Captulo nueve
VERANO DE 1992
—Ests enfadada.
Dean no haca una pregunta. Afirmaba.
Cat continu con la mirada fija en el parabrisas del Jaguar.
—Cul ha sido la primera pista?
—Hace veinte minutos que no me diriges la palabra.
—Porque siempre hablas por m. Otra vez, casi has vuelto a poner anuncios.
—Cat, le he dado conversacin a una compaera de mesa.
—Y le falt tiempo para acorralarme en el servicio de seoras y pedirme los detalles de la boda. Supongo que le diste a entender que era un hecho. Lo curioso es que no tenemos la intencin de casarnos.
—Claro que s.
Cat no estaba de acuerdo, pero l dio la vuelta a la entrada de la casa y aparc. El ama de llaves de Dean abri la puerta. Cat le sonri al entrar en el vestbulo. No le gustaba nada que los sirvientes los esperasen Dean ya le haba cogido el tranquillo.
Ojal no hubiera aceptado pasar la noche en casa de l, pens Cat. Pero no le apeteca nada, despus de lo que prometa ser una larga velada conducir hasta Malib y, por la maana, deshacer el camino hasta los estudios.
Si la discusin empeoraba llamara al hotel Bel Air para que le enviaran un coche. Entr en el despacho, ya que era la habitacin ms acogedora y menos seria.
-Quieres beber algo? —pregunt l.
—No, gracias.
-Y algo para picar? Apenas has cenado. Estabas muy ocupada charlando con Bill Webster.
Ella no hizo caso del comentario Desde que lo conoci, varas veces haba perdido la oportunidad de conversar con el ejcutivo de Texas. Dean haba interpretado mal su inters.
—Gracias, no tengo apetito.
—Celesta puede prepararte algo.
—No es necesario molestarla.
—Para eso le pago. Qu te apetece?
—Nada!
Lament su tono de voz cortante y suspir profundamente para contener su malhumor.
—Dean, no me atosigues. Si quisiera algo lo pedira.
l sali del despacho el tiempo suficiente para decirle al ama de llaves que sus servicios ya no eran necesarios. Al volver a entrar, Cat contemplaba desde la ventana el bien cuidado jardn. Oy que l volva a estar all, pero no se dio la vuelta.
Dean apoy las manos sobre sus hombros.
—Perdona, no crea que un comentario circunstancial creara problemas. Por qu no nos casamos y as evitamos este tema de controversia?
—No me parece un motivo para casarse.
—Cat. No es se el motivo de que quiera casarme contigo.
Podan hablar de cualquier cosa. Del tiempo, de su postre favorito, del debate sobre el estado de la nacin: siempre terminaban igual.
—Dean, no volvamos a lo mismo.
—He tenido paciencia, Cat.
—Lo s.
—La boda no tiene por qu ser un acontecimiento periodstico. Podemos ir a Mxico o a Las Vegas antes de que un periodista se entere.
—No se trata de eso.
—De qu, si no? No vuelvas a decirme que no quieres la casa de Malib o de tu miedo a perder la independencia. Ya son excusas muy sobadas. Si continas negndote, tendrs inventar algo ms slido.
—Slo hace un ao y medio desde el trasplante.
- Y?.
—Podras tener que cargar con una esposa que tiene que pasar gran parte de su vida, y de la tuya, en guardia.
—No has tenido ni un solo sntoma de rechazo. Ni uno,
—No es ninguna garanta de que ya no lo tenga. Algunas personas con trasplante viven bien con su corazn durante aos y de pronto... sin motivo aparente, sufren un rechazo.
—Y otras mueren por causas que no tienen nada que ver su corazn. En realidad, hay una posibilidad entre un millon de que te fulmine un rayo.
-Estoy hablando en serio.
-Yo tambin —suaviz su tono de voz. Cat, muchas personas con trasplantes han vivido veinte aos o ms sin problemas. Esos pacientes recibieron corazones cuando el sistema era an experimental. Y la tecnologa ha mejorado mucho. Tienes muchas garantas de una expectativa de vida normal.
—Y cada da de esa vida normal estars controlando mis constantes vitales.
Dean se qued perplejo.
—Dean, era tu paciente antes de convertirme en amiga y
amante. Tengo la sensacin de que siempre voy a ser tu paciente.
—No -contest sin dudarlo.
Pero ella saba que s. Intentaba protegerla, y era un recuerdo contnuo de que haba estado muy delicada de salud. An la trataba con un cuidado infinito. Incluso cuando hacan el amor era de una delicadeza extrema. Su crispante autodominio la ofenda y limitaba su pasin.
Por miedo a herirle, soportaba su frustracin en silencio mientras se mora de ganas de que la tratasen como a una mujer y no como a una trasplantada. Dudaba que con Dean fuera posible.
Pero saba que, en el fondo, esto era una excusa y que el verdadero problema consista en que no estaba enamorada de l. No de la forma que debera estarlo para casarse. La vida le habra sido mucho ms sencilla si estuviera enamorada, y a veces deseaba que as fuese.
Haba intentado prescindir de sus sentimientos, pero ahora saba que tena que ser sincera.
—No quiero casarme contigo, Dean. Te quiero mucho y jams habra salido adelante sin ti —le sonri con ternura—. Pero no estoy enamorada.
—Me doy cuenta de ello, y tampoco lo esperaba. Eso es para chiquillos; nosotros vamos ms all del absurdo romanticismo. Por otra parte, formamos un buen equipo.
—Un equipo —repiti ella—. Tampoco eso me atrae. No he pertenecido a nadie desde que tena ocho aos, cuando mis padres.., murieron.
—Motivo de ms para que me dejes cuidar de ti.
—No quiero que nadie me cuide! Quiero ser Cat. La nueva Cat. Cada da, desde la operacin, he ido haciendo nuevos descubrimientos. An me estoy familiarizando con esta mujer que Sube la escalera en vez de utilizar el ascensor. Que puede lavarse el pelo en tres minutos en vez de necesitar treinta.
Se Puso la mano sobre el corazn.
—El tiempo tiene una nueva dimensin para m, Dean; quiero proteger el tiempo que paso conmigo misma. Hasta que no conozca del todo a la nueva Cat Delaney, no quiero compartirla con nadie.
—Comprendo —contest l, ms enojado que apenado.
Ella ri.
—Deja de lamentarte. No te creo. Tampoco vas a sufrir mucho si no nos casamos. Lo que ms te gusta de m es la celebridad, te encanta compartir los focos, asistir a los estrenos de Hollywood, entrar en Spargo del brazo de una estrella de la tele.
Adopt una pose sofisticada, con una mano en la nuca otra en la cadera.
La sonrisa tmida de l supona casi una confesin. Pero sigui presionando:
—Admtelo, Dean. Si fuese cajera de un supermercado, Pediras mi mano?
—Eres una mujer fra, Cat Delaney.
—Digo la verdad.
Si la naturaleza del amor de Dean fuera distinta, ella ya habra terminado sus relaciones mucho tiempo atrs para no hacerle dao. Pero l admita que la quera solamente todo lo era capaz de amar.
La abraz y la bes en la frente.
—A mi manera te quiero, Cat, y sigo deseando casarme contigo, pero, por ahora, no insistir, te parece bien?
No haban resuelto nada, pero al menos le garantizaba una tregua.
—Me parece bien.
—Estupendo. Vamos a dormir?
—Antes nadar un poco.
—Quieres compaa?
No es que a Dean le gustase mucho nadar, lo cual era una pena, ya que tena una piscina preciosa rodeada de verdes plantas, como un lago tropical.
—Sube. No tardar.
l subi la escalera hasta el segundo piso. Cat sali porr puerta de la terraza y camin por el sendero de baldosas del hermoso jardn hasta la piscina. De forma maquinal, se desabroch el vestido, se lo quit y, a continuacin, dej caer las medias y las bragas. Entr desnuda en la deliciosa agua fresca. Era como un bao purificador. Tal vez lavara la inquietante insatisfacin que la corroa desde haca meses, no slo por Dean, sino por todo lo que rodeaba su vida.
Hizo tres largos antes de tenderse de espaldas y quedarse flotando. An le maravillaba poder nadar sin jadear y sin miedo a que el corazn se le parase. Un ao y medio atrs, le habra parecido imposible tamaa proeza. Estaba preparada para morir. Y habra muerto si alguien no hubiese perdido la vida antes que ella.
Esa idea estaba guardada en su mente y, cuando la asaltaba, le resultaba inquietante. Ahora la hizo salir del agua. Temblando, camin de puntillas hasta el vestuario y se envolvi en una toalla.
El pensamiento la acechaba: la muerte de alguien le haba regalado la vida.
Haba dejado claro a Dean y al equipo mdico que no quera saber nada del donante.
Muy rara vez se permita pensar en ese ser annimo como en una persona., alguien con una familia que haba hecho un enorme sacrificio para que ella pudiera vivir. Cuando le asaltaba la idea de ese alguien sin nombre, su ambiguo descontento le pareca una montaa de egosmo y autocompasin. Haban segado una vida y le haban garantizado otra a ella.
Se tendi en una de las tumbonas, cerr los ojos y se concentr en reconocer lo afortunada que era. Haba superado las desventajas de su desgraciada infancia, haba perseguido un sueo y lo haba hecho realidad. Estaba en la cumbre de su carrera y trabajaba con personas de talento que la queran y la admiraban. Tena mucho ms dinero del que necesitaba. Un cardilogo muy respetado, con cultura, bien parecido, que viva como un prncipe, la adoraba y la deseaba.
Y, entonces, por qu ese inconcreto desasosiego, esa incierta inquietud que no poda ni explicar ni desvanecer? Su vida, tan duramente ganada, pareca ahora sin sentido ni rumbo. Padeca por algo que no poda describir ni identificar, algo que iba mucho ms all de su alcance y de su comprensin.
Qu ms poda querer que no tuviera? Qu ms poda pedir, si ya le haban dado la vida?
Cat se incorpor de golpe, con una idea repentina que le infundi energa.
La falta de confianza en uno mismo poda ser una motivacin Positiva y el examen de conciencia no tena nada de malo. Era el enfoque del autoanlisis lo que estaba mal planteado.
En vez de indagar qu ms poda querer, tal vez deba preguntarse qu poda dar.