Capítulo veintiocho
A Cat le resultaba difícil mantener la calma.
Al enfilar la calle donde vivía vio a Alex en la acera y estuvo a punto de pisar el acelerador a fondo, pero pensó mostrar dignidad y orgullo. Aparcó y dijo:
—¿Qué tal el viaje?
—No muy bien.
—¿Adónde has ido?
—A Nueva York.
—¿Así, por las buenas?
—Me gusta Nueva York.
—¿Se te ocurrió de pronto?
—Negocios urgentes.
—Claro, ya se sabe que las editoriales se distinguen por sus emergencias.
Cat abrió la puerta y entró. A continuación lo miró cara a cara, bloqueando su entrada tal y como había hecho la primera vez que él apareció en el umbral.
Después de aquella noche había sentido el vértigo único del idilio recién iniciado. Pero él se había largado de la ciudad. Una emergencia podía haber impedido que la llamara para despedirse, pero ¿no podía haber llamado después? No lo había hecho.
Y no es que ahora desplegara el entusiasmo de Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia.
Parecía cansado y ojeroso, como si no hubiese dormido desde que lo dejó en la cama tres días atrás. Su impulso la llamaba a abrazarlo hasta que esa mirada cansada cediese, pero se contuvo.
—Has ido al funeral de la niña.
—¿Es una pregunta o una afirmación?
He telefoneado a la emisora y me han dicho que ya no volverías. ¿ Ha sido triste?
Mucho. Durante el oficio no he dejado de pensar en el día en que Chantal se convirtió legalmente en su hija. Todos estábamos contentos y habían preparado una barbacoa para presentarla a los familiares y amigos. Los mismos que hoy estaban en la casa para enterrarla. Hoy no había globos ni serpentinas. Nada era lo mismo. ¿Qué te trae por aquí, Alex?
- Tenemos que hablar.
El tono de voz y la expresión solemne eran avisos inequívocos de que era algo que ella no quería oír.
¿Te importa que hablemos otro día? Con el funeral he quedado destrozada. Preferiría dejarlo para más adelante.
No habrá mejor oportunidad para lo que tengo que decirte.
A Cat sólo se le ocurrió un problema que pudiera ser tan apremiante y el vestido negro que llevaba le pesó como una cota de malla. ..
- Déjame adivinarlo. Olvidaste un detalle sin importancia la otra noche. Estás casado.
—No estoy casado. Y no pienso seguir hablando en la puerta. Pasó por delante de sus narices y entró.
Ella cerró la puerta y dijo:
—No estás casado pero lo estuviste.
—No.
—Bueno, es peor de lo que me imaginaba. ¿Cuándo te hiciste el último análisis de sangre?
Alex se puso en jarras y dijo:
—No me jodas.
Si no tenía una mujer en alguna parte, ninguna ex esposa lo atosigaba exigiendo la pensión ni había contraído un virus, sólo quedaba una explicación. Se estaba preparando la clásica huida honrosa.
Iba listo si pensaba que le daría esa satisfacción. Se cuadró, se echó la melena hacia atrás y pasó a la ofensiva.
—Alex, tengo la impresión de que sé lo que vas a decir, así que no hace falta que pases el mal trago. La otra noche estaba muy baja de moral y necesitaba caricias amorosas. Tú me las diste. Somos adultos y lo pasamos bien. Punto.
Hizo Una pausa para suspirar profundamente y no le gustó que apareciera un cierto temblor en su voz.
-Pero no quieres una relación estable, ni un compromiso, ni sentirte atado. Bueno, no me parece mal; yo tampoco.
Se quitó los pendientes y los zapatos, como si esos gestos simples y cotidianos hicieran su indiferencia más convincente.
- -Por lo tanto, no pongas esa cara de estar a punto de vomitar sobre mi alfombra oriental. No voy a pedirte explicaciones. Ni tengo un padre que te obligue a ir al altar apuntándote con una escopeta. Tampoco voy a cortarme las venas ni a perseguirte con un cuchillo de carnicero. Esto no va a convertirse en una atracción fatal.
Consiguió esbozar una sonrisa irónica.
—Así que tranquilo, ¿vale?
—Siéntate, Cat.
—¿Por qué? ¿Es que me he dejado algo de tu discurso tan bien ensayado?
—Por favor.
Dejó caer los pendientes en la mesa y entró en la sala de estar, encendió una lámpara de sobremesa y se sentó sobre las piernas en una esquina del sofá. Cogió un almohadón y lo abrazó contra el pecho, como si fuera un osito de peluche.
Alex se sentó en el sillón de enfrente del sofá, extendió las rodillas y miró al suelo, entre los pies. Parecía un reo cómo instalaban la horca en el patio. .
Apoyó los codos en las rodillas, se frotó los ojos y permaneció unos momentos en esa postura antes de bajar las manos y observarla.
—Quise acostarme contigo desde el mismo momento en que te vi.
Cat analizó la afirmación desde todos los ángulos. Sonaba muy romántico, pero no era una ingenua.
—Supongo que debería sentirme halagada, pero estoy esperando a que me des el pasaporte. ¿De qué se trata? ¿No estuve a la altura de tus expectativas?
—No digas tonterías.
Alex se levantó y empezó a pasearse arriba y abajo. Otra mala señal. Cuando los hombres se disponen a comunicar una mala noticia empiezan a dar vueltas.
Paró en seco delante de ella.
—Aquí hay mucha basura —señaló su propia cabeza-. Entró mucha mierda antes de que dejara el cuerpo de policía de Houston.
—Ya conocía tu problema con la bebida.
—Eso fue el efecto, no la causa. Todavía no lo he limpiado todo. Lo estoy haciendo, pero no sería justo...
—¡No me vengas con la trillada excusa de que no sería justo! Ve directamente al grano.
—De acuerdo. En pocas palabras: de momento no puedo involucrarme en una relación seria. Pensé que debías saberlo antes de que la cosa fuera más lejos.
Durante unos momentos se quedó recostada y abrazando el cojín. Luego lo tiró a un lado, se levantó y abrió la puerta.
Alex suspiró.
- Estás enfadada.
Te equivocas. Debería importarme algo para estar enfadada.
Entonces, ¿por qué quieres que me vaya?
Porque en esta casa no hay espacio para mí, para ti y para tu gigantesco ego. Vosotros dos tenéis que marcharos. Ahora mismo.
- Cierra la puerta.
La cerró de golpe.
- ¿ Te crees que estoy destrozada? ¿ Supones que el haber dormido contigo significa para mí algo más que eso? ¿Qué te hizo pensar que yo quena algún tipo de «relación seria» contigo?
- No he dicho que...
- Chico, tendrías mucho que enseñar a los aspirantes a sementales de Hollywood sobre el ego. Nunca había conocido a nadie tan pagado de sí mismo, guardando el trabajo inacabado bajo llave como si fuera un tesoro nacional. Serías realmente un fenómeno si tu polla fuera tan grande como tu arrogancia.
—Muy gracioso.
—En absoluto. Es muy triste.
Alex estaba perdiendo la paciencia.
—No quería que esperases algo que no puedo darte.
—Pues lo has conseguido, ya que de ti esperaba menos que nada. Una noche de juerga; nuestros genitales se lo pasaron de miedo. Eso es todo.
—No dices más que bobadas.
—Tú echaste un polvo y yo eché un polvo.
—Varios.
La estaba sacando de quicio, pero siguió adelante:
—Los dos conseguimos lo que queríamos. Fin de la historia.
—No es cierto y los dos lo sabemos —gritó Alex—. Si no hubiera significado nada, no estaría aquí intentando darte explicaciones y tú no estarías a punto de explotar.
—Por lo general te las tiras y las dejas y si te he visto no me acuerdo, ¿algo así?
—Sí.
Aleteó las pestañas y se puso la mano en el corazón.
- Bueno, qué gran honor, señor Pierce, estoy conmovida por su consideración. De verdad.
—Cat, ya basta.
-Vete al infierno Alex.
La miró furioso y frustrado, maldiciendo en voz baja. A continuación dijo:
- No estaríamos aquí discutiendo si... si...
—Deja de tartamudear y dilo sin rodeos. Ya es un poco tarde para la diplomacia.
Se acercó hasta que estuvo a pocos centímetros de ella y, con voz ronca y sensual, murmuró:
—Si no hubiera sido el maratón sexual del siglo
Cat tenía ya el pulso acelerado por la ira y su comentario la encendió aún más. ¿Cómo era posible que quisiera sacarle los ojos y, al mismo tiempo, tuviese la entrepierna húmeda?
Retrocedió unos pasos y, cuando estuvo a una distancia segura, dijo:
—Tienes una seguridad ilimitada en tu atractivo ¿verdad? ¿Esperas que caiga rendida en tus brazos hablando de esa forma? ¿Te crees que eres uno de esos personajes de tus asquerosos j libros?
Alex se dio un puñetazo contra la otra mano.
—Arnie no podía estar más equivocado.
— ¿ Tu agente? ¿Qué tiene que ver con esto?
—Me aconsejó que fuera sincero contigo, que pusiera las cartas encima de la mesa. Dijo que es la mejor forma de abordar el problema.
—¿ Le preguntaste a tu agente cómo debías tratarme? ¡Este problema ya lo tienes resuelto! Incluso haré yo el discurso final.
Apuntando el dedo índice sobre el pecho de Alex dijo:
—No me llames, no vuelvas a aparecer por esta casa, no intentes ponerte en contacto conmigo de ninguna forma. Eres un gilipollas, no vales ni la décima parte de lo que crees. No quiero verte ni en pintura.
Suspiró profundamente antes de concluir:
—¿ Lo has entendido, hijo de puta?