Capítulo cuarenta y dos


Captulo cuarenta y dos

—Qu quiere, Murphy?

—Hablar contigo -dijo Cyclops—. Abre.

Cat forz una carcajada.

—No pienso abrirle.

—Si quiero entrar, nada va a impedrmelo. Por qu no se ahorra que eche la puerta abajo?

—Si no se va llamar a la polica.

—Hgalo y lo pagar el mocoso.

Apoy la frente en la puerta. Era una locura abrirle en plena noche, pero, tal y como haba dicho, una puerta cerrada no lo detendra.

Era evidente que la haba seguido desde los estudios de tele­visin. De qu otra forma poda saber dnde viva? A menos que hubiera estado envindole correo durante los ltimos dos meses.

Fuera como fuese, por qu estaba dudando entre abrirle o no? Por qu no corra al telfono y marcaba el 911 con la es­peranza de que llegasen antes de que pudiera causar destrozos?

Por Michael. Saba que Cyclops cumplira su amenaza. Tal vez Kismet no fuera completamente inocente, pero el nio s. Po­da ser tarde para salvarla a ella, pero vala la pena luchar por l.

Corri el cerrojo y abri.

Su fsico impona. Alex haba sido muy valiente o muy est­pido para enfrentarse a l. Intent no acobardarse por su tamao ni por el olor que desprenda cuando la apart a un lado y entr. Le ech un vistazo a su alrededor y se fij en un cuenco de cristal con hierbas aromticas que haba encima de la mesita. Lo le­vant para olerlo.

—No es nada que se pueda fumar —dijo Cat

l esboz una sonrisa de reptil.

—Muy gracioso.

Volvi a dejarlo en su sitio.

—As es cmo viven las estrellas de la tele. Muy elegante. Mu­cho mejor que la pocilga que comparto con mi mujer y el nio verdad?

Cat declin corroborar lo que era obvio.

—Qu est haciendo aqu a estas horas? Qu es tan urgente para venir a yerme ahora?

El hombre entr en el saln y se dej caer en el sof blanco, apoyando las botas en el silln a juego.

—Eh! Tranquila. Fuiste t quien empez todo esto; no yo.

—Empezar qu?

—Esa mierda sobre Sparky. No me acordaba de ese enano y te presentaste con ese poli a remover el pasado.

Mientras sonrea, la mir de arriba abajo con su ojo sano.

—Su culo no levantaba dos palmos del suelo, igual que el tuyo.

Le pona la piel de gallina y se senta ms vulnerable an ves­tida slo con el albornoz. Cul de los telfonos de la casa estaba ms cerca? Con qu rapidez poda marcar el 911? Haba un pestillo resistente en su dormitorio? No lo saba; nunca lo haba necesitado.

Recurri a su dominio de la interpretacin para disimular el miedo.

—Pierce no es polica.

Solt una risotada.

—A quin quieres engaar, monada?

—Me rindo ante tantos conocimientos sobre la polica. Pero, por qu le molesta tanto que le hiciramos unas preguntas sobre su amigo?

—Sparky no era amigo mo.

—Entonces, por qu le importa?

—No me importa; pero me ha hecho pensar.

Debe de haber sido un gran esfuerzo.

—Sobre qu?

Jugueteaba con un botn plateado del chaleco de cuero.

—Crees que llevas el corazn de ese cabrito, no?

—Es una posibilidad. Pero, a menos que haya venido para confesar tres asesinatos y amenazas por correo, no veo que sea asunto suyo. Por qu no quita sus asquerosos pies de mis muebles y se larga con viento fresco?

Le gui un ojo.

—Oye, pelirroja, te enciendes con facilidad y tienes la lengua muy larga. Follas tan bien como hablas?

Si toleraba que la provocara, caera dentro de sus sucias ma­nos. Opt por cruzarse de brazos y aparentar fastidio.

—Murphy: es tarde. Diga lo que sea y mrchese.

l recost la cabeza en los almohadones del sof, cambi la postura de los pies en el silln y se repantig en el asiento.

Voy a tener que quemar esos muebles, pens Cat.

—El pequeo bastardo no es mo.

—Cmo?

—El hijo de Kismet no es hijo mo. Sparky la dej preada La preocupacin por el mobiliario y el miedo desaparecieron de golpe. Sin darse cuenta, se sent en el brazo del otro silln.

—Usted no es el padre de Michael?

—Es lo que acabo de decir.

—El padre era Sparky.

—S. Por pura chiripa, Kismet no abort despus deL acci­dente, jodida como estaba. Para m habra sido mucho mejor, pero el mocoso aguant. Ocho meses despus de que Sparky la diara, naci su cachorro.

Ahora, la mente de Cat iba por delante de la de Murphy. No necesitaba que le explicara la importancia de este hecho, pero l lo hizo de todas formas.

—Cuando te has marchado, el cro balbuceaba que te haba visto en una merienda. Le gustas.... Igual que l a ti.

El pendiente se apart de su mejilla cuando agach la cabeza y simul pensar en los misterios de la naturaleza.

—No es curioso?

Tal vez era ms listo de lo que ella y Alex daban por supuesto. Era horrible pensar que fuese tan inteligente como mezquino.

—No s adnde quiere ir a parar —minti.

—Y un huevo. No es ninguna casualidad que exista esa simpata mutua. T llevas el corazn de su pap. T... cul es la palabra adecuada?... Conectaste con el cro. Esas cosas de esp­ritus afines, el karma, o lo que sea.

La foto de Michael en el expediente de Sherry le haba cau­sado un impacto inexplicable. O es que, realmente, era inexplicable?

—No tengo la seguridad de llevar el corazn de Sparky.

—Te digo que s.

—Puede usted decir lo que quiera —se levant para insinuar que la visita haba terminado—, pero en otra parte. Ahora que ya me ha dado el mensaje, me parece que no hay nada ms que hablar.

—Ah te equivocas. Nos queda lo principal.

—Qu es?

—Dinero.

Eso era lo ltimo que esperaba or.

—Qu dinero?

—El que me debes.

Volvi a sentarse en el brazo del sof y lo mir incrdula.

—No entiendo nada.

—Pues deja que te lo explique. Si Sparky hubiera vivido, habra tenido que soportar todo lo que yo he pasado. Me hice cargo de su hijo, lo he criado...

—Porque tiene usted un buen corazn —dijo con sarcasmo

—Exacto.

Cat se carcaje.

—Acept a Michael porque iba en el lote con Kismet y quera recuperarla despus de la muerte de Sparky. No por amor, sino porque no poda tolerar que otro hombre lo hubiera humillado. Desde entonces la est castigando por ello.

Apart el sof de un puntapi y se levant.

—La maldita hija de puta me suplic que la aceptara.

Cat estaba decidida a no retroceder. Era un miserable que disfrutaba viendo el miedo en los ojos de sus vctimas. Poda ra­jarle el pescuezo, o atravesarle el corazn, con la navaja que llevaba enfundada en el cinto, pero no le dara el gusto de verla intimidada.

—Hace cuatro aos que aguanto a esa ta y a su mamn. Creo que me merezco algo a cambio.

—Me parece que lo que va a recibir a cambio no le va a gus­tar.

—Escchame bien, coo caliente —le clav el ndice en el pe­cho-. Gracias a m no ests muerta. Le dije a ese mdico que poda llevarse el corazn de Sparky. Estaras en el otro barrio si hubiera dicho que no.

—Puede que s, puede que no.

—Te digo que s. Y quiero algo a cambio de haberte salvado ese culito.

—Ah. Ah es donde entra el dinero.

—Nos vamos entendiendo.

—Quieres que te pague mi corazn?

Sus delgados labios se separaron en una sonrisa lenta y ma­liciosa. Alarg la mano y manose un mechn del cabello de Cat.

—Ya saba desde el momento que te vi que eres una mujer inteligente.



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