Autor: Prudencio García Martínez de Murguía.
Miembro del Consejo Consultivo de la Fundación Acción Pro Derechos Humanos
Artículo publicado en La Vanguardia (Barcelona), el día 18 de enero de 2003.
Los dos generales que antecedieron a Pinochet en la jefatura del ejército de Chile, René Schneider y Carlos Prats, fueron asesinados en 1970 y 1974, dentro de sus coches respectivos. Ambos fueron eliminados por ser generales constitucionalistas, enemigos de golpes y dictaduras militares, partidarios del respeto al poder civil, incluso si éste, a través de las urnas, iba a parar a manos socialistas.
El general Schneider, tras el triunfo electoral de Salvador Allende en 1970 y antes de su toma de posesión como presidente, había manifestado su firme propósito de mantener su fidelidad al resultado de las urnas. Esta postura le costó la vida. Según conocemos hoy por la documentación desclasificada en los últimos años (informe Hinchey, de la propia CIA), esta agencia estableció contacto con tres distintos grupos de conspiradores militares chilenos, con objeto de consumar un golpe militar que impidiera la toma del poder de Allende, ya presidente electo. El grupo encabezado por el general retirado Roberto Viaux (delirante ultraderechista, a cuyo grupo la CIA retiró su apoyo cuatro días antes de la acción por considerarlo incompetente para ella) fue, sin embargo, el que ejecutó el atentado que desembocó en la muerte del jefe del ejército. El golpe no funcionó y, en la fecha prevista, Allende asumió la presidencia. Tres años después llegaría el golpe de Pinochet.
En septiembre de 1974, un año después del golpe pinochetista, el general Prats y su esposa eran asesinados en una calle de Buenos Aires, donde ambos vivían exiliados. Pinochet había ordenado al entonces coronel Contreras, jefe de la DINA, la eliminación de su antecesor en el mando, por considerar las actividades de éste en el extranjero peligrosas para su régimen dictatorial. La bomba fue instalada en el coche por el experto Michel Townley, ex agente de la CIA al servicio de la DINA, actualmente encarcelado en Estados Unidos por haber instalado también la bomba que asesinó en Washington, igualmente por orden de la DINA, al que fue ministro de Exteriores y de Defensa del gobierno de Allende, Orlando Letelier, y a la ciudadana norteamericana que le acompañaba.
¿Qué ocurre hoy en el Chile de 2003, treinta años después del derrocamiento de Allende por los militares anticonstitucionales que asesinaron a los generales Schneider y Prats? El sucesor actual de ambos en el mismo cargo, general Juan Emilio Cheyre, en un artículo de prensa ampliamente difundido (diario La Tercera, 6-1-03), se ha referido al “reconocimiento explícito de los excesos cometidos” bajo aquel régimen, y a “los atropellos a los derechos humanos” entonces perpetrados, que, según reconoce “no tienen justificación”. Su texto había sido sometido previamente al presidente Lagos (socialista) y también a la ministra de Defensa, Michele Bachelet (hija de otro general constitucionalista, torturado hasta la muerte por sus colegas servidores de Pinochet).
En otras palabras: tal como ha señalado la abogada chilena Pamela Pereira, “el ejército retoma la línea que le caracterizaba antes del golpe”. Aquellos módulos de conducta de respeto constitucional al poder civil que caracterizaron a los generales Prats y Schneider vuelven gradualmente a ser aplicados, avanzando hacia la recuperación de la vieja tradición constitucionalista del ejército de Chile, tan distinta históricamente de la nutrida tradición golpista de sus vecinos, los militares argentinos.
La Historia es así de burlesca, así de irónica, así de sarcástica. Ahora nos demuestra, sin contemplaciones, que el pinochetismo sólo fue un infecto paréntesis que apartó a aquel ejército de su camino constitucional, al que ahora va regresando, reconociendo explícitamente lo que el general Cheyre llama “los errores del pasado”. Un paréntesis anómalo, repleto de abusos, bajezas, atroces torturas, repugnantes crímenes, todo ello abominable de por sí. Pero, sobre todo, innecesario. Trágicamente innecesario. Tanto sufrimiento, tanto trauma, tanta DINA, tanta CIA, tantos ciudadanos asesinados y desaparecidos, para acabar finalmente regresando a las mismas pautas que se interrumpieron 30 años atrás. Todo aquel horror, toda aquella ignominia, para volver, tres décadas después, a someterse constitucionalmente a otro presidente socialista y asumir las pautas militares de respeto al poder civil que caracterizaron a aquel ejército con anterioridad a sus lamentables actuaciones de los años 70 y 80. Esperemos que no se repitan jamás.