LaHermanadeHielo26


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Houston tuvo que contener un bostezo mientras caminaba por la avenida Lead, tratando de terminar con las cosas que tenía que hacer antes de que comenzara a llover. Estaba cansada después de la revuelta de la noche anterior en la casa de Pam porque no habían podido dormir en toda la noche.

Zachary había ido a visitar a su primo Ian a la casa nueva que Edan había comprado. Lo invitó a ir a jugar al Béisbol con Kane. Y antes de que Ian terminara de expresar su opinión sobre Kane, Zachary bajó la cabeza y se abalanzó sobre el estómago de su primo. Pelearon durante casi treinta minutos hasta que Edan los encontró y logró separarlos.

Cuando Zach regresó a la casa de Pam, sostenido del cuello por Edan, Jacob estaba allí de visita. Y descubrió a su querido nieto cubierto de sangre seca y con el rostro todo arañado, y además, lo estaba tocando alguien relacionado con Kane Taggert.

Comenzó otra guerra.

Pam, preocupada por la salud de su hijo, no se interesó en el porqué ni en el quién, pero Jacob sí. Y comenzó a atacar a Edan de inmediato.

- Su guerra no es conmigo - replicó Edan antes de irse.

Jacob comenzó a interrogar a Zach, y cuando se dio cuenta de que el muchacho había defendido a su padre, la ira de Fenton no conoció fronteras. Su furia se volvió entonces hacia Pam y la criticó en su papel de madre y por cómo había tenido a su hijo.

Por primera vez, Houston conoció el carácter de Pam y de inmediato comprendió por qué Kane la había rechazado el día de la boda, Pam y su padre se dijeron cosas terribles, los dos estaban fuera de control. Si Kane y Pam hubieran tratado de convivir... Houston prefería no pensar en lo que habría ocurrido.

Zachary se incluyó en la pelea, sin dedicarse a colocarse del lado de su madre o del lado de lo hombres. Pam y Jacob comenzaron entonces a gritarle a él.

- No es así como se maneja a un Taggert - murmuró Houston para sí misma.

Se puso en medio del acalorado grupo.

- Zachary - llamó con un tono de voz frío y autoritario. Sorprendidos, todos se detuvieron para mirarla.

- Zachary, ven conmigo y te lavaré. Señor Fenton, llame a su carruaje y regrese a su casa. Más tarde podrá enviar flores para disculparse. Y tú, Pamela, ve a tu cuarto, ponte un poco de colonia en las muñecas y acuéstate un rato hasta que te tranquilices.

Houston permaneció allí, de pie, con la mano extendida hacia Zachary, hasta que Pam y Jacob le obedecieron. El niño entonces la tomó de la mano y la siguió hasta la cocina. Era ya grandecito para permitir que una mujer le lavara la cara y las manos, pero se quedó sentado y permitió que lo atendieran. Después de algunos minutos, comenzó a hablarle de la pelea.

- Creo que tuviste razón en defender a tu padre - aseguró Houston.

Zach abrió la boca sorprendido.

- Pero pensé que usted ya no lo quería.

- Los adultos se pelean de una forma diferente de los niños. Ahora, ponte una camisa limpia e iremos juntos a visitar a Ian.

- Ese canalla... ¡No quiero volver a verlo! - exclamó Zach.

- Volverás a verlo - le dijo Houston inclinándose hasta quedar al mismo nivel...

- Sí, señora - respondió el niño.

Houston y Zachary pasaron unas cuantas horas con Edan y el reto de los Taggert. Jean y Edan parecían estar en medio de una luna de miel, y Houston los descubrió intercambiando miradas más de una vez, cuando pensaban que nadie los veía.

Sherwin se llevó a los dos muchachos al jardín y los hizo trabajar arrancando malas hierbas y sacando piedras. Para cuando Houston y Zach regresaron a su casa, el jovencito estaba demasiado cansado para enfadarse con alguien y además, Ian y él tenían una cita el día siguiente para jugar al béisbol con los muchachos del pueblo, partido que Houston había organizado.

Cuando por fin pudo irse a la cama, después de escuchar tres veces las disculpas de Pam, Houston se sentía agotada. En la mesita de noche, encontró un florero con dos docenas de rosas rojas destinadas a “Lady Houston”, de parte de Jacob Fenton.

Aún se sentía demasiado cansada cuando tuvo que correr para alcanzar el tranvía, antes de que empezara de llover.

Estaba a punto de llegar al Teatro Opera de Chandler cuando sonó un trueno que hizo temblar la tierra y Houston sintió que una mano la agarraba y la llevaba hacia un callejón. El grito de Houston quedó ahogado a causa del ruido del trueno.

- Harás que todos vengan hacia aquí si no te callas -advirtió Kane sin quitarle la mano de la boca -. Soy yo, y quiero hablarte un momento.

Houston lo miró a través de la lluvia que le bañaba el rostro.

- Es el mismo lugar donde hablamos la primera vez, ¿lo recuerdas? Te pregunté por qué me habías defendido de esa mujer. Esto es una especie de aniversario ¿no? - añadió Taggert.

Su rostro se suavizó mientras hablaba y fue aliviando la presión sobre la boca de Houston. Cuando ella se vio liberada pegó un grito que habría podido despertar hasta a los muertos. Pero la lluvia ahogó el grito, y además, la gente se había refugiado bajo techo para protegerse de la lluvia.

- ¡Maldición, Houston! - exclamó Kane colocando nuevamente su mano sobre la boca de su esposa -. ¿Qué te sucede? Sólo quiero conversar contigo. Voy a quitar la mano, pero si vuelves a gritar, te lo impediré. ¿Me has comprendido bien?

Houston asintió, pero en el momento en que él la soltó, ella dio media vuelta y se alejó corriendo por el callejón. Kane estiró la mano para sujetarla y le rompió el cinturón del vestido.

Houston se volvió furiosa hacia él, con el vestido todo desgarrado, y exclamó:

- ¿Jamás escuchas lo que te dicen? No quiero hablar contigo. Si quisiera hacerlo, estaría viviendo contigo. Quiero irme a casa y no me importa si no vuelvo a verte nunca.

Houston se volvió para irse, pero Kane la detuvo.

- Houston, espera, tengo que decirte algo.

- Usa el teléfono - replicó ella sin volverse.

- Maldita perra - murmuró Kane con los dientes apretados -. Vas a escucharme, y no me importa lo que tenga que hacer para lograrlo.

De un manotazo logró terminar de arrancarle la falda del vestido y ambos cayeron sobre el barro. Houston cayó de frente y le quedó todo el rostro embarrado; Kane estaba encima de ella, de modo que permaneció bastante limpio.

- Quítate de encima - ordenó ella cuando logró levantar la cabeza.

Kane se hizo a un lado.

- Lo siento, querida, no quería lastimarte. Lo único que quiero es hablar contigo.

Houston se sentó pero no intentó incorporarse, y comenzó a quitarse el barro de la cara con la tela de la falda rota.

- Nunca tienes intenciones de lastimar a nadie - comentó ella -. Sólo hacer lo que te viene en gana, sin importarte quién se interponga en tu camino.

El la miraba con una sonrisa.

- Sabes que estás preciosa, incluso con todo ese barro.

Ella le devolvió una mirada dura y fría.

- ¿Qué es lo que tienes que decirme?

- Quiero que regreses a casa a vivir conmigo - contestó Kane.

Ella continuó limpiándose la cara.

- Por supuesto que quieres eso. Sabía que me lo pedirías. También has perdido a Edan, ¿no?

- Maldición, Houston, ¿qué quieres que haga?, ¿qué te suplique?

- No quiero nada de ti. Lo único que deseo ahora es irme a casa y darme un baño caliente - comenzó a incorporarse, luchando con el barro y la falda rota.

- Nunca perdonas a nadie, ¿no? - repuso Kane.

- Al igual que tú no pudiste perdonar al señor Fenton. Por lo menos, yo no utilizo a los demás para obtener lo que quiero.

A pesar de la lluvia, Houston pudo advertir que Kane adquiría una expresión de enfado.

- Ya es suficiente - dijo Taggert acercándose a ella y empujándola contra la pared -. Eres mi esposa y por ley me perteneces. No me importa si me amas o si me respetas o cualquier otra cosa, pero regresarás a vivir conmigo, y lo harás ahora mismo.

Houston lo miró con toda la dignidad de la que fue capaz.

- Gritaré durante todo el viaje hasta allí y me escaparé en la primera oportunidad - aseguró la joven.

Kane se inclinó sobre ella, amenazante.

- ¿Conoces la cervecería que tiene tu padrastro? Hace un año, tuvo algunos problemas de dinero y no se lo contó a nadie. Hace dos meses vendió el establecimiento a un comprador anónimo que le permitió seguir siendo el gerente.

- ¿Tú? - preguntó Houston apoyada contra la pared de ladrillos.

- Sí, yo. Y el mes pasado compré el Banco Nacional de Chandler. Me pregunto quién resultaría lastimado si decidiera cerrarlo.

- No lo harías - le dijo ella.

- Acabas de decirme que hago lo que quiero sin importarme quién se interpone en mi camino. Y ahora quiero que regreses de inmediato a mi casa.

- Pero, ¿por qué? Nunca he significado nada para ti. No he sido más que un instrumento de venganza. Otra persona en mi lugar...

Kane no le respondió.

- ¿Qué me dices? ¿Vas a sacrificarte para salvar a todo el pueblo? Claro que mi casa y mi cama serán la cruz donde te quemes.

De repente, él le tomó el mentó en su mano y le acarició la piel con la punta de los dedos.

- ¿Todavía puedo hacerte arder? ¿Puedo hacerte gritar de placer? - añadió él.

Inclinó la cabeza como si fuera a besarla pero se detuvo a unos milímetros de distancia.

- No te queda más remedio, Houston. O bien vienes conmigo a casa ahora mismo o le causaré daño a muchas personas. ¿Acaso tu moral es más importante que la comida de muchas familias?

Houston parpadeó para quitarse las lágrimas de los ojos, o las gotas de lluvia que le habían entrado, no estaba segura.

- Volveré a vivir contigo - replicó ella -, pero no te haces una idea de lo fría que puede ser la dama de hielo.

El no le respondió, sólo la tomó en sus brazos hasta el carruaje. Ninguno de los dos habló durante todo el trayecto hasta la mansión Taggert.

Houston no tuvo que esforzarse mucho por permanecer fría con su marido, y sólo una vez se vio tentada de cambiar. Recordaba demasiado bien por qué él se había casado con ella y lo tonta que había sido en pensar que estaba enamorada de un hombre tan egoísta. Por lo menos Leander había sido honesto cuando le había confesado lo que quería de ella.

Houston hacía lo mínimo indispensable para llevar la casa adelante y nada más. Contrató nuevamente a los sirvientes pero no organizó ninguna diversión, hablaba con su marido sólo cuando era necesario, y se negaba a reaccionar cuando él la tocaba; esa era la parte más difícil.

La primera noche había sido la peor. El había ido a visitarla a su dormitorio, pero Houston no permitió que su cuerpo la traicionara. Permaneció rígida y fría; quizá fue lo más difícil de todas su vida, pero no iba a permitirse gozar en la cama con Kane después de que él la había utilizado. Tampoco se echó atrás cuando él se apartó y la miró con ojos de cachorro triste.

A la mañana siguiente, él entró en su cuarto y recogió un pequeño baúl del suelo. Houston sabía lo que contenía pero había aguardado a que él se lo entregara. Y ahora que había vaciado su contenido de miles de dólares sobre su regazo, lo único en que ella podía pensar era en lo frías que eran todas esas joyas, tan frías como ella se sentía por dentro.

Kane retrocedió y esperó para ver cómo reaccionaba su esposa.

- Si intentas comprarme... - advirtió ella.

El la interrumpió.

- ¡Maldición, Houston! ¿Acaso tenía que contarte lo de Fenton antes de que nos casáramos? Ya bastante tuve que sufrir, incluso cuando quisiste cambiarme por Westfield en el altar - aguardó un momento -. ¿No vas a negarme que querías a Westfield?

- Parece que lo que yo quiero no importa. Eres un experto en conseguir lo que deseas. Querías una casa para impresionar al señor Fenton, una esposa para impresionarlo también. No importa si la casa costó varios millones y si tu esposa es un ser humano que también tiene sentimientos. Para ti todo es lo mismo. Debes salirte siempre con la tuya y pobre del que se interponga en tu camino.

Kane abandonó la habitación sin decir nada.

Houston tomó un extremo de la manta y cubrió las joyas sin echarles siquiera otro vistazo.

Se pasaba los días leyendo en la sala de lectura. Los sirvientes iban allí a hacerle preguntas, pero Houston permanecía sola la mayor parte del tiempo. Lo único que quería era que Kane comprendiera que ella no quería vivir con él y que la dejara irse.

Una semana después de su regreso, Kane entró furioso en su cuarto con unos papeles en la mano.

- ¿Qué diablos significa esto? - le gritó -. En la cuenta de la señora Houston Chandler Taggert figuran polvo para el baño, dos metros de cinta y la cuenta del teléfono.

- Supongo que como soy la única que usa el teléfono, debo pagarlo.

El se sentó frente a ella.

- Houston, ¿alguna vez he sido avaro contigo? ¿Alguna vez me he quejado de lo que gastas? ¿Alguna vez he hecho o dicho algo que te hiciera pensar que no te daría dinero?

- Me acusaste de haberme casado contigo por tu dinero - replicó ella con frialdad -. Ya que tu dinero es tan precioso para ti y no para mí, puedes guardártelo.

Kane estuvo a punto de decir algo, pero se arrepintió. Después de un largo rato, anunció:

- Viajaré a Denver esta noche y estaré fuera tres o cuatro días. Quiero que te quedes en casa y que no te metas en problemas tales como organizar una revuelta en las minas.

- ¿Y qué les harás a los pobres inocentes si lo hago? ¿Arrojarás a tres familias a la nieve?

- Por si no te habías dado cuenta, todavía estamos en verano - Kane se acercó a la puerta -. Todavía no me conoces muy bien, ¿no? Ordenaré al banco que envíen tus gasto a mi nombre. Cómprate lo que desees.

En cuanto su marido partió, Houston se acercó a la ventana y pensó: Tú tampoco me conoces muy bien, Taggert. No podrás mantenerme encerrada en esta casa para siempre.

Tres horas después, cuando vio a Kane alejarse de la casa, llamó al reverendo Thomas y le pidió que le preparara el carro para el día siguiente porque la vieja Sadie visitaría las minas.



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