D3 20



- CAPITULO XX -


Amaste a Caladan
Y lloraste a su perdido seńor...
Pera el dolor revela
Que los nuevos amantes no pueden borrar
A aquél que para siempre será un fantasma.

-Estribillo del Lamento de Habbanya



Stilgar cuadruplicó la guardia del sietch en torno a los gemelos, pero sabía que era inÅ›til. El muchacho se parecía demasiado a aquel de quien llevaba el nombre, su abuelo Leto. Todos aquellos que habían conocido al Duque original lo hacían notar. Leto medía calmada y prudentemente todas las cosas, es cierto, pero todo en él lo calificaba como poseedor de una latente impetuosidad que lo hacía susceptible a tomar decisiones arriesgadas.
Ghanima era más parecida a su madre. Tenía el cabello rojo de Chani, la mirada de los ojos de Chani, y una forma calculada de adaptarse a las dificultades. A menudo decía que haría sólo lo que debía hacer, pero allá donde fuera Leto ella le seguiría.
Y Leto la conduciría directamente al peligro.
Stilgar no pensó ni por un momento en hablarle de su problema a Alia. Al contrario de lo que ocurría con Irulan, que corría a Alia para contarle cualquier cosa que ocurriera. Llegando a esta decisión, Stilgar se dio cuenta de que había aceptado la posibilidad de que Leto juzgara a Alia correctamente.
Ella utiliza a la gente en una forma casual e insensible, pensó. Incluso usa a Duncan de esta forma. En ningÅ›n momento se volvería contra mí para matarme. Sencillamente me desecharía.
Ahora la guardia había sido reforzada, y Stilgar merodeaba por el sietch como un duende, fisgando por todos lados. Durante todo ese tiempo su mente bullía con las dudas que Leto había plantado allí. Si uno no podía confiar en la tradición, ża qué otra roca podía anclar su vida?
Por la tarde del día de la Convocación de Bienvenida para Dama Jessica, Stilgar espió a Ghanima de pie junto a su abuela en la cornisa interior de entrada de la gran cámara de asambleas del sietch. Era temprano y Alia aÅ›n no había llegado, pero la gente estaba empezando a reunirse en la amplia estancia, dirigiendo supersticiosas miradas a la niÅ„a y a la adulta, a su paso.
Stilgar se detuvo en una oquedad en sombras fuera del camino de la multitud, y espió a la pareja, incapaz de oír sus palabras por encima del murmullo creciente de la cada vez más numerosa multitud. Gente de muchas tribus se reuniría hoy allí para dar la bienvenida a su Reverenda Madre. Pero él observaba a Ghanima. Sus ojos, la forma como se movían de un lado a otro mientras hablaba! Aquel movimiento lo fascinaba. Aquellos ojos profundamente azules, calmados, observadores, inquisitivos. La forma como agitaba su roja cabellera sobre sus hombros a cada movimiento de su cabeza. Era Chani. Era una fantasmagórica resurrección, un parecido sobrenatural.
Lentamente, Stilgar se acercó un poco y buscó la protección de otra oquedad.
No podía asociar la forma en que Ghanima observaba las cosas con la de ningÅ›n otro niÅ„o que hubiera conocido... excepto su hermano. żDónde estaba Leto? Stilgar miró a sus espaldas, por encima de la multitud que atestaba el corredor. Sus guardias hubieran dado la alarma si hubiera ocurrido algo. Agitó la cabeza. Aquellos gemelos desmoronaban su cordura. Eran una constante abrasión sobre su paz mental. Casi llegaba a odiarlos. Los consanguíneos no eran inmunes al odio mutuo, pero la sangre (y su preciosa agua) arrastraba consigo una contención que trascendía todas las demás preocupaciones. La seguridad de aquellos gemelos era su mayor responsabilidad.
Una polvorienta luz color cobre surgía de la cavernosa cámara de asambleas más allá de Ghanima y Jessica. Rozó con su tenue resplandor los hombros de la niÅ„a y la nueva ropa blanca que llevaba, rodeando su cabello con una aureola en el momento en que se giraba para contemplar el paso de la gente por el corredor.
żPor qué Leto me ha afligido con sus dudas?, se dijo. Era evidente que lo había hecho deliberadamente. Quizá Leto quería que compartiera con él una pequeÅ„a parte de sus experiencias mentales. Stilgar sabía que los gemelos eran diferentes, pero los procesos racionales de su mente eran incapaces de aceptar lo que sabia. El nunca había experimentado el seno materno como una prisión para una consciencia ya despierta... una consciencia viva desde el segundo mes de gestación, por lo que se decía.
Leto había dicho en una ocasión que su memoria era como un «holograma interno, que se expandía en tamaÅ„o y en detalles a partir de aquel traumatizante despertar original, pero cuyos contornos no cambiaban nunca.
Por primera vez, mientras observaba a Ghanima y a Dama Jessica, Stilgar empezó a comprender lo que debía ser intentar vivir en un tal amasijo de recuerdos, incapaz de hallar ningÅ›n lugar seguro y a resguardo en la propia mente. Enfrentado ante una tal situación, uno se veía en la obligación de integrarse en la locura, de seleccionar y rechazar entre una multitud de ofertas en un sistema en el cual las respuestas cambiaban tan rápidamente como las preguntas.
No podía existir ninguna tradición fija. No podían existir respuestas absolutas a preguntas con dos caras. żQué era lo que funcionaba? Lo que no funcionaba. żQué era lo que no funcionaba? Lo que funcionaba. Reconoció aquel esquema. Era el viejo juego Fremen de las adivinanzas. Pregunta: «Å¼Qué es lo que da la vida y la muerte? Respuesta: «El viento de Coriolis. żPor qué Leto ha querido que comprendiera esto?, se preguntó Stilgar. Gracias a sus cautelosos sondeos, Stilgar sabía que los gemelos compartían un punto de vista comÅ›n acerca de su diferencia: la consideraban como una aflicción. El nacimiento puede ser un lugar de pruebas para tales individuos, pensó. La ignorancia reduce el shock de algunas experiencias, pero ellos no podían ignorar nada acerca de su nacimiento. żQué representaba vivir una vida de la que uno conocía ya todas las cosas que podían ir mal? Uno tenía que mantener una lucha constante con las dudas. Uno tenía que sentir resentimiento hacia aquella diferencia que lo separaba a uno de los demás. Sería agradable infligir a otros algo de esta diferencia. żPor qué yo?, sería su primera pregunta sin respuesta.
żY qué es lo que yo me he preguntado a mí mismo?, pensó Stilgar. Una sonrisa irónica rozó sus labios. żPor qué yo?
Viendo a los gemelos desde aquel nuevo ángulo, comprendió los peligros que corrían con sus cuerpos aÅ›n no maduros. Ghanima se los había descrito sucintamente en una ocasión, después de que él la amonestara por escalar la pared que caía a plomo al este del Sietch Tabr.
żPor qué tendría que temerle a la muerte? Ya he estado aquí antes... muchas veces.
żCómo puedo tener la presunción de enseńar algo a tales nińos?, se dijo Stilgar. żCómo puede tener nadie tal presunción?
ExtraÅ„amente, los pensamientos de Dama Jessica avanzaban por idéntico camino mientras hablaba con su nieta. Estaba pensando en lo difícil que debía ser albergar mentes maduras en cuerpos inmaduros. Aquellos cuerpos tendrían que aprender lo que sus mentes sabían ya como hacer... acoplando reacciones y reflejos. El viejo régimen prana-bindu de la Bene Gesserit podría servirles, pero incluso aquí la mente avanzaría a una velocidad que los cuerpos no podrían seguir. Gurney consideraba una tarea extremadamente difícil el cumplir sus órdenes.
Stilgar nos está observando desde una oquedad allí detrás -dijo Ghanima.
Jessica no se giró. Pero se sintió desconcertada por lo que captó en la voz de Ghanima. Ghanima amaba al viejo Fremen como uno amaría a un padre. Incluso cuando hablaba con ligereza y se burlaba de él lo amaba. Aquella comprensión obligó a Jessica a contemplar al viejo Naib bajo una nueva luz, comprendiendo, en una revelación gestáltica, lo que unía a los gemelos y a Stilgar. Jessica se dio cuenta de que aquel nuevo Arrakis no le gustaba a Stilgar. No más de lo que aquel nuevo universo gustaba a sus nietos.
No solicitado ni deseado, un axioma Bene Gesserit fluyó en la mente de Jessica: «Sospechar de la propia inmortalidad es conocer el principio del terror: aprender irrefutablemente que uno es mortal es conocer el final del terror.
Sí, la muerte no sería una carga difícil de llevar, pero la vida era como un fuego lento para Stilgar y los gemelos. Todos ellos se hallaban en un mundo que no les gustaba, y anhelaban otros caminos que fuera posible experimentar sin riesgos. Eran hijos de Abraham, que aprendían mucho más de un halcón acechando sobre el desierto que de un libro escrito hacía tiempo.
Leto había desconcertado a Jessica aquella misma maÅ„ana, cuando se hallaban junto al qanat que fluía sietch abajo.
El agua es una trampa para nosotros, abuela -había dicho-. Hubiera sido mejor que hubiéramos vivido como polvo, ya que entonces el viento nos hubiera arrastrado más alto que el más alto risco de la Muralla Escudo.
Aunque ya estaba familiarizada con una tan sutil madurez surgiendo de los labios de aquellos nińos, Jessica se sintió tomada por sorpresa, aunque logró responder:
Tu padre hubiera podido decir esto.
Y Leto, lanzando un puÅ„ado de arena al aire para contemplar su caída, respondió:
Si, hubiera podido hacerlo. Pero mi padre no tuvo en cuenta entonces cuán rápidamente hace caer de nuevo al suelo toda cosa surgida de él.
Ahora, de pie junto a Ghanima en el sietch, Jessica sintió de nuevo el shock que le habían causado aquellas palabras. Se giró, contempló la gente que seguía desfilando, dejó vagar su mirada hasta el lugar donde se hallaba la imprecisa figura de Stilgar. Stilgar no era un Fremen dócil, entrenado tan sólo a llevar ramitas al nido. Seguía siendo un halcón. Cuando pensaba en el color rojo, no pensaba en flores, sino en sangre.
Estás tan callada, de repente -dijo Ghanima-. żHay algo que no marcha?
Jessica agitó la cabeza.
Es solamente algo que Leto ha dicho esta mańana.
żCuando habéis salido fuera, a las plantaciones? żQué es lo que ha dicho?
Jessica pensó en la curiosa expresión de adulto que había aparecido en el rostro de Leto allá fuera en la maÅ„ana. Era la misma expresión que acababa de aparecer ahora en el rostro de Ghanima.
Estaba recordando la ocasión en que Gurney abandonó a los contrabandistas para volver bajo la bandera de los Atreides -dijo Jessica.
Entonces estábais hablando de Stilgar -dijo Ghanima. Jessica no se preguntó cómo lo había intuido. Los gemelos parecían capaces de reproducir cada uno en cualquier momento los pensamientos del otro.
Sí, así es -dijo Jessica-. A Stilgar no le gustaba oír a Gurney llamar... a Paul su Duque, pero la presencia de Gurney arrastraba a los Fremen. Gurney siguió llamándolo «mi Duque.
Entiendo -dijo Ghanima-. Y por supuesto Leto ha hecho observar que él aÅ›n no era el Duque de Stilgar.
Exacto.
TÅ› sabes lo que te estaba haciendo, por supuesto -dijo Ghanima.
No estoy segura de saberlo -admitió Jessica, y aquello la inquietó en una forma particular, ya que no se le había ocurrido pensar que Leto le estuviera haciendo nada en absoluto.
Estaba intentando iluminar tus recuerdos de nuestro padre -dijo Ghanima-. Leto anhela conocer a nuestro padre a través de los puntos de vista de todos aquellos que lo conocieron.
Pero... Leto no necesita...
Oh, él puede escuchar sus vidas interiores, evidentemente. Pero no es lo mismo. TÅ› le hablaste de él, por supuesto. De nuestro padre quiero decir. Le hablaste de él como hijo tuyo.
Sí -Jessica calló de repente. No le gustaba la sensación de saber que aquellos gemelos podían manejarla a su antojo, abrir sus recuerdos para observarlos, extrayendo cualquier emoción que atrajera su interés. Ä„Quizá la propia Ghanima lo estaba haciendo en estos momentos!
Leto dijo algo que te turbó -dijo Ghanima.
Jessica se sintió impresionada ante su urgente necesidad de reprimir su rabia.
Si... lo hizo.
A ti no te gusta el hecho de que conozcamos a nuestro padre tanto como nuestra madre lo conoció, y que conozcamos a nuestra madre tanto como nuestro padre la conoció -dijo Ghanima-. No te gusta lo que implica todo esto... y lo que podemos saber de ti.
Realmente, nunca he pensado en esto hasta hoy -dijo Jessica, con voz helada.
Es el conocimiento de los aspectos sensuales de la vida lo que normalmente turba a la gente -dijo Ghanima-. Es un asunto de condicionamiento. A ti te resulta extremadamente difícil pensar en nosotros de otro modo que como niÅ„os. Pero no hay nada que nuestros padres hayan hecho juntos, en pÅ›blico o en privado, que nosotros no sepamos.
Por un breve instante Jessica se sintió regresar a la reacción que se había apoderado de ella allá afuera, junto al qanat, pero esta vez enfocó esta reacción hacia Ghanima.
Probablemente él te ha hablado de la infatigable sensualidad de tu Duque -dijo Ghanima-. Ä„A veces Leto necesitarla una buena brida sujetando su boca!
żAcaso no hay nada que esos gemelos no se atrevan a profanar?, se dijo Jessica, agitada entre el ultraje y la revulsión. żCómo osaban hablar de la sensualidad de su Leto? Ä„Por supuesto que un hombre y una mujer que se amaban mutuamente debían compartir los placeres de sus cuerpos! Era algo privado y maravilloso, que no debía salir a la luz en una conversación casual entre un niÅ„o y un adulto.
ĄUn nińo y un adulto!
Repentinamente Jessica se dio cuenta de que ni Leto ni Ghanima habían hablado de aquello casualmente.
Calló, y Ghanima dijo:
Te hemos escandalizado. Pido perdón en nombre de ambos. Conociendo a Leto, sé que ni siquiera se le ha ocurrido excusarse. A veces, cuando está enfrascado en alguna bÅ›squeda particular, olvida lo distintos que somos... de ti, por ejemplo.
Jessica pensó: Y por esto os estáis comportando los dos así, por supuesto. Ä„Vosotros me estáis enseÅ„ando a mí! Y luego: żA quién más habréis estado enseÅ„ando? żA Stilgar? żA Duncan?
Leto intenta ver las cosas tal como las ves tÅ› -dijo Ghanima-. Los recuerdos no son suficientes. Y cuando uno intenta lo más difícil, justo entonces, la mayor parte de las veces es cuando falla.
Jessica suspiró.
Ghanima tocó el brazo de su abuela.
Tu hijo dejó muchas cosas por decir que ahora deben ser dichas. Incluso a ti. Perdónalo, porque te quería. żNo lo sabías?
Jessica se giró para ocultar las lágrimas que brotaban de sus ojos.
Conocía tus temores -dijo Ghanima-. Tal como conocía los temores de Stilgar. El querido Stil. Nuestro padre era su «Doctor de las Bestias, y Stil no era más que el caracol verde oculto en su concha. -Entonó la melodía que le había evocado aquellas palabras. La mÅ›sica gritó la letra de la canción a través de la consciencia de Jessica:

«Oh Doctor de las Bestias,
Para un pequeńo caracol verde
Pequeńa maravilla oculta
En su concha, esperando la muerte,
Ä„TÅ› eres como una deidad!
Cada caracol sabe que los dioses destruyen
Y curan causando dolor;
Que el cielo es entrevisto
Tras una puerta en llamas.
Oh Doctor de las Bestias,
Yo soy el hombre-caracol
Que ve tu śnico ojo
Escrutando el interior de mi cáscara.
żPor qué, Muad'Dib? żPor qué?

Desgraciadamente -dijo Ghanima- nuestro padre dejó demasiados hombres-caracol en nuestro universo.

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