- CAPITULO XXV -
Vosotras, Bene Gesserit, llamáis a vuestra actividad de la Panoplia Prophetica una «Ciencia de la Religión. Muy bien. Yo, que busco otro tipo de cientifismo la considero una definición apropiada. Por su puesto, habéis edificado vuestros propios mitos, pero esto es lo que hacen todas las sociedades. De todos modos, debo poneros en guardia. Estáis actuando como muchos otros científicos equivocados han actuado. Vuestras acciones revelan que deseáis arrancarle (quitarle) algo a la vida. Es tiempo que se os recuerde lo que vosotras mismas habéis profesado a menudo: No se puede conseguir nada sin su opuesto.
-El Predicador a Arrakeen: Mensaje de la Hermandad
En la hora que precede al alba, Jessica permaneció sentada inmóvil en una gastada alfombra de tela de especia. A su alrededor había las desnudas rocas de un viejo y pobre sietch, uno de los asentamientos originales. Estaba bajo el borde de la Hendidura Roja, que lo protegía de los vientos occidentales del desierto. Al-Fali y sus hermanos la habían traído allí; ahora esperaban noticias de Stilgar. Sin embargo, los Fedaykin se habían movido cautelosamente en sus comunicaciones. Stilgar no había sido informado de dónde estaba ella exactamente.
Los Fedaykin sabían ya que estaban bajo la acción de un procés-verbal, un informe oficial por crímenes contra el Imperio. Alia había elegido la postura de difundir que su madre había sido sobornada por enemigos del reino, aunque la Hermandad no había sido nombrada todavía. De todos modos, la naturaleza arbitraria y tiránica del poder de Alia había sido puesta en evidencia, y su convicción de que al controlar al Sacerdocio controlaba también a los Fremen, estaba en entredicho.
El mensaje de Jessica a Stilgar había sido directo y simple: «Mi hija está poseída y debe ser sometida a la prueba.
Los miedos destruyen los valores, pensó, y era sabido que algunos Fremen preferirían no pensar en aquella acusación. Sus tentativas de usar la acusación como un salvoconducto habían provocado ya dos batallas durante la noche, pero los ornitópteros que la gente de al-Fali había robado habían conseguido llevar a los fugitivos hasta su precaria seguridad: el Sietch de la Hendidura Roja. Desde allí se estaban enviando mensajes a los Fedaykin, pero en Arrakis quedaban ya menos de doscientos. Los otros habían sido enviados en misiones a través de todo el Imperio.
Reflexionando en estos hechos, Jessica se preguntó si no había llegado al lugar de su muerte. Algunos de los Fedaykin lo creían, pero los comandos de la muerte aceptaban este concepto con demasiada facilidad. Al-Fali se había limitado a sonreírle a ella cuando algunos de sus hombres más jóvenes habían expresado sus temores.
Cuando Dios ordena que una criatura muera en un lugar en particular, hace que la criatura en cuestión se dirija por voluntad propia a este lugar -había dicho el viejo Naib.
Las remendadas cortinas que cubrían la entrada susurraron; al-Fali entró. El enjuto y curtido rostro del viejo aparecía ojeroso, la mirada febril. Obviamente no había dormido.
Está llegando alguien -dijo.
żDe parte de Stilgar?
Quizá. -El hombre bajó los ojos y miró furtivamente a la izquierda, al antiguo modo del Fremen que trae malas noticias.
żQué ocurre? -preguntó Jessica.
Hemos recibido noticias del Tabr de que vuestros nietos ya no están allá. -Habló sin mirarla.
Alia...
Ha ordenado que los gemelos le sean entregados para su custodia, pero el Sietch Tabr informa que los niÅ„os ya no están allí. Esto es todo lo que sabemos.
Stilgar los ha enviado al desierto -dijo Jessica.
Es posible, pero se sabe que los ha estado buscando durante toda la noche. Quizá se trate de un truco por su parte...
Este no es el modo de actuar de Stilgar -dijo ella, y pensó: A menos que los gemelos lo hayan empujado a hacerlo. Pero aquello tampoco le pareció verosímil. Se sorprendió de sí misma: ninguna sensación de pánico que dominar, y su miedo por los gemelos estaba temperado por lo que Ghanima le había revelado. Estudió a al-Fali, captó piedad en sus ojos. Dijo: Han ido al desierto por sus propios medios.
żSolos? ĄSon dos nińos!
Ella no creyó necesario explicarle que «aquellos dos niÅ„os probablemente sabían mucho más acerca de la supervivencia en el desierto que la mayoría de los Fremen vivientes. Sus pensamientos, en cambio, se concentraron en la extraÅ„a conducta de Leto cuando había insistido en que ella se dejara secuestrar. Había dejado aquel recuerdo a un lado, pero este instante lo reclamaba de nuevo. Leto le había dicho que reconocería el momento en que tenía que obedecerle.
El mensajero debe haber llegado ya al sietch -dijo al-Fali-. Lo conduciré hasta vos. -Salió, apartando la remendada cortina.
Jessica se quedó contemplando la cortina. Estaba hecha con tela roja de fibra de especia, pero los remiendos eran azules. La historia decía que aquel sietch se había negado a aprovecharse de la religión de Muad'Dib, ganándose así la enemistad de los Sacerdotes de Alia. Por lo que, se decía, la gente había empleado todos sus recursos en la cría de perros grandes como ponys, canes seleccionados por su inteligencia como guardianes de niÅ„os. Pero todos los perros habían muerto. Algunos dijeron que habían sido envenenados, y el Sacerdocio fue culpado de ello.
Jessica agitó la cabeza para alejar aquellas reflexiones, reconociéndolas como lo que eran: ghafla, la molesta distracción.
żDónde habían ido aquellos niÅ„os? żA Jacurutu? Tenían un plan. Han intentado iluminarme hasta el punto en que creían que aceptaría, recordó. Y cuando hubieron alcanzado lo que consideraban el limite, Leto le ordenó que obedeciera.
ĄEl le ordenó a ella!
Leto se había dado cuenta de lo que Alia estaba haciendo: aquello era obvio. Ambos gemelos habían hablado de la «aflicción de su tía, incluso cuando la defendían. Alia se apoyaba en la legalidad de su posición de Regente. Solicitando la custodia de los gemelos lo confirmaba. Jessica sintió que una sarcástica risa agitaba su pecho. A la Reverenda Madre Gaius Helen Mohiam siempre le había gustado explicar este error en particular a su alumna, Jessica: «Si tÅ› concentras tu consciencia tan sólo en tu propia rectitud, entonces estás invitando a las fuerzas de la oposición a arrollarte. Este es un error muy comÅ›n. Incluso yo, tu maestra, lo he cometido.
Y también yo, tu alumna, lo he cometido -se susurró Jessica.
Oyó el roce de telas en el pasillo al otro lado de la cortina. Dos jóvenes Fremen entraron, parte del séquito que habían agrupado durante la noche. Ambos estaban obviamente atemorizados por hallarse en presencia de la madre de Muad'Dib. Jessica leyó enteramente en ellos: eran no pensantes, agarrándose a cualquier tipo de poder con tal de que les proporcionara una cierta identidad. Sin el reflejo de un tal poder estarían vacíos. Por eso eran peligrosos.
Hemos sido enviados por al-Fali para prepararos -dijo uno de los jóvenes Fremen.
Jessica sintió una repentina y aguda opresión en el pecho, pero su voz se mantuvo calmada:
żPrepararme para qué?
Stilgar ha enviado a Duncan Idaho como su mensajero.
Jessica se echó la capucha de su aba sobre su cabello, un gesto instintivo. żDuncan? Pero si era el instrumento de Alia.
El Fremen que había hablado dio medio paso adelante.
Idaho dice que ha venido a poneros a salvo, pero al-Fali no ve cómo esto es posible.
Parece extrańo, realmente -dijo Jessica-. Pero hay cosas extrańas en nuestro universo. Traedlo.
Intercambiaron una mirada pero obedecieron, saliendo juntos con tal apresuramiento que ańadieron otro desgarrón a la remendada cortina.
Unos instantes más tarde Idaho apartaba la cortina, seguido por los dos Fremen y al-Fali cerrando la marcha, una mano en su crys. Idaho parecía tranquilo. Llevaba el uniforme de Guardia de la Casa de los Atreides, un atuendo que había permanecido casi sin cambios por más de catorce siglos. Arrakis había reemplazado el antiguo puÅ„al de plastiacero con empuÅ„adura de oro por un crys, pero este era un detalle menor.
Me dicen que quieres ayudarme -habló Jessica.
Por extraÅ„o que pueda parecer -dijo él.
żAcaso Alia no te ha enviado a secuestrarme? -preguntó ella.
Un casi imperceptible sobresalto en sus negras cejas fue la Å›nica evidencia de su sorpresa. Los multifacetados ojos tleilaxu continuaron mirándola con resplandeciente intensidad.
Esas eran sus órdenes -dijo.
Los nudillos de al-Fali adquirieron una tonalidad blanca sobre su crys, pero no lo desenfundó.
He pasado gran parte de esta noche revisando los errores que he cometido con mi hija -dijo Jessica.
Han sido muchos -admitió Idaho-, y yo he compartido gran parte de ellos.
Jessica se dio cuenta de que los mśsculos de la mejilla del hombre estaban temblando.
Fue muy fácil escuchar los argumentos que nos apartaron del camino -dijo Jessica-. Yo quería abandonar este lugar... TÅ›... tÅ› deseabas a una muchacha a la que veías como una versión más joven de mí.
El aceptó aquello en silencio.
żDónde están mis nietos? -preguntó ella, con voz de repente dura.
Stilgar cree que se han adentrado en el desierto... para ocultarse -dijo-. Quizá vean acercarse la crisis.
Jessica miró a al-Fali, que asintió, reconociendo que él ya había anticipado aquello.
żQué está haciendo Alia? -preguntó Jessica.
Está arriesgándose a desencadenar una guerra civil -dijo Idaho.
żCrees que puede llegarse a esto?
Idaho se alzó de hombros.
Probablemente no. Estamos en tiempos de blandura. Hay mucha gente que sólo quiere escuchar argumentos complacientes.
Estoy de acuerdo contigo -dijo ella-. Bien, volvamos a lo nuestro: żqué hay de mis nietos?
Stilgar los hallara... si...
Entiendo. -De modo que era asunto de Gurney Halleck ahora. Se giró para mirar a la pared de roca de su izquierda-. Así que Alia está sujetando firmemente el poder ahora. -Miró de frente a Idaho- żComprendes? El poder debe ser sujetado con mano suave. Sujetarlo demasiado fuertemente es igual que dejarse ganar por el poder, y entonces uno se convierte en su víctima.
Eso es lo que siempre me dijo mi Duque -observó Idaho.
Algo le hizo pensar a Jessica que estaba hablando del viejo Leto, no de Paul. Preguntó:
żDónde seré llevada en este... secuestro?
Idaho la estudió fijamente, como intentando ver a través de las sombras creadas por la capucha
Al-Fali se adelantó un paso.
Mi Dama, no estaréis pensando seriamente...
żAcaso no tengo derecho a decidir mi propio destino? -preguntó Jessica.
Pero este hombre... -al-Fali seńaló con la cabeza a Idaho.
Este hombre fue mi leal guardián antes de que Alia hubiera nacido -dijo Jessica-. Antes de morir salvando la vida de mi hijo y la mía. Nosotros los Atreides rendimos honor a ciertas obligaciones.
Entonces, żvendréis conmigo? -preguntó Idaho.
żDónde la llevarás? -preguntó al-Fali.
Es mejor que tÅ› no lo sepas -dijo Jessica.
Al-Fali frunció el ceÅ„o, pero permaneció en silencio. Su rostro traicionó la indecisión y la comprensión de la sabiduría contenida en las palabras de Jessica, junto con una tenaz duda sobre la fidelidad de Idaho.
żQué ocurrirá con los Fedaykin que me han ayudado? -preguntó Jessica.
Tendrán todo el apoyo de Stilgar si consiguen llegar al Tabr -dijo Idaho.
Jessica se giró hacia al-Fali.
Te ordeno que te dirijas allí, amigo mío. Stilgar podrá necesitar a los Fedaykin para buscar a mis nietos.
El viejo Naib bajó la mirada.
Como ordene la madre de Muad'Dib.
Siguen obedeciendo a Paul, pensó ella.
Debemos irnos rápidamente de aquí -dijo Idaho-. Seguro que la bÅ›squeda incluirá este lugar, y muy pronto.
Jessica se inclinó hacia adelante y se puso en pie con aquella fluida gracia que nunca abandonaba del todo a las Bene Gesserit, incluso cuando se dejaban sentir los achaques de la edad. Y se sentía realmente vieja tras una noche de fuga. Mientras se levantaba, su mente regresó a aquella peculiar entrevista con su nieto. żQué estaba haciendo realmente? Agitó la cabeza, ajustando su capucha para ocultar el movimiento. Era demasiado fácil caer en la trampa de infravalorar a Leto. Su vida con niÅ„os ordinarios la condicionaba a ver desde un falso punto de vista las capacidades hereditarias que albergaban los dos gemelos.
Su atención fue atraída por la actitud de Idaho. Permanecía inmóvil en esa relajación que indica preparación a la violencia, un pie un poco más adelante que el otro, una postura que ella misma le había enseÅ„ado. Dirigió una rápida mirada a los dos jóvenes Fremen y a al-Fali. Las dudas seguían asaltando todavía al viejo Naib Fremen, y los dos jóvenes lo notaban.
Confio en este hombre para que proteja mi vida -dijo Jessica, dirigiéndose a al-Fali-. Y no es la primera vez.
Mi Dama -protestó al-Fali-. Pero si es... -echó una fugitiva mirada a Idaho-... Ąes el esposo de la Coan-Teen!
Y fue adiestrado por mi Duque y por mí -dijo ella.
Ä„Pero es un ghola! -las palabras surgieron como arrancadas de la garganta de al-Fali.
El ghola de mi hijo -le recordó ella.
Aquello era demasiado para un simple Fedaykin que hacía tiempo había jurado defender a Muad'Dib hasta la muerte. Suspiró, se echó a un lado, e hizo una seÅ„a a los dos jóvenes de que abrieran las cortinas.
Jessica las cruzó, con Idaho tras ella. Se giró en el umbral y se dirigió a al-Fali:
TÅ› ve a reunirte con Stilgar. Confía en él.
Sí... -pero captó todavía la duda en la voz del viejo hombre.
Idaho rozó su brazo.
Debemos partir inmediatamente. żHay algo que deseéis llevar con vos?
Sólo mi sentido comśn -dijo ella.
żPor qué? żTeméis estar cometiendo un error?
Ella levantó la mirada hacia él.
Tś siempre has sido el mejor piloto de tópteros a nuestro servicio, Duncan.
Aquello no le hizo gracia a Idaho. Avanzó delante de ella, moviéndose rápidamente, haciendo a la inversa el camino que había seguido antes. Al-Fali se adelantó unos pasos hasta situarse al lado de Jessica.
żCómo habéis sabido que ha venido con un tóptero?
No lleva destiltraje -dijo Jessica.
Al-Fali pareció desconcertado por aquella obvia observación. Sin embargo, aquello no le hizo callar:
Nuestro mensajero lo ha traído hasta aquí directamente desde Stilgar. Puede que lo hayan visto.
żTe han visto, Duncan? -preguntó Jessica a Idaho, que le daba la espalda.
Vos lo sabéis tan bien como yo -dijo él-. Hemos volado más bajo que las cimas de las dunas.
Giraron hacia un corredor lateral que llevaba hacia abajo a través de una escalera en espiral, desembocando finalmente en una amplia cámara bien iluminada por globos situados muy arriba, contra las oscuras rocas. Un Å›nico ornitóptero estaba posado junto a la pared más alejada, agazapado como un insecto preparado para saltar. La pared debía ser de falsa roca... una puerta que se abría al desierto. Por pobre que fuese aquel sietch, seguía manteniendo los instrumentos de su carácter secreto y de su movilidad.
Idaho abrió la portezuela del ornitóptero para Jessica, ayudándola a ocupar el sillín de 1a derecha. Mientras pasaba ante ella, vio que el sudor perlaba su frente allá donde le había caído un mechón de negros cabellos. Jessica recordó repentinamente aquella otra cabeza de la que manaba sangre, allá en una caverna llena de ruidos. El acerado brillo de los ojos tleilaxu la arrancó de aquella evocación. Nada era como parecía ser. Se enfrascó en ajustarse el cinturón de seguridad.
Ha pasado mucho tiempo desde que pilotaste para mí, Duncan -dijo.
Mucho tiempo y muy lejos -dijo él. Estaba ya revisando los controles.
Al-Fali y los dos jóvenes Fremen aguardaban junto a los controles de la falsa pared, preparados para abrirla.
żPiensas que todavía albergo dudas acerca de ti? -preguntó Jessica, hablándole con voz muy baja a Idaho.
Idaho se concentró aÅ›n más en el cuadro de instrumentos, conectó los impulsores y observó oscilar una aguja indicadora. Una sonrisa cruzó por su boca, una rápida y dura mueca en sus afilados rasgos que desapareció tan pronto como había venido.
Yo sigo siendo una Atreides -dijo Jessica-. Alia ya no lo es.
No temáis -gruńó él, con los dientes apretados-. Sigo sirviendo a los Atreides.
Alia ya no es una Atreides -repitió Jessica.
Ä„No necesito que me lo recordéis! -restalló él-. Ahora callad y dejadme pilotar esta cosa.
La desesperación en su voz la tomó por sorpresa, era algo que no encajaba en absoluto con el Idaho que había conocido. Rechazando un renovado sentimiento de temor, preguntó:
żA dónde vamos, Duncan? Ahora puedes decírmelo.
Pero él seÅ„aló a al-Fali y a la falsa roca abriéndose hacia afuera. hacia la brillante luz plateada del sol. El ornitóptero saltó y remontó el vuelo, las alas vibrando con el esfuerzo, los jets rugiendo, y ascendieron a un cielo vacío. Idaho tomó rumbo sudoeste, en dirección a la Cadena Sihaya, que se entreveía a lo lejos como una línea oscura contra contra el horizonte de arena.
Un poco después dijo:
No penséis mal de mí, mi Dama.
No pensé mal de ti cuando aquella noche entraste en nuestro gran vestíbulo en Arraken gritando, borracho de cerveza de especia -dijo Jessica. Pero sus palabras renovaron sus dudas, y se dejó caer en la relajada preparación de la defensa completa prana-bindu.
Recuerdo muy bien aquella noche -dijo él-. Yo era muy joven y... sin experiencia.
Pero el mejor maestro de armas en el séquito de mi Duque.
No tanto, mi Dama. Gurney podía batirme seis veces de cada diez. -La miró de reojo-. żDónde está Gurney?
Está siguiendo mis órdenes.
Idaho agitó la cabeza.
żSabes hacia dónde vamos? -preguntó ella.
Sí, mi Dama.
Entonces, dímelo.
Muy bien. Prometí que crearía un complot creíble contra la Casa de los Atreides. Y en realidad sólo hay una forma de llevarlo a término. -Pulsó un botón en el panel de control, y una red inmovilizadora cayó sobre la silla de Jessica, rodeándola con una inflexible blandura, dejando solo libre su cabeza.
Os estoy llevando a Salusa Secundus -dijo Idaho-. Con Farad'n.
En un extraÅ„o e incontrolado espasmo, Jessica intentó liberarse de sus ataduras, sintiendo como se apretaban a su alrededor, relajándose tan sólo cuando ella se relajó, no sin haber captado el mortal hilo shiga rodeándola.
El activador del hilo shiga está desconectado -dijo Idaho, sin mirarla-. Oh, sí, y no intentéis la Voz contra mí. Ha pasado mucho tiempo desde los días en que podíais obligarme a actuar de esa manera. -La miró ahora-. Los tleilaxu me han dado un armadura contra tales ardides.
Estás obedeciendo a Alia -dijo Jessica-, y ella...
No a Alia -dijo Idaho-. Sigo instrucciones del Predicador. Quiere que instruyas a Farad'n del mismo modo que instruiste, en su tiempo... a Paul.
Jessica permaneció sumida en un helado silencio, recordando las palabras de Leto de que hallaría a un alumno muy interesante. Al cabo de un tiempo dijo:
Este Predicador... żes mi hijo?
La voz de Idaho pareció llegar desde una enorme distancia:
De veras, me gustaría saberlo.
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