Capítulo cuarenta y uno


Capítulo cuarenta y uno

Cat se quedó pasmada. El niño abrió la rejilla y corrió a esconder la cara en la falda de su madre.

—¿Es usted su madre? —preguntó Cat.

Ella asintió.

Cat miró al motorista.

—Pues usted debe de ser George Murphy.

—¿No has venido a eso? ¿A llevarte al niño para que lo adop­ten?

Kismet empezó a gimotear y Cat le acarició el brazo.

—No estoy aquí por Michael.

Cyclops frunció el ceño.

—¿ Y a qué has venido?

Tal y como había dicho Sherry, Michael y su madre parecían estar muy unidos. El niño recordaba a Cat y la miraba con una tímida sonrisa mientras seguía abrazado a las piernas de su madre.

Cat miró al motorista de arriba abajo.

—¿Me ha enviado cartas amenazadoras? Si es así, he venido para advertirle que he puesto el asunto en manos de la policía. Si recibo otra...

—Oye, cabrona...

—Cuidado con lo que dices.

Alex no levantó la voz, pero ésta era lo bastante amenazadora como para silenciar a Cyclops. Aunque hasta aquel momento no había intervenido, Cat sabía que no se le escapaba nada.

—Esto no tiene por qué complicarse —dijo—. Limítate a res­ponder a la señora. ¿Has enviado por correo recortes de periódico?

—No sé de qué cojones está hablando. ¿Recortes de periodico? Déjeme en paz o...

—Erais amigos de un chico llamado Sparky —le interrumpió Cat.

Kismet murmuró en voz baja:

—¿Sparky? ¿Qué pasa con Sparky?

—Cierra el pico de una vez —gritó Cyc.

Dirigió su mirada hostil a Cat.

—Si estás buscando a ese enano, es mejor que te olvides. Hace años que la palmó.

—Lo sé.

—¿Pues por qué vienes a joderme?

—Tú diste el permiso para que le quitaran el corazón para un trasplante. Me hicieron un trasplante pocas horas después de que él muriera. Es posible que sea el suyo.

Kismet dejó escapar un grito sofocado antes de taparse la boca. Y se le saltaron las lágrimas.

—Tengo entendido que estabas muy unida a él.

Kismet asintió.

—Eso es agua pasada. ¿Qué quieres de mí? —dijo Cyc.

Contestó Alex:

—Tres personas que recibieron un nuevo corazón el mismo día que ella, han muerto. Creemos que asesinadas por un miem­bro de la familia del donante, que ha cambiado de idea.

—El asesino ha dejado claro que soy la próxima de la lista

—añadió Cat.

—Vaya, qué pena —contestó Cyc con sarcasmo.

Alex iba a dar un paso al frente, pero Cat lo sujetó por la manga.

—No creo que sepan nada, Alex.

—Te ha reconocido de inmediato. Lo he visto en su cara.

—¡Si sale en la tele! ¿Piensas que soy idiota y ciego? —gritó Cyclops.

—Pienso que eres una mierda —respondió Alex.

—Tranquilos. Los dos. Michael está asustado.

Cat desvió la mirada a Kismet.

—¿Has intentado alguna vez ponerte en contacto con la per­sona que recibió el corazón de Sparky?

—Sí.

Cyc se dio la vuelta.

—¿Qué coño estás diciendo?

Como si no le hubiera oído, Kismet continuó dialogando con Cat:

—Un año después de la muerte de Sparky fui al hospital. Me dijeron que llamara al banco de órganos. Y me dieron el número de teléfono.

Cyc levantó un dedo y le ordenó:

—Cállate. No les digas nada. ¿Y dónde estaba yo mientras escapaste para ir al hospital?

Ella siguió sin hacerle caso.

—Llamé al número que me dieron. La mujer que se puso al teléfono estuvo amable, pero, como yo no era un familiar de Sparky, no podía informarme. Se lo rogué. Quería saber si...

—¡Ya está bien!

Cyc levantó la mano y la descargó sobre su mejilla. Aunque Cat hubiera querido, no habría podido evitarlo. Alex se abalanzó sobre Cyc, lo agarró por el cuello y lo lanzó contra la pared exterior de la casa.

—Si vuelves a ponerle la mano encima te enviaré a la cárcel, mamarracho. Pero antes vamos a tener la camorra que te estás buscando. Te arrancaré el ojo sano y me mearé en el hueco. Cuando haya terminado contigo, además de idiota serás ciego. Preferirás que te encierren a volver a vértelas conmigo.

La cara de Cyc estaba distorsionada por el dolor. La rodilla de Alex presionaba sus genitales.

—Vale ya, tío. No voy a sacudirla.

Cat observó que Michael volvía a esconder la cara entre las faldas de su madre.

—Alex, el niño.

Las palabras obraron el efecto de una varita mágica. Alex soltó a Cyc y retrocedió hasta ponerse al lado de Cat, pero sin bajar la guardia.

Durante el altercado, Kismet no se había inmutado, como ya estuviera acostumbrada a la violencia por haberla soportado demasiadas veces.

—Por favor -dijo Cat—. ¿Sabes algo de la persona que recibió el corazón de Sparky? ¿Adónde lo enviaron?

Ella negó con la cabeza, miró a Cyc y después al suelo. Cat estaba segura de poder conseguir más información, no quería incrementar la ira de Cyc, quien, sin duda, caería sobre ella y el niño. Se dio la vuelta y no ocultó su desprecio al preguntarle al energúmeno:

—¿No habrá problemas?

—¿Por qué tendría que haberlos?

—Porque ya los has enviado varias veces al hospital. Eres patético. Apestas a matón que tiene que demostrar su virilidad pegando a mujeres y niños.

—Cat.

Alex le advertía entre dientes que tuviera cuidado. Cyc se masajeó las muñecas.

—No sabemos nada de tu corazón, ni del de Sparky, ni de cartas. Y aún menos de asesinos. Largaos de aquí antes de que me cabreé de verdad.

Alex la cogió del brazo.

—Vámonos.

Subieron al coche, Alex lo puso en marcha y salieron a toda velocidad, poniendo tierra de por medio entre ellos y Murphy.

—No puedo creerlo. Todo este tiempo han estado en mi ex­pediente -dijo asombrada—: Cyclops y Kismet. ¿Cómo los has encontrado?

—Tío Dixie tiene buenos archivos y Murphy está fichado por varios delitos menores. Los departamentos de policía del Este le han seguido la pista, y el de San Antonio tenía su dirección actual.

—Cuando Michael ha aparecido en la puerta... Es un niño tan sensible e indefenso que no puedo soportar que viva con ese animal.

—¿Y la mujer?
—Me parece que quiere mucho a su hijo, pero Cyc1ops la tiene dominada.

—Cuando le ha pegado...

—Tenía ganas de que lo pulverizaras

Alex apartó los ojos de la carretera para dirigirle una mirada irónica.

—Y lo dices tú, que me acusas de disparar primero y preguntar después. ¿Cómo lo prefieres? A ver si te decides.

—No empecemos, Alex. Ya he tenido bastantes discusiones esta tarde. Necesito tiempo en la esquina antes del próximo asalto.

—Debes de estar agotada. Nunca abandonas tan fácilmente

Kismet y Cyclops vivían en una pequeña población al sur de San Antonio. Era media hora de viaje que Cat dedicó a mirar al vacío. Cuando llegaron a la ciudad, ya estaba anocheciendo y las casas y establecimientos comerciales tenían las luces encendidas. Los anuncios de neón atraían clientes a restaurantes y cines.

—Ojalá no tuviera otro problema que decidir qué película me gustaría ver esta noche -dijo Cat.

—Estás muerta de miedo, ¿verdad?­

—Me parece que tengo motivos para estarlo. Hemos encontrado a Cyclops, pero no estamos más cerca de mi perseguidor.

—¿ No crees que sea obra de George?

—¿Y tú?

—Me gustaría que lo fuera, pero creo que no.

—¿Por qué te gustaría?

—Porque tengo unas ganas locas de poner1o a la sombra. Es solo cuestión de tiempo que corneta alguna fechoría. Tarde o temprano terminará encerrado en la cárcel de Huntsville, y pre­feriría que fuera antes de que haga daño a alguien, especialmente a Michael.

»Además, por tu bien quiero que esto termine. Que puedas dormir tranquila, sin preocuparte por saber si llegarás al día siguiente.

—Hombre, gracias por animarme y levantarme la moral.

AJ cabo de un momento preguntó:

—¿Por qué no crees que pueda ser Cyclops?

—Es demasiado estúpido; eso para empezar. Este asunto tiene un esquema complejo, bien planeado y bien realizado por alguien con seso y paciencia. Cyclops no tiene ni una cosa ni otra.

—Es probable que tengas razón, pero supongamos que hay otra posibilidad. Cyclops vive de forma muy precaria, así que echarse a la carretera durante ciertos períodos de tiempo no le supondría ningún problema.

—¿Con Kismet y Michael a remolque?

—No, claro. Además: hemos llegado a la conclusión de que quien me amenaza llega a intimar con sus víctimas. Nadie en su sano juicio dejaría que Cyclops se le acercara.

—¿Qué me dices de ella? Podría servir como cebo para atraer a las víctimas. Ella se gana su confianza, tal vez su piedad; Cy­clops las mata.

Cat rechazó esta hipótesis negando con la cabeza.

—No me ha dado la impresión de que su apocamiento fuera fingido. No la veo capaz de artimañas. Y Petey nos dijo que es­taba enamorada de Sparky. ¿Por qué iba a querer parar su co­razón? Me ha parecido que aún lo sigue queriendo.

—Sí, y eso a Cyc no le gusta nada;

—Si estaba celoso de Sparky cuando vivía...

—Puede seguir estando celoso. Kismet no ha podido olvidarlo ni siquiera después de tanto tiempo —dijo Alex acabando su frase.

—No se ha librado de su rival.

—Su chica sigue colgada por el pequeño gran hombre que lo derrotó no sólo en la cama, sino también en una pelea con na­vajas. Quiere vengarse matando a cualquiera que pueda llevar el corazón de Sparky.

ElIa lo miró ilusionada, como si acabaran de descubrir el re­medio contra el cáncer. Pero su burbuja de alegría se desvaneció enseguida.

—Eso nos vuelve a remitir a cómo pudo infiltrarse en la vida de las víctimas. Cyclops no es una persona que inspire confianza. Si alguien que lo conoce muere en extrañas circunstancias le­vantaría sospechas.

Cat suspiró derrotada.

—Cielo santo, ¿quién habría pensado que, por recibir el co­razón de un donante, tendría a un psicópata pisándome los ta­lones? ¿Y sabes algo gracioso? Bueno, gracioso en el sentido iró­nico. Nunca he querido que se me tratara de forma especial por haber sufrido un trasplante.

—Eso hace que te salgas de lo común —le recordó Alex.

—Pero no quiero un trato de preferencia. Deseo que la gente se olvide de que no tengo el corazón con el que nací. En cambio, parece ser que es en lo único que piensan cuando están conmigo.

El guarda del parking de la WWSA reconoció esta vez el co­che de Alex y los saludó con la mano cuando entraban. Sonreía con reserva, como si él fuera un personaje clave de una intriga amorosa.

Alex paró el motor y se volvió hacia ella.

—No es en lo que pienso yo, Cat. Ni por asomo.

Ella resistió la tentación de su proximidad con una broma.

—¿Piensas hacer poesía sobre mis cabellos, mis ojos y mis la­bios?

—Si quieres. O podría ser más carnal y describir las zonas erógenas de tu cuerpo, que, en tu caso, incluyen hasta el último centímetro de piel. Lo sé por propia experiencia.

Era un alarde arrogante que provocó una respuesta a la in­versa en el interior de Cat. Luchó por ignorarla.

—Guárdate el lenguaje fuerte para tus novelas. No soportaría que desperdiciaras esa pornografía barata conmigo.

Alex sonrió.

—Creía que te gustaba.

—¿El qué?

—La pornografía barata.

Tenía recuerdos vivos de los susurros en su oído unas noches atrás. Antes de que volvieran a seducirla, abrió la puerta del co­che.

—Gracias por encontrar a Cyclops.

—Voy a hacer más averiguaciones antes de descartarlo

—Ya me dirás algo. Buenas noches, Alex.

—Cat.

Se dio la vuelta. Parecía estar en conflicto consigo mismo so­bre si debía decir lo que pensaba. Por fin, dijo solamente:

—Buenas noches.

Se fueron por caminos distintos. Cat se dirigía a su casa con ideas confusas. Él hubiera podido esforzarse un poco más para derribar sus defensas. Ella habría dicho que no, pero no hubiese estado de más que insistiera para convencerla de pasar la noche con él.

Su mente continuaba dándole vueltas al asunto mientras se disponía a acostarse. Salió de la ducha cuando sonó el timbre.

¡La había seguido hasta casa!

Se anudó el albornoz y corrió hacia la puerta principal. La ilusión burbujeaba en su interior como un vino espumoso.

Cuando miró a través de la rejilla, esperando ver a Alex, tuvo una gran decepción.



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