VDR 19





ROBOTS QUE HE CONOCIDO


Los hombres mecánicos o, para emplear el término de Capek universalmente aceptado en la actualidad, robots, constituyen un tema al que el moderno escritor de ficción científica se dedica una y otra vez. No existe un invento no inventado, con la posible excepción de la nave espacial, que se halle tan claramente representado en las mentes de tantas personas:
una forma siniestra, grande, metálica, vagamente humana, moviéndose como una máquina y hablando sin la menor emocion.
La palabra clave en la descripción es la de «siniestra, y en esto subyace una tragedia, porque ningÅ›n tema que no sea de ciencia ficción es tan bien recibido y con tanta rapidez como le ocurre al robot. Sólo una conjura de un robot parece ser la cosa más a mano para un autor medio: el hombre mecánico que demuestra ser una amenaza, la criatura que se vuelve contra su creador, el robot que se convierte en una amenaza para la Humanidad. Y casi todos los relatos de esta clase se hallan pesadamente sobrecargados, tanto explícita como implícitamente, con la enojosa moraleja de que «existen algunas cosas que la Humanidad no debería llegar jamás a saber.
Desde 1940, esta triste situación se ha mejorado ampliamente. Abundan los relatos acerca de robots; se ha desarrollado un punto de vista más nuevo, más de tipo mecánico y menos moralista. En lo que se refiere a este desarrollo, algunas personas (sobre todo Mr. Groff Conklin, en la presentación de su antología de ciencia ficción, que lleva el título de «Máquinas de pensar de ciencia ficción, publicada en 1954), donde concedió, por lo menos parcialmente, crédito a una serie de historias sobre robots que escribí a principios de 1940. A partir de entonces, es probable que no haya en la Tierra alguien que presente una menor falsa modestia que yo mismo, pues acepté ese presunto crédito parcial con ecuanimidad y cierta facilidad, modificándolo Å›nicamente para incluir a Mr. John Campbell, Jr., editor de Astounding Science-Fiction, y con el que he mantenido discusiones muy fructíferas respecto de los relatos de robots.
Mi propio punto de vista ha sido que los robots constituyen material para unos relatos, y no unas blasfemas imitaciones de la vida, sino que son simplemente unas máquinas avanzadas. Una máquina no «se vuelve contra su creador, si se halla apropiadamente diseÅ„ada. Cuando una máquina, como una sierra eléctrica, parece hacer algo así, al seccionar, ocasionalmente, algÅ›n miembro, esta lamentable tendencia hacia el mal se combate con la instalación de mecanismos de seguridad. Parece obvio que mecanismos de seguridad análogos deben desarrollarse en el caso de los robots. Y el punto más lógico para tales mecanismos de seguridad parecen ser los diseÅ„os de circuitos del «cerebro robótico.
Permitanme una pausa para explicar que, en ciencia ficción, no nos peleamos con intensidad en lo referente a la auténtica ingeniería del «cerebro robótico. Se da por sentado que algÅ›n mecanismo mecánico, con un volumen que se aproxima al del cerebro humano, debe contener todos los circuitos necesarios para permitir al robot un ámbito de percepción-y-respuesta razonablemente equivalente al de un ser humano. Cómo puede llevarse esto a cabo sin el empleo de unas unidades mecánicas del tamaÅ„o de una molécula de proteína o, por lo menos, del tamaÅ„o de una célula cerebral, aÅ›n no se ha explicado. Algunos autores suelen hablar de transistores y circuitos impresos. La mayoría de ellos no explican nada en absoluto. Mi propio truco preferido es referirme, de una forma en cierto modo mística, a «cerebros positrónicos, dejando al ingenio del lector decidir de qué positrones se trata, y a su buena voluntad de seguir leyendo tras haber fracasado en alcanzar una decisión.
En cualquier caso, mientras he ido escribiendo mis series de relatos de robots, los mecanismos de seguridad fueron cristalizando gradualmente en mi mente como «Las Tres Leyes de la robótica. Esas tres leyes fueron declaradas explícitamente, por primera vez, en El circulo vicioso. Finalmente perfeccionadas, las Tres Leyes dicen lo siguiente:

Primera Ley: Un robot no debe dańar a un ser humano o, por falta de acción, dejar que un ser humano sufra dańos.
Segunda Ley: Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes estén en oposición con la Primera Ley.
Tercera Ley: Un robot debe proteger su propia existencia hasta donde esta protección no esté en conflicto con la Primera o Segunda Ley.

Esas leyes se encuentran firmemente incrustadas en el cerebro robótico, o por lo menos en los circuitos que resulten ser los equivalentes. Naturalmente, no describo los equivalentes del circuito. En realidad, nunca discuto la ingeniería de los robots, por la buena razón de que soy colosalmente ignorante respecto de los aspectos prácticos de la robótica.
La Primera Ley, como pueden rápidamente observar, elimina inmediatamente ese viejo y cansino complot, con el que no les aburriré refiriéndome a él ya más.
Aunque, a primera vista, puede parecer que la fijación de unas reglas tan restrictivas puedan amenazar la imaginación creadora, se ha revelado que las Leyes de la robótica han servido como una rica fuente de material para conjuras. No han demostrado otra cosa más allá de un bloqueo de carreteras mental.
Un ejemplo podría ser el relato de El circulo vicioso, al que ya me he referido. El robot de esta historia, un modelo muy caro y experimental, esta diseÅ„ado para operar en el lado soleado del planeta Mercurio. La Tercera Ley se ha incrustado en él con mayor fuerza que la usual por razones económicas obvias. Ha sido enviado por sus patronos humanos, al empezar el relato, para obtener algo de selenio liquido para ciertas vitales y necesarias reparaciones. (El selenio líquido se encuentra en forma de charcos en el caldeado lado de Mercurio que mira hacia el Sol, segÅ›n les pido que crean mis estimados lectores.)
Por desgracia, el robot ha recibido su orden de una forma torpe, por lo que la inserción del circuito de la Segunda Ley ha quedado más debilitada que de costumbre.
Y lo que es aÅ›n más desafortunado, la charca de selenio a la que se ha enviado el robot se encuentra cerca de un lugar con actividad volcánica, y como resultado de ello existen en la zona concentraciones considerables de anhídrido carbónico. A la temperatura reinante en el lado expuesto al Sol de Mercurio, he dado por supuesto que el anhídrido carbónico reacciona con bastante rapidez con el hierro para formar volátiles carbonilos de hierro, por lo que pueden resultar muy daÅ„adas las articulaciones más delicadas del robot. Cuanto más penetre el robot en esta área, mayor será el peligro para su existencia y más intenso resultará el efecto de la Tercera Ley para que el robot se aleje. Sin embargo, la Segunda Ley, que ordinariamente es superior, le debe impulsar a avanzar. En un momento determinado, el inusualmente debilitado potencial de la Segunda Ley y el desacostumbradamente potente potencial de la Tercera Ley alcanzan un equilibrio, y el robot no puede ni avanzar ni retroceder. Sólo puede dar vueltas alrededor de un lugar equipotencial y trazar irregulares círculos en torno de ese sitio.
Mientras tanto, nuestros héroes deben hacerse con el selenio. Persiguen al robot provistos de unos trajes especiales, descubren el problema y se preguntan cómo deben corregirlo. Tras varios fallos, se descubre la respuesta correcta. Uno de los hombres se expone de manera deliberada al Sol de Mercurio, de tal forma que, a menos que el robot le rescate, seguramente morirá. Esto hace entrar en acción a la Primera Ley, que al ser superior tanto a la Segunda como a la Tercera, hace salir al robot de su inÅ›til órbita giratoria y esto lleva al necesario final feliz.
A propósito, tengo que decir que fue en el relato de El circulo vicioso donde creo que utilicé por primera vez el término «robótica (definido de modo implícito como la ciencia del diseÅ„o, construcción, mantenimiento, etc., de robots). AÅ„os después se me dijo que yo había inventado el término y que no se había publicado nunca antes. No sé si esto es verdad. De ser cierto, me siento feliz, porque creo que es una palabra lógica y Å›til, y por lo tanto se la dono a los auténticos trabajadores en este campo con la mayor buena voluntad.
Ninguna de mis demás historias de robots plantea de forma tan inmediata el asunto de las Tres Leyes como ocurre en El circulo vicioso, pero todas ellas derivan de una u otra forma de las Leyes. Por ejemplo, existe el relato del robot que lee las mentes y que se ve obligado a mentir, porque es incapaz de decirle a ningÅ›n ser humano algo distinto a lo que el ser humano en cuestión desea escuchar. La verdad, como pueden comprobar, casi de forma invariable origina un «daÅ„o al ser humano en forma de decepción, desilusión, incomodidad, pena y otras emociones similares, todas las cuales resultan de lo más visibles para el robot.
También está el rompecabezas al que se enfrenta el hombre que sospecha que es un robot, es decir, que posee un cuerpo cuasiprotoplasmático y un «cerebro positrónico de robot. Una forma de probar su humanidad consiste en hacerle quebrantar la Primera Ley en pÅ›blico, por lo que se obliga de manera deliberada a golpear a un hombre. Pero el relato termina de una forma que mantiene la duda, porque existe aÅ›n la sospecha de que el otro «hombre podía ser también un robot, puesto que no hay nada en las Tres Leyes que impida a un robot el golpear a otro robot.
Y luego tenemos los robots Å›ltimos, unos modelos tan avanzados que se emplean para precalcular cosas tales como el tiempo, las cosechas, las cifras de la producción industrial, los acontecimientos políticos, etc. Esto se lleva a cabo a fin de que la economía mundial se vea menos sujeta a los cambios caprichosos de esos factores, que se encuentran más allá del control humano. Pero esos robots de Å›ltima serie, al parecer, siguen encontrándose sometidos a la Primera Ley. No pueden, por falta de acción, permitir que los seres humanos lleguen a resultar daÅ„ados, por lo que, de una manera deliberada, ofrecen respuestas que no son necesariamente ciertas y que originarán localizadas alteraciones económicas, previstas para que la Humanidad pueda segir el camino que conduce a la paz y a la prosperidad. De este modo, finalmente, los robots vencen en Å›ltimo extremo a su maestro, pero sólo lo hacen en Å›ltima instancia en bien del hombre.
Las interrelaciones entre el hombre y el robot tampoco se han dejado de lado. La Humanidad puede conocer la existencia de las Tres Leyes a un nivel intelectual y, sin embargo, tener un miedo por completo desarraigable y desconfiar de los robots a un nivel emocional. Si desean inventar un término para esto, lo podrían llamar «Complejo de Frankenstein. Existe asimismo, por ejemplo, el asunto más práctico de la oposición de los sindicatos, respecto de la posible sustitución del trabajo humano por el trabajo de los robots.
Esto también puede dar pie para unos relatos. Mi primera historia se refería a un robot niÅ„era y a un niÅ„o. El niÅ„o adora a su robot, como cabe esperar, pero a la madre esto le produce temor, como también era de esperar. El intríngulis del relato se encuentra en el intento, por parte de la madre, de desembarazarse del robot y en la reacción del niÅ„o para evitarlo.
Mi primera novela extensa de robots, «Caves of Steel (Las Cuevas De Acero, 1954), avizora más allá en el futuro, y se desarrolla en una época en otros planetas, poblados por terrestres que han emigrado. Ha adoptado una economía robotizada por completo, pero donde la misma Tierra, por razones económicas y emocionales, aÅ›n se niega a la introducción de las criaturas metálicas. Se comete un asesinato, con la motivación del odio a los robots. Lo resuelven un par de detectives, uno de los cuales es un hombre y el otro un robot, con una gran porción de razonamiento deductivo (al que son tan proclives las historias de detectives), dando vueltas en torno de las Tres Leyes y sus implicaciones.
He conseguido convencerme a mí mismo de que las Tres Leyes son tanto necesarias como suficientes para la seguridad humana en lo que se refiere a los robots. Constituye mi sincera creencia el que, algÅ›n día, cuando en efecto se construyan unos robots avanzados y parecidos al hombre, se incluirá en ellos algo muy parecido a las Tres Leyes. Me gustaría mucho ser un profeta a este respecto. Y sólo lamento el hecho de que este asunto, probablemente, no quede zanjado durante mi existencia en este mundo*.
*Este ensayo se escribió en 1957. En los aÅ„os transcurridos desde entonces, la palabra "robótica" ha entrado en el idioma inglés y se emplea en los demás idiomas de una manera universal, y he vivido lo suficiente como para ver que los roboticistas se han tomado ya muy en serio las Tres Leyes.


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