LaHermanadeHielo28


28

Kane no miró a Houston cuando abandonaron el campo; mantuvo las riendas tirantes y los ojos fijos en el camino.

Houston no miraba a otra cosa que no fuera él, preguntándose cómo tenía tan poco orgullo para amar a un hombre que la había utilizado. Pero mientras lo contemplaba, supo que era algo que no podía evitar.

Al pie de la colina, justo antes de que el camino se abriera para unirse con la ruta principal, Kane detuvo el coche. La puesta de sol teñía todo de rosados y naranjas, y el horizonte parecía ser de fuego. El aire fresco de la montaña tenía una fragancia salvia.

- ¿Por qué nos detenemos? - preguntó ella, mientras él se le acercaba y la rodeaba con sus brazos.

- Porque, mi amor - contestó él abrazándola con fuerza -, ya no puedo esperar para hacerte el amor.

- Kane... - comenzó a protesta ella -, no podemos detenernos aquí. Podría venir alguien.

Houston no pudo agregar nada más porque Kane había comenzado a acariciarle la espalda. Houston le respondió con todo el fervor que sentía.

El se apartó para acariciarle la mejilla.

- Te he echado de menos, muñeca - le dijo en un susurro -, te he echado mucho de menos.

En un minuto, desapareció toda la ternura y su boca se posó sobre la de ella, exigente.

Houston tenía tanta necesidad de él como él de ella. Su cuerpo se fusionó con el de Kane, sus curvas encajaban perfectamente en los músculos del cuerpo del hombre.

Kane se apartó un momento, para observar la expresión de deseo del rostro de Houston, Se dirigió entonces hasta la parte de atrás del coche y sacó el toldo. Lo colocó sobre el césped, detrás de unos árboles, y tendió una mano a su esposa.

Houston se acercó muy despacio, observándolo y disfrutando de antemano las sensaciones maravillosas que la aguardaban.

Cuando Kane comenzó a desabrocharle el vestido, le temblaban las manos.

- He estado pensando en teso desde hace mucho tiempo - murmuró él con dulzura. La sombra que se proyectaba sobre su rostro lo hacía parecer joven y vulnerable -. Una vez me preguntaste sobre otras mujeres. Creo que jamás pensé en una mujer una vez que me levantaba de la cama que había compartido, y en realidad, supongo que tampoco pensaba en ellas mientras estaba con ellas en la cama. Y lo peor de todo es que jamás le conté a ninguna mujer las cosas que te he dicho a ti en los últimos meses. ¿Eres una dama o una bruja?

Cuando terminó de desabrocharle el vestido, y le acarició la piel y los pechos, Houston sintió que la invadía una sensación de sumo placer y calidez y apretó los labios contra los de Kane.

- Soy una bruja que está enamorada de ti - murmuró.

Kane la abrazó con tanta fuerza que Houston sintió que se partía en dos.

No volvieron a hablar, mientras Kane la atacaba con todo el deseo que había acumulado. Y Houston le respondió de la misma manera.

Ambos comenzaron entonces a arrancarse la ropa el uno al otro con desesperación.

Houston no había alcanzado a quitarse las medias ni los zapatos de tacones altos cuando Kane se colocó encima de ella, besándole cada centímetro de piel desnuda. Ella le clavó las uñas en la espalda y lo atrajo hacia sí hasta que se convirtieron en una sola persona.

Cuando ella abrió la boca para gritas, Kane se la tapó con la suya.

- Si gritas aquí, dama de hielo, pronto tendremos visita.

Houston no sabía de qué estaba hablando, pero tampoco quiso perder tiempo en averiguarlo. Sin embargo, cada tanto, Kane le cubría la boca con lo que tuviera a mano y ella terminaba besando lo que fuera.

Houston no tenía idea del tiempo que pasaron allí porque sus ideas estaban concentradas en el cuerpo de Kane, que a veces estaba encima de ella, otras debajo, al lado, sentado, y hasta una vez creyó verlo de pie. Houston tenía el cabello empapado y estaba rodeada por todas partes por la piel de Kane, caliente, húmeda, deliciosa, que era suya para tocarla y lamerla todo cuanto quisiera. Sus deseos guardados desde hacía tanto tiempo la hacían insaciable. Llegaron juntos, explotando en mil pedazos maravillosos.

Durmieron unos cuantos minutos abrazados.

Kane se despertó después de un rato y colocó un extremo del toldo sobre sus cuerpos, cubriendo la espalda de Houston con su chaqueta. La observó un momento mientras ella dormía, iluminada por la luz de la luna.

- ¿Quién hubiera dicho que una dama como tú...? - murmuró y le alzó la cabeza para que descansara sobre su pecho, antes de volver a recostarse.

Houston se despertó una hora después, al sentir la mano de Kane que le acariciaba la espalda, y los pechos. Ella lo miró como si estuviera en un sueño.

- Tengo todo lo que un hombre puede desear - afirmó Kane poniéndose de costado -. Tengo a una mujer desnuda junto a mí y me está sonriendo. Eh, señora, ¿quiere irse a la cama con un mozo del establo?

Houston frotó la cadera contra el cuerpo de su esposo.

- Sólo si es muy suave y no me asusta con sus modales bárbaros.

Kane dejó escapar un gruñido y la besó.

- Cuando un hombre desea algo, utiliza un arma o un cuchillo, pero tú, muñeca, utilizas armas que me asustan mucho más.

- Pareces asustado - le dijo ella mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja.

Esta vez hicieron el amor sin prisa, sin la desesperación anterior, disfrutando de cada momento, y cuando terminaron, se quedaron abrazados y se durmieron. En algún momento de la noche, Kane se levantó y soltó a los caballos. Cuando Houston le preguntó entre sueños qué estaba haciendo, él repuso:

- Quien una vez fue mozo de cuadra jamás dejará de serlo - luego volvió a acostarse junto a ella.

Antes de que saliera el sol, se despertaron y se quedaron conversando. Hablaron sobre el placer que habían sentido al ver a los niños con los nuevos juguetes.

- ¿Por qué algunos de los niños parecen mapaches? - preguntó Kane.

Houston tardó unos momentos en comprender a qué se refería.

- Trabajan en las minas y algunos aún no han aprendido a quitarse el polvo de los ojos - contestó ella por fin.

- Pero si algunos de ellos son muy pequeños, casi bebés.. No podrían...

- Pero así es - le respondió Houston, y ambos permanecieron en silencio durante un rato - ¿Sabes qué me gustaría hacer en todas las minas y no sólo en una?

- ¿Qué?

- Me gustaría comprar cuatro carros, bien grandes como si fueran carros de leche, pero en lugar de leche tendrían libros, y los carros visitarían los campos y sería como una biblioteca ambulante. Los conductores podrían ser bibliotecarios o maestros que ayudarían a los adultos a elegir sus libros.

- ¿Por qué no contratamos a los hombres que conduzcan esos carros? - le preguntó Kane con la mirada iluminada.

- ¿Entonces te gusta la idea, Kane?

- Me parece bien; además, unos cuantos carros deben costar menos que el tren que le regalé a tu madre. ¿Cómo le va con esa cosa?

Houston sonrió y le contó.

- Ella sostiene que tú le diste la idea. Lo ha hecho poner en el jardín de atrás y lo ha convertido en su retiro privado. Oí decir que el señor Gates estaba furioso que casi no podía hablar.

Cuando el sol iluminó el cielo de la mañana, Kane advirtió que tendrían que partir antes de que la gente comenzara a pasar por allí. Durante todo el camino de regreso, Houston se mantuvo cerca de él y Kane se detuvo varias veces para besarla. Houston se dijo que los Fenton no le interesaban y que hiciera lo que hiciera Kane, ella seguiría amándolo.

Una vez en casa, se dieron un baño en la enorme bañera de Houston, inundando todo el lugar con agua. Kane lo secó con una gruesa toalla, y luego depositó a Houston en el suelo y le hizo nuevamente el amor. La criada de Houston, Susan, estuvo a punto de sorprenderlos cuando trató de entrar en la habitación, pero no vio nada porque Kane le cerró la puerta en la cara justo a tiempo.

Después bajaron a tomar un suculento desayuno. La señora Murchison salió de la cocina para servirlo personalmente, sonriente y contenta de que Kane y Houston se hubiesen reconciliado.

- Bebés - murmuró antes de salir -. Esta casa necesita bebés.

Kane casi se atragantó con el café y miró a Houston aterrorizado. Ella no levantó la mirada pero sonrió.

En el momento en que la señora Murchison entraba de nuevo llevando una bandeja de comida, oyeron un terrible trueno. Lo sintieron debajo de los pies, como si fuera algo profundo y maligno. Los vasos encima de la mesa temblaron y se escuchó un ruido de vidrios rotos en el primer piso.

La señora Murchison gritó y dejó caer la bandeja.

- ¿Qué diablos ha sido eso? - pregunto Kane -. ¿Un terremoto?

Houston no dijo una sola palabra. Había oído ese sonido una sola vez en toda su vida, y nunca, nunca lo había olvidado. No miró ni a Kane ni a los sirvientes que ya se habían reunido en la sala, sino que se dirigió directamente al teléfono.

- ¿Cuál? - preguntó la joven a la operadora sin molestarse en identificarse.

- La Pequeña Pamela - respondió la voz antes de que el auricular se cayera de la mano de Houston.

- ¡Houston! - gritó Kane mientras la sostenía de los hombros -. ¡No te desmayes ahora! ¿Eso ha sido una mina?

Houston no creyó poder hablar. Tenía un nudo que le cerraba la garganta. ¿Por qué tenía que ser mi mina?, le repetía su mente mientras recordaba el rostro de todos los niños. ¿Cuáles de los niños que habían jugado al béisbol el día anterior estarían muertos ahora?

- El turno - susurró Houston mirando a Kane -, Rafe estaba en el último turno.

Kane le apretó los hombros con más fuerza.

- ¿Ha sido en Pequeña Pamela, entonces? ¿Cuál es el daño? - murmuró.

Houston abrió la boca pero no pudo contestar nada.

Uno de los asistentes reunidos en la sala dio un paso adelante.

- Señor, cuando la explosión llega a romper los vidrios de la ciudad, significa que es bastante grave.

Kane permaneció inmóvil un minuto y luego reaccionó.

- Houston, prepárame todas las mantas y sábanas que haya en casa, cárgalas en el carro grande y llévalas a la mina. ¿Me comprendes? Iré a vestirme y me adelantaré, pero quiero que vayas lo antes posible. ¿Me entiendes?

- Necesitarán hombre para el rescate - añadió uno de los sirvientes.

Kane lo miró de arriba abajo.

- Entonces quítese esa ropa y prepare un caballo - se volvió hacia Houston -. Voy a rescatar a Rafe vivo o muerto - la besó brevemente en la mejilla y subió corriendo a cambiarse.

Houston tardó un momento en reaccionar. No podía cambiar lo sucedido, pero podía ayudar. Se volvió a las mujeres que estaban cerca.

- Ya han oído al señor. Quiero que coloquen todas las mantas y sábanas que encuentren en el vagón dentro de diez minutos.

Una de las sirvientas se acercó y preguntó:

- Mi hermano trabaja en la Pequeña Pamela, ¿me permite ir con usted?

- Y yo - intervino Susan -. Vendé muchas cabezas rotas en una época.

Sí - respondió Houston mientras subía a cambiarse la bata llena de puntillas que llevaba -. Temo que necesitaremos toda la ayuda que podamos conseguir.



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