Capítulo veintitrés


Captulo veintitrs

Cat limpi con alcohol la herida de la mejilla de Dean. EL cardilogo haca muecas de dolor y maldeca. Alex, acercando una silla, intentaba disimular su sonrisa.

Estaban alrededor de la mesa de la cocina. Era justo el tipo de cocina que Alex le habra asignado a Cat si fuera uno personajes.

El color principal era el blanco, con algunas pinceladas de color: una amapola de Georgia O'Keefe en una de las paredes, violetas africanas en el alfizar de la ventana, una tetera con manchas blancas y negras como la piel de una vaca lechera.

Spicer apart la mano de Cat.

—Ya estoy bien —gru-. Tienes algo para beber?

— Te refieres a alcohol? No.

—Y una aspirina?

Cat neg con la cabeza, compungida. Dean suspir.

—Claro, supongo que no esperabas tener una visita atacada t arrastrada por el suelo.

Mir a Alex.

—Creo que me debe usted una disculpa.

—No pienso disculparme por reaccionar ante lo que vi, que era a usted intentando entrar por la puerta de atrs.

Era cierto que lo haba maltratado sin saber que era amigo, pero en realidad no le haba hecho dao. Lo nico que estaba herido era su orgullo, y eso a Alex no le importaba.

—No debera haber estado merodeando en la oscuridad intentando entrar.

—Y usted debera haber pedido que me identificara antes de saltarme encima.

Alex dijo en tono burln:

- sa es una buena manera de que te vuelen la cabeza. Uno no le pide a un sospechoso que le ensee el carnet de identidad. Primero se le inmoviliza y despus se le hacen las preguntas. Usted no durara ni diez minutos en la calle.

- No lo saba. Al contrario que usted, no me he criado en la calle.

Alex se levant de golpe y derrib la silla.

- Ha tenido suerte de que Cat lo reconociera a tiempo. Es­taba a punto de machacarlo por haberme llamado maricn.

-Chicos, ya est bien! —exclam Cat—. Ha habido un error, dentro de poco nos parecer gracioso.

Alex dudaba que l o Spicer lo encontraran gracioso, pero no quera discutir con Cat, que ya estaba bastante nerviosa. Levant la silla y se sent mientras intercambiaba miradas rencorosas con Dean.

Cat cerr la botella de alcohol y dijo:

—Dean, si me hubieras telefoneado, esto no habra ocurrido.

—Quera darte una sorpresa.

—Pues lo has conseguido! —dijo risuea.

Demasiado risuea. Su sonrisa pareca forzada y Alex pens que no estaba muy contenta de ver al doctor Spicer, a quien ha­ba presentado slo como a un amigo. Pero no se le pas por alto que acaso haba entre ellos algo ms que eso.

—Has cenado en el avin? Quieres que te prepare algo?

—No he comido esa bazofia y ya he probado tus platos. De todas formas, gracias.

—Queris caf?

—No.

—Yo tampoco.

—Pues ser mejor que pasemos al saln.

Ni uno ni otro se movieron, as que se sent con ellos a la mesa de la cocina.

—No puedo creer que ests en San Antonio, Dean; crea que antes muerto que desplazarte a provincias.

—Lo que he visto hasta ahora se ajusta a mis peores expec­tativas.

—Muchas gracias!

Cat lo dijo en broma, pero l lo tom en serio.

—No me he expresado bien. Tu casa es bonita, aunque no puede compararse a la de Malib, desde luego.

—Es verdad. En San Antonio andan escasos de terrenos con vistas a la playa.

Cat ri con nerviosismo su propio chiste, pero ni Alex ni Dean esbozaron una sonrisa. Dejaron que ella continuara la conversacin.

—Cundo decidiste venir, Dean?

—Fue una idea repentina. Tengo pocas visitas en los prximos das y ha sido fcil posponerlas.

—Me alegro de que ests aqu.

Estaba mintiendo y Alex lo saba. Y tambin Spicer.

—Aunque no lo parezca, has llegado en el momento oportuno. Venimos de una cena en casa de los Webster.

Spicer emiti un gruido.

—Nancy est organizando una recaudacin de fondos para Los Nios de Cat.

—Qu amable.

—Esta noche estaba all la flor y nata de la alta sociedad de San Antonio.

—No creo que sea gran cosa.

Alex admiraba el autodominio que demostraba Cat al pasar por alto el comentario ofensivo. Incluso conserv la risa.

—Las seoras estaban encantadas de conocer a Alex en persona.

Spicer le pregunt:

—Usted es poli, no?

—Ex polica.

Spicer carraspe y lo mir con desdn.

—Alex escribe novelas policacas y es casi una celebridad. Has ledo alguna?

Spicer la mir como si le hubiera dicho un disparate.

—No.

—Pues tal vez debera hacerlo —dijo Alex.

—No veo por que.

—Podra aprender algo til; por ejemplo, defensa personal. Spicer se levant. A continuacin se sinti mareado y tuvo que apoyarse en el respaldo de la silla. Alex disimul otra sonrisa de satisfaccin.

Cat se precipit a ayudar al cardilogo a sentarse. Despus se puso en jarras y dijo:

—Estoy intentando hacer de rbitro y el papel no me va. Basta ya! Os estis comportando como un par de estpidos por nada.

—Esto no es nada? —dijo Spicer indicando la herida de la mejilla.

—Ya est bien, hombre —murmur Alex.

—Y me amenaz con partirme el brazo.

—Dean...

- Porque lo tom por un ladrn, pero resulta que slo era un chiflado pasendose en la oscuridad y...

-Alex...

AleX se puso en pie.

Spicer lo mir furioso. Cat dijo:

—Te acompaar, Alex.

Caminaron hacia la puerta principal. Cat se haba quitado los zapatos de tacn y sus pisadas eran silenciosas en el suelo de parquet, aunque ste cruja un poco bajo el peso de Alex.

Las habitaciones eran espaciosas, iluminadas por lmparas de pie. La suave luz caa sobre fotografas enmarcadas, revistas y jarrones con flores. Los sofs y sillones eran grandes, mullidos y con cojines de colores diversos. El ambiente era, sin pretensio­nes, amable y acogedor.

Cat abri la puerta.

—Tenias razn; aqu est el taxi.

Estaba aparcado enfrente, detrs del coche de alquiler de Spi­cer.

Se dio la vuelta y dijo:

—Gracias por acompaarme a la cena.

—Gracias por haberme invitado.

Si Cat hubiera sido prudente, lo habra dejado as, dndole las buenas noches. Pero no lo era y, riendo, coment:

—Hemos tenido una sorpresa al final de la velada, eh?

—S.

—Ha sido ms divertido que una tranquila taza de caf.

—Y menos divertido que un revolcn en la cama.

—Por qu eres tan bruto?

—Y t tan remilgada? Sabes muy bien que bamos a acos­tamos.

—Ya te haba dicho que no.

—Y lo decas en serio?

Cat agach la cabeza. l le levant la barbilla.

—Somos adultos, los dos sabemos lo que nos llevamos entre manos, as que djate de tonteras conmigo. Desde que te vi en Casa de Irene y Charlie me tienes en celo y lo sabes. Y t sentiste lo mismo. Todo lo que hemos dicho y hecho desde entonces han sido preliminares.

Cat mir nerviosa en direccin a la cocina y eso le molest.

—He captado la indirecta. Buenas noches, Cat.

Sali. Y estaba ya a medio camino cuando gir sobre sus talones. Ella segua en la puerta, silueteada por la luz de la casa. Pareca triste y desamparada. Aunque an estaba furioso por sbita aparicin del ex amante de Cat, no quera comportarse como un insensato. Volvi sobre sus pasos y, sin decir una palabra, la cogi por la cintura y la estrech contra s. La bes apasionadamente y, con la misma rapidez que haba empezado, termin.

Ella lo mir boquiabierta. La dej atnita y excitada, hambrienta de sexo. Cuando volvi a emprender el camino por segunda vez, estaba an ms enfurecido que antes. Con Spicer, con ella, con l mismo. Con todo.

—Cunto tiempo hace que dura esto?

Dean no se anduvo con rodeos. En cuanto ella volvi a en la cocina, abord el tema que Cat haba esperado poder esquivar..

—El qu?

—No te hagas la tonta, Cat. El asunto con ese poli y escritor.

Su mirada inquisidora exiga una respuesta.

—No hay ningn asunto entre Alex y yo.

Le explic el malentendido ocurrido en casa de los Walters.

—Desde entonces nos hemos visto unas cuantas veces. Es un hombre agradable. No hay nada ms.

Dean hizo una mueca de escepticismo.

Ella an conservaba en la boca el sabor de Alex y pas a la ofensiva:

—Mira, Dean, me alegro de que hayas venido a verme, pero quin te ha dado permiso para entrar en mi casa cuando yo no estoy?

—No cre que te importara. Ya he intentado daros una explicacin, a ti y a ese caverncola. Como no estabas, pensaba entrar y esperarte. No entiendo por qu te molesta. Tengo las llaves de tu casa de Malib. Cul es la diferencia?

—La diferencia es que te di las llaves de la casa de Malib y saba que las tenas. Deberas haberme telefoneado; no me gustan las sorpresas. Te lo he dicho muchas veces.

—Pues tu desagrado por las sorpresas debe de ser una de pocas cosas en las que no has cambiado desde que ests aqu.

Se levant y empez a pasearse por la cocina sin apartar sus ojos de ella, como si quisiera observarla desde diversas perspectivas.

—No s lo que ha provocado el cambio. Si es por tu relacin con ese gorila o por el trabajo. Algo te ha cambiado.

-En qu sentido?

-Ests agitada, nerviosa. A punto de saltar a la ms mnima.

-No s de qu me ests hablando.

Si lo saba y le preocupaba que fuera tan evidente.

-Me he dado cuenta en cuanto te he visto. Si algo va mal...

De repente se puso plido.

—Oh, Dios mo, ests bien?, el corazn?, algn sntoma de rechazo?

Ella levant las manos ante su alarma.

—No, Dean, me encuentro de maravilla. No puedo creer lo bien que estoy. Cada da descubro que puedo hacer cosas que antes me eran imposibles. Despus de tanto tiempo, an no me acostumbro a la idea.

—No seas imprudente —aconsej con voz de mdico—. Me alegro de que ests bien, pero si notas algn sntoma de rechazo tienes que avisarme de inmediato.

—Te lo prometo.

—S que no soportas que insista, pero alguien tiene que re­cordarte que no eres igual que cualquier otra persona. Llevas un corazn trasplantado.

—Soy igual que cualquier otra persona. No me gusta que me traten como a una lisiada.

No pareca or sus protestas.

—Trabajas demasiado.

—Me encanta trabajar. Me he entregado a Los Nios de Cat en cuerpo y alma.

—Por eso ests tan nerviosa?

Hubiese querido mostrarle los misteriosos recortes. Su opi­nin habra sido valiosa. Pero, conocindolo, lo ms probable era que le aconsejara acudir a la polica, y hacer eso sera admitir que tenan alguna importancia. An intentaba convencerse de que los velados avisos no significaban nada.

—Tal vez parezco tensa porque la cena de esta noche ha sido algo ms que una fiesta convencional. Tena que causar buena impresin a muchas personas, y eso cansa. Adoro el trabajo y los nios, pero un programa as te da muchos dolores de cabeza, al­gunos relacionados con la produccin y otros con la burocracia. Tener que tratar con la administracin agota a cualquiera. Cuan­do llega la noche, estoy hecha polvo.

Podras dejarlo.

Ella sonri y neg con la cabeza.

—Incluso con todas las incomodidades, me gusta. Vale la pena cuando conseguimos que adopten a un nio y que eso cam­bie su vida, convirtiendo su pesadilla en un sueo. No, Dean, no pienso dejarlo.

—Si el trabajo es tan estupendo, debe de ser otra cosa. La mir fijamente a los ojos.

—Es por Pierce? Tienes los nervios de punta por l?

—Otra vez con eso?

—Hasta dnde llega vuestra relacin?

No poda contestar con franqueza, pues la verdad era que quera que su relacin con Alex se hiciera ms profunda y dar el siguiente paso.

—Es un hombre inteligente e interesante —dijo-—. Se expresa bien, pero es poco comunicativo. Una persona compleja. Cuanto ms nos vemos, menos me parece conocerlo. Me intriga.

—Cat, no te engaes. Es un macho duro y apuesto lo que intriga. No te has dado cuenta?

—Es el chico malo al que ninguna mujer puede resistir—dijo ella en voz baja.

—Si lo sabes, por qu vas detrs de l? Por qu te atrae?. Es un salvaje, se ve a simple vista. Y esa cicatriz en la ceja?

—Un delincuente le golpe con una botella de cerveza.

—Ah, veo que te has dado cuenta. Tiene otras cicatrices? Las has visto? Te has acostado con l?

—No es asunto tuyo!

—Lo cual indica que s.

—Lo cual indica que si es as o no lo es, no tengo que rendirte cuentas.

No quera herir ms el ego de Dean, por lo que contuvo ira.

—Dean, no quiero discutir contigo. Por favor, entindelo.

—Lo entiendo perfectamente. Quieres la excitacin y el ardor, cuya carencia lamentabas en nuestra relacin. Te derrites por un to duro con tejanos ceidos.

—S —admiti con cierto aire de desafo. Y continu—: me da igual lo que lleve puesto, pero me gusta derretirme.

—Por el amor de Dios, Cat. Me parece tan pueril...

—S que piensas que soy alocada e idealista.

—Tienes razn. Yo soy un pragmtico. No tengo ni fe ni ideales. La vida es una serie de realidades; por lo general, muy duras.

—Nadie lo sabe mejor que yo, Dean. Por eso quiero seguir adelante con algo bueno cuando lo he encontrado. En la relacin ms importante de mi vida me niego a conformarme con menos. La amistad y la camaradera son bsicas, pero si me enamoro quiero todo. Quiero tambin sexo ardiente y romanticismo.

—Y crees que ese tipo puede drtelo?

—Es prematuro especular. Adems, l no es el caso.

—Y un cuerno. Si yo no estuviera aqu, no estaras derritindote con l en este mismo momento?

Cat no quera contestar, pero saba que tena que hacerlo.

-Con franqueza, no lo s. Tal vez.

Al recordar el beso de despedida de Alex aadi:

-Es probable.

Dean cogi la chaqueta doblada sobre el respaldo de la silla.

-Tal vez deberas llamarlo para que volviera y as lo sabras.

-Dean, no te vayas as —suplic detrs de l para alcanzarlo en la puerta. No te vayas enfadado, no me culpes por no estar enamorada de ti. Sigues siendo mi mejor amigo y te necesito. Nadie puede romper nuestra amistad. Dean!

l no cedi, sali y cerr de un portazo. Cat oy cmo chi­rriaban los neumticos del coche alquilado.



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