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La idea de que no sere nunca nada esta ya muy arraigada en mi espiritu. Esta visto, no sere diputado, ni academico, ni Caballero de Isabel la Católica, ni caballero de industria, ni concejal, ni chanchu-Llero, ni tendre una buena ropa negra... Y, sin embargo, cuando se pasan los cuarenta afios, cuando el vientre empieza a hincharse de tejido adiposo y de ambición, el hombre ąuiere ser algo, tener un titulo, llevar un cintajo, vestirse eon una levita negra y un chaleco blanco, pero a mi me estan vedadas estas ambiciones. Los profesores de la infancia y de la juventud se levantan antę mis ojos como la sombra de Banquo, y me dicen: “Baroja, tu no seras nunca nada”.

(Pio Baroja, 1872-1956, Juventud, egolalńa)

18.

En esta epoca era todavia Madrid una de las pocas ciudades que conservaba espiritu romantico.

Todos los pueblos tienen, sin duda, una serie de fórmuias practicas para la vida, consecuencia de la raza, de la historia, del ambiente fisico y morał. Tales fórmuias, tal especial manera de ver, constituye un pragmatismo util, simplificador, sintetizador.

El pragmatismo nacional cumple su misión mientras deja paso librę a la realidad; pero si se cierra este paso, entonces la normalidad de un pueblo se altera, la atmosfera se enrarece, las ideas y los hechos toman perspectivas falsas. En un ambiente de ficciones, residuo del pragmatismo viejo y sin renovación, vivia el Madrid de hace afios.

Otras ciudades espańolas se habian dado alguna cuenta de la ncccsidad de transformarse y de cambiar; Madrid seguia inmóvil, sin curiosidad, sin deseo de cambio.

El estudiante madrileńo, sobre todo el venido de provincias, llegaba a la corte eon un espiritu donjuanesco, eon la idea de divertirse, jugar, perseguir a las mujeres; pensando, como dęcia el profesor de Quimica eon su solemnidad habitual, quemarse pronto en un ambiente demasiado oxigenado...

El estudiante culto, aunque quisiera ver las cosas dentro de la realidad e intentara adquirir una idea clara de su pais y del papel que representaba en el mundo, no podia. La acción de la cultura europea en Espaiia era realmente restringida, y localizada a cuestiones tecnicas; los periódicos daban una idea incompleta de todo; la tendencia

generał era hacer creer que lo grandę de Espafia podia ser pcqueńo fuera de ella, y al contrario, por una especie de mała fe internacional.

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Aquel ambiente de inmoviłidad, de falsedad, sc reflejaba en las catedras. Andres Hurtado pudo comprobarlo al comenzar a estudiar Medicina. Los profesores del ano preparatorio eran viejisimos; habia algunos que llevaban cerca de cincuenta afios explicando.

Sin duda no los jubilaban por sus influencias y por esa simpatia y respeto que ha habido siempre en Espana por lo inutil.

Sobre todo, aquella clase de Quimica de la antigua capilla del Instituto de San Isidro era escandalosa. El viejo profesor recordaba las conferencias del Instituto de Fracncia, de celebres quimicos, y creia, sin duda, que explicando la obtención del nitrógeno y del cloro estaba haciendo un descubrimiento, y le gustaba que le aplaudiera. Satisfacia su pueril vanidad dejando los experimentos aparatosos para la conclusión de la clase, eon el fin de retirarse entre aplausos como un prestidigitador.

Los estudiantes le aplaudian, riendo a carcajadas. A veces, en medio de la clase, a alguno de los alumnos se le ocurria marcharse, se • levantaba y se iba. Al bajar por la escalera de la graderia, los pasos del fugitivo producian gran estrepito, y los demas muchachos, sentados, llevaban el compas golpeando eon los pies y eon los bastones.

En la clase se hablaba, se fumaba, se leian novelaś, nadie seguia la explicación; alguno llegó a presentarse como un corneta, y cuando el profesor se disponia a echar en un vaso de agua un trozo de potasio, dio dos toques de atención; otro metió un perro vagabundo, y fue un problema echarlo.

(Pio Bajora, 1872- 1956, El órbol de la ciencia)

19.

La del alba seria... No; no era aun la del alba: era mas temprano.

El viajero, a los pocos dias, se lcvanta a la ultima noche, la mas negra, antes incluso que los grises, menudos pajaros de la ciudad. Se viste eon luz electrica, en medio del silcncio. Hacia ańos que no madrugaba tanto. Se siente una scnsación extraiia, como de sosiego, como de deseubrir de nuevo algo injustamcnte olvidado, al afeitarse a estas horas, cuando todos los vccinos duermen todavia y el pulso de

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