Capítulo treinta y dos


Capítulo treinta y dos

Alex la dejó marchar. Comprendía su posición, y más aún en una fiesta donde todo lo que dijera e hiciera podría ocasionar publicidad negativa.

En cuanto Cat recogió a Michael, Nancy la apremió a acudir a la glorieta, donde ya había una multitud congregada. Alex captó el mensaje: había llegado Willie Nelson.

Cantó unas cuantas baladas y Cat, como invitada de honor, tuvo que quedarse en el estrado. Tenía a Michael sobre las rodillas e incluso consiguió que diera palmadas acompasadas. Acudió con él al micrófono para agradecer la presencia de los asistentes y su contribución para ayudar a los niños.

Cuando Willíe terminó su actuación, Cat se acercó para darle las gracias y se rió a carcajadas con alguna de sus ocurrencias. Alex sentía unos celos inexplicables. El cantante marchó con su séquito, un montón de harapientos con aspecto de haber sido arrojados a una playa dos semanas después del naufragio.

Alex observó, al mismo tiempo que Cat, que Michael cerraba las piernas y movía los pies. Cat se agachó y le dijo algo al oído. El niño asintió. Cogidos de la mano, entraron en la casa.

Alex les siguió los pasos. Lejos de espectadores, tal vez pudieran llegar a un entendimiento. Intentaría que ella aceptase una cita más tarde. Tal vez pensara que su efímera relación había terminado, pero estaba equivocada.

Vagó por el salón, simulando echar un vistazo a las figuritas de porcelana mientras esperaba cortarle el paso cuando saliera con Michael del servicio.

Maldijo para sus adentros al ver que Bill Webster se le adelantaba.

Alex diviso una de las sonrientes expresiones de Cat. Pero no pudo oír lo que decía.

—No.

—Lo siento, Cat, pero el lunes estaré en Saint Louis, en una reunión de directivos. Me voy mañana por la noche y no volveré hasta el jueves.

—Supongo que puedo esperar hasta entonces.

—No seas tan comedida. Si piensas que es algo serio..

—Es que no lo sé. Quería saber tu opinión.

—Disponemos de cinco minutos. Vayamos a mi despacho.

—No quisiera dejar a Michael solo.

—Que entre. Puede entretenerse con mis miniaturas.

—De acuerdo. Me parece mejor no esperar otra semana.

Alex oyó cómo se cerraba la puerta del despacho. Entró en el vestíbulo y miró a su alrededor. Al parecer no había nadie. Acercó la oreja a la puerta.

—Los originales están en casa, dentro de un cajón—decía Cat—. Llevo las copias encima. Te ruego que las leas y me digas lo que piensas.

Webster seguía silencioso. Alex oyó que Cat le hablaba a Michael de unos animales en miniatura.

—¡Cat! —exclamó Webster—. ¿Cuánto tiempo hace que dura esto?
—Unas semanas' ¿Qué te parece? .
—Mi primera impresión es que quien los haya es un demente.
Alex frunció el ceño.

—Jeff ha hecho algunas averiguaciones. Había un par de noticias breves sobre el accidente en Florida. Pero nada de los otros dos. Se consideraron muertes accidentales, lo cual me lleva a creer que estoy haciendo una montaña de un grano de arena. Si la policía no tuvo sospechas, ¿por qué debería tenerlas yo?. Pero confieso que estoy intranquila. Creo que tenias que estar enterado porque, si algo ocurriera, podría poner en peligro la seguridad de todo el personal.

—¿Piensas que el remitente anónimo se atrevería a atacarte?

Alex no pudo oír cuál era la respuesta de Cat. Pero alguien había pronunciado su nombre. Se dio la vuelta. Nancy Webster había entrado en la sala.

Sonrió por compromiso para disimular que estaba escuchando.

—Hola, Nancy.

—¿Has visto a Cat?

—Ha entrado en la casa y la he seguido hasta aquí. Acompañaba al niño al baño. Pero ahora me ha parecido oír su voz ahí y me disponía a llamar.

Nancy entró sin llamar en el despacho de Bill.

—Hola, chicos.

La apertura de la puerta permitió que Alex viera a Bill sentado en un sillón de cuero. Había patitos en miniatura en fila en el sofá de enfrente y Michael los hacía avanzar sobre la suave piel. Cat estaba sentada sobre la alfombra, a los pies de Webster.

Bill se metió a toda prisa unos papeles en el bolsillo. Parecía sorprendido y preocupado.

—¿Qué hay, cariño?

La expresión de Nancy era tan dura como si llevase una -carilla de cemento armado. Alex sabía que no había pasado nada, pero se sentía obligado a callar.

—Están a punto de empezar los fuegos artificiales. Deberíais salir.

—Gracias, Nancy.

Webster se levantó y ofreció su mano a Cat, que hizo caso omiso y cogió al niño entre sus brazos.

—Vamos, Michael. No hay que perderse los fuegos artificiales.

Cuando vio que Alex estaba detrás de Nancy e intuyó que debía de haber escuchado la conversación con Webster, su sonrisa forzada se le heló en los labios.

Cat y Michael salieron. Ella hizo grandes exclamaciones de emoción ante la pirotecnia para animar al pequeño, pero fingía. Nancy tenía a su marido cogido amorosamente del brazo, pero su entusiasta comentario sobre los fuegos artificiales también sonaba falso. WebSter estaba tan ausente que apenas se daba cuenta de nada.

Y Alex no veía nada ni a nadie que no fuera Cat Delaney.

Por segunda vez esa noche, Nancy encontró a Bill recluido en su despacho. Todos se habían marchado. Y el servicio de limpieza no llegaría hasta la mañana siguiente.

Cuando entró, su marido levantó la copa de balón para brin­dar.

—Has conseguido que todo saliera de primera, como siempre. Toma una copa conmigo para celebrarlo.

—No, gracias.

Bill se había tomado más de una. Otra habría sido excesiva. Estaba sofocado y tenía las órbitas de los ojos de color rosado. Rara vez se emborrachaba. Por lo tanto, cuando eso ocurría era evidente.

—Estoy muy cansada, ¿nos vamos a dormir? —dijo ella alar­gando la mano.

—Ve tú; ya subo. Me tomaré otra copa corta.

Se sirvió otro escocés e hizo una mueca al tomar un trago. No bebía por gusto.

Nancy lo miró y dijo:

—Bill, ¿qué te ocurre?

—Tengo sed.

—¡Me tomas por idiota!

Bill estaba a punto de protestar, pero cambió de idea. Cerró los ojos, levantó el vaso hasta la frente y lo deslizó entre ambas sienes, como si quisiera alisarse las arrugas.

—He observado la expresión de tu cara al verme aquí con Cat. No debería darte explicaciones, pero lo haré. Hablábamos de un asunto privado.

—Eso es lo que me preocupa.

—No es lo que piensas, Nancy. Por el amor de Dios, dame un margen de confianza. Me haces sentir como si quisiera convertir a Cat en mi amante porque me recuerda a Carla.

—¿Por lo tanto intentas reemplazar a Carla con ella? La miró con ojos de centella.

—¿ Es eso lo que piensas?

Nancy agachó la cabeza y contempló la alianza de bodas.

—Ya no sé qué pensar. Nada ha sido igual entre nosotros desde que perdimos a Carla. En vez de aferrarnos el uno al otro para superar la pena, se ha ido abriendo un abismo que no sé cómo volver a cerrar. Y no quiero caer en él, ya que ignoro adónde puede llevarnos.

Levantó la cabeza y lo miró angustiada.

—¿Por qué ya no vienes a mí, Bill?

—Lo hago.

—No con tanta frecuencia. Y cuando lo haces, no es igual que antes. Noto la diferencia y quiero saber qué es lo que se interpone entre nosotros. Si no tienes un asunto con Cat, ¿qué es?

—¿Cuántas veces tendré que repetirlo? Nada. Tengo responsabilidades y cuando vuelvo a casa estoy cansado. No consigo que se me levante dándole una orden.

El sarcasmo y su grosero vocabulario la contrariaron. Se encaminó hacia la puerta.

—No vale la pena hablar contigo ahora; estás bebido. Otra señal de que algo anda muy mal. Aunque no sepa lo que es, no me digas que son imaginaciones mías.

»Carla era una chica maravillosa y la querremos siempre. Has tenido una buena relación con todos nuestros hijos, pero tú y ella estabais muy unidos. Cuando murió, sentiste que moría también una parte de ti. Bill: si pudiera devolvértela, lo haría.

»Pero no puedo. Y me niego a perder más de lo que ya me han arrebatado. Toda mi vida gira a tu alrededor porque te adoro. Tengo ha intención de retenerte a mi lado y conseguir que nuestra relación sea como antes. No me importa lo que tenga que hacer.

Cat durmió muy poco esa noche.

Pensaba en Michael. Estaba tan encerrado en sí mismo que lograr que se abriera requería mucha paciencia y dedicación. Sin embargo, con los padres adecuados llegaría a ser un niño normal y el esfuerzo habría valido la pena. Sólo necesitaba que lo quisieran y lo mimaran.

Pero había también otra cosa que ocupaba su mente. Después de ver a Alex se tambalearon todas las resoluciones que tomado en California. Le mortificaban las ganas que tenía de él.

Irene y Charlie Walters eran tan encantadores como él le había dicho. Seguro que después de asistir al cursillo de capacitación obligatorio serían unos padres perfectos para alguno de niños.

En cualquier otro momento habría disfrutado charlando un rato con ellos, pero la presentación se había producido poco después de los fuegos artificiales y aún veía la expresión en la cara de Nancy Webster al abrir la puerta del despacho. Era evidente que había malinterpretado el sentido de la conversación privada.

Estas preocupaciones la tenían en vilo, además de los anónimos. Necesitaba distracción, así que dedicó el domingo por la tarde a ir de compras, y, después, a ver una película.

El lunes, ella y Jeff enviaron cartas de agradecimiento a las personas que habían entregado un cheque durante la merienda campestre a beneficio de Los Niños de Cat. El martes realizaron un vídeo de una niña de cinco años con un defecto auditivo que había perdido a sus padres en accidente de coche.

Esa noche, cuando Cat volvió a casa encontró entre el correo un sobre idéntico a los tres anteriores. Pero el contenido era distinto.

Dentro había una hoja de papel. Escrito en forma de articulo periodístico, era un resumen biográfico de la ex actriz de telenovelas Cat Delaney, que había sufrido un trasplante de corazón.

Era su necrológica.



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