- CAPITULO XII -
Hay algunas ilusiones de la historia popular que una religión debe promover si quiere tener éxito: El mal nunca debe prosperar; sólo los valientes consiguen la gloria; la honestidad es la mejor política; las acciones hablan mucho mas que las palabras; la virtud triunfa siempre; una buena acción lleva consigo su propia recompensa; los talismanes religiosos le protegen a uno de la posesión del demonio; sólo las mujeres comprenden los antiguos misterios; los ricos son condenados a la infelicidad...
-del Manual de Instrucciones de la Missionaria Protectiva
Me llaman Muriz -dijo el curtido Fremen.
Estaba sentado en el suelo rocoso de una caverna, a luz de una lámpara de especia cuya temblorosa llama revelaba hÅ›medas paredes y oscuros agujeros allá donde desembocaban los corredores que convergían en aquel lugar. Sonidos de agua goteando llegaban de uno de aquellos corredores pese a que los sonidos del agua eran algo esencial en el paraíso Fremen los seis hombres atados que se hallaban frente a Muriz no parecían extraer ningÅ›n placer del rítmico gotear. En la caverna había el mohoso olor de los destiladores de muertos.
Un muchacho de tal vez catorce aÅ„os standard salió al corredor y se detuvo de pie a la izquierda de Muriz. Un crys, sin funda, lanzó un pálido reflejo amarillo a la luz de la lampara de especia cuando el muchacho levantó la hoja y apunto brevemente a cada uno de los hombres atados.
Con un gesto hacia el muchacho, Muriz dijo:
Este es mi hijo, Assan Tariq, que debe pasar su prueba de la virilidad.
Muriz carraspeó, miró a cada uno de los seis cautivos. Estaban sentados en un irregular semicírculo alrededor de el, sólidamente atados con cuerdas de fibra de especia, las piernas cruzadas, las manos a la espalda. Sus ligaduras terminaban en un apretado lazo en torno a sus gargantas. Sus destiltrajes habían sido cortados a la altura del cuello.
Los hombres atados miraron fijamente a Muriz, sin parar. Dos de ellos llevaban amplias ropas extraarrakenas que los seÅ„alaban como residentes acomodados de la ciudad Arrakeen. Ambos tenían una piel más tersa y clara que la sus compaÅ„eros, cuyos rasgos enjutos y curtidos y sus cuerpos huesudos los seÅ„alaban como nacidos en el desierto. Muriz se parecía a los habitantes del desierto, pero sus ojos eran mucho más hundidos, pozos oscuros que el resplandor de las lámparas de especia no conseguía alcanzar. Su hijo parecía una copia aÅ›n no formada del hombre, con un rostro impasible que pese a todo no conseguía ocultar su agitación interior.
Entre nosotros los Exorcistas tenemos una prueba especial para probar la virilidad -dijo Muriz-. Un día mi hijo será juez en Shuloch. Debemos saber si estará a la altura de su cometido. Nuestros jueces no deben olvidar nunca Jacurutu y nuestro día de la desesperación. Kralizec, el Padre de las Tormentas, vive en nuestros corazones. -Hablaba con la monocorde entonación de un ritual.
Uno de los habitantes de la ciudad, de blandos rasgos, se agitó frente a Muriz y dijo:
Te equivocas amenazándonos y manteniéndonos cautivos. Vinimos en plan de paz como ummas.
Muriz asintió.
żHabéis venido en busca de una fe religiosa personal? Bien. La tendréis.
El hombre de blandos rasgos dijo:
Si nosotros...
A su lado, uno de los oscuros Fremen del desierto restalló:
Ä„Calla, estÅ›pido! Esos son ladrones de agua. Son aquellos que creímos haber eliminado para siempre.
Esa vieja historia -dijo el cautivo de blandos rasgos.
Jacurutu es mucho más que una historia -dijo Muriz. SeÅ„aló de nuevo a su hijo-. Os he presentado a Assan Tariq. Yo soy arifa de este lugar, vuestro Å›nico juez. Mi hijo también ha sido entrenado a detectar demonios. Los viejos sistemas son los mejores.
Por eso precisamente hemos venido al desierto profundo -protestó el hombre de blandos rasgos-. Hemos elegido el viejo sistema, buscando en...
Con guías a sueldo -dijo Muriz, seÅ„alando a los cautivos de rostro oscuro-. żTenéis intención de comprar también vuestro camino al paraíso? -Muriz alzó la vista su hijo-. Assan, żestás preparado?
He reflexionado largamente sobre aquella noche, cuando vinieron los hombres y exterminaron a todo nuestro pueblo -dijo Assan. Su voz proyectó una tensa vibración-. nos deben agua.
Tu padre te da seis de ellos -dijo Muriz-. Su agua es nuestra. Sus sombras son tuyas, tus guardianes para siempre jamás. Sus sombras te advertirán de los demonios. Serán tus esclavos cuando penetres en el alam al-mythal. żQué respondes, hijo mío?
Te lo agradezco, padre -dijo Assan. Dio un corto paso hacia adelante-. Acepto la virilidad entre los Exorcistas. Su agua es nuestra agua.
Mientras hablaba, el joven se acercó a los cautivos. Empezando por la izquierda, sujetó al primer hombre por el cabello y le hundió el crys desde debajo del mentón hasta el cerebro. Actuaba hábilmente, derramando el mínimo de sangre. Tan sólo uno de los hombres de blandos rasgos protestó, gritando cuando el muchacho lo sujetó por los cabellos. Los otros escupieron a Assan Tariq segÅ›n la antigua manera, diciéndole con ello: «Ä„Contempla qué poco valor doy a mi agua cuando me es arrancada por animales!
Cuando todo hubo terminado, Muriz dio una palmada con sus manos.
Surgieron servidores y empezaron a llevarse los cuerpos, trasladándolos a los destiladores de muertos, donde su agua sería recuperada.
Muriz se puso en pie y miró a su hijo, que permanecía inmóvil respirando pesadamente mientras los sirvientes completaban su tarea.
Ahora eres un hombre -dijo Muriz-. El agua de nuestros enemigos nutrirá a los esclavos. Y, hijo mío...
Assan Tariq giró hacia su padre una mirada agresiva y los labios del joven se fruncieron en una hosca sonrisa.
El Predicador no debe saber nada de esto -dijo Muriz.
Comprendo, padre.
Lo has hecho muy bien -dijo Muriz- Los que descubren Shuloch no deben sobrevivir.
Como digas, padre.
Te han sido confiadas tareas importantes -dijo Muriz- Estoy orgulloso de ti.
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