- CAPITULO VI -
Y este es el camaleón del desierto, cuya habilidad para confundirse con lo que lo rodea te dice todo lo que necesitas saber acerca de las ra�ces de la ecolog�a y los fundamentos de la identidad personal.
-Libro de las Diatribas, de la Crónica de Hayt
Leto estaba sentado, tocando en un pequeńo baliset que le hab�a sido regalado en su quinto cumpleańos por aquel consumado artista del instrumento que era Gurney Halleck.
En cuatro ańos de pr�ctica, Leto hab�a adquirido una cierta fluidez aunque las dos cuerdas bajas laterales todav�a segu�an d�ndole problemas. Sin embargo, hab�a descubierto que el baliset era un buen calmante cuando se sent�a atormentado por turbadores pensamientos... y este hecho no hab�a pasado inadvertido a Ghanima. Ahora permanec�a sentado a la luz del crepśsculo en un saliente rocoso, en el extremo de la escarpada cresta que proteg�a el Sietch Tabr. Pulsó suavemente el baliset.
Ghanima permanec�a de pie tras �l, con su pequeńa figura irradiando protesta. No le gustaba haber salido all� a cielo abierto despu�s de saber por Stilgar que su abuela se hab�a retrasado en Arrakeen. Hab�a puesto objeciones principalmente al hecho de acudir all� cuando la noche estaba ya tan cerca.
Intentando apresurar a su hermano, preguntó:
Bueno ży ahora qu� te pasa?
Por respuesta, �l entonó otra melod�a.
Por primera vez desde que hab�a aceptado el regalo, Leto se sintió intensamente consciente de que aquel baliset hab�a surgido de las manos de un maestro artesano de Caladan. El pose�a recuerdos heredados que le produc�an profundas nostalgias de aquel maravilloso planeta sobre el que hab�a gobernado la Casa de los Atreides. Leto hubiera necesitado tan sólo relajar sus barreras interiores en presencia de aquella mśsica para acceder a los recuerdos del tiempo cuando Gurney empleaba el baliset para distraer a su amigo y protegido Paul Atreides. Con el baliset sonando bajo su propia mano, Leto se sintió cada vez m�s dominado por la presencia f�sica de su padre. Siguió tocando, sinti�ndose m�s unido al instrumento a cada segundo que pasaba. Notó en su interior la absoluta e idealizada realización de que sab�a cómo tocar aquel baliset, a pesar de que sus mśsculos de nińo de nueve ańos no estaban condicionados para tal consciencia interior.
Ghanima tabaleó el suelo con el pie en prueba de impaciencia, siguiendo inconscientemente el ritmo de la mśsica que interpretaba su hermano.
Haciendo con la boca una mueca de concentración, Leto interrumpió la melod�a familiar y escogió una canción m�s antigua incluso que cualquiera que hubiera interpretado Gurney. Era ya vieja cuando los Fremen emigraron de su quinto planeta. Las palabras resonaron con un tema Zensunni, y las escuchó con su memoria mientras sus dedos pulsaban una titubeante versión de la melod�a.
�La maravillosa forma de la naturaleza
Contiene una esencia maravillosa
Llamada por algunos... decadencia.
Por esa maravillosa presencia
Nuevas vidas hallan su camino.
Las l�grimas derramadas silenciosamente
Son como el agua del alma;
Llaman a la nueva vida
Con el dolor de existir...
Un apartado de esta visión
Que la muerte convierte en completa.
Ghanima habló a sus espaldas, cuando se perdió el eco ultima nota:
Es una canción vieja y sucia. żPor qu� la has escogido?
Porque es la adecuada.
Se la cantar�as a Gurney?
Quiz�s.
Dir�a que es estśpida y taciturna.
Lo s�.
Leto miro a Ghanima por encima de su hombro. No le sorprend�a que ella conociera aquella canción y su letra, pero se sintió de pronto maravillado ante aquella identidad de sus vidas paralelas. Uno cualquiera de ellos pod�a morir, y sin embargo permanecer�a vivo en la consciencia del otro, con todos recuerdos compartidos intactos. Hasta tal punto estaban unidos. Sintió un estremecimiento ante la trama de aquella comunión, y apartó su vista de ella.
Aquella trama conten�a desgarrones, lo sab�a. Su miedo surg�a del śltimo de aquellos desgarrones. Sintió que sus vidas empezaban a separarse y se preguntó: żCómo podr� hablarle de esto que tan sólo me ha ocurrido a m�?
Miró hacia el desierto, viendo las profundas sombras tras las barrancas... aquellas altas dunas migratorias en forma creciente que se mov�an como olas en torno a Arrakis. Aquello era el Kedem, el desierto profundo, y sus dunas eran seńaladas raramente en aquellos d�as por las irregularidades del avance de un gusano gigante. El ocaso diseńaba sangrientas estr�as en las dunas, derramando una luz en sus crestas. Un halcón se lanzó en picado desde el cielo carmes�, llamando su atención cuando capturó en vuelo una perdiz de las rocas.
Directamente debajo de �l, en el suelo del desierto, crec�an plantas en una profusión de verdes, irrigadas por un qanat que flu�a parcialmente al aire libre, parcialmente en tśneles cubiertos. El agua ven�a de los gigantescos colectores de las trampas de viento situadas tras �l, en la parte superior de las rocas. El verde estandarte de los Atreides ondeaba all�.
Agua y verde.
Los nuevos s�mbolos de Arrakis: agua y verde.
Un oasis de dunas cultivadas en forma de diamante se extend�a bajo su alto pedestal, atrayendo su atención con la agudeza propia de un Fremen. El musical canto de un p�jaro nocturno surgió del macizo a sus espaldas, amplificando su sensación de que hab�a vivido ya aquel momento en un salvaje pasado.
Nous avons chang� tout cela, pensó, utilizando f�cilmente una de las antiguas lenguas que �l y Ghanima utilizaban en privado. �Hemos cambiado todo esto. Suspiró. Oublier je ne puis. �No puedo olvidar.
M�s all� del oasis, pudo ver a la decreciente luz el lugar Fremen llamado �El Vac�o... el lugar donde no crec�a nada, el lugar que nunca hab�a sido f�rtil. El agua y el gran plan ecológico estaban cambiando aquello. Ahora hab�a lugares en Arrakis donde uno pod�a ver el suave terciopelo verde de las boscosas faldas de las colinas. ĄBosques en Arrakis! Algunos de los componentes de las nuevas generaciones ten�an dificultades para imaginar que aquellas ondulantes colinas verdes recubr�an en realidad dunas. Para tales ojos jóvenes no representaba ninguna sorpresa el ver las anchas hojas de los �rboles de lluvia. Pero Leto se descubrió a si mismo pensando ahora a la antigua manera Fremen, reacia al cambio, temerosa ante cualquier novedad.
Los chicos dicen que ahora es dif�cil encontrar truchas de arena cerca de la superficie -murmuró.
żY qu� se supone que significa eso? -preguntó Ghanima. Hab�a petulancia en su voz.
Las cosas est�n empezando a cambiar muy r�pidamente -dijo �l.
El p�jaro volvió a lanzar su reclamo en el macizo, y la noche cayó sobre el desierto como el halcón hab�a ca�do sobre la perdiz. A menudo la noche sojuzgaba a Leto con un asalto de recuerdos... todas aquellas vidas interiores que clamaban reclamando su momento, Ghanima aceptaba aquel fenómeno mucho m�s f�cilmente que �l. Sab�a sin embargo de su inquietud, y posó una mano sobre su hombro a modo de aliento.
Arrancó un rabioso acorde del baliset.
żCómo pod�a decirle lo que le estaba ocurriendo?
Dentro de su cabeza hab�a guerras, incontables vidas derramando sus antiguos recuerdos: accidentes violentos, amores l�nguidos, los cambiantes colores de muchos lugares y muchos rostros... los ardientes dolores y las explosivas alegr�as de multitudes. Oyó eleg�as a la primavera de planetas que ya no exist�an, danzas en el bosque en torno a las hogueras, sollozos y llamadas, un caleidoscopio de innumerables conversaciones.
Su asalto era peor al anochecer, al aire libre.
żQuieres que regresemos? -preguntó ella.
El agitó la cabeza, y ella captó el movimiento y se dio cuenta al fin de que los problemas de su hermano eran mucho m�s profundos de lo que ella hab�a sospechado. żPor qu� aguardo tan a menudo la llegada de la noche alli afuera?, se preguntó �l. Ni siquiera se dio cuenta de que Ghanima hab�a retirado la mano de su hombro.
Sabes por qu� te atormentas a ti mismo de este modo -dijo ella.
El captó el suave reproche de su voz. Si, lo sabia. La respuesta yac�a all�, obvia, en su consciencia: Porque ese gran conocido-desconocido se agita dentro de m� como una ola. Sintió su pasado crecer en su interior como si estuviera esquiando sobre una ola. Los recuerdos de la presciencia de su padre se desparramaban en su interior sobreponi�ndose a lo dem�s, y quer�a conservar todos aquellos pasados, conservar aqu�l precisamente. Y sab�a que era muy peligroso. Ahora estaba completamente seguro de ello, gracias a aquella nueva cosa de la que tendr�a que haberle hablado a Ghanima.
El desierto empezaba a resplandecer bajo la naciente luz de la Primera Luna. Miró fijamente la falsa inmovilidad de los pliegues de arena que se extend�an hasta el infinito. A su izquierda, a media distancia, se hallaba El Que Espera, un amasijo de rocas que los vientos cargados de arena hab�an reducido a forma baja y sinuosa parecida a un oscuro gusano arrastr�ndose entre las dunas. Algśn d�a incluso la roca bajo �l se erosionar�a hasta tal punto que el Sietch Tabr ya no existir�a, ni siquiera en los recuerdos de alguien. No dudaba de que existir�a algśn otro como �l.
żPor qu� est�s mirando a El Que Espera? -preguntó Ghanima.
Leto se encogió de hombros. Desafiando las órdenes de sus guardianes, �l y Ghanima iban a menudo a El Que Espera. Hab�an descubierto un refugio secreto all�, y Leto sab�a ahora por qu� aquel lugar lo atra�a tanto.
Bajo ellos, con las distancias alteradas por la oscuridad, la superficie al aire libre de un qanat se reflejaba a la luz de la luna; su superficie se agitaba con los movimientos de los peces predadores que los Fremen situaban siempre en ellos para mantener alejadas a las truchas de arena.
Estoy entre los peces y el gusano -murmuró.
żQu�?
Leto repitió m�s alto su frase.
Ghanima se llevó una mano a la boca, empezando a sospechar lo que estaba impulsando a su hermano. Su padre hab�a actuado as�; ella no ten�a que hacer m�s que escrutar en su interior y comparar.
Leto se alzó de hombros. Recuerdos que lo ataban a lugares que su carne nunca hab�a conocido se le presentaban con respuestas a preguntas que nunca hab�a formulado. Ve�a las relaciones entre cosas y hechos desplegarse dentro de �l en una gigantesca pantalla interior. El gusano de arena de Dune no pod�a cruzar el agua; el agua era un veneno para �l. Pero el agua hab�a existido all� en tiempos prehistóricos. Los blancos y yesosos pans atestiguaban antiguos lagos y mares. La excavación de profundos pozos hab�a encontrado el agua que la trucha de arena hab�a enquistado. Vio con absoluta claridad lo ocurrido, supo los acontecimientos que se hab�an producido en aquel planeta, y aquello lo llenó con agoreros presagios sobre los catacl�smicos cambios que estaba desencadenando la intervención humana.
Con una voz que apenas era un susurro, dijo:
S� lo que ocurrió, Ghanima.
Ella se inclinó hacia �l.
żS�?
La trucha de arena...
Se interrumpió, y Ghanima se preguntó por qu� razón segu�a hablando de la fase haploide del gigantesco gusano de arena del planeta, pero no se atrevió a insistir.
La trucha de arena -repitió �l- fue introducida aqu� de algśn otro planeta. Este era por aquel entonces un planeta hśmedo. Pero la trucha de arena proliferó hasta m�s de la capacidad de equilibrio de los ecosistemas que luchaban contra ella. La trucha de arena enquistó toda el agua que hab�a en estado libre, convirtiendo el planeta en un desierto... y lo hizo para sobrevivir. En un planeta ya lo suficientemente seco, pudo pasar a su fase de gusano de arena.
żLa trucha de arena? -agitó la cabeza, no porque dudara de �l, sino intentando bucear hasta qu� profundidades se hab�a sumergido �l para extraer aquella información. Pensó: żTruchas de arena? Muchas veces, en su propia carne en otras carnes, hab�a jugado a aquel juego infantil, hurgando con un palo en busca de truchas de arena, atrap�ndolas con una membrana en forma de guante y llev�ndolas a los desecadores para que les extrajeran su agua. Era dif�cil pensar en aquella pequeńa criatura sin cerebro como en el origen de fenómenos tan gigantescos.
Leto asintió para s� mismo. Los Fremen hab�an sabido que hab�a que situar peces predadores en sus cisternas de agua. La haploide trucha de arena resist�a activamente e incluso grandes acumulaciones de agua cerca de la superficie del planeta; por eso los predadores nadaban en aquel qanat bajo �l. Los gusanos de arena tan sólo toleran pequeńas cantidades de agua... la contenida en las c�lulas del cuerpo humano por ejemplo. Pero enfrentados con grandes cantidades de agua, su qu�mica org�nica se volv�a loca, estallaba en una mort�fera concentración que produc�a el peligroso concentrado de melange, la droga de la m�xima consciencia empleada en forma muy diluida en las org�as del sietch.
Aquel concentrado puro era el que hab�a conducido a Paul Muad'Dib a trav�s de los muros del Tiempo, hasta las profundidades de un pozo de disolución que ningśn otro ser macho hab�a alcanzando hasta entonces.
Ghanima sintió que su hermano se estremec�a en su asiento, frente a ella.
Qu� te ocurre? -preguntó.
Pero �l siguió desenrollando la madeja de sus pensamientos.
Cada vez menos truchas de arena... la transformación ecológica del planeta...
La resistir�n, por supuesto -dijo ella, y se dio cuenta de pronto de que hab�a temor en su voz, sinti�ndose implicada en todo aquello.
Cuando desaparezcan las truchas de arena, desaparecer�n tambi�n los gusanos -dijo �l-. Hay que advertir a las tribus.
No habr� m�s especia -dijo ella.
Pero aquellas palabras apenas rozaban el terrible encadenamiento de peligros que ambos ve�an cernirse sobre la intrusión humana en el antiguo equilibrio ecológico de Dune.
Esto es lo que Alia sabe -dijo Leto-. Y siente un placer maligno con ello.
żCómo puedes estar seguro de eso?
Estoy seguro.
As� supo ella lo que preocupaba a su hermano, y se sintió aliviada por este hecho.
Las tribus no nos creer�n si ella lo niega -dijo.
Aquella aseveración era el problema fundamental de su existencia: żqu� Fremen esperar�a una tal claridad de juicio en un nińo de nueve ańos? Alia, madurando m�s y m�s cada d�a gracias a las mśltiples vidas que anidaba en su interior, jugaba con aquello.
Tenemos que convencer a Stilgar -dijo Ghanima.
Sus cabezas giraron al un�sono, y miraron al desierto iluminado por la luna. Ahora era un lugar distinto, cambiado por unos pocos momentos de profunda consciencia. Las interacciones entre el hombre y aquel medio ambiente nunca hab�an sido tan claras para ellos como ahora. Se sintieron partes integrantes de un sistema din�mico mantenido en un orden delicadamente equilibrado. Aquel nuevo modo de ver las cosas involucraba un real cambio de consciencia que los inundaba con una nueva perspectiva. Tal como hab�a dicho Liet-Kynes, el universo era un lugar de constante di�logo entre las poblaciones animales. La haploide trucha de arena les hab�a hablado como animales humanos.
Las tribus comprender�n si el agua se ve amenazada -dijo Leto.
Pero se trata de una amenaza que va mucho m�s all� del agua. Es una... -Ghanima se interrumpió, comprendiendo el significado mucho m�s profundo de sus palabras. El agua era el supremo s�mbolo del poder de Arrakis. En sus ra�ces los Fremen segu�an siendo animales altamente especializados, supervivientes del desierto, expertos en el gobierno bajo condiciones dur�simas. Y a medida que el agua se hab�a ido haciendo m�s abundante, una extrańa transferencia de s�mbolos se hab�a ido produciendo con la sacramentalización de las antiguas necesidades.
Estas hablando de una amenaza al poder -le corrigió finalmente Ghanima.
Por supuesto.
Pero qui�n nos va a creer?
Si ven como ocurre, si ven la p�rdida del equilibrio.
El equilibrio -dijo ella, y repitió las palabras que hab�a pronunciado su padre hac�a mucho tiempo-: Esto es lo que distingue un pueblo de un populacho.
Aquellas palabras evocaron tambi�n en Leto a su padre, y prosiguió:
Econom�a contra belleza... una historia tan vieja como Saba -suspiró, miró a Ghanima por encima de su hombro-. Estoy empezando a tener sueńos prescientes, Ghani.
Un aspero gemido escapó de la boca de ella.
Cuando Stilgar nos dijo que nuestra abuela se hab�a retrasado -murmuró �l-... yo hab�a vivido ya aquel momento. Ahora todos mis otros sueńos son sospechosos.
Leto... -ella agitó la cabeza, con ojos hśmedos-. Eso le ocurrió a nuestro padre. No pienses que...
Me he sońado a m� mismo encerrado en una armadura trav�s de las dunas -dijo �l-. Y he estado en Jacurutu.
Jacu... -Ghanima jadeó-. ĄEse viejo mito!
Un lugar real, Ghani! Debo encontrar a ese hombre, al Predicador. Debo encontrarlo e interrogarle.
żCrees que es... nuestro padre?
Hazte tś misma esa pregunta.
Eso ser�a algo propio de �l -admitió ella-, pero....
No me gustan las cosas que se que va a hacer -dijo �l-. Por primera vez en mi vida comprendo a mi padre.
Ella se sintió excluida de sus pensamientos y dijo:
Probablemente el Predicador es tan solo un viejo m�stico.
Rezo porque sea as� -susurró �l-. ĄOh, como rezo porque sea asi! -Se inclinó hacia adelante y se puso en pie. El baliset resonó entre sus manos cuando se movio-. Ojal� sea tan sólo un arc�ngel Gabriel sin su trompeta. -Se quedó mirando silenciosamente al desierto bańado por la luna.
Ella se giró para seguir la dirección de su mirada, vio la fosforescencia de la vegetación pudri�ndose en el l�mite de las plantaciones del sietch, con su luminosidad fundi�ndose en la ondulada l�nea de las dunas. Aquel era un lugar viviente al aire libre. Incluso cuando el desierto dorm�a, algo permanec�a despierto en �l. Captó aquella vigilia, oyendo bajo ella a los animales bebiendo en el qanat. La revelación de Leto hab�a transformado la noche: aquel era un momento vivo, un tiempo para descubrir las regularidades del perpetuo cambio, un instante en el cual sentir aquel largo movimiento desde su lejano pasado terrestre, todo �l encapsulado en sus memorias.
żPor qu� Jacurutu? -preguntó ella, y su voz �tona revelo tensión.
Porque... no lo se. Cuando Stilgar nos contó por primera vez cómo fue muerta toda la gente que viv�a all� y cómo se convirtió en un lugar tabś, pens�... lo mismo que has pensado tś. Pero ahora viene un peligro de all�... y el Predicador.
Ella no respondió, no pidió que �l compartiese con ella algśn otro de sus sueńos prescientes, que sab�an iba a llenarla de terror. Aquel camino conduc�a hasta la Abominación, y ambos lo sab�an. La palabra permaneció inexpresada entre ellos dos, mientras �l se giraba e iniciaba su camino entre las rocas en dirección a la entrada del sietch. Abominación.
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