete cuando se vaciaba el que estaba colgado. Como si le leyera los pensamientos, Updike coment:

—S, ahora no hay nadie, pero tenemos bastante trabajo a las cuatro o las cinco y nos llenamos los fines de semana. Entonces ser cuando ganars tu paga, Jack.

—Bueno, no lo s —dijo Jack—. Cunto me pagara?

—Un dlar la hora —respondi Updike—. Ojal pudiera pa­garte ms pero... —Se encogi de hombros y dio una palmada al montn de facturas. Incluso sonri un poco, como diciendo: Ya ves cmo estn las cosas, chico, todo Oatley se. est deteniendo como un viejo reloj de bolsillo al que alguien olvid dar cuer­da... Se est deteniendo desde 1971. Pero sus ojos no sonrean;

sus ojos observaban la cara de Jack con la silenciosa concentracin de un gato.

—Caramba, esto no es mucho —dijo Jack. Habl despacio, pero estaba pensando con la mayor rapidez posible.

El bar Oatley era una tumba; no haba ni un solo borrachn en la barra viendo con una cerveza en la mano Hospital general por la televisin. Al parecer, en Oatley se beba dentro del propio coche, al que se daba el nombre de club. Un dlar cincuenta la hora era un salario mezquino cuando se trabajaba a fondo, pero en un lugar como ste, un dlar poda ser casi un regalo.

—No —convino Updike, volviendo a la calculadora—, no es mucho. —Su voz insinuaba que Jack poda tomarlo o dejarlo; no habra negociaciones.

—Podra convenirme —dijo Jack.

—Est bien —contest Updike—, pero ante todo hemos de dejar sentada otra cosa. De quin huyes y quin te persigue? —Los ojos castaos volvan a estar fijos en l, interrogantes—. Si alguien te sigue la pista, no quiero que me amargue la exis­tencia.

Esto no min mucho la confianza de Jack. Quiz no era el chico ms listo del mundo, pero s lo bastante para saber que no du­rara mucho en la carretera sin una segunda historia para patronos en potencia. Se trataba de la historia nmero 2: el Pa­drastro Malvado.

—Soy de una pequea ciudad de Vermont —explic—, Fender-ville. Mis padres se divorciaron hace dos aos. Mi padre intent obtener mi custodia, pero el juez se la dio a mi madre, como hacen casi siempre.

—As es, malditos sean. —Haba vuelto a sus facturas y estaba tan inclinado sobre la calculadora de bolsillo que la nariz casi tocaba las teclas. Sin embargo, Jack crea que tambin le escu­chaba.

—Pues bien, mi padre se fue a Chicago y encontr un empleo en una fbrica —continu Jack—. Me escribe casi todas las se­manas, pero el ao pasado dej de venir, porque Audrey le dio una paliza. Audrey...

—Es tu padrastro —dijo Updike y por un momento Jack en­torn los ojos y experiment la antigua suspicacia. No haba comprensin en la voz de Updike; por el contrario, pareca rerse de l, como si supiera que toda aquella historia era pura in­vencin.

—S —contest Jack—. Mi madre se cas con l hace un ao y medio. No para de golpearme.

—Triste, Jack, muy triste. —Updike levant unos ojos sarcs-ticos e incrdulos—. De manera que ahora te encaminas hacia Shytown, donde vivirs feliz para siempre con tu pap.

—Bueno, as lo espero —dijo Jack y tuvo una sbita inspira-.cin—. Por lo menos, mi verdadero padre nunca me colg del cuello dentro de mi armario. —Se baj el escote de la camiseta y ense la marca del cuello. Ya empezaba a palidecer; mientras estuvo trabajando en el Golden Spoon, todava era bien visible, de un feo color morado, como una quemadura, pero all no haba tenido ocasin de ensearla. Era, naturalmente, la marca dejada por la raz que casi le haba estrangulado en el otro mundo.

Fue gratificante ver la sorpresa y hasta el sobresalto en los ojos agrandados de Smokey Updike. Se inclin hacia delante, desor­denando las facturas rosas y amarillas.

—Cielo santo, muchacho. Eso te hizo tu padrastro?

—Fue cuando decid marcharme.

—Va a presentarse aqu, buscando su coche o su moto o la cartera o la droga escondida?

Jack mene la cabeza.

Smokey mir a Jack un momento ms y apret la tecla de off de su calculadora.

—Ven a la trastienda conmigo, chico —dijo.

—Por qu?

—Quiero ver si puedes inclinar uno de esos cuetes. Si eres capaz de sacar un cuete cuando yo lo necesite, el empleo es tuyo.

4

Jack demostr a plena satisfaccin de Smokey Updike que era capaz de inclinar uno de los grandes cuetes de aluminio y ha­cerlo girar hasta la carretilla. Incluso logr que la operacin pa­reciese fcil; an faltaba un da para que dejase caer un cuete al suelo y recibiera un puetazo en la nariz.

—Bueno, no est mal —sentenci Updike—. No tienes edad para el empleo y es probable que te rompas un hueso, pero eso es asunto tuyo.

Dijo a Jack que empezara a medioda y trabajara hasta la una de la madrugada (O hasta que puedas aguantar) y que le pagara todas las noches al cerrar. Puntualmente y en efectivo.

Volvieron al bar y all estaba Lori, vestida con unos pantalones de baloncesto de color azul marino, tan cortos que se vean asomar las bragas de rayn, y una blusa sin mangas que proceda seguramente de unos almacenes baratos de Batavia. Sujetaba sus finos cabellos rubios con unas barritas de plstico y fumaba un Pall Mal cuya punta estaba muy manchada de lpiz de labios. Un gran crucifijo de plata oscilaba entre sus pechos.

—ste es Jack —dijo Smokey—. Ya puedes quitar de la ven­tana el letrero de Se necesita empleado.

—Echa a correr, chico —recomend Lori—. An ests a tiempo.

—Cierra tu maldito pico.

—Oblgame.

Updike le propin una palmada en el trasero, sin cario y con tanta fuerza que la envi contra la barra acolchada. Jack par­pade y record el sonido del ltigo de Osmond.

—Un hombre fuerte —dijo Lori, con los ojos anegados en l­grimas pero con una expresin satisfecha, como si todo fuese como tena que ser.

La anterior inquietud de Jack era ahora ms clara y ms intensa... casi puro terror.

—Mejor ser no mezclarte en esto, chico —dijo Lori, pasando por su lado para ir a quitar el letrero de la ventana—. Estars bien.

—Se llama Jack, no chico —observ Smokey, que haba vuelto a la mesa donde haba entrevistado a Jack y recoga las facturas—. Un chico es una maldita cra de cabra. No te lo ensearon en la escuela? Hazle un par de hamburguesas; tiene que empezar el trabajo a las cuatro.

Ella quit de la ventana el letrero de Se necesita empleado y lo guard detrs del tocadiscos automtico con el aire de quien ha hecho lo mismo muchas veces. Al pasar junto a Jack, le gui un ojo. Son el telfono.

Los tres lo miraron, sobresaltados por el repentino timbrazo. Jack tuvo la impresin momentnea de que era una babosa adhe­rida a la pared. Fue un momento extrao, casi intemporal, que le dio tiempo para ver lo plida que estaba Lori; el nico color de sus mejillas provena de las huellas rojizas de un reciente acn juvenil. Tambin tuvo tiempo de estudiar los planos crueles y bastante secretos del rostro de Smokey Updike y de ver las venas abultadas de sus largas manos. Y tiempo de ver el letrero amarillento que haba sobre el telfono: por favor, limite SUS

LLAMADAS A TRES MINUTOS.

El telfono son y son en el silencio. Jack pens, aterrado de improviso: s para m. Larga distancia... larga LARGA dis­tancia.

—Contstalo, Lori —orden Updike—. Es que ests atontada? Lori fue al telfono.

—Bar Oatley —dijo con voz dbil y temblorosa. Escuch—. Diga! Diga!... Oh, idos a la mierda. Colg con un golpe.

—No han dicho nada. Nios. A veces quieren saber si tenemos al Prncipe Albert en una lata. Cmo te gustan las hamburgue­sas, chico?

Jack! —vocifer Updike.

—Jack, est bien. Jack. Cmo te gustan las hamburguesas, Jack?

Jack se lo dijo y salieron en su punto justo, medio hechas, muy calientes, con mostaza oscura y cebollas moradas. Las devor y bebi un vaso de leche y su inquietud remiti junto con el hambre. Nios, haba dicho ella. No obstante, miraba el telfono de vez en cuando, sin saber qu pensar.

5

A las cuatro, como si el vaco total del bar hubiera sido una deco­racin levantada para atraerle —como la planta nepente con su aspecto de inocencia y olor agradable—, la puerta se abri y casi una docena de hombres con ropa de trabajo entraron uno detrs de otro. Lori enchuf el tocadiscos, la mquina de billar romano y el juego de los Invasores del Espacio. Varios de los hombres saludaron a gritos a Smokey, quien sonri con los labios semi-cerrados, dejando entrever su dentadura encargada por correo. La mayora pidieron cerveza. Dos o tres optaron por rusos ne­gros. Uno de ellos —miembro del Club Buen Tiempo, Jack estaba casi seguro— introdujo monedas de veinticinco centavos en el tocadiscos, conjurando las voces de Mickey Gilley, Eddie Rabbit, Waylon Jennings y otros. Smokey orden a Jack que sacara de la trastienda el cubo y la fregona y limpiara la pista de baile, frente al estrado de la orquesta, que esperaban, ambos vacos, la llegada del viernes por la noche y los Genny Valley Boys. Aadi que cuando estuviera seca, la encerase bien.

—Sabrs que est bien cuando puedas ver tu cara sonriente reflejada en ella —dijo Smokey.

6

As empez su servicio en el bar Oatley de Updike.

Tenemos bastante trabajo a las cuatro o a las cinco.

Bueno, no poda decir que Smokey le hubiera mentido. Hasta el momento en que Jack apart su plato y se puso a trabajar, el local estuvo desierto, pero a las seis se reunieron tal vez cin­cuenta personas y la corpulenta camarera —Gloria— empez a atenderlas reclamada por los gritos y alaridos de algunos clien­tes. Gloria ayud a Lori a servir unas cuantas garrafas de vino, muchos rusos negros y ocanos de cerveza.

Adems de los cuetes de Busch, Jack sac caja tras caja de cerveza embotellada: Budweiser, por supuesto, pero tambin marcas locales favoritas como Genesee, Utica Club y Rolling Rock. Sus manos empezaron a llenarse de ampollas y la espalda empez a dolerle.

Entre viajes a la trastienda a buscar cajas de cerveza embo­tellada y a sacar un cuete para Smokey (frase por la que ya senta un temor elemental), iba a buscar el cubo y la fregona y la gran botella de cera para abrillantar la pista de baile. En un momento dado, una botella vaca de cerveza pas volando a pocos milmetros de su cabeza. Se agach, con el corazn palpitante, y la vio estrellarse contra la pared. Smokey ech del local al borra­cho que la haba lanzado, ensendole la dentadura con una gran sonrisa falsa de caimn. Jack mir por la ventana y vio al borra­cho aterrizar contra un parqumetro con la fuerza suficiente para disparar la bandera roja de violacin.

—Vamos, Jack —llam Smokey desde la barra con impa­ciencia—, no te ha acertado, verdad? Friega esa porquera!

Smokey le envi al lavabo de hombres media hora ms tarde. Un tipo de mediana edad con un corte de pelo a lo John Pyne se encontraba de pie ante uno de los orinales llenos de hielo, con una mano apoyada en la pared y blandiendo en la otra un enorme pene sin circuncidar. Un charco de vmito humeaba entre sus botas de trabajo.

—Lmpialo, chico —dijo el hombre, tambalendose hacia la puerta y dando a Jack una palmada en la espalda que casi le hizo caer—. Uno tiene que vaciarse como puede, no es verdad?

Jack pudo esperar a que cerrara la puerta y entonces fue incapaz de seguir controlando la garganta.

Consigui vomitar en el nico retrete del bar, donde se enfren­t a los excrementos flotantes y hediondos del ltimo cliente. Vomit todo lo que quedaba de su cena, respir dos veces entre­cortadamente y vomit otra vez. Busc a tientas la cadena con dedos trmulos y la estir. A travs de las paredes se filtraban sordamente las voces de Waylon y Willie, cantando sobre Luckenbach, Texas.

De pronto vio ante s la cara de su madre, ms hermosa que en cualquier pantalla de cine, con ojos grandes, oscuros y tristes. La vio sola en sus habitaciones del Alhambra, con un cigarrillo consumindose olvidado en un cenicero que haba cerca de ella. Estaba llorando, llorando por l. A Jack se le rompi el corazn de tal forma que temi morir de nostalgia y amor por ella, por una vida en la que no hubiera cosas en los tneles ni mujeres que desearan ser pegadas y obligadas a llorar ni hombres que vomitaran entre sus pies mientras meaban. Quera estar con ella y odi a Speedy Parker con fuerza reconcentrada por haberle inducido a poner los pies en este horrible viaje hacia el oeste.

En aquel momento se desintegraron los ltimos restos de su confianza en s mismo... por completo y para siempre. El pensamiento consciente fue dominado por un gemido infantil, profundo y elemental: Necesito a mi madre. Dios mo, necesito a mi madre...

Sali del retrete con piernas temblorosas, pensando: Est bien, se acab, hay que salir de este charco, maldito Speedy, este chico vuelve a su casa. O como quieras llamarla. En aquel mo­mento no le importaba que su madre se estuviera muriendo. En aquel momento de dolor inarticulado fue nicamente Jack, egosta de un modo tan inconsciente como un animal que puede ser de­vorado por cualquier carnvoro: ciervo, conejo, ardilla. En aquel momento se habra sentido perfectamente dispuesto a dejarla morir del cncer que se extenda sin control desde sus pulmones con tal de que ella le abrazara y besara para desearle buenas noches y le dijera que no escuchara su maldito transistor en la cama o leyera con una linterna bajo las sbanas durante media noche.

Apoy la mano en la pared y poco a poco logr sobreponerse. Este acto de disciplina no fue consciente, sino una simple recti­ficacin mental, algo muy propio de Phil Sawyer y Lily Cavanaugh. Haba cometido un error, un gran error, s, pero no se volvera atrs. Los Territorios eran reales, as que el Talismn tambin poda ser real y no iba a asesinar a su madre por cobarda.

Llen el cubo con agua caliente que sala del grifo de la tras­tienda y freg toda la porquera del suelo.

Cuando sali eran las diez y media y la gente del bar haba empezado a dispersarse; Oatley era una ciudad de trabajadores y stos beban pero volvan a casa temprano los das laborables.

—Ests plido como la cera, Jack —observ Lori—. Te en­cuentras bien?

—Crees que podra tomar una gaseosa de jengibre? —pre­gunt l.

Lori se la llev y Jack la fue bebiendo mientras terminaba de encerar la pista de baile. A las doce menos cuarto Smokey le orden que volviera a la trastienda a sacarle un cuete. Jack consigui hacerlo... a duras penas. A la una menos cuarto Smokey empez a apremiar a los clientes para que terminasen sus bebidas. Lori desenchuf el tocadiscos —Dick Curless dej de cantar con un largo y lento gemido— ante varios dbiles gritos de protesta. Gloria desenchuf los juegos, se puso el suter (tan rosa como las pastillas de menta que Smokey chupaba con regu­laridad, tan rosa como las falsas encas de su dentadura postiza) y se march. Smokey empez a apagar las luces y a empujar hacia la puerta a los ltimos cuatro o cinco clientes.

—Est bien, Jack —dijo cuando se hubieron ido—. Lo has hecho bien. Puedes mejorar, pero no est mal como principio. Puedes dormir en la trastienda.

En vez de pedir su paga (que, por otra parte, Smokey no le ofreci), Jack se dirigi a trompicones a la trastienda, tan can­sado que pareca una versin en miniatura de los borrachos ex­pulsados a hora tan tarda.

En la trastienda vio a Lori en cuclillas en un rincn —posicin que haca subir sus pantalones cortos de baloncesto hasta un punto casi alarmante— y por. un momento Jack pens lleno de pnico que le estaba registrando la mochila. Entonces vio que haba extendido un par de mantas sobre un lecho de sacos de manzanas, adems de colocar en la cabecera un pequeo almoha­dn de satn marcado con las palabras: feria mundial de nue­va york.

—Te he preparado un pequeo nido, chico —explic.

—Gracias —dijo Jack. Era un acto de bondad sencillo y casi indiferente, pero se sorprendi a s mismo luchando para contener las lgrimas. Esboz una sonrisa—. Muchas gracias, Lori.

—No hay problema. Estars bien aqu, Jack. Smokey no es tan malo. Cuando le conoces mejor, no es ni la mitad de lo que parece. —Lo dijo con una ansiedad inconsciente, como si deseara que fuera as.

—Probablemente no —contest Jack, y aadi en un impulso—:

Pero yo me ir maana. Creo que Oatley no es para m.

—Puede que te vayas, Jack —dijo ella— ... y puede que de­cidas quedarte un poco ms. Por qu no lo consultas con la almohada? —Hubo algo forzado y nada natural en este pequeo discurso... que no tena nada de la autenticidad de la sonrisa cuando le haba dicho: Te he preparado un pequeo nido. Jack lo advirti, pero estaba demasiado cansado para seguir pensando.

—Bueno, ya veremos —dijo.

—Claro que s —contest ella, yendo hacia la puerta. Le sopl un beso desde la palma de su mano sucia—. Buenas noches, Jack.

—Buenas noches.

Empez a quitarse la camiseta... y al final decidi dejrsela puesta y quitarse slo las zapatillas. La trastienda estaba fra. Se sent sobre los sacos, deshizo los nudos y se quit una zapa­tilla y luego la otra. Ya iba a posar la cabeza sobre el recuerdo de Lori de la Feria Mundial de Nueva York —y podra haberse que­dado profundamente dormido antes de tocarla— cuando el tel­fono empez a sonar en el bar, estridente en el silencio, como perforndolo, recordndole races grises y pastosas, ltigos y ca­ballos bicfalos.

Ring, ring, ring en el silencio, en el absoluto silencio.

Ring, ring, ring, mucho despus de que se hubieran ido a la cama los nios que llaman para preguntar si el Prncipe Alberto est en una lata. Ring, ring, ring. Hola, Jacky, soy Margan y te present en el bosque, astuto sinvergenza. Te OLJ en el bosque. Cmo tuviste la idea de que estabas seguro en tu mundo? Aqu tambin estn mis bosques. Es tu ltima oportunidad, Jacky. Vete a casa o enviaremos a las tropas. No tienes escapatoria. No podrs...

Jack se levant y cruz descalzo la trastienda. Un sudor ligero pero helado pareca cubrirle todo el cuerpo.

Abri slo una rendija de la puerta.

Ring, ring, ring, ring.

Y por fin:

—Diga! Aqu el bar Oatley. Y ser mejor que conteste. —Era la voz de Smokey. Una pausa—. Diga? —Otra pausa—. Vete al diablo\ —Smokey colg de golpe y Jack le oy cruzar de nuevo el bar y subir las escaleras hacia el pequeo apartamento del tico que comparta con Lori.

7

Jack mir con incredulidad del trozo de papel verde que tena en la mano izquierda al pequeo fajo de billetes —todos de un d­lar— y algunas monedas que sostena en la derecha. Eran las once de la maana siguiente, jueves, y acababa de pedir su paga.

—Qu es esto? —pregunt, todava incapaz de creerlo.

—Sabes leer —replic Smokey— y sabes contar. No te has mo­vido con la rapidez que a m me gusta, Jack, al menos, an no, pero no eres tonto del todo.

Ahora estaba sentado con el papel verde en una mano y el dinero en la otra. Una ira sorda empez a latirle como una vena en mitad de la frente. cuenta del cliente, deca en el papel. Era exactamente el mismo que utilizaba la seora Banberry en el Galden Spoon. Ley:

1 hmburgsa $ 1,35

1 hmburgsa $ 1,35

1 leche .55

1 gas. jeng. .55

Imp. .30

La cifra $4,10 figuraba al final en nmeros grandes rodeados de un crculo. Jack haba ganado nueve dlares con su trabajo de cuatro a una y Smokey le cobraba casi la mitad; lo que tena en la mano derecha eran cuatro dlares y noventa centavos.

Levant la vista, furioso, y mir primero a Lori, que desvi los ojos como si estuviera algo confundida, y luego a Smokey, que sostuvo su mirada.

—Esto es una estafa —dijo Jack con voz dbil.

—Jack, no es verdad. Mira los precios del men...

—No me refiero a eso y usted lo sabe!

Lori retrocedi un poco, como esperando que Smokey le lar­gara una bofetada... pero Smokey se limit a mirar a Jack con una especie de terrible paciencia.

—No te cobro la cama, verdad?

—La cama! —grit Jack, sintiendo que la sangre le aflua a las mejillas—. Vaya cama! Sacos de arpillera sobre un suelo de cemento! Vaya cama! Me gustara que se atreviera a cobrrmela, sucio tramposo \

Lori profiri una exclamacin asustada y mir a Smokey... pero ste permaneci sentado enfrente de Jack, expeliendo el humo denso y azul de su cigarro, que se enroscaba entre ambos. Un sombrero de papel limpio se inclinaba sobre su estrecha cabeza.

—Hablamos de que dormiras ah atrs —dijo Smokey—. Pre­guntaste si iba incluido en el empleo y yo asent. No hablamos de las comidas. Si hubiramos tocado el tema, quiz habramos llegado a un acuerdo. O quiz no. El caso es que no lo hablamos as que ahora tienes que conformarte.

Jack temblaba y lgrimas de ira humedecan sus ojos. Intent hablar y slo pudo proferir un gemido ahogado. Estaba literal­mente demasiado furioso para hablar.

—Claro que si quieres discutir ahora un descuento de empleado en tus comidas...

—Vayase al infierno! —logr decir por fin Jack, cogiendo con rabia los cuatro billetes de dlar y las escasas monedas—. Ensee al siguiente chico que se presente a vigilar sus intereses! Yo me voy!

Cruz el local hacia la puerta, sabiendo, a pesar de la clera —no slo creyendo, sino sabiendo seguro— que no llegara a la acera.

—Jack.

Toc el pomo de la puerta, pens en cogerlo y hacerlo girar... pero no caba duda de que aquella voz contena una amenaza autntica. Dej caer la mano y dio media vuelta, mientras la clera le abandonaba. Se sinti de repente encogido y viejo. Lori estaba detrs de la barra, donde barra y tatareaba. AI parecer haba decidido que Smokey no iba a dar ningn puetazo a Jack, y como en realidad lo dems no le importaba, consideraba que todo iba bien.

—No irs a dejarme plantado ahora que llega e! fin de semana.

—Quiero marcharme de aqu. Usted me ha estafado.

—No, seor —neg Smokey—, ya te he explicado este punto. El nico que se ha hecho un lio eres t, Jack. Ahora podramos hablar de tus comidas; acordar tal vez un cincuenta por ciento de descuento e incluso gaseosas gratis. Nunca he hecho tantas con­cesiones con los empleados jvenes que contrato de vez en cuan­do, pero este fin de semana ser especialmente movido porque vendrn muchos emigrantes para la cosecha de la manzana. Y ade­ms, t me gustas, Jack. Por eso no te he dejado sin sentido cuando me has levantado la voz, aunque quiz hubiera debido hacerlo. El caso es que te necesito este fin de semana.

Jack sinti renacer su clera y volver a extinguirse casi en seguida.

—Y si me marcho, de todos modos? —pregunt—. Tengo cinco dlares y alejarme de esta mierda de ciudad sera como recibir una prima.

Mirando a Jack y sin dejar de sonrer, Smokey pregunt:

—Recuerdas al tipo que vomit anoche en el lavabo justo antes de que entraras a limpiarlo? Jack asinti.

—Recuerdas su aspecto?

—Corte de pelo militar. Caquis. Por qu?

—Es Digger Arwell. Su verdadero nombre es Carlton, pero pas diez aos al cuidado de los cementerios municipales y por eso todos empezaron a llamarle Digger. Esto fue... oh, hace veinte o treinta aos. Ingres en la polica municipal ms o menos cuando Nixon fue elegido presidente. Ahora es jefe de polica.

Smokey cogi su cigarro, lo chup y mir a Jack.

—Digger y yo somos amigos —continu—. Y si t te marcharas de aqu ahora, Jack, no podra garantizarte que no tuvieras dificul­tades con Digger. Podra acabar envindote a casa. Podra acabar obligndote a recoger manzanas en los terrenos del ayunta­miento... Creo que el ayuntamiento de Oatley posee unas diecisis hectreas de rboles frutales. Podra acabar dndote una buena paliza. O... he odo decir que al viejo Digger le gustan los chicos que viajan por la carretera. Ms que las chicas, quiero decir.

Jack pens en aquel pene parecido a una porra y sinti asco y fro.

—Aqu ests bajo mi proteccin, por as decirlo —prosigui Smokey—. En cuanto pises la calle, quin sabe? Digger suele aparecer donde menos se le espera. Podras cruzar los lmites de la ciudad impunemente y, por otro lado, podras verle acer­carse a ti en su gran Plymouth. Digger no es muy inteligente, pero a veces tiene muy buen olfato. O... alguien podra avisarle por telfono.

Detrs de la barra, Lori lavaba platos. Se sec las manos, co­nect la radio y empez a cantar una. vieja meloda de Steppenwolf.

—Haremos una cosa —dijo Smokey—. Qudate un poco ms, Jack. Trabaja este fin de semana, luego te subir a mi camioneta y yo mismo te sacar de la ciudad. Qu te parece? Saldrs de aqu el domingo a medioda con casi treinta dlares en el bolsillo, una cantidad que no pensabas ganar. Te marchars pensando que Oatley no es un lugar tan malo, despus de todo. Qu dices a esto?

Jack mir los ojos castaos, se fij en los blancos amarillentos y los pequeos puntos rojos; observ la grande y sincera sonrisa de Smokey y sus dientes postizos; vio incluso con una extraa y aterradora sensacin de dj vu que la mosca volva a estar en el sombrero de cocinero de papel, atildndose y lavando sus endebles patas delanteras.

Sospechaba que Smokey saba que l saba que todas sus palabras eran un embuste y ni siquiera le importaba. Despus de trabajar hasta la madrugada del sbado y la madrugada del do­mingo, Jack dormira tal vez hasta las dos de la tarde del domingo. Smokey le dira que no poda llevarle en la camioneta porque Jack se haba levantado demasiado tarde; ahora l, Smokey, estaba demasiado ocupado viendo los Colts y los Pa­triotas. Y Jack no slo estara demasiado cansado para andar, sino tambin demasiado asustado porque Smokey poda perder inters por los Colts y los Patriotas el rato suficiente para llamar a su buen amigo Digger Atwell y decirle:

—En este momento est bajando por Mill Road, Digger, viejo amigo. Por qu no le recoges? Luego vuelve aqu y tendrs cer­veza gratis, pero no vomites en mis orinales hasta que me hayas devuelto al chico.

ste era un escenario. Se le ocurran otros, cada uno algo dife­rente, pero todos iguales en el fondo.

La sonrisa de Smokey Updike se ensanch un poco.

captulo 10

ELROY

1

Cuando tenia seis aos...

El bar, que haba empezado a vaciarse a esta hora en las dos noches anteriores, estaba en su apogeo, como si los clientes espe­rasen la llegada del amanecer. Jack vio que haban desaparecido dos mesas, vctimas de la pelea iniciada justo antes de su ltima expedicin al lavabo. Ahora bailaban en el espacio ocupado antes por las mesas.

—Ya era hora —dijo Smokey cuando Jack entr tambalen­dose en la parte trasera de la barra y dej la caja ante las puertas de los frigorficos—. Mete las botellas y vuelve a por la maldita Bud. Tendras que haberla trado antes que stas.

—Lori no me ha dicho...

Un dolor intenso e increble estall en su pie cuando Smokey pisote con fuerza la zapatilla de Jack, que profiri un grito aho­gado y sinti el escozor de las lgrimas en los ojos.

—Cllate —interrumpi Smokey—. Lori es tonta y t eres lo bastante listo para saberlo. Vuelve all y treme una caja de Bud.

Volvi a la trastienda, cojeando del pie que Smokey haba piso­teado, preguntndose si tendra rotos los huesos de algunos dedos. Pareca muy posible. La cabeza le arda por el humo, el ruido y el ritmo entrecortado de los Genny Valley Boys, dos de los cuales se tambaleaban perceptiblemente sobre el estrado. Slo te­ma una idea clara: no podra esperar hasta la hora del cierre, no podra soportarlo hasta entonces. Si Oatley era una crcel y el bar Oatley su celda, el agotamiento era un guardin tan seguro como Smokey Updike, o quiz ms.

A pesar de su preocupacin sobre cmo seran los Territorios en este lugar, el zumo mgico pareca prometerle cada vez ms la nica salida. Poda beber un trago y saltar al otro mundo... y si era capaz de andar all una milla hacia el oeste, o dos como mximo, poda beber un poco ms y saltar de nuevo a Estados Unidos ms all de los lmites de este horrible lugar, quiz tan hacia el oeste como Bushville o incluso Pembroke.

Cuando yo tena seis aos, cuando Jack-0 tena seis aos, cuando...

Carg con la Bud y sali de nuevo a trompicones... y. el vaquero alto y flaco de las manos grandes, el que se pareca a Randolph Scott, se plant ante l y se qued mirndole.

—Hola, Jack —dijo, y Jack vio con terror creciente que los iris de los ojos del hombre eran tan amarillos como las patas de un pollo—. No te orden alguien que te fueras? No sabes escuchar, verdad?

Jack, con la caja de Bud en los brazos y la vista fija en aquellos ojos amarillos, tuvo de pronto una idea espantosa: ste haba sido el merodeador del tnel, este hombre monstruoso de ojos amarillos y muertos.

—Djeme en paz —replic y las palabras salieron como un dbil murmullo.

El hombre s acerc ms.

—Ya tenas que haber desaparecido.

Jack intent retroceder... pero ahora estaba contra la pared y cuando el vaquero que se pareca a Randolph Scott se inclin sobre l, Jack percibi en su aliento un hedor a carne muerta.

2

Entre la hora en que Jack iniciaba el trabajo el jueves a medioda y las cuatro, cuando los clientes habituales del bar empezaban a llegar, el telfono pblico que ostentaba el letrero de por favor,

LIMITE SUS LLAMADAS A TRES MINUTOS son dos veces.

La primera vez, Jack no sinti ningn miedo... y result ser slo un agente del United Fund.

Dos horas despus, mientras Jack estaba recogiendo las botellas de la noche anterior, el telfono volvi a llamar con estridencia. Esta vez levant la cabeza como un animal que olfatea el fuego en un bosque seco... slo que saba que no era ruego, sino hielo. Se volvi hacia el telfono, que estaba slo a un metro de donde l trabajaba, y oy crujir los tendones de su cuello. Pens que vera el telfono pblico recubierto de escarcha, una escarcha que se derretira por la funda de plstico negro, rezumara por los agujeros del auricular y la bocina en regueros de hielo azul finos como minas de lpiz y caera en forma de carmbanos por el disco y la ranura del cambio.

Pero slo era el telfono y toda la frialdad y la muerte se encontraba en el interior.

Lo mir con fijeza, hipnotizado.

—Jack! —grit Smokey—. Contesta ese maldito telfono! Para qu demonios te pago?

Jack mir hacia Smokey con la desesperacin de un animal acorralado... pero Smokey le miraba a su vez con aquella expre­sin paciente y los labios apretados que tena en la cara justo antes de dar un manotazo a Lori. Fue hacia el telfono, apenas consciente de que mova los pies; camin hacia el fondo de aquella cpsula de frialdad, sintiendo la carne de gallina en los brazos y una humedad congelada en la nariz.

Alarg la mano y cogi el telfono. La mano se le durmi.

Se acerc el auricular a la oreja. La oreja se le durmi.

—Bar Oatley —dijo a la letal oscuridad y la boca se le qued dormida.

La voz que sali del telfono fue el gruido cascado y spero de algo muerto haca tiempo, de alguna criatura que nunca podra ser vista por los seres vivos; su vista hara enloquecer a una per­sona viva o la matara, congelndole los labios y cegndole los ojos con cataratas de hielo.

Jack —susurr, por el auricular, esta voz ronca y quebrada y la cara de Jack se durmi, como cuando tena que pasar un ingrato da en la silla del dentista y el tipo le inyectaba demasiada novocana—. Has de volver a casa, maldita sea.

Desde muy lejos, desde una distancia de aos luz,'segn le pareci, oy repetir a su propia voz:

—Bar Oatley, hay alguien ah? Diga?... Diga?...

Fro, haca mucho fro.

Tena la garganta dormida. Respir y le pareci que se le dor­man los pulmones. Pronto se congelaran las cmaras de su. co­razn y l caera muerto.

Aquella voz helada susurr:

Pueden suceder cosas muy malas a un chico que viaja solo, Jack. Pregntalo a cualquiera,

Colg el telfono con un gesto rpido y torpe. Apart la mano y se qued mirando el aparato.

—Era ese cabrn, Jack? —pregunt Lori y su voz era dis­tante... aunque un poco ms cercana que su propia voz haca unos momentos. El mundo volva. En el auricular del telfono pblico pudo ver la forma de su mano, ribeteada por un brillante borde de escarcha. Mientras la miraba, la escarcha empez a derre­tirse y gotear por el plstico negro.

3

Aquella noche —la del jueves— fue cuando Jack vio por primera vez al Randolph Scott del condado de Genny. Haba menos gente que la noche anterior —la clientela de la vspera del da de pago—, pero los presentes bastaban para llenar el local y ocupar todas las mesas.

Eran los habitantes de una zona rural donde los arados deban oxidarse, olvidados, en los cobertizos traseros, hombres que quiz deseaban ser agricultores pero ya no saban cmo. Se vean mu­chas gorras estilo John Deere, pero Jack no crea que estos hom­bres se sintieran cmodos al volante de un tractor. Vestan monos de algodn grises, marrones y verdes y llevaban sus nombres bordados con hilo de oro en camisas azules; calzaban botas toscas y de sus cinturones pendan manojos de llaves. Tenan arrugas, pero no las que se forman con la risa; sus labios eran hoscos. Llevaban sombreros de vaquero y cuando Jack mir hacia la barra, vio por lo menos a ocho que se parecan a Charlie Daniels en los anuncios del tabaco para masticar. Slo que estos hombres no masticaban; casi todos fumaban cigarrillos.

Jack limpiaba la parte delantera del tocadiscos cuando entr Digger Atwell. El tocadiscos no funcionaba; los Yankis aparecan por televisin y los hombres de la barra los miraban fijamente. La noche anterior, Atweil vesta la versin de Oatley del atuendo deportivo (pantalones de algodn grueso, camisa caqui con mu­chos bolgrafos en uno de los dos grandes bolsillos, botas con punteras de acero). Esta noche luca un uniforme azul de polica;

una gran pistola con puo de madera penda dentro de la funda de su crujiente cinturn de cuero.

Ech una mirada a Jack, que pens en la frase de Smokey: He odo decir que al viejo Digger le gustan los chicos que viajan solos, y dio un paso atrs, como si fuera culpable de algo. Digger Atweil le dedic una sonrisa ancha y lenta.

—Has decidido quedarte una temporadita, chico?

—S, seor —murmur Jack y derram ms limpiacristales en el plstico del tocadiscos, aunque ya no podra dejarlo ms limpio de lo que estaba; slo quera esperar a que Atweil se ale­jara, lo cual hizo al cabo de un momento. Jack se volvi para ver al grueso polica cruzar el bar... y fue entonces cuando el hombre del extremo izquierdo de la barra dio media vuelta y le mir.

Randolph Scott —pens al instante Jack—; se le parece como una gota de agua a otra.

Sin embargo, a pesar de los rasgos austeros y el rostro enjuto, el verdadero Randolph Scott tena un innegable aire de herosmo;

si bien sus facciones correctas eran duras, su rostro saba sonrer. En cambio, este hombre se vea aburrido y como si tuviera una vena de locura.

Y Jack se dio cuenta con autntico terror de que el hombre le miraba a l, a Jack, y de que no se haba vuelto durante los anuncios para ver quin poda estar en el bar, sino para mirarle a l. Jack lo saba seguro.

El telfono. El telfono que sonaba.

Con un tremendo esfuerzo, Jack desvi la vista. Se mir en el plstico del tocadiscos y vio sobre los discos del interior su propia cara asustada, imprecisa y fantasmal.

El telfono de pared empez a llamar con estridencia.

El hombre del extremo izquierdo de la barra lo mir... y luego volvi a mirar a Jack, que estaba inmvil junto al tocadiscos, con la botella de limpiacristales en una mano y un trapo en la otra, mientras el pelo se le pona de punta y se le congelaba la piel.

—Si es otra vez ese cabrn, voy a procurarme un silbato para usarlo contra el telfono cada vez que llame, Smokey —dijo Lori mientras se diriga hacia el aparato—. Te juro por Dios que lo har.

Poda haber sido una actriz en un escenario y todos los clien­tes, extras que reciban la paga acostumbrada de treinta y cinco dlares diarios. Las dos nicas personas reales en todo el mundo eran l y este horrible vaquero de manos grandes y ojos que Jack no poda... ver... del todo.

De repente, de un modo aterrador, el vaquero pronunci estas palabras:

Vuelve a casa, maldita sea. —Y gui un ojo. El telfono dej de sonar justo cuando Lori alargaba la mano para cogerlo.

Randolph Scott se volvi, apur su vaso y grit:

—Treme otra chicha, quieres?

—Maldita sea —dijo Lori—. Este telfono tiene fantasmas.

4

Ms tarde, en la trastienda, Jack pregunt a Lori quin era el tipo que se pareca a Randolph Scott.

—Que se parece a quin? —pregunt ella.

—A un viejo actor que haca de vaquero. Estaba sentado en el extremo de la barra.

Lori se encogi de hombros.

—Todos son iguales para m, Jack. Slo un puado de borra­chnes dispuestos a pasar un buen rato. Las noches de los jueves suelen pagar con los ahorrillos de su mujer.

—Llama chichas a las cervezas. Los ojos de Lori se iluminaron.

—Ah, se! Parece odioso. —Hizo esta ltima observacin con verdadero gusto... como si admirase la correccin de su nariz o la blancura de su sonrisa.

—Quin es?

—No s su nombre —respondi ella—. Slo ha venido estas dos ltimas semanas. Supongo que la fbrica vuelve a admitir personal. No...

Por todos los demonios, Jack, me traes ese cuete o no? Jack se hallaba en pleno proceso de hacer rodar uno de los grandes cuetes de Busch hasta el pie de la carretilla de mano. Como su propio peso y el del cuete eran iguales, la operacin requera mucho cuidado y sentido del equilibrio. Cuando Smokey grit desde el umbral, Lori chill y Jack dio un salto. Perdi el control del cuete, que cay sobre el costado, lo cual hizo que el tapn saliera disparado como el de una botella de champn y la cerveza brotara en un surtidor blanco y dorado. Smokey an le estaba gritando, pero Jack slo saba mirar la cerveza, como pe­trificado... hasta que Smokey le abofete.

Cuando volvi al bar unos veinte minutos despus, apretando un kleenex contra su nariz hinchada, Randolph Scott ya se haba ido.

5

Tengo seis aos.

John Benjamn Sawyer tiene seis aos. Seis...

Jack mene la cabeza, intentando aclarar esta idea reiterativa y constante mientras el obrero enjuto, que no era un obrero, se acercaba cada vez ms. Sus ojos eran... amarillos y en cierto modo escamosos. Parpadeaba con rapidez, ocultando una mirada h­meda, y Jack advirti que tena membranas nictitantes sobre los globos de los ojos.

—Habamos acordado que te ibas —murmur de nuevo alar­gando unas manos que ya empezaban a contraerse y tornarse pla­teadas y duras.

La puerta se abri con ruido, dejando entrar la algaraba de los Oak Ridge Boys.

—Jack, si no dejas de remolonear, tendrs que vrtelas con­migo —dijo Smokey desde detrs de Randolph Scott. ste retro­cedi; sin suavizarse ni derretirse, sus pezuas volvan a ser manos, grandes, poderosas, con el dorso cruzado por sobresalien­tes venas. Su mirada era otra, tambin hmeda y huidiza, que no haca ningn uso de los prpados... y los ojos ya no eran amari­llos, sino simplemente de un azul claro. Lanz a Jack una ltima ojeada y se dirigi al lavabo de hombres.

Ahora Smokey se encar con Jack; llevaba el sombrero de papel echado sobre la frente, tena la estrecha cabeza de coma­dreja inclinada hacia delante y los labios entreabiertos, enseando su dentadura de cocodrilo.

—No me obligues a hablarte otra vez —amenaz—. Es la ltima vez que te aviso y lo digo muy en serio.

Como le haba pasado con Osmond, Jack se sinti invadido por una furia sbita, la clase de furia, estrechamente ligada a un sentido de la injusticia, que quiz no es nunca tan fuerte como a los doce aos; los estudiantes universitarios creen sentirla a veces, pero no suelen ser ms que un eco intelectual.

En esta ocasin explot.

—No soy su perro, as que no me trate como si lo fuera —re­plic, dando paso hacia Smokey Updike con las piernas an trmulas de miedo.

Sorprendido —tal vez estupefacto— por la inesperada ira de Jack, Smokey retrocedi.

—Jack, te advierto...

—No, ahora le advierto yo —se oy decir Jack—. No soy Lori y no quiero que me peguen. Y si usted lo hace, le devolver el golpe o har algo parecido.

El desconcierto de Smokey Updike fue slo momentneo. Se­guramente no lo haba visto todo —no poda, viviendo en Oat­ley—, pero l se imaginaba que s, e incluso para una persona ignorante, que la seguridad en s mismo puede ser suficiente. Alarg la mano y agarr a Jack por el cuello de la camisa.

—No gallees conmigo, Jack —dijo, atrayendo al chico hacia s—. Mientras ests en Oatley, eso es lo que eres: mi perro. Mien­tras ests en Oatley, te mimar y pegar cuando me plazca.

Y le administr una sacudida capaz de desnucar a cualquiera. Jack se mordi la lengua y lanz un grito. En las plidas mejillas de Smokey haba ahora puntos rojos de ira, como de colorete barato.

—Quiz creas que no es as, Jack, pero te equivocas. Mientras ests en Oatley sers mi perro y estars en Oatley hasta que decida dejarte marchar. Y ser mejor que lo entiendas a partir de ahora mismo.

Ech el puo hacia atrs y por un momento, las tres bombillas de sesenta vatios que iluminaban el estrecho pasillo centellearon absurdamente en los diamantes de su anillo en forma de herra­dura. Entonces el puo se abalanz sobre la mejilla de Jack, quien fue a parar a la pared cubierta de inscripciones con la mitad de la cara encendida primero y dormida despus. El sabor de la propia sangre le llen la boca.

Smokey le mir con la expresin atenta y critica del hombre que est pensando en comprar una vaquilla o un nmero de lotera. Quiz no vio en los ojos de Jack la expresin que deseaba ver, porque agarr de nuevo al aturdido muchacho, probablemen­te para propinarle un segundo puetazo.

En aquel momento son en el bar el chillido de una mujer:

No! Glen! No! Se oy una mezcla de voces masculinas, la mayora alarmadas. Grit otra mujer con voz estridente y pe­netrante. Y por fin son un disparo.

—Ms mierda! —exclam Smokey, pronunciando cada pala­bra con el cuidado de un actor de teatro en Broadway. Lanz a Jack contra la pared, gir en redondo y sali por la puerta girato­ria. Son otro disparo y despus un grito de dolor.

Jack slo estaba seguro de una cosa: haba llegado el momento de irse. No al trmino del tumo de hoy, ni del de maana, ni por la maana del domingo. Ahora mismo.

El tumulto pareca remitir. No haba sirenas, as que nadie deba estar herido ni muerto... pero Jack record, con miedo glacial, que el obrero parecido a Randolph Scott segua encerrado en el lavabo de hombres.

Entr en la trastienda helada, que ola a cerveza, se arrodill ante los cuetes y busc su mochila. De nuevo tuvo la paralizante seguridad, cuando sus dedos no encontraron ms que aire y el sucio suelo de cemento, de que uno de ellos —Smokey o Lori— le haba visto esconder la mochila y se la haba llevado. As te re­tendremos mejor en Oatley, querido. Luego un alivio casi tan paralizante como el miedo cuando sus dedos tocaron el nailon.

Carg con la mochila y mir con desaliento la puerta de carga y descarga del fondo de la trastienda. Preferira usar aquella puerta; no quera ir hasta la salida de incendios del extremo del pasillo, porque estaba demasiado cerca del lavabo de hombres. Pero si abra la puerta de carga, se encendera una luz roja en el bar e incluso aunque Smokey estuviera ocupado atendiendo al estropicio causado por la pelea, Lori vera la luz y le avisara.

As que...

Fue hacia la puerta que daba al pasillo, abri una rendija y mir con un ojo. El pasillo estaba vaco. Muy bien, magnfico. Randolph Scott haba vaciado la vejiga y regresado al bar mien­tras Jack recoga su mochila. Magnfico.

S, pero tambin puede seguir ah dentro. Quieres encontrarle en el pasillo, Jacky? Quieres ver otra vez. cmo sus ojos se vuelven amarillos? Espera hasta estar seguro.

Pero no poda hacer esto porque Smokey se dara cuenta de que no estaba en el bar, ayudando a Lori y a Gloria a limpiar las mesas, o detrs de la barra, vaciando el lavaplatos, y volvera a la trastienda a terminar de ensear a Jack cul era su sitio en el gran esquema general. As que...

As que... vete de una vez.!

Quiz est ah afuera esperndote, Jacky... Quiz saltar sobre t como un gran mueco de resorte...

La dama o el tigre? Smokey o el obrero de la fbrica? Jack vacil un momento ms, presa de una horrible indecisin. Que el hombre de los ojos amarillos an estuviera en el lavabo era una posibilidad; que Smokey ira a la trastienda era un hecho seguro.

Abri la puerta y sali al angosto pasillo. La mochila que llevaba a la espalda pareca ms pesada... y era una elocuente acusacin de su propsito de fuga para cualquiera que le viese. Enfil el pasillo con el corazn desbocado, andando grotescamente de puntillas a pesar de la msica atronadora y la algaraba de la gente.

Tena seis aos, Jacky tena seis aos.

Y qu? Por qu segua pensando aquello?

Seis.

El pasillo pareca ms largo. Era como andar sobre la rueda de un molino. La puerta de incendios del fondo pareca acercarse con exasperante lentitud. El sudor le cubra la frente y el labio superior. Mantena la mirada fija en la puerta de la derecha, mar­cada con la silueta de un perro. Bajo la silueta se lea la palabra pointers. Y al final del pasillo, una puerta roja, descolorida y descascarillada. slo para casos de emergencia! sonara la alar­ma' En realidad, haca dos aos que el timbre de alarma estaba descompuesto. Lori se lo haba dicho una vez que Jack no se decida a usar la puerta para sacar la basura.

Casi haba llegado. Justo enfrente de pointers.

Est ah dentro, lo s... y si sale de un salto, pegar un grito... me... me...

Jack alarg la trmula mano derecha y toc la barra protec­tora de la puerta de emergencia, fresca y agradable al tacto. Por un momento crey realmente que escapara de la planta nepente y saldra a la noche... libre.

Entonces la puerta que estaba detrs de l se abri con un golpe, la puerta de setters, y una mano le agarr por la mochila. Jack profiri el grito agudo y desesperado de un animal preso en una trampa y se lanz contra la puerta de emergencia, olvidn­dose de la mochila y del zumo mgico que contena. Si las correas se hubieran roto, habra continuado huyendo por entre la basura y las malas hierbas del solar que haba detrs del bar, sin preo­cuparse de nada ms.

Pero las correas eran de nailon fuerte y no se rompieron. La puerta se entreabri, revelando una breve y oscura cua de la noche, y en seguida volvi a cerrarse. Jack se sinti arrastrado hacia el interior del lavabo de mujeres, donde fue zarandeado y lanzado contra la pared. Si hubiese chocado contra sta de espal­das, no cabe duda de que la botella de zumo mgico se habra hecho aicos dentro de la mochila, empapando sus escasas pren­das y el bueno y viejo Rand McNally con el hedor de uvas po­dridas. Pero fue a dar contra el nico lavabo con la regin lum­bar. El dolor fue enorme y lacerante.

El obrero avanzaba lentamente hacia l, subindose los pan­talones con unas manos que ya empezaban a retorcerse y agrandarse.

—Ya tenas que haberte ido, chico —dijo con una voz ronca que se pareca cada vez ms al rugido de un animal.

Jack empez a moverse hacia la izquierda, sin perder de vista la cara del hombre. Los ojos de ste parecan ms transparentes, no slo amarillos, sino iluminados por dentro... los ojos de una horrible calabaza de la Vspera de Todos los Santos.

—Pero puedes confiar en el viejo Elroy —dijo el seudovaquero, sonriendo ahora para ensear dos grandes hileras de dientes cur­vados, algunos rotos y otros negros de podredumbre. Jack grit—. Oh, puedes confiar en Eiroy —repiti aquello con palabras apenas diferentes de un ladrido—. No te va a hacer demasiado dao. No te pasar nada —gru, movindose hacia Jack—, no te pasar nada, no te... —Continu hablando, pero Jack ya no poda en­tender nada porque ahora slo ruga.

El pie de Jack tropez con el alto cubo de basura que haba junto a la puerta. Cuando el seudovaquero alarg hacia l sus manos como pezuas, Jack cogi el cubo y lo tir contra el pecho de aquello llamado Eiroy, que lo hizo rebotar, Jack abri con fuerza la puerta del lavabo y corri hacia la izquierda, hacia la salida de emergencia. Luch con la barra de proteccin, cons­ciente de que Eiroy le pisaba los talones, y se lanz a la oscuridad reinante en la parte trasera del bar Oatley.

A Ja derecha de la puerta haba un montn de cubos de basura a rebosar. Jack volc tres, los oy chocar con gran estruendo... y en seguida oy un alarido de dolor cuando Eiroy tropez con ellos.

Dio una rpida media vuelta a tiempo de ver que aquello caa al suelo. Tuvo incluso un momento para pensar: Oh, Dios mo, una cola. tiene algo parecido a una cola y para darse cuenta de que aquello era ya casi enteramente un animal. Sus ojos pro­yectaban una luz dorada en forma de rayos fantasmagricos, como si pasaran a travs de dos cerraduras iguales.

Jack retrocedi al verle, se quit la mochila de la espalda e intent abrir los cierres con dedos que parecan bloques de ma­dera,' con la mente sumida en una fragorosa confusin...

... Jacky tenia seis aos Dios mo Speedy aydame Jacky tenia SEIS aos por favor Dios mo...

...de ideas y splicas incoherentes. Aquello grua y agitaba las extremidades entre los cubos de basura. Jack vio una mano-pezua elevarse y bajar con un silbido, convirtiendo el lado de un cubo de metal en una astilla dentada de un metro de longitud. Se levant de nuevo, tropez, estuvo a punto de caerse y entonces se abalanz sobre Jack, con la cara furiosa y contrada casi al mismo nivel del pecho. Y de algn modo, Jack pudo entender lo que deca a travs de los gruidos y ladridos:

—Ahora no slo voy a hacerte papilla, pequeo polluelo, ahora voy a matarte... despus.

Los oy con sus odos? O dentro de su cabeza?

No importaba. El espacio entre este mundo y aqul se haba reducido de un universo a una simple membrana.

Aquello llamado Elroy gru y fue hacia l, ahora vacilante y torpe sobre las patas traseras, con la ropa colgando en los lugares ms extraos y la lengua oscilante entre los colmillos. Esto era el solar vaco que haba detrs del bar Oatley de Smokey Updike, s, aqu estaba por fin, medio cubierto de malas hierbas y desechos esparcidos: un oxidado muelle de somier por aqu, el radiador de un Ford 1957 por all y una espantosa media luna, como un hueso curvado en el firmamento, que converta cada fragmento de vidrio roto en un ojo inmvil y muerto; y esto no haba empezado en New Hampshire, verdad? No. No haba empezado cuando su madre cay enferma ni cuando apareci Lester Parker. Haba empezado cuando...

Jacky tena seis aos. Cuando todos nosotros vivamos en Ca­lifornia y nadie viva en ninguna otra parte y Jacky tena...

Trat de abrir las correas de la mochila.

Aquello volvi a acercarse, casi como si bailara, recordndole por un momento a un personaje de Disney a la luz peligrosa de la luna. Absurdamente, Jack empez a rer. Aquello gru y salt hacia l, casi tocndole con sus garras-pezuas, no consiguindolo por muy pocos milmetros y cayendo de nuevo en su baile entre las malas hierbas y los desperdicios. Aquello llamado Eiroy cay sobre el somier y qued enredado en l de alguna forma. Lanzando alaridos, arrojando al aire bolas blancas de espuma, salt, se re­torci y estir, con una pata hundida entre los muelles enros­cados.

Jack hurg en la mochila, buscando la botella. Meti la mano por entre calcetines y calzoncillos sucios y un fragante y apre­tado par de pantalones tjanos. Agarr la botella por el cuello y la extrajo.

Aquello llamado Eiroy hendi el aire con un alarido, de rabia y se liber por fin de los muelles.

Jack cay al suelo polvoriento, sembrado de malas hierbas, y rod por l con los dos ltimos dedos de la mano izquierda curvados en torno a una correa de la mochila y sosteniendo la botella con la mano derecha. Intent sacar el tapn con el pulgar y el ndice de la mano izquierda, mientras la mochila penda y os­cilaba. El tapn sali.

Podr seguirme? —se pregunt sin coherencia, llevndose la botella a los labios—. Cuando me voy, practico alguna clase de agujero en medio de las cosas? Podr seguirme por l y acabar conmigo en el otro lado?

La boca de Jack se llen de aquel horrible sabor a uvas po­dridas. Tuvo nuseas y la garganta se le cerr, como si realmente fuera a vomitar. Ahora aquel sabor espantoso le invadi tambin los senos y tabiques nasales, hacindole proferir un gemido pro­fundo y entrecortado. Pudo or gritar a aquello llamado Elroy, pero el grito pareca lejano, como si procediera de un extremo del tnel de Oatley y l, Jack, estuviera cayendo rpidamente hacia el otro extremo. Y esta vez tuvo una sensacin de cada y pens:

Oh. Dios mo y si he saltado como un estpido al fondo de un acantilado o una montaa del otro lado?

Continu agarrado a la mochila y la botella; con los ojos de­sesperadamente cerrados, esperando que ocurriera lo que deba ocurrir —con aquello llamado Eiroy o sin ello en los Territorios o en la nada— y la idea que le haba perseguido toda la noche se acerc dando vueltas tomo un caballo de tiovivo. Dama de Plata o quiz Veloz. La pesc y retuvo en una nube de la horrible vaharada del zumo mgico, guardndola mientras esperaba que ocurriese algo y sintiendo el cambio de la ropa que cubra su cuerpo.

Seis aos oh si todos tenamos seis aos y nadie era menor o mayor y estbamos en California quien toca ese saxfono pap es Dexter Gordon o no que quiere decir mam cuando dice que vivimos en una falla y adonde adonde adonde vais t pap y to Morgan oh pap a veces te mira como como como si hubiera una falla en su cabeza y un terremoto detrs de sus ojos y t murieras en l oh pap!

Cayendo, retorcindose, girando en medio del limbo, en medio de un olor a nube morada, Jack Sawyer, John Benjamn Sawyer, Jacky,Jacky.

... tenia seis aos cuando empez a suceder, y quin tocaba aquel saxfono, pap? Quin lo tocaba cuando yo tena seis aos, cuando Jacky tena seis aos, cuando Jacky...

captulo 11

LA MUERTE DE JERRY BLEDSOE

1

tena seis aos... cuando todo empez a suceder, cuando los motores que en el futuro le llevaran a Oatley y ms all se pu­sieron en marcha. Se oa una fuerte msica de saxfono. Seis. Jacky tena seis aos. Al principio haba dedicado toda su aten­cin al juguete que le haba dado su padre, un modelo a escala de un taxi londinense; el coche era pesado como un ladrillo y si se le daba un buen empujn, se deslizaba a toda velocidad por los suelos de madera de la nueva oficina. Atardeca, finalizaba el mes de agosto, un bonito coche nuevo circulaba como un tanque por el pavimento de madera, detrs del sof, y reinaba un ambiente rela­jado y satisfecho en la oficina refrigerada... El trabajo haba tocado a su fin, no ms llamadas telefnicas que no podan esperar

hasta el da siguiente. Jack empujaba el pesado taxi de juguete por el suelo de madera y oa apenas el ruido de los macizos neumticos de goma bajo el solo del saxfono. El coche negro choc contra una de las patas del sof, gir hacia un lado y se detuvo. Jack se arrastr hasta el otro extremo del sof para recu­perarlo. Su padre tena los pies sobre la mesa y to Morgan se haba instalado en uno de los sillones del otro lado del sof. Los dos hombres tena sendos vasos en la mano; pronto los posaran sobre la mesa, desconectaran el fongrafo y el amplificador y bajaran para irse en sus coches.

cuando todos tenamos seis aos y nadie tenia ms ni menos y estbamos en California

Quin toca este saxfono? —oy preguntar a to Morgan y, medio en sueos, oy un nuevo matiz en aquella voz cono­cida: algo secreto y oculto en la voz de Morgan Sloat se intro­dujo en el odo de Jacky, que toc el techo del taxi de juguete y lo encontr fro como si fuera de hielo y no de acero ingls.

—Dexter Gordon, nada menos —contest su padre con la voz perezosa y cordial de siempre y Jack rode con la mano el pesado taxi.

—Buena grabacin.

Pap toca el cuerno. Un buen disco viejo, verdad?

—Tendr que buscarlo. —Y entonces Jack crey adivinar por qu le sonaba extraa la voz de to Morgan: a ste no le gustaba realmente el jazz, slo lo finga delante del padre de Jacky. Jack conoca este hecho sobre Morgan Sloat desde su primera infan­cia y encontraba extrao que su padre no lo advirtiera. To Mor­gan no buscara un disco llamado Pap toca el cuerno, slo lo haba dicho para halagar a Phil Sawyer, y quiz el motivo de que ste no lo viera fuese que, como todo el mundo, nunca dedicaba la atencin suficiente a Morgan Sloat. To Morgan, elegante y ambi­cioso (elegante como un glotn, solapado como un abogado de los tribunales, deca Lily), el bueno y viejo de to Morgan desviaba la atencin; era como si la vista resbalase y le pasara de largo. Jacky tena la impresin de que, cuando era nio, a sus maestros les costaba incluso recordar su nombre.

—Imagnate lo que sera este tipo al otro lado —observ to Morgan, atrayendo por una vez toda la atencin de Jack. La fal­sedad segua presente en su voz, pero no fue la hipocresa de Sloat lo que hizo levantar la cabeza a Jacky y aumentar la presin de sus dedos sobre el macizo juguete; las palabras al. otro lado penetraron directamente en su cerebro y ahora sonaban como campanillas. Porque el otro lado era el pas de las Fantasas de Jack. Lo supo inmediatamente. Su padre y to Morgan haban ol­vidado que l estaba detrs del sof e iban a hablar sobre las Fantasas.

Su padre conoca la existencia del pas de las Fantasas. Jack no habra mencionado jams las Fantasas ni a su padre ni a su madre, pero su padre conoca su existencia porque no tena ms remedio, as de sencillo. Y el siguiente paso, sentido por las emo­ciones de Jack ms que expresado de manera consciente, era que su padre ayudaba a salvaguardar la seguridad de las Fantasas.

Sin embargo, por alguna razn igualmente difcil de traducir de la emocin al lenguaje, la conjuncin de Morgan Sloat y las Fantasas inquietaban al nio.

—No crees? —dijo to Morgan—. Este tipo causara sensa­cin all. Probablemente le nombraran duque de las Tierras Mal­ditas o algo parecido.

—Bueno, no creo que le llamaran as —contest Phil Sawyer—. No si les gustaba tanto como a nosotros.

Pero a to Morgan no le gusta, pap —pens Jack, convencido de repente de que esto era importante—. No le gusta en absoluto, en realidad piensa que la msica es demasiado alta, que le roba algo...

Oh, t sabes mucho ms de eso que yo —dijo to Morgan con una voz que son tranquila y relajada.

—Bueno, he estado all con ms frecuencia. De todos modos, t ests progresando mucho. —Jack oy que su padre sonrea.

—Oh, he aprendido unas cuantas cosas, Phil. Pero en realidad, en fin, ya sabes que siempre te estar agradecido por ensearme todo aquello. —Las cinco slabas de agradecido llenas de humo y el sonido de cristal roto.

Pero todos estos pequeos avisos slo pudieron causar una mnima mella en la satisfaccin intensa, casi exaltada de Jack. Hablaban de las Fantasas. Resultaba mgico que semejante cosa fuera posible. Lo que decan escapaba a su comprensin, sus trminos y vocabulario eran demasiado adultos, pero Jack volvi a experimentar a sus seis aos la maravilla y el gozo de las Fan­tasas y era por lo menos lo bastante mayor para comprender el rumbo de la conversacin. Las Fantasas eran reales y, en cierto modo, Jacky las comparta con su padre. En esto estribaba la mitad de su gozo.

2

—Djame aclarar un par de cosas —dijo to Morgan y Jacky vio la palabra aclarar como dos lneas enroscadas entre s como ser­pientes—. Tienen magia como nosotros tenemos la fsica, no? Hablamos de una monarqua agrcola que emplea la magia en lugar de la ciencia.

—Exacto —contest Phil Sawyer.

—Y es de suponer que ha sido as durante siglos. Sus vidas no han cambiado mucho nunca.

—En efecto, si exceptuamos las revueltas polticas. Entonces la voz de to Morgan se agudiz y la excitacin que intentaba ocultar se tradujo en pequeos latigazos sobre las con­sonantes.

—Bueno, olvidemos la cuestin poltica y pensemos en nosotros para variar. Dirs, y yo estar de acuerdo contigo, Phil, que nos hemos desenvuelto bastante bien fuera de los Territorios y que deberamos tener mucho cuidado con los cambios que deseemos introducir all. No tengo nada que objetar contra esta actitud Porque yo pienso lo mismo.

Jacky sinti el silencio de su padre.

—Muy bien —prosigui Sloat—. Partamos de la idea de que, dentro de una situacin bsicamente ventajosa para nosotros, po­demos extender los beneficios a todos los que estn de nuestra parte. No sacrificamos las ventajas, pero tampoco somos codi­ciosos con el botn que nos reportan. Se lo debemos a esta gente, Phil; piensa en lo que han hecho por nosotros. Creo que all po­dramos ponernos en una situacin realmente sinergista. Nuestra energa puede alimentar su energa y obtener unos resultados que ni siquiera hemos imaginado, Phil. Y terminamos pareciendo gene­rosos, que lo somos, lo cual tampoco nos perjudica. —Deba estar inclinado hacia delante, con el ceo fruncido y las palmas de las manos juntas—. Como es natural, no tengo una panormica com­pleta de la situacin, ya lo sabes, pero creo, si hemos de ser fran­cos, que slo la sinergia ya vale el precio de admisin. Pero, Phil... te imaginas todo el condenado poder que esgrimiramos si les diramos electricidad? Si facilitramos armas modernas a los tipos adecuados de all? Tienes una idea? Creo que sera fabu­loso. Fabuloso. —El sonido hmedo, como un chapoteo, de sus palmadas—. No quiero cogerte desprevenido ni nada semejante, pero creo que ya sera hora de que pensramos en estos trmi­nos, e incrementar nuestras actividades en los Territorios.

Phil Sawyer continu callado. To Morgan dio otra palmada y por fin Phil Sawyer observ con voz neutral:

—Quieres pensar en un incremento de nuestras actividades.

—Creo que es el mejor modo de proceder y podra argumen­trtelo, con todo lujo de detalles, Phil, pero no es necesario. Pro­bablemente recuerdas tan bien como yo 'la situacin en que est­bamos antes de que empezramos a ir juntos al otro lado. Es posible que hubisemos triunfado sin ayuda, pero en lo que a m respecta, estoy muy agradecido de no seguir representando a un par de pobres bailarinas de strip-tease y al Pequeo Timmy Tiptoe.

—Espera un momento —dijo el padre de Jack.

—Aviones —continu to Morgan—. Piensa en la aviacin.

—Espera un momento, Morgan. Tengo un montn de ideas que a ti por lo visto an no se te han ocurrido.

—Siempre estoy abierto a las ideas nuevas —replic Morgan con voz velada.

—Est bien. Creo que debemos tener cuidado con lo que ha­cemos all, socio. Creo que cualquier gran innovacin, cualquier cambio real que introduzcamos, podra volverse contra nosotros aqu. Todo tiene sus consecuencias y algunas de las consecuencias podran ser un poco incmodas.

—Por ejemplo? —pregunt Morgan.

—Por ejemplo, la guerra.

—Esto es una tontera, Phil. Nunca hemos visto nada que... a menos que te refieras a Bledsoe...

—Me refiero a Bledsoe. Acaso fue una coincidencia? Bledsoe?, se pregunt Jack. Haba odo el nombre antes, pero lo recordaba vagamente.

—Bueno, es algo muy diferente de la guerra, ni remotamente parecido y, de todos modos, no reconozco que exista una co­nexin.

—Est bien. Recuerdas haber odo que un Forastero asesin al anciano Rey de all... hace mucho tiempo? Lo has odo contar?

—S, supongo que s —dijo to Morgan y Jack volvi a or la falsedad en su voz.

La silla de su padre cruji porque baj los pies de la mesa y se inclin hacia delante.

—El asesinato provoc una guerra menor. Los partidarios del anciano Rey tuvieron que sofocar una rebelin conducida por un puado de nobles descontentos, que vieron una oportunidad de hacerse con el poder y gobernarlo todo: apropiarse tierras, em­bargar propiedades, encarcelar a sus enemigos y enriquecerse.

—Alto, s justo —interrumpi Morgan—. Ya o hablar de esta cuestin y tambin queran introducir un determinado orden poltico en un sistema disparatado e ineficiente; a veces hay que ser duro al principio. Lo encuentro normal.

—-Convengo en que no somos quines para juzgar su poltica, pero lo que quiero decir es lo siguiente: la pequea guerra dur unas tres semanas. Cuando termin, haba muerto un centenar de personas, menos, probablemente. Te ha dicho alguna vez alguien cundo empez aquella guerra? En qu ao? En qu da?

—No —murmur to Morgan con voz lgubre.

—El primero de septiembre de 1939. El mismo da en que aqu Alemania invadi Polonia. —Su padre call y Jacky, detrs del sof, con el taxi de juguete apretado en el puo, bostez en si­lencio pero abriendo mucho la boca.

—Vaya tontera —dijo por fin to Morgan—. su guerra inici la nuestra? De verdad crees esto?

—De verdad lo creo —contest el padre de Jack—. Creo que una batalla de tres semanas all fue de algn modo la chispa que inici aqu una guerra de seis aos que mat a millones de per­sonas. S.

—Bueno... —dijo to Morgan y Jack vio que empezaba a indig­narse.

—Y hay ms. He hablado sobre este tema con mucha gente de all y tengo la impresin de que el forastero que asesin al Rey era un Forastero autntico, comprendes? Quienes le vieron, sa­caron la conclusin de que estaba incmodo con la ropa de los Territorios. Actuaba como si no conociera bien las costumbres locales... y no entenda con facilidad el sistema monetario.

—Ah.

—S. Si no le hubieran despedazado en cuanto hundi el cu­chillo en el pecho del Rey, podramos saber esto con seguridad, pero en cualquier caso estoy seguro de que era...

—Como nosotros.

—Exacto, como nosotros. Un visitante. Morgan, creo que no debemos cambiar demasiadas cosas all, porque sencillamente ignoramos los efectos que podramos provocar. A decir verdad, creo que nos vemos afectados continuamente por las cosas que ocurren en los Territorios. Y, quieres que te diga otra insen­satez?

—Por qu no? —contest Sloat.

—se no es el nico mundo que hay all.

3

—Sandeces —dijo Sloat.

—Lo digo en serio. Una o dos veces, mientras estaba all, tuve la sensacin de hallarme cerca de otro lugar... los Territorios de los Territorios.

—S —pens Jack—, es cierto, tiene que serlo, las Fantasas de las Fantasas, un lugar an ms hermoso, y ms all, las Fan­tasas de las Fantasas de las Fantasas, y ms all otro lugar, otro mundo todava ms bello... Se dio cuenta por primera vez de que estaba muy sooliento.

Las Fantasas de las Fantasas.

Se durmi casi al instante, con el pesado taxi de juguete en la falda, y la pesadez del sueo se apoder de su cuerpo, anclado al suelo de madera, simultneamente con una ingravidez mara­villosa.

La conversacin debi continuar y Jacky debi perderse mu­chas cosas. Se elev y cay, pesado y ligero, durante toda la segunda cara de Pap toca el cuerno, y durante este tiempo Morgan Sloat debi discutir, al principio con suavidad —pero tambin con qu apretones de puos, con qu contorsiones de la frente!— en favor de su plan; luego debi fingir que poda ser persuadido y por ltimo que se haba dejado persuadir por las dudas de su socio. Al final de esta conversacin, evocada por Jack Sawyer, de doce aos, cuando se hallaba en la peligrosa frontera entre Oatley, Nueva York, y un pueblo annimo de los Territorios, Morgan Sloat no slo fingi que estaba persuadido, sino positi­vamente agradecido por las lecciones. Cuando Jack se despert, lo primero que oy fue la pregunta de su padre:

—Eh! Es que Jack ha desaparecido?

Y lo segundo, la respuesta de to Morgan:

—Diablos, creo que tienes razn, Phil. Te pintas solo para ver el fondo de las cosas, es-fantstico cmo lo haces.

—Dnde se ha metido Jack? —pregunt su padre y Jack empez a moverse detrs del sof, despertndose de verdad esta vez. El taxi negro cay al suelo con un golpe sordo.

—Aj —dijo Morgan—. Por lo visto haba moros en la costa.

—Ests ah detrs, chico? —inquiri su padre. Se oy ruido de sillas arrastradas por el suelo de madera y de hombres ponin­dose en pie.

Con un Ooooh, Jack cogi el taxi. Senta una incmoda rigi­dez en las piernas; cuando se levantara, le hormiguearan.

Su padre ri. Unos pasos se le acercaron. La cara roja e hin­chada de Morgan Sloat apareci por encima del sof y junto a l, la de su padre, sonriente. Jack bostez y apoy las rodillas en el sof. Por un momento, las dos cabezas de adulto parecieron flotar encima del respaldo.

—Vmonos a casa, dormiln —dijo su padre. Cuando el nio mir la cara de to Morgan, vio el clculo introducirse bajo la piel de sus mofletudas mejillas como una serpiente bajo una roca. Volva a parecer el padre de Richard Sloat, el bueno de to Mor­gan que siempre haca regalos espectaculares por Navidad y los cumpleaos, el bueno y viejo de to Morgan, tan fcil de pasar por alto. Pero, qu aspecto tena antes? Le haba parecido un terremoto humano, un hombre hundindose en la •falla abierta detrs de sus ojos, algo muy tenso, a punto de explotar...

Qu te parecera un helado antes de llegar a casa, Jack? —le dijo to Morgan—. Te apetece?

—Aja —contest Jack.

—S, podemos parar en la tienda del vestbulo —sugiri su padre.

—Delicioso, delicioso —asinti to Morgan—. Ahora s que ha­blamos de sinergia —y sonri de nuevo a Jack.

Esto haba ocurrido cuando l tena seis aos y volvi a ocu­rrir en medio de su ingrvido revolcn por el limbo... el horrible sabor morado del zumo de Speedy le subi hasta la boca, hasta los tabiques nasales y toda aquella lnguida tarde de seis aos atrs se repiti en su mente. La vio como si el zumo mgico le trajera el recuerdo completo y con tal rapidez, que vivi toda aquella tarde en los escasos segundos que tard en pensar que esta vez el zumo mgico le hara vomitar de verdad.

Los ojos de to Morgan humeaban y en el interior de Jack humeaba tambin una pregunta que exiga una expresin ur­gente...

Quin produca

Qu cambios, qu cambios

Quin produce estos cambios, pap?

Quin

mat a Jerry Bledsoe? El zumo mgico se abri camino hacia la boca del muchacho, vahos de su nauseabundo olor penetraron en su nariz y justo cuando Jack toc tierra blanda bajo sus manos, renunci y vomit para no ahogarse. Qu mat a Jerry Bledsoe? Una ftida sustancia morada brot de la boca de Jack, atragan­tndole, y l retrocedi a ciegas, con los pies y las piernas enre­dados en unos tallos altos y rgidos. Se puso de rodillas y esper, paciente como una mua, con la boca abierta, el segundo ataque. El estmago se le contrajo y antes de que tuviera tiempo de gemir, otro chorro del repugnante zumo ascendi, ardiente, por su pecho y garganta y brot de su boca. Jack se sec con mano dbil los gruesos hilos de saliva rosa que le colgaban de los labios y luego se limpi la mano en los pantalones. Jerry Bledsoe, s. Jerry, que siempre llevaba su nombre impreso en la camiseta, como un empleado de gasolinera. Jerry, que haba muerto cuan­do... El muchacho agit la cabeza y volvi a secarse los labios con las manos. Escupi sobre una mata de hierba dentada que sala como el pelo de un gigante de la tierra marrn y gris. Un vago instinto animal que no comprendi le impuls a cubrir de tierra el charco de vmito rosado. Otro reflejo le hizo frotar las palmas de las manos contra los pantalones. Por ltimo, levant la vista.

Estaba de rodillas, a la luz del crepsculo, al borde de un ca­mino polvoriento. Ninguna cosa horrible llamada Elroy le perse­gua... Supo esto inmediatamente. Unos perros encerrados en una especie de jaula le ladraban y gruan, sacando los hocicos por entre los intersticios de su prisin. Al otro lado de los perros se levantaba una destartalada estructura de madera de la cual tam­bin se alzaban hacia el inmenso cielo sonidos perrunos muy si­milares a los que Jack acababa de or desde el otro lado de una pared en el bar Oatley: los sonidos de hombres borrachos gri­tndose unos a otros. Un bar... Jack imaginaba que aqu sera una posada o una taberna. Ahora que ya no senta nuseas por culpa del zumo de Speedy, pudo percibir los olores penetrantes de la malta y el lpulo. No poda dejar que los hombres de la posada le descubrieran.

Por un momento se imagin a s mismo huyendo de todos aquellos perros que gruan desde las hendiduras de la cerca y entonces se puso en pie. El cielo pareca inclinarse sobre su cabeza y oscurecerse. Y en casa, en su mundo, qu ocurra? Un bonito pequeo desastre en el centro de Oatley? Una bonita pequea inundacin, tal vez, o un atractivo pequeo incendio? Jack se alej sin ruido de la posada y luego empez a caminar por la alta hierba. Quiz unos sesenta metros ms all, gruesas velas ardan en las ventanas del nico edificio que poda verse. De algn lugar poco distante situado a su derecha llegaba el olor de cerdos. Cuando Jack hubo recorrido la mitad de la distancia entre la posada y la casa, los perros dejaron de ladrar y gruir y l empez a caminar lentamente en direccin al Camino del Oeste. La noche era oscura, sin luna.

Jerry Bledsoe.

4

Haba otras casas, aunque Jack no las vio hasta que estuvo casi delante de ellas. Exceptuando a los ruidosos bebedores de la posada, la gente de los Territorios que viva en el campo se acos­taba a la puesta de sol. Ninguna vela arda en estas pequeas ven­tanas cuadradas. Tambin cuadradas y oscuras, las casas a ambos lados del Camino del Oeste se levantaban en un aislamiento sor­prendente; deba haber algn error, como en un juego visual de una revista infantil, pero Jack no saba identificarlo. No se vea nada invertido, nada que ardiera, nada que se antojara extraa­mente fuera de lugar. La mayora de las casas tenan tejados peludos que parecan almiares recortados pero que Jack supuso eran techumbres de blago; haba odo hablar de ellas pero nunca las haba visto. Morgn —pens con repentino pnico—, Morgn de Orris y durante un momento los vio a los dos, al hombre de cabellos largos y bota ortopdica y al sudoroso e intrigante socio de su padre, Morgan Sloat con cabellos de pirata y cojeando al andar. Pero Morgan —el Morgan de este mundo— no era el Error de Esta Imagen.

Ahora Jack pasaba frente a un chato edificio de un solo piso, parecido a una jaula de conejos ampliada, absurdamente deco­rado con anchas X de madera negra y coronado asimismo por un techo de blago recortado. Si estuviera saliendo de Oatley —o huyendo de Oatley, para ser ms fieles a la verdad—, qu esperara ver en la nica ventana oscura de esta madriguera para conejos gigantes? Lo saba: el centelleo inquieto de una pantalla de televisin. Pero, naturalmente, las casas de los Terri­torios no contenan televisores y la ausencia de aquel centelleo polcromo no era lo que le extraaba, sino otra cosa, algo que era tan corriente en cualquier agrupacin de casas junto a un camino que su ausencia dejaba un hueco en el paisaje. Se notaba el hueco, aunque no pudiera identificarse lo que faltaba.

Televisin, televisores... Jack pas de largo el pequeo edificio enmaderado a medias y vio delante de l otra construccin minia­tura, cuya puerta de entrada se hallaba a pocos centmetros del borde del camino. sta pareca tener un tejado de hierba, no de blago, y Jack sonri para sus adentros... 'Este pueblo minsculo le recordaba a Hobbiton. Se detendra aqu un instalador de antenas de Hobbiton para decir a la duea del... cobertizo?, perrera?... bueno, para decirle: Seora, estamos tendiendo cables en su zona y por una pequea cuota mensual, se lo arreglara ahora mismo, podr usted ver quince nuevos canales, el Midnight Blue, los canales de deportes y del tiempo, los...?

Y comprendi de repente que era eso. Frente a estas casas no haba postes, ni cables! Ninguna antena de televisin complicaba el cielo, ningn poste de madera jalonaba el Camino del Oeste, porque en los Territorios no haba electricidad, lo cual era el motivo de que no hubiera identificado el elemento ausente. Jerry Bledsoe era, por lo menos parte del tiempo, el electricista y facttum de Sawyer & Sloat.

5

Cuando su padre y Morgan Sloat pronunciaron aquel nombre, Bledsoe, pens que no lo haba odo nunca antes, aunque cuando lo hubo recordado, supo que deba haber odo el apellido del facttum una o dos veces. Pero Jerry Bledsoe era casi siempre Jerry, como constaba en el bolsillo de su camiseta de trabajo. No puede hacer algo Jerry con el acondicionador de aire? Di a Jerry que engrase los goznes de esa puerta, quieres? Los chi­rridos me estn volviendo loco. Y Jerry apareca, con su ropa de trabajo limpia y planchada, sus escasos cabellos rojizos peinados, sus gafas redondas y atentas, y arreglaba en silencio lo que no funcionaba. Exista una seora Jerry que planchaba la raya de los pantalones del mono de color crudo y varios pequeos Jerrys a los que Sawyer & Sloat recordaba invariablemente por Na­vidad. Jack era lo bastante pequeo para asociar el nombre de Jerry con- el eterno adversario de Tom el Gato y por ello se imaginaba que el facttum, la seora Jerry y los pequeos Jerrys vivan en una ratonera gigantesca a la que se acceda por un arco practicado en un zcalo.

Quin haba matado a Jerry Bledsoe? Su padre y Morgan Sloat, siempre tan carioso con los nios Bledsoe en las fiestas de

Navidad?

Jack se adentr en la oscuridad del Camino del Oeste, desean­do haber olvidado por completo al facttum de Sawyer & Sloat y haberse dormido en cuanto se meti detrs del sof. Dormir era lo que necesitaba ahora... mucho ms que los incmodos pensamientos suscitados por aquella conversacin de seis aos atrs. Se prometi a s mismo que en cuanto estuviera seguro de encontrarse por lo menos a un par de millas de la ltima casa, buscara un lugar donde dormir. Le bastara con un campo, in­cluso una zanja. Sus piernas no queran seguir caminando; todos sus msculos, incluso sus huesos, parecan pesar el doble de lo normal.

Fue despus de una de aquellas ocasiones cuando Jack entr en una habitacin en busca de su padre y se encontr con que Phil Sawyer haba desaparecido. Ms adelante, su padre se las compon­dra para desaparecer de su dormitorio, del comedor o de la sala de conferencias de Sawyer & Sloat. En esta ocasin ejecut su misterioso truco en el garaje adosado a la casa de Rodeo Drive.

Jack, sentado sobre un pequeo montculo de tierra que era lo ms parecido a una colina en esta parte de Beverly Hills, vio a su padre salir de casa por la puerta principal, cruzar el prado rebuscando en sus bolsillos dinero o llaves y entrar en el garaje por la puerta lateral. La puerta blanca del lado derecho tendra que haberse abierto segundos despus, pero continu cerrada. Entonces Jack se dio cuenta de que el coche de su padre se encon­traba donde haba estado toda esta maana de sbado: aparcado junto a la acera, delante de la casa. El coche de Lily ya no estaba;

con un cigarrillo en la boca, su madre haba anunciado que se marchaba a una proyeccin de Pista de ripio, la ltima pelcula del director de La amada de la muerte, y, por Dios, que nadie tratara de detenerla... As que el garaje estaba vaco. Jack esper durante varios minutos a que ocurriera algo. No se abri la puerta lateral ni tampoco las grandes puertas delanteras. Al cabo de un rato Jack baj del montculo de hierba, fue al garaje y entr. El amplio y conocido espacio se hallaba totalmente vaco. Oscuras manchas de gasolina formaban un dibujo en el suelo de cemento gris. De los ganchos plateados de las paredes colgaban diversas herramientas. Jack gru, asombrado, llam: Pap! y mir de nuevo en todas direcciones, para estar ms seguro. Esta vez vio saltar un grillo hacia la oscura proteccin de una pared y por un segundo casi hubiera podido creer que la magia era real y algn brujo maligno haba entrado y... el grillo lleg a la pared y se des­liz en el interior de un intersticio invisible. No, su padre no haba sido transformado en grillo; claro que no. Eh!, llam el nio, al parecer para sus adentros. Camin de espaldas hacia la puerta lateral y sali del garaje. El sol caa sobre los prados mullidos y exuberantes de Rodeo Drive. Le habra gustado llamar a alguien, pero a quin? A la polica? Pap ha entrado en el garaje y al no encontrarle all me he asustado...

Dos horas despus Phil Sawyer se acercaba andando desde el extremo de la calle donde se hallaba el Beverly Wiishire. Llevaba la chaqueta colgada del hombro y se haba aflojado el nudo de la corbata... Jack tuvo la impresin de que regresaba de un viaje alrededor del mundo.

Baj corriendo del montculo y se precipit hacia su padre.

—Vaya manera de correr —dijo ste, sonriendo, y Jack se abraz con fuerza a sus piernas—. Crea que estabas haciendo la siesta, Viajero Jack.

Cuando suban por el camino oyeron sonar el telfono y un instinto —quiz el instinto de querer cerca a su padre— hizo desear a Jack que hubiera estado sonando durante mucho rato y que quien llamaba colgara antes de que ellos llegasen a la puerta. Su padre le despein la coronilla, le puso la mano grande y clida sobre la nuca, abri la puerta y alcanz el telfono en cinco gran­des zancadas.

—S, Morgan —oy Jacky decir a su padre—. Ah, s? Malas noticias? Ser mejor que me las digas, s. —Al cabo de un largo momento de silencio durante el cual el chico pudo or el sonido agudo y spero de la voz de Morgan Sloat a travs del hilo tele­fnico—: Oh, Jerry. Dios mo. Pobre Jerry. Voy en seguida. —En­tonces su padre le mir a la cara, sin sonrer ni guiar el ojo, slo observndole—. Ya voy, Morgan. Tendr que traer a Jack, pero puede esperar en el coche. —Jack sinti que sus msculos se relajaban y experiment tanto alivio que no pregunt por qu tena que esperar en el coche, como hubiera hecho en cualquier otra ocasin.

Phil tom Rodeo Drive hasta el hotel Beverly Hills, gir a la izquierda hacia Sunset y dirigi el coche al edificio de oficinas sin decir una palabra.

Sorte los vehculos que venan en direccin contraria y entr en la zona de aparcamiento del edificio, donde ya haban llegado dos coches de polica, un coche de bomberos, el pequeo Mercedes descapotable blanco de to Morgan y el viejo y herrumbroso Ply-mouth de dos puertas que haba pertenecido al facttum. To Morgan hablaba en el vestbulo con un polica que meneaba la cabeza lentamente, con clara conmiseracin. El brazo derecho de Morgan Sloat apretaba los hombros de una mujer joven y esbelta que llevaba un vestido demasiado grande para ella y re­torca la cara contra el pecho de Sloat. Jack saba que era la seora Jerry, aunque tena casi toda la cara tapada por un pauelo blanco con que se secaba los ojos. Un bombero con casco e im­permeable amontonaba en un extremo del vestbulo trozos de metal retorcido y plstico, ceniza y cristales rotos. Phil .dijo:

—Qudate aqu sentado unos minutos, quieres? —y corri hacia la entrada. Una joven china hablaba con un polica en un extremo del aparcamiento, ambos sentados en un poyete de cemento. Delante de ella haba un objeto doblado que Jack re­conoci casi en seguida como una bicicleta. Cuando respiraba, ola a humo acre.

Veinte minutos despus, su padre y to Morgan salieron del edificio. Sosteniendo todava a la seora Jerry, to Morgan dijo adis con la mano a los Sawyer y luego condujo a la mujer hacia el lado derecho de su diminuto automvil. El padre de Jack sac su coche del aparcamiento y volvi a) trfico de Sunset.

—Se ha hecho dao Jerry? —pregunt Jack.

—Ha ocurrido una especie de extrao accidente con la electri­cidad —contest su padre—. El edificio entero podra haber ardido.

—Se ha hecho dao Jerry? —repiti Jack.

—El pobre hijo de perra se ha hecho tanto dao que est muerto —dijo su padre.

Jack y Richard Sloat necesitaron dos meses para reconstruir la historia por medio de las conversaciones que pudieron escu­char. La madre de Jack y el ama de llaves de Richard suministra­ron otros detalles... el ama de llaves, los ms espeluznantes.

Jerry Bledsoe haba entrado el sbado para tratar de arreglar algunos defectos en el sistema de seguridad del edificio. Si mani­pulaba el delicado sistema en un da de trabajo, estaba seguro de que confundira o irritara a los inquilinos disparando la alarma accidentalmente. El sistema de seguridad estaba conectado al tablero central de conexiones elctricas del edificio, situado detrs de dos paneles desmontables de madera de nogal en la planta baja. Jerry dej sus herramientas en el suelo y quit los paneles, despus de comprobar que el lugar estaba vaco y nadie se sobresaltara cuando sonara la alarma. Entonces baj al tel­fono de su cubculo del stano y avis a la comisara del distrito que no hiciera caso de ninguna seal de Sawyer & Sloat hasta su prxima llamada telefnica. Cuando volvi arriba para manipu­lar el revoltijo de cables que convergan en el tablero desde todos los empalmes, una mujer de veintitrs aos llamada Lorette Chang entr en el recinto del edificio montada en su bicicleta; estaba distribuyendo un folleto que anunciaba la inauguracin de un restaurante en aquella calle dentro de quince das.

La seorita Chang dijo ms tarde a la polica que mir hacia la puerta principal de cristal y vio entrar en el vestbulo a un operario que suba del stano. Justo antes de que el operario co­giera el destornillador y tocara el panel de cables, ella sinti mo­verse bajo sus pies el suelo del aparcamiento. Supuso que sera un miniterremoto; habiendo residido toda su vida en Los Angeles, a Lorette Chang no le inquietaba ningn movimiento ssmico que no llegase a derribar algo. Vio a Jerry Bledsoe afianzar los pies (as que l tambin lo not, aunque nadie ms lo hiciera), menear la cabeza y luego insertar con suavidad el destornillador en la colmena de cables.

Y entonces la entrada y el pasillo de la planta baja del edificio de Sawyer & Sloat se convirtieron en un holocausto.

Todo el tablero de conexiones se tom instantneamente en un slido rectngulo de llamas; arcos amarillos y azules que pa­recan rayos brotaron de l y rodearon al operario. Las sirenas elctricas, chillaron una y otra vez: KA-JAAAM! KA-JAAAM! Una bola de fuego de dos metros cay de la pared, apart a un lado al ya muerto Jerry Bledsoe y rod por el pasillo en direccin al vestbulo. Las puertas transparentes volaron hechas aicos, as como trozos del marco, humeantes y retorcidos. Lorette Chang solt la bicicleta y corri hacia el telfono pblico del otro lado de la calle. Mientras daba al cuartel de bomberos la direccin del edificio y se fijaba en que su bicicleta haba sido partida casi en dos por la fuerza expansiva surgida de la puerta, el cadver quemado de Jerry Bledsoe segua balancendose frente al des­trozado panel. Miles de voltios pasaban por su cuerpo, estreme­cindolo con sacudidas regulares, lanzndolo de un lado a otro en un latido continuo. Todo el pelo del electricista y la mayor parte de su ropa haba desaparecido y su piel era gris y moteada. Las gafas, un grumo slido de plstico marrn, cubran su nariz como una cataplasma.

Jerry Bledsoe. Quin toca estos cambios, papa? Jack se oblig a seguir caminando hasta que hubo pasado media hora sin ver ms casitas con techumbre de blago. Estrellas desconocidas for­maban dibujos desconocidos en el firmamento... Mensajes en una lengua que no saba leer.

captulo 12

JACK VA AL MERCADO

1

Aquella noche durmi en un fragante almiar de los Territorios, despus de excavar un hueco y agrandarlo, rodando por l, para que el aire puro le llegara por este tnel improvisado. Escuch con aprensin por si oa pequeos sonidos de correteo; haba odo decir o ledo en alguna parte que los ratones de campo eran muy aficionados a los almiares. Si en ste se esconda alguno, un gran ratn llamado Jack Sawyer lo haba reducido al silencio. Se relaj poco a poco, acariciando con la mano izquierda la forma de la botella de Speedy, que haba tapado con un pedazo de tupido musgo recogido junto a un arroyuelo donde se haba detenido para beber. Consideraba muy posible que algo de musgo cayera en la botella, y quiz lo haba hecho ya. Era una lstima, porque estropeara el sabor picante y el delicioso bouquet del lquido.

Mientras yaca, por fin caliente y muy sooliento, el alivio era su principal sensacin... como si hubiera llevado a la espalda una docena de fardos de cinco kilos cada uno y algn alma buena hubiera desatado las correas de las hebillas, liberndole de ellos. Estaba de nuevo en los Territorios, el lugar donde tenan su casa personas tan encantadoras como Morgan de Orris, Osmond el del Ltigo y Elroy el Asombroso Hombre-Cabra; los Territorios donde poda suceder cualquier cosa.

Pero los Territorios tambin podan ser buenos. Lo recordaba desde su primera infancia, cuando todos vivan en California y nadie viva en ningn otro lugar. Los Territorios podan ser bue­nos y le pareca sentir ahora esta bondad a su alrededor, una dul­zura tan serena e indiscutible como el olor del heno y tan pura como el olor del aire de los Territorios.

Siente alivio una mosca o una mariquita si una inesperada rfaga de viento inclina la planta nepente lo suficiente para per­mitir salir volando al insecto a punto de ahogarse? Jack no lo saba... pero saba que estaba lejos de Oatley, lejos de los clubes Buen Tiempo y de los ancianos que lloraban sobre sus robados carritos de compra, lejos del olor a cerveza y del hedor a vmito... y, lo ms importante, lejos de Smokey Updike y del Bar Oatley.

Pens que poda viajar un poco por los Territorios, despus de todo. Y mientras lo pensaba, se qued dormido.

2

Haba caminado dos o tal vez tres millas por el Camino del Oeste a la maana siguiente, disfrutando del sol y del buen aroma de los campos casi listos para las cosechas del final del verano, cuando un carro se detuvo y un granjero con patillas, que llevaba una especie de toga y unos calzones toscos, le grit:

—Vas al mercado, muchacho?

Jack se qued mirndole con la boca abierta, casi asustado al darse cuenta de que el hombre no hablaba en ingls; no deca os ruego ni Llevas tirantes cruzados, zagal?, sino que no

hablaba en ingls.

Junto al granjero de las patillas iba sentada una mujer vestida con ropas voluminosas, que tena en la falda a un nio de unos tres aos. Sonri a Jack con bastante amabilidad y mir a su

marido.

—Es tonto, Henry.

No hablan ingls... pero hablen lo que hablen, lo entiendo. De hecho, ya estoy pensando en su lengua... y esto no es todo:

estoy viendo en l, o con l, o como se diga lo que quiero decir.

Jack comprendi que tambin lo haba hecho la ltima vez que estuvo en los Territorios, slo que entonces estaba demasiado confuso para darse cuenta; las cosas se hablan sucedido con excesiva rapidez y todo le haba parecido extrao.

El granjero se inclin hacia delante y sonri, enseando unos

dientes horribles.

—Eres un simpln, muchacho? —pregunt, sin malicia.

—No —contest Jack, sonriendo como pudo, consciente de que no haba dicho no sino la palabra equivalente en los Territorios;

al saltar, haba cambiado de lenguaje y manera de pensar (o ma­nera de imaginar, mejor dicho; su vocabulario careca de esta palabra, pero comprenda su significado) del mismo modo que haba cambiado de ropa—. No soy un simpln. Es slo que mi madre me recomend que tuviera cuidado con las personas que encontrara en el camino.

Ahora sonri la mujer del granjero.

—Tu madre tena razn —dijo—. Te diriges al mercado?

—Si —respondi Jack—. Es decir, me dirijo al Camino... del

Oeste.

—Sube al carro, entonces —propuso Henry el granjero—. Los das son cortos. Quiero vender lo que llevo y estar de vuelta en casa antes de que se ponga el sol. Es un maz regular, porque es el ltimo de la temporada, pero es una suerte tener maz en el noveno mes. Quiz me lo compre alguien.

—Gracias —dijo Jack, subiendo a la parte trasera del carro, donde se amontonaba el maz atado con toscos trozos de cuerda y colocado como si fuera lea. Si era regular, Jack no poda imaginarse cmo sera el bueno aqu; eran las mazorcas ms grandes que haba visto en su vida. Tambin haba pequeas pilas de varias clases de calabaza, una de ellas de color rojizo, en lugar de anaranjado. Jack no las conoca, pero sospechaba que deban tener un sabor delicioso. El estmago le rumoreaba; desde que iba por los caminos, haba descubierto qu era el hambre; no un conocido ocasional, lo que se senta al salir de la escuela y que poda mitigarse con unas galletas y un vaso de leche con Nesquick, sino un amigo ntimo que a veces se apartaba un poco pero que casi nunca le abandonaba por completo.

Iba sentado de espaldas al carro, con los pies calzados con san­dalias colgando del borde y casi rozando el polvo del Camino del Oeste. Haba mucho trfico esta maana y Jack supuso que la mayor parte se diriga al mercado. De vez en cuando Henry gri­taba un saludo a algn conocido.

Jack an se preguntaba qu sabor tendran aquellas calabazas semejantes a manzanas —y en general de dnde sacara la comida siguiente—, cuando unas manos pequeas se enredaron en su pelo y le dieron un buen tirn, lo bastante fuerte para humede­cerle los ojos.

Se volvi y vio al nio de tres aos en pie, descalzo, con una gran sonrisa y un mechn de cabellos de Jack en cada mano.

—Jason! —grit su madre, pero en un tono indulgente, como diciendo: Has visto cmo ha tirado del pelo? Vaya con el nio! Qu fuerza tiene!—. Jason, esto no se hace\

Jason sigui sonriendo, nada avergonzado. Su sonrisa era am­plia, ingenua, alegre, tan dulce a su manera como el olor del almiar donde haba pernoctado Jack. Correspondi a ella de modo espontneo... y como lo hizo sin ningn propsito ni clculo, vio que se haba granjeado la amistad de la esposa de Henry.

—Sentar —dijo Jason, balancendose de un lado a otro con el movimiento inconsciente de un marinero avezado. Segua son­riendo a Jack.

—Qu?

—Falda.

—No te entiendo, Jason.

—Sentar falda.

—Yo no...

Y entonces Jason, que era robusto para un nio de tres aos, se dej caer sobre la falda de Jack, muy sonriente.

Sentar falda, oh, claro, ya comprendo, pens Jack, sintiendo que un dolor sordo le suba de los testculos a la boca del est­mago.

—Jason malo\ —volvi a amonestar la madre en tono indul­gente, como diciendo: No es una monada?... Y Jason, que saba quin mandaba, continu obsequindoles con su sonrisa dulce y bobalicona.

Jack se dio cuenta de que Jason estaba mojado. Indudable y copiosamente mojado.

Bienvenido a los Territorios, Jack-O.

Y sentado all con el nio en los brazos, mientras la clida humedad le empapaba lentamente la ropa, Jack se ech a rer con la cara vuelta hacia l intenso azul del cielo.

3

Unos minutos despus la mujer de Henry sorte la mercanca y fue adonde Jack se encontraba con el nio en la falda para coger a ste.

—Ooooh, nio malo, ests mojado —enton con su indulgente voz. Qu pipis ms largos hace mi nio!, pens Jack, riendo de nuevo. Jason se contagi su risa y la seora Henry ri con ellos.

Mientras cambiaba a Jason, hizo una serie de preguntas a Jack, las mismas que ste haba odo con mucha frecuencia en su propio mundo. Pero aqu tena que ir con cuidado. Era un fo­rastero y poda haber trampas ocultas. Oy a su padre decir a Morgan: Un forastero autntico, comprendes?

Jack advirti que el marido de la mujer escuchaba con aten­cin. Jack contest las preguntas con una cuidadosa variacin de la Historia, que no era la que contaba cuando solicitaba un em­pleo, sino cuando alguien que le haba recogido en el coche curio­seaba demasiado.

Dijo que proceda del pueblo de All-Hands y la madre de Jason record vagamente haber odo aquel nombre, pero nada ms. De verdad haba caminado tanto?, quiso saber. Jack contest que s. Y a dnde iba? Le respondi (a ella y a Henry, que escuchaba en silencio) que se diriga al pueblo de California. Ella no haba odo este nombre ni siquiera de labios de los buhoneros.. Jack no se sorprendi de ello... pero le tranquiliz que ninguno de los dos exclamara: California? Quin ha odo hablar de un pueblo lla­mado California? De quin intentas burlarte, muchacho? En los Territorios deba haber muchos lugares —comarcas enteras, ade­ms de pueblos— de los cuales la gente que viva en comarcas pequeas no haba odo hablar nunca. No tenan postes de elec­tricidad, ni cines, ni TV para contarles las maravillas de Malib o Sarasota. No haba una versin de Ma Bell en los Territorios anunciando que una llamada de tres minutos a los pueblos fron­terizos despus de las cinco de la tarde slo costaba cinco dlares con ochenta y tres centavos, ms los impuestos, aunque las tarifas podan ser ms elevadas la Vspera de la Venganza Divina u otros das de fiesta. Viven en un misterio —pens— y cuando se vive en un misterio, no se pone en duda la existencia de un pueblo sim­plemente porque nunca se ha odo hablar de l. California no suena ms extrao que un lugar llamado All-Hands.

No dudaron. Les dijo que su padre haba muerto el ao pasado y que su madre estaba muy enferma (estuvo a punto de aadir que los recaudadores de la Reina haban ido en plena noche a llevarse su mua, sonri y decidi que tal vez era mejor omitir aquello). Su madre le haba dado todo el dinero que tena (slo que la palabra en aquel extrao lenguaje no era dinero, sino algo como palillos) y enviado al pueblo de California, para que viviese con su ta Helen.

—Son tiempos duros —observ la seora Henry, apretando ms contra su pecho a Jason, al que ya haba cambiado.

—All-Hands est cerca del palacio de verano, verdad, mu­chacho? —Era la primera vez que Henry hablaba desde que in­vitara a subir a Jack.

—S. Es decir, bastante cerca. Quiero decir...

—No has dicho de qu muri tu padre.

Ahora Henry volvi la cabeza. Su mirada era penetrante y crtica, la bondad anterior haba desaparecido, se haba apagado en sus ojos como llamas de velas bajo el viento. S, haba trampas aqu.

—Estuvo enfermo? —pregunt la mujer de Henry—. Hay tan­tas enfermedades hoy en da... viruelas, peste... son tiempos duros...

Por un momento de locura, Jack quiso decir: No, no estuvo enfermo, seora. A mi padre le sacudieron muchos voltios. Ver, un sbado se fue a hacer un trabajo y dej a la seora Jerry y a todos los pequeos Jerrys —incluyndome a mi— en nuestra casa, Ocurri cuando todos vivamos en un agujero del zcalo y nadie viva en ningn otro lugar. Y sabe qu ocurri? Meti el destor­nillador en un revoltijo de cables y la seora Feeny, que trabaja en casa de Richard Sloat, oy a to Morgan hablar por telfono y decir que la electricidad, toda la electricidad te sacudi y lo dej frito, tan frito que las gafas se le derritieron sobre la nariz,, slo que ustedes no saben qu son gafas porque aqu no las usan. No hay gafas... ni electricidad... ni Midnight Blue... ni aviones. No acabe como la seora Jerry, seora Henry. No...

No importa si estuvo enfermo —interrumpi el granjero de las patillas—. Era poltico?

Jack le mir. Movi los labios pero no emiti ningn sonido. No saba qu decir. Haba demasiadas trampas.

Henry asinti como si Jack hubiese contestado.

—Salta del carro, muchacho. El mercado est justo detrs del siguiente montculo. Supongo que puedes andar hasta all, no?

—S —dijo Jack—. Supongo que s.

La mujer de Henry pareci confusa... pero haba apartado a Jason de Jack, como si padeciera una enfermedad contagiosa.

El granjero, todava mirando por encima del hombro, sonri, un poco pesaroso.

—Lo siento. Pareces un buen chico, pero aqu somos gentes sencillas... lo que pueda ocurrir a orillas del mar es algo que deben arreglar los grandes seores. La Reina morir o no morir... y est claro que algn da tendr que morir. Dios descarga el martillo sobre todos sus clavos, tarde o temprano. Y la gente sencilla que se mete en los asuntos de los grandes sale malparada.

—Mi padre...

— No quiero saber nada de tu padre! —exclam bruscamente Henry. Su mujer se alej de Jack, con Jason todava apretado contra su pecho—. No s si fue un hombre bueno o malo y no quiero saberlo... Lo nico que s es que est muerto, no creo que hayas mentido sobre esto, y que su hijo ha dormido a la intemperie y tiene todo el aspecto de estar huyendo. Su hijo no habla como si viniera de ninguna de estas partes, as que bjate. Ya tengo un hijo propio, como ves.

Jack se ape, lamentando el temor que vea en la cara de la Joven mujer, un temor que l haba inspirado. El granjero tena razn, la gente sencilla no debe meterse en los asuntos de los gran­des. No si es astuta'.

captulo 13

HOMBRES EN EL CIELO

1

Fue un golpe descubrir que el dinero que le haba costado tanto ganar se haba convertido literalmente en palillos, que parecan serpientes de juguete hechas por un torpe artesano. Sin embargo, la contrariedad dur slo un momento y en seguida se ri de s mismo. Los palillos eran dinero, claro. Cuando vena aqu, todo cambiaba. El dlar de plata era una moneda de grifn, la camiseta, el coleto; el ingls, la lengua de los Territorios, y el dinero ame­ricano de curso legal... palillos con nudos. Haba saltado con unos veintids dlares y calculaba que posea la misma cantidad en dinero de los Territorios, aunque haba contado catorce nudos en uno de los palillos y ms de veinte en el otro.

El problema no era tanto el dinero como el coste: no tena apenas idea de qu era barato y qu caro y mientras se paseaba por el mercado Jack se sinti como un concursante de El nuevo precio es justo, con la diferencia de que si fallaba aqu, no habra ningn premio de consolacin ni una palmada de Bob Barker en la espalda; si fallaba aqu, podan... bueno, no saba seguro qu podan hacer. Echarle, sin duda. Agredirle, darle una paliza? Tal vez. Matarle? Probablemente no, pero era imposible estar del todo seguro. Eran gentes suspicaces, polticas. Y l era un fo­rastero.

Jack recorri despacio, de un extremo a otro el concurrido y ruidoso mercado, luchando por solucionar el problema, centrado ahora en su estmago; estaba muy hambriento. Vislumbr a Henry una vez, regateando con un hombre que venda cabras. Su mujer se encontraba cerca, pero un poco rezagada, dejando espacio a los hombres para negociar. Estaba de espaldas a Jack, pero sos­tena al nio en sus brazos —Jason, uno de los pequeos Henry, pens Jack— y ste le vio. Agit una mano regordeta en su direc­cin y Jack se alej rpidamente, poniendo la mayor distancia posible entre l y aquella familia.

Por doquier se ola a carne asada. Vio vendedores haciendo girar lentamente cuartos de buey sobre fuegos de carbn de lea a la vez pequeos y violentos; y aprendices que colocaban gruesas tajadas de carne parecida al cerdo sobre rebanadas de pan casero y las llevaban a los compradores. Parecan empleados en una subasta. La mayora de los compradores eran granjeros como Henry y daba la impresin de que tambin adquiran la carne como los asistentes a una subasta: se limitaban a levantar impe­riosamente una mano con los dedos extendidos. Jack observ con atencin varias de estas transacciones y en cada caso el medio de intercambio fueron los palillos nudosos... pero, cuntos nudos deban necesitarse?, se pregunt. Aunque no importaba, ya que tena que comer, tanto si la transaccin revelaba que era un fo­rastero como si no.

Pas por delante de un espectculo de mimos y apenas le ech una ojeada, aunque el nutrido auditorio que haba atrado —mu­jeres y nios en su mayora— se rea con ganas y no regateaba los aplausos. Fue hacia un tenderete de lona donde un hombre de enormes bceps tatuados se mantena junto a una trinchera llena de brasas encendidas de carbn de lea. Un espetn de hierro de unos dos metros giraba sobre las brasas. Situados en ambos ex­tremos, dos chicos sucios lo movan al unsono para asar de ma­nera uniforme cinco grandes trozos de carne.

— Buenas carnes! —proclamaba el hombre corpulento—; Bue­nas carnes! Bueeeenas carnes! Buenas carnes aqu! Aqu mismo! —y en un aparte al chico ms prximo a l—: Dale ms fuer­te, maldito. —Y volvi a su montona y estentrea cantinela.

Un granjero que pasaba con su hija adolescente levant la mano y seal el segundo trozo de carne a la izquierda. Los chicos dejaron de hacer girar el espetn el tiempo suficiente para que su amo cortara una tajada y la pusiera sobre una rebanada de pan. Uno de ellos la llev corriendo al granjero, quien sac un palillo nudoso. Mirando con atencin, Jack le vio arrancar dos nudos y drselos al chico. Cuando ste volvi corriendo al tende­rete, el cliente se guard el palillo en el bolsillo con el ademn ausente pero cuidadoso de quien se embolsa el cambio, dio un mordisco gigantesco al bocadillo y alarg el resto a su hija, cuyo primer bocado fue casi tan entusiasta como el de su padre.

El estmago de Jack haca mil ruidos. Ya haba visto lo que deba hacer... o as lo esperaba, al menos.

—Buenas carnes! Buenas carnes! Bue... —El hombre cor­pulento se interrumpi y mir a Jack frunciendo las tupidas cejas, que sombreaban unos ojos pequeos pero no del todo inexpre­sivos—. Oigo la cancin de tu estmago, amigo. Si tienes dinero, lo tomar y te bendecir en mis rezos esta noche, pero si no lo tienes, lrgate de aqu con tu estpida cara de oveja y vete al diablo.

Los dos chicos se rieron, aunque era evidente que estaban can­sados; se rieron como si no pudieran controlar los sonidos que proferan.

Sin embargo, el olor embriagador de la carne que se asaba lentamente no le permita marcharse. Extendi el palillo ms corto y seal el segundo trozo de carne de la izquierda. No habl; pareca ms prudente no hacerlo. El vendedor gru, volvi a sacarse del cinturn el tosco cuchillo y cort una tajada, ms pequea, segn pudo observar Jack, que la que haba cortado para el granjero, pero a su estmago no le importaban estas cues­tiones, y se mantena a la espera, produciendo frenticos ruidos.

El vendedor tir la carne sobre el pan y sirvi el bocadillo l mismo en lugar d drselo a uno de los chicos. Cogi el dinero "e Jack y en vez de dos nudos, arranc tres.

La voz de su madre surgi llena de sorna en su mente: Felci-

dades, Jack-O... acabas de ser vctima de un timo.

El vendedor te miraba, enseando dos hileras de dientes tor-cidos y negruzcos, desafindole a decir algo, a protestar de algn modo. Tendras que estar agradecido de que slo te haya cogido tres nudos en vez de los catorce. Podra haberlo hecho, sabes? Es como si llevaras un letrero colgado del cuello, muchacho.

soy un forastero AQU Y estoy solo. As que dime. Cara de Oveja:

quieres protestar?

No importaba lo que l quisiera hacer; era obvio que no poda formular ninguna protesta, pero volvi a sentir aquella ira dbil

e impotente.

—Largo —dijo el vendedor, cansndose de l y agitando una mano grande ante la cara de Jack. Los dedos tenan cicatrices y haba sangre bajo las uas—. Ya tienes tu comida. Ahora lrgate

de aqu.

Jack pens: Podra ensearte una linterna y correras como si te persiguieran todos los demonios. O ensearte un avin y es probable que te volvieras loco. Quiz no eres tan duro como crees, compaero.

Sonri y tal vez hubo algo en su sonrisa que no gust al ven­dedor de carne porque retrocedi ante Jack, con una expresin de inquietud momentnea y luego frunci el ceo.

— Te he dicho que te largues! —vocifer—. Vete y que Dios te maldiga!

Y esta vez Jack se fue.

2

La carne era deliciosa. Jack la devor, as como el pan, y despus se lami con toda tranquilidad le jugo de las palmas mientras se alejaba. La carne saba a cerdo... pero no lo era. Tena un sabor mucho ms fuerte y picante que el cerdo. Fuera lo que fuese, haba llenado de modo rotundo el vaco de su parte central. Pens que podra llevrselo a la escuela en bolsas de almuerzo durante mil aos.

Ahora que haba conseguido silenciar a su estmago —durante un buen rato, por lo menos—, pudo mirar a su alrededor con ms inters... y aunque no lo saba, por fin haba empezado a fusionarse con la multitud. Ahora era slo un aldeano ms atrado por el mercado, que se paseaba entre los tenderetes e intentaba mirar a la vez en todas direcciones. Los vendedores le reconocan, pero slo como a un cliente potencial entre muchos. Le gritaban y le llamaban por seas y cuando haba pasado de largo, grita­ban y llamaban' por seas a quienes iban detrs de l, ya fueran hombres, mujeres o nios. Jack miraba con la boca abierta todas las mercancas exhibidas a su alrededor, mercancas extraas y maravillosas al mismo tiempo, y entre todos los dems mirones dej de ser un forastero, quiz porque haba renunciado a sus esfuerzos de parecer aburrido en un lugar donde nadie finga aburrimiento. Rean, discutan, regateaban... pero nadie pareca

aburrido.

La localidad le recordaba el pabelln de la Reina sin el aire de tensin y alegra forzada; haba la misma mezcla de olores, absur­damente rica (dominada por el de carne asada y de excrementos animales), la misma multitud de vestuario multicolor (aunque los mejor vestidos de entre ellos no podan ni compararse con algunos de los elegantes que haba visto dentro del pabelln), la misma yuxtaposicin perturbadora pero en cierto modo estimulante de lo perfectamente normal con lo extravagante y extrao.

Se detuvo ante un tenderete donde un hombre venda alfom­bras con el retrato de la Reina entretejido en el dibujo. Jack pens de repente en la madre de Hank Scoffler y sonri. Hank era uno de los muchachos con quienes l y Richard Sloat haban hecho amistad en Los Angeles. La seora Scoffler tena debilidad por las decoraciones ms chillonas que Jack haba visto en. su vida. Dios mo, cunto le habran gustado estas alfombras con la imagen de Laura DeLoessian, con sus cabellos peinados hacia arriba, formando una regia corona de trenzas! Mucho mejores que sus pinturas aterciopeladas de ciervos de Alaska o el diorama ce­rmico de la Ultima Cena detrs del bar en la sala de estar de los Scoffler...

De pronto, la cara tejida en la alfombra pareci cambiar mien-tras la miraba. El rostro de la Reina se desvaneci y en su lugar vio el de su madre, repetido una y otra vez, con los ojos dema­siado oscuros y la tez demasiado blanca.

La nostalgia del hogar volvi a sorprender a Jack. Invadi su cerebro como una ola y le hizo gritar para sus adentros: Mam! Eh, mam! Dios mo, qu hago aqu? Mam!! Se pregunt con la anhelante intensidad de un enamorado qu estara haciendo ella en este momento. Fumando un cigarrillo ante la ventana, mirando hacia el ocano con un libro abierto a su lado? Viendo la tele­visin? En un cine? Durmiendo? Mundose?

Muerta?, aadi una voz maligna antes de que pudiera dete­nerla. Muerta, Jack? Ya muerta?

Cllate.

Sinti el ardiente escozor de las lgrimas.

—Por qu ests tan triste, muchachito mo?

Levant la mirada con un sobresalto y vio que el vendedor de alfombras le estaba mirando. Era tan corpulento como el vende­dor de carne y tambin tena los brazos tatuados, pero su sonrisa era franca y radiante; no haba malicia en ella y esto constitua una gran diferencia.

—Por nada —contest Jack.

—Por nada no tendras este aspecto, debes estar pensando en algo, hijo mo, hijo mo.

—Tena mal aspecto, verdad? —pregunt Jack, esbozando una sonrisa. Tampoco se recataba de lo que deca, al menos por el momento, y quiz por eso el vendedor de alfombras no crey or nada raro ni fuera de lugar.

—Muchachito, dabas la impresin de tener un solo amigo a este lado de la luna y haber visto llegar del norte al Gran Lobo Blanco a devorarlo con una cuchara de plata.

Jack sonri un poco. El vendedor de alfombras dio media vuelta y cogi algo de un mostrador pequeo que haba a la derecha de la alfombra ms grande; un objeto ovalado, que tena un mango corto. Cuando lo movi, el sol se reflej en l; era un espejo. A Jack le pareci pequeo y barato, la clase de premio

que se obtena por derribar tres botellas de madera en un juego de feria.

—Toma, muchachito —le dijo el vendedor—. Mrate y Vers que tengo razn.

Jack se mir al espejo y abri mucho la boca, tan estupefacto que por un momento temi que su corazn se hubiese olvidado de latir. Era l, pero se pareca a alguien de la Isla del Placer en la versin de Disney de Pinocho, donde un exceso de billar y cigarros convierte a los chicos en muas. Sus ojos, normalmente tan azules y redondos como lo exiga su herencia anglosajona, se haban vuelto castaos y almendrados. Sus cabellos, gruesos y tupidos, con un mechn colgando en medio de la frente, tena aspecto de crin. Levant una mano para apartarlo y slo toc piel; en el espejo, sus dedos parecan atravesar el pelo. Oy rer de satisfaccin al vendedor. Pero lo ms sorprendente era que unas largas orejas de asno le caan hasta ms abajo de la man­dbula y, mientras se observaba fijamente, una de ellas se movi.

Pens de improviso: TUVE una de estas orejas! Fue en las Fantasas, en el mundo normal, era... era...

No tendra ms de cuatro aos. En el mundo normal (sin darse cuenta, haba dejado de pensar en l como mundo real} la oreja era una gran canica de cristal con un centro rosado. Un da, mientras jugaba con ella, rod por la senda de cemento que haba delante de su casa y, antes de que pudiera cogerla, cay por una alcantarilla. Desapareci... para siempre, segn pens entonces, llorando, sentado en el borde de la acera con la cara apoyada en las manos sucias. Pero no haba sido as y aqu estaba el viejo juguete, recuperado y tan maravilloso como lo fuera cuando l tena tres o cuatro aos. Sonri, muy contento. La imagen cambi y Jack el Asno se convirti en Jack el Gato, con una cara sabia y llena de diversin secreta. Sus ojos cambiaron del castao del asno al verde del gato. Ahora tena pequeas orejas recubiertas de pelaje gris 'en vez de las grandes y colgantes del asno.

—As es mejor —dijo el vendedor—, mucho mejor, hijo mo. Me gusta ver felices a los muchachos. Un chico feliz es un chico sano, y un chico sano sabe encontrar su camino en el mundo. Lo dice El libro del buen agricultor y si no lo dice, debera decirlo. Quiz lo garabatee en mi ejemplar, si logro ganar lo bastante con mi campo de calabazas para comprar uno. Quieres el espejo?

—'i S! —exclam Jack—. S, estupendo! —Busc sus palillos, olvidando la frugalidad—. Cunto vale?

El vendedor frunci el ceo y mir con rapidez a su alrededor por si alguien les observaba.

—Gurdatelo, hijo mo. Gurdalo bien en el fondo, as me gusta. Si enseas tu caudal, te expones a perderlo. Los cacos abun­dan en el mercado.

—Los qu?

—No importa. No te lo cobro. Qudatelo. La mitad de ellos se me rompen en el carro cuando regreso a mi tienda en el dci­mo mes. Las madres llevan a sus pequeos y los miran, pero no los compran.

—Bueno, por lo menos usted no lo niega —dijo Jack. El vendedor le mir con cierta sorpresa y luego ambos se echaron a rer.

—Un chico feliz con una boca respondona —contest—. Ven a verme cuando seas mayor y ms atrevido, hijo mo. Iremos hacia el sur con tu boca y tu cabeza y triplicaremos las ventas.

Jack ri con timidez. Este sujeto era mejor que un disco de la pandilla de Sugarhill.

—Gracias —dijo (en la papada del gato del espejo apareci una amplia e improbable sonrisa)—, muchas gracias!

—Dselas a Dios —dijo el vendedor... y luego, como si fuera una idea repentina—: Y vigila tu caudal!

Jack se alej, guardando con cuidado el espejo de juguete en su coleto, junto a la botella de Speedy.

Y a intervalos de pocos minutos se aseguraba de que los pa­lillos estaban en su sitio.

Crea saber quines eran los cacos, despus de todo.

3

Dos tenderetes ms all del puesto del poeta que venda alfom­bras, un hombre de aspecto depravado que llevaba un parche sobre un ojo y ola a bebida fuerte intentaba vender a un gran­jero un gallo de gran tamao, dicindole que si lo juntaba con sus gallinas, stas slo pondran huevos de doble yema durante los prximos doce meses.

Jack, sin embargo, no tena ojos para el gallo ni odos para la propaganda del vendedor. Se sum a un grupo de nios que con­templaban embobados la atraccin principal del hombre tuerto:

un loro metido en una gran jaula de mimbre que era casi tan alto como los nios ms pequeos del grupo y del mismo tono verde oscuro que una botella de cerveza Heineken. Sus ojos eran de un dorado brillante,.. sus cuatro ojos. Al igual que el pony que viera en las cuadras del pabelln, el loro tena dos cabezas. Se agarraba a la percha con sus grandes patas amarillas y miraba pl­cidamente en dos direcciones a la vez, con las dos crestas casi tocndose.

El loro, para diversin de los nios, hablaba consigo mismo, pero Jack constat con asombro que, a pesar de dedicarle una gran atencin, el auditorio infantil no pareca estupefacto ni muy extraado. No eran como nios viendo su primera pelcula, sen­tados con la mirada fija y embelesada, sino ms bien como si vieran su habitual tira cmica de los sbados por la maana. Se trataba de una maravilla, desde luego, pero no era totalmente nueva. Y ante quin palidecen las maravillas con mayor rapidez que ante los ms pequeos?

—Bauburk! Es muy alto arriba? —pregunt la Cabeza Este.

—Igual que bajo abajo —respondi la Cabeza Oeste, y los nios rieron.

Graaak! Cul es la gran verdad de los nobles? —inquiri ahora la Cabeza Este.

—Que un rey ser rey toda su vida, pero ser caballero una vez es suficiente para cualquier hombre! —sentenci la Cabeza Oeste. Jack sonri y varios de los nios rieron, pero los ms pequeos se quedaron perplejos.

—Y qu hay en el armario de la seora Spratt? —pregunt la Cabeza Este.

—Una vista que nadie debe ver! —replic la Cabeza Oeste, y aunque Jack no lo entendi, los nios prorrumpieron en alegres carcajadas.

El loro cambi solemnemente de posicin sus garras y dej caer excrementos sobre la paja del suelo.

—Y qu mat de un susto a Alan Destry durante la noche?

—Vio a su mujer, grouuuuk!, salir del bao! Ahora el granjero ya se iba y el vendedor tuerto segua con­servando el gallo. Increp con furia a los nios.

—Largo de aqu! Largo de aqu antes de que os eche a patadas! Los nios se dispersaron y Jack se alej con ellos, lanzando una

ltima ojeada admirativa por encima del hombro al maravilloso loro.

4

En otro tenderete dio dos nudos de madera por una manzana y un cazo de leche... la leche ms dulce y espesa que haba pro­bado jams. Pens que si tuvieran una leche como sta en su mundo, Nestl y Hershey se arruinaran en una semana.

Ya terminaba el cazo cuando vio a la familia Henry avanzando lentamente en su direccin. Devolvi 'el recipiente a la mujer del puesto, que aprovech el poso vertindolo en un gran barril de madera que tema a sus espaldas. Jack se alej de prisa, quitn­dose un bigote de leche del labio superior y esperando que el ltimo que haba bebido del cazo no padeciera lepra, herpes o algo parecido, aunque en el fondo no crea que aqu existiesen siquiera cosas tan horribles.

Camin por la avenida principal del mercado, pasando de largo a los mimos, a dos mujeres gordas que vendan potes y sartenes (el Tupperware de los Territorios, pens Jack, sonriendo), al ma­ravilloso loro bicfalo (cuyo tuerto propietario beba ahora abier­tamente de una botella de barro y se tambaleaba de una punta a otra del tenderete, empuando al aturdido gallo por el cuello y lanzando gritos truculentos a los transentes; Jack vio el hue­sudo brazo derecho del hombre rebozado con un guano blanco amarillento e hizo una mueca), y un espacio abierto donde se haban congregado los granjeros. Aqu se detuvo un momento, lleno de curiosidad. Muchos de los granjeros fumaban en pipas de arcilla y Jack vio numerosas botellas de barro, muy parecidas a la que blanda el vendedor de aves, pasar de mano en mano. En un campo largo, cubierto de hierba, unos hombres enganchaban piedras detrs de grandes caballos hirsutos que tenan las cabezas bajas y ojos mansos e indiferentes.

Jack pas ante el tenderete de las alfombras. El vendedor le vio y levant la mano. Jack le imit y estuvo a punto de gritar:

Uselo, buen hombre, pero sin abusar!, pero decidi no hacerlo. De repente se dio cuenta de que estaba triste. Aquella sensacin de extraeza, de ser un intruso, volvi a enseorearse de l.

Lleg a la encrucijada. El camino que iba al norte y al sur no era ms que un sendero. El Camino del Oeste era mucho ms ancho.

Viejo Viajero Jack, pens y trat de sonrer. Cuadr los hom­bros y oy tintinear la botella de Speedy contra el espejo. Aqu viene el Viejo Viajero Jack por la versin de los Territorios de la Interestatal 90! Pies, no me fallis ahora!

Reemprendi la marcha y la gran tierra soadora no tard en engullirle.

5

Unas cuatro horas despus, en plena tarde, Jack se sent sobre la alta hierba del borde del camino y observ a un grupo de hom­bres —desde esta distancia parecan gusanos— trepar a una torre alta y de apariencia destartalada. Haba elegido este lugar para descansar y comer la manzana porque aqu el Camino del Oeste pareca acercarse ms a aquella torre, que se hallaba todava a unas tres millas (y quiz mucho ms; la diafanidad casi sobrena­tural del aire haca muy difcil juzgar las distancias), aunque estaba en el campo de visin de Jack desde haca ms de una hora.

Comi la manzana, dio reposo a sus cansados pies y se pre­gunt qu significara aquella torre, aislada en un campo de os­cilante hierba. Y tambin se pregunt, por supuesto, por qu la treparan aquellos hombres. El viento no haba dejado de soplar desde que saliera de la ciudad y lo haca en direccin a la torre y a Jack, pero cuando amain un momento, Jack les oy llamarse unos a otros... y rerse. Se oan muchas risas.

A unas cinco millas al oeste del mercado, Jack haba pasado por un pueblo, si podan definirse como pueblo cinco casas dimi­nutas y una tienda que por lo visto estaba cerrada desde haca mucho tiempo. Fueron las ltimas viviendas humanas que haba encontrado en su ruta. Poco antes de vislumbrar la torre se pre­gunt si habra llegado a las Avanzadas sin saberlo. Recordaba muy bien las palabras del capitn Farren: Ms all de las Avan­zadas, el Camino del Oeste prosigue hacia la nada... o hacia el infierno. He odo decir que ni el propio Dios se aventura ms all de las Avanzadas...

Jack se estremeci.

Sin embargo, no crea haber llegado tan lejos. No senta nada de la creciente inquietud que le invadiera antes de tropezar con los rboles vivientes en sus esfuerzos por huir de la diligencia de Morgan... los rboles vivientes, que ahora parecan un horrible prlogo de todo el tiempo que haba pasado en Oatley.

De hecho, las emociones agradables que haba sentido al des­pertarse caliente y descansado en el almiar, y cuando Henry el granjero le haba invitado a subir a su carro, haban vuelto a resurgir ahora; aquella sensacin de que los Territorios, pese al mal que podan albergar, eran fundamentalmente buenos y de que I poda ser una parte de este lugar siempre que lo deseara... de que no era en absoluto un Forastero.

Haba llegado a sentir que era parte de los Territorios durante largos perodos de tiempo. Mientras caminaba a paso ligero por el Camino del Oeste haba tenido una idea extraa, una idea que se present mitad en ingls, mitad en el lenguaje de los Territo­rios : Cuando sueo, el nico momento en que S realmente que se trata de un sueo es cuando empiezo a despertarme. Si estoy soando y me despierto de repente —si suena el despertador o algo as—, soy la persona ms sorprendida del mundo. Al prin­cipio es el despertar lo que parece un sueo. Y no soy ningn forastero aqu cuando el sueo es ms profundo... es esto lo que quiero decir? No, pero me voy acercando. Apuesto cualquier cosa a que pap soaba de manera muy profunda. Y tambin a que to Morgan casi nunca suea as.

Haba decidido tomar un trago de la botella de Speedy y saltar al otro lado en cuanto viese algo que pudiera ser peligroso... o solamente alarmante. Mientras esto no ocurriese, caminara aqu todo el da antes de regresar a Nueva York. De hecho, si hubiera tenido algo que comer adems de la manzana, habra sucumbido a la tentacin de pernoctar en los Territorios. Pero no tena nada ms y en el solitario y polvoriento Camino del Oeste no se vea ningn merendero ni restaurante rpido.

Los vetustos rboles que rodeaban la encrucijada y la ciudad cedieron el paso a los campos de hierba en cuanto Jack hubo pasado las ltimas viviendas. Empez a creer que caminaba por una calzada interminable en medio de un ocano sin lmites. Aquel da viaj solo por el Camino del Oeste bajo un cielo claro y so­leado pero fresco (ya estamos a finales de septiembre, claro que hace fresco, pens, slo que la palabra que le vino a la mente no fue septiembre sino la equivalente en el lenguaje de los Territo­rios, que se traduca mejor por noveno mes). No se cruz con ningn caminante ni ningn carro, cargado o vaco. El viento soplaba casi sin interrupcin, suspirando en el ocano de hierbas con un sonido bajo que era a la vez otoal y solitario. La hierba se inclinaba bajo el viento, formando grandes olas.

Si le hubieran preguntado: Cmo te encuentras, Jack?, el muchacho habra respondido: Bastante bien, gracias. Alegre. Alegre era la palabra que se le habra ocurrido mientras atravesaba aquellos prados vacos; arrobamiento era una palabra que aso­ciaba ms fcilmente con la popular cancin del mismo nombre interpretada por el grupo rockero Blondie. Y se habra sorpren­dido mucho si le hubieran dicho que haba llorado varias veces contemplando aquellas grandes olas de hierba perseguirse mutua­mente hacia el horizonte, absorbiendo una vista que slo muy pocos nios americanos de su tiempo haban contemplado: enor­mes y vacas extensiones de tierra bajo un cielo azul de impre­sionante longitud y anchura... y, s, incluso profundidad. Era un cielo an no marcado por estelas de reactor o sucias franjas de polucin en cualquiera de sus extremos inferiores.

Jack viva una experiencia de notable impacto sensorial al ver, or y oler cosas completamente nuevas para el, mientras otras per­cepciones sensoriales a las que se haba acostumbrado por com­pleto faltaban por primera vez. En muchos aspectos, era un nio notablemente sofisticado —educado en el seno de una familia de Los Angeles en que el padre haba sido agente y la madre actriz de cine, habra sido an ms extrao que fuese ingenuo—, pero todava era un nio, sofisticado o no, y esto redundaba sin la me­nor duda en su favor... por lo menos en una situacin como aqulla. El viaje de aquel da solitario por las praderas habra producido seguramente una sobrecarga sensorial, quiz incluso una persistente sensacin de alucinacin y locura, en un adulto. Un adulto habra buscado con nerviosismo la botella de Speedy --con dedos demasiado temblorosos para encontrarla en seguida— al cabo de una hora, o quiz antes, de abandonar la ciudad del mercado.

En el caso de Jack, el impacto le atraves la mente para aden­trarse en su subconsciente, de modo que cuando se derrumb y empez a llorar, no saba en realidad que lloraba (slo not una momentnea visin doble que atribuy al sudor) y pens ni­camente : Jo, me siento bien... debera tener un poco de miedo aqu, tan solo, pero no lo tengo.

As fue como Jack consider su arrobamiento una simple sen­sacin de alegra mientras caminaba solo por el Camino del Oeste y su sombra se alargaba cada vez ms a sus espaldas. No se le ocurri que parte de su resplandor emocional poda deberse al hecho de que apenas doce horas antes era un prisionero en el bar Oatley de Updike (las ampollas ensangrentadas en los dedos atrapados por el ltimo cuete an estaban frescas); de que ape­nas doce horas antes haba escapado — por los pelos!— de una especie de bestia asesina en la que haba empezado a pensar como un hombre-cabra; de que por primera vez en su vida estaba solo completamente en un camino ancho y desierto: no haba ningn anuncio de Coca-CoIa a la vista ni un cartel de Budweiser exhi­biendo los Mundialmente Famosos Clydesdale; junto al camino no haba el sempiterno tendido de cables, siempre presentes en todos los caminos que Jack Sawyer haba recorrido durante toda su vida; ni siquiera se perciba el distante fragor de un avin, para no hablar del estruendo de los 747 en su aproximacin final al LAX y de los F-111 que siempre despegaban de la Estacin Aeronaval de Portsmouth y atronaban el aire sobre el Alhambra, como el ltigo de Osmond, cuando ponan rumbo al Atlntico; slo se oa el sonido de sus pies en el camino y el limpio flujo y reflujo de su propia respiracin.

•lo, me siento bien, pens Jack secndose los ojos, distrado, y definiendo su estado como alegre.

6

Ahora esta torre era un motivo de observacin y extraeza.

Caramba, nadie me hara subir all arriba, pens Jack. Haba ido mordiendo la manzana hasta el corazn y, sin pensar en lo que haca ni apartar siquiera la vista de la torre, cav con los dedos un agujero en la tierra dura y elstica y enterr en l el corazn de la manzana.

La torre pareca hecha de tablones y Jack calcul que deba medir por lo menos ciento cincuenta metros de altura. Pareca un gran cuadriltero hueco, con los tablones superpuestos en forma de X por los cuatro lados. Arriba haba una plataforma y Jack, guiando los ojos, pudo ver moverse por ella a un grupo de hombres.

El viento le meci con suaves rfagas cuando se sent al borde del camino con las rodillas contra el pecho y los brazos abrazando las piernas. Otra gran oleada de hierba avanzaba en direccin a la torre. Jack imagin la oscilacin de la frgil estructura y sinti un vuelco en el estmago.

JAMAS subira all arriba, ni por un milln de dlares.

Y entonces lo que haba temido que sucediera desde el mo­mento en que advirti la presencia de hombres en la torre, suce­di : uno de ellos cay al vaco.

Jack se levant. En su rostro se vea la expresin consternada y atnita de quien ha presenciado el fallo de un peligroso nmero de circo; el equilibrista que sufre una mala cada y yace retorcido en el suelo, la trapecista que no encuentra las manos tendidas y cae a la red con un golpe sordo, la pirmide humana que se derrumba inesperadamente, dispersando cuerpos, que se amon­tonan sin orden ni concierto.

Oh, qu horror, oh, qu espanto, oh...

Los ojos de Jack se agrandaron de repente y por un instante abri an ms la boca —de hecho, las mandbulas casi le tocaron la clavicula— pero en seguida la cerr y luego la distendi en una sonrisa aturdida e incrdula. El hombre no haba cado de la torre, empujado por el viento o en un accidente fortuito. De dos lados de la plataforma sobresalan unos tablones parecidos a len­guas o trampolines y el hombre haba caminado sencillamente hasta el extremo de uno de ellos y saltado. A media cada, algo empez a desdoblarse; un paracadas, pens Jack, pero no tendra tiempo de abrirse.

Sin embargo, no era un paracadas.

Eran alas.

La cada del hombre perdi velocidad y se interrumpi com­pletamente cuando estaba a unos quince metros de la alta hierba. Entonces se invirti. El hombre empez a volar hacia arriba, con las alas tan verticales que casi se tocaban —como las crestas de las cabezas de aquel loro—, hasta que se abrieron para bajar con inmensa potencia, como los brazos de un nadador en un sprint final.

Caramba, pens Jack, inducido a prorrumpir en la exclamacin ms tonta que conoca por un asombro sin lmites. Esto era algo fantstico, algo absolutamente sensacional. Caramba, caramba, mira eso.

Ahora salt del trampoln de la torre un segundo hombre y luego un tercero y luego un cuarto. En menos de cinco minutos debieron saltar al aire unos cincuenta hombres, que volaron des­cribiendo figuras complicadas pero discernibles: saltaban de la torre, trazaban un nudo cruzado simple, volvan a la torre, salta­ban por e] otro lado, describan otro nudo, aterrizaban de nuevo en la torre y repetan todo el proceso.

Daban vueltas, bailaban y se entrecruzaban en el aire. Jack empez a rer, embelesado. Era un poco como observar los ballets acuticos de aquellas cursis pelculas de Esther Williams. Aquellas nadadoras —sobre todo la propia Esther Williams, naturalmente— lo hacan como si fuera muy fcil, como si cualquiera pudiese zambullirse y retorcerse de aquel modo, como si uno mismo, en compaa de sus amigos, pudiera saltar del trampoln en una coreografa sincronizada, formando una especie de surtidor hu­mano.

Pero haba una diferencia. Los hombres voladores no daban aquella sensacin de ausencia de esfuerzo, sino que parecan con­sumir prodigiosas cantidades de energa para mantenerse en el aire y Jack intuy con repentina certidumbre que les dola, del mismo modo que dolan algunos ejercicios de gimnasia, levantar las piernas o los abdominales, por ejemplo. Si no duele, no vale!, sola gritar el entrenador cuando alguien se atreva a quejarse.

Y ahora se le ocurri otra cosa: el da en que su madre le haba llevado consigo a ver a su amiga Myrna, que era una baila­rina de ballet autntica y ensayaba en la buhardilla de un estudio de danza en la parte baja del Wilshire Boulevard. Myma pertene­ca a una compaa de ballet y Jack la haba visto bailar junto con las otras danzarinas; su madre le obligaba a acompaarla y en general el nio lo encontraba aburrido, como el Sunrise Semester religioso en televisin. Pero nunca haba visto bailar a Myrna... tan de cerca y le impresion e incluso le asust un poco el con­traste entre ver el ballet en el escenario, donde todas parecan deslizarse o saltar sin esfuerzo sobre sus pointes, y verlo a menos de dos metros de distancia, bajo la cruda luz del da que entraba a raudales por las ventanas altas hasta el techo y sin msica... slo al ritmo de las palmadas del coregrafo y al son de sus duras crticas. Ningn elogio, slo crticas. El sudor baaba sus rostros, sus leotardos estaban empapados. La habitacin, pese a ser grande y aireada, ola a sudor. Msculos tensos temblaban y vibraban, al borde del agotamiento nervioso. Tendones hinchados sobresa­lan como cables. Venas palpitantes se henchan en frentes y cuellos. Exceptuando las palmadas del coregrafo y sus gritos aira­dos, los nicos sonidos eran los golpes sordos de las pointes de las bailarinas y sus alientos entrecortados y rpidos. Jack haba comprendido de repente que aquellas danzarinas no slo se gana­ban la vida, sino que se mataban al mismo tiempo. Lo que ms recordaba eran sus expresiones... toda su exhausta concentracin, todo el dolor... pero trascendiendo el dolor, o al menos asomando por sus bordes, vio tambin alegra. Aquella expresin contena un gozo inconfundible y Jack se haba asustado porque no pareca tener explicacin. Qu clase de persona poda gozar sometin­dose a un dolor tan constante, profundo e intenso?

Un dolor que ahora vea reproducido aqu, pens. Eran real­mente hombres alados, como los de las series de Flash Gordon, o se trataba de unas alas como las de caro y Ddalo, algo que se sujetaba al cuerpo? Jack descubri que no importaba mucho... Por lo menos, a l.

Alegra.

Viven en un misterio, esta gente vive en un misterio.

La alegra es lo que les sostiene.

Esto era lo importante. La alegra les sostena, tanto si las alas les crecan en la espalda o las sujetaban de algn modo con hebillas y grapas. Porque lo que estaba viendo, incluso desde esta distancia, era la misma clase de esfuerzo que haba visto en la buhardilla de la parte baja de Wilshire en aquella ocasin. El mismo derroche de energa para realizar una esplndida y mo­mentnea inversin de una ley de la naturaleza. Era terrible que semejante inversin exigiera tanto y durase tan poco y era a la vez terrible y maravilloso que a pesar de ello quisieran realizarla.

Y no es ms que un juego, pens, sbitamente seguro de ello. Un juego, o tal vez ni siquiera esto, sino slo un ensayo de un juego, como fuera tambin un ensayo todo el sudor y el temblo­roso cansancio en aquella buhardilla. El ensayo de un espectculo al que probablemente slo asistiran unas pocas personas y sera de corta duracin.

Alegra, pens de nuevo, ya de pie y con el rostro vuelto hacia los hombres voladores, mientras el viento le despeinaba los ca­bellos sobre la frente. Su poca de inocencia se aproximaba rpi­damente a su fin (y, bajo presin, incluso Jack habra admitido de mala gana que senta acercarse aquel fin...; un muchacho no poda andar por los caminos mucho tiempo, no poda pasar por muchas experiencias como la que haba vivido en Oatley y seguir siendo inocente), pero durante aquellos momentos en que perma­neci mirando el cielo, la inocencia pareci rodearle; como al jo­ven pescador en su breve momento de epifana en el poema de Elizabeth Bishop, todo era arco iris, arco iris, arco iris.

Alegra... maldita sea, pero es una palabreja simptica.

Sintindose mejor de lo que se haba sentido desde que co­menzara todo este asunto —y slo Dios saba cunto tiempo haba pasado desde entonces—, Jack reanud la marcha por el Camino del Oeste, a paso ligero, con la cara iluminada por la misma sonrisa embobada y esplndida. De vez en cuando se volva a mirar por encima del hombro y pudo observar durante mucho rato a los voladores. E incluso cuando ya no poda verlos, el sentimiento de alegra permaneci, como un arco iris dentro de su cabeza.

7

Cuando el sol empez a bajar, Jack se dio cuenta de que estaba aplazando su regreso al otro mundo —a los Territorios america­nos— y no slo por el horrible sabor del zumo mgico. Lo estaba aplazando porque no quera marcharse de aqu.

Un arroyuelo haba surgido entre la hierba (donde haban em­pezado a aparecer pequeos sotos de rboles ondulantes con copas extraamente planas, como los eucaliptos) y, tras describir una curva, discuma junto al camino. Ms lejos, a la derecha, haba una enorme extensin de agua, tan enorme, en realidad, que du­rante una hora Jack crey que era un pedazo de cielo de un azul ms intenso que el resto. Pero no era cielo, sino un lago. Un gran lago, pens, sonriendo y adivinando que en el otro mundo deba ser el lago Ontario.

Se senta bien. Iba en la direccin correcta, quiz un poco demasiado al norte, pero no le caba ninguna duda de que el Camino del Oeste rectificara este desvo dentro de poco. La sensacin de alegra casi exttica —lo que l defina como bienes-tar se haba convertido en una especie de hermosa serenidad, sentimiento que pareca casi tan difano como el aire de los Te­rritorios. Slo una cosa estropeaba su bienestar, y era el recuerdo

(seis, tiene seis aos, Jack tena seis aos)

de Jerry Bledsoe. Por qu haba costado tanto a su mente evocar aquel recuerdo?

No, no el recuerdo... los dos recuerdos. Primero Richard y yo oyendo a la seora Feeny decir a su hermana que la electricidad le haba tocado y frito y derretido las gafas sobre su nariz y que haba odo al seor Sloat hablar por telefono y decir que... y luego el hecho de encontrarme detrs del sof, sin intencin de sorprender o escuchar, y or a pap diciendo: Todo tiene sus con­secuencias y algunas de estas consecuencias podran ser incmo­das. Y no caba duda de que algo haba puesto a Jerry Bledsoe en una situacin incmoda, verdad? Cuando las gafas se derritie­ron sobre tu nariz, se dira que te encontrabas en una situacin incmoda, s...

Jack se detuvo. Se detuvo en seco.

Qu intentas decir?

Sabes qu intento decir, Jack. Tu padre estaba fuera aquel da... l y Morgan. Se hallaban aqu. Dnde, aqu? Creo que en el mismo sitio donde est su edificio en California, en los Terri­torios americanos. E hicieron algo, o uno de los dos hizo algo. Tal vez algo grande, o quiz slo mover una piedra... o enterrar en el polvo el corazn de una manzana. Y esto, de algn modo... des­pert un eco all. Despert un eco y mat a Jerry Bledsoe.

Jack se estremeci. Oh, s, ahora saba por qu haba tardado tanto su mente en resucitar aquel recuerdo, el taxi de juguete, el murmullo de las voces masculinas, Dexter Gordon tocando el saxfono. No haba querido resucitarlo, porque

(quin produce esos cambios, pap)

ello sugera que slo por el hecho de encontrarse aqu, poda estar haciendo algo terrible en el otro mundo. Iniciar la tercera guerra mundial? No, probablemente no. No haba asesinado a ningn rey en fecha reciente, ni joven ni viejo. Pero, qu poda haber despertado el eco que electrocut a Jerry Bledsoe? Habra matado to Morgan al Gemelo de Jerry (si lo tenia), o intentado vender a algn pez gordo de los Territorios la idea de la electri­cidad? O habra sido algo insignificante... algo tan pequeo como comprar un trozo de carne en un mercado rural? Quin produca aquellos cambios? Qu produca aquellos cambios?

Una bonita inundacin, un bonito incendio.

De pronto la boca de Jack se qued seca como la sal.

Fue hasta el arroyuelo que bordeaba el camino, se arrodill y

baj la mano para coger agua, pero la detuvo de improviso. El agua saltarina haba adoptado los colores del inminente crepscu-lo... pero estos colores adquirieron de repente un matiz rojizo, de de modo que pareca un ro de sangre y no de agua. Y a continuacin se ti de negro. Un momento despus recobr la transpa-rencia y Jack vio...

Se le escap un pequeo gemido cuando vio la diligencia de Morgan avanzando con estruendo por el Camino del Oeste, tirada por los doce caballos de penachos negros. Jack vio con un terror que casi le paraliz que el conductor sentado en el pescante, con las botas en el guardabarros y un ltigo en la mano, era Eiroy. Pero lo que sostena el ltigo no era una mano, sino una especie de pezua. Elroy conduca aquel carruaje de pesadilla, Elroy, son­riendo con su boca llena de colmillos muertos, Elroy, impaciente por encontrar de nuevo a Jack Sawyer para abrir la barriga de Jack Sawyer y extraer los intestinos de Jack Sawyer.

Jack permaneci arrodillado junto al arroyo, con los ojos desor­bitados y la boca temblando de angustia y terror. Haba atisbado una ultima cosa en su visin, no una cosa grande, no, pero la ms espantosa por sus implicaciones: los ojos de los caballos parecan brillar. Parecan brillar porque estaban llenos de luz... llenos del crepsculo.

La diligencia viajaba hacia el oeste por este mismo camino... y en su persecucin.

A gatas, dudando de poder levantarse aunque quisiera, Jack se apart del arroyo y volvi torpemente al camino. All cay de bruces sobre el polvo, con la botella de Speedy y el espejo que le haba regalado el vendedor de alfombras clavndosele en el est­mago. Lade la cabeza para apretar la mejilla y la oreja derechas contra la superficie del Camino del Oeste.

Percibi el traqueteo constante sobre la tierra dura y seca. Estaba lejos... pero se acercaba.

Eiroy en el pescante... y Morgan dentro. Morgan Sloat? Mor­gan de Orris? No importaba. Eran uno solo.

Interrumpi con un esfuerzo el efecto hipntico del retemblar de la tierra y se puso en pie. Extrajo la botella de Speedy —la misma aqu en los Territorios que en los Estados Unidos— del interior de su coleto y arranc del cuello todo el musgo que pudo, sin preocuparse de la lluvia de partculas que cayeron en el escaso lquido restante, que ahora no llegaba a cinco centmetros. Mir nerviosamente a su izquierda, como esperando ver aparecer en el horizonte la diligencia negra y los ojos llenos de crepsculo de los caballos, brillando como linternas fantasmagricas. Naturalmente, no vio nada. Los horizontes eran ms cercanos aqu en los Territo­rios, como ya haba comprobado, y los sonidos se propagaban con ms rapidez. La diligencia de Morgan deba estar a diez millas al este o quiz incluso a veinte.

Todava pisndome los talones, pens Jack, llevndose la botella a los labios. Un segundo antes de beber, su mente grit: Eh, espera un minuto! Espera un minuto, idiota, acaso quieres que te maten? Estara bonito saltar desde en medio del Camino del Oeste al centro de cualquier carretera del otro mundo, y all ser quiz atropellado por un manaco de la velocidad o un camin de re­frescos.

Camin lentamente hasta el borde del camino... y entonces avanz diez o veinte pasos por la hierba para asegurarse. Respir hondo para aspirar el dulce aroma del ambiente, buscando a tientas aquella sensacin de serenidad... aquella sensacin del arco iris.

Debo tratar de recordar cmo me senta —pens—, tal vez lo necesite... y es posible que no pueda volver aqu durante mucho tiempo.

Contempl las praderas, que ahora se oscurecan a medida que la noche se acercaba a ellas desde el este. 'El viento soplaba a rfagas, ahora fro pero todava fragante, despeinndole el cabello _ya desgreado— como despeinaba la alta hierba.

Ests dispuesto, Jack O?

Jack cerr los ojos y se prepar para el horrible sabor y los vmitos que seguramente seguiran.

Banzai —murmur y bebi un trago.

captulo 14

BUDDY PARKINS

1

Vomit una baba fluida de color morado, con la cara a pocos centmetros de la hierba que cubra la larga pendiente bajo la cual discurra una autopista de cuatro carriles; agit la cabeza y se arrodill, quedando de espaldas al cielo nublado y gris. El mundo, este mundo, apestaba. Jack se movi hacia atrs, para alejarse de los hilos de vmito que pendan de las briznas de hier­ba, y el hedor cambi pero no disminuy. Gasolina y otros venenos sin nombre flotaban en el aire; y el mismo aire apestaba a ago­tamiento y fatiga; incluso los ruidos procedentes de la autopista castigaban este aire moribundo. El dorso de una seal de trfico se elevaba sobre su cabeza como una pantalla de televisin gigan­tesca. Jack se levant, tambalendose. Lejos, al otro lado de la autopista, centelleaba una inmensa extensin de agua slo un poco menos gris que el cielo. Una especie de resplandor maligno cubra la superficie. Tambin desde all vena un olor de limaduras de metal y aliento cansado. Era el lago Ontario y la pequea y coquetona ciudad de all abajo deba ser Olcott o Kendall. Se haba apartado mucho de su ruta, ms de ciento cincuenta kilmetros y cuatro das y medio como mnimo. Jack pas la seal, esperando que no anunciara algo peor que esto. Levant la vista para leer las letras negras y se sec los labios. angola. Angola? Dnde estaba? Mir hacia la humareda de la pequea ciudad a travs del aire ya slo tolerable a medias.

Y Rand McNally, el inestimable compaero, le dijo que las hectreas de agua eran el lago Erie... en vez de haber perdido das de viaje, los haba ganado.

Sin embargo, antes de que el muchacho pudiese decidir si sera ms inteligente, despus de todo, volver a saltar a los Territorios en cuanto lo creyera seguro —es decir, en cuanto la diligencia de Morgan hubiera pasado de largo el lugar donde l haba estado—, antes de que pudiera decidir esto, antes incluso de que pudiera empezar a pensarlo, tena que bajar a la contaminada ciudad de Angola para ver si esta vez Jack Sawyer, Jack-O, haba causado alguno de aquellos cambios, pap. Se dispuso a bajar por la pen­diente, un chico de doce aos con pantalones tejanos y camisa a cuadros, alto para su edad, que ya empezaba a tener un aspecto descuidado y demasiada preocupacin en el rostro.

A media pendiente, se dio cuenta de que ya volva a pensar en ingls.

2

Muchos das despus y bastante ms hacia el oeste, un hombre llamado Buddy Parkins recogi en su coche en la autopista N40, justo en las afueras de Cambridge, Ohio, a un chico alto que deca llamarse Lewis Farren y vio su mirada de preocupacin... una preocupacin que pareca estar a punto de quedar grabada para siempre en su cara. Anmate, hijo, por tu bien, si no por el de los dems, quiso decirle Buddy. Pero el chico tena problemas para diez, si haba que creer su historia. La madre enferma, el padre muerto y l, enviado a casa de una ta que era maestra en Buckeye Lake... Lewis Farren tena razones para estar preocu­pado. Daba la impresin de no haber visto cinco dlares juntos desde la Navidad pasada. No obstante... a Buddy le pareca que este chico Farren le tomaba el pelo en ciertos detalles.

Para empezar, ola a granja, no a ciudad. Buddy Parkins y sus hermanos llevaban una granja de ciento veinte hectreas cerca de Amanda, a unos cincuenta kilmetros al sudeste de Columbus, y Buddy saba que en esto no poda equivocarse. Este muchacho ola a Cambridge, y Cambridge estaba en el campo. Buddy haba crecido con el olor de tierra labrada y granero, de abono, trigo y arvejas, y la ropa sin lavar del muchacho que tena a su lado haba absorbido todos aquellos olores familiares.

Adems, se trataba de la propia ropa. La seora Farren deba estar muy enferma, pens Buddy, para mandar al muchacho a la carretera con unos vaqueros tan rgidos por la suciedad que las arrugas parecan de color bronce. Y las zapatillas! Casi se le caan, los cordones estaban rotos y la lona agujereada en los dos pies.

—De modo que se llevaron el coche de tu pap, eh, Lewis? —pregunt Buddy.

—Tal como le he dicho, s, seor, los asquerosos cobardes se presentaron despus de medianoche y lo sacaron del garaje. Creo que no deberan permitirles hacer una cosa as y menos a unas personas que trabajan mucho y piensan pagar los plazos en cuanto puedan. Qu opina usted? Qu le parece?

El muchacho tena vuelto hacia l su rostro honesto y tostado por el sol como si se tratara de la cuestin ms grave desde el indulto de Nixon o tal vez la Baha Cochinos y todos los instintos de Buddy le inducan a expresar su conformidad; en general se habra mostrado conforme con cualquier opinin franca ofrecida por un chico de tan evidente origen campesino.

—Pensndolo bien, supongo que siempre hay dos maneras de ver las cosas —contest Buddy Parkins, no muy satisfecho. El chico parpade y volvi la cabeza para mirar de nuevo hacia delante. Buddy sinti una vez ms su ansiedad, la nube de preo­cupacin que pareca cernerse sobre l y casi lament no haber otorgado a Lewis Farren el asentimiento que necesitaba.

—Supongo que tu ta ensea en la escuela primaria de Buckeye Lake —dijo, esperando aliviar por lo menos en parte la tristeza del chico. Siempre era mejor sealar al futuro que al pasado.

—S, seor, as es. Ensea en la escuela primaria. Helen Vau-ghan. —Su expresin no cambi.

Pero Buddy haba vuelto a orlo. No se consideraba ningn Henry Higgins, el profesor de aquella comedia musical, pero saba con toda seguridad que el joven Lewis Farren no hablaba como los nativos de Ohio. La voz del muchacho era muy distinta, de­masiado compacta, y estaba llena de unas tonalidades altas y bajas que no se parecan en nada a las de Ohio y menos an del Ohio rural. Tena un acento.

O era posible que un chico de Cambridge, Ohio, aprendiera a hablar as, cualquiera que fuese la disparatada razn? Buddy supona que era posible.

Por otra parte, el peridico que el tal Lewis Farren no haba soltado ni una vez de debajo del codo izquierdo pareca corroborar la peor y ms profunda sospecha de Buddy Parkins: que su joven y fragante compaero era un prfugo y todas sus palabras una mentira. El nombre del peridico, visible para Buddy con slo una ligera inclinacin de cabeza, era The Angola Herald. Haba una Angola en frica, adonde un montn de ingleses haban acu­dido como mercenarios, y haba otra Angola, Nueva York... muy cerca del lago Erie. No haca mucho que haba visto fotografas del lago en el telediario, pero no poda recordar por qu.

—Me gustara hacerte una pregunta, Lewis —dijo y carraspe.

—Adelante —contest el muchacho.

—Cmo es que un muchacho de una bonita ciudad prxima a la Nacional Cuarenta viaja con un peridico de Angola, Nueva York, que est muy lejos de aqu? Lo pregunto por curiosidad, hijo.

El muchacho mir el peridico doblado bajo su brazo y lo apret an ms contra s, como temeroso de que pudiera escapar.

—Oh —respondi—, lo encontr.

—No me digas —observ Buddy.

—S, seor. Estaba en un banco de la estacin de autobuses de mi ciudad.

—Has ido a la estacin de autobuses esta maana?

—Justo antes de decidir que ahorrara el dinero y hara auto­stop. Seor Parkins, si puede dejarme en el desvo de Zanesville, ya estar muy cerca y es probable que pueda llegar a casa de mi ta antes de la cena.

—Es probable —asinti Buddy, y condujo en un silencio in­cmodo durante varios kilmetros. Por fin no pudo soportarlo ms tiempo y pregunt en voz muy baja y sin desviar la vista de la carretera:

—Hijo, te has escapado de tu casa?

Lewis Farren le sorprendi porque esboz una sonrisa, no for­zada ni falsa, sino sincera. Pensaba que la idea de escaparse de casa era graciosa. Le diverta. El muchacho le mir una fraccin de segundo despus de que Buddy se volviera para mirarle, y los ojos de ambos se encontraron.

Durante un segundo, dos segundos, tres... durante el tiempo que dur aquel segundo, Buddy Parkins vio que este chico sin lavar que estaba sentado a su lado era bello. Se habra considerado incapaz de usar esta palabra para describir a cualquier varn de ms de nueve meses, pero bajo la suciedad de los caminos, el tal Lewis Farren era bello. Su sentido del humor haba vencido mo­mentneamente sus preocupaciones y lo que irradiaba de l hacia Buddy —que tena cincuenta y dos aos y tres hijos adolescentes— era una especie de bondad sincera que slo haba sufrido el im­pacto de una serie de experiencias poco corrientes. El tal Lewis Farren, a sus doce aos, haba ido en cierto modo ms lejos y visto ms cosas que Buddy Parkins y lo que haba visto y hecho le haba conferido belleza.

—No, no soy un fugitivo, seor Parkins —contest el mu­chacho.

Entonces parpade y su mirada se volvi de nuevo hacia dentro y perdi su brillo y su luz y el chico se repantig otra vez en el asiento. Levant una rodilla, la apoy en el salpicadero y ajust el peridico bajo su bceps.

—No, supongo que no —dijo Buddy Parkins, forzndose a mirar de nuevo la carretera. Sinti alivio, aunque no sabia muy bien por qu—. Supongo que no eres un fugitivo, Lewis, pero s otra cosa.

El muchacho no respondi.

—Has trabajado en un granja, verdad? Lewis le mir, sorprendido.

—S, en efecto. Los tres ltimos das. A dos dlares la hora. Y tu madre no ha dejado ni un momento de estar enferma para

lavarte la ropa antes de enviarte a casa de su hermana, verdad?,

pens Buddy, pero lo que dijo fue:

—Lewis, me gustara que pensaras en ir a mi casa conmigo. No digo que te hayas fugado ni nada de eso, pero si eres de los al­rededores de Cambridge, me comer este coche destartalado, neu­mticos incluidos. Yo tengo tres chicos y el ms joven, Billy, slo es unos tres aos mayor que t y en mi casa sabemos cmo alimentar a los muchachos. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras, segn las preguntas que ests dispuesto a contestar. Por­que te har unas cuantas, por lo menos la primera vez que nos sentemos juntos a la mesa.

Se frot con la palma el pelo gris, cortado al estilo militar, y ech una ojeada al asiento de su lado. Lewis Parren se pareca ms a un muchacho y menos a una revelacin.

—Sers bien recibido, hijo. Sonriendo, el muchacho contest:

—Es muy amable por su parte, seor Parkins, pero no puedo. Debo ir a ver a mi ta a...

—Buckeye Lake —termin Buddy.

El chico trag saliva y volvi a mirar hacia delante.

—Te ayudar, si necesitas ayuda —repiti Buddy. Lewis le dio una palmada en el antebrazo, grueso y bronceado.

—Este viaje es una gran ayuda, de verdad.

Diez silenciosos minutos despus, Buddy contempl la solita­ria figura del muchacho bajar por el desvo de Zanesville. Segura­mente Emmie le habra roto la crisma si hubiera llegado a casa con un chico sucio y desconocido a quien alimentar, pero una vez le hubiese visto y hablado con l, habra sacado las copas y la vajilla buena que le diera su madre. Buddy Parkins no crea que existiera en Buckeye Lake una mujer llamada Helen Vaughan y ni siquiera estaba muy seguro de que este misterioso Lewis Parren tuviera una madre; el muchacho pareca un hurfano empeado en una vasta empresa. Le contempl hasta que el chico desapa­reci en la curva y entonces se qued mirando al vaco y al enorme anuncio en amarillo y morado de unas galeras comer­ciales.

Durante un segundo pens en saltar del coche y correr tras el muchacho para convencerle de que volviera... y entonces record una escena ocurrida entre la neblina y la multitud de Angola, Nueva York, descrita durante las noticias de las seis. Un desastre demasiado pequeo para ser comunicado ms de una vez. Esto es lo que haba ocurrido en Angola; una de esas tragedias insigni­ficantes que el mundo sepulta bajo una montaa de papel de pe­ridico. Lo nico que Buddy poda recordar de aquel breve y de­fectuoso relmpago de memoria era una imagen de vigas de hierro diseminadas como pajas gigantes sobre coches destroza­dos, y todo ello sobresaliendo de un humeante agujero practi­cado en el suelo, un agujero que tal vez conduca al infierno. Buddy Parkins mir una vez ms el lugar vaco de la carretera donde haba estado el muchacho y luego pis el embrague del viejo vehculo y puso la primera marcha.

3

La memoria de Buddy Parkins era ms exacta de lo que imaginaba. Si hubiera podido ver la primera plana del Angola Herald, fecha­do haca un mes, que Lewis Parren, aquel muchacho enigm­tico, llevaba bajo el brazo con gesto tan protector y a la vez te­meroso, habra ledo estas palabras:

extrao TERREMOTO CAUSA 5 VCTIMAS

por el reportero del Herald, Joseph Gargan

Las obras de Rainbird Towers, la nueva urbanizacin ms alta y lujosa de Angola, para cuya terminacin an tallaban seis meses, fueron trgicamente interrumpidas ayer cuando un tem­blor de tierra sin precedentes destruy la estructura del edificio, sepultando a muchos obreros bajo los escombros. Cinco cuerpos han sido rescatados de las ruinas de la planificada urbanizacin y otros dos obreros an continan desaparecidos y se les da por muertos. Los siete eran soldadores y ajustadores de la empresa Construcciones Speiser y todos se hallaban en las vigas de los dos ltimos pisos del edificio en el momento del incidente,

El temblor de tierra de ayer fue el primer terremoto registrado en toda la historia de Angola, Armin Van Pelt, del departamento de Geologa de la universidad de Nueva York, ha descrito hoy por telfono el fatal terremoto como una "burbuja ssmica. Repre­sentantes del Comit de Seguridad estatal prosiguen su examen del lugar, as como un equipo de...

Las vctimas eran Robert Heidel, veintitrs aos; Thomas Thiel-ke, treinta y cuatro; Jerome Wild, cuarenta y ocho; Michael Hagen, veintinueve y Bruce Davey, treinta y nueve. Los dos hom­bres desaparecidos eran Arnold Schulkamp, cincuenta y cuatro aos, y Theodore Rasmussen, cuarenta y tres. Jack ya no tena que mirar la pgina del peridico para recordar sus nombres. El primer terremoto de la historia de Angola, Nueva York, haba ocurrido el da en que l haba saltado del Camino del Oeste y aterrizado en el lmite de la ciudad. Una parte de Jack Sawyer deseaba haberse ido con el corpulento y bondadoso Buddy Parkins, cenado en la mesa de la cocina con la familia Parkins —buey cocido y pastel de manzana— y luego dormido en la cama de invitados de los Parkins tapado hasta la cabeza con el edredn hecho en casa. Y sin moverse, excepto para ir a la mesa, durante cuatro o cinco das. Pero parte del problema era que vea aquella nudosa mesa de madera de pino de la cocina llena de queso desmenuzado y al otro lado de la mesa una ratonera abierta en un zcalo gigantesco; y de unos agujeros en los pantalones de los tres chicos Parkins salan largas colas. Quin produce estos cambios de Jerry Bledsoe, pap? Heidel, Thielke, Wild, Hagen, Davey; Schulkamp y Rasmussen. Aquellos cambios de Jerry? Saba quin los produca.

4

El enorme letrero amarillo y morado que rezaba BUCKEYE MALL apareci flotando frente a Jack cuando ste dobl la curva final de la rampa del desvo, le pas por encima del hombro y reapa­reci al otro lado, donde por fin pudo comprobar que lo sostena un trpode de altos postes amarillos situado en el aparcamiento del centro comercial. Las galeras comerciales eran un conjunto futurista de edificios de color ocre que parecan no tener ventanas;

un segundo despus Jack se dio cuenta de que las galeras estaban cubiertas y lo que vea era slo la ilusin de edificios separados. Meti la mano en el bolsillo y palp el fajo apretado de veintitrs dlares en billetes de dlar que era toda su fortuna terrenal.

A la dbil luz solar de una tarde de principios de otoo, Jack cruz corriendo la calle hacia el aparcamiento de las galeras.

De no haber sido por su conversacin con Buddy Parkins, es muy probable que Jack se hubiera quedado en la N-40 e intentado cubrir otros ochenta kilmetros; quera llegar a Illinois, donde se encontraba Richard Sloat, en los prximos dos o tres das. La idea de ver de nuevo a su amigo Richard le haba mantenido du­rante las jornadas de trabajo ininterrumpido en la granja de Elbert Palamountain: la imagen de Richard Sloat, serio y con gafas, en su habitacin de la Thayer School de Springfield, Illinois, le haba alimentado tanto como las generosas comidas de la se­ora Palamountain. Jack segua queriendo ver a Richard tan pronto como pudiera, pero la invitacin al hogar de Buddy Parkins le haba hecho comprender una cosa: no poda subir a otro coche y repetir otra vez la historia. (En cualquier caso, se record a s mismo, la historia pareca estar perdiendo credibilidad.) Las ga­leras comerciales le facilitaron la ocasin perfecta de descansar una o dos horas, en especial si haba un cine en su interior; en aquel momento Jack habra sido capaz de ver la ms cursi y abu­rrida historia de amor.

Y antes de la pelcula —si tena la suerte de encontrar un cine— podra dedicarse a dos cosas que estaba aplazando desde haca por lo menos una semana. Jack haba sorprendido a Buddy Par­kins mirando sus zapatillas casi desintegradas. No slo se estaban descosiendo, sino que las suelas, antes esponjosas y elsticas, eran ahora duras como el asfalto. Los das en que tena que recorrer grandes distancias —o trabajar de pie todo el da— los pies le do­lan como si se los hubiera quemado.

Lo segundo, llamar a su madre, le inspiraba tanta culpabilidad y otras temidas emociones que Jack poda apenas pensar en ello de modo consciente. Ignoraba si podra dominar las lgrimas cuando oyera la voz de su madre. Y si tena un acento dbil, y si pareca realmente enferma? Sera capaz de continuar su marcha hacia el Oeste si Lily le rogaba con voz ronca que vol­viera a New Hampshire? As pues, no tena nimos para confesarse a s mismo que deba llamar a su madre. Vio en su mente la sbita y clara imagen de una hilera de telfonos pblicos bajo sus pantallas de plstico, semejantes a secadores de pelo, y casi inme­diatamente retrocedi ante ellos, como si Elroy u otro engendro de los Territorios pudiera surgir del auricular y apretarle la gar­ganta con la mano.

En aquel momento, tres chicas que deban tener uno o dos aos ms que Jack saltaron de la parte posterior de un Subaru Brat que haba entrado a imprudente velocidad en el aparcamiento. Durante un segundo parecieron maniques en torpes y elegantes poses de alegra y asombro. Cuando adoptaron posturas ms con­vencionales, las chicas miraron sin curiosidad a Jack y empezaron a peinarse los cabellos. Las desenvueltas princesas de dcimo grado, cuyas piernas se vean muy largas dentro de los vaqueros, se taparon la boca al rer, como sugiriendo que la misma risa era motivo de hilaridad. Jack retard el paso hasta que dio la impre­sin de ser un sonmbulo. Una de las princesas le ech una ojeada Y murmur algo a la chica de cabellera castaa que iba a su lado.

Ahora soy diferente —pens Jack—, ya no soy como ellas. Este Pensamiento le hizo sentir una punzada de soledad.

Un muchacho rubio y rollizo que llevaba un chaleco de ante azul se ape del asiento del conductor y reuni a las chicas a su alrededor por el sencillo expediente de fingir que no les haca caso. Deba ser un estudiante del ltimo ao y por lo menos el defensa del equipo de ftbol; mir un momento a Jack y despus admir la fachada de las galeras.

—Timmy —llam la chica alta de cabellos castaos.

—S, s —respondi el muchacho—. Slo me preguntaba qu huele a mierda por aqu. —Recompens a las chicas con una son­risa de superioridad. La de cabellos castaos dirigi una mirada burlona a Jack y dio media vuelta para unirse a sus amigos, que ya cruzaban el asfalto. Las tres chicas siguieron al cuerpo arro­gante de Timmy y entraron en las galeras por las puertas de cristal.

Jack esper a que las figuras de Timmy y su squito, visibles a travs del cristal, se redujeran al tamao de tteres en el fondo de la larga galera y entonces pis la placa de metal que abra las puertas.

Un aire fro y predigerido le envolvi.

Surtidores de agua caan desde una fuente que tena la altura de dos pisos a un gran estanque rodeado de bancos. Tiendas abier­tas daban a la fuente en ambos niveles. Un suave hilo musical, as como una peculiar iluminacin de tono broncneo, brotaba del techo color ocre; el olor de palomitas de maz, que haba salido al encuentro de Jack en cuanto las puertas de cristal se cerraron a sus espaldas, emanaba de un antiguo carrito de vendedor ambu­lante, pintado de rojo y colocado frente a una librera a la iz­quierda de la fuente, en el nivel inferior. Jack vio inmediatamente que no haba ningn cine en el Buckeye Mall. Timmy y sus prin­cesas de piernas largas flotaban hacia arriba por la escalera auto­mtica en direccin, segn pens Jack, a un restaurante de co­midas rpidas llamado La Mesa del Capitn, situado frente a la escalera. Jack volvi a meter la mano en el bolsillo de los panta­lones para tocar el fajo de billetes. La pa de guitarra de Speedy y la moneda del capitn Parren descansaban en el fondo del bol­sillo, junto con un puado de monedas de diez y veinticinco cen­tavos.

En el nivel donde se hallaba Jack, una zapatera embutida entre una confitera y una tienda de licores que anunciaba nuevas rebajas en bourbon Hiram Walker y Chablis Inglebook le atrajo hacia su larga mesa giratoria repleta de zapatos. El empleado sentado ante la caja registradora se inclin y mir a Jack tocar los zapatos como si abrigara la clara sospecha de que intentaba robar algo. Jack no conoca ninguna de las marcas exhibidas sobre la mesa, no haba Nikes ni Pumas aqu, se llamaban Speedster o Bullseye o Zooms. y los pares estaban atados entre s por los cor­dones. Eran zapatillas, aunque no especiales para correr. Jack consider, sin embargo, que le servan y compr el par ms barato que haba en su nmero, de lona azul con rayas rojas en zigzag a los lados. El nombre de la marca no se vea en ninguna parte pero no parecan distinguirse de la mayora de las otras zapatillas. En la caja cont seis billetes de dlar y dijo al empleado que no ne­cesitaba ninguna bolsa.

Se sent en uno de los bancos de la fuente y se quit las zapa­tillas viejas sin molestarse en deshacer los nudos de los cordones. Cuando se puso las nuevas, sus pies casi suspiraron de gratitud. Se levant del banco y tir las zapatillas viejas a una papelera negra con un letrero en blanco que deca: No ensucie la ciudad y debajo, en letras ms pequeas: La tierra es nuestro nico hogar.

Jack empez a caminar sin rumbo por la larga galera inferior, buscando los telfonos. Ante el carrito de palomitas de maz en­treg cincuenta centavos y recibi una papelina de palomitas fres­cas empapadas de grasa. El hombre de mediana edad con bombn, bigote de morsa y ligas en las mangas que le vendi las palomitas le dijo que los telfonos pblicos estaban arriba, en la esquina de 31 Sabores, y seal con un gesto vago la escalera automtica ms prxima.

Metindose palomitas en la boca, Jack subi detrs de una mujer de veintitantos aos y otra de ms edad con caderas tan anchas que casi tapaban la escalera; ambas llevaban pantalones y chaqueta.

Si Jack saltara desde el interior del Buckeye Mall —o incluso a dos kilmetros o tres de distancia—, temblaran las paredes y se derrumbara el techo, provocando una lluvia de ladrillos, vigas, altavoces del hilo musical y focos sobre los infortunados que estuvieran dentro? Y acabaran las princesas del dcimo grado e incluso el arrogante Timmy, y la mayora de los otros, con frac­turas craneales, miembros cortados y pechos destrozados...? Por un segundo, antes de llegar al final de la escalera automtica, Jack vio caer gigantescos trozos de yeso y vigas de metal, oy el terri­ble crujido del nivel superior y los gritos que, aunque inaudibles, le parecieron grabados en el aire.

Angola. Rainbird Towers.

Jack sinti que las palmas le escocan y sudaban y se las sec contra los vaqueros.

treinta y un sabores despeda una luz blanca e incandescente a su izquierda, y cuando se dirigi hacia all, vio al otro lado un pasillo que describa una curva. Brillantes baldosas marrones en paredes y suelo; en cuanto la curva del pasillo le ocult a la vista de quienes se hallaban en el nivel superior, Jack vio tres telfonos, protegidos en efecto por pantallas de plstico transparente. En­frente haba las puertas de Damas y Caballeros.

Bajo la pantalla del centro, Jack marc el O, seguido del cdigo local y el nmero del hotel y jardines de la Alhambra. A cargo de quin?, pregunt la operadora, y Jack contest:

—Es una llamada a cobrar en destino para la seora Sawyer, habitaciones cuatro cero siete y cuatro cero ocho. De Jack.

Respondi la operadora del hotel y a Jack se le aceler el co­razn. La operadora transfiri la llamada a la suite. El telfono son una, dos, tres veces. Entonces su madre exclam:

—Dios mo, muchacho, qu contenta estoy de orte! Esta situacin de madre en paro es dura para una vejestoria como yo. Echo de menos tu cara taciturna y que me digas cmo debo tratar a los camareros.

—Tienes demasiada clase para la mayora de camareros, esto es todo —dijo Jack, a punto de llorar de alivio.

—Ests bien, Jack? Dime la verdad.

—Claro que estoy bien, muy bien. Slo quera asegurarme de que t... bueno, ya sabes.

El telfono exhal un suspiro electrnico, una interferencia que son como la arena arrastrndose por la playa.

—Me encuentro bien —dijo Lily—, estupendamente. En cual­quier caso, no estoy peor, si es esto lo que te preocupa. Supongo que me gustara saber dnde ests.

Jack titube y la interferencia susurr y silb un momento.

—Ahora estoy en Ohio y muy pronto podr ver a Richard.

—Cundo volvers a casa, Jack-O?

—No lo s. Ojal lo supiera.

—No lo sabes. Te juro, muchacho, que si tu padre no te hu­biese dado aquel nombre tan tonto... y si me hubieras consultado esto diez minutos antes o diez minutos despus...

Una ola creciente de interferencias se llev su voz y Jack re­cord el aspecto que tena en el saln de t, ojerosa y dbil como una vieja. Cuando la interferencia se debilit, pregunt a su madre:

—Tienes problemas con to Morgan? Te ha molestado?

—Saqu a tu to Morgan de aqu con el rabo entre las piernas —contest ella.

—Ha estado ah? Ha venido? Sigue molestndote?

—Me libr de la comadreja dos das despus de que te fueras, chiquillo. No pierdas el tiempo pensando en l.

—Dijo adonde iba? —le pregunt Jack, pero en cuanto hubo pronunciado las palabras, el telfono profiri un atormentado alarido electrnico que pareci perforarle la cabeza. Jack hizo una mueca y apart el auricular de la oreja. El horrible chirrido de la interferencia era tan fuerte que lo hubiese odo cualquiera que transitara por el pasillo. MAMA!, grit Jack, acercndose el telfono a la cabeza todo lo que pudo. El chillido aument, como si hubieran dado todo el volumen a una radio entre dos es­taciones.

La lnea enmudeci de repente. Jack peg el auricular a su oreja y slo oy el negro silencio del aire muerto. Eh, dijo, apretando y soltando el soporte. El silencio total del telfono pa­reca oprimirle el odo.

Y de repente, como si al zarandear el soporte la hubiese con­jurado, volvi a or seal para marcar, ahora un oasis de regula­ridad y cordura, Jack hundi la mano derecha en el bolsillo para buscar otra moneda.

Sostena torpemente el auricular con la mano izquierda mien­tras hurgaba con la derecha en el bolsillo y se qued inmvil cuando oy de pronto interrumpirse la seal para marcar.

La voz de Morgan Sloat le habl con tanta claridad como si el bueno de to Morgan estuviera en el telfono de al lado.

—Vuelve a casa, Jack, maldita sea, vuelve a casa antes de que tengamos que llevarte nosotros. —La voz de Sloat henda el aire como un bistur.

—Espera —dijo Jack, como queriendo ganar tiempo; de hecho, estaba demasiado asustado para saber lo que deca.

—No puedo esperar ms, pequeo amigo. Ahora eres un ho­micida, verdad? Eres un asesino, as que no podemos ofrecerte ms oportunidades. Regresa inmediatamente a ese pueblo de New Hampshire. Ahora mismo, o volvers a casa dentro de una bolsa.

Jack oy el clic del auricular y lo solt. El telfono que haba usado se estremeci y se desprendi de la pared; durante un se­gundo colg de un revoltijo de cables y luego cay pesadamente al suelo.

La puerta del lavabo de hombres se abri con un golpe detrs de Jack y una voz chill: CONDENADA MIERDA!

Jack se volvi y vio a un muchacho delgado, de unos veinte aos, y pelo muy corto, mirar con fijeza uno de los telfonos. Llevaba un delantal blanco y una corbata de lazo; el dependiente de una de las tiendas.

—Yo no lo he hecho —dijo Jack—. Ha ocurrido, sin ms.

—Condenada mierda. —El empleado contempl a Jack durante una fraccin de segundo, hizo ademn de echar a correr y se pas las manos por la coronilla.

Jack retrocedi hasta el pasillo. Cuando estuvo en mitad de la escalera automtica, oy finalmente gritar al empleado:

—Seor Olafson! El telfono, seor Olafson!

Jack huy.

Fuera, el aire era luminoso y sorprendentemente hmedo. Atur­dido, Jack camin por la acera. A casi un kilmetro del aparca­miento, un coche de polica blanco y negro torci hacia las ga­leras. Jack tom una calle lateral y sigui caminando por la acera. Delante de l, una familia de seis miembros pugnaba por hacer pasar una silla de jardn por la siguiente entrada a las ga­leras. Jack afloj el paso y observ al marido y la mujer inclinar diagonalmente la larga silla, obstaculizados por los esfuerzos de los nios ms pequeos para sentarse en la silla o ayudarles. Por fin, casi en la posicin de los izadores de bandera de la famosa fotografa de Iwo Jima, la familia consigui pasar por la puerta. El coche de polica daba perezosas vueltas por el aparcamiento.

Justo despus de la puerta por la que la familia desorganizada haba logrado introducir la silla, un hombre negro y viejo estaba sentado en una caja de madera con una guitarra en la falda. Al acercarse Jack lentamente, vio una taza de metal a los pies del hombre. Tena la cara oculta tras unas grandes y sucias gafas de sol y el ala de un manchado sombrero de fieltro. Las mangas de su chaqueta de algodn estaban tan arrugadas como la piel de un elefante. '

Jack camin hasta el borde de la acera para sortear al hombre y se fij en un cartel colgado de su cuello en el que haba algo escrito en letras maysculas, grandes y temblorosas. Unos pasos ms all pudo leerlas.

Ciego DE NACIMIENTO

S TOCAR CUALQUIER CANCIN

dios LE BENDIGA

Casi haba pasado de largo al hombre de la vieja guitarra cuando le oy musitar con voz destemplada y jugosa:

—Una moneda.

captulo 15

BOLA DE NIEVE CANTA

1

Jack se volvi hacia el negro con el corazn palpitante.

Speedy?

El negro busc la taza a tientas, la levant y la agit. Unas monedas tintinearon en el fondo.

Es Speedy. Detrs de esas gafas oscuras, es Speedy.

Jack estaba seguro de ello, pero un momento despus estaba igualmente seguro de que no era l. Speedy no tena los hombros cuadrados ni el pecho corpulento; sus hombros eran redondeados, un poco echados hacia delante y en consecuencia el pecho pareca algo hundido. Mississippi John Hurt, no Ray Charles.

Pero podra saber con seguridad si es o no l si se quitara las gafas.

Abri la boca para pronunciar el nombre de Speedy en voz alta y de improviso el viejo empez a tocar con sus dedos arrugados, oscuros como la madera de nogal fielmente engrasada pero nunca pulida, que se movan con agilidad y gracia tanto en las cuerdas como en los trastes. Tocaba bien, puntuando la meloda. Y al cabo de un momento, Jack la reconoci; figuraba en uno de los discos ms viejos de su padre. Un lbum de la Vanguard llamado Mississippi John Hurt Today. Y aunque el ciego no cantaba, Jack conoca la letra:

Oh, amigos bondadosos, decidme, no es duro Ver al viejo Lewis en un nuevo cementerio? Los ngeles se lo han llevado...

El futbolista rubio y sus tres princesas salieron por la puerta principal de las galeras. Cada una de las princesas tena un helado de cucurucho. Mister Amrica llevaba un perro caliente con chile en cada mano. Caminaron hacia donde estaba Jack; ste, con toda su atencin centrada en el viejo negro, ni siquiera se haba fijado en ellos. Le obsesionaba la idea de que era Speedy y que de algu­na manera Speedy haba adivinado sus pensamientos. Cmo, si no, poda ocurrrsele a este hombre tocar una composicin de Mississippi John Hurt justo cuando Jack estaba pensando que Speedy se pareca a l? Y, adems, una cancin que contena su propio nombre de viaje?

El futbolista rubio traslad ambos perros calientes a su mano izquierda y dio una palmada a Jack en la espalda con toda su fuerza. Los dientes de Jack se cerraron sobre su lengua como una trampa para osos. El dolor fue repentino e intenso.

—No la agites demasiado, aliento de orina —dijo. Las princesas emitieron risitas y gritos.

Jack tropez y volc la taza del ciego. Las monedas se derra­maron y rodaron por el suelo. La suave meloda del blues se interrumpi con un sonido discordante.

Mister Amrica y las tres princesitas ya se alejaban. Jack los sigui con la mirada, sintiendo el ya familiar odio impotente. As se senta uno cuando estaba solo y era lo bastante joven para estar a merced de todos y ser una vctima fcil para cualquiera, desde un psicpata como Osmond hasta un viejo luterano sin sentido del humor como Elbert Palamountain, cuya idea de una jornada de trabajo normal era chapotear por campos fangosos durante doce horas bajo una fra y persistente lluvia de octubre y sentarse en la cabina de su segadora a la hora del almuerzo, comiendo bocadillos de cebolla y leyendo el Libro de Job.

Jack no senta el impulso de vengarse, aunque tena el ex­trao convencimiento de que poda hacerlo, si quera, de que posea una especie de poder, casi como una carga elctrica. A veces le pareca que los dems tambin lo saban y que poda leerse en su expresin cuando le miraban, pero l no quera ven­garse, slo quera que le dejaran en paz. 1...

El ciego palpaba a su alrededor, buscando las monedas, pasando las manos hinchadas por la acera, casi como si la leyese. Encontr por casualidad una moneda de diez centavos, enderez la taza y dej caer en ella la moneda. Plink!

Jack oy a una de las princesas decir desde lejos:

—Por qu le permiten estar all? Es tan vulgar, no creis?. Y todava desde ms lejos:

—Oh, s, es cierto!

Jack se arrodill y empez a ayudar, recogiendo las monedas y ponindolas en la taza del hombre ciego. Ahora, tan cerca de l, poda oler a sudor agrio, a moho y a otra cosa de olor suave como el maz. Los clientes bien vestidos de las galeras evitaban acercarse a ellos.

—Grasia, grasia. Dio te bendiga, grasia —dijo el ciego con voz montona. Jack not que el aliento le ola a chile.

Es Speedy.

No es Speedy.

Al final, le oblig a hablar —lo cual no era tan extrao— el recuerdo del escaso zumo mgico que le quedaba. Despus de lo sucedido en Angola, no saba si se atrevera alguna vez a viajar de nuevo a los Territorios, pero segua resuelto a salvar la vida de su madre y esto significaba que tal vez debera hacerlo.

Y, fuera lo que fuese el Talismn, quiz tendra que saltar al otro mundo para obtenerlo.

—Speedy...

—Bendito sea, grasia, Dio te bendiga, no he odo una roda para all? —pregunt, sealando.

Speedy! Soy Jack!

—No hay ningn Speedy aqu, mushasho. No, se. —Sus manos empezaron a palpar el suelo en la direccin que haba indicado. Una de ellas encontr una moneda de cinco centavos y la ech en la taza. La otra toc por casualidad el zapato de una joven muy elegante, cuya cara bonita y vaca se contrajo en una mueca de repugnancia mientras se apartaba.

Jack recogi la ltima moneda del arroyo, que era un dlar de plata: una vieja rueda de carreta con la Dama Libertad en una cara.

Las lgrimas empezaron a fluir de sus ojos y a rodar por su cara sucia y las sec con un brazo tembloroso. Lloraba por Thielke, Wild, Hagen, Davey y Heidel. Por su madre. Por Laura DeLoessian. Por el hijo del carretero que yaca muerto en el camino con los bolsillos vueltos del revs. Quiz era un camino de ilusin cuando se recorra en un Cadillac, pero cuando se haca autostop, con­fiando en el pulgar y en una historia demasiado repetida, cuando se estaba a merced de cualquiera y expuesto a las burlas de cual­quiera, no era ms que un camino de tribulaciones. Jack pensaba que ya haba pasado por bastantes pruebas... pero no solucionaba nada llorando. Si se limitaba a llorar, el cncer se llevara a su madre y quiz to Morgan se lo llevara a l.

No me veo capaz de hacerlo, Speedy —gimi—. No creo que pueda, amigo.

Ahora el ciego busc a tientas a Jack, en lugar de las monedas. Sus dedos suaves y sensibles encontraron su brazo y lo apretaron. Jack sinti la yema encallecida de cada dedo. El viejo abraz a Jack, atrayndolo hacia s, a los olores de sudor, calor y chile rancio. Jack hundi la cara contra el pecho de Speedy.

—Calma, mushasho. No conosco a Speedy, pero se ve que t confa mustio en l. T...

—Echo de menos a mam, Speedy —llor Jack— y Sloat me persigue. Era l quien me ha hablado por telfono en las galeras, l. Y esto no es lo peor. Lo peor ocurri en Angola... en Rainbird Towers... un terremoto... cinco hombres... y yo lo hice, Speedy. Mat a esos hombres cuando salt a este mundo. Los mat, igual que pap y Morgan Sloat mataron a Jerry Bledsoe aquel da!

Ya lo haba dicho, lo peor de todo. Haba vomitado la piedra de culpa que le obstrua la garganta y amenazaba con asfixiarle, y de nuevo prorrumpi en un llanto desgarrador... pero esta vez era de alivio ms que de miedo. Ya lo haba dicho, ya haba con­fesado. Era un asesino.

—Vamoo, vaaamoo! —exclam el negro, en un tono que se antojaba perversamente gozoso. Sostena a Jack con un brazo del­gado y fuerte y le meca—. T intenta lleva un peso muy pesao, mushasho. No pu s. Tal ves tendra que descargarte un poco.

—Los mat —susurr Jack—, a Thielke, Wild, Hagen, Davey...

—Bueno, si tu amigo Speedy etuviera aqu —dijo el negro—, sea quien sea y dondequiera que et en ete viejo mundo, quisa te dira que no pu lleva el mundo sobre tu hombro, hijo. No pu haserlo, nadie puede. Si intenta lleva el mundo sobre tu hombro, primero te romper la epalda y depu t romper el nimo.

—Yo mat...

—Pusite una pitla contra su cabesa y lo mataste, eso hisiste?

—No... el terremoto... salt...

—No s na de eso —dijo el negro. Jack se haba apartado un poco de l y miraba fijamente el arrugado rostro del viejo con asombro y curiosidad, pero entonces el negro volvi la cabeza hacia el aparcamiento. Si de verdad era ciego, haba distinguido entre todos los dems el ruido ms suave y un poco ms potente del motor del coche patrulla, porque pareca mirarlo directa­mente—. No m s que tis una idea muy amplia del asesinato. Si un tipo cae muerto de un ataque al corasn ahora, aqu mismo, t dira que lo ha matao t. Oh, mira, he asesinao a ese tipo porque estaba sentao aqu, oh, qu horr, oh, qu mala suerte, o esto, o aquellof. —Mientras deca esto y aquello, el ciego lo sub­rayaba con un rpido cambio del do al sol y otra vez al do. Ri, satisfecho de s mismo.

—Speedy...

—No hay ningn Speedy aqu —repiti el negro y ense unos dientes amarillos en una sonrisa torcida— si no la rapids con que alguna persona se da la culpa de cosa que otro han em-pcsao. Quisa huye, mushasho, o quisa te persiguen.

Un acorde en sol.

—Quisa est slo un poquito desorientao. Acorde en do, con un pequeo y excelente sostenido en la mitad que hizo sonrer a Jack a pesar de s mismo.

—Quisa alguien ha interveno en tu caso.

Volvi de nuevo al sol y entonces apart la guitarra (mientras los dos policas del coche patrulla echaban una moneda al aire para decidir cul de los dos tendra que tocar al Viejo Bola de Nieve si se resista a subir al vehculo).

—Quisa un horr o quisa la mala suerte o quisa esto o quisa aquello... —Se ri otra vez, como si los temores de Jack fuesen lo ms divertido que haba odo en su vida.

—Pero no s qu ocurrira si yo...

—Nadie sabe nunca qu ocurrira si hisiera algo, no? —inte­rrumpi el negro que poda ser o no ser Speedy Parker—. No. No lo sabe nadie. Si lo pensramo, no quedaramo en casa t el dia, temeroso de sal! No conosco tu problema, mushasho, ni quiero conoserlo. Sera una locura habla de terremoto y cosa as. Pero como me has ayudao a recoge el dinero y no has robao na, cont todos los plinks, de modo que lo s, te dar un consejo. Hay cosa que no pues evita. A veses la gente se muere porque alguien hase algo... pero si nadie hisiera na, se morira musha m gente. Comprende lo que quiero des, hijo?

Las gafas sucias se inclinaron hacia l.

Jack sinti un alivio profundo y trmulo. Lo comprenda muy bien. El ciego hablaba de las opciones difciles y sugera que tal ve?, exista una diferencia entre una opcin difcil y un acto cri­minal. Y que quiz el criminal no se encontraba aqu.

El criminal poda ser el individuo que cinco minutos antes le haba dicho que se fuera a su casa.

—Hasta podra s —observ el ciego, pulsando una cuerda en re menor— que toda la cosa sirvieran al Se, como me desa mi madre y quisa te dijo la tuya si era una muj cristiana. Podra s que nosotro pensemos haser una cosa y en realidad hagamo otra. El Buen Libro dise que toda la cosa, hasta la que paresen mala, sirven al Se. Qu opinas t, mushasho?

—No lo se —contest Jack, fiel a la verdad. Estaba confundido. Slo tena que cerrar los ojos para ver el telfono desprendin­dose de la pared y colgando de los cables como un ttere fantas­magrico.

—Bueno, huele como si la duda te empujara a la bebida.

—Qu? —pregunt Jack, atnito. Entonces pens: Cre que Speedy se pareci, a Mississippi John Hurt y este tipo se ha puesto a tocar blues de John Hurt... y ahora habla del zumo mgico. Va con cuidado, pero jurara que habla de esto... tiene que ser esto!

Sabes leer los pensamientos —dijo Jack en voz alta—, ver­dad? Lo aprendiste en los Territorios, Speedy?

—No s na sobre lee lo pensamiento —replic el ciego—, pero mi lmpara se apagaron har cuarenta y do ao en noviembre, y en cuarenta y do ao la naris y la oreja se encargan de susti­tuirla. Huele a vino barato, hijo, puedo olerlo en toa tu persona. Hasta prese que te ha baao en l!

Jack sinti una culpabilidad extraa y difusa, la que senta siempre que le acusaban de hacer algo malo cuando en realidad era inocente; por lo menos, inocente en la mayora de los casos. Slo haba tocado la botella casi vaca desde que haba saltado a este mundo. Slo tocarla le llenaba de temor; haba llegado a pensar en ella como un campesino europeo del siglo XIV deba pensar en una astilla de la Cruz nica y Verdadera o un hueso santo. Era magia, sin duda. Una magia poderosa. Y a veces ma­taba a la gente.

—No he bebido, de verdad —balbuci por fin—. El contenido casi se ha acabado. Se... yo, bueno, si ni siquiera me gusta\ —El estmago haba empezado a encogrsele nerviosamente; slo pen­sar en el zumo mgico le daba nuseas—. Pero necesito un poco ms. Por si acaso.

—M mejunje morao? Un shico de tu ed? —El ciego ri e hizo un ademn de rechazo con una mano—. Diablo, no nesesita eso. Ningn mushasho nesesita ese veneno para viaja.

—Pero...

—Vamo. Te cantar una cansin para animarte. Me prese que te hase falta.

Empez a cantar y su voz era muy distinta de cuando hablaba, profunda, potente y armoniosa, sin las cadencias propias del len­guaje de los negros. Jack pens con admiracin que era casi la voz entrenada y cultivada de un cantante de pera que ahora se diverta con una pieza de msica popular. Una voz llena y rica que le eriz los pelos de los brazos. Muchas cabezas se volvan en la acera de la montona fachada ocre de las galeras.

Cuando el petirrojo se mece, se mece VOLANDO, no hay ms sollozos al or la dulzura con que vibra, vibra, CANTANDO...

A Jack le invadi una dulce y terrible familiaridad, la sensa­cin de que haba odo esto antes, o algo muy parecido, y cuando el ciego hizo una pausa, esbozando su sonrisa torcida y amarilla, Jack comprendi de dnde proceda, supo qu era lo que haba hecho volver todas aquellas cabezas, como se hubieran vuelto de haber visto a un unicornio galopando por el aparcamiento de las galeras. En la voz del hombre haba una claridad hermosa y dife­rente, la claridad, por ejemplo,' de un aire tan puro que se poda oler un rbano recin arrancado de la tierra a un kilmetro de distancia. Era una buena y vieja cancin del Tin Pan Alley... pero la voz slo poda ser de los Territorios.

Levntate... levntate, dormiln... salta, salta, salta del col­chn... vive, ama, re y s fe...

Tanto la guitarra como la voz enmudecieron bruscamente. Jack, que estaba absorto en la contemplacin del rostro del ciego (quiz intentando en su subconsciente penetrar a travs de aquellas gafas oscuras y ver si detrs de ellas se ocultaban los ojos de Speedy Parker), ampli su ngulo de visin y vio a dos policas al lado del negro.

—Sabe, no oigo na —dijo con timidez el guitarrista ciego—, pero creo que huelo a algo azul.

—Maldita sea. Bola de Nieve, sabes que no debes trabajar en las galeras! —exclam uno de los agentes—. Qu te dijo el juez Hallas la ltima vez que estuviste ante el tribunal? En el barrio comercial, entre Center Street y Mural Street. Y en ningn otro lugar. Maldita sea, hombre! Tan senil te has vuelto? Se te ha podrido la verga desde que tu mujer te la vapule antes de largar­se? Ya est bien, no compren...

Su compaero le puso una mano en el brazo y seal a Jack con la cabeza como diciendo que haba moros en la costa.

—Ve a decir a tu madre que cuide de ti, chico —orden en tono brusco el primer polica.

Jack empez a andar por la acera. No poda quedarse. Incluso aunque pudiera hacer algo, no poda quedarse. Tena suerte de que los agentes dedicaran toda su atencin al hombre a quien llamaban Bola de Nieve. Si le hubiesen mirado dos veces, Jack estaba seguro de que le habran pedido la documentacin. Con zapatillas nuevas o sin ellas, el resto de su persona se vea usado y rado. Los polis no tardan en husmear a los chicos vagabundos y Jack era un chico vagabundo con todas las de la ley.

Se imagin a s mismo en chirona en Zanesville mientras los polis de la localidad, apuestos y excelentes muchachos de azul que escuchaban a Paul Harvey todos los das y apoyaban al pre­sidente Reagan, intentaban averiguar quin era su madre.

No, no quera que los polis de Zanesville le echaran una se­gunda ojeada.

Un motor se acercaba a marcha lenta a sus espaldas.

Jack se subi un poco ms la mochila y mir hacia sus zapa­tillas nuevas como si le interesaran muchsimo. Por el rabillo del ojo vio pasar muy despacio el coche patrulla.

El ciego iba en el asiento posterior y el cuello de su guitarra sobresala a su lado.

Cuando el coche torci hacia una calle transversal, el ciego volvi de repente la cabeza y mir por la ventanilla trasera, di­rectamente a Jack...

... y aunque Jack no poda verle a travs de los sucios y oscuros cristales de sus gafas, saba muy bien que Lester Speedy Parker le haba guiado un ojo.

2

Jack logr frenar todo pensamiento ulterior hasta que lleg a las rampas que conducan a la barrera del peaje. Se qued mirando los letreros, que parecan lo nico concreto en un mundo

(o mundos?)

donde todo lo dems era un torbellino enloquecedor. Se sinti rodeado de una depresin oscura que le penetraba, intentando des­truir su determinacin. Reconoca que la nostalgia del hogar for-maba parte de esta depresin, aunque su antiguo afloramiento pareca ingenuo e infantil en comparacin con el sentimiento actual. Tena la impresin de ir totalmente a la deriva, sin ningn apoyo lo bastante firme para sujetarse.

De pie bajo los letreros, contemplando el trfico del puesto de peaje, Jack se dio cuenta de que se hallaba en un estado casi suicida. Durante cierto tiempo haba podido seguir adelante con la idea de que pronto vera a Richard Sloat (y aunque no quera con­fesrselo a s mismo, la idea de que Richard se dirigiera con l al oeste haba cruzado ms de una vez su mente; despus de todo no sera la primera vez que un Sawyer y un Sloat emprendan juntos extraos viajes, verdad?), pero el duro trabajo en la granja Palamountain y los peculiares sucesos del Buckeye Mall haban convertido incluso aquello en una ilusin absurda.

Vete a casa. Jacky, ests vencido —murmur una voz—. Si con­tinas, acabars perdiendo lo que te. resta de nimo... y la pr­xima vez pueden ser cincuenta los que mueran. O quinientos.

N-70 Este.

N-70 Oeste.

De improviso rebusc la moneda en el bolsillo, la moneda que en este mundo era un dlar de plata. Que los dioses, cualesquiera que fuesen, decidieran este asunto de una vez por todas. El estaba demasiado abatido para decidir por s mismo. An le dola la es­palda en el punto donde mister Amrica le haba dado una palma­da. Si sala cruz, bajara por la rampa que se diriga al este y volvera a su casa. Si sala cara, seguira adelante... y no volvera a mirar atrs.

Plantado sobre e blando polvo del arcn, lanz la moneda al aire fresco de octubre. La moneda se elev y baj dando vueltas, desparramando reflejos de sol. Jack estir el cuello para seguir su curso.

Una familia que pasaba en una vieja camioneta par de dis­cutir el tiempo suficiente para observarle con curiosidad. El con­ductor, un contable de calva incipiente que a veces se despertaba a media noche creyendo sentir punzadas en el pecho y en el brazo izquierdo, tuvo una repentina y absurda serie de ideas: Aventura. Peligro. Persecucin de un noble objetivo. Sueos de temor y de gloria. Agit la cabeza, como para aclararla, y mir al chico por el espejo retrovisor justo cuando ste se inclinaba para ver algo. Dios mo —pens el contable de calva incipiente—. Scatelo de la cabeza, Larry; pareces un maldito libro de aventuras juveniles.

Larry se introdujo en el trfico como una exhalacin, rebasan­do pronto los cien kilmetros por hora y olvidando al chico de los vaqueros sucios, solo en el arcn. Si llegaba a casa a las tres, an tendra tiempo de ver por televisin la ltima pelea del cam­peonato de los pesos medios.

La moneda cay al suelo, Jack se inclin para verla. Era cara...pero haba algo ms.

La mujer de la moneda no era la Dama Libertad, sino Laura

DeLoessian, Reina de los Territorios. Pero Dios mo, qu dife­rencia entre ste y el semblante plido, quieto y dormido que viera unos instantes en el pabelln, rodeado de enfermeras ansio­sas tocadas con vaporosos velos blancos! Este rostro era animado consciente, anhelante y bello. No era una belleza clsica; a la lnea de la mandbula le faltaba rotundidad y el pmulo que se vea de perfil era un poco desdibujado. Su belleza resida en el regio porte de la cabeza, unido a la clara sensacin de que era tan bondadosa como capaz.

Y oh, se pareca tanto al rostro de su madre!

Los ojos de Jack se anegaron en lgrimas y pestae con fuer­za, porque no quera dejarlas caer. Ya haba llorado bastante por un da. Tena la respuesta y no arreglara nada llorando.

Cuando volvi a abrir los ojos. Laura DeLoessian haba desa­parecido; la mujer de la moneda era otra vez la Dama Libertad.

De todos modos, ya tena la respuesta.

Se agach, recogi la moneda del polvo, se la guard en el bolsillo y baj por la rampa de la Interestatal 70 en direccin oeste.

3

Al da siguiente el aire dejaba un sabor de lluvia fra y la frontera de Ohio e Indiana no era desde aqu mucho ms que una raya y

una promesa.

Aqu era un soto ms all del rea de descanso de Lewisburg en la 1-70. Jack estaba escondido —o as lo crea— entre los r­boles, esperando pacientemente a que el corpulento hombre calvo de la voz corpulenta y calva subiera de nuevo a su Chevy Nova y saliera a la carretera. Deseaba que lo hiciera pronto, antes de que empezase a llover. Ya senta bastante fro sin estar mojado;

durante toda la maana haba tenido la nariz obstruida y la voz tomada. Al final haba acabado resfrindose.

El hombre corpulento y calvo de voz corpulenta y calva haba dicho llamarse Emory W. Light. Haba recogido a Jack alrededor de las once, al norte de Dayton y casi en seguida Jack sinti un vaco extrao en la boca del estmago. Ya haba sido recogido otras veces por Emory W. Light. En Vermont, Light dijo llamarse Tom Ferguson y ser director de una zapatera; en Pennsylvania el alias haba sido Bob Darrent (casi como el tipo que cantaba Splish-Splash, ja-ja-ja) y el empleo, superintendente de una Es­cuela Superior de Distrito; esta vez Light dijo que era presidente del Primer Banco Mercantil de Paradise Falls, Ohio. Ferguson era delgado y moreno, Darrent grueso y sonrosado como un beb recin salido del bao y este Emory W. Light era corpulento y Parecido a una lechuza, con ojos como huevos duros detrs de las gafas sin montura.

Sin embargo, todas estas diferencias eran slo superficiales, segn haba descubierto Jack. Todos escuchaban la historia con el mismo inters estupefacto y todos le preguntaban si tena no­vias en su ciudad. Tarde o temprano senta una mano (una gran mano calva) sobre su muslo y cuando miraba a Ferguson/Darrent/ Light vea en sus ojos una expresin de esperanza semidemencial (mezclada con un semidemencial sentido de culpa) y el labio su­perior perlado de sudor (en el caso de Darrent, el sudor haba brillado a travs de un bigote oscuro, como ojos blancos diminutos atisbando desde un matorral poco tupido).

Ferguson le haba preguntado si le gustara ganar diez d­lares.

Darrent haba elevado esta cantidad a veinte.

Light, con su voz calva y corpulenta —que a pesar de ello tem­bl y se entrecort a lo largo de varios registros— le pregunt si le iran bien cincuenta dlares, aadiendo que siempre ocul­taba un billete de cincuenta dlares en el tacn del zapato izquier­do y que le encantara drselo al seorito Lewis Parren. Podan ir a un lugar prximo a Randolph. Un granero vaco.

Jack no estableci ninguna relacin entre las crecientes ofertas monetarias de Light en sus diversas encarnaciones y algn cambio que pudiera producirse en l mismo en el curso de sus aventuras;

no era introspectivo por naturaleza y le interesaba poco el autoanlisis.

Haba aprendido muy pronto a tratar a tipos como Emory W. Light. Su primera experiencia con Light, cuando ste se llamaba Tom Ferguson, le haba enseado que la discrecin era con mucho la mejor parte del valor. Cuando Ferguson le puso una mano en el muslo, Jack respondi automticamente, gracias a una sensibilidad propia de California, donde los gays eran una mera parte del escenario:

—No, gracias, seor. Soy estrictamente C. A.. Le haban tocado antes, desde luego, en cines, casi siempre, aunque una vez fue en una tienda de ropa masculina al norte de Hollywood, donde el dependiente le haba ofrecido en tono alegre sodomizarlo en un probador (y cuando Jack le dijo: No, gra­cias, el dependiente contest: Bien, entonces prubate el blazer azul, de acuerdo?).

Haba cosas desagradables que un muchacho guapo de doce aos tena que aprender a soportar en Los Angeles, del mismo modo que una mujer bonita ha de soportar que la manoseen de vez en cuando en el metro. Uno acaba por encontrar el modo de olvidarlo para que no le estropee todo el da. Las proposicio­nes como la que le hizo el tal Ferguson representaban un proble­ma menor que los ataques repentinos en la oscuridad porque podan soslayarse.

Por lo menos en California. Al parecer, los gays del este —es­pecialmente en la carretera— reaccionaban de otro modo a las negativas.

Ferguson se detuvo con gran chirrido de neumticos, dejando cuarenta metros de caucho detrs del Pontiac y lanzando al aire surtidores de polvo.

—A quin llamas C. C.? —grit—. A quin llamas marica? No soy un marica'. Dios mo! Recoges en el coche a un maldito chico y te llama maldito marica!

Jack le miraba, aturdido. El frenazo le cogi desprevenido y se dio un buen golpe en la cabeza contra el salpicadero acolchado. Ferguson, que un momento antes le miraba con tiernos ojos cas­taos, ahora pareca dispuesto a matarle.

Fuera! —chill—. T eres el marica, no yo! T s que eres marica! Apate, mariquita! Largo de aqu! Tengo esposa! Tengo nios! Es probable que tenga bastardos diseminados por toda Nueva Inglaterra! Yo no soy marica! T eres el marica, no yo, as que APATE DE MI COCHE!

Ms asustado de lo que se haba sentido desde su encuentro con Osmond, Jack obedeci. Ferguson sali disparado, rocindole de grava, hecho una furia. Jack retrocedi hasta una pared de roca, se sent y empez a rer por lo bajo. Pronto la risa se con­virti en grandes carcajadas y decidi inmediatamente desarrollar una poltica, por lo menos hasta que saliera de las regiones poco pobladas. Cualquier problema serio exige una poltica, haba dicho una vez su padre. Morgan haba asentido con energa, pero Jack decidi que esto no le hara cambiar de idea.

Su poltica funcion muy bien con Bob Darrent y no tena nin­gn motivo para creer que no funcionara igualmente bien con Emory Light... pero ahora tena fro y la nariz tapada. Deseaba que Light se decidiese y reemprendiera el viaje de una vez. Desde su puesto entre los rboles, le vea andar arriba y abajo con las manos en los bolsillos; su gran calva brillaba tenuemente bajo la luz del cielo blanco. Voluminosos camiones pasaban por el peaje con gran estruendo, llenando el aire del hedor del diesel quemado. El bosque estaba muy sucio, como solan estarlo los bosques prximos a cualquier rea de descanso de la carrete­ra. Bolsas vacas y arrugadas. Grandes cajas de cartn. Latas aplastadas de Pepsi y Budweiser con el abridor de hojalata en el interior, que tintineaba cuando se les daba un puntapi. Bo­tellas rotas de bourbon y ginebra. Un par de destrozadas bragas de nailon, con una compresa adherida al centro. Un preserva­tivo de goma colgando de una rama partida. Mucho erotismo diseminado y muchas inscripciones en las paredes del lavabo de hombres, casi todas relacionadas con lo que un sujeto como Emory W. Light podra haber escrito- me gusta chupar una polla

GORDA. ven A LAS 4 PARA LA MEJOR MAMADA OUE HAS CONOCIDO. L­MEME el culo. Hasta haba un poeta con grandes aspiraciones:

que TODA LA RAZA HUMANA / SE LA PELE ANTE MI CARA.

Aoro los Territorios, pens Jack y no se sorprendi nada de este pensamiento. Aqu se hallaba entre dos edificios de ladrillo junto a la 1-70 en alguna parte de Ohio occidental, temblando dentro de un tosco suter que haba comprado en unas rebajas por un dlar y medio, esperando que aquel hombre corpulento y calvo le llevara en su coche.

La poltica de Jack era la sencillez misma: no provoques el

antagonismo de un hombre de manos grandes y calvas y voz calva y corpulenta.

Suspir, aliviado. Ya empezaba a funcionar. Una expresin mitad de ira, mitad de asco poda leerse en la cara grande y calva de Emory W. Light, que volvi a su coche, subi a l, dio marcha atrs a tal velocidad que casi choc con el camin de reparto que pasaba detrs de l (hubo una breve serie de bocinazos y el pa­sajero del camin ense el dedo a Emory W. Light) y sali.

Ahora slo era cuestin de situarse en la rampa donde el tr­fico del rea de descanso se una con el del peaje y sacar el pulgar... y, esperaba, ser recogido antes de que empezara a llover.

Jack ech otra mirada a su alrededor. Feo, msero. Estas pala­bras acudieron a su mente con toda naturalidad al contemplar el entorno lleno de basura del rea de descanso. Se le ocurri que haba una sensacin de muerte aqu, no slo en este rea o las carreteras interestatales, sino en toda la regin por la que haba viajado. Jack pens que a veces incluso poda verla, un matiz desesperado de tono marrn oscuro, como los gases de escape de un viejo camin.

La nueva aoranza volvi... el deseo de ir a los Territorios y ver aquel cielo azul oscuro, la ligera curva en el borde del ho­rizonte...

Pero se producen esos cambios de Jerry Bledsoe. No s na de eso... Slo s que prese ten una idea muy am­plia del asesinato...

Mientras bajaba al rea de descanso —ahora s que tena ne­cesidad de orinar—, Jack estornud tres veces seguidas. Trag e hizo una mueca porque le dola la garganta. Estara enfermo, se­guro. Qu bien, ni siquiera haba llegado a Indiana, la tempera­tura era de doce grados, se avecinaba lluvia, no le recoga nadie y ahora se res...

Dej de pensar, bruscamente, y se qued mirando la zona de aparcamiento con la boca abierta. Durante un momento terrible le pareci que iba a mojarse los pantalones mientras senta una gran rigidez bajo el esternn.

En uno de los veinte espacios para aparcar en batera estaba el BMW de to Morgan, con la carrocera verde sucia or el polvo de la carretera. No haba posibilidad de error, ninguna en abso­luto. Tena la matrcula personal de California, MLS, Morgan Luther Sloat, y pareca haber recorrido una gran distancia a gran velocidad.

Peso si ha volado a New Hampshire, cmo puede estar aqu su coche? —se pregunt Jack para sus adentros—. Es una coin­cidencia, Jack, slo una...

Entonces vio al hombre de espaldas a l, ante un telfono p­blico, y supo que no era una coincidencia. Llevaba un voluminoso anorak del ejrcito, forrado de piel, una prenda ms apropiada para diez grados bajo cero que para doce sobre cero. Aunque es­tuviera de espaldas, no haba modo de confundir sus hombros anchos y su constitucin maciza, grande y elstica.

El hombre que estaba ante el telfono dio media vuelta, apo­yando el auricular entre la oreja y el hombro.

Jack se aplan contra la pared de ladrillo del lavabo de

hombres.

Me habr visto?

No —se contest a s mismo—, no, no lo creo. Pero... Pero el capitn Parren haba dicho que Morgan —aquel otro Mor­gan— le olera como un gato huele a una rata y as haba sido. Desde su escondite en aquel bosque peligroso, Jack haba visto cambiar la horrible cara blanca en la ventanilla de la diligencia.

Este Morgan tambin le olera, si le daba tiempo.

Unos pasos se acercaban a la esquina.

Con la cara insensible y contrada por el miedo, Jack intent quitarse la mochila con dedos torpes y una vez lo hubo conseguido, la dej caer, sabiendo que era demasiado tarde, demasiado lento, que Morgan doblara la esquina y le agarrara por el cuello, son­riendo:

Hola, Jacky! Ya te tengo! El juego ha terminado, verdad,

pequeo granuja?

Un hombre alto que vesta una chaqueta de pata de gallo dobl la esquina del lavabo, dedic a Jack una mirada indiferente y se

dirigi al surtidor de agua.

Volvera. Tena que volver. No se senta culpable, al menos ahora no; slo aquel terrible miedo de estar acorralado, junto con sensaciones de alivio y placer. Abri la mochila con manos temblo­rosas. Aqu estaba la botella de Speedy, con slo tres centmetros

de lquido morado

(ningn mushasho nesesita ese veneno para viaja pero yo s,

Speedy, yo si!)

oscilando en el fondo. No importaba. Tena que volver. Su corazn salt al pensarlo. Una gran sonrisa festiva ilumin su rostro, des­mintiendo el da gris y el temor de su corazn. Volva, oh, si,

claro que s.

Se acercaban ms pasos y esta vez era to Morgan, no caba la

menor duda sobre aquel paso resuelto y en cierto modo, remil­gado. Pero el miedo haba desaparecido. To Morgan haba olfa­teado algo, pero cuando doblara la esquina slo vera las bolsas vacas y arrugadas y las latas aplastadas de cerveza.

Jack inspir, inspir el grasicnto hedor de los gases de diesel y gasolina y el fro aire otoal. Inclin la botella sobre sus labios y tom uno de los dos tragos que quedaban. E incluso con los ojos cerrados, bizque cuando...

captulo 16

LOBO

1

...la potente luz del sol cay sobre ellos.

A travs del nauseabundo olor dulzn del zumo mgico, pudo oler otra cosa... el clido aroma de unos animales. Tambin pudo orlos moverse a su alrededor.

Asustado, Jack abri los ojos, pero al principio no le fue po­sible ver nada... La diferencia de luz fue tan brusca y repentina como si alguien hubiera encendido un racimo de bombillas de doscientos vatios en una habitacin oscura.

Un flanco clido, cubierto de pelaje, le roz, no de modo ame­nazador (o as lo crey Jack), sino a causa de un movimiento pre­cipitado. Jack, que se estaba levantando del suelo, volvi a caerse.

Vamos! Vamos! Apartaos de l! Inmediatamente! —Una fuerte y rotunda palmada, seguida de un sonido animal que era medio balido y medio mugido—. Por los clavos de Cristo! No tenis sentido comn! Apartaos de l antes de que os arranque los ojos a mordiscos!

Ahora su visin se haba adaptado lo suficiente a la diafani­dad de est casi perfecto da otoal de los Territorios para distin­guir a un joven gigante en medio de un rebao de inquietos ani­males, dndoles palmadas en los costados y en los algo jibosos lomos con gran entusiasmo y muy poca fuerza efectiva. Jack se sent, encontr automticamente la botella de Speedy, con su nico y preciado trago, y la guard, todo sin perder de vista al . muchacho, que estaba de espaldas a l.

Era muy alto —casi dos metros, calcul Jack— y de hombros tan amplios que an pareca haber una ligera desproporcin entre su anchura y su estatura. Una cabellera negra, larga y gra­sicnta le caa hasta los hombros. Sus msculos abultaban y se tensaban mientras se mova entre los animales, a los que apar­taba de Jack y conduca hacia el Camino del Oeste.

Era una figura impresionante, incluso vista desde atrs, pero lo que asombraba a Jack era su vestimenta. Todas las personas que haba visto en los Territorios (incluyndose a s mismo) lle­vaban tnicas, coletos o toscos pantalones cortos.

Este sujeto pareca llevar un mono con pechera.

Entonces se volvi y Jack sinti un gran sobresalto que le atenaz la garganta. Se levant a toda prisa.

Era aquello llamado Elroy.

El pastor era aquello llamado Elroy.

2

Pero no, no lo era.

Es posible que Jack no se hubiese, quedado para comprobarlo y nada de lo ocurrido despus —el cine, el cobertizo y el infierno del Hogar del Sol— habra tenido lugar (o por lo menos se habra producido de un modo completamente distinto), pero en cuanto se hubo levantado, el terror le inmoviliz. Era tan incapaz de correr como un ciervo deslumhrado por la antorcha de un cazador.

Mientras la figura del mono con pechera se iba acercando, pens: Eiroy no era tan alto, ni tan ancho. Y tena los ojos ama­rillos. Los ojos de este ser tenan un brillante e imposible tono anaranjado. Mirarlos era como mirar los ojos de una calabaza de la Vspera de Todos los Santos. Y as como la sonrisa de Eiroy prometa locura y asesinato, la sonrisa de este sujeto era abierta, alegre e inofensiva.

Sus pies descalzos eran enormes y espatulados, los dedos for­maban grupos de tres y de dos y apenas se vean bajo los rizos de cabello tieso. Jack, medio aturdido por la sorpresa, el temor y una incipiente diversin, se fij en que no parecan pezuas, como los de Eiroy, sino ms bien garras o zarpas.

Mientras salvaba la distancia entre l y Jack, sus ojos brilla­ron con un destello an ms anaranjado que por un momento record el tono butano preferido por los cazadores y los hombres que desvan el trfico con una bandera al inicio de unas obras. Luego el color cambi a un avellana turbio y entonces Jack vio que la sonrisa era perpleja a la vez que amistosa y comprendi instantneamente dos cosas: primera, que no haba malicia en este sujeto, ni una pizca de malicia, y segunda, que era lento. No tonto, quiz, pero s lento.

—Lobo! —grit el grande y peludo animal adolescente, son­riendo. Tena la lengua larga y puntiaguda y Jack pens con un escalofro que era exactamente igual que un lobo. No una cabra, sino un lobo. Esperaba no equivocarse al juzgarle inofensivo. Pero si me equivoco, por lo menos no tendr que preocuparme de co­meter ms errores, nunca ms—. Lobo! Lobo! —Alarg una mano y Jack vio que estaba cubierta de pelo igual que los pies, pero de un pelo ms fino y ms abundante, muy hermoso, en realidad. Era especialmente tupido en las palmas, donde tena el color blanco de una mancha en la cabeza de un caballo.

/Dios mo, creo que quiere estrecharme la mano! Nervioso, pensando en to Tommy, quien le haba dicho que nunca deba negarse a estrechar una mano, ni siquiera la de su peor enemigo. (Lucha a muerte contra l despus, si es preciso, pero antes estrchale la mano, le haba dicho to Tommy), Jack extendi la propia mano, preguntndose si iban a estrujrsela... o tal vez comrsela.

—Lobo! Lobo! Estrechando una mano aqu y ahora! —excla­m entusiasmado el adolescente del mono con pechera—. Aqu y ahora! Bien por el bueno de Lobo! Por Dios bendito! Aqu y ahora! Lobo!

A pesar de esta efusividad, el apretn de Lobo fue bastante suave, amortiguado por la espesa capa de pelo tieso de la mano. Un mono con pechera y un gran apretn de manos de un sujeto que parece un perro esquimal gigante y huele un poco a heno despus de un fuerte chubasco —pens Jack—. Qu ms pasar? Me invitar a visitar su iglesia este domingo?

El bueno de Lobo, quin lo habra dicho! El bueno de Lobo aqu y ahora! —Wolf cruz los brazos sobre el enorme pecho y ri, encantado consigo mismo. Entonces agarr de nuevo la mano de Jack.

Esta vez se la agit vigorosamente arriba y abajo. Jack pens que ahora le tocaba a l decir algo; de lo contrario, este adoles­cente agradable, aunque un poco infeliz, poda seguir agitndole la mano hasta la puesta de sol.

—El bueno de Lobo —dijo. Pareca ser la frase preferida de su nuevo amigo.

Lobo ri como un nio y solt la mano de Jack, lo cual repre­sent cierto alivio. La mano no haba sido estrujada ni comida, pero se senta un poco mareada. Lobo tena un apretn ms rpido que un jugador de mquinas tragaperras en una racha de suerte.

—Eres forastero, verdad? —pregunt Lobo, metiendo las pelu­das manos en los bolsillos del mono y hundindolas bien sin- el menor asomo de timidez.

—S —asinti Jack, pensando en el significado que la palabra tena aqu, un significado muy especfico—. S, supongo que eso es lo que soy. Un forastero.

—Por Dios que tienes razn! Lo huelo! Aqu y ahora, ya lo creo que s! Hueles a forastero! No es un olor malo, claro que no, pero s curioso. Lobo! se soy yo. Lobo! Lobo! Lobo! —Ech la cabeza hacia atrs y ri. El sonido termin teniendo una desconcertante semejanza con un aullido.

—Jack —dijo Jack—, Jack Saw...

Nuevamente le agarraron la mano y se la estrecharon con abandono.

—Sawyer —termin cuando se la soltaron. Sonri, sintindose como si le hubieran golpeado con un gran bastn. Cinco minutos antes estaba acurrucado contra la fra pared de ladrillo de un lavabo en la 1-70 y ahora se encontraba hablando con un adoles­cente que pareca ms animal que hombre.

Y que le colgaran si su resfriado no haba desaparecido por completo.

3

—Lobo conoce Jack! Jack conoce a Lobo! Aqu y ahora! Bien! Magnfico! Oh, Jason! Vacas en el camino! Verdad que son estpidas? Lobo! Lobo!

Chillando, Lobo salt por la colina hasta el camino, donde se encontraba la mitad de su rebao, mirando a su alrededor con ex­presiones de aptica sorpresa, como preguntndose dnde se haba escondido la hierba. Jack vio que parecan realmente una mezcla de vacas y ovejas-y trat de imaginar qu nombre tendra seme­jante raza hbrida. La primera que se le ocurri fue vaveja. He aqu a Lobo vigilando a su rebao de vavejas. Oh, s, aqu y ahora.

El bastonazo volvi a caer sobre la cabeza de Jack. Se sent y empez a rer, con las manos cruzadas sobre la boca para ahogar los sonidos.

La vaveja ms grande no medira mucho ms de un metro de altura. Su pelaje era lanudo, pero un tono turbio similar al de los ojos de Lobo; por lo menos, cuando no brillaban como linternas de la Vspera de Todos los Santos. Coronaban sus cabezas unos cuernos cortos y retorcidos que no parecan servir para nada. Lobo las sac del camino y ellas le obedecieron sin ningn signo de temor. Si una vaca o una oveja olieron, en mi lado del mundo a este sujeto —pens Jack—, se mataran al intentar huir de l.

Pero a Jack le gustaba Lobo, le haba gustado a primera vista, del mismo modo que haba temido y sentido antipata por Elroy a primera vista. Y este contraste era especialmente apropiado, porque la comparacin entre los dos resultaba inevitable. Slo que Elroy se pareca a una cabra, mientras que Lobo se pareca... pues a eso, a un lobo.

Camin despacio hacia donde Lobo haba conducido a su re­bao. Record haber andado de puntillas por el maloliente pasillo del bar Oatley, en direccin a la salida de incendios, intuyendo la proximidad de Eiroy, que tal vez le ola como una vaca del otro lado ola sin duda a Lobo. Record las manos de Eiroy empezando a retorcerse y agrandarse, su cuello hinchndose y sus dientes con­virtindose en colmillos ennegrecidos.

—Lobo!

Lobo se volvi y le mir, sonriente. Sus ojos brillaron con un resplandor anaranjado y durante un momento parecieron sal­vajes e inteligentes al mismo tiempo. Luego el resplandor se extingui y qued el mismo tono avellana, turbio y siempre per­plejo.

—Eres... una especie de hombre lobo?

—Claro que s —respondi Lobo, sonriendo—. Has dado en el clavo, Jack. Lobo!

Jack se sent en una roca y mir a Lobo con expresin pensa­tiva. Pensaba que ya nada podra sorprenderle ms, pero Lobo lo consigui con gran soltura.

—Cmo est tu padre, Jack? —inquiri en el tono casual y distrado reservado para informarse sobre los parientes ajenos—. Cmo le va a Phil ltimamente? Lobo!

4

A Jack se le ocurri una asociacin curiosamente adecuada: se sinti como si todo el viento hubiera sido barrido de su mente. Durante unos segundos permaneci vaca, como una estacin de radio que slo transmitiera una onda portadora, y entonces vio cambiar el rostro de Lobo. La expresin de felicidad y curiosidad infantil fue reemplazada por una de tristeza, y las ventanas de la nariz de Lobo empezaron a ondear con rapidez.

—Ha muerto, verdad? Lobo! Lo siento, Jack. Que Dios me castigue! Soy un estpido! Estpido! —Lobo se dio una fuerte palmada en la frente y esta vez s que aull, con un sonido que hel la sangre en las venas de Jack. El rebao de vavejas movi las cabezas con inquietud.

—No te preocupes —dijo Jack. Oy sus palabras ms en los odos que en la cabeza, como si hablara otra persona—. Pero... cmo lo has sabido?

—Ha cambiado tu olor —contest Lobo con sencillez—. He sabido que haba muerto porque lo he olido en ti. Pobre Phil! Qu buena persona era! Te lo digo aqu y ahora, Jack! Tu padre era una buena persona! Lobo!

—S —contest Jack—, s que lo era. Pero, cmo le conociste? Y cmo sabas que era mi padre?

Lobo mir a Jack como si hubiera hecho una pregunta tan simple que apenas necesitaba respuesta.

—Recuerdo su olor, naturalmente. Los lobos recordamos todos los olores. T hueles igual que l.

Crac! Volvi a sentir un golpe en la cabeza. Sinti el impulso de rodar por la hierba dura y elstica, sujetndose el estmago y riendo a carcajadas. La gente le haba dicho que tena los ojos de su padre y la boca de su padre, incluso el don de su padre para hacer un dibujo rpido, pero jams le haba dicho nadie que ola como su padre. No obstante, supona que la idea tena cierta lgica insensata.

—Cmo le conociste? —repiti Jack. Lobo pareci desconcertado.

—Vino con el otro —respondi por fin—, el de Orris. Yo era pequeo. El otro era malo, nos rob a algunos de nosotros. Tu padre no lo saba —se apresur a aadir, como si Jack se hubiera enfadado—. Lobo! No! Tu padre, Phil, era bueno. El otro...

Lobo movi la cabeza con lentitud. En su rostro haba una expresin an ms sencilla que su placer. Era el recuerdo de una pesadilla de la infancia.

—Malo —continu—. Mi padre dice que se labr una posicin en este mundo. Casi siempre estaba en su Gemelo, pero era de tu mundo. Nosotros sabamos que era malo, lo olamos, pero quin escucha a los Lobos? Nadie. Tu padre saba que era malo, pero no poda olerle tan bien como nosotros. Saba que era malo, pero no hasta qu punto.

Y Lobo ech la cabeza hacia atrs y aull otra vez, un largo y espeluznante aullido de tristeza que reson contra el cielo azul oscuro.

interludio

SLOAT EN ESTE MUNDO (II)

Del bolsillo de su voluminosa parka (la haba comprado conven­cido de que al este de las Rocosas Norteamrica era un desierto helado a partir de] primero de octubre y ahora sudaba a mares), Morgan Sloat sac una pequea caja de acero. Bajo el cierre haba diez botoncitos y un valo de cristal amarillo traslcido de un centmetro de altura por cinco centmetros de longitud. Puls cuidadosamente varios botones con la ua del ndice de la mano izquierda y una serie de nmeros aparecieron unos instantes en la ventanilla. Sloat haba comprado este artilugio, considerado como la caja de caudales ms pequea del mundo, en una tienda de Zurich. Segn el vendedor, ni siquiera una semana en un horno crematorio destruira la integridad de su acero al carbono. Ahora se abri con un clic.

Sloat levant las dos diminutas alas de terciopelo de joyero, descubriendo algo que posea desde haca ms de veinte aos, desde mucho antes de que hubiera nacido aquel odiado mocoso que le estaba causando todas estas molestias. Era una empaada llave de estao y en un tiempo haba servido para dar cuerda a un soldado mecnico de juguete. Sloat haba visto el soldadito en el escaparate de una quincallera de la extraa localidad de Point Venuti, California, una pequea ciudad por la que senta un gran inters. Movido por un impulso demasiado fuerte para ser frenado (y en realidad ni siquiera dese frenarlo; Morgan Sloat siempre consider los impulsos una virtud), entr y pag cinco dlares por el soldado abollado y polvoriento... y en cualquier caso, no era el soldado lo que quera, sino la llave, que haba lla­mado su atencin y luego susurrado algo a su odo. Quit esta llave de la espalda del soldado y se la guard en el bolsillo en cuanto hubo salido de la quincallera. Luego tir el soldado a una papelera que haba frente a la librera del Planeta Peligroso.

Ahora Sloat, que estaba junto a su coche en el rea de des­canso de Lewisburg, sac la llave y la contempl. Como la pa de Jack, la llave de estao se transformaba en otra cosa en los Terri­torios. Una vez, al volver, la haba dejado caer en el vestbulo del antiguo edificio de oficinas. Y algo de la magia de los Territorios deba persistir en ella, porque aquel idiota de Jerry Bledsoe muri frito menos de media hora despus. La haba recogido Jerry, o tal vez pisado? Sloat no lo saba y no le importaba un bledo. Y tam­poco le habra importado nada la suerte de Jerry —y considerando que el electricista haba suscrito una pliza de seguros que espe­cificaba una indemnizacin doble por muerte accidental (el super­intendente del edificio, con quien Sloat comparta a veces una pipa de hachs, le haba pasado esta pequea informacin), Sloat imaginaba que Nita Bledsoe haba hecho el gran negocio—, de no haberle puesto frentico la prdida de la llave. Fue Phil Sawyer quien la encontr y se la devolvi con este nico comentario:

—Aqu tienes, Morg. Es tu amuleto, verdad? Debes tener un agujero en el bolsillo. La he encontrado en el vestbulo despus de que se llevaran al pobre Jerry.

S, en el vestbulo. En el vestbulo, donde todo ola como el motor de un Waring Blendor que hubiera corrido a toda velocidad durante nueve horas. En el vestbulo, donde todo estaba enne­grecido, retorcido y fundido.

Excepto esta humilde llave de estao.

La cual era, en el otro mundo, una rara especie de tubo lumi­noso y que Sloat colg ahora de una fina cadena de plata alrededor de su cuello.

—Vengo a por ti, Jacky —dijo Sloat con una voz de inflexin casi tierna—. Ya es hora de poner un fin repentino a todo este ridculo asunto.

captulo 17

LOBO Y EL REBAO

1

Lobo habl de muchas cosas, levantndose de vez en cuando para espantar al ganado del camino y una vez para guiarlo hasta un ro que se encontraba a media milla ms al oeste. Cuando Jack le pregunt dnde viva, Lobo se limit a agitar vagamente la mano en direccin norte y decir que viva con su familia. Cuando Jack le pidi que aclarara este extremo unos minutos mas tarde, Lobo pareci sorprendido y contest que no tena pareja ni hijos porque no quera entrar en lo que llam la gran luna trillada hasta dentro de uno o dos aos. La inocente lujuria de la sonrisa que ilumin su rostro dej bien patente que la gran luna trillada le atraa.

—Pero has dicho que vivas con tu familia.

—Oh, la familia! Ellos! Lobo! —ri—. Claro. Ellos! Todos vivimos juntos. Tengo que cuidar del ganado, sabes? De su ganado.

—De la Reina?

—S. Ojal no se muera nunca. —Y Lobo hizo un saludo ab­surdo y conmovedor, inclinndose un momento hacia delante con la mano derecha en la frente.

Preguntas ulteriores aclararon ms el asunto en la mente de Jack... por lo menos, as lo crey l. Lobo era soltero (aunque esta palabra no pareca adecuada). La familia era muy extensa... literalmente, toda la familia de los Lobos. Eran una raza nmada, pero de una lealtad a ultranza, que vagaba por las grandes regio­nes vacas al este de las Avanzadas pero al oeste de Las Colo­nias, con lo cual Lobo pareca referirse a las ciudades y los pueblos del este.

Los Lobos eran en su mayora trabajadores esforzados y cum­plidores; su fuerza era legendaria y su valor, incuestionable. Algu­nos se haban ido a las colonias del este, donde servan a la Reina como guardias, soldados e incluso como miembros de la escolta. Sus vidas, segn Lobo explic a Jack, tenan slo dos grandes devociones: la Seora y la familia. La mayora de Lobos, aadi, servan a la Seora como l: guardando los rebaos.

Las vavejas constituan la principal fuente de carne, vestido, sebo y aceite para lmparas de los Territorios (Lobo no dijo esto a Jack, pero el muchacho lo dedujo de sus explicaciones). Todo el ganado perteneca a la Reina y la familia de los Lobos lo guardaba desde tiempos inmemoriales. Era su trabajo. En esto Jack encon­tr una correspondencia extraamente significativa con la rela­cin existente- entre el bfalo y los indios de las Llanuras ame­ricanas... por lo menos hasta que el hombre blanco haba llegado a dichos territorios y alterado el equilibrio.

—Y he aqu que el len duerme con el cordero y el Lobo con las vavejas —murmur Jack, sonriendo. Estaba tendido boca arri­ba con las manos cruzadas bajo la nuca, invadido de pronto por la ms maravillosa sensacin de paz y sosiego.

—Qu dices, Jack?

—Nada —contest—. Lobo, te conviertes realmente en animal durante la luna llena?

—Claro que s! —exclam Lobo. Pareca estupefacto, como si Jack hubiera preguntado algo as como: Lobo, te subes realmente los pantalones despus de cagar? —Los forasteros no, verdad? Phil me lo dijo.

—Y el... ejem... rebao, qu hace cuando te transformas?

—Oh, nunca nos acercamos al rebao durante la transforma­cin —contest seriamente Lobo—. Por Jason, no! Nos lo come­ramos, no lo sabas? Y un Lobo que se come al rebao debe ser castigado con la muerte. As lo establece el Libro del buen agricultor. Lobo! Lobo! Tenemos sitios adonde ir durante la luna llena, y el rebao tambin. Son animales estpidos, pero saben que deben marcharse cuando hay luna. Lobo! Por Dios que es mejor para ellos saberlo!

—Pero comis carne, verdad? —inquiri Jack.

—Eres preguntn como tu padre —observ Lobo—. Lobo! No me importa. S, comemos carne, claro que s. Somos Lobos, no?

—Pero si no os comis a los rebaos, qu comis?

—Comemos bien —dijo Lobo, negndose a extenderse sobre el tema.

Como todo lo de los Territorios, Lobo era un misterio, un mis­terio a la vez maravilloso y aterrador. El hecho de que hubiera conocido al padre de Jack y a Morgan Sloat —o por lo menos, visto a sus Gemelos en ms de una ocasin— contribua a acrecen­tar la aureola de misterio de Lobo, pero no la defina completa­mente. Todo cuanto Lobo deca sugera a Jack una docena de nuevas preguntas, la mayora de las cuales Lobo no poda —o no quera— contestar.

La cuestin de las visitas de Philip Sawtelle y Orris era un ejemplo. Haban hecho su primera aparicin cuando Lobo estaba' en la luna pequea y viva con su madre y dos hermanas de carnada. Al parecer, slo se hallaban de paso, como ahora el propio Jack, slo que ellos se dirigan al este en lugar de al oeste (A decir verdad, t eres el nico ser humano que he visto tan al oeste y que persiste en dicha direccin, dijo Lobo).

Ambos haban sido una compaa alegre, hasta que al cabo de un tiempo empezaron los problemas... problemas con Orris. Fue despus de que el socio del padre de Jack se hubiese labrado una posicin en este mundo, como dijo Lobo a Jack una y otra vez... Slo que ahora pareca referirse a Sloat, en la persona de Orris. Lobo dijo que Morgan haba robado a una de sus herma­nas de carnada (Mi madre se mordi las manos y los dedos de los pies durante un mes cuando supo seguro que se la haba lle­vado, explic en tono normal) y se llevaba a otros Lobos de vez en cuando. Lobo baj la voz y, con una expresin de miedo supersticioso en la cara, dijo a Jack que el hombre cojo se haba llevado a algunos de estos Lobos al otro mundo, al Lugar de los Forasteros, para ensearles a comer animales del rebao.

—Esto es muy malo para tipos como vosotros, verdad? —pre­gunt Jack.

—Estn condenados —replic escuetamente Lobo. Jack pens al principio que Lobo hablaba de secuestro; el verbo usado por l al hablar de su hermana de carnada era, al fin y al cabo, la versin de los Territorios de robar, pero ahora empez a comprender que no se trataba en absoluto de secuestro, a menos que Lobo, con poesa inconsciente, hubiese intentado decir que Morgan haba secuestrado las mentes de algunos miembros de la familia de los Lobos. Jack comprendi que en realidad Lobo ha­blaba de hombres lobos que haban renegado de su antigua fide­lidad a la Corona y el rebao para someterse a Morgan... a Mor­gan Sloat y Morgan de Orris.

Lo cual induca, naturalmente, a pensar en Elroy.

Un Lobo que se come al rebao debe ser castigado con la muerte.

Y a pensar en los hombres del coche verde, que se haban detenido para preguntarle el camino y le haban ofrecido una go­losina e intentado meterle en su coche. Los ojos. Los ojos que cambiaban.

Estn condenados.

Se labr una posicin en este mundo.

Hasta ahora se haba sentido seguro y encantado a la vez; en­cantado de estar de vuelta en los Territorios, donde el aire era fresco pero no glido como en la parte occidental de Ohio y seguro con el grande y amistoso Lobo a su lado, en pleno campo, a millas de distancia de los hombres y las cosas.

Se labr una posicin en este mundo.

Hizo preguntas a Lobo sobre su padre —Philip Sawtelle en este lado—, pero Lobo mene la cabeza. Haba sido un tipo excelente y un Gemelo —y por lo tanto un Forastero—, pero esto era todo cuanto Lobo pareca saber. Dijo que los Gemelos eran algo que tena que ver con carnadas de personas y sobre este tema no pre­tenda saber nada. Tampoco poda describir a Philip Sawtelle; no le recordaba. Slo recordaba su olor. Todo cuanto saba, dijo a Jack, era que, si bien ambos Forasteros parecan simpticos, slo Phil Sawyer haba resultado serlo de verdad. En una ocasin haba llevado regalos a Lobo y sus hermanos de carnada. Uno de los regalos, que lleg sin cambios del mundo de los Forasteros, fue una especie de mono con pechera para Lobo.

—Me lo pona siempre —continu Lobo—. Mi madre quiso ti­rarlo a los cinco aos de uso continuo, diciendo que estaba rado, que yo haba crecido demasiado para su tamao! Lobo! Dijo que estaba destrozado y hecho jirones, pero yo no di mi brazo a tor­cer, hasta que al fin ella compr tela a un viajante que se diriga a las Avanzadas. No s cunto pag por ella y, Lobo!, te dir la verdad, Jack, me da miedo preguntrselo. La ti de azul y me hizo seis pares. Ahora uso para dormir el que tu padre me trajo. Lobo! Lobo! Supongo que es mi bendita almohada. —Lobo son­ri de un modo tan abierto, y al mismo tiempo con tanta nos­talgia, que Jack se conmovi y le cogi la mano. Fue algo que jams hubiera hecho en su antigua vida, fueran cuales fueran las circunstancias, pero aquello se le antojaba ahora un defecto. Se alegr de coger la mano clida y fuerte de Lobo.

—Estoy contento de que te gustara mi padre, Lobo —dijo.

—Me gustaba! Me gustaba! Lobo! Lobo! Y entonces se desencaden la catstrofe.

2

Lobo dej de hablar y mir a su alrededor, sobresaltado.

—Lobo! Qu suce...?

—Shhhhh...

Y por fin Jack lo oy. El odo ms sensible de Lobo haba captado antes el sonido, pero ste se acrecent con rapidez; pronto, pens Jack, incluso un sordo lo habra odo. El rebao se removi inquieto y empez a alejarse en tropel, del lugar de donde proceda el sonido, que era como un efecto sonoro de la radio, conseguido desgarrando una sbana por en medio, muy lentamente. Slo que el volumen sigui creciendo hasta que Jack pens que iba a enloquecer.

Lobo se enderez de un salto, aturdido, confundido y asustado. El sonido de desgarramiento, como un zumbido spero, continu creciendo. Los balidos del rebao se intensificaron. Algunos ani­males retrocedan hacia el ro y Jack vio a uno cayendo al agua con las patas movindose torpemente en el aire; lo haban empu­jado las hileras de sus compaeros en retirada y al caer profiri un chillido estridente. Otra vaca oveja tropez y fue igualmente empujada hacia el agua. La otra orilla del ro era baja y hmeda, pantanosa y cubierta de juncos verdes. Las vavejas que la alcan­zaron quedaron pronto sumergidas en el barro.

Oh, maldito y estpido rebao! —vocifer Lobo, corriendo colina abajo hacia el ro, donde el primer animal que haba cado en l pareca debatirse en los estertores de la agona.

—Lobo! —grit Jack, pero Lobo no poda orle. Jack apenas poda orse a s mismo por encima de aquel sonido spero y pe­netrante. Mir a su derecha, a su orilla del ro, y abri la boca con asombro. Algo le ocurra al aire. Aproximadamente a un metro del suelo, ondeaba y daba vueltas, se retorca y pareca tirar de s mismo. A travs de este remolino, Jack poda ver el Camino del Oeste, pero de manera muy confusa y borrosa, como a travs del aire caliente y rizado de un horno crematorio.

Algo est hendiendo el aire, formando como una herida; algo lo atraviesa... desde nuestro lado, tal vez? Oh, Jason, es esto lo que hago cuando me traslado? Pero, incluso en medio de su p­nico y confusin, saba que no era as.

Jack tena una idea muy clara de quin se trasladaba de este modo, como cometiendo una violacin.

Jack empez a correr colina abajo.

3

El sonido de desgarramiento continuaba. Lobo estaba arrodillado junto al ro, intentando ayudar a levantarse al segundo animal. El primero flotaba inerte ro abajo, con el cuerpo mutilado y des­trozado.

Levntate, maldito seas, levntate! Lobo!

Lobo apartaba a empujones y palmadas a las vavejas que se apelotonaban contra l, mientras coga al animal con ambos brazos y trataba de levantarlo.

—LOBO! AQU Y AHORA! —grit. Las mangas de la camisa se le rasgaron sobre los bceps, recordando a Jack a David Banner en una de las cleras inspiradas por los rayos gamma que le con­vertan en el Increble Hulk. Rodeado de chorros de agua, que salpicaban por doquier, Lobo se puso en pie echando chispas por los ojos anaranjados, con el mono azul tan empapado que pareca negro. El agua brotaba de los ollares del animal que Lobo apretaba contra su pecho, como si fuera un cachorro desarrollado en exceso; la vaca oveja tena los ojos en blanco.

—Lobo! —grit Jack—. Es Morgan! Es...!

El rebao! —chill a su vez Lobo—. Lobo! Lobo! Mi mal­dito rebao! Jack! No intentes...

El resto fue ahogado por un trueno ensordecedor que hizo es­tremecer la tierra. Por un momento, el trueno domin incluso aquel sonido penetrante y montono de desgarramiento. Casi tan atur­dido como el rebao de Lobo, Jack levant la vista y vio un cielo azul claro, sin ninguna nube a excepcin de unos jirones espon­josos que flotaban a millas de distancia.

El trueno desencaden un autntico pnico en el rebao de Lobo, que intent una estampida, pero con su gran estupidez, muchos optaron por retroceder y tropezaron y cayeron al ro, hun­dindose bajo el agua. Jack oy un chasquido de huesos rotos, seguido del beeeee de un animal herido. Lobo rugi de rabia, dej caer la vaca oveja que transportaba y que haba intentado salvar y vade con esfuerzo el ro en direccin al fango de la otra orilla.

Antes de que pudiera alcanzarla, media docena de animales chocaron con l y le sumergieron. Brotaron surtidores de agua finos y brillantes. Jack vio que ahora era Lobo quien corra el peligro de ser pisoteado y ahogado por los animales en su ciega huida.

Jack se abri paso hasta el ro, de color oscuro por el lodo removido. La corriente intentaba continuamente hacerle perder el equilibrio. Un animal que balaba con los ojos en blanco cay junto a l y estuvo a punto de derribarle. El agua le salpic la cara y Jack procur secarse los ojos.

Ahora el sonido pareca invadir todo el mundo: RRRRRIII-IIIPPPP...

Lobo. Morgan no importaba, al menos de momento. Lobo estaba en peligro.

Su peluda cabeza empapada fue momentneamente visible sobre el agua y entonces tres animales le pasaron por encima y Jack slo pudo distinguir una mano peluda agitndose sobre la superficie. Continu adelante a empujones, intentando abrirse camino entre el rebao, algunos de cuyos miembros an estaban levantados, mientras otros se hundan y ahogaban.

Jack! —vocifer una voz por encima del ruido. Era una voz conocida por Jack. La voz de to Morgan. —Jack!

Son otro trueno, un fragor sordo que rod por el cielo como un proyectil de artillera.

Jadeando, con los cabellos empapados colgando ante sus ojos, Jack mir por encima'del hombro... y directamente al rea de des­canso de la 1-70 cerca de Lewisburg, Ohio. La vea como a travs de un vidrio rizado y mal hecho... pero la vea. La esquina de la­drillo del lavabo se hallaba a la izquierda de aquella franja de aire violento y atormentado. El cap de algo que pareca un camin Chevrolet estaba a la derecha, flotando a un metro sobre el campo donde l y Lobo haban hablado tranquilamente cinco minutos antes. Y en el centro, como un extra en una pelcula sobre el ataque al Polo Sur del almirante Byr, se encontraba Morgan Sloat, con la cara ancha y rubicunda contrada por una rabia asesina. Rabia y algo ms. Triunfo? S, Jack pens que era esto.

Estaba metido en el agua hasta la ingle, rodeado de animales que pasaban balando por su lado, y miraba fijamente, con la boca y los ojos muy abiertos, aquella ventana aparecida en la misma urdimbre de la realidad.

Me ha encontrado, oh, Dios mo, me ha encontrado.

Aqu ests, pequeo asqueroso! —le grit Morgan. Su voz llegaba, pero tena un tono ahogado y muerto al pasar de la realidad de aquel mundo a la realidad de ste. Era como or gri­tar a un hombre dentro de una cabina telefnica—. Ahora nos veremos las caras, verdad? Verdad?

Morgan avanz, con el rostro borroso, como hecho de pls­tico blando, y Jack tuvo tiempo de ver que su mano empuaba algo y que algo le colgaba del cuello, un objeto pequeo y pla­teado.

Jack esper, paralizado, mientras Sloat embesta el agujero entre los dos universos. Al acercarse, realiz su propio nmero de lobo, cambiando de Morgan Sloat, inversionista, especulador de terrenos y antiguo agente de Hollywood, a Morgan de Orris, preten­diente al trono de una reina moribunda. Sus mejillas rojas y col­gantes se adelgazaron y palidecieron. Sus cabellos se renovaron, creciendo hacia delante, tiendo primero la redondez del crneo, como si un ser invisible coloreara la cabeza de to Morgan, y luego cubrindola. El pelo del Gemelo de Sloat era largo, negro, des­peinado y pareca muerto. Lo llevaba recogido en la nuca, pero Jack se fij en que se le haban soltado muchos mechones.

La parka se desdibuj, desapareci un momento y luego volvi convertida en una capa con capucha.

Las botas de ante de Morgan Sloat se convirtieron en botas de cuero oscuro hasta la rodilla, con el borde doblado, y de una de ellas sobresala el mango de un cuchillo.

Y el objeto pequeo y plateado que empuaba se convirti en un pequeo tubo de punta envuelta en una llama enroscada y azul.

Es un lanzarrayos. Oh, Dios mo, es un...

—Jack!

El grito fue bajo, como un gargarismo, lleno de agua. Jack dio torpemente media vuelta en el ro, esquivando ape­nas a otra vaca oveja muerta que flotaba de lado en el agua. Vio desaparecer de nuevo la cabeza de Lobo y sus dos manos agi­tndose en el aire. Jack luch por acercarse a aquellas manos, sorteando como poda a los animales. Uno de ellos choc con fuer­za contra su cadera y Jack se hundi y trag agua. Se levant de prisa, tosiendo y ahogndose, buscando con una mano en el inte­rior de su coleto para saber si el agua se le haba llevado la botella. No, an segua all.

Muchacho! Da la vuelta y mrame, muchacho! Ahora no tengo tiempo, Morgan. Lo siento, pero voy a ver si impido que me ahogue el rebao de Lobo antes de ver si impido que tu tubo fatdico me deje frito. Yo...

Una llama azul se arque sobre el hombro de Jack, chisporro­teando... Era como un mortfero arco iris elctrico. Roz uno de los animales atrapados en el fango del otro lado del ro y la infortunada vaca oveja estall, como si hubiera tragado dina­mita. Un surtidor de sangre cay en una fina cascada de gotas y trocitos de carne llovieron alrededor de Jack.

Vulvete a mirarme, muchacho!

Sinti la fuerza de aquella orden agarrarle la cara con manos invisibles e intentar volverla.

Lobo consigui emerger de nuevo, con el pelo pegado a la cara y los ojos aturdidos asomando entre los mechones como los de un perro pastor ingls. Se tambaleaba y tosa, por lo visto sin saber ya ni dnde estaba.

—Lobo! —grit Jack, pero en el cielo azul volvi a retumbar un trueno que ahog su voz.

Lobo se agach y vomit gran cantidad de agua fangosa. Al cabo de un momento, otro aterrado animal tropez con l, sumer­gindole una vez ms.

Ya est —pens Jack, desesperado—, ya est, ha desaparecido, debe haberse hundido, lo dejo, tengo que salir de aqu...

Sin embargo, continu avanzando hacia Lobo, apartando de su camino una vaca oveja convulsa y moribunda.

Jason! —grit Morgan de Orris y Jack se dio cuenta de que Morgan no maldeca en el argot de los Territorios, sino que le llamaba, a l, a Jack, por su nombre. Slo que aqu no era Jack, sino Jason.

Pero el hijo de la Reina muri en la cuna, muri... De nuevo el ondulante chisporroteo de la electricidad, que esta vez pareci hacerle una raya en los cabellos. Volvi a rozar la orilla opuesta, desintegrando a otro animal del rebao de Lobo. No, no del todo, pens Jack. Las patas del animal continuaban hundidas en el fango como estacas y, mientras las miraba, empeza­ron a abrirse despacio en cuatro direcciones diferentes.

—VULVETE Y MRAME. MALDITO SEAS!

El agua, por qu no lo tira al agua y me fre a mi. a. Lobo y a todos los animales al mismo tiempo?

Entonces se acord de las ciencias de quinto grado. Una vez la electricidad tocaba agua, poda dirigirse a cualquier parte... incluyendo al generador de la corriente.

El rostro aturdido de Lobo, que flotaba bajo la superficie, alej estos pensamientos de la mente de Jack. Lobo an estaba vivo, pero aprisionado parcialmente bajo un animal que pareca indem­ne pero se hallaba inmovilizado por el pnico. Las manos de Lobo se agitaban con dbil y pattica energa. Cuando Jack salv la ltima distancia, una de aquellas manos cay y qued flotando, inerte como un nenfar.

Sin detenerse, Jack baj el hombro izquierdo y golpe con l a la vaca oveja como Jack Armstrong en un cuento deportivo juvenil.

Si se hubiera tratado de una vaca adulta en vez del modelo compacto de los Territorios, es probable que Jack no hubiese podido moverla, teniendo como tena la fuerza de la corriente en contra de l. Pero era ms pequea que una vaca y Jack estaba exasperado. Bal bajo el golpe de Jack, not hacia atrs, se sent un instante sobre los cuartos traseros y se lanz hacia la orilla opuesta. Jack agarr las dos manos de Lobo y tir con todas sus fuerzas.

Lobo emergi con tanta dificultad como un tronco saturado de agua, con los ojos vidriosos entornados, sacando agua por las orejas, la nariz y la boca. Tena los labios azules.

Dobles haces de fuego llamearon a derecha e izquierda de donde Jack sostena en brazos a Lobo; los dos parecan un par de borra­chos intentado bailar un vals en una piscina. En la orilla opuesta, otra vaca oveja vol en todas direcciones, decapitada y todava balando. Ardientes lenguas de fuego zigzaguearon por toda la zona pantanosa, iluminando los juncos y algas y despus la hierba ms seca del campo donde la tierra empezaba a subir de nuevo.

Lobo! —chill Jack—. Lobo, por el amor de Dios!

Auh —gimi Lobo y vomit agua clida y fangosa por encima del hombro de Jack—. Auhhhhhhhhhhhhh...

Ahora Jack vio a Morgan de pie en la otra orilla, una figura alta y puritana con capa negra. La capucha enmarcaba su plido rostro de vampiro con una especie de ttrico romanticismo. Jack tuvo tiempo de pensar que los Territorios haban ejercido su ma­gia incluso aqu, en favor de su temible to. A este lado, Morgan no era un sapo obeso, hipertenso y grave con un corazn de pirata y una mente de asesino; aqu, su rostro se haba estrechado y adquirido una frgida belleza masculina. Apunt con el tubo de plata como si fuera una varita mgica de juguete y una llama zul hendi el aire.

Oidme, t y tu estpido amigo! —grit Morgan, con los la­bios delgados abiertos en una sonrisa triunfante, enseando unos dientes amarillos que destruyeron para siempre la confusa im­presin de belleza que acababa de tener Jack.

Lobo grit y se retorci en los brazos doloridos de Jack, mi­rando fijamente a Morgan con los ojos de color naranja desorbi­tados por el odio y el temor.

Demonio! —exclam Lobo—. Demonio! Mi hermana! Mi hermana de carnada! Lobo! Lobo! Demonio!

Jack extrajo la botella del interior de su coleto. Al fin y al cabo, slo quedaba un trago. No poda sostener a Lobo con un solo brazo; le estaba perdiendo y Lobo pareca incapaz de sos­tenerse sin ayuda. No importaba. De todos modos, no poda lle­varlo consigo al otro mundo... o s?

Demonio! —repiti Lobo, llorando, mientras su cara res­balaba por el brazo de Jack. La espalda de su mono con pechera flotaba y se hinchaba en el agua.

Se oli a hierba quemada y a animales quemados.

Un trueno, una explosin.

Esta vez el ro de fuego que vol por el aire pas tan cerca de Jack que los pelos de las ventanas de su nariz se chamuscaron y enroscaron.

—OH, S, VOSOTROS DOS, VOSOTROS DOS! —vocifer Mor­gan—. YA TE ENSEAR A CRUZARTE EN MI CAMINO, PE­QUEO BASTARDO! OS QUEMAR A LOS DOS! OS TRI­TURAR!

—Lobo, aguanta! —grit Jack, cejando en sus esfuerzos de sostener a Lobo y cogindole muy fuerte de la mano—. No me sueltes, me oyes?

Lobo!

Levant la botella, la inclin y el horrible y fro sabor de uvas podridas le llen la boca por ltima vez. La botella estaba vaca. Mientras tragaba, la oy estallar al ser alcanzada por los rayos de Morgan. Sin embargo, el sonido del cristal roto fue dbil... el zumbido de la electricidad... incluso los gritos de rabia de Morgan sonaron dbiles.

Tuvo la sensacin de caer de espaldas en un agujero. Una tumba, quiz. Entonces la mano de Lobo apret tanto la suya, que Jack gimi. La sensacin de vrtigo, de haber dado un salto mortal completo empez a desvanecerse... y la luz solar tam­bin empez a debilitarse y se convirti en el triste gris morado de un crepsculo otoal en el corazn de Amrica. Una lluvia fra moj el rostro de Jack, quien tuvo la impresin de que el agua en la que chapoteaba era mucho ms fra que unos segundos antes. En algn lugar, no muy lejos, oy sonar el familiar es­truendo de los grandes camiones en la autopista... slo que ahora parecan circular justo encima de su cabeza.

Imposible, pens, pero, lo era? Los lmites de esta palabra se ensanchaban como si fueran de plstico. Durante un momento de confusin, imagin camiones voladores de los Territorios con­ducidos por hombres voladores de los Territorios provistos de grandes alas de lona sujetas con correas a sus espaldas.

Ya estoy de vuelta, pens. He vuelto a la misma hora y al mismo puesto de peaje.

Estornud.

El mismo fro, tambin.

Pero haba dos cosas diferentes ahora.

Aqu no se vea ningn rea de descanso. Se encontraban me­tidos hasta el muslo en el agua helada de un ro que flua debajo del puente de un puesto de peaje.

Lobo estaba con l; ste era el otro cambio.

Y Lobo gritaba.

captulo 18

LOBO VA AL CINE

1

El motor diesel de otro camin pas bramando por encima de sus cabezas, haciendo estremecer el puente. Lobo aull y se agarr a Jack, y a punto estuvieron ambos de caer juntos al ro.

—Ya basta! —grit Jack—. Sultame, Lobo! Slo es un ca­min! Sultame!

Abofete a Lobo, sin querer hacerlo; su terror era pattico. Sin embargo, pattico o no. Lobo meda casi treinta centmetros ms que Jack y le llevaba tal vez sesenta y cinco kilos de ventaja y si le haca caer a esta corriente glida, atrapara una pulmona se­gura.

Lobo! No me gusta! Lobo! No me gusta! Lobo! Lobo!

Pero afloj su presin y al cabo de un momento dej caer ambos brazos. Cuando pas por encima otro camin, se encogi pero evit agarrar de nuevo a Jack, aunque le mir con una splica muda y temblorosa que deca: Scame de aqu, por favor, scame de aqu, preferira estar muerto que en este mundo.

Nada me gustara ms. Lobo, pero Morgn est al otro lado. Y aunque no estuviera all, ya no me queda ms zumo mgico.

Se mir la mano izquierda y vio que an sostena el cuello roto de la botella de Speedy, como un hombre dispuesto a iniciar una violenta pelea en un bar. Haba sido pura suerte que Lobo no se cortara cuando se aferraba a Jack en su pnico.

Jack la tir lejos de s. Chap!

Dos camiones esta vez; el ruido fue doble. l,obo aull de terror y se tap las orejas con las manos. Jack se fij en que durante el salto le haba desaparecido casi todo el pelo de las manos y los dos primeros dedos eran exactamente de la misma longitud.

—Vamonos, Lobo —dijo Jack cuando se hubo extinguido un poco el estruendo de los camiones—. Vamonos de aqu. Parecemos un par de tipos esperando ser bautizados con una cerveza especial.

Cogi de la mano a Lobo y se asust al notar la fuerza con que ste se la apret. Lobo vio su expresin y afloj un poco los dedos.

—No me dejes, Jack —suplic—. Por favor, por favor, no me dejes.

—No, Lobo, no te dejar —asegur Jack y pens: Cmo te metes en estas situaciones, idiota? Aqu ests, bajo el puente de una autopista en algn lugar de Ohio con tu hombre lobo domesti­cado. Cmo lo haces? Lo ensayas? Y, oh!, a propsito, qu ocurre con la luna, Jack-O? Lo recuerdas?

No lo recordaba y como las nubes cubran el cielo y caa una fra llovizna, no haba modo de saberlo.

Qu posibilidades tena? Treinta a una a su favor? Veintio­cho a dos?

Fueran cuales fuesen, no eran suficientes. No del modo que se presentaban las cosas.

—No, no te dejar —repiti, mientras conduca a Lobo hacia la orilla opuesta del ro. Sobre las aguas poco profundas flota­ban los ajados restos de una mueca, cuyos ojos azules de cristal estaban fijos en la creciente oscuridad. Le dolan los msculos del brazo por la presin de estirar a Lobo hasta este mundo y la ar­ticulacin del hombro le lata como una muela infectada.

Cuando salieron de! agua y empezaron a andar por la orilla cu­bierta de juncos y desperdicios, Jack volvi a estornudar.

2

Esta vez, el recorrido total de Jack en los Territorios haba sido de media milla hacia el oeste, la distancia que Lobo habla hecho recorrer al rebao para que pudiera beber en el ro donde l mismo haba estado despus a punto de ahogarse. Aqu se en­contraba, segn sus clculos, a unos diecisis kilmetros ms al oeste. Treparon por el terrapln —al final Lobo acab tirando de Jack casi todo el tiempo— y ya anocheca cuando Jack vio a la derecha un camino de unos cincuenta metros que suba a la carre­tera. Una seal iluminada por un reflector indicaba: arcanum.

LTIMA SALIDA EN ohio. frontera ESTATAL A 24 KM.

—Tenemos que hacer autostop —dijo Jack.

—Autostop? —inquiri Lobo, desconcertado.

—Demos un repaso a tu aspecto.

Decidi que Lobo poda pasar, por lo menos en la oscuridad. Todava llevaba el mono con pechera, que ahora tena incluso la etiqueta de la marcha oshkosh. Su camisa de hilado domstico se haba convertido en un lienzo azul manufacturado que pareca una tela especial de los almacenes del ejrcito. Los pies antes descalzos lucan un enorme par de mocasines y calcetines blancos.

Y lo ms extrao: unas gafas redondas de montura de acero, como las que sola llevar John Lennon, haban aparecido en el centro de la gran cara de Lobo.

—Lobo, tenas dificultad para ver? En los Territorios?

—No lo saba —contest Lobo—, pero supongo que s. Lobo! Veo mucho mejor aqu, con estos ojos de cristal. Lobo, aqu y ahora! —Mir el ensordecedor trfico de la autopista y por un momento Jack vio lo que l deba estar viendo: enormes bestias de acero con inmensos ojos blancos y amarillentos, hendiendo la noche a velocidades inimaginables con unas ruedas de goma que dejaban marcas en el suelo—. Veo mejor de lo que querra —aa­di con triste acento.

3

Dos das despus un par de chicos cansados, con los pies dolori­dos, pasaron cojeando por delante del letrero fin del trmino municipal en un lado de la autopista 32 y del restaurante 10-4 en el otro lado y entraron en la ciudad de Muncie, Indiana. Jack tena treinta y ocho grados de fiebre y tosa casi continuamente. La cara de Lobo estaba hinchada y descolorida; pareca un perro dogo que ha llevado las de perder en una pelea. La vspera haba intentado conseguir para ambos unas manzanas tardas de un rbol que creca a la sombra de un granero lindante con la auto­pista; estaba subido al rbol, metiendo arrugadas manzanas de otoo dentro de la pechera del mono, cuando le encontraron unas avispas que tenan su nido bajo el alero del viejo granero. Lobo baj del rbol lo ms de prisa que pudo, con una nube marrn en torno a la cabeza. Aullaba. Y aun as, con uno ojo completa­mente cerrado y la nariz empezando a tener el aspecto de un gran nabo de color prpura, insisti en que Jack comiera las me­jores manzanas. Ninguna era muy buena —pequeas, acidas y con gusanos— y a Jack no le apetecan mucho, pero no tuvo valor para rechazarlas despus de lo que Lobo haba tenido que pa­sar para hacerse con ellas.

Un Camaro grande y viejo, alto de atrs, por lo que el cap apuntaba a la carretera, toc el claxon.

Ehhhhhh, idioooootas! —grit alguien y en seguida se oye­ron unas fuertes carcajadas producidas por la cerveza. Lobo aull y agarr a Jack. ste haba credo que Lobo perdera el mie­do a los coches, pero ahora empezaba a dudarlo.

—No pasa nada. Lobo —dijo, cansado, sacndose de encima la mano de Lobo por la vigsima o trigsima vez aquel da—. Ya se han ido.

—Tan alto\ —gimi Lobo—. Lobo! Lobo! Lobo! Tan alto, Jack, mis odos, mis odos\

Van sin silenciador —dijo Jack, pensando con hasto: Te encantarn las autopistas californianas. Lobo. Las probaremos si todava viajamos juntos, de acuerdo? Luego asistiremos a al­gunas carreras de coches y de motos. Te volvern loco—. Hay tipos a quienes les gusta el sonido, sabes? Les... —Pero otro ata­que de tos le hizo enmudecer. Durante un momento, el mundo se convirti en una serie de sombras grises, que se disiparon con mucha lentitud.

Les gusta —murmur Lobo—. Jason! Cmo puede gustar a alguien, Jack? Y los olores...

Jack saba que, para Lobo, los olores eran lo peor. No haca ni cuatro horas que estaban aqu cuando Lobo empez a llamarlo el Pas de los Malos Olores. Aquella primera noche vomit media docena de veces, echando primero sobre la tierra de Ohio el agua fangosa de un ro que exista en otro universo y despus slo flema. Era por culpa de los olores, explic, trastornado. No com­prenda cmo Jack poda soportarlos, cmo poda soportarlos cualquiera.

Jack lo comprenda... Al volver de los Territorios le asaltaban unos olores que apenas se perciban cuando se viva entre ellos. Aceites pesados, tubos de escape, desperdicios industriales, basura, agua contaminada, productos qumicos. Despus uno volva a acostumbrarse a ellos o se tornaba insensible. Pero, claro, esto no le ocurrira a Lobo. Odiaba los coches, odiaba los olores, odiaba este mundo. Jack no crea que se acostumbrara jams a l. Si no devolva pronto a Lobo a los Territorios, pens, poda enloquecer. Y de paso enloquecer tambin yo. Ya no me falta mucho.

Una desvencijada camioneta de granja, llena de polluelos, tra­quete por su lado, seguida de una impaciente cola de coches, algunos de los cuales tocaban el claxon. Lobo casi salt a los brazos de Jack. Debilitado por la fiebre, ste cay sentado en la cuneta cubierta de basura y malas hierbas, con tanta fuerza que los dien­tes le castaetearon.

—Lo lamento, Jack —se disculp, desolado, Lobo—. Que Dios me maldiga!

—No es culpa tuya —dijo Jack—. Sintate, es hora de descansar. Lobo se sent en silencio junto a Jack, mirndole con ansie­dad. Saba lo difcil que se lo estaba poniendo al muchacho, saba que ste arda en deseos de moverse ms de prisa, 'en parte para escapar de Morgan, pero sobre todo por otra razn. Saba que Jack gema durante el sueo, llamando a su madre, y a veces lloraba. Pero la nica vez que haba llorado despierto fue cuando Lobo se espant en la rampa de entrada a la autopista de Arca-num al comprender el significado de hacer autostop. Cuando dijo a Jack que l no se vea capaz de subir a un coche —por lo menos, de momento y tal vez nunca—, Jack se sent en la barrera del arcn y llor con la cara tapada por las manos. Al poco rato par, lo cual fue bueno... pero cuando se apart las manos de la cara mir a Lobo de un modo que hizo temer a ste que Jack le abandonara en este horrible Pas de los Malos Olores... Y sin Jack, Lobo estaba seguro de volverse completamente loco.

4

Subieron por la rampa de Arcanum hacia la autopista y cada vez que pasaba un coche o un camin en la oscuridad. Lobo se acer­caba y aferraba a Jack. ste oy una voz burlona llegar hasta ellos:

—Dnde est vuestro coche, maricones?

Agit la cabeza para olvidar la voz como un perro se agita para quitarse el agua de los ojos y continu andando con la mano de Lobo en la suya y tirando de ella cuando Lobo daba mues­tras de querer rezagarse y adentrarse en el bosque. Lo importante era abandonar la rampa del peaje, donde hacer autostop estaba prohibido, y entrar en el desvo de Arcanum. Algunos estados haban legalizado el autostop en las rampas (as se lo haba dicho un vagabundo con quien Jack comparti un granero una noche), e incluso en los estados en que el autostop era tcnicamente un delito, los polis solan hacer la vista gorda cuando se estaba en una rampa.

As pues, lo primero era llegar a la rampa y esperar que antes no pasara ninguna patrulla estatal. Jack no quera ni pensar en la impresin que Lobo poda causar en un polica. Era probable que lo tomara por una encamacin de los aos ochenta de Charles Manson con gafas a lo John Lennon.

Llegaron a la rampa y cruzaron al carril de direccin oeste. Diez minutos ms tarde se detuvo un viejo y destartalado Chrysler. Su conductor, un hombre corpulento con cuello de toro y una gorra que deca equipamientos agrcolas asentada sobre la coronilla, se inclin y abri la puerta.

—Adentro, muchachos! Una noche desapacible, verdad?

—Gracias, seor, desde luego que lo es —dijo alegremente Jack, mientras su mente trabajaba muy de prisa, intentando pen­sar cmo incluira a Lobo en la historia, razn por la cual no se fij en la expresin de ste.

No obstante, el hombre s que la not.

Su rostro se volvi duro.

—Algo huele mal, hijo?

El tono de voz del hombre, duro como su cara, devolvi a Jack a la realidad. La expresin del conductor ya no era cordial y tena todo el aspecto de haber entrado en el bar Oatley a tomar varias cervezas y algunas copas.

Jack dio media vuelta y mir a Lobo.

Las ventanas de la nariz de Lobo se abran como las de un oso al ventear una mofeta cansada. No slo tena los labios encima de los dientes, sino que estaban arrugados y la carne de debajo de la nariz formaba una serie de pequeos pliegues.

—Qu es... retrasado? —pregunt a Jack en voz baja el hombre de la gorra de equipamientos agrcolas.

—No, bueno, slo es... Lobo empez a gruir. Esto fue demasiado.

—Oh, Dios mo —dijo el hombre en el tono de quien no puede creer lo que est viendo. Pis el acelerador y baj a toda velocidad la rampa de salida mientras la puerta se cerraba por el aire. Sus luces traseras se reflejaron brevemente en la lluviosa oscuridad al pie de la rampa, enviando destellos que parecan flechas rojas hacia el arcn donde ambos se encontraban.

—Vaya, esto es estupendo —exclam Jack, volvindose hacia Lobo, que retrocedi ante su clera—. Estupendo! Si ese tipo tuviera un transmisor de radio, ahora estara llamando al Canal Diecinueve, pidiendo a gritos ayuda policial y diciendo a todo el mundo que un par de chiquillos hacen autostop a la salida de Arcanum! Jason! Oh, Dios mo! Oh, Quienquiera que sea, no me importa! Quieres recibir una maldita paliza. Lobo? Haz esto unas veces ms y la sentirs de veras! La sentiremos! La recibi­remos los dos!

Exhausto, aturdido, frustrado, casi al final de sus fuerzas, Jack avanz en direccin a Lobo, que retroceda aunque hubiese podido arrancarle la cabeza de un solo golpe si hubiera querido.

—No grites, Jack —gimi—. Los olores... estar all dentro... encerrado all dentro con esos olores...

Yo no he olido nada!—grit Jack. Tena la voz entrecortada, le dola la garganta ms que nunca, pero no poda parar; tena que gritar o volverse loco. Los cabellos mojados le tapaban los ojos. Los apart y peg a Lobo en el hombro. Oy un crujido y la mano empez a dolerle inmediatamente. Era como si hubiese golpeado a una piedra. Lobo aull de tristeza y esto encoleriz todava ms a Jack. El hecho de haber mentido tambin acrecen­taba su ira. Esta vez haba estado en los Territorios menos de seis horas, pero el coche de aquel hombre apestaba como la madrigue­ra de un animal salvaje. speros aromas de caf pasado y cerveza fresca (tena entre las piernas una lata abierta de Stroh), un am-bientador colgado del espejo retrovisor que ola a polvos dulzones sobre la mejilla de un cadver. Y algo ms, algo ms oscuro y ms hmedo...

Nada! —grit, con la voz -enronquecida, propinando un golpe al otro hombro de Lobo, que volvi a aullar y se puso de espal­das, encorvndose como un nio a quien pega su padre. Jack empez a pegarle en las espalda, salpicando agua del mono de Lobo con sus manos doloridas. Cada vez que senta la mano de Jack, Lobo aullaba—. As. que ser mejor que te acostumbres (palmada) porque el prximo coche que pase podra pertenecer a un poli (palmada) o ser el BMW verde del seor Morgan Sloat (palmada) y si slo sabes ser un beb grandulln, iremos a parar a un maldito mundo de tortura! (Palmada.) Lo comprendes?

Lobo no contest. Estaba encorvado bajo la lluvia, de espaldas a Jack, temblando. Jack sinti un nudo en la garganta y calor y escozor en los ojos, todo lo cual no hizo ms que aumentar su ira. Una terrible parte de su ser quera sobre todo hacerse dao a s mismo y pegar a Lobo era un excelente modo de lograrlo.

Da la vuelta!

Lobo obedeci. Detrs de las gafas redondas, brotaban lgri­mas de sus turbios ojos castaos y tena mocos en la nariz.

Me has comprendido?

S —gimi Lobo—, s. Lo he comprendido, pero no poda viajar con l, Jack.

—Por qu no? —Jack le mir con furia, plantando los puos sobre las caderas. Oh, cunto le dola la cabeza!

—Porque se estaba muriendo —respondi Lobo en voz baja. Jack se qued mirndole fijamente, mientras su ira se esfu­maba.

—Jack, no lo sabas? —pregunt Lobo—. Lobo! No pudiste olerlo?

No —dijo Jack con una voz dbil como un silbido. Porque haba olido algo, o no? Algo que no haba olido nunca antes. Como una mezcla de...

Cuando se le ocurri, todas sus fuerzas le abandonaron. Se sent pesadamente en la barrera del arcn y mir a Lobo.

Mierda y uvas podridas. A esto se pareca aquel olor. No era exactamente al cien por cien, pero se acercaba de un modo re­pugnante.

Mierda y uvas podridas.

—Es el peor de los olores —dijo Lobo—, cuando las personas se olvidan de cmo estar sanas. Nosotros lo llamamos, Lobo!, el Mal Negro. Ni siquiera creo que l supiera que lo tena. Y... estos Forasteros no pueden olerlo, verdad, Jack?

—No —murmur. Si Lobo fuera teletransportado de repente a New Hampshire, a la habitacin de su madre en el Alhambra, percibira aquel hedor en ella?

S. Lo percibira en su madre, notara el hedor de mierda y uvas podridas saliendo de sus poros, el Mal Negro.

—Nosotros lo llamamos cncer —murmur Jack. Lo llamamos cncer y mi madre lo tiene.

No s si podr hacer autostop —dijo Lobo—. Lo intentar otra vez, si quieres, Jack, pero los olores, ah dentro... ya son bas­tante malos al aire libre pero... Lobo!... dentro...

Entonces fue cuando Jack se tap la cara con las manos y llor, en parte por desesperacin, pero sobre todo por simple agotamiento. Y, s, la expresin que Lobo crey ver en el rostro de Jack apareci efectivamente en l; por un instante, la tenta­cin de abandonar a Lobo fue ms que una tentacin, fue un terrible imperativo. Las probabilidades de que llegara algn da a California y encontrara el Talismn —fuera lo que fuese— ya eran escasas antes, pero ahora haban disminuido hasta quedar reducidas a un punto en el horizonte. Lobo slo hara que retra­sarle y tarde o temprano acabara siendo causa de que los me­tieran a ambos en la crcel. Ms bien temprano. Y cmo podra explicar la existencia de Lobo al Racional Richard Sloat?

Lo que vio Lobo en el rostro de Jack en aquel momento fue una fra especulacin que le dobl las rodillas. Cay de hinojos y levant hacia Jack las dos manos juntas como un pretendiente en un mal melodrama Victoriano.

—No te vayas, dejndome abandonado, Jack —solloz—. No abandones al viejo Lobo, no me dejes aqu, t me has trado aqu, por favor, por favor, no me dejes solo...

Despus de esto ya no profiri ms palabras coherentes; tal vez lo intent, pero lo nico que consigui fue llorar. Jack se sinti invadido por un gran cansancio. Encajaba bien, como una cha­queta muy usada. No me dejes aqu, t me has trado aqu...

Y as era. Lobo era responsabilidad suya, no? S. Claro que s. Le haba cogido de la mano, sacado de los Territorios y trado a Ohio y su hombro dolorido lo probaba. No haba tenido otro remedio, claro; Lobo se ahogaba, y aunque no se hubiera ahogado, Morgan le habra dejado tieso con aquella especie de lanzarrayos, as que poda encararse con l y preguntarle: Qu preferiras, Lobo, viejo camarada? Estar asustado aqu o muerto all?

Poda hacerlo, s, y Lobo no sabra qu contestar porque sus reflejos mentales no eran precisamente rpidos. Sin embargo, a to Tommy le gustaba citar un proverbio chino que deca: El hombre a quien salvas la vida es responsabilidad tuya para el resto de tu vida.

Y lo mirara como lo mirase y se pusiera como se pusiese. Lobo era su responsabilidad.

—No me abandones, Jack —solloz Lobo—. Lobo, Lobo! Por favor, no abandones al bueno y viejo de Lobo, te ayudar, te velar por las noches, puedo hacer muchas cosas, pero no... me...

—Deja de lloriquear y levntate —dijo Jack en voz baja—. No te voy a abandonar. Pero tenemos que irnos de aqu por si aquel tipo enva a un poli a detenernos. En marcha.

5

—Has pensado en lo que haremos, Jack? —pregunt con timidez Lobo. Haca ms de media hora que estaban sentados en la zanja llena de malas hierbas del trmino municipal de Muncie y cuando Jack se volvi hacia Lobo, ste se tranquiliz al verle sonrer. Era una sonrisa cansada y a Lobo no le gustaban las ojeras oscuras de Jack (y an menos el olor de Jack, porque era un olor de en­fermo), pero era una sonrisa.

—Creo que tenemos delante de los ojos lo que debemos hacer

—contest Jack—. Se me ocurri hacia unos das, cuando me compr las zapatillas.

Arque los pies. l y Lobo miraron las zapatillas en un silencio deprimido. Estaban peladas, rotas y sucias. La suela izquierda se haba despegado. Jack las tena desde... Arrug la frente y pens. La fiebre le dificultaba mucho pensar. Tres das. Slo haca tres das que las haba elegido de entre los pares rebajados de los almacenes Fayva. Ahora se vean viejas. Muy viejas.

—Bueno, en fin... —suspir y en seguida, animndose—; Ves aquel edificio de all, Lobo?

El edificio, una explosin de ngulos mediocres en ladrillo gris, se levantaba como una isla en medio de una gigantesca rea de aparcamiento. Lobo saba qu olor despedira el asfalto de aquel rea: a animales muertos y en descomposicin, un olor que casi le asfixiara y Jack no se dara apenas cuenta.

—Para tu informacin, aquel letrero dice Sixplex Suburbano —explic Jack—. Suena a cafetera, pero de hecho es un cine con seis salas. Alguna de las seis pelculas tiene que gustarnos. —V por la tarde no habr mucha gente y esto es bueno porque tienes esta molesta costumbre de convertirte en un miembro de la Sec­cin Ocho. Lobo—, Vamos. —Se levant con piernas vacilantes.

—Qu es una pelcula, Jack? —inquiri Lobo. Saba que haba sido un terrible problema para Jack, un problema tan grande que ahora procuraba no protestar por nada, ni siquiera expresar intranquilidad. Sin embargo, ahora se le ocurri algo alarmante:

que ir al cine pudiera ser lo mismo que hacer autostop. Jack lla­maba coches a los ruidosos carros y carruajes, y tambin Chevys, Jartrans y rubias (estas ltimas, pens Lobo, deban ser como las diligencias de los Territorios, que llevaban pasajeros de una posta a otra). Podan llamarse tambin cines aquellos hediondos y ruidosos carruajes? Era muy posible.

—Bueno —contest Jack—, es ms fcil ensertelo que descri­brtelo. Creo que te gustar. Vamos.

Jack sali tambalendose de la zanja y cay de rodillas.

—Jack, ests bien? —pregunt Lobo con ansiedad. Jack asinti. Se dispusieron a cruzar el rea de aparcamiento, que ola tan mal como Lobo haba presentido.

6

Jack haba recorrido gran parte de los cincuenta y cinco kilme­tros que separan Arcanum, Ohio, de Muncie, Indiana, sobre la espalda de Lobo. ste tena miedo de los coches, le aterraban los camiones y le daban nuseas casi todos los olores, aullaba con fa­cilidad y echaba a correr al or cualquier ruido repentino, pero era casi incansable. En realidad, se puede tachar el casi —pens ahora Jack—. Por lo visto, es incansable.

Jack haba procurado alejarse de la rampa de Arcanum lo ms rpidamente posible y se esforz para correr a un trote ligero con sus piernas mojadas y doloridas. La cabeza le lata como si tuvie­ra dentro del crneo un puo que se abriera y cerrara y le inva­dan oleadas de calor y de fro. Lobo le segua sin esfuerzo a su izquierda, con unos pasos tan largos que no necesitaba correr para mantenerse a su lado. Jack saba que su miedo a los polis era un poco histrico, pero el hombre de la gorra de equipamien­tos agrcolas pareca realmente asustado. Y furioso.

No haban recorrido ni trescientos metros cuando empez a sentir una profunda y aguda punzada en el costado y pidi a Lobo que le llevara a cuestas un rato.

—Cmo? —pregunt Lobo.

—Ya sabes —dijo Jack, explicndolo por seas. Una gran sonrisa distendi la cara de Lobo. Esto era por fin algo que entenda, algo que poda hacer.

—Quieres que te lleve a caballo\ —exclam, muy contento.

—S, creo que s...

—Pues claro! Lobo! Aqu y ahora! Sola hacerlo con mis hermanos de carnada! Salta, Jack! —Lobo se agach, juntando las manos para formar un estribo para Jack.

—Escucha, cuando te pese demasiado, me ba... Antes de que pudiera terminar. Lobo ya haba cargado con l y corra por la carretera en la oscuridad... realmente, corra. El aire fro y hmedo apartaba los cabellos de la frente febril de Jack.

—Lobo, te cansars! —grit.

—Yo no! Lobo! Lobo! Corriendo aqu y ahora! —Por prime­ra vez desde que haban saltado, Lobo pareca feliz. Corri du­rante dos horas, hasta que estuvieron bien al oeste de Arcanum, por una carretera alquitranada de dos carriles, oscura y sin se­ales. Jack vio un granero desierto en un campo agreste y des­cuidado y pernoctaron all.

Lobo no quera ni acercarse a las zonas comerciales donde el trfico flua en un fragor continuo y los hedores se propagaban en una nube malsana, Y Jack tampoco quera meterse en ellas;

Lobo llamaba demasiado la atencin. Sin embargo, le oblig a parar ante una tienda de la carretera, a pocos metros de la fron­tera de Indiana, cerca de Harrisville. Mientras Lobo esperaba ner­viosamente al borde de la carretera, en cuclillas, escarbando en la tierra, levantndose, andando en un pequeo y montono crculo y ponindose de nuevo en cuclillas, Jack compr un peridico y repas con cuidado la pgina del tiempo. La prxima luna llena sera el 31 de octubre, la vspera de Todos los Santos, fecha muy adecuada, por cierto Jack mir tambin la primera plana para saber qu da era hoy, que ahora ya era ayer... 26 de octubre.

7

Jack abri una de las puertas de Cristal y entr en el vestbulo del cine Sixplex. Se volvi para observar a Lobo, pero ste pareca —por lo menos de momento— bastante tranquilo. De hecho, Lobo se senta relativamente optimista... de momento. No le gustaba estar en el interior de un edificio, pero al menos no se trataba de un coche. Aqu dentro reinaba un olor agradable... ligero y algo sabroso, aunque lo habra sido ms de no tener un punto amargo y casi rancio. Lobo mir a su izquierda y vio una alacena de cristal llena de golosinas blancas. De all proceda el buen olor.

—Jack —murmur.

—Qu?

—Quiero algunas de esas cosas blancas, por favor, pero sin el pip.

—Pip? De qu me hablas?

Lobo busc una palabra ms formal y la encontr: Orina. Seal una mquina en cuyo interior se encenda y apagaba una luz. El letrero deca: sabor a mantequilla.

—Eso es una especie de orina, verdad? Tiene que serlo, huele a orina.

Jack sonri con condescendencia.

—Una palomita de maz sin mantequilla, de acuerdo —con­test—. Ahora cierra la boca, quieres?

—Claro, Jack —respondi con humildad Lobo—. Aqu y ahora. La taquillera masticaba un gran pedazo de chicle hinchable con sabor a uva. Se qued inmvil al ver a Jack y a su encorvado y corpulento compaero. La goma de mascar, adherida a la lengua, pareca un gran tumor morado. Mir con los ojos en blanco al tipo que estaba tras el mostrador de las golosinas.

—Dos, por favor —dijo Jack, sacando el fajo de billetes sucios, de bordes doblados, entre los que se esconda uno solo de cinco dlares.

—Para qu pelcula? —Sus ojos se pasearon del uno al otro, de Jack a Lobo y de ste a Jack. Pareca una espectadora de un partido de ping-pong.

—Qu pelcula empieza ahora? —le pregunt Jack.

—Pues... —La chica baj la vista para mirar la hoja sujeta con plstico transparente—. En la Sala 4, El dragn volador, que es una pelcula de kung-fu con Chuck Norris. —De nuevo pase los ojos de uno a otro—. Luego, en la Sala 6, hacen dos pelculas, dos dibujos de Ralph Bakshi: Los Brujos y El seor de los anillos.

Jack se sinti aliviado. Lobo no era ms que un nio grande y a los nios les encantaban los dibujos. Esta idea podra resultar. Era posible que Lobo encontrara por lo menos una cosa divertida en el Pas de los Malos Olores y l podra dormir durante tres horas.

—sta —dijo—. Los dibujos.

—Son cuatro dlares —dijo ella—. Los precios matinales reba­jados se terminan a las dos. —Apret un botn y salieron dos entradas por una ranura con un ruido mecnico de chatarra. Lobo retrocedi con un pequeo grito.

La chica le mir con las cejas arqueadas.

—Est nervioso, seor?

—No, soy Lobo —contest Lobo, sonriendo y enseando dema­siados dientes. Jack podra haber jurado que Lobo enseaba ms dientes ahora cuando sonrea que uno o dos das antes. La chica se qued mirndolos, humedecindose los labios.

—Est bien, slo que... —Jack se encogi de hombros—. No sale mucho de la granja, sabe? —Le alarg su nico billete de cinco dlares y ella lo cogi como si deseara hacerlo con un par de pinzas.

—Vamos, Lobo.

Cuando se volvieron hacia el puesto de golosinas y mientras Jack se guardaba el billete de vuelta en el bolsillo de sus mu­grientos vaqueros, la taquillera dijo por seas al vendedor: Fjate en su nariz!

Jack mir a Lobo y vio que las ventanas de su nariz se movan rtmicamente.

—Deja de hacer eso —susurr.

—Hacer qu, Jack?

—Eso con la nariz.

—Oh, lo intentar, Jack, pero...

—Shhh.

—Puedo ayudarte, hijo? —pregunt el vendedor.

—S, por favor. Chicle de menta, caramelos y una papelina grande de palomitas de maz sin la grasa.

El vendedor puso las tres cosas sobre el cristal. Lobo cogi la papelina de palomitas con ambas manos e inmediatamente co­menz a meterse grandes puados en la boca.

El vendedor le mir en silencio.

—No. sale mucho de la granja —repiti Jack, pensando si estos dos habran visto ya las suficientes cosas extraas para llamar a la polica. Pens, no por primera vez, que haba una verdadera irona en todo esto. Era probable que en Nueva York o Los An­geles nadie se hubiera vuelto a mirar dos veces a Lobo, y tres, absolutamente nadie. Al parecer, el nivel de tolerancia de lo anor­mal era mucho ms bajo en el centro del pas. Claro que Lobo habra echado a correr en cuanto hubiese llegado a Nueva York o Los Angeles.

—Ya lo veo —coment el vendedor—. Son dos ochenta.

Jack pag con un respingo interno al darse cuenta de que haba gastado la cuarta parte de su fortuna para pasar una tarde en el cine.

Lobo sonrea al vendedor mientras masticaba un puado de palomitas y Jack la reconoci como la Sonrisa Amistosa A + 1 de Lobo, pero dudaba de que el vendedor la viera as. Se vean de­masiados dientes... como si tuviera cientos de ellos.

Al diablo, que llamen a la plida si eso es lo que quieren —pens con un cansancio que tena ms de adulto que de nio—. No pueden retrasamos ms de lo que ya nos hemos retrasado. No quiere subir a los nuevos coches porque no resiste el olor de la reaccin cataltica y tampoco a los viejos porque huelen a gases quemados, sudor, gasolina y cerveza y es probable que no pueda viajar en ninguna clase de coche porque sufre una maldita claus­trofobia. Confiesa la verdad, Jack-O, aunque slo sea a ti mismo. Te engaas dicindote que se acostumbrar muy pronto, porque quiz no lo haga nunca. Y entonces, qu haremos? Cruzar Indiana a pie, supongo. Rectifico: Lobo cruzar Indiana a pie. Yo la cru­zar sobre sus hombros. Pero antes voy a meterle en este maldito cine y dormir hasta que las dos pelculas hayan terminado o hasta que lleguen los polis. Y ste es el final de mi historia, si, seor.

Bueno, que se diviertan —dijo el vendedor.

—Seguro que s —replic Jack, alejndose, y casi en seguida se dio cuenta de que Lobo no le segua. Se hallaba mirando algo situado sobre la cabeza del vendedor con una expresin de arro­bamiento casi supersticioso. Jack levant la vista y vio que anunciaba la reposicin de Encuentros ntimos de Steven Spiel-berg, en una pantalla flotando en el aire de los convectores.

—Vamos, Lobo —dijo.

8

Lobo supo que el asunto no funcionara en cuanto hubieron pasa­do el umbral. La sala era pequea, hmeda y oscura. Los olores eran terri­bles. Un poeta que oliese lo que Lobo oli en aquel momento podra haberlo llamado el hedor de los sueos agrios. Lobo no era poeta, slo saba que predominaba el olor de las palomitas de orina y sinti inmediatamente ganar de vomitar.

Entonces las luces se debilitaron an ms, convirtiendo la sala en una cueva.

—Jack —gimi, aferrndose al brazo del muchacho—, Jack, tendramos que salir de aqu, de acuerdo?

—Te gustar. Lobo —murmur Jack, consciente del malestar de Lobo pero no de su magnitud. Despus de todo. Lobo siempre estaba acongojado por algo. En este mundo, la palabra congoja le defina—. Ya lo vers.

—Est bien —dijo Lobo y Jack oy el asentimiento pero no el dbil temblor cuyo significado era que Lobo se aferraba con ambas manos al ltimo baluarte de su autodominio. Se sentaron y Lobo ocup el asiento de pasillo, con las piernas dobladas de manera incmoda y con la. papelina de palomitas de maz (que ya no le apetecan) apretada contra su pecho.

Delante de ellos ardi la llama amarilla de una cerilla. Jack oli el picante humo de la marihuana, tan familiar en el cine que se olvidaba en cuanto se haba identificado. Lobo oli a un incendio forestal.

—Jack...!

—Shhh, que empieza la pelcula.

Y me estoy durmiendo.

Jack no sabra nunca nada del herosmo de Lobo en los pr­ximos minutos. No siquiera Lobo era consciente de l, slo saba que deba tratar de resistir esta pesadilla por amor a Jack. Debe ir todo bien —pens—; mira, Lobo, Jack est a punto de dormirse, de quedarse dormido aqu y ahora. Y sabes muy bien que Jack no te llevara a un Sitio Peligroso, as que resiste... limtate a esperar... Lobo!... todo ir bien.

Pero Lobo era un ser cclico y su ciclo se estaba acercando al punto culminante del mes. Sus instintos se haban refinado de una manera exquisita, casi perfecta. Su mente racional le deca que estara muy bien aqu dentro, que Jack no le habra trado de no ser as. Pero era como un hombre a quien le pica la nariz y se dice a s mismo que no debe estornudar en la iglesia porque es una descortesa.

Sentado en aquella cueva oscura y apestosa, oliendo a incen­dio forestal y estremecindose cada vez que una sombra bajaba por el pasillo, esperaba de un momento a otro que alguien le atacara en la penumbra. Y entonces se abri una ventana mgica en la entrada de la cueva y se qued mirando, envuelto en el hedor de su propio terror, con los ojos muy abiertos y una expresin de pavor en el rostro, cmo chocaban y,volcaban unos coches, cmo ardan unos edificios y cmo se perseguan unos hombres.

—Avances... —murmur Jack—. Ya te he dicho que te gus­tara...

Haba voces. Una deca no fumar y otra no ensuciar el suelo. Una deca precios especiales a grupos y otra precios rebajados todos los das hasta las cuatro.

—Lobo, nos han timado —murmur Jack. Empez a decir algo ms pero se convirti en un ronquido.

Una voz final aadi yahoranuestrapelculaprincipal y fue en­tonces cuando Lobo perdi el control. El seor de los anillos de Bakshi estaba en sonido Dolby y el operador tena rdenes de dar mucho volumen por las tardes, porque era cuando venan los jefes y a los jefes les gustaba el sonido Dolby muy alto.

Se oy un chirrido discordante, un estruendo de latn. La ven­tana mgica volvi a abrirse y ahora Lobo pudo ver el incendio:

llamaradas anaranjadas y rojas.

Aull y se levant, estirando a Jack, que estaba ms dormido que despierto.

—Jack! —grit—. Salgamos de aqu! Hemos de salir! Lobo! Ves el fuego? Lobo! Lobo!

Que se siente se de delante! —grit alguien.

—Cllate, estpido! —chill otro.

La puerta del fondo de la Sala 6 se abri.

—Qu pasa aqu?

—Lobo, cllate! —silb Jack—. Por el amor de Dios...

—AUUUUUUUUU-0000000000000000000! —aull Lobo. Una mujer ech una buena ojeada a Lobo cuando la luz blanca del vestbulo le ilumin. Profiri un grito y sac a su nio peque­o estirndole por el brazo. Le arrastr literalmente; el nio se haba cado de rodillas y se deslizaba por la alfombra sembrada de palomitas del pasillo central. Haba perdido una zapatilla.

—AUUUUUUUUUUUUUUU-OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO jjOOOOOOOO!

El fumador de marihuana, sentado tres filas ms abajo, se vol­vi y les mir con vago inters. Sostena una colilla encendida en una mano y haca servir la otra de pantalla para su oreja.

—De... lejos —pronunci—. Los malditos hombres lobos de Londres atacan de nuevo, verdad?

—Est bien —dijo Jack—, est bien, ya nos vamos. No hay ningn problema. Pero... pero no hagas esto otra vez, quieres? Quieres?

Condujo a Lobo hacia fuera. El cansancio haba vuelto a ense­orearse de l.

La luz del vestbulo le deslumbr, pinchndole los ojos. La mujer que se haba llevado a rastras al nio estaba en un rincn abrazada a su hijo. Cuando vio a Jack salir con el todava au­llante Lobo por las puertas dobles de la Sala 6, cogi al nio y huy corriendo.

El vendedor, la taquillera, el operador de la cabina y un hom­bre alto embutido en un abrigo deportivo, que pareca un corre-,dor de apuestas, formaban un apretado grupo. Jack supuso que el tipo del abrigo a cuadros y zapatos blancos era el director.

Las puertas de las otras salas de la colmena se abrieron un poco y unas caras se asomaron en la oscuridad para ver qu ocurra. Jack pens que parecan tejones asomados a sus ma­drigueras.

—Fuera! —orden el hombre del abrigo a cuadros—: Fuera! Ya he llamado a la polica y estar aqu dentro de cinco minutos. Y un cuerno que has llamado —pens Jack, sintiendo un rayo de esperanza—. No has tenido tiempo. Y si huimos inmediata­mente, es posible, slo posible, que no te molestes en hacerlo.

Ya nos vamos —dijo—. Escuche, lo siento. Es que... mi her­mano mayor es epilptico y acaba de tener un ataque. Nos hemos olvidado... de su medicina.

Al or la palabra epilptico, la taquillera y el vendedor retro­cedieron. Era como si Jack hubiese nombrado la lepra.

—Vamos, Lobo.

Vio al director bajar la vista y fruncir los labios con repug-nancia. Jack sigui su mirada y vio una amplia mancha oscura en la parte delantera del mono con pechera de Lobo. 1 mismo tambin se haba mojado.

Lobo se dio cuenta y aunque muchas cosas del mundo de Jack eran extraas para l, conoca por lo visto muy bien el significado de aquella mirada de desprecio porque prorrumpi en estentreos sollozos de desconsuelo.

Jack, lo siento, Lobo lo siente MUCHO!

Scalo de aqu —dijo con desdn el director, dando media vuelta.

Jack puso un brazo alrededor de Lobo y le condujo hacia la puerta.

—Vamos, Lobo —dijo en voz baja, con autntica ternura. Nunca haba sentido tanto cario por Lobo como en este momento—. Vamos, ha sido culpa ma, no tuya. Vamonos.

—Lo siento —dijo Lobo, llorando sin parar—. Soy un desastre, maldita sea, un desastre.

—Eres muy til —asegur Jack—. Vamonos.

Empuj la puerta y salieron al suave calor de finales de oc­tubre.

La mujer y el nio estaban a unos veinte metros de distancia, pero cuando vio a Jack y a Lobo, retrocedi hasta su coche con el nio delante de ella, como un gngster acorralado con un rehn.

—No le dejes acercarse a m! —chill—. No dejes que ese monstruo se acerque a mi nio! Me oyes? No le dejes acercarse a mi!

Jack pens que deba decir algo para tranquilizarla, pero no se le ocurri nada. Estaba demasiado cansado.

l y Lobo se alejaron, cruzando el rea de aparcamiento en diagonal. A medio camino, Jack se tambale y el mundo se difu-min unos instantes.

Fue vagamente consciente de que Lobo le coga en brazos y le llevaba a cuestas, como a un beb. Tambin crey advertir que Lobo lloraba.

—Jack, lo siento tanto, por favor, no odies a Lobo, puedo ser el bueno y viejo Lobo, espera y vers...

—No te odio —contest Jack—, s que eres... s que eres el bueno y viejo...

Pero se qued dormido antes de terminar. Cuando se despert, era de noche y ya haban dejado atrs la ciudad de Muncie. Lobo se haba apartado de las carreteras principales y metido en un la­berinto de caminos comarcales y sendas. Totalmente orientado a pesar de la ausencia de seales y la multitud de encrucijadas, haba continuado en direccin oeste con el instinto infalible de un ave migratoria.

Aquella noche durmieron en una casa vaca al norte de Cam-mack y por la maana Jack tuvo la impresin de que su fiebre haba remitido un poco.

A media maana —a media maana del 28 de octubre—, Jack se dio cuenta de que en las palmas de Lobo haba vuelto a crecer el pelo.

captulo 19

JACK EN EL COBERTIZO

1

Aquella noche acamparon en las ruinas de una casa incendiada, a un lado de la cual haba un extenso campo y al otro un bos-quecillo. En el extremo del campo se levantaba una granja, pero Jack pens que l y Lobo estaran ms seguros si permanecan quietos dentro de la casa. Al anochecer. Lobo fue al bosque; ca­minaba despacio, con la cara muy cerca del suelo. Hasta que de­sapareci de su vista, Jack pens que Lobo pareca un hombre miope buscando las gafas que se le haban cado. Estuvo muy nervioso (con visiones de Lobo atrapado en una trampa de acero, mordindose la pata con expresin sombra pero sin aullar...) hasta que Lobo regres, casi erguido esta vez, cargado con unas plantas cuyas races pendan de sus dos puos.

—Qu llevas ah. Lobo? —inquiri Jack.

—Medicinas —dijo Lobo con laconismo—, pero no son muy buenas, Jack. Lobo! Nada es muy bueno en tu mundo!

—Medicinas? Qu quieres decir?

Pero Lobo se neg a dar ms explicaciones. Extrajo dos cerillas de madera del bolsillo de la pechera, encendi un fuego sin humo y pidi a Jack que buscara una lata. Jack encontr una lata de cerveza en la zanja; Lobo la oli y arrug la nariz.

—Ms malos olores. Necesito agua, Jack, agua limpia. Ir yo a buscarla si t ests demasiado cansado.

—Lobo, quiero saber qu te propones.

—Ir yo —dijo Lobo—. Hay una granja al otro lado del campo. Lobo! All tendrn agua. T descansa.

Jack se imagin a la esposa del granjero mirando por la ven­tana de la cocina mientras lavaba los platos de la cena y viendo a Lobo merodear por su patio con una lata de cerveza en una mano peluda y un manojo de hierbas y races en la otra.

—No, ir yo —dijo.

La granja estaba a unos ciento cincuenta metros de donde haban acampado; las luces clidas y amarillentas se vean con claridad a travs del campo. Jack fue hasta all, llen sin inci­dentes la lata de cerveza bajo el grifo del cobertizo y dio media vuelta. Cuando haba recorrido la mitad del camino se dio cuenta de que poda ver su sombra y mir hacia el cielo.

La luna, ya casi llena, asomaba por el horizonte del este.

Preocupado, Jack volvi al lado de Lobo y le dio la lata de agua. Lobo olfate, hizo una mueca, pero no dijo nada. Puso la lata sobre el fuego y empez a meter por la abertura trochos desme­nuzados de las plantas. A los cinco minutos, ms o menos, un vapor maloliente se elev en el aire, mejor dicho, un hedor es­pantoso. Jack arrug la nariz. No le caba la menor duda de que el brebaje lo matara. Seguramente de un modo lento y horrible.

Cerr los ojos y empez a roncar ruidosa y teatralmente. Si Lobo crea que estaba dormido, no le despertara. Nadie desper­taba a los enfermos, verdad? Y Jack estaba enfermo; la fiebre le haba vuelto al anochecer y ahora todo su cuerpo arda y de vez en cuando tena escalofros, a pesar de que sudaba por todos sus poros.

Mirando a travs de las pestaas, vio a Lobo apartar la lata del fuego para que se enfriara. Entonces se recost y mir hacia arriba, con las manos peludas abrazando sus rodillas y la cara soadora y, en cierto modo, hermosa.

Est mirando la luna, pens Jack con un principio de temor.

No nos acercamos al rebao durante la transformacin. Por Jason, no! Nos los comeramos!

Lobo, dime una cosa: soy yo el rebao ahora?

Jack se estremeci.

Cinco minutos despus —Jack casi se haba dormido de ver­dad para entonces— Lobo se inclin sobre la lata, olfate, asinti, la cogi en sus manos y se acerc a donde Jack se apoyaba contra una viga ennegrecida por el fuego, con una camisa detrs de la cabeza a guisa de almohada. Jack cerr con fuerza los ojos y reanud los ronquidos.

—Vamos, Jack —reprendi jovialmente Lobo—, s que ests despierto. No puedes engaar a Lobo.

Jack abri los ojos y mir a Lobo con cierto resentimiento.

—Cmo lo sabas?

—La gente huele a despierto y a dormido --explic Lobo—. Incluso los Forasteros deben saber esto, o no?

—Me parece que no lo sabemos —contest Jack.

—De todos modos, has de beber esta medicina. Tmatela de un sorbo, Jack, aqu y ahora.

—No la necesito —dijo Jack. El olor que despeda la lata era mohoso y rancio.

—Jack —insisti Lobo—, tambin hueles a enfermo. Jack le mir sin decir nada.

—S —repiti Lobo—, y ests empeorando. No es grave, pero, Lobo!, lo ser si no tomas una medicina.

—Lobo, apuesto algo a que eres estupendo en eso de olfatear hierbas y otras cosas en los Territorios, pero se es el Pas de los Malos Olores, recuerdas? Es probable que aqu hayas me­tido ambrosa y zumaque venenoso y vicia amarga y...

—Son cosas buenas —interrumpi Lobo—, slo que poco fuer­tes, malditas sean. —Lobo adopt una expresin melanclica—. No todo huele mal aqu, Jack; tambin hay buenos olores, aunque son como las plantas medicinales: dbiles. Creo que en otro tiem­po fueron fuertes.

Lobo mir otra vez la luna con ojos soadores y Jack volvi

a sentirse intranquilo.

—Apuesto algo a que este lugar fue bueno en otros tiempos —dijo—. Limpio y lleno de fuerza...

—Lobo —interrumpi Jack en voz baja—, Lobo, te ha crecido de nuevo el pelo de las palmas.

Lobo dio un respingo y mir a Jack. Por un instante —pudo ser su imaginacin febril y, en todo caso, slo dur un instante—, Lobo mir a Jack con un hambre clara y vida. En seguida se sacudi, como para ahuyentar una pesadilla.

—S —contest—, pero no quiero hablar de esto ni quiero que t lo menciones. No importa, todava no. Lobo! Bebe de una vez la medicina, Jack; es todo lo que tienes que hacer.

Era evidente que Lobo no aceptara una negativa; si Jack no tomaba la medicina, Lobo creera su deber abrirle las mandbulas y vertrsela en la boca.

—Recuerda que si me mata, t te quedars solo —dijo som­bramente Jack, cogiendo la lata, que an estaba caliente.

Una expresin de terrible congoja apareci en el rostro de Lobo, que empuj hacia arriba sus gafas redondas.

—No quiero hacerte dao, Jack; Lobo nunca quiere hacer dao a Jack. —La expresin era tan franca y estaba tan llena de an­gustia, que habra resultado ridicula de no ser por su evidente sin­ceridad.

Jack cedi y bebi el contenido de la lata; no poda resistir aquella mirada de ansiedad ofendida. El sabor era tan horrible como haba imaginado... y por un momento, no oscil el mundo? No oscil como si l estuviera a punto de saltar a. los Territorios?

Lobo! —grit—. Lobo, cgeme la mano! Lobo obedeci, ansioso y excitado a la vez.

—Jack! Jacky! Qu ocurre?

El sabor de la medicina empez a desaparecer de su boca y al mismo tiempo sinti en el estmago un calor agradable, la clase de calor que le proporcionaba un sorbo de coac en las pocas oca­siones en que su madre le haba permitido beberlo. Y el mundo volvi a recuperar su solidez. Quiz aquella breve oscilacin slo haba sido imaginaria... aunque Jack no lo crea.

Casi nos hemos ido. Durante un momento nos hemos acercado mucho. Quiz pueda hacerlo sin el zumo mgico... Quiz si!

— Jack! Qu pasa?

—Estoy mejor —respondi, sonriendo con un esfuerzo—. Me siento mejor, esto es todo. —'Y descubri que era cierto.

—Tambin hueles mejor —dijo con alegra Lobo—. Lobo! Lobo!

2

Continu mejorando al da siguiente, pero estaba dbil. Lobo le llev a caballo y avanzaron un poco hacia el oeste. Al atardecer empezaron a buscar un sitio donde pasar la noche. Jack vislumbr un cobertizo de madera en un barranco pequeo y sucio, lleno de basura y neumticos viejos. Lobo asinti sin hablar apenas. Haba estado callado y de mal talante durante todo el da.

Jack concilio el sueo casi inmediatamente y se despert al­rededor de las once porque necesitaba orinar. Mir a su lado y vio que el lugar de Lobo estaba vaco. Pens que habra ido a buscar hierbas para suministrarle el equivalente de una inyeccin de vitaminas. Arrug la nariz, pero si Lobo quera darle a beber ms brebaje, lo bebera. No caba duda de que su estado haba mejorado mucho.

Rode el cobertizo, un muchacho esbelto y erguido, con pan­talones cortos, zapatillas sin cordones y camisa abierta. Orin durante largo rato, mirando al cielo. Era una de aquellas noches engaadoras no muy infrecuentes en el medio oeste en octubre y principios de noviembre, poco antes de que el invierno se presente con una embestida intensa y cruel. Haca un calor casi tropical y la brisa suave era como una caricia.

Sobre su cabeza flotaba la luna, blanca, redonda y bella, que proyectaba un resplandor claro y a la vez fantasmagrico sobre todas las cosas, iluminando y oscureciendo simultneamente el paisaje. Jack la mir con fijeza, consciente de que estaba casi hipnotizado y sin que ello le importara mucho.

No nos acercamos al rebao durante la transformacin. Por Jason, no!

Soy yo el rebao ahora. Lobo?

La luna tena- una cara. Jack vio sin sorpresa que era la cara de Lobo... pero sin ser franca y abierta y un poco sorprendida, llena de bondad y sencillez. Esta cara era estrecha, ah, s, y os­cura; oscura por el pelo, pero el pelo no importaba. 'Era oscura por la determinacin.

No nos acercamos, nos los comeramos, los comeramos, los comeramos, Jack, cuando nos transformamos los...

La cara de la luna, un claroscuro tallado en hueso, era la cara de un animal con las fauces abiertas y la cabeza inclinada en aquel momento final que antecede al salto, enseando todos los dientes.

Los comeramos, los mataramos, los mataramos, mataramos, MATARAMOS, MATARAMOS.

Un dedo toc el hombro de Jack y resbal despacio hasta su cintura.

Jack estaba de pie con el pene en la mano, el prepucio entre el ndice y el pulgar, contemplando la luna. Ahora brot de l un nuevo y abundante chorro de orina.

—Te he asustado —dijo Lobo detrs de l—. Lo siento, Jack. Que Dios me maldiga.

Sin embargo, durante un instante Jack no crey que Lobo lo sintiera.

Durante un instante le pareci que Lobo sonrea.

Y tuvo de repente la seguridad de que iba a ser devorado.

Una casa de ladrillo? —pens con incoherencia—. Ni siquiera tengo una casa de paja donde refugiarme.

Ahora lleg el miedo, un terror seco en las venas, ms ca­liente que la fiebre ms alta.

Quin teme al Lobo feroz, al Lobo feroz, al Lobo feroz...?

— Jack!

Yo, Dios mo, yo temo al Lobo feroz...

Se volvi con lentitud.

La cara de Lobo, que slo estaba cubierta de un ligero vello cuando los dos se haban acostado en el cobertizo, luca ahora una poblada barba que empezaba ms arriba de los pmulos, dando la impresin de juntarse con los cabellos de las sienes. En sus ojos brillaba una luz anaranjada.

—Lobo, te encuentras bien? —pregunt Jack en un murmullo ronco y entrecortado. No poda hablar ms alto.

—S —respondi Lobo—. He estado corriendo con la luna. Es hermosa. He corrido y corrido... mucho. Pero estoy bien, Jack.

—'Lobo sonri para demostrar que se encontraba bien, enseando dos hileras de colmillos gigantes. Jack retrocedi, mudo por el terror. Era como mirar al interior de la boca del Alien de las pelculas.

Lobo vio su expresin y la congoja se reflej en sus facciones cada vez ms toscas y marcadas. Pero por debajo de la congoja

—y no muy por debajo— haba algo ms, algo que brincaba, sonrea y enseaba los dientes. Algo que perseguira a su presa hasta que sta sangrara por el hocico en su terror, hasta que gimiera y suplicara. Algo que reira mientras despedazara a la vociferante presa.

Algo que reira aunque la presa fuera l.

En especial si era l.

—Jack, lo siento —dijo Lobo—. La hora... se acerca. Tendremos que hacer algo... Maana. Tendremos que... tendremos que...

—Mir hacia arriba y la expresin hipnotizada distendi su rostro mientras lo levantaba hacia el cielo.

Levant la cabeza y aull.

Y Jack crey or —muy dbilmente— al Lobo de la luna aullar como respuesta.

El horror le invadi, silencioso y total. Ya no durmi ms aquella noche.

3

Al da siguiente, Lobo estaba mejor. Por lo menos, un poco mejor, pero enfermo por la tensin. Mientras intentaba explicar a Jack lo que deban hacer —del mejor modo posible para l—, un reactor vol sobre sus cabezas. Lobo se levant de un salto, sali afuera y aull al aparato, agitando los puos hacia el cielo. Sus pies pelu­dos volvan a estar descalzos. Se haban hinchado, rompiendo los mocasines baratos.

Intent explicar a Jack lo que deban hacer, pero slo poda guiarse por antiguos cuentos y rumores. Saba cmo era e] cambio en su propio mundo, pero intua que poda ser mucho peor —ms potente y ms peligroso— en el pas de los Forasteros. Y ahora la sinti, sinti aquella potencia dentro de s y tuvo la seguridad de que esta noche, cuando la luna saliera, se enseoreara de l.

Repiti una y otra vez que no quera hacer dao a Jack, que prefera matarse que causar dao a Jack.

4

Daleville era la ciudad pequea ms prxima. Jack lleg poco despus de que el reloj de la audiencia diera las doce del medioda y entr en la ferretera Bueno y Barato con una mano en el bol­sillo donde tenia su disminuido fajo de billetes.

—Qu deseas, hijo?

—Quiero comprar un candado, seor —contest Jack.

—'Entonces, ven por aqu y les echaremos una mirada. Tenemos Yale, Mosler y Lok-Tite, el que ms te guste. Qu clase de can­dado necesitas?

—Uno grande —dijo Jack, mirando al empleado con sus ojos sombreados, un poco inquietantes. Su rostro estaba demacrado, pero segua convenciendo con su extraa belleza.

—Uno grande —repiti el dependiente—. Y para qu lo quie­res, si puedo preguntarlo?

—Para mi perro —contest Jack con voz firme. Una historia. Siempre queran una historia. Se haba inventado sta mientras vena del cobertizo donde haban pasado las dos ltimas noches—. Lo necesito para mi perro. Tengo que encerrarte porque muerde.

5

El candado que eligi le cost diez dlares, por lo que sali con slo diez dlares en el bolsillo. Le dola gastar tanto y casi se haba decidido por uno ms barato... pero entonces record el aspecto de Lobo la noche anterior, mientras aullaba a la luna con un resplandor anaranjado en los ojos.

Pag los diez dlares.

Ense el pulgar a todos los coches que pasaron para volver al cobertizo, pero ninguno hizo caso, naturalmente; quiz pareca demasiado excitado, demasiado frentico. No caba duda de que as se senta: excitado y frentico. El peridico que el dependiente de la ferretera le haba dejado hojear prometa que el sol se pondra exactamente a la seis de la tarde. La salida de la luna no se mencionaba, pero Jack calcul que no sera ms tarde de las siete. Ya era la una y no tena idea de dnde hara pasar la noche a Lobo.

Tienes que encerrarme, Jack —haba dicho Lobo—, tienes que encerrarme bien, porque si salgo har dao a todo cuanto encuen­tre en mi camino y se deje coger. Incluso a ti, Jack, incluso a t, de modo que debes encerrarme y no permitir que salga, haga lo que haga y diga lo que diga. Tres das, Jack, hasta que la luna empiece a adelgazar otra vez. Tres das... incluso cuatro, si no ests completamente seguro.

S, pero dnde? Tena que ser un lugar apartado de la gente, para que nadie pudiera orle si —cuando, rectific de mala gana— Lobo empezara a aullar. Y tena que ser adems un lugar mucho ms resistente que el cobertizo donde pernoctaban ahora. Si Jack clavaba el bonito candado de diez dlares en la puerta de aquel lugar. Lobo derribara la pared de atrs.

Dnde?

Lo ignoraba, pero saba que slo dispona de seis horas para encontrar un sitio... quiz menos. Jack aceler an ms el paso.

6

Hasta ahora haba pasado por delante de varias casas vacas, per­noctado incluso en una de ellas y Jack no dej de buscar, una vez hubo abandonado Daleville, viviendas que dieran la impresin de estar desocupadas: ventanas sin visillos ni cortinas, letreros de en venta, hierba alta como el segundo escaln del porche y la falta de vida comn a todas las casas deshabitadas. No es que esperase encerrar a Lobo en el dormitorio de un granjero durante los tres das de su transformacin; Lobo sera capaz de derribar la puerta. Sin embargo, una de las granjas tena una bodega que hubiera servido.

Una resistente puerta de roble encajada en la tierra, como una puerta de cuento de hadas, que daba acceso a una habitacin sin paredes ni techo: una habitacin subterrnea, una cueva en la cual ningn ser viviente poda excavar una salida en menos de un mes. La bodega habra servido para encerrar a Lobo y el suelo y las paredes de tierra habran impedido que se hiciera dao a s mismo.

Pero la granja vaca y la bodega estaban a unos sesenta o se­tenta kilmetros del cobertizo. No podran recorrer esta distancia en el tiempo que faltaba para que saliera la luna. Y estara Lobo dispuesto a correr sesenta kilmetros con el nico propsito de someterse a un encierro solitario y sin comida, tan cerca del mo­mento de su transformacin?

Y si ya haba pasado demasiado tiempo? Y si Lobo estaba demasiado cerca del momento crtico y se negaba a cualquier clase de confinamiento? Y si aquel aspecto vido y oscuro de su carcter predominaba de repente y empezaba a mirar a su alre­dedor en este extrao mundo nuevo, preguntndose dnde se es­conda la comida? El gran candado que amenazaba con rasgar las costuras del bolsillo de Jack no servira de nada.

Jack se daba cuenta de que poda retroceder, volver a Daleville y continuar su camino. En dos das llegara a Lapel o Cicero y tal vez podra trabajar una tarde en un supermercado o como jorna­lero en una granja, ganar unos dlares para una comida o dos y continuar hasta la frontera de Illinois durante unos das. Illinois sera fcil, pens Jack; ignoraba cmo lo hara, pero estaba bas­tante seguro de que podra llegar a'Springfiel y la Thayer School slo uno da o dos despus de entrar en el estado.

Mientras vacilaba en la carretera, a pocos metros del cober­tizo, Jack se pregunt, perplejo: cmo explicara la presencia de Lobo a Richard Sloat? A su antiguo camarada de gafas redondas, corbata y zapatos de cuero fino? Richard Sloat era totalmente racional y, aunque muy -inteligente, testarudo. Si no poda ver una cosa, era porque no exista. A Richard nunca le haban interesado los cuentos de hadas, ni siquiera de nio; las pelculas de Disney sobre hadas madrinas que convertan calabazas en carrozas y reinas malvadas que tenan espejos parlantes nunca le haban emocionado. Semejantes fantasas eran demasiado absurdas para reclamar la atencin de Richard, ni a los seis ni a los ocho o diez aos; en cambio, se entusiasmaba, por ejemplo, ante la fotografa de un microscopio electrnico. El entusiasmo de Richard se haba volcado en el cubo de Rubik, que saba resolver en menos de no­venta segundos, pero Jack no crea que llegara a aceptar a un hombre lobo de diecisis aos y dos metros de estatura.

Por un momento, Jack se detuvo, indeciso, en la carretera;

durante un momento pens incluso que seria capaz de dejar atrs a Lobo y continuar solo su viaje al encuentro de Richard y des­pus del Talismn.

Y si soy el rebao?, se pregunt en silencio. Pero entonces record a Lobo bajando hasta la orilla del ro en pos de sus pobres y aterrados animales y echndose al agua para salvarlos.

7

El cobertizo estaba vaco. En cuanto Jack vio la puerta abierta supo que Lobo se haba marchado a alguna parte, pero baj a trompicones por el barranco, sorteando los montones de basura, incrdulo. Lobo no poda haberse alejado ms de unos metros y, no obstante, lo haba hecho.

—He vuelto —llam a gritos—. Lobo! Ya tengo el candado. Saba que hablaba consigo mismo y una ojeada al cobertizo se lo confirm. Su mochila estaba sobre el pequeo banco de ma­dera, al lado de un montn de revistas fechadas en 1973. En un rincn del cobertizo sin ventanas haban sido amontonados troncos de todas las medidas, como si alguien hubiese intentado sin mucho inters almacenar lea. Aparte de esto, no haba nada ms en el interior. Jack dio la espalda a la puerta abierta y mir hacia el barranco, sin saber qu hacer.

Entre las malas hierbas se vean algunos viejos neumticos, un fajo de panfletos polticos descoloridos y medio podridos que an ostentaban el nombre de lugar, una abollada matricula azul y blanca de Connecticut, botellas de cerveza con etiquetas tan desteidas que ya eran blancas... pero ni rastro de Lobo. Jack levant las manos para formar una bocina con ellas.

—Eh, Lobo! Ya he vuelto! No esperaba respuesta y no la obtuvo. Lobo se haba marchado.

—Mierda —dijo Jack y se puso las manos en las caderas. Emo­ciones contradictorias, exasperacin, alivio y ansiedad, se apo­deraron de l. Lobo se haba marchado con objeto de salvar la vida a Jack; tal tena que ser el significado de su desaparicin. En cuanto Jack se fue a Daleville, su compaero se habra esfu­mado, corriendo, con aquellas piernas infatigables, y ahora ya estara a varios kilmetros de distancia, esperando que saliera la luna. En estos momentos. Lobo poda estar en cualquier parte.

Esta idea formaba parte de la ansiedad de Jack. Lobo poda haberse adentrado en el bosque visible al fondo del largo campo que bordeaba el barranco y en el bosque haberse hartado de co­nejos, ratones y cualquier otro animal que lo habitase: topos, tejones y todo el reparto de El viento entre los sauces. Lo cual habra sido muy conveniente. Sin embargo, Lobo tambin poda haber olfateado al ganado, fuera cual fuese, y estar ahora en un verdadero peligro. Tambin, sigui pensando Jack, poda haber olfateado al granjero y a su familia. O an peor, haberse dirigido a una de las ciudades que se encontraban al norte. Jack no poda estar seguro, pero crea que un Lobo transformado poda ser muy capaz de despedazar por lo menos a media docena de personas antes de que alguien lograse matarlo.

—Maldita sea, maldita sea, maldita sea —murmur, empezando a trepar por el otro lado del barranco. No tena muchas esperan­zas de ver a Lobo; era muy probable que no volviera a verle nunca ms. Al cabo de unos das leera en el peridico local de alguna ciudad pequea la horrorizada descripcin de la carnicera causada por un enorme lobo que por lo visto haba aparecido en la Calle Mayor en busca de comida. Y habra ms nombres. Ms nombres como Thielke, Heidel, Hagen...

Al principio mir hacia la carretera, todava con la esperanza de ver la forma gigantesca de Lobo alejndose hacia el este... resuelto a no encontrarse con Jack cuando ste volviera de Dale-ville. Pero la larga carretera estaba tan desierta como el co­bertizo.

Naturalmente.

El sol, tan exacto como su reloj de pulsera, estaba bastante por debajo de su meridiano.

Jack se volvi, desesperado, hacia el largo campo y el lindero del bosque que lo limitaba. Nada se mova, a excepcin de las puntas del rastrojo, que se inclinaba bajo la brisa fra y capri­chosa.

contina la caza del lobo asesino era uno de los titulares que leera al cabo de pocos das de camino.

Entonces se movi un peasco del lindero del bosque y Jack se dio cuenta de que el peasco era Lobo. En cuclillas, miraba fijamente a Jack.

—Oh, fastidioso hijo de perra —dijo Jack y en medio de su alivio reconoci que una parte de l se haba alegrado secreta­mente de la marcha de Lobo. Se dirigi hacia l.

Lobo no se movi, pero su postura se intensific en cierto modo, volvindose ms consciente y elctrica. El siguiente paso de Jack exigi ms valor que los primeros.

Veinte metros ms all vio que Lobo haba continuado cam­biando. El pelo era ms tupido y brillante, como si se lo hubiera lavado y secado al aire; y ahora la barba pareca comenzar real­mente justo debajo de los ojos. El cuerpo entero, pese a estar en cuclillas, daba la impresin de ser ms ancho y fuerte. Los ojos, refulgentes como fuego lquido, tenan la tonalidad anaran­jada de la vspera de Todos los Santos.

Jack se oblig a acercarse un poco ms. Casi se detuvo cuando crey ver que Lobo tena zarpas en lugar de manos, pero un mo­mento despus vio que tanto manos como pies estaban total­mente cubiertos de un pelo grueso y oscuro. Lobo segua mirn­dole con sus ojos ardientes; Jack acort la distancia que les se­paraba y luego se detuvo. Por primera vez desde que viera a Lobo guardando el rebao junto a un ro de los Territorios, no poda leer su expresin. Quiz Lobo se haba vuelto ya demasiado dife­rente o quiz el pelo cubra demasiada parte de su cara. De lo nico que Jack estaba seguro, era de que Lobo era presa de una emocin muy fuerte.

Se par en seco a unos tres metros de distancia y se oblig a mirar a los ojos del hombre lobo.

—Ya se acerca, Jacky —dijo Lobo, abriendo la boca en la horrible parodia de una sonrisa.

—Cre que habas huido —contest Jack.

—Me he sentado aqu para verte llegar. Lobo! Jack no supo cmo interpretar esta declaracin. En cierto modo

le record a Caperucita Roja. Los dientes de Lobo no parecan

especialmente afilados y fuertes.

—Ya tengo el candado —dijo, sacndoselo del bolsillo y ense­ndoselo—. Se te ha ocurrido algo mientras he estado fuera, Lobo?

Toda la cara de Lobo —ojos, dientes, todo— se encendi al mirar a Jack.

—Ahora eres el rebao, Jacky —dijo y, levantando la cabeza, profiri un largo y potente aullido.

8

Un Jack Sawyer menos asustado podra haber dicho: Deja de aullar, quieres? o Si continas as, acudirn todos los perros del condado, pero las dos frases se quedaron atascadas en su garganta. Estaba demasiado aterrado para pronunciar una pala­bra. Lobo volvi a dedicarle aquella sonrisa, como si anunciara cuchillos Ginsu por televisin, y se puso en pie sin esfuerzo. Las gafas estilo John Lennon parecan confundirse con el hirsuto final de su barba y el abundante pelo que le caa sobre las sienes. Jack tuvo la impresin de que meda por lo menos dos metros y medio y era tan pesado como los cuetes de cerveza del bar Oatley.

—Tenis buenos olores en este mundo, Jacky —dijo Lobo. Y Jack comprendi por fin su estado de nimo. Lobo estaba exaltado. Era como un hombre que acabase de ganar una com­peticin particularmente, difcil despus de vencer enormes obs­tculos. En el fondo de esta emocin triunfante persista aquella cualidad alegre y salvaje que Jack haba visto una vez.

—i Buenos olores! Lobo! Lobo!

Jack dio un pequeo paso hacia atrs, preguntndose si el viento llevaba su olor a Lobo.

—Antes no decas nada bueno sobre l —observ, sin dema­siada coherencia.

—Antes era antes y ahora es ahora —replic Lobo—. Cosas buenas. Muchas cosas buenas... todo alrededor. Lobo las encon­trar, puedes estar seguro.

Esto fue peor porque ahora Jack pudo ver —pudo casi sen­tir— una avidez franca y confiada, un hambre completamente amoral en los ojos de tono rojizo. Me comer todo lo que cace y mate. Cazar y matar.

—Espero que ninguna de estas cosas buenas sean personas, Lobo —dijo en voz baja.

Lobo levant la barbilla y profiri una serie de ruidos burbu­jeantes, mitad carcajada, mitad aullido.

—Lobo necesita comer —contest y su voz tambin era go­zosa—. Oh, Jacky, cmo necesitan comer los Lobos! COMER! Lobo!

—Tendr que encerrarte en ese cobertizo —observ Jack—. Te acuerdas. Lobo? Recuerdas el candado? Esperemos que resista tus embestidas. Vamos hacia all ahora mismo. Lobo. Me ests asustando mucho.

Esta vez las carcajadas salieron en tropel del pecho de Lobo.

—Asustado! Lobo ya lo sabe, Jacky! Hueles a asustado.

—No me sorprende —dijo Jack— Vamos ahora al cobertizo, de acuerdo?

—Oh, yo no me meto en ese cobertizo —declar Lobo, sacando una lengua larga y puntiaguda de entre sus mandbulas—. Yo no, Jacky. Lobo no. Lobo no puede ir al cobertizo. —Las mandbulas se abrieron ms y los dientes brillaron—. Lobo se acuerda, Jacky. Lobo! Aqu y ahora! Lobo se acuerda!

Jack retrocedi.

—Ms olor de miedo. Incluso en tus zapatos. En tus zapatos, Jacky!Lobo!

Unos zapatos que olieran a miedo eran por lo visto algo muy cmico.

—Lo que debes recordar es que has de entrar en ese cobertizo.

—Te equivocas! Lobo! \T entrars en el cobertizo, Jacky! Me acuerdo! Lobo! .

Los ojos del hombre lobo cambiaron de un ardiente anaran­jado rojizo a una suave y satisfecha tonalidad morada.

—Me acuerdo del Libro del buen agricultor, Jacky. De la his­toria del Lobo que no quera lastimar a su rebao. La recuer­das, Jacky? El rebao entra en el corral. Lo recuerdas? La puerta se cierra con candado. Cuando el Lobo sabe que se acerca su cam­bio, el rebao entra en el corral y el candado se cierra. No quera lastimar a su rebao. —Las mandbulas volvieron a abrirse y la lengua larga y oscura se ondul en la punta en una perfecta imagen de felicidad—. No! No! No lastimar al rebao! Lobo! Ahora y aqu mismo!

—Quieres que permanezca encerrado en el cobertizo durante tres das? —pregunt Jack.

—Tengo que comer, Jacky —respondi con sencillez Lobo y el muchacho vio que sus ojos cambiantes le echaban una mirada oscura, rpida y siniestra—. Cuando la luna me lleva consigo, tengo que comer. Buenos olores aqu, Jacky. Mucha comida para Lobo. Cuando la luna me deje libre, Jacky saldr del cobertizo.

—Y qu ocurrir si yo no quiero estar encerrado durante tres das? —pregunt Jack.

—Entonces Lobo comer a Jacky. Y ser condenado.

—Todo esto figura en el Libro del buen agricultor, verdad? Lobo asinti con la cabeza.

—Me he acordado. Me he acordado a tiempo, Jacky. Mientras te esperaba.

Jack an estaba intentando adaptarse a la idea de Lobo. Tendra que pasar tres das sin comer. Lobo vagara a su antojo. l estara prisionero y Lobo dispondra de todo el mundo. Sin embargo, quiz era la nica manera de que pudiera sobrevivir a la trans­formacin de Lobo. Si le daban a elegir entre un ayuno de tres das y la muerte, optaba por el estmago vaco. Y de pronto comprendi que esta inversin no era una inversin en realidad:

l continuara siendo libre, aun encerrado en el cobertizo, y Lobo continuara siendo un prisionero aunque dispusiera de todo el mundo. Su jaula sera ms grande que la de Jack, nada ms.

—Entonces que Dios bendiga al Libro del buen agricultor, porque a m no se me habra ocurrido nunca.

Lobo volvi a dirigirle una mirada radiante y luego mir el cielo con una expresin enigmtica y nostlgica.

—Ya no tardar ahora, Jacky. Eres el rebao. Tengo que en­cerrarte.

—Est bien —dijo Jack—. Supongo que debes hacerlo. Y 'esto tambin result extraordinariamente gracioso para Lobo,

que profiri su risa aullante, cogi a Jack por la cintura y lo llev

en andas hasta el otro extremo del campo.

—Lobo cuidar de ti, Jack —dijo cuando se hubo cansado de aullar, mientras depositaba suavemente al muchacho en el borde superior del barranco.

—Lobo —dijo Jack.

Lobo abri las mandbulas y empez a rascarse la ingle.

—No puedes matar a las personas, recurdalo. Si has recordado aquella historia, tambin puedes recordar que no debes matar a las personas. Si lo haces, no te quepa duda de que te cazar. Si matas a alguna persona, slo a una, mucha gente vendr a matarte a ti. Y te encontrarn. Lobo, te lo prometo. Clavaran tu pellejo a una tabla.

—A personas no, Jacky. Los animales huelen mejor que las personas. Ninguna persona. Lobo!

Bajaron hasta el fondo del barranco. Jack sac el candado del bolsillo y lo cerr varias veces alrededor del aro de metal que lo sujetara, enseando a Lobo cmo se usaba la llave.

—Despus deslizas la llave por debajo de la puerta, entendido? Cuando vuelvas, ya cambiado, te la pasar por el mismo sistema. —Jack ech una ojeada a la parte inferior de la puerta; haba una rendija de cinco centmetros entre ella y la tierra.

—Muy bien, Jacky. Me la pasars por debajo.

—Bueno, y qu hacemos ahora? —pregunt Jack—. Debo en­trar ya en el cobertizo?

—Sintate aqu —dijo Lobo, sealando un lugar en el suelo del cobertizo, a unos treinta centmetros de la puerta.

Jack le mir con curiosidad y luego entr y se sent. Lobo se puso en cuclillas justo delante de la puerta y, sin mirar siquiera a Jack, le alarg la mano. Jack la tom; era como coger un ani-malito peludo del tamao de un conejo. Lobo apret con tanta fuerza que Jack estuvo a punto de gritar, pero no crea que Lobo le hubiese odo aunque hubiera gritado. Volva a mirar hacia arriba, con el rostro soador, sereno y extasiado. Al cabo de uno o dos segundos, Jack pudo mover un poco la mano dentro de la de Lobo para sentirse ms cmodo.

—Vamos a estar as mucho rato? —pregunt. Lobo tard casi un minuto en contestar.

—Hasta... —dijo, estrechando de nuevo la mano de Jack.

9

Permanecieron as, sentados a ambos lados del umbral, durante horas, en silencio, hasta que la luz empez a palidecer. Lobo temblaba casi imperceptiblemente desde haca veinte minutos y cuando el aire se oscureci, el temblor de su mano aument en intensidad. Como debe temblar un purasangre antes de comenzar la carrera —pens Jack— esperando el pistoletazo y la apertura de la puerta.

—Ya empieza a llevarme con ella —murmur Lobo—. Pronto correremos juntos, Jack. Ojal pudieras venir t tambin.

Volvi la cabeza para mirar a Jack y ste vio que aunque Lobo haba hablado con franqueza, una parte importante de l deca en silencio: Podra correr tras de ti adems de contigo, amiguito.

Supongo que ya debemos cerrar la puerta —dijo Jack y trat de desasirse de la mano de Lobo, pero no pudo hasta que Lobo le solt casi con desprecio.

—Encierro dentro a Jacky y encierro fuera a Lobo. —Sus ojos llamearon un momento, convirtindose en los ojos rojos y lquidos de Elroy.

—Recuerda, debes cuidar del rebao —dijo Jack, retrocediendo hasta el centro del cobertizo.

—El rebao entra en el corral y el candado se cierra. No Quiere Lastimar al Rebao. —Los ojos de Lobo dejaron de echar chispas y volvieron a ser anaranjados.

—Pon el candado en la puerta.

—Maldita sea, es lo que estoy haciendo —contest Lobo—, poniendo el maldito candado en la maldita puerta, no lo ves?

—Cerr la puerta con un golpe, dejando inmediatamente a Jack en plena oscuridad—. Oyes esto, Jacky? Es el maldito candado.

—Jack oy el clic del candado al cerrarse en torno al aro de metal y luego el engarzado de las armellas.

—Ahora la llave —dijo Jack.

—La maldita llave, aqu y ahora mismo —respondi Lobo y se oy el ruido de la llave al entrar y salir de la cerradura. Un segundo despus la llave rebot contra el suelo polvoriento de debajo de la puerta con la fuerza suficiente para ir dando saltitos hasta los listones de madera del cobertizo.

—Gracias —suspir Jack, agachndose y palpando los listones hasta que toc la llave. Por un momento la apret tanto contra la palma que casi la grab en su piel;-la magulladura, de la misma forma que el estado de Florida, le durara casi cinco das, aunque l no se fijara en ello por la excitacin de ser arrestado. Despus se la guard cuidadosamente en el bolsillo. Fuera, Lobo jadeaba a sacudidas regulares y nerviosas.

—Ests enfadado conmigo. Lobo? —murmur Jack a travs de la puerta.

Un puo aporre la puerta del cobertizo.

— No! No estoy enfadado! Lobo!

—Muy bien —dijo Jack—. Recurdalo, Lobo, ninguna persona. O te perseguirn y te matarn.

—Ninguna persooOOOOOUUUUUUUUJJJOOOOO! —La pala­bra termin en un largo y confuso aullido. El cuerpo de Lobo se abalanz contra la puerta y sus pies largos y peludos se introdu­jeron por la rendija de abajo. Lobo haba aplanado todo el cuerpo contra la puerta del cobertizo.

—No estoy enfadado, Jack —murmur Lobo, como si su aullido le hubiese avergonzado—. Lobo no est enfadado. Lobo est hambriento, Jacky. Ya falta poco, maldita sea, muy poco!

—Lo s —dijo Jack, con sbitos deseos de echarse a llorar;

habra querido abrazar a Lobo. Y tambin deseaba (esto con ms fuerza) haberse quedado ms das en la granja y estar ahora ante una bodega, con Lobo preso en su interior.

Le asalt de nuevo la extraa e inquietante idea de que Lobo estaba preso y seguro.

Los pies de Lobo desaparecieron de la rendija y Jack los ima­gin ms concentrados, delgados y estrechos.

Lobo gru, jade y volvi a gruir. Se haba apartado de la puerta. Profiri un sonido muy semejante a Aaaah.

— Lobo! —llam Jack.

Un aullido ensordecedor son ms arriba del cobertizo. Lobo haba trepado hasta el borde del barranco.

—Ten cuidado —dijo Jack, sabiendo que Lobo no poda orle y temiendo que no le comprendera aunque estuviera lo bastante cerca para or su recomendacin.

Poco despus se sucedieron una serie de aullidos: el sonido de un ser liberado o el sonido lleno de desesperacin de alguien que se despierta y encuentra todava prisionero; Jack no pudo decidir cul de los dos. Tristes, salvajes y de una belleza extraa, los gritos del pobre Lobo saltaban al aire baado por la luna como pauelos lanzados a la noche. Jack no supo que estaba temblando hasta que cruz los brazos y sinti que le vibraban contra el pecho y que ste tambin pareca vibrar.

Los aullidos disminuyeron al alejarse. Lobo corra con la luna.

10

Durante tres das y tres noches. Lobo se entreg a una bsqueda de comida casi incesante. Dorma desde el amanecer hasta pasado el medioda en un hueco que descubri bajo el tronco cado de un roble. No se senta prisionero en absoluto, pese a los presentimientos de Jack. El bosque del otro lado del campo era extenso y en l abundaba la dieta natural de un lobo. Ratones, conejos, gatos, perros, ardillas... Encontr muchos y con facilidad. Podra haber permanecido en el bosque y comido ms que sufi­ciente para alimentarse hasta la prxima transformacin.

Pero Lobo corra con la luna y era tan incapaz de limitarse al bosque como lo habra sido detener el proceso de su cambio. Vag, conducido por la luna, por corrales y pastos, ante aisladas casas suburbanas y por carreteras en construccin donde trac­tores y apisonadoras gigantescas y asimtricas esperaban en los bordes como dinosaurios dormidos. La mitad de su inteligencia estaba en su sentido del olfato y no es una exageracin sugerir que la nariz de Lobo, siempre sensible, haba alcanzado ahora la cualidad de genial. No slo poda oler un corral lleno de gallinas a ocho kilmetros de distancia y distinguir sus olores de las vacas, los cerdos y los caballos de la misma granja —esto era elemen­tal—, sino tambin los movimientos de las gallinas. Ola si uno de los cerdos dormidos tena una pata lastimada y una de las vacas del establo una lcera en las ubres.

Y este mundo —porque, acaso no era la luna de este mundo la que le conduca?— ya no apestaba a productos qumicos y a muerte. Un estado de cosas ms antiguo, ms primitivo, le sor­prendi en sus viajes. Respiraba los ltimos restos de la dulzura y la fuerza original de la tierra, de las cualidades que nosotros quiz compartimos en un tiempo con los Territorios. Incluso cuan­do se aproximaba a una vivienda humana, incluso cuando rompa la columna vertebral del perro de la familia y lo despedazaba para comrselo, Lobo era consciente de unos ros frescos y puros que fluan bajo tierra y de una nieve brillante sobre el pico de una montaa que se elevaba en algn lugar lejano del oeste. Pa­reca el lugar perfecto para un Lobo transformado, y si hubiera matado a un ser humano habra sido maldito.

No mat a ninguna persona.

No vio a ninguna y quiz fue por esto. Durante los tres das de su cambio, Lobo mat y devor a representantes de la mayora de otras formas de vida existentes en el este de Indiana, inclu­yendo a una mofeta y a toda una familia de linces que vivan en cuevas de piedra caliza en la ladera de una colina a dos valles de distancia. En su primera noche en el bosque atrap entre las mandbulas a un murcilago que volaba bajo, 'lo decapit de un mordisco y trag el resto mientras an se estremeca. Escuadrones de gatos domsticos y pelotones de perros bajaron por su gar­ganta. Con alegra salvaje y reconcentrada, sacrific una noche a todos los cerdos de una pocilga grande como una manzana de casas.

Sin embargo, Lobo descubri en dos ocasiones que tena mis­teriosamente prohibido matar a su presa y esto tambin le hizo sentir a gusto en el mundo donde cazaba. Fue una cuestin de lugar, no de cualquier escrpulo moral abstracto y, superficial­mente, los lugares no parecan tener nada de particular. Uno fue un claro del bosque en el que se adentr persiguiendo a un conejo, el otro, el sucio patio trasero de una granja donde gema un perro encadenado a una estaca. En el mismo instante en que puso la zarpa en dichos lugares, se le erizaron los pelos del cuello y un hormigueo elctrico le recorri la espina dorsal. Eran lugares sagrados y un Lobo no poda matar en un lugar sagrado. Esto era todo. Como todos los lugares sagrados, haban sido establecidos haca mucho tiempo, tanto que podra haberse empleado la pala­bra antiguo para describirlos; antiguo es probablemente la calificacin ms idnea para representar el vasto pozo de tiempo que Lobo percibi a su alrededor en el patio trasero de la granja y en el pequeo claro; una densa capa de aos acumulados en un lugar reducido y de carga altamente condensada. Lobo se limit a re­troceder ante el terreno sagrado y correr en otra direccin. Como los hombres alados que haba visto Jack, Lobo viva en un misterio y por ello no le inmutaban todas esas cosas.

Y no olvid sus obligaciones para con Jack Sawyer,

11

En el cobertizo cerrado con llave, Jack se hall a merced de su propia mente y su propio carcter de un modo mucho ms abso­luto que en cualquier otra poca de su vida.

El nico mobiliario del cobertizo era el pequeo banco de ma­dera y la nica distraccin, las revistas fechadas casi diez aos atrs. Y no poda leerlas. Como no haba ventanas, apenas poda ver los grabados de las pginas al amanecer, cuando la luz entraba por debajo de la puerta. Las palabras eran hileras de gusanos grises, indescifrables. No poda imaginar cmo pasara los tres das siguientes. Jack fue hacia el banco, choc con l, hacindose dao en la rodilla, y se sent a pensar.

Una de las primeras cosas que aprendi fue que el tiempo en el cobertizo era diferente del tiempo en el exterior. Fuera del co­bertizo, los segundos pasaban de prisa y se fundan en minutos que a su vez se rundan en horas. Das enteros transcurran como metrnomos, y tambin semanas enteras. En el cobertizo, los se­gundos se negaban obstinadamente a moverse y se dilataban, for­mando segundos monstruosos, segundos de plstico. Fuera poda pasar hasta una hora mientras en el interior del cobertizo se hin­chaban y estiraban cuatro o cinco segundos.

Lo segundo que aprendi Jack fue que pensar en la lentitud del tiempo empeoraba todava ms la situacin. Cuando uno em­pezaba a concentrarse en el paso de los segundos, stos se ne­gaban en redondo a moverse, as que intent medir las dimen­siones de su celda, slo para apartar de su mente la eternidad de los segundos requeridos para formar tres das. Poniendo un pie delante de otro y contando los pasos, calcul que el cobertizo meda aproximadamente dos metros y trece centmetros por dos metros y setenta y cuatro centmetros. Por lo menos habra es­pacio suficiente para poderse estirar por la noche.

Si andaba siguiendo los paredes del cobertizo, recorrera unos nueve metros y setenta y cinco centmetros.

Si rodeaba el interior del cobertizo ciento sesenta y cinco veces, andara un kilmetro y seiscientos nueve metros.

No podra comer, pero desde luego poda andar. Se quit el reloj y se lo guard en el bolsillo, prometindose que slo lo mi­rara cuando fuese absolutamente imprescindible.

Haba recorrido ya casi medio kilmetro cuando record que en el cobertizo no haba agua. Ni comida ni agua. Supuso que se tardaba tres o cuatro das en morir de sed. Si Lobo volva a buscarle, todo ira bien; bueno, no muy bien, pero al menos estara vivo. Pero, y si no volva? Tendra que derribar la puerta.

En este caso, pens, sera mejor que lo intentase ahora, mien­tras an tena fuerzas.

Fue hacia la puerta y la empuj con las dos manos. La empuj con ms impulso y los goznes chirriaron. Para ver qu pasaba, se lanz contra la puerta con el hombro, por el lado opuesto a los goznes. Se hizo dao en el hombro pero no le pareci que la puerta hubiese cedido en absoluto. Volvi a golpearla con el hom­bro; los goznes chirriaron de nuevo pero no se movieron ni un milmetro. Lobo habra podido derribar la puerta con una mano, pero l no sera capaz de moverla aunque se machacara el hombro. No tenia ms remedio que esperar a Lobo.

A medianoche, Jack haba recorrido once o doce kilmetros; haba perdido la cuenta de las veces que haba llegado a ciento sesenta y cinco, pero deban ser unos doce kilmetros. Estaba sediento y el estmago le rumoreaba. El cobertizo apestaba a orina, porque se haba visto obligado a orinar contra la pared del fondo, donde una rendija significaba que al menos una parte del chorro caa fuera. Se senta cansado, pero no crea que podra dormir. Segn el reloj, haca apenas cinco horas que estaba en el cobertizo, pero segn el tiempo de su celda, tena la impresin de que eran veinticuatro. Le daba miedo acostarse.

Su mente no le dejaba en paz; ste era el problema. Haba intentado hacer listas de todos los libros ledos aquel ao, de todos los profesores que haba tenido, de todos los jugadores del Los Angeles Dodgers... pero imgenes inquietantes y desorde­nadas no cesaban de interrumpir. Vea continuamente a Morgan Sloat practicando un agujero en el aire. La cara de Lobo flotaba bajo el agua y sus manos se deslizaban como pesadas algas. Jerry Bledsoe se convulsionaba y retorca delante del tablero de in­terruptores, con las gafas derretidas sobre la nariz. Los ojos de un hombre se volvan amarillos y su mano se converta en garra. La dentadura postiza de to Tommy centelleaba en el arroyo del Sunset Strip. Morgan Sloat se acercaba a l con la calvicie po­blada de repente por cabellos negros... Pero en realidad to Mor­gan se acercaba a su madre, no a l.

—Canciones de Fats Waller —dijo, iniciando otro circuito en la oscuridad—. Tus pies son demasiado grandes. No me porto mal, Vals jitterbug. No hagamos ms travesuras.

Aquello llamado Elroy alargaba la mano hacia su madre, mur­murando palabras obscenas y le tocaba la parte baja de la cadera.

—Pases de Centroamrica. Nicaragua. Honduras. Guatemala. Costa Rica...

Incluso cuando estuvo tan cansado que por fin se acost y acu­rruc sobre el suelo como una bola, usando la mochila como al­mohada, Eiroy y Morgan Sloat continuaron ocupando su mente. Osmond hizo restallar su ltigo sobre la espalda de Lily Cava-naugh y los ojos de Jack rodaron dentro de las rbitas. Lobo se irgui, gigantesco, absolutamente inhumano, y recibi un impacto de rifle en pleno corazn.

Le despert la primera luz y oli a sangre. Todo su cuerpo le pidi agua y luego comida. Jack gimi. Sera imposible sobre­vivir a tres noches como sta. El ngulo bajo de la luz del sol le permiti ver confusamente las paredes y techo del cobertizo. Todo pareca ms grande que la noche anterior. De nuevo tena nece­sidad de orinar, aunque apenas poda creer que su cuerpo pudiera perder ms lquido. Al final se dio cuenta de que el cobertizo pareca ms grande porque estaba echado en el suelo.

Entonces volvi a oler sangre y mir de soslayo, hacia la puer­ta. Los cuartos traseros despellejados de un conejo haban sido introducidos por la rendija. Yacan desparramados sobre los toscos tablones, sanguinolentos y brillantes. Las manchas de su­ciedad y una marca alargada demostraban que la carne haba sido empujada hasta el interior por la estrecha abertura. Lobo in­tentaba alimentarle.

—Oh, Dios santo! —gimi Jack. Las patas despellejadas del conejo tenan un desconcertante aspecto humano. A Jack se le encogi el estmago, pero en lugar de vomitar, ri, sobresaltado por una comparacin absurda. Lobo era como el animal predi­lecto de la familia que todas las maanas obsequia a sus amos con un pjaro muerto o un ratn destripado.

Con dos dedos, Jack cogi delicadamente la horrible ofrenda y la deposit bajo el banco. An senta deseos de rer, pero sus ojos estaban hmedos. Lobo haba sobrevivido a la primera noche de su trasformacin y l tambin.

A la maana siguiente apareci un pedazo de carne casi ovoide, absolutamente annimo, alrededor de un hueso muy blanco, as­tillado en ambos extremos.

12

Por la maana del cuarto da, Jack oy a alguien deslizarse por el barranco. Chill un ave asustada, que levant el vuelo con mucho ruido desde el tejado del cobertizo. Unos pasos pesados avan­zaron hacia la puerta. Jack se incorpor sobre los codos y par­pade en la oscuridad.

Un cuerpo de gran tamao se apoy en la puerta y se inmo­viliz all. Por la rendija se vea un par de mocasines baratos, manchados y llenos de agujeros.

—Eres Lobo? —pregunt Jack en voz baja—. Eres t, verdad?

—Dame la llave, Jack.

Jack se meti la mano en el bolsillo, sac la llave y la empuj justo entre los mocasines. Apareci una mano grande y marrn, que recogi la llave.

—Has trado agua? —pregunt Jack. A pesar de lo que haba podido extraer de los macabros regalos de Lobo, estaba muy cerca de una grave deshidratacin; tena los labios hinchados y cortados

248

y la lengua abultada y reseca. La llave entr en la cerradura y Jack oy un clic.

Entonces Lobo abri el candado de la puerta.

—Un poco —contest—. Cierra los ojos, Jacky. Ahora tienes ojos nocturnos.

Jack se tap los ojos con las manos mientras se abra la puerta, pero la luz que entr a raudales en el cobertizo pudo introducirse entre sus dedos y pincharle los ojos. El dolor le hizo silbar.

—Pronto estars mejor —dijo Lobo, muy cerca de l. Le rode con sus brazos y le levant—. Manten los ojos cerrados —advirti, saliendo de espaldas del cobertizo.

Cuando Jack murmur Agua y sinti el borde oxidado de una lata vieja contra los labios, adivin por qu Lobo no se haba entretenido en el cobertizo. El aire libre pareca de una frescura y una dulzura increbles, como importado directamente de los Territorios. Sorbi dos cucharadas de agua que le supieron como el mejor manjar del mundo y le bajaron por el cuerpo como un arroyo centelleante que hiciera revivir todo lo que tocaba. Tuvo la sensacin de que le estaban regando.

Lobo apart la lata de sus labios mucho antes de que Jack considerase que haba bebido lo suficiente.

—Si te doy ms, la vomitars —dijo Lobo—. Abre los ojos, Jack, pero slo un poco.

Jack obedeci. Un milln de partculas de luz invadieron sus ojos. Profiri un grito.

Lobo se sent, con Jack en su regazo.

—Bebe —dijo, llevando otra vez la lata a los labios de Jack— y abre un poco ms los ojos.

Ahora la luz del sol ya dola menos. Jack vio un deslumbrante resplandor a travs de la pantalla de las pestaas, mientras otro milagroso reguero de agua le bajaba por la garganta.

—Ah —exclam—, qu hace al agua tan deliciosa?

—El viento del oeste —replic Lobo con prontitud. Jack abri ms los ojos. El brillo deslumbrador cedi el paso al oscuro marrn del cobertizo y la mezcla de verde y marrn ms claro del barranco. Apoy la cabeza contra el hombro de Lobo. El estmago abultado de ste le apretaba la espalda.

—Ests bien, Lobo? —pregunt—. Has encontrado suficiente

comida?

—Los lobos siempre encuentran suficiente comida —contest brevemente Lobo, dando una palmadita al muslo de Jack.

—Gracias por traerme esos trozos de carne.

—Te lo promet. Eras el rebao. Lo recuerdas?

—Oh, s, lo recuerdo —dijo Jack—. Puedo beber un poco ms de agua? —Se desliz de la falda de Lobo y se sent en ei suelo, frente a l.

Lobo le alarg la lata. Volva a llevar las gafas de John Len­non; su barba era poco ms que un vello corto que le cubra las mejillas; sus cabellos negros, aunque todava largos y gra-sientos, no le llegaban a los hombros. Su rostro era cordial y sereno, casi fatigado. Luca sobre el mono una camiseta gris, dos tallas demasiado pequea, con la inscripcin delantera departa­mento DE ATLETISMO DE LA universidad DE indiana.

Se pareca ms a un ser humano corriente que cuando Jack le haba conocido. No daba la impresin de haber aprobado el ms sencillo curso acadmico, pero poda ser un gran jugador de ftbol de un colegio de segunda enseanza.

Jack bebi otro sorbo; Lobo tenia la mano preparada para quitarle la lata si se atragantaba al beber.

—De verdad ests bien?

—Aqu y ahora mismo —contest Lobo. Se pas la otra mano por ,el vientre, tan distendido que la parte inferior de la camiseta se lo moldeaba como guante de goma—. Slo cansado. He dor­mido poco, Jack. Aqu y ahora.

—De dnde has sacado esta camiseta?

—Estaba colgada de una cuerda —respondi Lobo— Aqu hace fro, Jacky.

—No hiciste dao a ninguna persona, verdad?

—A ninguna. Lobo! Anda, bebe un poco ms, pero despacio. Sus ojos adquirieron durante un segundo un feliz y desconcer­tante matiz anaranjado y Jack vio que nunca podra decirse de Lobo que se pareca a un ser humano corriente. Entonces abri su gran boca y bostez.

—He dormido poco.

Adopt una posicin ms cmoda en la pendiente, apoy la cabeza y, casi inmediatamente, se qued dormido.

TERCERA PARTE

Colisin de mundos

captulo 20

EN MANOS DE LA LEY

1

A las dos de aquella tarde estaban a ciento sesenta kilmetros ms al oeste y Jack Sawyer se senta como si tambin l hubiese corrido con la luna, de tan fcil que haba sido. A pesar del ham­bre devoradora, Jack sorbi despacio el agua de la lata oxidada y esper a que Lobo se despertara. Por fin ste empez a moverse, dijo: Ahora ya estoy listo, Jack, carg con el muchacho sobre su espalda y trot hasta Daleville.

Mientras Lobo se sentaba en el bordillo de la acera y trataba de pasar inadvertido, Jack entr en la principal hamburguese-rfa de la localidad. Se oblig a ir primero al lavabo, donde se desnud hasta la cintura. Incluso en el retrete, el tentador aroma de la carne asada le inund la boca de saliva. Se lav las manos, los brazos, el pecho y la cara y luego puso la cabeza bajo el grifo y se lav los cabellos con jabn lquido. Las toallas de papel iban cayendo al suelo una tras otra.

Por fin se encontr dispuesto a acercarse al mostrador. La camarera uniformada le mir con fijeza mientras l peda lo que deseaba; Jack lo atribuy a sus cabellos mojados, pero tampoco dej de mirarle descaradamente mientras esperaba la bandeja ante la barra abatible reservada al servicio.

Ya morda el primer bocadillo de carne cuando se dirigi hacia las puertas de cristal; el jugo le bajaba por la barbilla y estaba tan hambriento que apenas se molestaba en masticar. Tres enor­mes mordiscos dieron casi cuenta del voluminoso bocadillo y ya iba a terminar el resto cuando vio que Lobo haba atrado a un grupo de nios. La carne se le congel en la boca y el estmago se le cerr de repente.

Corri afuera, intentando tragar el bocado de hamburguesa, pan blando, pepino, lechuga, tomates y salsa. Los nios rodeaban a Lobo por tres lados y le miraban con la misma fijeza descarada con que la camarera haba mirado a Jack. Lobo estaba tan acu­rrucado como poda, con la espalda encorvada y el cuello metido hacia dentro como el de una tortuga. Sus ojos parecan haberse aplanado contra la cabeza. El bocado de comida se haba atascado en la garganta de Jack como una pelota de golf, y slo baj un poco cuando trag con fuerza.

Lobo le mir por el rabillo del ojo y se relaj de un modo ostensible. Dos metros ms all, un hombre alto de veintitantos aos que llevaba unos vaqueros azules abri la puerta de una destartalada camioneta roja, se apoy en ella y contempl la escena, sonriendo.

—Toma una hamburguesa, Lobo —dijo Jack con el tono ms natural posible, alargando la caja a Lobo. ste la oli, levant la cabeza y dio un gran mordisco al contenido de la caja, masti­cando despus de una forma mecnica. Los nios, sorprendidos y fascinados, se aproximaron un poco ms. Varios de ellos rean por lo bajo.

—Qu es? —pregunt una nia rubia de trenzas atadas con un cordel deshilachado de color rosa—. Un monstruo?

Un nio de pelo muy corto que deba tener siete u ocho aos se coloc delante de la nia y pregunt:

—Es Hulk, verdad? 'Es realmente Hulk. Verdad que s? Eh! Verdad que s?

Lobo haba conseguido sacar de la caja de cartn el resto de su bocadillo y ahora se lo meti en la boca con la palma de la mano. Tiras de lechuga cayeron sobre sus rodillas dobladas, mien­tras gotas de mayonesa y jugo de carne le resbalaban por la mejilla y el mentn. Todo lo dems se convirti en una pulpa marrn, triturada por los enormes dientes de Lobo. Cuando hubo tragado, empez a lamer el interior de la caja.

Jack se la quit de las manos con suavidad.

—No, es mi primo. No es un monstruo ni tampoco Hulk. Por qu no os vais y nos dejis en paz, eh, nios? Vamos, dejadnos en paz.

Pero continuaron mirando fijamente. Ahora Lobo se lama los dedos.

—Si segus mirndole as, puede enfadarse con vosotros. No s qu hara si se enfadara.

El nio del pelo corto haba visto con frecuencia la transfor­macin de David Banner con la suficiente frecuencia para tener una idea de lo que podra hacer este monstruo carnvoro, as que retrocedi y la mayora le imitaron.

—Idos, por favor —dijo Jack, pero los nios haban vuelto a inmovilizarse.

Lobo se irgui en toda su estatura, con los puos cerrados.

—MALDITA SEA! NO ME MIRIS! —vocifer—. NO ME HAGIS SENTIR EXTRAO! TODO EL MUNDO ME HACE SENTIR EXTRAO!

Los nios se dispersaron. Jadeando, con la cara enrojecida, Lobo les vio desaparecer por la calle Mayor de Daleville y la pri­mera esquina. Entonces se cruz de brazos y mir, afligido, a Jack. Estaba avergonzado.

—Lobo no ha debido gritar —dijo—; slo eran nios.

—Un buen susto les har mucho bien —dijo una voz y Jack vio que el joven de la camioneta roja an estaba apoyado en la puerta de la cabina, sonriendo—. Yo tampoco he visto nada igual. Conque sois primos, eh?

Jack asinti con suspicacia.

—Oye, no quera ofenderte ni nada parecido. —Se acerc. Tena los cabellos oscuros y llevaba un chaleco peludo y una camisa a cuadros—. Y an menos burlarme de nadie, claro. —Call y levant las manos, con la palmas hacia fuera—. En realidad, estaba pensando que tenis el aspecto de haber pasado mucho tiempo en la carretera.

Jack ech una ojeada a Lobo, que segua cruzado de brazos, muy confundido, y miraba con recelo a aquel personaje a travs de sus gafas redondas.

—Yo tambin hice autostop —prosigui el hombre—. Ya lo creo que s, el ao que sal de la vieja ESD, Escuela Superior de Da­leville, comprendis? Hice autostop hasta el norte de California y tambin en el largo viaje de regreso hasta aqu. Sea como sea, si queris ir hacia el oeste, os puedo llevar.

—No puedo, Jack —dijo Lobo en un murmullo teatral.

—Hasta qu lugar del oeste? —pregunt Jack—. Nosotros va­mos a Springfield. Tengo un amigo all.

—Pues no hay problema, seor. —Volvi a levantar las ma­nos—. Yo me dirijo a este lado de Cayuga, junto a la frontera de Illinois. Dejadme comprar una hamburguesa y nos largamos al instante. Dentro de una hora y media, tal vez menos, estaris a medio camino de Springfield.

No puedo —repiti con voz ronca Lobo.

—Slo hay un pequeo inconveniente, sabis? Llevo algunas cosas en el asiento delantero. Uno de vosotros tendr que viajar atrs y le dar un poco de viento.

—No sabe lo estupendo que ser para nosotros —dijo Jack, fiel a la verdad—. Esperaremos a que salga. —Lobo empez a bailar, muy agitado—. De verdad, le esperaremos aqu. Y gracias.

Se volvi para murmurar algo a Lobo en cuanto el hombre hubo cruzado el umbral.

As pues, cuando el joven —Bill Buck Thompson, ya que tal era su nombre— volvi a la camioneta con dos cajas de bocadillos gigantes, encontr a un Lobo de aspecto tranquilo arrodillado en la parte posterior abierta, con los brazos apoyados en un lado, la boca abierta y la nariz levantada. Jack estaba en el asiento del lado del conductor, embutido entre un montn de bolsas de pls­tico muy voluminosas que iban cerradas con grapas y, a juzgar por el olor, haban sido rociadas con un ambientador. A travs de los lados traslcidos de las bolsas se vean unos largos tallos verdes en cuyos extremos crecan racimos de capullos.

—Me ha parecido que an estabais hambrientos —dijo, lanzan­do otro bocadillo a Lobo. Entonces se sent ante el volante, se­parado de Jack por las bolsas de plstico—. Saba que lo cogera entre los dientes, dicho sea sin nimo de molestar a tu primo. Toma ste, l ya ha devorado el suyo.

Y se adentraron en el oeste otros ciento sesenta kilmetros, mientras Lobo disfrutaba como un loco del viento que le azotaba el rostro y estaba medio hipnotizado por la velocidad y la variedad de olores que acudan a su nariz. Con unos ojos brillantes que no se perdan ningn matiz del viento, Lobo saltaba de un lado a otro detrs de la cabina, olfateando el aire.

Buck Thompson se identific como un granjero y habl sin parar durante los setenta y cinco minutos en que mantuvo el acelerador a fondo, sin hacer a Jack ni una sola pregunta. Y cuan­do torci hacia un camino estrecho y polvoriento, al borde del lmite urbano de Cayuga y detuvo el vehculo junto a un campo de maz que pareca extenderse durante kilmetros, se meti la mano en el bolsillo de la camisa y sac un cigarrillo retorcido enrollado en papel blanco muy fino.

—He odo hablar del whisky barato —dijo—, pero tu primo la ha cogido de verdad. —Dej caer el cigarrillo en la mano de Jack—. Dale esto cuando se excite, quieres? Ordenes del mdico.

Jack se guard distradamente el porro en el bolsillo de la camisa y se ape de la cabina.

—Gracias, Buck —dijo al conductor.

—Chico, me he quedado patitieso al verle comer —coment Buck—. Cmo consigues que te acompae a los sitios? Le gritas mam, mam?

En cuanto Lobo se dio cuenta de que el paseo haba terminado, salt de la parte trasera de la camioneta.

Su conductor se alej en ella, dejando atrs una larga estela de polvo.

—Hagmoslo otra vez! —grit Lobo—. Hagmoslo otra vez, Jacky!

—Qu ms querra yo! —contest Jack—. Vamos, andemos un rato. Es probable que pase alguien.

Pensaba que la suerte se le haba puesto de cara, que en muy pocas horas l y Lobo cruzaran la frontera de Illinois... y siempre haba estado seguro de que todo ira bien en cuanto llegase a Springfield y la Thayer School y encontrarse a Richard. Sin em­bargo, la mente de Jack an funcionaba parcialmente en el tiempo del cobertizo, donde lo irreal emborrona y distorsiona lo real y las cosas malas empezaron a suceder de nuevo y tan de prisa que escaparon a su control. Pas mucho tiempo antes de que Jack viera Illinois y durante este tiempo volvi a encontrarse en el cobertizo.

2

La serie de hechos vertiginosos que desembocaron en el Hogar del Sol comenzaron diez minutos despus de que los dos mucha­chos hubieran pasado el pequeo letrero que anunciaba la llegada a Cayuga, 23 568 habitantes. Pero Cayuga no se vea por ninguna parte. A su derecha se extenda el campo de maz, al parecer ili­mitado; a su izquierda, un campo baldo permita ver que la ca­rretera describa una curva y luego segua recta hacia el hori­zonte plano. Justo cuando Jack pensaba que seguramente tendran que andar hasta la ciudad para encontrar al siguiente coche que les llevara, apareci un vehculo en la carretera que se diriga hacia ellos a toda velocidad.

—Viajar en la parte trasera? —grit Lobo, levantando los brazos por encima de la cabeza—. Lobo viajar en la parte tra­sera ! Aqu y ahora mismo!

—Va en direccin contraria a la nuestra —dijo Jack—. Tranquilzate y djalo pasar. Lobo. Baja los brazos o creer que le haces seales.

Lobo obedeci de mala gana. El coche estaba a punto de llegar a la curva y pronto les alcanzara.

—No podr viajar en la parte trasera? —inquiri Lobo, con una mueca de disgusto casi infantil.

Jack neg con la cabeza. Miraba fijamente un medalln ovalado pintado en la polvorienta portezuela blanca del vehculo. Poda decir Comit de Parques del Condado o Departamento de Caza. Poda ser cualquier cosa, desde un coche del departamento de agricultura del condado a uno del departamento de limpieza de Cayuga. Pero cuando dobl la curva, Jack vio que era un coche patrulla.

—Ah va un poli. Lobo. Un polica. Sigue andando y no hagas nada raro. No nos conviene que pare.

—Qu es un polilica? —La voz de Lobo era baja y grave;

haba visto que el coche se diriga hacia l—. Matan a los Lobos los polilicas?

—No —respondi Jack—, no matan jams a ningn Lobo. —Pero no sirvi de nada; Lobo se aferr, temblando, a la mano de Jack.

—Sultame, Lobo, te lo ruego —urgi Jack—. 1 lo encontrar extrao.

Lobo le solt la mano.

Mientras el coche patrulla avanzaba hacia ellos, Jack mir al hombre del volante y luego dio media vuelta y anduvo unos pasos para observar a Lobo. Lo que haba visto no era muy tranquiliza­dor. El polica que conduca el coche tena un rostro ancho y dominante, con lvidas capas de grasa en lugar de mejillas. Y el terror de Lobo se lea con claridad en su cara. Tanto los ojos como las ventanas de la nariz estaban al acecho y enseaba los

dientes.

—Te ha gustado mucho viajar en la parte trasera de aquella camioneta, verdad? —le pregunt Jack.

El terror remiti un poco y Lobo esboz una sonrisa. El coche patrulla pas de largo con estruendo, pero Jack vio que el con­ductor volva la cabeza para inspeccionarlos.

—Todo va bien —dijo—, sigue su camino. Estamos a salvo, Lobo.

Acababa de volverse cuando oy de repente que el estruendo del coche patrulla se acercaba de nuevo.

— El polilica vuelve!

—Quiz regresa a Cayuga —dijo Jack—. No le mires y anda como yo. No fijes en l la mirada.

Lobo y Jack continuaron andando, fingiendo no ver el coche, que pareca quedarse atrs deliberadamente. Lobo profiri un so­nido que era mitad lamento, mitad aullido.

El coche patrulla se desvi hacia la izquierda, los adelant y entonces se encendieron las luces del freno y el coche se de­tuvo atravesado delante de ellos. El agente abri la puerta, plant los pies en el suelo y se ape. Era ms o menos de la misma esta­tura que Jack y todo su peso estaba en la cara y el estmago;

tena las piernas enclenques y los brazos y hombros de un hombre de constitucin normal. El estmago, embutido en el uniforme marrn como un pavo de ocho kilos, abultaba a ambos lados del ancho cinturn marrn.

—Me muero de impaciencia —dijo, apoyndose en la puerta abierta—. Cul es vuestra historia? Adelante.

Lobo se acerc a Jack sin ruido y encogi los hombros, metien­do las manos en los bolsillos del mono.

—Nos dirigimos a Springfield, oficial —contest Jack—, y he­mos hecho autostop, aunque supongo que no debamos.

—Supones que no debais. Santo cielo. Quin es este tipo que intenta esconderse detras de ti... un chalado?

—Es mi primo. —Jack pens unos instante, frenticamente. La historia tena que acomodar de algn modo a Lobo—. Me han encargado que le lleve a su casa. Vive en Springfield con su ta Helen, quiero decir, mi ta Helen, que es maestra en Spring­field.

—Qu ha hecho? Escaparse de algn lugar?

—No, no, nada de eso. Fue slo que...

El polica le mir con expresin de ira contenida.

—Nombres.

Ahora el muchacho se enfrent a un dilema: era seguro que Lobo le llamara Jack, sin hacer caso del nombre que l diera al polica.

—Soy Jack Parker —contest— y l...

—Un momento. Quiero que lo diga l mismo. S, t. Recuer­das tu nombre, atontado?

Lobo se retorci detrs de Jack, frotndose la barbilla contra la pechera del mono, y murmur algo.

—No te he odo, muchacho.

—Lobo —susurr.

—Lobo. Tendra que haberlo adivinado. Cul es tu nombre de pila o slo te han dado un nmero?

Lobo haba cerrado los ojos y retorca las piernas.

—Vamos, Phil —le anim Jack, pensando que era uno de los pocos nombres que Lobo podra recordar.

Pero en cuanto lo hubo dicho. Lobo levant la cabeza, se ende­rez y grit con todas sus fuerzas:

—JACK! JACK! JACK! JACK LOBO!

—'A veces le llamamos Jack —terci el muchacho, sabiendo que ya era demasiado tarde—. Es porque me tiene mucho afecto;

a veces soy el nico que puede ayudarle. Quiz incluso me quede con l unos das en Springfield cuando lleguemos a su casa, slo para asegurarme de que est bien instalado.

—Te aseguro que estoy harto de tu voz, muchachito. Por qu no subs t y Phil-Jack al asiento de atrs y vamos a la ciudad a aclararlo todo? —Cuando vio que Jack no se mova, el polica se llev la mano a la culata de la enorme pistola que colgaba de su apretado cinturn—. Subid al coche. l primero. Quiero saber por qu estis a ciento sesenta kilmetros de casa en un da de clase. Al coche. Ahora mismo.

—Ah, oficial —empez Jack, mientras a sus espaldas Lobo mur­muraba con voz ronca: No, no puedo.—. Mi primo tiene un problema; padece claustrofobia. Los espacios pequeos, en especial el interior de los coches, le ponen frentico. Slo podemos viajar en la parte trasera de las camionetas.

Subid al coche —repiti el polica, adelantndose y abriendo la puerta de la parte trasera.

—NO PUEDO! —gimi Lobo—. Lobo NO PUEDE! Apesta, Jacky, ah dentro apesta. —Tena la nariz y los labios arrugados por el asco.

—Le haces subir al coche o lo har yo —dijo el polica a Jack.

—Lobo, ser por poco rato —suplic Jack, buscando la mano de Lobo, que se )a dio en seguida. Jack le empuj hacia el asiento trasero del coche patrulla, mientras Lobo arrastraba literalmente los pies por la carretera.

Por unos segundos, pareci que lo lograra; Lobo se acerc al coche lo suficiente para tocar la puerta. Entonces todo su cuerpo se estremeci y se asi con ambas manos al marco de la por­tezuela. Pareca tener intencin de partir en dos el techo del vehculo, como el hombre forzudo de un circo parte en dos una guia telefnica.

—Por favor —insisti Jack en voz baja—. Tenemos que entrar. Pero Lobo estaba aterrado y lo que ola le inspiraba demasiada repugnancia. Mene la cabeza con un gesto violento. Un reguero de saliva cay de sus labios, mojando el techo del coche.

El polica se acerc por detrs de Jack y sac algo de una funda que penda de su cinturn. Jack slo tuvo tiempo de ver que no era la pistola antes de que el polica descargara experta­mente la porra sobre el cogote de Lobo, cuyo torso se dobl sobre el techo del vehculo y en seguida todo el cuerpo se desliz y cay con delicadeza sobre el polvo de la carretera.

—T ve al otro lado —orden el polica, guardndose la porra— y entre los dos meteremos este saco de mierda en el coche.

Dos o tres minutos ms tarde, despus de dejar caer por dos veces el cuerpo pesado e inconsciente de Lobo en la carretera, se alejaban a toda velocidad en direccin a Cayuga.

—Ya s qu va a ocurriros, a ti y al imbcil de tu primo, si es tu primo, cosa que dudo.

El polica mir a Jack por el espejo retrovisor con unos ojos que parecan uvas pasas sumergidas en alquitrn fresco.

Toda la sangre del cuerpo de Jack bajaba en tropel por sus venas y el corazn le saltaba en el pecho. Acababa de recordar el cigarrillo que llevaba en el bolsillo de la camisa. Lo palp y retir en seguida la mano, antes de que el polica pudiera decir algo.

—Tengo que ponerle ios zapatos —dijo Jack—. Se le han cado.

—Olvdalo —dijo el agente, pero no puso objeciones cuando Jack se agach. Una vez fuera del ngulo de visin del espejo, calz un pie de Lobo con uno de los mocasines rotos y luego extrajo rpidamente el porro del bolsillo y se lo meti en la boca. Lo mordi y partculas de un extrao sabor a hierbas le cubrieron la lengua. Empez a desmenuzarlas con los dientes; algo le rasc la garganta y se enderez, se tap la boca con la mano y tosi con los labios cerrados. Cuando se le hubo aclarado la garganta, trag a toda prisa la marihuana hmeda y pastosa, pasndose al final la lengua por los dientes para recoger todos los vestigios y manchas.

—Te esperan algunas sorpresas —anunci el polica—. Van a entrar algunos rayos de sol en tu alma.

—Rayos de sol en mi alma? —pregunt Jack, pensando que el polica le haba visto meterse el porro en la boca.

—Y salirte unos callos en las manos, tambin —aadi el po­lica, mirando con expresin complacida la imagen culpable de Jack, reflejada en el espejo retrovisor.

El ayuntamiento de Cayuga era un sombro laberinto de pasi­llos oscuros y escaleras estrechas que parecan ascender a habita­ciones igualmente reducidas. El agua cantaba y rumoreaba en las caeras.

—Dejad que os explique algo, muchachos —dijo el polica, di­rigindoles hacia la ltima escalera a su derecha—. No estis arrestados. Comprendido? Se os ha detenido para interrogaros. No quiero escuchar ninguna tontera sobre hacer una llamada. Estaris en el limbo hasta que nos digis quines sois y qu llevis entre manos. Me habis odo? En el limbo. En ninguna parte. Veremos al juez Fairchild, que es el magistrado, y si no nos decs la verdad, la cosa tendr consecuencias funestas. Arriba, en marcha!

Una vez arriba, el polica abri una puerta. Una mujer de me­diana edad, con gafas de metal y vestida de negro, levant la vista de una mquina de escribir colocada de lado contra la pared del fondo.

—Otros dos prfugos —anunci el polica—. Dile que estamos aqu.

La secretaria asinti, cogi el telfono y dijo unas palabras.

—Podis entrar —les comunic, paseando la mirada de Lobo a Jack y viceversa.

El polica les empuj por la antesala hasta la puerta de una habitacin de doble tamao, decorada con estanteras de libros en una pared y fotografas, diplomas y certificados en la otra. Las largas ventanas del fondo tenan las persianas bajadas. Un hombre alto y flaco, vestido de oscuro, con una camisa blanca arrugada y una corbata estrecha de estampado indefinido se levant de detrs de una vieja mesa de madera que deba medir dos metros de lon­gitud. El rostro del hombre era un mapa de arrugas en relieve y sus cabellos tan negros que deban estar teidos. El humo acre de muchos cigarrillos flotaba visiblemene en el aire.

—Vamos a ver, a quin tenemos aqu, Franky? —Su voz era extraamente profunda, casi teatral.

—Unos chicos que he recogido en la carretera de French Lick, ante la casa de Thompson.

Las arrugas del juez Fairchild se contrajeron en una sonrisa mientras miraba a Jack.

—Llevas encima alguna documentacin, hijo?

—No, seor —respondi Jack.

—Has dicho toda la verdad al agente Williams? El cree que no o no estarais aqu.

—S, seor —respondi Jack.

—A ver, cuntame tu historia. —Rode la mesa, desdibujando las capas de humos de encima de su cabeza y se sent y apoy a medias en la esquina ms prxima a Jack. Encendi un cigarrillo guiando un ojo y Jack vio los ojos plidos y hundidos del juez mirarle a travs del humo sin el menor rastro de piedad.

Era otra vez la planta nepente.

Respir hondo.

—Me llamo Jack Parker. l es mi primo y tambin se llama Jack, Jack Lobo, pero su verdadero nombre es Philip. Viva con nosotros en Daleville porque su padre ha muerto y su madre estaba enferma y ahora yo le acompao a su casa de Springfield.

—Es retrasado, verdad?

—Un poco lento —concedi a Jack, mirando a 'Lobo. Su amigo pareca consciente slo a medias.

—Cmo se llama tu madre? —pregunt el juez a Lobo, pero ste no reaccion de ningn modo. Tena los ojos cerrados y las manos metidas en los bolsillos.

—Se llama Helen —contest Jack—, Helen Vaughan. El juez baj de la mesa y se acerc lentamente a Jack.

—Has bebido, hijo? No tienes mucho equilibrio.

—No.

El juez se detuvo a treinta centmetros de Jack y se agach.

—Djame oler tu aliento.

Jack abri la boca y espir aire.

—No. No has bebido. —El juez volvi a enderezarse—. Pero sta es la nica verdad que has dicho. T intentas tomarme el pelo, muchacho.

—Siento haber hecho autostop —dijo Jack, consciente de que ahora deba hablar con mucha cautela. No slo lo que dijera poda determinar que l y Lobo quedaran libres, sino que experimentaba cierta dificultad en pronunciar las palabras; todo pareca ocurrir con una lentitud exagerada. Como en el cobertizo, los segundos se haban independizado del metrnomo—. De hecho, casi nunca hacemos autostop porque Lobo, es decir, Jack, odia viajar en coche. No lo haremos nunca ms. No hemos hecho nada malo, seor, y sta es la pura verdad.

—No has comprendido, hijo mo —dijo el juez y sus ojos hun­didos volvieron a brillar. Est disfrutando, comprendi Jack. El juez Fairchild retrocedi lentamente hasta situarse detrs de la mesa—. La cuestin no es el autostop. Vosotros dos estis viajando solos, sin procedencia ni rumbo preciso, lo cual os convierte en verdaderos delincuentes potenciales. —Su voz era como la miel oscura—. Pues bien, en este condado tenemos una institucin que consideramos excepcional..., por cierto, aprobada y fundada por el estado, y que parece hecha a la medida para chicos como vo­sotros. Se llama el Hogar Cristiano de Sol Gardener para Chicos Descarriados. La obra del seor Gardener con los muchachos de vuestra clase ha sido casi milagrosa. Le hemos enviado casos difciles y al poco tiempo los ha visto de rodillas, pidiendo perdn al Seor. Yo dira que esto es bastante especial, no te parece?

Jack trag saliva. Tenia la boca ms seca que cuando estaba en el cobertizo.

—Ah, seor, es muy urgente que lleguemos a Springfield. Todos se extraarn...

—Lo dudo mucho —dijo el juez, sonriendo con todas sus arrugas—. Pero te dir una cosa. En cuanto los dos estis de camino ail Hogar de Sol, telefonear 'a Springfield e intentar obtener el nmero de la tal Helen... Lobo, verdad? O es Helen Vaughan?

—Vaughan —contest Jack, sonrojndose como si tuviera fiebre.

—Ya —dijo el juez.

Lobo mene la cabeza, parpade y puso la mano sobre el hombro de Jack.

—Ya recobras el conocimiento, eh, hijo? —pregunt el juez—. Puedes decirme tu edad?

Lobo volvi a parpadear y mir a Jack.

—Diecisis aos —contest ste.

—Y t?

—Doce.

—Oh, aparentas unos cuantos ms. Otro motivo para preocu­parse de que recibas ayuda ahora, antes de que te metas en pro­blemas ms serios. No lo crees as, Franky?

—Amn —dijo el polica.

—Muchachos, volved aqu dentro de un mes —sentenci el juez— y entonces veremos si ha mejorado vuestra memoria. Por qu tienes los ojos tan enrojecidos?

—Noto una sensacin rara en ellos —contest Jack y el polica emiti un ladrido, que en realidad era una risa, como comprendi Jack un segundo despus.

—Llvatelos ya, Franky —orden el juez, que estaba descolgando el telfono—. Dentro de treinta das seris muy diferentes, podis estar seguros.

Mientras bajaban las escaleras del ayuntamiento de ladrillo rojo, Jack pregunt a Franky Williams por qu el juez haba pre­guntado cuntos aos tenan. El polica se detuvo en el ltimo escaln y dio media vuelta para dirigir a Jack una mirada mali­

ciosa.

—El viejo Sol suele aceptarlos a partir de doce aos y dejarlos libres a los diecinueve. —Sonri—. De verdad no le has odo nunca por radio? Es lo ms famoso que tenemos por aqu. Estoy casi seguro de que incluso en Daleville han odo hablar del viejo Sol Gardener. —Sus dientes eran pas pequeas y descoloridas, espaciadas de forma irregular.

3

Veinte minutos despus volvan a estar en el campo.

Lobo haba subido al asiento trasero del coche patrulla con una docilidad sorprendente. Franky Williams se haba sacado la porra del cinturn y dicho: Quieres probar esto otra vez, pe­queo monstruo? Quin sabe, quiz te espabilara. Lobo tembl y arrug la nariz, pero entr en el coche despus de Jack, comen-

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zando inmediatamente a respirar por la boca, tapndose la tiariz con la mano.

—Nos escaparemos de este lugar. Lobo —le susurr Jack al odo—. Un par de das y encontraremos el medio.

—Nada de charlas —dijo el polica desde el asiento delantero. Jack senta un extrao sosiego. Estaba seguro de que encon­traran un modo de escapar. Se apoy contra el respaldo de plstico, con la mano de Lobo en la suya, y contempl pasar ios campos.

—Ah est —dijo Franky Williams—, vuestro futuro hogar. Jack vio un montn de altos muros de ladrillo levantados su-rrealsticamente en medio de los campos. Demasiado altos para ver el interior, los muros que rodeaban el Hogar de Sol estaban rematados por tres alambradas de pas y fragmentos de vidrio em­potrados en el cemento. El coche pasaba ahora ante unos campos baldos cercados por alambradas de pas.

—Tiene una extensin de veinticuatro hectreas —explic Wil­liams—, y todo est rodeado de muros o alambradas, podis creerlo. Los mismos muchachos los levantaron.

Una ancha verja de hierro interrumpa el muro donde la ca­rretera se curvaba hacia los terrenos de la institucin. En cuanto el coche patrulla entr en la curva, la verja se abri, accionada por alguna seal electrnica.

—Una cmara de televisin —explic el polica—. Estn espe­rando a los dos pescados frescos.

Jack se inclin hacia delante y acerc la cara a la ventanilla. Unos chicos con chaqueta de dril trabajaban en los campos, ca­vando, rastrillando y empujando carretillas.

—Me habis hecho ganar veinte dlares, por atontados —dijo Williams—, y otros veinte al juez Fairchild. No es estupendo?

captulo 21

EL HOGAR DE SOL

1

El Hogar pareca hecho de cubos de juguete, pens Jack, aadidos a medida que necesitaban ms espacio. Entonces vio que las nu­merosas ventanas estaban provistas de barrotes y el extenso edi­ficio adquiri inmediatamente el aspecto de un penal y ya no le pareci de juguete.

La mayora de muchachos que trabajaban en los campos haban dejado sus herramientas para observar el paso del coche patrulla.

Franky Williams se detuvo en la ancha explanada del final de la avenida. En cuanto hubo desconectado el motor, una figura alta cruz el umbral de la puerta de entrada y se qued mirndolos desde arriba de la escalera con las manos entrelazadas. Bajo una larga cabellera blanca y ondulada, el rostro del hombre daba una falsa impresin de juventud, como si sus facciones marcadas y muy masculinas hubieran sido creadas o por lo menos modificadas por la ciruga plstica. Era el rostro de un hombre capaz de convencer de cualquier cosa a cualquiera y en cualquier parte. Sus ropas eran tan blancas como sus cabellos: traje blanco, za­patos blancos, camisa blanca y un largo pauelo de seda blanca alrededor del cuello. Mientras Jack y Lobo se apeaban del coche, el hombre de blanco extrajo del bolsillo unas gafas de color verde oscuro, se las puso y pareci examinar a los dos (muchachos un momento antes de sonrer; largos surcos hendieron sus mejillas. Entonces se quit las gafas y las guard de nuevo en el bolsillo.

—Bien —dijo—, bien, bien, bien. Dnde estaramos todos nosotros sin usted, agente Williams?

—Buenas tardes, reverendo Gardener —salud el polica.

—Se trata de un caso corriente o se dedicaban estos dos chi­cos descarriados a alguna actividad criminal?

—Son vagabundos —contest el polica con las manos en las caderas, mirando a Gardener con los ojos bizcos, como deslum­hrados por tanta blancura—. Se han negado a dar sus verdaderos nombres a Fairchild. ste, el corpulento —aadi, sealando a Lobo con el pulgar—, no ha querido abrir la boca. He tenido que darle un golpe en la cabeza para poder meterle en el coche.

Gardener mene la cabeza con gesto trgico.

—Por qu no los sube para que se presenten a s mismos y podamos proceder a las formalidades de rigor? Hay alguna razn para que los dos ofrezcan este aspecto... digamos... aturdido?

—Slo porque he aporreado a ste en el cogote.

—Ummmmm. —Gardener dio unos pasos hacia atrs, juntando los dedos sobre el pecho.

Mientras Williams empujaba a los muchachos por la escalera que desembocaba en el largo porche, Gardener lade la cabeza y observ a los recin llegados. Jack y Lobo llegaron al final de las escaleras y pisaron, desorientados, el suelo del porche. Franky Williams se sec la frente, colocndose junto a ellos. Gardener sonrea vagamente, pero sus ojos no perdan de vista a los mu­chachos. Un segundo despus de que algo duro, fro y familiar centelleara en sus ojos al mirar a Jack, el reverendo volvi a sacarse las gafas del bolsillo y se las puso. La sonrisa continu siendo vaga y delicada pero, aun sintindose arropado por una sensacin de falsa seguridad, Jack se alarm al ver aquella mi­rada... porque la haba visto antes.

El reverendo Gardener se baj las gafas de sol hasta el centro de la nariz y mir con expresin jocosa por encima de ellas.

—Nombres! Nombres! Podramos conocer los nombres de estos dos caballeros?

—Yo me llamo Jack —dijo el muchacho y en seguida se inte­rrumpi. No quera decir ni una sola palabra ms de las nece­sarias. La realidad pareci desvanecerse ante l y crey haber sido devuelto a los Territorios, pero ahora los Territorios eran malos y amenazadores y un humo acre, unas llamas violentas y los gri­tos de cuerpos torturados llenaban el aire.

Una mano potente se cerr sobre su codo y le dio un tirn. En lugar del humo apestoso, Jack oli a una colonia dulzona y pe­netrante, aplicada en cantidad excesiva. Un par de melanclicos ojos grises le miraban directamente.

—Y has sido un chico malo, Jack? Has sido un chico muy malo?

—No, slo hacamos autostop y...

—Creo que ests un poco drogado —dijo el reverendo Gar­dener—. Tendremos que ponerte en observacin, no te parece? —La mano le solt el codo y Gardener se apart y volvi a subirse las gafas—. Supongo que tienes un apellido.

—Parker —dijo Jack.

—Yaaa. —Gardener se quit las gafas, ejecut una airosa media vuelta y empez a examinar a Lobo, sin dar la menor indicacin de si crea o no a Jack.

—Vaya —observ—, t s que eres un ejemplar sano. Realmente impresionante. Seguro que encontraremos alguna tarea apropiada para un muchacho tan grande y fuerte. Alabado sea el Seor. Puedo pedirte que emules al seor Parker y me digas tu nombre?

Jack mir a Lobo con inquietud. ste tena la cabeza baja y respiraba con fuerza. Un brillante reguero de saliva le bajaba hasta la barbilla. Una mancha negra, mitad polvo, mitad grasa, cubra la parte delantera de la camiseta robada al departamento de At­letismo. Lobo mene la cabeza, pero de un modo que no significa­ba nada; poda haberla agitado para asustar a una mosca.

— Tu nombre, hijo! Tu nombre! Tu nombre! Te llamas Bill? Paul? Art? Sammy? No... Estoy seguro de que es un nombre muy convencional. George, quiz?

—Lobo —contest Lobo.

—Ah, muy bonito. —Gardener les dedic una sonrisa radian­te—. Seor Parker y seor Lobo. Quiere acompaarles adentro, agente Williams? No es agradable que el seor Bast ya se encuen­tre aqu? Porque la presencia del seor Hector Bast, a propsito, es uno de nuestros ayudantes, significa que podremos vestirle a usted, seor Lobo. —Mir a ambos muchachos por encima de las gafas de sol—. Una de nuestras creencias aqu en el Hogar Cris­tiano es que los soldados del Seor desfilan mejor cuando desfilan de uniforme. Y Heck Bast es casi tan corpulento como tu amigo Lobo, joven Jack Parker, as que desde los puntos de vista de vestuario y disciplina estaris muy bien servidos. Un consuelo, no?

—Jack —murmur Lobo.

—Dime.

—Me duele la cabeza, Jack. Me duele mucho.

—Su cabecita le duele, seor Lobo? —El reverendo Sol Gar­dener bail a medias hacia Lobo y le dio unas suaves palmaditas en el brazo. Lobo apart el brazo con una expresin de repugnan­cia en el rostro.

La colonia, pens Jack; aquel olor intenso y pegajoso deba parecer amonaco al sensible olfato de Lobo.

—No te preocupes, hijo —prosigui Gardener, al parecer indi­ferente al rechazo de Lobo—. El seor Bast o el seor Singer, nuestro otro ayudante, se ocuparn de ello. Frank, creo haberle dicho que los hiciera entrar en la casa.

El agente Williams reaccion como si le hubieran pinchado en la espalda con un alfiler. El rostro enrojeci ms y cruz el porche en direccin a la puerta de entrada con movimientos convulsivos.

Sol Gardener volvi a guiar el ojo a Jack y ste vio que toda su elegante animacin era slo una especie de diversin estril:

el hombre de blanco era fro y desequilibrado por dentro. Una pesada cadena de oro sala de la manga de Gardener para desa­parecer en la base de su pulgar. Jack oy el restallido de un ltigo en el aire y esta vez reconoci los ojos grises oscuros de Gar­dener.

Gardener era el Gemelo de Osmond.

—Adentro, muchachos —dijo, esbozando una reverencia e indi­cando la puerta entornada.

2

—A propsito, seor Parker —dijo Gardener cuando hubieron entrado—, es posible que ya nos conozcamos? Tiene que haber una razn para que me resulte tan familiar, no cree?

—No lo s —contest Jack, mirando con cautela el extrao interior del Hogar Cristiano.

Sobre la moqueta verde oscuro, largos divanes tapizados con un gnero azul oscuro estaban apoyadas contra una pared, mien­tras dos mesas macizas con superficie de piel haban sido coloca­das contra la pared de enfrente. Desde una de las mesas, un adolescente pecoso les mir con expresin ausente y volvi a fijar la mirada en una pantalla de vdeo que tena delante, en la que un predicador de televisin lanzaba invectivas contra el rock and roll. El adolescente sentado ante la mesa contigua se enderez y lanz a Jack una mirada agresiva. Era esbelto, de cabellos ne­gros y su cara estrecha pareca inteligente y malhumorada. Pren­dida con un alfiler al suter blanco de cuello alto colgaba una placa rectangular como las que llevan los soldados: singer.

—Sin embargo, yo creo que nos hemos visto en alguna parte, t no, muchacho? Te aseguro que nos conocemos; nunca olvido, soy literalmente incapaz de olvidar la cara de un chico una vez la he visto. Has estado antes en algn apuro, Jack?.

—Yo no le he visto a usted' nunca —respondi el muchacho. Al otro lado de la habitacin, un chico muy fornido se haba levantado de uno de los divanes y ahora estaba en posicin de firmes. Tambin l llevaba un suter blanco de cuello alto y una placa militar. Mova nerviosamente las manos de Jos costados al cinturn, a los bolsillos de sus vaqueros azules y otra vez a los costados. Meda por lo menos dos metros y pareca pesar casi ciento cincuenta kilos. El acn cubra sus mejillas y frente. ste deba ser Bast.

—En fin, quiz me acordar ms tarde —dijo Sol Gardener—. Heck, acrcate y acompaa hasta la mesa a los recin llegados, quieres?

Bast se acerc con paso lento, ceudo. Fue directamente hacia Lobo antes de pasarle de largo con el ceo an ms fruncido; si Lobo hubiese abierto los ojos, lo cual no hizo, slo habra visto el surcado paisaje de la frente de Bast, sus ojos pequeos y mal­volos, como los de un oso, fijos en l por debajo de unas cejas muy hirsutas. Bast mir despus a Jack, murmur: <Vamos, y levant la mano hacia la mesa.

—Que firmen y luego les llevas a la lavandera para equiparlos —orden Gardener con voz neutra, sonriendo falsamente a Jack—. Jack Parker —aadi en voz baja—, me pregunto quin eres real­mente. Jack Parker. Bast, asegrate de vaciarle bien los bolsillos.

Bast hizo una mueca.

Sol Gardener cruz la habitacin en direccin a Franky Wil-liams, claramente impaciente, y extrajo con languidez del bolsillo interior de la chaqueta una larga cartera de piel. Jack le vio contar los billetes mientras los depositaba en la mano del polica.

—No te distraigas, cerdo —dijo el chico que estaba detrs de la mesa y Jack dio media vuelta para encararse con l. El chico jugaba con un lpiz y su mueca desdeosa disimulaba apenas lo que Jack, con su sensibilidad agudizada, percibi como una ira caracterstica,, una clera que herva dentro de l, perpetuamente alimentada—. Sabe escribir l?

—Dios mo, no lo creo —dijo Jack.

—Entonces tendrs que firmar por los dos. —Singer le alarg dos hojas de papel de formato legal—. Escribe la lnea de arriba en letras de imprenta y con tu letra la de abajo. Donde estn las X. —Se apoy de nuevo en el respaldo, llevndose el lpiz a la boca y dejndolo resbalar hasta la comisura. Jack supuso que era un truco aprendido del muy reverendo Sol Gardener.

jack parker, escribi con letras de imprenta y firm con un garabato al final de la hoja. phil jack lobo y otro garabato, an menos parecido a su verdadera caligrafa.

—Ahora sois pupilos del estado de Indiana y lo seris durante los prximos treinta das, a menos que decidis permanecer ms tiempo. —Singer volvi las hojas hacia s—. Seris...

—Decidir? —pregunt Jack—. Qu significa esto de decidir? Un ligero rubor se extendi por las mejillas de Singer, que lade la cabeza y pareci sonrer.

—Supongo que no sabes que ms del sesenta por ciento de nuestros muchachos estn aqu voluntariamente. Es posible, s. Podrais decidir quedaros aqu.

Jack intent mantener su rostro inexpresivo.

La boca de Singer se crisp con violencia, como estirada por un anzuelo.

—Es un lugar excelente y si algn da te oigo criticarlo, te sacudir a conciencia. Estoy seguro de que es el mejor lugar donde has estado y te dir otra cosa: no tienes eleccin. Debes respetar el Hogar Cristiano. Entendido?

Jack asinti con la cabeza.

—Y se? Qu opina se?

Jack mir a Lobo, que parpadeaba con lentitud y respiraba por la boca.

—Lo mismo, creo.

—Muy bien. Los dos compartiris una habitacin. El da co­mienza a las cinco de la maana, cuando tenemos capilla. Trabajo en el campo hasta las siete y entonces desayuno en el refectorio. Otra vez al campo hasta medioda, cuando almorzamos y leemos la Biblia; lo hacemos por tumos, as que ya puedes empezar a pensar qu leers. Nada de esos prrafos sensuales del Cantar de los Cantares, a menos que quieras descubrir el significado de la disciplina. Ms trabajo despus del almuerzo. —Dirigi a Jack una mirada penetrante—. Ah, y no creas que trabajars gratis en el Hogar del Sol. Parte de nuestro convenio con el estado estipula que todos reciban un salario justo, del que se descuenta el gasto de manutencin: ropa, comida, electricidad, calefaccin y cosas por el estilo. Te pagaremos cincuenta centavos por hora, lo cual significa que ganars cinco dlares al da, o treinta dlares sema­nales. Los domingos se pasan en la Capilla del Sol, exceptuando la hora dedicada al Evangelio de Sol Gardener.

El rubor volvi a esparcirse por sus mejillas y Jack asinti con la cabeza, ya que no tena otro remedio.

—Si te portas bien y sabes hablar como un ser humano, cosa que la mayora ignora, podrs optar a ser miembro del PE, Per­sonal Exterior. Tenemos dos brigadas de PE, una que trabaja en la calle, vendiendo himnos y flores y panfletos del reverendo Gar­dener, y otra que hace guardia en el aeropuerto. De todos modos, disponemos de treinta das para transformaros y haceros ver la suciedad y porquera de vuestra mezquina existencia antes de que llegarais aqu, y empezaremos ahora mismo.

Singer se levant, con la cara del mismo color que una hoja otoal rojiza, y descans con delicadeza los dedos sobre la super­ficie de la mesa.

—Vaciad vuestros bolsillos. Ahora mismo.

—Aqu y ahora mismo —murmur Lobo, como un eco.

— VOLVEDLOS DEL REVS! —grit Singer— QUIERO VER­LO TODO!

Bast se coloc al lado de Lobo. El reverendo Gardener, despus de acompaar al coche a Franky Williams, se acerc a Jack con una cara muy expresiva.

—Las posesiones personales suelen atar demasiado al pasado a nuestros muchachos —explic a Jack—. Son destructivas. Cree­mos que esto es una precaucin muy til.

—VACIAD VUESTROS BOLSILLOS! —rugi Singer, casi abandonndose a una rabia descarada.

Jack sac al azar de sus bolsillos todos los recuerdos de su tiempo en la carretera. Un pauelo rojo que le haba dado la mujer de Elbert Palamountain cuando le vio secarse los mocos con la manga, dos cajas de cerillas, los pocos dlares y cuarenta y dos centavos que constituan toda su fortuna —un total de seis dla­res y cuarenta y dos centavos— y la llave de la habitacin 407 del hotel y jardines de la Alhambra y cerr los dedos en tomo a los tres objetos que tena intencin de conservar.

—Supongo que tambin quieres mi mochila—dijo.

—Claro, estpido asqueroso —rugi Singer—, claro que que­remos tu maldita mochila, pero antes queremos todo 'lo que ests intentando ocultar. Scalo... ahora mismo.

De mala gana, Jack sac la pa de guitarra de Speedy, la canica sonora y la gran rueda del dlar de plata y las puso en el centro del pauelo.

—Slo son amuletos de la suerte. Singer agarr la pa.

—Eh! Qu es esto? Quiero decir, qu es?

—Un dedal.

—Ya, claro. —Singer 'le dio la vuelta entre sus dedos y lo oli. Si lo hubiera mordido, Jack le habra abofeteado—. Un dedal. Me ests diciendo la verdad?

—Me lo dio un amigo mo —dijo Jack, sintindose de pronto ms solo y abandonado que nunca en el transcurso de su viaje. Record a Bola de Nieve a la puerta de las galeras comerciales, que le haba mirado con los ojos de Speedy y que de una forma que Jack no poda comprender haba sido realmente Speedy Par-ker, cuyo nombre l haba adoptado ahora como propio.

—Apuesto algo a que es robado —dijo Singer a nadie en par­ticular, dejando caer la pa en el pauelo, junto a la moneda y la canica—. Y ahora la mochila.

Jack se descarg de la mochila y la entreg. Singer rebusc en su interior durante unos minutos con una repugnancia y frus­tracin creciente. La causa de la repugnancia era el estado de las pocas prendas que le quedaban a Jack y la de la frustracin, la ausencia en la mochila de cualquier clase de droga.

Speedy, dnde ests ahora?

No tiene nada —se quej Singer—. Quiere que le registremos el cuerpo?

Gardener neg con la cabeza.

—Veamos qu podemos averiguar a travs del seor Lobo. Bast se acerc todava ms, empujando, y Singer pregunt:

—Qu lleva l?

—No tiene nada en los bolsillos —dijo Jack.

—Quiero ver sus bolsillos VACOS —rugi Singer—. SOBRE LA MESA!

Lobo hundi la cabeza sobre el pecho y cerr los ojos.

—No llevas nada en ios bolsillos, verdad? —inquiri Jack. Lobo asinti una vez, muy despacio.

— Miente! El idiota miente! —chill Singer—. Vamos, grand­simo idiota, poni todo sobre la mesa. —Dio dos sonoras palma­das—. Vaya! Williams no le registr y Fairchild tampoco! Esto es increble, quedarn como unos ineptos.

Bast levant la cara hacia la de Lobo y grit:

—Si no vacas tus bolsillos sobre la mesa inmediatamente, te har una cara nueva.

Jack intervino en voz baja:

—Obedece, Lobo.

Lobo gimi y sac el puo derecho del bolsillo del mono, se inclin sobre la mesa, adelant la mano y abri los dedos. Tres cerillas de madera y dos piedras pequeas pulidas por el agua, veteadas, estriadas y polcromas, cayeron sobre la piel de la mesa. Cuando abri la imano izquierda, cayeron otras dos bonitas piedras junto al resto.

—Pildoras! —Singer las agarr.

—No seas idiota, Sonny —dijo Gardener.

—Me habis hecho parecer un imbcil —dijo Singer a Jack en tono bajo pero vehemente en cuanto llegaron a la escalera que conduca a los pisos superiores, cubierta por una alfombra rada que tena un dibujo de rosas. Slo haban sido decoradas y arre­gladas las habitaciones principales de la planta baja; el resto del Hogar Cristiano del Sol se vea viejo y descuidado—. Os arrepen­tiris, te lo prometo; en este lugar, nadie toma el pelo a Sonny Singer. Idiotas! Se puede decir que yo dirijo la institucin. Por todos los santos! —Acerc su cara furibunda a la de Jack—. Habis organizado un gran nmero ah abajo: el mudo y sus malditas piedras. Tardaris mucho tiempo en pagarlo.

—Yo no saba que tuviera algo en los bolsillos —protest Jack. Singer, que iba un paso por delante de Jack y Lobo, se detuvo de repente. Entorn los ojos y todo su rostro pareci contraerse. Jack comprendi lo que iba a suceder un segundo antes de que la mano de Singer le abofeteara dolorosamente una mejilla.

—Jack? —murmur Lobo.

—Estoy bien.

—Cuando me hagas dao, yo te har el doble —dijo Singer a Jack—. Cuando me hagas dao delante del reverendo Gardener, yo te lo devolver cuatro veces, entendido?

—S —replic Jack—, creo que lo he entendido. No ibas a darnos ropa?

Singer dio media vuelta y continu subiendo y por un segundo Jack permaneci quieto, observando la espalda delgada y rgida del otro muchacho mientras suba las escaleras. T tambin —dijo para sus adentros—. T y Osmond. Algn da. Entonces empez a subir y Lobo le sigui con esfuerzo.

En una habitacin larga, llena de cajas, Singer esper con ner­viosismo junto a la puerta mientras un chico alto, de rostro inex­presivo y movimientos de sonmbulo, buscaba ropa para ellos en las cajas de los estantes.

—Zapatos tambin. O le pones los zapatos de uniforme o tendrs que empuar una pala todo el da —dijo Singer desde el umbral, sin mirar al empleado. La indiferencia cruel deba ser otra de las lecciones de Sol Gardener.

El chico encontr por fin en un rincn del almacn un par del cuarenta y cinco de los pesados y cuadrados zapatos de cor­dones y Jack calz con ellos los pies de Lobo. Entonces Singer les hizo subir otro tramo de escaleras hasta el piso de los dormi­torios, donde no se vea ninguna tentativa de disimular la verda­dera naturaleza del Hogar del Sol. Un pasillo estrecho iba de un extremo a otro de la planta; deba medir unos quince metros de longitud y estaba flanqueado por puertas estrechas provistas de mirillas al nivel de los ojos. A Jack, los llamados dormitorios le parecieron una prisin.

Singer les acompa un corto trecho de pasillo y se detuvo ante una de las puertas.

—El primer da, nadie trabaja. Empezaris el horario normal maana, as que entrad aqu y leed vuestras Biblias o haced algo hasta las cinco. Volver para abriros cuando comience el perodo de confesin. Y cambiad vuestra ropa por la del Sol, eh?

—Quieres decir que vas a tenernos encerrados aqu durante las tres horas siguientes? —pregunt Jack.

—Deseas que te coja de la mano? —explot Singer, con el rostro enrojecido una vez ms—. Escucha: si fueras un voluntario, podra dejarte pasear por ah y echar un vistazo al lugar, pero como eres un pupilo del estado, entregado por el departamento de polica local, ests a un paso de ser un criminal convicto. Tal vez seris voluntarios dentro de treinta das, con un poco de suerte, pero mientras tanto, entrad en la habitacin y empezad a portaros como seres humanos hechos a imagen de Dios en vez de como animales. —Meti con impaciencia una llave en la cerradura, abri la puerta y se qued junto a ella—. Entrad. Tengo trabajo.

—Y qu ser de nuestras cosas? Singer suspir con teatralidad.

—Estpido, crees que nos interesa robar lo que t puedas tener?

Jack se abstuvo de contestar a esta pregunta y Singer suspir de nuevo.

—Est bien. Os lo guardamos en una carpeta con vuestros nombres en el despacho de la planta baja del reverendo Gardener, donde tambin guardaremos tu dinero hasta que seas puesto en libertad. De acuerdo? Y ahora entrad antes de que os acuse de desobediencia. Lo digo en serio.

Lobo y Jack entraron en la pequea habitacin. Cuando Singer cerr con fuerza la puerta, la luz del techo se encendi autom­ticamente, revelando un cubculo sin ventana con una litera doble de metal, un pequeo lavabo de esquina y una silla de metal. Nada ms. En las paredes blancas se vean las marcas amari­llentas de la cinta adhesiva con que los ocupantes anteriores ha­ban sujetado sus fotografas o grabados. Se oy el ruido de la llave; al volverse, Jack y Lobo vieron la cara contrada de Singer en la mirilla rectangular.

—Ahora, sed buenos —dijo, sonriendo con irona, y desapa­reci.

—No, Jacky —murmur Lobo. El techo era slo dos centme­tros ms alto que su cabeza—. Lobo no puede quedarse aqu.

—Ser mejor que te sientes —dijo Jack—. Ou litera quieres, la de arriba o la de abajo?

—Ou?

—Qudate con la de abajo y sintate. Estamos en un mal sitio.

—Lobo ya lo sabe, Jacky, Lobo ya lo sabe. Es un sitio muy, muy malo. No podemos quedarnos.

—Por qu es malo? Quiero decir, cmo lo sabes? Lobo se sent pesadamente en la litera inferior, dej caer al suelo la ropa nueva y cogi, distrado, el libro y dos folletos que encontr a mano. 'El libro era una Biblia encuadernada en un gnero sinttico que pareca piel azul; los folletos, como com­prob Jack al mirar los de su propia litera, se titulaban: El ex­celso camino a la gracia eterna y Dios te ama!

Lobo lo sabe y t tambin lo sabes, Jacky. —Lobo le mir, casi con severidad, y luego baj la vista hacia el libro y los fo­lletos que tena en las manos y empez a pasar las pginas, como si los hojeara. Jack supona que eran los primeros libros que vea en su vida.

—E1 hombre blanco —dijo Lobo en voz tan baja que Jack apenas le oy.

—Hombre blanco?

Lobo alz uno de los panfletos, enseando la cubierta posterior, que consista en una fotografa en blanco y negro de Sol Garde-ner, con sus hermosos cabellos despeinados bajo la brisa y los brazos extendidos; un hombre bendecido por la gracia eterna, amado por Dios.

—ste —explic Lobo—. Mata, Jacky. A latigazos. Este es uno de sus lugares. Ningn Lobo debera estar jams en uno de sus lugares y Jack Sawyer tampoco. Jams. Tenemos que salir de aqu, Jacky.

—Saldremos —contest Jack—, te lo prometo. No hoy ni ma­ana. Tendremos que idear un medio. Pero pronto.

Los pies de Lobo sobresalan mucho del borde de la litera.

—Pronto.

3

Pronto, haba prometido, y Lobo haba exigido la promesa. Estaba aterrado. Jack ignoraba si Lobo haba visto alguna vez a Osmond en los Territorios, pero seguramente haba odo hablar de l. La fama de Osmond en los Territorios, por lo menos entre los miem­bros de la familia de 'los Lobos, pareca ser an peor que la de Morgan. Sin embargo, aunque tanto Lobo como Jack haban reconocido a Osmond en Sol Gardener, ste no les haba recono­cido a ellos, lo cual sugera dos posibilidades. O bien Gardener se diverta con ellos, fingiendo ignorancia, o era un Gemelo como la madre de Jack, estrechamente relacionado con un personaje de los Territorios pero slo consciente de esta relacin al nivel ms profundo.

Y si esto era cierto, como pensaba Jack, l y Lobo podan es­perar el momento realmente idneo para la fuga. Tenan tiempo de observar, tiempo de aprender.

Jack se puso las speras prendas nuevas. Los zapatos cuadrados y negros parecan pesar varios kilos y ser iguales para ambos pies. Logr con dificultad que Lobo se pusiera el uniforme del Hogar del Sol. Despus se acostaron. Jack oy roncar a Lobo y al cabo de un rato l mismo se adormil y vio en sueos a su madre en la oscuridad, llamndole para que acudiera en su ayuda, en su ayuda.

captulo 22

EL SERMN

1

A las cinco de la tarde se dispar un timbre elctrico en el pasillo, un sonido largo, estridente y montono. Lobo salt de su litera, golpendose un lado de la cabeza contra la estructura de metal de la litera superior con la fuerza suficiente para sobresaltar a Jack, que dormitaba. El timbre dej de sonar a los quince segundos, pero Lobo lo sustituy.

Se tambale hasta un rincn de la celda con las manos en la cabeza.

Mal lugar, Jack! —grit—. Mal lugar aqu y ahora! Tene­mos que salir de aqu! Tenemos que salir de aqu, AQU Y AHO­RA MISMO!

Golpes en la pared.

—Haz callar al retrasado mental!

Una risa estentrea, parecida a un relincho, desde el otro lado:

—Ya empezis a notar el sol en vuestras almas, eh, mucha­chos? Por el modo de chillar de ese grandulln, se ve que se siente a gusto! —Volvi a orse la risa de caballo, demasiado se­mejante a un grito de terror.

Malo, Jack! Lobo! Jasan! Malo! Malo, malo...

Se abran puertas a todo lo largo del pasillo. Jack poda or el rumor de muchos pasos calzados con los macizos zapatos del Hogar del Sol.

Baj de la litera superior, movindose con un esfuerzo. Se senta a contrapelo de la realidad; no estaba despierto ni tampoco dormido. Al moverse por la desnuda celda para acercarse a Lobo, tuvo la sensacin de estar rodeado de un jarabe y no de aire.

Se senta muy cansado... enormemente cansado.

—Lobo —dijo—, Lobo, basta.

—No puedo, Jacky! —solloz Lobo, todava con las manos en la cabeza, como para evitar que estallara.

—Tienes que parar, Lobo. Hemos de bajar al vestbulo.

—No puedo, Jacky —sigui sollozando Lobo—., es un lugar malo, huele mal...

Alguien —Jack pens que era Heck Bast— grit desde el pa­sillo :

—i Salid para confesaros!

—Salid para confesaros; —grit otra voz y todos corearon:

Salid para confesaros! Salid para confesaros!

Era como una arenga fantasmagrica en un campo de ftbol.

—Si hemos de salir de aqu con nuestros pellejos, debemos conservar la serenidad.

—No puedo, Jacky, no puedo estar sereno, lugar ma... Su puerta se abrira de golpe dentro de un minuto y entrara Bast o Sonny Singer... o tal vez ambos. No haban salido para confesarse, fuera cual fuese el significado de aquella orden, y aunque tal vez se perdonaban ciertas faltas a los recin llegados al Hogar del Sol durante su perodo de orientarin, Jack crea que sus posibilidades de fuga mejoraran si se adaptaban completa­mente y cuanto antes a las circunstancias. Con Lobo, esto no iba a ser fcil. Por Dios que siento haberte metido en esto, gran­dulln —pens—, pero las cosas estn as. Si no nos adaptamos, nos aplastarn; por lo tanto, si soy duro contigo, ser por tu propio bien. Y aadi con tristeza: O as lo espero.

Lobo —murmur—, quieres que Singer empiece a pegarme otra vez?

—No, Jack, no...

—Entonces ser mejor que salgas al pasillo conmigo —dijo Jack—. Debes recordar que tu conducta influir mucho en el trato que me dispense Singer y ese tipo, Bast. Singer me ha pegado a causa de tus piedras...

—Alguien debera pegarle a l —replic Lobo. Su voz era baja y tranquila, pero sus ojos se entornaron y lanzaron de repente destellos anaranjados. Por un momento Jack vio centellear los dientes blancos de Lobo entre sus labios... no en una sonrisa, 'sino porque los dientes parecan haber crecido.

—Ni lo pienses siquiera —contest Jack, muy serio—. Esto no hara ms que empeorar las cosas. Lobo dej caer los brazos.

—Jack, no s...

—Quieres intentarlo? —pregunt Jack, lanzando otra mirada urgente hacia la puerta.

—Bueno —murmur, temblando. Lobo, con los ojos llenos de lgrimas.

2

El pasillo de arriba deba estar iluminado por el resplandor del crepsculo, pero no era as. Daba la impresin de que se haba instalado una especie de filtro en las ventanas del extremo del pasillo para que los muchachos pudieran ver el exterior —donde alumbraba la verdadera luz— pero no dejara penetrar los rayos del sol, que parecan detenerse ante los estrechos alfizares de los altos ventanales Victorianos.

Cuarenta muchachos se hallaban ante veinte puertas, diez a cada lado. Jack y Lobo fueron los dos ltimos en aparecer, pero su retraso pas inadvertido. Singer y Bast y los otros dos chicos haban encontrado a alguien a quien reprender y no podan estar por todo.

Su vctima era un muchacho delgado, que llevaba gafas y deba tener unos quince aos. Se mantena en una posicin torpe, algo parecida a la de firmes, con los burdos pantalones en un montn informe alrededor de los zapatos negros. No llevaba calzoncillos.

—Has dejado de hacerlo? —pregunt Singer.

—Yo...

A callar! —El que grit esto era uno de los otros chicos que iban con Singer y Bast. Los cuatro llevaban vaqueros azules en lugar de pantalones de trabajo y limpios suteres blancos de cuello alto. Jack supo muy pronto que el tipo que acababa de gritar se llamaba Warwick y que el cuarto, el gordinfln, era Casey.

—Cuando queramos que hables, te preguntaremos! —volvi a chillar Warwick—. An te excitas la comadreja, Morton? Morton tembl y no dijo nada.

—/ CONTSTALE! —vocifer Casey, un chico obeso, de aspecto malvolo.

—No —susurr Morton.

—QU? HABLA MAS ALTO! —chill Singer.

—No! —gimi Morton.

—Si dejas de hacerlo durante una semana entera, se te devolvern los calzoncillos —dijo Singer con el aire de quien otorga un gran favor a un subordinado que no lo merece—. Ahora sbete los pantalones, sucio asqueroso.

Morton, sorbiendo aire, se agach y subi los pantalones. Los muchachos bajaron a confesarse y a cenar.

3

La confesin se celebraba en una gran sala de paredes desnudas que haba enfrente del refectorio. Los tentadores aromas de ju­das estofadas y perros calientes flotaban hasta ellos y Jack vio que las ventanas de la nariz de Lobo se esponjaban rtmicamente. Por primera vez en todo el da la expresin indiferente de sus ojos cambi por otra que sugera cierto inters.

A Jack la confesin le inspiraba ms recelos de los que haba dado a entender a Lobo. Mientras yaca en la litera superior con las manos en la nuca, haba visto algo negro en el techo de la habitacin. Al principio pens que sera una cucaracha muerta o su caparazn y que si se acercaba ms vera la telaraa en que estaba atrapada. Pero no era una cucaracha, sino algo inorgnico:

un micrfono pequeo y anticuado, sujeto a la pared por un tor­nillo; de debajo sala un cordn que se meta en una regata abierta en la pared de yeso. No se haba hecho un verdadero esfuerzo para ocultarlo. Slo una parte del servicio, muchachos. Sol Gardener os oye mejor as.

Despus de ver el micrfono y de presenciar la desagradable escena con Morton en el vestbulo, esperaba que la confesin sera una situacin humillante, violenta y hostil; alguien, posible­mente el propio Sol Gardener o con mayor probabilidad Sonny Singer o Hector Bast, intentara obligarle a confesar que haba tomado drogas en la carretera, penetrado y robado en casas du­rante la noche, escupido en todas las aceras y jugado consigo mismo despus de un penoso da de camino. Si no haba hecho ninguna de estas cosas, no le dejaran en paz hasta que las con­fesara. Trataran de desmoronarle. Jack se consideraba capaz de soportar semejante tratamiento, pero no estaba seguro de poder decir lo mismo de Lobo.

Sin embargo, lo ms inquietante de la confesin era la ansie­dad con que la esperaban los muchachos del Hogar del Sol.

El cuadro interior —los chicos de los cuellos altos y blancos— se sent cerca de la parte delantera de la sala. Jack mir a su alrededor y vio a los otros mirar hacia la puerta abierta con una especie de inconsciente expectacin. Pens que quiz esperaban la cena; ola muy bien, en especial despus de tantas semanas de hamburguesas intercaladas entre largos perodos de ayuno. Entonces Sol Gardener entr a paso rpido y Jack vio que las expresiones de expectacin se convertan en miradas de arroba­miento. Por lo visto no era la cena lo que esperaban, despus de todo. Morton, que haca slo quince minutos temblaba en el ves­tbulo con los pantalones en torno a los tobillos, pareca casi exaltado.

Los muchachos se pusieron en pie. Lobo continu sentado, moviendo las ventanas de la nariz, asustado y perplejo, hasta que Jack le cogi por la camisa y le hizo levantar.

—Haz lo que hacen todos, Lobo —murmur.

—Sentaos, muchachos —dijo Gardener, sonriendo—. Sentaos, por favor.

Obedecieron. Gardener llevaba unos descoloridos vaqueros azules y una camisa abierta de seda tan blanca que deslumhraba. Les mir, sonriendo benignamente. La mayora de los chicos le dirigan miradas de veneracin. Jack se fij en uno —cabellos castaos ondulados que formaban una punta muy pronunciada en la frente, barbilla hundida, manos delicadas y plidas como las porcelanas de Delft de to Tommy— que se puso de lado y se tap la boca para ocultar una mueca de irona y l, Jack, sinti cierto alivio. Al parecer, no todos los cerebros de aqu haban sido la­vados... aunque s muchos de ellos y de un modo efectivo, por lo que se vea. El tipo de los grandes dientes protuberantes miraba con adoracin a Sol Gardener.

—Oremos. Heck, quieres dirigirnos?

Heck obedeci. Rezaba de prisa y mecnicamente; era como escuchar una oracin por telfono, recitada por un dislxico. Des­pus de rogar a Dios que les protegiera durante los das y sema­nas venideros, que perdonara sus culpas y les ayudara a ser me­jores, Heck Bast termin con un PorJesucristonuestroseoramn y se sent.

—Gracias, Heck —dijo Gardener. Haba cogido una silla y se haba sentado en ella de cara al respaldo, a horcajadas, como un vaquero en una pelcula del Oeste dirigida por John Ford. Esta noche derrochaba simpata; la locura egocntrica y estril que Jack viera por la maana haba desaparecido casi del todo.

—Oigamos doce confesiones, por favor. Slo doce. Quieres dirigimos, Andy?

Con una expresin de ridicula piedad en el rostro, Wanvick ocup el lugar de Heck.

—Gracias, reverendo Gardener —dijo y se volvi hacia los chicos—. Confesin. Quin empieza?

Se oy un rumor... y en seguida se alzaron unas manos. Dos... seis... nueve manos.

—Roy Owdersfeit —dijo Warwick.

Roy Owdersfeit, un muchacho alto con un grano del tamao de un tumor en la punta de la nariz, se levant, retorciendo las manos huesudas delante de l.

— Rob diez dlares del monedero de mam el ao pasado! —anunci con una voz alta y chillona. Una mano sucia y llena de costras se alz, se pos sobre el grano y le dio un tremendo pellizco—. Los llev al Mago de Oz, los cambi por monedas de un cuarto de dlar y prob todos los juegos de las tragaperras hasta que lo hube gastado todo! Era el dinero que ella haba ahorrado para pagar el gas y por eso pasamos una temporada sin calefac­cin ! —Los mir, parpadeando—. Y mi hermano enferm de pul­mona y tuvieron que enviarlo al hospital de Indianpolis! Por­que yo rob aquel dinero!

—sta es mi confesin.

Roy Owdersfelt se sent. Sol Gardener pregunt:

—Puede Roy alcanzar el perdn? Los chicos contestaron a coro:

Roy puede alcanzar el perdn.

Puede perdonarle alguno de nosotros, muchachos?

—No, ninguno de nosotros.

Quin puede perdonarle?

—Dios por el poder de su Hijo Unignito, Jesucristo.

Rogars a Jess que interceda por ti? —pregunt Gardener a Roy Owdersfeit.

—Claro que lo har! —exclam el aludido con voz insegura y volvi a pellizcarse el grano. Jack vio que estaba llorando.

—Y la prxima vez que tu mam venga a verte, le dirs que pecaste contra ella y contra tu hermano pequeo y contra Dios y que eres el chico ms arrepentido de la tierra?

— Ya lo creo!

Sol Gardener hizo una sea con la cabeza a Andy Warwick.

—Confesin —dijo Warwick.

Antes de que se acabara la confesin a las seis, casi todos, excepto Jack y Lobo, haban levantado la mano para contar algn pecado a los reunidos. Varios confesaron pequeos hurtos. Otros hablaron de robar bebidas alcohlicas y beber hasta vomitarlo todo. Y hubo, naturalmente, muchas historias sobre drogas.

Warwick los iba nombrando pero era a Sol Gardener a quien pedan aprobacin mientras confesaban... confesaban... y confe­saban.

Ha conseguido que les gusten sus pecados —pens Jack, con­fundido—. Le aman, necesitan su aprobacin y supongo que slo la logran confesando algo. Es probable que algunos de estos infe­lices incluso se inventen sus delitos.

Los olores del comedor se haban intensificado. El estmago de Lobo rumoreaba con furia y de forma continua al lado de Jack. Una vez, durante la lacrimosa confesin de un muchacho que dijo haber robado un nmero de Penthouse para mirar aquellas sucias fotografas de mujeres sexy, como las llam, el estmago de Lobo hizo un ruido tal, que Jack le dio un codazo.

Despus de la ltima confesin de la tarde. Sol Gardener recit una oracin breve y melodiosa y entonces fue hacia el umbral y se qued all, informal y al mismo tiempo resplande­ciente con sus vaqueros y camisa de seda blanca, mientras los chi­cos salan en fila. Cuando pasaron Jack y Lobo, una de sus manos agarr la mueca de Jack.

—Te he visto antes. —Confiesa, exigan los ojos de Sol Gardener. Y Jack sinti el impulso de hacer exactamente esto. Oh, si, ya lo creo que nos conocemos. Me empapaste la espalda de sangre a fuerza de latigazos.

No —contest.

—Oh, s —dijo Gardener—. Oh, s, te he visto antes. En Ca­lifornia? En Maine? En Oklahoma? Dnde? Confiesa.

Yo no le conozco —dijo Jack.

Gardener ri entre dientes. Jack adivin de repente que en su imaginacin, Sol Gardener saltaba y bailaba, empuando un l­tigo.

—Lo mismo dijo Pedro cuando le pidieron que identificara a Jesucristo —dijo—. Pedro minti y creo que t tambin mientes. Fue en Texas, Jack? El Paso? En Jerusaln en otra vida? En el Glgota, el lugar de la calavera?

—Ya le he dicho...

—S, s, ya s, que acabamos de conocemos. —Otra risita. Jack vio que Lobo se haba apartado de Sol Gardener todo lo que le permita la puerta. Era el olor. El olor repugnante y pegajoso de la colonia de aquel hombre. Y por debajo, el olor de la locura.

—Jams olvido una cara, Jack. Jams olvido una cara o un lugar. Recordar dnde nos conocimos.

Sus ojos se posaron ya en Jack, ya en Lobo —ste gimi un poco y retrocedi— y por ltimo en Jack.

—Disfruta de la cena, Jack —dijo—; disfruta de la cena, Lobo. Vuestra verdadera vida en el Hogar del Sol empezar maana. A medio camino de la escalera, se volvi a mirarles.

—Jams olvido un lugar o una cara, Jack. Lo recordar.

Jack pens framente: Dios mo, espero que no. No hasta que me encuentre a unos tres mil kilmetros de su maldita pris...

Algo le golpe con fuerza y Jack sali disparado hacia el ves­tbulo con los brazos remolineando en el aire para recobrar el equilibrio. Cay de cabeza contra el suelo de cemento y vio una gran lluvia de estrellas.

Cuando pudo sentarse, vio a Singer y Bast juntos, sonriendo. Detrs de ellos estaba Casey, con el estmago protuberante bajo el suter blanco de cuello alto. Lobo miraba a Singer y a Bast en una postura tensa que alarm a Jack.

—No, Lobo! —exclam. Lobo afloj los msculos.

—No, adelante, idiota —desafi Hect Bast, riendo—. No le hagas caso. Intenta pegarme, vamos; siempre me apetece un poco de calor antes de la cena.

Singer ech una mirada a Lobo y dijo:

—No te metas con el idiota, Heck; l slo es el cuerpo. —Se­al con la cabeza a Jack—. Aqu est la cabeza, la cabeza que hemos de cambiar. —Mir a Jack con las imanos en las rodillas, como un adulto que se agacha para decir unas palabras cariosas a un nio muy pequeo—. Y la cambiaremos, seor Jack Parker, puedes estar seguro.

Consciente de lo que deca, Jack replic:

—Largo de aqu, chulo asqueroso.

Singer retrocedi cmo si le hubiese dado una bofetada y el rubor le cubri el cuello y la cara. Con un rugido, Heck Bast se adelant unos pasos.

Singer agarr a Bast por un brazo y, sin dejar de mirar a Jack, dijo:

—Ahora no. Ms tarde. Jack se levant.

—Os conviene tener cuidado conmigo —les dijo en voz baja y, aunque Hctor Bast slo le dirigi una mirada colrica, Sonny Singer pareci casi asustado. Por un momento crey ver en el rostro de Jack Sawyer algo a la vez fuerte y amenazador, algo que no haba aparecido 'en l desde haca casi dos meses, cuando un muchacho ms joven haba dejado a sus espaldas la pequea localidad costera llamada Playa de Arcadia para emprender un viaje al Oeste.

4

Jack pens que to Tommy podra haber descrito la cena —sin la menor acritud— como una muestra de la cocina de granja ameri­cana. Los muchachos, sentados ante largas mesas, eran servidos por cuatro compaeros que haban cambiado su ropa por el uni­forme blanco de camarero despus de la ceremonia de la con­fesin.

Tras una corta plegaria, les llevaron la comida; grandes tazo­nes de cristal llenos de un estofado casero de judas, humeantes fuentes de perros calientes hechos con carne barata, soperas de pina de 'lata troceada y mucha leche en cartones marcados ali­mentos DE DONATIVO y comisin LECHERA DEL ESTADO DE indiana

fueron pasados arriba y abajo de las cuatro mesas.

Lobo coma con sombra concentracin, manteniendo la cabeza baja y con un trozo de pan en la mano para apoyar y mojar en la salsa. Jack le vio devorar cinco perros calientes y tres platos de judas, que eran duras como balas. Al pensar en la pequea habitacin con la ventana cerrada, Jack se preguntaba si necesi­tara una mscara de gas por la noche. Crea que s, aunque no era probable, que le suministraran una. Contempl con desaliento cmo Lobo se serva una cuarta racin de judas.

Despus de cenar, todos los muchachos se levantaron, se pu­sieron en fila y quitaron el servicio de las mesas. Mientras Jack recoga los platos, un trozo de pan que Lobo haba dejado y dos cartones de leche y se los llevaba a la cocina, mantuvo los ojos bien abiertos. Las etiquetas de la leche le haban dado una idea.

Este lugar no era una prisin ni un correccional. Probablemente estaba clasificado como un internado o algo parecido y la ley deba exigir que fuera inspeccionado de vez en cuando por funcionarios del estado. La cocina sera el lugar que las autoridades de India­na examinaran ms a fondo. Barrotes en las habitaciones de los pisos superiores estaban bien, pero, barrotes en las ventanas de la cocina? Jack no crea que los hubiera; suscitaran demasiadas preguntas.

La cocina sera un buen lugar para un intento de fuga, de modo que Jack la estudi con detenimiento.

Se pareca mucho a la cocina de la cafetera de su escuela en California. El suelo y las paredes estaban recubiertos de bal­dosas, los grandes fregaderos y superficies de trabajo eran de acero inoxidable.. Los armarios tenan casi el mismo tamao que los cajones para verduras. Un viejo lavaplatos de cinta transpor­tadora estaba colocado contra una pared. Tres chicos ya la hacan funcionar bajo la supervisin de un hombre vestido con una bata blanca de cocinero. Era un hombre flaco, plido, con cara de ratn. Tena pegado al labio superior un cigarrillo sin filtro y esto le identific en la mente de Jack como un posible aliado. Dudaba de que Sol Gardener permitiese fumar cigarrillos a alguno de sus proslitos.

En la pared vio un certificado enmarcado que anunciaba que

esta cocina pblica haba sido considerada aceptable segn las

normas establecidas por el estado de Indiana y el gobierno de

los Estados Unidos.

Y no, no haba barrotes en las ventanas de cristal esmerilado. El hombre parecido a un ratn mir a Jack, se despeg el

cigarrillo del labio inferior y lo tir a uno de los fregaderos.

—Sois pescados nuevos, t y tu compaero, verdad? —pre­gunt—. Bueno, pronto seris pescados viejos. Los pescados enve­jecen muy de prisa en el Hogar del Sol, verdad, Sonny?

Sonri con insolencia a Sonny Singer. Era evidente que Singer no saba cmo tomarse aquella sonrisa; pareca confuso e inse­guro, un nio como los dems.

—Sabes que no tienes permiso para hablar a los chicos, Rudolph —record.

—Puedes meterte eso en el culo o tirarlo al pasaje o lanzarlo al aire, mocoso —replic Rudolph, echando una perezosa mirada a Singer—. Lo sabes, verdad?

Singer le mir, al principio con labios trmulos, despus retor­cidos y al final apretados con fuerza.

De repente, gir en redondo.

—Capilla vespertina! —grit, furioso—. Capilla vespertina, vamos, de prisa, limpiad esas mesas y subamos al vestbulo, que ya llegamos tarde! Capilla vespertina!

5

Los muchachos bajaron en tropel una escalera estrecha iluminada por bombillas desnudas rodeadas de tela metlica. Las paredes eran de yeso hmedo y a Jack no le gustaba ver el estado de Lobo, que pona los ojos en blanco.

Despus de aquello, la capilla del stano fue una sorpresa. La mayor parte de 'la zona subterrnea —que era considerable—. haba sido convertida en una capilla sobria-y moderna. El aire era agradable aqu abajo, ni demasiado caliente ni demasiado fro. Y limpio. Jack poda or el murmullo de los convectores ms cer­canos. Haba cinco bancos divididos por un pasillo central que conduca a un estrado con un atril y una sencilla cruz de madera colgada ante un teln de fondo de terciopelo violeta.

En alguna parte sonaba un rgano.

Los muchachos se distribuyeron en silencio por los bancos. El micrfono del atril tena en la base de ste una gran pantalla de aspecto profesional. Jack haba estado en muchos estudios de gra­bacin con su madre, a menudo sentado pacientemente o leyendo un libro o haciendo los deberes del colegio mientras ella doblaba para la televisin o arreglaba dilogos poco claros, y saba que aquella especie de pantalla acstica tena la misin de evitar que el locutor reventara el micrfono. Encontr extrao verlo en la capilla de un internado religioso para muchachos descarriados. A ambos lados del atril haba dos cmaras de vdeo, una para captar el perfil derecho de Sol Gardener y otra para captar el izquierdo. Ninguna de las dos funcionaba esta noche. Cubran las paredes pesados cortinajes de color violeta. A la derecha pendan sin interrupcin, pero a la izquierda los interrumpa un rectngulo de cristal y Jack vio a Casey inclinado sobre un tablero acstico de aspecto extremadamente profesional, con una grabadora muy cerca de su mano derecha. Mientras Jack le observaba, Casey cogi un par de auriculares del tablero y se los coloc sobre las orejas.

Jack mir hacia arriba y vio vigas de madera dura formando una serie de seis modestos arcos. Entre ellos, el techo era blan­co... estaba insonorizado. El lugar pareca una capilla, pero era un estudio muy eficiente de radio y televisin. Jack pens de pronto en Jimmy Swaggart, Rex Humbard y Jack Van Impe.

Amigos, limitaos a posar la mano sobre el aparato de televi­sin y seris CURADOS!!!

De repente sinti deseos de rer a carcajadas. Se abri una puerta pequea a la izquierda del podio y apareci Sol Gardener, vestido de blanco de pies a cabeza, y Jack vio en las caras de muchos de los chicos expresiones que oscilaban entre el xtasis y la franca adoracin y tuvo que reprimir de nuevo un acceso de hilaridad. La visin blanca que se acercaba al atril le recordaba una serie de anuncios que haba visto cuando era muy pequeo en televisin.

Pens que Sol Gardener se pareca al Hombre de Glad. Lobo se volvi hacia l y susurr con voz ronca:

—Qu pasa, Jack? Hueles como si algo fuera muy gracioso. Jack solt una risotada tan fuerte contra la mano que le tapaba la boca, que se moj los dedos de mocos incoloros.

Sol Gardener, cuya cara rubicunda reflejaba su buena salud, volva las pginas de la gran Biblia colocada sobre el atril, absorto al parecer en una profunda meditacin. Jack vio el paisaje de tierra abrasada que ofreca el rostro de Heck Bast y la cara es­trecha y suspicaz de Sonny Singer y le pas de repente el ataque de risa.

En la cabina de cristal, Casey estaba atento a Gardener y cuando ste levant la vista de la Biblia y su semblante atractivo, de ojos vagos, soadores y desvariados, s'e dirigi hacia la congre­gacin, toc un interruptor y las bobinas de la gran grabadora empezaron a dar vueltas.

6

No os dejis inquietar por los que practican el mal, dijo Sol Gardener. Su voz era baja, musical y reflexiva.

Ni sintis tampoco envidia

de los obreros de la iniquidad.

Porque pronto sern segados

y se marchitarn como las malas hierbas.

Confiad en el Seor y haced el bien

y asi habitaris en los Territorios...

(Jack Sawyer sinti que el corazn le daba un fuerte y desa­gradable vuelco en el pecho)

... donde de verdad seris alimentados.

Recreaos, pues, en el Seor

y l satisfar los deseos de vuestro corazn.

Comprometeos a seguir el camino del Seor,

confiad en l

y l har que se realicen...

No cedis a la ira y abandonad la clera;

no cedis al impulso de hacer el mal porque los malhechores sern apartados. En cambio, aquellos que sirvan al Seor heredarn su Territorio.

Sol Gardener cerr el Libro.

—Que Dios bendiga la lectura de Su Sagrada Palabra —dijo. Se qued mucho rato mirndose las manos. En la cabina de cristal de Casey, las bobinas de la grabadora seguan girando. Entonces volvi a levantar la vista y Jack le oy gritar en su imaginacin: No ser la Kingsland! No querrs decir que has volcado toda una carreta de Cerveza Kingsland! Verdad que no, estpido pene de cabra? No querrs decir esto, verdaaaaaaaaaad?

Sol Gardener estudi a sus jvenes feligreses masculinos con atencin y severidad. Sus rostros estaban vueltos hacia l: ros­tros redondos, rostros delgados, rostros amoratados, rostros en­cendidos por el acn, rostros ladinos y rostros abiertos, jvenes y bellos.

—Qu significa, muchachos? Comprendis el Salmo Treinta y Siete? Comprendis este hermossimo cantar?

No —decan las caras ladinas y abiertas, difanas y bellas, picadas de granos y de viruela—, no mucho, slo llegu al quinto grado, estuve en la carretera, extraviado, me encontr en un apu­ro... dgamelo... dgamelo...

De repente, sobresaltando a todos, Gardener grit al micr­fono:

—Significa: NO LO SUDIS'.

Lobo dio un respingo y gimi un poco.

—Ahora sabis qu significa, verdad? Me habis odo, ver­dad, muchachos?

—/Si/ —chill alguien detrs de Jack.

OH, SI! —remed Sol Gardener con una sonrisa radiante—. NO LO SUDIS! SUDOR NEGATIVO! Son buenas palabras, verdad, muchachos? Son unas palabras excelentes, OH, SI!

—S!... SI!

Este salmo dice que no debis INQUIETAROS por quienes hacen el mal! NO SUDAR! i OH, SI! Dice que no debis INQUIE­TAROS por los obreros del pecado y la iniquidad! SUDOR NE­GATIVO! Este salmo dice que si CAMINIS con el Seor, TODO FUNCIONARA SOBRE RUEDAS! Me comprendis, muchachos? Captis el sentido de lo que digo?

—S!

—Aleluya! —exclam Heck Bast, forzando una sonrisa divina.

Amn! —contest un muchacho de grandes ojos lnguidos detrs de sus gafas graduadas.

Sol Gardener cogi el micrfono con experimentada soltura y Jack volvi a recordar al actor de Las Vegas. Gardener empez a andar arriba y abajo con una rapidez nerviosa y afectada. A veces daba un medio saltito con sus limpios zapatos de piel blanca; ahora era Dizzy Gillespie, ahora Jerry Lee Lewis, ahora Stan Kenton, ahora Gene Vincent; estaba en plena fiebre de exaltacin mstica.

No, no tenis nada que temer! Oh, no! No debis temer a ese chico que quiere ensearos fotos de un libro sucio! No debis temer al chico que dice que una sola chupada a un solo porro no puede haceros dao y seris unos maricas si no lo pro­bis! Oh, no! PORQUE CUANDO ESTIS CON EL SEOR CA­MINARIS CON EL SEOR, VERDAD QUE SI?

—SI!!!

—OH, SI! Y CUANDO ESTIS CON EL SEOR HABLARIS CON EL SEOR, VERDAD QUE SI?

—SI!

—NO OS HE ODO. VERDAD QUE SI?

SI!!! —gritaron, muchos de ellos mecindose ahora fre­nticamente hacia delante y hacia atrs.

—S/ TENGO RAZN, DECID ALELUYA!

—ALELUYA!

—SI TENGO RAZN, DECID OH, S!

—OH.Sl!

Se mecan hacia delante y hacia atrs y Jack y Lobo eran me­cidos al mismo ritmo, por la fuerza. Jack vio que algunos de los chicos incluso lloraban.

—Ahora, decidme —continu Gardener, mirndoles con afecto y en actitud confidencial—. Hay lugar para los practicantes del mal aqu en el Hogar del Sol? Qu os parece?

—No, seor! —grit el chico flaco de los dientes protube­rantes.

—En efecto —dijo Sol Gardener, acercndose otra vez al podio. Dio un giro rpido y profesional al micrfono para apartar el hilo de sus pies y lo ajust de nuevo en el soporte—. As es. No hay lugar aqu para los mentirosos y los obreros de la iniquidad. Decid aleluya.

—Aleluya —contestaron los chicos.

—Arnn —dijo Sol Gardener—. El Seor dice, en el Libro de Isaas, que si os apoyis en l, os elevaris, oh, s!, con alas de guila y vuestra fuerza ser la fuerza de diez hombres; y yo os digo, muchachos, QUE EL HOGAR DEL SOL ES UN NIDO DE GUILAS, PODIS DECIR OH, SI!

— OH, SI!

Hizo otra pausa. Sol Gardener agarr los lados del atril, con la cabeza baja como si rezara y con la esplndida cabellera blanca colgando en disciplinadas ondas. Cuando habl de nuevo, su voz era lenta y reflexiva. No levant la mirada. Los muchachos escu­charon conteniendo el aliento.

—Pero tenemos enemigos —dijo por fin Sol Gardener. Fue casi un susurro, pero el micrfono lo recogi y transmiti a la per­feccin.

Los chicos suspiraron... el susurro del viento entre las hojas otoales.

Heck Bast miraba a su alrededor con expresin truculenta, los ojos inquietos y los granos tan enrojecidos que pareca vctima de una enfermedad tropical. Selame a un enemigo —deca su cara—. S, contina, selame a un enemigo y ya vers qu hago con l!

Gardener levant la vista. Ahora sus ojos dementes estaban anegados en lgrimas.

—S, tenemos enemigos —repiti—. Por dos veces el Estado de Indiana ha intentado obligarme a cerrar. Sabis por qu? Los humanistas radicales no soportan la idea de que est aqu, en el Hogar del Sol, enseando a mis muchachos a amar a Jess y a su pas. Les enfurece y, queris saber otra cosa, muchachos? Queris saber un secreto antiguo, oscuro y profundo?

Se inclinaron hacia delante, con los ojos fijos en Sol Gardener.

—No slo los enfurecemos —dijo Gardener en un ronco mur­mullo de conspirador—, tambin los asustaaaaamos!

— Aleluya!

—Oh, s!

— Amn!

Como un relmpago. Sol Gardener agarr de nuevo el micr­fono, y reanud su baile! Arriba y abajo! Adelante y atrs! Movindose a veces a ritmo de two-step, como un bailarn negro de 1910! Les espetaba las palabras, estirando primero el brazo hacia los muchachos y despus hacia el cielo, donde era de su­poner que Dios se haba sentado en un silln para escucharle.

Los asustamos, oh, s! Los asustamos tanto que han de beber otro cctel o fumar otro porro o aspirar ms cocana! Los asustamos porque incluso los humanistas radicales y sabi­hondos que niegan a Dios y odian a Jess son capaces de oler la bondad y el amor de Dios, y cuando huelen esto huelen tambin el azufre que brota de sus propios poros y este olor no les gusta, oh, no!

Y por esta razn envan a otro inspector o dos* para que esparzan basura bajo nuestros fregaderos y suelten por el suelo algunas cucarachas! Hacen correr insidiosos rumores de que aqu se pega a mis muchachos. Se os pega?

NO! —vociferaron con indignacin y Jack qued estupe­facto al ver a Morton gritar el negativo con tanto entusiasmo como el resto, a pesar de que ya empezaba a vrsele una magu­lladura en la mejilla.

— Incluso enviaron a un puado de reporteros sabihondos de un sabihondo noticiario humanista radical! —chill Sol Gardener con una especie de escandalizada sorpresa—. Vinieron y pregun­taron: Est bien, a quin hemos de despellejar? Ya nos hemos cargado a ciento cincuenta, somos expertos en desprestigiar a los justos, no os preocupis por nosotros, slo dadnos unos cuantos porros y unos cuantos ccteles y sealad en la direccin ade­cuada.

Pero les defraudamos, verdad, muchachos?

Asentimiento retumbante, casi maligno.

—No encontraron a nadie encadenado a una viga en el granero, verdad? No encontraron a chicos con camisa de fuerza, como contaron en la ciudad algunos de esos chacales malditos de la Junta de Educacin, verdad? No vieron que se arrancaran las uas a nadie, ni que se pelara a nadie al rape, ni nada parecido! Lo mximo que encontraron fue a algunos chicos que confesaron haber recibido una paliza y era cierto, oh, si, recibieron una paliza y lo declarara yo mismo ante el Trono del Todopoderoso con un detector de mentiras en cada brazo, porque el LIBRO dice que si no USAS la vara, ESTROPEAS a ese nio, y si creis esto, muchachos, gritad aleluya!

—ALELUYA!

—Incluso la Junta de Educacin de Indiana, a pesar de lo mucho que les gustara deshacerse de m para que dejara el campo libre al diablo, incluso ellos tuvieron que admitir que en lo referente a palizas, la ley de Dios y la ley del Estado de Indiana dicen ms o menos lo mismo: que si no USAS la vara, ESTRO­PEAS a ese nio!

Encontraron muchachos FELICES! Encontraron muchachos SANOS! Encontraron muchachos dispuestos a SEGUIR al Seor y a HABLAR al Seor! Oh! Podis decir aleluya?

Claro que podan.

—Podis decir oh, s? Tambin podan decir esto. Sol Gardener volvi al atril.

—El Seor protege a quienes le aman y el Seor no permitir que un puado de humanistas radicales, que fuman drogas y aman a los comunistas cierren este lugar de reposo para muchachos cansados y confusos.

Hubo algunos chicos que contaron mentiras a esos supuestos reporteros —aadi Gardener—. O las mentiras repetidas en aquel telediario y aunque los chicos que lanzaron el lodo fueron demasiado cobardes para mostrar sus caras en la pantalla, yo reconoc, oh, s!, reconoc sus voces. Cuando se ha alimentado a un muchacho, cuando se ha apretado tiernamente su cabeza contra el propio pecho al orle llamar a su mam por la noche, supongo que es natural reconocer su voz.

Esos chicos ya se han ido. Que Dios los perdone —espero que lo haga, oh, s—, pero Sol Gardener es slo un hombre.

Baj la cabeza para indicar lo vergonzoso de su confesin, pero cuando la levant de nuevo, sus ojos seguan ardiendo y brillando de furia.

—Sol Gardener no puede perdonarlos, de modo que Sol Gar­dener los vuelve a soltar en la carretera. Han sido enviados a los Territorios, pero all no sern alimentados; all incluso los r­boles pueden comrselos, como a bestias que merodean de noche.

Aterrorizado silencio en la sala. Incluso Casey pareca plido y extrao detrs del panel de cristal.

—El Libro dice qu'e Dios envi a Can al este del Edn, a la tierra de Nod. Ser abandonado en la carretera es lo mismo, mu­chachos. Tenis un refugio seguro aqu.

Los contempl.

—Pero si flaqueis... si ments... pobres de vosotros, entonces! Hil infierno espera al reincidente como espera tambin muchacho o al hombre que se arroja a l a propsito.

Recordadlo, muchachos.

Recordadlo.

Oremos.

captulo 23

FERD JANKLOW

1

Jack tard menos de una semana en decidir que un desvo hacia los Territorios era e! nico modo de escapar del Hogar del Sol. Estaba dispuesto a intentarlo, pero descubri que lo hara casi todo y correra cualquier riesgo con tal de no saltar desde el pro­pio Hogar del Sol.

No haba una razn concreta para ello, slo una voz interior que le susurraba que lo malo de este lado sera an peor all. ste era tal vez un mal lugar en todos los mundos... como un trozo podrido de una manzana que la afecta hasta el mismo co­razn. En cualquier caso, el Hogar del Sol ya era bastante malo y no tena ningn deseo de ver su contrapartida de los Territorios a menos que se viera obligado a ello.

Poda haber un sistema.

Lobo, Jack y los otros muchachos que no eran lo bastante afortunados para pertenecer al Personal Exterior —caso en que se encontraba la mayora— pasaban los das en el Campo Lejano, como lo llamaban los antiguos. Estaba a unos dos kilmetros carretera abajo, al borde de la propiedad de Gardener, y en l los muchachos pasaban el da recogiendo piedras. No haba otro trabajo que hacer en esta poca del ao. La ltima cosecha haba sido recolectada a mediados de octubre pero, como sealaba Sol Gardener todas las maanas en las Devociones Matutinas, las piedras siempre estaban de temporada.

Sentado todas las maanas en la parte trasera de uno de los destartalados camiones del Hogar, Jack contemplaba el Campo Lejano con Lobo a su lado, que mantena la cabeza baja como un muchacho con resaca. Era un otoo lluvioso en el Medio Oeste y el Campo Lejano estaba cubierto de fango pegajoso y sucio. Dos das antes uno de los chicos lo haba maldecido en voz baja, llamndolo un autntico succionador de botas.

Y si nos marchramos por las buenas? —pens Jack por cua­dragsima vez—. Y si me limitara a gritar: Ahora! y desapa­reciramos? Dnde? En el lado norte, donde estn aquellos r­boles y el muro de piedra. All terminan sus terrenos.

Poda haber una valla.

La saltaremos. Adems, Lobo puede lanzarme al otro lado, si es necesario,

Poda haber una alambrada de pas.

Nos arrastraremos por debajo. O...

O Lobo poda romperla sin otra herramienta que sus manos. A Jack no le gustaba pensarlo, pero saba que Lobo tena la fuerza suficiente... y que si l se lo peda. Lobo lo hara. Se destrozara las manos, pero ahora se le estaban destrozando cosas peores.

Y entonces, qu?

Saltar, naturalmente. Eso haran. Si lograban salir del terreno que perteneca al Hogar del Sol, susurraba la voz, tendran una oportunidad razonable de escapar sin peligro.

Y Singer y Bast (a quienes Jack haba apodado los Gemelos Matones) no podran utilizar uno de los camiones para aplastarlos, porque el primer vehculo que pusiera las ruedas en el Campo Lejano antes de las fuertes heladas de diciembre se hundira en ei fango hasta e) salpicadero.

Sera una carrera pedestre, nada ms. Tengo que probarlo y mejor aqu que en el Hogar. Y...

Y no era slo la creciente congoja de Lobo lo que le impulsaba a ello, sino su propia casi frentica inquietud acerca de Lily, que se mora poco a poco en New Hampshire mientras Jack era obli­gado a gritar aleluya.

Vamos, adelante. Aunque no tenga zumo mgico. Debo in­tentarlo.

Pero antes de que Jack estuviera del todo dispuesto, Ferd Janklow lo intent.

Las grandes mentes corren paralelas; a esto puede contes­tarse amn.

2

Cuando ocurri, ocurri de prisa. En un momento dado Jack escu­chaba la retahila habitual de Ferd Jankiow, lleno de disparates divertidos y cnicos, y el siguiente Ferd corra como una exhala­cin en direccin norte, hacia el muro de piedra al extremo del campo fangoso. Hasta la huida de Ferd, el da haba sido tan montono como cualquier otro en el Hogar del Sol. Haca fro y el cielo estaba nublado; el aire ola a lluvia y quiz incluso a nieve. Jack se enderez para aliviar su espalda dolorida y tambin para ver si Sonny Singer se hallaba cerca. A Sonny le diverta fastidiar a Jack y casi siempre lo haca con detalles mezquinos:

le pisaba los pies, le empujaba por las escaleras y le arranc el plato durante tres comidas consecutivas... hasta que Jack apren­di a apoyarlo contra su cuerpo y sujetarlo fuertemente con la otra mano.

Jack no estaba del todo seguro de por qu Sonny no haba organizado un ataque en toda regla; quiz era porque Sol Gar­dener estaba interesado en el nuevo pupilo. No quera pensar esto, le asustaba pensarlo, pero tena sentido. Sonny Singer se reprima porque Sol Gardener se lo haba ordenado y ste era otro motivo para salir de aqu a toda prisa.

Mir a su derecha. Lobo estaba a unos veinte metros de dis­tancia, recogiendo piedras con el pelo sobre la cara. Ms cerca se encontraba un chico muy flaco con dientes protuberantes que se llamaba Donald Keegan. Donny le dirigi una sonrisa de adora­cin, enseando sus asombrosos dientes. Haba sacado la lengua, de la que goteaba un hilo de saliva. Jack apart rpidamente la

mirada.

Ferd Janklow estaba a su izquierda; era el muchacho de manos delgadas y finas como la porcelana de Delft y la cua de cabello en la frente. Durante la semana que Jack y Lobo haban pasado en la crcel del Hogar del Sol, Ferd y l se haban hecho buenos amigos.

Ferd sonrea con cinismo.

—Donny est enamorado de ti —dijo.

—Olvdalo —contest Jack, incmodo, sintiendo que el rubor le aflua a las mejillas.

—Supongo que Donny te lo recordara, si le dejaras —continu Ferd—. Verdad que s, Donny?

Donny Keegan solt su gran risa cascada, sin tener la menor idea de qu le hablaban.

—Me gustara que abandonaras el tema —dijo Jack, ms in­cmodo que nunca.

Donny est enamorado de ti.

Lo horrible del caso era que tal vez el pobre retrasado Donny Keegan estaba efectivamente enamorado de l... y quiz Donny no era el nico. Extraamente, Jack se sorprendi pensando en aquel hombre simptico que se haba ofrecido a llevarle a su casa y luego haba accedido a dejarle en el desvo de Zanesville. Fue el primero que lo vio —pens Jack—. Lo nuevo que hay en m, fea lo que sea, aquel hombre fue el primero en verlo.

Eres muy popular aqu, Jack —dijo Ferd—. Creo incluso que el viejo Heck Bast te adorara si se lo pidieras.

—Basta, esto es ridculo —se ruboriz Jack—, quiero decir... De repente, Ferd dej caer la piedra que estaba partiendo y se enderez. Mir con rapidez a su alrededor, no vio ningn cuello blanco mirando en su direccin y se volvi hacia Jack.

—Y ahora, querido —dijo—, ha sido una fiesta muy aburrida y tengo que irme.

Ferd sopl unos besos a Jack y una sonrisa radiante ilumin y distendi su rostro delgado y plido. Un momento despus ya haba empezado a correr como un loco hacia el muro de piedra del extremo del Campo Lejano, moviendo las piernas como un avestruz.

Cogi desprevenidos a los guardas, no caba duda... por lo menos hasta cierto punto. Pedersen hablaba de chicas con Warwick y un chico con cara de caballo llamado Peabody, un miembro del Personal Exterior que haba sido reintegrado al Hogar por una temporada. Heck Bast haba recibido el supremo honor de acom­paar a Sol Gardener a Muncie para un encargo. Ferd ya haba tomado una buena delantera cuando se oy un grito de alarma:

En! Eh! Alguien intenta fugarse!

Jack mir hacia Ferd con la boca abierta; el muchacho ya haba saltado seis surcos y corra como alma que lleva el diablo. A pesar de ver su propio plan en peligro, Jack sinti un excitado triunfo momentneo y en su corazn dese xito a Ferd. Corre! Corre, sarcstico hijo de perra! Corre, por el amor de Jasan!

—Es Ferd Jankiow —gorgote Donny Keegan antes de soltar sus carcajadas convulsivas.

3

Los muchachos se congregaron para la confesin aquella noche, como todas las dems, pero la confesin fue cancelada. Entr Andy Warwick y anunci bruscamente su supresin, aadiendo que tendran una hora de camaradera antes de la cena. Entonces sali.

Jack pens que Warwick, bajo su actitud de dominante auto­ridad, pareca asustado.

Y Ferd Jankiow no estaba presente.

Jack mir en tomo a la sala y pens con ttrico humor -que si esto era camaradera, no le gustara ver qu pasaba si Warwick les invitaba a una hora tranquila. Sentados en la larga y espa­ciosa sala, treinta y nueve muchachos entre las edades de nueve y diecisiete aos, se miraban las manos, se rascaban las costras y se mordan las uas con mal talante. Todos compartan el mismo aspecto: parecan drogadictos privados de la dosis prometida. Queran escuchar confesiones, queran hacer confesiones.

Nadie mencion a Ferd Jankiow. Era como si el muchacho, con sus muecas durante los sermones de Sol Gardener y sus plidas manos de porcelana de Delft, no hubiera existido nunca.

Jack se senta casi incapaz de reprimir el impulso de levantarse y gritarles, pero en lugar de esto se puso a pensar con ms inten­sidad que en toda su vida.

No est aqu porque le han matado. Estn todos locos. Quin dice que la locura no es contagiosa? Recuerda lo sucedido en aquel lugar horrible de Sudamrica cuando el hombre de las gafas re­flectantes les dijo que tomaran la bebida de uvas moradas y ellos contestaron, s, amo, y la bebieron.

Jack mir las caras tristes, demacradas, cansadas y ausentes de su alrededor y pens en cmo se iluminaran, cmo se encen­deran si Sol Gardener entrase aqu y ahora mismo.

Ellos tambin lo haran si Sol Gardener se lo dijera. Beberan y entonces nos cogeran, a m y a Lobo, y verteran el lquido en nuestras gargantas. Ferd tena razn; ven algo en mi cara, algo que se apoder de m en los Territorios, y quiz me quieran un poco... supongo que esto es lo que detiene a Heck Bast. Ese patn no est acostumbrado a querer a nada ni a nadie. S, quiz me quieren un poco... pero le quieren mucho ms a l. Lo haran. Estn locos.

Ferd podra habrselo dicho y, sentado ahora en la sala, Jack pens que en realidad ya se lo haba comunicado.

Cont a Jack que haba sido confiado al Hogar del Sol por sus padres, cristianos conversos que caan de hinojos en la sala de estar cada vez que alguien del Club 700 iniciaba una plegaria. Ninguno de los dos entenda a Ferd, que estaba cortado por un patrn muy diferente. Pensaban que Ferd deba ser hijo del de­monio, un humanista radical de ideas comunistas. Cuando huy de su casa por cuarta vez y fue a caer en manos del mismsimo Franky Williams, sus padres fueron al Hogar del Sol —donde, por supuesto, se encontraba Ferd— y se enamoraron a primera vista de Sol Gardener. Aqu estaba la respuesta a todos los problemas que su hijo inteligente, dscolo y rebelde les haba causado. Sol Gardener educara a su hijo en el Seor. Sol Gardener le demos­trara el error de sus actitudes. Sol Gardener se lo quitara de encima y evitara que vagase por las calles de Anderson.

—Vieron el reportaje sobre el Hogar del Sol en el Sunday Report —dijo Ferd a Jack— y me enviaron una postal diciendo que Dios castigara a los mentirosos y falsos profetas con un lago de fuego. Yo les contest; Rudolph, el de la cocina, me pas la carta a escondidas. Dolph es un tipo excelente. —Hizo una pau­sa—. Sabes cul es la definicin de Ferd Jankiow de un tipo ex­celente, Jack?

—No.

—El que se deja comprar —dijo Ferd, con su risa triste y c­nica—. Dos dlares compran los servicios de cartero de Dolph. As que les escrib una carta diciendo que si Dios castigaba a los mentirosos tal como ellos afirmaban, esperaba que Sol Gardener encontrase un par de calzoncillos de amianto en el otro mundo, porque menta sobre lo que ocurre aqu a ms velocidad de lo que trota un caballo. Todo lo que publicaron en el Sunday Report, los rumores sobre las camisas de fuerza y sobre la caja, era cierto. Oh, no podan probarlo. Ese tipo est chalado, Jack, pero es un loco listo. Si un da te olvidas de ello, sufrirs mucho en sus manos, t y Phil el Lobo Valiente.

Jack contest:

—Esos tipos del Sunday Report suelen ser muy buenos en esto de coger a la gente con las manos en la masa. Por lo menos, eso dice mi madre.

—Oh, estaba asustado. Lanz muchos gritos y chillidos estri­dentes. Has visto alguna vez a Humphrey Bogart en El motn del Carne? Estuvo as una semana antes de que aparecieran y cuando por fin llegaron, fue todo dulzura y razonamiento. Pero la semana anterior esto pareca un infierno. El seor Helado se cagaba en los pantalones. Fue la semana que dio un puntapi a Benny Woodruff en el tercer piso, envindole rodando por las escaleras, y todo porque le sorprendi leyendo un comic de Su-perman. Benny estuvo tres horas sin sentido y hasta la noche no supo quin era ni dnde estaba.

Ferd hizo una pausa.

—Saba que vendran, como ha sabido siempre cundo van a hacerle una visita sorpresa los inspectores del estado. Escondi las camisas de fuerza en la buhardilla y les hizo creer que la caja era un cobertizo para secar el heno.

La risa triste y cnica de Ferd son de nuevo.

—Sabes qu hicieron mis padres, Jack? Enviaron a Sol Gar­dener una fotocopia de mi carta. Por mi propio bien, deca mi padre en la siguiente carta que me escribi. Y adivina qu pas! Me metieron en la caja, por cortesa de mis propios padres!

Otra vez la risa triste.

—Te dir otra cosa. No bromeaba en la capilla la otra noche. Los chicos que hablaron con los periodistas del Sunday Report han desaparecido... los que pudo atrapar, por lo menos.

Tal como Ferd ha desaparecido ahora, pens Jack, vigilando a Lobo, que estaba cabizbajo al otro extremo de la habitacin. Se estremeci. Tena las manos muy, muy fras.

Tu amigo Phil, el Lobo Valiente.

Acaso volva Lobo a parecer ms peludo? Tan pronto? Segu­ramente no, aunque llegara el momento, claro; era un ciclo tan inexorable como las mareas.

y a propsito, Jack, mientras estamos aqu preocupndonos por los problemas de estar aqu, cmo est tu madre? Cmo est la Querida Lil, reina de las B? Perdiendo peso? Sintiendo dolores? Nota por fin que algo la come por dentro con afilados dientecitos de ratn mientras t echas races en esta asquerosa crcel? Estar Morgn preparndose para lanzar sus rayos y ayudar con ello al cncer?

Le haba horrorizado la idea de las camisas de fuerza y, aun­que haba visto la caja —un artilugio de hierro, grande y feo, que estaba en el patio trasero del Hogar como un fantasmal frigor­fico abandonado—, no poda creer que Gardener metiera dentro a los muchachos. Ferd le haba convencido poco a poco, hablndole en voz baja mientras recogan piedras en el Campo Lejano.

—Tiene montado un gran negocio aqu —le haba dicho Ferd—;

es una licencia para acuar dinero. Sus programas religiosos son radiados por todo el Medio Oeste y televisados por casi todo el pas y por las emisoras indias. Nosotros somos su auditorio cau­tivo. Sonamos muy bien por radio y ofrecemos un magnfico aspecto en la pantalla; es decir, cuando Roy Owdersfelt no se est reventando ese maldito grano de la punta de la nariz. Tiene a Casey, su productor favorito de radio y televisin; Casey graba en vdeo las oraciones matutinas y las vespertinas. Se cuida del sonido y del montaje y lo retoca todo hasta que Gardener se pa­rece a Billy Graham y nosotros sonamos como la multitud del Yankee Stadium durante el sptimo juego del Campeonato Mun­dial. Y esto no es todo lo que hace Casey. Es el genio de la casa. Has visto el micrfono de tu habitacin? Casey los instal. Todo va a parar a su sala de control y para entrar en esta sala de control hay que pasar por el despacho particular de Gardener. Los micrfonos son activados por la voz, o sea que no malgasta cinta. Todo lo que tiene jugo lo guarda para Sol Gardener. He odo cmo Casey instalaba una cajita azul en el telfono de Gar­dener para que pueda hacer llamadas a largas distancia sin pagar y s muy bien que ha conectado un cable al de televisin que hay tendido frente a la casa. Te gusta la idea de que el seor Helado se siente a ver un'programa doble en Cinemax despus de vender todo el da a Jesucristo a las masas? A m s. Este tipo es tan americano como los tapacubos giratorios, Jack, y aqu en Indiana le quieren tanto como al baloncesto escolar.

Ferd sorbi los mocos, hizo una mueca y escupi al polvo.

—Ests bromeando —dijo Jack.

—Ferd Jankiow nunca bromea sobre los matones del Hogar del Sol —replic Ferd con solemnidad—. Es rico, no ha de declarar nada a Hacienda y tiene amedrentada a la Junta de Educacin local, que le teme como al demonio; hay una mujer que se derrite prcticamente cada vez que viene y da la impresin de querer protegerle contra el mal de ojo o algo as... y como ya he dicho, siempre parece saber con anticipacin cundo nos visitar por sorpresa alguien de la Junta de Educacin del Estado. Limpiamos la casa de arriba abajo, Bast el Bastardo sube las camisas de fuerza al desvn y llenan la caja con heno del granero. Y cuando llegan, siempre estamos dando clase. Cuntas clases has dado desde que aterrizaste en esta versin de Indiana del Barco del Amor, Jack?

—Ninguna —respondi el aludido.

—Ninguna! —exclam Ferd, encantado, volviendo a prorrum­pir en carcajadas tristes y cnicas, unas carcajadas que decan:

Sabes qu descubr cuando tenia unos ocho aos? Descubr que la vida me daba unas malditas palizas y que las cosas no cam­biaran por el momento o tal vez nunca. Y aunque sea desesperante, tambin tiene su lado gracioso. Sabes qu quiero decir, criatura?

4

stos eran los pensamientos de Jack cuando unos dedos fuertes le agarraron el cuello por los puntos de compresin detrs de las orejas y le levantaron de la silla. Una nube de mal aliento envolvi su rostro al ser obligado a dar media vuelta y a enfren­tarse —contra su voluntad— con el estril paisaje lunar de la cara de Heck Bast.

—Yo y el reverendo an estbamos en Muncie cuando ingre­saron en el hospital a tu extrao y dscolo amigo —anunci. Sus dedos latan y apretaban, latan y apretaban. El dolor era agud­simo. Jack gimi y Heck sonri y la sonrisa dej escapar de su boca mayores cantidades de aliento ftido—. El reverendo recibi la noticia por su receptor. Janklow pareca un taco despus de cuarenta y cinco minutos en un homo de microondas. Tardarn un poco en apedazar a ese muchacho.

No se dirige a m —pens. Jack—, se dirige a toda la sala. El mensaje significa que Ferd contina vivo.

Eres un asqueroso embustero —dijo—. Ferd est... Heck Bast le peg y Jack cay al suelo. Los muchachos se apartaron de l. Desde algn rincn, Donny Keegan solt una carcajada.

Se oy un rugido de rabia. Jack levant la vista, aturdido, y agit la cabeza en un esfuerzo por aclararla. Heck se volvi y vio a Lobo en actitud protectora junto a Jack, con el labio superior fruncido y fantasmagricos destellos anaranjados en los cristales de sus gafas redondas, donde se reflejaban las luces del techo.

—De modo que el idiota se ha decidido a bailar por fin —ob­serv Heck, empezando a sonrer—. Pues muy bien! Me encanta bailar. Adelante, mocoso. Acrcate y bailemos.

Todava gruendo, con el labio inferior mojado de saliva. Lobo se adelant y Heck se movi para enfrentarse a l. Se oy ruido de sillas sobre el linleo, arrastradas a toda prisa por los chicos para dejarles espacio libre.

—Qu pasa a...?

Sonny Singer desde el umbral; no tuvo necesidad de terminar la pregunta porque en seguida vio qu pasaba aqu. Sonriendo, cerr la puerta y se apoy en ella para contemplar la escena con los brazos cruzados sobre su esculido pecho y el rostro, habitual­mente sombro, animado de repente. Jack volvi a mirar a Lobo y a Heck.

—Lobo, ten cuidado I —grit.

—Tendr cuidado, Jack —contest Lobo, con voz un poco ms parecida a un aullido—. Me...

—Bailemos ya, idiota —gru Heck Bast, lanzndole un tosco pero contundente gancho largo, que fue a dar en el pmulo dere­cho de Lobo y le hizo retroceder tres o cuatro pasos. Donny Keegan prorrumpi en un estridente relincho, que Jack ya saba interpretar como un signo tanto de alegra como de conster­nacin.

El gancho largo fue un golpe bueno y efectivo. En otras cir­cunstancias, la pelea habra terminado probablemente aqu pero, por desgracia para Hctor Bast, fue el nico golpe que pudo dar.

Avanz lleno de confianza con sus grandes puos a la altura del pecho y asest otro gancho largo; esta vez, sin embargo, el brazo de Lobo se extendi hacia arriba y hacia fuera para detenerlo. Entonces Lobo agarr el puo de Heck.

La mano de Heck era grande. La mano de Lobo an lo era ms.

El puo de Lobo se cerr sobre el de Heck.

El puo de Lobo apret.

De dentro se oy un crujido, como si alguien estuviera rom­piendo astillas.

La sonrisa de Heck se congel y el muchacho empez a chillar.

—No debas lastimar al rebao, bastardo —murmur Lobo—. Tanta historia con vuestra Biblia, la Biblia dice esto, la Biblia dice lo otro, Lobo!, y lo nico que tenis que hacer es or seis versos del Libro del buen agricultor para saber que jams...

Crujido!

—...jams... Crujido!

—JAMAS se debe lastimar al rebao.

Heck Bast cay de rodillas, gritando y llorando. Lobo an le agarraba el puo y el brazo de Heck estaba levantado de un modo que pareca un fascista gritando Heil Hitler! de rodillas. El brazo de Lobo estaba rgido como un palo pero su rostro no revelaba el menor esfuerzo; aparte de los ojos chispeantes, estaba casi sereno.

El puo de Heck empez a gotear sangre.

—i Basta, Lobo! Es suficiente!

Jack ech una mirada rpida a su alrededor y vio que Sonny haba desaparecido y la puerta estaba abierta. Casi todos los chicos se haban puesto en pie para apartarse de Lobo todo lo que les permitan las paredes de la sala; sus caras reflejaban temor y respeto. En el centro, la escena no haba cambiado: Heck Bast, de rodillas, tena el puo dentro del de Lobo y la sangre segua goteando hasta el suelo.

Todos se apiaban en la puerta, Casey, Warwick, Sonny Singer y otros tres muchachos fornidos. Y Sol Gardener, con una pequea funda negra, como de gafas, en una mano.

—He dicho que es suficiente! —Jack lanz una ojeada a los recin llegados y corri hacia Lobo—. Aqu y ahora mismo! Aqu y ahora mismo!

—Est bien —contest Lobo en voz baja. Solt la mano de Heck y Jack vio una cosa horriblemente estrujada que pareca una rueda rota. Los dedos de Heck formaban extraos ngulos. Heck, gimiendo, se llev al pecho la mano destrozada.

—Est bien, Jack.

Los seis agarraron a Lobo. ste dio media vuelta, desasi un brazo, empuj y Warwick sali de repente disparado contra la pared.

Alguien profiri un grito.

—Sujetadle! —chill Gardener—. Sujetadle! Sujetadle, por el amor de Dios! —Estaba abriendo la funda negra.

No, Lobo! —grit Jack—. Basta!

Lobo sigui luchando durante un momento y luego se qued quieto y permiti que le empujaran hasta la pared. A Jack se le antojaron liliputienses empujando a Gulliver. Por fin Sonny pa­reca temer a Lobo.

—Sujetadle —repiti Gardener, sacando una aguja hipodr-mica de la funda aplanada. En su rostro haba vuelto a aparecer aquella sonrisa afectada, casi tmida—. Sujetadle, por Dios!

—No es preciso que haga esto —dijo Jack.

—Jack —Lobo pareca asustado de repente—. Jack! Jack! Gardener se dirigi hacia Lobo, apartando a un lado a Jack con un empujn que sugera unos msculos muy fuertes. Jack se tambale hacia atrs y choc contra Morton, que chill y retro­cedi como si Jack estuviera contaminado. Demasiado tarde, Lobo empez a debatirse... pero eran seis, demasiados incluso para l, aunque quiz no lo habran sido si hubiera estado en la fase de transformacin.

Jack! —aull—. Jack! Jack !

Sujetadle, por Dios —murmur Gardener, con los labios bru­talmente fruncidos sobre las encas, y clav la aguja hipodrmica en el brazo de Lobo.

Lobo se puso rgido, ech la cabeza hacia atrs y aull.

Te matar, bastardo —pens Jack con incoherencia—. Te ma­tar, te matar, te matar.

Lobo luchaba y sacuda brazos y piernas. Gardener le observaba con frialdad. Lobo levant una rodilla y la clav en el estmago de Casey, que sac aire y se tambale hacia atrs y hacia delante. Uno o dos minutos despus, Lobo empez a flaquear y en seguida se desplom.

Jack se levant, llorando de rabia. Intent abalanzarse sobre el grupo de cuellos blancos que sujetaban a su amigo y en aquel momento vio a Casey propinar un puetazo al rostro flaccido de Lobo y manar sangre de la nariz de este ltimo.

Unas manos le detuvieron. Luch, mir a su alrededor y vio las caras asustadas de los chicos con quienes recoga piedras en el Campo Lejano.

—Le encerraremos en la caja —dijo Gardener cuando las ro­dillas de Lobo se doblaron por fin; entonces se volvi a mirar a Jack—. A menos que... Le gustara decirme ahora dnde nos hemos conocido, seor Parker?

Jack permaneci con la vista fija en sus pies, sin decir nada. Lgrimas calientes por el odio le quemaban los ojos.

—A la caja, entonces —decidi Gardener—. Quiz cambie usted de idea cuando l empiece a gritar, seor Parker. Gardener sali a grandes zancadas.

5

Lobo continuaba gritando en la caja cuando Jack y los otros chicos entraron en la capilla para la oracin matutina. Los ojos de Sol Gardener se clavaron con irona en el rostro tenso y plido de Jack. Tal vez ahora, seor Parker?

Lobo, es mi madre, mi madre...

Lobo continuaba gritando cuando Jack y los otros chicos que deban trabajar en el campo fueron divididos en dos grupos y salieron hacia los camiones. Cuando pas cerca de la caja, Jack tuvo que contener el impulso de taparse las orejas con las manos. Aquellos aullidos, aquellos sollozos incoherentes...

De improviso, Sonny Singer apareci a su lado.

—El reverendo Gardener est en su despacho esperando or tu confesin inmediatamente, mocoso —dijo—. Me ha encargado que te diga que dejar salir al idiota de lia caja en cuanto le comu­niques lo que quiere saber. —La voz de Sonny era aterciopelada y su expresin, peligrosa.

Lobo, gritando y aullando para que le abrieran la puerta, golpeaba con furiosos puos las paredes de hierro de la caja.

Ah, Lobo, es mi MADRE...

No puedo decirle lo que quiere saber —contest Jack, vol­vindose de pronto hacia Sonny, dirigiendo hacia l todo aquello que haba adquirido en los Territorios. Sonny dio dos pasos gi­gantescos hacia atrs, con la cara asustada y confusa. Tropez con sus propios pies y fue a dar de espalda contra uno de los camiones. De no haber sido por el camin, habra cado al suelo.

—Muy bien —dijo sin aliento, como en un gemido—. Muy bien, muy bien, olvdalo. —Su cara delgada volvi a ser arrogante—. El reverendo Gardener me ha dicho que, si respondas que no, te dijera que tu amigo te llama. Lo entiendes?

—Ya s que me llama.

—i Sube al camin! —orden Pedersen con acento severo, sin mirarle, pero cuando Sonny pas por su lado, hizo una mueca como si hubiera olido a algo podrido.

Jack oy gritar a Lobo incluso despus de que los camiones se pusieran en marcha, a pesar de que los amortiguadores no eran ms que pequeas espirales de hierro y los motores producan un estridente ruido. Los gritos de Lobo no disminuan en intensidad. Ahora Jack ya haba establecido una especie de conexin con la mente de Lobo y pudo orle gritar incluso desde el Campo Lejano. El hecho de que estos gritos slo estuvieran en su cabeza no me­joraba en absoluto la situacin.

A la hora del almuerzo. Lobo enmudeci y Jack comprendi de repente, sin la menor duda, que Gardener haba ordenado sa­carle de la caja antes de que sus gritos y aullidos llamaran una atencin indebida. Despus de lo sucedido a Ferd, no deba inte­resarle que nadie centrara su atencin en el Hogar del Sol.

Cuando los grupos regresaron del campo al atardecer, la puer­ta de la caja estaba abierta y no haba nadie en su interior. Lobo se encontraba arriba, en la habitacin que comparta con Jack, acostado en su litera. Esboz una leve sonrisa cuando vio a su amigo.

—Cmo est tu cabeza, Jack? El cardenal ya se ve menos. Lobo!

—Lobo, ests bien?

—Grit mucho, verdad? No poda evitarlo.

—Lobo, lo siento —dijo Jack. Lobo pareca extrao... dema­siado blanco y como disminuido.

Se muere, pens Jack. No, le corrigi su mente. Lobo se estaba muriendo desde que haban saltado a este mundo para huir de Morgan. Slo que ahora se mora ms de prisa. Demasiado blan­co... como encogido... pero...

Jack tuvo un escalofro.

Los brazos y piernas de Lobo estaban cubiertos por un fino pelaje que no tenan dos noches atrs; esto era seguro.

Sinti el deseo de correr a la ventana y buscar la luna, para asegurarse de que no le haban pasado por alto nada menos que diecisiete das.

—No es el tiempo del cambio, Jacky —dijo Lobo, con una voz seca y lejana, como la de un invlido—, pero he empezado a cam­biar en aquel lugar oscuro y maloliente donde me han encerrado. Lobo! S, he cambiado algo porque estaba asustado y furioso y porque gritaba y chillaba. Gritar y chillar pueden provocar el cambio en un Lobo, si lo hace durante mucho rato. —Se frot el pelo de las piernas—. Desaparecer.

—Gardener fij un precio para sacarte —explic Jacky—, pero yo no pude pagarlo. Quera hacerlo, pero... Lobo... mi madre... Las lgrimas le impidieron continuar.

—Shhhh, Jacky. Lobo lo sabe. Aqu y ahora mismo. Lobo volvi a sonrer de aquel modo terrible y agarr la mano de Jack.

captulo 24

JACK NOMBRA A LOS PLANETAS

1

Otra semana en el Hogar del Sol, alabado sea Dios. La luna iba engordando.

El lunes, un sonriente Sol Gardener pidi a los chicos que inclinaran la cabeza y dieran gracias a Dios por la conversin de su hermano Ferdinand Janklow. Ferd haba decidido escuchar a su auna y seguir a Jesucristo mientras se recuperaba en el hospital Parkland, les comunic Sol con una sonrisa radiante. Ferd haba llamado a sus padres para decirles que haba decidido ganar almas para el Seor y ellos rezaron en respuesta durante la con­ferencia de larga distancia, para que el Seor le guiase y fueron a recogerle al da siguiente. Muerto y enterrado bajo un helado campo de Indiana... o en los Territorios, tal vez, adonde la Pa­trulla Estatal de Indiana no tendra jams acceso.

El martes era un da demasiado fro y lluvioso para trabajar en el campo. La mayora de los chicos fueron autorizados •para permanecer en sus habitaciones a dormir o leer, pero para Jack y Lobo empez el perodo de acoso. Bajo la persistente lluvia, Lobo tuvo que sacar al camino cubo tras cubo de basura desde el granero y los cobertizos. A Jack le ordenaron limpiar los retretes. Supona que tanto Warwick como Casey, que fueron quienes le asignaron esta tarea, deban considerar que era un trabajo real­mente repugnante, pero es que ellos no haban visto nunca el lavabo de hombres del mundialmente famoso bar Oatley. Slo otra semana en el Hogar del Sol, oh, s. Hector Bast regres el mircoles, con el brazo derecho enye­sado hasta el codo y la cara redonda y fofa tan plida, que los granos resaltaban como chillonas manchas de colorete.

—El mdico dice que quiz no podr volver a usarlo nunca —declar—. T y tu amigo retrasado mental tenis mucho de qu responder, Parker.

—Es que quieres que le ocurra lo mismo a tu otra mano? —le pregunt Jack... pero tenia miedo. Lo que vea en los ojos de Heck no era un simple deseo de venganza; era el deseo de come­ter un asesinato.

—Ya no le temo —replic Heck—. Sonny dice que la caja le ha quitado casi toda la furia y que har cualquier cosa para no volver a ella. En cuanto a ti...

El puo izquierdo de Heck sali disparado. Era todava ms torpe con la mano izquierda que con la derecha, pero Jack, atur­dido por la furia sorda del corpulento muchacho, ni siquiera lo vio venir. Sus labios esbozaron una extraa sonrisa y el puo de Heck los parti. Jack se tambale hasta la pared.

Se abri una puerta y Billy Adams asom la cara.

Cierra esa puerta o me encargar de que t tambin re­cibas! —chill Heck, y Adams, nada ansioso de ser atacado y recibir una lluvia de golpes, obedeci al instante.

Heck se acerc a Jack y ste, medio mareado, se apart de la pared y levant los puos. Heck se detuvo.

—Te gustara, verdad? —dijo Heck—. Luchar con un tipo que slo dispone de una mano til? tena la cara encendida.

Se oyeron pasos en el tercer piso que se dirigan hacia las escaleras. Heck mir a Jack.

—se es Sonny. Vamos, sal de aqu. Nos encargaremos de ti, amigo mo. De ti y del retrasado. El reverendo Gardener nos ha dado permiso para ello, a menos que le digas lo que quiere saber.

Heck sonri,

—Hazme un favor, mocoso. No se lo digas.

2

Era cierto que la caja haba quitado algo a Lobo, pens Jack. Haban pasado seis horas desde su confrontacin en el pasillo con Heck Bast. Pronto sonara el timbre para la confesin, pero de momento, Lobo dorma profundamente en la litera inferior. Fuera, la lluvia continuaba azotando las paredes del Hogar del Sol.

No era furia lo que le haba quitado, ni tampoco era la caja la nica responsable. Ni siquiera el Hogar del Sol. Era todo este mundo. Lobo aoraba su hogar, simplemente. Haba perdido gran parte de su vitalidad. Rara vez sonrea y no se rea nunca. Cuando Warwick le gritaba en el almuerzo por comer con los dedos, Lobo se encoga.

Tiene que ser pronto, Jacky. Porque me estoy muriendo. Lobo se est muriendo.

Heck Bast deca que no tema a Lobo y en realidad no pareca ya capaz de inspirar temor y daba la impresin de que estrujar la mano de Heck haba sido su ltimo acto de fuerza.

Son el timbre para la confesin.

Aquella noche, despus de la confesin, la cena y la capilla, Jack y Lobo volvieron a su habitacin y encontraron las dos lite­ras empapadas y apestando a orina. Jack fue a la puerta, la abri de un tirn y vio a Sonny Warwick y un gigante llamado Van Zandt en el pasillo, sonriendo.

—Creo que nos equivocamos de puerta, mocoso —dijo Sonny—.

Pensamos que era el lavabo, por los trozos de mierda que siempre

vemos flotando por aqu.

Van Zandt casi estall de risa al or esta salida. Jack les mir con fijeza unos instantes y Van Zandt dej de rer.

—A quin miras, trozo de mierda? Quieres que te rompa la maldita nariz?

Jack cerr la puerta, mir a Lobo y le vio dormido y con la ropa puesta sobre la litera empapada. La barba ya le estaba cre­ciendo, pero su rostro an se vea plido y la piel tensa y bri­llante. Era el rostro de un invlido.

Djale en paz. —pens Jack, cansado—. Si est tan rendido por la fatiga, djale dormir as.

No, no yas a dejarle dormir en esta cama sucia. No puede ser!

Muy cansado, Jack se acerc a Lobo, lo sacudi hasta desper­tarle a medias, lo sac de la litera mojada y maloliente y le quit el mono. Durmieron en el suelo, acurrucados uno contra el otro.

A las cuatro de la maana, la puerta se abri y entraron Sonny y Heck. Levantaron a Jack y le llevaron casi a rastras al despacho de Sol Gardener en el stano.

Gardener estaba sentado con los pies sobre el borde de la mesa. Iba totalmente vestido, a pesar de la hora. Detrs de l penda un grabado de Jess sobre el mar de Galilea, rodeado por sus asombrados discpulos. A la derecha haba una ventana de cristal que daba al estudio oscuro donde Casey ejecutaba sus trucos acsticos. Un pesado llavero colgado de un aro del cinturn de Gardener; las llaves, un buen puado de ellas, descansaban en la palma de su mano y las manose mientras hablaba.

—No has confesado ni una sola vez desde que llegaste, Jack —dijo con un ligero acento de reproche—. La confesin es buena para el alma. Sin confesin no podemos salvamos. Oh, no me refiero a la confesin pagana e idlatra de los catlicos, sino a la confesin en presencia de tus hermanos y de tu Salvador.

—Prefiero que sea una cuestin entre mi Salvador y yo, si no le importa —replic Jack con voz serena, y a pesar de su miedo y desorientacin, no pudo por menos de gozar con la expresin de furia que se dibuj en el rostro de Gardener.

— Me importa! —grit ste. El dolor estall en los rones de Jack, que cay de rodillas.

—Cuidado con lo que dices al reverendo Gardener, mocoso —reprendi Sonny—. Algunos de nosotros le defendemos.

—Dios te bendiga por tu confianza y amor, Sonny —dijo gra­vemente Gardener antes de dirigirse de nuevo a Jack.

—Levntate, hijo.

Jack consigui ponerse en pie, agarrndose a la esquina de la valiosa mesa de madera clara de Sol Gardener.

—Cul es tu verdadero nombre?

—Jack Parker.

Vio a Gardener asentir de modo imperceptible y trat de vol­verse, pero fue demasiado tarde. Un dolor nuevo estall en sus rones. Grit y volvi a caer de rodillas, golpendose la magulla­dura ya ms plida de la frente contra el canto de la mesa de Gardener.

—De dnde eres, chico mentiroso, descarado y demonaco?

—De Pennsylvania.

El dolor le estall ahora en la carnosa parte superior del mus­lo izquierdo. Se enroll en la posicin fetal sobre la blanca alfom­bra de Karastn, con las rodillas abrazadas contra su pecho.

—Levantadle.

Sonny y Heck le levantaron.

Gardener meti la mano en el bolsillo de su chaqueta blanca y extrajo un encendedor. Hizo girar la ruedecilla, produciendo una gran llama amarillenta, y acerc con lentitud la llama a la cara de Jack. Veinticinco centmetros. Jack poda oler el tufo pi­cante y dulzn del lquido. Quince centmetros. Ahora poda sentir el calor. Ocho centmetros. Tres centmetros ms —quiz dos— y la molestia se convertira en dolor. Los ojos de Sol Gar­dener estaban nublados por el placer. Sus labios temblaban, al borde de una sonrisa.

—Si! —El aliento de Heck quemaba y ola a salchicha pi­cante— S, hgalo!

—De qu te conozco?

—No le he visto nunca! —jade Jack.

La llama se acerc ms. Los ojos de Jack se humedecieron y sinti que la piel empezaba a chamuscarse. Tra.t de echar atrs la cabeza, pero Sonny Singer se la sujet.

—Dnde te he visto? —pregunt Gardener con voz ronca. La llama del encendedor bailaba en sus pupilas negras y cada reflejo era exacto que los otros—. Es tu ltima oportunidad!

Dselo, por el amor de Dios, dselo! --Si nos hemos visto alguna vez, no lo recuerdo —jade Jack—. Tal vez en California...

El encendedor se cerr. Jack solloz de alivio.

—Llevoslo —orden Gardener.

Arrastraron a Jack hacia la puerta.

—No te servir de nada, sabes? —dijo Sol Gardener, que haba dado media vuelta y pareca meditar sobre el grabado de Jesucristo caminando sobre las aguas—. Te lo arrancar, si no esta noche, maana por la noche o la siguiente. Por qu no ha­certe las cosas ms fciles, Jack?

Jack no contest. Un momento despus sinti que le torcan el brazo hacia los omplatos. Gimi.

Dselo! —murmur Sonny.

Y una parte de Jack quera hacerlo, no porque le hicieran dao sino porque... porque la confesin era buena para el alma.

Record el fangoso patio, record a este mismo hombre con otros ropajes preguntndole quin era, record haber pensado:

Te dir todo lo que quieras saber si dejas de mirarme con estos ojos monstruosos, claro que s, porque slo soy un nio y esto es lo que hacen los nios, hablar, hablar, contarlo todo...

Entonces record la voz de su madre, aquella voz dura, pregun­tndole si iba a desembuchar delante de este tipo.

—No puedo decirle lo que no s —respondi.

Los labios de Gardener se abrieron en una sonrisa leve y seca.

—Devolvedle a su habitacin —dijo.

3

Slo otra semana en el Hogar del Sol, ya podis decir amn, hermanos y hermanas. Slo otra larga, larga semana.

Jack se entretuvo en la cocina mientras los otros salan, des­pus de dejar sus platos del desayuno. Saba muy bien que se arriesgaba a otra paliza y a ms acosamiento... pero a estas al­turas, esto se le antojaba una consideracin menor. Haca slo tres horas que Sol Gardener haba estado a punto de quemarle los labios; lo haba visto en los ojos dementes de aquel hombre y adivinado en su corazn maligno. Despus de una cosa seme­jante, el riesgo de ser golpeado pareca una consideracin real­mente pequea.

La ropa blanca de cocinero de Rudolph estaba tan gris como el plomizo cielo de noviembre. Cuando Jack pronunci su nombre en un murmullo, Rudolph le mir con ojos inyectados en sangre. El aliento le ola a whisky barato.

—Ser mejor que salgas de aqu, pescado nuevo. Te estn vigi­lando muy de cerca.

Dime algo que no s.

Jack mir, muy nervioso, hacia el antiguo lavaplatos, que sal­taba, silbaba y jadeaba como una locomotora de vapor mientras los chicos lo cargaban. No parecan mirar a Jack y Rudolph, pero Jack saba que parecer era realmente la palabra justa. Correran rumores. Oh, s. En el Hogar del Sol se quedaban con el dinero de los pupilos y difundir rumores era una especie de moneda sustitutiva.

—Necesito salir de aqu —dijo Jack—, yo y mi corpulento amigo. Cunto pedira por hacer la vista gorda mientras noso­tros salamos por la puerta trasera?

—Ms de lo que podras pagarme aunque lograras recuperar lo que te quitaron cuando te metieron aqu, campaero —replic Rudolph. Sus palabras eran bruscas, pero mir a Jack con una especie de velada bondad.

S, claro, se lo haban quitado todo... la pa de guitarra, el dlar de plata, la gran canica sonora, sus seis dlares, todo. Ahora estaba dentro de un sobre sellado en alguna parte, probablemente en el despacho de Gardener. Pero...

—Bueno, le firmar un vale. Rudolph sonri con irona.

—Dicho por alguien que vive en este antro de ladrones y dro-gadictos, es casi gracioso —dijo—. A la mierda tu maldito vale,

granuja.

Jack dirigi hacia Rudolph toda la fuerza nueva que haba en l. Exista un modo de ocultar aquella fuerza, aquella nueva belleza —por lo menos, hasta cierto punto—, pero ahora le dio rienda suelta y vio que Rudolph retroceda ante ella, con el rostro

momentneamente confuso y asombrado.

—Mi vale sera bueno y creo que usted lo sabe —dijo Jack en voz baja—. Dme unas seas y le enviar el dinero. Cunto? Ferd Hanklow dijo que por dos dlares echaba una carta al correo. Bastaran diez para mirar hacia otro lado mientras nosotros

salimos a dar un paseo?

—Ni diez, ni veinte, ni cien —contest Rudolph en un murmu­llo, mirando al muchacho con una tristeza que asust mucho a Jack. Aquella mirada le revel, ms que cualquier otra cosa, la gravedad de la trampa en que Lobo y l haban cado—. S, lo he hecho antes, a veces por cinco dlares y otras, te lo creas o no, de balde. Por Ferdie Jankiow lo habra hecho de balde; era un buen chico. Estos malditos...

Rudolph alz un puo enrojecido por el agua y los detergentes y lo agit contra los azulejos verdes de la pared. Vio a Morton, el chico acusado de masturbarse, con los ojos fijos en l y Rudolph le dirigi una mirada horrible. Morton desvi la vista inmediata­mente.

—Entonces, por qu no? —pregunt Jack, desesperado.

—Porque tengo miedo, chico —respondi el cocinero.

—Qu quiere decir? La noche de mi llegada, cuando Sonny empez a buscarle las cosquillas...

—Singer! —Rudolph agit la mano con desprecio—. Singer no me da miedo y Bast tampoco, por muy fornido que sea. Es l quien me infunde terror...

—Gardener?

—Es un demonio del infierno —dijo Rudolph. Vacil y aadi en seguida—: Te dir algo que nunca he contado a nadie. Una semana se retras en pagarme y baj a su despacho. La mayora de veces no lo hago, no me gusta bajar all, pero esta vez tena que... bueno, tena que ver a un hombre. Necesitaba el dinero sin falta, me comprendes? Le vi bajar a su despacho, as que saba que estaba all. Baj y llam, a la puerta y sta se abri cuando la toqu, porque no la haba cerrado del todo. Y, sabes una cosa, chico? No estaba dentro.

La voz de Rudolph haba ido perdiendo volumen a medida que hablaba, hasta que Jack apenas poda orla por encima de la algaraba del lavaplatos. Al mismo tiempo, sus ojos se fueron abriendo como los de un nio al recordar una pesadilla. .

—Pens que tal vez estara en aquel estudio de grabacin que tienen, pero tampoco estaba all. Y no haba ido a la capilla por­que no hay puerta de comunicacin. Se puede salir afuera desde su despacho, pero esta puerta estaba cerrada con cerrojo por dentro. Adonde fue, entonces, compaero? Adonde fue?

Jack, que lo saba, slo pudo mirar a Rudolph con expresin de desconcierto.

—Creo que es un demonio del infierno y baj con un ascensor fantasma para llevar un informe al cuartel general —prosigui Rudolph—. Me gustara ayudarte, pero no puedo. No hay bastante dinero en Fort Knox para hacerme desafiar al Hombre del Sol. Y ahora, sal de aqu. Quiz no han notado tu ausencia.

Pero la haban notado, claro. Cuando sali por la puerta girato­ria, Warwick se acerc por detrs y golpe a Jack en medio de la espalda con un puo gigantesco formado por las dos manos entre­lazadas. Mientras Jack se tambaleaba hacia delante por la cafe­tera desierta, Casey apareci como por ensalmo y adelant un pie. Jack no pudo detenerse, tropez con el pie de Casey, levant las dos piernas en el aire y cay entre un revoltijo de sillas. Se puso en pie, luchando por contener lgrimas de vergenza y rabia.

—No tienes que ser tan lento en llevar tus platos, mocoso —dijo Casey—. Podras lastimarte.

—S —sonri Warwick—. Y ahora ve arriba. Los camiones ya esperan.

4

A las cuatro de la madrugada siguiente le despertaron y bajaron de nuevo al despacho de Sol Gardener. ste levant la vista de la Biblia, como sorprendido de verle.

—Dispuesto a confesar, Jack Parker?

—No tengo nada que...

Otra vez el encendedor. Y la llama, bailando a dos centmetros de la punta de su nariz.

—Confiesa. Dnde nos hemos visto? —La llama se acerc un poco ms—. Tengo intencin de obligarte a hablar, Jack, Dnde? Dnde?

Saturno! —grit Jack. Fue lo nico que se le ocurri—. Urano! Mercurio! En alguna parte del cinturn de asteroides! lo! Ganmedes! Dei...!

Un dolor plomizo, denso, intenssimo, estall bajo su vientre cuando Hctor Bast le acert entre las piernas con. su mano til y le retorci los testculos.

—Toma esto —dijo Heck Bast, sonriendo triunfalmente—. Te

lo has buscado, maldito bufn.

Jack se desplom lentamente hasta el suelo, sollozando. Sol Gardener se agach despacio, con una expresin paciente,

casi beatfica.

—La prxima vez haremos bajar a tu amigo —anunci en voz baja—. Y con l, no vacilar. Pinsalo, Jack. Hasta maana por la noche.

Sin embargo, maana por la noche, decidi Jack, l y Lobo no estaran aqu. Si slo quedaban los Territorios, iran a los Terri­torios...

... si poda volver all con Lobo.

captulo 25

JACK Y LOBO VAN AL INFIERNO

1

Tendran que saltar desde la planta baja. Jack se concentr en esta idea y no en la cuestin de si podran saltar o no. Sera ms sencillo marcharse desde el dormitorio, pero el exiguo cubculo que compartan l y Lobo se hallaba en el tercer piso, a doce metros del suelo; Jack ignoraba cmo correspondan exactamente la geografa y topografa de los Territorios con la geografa y to­pografa de Indiana y no quera arriesgarse a romperse la cabeza. Explic a Lobo lo que haran.

—Lo has entendido?

—S —contest Lobo con indiferencia.

—Reptemelo por si acaso, compaero.

—Despus del desayuno, cruzo la sala y me meto en el lavabo. Entro en el primer retrete. Si nadie advierte mi ausencia, entrars t. Y regresaremos a los Territorios. Esto esto, Jacky?

—S, muy bien —dijo Jack, poniendo una mano sobre el hom­bro de Lobo y apretndolo. Lobo sonri dbilmente. Jack titube antes de aadir—: Siento haberte metido en esto. Todo ha sido culpa ma.

—No, Jack —protest, generoso. Lobo—. Probaremos esto... Quiz... —Un fugaz destello de esperanza pareci brillar en los ojos de Lobo.

—S —dijo Jack—, quiz.

2

Jack estaba demasiado asustado y excitado para desayunar, pero pens que si no coma poda llamar la atencin, asi que se atiborr de huevos y patatas, que saban a serrn, e incluso engull un grasicnto trozo de tocino ahumado.

Por fin el tiempo haba aclarado, despus de helar la noche anterior; las piedras del Campo Lejano serian como pedazos de escoria incrustadas en plstico endurecido.

Llevaron los platos a la cocina.

Se permiti a los muchachos volver a la sala mientras Sonny Singer, Hctor Bast y Andy Warwick iban a buscar la orden del da.

Se sentaron, sin saber qu hacer. Pedersen tena un ejemplar nuevo de la revista publicada por la organizacin de Gardener, El sol de Jess, y empez a hojearla mientras vigilaba de vez en cuando a los chicos.

Lobo dirigi a Jack una mirada inquisitiva y ste asinti. Lobo se levant y sali a paso lento de la habitacin. Pedersen alz la vista, vio a Lobo cruzar la sala y entrar en los lavabos y volvi a su revista.

Jack cont hasta sesenta y entonces se oblig a contar hasta sesenta una vez ms. Fueron los dos minutos ms largos de su vida. Tena un miedo terrible de que Sonny y Heck volvieran a la sala y dieran a todos los chicos la orden de ir hacia los camio­nes, ya que quera ir al lavabo antes de que esto ocurriera. Pero Pedersen no era tonto y si Jack segua a Lobo demasiado de cerca, poda sospechar algo.

Por fin se levant y se encamin hacia la puerta, que se le an­tojaba muy distante; sus pesados pies no parecan avanzar; era como una ilusin ptica.

Pedersen levant la vista.

—Adonde vas, mocoso?

—Al 'lavabo —contest Jack. Tena la lengua seca. Haba odo decir que a la gente se le secaba la boca por el miedo, pero no. la lengua.

Llegarn dentro de un minuto —dijo Pedersen, indicando con la cabeza el final del pasillo, donde estaban las escaleras que baja­ban a la capilla, el estudio y el despacho de Gardener—. Ser mejor que esperes y riegues el Campo Lejano.

—Tengo que cagar —contest Jack, a la desesperada. Claro. Y quiz t y iel idiota de tu amigo os meneis un poco

las colitas antes de empezar el da. Slo para animaros. Vuelve

a sentarte.

Bueno, pues ve de una vez —contest Pedersen de mal hu­mor—. No te quedes ah gimoteando.

Volvi a su revista y Jack cruz la sala y entr en el lavabo.

3

Lobo haba escogido el retrete equivocado, el del centro de la hilera; sus zapatos eran inconfundibles bajo la puerta. Jack la em­puj y entr. Apenas caban y Jack percibi el fuerte olor animal de Lobo.

—Est bien —dijo—. Intentmoslo.

—Jack, tengo miedo. Jack ri con nerviosismo.

—Yo tambin.

— Cmo lo har...?

—No lo s. Dame las manos. —Esto pareca un buen comienzo. Lobo puso sus manos peludas —garras, casi— en las manos de Jack y ste sinti fluir hacia s una extraa fuerza. Por lo visto, la fuerza de Lobo an no se haba extinguido, sino slo ocultado, como se oculta bajo tierra un manantial en una estacin de calor extraordinario.

Jack cerr los ojos.

Quiero volver —dijo—. Quiero volver. Lobo. Aydame!

Ya lo hago —jade Lobo—. Ojal pudiera! Lobo!

—Aqu y ahora.

—i Aqu y ahora mismo!

Jack apret ms las manos —garras— de Lobo. Se ola a leja. Oy pasar un coche por alguna parte. Son un telfono. Pens;

Estoy bebiendo el zumo mgico. Lo bebo en mi imaginacin, aqu y ahora mismo lo estoy bebiendo, puedo percibir su olor, su color morado, su densidad y rareza; noto su sabor, noto que se me contrae la garganta...

Cuando el sabor le lleg a la garganta, el mundo oscil bajo sus pies y a su alrededor. Lobo exclam:

— Jacky, funciona!

Esto le distrajo de su profunda concentracin y por un mo­mento fue consciente de que era slo un truco, camo tratar de conciliar el sueo contando ovejas, y el mundo volvi a inmovi­lizarse. Oli de nuevo a leja. Oy una voz plaidera contestando al telfono: S, diga, quin es?

No importa, no es un truco, no lo es en absoluto... Es magia. Es magia y lo hice cuando era pequeo y puedo volver a hacerlo, Speedy lo dijo, aquel cantante ciego Bola de Nieve lo dijo tam­bin, EL ZUMO MGICO ESTA EN MI MENTE...

Ejerci presin hacia abajo con todas sus fuerzas, con toda la fuerza de su voluntad... y la facilidad con que saltaron fue in­creble, como si un puetazo dirigido contra algo que pareca gra­nito diera contra un decorado de cartn piedra y el golpe con que uno tema romperse todos los nudillos no encontraba la menor resistencia.

4

Jack, con los ojos muy cerrados, sinti que el suelo se resquebra­jaba bajo sus pies... y luego desapareca completamente.

Oh, mierda, al final vamos a caer en el vaco, pens con desa­liento.

Pero no fue una cada, sino un resbaln sin importancia. Un momento despus l y Lobo se hallaban de pie sobre una super­ficie firme: tierra en vez de las duras baldosas del retrete.

Un tufo de azufre se mezclaba con el hedor de una cloaca. Era un vaho mortfero y Jack pens que significaba el final de toda

esperanza.

—Jason! Ou es este olor? —gimi Lobo—. Oh, Jason, este olor. no puedo quedarme aqu, Jacky, no puedo...!

Jack abri los ojos de par en par. En el mismo instante Lobo le solt las manos y avanz a tientas, con los ojos todava bien cerrados. Jack vio que los pantalones anchos de Lobo y su camisa a cuadros haban sido reemplazados por el mono Oshkosh con que Jack haba conocido al corpulento pastor. Las gafas de John Lennon haban desaparecido. Y...

... y Lobo avanzaba a tientas hacia el borde de un precipicio que estaba a menos de un metro.

Lobo! —Se abalanz sobre l y le abraz por la cintura—. Lobo, no!

Jacky, no puedo quedarme —gimi Lobo—, es el Pozo, uno de los Pozos, Morgan hizo estos lugares, oh, o decir que Morgan los haba hecho, puedo olerlo...

— Lobo, hay un precipicio, vas a caerte!

Lobo abri los ojos y qued horrorizado al ver el humeante abismo que se extenda a sus pies. En sus profundidades, un fuego rojo parpadeaba como ojos infectados.

—'Un Pozo —gimi Lobo—. Oh, Jacky, es un Pozo. Ah abajo hay hornos del Corazn Negro. El Corazn Negro en el centro del mundo. No puedo quedarme, Jacky, es lo peor que puede haber.

El primer pensamiento coherente de Jack mientras l y Lobo permanecan en el borde del Pozo, mirando hacia el infierno o el Corazn Negro en el centro del mundo, fue que la geografa de los Territorios y la de Indiana no era la misma. No haba en el Hogar del Sol ningn lugar correspondiente a este abismo, a este horrible Pozo.

Un metro ms a la derecha —pens Jack con sbito terror—. S/o habra bastado esto, un metro ms a la derecha. Y si Lobo hubiera hecho lo que yo le dije...

Si Lobo hubiera hecho lo que Jack le haba indicado, habran saltado desde el primer retrete. Y si hubieran saltado desde all, habran cado en este abismo de los Territorios.

Las piernas le flaquearon. Alarg la mano hacia Lobo, esta vez para apoyarse en l.

Lobo le sujet con expresin ausente y los ojos, que ardan con reflejos anaranjados, muy abiertos. Su mueca revelaba descon­cierto y miedo.

—Es un Pozo, Jacky.

Se pareca a la enorme mina abierta de molibdeno que haba visitado con su madre durante unas vacaciones en Colorado tres inviernos atrs; haban ido a esquiar a Vail, pero un da hizo de­masiado fro para practicar el esqu y haban hecho un recorrido en autobs de la mina de molibdeno de Continental Minerals, en las afueras de la pequea localidad de Sidewinder.

—Para m es como el infierno, Jacky-O —le dijo ella, con la cara, soadora y triste, vuelta hacia la ventanilla enmarcada de escarcha del autobs—. Me gustara que cerrasen todos estos lu­gares. Extraen fuego y destruccin de la tierra. Es el infierno, no cabe duda.

Gruesas y tortuosas enredaderas de humo se elevaban desde el fondo del Pozo, cuyos lados estaban veteados por gruesos filones de un metal verde y venenoso. Quiz meda un kilmetro y medio de dimetro. Un camino descendente dibujaba una espiral en su circunferencia interior. Jack poda ver figuras subiendo y bajando trabajosamente por este camino.

Era una especie de prisin, del mismo modo que e] Hogar del Sol era una prisin, y stos eran los prisioneros y sus guardianes. Los primeros iban desnudos y tiraban por parejas de unos carros llenos de enormes trozos de aquel minera] verde y grasicnto. Sus rostros estaban marcados por hondos surcos de dolor, ennegre­cidos por el holln y salpicados de llagas rojas y profundas.

Los guardianes suban o bajaban a su lado y Jack vio con sorda estupefaccin que no eran humanos; en ningn sentido podan llamarse as. Sus cuerpos eran retorcidos y gibosos, tenan garras en vez de manos y las orejas puntiagudas como las de mister Spock. Pero si son grgolas! —pens—. Todos esos mons­truos espantosos de las catedrales francesas (mam tena un libro y yo tem que tuviramos que ver a las de todo el pas, pero lo dej cuando sufr una pesadilla y moj la cama...) procedan de aqu? Les haba visto alguien aqu? Alguien de la Edad Media que salt, vio este lugar y pens que haba tenido una visin del infierno?

Pero esto no era una visin.

Las grgolas empuaban ltigos y Jack oy los restallidos por encima del ruido de las ruedas y el fragor de las rocas que se resquebrajaban continuamente bajo un calor tremendo y cons­tante. Mientras l y Lobo los observaban, una yunta de hombres se detuvo cerca del fin del camino en espiral, con las cabezas bajas, los tendones de sus cuellos en fuerte relieve y las piernas trmu­las por el agotamiento.

El monstruo que los vigilaba —un ser retorcido con un tapa­rrabos en tomo a las piernas y una lnea de pelos tiesos y ralos que le creca en la enjuta columna vertebral— descarg el ltigo primero sobre uno y luego sobre el otro, chinndoles en una lengua estridente que pareci martillear clavos plateados de dolor en la cabeza de Jack. Vio las mismas bolas de metal plateado que decoraban el ltigo de Osmond y antes de que pudiera parpadear, el brazo de un prisionero qued abierto por una herida y el cuello del otro, convertido en jirones de piel.

Los hombres gimieron y se inclinaron todava ms hacia de­lante, mientras su sangre se oscureca en las tinieblas amarillentas. El monstruo chillaba y farfullaba, con el brazo derecho, de un gris metlico, arqueado para descargar el ltigo sobre las cabezas de los esclavos. Con una temblorosa sacudida final, arrastraron el carro hasta el borde del camino, llegando a terreno plano. Uno de ellos cay de rodillas, exhausto, y el movimiento del carro hacia delante le derrib y una de las ruedas le pas por encima de la espalda. Jack oy el crujido de la columna vertebral del prisio­nero al romperse, un sonido semejante al pistoletazo del arbitro al iniciarse una carrera.

La grgola grit de rabia cuando el carro se tambale y cay de costado, vaciando su carga en el rido y resquebrajado terreno del borde del Pozo. Lleg en dos grandes zancadas hasta donde yaca el prisionero cado y levant el ltigo. Entonces el hombre moribundo volvi la cabeza y mir a los ojos de Jack Sawyer.

Era Ferd Janklow.

Lobo tambin le vio.

Se buscaron las manos.

Y saltaron de nuevo.

5

Estaban en un lugar pequeo y cerrado —de hecho era un retre­te— y Jack apenas poda respirar porque los brazos de Lobo le rodeaban en un asfixiante abrazo. Y tena un pie empapado; de algn modo, al saltar haba metido un pie en la taza del retrete. Oh, fantstico. Cosas como sta no suceden nunca a Conan el Brbaro, pens Jack con desaliento.

—Jack, no, Jack, no, el Pozo, era el Pozo, no, Jack...

— Basta! Basta, Lobo! Ya hemos vuelto!

—No, no, n...

Lobo se interrumpi y abri lentamente los ojos.

—Vuelto?

—En efecto, aqu y ahora mismo, as que sultame, me ests rompiendo las costillas y, adems, tengo el pie metido en el maldito...

La puerta del pasillo que daba al lavabo se abri con tanta fuerza que golpe la pared de azulejos y el panel de cristal escar­chado cay y se hizo trizas.

Se abri de improviso la puerta del retrete. Andy Warwick ech una ojeada y pronunci dos palabras llenas de furia y desprecio:

Condenados maricas.

Agarr al aturdido Lobo por la pechera de la camisa a cua­dros y lo sac afuera. Los pantalones de Lobo se engancharon al portarrollos de acero y lo arrancaron de la pared. El rollo de papel se desprendi y rod por el suelo. Warwick lanz a Lobo contra los lavabos, cuya altura era la justa para golpearle los geni­tales. Lobo cay al suelo, con las -manos en la parte dolorida.

Warwick se volvi hacia Jack y Sonny Singer apareci en la puerta del retrete. Alarg la mano y cogi a Jack por la camisa.

—Ven aqu, maric... —empez Sonny y ya no pudo continuar. Desde que l y Lobo haban sido encarcelados en este lugar, Jack tena siempre delante de los ojos a Sonny Singer. Sonny Singer, cuyo rostro oscuro y taimado quera parecerse lo ms posible a Sol Gardener (y cuanto antes, mejor), Sonny Singer, que haba acuado el encantador epteto de mocoso, Sonny Singer, de quien haba surgido sin duda la idea de mear en sus camas.

Jack lanz un derechazo, no describiendo un arco al azar, al estilo de Heck Bast, sino simple y directamente desde el codo. Su puo se estrell contra la nariz de Sonny. Se oy un crujido y Jack sinti un momento de satisfaccin tan perfecta que le pa­reci sublime.

—Ah tienes —grit. Sac el pie del retrete y, con una gran sonrisa, habl en su mente a Lobo con toda la intensidad de que fue capaz:

No nos van tan mal las cosas, Lobo... T rompiste la mano de un bastardo y yo he fracturado la nariz, de otro.

Sonny se tambale hacia atrs, chillando, con sangre chorren­dole entre los dedos.

Jack sali del retrete con los puos por delante en una imita­cin bastante ajustada de John L. Sullivan.

—Ya te dije que te guardaras de m, Sonny. Ahora voy a ense­arte a decir aleluya.

—Heck! —grit Sonny—. Andy! Casey! Quien sea!

—Sonny, pareces asustado —dijo Jack—. No s por qu...

Y entonces algo —algo semejante a un montn de ladrillos— le cay sobre la nuca, lanzndole contra uno de los espejos que haba encima de los lavabos. Si hubiera sido de cristal, se habra roto e infligido graves cortes a Jack, pero todos los espejos eran de acero bruido. No poda haber suicidios en el Hogar del Sol.

Jack pudo levantar un brazo y amortiguar un poco el golpe, pero an estaba aturdido cuando se volvi y vio a Heck Bast son-rindole. Le haba golpeado con el vendaje enyesado de su mano derecha.

Mientras miraba a Heck, Jack tuvo una sbita y espantosa intuicin. Eras t!

Me ha dolido mucho —dijo Heck, sosteniendo con su mano izquierda la derecha enyesada—, pero ha merecido la pena, mo­coso. —Dio un paso hacia delante.

Eras t! T estabas con Ferd en el otro mundo, dndole lati­gazos hasta matarlo. T eras la grgola, era tu Gemelo!

Una rabia tan caliente como la vergenza invadi a Jack. Cuan­do Heck se puso a su alcance, Jack se apoy en el lavabo, agarr fuertemente el borde con ambas manos y levant los dos pies, que fueron a parar directamente contra el pecho de Heck Bast y lo lanzaron, tambalendose, contra el retrete abierto. El zapato que haba regresado a Indiana metido en una taza de water dej una marca muy clara en el suter blanco de Heck. ste cay sen­tado en el retrete con un chapoteo, y una expresin de total atur­dimiento se reflej en su rostro. El brazo enyesado choc con un ruido sordo contra la porcelana.

Ahora irrumpan otros muchachos. Lobo intentaba levantarse;

los pelos le colgaban sobre la cara. Sonny, con la mano todava sobre la nariz ensangrentada, se acercaba a l para derribarle con un puntapi.

—S, atrvete a tocarle, Sonny —dijo Jack en voz baja y Sonny se apart.

Jack cogi a Lobo por los brazos y le ayud a ponerse en pie. Vio como en un sueo que Lobo haba regresado ms peludo que antes. Todo esto le ha sometido a una tensin demasiado fuerte. Est provocando el cambio en l y por Dios que no parece que vaya a terminar nunca... nunca...

1 y Lobo retrocedieron ante los dems —Warwick, Casey, Pe-dersen, Peabody, Singer— hacia el fondo de los lavabos. Heck ya sala del retrete al que Jack le haba lanzado con los pies y Jack se fij en otro detalle: haban saltado desde el cuarto retrete de la hilera y Heck Bast estaba saliendo del quinto. En el otro mundo se haban movido lo justo para volver al retrete contiguo.

— Estaban jodiendo ah dentro! —chill Sonny, con voz aho­gada y nasal—. El retrasado y el guapito! Warwick y yo les he­mos sorprendido con las pollas fuera!

Las nalgas de Jack tocaron las fras baldosas. No haba lugar hacia donde huir. Solt a Lobo, que se desplom, y levant los puos.

—Venga —dijo—, quin es el primero?

—Vas a pelear con todos nosotros? —pregunt Pedersen.

—Si tengo que hacerlo, lo har —replic Jack—. Cul es vues­tro propsito? Atarme a una yunta por amor a Jess? Adelante!

Un destello de inquietud en la cara de Pedersen; una mueca de autntico temor en la de Casey. Se detuvieron... se detuvieron de verdad. Jack sinti un momento de esperanza loca e irracional. Los chicos le miraban fijamente con la alarma de los hombres que miran a un perro rabioso al que pueden matar... pero que antes puede morder a alguien.

—Apartaos, muchachos —dijo una voz potente y serena y todos se apartaron de buena gana, con los rostros iluminados por el ali­vio. Era el reverendo Gardener. El reverendo Gardener sabra cmo solucionar esto.

Se acerc a los muchachos acorralados, vestido esta maana con pantalones grises y una camisa de satn blanco y mangas amplias, casi byronianas. En la mano sostena la funda negra de la aguja hipodrmica.

Mir a Jack y suspir.

—Sabes lo que dice la Biblia sobre la homosexualidad, Jack? Jack le ense los dientes.

Gardener asinti con tristeza, como si no hubiera esperado otra cosa.

—En fin, todos los chicos son malos —dijo—. Es un axioma. Abri la funda. La aguja centelle.

—Creo, sin embargo, que t y tu amigo habis hecho algo an peor que la sodoma —continu Gardener con voz apesadumbra­da—. Quiz ir a lugares reservados para vuestros superiores.

Sonny Singer y Heck Bast intercambiaron una mirada de in­quietud y sobresalto.

—Creo que algo de esta maldad... de esta perversidad... ha sido culpa ma. —Sac la aguja, la mir y luego extrajo del bol­sillo una ampolla. Dio la funda a Warwick y llen la ampolla—. Nunca he credo en obligar a confesar a mis muchachos, pero sin confesin no puede haber decisin para Cristo y sin ninguna de­cisin para Cristo, el mal contina creciendo. As pues, aunque lo lamento mucho, creo que ha concluido la hora de preguntar y llegado la hora de exigir en nombre de Dios. Pedersen. Peabody. Warwick. Casey. Sujetadles!

Los muchachos se abalanzaron como perros amaestrados ai or la orden. Jack consigui dar un puetazo a Peabody antes de que le cogieran y sujetaran las manos.

.D-je-me pe-gar-le! —grit Sonny con su voz nueva y apa­gada. Se abri paso a codazos entre sus compaeros; los ojos le brillaban de odio—. Quie-ro pe-gar-le!

Ahora no —dijo Gardener—. Ms tarde, quiz. Rezaremos por ello, eh, Sonny?

—Si. —El brillo de los ojos de Sonny era ahora positivamente febril—. Re-za-r por ello to-do el da.

Como un hombre que por fin se despierta de un sueo muy largo, Lobo gru y mir a su alrededor. Vio a Jack sujeto por unos brazos, vio la aguja hipodrmica y apart de Jack el brazo de Pedersen como si se tratara del brazo de un nio. Un rugido de fuerza sorprendente irrumpi de su garganta.

—No!SOLTADLE!

Gardener bail hacia la espalda de Lobo con una gracia alada que record a Jack los movimientos de Osmond cuando se encar con el carretero en aquella fangosa era. La aguja centelle y se hundi. Lobo se volvi en redondo, gritando como si le hubieran pinchado... y esto era exactamente lo que acababa de ocurrirle. Hizo un ademn para apoderarse de la aguja, pero Gardener es­quiv su mano con agilidad.

Los chicos, que haban contemplado la escena con el aturdi­miento propio del Hogar del Sol, empezaron a correr hacia la puerta, alarmados. No queran estar cerca de Lobo en este mo­mento de furia.

—SOLTADLE! Sol.. .sol.. .soltad...

—Lobo!

—Jack... Jacky...

Lobo le miraba con ojos perplejos que, como extraos caleidos­copios, cambiaron del avellana al anaranjado y por fin a un rojizo turbio. Alarg hacia Jack las manos peludas y entonces Hctor Bast se le aproxim por la espalda y le derrib de un golpe.

Lobo! Lobo! —Jack le mir fijamente con ojos hmedos y furiosos—. S le has matado, hijo de perra...

Shhhh, seor Jack Parker —murmur Gardener a su odo y Jack sinti el pinchazo de la aguja en la parte superior del brazo—. Tranquilo ahora. Vamos a llevar algo de sol a tu alma. Y quiz entonces veremos si te gusta arrastrar un pesado carro por el camino en espiral. Puedes decir aleluya?

Aquella palabra le acompa hasta el abismo oscuro de la in­consciencia.

Aleluya... aleluya... aleluya...

captulo 26

LOBO EN LA CAJA

1

Jack se despert mucho antes de que se dieran cuenta de que estaba despierto, pero comprendi muy paulatinamente quin era, qu haba sucedido y cul era su situacin, en cierto modo como un soldado que ha sobrevivido a un fuego de artillera violento y prolongado. Le lata el brazo donde Gardener lo haba pinchado, la cabeza le dola tanto que incluso senta un latido en los ojos y estaba terriblemente sediento.

Avanz un poco ms en el camino hacia la conciencia plena cuando intent tocarse con la mano izquierda el lugar dolorido del brazo derecho. No poda hacerlo y ello se deba a que tena los brazos pegados al cuerpo. Ola a lona vieja y mohosa, el olor de una tienda de explorador encontrada en el desvn despus de muchos aos. Fue entonces (aunque la haba mirado estpida­mente a travs de los ojos entornados durante los diez ltimos minutos) cuando comprendi qu era lo que llevaba puesto: una camisa de fuerza.

Ferd lo habra adivinado antes, Jack-O, pens y pensar en Ferd produjo un efecto estabilizador en su mente, a pesar del tremendo dolor de cabeza. Se movi un poco y los latidos de dolor en la cabeza y en el brazo le hicieron gemir. No pudo evitarlo.

—Se est despertando —dijo Heck Bast.

—No, an no —replic Sol Gardener—. Le he inyectado lo suficiente para paralizar a un cocodrilo gigante. Dormir hasta las nueve de la noche, como mnimo. Slo est soando un poco. Heck, quiero que subas y oigas las confesiones de los muchachos esta noche. Diles que no habr capilla vespertina. Tengo que ir a recibir un avin y esto es slo el principio de lo que ser proba­blemente una noche muy larga. Sonny, t qudate a ayudarme con los libros.

—Ha sonado como si se despertara —insisti Heck.

—Obedece, Heck. Y di a Bobby Peabody que eche una mirada a Lobo.

Sonny (con una risita):

—No le gusta mucho estar all dentro, eh? Ah, Lobo, han vuelto a encerrarte en la caja —se lament Jack—. Lo siento... es culpa ma... todo esto es culpa ma...

A los condenados al infierno no suele preocuparles 'la maqui­naria de la salvacin —Jack oy decir a Sol Gardener—. Cuando los demonios de su interior empiezan a morir, se escapan gritando. Vete ya, Heck.

—S, reverendo Gardener.

Jack oy pero no vio salir a Heck. An no se atreva a abrir los ojos.

2

Embutido en la tosca caja de fabricacin domstica, mal soldada y de burdos cerrojos, como la vctima de un entierro prematuro en un atad de hierro, Lobo se pas el da aullando, golpeando los lados de la caja hasta que los puos le sangraron y propinando puntapis a la puerta de doble cerrojo, parecida a la de un homo holands, hasta que las punzadas de dolor que recorran sus piernas le llegaron a la ingle. Saba que no podra salir a fuerza de puetazos y puntapis y tambin saba que no le sacaran slo porque lo pidiera a gritos, pero no poda evitarlo. Los Lobos odia­ban estar encerrados ms que cualquier otra cosa.

Sus gritos resonaban en las inmediaciones del Hogar del Sol e incluso en los campos cercanos. Los muchachos que los oan se miraban con nerviosismo y no decan nada.

—Le he visto en el lavabo esta maana y estaba furibundo —confi Roy Owdersfelt a Morton en voz baja y nerviosa.

—Estaban jodiendo, como ha dicho Sonny? —pregunt Morton. Otro aullido de Lobo se elev desde la chata caja de hierro y ambos muchachos miraron en su direccin.

— Y cmo! —exclam Roy—. Yo no lo vi bien porque soy bajo, pero Buster Oats se hallaba en primera fila y dijo que que el chico retrasado tena una verga del tamao de una boca de incendios. Esto es lo que dijo.

—Dios mo! —exclam Morton con respeto, pensando quiz en la propia verga disminuida.

Lobo aull durante todo el da, pero enmudeci cuando el sol empez a ponerse. Los muchachos encontraron ominoso este s­bito silencio. Se miraban a menudo y miraban an ms a menudo y con mayor inquietud hacia el rectngulo de hierro que estaba en el centro del patio trasero del Hogar. La caja meda dos metros de longitud por uno de altura y de no ser por el tosco cuadril­tero practicado en su lado oeste, cubierto con una gruesa malla de acero, habra parecido un atad metlico. Qu ocurra en su interior?, se preguntaban e incluso durante la confesin, una hora en que los muchachos estaban absortos y olvidaban cualquier otro tema, sus miradas se dirigan hacia la nica ventana de la sala, a pesar de que dicha ventana daba al lado de la casa opuesto al de la caja.

Qu ocurre ah dentro?

Hctor Bast saba que no estaban atentos a la confesin y esto le exasperaba, pero era incapaz de reclamar su atencin porque no saba con exactitud qu pasaba. Una especie de glacial expec­tacin pareca haberse apoderado de los muchachos del Hogar. Sus caras eran ms plidas que nunca y sus ojos brillaban como los ojos de los drogadictos.

Qu ocurre ah dentro?

Lo que ocurra era muy sencillo.

Lobo se estaba uniendo con la luna.

Lo sinti venir cuando la franja de sol que entraba por el cua­driltero de ventilacin empez a elevarse y la calidad de la luz se tom rojiza. Era demasiado pronto para seguir a la luna; an no estaba llena del todo y le lastimara. Y no obstante, ocurrira, como sola ocurrir siempre a los Lobos cuando eran sometidos a una tensin demasiado fuerte y prolongada, tanto si era el mo­mento de su ciclo como si no. Lobo se haba reprimido durante mucho tiempo porque era lo que Jack quera. Haba llevado a cabo grandes actos de herosmo para Jack en este mundo. Jack sospe­chara vagamente algunos de ellos, pero nunca podra comprender toda su increble magnitud.

Sin embargo, ahora se estaba muriendo y se iba con la luna y como esto ltimo haca ms soportable lo primero —casi sacro­santo y sin duda, ordenado—, Lobo la segua con alivio y regocijo. Era maravilloso no tener que luchar ms.

En su boca los dientes haban crecido.

3

Despus de irse Heck, se oyeron ruidos en el despacho: sillas arrastradas suavemente, el tintineo de las llaves del cinturn de Sol Gardener, la puerta de un archivador al abrirse y cerrarse.

—Abelson. Doscientos cuarenta dlares y treinta y seis cen­tavos.

Sonido de teclas pulsadas. Peter Abelson era uno de los miembros del PE. Como todos ellos, era listo, agradable y no tena defectos fsicos. Jack slo le haba visto algunas veces, pero pensaba que Abelson se pareca a Dondi, el hurfano sin hogar de ojos inmensos de las tiras cmicas.

—Clark. Sesenta y dos dlares y diecisiete centavos. Ms teclas pulsadas. La mquina zumb hasta que Sonny puls la tecla de total.

—Esto es un gran descenso —observ Sonny.

—Hablar con l, no temas. Ahora te ruego que no me entre­tengas, Sonny. El seor Sloat llega a Muncie a las diez y cuarto y es un trayecto largo. No quiero retrasarme.

—Lo siento, reverendo Gardener.

Gardener contest algo que Jack no pudo or. El nombre de Sloat le haba causado una gran conmocin... aunque en parte no estaba sorprendido; en parte saba que algo as tena que su­ceder. Gardener haba sospechado desde el principio; Jack imagi­naba que no haba querido importunar a su jefe con banalidades. O tal vez no quera admitir que no podra arrancar la verdad a Jack sin ayuda. Pero al fin la haba pedido... Adonde? Al este? Al oeste? Jack habra dado mucho para saberlo. Habra estado Morgan en Los Angeles o en New Hampshire?

Hola, seor Sloat, espero no molestarle, pero la polica local me ha trado a un muchacho, a dos, en realidad, pero slo me preocupa el inteligente. Creo que le conozco. O quiz sea mi... bueno, mi otro yo quien le conoce. Dice llamarse Jack Parker, pero... cmo? Que le describa? Est bien...

Y el globo se haba elevado por los aires,

Te ruego que no me entretengas, Sonny. El seor Sloat llega a Muncie a las diez y cuarto...

Ya quedaba poco tiempo.

Te dije que volvieras a tu casa, Jack... ahora ya es demasiado tarde.

Todos los chicos son malos. Es un axioma.

Jack levant un poco la cabeza y mir hacia el otro extremo de la habitacin. Gardener y Sonny Singer estaban juntos ante la mesa de despacho del primero. Sonny pulsaba las teclas de una calculadora mientras Gardener le dictaba las cantidades despus de cada nombre de un miembro del Personal Exterior, por orden alfabtico. Delante de Gardener haba un libro mayor, un largo fichero de metal y un desordenado montn de sobres. Cuando Gardener levant uno de estos sobres para leer la cantidad es­crita en l, Jack pudo ver el dorso, que tema un dibujo de dos nios felices, con sendas Biblias, caminando de la mano por un sendero en direccin a la iglesia. El epgrafe deca: ser un rayo

DE SOL PARA jesUs.

—Temkin. Ciento seis dlares. —Meti el sobre en el fichero, junto con los otros ya registrados.

—Creo que ha vuelto a jugar —acus Sonny.

—Dios ve la verdad, pero se mantiene a la espera —contest Gardener en tono benigno—. Vctor es un buen chico. Ahora c­llate y terminemos esto antes de las seis.

Sonny puls las teclas.

El grabado de Jess andando sobre las aguas haba sido la­deado, dejando al descubierto una caja de caudales, que estaba abierta.

Jack vio que haba otras cosas interesantes sobre la mesa de 5ol Gardener: dos sobres, uno marcado jack parker y el otro philip jack lobo. Y su vieja mochila.

Tambin haba sobre la mesa el llavero de Sol Gardener. Los ojos de Jack se dirigieron hacia la puerta cerrada del lado izquierdo de la habitacin, la salida privada de Gardener al exte­rior, estaba seguro. Si existiera un modo...

—Yellin. Sesenta y dos dlares y diecinueve centavos. Gardener suspir, puso el ltimo sobre en la larga bandeja de

acero y cerr el archivador.

—Parece ser que Heck tena razn. Creo que nuestro querido amigo, el seor Jack Parker, se ha despertado. —Se levant, rode la mesa y fue hacia Jack. Sus ojos turbios y dementes lanzaban destellos. Se meti la mano en el bolsillo y sac el encendedor. Al verlo, Jack sinti una oleada de pnico—. Slo que tu nombre no es realmente Parker, verdad, querido muchacho? Tu verdadero nombre es Sawyer, no es cierto? Oto, s. Sawyer. Y alguien que se interesa mucho por ti llegar muy, muy pronto. Y tendremos muchas cosas interesantes que contarle, verdad?

Sol Gardener ri entre dientes y abri el encendedor, descu­briendo la ruedecilla ennegrecida y la mecha oscurecida por el

humo.

—La confesin es tan buena para el alma... —susurr, encen­diendo la llama.

4

Un golpe sordo.

Qu ha sido eso? —pregunt Rudolph, levantando la vista de la doble hilera de hornos. La cena, quince grandes pasteles de pavo, iba por buen camino.

—Qu ha sido qu? —pregunt George Irwinson. Desde el fregadero, donde pelaba patatas, Donny Keegan pro­firi su habitual relincho.

—No he odo nada —dijo Irwinson. Donny volvi a rer. Rudolph le mir con irritacin.

—Vas a pelar esas malditas patatas hasta que no quede nada, idiota?

Jic, jic, jic! Otro golpe sordo.

Tampoco lo habis odo esta vez?

Irwinson mene la cabeza.

Rudolph sinti un miedo repentino. Aquellos sonidos prove­nan de la caja la cual, naturalmente, l deba creer que era un cobertizo para secar heno. Vaya patraa. Dentro de la caja estaba aquel chico corpulento, el que decan que haba sido sorprendido aquella maana cometiendo un acto homosexual con su amigo, el que haba intentado sobornarle la vspera para que les dejara escapar. Decan que el chico corpulento se haba mostrado peli­groso antes de que Bast le pusiera una inyeccin tranquilizante... y algunos decan tambin que no slo haba roto la mano de Bast sino que la haba reducido a pulpa. Esto era una mentira, claro, tena que serlo, pero...

BUM!

Esta vez Irwinson dio media vuelta. Y Rudolph decidi de repente que tena que ir al lavabo y que quiz subira hasta el tercer piso para hacer sus necesidades. Y tal vez no saldra hasta el cabo de dos o tres horas. Presenta la proximidad de un trabajo sucio... de un trabajo muy sucio.

BUM,BUM!

Al diablo los pasteles de pavo.

Rudolph se quit el delantal, lo tir encima del bacalao que haba puesto en remojo para la cena del da siguiente y cruz la cocina.

—Adonde vas? —pregunt Irwinson, con voz demasiado aguda y temblorosa. Donny Keegan continu pelando furiosamente las patatas, dejndolas como pequeas bolas de golf, aunque antes tenan el tamao de balones de ftbol. Sus cabellos lacios le caan sobre la cara.

BUM! BUM! BUM, BUM, BUM!

Rudolph no contest a la pregunta de Irwinson y cuando lleg al descansillo del segundo piso, casi corra. Eran tiempos difciles en Indiana, el trabajo escaseaba y Sol Gardener pagaba al con­tado.

Sin embargo, Rudolph empez a pensar que tal vez haba llega­do la hora de buscar otro trabajo, si consegua saiir de aqu.

5

BUM!

El cerrojo superior de 'la puerta de la caja, semejante a la de un horno holands, se parti en dos. Una oscura rendija se abri entre la caja y la puerta.

Unos momentos de silencio y despus:

i BUM!

El cerrojo inferior cruji y se dobl.

BUM!

Ahora se desprendi.

La puerta de la caja se abri con un crujido de los grandes y toscos goznes de fabricacin casera. Dos pies enormes y muy peludos se asomaron al exterior, con las plantas para arriba. Unas largas garras escarbaron en el polvo.

Lobo empez a moverse para salir.

6

La llama iba y vena ante los ojos de Jack; hacia delante y hacia atrs, oscilante. Sol Gardener pareca un cruce entre un hipno­tizador de saln y un actor de la vieja escuela protagonizando la biografa de un gran cientfico en Cine de Medianoche. Paul Muni, tal vez. Era gracioso... si Jack no hubiera estado tan aterrado, se habra redo. Y quiz acabara rindose, de todos modos.

—Ahora te har unas preguntas y t me las contestars —dijo Gardener—. El propio seor Morgan podra arrancarte las res­puestas, oh, s, indudablemente y con facilidad!, pero prefiero que no tenga que molestarse... As que... desde cundo eres capaz de Emigrar?

—No s qu quiere decir.

—Desde cundo eres capaz de Emigrar a los Territorios?

—No s de qu me habla. La llama se acerc.

—Dnde est el negro?

—Quin?

—El negro, el negro! —chill Gardener—. Parker, Parkus, como se llame! Dnde est?

—No s de quin me habla.

—i Sonny! Andy! —grit Gardener—. Sacadle la mano izquier­da y sujetdsela.

Warwick se inclin sobre el hombro de Jack e hizo algo; un momento despus le separaron la mano de la regin lumbar. Lata como si le clavaran agujas, porque estaba dormida. Jack trat de luchar, pero fue intil. Le extendieron la mano.

—Ahora separadle los dedos,

Sonny estir el anular y el pulgar de Jack en una direccin y Warwick estir el ndice y el mediano en otra. Un momento des­pus Gardener aplic la llama del encendedor a la base del n­gulo formado por los dedos. El dolor fue intenssimo y se extendi por el brazo izquierdo y de all por todo el cuerpo. Se esparci un olor dulzn de carne chamuscada. La suya. Su carne quemada.

Despus de una eternidad, Gardener cerr el encendedor. El sudor perlaba su frente. Jadeaba.

—Los demonios gritan antes de escaparse —dijo—. Oh, s, ya lo creo que lo hacen. Verdad que s, muchachos?

—S, alabado sea Dios —contest Warwick.

—Es la pura verdad —dijo Sonny.

—Oh, s, ya lo s. Claro que lo s Conozco los secretos de los muchachos y de los demonios. —Gardener ri entre dientes y se agach hasta casi tocar el rostro de Jack con el suyo. El olor pe­gajoso de la colonia invadi la nariz de Jack. Aunque era muy desagradable, Jack pens que era mucho mejor que el de su propia carne chamuscada—. Veamos, Jack. Cunto tiempo hace que Emigras? Dnde est el negro? Cunto sabe tu madre? A quin se lo has contado? Qu te ha contado el negro? Empezaremos por estas preguntas.

—No s de qu me habla.

Gardener ense los dientes en una sonrisa.

—Muchachos —dijo—, an llevaremos el sol al alma de este chico. Sujetad de nuevo su brazo izquierdo y soltadle el derecho.

Sol Gardener volvi a abrir el mechero y esper a que cum­plieran sus instrucciones con el pulgar posado sobre la ruede-cilla.

7

George Irwinson y Donny Keegan seguan en la cocina.

—Alguien est ah fuera —dijo nerviosamente George. Donny no contest. Haba terminado de pelar las patatas y ahora permaneca junto a los hornos por el calor que despedan. No saba qu hacer. Saba que ahora se celebraba el acto de la confesin en la sala y all era donde quera estar —'la confesin era segura y aqu en la cocina se senta muy nervioso—, pero Rudolph no les haba dicho que se fueran. Mejor sera no mo­verse.

—He odo a alguien —apunt George. Donny se ech a rer:

—Jic! Jic! Jic!

—Dios mo, esa risa tuya me revienta —exclam George—. Ten­go una nueva revista del Capitn Amrica bajo el colchn. Si sales a mirar afuera, te la dejar ver.

Donny mene la cabeza y volvi a relinchar.

George mir hacia la puerta. Sonidos. Algo rascaba. S, eso era, algo rascaba a la puerta. Como un perro cuando quiere entrar, un cachorro extraviado. Aunque, qu clase de cachorro extraviado rascaba la parte superior de una puerta que meda ms de dos metros?

George fue a mirar por 'la ventana, pero no vio casi nada en la oscuridad. La caja era slo una sombra ms densa entre las sombras.

George fue hacia la puerta.

8

Jack grit con voz tan alta y potente que tuvo miedo de haberse reventado la garganta. Ahora Casey se haba unido a ellos, Casey con su gran porra oscilante, y esto era bueno para ellos porque ahora necesitaban ser tres —Casey, Warwick y Sonny Singer— para sujetar el brazo de Jack y mantener la mano aplicada a la llama.

Cuando Gardener la apart esta vez, en un lado de la mano de Jack haba una ampolla negra y burbujeante del tamao de un cuarto de dlar.

Gardener se levant, cogi de la mesa el sobre marcado jack parker y se lo llev a Jack, junto con la pa de guitarra.

—Qu es esto?

—Una pa de guitarra —logr articular Jack. Las manos le dolan de modo insoportable.

—Qu es en los Territorios?

—No s de qu me habla.

—'Qu es esto?

—Una canica. Acaso est usted ciego?

—Es un juguete en los Territorios?

—No s...

—Es una peonza que desaparece cuando se hace girar de prisa?

—... de qu...

— SI QUE LO SABES! LO SABES, MARICA DEL DEMONIO!

—... me habla.

Gardener abofete a Jack.

Sac el dlar de plata. Sus ojos centelleaban.

—Qu es esto?

—Un amuleto de mi ta Helen.

—Qu es en los Territorios?

—Una caja de arroz frito. Gardener alz el encendedor.

—Tu ltima oportunidad, muchacho.

—Se convierte en un vibrfono y toca Ritmo loco.

—Extendedle otra vez la mano —orden Gardener. Jack luch, pero al fin le estiraron el brazo.

9

En el horno, los pasteles de pavo empezaban a quemarse.

George Irwinson permaneci junto a la puerta durante casi cinco minutos, intentando hacer acopio de valor para abrirla. Los rasgueos no se haban repetido.

—Bueno, te demostrar que no hay nada que temer, gallina —anunci en voz alta—. Cuando se es fuerte en el Seor, no hay necesidad de sentir miedo!

Con esta grandilocuente declaracin, abri la puerta de golpe. Algo enorme, peludo y difuso se encontraba en el umbral, lanzan-do chispas rojizas por los ojos hundidos en las rbitas. Los ojos de George siguieron 'la trayectoria de una garra que se alz en la ventosa oscuridad otoal y se abati pesadamente. Unas garras de quince centmetros centellearon a la luz de la cocina. Decapita­ron a George, cuya cabeza vol hasta el otro extremo de la ha­bitacin, chorreando sangre, y fue a caer a los pies de Donny Keegan, que rea como un loco.

Lobo entr de un salto en la cocina, aterrizando a cuatro patas. Pas de largo a Donny Keegan con una brevsima mirada y corri hacia el vestbulo.

10

Lobo! Lobo! Aqu y ahora mismo!

La voz que oa en su mente era la de Lobo, no caba duda, pero ms profunda, rica y dominante que nunca. Penetr como un afilado cuchillo sueco en el dolor y la confusin de Jack, que pens:

Lobo viaja con la luna. Este pensamiento le inspir una mezcla de triunfo y pesadumbre.

Sol Gardener miraba arriba, con los ojos entornados. En aquel momento l mismo pareca un animal salvaje... un animal que olfatea un peligro en el viento.

—Reverendo? —pregunt Sonny, que jadeaba ligeramente. Las pupilas de sus ojos eran muy grandes. Se divierte —pens Jack—. Si yo empezase a hablar, Sonny sufrira un densengao.

'He odo algo —dijo Gardener—. Casey, ve a escuchar a la sala y a la cocina.

—Est bien —contest Casey. Gardener volvi a mirar a Jack.

—Tendr que irme pronto a Muncie —dijo —para recibir al seor Morgan. Quiero poder darle alguna informacin inmediata­mente, as que es mejor que hables, Jack. Te ahorrars un dolor innecesario.

Jack le mir, con la esperanza de que las fuertes palpitaciones de su corazn no se advirtieran en su cara ni en la arteria de su cuello. Si Lobo haba salido de la caja...

Gardener cogi con una mano la pa que le haba dado Speedy y con la otra la moneda del capitn Parren.

—Qu son?

—Cuando salto, se convierten en testculos de tortuga —con­test Jack y solt una risa salvaje e histrica.

La cara de Gardener se oscureci por un arrebato de ira.

—Sujetadle otra vez los brazos —dijo a Sonny y a Andy—. Su-jetadle los brazos y bajad los pantalones a este bastardo del demonio. Veremos qu ocurre cuando le calentemos sus testculos.

11

Heck Bast se mora de aburrimiento con la confesin. Ya los haba odo a todos y conoca todos sus mezquinos y vulgares pecados. Rob dinero del bolso de mi madre. Sola fumar porros en el patio de la escuela. Ponamos pegamento en una bolsa y lo olamos. Haca esto y aquello. Tonteras de nios. Nada emocio­nante, nada que le distrajera de las constantes y dolorosas pun­zadas de la mano. Quera estar abajo, persuadiendo al chico Sawyer. Y despus empezaran con el retrasado, que le haba co­gido de sorpresa y machacado su mano derecha. S, persuadir al retrasado mental sera un verdadero placer, preferiblemente con unos alicates.

Un chico llamado Vemon Skarda con voz montona:

—...as que l y yo vimos que llevaba las llaves, entiendes? y l dijo: Acorralemos a esa puta y llevmosla a dar una vuelta a la manzana. Pero yo saba que esto era malo y dije que no. Y l me dijo: Gres un gallina, y yo dije: No soy ningn ga­llina, y l dijo: Prubalo, y yo dije: Claro que s, es muy fcil, y los dos nos acercamos...

Oh, Dios santo, pens Heck. La mano le empezaba a doler en serio y tena el analgsico en su habitacin. Vio a Peabody en el otro extremo de la sala, abriendo las mandbulas en un enorme bostezo.

—As que dimos la vuelta a la manzana y entonces l me dijo...

De pronto la puerta se abri hacia dentro con tanta fuerza que se desprendi de los goznes. Golpe la pared, rebot, derrib a un muchacho llamado Tom Cassidy y lo dej inmvil en el suelo.

Algo entr de un salto en la sala; Heck Bast pens al principio que era el perro de mayor tamao que haba visto en su vida. Los chicos gritaron y saltaron de las sillas... y entonces quedaron como petrificados, con los ojos abiertos e incrdulos, mientras el animal gris y negro que era Lobo se ergua, con trozos de panta­lones y camisa a cuadros an colgando de su cuerpo.

Vernon Skarda se qued mirando fijamente, con los ojos desor­bitados y la boca abierta.

Lobo aull, mirando con ojos furiosos a los chicos mientras stos retrocedan ante l. Pedersen corri hacia la puerta y Lobo, tan alto que su cabeza casi rozaba el techo, se movi con una cele­ridad increble. Sac un brazo grueso como una viga y unas garras se clavaron en la espalda de Pedersen. Por un momento, su columna vertebral fue bien visible... Pareca un cordn sangui­nolento. Trozos de carne coagulada salpicaron las paredes. Peder­sen dio una larga zancada, cruz el umbral del vestbulo y se desplom.

Lobo dio media vuelta... y sus ojos ardientes se clavaron en Heck Bast. ste se levant de repente sobre unas piernas sin nervios, mirando a aquel ser horrible, peludo, de ojos inyectados en sangre. Saba quin era... o, por lo menos, quin haba sido.

Heck habra dado cualquier cosa en aquel momento para vol­ver a sentir aburrimiento.

12

Jack, sentado de nuevo en la silla, tena otra vez las manos que­madas y doloridas sujetas a la espalda, porque Sonny le haba vuelto a apretar cruelmente la camisa de fuerza y luego desabro­chado y bajado los pantalones.

—Veamos —dijo Gardener, levantando el encendedor para que Jack pudiera verlo—. Escchame, Jack, escchame bien. Voy a hacerte de nuevo algunas preguntas y si no me las contestas bien y cindote a la verdad, la sodoma ser una tentacin que jams volvers a sentir.

Sonny Singer emiti una risita nerviosa al or estas palabras. En sus ojos brillaba otra vez aquel destello lascivo, turbio y mo­ribundo. Miraba fijamente la cara de Jack con una especie de ansiedad enfermiza.

—Reverendo Gardener! Reverendo Gardener! —Era Casey y su voz sonaba muy alarmada. Jack volvi a abrir los ojos— i Arriba pasa algo espantoso!

—No quiero ser molestado ahora.

—Donny Keegan re como un loco en la cocina! Y...

—Ha dicho que no quiere ser molestado ahora —repiti Son-ny—. No le has odo?

Pero Casey estaba demasiado nervioso para callar.

—... y parece que hay un tumulto en la sala! Gritos! Chilli­dos ! Y da la impresin de que...!

De repente, un alarido llen la mente de Jack con una fuerza y una vitalidad increbles;

Jacky! Dnde ests? Lobo! Dnde ests aqu y ahora mismo?

—... hay una manada de perros sueltos!

Gardener miraba a Casey por fin, con 'los ojos entornados y

los labios fruncidos.

En el despacho de Gardener! Abajo! Donde estbamos

antes!

En el lado de ABAJO, Jacky?

Por las escaleras! Escaleras ABAJO, Lobo!

Aqu y ahora mismo!

Eso era; Lobo ya no razonaba. Jack oy sonar arriba un golpe

sordo y un grito.

—Reverendo Gardener? —pregunt Casey. Su cara normalmen­te sonrosada haba palidecido—. Reverendo Gardener, qu pasa?

Qu...?

— Cllate! —orden Gardener y Casey retrocedi como si hu­biera recibido una bofetada, con los ojos abiertos y dolientes y las grandes mandbulas temblorosas. Gardener pas por su lado en direccin a la caja de caudales, de la que sac una pistola de gran tamao que embuti bajo el cinturn. Por primera vez, el reverendo Sol Gardener pareca asustado y perplejo.

Arriba se oy un fuerte golpe, seguido de un chirrido. Los ojos de Singer, Warwick y Casey miraron nerviosamente hacia el techo... parecan ocupantes de un refugio antiareo escuchando el

silbido de las bombas.

Gardener mir a Jack y en su rostro se dibuj una sonrisa, mientras las comisuras de los labios temblaban de modo irregular, como si colgaran de hilos manejados por un titiritero inexperto.

—Vendr aqu, verdad? —pregunt Sol Gardener y en segui­da asinti, como si Jack hubiese contestado—. Vendr... pero no creo que salga.

13

Lobo salt. Heck Bast pudo poner la mano derecha enyesada delante de su garganta. Sinti una clida punzada de dolor, oy un crujido y vio una nube de polvo de yeso cuando Lobo mordi las vendas... y lo que quedaba de la mano. Heck mir tontamente el lugar donde estaba; de la mueca le brotaba un chorro de san­gre, empapando y tiendo de rojo el suter blanco de cuello alto. —Por favor... —gimi—, por favor, por favor, no... Lobo escupi la mano y adelant la cabeza con la velocidad de una serpiente que ataca. Heck sinti un vago tirn cuando Lobo le destroz la garganta y ya no sinti nada ms.

14

Mientras sala de la sala como una exhalacin, Peabody resbal sobre la sangre de Pedersen, dobl una rodilla, se levant y cruz corriendo el vestbulo, vomitando al mismo tiempo. Por doquier corran muchachos, gritando llenos de pnico. El pnico de Pea­body no era tan grande. Recordaba lo que deba hacer en situaciones extremas, aunque supona que nadie haba previsto una si­tuacin tan extrema como sta; crea que el reverendo Gardener haba pensado ms bien en un chico que enloqueciera de repente y atacara a un compaero con un cuchillo o algo semejante.

Al otro lado de la habitacin donde se reciba a los chicos que llegaban por primera vez al Hogar del Sol haba una pequea oficina utilizada slo por los matones que Gardener llamaba sus estudiantes.

Peabody se encerr con llave en esta habitacin, descolg el telfono y marc un nmero de emergencia. Un momento despus estaba hablando con Franky Williams.

—Soy Peabody, del Hogar del Sol —dijo—. Tendra que venir aqu con todos los policas que pueda encontrar, agente Williams. Se ha desencadenado...

Oy un grito terrible seguido de un ruido de astillas rotas.

—... un verdadero infierno por toda la casa —termin.

—Qu oase de infierno? —pregunt con impaciencia Wil­liams—. Djame hablar con Gardener.

—Ignoro dnde est el reverendo, pero creo que necesita su presencia. Hay muertos. Chicos muertos.

—Qu?

Venga de prisa con muchos hombres —repiti Peabody— y muchas armas.

Otro grito. El golpe de algo pesado contra el suelo, la cmo­da del vestbulo, probablemente.

—Metralletas, si las tiene.

Un gigantesco tintineo al caer la gran araa del vestbulo. Pea­body se agach. Por el ruido, pareca que aquel monstruo estaba destruyendo toda la casa slo con sus manos.

—Por todos los demonios, traiga una bomba atmica, si puede —aadi Peabody, empezando a tartamudear.

—Qu...?

Peabody colg antes de que Williams pudiese terminar y se acurruc debajo de la mesa, se cubri la cabeza con las manos y empez a rezar con fervor para que todo esto resultara ser un maldito sueo, la peor pesadilla que haba tenido jams.

15

Lobo corri por el vestbulo, entre la sala de estar y la puerta principal, slo detenindose para derribar la cmoda y para sal­tar con agilidad y colgarse de la araa del techo. Se columpi as como un Tarzn hasta que la lmpara se desprendi del techo, derramando bolas de cristal por todo el vestbulo.

Lado de ABAJO. Jacky estaba en el lado de ABAJO. Pero... qu lado era?

Un muchacho incapaz de soportar la terrible tensin de esperar a que el monstruo se fuera, abri la puerta del armario donde se haba escondido y ech a correr hacia las escaleras. Lobo le agarr y le lanz al otro extremo del vestbulo. El muchacho fue a dar contra la puerta cerrada de la cocina, le crujieron los huesos y qued en el suelo como una piltrafa.

A Lobo le daba vueltas la cabeza por el aroma embriagador de la sangre recin derramada. Los cabellos le colgaban en me­chones sanguinolentos sobre las mandbulas y el hocico. Intentaba pensar, ero era difcil... muy difcil. Tena que encontrar a Jacky rpidamente, antes de perder por completo la capacidad de pensar.

Volvi corriendo a la cocina, por donde haba entrado, ponin­dose otra vez de cuatro patas porque esta posicin facilitaba el movimiento... y de repente, al pasar ante una puerta cerrada, lo record. El lugar estrecho. Haba sido como bajar a una tumba. El olor hmedo y pesado en su garganta...

El lado de ABAJO, Detrs de aquella puerta. Aqu y ahora mismo!

Lobo! —grit, aunque los muchachos agazapados en sus es­condites del primero y segundo piso slo oyeron un aullido agudo y triunfante. Levant los dos musculosos arietes que haban sido sus brazos y los dirigi contra la puerta, que agujere por el centro dispersando una lluvia de astillas por la escalera. Lobo traspas el umbral y, s, ste era el lugar estrecho, como una garganta;

ste era el camino hacia el lugar donde el Hombre Blanco haba dicho sus mentiras mientras Jack y el Lobo Ms Dbil tenan que estar quietos y escucharle.

Jack estaba all abajo ahora. Lobo poda olerlo.

Pero tambin ola al Hombre Blanco... y a plvora.

Cuidado...

Oh, s, los Lobos saban ir con cuidado. Los Lobos podan atacar, morder y matar, pero cuando era preciso... saban ir con cuidado.

Baj las escaleras a cuatro patas, silencioso como el humo, con los ojos rojos como las luces de los frenos.

16

Gardener estaba cada vez ms nervioso; a Jack le pareca un hombre a punto de sufrir los efectos alucingenos de una droga. Sus ojos se movan a sacudidas en un juego triple: del estudio donde Casey escuchaba frenticamente a Jack y a la puerta cerra­da que daba al vestbulo.

La mayor parte de los ruidos del piso superior se haban interrumpido haca un rato.

Ahora Sonny Singer se dirigi hacia la puerta.

—Subir a ver qu...

No irs a ninguna parte! Vuelve aqu!

Sonny dio un respingo, como si Gardener le hubiese pegado.

—Qu ocurre, reverendo Gardener? —pregunt Jack—. Parece un poco nervioso.

Sonny le propin una violenta bofetada.

—Cuidado con lo que dices, mocoso! Mucho cuidado!

—T tambin pareces nervioso, Sonny. Y t, Warwick. Y Casey tambin, all dentro...

Hazle callar! —grit de repente Gardener—. No puedes hacer nada? Es que todo he de hacerlo yo en esta casa?

Sonny dio otra bofetada a Jack, mucho ms fuerte que la anterior. La nariz de Jack empez a sangrar, pero sonri. Lobo estaba muy cerca ahora... y se acercaba con cuidado. Jack empez a acariciar la loca esperanza de que an podran salir de esto con

vida.

Casey se enderez de improviso, se arranc los auriculares y puls la tecla del interfono.

— Reverendo Gardener! Oigo sirenas por los micrfonos ex­teriores !

Los ojos de Gardener, ahora muy abiertos, enfocaron a Casey.

—Qu? Cuntas? A qu distancia?

—Parecen muchas —contest Casey—. An no estn muy cer­ca, pero vienen hacia aqu, de esto no cabe duda.

Entonces el nerviosismo se apoder de Gardener y Jack se dio cuenta de ello. El reverendo permaneci indeciso unos mo­mentos y luego se pas con delicadeza la mano por la boca.

No es lo que ha ocurrido arriba, ni tampoco las sirenas. l tambin sabe que Lobo est cerca. A su manera, le huele... y no le gusta. Lobo... quiz tengamos una posibilidad! Es posible que s!

Gardener entreg la pistola a Sonny Singer.

—No tengo tiempo de tratar con la polica ni con el desorden que se ha organizado arriba —dijo—. Lo importante es Morgan Sloat. Me voy a Muncie. T y Andy vendris conmigo, Sonny. Apunta con la pistola a tu amigo Jack mientras saco el coche del garaje. Sal cuando oigas el claxon.

—Y Casey? —inquiri Andy Warwick.

—S, s, est bien, que venga Casey —accedi en seguida Gar­dener y Jack pens: Se va sin vosotros, estpidos, se va sin vo­sotros. Est tan claro como si pusiera un cartel en el Sunset Street para anunciar el hecho y vuestros cerebros estn demasiado atrofiados para adivinarlo siquiera. Seguirais aqu sentados du­rante diez aos esperando or el claxon si la comida y el papel higinico os durasen tanto tiempo.

Gardener se levant. Sonny Singer, con el rostro arrebolado por su nueva importancia, se sent detrs de la mesa y apunt a Jack con el arma.

—Si su amigo retrasado mental aparece por aqu —dijo Gar­dener—, dispara contra l.

—Cmo puede aparecer? —pregunt Sonny—. .Est en la caja.

—No importa —contest Gardener—. Es malo, los dos son malos, es un axioma, si el retrasado aparece, mtale, mtalos a ambos.

Busc entre las llaves que pendan de su cinturn y escogi una.

—Cuando oigis el claxon —repiti. Abri la puerta y sali de la habitacin. Jack aguz los odos para or las sirenas, pero no oy nada.

La puerta se cerr detrs de Sol Gardener.

17

El tiempo se prolongaba.

Un minuto pareca dos; dos parecan diez; cuatro parecan una hora. Los tres estudiantes de Gardener que se haban que­dado con Jack semejaban muchachos sorprendidos en el juego de las estatuas. Sonny estaba sentado, muy erguido, ante la mesa de Sol Gardener, un lugar que ambicionaba y le satisfaca al mismo tiempo. La pistola apuntaba directamente a la cara de Jack. Warwick se encontraba junto a la puerta que daba al pa­sillo. Casey continuaba en la cabina, brillantemente iluminada, otra vez con los auriculares puestos, mirando con fijeza por el otro cuadriltero de cristal, hacia la oscuridad de la capilla, sin ver nada, slo escuchando.

—No os va a llevar consigo, sabis? —dijo de repente Jack. El sonido de su voz le sorprendi un poco; era valiente y serena.

—Cierra el pico, mocoso —replic Sonny.

—No contengas el aliento hasta que oigas el claxon —continu Jack—. La cara se te pondr azul.

—Si dice algo ms, Andy, rmpele la nariz —orden Sonny.

—Eso es —replic Jack—. Rmpeme la nariz, Andy. Mtame de un disparo, Sonny. La polica viene, Gardener se ha marchado y van a encontraros a los tres velando a un cadver vestido con una camisa de fuerza. —Hizo una pausa y rectific—: Un cad­ver con camisa de fuerza y la nariz rota.

—Pgale, Andy —dijo Sonny.

Andy Warwick se apart de la puerta y fue hacia Jack, que estaba embutido en la camisa de fuerza y tena los pantalones y los calzoncillos amontonados en torno a los pies.

Jack volvi la cabeza y se encar con Warwick.

—Eso es, Andy —dijo—. Pgame. Yo no me mover. Soy un buen blanco.

Andy Warwick cerr el puo, lo ech hacia atrs... y entonces vacil. La incertidumbre se reflej en su rostro.

Haba un reloj digital sobre la mesa de Gardener. Jack le ech una ojeada y volvi a mirar a Andy.

—Han pasado cuatro minutos, Andy. Cunto tarda un tipo en sacar el coche del garaje? Sobre todo cuando tiene prisa?

Sonny Singer salt de la silla de Sol Gardener, rode la mesa y se acerc a Jack. Su cara estrecha y falsa estaba furiosa. Tena los puos cerrados. Hizo ademn de golpear a Jack, pero War­wick, que era ms fornido, le detuvo. Ahora se lea la inquietud en el rostro de Warwick... una gran inquietud.

—Espera —dijo.

—No tengo por qu escuchar esto! No...

—Por qu no preguntas a Casey a qu distancia estn ahora las sirenas? —inquiri Jack y Warwick frunci an ms el ceo—. Os han dejado plantados, no lo sabis? Tengo que dibujroslo? La situacin es muy mala aqu y l lo saba... lo ha olido!. Os ha dejado con las manos en la masa. Por los sonidos de arriba...

Singer se desasi del brazo indeciso, de Warwick y peg un puetazo a Jack en la mejilla. La cabeza de Jack se lade, pero volvi lentamente a la posicin anterior.

—...yo dira que la masa es muy comprometedora.

—Si no te callas, te matar —silb Sonny. Los dgitos del reloj haban cambiado.

—Cinco minutos ms —dijo Jack.

—Sonny —murmur Warwick con una voz extraa—, quit­mosle eso.

—No! —El grito de Sonny fue espontneo, furioso... y en el fondo, asustado.

—Ya sabes lo que dijo el reverendo —explic Warwick con ra­pidez— en otra ocasin, que cuando llegara la gente de televisin no deban ver las camisas de fuerza. No lo entenderan. Se...

Clic! El interfono.

— Sonny Andy! —Casey estaba dominado por el pnico—. Se acercan! Las sirenas! Dios mo! Qu vamos a hacer?

— Quitmosela en seguida! —El semblante de Warwick estaba plido, exceptuando dos manchas rojas en los pmulos.

—El reverendo Gardener dijo tambin...

A la mierda lo que dijo! —Warwick baj la voz y expres de pronto el temor ms ntimo de un nio—: Nos van a coger, Sonny! Nos van a coger!

Y Jack crey or por fin las sirenas, o quiz fuese slo en su imaginacin.

Los ojos de Sonny miraron a Jack con aquella horrible inde­cisin de nio atrapado. Alz un poco la pistola y por un mo­mento Jack crey que Sonny iba a matarle de verdad.

Pero ya haban pasado seis minutos y no haba sonado an el claxon del Maestro anunciando que el deus ex machina sala para Muncie.

—Qutasela t —cedi Sonny, de mala gana—. Yo no quiero ni tocarlo. Es un pecador. Y un marica.

Sonny retrocedi hasta la mesa mientras los dedos de Andy Warwick desataban torpemente las correas de la camisa de fuerza.

—Ser mejor que no digas nada —jade—, ser mejor que no digas nada o te matar yo mismo.

El brazo derecho libre.

El brazo izquierdo libre.

Ambos cayeron, flaccidos, sobre sus piernas. Las agujas vol­vieron a pincharlos.

Warwick le quit la odiosa prenda, un horrible artilugio de lona parda y correas de cuero sin curtir. Warwick la mir mientras la tena en las manos e hizo una mueca. Cruz como una flecha la habitacin y empez a meterla en la caja de caudales de Sol Gardener.

—Sbete los pantalones —orden Sonny—. Acaso crees que quiero verte el paquete?

Jack se subi como pudo los calzoncillos, cogi los pantalones por l'a cintura, se le cayeron de las manos y por fin consigui su­birlos.

Clic! El interfono.

—Sonny! Andy! —La voz de Casey, llena de pnico—. He odo algo!

—Ya llegan? —casi grit Sonny. Warwick redobl sus esfuerzos para meter la camisa de fuerza en la caja de caudales—. Entran por delante...?

No! En la capilla! No puedo ver nada pero oigo algo en la...

Hubo una explosin de cristales rotos cuando Lobo salt al estudio desde la oscuridad de la capilla.

18

Los gritos de Casey cuando se apart del tablero de control en su silla provista de ruedas se amplificaron de un modo espantoso.

Dentro del estudio hubo una breve tormenta de cristales. Lobo aterriz de cuatro patas sobre el tablero inclinado y trep y res­bal a medias por l, despidiendo un resplandor rojizo por los ojos. Sus largas garras giraron esferas y oprimieron teclas al azar. La gran grabadora Sony empez a funcionar:

... COMUNISTAS!, grit la voz de Sol Gardener a todo volu­men, ahogando los gritos de Casey y los alaridos de Warwick que decan: Dispara, Sonny, dispara, dispara} Sin embargo, la voz de Gardener no era lo nico que sonaba. En ltimo trmino, como una msica infernal, se oa el pitido mezclado de muchas sirenas a medida que los micrfonos de Casey captaban a la ca­ravana de coches patrulla que enfilaban la avenida del Hogar del Sol.

OH, OS DIRN QUE NO HAY NADA MALO EN MIRAR ESOS LIBROS SUCIOS! OS DIRN QUE NO IMPORTA QUE EST PROHIBIDO POR LA LEY REZAR EN LAS ESCUELAS PUBLICAS! OS DIRN QUE NI SIQUIERA IMPORTA QUE HAYA DIECISEIS REPRESENTANTES Y DOS GOBERNADORES ESTADOUNIDENSES QUE SON HOMOSEXUALES DECLARA­DOS! OS DIRN...

La silla de Casey se desliz hasta la pared de cristal que se­paraba el estudio del despacho de Sol Gardener. Casey volvi la cabeza y por un momento todos pudieron ver sus espantados ojos saltones. Entonces Lobo salt desde el borde del tablero de control. Su cabeza dio contra el estmago de Casey... y se retor­ci contra l. Las mandbulas de Lobo empezaron a abrirse y cerrarse con la rapidez de una segadora de caa. La sangre sali en surtidor y salpic la ventana mientras Casey se agitaba vio­lentamente.

Disprale, Sonny, dispara a este maldito bicho! —ulul Warwick.

—Creo que voy a dispararle a l —dijo Sonny, volvindose hacia Jack, y hablando en el tono de un hombre que ha llegado por fin a una gran conclusin. Baj la cabeza y esboz una sonrisa irnica.

...,EL DA SE ACERCA, MUCHACHOS! OH, S, EL DA GLO­RIOSO EN QUE ESOS ATEOS DEL DEMONIO, HUMANISTAS Y COMUNISTAS, DESCUBRIRN QUE LA ROCA NO LES PRO­TEGER Y EL RBOL MUERTO NO LES DAR COBIJO! DES­CUBRIRN... OH, DECID ALELUYA... DESCUBRIRN...!*

Lobo, gruendo y destrozando.

Sol Gardener, desvariando sobre el comunismo y el humanismo, sobre los drogadictos del demonio decididos a impedir que la oracin volviese a las escuelas pblicas.

Sirenas en el exterior; portezuelas de coches abrindose y cerrndose con estrpito; alguien diciendo a alguien que fuera con cuidado, que el chico tena una voz muy asustada.

—S, t eres el culpable, t has organizado todo este jaleo.

Levant la pistola del 45. El can del 45 pareca tan grande como la boca del tnel de Oatley.

La pared de cristal que separaba el estudio del despacho cay con estruendo ensordecedor. Una forma peluda, entre gris y negra, irrumpi en la habitacin con el hocico casi partido en dos por un trozo de cristal y con los pies ensangrentados. Profiri un sonido casi humano y Jack capt su pensamiento de forma tan intensa que se tambale hacia atrs:

NO LASTIMARAS AL REBAO!

Lobo! —solloz—. Cuidado! Cuidado, tiene una pisto... Sonny apret dos veces el gatillo del arma. Los impactos re­tumbaron en el espacio cerrado. Las balas no iban dirigidas a Lobo, sino a Jack, pero penetraron en el cuerpo de Lobo, porque en aquel instante ste se interpuso con medio salto entre los dos muchachos. Jack vio abrirse dos agujeros enormes y sanguinolen­tos en el costado de Lobo cuando salieron las balas. Su trayectoria se desvi al pulverizar las costillas de Lobo y ninguna de las dos toc a Jack, aunque una le pas rozando la mejilla .izquierda.

Lobo!

Los saltos diestros y giles de Lobo se volvieron torpes. El hombro derecho se hundi y l cay contra la pared, chorreando sangre y tirando al suelo una fotografa enmarcada de Sol Gar­dener tocado con un fez.

Riendo, Sonny Singer se volvi hacia Lobo y le dispar otra vez. Sostena la pistola con ambas manos y los hombros le tem­blaron por efecto del retroceso. El humo de la plvora penda en el aire, grueso, inmvil y malsano. Lobo se puso de cuatro patas con un esfuerzo y consigui erguirse sobre los pies. Su profundo grito de dolor y de rabia reson por encima de la sonora voz regis­trada de Sol Gardener.

Sonny dispar contra Lobo por cuarta vez. La bala abri un gran boquete en su brazo izquierdo, del que brot sangre y car-

tilago.

JACKY! JACKY, OH JACKY, DEL, ESTO ME DUELE... Jack se arrastr hacia delante y agarr el reloj digital de Gardener; fue simplemente lo primero que encontr a su al­cance.

Sonny, cuidado! —grit Warwick—. Cui...! —Entonces Lobo, cuyo torso era ahora un sangriento revoltijo de pelaje em­papado, salt encima de l. Warwick luch con Lobo y durante unos segundos dieron la impresin de estar bailando.

...EN UN LAGO DE FUEGO POR TODA LA ETERNIDAD! PORQUE LA BIBLIA DICE...

Jack descarg la radio digital sobre la cabeza de Sonny con toda la fuerza que le quedaba al ver que ste empezaba a dar inedia vuelta. Ei plstico se parti y cruji. Los nmeros de la esfera parpadearon sin orden ni concierto.

Sonny se tambale e intent levantar el arma. Jack describi un arco en el aire con la radio y la dej caer sobre la boca de Sonny, cuyos labios se abrieron en una carcajada de payaso. Sus dientes produjeron un extrao chasquido al romperse. Su dedo apret de nuevo el gatillo de la pistola y la bala le pas por entre los pies.

Sonny cay contra la pared, rebot y sonri a Jack con la boca sanguinolenta. Tambalendose, levant la pistola.

... del demonio...

Lobo lanz a Warwick, que vol por el aire con la mayor faci­lidad y cay sobre la espalda de Sonny mientras ste disparaba. La bala se perdi entre las bobinas del estudio, pulverizndolas. La voz delirante y aguda de Sol Gardener enmudeci. Los altavoces empezaron a emitir el sordo zumbido del rebobinaje.

Gruendo y oscilando. Lobo avanz hacia Sonny Singer, quien le apunt con el arma y apret el gatillo. Se oy un clic seco e impotente. La hmeda sonrisa de Sonny tembl.

—No —dijo en voz baja y apret nuevamente el gatillo... una y otra vez. Cuando Lobo le alcanz, tir el arma e intent correr hacia la gran mesa de Gardener. La pistola rebot contra el crneo de Lobo y ste, con un penoso esfuerzo final, salt por encima de la mesa de Sol Gardener en persecucin de Sonny, diseminando todo lo que haba en ella. Sonny retrocedi, pero Lobo pudo aga­rrarle por el brazo.

No! —grit Sonny—. No, ser mejor que no lo hagas, vol­vers a la caja, soy un hombre importante aqu, yo... yo... yooooooooooo!

Lobo retorci el brazo de Sonny. Se oy un ruido de desgarro, el sonido de un muslo de pavo arrancado del ave asada por un nio demasiado vido. De improviso, el brazo de Sonny se qued en la gran garra delantera de Lobo. Sonny se alej tambalendose, con el hombro chorreando sangre. Jack vio un hueso blanco y hmedo. Volvi la cabeza y vomit con violencia.

Durante un momento, el mundo entero flot en una niebla gris.

19

Cuando Jack mir de nuevo a su alrededor. Lobo se tambaleaba en medio de la carnicera que haba sido el despacho de Gardener. Sus ojos hundidos eran de un amarillo plido, como velas mori­bundas. Algo ocurra con su cara y sus brazos y piernas... se estaba convirtiendo otra vez en Lobo. Jack lo vio... y entonces comprendi claramente lo que significaba. Las viejas leyendas mentan al asegurar que slo balas de plata podan matar a un hombre lobo, pero por lo visto no mentan en otras cosas. Lobo haba cambiado porque se mora.

Lobo, no! —gimi Jack y consigui ponerse en pie. Fue hacia Lobo, pero a medio camino resbal en un charco de sangre, cay de rodillas y volvi a levantarse—. No!

Jacky... —La voz era baja, gutural, poco ms que un aullido... pero inteligible.

E, increblemente. Lobo intentaba sonrer.

Warwick haba logrado abrir la puerta de Gardener y retroceda poco a poco hacia las escaleras, con los ojos abiertos y atnitos.

Vete! —grit Jack—. Vete, sal de aqu! Andy Warwick huy como un conejo asustado. Una voz —la de Franky Williams— sali del interfono, debili­tando el continuo zumbido de la grabadora, que an se rebobi-naba. Son horrorizada, pero llena de una terrible excitacin en­fermiza:

—Dios mo! Mirad esto! Parece que alguien enloqueci, empuando una cuchilla de carnicero! Dad un repaso a la cocina, varios de vosotros!

—Jacky...

Lobo se desplom como un rbol muerto.

Jack se arrodill y le dio la vuelta. El cabello desapareca de las mejillas de Lobo con la increble velocidad de una pelcula acelerada. Sus ojos volvan a ser de color avellana. Y a Jack se le antoj terriblemente cansado.

—Jacky... —Lobo levant una mano ensangrentada y toc la mejilla de Jack—. Te ha... herido? Ests...?

—No —contest Jack, acariciando la cabeza de su amigo—. No, Lobo, no me ha herido. No me ha acertado ni una sola vez.

—Yo... —Los ojos de Lobo se cerraron y despus volvieron a abrirse lentamente. Sonri con increble dulzura y habl con cui­dado, enunciando cada palabra, como si fuera lo ltimo que po­dra comunicar—. He... guardado... bien... el rebao.

—S, as es —dijo Jack y las lgrimas empezaron a fluir. Dolan. Acariciaba la cabeza cansada y peluda de Lobo y lloraba—. Lo has hecho muy bien, querido y viejo Lobo...

—Querido... querido y viejo Jacky.

—Lobo, tenemos que ir arriba... hay policas... una ambu­lancia...

—No! —Lobo pareci animarse de nuevo con un gran esfuer­zo—. Ve t... sube t...

—/Sin (i no, Lobo! —Todas las luces se doblaron, se triplicaron. Sostena la cabeza de Lobo con sus manos quemadas—. Sin t no, ni hablar...

Lobo... no quiere vivir en este mundo. —Llen su ancho y destrozado pecho con una gran bocanada de aire e intent otra sonrisa—: Huele... huele demasiado mal.

—Lobo... escucha, Lobo...

Lobo le cogi las manos con suavidad y Jack not, mientras se las apretaba entre las suyas, que el pelo desapareca de las palmas de Lobo. Era una sensacin terrible y fantasmagrica.

—Te quiero, Jacky.

—Yo tambin te quiero. Lobo —dijo Jacky—. Aqu y ahora mismo.

Lobo sonri.

—Vuelvo, Jacky... siento que vuelvo... De repente, las mismas manos de Lobo parecieron tomarse ingrvidas en las de Jack.

Lobo! —grit ste.

—Vuelvo a casa...

Lobo, no! —Sinti que el corazn se le encoga y daba vuelcos en su pecho. Se rompera, oh, s, los corazones podan rom­perse, ahora lo saba—. Lobo, vuelve, te quiero! —Haba ahora una sensacin de ligereza en Lobo, la sensacin de que se converta en una bola de algodn... o en el reflejo de una ilusin. En una fantasa.

—... adis...

Lobo era un cristal que se esfumaba. Desapareca... desapa­reca...

Lobo!

Lobo se haba desvanecido. Slo quedaba su perfil ensangren­tado en el suelo.

—Oh, Dios mo —gimi Jack—, oh. Dios mo, oh, Dios mo. Se abraz a s mismo y empez a mecerse hacia delante y hacia atrs en el despacho destrozado, gimiendo.

captulo 27

JACK REEMPRENDE EL VIAJE

1

Pasaba el tiempo. Jack no tena idea de si era mucho o poco. Estaba sentado con los brazos alrededor de su propio cuerpo como si volviera a llevar la camisa de fuerza, mecindose hacia delante y hacia atrs, gimiendo y preguntndose si poda ser que Lobo hubiese desaparecido de verdad.

Se ha ido. Oh, s, se ha ido. Y adivinas quin le ha matado, Jack? Lo adivinas?

En un momento dado, el zumbido del rebobinaje se convirti en chirrido. Un momento despus se oyeron unas estridentes inter­ferencias y todo enmudeci: zumbido, charlas en el piso de arriba, motores ante la entrada. Jack apenas se dio cuenta.

Vete. Lobo dijo que te -fueras.

No puedo. No puedo. Estoy cansado y todo lo que hago est mal. Muere gente.

Basta, quejica! Piensa en tu madre, Jack.

No! Estoy cansado. Djame en paz..

Y en la Reina.

Por favor, djame en paz...

Por fin oy abrirse la puerta que daba a las escaleras y esto le anim. No quera que le encontrasen aqu. Era mejor que le cogieran arriba, en el patio trasero, pero no en la habitacin malo­liente, salpicado de sangre y llena de humo donde l haba sido torturado y su amigo asesinado.

Sin pensar apenas en lo que haca, Jack cogi el sobre que llevaba su nombre escrito. Mir el interior y vio la pa de gui­tarra, el dlar de plata, su vieja cartera y el atlas de carreteras de Rand McNally. Inclin el sobre y vio la canica. Lo meti todo en la mochila y se la carg a la espalda, sintindose como un muchacho que acta bajo hipnosis.

Pasos en la escalera, lentos y cautelosos.

—... dnde estn las malditas luces...?

—... un olor extrao, como de zoo...

—... cuidado, muchachos...

Jack vio el archivador de acero por el rabillo del ojo, lleno de sobres marcados con la frase: ser un rayo de sol para jess. Se apoder de dos de ellos.

Ahora, cuando te cojan al salir, podrn acusarte de robo ade­ms de asesinato.

No importaba. Se mova por simple inercia, nada ms.

El patio trasero estaba completamente desierto. Jack se detuvo al principio de las escaleras, que atravesaban un tabique, y mir a su alrededor con incredulidad. Se oan voces en la parte delan­tera y se vean haces de luz; tambin sonaban de vez en cuando algunas interferencias aisladas y voces de las radios de la polica, que funcionaban a todo volumen, pero el patio trasero estaba desierto. No tena sentido. Supuso que estaran confundi­dos, trastornados por lo que haban encontrado en el interior...

Entonces una voz ahogada dijo, a menos de seis metros a la izquierda de Jack:

—Dios mo! Puedes creer esto?

La cabeza de Jack se volvi con rapidez. All estaba la caja, sobre la tierra sucia, semejante a un tosco atad de la Edad de Hierro. Una linterna se mova en su interior; Jack pudo ver unas suelas de zapatos. Una figura vaga estaba en cuclillas ante la caja, examinando la puerta.

—Al parecer la arrancaron de los goznes —dijo el tipo que mi­raba la puerta al que se mova dentro de la caja—, pero no s cmo pudieron hacerlo. Los goznes son de acero y, sin embargo, estn... retorcidos.

Olvida los malditos goznes —replic el otro con la voz aho­gada—. En este condenado agujero... encerraban a nios, Paulie! Tengo entendido que as era! A nios! Hay iniciales en las pa­redes...

La luz se movi.

—...y versos de la Biblia... La luz volvi a moverse.

—... y dibujos. Pequeos dibujos. Hombres y mujeres de pa­lotes, como dibujan los nios... Dios mo, crees que Williams lo saba?

—Seguramente —respondi Paulie, examinando todava los goz­nes de acero rotos y retorcidos de la puerta de la caja.

Paulie estaba agachado y su compaero sala de espaldas. Sin hacer ninguna tentativa especial para esconderse, Jack cruz el patio. Camin junto al garaje y sali al camino, desde donde pudo observar la desordenada concentracin de coches patrulla en la parte delantera del Hogar del Sol. En aquel momento una ambulan­cia se acercaba a toda velocidad por la carretera, con las luces de destello girando y las sirenas chillando con estridencia.

—Te quera. Lobo —murmur Jack, secndose los ojos hmedos con la manga. Empez a bajar por el camino hacia la oscuridad, pensando que probablemente le cogeran antes de que estuviera a dos kilmetros del Hogar del Sol. Pero tres horas despus an continuaba andando; por lo visto los polis tenan trabajo de sobra para distraerse.

2

Haba una autopista delante de l, despus de la cuesta siguiente o de la otra. Jack ya distingua en el horizonte el resplandor ana­ranjado de los arcos de sodio de gran intensidad y poda or el chirrido de los grandes neumticos.

Se detuvo en un barranco lleno de basura y se lav la cara y las manos con un hilo de agua procedente de una acequia. El agua estaba tan fra que casi le paralizaba las manos, pero al menos mitigara por un rato el dolor de las quemaduras. Los an­tiguos reflejos volvan por s solos.

Jack permaneci un momento donde estaba, bajo el oscuro cielo nocturno de Indiana, escuchando el chirrido de los grandes camiones.

El viento que susurraba entre los rboles despeinaba sus ca­bellos. Senta angustia en el corazn por la prdida de Lobo, pero ni siquiera esto poda alterar la maravillosa sensacin de estar libre.

Una hora ms tarde, un camionero fren al ver al muchacho cansado y plido que esperaba en el cruce del desvo con el pul­gar levantado. Jack subi a la cabina.

—Adonde te diriges, chico? —inquiri el camionero. Jack estaba demasiado cansado y demasiado triste para mo­lestarse en contar la historia; de todos modos, apenas la recordaba. Supona que le vendra poco a poco a la memoria.

—Al oeste —contest—. Todo lo lejos que usted pueda lle­varme.

—Ser hasta medio estado.

—Muy bien —dijo Jack y se qued dormido.

El gran camin sigui circulando en la glacial noche de In­diana; con Charlie Daniels en la cassette, circulaba hacia el oeste, persiguiendo a sus propios faros en direccin a Illinois.

captulo 28

EL SUEO DE JACK

1

Claro que llevaba consigo a Lobo. Lobo se haba ido a su casa, pero una sombra grande y leal acompaaba a Jack en todos los camiones y camionetas Volkswagen y coches polvorientos que recorran las autopistas de Illinois. Este fantasma sonriente des­trozaba el corazn de Jack. A veces vea. —casi— la enorme y pe­luda forma de Lobo corriendo junto a la autopista, saltando por los campos yermos. Libre, Lobo le miraba con ojos radiantes color de calabaza. Cuando desviaba la vista, Jack senta la ausen­cia de una mano de Lobo cerrada en torno a la suya. Ahora que echaba tanto de menos a su amigo, el recuerdo de su impaciencia con Lobo le avergonzaba y sonrojaba. Haba pensado en abandonar a Lobo ms veces de las que poda contar. Vergonzoso, vergonzoso. Lobo haba sido... Jack tard un poco en comprenderlo, pero la palabra era noble. Y este ser noble, tan fuera de lugar en este mundo, haba muerto por l.

He guardado bien a mi rebao. Jack Sawyer ya no era el re­bao. He guardado bien a mi rebao. Haba momentos en que los camioneros o agentes de seguros que recogan a aquel extrao y atractivo muchacho —a pesar de que iba sucio y desaliado, aunque a lo mejor no haban recogido en su vida a nadie en la carretera— le miraban y le vean parpadear para contener las lgrimas.

Jack llor a Lobo mientras recorra Illinois a toda velocidad. Haba adivinado que no tendra problemas con el transporte una vez llegado a aquel estado y era cierto que con frecuencia slo tena que levantar el pulgar y mirar a los ojos del conductor para conseguir que le llevara. La mayora de conductores no exi­gan la historia; slo requeran una explicacin mnima de por qu viajaba solo. Voy a Springfield a ver a un amigo, Tengo que recoger un coche y llevarlo a casa. Estupendo, estupendo, de­can los conductores. Le haban odo siquiera? Jack no lo saba. Su imaginacin repasaba kilmetros de imgenes de Lobo me­tindose en un ro para salvar a su rebao de los Territorios, introduciendo la nariz en una fragante caja que contena una hamburguesa, empujando comida hacia el interior del cobertizo, irrumpiendo en el estudio de grabacin, recibiendo los balazos, desvanecindose... Jack no quera ver estas cosas una y otra vez, pero no poda evitarlo y las lgrimas le pinchaban los ojos.

No mucho despus de Danville, un hombre de unos cincuenta aos, bajo, de cabellos grises y la expresin divertida pero severa de quien ha enseado a estudiantes de quinto grado durante dos dcadas, no dejaba de dirigirle miradas furtivas desde detrs del volante, hasta que por fin pregunt:

—No tienes fro, compaero? Tendras que llevar algo ms que esta delgada chaqueta.

—Quiz un poco —respondi Jack. Sol Gardener consideraba suficientes las chaquetas de dril para trabajar en el campo du­rante todo el invierno, pero ahora el fro le calaba hasta los huesos.

—Tengo un abrigo en el asiento trasero —dijo el hombre—. C­gelo. No, no intentes siquiera rechazarlo. Ese abrigo es tuyo. Creme, yo no pasar fro.

—Pero...

—No tienes la menor opcin en el asunto. Se trata de tu abrigo. Prubatelo.

Jack alarg la mano hacia el asiento trasero y arrastr hasta su regazo una gran cantidad de gnero grueso. Al principio era in­forme, annimo. Tena grandes bolsillos de parche y botones de presilla. Era un abrigo de loden que ola a buen tabaco de pipa.

—Es mi abrigo viejo —explic el hombre— y lo llevo en el coche porque no s qu hacer con l. El ao pasado los chicos me regalaron ste de plumas de ganso. As que acptalo.

Jack se puso el voluminoso abrigo, ajusfando bien los hombros sobre la chaqueta de dril.

—Oh, fantstico —exclam. Era como ser abrazado por un oso.

—Me alegro —dijo el hombre—. Ahora, si algn da vuelves a encontrarte en una carretera fra y ventosa, podrs agradecer a Myles P. Kiger de Ogden, Illinois, que te haya salvado la piel. Tu... —Myies P. Kiger pareci querer aadir algo ms; la palabra flot en el aire un segundo, mientras el hombre segua sonriendo pero entonces la sonrisa se convirti en una mueca de tmida confusin y Kiger mir hacia delante. Bajo la luz griscea de la maana, Jack vio extenderse un rubor moteado por las mejillas del hombre.

Tu piel (qu)?

Oh,no.

Tu hermosa piel. Tu piel suave, adorable, que invita a ser be­sada... Jack meti las manos hasta el fondo de los bolsillos del abrigo de loden y cruz bien la prenda en tomo a s. Myles P. Kiger de Ogden, Illinois, miraba fijamente la carretera.

—Ejem —farfull Kiger, exactamente como un hombre de una tira cmica.

—Gracias por el abrigo —dijo Jack—. De verdad. Se lo agra­decer cada vez que me lo ponga.

—Claro, est bien, olvdalo —contest Kiger, pero durante un segundo su cara se pareci extraamente a la del pobre Donny Keegan del Hogar del Sol—. Hay un lugar cerca de aqu —aadi con voz gangosa, brusca, de una calma forzada—. Podemos almor­zar, si quieres.

—No me queda dinero —dijo Jack, faltando a la verdad por dos dlares y treinta y ocho centavos.

—No te preocupes por esto. —Kiger ya haba puesto el intermi­tente.

Entraron en un rea de aparcamiento ventosa y casi vaca, frente a una estructura baja y gris que pareca un vagn, de fe­rrocarril. Un letrero de nen centelleaba sobre la puerta central:

restaurante imperio. Kiger fren ante uno de los ventanales del restaurante y se apearon del coche. Jack comprob que el abrigo le mantendra caliente; su pecho y brazos parecan protegidos por una armadura de lana. Empez a andar hacia la puerta de entrada, pero dio media vuelta cuando se dio cuenta de que Kiger continua-. ba junto al coche. El hombre canoso, slo cuatro o cinco cent-| metros ms alto que Jack, le miraba por encima del techo del coche.

—Oye —dijo Kiger.

—Mire, no me importara devolverle el abrigo —interrumpi Jack.

—No, ahora es tuyo. Slo pensaba que no estoy realmente ham-briento y si contino el viaje, ganar tiempo y llegar a casa un poco antes. |

—Claro —dijo Jack.

—Aqu te resultar fcil encontrar a alguien que te lleve. Te lo prometo. No te dejara si supiera que nadie te iba a recoger.

—Estupendo. '.

—Espera. Te he dicho que te invitaba a almorzar y quiero ha­cerlo. —Se meti la mano en el bolsillo del pantaln y dio un bi­llete a Jack por encima del coche. El viento glacial le despein los cabellos y los aplan contra su frente—. Tmalo.

—No, de verdad —protest Jack—. No importa. Tengo un par

de dlares.

—Pide un buen bistec —insisti Kiger, inclinado sobre el techo el coche y alargando el billete como si ofreciera un salvavidas o quisiera alcanzar uno.

De mala gana, Jack se adelant y cogi el billete de los dedos de Kiger- Eran diez dlares.

—Muchas gracias. De verdad.

—Oye, por qu no te llevas tambin el peridico y as tendrs algo que leer? Ya sabes, por si tienes que esperar. —Kiger ya haba abierto la puerta y se agach hacia dentro para coger un peridico doblado del asiento trasero—. Yo ya lo he ledo. —Lo lanz a Jack.

Los bolsillos del abrigo de loden eran tan profundos, que Jack

pudo meter el peridico doblado en uno de ellos.

Myles P. Kiger se qued un momento junto a la puerta abierta, mirando de soslayo a Jack.

—Si no te importa que lo diga, tendrs una vida muy intere­sante —dijo.

—Ya ha empezado a serlo —respondi Jack, fiel a la verdad.

El bistec Salisbury costaba cinco dlares y cuarenta centavos e iba acompaado de patatas fritas. Jack se sent en un extremo de la barra y abri el peridico. El artculo estaba en la segunda pgina; la vspera haba salido en la primera plana de un peri­dico de Indiana. arrestos practicados en relacin con muertes por shock. El magistrado local Ernest Fairchild y el agente de polica Frank B. Williams de Cayuga, Indiana, haban sido acusa­dos de malversacin de fondos pblicos y aceptacin de sobornos en el curso de la investigacin en torno a las muertes de seis muchachos en el Hogar Cristiano de Sol Gardener para Muchachos Descarriados. El popular evangelista Robert Sol Gardener haba huido al parecer de los terrenos del Hogar poco antes de la lle­gada de la polica y aunque no se haba dado an la orden de arresto, era buscado con urgencia para su interrogatorio. ser un nuevo jim jones?, preguntaba un epgrafe bajo una fotografa de Gardener en su actitud ms espectacular, con los brazos ex­tendidos y los cabellos derramndose en ondas perfectas. Los perros haban conducido a la polica estatal a un rea prxima a las alambradas electrificadas donde los cuerpos de los mucha­chos fueron enterrados sin ninguna ceremonia; cinco cuerpos, al parecer, la mayora tan desfigurados que su identificacin haba sido imposible. Quiz podran identificar a Ferd Janklow, cuyos padres le ofreceran un verdadero entierro, sin dejar de pregun­tarse qu error haban cometido, exactamente; sin dejar de pre­guntarse cmo su amor por Jess haba condenado a su inteli­gente y rebelde hijo.

Cuando lleg el bistec Salisbury, Jack comprob que tena un sabor salado y lanudo, pero se comi hasta el ltimo bocado Y moj en la salsa espesa todas las patatas fritas un poco crudas del restaurante Imperio. Acababa de terminar la comida cuando un camionero barbudo, tocado con una gorra de los Detroit Tigers,

bajo la que sobresalan unos cabellos negros y largos, embutido en una cazadora que pareca hecha con pieles de lobo, y con un grueso cigarro en la boca, se detuvo a su lado y pregunt:

—Necesitas un viaje al oeste, chico? Yo voy a Decatur. A medio camino de Springfield, como si tal cosa.

2

Aquella noche, en un hotel de tres dlares diarios que el camio-nero le haba indicado, Jack tuvo dos sueos diferentes, o tal vez ms tarde record slo estos dos entre los muchos que rondaron su lecho, o tal vez los dos eran en realidad un largo y nico sueo. Haba cerrado la puerta con llave, orinado en el sucio y resque­brajado lavabo del rincn, guardado la mochila bajo la almohada y conciliado el sueo con la gran canica, que en el otro mundo era un espejo de los Territorios, en la mano cerrada. Le pareci or msica, un acorde casi cinemtico, un ritmo de jazz ardiente y vivaz a un volumen tan bajo que Jack slo pudo distinguir los instrumentos principales: una trompeta y un saxfono de registro intermedio. Richard —pens Jack, medio dormido—, maana ver a Richard Sloat, y resbal por la pendiente del ritmo hasta el borde de la inconsciencia.

Lobo trotaba hacia l en un paisaje humeante y arrasado. Unos alambres de pas, enroscados en fantsticas e intrincadas formas, los separaban. Unas trincheras tambin dividan la tierra tor­turada y Lobo salt una con facilidad y casi tropez con uno de los alambres.

—Cuidado! —le advirti Jack.

Lobo fren antes de caer dentro de una alambrada triple, agit una gran garra para indicar a Jack que no se haba lastimado y sorte los alambres con gran precaucin.

Jack se sinti invadido por una asombrosa oleada de alivio y felicidad. Lobo no haba muerto; Lobo volvera a reunirse con l.

Lobo salv todos los alambres y trot de nuevo hacia l. La tierra que separaba a Jack de Lobo pareca alargarse misterio­samente; el humo gris que flotaba sobre las numerosas trincheras casi oscureca la gran figura peluda que corra a su encuentro.

—Jason! —grit Lobo—. Jason! Jason!

—Yo sigo aqu —grit Jack.

—No puedo alcanzarte, Jason! Lobo no puede!

—Sigue intentndolo! —vocifer Jack—. Maldita sea, no te rindas!

Lobo se detuvo ante un impenetrable revoltijo de alambres y Jack vio a travs del humo que se pona de cuatro patas y tro­taba de un lado a otro, buscando un espacio abierto. Arriba y abajo trotaba Lobo, cada vez alejndose ms y exasperndose ms cada segundo que pasaba. Al final se puso otra vez de pie, coloc las manos sobre el grueso revoltijo de alambres y procur en­sanchar un trozo para poder pasar por l.

—Lobo no puede! Jason, Lobo no puede!

—Te quiero. Lobo —grit Jack hacia la humeante llanura.

—JASON! —aull Lobo—. TEN CUIDADO! VIENEN a bus­carte! Hay MAS!

Ms de qu?, quiso gritar Jack, pero no pudo. Lo saba. Entonces, o bien cambi todo el carcter del sueo o se inici otro. Jack volva a estar en el destrozado estudio de grabacin y el despacho del Hogar del Sol y los olores de la plvora y la carne quemada llenaban el aire. El cuerpo mutilado de Singer yaca en el suelo y la forma muerta de Casey colgaba del rectngulo de cristales rotos. Jack, sentado en el suelo, meca a Lobo en sus brazos, y comprenda otra vez que Lobo estaba moribundo. Sol que Lobo no era Lobo.

Jack sostena el cuerpo tembloroso de Richard Sloat y era Richard quien se mora. Tras los cristales de sus severas gafas de plstico negro, los ojos de Richard se movan sin rumbo, con expresin doliente. Oh, no, oh, no, gimi Jack, horrorizado. Haban destrozado el brazo de Richard y su pecho era un amasijo de carne entre la camisa blanca manchada de sangre. Huesos fracturados resaltaban por su blancura aqu y all, como dientes.

—No quiero morir —dijo Richard y cada palabra le costaba un esfuerzo sobrehumano—. Jason, no debes... no debas...

—No puedes morir t tambin —suplic Jack—, t tambin no. El torso de Ricard cay en los brazos de Jack y un sonido largo y lquido escap de su garganta; entonces los ojos de Richard, de improviso claros y tranquilos, se cruzaron con los de Jack. Jason. —El sonido del nombre, que era casi apropiado, flot con suavidad en el aire ftido—. T me has matado, profiri Richard, o mejor, t has 'atado, porque sus labios no podan juntarse para formar una de las letras. Sus ojos volvieron a desenfocarse y al instante su cuerpo pareci pesar ms en los brazos de Jack. Ya no quedaba vida en el cuerpo. Jason DeLoessian le mir fijamente, conmovido en lo ms hondo...

3

... y Jack Sawyer se incorpor .de repente en la cama fra y desco­nocida de una pensin de Decatur, Illinois, y al resplandor ama­rillento proyectado por un farol de la acera opuesta vio su propio aliento dividirse en dos gruesas plumas, como exhalado por dos bocas a la vez. Consigui no gritar juntando las manos, sus pro­pias manos, y apretndolas con tanta fuerza como si quisiera abrir una nuez. Otra enorme pluma blanca de aire brot de sus pul­mones.

Richard.

Lobo corriendo por aquel mundo muerto, llamndole... cmo? Jason.

El corazn del muchacho dio un vuelco rpido y decidido, con el mpetu de un caballo al saltar una valla.

captulo 29

RICHARD EN THAYER

1

A las once de la maana siguiente un Jack Sawyer exhausto se quit la mochila de la espalda en el extremo de un largo campo de deportes cubierto por una hierba tiesa., parda y muerta. Lejos, dos hombres vestidos con chaquetas de cuadros escoceses y toca­dos con gorras de bisbol trabajaban con un succionador de hojas y un rastrillo en un prado que rodeaba el grupo de edificios ms distante. A la izquierda de Jack, directamente detrs de la fachada posterior de ladrillo rojo de la biblioteca Thayer, estaba el aparcamiento de la facultad. Frente a la escuela Thayer, una gran verja se abra a la avenida flanqueada de rboles que daba la vuelta a un gran cuadrngulo de csped cruzado por estrechos senderos. Si algo descollaba en el campus era la biblioteca, una estructura estilo Bauhaus de cristal, acero y ladrillo.

Jack haba visto que una verja secundaria daba acceso a otra avenida que llevaba a la biblioteca; pasaba frente a las dos ter­ceras partes de la escuela y terminaba en el espacio destinado a los cubos de basura, que era un pasaje sin salida bajo el terra­pln sobre el cual se encontraba el campo de ftbol.

Jack empez a cruzar el campo por la parte superior, en di­reccin a la fachada posterior de los edificios de las aulas. Cuando los estudiantes se dirigieran al comedor, encontrara la habitacin de Richard: Entrada 5, Nelson House.

La seca hierba de invierno cruja bajo sus pies. Jack se arre­buj en l excelente abrigo de Myles P. Kiger; por lo menos el abrigo se vea elegante, ya que l no. Pas entre Thayer Hall y un dormitorio de la Escuela Superior llamado Spence House, en di­reccin al cuadrngulo. Por las ventanas de Spence House salan las lnguidas voces de antes del almuerzo.

2

Jack mir hacia el cuadrngulo y vio a un hombre entrado en aos, un poco encorvado, de color bronce verdoso, en pie sobre un pedestal de la altura de un banco de carpintero, examinando la cubierta de un pesado libro. Llevaba levita y el cuello duro y la corbata larga de un trascendentalista de Nueva Inglaterra. Eider Thayer, dedujo Jack. La cabeza de bronce inclinada sobre el volumen estaba vuelta hacia los edificios de las aulas.

Jack torci a la derecha cuando lleg al final del camino. Una algaraba repentina se inici en una ventana del piso superior;

unos chicos gritaban las slabas de un nombre que sonaba como Etheridge! Etheridge! Sigui una serie de gritos inarticulados, acompaados por el ruido de muebles arrastrados por un pavi­mento de madera. Etheridge!

Jack oy cerrarse una puerta a sus espaldas y al mirar por encima del hombro vio a un chico alto y rubio bajar a toda prisa los escalones de Spence House. Llevaba una chaqueta deportiva de tweed, corbata y unas botas de caza. Slo le protega del fro una larga bufanda amarilla y azul enrollada varias veces alrededor de su cuello. Su rostro alargado era a la vez demacrado y arro­gante y en aquel momento pareca el de un estudiante de ltimo curso presa de una justa clera. Jack se cubri la cabeza con la capucha del abrigo de loden y sigui bajando por el camino.

—No quiero que se mueva nadie! —grit el chico alto hacia la ventana cerrada—. Los de primer curso no pueden salir! Jack se dirigi hacia el edificio siguiente.

—Estis moviendo las sillas! —grit a sus espaldas el chico alto—. Os oigo! T! —Jack oy que el furioso estudiante de lti­mo curso le gritaba a l y dio media vuelta, con el corazn pal­pitante.

—Dirgete a Nelson House inmediatamente, quienquiera que seas, a todo correr, sin prdida de tiempo, o ir a ver al rector de tu dormitorio.

—S, seor —dijo Jack, movindose con rapidez en la direccin indicada por el prefecto.

Llegas con siete minutos de retraso como mnimo! —grit Etheridge y Jack aceler el paso—. Te he dicho a todo correr!

Jack obedeci.

Cuando empez a ir colina abajo (esperaba que fuese la direc­cin correcta; por lo menos Etheridge haba dado la impresin de mirar hacia all), vio un coche negro y largo —una limusina— cruzando la verja principal y deslizndose por la larga avenida hacia el cuadrngulo. Pens que la persona sentada tras los cris­tales tintados de la limusina no poda ser algo tan corriente como el padre un alumno de segundo curso de la escuela Trayer.

El largo coche negro continu subiendo con una lentitud inso­lente.

No, pens Jack, me estoy alarmando sin razn.

Sin embargo, no poda moverse. Observ la limusina cuando se detuvo en el borde superior del cuadrngulo y permaneci all con el motor en marcha. Un chfer negro con hombros de atleta se ape y abri la puerta trasera, por la que sali gilmente un anciano de cabellos blancos que llevaba un gabn negro sobre una inmaculada camisa blanca y una gruesa corbata oscura. Hizo una 'sea con la cabeza a su chfer y empez a cruzar el patio en direccin al edificio principal. No mir siquiera hacia donde se encontraba Jack. El chfer inclin la cabeza con exageracin y lue­go mir hacia arriba, como especulando sobre la posibilidad de que nevara. Jack retrocedi y sigui observando al anciano mien­tras ste suba los escalones de Thayer Hall. El chfer continu examinando el cielo. Jack se escabull por el camino hasta que el lado del edificio le ocult y entonces dio media vuelta y empez a correr.

Nelson House era un edificio de ladrillo de tres pisos, situado al otro lado del patio cuadrangular. Por dos ventanas de la planta baja pudo ver a una docena de estudiantes de ltimo curso ejerciendo sus privilegios: leyendo acostados en sofs, jugando ln­guidamente a cartas en una mesa de caf o contemplando sin in­ters lo que deba ser una pantalla de televisin colocada bajo las ventanas.

Una puerta invisible se cerr de golpe un poco ms arriba de la colina y Jack atisb al estudiante alto y rubio, Etheridge, volviendo a su propio edificio despus de ocuparse de los delitos de los mu­chachos de primer curso.

Jack pas ante la fachada del edificio y una rfaga de viento fro le azot en cuanto lleg a la esquina. Un poco ms all haba una puerta estrecha y una placa (esta vez de madera, blanca con letras gticas negras) que deca: entrada 5. Una serie de ven­tanas se sucedan hasta la otra esquina.

Y aqu, junto a la tercera ventana... alivio, porque aqu estaba Richard Sloat, con las gafas firmemente colocadas sobre las orejas, la corbata anudada, las manos slo un poco manchadas de tinta, sentado muy derecho ante su mesa y leyendo un libro grueso como si su vida dependiera de ello. Estaba de perfil y Jack tuvo mucho tiempo de contemplar sus queridas y bien conocidas facciones antes de golpear el cristal con los nudillos.

Richard levant la cabeza del libro con un respingo. Mir de­sorientado a su alrededor, asustado y sorprendido por el sbito ruido,

—Richard —dijo Jack en voz baja y fue recompensado por la vista del semblante atnito de su amigo, vuelto hacia l. Richard pareca casi atontado por la sorpresa.

—Abre la ventana —dijo Jack, pronunciando las palabras con una lentitud exagerada para que su amigo pudiera leerle los labios.

Richard se levant de la mesa, movindose todava con la par­simonia de una persona aturdida. Cuando lleg a la ventana, puso las manos en el marco y mir a Jack con severidad durante un momento y con una breve mirada hizo un juicio crtico del rostro sucio de Jack, de sus cabellos lacios sin lavar, de su llegada poco ortodoxa y de muchas ms cosas. Qu diablos tramas ahora? Por fin subi la ventana.

—Bueno —dijo Richard—, la mayora usa la puerta.

—Magnfico —respondi Jack, casi riendo—. Cuando sea como la mayora, es probable que yo tambin la use. Aprtate, quieres?

Casi con la expresin de haber sido cogido en falta, Richard retrocedi varios pasos.

Jack se iz hasta el alfizar y entr por la ventana con la cabeza por delante.

—Uf.

—Hola —dijo Richard—. Supongo que es agradable verte- Pero he de irme a almorzar dentro de poco rato. Podras ducharte, supongo. Todos los dems estarn en el comedor. —Se interrum­pi, como temiendo haber hablado demasiado.

Jack vio que Richard requera un tratamiento delicado.

—Podras traerme algo de comer cuando vuelvas? Tengo un hambre atroz.

—Estupendo —contest Richard—. Primero vuelves loco a todo el mundo, incluyendo a mi padre, escapndote, luego entras aqu como un ladrn y ahora quieres que robe comida para ti. Claro que s. Muy bien. Magnfico.

—Tenemos mucho de que hablar —dijo Jack.

—Si me prometes —respondi Richard, inclinndose un poco hacia delante y con las manos en los bolsillos— que hoy mismo regresars a New Hampshire o que me permitirs telefonear a mi padre para que venga a buscarte, acceder a traerte algo de comer.

—Estoy dispuesto a hablar contigo de cualquier cosa, Richie, muchacho. Incluso acerca de mi regreso, por qu no? Richard asinti.

—A propsito, dnde diablos te has metido? —Sus ojos ardan tras las gruesas lentes. De improviso, un sorprendente centelleo—. Y cmo puedes justificar la actitud de tu madre y la tuya hacia mi padre? Mierda, Jack, creo de verdad que deberas volver a ese lugar de New Hampshire.

—Volver —dijo Jack—, te lo prometo. Pero antes debo ir a buscar algo. Puedo sentarme en alguna parte? Estoy muerto de

cansancio.

Richard indic su cama con la cabeza y entonces —tpicamen­te— dio una palmada a la silla de la mesa escritorio, que estaba

ms cerca de Jack.

En el pasillo se abrieron puertas. Voces fuertes sonaron por delante de la puerta de Richard, y tambin muchos pasos.

—Has ledo algo sobre el Hogar del Sol? —pregunt Jack—. He estado all. Dos amigos mos han muerto en el Hogar del Sol y escucha bien esto, Richard: el segundo era un hombre lobo.

La cara de Richard se contrajo.

—Vaya, es una coincidencia asombrosa porque...

—He estado de verdad en el Hogar del Sol, Richard.

—Ya lo he odo —dijo Richard—. Est bien. Volver con algo de comida dentro de media hora. Entonces tendr que decirte quin vive en la casa de al lado. Pero esto son fantasas de Sea-brook Island, verdad? S sincero.

—S, supongo que s. —Jack se despoj del abrigo de Myies P. Kiger y lo dej caer sobre el respaldo de la silla.

—Vuelvo en seguida —dijo Richard, agitando la mano a Jack con ademn .vacilante mientras se diriga a la puerta. Jack tir los zapatos al aire y cerr lo sojos.

3

La conversacin a que Richard haba aludido como fantasas de Seabrook Island y que Jack recordaba tan bien como su amigo, la haban mantenido durante la semana final de su ltima visita

a dicha isla turstica.

Las dos familias haban pasado las vacaciones juntas casi todos los aos mientras vivi Phil Sawyer. El verano despus de su muerte, Morgan Sloat y Lily Sawyer intentaron conservar la tra­dicin y reservaron habitaciones para los cuatro en el enorme y viejo hotel de Seabrook Island, Carolina del Sur, que haba sido escenario de algunos de sus veranos ms felices. Sin embargo, el experimento no funcion.

Los chicos estaban acostumbrados a la mutua compaa y tam­bin a lugares como Seabrook Island; Richard Sloat y Jack Sawyer haban jugado en hoteles tursticos y por vastas playas de arena dorada durante toda su niez... pero ahora el clima se haba alte­rado misteriosamente. Una seriedad inesperada, cierta turbacin se haba introducido en sus vidas.

La muerte de Phil Sawyer cambi hasta el color del futuro. Aquel ltimo verano en Seabrook, Jack empez a sentir que tal vez no deseaba sentarse ante la mesa de su padre algn da, que as­piraba a ms cosas en la vida. Qu cosas? Sabia —era una de las pocas cosas que saba con certeza— que sus aspiraciones estaban relacionadas con las fantasas. Cuando empez a ver esto en s mismo, descubri algo ms: que su amigo Richard no slo era incapaz de sentir esta necesidad de ms cosas, sino que en realidad quera exactamente lo contrario. Richard no deseaba nada que no pudiera respetar.

Jack y Richard salan juntos a aquella hora lnguida que en los buenos lugares tursticos se compone del tiempo que trans­curre entre el almuerzo y el aperitivo de la tarde. No se iban muy lejos, slo a la ladera cubierta de pinos de una colina que se er­gua detrs del hotel. A sus pies centelleaba el agua de la enorme piscina rectangular del establecimiento, en la cual Lily Cavanaugh Sawyer nadaba con suavidad y eficiencia largo tras largo. Ante una de los mesas que rodeaban la piscina se sentaba el padre de Richard, envuelto en un grande y esponjoso albornoz, con aletas en los pies y comiendo un enorme bocadillo a la vez que hablaba por un telfono enchufado bajo la mesa.

—Es esto lo que quieres? —pregunt un da a Richard, que estaba instalado junto a l bajo un rbol con un libro en las manos (lo cual no era ninguna sorpresa): La vida de Thomas Edison.

Lo que quiero? Cuando sea mayor, quieres decir? —Richard pareca un poco asombrado por la pregunta—. Supongo que es bastante interesante, pero no s si lo quiero o no.

—Sabes lo que quieres, Richard? Siempre dices que quieres ser qumico investigador —observ Jack—. Por qu lo dices? Qu significa?

—Significa que quiero ser qumico investigador —sonri Ri­chard.

—Sabes a qu me refiero, verdad? Qu incentivo tiene ser qumico investigador? Crees que sera divertido? Crees que cu­rars el cncer y salvars millones de vidas?

Richard le mir de un modo muy directo, con los ojos un poco agrandados por las gafas que haba empezado a llevar haca cua­tro meses.

—No, no creo que llegue a curar jams el cncer, pero ste no es el incentivo. El incentivo es descubrir cmo funcionan las cosas, comprobar que funcionan de un modo ordenado, a pesar de las apariencias, y averiguar por qu.

—El orden.

—S, por qu sonres?

—Vas a pensar que estoy loco —sonri Jack—, pero a m me gustara descubrir por qu todo esto, todos estos tipos ricos persiguiendo pelotas de golf y gritando a un telfono, da la impre­sin de ser malsano.

—Porque es malsano —dijo Richard, sin intencin de ser gra­cioso.

—No piensas a veces que en la vida hay algo ms, aparte del orden? —Mir la cara de Richard, inocente y escptica—. No te gustara un poco- de magia, Richard?

—Sabes? A veces pienso que te gusta el caos —observ Ri­chard, sonrojndose un poco— y que te burlas de m. Si te gusta la magia, destruyes completamente todo aquello en lo que creo. De hecho, destruyes la realidad.

—Tal vez haya ms de una realidad.

—En Alicia en el pas de las maravillas, s, desde luego! —Richard empezaba a enfadarse.

Se alej por entre los pinos y Jack comprendi de improviso que la charla inspirada por sus sentimientos sobre las fantasas haba enfurecido a su amigo. Como tena las piernas ms largas, alcanz a Richard en pocos segundos.

—No me burlo de ti —dijo—, es slo que despierta mi curio­sidad orte decir siempre que quieres ser qumico. Richard se detuvo y mir. con seriedad a Jack.

—Deja de volverme loco con estas tonteras —dijo—. No son ms que fantasas de Seabrook Island. Ya es bastante difcil ser una de las seis o siete personas sensatas que hay en Amrica para que encima mi mejor amigo no haga ms que disparatar.

Desde aquel da, Richard Sloat se enfadaba al menor signo de extravagancia en Jack y lo descartaba inmediatamente como fantasas de Seabrook Island.

4

Cuando Richard volvi del comedor, Jack, recin duchado y con el cabello hmedo pegado a la cabeza, hojeaba los libros que Richard tena sobre la mesa y en el momento en que Richard entr por la puerta con una servilleta de papel manchada de grasa, que pareca contener una esplndida cantidad de comida, se pregun­taba si la inminente conversacin no sera ms fcil de ser los libros de encima de la mesa El seor de los anillos y Submarino sumergido en lugar de Qumica orgnica y Problemas matemticos.

Qu haba para almorzar? —pregunt.

—Has tenido suerte. Pollo frito a la surea, una de las pocas cosas servidas aqu que no te hacen sentir lstima del animal que muri para formar parte de la cadena alimentaria. —Alarg a Jack la grasicnta servilleta. Cuatro trozos de pollo bien untados y guisa­dos despedan un aroma casi increble por su excelencia y den­sidad. Jack se lanz al ataque.

—Desde cundo comes como un cerdo? —Richard se subi las gafas y se sent en la estrecha cama. Bajo la chaqueta de tweed llevaba un pullver de dibujos marrones con el borde inferior metido bajo el cinturn.

Jack sinti una inquietud momentnea al preguntarse si sera posible hablar de los Territorios con alguien tan formal que in­cluso se metia los suters dentro de los pantalones.

—La ltima vez que com —respondi— fue ayer al medioda. Estoy un poco hambriento, Richard. Gracias por traerme el pollo. Es estupendo, el mejor que he comido en mi vida. Eres un gran tipo, exponindote de este modo a la expulsin.

—Crees que es una broma, verdad? —Richard se estir el pullver y frunci el ceo—. Si alguien te encontrase aqu, es muy probable que me expulsaran, as que no te hagas el gracioso. Te­nemos que hablar de cmo regresars a New Hampshire.

Un momento de silencio: una mirada tentativa de Jack y una mirada severa de Richard.

—S que deseas saber qu estoy haciendo, Richard —dijo Jack, masticando un bocado de pollo— y, creme, no va a ser fcil explicrtelo.

—No pareces el mismo, sabes? —dijo Richard—. Pareces... mayor. Pero esto no es todo. Has cambiado.

—S que he cambiado. T tambin pareceras diferente si hu­bieras estado conmigo desde septiembre. —Jack sonri al mirar al ceudo Richard con su ropa de buen chico y comprendi que nunca sera capaz de hablar de su padre a Richard. Sencillamente, no poda hacerlo. Si los acontecimientos lo hacan por l, bien estaba, pero l no posea el corazn de asesino necesario para aquella revelacin determinada.

Su amigo continu mirndole con el ceo fruncido, por lo visto esperando que comenzara la historia.

Quiz para posponer el momento en que tendra que convencer de lo increble al racional Richard, Jack pregunt:

—Se marcha de la escuela el chico de la habitacin de al lado? Desde fuera he visto sus maletas encima de la cama.

—Pues, s, y es interesante —explic Richard—. Quiero decir, interesante a la luz de lo que has dicho hace un rato.. Se va... de hecho, ya se ha ido. Supongo que alguien vendr a recoger sus cosas. Dios sabe qu clase de cuento de hadas te imaginars, pero el chico de al lado era Reuel Gardener, el hijo del predicador que diriga el hogar del que t dices que te has escapado. —Richard hizo caso omiso del sbito ataque de tos de Jack—. Yo dira que en muchos sentidos Reuel no era el chico normal del cuarto de al lado y es probable que nadie aqu haya lamentado mucho su mar­cha. Cuando se public la historia de aquellos chicos que murie­ron en el lugar regentado por su padre, recibi un telegrama or­denndole que abandonara Thayer.

Jack haba conseguido tragar el trozo de pollo que se le haba atragantado.

—El hijo de Sol Gardener? Ese tipo tena un hijo? Y es­taba aqu?

Lleg al principio del curso —respondi con sencillez Ri­chard—. Esto es lo que he intentado decirte antes.

De repente, la escuela Thayer se hizo amenazadora para Jack de un modo que Richard no poda ni empezar a comprender.

Cmo era?

—Un sdico —contest Richard—. A veces oa ruidos muy pe­culiares en la habitacin de Reuel y en una ocasin vi un gato muerto en un cubo de basura del pasaje que no tena ojos ni orejas. Por su aspecto, nadie hubiera dudado de su capacidad para torturar a un gato. Y creo que ola a cuero ingls rancio.

—Richard guard un silencio calculado y luego pregunt—: Estu­viste de verdad en el Hogar del Sol?

—Durante treinta das. Era un infierno o algo muy parecido.

—Respir hondo, mirando la cara de Richard, ceuda pero ya por lo menos medio convencida—. Esto es difcil de creer para t, Richard, lo s, pero mi compaero era un hombre lobo. Y si no le hubiesen matado cuando me salv la vida, estara aqu en este momento.

—Un hombre lobo. Con pelos en las palmas de las manos. Que se transformaba en un monstruo sediento de sangre cada vez que haba luna llena. —Richard contempl la pequea habitacin con expresin pensativa.

Jack esper a que Richard volviera a mirarle.

—Quieres saber qu hago? Quieres que te diga por qu estoy atravesando el pas haciendo autostop?

—Empezar a gritar si no lo haces —respondi Richard.

—Bien —dijo Jack—. Estoy tratando de salvar la vida de mi madre. —Mientras la pronunciaba, esta frase pareci llena de una maravillosa claridad.

—Cmo demonios vas a hacerlo? —estall Richard—. Es pro­bable que tu madre tenga cncer. Como ya te ha insinuado mi padre, necesita mdicos y los adelantos de la ciencia... y t te vas a hacer autostop? Qu vas a usar para salvar a tu madre, Jack? Magia?

Los ojos de Jack empezaron a escocerle.

—T lo has dicho, Richard, viejo compaero. —Levant el brazo y apret los ojos ya hmedos contra la tela del hueco del codo.

—Oh, vamos, clmate, vamos... —dijo Richard, tirando fren­ticamente de su pullver—. No llores, Jack, te lo ruego, s que es algo terrible y no quera... slo intentaba... —Richard haba cruzado la habitacin al instante y sin ruido daba torpes palma-ditas en el brazo y el hombro de Jack.

—Estoy bien —dijo Jack, bajando el brazo—. No es una fanta­sa loca, Richard, por mucho que a ti te lo parezca. —Se enderez—. Mi padre me llamaba Viajero Jack y tambin un viejo de Playa de Arcadia. —Jack esperaba acertar en lo de que la compasin de Richard abrira puertas interiores y, cuando mir la cara de Ri-char, vio que era cierto. Su amigo pareca preocupado, afectuoso y sincero.

Jack inici la historia.

5

En tomo a. los dos muchachos, la vida de Nelson House prosigui su curso, tranquila y bulliciosa al mismo tiempo, como suele pasar en los internados, puntuada con carcajadas y gritos. Muchos pasos por el pasillo, sin que ninguno se detuviera ante la puerta. Desde la habitacin de arriba sonaban golpes regulares y algn retazo de msica que Jack reconoci al fin como un disco de los Blue Oyster Cult. Empez a hablar a Richard de las fantasas y de las fantasas pas a Speedy Parker. Describi la voz que le haba hablado desde el embudo giratorio de la arena. Y entonces cont a Richard que haba bebido el zumo mgico de Speedy y sal­tado a los Territorios por primera vez.

—Pero creo que slo era vino barato —aclar Jack—. Ms tarde, cuando se hubo terminado, descubr que no lo necesitaba para saltar. Poda hacerlo por m mismo.

—Est bien —contest Richard sin comprometerse.

Intent presentar fielmente los Territorios a Richard: la ca­rreta, la vista del palacio de verano, la intemporalidad y realidad de todo ello; el capitn Parren, la Reina moribunda, a propsito de la cual introdujo el tema de los Gemelos: Osmond. La escena en el pueblo de All-Hands; el Camino de las Avanzadas, que era el Camino del Oeste. Ense a Richard su pequea coleccin de ob­jetos sagrados, la pa de guitarra, la canica y la moneda. Richard se limit a darles vueltas entre los dedos y a devolverlos sin co­mentarios. Entonces Jack revivi sus atormentados das en Oatley. Richard escuch la historia de Jack sobre Oatley en silencio pero con los ojos muy abiertos.

Jack omiti cuidadosamente toda mencin de Morgan Sloat y Morgan de Orris durante el relato de la escena en el rea de descanso de Lewisburg en la 1-70 al oeste de Ohio.

Entonces tuvo que describir a Lobo tal como le haba visto la primera vez, un sonriente gigante vestido con un mono Oshkosh de pechera, y sinti que las lgrimas se agolpaban nuevamente en sus ojos. Sobresalt a Richard llorando mientras le contaba sus esfuerzos por hacer subir a Lobo a los coches y confes su im­paciencia con su compaero, pugnando por no llorar otra vez, y no llor durante mucho rato, consiguiendo relatar la historia del primer cambio de Lobo sin lgrimas ni nudos en la garganta. No obstante, volvi a tener dificultades; la clera le ayud a hablar con fluidez hasta que lleg a Ferd Janklow y entonces los ojos volvieron a escocerle.

Richard guard silencio durante largo rato. Luego se levant de repente y fue a buscar un pauelo limpio a un cajn de la cmoda. Jack se son con ruido.

—Esto es todo lo ocurrido —dijo—, o casi todo.

—Qu has ledo ltimamente? Qu pelculas has visto?

—Maldito seas —farfull Jack, levantndose y cruzando ta ha­bitacin para coger su mochila, pero Richard alarg la mano y agarr a Jack por la mueca.

—No creo que te lo hayas inventado; creo que nada de lo que me has dicho es inventado.

—En serio?

—Si. En realidad, no s lo que pienso, pero estoy seguro de que no me has mentido deliberadamente. —Dej caer la mano—. Creo que estuviste en el Hogar del Sol, lo creo de verdad. Y creo que tuviste un amigo llamado Lobo, que muri all. Lo siento, pero no puedo tomarme en serio los Territorios y no puedo aceptar que tu amigo fuera un hombre lobo.

—De modo que piensas que estoy chalado —dijo Jack.

—Creo que ests en un apuro, pero no voy a llamar a mi padre ni a echarte de aqu. Tendrs que dormir conmigo esta noche. Si omos al seor Haywood hacer la ronda de las camas, podrs es­conderte debajo de la ma.

Richard haba adoptado un aire ejecutivo, con las manos en las caderas, observando el cuarto con expresin crtica.

—Tienes que descansar un poco. Estoy seguro de que esto es parte del problema. Te han hecho trabajar hasta casi matarte en ese espantoso lugar y tu mente est hecha un lo, as que ahora te conviene descansar.

—Es cierto —convino Jack. Richard mir hacia arriba.

—Tendr que irme pronto a jugar a baloncesto, pero puedes esconderte aqu y ms tarde volver a traerte comida del co­medor. Lo importante es que descanses y que despus regreses a casa.

—New Hampshire no es mi casa —dijo Jack.

captulo 30

THAYER SE VUELVE MISTERIOSO

1

A travs de la ventana Jack poda ver a muchachos con abrigos, encorvados bajo el fro glacial, yendo y viniendo entre la biblioteca y el resto de la escuela. Etheridge, el estudiante de ltimo curso que se haba dirigido a Jack por la maana, pas apresurado, con la bufanda ondeando tras l.

Richard sac una chaqueta de tweed del estrecho armario que haba junto a la cama.

—Nada va a convencerme de que no debes volver a New Hampshire. Ahora tengo que irme a jugar a baloncesto porque, si no voy, el entrenador Frazer me har hacer diez vueltas de castigo en cuanto vuelva. Hoy tenemos a otro entrenador y Frazer nos dijo que nos lo hara pagar si no cumplamos. Quieres que te preste algo de ropa? Tengo por lo menos una camisa de tu talla; mi padre me la envi de Nueva York y Brooks Brothers se equivocaron de medidas.

—Ensamela —dijo Jack. Su ropa estaba realmente zarra­pastrosa, tan tiesa de suciedad que Jack se senta como Pigpen, el personaje de Peanuts que viva en un marasmo de porquera y desaprobacin. Richard le dio una camisa blanca todava metida en una bolsa de plstico—. Magnfico. Gracias —aadi, sacndola de la bolsa y desprendiendo los alfileres. Sera casi su talla.

—Tambin podras probarte una chaqueta —dijo Richard—. El blazer del fondo del armario. Te lo probars, eh? Y ponte una de mis corbatas. Slo por si entra alguien. Dices que eres del Saint Louis Country Day y que formas parte de un intercambio entre peridicos. Lo hacemos dos o tres veces al ao; chicos de aqu van all y chicos de all vienen aqu a trabajar en el peridico de la escuela. —Se dirigi a la puerta—. Volver antes de cenar para ver cmo ests.

Jack se dio cuenta de que haba dos bolgrafos prendidos a una lengua de plstico del bolsillo de la chaqueta y de que todos los botones estaban abrochados.

En Nelson House rein un silencio total al cabo de pocos mi­nutos. Desde la ventana de Richard, Jack vio muchachos sentados a las mesas de la biblioteca, que tena grandes ventanales. No se vea a nadie en los senderos ni en la hierba tiesa y parda. Son un timbre insistente que marcaba el comienzo de la cuarta clase. Jack estir los brazos y bostez. Una sensacin de seguridad volvi a invadirle; una escuela a su alrededor, con todos los familiares rituales de timbres, clases y partidos de baloncesto. Quiz podra quedarse otro da; quiz incluso podra llamar a su madre desde uno de los telfonos de Nelson House. Y, desde luego, podra recuperar el sueo perdido.

Fue hacia el armario empotrado y encontr el blazer donde Richard le haba dicho que buscara. An colgaba una etiqueta de una de las mangas; Sloat lo haba mandado desde Nueva York, pero Richard no se lo haba puesto. Como la camisa, el blazer era una talla demasiado pequea para Jack y le iba demasiado justa de hombros, pero el corte era amplio y las mangas de la camisa blanca slo sobresalan un centmetro.

Sac una corbata del armario: rojo con un dibujo de anclas azules. Se la puso alrededor del cuello y la anud laboriosamente. Entonces se mir al espejo y solt una carcajada al ver que lo haba conseguido por fin. Contempl el bonito blazer nuevo, la corbata de club, la nivea camisa y sus arrugados vaqueros. Era l. Era un estudiante de escuela, preparatoria.

2

Jack vio que Richard se haba convertido en un admirador de John McPhee y Lewis Thomas y Stephen Jay Gould. Cogi El pulgar del panda de la hilera de libros de Richard porque le gust el ttulo y volvi a la cama.

Richard tard muchsimo en volver del partido de baloncesto. Jack paseaba arriba y abajo del reducido cuarto. No poda imagi­nar qu impeda a Richard volver a su habitacin, pero su ima­ginacin le sugera una catstrofe tras otra.

Despus de mirar el reloj cinco o seis veces, Jack se dio cuenta de que no se vea a ningn estudiante en el campus.

Lo que pudiese haber sucedido a Richard, deba haber afec­tado a la escuela entera.

La tarde tocaba a su fin. Pens que Richard poda estar muerto. La entera escuela Thayer poda estar muerta... y l era un por­tador de plagas, un mensajero de la muerte. No haba comido nada en todo el da despus del pollo que Richard le trajera del comedor, pero no senta hambre. Una gran pesadumbre le acon­gojaba. Llevaba la destruccin adondequiera que fuese.

3

De pronto oy pasos en el pasillo.

En el piso de encima volvi a sonar el ritmo pesado de un contrabajo y reconoci una vez ms un disco de los Blue Oyster Cult. Los pasos se detuvieron ante su puerta y Jack corri a abrirla.

Richard estaba en el umbral. Dos muchachos rubios con corba­tas cortas miraron hacia dentro y se alejaron por el pasillo. La msica de rock era mucho ms audible en el pasillo.

—Dnde has estado toda la tarde? —inquiri Jack.

—Bueno, ha sido algo misterioso —contest Richard—. Han suspendido todas las clases. El seor Dufrey no ha permitido siquiera que los chicos volvieran a sus armarios. Y entonces todos hemos tenido que ir a jugar a baloncesto y esto ha sido an ms misterioso.

—Quin es el seor Dufrey? Richard le mir con asombro.

—Que quin es el seor Dufrey? Es el director. No sabes nada de esta escuela?

—No, pero ya voy teniendo una idea —contest Jack—. Qu ha sido misterioso en el baloncesto?

—Recuerdas que antes te he dicho que el entrenador Frazer nos enviaba a un amigo para ocupar hoy su puesto? Como nos dijo que todos seramos castigados con vueltas a la pista si no cumplamos, pens que su amigo sera un tipo estilo Al Maguire, ya sabes, competente y severo. La escuela Thayer no tiene una tra­dicin atltica muy buena. De todos modos, crea que su sustituto sera alguien especial.

—Djame adivinarlo. El nuevo entrenador tena aspecto de no haber hecho nunca deporte.

Richard levant el mentn, sorprendido.

—Exacto —dijo—, has acertado. —Mir intrigado a Jack—. Fumaba todo el rato y sos cabellos eran largos y grasicntos... no se pareca en nada a un entrenador. Si he de ser sincero, tena aspecto de ser todo lo que los entrenadores censuran. Incluso sus ojos eran extraos. Apuesto algo a que fuma porros. —Richard se estir el suter—. Creo que no saba nada sobre baloncesto. Ni siquiera nos ha hecho jugar como solemos hacer despus del perodo de calentamiento. Hemos corrido y encestado, mientras l nos gritaba, riendo, como si ver jugar a baloncesto fuera lo ms ridculo que haba visto en su 'vida. Has conocido alguna vez a un entrenador que encontrara ridculo el deporte? Incluso el perodo de calentamiento ha sido extrao. Slo ha dicho: Est bien, haced algunas planchas, sin dejar de fumar. Ni recuento, ni cadencia, todos yendo cada uno por su lado. Despus ha dicho:

Est bien, corred un poco. Pareca... realmente ajeno a todo. Creo que voy a quejarme al entrenador Frazer maana.

—Yo no me quejara a l ni al director —dijo Jack.

—Oh, comprendo —replic Richard—. El seor Dufrey es uno de ellos. Un habitante de los Territorios.

—O trabaja para ellos —sugiri Jack.

—No ves que podras incluir cualquier cosa en esta historia?

Cualquier cosa anormal? Es demasiado fcil... todo podras expli­carlo de esta manera. En esto consiste la locura: estableces cone­xiones que no son reales.

—Y ves cosas que no existen.

Richard se encogi de hombros y pese al desenfado del gesto, su expresin era preocupada.

—T lo has dicho.

—Espera un momento —dijo Jack—. Recuerdas que te habl de un edificio que se derrumb en Angola, Nueva York?

—Las Rainbird Towers.

—Vaya memorin. Creo que el accidente fue culpa ma.

—Jack, ests...

—Loco, ya lo s —replic Jack—. Escucha, me silbara alguien si saliramos a ver el telediario?

—Lo dudo. La mayora de chicos estn estudiando ahora. Por qu?

Porque quiero saber qu ha ocurrido aqu, pens Jack, pero no lo dijo. Pequeos incendios, bonitos terremotos... seales de su ve­nida. En busca de m. En busca de nosotros.

—Necesito un cambio de aires, Richard, viejo compinche —dijo Jack y sigui a Richard por el pasillo de un verde acutico.

captulo 31

THAYER SE CONVIERTE EN UN INFIERNO

1

Jack fue el primero en advertir el cambio y reconocer lo ocurrido;

haba sucedido antes, mientras Richard estaba ausente, y ya era sensible a ello.

Haba desaparecido el estridente ruido del Vampiro tatuado del Blue Oyster Cult. El televisor de la sala de estar, que emita un episodio de los Hroes de Hogar en vez del telediario, haba en­mudecido.

Richard se volvi hacia Jack, abriendo la boca para hablar.

—No me gusta, Gridley —se le adelant Jack—. Los tambores nativos han callado. Hay demasiado silencio.

—Ja, ja —murmur Richard.

—Richard, puedo preguntarte algo?

—S, claro.

—Tienes miedo?

La expresin de Richard deca que le habra gustado por en­cima de todo poder decir: No, claro que no; siempre hay silencio en Nelson House a esta hora de la tarde. Por desgracia, Richard era totalmente incapaz de decir una mentira. El querido y viejo Richard. Jack sinti una oleada de afecto.

—S —contest Richard—, tengo un poco de miedo.

—Puedo preguntarte otra cosa?

—Supongo que s.

—Por qu estamos cuchicheando?

Richard le mir mucho rato sin decir nada y de pronto volvi a enfilar el pasillo verde.

Las puertas de las otras habitaciones que daban al pasillo es­taban entornadas o abiertas. Jack percibi un olor muy familiar saliendo por la puerta entreabierta de la suite 4 y empuj la puerta con dedos rgidos.

—Cul de ellos es el fumador de marihuana? —inquiri Jack.

—Qu? —pregunt Richard, desorientado. Jack aspir con fuerza.

—Lo hueles?

Richard se acerc y asom a la habitacin. Ambas lmparas de estudio estaban encendidas. En una mesa haba un libro abierto de historia y un ejemplar de Heavy Metal en la otra. Carteles decoraban las paredes: la Costa del Sol, Frodo y Sam corriendo por las llanuras humeantes y resquebrajadas de Mordor en direc­cin al castillo de Sauron, Eddie Van Halen. Sobre el ejemplar abierto de Heavy Metal reposaban unos auriculares que emitan pequeos y metlicos chirridos de msica.

—Si pueden expulsarte por dejar que un amigo duerma bajo tu cama, dudo de que se limiten a darte una palmadita en el hombro por fumar marihuana —observ Jack.

—Te expulsan por ello, naturalmente. —Richard miraba el porro como hipnotizado y Jack pens que pareca ms escanda­lizado y perplejo que en cualquier otro momento de su vida, in­cluso ms que cuando Jack le haba enseado las cicatrices de las quemaduras entre sus dedos.

—Nelson House est vaca —dijo Jack.

—No seas ridculo! —La voz de Richard era aguda.

—Es cierto. —Jack indic el vestbulo con un ademn—. Somos los nicos que quedamos. Y no es posible sacar a unos treinta muchachos de un dormitorio sin que se oiga. No se han ido; han desaparecido.

—Saltado a los Territorios, supongo.

—Lo ignoro —dijo Jack—. Tal vez siguen aqu, pero a un nivel un poco diferente. Tal vez estn all. Tal vez en Cleveland. Pero aqu con nosotros no estn.

—Cierra esa puerta —dijo bruscamente Richard y, como Jack no se movi con la rapidez que l deseaba, la cerr l mismo.

—No quieres apagar el...?

—Ni siquiera puedo tocarlo —replic Richard—. S que debera denunciarlos a ambos al seor Haywood.

—Lo haras? —pregunt Jack, fascinado. Richard pareci arrepentirse.

—No... probablemente no —dijo—, pero no me gusta.

—No es ordenado —apunt Jack.

—Eso. —Los ojos de Richard centellearon detrs de sus gafas, dicindole que era eso precisamente, que haba dado en el clavo y que si no le gustaba, tendra que aguantarse. Volvi a caminar por el pasillo—. Quiero saber qu ocurre aqu —aadi— y, cre­me, voy a averiguarlo.

Esto podra ser ms peligroso para tu salud que la marihuana, Richie, muchacho, pens Jack, siguiendo a su amigo.

2

Se quedaron en la sala de estar, mirando hacia afuera. Richard seal el cuadrngulo de csped. A la luz moribunda del da, Jack vio un grupo de chicos reunidos en tomo a la estatua de bronce verdoso de Elder Thayer.

—Estn fumando! —grit, airado, Richard—. [Fumando en pleno cuadrngulo!

Jack record inmediatamente el olor de porro en el pasillo de

Richard.

—En efecto, estn fumando —dijo— y no precisamente los ci­garrillos que se sacan de una mquina.

Richard golpe el cristal con los nudillos, muy enfadado. Jack vio que ya haba olvidado la fantasmal soledad de su dormitorio, olvidado al falso entrenador vestido con chaqueta de cuero y fu­mando en cadena, olvidado la aparente aberracin mental de Jack. La expresin escandalizada de Richard deca: Cuando un grupo de chicos se renen as, fumando porros en torno a la estatua del fundador de esta escuela, es como si alguien intentara decirme que la tierra es plana o que los nmeros primos son divisibles por dos o algo igualmente absurdo.

Jack se compadeci de su amigo, pero tambin admir una actitud que deba antojarse muy reaccionaria e incluso excntrica a sus condiscpulos. Se pregunt de nuevo si Richard podra so­portar los sobresaltos que tal vez :e esperaban.

—Richard —dijo—, esos chicos no son de Thayer, verdad?

—Dios mo, desde luego te has vuelto loco, Jack. Son alumnos de ltimo curso. Los conozco a todos. Aquel que lleva esa ridicula gorra de cuero es Norrington. El del chal verde es Buckley. Veo a Garson... Littlefield... y el de la bufanda es Etheridge —enumer.

—Ests seguro de que es Etheridge?

Claro que es l! —grit Richard. De repente abri la ven­tana, la subi hasta arriba y se asom al aire fro. Jack tir de l.

—Richard, por favor, escucha...

Richard no quera escuchar. Dio la espalda a Jack y se asom al glacial crepsculo.

Eh!

No, no llames su atencin, Richard, por el amor de Dios...

Eh, muchachos! Etheridge! Norrington! Littiefield! Qu diablos hacis ah fuera?

La charla y las carcajadas se interrumpieron. El tipo que lle­vaba la bufanda de Etheridge se volvi al or la voz de Richard e inclin un poco la cabeza para mirarlos. Las luces de la biblioteca y el resplandor sombro del crepsculo invernal iluminaron su rostro. Richard se llev las manos a la boca.

La mitad derecha de la cara se pareca un poco a Etheridge... a un Etheridge mayor, a un Etheridge que haba estado en muchos lugares adonde los chicos bien educados de la escuela preparatoria no deban ir y hecho muchas cosas que los chicos bien educa­dos no deban hacer. La otra mitad era una retorcida masa de cicatrices. Una brillante media luna que poda haber sido un ojo atisbaba desde un crter de la masa carnosa que se amontonaba debajo de la frente. Pareca una canica introducida hasta el fondo de un charco de sebo medio derretido. Un nico y largo colmillo sala por la comisura izquierda de la boca.

Es su Gemelo —pens Jack con tranquila certidumbre—, es el Gemelo de Etheridge. Sern todos Gemelos? El Gemelo de Litt­iefield, el Gemelo de Norrington, el Gemelo de Buckiey, etctera, etctera? No puede ser... o s?

—Sloat! —grit aquello llamado Etheridge, dando dos pasos en direccin a Nelson House. El resplandor de los faroles de la avenida caa ahora directamente sobre su rostro desfigurado.

—Cierra la ventana —susurr Richard—, cierra la ventana. Me he equivocado, se parece a Etheridge pero no es l, quiz es su hermano mayor, quiz alguien le derram cido de batera en la cara y ahora est loco, pero no es Etheridge as que cierra la ventana Jack cirrala en se...

Abajo, aquello llamado Etheridge se acerc otro paso, sonriendo. La lengua, horriblemente larga, le caa de la boca como un bar­quillo desenrollado.

—Sloat! —grit—. Entrganos a tu pasajero!

Jack y Richard se volvieron de un salto y se miraron con ex­presin de alarma.

Un aullido tembl en la noche... porque ya era de noche; el crepsculo le haba cedido el paso.

Richard mir a Jack y por un momento Jack vio algo parecido al odio en los ojos del otro muchacho... un destello de su padre. Por qu has tenido que venir aqu, Jack? Por qu? Por qu has tenido que meterme en este lo? Por qu me has trado todas estas malditas fantasas de Seabrook Island?

Quieres que me vaya? —pregunt Jack en voz baja. Durante un segundo, la mirada de clera hostil permaneci en

los ojos de Richard, pero en seguida fue sustituida por la antigua

bondad de su amigo.

—No —dijo, pasndose las manos trmulas por los cabellos—, no, t no te irs a ninguna parte. Hay... hay perros salvajes ah fuera. Perros salvajes, Jack, en el campus de Thayer! Quiero decir... los has visto?

—S, los he visto, Richie, muchacho —respondi Jack en voz baja, mientras Richard volva a pasarse las manos por los cabellos, despeinndolos y enredndolos cada vez ms. El pulcro y ordenado amigo de Jack empezaba a parecerse un poco al primo amable y un poco loco del Pato Donald, el inventor Eugenio.

—Llamar a Boynton, de seguridad, esto es lo que debo hacer —dijo Richard—. Llamar a Boynton o a la polica urbana o...

Se elev un aullido entre los rboles del otro extremo del cua­drngulo, donde reinaba la oscuridad... un aullido tembloroso y penetrante que era casi humano. Richard mir hacia all, con la boca contrada como la de un viejo enfermo, y luego dirigi a Jack una mirada suplicante.

—Cierra la ventana, quieres, Jack? Me siento febril. Creo que me he resfriado.

—En seguida, Richard —dijo Jack, cerrndola, dejando fuera el aullido lo mejor que pudo.

captulo 32

HAZ SALIR A TU PASAJERO!

1

—Aydame con esto, Richard —gru Jack.

—No quiero mover el escritorio, Jack —dijo Richard con voz infantil y petulante. Sus ojeras oscuras eran an ms pronuncia­das ahora, despus de estar en la sala—. se no es su sitio.

Fuera, en el csped, aquel aullido reson otra vez en el aire.

La cama estaba delante de la puerta. La habitacin de Richard no pareca la misma. Richard se qued mirando a su alrededor, parpadeando; luego fue hacia su cama y tir de las mantas. Alarg una a Jack sin hablar y extendi la otra en el suelo. Se sac del bolsillo la moneda suelta y la cartera y lo dej todo con mucho orden sobre el escritorio. Entonces se acost en medio de la manta, se envolvi con ella y permaneci as en el suelo, con las gafas puestas y una expresin de angustia silenciosa en el rostro.

El silencio del exterior era denso y fantasmal, slo interrum­pido por el distante rumor de los camiones en la autopista. En Nelson House reinaba un silencio pavoroso.

—No quiero hablar de lo que hay fuera —dijo Richard—. Quie­ro olvidarlo.

—Est bien, Richard —asinti Jack—, no hablaremos de ello.

—Buenas noches, Jack.

—Buenas noches, Richard.

Richard le dirigi una sonrisa leve y muy cansada; sin em­bargo, haba en ella la suficiente cordialidad para caldear y emo­cionar el corazn de Jack.

—An me alegro de que hayas venido —dijo Richard—; ya ha­blaremos de todo esto por la maana. Estoy seguro de que en­tonces tendr ms sentido; la fiebre de ahora ya habr pasado.

Richard se volvi sobre el costado derecho y cerr los ojos. Cinco minutos despus, a pesar de la dureza del suelo, dorma profundamente.

Jack se incorpor y estuvo sentado mucho rato, mirando hacia la oscuridad. A veces vea los faros de los coches que circulaban por la avenida Springfield; otras, tanto los faros como los faroles daban la impresin de desaparecer, como si toda la Escuela Thayer se escapara de la realidad y quedase suspendida en el limbo antes de reaparecer una vez ms.

Se levantaba un poco de viento. Jack lo oa susurrar entre las ltimas hojas heladas de los rboles del patio; lo oa entre las ra­mas, que chocaban como si fueran huesos, y ulular framente en los espacios que separaban los edificios.

2

—Ese tipo se acerca —dijo Jack con voz tensa. Haba pasado apro­ximadamente una hora—. El Gemelo de Etheridge. —Queeeeee?

—No importa. Duerme. Es mejor que no le veas.

Pero Richard ya se incorporaba. Antes de que su mirada pu­diera posarse en la forma contrahecha que caminaba hacia Nelson House, el campus se la trag. Richard tuvo un profundo sobre­salto y se asust mucho.

La hiedra de Monkton Fieldhouse, que aquella misma maana era escasa pero todava de color verde plido, se haba vuelto fea y amarilla. Sloat! Entrganos a tu pasajero!

De improviso, lo nico que dese Richard fue conciliar de nuevo el sueo, dormir hasta que su gripe se hubiese curado del todo (se haba despertado con la conviccin de que deba ser la gripe, no slo un enfriamiento o un poco de fiebre, sino un autntico caso de gripe), la gripe y la fiebre que le producan unas alucina­ciones tan horrendas y retorcidas. Jams debi asomarse a aquella ventana abierta... o permitir antes que Jack entrara por ella en su habitacin. Richard pens esto y se avergonz en seguida y profundamente de s mismo.

3

Jack lunz una rpida mirada de soslayo a Richard, pero el plido semblante y los ojos saltones le sugirieron que su amigo se alejaba cada vez ms hacia el Pas Mgico de la Sobrecarga.

Aquello que estaba fuera era bajo. De pie sobre la hierba blanqueada por la escarcha, pareca un gnomo salido de debajo de un puente; sus manos de garras largas le colgaban casi hasta las rodillas. Llevaba un abrigo militar con capuchn y el nombre etheridge estarcido sobre el bolsillo izquierdo, que le penda abierto, a los lados, y debajo una camisa de franela arrugada y rota, con una mancha que poda ser sangre o vmito. Luca una rada corbata azul de reps con diminutas Es maysculas tejidas en la tela, y clavadas en ella sobresalan como grotescos alfileres de corbata dos espinas de cardo.

Slo la mitad de este nuevo rostro de Etheridge expresaba algo. Llevaba suciedad en el pelo y hojas en la ropa.

Sloat! Entrganos a tu pasajero!

Jack mir de nuevo al monstruoso Gemelo de Etheridge, cuyos ojos, que parecan vibrar en las rbitas como diapasones, le cap­taron y retuvieron. Necesit hacer un esfuerzo para desviar la vista.

—Richard! —murmur—. No lo mires a los ojos. Richard no contest; miraba con fijeza a la sonriente versin de gnomo de Etheridge con un inters trmulo y fascinado. Lleno de temor, Jack golpe con el hombro a su amigo.

—Oh —musit Richard. Agarr de pronto la mano de Jack y se la llev a la frente—. Cunta fiebre crees que tengo? —pregunt.

Jack apart la mano de la frente de Richard, que estaba un poco caliente, pero no mucho.

—Bastante —minti.

—Lo saba —dijo Richard con verdadero alivio—. Tendr que ir a la enfermera en seguida, Jack. Creo que necesito un anti­bitico.

Entrganoslo, Sloat!

Pongamos el escritorio delante de la ventana —dijo Jack.

Ests en peligro, Sloat! —grit Etheridge, sonriendo de modo tranquilizador, por lo menos la mitad derecha de su cara, ya que la izquierda continuaba siendo la de un cadver.

—Cmo puede parecerse tanto a Etheridge? —pregunt Ri­chard con una calma extraa e inquietante—. Cmo puede atra­vesar su voz el cristal con tanta claridad? Qu le pasa a su cara? —Y a continuacin formul una ltima pregunta con la voz ms aguda y con su anterior congoja, porque se trataba de una pre­gunta que de momento pareca ser la ms vital, por lo menos para Richard Sloat—: De dnde ha sacado la corbata de Etheridge, Jack?

No lo s —respondi ste. Volvemos a estar en Seabrook Island, Richie, muchacho, y creo que la bailaremos hasta que vomites.

Entrganoslo, Sloat, o entraremos a cogerlo! Aquello llamado Etheridge ense su nico colmillo en una feroz sonrisa de canbal.

Haz salir a tu pasajero, Sloat, est muerto! Est muerto y si no le haces salir pronto, lo olers cuando empiece a apestar!

Aydame a mover el condenado escritorio! —silb Jack.

—S —dijo Richard—, s, ya voy. Cambiaremos de sitio el es­critorio y despus me echar y quiz ms tarde vaya a la enfer­mera. Qu opinas, Jack? Qu te parece? Es un buen plan? —Su rostro suplicaba a Jack que dijera que era un buen plan.

—Ya veremos —respondi Jack—. Lo primero es lo primero. El escritorio. Podran lanzar piedras.

4

Poco despus, Richard empez a murmurar y gemir en sueos, pues haba vuelto a quedarse dormido. Esto era malo, pero luego le brotaron lgrimas de los ojos, lo cual fue peor.

—No puedo renunciar a l —gimi Richard con la voz llorosa y vacilante de un nio de cinco aos—. No puedo renunciar a l, necesito a pap, por favor, que alguien me diga dnde sta pap, entr en el armario empotrado pero ya no est all, necesito a pap, dime dnde est, te lo ruego...

Entr una piedra rompiendo el cristal de la ventana. Jack profiri un grito.

Rebot contra la parte trasera del escritorio y trozos de cristal volaron a derecha e izquierda del mueble colocado delante de la ventana y se hicieron trizas al caer al suelo.

Entrganos a tu pasajero, Sloat!

No puedo —gimi Richard, retorcindose debajo de la manta.

Entrganoslo! —otra voz ululante y burlona grit desde fue­ra—. Lo llevaremos de nuevo a Seabrook Island, Richard! A Seabrook Island, que es su sitio!

Otra piedra. Jack se agach instintivamente, aunque tambin sta rebot contra el escritorio. Unos perros aullaron, ladraron y gaeron.

—Nada de Seabrook Island —murmur Richard en sueos—. Dnde est mi pap? Quiero que salga de ese armario! Por fa­vor, por favor, nada de fantasas de Seabrook Island, por FAVOR...

Entonces Jack se arrodill y sacudi a Richard con todas sus fuerzas, dicindole que se despertara, que era slo un sueo, que se despertara, por el amor de Dios... Vamos, despirtate!

Por favor-por favor-por favor. —Un coro de voces roncas e inhumanas se elev fuera. Sonaban como un coro de monstruos de la Isla del doctor Moreau de Wells.

—Despierrta, despierrta, despierrta! —contest un segundo coro.

Los perros aullaban.

Volaron ms piedras, rompiendo ms cristal de la ventana, golpeando el escritorio y hacindolo tambalear.

—PAPA EST EN EL ARMARIO! —grit Richard—. PAPA, SAL, SAL, POR FAVOR, TENGO MIEDO!

—Por favor-por favor-por favor!

Despierrta-despierrta-despierrta!

Las manos de Richard se agitaban en el aire.

Las piedras seguan cayendo contra el escritorio y Jack pens que pronto lanzaran una lo bastante grande para agujerear el mue­ble barato o sencillamente volcarlo encima de ellos.

Fuera rean, chillaban y cantaban con sus horribles voces de gnomo. Los perros —manadas enteras, segn pareca ahora— aullaban y gruan.

—PAPAAAAAAAAAA...! —chill Richard con una voz estreme-cedora.

Jack le propin una bofetada.

Los ojos de Richard se abrieron de repente. Mir fijamente a Jack durante unos segundos, sin conocerle, como si el sueno le hubiese arrebatado la cordura. Luego inspir con fuerza y exhal un suspiro.

—Una pesadilla —dijo—, supongo que causada por la fiebre. Horrible. Pero no puedo recordarla con exactitud! —aadi brus­camente, como temeroso de que Jack se lo preguntara en cual­quier momento.

—Richard, quiero que salgamos de esta habitacin —dijo Jack.

—Fuera de esta...? —Richard mir a Jack como si estuviera loco—. No puedo salir, Jack. Tengo fiebre... por lo menos treinta y ocho tres, aunque podran ser treinta y ocho cuatro o cinco. No puedo...

—Tienes una dcima de fiebre como mximo, Richard —replic con calma Jack—, y es probable que ni eso...

—Estoy ardiendo! —protest Richard.

—Nos estn lanzando piedras, Richard.

—Las alucinaciones no pueden lanzar piedras, Jack —dijo Richard, como explicando un hecho sencillo pero vital a un dis­minuido psquico—. Son fantasas de Seabrook Island y...

Otra lluvia de piedras entr por la ventana.

Haz. salir a tu pasajero, Sloat!

—Vamos, Richard —dijo Jack, levantando a su amigo y con­ducindole a la puerta y al pasillo. Ahora senta una tremenda lstima de Richard... quiz no tanta como haba sentido de Lobo... pero casi.

—No... enfermo... fiebre... no puedo...

Ms piedras se estrellaron contra el escritorio, a sus espaldas.

Richard grit y se agarr a Jack como un nufrago.

Una risa cascada y salvaje desde fuera. Los perros aullaban,

luchando entre s.

Jack vio que el semblante plido de Richard palideca an ms, le vio tambalearse y reaccion en seguida, aunque no estuvo a tiempo de coger a Richard antes de que se desplomara en el umbral de Reuel Gardener.

5

Era un simple desmayo y Richard volvi en s cuando Jack le pellizc con el pulgar y el ndice a travs de la delgada tela. No quera hablar de lo que ocurra fuera; de hecho, finga ignorar de qu le hablaba Jack.

Avanzaron con cautela por el pasillo en direccin a la escalera. Jack se asom a la sala de estar y silb:

—Richard, mira esto!

Richard se asom de mala gana. La sala estaba patas acriba. Los almohadones del sof haban sido rasgados con un cuchillo. El retrato al leo de Eider Thayer, que penda de la pared opuesta, estaba desfigurado: alguien haba dibujado con rotulador unos cuernos de diablo sobre sus cabellos blancos, otro aadido un bigote bajo la nariz y un tercero rascado con una lima u otro utensilio similar un tosco falo entre sus piernas. El cristal de la vitrina de trofeos estaba destrozado.

A Jack no le gust nada la expresin de horror fascinado e incrdulo patente en el rostro de Jack. En cierto modo, si duen­des o regimientos de dragones extraterrestres hubieran invadido los pasillos y el csped habran afectado menos a Richard que esta constante erosin de la escuela Thayer que haba llegado a conocer y amar... la escuela Thayer que Richard consideraba sin duda noble y excelente, un baluarte incontestable contra un mundo en el que uno no poda confiar mucho tiempo... y en el que incluso, pens Jack, los padres no salan de los armarios donde se haban metido.

—Quin ha hecho esto? —pregunt, airado, Richard—. Esos monstruos, claro —se contest a s mismo—, han sido ellos. —Mir a Jack y una duda grande y difusa empez a dibujarse en su ros­tro—. Podran ser colombianos —dijo de repente—, podran ser colombianos y esto una especie de guerra por la droga. Se te ha ocurrido esto, Jack?

Jack tuvo que luchar contra una risa incontenible que pugnaba por salir de su garganta. sta era una explicacin que tal vez slo Richard Sloat poda haber imaginado. Eran los colombianos. Las guerrillas de la cocana haban llegado hasta la escuela Thayer de Springfield, Illinois. Elemental, mi querido Watson; este pro­blema tena una solucin del siete y medio por ciento.

—Supongo que todo es posible —dijo Jack—. Echemos una mi­rada al piso de arriba.

—Por qu, si puede saberse?

—Bueno... podramos encontrar a alguien ms —sugiri Jack. No lo crea, en realidad; era un pretexto—. Quiz haya alguien escondido, alguien normal como nosotros.

Richard mir a Jack y luego el desorden de la sala de estar y en su rostro volvi a aparecer aquella expresin de dolor, aquella mirada que deca: En realidad no quiero mirar esto pero por alguna razn parece ser lo nico que QUIERO mirar; es algo odioso y compulsivo, como morder un limn, araar una pizarra con las uas o pasar un tenedor por la porcelana de un fregadero.

Las drogas abundan en el pas —dijo en un extrao tono de sala de conferencias—. La semana pasada le un artculo en The New Rcpublic sobre la proliferacin de las drogas. Jack, todos esos chicos de ah fuera podran estar drogados! Podran estar en un trip! Podran...!

—Vamos, Richard —dijo Jack en voz baja.

—No estoy seguro de poder subir escaleras —protest Richard, con voz quejumbrosa—. Quiz tengo demasiada fiebre para subir escaleras.

—Vamos, intntalo como un deportista de Thayer —le anim Jack y continu guindole en aquella direccin.

6

Cuando llegaron al rellano del segundo piso, el sonido volvi a invadir el silencio suave y casi expectante que remaba en el interior de Nelson House.

Fuera gruan y ladraban tos perros... y daba la impresin de que ahora no eran docenas, sino centenares. Las campanas de la capilla empezaron a taer sin orden ni concierto.

Las campanas hicieron correr a los perros por la hierba como si estuvieran locos. Se atacaban, se revolcaban sobre el csped —que ya se vea lleno de malas hierbas, seco y descuidado— y mordan todo lo que tenan al alcance de sus hocicos. Jack vio a uno de ellos atacar a un olmo y a otro anzarse contra la estatua de Elmer Thayer. Cuando el hocico abierto choc con el slido bronce, brot un hilo y despus un chorro de sangre.

Jack desvi la mirada, vencido por el asco.

—Vamonos, Richard —dijo.

Richard le sigui de buen grado.

7

El segundo piso era un confuso montn de muebles derribados, ventanas rotas, puados de borra, discos que al parecer haban sido lanzados como pelotas, prendas de vestir diseminadas por doquier.

El tercer piso estaba lleno de vapor y hmedo como una selva tropical. Cuando se acercaron a la puerta marcada duchas, el calor adquiri niveles de sauna. El vapor que acababan de ver bajar por las escaleras en finas guedejas era aqu espeso y opaco.

—Qudate aqu —dijo Jack—. Esprame.

—Muy bien, Jack —respondi Richard con voz serena, levan­tando la voz para ser odo por encima del chorro de las duchas. Los cristales de sus gafas estaban empaados, pero no hizo nada para limpiarlos.

Jack empuj la puerta y entr. El calor era agobiante. La ropa le qued inmediatamente empapada de sudor y caliente humedad. La habitacin revestida de azulejos retumbaba por el fragor del agua. Los grifos de las veinte duchas estaban abiertos y las veinte haban sido inclinadas hacia una pila de prendas deportivas amon­tonadas en el centro de la habitacin. El agua se filtraba a travs de la ropa, pero con lentitud, por lo que el suelo estaba inundado. Jack se descalz y rode la habitacin, deslizndose por detrs de las duchas para mantenerse lo ms seco posible y tambin para no escaldarse: quienquiera que haba abierto los grifos no haba to­cado los del agua fra. Los cerr todos, uno tras otro. No tena ninguna razn para hacer esto, ninguna, en absoluto, y se re­proch a s mismo semejante prdida de tiempo cuando poda pensar en un sistema para salir los dos de aqu —de Nelson House y de la escuela Thayer— antes de que las cosas empeoraran.

No tena ninguna razn, pero quiz Richard no era el nico que necesitaba poner un poco de orden en este caos... poner orden y mantenerlo.

Volvi al pasillo y Richard haba desaparecido.

—Richard? —Poda or su corazn martilleando en su pecho. No hubo respuesta.

—Richard!

El olor de colonia derramada flotaba en el aire, denso y pesado.

—Richard! Dnde diablos ests?

La mano de Richard cay sobre su hombro y Jack profiri un grito.

8

—No s por qu tenas que gritar de aquel modo —dijo ms tarde Richard—. Slo era yo.

—Estoy nervioso —contest Jack con un hilo de voz. Estaban sentados en una habitacin del tercer piso pertene­ciente a un chico que tena el armonioso nombre de Albert Hum-bert. Richard le cont que Albert Humbert, que responda al apodo de Albert el Glbulo, era el chico ms grueso de la escuela y Jack lo crey en seguida; su habitacin contena una asombrosa cantidad de comida; era el cuarto de un muchacho cuya peor pesa­dilla no es ser expulsado de! equipo de baloncesto o suspender un examen de trigonometra, sino despertarse por la noche y no encontrar a mano una bolsa de palomitas o pastillas de altea o una caja de man. Gran parle de estas cosas yacan esparcidas por el suelo. El tarro de crista] que contena caramelos estaba roto, pero a Jack nunca le haban entusiasmado los caramelos.

Tambin pasaba de regaliz, que Albert el Glbulo guardaba en una caja en el estante superior del armario. Escrito en la lengeta de la caja de cartn se lea: Feliz cumpleaos, cario, de tu Mam.

Algunas mamas cariosas envan cartones de regaliz, y algunos papas cariosos envan blazers de Brooks Brothers —pens Jack-- y si hay alguna diferencia, slo Jason sabe cual es.

Encontraron la comida suficiente en el cuarto de Albert el Glbulo para prepararse un absurdo manjar: palitos de queso, rodajas de pepperoni y patatas chip. Ahora estaban terminando un paquete de galletas. Jack haba recuperado del pasillo la silla de Albert y estaba sentado junto a la ventana. Richard se haba aposentado en la cama de Albert.

—Pues s, ests nervioso —asinti Richard, moviendo la cabeza para rechazar la ltima galleta ofrecida por Jack—. Paranoico, en realidad. Esto es por dos meses en la carretera. Estars bien cuando vuelvas a casa al lado de tu madre, Jack.

—Richard —dijo Jack, tirando el paquete vaco—, no digamos ms tonteras. Has visto lo que ocurre en tu campus? Richard se humedeci los labios.

—Ya te lo he explicado —contest—. Tengo fiebre. Probable­mente no ocurre nada y si ocurre algo, son cosas perfectamente normales que mi mente est deformando o exagerando. sta es una posibilidad. La otra es... bueno... drogadictos.

Richard se inclin hacia delante sobre la cama de Albert el

Glbulo.

—No habrs hecho experimentos con drogas, verdad, Jack?

Quiero decir, mientras estabas en la carretera. —La antigua luz incisiva e inteligente volvi a encenderse de pronto en los ojos de Richard. Es una explicacin posible, una solucin posible de esta locura —decan sus ojos—. Jack se ha liado con un grupo de drogadictos y todos le han seguido hasta aqu.

—No —contest Jack, cansado—. Siempre pens en t como el maestro de la realidad, Richard. Jams cre que llegara unidla en que te vera a ti!, usar tu cerebro para tergiversar los hechos.

—Jack, eso es una tontera... y t lo sabes!

—Guerras de drogas en Springfield, Illinois? —inquin Jack—. Quin habla ahora de fantasas de Seabrook Island?

Y en aquel momento una piedra rompi la ventana de Albert Humbert, diseminando trozos de cristal por todo el suelo.

captulo 33

RICHARD EN LA OSCURIDAD

1

Richard grit y levant un brazo para protegerse la cara. Volaron

trozos de cristal.

—Hazle salir, Sloat!

Jack se levant, dominado por una clera sorda. Richard le agarr el brazo.

—Jack, no! Aprtate de la ventana!

—Maldita sea —casi rugi Jack—, estoy harto de que hablen de m como si fuera una pizza.

Aquello llamado Etheridge estaba al otro lado de la avenida, en la acera del cuadrngulo, mirndoles.

—Mrchate de aqu! —le grit Jack. Una repentina inspiracin le cruz la mente como un relmpago. Titube y despus chill—:

Os ordeno que os vayis! T y todos vosotros! Os lo ordeno en nombre de mi madre, la Reina!

Aquello llamado Etheridge se ech atrs como si alguien hu­biera usado un ltigo para marcarle la cara.

Pero en seguida la expresin de dolida sorpresa desapareci y aquello llamado Etheridge empez a sonrer.

—Est muerta, Sawyer! —grit, pero al parecer la vista de Jack se haba agudizado durante aquel tiempo en la carretera y capt la expresin de nerviosa inseguridad bajo el simulado triunfo—. La Reina Laura ha muerto y tu madre tambin ha muerto... en New Hampshire... estn muertas y apestan!

Marchaos! —vocifer Jack y tuvo la impresin de que aquello llamado Etheridge volva a retroceder, lleno de furia impotente. Richard se haba acercado a la ventana, plido y aturdido.

—De qu hablis vosotros dos? —pregunt. Mir fijamente a la grotesca figura de abajo—. Cmo sabe Etheridge que tu madre est en New Hampshire?

—Sloat! —grit aquello llamado Etheridge—. Dnde est tu corbata?

Un espasmo de culpabilidad contrajo el rostro de Richard, que se llev las manos trmulas al escote de su camisa abierta.

Lo dejaremos pasar por esta vez si haces salir a tu pasajero, Sloat! —chill aquello llamado Etheridge—. Si le haces salir, todo volver a ser como antes! Lo deseas, verdad?

Richard miraba fijamente a aquello llamado Etheridge —y Jack estaba seguro— asintiendo sin darse cuenta. Su cara expresaba desesperacin y en sus ojos brillaban unas lgrimas. Quera que todo volviera a ser como antes, oh, s.

No amas a esta escuela, Sloat? —grit hacia la ventana de Albert aquello llamado Etheridge.

—S —murmur Richard, conteniendo un sollozo—. S, claro que la amo.

—Sabes qu hacemos con los miserables que no aman a esta escuela? Entrganoslo! Ser como si no hubiera estado aqu!

Richard se volvi despacio y mir a Jack con unos ojos terri­blemente vacos.

—T decides, Richie, muchacho —dijo Jack en voz baja.

—Lleva drogas, Richard! —grit aquello llamado Etheridge—. De cuatro o cinco clases! Coca, hachs, polvo de ngel! Ha ven­dido de todo para financiar su viaje al oeste! De dnde crees que ha sacado aquel bonito abrigo que llevaba cuando apareci en tu umbral?

—Drogas —dijo Richard con grande y trmulo alivio—. Lo saba.

—Pero no te lo crees —contest Jack—. Las drogas no han cambiado tu escuela, Richard. Y los perros...

—Hazle salir, SI... —La voz de aquello llamado Etheridge se fue apagando, apagando...

Cuando los dos muchachos miraron de nuevo hacia abajo, ya

haba desaparecido.

—Adonde crees que fue tu padre? —inquiri Jack con voz tranquila—. Adonde crees que fue cuando no sali del armario,

Richard?

Richard se volvi lentamente para mirarle y entonces su ros­tro, siempre tan inteligente y sereno, empez a crisparse. El pecho se le mova con latidos irregulares y Richard cay de repente en brazos de Jack, agarrndose a l con una urgencia ciega y llena

de pnico.

M-m-eee t-tocoooo! —grit a Jack. Su cuerpo temblaba como un alambre demasiado tenso—. Me toc, me toc, algo me toc all dentro Y NO S QU FUE!

2

Con la frente febril apretada contra el hombro de Jack, Richard dio rienda suelta a la historia que haba ocultado en su interior todos estos aos. La cont a trozos pequeos y compactos, como balas deformadas. Mientras le escuchaba, Jack record el da en su propio padre haba entrado en el garaje... y regresado dos horas despus desde la esquina de la calle. Aquello fue impresio­nante, pero lo ocurrido a Richard haba sido mucho peor y ex­plicaba la frrea y obstinada insistencia de Richard en la realidad, toda la realidad y nada ms que la realidad. Explicaba su rechazo de cualquier clase de fantasa, incluso de la ciencia ficcin... y Jack saba por su propia experiencia escolar que los estudiosos como Richard solan leer vorazmente ciencia ficcin... siempre que fuera clsica y cientfica, claro, como la de Heinlein, Asimov, Arthur C. Clarke, Larry Niven; nada de las tonteras metafsicas de los Robert Silverberg y Barry Maizberg, por favor, sino aque­llas obras que dan todos los cuadrantes y logaritmos estelares hasta que te salen por las orejas. Richard, sin embargo, no. La aversin de Richard por la fantasa era tan profunda, que no coga ninguna novela a menos que se tratase -de un deber escolar;

de nio dejaba que Jack eligiera los libros que deba leer para las crticas literarias, sin importarle cules eran, y los masticaba como si fuesen el cereal del desayuno. Acab siendo un reto para Jack encontrar una novela —cualquier novela— que agradara a Richard, que distrajera a Richard, que entusiasmara a Richard como a veces le entusiasmaban a l... Pensaba que las buenas lo eran casi tanto como las fantasas y cada una trazaba su propia versin de los Territorios. Sin embargo, nunca consigui despertar en l ningn estremecimiento, ninguna chispa, ninguna reaccin. Tanto si se trataba de El pony rojo, El demonio de la pista de arrastre como de El catcher entre el centeno o Soy una leyenda, la reaccin era siempre la misma: una concentracin ceuda y aburrida, seguida de una ceuda y aburrida crtica que obtendra un suspenso o, si el profesor de ingls se senta especialmente generoso aquel da, un aprobado; los notables de Richard en ingls eran lo que le impeda figurar en la lista de honor las pocas ocasiones en que resultaba excluido.

Jack haba acabado de leer El seor de las moscas de William Golding, sintindose acalorado, fro y tembloroso, exaltado y asus­tado a la vez, deseando, como siempre que la historia era excep­cionalmente buena, que no tuviera que terminar nunca y conti­nuase para siempre, como la vida (slo que la vida era mucho ms aburrida e inspida que las novelas). Saba que Richard deba hacer una crtica, as que le dio el manoseado ejemplar de bolsillo, pensando que esta vez lo conseguira, que esta vez se producira el milagro, que Richard reaccionara ante la historia de aquellos muchachos extraviados que caan en el salvajismo. Sin embargo, Richard ley El seor de las moscas como haba ledo todas las otras novelas y escribi otra crtica que contena todo el celo y el fuego que un patlogo rutinario pone en la autopsia de la vctima de un accidente de trfico. Qu te pasa? —estall Jack, exaspe­rado—. Qu diablos tienes contra una buena novela, Richard? Y Richard le mir con estupefaccin, extraado al parecer ante la ira de Jack. Bueno, en realidad no existe una historia inventada que sea buena, o crees que s?, le contest.

Aquel da Jack se fue muy perplejo por el rechazo total de la ficcin por parte de Richard, pero ahora crea comprenderlo mejor... mejor de lo que hubiera querido, tal vez. Para Richard, la cubierta de todas las novelas le recordaba un poco la puerta de aquel armario empotrado; quiz la cubierta multicolor de cada libro de bolsillo, que ilustraba a personajes que nunca se compor­taban como seres reales, recordaba a Richard la maana en que haba Tenido Bastante Para Siempre.

3

Richard ve a su padre entrar en el armario empotrado del gran dormitorio principal y cerrar tras de s la puerta plegable. Tiene cinco aos... quiz seis... en cualquier caso, no ha cumplido los siete. Espera cinco minutos, diez, y como su padre contina dentro del armario, se asusta un poco y empieza a llamar (llama para pedir su flauta, llama para pedir su comida, llama) a su padre y cuando su padre no contesta llama en voz mas alta y se va acer­cando mas y ms al armario y por -fin, cuando han pasado quince minutos y su padre an no ha salido, Richard abre la puerta ple­gable y entra. Entra en una oscuridad de caverna.

Y ocurre algo.

Despus de empujar los speros tweeds y las suaves prendas de algodn y algunas de seda de su padre, los trajes y las chaquetas, el olor de tela y bolas de naftalina y el aire viciado del armario empieza a ser sustituido por otro olor... un aroma clido y vio­lento. Richard avanza a tientas, llamando a gritos a su padre, pensando que debe haber un incendio en el fondo del armario y su padre debe estar ardiendo en l, porque se huele a fuego... y de repente se da cuenta de que los listones de madera han desapa­recido bajo sus pies y anda sobre una tierra sucia. Extraos in­sectos negros con grupos de ojos en los extremos de largas patas

364

saltan de sus zapatillas de felpa. Pap!, grita. Los abrigos y trajes han desaparecido, el suelo ha desaparecido, pero bajo sus pies no hay nieve dura y blanca sino tierra sucia y apestosa que por lo visto es el lugar donde nacen estos insectos saltarines y desagra­dables; ni la imaginacin ms frtil del mundo llamara Narnia a este lugar. Otros gritos contestan al grito de Richard, gritos y una risa salvaje y demencial. Un viento oscuro e insensato hace girar un denso humo a su alrededor y Richard da media vuelta, avanza a trompicones por donde ha venido, con las manos exten­didas como las de un ciego, buscando frenticamente los abrigos, buscando el tufo dbil y acre de las bolas de naftalina... Y de pronto una mano se cierra en torno a su mueca. Pap?, pregunta, pero cuando mira no ve una mano humana sino algo verde y escamoso, cubierto de ventosas contorsionantes, algo verde sujeto a un brazo largo, como de goma, que se extiende en las tinieblas hacia un par de ojos amarillos y oblicuos que le miran con -franca avidez.

Chillando, se desprende y lanza a ciegas hacia la negrura... y justo cuando sus dedos vacilantes encuentran de nuevo los trajes y chaquetas deportivas de su padre, cuando oye el bendito y ra­cional sonido de los colgadores chocando entre s, aquella mano verde cubierta de ventosas vuelve a culebrear por su nuca... y desaparece.

Espera, temblando y plido como la ceniza de la vspera en una estufa fra, espera durante tres horas ante aquel maldito armario, temeroso de volver a entrar, temeroso de la mano verde y los ojos amarillos, cada vez ms seguro de que su padre est muerto. Y cuando su padre vuelve a la habitacin a las cuatro horas, no por el armario sino por la puerta que comunica el dormitorio con el pasillo del piso superior —la puerta de DETRAS de Richard—, cuando esto sucede, Richard rechaza la fantasa de una vez por todas; Richard reniega de la fantasa; Richard rehusa mencionar a la fantasa o tratar con ella o llegar a cualquier com­promiso con ella. Sencillamente, ha Tenido Bastante Para Siem­pre. Se levanta de un salto, corre hacia su padre, hacia el amado Margan Sloat, y le abraza con tanta fuerza que los brazos le dole­rn toda una semana. Margan le coge en brazos, re y le pregunta por qu est tan plido. Richard sonre y le dice que la culpa es probablemente de algo que ha comido para desayunar, pero ya se siente mejor y besa a su padre en la mejilla y aspira el querido aroma de sudor mezclado con colonia Raj. Y ms tarde aquel mismo da, coge todos sus libros de cuentos —los Pequeos Libros de Oro, los libros con ilustraciones tridimensionales, los libros de la coleccin Ya s leer, los libros del doctor Seuss, los Cuentos de Hadas para Nios y los coloca todos en una caja de cartn y baja la caja al stano y piensa: No me importara que ahora hubiera un terremoto y abriera una grieta en el suelo y se tragara todos estos libros. De hecho, sera un alivio, un alivio tan grande que me pasara riendo todo el da y casi todo el fin de semana. Esto no ocurre, pero Richard siente un gran alivio al ver los libros en­cerrados en una doble oscuridad: la oscuridad de la caja y la oscuridad del stano. Nunca vuelve a mirarlos, como tampoco vuelve a entrar en el armario de puerta plegable de su padre y, aunque a veces suea que hay algo debajo de su cama o en su armario, algo con ojos planos y amarillentos, no vuelve a pensar en aquella mano verde cubierta de ventosas hasta que se produ­cen aquellos hechos extraos en la escuela Thayer y rompe en un inslito llanto en los brazos de su amigo Jack Sawyer. Ha Tenido Bastante, Para Siempre.

4

Jack haba esperado que despus de contar la historia y una vez pasado el ataque de llanto, Richard volvera —ms o menos— a su modo de ser normal y racional. A Jack no le importaba en realidad que Richard se lo creyera todo; aunque slo se decidieran a aceptar los puntos principales de esta locura, su mente privilegiada podra ayudar a Jack a encontrar una salida... una salida del campus de Thayer, por lo menos, y de la vida de Richard antes de que ste se volviera totalmente loco.

Pero no funcion de esta manera. Cuando Jack intentaba ha­blarle —mencionarle la ocasin en que su propio padre, Phil, haba entrado en el garaje y no haba vuelto a salir de l—, Richard se negaba a escuchar. Ya haba revelado el viejo secreto de lo ocurrido aquel da en el armario (en vano, porque Richard an se aferraba obstinadamente a la idea de que haba sido una alucinacin), pero continuaba pensando que haba Tenido Bastante, Para Siempre.

Jack baj al piso inferior a la maana siguiente. Recogi todas sus cosas y las que crea que Richard poda necesitar: cepillo de dientes, libros de texto, libretas de notas, una muda limpia. Decidi que pasaran aquel da en la habitacin de Albert el Glbulo. Desde all podran vigilar el cuadrngulo y la verja de entrada. Y cuando volviera a anochecer, quiz podran escaparse.

5

Jack registr la mesa de Albert y encontr un frasco de aspirina infantil. Lo mir un momento, pensando que estos pequeos comprimidos anaranjados decan casi tanto sobre la mam del desaparecido Albert como la caja de regaliz guardada en el es­tante del armario. Agit el frasco, dej caer media docena de comprimidos y los dio a Richard, que los cogi con expresin dis­trada.

—Ven aqu y acustate —dijo Jack.

—No —contest Richard, en un tono malhumorado, angustiado e inquieto. Volvi a la ventana—. Debo hacer guardia, Jack. Si tienen que producirse estos hechos, alguien debe hacer guardia para poder escribir un informe completo destinado... a... los di­rectores. Ms tarde.

Jack pos una mano ligera sobre la frente de Richard y aunque estaba fresca —casi fra— dijo:

—Te ha subido la fiebre, Richard. Ser mejor que te acuestes hasta que la aspirina empiece a hacer efecto.

366

—Me ha subido? —Richard le mir con pattica gratitud—. De verdad?

—S, de verdad —respondi gravemente Jack—. Ven a acos­tarte.

Richard se durmi a los cinco minutos de haberse echado. Jack se sent en el silln de Albert el Glbulo, cuyo asiento tena los muelles tan tensos como el centro de su colchn. El semblante plido de Richard resplandeca como la cera a la luz creciente de la maana.

6

El da transcurri lentamente y Jack se qued dormido hacia las cuatro de la tarde. Cuando se despert, todo estaba oscuro y no' saba cunto tiempo haba dormido, slo que no haba tenido sueos, por lo cual se senta agradecido. Richard se remova, in­quieto, y Jack adivin que pronto se levantara. Se puso en pie y desperez, haciendo una mueca al notar la rigidez de su espalda. Fue a la ventana, mir hacia fuera y se qued inmvil, con los ojos muy abiertos. Su primer pensamiento fue: No quiero que Richard vea esto. No, si puedo evitarlo.

Oh, Dios mo, tenemos que salir de aqu y cuanto antes, mejor

pens, asustado—. Incluso aunque, por las razones que sean, no se atrevan a atacarnos directamente.

Sin embargo, se llevara de verdad a Richard consigo? Saba que ellos no esperaban que lo hiciera, lo saba; estaban seguros de que se negara a exponer a su amigo a ms riesgos en esta locura.

Salta, Jack-O. Tienes que saltar y lo sabes muy bien. Y debes llevar a Richard contigo porque este lugar es un infierno.

No puedo. Saltar a los Territorios volvera completamente loco a Richard.

No importa. Tienes que hacerlo. De todos modos, es lo mejor

tal vez lo nico— porque no se lo esperan.

Jack? —Richard se incorporaba. Su cara tena un aspecto extrao y desnudo sin las gafas—. Jack, se ha terminado ya? Era un sueo?

Jack se sent en la cama y rode con un brazo los hombros de Richard.

—No —respondi con voz baja y suave—, an no se ha ter­minado, Richard.

—Creo que tengo ms fiebre —anunci Richard, apartndose de Jack. Se acerc a la ventana, sosteniendo delicadamente las gafas por el extremo de una varilla, con el pulgar y el ndice de la mano derecha. Se las puso y mir afuera. Siluetas de ojos bri­llantes paseaban arriba y abajo. Permaneci all mucho rato y des­pus hizo una cosa tan impropia de l que Jack apenas pudo creerlo. Volvi a quitarse las gafas y las dej caer ex profeso. Se oy un glido crujido al romperse una de las lentes. Entonces las pis con toda la intencin, convirtiendo las lentes en vidrio pul­verizado.

Las recogi, las contempl y las tir con expresin indiferente a la papelera de Albert el Glbulo, pero no dio en el blanco por un amplio margen. Haba ahora algo terco en el rostro de Richard, algo que deca: No quiero ver nada ms, as que no ver nada ms y ya he solucionado el problema. Ya he Tenido Bastante, Para Siempre.

Mira esto —dijo con una voz sin inflexiones ni sorpresa—, he roto mis gafas. Tena otro par, pero se me rompieron en el gim­nasio hace dos semanas. Soy casi ciego sin ellas.

Jack saba que esto no era cierto, pero estaba demasiado at­nito para decir nada. No se le ocurri ninguna respuesta apropia­da para el acto radical realizado por Richard; se pareca demasia­do a una defensa desesperada contra la locura.

—Creo que la fiebre me ha aumentado —dijo Richard—. Tie­nes ms aspirinas, Jack?

Jack abri el cajn de la mesa y alarg el frasco a Richard en silencio. Richard trag seis u ocho comprimidos y volvi a acostarse.

7

A medida que la noche se haca ms densa, Richard, que prometa una y otra vez discutir su situacin, se retractaba de ello cuando Jack le apremiaba. Deca que no poda hablar de irse, que no poda discutir nada de esto, ahora no, porque le haba vuelto la fiebre y se encontraba mucho peor; era posible que ya tuviera treinta y nueve grados o tal vez ms. Necesitaba dormir,

—Richard, por el amor de Dios! —grit Jack—. Me ests tomando el pelo! Nunca habra esperado esto de ti...

—No seas tonto —dijo Richard, volviendo a caer en la cama de Albert—. Estoy enfermo, Jack. No puedes pretender que hable de todas estas locuras mientras me encuentre enfermo.

—Richard, quieres que me vaya y te deje?

Richard mir un momento a Jack por encima del hombro, par­padeando lentamente.

—No te irs —contest y volvi a quedarse dormido.

8

Alrededor de las nueve, el campus entr en un nuevo perodo de misteriosa quietud y Richard, intuyendo quiz que ahora su vaci­lante cordura sufrira menos presin, se despert y sac los pies de la cama. En las paredes haban aparecido manchas marrones y se qued mirndolas con fijeza hasta que vio acercarse a Jack.

—Me encuentro mucho mejor, Jack —se apresur a decir—, pero no servir de nada que hablemos de irnos, es oscuro y...

—Debemos irnos esta noche —contest Jack con severidad—. Ellos no tienen otro trabajo que esperarnos. Ya hay moho en las paredes y no me digas que no lo has visto.

Richard sonri con una tolerancia que casi exasper a Jack. Quera a Richard, pero podra haberle lanzado contra la pared ms cercana.

En aquel preciso momento, unos chinches largos, gruesos y blancos empezaron a entrar en el cuarto de Albert el Glbulo. Salan de las manchas marrones de la pared, como si el moho los estuviera produciendo de algn modo. Se retorcan y giraban, aso­mados a las blancas manchas, hasta que caan al suelo, desde donde empezaban a arrastrarse hacia la cama.

Jack se preguntaba ya si la vista de Richard no sera mucho peor de lo que l recordaba o si se le habra debilitado conside­rablemente desde que no le vea, cuando se dio cuenta de que su primera impresin haba sido la correcta: Richard vea muy bien. Por lo menos no tena el menor problema para atrapar los bichos gelatinosos que emergan de la pared. Grit y se apret contra Jack, frentico por el asco.

Chinches, Jack! Oh, Dios mo! Chinches! Chinches!

—No pasa nada, Richard —le consol Jack, abrazndole con una fuerza que no crea poseer—. Esperaremos a que se haga de da, te parece bien? No hay ningn problema, verdad?

Salan arrastrndose por docenas, por centenares, gruesos como gusanos gigantes y blandos como la cera. Algunos se reventaban cuando llegaban al suelo. El resto corra en direccin a ellos.

Chinches, Dios mo, tenemos que salir de aqu, tenemos que...

Gracias a Dios que este chico empieza a ver la luz —dijo Jack. Se colg la mochila del brazo izquierdo y agarr a Richard por el codo con la mano derecha. Le empuj hacia la puerta, aplas­tando a aquellos bichos blancos bajo sus zapatos. Ahora salan de las manchas marrones a millares, como en un obsceno parto mltiple que amenazaba con invadir toda la habitacin de Albert. Un gran racimo de chinches cay del techo y aterriz en el cabello y los hombros de Jack, quien se los quit de encima como pudo y sigui arrastrando hacia la puerta a Richard, que gritaba y agi­taba los brazos.

Creo que ya estamos en camino —pens Jack—. Que Dios nos ayude, creo que as es.

9

Volvan a estar en la sala de la televisin. Result que Richard tena menos idea de cmo escabullirse del campus de Thayer que el propio Jack. ste saba una cosa con claridad: no se fiara de aquel engaoso silencio y no saldra por ninguna de las puertas de Nelson House.

Mirando con atencin hacia la izquierda desde el ancho ventanal de la sala, Jack vislumbr un edificio de ladrillos de forma chata y octogonal.

—Qu es eso, Richard?

—Qu? —Richard contemplaba los viscosos torrentes de lodo que fluan por encima del cuadrngulo de csped.

—Aquel edificio pequeo y chato. Apenas puede verse desde aqu.

—Oh. Es la Estacin.

—Qu es una Estacin?

—El nombre ya no significa nada —explic Richard, sin dejar de dirigir miradas inquietas hacia el cuadrngulo empapado de lodo—. Como nuestra enfermera. Se llama la Lechera porque antes era precisamente esto y haba una planta de embotella­miento de leche que funcion hasta 1910, ms o menos. Tradicin, Jack. Es muy importante y una de las razones por las que me gusta Thayer.

Richard volvi a mirar con tristeza el fangoso campus.

—Una de las razones por las que me gustaba, quiero decir.

—La Lechera; est bien. Y por qu la Estacin? Richard empezaba a animarse bajo el influjo de las dos ideas gemelas: Thayer y Tradicin.

—Toda el rea de Springfield era una estacin de ferrocarril —dijo—. De hecho, en los viejos tiempos...

—De qu viejos tiempos hablas, Richard?

—Oh, de las dcadas de 1880 y 1890. Vers...

Richard interrumpi. Sus ojos miopes empezaron a pasearse por la habitacin, buscando ms chinches, segn dedujo Jack. No haba ninguno... por lo menos, todava no. Pero ya se advertan unas manchas plidas en las paredes. Los chinches an no haban aparecido, pero no tardaran en asomarse.

—Vamos, Richard —le apremi Jack—. Nadie ha tenido que animarte nunca para que sueltes la lengua.

Richard sonri un poco y volvi a mirar a Jack.

—Springfield fue una de las tres o cuatro mayores cabezas de carril americanas durante las dos ltimas dcadas del siglo dieci­nueve. Era geogrficamente cntrico para todos los puntos del pas. —Se llev la mano derecha a la cara, con el ndice extendido para empujar las gafas hacia arriba en un gesto de persona estu­diosa y cuando se dio cuenta de que ya no las llevaba, baj la mano, con expresin algo turbada—. De Springfield salan trenes hacia todas partes. Esta escuela existe porque Andrew Thayer vio las posibilidades; amas una fortuna en transportes por ferroca­rril, la mayora hacia la costa oeste. Fue el primero en ver el po­tencial de los transportes tanto al este como al oeste.

En la cabeza de Jack se encendi de repente una luz muy bri­llante que ba todos sus pensamientos en un potente resplandor.

—A la costa oeste? —El estmago le dio un vuelco. An no poda identificar la forma nueva que le haba indicado aquella luz brillante, pero la palabra que irrumpi en su mente era apa­sionada y difana:

El Talismn!

Has dicho la costa oeste?

—Claro que lo he dicho. —Richard mir a Jack de un modo extrao—. Jack, te ests volviendo sordo?

—No —dijo Jack. Springfield fue una de las tres o cuatro ma­yores cabezas de carril americanas...—. No, estoy muy bien. —Fue el primero en ver el potencial de los transportes hacia el oeste...

Pues tu expresin ha sido muy rara durante un minuto. Podra decirse que fue el primero en ver el potencial de trans­portar mercancas por ferrocarril a las Avanzadas.

Jack saba, saba positivamente qne Springfield era an un

punto de enlace de alguna clase, quiz todava un centro de transportes. Quiz era por esto que la magia de Morgan funcionaba tan bien aqu.

—Haba almacenes de carbn, patios de maniobra, depsitos de locomotoras, cobertizos para furgones y ms de un billn de kilmetros de rales y apartaderos —deca Richard—. Cubra toda el rea donde ahora est asentada la escuela Thayer. Con slo excavar unos metros bajo este csped, se encuentran cenizas y trozos de ral y muchas otras cosas. Sin embargo, lo nico que perdura es aquel edificio. La Estacin. Desde luego, nunca fue una verdadera estacin, es demasiado pequea, cualquiera puede apreciarlo. Era la oficina principal, donde trabajaba el jefe de Estacin y el amo del ferrocarril.

—Sabes muchas cosas a este respecto —observ Jack, hablando casi automticamente; an tena la cabeza llena de aquella luz nueva y salvaje.

—Forma parte de la tradicin de Thayer —contest Richard con sencillez.

—Para qu se usa ahora?

—Es un pequeo teatro para las producciones del Club Dra­mtico, pero el club no ha desplegado mucha actividad durante los dos ltimos aos.

—Crees que est cerrado con llave?

—Por qu habra de cerrarse con llave la Estacin? —pregunt Richard—. A menos que creas que puede haber alguien interesado en robar los decorados de una produccin de Los -fantsticos que data de 1979.

—De modo que podramos entrar?

—Creo que s, pero... por qu?

Jack seal una puerta que haba detrs de las mesas de ping-pong.

—Qu hay all?

—Mquinas vendedoras de comida. Y un horno de microondas para calentar bocadillos y platos congelados. Jack...

—Ven conmigo.

—Jack, creo que me est volviendo la fiebre —sonri dbil­mente Richard—. Quiz tendramos que esperar un rato ms. Po­dramos acomodarnos en los sofs para pasar la noche...

—Ves esas manchas marrones en las paredes? —pregunt Jack con seriedad, sealando.

—No, sin gafas no puedo verlas!

—Pues estn ah y dentro de una hora esos chinches blancos empezarn a salir de...

—Est bien —contest Richard a toda prisa.

10

Las mquinas que vendan comida apestaban.

Jack tuvo la impresin de que todo cuanto contenan estaba podrido. Un moho azul recubra las galletas de queso, las patatas y las tiras de tocino. Regueros de helado derretido salan por los intersticios de la mquina que venda helados de todas clases.

Jack arrastr a Richard hasta la ventana. Miraron hacia fuera.

Desde aqu se vea muy bien La Estacin. Ms all haba la cadena que serva de valla y la carretera que conduca a la salida del campus.

—Estaremos fuera en pocos segundos —murmur Jack. Abri la ventana y la subi.

Esta escuela existe porque Andrew Thayer vio las posibilida­des... Ves t las posibilidades, Jack-0? Crea que tal vez s.

—Hay fuera algunas de esas personas? —pregunt Richard, muy nervioso.

—No —respondi Jack despus de echar una fugaz mirada. En realidad ya no importaba que estuvieran all.

Una de las tres o cuatro mayores cabezas de ral americanas... una fortuna en transportes por ferrocarril... la mayora a la Costa Oeste... fue el primero en ver el potencial del transporte hacia el Oeste... Oeste... Oeste...

Por la ventana se introdujo una mezcla de aroma de pleamar y hedor de basuras. Jack puso un pie en el alfizar y alarg la mano a Richard.

—Vamos —dijo.

Richard retrocedi, con la cara larga y crispada por el terror.

—Jack... No s...

—Este lugar se est derrumbando —dijo Jack— y muy pronto rebosar de chinches. Vamonos. Alguien me ver con el pie en el alfizar y perderemos la ocasin de escabullimos de aqu como un par de ratones.

—No comprendo nada de todo esto! —gimi Richard—. No comprendo qu diablos ocurre aqu!

—Cllate y ven —apremi Jack—. O te dejar solo, Richard. Te juro por Dios que lo har. Te quiero, pero mi madre se muere. Te dejar y tendrs que apaarte solo.

Richard mir a Jack y vio en su cara —aunque no llevaba gafas— que hablaba en serio. Le cogi la mano.

—Dios mo, estoy aterrado —murmur.

—Pues ya eres miembro del club —dijo Jack y salt. Sus pies aterrizaron en el hmedo csped un segundo despus. Richard salt a su lado.

—Vamos a cruzar el prado hasta la Estacin —susurr Jack—. Calculo que son unos cincuenta metros. Entraremos si no est cerrada con llave y nos ocultaremos junto a la fachada que da a Nelson House si lo est. En cuanto estemos seguros de que nadie nos ha visto y de que el lugar est tranquilo...

—Corremos hacia la valla.

—Exacto. O quiz tendremos que saltar, pero no hablemos de eso ahora. Y hacia ila carretera. Tengo la impresin de que si logramos salir del recinto de la escuela, todo ir bien. Cuando nos hayamos alejado medio kilmetro por la carretera, miraremos por encima del hombro y quiz veremos las luces encendidas como siempre en los dormitorios y en la biblioteca, Richard.

—Esto sera magnfico —dijo Richard con un alivio conmo­vedor.

—De acuerdo. Listo?

—Supongo que s —contest Richard.

—Corre hacia la Estacin. Inmovilzate contra la pared de este lado. En cuclillas, para que te oculten esos arbustos. Los ves?

—S.

—Est bien... vamos!

Echaron a correr desde Nelson House y se dirigieron a la Es­tacin uno al lado del otro.

11

Estaban a menos de medio camino, formando con su aliento nubes de vapor blanco, dejando huellas en el fangoso terreno, cuando las campanas de la capilla empezaron a repicar con un sonido estridente y desagradable. Un coro de aullidos de los perros con­test a las campanas.

Volvieron todos los falsos prefectos. Jack alarg la mano hacia Richard y la encontr buscando la suya. Se la cogieron con fuerza.

Richard grit e intent llevarle hacia la izquierda, apretando tanto la mano de Jack que los huesos le crujieron. Un lobo blanco y flaco, un director de la Junta de Lobos, sali de detrs de la Estacin y ech a correr hacia ellos. Jack pens que era el an­ciano de la limusina. Siguieron otros lobos y perros... y entonces Jack comprendi con toda certeza que algunos de ellos no eran perros, sino muchachos medio transformados, y tambin adultos... profesores, seguramente.

—Seor Dufrey! —chill Richard, sealando con su mano libre (Vaya, ves bastante bien para haber perdido las gafas, Richie, muchacho, pens Jack sin venir a cuento)—. Seor Dufrey! Oh, Dios mo, es el seor Dufrey! Seor Dufrey! Seor Dufrey!

As vio Jack por primera y nica vez al director de la escuela Thayer, un anciano minsculo de cabellos blancos, una gran nariz ganchuda y el cuerpo marchito y peludo de un mono de organillero. Corra de cuatro patas con los perros y los muchachos, tocado absurdamente con un capirote que se tambaleaba sobre su cabeza pero de algn modo se mantena en su lugar. Sonri a Jack y a Richard, con una lengua larga, colgante y amarillenta por la ni­cotina que le divida la boca en dos.

—Seor Dufrey! Oh, Dios mo! Oh, Dios mo! Seor Dufrey! Seor Du...!

Arrastraba a Jack cada vez con ms fuerza hacia la izquierda. Jack era ms corpulento, pero Richard estaba dominado por el pnico. Las explosiones hendan el aire y el ftido olor de basura era cada vez ms denso. Jack poda or'el chasquido de las salpi­caduras de 'lodo. El lobo blanco que conduca a la manada estaba acortando la distancia y Richard intentaba aumentarla dirigin­dose hacia la valla, lo cual era correcto, pero tambin equivocado porque tenan que dirigirse a la Estacin, no a la valla. Aqul era el lugar, aqul era el lugar porque haba sido una de las tres o cuatro cabezas de ral ms importantes de todo Estados Unidos, porque Andrew Thayer haba sido el primero en ver el potencial de los transportes al oeste, porque Andrew Thayer haba visto aquel potencial y ahora l, Jack Sawyer, tambin lo vea. Todo esto no era ms que intuicin, claro, pero Jack haba llegado a creer que, en estas cuestiones universales, su intuicin era lo nico en que poda confiar.

—Suelta a tu pasajero, Sloat! —farfullaba Dufrey—. Suelta a tu pasajero, es demasiado guapito para ti!

Pero, qu es un pasajero?, pens Jack en aquellos ltimos se­gundos, mientras Richard intentaba tercamente desviar a ambos de su camino y Jack tiraba de l, hacia el grupo mixto de perros, muchachos y profesores que corran detrs del gran lobo blanco, hacia la Estacin. Yo te dir qu es un pasajero: un hombre que viaja. Y dnde empieza a viajar un pasajero? Pues en una es­tacin...

Jack, nos morder! —chill Richard.

El lobo adelant a Dufrey y salt hacia ellos con las mand­bulas abiertas como una trampa. A sus espaldas se produjo un fragor sordo y Nelson House se parti en dos como un meln podrido.

Ahora era Jack quien apretaba los dedos de Richard hasta ha­cerlos crujir, los apretaba ms y ms mientras resonaba en la noche el loco taido de las campanas y la alumbraban las bombas de gasolina y los cohetes.

—Agrrate! —grit—. Agrrate, Richard, que ya llegamos! Tuvo tiempo de pensar: Ahora la situacin se ha invertido:

ahora Richard es el rebao y mi pasajero. Que Dios nos ayude a

los dos.

—Jack, qu sucede? —chill Richard—. Qu haces? Detente! DETENTE, DETEN...!

Richard segua vociferando, pero Jack ya no le oa. De repente, triunfalmente, aquella sensacin de abrumadora fatalidad se des­vaneci y su cerebro se llen de luz; de luz y de un aire dulce y puro; un aire tan puro que se poda oler el rbano que un hombre arrancaba de su huerto a un kilmetro de distancia. De improviso Jack tuvo la impresin de que poda elevarse y cruzar de un salto el cuadrngulo... o volar, como aquellos hombres que llevaban alas sujetas a la espalda.

Oh, la luz y el aire puro reemplazaron al horrible hedor de basura y tuvo la sensacin de cruzar espacios vacos y oscuros y por un momento todo en l pareci claro y lleno de resplan­dor; por un momento todo fueron arcos iris, arcos iris, arcos iris.

As salt Jack Sawyer de nuevo a los Territorios, esta vez mien­tras corra por el campus deteriorado de la escuela Thayer, con el sonido de campanas destempladas y perros furiosos retum­bando en el aire.

Y esta vez arrastr consigo a Richard, el hijo de Morgan Sloat.

interludio

SLOAT EN ESTE MUNDO / ORRIS EN LOS TERRITORIOS (III)

Poco despus de las siete de la maana del da que sigui al salto de Jack y Richard desde Thayer, Morgan Sloat se detuvo junto al bordillo ante la verja principal de la escuela Thayer. Aparc en un espacio marcado por el letrero: slo invlidos. Sloat le lanz una mirada indiferente, se meti la mano en el bolsillo, sac una ampolla de cocana y us una pequea parte. En pocos mo­mentos el mundo pareci ganar en color y vitalidad. Era una sus­tancia maravillosa. Se pregunt si podra cultivarse en los Terri­torios y si seria ms potente en ellos.

El propio Gardener haba despertado a Sloat en su casa de Beverly Hills a las dos de la madrugada para contarle lo ocurrido;

era medianoche en Springfield. La voz de Gardener temblaba. Era evidente que le aterraba provocar la clera de Morgan y que estaba furioso de no haber podido alcanzar a Jack Sawyer por menos de una hora.

—Ese muchacho... ese muchacho malo, malo...

Sloat no slo no se encoleriz sino que permaneci muy tran­quilo. Experiment una especie de predestinacin, inspirada, a su juicio, por aquella otra parte de l, la que llamaba su persona­lidad de Orris.

—Calma —recomend—. Ir hacia all lo antes posible. Qu­dese ah y espere, muchacho.

Interrumpi la comunicacin antes de que Gardener pudiera aadir algo y volvi a acostarse en la cama. Cruz las manos sobre el estmago y cerr los ojos. Hubo un momento de ingravidez... slo un momento... y entonces tuvo una sensacin de movimiento debajo de l. Oy el crujido de tirantes de cuero, el gemido y ruido sordo de toscos muelles de hierro y las maldiciones del cochero.

Y abri los ojos como Morgan de Orris.

Como siempre, su primera reaccin fue de puro deleite; en comparacin con esto, la cocana era aspirina infantil. Su pecho se haba estrechado y su peso, disminuido. Los latidos cardacos de Morgan Sloat oscilaban entre ochenta y cinco por minuto y ciento veinte cuando se enfureca; los de Orris rebasaban rara­mente los sesenta y cinco. La vista de Morgan Sloat le haba sido graduada en 20/20, pero Morgan de Orris vea mejor. Era capaz de ver y seguir el curso de cada grieta en el costado de la dili­gencia, y poda maravillarse de la finura de las cortinas de malla que ondeaban en las ventanillas. La cocana haba embotado su nariz y su sentido del olfato, pero la nariz de Orris estaba total­mente despejada y poda oler el polvo, la tierra y el aire con una fidelidad perfecta; era como si percibiera y apreciara cada mo­lcula.

Detrs de l haba dejado una cama de matrimonio vaca que an conservaba la forma de su fornido cuerpo. Aqu se hallaba sentado en un banco mejor acolchado que el asiento de cualquier Rolls-Royce, viajando en direccin oeste hacia el final de las Avanzadas, a un lugar llamado Estacin de las Avanzadas, para ver a un hombre llamado Anders. Saba estas cosas y saba con exac­titud dnde se encontraba porque Orris continuaba presente en su cabeza, hablndole como puede hablar el lado derecho del cerebro al izquierdo racional durante las fantasas, con una voz baja pero perfectamente clara. Sloat haba hablado a Orris en este mismo tono en las pocas ocasiones en que Orris haba emigrado a lo que Jack ya consideraba como los Territorios Americanos. Cuando uno emigraba y entraba en el cuerpo del propio Gemelo, el resultado era una especie de posesin benigna. Sloat haba ledo acerca de casos ms violentos de posesin y aunque el tema no le interesaba demasiado, sospechaba que los pobres desgraciados vctimas de semejante afliccin haban sido posedos por viajeros dementes de otros mundos... o quiz era el mundo americano en s lo que los haba enloquecido. Esto ltimo pareca ms posible y no caba duda de que haba preocupado al pobre Orris las dos o tres pri­meras veces que haba dado el salto, aunque la intensa emocin disminua su terror.

La diligencia dio un gran tumbo; en las Avanzadas, uno deba aceptar los caminos tal como estaban y agradecer su presencia. Orris se removi en el asiento, con punzadas de dolor en el pie de­forme.

—Arri, malditos! —murmur arriba el cochero, haciendo res­tallar el ltigo—. Adelante, hijos de putas muertas! Arri!

Sloat sonri por el placer de estar aqu, aunque slo era para unos breves momentos. Ya saba lo que necesitaba saber; la voz de Orris se lo haba comunicado. La diligencia llegara a la Es­tacin de las Avanzadas —escuela Thayer en el otro mundo— mucho antes de la maana. Era posible que pudiera cogerlos all si se haban entretenido; de lo contrario, las Tierras Arrasadas los esperaban. Le dola y enfureca que Richard estuviera con el mo­coso Sawyer, pero si se impona hacer un sacrificio... bueno, Orris haba perdido a su hijo y sobrevivido.

Lo que haba mantenido vivo a Jack tanto tiempo era el exas­perante hecho de su naturaleza nica; cuando el chico saltaba a un lugar, siempre lo haca en un lugar anlogo al que abandonaba. Sloat, en cambio, siempre iba a parar adonde se encontraba Orris, que poda estar a kilmetros de distancia de donde nece­sitaba ir... como en este caso, por ejemplo. Haba tenido suerte en el rea de descanso, pero Sawyer an haba sido ms afortu­nado.

—Tu suerte se terminar muy pronto, amiguito —dijo Orris. La diligencia dio otro gran tumbo. Orris hizo una mueca y luego sonri. Por lo menos, la situacin se simplificaba a medida que la confrontacin final adquira implicaciones ms amplias y pro­fundas.

Basta.

Cerr los ojos y cruz los brazos. Durante un momento sinti otra punzada de dolor en el pie deforme... y cuando abri los ojos, Sloat estaba mirando el techo de su apartamento. Como siempre, hubo un instante en que los kilos de ms le pesaron con desa­gradable fuerza y su corazn reaccion con un latido doble y una aceleracin.

Se levant entonces y llam a Jets Comerciales de la Costa Oeste. Setenta minutos ms tarde abandonaba Los Angeles. El brusco despegue casi vertical del Lear le hizo sentir lo mismo de siempre: como si le hubieran atado un soplete al culo. Aterrizaron en Springfield a las cinco cincuenta, hora central, justo cuando Orris estara acercndose a la Estacin de las Avanzadas en los Territorios. Sloat haba alquilado un coche de Hertz y aqu estaba. Viajar en Estados Unidos tena sus ventajas.

Se ape del coche y, justo cuando los timbres matutinos em­pezaban a sonar, entr en el campus de la escuela Thayer que su hijo haba abandonado haca tan poco tiempo.

Todo era la esencia de una maana normal en la escuela. La msica de la capilla entonaba un cntico matutino, algo clsico pero no del todo reconocible, que sonaba un poco como el Te Deum, pero no lo era. Unos estudiantes pasaron por el lado de Sloat mientras se dirigan al comedor o a sus ejercicios de la maana. Quiz estaban un poco ms silenciosos de lo habitual y todos ofrecan el mismo aspecto, plido y algo aturdido, como si hubieran compartido un sueo inquietante.

Lo cual era cierto, pens Sloat. Se detuvo un momento delante de Nelson House, contemplndola con expresin pensativa. Igno­raban lo fundamentalmente irreales que eran todos, como lo son todos los seres que viven cerca de los lugares fronterizos entre dos mundos. Camin hacia un lado del edificio y observ a un empleado que recoga cristales rotos esparcidos por el suelo como diamantes falsos. Por encima de su espalda encorvada, Sloat poda ver la sala de estar de Nelson House, donde un Albert el Glbulo extraamente tranquilo vea una pelcula de Bugs Bunny.

Sloat empez a caminar hacia la Estacin, pensando en la pri­mera vez que Orris haba saltado a este mundo. Pens en aquel tiempo con una nostalgia que, si uno se paraba a analizarlo, era francamente grotesca; despus de todo, haba estado a punto de morir. Ambos haban estado a punto de morir. Pero aquello fue en mitad de los aos cincuenta y ahora l tena cincuenta y cinco... lo cual significaba una gran diferencia.

Volva de la oficina y el sol se pona en la neblina de Los Angeles, tindola de matices morados y amarillos sucios; esto suceda en los tiempos en que la niebla de Los Angeles an no haba empezado a espesarse. Iba por Sunset Boulevard y contem­plaba un cartel que anunciaba un nuevo disco de Peggy Lee cuando una oleada de frialdad en su mente, como si un manantial bro­tara de improviso en su subconsciente, derramando algo extrao y fantasmal que pareca... pareca... (semen)

...bueno, no saba con exactitud qu pareca, excepto que en seguida haba adquirido calor y conciencia y tuvo el tiempo justo de comprender que se trataba de l, Orris, antes de que todo se sumiera en la confusin, como si una puerta secreta hubiese girado sobre sus goznes —una librera en un lado, una cmoda Chippen-dale en el otro, ambas en perfecta armona con el ambiente de la habitacin— y vio a Orris sentado ante el volante de un Ford puntiagudo de 1952, Orris vistiendo el traje cruzado marrn y la corbata John Penske, Orris llevndose la mano a la ingle, no por dolor sino por una curiosidad ligeramente asqueada. Orris, natu­ralmente, no haba llevado nunca calzoncillos.

Recordaba que hubo un momento en que el Ford casi se subi a la acera y entonces Morgan Sloat —que ahora era la mente se­cundaria— se haba encargado de aquella parte de la operacin y Orris haba quedado libre para seguir su camino, admirndolo todo con ojos muy abiertos, casi medio loco de alegra. Y lo que quedaba de Morgan Sloat tambin estaba encantado, encantado como el hombre que ensea por primera vez su nuevo hogar a un amigo y ve que a su amigo le gusta tanto como a l mismo.

Orris entr en un bar para automovilistas y, despus de ma­nosear torpemente los billetes desconocidos de Morgan, pidi una hamburguesa, patatas fritas y un batido espeso de chocolate, enu­merando sus preferencias con facilidad, porque brotaban de aquella mente secundaria como brota el agua de un manantial. El primer mordisco de Orris a la hamburguesa fue vacilante... pero engull el resto en un santiamn, con la misma velocidad con que Lobo engullera su primer bocadillo doble. Se llen la boca de patatas con una mano mientras sintonizaba una emisora en la radio con la otra, eligiendo un delicioso popurr de jazz y Perry Como y antiguos y rtmicos blues. Succion todo el batido y entonces pidi otra racin de todo.

Cuando estaba a la mitad de la segunda hamburguesa —Orris, y con l Sloat— empez a sentir nuseas. De pronto, las cebollas fritas le parecieron demasiado fuertes, demasiado grasicntas; de pronto, el olor de los gases de escape se extendi por doquier. Los brazos empezaron a picarle con rabia. Se quit la chaqueta (el segundo batido, que era de moca, se volc, salpicando de helado el asiento del Ford) y se mir los brazos. Ya los tena casi cubiertos de feas manchas rojas con centros rojos. El estmago le dio un vuelco, se asom a la ventanilla y mientras vomitaba en la bandeja sujeta a la puerta, sinti que Orris hua de l, volviendo a su propio mundo...

—Puedo ayudarle, seor?

—Hummmm? —Sobresaltado en su ensoacin, Sloat mir en su torno. Un muchacho alto y rubio, de evidente distincin, se encontraba all cerca. Vesta como un estudiante, con un impecable blazer azul de franela encima de una camisa abierta y un par de Levis descoloridos.

Se apart el pelo de los ojos, que tenan una expresin atur­dida y soadora.

—Soy Etheridge, seor. Quiz pueda ayudarle. Parece usted... perdido.

Sloat sonri. Estuvo a punto de decir —pero no lo dijo—: No, el que parece perdido eres t, amigo mo. Todo iba bien. El mo­coso Sawyer continuaba en libertad, pero Sloat saba adonde se diriga y esto significaba que Jacky"estaba encadenado. La cadena era invisible, pero segua siendo una cadena.

—Perdido en el pasado, esto es todo —respondi—. En los viejos tiempos. No soy un intruso aqu, seor Etheridge, si es esto lo que le preocupa. Mi hijo es un estudiante, Richard Sloat.

Los ojos de Etheridge se tornaron ms soadores durante un momento... desorientados y perplejos. De pronto se animaron.

—Richard, claro! —exclam.

—Subir a ver al director. Slo quera dar un vistazo antes de ir.

—Muy bien. —Etheridge consult su reloj—. Tengo trabajo en el comedor esta maana, de modo que si est seguro de encon­trarse bien...

—Muy seguro.

Etheridge asinti con la cabeza, le dedic una sonrisa vaga y se alej.

Sloat le sigui con la mirada y entonces examin el terreno entre su posicin y Nelson House. Se fij de nuevo en la ventana rota; haba sido un tiro certero. Era probable —ms que proba­ble— que los dos chicos hubieran emigrado a los Territorios desde algn punto situado entre Nelson House y este edificio octogonal de ladrillo. Si quera, poda seguirlos; entrar —la puerta no tena cerradura— y desaparecer. Y reaparecer dondequiera que el cuer­po de Orris estuviese en este momento. Tena que ser cerca; quiz incluso frente a la Estacin. Era una tontera emigrar a un punto que en la geografa de los Territorios poda estar a doscientos kilmetros del lugar apetecido y sin otro medio de cubrir la dis­tancia que una carreta o, an peor, lo que su padre llamaba las propias patas.

Seguramente los chicos haban continuado andando hacia las Tierras Arrasadas y si as era, las Tierras Arrasadas daran buena cuenta de ellos. Y el Gemelo de Sol Gardener, Osmond, sera ms que capaz de sacar toda la informacin que Anders conoca. Os­mond y su horrible hijo. No haba necesidad de emigrar.

Slo tal vez para echar un vistazo. Por el placer y la diversin de ser nuevamente Orris, aunque fuera por unos pocos segundos.

Y para asegurarse, claro. Toda su vida, desde la infancia en adelante, haba sido un ejercicio de seguridad.

Mir a su alrededor para cerciorarse de que Etheridge no se haba demorado y entonces abri la puerta de la Estacin y

entr.

Ola a rancio, a oscuridad y a una increble nostalgia... el olor del maquillaje pasado y de la lona. Por un momento tuvo la insen­sata idea de que haba hecho algo an ms increble que emigrar;

viajar a travs del tiempo hasta los das en que an no se haba graduado y l y Phil Sawyer eran unos estudiantes locos por el

teatro.

Entonces sus ojos se adaptaron a la penumbra y vio los deco­rados desconocidos y casi ridculos: un busto en yeso de Pallas para la produccin de El cuervo, una extravagante jaula dorada, una librera llena de libros falsos y record que tena ante s el pretexto de la escuela Thayer para un pequeo teatro.

Se detuvo un momento, respirando profundamente en medio del polvo, y dirigi una mirada hacia un polvoriento rayo de sol que entraba a travs de una estrecha ventana. La luz tembl y su color dorado se intensific de repente, adquiriendo el tono de una luz de lmpara. Estaba en los Territorios. Como por ensalmo, ya estaba en los Territorios. Sinti una momentnea y emocional exaltacin ante la rapidez del cambio. En genera] se produca una pausa y haba la sensacin de resbalar de un lugar a otro, intervalo que pareca guardar una proporcin directa con la distancia que separaba los cuerpos fsicos de sus dos personalidades, Sloat y Orris. En una ocasin, cuando emigr desde Japn, donde haba negociado un trato con los hermanos Shaw para una novela terro­rfica sobre estrellas de Hollywood amenazadas por una ninja enloquecida, la pausa se haba prolongado tanto, que haba temido perderse para siempre en el purgatorio vaco y sin sentido exis­tente entre los mundos. Pero esta vez estaban cerca... muy cerca! Como en las escasas ocasiones, pens

{Orris pens)

en que un hombre y una mujer alcanzan el orgasmo en el mismo instante y mueren juntos en el sexo.

El olor de lona y pintura seca fue sustituido por el aroma ligero y agradable del aceite de lmparas de los Territorios. El de la lmpara que estaba sobre la mesa se funda emanando oscuras membranas de humo. A su izquierda se hallaba otra mesa con platos toscos en los que se congelaban los restos de una comida. Tres platos.

Orris se acerc, arrastrando un poco su pie deforme, como siempre. Inclin uno de los platos y la luz de la lmpara form un tornasol en la grasa solidificada. Quin comi de este plato? Fue Anders, Jasan o Richard... el muchacho que tambin habra sido Rushton si mi hijo hubiese vivido?

Rushton se ahog mientras nadaba en un estanque no lejos de la Casa Grande. Haban ido de excursin. Orris y su esposa be­bieron bastante vino. El sol quemaba. El nio, muy pequeo, es­taba dormido. Orris y su esposa hicieron el amor y se durmieron a su vez al agradable calor del sol vespertino. Orris se sobresalt al or los gritos del nio. Rushton se haba despertado y bajado hasta el agua, donde camin y flot un poco, moviendo las piernas, sin asustarse a pesar de que ya no poda tocar el fondo. Orris fue cojeando a la orilla, se zambull y nad todo lo de prisa que pudo hasta donde se haba hundido el nio. Fue su pie, su maldito pie, lo que le retras e impidi salvar la vida de su hijo. Cuando lleg a su lado, logr agarrarlo por los pelos y arrastrarlo hasta la ori­lla... pero para entonces Rushton ya estaba azul y muerto.

Margaret se quit la vida menos de seis semanas despus.

Siete meses ms tarde, el hijo de Morgan Sloat estuvo a punto de ahogarse en la piscina de la Asociacin de Jvenes Cristianos de Westwood durante una clase de remo. Le sacaron del agua tan azul y muerto como Rushton... pero el guarda le aplic la tcnica del boca a boca y Richard Sloat se salv.

Dios da en sus clavos, pens Orris y en aquel instante un pro­fundo ronquido le hizo volver la cabeza.

Anders, el guarda de la estacin, yaca en un rincn sobre su camastro, con la manta subida de cualquier modo hasta cubrir sus calzones. Una jarra de barro estaba volcada cerca de l; gran parte del vino que contena se haba derramado, empapndole el pelo.

Volvi a roncar y gimi como si tuviera una pesadilla.

Ninguna pesadilla puede ser tan mala como ser tu futuro, pens Orris con expresin sombra. Se acerc ms, haciendo on­dear su capa y mir a Anders sin ninguna piedad.

Sloat era capaz de planear un asesinato, pero siempre haba sido Orris quien haba emigrado una y otra vez para perpetrar el acto. Fue Orris en el cuerpo de Sloat quien intent ahogar al lac­tante Jack Sawyer con una almohada mientras un locutor comen­taba un combate de boxeo en la habitacin contigua, Orris quien dirigi el asesinato de Phil Sawyer en Utah (y tambin el asesi­nato de su Gemelo, el prncipe plebeyo Philip Sawtelle, en los Territorios).

A Sloat le gustaba la sangre, pero ltimamente era alrgico a ella como lo era Orris a la comida y el aire americanos. Era Morgan de Orris, en un tiempo apodado Morgan el de la Pata Coja, quien haba ejectalo los actos planeados por Sloat.

Mi hijo muri; el suyo todava vive. El hijo de Sawtelle muri;

el de Sawyer todava vive. Pero estas cosas pueden remediarse. Sern remediadas. No tendrs tu Talismn, amiguito. Los dos re­cibiris una versin radiactiva de Oatley; ambos debis una muerte a los platillos de la balanza. Dios da en sus clavos.

Y si Dios no lo hace, podis estar seguros de que lo har yo —dijo en voz alta.

El hombre que yaca en el suelo volvi a gemir, como si lo hubiera odo. Orris dio un paso ms hacia l, quiz con inten­cin de despertarle a puntapis, y de pronto lade la cabeza. Oy ruido de cascos en la distancia, el dbil crujido y el tintineo de los arneses y los roncos gritos de los conductores.

Deba ser Osmond. Muy bien. Osmond se encargara de este asunto; l no tena gran inters en interrogar a un hombre con resaca cuyas contestaciones conoca de antemano.

Orris coje hasta la puerta, la abri y contempl el magnfico amanecer de los Territorios, teido de color melocotn. De esta direccin —la del amanecer— procedan los sonidos de los jinetes que se aproximaban. Se permiti a s mismo absorber un momento aquel hermoso resplandor y luego se volvi de nuevo hacia el oeste, donde el cielo tena an el color de una magulladura re­ciente. La tierra estaba a oscuras... excepto donde el primer rayo el sol rebotaba .en un par de brillantes lneas paralelas.

Muchachos, os dirigs hacia vuestras muertes, pens Orris con satisfaccin... Y de pronto se le ocurri una idea que an le caus una satisfaccin mayor: sus muertes ya podran haberse pro­ducido.

—Bien —dijo Orris, cerrando los ojos.

Un momento despus, Morgan Sloat agarraba la manecilla de la puerta del pequeo teatro de la escuela Thayer, volviendo a abrir los ojos y planeando su viaje de regreso a la costa oeste.

Quiz es hora de viajar un poco por el sendero de los recuer­dos —pens—. A una ciudad de California llamada Point Venuti. Primero, tal vez, un viaje al este —una visita a la Reina— y luego...

—La brisa marina —dijo al busto de Pallas— me sentar bien. Se agach y cruz el umbral, oli otra vez el trasquilo que llevaba en el bolsillo (apenas notando ahora los olores de la lona y el maquillaje) y, refrescado de este modo, camin colina abajo hacia su coche.

CUARTA PARTE

El Talismn

captulo 34

ANDERS

1

Jack se dio cuenta de repente de que, aunque segua corriendo, corra por el aire, como un personaje de tira cmica que tiene tiempo de una sorprendida y tarda reaccin antes de caer seis­cientos metros en picado. Pero no eran seiscientos metros. Tuvo tiempo —el tiempo justo— de comprender que la tierra firme haba desaparecido y entonces cay casi dos metros, sin dejar de correr. Se tambale y podra haberse mantenido en pie si Richard no se hubiera cado encima de l, arrastrndole en sus tumbos.

Cuidado, Jack! —gritaba Richard, quien por lo visto no estaba interesado en seguir su propio consejo, porque tena los ojos fir­memente cerrados—. Cuidado con el lobo! Cuidado con el seor Dufrey! Cuidado con...!

Basta, Richard! —Aquellos gritos entrecortados le asusta­ban ms que cualquier otra cosa. Richard pareca loco, completa­mente loco—. (Cllate, todo va bien! Se han ido!

Cuidado, Jack! Cuidado, Jack! Cuidado, cuidado...! Jack!

Richard, se han ido\ Mira a tu alrededor, por el amor de Jason! —Jack no haba tenido ocasin de hacerlo, pero saba que lo haban conseguido: el aire era todava tranquilo y dulce y la noche silenciosa excepto por una leve brisa agradablemente c­lida.

Cuidado, Jack! Cuidado, Jack! Cuidado, cuidado...! Como un eco maligno dentro de la cabeza, oy el coro de los

muchachos-perros frente a Nelson House: Despierrta, despierrta,

despierrta! Porfavor, porfavor, porfavor!

Cuidado, Jack! —gimi Richard. Tena la cara apretada con­tra la tierra y pareca un musulmn muy ferviente decidido a hacer las paces con Al—. CUIDADO! EL LOBO! LOS PREFEC­TOS! EL DIRECTOR! CUIDA...!

Lleno de pnico ante la idea de que Richard estuviera efecti­vamente loco, Jack levant la cabeza de su amigo, agarrndole por el cuello, y le propin una bofetada.

Las palabras de Richard se interrumpieron en seco. Se qued mirando a Jack con la boca abierta y ste vio la forma de su propia mano marcndose en la mejilla plida de Richard, un leve tatuaje de color rojo. Su vergenza cedi el paso a la urgente curiosidad de saber exactamente dnde se encontraban. Haba

luz; de lo contrario no habra podido ver aquella marca.

Una respuesta parcial a la pregunta surgi de s mismo; era

cierto e indiscutible... por lo menos en apariencia. Las Avanzadas, Jack-O. Ahora ests en las Avanzadas. Pero antes de que pudiera reflexionar sobre ello, tena que

intentar tranquilizar a Richard.

—Ests bien, Richie?

ste miraba a Jack con una expresin de dolida sorpresa.

—Me has pegado, Jack.

—Te he abofeteado. Es lo que conviene hacer con las personas histricas.

—Yo no estaba histrico! No he estado histrico en mi vi... —Richard se interrumpi y se puso en pie de un salto, mirando con angustia a su alrededor—. El lobo! Debemos protegemos del lobo, Jack! Si podemos llegar al otro lado de la valla, no nos coger!

Habra echado a correr en la oscuridad en aquel mismo mo­mento hacia una valla de alambre y metal que ahora estaba en otro mundo si Jack no le hubiese retenido, agarrndole del brazo.

—El lobo ya no est, Richard.

—Qu?

—Lo hemos conseguido.

—De qu ests hablando...?

—De los Territorios, Richard! Estamos en los Territorios! Hemos dado el salto! —Y casi me has arrancado el brazo, incr­dulo, pens Jack, frotndose el hombro dolorido. La prxima vez que intente traer a alguien, buscar a un nio de verdad, que an crea en el pap Noel y en el conejillo de Pascua.

Esto es ridculo —dijo lentamente Richard—. Los Territorios no existen, Jack.

—Si no existen —replic Jack—, cmo es que aquel lobo gran­de y blanco ya no te muerde el trasero? O tu maldito director?

Richard mir a Jack, abri la boca para decir algo y volvi a cerrarla. Mir a su alrededor, esta vez con un poco ms de aten­cin (o as lo esperaba Jack). Jack le imit, disfrutando del calor y la diafanidad del aire. Morgan y su pandilla de serpientes podan llegar en cualquier momento, pero en este instante era imposible no sentir el placer puro y sensual de estar nuevamente aqu.

Se hallaban en un campo de hierba alta y amarillenta que tena unas espigas barbudas —no era trigo, pero algo semejante; un cereal comestible, desde luego— y se extendan en todas direccio­nes. La brisa templada la meca, formando unas olas misteriosas y muy bellas. A la derecha, sobre una toma, se levantaba un edificio de madera iluminado por una linterna sujeta a una estaca; den­tro de la linterna arda una llama amarilla casi demasiado intensa para mirarla directamente. Jack se fij en que el edificio era oc­togonal. Los dos muchachos haban entrado en los Territorios al borde del crculo de luz de aquella linterna... y al otro lado haba algo, algo metlico que refractaba la luz, proyectando cortos deste­llos. Jack gui los ojos ante el dbil resplandor plateado... y entonces lo comprendi y sinti algo que no fue tanto extraeza como la impresin de una esperanza cumplida; fue como si dos grandes piezas de un rompecabezas, una en los territorios ameri­canos y la otra aqu, acabaran de colocarse en su sitio.

Eran rales. Y aunque resultaba imposible ver la direccin en la oscuridad, Jack crea saber hacia dnde se dirigan aquellos rales:

Hacia el Oeste.

2

—Vamos —dijo Jack.

—No quiero ir all —contest Richard.

—Por qu no?

—Pasan cosas demasiado raras. —Richard se humedeci los labios—. Podra haber cualquier cosa en el interior de ese edificio. Perros. Gente chalada. —Volvi a humedecerse los labios—. Chinches.

—Ya te he dicho que ahora estamos en los Territorios. Aquella locura se ha desvanecido; aqu todo es puro. Diablos, Richard, es que no lo hueles?

Los Territorios no existen —repiti Richard con voz dbil.

—Mira a tu alrededor.

—No —se obstin Richard, con la voz todava ms dbil, la voz de un nio terco y exasperante.

Jack arranc un puado de la hierba peluda.

—Mira esto!

Richard volvi la cabeza y Jack tuvo que reprimir el impulso de sacudirle.

En lugar de esto, tir la hierba, cont mentalmente hasta diez y empez a subir por la pendiente. Se mir y vio que ahora llevaba una especie de zahones de cuero. Richard vesta casi igual que l, con un pauelo rojo anudado al cuello que pareca sacado de un cuadro de Frederick Remington. Jack se toc el cuello y comprob que l tambin lo llevaba. Se palp el cuerpo y descubri que el abrigo maravillosamente clido de Myles P. Kiger era ahora una especie de sarape mexicano. Apuesto algo a que parezco un anun­cio de Taco Bell, pens, divertido.

Una expresin de pnico extremo se dibuj en la cara de Ri­chard al ver a Jack subir la loma, dejndole solo.

—Adonde vas?

Jack mir a Richard y volvi sobre sus pasos. Puso las manos en los hombros de Richard y le mir a los ojos.

—No podemos quedamos aqu —explic—. Algunos de ellos deben habernos visto desaparecer. Es posible que no puedan se­guirnos y tambin es posible que puedan hacerlo, no lo s. Lo nico que s acerca de las leyes que gobiernan todo esto es lo mis­mo que sabe un nio de cinco aos sobre el magnetismo y todo cuanto sabe del tema un nio de cinco aos es que a veces los imanes se atraen y otras se repelen. Sin embargo, de momento no necesito saber nada ms. Tenemos que irnos de aqu. Fin de la historia.

—Estoy soando todo esto. S que es un sueo. Jack indic el destartalado edificio de madera.

—Puedes venir o puedes quedarte aqu. Si prefieres quedarte, te vendr a buscar cuando haya examinado el interior.

—Nada de todo esto sucede de verdad —dijo Richard. Sus ojos sin gafas estaban muy abiertos y parecan planos y algo turbios. Mir un momento hacia el cielo negro de los Territorios, cuajado de estrellas desconocidas, se estremeci y desvi la vista—. Tengo fiebre. Es la gripe. Ha habido muchos casos de gripe. Estoy de­lirando y t eres un personaje de mi delirio, Jack.

—Bueno, mandar a alguien al Sindicato de Actores de Delirio para recibir la tarjeta de socio en cuanto tenga ocasin —dijo Jack—, pero mientras tanto, por qu no te quedas aqu tranquilo, Richard? Si nada de esto sucede de verdad, no tienes por qu preocuparte.

Volvi a subir la cuesta, pensando que bastaran unas cuantas conversaciones ms con Richard del estilo de Alicia toma el t para convencerse de que l tambin estaba loco.

Estaba a media pendiente cuando Richard le alcanz.

—Habra bajado a buscarte —dijo Jack.

—Ya lo s —contest Richard—, pero he pensado que era mejor venir contigo. Por lo menos, mientras todo esto sea un sueo.

—Bueno, no abras el pico si hay alguien arriba —recomend Jack—. Creo que s, me ha parecido ver a una persona mirndome desde aquella ventana.

—Qu vas a hacer? —pregunt Richard. Jack sonri.

—Tocar de odo, Richie, muchacho —respondi—. Esto es lo que he estado haciendo desde que abandon New Hampshire. To­car de odo.

3

Llegaron al porche. Richard se agarr al hombro de Jack con toda la fuerza de su pnico y Jack se volvi hacia l, fastidiado; se estaba cansando de los agarrones patentados de Richard.

—Qu pasa? —pregunt.

—Es un sueo, no cabe duda —dijo Richard—, y puedo pro­barlo.

—Cmo?

—Ya no hablamos en ingls, Jack! Hablamos en otra lengua y ala perfeccin, pero no es ingls!

S —respondi Jack—. Es extrao, verdad?

Subi los escalones, dejando a Richard con la boca abierta.

4

A los pocos momentos Richard se recobr y subi los escalones detrs de Jack. Los listones de madera estaban gastados, sueltos y resquebrajados; entre ellos crecan tallos de aquella hierba barbuda. Los dos muchachos oan en la oscuridad el sooliento zumbido de los insectos —no era el grito chilln de los grillos, sino un sonido ms dulce—; haba muchas cosas ms dulces a este lado, pens Jack.

Pasaron ante la linterna exterior y sus sombras se les adelan­taron en el porche, formando ngulos rectos cuando llegaron a la puerta. Encima de sta penda un letrero viejo y descolorido. Jack crey por un momento que estaba escrito en extraas letras cir­licas, tan indescifrables como si fuera ruso, pero de pronto las reco­noci y la palabra no fue ninguna sorpresa: estacin.

Jack levant la mano para llamar, pero entonces mene la ca­beza. No, no llamara. No se trataba de una vivienda particular;

el letrero deca estacin y l asociaba esta palabra con edificios pblicos: lugares donde se esperaba a los autocares Greyhound y a los trenes Amtrak, zonas de carga para los camiones.

Empuj la puerta y una luz acogedora y una voz decididamente hostil resonaron juntas en el porche.

Mrchate, demonio! —chill la voz destemplada—. Vete, me ir por la maana! Lo juro! Mrchate! Jur que. me ira y me ir, as que ahora lrgate... lrgate y djame en paz!

Jack frunci el ceo y Richard abri la boca. La habitacin estaba limpia pero era muy vieja. Los listones estaban tan gasta­dos que las paredes parecan onduladas. En una de ellas penda el grabado de una diligencia que pareca grande como un balle­nero. Un mostrador muy antiguo, cuya superficie se vea casi tan rizada como las paredes, divida la habitacin por el centro. De­trs de l, en la pared del fondo, colgaba una pizarra en la que haba dos columnas de horarios, una encabezada por llegada postas y la otra por salida postas. Mirando el antiguo mostrador, Jack adivin que haca mucho tiempo que no se facilitaba infor­macin en esta pizarra; pens que si alguien intentaba escribir en ella con un trozo de yeso, caera partida en pedazos sobre el gastado pavimento.

En un lado del mostrador haba el reloj de arena ms grande que Jack haba visto en su vida; tena el tamao de un magnum de champaa y estaba lleno de arena verde.

Djame en paz, quieres? He prometido que me marchar y cumplir mi palabra! Por -favor, Morgan! Ten piedad! Lo he prometido y, si no me crees, entra en- el cobertizo! El tren est preparado, juro que est preparado!

Hubo muchos ms graznidos en la misma vena. El hombre viejo y fornido que los profera estaba acurrucado en la esquina del lado derecho de la habitacin. Jack adivin que deba medir dos metros como mnimo; incluso en su servil postura actual, el bajo techo de la Estacin slo sobrepasaba a su cabeza en diez centmetros escasos. Poda tener setenta aos o tal vez ochenta bien conservados. Una nivea barba le empezaba bajo los ojos y caa en cascada de finas guedejas sobre su pecho. Tena los hom­bros anchos, aunque ahora estaban tan encogidos que daban la impresin de que alguien los haba roto al obligarle a cargar gran­des pesos en el curso de muchos aos. Profundas patas de gallo surcaban la piel que rodeaba sus ojos y grandes arrugas ondula­ban su frente. La tez era de un amarillo creo. Llevaba un tonelete blanco recamado con hilos de color escarlata y era evidente que estaba muy asustado. Blanda un palo grueso, pero sin ninguna autoridad.

Jack se volvi a mirar a Richard cuando el viejo mencion el nombre del padre de ste, pero Richard no se hallaba en situacin de advertir pequeos detalles como aqul.

—No soy el que piensas —dijo Jack, avanzando hacia el an­ciano.

Mrchate! —grit este ltimo—. No me engaars! Incluso el demonio puede adoptar una cara agradable! Mrchate! Yo tambin me ir! Est listo y me ir a primera hora de la maana! Dije que me ira y lo cumplir, pero ahora mrchate, por favor!

La mochila era ahora un morral que colgaba del brazo de Jack. Cuando el muchacho lleg hasta el mostrador, rebusc dentro del morral, apartando a un lado el espejo y los nudosos palos de di­nero. Cerr los dedos en tomo a lo que quera y lo sac; era la moneda que el capitn Farren le haba dado haca tanto tiempo, la moneda con la Reina en una cara y el grifn en la otra. La puso con gran cuidado sobre el mostrador y la luz suave de la estancia ilumin el bello perfil de Laura DeLoessian, que nuevamente le impresion por su gran similitud con el perfil de su madre. Se parecan tanto al principio? O quiz ocurre que veo ms el pareci­do a medida que pienso ms en ellas? O estar acercndolas de al­guna manera, fundindolas en una sota persona?

El anciano se acurruc todava ms al ver a Jack aproximarse al mostrador; empez a dar la impresin de que acabara atrave­sando la pared trasera del edificio. Sus palabras volvieron a fluir en un galimatas histrico. Cuando Jack golpe el mostrador con la moneda como el malo de una pelcula del Oeste exigiendo un trago, el galimatas ces y el viejo mir fijamente la moneda con los ojos muy abiertos y las comisuras, hmedas de saliva, tem­blando de emocin. Los ojos agrandados se alzaron hasta la cara de Jack, vindola realmente por primera vez.

—Jason —susurr con voz trmula, desprovista de la dbil inso­lencia anterior, temblando ahora no de miedo, sino de respeto—. Jason!

—No —dijo Jack—, mi nombre es... —Entonces se detuvo, com­prendiendo que la palabra que pronunciara en este extrao len­guaje no sera Jack sino...

Jason! —grit el anciano, cayendo de rodillas—. Jason, has venido! Has venido y todo ir bien, todo ir bien, todo ir bien, todo ir bien, todas las cosas irn bien!

—Oye —protest Jack—, oye, yo no...

Jason! Jason ha venido y la Reina sanar, s, y todas las cosas irn bien!

Jack, menos preparado para afrontar esta llorosa adoracin que los truculentos y aterrados discursos del guarda de la estacin, se volvi hacia Richard... pero ste no poda prestarle ayuda. Se haba acostado en el suelo, a la izquierda de la puerta, y o bien estaba dormido o haca una buena imitacin del sueo.

—Oh, mierda —gimi Jack.

El anciano, de rodillas, murmuraba y lloraba. La situacin de­generaba con rapidez de lo meramente ridculo en lo csmicamente cmico. Jack encontr la parte del mostrador que poda alzarse y pas al otro lado.

—Levntate, servidor bueno y fiel —dijo. Se pregunt vaga­mente si Jesucristo o Buda habran tenido problemas como ste—. Ponte en pie, amigo.

Jasan! Jason! —solloz el anciano. Su melena blanca oscu­reci los pies calzados con sandalias de Jack cuando se inclin para besrselos... no con besos pequeos, no, sino con besos rui­dosos y fuertes. Jack empez a emitir una risita entre dientes, sin saber qu hacer. Haba logrado salir de Illinois y aqu estaban en una destartalada estacin en el centro de un gran campo de un cereal que no era trigo, en algn punto de las Avanzadas, y Ri­chard dorma junto a la puerta y este extrao viejo le besaba los pies, hacindole cosquillas con la barba.

Levntate! —grit, riendo entre dientes. Trat de retroceder, pero tropez con el mostrador—. Levntate, oh, buen servidor! {Ponte sobre tus malditos pies, ya es suficiente!

Jason! Un beso! Todo ir bien! Un beso, otro beso!

Y todas las cosas irn bien —pens Jack tontamente, riendo mientras el viejo le besaba los dedos de los pies—. No saba que lean a Robert Burns aqu en los Territorios, pero supongo que as es...

Un beso y otro y otro.

Oh, basta. No puedo soportarlo ms.

LEVNTATE! —grit con todas sus fuerzas y por fin el an­ciano se puso en pie, temblando, llorando, incapaz de mirar a los ojos de Jack. Sin embargo, sus enormes hombros se haban ende­rezado un poco, haban perdido aquella postura humillante, y Jack se alegraba de ello.

5

Pas una hora larga antes de que Jack consiguiera entablar una conversacin coherente con el anciano. Empezaban a hablar, y entonces Anders, que era un lacayo de oficio, se enzarzaba en otro de sus galimatas en tomo a Oh, Jason, mi Jason, eres grande y Jack tena que calmarle a toda prisa... sobre todo antes de que volviera a besarle los pies. A pesar de todo, a Jack le gustaba el anciano y le comprenda. Para comprenderle slo tena que imagi­nar los propios sentimientos si Jess o Buda aparecieran de re­pente en el garaje local o en la cola para el almuerzo en la escuela. Y tena que reconocer un hecho claro y real: en parte, no estaba del todo sorprendido por la actitud de Anders. Aunque se senta Jack, poco a poco se iba sintiendo cada vez ms... el otro.

Pero el otro haba muerto.

Esto era verdad; no poda negarse. Jason haba muerto y era probable que Morgan de Orris hubiera tenido algo que ver con su muerte. Pero los tipos como Jason saban cmo volver, no?

Jack no consider perdido el tiempo que Anders tard en hablar porque le permiti asegurarse de que Richard no estaba fingiendo y dorma de verdad. Esto era bueno porque Anders tena mucho que decir sobre Morgan.

En un tiempo, dijo, esta estacin haba sido la ltima del mundo conocido y ostentaba el eufnico nombre de Estacin de las Avanzadas. Una vez rebasada la estacin, aadi, el mundo se converta en un lugar monstruoso.

—Monstruoso en qu sentido? —pregunt Jack.

—Lo ignoro —respondi Anders, encendiendo su pipa. Mir hacia la oscuridad y su rostro se entristeci—. Existen historias acerca de las Tierras Arrasadas, pero cada una es diferente de las dems y siempre empiezan ms o menos as: Conozco a un hombre que conoci a un hombre que se perdi durante tres das en las Tierras Arrasadas y dijo... Pero nunca he odo una historia que empiece por: Me perd durante tres das al borde de las Tierras Arrasadas y digo... Ves la diferencia, mi seor Jason?

—La veo —contest lentamente Jack. Las Tierras Arrasadas. Slo el sonido del nombre le erizaba el vello de los brazos y el cogote—. Entonces, nadie sabe cmo son?

—No con seguridad —dijo Anders—, pero si una cuarta parte de lo que he odo es cierta...

—Qu has odo?

—Que hay cosas tan monstruosas, que los horrores de las minas de Orris parecen casi normales. Que bolas de fuego ruedan por las colinas y lugares desiertos, dejando atrs largas huellas ne­gras... que son negras durante el da pero que, segn cuentan, res­plandecen por la noche. Y si un hombre se acerca demasiado a una de esas bolas de fuego, se pone muy enfermo. Pierde el cabello y le salen llagas por todo el cuerpo; despus empieza a vomitar y, si empeora, que es lo ms corriente, vomita y vomita hasta que el estmago y la garganta se le revienta y...

Anders se levant.

—Seor! Por qu miras de este modo? Has visto algo en la ventana? Has visto un fantasma en esos malditos rales...?

Anders dirigi una mirada delirante hacia la ventana.

Envenenamiento por radiacin —pens Jack—. l no lo sabe, pero ha descrito los sntomas exactos del envenenamiento por radiacin.

Los dos haban estudiado las armas nucleares y las consecuen­cias de exponerse a la radiacin en una conferencia sobre fsica el ao anterior, porque su madre se interesaba por el movimiento antinuclear y el movimiento en contra de la proliferacin de plan­tas nucleares y Jack haba escuchado con mucha atencin.

Qu bien encajaba en la idea general de las Tierras Arrasadas el envenenamiento por radiacin! Y entonces comprendi otra cosa: era en el oeste donde se haban llevado a cabo las primeras pruebas, donde el prototipo de la bomba de Hiroshima haba sido colgado de una torre y hecho explotar, donde gran nmero de suburbios habitados solamente por maniques de unos almacenes haban sido destruidos para que el ejrcito tuviera una idea ms o menos aproximada del dao que poda causar una explosin nu­clear. Y al final haban vuelto a Utah y Nevada, dos de los ltimos territorios americanos autnticos, para reanudar las pruebas sub­terrneas. Saba que el gobierno posea una gran extensin de aquellos vastos desiertos, de aquellos montes, mesetas y terrenos baldos, y que en ellos no slo hacan experimentos con bombas.

Cunta desolacin de esta clase traera Sloat consigo a los Territorios si la Reina mora? Cunta haba trado ya? Sera esta cabeza de ral una parte del sistema de transporte a em­plear?

—No tienes buen aspecto, mi seor, te lo aseguro. Tu cara est blanca como el yeso, te juro que es la verdad!

—Estoy muy bien —dijo Jack—. Sintate y prosigue la historia. Y enciende tu pipa, que se ha apagado.

Anders se sac la pipa de la boca, la volvi a encender y mir de Jack a la ventana y de nuevo a Jack... y ahora en su rostro no slo se reflejaba la tristeza, sino el terror.

—Sin embargo, creo que pronto sabr si estas historias son ciertas.

—Por qu razn?

—Porque maana al amanecer salgo hacia las Tierras Arrasa­das —respondi Anders—. He de cruzarlas conduciendo esa m­quina demonaca de Morgan de Orris que hay en aquel cobertizo y transportando Dios sabe qu clase de horrible mercanca.

Jack le mir con fijeza; el corazn le palpitaba de tal modo, que la sangre le zumbaba en la cabeza.

—Hacia dnde? Muy lejos? Hasta el ocano? La gran ex­tensin de agua?

Anders asinti con lentitud.

—S —contest—, hasta el agua. Y... —Baj la voz hasta que slo fue un dbil susurro y sus ojos miraron de reojo las ventanas oscuras, como si temiera que algo sin nombre acechase fuera para or sus palabras.

—Y all Morgan ir a recibirme y trasladaremos su mercanca.

—Adonde? —pregunt Jack.

—Al hotel negro —concluy Anders con voz baja y temblorosa.

6

Jack sinti de nuevo la necesidad de prorrumpir en una carcajada nerviosa. El hotel negro... sonaba como el ttulo de una novela de misterio barata. Y no obstante... y no obstante... todo esto haba empezado en un hotel, no? El Alhambra de New Hampshire, en la costa atlntica. Habra otro hotel, quiz otro hotel Victoria­no monstruoso y an ms destartalado en la costa del Pacfico? Sera all donde terminara su larga y extraa aventura? En un lugar anlogo al Alhambra, contiguo a un vulgar parque de atrac­ciones? Esta idea resultaba muy convincente y de un modo extrao pero preciso pareca incluso encajar en aquel sistema de Gemelos y personalidades dobles...

—Por qu me miras as, mi seor?

Anders pareca agitado y nervioso. Jack desvi rpidamente la vista.

—Lo siento —dijo—. Estaba pensando. Sonri para tranquilizarle y el lacayo le correspondi con una sonrisa tmida.

—Y me gustara que dejaras de llamarme as.

—Llamarte cmo, mi seor?

—Pues eso, mi seor.

—Mi seor? —Anders pareci perplejo. No repeta las palabras de Jack sino que peda una clarificacin. Jack intuy que si inten­taba seguir con este tema, acabaran hacindose un lo.

—No importa —dijo y se inclin hacia delante—. Quiero que me lo cuentes todo. Puedes hacerlo?

—Lo intentar, mi seor —contest Anders.

7

Sus palabras fueron vacilantes al principio. Era un hombre soltero que haba pasado toda su vida en las Avanzadas y no estaba acos­tumbrado a hablar mucho. Ahora le haba ordenado hablar un muchacho a quien consideraba como mnimo un personaje de la realeza y quiz incluso alguien parecido a un dios. Poco a poco, sin embargo, sus palabras empezaron a tener ms fluidez y hacia el final de su relato, que no fue muy concluyente pero s tremen­damente interesante, habl casi con precipitacin. Jack no tuvo ninguna dificultad en seguir la historia a pesar del acento del hombre, que en su mente no cesaba de traducir a una especie de lenguaje gutural semejante al de Robert Burns.

Anders conoca a Morgan porque Morgan era, sencillamente, Seor de las Avanzadas. Su verdadero ttulo, Morgan de Orris, no era muy noble, pero en la prctica ambos venan a ser lo mismo. Orris era el acantonamiento ms oriental de las Avanzadas y la nica parte realmente organizada de aquella extensa llanura, go­bernada por Orris de un modo tan total y completo, que su go­bierno apenas se dejaba sentir en el resto de las Avanzadas. Ade­ms, los Lobos malos haban empezado a gravitar hacia Morgan en los quince ltimos aos. Al principio, esto no signific mucho, porque haba muy pocos Lobos malos (la palabra empleada por Anders sonaba un poco como rabiosos a los odos de Jack). Sin embargo, en los ltimos aos su nmero haba ido en aumento y Anders dijo que haba odo rumores de que, desde que la Reina haba cado enferma, ms de la mitad de la tribu de pastores haba contrado la enfermedad. Anders aadi que no eran stos los nicos seres que estaban a las rdenes de Morgan de Orris; haba otros an peores de los que se deca que podan volver loco a un hombre con una sola mirada.

—Jack pens en Elroy, el monstruo del bar Oatley, y se estre­meci.

—Tiene un nombre esta parte de las Avanzadas donde nos encontramos ahora? —pregunt a Anders.

—Qu, mi seor?

—Si tiene un nombre.

—Uno verdadero, no, mi seor, pero he odo llamarla Ellis-Breaks.

—Ellis-Breaks —repiti Jack. Un mapa de !a geografa de los Territorios, vago y seguramente incorrecto, empez por fin a formarse en la mente de Jack. Haba los Territorios, que corres­pondan al este de Estados Unidos; las Avanzadas, que correspon­dan al medio oeste y a las grandes llanuras (Ellis-Breaks? Illinois? Nebraska?); y las Tierras Arrasadas, que correspon­dan al oeste americano.

Mir a Anders tan larga y fijamente que al final el lacayo empez a removerse, inquieto.

—Lo siento —dijo Jack—, contina.

Anders explic que su padre haba sido el ltimo conductor de diligencias que viajaba al este desde la Estacin de las Avan­zadas. Anders haba sido su ayudante. Sin embargo, aadi, en aquellos tiempos existan grandes confusiones y tumultos en el este y, aunque la guerra haba concluido con la coronacin de la Buena Reina Laura, las rebeliones no haban cesado desde enton­ces, trasladndose siempre un poco ms hacia el este desde las rebeldes y baldas Tierras Arrasadas. Algunos aseguraban que el mal se haba iniciado en la punta extrema del oeste.

—No estoy seguro de comprenderte —dijo Jack, aunque en el fondo crea lo contrario.

—Donde termina la tierra —precis Anders—, en la orilla de la gran agua, adonde yo me dirijo.

En otras palabras, se haba iniciado en el mismo lugar de donde proceda mi padre... mi padre, yo, Richard... y Morgn. El viejo Sloat.

Los disturbios, agreg Anders, haban llegado a las Avanzadas y ahora la tribu de los Lobos estaba podrida en parte, nadie saba hasta qu punto, aunque el lacayo dijo a Jack que acabaran pu­drindose todos si el mal no era atajado sin tardanza. Las rebe­liones haban llegado hasta aqu y ahora incluso al mismo este, donde, segn haba odo decir, la Reina yaca enferma y prxima a la muerte.

—Esto no es cierto, verdad, mi seor? —pregunt... casi su­plic Anders. Jack le mir.

—Acaso debo conocer la respuesta a esta pregunta? —inquiri.

—Claro —respondi Anders—. No eres su hijo?

Durante un momento, Jack tuvo la impresin de que el mundo entero se detena. El dulce zumbido de los insectos enmudeci. Richard pareci hacer una pausa entre dos profundas y lentas inspiraciones.

Incluso su propio corazn pareci detenerse... quiz ms que todo lo otro.

Entonces, con la voz perfectamente normal, contest:

—S... soy su hijo. Y es cierto... est muy enferma.

—Pero, moribunda? —insisti Anders, con la mirada supli­cante—. Se est muriendo, mi seor? Jack esboz una sonrisa y dijo:

—Esto ya lo veremos.

8

Anders dijo que hasta que comenzaron los disturbios, Morgan de Orris era el seor de un estado fronterizo a quien pocos co­nocan y nada ms; haba heredado su ttulo de opereta de su padre, un sucio y maloliente bufn, el hazmerrer de todos mien­tras vivi y cmico hasta en su modo de morirse.

—Se le soltaron los intestinos despus de un da de beber vino de melocotn y muri de diarrea.

La gente estaba dispuesta a convertir en otro bufn al hijo del anciano borracho, pero las risas enmudecieron poco despus de que empezaran las ejecuciones en Orris. Y cuando se iniciaron los disturbios en los aos posteriores a la muerte del viejo Rey, Morgan creci en importancia como se eleva en el cielo una estrella de mal agero.

Todo esto significaba muy poco en este lejano rincn de las Avanzadas; estos grandes espacios vacos, dijo Anders, hacan parecer insignificante la poltica. Lo nico que marc una di­ferencia real para ellos fue el mortfero cambio en la tribu de los Lobos, y como la mayora de los Lobos malos se fueron al Otro Lugar, ni siquiera esto alter mucho su vida (Nos fastidia poco, mi seor, fue lo que los odos de Jack parecieron captar).

Entonces, poco despus de que la noticia de la enfermedad de la Reina llegara a este remoto lugar del oeste, Morgan envi al este a un gran nmero de los grotescos y retorcidos esclavos de las minas; cuidaban de estos esclavos Lobos secuestrados y otras criaturas an ms extraas. Su capataz era un hombre terrible que empuaba un ltigo; haba estado aqu casi constantemente cuando empez el trabajo, pero luego desapareci. Anders, que haba pa­sado la mayor parte de aquellas terribles semanas y meses agaza­pado en su casa, que estaba a unos ocho kilmetros al sur de aqu, se alegr mucho de su marcha. Haba odo rumores de que Mor­gan haba llamado al este al hombre del ltigo, pues la situacin en aquellos lugares se encontraba en un punto de mxima ten­sin; Anders ignoraba si esto era cierto y no le importaba. Sim­plemente, se alegr de la marcha de aquel hombre, que a veces iba acompaado por un chico pequeo muy flaco, de aspecto ho­rroroso.

—Su nombre —exigi Jack—. Cul era su nombre?

—No lo s, mi seor. Los Lobos le llamaban El de los Ltigos. Los esclavos le daban el nombre de demonio y yo dira que ambas partes tenan razn.

—Vesta con elegancia? Levitas de terciopelo? Zapatos con hebillas sobre el empeine, tal vez? Anders asinti.

—Ola mucho a perfume?

—S, s, en efecto!

—Y el ltigo tena colas de cuero rematadas por puntas de metal.

—As es, mi seor. Un ltigo maligno. Y l era muy diestro usndolo, ya lo creo que s.

Era Osmond. Era Sol Gardener. Estaba aqu, dirigiendo algn proyecto para Morgan... Entonces la Reina cay enferma y Os­mond fue llamado de nuevo al palacio de verano, donde tuve el gusto de conocerle.

Y su hijo? —pregunt Jack—. Cmo era su hijo?

—Flaco —contest despacio Anders—, con un ojo tuerto. No recuerdo nada ms. Seor... el hijo del Hombre del Ltigo era difcil de ver. Los Lobos parecan temerle ms que a su padre, aunque el hijo no llevaba ltigo. Decan que era oscuro.

Oscuro —repiti Jack.

—S. Es su palabra para designar a uno difcil de ver, por muy fijamente que se mire. La invisibilidad es imposible —dicen los Lobos—, pero uno puede volverse oscuro si conoce el truco. La mayora de Lobos lo conocen y este pequeo hijo de puta tam­bin. As que slo recuerdo de l que tena un ojo ciego y que era feo y negro como un pecado sifiltico.

Anders hizo una pausa.

—Le gustaba atormentar a los seres pequeos. Sola llevarlos bajo el porche y yo oa los chillidos ms horribles... —Anders se estremeci—. ste fue uno de los motivos por los que no sala de casa; no me gusta or chillar a los animales torturados. Me produce una sensacin terrible, de verdad.

Todo cuanto deca Anders planteaba cien nuevas preguntas a la mente de Anders. Le habra gustado escuchar en especial todo lo que Anders saba sobre los Lobos; slo orlos mencionar des­pertaba en l de modo simultneo placer y una profunda y do-lorosa nostalgia de su Lobo.

Pero el tiempo apremiaba; este hombre tena orden de salir por la maana hacia el oeste, a las Tierras Arrasadas; en cualquier momento poaia irrumpir desde lo que el lacayo llamaba el Otro Lugar una horda de estudiantes dementes conducidos por el pro­pio Morgan y Richard poda despertarse y preguntar quin era este Morgan del cual hablaban y quin era este chico oscuro, el chico oscuro que recordaba sospechosamente al muchacho que ocupaba la habitacin contigua en Nelson House.

—Vino esta chusma —murmur Jack— y Osmond era su ca­pataz... por lo menos hasta que le llamaron o cuando tena que ir a dirigir las devociones vespertinas en Indiana...

—Mi seor? —El rostro de Anders volva a expresar perple­jidad.

—Vinieron y... qu construyeron? —Estaba seguro de conocer la respuesta, pero quera orla de labios de Anders.

—Los rales, naturalmente —respondi Anders—, los rales que van al oeste, a las Tierras Arrasadas. Los rales por los que he de viajar maana.

Se estremeci.

—No —dijo Jack. Una excitacin clida y terrible estall en su pecho como un sol. Se levant. De nuevo oy aquel clic en su cabeza, aquella sensacin sobrecogedora y categrica de que una gran pieza acababa de encajar en su sitio.

Anders cay de hinojos cuando una luz terrible y hermosa ilu­min el semblante de Jack. Richard se movi al or el ruido y se incorpor, sooliento.

—T, no —dijo Jack—. Yo. Y l —aadi, sealando a Richard.

—Jack... —Richard le mir con ojos miopes y medio dormidos, lleno de confusin—. De qu ests hablando? Y por qu este hombre est olfateando el suelo?

—Mi seor... irs, claro... pero no comprendo...

—T, no —repiti Jack—. Nosotros. Tomaremos el tren en tu lugar.

—Pero, por qu, mi seor? —inquiri Anders, sin atreverse

an a levantar la vista.

Jack Sawyer mir hacia la oscuridad.

—Porque creo que hay algo al final de los rales —dijo—, al final de los rales o muy cerca del final, que debo recoger.

interludio

SLOAT EN ESTE MUNDO (IV)

El diez de diciembre, un Morgan Sloat muy abrigado se hallaba sentado en una pequea e incmoda silla de madera junto a la cabecera de la cama de Lily Sawyer; tena fro, de modo que conservaba bien cruzado el voluminoso abrigo de cashmere y las manos metidas en los bolsillos, pero se diverta mucho ms de lo que daba a entender su aspecto. Lily se mora. Se iba muy lejos, a aquel lugar del que no se vuelve jams, ni siquiera aunque se sea una Reina y se muera en una cama grande como un campo de ftbol.

La cama de Lily no era tan regia y ella no se pareca en nada a una Reina. La enfermedad le haba robado la belleza, adelgazado su rostro y aadido de golpe veinte aos a su edad. Sloat pos atentamente los ojos en los pmulos prominentes, en la frente que pareca un caparazn hueco. El cuerpo enflaquecido apenas abultaba bajo las sbanas y mantas. Sloat saba que el Alhambra haba sido bien pagado para que dejaran en paz a Lily Cava-naugh Sawyer, porque era l quien lo haba pagado. Ya no se molestaban en calentarle la habitacin. Era el nico husped del hotel. Adems del recepcionista y el cocinero, los nicos emplea­dos que seguan en el Alhambra eran tres camareras portuguesas que pasaban el tiempo limpiando el vestbulo y deban ser ellas quienes haban tapado a Lily con todas aquellas mantas. El pro­pio Sloat se haba adueado de la suite de enfrente y ordenado al recepcionista y las camareras que vigilasen bien a Lily.

Para ver si abra los ojos, dijo:

—Tienes mejor aspecto, Lily. Creo ver realmente seales de mejora.

Moviendo slo los labios, Lily contest:

—No s por qu finges ser humano, Sloat.

—Soy el mejor amigo que tienes —respondi • Sloat. Ahora ella abri los ojos y Sloat los encontr demasiado bri­llantes para su gusto.

—Sal de aqu —murmur—. Eres obsceno.

—Intento ayudarte y me gustara que lo recordaras. Tengo todos los documentos, Lily. T slo has de firmarlos. Cuando lo hayas hecho, t y tu hijo recibiris una cantidad vitalicia. —Mir a Lily con una especie de sombra-satisfaccin—. Por cierto, no he tenido mucha suerte en localizar a Jack. Has hablado con l ltimamente?

—Sabes que no —contest ella, sin llorar, como l haba es­perado.

—Creo firmemente que el chico deberia estar aqu.

—Vete al infierno —dijo Lily.

—Voy a usar tu cuarto de bao, si no te importa —observ l, levantndose. Lily cerr los ojos, haciendo caso omiso de sus pa­labras—. Espero que no est en ningn apuro, por lo menos —aadi Sloat, rodeando la cama con lentitud—. En la carretera pasan cosas horribles a los chicos. —Lily no reaccion—. Cosas que prefiero no pensar. —Lleg a los pies de cama y continu hacia la puerta del cuarto de bao. Lily yaca bajo las sbanas y mantas como un trozo arrugado de papel de seda. Sloat entr en el cuarto de bao.

Se frot las manos, cerr la puerta y abri los dos grifos del lavabo. Extrajo del bolsillo de la chaqueta un pequeo frasco marrn de dos gramos y del bolsillo interior una cajita que con­tena un espejo, una navaja y una corta paja de metal. Esparci con esmero en el espejo un octavo de gramo de la ms pura co­cana peruana que haba podido encontrar y a continuacin la aplast ritualmente con la hoja, formando dos mononcitos alar­gados. Succion el polvo con la paja de metal, resoll, inhal con fuerza y contuvo el aliento uno o dos segundos. Aah. Sus tabi­ques nasales se abrieron como tneles y en el fondo, la droga empez a caer. Sloat puso las manos bajo el chorro de agua y, por el bien de su nariz, llev un poco de humedad a las ventanas con el pulgar y el ndice. Luego se sec las manos y la cara.

56 bonito tren —se permiti pensar—, ese tren tan, tan bonito. Creo que estoy ms orgulloso de l que de mi propio hijo.

Morgan Sloat disfrut con la visin del precioso tren, que era el mismo en ambos mundos y la primera manifestacin concreta de su plan largamente acariciado de importar tecnologa moderna en los Territorios. El tren llegara a Point Venuti con su til car­gamento. Point Venuti! Sloat sonri mientras la cocana estallaba en su cerebro, llevando su habitual mensaje de que todo ira bien, todo ira bien. El pequeo Jack Sawyer sera un muchacho muy afortunado si sala alguna vez de la extraa localidad de Point Venuti. De hecho, sera muy afortunado si consegua llegar, te­niendo en cuenta que debera cruzar antes las Tierras Arrasadas. Sin embargo, la droga record a Sloat que en muchos aspectos sera mejor que Jack consiguiera llegar al peligroso y tortuoso Point Venuti, incluso que sobreviviera a su visita al hotel negro, que no era solamente tablones y clavos, ladrillos y piedra, sino tambin algo vivo... porque era posible que saliera con el Ta­lismn en sus manos de ladrn. Y si ocurra esto...

S, si aquel hecho maravilloso se produjera, todo ira real­mente muy bien.

Y tanto Jack Sawyer como el Talismn quedaran partidos en dos,

Y l, Morgan Sloat, poseera por fin el cuadro que su talento mereca. Durante un segundo se imagin a s mismo extendiendo los brazos sobre vastas extensiones cuajadas de estrellas, sobre mundos superpuestos como amantes en un lecho, sobre todo lo que protega el Talismn y todo lo que haba ambicionado cuando compr el Agincourt aos atrs. Jack poda conseguir todo aquello para l. Dulzura. Gloria.

Para celebrar este pensamiento, Sloat volvi a extraer del bol­sillo el frasco de cocana y no se molest en seguir el ritual de la navaja y el espejo, sino que us simplemente la cucharilla ad­junta para llevarse el polvo blanco y medicinal primero a una ventana de la nariz y luego a la otra. Dulzura, s.

Volvi al dormitorio, aspirando por la nariz. Lily pareca un poco ms animada, pero el estado de nimo de Sloat era tan bueno, que incluso esta prueba de mejora no le puso de mal humor. Los ojos de Lily, brillantes y hundidos en los crculos de hueso, le seguan.

—To Sloat tiene una nueva y repugnante costumbre —dijo ella.

—Y t ests moribunda —replic l—. Qu preferiras?

—Toma ms de esa porquera y t tambin estars mori­bundo.

Impertrrito ante esta hostilidad, Sloat volvi a la desvencijada silla de madera.

—Por el amor de Dios, Lily, s adulta. Todo el mundo toma cocana en la actualidad. Ests desconectada... lo has estado du­rante aos. Quieres probar un poco? —Se sac el frasco del bol­sillo y lo hizo oscilar, moviendo la cadena sujeta a la cucharilla.

—Sal de aqu.

Sloat acerc ms el frasco a su rostro.

Lily se incorpor en la cama con la celeridad de una serpiente que ataca y le escupi a la cara.

—Perra! —Sloat retrocedi, buscando su pauelo para secar la saliva que le resbalaba por la mejilla.

—Si esa porquera es tan maravillosa, por qu has de escon­derte en el cuarto de bao para aspirarla? No me contestes, slo djame en paz. No quiero verte ms, Sloat. Lleva tu gordo culo a otra parte.

—Te morirs sola, Lily —dijo l, expresando un gozo fro y perverso—. Te morirs sola y este cmico pueblo te har un en­tierro de mendiga y tu hijo se matar, porque es imposible que sobreviva a lo que le espera y nadie volver a or hablar ms de vosotros. —Sonri; sus manos regordetas estaban cerradas, for­mando puos blancos y peludos—. Te acuerdas de Asher Don-dorf, Lily? Nuestro cliente? El compinche en aquella serie de Flanagan y Flanagan? tace unas semanas le su nombre en un ejemplar del Hollywood Reprter. Se dispar un tiro en su sala de estar, pero no tuvo buena puntera y en vez de matarse, se deshizo el paladar y ahora est en coma. Tengo entendido que podra durar aos as, pudrindose poco a poco. —Se inclin sobre ella, arrugando el entrecejo—. Sospecho que t y el bueno de Asher tenis mucho en comn.

Ella mantuvo framente su mirada, con unos ojos que parecan an ms hundidos que antes, recordando por un momento a una recia mujer de un asentamiento fronterizo, con un rifle en una mano y }a Biblia en la otra.

—Mi hijo me salvar la vida —dijo—. Jack me salvar la vida y t no podrs impedrselo.

—Bueno, ya veremos, no te parece? —replic Sloat—. Ya lo veremos.

captulo 35

LAS TIERRAS ARRASADAS

1

—Pero... estars a salvo, mi seor? —pregunt Anders, postrn­dose ante Jack, con el tonelete blanco y rojo formando vuelo a su alrededor como una falda.

—Jack? —pregunt Richard; su voz son como un leve que­jido.

—Estaras t a salvo? —pregunt a su vez Jack. Anders lade su gran cabeza blanca y mir a Jack guiando los ojos, como si tuviera que resolver un acertijo. Pareca un perro enorme y desorientado.

—Quiero decir que estar tan a salvo como lo estaras t, esto es todo.

—Pero, mi seor...

—Jack? —repiti Richard en tono quejumbroso.— Me he que­dado dormido y ahora tendra que estar despierto, pero an es­tamos en este lugar horrible, as que an debo soar... Pero yo quiero despertarme, Jack, no quiero seguir soando esto. No, no quiero.

Y por eso rompiste tus malditas gafas, pens Jack y dijo en voz alta:

—Esto no es un sueo, Richie, muchacho. Estamos a punto de emprender un viaje, un viaje en tren.

—Qu? —pregunt Richard, frotndose la cara e incorporn­dose. Si Anders pareca un perro blanco y enorme con faldas, Richard semejaba un beb recin despierto.

—Mi seor Jason —dijo Anders. Ahora daba la impresin de que iba a llorar... de alivio, pens Jack—. Es sta tu voluntad? Es tu voluntad conducir esa mquina demonaca a travs de las Tierras Arrasadas?

—Lo es, en efecto —dijo Jack.

—Dnde estamos? —inquiri Richard—. Ests seguro de que no nos siguen?

Jack se volvi hacia l. Richard, sentado en el suelo ondulado de color amarillo, parpadeaba como aturdido, dominado por el terror.

—Est bien —dijo Jack—, contestar a tu pregunta. Nos halla­mos en una parte de los Territorios llamada Ellis-Breaks...

—Me duele la cabeza —interrumpi Richard, que haba cerrado los o Jos.

—Y vamos a coger el tren de este hombre —prosigui Jack— y cruzar en l las Tierras Arrasadas hasta el hotel negro o sus alrededores. Ya lo sabes, Richard, tanto si lo crees como si no. Y cuanto antes nos vayamos, antes nos alejaremos de quienes pue­dan seguir nuestra pista.

—Etheridge —murmur Richard—, el seor Dufrey. —Mir en su torno, al viejo interior de la Estacin, como si temiera ver a todos sus perseguidores irrumpir de improviso a travs de las paredes—. Es un tumor cerebral, sabes? —dijo a Jack en un tono de perfecta normalidad—. Por eso tengo dolor de cabeza.

—Mi seor Jason —deca el viejo Anders, inclinndose tanto que los cabellos se desparramaron por el suelo de madera—. Qu bueno eres, oh. Majestad, qu bueno eres con tu ms humilde servidor, qu bueno con aquellos que no merecen tu bendita pre­sencia... —Avanz a rastras y Jack vio con horror que iba a be­sarle de nuevo los pies.

—Y muy avanzado, dira yo —aadi Richard.

—Levntate, Anders, te lo ruego —dijo Jack, retrocediendo—. Levntate, vamos, ya es suficiente. —El anciano continu avan­zando a rastras, balbuceando palabras de alivio por no tener que soportar las Tierras Arrasadas—. LEVNTATE! —vocifer Jack.

Anders alz la mirada, con el ceo fruncido.

—S, mi seor —dijo, ponindose lentamente en pie.

—Acrcale con tu tumor cerebral, Richard —interpel Jack—. Vamos a ver si averiguamos el sistema de conducir este maldito tren.

2

Anders haba pasado al otro lado del largo mostrador y rebuscaba en un cajn.

—Creo que los diablos lo hacen, funcionar, mi seor —dijo—, unos diablos extraos que se lanzan al unsono. No parece tener vida, pero la tienen, ya lo creo que s.

Sac del cajn la vela ms larga y gruesa que Jack viera en su vida. De una caja que haba encima del mostrador eligi una as­tilla estrecha, de unos treinta centmetros, y acerc un extremo a la lmpara encendida. La astilla se inflam y Anders la us para encender su voluminosa vela. Entonces agit la cerilla hasta que la llama se disolvi en una columna de humo.

—Diablos? —pregunt Jack.

—Unas cosas cuadradas muy extraas... Creo que los diablos estn en el interior, i Hay que ver cmo vomitan chispas! Te lo ensear, seor Jason.

Sin otra palabra, fue hacia la puerta y el clido resplandor de la vela borr momentneamente las arrugas de su rostro. Jack le sigui y sali con l afuera, a la dulzura y amplitud del corazn de los Territorios. Record una fotografa colgada en la pared de la oficina de Speedy Parker, una fotografa que incluso entonces posea un poder inexplicable, y se dio cuenta de que ahora se en­contraba cerca del lugar que haba sido fotografiado. A lo lejos se ergua una montaa que le resultaba familiar. A los pies de la pequea loma, los campos de cereales se extendan en todas di­recciones, ondulndose en rizos amplios y suaves. Richard Sloat se acerc a Jack con pasos vacilantes, frotndose la frente. Los carriles de metal plateado, discordantes con el resto del paisaje, se extendan inexorablemente hacia eJ oeste.

—El cobertizo est detrs, mi seor —dijo Anders en voz baja y se encamin casi con timidez hacia un lado de la Estacin. Jack ech otra ojeada a la remota montaa. Ahora se pareca menos a la montaa de la fotografa de Speedy —como si fuera ms nueva—, pero era una montaa del oeste, no del este.

—Qu significa esta tontera de seor Jason? —susurr Ri­chard a su odo—. Se imagina que te conoce.

—Es difcil de explicar —dijo Jack. Richard tir de su pauelo y cogi a Jack por los bceps del brazo: el antiguo agarrn patentado.

—Qu le ha ocurrido a la escuela, Jack? Y a los perros? Dnde estamos?

—Limtate a seguirme —contest Jack—. Es probable que an ests soando.

—S —convino Richard en un tono del ms puro alivio—. S, esto es, verdad? Todava estoy dormido. Me contaste todos aque­llos disparates sobre los Territorios y ahora estoy soando con ellos.

—Claro —dijo Jack, siguiendo a Anders. Este sostena la enor­me vela como una antorcha y bajaba por la vertiente trasera de la colina hacia otro edificio octagonal de madera, de dimensiones un poco mayores. Los dos muchachos caminaban tras l por la alta hierba amarillenta. Otro de los globos transparentes derramaba su luz, revelando que este segundo edificio estaba abierto en los extremos opuestos, como si dos caras iguales del octgono hubieran sido cortadas en vertical. Anders lleg al gran cobertizo y se vol­vi para esperar a los dos muchachos. Con la vela encendida y llameante, sostenida en lo alto, su larga barba y su extraa ropa, Anders pareca un ser de leyenda o cuento de hadas, un brujo o un hechicero.

—Est aqu desde que lleg y ojal los demonios se lo lleven —rezong Anders de mal humor, frunciendo ms el ceo y pro­fundizando todas sus arrugas—. Es una invencin del infierno. Algo maldito. —Miraba por encima del hombro cuando los chicos le alcanzaron. Jack vio que a Anders ni siquiera le gustaba estar en el cobertizo del tren—. Lleva a bordo la mitad de la carga, que apesta a demonios.

Jack entr en el cobertizo por la abertura del extremo, obli­gando a Anders a seguirle. Richard les imit a trompicones, fro­tndose los ojos. El pequeo tren estaba colocado sobre las vas de cara al oeste: una locomotora de aspecto muy singular, un furgn y un vagn descubierto tapado con una lona encerada; el hedor mencionado por Anders proceda de este ltimo Era muy extrao, impropio de los Territorios, metlico y grasicnto a la vez.

Richard se dirigi inmediatamente a uno de los ngulos inte­riores del cobertizo, se sent en el suelo, de espaldas a la pared, y cerr los ojos.

—Sabes cmo funciona, mi seor? —inquiri Anders en voz baja.

Jack neg con la cabeza y camin a lo largo de las vas hasta la cabeza del tren. S, all estaban los demonios de Anders. Eran bateras, como haba supuesto Jack. Diecisis bateras en dos hi­leras, colocadas dentro de un recipiente de metal sostenido por las cuatro primeras ruedas de la cabina. Toda la parte frontal del tren se pareca a una versin sofisticada de una bicicleta de reparto... pero en el lugar de la bicicleta haba una pequea cabina que record otra cosa a Jack... algo que no pudo iden­tificar inmediatamente.

—Los demonios hablan a ese palo vertical —dijo Anders a su espalda. Jack se iz hasta la pequea cabina. El palo mencio­nado por Anders era un cambio de marchas situado en una ranura provista de tres muescas. Entonces Jack record a qu se pareca la pequea cabina. Todo el tren se basaba en el mismo principio que un carrito de golf. Accionado por bateras, slo tena tres marchas: una para avanzar, el punto muerto, y la tercera para hacer marcha atrs. Era la nica clase de tren que poda funcionar en los Territorios y Morgan Sloat deba haberlo hecho construir especialmente para l.

—Los demonios de las cajas escupen chispas y hablan al palo y el palo mueve el tren, mi seor —explic Anders, muy nervioso junto a la locomotora, con una asombrosa coleccin de arrugas en la cara contrada.

—Pensabas irte por la maana? —pregunt Jack al anciano.

—S.

—Pero el tren ya est preparado ahora?

—S, mi seor.

Jack asinti y salt de la cabina.

—Qu cargamento lleva?

—Cosas demonacas —dijo Anders con acento sombro—. Para los Lobos malos. Con destino al hotel negro.

Le llevara la delantera a Morgan Sloat si me marchase ahora, pens Jack, mirando con inquietud a Richard, que haba logrado conciliar de nuevo el sueo. De no ser por el terco e hipocondra­co Richard el Racional, jams hubiera dado con el tren de Sloat y ste habra podido emplear las cosas demonacas —armas de alguna clase, seguramente— con l en cuanto se hubiera acercado al hotel negro. Porque el hotel era el final de su bsqueda, ahora estaba seguro de ello. Todo, pues, pareca indicar que Richard, por muy fastidioso e intil que resultase ahora, sera ms im­portante para su misin de lo que Jack habra imaginado jams. El hijo de Sawyer y el hijo de Sloat; el hijo del prncipe Philip Sawtelle y el hijo de Morgan de Orris. Por un instante, el mundo gir sobre la cabeza de Jack, que tuvo la fugaz intuicin de que Richard poda ser esencial para lo que l tuviera que hacer en el hotel negro. Entonces Richard resoll y abri la boca y la mo­mentnea intuicin abandon a Jack.

—Echaremos una ojeada a esas cosas demonacas —dijo. Dio media vuelta y camin a lo largo del tren, fijndose por primera vez en que el sudo del cobertizo octagonal estaba dividido en dos partes; la mayor de ellas era una masa circular, como un plato enorme. Entonces haba una hendidura en la madera y lo que se hallaba fuera del permetro del crculo se extenda hasta las paredes. Jack no haba odo hablar nunca de un depsito de locomotoras, pero comprenda el concepto: la parte circular del suelo poda describir un giro de ciento ochenta grados. Normal­mente, los trenes o diligencias llegaban del. este y volvan en la misma direccin.

La lona encerada haba sido estirada sobre la carga mediante un cuerda marrn tan gruesa y peluda que pareca estopa de acero. Jack procur levantar el borde, mir hacia dentro y slo vio oscuridad.

—Aydame —dijo a Anders.

El anciano se aproxim, frunciendo el ceo y con un movi­miento fuerte y diestro desat un nudo. La lona se afloj y ahora, cuando Jack levant el borde, pudo ver que la mitad del vagn contema una hilera de cajas de madera con las palabras impresas piezas de maquinaria. Rifles —pens—. Morgan est armando a sus Lobos rebeldes. La otra mitad del espacio bajo la lona estaba ocupada por voluminosos paquetes rectangulares de una sustancia esponjosa envuelta en capas de plstico transparente. Jack no tena idea de qu poda ser esta sustancia, pero estaba bastante seguro de que no era Pan Milagroso. Solt la lona y retrocedi y Anders tir de la gruesa cuerda y volvi a hacer el nudo.

—Nos vamos esta noche —dijo Jack, decidindolo de repente.

—Pero, mi seor Jason... las Tierras Arrasadas... de noche... no sabes...

—Lo s muy bien —interrumpi Jack—. S que necesito sor­prenderles lo ms posible. Morgan y ese hombre a quien los Lobos llaman El de los Ltigos me estarn buscando y si aparezco doce horas antes de la llegada prevista de este tren, Richard y yo podramos salir vivos de esta aventura.

Anders asinti con expresin sombra y de nuevo ofreci el aspecto de un perro enorme aceptando una noticia desgraciada.

Jack volvi a mirar a Richard: segua dormido, con la boca abierta. Como si supiera lo que pensaba Jack, Anders tambin mir al durmiente Richard.

—Tuvo un hijo Morgan de Orris? —pregunt Jack.

—S, mi seor. El breve matrimonio de Morgan tuvo descen­dencia, un nio llamado Rushton.

—Y qu fue de l? Aunque ya lo adivino.

—Muri —se limit a decir Anders—. Morgan de Orris no es­taba destinado a tener un hijo.

Jack se estremeci, recordando cmo su enemigo haba irrum­pido por el aire y casi matado a todo el rebao de Lobo.

—Nos vamos —dijo—. Me hars el favor de ayudarme a subir a Richard a la cabina, Anders?

—Mi seor... —Anders baj la cabeza y en seguida la levant y dirigi a Jack una mirada de ansiedad casi paternal—. El viaje requerir por lo menos dos das, tal vez tres, si quieres llegar a la costa occidental. Tienes comida? Compartiras mi cena?

Jack mene la cabeza, impaciente por iniciar este ltimo trecho de su viaje hacia el Talismn, pero de repente le rumore el est­mago, recordndole el tiempo transcurrido desde que comiera patatas y galletas en el cuarto de Albert el Glbulo.

—Bueno —asinti—, supongo que media hora ms no impor­tar. Gracias, Anders. Aydame a levantar a Richard, quieres? —Y por otra parte, pens, quiz no estaba tan ansioso de cruzar las Tierras Arrasadas.

Entre los dos pusieron en pie a Richard quien, como el lirn, abri los ojos, sonri y volvi a dormirse.

—Comida —dijo Jack—, comida de verdad. Por esto s que te levantars, no, compaero?

—Jams como en sueos —contest Richard con racionalidad surrealista. Bostez y se frot los ojos. Poco a poco se fue apo­yando en los pies y ya no necesit a Jack y Anders para soste­nerse—, aunque estoy bastante hambriento, si he de ser sincero. Este sueo mo es muy largo, verdad, Jack? —Casi pareca or­gulloso de ello.

—Ya lo creo —asinti Jack.

—Oye, es ste el tren que vamos a tomar? Parece de juguete.

—S.

—Sabes conducirlo, Jack? Es un sueo, ya lo s, pero...

—Es tan difcil de conducir como mi propio tren elctrico —ex­plic Jack—. S conducirlo y t tambin.

—No quiero hacerlo —dijo Richard, otra vez en aquel tono infantil y quejumbroso—. No quiero subir al tren. Quiero volver a mi cuarto.

—Primero vamos a comer algo —decidi Jack, guiando a Ri­chard hacia el exterior del cobertizo— y despus saldremos hacia California.

De este modo los Territorios mostraron a los muchachos una de sus mejores facetas antes de que entraran en las Tierras Arra­sadas. Anders les dio gruesas rebanadas de pan hecho con el cereal que creca en torno a la Estacin, brochetas de carne tierna y jugosas hortalizas desconocidas con una salsa rosada y picante que por alguna razn Jack pens que poda ser de papaya, aunque saba que no lo era. Richard masticaba sumido en un feliz trance;

la salsa le resbalaba por la barbilla hasta que Jack se la limpi. California —dijo de repente—. Tendra que haberlo adivinado. Suponiendo que aluda a la fama de excentricidad de aquel estado, Jack no respondi; le preocupaba ms lo mermadas que quedaran las seguramente exiguas existencias de comida de Anders por culpa de ellos dos, pero el anciano segua atareado detrs del mostrador, donde l o su padre haban instalado una cocina econmica, y volva una y otra vez con ms comida. Bollos de maz, jalea de pies de ternero, algo que pareca muslos de pollo pero saba a... qu? Incienso y mirra? Flores? El sabor le picaba la lengua y pens que tambin l empezara a babear saliva.

Los tres estaban sentados en tomo a una mesa pequea en la habitacin clida y acogedora. Al final del gape Anders sac casi tmidamente una pesada jarra medio llena de vino tinto. Con la sensacin de que obedeca a los imperativos de un guin ajeno, Jack bebi un vaso pequeo.

3

Dos horas despus, cuando empezaba a sentirse sooliento, Jack se pregunt si aquella oppara comida no habra sido un gran error. Primero haban salido de Ellis-Breaks y la Estacin, lo cual no haba sido fcil; despus, Richard pareci volverse loco y, lo ms importante, haban entrado en las Tierras Arrasadas, que eran mucho ms dementes de lo que Richard sera jams y que exigan una atencin absolutamente concentrada.

Despus de comer, los tres haban regresado al cobertizo y los apuros comenzaron. Jack saba que tena miedo de lo que les esperaba —y ahora saba que su temor estaba muy justificado— y quiz su nerviosismo le hizo cometer equivocaciones. La pri­mera dificultad surgi cuando intent pagar al viejo Anders con la moneda que le diera el capitn Parren. Anders reaccion como si su amado Jason le hubiera asestado una pualada en la espalda. Sacrilegio! Ofensa! Al ofrecerle la moneda, Jack hizo algo peor que insultar 'al viejo lacayo; hablando metafricamente, ofendi a su religin. Por lo visto, los seres divinos no podan ofrecer mo­nedas a sus seguidores. Anders se sinti lo bastante humillado para descargar la mano sobre la caja demonaca, como llamaba al recipiente de metal que contena las hileras de bateras, y Jack adivin que haba sentido la tentacin de golpear a otro blanco adems del tren. Se esforz por deshacer el entuerto, pero Anders rechaz sus disculpas con la misma furia con que haba rechazado su dinero. Por fin, el anciano se calm cuando vio la magnitud del disgusto del muchacho, pero no volvi a su conducta normal hasta que Jack especul en voz alta sobre si la moneda del capitn Farren poda tener otras funciones, otras utilidades para l.

—No eres del todo Jason —rezong el anciano—; sin embargo, la moneda de la Reina puede ayudarte a alcanzar tu destipo. —Mene la cabeza y al despedirse agit la mano con evidente frialdad.

Sin embargo, una buena parte fue culpa de Richard. Lo que haba empezado como una especie de pnico infantil alcanz rpi­damente el carcter de un terror desmesurado. Richard se neg a subir a la cabina. Hasta aquel momento vag sin rumbo por el cobertizo, sin mirar el tren, al parecer aturdido e indiferente. Pero de pronto comprendi que Jack tena la firme intencin de viajar en aquel armatoste y entonces se neg en redondo... y, cosa extra­a, lo que ms le acobard fue la idea de acabar en California.

—NO! NO! NO PUEDO! —chill cuando Jack le apremi para que subiera al tren—. QUIERO VOLVER A MI CUARTO!

—Puede que nos estn siguiendo, Richard —dijo Jack, con can­sancio—. Hemos de irnos ya. —Alarg la mano y cogi a Richard por el brazo—. Todo esto es un sueo, recuerdas?

—Oh, mi seor, oh mi seor —murmur Anders, caminando de un extremo a otro del gran cobertizo y Jack comprendi que por primera vez, el lacayo no se diriga a l.

—TENGO QUE VOLVER A MI CUARTO! —chill Richard. Haba cerrado los ojos con tanta fuerza, que presentaba una nica y dolorosa arruga entre las sienes.

De nuevo ecos de Lobo. Jack intent llevar a Richard a rastras hasta el tren, pero su amigo permaneca inmvil como una mua.

—NO PUEDO IR ALL! —vocifer.

—Pues aqu no puedes quedarte —dijo Jack, haciendo otro es­fuerzo vano para mover a Richard y esta vez consigui que avan­zara medio metro—. Richard, esto es ridculo. Quieres quedarte aqu solo? Quieres permanecer solo en los Territorios? —Richard neg con la cabeza—. Entonces, ven conmigo. No tenemos mucho tiempo. Dentro de dos das estaremos en California.

—Mal asunto —rezong Anders, mirando a los muchachos. Richard continuaba meneando la cabeza, terco en su negativa.

—No puedo ir all —repiti—. No puedo subir a este tren y no puedo ir all.

—A California?

Richard apret los labios y volvi a cerrar los ojos.

—Oh, demonio —exclam Jack—. Puedes ayudarme, Anders? El corpulento anciano le dirigi una mirada de consternacin, casi de antipata, y luego cruz el cobertizo y cogi a Richard en brazos, como si el muchacho tuviera el tamao de un cachorro. Richard profiri un chillido que se pareci mucho a un ladrido de cachorro cuando Anders le deposit sobre el banco acolchado de la cabina.

—Jack! —llam Richard, temeroso de acabar encontrndose solo en las Tierras Arrasadas.

—Estoy aqu —contest Jack, subiendo a la cabina por el otro lado—. Gracias, Anders —dijo al viejo lacayo, quien asinti con mirada sombra y retrocedi hasta un rincn del cobertizo—. Cu­date. —Richard empez a llorar y Anders le mir sin ninguna compasin.

Jack oprimi el botn del encendido y dos enormes chispas azules salieron de la caja demonaca justo cuando el motor se puso en marcha con un zumbido.

—Adelante —dijo, poniendo la primera marcha. El tren empez a deslizarse hacia la salida del cobertizo. Ri­chard llorique, levant las rodillas y, murmurando algo parecido a Tonteras o Imposible —Jack slo oy el sonido de las letras sibilantes—, hundi la cara entre las piernas, dando la impresin de querer convertirse en un crculo. Jack salud a Anders con la mano y ste hizo lo propio y al momento salieron del cobertizo iluminado y se encontraron bajo el cielo oscuro y vasto. La silue­ta de Anders apareci en la abertura por la que haban salido, como si hubiera decidido correr tras ellos. El tren no poda fun­cionar a ms de cuarenta y ocho kilmetros por hora, pens Jack, y de momento slo iba a doce o catorce, lo cual representaba una lentitud exasperante. Hacia el oeste --dijo Jack para sus aden­tros—, al oeste, al oeste, al oeste. Anders volvi a meterse en el cobertizo, con la barba sobre el fornido pecho como una capa de escarcha. El tren avanzaba a trompicones —brot otra chispa azul— y Jack se volvi sobre el asiento acolchado para mirar hacia delante.

—NO! —grit Richard, casi haciendo caer a Jack de la cabina—. NO PUEDO! NO PUEDO IR ALL! —Haba levantado la cabeza de las rodillas, pero no vea nada; an tena los ojos cerrados y todo su rostro pareca un nudillo apretado.

—No hables —dijo Jack. Delante de ellos, las vas cruzaban los interminables campos de ondulantes cereales; difusas montaas, como dientes viejos, flotaban entre las nubes de occidente. Jack mir por ltima vez por encima del hombro y vio el pequeo oasis de calor y luz que era la Estacin y el cobertizo octagonal redu­cirse de tamao a sus espaldas. Anders era un sombra alta en un umbral iluminado. Jack agit la mano por ltima vez y la sombra alta le imit. El muchacho volvi a mirar hacia delante, hacia la inmensidad de los campos de cereal, hacia toda aquella lrica dis­tancia. Si las Tierras Arrasadas eran as, los dos prximos das seran un positivo descanso.

Pero no eran as, claro que no. Incluso en la oscuridad ilumi­nada por la luna poda ver que el cereal se espaciaba ms y ms;

el cambio empez a producirse a media hora de distancia de la Estacin. Ahora, incluso el color pareca extrao, casi artificial;

ya no era el bonito amarillo orgnico que haba visto antes, sino el amarillo de algo que se ha dejado demasiado cerca de una po­tente fuente de calor; el amarillo de algo cuya vida se ha marchi­tado. Ahora Richard haba adquirido unas caractersticas simi­lares. Primero se haba hiperventilado, luego llorado tan silenciosa y descaradamente como una chica plantada por el novio y por fin cado en un sueo intranquilo. No puedo volver, murmur en sueos, o al menos stas eran las palabras que Jack crey or. Dormido, pareca hacerse encogido de tamao.

Todo el aspecto del paisaje comenz a alterarse. Despus de las inmensas llanuras de Ellis-Breaks, la tierra se llen de peque­as hondonadas y valles oscuros y angostos cuajados de rboles negros. Por doquier se vean grandes peascos, crneos, huevos, colmillos gigantes. El terreno mismo cambi, tomndose mucho ms arenoso. En dos ocasiones las paredes de los valles se irguie-ron junto a las vas y lo nico que poda ver Jack en ambos lados eran despeaderos rojizos cubiertos por bajas plantas trepadoras. De vez en cuando le pareca ver a un animal corriendo para po­nerse a cubierto, pero la luz era demasiado dbil y el animal de­masiado veloz para que pudiera identificarlo. Sin embargo, Jack tena la pavorosa sensacin de que aunque el animal hubiese que­dado petrificado en medio de Rodeo Drive en pleno da, tampoco habra sido capaz de identificarlo... porque intua que la cabeza tena un tamao doble del normal y era preferible que semejante engendro se ocultara a la vista humana.

Noventa minutos despus, Richard segua gimoteando en sue­os y el paisaje era de una extraeza total. La segunda vez que emergieron de los claustrofbicos valles, Jack fue sorprendido por una sbita sensacin de espacios abiertos; al principio fue como estar de nuevo en los Territorios, en el pas de las Fantasas. Pero entonces advirti, incluso en la oscuridad, que los rboles estaban retorcidos y atrofiados; y luego percibi el hedor. Probablemente ste haba ido incrementndose en su conciencia, pero hasta des­pus de ver los rboles diseminados por la negra llanura y enros­cados como bestias torturadas no percibi al fin en el aire el hedor dbil pero inconfundible de la putrefaccin. Podredumbre y fuego del infierno. Aqu los Territorios apestaban, o casi.

El tufo de flores muertas invada haca tiempo la tierra; y por debajo, como en Osmond, se captaba otro olor ms tosco y potente. Si Morgan, en cualquiera de sus papeles, era la causa de esto, haba trado en cierto sentido la muerte a los Territorios, o as lo crea Jack.

Ahora ya no haba ms valles y hondonadas sinuosas; ahora la tierra semejaba un vasto desierto rojo. Los rboles atrofiados salpicaban las laderas inclinadas de este gran desierto. Ante Jack se extendan por el vaco oscuro y rojizo los dobles rales plateados;

y a los lados un desierto yermo se desparramaba en las tinieblas.

Por lo menos, la tierra roja pareca desierta. Durante varias horas, Jack no vio nada de mayor tamao que los animalitos deformes que se ocultaban en el terrapln de las vas; pero hubo veces en que crey ver un movimiento repentino por el rabillo del ojo, que desapareca cuando se volva a mirarlo. Al principio pens que le seguan y luego, durante un rato trepidante, no ms de veinte o treinta minutos, se imagin perseguido por los pe­rros de la Escuela Thayer. Dondequiera que mirase, algo dejaba de moverse y se ocultaba detrs de uno de los rboles retorcidos o debajo de la arena. Durante este rato, el ancho desierto de las Tierras Arrasadas no pareci vaco o muerto, sino lleno de vida escondida y escurridiza. Jack empujaba hacia delante la palanca de marchas del tren (como si sirviera de algo) y apremiaba al peque­o convoy a ir ms de prisa, ms de prisa. Richard estaba acurru­cado en su asiento, lloriqueando. Jack se imagin a todos aquellos seres, aquellas cosas que no eran caninas ni humanas, corriendo tras ellos y rez para que los ojos de Richard permaneciesen cerrados.

—NO! —grit Richard, todava dormido.

Jack estuvo a punto de caerse de la cabina. Poda ver a Ethe-ridge y al seor Dufrey corriendo tras ellos. Ganaban terreno, y avanzaban con la lengua colgando y los hombros movindose hacia delante y hacia atrs. Un segundo ms tarde comprendi que slo haba visto sombras corriendo junto al tren. Los estu­diantes y su director se haban apagado como velas de un pastel de cumpleaos.

—ALL NO! —vocifer Richard con cuidado. l, ellos, estaban a salvo. Los peligros de las Tierras Arrasadas haban sido exage­rados, eran en gran parte literarios. Dentro de no muchas horas el sol volvera a salir. Jack levant el reloj hasta el nivel de los ojos y vio que haca casi dos horas que viajaban en el tren. Abri la boca en un gran bostezo y se arrepinti de haber comido tanto en la Estacin.

Un trozo de pastel —pens—, esto va a ser un...

Y justo cuando iba a completar la parfrasis de los versos de Burns que el viejo Anders haba citado de modo tan sorprendente, vio la primera bola de fuego, que destruy definitivamente su complacencia.

4

Una bola luminosa de por lo menos diez metros de dimetro em­pez a rodar desde el borde del horizonte, chisporroteando, y al principio baj directamente hacia el tren. Mierda, dijo Jack para sus adentros, recordando las palabras de Anders sobre bolas de fuego. S un hombre se acerca demasiado a una de esas bolas de fuego, se pone muy enfermo... pierde el cabello y le salen llagas por todo el cuerpo... Despus empieza a vomitar hasta que el es­tmago y la garganta se le revientan... Trag con fuerza... y fue

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como tragar medio kilo de clavos. <Por favor. Dios mo, dijo en voz alta. La gigantesca bola de luz bajaba a toda velocidad hacia l, como si tuviera cerebro y hubiera decidido borrar a Jack Saw-yer y Richard Sloat de la faz de la tierra. Envenenamiento por radiacin. A Jack se le contrajo el estmago y los testculos se le congelaron entre las piernas. Envenenamiento por radiacin. Vo­mita y vomita hasta que se le revienta el estmago...

La excelente cena ofrecida por Anders casi le salt del est­mago. La bola de fuego continuaba rodando en direccin al tren, despidiendo chispas y chisporroteando con violenta energa. Tras ella dejaba una senda dorada y ardiente que pareca producir por arte de magia otros regueros incandescentes en la tierra rojiza. Justo cuando la bola de fuego rebot contra la tierra y baj dando tumbos como una gigantesca pelota de tenis, desvindose, inofensiva, hacia la izquierda, Jack vio con claridad por primera vez a las criaturas que desde el principio haba pensado que les perseguan. La luz entre dorada y rojiza de la bola luminosa y el resplandor de los rales iluminaron a un grupo de bestias defor­mes que por lo visto haban seguido al tren. Eran perros, o antes haban sido perros o lo haban sido sus antepasados, y Jack lanz una inquieta ojeada a Richard para cerciorarse de que an dorma.

Las bestias que caan detrs del tren quedaban aplastadas contra la tierra como serpientes. Jack vio que las cabezas eran de perro pero los cuerpos slo posean unas patas traseras atronadas y, por lo que poda vislumbrar, no tenan pelo ni cola. Parecan mojadas: la piel lisa y rosada reluca como la de los ratones recin nacidos. Gruan, furiosas por haber sido vistas. Eran estos horri­bles perros mulantes lo que Jack haba atisbado en el terrapln de las vas. Iluminadas y aplastadas como reptiles, silbaban y gru­an mientras se alejaban arrastrndose por la tierra, tambin ellas temerosas de las bolas de fuego y de sus ardientes huellas. Entonces Jack percibi el olor de la bola de fuego, que ahora se mova rpidamente y con furia en direccin al horizonte, incen­diando toda una hilera de los rboles enanos. Fuego infernal, putrefaccin.

Otra bola de fuego salt por el borde del horizonte y pas ro­dando por la izquierda del tren. El hedor de las conexiones frus­tradas, de las esperanzas burladas y de los deseos malignos, todo esto crey percibir Jack, con el corazn encogido, en el olor he­diondo despedido por la bola de fuego. Maullando, la manada de perros mulantes se dispers con los colmillos lanzando destellos, entre un susurro de movimientos furtivos de los pesados cuerpos sin patas arrastrndose por el polvo rojo. Cuntos seran? Desde la base de un rbol ardiente que intentaba ocultar la copa en el tronco, dos perros deformes ensearon los dientes a Jack.

Entonces otra bola de fuego apareci en el amplio horizonte y abri una senda ancha y llameante a poca distancia del tren y Jack atisbo momentneamente algo parecido a un pequeo cober­tizo destartalado justo bajo la curva de la pared del desierto. Ante la estructura se ergua una gran silueta humanoide de sexo mascu­lino que miraba hacia Jack. Una impresin de tamao, pilosidad, fuerza, malicia...

Jack era cruelmente consciente de la lentitud del pequeo tren de Anders, de su indefensin y la de Richard frente a cualquier cosa que quisiera investigarlos un poco ms de cerca. La primera bola de fuego haba ahuyentado a los espantosos perros mulantes, pero los residentes humanos de las Tierras Arrasadas podan re­sultar ms difciles de vencer. Antes de que disminuyera la luz de la senda incandescente, Jack vio que la figura erguida ante el co­bertizo segua la marcha del tren, volviendo hacia l su gran ca­beza desmelenada. Si lo que haba visto eran perros, cmo seran las personas? A la luz moribunda de las huellas luminosas, la si­lueta humanoide se escabull corriendo por el lado de su vivienda. Una gruesa cola de reptil colgaba de sus cuartos traseros; luego el ser desapareci tras la pared lateral del cobertizo, la oscuridad volvi a reinar y todo se torn invisible: perros, hombre-bestia y casa. Jack no tena siquiera la seguridad de haberlos visto.

Richard se estremeci en su sueo y Jack apret hacia delante la palanca del cambio de marchas, tratando en vano de aumentar la velocidad. Los ruidos de los perros se fueron apagando a sus espaldas. Sudando, Jack levant de nuevo el puo izquierdo al nivel de los ojos y vio que slo haban pasado cinco minutos desde la ltima vez que haba consultado el reloj. Se sorprendi bostezando de nuevo y volvi a arrepentirse de haber comido tanto en la Es­tacin.

—NO! —grit Richard—. NO! NO PUEDO IR ALL! All?, se extra Jack. Dnde era all? California? O tal vez cualquier lugar que amenazara con destruir el precario con­trol de Richard, tan inseguro como un caballo salvaje?

5

Jack se mantuvo toda la noche ante la caja de cambios mientras Richard dorma, vigilando el curso de las bolas de fuego sobre la superficie rojiza de la tierra. Su hedor a flores muertas y putre­faccin llenaba el aire. De vez en cuando oa la chachara de los perros mulantes o de otras pobres criaturas ocultas entre las races de los rboles enanos e involucionados que an salpicaban el paisaje. Las dos hileras de bateras despedan a menudo rpidas chispas azules. Richard se hallaba en un estado que trascenda al mero sueo, sumido en una inconsciencia que necesitaba y que l mismo provocaba. Ya no profera gritos de angustia; de hecho, no haca. nada aparte de permanecer acurrucado en su rincn de la cabina, respirando superficialmente, como si incluso la res­piracin requiriese ms energa de la que tena a su disposicin. Jack esperaba y tema al mismo tiempo la llegada de la luz. Cuando amaneciera, podra ver a los animales; pero, qu ms podra ver?

De vez en cuando miraba a Richard por encima del hombro. La tez de su amigo presentaba una palidez extraa, un tono gris casi fantasmal.

6

La maana lleg con una disminucin de las tinieblas. Una franja rosada apareci a lo largo del borde arqueado del horizonte orien­tal y pronto surgi otra franja de un tono rosado ms intenso debajo de la primera, empujando ms hacia arriba el optimista matiz rosa. Jack senta que tena los ojos enrojecidos como aquella franja y las piernas le dolan. Richard yaca sobre el pequeo asiento de la cabina, respirando an de aquel modo restringido, casi reacio. Era cierto que su cara pareca griscea. Los prpados le temblaron en el sueo y Jack dese que su amigo no estuviese a punto de proferir otro de sus gritos. Richard abri la boca pero de la punta de su lengua no brot ninguna exclamacin; se limit a pasarla por el labio superior, resopl y volvi a sumirse en su profundo coma.

Aunque Jack ansiaba sentarse y cerrar los propios ojos, no molest a Richard porque, a medida que la nueva luz perfilaba los detalles de las Tierras Arrasadas, deseaba ms y ms que la in­consciencia de Richard se prolongara hasta que l ya no pudiera soportar la tensin de dirigir el pequeo y desvencijado tren de Anders. No tena el menor deseo de presenciar la reaccin de Ri­chard a las idiosincrasias de las Tierras Arrasadas. Un pequeo dolor, algo de agotamiento eran un precio mnimo por el disfrute de una paz que a la fuerza tendra que ser temporal.

Lo que vislumbraba entre parpadeos era un paisaje en el que nada pareca haber escapado a la ms total desolacin. A la luz de la luna se le haba antojado un vasto desierto, aunque tuviera al­gunos rboles. Ahora Jack se dio cuenta de que no era en abso­luto un desierto. La tierra que haba tomado por una variedad de arena rojiza era una especie de polvo en el que un hombre poda hundirse hasta los tobillos, si no hasta las rodillas. En este terreno baldo crecan los rboles deformes, que tenan casi el mismo aspecto de da que de noche; tan enanos que daban la impresin de esforzarse por desaparecer bajo las propias races retorcidas. Esto ya era bastante horrible, por lo menos para Richard el Ra­cional. Sin embargo, cuando se miraba de soslayo, por el rabillo del ojo, a uno de aquellos rboles, se vea a un ser vivo sometido a tortura; las ramas extendidas parecan brazos estirados sobre un rostro atormentado sorprendido en el acto de proferir un grito. Mientras Jack no miraba directamente a los rboles, vea sus rostros torturados con todo detalle, la O abierta de la boca, los ojos fijos, la nariz curvada, y las largas y atormentadas arrugas de las mejillas. Le maldecan, le suplicaban, le aullaban... sus voces mudas pendan en el aire como humo. Jack gimi. Como todas las Tierras Arrasadas, estos rboles eran vctimas del veneno.

La tierra rojiza se extenda kilmetros y kilmetros en todas direcciones, salpicada aqu y all por trozos de hierba spera y amarilla brillante como la orina o la pintura recin aplicada. De no haber sido por la fea coloracin de la larga hierba, estas zonas habran parecido oasis, porque cada una de ellas estaba rodeada por un pequeo charco de agua. El agua era negra y en la super­ficie flotaban manchas aceitosas. En cierto modo, era ms espesa que el agua, casi como aceite, y venenosa adems. El segundo de los falsos oasis que vio Jack empez a rizarse lentamente cuando pas el tren y al principio Jack pens, horrorizado, que el agua negra estaba viva y era un ser tan atormentado como los rboles que deseaba no volver a ver. Entonces vio algo que emerga sobre la superficie del espeso lquido, una ancha espalda o un ancho costado negro que dio media vuelta y dej al descubierto una boca grande y vida que morda el aire. Se entrevieron unas escamas que habran sido iridiscentes si el ser no estuviera descolorido por el agua. Dios santo —pens Jack—, sera eso un pez? Le haba parecido de casi seis metros de longitud, demasiado grande para habitar la pequea charca. Una larga cola ondul el agua antes de que la enorme criatura se sumergiera de nuevo al fondo del hoyo, cuya profundidad deba ser considerable.

Jack mir bruscamente hacia el horizonte, imaginando haber atisbado la forma redonda de una cabeza sobre el borde curvado. Y entonces sufri otro de aquellos shocks de desorientacin repen­tina similar al que haba sentido al esperar la aparicin del mons­truo del Loch Ness. Cmo poda una cabeza asomarse al hori­zonte, por el amor de Dios?

Entonces comprendi en seguida que el horizonte no era el verdadero; durante toda la noche y el tiempo que tard en ver realmente lo que haba al final de su visin, haba subestimado drsticamente la dimensin de las Tierras Arrasadas. Jack com­prendi por fin, cuando el sol empez a iluminar de nuevo el mundo, que se encontraba en un ancho valle y que el borde que vea a ambos lados no era el borde del mundo sino el escarpado perfil de una cordillera. Cualquier persona o cosa poda seguirle, oculta tras la silueta de las colinas circundantes. Record al huma-noide con cola de cocodrilo que se haba escabullido por el lado del cobertizo. Habra estado siguiendo a Jack durante toda ]a noche, esperando que se quedara dormido?

El tren traqueteaba a travs del espeluznante valle, movindose con una exasperante falta de velocidad.

Escudri el entero perfil de las colinas, sin ver otra cosa que la pared vertical de rocas iluminadas por la dorada luz del sol. Jack dio una vuelta completa en la cabina; el miedo y la tensin podan ms, por el momento, que su gran cansancio. Richard se cubri los ojos con el brazo y continu durmiendo. Cualquier ser viviente o cosa poda perseguirles, al acecho del momento propicio.

Un movimiento lento a su izquierda le hizo contener el aliento. Un movimiento enorme y culebreante... Jack tuvo una visin de media docena de hombres cocodrilos arrastrndose hacia l desde la cima de las colinas y, protegindose los ojos con las manos, mir con fijeza hacia el lugar donde crea haberlos visto. Las rocas tenan el mismo color rojo que el polvo de la tierra y entre ellas se abra paso una senda profunda y sinuosa que descenda de la cumbre y bajaba por una hendidura del despeadero. Lo que se mova por ella era una forma que no poda considerarse humana. Era una serpiente o, por lo menos, as lo crey Jack... Se haba introducido en una parte oculta de la senda y Jack vio slo un enorme y reluciente cuerpo de reptil desapareciendo detrs de las rocas. La piel de aquel ser pareca tener extraos surcos y estar quemada, adems; Jack crey ver, antes de que desapareciera, unos agujeros negros en el costado... Estir el cuello para ver dnde reapareca y a los pocos segundos presenci el horrible espectculo de la cabeza de un gusano gigantesco, una cuarta parte del cual estaba enterrada en el polvo rojizo, retorcindose mien­tras se diriga hacia l. Tenia ojos turbios y huidizos, pero era la cabeza de un gusano.

Otro animal salt desde debajo de una roca, cabezudo y de cuerpo serpentino y, cuando la gran cabeza del gusano se volvi hacia l, Jack vio que el animal que hua era uno de los perros mulantes. El gusano abri una boca grande como un buzn y se trag de un bocado al frentico perro. Jack oy con claridad un crujido de huesos. El aullido del perro ces. El gigantesco gusano engull al perro como si fuese una pildora. Delante mismo de la monstruosa forma del gusano haba ahora una de las sendas ne­gras practicadas por las bolas de fuego y Jack vio a la alargada criatura excavar en el polvo como un submarino sumergindose bajo la superficie del ocano. Al parecer comprenda que las hue­llas de las bolas de fuego podan hacerle dao y, como correspon­da a su condicin de gusano, cavaba un camino por debajo del peligro. Jack esper a ver cmo el gusano desapareca por com­pleto bajo el polvo rojo y entonces ech una inquieta ojeada hacia toda la larga pendiente roja salpicada de pbicas matas de hierba amarilla y brillante, preguntndose dnde volvera a emerger.

Cuando estuvo por lo menos razonablemente seguro de que el gusano no intentara ingerir al tren, Jack volvi a inspeccionar la cordillera de colinas que le rodeaba.

7

Antes de que Richard se despertara a ltima hora de la tarde, Jack vio:

por lo menos una cabeza indiscutible asomada al borde de las colinas;

dos letales bolas de fuego rodando directamente hacia l;

el esqueleto sin cabeza de lo que al principio tom por un gran conejo y despus comprendi con horror que era un beb humano, descamado por completo, yaciente junto a las vas, e inmediata­mente despus:

el crneo infantil, redondo y reluciente del mismo beb, medio hundido -en el polvo fino. Y vio adems:

una manada de los perros cabezudos, en peor estado que los anteriores, arrastrndose patticamente en pos del tren, medio muertos de inanicin;

tres casuchas de madera, viviendas humanas, levantadas sobre estacas en el denso polvo, indicacin segura de que en alguna parte de la llanura envenenada y apestosa que constitua las Tierras Arrasadas haba gente' buscando y maquinando para en­contrar comida;

un ave pequea y correosa, sin plumas, con —y esto era un autntico detalle de los Territorios— una cara simiesca, barbuda y unos dedos bien formados en las puntas de las alas;

y lo peor de todo (aparte de lo que crea ver): dos animales completamente irreconocibles bebiendo en una de las charcas negras, animales de dientes largos, ojos humanos y patas delan­teras como las de los cerdos y las traseras como las de los grandes felinos. Las caras estaban cubiertas de pelo. Cuando el tren pas por delante de estos animales, Jack vio que los testculos del macho se haban hinchado hasta adquirir el tamao de dos cojines y se arrastraban por el suelo. Qu haba causado tales monstruo­sidades? La energa nuclear, supuso Jack, ya que apenas exista otra cosa con tal poder para deformar a la naturaleza. Los dos animales, envenenados desde el nacimiento, sorban el agua igual­mente envenenada y grueron al paso del tren.

Algn da nuestro mundo podra tener este aspecto, pens Jack. Vaya perspectiva tan halagea.

8

Adems haba las cosas que crea ver. Su piel empez a calen­tarse y escocerle; ya haba dejado caer al suelo de la cabina la prenda parecida a un sarape que haba reemplazado al abrigo de Miles P. Kiger. Antes de medioda se quit tambin la camisa de algodn. Senta un sabor horrible en la boca, una acida combi­nacin de metal oxidado y fruta podrida. El sudor le bajaba de la raz del pelo hasta los ojos. Estaba tan exhausto, que empez a soar de pie, con los ojos abiertos y baado en sudor. Vio gran­des manadas de los perros obscenos escurrirse por las colinas;

vio las nubes rojizas del cielo abrirse y bajar para agarrar a Richard y a l mismo con largos brazos ardientes, brazos demo­nacos. Cuando por fin sus ojos se cerraron, vio a Morgan de Orris, de tres metros de estatura, vestido de negro, lanzando rayos alrededor de s y resquebrajando la tierra, que escupa surtidores de polvo y se parta formando crteres. Richard gimi y murmur:

—No,no,no.

Morgan de Orris se desvaneci como un jirn de niebla y los ojos doloridos de Jack volvieron a abrirse.

—Jack? —dijo Richard.

La tierra roja que se extenda ante el tren estaba vaca, excep­tuando las sendas negras de las bolas de fuego. Jack se frot los ojos y mir a Richard, que se desperezaba dbilmente.

—Hola. Cmo ests?

Richard, acostado sobre el rgido asiento, volvi hacia l su rostro demacrado y grisceo.

—Siento habrtelo preguntado —dijo Jack.

—No —contest Richard—, en realidad estoy mejor —y Jack sinti que le abandonaba por lo menos una parte de la tensin—. An me duele la cabeza, pero estoy mejor.

—Hacas mucho ruido durante tu... hum... —observ Jack, sin saber qu dosis de realidad podra aguantar Richard.

—Durante mi sueo. S, supongo que deba hacerlo. —La cara de Richard se contrajo, pero por una vez Jack no se prepar para or un grito—. S que ahora no estoy soando, Jack. Y s que no tengo un tumor cerebral.

—Sabes dnde ests?

—En aquel tren. El tren de aquel anciano. En lo que l llam las Tierras Arrasadas.

—Vaya, me dejas patitieso —dijo Jack, sonriente. Richard se ruboriz baj la palidez cenicienta.

—Qu ha causado este cambio? —inquiri Jack, inseguro to­dava de poder confiar en la transformacin de Richard.

—Bueno, yo saba que no estaba soando —contest ste, en­rojeciendo an ms—. Supongo que... supongo que ya era hora de dejar de luchar contra ello. Si estamos en los Territorios, pues, qu caramba, estamos en los Territorios, por muy imposible que sea. —Su mirada se cruz con la de Jack y ste capt un destello de humor que le llen de sorpresa—. Recuerdas aquel gigantesco reloj de arena de la Estacin? —Cuando Jack asinti, Richard continu su explicacin—. Bueno, pues fue eso, en realidad... cuando lo vi, supe que no me lo estaba inventando todo. Porque saba que no poda haber inventado aquello. Imposible, no poda. Si hubiera tenido que inventar un reloj primitivo, le habra puesto muchas ruedas y grandes poleas... no habra sido tan sencillo. As que no me lo invent yo y, por consiguiente, era real y todo lo dems tambin.

—Y, cmo te encuentras ahora? —pregunt Jack—. Has dor­mido muchas horas.

—Estoy todava tan cansado, que apenas puedo mantener er­guida la cabeza. Me temo que en general no me encuentro muy bien.

—Richard, tengo que preguntarte una cosa. Existe alguna razn por la que tengas miedo de ir a California? Richard baj la vista y mene la cabeza.

—Has odo hablar alguna vez de un lugar llamado el hotel negro?

Richard continu meneando la cabeza. No deca la verdad, pero Jack reconoci que estaba afrontando todo lo que poda. Cualquier otra cosa —porque Jack tuvo de repente la seguridad de que haba ms, mucho ms— tendra que esperar. Hasta que lle­garan al hotel negro, tal vez. El Gemelo de Rushton y el Gemelo de Jason; s, juntos llegaran al hogar y la prisin del Talismn.

—Est bien —dijo—. Puedes andar?

—Supongo que s.

—Estupendo, porque quiero hacer algo ahora mismo, en vista de que no te ests muriendo de 'un tumor cerebral. Y necesito tu ayuda.

—De qu se trata? —pregunt Richard, secndose la cara con una mano temblorosa.

—Quiero abrir una o dos cajas del vagn de carga y ver si podemos apoderarnos de algn arma.

—Odio y detesto las armas —dijo Richard— y t tambin de­beras odiarlas. Si nadie tuviera armas, tu padre...

—Claro, y si los cerdos tuvieran alas, volaran —replic Jack—. Estoy bastante seguro de que alguien nos sigue.

—Es posible que sea pap —observ Richard con voz esperan­zada.

Jack gru y sac la marcha de la primera muesca. El tren empez a perder velocidad. Cuando se hubo detenido, Jack puso la marcha en punto muerto.

—Crees que puedes apearte?

_Claro —dijo Richard, levantndose demasiado de prisa. Las rodillas se le doblaron y cay sentado en el banco. Su rostro pareca an ms gris que antes y tena gotas de sudor en el labio superior y en la frente—. Bueno, quiz no —aadi en un mur­mullo.

—Tmatelo con calma —aconsej Jack, sentndose a su lado y cogindole por el codo con una mano, mientras colocaba la otra sobre la frente clida y hmeda de Richard—. Reljate. —Richard cerr un momento los ojos y luego mir a Jack con una expre­sin de total confianza.

—Lo he intentado con demasiada rapidez —dijo—. Tengo agu­jetas por permanecer tanto rato en la misma posicin.

—Pues muvete despacio —repiti Jack, ayudndole a ponerse en pie.

—Duele.

—Durar poco. Necesito tu ayuda, Richard.

Richard prob de dar un paso y jade. Uf. Adelant la otra pierna y entonces se agach un poco para darse unas palmadas en los muslos y pantorrillas. Jack vio que su rostro cambiaba, pero esta vez no por dolor, sino por un enorme asombro que se reflej en sus facciones.

Jack sigui la direccin de los ojos de su amigo y vio a una de las aves sin plumas y con cara de mono pasar por delante del tren.

—S, hay un montn de cosas extraas por aqu —dijo—. Me sentir mucho mejor si encontramos armas debajo de esa lona.

—Qu crees que debe haber al otro lado de estas colinas? —inquiri Richard—. Ms cosas extraas?

—No, creo que all debe haber ms hombres, si es que se pueden llamar as. He visto a alguien observndonos en dos oca­siones.

Al sorprender una expresin de pnico en la cara de Richard, Jack aadi:

—Me parece que no era nadie de tu escuela. Pero podra ser algo an peor. No trato de asustarte, compaero; es que he visto bastante ms que t de las Tierras Arrasadas.

—Las Tierras Arrasadas —repiti Richard, receloso. Mir de reojo el polvoriento valle, con sus trozos de hierba color de ori­na—. Oh, aquel rbol... oh....

—S, ya s —dijo Jack—. No hay ms remedio que aprender a no fijarse demasiado.

—Quin diablos deseara crear semejante desolacin? —pre­gunt Richard—. Esto no es natural, sabes?

—Quiz lo averiguaremos algn da. —Jack ayud a Richard a salir de la cabina, colocndose ambos en el angosto estribo que cubra la parte superior de las ruedas—. No pongas los pies sobre ese polvo —advirti a su amigo—; no sabemos lo profundo que es y no quiero tener que tirar de ti para que no te hundas.

Richard se estremeci, pero pudo ser porque acababa de ver por el rabillo del ojo otro de los rboles angustiados y vociferantes.

Juntos, los dos muchachos avanzaron por el estribo del tren pa­rado hasta que pudieron saltar al enganche del furgn vaco, del cual partan unos peldaos de metal que conducan al techo del vagn. En el extremo de ste, otros peldaos les permitieron bajar al vagn de carga.

Jack tir de la gruesa y peluda cuerda, intentando recordar cmo la haba aflojado Anders con tanta facilidad.

—Creo que est aqu —dijo Richard, levantando un trozo de cuerda retorcida como un nudo de horca—. Qu te parece?

—Intntalo.

Richard tuvo la fuerza suficiente para deshacer el nudo y cuan­do Jack le ayud a tirar de la cuerda, sta se desenrosc y la lona se afloj sobre las cajas. Jack levant el borde y vio piezas de ma­quinaria y un montn de cajas ms pequeas que no haba visto antes, marcadas lentes.

—Aqu estn —dijo—. Lstima que no tengamos una palanca. —Mir hacia el borde del valle y un rbol torturado abri la boca y grit en silencio. Era aquello que se asomaba otra cabeza? Poda ser uno de los enormes gusanos, que se deslizara en su direccin—. Vamos, tratemos de levantar la tapa de una de estas cajas —propuso y Richard se acerc a l, obediente.

Despus de seis fuertes tirones, Jack not que la tapa se mova y oy crujir los clavos. Richard continu tirando del otro lado.

—Ya basta —le dijo. Richard pareca ms ceniciento y ms enfermo que antes del esfuerzo—. Se abrir con otro tirn.

Richard se apart y casi cay sobre una de las cajas. Se en­derez y sigui palpando bajo la lona.

Jack se coloc frente a la caja alta, apret las mandbulas, puso las manos en las esquinas de la tapa y tir hacia arriba hasta que los msculos empezaron a vibrarle. Justo antes de que se viera obligado a descansar, los clavos crujieron y se salieron un poco de la madera. Jack grit: YAAA! y levant la tapa.

Dentro, amontonados y relucientes de grasa, haba media do­cena de rifles de una clase que Jack no haba visto nunca; una especie de engrasadores de pistn metamorfoseados en mariposas, medio mecnicas, medio insectiles. Sac uno y lo mir ms de cerca para tratar de ver cmo funcionaba. Era un arma autom­tica, as que necesitara un cargador. Se inclin y us el can del arma para levantar la tapa de la caja de lentes. Tal como haba esperado, en la segunda caja, de menor tamao, haba un pequeo montn de cargadores muy engrasados alojados en fundas de plstico.

—Es una Uzi —dijo Richard a sus espaldas—, una metralleta israel. Tengo entendido que estn muy de moda y son el juguete preferido de los terroristas.

—Cmo lo sabes? —pregunt Jack, alargando la mano para coger otra arma.

—Veo la televisin. Qu te crees?

Jack hizo experimentos con el cargador, intentando al prin­cipio encajarlo boca abajo en la cavidad y encontrando por fin la posicin correcta. Despus encontr el seguro, lo puso y lo quit.

—Estas condenadas armas son muy feas —observ Richard.

—Has de coger una, as que no la critiques. —Jack sac otro cargador para Richard y, tras un momento de reflexin, cogi todos los cargadores de la caja, se guard dos en los bolsillos, lanz otros dos a Richard, que logr cazarlos al vuelo, y desliz los restantes en su morral.

—Uf —rezong Richard.

—Considralo una garanta —dijo Jack.

9

Richard se dej caer sobre el asiento en cuanto hubieron vuelto a la cabina; subir y bajar por las dos escalerillas y andar por el estrecho estribo de metal sobre las ruedas haba consumido casi toda su energa. Sin embargo, hizo sitio a Jack para que se sen­tara y estuvo atento a las maniobras de su amigo para poner de nuevo el tren en marcha. Jack recogi el sarape y frot la me­tralleta con l.

—Qu haces?

—Quito la grasa y ser mejor que t tambin lo hagas cuando yo termine.

Durante el resto del da los dos muchachos continuaron sen­tados en la cabina abierta del tren, sudando e intentando hacer caso omiso del gimoteo de los rboles, del hedor del paisaje y del hambre que sentan. Jack observ que Richard tena en torno a los labios un grupo de pequeas llagas. Al final cogi la Uzi de las manos de Richard, la limpi de grasa y la carg. El sudor le escoca y saba a salado en las grietas de sus propios labios.

Cerr los ojos. Quiz no haba visto aquellas cabezas asomadas al borde del valle; quiz nadie les persegua, despus de todo. Oy silbar las bateras y vio una gran chispa y se dio cuenta de que Richard saltaba para ver qu ocurra. Un instante despus se qued dormido y so con comida.

10

Cuando Richard sacudi el hombro de Jack, alejndole de un mundo en que acababa de comerse una pizza grande como un neumtico de camin, las sombras empezaban a extenderse por el valle, suavizando la agona de los rboles torturados. Incluso ellos, encorvados y con las manos delante de la cara, parecan hermosos a la luz del crepsculo. El denso polvo rojo rielaba y resplandeca. Las sombras se proyectaban sobre l, alargndose casi de modo perceptible. La terrible hierba amarilla se funda en un anaranjado casi suave. La luz del sol poniente caa de soslayo sobre las rocas del borde del valle.

—He pensado que quiz querras ver esto —dijo Richard, cuyas llagas en torno a los labios parecan haberse incrementado. Sonri dbilmente—. Me ha parecido algo especial... el espectro, quiero decir.

Jack temi que Richard deseara enzarzarse en una explicacin cientfica del cambio de color en el crepsculo, pero su amigo estaba demasiado cansado o enfermo para la fsica. Los dos muchachos contemplaron en silencio cmo la puesta de sol intensi­ficaba todos los colores de su entorno, convirtiendo el cielo del oeste en un esplendor de tonos morados.

—Sabes qu ms llevas en este cacharro? —pregunt Richard.

—Qu ms? —inquiri a su vez Jack. A decir verdad, casi no le importaba. No poda ser nada bueno y esperaba vivir para ver otra puesta de sol polcroma y llena de sentimiento como sta.

—Explosivos de plstico, envueltos en paquetes de dos libras, ms o menos. Hay los suficientes para volar toda una ciudad. Si una de estas armas se dispara accidentalmente o si alguien acierta esos paquetes con una bala, este tren se convertir en un agujero en el suelo.

—Yo no disparar si t no disparas —contest Jack y volvi a dejarse absorber por el crepsculo, que se le antojaba extraa­mente premonitorio, un sueo de objetivos alcanzados, y le con­dujo a recuerdos de todo lo que haba vivido desde que abando­nara el hotel Jardines de la Alhambra. Vio a su madre tomando el t en el pequeo saln, una mujer de improviso cansada y vieja;

a Speedy Parker sentado al pie de un rbol; a Lobo guardando su rebao; a Smokey y Lori del horrible bar de Oatley; a todas las aborrecidas caras del Hogar del Sol, Heck Bast, Sonny Singer y los otros. Record a Lobo con una nostalgia muy intensa y especial, porque el crepsculo le hizo evocar toda su figura, aun­que Jack no habra sabido explicar por qu. Dese poder coger la mano de Richard y entonces pens: Bueno, y por qu no?, y alarg la mano hasta que encontr la de su amigo, regordeta y hmeda, y cerr los dedos en torno a ella.

—Me siento enfermo —dijo Richard—. No es como... antes. Tengo el estmago revuelto y toda la cara me pica.

—Creo que no te encontrars bien hasta que hayamos salido de este lugar —contest Jack. Pero, qu pruebas tienes de ello, doctor? —se pregunt—. Qu pruebas tienes de que no le ests envenenando? No tena ninguna. Se consol con la idea recin inventada (recin descubierta?) de que Richard era una parte esencial de lo que sucedera en el hotel negro. Necesitara a Richard Sloat, y no slo porque Richard Sloat saba distinguir entre explo­sivos de plstico y bolsas de fertilizante.

Habra estado Richard antes en el hotel negro? Habra estado realmente cerca del Talismn? Se volvi a mirar a su amigo, que respiraba de prisa y laboriosamente y cuya mano yaca en la suya como una escultura de cera fra.

—No quiero el arma —dijo Richard, apartndola de sus pier­nas—. Su olor me marea.

—Est bien —respondi Jack, ponindola sobre sus propias piernas con la mano libre.

Uno de los rboles se desliz ante su vista y aull de dolor sin hacer ruido. Los perros mulantes no tardaran en merodear de nuevo. Jack lanz una ojeada a las colinas de la izquierda —el lado de Richard— y vio una silueta humanoide deslizarse entre las rocas.

11

—Eh —exclam, casi incrdulo. Indiferente a su sobresalto, el cre­psculo multicolor continu embelleciendo lo que no poda em­bellecerse—, eh, Richard.

—Qu? T tambin te encuentras mal?

—Creo que he visto a alguien all. En tu lado. —Volvi a mirar hacia el despeadero, pero no vio ningn movimiento.

—No me importa —dijo Richard.

—Ser mejor que te importe. Te das cuenta de cmo eligen el momento? Quieren atacamos justo cuando est demasiado os­curo para que les veamos.

Richard abri el ojo izquierdo e hizo una somera inspeccin.

—No veo a nadie.

—Yo tampoco, ahora, pero me alegro de haber cogido estas armas. Incorprate, Richard, y vigila con mucha atencin si quie­res salir de aqu vivo.

—Eres un aguafiestas, joln. —Sin embargo, Richard se incor­por y abri los dos ojos—. No veo nada all arriba, Jack. Ya es demasiado oscuro. Seguramente lo has imaginado...

—Calla —interrumpi Jack, que crey ver otro cuerpo introdu­cirse entre las rocas que dominaban el valle—. Hay dos. Y si

viene otro?

—Quiz no haya nadie —dijo Richard—. De todos modos, por qu ha de desear alguien hacernos dao? Quiero decir que no...

Jack volvi la cabeza y mir el trecho de vas que tena delante. Algo se movi detrs del tronco de un rbol torturado, algo de mayor tamao que un perro.

—Vaya —dijo—, creo que ah hay otro sujeto esperndonos. Durante un momento, el miedo le petrific; era incapaz de pen­sar qu poda hacer para protegerse de los tres asaltantes. Se le hizo un nudo en el estmago. Cogi la Uzi que tena en el regazo y la mir con expresin desorientada, como si no supiera usarla. Tendran tambin armas los salteadores de Las Tierras Arra­sadas?

—Richard, lo siento —dijo—, pero esta vez la cosa va en serio y necesitar tu ayuda.

—Qu puedo hacer? —pregunt Richard con voz chillona.

—Toma tu arma —contest Jack, alargndosela—. Y creo que deberamos arrodillarnos para no ofrecer un blanco tan grande.

Se puso de rodillas y Richard le imit con movimientos lentos, como subacuticos. A sus espaldas son un largo grito y otro encima de sus cabezas.

—Saben que los hemos visto —dijo Richard—, pero, dnde estn?

La pregunta fue contestada casi inmediatamente. Todava visi­ble en la penumbra de color prpura, un hombre —o algo pare­cido a un hombre— sali corriendo de su escondite y empez a bajar la pendiente en direccin al tren. Unos harapos ondeaban tras l. Gritaba como un indio y levantaba algo que tena en las manos, algo parecido a un palo flexible, y Jack todava intentaba adivinar su funcin cuando oy —ms que vio— una forma estre­cha hendir el aire junto a su cabeza.

—Diantre! —exclam—. Tienen arcos y flechas!

Richard gimi y Jack temi que vomitara encima de ambos.

—Tengo que disparar contra l —dijo. Richard trag saliva y emiti un ruido que no era una pa­labra.

—Oh, diablos —murmur Jack, quitando el seguro de su Uzi. Levant la cabeza y vio al harapiento ser que le persegua disparar otra flecha. Si su puntera hubiese sido certera, Jack no habra vuelto a ver nada, pero la flecha pas rozando el costado de la cabina. Jack levant la Uzi y apret el gatillo.

No esperaba nada de lo que sucedi. Haba pensado que el arma permanecera quieta en sus manos y disparara, obediente, unas cuantas balas, pero en lugar de esto, la Uzi salt en sus manos como un animal, produciendo una serie de ruidos lo bas­tante altos para perforarle los tmpanos. El tufo de la plvora le quem la nariz. El hombre harapiento que segua al tren alz los brazos, pero por el asombro, no porque estuviera herido. Por fin Jack se acord .de apartar el dedo del gatillo. No tena idea de cuntos disparos haba malgastado ni de cuntas balas quedaban en el cargador.

—Le has dado, le has dado? —pregunt Richard. El hombre corra ahora por la orilla del valle, con enormes pies planos que parecan ondear en el aire. Entonces Jack vio que no eran pies, sino grandes artefactos parecidos a placas, el equi­valente de las raquetas para nieve en las Tierras Arrasadas. Su intencin era cubrirse tras uno de los rboles.

Jack levant la Uzi con ambas manos y apunt. Entonces apret suavemente el gatillo. El arma retrocedi entre sus manos, pero menos que la vez anterior. Las balas salieron, describiendo un amplio arco, y por lo menos una de ellas dio en el blanco, porque el hombre se tambale hacia un lado, como si un camin le hu­biese embestido, y los pies se desprendieron de las raquetas.

—Dame tu arma —dijo Jack y cogi la Uzi de Richard. Todava arrodillado, dispar medio cargador hacia la oscuridad de de­lante del tren, esperando matar al ser que acechaba all.

Otra flecha se estrell contra el tren y otra se qued clavada en el lado del furgn.

Richard temblaba y lloraba en el suelo de la cabina.

—Carga la ma —le dijo Jack, sacndose un cargador del bol­sillo y ponindolo bajo la nariz de Richard. Escudri el borde del valle para distinguir al segundo atacante. En menos de un minuto la oscuridad sera demasiado densa para ver cualquier cosa que estuviera en la cuenca del valle.

—Ya le veo —grit Richard—. Le he visto... all! Seal hacia una sombra que se mova con rapidez y en silencio entre las rocas y Jack gast el resto del segundo cargador dispa­rando contra ella. Cuando termin la municin, Richard cogi su metralleta y le puso la otra en las manos.

—Buenos sicos, simpticos sicos —dijo una voz a la derecha, aunque era imposible calcular a qu distancia estaba—. Ahora basta, parad ahora, vale? Se acab la lusha, sed buenos sicos y vender el arma. Matar muy bien con eya, veo.

Jack —murmur Richard en tono frentico, para avisarle.

—Tira el arco y las flechas —grit Jack, todava en cuclillas

junto a Richard.

—Jack, no lo hagas! —susurr Richard.

—Ya los tiro —contest la voz, que an estaba delante de ellos. Algo ligero cay sobre el polvo—. Vosotros parad, sicos, y vender­me arma, vale?

—Est bien —dijo Jack—. Acrcate para que podamos verte.

—Vale —contest la voz.

Jack puso la marcha en punto muerto y el tren se fue dete­niendo.

—Cuando grite —murmur a Richard—, pon la primera lo ms

de prisa que puedas, entendido?

—Oh, Dios mo —suspir Richard.

Jack se cercior de que el arma que Richard acababa de darle no tena puesto el seguro. Un reguero de sudor le caa de la frente directamente en el ojo derecho.

—Todo bien ahora —dijo la voz—. Sicos poder levantarse. Le­vantarse, sicos.

Despierrta, despierrta, porfavor, porfavor. El tren se acercaba a la voz.

—Pon la mano sobre el cambio de marchas —susurr Jack—. Pronto gritar.

La mano trmula de Richard, que pareca demasiado pequea e infantil para ejecutar algo, por poco importante que fuera, toc la palanca de la caja de cambios.

Jack evoc de repente, con gran claridad, al viejo Anders pos­trado ante l sobre el ondulado suelo de madera, preguntando:

Estars a salvo, mi seor? l haba contestado en tono petulante, sin tomarse muy en serio la pregunta. Qu eran las Tierras Arrasadas para un muchacho que haba acarreado cuetes para Smokey Updike?

Ahora le daba mucho ms miedo ensuciarse los pantalones que la posibilidad de que Richard vomitara el almuerzo por encima de la versin de los Territorios del abrigo de loden de Myles P. Kiger.

Una carcajada reson en la oscuridad junto a la cabina y Jack se enderez, levantando el arma, y grit justo cuando un cuerpo muy pesado choc contra el lado de la cabina y se agarr a ella. Richard puso la primera marcha y el tren arranc con una sa­cudida.

Un brazo desnudo, cubierto de pelos, segua aferrado a la ca­bina. Se acab el salvaje oeste, pens Jack y entonces todo el tronco del hombre se irgui ante ellos. Richard profiri un chillido y Jack estuvo a punto de evacuar el contenido de sus intestinos en su ropa interior.

La cara consista casi toda en dientes; era una cara tan instin­tivamente mala como la de una serpiente de cascabel con las fau­ces abiertas, y una gota de lo que Jack supuso instintivamente que sera veneno cay de uno de los largos y curvados dientes. Con excepcin de la nariz diminuta, el ser erguido ante los muchachos se pareca mucho a un hombre con cabeza de serpiente. En una mano de membranas sostena un cuchillo. Jack dispar sin apun­tar, impulsado por el pnico.

Entonces el ser se alter y ech hacia atrs un momento y Jack tard una fraccin de segundo en ver que la mano de mem­branas y el cuchillo haban desaparecido. El ser adelant un mun sanguinolento, dejando una mancha de sangre en la ca­misa de Jack. Por suerte, al muchacho se le embot el cerebro y sus dedos supieron apuntar la Uzi directamente al pecho de aquel ser y apretar el gatillo.

Un gran agujero rojo se abri en el centro del pecho moteado y los dientes chorreantes chocaron entre s. Jack mantuvo apre­tado el gatillo y la Uzi levant por s sola el can y destruy la cabeza del ser en uno o dos segundos de total carnicera. Entonces desapareci. Slo una mancha de sangre en el lado de la cabina y otra en la camisa de Jack demostraban que los dos muchachos no haban soado todo aquel combate.

—Cuidado! —grit Richard.

—Ya no est —suspir Jack.

—Adonde ha ido?

—Se ha cado —respondi Jack—. Ha muerto.

—Le has arrancado la mano de un disparo —murmur Ri­chard—. Cmo lo has hecho?

Jack levant las manos y las mir temblar. Apestaban a pl­vora.

—Slo he imitado a alguien con buena puntera. —Baj las manos y se lami los labios.

Doce horas ms tarde, cuando el sol volva a salir sobre las Tierras Arrasadas, ninguno de los dos muchachos haba dormido, sino que haban pasado toda la noche rgidos como soldados, con las metralletas en el regazo y atentos al menor ruido. Recordando la cantidad de municin que llevaba el tren, Jack disparaba de vez en cuando algunos cartuchos contra el borde del valle. Y durante todo aquel segundo da, si es que haba hombres o monstruos en esta remota parte de las Tierras Arrasadas, nadie molest a los muchachos. Lo cual poda significar, pens, exhausto, Jack, que conocan la existencia de las armas. O que aqu, tan cerca de la costa occidental, nadie quera meterse con el tren de Morgan. No mencion nada de esto a Richard, cuyos ojos eran vagos y velados y que pareci febril la mayor parte del tiempo.

12

Al atardecer de aquel da, Jack empez a oler a agua salada en el aire spero.

captulo 36

JACK Y RICHARD VAN A LA GUERRA

1

Aquella tarde la puesta de sol fue ms amplia —la tierra haba empezado a dilatarse de nuevo al acercarse al ocano—, pero no tan espectacular. Jack detuvo el tren en la cumbre de una colina erosionada y volvi a subir al vagn de carga. Rebusc en l du­rante casi una hora —hasta que los colores sombros se desvane­cieron del cielo y se alz en el este un cuarto de luna— y regres con seis cajas, todas marcadas lentes.

—brelas —dijo a Richard— y haz la cuenta. Te nombro Guar­din de los Cargadores.

—Maravilloso —replic Richard con voz dbil—. Saba que reciba toda esa educacin para algn fin.

Jack volvi una vez ms al vagn y abri la tapa de una de las cajas marcadas piezas de maquinaria. Mientras lo haca, oy un grito ronco en la oscuridad, seguido de un estridente chillido de dolor.

—Jack! Jack, ests ah atrs?

—S, estoy aqu! —contest Jack, pensando que era muy im­prudente por parte de ambos gritar como un par de comadres desde un patio a otro, pero la voz de Richard sugera que su temor rayaba en el pnico.

—Volvers pronto?

—En seguida voy! —grit Jack, haciendo ms fuerza con el can de la Uzi. Estaban dejando atrs las Tierras Arrasadas, pero Jack an no quera detenerse demasiado rato. Habra sido ms sencillo llevarse la caja de metralletas a la cabina, pero pesaba demasiado.

No pesan, son mis Uzis, pens Jack y ri entre dientes en la oscuridad.

—Jack! —La voz de Richard era estridente, frentica.

—Espera un momento, compinche —contest.

—No me llames compinche —protest Richard. Los clavos de la tapa se desprendieron con un crujido y Jack pudo levantarla. Agarr dos metralletas y ya iba a dar media vuelta cuando vio otra caja, ms o menos del tamao de un televisor porttil, que antes estaba oculta bajo un pliegue de la lona en­cerada.

Corri tambalendose por el techo del vagn bajo la dbil luz de la luna, sintiendo la brisa en el rostro. Era limpia, sin rastro del hediondo perfume, sin vestigio de putrefaccin; slo una humedad limpia y el inconfundible aroma de la sal.

—Qu hacas? —le rega Richard—. Jack, ya tenemos armas! Y tambin municiones! Por qu has ido a buscar ms? Algo podra haber trepado hasta aqu mientras t jugabas con esto!

—Ms armas porque las metralletas tienen tendencia a recalen­tarse —explic Jack—. Ms balas porque es posible que debamos disparar muchas veces. Yo tambin veo la televisin, sabes? —Se dispuso a volver de nuevo al vagn de carga porque quera ave­riguar qu contema aquella caja cuadrada.

Richard le sujet; el pnico convirti su mano en una garra de ave de rapia.

—Richard, no pasar nada...

—Algo te podra llevar consigo!

—Creo que estamos casi fuera de las Tie...

—Algo podra llevarme a m consigo! Jack, no me dejes solo! Richard se ech a llorar. No dio la espalda a Jack ni se tap la cara con las manos; permaneci como estaba, con la cara con­trada y los ojos anegados en lgrimas. En aquel momento se antoj cruelmente indefenso a Jack, quien le abraz y retuvo contra s.

—Si alguien te ataca y te mata, qu ser de m? —solloz Ri­chard—. Cmo podra salir de aqu alguna vez? No lo s —pens Jack—. Realmente, no lo s.

2

As pues, Richard acompa a Jack en su ltimo viaje al vagn de carga y esto signific empujarle y sostenerle al subir la escale­rilla, prestarle apoyo al caminar por el techo del furgn y ayudarle con mucho cuidado a bajar los escalones, como se ayuda a una anciana invlida a cruzar la calle. Richard el Racional comenzaba a mejorar mentalmente, pero fsicamente estaba cada vez peor.

Aunque los listones rezumaban grasa lubricante, la caja cua­drada llevaba la marca: fruta, lo cual, como Jack descubri en cuanto pudieron abrirla, no era del todo inexacto, ya que estaba llena de pinas. De las que explotan.

—Caracoles! —murmur Richard.

—Vaya, vaya —dijo Jack—. Aydame. Creo que podemos llevar cada uno cuatro o cinco dentro de la camisa.

—Para qu quieres tanto armamento? —pregunt Richard—'. Acaso esperas enfrentarte a un ejrcito?

—Algo parecido.

3

Richard mir hacia el cielo mientras volvan por el techo del fur­gn y sinti un mareo. Se tambale y Jack tuvo que cogerlo para que no se cayera del tren. Se haba dado cuenta de que no poda reconocer las constelaciones del hemisferio norte ni las del sur. Estas estrellas eran diferentes... pero formaban diseos y en algu­na parte de este mundo desconocido e increble quiz alguien na­vegaba guindose por ellas. Fue este pensamiento lo que hizo comprender a Richard la realidad de su entorno... y esta compren­sin represent para l un impacto definitivo e innegable.

Entonces la voz de Jack le llam como desde lejos:

—En, Richie! Jason! Por poco te caes del tren!

Por fin llegaron de nuevo a la cabina.

Jack puso la primera marcha, presion hacia abajo la palanca de aceleracin y el artefacto de Morgan de Orris arranc una vez ms. Jack ech una ojeada al suelo de la cabina: cuatro metra­lletas Uzi, casi veinte montones de cargadores, a diez por montn, y diez granadas de mano cuyos pasadores de seguridad parecan abridores de latas de cerveza.

—Si esto no nos basta —dijo Jack—, ms vale que lo olvidemos.

—Qu ests esperando, Jack? Jack se limit a menear la cabeza.

—Supongo que me debes considerar un pelmazo —observ Richard.

—Claro, como siempre, compinche —sonri Jack.

—No me llames compinche!

—Compinche-compinche-cowpinche!

Esta vez la vieja broma suscit una sonrisa. No muy grande, no hizo ms que subrayar las grietas de los labios de Richard... pero mejor que nada.

—Estars bien si duermo un poco ms? —pregunt Richard, apartando a un lado los cargadores de las metralletas y acomodn­dose en un rincn de la cabina, tapado con el sarape de Jack—. Despus de tanto trepar y acarrear pesos... Creo que debo estar enfermo porque me siento realmente exhausto.

—Estar bien —respondi Jack, y de hecho se encontraba ms animado, lo cual no le vendra mal dentro de poco, si sus temores eran fundados.

—Ya puedo oler el ocano —dijo Richard y Jack capt en su voz una asombrosa mezcla de amor, aversin, nostalgia y miedo. Los ojos de Richard se cerraron.

Jack baj todo lo que pudo la palanca de aceleracin. El pre­sentimiento de que el fin —alguna clase de fin— estaba cerca no haba sido nunca tan fuerte.

4

Los ltimos vestigios pobres y sombros de las Tierras Arrasadas haban desaparecido ya cuando sali la luna. Reaparecieron los campos de cereal, que aqu era ms tosco que en Ellis-Breaks, pero que an irradiaba un sensacin de pureza y salud. Jack oy la dbil llamada de unos pjaros que gritaban como gaviotas. Era un sonido indeciblemente solitario en estas grandes llanuras abier­tas que olan un poco a fruta y bastante ms a sal marina.

Despus de medianoche el tren empez a zumbar a travs de grupos de rboles, la mayora de hoja perenne, y su olor de resina, mezclado con el de la sal, pareca establecer una conexin firme entre este lugar al que se aproximaba y el lugar de donde proce­da. l y su madre no haban permanecido nunca mucho tiempo en el norte de California —quiz porque Sloat sola pasar sus va­caciones all—, pero recordaba haber odo contar a Lily que el paisaje en torno a Mendocino y Sausalito se pareca mucho al d Nueva Inglaterra, incluyendo las casas de dos pisos delante y uno atrs, con tejado de caballete, y las de madera de un solo piso, con el mismo tejado, tpicas de Cape Cod. Las compaas cinema­togrficas que necesitaban escenarios de Nueva Inglaterra recu­rran al norte de su propio estado en lugar de trasladarse a la otra costa del pas, y los espectadores no solan notar la dife­rencia.

Asi es como debe ser. De un modo muy extrao, vuelvo al lugar que dej atrs.

Richard: Acaso esperas enfrentarte a un ejrcito?

Se alegraba de que Richard estuviera dormido, porque as no tena que contestar a esta pregunta... por lo menos, todava no.

Anders: Cosas demoniacas. Para los Lobos malos. Para llevar al hotel negro.

Las cosas demonacas eran las ametralladoras Uzi, el explosivo de plstico, las granadas. Las cosas demonacas estaban aqu. Los Lobos malos, no. El furgn, sin embargo, estaba vaco, y Jack encontraba este hecho muy revelador.

Aqu hay una historia para ti, Riche, muchacho, y me alegra que ests dormido porque as no tengo que contrtela. Margan sabe que llego y ha preparado una tiesta sorpresa, slo que sern hombres lobos y no chicas desnudas los que saltarn del pastel, armados con metralletas Uzi y granadas, como manda la ocasin. Menos mal que hemos secuestrado este tren, por as decirlo, y que llegamos con diez o doce horas de antelacin, porque si nos diri­gimos a un campamento lleno de Lobos dispuestos a asaltar el pequeo tren de los Territorios —y creo que esto es exactamente lo que hacemos—, necesitaremos todo el elemento sorpresa de que podamos disponer.

Sera ms fcil detener el tren lejos de donde estuviera apos­tada la fuerza de ataque de Morgan y describir un gran crculo en tomo al campamento. Ms fcil y tambin ms seguro.

Pero esto dejara indemnes a los Lobos malos, lo comprendes, Richie?

Mir el arsenal esparcido sobre el suelo de la cabina y se pre­gunt si estaba planeando de verdad lanzar a un comando contra la Brigada de Lobos de Morgan. Vaya comando. El bueno y viejo de Jack Sawyer, Rey de los Lavaplatos Vagabundos, y su Coma­toso Compinche, Richard. Jack se pregunt si se habra vuelto loco. Supuso que s, porque aquello era exactamente lo que estaba pla­neando; sera lo ltimo que esperara cualquiera de ellos... y ya haba soportado bastante, maldita sea. Le haban azotado con un ltigo; haban matado a Lobo. Haban destruido la escuela de Richard y casi acabado con su cordura y, para colmo, quiz Morgan Sloat haba vuelto a New Hampshire a atormentar a su madre.

Loco o no, haba llegado el momento de la revancha.

Jack se agach, cogi una metralleta cargada y la sostuvo sobre su brazo mientras las vas se abran ante l y el o)or de la sal se incrementaba por momentos.

5

Antes de amanecer, Jack durmi unas horas, apoyado en la palanca de aceleracin. No le habra consolado mucho saber que semejante posicin se llamaba embrague de cadver. Cuando sali el sol, Richard le despert.

—Hay algo delante de nosotros.

Jack mir primero con atencin a Richard. Haba esperado verle con mejor aspecto a la luz del da, pero ni siquiera el cos­mtico del amanecer poda disimular el hecho de que Richard estaba enfermo. El color del muevo da haba cambiado el tono dominante de su tez, convirtiendo el gris en amarillento... esto

era todo.

Ehl Tren! Hola grande y maldito tren! —Este grito gutural fue poco ms que el gruido de una bestia. Jack mir hacia de­lante.

Se acercaban a una especie de pequeo blocao.

El centinela era un Lobo... pero cualquier parecido con el Lobo de Jack terminaba en los llameantes ojos anaranjados. La cabeza de este Lobo era horriblemente aplanada, como si una mano enorme hubiera rebanado la curva superior del crneo. La cara pareca sobresalir de la mandbula retrada como un peasco en precario equilibrio sobre un abismo. Ni siquiera la gozosa sor­presa reflejada en aquella cara poda ocultar su profunda y bru­tal estupidez. Unas trenzas de pelo le colgaban de las mejillas y una cicatriz en forma de X le cruzaba la frente.

El Lobo llevaba algo parecido al uniforme de un mercenario, o lo que Jack crea que era dicho uniforme. Los anchos pantalones verdes estaban embutidos en las botas negras, pero Jack vio que las botas haban sido agujereadas para permitir la salida de los dedos peludos, de uas largas, del Lobo.

Tren! —ladr y gru 'a la vez mientras il'a locomotora cu­bra los ltimos cincuenta metros. Empez a saltar, con una son­risa salvaje, e hizo chasquear los dedos al estilo de Cab Calloway. De sus mandbulas brotaban repugnantes cogulos de espuma—. Tren! Tren! Maldito tren AQU Y AHORA MISMO! —Abri la boca de un modo alarmante, mostrando dos hileras de lanzas rotas y amarillas—. Vens pronto, malditos sicos, qu bien, qu bien!

Jack, qu es esto? —pregunt Richard, agarrando el hombro de Jack con una fuerza que traicionaba su pnico pero hablando en voz bastante baja, lo cual tena mucho mrito.

—Es un Lobo, un Lobo de Morgan.

Ya est, Jack! Idiota! Has pronunciado su nombre!

Pero no haba tiempo para preocuparse por esto ahora. Casi haban llegado al puesto de guardia y el Lobo tena la evidente intencin de saltar a bordo. Mientras Jack le miraba, dio un torpe brinco sobre el polvo, haciendo entrechocar las botas claveteadas. Tena un cuchillo en el cinturn que llevaba en bandolera sobre el pecho desnudo, pero no tena arma de. fuego.

Jack ajust el control de la Uzi para un solo disparo.

—Morgan? Quin es Morgan? Qu Morgan?

—Ahora no —dijo Jack.

Se concentr en un buen blanco: el Lobo, y simul una gran sonrisa plastificada mientras mantena la Uzi baja y fuera de la vista.

Tren de Anders! Maldita sea! Aqu y ahora! Un mango parecido a una gran asa sobresala del lado derecho de la locomotora, sobre un ancho peldao a modo de estribo. Con su salvaje sonrisa, derramando espuma por el mentn y claramente enajenado, el Lobo asi el mango y salt con agilidad al estribo.

—Eh! Dnde est el viejo? Dnde...? Jack levant la Uzi y envi una bala al ojo izquierdo del Lobo. La llameante luz anaranjada se apag como la llama de una vela bajo una rfaga de viento. El lobo cay hacia atrs desde el estribo como un hombre realizando una torpe zambullida, y dio contra el suelo con un ruido sordo.

—Jack! —Richard le agarr y le hizo girar en redondo. Su rostro pareca tan salvaje como el del Lobo, slo que era terror lo que lo contraa, no regocijo—. Te. has referido a mi padre? Est mi padre implicado en esto?

Richard, confas en m?

—S, pero...

—Entonces, olvdalo. Olvdalo, ste no es el momento.

—Pero...

—Coge un arma.

—Jack...

—Richard, coge un arma\ Richard se agach y cogi una Uz.

—Odio las armas —repiti.

—S, ya lo s. A m tampoco me entusiasman, Richie, mucha­cho, pero ha llegado la hora de la revancha.

6

Ahora las vas se acercaban a una alta empalizada detrs de la cual sonaban gritos y gruidos, vtores, palmadas rtmicas y el sonido de un taconeo acompasado sobre la tierra. Haba adems otros sonidos menos identificables, pero todos significaron lo mis­mo para Jack: entrenamiento militar. La zona que mediaba entre el puesto de guardia y la empalizada tena casi un kilmetro y, en medio de semejante algaraba, Jack dudaba de que alguien hubiese odo su nico disparo. El tren, al ser elctrico, era casi silencioso. An tenan a su favor la ventaja de la sorpresa.

Las vas desaparecan bajo una puerta doble en un lado de la empalizada. Jack vio rendijas de luz entre los troncos toscamente descortezados.

—Jack, ser mejor que disminuyas la marcha. Se hallaban a unos dent cincuenta metros de la puerta. Al otro lado las voces desaforadas gritaban: MARRRRchen! Un­dos! Tres-cuatro! MARRRchen! Jack pens otra vez en los hom­bres bestias de H. G. Wells y se estremeci.

—La suerte est echada, compinche. Vamos a entrar. Tienes el tiempo justo de entonar el canto del cisne.

—Jack, ests loco!

—Ya lo s.

Cien metros. Las bateras zumbaban. Salt un chispa azul, chisporroteando. A ambos lados del tren se extenda la tierra yerma. No hay cereales aqu —pens Jack—. Si Nol Coward hu­biera escrito una obra sobre Morgan Sloat, creo que la habra titulado Un espritu tristn>.

—Jack, y si este lastimoso tren descarrila?

—Bueno, supongo que puede pasar —contest Jack.

—Y si derriba la puerta y las vas se acaban?

—Eso nos fastidiara, verdad? Cincuenta metros.

—Jack, te has vuelto realmente loco, verdad?

—Supongo que s. Quita el seguro de tu arma, Richard.

Richard obedeci.

Saltos... gruidos... pasos de marcha... el crujido del cuero... alaridos... una carcajada inhumana que hizo dar un respingo a Richard. No obstante, Jack vio en el rostro de su amigo una clara determinacin que le llen de orgullo. Tiene intencin de perma­necer a mi lado... Racional o no, tiene intencin de no abando­narme.

Veinticinco metros.

Gritos... chillidos... rdenes estridentes... y un alarido espeso, de reptil —Gruuuuu-UUUU!—, que eriz los pelos del cogote de

Jack.

—Si salimos de sta —dijo Jack—, te invitar a un perro ca­liente con chile en la Reina de las Granjas.

—Scame de aqu! —grit Richard e, increblemente, se ech a rer. En aquel instante, el malsano tono amarillento pareci di-fuminarse un poco en su cara.

Cinco metros... y los toscos troncos que formaban la puerta parecan macizos, s, muy macizos, y Jack tuvo el tiempo justo de preguntarse si no haba cometido un gravsimo error.

—Agchate, compinche!

—No me llames com...!

El tren choc contra la puerta de la empalizada, lanzndoles a ambos hacia delante.

7

La puerta era, en efecto, muy slida y adems estaba atrancada por dentro con dos grandes troncos. El tren de Morgan no era muy grande y las bateras estaban casi gastadas despus del largo recorrido por Tierras Arrasadas. El impacto lo habra hecho des­carrilar, sin duda alguna, y ambos muchachos podran haber muerto en el choque, si la puerta no hubiese tenido un taln de Aquiles. Se haban encargado goznes nuevos, forjados segn los modernos procedimientos americanos, pero an no haban llegado y los viejos goznes de hierro saltaron cuando la locomotora em­bisti la puerta.

El tren entr en el fuerte a cuarenta kilmetros por hora, lle­vndose por delante la puerta destrozada. Haban construido una pista de obstculos en tomo al permetro de la empalizada y la puerta, actuando como una mquina quitanieves, empez a quitar de en medio los obstculos, arrollndolos, dndoles la vuelta y convirtindolos en astillas.

Tambin arroll a un Lobo que realizaba ejercicios de castigo. Sus pies desaparecieron bajo la puerta y fueron amputados, con botas y todo. Gruendo y profiriendo alaridos, en pleno Cambio, el Lobo empez a trepar por la puerta con unas uas que crecan rpidamente y se afilaban como clavos. La puerta estaba ahora a doce metros dentro del fuerte. De manera asombrosa, el Lobo lleg casi hasta arriba antes de que Jack pusiera la marcha en punto muerto. El tren se detuvo y la puerta se desplom, aplas­tando entre ella y el polvo al infortunado Lobo. Bajo el ltimo vagn del tren, en los pies amputados del Lobo continu cre­ciendo pelo y sigui creciendo durante varios minutos.

La situacin dentro del fuerte era mejor de la que Jack se haba atrevido a esperar. Por lo visto, all todos madrugaban, como suele ocurrir en las instalaciones militares, y la mayor parte de las tropas parecan estar fuera, realizando un estrafalario pro­grama de prcticas y ejercicios.

A la derecha! —grit Jack a Richard.

—Qu hago? —pregunt Richard, tambin a gritos. Jack abri la boca y profiri un alarido: por su to Tommy Woodbine, atropellado en la calle; por un carretero annimo, muerto a latigazos en un patio fangoso; por Ferd Janklow; por Lobo, muerto en el sucio despacho de Sol Gardener; por su madre, pero sobre todo, segn descubri, por la Reina Laura DeLoessian, que era tambin su madre, y por el crimen que se estaba come­tiendo con la regin de los Territorios. Vocifer como Jason y su voz fue atronadora.

—HAZLOS PEDAZOS! —grit Jack Sawyer/Jason DeLoessian y abri fuego por la izquierda.

8

Haba un tosco patio de revista en el lado de Jack y un largo edi­ficio de troncos en el de Richard. Este edificio pareca el bunker de una pelcula de Roy Rogers, pero Richard adivin que era un cuartel. De hecho, todo el lugar se antojaba ms familiar a Ri­chard que cualquier otra cosa vista hasta ahora en este mundo fantasmal al que le haba llevado Jack. Haba visto lugares como ste en los noticiarios de la televisin. Los rebeldes apoyados por la CA que se entrenaban para usurpar el poder en pases de Cen-troamrica y Sudamrica se concentraban en sitios parecidos a ste. Slo que los campos de entrenamiento solan estar en Flo­rida y los soldados que salan en masa de este cuartel no eran cu­banos... Richard no saba qu eran.

Algunos se parecan un poco a las pinturas medievales de de­monios y stiros. Algunos tenan aspecto de seres humanos dege­nerados, como hombres de las cavernas. Y una de las cosas que saltaban bajo la luz de la incipiente maana tena escamas en el cuerpo y prpados de membrana... y Richard Sloat lo tom por una especie de lagarto que caminara erguido. Mientras lo miraba, el monstruo levant el hocico y profiri el grito que Jack y l ha­ban odo antes: GruuuuUUU! Tuvo tiempo de ver, un momento antes de que la Uzi de Jack hiciera retemblar el mundo con su trueno, que la mayora de estos seres infernales parecan totalmen­te aturdidos.

En el lado de Jack, unas dos docenas de Lobos estaban hacien­do ejercicios en el patio de revista. Como el centinela del puesto

de guardia, llevaban en su mayora uniformes verdes de faena, botas con agujeros para los pies y cananas en bandolera. Como el centinela, tenan la cabeza plana y parecan cretinos y esencial­mente malvolos.

Se detuvieron en mitad de unos saltos frenticos al ver irrum­pir el tren, caer la puerta y morir aplastado por sta el infeliz que cumpla su castigo en el lugar y momento inoportunos. Al or el grito de Jack, empezaron a moverse, pero entonces ya era demasiado tarde.

La mayor parte de la Brigada de Lobos cuidadosamente se leccionados por Morgan durante un perodo de cinco aos por su fuerza y brutalidad, fueron barridos por una rfaga de l'a metra­lleta de Jack. Se tambalearon hacia atrs, con los pechos abiertos y las cabezas sanguinolentas. Se oyeron aullidos de ira y aullidos de dolor... pero no muchos. La mayora murieron en silencio.

Jack tir el cargador, cogi otro y lo encaj en su lugar. En el lado izquierdo del patio de revista, cuatro de los Lobos se haban salvado. En el centro aparecieron dos ms bajo la lnea de fuego;

estaban heridos, pero aun as se dirigan hacia l, cavando hoyos en la tierra batida con los dedos de largas uas; en sus caras, el pelo no dejaba de crecer y sus ojos centelleaban. Mientras co­rran hacia la locomotora, Jack vio que les salan colmillos de la boca y pelos del mentn, duros como el alambre.

Apret el gatillo de la Uzi, sujetando con gran esfuerzo el ca­liente can, que tena tendencia a elevarse en cada fuerte re­troceso. Los dos lobos atacantes fueron lanzados al aire con tanta violencia, que describieron un arco cabeza abajo, como si fueran acrbatas. Los otros cuatro no se detuvieron en su loca carrera hacia el lugar donde estaba la puerta dos minutos antes.

El surtido de seres que salieron en tropel del cuartel estilo bunker parecieron comprender por fin que, aunque los recin lle­gados conducan el tren de Morgan, estaban lejos de ser amistosos. No se unieron en un ataque organizado, pero avanzaron en masa, murmurando. Richard apoy el can de la Uzi en el lado de la cabina, que le llegaba hasta el pecho, y abri fuego. Los proyecti­les los despedazaron, lanzndolos hacia atrs. Dos de las cosas que parecan cabras cayeron de cuatro patas y se arrastraron hacia el interior del edificio. Richard vio a otros tres retorcerse y caer bajo el impacto de las balas y se sinti invadido por una ale­gra tan salvaje, que casi le hizo desfallecer.

Las balas destrozaron tambin el vientre verde y blanquecino del lagarto, del que empez a salir un chorro de lquido negruzco, icor, no sangre. Cay de espaldas, pero la cola pareci amortiguar la cada. Se levant de un salto y corri hacia el lado del tren donde estaba Richard. Profiri de nuevo su grito tosco y potente... y esta vez Richard crey detectar en l algo horriblemente femeni­no. Apret el gatillo de 'la Uzi. No ocurri nada. El cargador estaba vaco.

El hombre lagarto corra con una determinacin ciega y torpe. Sus ojos centelleaban de furia asesina... y de inteligencia. Vestigios de unos pechos oscilaban sobre las escamas delanteras.

Richard se agach, busc a tientas con las manos, sin perder de vista al hombre lagarto, y encontr una de las granadas.

Seabrook stand —pens Richard como en un sueo—. Jack llama a este lugar los Territorios, pero en realidad es Seabrook Island y no hay motivo para tener miedo, ningn miedo; todo esto es un sueo y si las garras escamosas de ese monstruo me rodean el cuello, es seguro que me despertar, e incluso aunque no todo sea un sueo, Jack me salvar de algn modo, s que lo har... Lo s porque aqu Jack es una especie de dios.

Estir la espoleta de la granada, reprimi el fuerte impulso de lanzarla de cualquier modo, cediendo al pnico, y, sin levantar la mano ms arriba del hombro, hizo un lanzamiento alto y tendido.

Jack, agchate!

Jack se agach al instante, sin mirar, hasta que estuvo ms bajo que los lados de la cabina. Richard le imit, pero no antes de ver una cosa increble y horriblemente cmica: el hombre lagarto haba cogido la granada... e intentaba comrsela.

La explosin no fue el fragor sordo que Richard haba esperado, sino un estruendo ensordecedor que penetr en sus odos, causn­dole un gran dolor en los tmpanos. Oy un chapoteo, como si al­guien hubiera tirado un cubo de agua contra el costado del tren.

Levant la vista y vio que la locomotora, el furgn y el vagn de carga estaban cubiertos de clidos intestinos, sangre negra y trozos de carne de lagarto. Toda la fachada del cuartel haba volado y gran parte de los escombros estaban ensangrentados. En el centro vio un pie peludo dentro de una bota con agujeros para los dedos.

Mientras miraba, los escombros se removieron y dos de los hombres cabras empezaron a salir de entre las astillas. Richard se agach, encontr otro cargador y lo coloc en su metralleta. Ya estaba caliente, como Jack haba pronosticado.

Hurra!, pens vagamente mientras volva a abrir fuego.

9

Cuando Jack se incorpor tras la explosin de la granada, vio que los cuatro Lobos que haban escapado a las dos primeras rfagas de metralleta corran por el agujero donde haba estado la puerta. Aullaban de terror. Como corran juntos, eran un buen blanco para Jack, que levant la Uzi... y la baj de nuevo, sabiendo que los vera ms tarde, probablemente en el hotel negro, sabiendo que era un idiota... Pero, idiota o no, se senta incapaz de dispararles a sangre fra, por la espalda.

Ahora son un grito estridente y femenino detrs del cuartel. Salid de ah! Salid de ah, digo! Moveos! Moveos! Se oy el restallido de un ltigo.

Jack conoca aquel sonido y conoca aquella voz. Se hallaba inmovilizado por una camisa de fuerza la ltima vez que la haba odo. Era una voz que habra reconocido entre un milln.

...Si aparece su amigo retrasado mental, dispara contra l.

Bueno, entonces te saliste con la tuya, pero ahora viene la revancha ... y por el sonido de tu voz, dira que ya lo sabes.

Cogedles, qu os pasa, cobardes? Cegedles, es que siempre he de deciros cmo hacer las cosas? Seguidnos, seguidnos!

Tres seres salieron de las ruinas del cuartel y slo uno de ellos era claramente humano: Osmond. Llevaba su ltigo en una mano y una pistola automtica en la otra. Calzaba botas negras y vesta una capa roja y pantalones de seda blanca muy anchos y ondu­lantes, salpicados de sangre fresca. A su izquierda haba un peludo hombre cabra en vaqueros y botas del Oeste, que cruz una mi­rada con Jack, compartiendo con l un instante de total recono­cimiento: era el horrible vaquero del Bar Oatley. Era Randolph Scott. Era Elroy. Sonri a Jack, sacando la larga lengua y lamin­dose el labio superior.

Cgelo! —grit Osmond a Elroy.

Jack intent levantar la Uzi, pero de pronto la encontr dema­siado pesada para sus brazos. Osmond ya era malo de por s, la reaparicin de Eiroy, an peor, pero lo que haba entre los dos era una pesadilla: la versin de los Territorios de Reuel Gardener, claro; el hijo de Osmond, el hijo de Sol. Y de hecho se pareca un poco a un nio, un nio dibujado por un alumno listo de jardn de infancia que tuviera tendencias crueles.

Era flaco y blanco como la leche; uno de sus brazos termi­naba en un delgado tentculo que record a Jack el ltigo de Osmond. Los ojos, uno de ellos bizco, estaban a diferentes niveles. Gruesas llagas rojas cubran sus mejillas.

Algunas se deben a la enfermedad de la radiacin... Jason, creo que el chico de Osmond se acerc demasiado a una de esas bolas de fuego... pero el resto... Jason... Jess... Qu tuvo por madre? En nombre de todos los mundos, QU TUVO POR MADRE?

Coge al Pretendiente! —gritaba Osmond—. Salva al hijo de Margan pero coge al Pretendiente! Coge al falso Jason! Atacad, cobardes! Se les han terminado las balas!

Alaridos, gritos. Jack saba que dentro de un momento aparece­ra un nuevo contingente de Lobos, reforzados por diversos mons­truos, desde la parte trasera del largo cuartel, donde se habran protegido de la explosin, donde deban haberse agazapado con las cabezas gachas y donde habran permanecido... de no ser por Osmond.

—Tendras que haber evitado la carretera, polluelo —gru Eiroy, echando a correr hacia el tren.

La cola le ondeaba por el aire. Reuel Gardener —o como se llamara en este mundo— profiri una especie de gemido e intent seguirle, pero Osmond alarg la mano y le retuvo; Jack vio que sus dedos parecan hundirse en el cuello cuadrado y repulsivo del monstruoso muchacho.

Entonces levant la Uzi y descarg una rfaga a quemarropa contra la cara de Eiroy. Decapit al hombre cabra y a pesar de ello Eiroy, sin cabeza, continu trepando un momento y una de sus manos, cuyos dedos estaban unidos en dos grupos en una parodia de pata hendida, busc a tientas la cabeza de Jack antes de desplomarse hacia atrs.

Jack se qued mirndolo fijamente, aturdido; haba soado una y otra vez en el bar Oatley con aquella espantosa confrontacin final, intentando alejarse del monstruo por una jungla oscura de muelles y vidrios rotos. Y ahora aquel ser estaba aqu y l lo haba matado. Era difcil comprender este hecho; como si hubiera matado a un fantasma de la infancia.

Richard gritaba... y su metralleta disparaba con estruendo, casi ensordeciendo a Jack.

Es Reuel! Oh Jack oh Dios mo oh Jason es Reuel, es Reuel...!

La Uzi que sostena Richard dispar otra rfaga antes de en­mudecer, con el cargador vaco. Reuel se desasi de su padre y corri a trompicones hacia el tren, gimoteando. El labio superior se le dobl hacia arriba, dejando al descubierto unos dientes lar­gos que parecan falsos y endebles, como las dentaduras de cera que se ponen los nios en la Vspera de Todos los Santos.

La andanada final de Richard le acert en el pecho y la gar­ganta. agujereando su jubn-tonelete de color marrn y abriendo largas brechas irregulares en la carne. De estas heridas fluyeron lentos regueros de sangre oscura, pero nada ms. Reuel poda haber sido humano al principio; Jack lo consideraba posible. Sin embargo, ahora ya no lo era; las balas ni siquiera retrasaron su paso. El monstruo que sorte torpemente el cuerpo de Eiroy era un demonio y ola a hongo venenoso mojado.

Algo calentaba la pierna de Jack; al principio fue slo tibio... pero en seguida irradi mucho calor. Qu era? Daba la impresin de que llevaba una tetera en el bolsillo. Pero no tena tiempo de pensar. Ocurran cosas ante su vista. En tecnicolor.

Richard dej caer la Uzi y retrocedi tambalendose y tapn­dose la cara con las manos. A travs de los dedos miraba con ojos horrorizados al monstruo que haba sido Reuel.

No dejes que me coja, Jack! No dejes que...!

Reuel balbuca y gimoteaba. Golpe con las manos el costado de la locomotora y el sonido fue como el de unas grandes aletas golpeando un espeso lodo.

Jack vio que tena realmente unas gruesas membranas ama­rillentas entre los dedos.

Vuelve! —gritaba Osmond a su hijo y en su voz temblaba un miedo indiscutible—. Vuelve, es malo, te har dao, todos los chicos son malos, es un axioma, vuelve, vuelve!

Reuel farfullaba y grua con entusiasmo. Se enderez y Ri­chard grit como un loco, retrocediendo hacia el rincn ms alejado de la cabina.

—NO DEJES QUE ME COJA...!

Ms Lobos, ms monstruos extraos salieron de la esquina. Uno de ellos, un ser con retorcidos cuernos de carnero a ambos lados de la cabeza, que slo llevaba calzones anchos, cay y fue pisoteado por los otros.

Un crculo de calor en torno a la pierna de Jack.

Reuel echaba ahora una pierna larga y delgada sobre el borde de la cabina. Babeaba, mirando a Jack, y la pierna se retorca, no era en absoluto una pierna, sino un tentculo. Jack levant la Uzi y dispar.

Media cara de Reuel se convirti en un flan. Una multitud de gusanos empez a caer de la masa sanguinolenta.

Reuel continuaba acercndose.

Alargando hacia l aquellos dedos provistos de membranas.

Los gritos de Richard y los gritos de Osmond se mezclaron, fundindose en uno solo.

De improviso, Jack identific el calor que le abrasaba la pierna como un hierro de marcar ganado, y lo hizo en el mismo instante en que las manos de Reuel le cayeron sobre los hombros... era la moneda que el capitn Farren le haba dado, la moneda que Anders se haba negado a aceptar.

Se meti la mano en el bolsillo; la moneda pareca, al tacto, un trozo de mineral. La apret en su puo y sinti su cuerpo inva­dido por una potencia de muchos voltios. Reuel la sinti a su vez y sus murmullos, gruidos y gimoteos se convirtieron en gemidos de terror. Intent retroceder, mientras el nico ojo giraba fre­nticamente.

Jack extrajo la moneda, que emita un resplandor rojo en su mano. Sinti el calor... pero no se quem.

El perfil de la Reina resplandeca como el sol.

En su nombre, aborto asqueroso! —grit Jack—. Desaparece de la faz de la tierra! —Abri el puo y estamp la moneda en la frente de Reuel.

Reuel y su padre gritaron al unsono... Osmond, con una voz de soprano rayando en la de tenor y Reuel, con un zumbido bajo e insectil. La moneda penetr en la frente de Reuel como la punta de un atizador en un pedazo de mantequilla. Un horrible lquido oscuro, como un t concentrado en exceso, brot de la cabeza de Reuel y cay en la mueca de Jack. Estaba caliente y en l pulu­laban gusanos minsculos que se retorcieron sobre la piel de Jack. Not que le mordan, pero aun as continu apretando con los dos primeros dedos de la mano derecha, hundiendo ms y ms la moneda en la cabeza del monstruo.

Desaparece de la faz de este mundo, ser abyecto! En nom­bre de la Reina y en el de su hijo, desaparece de la faz de este mundo!

El monstruo grit y gimi y Osmond grit y gimi con l. Los refuerzos se haban detenido y se apiaban alrededor de Osmond con los rostros llenos de terror supersticioso. Para ellos, Jack pa­reca haber crecido y emitir una luz esplendorosa.

Reuel sufri una sacudida. Farfull otro gemido ininteligible. La sustancia negra que brotaba de su cabeza se torn amarilla. Un ltimo gusano, largo, obeso y blanco, sali culebreando del orificio practicado por la moneda y cay al suelo de la cabina. Jack lo pis; su tacn lo parti en dos con un chapoteo. Reuel cay como un mueco mojado.

Ahora estall en el polvoriento patio del fuerte un gemido tan penetrante de dolor y rabia, que Jack tuvo miedo de que el eco le partiera el crneo. Richard se haba enroscado como un feto, con los brazos en torno a la cabeza.

Osmond gema. Haba tirado el ltigo y la metralleta.

Oh, asqueroso! —grit, agitando los puos en direccin a Jack—. Mira lo que has hecho! Eres un chico malo y repugnan­te! Te odio y te odiar por toda la eternidad! Oh, asqueroso Pre­tendiente! Te matar! Morgan te matar! Oh, mi querido hijo nico! ASQUEROSO! MORCAN TE MATARA POR LO QUE HAS HECHO! MORCAN...

Los otros repitieron sus gritos en voz baja, recordando a Jack a los muchachos del Hogar del Sol: entonemos el aleluya. Despus enmudecieron, porque se produjo el otro sonido.

Jack evoc al instante la agradable tarde que haba pasado con Lobo, sentados ambos junto al arroyo, viendo pacer y beber al rebao mientras Lobo hablaba de su familia. Haba sido muy agradable... es decir, muy agradable hasta que apareci Morgan.

Y ahora Morgan se presentaba de nuevo... no saltando simple­mente, sino irrumpiendo con fuerza, asaltando.

—Morgan! Es...

—... Morgan, seor...

—Seor de Orris...

—Morgan... Morgan... Morgan...

El sonido de desgarro se increment ms y ms. Los Lobos se postraban sobre el polvo. Osmond ejecut un paso de baile, aplas­tando con sus botas negras las colas rematadas de acero de su ltigo.

—Chico malo! Chico asqueroso! Ahora me las pagars! Viene Morgan! Viene Morgan!

A unos seis metros a la derecha de Osmond, el aire empez a rizarse y difuminarse, como el aire que rodea a un incinerador encendido.

Jack dio media vuelta y vio a Richard acurrucado entre las metralletas, la municin y las granadas como un nio muy peque­o que se ha quedado dormido mientras jugaba a la guerra. Saba que Richard no dorma y esto no era un juego y tema que si Richard vea irrumpir a su padre por un agujero entre dos mundos, se volvera loco.

Se sent junto a su amigo y le abraz con fuerza. El ruido de desgarro se intensific y de repente oy la voz de Morgan voci­ferando con terrible furia:

—Qu hace el tren aqu AHORA, estpidos? Oy gemir a Osmond:

El odioso Pretendiente ha matado a mi hijo!

—Vamonos, Richie —murmur Jack, apretando an ms entre sus brazos el torso enflaquecido de Richard—. Es hora de hacer transbordo.

Cerr los ojos, se concentr... y hubo aquel breve momento de vrtigo mientras ambos saltaban.

captulo 37

RICHARD RECUERDA

1

Tuvieron la sensacin de resbalar hacia un lado y hacia abajo, como si hubiera una corta rampa entre los dos mundos. De un modo cada vez ms confuso, hasta que la voz se desvaneci por

436

completo, Jack oy gritar a Osmond: Malos! Todos los chicos! Axiomtico!, Todos los chicos! Asquerosos! Asquerosos!

Durante unos segundos, flotaron en el aire. Richard lanz una exclamacin y entonces Jack se dio contra el suelo con un hombro. La cabeza de Richard salt sobre su pecho. Jack no abri los ojos y se limit a permanecer acostado en el suelo, abrazado a Richard, escuchando y oliendo.

Un silencio no total y completo, sino extenso... con dos o tres pjaros cantores como contrapunto de su dimensin.

El olor era fresco y salado. Un buen aroma... pero no tan bueno como poda oler el mundo en los Territorios. Incluso aqu _adondequiera que fuese aqu— Jack poda percibir un olor sutil y subrepticio, como el de la gasolina que impregna los suelos de cemento de las gasolineras. Era el olor de un exceso de personas al volante de demasiados coches, que haba contaminado toda la atmsfera. Su nariz estaba sensibilizada y l poda olerlo incluso aqu, en un lugar donde no se oa ningn coche.

—Jack! Ests bien?

—Claro —contest Jack, abriendo los ojos para ver si deca la verdad.

Su primera mirada le inspir una idea aterradora: en su fre­ntica necesidad de salir de all, de escapar antes de que Morgan llegara, tal vez no haba saltado a los Territorios Americanos, sino avanzado de algn modo en el tiempo. Este lugar pareca ser el mismo, slo que ms viejo y abandonado, como si hubiese trans­currido uno o dos siglos, pero todo lo dems haba cambiado. Los rales que cruzaban el sucio patio de revista donde ellos estaban y que se dirigan a Dios saba dnde, eran viejos y oxidados. Las traviesas parecan esponjosas y podridas y las malas hierbas cre­can profusamente entre ellas.

Apret los brazos en tomo a Richard, que se removi dbil­mente y abri los ojos.

—Dnde estamos? —pregunt a Jack, mirando a su alrededor. En el lugar ocupado antes por el cuartel se levantaba ahora una larga cabana prefabricada, de chapa ondulada, cubierta de man­chas de xido y con tejado de zinc. Este tejado era lo ms visible;

el resto se ocultaba tras una maraa de hiedra y malas hierbas. Ante ella se erguan dos estacas que tal vez antes sostenan un letrero, aunque no quedaba 1 menor rastro de l.

—Lo ignoro —respondi Jack y entonces, al mirar hacia donde haba estado la pista de obstculos, que ahora era un trozo de tierra llena de hoyos, medio cubierta por los restos de matas de flor silvestre y varas de San Jos, expres su peor presenti­miento—: Quiz hemos avanzado un poco en el tiempo.

Ante su asombro, Richard se ech a rer.

—En tal caso, es agradable saber que nada va a cambiar mu­cho en el futuro —dijo, sealando un pedazo de papel clavado a uno de los postes que se erguan ante el cuartel de chapa ondulada. Estaba un poco deteriorado por los elementos, pero an era per­fectamente legible:

PROHIBIDO EL PASO! Por orden del Departamento del Sheriff del Condado de Mendocino Por orden de la Polica Estatal de California LOS INFRACTORES SERN PERSEGUIDOS POR LA LEY!

2

—Bueno, si sabas dnde estamos —dijo Jack, sintindose a la vez ridculo y muy aliviado—, por qu lo preguntas?

—Acabo de verlo —contest Richard y Jack perdi el deseo de insistir sobre el asunto.

Richard tena muy mal aspecto, pareca haber contrado una extraa tuberculosis que le afectara el cerebro en lugar de los pulmones. No se deba solamente a haber hecho el terrible viaje de ida y vuelta a los Territorios; en realidad, daba la impresin de haberse adaptado a aquello. Lo peor era que ahora saba algo ms. No se trataba de una realidad radicalmente distinta de todas sus ideas cuidadosamente elaboradas, a esto tambin podra haberse adaptado, si hubiese dispuesto del mundo y el tiempo suficiente. Pero descubrir que el propio padre es uno de los malos de la pelcula no puede ser un momento agradable en la vida de nadie, reflexion Jack.

—Est bien —dijo, intentando parecer alegre; de hecho, estaba un poco alegre. Huir de un monstruo como Reuel alegrara incluso a un muchacho que sufriera un cncer irreversible, pens—. Le­vntate y anda, Richie, muchacho. Tenemos que cumplir ciertas promesas y recorrer kilmetros antes de dormir y t an ests hecho un verdadero flan.

Richard dio un respingo.

—Quienquiera que te haya dicho que tienes sentido del hu­mor, merece ser fusilado, compinche.

Tomez mon brazo, mon ami.

Adonde vamos?

—No lo s —respondi Jack—, pero creo que cerca de aqu. Lo presiento. Es como un anzuelo en mi cabeza.

—Point Venuti?

Jack volvi la cabeza y mir largamente a Richard. Los ojos cansados de ste eran insondables.

—Por qu has preguntado eso, compinche?

—Es all adonde vamos?

Jack se encogi de hombros. Quiz si. Quiz no. Empezaron a andar despacio por el patio de revista lleno de malas hierbas y Richard cambi de tema.

—Ha sido real todo aquello? —Se acercaban a la oxidada doble puerta. Un retazo de cielo azul descolorido apareca sobre el verde—. Ha habido algo real?

—Hemos pasado dos das en un tren elctrico que iba a unos cuarenta kilmetros por hora, o cincuenta como mximo —con­test Jack—, y de alguna manera hemos viajado desde Springfield, Illinois, hasta el norte de California, cerca de la costa. Ahora dime t si ha sido real.

—S... s, pero...

Jack alarg los brazos. Tena las muecas cubiertas de ronchas coloradas que le picaban y escocan.

—Mordeduras —dijo Jack—. De los gusanos, los gusanos que

salan de la cabeza de Reuel Gardener.

Richard volvi la cabeza y vomit con violencia. Jack lo sostuvo. De otro modo, pens, Richard se habra cado.

Le horroriz ver su delgadez y notar el calor de su carne a travs

de la camisa de estudiante.

—Siento haber dicho eso —se disculp, cuando Richard pareci mejorar—. Ha sido demasiado crudo.

—S, en efecto, pero supongo que es lo nico que poda...

ya sabes...

—Convencerte?

—S, tal vez. —Richard le mir con sus ojos francos y tristes. Tena granos por toda la frente y los labios rodeados de llagas—. Jack, tengo que preguntarte algo y quiero que me contestes... ya sabes, con sinceridad. Quiero preguntarte...

Oh, ya s qu quieres preguntarme, Richie, muchacho.

Dentro de unos minutos —le interrumpi Jack—. Me hars todas las preguntas y te dar todas las respuestas que conozco dentro de unos minutos. Antes tenemos que ocuparnos de otro asunto.

—Qu asunto?

En vez de responder, Jack fue hacia el pequeo tren. Perma­neci all un momento, contemplando la chata locomotora, el fur­gn vaco, el vagn de carga. Habra conseguido de algn modo hacer saltar todo esto al norte de California? No lo crea. Saltar con Lobo haba sido arduo, arrastrar a Richard hasta los Territo­rios desde el campus de Thayer casi le haba arrancado el brazo y realizar ambas cosas haba supuesto un esfuerzo consciente por su parte. Por lo que poda recordar, no haba pensado para nada en el tren mientras saltaba, slo en sacar a Richard del campo de entrenamiento paramilitar de los Lobos antes de que viera a su padre. Todo lo dems adoptaba una forma ligeramente distinta cuando se trasladaba de un mundo a otro: el acto de Emigrar pareca requerir un acto de traslacin. Las camisas se convertan en coletos, los vaqueros, en pantalones de lana, el dinero, en palos nudosos. En cambio, este tren ofreca el mismo aspecto aqu que all. Morgan haba conseguido crear algo que no perda nada en la Emigracin.

All tambin llevaban vaqueros azules, Jack-O.

Es cierto. Y aunque Osmond empuaba su querido ltigo, tam­bin tenia una pistola automtica.

La pistola automtica de Morgan.

El tren de Morgan.

Un escalofro le recorri la espalda. Oy murmurar a Anders:

Mal asunto.

Ya lo creo que lo era. Un asunto muy malo. Anders tena razn:

era una obra de todos los demonios juntos. Jack meti la mano en la cabina, cogi una de las Uzis, le puso un cargador lleno y volvi junto a Richard, que observaba el entorno con un vago inters contemplativo.

—Esto parece un viejo campamento de supervivencia —co­ment.

—Te refieres a la clase de lugar donde tipos mercenarios se preparan para la tercera guerra mundial?

—S, algo as. Hay bastantes lugares como ste en el norte de California... Surgen y prosperan durante un tiempo y luego la gente pierde inters al ver que la tercera guerra mundial no co­mienza en seguida, o son expulsados por tenencia ilcita de armas o droga, u otra cosa por el estilo. Mi... mi padre me lo cont.

Jack no dijo nada.

—Qu vas a hacer con la metralleta, Jack?

—Intentar volar ese tren. Alguna objecin?

Richard se estremeci e hizo una mueca de repugnancia.

—Ninguna en absoluto.

—Lo conseguir con la Uzi? Qu te parece? Disparando a ese explosivo de plstico?

—Una bala no bastara. Todo un cargador quiz s.

—Ahora lo veremos. —Jack. quit el seguro del arma. Richard le agarr del brazo.

—Sera conveniente que nos alejramos hasta la valla antes de hacer el experimento —sugiri.

—Est bien.

Junto a la valla cubierta de hiedra, Jack se entren disparando contra los paquetes blandos y aplanados del plstico. Apret el gatillo y la Uzi rompi el silencio en mil pedazos. Durante un momento, de la boca del can pendi un fuego misterioso. El disparo son con alarmante estruendo en el silencio catedralicio del campamento vaco. Gritaron unas aves, que volaron hacia partes ms tranquilas del bosque, sorprendidas y temerosas. Ri­chard dio un respingo y se tap las orejas con las manos. La lona se hinch y bail. Entonces, aunque Jack segua apretando el gatillo, la metralleta dej de disparar. El cargador se haba gas­tado y el tren continuaba entero sobre las vas.

—Bueno —dijo Jack—, ha sido magnfico. Se te ocurre otra i...?

El vagn de carga estall en una llamarada azul y un inmenso fragor.

Jack vio elevarse literalmente el vagn por encima de las vas, como si despegara. Agarr a Richard por el cuello y le oblig a agacharse.

Las explosiones continuaron durante largo rato. Trozos de metal silbaban y volaban por los aires, cayendo como una lluvia metlica sobre el tejado de la cabana prefabricada. De vez en cuando un trozo de mayor tamao sonaba como un gong chino o produca un gran crujido si era lo bastante grande como para perforar la chapa ondulada. Entonces algo atraves la valla justo por encima de la cabeza de Jack, dejando un agujero ms grande que sus dos puos juntos, y Jack decidi que haba llegado el momento de echar a correr. Agarr a Richard y empez a tirar de l hacia la puerta.

No!—grit Richard—. Las vas!

—Qu?

Las vi...

Algo silb por el aire y ambos muchachos se agacharon. Al hacerlo, sus cabezas chocaron una contra otra.

Las vas! —grit Richard, frotndose la coronilla con una mano plida—. La carretera no! Dirgete a las vas!

Est bien! —Jack ignoraba el motivo, pero no discuti. Te­nan que ir a alguna parte.

Los dos muchachos empezaron a caminar agachados a lo largo de la alambrada oxidada que serva de barrera, como soldados cruzando la tierra de nadie. Richard iba ligeramente adelantado en direccin al agujero en la alambrada por donde las vas salan del recinto.

Jack mir hacia atrs sin dejar de caminar y vio todo lo que necesitaba o quera ver a travs de la puerta parcialmente abierta. La mayor parte del tren pareca haberse vaporizado. Retorcidos trozos de metal, algunos reconocibles, la mayora no, estaban esparcidos en un gran crculo alrededor del lugar donde el tren haba llegado a Estados Unidos, donde haba sido construido, comprado y sufragado. El hecho de que no les hubiera matado un pedazo de metralla era asombroso, pero que ni siquiera hubiesen sufrido el menor araazo rayaba en lo imposible.

Ya haba pasado lo peor. Estaban frente a la puerta, erguidos (aunque listos para agacharse si se produca una explosin se­cundaria).

—A mi padre no le gustar que hayas volado su tren, Jack —observ Richard.

Su voz era totalmente tranquila, pero cuando Jack le mir, vio que Richard estaba llorando.

—Richard...

—No, no le gustar nada —aadi, como contestndose a s mismo.

3

Una espesa y tupida franja de malas hierbas, alta hasta la rodilla, creca en el centro de los rales que salan del campamento para tomar una direccin que Jack estimaba era la del sur. Los rales estaban oxidados y no se haban usado en mucho tiempo;

en algunos puntos se vean retorcidos y ondulados de manera extraa.

Esto lo hicieron los terremotos, pens con inquietud. A sus espaldas, el plstico continuaba explotando. Cuando Jack pensaba que haba odo la ltima explosin, se produca otro fragor largo y sordo, como el carraspeo de un gigante. O el ruido de una irrupcin en el aire. Mir atrs una vez y vio flo­tando en el cielo una nube de humo negro. Se prepar para or el denso crepitar del fuego —como cualquiera que haya vivido una temporada en la costa de California, tema al fuego—, pero no oy nada. Incluso los bosques de aqu se parecan a los de Nueva Inglaterra, espesos y empapados de roco. Ciertamente, era la anttesis de la tierra parda que rodea la Baja California, con su aire claro y seco. El bosque pululaba de vida plcida; el propio tren era un sendero entre los frondosos rboles, arbustos y abundante hiedra (zumaque venenoso, seguro, pens Jack, rascndose distradamente las mordeduras de las manos), mientras el cielo, de un azul desteido, formaba un sendero casi igual entre las copas verdes. Incluso la carbonilla de las vas estaba medio cubierta de musgo. El lugar pareca secreto, un lugar para secretos.

Aceler el paso, y no slo para alejarse de la va frrea antes de que aparecieran los policas o los bomberos. El paso rpido aseguraba adems el silencio de Richard, que se vea demasiado dispuesto a entablar conversacin... o a formular preguntas.

Habran caminado ya unos tres kilmetros y medio y Jack an se felicitaba del xito de su treta para estrangular toda conver­sacin, cuando Richard le llam con una voz dbil, como un sil­bido:

—Oye, Jack...

Jack se volvi justo a tiempo de ver a Richard, que se haba rezagado un poco, desplomarse hacia delante. Las manchas des­tacaban como marcas de nacimiento en su tez blanca como el papel.

Jack le sostuvo... en el ltimo instante. Richard no pareca pesar ms que una bolsa de papel fino.

—Oh, Dios mo, Richard!

—Me encontraba bien hace unos segundos —dijo Richard, con aquella voz dbil como un silbido. Su respiracin era muy rpida, muy seca y tena los ojos medio cerrados. Jack slo poda ver el blanco y los minsculos arcos de unos iris azules—. Me he... ma­reado un poco. Lo siento.

Detrs de ellos son otra fuerte explosin, seguida del estruen­do producido por los fragmentos de tren que cayeron sobre el te­jado de zinc de la cabana prefabricada. Jack mir hacia all y tambin hacia las vas con ojos ansiosos.

—Puedes agarrarte a m? Te llevare un trozo a cuestas. —Sombras de Lobo, pens.

—S, puedo agarrarme.

—Si no puedes, dilo.

—Jack —replic Richard con un alentador indicio de su irri­tacin caracterstica—, si no me viera capaz, te lo dira.

Jack le solt y Richard se qued quieto, tambalendose un poco, como a punto de caerse hacia atrs si alguien le soplaba en la cara y Jack se puso en cuclillas, con las suelas de las zapa­tillas sobre una de las podridas traviesas. Form estribos con las manos y Richard se agarr a su cuello. Entonces Jack se incorpor y cruz las vas a un paso que era casi un trote ligero. Llevar a Richard a cuestas no representaba ningn problema, y no slo porque haba adelgazado, sino porque Jack haba acarreado cu­etes de cerveza y cajas grandes y recogido manzanas, adems de amontonar piedras en el Campo Lejano; entonemos el aleluya. Todo aquello le haba endurecido, pero el endurecimiento afectaba ms a su ser esencial de lo que hubiera podido afectarlo algo tan simple y rutinario como el ejercicio fsico. Tampoco era una cuestin de saltar de uno a otro de los dos mundos como un acrbata o de que aquel otro mundo —por maravilloso que pu­diera ser— se quitase con el roce como la pintura fresca. Jack reconoca de un modo vago que haba intentado hacer algo ms que salvar la vida de su madre; desde el principio haba intentado hacer algo todava ms grande que aquello: una buena obra, v ahora se daba cuenta de que tan disparatadas empresas siem­pre endurecan a una persona.

Empez a trotar de verdad.

—Si me mareas —dijo Richard, con una voz que temblaba al ritmo de los pasos de Jack—, vomitar encima de tu cabeza.

—Saba que poda contar contigo, Richie, muchacho —jade

Jack. sonriendo.

—Me siento... ridculo en extremo aqu arriba. Como un palo

saltarn.

—Y es probable que eso es lo que parezcas, compinche.

—No... me llames compinche —murmur Richard. La sonrisa de Jack se ampli mientras pensaba: Oh, Richard, sinvergenza, espero que vivas eternamente.

4

Reconoc a aquel hombre —murmur Richard desde la espalda

de Jack.

Jack se sobresalt, como si hubiera estado dormitando. Haba cargado con Richard haca diez minutos, haban recorrido casi dos kilmetros y an no se vea ningn signo de civilizacin. Slo las vas y el aroma de la sal en el aire.

La va frrea... —pens Jack—. Ir hacia donde yo me ima­gino?

Qu hombre?

—El del ltigo y la pistola automtica. Le reconoc. Sola verle

a menudo.

—Cundo? —jade Jack.

—Hace mucho tiempo, cuando era pequeo. —Y Richard aa­di con desgana—: Ms o menos cuando tuve... aquella extraa pesadilla en el armario. —Hizo una pausa—. Slo que me temo que no fue una pesadilla, verdad?

—No, me parece que no.

—Ya. Era el hombre del ltigo el padre de Reuel?

—T qu crees?

—Que s —contest Richard—. Estoy seguro. Jack se detuvo.

—Richard, adonde va esta va frrea?

—Lo sabes muy bien —respondi Richard con una serenidad

extraa y hueca.

—S... creo que si, pero quiero ortelo decir. —Jack se interrum­pi—. Supongo que necesito ortelo decir. Adonde va?

—Va a una ciudad llamada Point Venuti —contest Richard, con aspecto otra vez lloroso—. Hay un gran hotel all. Ignoro si es o no el lugar que buscas, pero es probable que lo sea.

—S, es probable —dijo Jack, reemprendiendo la marcha, con la piernas de Richard sobre sus brazos y la espalda cada vez ms dolorida, por la va frrea que le llevara, que les llevara a ambos, a un lugar donde quiz encontrara la salvacin de su madre.

5

Mientras avanzaban, Richard no paraba de hablar. No se refiri en seguida a la implicacin de su padre en este disparatado asunto, sino que empez mencionndolo de una manera indirecta.

—Conoc a este hombre en otras ocasiones —repiti—, estoy bastante seguro. Vena a nuestra casa, siempre por la puerta tra­sera. No tocaba el timbre ni llamaba con los nudillos. Rascaba... la puerta y a m se me erizaban los cabellos. Era alto, ya s que los mayores siempre parecen altos a los nios pequeos, pero l era realmente muy alto, y tena el pelo encanecido. Casi siempre llevaba gafas oscuras o gafas de sol. Cuando vi el artculo sobre l en el Sunday Report, supe que le haba visto antes en alguna parte, La noche que emitieron aquel espectculo, mi padre estaba arriba, escribiendo. Yo me hallaba sentado delante de la tele y cuando mi padre entr y vio la pantalla, casi dej caer el vaso que soste­na. Luego cambi la cadena por otra que repona Star Trek.

Slo que el tipo no usaba el nombre de Sol Gardener cuando vena a ver a mi padre. No puedo recordar bien su nombre... Era algo parecido a Banlon... u Ordon...

—Osmond? Richard se anim.

Eso es. Nunca o su nombre de pila, aunque sola venir una vez al mes o cada dos meses. Durante una semana vino cada dos das y luego tard casi medio ao en volver. Yo me encerraba en mi cuarto cuando apareca. No me gustaba su olor. Usaba una especie de perfume... colonia, supongo, aunque el olor era de algo ms fuerte. Ms bien como de perfume barato de unos almacenes. Pero por debajo...

—Por debajo del perfume ola como si no se hubiera baado en diez aos.

Richard le mir con los ojos muy abiertos.

—Yo tambin le conoc como Osmond —explic Jack. Ya lo haba explicado antes, por lo menos en parte, pero entonces Ri­chard no le escuchaba. En cambio, ahora era todo odos—. En la versin de New Hampshire de los Territorios, antes de conocerle como Sol Gardener en Indiana.

—En tal caso debiste ver... ver aquello.

A Reuel? —Jack mene la cabeza—. Por aquel entonces deba estar en las Tierras Arrasadas, sometindose a tratamientos de cobalto ms radicales. —Jack pens en las llagas del rostro de aquel ser, pens en los gusanos. Se mir las muecas hinchadas por la mordedura de los gusanos y se estremeci—. No haba visto nunca a Reuel hasta el final y tampoco a su Gemelo americano. Qu edad tenas cuando Osmond comenz a aparecer?

—Unos cuatro aos. El asunto de... ya sabes, del armario... an no haba ocurrido. Recuerdo que despus de aquello me in­funda ms miedo.

—Despus de que el monstruo te tocara en el armario.

—S.

—Y eso ocurri cuando tenas cinco aos.

—S.

—Cuando tanto t como yo tenamos cinco aos.

—S. Ya puedes bajarme. Andar un rato.

Jack obedeci. Caminaron en silencio, con las cabezas bajas, sin mirarse. Cuando tena cinco aos, algo haba surgido en la oscuridad y tocado a Richard. Cuando los dos tenan seis aos

(seis, Jacky tena seis aos)

Jack haba odo hablar a su padre y a Morgan Sloat de un lugar adonde viajaban, un lugar que Jacky llam el Pas de las Fanta­sas. Y ms tarde, aquel mismo ao, algo haba surgido en la oscuridad y tocado a l y a su madre. Haba sido nada ms y nada menos que la voz de Morgan Sloat. Morgan Sloat llamando desde Green River, Utah. Sollozando. l, Phil Sawyer y Tommy Woodbine se haban marchado tres das antes para su anual ca­cera de noviembre; un compaero de colegio de ambos, Randy Glo-ver, posea un lujoso pabelln de caza en Blessington, Utah. Glover sola cazar con ellos, pero aquel ao estaba de crucero por el Caribe. Morgan llamaba para decirles que Phil haba sido herido de bala, al parecer por otro cazador. l y Thomas Woodbine le haban sacado del bosque en una camilla improvisada. Phil reco­br el conocimiento en el asiento trasero del jeep Cherokee de Glover, explic Morgan, y le pidi que transmitiera su cario a Lily y a Jack. Muri quince minutos despus, mientras Morgan conduca como un loco hacia Green River y el hospital ms cer­cano.

Morgan no haba matado a Phil; Tommy poda testificar que los tres estaban juntos cuando son el disparo y as lo habra hecho si se hubiera abierto una investigacin (lo cual, naturalmente, no ocurri).

Sin embargo, esto no quera decir que no hubiese contratado a alguien para ello —pens Jack— y tampoco quera decir que to Tommy no hubiese abrigado muchas dudas respecto a lo ocurrido. De ser as, quiz to Tommy no haba sido asesinado slo con el fin de que Jack y su madre moribunda estuvieran totalmente desprotegidos ante los actos depredadores de Morgan. Quiz le haban matado porque Morgan se cans de temer que el viejo maricn terminara insinuando al hijo superviviente que la muerte de Phil Sawyer poda haber sido algo ms que un accidente for­tuito. Jack sinti que se le pona la piel de gallina por el horror y la aversin.

—Os visitaba aquel hombre antes de que tu padre y el mo fueran de cacera por ltima vez? —pregunt con brusquedad.

—Jack, yo tena cuatro aos...

—No, no es cierto. Tenas seis. Tenas cuatro cuando empez a venir y seis cuando mi padre fue muerto en Utah. Y t no eres olvidadizo, Richard. Os visitaba cuando mi padre muri?

—Fue por esa poca cuando vino casi a diario durante una se­mana —contest Richard con voz casi inaudible—. Justo antes de la ltima cacera.

Aunque nada de esto era culpa de Richard, Jack fue incapaz de contener su amargura.

—Mi padre muerto en un accidente de caza en Utah. To Tommy atropellado en Los Angeles. La tasa de mortalidad entre los amigos de tu padre parece condenadamente elevada, Richard.

—Jack... —empez Richard con voz dbil y trmula.

—Quiero decir que todo esto es agua pasada o como quieras llamarlo —dijo Jack—, pero cuando aparec en tu escuela, Ri­chard, me llamaste loco.

—Jack, no compren...

—No, supongo que no. Estaba cansado y me diste un lugar donde dormir. Estupendo. Tena hambre y me procuraste comida. Magnfico. Pero lo que ms necesitaba era que me creyeras. Saba que era pretender demasiado, pero, joln! [Conocas al tipo de quien yo hablaba! \Sabas que haba surgido antes en la vida de tu padre! Y dijiste algo parecido a: El bueno de Jack ha sufrido una insolacin en Seabrook Island y bla, bla, bla! Dios mo, Ri­chard, crea que ramos mejores amigos que eso.

—Continas sin comprender.

—Qu? Que Seabrook Island te infunda demasiado temor para creer un poco en m? —La voz de Jack temblaba de indig­nacin.

—No. Tena otro temor.

—Ah, s? —Jack se detuvo y mir con ira el rostro triste y plido de Richard—. Qu ms poda temer Richard el Racional?

—Tema —contest Richard con una voz totalmente tranquila—, tema que si me enteraba de ms secretos... sobre ese Osmond, o lo que estuviera en el armario aquella vez, ya no podra seguir queriendo a mi padre. Y tena razn.

Richard se cubri la cara con los dedos delgados y sucios y prorrumpi en llanto.

6

Jack se qued mirando llorar a Richard y se maldijo a s mismo por idiota. Fuera lo que fuese Morgan, segua siendo el padre de Richard Sloat; el fantasma de Morgan acechaba en la forma de las manos y en los huesos del rostro de Richard. Haba olvidado estas cosas? No... pero durante un momento el amargo desen­gao que le haba causado Richard se las haba hecho olvidar. Y su nerviosismo creciente tambin haba influido. El Talismn estaba muy, muy cerca ahora y lo senta en las puntas de los nervios como un caballo huele el agua en el desierto o un remoto incendio en las praderas. Aquel nerviosismo se manifestaba en una especie de sensibilidad exacerbada.

Veamos, veamos, se supone que este sujeto es tu mejor amigo, Jack-O... Enfdate un poco si no puedes evitarlo, pero no pisotees a Richard. El muchacho est enfermo, por si no lo habas notado.

Alarg la mano a Richard y ste intent esquivarla, pero Jack no se lo permiti. Abraz a su amigo y ambos permanecieron as en medio de la desierta va frrea, con la cabeza de Richard sobre el hombro de Jack.

—Escucha —dijo Jack, turbado—, intenta no preocuparte de­masiado... ya sabes... por todo este asunto, en estos momentos, Richard. Intenta dejarte llevar por la corriente, de acuerdo? Ca­ramba, esto suena bastante estpido, como aconsejar a alguien aquejado de cncer que no se preocupe porque pronto vamos a poner un vdeo de Guerra de las galaxias que le distraer.

—S —contest Richard, apartndose de Jack. Las lgrimas haban dejado huellas en su cara sucia. Se las sec con el brazo y trat de sonrer—. Todo est bien cuando acaba bien.

—Y todas las cosas acabarn bien —core Jack y ambos rieron juntos, lo cual fue sin duda algo muy bueno.

—Vamos —dijo Richard—, en marcha.

—Adonde?

—A buscar tu Talismn —contest Richard—. A juzgar por tus palabras, debe estar en Point Venuti. Es la siguiente estacin del ferrocarril. Vamos, Jack, reemprendamos la marcha. Pero anda despacio... an no he terminado de hablar.

Jack le mir con curiosidad y ambos empezaron a andar de nuevo... pero despacio.

7

Ahora que se haba desahogado y decidido a recordar cosas, Ri­chard se convirti en una inesperada fuente de informacin. Jack empez a sentir que haba trabajado en un rompecabezas sin dis­poner de las piezas ms importantes y era Richard quien haba tenido todo el tiempo dichas piezas en su poder. Richard ya ha­ba estado en el campamento de supervivencia; sta era su primera pieza. Su padre haba sido el propietario.

—Ests seguro de que era el mismo lugar, Richard? —pregunt con suspicacia Jack.

—Estoy seguro —contest Richard—. Incluso me pareci algo familiar all, en el otro lado... Y cuando saltamos a... este lado... tuve la plena seguridad.

Jack asinti, indeciso.

—Solamos pasar das en Point Venuti y siempre nos alojba­mos all cuando venamos. El tren era una gran aventura, porque, cuntos padres tienen su propio tren?

—No muchos —respondi Jack—. Supongo que Diamond Jim Brady y otros tipos como l tenan trenes privados, pero no s si eran padres o no.

—Oh, pap no perteneca a su pandilla —dijo Richard, riendo un poco, y Jack pens: Richard, podras llevarte una sorpresa.

bamos a Point Venuti desde Los Angeles en un coche de alquiler y nos alojbamos en un motel. Nosotros dos solos. —Ri­chard call. El cario y la nostalgia le humedecieron los ojos—. Despus, al cabo de unos das, tombamos el tren de pap hasta Camp Readiness. Era un tren pequeo. —Mir a Jack, sobresal­tado—. Como el que hemos tomado al venir, supongo.

—Camp Readiness?

Pero Richard pareci no orle; estaba mirando las vas oxida­das. Aqu se conservaban enteras, pero Jack pens que Richard se acordaba tal vez de los rales retorcidos que haban visto haca poco. En algunos puntos los extremos se curvaban hacia arriba como cuerdas rotas de guitarra. Jack adivin que en los Territo­rios aquellos rales se hallaran en buen estado y seran mante­nidos con esmero y cario.

—Mira, aqu sola haber una linea de tranvas —dijo Richard—, fundada en los aos treinta, segn dijo mi padre. La Mendocino County Red Line. Slo que no era propiedad del condado, sino de una compaa privada que se arruin, porque en California, ya sabes...

Jack asinti. En California todo el mundo usaba coche.

—Richard, por qu no me hablaste nunca de este lugar?

—Era lo nico de lo que mi padre me prohibi hablarte. T y tus padres sabais que a veces pasbamos las vacaciones en el norte de California y esto no le importaba, pero me encarg que no te hablara nunca del tren ni de Camp Readiness. Me dijo que si te lo deca, Phil se enfadara mucho porque era un secreto.

Richard hizo una pausa.

—Me dijo que si te lo deca, nunca ms volvera a llevarme. Yo supuse que se deba a que eran socios, pero ahora comprendo que haba otra razn. La lnea del tranva se arruin a causa de los coches y las autopistas. —Se interrumpi, pensativo—. Haba algo extrao en el lugar adonde me has llevado, Jack. Por inquietante que fuese, no apestaba a hidrocarburos. Esto me ha gustado.

Jack volvi a asentir en silencio.

—Al final la compaa de tranvas vendi toda la lnea, con todas las clusulas, a una compaa inmobiliaria cuyos miem­bros tambin pensaron que la gente empezara a mudarse tierra adentro. Pero no fue as.

—Y entonces tu padre la compr.

—S, supongo que si. No lo s muy bien. Nunca habl mucho sobre la compra de la compaa... ni de la sustitucin de las vas del tranva por una va frrea.

Esto habra requerido mucho trabajo, pens Jack, y entonces pens en las minas de mineral y en el suministro de esclavos al parecer ilimitado de Morgan de Orris.

—S que las sustituy, pero slo porque encontr un libro sobre ferrocarriles y averig que existe una diferencia de tama­o. Los tranvas circulan por unos rieles mucho ms estrechos.

Jack se arrodill y, en efecto, pudo ver una dbil marca den­tro de los rieles existentes... el antiguo ancho de va del tranva desaparecido.

—Tena un pequeo tren rojo —continu Richard con expre­sin soadora—; slo una locomotora y dos coches. Funcionaba con diesel. Sola rer a este respecto y decir que lo nico que separaba a los hombres de los nios era el precio de sus juguetes. Haba una vieja estacin de tranvas en la colina que domina Point Venuti y muchas veces subamos en el coche de alquiler y entrbamos en ella. Recuerdo su olor... un olor a viejo, pero agradable... como si le hubiera dado mucho el sol. Y el tren se encontraba all. Y mi padre deca: Todos a bordo con destino a Camp Readiness, Richard! Tienes el billete? Y haba limo­nada... o t helado... y nos sentbamos en la cabina... A veces llevaba carga... suministros... pero nos sentbamos en la locomo­tora y... y...

Richard trag con fuerza y se pas la mano por los ojos.

—Y nos divertamos —concluy—. Slo l y yo. Era muy agra­dable.

Mir a su alrededor, con los ojos hmedos de lgrimas no

derramadas.

—En Camp Readiness haba una plataforma para hacer girar

el tren —aadi—. En aquellos das. En los viejos tiempos. Richard prorrumpi en un terrible sollozo ahogado.

—Richard...

Jack intent tocarle.

Richard se apart, secndose las lgrimas de las mejillas con

el dorso de la mano.

—No era tan adulto entonces —dijo, sonriendo. Intentando

sonrer—. Nada era tan adulto entonces, verdad, Jack?

—No —dijo Jack, llorando a su vez.

Oh. Richard. Oh, mi querido amigo.

—No —repiti Richard, sonriendo, mirando hacia el bosque que los rodeaba y secndose las lgrimas con los sucios dorsos de las manos—, nada era tan adulto entonces, en los viejos tiempos cuando ramos nios, cuando todos vivamos en California y nadie viva en ningn otro lugar.

Mir a Jack intentando sonrer.

—Jack, aydame —suplic—. Me siento como si tuviera la pierna cogida en una trampa y yo... yo...

Entonces Richard cay de rodillas, con el cabello sobre la cara cansada, y Jack se arrodill a su lado; y no me veo con nimos de contar nada ms, slo que se consolaron mutuamente lo mejor que pudieron y, como sabe probablemente el lector por propia y amarga experiencia, esto nunca es bastante.

8

—La valla era nueva entonces —dijo Richard cuando pudo con­tinuar hablando. Haban caminado un poco. Un chotacabras cantaba desde un alto y frondoso roble. El olor de sal en el aire se haba intensificado—. Lo recuerdo bien, y tambin el letrero:

camp readiness, deca. Haba una pista de obstculos y cuerdas para trepar y otras para darse impulso y saltar por encima de grandes charcos de agua. Pareca algo as como un campo de entrenamiento de la Marina en una pelcula sobre la segunda guerra mundial. Aunque los tipos que usaban el equipo no tenan aspecto de pertenecer a la Marina. Eran gordos y todos vestan igual: najes grises de faena con las palabras camp readiness es­tampadas en letras pequeas sobre el pecho y un cordoncillo rojo en los lados de los pantalones. Todos parecan estar a punto de sufrir un ataque cardaco o una embolia o ambas cosas a la vez. A veces pernoctbamos all y en un par de ocasiones nos que­damos todo el fin de semana, pero no en 'la cabana prefabricada, que era como un cuartel para los tipos que pagaban para estar en forma.

—Si era esto lo que hacan.

—Exacto, si era esto lo que hacan. En cualquier caso, nosotros nos alojbamos en una gran tienda y dormamos en catres. Era muy divertido. —Richard volvi a sonrer, lleno de nostalgia—. Pero tienes razn, Jack, no todos los tipos que hacan los ejercicios parecan hombres de negocios intentando ponerse en forma. Los otros...

—Qu hacan los otros? —pregunt Jack con voz tranquila.

—Algunos, bastantes, se parecan mucho a esos grandes seres peludos del otro mundo —murmur Richard en voz tan baja, que Jack tuvo que aguzar el odo para entenderle—, los Lobos. Quiero decir que tenan aspecto de personas normales, pero hasta cierto punto. Eran... toscos. Comprendes?

Jack asinti. Lo saba.

—Recuerdo que a m me daba un poco de miedo mirarles a los ojos. De vez en cuando centelleaba en ellos aquella extraa luz... como si les ardiera el cerebro. Algunos de los otros... —En los ojos de Richard apareci un destello de comprensin—. Al­gunos de los otros se parecan a aquel falso entrenador de ba­loncesto del que te habl, el que llevaba la chaqueta de cuero y fumaba.

—Falta mucho para Point Venuti, Richard?

—No lo s con exactitud. Pero solamos llegar en un par de horas y el tren nunca iba muy de prisa. A la velocidad de un hombre corriendo, tal vez, pero no mucha ms. Debe estar a unos treinta y dos kilmetros de Camp Readiness, o quiz un poco menos.

—Entonces estamos a unos veinticuatro del... (del Talismn)

S, eso es.

Jack mir el cielo cuando el da se oscureci. Como para de­mostrar que el pattico fallo no era tan pattico, el sol sali de detrs de unas nubes. La temperatura pareci bajar varios gra­dos y el da se volvi triste... El chotacabras enmudeci.

9

Richard fue el primero en ver el rtulo, un simple cuadriltero de madera pintado con letras negras. Estaba en el lado izquierdo de la va y la hiedra se enroscaba por el palo, como si estuviera aqu desde haca mucho tiempo. El mensaje, sin embargo, era muy actual. Deca: LAS AVES BUENAS PUEDEN VOLAR- LOS CHICOS MALOS DEBEN MORIR. STA ES TU ULTIMA OPOR­TUNIDAD. VETE A CASA.

—Puedes irte, Richie —dijo Jack en voz baja—. No te lo repro­char. Te dejarn marchar sin causarte ningn problema. Nada de esto te concierne.

—Pues yo creo que s —contest Richard.

—He sido yo quien te ha metido en esto. —No —dijo Richard—, mi padre me meti. O el destino. O Dios. O Jason. Quienquiera que fuese, seguir adelante.

—Est bien —respondi Jack—. Pues vamonos. Mientras pasaban por delante del letrero, Jack levant un pie en un pasable golpe de kung-fu y lo derrib.

—As se hace, compinche —dijo Richard, esbozando una son­risa.

—Gracias. Pero no me llames compinche.

10

Aunque pareca clido y cansado, Richard habl durante toda la

hora siguiente, mientras caminaban por la va y se acercaban al olor cada vez ms potente del ocano Pacfico. Solt una gran cantidad de recuerdos que llevaba almacenados en su interior desde haca aos. Aunque su semblante no lo revelaba, Jack estaba aturdido por el asombro... y por una piedad profunda y desbor­dante hacia el nio solitario, vido del menor rastro de afecto paterno, que Richard le estaba descubriendo, consciente o incons­cientemente.

Observ la palidez de Richard, las llagas de sus mejillas, frente y labios; escuch la voz trmula, casi tmida, que sin embargo no vacilaba ni desfalleca ahora que tena por fin ocasin de contar todas estas cosas; y se alegr una vez ms de que Morgan Sloat no hubiera sido nunca su padre.

Richard dijo a Jack que recordaba haber visto mojones en toda esta parte de la va frrea. Divisaron por encima de los rboles el tejado de un granero, con un cartel descolorido que anunciaba Chesterfield Kings.

—Veinte grandes tabacos para veinte maravillosos cigarrillos --dijo Richard, sonriendo—. Pero en aquellos tiempos se poda ver todo el granero.

Seal un gran pino con una doble copa y quince minutos despus confi a Jack:

—Al otro lado de esta colina sola haber una roca que pareca una rana. A ver si todava est.

Segua all y Jack pens que en efecto se pareca un poco a una rana. Slo un poco, forzando la imaginacin. Quiz ayuda tener tres aos. O cuatro. O siete. O la edad que l tuviera en­tonces.

Richard amaba el ferrocarril y encontraba muy bonito Camp Readiness, con su pista de carreras y sus obstculos y sus cuerdas. Pero en cambio no le gustaba Point Venuti. Despus de cierta re­flexin, Richard record incluso el nombre del motel donde l y su padre se alojaban durante su estancia en la pequea localidad costera. El motel Kingsland... y Jack comprob que el nombre no le sorprenda en absoluto.

Richard dijo que el motel Kingsland se encontraba en la misma calle que el viejo hotel por el que su padre siempre pareca tan interesado. Richard poda verlo desde su ventana y no le gustaba. Era un edificio enorme y destartalado, con torrecillas, gabletes, techos a la holandesa, cpulas y torreones; en estos ltimos gi­raban veletas de extraas formas. Giraban incluso cuando no haca viento, dijo Richard; recordaba con claridad haberlas ob­servado desde la ventana de su habitacin; eran extraas crea­ciones de latn en forma de medias lunas, escarabajos e ideo­gramas chinos, que centelleaban al sol mientras abajo el ocano bramaba y lanzaba al aire montaas de espuma.

Ah, s, doc, ahora lo recuerdo todo, pens Jack.

—Estaba vaco? —pregunt.

—S. En venta.

—Cmo se llamaba?

—El Agincourt. —Richard hizo una pausa y luego aadi otra nota infantil, la que suelen recordar ms los nios—: Era negro. Estaba hecho de madera, pero la madera pareca piedra. Piedra negra y vieja. Y por esto mi padre y sus amigos lo llamaban el Hotel Negro.

11

En parte —aunque no del todo— para distraer a Richard, Jack pregunt:

—Compr tu padre el hotel, igual que compr Camp Rea-diness?

Richard lo pens un momento y luego asinti.

—S —respondi—, creo que s. Al cabo de un tiempo. Cuando empez a llevarme all, de la puerta colgaba un gran rtulo que deca; en venta, pero un buen da llegamos y el rtulo ya no estaba.

—Pero, nunca os alojasteis en l?

—Dios mo, no! —Richard se estremeci un poco—. De la nica manera que habra podido meterme all hubiera sido atn­dome a una cadena... y ni siquiera as lo habra conseguido.

—Ni siquiera entraste?

—No. No entr nunca y nunca entrar. Ah, Richie, muchacho! Nadie te ha enseado que nunca debe decirse nunca?

Y tu padre? Tampoco entr nunca?

—No, que yo sepa —contest Richard en su tono ms serio. Se llev el ndice al caballete de la nariz, como para empujar hacia arriba unas gafas inexistentes—. Me arriesgara a jurar que nunca entr. Le daba tanto miedo como a m. Pero en mi caso, slo exista el miedo... En cambio, mi padre senta algo ms. Es­taba...

—Estaba, qu?

De mala gana, Richard aadi:

—Creo que estaba obsesionado con el lugar. Call, con la mirada ausente, recordando.

—Iba todos los das a mirarlo desde fuera un buen rato, siem­pre que estbamos en Point Venuti. Y no me refiero a unos minu­tos, o algo as... sino a tres horas y a veces hasta ms. Casi siem­pre iba solo, pero a veces le acompaaban... amigos extraos.

—Lobos?

—Supongo que s —dijo Richard, casi enfadado—. S, me ima­gino que algunos podan ser Lobos, o como les llames. Parecan incmodos dentro de sus trajes; solan rascarse, en general donde la gente educada sabe que no debe hacerlo. Otros se parecan al falso entrenador. Duros y mezquinos. Sola ver a los mismos ti­pos en Camp Readiness. Te dir una cosa, Jack: esos individuos tenan tanto miedo al lugar como mi padre; se encogan cuando estaban cerca.

—Y Sol Gardener? Estuvo alguna vez all?

—S —contest Richard—, pero en Point Venuti tena ms el aspecto del hombre que vimos al otro lado...

—Osmond.

—Eso. Sin embargo, estos hombres no iban con frecuencia; casi siempre iba mi padre a solas. A veces peda en el restaurante de nuestro motel que le preparasen unos bocadillos y se sentaba a comerlos en el banco de la acera mientras contemplaba el hotel. Yo le vea desde la ventana del vestbulo del Kingsland. Nunca me gustaba su cara en aquellos momentos. Pareca asustado, pero tambin... lleno de una satisfaccin maligna.

—Maligna —repiti Jack.

—A veces me preguntaba si quera ir con l y yo siempre deca que no. l asenta y recuerdo que una vez dijo: Habr otras oca­siones. Con el tiempo... lo comprenders todo, Rich. Recuerdo haber pensado que si se refera al hotel negro, no quera com­prender nada.

Una vez —prosigui Richard—, dijo mientras estaba borra­cho que haba algo dentro de aquel lugar, algo que haba estado all durante mucho tiempo. Recuerdo que estbamos en la cama y que soplaba un fuerte viento; yo oa las olas embistiendo la playa y el chirrido de las veletas girando en las torres del Agin­court. Era un sonido espeluznante. Pens en aquel lugar, en todas aquellas habitaciones, todas vacas...

—Exceptuando a los fantasmas —murmur Jack. Crey or pasos y mir rpidamente hacia atrs. Nada; no haba nadie. La va frrea estaba desierta hasta donde alcanzaba la vista.

—Eso es, exceptuando a los fantasmas —convino Richard—. As que le pregunt: Es muy valioso, pap?

—Es lo ms valioso que existe —respondi.

—Entonces, algn drogadicto entrar para robarlo —dije—. No era, cmo expresarlo?, un tema que me entusiasmara, pero tampoco quera que mi padre se quedara dormido, no mientras soplase aquel viento y las veletas chirriasen en la noche.

Se ri y o el tintineo del vaso cuando se sirvi un poco ms de bourbon de la botella que tena en el suelo.

—Nadie va a robarlo, Richard —contest—. Y cualquier dro­gadicto que entrase en el Agincourt vera cosas que jams haba visto. —Bebi un sorbo y adivin que estaba sooliento—. Slo una persona en todo el mundo podra tocar ese objeto y nunca se acercar a l, Rich, te lo garantizo. Un detalle que me interesa es que permanece igual aqu que en el otro lado. No cambia; al menos, que yo sepa. Me gustara poseerlo, pero no voy a intentarlo siquiera, por lo menos ahora y tal vez nunca. Podra hacer cosas con l, ya lo creo que s!, pero en realidad pienso que su sitio, es donde est ahora.

A m tambin empezaba a rondarme el sueo, pero aun as le pregunt qu era aquel objeto del que tanto hablaba.

—Qu contest? —pregunt Jack con la boca seca.

—Lo llam... —Richard titube, frunciendo el ceo mientras re­flexionaba—, lo llam el eje de todos los mundos posibles. Entonces ri y lo llam de otra manera. Un nombre que no te gustara.

—Qu nombre?

—Te enfadars.

—Vamos. Richard, sultalo de una vez.

—Lo llam... bueno... lo llam la locura de Phil Sawyer. Jack no sinti ira, sino una oleada de excitacin clida y turba­dora. Era aquello, no caba duda; era el Talismn. El eje de todos los mundos posibles. Cuntos mundos? Slo Dios lo saba. Los Territorios americanos; los propios Territorios; los hipotticos Te­rritorios de los Territorios; y as hasta el infinito, como las espi­rales rojas y blancas de una percha de barbero. Un universo de mundos, un macrocosmos dimensional de mundos, y en todos ellos algo que era siempre lo mismo: una fuerza unificadora indis­cutiblemente buena, aunque, como ahora, estuviese prisionera en un lugar malfico; el Talismn, eje de todos los mundos posi­bles. Y era tambin la locura de Phil Sawyer? Probablemente s. La locura de Phil... La locura de Jack... la de Morgan... la de Gar-dener... y, por supuesto, la esperanza de dos Reinas.

—Hay ms que Gemelos —dijo en voz baja.

Richard caminaba pesadamente a su lado, mirando desaparecer bajo sus pies las traviesas podridas, y ahora mir a Jack con nerviosismo.

—Hay ms que Gemelos porque hay ms de dos mundos. Hay trillizos... cuatrillizos... quin sabe? Morgan Sloat aqu, Morgan de Orris all y tal vez Morgan, duque de Azreel, en otro lugar. Pero nunca ha entrado en el hotel!

No s de qu hablas —dijo Richard con voz resignada. Sin embargo, estoy seguro de que continuars, a pesar de todo, deca aquel tono resignado, y pasars de las tonteras al ms puro dis­parate. Todos a bordo rumbo a Seabrook Island!

No puede entrar. Es decir, Morgan de California no puede entrar... y sabes por qu? Porque Morgan de Orris no puede. Y Morgan de Orris no puede porque Morgan de California no puede. Si uno de ellos no puede entrar en su versin del hotel negro, ninguno de ellos puede hacerlo. Lo entiendes?

—No.

Jack, febril por su descubrimiento, no oy siquiera a Richard.

—Dos Morgans, o docenas de ellos. No importa. Dos Lilys, o docenas... docenas de Reinas en docenas de mundos, imagnatelo, Richard! Qu te parece este enredo? Docenas de hoteles negros... que en algunos mundos pueden ser un parque de atracciones negro... o un cuadrngulo negro... o cualquier cosa. Pero, Richard...

Se detuvo, cogi a Richard por los hombros y le mir fijamente con ojos brillantes. Richard trat de apartarse, pero en seguida se inmoviliz, hechizado por la ardiente belleza del rostro de Jack. De repente, por unos breves momentos, Richard crey que todo era posible. De repente, por unos breves momentos, se sinti curado.

Qu? —murmur.

Algunas cosas no son excluidas. Algunas personas no Son excluidas. Son... bueno... de naturaleza nica. Son como l... como el Talismn. De naturaleza nica. Yo. Yo soy de naturaleza nica. Tuve un Gemelo... pero muri. No slo en el mundo de los Terri­torios, sino en todos los mundos excepto en ste. Lo s... lo pre­siento. Mi padre tambin lo saba. Creo que era por esto que me llamaba Viajero Jack. Cuando estoy aqu, no estoy all. Y, Richard, t tampoco!

Richard le mir, estupefacto.

No te acuerdas porque estuviste casi todo el rato en brazos de Morfeo mientras yo hablaba con Anders, pero ste dijo que Morgan de Orris tena un hijo varn, Rushton. Sabes quin era?

—S —murmur Richard, todava incapaz de apartar la vista

de Jack—, mi Gemelo.

—Eso es. Anders dijo que el nio muri. El Talismn es de naturaleza nica. Nosotros tambin. Pero tu padre no. He visto a Morgan de Orris en ese otro mundo y se parece a tu padre, pero no lo es. No poda entrar en el hotel negro, Richard, y ahora tampoco puede. Pero l saba que t eras de naturaleza nica, y sabe que yo tambin lo soy. Le gustara verme muerto y a ti te necesita a su lado.

Porque entonces, si decidiera apoderarse del Talismn, siem­pre te podra enviar a ti a buscarlo, no crees?

Richard empez a temblar.

—No te preocupes —aadi Jack con expresin sombra—, no tendr que hacerlo. Lo iremos a buscar nosotros, pero l no lo conseguir.

—Jack, creo que no quiero entrar en ese lugar —dijo Richard, pero en un murmullo dbil y sin conviccin, y Jack, que ya haba empezado a andar, no le oy.

Richard corri para alcanzarle.

12

La conversacin se interrumpi. Lleg y pas el medioda. El bosque se haba vuelto muy silencioso y Jack vio en dos ocasiones unos rboles de troncos nudosos y extraos y races muy retor­cidas a poca distancia de los rales. No le gustaba mucho el as­pecto de estos rboles. Le recordaban algo.

Richard, mirando cmo desaparecan las traviesas bajo sus pies, termin tropezando, cay y se golpe la cabeza. Entonces Jack volvi a llevarle a cuestas.

—All, Jack! —grit Richard, al cabo de un rato que pareci eterno.

Delante de ellos, la va frrea desapareca en el interior de una vieja cochera. Las puertas, abiertas, daban acceso a una oscuri­dad llena de sombras que se antojaba desierta y carcomida por las polillas. Ms all de la cochera (que en un tiempo poda haber sido tan agradable como haba dicho Richard, pero que ahora pareci fantasmal a Jack), discurra una autopista... la 101, adi­vin Jack.

Y an ms all, el ocano... ya oa el fragor del oleaje.

—Creo que ya hemos llegado —dijo con voz ronca.

—Casi —asinti Richard—. Point Venuti est a un kilmetro y pico. Dios mo, ojal no tuviramos que ir, Jack... Jack? Adonde vas?

Pero Jack no se volvi. Abandon la va frrea, rode uno de aquellos extraos rboles (cuya altura no llegaba siquiera a la de un arbusto) y se encamin hacia la autopista. Las malas hierbas rozaban sus viejos vaqueros. Dentro de la cochera —la antigua estacin privada de Morgan Sloat—, algo se movi con un desa gradable culebreo, pero Jack ni siquiera mir en su direccin. Lleg a la autopista, la cruz y se detuvo en el arcn.

13

A mediados de diciembre del ao 1981, un muchacho llamado Jack Sawyer se hallaba donde convergen el agua y la tierra, con las manos en los bolsillos de sus pantalones vaqueros, contemplando el sereno Pacfico. Tena doce aos y era extraordinariamente guapo para su edad. Sus cabellos castaos eran largos —probable­mente demasiado largos—, pero la brisa marina los apartaba de la •frente ancha y noble. Permaneca all, pensando en su madre, que se mora, en sus amigos, tanto presentes como ausentes, y en mundos dentro de otros mundos, girando en sus rbitas.

He recorrido la distancia —pens, estremecindose—. De costa a costa con el Viajero Jack Sawyer. De pronto los ojos se le lle­naron de lgrimas. Inspir profundamente la sal. Aqu estaba... y el Talismn se encontraba muy cerca.

—Jack!

Jack no le mir en seguida; sus ojos estaban cautivados por el Pacfico, por el centelleo dorado del sol sobre las olas. Estaba aqu;

lo haba conseguido.

—Jack! —Richard le toc el hombro, sacndole de su ensoa­cin.

—Qu?

—[Mira! —Richard sealaba con la boca abierta un punto de la autopista, en la direccin donde deba encontrarse Point Ve-nuti—. Mira eso!

Jack mir y comprendi la sorpresa de Richard, pero l no sinti ninguna, o no una mayor de la que sintiera cuando Richard le dijo el nombre del motel donde l y su padre se alojaban en Point Venuti. No, no una gran sorpresa, pero...

Era fantstico ver de nuevo a su madre.

Su cara meda seis metros y era ms joven de lo que Jack poda recordar. Era Lily en la cspide de su carrera, con los cabe­llos de un maravilloso rubio platino recogidos en una cola de ca­ballo a lo Tuesday Weld. Su alegre y despreocupada sonrisa, sin embargo, era slo suya. Nadie ms haba sonredo as en el cine... Ella lo haba inventado y todava conservaba la patente. Miraba por encima de un hombro desnudo. A Jack... a Richard... al Pa­cfico azul.

Era su madre... pero cuando parpade, la cara cambi ligera­mente. La lnea de mentn y mandbula se redonde, los pmulos se suavizaron, el pelo se oscureci, los ojos adoptaron un azul ms profundo. Ahora era la cara de Laura DeLoessian, la madre de Jason. Jack parpade de nuevo y la cara volvi a ser la de su madre, su madre a los veintiocho aos, lanzando al mundo el de­safo de su sonrisa alegre y despreocupada.

Era una valla anunciadora. En el borde superior se lea:

TERCER FESTIVAL ANUAL DE PELCULAS B POINT VENUTI, CALIFORNIA CINE BITKER 10 DICIEMBRE-20 DICIEMBRE ESTE AO CICLO DE LILY CAVANAUGH REINA DE LAS B

—Jack, es tu madre —dijo Richard, con la voz ronca por el

asombro—. Ser slo una coincidencia? No puede serlo, verdad? Jack mene la cabeza. No, no era una coincidencia. La palabra en que tena los ojos fijos era, naturalmente, REINA. --Vamos —dijo Richard—, creo que ya casi hemos llegado. Los dos echaron a andar juntos por la autopista en direccin

a Point Venuti.

captulo 38

EL FINAL DEL CAMINO

1

Jack examin con atencin mientras caminaba la postura encor­vada y el rostro sudoroso de Richard, que ahora daba la impre­sin de arrastrarse con un gran esfuerzo de su voluntad. Le haban salido ms granos hmedos en la cara.

—Te encuentras bien, Richie?

—No, no me encuentro demasiado bien. Pero an puedo andar, Jack; no tienes que llevarme.

Inclin la cabeza y continu andando con expresin obstinada. Jack vio que su amigo, que tena tantos recuerdos de este pequeo y peculiar tren y de la pequea y peculiar estacin, sufra mucho ms que l a causa de la realidad actual: traviesas oxidadas y rotas, malas hierbas, zumaque venenoso... y al final un edificio destartalado cuya pintura brillante de otros tiempos se haba des­colorido y en cuya penumbra se deslizaba algo inquietante.

Me siento como si tuviera la pierna atrapada en una estpida trampa, haba dicho Richard, y Jack pensaba que poda compren­derlo muy bien... pero no con la profundidad de Richard. Estaba seguro de no poder soportar esa clase de comprensin. Una parte de la infancia de Richard haba sido quemada y destruida. La va frrea y la estacin muerta con sus ventanas ciegas deban haber sido horribles parodias de s mismas para Richard... Dos retazos ms del pasado destruido como secuela de lo que estaba averi­guando o admitiendo sobre su padre. La vida entera de Richard, al igual que la de Jack, haba empezado a reflejar la pauta de los Territorios y Richard estaba mucho menos preparado para esta transformacin.

2

En cuanto a lo que haba contado a Richard sobre el Talismn, Jack habra jurado que era la verdad: el Talismn saba que ellos llegaban. Haba empezado a sentirlo justo cuando vio la brillante fotografa de su madre en la valla anunciadora; y ahora el pre­sentimiento era urgente y poderoso, como si un gran animal se hubiera despertado a varios kilmetros de distancia y su ronroneo hubiese hecho resonar la tierra... o como si todas las bombillas de un edificio de cien pisos levantado en el horizonte se hubieran encendido, proyectando una luz lo bastante fuerte para ocultar las estrellas... o como si alguien hubiese alzado el mayor imn del mundo y ste tirase de la hebilla del cinturn de Jack, de las mo­nedas de sus bolsillos y de los empastes de sus dientes y no se diera por satisfecho hasta haberle arrancado el corazn. Aquel gran ronroneo animal, aquella iluminacin repentina y drstica, aquella nostalgia magntica... todo despertaba un eco en el pecho de Jack. Algo que haba all, en la direccin de Point Venuti, nece­sitaba a Jack Sawyer, y lo principal que ste saba del objeto que le reclamaba tan visceralmente era que tena un gran tamao. Muy grande. Una cosa pequea no poda poseer tanta fuerza. Tena el tamao de un elefante, de una ciudad.

Y Jack se preguntaba sobre su capacidad de manejar un objeto tan monumental. El Talismn estaba prisionero en un viejo hotel, mgico y siniestro; era de suponer que lo haban colocado all para protegerlo de manos malignas, pero tambin, por lo menos en parte, porque su manejo era difcil para cualquiera, fuesen cuales fuesen sus intenciones. Jack pens que tal vez Jason haba sido el nico capaz de manejarlo, capaz de transportarlo sin ha­cerse dao a s mismo ni causarlo al propio Talismn. Al sentir la fuerza y urgencia de su llamada, Jack slo poda esperar que no desfallecera ante el Talismn.

—Ya lo comprenders, Rich —remed Richard, sorprendin­dole. Su voz era baja y tona—. Mi padre me deca esto, que ya lo comprendera. Ya lo comprenders, Rich.

S —dijo Jack, mirando a su amigo con precaucin—. Cmo te encuentras, Richard?

Adems de las llagas en torno a los labios, Richard tena ahora una coleccin de puntos rojos o chichones, muy inflamados en la frente y en las sienes salpicadas de granos. Era como si un en­jambre de insectos hubiera logrado introducirse bajo la superficie de su delicada piel. Jack record durante un segundo la imagen de Richard Sloat la maana en que l haba aparecido en su ventana de Nelson House, en la escuela Thayer; Richard Sloat con las gafas bien asentadas sobre la nariz y el suter bien metido dentro de los pantalones. Volvera alguna vez aquel muchacho insopor­tablemente correcto e inflexible?

—An puedo andar —repiti Richard. Pero... aluda a esto? Es sta la comprensin que deba alcanzar, conseguir, o qu de­monios,..?

—Hay algo nuevo en tu cara —interrumpi Jack—. Quieres descansar un rato?

—Nooo —contest Richard, hablando todava como desde el fondo de un barril lleno de lodo—. Y noto el sarpullido. Me pica. Creo que tambin lo tengo en la espalda.

—Djame ver —dijo Jack. Richard se detuvo en medio de la carretera, obediente como un perro. Cerr los ojos y respir por la boca. Las manchas rojas ardan en su frente y sus sienes. Jack

se coloc detrs de l y le levant la chaqueta y la camisa azul manchada y sucia. Aqu los chichones eran ms pequeos y

estaban tan inflamados; se extendan desde los delgados om-platos de Richard hasta la regin lumbar, pequeos como garra­patas. Richard exhal un suspiro inconsciente de desanimo. --Tambin tienes aqu, pero no son tan virulentos —dijo Jack.

—Gracias. —Richard inspir y levant la cabeza. El cielo gris pareca estar a punto de desplomarse sobre la tierra. El ocano embesta las rocas del acantilado—. En realidad, slo son unos tres kilmetros —dijo—. Podr recorrerlos.

—Te llevar a cuestas cuando lo necesites —sugiri Jack, ex­presando as su secreta conviccin de que Richard no tardara en necesitar su ayuda.

Richard mene la cabeza y trat en vano de meterse la camisa por dentro de los pantalones.

—A veces creo... a veces creo que no puedo...

—Entraremos en ese hotel, Richard —dijo Jack, cogiendo del brazo a su amigo y obligndole a medias a dar unos pasos—. T y yo. Juntos. No tengo la menor idea de lo que ocurre cuando se est dentro, pero t y yo entraremos, sea quien sea el que intente impedirlo. Recurdalo.

Richard le dirigi una mirada medio temerosa, medio agrade­cida. Ahora Jack poda ver el contorno irregular de chichones futuros bajo la superficie de las mejillas de Richard y de nuevo fue consciente de que una fuerza poderosa tiraba de l, oblign­dole a avanzar como l acababa de obligar a Richard.

—Te refieres a mi padre —dijo Richard, parpadeando, y Jack vio que trataba de no llorar; el agotamiento intensificaba las emo­ciones de su amigo.

—Me refiero a todo —rectific, no muy veraz—. Adelante, ca-marada.

—Pero... qu debo comprender? No s... —Richard mir a su alrededor, guiando los ojos desprotegidos. Jack record que la-mayor parte del mundo era una mancha borrosa para Ri­chard.

—Ya comprendes mucho ms que antes, Richie —apunt. Y entonces una fugaz sonrisa de amargura torci los labios de Richard. Le haban obligado a comprender mucho ms de lo que hubiera deseado y su amigo Jack pens por un momento que hu­biera sido mejor alejarse de la Thayer School en plena noche y solo. Pero la ocasin de preservar la inocencia de Richard estaba ya muy lejos, si es que haba existido realmente. Richard era una Parte necesaria de la misin de Jack. Sinti unas manos fuertes rodearle el corazn: las manos de Jason, las manos del Talismn.

—Estamos en el buen camino —dijo y Richard se adapt al ritmo de su paso.

—En Point Venuti veremos a mi padre, verdad? —pregunt.

—Cuidar de ti, Richard —contest Jack—. Ahora eres el re bao.

—Qu?

—Nadie te lastimar, slo t, si te rascas hasta morir. Richard farfull algo mientras seguan andando. Se llev las manos a las sienes inflamadas y se las frot una y otra vez. De cuando en cuando se rascaba la cabeza como un perro y grua con un alivio que era slo parcial.

3

Poco despus de que Richard se levantara la camisa para ensear a Jack los puntos rojos de su espalda, vieron el primer rbol de los Territorios, que creca en el lado de la autopista ms alejado del mar y tena una maraa de ramas oscuras y una columna de gruesa e irregular corteza asomando entre un laberinto rojo de zumaque venenoso. Los agujeros de nudo de la corteza miraban a los mu­chachos como si fueran bocas u ojos. Entre la tupida alfombra de zumaque, un estremecimiento de inquietas races agitaba las hojas creas, como si una brisa jugara con ellas. Jack dijo:

—Atravesemos la carretera —esperando que Richard no hu­biera visto el rbol. An poda or a sus espaldas el susurro de las races gordas y correosas entre los tallos del zumaque.

Es eso un MUCHACHO? Puede ser un MUCHACHO? Un chico ESPECIAL, tal vez?

Las manos de Richard revoloteaban de sus costados a los hom­bros, a las sienes y al cuero cabelludo. En las mejillas, una se­gunda erupcin de manchas inflamadas parecan el maquillaje de una pelcula de terror; podra haber sido un monstruo juve­nil de una de las primeras pelculas de Lily Cavanaugh. Jack vio que los chichones rojos del dorso de sus manos se haban juntado, formando grandes llagas granates.

—De verdad puedes seguir caminando, Richard? —pregunt. Richard asinti con la cabeza.

—Claro. Un poco ms. —Mir hacia atrs, parpadeando—. Eso no era un rbol corriente, verdad? Nunca haba visto un rbol semejante, ni siquiera en un libro. Era un rbol de los Territorios, verdad?

—Me temo que s —respondi Jack.

—Esto significa que los Territorios estn muy cerca, no?

—Supongo que s.

—As que ms arriba encontraremos ms rboles como se, verdad?

—Si sabes las respuestas, por qu haces las preguntas? —in­quiri Jack—. Oh, Jason, qu tontera he dicho. Lo siento, Richie, supongo que esperaba que no lo vieras. S, me imagino que ms arriba encontraremos ms como se. Procuraremos no acercarnos demasiado a ellos.

En cualquier caso, pens Jack, ms arriba no era un modo exacto de describir el lugar adonde se dirigan; la autopista bajaba en una marcada pendiente y cada treinta metros pareca alejarse ms de la luz. Todo pareca invadido por los Territorios.

—Podras mirarme la espalda? —pregunt Richard. --Claro. —Jack levant de nuevo la camisa de Richard. Se es­forz por no decir nada, aunque su instinto fue proferir un ge­mido. Ahora la espalda de Richard estaba cubierta de manchas rojas e hinchadas que daban la impresin de irradiar calor—. Ha empeorado un poco —dijo.

—Lo supona. Slo un poco, eh?

—S, slo un poco.

Dentro de poco rato, pens Jack, Richard se parecera mucho a una maleta de piel de cocodrilo... al Muchacho Cocodrilo, hijo del Hombre Elefante.

Algo ms adelante, dos de los rboles crecan juntos, con los nudosos troncos enroscados entre s de un modo que sugera vio­lencia ms que amor. Jack los mir fijamente al pasar de largo v crey ver que los agujeros negros de la corteza les hablaban en silencio, envindoles maldiciones o besos; y oy sin lugar a dudas a las races rechinar unas contra otras al pie de los rboles abra­zados. (UN MUCHACHO! Ah est UN MUCHACHO! NUESTRO muchacho est ah!)

Aunque era slo media tarde, estaba oscuro y el aire pareca granuloso, como la fotografa de un peridico viejo. Donde antes creca la hierba en el lado de la autopista ms alejado del mar, donde un encaje estilo Reina Ana floreca con blancura y delica­deza, malas hierbas bajas e irreconocibles tapizaban ahora el terreno. Sin flores y pocas hojas, parecan serpientes enroscadas y olan ligeramente a aceite pesado. De vez en cuando el sol perforaba la penumbra granulosa como un difuso fuego anaran­jado. A Jack le record una fotografa que haba visto una vez de Gary, Indiana, por la noche: llamas infernales alimentadas por ve­neno en un cielo negro y contaminado. El Talismn le llamaba desde ah abajo con tanta fuerza como si un gigante le agarrase la ropa y tirase de ella. El nexo de todos los mundos posibles. Llevara consigo a Richard hacia aquel infierno —y luchara por su vida con todas sus fuerzas— aunque tuviera que arrastrarle por los tobillos. Y Richard deba ver esta determinacin en Jack, porque, rascndose los costados y hombros, caminaba a trompi­cones a su lado.

Voy a hacerlo —se dijo Jack, intentado olvidar que slo quera darse nimos— aunque tenga que atravesar una docena de mun­dos diferentes. S, lo har a pesar de todo.

4

Unos noventa metros ms abajo, un grupo de los feos rboles de los Territorios se apiaban como cocodrilos al borde de la auto­pista. Al pasar delante de ellos por el otro lado, Jack ech una Ojeada a las enroscadas races y vio, medio incrustado en la tierra de donde salan, el pequeo esqueleto blanquecino de un mu­chacho de ocho o nueve aos que an llevaba un podrido sayo verde y negro. Jack trag saliva y aceler el paso, arrastrando a Richard como a un animal domstico sujeto a una correa.

5

Unos minutos ms tarde, Jack Sawyer contempl Point Venuti por primera vez.

captulo 39

POINT VENUTI

1

Point Venuti estaba en punto bajo del paisaje, encaramado a las laderas del acantilado que se ergua sobre el ocano. Detrs, otra cadena de montaas se elevaba, masiva pero recortada, en el aire tenebroso. Parecan elefantes muy viejos, surcados de enormes arrugas. La carretera bajaba entre altas paredes de madera hasta que doblaba una esquina ocupada por un edificio de metal, largo y marrn, que era una fbrica o un almacn, donde desapareca en una serie de terrazas descendentes, montonos tejados de otros almacenes. Desde la perspectiva de Jack, la carretera no volva a aparecer hasta que empezaba a subir por la ladera opuesta, para alcanzar la cumbre y bajar en direccin a San Francisco. Slo vea los escalones formados por los tejados de los almacenes, los aparcamientos vallados y, a la derecha, un poco lejos, el gris invernal de) agua. Nadie se mova en ninguna parte de la carre­tera visible para l; nadie se asomaba a la hilera de pequeas ventanas de la fbrica ms prxima. El polvo formaba remolinos en los aparcamientos vacos. Point Venuti pareca desierto, pero Jack saba que no lo estaba. Morgan Sloat y sus cohortes —por lo menos los supervivientes de la llegada por sorpresa del tren de los Territorios— esperaban la llegada de Jack el Viajero y de Richard e] Racional. El Talismn reclamaba a Jack, conminndole a seguir adelante, y l dijo: Bueno, ya ests aqu, muchacho, y sigui adelante.

Inmediatamente aparecieron a la vista dos nuevas facetas de Point Venuti. La primera fueron unos treinta centmetros de la parte trasera de una limusina Cadillac: Jack vio la reluciente pintura negra, el brillante parachoques, parte de la luz de cola derecha. Dese con fervor que el Lobo renegado que iba al vo­lante hubiera sido una de las vctimas de Camp Readiness. En­tonces volvi a mirar hacia el ocano. El agua gris embesta la playa convertida en espuma. Un movimiento lento sobre los teja­dos de fbrica y almacn llam su atencin cuando daba el paso siguiente. VEN AQU, llam el Talismn de aquel modo urgente y magntico. Point Venuti pareca una mano contrayndose de alguna manera en un puo. Sobre los tejados se hizo visible de repente una veleta oscura e incolora que tena la forma de una

cabeza de lobo y giraba de un lado a otro, sin obedecer a ningn

viento.

Cuando Jack vio la veleta rebelde girar de izquierda a derecha luego de derecha a izquierda y continuar describiendo un circulo completo supo que acababa de vislumbrar por primera vez el ho­tel negro, o al menos una parte de l. Desde los tejados de los almacenes, desde la carretera, desde todos los puntos de la ciudad an no vista, surga un sentimiento inconfundible de hostilidad, palpable como una bofetada en pleno rostro. Jack se dio cuenta de que los Territorios se estaban desangrando en Point Venuti;

aqu, la realidad pasaba por un tamiz fino. La cabeza de lobo giraba insensatamente en el aire y el Talismn continuaba tirando de Jack. VEN AQU VEN AQU VEN AHORA VEN AHORA aho­ra... Jack comprendi que mientras tiraba de l con fuerza in­creble y creciente, el Talismn le cantaba. Sin palabras, sin me­loda, pero cantaba en un tono agudo y grave de delfn que era inaudible para cualquier otro.

El Talismn saba que acababa de ver la veleta del hotel. Point Venuti poda ser el lugar ms depravado y peligroso de toda Am­rica del Norte y del Sur, pens Jack, ms audaz de repente, pero no le impedira entrar en el hotel Agincourt. Se volvi hacia Richard, sintindose como si no hubiera hecho nada ms durante un mes que descansar y hacer ejercicios fsicos y trat de no reflejar en su cara la impresin que le caus el estado de su ami­go. Richard tampoco podra detenerle; si era necesario, le arras­trara a travs de las paredes de aquel hotel maldito. Vio al ator­mentado Richard rascarse la cabeza y el sarpullido de las mejillas y las sienes.

—Lo conseguiremos, Richard —dijo—, s que lo conseguire­mos. No importa la cantidad de maldiciones absurdas que puedan echarnos. Vamos a conseguirlo.

—Nuestras dificultades tendrn dificultades con nosotros —dijo Richard, citando, de manera inconsciente, sin duda, al doctor Seuss. Hizo una pausa—. No s si tendr nimos; sta es la verdad. Estoy muerto de cansancio. —Dirigi a Jack una mirada de autntica angustia—. Qu me ocurre, Jack?

—No lo s, pero s cmo detenerlo. —Y esper que fuese verdad.

—Es mi padre quien me hace esto? —pregunt Richard con tristeza y se palp la cara con las manos. Luego se sac la camisa de los pantalones y examin el rojo sarpullido de su estmago. Las ronchas, de una forma vagamente parecida a la del estado de Oklahoma, empezaban en la cintura, se extendan a ambos lados y suban hasta la garganta—. Parece un virus o algo as. Me lo ha causado mi padre?

—No creo que lo haya hecho a propsito, Richie —respondi Jack—. Si esto significa algo.

—No significa nada —dijo Richard.

—Todo va a cambiar. El expreso de Seabrook Island est lle­gando al final de la lnea.

Con Richard a su lado, Jack sigui andando... y vio centellear las luces de cola del Cadillac, que se encendieron y apagaron antes de que el coche desapareciera de su vista.

Esta vez no habra un ataque por sorpresa ni una fantstica irrupcin a travs de una valla de un tren lleno de armas y muni­ciones, pero aunque todo el mundo en Point Venuti saba que llegaban, Jack sigui adelante. Tuvo de repente la sensacin de que llevaba una armadura, de que empuaba una espada mgica. Nadie en Point Venuti tena poder para hacerle dao, por lo me­nos hasta que llegara al hotel Agincourt. Seguira adelante, con Richard el Racional a su lado, y todo saldra bien. Y antes de que diera tres pasos ms, con los msculos cantando al son del Ta­lismn, vio una imagen de s mismo mejor y ms exacta que la de un caballero dirigindose al campo de batalla. La imagen sur­gi directamente de una de las pelculas de su madre, remitida por telegrama celestial. Iba montado a caballo, con un sombrero de ala ancha en la cabeza y un rifle sujeto a la cadera, dispuesto a limpiar el Barranco de Deadwood.

Record el ttulo: El ltimo tren a Hangtown: Lily Cavanaugh, Clint Walker y Will Hutchins, 1960. As sea.

2

Cuatro o cinco de los rboles de los Territorios pugnaban por crecer en la dura tierra marrn junto al primero de los edificios abandonados. Quiz haban estado siempre all, arqueando las ramas hacia la carretera casi hasta la raya blanca, o quiz no;

Jack no recordaba haberlos visto cuando ech la primera ojeada a la ciudad todava oculta. Pens, sin embargo, que era tan in­concebible olvidarse de aquellos rboles como de una manada de perros salvajes. Poda or sus races susurrar sobre la superficie de la tierra mientras l y Richard se acercaban al almacn. (NUESTRO muchacho? NUESTRO muchacho?)

Crucemos al otro lado —dijo a Richard, cogiendo su mano hinchada para guiarle.

En cuanto llegaron al lado opuesto de la carretera, uno de los rboles de los Territorios avanz visiblemente hacia ellos, con races y ramas. Si los rboles tuvieran estmago, habran odo rumorear su estmago. La rama nudosa y la raz lisa como una serpiente saltaron por encima de la raya amarilla y llegaron casi hasta los muchachos. Jack dio un codazo a Richard, que jadeaba, le agarr del brazo y tir de l.

(MI MI MI MI MUCHACHO! SSS!)

Un fuerte sonido de desgarro retumb sbitamente en el aire y por un momento Jack pens que Morgan de Orris volva a abrir­se una trocha entre los mundos, convirtindose en Morgan Sloat... Morgan Sloat con una oferta definitiva e inapelable que inclua una metralleta, un soplete, un par de pinzas candentes... Pero en lugar del furioso padre de Richard, la copa del rbol de los Territorios cay en medio de la carretera, rebot entre un crujido de ramas y qued ladeada como un animal muerto.

—Oh, Dios mo —exclam Richard—. Se ha desprendido de la tierra para perseguirnos.

Lo cual era precisamente lo mismo que pensaba Jack.

un rbol kamikaze —dijo—. Creo que las cosas van a ser un poco salvajes aqu en Point Venuti. —A causa del hotel negro?

—Claro... pero tambin a causa del Talismn. —Mir hacia delante y vio otro grupo de rboles carnvoros a unos diez metros colina abajo—. Las vibraciones o la atmsfera o como quieras llamarlo est hecho un lo... porque todo es malo y bueno, blanco v negro; todo est mezclado.

Jack no perda de vista el grupo de rboles al que se iban apro­ximando despacio mientras hablaban y vio que el rbol ms cer­cano torca la copa hacia ellos, como si hubiese odo su voz.

Quiz toda esta ciudad es un Oatley grande, pensaba Jack, y quiz saldra de ella sano y salvo, pero si haba un tnel en alguna oarte lo ltimo que hara Jack Sawyer seria entrar en l. No tena el menor deseo de toparse con la versin de Point Venuti de Elroy.

—Tengo miedo —murmur a sus espaldas la voz de Richard—. Jack y si hay ms rboles capaces de saltar de ese modo?

—Mira —contest Jack—, me he fijado en que, a pesar de su movilidad, no pueden llegar muy lejos. Incluso un pavo como t sera capaz de ganarle la carrera a un rbol.

Estaban doblando la ltima curva de la carretera, bajando la colina frente a los ltimos almacenes. El Talismn no dejaba de llamarle, tan clamoroso como el arpa cantarna del gigante en Jack y el tallo de frijol. Por fin Jack dobl el recodo de la curva y el resto de Point Venuti se ofreci a su vista.

Su faceta de Jason le animaba a seguir. Point Venuti poda haber sido en un tiempo una agradable ciudad turstica, pero aquellos das quedaban muy lejanos. Ahora el propio Point Venuti era el tnel de Oatley y no tendra ms remedio que recorrerlo todo. La superficie resquebrajada de la carretera descenda hacia una zona de casas incendiadas totalmente rodeadas por rboles de los Territorios; los obreros de los vacos almacenes y fbricas debieron vivir en estas pequeas casas de madera. Quedaba lo suficiente de una o dos de ellas para saber cmo haban sido. Las carroceras retorcidas de coches quemados yacan aqu y all en torno a las casas, medio cubiertas de malas hierbas. En los cimientos acechaban las races de los rboles de los Territorios. Ladrillos y tablones ennegrecidos, baeras rotas e invertidas, ca­eras retorcidas cubran los solares quemados. Un destello blanco atrajo la mirada de Jack, pero desvi la vista en cuanto vio que era el hueso blanco de un esqueleto destrozado que yaca bajo una maraa de races. En un tiempo, nios haban ido en bicicle­ta por estas calles, amas de casa se haban reunido en las cocinas para quejarse de los sueldos y el desempleo, hombres haban limpiado sus coches en las avenidas... Nada de esto subsista ahora. Un balancn roto, lleno de polvo, sobresalan apenas entre los escombros y las malas hierbas.

Pequeos destellos rojizos parpadeaban en el cielo turbio. Mas abajo de las dos manzanas de casas quemadas y rboles carnvoros, un semforo apagado penda sobre un cruce vaco. Al otro lado del cruce, en la pared de un edificio medio derruido an se lean unas letras: Oh! Ah Llama a mam, en la fotografa rota y deteriorada del cap de un coche embutido en la luna de un escaparate. El fuego no haba ido ms lejos, pero Jack dese que lo hubiera hecho. Point Venuti era una ciudad desolada; y el fuego era mejor que la putrefaccin. El edificio que ostentaba el anuncio semidestruido de las pinturas Maaco era el primero de una hilera de tiendas. Librera del Planeta Peligroso, T & Sim­pata, Productos Integrales de Rgimen Ferdy, Aldea del Nen. Jack slo pudo leer algunos nombres de las tiendas porque la mayora de stas tenan la pintura desprendida o quemada. Pare­can cerradas, abandonadas como los almacenes y fbricas de la colina. Incluso desde su posicin, Jack poda ver los escaparates rotos desde haca tanto tiempo que eran como monturas de gafas vacas u rbitas sin ojos. Manchas de pintura decoraban las fa­chadas de las tiendas, roja, negra y amarilla, con un brillo extrao que les daba aspecto de cicatrices en el aire opaco y gris. Una mujer desnuda, tan desnutrida que Jack habra podido contar sus costillas, se retorca lenta y ceremoniosamente como una veleta en la sucia calle entre las tiendas. Sobre su cuerpo plido, de pechos cados y abundante vello pbico, la cara haba sido pintada de un vivo color naranja. Sus cabellos tambin eran anaranjados. Jack se detuvo y contempl a la absurda mujer de cara pintada y pelo teido levantar los brazos, retorcer el torso con la lentitud de un movimiento de Tai Chi, dar una patada con el pie izquierdo a un perro muerto cubierto de moscas e inmovilizarse como una estatua. Como un emblema de todo Point Venuti, la absurda mujer mantuvo esta posicin y luego baj el pie y el cuerpo esqueltico dio media vuelta.

Despus de la mujer y de la hilera de tiendas vacas, la calle Mayor se volvi residencial; por lo menos, Jack supuso que en un tiempo haba sido residencial. Aqu las manchas de pintura tam­bin afeaban los edificios, minsculas casas de dos pisos que antes eran blancas y brillantes y ahora estaban sucias y llenas de ins­cripciones. Un eslogan llam su atencin: ahora ests muerto, garabateado en la pared lateral de un edificio aislado que haba sido con seguridad una pensin. Haca mucho tiempo que estaban aqu estas palabras.

JASON, TE NECESITO!, llamaba el Talismn en una lengua inaudible.

—No puedo —murmur Richard a su lado—, Jack, s que no puedo.

Despus de la hilera de casas ruinosas, la calle volva a bajar y Jack slo pudo ver la parte posterior de un par de limusinas Cadillac negras, una a cada lado de la calle Mayor, aparcadas con el cap hacia abajo y con los motores en marcha. Como en una fotografa trucada, con un aspecto increblemente grande y siniestro, el techo —la mitad? la tercera parte?— del hotel negro se ergua por encima de los Cadillacs y de las casitas de­soladas. Pareca flotar, cortado por la curva de la ltima colina.

—No puedo entrar all —repiti Richard.

—Ni siquiera estoy seguro de que podamos pasar por delante de esos rboles —dijo Jack—. Animo, Richie.

Richard profiri un extrao resoplido y Jack tard un segundo en comprender que lloraba. Rode con un brazo los hombros de Richard. El hotel dominaba el paisaje; esto era evidente. El hotel negro posea Point Venuti, el aire que lo cubra y la tierra en que se asentaba. Jack vio que sus veletas giraban en direcciones opues­tas y que las torrecillas y tejados a la holandesa se levantaban como verrugas en el aire plomizo. El Agincourt daba la impresin de haber sido construido con piedra, una piedra de mil aos de antigedad, negra como el alquitrn. En una de las ventanas superiores centelle de repente una luz; para Jack fue como si el hotel le hubiese guiado un ojo, secretamente divertido por verle al fin tan cerca. Una silueta difusa pareci alejarse de la ventana y un segundo despus el reflejo de una nube se desliz por el cristal.

Desde alguna parte del interior, el Talismn emita la cancin que slo Jack poda or.

3

—Creo que ha crecido —susurr Richard, que haba olvidado ras­carse desde que viera el hotel flotando tras la ltima colina. Las lgrimas bajaban por las llagas inflamadas de sus mejillas y Jack vio que ahora tena los ojos totalmente rodeados por el salpullido;

Richard ya no tena que bizquear, porque su bizqueo era cons­tante—. Es imposible, pero el hotel era ms pequeo, Jack. Estoy seguro.

—Ahora mismo, nada es imposible —contest Jack, casi inne­cesariamente; hacia mucho tiempo que haban pasado al reino de lo imposible. Y el Agincourt era tan grande, tan dominante, que no guardaba ninguna relacin con el resto del pueblo.

La extravagancia arquitectnica del hotel negro, todas sus to­rrecillas y veletas de latn en los torreones acanalados, las cpulas y los tejados holandeses, que deberan haberlo convertido en una fantasa juguetona, le prestaban, por el contrario, una apariencia amenazadora, de pesadilla. Daba la impresin de pertenecer a una especie de antiDisneylandia donde el Pato Donald hubiera es­trangulado a Huey, Dewey y Louise, y Mickey matado a Minnie con una sobredosis de herona.

—Tengo miedo —dijo Richard; y el Talismn cant: JASON, VEN EN SEGUIDA.

—No te apartes de m, compaero, y entraremos en ese lugar con la suavidad de la grasa por el cuello de un pato.

JASON, VEN EN SEGUIDA!

El grupo de rboles de los Territorios que tenan delante susurr cuando Jack empez a andar de nuevo.

Richard, asustado, se qued atrs y Jack comprendi que tal vez se deba a que Richard, sin las gafas, estaba casi ciego y con­tinuamente cerraba los ojos. Extendi la mano hacia atrs y tir de l, notando al hacerlo que la mano y la mueca de Richard se haban adelgazado mucho.

Richard le sigui a trompicones. Su mueca delgada arda en la mano de Jack.

—Por lo que ms quieras, no te retrases —encareci Jack—. Lo nico que hemos de hacer es pasar por delante de ellos.

—No puedo —solloz Richard.

—Quieres que te lleve a cuestas? Lo digo en serio, Richard, esto podra ser mucho peor. Apuesto algo a que si no hubiramos matado a tantas de sus tropas, aqu habra puesto centinelas cada quince metros.

—Si me llevaras, no podras moverte con la rapidez necesaria;

te obligara a ir ms despacio.

Qu demomos piensas que haces ahora?, dijo Jack para sus adentros y aadi en voz alta:

—Qudate a mi lado y anda muy de prisa cuando diga tres. Lo entiendes, Richie? Uno... dos... tres!

Tir del brazo de Richard y empez a correr cuando lleg a los rboles; Richard tropez, jade y luego consigui enderezarse y seguir a su amigo sin caerse. Geiseres de polvo aparecieron al pie de los rboles, una conmocin de tierra desmenuzada y cosas que parecan enormes escarabajos, brillantes como el betn. Un pequeo pjaro marrn alz el vuelo desde las malas hierbas que rodeaban a los rboles conspiradores y una raz suelta, parecida a una trompa de elefante, sali disparada del polvo y lo agarr en el aire.

Otra raz culebre hacia el tobillo izquierdo de Jack, pero no lo alcanz. Las bocas de las toscas cortezas gritaban y lanzaban alaridos.

(AMAAANTE? MUCHAAACHO AMAAANTE?)

Jack apret los dientes y trat de hacer volar a Richard Sloat. Las cabezas de los complicados rboles haban empezado a oscilar y a inclinarse. Nidos y familias enteras de races se deslizaban hacia la raya blanca, movindose como si tuvieran voluntades inde­pendientes. Richard dio un traspi y retras el paso mientras volva la cabeza para mirar los rboles atacantes por encima de la cabeza de Jack.

—Muvete! —chill Jack, estirando el brazo de Richard. Los bultos rojos parecan piedras candentes introducidas bajo su piel. Tir con fuerza de Richard al ver demasiadas races sinuosas cruzando alegremente la raya blanca en su direccin.

Rode con un brazo la cintura de Richard en el mismo ins­tante en que una larga raz silbaba en el aire y se enroscaba en torno al brazo de Richard.

—Dios mo! —grit ste—. Jason! Me ha cogido! Me ha cogido!

Horrorizado, Jack vio el extremo de la raz erguirse como una cabeza de lucin y mirarle fijamente. Luego se retorci en el aire casi con indolencia y volvi a enroscarse en torno al brazo ar­diente de Richard. Otras races se arrastraban hacia ellos por la carretera.

Jack tir de Richard con todas sus fuerzas, ganando otros quince centmetros. La raz que atenazaba el brazo de Richard estaba tensa. Jack se abraz a la cintura de su amigo y le estir hacia s sin contemplaciones. Richard profiri un grito prolongado y espeluznante. Durante un segundo, Jack tuvo miedo de haberle descoyuntado el brazo, pero una potente voz gritaba en su inte­rior: ESTIRA! y, clavando los tacones en el suelo, estir con ms fuerza.

Entonces estuvieron a punto de caer los dos en un nido de culebreantes races, porque el nico zarcillo que an sujetaba el brazo de Richard se parti de repente. Jack logr mantenerse en pie pedaleando frenticamente hacia atrs e inclinando el torso para impedir que Richard cayera en medio de la carretera. De este modo pasaron de largo los dos ltimos rboles, al tiempo que oan los extraos chasquidos que ya haban percibido una vez. Ahora Jack no tuvo que decir a Richard que echara a correr.

El siguiente rbol se enderez con un estruendo y cay ruido­samente a slo diez centmetros de los pies de Richard. Los otros se desplomaron detrs de l sobre la carretera, agitando las races como pelos enmaraados.

—Me has salvado la vida —dijo Richard, que lloraba otra vez, ms por debilidad, agotamiento y susto que por simple temor.

—De ahora en adelante, compaero, voy a llevarte a cuestas —anunci Jack, jadeando, y se agach para ayudar a Richard a montar sobre su espalda.

4

—Deb decrtelo —murmur Richard, hablando al odo de Jack;

su cara le quemaba el cuello—. No quiero que me odies, pero no te culpara si lo hicieras, de verdad que no. S que deb decrtelo.

—Era ingrvido como una cascara, y daba, en efecto, la impresin de estar vaco por dentro.

—A qu te refieres? —Jack coloc a Richard en el centro de su espalda y de nuevo tuvo la inquietante sensacin de cargar sola­mente con un saco de carne sin huesos.

—Al hombre que vena a visitar a mi padre... y a Camp Rea diness... y al armario. —El cuerpo, al parecer hueco, de Richard tembl contra la espalda de su amigo—. Deb hablarte de ello, pero ni siquiera poda decrmelo a m mismo. —Su aliento, c­lido como su piel, soplaba con agitacin en la oreja de Jack.

Jack pens: El Talismn le produce este efecto. Un instante despus se corrigi: No. El hotel negro le produce este efecto.

Las dos limusinas aparcadas de cara a la cresta de la colina siguiente haban desaparecido de algn modo durante la lucha con los rboles de los Territorios, pero el hotel segua en su lugar, aumentando de tamao a medida que Jack se acercaba. La flaca mujer desnuda, otra de las vctimas del hotel, segua ejecutando su insensato baile ante la hilera de tiendas abandonadas. Los pe­queos destellos bailaban, se apagaban y volvan a bailar en el aire turbio. No era ninguna hora, ni maana, ni tarde, ni noche;

era la hora de las Tierras Arrasadas. El hotel Agincourt pareca hecho de piedra, aunque Jack saba que no era as; la madera Pareca haberse calcificado y dilatado, a la vez que ennegrecido desde dentro hacia fuera. Las veletas de latn, lobo, cuervo, ser­piente y crpticos diseos circulares que Jack no reconoca, gira­ban al capricho de vientos contradictorios. Algunas ventanas envia­ron una advertencia a Jack, pero poda tratarse del reflejo de uno "e los destellos rojos. Todava no poda ver el pie de la colina y la Planta baja del Agincourt y no podra verlos hasta que hubiera pasado de largo la librera, el saln de t y otras tiendas que haban escapado del incendio. Dnde estaba Morgan Sloat?

Y dnde estaba todo el maldito comit de recepcin? Jack apret con ms fuerza las piernas flacas de Richard al or al Ta­lismn llamarle otra vez, y sinti erguirse en su interior un ser ms fuerte y resistente.

—No me odies porque no pude... —la voz de Richard se des­vaneci.

JASON, VEN EN SEGUIDA, VEN AHORA!

Jack agarr las delgadas piernas de Richard y pas de largo la zona quemada donde antes se haban levantado tantas casas. Los rboles de los Territorios, que usaban estas manzanas vacas como su comedor privado, susurraron y se estremecieron, pero se en­contraban demasiado lejos para inquietar a Jack.

La mujer que giraba en medio de la calle cubierta de basura dio lentamente media vuelta cuando se fij en los chicos que caminaban colina abajo. Estaba ejecutando un complejo ejercicio, pero abandon toda pretensin de Tai Chi Chuan cuando dej caer los brazos y una pierna estirada y se qued inmvil junto a un perro muerto, observando a Jack bajar la colina hacia ella, car­gado con su amigo. Por un momento la mujer pareci un espejis­mo, demasiado alucinante para ser real: una mujer demacrada de cabellos tiesos y cara de color naranja como su cabellera. Enton­ces, de improviso, cruz torpemente la calle como una exhalacin y entr en una de las tiendas sin nombre. Jack sonri, sin saber que iba a conseguirlo; la sensacin de triunfo y de algo que slo poda describir como virtud acrisolada le cogi totalmente de sorpresa.

—Podrs de verdad entrar all? —suspir Richard. Jack respondi:

—En estos momentos puedo hacer cualquier cosa. Podra haber llevado a cuestas a Richard hasta Illinois, si el gran objeto cantarn prisionero en el hotel se lo hubiese ordenado. Nuevamente sinti aquella impresin de desenlace inminente y pens: Aqu hay tanta oscuridad porque estn apiados todos esos mundos, superpuestos como una exposicin triple en un trozo de pelcula.

5

Presinti a los habitantes de Point Venuti antes de verlos. No le atacaran; Jack saba esto con total certidumbre desde que la mujer haba huido al interior de una de las tiendas. Le estaban observando. Desde los porches, desde detrs de celosas, desde el fondo de habitaciones desiertas, no saba si con miedo, rabia o frustracin.

Richard se haba dormido o desmayado contra su espalda y respiraba con pequeas bocanadas calientes y roncas.

Jack sorte el cadver del perro y mir de soslayo el agujero donde haba estado el escaparate de la Librera del Planeta Peli­groso. Al principio slo vio el revoltijo de agujas hipodrmicas usadas que cubran el suelo y los libros esparcidos aqu y all.

470

En las paredes, las altas estanteras estaban vacas como bostezos. De pronto, un movimiento convulsivo al fondo de la tienda llam su atencin y dos figuras plidas surgieron de la penumbra. Ambas tenan barbas y largos cuerpos desnudos cuyos tendones sobre­salan como cuerdas. Los blancos de cuatro ojos dementes se fijaron en l. Uno de los hombres desnudos slo tena una mano y sonrea. Su miembro erecto se ergua delante de l como una porra gruesa y plida. No poda haber visto aquello, se dijo para sus adentros. Dnde estaba la otra mano del hombre? Mir hacia atrs. Ahora vio un embrollo de extremidades blancas y flacas.

No mir hacia los escaparates de las otras tiendas, pero muchos ojos le siguieron con la mirada.

Pronto pas de largo las diminutas casas de dos pisos. AHORA ESTAS MUERTO, deca la inscripcin de la pared lateral. No poda mirar hacia las ventanas; se prometi a s mismo que no poda.

Caras anaranjadas en un marco de pelo anaranjado se asomaron a una ventana de la planta baja.

—Nio —susurr una mujer desde la casa -siguiente—. Dulce nio Jason.

Esta vez mir. Ahora ests muerto. La mujer se hallaba al otro lado de una pequea ventana, haciendo girar con los pulgares unas cadenas insertadas en sus pezones, y le sonrea con labios torcidos. Jack mir con fijeza sus ojos vacos y ella dej caer los brazos y se apart de la ventana con paso vacilante. Las cadenas pendan entre sus pechos.

Muchos ojos observaban a Jack desde el fondo de habitaciones oscuras, detrs de las celosas, desde los rincones de los porches.

El hotel se alzaba, amenazador, delante de l, pero ya no en lnea recta. La calle deba haber descrito una ligera curva, porque ahora el Agincourt estaba decididamente a su izquierda. Y, era realmente tan amenazador como antes? Su naturaleza de Jason, o el propio Jason, ardi dentro de Jack, quien vio que el hotel negro, aunque todava de grandes dimensiones, no era ni mucho menos enorme como una montaa.

VEN, TE NECESITO AHORA —cant el Talismn—. TIENES RAZN, NO ES TAN INMENSO COMO QUIERE HACERTE CREER.

Se detuvo en la cumbre de la ltima colina y mir hacia abajo. En efecto, all estaban todos. Y all estaba el hotel negro, en toda su magnitud. La calle Mayor descenda hacia la playa, que era de arena blanca, interrumpida por grandes rocas parecidas a dientes descoloridos. El Agincourt se ergua a poca distancia a su izquier­da, flanqueado en el lado del ocano por un macizo rompeolas de piedra que se introduca mar adentro. Ante el hotel esperaba en hilera, con los motores en marcha, una docena de limusinas largas y negras, algunas polvorientas y otras relucientes como espejos. Muchas de ellas despedan estelas de gases blancos, como nubes bajas ms blancas que el aire. Hombres vestidos de negro como agentes del FBI patrullaban la barrera con las manos delante de los ojos. Cuando Jack vio dos destellos de luz ante la cara de uno de los hombres, se ocult tras la pared de una casa, aun antes de ser consciente de que los hombres llevaban prismticos.

Durante uno o dos segundos debi parecer un faro, erguido en la cumbre de una colina. Sabiendo que un descuido momentneo casi haba conducido a su captura, Jack respir profundamente y apoy el hombro contra las ripias grises de la casa para colocar a Richard en una posicin ms cmoda sobre su espalda.

De todos modos, ahora saba que deba aproximarse al hotel negro por el lado del mar, lo cual requera cruzar la playa sin ser visto.

Cuando volvi a enderezarse, se asom a la esquina de la casa y mir colina abajo. El mermado ejrcito de Morgan Sloat espe­raba en el interior de las limusinas o diseminado como un ejr­cito de hormigas ante la alta barrera negra. Durante un momento frentico, Jack record con total precisin su primera visin del palacio de verano de la Reina. Entonces tambin estaba en un lugar elevado, ante un escenario lleno de personas que se movan de un lado a otro sin rumbo aparente. Qu aspecto deba ofrecer ahora aquel lugar? Aquel da —que pareca remontarse a la pre­historia, segn su impresin actual—, la gente que esperaba ante el pabelln, la escena entera, respiraba a pesar de todo un inne­gable ambiente de paz, de orden. Jack saba que ahora deba ser distinto. Ahora Osmond dominara la escena ante la gran estruc­tura parecida a una tienda y las personas que fueran lo bastante valientes para entrar en el pabelln, lo haran a hurtadillas, con las caras vueltas. Y la Reina?, se pregunt Jack. Y record aquel rostro, extraamente familiar, entre la blancura de las sbanas.

Entonces el corazn de Jack casi se detuvo y la visin del pa­belln y de la Reina enferma encajaron en un lugar de su me­moria. Sol Gardener apareci ante la vista de Jack con un meg­fono en la mano. El viento procedente del mar despein un grueso mechn de cabellos blancos, que le cayeron sobre las gafas de sol. Por un segundo Jack estuvo seguro de oler su colonia dulzona y las plantas podridas. Olvid respirar durante unos cinco segundos, inmvil junto a la resquebrajada pared de ripias, mirando con fijeza a un loco que gritaba rdenes a hombres vestidos de negro, haca unas piruetas y sealaba algo oculto a la vista de Jack, haciendo una expresiva mueca de desaprobacin.

Se acord de respirar.

—Bien, tenemos una interesante situacin aqu, Richard —dijo—. Un hotel que, segn me temo, puede doblar su tamao cuando le apetece, y, all abajo, el hombre ms loco del mundo.

Richard, a quien Jack supona dormido, le sorprendi murmu­rando algo que son como aaque.

—Qu?

—Al ataque —murmur Richard con voz dbil—. Muvete, com­pinche.

Jack se ech a rer. Un segundo despus empez a bajar-con cautela por detrs de las casas, pisando una alta corregela, en direccin a la playa.

captulo 40

SPEEDY EN LA PLAYA

1

Cuando lleg al pie de la colina, Jack se ech sobre la hierba y avanz a rastras, llevando a Richard como antes haba llevado el morral. En el borde de las altas hierbas amarillas que crecan junto a la carretera, se arrastr unos centmetros y se asom. En­frente de l, al otro lado de la carretera, empezaba la playa. Altas rocas pulidas por los elementos sobresalan de la arena griscea; un agua tambin griscea formaba espuma en la orilla. Jack mir hacia la izquierda. A corta distancia, pasado el hotel, en el lado interior de la carretera de la costa, se levantaba una estructura larga y destartalada que pareca un trozo de pastel nupcial. Sobre ella, un rtulo de madera agujereada anunciaba: kingsla.........tel.

El Motel Kingsland, record Jack, donde Morgan Sloat se instalaba con su hijo durante sus obsesivas inspecciones del hotel negro. Un destello blanco que era Sol Gardener se paseaba ms arriba de la calle, reprendiendo claramente a varios de los hombres vestidos de negro y agitando la mano en direccin a la colina. No sabe que ya estoy aqu abajo, pens Jack, mientras uno de los hombres empezaba a cruzar la carretera, mirando a uno y otro lado. Garde­ner hizo otro brusco ademn y la limusina aparcada al final de la calle Mayor se apart del hotel y empez a avanzar junto al hom­bre vestido de negro, que se desabroch la chaqueta en cuanto lleg a la acera de la calle Mayor y se sac una pistola de una funda colgada del hombro.

Los conductores de las limusinas volvieron la cabeza y clavaron la mirada en la colina. Jack bendijo su buena suerte: cinco minu­tos ms y un Lobo renegado provisto de una enorme pistola habra puesto fin a su bsqueda de aquel gran objeto que can­taba en el hotel.

Slo poda ver los dos ltimos pisos del hotel y los artilugios giratorios aadidos a las extravagancias arquitectnicas del tejado. Como su ngulo de visin era el de un gusano, el rompeolas que divida la playa a la derecha del hotel pareca tener seis metros de altura o ms hasta que se adentraba en el agua.

VEN AHORA VEN AHORA, llamaba el Talismn con palabras que no eran palabras, sino expresiones casi fsicas de la mxima urgencia.

El hombre de la pistola estaba oculto a su vista, pero los con­ductores seguan con los ojos fijos en l mientras suba la colina hacia los locos de Point Venuti. Sol Gardener levant el megfono y chill:

—Elimnale! Quiero que le elimines! —Toc con el megfono a otro hombre vestido de negro, levantando los prismticos para observar la calle por donde esperaba ver bajar a Jack—. T! Cre­tino! Ve al otro lado de la calle... y elimina a ese chico malo, oh, s, a este chico malsimo, malsimo, el peor de todos... —Su voz se extingui mientras el segundo hombre corra hacia el lado opuesto de la calle, empuando ya su pistola.

Jack se dio cuenta de que era la mejor ocasin que se le pre­sentara... No haba nadie en la carretera de la playa.

—Agrrate fuerte —murmur a Richard, que no se mova—. Es hora de intentarlo.

Se puso en cuclillas, sabiendo que la espalda de Richard poda ser visible por encima de la hierba alta y amarilla. Agachado, sali corriendo de la franja de hierba y cruz la carretera de la playa.

En pocos segundos, Jack Sawyer volvi a echarse de bruces sobre la arena y se dio impulso hacia delante con los pies. Una de las manos de Richard le apret el hombro. Jack culebre por la arena hasta que lleg al primer grupo de rocas; entonces dej de moverse y permaneci de bruces con la cabeza en las manos y Richard ligero como una pluma sobre su espalda, respirando con fuerza. El agua, a unos seis metros de distancia, embesta la orilla. Jack an poda or a Sol Gardener gritando algo sobre imbciles e incompetentes con una voz aguda que bajaba resonan­do por la calle Mayor. El Talismn le acuciaba, le urga a seguir adelante, adelante...

Richard resbal de la espalda de Jack.

—Ests bien?

Richard levant una mano delgada y se toc la frente con los dedos y el pmulo con el pulgar.

—Supongo que s. Has visto a mi padre? Jack mene la cabeza.

—Todava no.

—Pero est aqu.

—Creo que s. Tiene que estar.

En el Kingsland, record Jack, viendo en su imaginacin la srdida fachada y el agujereado letrero de madera. Morgan Sloat se habra escondido en el motel que haba usado tan a menudo seis o siete aos atrs. Jack sinti inmediatamente cerca de l la furiosa presencia de Morgan Sloat, como si conocer su parade­ro hubiese provocado su aparicin.

—Bueno, no te preocupes por l. —La voz de Richard era muy dbil—. Quiero decir que no te preocupes porque yo est preocu­pado. Creo que ha muerto, Jack.

Jack mir a su amigo con una ansiedad nueva: estara Ri­chard enloqueciendo de verdad? Desde luego, tena fiebre. Arriba, en la colina, Sol Gardener grit por el megfono: DESPLEGAOS!

—Crees que...?

Y entonces Jack oy otra voz, una voz que susurr al unsono con la colrica orden de Gardener. Era una voz medio familiar y Jack reconoci su timbre y cadencia antes de identificarla con certeza. Y, extraamente, reconoci que el sonido de esta voz en particular le haca sentir relajado —casi como si ahora ya pudiera dejar de inquietarse y hacer planes porque todo se solucionara— antes de pronunciar el nombre de su dueo.

—Jack Sawyer —repiti la voz—. Estoy aqu, hijo. Era la voz de Speedy Parker.

—S, lo creo —dijo Richard, cerrando de nuevo los ojos hin­chados y ofreciendo el aspecto de un cadver arrojado a la playa por la marea.

S, creo que mi padre est muerto, quera decir Richard, pero Jack tena la cabeza muy lejos de los desvarios de su amigo.

—Estoy aqu, Jacky —llam otra vez Speedy y el muchacho comprendi que el sonido proceda del grupo ms grande de rocas, tres montones verticales a pocos metros de la orilla. Una lnea oscura, la marca de la pleamar, era bien visible al nivel de una cuarta parte de su altura.

—Speedy —susurr Jack.

—El mismo —fue la respuesta—. Asrcate sin que te vean esos sonibis, puede haserlo? Y trae tambin a tu amigo.

Richard segua tendido boca arriba sobre la arena, con la mano sobre la cara.

—Ven, Richie —le murmur al odo Jack—. Tenemos que andar un poco por la playa. Speedy est aqu.

—Speedy? —susurr Richard, con una voz tan baja que Jack apenas pudo or la palabra.

—Un amigo. Ves esas rocas? —Levant la cabeza de Richard;

su cuello pareca un junco—. Est ah detrs. Nos ayudar, Richie, y ahora nos vendra bien una pequea ayuda.

—En realidad, no veo nada —se lament Richard—. Y estoy tan cansado...

Vuelve a subirte a mi espalda. —Dio media vuelta y se tendi boca abajo sobre la arena. Los brazos de Richard le asieron los hombros y el dbil cuerpo se acomod sobre su espalda.

Jack se asom al borde de la roca. En la carretera de la playa, Sol Gardener se pasaba la mano por los cabellos mientras se diri­ga hacia la puerta principal del hotel Kingsland. El hotel negro ergua su imponente mole. El Talismn abri la garganta y llam a Jack Sawyer. Gardener vacil ante la puerta del motel, se alis los cabellos con ambas manos, mene la cabeza, dio la vuelta con agilidad y volvi rpidamente sobre sus pasos, en direccin a la larga hilera de limusinas. Levant el megfono.

—INFORMES CADA QUINCE MINUTOS! —chill—. LOS HOMBRES DESTACADOS QUE AVISEN SI VEN MOVERSE UN GUSANO! HABLO EN SERIO, YA LO CREO QUE SI!

Gardener se alejaba y todos tenan los ojos fijos en l. Era el momento. Jack se apart de la roca y, agachado y sujetando los huesudos brazos de Richard, corri por la playa. Sus pies levan­taron conchas de arena hmeda. Los tres pilares de roca, que le parecan tan cercanos mientras hablaba con Speedy, ahora daban la impresin de estar a un kilmetro de distancia... El espacio abierto entre l y su meta no se acababa nunca. Era como si las rocas retrocedieran mientras corra. Jack esperaba or el ruido de un disparo. Sentira primero la bala u oira el silbido antes de que el proyectil le derribase? Por fin las tres rocas fueron aumen­tando de tamao hasta que las alcanz y entonces se desplom sobre el pecho y se desliz tras su slida proteccin.

—Speedy! —exclam, casi riendo, a pesar de todo. Sin em­bargo, ver a Speedy, que estaba sentado junto a una pequea manta multicolor, apoyado en el pilar mediano de la roca, ahog la risa en su garganta... y la mitad de su esperanza al mismo tiempo.

2

Porque Speedy tena peor aspecto que Richard, mucho peor. Su rostro lleno de surcos dedic a Jack un saludo fatigado y el mu­chacho pens que Speedy confirmaba todo su desaliento. Slo llevaba un par de viejos pantalones cortos de color marrn y toda su piel pareca horriblemente enferma, como si tuviera lepra.

—Sintate, Viajero Jack —murmur Speedy con voz ronca y cascada—. Debe or musha cosa, as que agusa bien el odo.

.—Cmo ests? —pregunt Jack—. Quiero decir... Dios mo, Speedy... puedo hacer algo por ti?

Jack acost suavemente a Richard sobre la arena.

—Agusa el odo, como te disho y no te preocupe de Speedy. No etoy muy cmodo de momento, pero puedo volv a etarlo si t hase lo que debe. El pap de tu amiguito me ha causao esta enfer-med... y veo que ha hesho lo mimo con su propio shico. El viejo Bloat no quiere que su hijo entre en ese hotel, no, se. Pero t ha de yevarlo ay, hijo. No hay otro remedio. Debe haserlo.

Speedy pareca desfallecer mientras hablaba a Jack, el cual nunca haba sentido tantos deseos de gritar o gemir desde la muerte de Lobo. Le picaban los ojos y saba que necesitaba llorar.

—Ya lo s, Speedy —contest—. Ya me lo imaginaba.

—Ere un buen shico —respondi el viejo, que lade la cabeza y mir con atencin a Jack—. Ere el elegido, no cabe duda. La carretera te ha marcao. Ere el elegido y va a haserlo.

—Cmo est mam, Speedy? —pregunt Jack—. Dmelo, te lo ruego. An vive, verdad?

—Puede yamarla en cuanto tenga tiempo y sabr que et bien

—contest Speedy—, pero ante tiene que conseguir eso, Jack, por­que si no lo consigue, eya morir. Y la Reina Laura tambin.

—Speedy se incorpor con una mueca de dolor, para enderezar la espalda—. Te dir una cosa: en la corte todo han perdi la espe-ransa y ya la dan por muerta. —Su cara expres un profundo de­sagrado—. Todo temen a Morgan porque saben que Morgan lo des-peyejar vivo si no le juran fidelid, mientras Laura alienta toda­va. Pero en la parte remota de los Territorio, Omond y su pandiya van disiendo que ya ha muerto. Y si muere, Viajero Jack, si muere... —levant la cabeza para ponerla al nivel de la de Jack—... el horr se estender por ambo mundo. Un horr negro. Y puede yam a tu mam, pero ante debe consegu eso. Es presiso. Ya no hay otra solucin.

Jack no tuvo que preguntarle qu quera decir.

—Me alegro que lo comprenda, hijo. Speedy cerr los ojos y volvi a apoyar la cabeza contra la piedra.

Un segundo despus abri de nuevo los ojos.

—Destino. Slo se trata de eso. Ma destino, ma vida de la que t imaginas. Ha odo pronuncia el nombre de Rushton? Supongo que s, despus de tanto tiempo.

Jack asinti.

—Todo eso destino son la rasn de que tu mam te yevase al hotel Alhambra, Viajero Jack. Yo te esperaba, sabiendo que aparesera. El Talismn te atraa hasia aqu, mushasho. Jason. Supon­go que tambin ha odo este nombre.

—Soy yo —dijo Jack.

—Entonse, consigue el Talismn. He trado esto, que te ayudar un poco. —Con gesto cansado, levant la manta que, como Jack pudo ver, era de goma y por lo tanto no se trataba de una manta. Jack tom el montn de goma de la mano al parecer que­mada de Speedy.

—Pero, cmo entrar en el hotel? —inquiri—. No puedo saltar la valla y no puedo llegar nadando, con Richard a cuestas.

—Hinsha esto. —Speedy volvi a cerrar los ojos. Jack desdobl el objeto. Era una balsa hinchable en forma de un caballo sin patas.

—La reconose? —La voz de Speedy, aunque cascada, posea una entonacin nostlgica—. T y yo la arrglame, hase algn tiempo. Te habl de su nombre.

Jack record de improviso haber ido en busca de Speedy, aquel da en que pareca lleno de rayas en blanco y negro, y haberle encontrado en el interior de un edificio redondo, reparando los caballos del tiovivo. Te tomar libertado con la Dama, pero su­pongo que no le importar si me ayuda a yevarla a su sitio. Ahora, tambin aquello tena un significado ms amplio. Otra pieza del mundo encajaba en su lugar para Jack.

—Dama de Plata —dijo.

Speedy le gui un ojo y de nuevo Jack tuvo la inquietante sen­sacin de que todo en su vida haba conspirado para conducirle precisamente a este punto.

—Cmo est tu amigo? —Era, casi, una desviacin.

—Creo que bien. —Jack mir con ansiedad a Richard, que yaca de lado con los ojos cerrados, respirando superficialmente.

—En ese caso, hinsha la. Dama de Plata. Debe yev contigo a ese mushasho, pase lo que pase. Tambin l forma parte de esto.

La piel de Speedy pareca empeorar a ojos vistas; tena un enfermizo tono grisceo. Antes de aplicarse a los labios la boquilla del hinchador, Jack pregunt:

—No puedo hacer nada por ti, Speedy?

—Claro. Ve a la farmasia de Point Venuti y cmprame una boteya de ungento de Lydia Pinkham. —Speedy mene la cabe­za—. T sabe cmo ayuda a Speedy Parker, mushasho. Consigue el Talismn. Es toda la ayuda que nesesito.

Jack sopl aire en la boquilla.

3

Muy poco rato despus ajustaba el tapn localizado en la popa de la balsa, que tena la forma de un caballo de goma de un metro v pico de largo y un lomo anormalmente ancho.

—No s si podr meter a Richard aqu dentro —dijo, no que­jndose, sino slo hablando en voz alta.

—Sabr obedes ordene. Viajero Jack. Sintate detr de l y ayudale a agarrarse. Es todo lo que necesita.

Y de hecho Richard ya se haba refugiado acercndose a las rocas y respiraba levemente y con regularidad por la boca abierta. Jack no poda decir si estaba despierto o dormido.

—Muy bien —dijo—. Hay un desembarcadero o algo as detrs de ese lugar?

—Algo mejor que un desembarcadero, Jacky. Una ves te hayes detr del rompeola, ver uno pilare; construyeron parte del hotel ensima del agua. En lo pilare ver una escaleriya. Sbela con Richard y yegar a la gran terrasa de atr. Hay uno grande ven-tanale... lo ventanale que sirven de puerta, comprende? Abre uno de eso ventanale y estar en el comedor. —Logr sonrer—. Una ves en el comedor, supongo que podr oler el Talismn. Y no tenga miedo de l, hijito. Te est esperando... se asercar a tu mano como un buen sabueso.

—Qu impedir que esos tipos me persigan hasta all?

—Tonto, eyos no pueden entra en el hotel negro. —El desagrado por la estupidez de Jack se pint en cada surco del rostro de Speedy.

—Ya lo s. Quiero decir en el agua. Es que no pueden perse­guirme con un bote o algo parecido?

Ahora Speedy esboz una sonrisa doliente, pero genuina.

—Creo que va a v por qu. Viajero Jack. El viejo Bloat y sus mushashos deben permanes lejo del agua, ja, ja. No te preocupe por eso ahora... recuerda slo lo que te he disho y empiesa ya, entendido?

—Ya me voy —dijo Jack y se asom entre las rocas para escu­driar la carretera de la playa y el hotel. Haba logrado cruzar la carretera y llegar hasta Speedy sin ser visto: seguramente podra arrastrar a Richard los pocos metros que les separaban del agua y subirlo a la balsa. Con un poco de suerte, podra llegar a los pilares sin que le vieran; Gardener y sus hombres con los pris­mticos se concentraban en el pueblo y en la ladera de la colina.

Jack sac un poco la cabeza por el lado de las altas columnas. Las limusinas seguan delante del hotel. Sac la cabeza unos cent­metros ms para mirar hacia la calle. Un hombre vestido de negro sala en aquel momento por la puerta del ruinoso motel Kingsland y Jack vio que intentaba no mirar en direccin al hotel negro.

Son un silbido, insistente y agudo como un grito de mujer.

—Muvete! —susurr Speedy con voz ronca.

Jack levant la cabeza y vio en la cima de la pendiente, detrs de las casas destrozadas, a un hombre vestido de negro que haca sonar un silbato y sealaba hacia el pie de la colina, a l. Los cabellos oscuros del hombre ondeaban en torno a sus hombros... Tanto los cabellos como el traje negro y las gafas de sol le daban el aspecto del ngel de la Muerte.

—LE HE ENCONTRADO! LE HE ENCONTRADO! —vocifer Gardener—. MATADLE! MIL DLARES AL HERMANO QUE ME TRAIGA SUS COJONES!

Jack retrocedi hacia el amparo de las rocas. Medio segundo despus una bala rebot contra la columna de en medio justo antes de que les llegara el sonido del disparo. Ahora ya lo s —pens Jack mientras agarraba el brazo de Richard y le estiraba hacia la balsa—. Primero caes y luego oyes el disparo.

Tiene que irte ahora —dijo Speedy sin aliento, farfullando las palabras—. Dentro de treinta segundo, habr mucho m tiro­teo. Qudate detr del rompeola todo lo que pueda y luego corre. Ve a buscarlo, Jack.

Jack dirigi a Speedy una mirada frentica cuando la segunda bala se hundi en la arena, frente a su pequeo reducto. Entonces tir de Richard hasta la proa de la balsa y vio con satisfaccin que Richard tena la suficiente presencia de nimo para aferrarse y no soltar los mechones de goma de las crines. Speedy alz la mano derecha en un ademn de despedida y bendicin. De rodillas, Jack empuj la balsa hasta casi la orilla del agua. Oy otro estri­dente silbato y se levant. Todava estaba corriendo cuando la balsa toc el agua y se moj hasta la cintura cuando se encaram a ella.

Rem sin pausa hasta el rompeolas y, cuando lleg al final, empez a remar por el mar abierto, sin proteccin.

4

Se concentr en el acto de remar, desechando firmemente toda consideracin sobre lo que hara si los hombres de Morgan ma­taban a Speedy. Tena que alcanzar los pilares y nada ms. Una bala cay en el agua, causando una diminuta erupcin de gotas a unos dos metros a su izquierda. Oy otra rebotando con un ping contra el rompeolas y continu remando con todas sus fuerzas.

Pas un rato, no saba si mucho o poco, y al final se dej caer por el lado de la balsa y nad hasta la popa para empujar e im­primir ms velocidad a la embarcacin. Una corriente casi imper­ceptible le ayud a acercarse a su destino. Por fin empezaron los pilares, altas columnas de madera, gruesas como palos de telfono. Jack sac la barbilla fuera del agua y vio la inmensidad del hotel alzarse sobre la terraza ancha y negra que se extenda sobre su cabeza. Mir hacia atrs y a la derecha, pero Speedy no se haba movido. Oh s? Sus brazos parecan diferentes. Tal vez...

Se produjo un brusco movimiento en la larga ladera, detrs de las casas ruinosas. Jack mir hacia arriba y vio a cuatro de los hombres vestidos de negro correr en direccin a la playa. Una ola balance la balsa, casi obligndole a soltarla. Richard gimi. Dos de los hombres sealaron hacia donde l estaba. Sus labios se movieron.

Otra ola hizo oscilar la balsa y amenaz con empujarla junto con Jack Sawyer de nuevo hacia la playa.

Una ola —pens Jack—; qu ola?

Mir hacia la proa de la balsa cuando cabece entre dos olas. El lomo ancho y gris de algo demasiado grande para ser un simple Pez se hunda bajo la superficie. Un tiburn? Jack pens con in­quietud en sus dos piernas tijereteando detrs de l en el agua.

Sumergi la cabeza, temiendo ver cerca de l un largo estmago en forma de cigarro y unos dientes.

No vio esta forma, exactamente, pero s algo que le asombr.

El agua, que ahora pareca ser muy profunda, estaba tan llena orno un acuario, aunque no contena peces de tamao o descripcin normal. En este acuario slo nadaban monstruos. Bajo las piernas de Jack se mova un zoolgico de animales enormes, de una fealdad espeluznante. Deban haber nadado debajo de l y de la balsa desde que el agua haba adquirido la profundidad suficiente para darles cabida; su nmero era asombroso. El mons­truo que haba asustado a los Lobos renegados se deslizaba a tres metros ms abajo, largo como un tren de carga. Mientras Jack lo observaba, nad hacia arriba; la pelcula que le cubra los ojos lanzaba destellos. Largas patillas salan de su boca; una boca grande como una puerta de ascensor, pens Jack. El monstruo pas por su lado, empujando a Jack hacia el hotel por el peso del agua que desplazaba y sacando el chorreante hocico por en­cima de la superficie. Su perfil peludo recordaba al del Hombre de Neandertal.

El viejo Bloat y sus mushashos deben permanes tejo del agua, le haba dicho Speedy, riendo.

Fuera cual fuese la fuerza que haba encerrado al Talismn en el hotel negro, haba puesto tambin a estas criaturas en las aguas de Point Venuti para asegurarse de que las personas inoportunas no pudieran acercarse al hotel; y Speedy lo saba. Los grandes cuerpos acuticos empujaban con delicadeza la balsa en direccin a los pilares, pero las olas que provocaban slo permitan a Jack una visin muy fragmentaria de lo que ocurra en la costa. A ca­ballo sobre la cresta de una ola, pudo ver a Sol Gardener, con la melena ondeando tras l, situado junto a la valla negra y apun­tndole a la cabeza con un largo y pesado rifle de caza. La balsa se hundi entre dos olas y el proyectil pas muy alto con el ruido de un colibr; despus se oy el disparo. Cuando Gardener dispar por segunda vez, algo parecido a un pez, de tres metros de longi­tud, provisto de una gran aleta dorsal, emergi del agua y detuvo la bala. Con el mismo movimiento, su cuerpo descendi y desa­pareci bajo el agua. Jack pudo ver un gran agujero en su costado. La prxima vez que Jack fue levantado por una ola, Gardener corra por la playa en direccin al motel Kingsland. El pez gi­gante continu empujndole en diagonal hacia los pilares.

5

Una escalerilla, haba dicho Speedy, y en cuanto Jack estuvo bajo la amplia terraza, atisbo en la oscuridad para localizarla. Los gruesos pilares, recubiertos de algas, percebes y moluscos, for­maban cuatro hileras. Si la escalerilla haba sido instalada en la poca de su construccin, era probable que ahora no pudiera usar­se; o por lo menos, una escalerilla de madera, tapizada de algas, costara de encontrar. Los pilares eran ahora mucho ms gruesos de lo que haban sido originalmente. Jack puso los antebrazos sobre la popa de la balsa y emple la cola de goma para izarse de nuevo a bordo. Temblando, se desabroch la camisa empapada —la misma camisa blanca, al menos una talla demasiado pequea, que Richard le diera al otro lado de las Tierras Arrasadas— y la dej caer al fondo encharcado de la balsa. Los zapatos se le haban perdido en el agua y ahora se quit los calcetines y los tir encima e la camisa. Richard estaba sentado en la proa, doblado sobre las rodillas, con los ojos y la boca cerrados.

—Hemos de buscar una escalerilla —le dijo Jack. Richard le contest con un movimiento de cabeza apenas perceptible.

—Crees que podras subir por una escalerilla, Richie?

—Quiz s —murmur Richard.

—Bueno, pues tiene que estar por aqu. Adosada a una de estos pilares.

Jack rem con ambas manos hacia los dos pilares de la primera fila. La llamada del Talismn era continua ahora y se antojaba casi lo bastante fuerte para sacarle de la balsa y depositarlo en la terraza. Se deslizaban entre la primera y segunda fila de pilares, bajo la maciza raya oscura de la terraza; aqu, igual que fuera, pequeos destellos se encendan en el aire, se retorcan y apaga­ban. Jack cont: cuatro hileras de pilares y cinco pilares en cada una. Veinte posibles lugares para la escalerilla. Con la penumbra causada por la terraza y los interminables corredores sugeridos por los pilares, estar aqu era como hacer un recorrido de las catacumbas.

—No nos han matado —murmur Richard, en el mismo tono de voz con que hubiera dicho: En la tienda se han quedado sin pan.

—Hemos recibido una pequea ayuda. —Mir a Richard, incli­nado sobre las rodillas. Seria incapaz de subir por una escalerilla, a menos que algo le hiciera reaccionar.

—Nos acercamos a un pilar —observ Jack—. Levntate y ap­yate en el para desviar la balsa.

—Qu?

—Procura que no choquemos contra el pilar —repiti Jack—. Animo, Richard. Necesito tu ayuda.

—Dio resultado. Richard abri el ojo izquierdo y puso la mano derecha en el borde de la balsa. Cuando se hubieron acercado ms al pilar, sac la mano izquierda para tocarlo y evitar el choque. Entonces algo adosado al pilar produjo un ruido de succin, como si se despegaran dos labios.

Richard gru y apart la mano.

—Qu ha sido? —pregunt Jack y Richard no tuvo que res­ponder... ahora los dos muchachos vieron las babosas adheridas a los pilares, que tambin tenan las bocas y los ojos cerrados y que ahora, en su agitacin, empezaron a cambiar de posicin en los pilares, haciendo rechinar los dientes. Jack meti las manos en el agua y dirigi la balsa en torno al pilar.

—Oh, Dios mo —exclam Richard. Aquellas minsculas bocas sin labios tenan una gran cantidad de dientes—. Dios mo, no Puedo...

—Tendrs que hacerlo, Richard —replic Jack—. No has odo a Speedy en la playa? Es posible que haya muerto, Richard, y de ser as, ha muerto para asegurarse de que yo entrara en el hotel contigo.

Richard haba vuelto a cerrar los ojos.. ---Y no me importa cuntas babosas tendremos que matar para subir por la escalerilla y t subirs conmigo, Richard. Esto es todo. Ya lo sabes.

—Maldito seas —dijo Richard—. No tienes que hablarme de este modo. Estoy harto de tu sabidura e insolencia. Ya s que he de subir por la escalerilla o lo que sea. Quiz tengo treinta y nueve grados de fiebre, pero s que subir por la escalerilla. Lo nico que no s es si podr soportarlo, as que vete al infierno. —Richard pronunci todo el discurso con los ojos cerrados y ahora hizo un esfuerzo para abrirlos de nuevo—. Ests loco.

—Te necesito.

—Tonteras. Trepar por esa escalerilla, estpido.

—En ese caso, ser mejor que la encuentre —dijo Jack, empu­jando la balsa hacia la segunda hilera de pilares, y entonces la vio.

6

La escalerilla penda entre las dos hileras interiores de pilares y terminaba a un metro aproximadamente de la superficie del agua. Un confuso rectngulo al final de la escalerilla indicaba la existen­cia de una trampa que se abra a la terraza. En la oscuridad era el fantasma de una escalerilla, slo visible a medias.

—Aqu la tenemos, Richie —anunci Jack. Gui con cuidado la balsa por delante del prximo pilar, procurando no rozarlo. Los centenares de babosas adheridas al pilar ensearon los dientes. En cuestin de segundos la cabeza del caballo, que era la proa de la balsa, se desliz bajo la escalerilla y Jack pudo alcanzar el primer peldao con la mano—. Ya est —dijo. Primero at una manga de su empapada camisa en torno al peldao y la otra a la cola de goma de la balsa. Por lo menos sta permanecera a su disposicin... si lograban salir del hotel. A Jack se le sec la boca de repente. El Talismn cant, llamndole. Se puso en pie con cuidado y se agarr a la escalerilla—. T primero —dijo—. No ser fcil, pero te ayudar.

—No necesito tu ayuda —replic Richard quien, al levantarse, estuvo a punto de caer hacia delante y acabar en el agua junto con su amigo.

—Cuidado.

—No me digas cuidado. —Richard extendi ambos brazos y recobr el equilibrio. Tena los labios muy apretados y pareca respirar con miedo. Dio un paso hacia delante.

—Muy bien.

—Estpido. —Movi el pie izquierdo, levant el brazo derecho y adelant el otro pie. Ahora pudo encontrar el primer peldao con las manos, guiando nerviosamente el ojo derecho—. Lo ves?

—Muy bien —aprob Jack, alargando hacia l las palmas de las manos, con los dedos abiertos, como para indicar que no insultara a Richard ofrecindole ayuda fsica.

Richard se colg del peldao con ambas manos y los pies se le fueron irresistiblemente hacia delante, empujando la balsa con ellos. En un segundo qued medio suspendido sobre el agua; slo la camisa de Jack evit que la balsa se escapara.

—Aydame!

—Echa los pies hacia atrs.

Richard obedeci y volvi a pisar la balsa, respirando con

fuerza.

—Dame la mano, quieres?

—Est bien.

Jack se arrastr por la balsa hasta que estuvo debajo de Ri­chard. Se puso en pie con mucha cautela y Richard se agarr al ltimo peldao con ambas manos, temblando. Jack le sujet por las huesudas caderas.

—Voy a darte impulso. Intenta no patear en el aire, slo date impulso hacia arriba hasta que puedas poner la rodilla en el peldao. Antes, agrrate bien al siguiente. —Richard abri un ojo y obedeci.

—Listo?

—Adelante.

La balsa se desliz, pero Jack ayud a Richard a izarse tan alto, que consigui con facilidad poner la rodilla derecha en el primer peldao. Entonces Jack se aferr a los lados de la escale­rilla y us la fuerza de brazos y piernas para estabilizar la balsa. Richard grua mientras intentaba colocar la otra rodilla en el peldao, lo cual no tard en conseguir. Dos segundos ms y estuvo derecho en la escalerilla.

—No puedo subir ms —dijo—. Creo que voy a caerme. Estoy muy mareado, Jack.

—Sube slo uno ms, por favor. Hazlo, te lo ruego. Entonces podr ayudarte.

Richard alcanz despacio el peldao siguiente con las manos. Mirando hacia la terraza, Jack vio que la escalerilla deba tener unos seis metros.

—Ahora mueve los pies. Te lo ruego, Richard.

Richard puso lentamente un pie y luego el otro en el segundo peldao.

Jack coloc las manos a los lados de los pies de Richard y se dio impulso hacia arriba. La balsa describi un semicrculo, pero l subi las rodillas y en seguida asegur los pies en el pri­mer peldao. Amarrada por la camisa de Jack, la balsa dio vueltas como un perro sujeto a una correa.

Cuando hubo subido un tercio de escalerilla, Jack tuvo que rodear con un brazo la cintura de Richard para evitar que cayera a las aguas negras.

Por fin el rectngulo de la trampa flot entre la madera negra, directamente sobre la cabeza de Jack. Abraz contra su pecho a Richard —cuya cabeza desmayada qued entre sus brazos—, su­jetndole al mismo tiempo que a la escalerilla con la mano iz­quierda, mientras intentaba abrir la trampa con la derecha. Y si estaba clavada por fuera? Pero no, se abri inmediatamente y cay con ruido contra el Suelo de la terraza. Jack pas con firmeza el brazo bajo las axilas de Richard y le sac de la oscuridad a travs del agujero de la trampa.

interludio SLOAT EN ESTE MUNDO (V)

Haca casi seis aos que el motel Kingsland estaba vaco y despeda aquel olor mohoso, de peridico amarillento, comn a los edi-ficios deshabitados durante mucho tiempo. Este olor molest a;

Sloat al principio. Su abuela materna haba muerto en su casa cuando Sloat era un muchacho —tard cuatro aos en morir, pero al fin se decidi— y el olor de su muerte haba sido muy seme­jante a ste. Le desagradaba aquel olor —y aquellos recuerdos— en un momento que deba ser el de su mayor triunfo.

Ahora, sin embargo, no importaba. Ni siquiera importaban las desastrosas prdidas que haba causado la llegada prematura de Jack a Camp Readiness. Sus anteriores sentimientos de furia y desilusin se haban convertido en un frenes de excitacin ner­viosa. Con la cabeza baja, los labios fruncidos y los ojos brillantes,:

se paseaba arriba y abajo de la habitacin donde l y Richard se haban alojado en tiempos pasados. A veces cruzaba las manos a la espalda, otras se golpeaba la palma con el puo, otras se acari­ciaba la calva, pero casi todo el tiempo se paseaba como lo hacia en el colegio, con las manos cerradas en un puo apretado, anal, por as decirlo, con las uas rabiosamente clavadas en las palmas. En el estmago senta ya acidez, ya un ligero mareo.

Las cosas tocaban a su fin.

No, no. La idea era buena, pero la frase estaba equivocada.

Las cosas encajaban en su sitio.

Richard ya debe haber muerto. Mi hijo ha muerto. Es seguro. Ha sobrevivido —de milagro— a las Tierras Arrasadas, pero jams saldr vivo del Agincourt. Est muerto. No te hagas ilusiones so­bre esta cuestin. Jack Sawyer le ha matado y le arrancar los

ojos por ello.

Pero yo tambin le he matado —murmur Morgan, dete­nindose un momento.

Y de repente pens en su padre.

Gordon Sloat haba sido un austero pastor luterano en Ohio y Morgan haba pasado toda su adolescencia intentado huir de aquel hombre duro y temible. Finalmente se escap a Yale y se entreg a Yaie en cuerpo y alma durante su segundo ao de es­tudios superiores por una razn ms importante que todas las dems, secreta para su mente consciente, pero slida y profunda:

era un lugar adonde su padre, rudo y campesino, jams se atreve­ra a ir. Si un da osaba poner los pies en el campus de Yaie, le sucedera algo. El estudiante Sloat ignoraba en qu poda consis­tir ese algo... pero presenta que sera semejante a lo que haba ocurrido a la Bruja Malvada cuando Dorothy le ech el cubo de agua por encima. Y esta seguridad result cierta: su padre no puso jams los pies en el campus de Yaie. Desde el primer da que Morgan pas all, el poder de Gordon Sloat sobre su hijo empez a' debilitarse... y slo esto haca que todos sus esfuerzos hubiesen

merecido la pena.

Sin embargo, ahora, mientras apretaba los puos y se clavaba las uas en las delicadas palmas, su padre habl: De qu sirve a un hombre ganar todo un mundo, si pierde a su propio hijo?

Durante un momento, el olor a moho —el olor de motel vaco, el olor de la abuela, el olor de la muerte— le llen la nariz, ame­nazando con ahogarle, y Morgan Sloat / Morgan de Orris tuvo

miedo.

De que sirve a un hombre...?

Porque el Libro del buen agricultor dice que el hombre no llevar a su progenie a ningn lugar de sacrificio...

De qu sirve...

Este hombre ser maldito, maldito, maldito.

...a un hombre ganar todo el mundo, si pierde a su hijo?

A yeso apestoso. El olor seco de excrementos de ratn pulveri­zndose en los huecos oscuros de detrs de las paredes. Locos. Haba locos por las calles.

De qu sirve a un hombre?

Muerto. Un hijo muerto en aquel mundo, un hijo muerto en ste.

De qu sirve a un hombre?

Tu hijo est muerto, Morgan. Tiene que estarlo. Muerto en el agua o muerto bajo los pilares y flotando entre ellos, o muerto —seguro!— en tierra. No ha podido resistirlo. No ha podido...

De qu sirve...?

Y de pronto se le ocurri la respuesta.

Le sirve el mundo! —grit Morgan en la desolada habitacin y empez a rer y pasear de nuevo—. Le sirve el mundo y, por Jason, el mundo es suficiente!

Riendo, se puso a andar cada vez ms de prisa, y al poco rato sus puos cerrados empezaron a gotear sangre.

Unos diez minutos despus, un coche fren ante la entrada. Morgan se acerc a la ventana y vio a Sol Gardener apearse como un loco del Cadillac.

A los- pocos segundos llam a la puerta con los dos puos, como un nio de tres aos golpeando el suelo en una rabieta. Morgan vio que el hombre se haba vuelto completamente loco y se pregunt si esto sena bueno o malo.

—Morgan! —vocifer Gardener—. breme, mi seor! Noti­cias ! Tengo noticias!

Creo que he visto todas tus noticias con los prismticos. Lla­ma a esa puerta un rato ms, Gardener, mientras decido sobre este asunto. Es bueno o malo que te hayas vuelto loco?

Bueno, decidi Morgan. En Indiana, Gardener se haba vuelto cobarde en el momento crucial y huido sin acabar con Jack de una vez por todas. Ahora, sin embargo, su gran dolor le haba hecho recuperar la confianza. Si Morgan necesitaba un piloto kamikaze, Sol Gardener sera el primero en correr hacia los aviones.

—breme, mi seor! Noticias! Noticias! N...! Morgan abri la puerta. Aunque estaba muy excitado tambin l, Present a Gardener un rostro de una serenidad casi sobre-cogedora.

—Tranquilo —dijo—, tranquilo, Gard. Te reventars una arteria.

—Han ido al hotel... por la playa... les he disparado mientras cruzaban la playa... esos cretinos no han dado en el blanco... Despus he pensado que en el agua... que los acertaramos en el agua... pero entonces han emergido esos monstruos de las pro­fundidades... Le tena en mi punto de mira... tena a ese chico malo, malo en MI PUNTO DE MIRA... y entonces... los mons­truos... han... han...

—Clmate —le tranquiliz Morgan. Cerr la puerta y extrajo una petaca de su bolsillo interior, que alarg a Gardener. ste desenrosc el tapn y bebi dos grandes sorbos. Morgan esper. Su semblante era benigno, sereno, pero una vena lata en medio de su frente y sus manos se abran y cerraban, se abran y ce­rraban.

Haban ido al hotel, s. Morgan haba visto la ridicula balsa con su proa en forma de caballo y su cola de goma movindose

sobre el agua.

—Y mi hijo? —pregunt a Gardener—. Han dicho tus hom­bres si estaba vivo o muerto cuando Jack le subi a la balsa? Gardener mene la cabeza... pero sus ojos dijeron lo que l

crea.

—Nadie lo sabe con certeza, mi seor. Algunos dicen que le han

visto moverse. Otros dicen que no.

No importa. Si no estaba muerto entonces, lo estar ahora. Una inspiracin en aquel lugar y sus pulmones reventarn.

Las mejillas de Gardener eran del color del whisky y tena los ojos llorosos. No devolvi la petaca, sino que permaneci con ella en la mano. Esto le pareca muy bien a Sloat. 1 no quera whisky ni cocana. Tena lo que aquellos idiotas de los aos se­senta llamaban una intoxicacin natural.

—Empieza otra vez —dijo Morgan— y procura ser coherente. Lo nico que Morgan no haba deducido del entrecortado dis­curso de Gardener era la presencia del viejo negro en la playa, pero casi lo haba adivinado. No obstante, dej hablar a Gardener, porque su voz le tranquilizaba y su furia le fortaleca.

Mientras Gardener hablaba, Morgan sopes sus alternativas por ltima vez, desechando a su hijo de la ecuacin con una breve

punzada de pesar.

De qu sirve a un hombre? Le sirve el mundo y el mundo es suficiente... o, en este caso, mundos. Dos para empezar, y ms cuando se acaben, si se acaban. Puedo gobernarlos todos si me apetece... puedo ser algo parecido al Dios del Universo.

El Talismn. El Talismn es...

La llave?

No,oh, no.

No una llave, sino una puerta; una puerta cerrada que le se­paraba de su destino. No quera abrir aquella puerta, sino des­truirla, destruirla total y completamente, para toda la eternidad. de modo que jams pudiera volver a cerrarse y, menos an, con

llave.

Cuando el Talismn estuviera destrozado, todos aquellos mun­dos seran suyos.

—Gard! —exclam, volviendo a pasear nerviosamente. Gardener dirigi a Morgan una mirada inquisitiva.

—'De qu sirve a un hombre? —canturre Morgan con voz aguda.

—Mi seor? No compren...

Morgan se detuvo delante de Gardener, con los ojos brillantes y febriles. Su rostro se arrug, convirtindose en el de Morgan de Orris, pero en seguida volvi a ser el de Morgan Sloat.

—Le sirve el mundo —dijo, poniendo las manos sobre los hom­bros de Osmond. Cuando las apart un segundo despus, Osmond volva a ser Gardener—. Le sirve el mundo y el mundo es suficiente.

—Mi seor, no lo comprendes —contest Gardener, mirando a Morgan como si estuviera loco—. Creo que han entrado. Entrado donde est ESO. Intentamos matarlos, pero esos monstruos... emergieron para protegerles, tal como dice El libro del buen agricultor... y si estn dentro... —La voz de Gardener suba de tono. Los ojos de Osmond miraban con odio y consternacin.

—Lo comprendo —dijo Morgan para calmarle. Su voz y su ros­tro volvan a ser tranquilos, pero sus puos no paraban de abrirse y cerrarse y la sangre goteaba sobre la mohosa alfombra—. S, hombre, s, claro que s, clmate, clmate. Han entrado y mi hijo no saldr jams. T perdiste al tuyo, Gard, y ahora yo he perdido al mo.

Sawyer! —ladr Gardener—. Jack Sawyer! Jason! Ese... Gardener empez a proferir unas horribles maldiciones que se prolongaron durante casi cinco minutos. Maldijo a Jack en dos lenguas; su voz se disparaba y jadeaba de pesar y de odio. Mor­gan permaneci inmvil, dejando que se desahogara.

Cuando Gardener se interrumpi, sin aliento, y tom otro sorbo de la petaca, Morgan exclam:

—Muy bien! Liquidados los dos! Ahora, escucha, Gard... Me escuchas?

—S, mi seor.

Los ojos de Gardener / Osmond brillaron con amarga atencin.

—Mi hijo no saldr nunca del hotel negro y no creo que Sawyer pueda salir. Existe una buena posibilidad de que no sea todava lo bastante Jason para conseguir lo que hay ah dentro. Es proba­ble que ESO lo mate, o le haga enloquecer, o le enve a cien mun­dos de distancia. Pero puede salir, Gard. S, es posible que salga.

—Es el bastardo ms malo, ms malo que ha alentado jams —murmur Gardener, apretando la petaca... apretndola... apre­tndola... hasta que sus dedos empezaron a abollar el acero.

—Dices que el viejo negro est abajo en la playa?

—S.

—Parker —dijo Morgan, y en el mismo momento Osmond dijo:

—Parkus.

—Muerto? —pregunt Morgan sin mucho inters.

—No lo s. Creo que s. Envo a unos hombres a recogerlo?

—No! —exclam con brusquedad Morgan—. No... pero noso­tros nos acercaremos al lugar donde yace, verdad, Gard?

—Ah, s?

Morgan empez a sonrer.

—S. T... yo... todos nosotros. Porque si Jack sale del hotel, ir all directamente. No dejar a su viejo compaero de juergas en la playa, verdad?

Ahora Gardener tambin esboz una sonrisa.

—No —dijo—, no.

Morgan sinti por primera vez un dolor sordo y palpitante en las manos. Las abri y mir con expresin pensativa la sangre que flua de las profundas heridas semicirculares de sus palmas. Su sonrisa no se desvaneci, sino que, por el contrario, se torn ms amplia.

Gardener le miraba con fijeza y solemnidad. Una gran sensa­cin de poder invadi a Morgan. Se llev al cuello una mano en­sangrentada y la cerr en torno a la llave que generaba rayos.

—Al hombre le sirve el mundo —susurr—. Entonemos el ale­luya.

Sus labios se abrieron todava ms. Era la sonrisa cobarde y maligna de un lobo pervertido... un lobo viejo que an es astuto, tenaz y poderoso.

—Andando, Gard —dijo—. Vamonos a la playa.

captulo 41

EL HOTEL NEGRO

1

Richard Sloat no haba muerto, pero cuando Jack cogi en brazos a su viejo amigo, estaba inconsciente.

Quin es el rebao ahora?, pregunt Lobo en la mente de Jack. Ten cuidado, Jacky! Ten...

VEN HACIA MI! VEN AHORA! —cant el Talismn con su voz potente e inaudible— VEN HACIA MI, TRAE AL REBAO Y TODO IRA BIEN Y TODO IRA BIEN Y...

—...y todas las cosas irn bien —core Jack.

Movi los pies y estuvo a punto de caer por el agujero de la trampa, como un nio que participara en una extraa ejecucin doble en la horca. Balancate con un amigo, pens absurdamente. El corazn le palpitaba en los odos y por un momento temi vomitar directamente en el agua gris que embesta los pilares. En­tonces se sobrepuso y cerr la trampa con el pie. Ahora slo se oan las veletas... cabalsticos diseos de latn que giraban sin descanso en el cielo.

Jack se volvi hacia el Agincourt.

Se encontraba en una ancha cubierta, parecida a una galera elevada. En un tiempo, durante las elegantes dcadas de los aos veinte y treinta, la gente se sentaba aqu a la hora del aperitivo, bajo las sombrillas, bebiendo ccteles, leyendo quiz la ltima novela de Edgar Wallace o Ellery Queen o mirando hacia la isla de Las Cavernas, que pareca el lomo azulgris de una ballena so­ando en el horizonte. Los hombres de blanco y las mujeres en tonos pastel.

En un tiempo, tal vez.

Ahora los tablones estaban combados, astillados y torcidos. Jack ignoraba el color con que haba sido pintada la terraza, pero ahora era negra como'el resto del hotel; el color de este lugar era el que se imaginaba que deban presentar los tumores malignos de los pulmones de su madre.

A seis metros de distancia estaban los ventanales puertas de Speedy por los cuales los huspedes debieron entrar y salir en los viejos tiempos. Ahora aparecan cruzados por anchas fran­jas blancas de jabn, que les daban aspecto de ojos ciegos.

En uno haban escrito:

tu ULTIMA OPORTUNIDAD DE IRTE A CASA.

El sonido del oleaje. El sonido de la quincallera giratoria en los tejados inclinados. El olor de la sal marina y de bebidas derra­madas... derramadas haca tiempo por gentes elegantes que ahora estaban arrugadas o muertas. El hedor del hotel en s. Mir otra vez el ventanal enjabonado y vio sin gran sorpresa que el mensaje ya era otro:

esta MUERTA, jack, POR QU PREOCUPARTE?

(quin es el rebao ahora?)

T, Richie —dijo Jack—, pero no eres el nico. Richard emiti un ronquido de protesta en sus brazos.

—Adelante —aadi Jack, empezando a andar—. Un kilmetro y medio ms. Lo tomas o lo dejas.

2

Los ventanales enjabonados parecan ensancharse a medida que Jack se acercaba al Agincourt, como si el hotel negro le estuviese mirando con sorpresa ciega pero desdeosa.

Crees realmente, muchachito, que puedes entrar aqu con la esperanza de volver a salir alguna vez? Crees de verdad que hay en ti la parte suficiente de Jason?

Chispas rojas como las que haba visto en el aire centellearon y se retorcieron en el cristal enjabonado. Durante un momento, adoptaron formas. Jack, estupefacto, las vio convertirse en mi­nsculos duendecillos de fuego, que resbalaron hasta las mane­cillas de latn y convergieron all. Las manecillas despidieron un resplandor mate, como el hierro de un herrero en la fragua.

Adelante, muchachito. Toca una. Intntalo.

Una vez, cuando tena seis aos, Jack haba puesto el dedo sobre la espiral fra de un hornillo elctrico y enchufado ste. Senta curiosidad por saber cunto tardara en calentarse. Al cabo de un segundo retir el dedo con un grito de dolor; ya se le for­maba una ampolla. Phil Sawyer acudi corriendo, ech una mirada y pregunt a Jack desde cundo senta el extrao impulso de quemarse vivo.

Jack, con Richard en sus brazos, se qued mirando las mane­cillas ardientes.

Adelante, muchachito. Recuerdas cmo te quem el hornillo? Creas que tendras mucho tiempo para retirar el dedo... >Qu demonios —pensaste—, esto no se pone rojo hasta dentro de casi un minuto, pero quem en seguida, verdad? Pues bien, cmo crees que vas a resistir esto, Jack?

Ms chispas rojas resbalaron por el cristal, como si fueran li­quidas, hasta las manecillas de las puertas vidrieras, que empeza­ron a tomar el aspecto del metal enrojecido y ribeteado de blanco al que slo faltan seis grados para fundirse y empezar a gotear. Si tocaba una de aquellas manecillas, se quedara grabada en su carne, chamuscando los tejidos y haciendo hervir la sangre. El dolor sera ms terrible que todos los que haba sentido en su vida.

Esper un momento, con Richard en los brazos, esperando que el Talismn volviera a llamarle o que saliera a la superficie su lado Jason. Sin embargo, fue la voz de su madre la que jade en

su cabeza. .

Es que siempre tiene que empujarte algo o alguien, Jack-O? Vamos, valiente; t has iniciado esto sin ayuda y puedes conti­nuarlo, si te empeas. Acaso ese otro tipo tiene que hacerlo

todo por ti?

—Est bien, mam —dijo Jack, sonriendo un poco, aunque su voz temblaba de terror—. Tienes toda la razn. Slo espero que alguien se acordara de poner en la mochila crema contra las que­maduras.

Alarg la mano y agarr una de las manecillas al rojo vivo. Pero no estaba al rojo vivo; todo haba sido una ilusin. La manecilla slo estaba un poco caliente. Cuando Jack la hizo girar, el resplandor rojo de todas las manecillas se extingui. Y cuando empuj la puerta de cristal hacia dentro, el Talismn cant de nuevo, ponindole la piel de gallina;

BIEN HECHO! JASON! VEN AQU! VEN A BUSCARME! Con Richard en sus brazos, Jack entr en el comedor del hotel negro.

3

Cuando cruz el umbral, sinti que una fuerza inanimada —algo parecido a una mano muerta— intentaba empujarle hacia fuera. Jack se resisti y uno o dos segundos despus ces la sensacin de ser repelido.

La habitacin no era muy oscura, pero las ventanas enjabona­das le daban una blancura uniforme que desagrad a Jack. Se senta inmerso en una niebla densa, como ciego. Flotaban amari­llentos olores de putrefaccin entre las paredes, cuyo yeso se con­verta lentamente en un caldo nauseabundo: los olores de una vejez hueca y una oscuridad acre. Pero aqu haba algo ms y Jack lo conoca y tema.

Porque este lugar no estaba vaco.

Ignoraba qu clase de cosas podan ocultarse aqu, pero saba que Sloat nunca se haba atrevido a entrar y adivinaba que nadie se atrevera a hacerlo. El aire que respiraba era denso y desagra­dable, como impregnado de un veneno lento. Tuvo la sensacin de que los desconocidos niveles, pasillos labernticos, habitaciones secretas y pasajes sin salida le opriman como las paredes de una cripta grande y compleja. Aqu reinaba la locura, campeaba la muerte y disparataba la irracionalidad. Tal vez Jack no hubiera tenido palabras para expresar estas cosas, pero las senta... y las conoca por lo que eran. Y saba igualmente que todos los Talis­manes del cosmos no podan protegerle de ellas. Haba entrado en un extrao ritual danzante cuya conclusin —lo presenta— no estaba en absoluto predeterminada.

Slo poda contar con sus propias fuerzas.

Algo le hizo cosquillas en el cogote. Se lo toc y dio un salto hacia un lado. Richard gimi en voz alta en sus brazos.

Era una araa grande y negra que colgaba de un hilo. Jack mir hacia arriba y vio la telaraa en uno de los ventiladores parados del techo, enredada y sucia entre las aspas de madera dura. El cuerpo de la araa estaba hinchado. Jack poda verle los ojos; no recordaba haber visto jams los ojos de una araa. Em­pez a alejarse de ella, avanzando hacia las mesas, y la araa gir en el extremo del hilo, siguindole.

—Maldito ladrn\ —le chill de repente.

Jack grit y apret a Richard contra su pecho con una fuerza llena de pnico. Su grito reson en el alto techo del comedor. En algn rincn de las sombras son un ruido hueco y metlico y algo ri.

—Maldito ladrn, maldito LADRON! —repiti la araa y se escabull de improviso hacia su tela, bajo el techo de chapa ondulada.

Con el corazn palpitante, Jack cruz el comedor y dej a Richard sobre una de las mesas. El muchacho volvi a gemir, muy dbilmente. Jack poda notar las protuberancias bajo la ropa de Richard.

—Tengo que dejarte un momento, compaero —le dijo.

Desde las sombras del techo: ...cuidar... muy bien... muy bien de l, maldito... maldito ladrn... Se oy una risita burlona, como un zumbido.

Bajo la mesa donde Jack habla tendido a Richard haba un montn de manteles. Los dos de encima estaban enmohecidos, pero Jack encontr uno en la mitad del montn que poda serle til. Lo desdobl y tap con l a Richard hasta el cuello. Cuando ya se dispona a salir, la voz de la araa murmur desde el borde de las aspas del ventilador, entre una penumbra que apestaba a mos­cas putrefactas y avispas atrapadas en la seda: Cuidar de l... maldito ladrn...

Jack mir hacia hacia arriba con un escalofro, pero no pudo ver a la araa. Se imagin aquellos ojos pequeos y glaciales, pero todo era imaginacin. Se le ocurri una imagen horrsona que le atorment: la araa pasendose por la cara de Richard, abrin­dose paso entre sus labios y metindose en su boca mientras mur­muraba sin pausa: maldito ladrn, maldito ladrn, maldito la­drn...

Pens en tapar tambin la boca de Richard con el mantel, pero decidi que no poda convertir a Richard en algo tan parecido a un cadver... Era casi como una invitacin.

Volvi junto a Richard y permaneci a su lado, indeciso, sa­biendo que su indecisin deba hacer muy felices a las fuerzas que acechaban aqu... cualquier cosa que le mantuviera apartado del Talismn.

Se meti la mano en el bolsillo y sac la gran canica verde oscuro, el espejo mgico en el otro mundo. Jack no tena ningn motivo para creer que contena algn poder especial contra las fuerzas malignas, pero proceda de los Territorios... y, exceptuan­do las Tierras Arrasadas, los Territorios posean una bondad innata y Jack pens que sta deba tener su propio poder sobre el mal.

Puso la canica en la mano de Richard. ste la cerr, pero la abri de nuevo en cuanto Jack retir su propia mano.

Desde arriba, la araa prorrumpi en una risa repugnante.

Jack se inclin sobre Richard, intentando no hacer caso del hedor de la enfermedad —tan parecido al hedor de este hotel—, y murmur:

—No la sueltes, Richie. Cierra bien la mano, compinche.

—No... compinche —susurr Richard, cerrando, sin embargo, la mano en torno a la canica.

—Gracias, Richie, muchacho —dijo Jack. Bes con suavidad la mejilla de Richard y cruz el comedor en direccin a las puertas dobles cerradas del otro extremo. Es como el Alhambra —pens—. All el comedor da a los jardines, y aqu a una terraza sobre el agua. Pero en ambos lugares hay puertas dobles que dan al resto del hotel.

Mientras cruzaba la habitacin, volvi a sentir la mano muerta empujndole... era el hotel que le repela, que intentaba echarle fuera.

Olvdalo, pens Jack, y sigui andando. La fuerza pareci ceder casi inmediatamente. Tenemos otros mtodos, murmuraron las puertas dobles mien­tras se acercaba. Jack oy de nuevo el sonido hueco del metal.

Ests preocupado por Sloat —susurraron las puertas dobles, slo que esta vez no eran slo ellas; ahora la voz que oa Jack era la voz de todo el hotel—. Ests preocupado por Sloat y por Lobos malos, por cosas que parecen cabras y entrenadores de baloncesto que no son tales en realidad; ests preocupado por pis­tolas y explosivos y llaves mgicas. Nosotros, los que estamos aqu dentro, no nos preocupamos por estas cosas, pequeo. No son nada para nosotros. Morgan Sloat no es ms que una hormiga que huye. Slo le quedan veinte aos de vida y esto es menos que el espacio entre dos alientos para nosotros. Los que estamos en el hotel Negro slo nos preocupamos por el Talismn, el nexo de todos los mundos posibles. Has entrado como un ladrn a robar­nos lo que es nuestro y te decimos una vez. ms: tenemos otros mtodos para tratar con malditos ladrones como t. Y si te obs­tinas, sabrs en qu consisten... lo sabrs por ti mismo.

4

Jack empuj y abri primero una de las puertas vidrieras y luego la otra. Las ruedecillas chirriaron de modo desagradable al correr por las guas inutilizadas durante aos. Las puertas daban a un pasillo oscuro. Desembocar en el ves­tbulo —pens Jack— y entonces, si este lugar es igual que el Alhambra, tendr que subir un tramo de la escalera principal.

En el primer piso encontrara el saln de baile. Y en el gran saln de baile encontrara el objeto que haba venido a buscar.

Mir hacia atrs, vio que Richard no se haba movido y sali al pasillo, cerrando las puertas tras de s.

Enfil despacio el pasillo; sus zapatillas sucias y deshilachadas producan un rumor sobre la alfombra medio podrida.

Un poco ms lejos, Jack vio otro par de puertas dobles, stas decoradas con pjaros.

Ms cerca, haba una serie de salas de reuniones. La primera era el Saln de Gala Dorado y enfrente se hallaba la Habitacin Cuarenta y Nueve. Cinco pasos ms all, hacia las puertas dobles con los pjaros pintados, estaba la Habitacin Mendocino (recor­tado en el panel inferior de la puerta de caoba: TU MADRE MU-RIO GRITANDO!). En el fondo del pasillo —imposiblemente le­jos!— se vea una luz acuosa. El vestbulo.

Clank.

Jack se volvi en redondo y vislumbr un fugaz movimiento justo despus de una de las puertas puntiagudas, en la garganta de piedra del pasillo...

{piedras? puertas puntiagudas?)

Jack parpade, inquieto. El pasillo estaba revestido de caoba oscura que ya haba empezado a pudrirse por la hmeda proximi­dad del ocano. No haba nada de piedra y las puertas que daban al Saln de Gala Dorado y la Habitacin Cuarenta y Nueve y la Habitacin Mendocino eran slo puertas, rectangulares como la mayora y no puntiagudas. Sin embargo, hubo un momento en que le pareci ver aberturas como arcos catedralicios reformados en cuyos huecos haba rejas de hierro levadizas, de la clase que poda subirse o bajarse haciendo girar un torno. Rejas con clavos puntiagudos en la parte inferior. Cuando se bajaba la reja para bloquear la entrada, los clavos se hundan en unos agujeros prac­ticados en el suelo.

Nada de arcos de piedra, Jack-0. Ya lo ves. Slo puertas. Viste rejas levadizas en la Torre de Londres, cuando la visitaste con mam y to Tommy hace tres aos. Ests imaginando cosas, esto es todo...

Pero la sensacin en la boca del estmago era inconfundible.

Estaban ah, seguro. He saltado... he estado un segundo en los Territorios.

Clank.

Jack se volvi en redondo hacia el otro lado, con la frente y.las mlejillas perladas de sudor y erizados los pelos de la nuca.

Lo vio otra vez: el destello de algo metlico en las sombras de una de aquellas habitaciones. Vio enormes piedras negras como el pecado, con toscas superficies salpicadas de musgo verde. Blandos y nauseabundos gusanos albinos entraban y salan de los grandes poros abiertos en la argamasa entre las piedras. Cada seis metros haba un nicho vaco. Las antorchas que en un tiempo ardieran en aquellos nichos haban desaparecido aos atrs

Clank.

Esta vez ni siquiera parpade. El mundo se inclin ante sus ojos, confuso como un objeto visto a travs de agua corriente y clara. Las paredes eran de caoba oscura y no de bloques de piedra. Las puertas eran puertas y no rejas levadizas de hierro. Los dos mundos, separados antes por una membrana tan fina como una media de mujer, ahora empezaban a superponerse.

Jack comprendi vagamente que su faceta de Jason haba em­pezado a mezclarse con su faceta de Jack y ahora emerga un tercer ser que era una amalgama de ambos.

No s con exactitud el carcter de esta combinacin, pero es­pero que sea fuerte, porque hay cosas detrs de esas puertas...

detrs de todas ellas.

Jack empez a moverse furtivamente por el pasillo en direc­cin al vestbulo.

Clank.

Esta vez los mundos no cambiaron; las puertas macizas siguie­ron siendo puertas macizas y no vio ningn movimiento.

No obstante, alli detrs... detrs mismo...

Ahora oy algo detrs de las puertas dobles pintadas... escrito en el cielo sobre la escena del pantano se lean las palabras bar garza. Era el sonido de una gran mquina herrumbrosa que acababa de ser puesta en marcha. Jack se lanz hacia

(Jason se lanz hacia)

hacia la puerta que se abra

(la reja levadiza que se levantaba)

con la mano en

(la bolsa)

el bolsillo

(que llevaba en el cinturn de su coleto)

de los pantalones vaqueros para tocar la pa de guitarra que Speedy le haba dado haca tanto tiempo.

(para tocar el diente de tiburn)

Esper a ver quin sala del bar Garza y las paredes del hotel murmuraron dbilmente: Tenemos mtodos para tratar con mal­ditos ladrones como t. Debas haberte ido cuando an habia tiempo... porque ahora, muchachito, el tiempo se te ha acabado.

5

Clank... PUM! Clank... iPUM!

Clank... PUM! El ruido era fuerte, torpe y metlico. Tena algo de despiadado

e inhumano que asust ms a Jack que cualquier otro ruido me­ramente humano. El objeto se mova y avanzaba despacio con su propio ritmo lento e idiota.

Clank... PUMI

Clank... PUM!

Se produjo una larga pausa. Jack esper, apretado contra la pared del fondo, a pocos metros a la derecha de las puertas pin­tadas, con los nervios tan tensos, que parecan emitir un zumbido.

Nada sucedi durante mucho rato y Jack empez a esperar que

el fantasma metlico se hubiera cado por alguna trampa inter­dimensional en el mundo del que proceda. Se dio cuenta de que la espalda le dola a causa de su postura artificialmente erguida y tensa, as que afloj los msculos.

Entonces oy un estruendo ensordecedor y un enorme puo envuelto en cota de malla y provisto de pas de cinco centmetros en los nudillos atraves el resquebrajado cielo azul de la puerta. Jack volvi a retroceder hasta la pared, con la boca muy abierta.

Y, sin saber qu hacer, salt .a los Territorios.

6

Al otro lado de la reja levadiza se ergua una figura con una ar­madura negruzca y oxidada. El yelmo cilindrico tena slo una negra ranura horizontal para los ojos que no rebasaba los dos centmetros y medio de anchura. El yelmo estaba coronado por una despeinada pluma roja y de ella salan y entraban gusanos blancos. Jason vio que eran de la misma clase que haba visto salir de las paredes, primero en el cuarto de Albert el Cogulo y despus en toda la escuela Thayer. El yelmo terminaba en una cota de malla que cubra los hombros del herrumbroso caballero como una estola femenina. Cubran los brazos unos pesados guardabra-zos de acero, unidos en los codos a una pieza movible tan vieja y recubierta de suciedad que, cuando el caballero se mova, chi­rriaba con voz aguda y exigente, como la de un nio mal educado.

Los puos de acero rebosaban de pas.

Jason, apoyado contra la pared de piedra y mirndolo, era incapaz de desviar la vista; tena la boca seca y los ojos parecan hinchrsele en las rbitas al ritmo de su corazn.

El caballero sostena en la mano derecha le martel de fer, un martillo de guerra, de hierro forjado, que pesaba catorce kilos, silencioso como la muerte.

La reja levadiza; recuerda que la reja levadiza est entre t y l...

Pero entonces, aunque no haba cerca ninguna mano humana, el torno empez a dar vueltas y la cadena de hierro, cuyos eslabo­nes eran largos como el antebrazo de Jack, empez a enroscarse alrededor del tambor y la verja empez a subir.

7

El puo envuelto en cota de malla se retir de la puerta, dejando un agujero astillado que transform la romntica escena pastoral en una escena de bar siniestra y surrealista: ahora daba la im-presin de que un cazador apocalptico, decepcionado por su jor­nada en las marismas, haba disparado contra el cielo todos sus Perdigones en un arrebato de clera. Entonces el martillo de gue-rra atraves la puerta con gran estruendo, destrozando una de las dos garzas preparadas para alzar el vuelo. Jack se protegi la cara con la mano para esquivar las astillas. El martel de fer desapare­ci y se produjo otra breve pausa, casi suficiente para que Jack pensara en echar a correr de nuevo, pero entonces el puo de pas asom otra vez por la puerta, se retorci hacia uno y otro lado, ensanchando el agujero, y volvi a retirarse. Un segundo despus el martillo irrumpi entre un grupo de juncos y gran parte del batiente derecho de la puerta cay sobre la alfombra.

Jack pudo ver ahora la voluminosa figura del caballero en las sombras del bar Garza. La armadura no era la misma que llevaba la figura que se enfrentara con Jason en el castillo negro; aqulla tena un yelmo casi cilindrico, con una pluma roja, y en cambio el yelmo de sta pareca la cabeza bruida de un pjaro de acero. Unos cuernos salan de ambos lados, ms o menos al nivel de las orejas. Jack vio un peto y un faldn de cota de malla con un re­mate de forma de cadena. El martillo era igual en ambos mundos y en ambos los Caballeros Gemelos lo soltaron en el mismo ins­tante, como con desprecio; quin necesitaba un martillo de guerra para despachar a un adversario insignificante como ste?

Huye, Jack, huye! Eso es —susurr el hotel—, huye! Es lo que deben hacer los

malditos ladrones! Huye! HUYE!

Pero no quera huir. Tal vez morira, pero no quera huir...

porque aquella voz baja y taimada tena razn. Huir era exacta­mente lo que hacan los malditos ladrones.

Y yo no soy un ladrn —pens Jack, con expresin sombra—.

Esa cosa puede matarme, pero no huir, porque no soy un ladrn. —No huir! —grit a la cara bruida del pjaro de acero—. No soy un ladrn! Me oyes? He venido a buscar lo que es mo

y NO SOY UN LADRN!

Un grito quejumbroso sali de los orificios del yelmo del p­jaro. El caballero alz los puos de pas y asest con ellos un golpe al batiente derecho de la puerta y otro golpe al izquierdo, destruyendo el idlico mundo pintado de las marismas. Los goznes se desprendieron... y cuando las puertas cayeron hacia l, Jack vio la nica garza intacta volar como un pjaro en una pelcula de

Walt Disney, con los ojos brillantes y aterrorizados.

La armadura avanz hacia l como un robot asesino, levantando y bajando los pies con gran estrpito. Meda ms de dos metros y, al cruzar el umbral, dos astillas rotas del dintel se clavaron en los cuernos del yelmo, permaneciendo all como comillas.

Huye!, grit en su mente una voz plaidera.

Huye, ladrn, susurr el hotel. No, contest Jack. Mir fijamente al caballero que avanzaba

hacia l, y asi con fuerza la pa de guitarra que llevaba en el) bolsillo. El guantelete de pas se alz hasta la visera del yelmo y la levant. Jack se qued con la boca abierta.

El interior del yelmo estaba vaco. Entonces aquellas manos de pas se extendieron para coger

a Jack.

8

Las manos llenas de pas se. alzaron y asieron los dos lados del yelmo cilindrico. Lo levantaron despacio, dejando al descubierto

el rostro lvido y demacrado de un hombre que pareca tener por lo menos trescientos aos. Un lado de su cabeza estaba destrozado por una maza. Perforaban la piel, como una cascara de huevo rota, muchas astillas de hueso y cubra la herida una sustancia negra y pegajosa que Jason tom por sesos podridos. La cosa no respiraba, pero los ojos ribeteados de rojo que miraban a Jason tenan un brillo de avidez demonaca. Sonri y Jason vio los dien­tes afiladsimos con que este horroroso monstruo iba a despeda­zarle.

Avanz con ruido hueco y metlico... pero este sonido no era el nico.

Jason mir a la izquierda, hacia el zagun principal

(vestbulo)

del castillo

(hotel)

y vio a un segundo caballero, ste luciendo el casco bajo y abombado conocido como el Gran Yelmo. Detrs de l haba un tercero... y un cuarto. Enfilaban lentamente el pasillo, empujando armaduras que ahora alojaban a una especie de vampiros.

Entonces las manos le cogieron por los hombros. Las pas romas de los guantes se clavaron en sus hombros y brazos. Fluy la sangre caliente y el rostro arrugado y lvido se contrajo en una vida y espantosa sonrisa. Los codales crujieron y chirriaron cuando el caballero muerto atrajo al muchacho hacia s.

9

Jack profiri un alarido de dolor; las pas cortas, de punta roma, que sobresalan de aquellas manos estaban clavadas en l, en l y comprendi de una vez por todas que esto era real y que dentro de un momento este monstruo iba a matarle.

Le estiraba hacia la negrura abierta y vaca de aquel casco...

Pero... estaba realmente vaco?

Jack atisbo un vago y diruso resplandor rojo en la oscuridad... algo parecido a unos ojos. Y mientras las manos de acero le levantaban ms y ms, sinti un fro glacial, como si todos los inviernos que en el mundo haban sido se hubieran convertido de algn modo en un solo... y aquel rio de aire glido brotase ahora de aquel yelmo vaco.

Va a matarme de veras y mi madre morir, Richard morir, Sloat se saldr con la suya, va a matarme, va a

(despedazarme rasgarme con sus dientes)

salificarme con su fro...

JACK!, grit la voz de Speedy.

(JASON!, grit la voz de Parkus.)

La pa, muchacho! Usa la pa! Antes de que sea demasiado tarde! POR EL AMOR DE JASON USA LA PUA ANTES DE QUE SEA DEMASIADO TARDE!

Jack cerr la mano en tomo a la pa. Estaba tan caliente como lo haba estado la moneda y el fro entumecedor fue sustituido Por la repentina sensacin de un triunfo que le aturdi el cerebro. Sac la pa del bolsillo, gritando de dolor cuando las pas se clavaron ms en sus msculos flexionados, pero sin perder aquella sensacin de triunfo, aquella maravillosa sensacin de calor de los Territorios, aquella clara impresin de arco iris.

La pa, porque volva a ser una pa, estaba entre sus dedos, un fuerte y pesado tringulo de marfil, con una filigrana de extra­o diseo, y en aquel momento Jack

(y Jason) vio en aquellos diseos una cara... la cara de Laura DeLoessian.

(la cara de Lily Cavanaugh Sawyer.)

10

En su nombre, aborto repugnante! —gritaron juntos... pero fue un solo grito, el grito de aquella naturaleza nica, Jack/Jason—. Desaparece de la faz de este mundo! En nombre de la Reina y en nombre de su hijo, desaparece de la faz. de este mundo!

Jason descarg la pa de guitarra contra la cara blanca y hue­suda de aquella especie de vampiro alojado en la armadura y en el mismo instante se rundi sin pestaear con Jack y vio la pa descender con un silbido por un vaco negro y glido. An era Jason cuando vio los ojos rojos del vampiro abrirse con incre­dulidad al notar la punta de la pa clavada en el centro de su frente arrugada. Un momento despus, aquellos mismos ojos, ya velados, explotaron y un icor negro y humeante fluy sobre su mano y su mueca. Pululaba de minsculos gusanos voraces.

11

Jack fue lanzado contra la pared. Se golpe la cabeza, pero a pesar de ello y del profundo y palpitante dolor en los hombros y brazos,

continu aferrado a la pa.

La armadura traqueteaba como un espantapjaros hecho de

latas. Jack tuvo tiempo de ver que se hinchaba y se llev la mano

a los ojos para protegerlos.

La armadura se autodestruy. No proyect metralla en todas

direcciones, sino que, simplemente, se desmont; Jack pens que si lo hubiera visto en una pelcula y no como lo vea ahora, acu­rrucado en un pasillo de este hediondo hotel, goteando sangre por las axilas, se habra redo. El yelmo de brillante acero, tan parecido a la cara de un pjaro, cay al suelo con un golpe sordo. La gola curvada, cuyo fin era evitar que el enemigo del caballero le clavara una espada o la punta de una lanza en la garganta, cay dentro de la armadura con un tintineo del metal contra un revol­tijo de cota de malla. Los petos cayeron como sujetalibros de ace­ro curvado. Las grebas se desplomaron. Hubo una lluvia de metal sobre la mohosa alfombra que dur dos segundos y al final qued

slo un montn de chatarra.

Jack se levant, apoyndose en la pared y mirando con ojos

muy abiertos, como si temiese que la armadura volviera a mon­tarse de repente. De hecho, tema algo parecido, pero cuando vio que no ocurra nada, fue hacia la izquierda, en direccin al vestbulo... y vio tres armaduras ms avanzando hacia l. Una sos­tena un estandarte viejo, cubierto de moho, que ostentaba un smbolo conocido por Jack, ya que lo haba visto ondear en guio­nes llevados por los soldados de Morgan de Orris cuando escolta­ban la diligencia negra de Morgan por el Camino de las Avan­zadas en direccin al pabelln de la Reina Laura. Era el estan­darte de Morgan, pero estos seres no eran sus soldados, pens vagamente; llevaban su emblema como una especie de burla mor­bosa de este intruso asustado que pretenda robar su nica razn de ser.

—Ya basta —susurr Jack con voz ronca. La pa tembl entre sus dedos. Algo le haba sucedido; se haba deteriorado al usarla para destruir la armadura que haba salido del bar Garza. El marfil, que antes era de color crema, haba adquirido un perceptible tono amarillento y estaba cruzada por finas grietas.

Las armaduras avanzaban con estruendo hacia l. Una desen­vain lentamente una larga espada que terminaba en una doble punta de aspecto cruel.

—Ya basta —gimi Jack—. Oh, Dios mo, te lo ruego, ya basta. Estoy cansado, no puedo ms, ya basta, te lo ruego... Viajero Jack, querido Viajero Jack...

Speedy, no puedo! —grit.

Las lgrimas dejaban una huella en la suciedad de su rostro. Las armaduras se aproximaban con la implacabilidad de piezas de automvil en una cadena de ensamblaje. Oy silbar un viento rtico dentro de sus espacios negros y vacos.

... est en California, para que lo lleve contigo.

Por favor, Speedy, ya basta!

Acercndose a l... caras de robot de metal negro, grebas oxi­dadas, cota de malla manchada de musgo y moho.

Tendr que haser lo que pueda. Viajero Jack, murmur Speedy, exhausto, y entonces desapareci, dejando a Jack a merced de sus propias fuerzas.

captulo 42

JACK Y EL TALISMN

1

Cometiste un error —murmur una voz fantasmagrica en la mente de Jack Sawyer cuando se encontraba frente al bar Garza, viendo a estas otras armaduras avanzar hacia l. En su mente se abri un ojo que vio a un hombre colrico (un hombre que en realidad era poco ms que un muchacho muy desarrollado) andar a grandes zancadas hacia la cmara por una calle del Oeste mien-tras se cea dos pistoleras al cinto, de modo que se entrecruzaban sobre su vientre—. Cometiste un error: tenias que haber matado a los dos hermanos Ellis!

2

De todas las pelculas de su madre, la que ms haba gustado siempre a Jack era El ltimo tren a Hangtown, hecha en 1960 y comercializada en 1961. Haba sido una pelcula de la Warner Brothers y los papeles principales —como en muchas de las pelcu­las con bajo presupuesto realizadas por la Wamer durante aquel perodo— se asignaron a actores de la media docena de series para televisin que la Warner Brothers produca continuamente. Jack Kelly, de la serie Maverick, protagoniz El ltimo tren (el jugador caballeroso) junto a Andrew Duggan, de Bourbon Street Beat (el malvado barn del ganado). Clint Waiker, que encarnaba a un personaje llamado Cheyenne Bodie en televisin, interpretaba a Rafe Ellis (el sheriff retirado que debe ceirse la pistolera por ltima vez). Inger Stevens fue elegida en un principio para hacer el papel de la bailarina de cabaret, con brazos amorosos y un corazn de oro, pero cay enferma con una bronquitis grave y Lily Cavanaugh fue designada para sustituirla. Era un papel que hubiese bordado aun estando en coma. Una vez en que sus padres pensaban que dorma y hablaban abajo en la sala de estar, Jack oy a su madre decir algo chocante cuando l se diriga descalzo al cuarto de bao a buscar un vaso de agua... lo bastante chocan­te, por lo menos, para que Jack no lo olvidase nunca.

—Todas las mujeres que he interpretado saban joder, pero ninguna de ellas saba cagar —dijo a Phil.

Will Hutchins, protagonista de otro programa de la Warner Brothers (ste se titulaba Sugarfoot), tambin figuraba en la pe­lcula. El ltimo tren a Hangtown era la preferida de Jack princi­palmente por el papel interpretado por Hutchins y fue este per­sonaje —que se llamaba Andy Ellis— el que evoc su mente can­sada y vacilante mientras esperaba a las armaduras que se acer­caban a l por el oscuro pasillo.

Andy Ellis era el cobarde hermano menor que reacciona en la ltima bobina. Tras esconderse y agazaparse durante toda la pe­lcula, sale a enfrentarse con los malvados compinches de Duggan despus de que el principal secuaz (interpretado por el siniestro y barbudo Jack Elam, que haca de malvado en todas las epopeyas de la Warner, tanto teatrales como televisivas) hubiese matado por la espalda a su hermano Rafe.

Hutchins iba por la polvorienta calle en cinemascope, sujetn­dose a la cintura (con dedos torpes las pistoleras de su hermano y gritando: Vamos! Vamos! Estoy dispuesto! Cometisteis un error! Debisteis matar a los dos hermanos Ellis!

Will Hutchins no haba sido uno de los mejores actores de todos los tiempos, pero en aquel momento consigui —al menos a los ojos de Jack— un momento de gran autenticidad y verdadera brillantez. Comunicaba la sensacin de que el muchacho se diriga hacia su muerte y l lo saba, pero iba, de todos modos. Y aun­que estaba asustado, no caminaba a grandes zancadas por aquella calle hacia la confrontacin definitiva con cierta vacilacin, sino decidido, seguro de lo que quera hacer, aunque tuviera que for­cejear torpemente una. y otra vez con las hebillas de las pisto­leras.

Las armaduras se aproximaban, reduciendo la distancia, balan­cendose de un lado a otro como robots de juguete. Deberan tener llaves en la espalda, pens Jack.

Se volvi para hacerles frente, con la pa amarillenta entre el pulgar y el ndice de la mano derecha, como para rasguear un acorde.

Parecieron titubear, como intuyendo su temeridad. El propio hotel pareci titubear de improviso o abrir los ojos a un peligro ms grande de lo que haba calculado al principio; los listones del suelo gimieron, en alguna parte se cerraron unas puertas, una detrs de otra, y los ornamentos de latn de los tejados interrum­pieron sus giros durante un momento.

Entonces las armaduras volvieron a andar con estrpito. Ahora formaban un muro viviente de plancha y cota de malla, de grebas, yelmos y golas relucientes. Una llevaba una bola de hierro cubierta de pas sujeta a una vara de madera; otra, un martel de fer; la del centro, una espada de dos puntas.

De repente Jack empez a andar hacia ellas. Sus ojos se en­cendieron; avanzaba con la pa de guitarra por delante. En su rostro resplandeca el radiante fuego de Jason.

resbal hacia un lado,

salt momentneamente a los Territorios y se convirti en Jason; aqu, el diente de tiburn que antes era una pa pareca estar envuelto en llamas. Mientras se acercaba a los tres caballeros, uno se quit el yelmo, descubriendo otra de aquellas caras viejas y plidas... sta tena gruesos carrillos y en el cuello grandes papadas creas que parecan de cera casi derre­tida. Lanz el yelmo en direccin a Jason, pero ste lo esquiv con facilidad

y

volvi a su identidad de Jack al tiempo que un yelmo se estrellaba contra la pared a sus espaldas. Delante de l se ergua una armadura sin cabeza.

Crees que esto me asusta? —pens con desdn—. Ya conoca este truco. No me asusta, t no me asustas, y voy a apoderarme de l, ya lo sabes.

Esta vez no slo sinti que el hotel escuchaba; esta vez le pa­reci que a su alrededor todo retroceda ante l, como retrocedera el tejido de un rgano digestivo ante un pedazo de carne enve­nenada. Arriba, en las cinco habitaciones donde haban muerto los cinco Caballeros Guardianes, cinco ventanas explotaron como dis­paros de fusil. Jack atac a las armaduras.

El Talismn cant desde arriba con su voz clara y dulcemente triunfante:

JASON! VEN A M!

Vamos! —grit Jack a las armaduras y empez a rer. No pudo evitarlo; la risa nunca le haba parecido tan fuerte, tan potente, tan buena como sta; era como agua de un manantial o de un ro muy profundo—. Vamos! Estoy dispuesto! Ignoro de qu maldita Tabla Redonda procedis, pero debisteis perma­necer all! Cometisteis un error!

Riendo con ms fuerza que nunca pero con una decisin interior tan firme como Wotan en la roca de las Valquirias, Jack salt al encuentro de la vacilante armadura sin cabeza.

Debisteis matar a los dos hermanos Ellis! —grit, y cuando la pa de guitarra de Speedy entr en la zona de aire glido,donde deba haber estado la cabeza del caballero, la armadura se des­mont.

3

En su dormitorio del Alhambra, Lily Cavanaugh Sawyer levant de repente la vista del libro que estaba leyendo. Crea haber odo a alguien... no slo a alguien, sino a Jack\ A Jack llamndola desde el extremo del pasillo desierto, quiz incluso desde el vestbulo. Escuch con los ojos muy abiertos, los labios fruncidos y el co­razn esperanzado... pero no oy nada. Jack-O todava estaba de viaje, el cncer segua devorndola a mordiscos y an faltaba una hora y media para que pudiera tomar otra de las grandes cpsulas marrones que le aliviaban un poco el dolor.

Haba empezado a pensar cada da con mayor frecuencia en tomar todas las cpsulas marrones de una vez. Esto hara algo ms que mitigar el dolor; lo eliminara para siempre. Dicen que no podemos curar el cncer, pero no se crea tamaa estupidez., seor C... Intente tomar dos docenas de esas cpsulas. Qu me dice? Quiere probarlo?

Lo que le impeda hacerlo era Jack... Deseaba tanto volver a verle que ahora crea or su voz... no diciendo algo tan sencillo pero banal como su nombre, sino citando el dilogo de una de sus viejas pelculas.

—Eres una vieja loca, Lily —murmur con voz ronca mientras encenda un Herbert Tarrytoon con sus dedos delgados y temblo­rosos. Dio dos chupadas y lo apag. ltimamente dos chupadas ya le provocaban tos y toser la desgarraba por dentro—. Una zorra vieja y loca.

Volvi a coger el libro, pero no pudo leer porque las lgrimas le resbalaban por las mejillas y las entraas le dolan, le dolan mucho, oh, cunto le dolan, y quera tomar todas las cpsulas marrones pero antes quera ver a Jack, a su amado hijo de frente ancha y noble y ojos brillantes.

Ven a casa, Jack-O —pens—, ven pronto a casa, te lo ruego, o la prxima vez que te hable ser por la tabla Ouija. Por favor, Jack, vuelve a casa.

Cerr los ojos e intent dormir.

4

El caballero que sostena la bola de pas se tambale un mo­mento ms, exhibiendo su centro vacio, y entonces explot a su vez. El que quedaba levant el martillo de guerra... y se desmont, cayendo al suelo hecho un montn de chatarra. Jack permaneci un momento entre los trozos de metal, todava riendo, y entonces qued inmvil al ver la pa de Speedy. Ahora era de un acusado color amarillo viejo; la pulida super­ficie estaba llena de fisuras.

No importa, Viajero Jack. Sigue adelante. Creo que debe haber en algn rincn una o dos ms de esas latas andantes. De ser asi, te enfrentars con ellas, verdad?

Si es necesario, lo har —murmur Jack en voz alta.

Apart con un puntapi una greba, un yelmo, un peto. Fue hasta el centro del vestbulo; la alfombra haca un ruido de suc­cin bajo sus zapatillas. En el vestbulo mir brevemente a su alrededor.

JACK! VEN A POR M! JASON! VEN A POR M!, cant el Talismn.

Empez a subir la escalera. Mir hacia arriba y vio en el des­cansillo al ltimo caballero, que le miraba a su vez. Era una figura gigantesca, de ms de tres metros de estatura; la armadura y el penacho eran negros y por la celada del yelmo sala un malfico resplandor rojo.

Un puo embutido en cota de malla blanda una maza enorme.

Jack qued un momento petrificado en la escalera y en se­guida empez a subir de nuevo.

5

Han reservado el peor para el final, pens mientras avanzaba sin detenerse hacia el caballero negro y

se desliz

de nuevo

al otro lado para convertirse en Jason. El caballero segua llevando la armadura negra, pero de diferente clase; la visera estaba alzada y dejaba al descubierto un rostro que casi haba sido destruido por viejas llagas ya secas. Jason las reconoci; este individuo se haba acer­cado demasiado a una de aquellas bolas de fuego de las Tierras Arrasadas,

Otras figuras pasaban por su lado en las escaleras, figuras que no poda' ver muy bien mientras rozaba con los dedos un ancho pasamanos que no era caoba de las Antillas, sino palo de hierro de los Territorios. Figuras con jubones, figuras con blusas de ar­pillera de seda, mujeres con vestidos voluminosos y brillantes cofias blancas sobre los cabellos magnficamente peinados; eran gentes hermosas pero condenadas... y tal vez sea sta la impresin que dan siempre a los vivos. Por qu, sino, inspirara tanto terror la mera idea de los fantasmas?

JASON! VEN A POR M!, cant el Talismn y por un mo­mento todas las facetas de la realidad parecieron disolverse; no salt, sino que pareci caer a travs de los mundos como -un hombre que se desploma desde una vieja torre de madera a travs de una serie de suelos podridos. No sinti miedo. La idea de que tal vez no pudiera volver jams —de que continuara ca­yendo para siempre a travs de una cadena de realidades, o se perdiera en un gran bosque— se le ocurri, pero la desech al instante. Todo esto le estaba sucediendo a Jasn

(y a Jack)

en un abrir y cerrar de ojos; en menos tiempo del que tarda­ra en poner el pie en el escaln siguiente. Regresara; era de natu­raleza nica y no crea que como tal pudiera perderse, porque tena un lugar en todos estos mundos. Pero no existo simultnea­mente en todos ellos —Jason

(Jack)

pens—. Esto es lo importante, aqu estriba la diferencia; estoy fluctuando a travs de cada uno de ellos, probablemente dema­siado de prisa para ser visto, dejando tras de m un sonido como una palmada o un trueno snico por efecto del aire que llena el hueco donde he estado durante una milsima de segundo.

En muchos de estos mundos, el hotel negro era una ruina negra;

eran mundos —pens vagamente— donde el gran mal que ahora se cerna sobre la cuerda floja tendida entre California y los Terri­torios ya se haba hecho realidad. En uno de ellos, el mar que embesta y bramaba contra la costa era de un color verde muerto y enfermizo y el cielo tena un aspecto -gangrenoso similar. En otro, vio un monstruo volador grande como un vagn d tren plegar sus alas y bajar en picado hacia la tierra como un halcn. Se apoder de una especie de oveja y alz de nuevo el vuelo sos­teniendo con el pico los sanguinolentos cuartos traseros del animal.

Uno... dos... tres. Ante sus ojos pasaban mundos como bara­jados por un jugador de barco fluvial.

Aqu estaba otra vez el hotel y haba media docena de versio­nes diferentes del caballero negro del descansillo, pero la inten­cin era la misma en todos ellos y las diferencias, tan poco im­portantes como en los diseos de automviles rivales. Aqu se levantaba una tienda negra impregnada del denso y seco tufo a lona podrida... rota en muchos lugares, de modo que el sol entraba a rayos polvorientos y entrecruzados. En este mundo Jack/Jason se hallaba en una especie de aparejo y el caballero negro tena los pies en una cesta de madera parecida al nido de un cuervo y a medida que Jack suba, saltaba de un mundo a otro... a otro... y a otro.

Aqu el ocano entero estaba incendiado; aqu el hotel era casi idntico al de Point Venuti, pero estaba medio sumergido en el ocano. Por un momento Jack pareci hallarse en un ascensor y el caballero encima de l, mirndole a travs de la trampa. Luego se encontr en una rampa cuya parte superior estaba guardada por una serpiente enorme, de cuerpo largo y musculoso acorazado con relucientes escamas negras.

Y cundo llegar al final de todo esto? Cundo dejar de atravesar suelos e irrumpir en la negrura?

JACK! JASON! —llam el Talismn, y llam en todos los mundos—. A M!

Y Jack fue hacia l y tuvo la sensacin de volver al hogar.

6

Vio que estaba en lo cierto; slo haba subido un escaln. Sin embargo, la realidad haba vuelto a solidificarse. El caballero negro —su caballero negro, el caballero negro de Jack Sawyer— se er­gua all, bloqueando el descansillo, con la maza en alto.

Jack tena miedo, pero continu subiendo, con la pa de Speedy levantada delante de l.

—No voy a luchar contigo —dijo—. Ser mejor que te apartes de mi...

La figura negra blandi la maza, lanzndola con una fuerza increble. Jack la esquiv y la temible arma descarg sobre el escaln y lo convirti en astillas, que se hundieron por el agujero negro.

La figura recuper la maza. Jack subi dos escalones ms, sos­teniendo la pa de Speedy entre el ndice y el pulgar... y de re­pente la vio desintegrarse y caer como una lluvia de amarillentos trocitos de marfil, la mayora de los cuales salpicaron las zapatillas de Jack, que se qued mirndolos, aturdido.

El sonido de una risa muerta.

La maza, que an llevaba adheridos pequeos fragmentos de alfombra mohosa y trozos de astilla, se alz entre las dos manoplas del caballero. La ardiente mirada del espectro se filtraba por la celada de'su casco y pareca trazar en el rostro levantado de Jack una sangrienta lnea horizontal por encima de la nariz.

De nuevo aquella risa tosca... que no oa con los odos, porque saba que esta armadura estaba tan vaca como las otras y no era ms que una chaqueta de acero para un espritu an viviente, sino dentro de su cabeza. Ests perdido, muchacho... de verdad creas que ese objeto diminuto te franqueara el paso?

La maza volvi a oscilar con un silbido, esta vez describiendo una trayectoria en diagonal, y Jack desvi los ojos de aquella mirada roja justo a tiempo de agacharse... y sinti que la parte superior de la maza le rozaba los largos cabellos un segundo antes de que arrancara casi dos metros de barandilla y la hiciera volar por los aires.

Un estridente ruido de metal cuando el caballero se inclin hacia l con el casco torcido, en un gesto que pareca una horri­ble y sarcstica parodia de solicitud... y entonces la maza retro­cedi y se alz en otro de aquellos prodigiosos lanzamientos.

Jack, no nesesitaste sumo mgico para saltar y ahora tampoco nesesitas una pa mgica para abrir esta lata de caf!

La maza silb de nuevo en el aire... juiiiiiish! Jack se abalan­z, hundiendo el estmago; los msculos de sus hombros gritaron al estirar las heridas que le haban dejado los guanteletes de pas.

La maza pas a menos de dos centmetros de su pecho antes de seguir su camino y llevarse por delante un trozo de maciza ba­laustrada de caoba, como si fuese una hilera de palillos. Jack se tambale sobre el vaco, sintindose como un absurdo Buster Keaton. Quiso agarrarse a las ruinas del pasamanos de su iz­quierda y se clav astillas bajo dos uas. El dolor fue tan agudo que temi durante un momento que los ojos se le reventaran en las rbitas. Entonces encontr algo slido a lo que asirse, recobr

el equilibrio y se apart del vaco.

Toda la magia est en T, Jack! Todava no lo sabes? Se qued un momento inmvil, jadeando, y luego volvi a subir,

mirando con fijeza la cara de hierro que tena delante.

Ser mejor que desaparezcas, sir Gawain.

El caballero lade de nuevo el gran casco con aquel gesto ex­traamente delicado... Perdn, muchacho... acaso me ests ha­blando a m? Y entonces hizo oscilar de nuevo la maza.

Quiz cegado por el miedo, Jack no haba reparado hasta ahora en la lentitud con que preparaba los lanzamientos, en la claridad con que telegrafiaba la trayectoria de cada portentoso golpe. Tal vez tiene las articulaciones oxidadas, pens. En cualquier caso, era bastante fcil para l situarse dentro del crculo de la oscilacin ahora que volva a tener la cabeza despejada.

Se puso de puntillas, levant los brazos y agarr el yelmo negro con ambas manos. El metal repugnaba por su calor... como una piel dura que tuviese fiebre.

—Desaparece de la faz de este mundo —orden con voz suave y tranquila, casi en el tono de una conversacin—. Te lo mando en nombre de ella.

La luz roja del yelmo se apag como una vela dentro de una calabaza esculpida y de pronto todo el peso del casco —siete kilos como mnimo— recay en las manos de Jack, porque no haba nada ms que lo sostuviera; la armadura se haba desmontado.

—Tendras que haber matado a los dos hermanos Ellis —dijo Jack, tirando el yelmo vaco al rellano. Fue a caer al suelo de la planta baja, donde rod como un juguete. El hotel pareci en­cogerse.

Jack se volvi hacia el ancho pasillo, del primer piso y aqu, por fin, haba luz, una luz clara y limpia, como la del da en que viera a los hombres voladores eri el cielo. El pasillo terminaba en otra puerta de doble batiente, que estaba cerrada, pero de las rendijas superior e inferior, as como de la hendidura vertical del centro, sala la luz suficiente para indicarle que la luz de dentro deba ser muy potente.

Arda en deseos de ver aquella luz y el objeto que la irradiaba;

haba venido de muy lejos para verlo y atravesado una larga y amarga oscuridad.

La puerta era pesada y la ornamentaban muchas molduras de volutas sobre las cuales, en letras de oro un poco desprendido en algunos lugares, pero an perfectamente legibles, se lean las pa­labras: saln DE BAILE DE LOS TERRITORIOS.

—Hola, mam —dijo Sawyer con voz suave y admirada al entrar en aquel resplandor. La felicidad iluminaba su corazn... aquel sentimiento era un arco iris, un arco iris, un arco iris—. Hola, mam, creo que he llegado, creo realmente que he llegado.

Entonces, suavemente, con respeto y admiracin, Jack cogi una manecilla con cada mano y las empuj hacia abajo. Abri los dos batientes y al hacerlo, una franja cada vez ms ancha de luz blanca y limpia cay sobre su rostro alzado y atnito.

7

Sol Gardener estaba mirando hacia la playa en el momento exacto en que Jack despachaba al ltimo de los cinco Caballeros de la Guardia. Oy un fragor sordo, como si hubiera explotado una carga de dinamita dentro del hotel. En el mismo momento cen­telle una luz brillante en todas las ventanas del primer piso del Agincourt y todos los smbolos de latn cincelado —lunas, es­trellas, satlites y extraas flechas torcidas— se detuvieron simul­tneamente.

Gardener iba disfrazado como un seudopolica de Los ngeles, miembro de la patrulla SWAT. Se haba puesto sobre la camisa blanca un voluminoso chaleco negro a prueba de balas y llevaba un radioemisor colgado del hombro; las antenas cortas y gruesas oscilaban hacia delante y hacia atrs cuando se mova. Del otro hombro le colgaba un Weatherbee del 360, un rifle de caza casi tan grande como un can antiareo que habra puesto verde de envidia al mismsimo Robert Ruark. Gardener lo haba comprado haca seis aos, despus de que las circunstancias le aconsejaran sustituir a su viejo rifle de caza. La funda de autntica piel de cebra del Weatherbee estaba en el maletero de un Cadillac negro, junto con el cuerpo de su hijo.

—Morgan!

Morgan no se volvi. Estaba detrs y un poco a la izquierda de un inclinado grupo de rocas que sobresalan de la arena como colmillos negros. A siete metros ms all de estas rocas y a slo uno y medio de la lnea de pleamar yaca Speedy Parker, o Parkus. Como Parkus, una vez haba dado la orden de marcar a Morgan de Orris, en el interior de cuyos muslos grandes y blancos haba lvidas cicatrices, las marcas por las que se conoce a un traidor en los Territorios. Por intercesin de la propia Reina Laura, aque­llas cicatrices no aparecan en sus mejillas, sino en la cara inte-rior de los muslos, donde quedaban ocultas bajo la ropa. Morgan —tanto ste como aqul— no haba amado ms a la Reina a causa de esta intercesin... pero s odiado ms a Parkus, descubridor de aquel primer complot.

Ahora Parkus/Parker yaca de bruces en la playa, con el cuero cabelludo cubierto de llagas infectadas. La sangre le resbalaba lentamente de las orejas.

Morgan quera creer que Parker continuaba vivo y sufriendo, pero el ltimo movimiento discernible de su respiracin se haba producido justo despus de que l y Gardener llegaran a estas rocas, unos cinco minutos antes.

Cuando Gardener le llam, Morgan no se volvi porque estaba atento al estudio de su antiguo enemigo, ahora yacente. Quienquie­ra que hubiese dicho que la venganza no era dulce, se haba equi­vocado de pleno.

—Morgan! —silb de nuevo Gardener.

Esta vez Morgan se volvi, frunciendo el ceo.

—Qu? Qu pasa?

—Mira! El tejado del hotel!

Morgan vio que todas las veletas y todos los ornamentos del tejado —formas de latn batido que giraban a la misma velocidad tanto si no haba viento como si soplaba un huracn— haban dejado de moverse. En el mismo instante, la tierra se ondul bre­vemente bajo sus pies y en seguida volvi a la inmovilidad. Fue como si una bestia subterrnea de enorme tamao se hubiera despertado de su sueo invernal. Morgan casi lo habra atribuido a su imaginacin de no ser porque Gardener abri mucho los ojos inyectados en sangre. Apuesto algo a que deseas no haber abandonado nunca Indiana, Gara —pens Morgan—. En Indiana no hay terremotos, verdad?

Una luz silenciosa centelle de nuevo en todas las ventanas del Agincourt.

—Qu significa esto, Morgan? —pregunt Gardener con voz ronca. Su violenta furia por la prdida de su hijo se troc ahora por primera vez en temor por la propia seguridad. Morgan lo vio y pens que era un inconveniente, pero ya podra provocar en l la clera anterior cuando fuera necesario. Morgan detestaba tener que gastar energa en cualquier cosa que no tuviera relacin di­recta con el problema de eliminar del mundo —de todos los mundos— a Jack Sawyer, que haba empezado por ser un estorbo y luego se haba convertido en el problema ms monstruoso de la vida de Sloat.

La radio de Gardener grazn de repente.

—Comando Cuatro de la Patrulla Roja al Hombre del Sol! Con­teste, Hombre del Sol!

—Aqu Hombre del Sol, Comando Cuatro de la Patrulla Roja —contest Gardener—. Qu ocurre?

Gardener recibi en rpida sucesin cuatro excitados informes exactamente iguales. No le comunicaron nada que ellos dos no hubieran visto y comprendido por s mismos —destellos de luz, veletas inmviles, algo que poda ser un temblor de tierra o quiz un aviso de terremoto—, pero de todos modos Gardener reaccion con rpido entusiasmo a cada informe, haciendo preguntas brus­cas, exclamando Cambio! al final de cada transmisin e interrum­piendo a veces para decir Repita eso o Roger. Sloat pens que actuaba como el protagonista de una pelcula blica.

Pero si esto le relajaba, Sloat no tena nada que oponer. Le dispens de tener que contestar a la pregunta de Gardener... y ahora que lo pensaba, se dijo que era posible que Gardener no deseara recibir una respuesta y por esto haca toda esta comedia con la radio.

Los Guardianes estaban muertos o fuera de combate. Por esto se haban detenido las veletas y ste era el significado de los des­tellos luminosos. Jack no tena el Talismn... por lo menos, an no. Si lo consegua, todo Point Venuti temblara y retumbara de verdad. Y Sloat crea ahora que Jack lograra hacerse con l... siempre haba sido sta su intencin. Sin embargo, no se asust.

Levant la mano y toc la llave que le colgaba del cuello.

Gardener haba agotado los cambios, rogers y diez-cuatros. Volvi a colgarse la radio del hombro y mir a Morgan con ojos abiertos y asustados. Morgan puso con suavidad las manos sobre sus hombros. Si poda sentir afecto por alguien que no fuera su propio hijo muerto, lo senta —de una clase muy retorcida, desde luego— por este hombre. Se conocan desde haca mucho tiempo, tanto como Morgan de Orris y Osmond como Morgan Sloat y Robert Sol Gardener.

Gardener haba matado a Phil Sawyer en Utah con un rifle muy parecido al que ahora penda de su hombro.

—Escucha, Gard —dijo con calma Morgan—: vamos a ganar.

—Ests seguro? —susurr Gardener—. Creo que ha matado a los Guardianes, Morgan. Se que es una locura, pero creo de verdad... —Se interrumpi, con lob labios temblorosos cubiertos por una membrana de saliva.

—Vamos a ganar —repiti Morgan con la misma voz tranquila, y lo deca convencido. Senta en si mismo un claro presentimiento. Haba esperado esto durante muchos aos; su determinacin haba sido firme y segua sindolo ahora. Jack saldra con el Talismn en los brazos. Era una cosa de un poder inmenso... pero frgil.

Mir el Weatherbee de gran alcance, que poda dejar seco a un rinoceronte enfurecido, y toc la llave que produca rayos.

—Todava estamos equipados para encargarnos de l cuando salga —dijo Morgan, y aadi—: En cualquiera de los dos mundos. Siempre que conserves el valor, Gard. Siempre que me prestes tu ayuda.

Los labios temblorosos se calmaron un poco.

—Morgan, claro que s, yo...

—Recuerda quin ha matado a tu hijo —sugiri Morgan-en voz baja.

En el mismo instante en que Jack Sawyer hunda la moneda ardiente en la frente de aquel monstruo de los Territorios, Reuel Gardener, aquejado desde la edad de seis aos (la misma edad en que el hijo de Osmond haba empezado a tener sntomas de lo que se llamaba la Enfermedad de las Tierras Arrasadas) de ataques epilpticos al parecer inofensivos, sufri por lo visto un ataque grave de epilepsia en el asiento posterior de un Cadillac condu­cido por un Lobo, que viajaba de Illinois a California por la 1-70.

Haba muerto, asfixiado, con la cara azul, en brazos de Sol Gardener.

Los ojos de ste empezaron ahora a desorbitarse.

—Recurdalo —repiti en voz baja Morgan.

—Malos —murmur Gardener—, todos los chicos. Es axiom­tico. Sobre todo ese chico en particular.

—Exacto! —convino Morgan—. Graba esta idea en tu mente. Podemos detenerle, pero quiero tener la maldita seguridad de que slo podr salir del hotel por tierra firme.

Condujo a Gardener hasta la roca desde donde haba vigilado a Parker. Las moscas —hinchadas moscas albinas— haban em­pezado a posarse sobre e! negro muerto, segn observ Morgan. Ei efecto era tan bueno como una mano de pintura sobre su cuerpo. De haber existido una revista para moscas. Morgan habra anunciado de buena gana en ella la situacin de Parker. Si acuda una, acudiran todas. Pondran huevos en los pliegues de la carne putrefacta y el hombre que haba dejado cicatrices en los muslos de su Gemelo se llenara de larvas. Era algo estupendo.

Seal hacia el embarcadero.

—La balsa est all debajo —explic—. Tiene aspecto de ca­ballo, Dios sabr por qu. S que se oculta en las sombras, pero t fuiste siempre un excelente tirador. Si eres capaz de verla, Gard, hazle un par de agujeros y hunde la maldita embarcacin.

Gardener se descolg el rifle del hombro y escudri por el punto de mira. Durante largo rato, el can de la potente arma se movi de un lado a otro.

—Ya la he visto —murmur Gardener con voz satisfecha y dis­par. El eco reson por el agua en un gran crculo hasta que se extingui. El can del arma se alz y volvi a bajar. Gardener dispar otra vez. Y otra.

—Ya le he dado —dijo, bajando el rifle. Haba recuperado el valor; volva a tener su antiguo nimo y sonrea del mismo modo que cuando haba vuelto de aquel encargo en Utah—. Ya no es ms que una bolsa vaca sobre el agua. Quieres mirar? —pregunt, ofreciendo el rifle a Morgan.

—No —dijo Sloat—. Si dices que le has dado, debe ser as. Ahora tendr que volver por tierra y ya sabemos qu direccin tomar. Creo que llevar lo que nos ha estorbado durante muchos aos.

Gardener le mir con ojos brillantes.

—Sugiero que subamos hasta all. —Sealaba el viejo paseo de tablas, que estaba justo en el interior de la valla donde haba pasado tantas horas contemplando el hotel y pensando en lo que habra dentro del saln de baile.

—Muy bi...

Entonces fue cuando la tierra empez a crujir y levantarse bajo sus pies; aquella criatura subterrnea se haba despertado y se desperezaba con gran estruendo.

En el mismo instante, una luz blanca, deslumbradora, llen todas las ventanas del Agincourt... La luz de mil soles. Todas las ventanas estallaron a la vez y el cristal cay en una lluvia de

diamantes.

—RECUERDA A TU HIJO Y SIGUEME! —vocifer Sloat. El sentido de predestinacin era ahora muy claro en l, claro e irre­futable. Ganara, despus de todo.

Los dos echaron a correr por la playa en direccin al paseo

entablado.

8

Jack se mova despacio, lleno de admiracin, por el suelo de ma­dera dura del saln de baile. Tena la vista levantada y sus ojos lanzaban destellos. Baaba su rostro un resplandor blanco que contema todos los colores: los colores del amanecer, los del cre­psculo, los del arco iris. El Talismn penda en el aire sobre su cabeza y giraba lentamente.

Era un globo de cristal de tal vez un metro de circunferencia... La corona de su resplandor era tan brillante que resultaba impo­sible determinar con exactitud su tamao. Unas airosas lneas cur­vadas parecan surcar su superficie, como lincas de longitud y la­titud... y, por qu no? —pens Jack, todava inmerso en un pro­fundo asombro y admiracin—. Es el mundo, TODOS los mundos, en microcosmo. Ms: es el eje de todos los mundos posibles.

Cantaba, giraba; arda.

Jack permaneci debajo de l, inundado por su calor y una clara sensacin de fuerza bienhechora; permaneci como en un sueo, sintiendo fluir hacia l aquella fuerza como la clara lluvia de primavera que despierta el poder oculto en un billn de semillas minsculas. Jack Sawyer sinti una portentosa alegra cruzar su mente consciente como un cohete y levant ambas manos sobre su cara alzada, riendo, tanto en respuesta a aquella alegra como en una imitacin de su estallido.

Ven a mi, entonces! —grit

y se fundi

(atravesando? cruzando?) con Jason.

Ven a m, entonces!' —volvi a gritar, en la lengua dulce­mente lquida y como deslizante de los Territorios; lo grit riendo, pero con lgrimas rodando por sus mejillas. Y comprendi que la bsqueda haba comenzado con el otro muchacho y con l deba terminar, as que se solt y

volvi

a

rundirse con Jack Sawyer.

Encima de l, el Talismn oscilaba en el aire, girando con len­titud y emitiendo luz y calor y una sensacin de autntica bon­dad, de blancura.

Ven a m!

El Talismn empez a descender por el aire.

9

As, despus de muchas semanas, penosas aventuras, oscuridad y desesperacin; despus de encontrar amigos y de perderlos;

despus de das de arduo trabajo y noches pasadas durmiendo en hmedos almiares; despus de enfrentarse a los demomos de lu­gares tenebrosos (algunos de los cuales vivan en la fisura de su propia alma); despus de todas esas cosas, as fue como lleg el Talismn a manos de Jack Sawyer.

Lo contempl bajar y aunque no senta el menor deseo de huir, tuvo una sobrecogedora impresin de mundos en peligro, mundos en la balanza. Era real su faceta de Jason? 'El hijo de la Reina Laura haba sido asesinado; era un fantasma cuyo nombre se haba convertido en una frmula de juramento entre el pueblo de los Territorios. Sin embargo, Jack decidi que era real. Su bs­queda del Talismn, una bsqueda destinada en un principio a Jason, haba prestado realidad a ste durante un tiempo... Jack ha­ba tenido realmente un Gemelo, o por lo menos, algo parecido. Si Jason era un fantasma, un fantasma como los caballeros, poda muy bien desaparecer cuando aquel globo radiante y giratorio tocara sus dedos extendidos. Jack lo estara matando otra vez.

No te preocupes, Jack, susurr una voz, una voz clida y clara. Continuaba bajando, un globo, un mundo, todos los mundos... era la gloria y el calor, era la bondad, era la resurreccin de lo blanco. Y, como siempre ha ocurrido y siempre ocurrir con

lo blanco, era tremendamente frgil.

Mientras descenda, los mundos giraban en torno a la cabeza de Jack. No pareca irrumpir ahora a travs de capas de realidad, sino ver todo un cosmos de realidades, todas superpuestas, unidas

como una camisa de

(realidad)

cota de mallas.

Alargas los brazos hacia un universo de mundos, un cosmos de bondad, Jack —esta voz era de su padre—. No lo dejes caer, hijo. Por el amor de Jasan, no lo dejes caer.

Mundos sobre mundos sobre mundos, algunos magnficos, otros infernales, todos iluminados por un momento por la luz blanca y clida de esta estrella que era un globo de cristal surcado por finas lneas grabadas. Descenda lentamente por el aire hacia los dedos extendidos y temblorosos de Jack Sawyer.

Ven a m! —le grit, tal como le haba cantado el globo—.

Ven a mi ahora!

Estaba a un metro sobre sus manos, marcndolas con su calor suave y curativo; ahora a medio metro; ahora a treinta centmetros. Vacil un momento, con un leve movimiento de rota­cin y el eje un poco ladeado, y Jack pudo ver los brillantes y mviles contornos de continentes, ocanos y casquetes polares en su superficie. Vacil... y despus se desliz lentamente hacia las manos levantadas del muchacho.

captulo 43

NOTICIAS DE TODAS PARTES

1

Lily Cavanaugh, que se haba sumido en un sueo intranquilo despus de imaginar que oa la voz de Jack en el piso de abajo, se incorpor en la cama con un sobresalto. Por primera vez en muchas semanas, un brillante rubor colore sus mejillas plidas como la cera y en sus ojos centelle una loca esperanza.

—Jason? —jade y en seguida frunci el ceo; ste no era el nombre de su hijo, pero en el sueo del que acababa de desper­tar tena un hijo con este nombre y ella tambin era otra persona. El efecto de los medicamentos, claro. Las drogas le inspiraban

pesadillas.

—Jack? —rectific—. Jack, dnde ests?

No hubo respuesta, pero le haba presentido, adquirido el con­vencimiento de que estaba vivo. Por primera vez en mucho tiem­po —seis meses, tal vez— se sinti realmente bien.

—Jack-O —dijo, cogiendo los cigarrillos. Los mir un momento y de pronto los lanz hacia el otro extremo de la habitacin, donde cayeron en la chimenea, encima del resto de basura que pensaba quemar aquel mismo da—. Creo que he dejado de fumar por segunda y ltima vez en mi vida, Jack-O —dijo—. No te vayas, hijito. Tu mam te quiere.

Y se sorprendi esbozando sin ninguna razn una grande y es­tpida sonrisa.

2

Donny Keegan, que tena servicio de cocina en el Hogar del Sol cuando Lobo escap de la caja, sobrevivi a aquella terrible noche; George Irwinson, el muchacho que estaba de servicio con l, no fue tan afortunado. Ahora Donny se hallaba en un orfanato ms convencional de Muncie, Indiana. A diferencia de otros chicos del Hogar del Sol, Donny era un autntico hurfano; Gardener se vea obligado a aceptar a unos cuantos para satisfacer al estado.

Ahora, mientras fregaba un pasillo oscuro, sumido en una es­pecie de letargo, Donny levant de repente la vista y abri mucho los ojos velados. Fuera, las nubes que haban estado salpicando de nieve ligera los campos agotados de diciembre se abrieron de improviso en el oeste, dando paso a un nico y ancho rayo de sol que era terrible y magnfico en su aislada belleza.

Tienes razn. Le AMO! —grit Donny, triunfante, dirigindose a Ferd Janklow, aunque Donny, que tena demasiados juguetes en su desvn para que le cupieran muchos cerebros, ya haba olvi­dado su nombre—. Es hermoso y le AMO.

Donny prorrumpi en su risa idiota, slo que ahora incluso su risa era casi hermosa. Algunos chicos se asomaron a sus puer­tas y le miraron con extraeza. Su rostro estaba baado por la luz de aquel nico rayo, claro y efmero, y uno de los chicos murmur despus a un amigo ntimo que aquella noche, por un momento, Donny Keegan se haba parecido a Jess.

El momento pas; las nubes volvieron a cubrir aquel .extrao espacio en el cielo y al atardecer la tmida nevada se convirti en la primera tormenta de nieve del invierno. Donny haba sabido —durante un momento breve lo haba sabido— qu significaba aquel sentimiento de amor y triunfo. Lo olvid de prisa, como se olvidan los sueos al despertar... pero jams olvid la impresin en s, aquel estado casi embriagador de gracia por fin alcanzada y concedida, en vez de prometida y despus denegada; aquella sensacin de claridad y de amor dulce y maravilloso; aquella im­presin de xtasis ante una nueva aparicin de lo blanco.

3

El juez Fairchild, que haba enviado a Jack y Lobo al Hogar del Sol, ya no ejerca como juez y en cuanto se hubieran agotado todos los recursos legales, sera encarcelado. Ya no pareca caber la menor duda de que acabara en la crcel y de que cumplira una condena larga. Tal vez cadena perpetua. Era viejo y no gozaba de muy buena salud. Si no hubieran encontrado los malditos cuerpos...

Se haba mantenido lo ms alegre posible en sus circunstancias, pero ahora, mientras se limpiaba las uas con la larga hoja de su navaja en el estudio de su casa, le domin una gran oleada de negra depresin. De pronto apart la navaja de sus gruesas uas, la mir con expresin pensativa unos momentos y se perfor con la punta la ventana derecha de la nariz. La dej all un ins­tante y luego murmur: Oh, mierda. Por qu no? Levant el puo con una sacudida, enviando la hoja de ocho centmetros a un viaje corto y letal, ensartando primero los senos y despus el cerebro.

4

Smokey Updike estaba sentado en un sof del bar Oatley, repa­sando facturas y marcando nmeros en su calculadora de Texas Instruments, exactamente igual que el da en que Jack le conoci. Slo que ahora era por la tarde y Lori serva a los primeros clientes. El tocadiscos automtico tocaba Prefiero una botella delante de m (que una lobotoma -frontal).

Hubo un momento en que todo fue normal. Al siguiente, Smokey se irgui en su asiento y el smbrente de papel se le cay de la cabeza. Se agarr el lado izquierdo de la camiseta blanca, bajo la cual sinti una punzada de terrible dolor, como si le hubiesen clavado en el pecho una pa de plata. Dios da en sus clavos, habra dicho Lobo.

En el mismo instante la parrilla explot y vol sbitamente por los aires con gran estruendo. Acert un anuncio de Busch y lo arranc del techo, lanzndolo contra el suelo. Un fuerte olor a gasolina invadi inmediatamente la parte trasera del bar. Lori grit.

El tocadiscos automtico increment su velocidad, 45 revolu­ciones por segundo, 78, 150, 400! El tragicmico lamento feme­nino se transform en el veloz parloteo de un grupo de ardillas excitadas en la rampa de lanzamiento de un cohete. Un momento despus salt por los aires la tapa del tocadiscos. Vidrios de colo­res volaron por todas partes. .

Smokey baj la vista hacia su calculadora y vio parpadear una sola palabra en la ventanilla roja:

TALISMN-TALISMAN-TALISMAN-TALISMN

Entonces sus ojos explotaron.

Lori, cierra la llave del gas! —grit un cliente, que baj del taburete y se volvi hacia Smokey—. Smokey, dile que... —El hombre chill de terror cuando vio brotar sangre de los agujeros donde haban estado los ojos de Smokey Updike.

Un momento despus todo el bar Oatley explot en mil peda2os y cuando llegaron los bomberos de Dogtown y Elmira, la mayor parte del sector comercial de la ciudad era pasto de las llamas.

No fue una gran prdida, nios, podis decir amn.

5

En la escuela Thayer, donde ahora reinaba la tranquilidad de siempre (con un breve intervalo que los del campus recordaban slo como una serie de vagos sueos en cadena), las ltimas clases del da acababan de empezar. Lo que en Indiana era una nieve ligera se reduca a una fra llovizna en Illinois. Los estu­diantes se mostraban soadores y pensativos en sus aulas.

De improviso, las campanas de la capilla se pusieron a repicar. Los sueos desvanecidos parecieron renovarse de pronto por todo el campus de la escuela Thayer.

6

Etheridge se hallaba en la clase de matemticas avanzadas, con la mano apretando y soltando rtmicamente su pene rgido mien­tras contemplaba con ojos ausentes los logaritmos que el viejo seor Hunkins amontonaba en la pizarra. Estaba pensando en la bonita camarera del pueblo con la que jodera poco despus. Lle­vaba portaligas en vez de medias enteras y acceda encantada a joder con las medias puestas. Ahora Etheridge mir hacia las ven­tanas, olvidando su ereccin, olvidando a la camarera de piernas largas y suaves medias de nailon... de repente, sin ninguna razn, se acord de Sloat, del remilgado Richard Sloat, a quien podra calificar fcilmente de mariquita, pero que no lo era. Se acord de Sloat y se pregunt si estara bien. Se le ocurri pensar que tal vez no estaba muy bien, pues haba abandonado la escuela sin ningn pretexto haca cuatro das y nadie haba sabido nada de l desde entonces.

En el despacho del director, el seor Dufrey discuta la expul­sin de un muchacho llamado George Hatfield por estafar a su furioso —y rico— padre, cuando las campanas empezaron a taer a un ritmo distinto del habitual. Cuando enmudecieron, el seor Dufrey se encontr de cuatro patas, con el pelo gris cayndole sobre los ojos y la lengua colgando entre los labios. El viejo Hatfield estaba en la puerta —de hecho, encogido junto a ella—, con los ojos muy abiertos y la boca de par en par, olvidada su furia en un acceso de temor y extraeza. El seor Dufrey se haba arrastrado en torno a la alfombra, ladrando como un perro.

Albert el Cogulo estaba a punto de prepararse un tentempi cuando las campanas se pusieron a repicar. Mir un momento hacia la ventana, frunciendo el ceo como lo frunce una persona que intenta recordar algo que tiene en la punta de la lengua. Se encogi de hombros y termin de abrir una bolsa de patatas fritas; su madre acababa de mandarle toda una caja. Abri mu­cho los ojos y pens —slo un instante, pero fue suficiente— en que la bolsa estaba llena de gusanos blancos, gordos c inquietos.

Se desmay.

Cuando volvi en s e hizo acopio de valor para mirar la bolsa, vio que slo haba sido una alucinacin. Claro! Qu, si no? De todos modos, fue una alucinacin que ejerci un extrao poder sobre l en el futuro; siempre que abra una bolsa de pata­tas, o una barra de chocolate o una lata de cecina, vea en su mente aquellos gusanos. En primavera, Albert haba perdido quince kilos, jugaba en el equipo de tenis de la Thayer y le ha­ban iniciado en las relaciones sexuales. Albert estaba en xtasis;

por primera vez en su vida pensaba que podra sobrevivir al amor materno.

7

Todos miraron a su alrededor cuando las campanas empezaron a repicar. Algunos rieron, otros fruncieron el ceo, unos pocos prorrumpieron en llanto. Un par de perros aullaron en alguna parte, lo cual era muy extrao porque los perros no estaban per­mitidos en el campus.

La meloda de las campanas no figuraba entre las computadas, segn verific despus el conservador de la capilla. Un bromista sugiri en el nmero semanal del peridico de la escuela que algn diligente castor haba programado la meloda pensando en las vacaciones navideas.

Era Ya han vuelto los das felices.

8

Aunque se consideraba demasiado vieja para quedar embarazada, la madre del Lobo de Jack Sawyer no sangr en la poca del Cambio, doce meses atrs, y haca tres meses que haba parido trillizos: una carnada de dos hermanas y un hermano. El parto fue difcil y le caus mucha angustia el conocimiento de que uno de sus hijos mayores estaba a punto de morir. Saba que aquel hijo se encontraba en el Otro Lugar para guardar el rebao y que morira en ese Otro Lugar y no volvera a verle. Esto era muy pe­noso y durante el parto llor por algo ms que el dolor fsico.

Sin embargo, ahora, mientras dorma con sus nuevas cras a la luz de la luna llena, todos, a salvo del rebao por el momento, se dio la vuelta con una sonrisa, atrajo hacia s al hermano pe­queo y empez a lamerlo. ste, pese a estar dormido, rode con los brazos el peludo cuello de su madre y apret la mejilla contra su pecho suave y ambos sonrieron; en su sueo, la madre tuvo un pensamiento humano: Dios da bien en sus clavos. Y la luz de la luna de aquel hermoso mundo donde todos los olores eran buenos resplandeca sobre ambos mientras dorman abrazados, con las hermanas de carnada muy cerca de ellos.

9

En la ciudad de Goslin, Ohio (no lejos de Amanda y a unos cin­cuenta kilmetros al sur de Columbus), un hombre llamado Buddy Parkins limpiaba de excrementos un gallinero a la cada de la tarde. Llevaba una mascarilla de gasa para protegerse la boca y la nariz de la asfixiante nube blanca de guano en polvo que levan­taba. El aire apestaba a amonaco y el hedor le haba provocado dolor de cabeza. Tambin le dola la espalda, porque era alto y el gallinero tena el techo bajo. Hablando en plata, este trabajo era una mierda y cada uno de sus tres malditos hijos pareca esfu­marse cuando se trataba de limpiar el gallinero. Su nico consuelo era que ya casi haba terminado y...

El muchacho! Dios mo! Aquel muchacho!

Record de repente, con toda claridad y una especie de vago cario, al muchacho que haba dicho llamarse Lewis Farren y dirigirse a casa de su ta, Helen Vaughan, que viva en la ciudad de Buckeye Lake; el muchacho que haba vuelto la cara hacia Buddy cuando ste le pregunt si haba huido de su casa, mos­trndole al hacerlo un rostro lleno de una franca bondad y de una belleza asombrosa e inesperada... una belleza que le haba hecho pensar en el arco iris vislumbrado al final de las tormentas y en atardeceres al final de jornadas llenas de trabajo y sinsabores, pero completas y no desperdiciadas.

Se enderez con un suspiro y se golpe la cabeza contra las vigas con la fuerza suficiente para humedecerle los ojos... pero sonri absurdamente a pesar de ello. Oh, Dios mo, ese muchacho est ALL, est ALL, pens Buddy Parkins, y aunque no tena idea de dnde era all, se sinti invadido de repente por la impresin dulce y violenta de la aventura absoluta; nunca, desde que leyera La isla del tesoro a la edad de doce aos y ahuecara la mano por primera vez sobre el pecho de una chica, no se haba sentido tan emocionado, tan excitado, tan lleno de una clida alegra. Empez a rer. Dej caer la pala y, mientras las gallinas le miraban con estpido asombro, Buddy Parkins dio unos pasos de baile sobre el guano, riendo bajo la mascarilla y haciendo chasquear los dedos.

—Est all! —grit Buddy Parkins a las gallinas, riendo—. Por todos los diablos, est all, lo consigui, despus de todo, est all y lo tiene en su poder1.

Ms tarde, casi pens —casi, pero no del todo— que el hedor de los excrementos de gallina debi emborracharle de alguna ma­nera. Eso no era todo, maldicin, no lo era. Haba tenido una especie de revelacin, pero ya no poda recordar qu haba sido... Quiz algo parecido al caso de aquel poeta britnico de quien les haba hablado en la escuela un profesor ingls: un tipo que haba tomado una gran dosis de opio y empezado a escribir un poema sobre un prostbulo chino... y cuando se seren otra vez no pudo terminarlo.

Algo as, pens, pero saba que no era lo mismo y aunque no poda recordar con exactitud la causa de la alegra, no olvid Jams, como Donny Keegan, el modo en que se present, delicio­samente imprevisto... jams olvid la impresin dulce y violenta de haber rozado una gran aventura, de haber contemplado por un momento una hermosa luz blanca que tena, en realidad, todos los colores del arco iris.

10

Hay una vieja cancin de Bobby Darin que dice as: Y la tierra vomita unas races / que llevan botas y camisas de dril, reti­radlas... retiradlas. Es una cancin que los nios del rea de Ca-yuga, Indiana, podran haber entonado con entusiasmo si no hubie­ra sido popular mucho antes de su tiempo. Haca poco ms de una semana que el Hogar del Sol estaba vaco y ya tena fama de casa maldita entre los chicos de la localidad, lo cual no era sor­prendente, teniendo en cuenta los espeluznantes restos hallados por los equipos de limpieza cerca de las rocas, al fondo del Campo Lejano. El letrero de en venta colocado por el corredor de fincas local pareca haber estado en la hierba durante un ao en vez de slo nueve das, y el corredor ya haba rebajado el precio y consideraba la posibilidad de rebajarlo an ms.

Pero no tendra ocasin de hacerlo. Cuando empezaron a caer las primeras nieves desde el cielo plomizo que se cerna sobre Cayuga (y mientras Jack Sawyer tocaba el Talismn a unos tres mil kilmetros de distancia), los depsitos de gas que haba detrs de la cocina explotaron. Un empleado de la Eastern Indiana Gas and Electric haba ido la semana anterior y vaciado los depsitos y habra jurado que se poda entrar en dichos depsitos y encender un cigarrillo sin que pasara nada, pero aun as explotaron... en el momento exacto en que las ventanas del bar Oatley caan a la calle hechas aicos (junto con varios clientes que llevaban botas y ca­misas de dril... que fueron retirados por los equipos de socorro de Elmira).

El Hogar del Sol ardi hasta los cimientos en muy poco rato. Queris entonar el aleluya?

11

En todos los mundos, algo se movi y cambi de posicin como un enorme animal... pero en Point Venuti el animal estaba bajo tierra; le despertaron y empez a rugir. No volvi a dormirse en los prximos setenta y nueve segundos, de acuerdo con el Instituto de Sismologa de CalTech. El terremoto haba comenzado.

captulo 44

EL TERREMOTO

1

Pas un rato antes de que Jack se diera cuenta de que el Agin-court se estremeca y se desplomaba a su alrededor y ello no era de extraar porque estaba aturdido por el asombro. En cierto sentido no se encontraba en el Agincourt ni en Point Venuti ni en el condado de Mendocino ni en California ni en los Territorios ame­ricanos ni en los otros Territorios; y sin embargo, estaba en ellos y tambin en un nmero infinito de otros mundos y, adems, en todos al mismo tiempo. Tampoco estaba en un solo lugar de todos estos mundos, sino por doquier, porque l era estos mundos. Por lo visto el Talismn era mucho ms de lo que incluso su padre haba credo; no slo el eje de todos los mundos posibles, sino los mundos en s... los mundos y los espacios que haba entre ellos.

Aqu haba el trascendentalismo suficiente para volver loco in­cluso a un santn tibetano que viviera en una cueva. Jack Sawyer estaba en todas partes; Jack Sawyer era todas las cosas a la vez. Una brizna de hierba en un mundo situado a cincuenta mil mundos de distancia de la tierra mora de sed en una pradera del centro de un continente que ms o menos corresponda en situacin a fri­ca; Jack mora con aquella brizna de hierba. En otro mundo, dos dragones copulaban en el centro de una nube suspendida sobre el planeta y el encendido aliento de su xtasis se mezclaba con el aire fro y provocaba lluvias e inundaciones en el suelo. Jack era el dragn macho; Jack era el dragn hembra; Jack era el esperma;

Jack era el vulo. Muy lejos en el ter, a un milln de universos de distancia, tres motas de polvo flotaban en grupo en el espacio interestelar. Jack era el polvo y Jack era el espacio que lo rodeaba. En torno a su cabeza se abran las galaxias como largos rollos de papel y el destino las perforaba al azar, convirtindolas en rollos de pianola macrocsmicos que podan tocar cualquier cosa, desde el ragtime al canto fnebre. Jack hunda los dientes vidos en una naranja; la carne mordida de Jack gritaba bajo los dientes. Era un trillen de motas de polvo bajo un billn de camas. Era una cra de canguro que soaba con su vida anterior en la bolsa de su madre mientras sta brincaba por una llanura de color prpura donde corran y retozaban conejos grandes como ciervos. Era ja­mn de un jarrete en Per y los huevos incubados por las gallinas del gallinero de Ohio que estaba limpiando Buddy Parkins. Era el guano que empolvaba la nariz de Buddy Parkins y los pelos tem­blorosos que pronto le haran estornudar; era el estornudo; era los grmenes del estornudo; era los tomos de estos grmenes;

era las partculas elementales de los tomos que viajaban hacia atrs en el tiempo hasta el big bang al principio de la creacin.

Su corazn daba un vuelco y mil soles explotaban y se conver­tan en novas. Vio una mirada de gorriones en una mirada de mundos y marc la cada o el progreso de cada uno de ellos.

Muri en el infierno de las minas de los Territorios.

Vivi como un virus de la gripe en la corbata de Etheridge

Corri con el viento a lugares remotos.

Era...

Oh, era...

Era Dios. Dios o algo tan parecido que no habla diferencia.

\o! —grit Jack, aterrorizado—. No quiero ser Dios.' Por favor, por favor, no quiero ser Dios, SOLO QUIERO SALVAR LA VIDA DE MI MADRE!

Y de repente el infinito se cerr como una baraja en manos de un fullero. Se estrech hasta reducirse a un rayo de luz blanca y cegadora y Jack lo sigui hasta el saln de baile de los Territo­rios, donde slo haban transcurrido unos segundos. Todava lle­vaba el Talismn en las manos.

2

Fuera, la tierra haba empezado a contonearse como una baila­rina de feria. La incipiente pleamar cambi de idea y se retir a toda prisa, dejando al descubierto la arena tostada por el sol como los muslos de una aspirante a estrella. Sobre la arena sal­taban unos peces extraos que parecan gelatinosos cogulos de ojos.

Las montaas de detrs de la ciudad eran tericamente de roca sedimentaria, pero cualquier gelogo que les hubiera echado un vistazo habra dicho en seguida que estas rocas estaban tan lejos de ser sedimentarias como los nuevos ricos de los Cuatrocientos. Las montaas de Point Venuti eran en realidad fango con una ereccin y ahora se resquebrajaron y dividieron en mil absurdas direcciones. Se mantuvieron erguidas un momento, mientras las grietas se abran y cerraban como bocas, y de pronto empezaron a bajar en avalancha hacia el pueblo. Lluvias de suciedad bajaron por la pendiente y entre la suciedad haba rocas tan grandes como las fbricas de neumticos Toledo.

La Brigada de Lobos de Morgan haba sido diezmada por el im­previsto ataque a Camp Readiness de Jack y Richard. Ahora su nmero se redujo an ms cuando muchos de ellos echaron a correr, gimiendo con temor supersticioso. Algunos se catapultaron a su propio mundo y una parte de ellos consigui huir, pero la mayora fueron succionados por los solevantamientos. Una cadena de cataclismos similares ocurri en todos los mundos, como pro­gramados por un agrimensor. Un grupo de tres Lobos ataviados con chaquetas de motorista de los Fresno Demons llegaron hasta su coche —un viejo Lincoln Mark IV— y consiguieron recorrer una manzana y media, al son de la trompeta de Harry James retrans­mitida por una cassette, antes de que cayera del cielo un gran trozo de piedra que aplast completamente el vehculo.

Otros se limitaron a correr, gritando, por las calles, vctimas del cambio. La mujer de las cadenas en los pezones paseaba se­renamente delante de ellos, arrancndose mechones de pelo rubio. De pronto ofreci uno de estos mechones a un Lobo; las races ensangrentadas oscilaban como puntas de algas mientras ella tra­taba de mantenerse en equilibrio sobre el suelo movedizo.

—Toma! —grit, sonriendo serenamente—. Un ramillete para ti!

El Lobo, nada sereno, la decapit de un mordisco y sigui corriendo calle abajo.

3

Jack estudi el objeto que sostena, atnito como un nio que ve a un tmido animal del bosque acercarse a l y comer de su mano.

Resplandeca entre sus palmas, centelleante.

Sigue los latidos de mi corazn, pens.

Pareca hecho de cristal, pero su tacto era un poco blando. Lo apret y cedi ligeramente. El color se extendi a partir de los puntos de presin en deliciosas ondas: azul oscuro del lado de su mano izquierda y carmes del de la derecha. Sonri... pero la sonrisa se borr en seguida.

Puedes matar a un billn de personas haciendo esto... incen­dios, inundaciones. Dios sabe qu. Recuerda el edificio que se derrumb en Angola, Nueva York, despus de que...

No, Jack —murmur el Talismn, y Jack comprendi por qu haba cedido bajo la suave presin de sus manos. Estaba vivo, claro que s—. No, Jack: todo ir bien... todo ir bien... todas las cosas irn bien. Slo has de creer; ser fiel; resistir; no des­fallecer ahora.

Paz en su interior... oh, una paz tan profunda...

Arco iris, arco iris, arco iris, pens Jack y se pregunt si podra alguna vez decidirse a soltar este maravilloso juguete.

4

En la playa, bajo el paseo entablado, Gardener se haba echado de bruces, dominado por el terror. Sus dedos escarbaban en la arena suelta. Lloriqueaba.

Morgan se tambale hasta l como un borracho y arranc el transmisor del hombro de Gardener.

Quedaos fuera! —vocifer al micrfono y entonces se dio cuenta de que haba olvidado pulsar la tecla de emisin y lo hizo ahora—. QUEDAOS FUERA! SI INTENTIS SALIR DEL PUEBLO, LAS MALDITAS MONTAAS CAERN SOBRE VUES­TRAS CABEZAS! BAJAD HASTA AQU! VENID A MI LADO! TODO ESTO NO ES MS QUE UN PUADO DE MALDITOS EFECTOS ESPECIALES! BAJAD AQU! FORMAD UN CIRCULO EN TORNO A LA PLAYA! LOS QUE VENGAN SERN RECOM­PENSADOS! LOS QUE NO VENGAN MORIRN EN LAS MINAS Y EN LAS TIERRAS ARRASADAS! BAJAD AQU! EL CAMINO EST EXPEDITO! AQU NO PODR CAER NADA SOBRE VOSO­TROS! BAJAD AQU, MALDITA SEA!

Tir el transmisor, que se parti en dos. Escarabajos de largas antenas empezaron a salir de l a docenas.

Se agach y tir de Gardener, que chillaba y tena el rostro lvido.

—Arriba, hermosura —dijo.

5

Richard grit, todava inconsciente, cuando la mesa sobre la que yaca le tir al suelo. Jack oy el grito, que le distrajo de su fas­cinada contemplacin del Talismn.

Se dio cuenta de que el Agincourt cruja como un buque en plena tempestad. A su alrededor se desprendan los listones de madera, dejando al descubierto polvorientas vigas que oscilaban de un lado a otro como lanzaderas en un telar. Gusanos albinos se retorcan y alejaban de la clara luz del Talismn.

Ya voy, Richard! —grit y empez a cruzar la habitacin, tambalendose. Se cay una vez, pero manteniendo en alto la resplandeciente esfera, pues saba que era vulnerable... Si reciba un golpe lo bastante fuerte, se rompera y slo Dios conoca las consecuencias. Cay sobre una rodilla y luego sentado, pero logr ponerse de nuevo en pie.

Desde abajo, Richard volvi a gritar.

Richard! Ya voy!

Arriba sonaron una especie de cascabeles. Jack levant la vista y vio que el candelabro oscilaba como un pndulo; el sonido pro­vena de los colgantes de cristal. En aquel mismo instante la ca­dena se rompi y cay sobre el pavimento inestable como una bomba de diamantes en lugar de explosivo. El cristal se disemin por doquier.

Jack dio media vuelta y sali de la habitacin a grandes zan­cadas; pareca un cmico de opereta interpretando a un marinero borracho.

Enfil el pasillo. Primero fue lanzado contra una pared y luego contra la otra mientras el suelo se resquebrajaba y abra. Cada vez que chocaba contra la pared apartaba de s el Talismn, con los brazos como tenazas que sostuvieran un carbn encendido.

Nunca logrars bajar las escaleras.

Debo hacerlo. Debo hacerlo.

Lleg al rellano donde se haba enfrentado con el caballero negro. El mundo se movi en otra direccin; Jack se tambale y vio rodar el yelmo por el suelo y desaparecer.

Jack continu mirando hacia abajo. Las escaleras se movan en oleadas grandes y retorcidas que le provocaban nuseas. Un listn de madera se desprendi, dejando un agujero negro y tem­bloroso.

—Jack!

Ya voy, Richard!

No podrs bajar por esas escaleras. Es imposible, muchachito.

He de hacerlo. He de hacerlo.

Sosteniendo en las manos el precioso y frgil Talismn, Jack empez a bajar un tramo de escalera, que ahora pareca una alfombra voladora rabe en el centro de un cicln.

Los escalones suban y bajaban y Jack fue .lanzado hacia el mismo agujero por el que haba cado el yelmo del caballero negro. Grit y trat de saltar hacia atrs, sosteniendo el Talismn contra su pecho con una mano y agitando la izquierda en el aire. Agitndola en vano ya que pis el vaco y cay hacia atrs.

6

Haban pasado cincuenta segundos desde que empezara el terre­moto. Slo cincuenta segundos... pero los supervivientes de un terremoto cuentan que el tiempo objetivo, el tiempo de reloj, pierde todo su sentido durante un temblor de tierra. Tres das des­pus del terremoto de -1964 en Los Angeles, un reportero de la televisin pregunt a un superviviente que haba estado cerca del epicentro cunto haba durado el sesmo.

—Todava dura —contest con calma el superviviente.

Sesenta y dos segundos despus de que empezara el terremoto, casi todas las montaas de Point Venuti decidieron obedecer al destino y convertirse en las llanuras de Point Venuti. Cayeron sobre la ciudad con un fragor sordo, dejando un nico saliente de roca algo ms dura que apuntaba al Agincourt como un dedo acusador. Desde una de las colinas desplomadas, una sucia chi­menea sobresala en el aire como un pene obsceno.

7

En la playa, Morgan Sloat y Sol Gardener se apoyaban el uno en el otro, dando la impresin de que bailaban el hua. Gardener se haba descolgado del hombro el Weatherbee. Se les haban unido unos cuantos Lobos, con ojos desorbitados por el terror o brillan­tes de rabia demonaca. Se acercaban otros. Todos haban cam­biado o se hallaban en pleno cambio. La ropa les penda en hara­pos. Morgan vio a uno de ellos tirarse al suelo y empezar a mor­derlo, como si la tierra temblorosa fuera un enemigo al que pu­diera' matar. Morgan contempl esta locura y desvi la mirada. Un camin con las palabras nio salvaje escritas en los lados con letras psicodlicas cruz a toda marcha la plaza de Point Venuti, donde en otro tiempo los nios pedan helados a sus padres y ondeaban banderines decorados con la fachada del Agincourt. El camin se dirigi al lado opuesto de la plaza, se subi a la acera y continu su loca carrera hacia la playa, atravesando las vallas de solares en venta. La tierra se abri en una ltima grieta y el nio salvaje que haba matado a Tommy Woodbine desapareci para siempre, con el cap hacia abajo. Brot una llamarada cuando explot el depsito de carburante. Al verlo, Sloat pens vagamen­te en una disertacin de su padre sobre el Fuego de Pentecosts. Entonces la tierra se cerr de repente.

—Sujtate bien —grit a Gardener—. Creo que el edificio va a desplomarse encima de l y aplastarle, pero si logra salir, t le disparas, tanto si el terremoto sigue como si no.

—Sabremos si ESO se rompe? —chill Gardener. Morgan Sloat sonri como un jabal en un caaveral.

—Lo sabremos —contest—. El sol se volver negro. Setenta y cuatro segundos.

8

La mano izquierda de Jack intent agarrarse a los ruinosos restos del pasamanos. El Talismn resplandeca contra su pecho y las lneas de latitud y longitud que lo circundaban despedan el mismo brillo que los filamentos de alambre de una bombilla encendida. Los tacones se le ladearon y las suelas empezaron a deslizarse.

Me caigo, Speedy! Voy a...

Setenta y nueve segundos.

Par.

De repente, par.

Slo que para Jack, como para aquel superviviente del terre­moto de 1964, an continuaba, por lo menos en una parte de su cerebro. En una parte de su cerebro la tierra continuara tem­blando para siempre como un pedazo de gelatina.

Evit al agujero, echndose atrs, y fue tambalendose hasta el centro de la retorcida escalera, jadeando, con la cara brillante de sudor, abrazando contra su pecho la resplandeciente estrella del Talismn. Se detuvo y escuch el silencio.

En alguna parte, algo pesado —tal vez un escritorio o una c­moda— que se haba bamboleado al borde del vaco, cay con un ruido ensordecedor.

Jack! Te lo ruego! Creo que me estoy muriendo! —La voz plaidera y dbil de Richard sonaba como si el muchacho se hallara en efecto muy cerca de la muerte.

Ya voy, Richard!

Empez a bajar las escaleras, que ahora eran irregulares, in­clinadas e inseguras. Faltaban muchos escalones y era preciso saltar hasta el siguiente. En un lugar faltaban cuatro seguidos y tuvo que saltar con una mano apoyada en la vacilante baran­dilla y la otra apretando el Talismn contra su pecho.

An seguan cayendo cosas. Trozos de cristal se estrellaban y tintineaban entre s. En alguna parte sonaba el agua de un re­trete, chorreando con insistencia una y otra vez.

El mostrador de madera de secoya del vestbulo estaba par­tido por el centro. La puerta, sin embargo, abierta de par en par, dejaba entrar una brillante franja de sol y la vieja y hmeda al­fombra pareca chisporrotear y despedir vapor en protesta por aquella luz.

Ha aclarado —pens Jack—. Fuera luce el sol. Y despus: Va­mos a salir por esa puerta, Richie, muchacho. T y yo. Muy dere­chos y an ms orgullosos.

El pasillo al que daba el bar Garza y que conduca al comedor le record los decorados de los viejos espectculos del barrio antiguo, donde reinaba el desorden y la suciedad. Aqu el suelo se inclinaba hacia la izquierda o hacia la derecha o formaba dos montculos como las jorobas de un camello. El Talismn iluminaba la penumbra como la linterna ms grande del mundo.

Empuj -la puerta del comedor y vio a Richard tendido en el suelo y hecho un lo con el mantel. Le sala sangre de la nariz. Al acercarse, vio que una de las pstulas se haba abierto y unos gusanos blancos salan de ella y se arrastraban por las mejillas de Richard. En aquel instante, uno sali de la larva sobre su nariz.

Richard grit, con un sonido dbil e incoherente como un es­tertor, y se lo arranc. Fue el grito de alguien que agoniza de dolor.

Bajo su camisa pululaban aquellos bichos, hinchndola y arru­gndola.

Jack corri, tropezando, hacia l... y la araa, colgada en las tinieblas, escupa a ciegas su veneno.

Maldito ladrn! —farfull con su voz de insecto, lastimera y montona—. Oh, maldito ladrn, devulvelo a su sitio, devul­velo a su sitio!

Sin pensarlo, Jack levant el Talismn. ste proyect sus puros y blancos destellos —fuego de arco iris— y la araa se arrug y ennegreci. En cuestin de un segundo se convirti en un trozo minsculo de carbn humeante que oscil y al final se detuvo en el aire.

No haba tiempo de abstraerse ante este portento. Richard estaba moribundo.

Jack se acerc a l, se arrodill a su lado y apart el mantel como si fuera una sbana.

—Por fin lo hemos conseguido, compinche —murmur, inten­tando no ver los gusanos que salan a rastras de la carne de Ri­chard. Levant el Talismn, pens un momento y entonces lo puso sobre la frente de Richard. ste grit con desesperacin y se contorsion para esquivarlo, pero Jack le sujet ponindole el brazo sobre el pecho y no fue difcil dominarle. Los gusanos que se quemaron bajo el Talismn despidieron un horrible tufo.

Y ahora qu? Puedo hacer algo ms, pero, qu?

Mir a su alrededor y pos la vista sobre la canica verde que dejara en poder de Richard, la canica que era un espejo mgico en el otro mundo. Ante sus ojos rod por s sola unos dos metros y luego se detuvo. Rod, s; rod porque era una canica y las ca­nicas ruedan. Son redondas, redondas como el Talismn.

En su mente aturdida se hizo la luz.

Sin soltar a Richard, Jack hizo rodar lentamente el Talismn a lo largo de su cuerpo. Cuando lleg al pecho, Richard dej de luchar. Jack crey que se haba desmayado, pero una rpida ojeada le demostr que no era as. Richard le miraba con una incipiente comprensin...

... y ios granos de su cara haban desaparecido! Los chicho­nes duros y rojos estaban palideciendo!

—Richard! —exclam, riendo como un loco—. Richard, mira esto! Buana hacer magia!

Hizo rodar despacio el Talismn por el vientre de Richard, di­rigindolo con la palma. El Talismn resplandeca y cantaba una clara y muda sinfona de salud y curacin. Lo baj hasta la ingle;

entonces junt las piernas de Richard y lo pas por el hueco que quedaba entre ellas hasta los tobillos. El Talismn resplandeca, primero con luz azulada... despus roja... amarilla... y verde como la hierba de los prados en junio.

Y -al final volvi a ser blanca.

—Jack —susurr Richard—. Es esto lo que hemos venido a buscar?

—S.

—Es hermoso —dijo Richard, y aadi, vacilante—: Puedo

sostenerlo?

Jack experiment un sbito sentimiento de mezquindad. Apret contra s el Talismn durante unos segundos. No! Podras rom­perlo! Adems, es mo! He atravesado todo el pas por l! He luchado contra los caballeros por l! No puedes cogerlo! Es mo! Mo! M...!

Sinti de repente que el Talismn irradiaba en sus manos un fro terrible y durante un momento —un momento ms temible para Jack que todos los terremotos de todos los mundos pasados o futuros— se tino de un negro gtico. Su luz blanca se extingui y en su rico y portentoso interior tanatrpico vio el hotel negro.

Los smbolos cabalsticos —lobo, cuervo y estrella genital retor­cida— volvieron a ser torrecillas, almenas y aleros, hinchados como verrugas llenas de espesos y malignos jugos.

Querras ser el nuevo Agincourt? —murmur el Talismn—. Incluso un muchacho puede convertirse en hotel... si tal es su deseo.

Oy con claridad la voz de su madre en la cabeza: Si no quieres compartirlo, Jack-O, si no te atreves a confiarlo a tu amigo, ser mejor que te quedes donde ests. Si no te atreves a compartir el premio —a arriesgarlo—, no te molestes siquiera en volver a casa. Los chicos oyen esta misma cantinela toda su vida, pero cuando llega la hora de estar a la altura o cerrar el pico, nunca es la misma, verdad? Si no eres capaz de compartirlo, djame morir, compaero, porque no quiero vivir a este precio.

El peso del Talismn se le antoj de pronto inmenso, el peso de muchos cuerpos muertos. Sin embargo, Jack pudo levantarlo y ponerlo en las manos de Richard, que a pesar de ser blan­cas y esquelticas, lo sostuvieron con facilidad y Jack comprendi que la sensacin de peso haba sido producto de su imaginacin, de su mezquindad retorcida y enfermiza. Cuando el Talismn volvi a centellear con su gloriosa luz blanca, Jack sinti des­vanecerse la oscuridad de su propio interior. Se le ocurri vaga­mente que slo se puede expresar la propiedad de una cosa re­nunciando libremente a ella... pero este pensamiento se esfum en seguida.

Richard sonri y la sonrisa embelleci su cara. Jack haba visto sonrer a Richard muchas veces, pero en esta sonrisa haba una paz que antes no estaba presente, una paz que escapaba a su comprensin. Vio a la luz blanca y bienhechora del Talismn que el rostro de Richard, aunque todava enfermo y demacrado, se estaba curando. Richard abraz al Talismn como si fuera un nio pequeo y sonri a Jack con los ojos brillantes.

—Si esto es el Expreso de Seabrook Island —dijo—, quiz compre un billete para toda la temporada. Si salimos alguna vez de aqu.

—Te encuentras mejor?

La sonrisa de Richard casi resplandeci como la luz del Ta­lismn.

Mundos mejor —contest—. Ahora aydame a levantarme, Jack.

Jack se dispuso a cogerle por el hombro. Richard le alarg el Talismn.

—Ser mejor que lo cojas antes. An estoy dbil y l quiere volver contigo. Lo siento.

Jack lo cogi y ayud a Richard a levantarse. Richard le pas un brazo por el cuello.

—Listo... compinche?

S —dijo Richard—. Listo. Pero tengo la impresin de que la ruta por mar est descartada, Jack. Creo que he odo derrum­barse la terraza durante el gran fragor.

—Saldremos por la puerta principal —anunci Jack—. Aunque Dios tendiera un puente sobre el ocano, desde las ventanas hasta la playa, yo saldra por la puerta principal. No estamos huyendo de este lugar, Richie; salimos como huspedes de pago. Tengo la sensacin de haber pagado mucho. Qu crees t?

Richard extendi su mano delgada, con la palma para arriba. An quedaban algunas manchitas rojas.

—Creo que debemos intentarlo —respondi—. Chcala, Jacky. Jack descarg la palma sobre la de Richard y ambos se diri­gieron hacia el pasillo; Richard segua con el brazo en tomo al

cuello de Jack.

A medio camino del vestbulo, Richard se fij en los escombros

de metal.

—Qu diablos es esto?

—Latas de caf —sonri Jack—. De la mejor clase.

—Jack, qu diablos significa est...?

—Olvdalo, Richard —contest Jack. Sonrea y segua sintin­dose feliz, pero aun as la tensin volva a entumecer su cuerpo. El terremoto haba pasado... pero no del todo. Ahora los esperaba Morgan. Y Gardener.

No importa. Que ocurra lo que tenga que ocurrir. Llegaron al vestbulo y Richard mir con asombro las esca­leras, el destrozado mostrador de recepcin, los trofeos y los ban­derines cados. La cabeza disecada de un oso negro tena el hocico insertado en un casillero de cartas, como oliendo algo bueno... miel, quiz.

—Caramba —exclam Richard—. Casi no ha quedado nada

entero.

Jack condujo a Richard hacia la puerta de doble batiente y observ la mirada vida que su amigo dirigi a la pequea franja de luz solar.

—Ests realmente preparado para esto, Richard?

—S.

—Tu padre est ah fuera.

—No, no est. Ha muerto. Lo nico -que queda de l es su... cmo lo llamas? Su Gemelo.

—Oh.

Richard asinti con la cabeza. A pesar de la proximidad del Talismn, volva a parecer exhausto.

—Si.

—Es probable que se organice una buena pelea.

—Bueno, har lo que pueda.

—Te quiero, Richard. Richard sonri dbilmente.

—Yo tambin te quiero, Jack. Ahora salgamos antes de que pierda el valor.

9

Sloat crea realmente tenerlo todo bajo control: la situacin, claro, pero an ms importante, a s mismo, y continu creyndolo hasta que vio a su hijo, dbil, enfermo, pero todava vivo, salir del hotel negro con el brazo al cuello de Jack Sawyer y la cabeza apoyada en su hombro.

Sloat tambin crea tener por fin bajo control sus sentimientos hacia el chico de Phil Sawyer —su furia anterior haba sido la causa de que Jack se le escapara de las manos, primero en el pabelln de la Reina y despus en el medio oeste; por todos los diablos, haba cruzado Ohio sin sufrir ningn dao— y Ohio estaba a un paso de Orris, la otra fortaleza de Morgan. Pero la furia le haba inducido a actuar sin el menor control y el mu­chacho se le haba escurrido. Despus consigui reprimirla, pero ahora volva a surgir con mpetu maligno y desenfrenado. Era como si alguien hubiese aadido queroseno a un incendio casi extinguido.

Su hijo, todava vivo. Su amado hijo, a quien pensaba legar el gobierno de mundos y universos, apoyado en el hombro de Sawyer.

Y esto no era todo. En las manos de Sawyer brillaba y refulga el Talismn, como una estrella cada sobre la tierra. Sloat poda sentirlo incluso desde aqu; era como si el campo de gravitacin del planeta se hubiera acrecentado de repente, empujndole hacia abajo, haciendo palpitar con fuerza su corazn; como si el tiem­po se hubiera acelerado, resecando su carne y velando sus ojos.

Duele! —gimi a su lado Gardener.

La mayora de Lobos que haban sobrevivido al terremoto y estaban agrupados en torno a Morgan, se apartaban ahora con las manos en la cara. Un par de ellos vomitaba con violencia.

Morgan sinti un pavor momentneo... y entonces la furia, la excitacin y la locura alimentadas por sus grandiosos sueos de poder absoluto derribaron la estructura de su autodominio.

Se llev los pulgares a las orejas y los introdujo en ellas hasta hacerse dao. Entonces sac la lengua y mene los dedos en di­reccin a Jack el Sucio Hijo de Puta y Vctima Inminente Sawyer. Al cabo de un momento sus dientes superiores bajaron como un teln y cortaron la punta de su lengua, pero Sloat apenas lo not, pues estaba agarrando a Gardener por el chaleco antibalas.

El rostro de Gardener expresaba un terror demente.

—Han salido, LO tiene, Morgan... mi seor... debemos huir... debemos huir...

—MTALE! —le grit Morgan—. MTALE DE UN TIRO, MALDITO MARICN ETOPE, L MAT A TU HIJO! MTALE Y DESTRUYE EL MALDITO TALISMN! DISPRALE A LOS BRAZOS Y RMPELO!

Ahora Sloat empez a bailar por delante de Gardener con una mueca horrible en la cara, los pulgares otra vez en las orejas, los dedos menendose a ambos lados de la cabeza y la lengua am­putada entrando y saliendo de su boca como uno de aquellos silba­tos de cotilln que se desenrollan con un pitido. Pareca un nio con instintos asesinos... cmico y al mismo tiempo espantoso.

—MAT A TU HIJO! VENGA A TU HIJO! MTALE! MA­TASTE A SU PADRE, MTALE A L AHORA!

—Reuel —dijo Gardener con acento pensativo—. S, mat a Reuel. Es el bastardo ms malvado que ha vivido jams. Todos los chicos. Axiomtico. Pero l... l...

Se volvi hacia el hotel negro y levant el Weatherbee hasta su hombro. Jack y Richard haban llegado al final de la retorcida escalinata de entrada y se disponan a enfilar la ancha avenida,lisa hasta haca unos minutos y ahora llena de agujeros. Vistos a travs del punto de mira, los dos muchachos eran grandes como caravanas.

—MTALE! —vocifer Morgan, sacando otra vez la lengua en­sangrentada y profiriendo un horrible y triunfante sonido de par­vulario: Yadda-yadda-yadda-yah! Sus pies, calzados con sucias zapatillas de Gucci, saltaban arriba y abajo. Uno de ellos pis la punta cortada de su lengua y la hundi ms en la arena.

—MTALE! MTALE! —aull Morgan.

La boca del Weatherbee describi pequeos crculos, como cuando Gardener apuntaba al caballo de caucho. Por fin se detuvo. Jack llevaba el Talismn apretado contra su pecho; el hilo del retculo apuntaba a su luz circular y centelleante. El proyectil lo atravesara por el centro, destrozndolo, y el sol se volvera ne­gro... pero antes —pens Gardener— ver explotar el pecho del chico ms malo de todos.

Es carne muerta —murmur Gardener, apretando el gatillo del Weatherbee.

10

Richard levant la cabeza con un gran esfuerzo y el reflejo del sol deslumhr sus ojos.

Dos hombres. Uno con la cabeza un poco ladeada, el otro eje­cutando una especie de baile. De nuevo aquel rayo de sol y Richard comprendi. Comprendi... y vio que Jack miraba hacia el lugar equivocado, hacia las rocas donde yaca Speedy.

Jack, cuidado! —grit.

Jack mir a su alrededor, sorprendido.

—Qu...?

Sucedi con rapidez y Jack se lo perdi completamente. Richard lo vio y lo comprendi, pero nunca pudo explicarlo con exactitud a Jack. El rayo de sol volvi a esquivar el punto de mira del rifle; esta vez el reflejo cay de pleno en el Talismn y el Talismn lo proyect directamente hacia el tirador. Esto fue lo que Richard cont ms tarde a Jack, pero fue como decir que el edificio del Empire State tiene varios pisos.

El Talismn no se limit a reflejar el rayo de sol; lo aument, de algn modo y envi una gruesa franja de luz como un rayo mortal en una pelcula sobre el espacio. Permaneci en el aire slo un segundo pero qued grabada en la retina de Richard du­rante casi una hora, primero blanca y despus verde, azul y, final­mente, al desvanecerse, amarilla como la luz del sol.

11

—Es carne muerta —murmur Gardener y, de repente, el punto de mira se convirti en una llamarada. Las gruesas lentes se hi­cieron aicos. Trozos de cristal rundido y humeante se clavaron en el ojo derecho de Gardener. Los proyectiles del cargador del Weatherbee explotaron, partiendo el arma en dos. Uno de los fragmentos de metal amputaron la mayor parte de la mejilla de­recha de Gardener. Otros pedazos de acero volaron en remolino alrededor de Sloat, dejndole increblemente indemne. Slo que­daban tres Lobos y ahora dos de ellos echaron a correr. El tercero yaca muerto boca arriba, con los ojos fijos en el cielo. El gatillo del Weatherbee estaba clavado entre sus ojos.

—Qu? —chill Morgan, abriendo la boca sanguinolenta—. Qu? Qu?

Gardener tena el aspecto grotesco de Wile E. Coyote en los dibujos animados de Roadrunner despus de que fallara uno de sus artilugios de la Compaa Acm.

Tir el resto del arma y Sloat vio que a la mano izquierda de Gard le faltaban todos los dedos.

Gardener se sac la camisa del pantaln con gestos delicados y femeninos de su mano derecha. En la cintura llevaba una funda de cuchillo, estrecha y tina, de piel de cabritilla; Gardener extrajo de ella un mango de marfil, ribeteado de acero. Apret un botn y sali disparada una hoja delgada de diecisiete centmetros de longitud.

—Malo —murmur—, malo! —Empez a levantar la voz—. Todos los chicos! Malos! Es axiomtico! ES AXIOMTICO! —Ech a correr hacia la avenida del Agincourt, donde estaban Jack y Richard y su voz continu alzndose hasta que fue un chillido estridente y febril.

—MALO! MALVADO! MALO! MALVADO! MAAALO! jMAA...! Morgan permaneci quieto un momento ms y entonces agarr la llave que colgaba de su cuello. Dio la impresin de que al co­gerla, agarraba tambin sus propios pensamientos fugaces, do­minados por el pnico.

Ir adonde est el viejo negro. Y all es donde lo coger.

MAAAAAAAAAA...! —chillaba Gardener, empuando el cu­chillo asesino por delante de l mientras corra.

Morgan dio media vuelta y ech a correr hacia la playa. Era vagamente consciente de que todos los Lobos haban huido. No le importaba.

Se encargara l solo de Jack Sawyer... y del Talismn.

captulo 45

EN EL QUE MUCHAS COSAS SE RESUELVEN EN LA PLAYA

1

Sol Gardener corra como un demente en direccin a Jack, con el rostro mutilado chorreando sangre. Era presa de una locura total. Bajo un sol brillante y abrasador por primera vez en varias d­cadas, Point Venuti era una ruina de edificios derrumbados, cae­ras rotas y aceras levantadas como libros inclinados sobre un estante. Aqu y all yacan diseminados libros reales, con las cu­biertas rotas ondeando sobre la tierra removida. Detrs de Jack, el Hotel Agincourt profiri algo semejante a un espantoso gemido y en seguida Jack oy el sonido de mil listones de madera cayendo uno sobre otro, de paredes desplomndose en medio de una lluvia de astillas y polvo de yeso. El muchacho era vagamente cons­ciente de la figura de Morgan Sloat, corriendo como un abejorro hacia la playa, y comprendi con una punzada de inquietud que su adversario se diriga hacia Speedy Parker... o su cadver.

—Tiene un cuchillo, Jack —murmur Richard. La mano destrozada de Gardener manchaba de sangre su ca­misa de seda, antes inmaculada.

MALVAAAAADO! —chill, con voz debilitada por los cons­tantes embates del agua contra la orilla y el ruido de la destruc­cin, que continuaba con intermitencias—. MAAAAAAAA...!

—Qu vas a hacer? —pregunt Richard.

—Cmo puedo saberlo? —contest Jack. Era la respuesta mejor y ms veraz que poda ofrecer.

No tena idea de cmo vencer a este loco. Pero le vencera, estaba seguro. Tendras que haber matado a los dos hermanos Ellis, se dijo para sus adentros.

Gardener corra por la arena, sin dejar de gritar. Se encontraba todava a bastante distancia, a medio camino entre el final de la valla y la fachada del hotel. Una mscara roja cubra la mitad de su cara. De su mano izquierda, intil, caa un continuo re­guero de sangre sobre la arena. La distancia entre el loco y los muchachos pareca disminuir por segundos. Estara ya en la playa Morgan Sloat? Jack senta una urgencia semejante a la del Talismn, que le empujaba hacia delante, siempre hacia de­lante.

—Malo! Axiomtico! Malol —gritaba Gardener.

—Salta! —dijo Richard con voz fuerte ... y Jack

dio un paso lateral

como haba hecho en el hotel negro.

Y entonces se encontr delante de Osmond bajo la luz abra­sadora de los Territorios. La mayor parte de su seguridad le abandon de improviso. Todo era igual, pero todo era diferente. Saba, sin mirar, que a sus espaldas haba algo mucho peor que el Agincourt; nunca haba visto el exterior del castillo en que se converta el hotel en los Territorios, pero supo de repente que por las grandes puertas delanteras sala una lengua que se desen­roscaba hacia l... y que Osmond les empujara a ambos hacia aquella lengua.

Osmond llevaba un parche sobre el ojo derecho y un guante manchado en la mano izquierda. Las complicadas colas de su l­tigo saltaron desde su hombro.

—Ah, s —silb y susurr a medias—. Este chico. El chico del capitn Farren.

Jack apret el Talismn contra su vientre en un gesto pro­tector. Las colas del ltigo se deslizaron por el suelo, tan sensibles a los ms insignificantes giros de mano y mueca de Osmond como un caballo de carreras a la mano del jockey. De qu le sirve a un muchacho ganar una bola de cristal si pierde el mundo? El ltigo casi pareci levantarse del suelo. DE NADA! DE NADA! El olor verdadero de Osmond, de podredumbre, suciedad y corrupcin oculta, se propag con fuerza y su rostro demacrado y demente dio la impresin de rizarse, como si un rayo lo hubiese atravesado por dentro. Sonri amplia y huecamente y levant el ltigo a la altura del hombro.

—Pene de cabra —dijo, casi con fruicin. Las colas del ltigo bajaron, silbando, hacia Jack, que retrocedi, aunque no lo bas­tante lejos, con repentino y profundo pnico.

La mano de Richard le agarr por el hombro cuando volvi a saltar y el horrible sonido, casi burln, del ltigo se esfum instantneamente en el aire.

El cuchillo!, oy decir a Speedy.

Luchando contra sus instintos, Jack entr en el espacio donde haba estado el ltigo, en vez de dar un paso atrs, como le exiga casi todo su ser. La mano de Richard le solt el hombro y la voz de Speedy se extingui como un gemido. Jack apret el resplande­ciente Talismn contra su pecho con la mano izquierda y alarg la derecha. Sus dedos se cerraron mgicamente en torno a una mueca huesuda.

Sol Gardener ri entre dientes.

—JACK! —grit Richard a sus espaldas.

Volva a estar en este mundo, bajo una luz intensa y puri­ficadera, y la mano de Sol Gardener que sostena el cuchillo se ex­tenda hacia l. El rostro destrozado de Sol Gardener se hallaba a pocos centmetros del suyo. Envolva a ambos un hedor de basu­ra y de animales muertos haca tiempo en la carretera.

—De nada —dijo Gardener—. Quieres entonar el aleluya? —Acerc ms el elegante y letal cuchillo y Jack consigui man­tenerlo a raya.

—JACK! —volvi a gritar Richard.

Sol Gardener le miraba fijamente, con los ojos brillantes de un pjaro, adelantando ms el cuchillo.

No sabes lo que hizo Sol? —pregunt la voz de Speedy— Todava no lo sabes?

Jack mir directamente al ojo desvariado de Gardener. S.

Richard se abalanz sobre ellos, dio una patada a Gardener en el tobillo y le asest un dbil puetazo en la sien.

—Mataste a mi padre —acus Jack. El nico ojo de Gardener centelle.

—Y t mataste a mi hijo, bastardo malvado!

—Morgan Sloat te mand matar a mi padre y t lo hiciste. Gardener adelant el cuchillo unos cinco centmetros. Un gran cogulo de sustancia amarilla y una burbuja de sangre brotaron del agujero que haba sido su ojo derecho.

Jack grit, de horror, rabia y todos los sentimientos largo tiempo reprimidos de abandono e indefensin, posteriores a la muerte de su padre. Vio que haba dirigido hacia arriba la mano de Gardener que empuaba el cuchillo y volvi a gritar. Gardener golpe el brazo izquierdo de Jack con su mano izquierda despro­vista de dedos. Jack casi haba logrado retorcer la mueca de Gardener cuando la sinti, chorreando de sangre, entre su propio pecho y brazo. Richard continuaba golpeando a Gardener, pero ste ya tena la mano sin dedos muy cerca del Talismn. Levant la cara al nivel de la de Jack.

Aleluya —murmur.

Jack se volvi en redondo, empleando ms fuerza de la que se crea capaz, y se lanz sobre la mano de Gardener. La otra, la que careca de dedos, vol hacia un lado. Jack estruj la mueca de la mano que sostena el cuchillo y sinti los tendones tirantes. Poco despus cay el cuchillo, ahora tan inofensivo como la palma sin dedos que golpeaba una y otra vez las costillas de Jack. El muchacho esquiv a Gardener, ponindose fuera de su alcance, y Gardener se tambale.

Ahora alarg el Talismn hacia Gardener. Richard gimi:

Qu haces? Pero estaba bien hecho, bien hecho. Jack avanz hacia Gardener, que segua mirndole con ojos brillantes, aunque con menos seguridad, y extendi el Talismn hacia l. Gardener sonri, mientras otra burbuja de sangre se asomaba a la cuenca de su ojo, y estir de repente la mano hacia el Talismn, aga­chndose al mismo tiempo para recuperar el cuchillo. Jack se aba­lanz y roz la piel de Gardener con la piel clida y estriada del Talismn. Como con Reuel. Entonces retrocedi de un salto.

Gardener aull como un animal herido. El trozo de piel que haba entrado en contacto con el Talismn se ennegreci y luego se convirti en un lquido que empez a brotar lentamente de su crneo. Jack retrocedi otro paso. Gardener cay de rodillas. Toda la piel de su cabeza se torn crea y al cabo de medio segundo slo un crneo reluciente sobresala del cuello de la camisa rota.

Ya he terminado contigo —pens Jack—. Por fin!

2

Ya est —dijo Jack, sintindose lleno de una enorme confianza—. Vamos a por l, Richie. Vamos...

Mir a Richard y vio que su amigo estaba a punto de derrum­barse otra vez. Se tambaleaba sobre la arena, con los ojos entor­nados y ausentes.

—Bien pensado, quiz sea mejor que no intervengas en esto

—sugiri Jack.

Richard mene la cabeza.

—Ir contigo, Jack. Seabrook Island. Hasta el final... hasta el ltimo momento.

—Quiz tenga que matarlo —advirti Jack—. Es decir, si puedo. Richard mene la cabeza con terca insistencia.

—A mi padre, no. Ya te lo he dicho. Mi padre ha muerto. Si me abandonas, te seguir a rastras. A rastras por encima de la inmundicia dejada por ese individuo, si es necesario.

Jack mir hacia las rocas. No poda ver a Morgan, pero no du­daba de que se encontraba all. Y si Speedy an viva, Morgan poda estar ahora mismo tomando medidas para remediar esta situacin.

Intent sonrer, pero no lo consigui.

—Piensa en los grmenes que podras atrapar. —Vacil un momento ms y entonces alarg de mala gana el Talismn a Richard—. Te llevar a cuestas, pero t tendrs que sostener esto. No dejes caer la bola, Richard. Si se cae... Qu era lo que haba dicho Speedy?

—Si se cae, todo estar perdido.

—No la soltar.

Jack puso el Talismn en las manos de Richard y de nuevo ste pareci mejorar con su contacto... aunque menos que antes. Su palidez era terrible. Baada por el brillante resplandor del Talismn, su cara pareca la de un nio muerto iluminada por el flash de un fotgrafo de la polica.

Es el hotel. Le est envenenando.

Pero no era el hotel; no del todo. Era Morgan quien le estaba envenenando.

Jack dio media vuelta y descubri que era reacio a perder de vista al Talismn, aunque slo fuese por un momento. Inclin la espalda y form estribos con las manos.

Richard mont sobre su espalda, sosteniendo el Talismn con una mano y agarrado al cuello de Jack con la otra. Jack le abraz los muslos.

Es ligero como una pluma. Tiene su propio cncer; lo ha tenido toda su vida. La maldad de Morgan Sloat es radiactiva y Richard se muere a causa de sus efectos.

Empez a correr hacia las rocas detrs de las cuales yaca Speedy, consciente de la luz y el calor del Talismn que llevaba sobre la espalda.

3

Rode corriendo el lado izquierdo de las rocas con Richard a cuestas, todava lleno de aquella confianza insensata... y pronto comprendi esta insensatez, de un modo repentino y brusco. Una pierna rechoncha y cubierta por una tela de lana marrn (y justo debajo de la vuelta del pantaln Jack atisbo un calcetn a juego de nailon marrn) sali de improviso de la primera roca como una barrera de peaje.

Mierda! —grit la mente de Jack—. Te estaba esperando! Eres un perfecto estpido!

Richard lanz una exclamacin. Jack intent detenerse, pero no pudo.

Morgan le hizo la zancadilla con la facilidad con que un cole­gial pendenciero se la hace a un chico ms pequeo en el patio de la escuela. Despus de Smokey Updike, y Osmond, y Gardener, y Elroy, y algo parecido a un cruce entre un caimn y un tanque, slo haca falta un obeso e hipertenso Morgan Sloat agazapado detrs de una roca, esperando a un muchacho demasiado confiado llamado Jack Sawyer, para abalanzarse sobre l y derribarle.

—Yiyyyy! —grit Richard cuando Jack tropez y cay hacia delante. Vio vagamente cmo sus dos sombras juntas caan ha­cia el lado izquierdo... parecan tener tantos brazos como un dolo hind. Sinti desplazarse el peso psquico del Talismn, primero a un lado y despus a otro.

—CUIDADO CON L, RICHARD! —grit Jack.

Richard cay por encima de la cabeza de Jack, con los ojos enormes y horrorizados. Los msculos de su cuello sobresalan como cuerdas de piano. Sostuvo el Talismn en alto mientras caa, con las comisuras de los labios hacia abajo en una mueca deses­perada. Dio de cara contra el suelo como el cono delantero de un cohete defectuoso. La arena del lugar donde yaca Speedy no era en realidad tal, sino una mezcla de pequeas piedras, guijarros y conchas y Richard cay contra una piedra afilada por el terre­moto. Se oy un ruido sordo. Durante un momento, Richard pareci un avestruz con la cabeza enterrada en la arena. Su tra­sero, embutido en sucios pantalones de algodn, se mova de un lado a otro en el aire. En otras circunstancias —circunstancias no acompaadas por aquel terrible ruido sordo, por ejemplo—, habra sido una postura cmica, digna de una instantnea: Richard el Racional Jugando en la Playa. Pero no era nada gracioso. Las manos de Richard se abrieron lentamente... y el Talismn rod un metro por la suave pendiente de la playa y se detuvo, refle­jando nubes y cielo, no sobre su superficie, sino en su interior levemente iluminado.

Richard! —grit de nuevo Jack.

Morgan estaba detrs de l, pero Jack le olvid momentnea­mente. Toda su confianza se haba desvanecido en el instante en que aquella pierna embutida en el pantaln de lana marrn se haba extendido delante de l como una barrera de peaje. Enga­ado como un nio en el patio de un parvulario y Richard... Richard estaba...

—Rich...

Richard dio media vuelta y Jack vio que su pobre rostro cansado estaba cubierto de sangre. Un trozo de cuero cabelludo penda casi hasta el ojo en forma triangular, como una vela des­hilacliada. Jack vio los pelos de debajo, rozando la sien de Richard como hierba rubia... y en el lugar antes cubierto por aquella piel reluca el crneo desnudo de Richard Sloat.

—Se ha roto? —pregunt Richard, con la voz aguda como un grito—. Jack, se ha roto al caer yo?

Est bien, Richie... est...

Los ojos ribeteados de rojo de Richard se abrieron mucho al ver algo detrs de Jack.

Jack! Jack, cuidado...!

Algo parecido a un ladrillo de cuero —una de las zapatillas de Gucci de Morgan Sloat— descarg entre las piernas de Jack y sobre sus testculos. Era un golpe certero y Jack se acurruc, sin­tiendo de repente el mayor dolor de su vida, un tormento fsico mayor del que jams haba imaginado. Ni siquiera poda gritar.

—Est bien —dijo Morgan Sloat—, pero en cambio t no tienes tan buen aspecto, Jacky, muchacho.

En

absoluto.

Y ahora el hombre que avanzaba lentamente hacia Jack —avan­zaba lentamente porque estaba saboreando la situacin— era un hombre al que Jack nunca haba sido debidamente presentado. Fue una vez una cara blanca ante la ventanilla de una gran diligencia negra unos momentos, una cara de ojos oscuros que en cierto modo intua su presencia; fue una forma vaga y cambiante irrum­piendo en la realidad del campo donde l y Lobo hablaban de maravillas tales como hermanos de carnada y la gran luna del celo; fue una sombra en los ojos de Anders.

Pero jams haba visto realmente a Morgan de Orris hasta ahora, pens Jack. Y l era todava Jack, Jack con un par de sucios pantalones de algodn de la ciase que uno espera ver en un culi asitico y sandalias de cuero, pero no Jason, sino Jack. Su escroto era un gran grito de dolor congelado.

El Talismn estaba a diez metros de distancia, proyectando su flgido resplandor sobre una playa de arena negra. Richard no estaba all, pero este hecho no fue registrado hasta ms tarde por la mente consciente de Jack.

Morgan llevaba una capa azul oscuro sujeta en el cuello por un broche de plata repujada. Sus pantalones eran de la misma lana fina que los de Sloat, slo que aqu estaban metidos dentro de unas botas negras.

Este Morgan caminaba con un ligero cojeo y su pie deforme dejaba una lnea de cortos guiones en la arena. El broche de plata de su capa oscilaba cuando se mova y Jack se dio cuenta de que el objeto no tena nada que ver con la capa, la cual se cerraba con un cordn sencillo y oscuro, sin adornos. El broche era una especie de colgante. Se le ocurri que poda ser un diminuto palo de golf, un adorno como los que suelen lucir las mujeres en una pulsera o colgado del cuello, slo porque es divertido. Pero cuando Sloat se acerc ms, vio que era demasiado alargado y no terminaba en una curva, sino en punta.

Pareca un lanzarrayos.

—No, no tienes muy buen aspecto, muchacho —dijo Morgan de Orris. Se aproxim adonde Jack yaca gimiendo y sujetndose el escroto con las piernas encogidas. Se inclin, apoy las manos en las rodillas y estudi a Jack como estudiara un hombre a un animal que acabase de atrepellar con su coche. Un animal poco interesante, como una marmota o una ardilla—. En absoluto.

Se inclin un poco ms.

—Has sido un gran problema para m —aadi Morgan de Orris, acercndose an ms— y has causado mucho dao. Pero al final...

—Creo que me muero —murmur Jack.

—Todava no. Oh, ya s que da esta impresin pero, creme, an no vas a morirte. Dentro de unos minutos sabrs qu se siente de verdad cuando uno se muere.

—No... es cierto... estoy destrozado... por dentro —gimi Jack—. Agchate ms... quiero decirte... quiero... suplicarte...

Los ojos oscuros de Morgan centellearon en su plida cara. Tal vez fue la idea de Jack suplicndole. Inclin la cabeza hasta casi tocar el rostro de Jack con el suyo. Jack haba encogido las pier­nas por el dolor, pero ahora las estir como una exhalacin hacia arriba. Durante un momento le pareci que una hoja oxidada le rasgaba la carne desde los genitales hasta el estmago, pero el ruido de sus sandalias golpeando la cara de Morgan, partindole los labios y aplastndole la nariz, le compens con creces del dolor.

Morgan de Orris retrocedi agitando los brazos y chillando de rabia y sorpresa; la capa onde como las alas de un gran mur­cilago.

Jack se puso en pie. Por un momento vio el castillo negro —era mucho mayor que el Agincourt; de hecho, pareca ocupar hect­reas enteras— y en seguida corri hacia el inconsciente (o muer­to!) Parkus. Se lanz sobre el Talismn, que resplandeca tran­quilamente sobre la arena y, mientras corra,

salt de nuevo

a los Territorios americanos.

Oh, bastardo! —rugi Morgan Sloat—. Pequeo y maldito bastardo, la cara, la cara, me ha destrozado la cara!

Se oy un chisporroteo y un olor como de ozono. Un brillante rayo blanquiazul pas por el lado derecho de Jack, fundiendo la arena como si fuese vidrio.

Entonces cogi el Talismn... volva a tenerlo! El terrible y palpitante dolor en el escroto empez a disminuir inmediatamente. Se volvi hacia Morgan con la bola de cristal levantada en sus manos.

A Morgan Sloat le sangraba el labio y se tocaba la mejilla;

Jack dese haberle roto unos cuantos dientes como propina. En la otra mano de Sloat, extendida en una curiosa imitacin de la propia postura de Jack, estaba aquel objeto parecido a una llave que acababa de enviar un rayo sobre la arena, muy cerca del muchacho.

Jack se apart a un lado, con los brazos estirados delante de l, mientras el Talismn cambiaba sus colores internos como una mquina de fabricar arco iris. Pareca comprender que Sloat se encontraba cerca, porque la gran bola de cristal estriado haba empezado a entonar una especie de zumbido casi inaudible que Jack senta —ms que oa— como un hormigueo en las manos. Una franja de blancura brillante y clara se abri en el Talismn como un rayo de luz por toda su parte central y Sloat salt hacia un lado y apunt con la llave a la cabeza de Jack mientras se secaba la sangre del labio inferior.

—Me has hecho dao, pequeo bastardo —dijo—. No creas que esa bola de cristal podr ayudarte ahora. Su futuro es algo ms corto que el tuyo propio.

—Entonces, por qu te da miedo? —pregunt el muchacho, extendindolo de nuevo hacia delante.

Sloat se apart ms, como si el Talismn tambin pudiera lan­zar rayos mortferos. Ignora qu es capaz de hacer —comprendi Jack—; en realidad no sabe nada de l, slo sabe que lo quiere.

Djalo caer ahora mismo —orden Sloat—: Sultalo, peque­o embustero o te volar la cabeza. Djalo caer.

—Tienes miedo —dijo Jack—. Ahora que el Talismn est de­lante de ti, tienes miedo de acercarte para cogerlo.

—No necesito acercarme para cogerlo —replic Sloat—, lo sabes, maldito Pretendiente? Sultalo. Prefiero ver cmo lo rom­pes t, Jacky.

—Ven a buscarlo, BIoat —insisti Jack, sintindose dominado por una oleada de furor. Jacky. Detestaba or en la hmeda boca de Sloat el diminutivo que usaba su madre—. Yo no soy el hotel negro, Bloat, slo soy un muchacho. No puedes cogerle a un muchacho una bola de cristal? —Era muy claro para l que es­taban igualados mientras el Talismn se hallara en su poder. Una chispa azul oscuro, vibrante como uno de los demonios de An-ders, se encendi y apag en el centro del Talismn, siendo segui­da inmediatamente por otra. Jack continuaba sintiendo aquel potente zumbido que emanaba del corazn de la bola de cristal estriado. Haba sido su destino apoderarse del Talismn... Era su misin hacerse con l. El Talismn conoca su existencia desde que naci, pens ahora Jack, y desde entonces le haba esperado para que lo pusiera en libertad. Tena que ser Jack Sawyer y nadie ms—. Ven a cogerlo —desafi a Sloat.

Sloat alarg la llave hacia l, gruendo. La sangre le bajaba por el mentn. Pareci perplejo un instante, frustrado y furioso como un toro en el redil y Jack tuvo que sonrer. Entonces mir de soslayo a Richard, tendido sobre la arena, y la sonrisa desapareci de su rostro. La cara de Richard estaba literalmente cubierta de sangre, que tambin le haba empapado los cabellos.

—Bastardo... —empez, pero haba sido un error desviar la mirada. Una luz candente, azul y amarilla, quem la arena a pocos centmetros de donde se encontraba.

Se volvi hacia Sloat, que dispar otro rayo a sus pies. Jack retrocedi de un salto y el rayo destructor se rundi en un lquido amarillento que al enfriarse se convirti en un largo carmbano de cristal.

—Tu hijo va a morir —dijo Jack.

—Tu madre va a morir —le replic Sloat—. Suelta ese maldito objeto antes de que te corte la cabeza. Vamos, djalo caer.

—Por qu no te vas a frer esprragos? —contest Jack. Morgan Sloat abri la boca y chill, dejando al descubierto una hilera de dientes cuadrados manchados de sangre.

—Freir tu cadver\

La llave apunt a la cabeza de Jack y luego vacil. Los ojos de Sloat brillaron y su mano se alz de modo que la llave qued apuntando al cielo. Una larga madeja de luz pareci brotar del puo de Sloat, ensanchndose a medida que ganaba altura. El cielo se ennegreci. Tanto el Talismn como el rostro de Morgan Sloat resplandecieron en la repentina oscuridad, este ltimo de­bido al reflejo de la luz del Talismn. Jack comprendi que su propio rostro tambin deba estar iluminado por el potente res­plandor. Y en cuanto blandi el refulgente Talismn hacia Sloat, para intentar Dios saba qu —obligarle a soltar la llave, enfure­cerle, subrayar el hecho de que careca de poder—, Jack se dio cuenta de que las habilidades de Morgan Sloat an no haban tocado a su fin. Gruesos copos de nieve cayeron del cielo tenebroso y Sloat desapareci tras una tupida cortina de nieve. Jack oy su risa hmeda.

4

Abandon con un esfuerzo su lecho de invlida y fue hacia la ventana. Contempl la desierta playa de diciembre, slo iluminada por un nico farol en el paseo entablado. De improviso, una ga­viota se pos en el alfizar de la ventana. De un lado del pico le colgaba un trozo de cartlago y en aquel momento Lily pens en Sloat. La gaviota se pareca a Sloat.

La primera reaccin de Lily fue retroceder, pero luego volvi, encolerizada por una idea tan ridicula. Una gaviota no poda pa­recerse a Sloat y tampoco poda invadir su territorio... no estaba bien. Golpe el fro cristal con el dedo. El ave esponj brevemente las alas, pero no levant el vuelo. Y Lily interpret un pensamien­to de su mente fra, lo oy con tanta claridad como si fuera una

onda radioelctrica:

Jack se muere, Lily... Jack se mueeeeeere...

El ave inclin la cabeza y golpe el cristal con el pico con tanta determinacin como el cuervo de Poe.

hueeeeeeeere...

—NO! —grit Lily—. LARGO DE AQU, SLOAT! —Esta vez no se limit a dar golpes en el cristal, sino que descarg el puo contra l, atravesndolo. La gaviota alete, graznando, casi cayn­dose. Un aire glido entr por el agujero de la ventana. _

La mano de Lily goteaba sangre... no, no goteaba, chorreaba sangre. Se haba hecho dos cortes profundos en dos lugares. Se extrajo fragmentos de vidrio de la parte ms carnosa de la palma y despus se sec la mano con el corpino del camisn.

—NO TE ESPERABAS ESTO, VERDAD, BICHO? —grit al pjaro, que volaba describiendo inquietos crculos sobre los jar­dines. Prorrumpi en llanto—. Ahora djale en paz! Djale en paz/ DEJA EN PAZ A MI HIJO!

Estaba cubierta de sangre. Un aire glacial entraba por el cristal roto. Y vio fuera los primeros copos de nieve caer del cielo y re­volotear hacia el blanco resplandor del farol.

5

—Cuidado, Jacky.

Muy quedo; A la izquierda.

Jack se volvi en redondo, sosteniendo el Talismn como si fuera una linterna. Su rayo de luz estaba lleno de copos de nieve.

Nada ms. Oscuridad... nieve... el sonido del ocano.

—El otro lado, Jacky.

Se volvi hacia el lado derecho, resbalando sobre la nieve helada. Ms cerca. Ahora se hallaba ms cerca. Jack levant el Talismn.

—Ven a buscarlo, Bloat!

—No tienes la menor posibilidad, Jack. Te coger cuando se me antoje.

Detrs de l... y todava ms cerca. Pero cuando alz el res­plandeciente Talismn, Sloat no se vea por ninguna parte. La nieve le azotaba la cara. Se le meti en la nariz y le hizo toser.

Sloat ri entre dientes delante de l. Jack retrocedi y casi tropez con Speedy.

—Estoy aqu, Jacky!

Una mano surgi de la oscuridad y tir de la oreja de Jack. Este se volvi en aquella direccin, con el corazn desbocado y los ojos muy abiertos. Resbal y cay sobre una rodilla.

Richard profiri un gemido ronco desde un punto muy pr­ximo.

Arriba, un caonazo de trueno, provocado de alguna manera por Sloat, reson en las tinieblas.

—Tramelo! —desafi Sloat, bailando en la oscuridad de la tormenta mltiple. Hizo chasquear los dedos de la mano derecha y agit la llave en direccin a Jack con la izquierda. Sus gestos eran excntricos y sincopados. Jack pens que Sloat se pareca en cierto modo a un director de orquesta latino de los viejos tiempos, a Xaxier Cugat, tal vez—. Tramelo! Por qu no lo haces? Una galera de tiro, Jack! Un pichn de barro! El viejo to Morgan! Qu dices a esto, Jack? Quieres probarlo? Tira la bola y gana una mueca de trapo!

Y Jack descubri que se haba colocado el Talismn contra el hombro derecho, al parecer con intencin de hacer precisamente aquello. Te est asustando, intenta infundirte pnico, convencerte para que se lo tires, para que...

Sloat se confundi con la oscuridad. La nieve volaba en re­molinos.

Jack, nervioso, mir a su alrededor, pero no pudo ver a Sloat. Quiz se ha largado. Quiz...

Qu pasa, Jacky?

No, an segua all. En alguna parte. A la izquierda.

—Me re cuando muri tu querido papato, Jacky. Me re en su cara. Cuando su motor se par al fin, sent...

La voz trinaba. Se extingui unos momentos y volvi. A la de­recha. Jack gir en dicha direccin, sin comprender qu suceda con los nervios cada vez ms tensos.

—...que mi corazn volaba libre como un pjaro. Volaba as, Jacky, muchacho.

Una-piedra surgi de la oscuridad... dirigida no contra Jack, sino contra la bola de cristal. La esquiv. Vislumbr vagamente a Sloat. Le perdi otra vez.

Una pausa... y Sloat volvi, tocando un nuevo disco.

—Jod a tu madre, Jacky —canturre la voz a sus espaldas. Una mano gorda y caliente le agarr el trasero.

Jack gir en redondo, esta vez casi tropezando con Richard. Unas lgrimas —clidas, dolorosas, indignadas— empezaron a brotarle de los ojos. Las odiaba, pero no poda evitarlas y nada en el mundo poda negarlas. El viento ruga como un dragn en un tnel aerodinmico. La magia est en ti, haba dicho Speedy, pero, dnde estaba la magia ahora? Dnde, oh, dnde, oh, dnde?

No menciones a mi madre!

—La jod muchas veces —aadi Sloat con lenta fruicin. Otra vez a la derecha. Una figura gorda y danzante en la oscu­ridad.

—La foll por invitacin, Jacky!

Detrs de l! Muy cerca!

Jack se volvi y alz el Talismn, que proyect una blanca franja de luz. Sloat bail para esquivarla, pero no antes de que Jack entreviera una mueca de dolor y de ira. Aquella luz haba tocado a Sloat y le haba herido.

No hagas caso de lo que dice; todo son mentiras y t lo sabes. Pero, cmo puede hacer eso? Es como Edgar Bergen. No... es como los indios cuando se acercan a un tren en la penumbra. Cmo puede hacerlo?

Me he chamuscado un poco las patillas, Jacky —dijo Sloat, profiriendo una risita ahogada. Pareca faltarle un poco el aliento, aunque no lo suficiente. No, no lo suficiente. Jack jadeaba como un perro en un clido da de verano, con los ojos desorbitados de tanto buscar a Sloat en la oscura tormenta—. Pero no te lo tendr en cuenta, Jacky. Veamos. De qu hablbamos? Ah, s. De tu madre...

Un pequeo trino... una pausa... y una piedra lleg silbando de la oscuridad y acert a Jack en la sien. Se volvi, pero Sloat se haba esfumado de nuevo, confundindose gilmente con la nieve.

—Me apretaba con sus largas piernas hasta que yo aullaba

para que tuviese piedad de m! —declar Sloat desde detrs de

Jack y desde su derecha—. UAAAAAUUUU!

No le hagas ningn caso, no permitas que te manipule, no... Pero no poda evitarlo. Este hombre obsceno hablaba de su

madre, de su madre.

—Basta! Cllate!

Sloat estaba delante de l ahora... tan cerca que Jack podra haberle visto con claridad a pesar de la tormenta de nieve, pero slo pudo atisbar una forma tenue, como una cara vista de noche bajo el agua. Otra piedra surgi de las tinieblas y dio a Jack en el cogote. Se tambale hacia delante y casi volvi a tropezar con Richard... un Richard que ya empezaba a desaparecer bajo un manto de nieve.

Vio estrellas... y comprendi lo que suceda.

Sloat salta al otro lado... se mueve y salta de nuevo a este lado!

Jack daba vueltas, describiendo un inquieto crculo, como un hombre acosado por cien enemigos en vez de uno solo. Una len­gua de fuego lami la oscuridad con un estrecho rayo azul ver­doso. Jack intent tocarlo con el Talismn, esperando desviarlo hacia Sloat.

Demasiado tarde. Se apag.

Entonces, cmo es que no le veo all? En los Territorios?

La respuesta le lleg como un relmpago... y a guisa de con­firmacin, el Talismn emiti un magnfico abanico de luz blanca que cort la blancura de la nieve como los faros de una loco­motora.

No le veo ni reacciono a l all porque NO estoy all! Jason se ha ido... y yo soy de naturaleza nica! Sloat salta a una playa donde no hay nadie ms que Morgan de Orris y un hombre muerto o moribundo llamado Parkus... Richard tampoco est all porque el hijo de Margan de Orris, Rushton, muri hace mucho tiempo y Richard tambin es de naturaleza nica! Cuando he saltado antes, el Talismn estaba all... pero Richard no! Morgan est saltando... movindose... saltando de nuevo... tratando de con­fundirme...

Hola! Jacky, muchacho! A la izquierda.

Aqu!

A la derecha.

Pero Jacky ya no buscaba el lugar. Miraba el Talismn, espe­rando la seal. La seal ms importante de su vida.

Por detrs. Esta vez se acercara por detrs.

El Talismn proyectaba su resplandor, era una potente linterna en medio de la nieve.

Jack gir sobre sus talones... y al hacerlo salt a los Territorios, a un sol brillante. Y all estaba Morgan de Orris, de tamao na­tural y fealdad dos veces mayor. Durante un momento no se dio cuenta de que Jack haba imitado su truco; cojeaba con rapidez hacia un lugar que estara detrs de Jack cuando saltara a los Territorios americanos. En su rostro haba una desagradable sonrisa infantil. La capa se hinchaba y ondeaba a sus espaldas. Arrastraba la bota izquierda y Jack vio la arena circundante cu­bierta de aquellas huellas profundas. Morgan haba estado corrien­do a su alrededor en un insistente crculo, provocando sin cesar a Jack con obscenas mentiras sobre su madre, lanzando piedras y saltando de un mundo a otro.

Jack grit:

—TE VEO! —con toda la fuerza de sus pulmones. Morgan mir fijamente a uno y otro lado, atnito, con una mano curvada en torno al lanzarrayos de plata.

—TE VEO! —repiti Jack—. Damos otra vuelta, Bloat?

Morgan de Orris le apunt con el lanzarrayos mientras su rostro cambiaba la expresin de necia perplejidad por una ms caracterstica de astucia, la de un hombre listo que ve rpidamente todas las posibilidades de una situacin. Entorn los ojos. Jack, en aquel segundo en que Morgan de Orris le apunt con su lanza­rrayos letal, entornando los ojos, estuvo a punto de saltar de nuevo a los Territorios americanos, y esto habra significado su muerte. Sin embargo, un instante antes de que la prudencia o el pnico le hicieran irrumpir delante de un camin en marcha, el mismo presentimiento que le haba revelado que Morgan sal­taba entre dos mundos, le salv de nuevo; Jack haba aprendido los trucos de su adversario. Permaneci quieto, esperando otra vez aquella seal casi mstica. Jack Sawyer contuvo el aliento du­rante una fraccin de segundo. Si Morgan hubiera estado un poco menos orgulloso de su astucia, podra haber satisfecho su mximo deseo y asesinado a Jack Sawyer en aquel momento.

Pero en lugar de esto, tal como Jack haba adivinado, la imagen de Morgan desapareci bruscamente de los Territorios. Jack ins­pir. El cuerpo de Speedy (el cuerpo de Parkus, rectific Jack) yaca inmvil a poca distancia de l. La seal lleg; Jack expeli el aire y salt al otro lado.

Un nuevo fragmento de cristal divida la arena en la playa de Point Venuti, reflejado el sbito rayo de luz blanca que emanaba del Talismn.

—Te has perdido uno, verdad? —murmur Morgan Sloat desde las tinieblas. La nieve azotaba a Jack, el viento fro le congelaba los miembros, la garganta, la frente. La cara de Sloat penda a unos dos metros de distancia, con la frente arrugada como siem­pre y la boca ensangrentada muy abierta. Alargaba la llave hacia Jack en medio de la tormenta y un fleco de nieve en polvo qued adherido a la manga de su traje marrn. Jack vio salir un negro reguero de sangre de la ventana izquierda de la nariz, ridicula­mente pequea. Los ojos de Sloat, inyectados en sangre por el dolor, brillaban en el aire tenebroso.

6

Richard Sloat abri los ojos, lleno de confusin. Senta fro en todo el cuerpo. Al principio pens, sin sentir ninguna clase de emocin, que estaba muerto. Se habra cado en algn sitio, quiz por aquellas escaleras tan difciles y empinadas de la tribuna de la escuela Thayer. Ahora estaba fro y muerto y no poda ocurrirle nada ms. Experiment un segundo de alivio embriagador.

La cabeza le ocasion una nueva punzada de dolor y sinti fluir por su mano fra un goteo de sangre caliente, dos sensaciones que constituan una prueba de que, contrariamente a sus deseos, Ri­chard Lleweilyn Sloat an no haba muerto; era slo una criatura herida y doliente. Pareca que le haban rebanado la coronilla. No tena una idea clara de su paradero. Haca fro. Enfoc los ojos el rato suficiente para comprender que estaba tendido sobre una capa de nieve. Haba llegado el invierno. Ms nieve llova sobre l desde el cielo. Entonces oy la voz de su padre y lo record todo.

Mantuvo la mano sobre la coronilla, pero volvi muy lenta­mente el mentn para poder mirar hacia donde sonaba la voz de su padre.

Jack Sawyer sostena el Talismn; esto fue lo siguiente que Richard comprendi. El Talismn no se haba roto. Sinti volver una parte de aquel alivio que haba experimentado al creer que estaba muerto. Incluso sin las gafas, Richard pudo ver que el as­pecto de Jack no era el de un derrotado, sino el de un vencedor y se emocion profundamente. Jack pareca... un hroe. Esto era todo. Pareca un hroe sucio, despeinado, increblemente joven, impropio para el papel en todos los respectos, pero aun as un hroe, sin duda alguna.

Richard vio tambin que ahora Jack era solamente Jack. Haba desaparecido aquella extraordinaria cualidad extra, como de una estrella de cine dignndose encarnar a un chico mal vestido de doce aos. Y esto, para Richard, haca an ms impresionante su

herosmo.

Su padre sonrea como un ave rapaz. Pero aqul no era su padre. Su padre haba sido eliminado haca mucho tiempo... eli­minado por su envidia de Phil Sawyer, por la codicia de sus am­biciones.

—Podemos continuar as para siempre —dijo Jack—. Yo no te dar nunca el Talismn y t nunca podrs destruirlo con ese ar­tefacto tuyo. Date por vencido.

La punta de la llave que sostena su padre se movi con len­titud, primero en sentido horizontal y luego vertical y, como el rostro vido y codicioso de su dueo, le apuntaba directamente a l.

—Primero destrozar a Richard —dijo su padre—. De verdad quieres ver a tu amigo Richard convertido en picadillo? Eh? Y, como es natural, no vacilar en hacer lo mismo con esa basura que est a su lado.

Jack y Sloat intercambiaron breves miradas. Richard saba que su padre no estaba bromeando. Le matara si Jack no le entregaba el Talismn, y despus matara al viejo negro, a Speedy.

— No lo hagas —consigui susurrar—, mndale al diablo, Jack. Dile que se fastidie.

Jack casi trastorn a Richard al guiarle un ojo.

—Suelta el Talismn —oy decir a su padre. Richard vio, horrorizado, cmo Jack separaba las palmas de las manos y dejaba caer el Talismn.

7

Jack, no!

Jack no mir a Richard. No posees una cosa si no puedes re­nunciar a ella —le dict su mente—. No posees una cosa si no puedes renunciar a ella, de qu sirve a un hombre, no le sirve de nada, de nada en absoluto, y esto no se aprende en la escuela, se aprende en la carretera, se aprende de Ferd Janklow, de Lobo y de Richard, que se lanza de cabeza contra las rocas como un Titn U en una trayectoria equivocada.

Se aprendan estas cosas o se mora en alguna parte del mundo donde no exista una luz difana.

—Basta de muertes —dijo en la oscuridad nevada de la tarde en una playa de California. Tendra que haberse sentido totalmente exhausto; al fin y al cabo haban sido cuatro das de horrores continuos y ahora, al final, haba entregado la bola como un ig­norante alumno de primer ao y un defensa del equipo de ftbol con mucho que aprender. Lo haba echado todo por la borda. Sin embargo, oy la voz segura de Anders, Anders arrodillado ante Jack/Jason con el sayo extendido a su alrededor y la cabeza in­clinada, Anders diciendo: Todo ir bien, todo ir bien y todas las cosas acabarn bien.

E! Talismn resplandeca sobre la playa y la nieve se derreta en dulces gotas y en cada gota haba un arco iris, y en aquel momento Jack conoci la sobrecogedora pureza de renunciar a lo que ha sido solicitado.

—Basta de matanzas. Vamos, rmpelo, si puedes —dijo—. Me das lstima.

Fue seguramente esto ltimo lo que destruy a Morgan Sloat. Si le hubiese quedado un resto de raciocinio, habra desenterrado una piedra de la nieve sobrenatural y destrozado el Talismn... como podio, ser destrozado en su sencilla e indefensa vulnera­bilidad.

Pero en lugar de esto, lo apunt con la llave.

Cuando lo hizo, en su mente bullan los amados y odiosos re­cuerdos de Jerry Bledsoe y de su esposa; Jerry Bledsoe, a quien haba matado, y Nita Bledsoe, que debi haber sido Lily Cava-naugh... Lily, que le haba abofeteado con tal fuerza, que su nariz sangr aquella vez que, borracho, intent tocarla.

Surgi el fuego... Una llamarada verdeazul salida del barato can de la llave de estao. Se dirigi hacia el Talismn, lo acert, se extendi sobre l y lo convirti en un sol ardiente. Todos los colores convergieron en l durante un momento... en aquel mo­mento, todos los mundos convergieron en l. Y de pronto, se ex­tingui.

El Talismn se trag el fuego de la llave de Morgan.

Se lo trag entero.

Volvi la oscuridad. A Jack se le doblaron las piernas y cay sentado sobre las pantorrillas abiertas de Speedy Parker, quien profiri un gruido y se estremeci.

Hubo una pausa de dos segundos durante la cual todo per­maneci esttico... y de improviso el Talismn despidi chorros de fuego. Los ojos de Jack se abrieron de par en par, pese a su frentica y torturada idea

( te cegar, Jack! Te...!)

y la alterada geografa de Point Venuti se ilumin como si el Dios de Todos los Universos se hubiera inclinado para tomar una fotografa. Jack vio el Agincourt, encorvado y semidestruido; vio las montaas desplomadas que ahora eran una llanura; vio a Richard sobre su espalda; vio a Speedy tendido de bruces con la cabeza vuelta hacia un lado. Speedy sonrea.

Entonces Morgan Sloat fue impelido hacia atrs y envuelto en un campo de fuego de su propia llave —un fuego que haba sido absorbido por el Talismn como lo fueron en su da los destellos de la vista telescpica de Sol Gardener— que volvi a l incremen­tado mil veces.

Se abri un agujero entre los mundos —un agujero del tamao del tnel que conduca a Oatley— y Jack vio a Sloat, con el ele­gante traje marrn ardiendo y una mano crea y esqueltica aga­rrando todava la llave, siendo tragado por el agujero. Sus ojos ardan en las cuencas, pero estaban bien abiertos... estaban bien abiertos... estaban conscientes.

Y mientras pasaba, Jack le vio cambiar... vio aparecer la capa como las alas de un murcilago que ha atravesado la llama de una antorcha, vio sus botas y sus cabellos encendidos. Y vio conver­tirse la llave en algo parecido a un lanzarrayos en miniatura.

Vio... la. luz del dia!

8

Volvi con potencia cegadora y Jack huy de ella rodando por la playa nevada, deslumhrado. En los odos —unos odos en el fondo de su cabeza— oy el ltimo estertor de Morgan Sloat mientras era arrastrado por todos los mundos existentes hacia la nada.

—Jack? —Richard se incorporaba, aturdido, sujetndose la cabeza—. Jack, qu ha ocurrido? Creo que me ca al bajar los escalones del estadio.

Speedy se estremeca sobre la nieve y de pronto hizo una es­pecie de plancha femenina y mir hacia Jack. Tena los ojos ex­haustos... pero en su cara ya no haba llagas.

—Buen trabajo, Jack —dijo, sonriendo—. Buen... —Volvi a caer un poco hacia delante, jadeando.

Arco iris, pens Jack, confuso. Se levant y cay de nuevo. La nieve glida que le cubra la cara empez de repente a derretirse en forma de lgrimas. Se puso de rodillas y luego de pie. Su campo visual se llen de manchas... pero vio en la nieve la horri­ble huella quemada que haba dejado Morgan. Era como una lgrima.

Arco iris! —grit Jack Sawyer y levant los brazos hacia el cielo, riendo y llorando—. Arco iris! Arco iris!

Fue hacia el Talismn y lo recogi, todava llorando.

Lo llev junto a Richard Sloat, que haba sido Rushton, y junto a Speedy Parker, que era lo que era.

Los cur.

Arco iris, arco iris, arco iris!

captulo 46

OTRO VIAJE

1

Los cur, pero nunca pudo recordar con exactitud cmo sucedi ni ningn detalle especfico; durante un rato el Talismn haba resplandecido y cantado en sus manos y guardaba un recuerdo muy vago del momento en que su fuego haba parecido fluir hacia ellos hasta que quedaron envueltos en un bao de luz. Esto era todo cuanto poda recordar.

Al final, la gloriosa luz del Talismn se debilit... se hizo tenue... y se extingui.

Jack, pensando en su madre, profiri un grito ronco y plaidero. Speedy se tambale hasta l por la nieve medio derretida y rode con un brazo los hombros de Jack.

—Volver, Viajero Jack —le consol, sonriendo, aunque pareca mucho ms cansado que Jack. Speedy estaba curado... pero an no restablecido del todo. Este mundo le est matando —pens va­gamente Jack—. Por lo menos la parte de l que es Speedy Par­ker. El Talismn le ha curado... pero an est moribundo.

—Ha luchao por l —dijo Speedy— y ahora quiere cre que l te corresponder. No te preocupe. Asrcate, Jack. Asrcate a tu amigo.

Jack obedeci. Richard dorma sobre la nieve medio rundida. Aquel horrible fragmento de piel levantada haba desaparecido, pero ahora se vea entre sus cabellos una larga franja blanca de cuero cabelludo, una franja en la que nunca volvera a crecer pelo.

—Cgele la mano.

—Por qu? Para qu?

—Vamo a salta.

Jack dirigi a Speedy una mirada inquisitiva, pero ste no ofreci ninguna explicacin. Se limit a asentir, como diciendo:

S, me has odo bien.

Bueno —pens Jack—, he confiado en l hasta ahora...

Se inclin y cogi la mano de Richard, mientras Speedy le agarraba la mano a l.

Sin apenas un tirn, los tres saltaron.

2

Fue como Jack haba intuido: la figura que tena ante s, en esta playa de arena negra puntuada por doquier por el pie deforme de Morgan de Orris, pareca sana, robusta y vigorosa.

Jack mir fijamente, con respeto —y cierta inquietud—, a este desconocido que pareca el hermano de Speedy Parker.

—Speedy... quiero decir, seor Parkus, qu...?

—Muchachos, los dos necesitis un descanso —interrumpi Parkus—. T, sin duda, y an ms este otro joven caballero. Ha estado ms cerca de la muerte de lo que nadie, aparte de l, sos­pechar nunca... y no creo que sea la clase de persona que ad­mita muchas cosas, ni siquiera ante s mismo.

—S —dijo Jack—, esto es bien cierto.

—Descansar mejor all —dispuso Parkus y ech a andar por la playa con Richard en los brazos y alejndose del castillo. Jack le sigui a trompicones y a los pocos momentos qued rezagado. Le faltaba el aliento y las piernas le fallaban. Adems, le dola la cabeza como resultado de la batalla final; la resaca del shock, pens.

—Por qu...? Dnde? —logr jadear. Llevaba el Talismn apretado contra su pecho. Ahora era opaco y el exterior sucio y nada interesante.

—Slo un poco ms arriba —respondi Parkus—. Ni t ni. tu amigo querris descansar donde estuvo l, verdad?

Y, a pesar de su agotamiento, Jack neg con la cabeza. Parkus mir a Jack con tristeza por encima del hombro.

—Ah abajo apesta a su maldad —dijo— y apesta a tu mundo, Jack.

Creo que apestan de modo demasiado parecido para mi tran­quilidad.

Ech a andar de nuevo, con Richard en los brazos.

3

Se detuvo unos cuarenta metros ms arriba de la playa. Aqu la arena negra haba cambiado de color; no era blanca, pero s gris tirando a claro. Parkus deposit a Richard en el suelo con suavi­dad y Jack se recost junto a l. La arena estaba tibia; despeda un calor muy agradable. Aqu no haba ni rastro de nieve. Parkus se sent a su lado con las piernas cruzadas.

—Ahora vais a dormiros —dijo— y quiz no os despertis hasta maana. Nadie os molestar. Mira a tu alrededor.

Parkus seal con la mano el lugar ocupado por Point Venuti en los Territorios americanos. Jack vio primero el castillo negro, un lado del cual estaba destrozado, como si se hubiera producido una tremenda explosin en su interior. Ahora el castillo pareca casi insignificante. Su amenaza haba sido eliminada y su tesoro ilcito, transportado a otro lugar. Era slo un montn de piedras ruinosas.

Al mirar un poco ms lejos, Jack vio que el terremoto no haba sido tan violento aqu... y haba habido menos que destruir. Vio unas cabanas derrumbadas que parecan construidas con troncos arrojados a la orilla por el oleaje, y una serie de carruajes des­trozados que podan o no haber sido Cadillacs en los Territorios americanos; aqu y all yacan cuerpos de cara barbuda.

—Los que sobrevivieron se han marchado —explic Parkus—. Saben lo que ha ocurrido, saben que Orris est muerto y ya no te molestarn. El mal que habitaba aqu ha desaparecido. Lo sabes? Puedes sentirlo?

S —murmur Jack—. Pero... seor Parkus... usted no se... no...

—<Si me voy? S. Muy pronto. T y tu amigo vais a dormir profundamente, pero antes t y yo hemos de hablar. No requerir mucho tiempo, pero quiero que intentes levantar la cabeza, por lo menos un rato.

Con cierto esfuerzo, Jack levant la cabeza y abri los ojos, aunque no del todo. Parkus asinti.

—Cuando os despertis, dirigios hacia el este... pero no sal­tis! Permaneced aqu algn tiempo. Quedaos en los Territorios. Habr demasiado jaleo en vuestro lado: brigadas de socorro, pe­riodistas, Jason sabe qu ms. Por lo menos la nieve se fundir antes de que alguien la vea, exceptuando a algunos que sern tra­tados de visionarios...

—Por qu tiene que marcharse?

—He de disponer varias cosas, Jack. Hay mucho trabajo que hacer aqu. La noticia de la muerte de Morgan ya estar camino del este, y difundindose con gran rapidez adems. En este mo­mento estoy detrs de esta noticia y debo procurar adelantarme a ella. Quiero volver a las Avanzadas... y al este... antes de que personas muy malvolas empiecen a dirigirse a otros lugares. —Mir hacia el ocano con ojos fros y grises como el pedernal—. Cuando se presenta la factura, la gente debe pagar. Morgan se ha ido, pero la deuda subsiste.

—Aqu es usted algo equivalente a un polica, verdad? Parkus asinti.

—Soy lo que vosotros llamarais el fiscal general y el juez su­premo fundidos en la misma persona. Aqu, claro. —Puso una mano fuerte y clida sobre la cabeza de Jack—. All slo soy el tipo que va de un lado a otro, realiza pequeos trabajos y entona algunas melodas. Y a veces, creme, me gusta mucho ms ser esto ltimo.

Volvi a sonrer y esta vez fue Speedy.

—Y vers a ese tipo de vez en cuando, Jacky. S, de vez en cuando y en distintos lugares. En un centro comercial, tal vez, o en un parque.

Gui un ojo a Jack.

—Pero Speedy... no est bien —dijo Jack—. Cualquiera que sea su enfermedad, el Talismn no ha podido curarla.

—Speedy es viejo —contest Parkus—. Tiene mi edad, pero vuestro mundo le ha envejecido. De todos modos, an le quedan varios aos, quiz muchos. No te preocupes, Jack.

—Me lo promete? —pregunt Jack.

—Claro —sonri Parkus.

Jack le correspondi con una sonrisa cansada.

—T y tu amigo os dirigiris al este. Caminad hasta que calcu­les que habis recorrido ocho kilmetros. Atravesis aquellas co­linas bajas y todo ir bien... ser un paseo. Buscad un rbol gran­de, el rbol ms grande que hayis visto jams. Os acercis a l, Jack, tomas la mano de Richard y saltis. Os encontraris junto a un secuoya gigante con el tronco agujereado, formando un tnel para que pase la carretera. La carretera es la 17 y all pasa por las afueras de una pequea ciudad del norte de California llamada Storeyville. Entrad en ella. Frente al semforo hay una gasolinera.

—Y entonces?

Parkus se encogi de hombros.

—No lo s seguro, Jack. Quiz encuentres a alguien conocido.

—Pero, cmo llegaremos a...?

—Shhhh —interrumpi Parkus, poniendo una mano en la frente de Jack, tal como haba hecho su madre cuando era

(de excursin, pap se ha ido a cazar y toda esa historia, bla, bla, durmete, Jacky, todo va bien, todo va bien y)

muy pequeo.

—Basta de preguntas. Creo que a partir de ahora todo os ir bien a Richard y a ti.

Jack se acost, colocando la bola oscura en el hueco del brazo. Cada uno de sus prpados pareca tener un ladrillo encima.

—Has sido valiente y fiel, Jack —dijo Parkus con tranquila gravedad—. Ojal fueras mi propio hijo... Te saludo por tu valor. Y tu fe. Hay personas en muchos mundos que te deben gratitud y creo que la mayora lo intuyen, de un modo u otro.

Jack logr sonrer.

—Qudese un rato —murmur.

—Est bien —dijo Parkus—. Hasta que te duermas. No te preocupes, Jack. Nada te har dao aqu.

—Mi mam siempre deca...

Pero antes de completar el pensamiento, se qued dormido.

4

Y continu dormido de una forma misteriosa al da siguiente, cuando estaba tcnicamente despierto, o si no dormido, sumido en un letargo protector que hizo pasar como en un sueo las horas lentas de aquel da. .1 y Richard, que tambin se mova lentamente y con vacilacin, se encontraron bajo el rbol ms alto del mundo. A su alrededor, lentejuelas de luz tapizaban el suelo del bosque. Diez hombres corpulentos cogidos de las manos no habran podido rodear el rbol, que se ergua hacia el cielo, majestuoso y aislado: en un bosque de rboles altos era un Le-viatn, un puro ejemplo de la exuberancia de los Territorios.

No te preocupes, haba dicho Parkus cuando ya amenazaba con desvanecerse como el Gato de Cheshire. Jack levant la cabeza para mirar la copa del rbol. No lo saba con claridad, pero estaba emocionalmente agotado. La inmensidad del rbol slo des­pert en l un parpadeo de asombro. Apoy la mano en la corteza, de una suavidad sorprendente. He matado al hombre que mat a mi padre, dijo para sus adentros. Apret con la otra mano la bola oscura y al parecer muerta del Talismn. Richard miraba fijamente hacia la gigantesca copa del rbol, que se elevaba ante ellos como un rascacielos. Morgan estaba muerto, Gardener tam­bin y la nieve de la playa ya deba haberse fundido. No en su totalidad sin embargo; Jack tena la impresin de alojar en su cabeza toda una playa cubierta de nieve. Haba pensado en un principio —haca mil aos, le pareca ahora— que si alguna vez poda rodear con sus manos el Talismn, estara tan inundado de triunfo, excitacin y asombro que explotara. No obstante, slo senta un pequeo indicio de todas estas cosas. Nevaba dentro de su cabeza y no poda ver ms lejos de las instrucciones de Parkus. Comprendi que el enorme rbol le estaba sosteniendo.

—Dame la mano —dijo a Richard.

—Pero, cmo llegaremos a casa? —pregunt Richard.

—No te preocupes —dijo Jack, apretando la mano de su amigo. Jack Sawyer no necesitaba que un rbol le sostuviera. Jack Saw-yer era valiente y -fiel. Jack Sawyer era un exhausto muchacho de doce aos con nieve en el cerebro. Salt sin esfuerzo a su propio mundo y Richard atraves todas las barreras que se levantaban a su lado.

5

El bosque se haba contrado; ahora era un bosque americano. La bveda de ramas en suave balanceo estaba mucho ms abajo y los rboles tenan un tamao mucho menor que en la parte del bosque de los Territorios adonde Parkus les haba dirigido. Jack era vagamente consciente de este cambio de escala en todo cuanto haba a su alrededor cuando vio ante l la carretera alquitranada de dos carriles; pero la realidad del siglo veinte le impresion con toda su magnitud cuando oy el ruido de un pequeo motor e instintivamente se ech atrs y al mismo tiempo ech atrs a Richard antes de que pasara como una exhalacin un pequeo Renault Le Car. El coche se alej por el tnel cortado en el tronco del secuoya (cuyo tamao era la mitad del de su contrapartida de los Territorios). Sin embargo, por lo menos un adulto y dos nios del Renault no miraban a los secuoyas que haban venido a contemplar desde New Hampshire (Vive libre o muere!). La mujer y los dos nios pequeos del asiento posterior se haban vuelto para mirar a Jack y Richard con las bocas abiertas como cavernas negras. Acababan de ver a dos muchachos aparecer como fantasmas junto a la carretera, surgir milagrosa e instan­tneamente de la nada, como el capitn Kirk y mister Spock despus de aterrizar en un rayo del Enterprise.

Ests bien para andar un poco?

—Claro —contest Richard.

Jack pis la carretera 17 y pas por el enorme agujero del rbol.

Quiz estaba soando todo esto, pens. Quiz an se encontraba en la playa de los Territorios, con Richard desmayado a su lado y ambos bajo la mirada bondadosa de Parkus. Mi mam siempre deca... Mi mam siempre deca...

6

Caminando como a travs de una espesa niebla (aunque aquel da fue de hecho soleado y seco en aquella parte de California sep­tentrional), Jack Sawyer condujo a Richard Sloat por el bosque de secuoyas hasta una carretera inclinada entre secas praderas del mes de diciembre.

... que la persona ms importante de cualquier pelcula suele ser el cmara...

Su cuerpo necesitaba ms sueo. Su mente necesitaba unas vacaciones.

... que el vermut es la ruina de un buen martini...

Richard le segua en silencio, meditabundo. Se rezagaba tanto que Jack tena que esperarle en la cuneta hasta que le alcanzaba. Una ciudad pequea que deba ser Storeyville se vislumbraba a un kilmetro de distancia; una serie de edificios blancos se le­vantaba a ambos lados de la carretera. antigedades, deca el rtulo que ostentaba uno de ellos. Despus de los edificios penda un semforo sobre un cruce vaco. Jack distingui el letrero de mobil frente a la gasolinera. Richard le segua con esfuerzo y la cabeza tan baja que la barbilla casi le rozaba el pecho. Cuando se hubo acercado lo suficiente, Jack vio que su amigo estaba llo­rando y le puso un brazo sobre los hombros.

—Quiero que sepas una cosa —dijo.

—Qu? —La cara delgada de Richard estaba hmeda de l­grimas pero expresaba determinacin.

—Te quiero —contest Jack.

Los ojos de Richard volvieron a posarse en la carretera. Jack dej el brazo sobre los hombros de su amigo. Al cabo de un momento, Richard levant la vista, mir a los ojos de Jack y asinti con la cabeza. Y fue como algo que Lily Cavanaugh Sawyer haba dicho realmente a su hijo una o dos veces: Jack-O, hay ocasiones en que no es necesario hablar por los codos.

Ya estamos en camino, Richie —dijo y esper a que Richard se secara los ojos—. Supongo que habr alguien para recibimos en la gasolinera.

—Hitler, tal vez? —Richard se apret los ojos con las palmas de las manos. En seguida estuvo listo y los dos muchachos en­traron juntos en Storeyville.

7

Era un Cadillac, aparcado a la sombra de la gasolinera de Mobil, un El Dorado con una .antena de televisin en la parte trasera. Pareca grande como una caravana y oscuro como la muerte.

—Oh, Jack, mala suerte —gimi Richard, agarrando el hombro de su amigo. Tena los ojos muy abiertos y los labios le temblaban.

Jack volvi a sentir una oleada de adrenalina, pero sta ya no le reanimaba, slo le haca sentir cansancio. Haba soportado de­masiadas cosas, demasiadas.

Sosteniendo contra su pecho la barata y opaca bola de cristal en que se haba convertido el Talismn, Jack baj por la pen­diente en direccin a la gasolinera.

Jack! —grit dbilmente Richard a sus espaldas—. Qu diablos haces? Es uno de ELLOS! Es igual que los coches de Thayer! Igual que los coches de Point Venuti!

Parkus nos dijo que viniramos —contest Jack.

—Ests loco, compinche —murmur Richard.

—Lo s. Pero no pasar nada, ya vers. Y no me llames com­pinche.

La puerta del Cadillac se abri y una pierna muy musculosa, embutida en un pantaln de dril azul, se pos en el suelo. La inquietud cedi el paso a un positivo terror cuando Jack vio que la bota negra del conductor haba sido agujereada para dejar salir los dedos peludos. Richard profiri un chillido de ratn.

Era un Lobo, desde luego; Jack lo adivin aun antes de que el tipo s volviera. Meda ms de dos metros y llevaba el pelo largo, despeinado y no muy limpio. Le colgaba a mechones sobre el cuello de la camisa y haba lampazos enredados entre ellos. Entonces la alta figura dio media vuelta, Jack vio un destello en los ojos anaranjados... y de improviso el terror se convirti en alegra.

Corri hacia la figura, sin hacer caso del empleado de la ga­solinera que haba salido a observarle ni de los curiosos que mira­ban desde la tienda. Los cabellos le ondeaban detrs de la cabeza, las viejas zapatillas se abran y hacan un ruido hueco, una son­risa beatfica iluminaba su rostro y los ojos le brillaban como el propio Talismn.

Un mono de pechera: Oshkosh, para ms seas. Gafas redon­das, sin montura. Y una gran sonrisa de bienvenida.

Lobo! —grit Jack Sawyer—. Lobo, ests vivo! Lobo, ests vivo!

Se hallaba todava a ms de un metro de Lobo cuando dio un salto y Lobo le cogi con gracia y agilidad, sonriendo de gozo.

—Jack Sawyer! Lobo! Vaya, vaya! Tal como dijo Parkus! Estoy en este maldito lugar, que huele como la mierda en un pantano, y t llegas! Jack y su amigo! Lobo! Bien! Estupendo! Lobo!

Fue el olor del Lobo lo que dijo a Jack que ste no era su Lobo, aunque s algn pariente suyo... seguramente muy cercano.

—Conoc a tu hermano de carnada —dijo, todava en los brazos fuertes y peludos del Lobo. Ahora, mirndole la cara, pudo ver que era ms vieja y ms sabia. Pero igualmente bondadosa.

—Mi hermano Lobo —dijo Lobo, bajando a Jack. Alarg la mano y toc el Talismn con la yema de un dedo. Su rostro ex­presaba asombro y reverencia. Al tocarlo, apareci un brillante des­tello que se introdujo en el interior opaco del globo como un cometa fulgurante.

Lobo inspir, mir a Jack y esboz una sonrisa. Jack sonri a su vez.

Ahora Richard se les acerc, mirando a ambos con sorpresa y recelo.

—En los Territorios hay Lobos buenos, adems de malos... —empez Jack.

Muchos Lobos buenos —interrumpi Lobo.

Alarg la mano a Richard y ste retrocedi un paso y despus la estrech. Su mueca durante el apretn de manos hizo suponer a Jack que Richard haba esperado la clase de tratamiento con que Lobo haba obsequiado a Heck Bast mucho tiempo atrs.

—Es el hermano de carnada de mi Lobo —explic con orgullo. Carraspe, sin saber con exactitud cmo expresar sus sentimien­tos hacia el hermano de este ser. Comprendan la condolencia los Lobos? Formaba parte de su ritual?—.Quise mucho a tu her­mano —dijo—. Me salv la vida. Exceptuando a Richard, supongo que fue el mejor amigo que he tenido en mi vida. Siento que muriera.

—Ahora est en la luna —contest el hermano de Lobo—. Re­gresar. Todo se va, Jack Sawyer, como la luna, y todo vuelve, como la luna. Vamos. Quiero salir de este lugar apestoso.

Richard pareci perplejo, pero Jack comprendi a Lobo y es­tuvo de acuerdo con l: la gasolinera pareca rodeada del tufo caliente y aceitoso de hidrocarburos fritos. Era como una sbana marrn algo transparente.

El Lobo fue hacia el Cadillac y abri la puerta trasera como un chfer, lo cual deba ser exactamente lo que era, pens Jack.

—Jack? —Richard pareca asustado.

—Todo va bien —le tranquiliz su amigo.

—Pero, adonde...?

—Al lado de mi madre, creo —respondi Jack—. A Playa de Arcadia, New Hampshire, al otro extremo del pas. Y en primera clase. Vamos, Richie.

Caminaron hasta el coche. En Un rincn del amplio asiento trasero haba una vieja funda de guitarra. Jack sinti palpitar de nuevo su corazn.

—Speedy! —Se volvi hacia el hermano de carnada de Lobo—. Viene Speedy con nosotros?

—No conozco a nadie de ese nombre —contest el Lobo—. Tuve un to que era bastante veloz , pero acab cojo, Lobo!, y ni siquiera poda alcanzar al rebao.

Jack seal la funda de guitarra.

—De dnde ha salido esto?

Lobo sonri, enseando muchos dientes grandes.

—Parkus tambin dej esto para ti —Contest—. Por poco se me olvida.

Extrajo una postal muy vieja del bolsillo trasero. El grabado representaba un carrusel lleno de muchos grandes caballos cono­cidos —Ella Veloz y Dama de Plata entre ellos—, pero las damas que estaban en primer plano llevaban miriaques, los chicos, pantalones bombachos y muchos de los hombres, sombreros hon­gos y bigotes con las puntas hacia arriba. La postal haba sido muy manoseada.

Le dio la vuelta y ley primero las palabras impresas en el centro: carrusel de playa arcadia, 4 de julio de 1894.

Era Speedy —no Parkus— quien haba garabateado dos frases en el espacio para el mensaje. Tena una letra grande, tosca y haba escrito con un lpiz blando y romo:

Has hecho grandes maravillas, Jack. Usa lo que necesites del contenido de la funda... y qudate el resto o tralo.

Jack se guard la postal en el bolsillo trasero y se aposent en el cmodo asiento posterior del Cadillac. Uno de los cierres de la vieja funda de guitarra estaba roto. Abri los otros tres.

Richard subi al coche despus de Jack.

—Caracoles! —exclam.

La funda de guitarra estaba repleta de billetes de veinte dlares.

8

Lobo les llev a casa, y aunque Jack olvid al poco tiempo muchos detalles de los sucesos de aquel otoo, cada momento de aquel viaje qued grabado en su mente para el resto de su vida. Sen­tados en la parte posterior del El Dorado, l y Richard dejaron que Lobo les llevara al este, siempre hacia el este. Lobo conoca las carreteras y Lobo les llevaba. A veces pona msica, canciones del Creedence Clearwater Revival —Corre a travs de la jungla pareca ser su favorita— a un volumen ensordecedor. Despus pasaba largos perodos escuchando las tonalidades del viento, tras pulsar el botn que controlaba la ventanilla giratoria de su lado. Esto pareca fascinarle completamente.

Hacia el este, siempre hacia el este... hacia el amanecer todas las maanas y hacia el misterioso crepsculo azul todas las tardes, escuchando primero a John Fogerty y despus al viento, a John Fogerty y de nuevo al viento.

Coman en los restaurantes del borde de la carretera, hambur­guesas y pollo frito. A Jack y Richard les servan en bandejas;

a Lobo le daban un cubo familiar y devoraba las veintiuna raciones. Por el ruido que haca, deba comerse tambin los huesos y esto record a Jack lo de Lobo y las palomitas de maz. Dnde haba sido? En Muncie. En las afueras de Muncie, justo antes de ser atrapados y encerrados en el Hogar del Sol. Sonri... y luego le pareci que una flecha le atravesaba el corazn. Mir por la ventana para que Richard no viera brillar sus ojos.

La segunda noche pararon en Julesburg, Colorado, y Lobo les guis una enorme cena en una barbacoa porttil que sac del maletero. Cenaron en un campo nevado a la luz de las estrellas, abrigados con pesadas parkas que compraron con el dinero de la funda de guitarra. En el cielo centelleaba una lluvia de meteoritos y Lobo bail como un nio sobre la nieve.

—Adoro a este tipo —murmur Richard con expresin pen­sativa.

—Yo tambin. Tendras que haber conocido a su hermano.

—Me habra gustado mucho. —Richard empez a recoger los trastos. Su frase siguiente dej estupefacto a Jack—: Estoy olvi­dando muchas cosas, Jack.

—Qu quieres decir?

—Slo esto. A cada kilmetro recuerdo un poco menos lo su­cedido. Todo est muy confuso. Y creo... creo que debe ser as. Escucha, ests realmente seguro de que tu madre se encuentra bien?

Jack haba intentado tres veces comunicar con su madre, sin obtener respuesta. Pero no estaba demasiado preocupado por ello, todo iba bien, o as lo esperaba. Cuando llegase, la encontrara all. Enferma... pero todava viva. As lo esperaba.

—S.

—Entonces, cmo es que no contesta al telfono?

—Sloat manipul los telfonos —dijo Jack— y creo que tam­bin manipul a los empleados del Alhambra. Est bien. Enfer­ma... pero bien. An sigue all. Siento su presencia.

—Y si este objeto curativo funciona... —Richard hizo una mueca y al final se decidi—: An crees... quiero decir, an piensas que ella me permitir... ya sabes, vivir con vosotros?

—No —respondi Jack, ayudando a Richard a recoger los res­tos de la cena—. Es probable que quiera verte en un orfanato. O quiz en la crcel. No seas idiota, Richard, claro que puedes vivir con nosotros.

—Bueno... despus de lo que hizo mi padre...

—Fue tu padre, Richie —se limit a decir Jack—, no t.

—Y no me lo estaris recordando siempre? Ya sabes, alu­diendo a los recuerdos?

—No, si t quieres olvidar.

—Quiero olvidar, Jack. De verdad que s. Lobo volva a su lado.

—Estis listos? Lobo!

—Listos —contest Jack—. Escucha, Lobo, qu te parecera aquella cassette de Scott Hamilton que compr en Cheyenne?

—Claro, Jack. Y despus, qu te parecera alguna de Cree­dence?

Corre a travs de la jungla, no?

—Buena meloda, Jack! Densa! Lobo! Una meloda densa!

—Ya lo creo, Lobo. —Mir de reojo a Richard, quien sonri y puso los ojos en blanco.

Al da siguiente atravesaron Nebraska y lowa y al otro pasa­ron por delante de las ruinas quemadas del Hogar del Sol. Jack pens que tal vez Lobo pasaba por all a propsito, quiz porque quera ver el lugar donde haba muerto su hermano. Puso la cassette de Creedence al mayor volumen posible, pero Jack crey or a pesar de ello los sollozos de Lobo.

Tiempo... Retazos suspendidos de tiempo. A Jack casi le pareca estar flotando y experimentaba una sensacin de interludio, triun­fo, despedida y de un trabajo honradamente cumplido.

Hacia el atardecer del quinto da cruzaron los lmites de Nueva Inglaterra.

captulo 47

FIN DEL VIAJE

1

Cuando llegaron a su destino, el largo viaje desde California a Nueva Inglaterra pareci haberse desarrollado en una sola y di­latada tarde. Una tarde que dur das enteros, un atardecer que tal vez dur toda una vida, rebosante de crepsculos, emociones y msica. Grandes y rodantes bolas de fuego... —pens Jack—;

las he dejado realmente atrs. Mir por segunda vez en media hora, segn calcul, el pequeo y discreto reloj del salpicadero... y descubri que haban transcurrido tres horas. Sera siquiera el mismo da? Corre a travs de la jungla resonaba en el aire; Lobo mova la cabeza al ritmo de la cancin, sonriendo sin cesar, en­contrando de modo infalible las mejores carreteras; por la venta­nilla posterior se vea todo el cielo dividido en grandes franjas del color del crepsculo, prpura, azul y el rojo especial, profundo e intenso del sol poniente. Jack poda recordar todos los porme­nores de este largusimo viaje, cada palabra, cada comida, cada tono de la msica de Zoot Sims o John Fogerty, o sencillamente a Lobo deleitndose con los ruidos del aire, pero el verdadero lapso de tiempo se reduca en su mente a una concentracin pa­recida a la de un diamante. Dorma en el blando asiento trasero y abra los ojos a la luz o la oscuridad, al sol o a las estrellas. Entre las cosas que recordaba con nitidez especial cuando hubie­ron entrado en New Hampshire y el Talismn volvi a resplande­cer, sealando el regreso del tiempo normal —o quiz el regreso del tiempo en s para Jack Sawyer— figuraban los rostros de la gente que miraba hacia el asiento posterior del El Dorado (en aparcamientos, un marinero y una chica de cara redonda sen­tados en un descapotable ante un semforo en una soleada loca­lidad de lowa, un flaco muchacho de Ohio vestido de ciclista) para ver si a lo mejor Mick Jagger o Frank Sinatra haba decidi­do visitarles. Pues, no, slo somos nosotros, amigos. El sueo le venca una y otra vez. En una ocasin le despert (en Colorado? Illinois?) el sonido de msica rock y vio a Lobo haciendo chas­quear los dedos mientras conduca con pericia bajo un cielo ana­ranjado, prpura y azul, y a Richard leyendo a la luz atenuada del El Dorado un libro sacado de Dios saba dnde y que era El cere­bro de Broca. Richard siempre saba qu hora era. Jack levant la vista y se dej invadir por la msica y los colores del ocaso. Lo haban conseguido, lo haban conseguido todo... todo menos lo que deberan hacer en un pequeo pueblo turstico de New Hampshire.

Cinco das o una larga tarde de ensueo? Corre a travs de la jungla. El saxfono tenor de Zoot Sim diciendo: Escucha una historia para ti. Te gusta, esta historia? Richard era su her­mano, era su hermano.

El tiempo volvi para l cuando el Talismn revivi durante el mgico atardecer del quinto da Oatley —pens Jack el sexto da—, podra haber enseado a Richard el tnel de Oatley y lo que ha quedado del Bar. Podra haber indicado el camino a Lobo... pero no quera volver a ver Oatley, no haba satisfaccin ni placer en ello. Y ahora era consciente de lo cerca que estaban y de lo mucho que haban viajado mientras l se deslizaba a travs del tiempo como una pluma. Lobo les haba conducido a la ancha arteria de la 1-95, que cruzaba Connecticut, y Playa de Arcadia se hallaba a pocos estados de distancia, en la dentellada costa de Nueva Inglaterra. A partir de ahora Jack contara los kilmetros y tambin los minutos.

2

A las cinco y cuarto de la tarde del 21 de diciembre, unos tres meses despus de que Jack Sawyer encaminara sus pasos —y sus esperanzas— hacia el oeste, un Cadillac negro, modelo El Dorado, entr en la avenida de grava del hotel Jardines de la Alhambra en el pueblo llamado Playa de Arcadia, New Hampshire. En el oeste, la puesta de sol era una suave despedida de rojos y naranjas que se tornaban amarillos... azules... y prpuras inten­sos. En los jardines, las ramas desnudas entrechocaban bajo un fuerte viento invernal. Entre ellas, an no haca una semana, se haba erguido un rbol que atrapaba y coma animales peque­os: ardillas listadas, pjaros, el gato hambriento del conserje del hotel. Este pequeo rbol haba muerto de repente. Las otras cosas que crecan en el jardn, aunque parecan esqueletos, an conservaban una vida aletargada.

Los neumticos del El Dorado hacan crujir la grava. Del in­terior del coche se filtraba, atenuado por los cristales tintados, el sonido del Creedence Clearwater Revival. La gente que conoce mi magia —cantaba John Fogerty— ha llenado el pas de humo.

El Cadillac se detuvo ante la ancha puerta de doble batiente. Al otro lado del umbral slo haba oscuridad. Los faros dobles se apagaron y el largo vehculo se qued en la sombra; slo las luces de posicin anaranjadas proyectaban un dbil resplandor y por el tubo de escape sala un gas blanquecino.

Aqu, al final del da; aqu al atardecer, bajo un cielo resplan­deciente de colores en el oeste. Aqu:

Aqu y ahora mismo.

3

La parte posterior del Cadillac estaba iluminada por una luz di­rusa. El Talismn parpadeaba... pero su resplandor era dbil, poco ms que el resplandor de una lucirnaga moribunda.

Richard se volvi lentamente hacia Jack. Tena la cara plida y asustada. Agarraba el libro de Cari Sagan con ambas manos, estrujando las tapas blandas como una lavandera escurre la ropa.

El Talismn de Richard, pens Jack, sonriendo.

—Jack, quieres...?

—No —dijo Jack—. Espera hasta que te llame. Abri la puerta trasera y, cuando ya se apeaba, se volvi a mirar a Richard. ste permaneca acurrucado en el asiento, estru­jando el libro de bolsillo. Pareca deprimido.

Sin pensarlo, Jack volvi a subir al coche y bes a Richard en la mejilla. Richard le ech un momento los brazos al cuello y le abraz con fuerza. Luego le solt. Ninguno de los dos dijo nada.

4

Jack se detuvo ante las escaleras que conducan al vestbulo... y de pronto se volvi hacia la derecha y se acerc un momento al borde de la avenida, donde haba una barandilla de hierro. Al otro lado, una pared de rocas agrietadas y escarpadas descenda hasta la playa. Ms lejos se perfilaba contra el cielo oscuro la montaa rusa del Divertimundo de Arcadia.

Jack mir hacia el este. El viento que soplaba en los jardines le apart los cabellos de la frente, echndolos hacia atrs.

Levant el globo que sostena, como en una ofrenda al ocano.

5

El 21 de diciembre de 1981, un muchacho llamado Jack Sawyer se hallaba donde convergen el agua y la tierra, sosteniendo en las manos un objeto de cierto valor y contemplando el sereno Atlntico nocturno. Aquel da cumpla trece aos y, aunque l lo ignoraba, era extraordinariamente guapo. Llevaba los cabellos castaos bastante largos —demasiado largos, quiz—, pero la brisa marina los apartaba de su frente noble y despejada. Permaneci all pensando en su madre y en las habitaciones de este lugar que haban compartido. Encendera ella una luz all arriba? Estaba casi seguro de ello.

Jack se volvi; los ojos le centelleaban a la luz del Talismn.

6

Lily desliz la mano temblorosa y esqueltica a lo largo de la pared, buscando el interruptor. Lo encontr y encendi la luz. Cualquiera que la hubiese visto en aquel momento, no la habra reconocido. En la ltima semana el cncer haba empezado a ganar terreno en. su interior, como intuyendo que se aproximaba algo que poda robarle su diversin. Lily Cavanaugh pesaba ahora treinta y cinco kilos. Su piel opaca se haba apergaminado. Las oscuras ojeras eran ya de color negro y los ojos miraban desde el fondo de las rbitas con una inteligencia exhausta y febril. Se haba quedado sin pechos y sin carne en los brazos. Sus nalgas y la parte posterior de sus muslos haban empezado a llagarse.

Y esto no era todo. En el curso de la ltima semana haba con­trado una grave pulmona.

En su estado de debilidad era, por supuesto, muy propensa a aquella o a cualquier otra enfermedad respiratoria. Podra haberla contrado incluso en las mejores circunstancias... las cuales no concurran ahora precisamente. Haca algn tiempo que los ra­diadores del Alhambra no emitan sus ruidos nocturnos. No estaba segura de cunto tiempo, porque ste se haba convertido para ella en un concepto tan confuso e indefinible como para Jack en el El Dorado. Slo saba que el calor haba cesado la misma noche que haba roto de un puetazo el cristal de la ventana, ahuyen­tando a la gaviota que se pareca a Sloat.

Desde aquella noche, el Alhambra se haba convertido en una nevera. Una cripta en la que no tardara en morir.

Si Sloat era responsable de lo ocurrido en el Alhambra, haba hecho un buen trabajo. Todos se haban ido. Todos. Ninguna ca­marera empujaba los desvencijados carritos por los pasillos. Nin­gn empleado de la limpieza silbaba por las habitaciones. El conserje de voz obsequiosa tampoco estaba; Sloat se los haba metido en el bolsillo y llevado con l.

Cuatro das antes —cuando no pudo encontrar en su habita­cin lo suficiente para satisfacer su exiguo apetito— haba bajado de la cama y caminado a duras penas por el pasillo hasta el as­censor. Se llev una silla en esta expedicin para sentarse en ella de vez en cuando, exhausta, con la cabeza colgando sobre el pecho, o para usarla como punto de apoyo. Tard cuarenta minutos en recorrer doce metros de pasillo hasta el ascensor,

Puls repetidamente el botn de llamada, pero el ascensor no acudi. La luz del botn no se encendi siquiera.

—Maldita sea —murmur Lily con voz ronca, antes de recorrer otros siete metros hasta las escaleras—. Eh! —grit y entonces tuvo un ataque de tos y se agach sobre el respaldo de la silla.

Quiz no han odo el grito, pero los malditos tienen que ha­berme odo toser hasta vomitar lo que me queda de mis pul­mones, pens.

Pero nadie acudi.

Grit dos veces ms, sufri otro ataque de tos y volvi a en­filar el pasillo, que pareca largo como una autopista de Nebraska en un da despejado. No se atreva a bajar aquellas escaleras;

jams sera capaz de volver a subirlas. Y no haba nadie all abajo, ni en el vestbulo, ni en el comedor, ni en la cafetera; no haba nadie en ninguna parte. Y los telfonos no funcionaban. Por lo menos, el telfono de su habitacin no funcionaba y no haba odo el timbre de ningn otro en todo aquel gran mausoleo. No mereca la pena arriesgarse. No quera morir congelada en el vestbulo. —Jack-O —murmur—, dnde diablos ests...?

Entonces empez a toser otra vez y con tanta violencia, que se desplom de lado, desmayada, arrastrando consigo la fea silla de saln, y yaci en el fro suelo durante casi una hora y fue segu­ramente durante aquella hora cuando el cuerpo debilitado de Lily Cavanaugh contrajo la pulmona. Eh, t, gran C! Soy el nuevo chico de la manzana! Puedes llamarme gran P! Te desafo hasta la meta!

Consigui llegar de algn modo a su habitacin y desde enton­ces existi en una espiral de fiebre ascendente, escuchando el sonido cada vez ms fuerte de la propia respiracin hasta que su mente febril empez a imaginar sus pulmones como dos acuarios orgnicos en los que traqueteaba una serie de cadenas sumergidas. Y a pesar de todo resista... resista porque parte de su cerebro insista con absurda conviccin en que Jack ya haba emprendido el camino de regreso a casa.

7

El principio del ltimo coma fue como un hoyo en la arena, un hoyo que empieza a girar como un remolino. El sonido de cadenas sumergidas dentro de su pecho se convirti en una larga y seca exhalacin: jahhhhhhh...

Entonces algo la sac de aquella espiral ascendente y la im­puls a palpar la pared en la fra oscuridad para buscar el inte­rruptor de la luz. Baj de la cama. No le quedaban las fuerzas suficientes para hacerlo; un mdico se habra redo de semejante idea. Y no obstante, lo hizo. Cay dos veces sobre la cama, pero al final se puso en pie, con una mueca provocada por el esfuerzo. Busc a tientas una silla, la encontr y empez a cruzar con ella la habitacin hacia la ventana.

Lily Cavanaugh, Reina de las B, haba desaparecido. sta era un cadver viviente, devorado por el cncer, abrasado por la cre­ciente fiebre.

Lleg a la ventana y se asom.

Vio all abajo una figura humana... y un globo resplande­ciente.

Jack! —intent gritar, pero slo consigui proferir un ronco murmullo. Levant la mano e intent agitarla. La debilidad

(jaaaaahhhhhh...)

se apoder de ella y tuvo que agarrarse al antepecho de la ventana.

—Jack!

De repente, la bola iluminada que sostena la figura proyect un brillante destello, iluminando su rostro, y era el rostro de Jack, era Jack, oh, gracias, Dios mo, era Jack. Jack haba vuelto a casa.

La figura ech a correr. Jack!

Los ojos hundidos y moribundos brillaron todava ms y unas lgrimas rodaron por las mejillas tirantes y amarillentas.

8

Mam!

Jack cruz corriendo el vestbulo y, al ver la anticuada cen­tralita de telfonos quemada y negra como por un cortocircuito, la desech al instante. Haba visto a su madre y su aspecto era terrible, como un espantapjaros asomado a la ventana.

Mam!

Subi a saltos las escaleras, primero de dos en dos escalones y luego de tres en tres, mientras el Talismn despeda un rayo de luz rosada y se apagaba en sus manos.

Mam!

Corri por el pasillo hacia sus habitaciones, con los pies vo­lando, y entonces, por fin, oy su voz, que ahora no era un grito arrogante ni una risa gutural, sino el ronco estertor de un ser que ya est al borde de la muerte.

—Jacky?

Mam!

Jack irrumpi en la habitacin.

9

Abajo, en el coche, Richard Sloat miraba muy nervioso por la ventanilla tintada. Qu haca l aqu, qu haca Jack aqu? Los ojos le dolan. Forz la vista para ver las ventanas superiores en el oscuro atardecer. Al inclinarse para mirar hacia arriba, un cegador destello blanco sali de varias ventanas del piso superior, desparramando por toda la fachada del hotel una sbana de luz deslumbrante, momentnea y casi palpable. Richard escondi la cabeza entre las rodillas y gimi.

10

Yaca en el suelo, bajo la ventana... Por fin la vio all. La cama deshecha, de aspecto polvoriento, estaba vaca, todo el dormito­rio, desordenado como el de un nio, pareca vaco... A Jack se le encogi el estmago y se le atascaron las palabras en la garganta. Entonces el Talismn lanz uno de sus grandes destellos lumino­sos, convirtiendo toda la habitacin durante un segundo en un espacio blanco, puro e incoloro. Ella suspir: Jacky? una vez ms y l grit: MAMA!, al verla arrugada bajo la ventana como una envoltura de caramelo. Finos y lacios sus cabellos se desparramaban sobre la sucia alfombra del dormitorio. Sus manos parecan diminutas garras de animal, plidas y temblorosas.

—Oh, Dios mo, mam, oh, cielos, oh, no! —farfull Jack, cruzando la habitacin sin dar ningn paso, flotando, nadando a travs del revuelto y helado dormitorio en un instante que se le antoj ntido como la imagen de una placa fotogrfica. Los cabellos de su madre se extendan sobre la mugrienta alfombra, as como sus pequeas manos nudosas.

Respir el denso olor de la enfermedad, de la muerte cercana. Jack no era mdico y desconoca casi todas las dolencias que aquejaban al cuerpo de Lily, pero saba una cosa: su madre estaba moribunda, la vida se le escapaba por rendijas invisibles y le quedaba muy poco tiempo. Haba murmurado dos veces su nom­bre y esto era todo lo que le permitira la vida que an conser­vaba. Empezando a llorar, Jack puso la mano sobre su cabeza desmayada y coloc el Talismn en el suelo, junto a ella.

Sus cabellos estaban llenos de arena y su cabeza arda.

—Oh, mam, mam —dijo Jack, pasando las manos por debajo de su cuerpo. An no poda verle la cara. A travs del fino cami­sn, la cadera quemaba al tacto como la puerta de una estufa y, bajo la otra mano de Jack, el hombro izquierdo lata con el mismo calor. Ya no tena cmodas almohadillas de carne sobre los hue­sos... y por un loco instante de tiempo en suspenso la vio como una nia pequea y sucia, abandonada inexplicablemente en su enfermedad. Lgrimas repentinas brotaron de los ojos de Jack. La levant y fue como recoger un montn de ropa. Jack gimi. Los brazos de Lily cayeron exnimes, sin gracia.

(Richard)

Richard no le haba parecido... tan enfermo, ni siquiera cuando lo llevaba a cuestas como una cascara vaca al bajar por la ltima colina hacia el envenenado Point Venuti. En aquellos momentos estaba lleno de granos y ronchas y tambin l arda de fiebre. Sin embargo, Jack comprendi con una especie de terror irracional que en Richard haba habido ms vida, ms sustancia de la que posea ahora su madre. Aun as, le haba llamado por su nombre.

(y Richard haba estado a punto de morir)

Le haba llamado por su nombre; Jack se aferraba a esto. Haba conseguido llegar a la ventana y llamarle dos veces. Era imposible, inconcebible, inmoral imaginar que poda morirse. Uno de sus brazos colgaba como un alga a punto de ser segada por una hoz... el anillo de boda se le haba cado del dedo. Jack lloraba de un modo continuo, irrefrenable, inconsciente.

—Todo ir bien, mam —dijo—, todo ir bien ahora, todo ir bien.

Del cuerpo exnime que llevaba en brazos eman una vibra­cin que poda ser de asentimiento.

La coloc suavemente sobre la cama y ella rod hacia un lado, ingrvida. Jack apoy una rodilla en el lecho y se inclin sobre ella. Los cabellos lacios se haban apartado de la cara.

11

En una ocasin, al principio de su viaje, haba visto durante un vergonzoso momento a su madre como una mujer vieja, una anciana decrpita y exhausta en un saln de t. En cuanto la hubo reconocido, la ilusin se desvaneci y Lily Cavanaugh Sawyer recobr su identidad intemporal. Porque la Lily Cavanaugh ver­dadera y real no poda envejecer nunca... sera eternamente una rubia con una sonrisa irnica y una expresin temeraria en el rostro. sta era la Lily Cavanaugh cuya imagen en la valla publi­citaria haba fortalecido el corazn de su hijo.

La mujer que yaca en el lecho no se pareca apenas a la del anuncio. Las lgrimas cegaron momentneamente a Jack.

—Oh, no, no, no —murmur, poniendo la palma sobre la mejilla amarillenta de su madre.

No daba la impresin de tener la fuerza suficiente para le­vantar la mano y Jack le cogi la pobre mano parecida a una garra diminuta, tirante, seca y descolorida.

—Por favor, por favor, no, no... —Ni siquiera poda permitirse decirlo.

Y entonces comprendi el gran esfuerzo que haba realizado esta mujer agotada. Comprendi con una sobrecogedora oleada de intuicin que le haba buscado. Su madre haba presentido su llegada, confiado en su regreso y, de un modo que deba estar relacionado con el propio Talismn, conocido el momento de este regreso.

—Estoy aqu, mam —susurr. Un cogulo hmedo tapon la nariz de Jack, que se la limpi sin ceremonia con la manga de la chaqueta.

Comprendi por primera vez que todo su cuerpo temblaba.

—Lo he trado —dijo. Experiment un segundo de orgullo ab­soluto y radiante, de puro triunfo—. He trado el Talismn

—aadi.

Dej con suavidad su mano minscula sobre la colcha.

En el suelo, junto a la silla, donde lo haba posado (con la mxima dulzura), el Talismn continuaba emitiendo su resplandor, pero ste era dbil, vacilante, turbio. Haba curado a Richard ha­ciendo rodar simplemente el globo a lo largo del cuerpo de su amigo y hecho lo mismo con Speedy. Pero esta vez sera distinto, lo saba, aunque ignoraba cmo iba a ser... a menos que lo su­piera y no quisiera creerlo.

No poda en modo alguno romper el Talismn, ni siquiera para salvar la vida de su madre... esto s que lo saba.

Ahora el interior del Talismn se fue llenando lentamente de una blancura lechosa. Los reflejos se fundieron en uno y se con­virtieron en una sola luz continua. Jack puso las manos sobre l y el Talismn despidi un muro de luz cegadora, un arco iris! que casi pareci hablar. POR FIN!

Jack cruz de nuevo la habitacin hasta la cama, mientras el Talismn proyectaba una luz danzante que enfocaba el suelo, la pared y el techo e iluminaba la cama a intervalos deslumbradores.

En cuanto Jack se detuvo junto al lecho de su madre, la tex­tura del Talismn pareci cambiar sutilmente bajo sus dedos: Su dureza cristalina cambi de algn modo, volvindose menos res­baladiza, ms porosa. Las yemas de sus dedos casi parecan hun­dirse en el Talismn. Su turbio interior burbuje y se oscureci.

Y en este momento Jack experiment un sentimiento fuerte

—apasionado, en realidad— que hubiese considerado imposible el da en que realiz su primera excursin a los Territorios. Supo que de una forma imprevista el Talismn, el objeto de tanta sangre y aventura, iba a sufrir una alteracin. Iba a cambiar para siempre y l iba a perderlo. El Talismn ya no sera suyo. Su piel clara se enturbiaba tambin y toda su bella superficie estriada y grvida se estaba ablandando. Al tacto ya no era cristal, sino plstico caliente.

Jack se apresur a poner el cambiante Talismn en manos de su madre. El Talismn conoca su misin; haba sido hecho para este momento; haba sido creado en una fabulosa herrera para satisfacer los requisitos de este momento determinado y de nin­guno ms.

No saba qu esperar. Qu ocurrira? Una explosin de luz? Un olor de medicina? El estallido de la creacin?

No sucedi nada; su madre continu nutrindose, visiblemente, aunque inmvil.

—Oh, te lo ruego —farfull Jack—, te lo ruego... mam... te lo ruego...

El aliento de Jack se solidific en mitad de su pecho. Una cos­tura, antes una de las estras verticales del Talismn, se haba abierto sin ruido, y por ella sali lentamente una luz que se des­parram por las manos de su madre. Desde el turbio interior de la bola rajada se fue derramando luz a travs de la costura abierta.

Fuera son la alta y repentina msica de los pjaros celebran­do su existencia.

12

Sin embargo, Jack tuvo apenas conciencia de ello. Se inclin, conteniendo el aliento, y observ cmo el Talismn se vaciaba sobre el lecho de su madre. Un resplandor difuso brotaba de su interior. Grietas y chispas de luz le prestaban vida. Los ojos de su madre se movieron.

—Oh, mam —murmur Jack—, oh...

Una luz dorada y gris sala a raudales por la abertura del Ta­lismn y se extenda por los brazos de su madre. El rostro ama­rillento y marchito frunci ligeramente el ceo.

Jack inspir sin darse cuenta.

(Qu?)

(Msica?)

La nube dorada y gris que brotaba del corazn del Talismn se esparca por el cuerpo de su madre, cubrindolo con una membra­na traslcida, un poco opaca, que se mova delicadamente. Jack vio deslizarse esta trama lquida por el hundido pecho de Lily y por sus piernas huesudas. Por la costura abierta del Talismn sala un maravilloso aroma junto con la nube dorada y gris, un aroma dulce y no dulce de flores y tierra, esplndido, exuberante;

un olor de nacimiento, pens Jack, aunque nunca haba asistido a ninguno. Jack lo inspir para llenarse de l los pulmones y en medio de este milagro fue visitado por la idea de que l mismo, Jack-O Sawyer, naca en este minuto... y luego imagin con un sobresalto apenas perceptible que la abertura del Talismn era como una vagina. (l, por supuesto, no haba visto nunca una vagina y slo tena una idea muy rudimentaria de su estructura.) Mir directamente la abertura del distendido y deshinchado Ta­lismn.

Ahora adquiri conciencia por primera vez de la increble algaraba, mezclada en cierto modo con una msica tenue, de los pjaros que estaban al otro lado de las ventanas.

(Msica? Qu...?)

Una pequea bola coloreada, llena de luz, pas como una ex­halacin ante sus ojos, centelleando un momento en la costura abierta y continuando bajo la superficie turbia del Talismn, en el interior gaseoso, inquieto y cambiante donde se sumergi. Jack parpade; le haba parecido... Le sigui otra y esta vez tuvo tiempo de ver en el globo diminuto las demarcaciones de azul, marrn y verde, las lineas de las costas y minsculas cordilleras de mon­taas. Se le ocurri pensar que en aquel mundo diminuto se ha­llaba un paralizado Jack Sawyer contemplando una mota colorea­da an ms diminuta en la cual un Jack-O de la altura de una mota de polvo miraba fijamente un pequeo mundo del tamao de un tomo. Otro mundo sigui a los dos primeros, girando hacia dentro, hacia fuera, hacia dentro y hacia fuera de la nube creciente del interior en el Talismn.

Su madre movi la mano derecha y gimi.

Jack empez a llorar a lgrima viva. Vivira; ahora ya lo saba seguro. Todo haba salido como Speedy le dijera y el Talismn volva a infundir vida al cuerpo exhausto y devorado por la en­fermedad de su madre, matando el mal que lo consuma. Se incli­n, casi ofreciendo por un instante la imagen de s mismo besando al Talismn que llenaba su mente. Los aromas de jazmn, hibisco v tierra removida invadieron su nariz. Una lgrima cay de la punta de su nariz y refulgi como una joya en los rayos de luz del Talismn. Vio un cinturn de estrellas deslizarse frente a la cos­tura abierta, un sol resplandeciente flotando en un vasto espacio negro. Una msica pareca llenar el Talismn, la habitacin y todo el mundo exterior. El rostro de una mujer, una desconocida, pas por delante de la costura abierta. Tambin rostros de nios y luego los rostros de otras mujeres... Gruesas lgrimas rodaron por sus mejillas, porque haba visto nadar en el Talismn el rostro de su propia madre, las facciones tiernas, confiadas e irnicas de la Reina de medio centenar de pelculas frivolas. Cuando vio su propia cara flotando entre todos los mundos y vidas que acudan a su nacimiento dentro del Talismn, pens que estallara por un exceso de emociones. Se expandi. Respir luz. Y al final fue cons­ciente de los asombrados ruidos que se producan a su alrededor cuando vio mantenerse abiertos los ojos de su madre durante por lo menos dos benditos segundos...

(porque, vivos como pjaros, vivos como los mundos conteni­dos en el Talismn, llegaron hasta l los sonidos de trombones y trompetas, los gritos de saxfonos, las voces a coro de ranas, tor­tugas y trtolas cantando La gente que conoce mi magia ha lle­nado la tierra de humo; y las voces de Lobos cantando msica de Lobo a la luna. El agua azotaba la proa de un buque y un pez azotaba la superficie de un lago con un costado de su cuerpo y un arco iris azotaba el suelo y un muchacho viajero azotaba una gota de saliva para que le indicara la direccin y un nio pequeo azo­tado frunca la cara y abra la garganta; y la inmensa voz de una orquesta cantaba con todo su gran corazn macizo; y la habita­cin se llen del jirn de humo de una voz nica levantndose, le­vantndose y levantndose por encima de todas estas incursiones sonoras. Los camiones hacan chirriar los frenos y los silbatos de las fbricas resonaban y en alguna parte explot un neumtico y en otra parte se dispar un cohete y un amante susurr: otra vez, y un nio chill y la voz continu levantndose y levantndose y durante un rato Jack no se dio cuenta de que no poda ver; pero en seguida recuper la vista).

Los ojos de Lily se abrieron de par en par. Los fij en el rostro de Jack con la atnita expresin de quien pregunta: Dnde estoy? Era la expresin de un recin nacido que acaba de entrar en el mundo tras un azote. Entonces se movi con una sacudida y una respiracin asombrada...

... y un ro de mundos y galaxias y universos inclinados brot del Talismn en un torrente de colores del arco iris que se me­tieron en la boca y la nariz de Lily... y permanecieron sobre su piel amarillenta como pequeas gotas de roco hasta que la pe­netraron, fundidos. Por un momento, su madre qued revestida de una luz radiante...

... por un momento, su madre fue el Talismn.

Toda la enfermedad desapareci de su rostro. No ocurri como ocurre en una secuencia cinematogrfica, sino de repente. Ocurri en un instante. Estaba enferma... y de pronto san. Un saludable tono sonrosado colore sus mejillas. El pelo ralo y enredado se convirti de improviso en una cabellera espesa, suave y exube­rante, del color de la miel oscura.

Jack la mir fijamente, mientras ella le contemplaba a su vez.

—Oh... oh... DIOS mo...! —murmur Lily. La luz radiante de arco iris ya se estaba desvaneciendo... pero la salud persista.

—Mam? —Jack se inclin y algo parecido al celofn se arrug entre sus dedos. Era la cascara quebradiza del Talismn. La puso encima de a mesilla de noche, para lo cual tuvo que apartar a un lado varios frascos de medicina. Algunos se cayeron al suelo y se hicieron aicos, pero no importaba. Ya no necesitara ms medici­nas. Pos la cascara con gentil reverencia, sospechando —no, sabiendo— que incluso ella desaparecera muy pronto.

Su madre sonri. Era una bella sonrisa, satisfecha, algo asom­brada... Hola, mundo, aqu estoy otra vez.! Qu sabes t de esto?

Jack, has vuelto a casa —dijo por fin y se frot los ojos como para cerciorarse de que no era un espejismo.

—Claro —contest l. Intent sonrer y lo logr bastante bien, a pesar de las lgrimas que le baaban la cara—. Claro que s.

—Me encuentro... mucho mejor, Jack-O.

—De veras? —Jack sonri, frotndose los ojos hmedos con el lado de la mano—. Me alegro, mam. Los ojos de ella eran radiantes.

—Abrzame, Jacky.

En una habitacin del cuarto piso de un hotel desierto, en la minscula costa de New Hampshire, un muchacho de trece aos llamado Jack Sawyer se inclin, cerr los ojos y abraz fuerte­mente a su madre, sonriendo. Comprendi que le haba sido de­vuelta la vida ordinaria de escuela, amigos, juegos y msica, una vida en la que existan escuelas adonde asistir y sbanas limpias entre las cuales poder dormir por las noches, la vida normal de un muchacho de trece aos (si la vida de semejante criatura, con su color y plenitud, puede alguna vez considerarse ordinaria). El Talismn haba conseguido tambin esto para l. Cuando se acord de volverse para mirarlo, el Talismn haba desaparecido.

EPLOGO

En un dormitorio blanco, lleno de los ecos de mujeres ansiosas, Laura DeLoessian, Reina de los Territorios, abri los ojos.

CONCLUSIN

As acaba esta crnica. Como es estrictamente la historia de un muchacho, debe acabar aqu;

la historia no podra continuar sin convertirse en la de un hombre. Cuando uno escribe una novela sobre adultos, sabe con exactitud dnde debe parar, es decir, con una boda; pero cuando escribe sobre jvenes, ha de parar donde mejor pueda.

La mayora de personajes de este libro viven todava y son prsperos y felices. Algn da quiz merezca la pena reanudar la historia y ver en qu personas... se convirtieron;

por lo tanto, lo mejor ser no revelar nada de esa parte de sus vidas por ahora.

mark twain, Tom Sawyer

Digger: Cavador o enterrador. (N. del T.)

En japons, brindis patritico o grito de guerra. (N. del t.)

Juego de palabras. En ingles, speedy significa rpido. (N. del t.)

Corriente alterna. (N. del t.)

Corriente continua. (H. del t.)

Alude a la famosa obra de Coward,. un espritu burln.

Juego de palabras. Spttdy significa veloz.

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