Capítulocinco


Capítulo cinco

MAYO DE 1991

—Oye, Pierce, esto es un edificio público. Como tal, se merece algún respeto. Quita los malditos pies de la pared.

Aquella voz habría hecho despertar a los muertos. Y, desde luego, hizo reaccionar a Alex Pierce. Su semblante adusto se iluminó con una sonrisa cuando la funcionaria se acercó. Arrepentido y obediente, puso sus botas de cowboy en el suelo.

—Hola, Linda.

—¿Eso es todo? «Hola, Linda. » ¿Después de lo que hemos significado el uno para el otro?

Se puso en jarras y lo miró airada, pero a continuación abandonó la pose y le dio una palmada afectuosa en el hombro.

—¿Qué tal te va, cariño?

—No puedo quejarme. ¿Y a ti?

—Como siempre.

Miró, ceñuda, la sala atestada, donde cientos de posibles miembros del jurado esperaban ser excusados de su obligación Cívica.

—Aquí no cambia nada aparte de las caras. Siempre las mis mas excusas para evitar ser elegido miembro del jurado.

De nuevo volvió a mirarlo.

—¿Dónde has estado escondido? He oído decir que te habías marchado de Houston.

Antes del pasado Cuatro de Julio, Día de la Independencia solía frecuentar el Palacio de Justicia del Condado de Harris pali declarar como testigo en juicios que tenían como protagonistas a delincuentes que había ayudado a detener.

—Sigo recibiendo el correo aquí. En general he estado via­jando. Y pescando en México.

—¿Pescaste algo?

-Nada que valga la pena.

-Espero que no fuera una gonorrea.

Él sonrió con ironía.

—En los tiempos que corren, puedes estar contento si sólo se trata de una gonorrea.

¿Verdad que sí?

La corpulenta mujer agitó su cabellera rojiza.

—Ayer leí en el periódico que el desodorante hace agujeros en la capa de ozono. Los tampones pueden causar un ataque tó­xico. Lo que comemos, o nos atasca las arterias o provoca cáncer de colon. Incluso han conseguido que se te quiten las ganas de follar por ahí.

Alex rió de buena gana, sin que le molestara su lenguaje vul­gar. Se conocían desde los tiempos en que él era un policía no­vato armado con escopeta que recorría Houston en un coche patrulla. Linda era una institución en el Palacio de Justicia y sabía siempre los últimos rumores y los chistes más verdes. Su talante malhumorado y sus tacos eran una coraza para su ternura, que sólo mostraba a unos pocos. Alex estaba entre ellos.

—¿De verdad estás bien?

—Muy bien.

—¿No echas de menos el trabajo?

—¡Cielos, no!

—Ya sé que no añoras ni los politiqueos ni las chorradas. ¿Pero la acción?

—Ahora dejo que mis personajes esquiven las balas.

—¿Tus personajes?

—Sí —dijo, algo avergonzado—. Escribo, más o menos.

—¿No me tomas el pelo? —parecía impresionada—. ¿Escribes un libro sobre los asuntos internos del Departamento de Policía de una gran ciudad?

—En realidad es una novela. Aunque basada en mis experien­cias.

—¿Tienes alguna posibilidad?

—¿De publicar? —negó con la cabeza—. Eso es otro cantar. No sé si alguna vez lo conseguiré.

—Lo conseguirás.

—No sé. Mis antecedentes no son muy buenos.

—Yo confío en ti. Por cierto, ¿sales con alguien?

—¿Con una mujer?

—A menos que hayas cambiado de gustos.

—No, no he cambiado de gustos. Pero tampoco salgo con al­guien en especial.

Ella lo miró de arriba abajo.

—Pues tal vez debieras hacerlo. Tu vestuario deja mucho que desear y no le vendría mal un toque femenino.

—¿Qué le ocurre a mi ropa?

Se echó un vistazo y no vio nada especial.

—Esa camisa no sabe lo que es un planchado.

—Está limpia. Y también los tejanos.

—Me recuerdas la época en que dejaste el cuerpo y te volviste perezoso y descuidado.

—Ahora soy mi propio jefe. Me visto con ropa cómoda y, si no tengo ganas de afeitarme, no me afeito.

—Estás delgado como un espantapájaros.

—Estoy en forma.

Ella enarcó las cejas con escepticismo.

—Vale. Me fastidió uno de esos virus mejicanos y estuve vo­mitando durante días. Aún no me he recuperado.

Comprendió por su expresión que no la había convencido.

—Estoy bien. A veces me olvido de comer, pero eso es todo. Me pongo a escribir cuando anochece y me doy cuenta al alba de que no he cenado. En mi nueva profesión, a veces hay que optar por comer o dormir.

—Ocurre lo mismo con el alcoholismo, según he oído decir.

Alex esquivó su mirada y contestó con rabia:

—Lo tengo controlado.

—No es eso lo que me han dicho. Tal vez deberías dejarlo.

—Sí, mama.

—Oye gilipollas, me considero amiga tuya, y no es que puedas presumir de tener muchos amigos —parecía molesta y preocu­pada—. He oído decir que te has quedado frito en más de una ocasión.

Los malditos chismorreos. Ya ni siquiera estaba dentro del juego, pero su nombre aún provocaba habladurías.

—Desde hace un tiempo, ya no —mintió.

—Sólo he mencionado tu relación amorosa con Johnny Wal­ker porque me preocupo por ti.

—Pues, entonces, eres la única.

Al oír lo que parecía autocompasión en su voz, bajó la guardia y suavizó su expresión.

—Te lo agradezco, Linda. Sé que me desmadré cuando salió a la luz toda esa mierda, pero ahora estoy bien. De verdad. No hagas caso de rumores que digan lo contrario.

La mujer lo miró escéptica, pero cambió de tema.

—Bueno, ¿qué te trae por aquí?

—Ver si me da tema para un libro. El juicio de Reyes parece tener posibilidades.

Los ojos de la funcionaria expresaron recelo.

-¿Algún motivo especial ha hecho que te interesaras por el caso Reyes teniendo tantos para elegir?

Alex había estado siguiendo aquel caso tan intrigante durante varios meses.

—Tiene todos los ingredientes para una novela de intriga. Sexo ilícito. Connotaciones religiosas. Los amantes sorprendidos por un marido enfurecido. Un bate de béisbol cómo arma... Mu­cho más original que una bala en una refriega. Sangre y sesos en las paredes. Un cadáver camino del depósito.

—Un cadáver aún no cadáver.

—Muerte cerebral —rebatió.

—Eso es un término médico, no jurídico —le recordó ella.

—El abogado de Reyes alega que él no mató a la víctima, ya que mantuvieron el corazón con vida para un trasplante.

—Trasplantes -dijo Linda con desdén—. Motivos de luci­miento para los médicos.

Alex asintió.

—El caso es que se ha abierto toda una serie de vacíos legales. Si el fiambre aún no era fiambre cuando le extirparon el corazón, ¿es Reyes culpable de asesinato? —argumentó ella.

—Por suerte, ni tú ni yo tenemos que decidirlo —contestó Alex—. Es asunto del jurado.

—Si fueras miembro del jurado ¿qué votarías?

—No lo sé, aún no he oído las declaraciones. Pero tengo la intención de hacerlo. ¿Sabes en qué sala se ve la causa?

—Sí —sonrió mostrando un par de dientes de oro—¿Cuál es tu oferta?

Cualquier empleado del Palacio de Justicia podía indicarle la sala, pero le siguió el juego.

—¿Un par de cervezas después del trabajo?

—Estaba pensando en algo parecido a una cena en mi casa. Y, después, ¿quién sabe?

—¿Ah, sí?

—Un filete, patatas y sexo. No necesariamente por este orden. Admítelo, amigo: es la mejor oferta del día.

Alex rió, sin tomar en serio la invitación y sabiendo que ella tampoco.

—Lo siento, Linda, esta noche ya tengo otros planes.

—Sé que no soy ninguna belleza, pero no dejes que mi as­pecto te engañe. Me conozco al dedillo la anatomía masculina y Podría hacerte llorar de gratitud. Te lo juro. No sabes lo que te Pierdes.

—Estoy seguro de ello. Tienes mucho encanto, Linda, lo he Creído siempre

—Es mentira, pero tienes mucha habilidad para engañar. A veces Incluso me lo has hecho creer. Por eso estoy segura de q tendrás éxito como escritor. Haces que la gente crea lo que dices.

Lo cogió del brazo.

—Vamos, cariño, te acompaño a la sala. Pronto va a empezar la selección del jurado. Y procura portarte bien, ¿vale? Si te tomas una copa de más, armas escándalo y te expulsan, no pienso dar la cara por ti.

—Te prometo que seré bueno. Y se puso la mano en el corazón

La funcionaría Sonrió

—Como acabo de decir: mentira.

El juicio por asesinato de Paul Reyes había creado mucha expectación. Alex tenía que llegar al Palacio de Justicia cada día más temprano para conseguir asiento. Los familiares y amigos de Reyes ocupaban gran parte del sitio disponible.

El fiscal había basado su acusación en la declaración de 1os primeros Policías que entraron en el lugar del crimen, que se describió con todo lujo de detalles. Cuando los miembros del jurado vieron las satinadas fotos de 8 x 10, se estremecieron

La defensa había organizado un pelotón de compañeros de1 trabajo y amigos del acusado, incluyendo a un cura, que insistí en el carácter pacífico de Reyes. Sólo el adulterio de su ama esposa lo pudo llevar a cometer una acción violenta

El jurado escuchó la declaración de los asistentes sanitarios a quienes el mismo Reyes había telefoneado desde el lugar de los hechos. Cuando llegaron, la víctima aún tenía pulso, dije ron. El médico de urgencias había diagnosticado que no existiera actividad cerebral, pero mantuvo con vida el corazón y los pulmones con medios artificiales en espera de conseguir permiso para conservar órganos y tejido. El cirujano que había realizado la intervención declaró que el corazón aún latía cuando lo extirpó.

Este testimonio causó conmoción en la sala. El juez pidió silencio con la maza. El ayudante del fiscal intentó dar la impresión de estar tranquilo, pero fracasó. ALex opinaba que tenía que haber presentado el cargo por homicidio y no por asesinato. El asesinato implica premeditación, que en este caso no podía probarse. Y lo peor era que el superviviente del ataque no podía declarar.

Pese a estos obstáculos, el fiscal hizo un brillante discurso fi­nal, pidiendo al jurado un veredicto de culpabilidad. Tanto si víctima había muerto en el momento del golpe como si no, Paul Reyes era el responsable de la muerte de un ser humano y había que declararlo culpable.

El defensor sólo tuvo que recordar a los miembros del jurado, una y otra vez, que Paul Reyes estaba en la cárcel cuando la victima falleció.

El caso quedó en manos del jurado después de tres días de declaraciones. Cuatro horas y dieciocho minutos después se anunció que el jurado tenía su veredicto y Alex fue uno de primeros en volver a la sala.

Intentó averiguar la decisión del jurado conforme sus componentes iban entrando, pero era imposible descifrar su expresión.

La sala guardó silencio cuando se pidió al acusado que pusiera en pie.

No culpable.

A Reyes se le doblaron las rodillas, pero su abogado lo sostuvo. Los parientes y amigos se precipitaron a abrazarlo. El juez dio las gracias a los miembros del jurado y levantó la sesión

Los periodistas esperaban ansiosos las declaraciones, pero abogado de Reyes no les prestó atención y lo hizo avanzar por el pasillo central hacia la salida. Cuando Reyes llegó a la fila de Alex, pareció advertir su mirada.

De repente se paró, volvió la cabeza y, durante un segundo sus ojos se encontraron.



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