Capítulo cincuenta y uno


Captulo cincuenta y uno

—En qu ests pensando?

Alex le alarg un vaso de limonada y se tumb a su lado.

Estaban en la terraza. Se haba puesto el sol pero an haba luz. En la barbacoa se asaban los entrecots y, de vez en cuando, la grasa goteaba sobre el carbn y crepitaba, enviando una nube de humo aromtico. Cat no haba hablado mucho durante el vuelo de regreso desde San Antonio. Cuando l le sugiri com­prar algo para cocinar en casa, asinti sin prestar demasiada atencin. Comprenda que necesitaba meditar y no la haba pre­sionado hasta ahora.

Cat sorbi un poco de limonada y despus, con un suspiro, reclin la cabeza y contempl el cielo azul intenso.

—No puedo creer que todo esto haya terminado. Pensaba que me sentira ms... aliviada. Y lo estoy, pero no me quito de la cabeza la imagen de ese hombre gritando.

—No puede cumplir sus amenazas, Cat. Ya no tienes motivos para estar asustada. Despus de lo que hemos odo, que ha sido casi una confesin, Paul Reyes no saldr de esas cuatro paredes.

El Departamento de Justicia comprobar sus actividades du­rante los ltimos aos. Creo que descubrirn que su camino se ha cruzado con los de esos trasplantados que murieron.

Si es procesado, lo ms probable es que lo consideren in­competente para ser juzgado. Pero si su estado mental mejora y hay juicio, ser declarado culpable y sentenciado a cadena per­petua. En ambos casos, ests a salvo.

—En realidad no me da miedo, Alex; lo compadezco. Deba de quererla mucho.

—Cmo para abrirle el crneo?

—Exacto —respondi con seriedad a su custica pregunta—.Cuando puso la mano sobre mi corazn, vi en sus ojos ms dolor que odio. No pudo soportar la infidelidad de su esposa. Estaba fuera de s cuando cogi ese bate de bisbol. La mat, pero an la quiere y sufre por ella. Tal vez por eso...

—Qu?

—No importa. Es una locura.

—Dmelo.

—Tal vez por eso dio su consentimiento para que le quitaran el corazn. Quera matarla, pero en realidad no quera que es­tuviera muerta.

—Y entonces, por qu mat a tres personas para detener su corazn?

Sonri y se encogi de hombros.

—Eso es un fallo en mi teora. Ya te he dicho que era una locura.

Alex se sent en la tumbona para mirarla cara a cara.

—Sabes? Si tienes otra vida, puedes ser polica, Cat Delaney. Tienes talento para la deduccin —baj el tono de voz—. Me ale­gro de que todo haya terminado.

—Yo tambin.

—Preparada para cenar?

—Me muero de hambre.

La comida apagara su ansiedad. Deseaba que existiera una goma de borrar instantnea para la memoria, ya que la escena del hospital quedara en su mente durante mucho tiempo.

La seora Reyes-Dunne estaba desesperada. Les confes llo­rando que minti sobre los recortes. Los haba visto antes.

—Abr su maleta para llevarme la ropa sucia y all estaban. Entonces pens de dnde los habra sacado, ya que eran de di­versas partes del pas. Pero no dije nada. Cuanto menos hablara de trasplantes, mejor.

Algunos miembros de la familia estaban enfadados con l por haber donado el corazn de Judy tanto como por haberla matado. Otros pensaban que ella se lo mereca. Machismo, com­prenden?

Cat y Alex asintieron.

—Su mujer le pona cuernos: por lo tanto, tena motivos para matarla. Pero quitarle los rganos y enterrarla sin que es­tuviera completa violaba nuestra cultura y nuestras creencias religiosas.

Conforme iba hablando, cada vez se mostraba ms angustiada.

—Tal vez si le hubiera preguntado a Paul al encontrar los re­cortes, usted se hubiese ahorrado toda esta pesadilla. Si me hu­biera dado cuenta antes de su demencia, esas personas no esta­ran muertas. S lo que le llev a matar a Judy, pero no puedo creer que mi hermano haya podido asesinar a sangre fra.

—Volva a matar a Judy; no a otras personas —le dijo Alex.

—Ya lo s. Pero, de todas formas, no creo que Paul sea capaz de algo semejante.

Tanto Cat como Alex intentaron consolarla, pero con poco xito. Saba, y ellos tambin, que Reyes estara recluido durante el resto de su vida. Nunca se recuperara de la traicin de Judy y sus hijas creceran sin padres y con el estigma de su crimen.

Cat lo entenda muy bien y sufra por las nias, a las que no conoca.

Ella y Alex se sentaron a la mesa para cenar y devoraron la carne, las patatas asadas, la ensalada y un pastel de nueces que Cat haba comprado en el supermercado.

Alex apart su plato vaco y se reclin en la silla estirando las largas piernas.

—Quieres saber lo que ms me impresiona de ti?

—La comida que puedo engullir —brome Cat dndose pal­maditas en el estmago.

—Eso tambin. Para ser tan delgaducha tienes un buen sa­que.

—Muchas gracias. No recuerdo un cumplido tan halagador.

Alex dej de rer y dijo en serio:

—Estoy impresionado por tus agallas. Hoy te has mantenido firme incluso cuando Reyes te tocaba. Ha debido de ser trau­mtico, y cualquier persona habra retrocedido. No he conocido a ninguna mujer, y a muy pocos hombres, tan valientes como t. Te lo digo de verdad, Cat.

Ella clav el tenedor en el resto del pastel.

—Alex: no soy valiente.

—No estoy de acuerdo.

Dej el tenedor y lo mir.

—No soy valiente; todo lo contrario. Si lo fuera, mis padres no habran muerto.

Alex agach la cabeza.

—A qu viene eso?

Nunca le haba explicado a nadie lo que haba ocurrido aquella tarde al volver de la escuela antes de hora. Ni al servicio de ayuda a la infancia. Ni a las asistentas que intentaban averiguar hasta qu punto aquello haba afectado a la nia. Ni a los padres de los hogares de acogida. Ni a Dean. A nadie. Pero ahora senta la necesidad imperiosa de desahogarse con Alex.

—No sucedi exactamente como te dije. La asistenta social me llev a casa y me extra que el coche de mi padre estuviera aparcado delante. A aquella hora tena que estar en el trabajo. El pobre rara vez faltaba, e incluso haca horas extras los fines de semana para pagar mis facturas. Pero, incluso as, se haba en­deudado y estaba al lmite de sus fuerzas.

Yo no entenda las palabras. Segunda hipoteca, gravamen, prstamos colaterales: no estaban en mi vocabulario. Pero las oa en las angustiadas conversaciones de mis padres.

Dobl la servilleta de papel al lado del plato.

—Aquel da, nada ms entrar en casa supe que algo andaba mal. Tuve una sensacin extraa, un escalofro que no era por la temperatura. Supongo que se trataba de un presentimiento, pero tena pnico mientras avanzaba por el pasillo hacia el dormitorio de mis padres.

Pero tena que hacerlo. La puerta estaba entreabierta y met la nariz. No estaban muertos, como te dije. A ti y a todos. No. Mi madre estaba en la cama, apoyada en la almohada, y lloraba.

Pap estaba de pie, al lado de la cama, con una pistola en la mano, y le hablaba. No comprend hasta mucho tiempo des­pus lo que estaba diciendo.

Hablaba de matar y pens que se refera a m.

“Es la nica forma y ser lo mejor para Cathy.”

Nunca otra persona me ha llamado as.

Yo saba que era una ruina para ellos, pero, aparte de eso, haban tenido que soportar un infierno. Mam haca filigranas para ocultar mi calvicie despus de la quimioterapia y sufra mu­cho ms que yo. Me recuper rpido, pero ella no.

Cuando o que pap hablaba de una solucin rpida a todos los problemas, me imagin que me quitaran de en medio para salvarse y dejar de sufrir penalidades y gastos. Sin hacer ruido, entr en mi habitacin y me encerr en el armario.

Hizo una pausa y se mordi el labio inferior.

—All, agachada en la oscuridad, o los disparos y supe que me haba equivocado. Y mucho. Entonces decid quedarme den­tro de aquel agujero para siempre. Morira si no coma ni beba. Incluso tan pequea, ya tena una vena dramtica.

Por fin, vino una vecina. Cuando nadie contest al timbre supuso que haba algo raro y entr. Encontr a mis padres muer­tos. Yo ni me mova; ni siquiera cuando llegaron el coche de po­lica y la ambulancia. Alguien llam a la escuela y all dijeron que me haban acompaado a casa. La registraron y, dentro del ar­mario, estaba yo. Fing que al llegar ya los haba encontrado muertos. No les dije la verdad... Que habra podido evitarlo.

—Esa no es la verdad, Cat.

Agit la cabeza.

—Si hubiera entrado en el dormitorio...

—Te habra pegado un tiro.

—Pero jams lo sabr, y pude evitarlo. Pude salir corriendo y pedir ayuda; cualquier cosa menos esconderme. Deb darme cuenta de lo que quera hacer, y tal vez mi subconsciente s lo saba.

Alex rode la mesa e hizo que ella se incorporase.

—Tenas ocho aos.

—Tena que entender lo que pasaba. De no haber sido tan co­barde, los hubiera salvado.

—Y por eso quieres salvar a todo el mundo?

Le puso las manos sobre los hombros.

—Cat —le dijo al odo mientras le secaba las lgrimas con los pulgares—. Lo recuerdas con tu mente de persona adulta, pero eras una nia. Tus padres fueron dbiles; no t.

La abraz.

—Cuando era polica, vi cosas as montones de veces. Alguien que haba llegado al lmite de sus fuerzas, se suicidaba y arras­traba a los dems consigo. Si tu padre hubiera sabido que esta­bas en casa, tambin te habra matado. Creme. Esconderte en el armario te salv.

No estaba muy convencida, pero quera creerle. Durante aos haba necesitado que alguien le dijera que hizo lo correcto.

Sigui abrazada a Alex hasta que sus labios la hicieron reac­cionar.



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