Autor: Prudencio García Martínez de Murguía.
Miembro del Consejo Consultivo de la Fundación Acción Pro Derechos Humanos
Artículo publicado en Diario 16, el día 12 de enero de 2000.
Para comprender la calaña militar y humana del individuo que, según los últimos datos recibidos, parece que va a ser liberado por las autoridades británicas en atención a "consideraciones humanitarias", recordemos brevemente un episodio registrado en los primeros días posteriores a su golpe militar.del once de septiembre de 1973. El general Oscar Bonilla, responsable de los centros de enseñanza militar chilenos y que, en su momento, discrepó enérgicamente de Pinochet, oyó los rumores que circulaban sobre las atrocidades que se estaban cometiendo en la Escuela de Ingenieros Militares situada en la localidad de Tejas Verdes, que por aquellas fechas era mandada por el entonces coronel Manuel Contreras.
Sin previo aviso de su llegada, el general Bonilla viajó a dicha Escuela y obligó a su director a mostrarle todas las instalaciones. Tras vencer una cierta resistencia por parte de Contreras, éste hubo de ceder ante su superior y mostrarle lo que allí estaba ocurriendo: hombres desnudos colgando cabeza abajo, otros suspendidos por las muñecas, otros amarrados en los lugares donde recibían las descargas eléctricas de la picana. Todos ellos eran militantes izquierdistas detenidos tras el golpe militar.
Los expertos en tortura saben que una de las formas más sencillas y económicas de infligir los más terribles sufrimientos físicos a un ser humano consiste en colgarle por sus extremidades (por cualquiera de ellas) y mantenerle en dicha situación por horas o por días. La insoportable presión de las ligaduras sobre las muñecas o los tobillos congestiona estos miembros, bloquea la circulación de la sangre y produce sufrimientos indescriptibles, que van extendiéndose al cuerpo entero, agravados por la imposibilidad del sueño, por la carencia de agua y alimentos, y por la progresiva destrucción de articulaciones y tendones que no están capacitados para soportar tan inhumana y prolongada tracción. Y todo ello sin el menor esfuerzo por parte del torturador, que puede sentarse cómodamente frente a su víctima, preguntándole de vez en cuando todo aquello que se le ocurra, tanto si la víctima lo sabe como si no.
Horrorizado por aquella exhibición de barbarie medieval, el general Bonilla relevó del mando al coronel y le arrestó, reprochándole aquel alarde de elevada moral, intachable honor militar e impecable trato a los prisioneros. Según precisa el periodista Hernán Millas en su detallado relato, Contreras apenas acertó a responder: "Esta gente, mi general, nos iba a matar. El peligro no está aún conjurado. A mí tampoco me gusta hacerles esto, pero es la única forma de conseguir que hablen." Recordemos, en este sentido, que a diferencia de Argentina, Uruguay, Perú, Nicaragua, El Salvador, o Guatemala, en Chile no existía ninguna organización guerrillera a la que exterminar, sino sólo un conjunto de fuerzas políticas y sociales.que habían ganado las elecciones tres años atrás.
Pocos días después Pinochet reponía al coronel Contreras en su puesto. Algún tiempo más tarde, el general Bonilla fallecía en un extraño accidente de helicóptero. En cuanto a Contreras, poco después el dictador le otorgaba otro puesto de mayor confianza y más siniestra criminalidad: la DINA. Cuando los crímenes perpetrados por este servicio secreto dentro y fuera de Chile indujeron a algún otro general a objetar ante Pinochet los excesos de esta organización, la respuesta de éste fue tajante: "La Dina soy yo". Este es el sujeto que ahora se acoge a las "consideraciones humanitarias" para librarse de comparecer ante la justicia. He aquí algo que no debemos olvidar.
Pero pecaríamos de ridículamente pesimistas si nos quedásemos en esta lamentación por la justicia incumplida. Reconozcamos, más aun, proclamemos con satisfacción lo mucho logrado y aprendido en estos quince meses de arresto del ex dictador. Logros que, entre otros, y en un balance apresurado, pueden resumirse así:
Primero: Antes de la detención de Pinochet en Londres por orden del juez español, no se había tramitado en Chile ni un solo caso penal contra el dictador. Desde el momento de su detención hasta hoy, ya son más de 60 los casos judiciales acumulados contra él en su propio país.
Segundo: Los grandes dictadores, represores, torturadores y masivos violadores de derechos humanos saben ahora, por primera vez, que su antigua impunidad, garantizada por el viejo concepto de territorialidad estricta, junto a la denominada "no injerencia en asuntos internos", y sus ominosas leyes de autoamnistía, ya no bastan para garantizarles su impunidad, convirtiéndoles en presos dentro de su propio territorio, que ya no pueden abandonar.
Tercero. En ausencia de un Tribunal Penal Internacional (e incluso cuando éste funcione, pues según el estatuto de Roma lo hará sin retroactividad), pese a estas importantes limitaciones, y sin esperar al funcionamiento operativo del citado TPI, tenemos ya un instrumento que funciona: la jurisdicción universal. Instrumento incompleto, imperfecto, incómodo, pero que ahí está, como lo prueba el hecho de haber podido atrapar legalmente, en un segundo país, por orden judicial de un tercero, a un ex dictador tan importante y significativo como Pinochet. Y esto es algo que tampoco debemos olvidar en nuestro balance y valoración del episodio histórico que ahora toca a su fin.